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LA VIRGEN MARÍA EN EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD Luisa Piccarreta

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LA VIRGEN MARÍA EN EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD

Luisa Piccarreta

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LA VIRGEN MARÍA EN EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD

I.M.I.

Llamada Materna de la Reina Cielo.

"Hija queridísima, siento la irresistible necesidad de bajar del Cielo para hacerte mis vi-sitas maternas. Si tú me aseguras tu amor filial y tu fidelidad Yo permaneceré siempre con-tigo, en tu alma, para ser tu maestra, tu modelo y tu Madre ternísima.

Vengo para invitarte a entrar en el Reino de tu Mamá, esto es, en el Reino de la Divina Voluntad, y llamo a la puerta de tu corazón para que tú me abras.

Mira, con mis manos te traigo en don este libro, te lo ofrezco con amor materno para que tú, leyéndolo, aprendas a vivir de Cielo y ya no más de tierra.

Este libro es de oro, hija mía. Él formará tu fortuna espiritual y tu felicidad aun en la tierra. En él encontrarás la fuente de todos los bienes: Si eres débil, adquirirás la fuerza; si eres tentada, adquirirás la victoria; si caes en la culpa, encontrarás la mano misericordiosa y potente que te levantará; si te sientes afligida, encontrarás el consuelo; si te sientes fría, encontrarás el medio seguro para enfervorizarte; y si te sientes hambrienta, tomarás el alimento exquisito de la Divina Voluntad.

Con este libro no te faltará nada; ya no estarás más sola, porque tu Mamá te hará dul-ce compañía y con sus cuidados maternos se comprometerá a hacerte feliz. Yo, la Empera-triz Celestial, me encargaré de todas tus necesidades si tú accedes a vivir unida a Mí.

¡Si tú conocieras mis ansias, mis suspiros ardientes y las lágrimas que derramo por mis hijos! ¡Si tú supieras cómo ardo en el deseo de que escuches mis lecciones todas de Cielo y aprendas a vivir de Voluntad Divina!

En este libro encontrarás maravillas. Encontrarás a tu Mamá que te ama tanto que sa-crifica a su querido Hijo por ti, para poder así hacerte vivir de la misma vida que Ella vivió sobre la tierra.

¡Ah, no me des este dolor: no me rechaces, acepta este don de Cielo que te traigo; acoge mi visita, atiende mis lecciones!

Has de saber que Yo recorreré todo el mundo, iré a cada alma, a todas las familias, a todas las comunidades religiosas, a todas las naciones, a todos los pueblos, y, si se necesi-ta, iré por siglos enteros, hasta que haya formado como Reina a mi pueblo y como Madre a mis hijos, los cuales conocerán y harán reinar por doquier la Divina Voluntad.

He aquí explicada la finalidad de este libro. Aquéllos que lo acojan con amor serán los primeros afortunados hijos que pertenecerán al Reino del Fiat Divino, y Yo con caracteres de oro escribiré sus nombres en mi Corazón materno.

Mira, hija mía, el mismo amor infinito de Dios que en la redención quiso servirse de Mí para hacer descender al Verbo Eterno a la tierra, ahora me llama de nuevo y me confía la tarea, el sublime mandato de formar en la tierra a los hijos del Reino de la Divina Voluntad. Y Yo, maternalmente presurosa me pongo a la obra y te preparo el camino que te conduci-rá a este feliz Reino.

Y para tal fin te daré sublimes y celestiales lecciones; especialmente te enseñaré nue-vas oraciones, en las cuales el cielo, el Sol, la creación entera, mi misma vida y la de mi Hi-

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jo, todos los actos de los santos, queden todos incluidos a fin de que a nombre tuyo pidan el Reino adorable del Querer Divino.

Estas oraciones son las más potentes, porque encierran en ellas la potencia del mismo obrar Divino. Por medio de ellas Dios se sentirá desarmado y vencido por la criatura. En vir-tud de este auxilio, tú apresurarás la venida de su Reino felicísimo y conmigo obtendrás que la Divina Voluntad se haga como en el Cielo así en la tierra, según el deseo del Maestro Divino.

¡Ánimo, hija mía; conténtame y Yo te bendeciré!"

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Oración a la Reina del Cielo para cada día del mes de mayo.

Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abando-narme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes en este mes a ti consagrado, la gracia más grande: que me admitas a vivir en el Reino de la Di-vina Voluntad. Mamá Santa, Tú que eres la Reina de este Reino admíteme a vivir en él co-mo hija tuya, a fin de que ya no esté desierto, sino poblado de hijos tuyos.

Soberana Reina, a ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en el Reino del Querer Divino. Teniéndome tomada con tus manos maternas guía todo mi ser para que haga vida perenne en la Divina Voluntad. Tú me harás de Mamá, y como a Mamá mía te hago entre-ga de mi voluntad a fin de que Tú me la cambies por la Voluntad Divina, y así pueda yo es-tar segura de no salir de su Reino. Te pido que me ilumines para que yo pueda comprender bien qué significa Voluntad de Dios.

Ave María... Florecilla del mes: En la mañana, a mediodía y en la tarde, es decir, tres veces al día, ir

sobre las rodillas de nuestra Mamá Celestial y decirle: "Mamá mía, te amo; ámame Tú también, da un sorbo de Voluntad de Dios a mi alma y dame tu bendición para que pueda hacer todas mis acciones bajo tu mirada materna."

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PRIMER DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. El primer paso de la Divina Volun-tad en la concepción inmaculada de la Mamá Celestial.

El alma a su Inmaculada Reina: Heme aquí, oh Mamá dulcísima, postrada ante ti. Hoy es el primer día del mes de ma-

yo consagrado a ti, en el cual todos tus hijos quieren ofrecerte sus florecillas para testimo-niarte su amor y para comprometer a tu amor a amarlos. Y yo te veo como descender de la Patria Celestial cortejada por legiones de ángeles para recibir las bellas rosas, las humildes violetas, los castos lirios de tus hijos, y corresponderles con tus sonrisas de amor, con tus gracias y bendiciones, y recibiendo en tu regazo materno los dones de tus hijos te los llevas al Cielo para reservarlos como prenda y corona para el momento de su muerte.

Mamá Celestial, entre todos, yo, que soy la más pequeña, la más necesitada de tus hi-jos, quiero ir a tu regazo materno para llevarte no solamente flores y rosas, sino un sol ca-da día. Pero la Mamá debe ayudar a la hija dándole sus lecciones de Cielo para enseñarle cómo formar estos soles divinos, y así te daré el homenaje más bello y el amor más puro. Mamá querida, Tú sabes qué cosa quiere tu hija: quiere ser enseñada por ti a vivir de Vo-luntad Divina; y yo, transformando mis actos y toda yo misma en la Divina Voluntad, según tus enseñanzas, cada día vendré a poner en tu regazo materno todos mis actos cambiados en soles.

Lección de la Reina Del Cielo: Hija bendita, tu oración ha herido mi Corazón materno y atrayéndome del Cielo ya es-

toy junto a mi hija para darle mis lecciones todas de Cielo. Mira, hija querida, miles de ángeles me rodean y reverentes están todos a la expectati-

va para oírme hablar de aquel Fiat Divino, del cual más que todos Yo poseo su fuente, co-nozco sus admirables secretos, sus alegrías infinitas, su felicidad indescriptible y su valor incalculable. Y al sentirme llamar por mi hija porque quiere mis lecciones sobre la Divina Voluntad es para Mí la fiesta más grande, la alegría más pura, y si tú escuchas mis leccio-nes, Yo me consideraré afortunada de ser tu Mamá.

Oh, cómo suspiro tener una hija que quiera vivir toda de Voluntad Divina. Dime, hija, ¿me contentarás? ¿Me darás tu corazón, tu voluntad, toda tú misma en mis manos mater-nas para que Yo te prepare, te disponga, te fortifique, te vacíe de todo, de tal manera que pueda llenarte toda de luz, de Divina Voluntad para formar en ti su Vida divina? Apoya tu cabeza sobre el Corazón de tu Mamá Celestial y sé atenta en escucharme para que mis su-blimes lecciones te hagan decidir a no hacer jamás tu voluntad sino siempre la de Dios.

Hija mía, escúchame, es mi Corazón materno que tanto te ama y que quiere derramar-se en ti. Has de saber que te tengo escrita aquí en mi Corazón y te amo como verdadera hi-ja, pero siento un gran dolor porque no te veo semejante a Mí. ¿Y sabes qué es lo que nos hace desemejantes? Ah, es tu voluntad, la cual te quita la frescura de la gracia, la belleza que enamora a tu Creador, la fortaleza que todo lo vence y soporta y el amor que todo lo consume. En suma, no es aquella Voluntad que anima a tu Mamá Celestial. Has de saber que Yo conocí mi voluntad humana sólo para tenerla sacrificada en homenaje a mi Crea-

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dor. Mi vida fue toda de Voluntad Divina: Desde el primer instante de mi concepción fui plasmada, inflamada y puesta en su luz, la cual purificó mi germen humano con su poten-cia y quedé concebida sin mancha original. Así que, si mi concepción fue sin mancha y tan gloriosa que forma el honor de la Familia divina, fue sólo porque el Fiat Omnipotente se vertió sobre mi germen y quedé concebida pura y santa. Si el Querer Divino no se hubiera derramado sobre mi germen, más que una tierna madre, para impedir los efectos del pe-cado original, Yo habría encontrado la triste suerte de todas las demás criaturas de ser concebida con el pecado original. Por eso, la causa primaria de mi concepción inmaculada fue únicamente la Divina Voluntad. A Ella sea el honor, la gloria y el agradecimiento por haber sido Yo concebida sin pecado original.

Ahora, hija de mi Corazón, escucha a tu Mamá: haz a un lado tu voluntad humana, pre-fiere morir antes que darle un acto de vida. Tu Mamá Celestial se habría contentado con morir mil y mil veces antes que hacer un acto solo de su propia voluntad. ¿No quieres imi-tarme? Ah, si tú aceptas tener sacrificada tu voluntad en honor a tu Creador, el Querer Di-vino hará el primer paso en tu alma: te sentirás circundada y plasmada por un áurea celes-tial, purificada y enfervorizada de tal forma que sentirás aniquilados en ti los gérmenes de tus pasiones y te sentirás puesta en los primeros pasos del Reino de la Divina Voluntad. Por eso, sé atenta; si me eres fiel en escucharme, Yo te guiaré, te conduciré de la mano por los interminables caminos del Fiat Divino, te tendré defendida bajo mi manto azul y tú serás mi honor, mi gloria, mi victoria y también la tuya.

El alma: Virgen Inmaculada, tómame sobre tus rodillas maternas y hazme de Mamá, con tus

santas manos posesiónate de mi voluntad y purifícala, enfervorízala con el toque de tus dedos maternos y enséñame a vivir solamente de Voluntad Divina.

Florecilla: Hoy, para honrarme, desde la mañana y en todas tus acciones entregarás tu voluntad en mis manos diciéndome: "Mamá mía, ofrece Tú misma a mi Creador el sacrifi-cio de mi voluntad."

Jaculatoria: Mamá mía, encierra la Divina Voluntad en mi alma a fin de que tome su lugar primero y forme en mí su trono y su morada.

SEGUNDO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. El segundo paso de la Divina Vo-luntad en la Reina del Cielo. La primera sonrisa de la Trinidad Sacrosanta ante su con-cepción inmaculada.

El alma a su Inmaculada Reina: Heme aquí de nuevo sobre tus rodillas maternas para escuchar tus lecciones. Mamá

Celestial, esta pobre hija tuya se confía a tu potencia. Soy muy pobre, lo sé, pero sé que Tú me amas como Mamá y esto me basta para arrojarme entre tus brazos para que tengas compasión de mí y abriéndome los oídos del corazón me hagas oír tu voz dulcísima para darme tus sublimes lecciones. Tú, Mamá Santa, purifica mi corazón con el toque de tus de-dos maternos para que encierres en él el celeste rocío de tus celestiales enseñanzas.

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Lección de la Reina del Cielo: Hija mía, escúchame, si tú supieras cuánto te amo, confiarías mayormente en Mí y no

dejarías escapar ni siquiera una sola palabra mía. Has de saber que no sólo te tengo escrita en mi Corazón sino que dentro de él tengo

una especial fibra materna que me hace amar más que madre a mi hija. Por eso quiero ha-certe conocer los inmensos prodigios que obró el Fiat Supremo en Mí, para que tú, imitán-dome, puedas darme el gran honor de ser mi hija reina. Oh, cómo mi Corazón ahogado de amor suspira tener alrededor de Mí la noble legión de las pequeñas reinas. Por tanto, es-cúchame, hija mía queridísima:

En cuanto el Querer Divino se vertió en mi germen humano para impedir los tristes efectos de la culpa, la Divinidad sonrió y se puso en fiesta al ver en mi germen aquel ger-men humano puro y santo como salió de sus manos creadoras en la creación del hombre. El Fiat Divino hizo entonces su segundo paso en Mí con llevar este germen humano mío, por Él mismo purificado y santificado, ante la Divinidad con el fin de que Ella se vertiera a torrentes sobre mi pequeñez en acto de ser concebida. Y la Divinidad, descubriendo en Mí bella y pura su obra creadora sonrió de complacencia, y queriéndome festejar: El Padre Ce-lestial vertió en Mí mares de potencia, el Hijo, mares de sabiduría y el Espíritu Santo, mares de amor. Así que Yo quedé concebida en la Luz interminable de la Divina Voluntad y en es-tos mares divinos, y mi pequeñez, no pudiéndolos contener, formaba olas altísimas para enviarlas como homenajes de amor y de gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. La Divi-nidad era todo ojos sobre Mí, y para no dejarse vencer por Mí en amor, sonriéndome y acariciándome me enviaba otros mares, los cuales me embellecían tanto que en cuanto fue formada mi pequeña humanidad adquirí la virtud de raptar a mi Creador, y Él verdade-ramente se dejaba raptar, tanto que entre Dios y Yo fue siempre fiesta; nada nos negába-mos recíprocamente, Yo nunca le negué nada y Él tampoco.

¿Pero sabes tú quién me animaba con esta fuerza raptora? La Divina Voluntad que como vida reinaba en Mí. Por eso la fuerza del Ser Supremo era la mía y por tanto tenía-mos igual fuerza para raptarnos recíprocamente.

Ahora, hija mía, escucha a tu Mamá: Has de saber que Yo te amo muchísimo y quisiera ver tu alma llena de mis mismos mares. Estos mares míos son desbordantes y quieren ver-terse en ti, pero para lograrlo debes vaciarte de tu querer a fin de que el Querer Divino pueda hacer su segundo paso en ti y constituyéndose como principio de vida en tu alma, llame la atención del Padre Celestial, del Hijo y del Espíritu Santo para que derramen tam-bién en ti sus mares desbordantes. Pero para esto, Ellos quieren encontrar en ti su misma Voluntad, porque no quieren confiar a tu voluntad humana sus mares de potencia, de sa-biduría, de amor y de belleza indescriptibles.

Hija queridísima, escucha a tu Mamá, pon la mano en tu corazón, confíame tus secre-tos y dime: ¿Cuántas veces te has sentido infeliz, torturada, amargada porque has hecho tu voluntad? Mira, así has arrojado fuera una Voluntad Divina y has caído en el laberinto de los males. Ella quería hacerte pura y santa, feliz y bella, con una belleza encantadora, pero tú con hacer tu voluntad le hiciste guerra y con gran dolor suyo la echaste fuera de su amada habitación, la cual es tu alma.

Escucha, hija de mi Corazón, es un dolor para tu Mamá el no ver en ti el sol del Fiat Di-

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vino sino las densas tinieblas de la noche de tu voluntad humana. Pero, ánimo, si tú me prometes darme tu voluntad en mis manos, Yo, tu Mamá Celestial, te tomaré entre mis brazos, te pondré sobre mis rodillas y haré surgir en ti la vida de la Divina Voluntad, y tú, fi-nalmente, después de tantas lágrimas mías formarás mi sonrisa y mi fiesta y la sonrisa y la fiesta de la Trinidad Sacrosanta.

El alma: Mamá Celestial, si tanto me amas, te pido que nunca permitas que yo me baje de tus

rodillas maternas y cuando veas que estoy por hacer mi voluntad vigila mi pobre alma y encerrándome en tu Corazón, la fuerza de tu amor queme mi querer; así cambiaré tus lá-grimas en sonrisas de complacencia.

Florecilla: Hoy, para honrarme, vendrás tres veces sobre mis rodillas haciéndome la entrega de tu querer diciéndome: "Mamá mía, esta voluntad mía quiero que sea tuya para que me la cambies por la Voluntad Divina."

Jaculatoria: Soberana Reina, con tu imperio divino abate mi querer, a fin de que surja en mí el germen de la Divina Voluntad.

TERCER DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. El tercer paso de la Divina Volun-tad en la Reina del Cielo. La sonrisa de toda la creación por la concepción de la Celestial Niña.

El alma a la Virgen: Mamá soberana, ésta tu pequeña hija, raptada por tus celestiales lecciones, siente la

extrema necesidad de venir cada día sobre tus rodillas maternas para escucharte y para depositar en su corazón tus maternas enseñanzas. Tu amor, tu dulce acento, el estrechar-me a tu Corazón entre tus brazos me infunden valor y confianza de que mi Mamá me dará la inmensa gracia de hacerme comprender el gran mal de mi voluntad para hacerme vivir de la Divina Voluntad.

Lección de la Reina del Cielo: Hija mía, escúchame; es un corazón de madre el que te habla y como veo que me quie-

res oír, se alegra y nutre la segura esperanza de que mi hija tomará posesión del Reino de la Divina Voluntad, Reino que poseo en mi materno Corazón para darlo a mis hijos. Por tanto, sé atenta en escucharme y escribe todas mis palabras en tu corazón para que las medites siempre y modeles tu vida según mis enseñanzas.

Escucha, hija mía: en cuanto la Divinidad sonrió y festejó mi concepción, el Fiat Supre-mo hizo el tercer paso en mi pequeña humanidad. Pequeñita, pequeñita, me dotó de razón divina y movida toda la creación a fiesta me hizo reconocer por todas las cosas creadas como su Reina. Ellas reconocieron en Mí la vida del Querer Divino y todo el universo se postró a mis pies aunque era pequeñita y no había nacido aún, y alabándome, el Sol me festejó y sonrió con su luz, el cielo me festejó con sus estrellas sonriéndome con su manso y dulce centelleo y ofreciéndose como refulgente corona sobre mi cabeza, el mar me feste-jó con sus olas, alzándose y abajándose pacíficamente, en suma, no hubo ninguna cosa creada que no se uniera a la sonrisa y a la fiesta de la Sacrosanta Trinidad. Todas aceptaron

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mi dominio, mi imperio, mi mando y se sintieron honradas de que después de tantos siglos desde que Adán perdió el mando y el dominio de rey con sustraerse de la Divina Voluntad, encontraron en Mí a su Reina y la creación toda me proclamó Reina del Cielo y de la tierra.

Querida hija mía, debes saber que la Divina Voluntad cuando reina en el alma no sabe hacer cosas pequeñas sino grandes, quiere concentrar en la afortunada criatura todas sus prerrogativas divinas, y todas las cosas que salieron de su Fiat Omnipotente la rodean y quedan obedientes a sus órdenes.

Y a Mí ¿qué cosa no me dio el Fiat Divino? Me dio todo. Cielo y tierra estaban en mi poder, me sentía dominadora de todo y hasta de mi mismo Creador.

Ahora, hija mía, escucha a tu Mamá, oh, cuánto me duele el corazón al verte débil, po-bre, sin tener el verdadero dominio para dominarte a ti misma. Temores, dudas, aprehen-siones son los que te dominan y todos son miserables andrajos de tu voluntad humana. ¿Y sabes por qué? Porque en ti no existe la vida íntegra del Querer Divino, que poniendo en fuga todos los males del querer humano te haga feliz y te llene de todos los bienes que po-see. Pero si tú con un propósito firme te decides a no dar más vida a tu voluntad, entonces sentirás morir en ti todos los males y revivir en ti todos los bienes. Y entonces todo te son-reirá, y el Divino Querer hará también en ti su tercer paso y toda la creación festejará a la nueva llegada al Reino de la Divina Voluntad.

Dime, entonces, hija mía, ¿me escucharás? ¿Me das tu palabra de que no harás nunca, nunca más tu voluntad? Has de saber que si esto haces, Yo no te dejaré jamás, me pondré a guardia de tu alma, te envolveré en mi luz a fin de que ninguno se atreva a molestar a mi hija y te daré mi imperio para que imperes sobre todos los males de tu voluntad.

El alma: Mamá Celestial, tus lecciones descienden en mi corazón y me lo llenan de bálsamo ce-

lestial. Te doy gracias por abajarte tanto a mí... pobrecilla. Pero escucha, Mamá mía, temo de mí misma, pero si Tú quieres, todo puedes, y yo contigo todo puedo. Me abandono co-mo una pequeña niña entre los brazos de su Mamá, pues estoy segura de que así satisfaré sus deseos maternos.

Florecilla: Hoy, para honrarme, mirarás el cielo, el Sol, la tierra, y uniéndote con todos, por tres veces rezarás tres Gloria Patri, para agradecerle a Dios por haberme constituido Reina de todos.

Jaculatoria: Reina poderosa, domina sobre mi voluntad para convertirla en Voluntad Divina.

CUARTO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. El cuarto paso de la Divina Volun-tad en la Reina del Cielo. La prueba.

El alma a la Virgen: Heme aquí de nuevo sobre las rodillas maternas de mi querida Mamá Celestial. El co-

razón me late fuerte, fuerte. Siento ansias de amor por el deseo de escuchar tus bellas lec-ciones. Por eso dame la mano y tómame entre tus brazos. En tus brazos paso momentos de paraíso, me siento feliz. Oh, cómo suspiro escuchar tu voz. Una nueva vida desciende en

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mi corazón. Por eso, háblame y yo te prometo poner en práctica tus santas enseñanzas.

Lección de la Reina del Cielo: Hija mía, si supieras cuánto deseo tenerte estrechada entre mis brazos, apoyada sobre

mi Corazón materno para hacerte escuchar los arcanos celestiales del Fiat Divino. Si tú sus-piras tanto por escucharme, son mis suspiros que hacen eco en tu corazón; es tu Mamá que quiere a su hija, que quiere confiarle sus secretos y narrarle la historia de lo que obró en Ella la Voluntad Divina.

Hija de mi Corazón, préstame atención, es mi Corazón de Madre que quiere desaho-garse con su hija. Yo quiero decirte mis secretos que hasta ahora no han sido revelados a ninguno, porque no había sonado aún la hora de Dios, pues Dios, queriendo dar con libera-lidad a sus criaturas gracias sorprendentes que en toda la historia del mundo no ha conce-dido, quiere hacer conocer los prodigios del Fiat Divino, lo que puede obrar en la criatura si se deja dominar por Él y por eso quiere ponerme ante la vista de todos como modelo, ya que tuve el gran honor de formar mi vida toda de Voluntad Divina.

Ahora, has de saber, hija mía, que en cuanto fui concebida y puse en fiesta a la Divini-dad y Cielos y tierra me festejaron y me reconocieron por su Reina, Yo quedé en tal forma unificada con mi Creador que me sentía en sus dominios Divinos como dueña. Yo nunca conocí qué cosa era separación de mi Creador, aquel mismo Querer Divino que reinaba en Mí, reinaba también en Él y, por tanto, nos hacía inseparables. Y si bien todo era sonrisa y fiesta entre Nosotros, Yo veía que Él no podía confiar en Mí si no tenía una prueba mía. Hi-ja mía, la prueba superada es la bandera que dice "Victoria". La prueba pone al seguro to-dos los bienes que Dios nos quiere dar. La prueba madura y dispone al alma para la adqui-sición de grandes conquistas. Y también Yo veía la necesidad de esta prueba porque quería testimoniarle a mi Creador, en reciprocidad de los tantos mares de gracias que me había dado, un acto de fidelidad mía, aunque me costara el sacrificio de toda mi vida. Oh, cuán bello es poder decir: "Tú me has amado y yo te he amado". Pero sin una prueba, esto ja-más se puede decir.

Debes saber entonces, hija mía, que el Fiat Divino me hizo conocer la creación del hombre inocente y santo, también para él todo era felicidad, tenía el mando sobre toda la creación y todos los elementos eran obedientes a sus órdenes. Como en Adán reinaba el Querer Divino y en virtud de Él, también él era inseparable de su Creador. A los tantos bie-nes que Dios le había dado, para tener un acto de fidelidad en Adán, le ordenó que no to-cara sólo un fruto de los tantos que había en ese Edén terrenal. Era la prueba que Dios quería para confirmar su inocencia, santidad y felicidad y para darle el derecho de mando sobre toda la creación. Pero Adán no fue fiel a la prueba, y no habiendo sido fiel, Dios no pudo confiar más en él y, por tanto, perdió el mando, la inocencia, la felicidad y se puede decir que trastornó la obra de la creación.

Ahora, hija de mi Corazón, debes saber que cuando Yo conocí los graves males de la voluntad humana en Adán y en toda su descendencia, Yo, tu Celestial Madre, aunque ape-nas concebida, lloré amargamente y con ardientes lágrimas sobre el hombre caído. Y el Querer Divino al verme llorar, me pidió por prueba que le cediera mi voluntad humana. El Fiat Divino me dijo: "No te pido un fruto como a Adán, no, no, sino que te pido tu voluntad. Tú la tendrás como si no la tuvieras, la tendrás bajo el imperio de mi Querer Divino, que te

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será vida y así Él se sentirá seguro para hacer lo que quiera de ti." Y así el Fiat Supremo hizo el cuarto paso en mi alma, pidiéndome como prueba mi vo-

luntad, esperando de Mí mi Fiat y la aceptación de tal prueba. Mañana te espero de nuevo sobre mis rodillas para hacerte oír el éxito de la prueba. Y

como quiero que imites a tu Mamá, te pido como Madre que no rehuses nunca nada a tu Dios, aunque fueran sacrificios que duraran toda tu vida. El perseverar en la prueba que Dios quiere de ti y tu fidelidad, son la llamada para los designios divinos sobre ti, son el re-flejo de sus virtudes, las cuales como tantos pinceles forman de tu alma la obra maestra del Ser Supremo. Se puede decir que la prueba proporciona la materia en las manos divi-nas para cumplir su obra en la criatura. Y de quien no es fiel en la prueba, Dios no sabe qué hacer con él, y no sólo esto sino que destroza las obras más bellas de su Creador.

Por eso, querida hija mía, sé atenta. Si eres fiel en la prueba, harás más feliz a tu Ma-má. No hagas que me preocupe, dame tu palabra y Yo te guiaré y te sostendré en todo como hija mía.

El alma: Mamá Santa, conozco mi debilidad, pero tu bondad materna me infunde tal confianza

que todo espero de ti, y contigo me siento segura, es más, pongo en tus manos maternas las mismas pruebas que Dios disponga para mí, a fin de que Tú me des todas las gracias pa-ra hacer que no arruine los designios divinos.

Florecilla: Hoy, para honrarme, vendrás tres veces sobre mis rodillas maternas, me traerás todas tus penas de alma y de cuerpo, traerás todo a tu Mamá y Yo te las bendeciré para infundir en ellas la fuerza, la luz y la gracia que necesitas.

Jaculatoria: Mamá Celestial, tómame entre tus brazos y escribe en mi corazón: ¡Fiat, Fiat, Fiat!

QUINTO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. El quinto paso de la Divina Volun-tad en la Reina del Cielo. El triunfo sobre la prueba.

El alma a la Virgen: Soberana Celestial, veo que me tiendes los brazos para tomarme sobre tus rodillas ma-

ternas y yo corro, es más, vuelo para gozar los castos abrazos y las celestiales sonrisas de mi Mamá Celestial.

Mamá Santa, tu aspecto hoy es de triunfadora, y en aire de triunfo quieres narrarme la victoria en tu prueba. Ah sí, con todo gozo te escucharé. Y te pido que me des la gracia de saber triunfar en las pruebas que el Señor disponga de mí.

Lección de la Reina del Cielo: Hija queridísima, oh cómo suspiro confiar mis secretos a mi hija, secretos que me da-

rán mucha gloria y que glorificarán a aquel Fiat Divino que fue causa primaria de mi inma-culada concepción, de mi santidad, de mi soberanía y de mi maternidad. Todo lo debo al Fiat Divino; no conozco nada más. Todas mis sublimes prerrogativas por las cuales la Iglesia tanto me honra, no son más que los efectos de aquella Divina Voluntad que me dominaba, reinaba y vivía en Mí. Por eso suspiro tanto que se conozca quién es Aquélla que produjo

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en Mí tantos privilegios y efectos tan admirables que dejó estupefactos al Cielo y a la tie-rra.

Ahora escúchame, hija querida: Cuando el Ser Supremo me pidió mi querer humano, Yo comprendí el grave mal que puede hacer la voluntad humana en la criatura, cómo esa pone todo en peligro, aun las obras más bellas del Creador. La criatura con su querer hu-mano es oscilante, débil, inconstante, desordenada... y esto porque Dios, al crearla, creó unida la voluntad humana, como en naturaleza, a su Voluntad Divina, de manera que Ésta debía ser la fuerza, el primer movimiento, el sostén, el alimento, la vida de la voluntad hu-mana. Así que con no dar vida a la Voluntad Divina en la nuestra, se rechazan los bienes re-cibidos de Dios en la creación y los derechos recibidos en naturaleza en el acto en que fui-mos creados.

Oh, cómo comprendí bien la grave ofensa que se le hace a Dios y los males que llueven sobre la criatura. Tuve entonces pavor y horror de hacer mi voluntad, y justamente temí porque también Adán fue creado por Dios inocente y puro, y con hacer su voluntad ¿en cuántos males no cayó él y todas las generaciones? Entonces Yo, tu Mamá, presa de terror y, más aun, de amor hacia mi Creador, juré no hacer nunca mi voluntad. Y para estar más segura y testificar mayormente mi sacrificio a Aquél que me había dado tantos mares de gracia y de privilegios, tomé mi voluntad humana y la até a los pies del trono divino en ho-menaje continuo de amor y de sacrificio, jurando que nunca me serviría de ella, ni siquiera por un solo instante de mi vida, sino siempre de la de Dios. Hija mía, tal vez a ti no te pa-rezca grande mi sacrificio de vivir sin mi voluntad, pero te digo que no hay sacrificio seme-jante al mío. Es más, se pueden llamar sombras todos los demás sacrificios de toda la histo-ria del mundo comparados con el mío. Sacrificarse un día, ahora sí y ahora no, es fácil; pero sacrificarse a cada instante y en cada acto, aun en el mismo bien que se quiere hacer, y du-rante toda la vida, sin dar nunca vida a la voluntad propia es el sacrificio de los sacrificios, es el testimonio más grande y el amor más puro, tejido por la misma Voluntad Divina, que se pueden ofrecer a nuestro Creador. Es tan grande este sacrificio que Dios no puede pedir nada más de la criatura, ni la criatura puede encontrar cómo poder sacrificarse más por su Creador.

Ahora, hija mía queridísima, en cuanto hice don de mi voluntad a mi Creador, Yo me sentí triunfadora sobre la prueba que había querido de Mí, y Dios, a su vez, se sintió triun-fador sobre mi voluntad humana. Él esperaba mi prueba, es decir, un alma que viviera sin voluntad para reunir de nuevo lo que el género humano había separado y ponerse en acti-tud de clemencia y misericordia.

Mañana te espero nuevamente para narrarte la historia de lo que hizo la Divina Volun-tad después de mi triunfo sobre la prueba.

Y ahora, una palabra para ti, hija mía: Oh, si tú supieras cómo anhelo verte vivir sin tu voluntad. Tú sabes que soy tu Madre y la Mamá quiere ver feliz a su hija; pero ¿cómo po-drás ser feliz si no te decides a vivir sin voluntad propia como vivió tu Mamá? En cambio, si lo haces así, todo te daré; me pondré a tu disposición y seré toda tuya con tal de tener el bien, el contento y la felicidad de tener a una hija que viva toda de Voluntad Divina.

El alma: Soberana triunfadora, en tus manos de Madre pongo mi voluntad a fin de que Tú mis-

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ma como Mamá me la purifiques y la embellezcas y junto con la tuya la ates a los pies del trono divino, para que pueda vivir no con mi voluntad sino únicamente y siempre, siempre con la Voluntad de Dios.

Florecilla: Hoy, para honrarme, en cada acto que hagas entregarás en mis manos ma-ternas tu voluntad y me pedirás que en lugar de la tuya, Yo haga correr la Divina Voluntad.

Jaculatoria: Reina triunfante, róbame mi voluntad y cédeme la Divina.

SEXTO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. El sexto paso de la Divina Voluntad en la Reina del Cielo. Después del triunfo sobre la prueba: La posesión.

El alma a la Virgen: Mamá Reina, veo que me esperas de nuevo y extendiéndome tus manos me tomas

sobre tus rodillas, me estrechas a tu Corazón para hacerme sentir la Vida de aquel Fiat Di-vino que Tú posees. Oh, cómo es confortante su calor, cómo es penetrante su luz. Ah Ma-má Santa, si tanto me amas, sumerge el pequeño átomo de mi alma en ese Sol de la Divina Voluntad que Tú escondes, a fin de que también yo pueda decir: "Mi voluntad se acabó, no tendrá más vida; mi vida será la Divina Voluntad".

Lección de la Reina del Cielo: Hija queridísima, confía en tu Mamá y pon atención a sus lecciones. Ellas te servirán

para hacerte aborrecer tu voluntad y hacerte suspirar aquel Fiat Supremo que arde en de-seos de formar su Vida en ti.

Hija mía, debes saber que la Divinidad después de que se aseguró de Mí en la prueba que quiso, si bien todos creen que Yo no tuve ninguna prueba y que le bastaba a Dios ha-cer el gran portento que hizo de Mí de ser concebida sin mancha original, pero ¡oh, cómo se engañan! Es más, Dios me pidió a Mí una prueba que no ha pedido a nadie. Y esto lo hi-zo con justicia y con suma sabiduría, porque debiendo descender en Mí el Verbo Eterno, no sólo no era decoroso que Él encontrara en Mí la mancha de origen, sino que ni siquiera era decoroso que encontrara en Mí una voluntad humana obrante. Hubiera sido muy inde-coroso para Dios descender en una criatura en la cual reinara la voluntad humana. Por eso, Él quiso de Mí como prueba, y por toda la vida, mi voluntad, para asegurar en mi alma el Reino de su Divina Voluntad. Asegurado éste en Mí, Dios podía hacer lo que quería de Mí, todo podía darme y puedo decir que nada podía negarme.

Por ahora volvamos al punto donde nos quedamos; me reservaré en el curso de mis lecciones irte narrando lo que hizo esta Divina Voluntad en Mí. Ahora escucha, hija mía: después del triunfo en la prueba, el Fiat Divino hizo el sexto paso en mi alma con hacerme tomar la posesión de todas las propiedades divinas, por cuanto a criatura es posible e ima-ginable. Todo era mío: Cielo y tierra y el mismo Dios, de quien poseía su misma Voluntad. Yo me sentía poseedora de la santidad Divina, del amor, de la belleza, potencia, sabiduría y bondad divinas, me sentía Reina de todo y no me sentía extraña en la casa de mi Padre Ce-lestial; sentía a lo vivo su Paternidad y la suprema felicidad de ser su hija fiel. Puedo decir que crecí sobre las rodillas paternas de Dios y no conocí otro amor ni otra ciencia sino sólo la que me suministraba mi Creador.

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¿Quién puede decirte lo que hizo esta Divina Voluntad en Mí? Me elevó tan alto, me embelleció tanto que los mismos ángeles quedan mudos y no saben por dónde empezar a hablar de Mí.

Ahora, hija mía queridísima, debes saber que en cuanto el Fiat Divino me hizo tomar posesión de todo, me sentí poseedora de todo y de todos. La Divina Voluntad con su po-tencia, inmensidad y omnividencia encerraba en mi alma a todas las criaturas, y Yo sentía un lugarcito en mi Corazón Materno para cada una de ellas. Desde que fui concebida, Yo te llevé en mi Corazón y oh, cuánto te amé y te amo. Te amé tanto que te hice de Madre ante Dios. Mis oraciones, mis suspiros eran para ti, y en el delirio de Madre decía: "Oh, cómo quisiera ver a mi hija poseedora de todo, como lo soy Yo".

Por eso, escucha a tu Mamá: No quieras conocer más tu voluntad. Si esto haces, todo será en común entre Yo y tú, tendrás una fuerza divina en tu poder y todas las cosas se convertirán en santidad, en amor y en belleza divinos. Y Yo, en la hoguera de mi amor, así como me alaba el Altísimo: "Toda bella, toda santa, toda pura eres Tú, oh María", diré: "Bella, pura y santa es mi hija, porque posee la Divina Voluntad".

El alma: Reina del Cielo, también yo te aclamo: "Toda bella, pura y santa es mi Mamá Celestial".

Ah, te pido, ya que tienes un lugar para mí en tu Corazón materno, que me encierres en él, y así estaré segura de que no haré más mi voluntad sino siempre la de Dios, y la Mamá y la hija seremos felices las dos.

Florecilla: Hoy, para honrarme, rezarás por tres veces tres Gloria Patri en agradeci-miento a la Santísima Trinidad por el Reino que formó en Mí de Divina Voluntad dándome la posesión de todo, y haciendo tuyas las palabras del Ser Supremo, en cada Gloria me di-rás: "Toda bella, pura y santa es mi Mamá".

Jaculatoria: Reina del Cielo, hazme poseer por la Divina Voluntad.

SÉPTIMO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Toma el cetro de mando y la Trini-dad Sacrosanta la constituye su Secretaria.

El alma a la Divina Secretaria: Reina Mamá, heme aquí postrada a tus pies. Siento que como hija tuya no puedo estar

sin mi Mamá Celestial y si bien hoy vienes a mí con la gloria del cetro de mando y con la co-rona de Reina, de todas maneras eres siempre mi Mamá, y, si bien temblando, me arrojo en tus brazos a fin de que me sanes las heridas que mi mala voluntad ha hecho a mi pobre alma. Oye, Mamá Soberana, si Tú no haces un prodigio, si no tomas tu cetro de mando pa-ra guiarme y tener tu imperio sobre todos mis actos para hacer que mi querer no tenga vi-da, ay, no tendré la gran suerte de llegar al Reino de la Divina Voluntad.

Lección de la Reina del Cielo: Hija mía querida, ven a los brazos de tu Mamá, pon atención, escúchame y oirás los

inauditos prodigios que el Fiat Divino hizo en tu Mamá Celestial. Estos seis pasos que hizo el Fiat Divino en Mí simbolizaban los seis días de la creación.

En cada día, Dios, pronunciando un Fiat, hacía como un paso, creando ahora una cosa y

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ahora otra. El sexto día hizo el último diciendo: "Fiat, hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". Y, finalmente, en el séptimo día descansó en sus obras, como queriéndose gozar todo lo que con tanta magnificencia había creado. Y en su descanso, mirando sus obras decía: "Qué bellas son mis obras, todo es orden y armonía". Y mirando al hombre, con la vehemencia de su amor agregaba: "¡Pero el más bello eres tú, tú eres la corona de todas nuestras obras!" Ahora, mi concepción superó todos los prodigios de la creación, y por eso la Divinidad quiso hacer con su mismo Fiat seis pasos en Mí y en cuanto tomé po-sesión del Reino de la Divina Voluntad, terminaron sus pasos en Mí y empezó su vida ple-na, entera y perfecta en mi alma y... ¡oh, en qué alturas divinas fui puesta por el Altísimo! Los cielos no podían alcanzarme ni contenerme, la luz del Sol era pequeña ante mi luz... Ninguna cosa creada podía alcanzarme. Yo navegaba los mares divinos como si fueran míos y mi Padre Celestial, el Hijo y el Espíritu Santo, me anhelaban en sus brazos para go-zarse a su pequeña Hija, y ¡oh, qué contento experimentaban al sentir que cuando los amaba, les rezaba y adoraba su Alteza Suprema, mi amor, mi oración y mi adoración salían de dentro de mi alma del centro mismo de su Divina Voluntad! Sentían salir de Mí olas de amor divino, castos perfumes, alegrías insólitas que salían de dentro del cielo que su mis-mo Querer Divino había formado en mi pequeñez, tanto que no acababan de repetir: "To-da bella, toda pura, toda santa es la pequeña hija nuestra; sus palabras son cadenas que nos atan, sus miradas son dardos que nos hieren, sus latidos son dardos que flechándonos nos causan delirio de amor". Sentían salir de Mí la potencia, la fortaleza de su Divina Vo-luntad que nos hacía inseparables, y me llamaban: "Nuestra Hija invencible que llevará la victoria aun sobre nuestro Ser Divino".

Ahora escúchame, hija mía: la Santísima Trinidad presa de exceso de amor hacia Mí, me dijo: "Hija querida nuestra, nuestro amor no resiste y se siente sofocado si no te con-fiamos nuestros secretos, por eso te elegimos como nuestra fiel Secretaria, a ti queremos confiar nuestros dolores y nuestros decretos: A cualquier costo queremos salvar al hom-bre. ¡Mira cómo va al precipicio! Su voluntad rebelde lo arrastra continuamente al mal; sin la vida, la fuerza, el sostén de nuestro Querer Divino se desvió del camino de su Creador y camina arrastrándose en la tierra, débil, enfermo y lleno de todos los vicios. Y no hay otros caminos para salvarlo ni otras puertas de salida sino únicamente que descienda el Verbo Eterno, tome sus despojos, sus miserias, sus pecados sobre Él, se hermane con él, lo venza por medio de amor y de penas inauditas, y le dé tanta confianza que lo pueda traer nue-vamente a nuestros brazos paternos. ¡Oh, cuánto nos duele la suerte del hombre! Nuestro dolor es grande y no podemos confiarlo a ninguno, porque no teniendo una Voluntad Divi-na que los domine, no pueden comprender ni nuestro dolor ni los graves males del hom-bre caído en el pecado. A ti, que posees nuestro Fiat, te es dado poderlo comprender; y por eso, como Secretaria nuestra queremos revelarte nuestros secretos y poner en tus manos el cetro de mando, a fin de que domines e imperes sobre todo y tu dominio venza a Dios y a los hombres y nos los traigas como hijos regenerados en tu Corazón Materno".

¿Quién puede decirte, hija querida, lo que sintió mi Corazón ante este hablar divino? Se abrió en Mí una herida de intenso dolor y me propuse, aun a costa de mi vida, vencer a Dios y a la criatura y reunirlos juntos.

Ahora, hija mía, escucha a tu Mamá. Te veo sorprendida al oírme narrar la historia de

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la posesión del Reino de la Divina Voluntad por Mí. Debes saber que también a ti te es da-da esta suerte: si te decides a no hacer nunca tu voluntad, el Querer Divino formará su cie-lo en tu alma, sentirás la inseparabilidad divina, te será dado el cetro de mando sobre ti misma y sobre tus pasiones y no serás más esclava de ti misma, porque la voluntad huma-na es la que esclaviza a la pobre criatura, le corta las alas del amor hacia Aquél que la creó, le quita la fuerza, el sostén y la confianza de arrojarse en los brazos de su Padre Celestial, de manera que no puede conocer ni sus secretos ni el amor grande con el cual Él la ama y por eso vive como extraña de la casa de su Padre Divino. ¡Qué lejanía pone entre Creador y criatura el querer humano! Por eso, escúchame, conténtame, dime que no darás más vida a tu voluntad y Yo te llenaré toda de Voluntad Divina.

El alma: Mamá Santa, ayúdame, ¿no ves cómo soy débil? Tus bellas lecciones me conmueven

hasta las lágrimas y lloro mi gran desventura de haber caído tantas veces en el laberinto de hacer mi voluntad, apartándome así de la de mi Creador. Ah, hazme de Mamá, no me de-jes abandonada a mí misma. Con tu potencia une el Querer Divino con el mío, enciérrame en tu Corazón materno en donde estaré segura de no hacer más mi voluntad.

Florecilla: Hoy, para honrarme te estarás bajo mi manto para que aprendas a vivir bajo mis miradas, y rezándome tres Ave Marías me pedirás que haga conocer a todos la Divina Voluntad.

Jaculatoria: Mamá Santa, enciérrame en tu Corazón a fin de que aprenda de ti a vivir de Voluntad Divina.

OCTAVO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Recibe de su Creador el mandato de poner a salvo la suerte del género humano.

El alma a la Divina Mandataria: Heme aquí, Mamá Celestial. Siento que no puedo estar sin mi querida Mamá; mi pobre

corazón está inquieto y solamente me lo siento en paz cuando estoy en tu regazo como pequeñita, estrechada a tu Corazón para escuchar tus lecciones. Tu acento materno me endulza todas mis amarguras y dulcemente ata mi voluntad y poniéndola como escabel ba-jo la Divina Voluntad, me hace sentir su dulce imperio, su vida, su felicidad.

Lección de la Celestial Mandataria: Hija mía queridísima, sabe que te amo muchísimo; confía en tu Mamá y está segura de

que lograrás la victoria sobre tu voluntad. Si tú me eres fiel, Yo tomaré todo mi empeño sobre ti, te haré de verdadera Mamá. Por tanto, escucha lo que hice por ti ante el Altísimo. Yo no hacía otra cosa más que transportarme a las rodillas de mi Padre Celestial; era pe-queñísima, no había nacido aún, pero el Querer Divino, del cual Yo poseía la vida, me hacía tener libre acceso a mi Creador, para Mí las puertas y los caminos estaban todos abiertos y Yo no tenía temor ni miedo de Él. Solamente la voluntad humana infunde miedo, temor, desconfianza y aleja a la pobre criatura de Aquél que tanto la ama y que quiere estar ro-deado por sus hijos. Así que si la criatura tiene miedo y teme, y no sabe estar como hija junto a su padre con su Creador, es señal de que la Divina Voluntad no reina en ella y por

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eso es la torturada, la mártir de la voluntad humana. Por eso, no hagas nunca tu voluntad, no quieras torturarte y martirizarte por ti misma, que es el más horrible de los martirios, sin sostén y sin fuerza.

Así pues, escúchame: Yo me transportaba a los brazos de la Divinidad y mucho más porque me esperaba y hacía fiesta al verme, me amaba tanto que en cuanto aparecía de-rramaba otros mares de amor y de santidad en mi alma. Yo no recuerdo haberme alejado nunca de la Divinidad sin que no me agregaran otros dones sorprendentes. Mientras esta-ba entre sus brazos, Yo rezaba por el género humano y muchas veces con lágrimas y suspi-ros lloraba por ti, hija mía, y por todos. Yo lloraba por tu voluntad rebelde, por tu triste suerte de verte esclavizada por ella que te hacía infeliz. El ver infeliz a mi hija me hacía de-rramar lágrimas amargas hasta mojar las manos de mi Padre Celestial con mi llanto. Y la Santísima Trinidad, enternecida por mi llanto continuó diciéndome: "Querida Hija nuestra, tu amor nos ata, tus lágrimas apagan el fuego de la Divina Justicia, tus oraciones nos atraen tanto hacia las criaturas que no podemos resistirte; por eso te damos el mandato de poner a salvo la suerte del género humano. Tú serás nuestra Mandataria en medio de los hom-bres; a ti confiamos sus almas; Tú defenderás nuestros derechos lesionados por sus culpas, estarás en medio, entre ellos y Nosotros, para ajustar las cosas por ambas partes. Sentimos en ti la fuerza invencible de nuestra Voluntad Divina que por medio tuyo ora y llora. ¿Quién te puede resistir? Tus oraciones son órdenes, tus lágrimas imperan sobre nuestro Ser Divino. Por eso, adelante en tu empresa".

Hija mía queridísima, mi pequeño Corazón se sintió consumar de amor ante los modos amorosos del hablar divino, y con todo amor acepté su mandato diciendo: "Majestad Altí-sima, estoy aquí entre vuestros brazos, disponed de Mí lo que queráis; Yo sacrificaré hasta mi vida, y si tuviera tantas vidas por cuantas criaturas existen, las pondría a disposición de ellas y vuestra, con tal de traerlas a todas salvadas a vuestros brazos paternos". Y sin saber aún que habría de ser la Madre del Verbo Divino, sentía en Mí una doble maternidad: ma-ternidad hacia Dios para defender sus justos derechos y maternidad hacia las criaturas pa-ra ponerlas a salvo. Me sentía Madre de todos. El Querer Divino que reinaba en Mí y que no sabe hacer obras aisladas, ponía en Mí a Dios y a todas criaturas de todos los siglos; en mi materno Corazón sentía a mi Dios ofendido que quería recibir satisfacción, y sentía a las criaturas bajo el imperio de la Justicia Divina. ¡Oh, cuántas lágrimas derramé! Quería hacer descender mis lágrimas en cada corazón para hacerles sentir a todos mi maternidad toda de amor. Lloré por ti y por todos, hija mía, por eso escúchame, ten piedad de mi llanto, toma mis lágrimas para apagar tus pasiones y hacer que tu voluntad pierda su vida. Ah, acepta mi mandato, es decir, que tú hagas siempre la Voluntad de tu Creador.

El alma: Mamá Celestial, mi pobre corazón no resiste al escuchar cuánto me amas. ¡Ah, me

amas tanto hasta llorar por mí! Tus lágrimas me las siento descender en mi corazón, que me hieren y me hacen comprender cuánto me amas; y yo quiero unir mis lágrimas a las tu-yas y pedirte, llorando, que no me dejes jamás sola, que me vigiles en todo y, si se necesi-ta, castígame también; hazme de Mamá y yo como pequeña hija tuya todo me dejaré ha-cer de ti a fin de que tu mandato divino se cumpla en mí y puedas llevarme entre tus bra-zos al Padre Celestial como acto cumplido de tu mandato divino.

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Florecilla: Hoy, para honrarme, me darás tu voluntad, tus penas, tus lágrimas, tus an-sias, tus dudas y temores en mis manos maternas, a fin de que como Mamá tuya las tenga en depósito en mi Corazón materno como prendas de mi hija y Yo te daré la preciosa prenda de la Divina Voluntad.

Jaculatoria: Mamá Celestial, derrama tus lágrimas en mi alma para que curen las heri-das que me ha hecho mi voluntad.

NOVENO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Es constituida por Dios Pacificado-ra Celestial y vínculo de paz entre el Creador y la criatura.

El alma a su Celestial Reina: Soberana Señora y Mamá mía queridísima, veo que me llamas porque sientes la ho-

guera del amor que arde en tu Corazón de que quieres narrarme lo que hiciste por tu hija en el Reino de la Divina Voluntad. Qué bello es ver que diriges tus pasos hacia tu Creador y en cuanto Él oye las pisadas de tus pies, te mira y se siente herir por la pureza de tus mira-das y te espera para ser espectador de tu inocente sonrisa para sonreírte y entretenerse contigo. Ah, Mamá Santa, en tus alegrías, en tus castas sonrisas con tu Creador no te olvi-des de mí, tu hija, que vivo en el exilio y que tanta necesidad tengo porque a menudo mi voluntad quiere arrastrarme para arrancarme del Reino de la Divina Voluntad.

Lección de la Reina del Cielo: Hija de mi materno Corazón, no temas, no te olvidaré jamás, es más, si tú haces siem-

pre la Divina Voluntad y vives en su Reino seremos inseparables, te llevaré siempre tomada de mi mano para conducirte y ser tu guía para enseñarte a vivir en el Fiat Supremo, por tanto haz a un lado el temor, en Él todo es paz y seguridad; la voluntad humana es la que turba a las almas y la que pone en peligro las obras más bellas, las cosas más santas, todo está en peligro en ella: en peligro la santidad, las virtudes y aun la misma salvación del al-ma. La característica de quien vive de querer humano es la volubilidad. ¿Quién puede con-fiarse en alguien que se hace dominar por su voluntad humana? Ninguno, ni Dios ni los hombres. Es semejante a aquellas cañas secas que se mueven a cada soplo del viento. Por eso, hija mía queridísima, si algún soplo de viento te quiere hacer inconstante, sumérgete en el mar de la Divina Voluntad y ven a esconderte en el regazo de tu Mamá, a fin de que Yo te defienda del viento del querer humano y estrechándote entre mis brazos te haga firme y segura en el camino de su Reino Divino.

Ahora, hija mía, sígueme ante la Majestad Suprema y escúchame: Yo con mis rápidos vuelos llegaba a sus brazos divinos, y en cuanto llegaba, sentía su amor desbordante, el cual como olas impetuosas me cubría de su amor. ¡Oh, cuán bello es ser amado por Dios! En este amor se siente felicidad, santidad, alegrías infinitas y se es embellecida de tal ma-nera que Dios mismo se siente raptado por la belleza que infunde en la criatura al amarla. Yo quería imitarlo y si bien pequeñita, no quería quedar atrás de su amor y de las mismas olas de amor que me había dado, formaba mis olas para cubrir a mi Creador con mi amor; y al hacer esto Yo sonreía porque sabía que mi amor nunca habría podido cubrir la inmen-sidad de su amor, sin embargo hacía el intento y en mis labios surgía mi sonrisa inocente.

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El Ser Supremo sonreía a mi sonrisa y festejaba y se entretenía con mi pequeñez. Ahora, en medio de nuestras estratagemas amorosas Yo recordaba el estado doloroso

de mi familia humana en la tierra, pues Yo también era de su estirpe. Y ¡oh, cómo me dolía y pedía que descendiera el Verbo Eterno a poner remedio! Y lo decía con tal ternura que llegaba a cambiar la sonrisa y la fiesta en llanto. El Altísimo se conmovía mucho ante mis lágrimas, y mucho más porque eran lágrimas de una pequeñita, y estrechándome a su Seno Divino, me secaba las lágrimas y me decía: "Hija, no llores, ten valor, en tus manos hemos puesto la suerte del género humano; te hemos dado el mandato y ahora, para con-solarte más, te hacemos Pacificadora entre Nosotros y la familia humana. Por lo tanto, a ti te es dado ponernos nuevamente en paz. La potencia de nuestro Querer que reina en ti, se impone sobe Nosotros para dar el beso de paz a la pobre humanidad caída y en peligro".

¿Quién puede decirte, hija mía, lo que sentía mi Corazón ante esta condescendencia divina? Era tanto mi amor que me sentía desmayar y deliraba buscando más amor para ali-vio de mi amor.

Ahora unas palabras a ti, hija mía: si tú me escuchas haciendo a un lado tu querer y dando el puesto regio al Fiat Divino, también tú serás amada con amor especial por tu Creador, serás su sonrisa, lo pondrás en fiesta y serás vínculo de paz entre el mundo y Dios.

El alma: Mamá Bella, ayuda a tu hija, ponme Tú misma en el mar de la Divina Voluntad y cú-

breme con las olas del eterno amor a fin de que no vea ni sienta más que amor y Voluntad de Dios.

Florecilla: Hoy, para honrarme, me pedirás todos mis actos y los encerrarás en tu cora-zón para que sientas la fuerza de la Divina Voluntad que reinaba en Mí, y luego los ofrece-rás al Altísimo para agradecerle por todos los oficios que me confió para salvar a las criatu-ras.

Jaculatoria: Reina de Paz, haz que la Voluntad Divina me dé el beso de paz.

DÉCIMO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Alba que surge para poner en fuga a la noche del querer humano. Su nacimiento glorioso.

El alma a la Reina del Cielo: Aquí estoy, Mamá Santa, junto a tu cuna para ser espectadora de tu nacimiento por-

tentoso. Los Cielos se asombran, el Sol fija su luz en ti, la tierra exulta de alegría y se siente honrada por ser habitada por su pequeña Reina recién nacida, los ángeles hacen compe-tencia en rodear tu cuna para honrarte y estar prontos a tus órdenes. Todos te honran y quieren festejar tu nacimiento. Yo también me uno a todos y postrada delante de tu cuna, ante la cual veo como arrobados a tu madre Ana y a tu padre Joaquín, quiero decirte mi primera palabra, quiero confiarte mi primer secreto, quiero vaciar mi corazón en el tuyo y decirte: "Mamita mía, Tú que eres el alba precursora del Fiat Divino en la tierra pon en fu-ga de mi alma y del mundo entero la tenebrosa noche del querer humano." ¡Ah sí! Sea tu nacimiento nuestra esperanza que como nueva alba de gracia nos regenere en el Reino de la Divina Voluntad.

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Lección de la recién nacida Reina: Hija de mi Corazón, mi nacimiento fue prodigioso, ningún otro nacimiento puede de-

cirse igual al mío. Yo contenía en Mí el Cielo, el Sol de la Divina Voluntad y también la tierra de mi humanidad, pero tierra bendita y santa que encerraba las más hermosas floraciones.

Aunque apenas recién nacida, Yo era el prodigio de los más grandes prodigios: el Que-rer Divino reinante en Mí, el cual encerraba en Mí un cielo más bello, un Sol más refulgente que el de la creación, de los cuales también era Reina, y un mar de gracia sin límites que murmuraba siempre amor, amor hacia mi Creador. Por eso mi nacimiento fue la verdadera alba que puso en fuga la noche del querer humano, y conforme crecía, formaba la aurora y llamaba el día esplendidísimo para hacer surgir el Sol del Verbo Eterno sobre la tierra.

Hija mía, ven a mi cuna a escuchar a tu pequeña Mamita. En cuanto nací, abrí los ojos para ver este bajo mundo, para ir en busca de todos mis hijos a fin de encerrarlos en mi Corazón, darles mi amor materno, y regenerándolos a la nueva vida de amor y de gracia abrirles el paso para hacerlos entrar en el Reino del Fiat Divino, del cual Yo era poseedora. Quise hacerla de Reina y de Madre encerrando a todos en mi Corazón, para ponerlos a to-dos al seguro y darles el gran don del Reino divino. En mi Corazón tenía lugar para todos porque para quien posee la Divina Voluntad no hay estrecheces sino amplitud infinita, así que también te miré a ti, hija mía, ninguno me escapó.

Y como ese día todos festejaron mi nacimiento, también para Mí fue fiesta, pero... al abrir mis ojos a la luz, tuve el dolor de ver a las criaturas en la oscura noche del querer hu-mano. ¡Oh, en qué abismo de tinieblas se encuentra envuelta la criatura que se deja domi-nar por su voluntad! Esta es la verdadera noche, y noche sin estrellas; a lo más hay algún rayo fugaz que fácilmente viene seguido por truenos, los cuales al hacer estruendo, hacen más tupidas las tinieblas y descargan las tempestades sobre la pobre criatura, tempestades de temor, de debilidades, de peligros, de caídas en el mal... Mi Corazón quedó traspasado al ver a mis hijos bajo esta horrible tempestad en que la noche del querer humano los ha-bía arrojado.

Ahora, escucha a tu Mamá: estoy aún en la cuna, soy pequeña, mira mis lágrimas que derramo por ti; cada vez que haces tu voluntad formas en ti misma una noche, y si supieras cuánto mal te hace esta noche llorarías conmigo: te hace perder la luz del día del Divino Querer, te trastorna, te paraliza en el bien, te destroza el verdadero amor y quedas reduci-da a una pobre enferma a la que le faltan las cosas necesarias para curarse. Ah, hija mía, hi-ja querida, escúchame, no hagas nunca tu voluntad, dame tu palabra de que contentarás a tu pequeña Mamá.

El alma: Mamita Santa, me siento temblar al sentir la horrible noche de mi voluntad, por eso

estoy aquí frente a tu cuna, para pedirte la gracia de que por tu nacimiento prodigioso me hagas renacer en la Divina Voluntad. Yo permaneceré siempre junto a ti, Celestial Niña, uniré mis oraciones y mis lágrimas a las tuyas para impetrar para mí y para todos el Reino de la Divina Voluntad en la tierra.

Florecilla: Hoy, para honrarme, vendrás tres veces a visitarme a mi cuna, diciéndome: "Celeste Niña, hazme renacer junto contigo en la Vida de la Divina Voluntad".

Jaculatoria: ¡Mamita mía, haz surgir el alba de la Divina Voluntad en mi alma!

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DECIMOPRIMER DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Forma durante los primeros años de su vida una aurora esplendidísima para hacer surgir en los corazones el día suspira-do de luz y de gracia.

El alma a la pequeña Reina niña: Heme de nuevo junto a tu cuna, Mamita Celestial. Mi pequeño corazón se siente fasci-

nado por tu belleza y no puedo despegar la mirada de una belleza tan rara. ¡Qué dulce es tu mirada! El mover de tus manitas me llaman para abrazarme y estrecharme a tu Corazón ahogado de amor. Mamita Santa, dame tus llamas para que quemes mi voluntad y así pueda contentarte con vivir junto contigo de Voluntad Divina.

Lección de la Reina del Cielo: Hija mía, ¡si supieras cuánto se alegra mi materno Corazón al verte junto a mi cuna pa-

ra escucharme! Me siento, con los hechos, Reina y Madre, porque teniéndote junto a Mí no soy una Madre estéril ni una Reina sin pueblo, sino que tengo a la querida hija mía que me ama mucho y que quiere de Mí que le haga el oficio de Mamá y de Reina. Por eso tú eres la portadora de alegría a tu Mamá, sobre todo porque vienes a mi regazo para ser en-señada por Mí cómo vivir en el Reino de la Divina Voluntad. Tener una hija que quiere vivir junto conmigo en este Reino tan santo es para tu Mamá la gloria, el honor, la fiesta más grande. Por lo tanto, préstame atención, hija querida y Yo continuaré narrándote las mara-villas de mi nacimiento.

Mi cuna estaba rodeada por ángeles que hacían competencia en cantarme canciones de cuna como a su Soberana Reina, y como Yo estaba dotada de razón y de ciencia infun-didas por mi Creador, cumplí mi primer deber de adorar con mi inteligencia y también con mi vocecita de niña balbuciente a la Santísima Trinidad adorable. Era tanto el ímpetu de mi amor hacia una Majestad tan Santa que languidecía y deliraba porque quería encontrarme entre los brazos de la Divinidad para recibir sus abrazos y darle los míos. Entonces los ánge-les, para los cuales mis deseos eran órdenes, me tomaron y llevándome sobre sus alas me condujeron a los brazos amorosos de mi Padre Celestial. ¡Oh, con cuánto amor me espera-ba! Yo iba del exilio y las pequeñas treguas de separaciones entre Yo y Ellos eran causa de nuevos incendios de amor, eran dones que preparaban para darme, y Yo buscaba nuevos inventos para pedir piedad, misericordia para mis hijos, que viviendo en el exilio estaban bajo los azotes de la divina Justicia, y derritiéndome en amor le decía: "Trinidad adorable, Yo me siento feliz, me siento Reina, no conozco qué cosa sea infelicidad y esclavitud, es más, por vuestro Querer que reina en Mí, son tales y tantas las alegrías, las felicidades que, pequeñita como soy, no puedo abrazarlas todas... Pero entre tanta felicidad, una vena de amargura intensa hay dentro de mi pequeño Corazón: siento en él a mis hijos infelices, es-clavos de su voluntad rebelde. ¡Piedad, Padre Santo, piedad! ¡Ah, haz completa mi felici-dad! A estos hijos infelices que más que Madre llevo en mi materno Corazón, hazlos feli-ces: haz descender al Verbo Eterno sobre la tierra y todo será concedido. Yo no me bajaré de tus rodillas paternas si no me das el rescrito de gracia, de manera que pueda llevarles a mis hijos la alegre noticia de su redención."

La Divinidad quedaba conmovida ante mis oraciones y colmándome de nuevos dones

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me decía: "Vuelve al exilio y continúa tus oraciones, extiende el Reino de nuestra Voluntad en todos tus actos y a su tiempo te contentaremos." Pero no me decían ni cuándo ni dón-de habría de descender el Verbo. Así que Yo partía del Cielo sólo para cumplir la Divina Vo-luntad; esto para Mí era el sacrificio más heroico, pero lo hacía voluntariamente con mu-cho gusto para hacer que Ella sola tuviera su pleno dominio sobre Mí.

Ahora escúchame, hija mía, ¡cuánto me costó tu alma... hasta llegar a amargarme el inmenso mar de mis alegrías y felicidades! Cada vez que tú haces tu voluntad te haces es-clava y sientes la infelicidad, y Yo, como Mamá tuya, siento en mi Corazón la infelicidad de mi hija. ¡Oh, qué doloroso es tener hijos infelices! Aprende a hacer sólo la Divina Voluntad como Yo, que llegaba hasta a venirme del Cielo para hacer que mi voluntad no tuviera vida en Mí.

Ahora, hija mía, continúa escuchándome: el primer deber en todos tus actos sea ado-rar a tu Creador, conocerlo y amarlo. Esto te pone en el orden de la creación y reconoces a Aquél que te creó. Este es el deber más santo de toda criatura: reconocer su origen.

Debes saber que mi transportarme al Cielo, rezar, bajar, formaba la aurora alrededor de Mí, que expandiéndose en todo el mundo, circundaba los corazones de mis hijos para hacer que después del alba surgiera la aurora para hacer despuntar el esperado día sereno del Verbo Divino sobre la tierra.

El alma: Mamita Celestial, al verte que recién nacida apenas me das lecciones tan santas, me

siento arrobar y comprendo cuánto me amas, hasta llegar a hacerte infeliz por causa mía. ¡Ah, Mamá Santa! Tú, que tanto me amas, haz descender en mi corazón la potencia, el amor, las alegrías que te inundan, a fin de que llena de ellas, mi voluntad no encuentre lu-gar para vivir en mí y libremente ceda el lugar al dominio de la Divina Voluntad.

Florecilla: Hoy, para honrarme, harás tres actos de adoración a tu Creador rezando tres Gloria Patri para agradecerle por cuantas veces tuve la gracia de ser admitida en su presencia.

Jaculatoria: Mamá Celestial, haz surgir la aurora divina de la Divina Voluntad en mi al-ma.

DECIMOSEGUNDO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Sale de la cuna, da los primeros pasos y con sus actos infantiles llama a Dios a descender a la tierra y llama a las criatu-ras a vivir en la Divina Voluntad.

El alma a la Celestial Reinecita: Heme aquí de nuevo Contigo, mi querida Niña, en la casa de Nazaret. Quiero ser es-

pectadora de tu edad infantil, quiero darte la mano mientras das tus primeros pasos y ha-blas con tu santa mamá Ana y con tu padre Joaquín. Pequeñita como eres, después de que aprendiste a caminar, ayudas a santa Ana en pequeños servicios. ¡Mamita mía, cuánto me eres querida! ¡Ah! Dame tus lecciones a fin de que siga tu infancia y aprenda de ti a vivir, aun en las pequeñas acciones humanas, en el Reino de la Divina Voluntad.

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Lección de la pequeña Reina del Cielo: Querida hija mía, mi único deseo es el de tener junto a Mí a mi hija, sin ti me siento so-

la y no tengo a quien confiar mis secretos; son mis cuidados maternos los que quieren a mi lado a mi hija que tengo en mi Corazón para darle mis lecciones y así hacerle comprender cómo se vive en el Reino de la Divina Voluntad. Pero en Él no entra el querer humano sino que éste queda aplastado y en acto de sufrir continuas muertes ante la Luz, la santidad y la potencia de la Divina Voluntad. Pero ¿crees que el querer humano queda afligido porque el Querer Divino lo tiene en acto de morir continuamente? ¡Ah no, no! Más bien se siente fe-liz de que sobre su voluntad muriente renace y surge la Voluntad Divina victoriosa y triun-fante, que le lleva alegría y felicidad sin término. Basta con comprender, hija querida, qué significa hacerse dominar por Ella y sentirlo, para hacer que la criatura aborrezca tanto su voluntad que esté dispuesta a hacerse cortar en pedazos antes que salir de la Divina Volun-tad.

Ahora escúchame desde donde dejé: Yo partí del Cielo sólo para hacer la Voluntad del Eterno, y si bien tenía mi Cielo en Mí, el cual era la Voluntad Divina, y era inseparable de mi Creador, también me gustaba estar en la Patria Celestial, y mucho más, pues estando la Di-vina Voluntad en Mí, Yo sentía los derechos de hija de estar con Ellos y que me arrullaran como pequeñita entre sus brazos paternos y de participar en todas las alegrías, felicidades, riquezas, santidad que poseen; tomaba cuanto más podía y me llenaba tanto hasta no po-der contener más. El Ser Supremo gozaba al ver que Yo sin temor, es más, con sumo amor me llenaba de sus bienes y Yo no me asombraba de que me dejaran tomar lo que Yo que-ría: era su hija, una era la Voluntad que nos animaba, lo que Ellos querían lo quería Yo. Así que sentía que las propiedades de mi Padre Celestial eran mías, con la única diferencia de que Yo era pequeña y no podía abrazar ni tomar todos sus bienes; por más que tomaba, quedaban tantos que no tenía capacidad en dónde ponerlos porque era siempre criatura; en cambio la Divinidad era grande, inmensa y en un solo acto abraza todo. Entonces, en cuanto me hacían entender que me debía privar de sus alegrías celestiales y de los castos abrazos que nos dábamos, Yo partía del Cielo sin tardanza y volvía entre mis queridos pa-dres. Ellos me amaban mucho y Yo era tan amable y bella, tan alegre, pacífica y llena de gracias infantiles, que raptaba su afecto. Ellos eran todo ojos para Mí, Yo era su joyel y cuando me tomaban en sus brazos, sentían cosas insólitas y una vida divina palpitante en Mí.

Hija de mi Corazón, debes saber que en cuanto comenzó mi vida acá abajo, la Divina Voluntad principió a extender su Reino en todos mis actos. Así que mis oraciones, mis pa-labras, mis pasos, el alimento que tomaba, el sueño, los pequeños servicios que hacía a mi madre para ayudarle, eran todos animados por la Voluntad Divina.

Y como Yo te llevaba siempre en mi Corazón, te llamaba como hija mía, en todos mis actos llamaba tus actos junto con los míos a fin de que también en tus actos, aun en los más indiferentes, se extendiera el Reino del Querer Divino. ¡Considera cuánto te amé...! Cuando rezaba, llamaba a tu oración en la mía, a fin de que la tuya y la mía fueran valori-zadas con un solo valor y un solo poder: el valor y el poder de la Voluntad Divina. Cuando hablaba, llamaba a tu palabra; cuando caminaba, llamaba a tus pasos y cuando realizaba las más simples acciones indispensables a la naturaleza humana, como traer agua, barrer,

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darle la leña a mi mamá para encender el fuego y otras cosas similares, Yo invitaba en es-tos actos a tus mismos actos, para valorizarlos con la Voluntad Divina y para que en mis ac-tos y en los tuyos se extendiera su Reino. Y mientras te llamaba a ti en cada acto mío, lla-maba al Verbo Divino para que descendiera a la tierra. ¡Oh, cuánto te amé, hija mía! Que-ría tus actos en los míos para hacerte feliz y hacerte reinar junto conmigo. Pero ¡ay! Cuán-tas veces yo te llamaba a ti y a tus actos y con sumo dolor mío mis actos quedaban aislados y los tuyos los veía como perdidos en tu voluntad humana, formando, cosa horrible de de-cirse, un reino no divino sino humano: el reino de las pasiones, del pecado, de las infelici-dades y de la desventura...

Tu Mamá lloraba entonces sobre tu desventura... Y aún ahora, en cada acto de volun-tad humana que haces, conociendo el reino infeliz al que te lleva, mis lágrimas se derra-man para hacerte comprender el gran mal que haces. Por eso, escucha a tu Mamá: si das muerte a tu querer para que el Divino Querer tenga vida en ti, por derecho te serán dadas las alegrías, las felicidades, todo será en común entre tú y tu Creador; las debilidades, las miserias quedarán desterradas de ti. Además, serás la más querida de mis hijas y Yo te tendré en mi mismo Reino para hacerte vivir siempre de Voluntad Divina.

El alma: Mamá Santa, ¿quién, al verte llorar, puede resistirte y rehusarse a escuchar tus santas

lecciones? Yo con todo mi corazón te prometo, te juro no hacer jamás, jamás mi voluntad; y Tú, Mamá divina, no me dejes nunca sola, para que con el imperio de tu presencia aplas-tes mi voluntad y hagas reinar siempre, siempre a la Voluntad de Dios en mí.

Florecilla: Hoy, para honrarme, me ofrecerás todos tus actos para hacer compañía a mi edad infantil, haciéndome tres actos de amor en memoria de los tres años que viví con mi mamá Santa Ana.

Jaculatoria: Reina Poderosa, rapta mi corazón para encerrarlo en la Voluntad de Dios.

DECIMOTERCER DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Se va al templo y da ejemplo de to-tal triunfo en el sacrificio.

El alma a la Reina triunfante: Mamá Celestial, hoy vengo a postrarme ante ti para pedirte tu fuerza invencible, es

decir, que en todas mis penas, y Tú sabes cómo está lleno mi corazón hasta sentirme aho-gada en penas, tomes mi corazón entre tus manos, si tanto quieres hacerme de Madre, y derrama en él el amor, la gracia, la fuerza para triunfar en mis penas y para convertirlas to-das en Voluntad Divina.

Lección de la Reina triunfante: Hija mía, ánimo, no temas, tu Mamá es toda para ti y hoy te esperaba para que mi he-

roísmo y mi triunfo en el sacrificio te infundan fortaleza y valor, y así pueda ver a mi hija triunfante en sus penas y con el heroísmo de sobrellevarlas con amor y para cumplir la Di-vina Voluntad.

Ahora, hija mía, escúchame: Yo había cumplido apenas tres años cuando mis padres me hicieron saber que querían consagrarme al Señor en el Templo. Mi corazón exultó de

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alegría al saber que me iba a consagrar y que iba a pasar mis años en la casa de Dios, pero junto a mi alegría había un dolor: la privación de los más queridos que se pueden tener en la tierra, que eran mis queridos padres. Era pequeña aún, tenía necesidad de sus cuidados paternales y me privaba de la presencia de dos grandes santos; además, veía que a medida que se acercaba el día de privarse de Mí, que era la que hacía plena de alegría y felicidad su vida, sentían tal amargura que se sentían morir, pero aunque sufrían, estaban dispuestos a hacer el acto heroico de conducirme al Señor. Mis queridos padres me amaban en orden a Dios y me consideraban como un gran don dado a ellos por Dios, y esto les dio la fuerza pa-ra cumplir el doloroso sacrificio.

Si también tú, hija mía, quieres tener fuerza invencible para sufrir las penas más duras, haz que todas tus cosas sean en orden a Dios y considéralas como dones preciosos dados a ti por el Señor.

Debes saber que Yo con valor preparaba mi partida al Templo, porque en cuanto en-tregué mi voluntad al Ser Divino y el Fiat Supremo tomó posesión de todo mi ser, adquirí todas las virtudes en naturaleza, Yo era la dominadora de Mí misma, todas las virtudes es-taban en Mí como tantas nobles princesas y según las circunstancias de mi vida pronta-mente se ofrecían a hacer su oficio sin ninguna resistencia. En vano me habrían llamado Reina si no hubiera tenido virtud de ser reina sobre Mí misma. Así que tenía en mi dominio la caridad perfecta, la paciencia invencible, la dulzura raptora, la humildad profunda y todo el ajuar de las demás virtudes. La Divina Voluntad hizo a la pequeña tierra de mi afortuna-da humanidad siempre florida y sin las espinas de los vicios. ¿Ves entonces, hija mía, qué significa vivir de Voluntad Divina? Su luz, su santidad y potencia convierten en naturaleza todas las virtudes y Ella no se abaja a reinar en un alma donde está la naturaleza rebelde, ¡no, no! Ella es santidad y donde debe reinar quiere la naturaleza ordenada y santa. Enton-ces, el sacrificio de ir al templo era una conquista que Yo hacía y sobre el sacrificio venía formado el triunfo de la Voluntad Divina en Mí, y estos triunfos llevaban dentro de Mí nue-vos mares de gracia, de santidad y de luz hasta sentirme feliz en mis penas con tal de po-der conquistar nuevos triunfos.

Ahora, hija mía, pon la mano sobre tu corazón y dile a tu Mamá: ¿Sientes tu naturaleza cambiada en virtud? ¿O más bien sientes las espinas de la impaciencia, las hierbas nocivas de las agitaciones, los humores malos de los afectos no santos? Mira, deja hacer a tu Ma-má, dame tu voluntad entre mis manos con decisión de no quererla más y Yo te haré po-seer por la Voluntad Divina, la cual desterrará todo de ti y lo que no has hecho en tantos años lo harás en un día, el cual será el principio de tu verdadera vida, de tu felicidad y de tu verdadera santidad.

El alma: Mamá Santa, ayuda a tu hija, hazme una visita en mi alma y todo lo que encuentres

que no es Voluntad de Dios, con tus manos maternas arráncalo de mí, quema las espinas, las hierbas nocivas y Tú misma llama a la Divina Voluntad a reinar en mi alma.

Florecilla: Hoy, para honrarme, me llamarás tres veces a visitar tu alma y me darás to-da la libertad de hacer lo que quiero de ti.

Jaculatoria: Soberana Reina, toma entre tus manos mi alma y transfórmala toda en Vo-luntad de Dios.

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DECIMOCUARTO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Llega al templo. Su estancia. Se ha-ce modelo de las almas consagradas al Señor.

El alma a la Celestial Reina, modelo de las almas: Mamá Celestial, tu pobre hija siente la irresistible necesidad de estarse contigo, de se-

guir tus pasos, de ver tus acciones para copiarlas, hacerlas mi modelo y mantenerlas como guía de mi vida. Siento la necesidad de ser guiada porque por mí no sé hacer nada, pero con mi Mamá que me ama tanto, sabré hacer todo y sabré hacer sólo la Divina Voluntad.

Lección de la Celestial Reina, modeladora de las almas: Querida hija, es mi ardiente deseo hacer que seas espectadora de mis acciones para

que te enamores e imites a tu Mamá, por eso dame la mano, Yo me sentiré más feliz al te-ner a mi hija junto conmigo. Así que préstame atención y escúchame.

Yo dejé la casa de Nazaret acompañada por mis santos padres y al dejarla quise dar una última mirada a aquella casita en la cual había nacido para agradecer a mi Creador por haberme dado un lugar en donde nacer y para dejarla en la Divina Voluntad, a fin de que mi infancia y tantos queridos recuerdos míos, pues estando Yo llena de razón todo com-prendía, fueran depositados y custodiados en la Divina Voluntad como prendas de mi amor hacia Aquél que me había creado.

Hija mía, el agradecer al Señor y depositar en sus manos nuestros actos como prendas de nuestro amor por Él, son nuevos canales de gracias y comunicaciones que se abren en-tre Dios y el alma y es el homenaje más bello que se pueda rendir a Quien tanto nos ama. Por tanto aprende de Mí a agradecer al Señor de todo lo que disponga de ti y en todo lo que estás por realizar, tu palabra sea: "Gracias, oh Señor, deposito todo en tus manos".

Mientras dejé todo en el Fiat Divino, como Él reinaba en Mí y nunca me dejó ni un ins-tante de mi vida, y Yo lo llevaba como en triunfo en mi pequeña alma, ¡y oh, los prodigios del Divino Querer!, con su virtud conservadora mantenía el orden de todos mis actos, pe-queños y grandes, y los mantenía como en acto dentro de Mí, como triunfo suyo y mío, así que nunca perdí la memoria de un solo acto mío, y esto me daba tanta gloria y honor que me sentía Reina, porque cada acto mío hecho en la Divina Voluntad era más que sol y Yo quedaba adornada de luz, de felicidades, de alegrías, Ella me traía su Paraíso. ¡Hija mía, el vivir de Voluntad Divina debería ser el deseo, el anhelo y la pasión de todos... tanta es la belleza que se adquiere y el bien que se siente! Todo lo contrario la voluntad humana: ella tiene virtud de amargar a la pobre criatura, la oprime, forma la noche, la hace caminar a tientas y va siempre cojeando en el bien, y muchas veces pierde memoria del poco bien que ha hecho.

Hija mía, Yo partí de mi casa paterna con valor y desapego porque veía únicamente al Querer Divino, en el Cual tenía fijo mi Corazón y esto me bastaba para todo. Mientras ca-minaba para ir al templo, miraba toda la creación y ¡oh maravilla! Sentí el latido de la Divi-na Voluntad en el Sol, en el viento, en las estrellas, en el cielo, bajo mis pasos la sentí palpi-tante y el Fiat Divino que reinaba en Mí ordenó a toda la creación, que como velo la escon-día, que todos se inclinaran y me dieran honor de Reina. Todos se inclinaron dándome se-ñales de sujeción, ni la más pequeña florecita del campo dejó de darme su pequeño ho-

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menaje. Yo ponía en fiesta a todo y cuando por necesidad salía de la habitación, la creación se ponía en actitud de darme muestras de honor, y Yo quedaba obligada a ordenarles que se estuvieran en su lugar y que siguieran el orden de nuestro Creador.

Ahora escucha a tu Mamá y dime: ¿En tu corazón sientes la alegría, la paz, el desapego de todo y de todos y el valor de poder hacer cualquier cosa con tal de cumplir la Divina Vo-luntad, de manera que sientes en ti fiesta continua? Hija mía, la paz, el desapego, el valor, forman el vacío en el alma, en el cual puede tomar lugar la Divina Voluntad, y siendo Ella intangible de toda pena, lleva la fiesta perenne a la criatura.

Por tanto, ánimo, hija mía, dime que quiere vivir de Voluntad Divina y tu Mamá pensa-rá en todo. Mañana te espero para decirte el modo como me comporté en el templo.

El alma: Mamá mía, tus lecciones me raptan y me descienden hasta en el corazón. Ah, Tú que

tanto quieres que tu hija viva de Voluntad Divina, con tu imperio vacíame de todo, infún-deme el valor necesario para que dé muerte a mi voluntad y yo confiando en ti te diré: "Quiero vivir de Voluntad Divina".

Florecilla: Hoy, para honrarme, me darás todos tus actos como prenda de amor hacia Mí y Yo los depositaré en la Divina Voluntad, y me dirás cada vez: "Te amo Mamá mía".

Jaculatoria: Mamá Celestial, vacíame de todo para esconderme en la Voluntad de Dios.

DECIMOQUINTO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Continúa el mismo tema: Su vida en el templo.

El alma a la Reina del Cielo: Mamá Reina, he aquí a tu hija a tu lado para seguir tus pasos al entrar al templo y oh,

cómo quisiera que mi Mamá tomara mi pequeña alma y la encerrara en el templo vivo de la Voluntad de Dios, que me aislara de todos excepto de mi Jesús y de su dulce compañía.

Lección de la Reina del Cielo: Hija mía queridísima, cómo me es dulce tu susurro a mi oído, al decirme que quieres

que te encierre en el templo vivo de la Divina Voluntad y que no quieres otra compañía más que la de tu Jesús y la mía, ah, hija querida, tú haces surgir en mi materno Corazón las alegrías de verdadera Madre. Y si esto me dejas hacer, Yo estoy segura de que mi hija será feliz, mis alegrías serán las suyas, y tener una hija feliz es la más grande felicidad y gloria de un corazón materno.

Ahora escúchame, hija mía. Yo llegué al templo sólo para vivir de Voluntad Divina. Mis santos padres me entregaron a los Superiores del templo, quienes me consagraron al Se-ñor. Mientras eso sucedía, Yo estaba vestida de fiesta, y cantaron himnos y profecías rela-cionadas con el futuro Mesías, ¡oh cómo se alegró mi Corazón! Después di con valor el "adiós" a mis queridos y santos padres, les besé la mano, les agradecí por los cuidados que habían tenido de mi infancia y por haberme consagrado al Señor con tanto amor y sacrifi-cio. Mi actitud pacífica, sin llanto y resuelta infundió en ellos tanto valor que tuvieron la fuerza de dejarme y alejarse de Mí. La Voluntad Divina imperaba sobre Mí y extendía su Reino en todos esos actos míos. Oh potencia del Fiat, sólo tú podías darme, aún tan pe-

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queñita, el heroísmo y la fuerza de separarme de quienes tanto me amaban y que Yo veía que sentían destrozárseles el corazón al separarse de Mí.

Me encerré, entonces, hija mía, en el templo, y el Señor lo quiso para hacerme exten-der en los actos que debía hacer en él, el Reino de la Divina Voluntad, para preparar el te-rreno con mis actos humanos y el cielo de la Divina Voluntad que debía formarse sobre es-te terreno, para todas las almas consagradas al Señor. En aquel sagrado lugar Yo era aten-tísima a todos los deberes que tenía que hacer, era pacífica con todos, jamás fui para nin-guno causa de amargura o de molestia, me sometía a los servicios más humildes y no en-contraba dificultad en nada, ni en barrer, ni en lavar los platos... cualquier sacrificio era pa-ra mí un honor y un triunfo. Y ¿quieres saber el porqué? Porque Yo no veía nada, todo para Mí era Voluntad de Dios. La campanita que me llamaba era el Fiat, Yo oía el sonido miste-rioso del Querer Divino que me llamaba en el sonido de la campanita y mi Corazón gozaba y corría para ir a donde el Fiat me llamaba; la regla era la Divina Voluntad y a mis Superio-res los veía como exponentes de aquel Querer tan santo. Así que para Mí, la campanita, la regla, los Superiores, mis acciones, aun las más humildes, eran alegrías y fiestas que me preparaba el Fiat Divino, el cual, extendiéndose aun fuera de Mí, me llamaba a extender su Voluntad para formar su Reino en los más pequeños actos míos. Y Yo hacía como el mar que esconde todo lo que posee y no deja ver más que agua, escondía todo en el mar in-menso del Fiat Divino y no veía más que mar de Voluntad Divina y por eso todas las cosas me llevaban felicidad y fiestas. ¡Ah, hija mía! En mis actos corrías tú y todas las almas; Yo no sabía hacer nada sin mi hija, pues era precisamente para mis hijos para quienes prepa-raba el Reino de la Divina Voluntad.

Oh, si todas las almas consagradas al Señor en los lugares santos hicieran desaparecer todo en la Divina Voluntad, qué felices serían, convertirían a las comunidades en tantas familias celestiales y poblarían la tierra de tantas almas santas. Pero ¡ay!, debo decirlo con dolor de Madre, ¿cuántas amarguras, molestias, discordias no hay...? Siendo que la santi-dad no está en el oficio que les toca sino en cumplir la Voluntad Divina en cualquier oficio asignado a ellas, la cual es la pacificadora de las almas y la fuerza y sostén en los sacrificios más duros.

El alma: Oh Mamá Santa, cuán bellas son tus lecciones, qué dulcemente descienden a mi cora-

zón. Ah, te pido que extiendas en mí el mar del Fiat Divino y lo pongas en torno a mí a fin de que tu hija no vea y no conozca nada más que la Divina Voluntad, de modo que nave-gando siempre en Ella, pueda conocer sus secretos, sus alegrías y su felicidad.

Florecilla: Hoy, para honrarme, me harás doce actos de amor para honrar los doce años que viví en el templo, pidiéndome que te admita a la unión con mis actos.

Jaculatoria: Reina Mamá, enciérrame en el sagrado templo de la Voluntad de Dios.

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DECIMOSEXTO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Continúa su vida en el templo y forma el nuevo día para hacer surgir el resplandeciente Sol del Verbo Divino en la tie-rra.

El alma a su Mamá Celestial: Mamá mía dulcísima, siento que me has robado el corazón y yo corro hacia mi Mamá

que tiene mi corazón en el suyo como prenda de mi amor, y en el lugar de mi corazón quiere poner como prenda de su amor de Madre la Divina Voluntad, por eso vengo a tus brazos para que como hija tuya me prepares, me des tus lecciones y hagas lo que Tú quie-ras de mí. Te pido que no dejes nunca sola a tu hija, sino que la tengas siempre, siempre junto contigo.

Lección de la Reina del Cielo: Hija mía queridísima, ¡oh, cómo suspiro tenerte siempre junto conmigo, quisiera ser tu

latido, tu respiro, las obras de tus manos, el paso de tus pies, para hacerte sentir por medio mío cómo obraba la Divina Voluntad en Mí, quisiera derramar en ti su Vida. ¡Oh, cómo Ella es dulce, amable, encantadora y raptora! ¡Oh, cómo me harías doblemente feliz si te tuvie-ra a ti, hija mía, bajo el imperio total de ese Fiat Divino que formó toda mi fortuna, mi feli-cidad y mi gloria!

Ahora, préstame atención y escucha a tu Mamá que quiere compartir junto contigo su fortuna. Yo continué mi vida en el templo, pero el Cielo para Mí no estaba cerrado, Yo po-día ir cuantas veces quisiera, tenía el paso libre para subir y bajar. En el Cielo tenía mi Fami-lia Divina y Yo ardía y suspiraba por entretenerme junto con Ella; la misma Divinidad me esperaba con mucho amor para conversar junto conmigo, para gozarse y hacerme más fe-liz, más bella, más querida a sus ojos. Por lo demás, no me habían creado para mantener-me lejos, ¡no, no! Querían gozarme como hija, querían oír cómo mis palabras animadas por el Fiat tenían la potencia de poner paz entre Dios y las criaturas, les placía ser vencidos por su pequeña hija y oírse repetir: "Descienda, descienda el Verbo a la tierra." Puedo decir que la misma Divinidad me llamaba y Yo corría, volaba hacia Ellos, mi presencia, como no había hecho nunca mi voluntad humana, les correspondía por el amor y por la gloria de la gran obra de toda la creación, y por eso me confiaban el secreto de la historia del género humano y yo pedía y pedía para que llegara la paz entre Dios y el hombre. Hija mía, debes saber que la voluntad humana fue la única que cerró el Cielo y por eso no le era dado pe-netrar en aquellas celestes regiones ni tener relación familiar con su Creador, es más, la vo-luntad humana lo había arrojado lejos de Aquél que la había creado. Cuando el hombre se sustrajo de la Voluntad Divina se volvió miedoso, tímido, perdió el dominio de sí mismo y de toda la creación; todos los elementos, como estaban dominados por el Fiat, habían quedado superiores a él y le podían hacer mal, el hombre tenía miedo de todo. ¿Y te pare-ce poco, hija mía, que aquél que había sido creado rey y dominador de todo llegaba a tener miedo de Aquél que lo había creado? Extraño, hija mía, y diría que es casi contra naturale-za que un hijo tenga miedo de su padre, mientras que es natural que cuando se genera, genera a la vez amor y confianza entre padre e hijo, y esto se puede llamar la primera he-rencia que le toca al hijo y el primer derecho que le toca al padre. Así que Adán, al hacer su

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voluntad, perdió la heredad de su Padre, perdió su Reino y se volvió el hazmerreír de todas las cosas creadas.

Hija mía, escucha a tu Madre y pondera bien el gran mal de la voluntad humana: ella quita los ojos al alma y la hace ciega, de tal manera que todo es tinieblas y temor para la pobre criatura. Por eso, pon la mano sobre tu corazón y júrale a tu Mamá que prefieres morir antes que hacer tu voluntad.

Yo, al no hacer nunca mi voluntad no tenía ningún temor de mi Creador. ¿Cómo podía tener temor si me amaba tanto? Su Reino se extendía tanto en Mí que con mis actos iba formando el pleno día para hacer surgir el nuevo Sol del Verbo Eterno sobre la tierra, y Yo, conforme veía que se iba formando el día, aumentaba mis súplicas para obtener el suspi-rado día de la paz entre el Cielo y la tierra.

Mañana te espero para narrarte otra sorpresa de mi vida acá abajo.

El alma: Soberana Mamá mía, cómo son dulces tus lecciones. Ah, cómo me hacen comprender

el gran mal de mi voluntad humana. Oh, cuántas veces también yo siento en mí temor, ti-midez y me siento como lejana de mi Creador. Ah, es mi voluntad humana que reina en mí y no la Divina y por eso yo siento sus tristes efectos. Así que si me amas como hija toma mi corazón en tus manos y quítame el temor, la timidez que me impide el vuelo hacia mi Creador y en lugar de ellas pon en mí aquel Fiat que tanto amas y que quieres que reine en mi alma.

Florecilla: Hoy, para honrarme, pondrás en mis manos todo lo que sientes de molestia, de temor, de desconfianza, para que te lo convierta en Voluntad de Dios, diciéndome tres veces: "Mamá mía, haz que reine la Divina Voluntad en mi alma".

Jaculatoria: Mamá mía, confianza mía, forma el día de la Voluntad Divina en mi alma.

DECIMOSÉPTIMO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Sale del templo. Se desposa con San José. Es Espejo Divino en el que llama a reflejarse a todos aquéllos que son llama-dos por Dios al estado conyugal.

El alma a su Mamá Celestial: Mamá Santa, hoy más que nunca siento la necesidad de permanecer estrechada entre

los brazos de mi Mamá, para que el Divino Querer que reina en ti forme el dulce encanto a mi voluntad, a fin de que esté dominada y no se atreva a hacer algo que no sea Voluntad de Dios. Tus lecciones de ayer me hicieron comprender la cárcel a la que la voluntad hu-mana arroja a la pobre criatura y yo temo que la mía haga sus escapadas y vuelva a tomar su lugar en mí. Por eso, me confío a ti, Mamá, a fin de que Tú me vigiles tanto que yo pue-da estar segura de vivir siempre de Voluntad Divina.

Lección de la Reina del Cielo: Hija mía, ánimo y confianza en tu Mamá y propósito férreo de nunca dar vida a tu vo-

luntad. Oh, cómo me gustaría escuchar de tus labios: "Mamá mía, mi voluntad se acabó, todo el imperio lo tiene en mí el Fiat Divino". Y esas son las armas que la hacen estar mu-riendo continuamente y vencen el Corazón de tu Mamá para usar todas las artes amorosas

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de Madre para que su hija viva en el reino de su Mamá. Para ti será dulce muerte que te dará la verdadera vida y para Mí será la más bella de las victorias que haré en el Reino de la Divina Voluntad. Por eso, confianza en Mí y valor. La desconfianza es de los viles y de aqué-llos que no están verdaderamente decididos a obtener la victoria y por eso permanecen siempre sin armas, y sin armas no se puede vencer, están siempre vacilantes y son intermi-tentes en hacer el bien.

Ahora, hija mía, escúchame: Yo continuaba mi vida en el templo y con mis escapadas a allá arriba, a mi Patria Celestial. Yo tenía mis derechos de hija de visitar a mi Familia Divina, que me pertenecía más que Padre. Pero ¿cuál no fue mi sorpresa cuando en una de estas visitas Dios me hizo conocer que era su Voluntad que Yo saliera del templo uniéndome con vínculo de desposorios, según el uso de aquellos tiempos, con un hombre santo llamado José, para retirarme después con él a vivir en la casa de Nazaret? Hija mía, en este paso de mi vida aparentemente parece que Dios quería ponerme una prueba. Yo nunca había amado a nadie en el mundo, y como la Voluntad Divina se extendía en todo mi ser y mi vo-luntad humana no había tenido nunca un acto de vida, por lo tanto en Mí faltaba el ger-men del amor humano, ¿cómo habría entonces podido amar a un hombre en el orden humano, por santo que fuera? Es verdad que yo amaba a todos y era tanto mi amor hacia todos que este amor de Madre había escrito en mi Corazón materno con caracteres de fuego imborrable a uno por uno, pero este amor era totalmente en el orden del amor di-vino. El amor humano, comparado con el Divino, puede llamarse sombra, humo, átomo de amor...

Sin embargo, querida hija, de esto que aparentemente parecía riesgo y como extraño a la santidad de mi vida, Dios se sirvió admirablemente para cumplir sus designios y conce-derme la gracia tan suspirada por Mí: el descendimiento del Verbo a la tierra. Dios me da-ba la salvaguardia, la defensa, la ayuda para que ninguno pudiera hablar mal de Mí, de mi honestidad. San José debía ser el cooperador, el tutor que se debía ocupar de lo poco de humano que se necesitaba, la sombra de la Paternidad celestial bajo la cual debía formarse nuestra pequeña familia celestial en la tierra.

Entonces, a pesar de mi sorpresa, dije inmediatamente Fiat, sabiendo que la Divina Vo-luntad no me habría hecho mal ni habría perjudicado mi santidad. En cambio, si hubiera querido poner un acto de mi voluntad humana, aun bajo el aspecto de no querer conocer hombre, hubiera mandado a la ruina los planes de la venida del Verbo a la tierra.

Por lo tanto, no es la diversidad de los estados lo que perjudica la santidad, sino la falta de la Divina Voluntad y del cumplimiento de los propios deberes en el estado al cual Dios llama a la criatura. Todos los estados son santos, también el matrimonio, siempre y cuando esté dentro la Divina Voluntad y el sacrificio en el cumplimiento exacto de los propios de-beres. Sin embargo, la mayor parte de hombres y mujeres son indolentes y flojos y no sólo no se hacen santos, sino que forman del estado de cada uno, unos un purgatorio y otros un infierno.

En cuanto conocí que debía salir del templo, Yo no dije palabra a nadie y esperé que Dios mismo moviera las circunstancias externas para hacerme cumplir su adorable Volun-tad. Como de hecho sucedió: Los Superiores del templo me llamaron y me dijeron que era voluntad de ellos y también el uso de aquellos tiempos, que Yo debía prepararme a los es-

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ponsales; Yo acepté y milagrosamente la elección recayó, entre tantos, en San José; así que se celebraron los esponsales y Yo salí del templo.

Por esto te pido, hija de mi Corazón, que en todas las cosas te importe únicamente la Divina Voluntad si quieres que los designios divinos se cumplan también en ti.

El alma: Reina Celestial, tu hija se confía a ti y con mi confianza quiero herirte el Corazón, y esta

herida diga siempre en tu materno Corazón: ¡Fiat, Fiat, Fiat!, te pide siempre tu pequeña hija.

Florecilla: Hoy, para honrarme, vendrás a mis rodillas y rezarás quince Gloria Patri para agradecer al Señor todas las gracias que me concedió hasta los quince años de mi vida, es-pecialmente porque me dio por compañía a un hombre tan santo como fue San José.

Jaculatoria: Reina poderosa, dame las armas para ganar la Voluntad de Dios.

DECIMOCTAVO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. En la casa de Nazaret. Cielo y tierra están a punto de darse el beso de paz. La hora divina está cercana.

El alma a su Mamá Reina: Mamá mía Soberana, estoy de regreso para seguir tus pasos; tu amor me ata y como

imán potente me tiene fija y toda ocupada en escuchar las bellas lecciones de mi Mamá. Pero esto no me basta; si me amas como hija, enciérrame dentro del Reino de la Divina Vo-luntad en el cual viviste y vives y cierra la puerta, de modo que, aunque lo quisiera, no pueda salirme jamás, y así, Madre e hija haremos vida común y ambas seremos felices.

Lección de la Reina del Cielo: Hija mía queridísima, ¡si tú supieras cuánto suspiro por tenerte encerrada en el Reino

de la Divina Voluntad! Cada lección que te doy es una barrera de más que formo para im-pedirte salir, es una fortaleza más para poner tu voluntad entre muros a fin de que com-prenda y quiera permanecer bajo el dulce imperio del Fiat Supremo. Por esto, sé atenta al escucharme porque es trabajo que tu Mamá hace para seducir y raptar tu voluntad y para hacer triunfar en ti a la Voluntad Divina.

Escúchame pues, querida hija. Yo salí del Templo con el mismo valor con el que entré y solamente para cumplir la Divina Voluntad. Iba a Nazaret y no encontraría ya a mis queri-dos y santos padres; iba acompañada sólo por San José. Yo veía en él a mi buen ángel que Dios me había dado para mi custodia, además de que tenía legiones de ángeles que me acompañaban en el viaje y todas las cosas creadas me hacían inclinaciones de honor y... agradeciéndoles, daba a cada una de ellas mi beso y mi saludo de Reina... Y así llegué a Na-zaret.

Debes saber que San José y Yo nos mirábamos con recato y los dos sentíamos el cora-zón ansioso, pues uno quería hacer conocer al otro recíprocamente que estaba atado a Dios con el voto de virginidad perpetua. Al fin se rompió el silencio y mutuamente nos hi-cimos conocer el voto. ¡Cómo nos sentimos felices! Y agradeciéndole al Señor nos prome-timos vivir juntos como hermano y hermana.

Yo era atentísima en servirlo; nos mirábamos con veneración, y la aurora de la paz

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reinaba en medio de nosotros. ¡Oh, si todos reflejándose en Mí me imitaran...! Yo me adaptaba a la vida común, nada dejaba transparentar de los grandes mares de gracia que poseía. En la casa de Nazaret Yo me sentía más que nunca encendida y pedía que el Verbo Divino descendiera a la tierra.

La Divina Voluntad que reinaba en Mí no hacía otra cosa que investir todos mis actos de luz, de belleza, de santidad, de potencia. Yo sentía que Ella formaba en Mí el Reino de la Luz que siempre surge, el Reino de la belleza, de la santidad y de la potencia que siempre crecen. Así que todas las cualidades divinas que el Fiat Divino extendía en Mí con su reinar, me llevaban la fecundidad; la luz que me invadía era tanta que mi misma humanidad que-daba en tal modo embellecida y revestida por este Sol del Querer Divino, que producía continuamente flores celestiales. Yo sentía que el Cielo descendía hasta Mí y que la tierra de mi humanidad subía, y Cielo y tierra se abrazaban y se daban un recíproco beso de paz y de amor; y la tierra se disponía a producir el germen para formar al Justo, al Santo y el Cie-lo se abría para hacer descender al Verbo Divino en este germen.

Yo no hacía más que bajar y subir a mi Patria Celestial y arrojarme en los brazos pater-nos de mi Padre Celestial diciéndole de corazón: "Padre Santo, no puedo más, me siento quemar, y mientras ardo siento en Mí una fuerza potente que quiere vencerte, con las ca-denas de mi amor quiero atarte para desarmarte a fin de que ya no tardes más; en las alas de mi amor quiero transportar al Verbo Divino del Cielo a la tierra", y rezaba y lloraba para ser escuchada.

La Divinidad vencida finalmente por mis lágrimas y oraciones me aseguró: "Hija, ¿quién te podrá resistir? ¡Tú has vencido! La hora divina está próxima. Vuelve a la tierra y continúa tus actos en la potencia de mi Querer, pues con ellos, todos quedarán sacudidos y Cielo y tierra se darán el beso de paz."

Pero a pesar de esto, Yo no sabía aún que Yo debía ser la Madre del Verbo Eterno. Querida hija, escúchame y comprende bien qué significa vivir de Voluntad Divina: Yo,

al vivir de Ella, formé su Cielo y su Reino Divino en mi alma; si no hubiera formado en Mí este Reino, el Verbo no habría nunca podido descender del Cielo a la tierra. Si descendió fue porque bajó a su Reino que la Divina Voluntad había formado en Mí, y encontró en Mí su Cielo y sus alegrías divinas. Jamás el Verbo habría descendido a un reino extraño a Él, ¡no, no! Quiso primero formar su Reino en Mí y luego bajar cual vencedor en su reino.

Y no sólo esto, sino que con vivir siempre de Voluntad Divina, Yo adquirí por gracia lo que en Dios es naturaleza, es decir, la fecundidad divina, para formar, sin obra de hombre, el germen para hacer brotar de Mí la Humanidad del Verbo Eterno. Oh, ¿qué cosa no pue-de hacer la Divina Voluntad obrante en una criatura? ¡Ella puede hacer todo y todos los bienes posibles e imaginables!

Por eso, anhela con todas tus fuerzas que todo sea en ti Voluntad Divina si quieres imi-tar a tu Mamá y hacerme feliz y contenta.

El alma: Mamá Santa, si Tú quieres, puedes; si tuviste el poder para vencer aun a Dios y hacerlo

descender del Cielo a la tierra, no te faltará poder para vencer a mi voluntad para que ya no tenga vida. Yo espero en ti y obtendré todo de ti.

Florecilla: Hoy, para honrarme, me harás una visita a la casa de Nazaret y en homenaje

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me darás todos tus actos para que los una a los míos para convertirlos en Voluntad Divina. Jaculatoria: Emperatriz Celestial, trae el beso de la Voluntad de Dios a mi alma.

DECIMONOVENO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Las puertas del Cielo se abren. El Verbo Eterno se pone a observar y envía a su Ángel para anunciar a la Santísima Virgen que la hora de Dios ha llegado.

El alma a su Mamá Celestial: Mamá Santa, heme aquí de nuevo sobre tus rodillas, tu hija desea el alimento de tu pa-

labra dulcísima, la cual me da el bálsamo para sanar las heridas de mi miserable voluntad humana. Mamá mía, háblame, desciendan tus potentes palabras a mi corazón y formen una nueva creación para formar el germen de la Divina Voluntad en mi alma.

Lección de la Reina Soberana: Hija queridísima, es precisamente ésta la finalidad que Yo busco: hacerte oír los arca-

nos celestiales del Fiat Divino y los portentos que puede obrar en donde reina completa-mente, y el gran mal que le viene a quien se hace dominar del querer humano, a fin de que ames al primero, para dejarle formar su trono en ti y aborrezcas al segundo, para hacer de tu voluntad humana el escabel del Querer Divino, teniéndola sacrificada a sus pies divinos.

Ahora, hija mía, escúchame: Yo continuaba mi vida en Nazaret, el Fiat Divino continua-ba extendiendo en Mí su Reino, se servía de los más pequeños e indiferentes actos míos, como eran: mantener el orden en nuestra casita, encender el fuego, barrer, y todos los demás servicios que se hacen en la familia, para hacerme sentir su misma Vida palpitante en el fuego, en el agua, en el alimento, en el aire que respiraba, en todo, e invistiendo mis pequeños actos formaba en ellos mares de luz, de gracia, de santidad. Porque donde reina el Divino Querer tiene la potencia de formar, de las pequeñeces, nuevos cielos de belleza encantadora, pues siendo inmenso no sabe hacer cosas pequeñas, sino que con su poten-cia da valor a las pequeñeces y las convierte en las cosas más grandes, tanto de dejar ató-nitos Cielos y tierra. Todo es santo, todo es sagrado para quien vive de Voluntad Divina.

Ahora, hija de mi Corazón, pon atención y escúchame: Unos días antes de que el Verbo descendiera a la tierra, Yo veía el Cielo abierto y el Sol del Verbo Divino a sus puertas, co-mo buscando hacia quién debía emprender su vuelo para hacerse el Celestial Prisionero de una criatura. ¡Oh, cómo era bello verlo a las puertas del Cielo en actitud de vigilar y espiar a la afortunada criatura que debía albergar a su Creador! La Sacrosanta Trinidad no miraba más a la tierra como si le fuera extraña, no, porque estaba la pequeña María, que pose-yendo su misma Voluntad, había formado el Reino Divino en el cual el Verbo podía des-cender seguro, como en su propia morada, en donde encontraba el Cielo y los tantos soles de los tantos actos de Voluntad Divina hechos en mi alma. La Divinidad tuvo como una ex-plosión de amor y quitándose el manto de Justicia que desde hacía tantos siglos había mantenido en relación a las criaturas, se cubrió con el manto de la Misericordia infinita y decretó el descendimiento del Verbo. ¡Y está a punto de sonar la hora de la Encarnación! Ante esta llamada, Cielos y tierra quedaron estupefactos y se pusieron en actitud atenta para ser espectadores de este exceso de amor tan grande y de un prodigio tan inaudito.

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Tu Mamá se sentía incendiada de amor y haciendo eco al amor de mi Creador quería formar un solo mar de amor, a fin de que en él descendiera el Verbo a la tierra; mis oracio-nes eran incesantes y... mientras rezaba en mi cuartito, un Ángel, enviado desde el Cielo como mensajero del Gran Rey, se apareció frente a Mí e inclinándose me saludó: "Dios te salve, oh María, Reina nuestra, el Fiat Divino te ha llenado de gracia. Él ya pronunció el Fiat de que quiere descender, ya está a mis espaldas..., pero quiere tu Fiat para formar el cum-plimiento de su Fiat".

Ante este anuncio tan grande y tan deseado por Mí, pero como nunca había pensado que Yo fuera la Elegida, quedé asombrada y me turbé por un instante, pero el Ángel del Señor agregó: "No temas, ¡Reina nuestra!, porque has hallado gracia delante de Dios, Tú has vencido a tu Creador, por eso, para cumplimiento de la victoria, pronuncia tu Fiat". Pronuncié el Fiat y ¡oh maravilla! ¡Los dos Fiat se fundieron y el Verbo Divino descendió en Mí!

Mi Fiat, como estaba valorizado por el mismo valor del Fiat Divino, formó, del germen de mi humanidad, la pequeñísima Humanidad que debía encerrar al Verbo y así se cumplió el gran prodigio de la Encarnación.

¡Oh potencia del Fiat Supremo, Tú me elevaste tanto que me hiciste tan potente hasta poder Yo crear en Mí la Humanidad que debía encerrar al Verbo Eterno, a Aquél a quien Cielos y tierra no pueden contener!

Los Cielos se sacudieron y toda la creación se puso en actitud de fiesta y exultando de alegría miraban la humilde casita de Nazaret para ofrecer sus homenajes y obsequios al Creador humanado, y en su mudo lenguaje decían: "¡Oh prodigio de los prodigios que sólo un Dios podía hacer: la Inmensidad se ha empequeñecido, la potencia ha quedado impo-tente, la Altura inalcanzable se ha abajado hasta el abismo del seno de una Virgen, perma-neciendo a un mismo tiempo pequeño e inmenso, potente e impotente, fuerte y débil!"

Querida hija mía, tú no puedes comprender lo que tu Mamá sintió en el acto de la En-carnación del Verbo. Todos me apresuraban y esperaban mi Fiat, podría decir, omnipoten-te.

Hija querida, fíjate cuánto te debe importar el hacer y el vivir de Voluntad Divina. Mi potencia existe aún. Déjame pronunciar mi Fiat en tu alma, pero para pronunciarlo quiero el tuyo. Solo, no se puede hacer ningún bien verdadero, siempre entre dos se hacen las obras más grandes. Dios mismo no quiso obrar solo para formar el gran prodigio de la En-carnación sino que me quiso junto, en mi Fiat y en el suyo juntos se formó la vida del Hom-bre Dios y se reparó el destino del género humano. El Cielo ya no estuvo cerrado y todos los bienes quedaron encerrados entre dos Fiat. Por eso pronunciémoslo juntas: ¡Fiat, Fiat! Y mi amor materno encerrará en ti la Vida de la Divina Voluntad.

Por hoy basta. Mañana te espero de nuevo para narrarle a mi hija la continuación de la Encarnación.

El alma: Mamá bella, yo me siento maravillada al escuchar tus hermosas lecciones. Ah, te pido

que pronuncies tu Fiat en mí y yo pronuncio el mío, a fin de que quede concebido en mí ese Fiat que Tú tanto anhelas que como vida reine en mí.

Florecilla: Hoy, para honrarme, vendrás a dar el primer beso a Jesús y le dirás por nue-

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ve veces que quieres vivir de su Voluntad y Yo repetiré el prodigio de hacer concebir a Je-sús en tu alma.

Jaculatoria: Reina Poderosa, pronuncia tu Fiat y crea en mí la Voluntad de Dios.

VIGÉSIMO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. La Virgen: Cielo tachonado de es-trellas y en este Cielo el Sol Divino con sus refulgentes rayos llena ya el Cielo y la tierra. Jesús en el seno de su Mamá. Visita a Isabel y santificación de Juan.

El alma a su Madre Reina: Heme aquí de nuevo contigo, Mamá mía Celestial; vengo a alegrarme junto contigo y

postrándome ante tus santos pies, te saludo: ¡llena de gracia y Madre de Jesús! ¡Oh, de ahora en adelante no te encontraré ya sola, Mamá, porque encontraré contigo

a mi pequeño prisionero Jesús! Así que seremos tres, no dos: la Mamá, Jesús y yo. ¡Oh, qué gran fortuna es la mía! Si quiero encontrar a mi pequeño Rey Jesús, basta que venga con su Mamá y mía!

¡Oh, Mamá Santa, desde la altura de Madre de Dios en la que te encuentras, ten pie-dad de esta tu pequeña y miserable hija, dirige la primera palabra por mí al pequeño pri-sionero Jesús, a fin de que me dé la gran gracia de vivir de su Voluntad Divina!

Lección de la Reina del Cielo, Madre de Jesús: Hija mía querida, hoy te espero más que nunca; mi Corazón Materno está henchido y

siento la necesidad de desahogar mi ardiente amor con mi hija. Quiero decirte que soy Madre de Jesús. Mis alegrías son infinitas, mares de felicidad me inundan. Puedo decir: ¡soy Madre de Jesús...! ¡Su criatura, su esclava es Madre de Jesús...! ¡Y sólo al Fiat Divino lo debo! Él me hizo llena de gracia y preparó la digna habitación para mi Creador. Por eso, gloria, honor, agradecimiento sean siempre para el Fiat Supremo.

Ahora escúchame, hija de mi Corazón: En cuanto se formó mediante la potencia del Fiat Divino la pequeña Humanidad de Jesús en mi seno, el Sol del Verbo eterno se encarnó en Ella. Yo poseía mi Cielo formado por el Fiat Divino, todo tachonado de estrellas muy resplandecientes que emitían alegrías, armonías de bellezas divinas y el Sol del Verbo Eterno, fulgurante de luz inaccesible, vino a tomar su puesto dentro de este Cielo, escondi-do en su pequeña Humanidad, la cual, no pudiéndolo contener, el centro del Sol estaba en ella, pero su luz se desbordaba fuera e invistiendo Cielo y tierra llegaba a cada corazón y con el toque de su luz llamaba a las puertas de cada criatura y con voz de luz penetrante les decía: "Hijos míos, abridme, dadme lugar en vuestro corazón, he descendido del Cielo a la tierra para formar en cada uno de vosotros mi Vida; mi Madre es el centro en el cual Yo resido y todos vosotros, hijos míos, seréis la circunferencia donde quiero formar tantas vi-das mías por cuantos hijos tengo". Y la luz llamaba y llamaba sin cesar y la pequeña Huma-nidad de Jesús gemía, lloraba, sufría y dentro de esa luz que llegaba a los corazones, hacía correr sus lágrimas, sus gemidos y sus espasmos de amor y de dolor...

Ahora, debes saber que para tu Mamá empezó una nueva vida. Yo estaba al tanto de todo lo que obraba mi Hijo, lo veía devorado por inmensas llamas de amor; de cada uno de sus latidos, respiros y penas eran mares de amor que hacía salir, con los cuales envolvía a

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todas las criaturas para hacerlas suyas a fuerza de amor y de dolor. Porque, debes saber, que en cuanto fue concebida su pequeña Humanidad, Jesús con-

cibió en Sí todas las penas que habría de sufrir hasta la última de su vida, encerró en Sí mismo a todas las almas, porque como Dios nadie le podía escapar: su inmensidad ence-rraba a todas las criaturas y su omnividencia las hacía presentes a todas, por lo tanto mi Je-sús, mi Hijo, sentía el peso y la carga de todos los pecados de cada criatura y Yo, tu Mamá, lo seguía en todo. Y sentí en mi Corazón Materno la nueva generación de las penas de mi Jesús y la nueva generación de todas las almas que como Madre debía junto con Él generar a la gracia, a la Luz y a la nueva Vida que mi querido Hijo vino a traer a la tierra.

Hija mía, has de saber que desde que fui concebida, Yo te amé como Madre, te sentí en mi Corazón, ardí de amor por ti, pero no comprendía por qué el Fiat Divino me hacía hacer esos actos, me tenía velado el secreto. Pero cuando se encarnó el Verbo, me develó el secreto y comprendí la fecundidad de mi maternidad, de que no sólo debía ser Madre de Jesús sino Madre de todos, y esta maternidad debía ser formada en la hoguera del dolor y del amor. ¿Ves, hija mía, cuánto te amé y cuánto te amo?

Ahora escucha, hija querida, hasta dónde se puede llegar cuando el Divino Querer to-ma la vida obrante en la criatura y la voluntad humana la deja obrar sin impedirle el paso: este Fiat, que por naturaleza posee la virtud generativa, genera todos los bienes en la cria-tura, la hace fecunda dándole la maternidad sobre todos, sobre todos los bienes y sobre Aquél que la creó. maternidad significa verdadero amor, amor heroico, amor que se con-tenta con morir con tal de dar vida a quien ha generado; si no existe esto, la palabra ma-ternidad es estéril, está vacía y se reduce a palabras pues con los hechos no existe. Por eso, hija mía, si quieres la generación de todos los bienes, haz que el Fiat tenga en ti vida obran-te, el cual te dará la maternidad y amarás todo con amor de madre y Yo, tu Mamá, te en-señaré el modo para hacer fecunda en ti esta maternidad toda santa y divina.

Ahora sígueme y escúchame. En cuanto fui Madre de Jesús y Madre tuya, mis mares de amor se multiplicaron y no pudiéndolos contener todos en Mí, sentía la necesidad de expandirlos y de ser aun a costa de grandes sacrificios, la primera portadora de Jesús a las criaturas, y ¿por qué digo sacrificios? Cuando se ama de verdad, los sacrificios y las penas son refrigerios, son alivios y desahogos del amor que se posee.

¡Oh, hija mía, si tú no conoces el bien del sacrificio, si no sientes cómo te da las alegrías más íntimas, es señal de que la Divina Voluntad no reina completamente en ti, pues Ella es la única que da tal fuerza al alma hasta hacerla invencible y capaz de soportar cualquier pena!

Pon la mano en tu corazón y mira cuántos vacíos de amor hay. Reflexiona: esa secreta estima de ti misma, ese turbarte por la más mínima contrariedad, esos apegos que sientes a cosas y a personas, ese cansancio en el bien, ese fastidio que sientes con lo que no va de acuerdo a tus deseos... equivalen a otros tantos vacíos de amor en tu corazón, vacíos que te privan de la fuerza y del deseo de ser colmada de Voluntad Divina. ¡Oh, cómo sentirás también tú la virtud reconfortante y conquistante en tus sacrificios si llenas de amor estos vacíos! Hija, dame la mano y sígueme para que Yo continúe dándote mis lecciones:

Salí entonces de Nazaret, acompañada de San José, afrontando un largo viaje, atrave-sando montes para ir a visitar en Judea a Isabel, quien en su vejez milagrosamente se había

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convertido en madre. Yo fui a ella no para hacerle una simple visita, sino porque ardía por el deseo de llevarle a Jesús. La plenitud de gracia, de amor, de Luz que sentía en Mí, me empujaba a llevar, a multiplicar y centuplicar la vida de mi Hijo en todas las criaturas.

Sí, hija mía, el amor de Madre que tuve por todos los hombres y por ti en particular, fue tan grande, que sentí la extrema necesidad de dar a todos a mi querido Jesús, para que todos lo pudieran poseer y amar. El derecho de Madre que me concedió el Fiat Divino, me enriqueció con tal potencia que podía multiplicar tantas veces a Jesús por cuantas eran las criaturas. Este era el milagro más grande que Yo podía realizar: tener a Jesús para darlo a quienquiera que lo deseara. ¡Oh, cómo me sentía feliz! ¡Cómo quisiera que también tú, hija mía, acercándote a las demás personas y haciéndoles visitas, fueras siempre portadora de Jesús, capaz de hacerlo conocer y deseosa de hacerlo amar!

Después de algunos días de viaje, llegué finalmente a Judea y prontamente me dirigí a la casa de Isabel, quien me salió al encuentro alegremente. Al saludo que le di sucedieron hechos maravillosos: mi pequeño Jesús exultó en mi seno y fijando con los rayos de su propia Divinidad al pequeño Juan en el seno de su madre, lo santificó, le dio el uso de ra-zón y le hizo conocer que Él era el Hijo de Dios; Juan entonces exultó de amor y de alegría tan fuertemente que Isabel se sintió sacudida, e iluminada también por esa luz de la Divi-nidad de mi Hijo, conoció que Yo era ya la Madre de Dios y en la vehemencia de su amor, rebosando de gratitud exclamó: "¿De dónde a mí tanto honor... que la Madre de mi Señor venga a mí?"

Yo no negué el altísimo misterio, sino que lo confirmé humildemente, alabando a Dios con el cántico del Magnificat, por medio del cual la Iglesia continuamente me honra, y anuncié que el Señor había hecho en Mí, su esclava, maravillas, y que por eso todas las ge-neraciones me llamarían Bienaventurada.

Hija mía, Yo me sentía arder por el deseo de dar un desahogo a las llamas de amor que me consumían y de comunicar mi secreto a Isabel, quien también suspiraba por la venida del Mesías a la tierra. El secreto es una necesidad del corazón que irresistiblemente se re-vela a las personas capaces de entenderse. ¿Quién podría decirte cuánto bien llevó mi visi-ta a Isabel, a Juan, y a toda esa casa? Todos quedaron santificados, y llenos de alegría sin-tieron gozos insólitos, comprendieron cosas inauditas y Juan, en particular, recibió todas las gracias que eran necesarias para prepararse a ser el Precursor de mi Hijo.

Queridísima hija, la Divina Voluntad hace cosas grandes y admirables en donde reina. Si Yo obré tantos prodigios, fue porque Ella tenía su puesto de Reina en mí; si también tú haces reinar al Divino Querer en tu alma, serás también la portadora de Jesús a las criatu-ras y sentirás la irresistible necesidad de darlo a todas.

El alma: Mamá Santa, me abandono en tus brazos... ¡Oh, cómo quisiera bañar tus manos ma-

ternas con mis lágrimas para moverte a compasión del estado en que se encuentra mi po-bre alma! ¡Ah, si me amas como Madre, enciérrame en tu Corazón y tu amor queme mis miserias, mis debilidades, y la potencia del Fiat Divino que posees como Reina forme su vi-da obrante en mí, de manera que pueda decir: "Mi Mamá es toda para mí y yo soy toda para Ella!"

Junto con Jesús desciende a mi alma, renueva en mí la visita que hiciste a Santa Isabel

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y los prodigios que obraste. ¡Ah sí, Mamá mía! Tráeme a Jesús; santifícame, con Jesús sa-bré hacer su Santísima Voluntad.

Florecilla: Hoy, para honrarme, agradecerás tres veces al Señor a nombre de todos por haberse encarnado y hecho prisionero en mi seno, dándome el gran honor de elegirme como su Madre.

Jaculatoria: Mamá de Jesús, hazme de Mamá guiándome por el camino de la Divina Voluntad y visita mi alma para preparar una digna habitación a la Divina Voluntad.

VIGESIMOPRIMER DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Sol que surge. Pleno mediodía. El Verbo Eterno en medio de nosotros.

El alma a su Mama Reina: Dulcísima Mamá, mi pobre corazón siente la extrema necesidad de venir sobre tus ro-

dillas maternas para confiar sus pequeños secretos a tu Corazón materno. Escucha, Mamá: al considerar los grandes prodigios que obró en ti el Fiat Divino, siento que no puedo imi-tarte, porque soy pequeña y débil y además las luchas tremendas de mi existencia no me dejan más que un hilo de vida.

Mamá mía, cómo quisiera desahogar mi corazón en el tuyo para hacerte sentir las pe-nas que me amargan y el temor que me tortura de que no pueda cumplir la Divina Volun-tad. Piedad, oh Madre Celestial, piedad, escóndeme en tu Corazón y yo olvidaré todos mis males para recordarme únicamente de vivir de Voluntad Divina.

Lección de la Reina del Cielo, Madre de Jesús: Hija queridísima, no temas, confía en tu Mamá, pon todo en mi Corazón y Yo tendré en

cuenta todo, te haré de Mamá y no sólo cambiaré tus penas en luz, sino que además me serviré de ellas para extender los confines del Reino de la Divina Voluntad en tu alma. Por eso, haz ahora todo a un lado y escúchame, quiero hacerte conocer lo que obró el peque-ño Rey Jesús en mi seno materno y cómo tu Mamá no perdió ni siquiera un respiro del pe-queño Jesús.

Conforme la pequeña Humanidad de Jesús, unida hipostáticamente a su Divinidad, iba creciendo, mi seno materno se hacía más estrecho, oscuro y sin ninguna fisura por donde entrara la luz, así que Yo lo veía en mi seno materno inmóvil, envuelto en una noche pro-funda. Pero ¿sabes tú qué le formaba esta oscuridad tan intensa al Infante Jesús? La volun-tad humana en la cual el hombre voluntariamente se había envuelto, y por cuantos peca-dos cometía tantos abismos de tinieblas formaba alrededor y dentro de sí mismo, de ma-nera que lo inmovilizaba para hacer el bien, y mi querido Jesús para poner en fuga las ti-nieblas de esta noche tan oscura, en la cual el hombre se había hecho prisionero de su misma voluntad tenebrosa hasta perder el movimiento para hacer el bien, escogió la dulce prisión de su Mamá y voluntariamente se ofreció a la inmovilidad de nueve meses.

Hija mía, ¡si supieras cómo mi materno Corazón era martirizado al ver al pequeño Je-sús en mi seno, inmóvil, llorando, suspirando! Su latido ardiente palpitaba fuerte, fuerte y deliraba de amor, hacía sentir su latido en cada corazón para pedirle por piedad su alma a fin de encerrarla en la luz de su Divinidad, y que Él por amor de ellos voluntariamente ha-

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bía cambiado la luz por las tinieblas a fin de que todos pudieran obtener la verdadera luz para salvarse. Hija mía queridísima, ¿quién puede decirte lo que sufrió mi pequeño Jesús en mi seno? ¡Penas inauditas e indescriptibles! Era Dios y hombre, estaba dotado de plena razón, y era tanto su amor que hacía como a un lado los mares infinitos de alegrías, de feli-cidad, de luz y sumergía a su pequeña Humanidad en los mares de tinieblas, de amarguras, de infelicidad y de miseria que le habían preparado las criaturas y que ahora Él se las echa-ba en las espaldas como si fueran suyas.

Hija mía, el verdadero amor nunca dice "basta", no ve las penas sino que por medio de ellas busca al que ama y solamente está satisfecho cuando ofrece la propia vida para dar la vida a aquél que ama.

Hija mía, escucha a tu Mamá, mira qué gran mal es hacer tu voluntad. No sólo prepa-ras la noche a tu Jesús y a ti, sino que también formas mares de amargura, de infelicidad y de miserias en los cuales quedas tan envuelta que no sabes cómo salir. Por esto, sé atenta, hazme feliz diciéndome: "Quiero hacer siempre la Voluntad Divina."

Ahora escucha, hija Mía: el pequeño Jesús entre espasmos de amor se encontraba ya en actitud de mover el paso para salir a la luz del día; sus ansias, sus suspiros, sus ardientes deseos de querer abrazar a la criatura, hacerse ver y mirarla para raptarla en sí, no le da-ban ya descanso, y así como un día se había puesto a observar a las puertas del Cielo para encerrarse en mi seno, así ahora estaba en actitud de observar desde las puertas de mi seno, que era más que Cielo, para que el Sol del Verbo Eterno surgiera en el mundo y for-mara su pleno medio día. Así que para las pobres criaturas no habría ya noche ni alba ni aurora, sino puro Sol, más que en la plenitud del mediodía.

Tu Mamá sentía que no podía contenerlo más dentro de Ella; mares de luz y de amor me inundaban... y como dentro de un mar de luz lo concebí, así dentro de un mar de luz salió de mi seno materno.

Querida hija, para quien vive de Voluntad Divina todo es luz y todo se convierte en luz. Entonces, raptada en esta luz esperaba estrechar entre mis brazos a mi pequeño Jesús. En cuanto salió de mi seno, Yo sentí sus primeros respiros amorosos y el Ángel del Señor lo puso en mis brazos; Yo lo estreché fuertemente a mi Corazón, le di mi primer beso y el pe-queño Jesús me dio el suyo.

Por ahora basta, mañana te espero nuevamente para seguir la narración del nacimien-to de Jesús.

El alma: Mamá Santa, ¡oh, cómo eres afortunada! ¡Tú eres verdaderamente bendita entre to-

das las mujeres! Ah, te pido, por aquellas alegrías que sentiste al estrechar a Jesús en tu regazo y al darle tu primer beso, que me cedas por algunos momentos al pequeño Jesús entre mis brazos, a fin de hacerlo contento diciéndole que juro amarlo siempre, siempre y que no quiero conocer ninguna otra cosa más que su Santa Voluntad

Florecilla: Hoy, para honrarme, vendrás a besar los piecitos al Niño Jesús y le entrega-rás tu voluntad en sus manitas para hacerlo jugar y sonreír.

Jaculatoria: Mamá mía, encierra en mi corazón al pequeño Jesús para que me lo trans-forme todo en Voluntad de Dios.

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VIGESIMOSEGUNDO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. El pequeño Rey Jesús ha nacido, los Ángeles llaman a los pastores a adorarlo; Cielos y tierra exultan. El Sol del Verbo Eterno disipa la noche del pecado y da principio al pleno día de la gracia. Permanencia en Belén.

El alma a su Mamá Celestial: Mamá santa, hoy siento un ímpetu de amor y siento que no puedo estar si no vengo a

tus rodillas maternas para encontrar y gozar al Celestial Niño en tus brazos. Su belleza me arroba; sus miradas me hieren; sus labios en actitud de gemir y de sollozar, me arrebatan el corazón a amarlo. Mamá mía queridísima, yo sé que Tú me amas y por eso te pido que me hagas un lugarcito entre tus brazos para que le dé mi primer beso a Jesús, ponga mi co-razón en el pequeño Rey Jesús, le confíe los secretos que me oprimen tanto y para hacerlo sonreír le diré: "Mi voluntad es tuya y la tuya es mía, por eso forma en mí el Reino de tu Fiat Divino".

Lección de la Reina del Cielo a su hija: Hija mía queridísima, cómo anhelo tenerte entre mis brazos para tener el gran conten-

to de poderle decir a nuestro pequeño Rey niño: "No llores, querido mío, mira, aquí con Nosotros está mi pequeña hija que quiere reconocerte como su Rey y darte el dominio de su alma para que Tú extiendas en ella el Reino de la Divina Voluntad". Ahora, hija de mi Co-razón, mientras admiras al Niño Jesús ponme atención y escúchame.

Era media noche cuando el pequeño Rey salió de mi seno materno, pero la noche se cambió en día: Aquél que era dueño de la luz ponía en fuga la noche de la voluntad huma-na, la noche del pecado, la noche de todos los males, y en señal de lo que hacía en el orden de las almas, con su habitual Fiat omnipotente la medianoche se cambió en día esplendidí-simo. Todas las cosas creadas corrían para ensalzar a su Creador en aquella pequeña Hu-manidad. El Sol corrió para darle sus primeros besos de luz al niñito Jesús y para calentarlo con su calor; el viento imperante con sus ráfagas purificó el aire del establo y con su dulce murmullo le dijo "te amo"; los cielos se estremecieron; la tierra exultó y tembló hasta sus abismos más bajos; el mar se alborotó con sus olas altísimas; en una palabra, todas las co-sas creadas reconocieron que su Creador ya estaba en medio de ellas y todas hacían com-petencia en alabarlo.

Los mismos ángeles, formando luz en el aire, con sus voces melodiosas que podían ser escuchadas por todos, cantaron: "Gloria a Dios en lo más alto de los Cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Ya nació el Celestial Niño en una gruta de Belén, envuel-to en pobres pañales." Tanto que los pastores, que estaban en vela, escucharon las voces angelicales y corrieron a visitar al pequeño Rey Divino.

Hija querida, continúa escuchándome. En cuanto lo recibí entre mis brazos y le di mi primer beso, sentí la necesidad de amor de dar de lo mío a mi Hijo niño y ofreciéndole mi pecho le di leche abundante, leche formada en mi persona por el mismo Fiat Divino para alimentar al pequeño Rey Jesús. ¿Quién puede decirte lo que experimenté al hacer esto y los mares de gracia, de amor, de santidad que para corresponderme me daba mi Hijo? Luego lo envolví en pobres pero limpios pañalitos y lo acomodé en el pesebre. Ésta era su

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Voluntad y Yo no podía menos que ejecutarla. Pero antes de hacer esto hice partícipe al querido San José, poniéndoselo entre sus brazos y ¡oh, cómo se alegró, se lo estrechó al corazón y el dulce Niño derramó en su alma torrentes de gracia! Después, junto con San José arreglamos un poco de heno en el pesebre, y separándolo de mis brazos maternos lo puse dentro del pesebre. Y Yo, tu Mamá, extasiada por la belleza del Infante Divino, per-manecía la mayor parte del tiempo arrodillada ante Él, ponía en movimiento todos mis ma-res de amor que el Querer Divino había formado en Mí, para amarlo, adorarlo y darle gra-cias.

Y el Celestial Niñito ¿qué hacía en el pesebre? Un acto continuado de la Voluntad de nuestro Padre Celestial, que era también la suya, y emitiendo gemidos y suspiros, solloza-ba, lloraba y llamaba a todos diciendo en sus gemidos amorosos: "Hijos míos, venid todos, por amor vuestro he nacido al dolor, a las lágrimas; venid todos a conocer el exceso de mi amor, dadme acogida en vuestros corazones".

Entonces hubo un ir y venir de pastores que venían a visitarlo y a todos daba su dulce mirada y su sonrisa de amor entre sus lágrimas.

Ahora, hija mía, una palabrita a ti: Debes saber que toda mi alegría era tener en mi re-gazo a mi querido Hijo Jesús; sin embargo, el Querer Divino me hizo comprender que debía ponerlo en el pesebre a disposición de todos, a fin de que quien quisiera pudiera mimarlo, besarlo y tomarlo entre sus brazos como si fuera suyo. Él era el pequeño Rey de todos, por eso cada uno tenía el derecho de apropiarse de Él como de una dulce prenda de amor; y Yo para cumplir el Querer Divino me privé de mis inocentes alegrías y empecé, con obras y sa-crificios, mi oficio de Madre que consiste en dar a todos a mi querido Jesús.

Hija mía, la Divina Voluntad es exigente, quiere todo, también el sacrificio de las cosas más santas y en ciertas circunstancias pide aun el gran sacrificio de la privación del mismo Jesús; y esto lo hace para extender mayormente su Reino y para multiplicar su Vida, por-que cuando la criatura por amor suyo se priva de Él, es tal y tanto el heroísmo y el sacrifi-cio, que tiene virtud de producir una nueva vida de Jesús para poder formar otra habita-ción a Jesús.

Por tanto, hija querida, sé atenta y no rehuses nunca, por ningún pretexto, nada a la Divina Voluntad.

El alma: Mamá Santa, tus bellas lecciones me confunden, pero si quieres que las ponga en prác-

tica, no me dejes sola, a fin de que cuando esté por sucumbir bajo el enorme peso de la privación divina me estreches a tu Corazón materno y sienta la fuerza de no negar nada a la Divina Voluntad.

Florecilla: Hoy, para honrarme, vendrás tres veces a visitar al Niño Jesús y besando sus manitas le ofrecerás cinco actos de amor para honrar sus lágrimas y para calmar su llanto.

Jaculatoria: Mamá Santa, derrama las lágrimas de Jesús en mi corazón para preparar en mí el triunfo de la Voluntad Divina.

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VIGESIMOTERCER DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Suena la primera hora del dolor. Una estrella con voz muda llama a los Magos a adorar a Jesús. Un profeta se hace reve-lador de los dolores de la Soberana Reina.

El alma a su Mamá Reina: Mamá mía dulcísima, heme aquí de nuevo sobre tus rodillas. Esta hija tuya no puede

estar más sin ti. Mamá mía, el dulce encanto del Celestial Niño que ahora estrechas entre tus brazos y ahora arrodillada adoras y amas en el pesebre, me rapta. Pensando que tu fe-liz suerte y el mismo pequeño Rey Jesús no son otra cosa que frutos y dulces y preciosas prendas de aquel Fiat que extendió en ti su Reino. Ah, Mamá, dame tu palabra de que ha-rás uso de tu potencia para formar en mí el Reino de la Divina Voluntad.

Lección de mi Mamá Celestial: Hija mía queridísima, cuán contenta estoy por tenerte junto a Mí para poderte enseñar

cómo en todas las cosas se puede extender el Reino de la Divina Voluntad. Todas las cru-ces, los dolores, las humillaciones, investidas por la vida del Fiat Divino son como materias primas en sus manos para alimentar su Reino y extenderlo cada vez más.

Ahora, presta atención y escucha a tu Mamá. Yo continuaba viviendo en la gruta de Be-lén con Jesús y el querido San José, ¡oh, cómo éramos felices. Esa gruta, estando el Infante Divino y la Voluntad Divina obrante en nosotros, se había cambiado en paraíso. Es verdad que penas y lágrimas no nos faltaban, pero comparadas con los mares inmensos de alegría, de felicidad, de luz, que el Fiat Divino hacía surgir en cada acto nuestro, eran apenas goti-tas arrojadas en estos mares. Además, la dulce y amable presencia de mi querido Hijo era una de mis más grandes felicidades. El Verbo Divino en un ímpetu de amor había bajado del Cielo a la tierra, había quedado concebido, había nacido y sentía la necesidad de desahogar este amor, así que cada respiro, latido y movimiento del Celestial Niño era un desahogo de amor; cada lágrima, suspiro y gemido era un desahogo de amor, hasta el sen-tirse aterido por el frío, sus pequeños labios lívidos y temblorosos eran desahogos de amor, y buscaba a su Mamá para depositar todo este amor que no podía contener, y Yo es-taba en poder de su amor, así que me sentía herir continuamente y sentía a mi querido Pequeñito latir, respirar, moverse, llorar, gemir y sollozar en mi materno Corazón y queda-ba inundada por las llamas de su amor. Yo me sentía raptada al ver que en cada pena, lá-grima y movimiento que hacía mi dulce Jesús, buscaba y llamaba a su Mamá como querido refugio de sus actos y de su vida. ¿Quién puede decirte, hija mía, lo que pasó entre el Ce-lestial Niño y Yo en esos primeros días? La repetición de sus actos junto conmigo, sus lá-grimas, sus penas, su amor, estaban como fundidos junto con los míos y lo que hacía Él lo hacía Yo.

Ahora, hija querida, debes saber que llegó el octavo día del Celestial Niño que había nacido a la luz del día y el Fiat Divino hizo sonar la hora del dolor ordenándonos circuncidar al gracioso Niñito; era una herida dolorosísima a la que se debía someter el pequeño Jesús. Era ley de aquellos tiempos que todos los primogénitos se debían someter a esta herida dolorosa. Se puede llamar ley del pecado, pero mi Hijo era inocente y su ley era la ley del amor, pero como vino a encontrar no al hombre rey sino al hombre degradado, para her-

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manarse a él y elevarlo, quiso abajarse y se sometió a la ley. Hija mía, Yo y San José sentimos un estremecimiento de dolor, pero sin dudar y sere-

namente llamamos al ministro e hicimos circuncidarlo con una herida dolorosísima. Ante el dolor acervo el Niño Jesús lloraba y se arrojaba en mis brazos pidiéndome ayuda. San José y Yo unimos nuestras lágrimas a las suyas, recogimos la primera sangre derramada por Je-sús por amor a las criaturas, le impusimos el nombre de Jesús, nombre potente que debía hacer temblar Cielo y tierra y al mismo infierno, nombre que debía ser el bálsamo, la de-fensa, la ayuda a cada corazón.

Ahora, hija mía, esta herida fue la imagen de la herida cruel que el hombre hizo a su alma con hacer su voluntad, y mi querido Hijo se hizo hacer esta herida para sanar la dura herida de las voluntades humanas y con su sangre sanar las heridas del los tantos pecados que el veneno de la voluntad humana produjo en las criaturas. Así que cada acto de volun-tad humana es una herida de más que se hace, es una llaga que se abre, y el Celestial Niño con su herida dolorosa preparó el remedio a todas las heridas humanas.

Ahora, hija mía, otra sorpresa: Una estrella nueva resplandece en el cielo y con su luz va buscando adoradores para conducirlos a reconocer y adorar al Niño Jesús; tres persona-jes, cada uno lejano del otro, quedan tocados e investidos por una luz suprema y siguen la estrella, la cual los conduce a la gruta de Belén a los pies del Niño Jesús. Pero ¿cuál no fue la maravilla de estos reyes magos al reconocer en ese Infante Divino al Rey del Cielo y de la tierra, a Aquél que venía a amar y a salvar a todos? Porque en el momento en que los Ma-gos lo adoraban, raptados por aquella celestial belleza, el Niño hizo translucir de su peque-ña Humanidad su Divinidad y la gruta se cambió en Paraíso, tanto que no podían ya sepa-rarse de los pies del Infante Divino, hasta cuando retiró de nuevo en su Humanidad la luz de su Divinidad. Y Yo, poniendo en ejercicio mi oficio de Madre, les hablé largamente de la encarnación del Verbo y los fortifiqué en la fe, esperanza y caridad, simbolizadas por sus dones ofrecidos a Jesús, y llenos de alegría volvieron a sus regiones para ser los primeros propagadores.

Hija mía querida, no te alejes de mi lado, sígueme a todas partes. Ya están por cumplir-se cuarenta días del nacimiento del pequeño Rey Jesús y el Fiat Divino nos llama al Templo para cumplir la ley de la presentación de mi Hijo. Así pues, fuimos al templo. Era la primera vez que salía junto con mi dulce Niño. Una herida de dolor se abrió en mi Corazón: iba a ofrecerlo víctima para la salvación de todos. Entonces entramos en el templo; primero adoramos a la Divina Majestad y luego llamamos al sacerdote y habiéndolo puesto en sus manos, hizo el ofrecimiento del Celestial Niño al Eterno Padre, ofreciéndolo en sacrificio por la salvación de todos. El sacerdote era Simeón y cuando lo puse en sus brazos, él reco-noció que era el Verbo Divino y exultó de inmensa alegría, y después del ofrecimiento, to-mando actitud de profeta, profetizó todos mis dolores. ¡Oh, cómo el Fiat Supremo hizo so-nar intensamente sobre mi materno Corazón, con sonido vibrante, la fatal tragedia de to-das las penas de mi Hijo Niño! Pero lo que más me traspasó fueron las palabras que me di-jo este santo profeta: que este querido Niño sería la salvación y la ruina de muchos y sería el blanco de las contradicciones. Si el Querer Divino no me hubiera sostenido, habría muer-to al instante de puro dolor; en cambio, me dio vida y se sirvió de mi dolor para formar en Mí el reino de los dolores en el Reino de su misma Voluntad. Así que además del derecho

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de Madre que tenía sobre todos, adquirí el derecho de Madre y Reina de todos los dolores. ¡Ah sí! Con mis dolores adquirí la moneda para pagar las deudas de mis hijos y hasta de mis hijos ingratos.

Ahora, hija mía, debes saber que en la luz de la Divina Voluntad Yo ya sabía todos los dolores que debían tocarme y hasta mucho más de lo que me dijo el santo profeta, pero en ese momento tan solemne de ofrecer a mi Hijo, al oírmelos repetir me sentí de tal for-ma traspasada que me sangró el Corazón y abrió desgarros profundos en mi alma.

Ahora escucha a tu Mamá, en tus penas, en las circunstancias dolorosas, que no te fal-tan, jamás te abatas sino que con amor heroico haz que el Querer Divino tome su regio puesto en tus penas, para que te las convierta en monedas de infinito valor, con las cuales podrás pagar las deudas de tus hermanos, para rescatarlos de la esclavitud de la voluntad humana y hacerlos entrar de nuevo como hijos libres en el Reino del Fiat Divino.

El alma: Mamá Santa, en tu Corazón traspasado pongo todas mis penas, ¡y Tú sabes cuánto me

traspasan el corazón! Ah, hazme de Mamá y derrama en mis dolores el bálsamo de los tu-yos, a fin de que corra tu misma suerte de servirme de mis penas como monedas para conquistar el Reino de la Divina Voluntad.

Florecilla: Hoy, para honrarme, vendrás en mis brazos para que derrame en ti la prime-ra sangre que derramó mi Celestial Niño para sanarte las heridas que te ha hecho tu volun-tad humana y harás tres actos de amor para mitigar el dolor de la herida del Niño Jesús.

Jaculatoria: Mamá mía, derrama tu dolor en mi alma y convierte todas mis penas en Voluntad de Dios.

VIGESIMOCUARTO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Un impío tirano. El pequeño Rey Jesús es llevado por su Mamá y por San José a tierra extranjera y son como pobres exi-liados. Regreso a Nazaret.

El alma a su Reina anegada de dolor: Mamá mía Soberana, tu pequeña hija siente la necesidad de venir a tus rodillas para

hacerte un poco de compañía. Veo tu rostro velado por la tristeza y algunas lágrimas que se te escapan, corren de tus ojos; el dulce Niño tiembla y llora sollozando. Mamá Santa, uno mis penas a las tuyas para reconfortarte y para calmar el llanto al Celestial Niño. Pero ah, Mamá mía, no niegues revelarme el secreto. ¿Qué cosa funesta sucede a mi querido Niñito?

Lección de la Madre Reina: Hija mía queridísima, el Corazón de tu Mamá hoy está henchido por el amor y por el

dolor, tanto que no puedo aguantarme de llorar. Ya sabes de la venida de los reyes magos, los cuales hicieron ruido en Jerusalén preguntando por el nuevo Rey. Y el impío Herodes por temor de ser derribado del trono, dio la orden de matar a mi dulce Jesús, a mi querida Vida, junto con todos los demás niños.

Hija mía, ¡qué dolor!, ¡a Aquél que ha venido a dar la Vida a todos y a traer al mundo la nueva era de paz, de felicidad y de gracia, lo quieren matar! ¡Qué ingratitud, qué perfi-

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dia...! ¡Ah, hija mía, hasta dónde puede llegar la ceguera de la voluntad humana! Hasta ser tan feroz y querer atar las manos de su mismo Creador y pretender hacerse dueña de Aquél que la ha creado. Por eso, compadéceme, hija mía y trata de calmar el llanto de mi dulce Niño. Él llora por la ingratitud de los hombres: habiendo apenas nacido, ellos ya lo quieren muerto. Y para salvarlo fuimos obligados a huir. El querido San José fue avisado por el ángel para que partiéramos prontamente a tierra extranjera. Tú acompáñanos, que-rida hija, no nos dejes solos, y Yo continuaré dándote mis lecciones sobre los graves males de la voluntad humana.

Has de saber que el hombre en cuanto se sustrajo de la Divina Voluntad, rompió con su Creador; todo había sido hecho por Dios en la tierra y todo era suyo, pero el hombre, con no hacer el Querer Divino perdió todos los derechos y se puede decir que no tuvo ya dón-de pisar, así que se convirtió en el pobre exiliado, en el peregrino que no podía poseer ha-bitación permanente. Todas las cosas se volvieron mudables para el pobre hombre y esto no sólo en el alma sino también en el cuerpo, y si alguna cosa le quedó, fue en virtud de los méritos previstos de este Celestial Niño. Y esto porque toda la magnificencia de la creación fue destinada por Dios para darla a aquéllos que habrían hecho y vivido en el Reino de la Divina Voluntad. Todos los demás, si toman trabajosamente algo, son los verdaderos la-drones de su Creador, y con razón: ¡No quieren hacer la Voluntad de Dios, pero sí quieren los bienes que a Ella pertenecen!

Hija mía, mira cuánto te amó mi querido Niño: En los primeros albores de su vida va al exilio en tierra extranjera para liberarte del exilio en el cual te confinó tu querer humano y para llamarte a vivir no ya en tierra extranjera sino en la Patria que Dios te dio cuando fuis-te creada, es decir, en el Reino del Fiat Supremo. Hija de mi Corazón, ten piedad de las lá-grimas de tu Madre y de las lágrimas de este dulce y querido Niño, que llorando te pedi-mos no hacer más tu voluntad y te pedimos, te suplicamos que vuelvas al regazo del Que-rer Divino que tanto te suspira.

Entonces, hija querida, entre el dolor de la ingratitud humana, entre las inmensas ale-grías y felicidades que el Fiat Divino nos daba y entre la fiesta que toda la creación hacía al dulce Niño: la tierra reverdecía y florecía bajo nuestros pasos para dar homenaje a su Creador, el Sol lo fijaba y alabándolo con su luz se sentía honrado de darle su luz y calor, el viento lo acariciaba, los pajarillos como nubes se abajaban hasta Nosotros y con sus trinos y cantos formaban las más bellas canciones de cuna al querido Niño para calmarle el llanto y hacerle conciliar el sueño... pues estando en Nosotros el Querer Divino teníamos el poder sobre todo... Y así llegamos a Egipto. Después de un largo periodo de tiempo el ángel del Señor advirtió nuevamente a San José que volviéramos a la casa de Nazaret, pues el impío tirano había muerto. Y así nos repatriamos en nuestras tierras natales.

Ahora bien, Egipto simboliza a la voluntad humana, tierra llena de ídolos, y por donde pasaba el pequeño Jesús echaba por tierra estos ídolos y los arrojaba al infierno. ¡Cuántos ídolos posee el querer humano! Ídolos de vanagloria, de amor propio, de pasiones... que ti-ranizan a la pobre criatura. Por eso, sé atenta y escucha a tu Mamá que para no dejarte hacer nunca tu voluntad haría cualquier sacrificio y ofrecería hasta su vida para darte el gran bien de que vivas siempre en el seno de la Divina Voluntad.

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El alma: Mamá Dulcísima, cuánto te agradezco de que me hagas comprender el gran mal del

querer humano. Por el dolor que sufriste en el exilio en Egipto te pido que hagas salir mi alma del exilio de mi voluntad y me hagas volver a mi querida Patria de la Divina Voluntad.

Florecilla: Hoy, para honrarme, ofrecerás tus acciones unidas a las mías en acto de agradecimiento al Santo Niño, pidiéndole que entre en el egipto de tu corazón para cam-biarlo todo en Voluntad de Dios.

Jaculatoria: Mamá mía, encierra al pequeño Jesús en mi corazón para que lo reordene todo en Divina Voluntad.

VIGESIMOQUINTO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Nazaret: Símbolo y realidad del Reino del Fiat Divino. Vida oculta. María depositaria, manantial y canal perenne.

El alma a su Soberana Reina: Mamá Dulcísima, heme aquí nuevamente en tus rodillas maternas; te encuentro junto

con el Niño Jesús, y Tú, acariciándolo, le narras tu historia de amor, mientras Él a su vez te narra la suya. Oh, qué hermoso es encontrar a Jesús y a la Mamá que recíprocamente se hablan. Y es tan intensa la hoguera de su amor que quedan mudos, raptada la Madre en el Hijo y el Hijo en la Madre. Mamá Santa, no me dejes a un lado, sino tenme junto con Voso-tros, para que yo, escuchando lo que os decís, aprenda a amaros y a hacer siempre la san-tísima Voluntad de Dios.

Lección de la Reina del Cielo: Hija queridísima, cómo te esperaba para poder continuar mis lecciones acerca del

Reino que cada vez más extendía en Mí el Fiat Supremo. Debes saber que la pequeña casa de Nazaret fue para tu Mamá, para el querido y dulce Jesús y para San José un paraíso. Mi querido Hijo, siendo el Verbo Eterno, poseía en Sí mismo por virtud propia la Divina Volun-tad y en esa pequeña Humanidad residían mares inmensos de luz, de santidad, de alegrías y de bellezas infinitas; Yo poseía por gracia el Querer Divino y si bien no podía abrazar su inmensidad como el amado Jesús, porque Él era Dios y hombre mientras que Yo era siem-pre una criatura finita, sin embargo el Fiat Divino me llenó tanto que había formado en Mí sus mares de luz, de santidad, de amor, de bellezas y de felicidades. Y era tanta la luz, el amor y todo lo que puede poseer un Querer Divino que salía de Nosotros que san José quedaba deslumbrado, inundado y vivía de nuestros reflejos.

Querida hija, en esta casa de Nazaret estaba en pleno vigor el Reino de la Divina Volun-tad. Cada pequeño acto nuestro, como el trabajo, el encender el fuego, el preparar los ali-mentos, eran actos animados por el Querer Supremo y formados sobre la solidez de la san-tidad, del puro amor, por lo tanto, desde el más pequeño acto nuestro hasta el más gran-de, brotaban alegrías, felicidades y bienaventuranzas inmensas, quedando Nosotros en tal forma inundados que nos sentíamos como bajo una lluvia tupida de nuevas alegrías e in-descriptibles contentos. Hija mía, debes saber que la Divina Voluntad posee por naturaleza la fuente de las alegrías, y cuando reina en la criatura se deleita en dar en cada acto de ella el acto nuevo continuo de sus alegrías y felicidades. ¡Oh, cómo éramos felices! Todo era

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paz y suma unión. Yo me sentía honrada de obedecer a San José, y mi querido Hijo hacía competencia porque quería ser mandado en los pequeños trabajos, ya fuera por San José o por Mí. ¡Oh, qué hermoso era verlo cuando ayudaba a su padre putativo en los trabajos manuales o verlo cuando tomaba el alimento! ¿Cuántos mares de gracia no hacía correr en esos actos en favor de las criaturas?

Ahora, querida hija, escúchame: En la casa de Nazaret se formó en tu Mamá y en la Humanidad de mi Hijo el Reino de la Divina Voluntad, para darlo en don a la familia huma-na en cuanto ésta se dispusiera a recibir el bien de este Reino. Y si bien mi Hijo era el Rey y Yo la Reina, sin embargo éramos Rey y Reina sin pueblo; nuestro Reino, aunque podía con-tener a todos y dar vida a todos estaba desierto, porque se necesitaba primero la reden-ción para preparar y disponer al hombre a entrar en este Reino tan santo.

Además, siendo poseído este Reino por Mí y por mi Hijo, quienes pertenecíamos según el orden humano a la familia humana y en virtud del Fiat Divino y del Verbo Encarnado, pertenecíamos a la Familia Divina, las criaturas recibían el derecho de entrar en ese Reino, y la Divinidad cedía el derecho y dejaba las puertas abiertas a quien querría entrar.

Así que, nuestra vida oculta de tan largos años sirvió para preparar el Reino de la Divi-na Voluntad a las criaturas y por eso quiero hacerte conocer lo que obró en Mí este Fiat Supremo, para que olvidando tu voluntad y dándole la mano a tu Madre, Ella te pueda conducir a los bienes que con tanto amor te preparó. Dime, hija de mi Corazón, ¿nos con-tentarás a Mí y a nuestro querido Jesús que con tanto amor te esperamos en este Reino tan santo para vivir junto con Nosotros toda de Voluntad Divina?

Ahora escucha, querida hija, otra obra de amor que en esta casa de Nazaret hizo en Mí mi querido Jesús: Él me hizo depositaria de toda su vida. Cuando Dios hace una obra no la deja suspendida en el vacío, sino que busca siempre a una criatura en la cual poder ence-rrar y apoyar toda su obra, de otro modo correría el peligro de exponer sus obras a la inuti-lidad, lo que no puede ser. Por eso, mi querido Hijo depositaba en Mí sus obras, sus pala-bras, sus penas, todo, hasta cada respiro lo depositaba en su Mamá. Y cuando estábamos recogidos en nuestra habitación Él, con su dulce hablar me narraba todos los evangelios que iba a predicar al público, los sacramentos que iba a instituir, todo me confiaba, y depo-sitándolo todo en Mí, me constituía canal y manantial perenne del cual debía brotar su vi-da y todos sus bienes en favor de todas las criaturas. ¡Oh, cómo me sentía rica y feliz al sentir depositar en Mí todo lo que hacía mi querido Hijo! El Querer Divino que reinaba en Mí me daba el espacio para poder recibir todo y Jesús recibía la correspondencia del amor y de la gloria de parte de su Mamá por la gran obra de la redención.

¿Qué cosa hay que no haya recibido de Dios por no haber nunca hecho mi voluntad sino solamente y siempre la Suya? Todo estaba a mi disposición, aun la misma vida de mi Hijo, y mientras ésta permanecía siempre en Mí, Yo podía bilocarla para darla a aquél que con amor me la pidiera.

Ahora una palabra para ti: si haces siempre la Divina Voluntad y nunca la tuya y si vives en Ella, Yo, tu Mamá, depositaré en tu alma todos los bienes de mi Hijo. ¡Oh, cómo te sen-tirás afortunada! Tendrás una vida divina a tu disposición que te dará todo, y Yo haciéndo-te de verdadera Mamá, me pondré a guardia para que crezca esta vida en ti y forme en ti el Reino de la Divina Voluntad.

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El alma: Mamá Santa, me abandono en tus brazos. Soy una pequeña hija que siente extrema

necesidad de tus cuidados maternos. ¡Ah, te pido que tomes mi voluntad y la encierres en tu Corazón y no me la devuelvas jamás, para que yo pueda ser feliz de vivir siempre de Vo-luntad de Dios y así te contentaré a ti y a mi querido Jesús.

Florecilla: Hoy, para honrarme, vendrás a hacer tres visitas a la casa de Nazaret para honrar a la Sagrada Familia y rezarás tres Pater, Ave, Gloria, pidiéndonos que te admitamos a vivir en medio de Nosotros.

Jaculatoria: Jesús, María y José, haced que viva junto con Vosotros en el Reino de la Voluntad de Dios.

VIGESIMOSEXTO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. La hora del dolor se aproxima. Se-paración dolorosa. Jesús en su vida pública y apostólica.

El alma a su Madre Celestial: Heme aquí contigo nuevamente, Mamá Reina. Hoy, mi amor de hija hacia ti me hace

correr para ser espectadora de cuando mi dulce Jesús se separe de ti y emprenda el ca-mino para formar su vida apostólica en medio de las criaturas. Mamá Santa, sé que sufrirás mucho, cada momento de separación de Jesús te costará la vida y yo, tu hija, no quiero de-jarte sola, quiero secarte las lágrimas y con mi compañía quiero romper tu soledad; y mientras estamos juntas, Tú continúa dándome tus bellas lecciones sobre la Divina Volun-tad.

Lección de la Reina del Cielo: Hija mía queridísima, tu compañía me será muy agradable porque veré en ti el primer

don que me da Jesús, don formado por puro amor, fruto tanto de su sacrificio como del mío, don que me costará la misma vida de mi Hijo.

Ponme atención y escúchame, hija mía: Para tu Mamá empezó una vida de dolor, de soledad y de largas separaciones de mi sumo bien Jesús. Su vida oculta terminó y Él sentía la irresistible necesidad de amor de salir en público, de darse a conocer y de ir en busca del hombre perdido en el laberinto de su voluntad y preso en todos los males. El querido San José había ya muerto, Jesús partía y Yo me quedaba sola en la pequeña casita.

Cuando mi amado Jesús me pidió la obediencia de partir, porque no hacía nunca nada si antes no me lo decía, Yo sentí un dolor vivo en mi Corazón; pero conociendo que esa era la Voluntad Suprema, de inmediato pronuncié mi Fiat sin dudar ni un instante, y entre mi Fiat y el Fiat de mi Hijo, nos separamos. En la hoguera de nuestro amor me bendijo y me dejó; Yo lo acompañé con mi mirada hasta que pude y después, retirándome, me abando-né en el Querer Divino que era mi vida. Pero, ¡oh potencia del Fiat Divino!, este Santo Que-rer no me dejaba perder nunca de vista a mi Hijo, ni Él me perdía de vista a Mí, es más, Yo sentía su latido en el mío y Jesús sentía mi latido en el suyo. Querida hija, Yo había recibido a mi Hijo del Querer Divino y lo que este Santo Querer da, no está sujeto ni a acabar ni a sufrir separación, sus dones son permanentes y eternos; por lo tanto mi Hijo era mío, nadie ni nada me lo podía quitar, ni la muerte, ni el dolor, ni la separación, porque el Querer Di-

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vino me lo había dado. Por lo que nuestra separación era aparente, pues en realidad está-bamos fundidos juntos, y además era una la Voluntad que nos animaba, ¿cómo podíamos separarnos?

Debes saber que la luz de la Divina Voluntad me hacía ver qué malamente y con cuánta ingratitud trataban a mi Hijo. Sus pasos los había dirigido hacia Jerusalén, su primera visita fue al templo santo en el cual empezó la serie de sus predicaciones. Pero... ¡oh dolor!, su palabra, llena de vida, portadora de paz, de amor y de orden era falsamente interpretada y escuchada con malicia, especialmente por los sabios y los doctos de aquellos tiempos. Cuando mi Hijo afirmaba que era el Hijo de Dios, el Verbo del Padre, Aquél que había veni-do a salvarlos, lo tomaban tanto a mal que con sus miradas furibundas lo querían devorar. ¡Oh, cómo sufría mi amado bien Jesús! Su palabra creadora rechazada le hacía sufrir la muerte que le daban a su palabra divina. Y Yo era toda atención y toda ojos para ver a ese Corazón Divino que sangraba y le ofrecía mi Corazón materno para recibir las mismas heri-das, para consolarlo y para darle un apoyo en el momento en que estaba por sucumbir. ¡Oh, cuántas veces después de que había repartido su palabra lo veía olvidado por todos, sin que ninguno le ofreciera algún consuelo, solo, solo..., lo veía fuera de los muros de la ciudad, al descubierto, bajo el manto del cielo estrellado, apoyado a un árbol, llorar y rezar por la salvación de todos! Y tu Mamá, hija querida, desde su casita lloraba junto con Él y en la luz del Fiat Divino le enviaba sus lágrimas para consolarlo, sus castos abrazos y sus besos para confortarlo.

Entonces, mi amado Hijo, viéndose rechazado por los grandes y los doctos no se detu-vo ni podía detenerse, su amor corría porque quería almas y se rodeó de pobres, de afligi-dos, de enfermos, de cojos, de ciegos, de mudos, y de oprimidos por tantos otros males, todos estos imágenes de los tantos males que había producido la voluntad humana en las criaturas. Y el querido Jesús sanaba a todos, consolaba e instruía a todos, así que se convir-tió en el Amigo, en el Padre, en el Médico y en el Maestro de los pobres.

Hija mía, se puede decir que fueron los pastores con sus visitas quienes lo recibieron al nacer y fueron los pobres quienes lo siguieron en los últimos años de su vida acá abajo has-ta su muerte. Porque los pobres, los ignorantes son más sencillos y menos apegados a su propio juicio y por eso son los más favorecidos, los mayormente bendecidos y los benjami-nes de mi Hijo, tanto que eligió a pobres pescadores por Apóstoles y como columnas de la Iglesia futura. Ahora bien, hija queridísima, si quisiera decirte lo que obramos y sufrimos mi Hijo y Yo durante estos tres años de su vida pública me extendería demasiado... Lo que te recomiendo es que en todo lo que puedas hacer y sufrir, tu acto primero y último sea el Fiat Divino. Así como en el Fiat me separé de mi Hijo y Él me dio la fuerza para hacer el sa-crificio, así tú encontrarás la fuerza para todo, hasta en las penas que te cuestan la vida, si todo lo encierras en el Eterno Fiat. Por eso da tu palabra a tu Mamá de que te encontrarás siempre en la Divina Voluntad y así también tú sentirás la inseparabilidad de Mí y de nues-tro Sumo bien Jesús.

El alma: Mamá dulcísima, te compadezco al verte sufrir tanto. ¡Ah, te pido que derrames tus

lágrimas y las de Jesús en mi alma para reordenarla y encerrarla en el Fiat Divino! Florecilla: Hoy, para honrarme, me darás todas tus penas para hacerme compañía en

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mi soledad, y en cada una de ellas pondrás un "te amo" a Mí y a tu Jesús para reparar por aquéllos que no quieren escuchar las enseñanzas de Jesús.

Jaculatoria: Mamá divina, tu palabra y la de Jesús descienda a mi corazón y forme en mí el Reino de la Divina Voluntad.

VIGESIMOSÉPTIMO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Reina de los dolores. Suena la hora del dolor. La pasión. Un deicidio. Llanto de toda la naturaleza.

El alma a su Madre doliente: Querida Mamá dolorosa, hoy más que nunca siento la irresistible necesidad de perma-

necer junto a ti; no, no me iré de tu lado para ser espectadora de tus acerbos dolores y pe-dirte como hija la gracia de que deposites en mí tus dolores y los de tu Hijo Jesús y hasta su misma muerte, a fin de que su muerte y tus dolores me den la gracia de que mi voluntad muera continuamente y sobre ella surja la vida de la Divina Voluntad.

Lección de la Reina de los dolores: Hija queridísima, no me niegues tu compañía en mi amargura tan grande. La Divinidad

ha ya decretado el último día de mi Hijo acá abajo. Ya un Apóstol lo traiciona entregándolo en manos de los judíos para hacerlo morir, y mi querido Hijo en un exceso de amor, no queriendo dejar a sus hijos que con tanto amor vino a buscar a la tierra, se queda en el Sa-cramento de la Eucaristía, para que quien lo quiera lo pueda poseer.

Así que la vida de mi Hijo está por terminar y Él está por tomar el vuelo hacia su Patria Celestial. ¡Ah, hija querida, el Fiat Divino me lo dio, en el Fiat Divino Yo lo recibí, y ahora en el mismo Fiat lo entrego! ¡El Corazón se me desgarra, mares inmensos de dolor me inun-dan y siento que mi vida se acaba por los más atroces espasmos de dolor! Pero nada ha-bría podido negar al Fiat Divino, es más, me sentía dispuesta a sacrificar a mi Hijo con mis mismas manos si Él así lo hubiera querido. La fuerza del Divino Querer es omnipotente y Yo sentía tal fortaleza en virtud de Él, que prefería morir antes que negar algo a la Divina Vo-luntad.

Hija mía, escúchame, mi Corazón materno quedaba sofocado por las penas, al sólo pensar que mi Hijo, mi Dios, mi Vida, debía morir... era más que muerte para tu Mamá, y a pesar de esto sabía que Yo debía vivir, ¡qué desgarro, qué heridas tan profundas de dolor se abrían en mi Corazón y como espadas cortantes lo traspasaban de lado a lado!

Sin embargo, querida hija, me duele decirlo pero debo decírtelo: en estas penas y he-ridas profundas y en las penas de mi Hijo amado estaba tu alma, tu voluntad humana que al no dejarse dominar por la de Dios, Nosotros la cubríamos con nuestras penas, la embal-samábamos, la fortificábamos con ellas a fin de que se dispusiera a recibir la Vida de la Di-vina Voluntad.

¡Oh, si el Fiat Divino no me hubiera sostenido y no hubiera seguido su curso de formar los mares infinitos de luz, de alegrías, de felicidad al lado de los mares de mis acerbos dolo-res, Yo habría muerto tantas veces por cuantas penas sufrió mi querido Hijo! ¡Cómo me sentí despedazar el Corazón cuando lo vi por última vez, antes de la pasión, pálido, con una tristeza de muerte en su rostro! Con voz temblorosa como si quisiera sollozar, me dijo:

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"Mamá, ¡adiós! Bendice a tu Hijo y dame la obediencia de morir; el mío y tuyo Fiat Divino me hizo concebirme en ti, el mío y tuyo Fiat Divino me debe hacer morir. Pronto, Mamá querida, pronuncia tu Fiat y dime: ‘Te bendigo y te doy la obediencia de morir crucificado, así quiere el Eterno Querer, así lo quiero también Yo’."

Hija mía, qué dolor vivísimo sufrí en mi Corazón traspasado y, sin embargo, lo pronun-cié, porque en Nosotros no existían penas forzadas, sino que todas eran voluntarias.

Entonces, recíprocamente nos dimos la bendición y dándonos aquella mirada que no sabe despegarse del objeto amado, mi querido Hijo, mi dulce Vida partió, y Yo, tu doliente Mamá, me quedé; pero los ojos de mi alma no lo perdieron nunca de vista. Lo seguí en el Huerto en su tremenda agonía y... ¡oh, cómo me sangró el Corazón al verlo abandonado por todos, aun por los más fieles y queridos Apóstoles!

Hija mía, el abandono por parte de las personas queridas es uno de los dolores más grandes para el corazón humano en las horas tempestuosas de la vida. Pero más especial-mente para mi Hijo que tanto los había amado y cubierto de beneficios y estaba a punto de dar su vida por aquéllos mismos que lo habían abandonado en las horas extremas de su vi-da, y es más, habían huido. ¡Qué dolor, qué dolor! Yo, al verlo agonizar y sudar sangre, agonizaba con Él y lo sostenía entre mis brazos maternos. Siendo Yo inseparable de mi Hi-jo, sus penas se reflejaban en mi Corazón despedazado por el dolor y por el amor, y las sentía más que si hubieran sido mías. Y así lo seguí toda la noche: no hubo pena ni acusa-ción que le hicieran que no resonara en mi Corazón. Y al alba, no pudiendo más, acompa-ñada por Juan, por Magdalena y por otras piadosas mujeres, lo quise seguir paso a paso, de un tribunal a otro, aun corporalmente. Hija mía queridísima, Yo sentía los golpes de los fla-gelos que llovían sobre el Cuerpo desnudo de mi Hijo, oía las burlas, las risas satánicas, sen-tía los golpes que le daban en la cabeza cuando lo coronaron de espinas, lo vi cuando Pila-tos lo mostró al pueblo todo desfigurado e irreconocible, me sentí ensordecer por el: "¡Crucifícale, crucifícale...!" Lo vi echarse la cruz en sus espaldas, extenuado...

No pudiendo resistir más apuré el paso para darle el último abrazo y limpiarle el rostro, todo bañado de sangre. Pero... ¡para Nosotros no había piedad! Los crueles soldados me lo alejaron, lo golpearon con las sogas y lo hicieron caer por tierra. Hija mía, ¡qué pena tan desgarradora no poder socorrer en tantas penas a mi querido Hijo! Por eso cada pena abría un mar de dolor en mi Corazón traspasado. Finalmente lo seguí hasta el Calvario, en donde entre dolores inauditos y contorsiones horribles fue crucificado y levantado en la cruz. Sólo hasta entonces me fue concedido estar a los pies de la cruz para recibir de sus labios moribundos el don de todos mi hijos, el derecho y el sello de mi maternidad sobre todas las criaturas.

Poco después, entre tormentos inauditos, expiró... Toda la naturaleza se vistió de luto y lloró la muerte de su Creador: lloró el Sol oscureciéndose y retirando horrorizado su luz de la faz de la tierra; lloró la tierra con un fuerte terremoto, abriéndose en diferentes luga-res por el dolor de la muerte de su Creador. Todos lloraron, las tumbas con abrirse, los muertos con resucitar y también el velo del templo lloró de dolor con desgarrarse... Todos perdieron el valor y sintieron pánico y terror, mientras que Yo, tu Mamá, estaba petrificada por el dolor, esperándolo entre mis brazos para encerrarlo en el sepulcro.

Ahora escúchame, en mi intenso dolor quiero hablarte con las penas de mi Hijo de los

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graves males de tu voluntad humana. Míralo en mis brazos dolorosos... ¡cómo está desfi-gurado! Es el verdadero retrato de los males que el humano querer causa a las pobres cria-turas y mi querido Hijo quiso sufrir tantos dolores para levantar a esta voluntad caída en el abismo de todas las miserias, en cada pena de Jesús y en cada dolor mío, la llamábamos a resurgir en la Divina Voluntad. Fue tanto nuestro amor que para poner al seguro esta vo-luntad humana la llenamos con nuestras penas hasta sumergirla y encerrarla en los mares inmensos de nuestros dolores.

Por eso, en este día de dolores para tu Mamá dolorosa, y todo por ti, dame a cambio en mis manos tu voluntad, a fin de que Yo la encierre en las llagas sangrantes de Jesús co-mo la más bella victoria de su pasión y muerte y como triunfo de mis acerbísimos dolores.

El alma: Mamá Dolorosa, tus palabras me hieren el corazón y me siento morir al oír que fue mi

voluntad rebelde la que os hizo sufrir tanto. Por eso te pido que la encierres en las llagas de Jesús para que viva de sus penas y de tus acerbos dolores.

Florecilla: Hoy, para honrarme, besarás las llagas de Jesús haciendo cinco actos de amor y me pedirás que mis dolores sellen tu voluntad en la herida de su sagrado costado.

Jaculatoria: Las llagas de Jesús y los dolores de mi Mamá me den la gracia de hacer re-surgir mi voluntad en la Voluntad de Dios.

VIGESIMOCTAVO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. El Limbo. La espera. La victoria so-bre la muerte. La Resurrección.

El alma a su Mama Reina: Mamá traspasada, tu pequeña hija sabiéndote sola, privada del amado bien Jesús,

quiere estrecharse a ti para hacerte compañía en tu amarguísima desolación. ¡Sin Jesús to-do se cambia en dolor para ti! El recuerdo de sus desgarradoras penas, del dulce acento de su voz, que aún resuena en tus oídos, de su fascinante mirada, ahora dulce, ahora triste, ahora llena de lágrimas, pero que siempre raptaba tu materno Corazón, al no tenerlas ya contigo son espadas cortantes que traspasan de lado a lado tu afligido Corazón. Desolada Mamá, tu querida hija quiere en cada pena tuya darte un consuelo y compadecerte; es más, quisiera ser Jesús mismo para poder darte todo el amor, todos los consuelos, los ali-vios que te hubiera dado Él en este estado de amarga desolación. El dulce Jesús me ha en-tregado a ti como hija, ponme, por tanto, en su lugar en tu Corazón Materno y yo seré toda de mi Mamá, te secaré las lágrimas y te haré siempre compañía.

Lección de la Reina y Madre desolada: Hija queridísima, gracias por tu compañía, pero si quieres que sea para Mí dulce, que-

rida y sea portadora de consuelo a mi traspasado Corazón, quiero encontrar en ti a la Divi-na Voluntad dominante y obrante en ti y que tú no le concedas a tu voluntad ni siquiera un respiro de vida. Entonces sí, te cambiaré por mi Hijo Jesús, porque estando su Voluntad en ti, en Ella sentiré a Jesús en tu corazón. ¡Oh, cómo seré feliz al encontrar en ti el primer fru-to de sus penas y de su muerte! Al encontrar en mi hija a mi amado Jesús, mis penas se cambiarán en gozos y mis dolores en conquistas. Ahora escúchame, hija de mis dolores: En

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cuanto mi querido Hijo expiró, bajó al limbo como triunfador y como portador de gloria y de felicidad a aquella prisión, en la que se encontraban todos los patriarcas y profetas, el primer padre Adán, el querido San José, mis santos padres, y todos aquéllos que en virtud de los méritos previstos del futuro Redentor se habían salvado.

Yo era inseparable de mi Hijo y por tanto ni siquiera la muerte me lo podía quitar, así que en el océano de mis dolores lo seguí al limbo y fui espectadora de la fiesta y de los agradecimientos que toda aquella muchedumbre de almas prodigó a mi Hijo, que había su-frido tanto y que su primer paso había sido hacia ellos para hacerlos bienaventurados y lle-varlos con Él a la gloria celestial. Como ves, en cuanto murió, empezaron las conquistas y la gloria para Jesús y para todos aquéllos que lo amaban. Esto, querida hija, es símbolo de que en cuanto la criatura hace morir su propia voluntad al unirse con la Divina, comienzan para ella las conquistas en el orden divino, la gloria y el gozo aun en medio de los más grandes dolores. Entre tanto, a pesar de que los ojos de mi alma siguieron siempre a mi Hi-jo y nunca lo perdieron de vista, en esos tres días que estuvo en el sepulcro Yo tenía tales ansias de verlo resucitado que continuamente repetía en la hoguera de mi amor: "¡Resuci-ta, Gloria mía; resucita, Vida mía...!" Mis deseos eran ardientes, mis suspiros eran de fue-go, tanto que me sentía consumir. Finalmente, en estas ansias vi que mi querido Hijo, acompañado por aquella innumerable muchedumbre de almas, salió del limbo, en actitud triunfante y se transportó al sepulcro. Era el alba del tercer día, y así como toda la natura-leza había llorado por Él, así gozaba ahora, tanto que el Sol anticipó su curso para estar presente en el momento en que mi Hijo resucitaba. ¡Oh maravilla! Antes de resucitar, Je-sús mostró a aquella multitud de almas su Santísima Humanidad sangrante, toda llagada y desfigurada, como había quedado reducida por amor a ellas y a todas. ¡Cómo quedaron conmovidas y admiraron los excesos de amor y el gran portento de la redención!

Hija mía, cómo te habría querido presente en el acto de la Resurrección de mi Hijo. Él era todo majestad, de su Divinidad, unida a su alma, brotaban mares de luz y de belleza encantadora que llenaban Cielo y tierra, y como triunfador, haciendo uso de su potencia ordenó a su muerta Humanidad que acogiera nuevamente a su alma y que resucitara triun-fante y gloriosa a vida inmortal. ¡Qué acto tan solemne! Mi querido Jesús triunfaba sobre la muerte diciéndole: "Muerte, ya no serás más muerte, sino vida." Así, con este acto de triunfo sellaba que Él era hombre y Dios y confirmaba su doctrina, sus milagros, la vida de los Sacramentos y la vida de toda la Iglesia. Y no sólo esto, sino que además triunfaba so-bre las voluntades humanas debilitadas y casi muertas en el verdadero bien, para hacer triunfar en ellas la vida de aquel Querer Divino que debía llevar a las criaturas la plenitud de la santidad y de todos los bienes. Al mismo tiempo, en virtud de su Resurrección, ponía en los cuerpos el germen de resucitar a la gloria imperecedera. Hija mía, la Resurrección de mi Hijo encierra todo, dice todo, confirma todo y es el acto más solemne que Él realizó por amor a las criaturas.

Ahora escúchame, hija mía, quiero hablarte como Mamá que ama muchísimo a su hija, quiero decirte qué significa hacer la Voluntad de Dios y vivir en Ella, y el ejemplo te lo da-mos mi Hijo y Yo. Nuestra vida estuvo llena de penas, de pobreza y de humillaciones hasta ver morir de penas a mi amado Hijo, pero en todo esto corría la Divina Voluntad, Ella era la vida de nuestras penas y Nosotros nos sentíamos en tal forma triunfadores y conquistado-

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res de cambiar en vida a la misma muerte. Al ver el gran bien, voluntariamente nos ofre-cíamos a sufrir, porque estando en Nosotros la Divina Voluntad, nadie se podía imponer sobre Ella ni sobre Nosotros, por lo tanto, el sufrir estaba en nuestro poder y lo llamába-mos como alimento y triunfo de la redención para poder llevar el bien al mundo entero.

Ahora, querida hija, si tu vida y tus penas tienen por centro de vida a la Divina Volun-tad, está segura de que el dulce Jesús se servirá de ti y de tus penas para dar ayuda, luz y gracia a todas las almas. Por eso, ¡ten valor! La Divina Voluntad sabe hacer cosas grandes donde reina. En todas las circunstancias mírate en el espejo que somos tu dulce Jesús y Yo y camina hacia delante.

El alma: Mamá santa, si Tú me ayudas y me defiendes bajo tu manto, haciéndome de celestial

centinela, yo estoy segura de convertir todas mis penas en Voluntad Divina y de seguirte paso a paso en los caminos interminables del Fiat Supremo, porque sé que tu amor fasci-nante de Madre y tu potencia vencerán mi voluntad, y teniéndola en tu poder me la cam-biarás por la Divina. Por esto, Mamá mía, a ti me confío y en tus brazos me abandono.

Florecilla: Hoy, para honrarme, dirás siete veces: "No mi voluntad sino la Tuya se ha-ga", ofreciéndome mis dolores para pedirme la gracia de que tú hagas siempre la Divina Voluntad.

Jaculatoria: Mamá mía, por la Resurrección de tu Hijo hazme resurgir en la Voluntad de Dios.

VIGESIMONOVENO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. La hora del triunfo. Aparición de Jesús. Los que habían huido se unen en derredor de la Virgen como Arca de salvación y de perdón. Jesús parte para el Cielo.

El alma a su Madre Reina: Madre admirable, heme aquí de nuevo sobre tus rodillas maternas para unirme conti-

go en la fiesta y triunfo de la Resurrección de nuestro querido Jesús. ¡Qué hermoso es hoy tu aspecto! Todo amable, todo dulzura y todo alegría. Me parece verte resucitada junto con Jesús. Ah Mamá Santa, en medio de tanta alegría y triunfo no te olvides de tu hija; es más, encierra en mi alma el germen de la Resurrección de Jesús a fin de que en virtud de ella yo resurja plenamente en la Divina Voluntad y viva siempre unida a ti y a mi dulce Je-sús.

Lección de la Reina del Cielo: Hija bendita de mi materno Corazón, grande fue mi alegría y mi triunfo en la Resurrec-

ción de mi Hijo. Yo me sentí renacida y resucitada en Él; todos mis dolores se cambiaron en alegría y en mares de gracias, de luz, de amor y de perdón para las criaturas y extendieron mi maternidad sobre todos mis hijos que me había dado Jesús, con el sello de mis dolo-res.Ahora escúchame, hija querida: Debes saber que después de la muerte de mi Hijo, me retiré al Cenáculo junto con el amado Juan y Magdalena. Pero mi Corazón quedaba traspa-sado porque únicamente Juan estaba conmigo, y en mi dolor decía: "Y los demás Apósto-les... ¿dónde están?" Pero en cuanto ellos oyeron que Jesús había muerto, tocados por

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gracias especiales, todos conmovidos y llorando, uno por uno, los fugitivos se acercaron en derredor mío, haciéndome corona, y con lágrimas y sollozos me pidieron perdón porque habían tan vilmente abandonado y huido de su Maestro. Yo los acogí maternalmente en el Arca de refugio y de salvación de mi Corazón, aseguré a todos el perdón de mi Hijo, los animé a no temer y les dije que su suerte estaba en mis manos porque a todos me los ha-bía dado por hijos y Yo como tales los reconocía.

Hija bendita, tú sabes que Yo estuve presente en la Resurrección de mi Hijo, pero no dije nada a nadie esperando que Jesús mismo se manifestara que había resucitado glorioso y triunfante. La primera que lo vio resucitado fue la afortunada Magdalena, después las piadosas mujeres, y todas venían conmigo diciéndome que habían visto a Jesús resucitado y que el sepulcro estaba vacío. Y Yo escuchaba a todos y con aire de triunfo confirmaba a todos en la fe de la Resurrección.

Hasta esa noche casi todos los Apóstoles lo vieron y todos se sentían como triunfantes de haber sido Apóstoles de Jesús. ¡Qué cambio de escena, hija querida! Símbolo de quien se ha hecho dominar antes por la voluntad humana, que está representado por los Apósto-les que huyen, que abandonan a su Maestro y es tanto el temor y el miedo que se escon-den y Pedro llega hasta negarlo. ¡Oh, si hubieran estado dominados por la Divina Voluntad, nunca hubieran huido de su Maestro, sino que valerosos y como triunfadores, no se ha-brían separado nunca de su lado y se habrían sentido honrados en dar su propia vida para defenderlo! Entonces, hija querida, mi amado Hijo Jesús se entretuvo resucitado en la tie-rra cuarenta días y muy frecuentemente se aparecía a los Apóstoles y a los discípulos para confirmarlos en la fe y certeza de su Resurrección, y cuando no estaba con los Apóstoles permanecía junto con su Mamá en el Cenáculo, rodeado por las almas salidas del limbo. Pero cuando llegó el término de los cuarenta días, el amado Jesús instruyó a los Apóstoles y dejando a su Mamá como Guía y Maestra, nos prometió el descendimiento del Espíritu Santo, y bendiciéndonos a todos partió, tomando el vuelo hacia los Cielos junto con aque-lla gran multitud de gente salida del limbo. Todos aquéllos que estaban, y eran en gran número, lo vieron ascender, pero cuando llegó arriba en lo alto, una nube de luz lo quitó de su vista.

Ahora, hija mía, tu Mamá Celestial lo siguió al Cielo y asistió a la gran fiesta de la As-censión, y mucho más que para Mí no era extraña la Patria Celestial y además, sin Mí, no habría sido completa la fiesta de mi Hijo ascendido al Cielo. Ahora, una palabrita a ti, hija queridísima: Todo lo que has escuchado y admirado no ha sido otra cosa que el poder del Querer Divino obrante en Mí y en mi Hijo. Por eso deseo tanto encerrar en ti la Vida de la Divina Voluntad, y Vida obrante, porque todos la tienen, pero la mayor parte la tienen so-focada y para hacerse servir por Ella y mientras que podría obrar prodigios de santidad, de gracia y hacer obras dignas de su potencia, está obligada por las criaturas a permanecer con las manos atadas, sin poder desarrollar su poder. Por eso sé atenta y haz que el Cielo de la Divina Voluntad se extienda en ti y obre con su poder lo que quiere y como quiere.

El alma: Mamá Santísima, tus bellas lecciones me arrebatan y oh, cuánto quisiera y cómo suspi-

ro la Vida obrante de la Divina Voluntad en mi alma; quiero ser también yo la inseparable de mi Jesús y de ti, Mamá mía. Pero para estar segura de esto, Tú debes tomar la tarea de

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tener mi voluntad encerrada en tu materno Corazón, y aunque veas que me cueste mucho, no me la debes dar nunca, sólo así podré estar segura, de otra manera serán siempre pala-bras pero los hechos no los haré jamás. Por eso tu hija a ti se encomienda y de ti todo es-pera.

Florecilla: Hoy, para honrarme, harás tres genuflexiones en el acto cuando mi Hijo as-cendió al Cielo y le pedirás que te haga ascender en la Divina Voluntad.

Jaculatoria: Mamá mía, con tu poder triunfa en mi alma y hazme renacer en la Volun-tad de Dios.

TRIGÉSIMO DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. La Maestra de los Apóstoles. Sede y Centro de la Iglesia naciente. Barca de refugio. Descendimiento del Espíritu Santo.

El alma a su Madre Celestial: Heme aquí de nuevo, Soberana del Cielo, me siento en tal forma atraída hacia ti que

cuento los minutos esperando que tu Alteza Suprema me llame para darme las bellas sor-presas de tus lecciones maternas. Tu amor de Madre me rapta y al saber que Tú me amas, mi corazón se alegra y siente toda la confianza en que mi Mamá me dará tanto amor, tanta gracia para formar el dulce encanto a mi voluntad humana, de manera que el Querer Di-vino extienda sus mares de luz en mi alma y ponga el sello de su Fiat en todos mis actos. Ah, Mamá Santa, no me dejes más sola y haz que descienda en mí el Espíritu Santo a fin de que queme en mí lo que a la Divina Voluntad no pertenece.

Lección de la Reina del Cielo: Hija mía bendita, tus palabras hacen eco en mi Corazón y sintiéndome herir me derra-

mo en ti con mis mares de gracia, oh, cómo corren hacia mi hija para darle la vida de la Di-vina Voluntad. Si tú me eres fiel, Yo no te dejaré más, estaré siempre contigo para darte en cada acto tuyo, en cada palabra y latido, el alimento de la Divina Voluntad.

Ahora escúchame, hija mía: Nuestro Sumo bien Jesús partió al Cielo y está pidiendo an-te su Celestial Padre por sus hijos y hermanos que dejó en la tierra. Él, desde la Patria Ce-lestial mira a todos, no le escapa ninguno y es tanto su amor que dejó a su Mamá todavía en la tierra para consuelo, ayuda, enseñanza y compañía de sus hijos y míos.

Debes saber que cuando mi Hijo partió para el Cielo, Yo continué junto con los Apósto-les en el Cenáculo, esperando al Espíritu Santo. Todos estrechados a mi alrededor, orába-mos juntos, no hacían nada sin mi consejo, y cuando Yo tomaba la palabra para instruirlos o para decir alguna anécdota de mi Hijo, que ellos no conocían, como por ejemplo, los par-ticulares de su nacimiento, sus lágrimas infantiles, sus rasgos amorosos e incidentes suce-didos en Egipto, las tantas maravillas de su vida oculta en Nazaret..., oh, cómo estaban atentos escuchándome y quedaban raptados al oír las tantas sorpresas, las tantas ense-ñanzas que Jesús me había dado y que debían servir para ellos, porque mi Hijo, poco o na-da habló de Él mismo con los Apóstoles, reservándome a Mí la tarea de hacerles conocer cuánto los había amado y las particularidades que sólo su Mamá conocía. Así que, hija mía, Yo era en medio de mis Apóstoles más que el Sol del día y fui el áncora, el timón, la barca donde encontraban el refugio para estar seguros y defendidos de todo peligro. Por lo tanto

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puedo decir que di a luz a la Iglesia naciente sobre mis rodillas maternas y mis brazos fue-ron la barca que la guió a puerto seguro y la guía aún.

Entonces, llegó el momento en que en el Cenáculo descendió el Espíritu Santo prome-tido por mi Hijo. ¡Qué transformación, hija mía...! En cuanto los Apóstoles fueron investi-dos adquirieron nueva ciencia, fortaleza invencible y amor ardiente; una nueva vida corrió en ellos que los hizo intrépidos y valerosos, de modo que se dispersaron por todo el mun-do para dar a conocer la redención y ofrecer la vida por su Maestro. Yo me quedé con el amado Juan, y fui obligada a salir de Jerusalén porque empezó la tempestad de la persecu-ción. Hija mía queridísima, debes saber que Yo continúo aún mi magisterio en la Iglesia. No hay cosa que de Mí no descienda; puedo decir que me desvivo por amor de mis hijos y los nutro con mi leche materna. Y ahora, en estos tiempos quiero mostrar un amor más espe-cial haciendo conocer cómo toda mi vida fue formada en el Reino de la Divina Voluntad; por eso te llamo sobre mis rodillas, entre mis brazos maternos para que haciéndote de barca quedes segura de vivir en el mar de la Divina Voluntad. Gracia más grande no podría hacerte, ah, te pido, contenta a tu Mamá, ven a vivir en este Reino tan santo. y cuando veas que tu voluntad quisiera tener algún acto de vida ven a refugiarte en la segura barca de mis brazos diciéndome: "Mamá mía, mi voluntad me quiere traicionar, yo te la entrego a fin de que pongas en lugar suyo a la Divina Voluntad". ¡Oh, cómo seré feliz si puedo decir: "La hija mía es toda mía, porque vive de Voluntad Divina!" Y Yo haré descender al Espíritu Santo a tu alma para que te queme todo lo que es humano y con su soplo refrigerante im-pere sobre ti y te confirme en la Divina Voluntad.

El alma: Maestra divina, hoy siento el corazón tan henchido, que quiero desahogarme en llanto

y bañar con mis lágrimas tus manos maternas. Un velo de tristeza me invade y temo que no podré sacar provecho de tus tantas enseñanzas y de tus tantos cuidados más que ma-ternos. Mamá mía, ayúdame, fortifica mi debilidad, pon en fuga mis temores, y yo, aban-donándome en tus brazos, estaré segura de vivir toda de Voluntad Divina.

Florecilla: Hoy, para honrarme, rezarás siete Gloria en honor del Espíritu Santo, pi-diéndome que se renueven sus prodigios sobre toda la Iglesia.

Jaculatoria: Mamá Celestial, derrama en mi corazón fuego y llamas para que consu-men y quemen en mí todo lo que no es Voluntad de Dios.

TRIGESIMOPRIMER DÍA

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Su Asunción al Cielo. Entrada feliz. Cielo y tierra festejan a la recién llegada.

El alma a su gloriosa Reina: Mi querida Mamá Celestial, estoy de vuelta entre tus brazos maternos y al mirarte veo

que una dulce sonrisa aflora en tus labios purísimos; tu actitud hoy es toda de fiesta, me parece que quieres narrarle y confiarle a tu hija alguna cosa que le sorprenda más.

Mamá Santa, ah, te pido, con tus manos maternas toca mi mente y vacía mi corazón a fin de que yo pueda comprender tus santas enseñanzas y pueda ponerlas en práctica.

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Lección de la Reina del Cielo: Hija queridísima, hoy, Yo, tu Mamá, estoy de fiesta porque quiero hablarte de mi par-

tida de la tierra al Cielo, día en el cual terminé de cumplir la Divina Voluntad en la tierra, porque no hubo en Mí ni un respiro, ni un latido, ni un paso en los que el Fiat Divino no tu-viera su acto completo, y esto me embelleció, me enriqueció y me santificó tanto que los mismos ángeles quedaron raptados.

Ahora, debes saber que antes de partir para la Patria Celestial Yo, con mi amado Juan, volví de nuevo a Jerusalén. Era la última vez que en carne mortal pasaba por la tierra y to-das las cosas de la creación, como si lo hubieran intuido, se postraban en torno a Mí, desde los peces del mar por el que navegué hasta el más pequeño pajarito querían ser bendeci-dos por su Reina, y Yo a todos bendecía y les daba mi último adiós. Así, llegué a Jerusalén y retirándome dentro de una casa donde me llevó Juan, me encerré para no salir nunca más.

Hija bendita, debes saber que empecé a sentir en Mí un tal martirio de amor unido con ansias ardientes de alcanzar a mi Hijo en el Cielo que me sentí consumir hasta sentirme en-ferma de amor, y tenía fuertes delirios y deliquios todos de amor. Porque Yo no conocí nunca enfermedad alguna, ni siquiera indisposición ligera, ya que a mi naturaleza concebi-da sin pecado y vivida toda de Voluntad Divina le faltaba el germen de los males naturales; si las penas me cortejaron tanto, fueron todas en orden sobrenatural, y estas penas fueron para tu Mamá Celestial triunfos y honores y me daban campo para hacer que mi materni-dad no fuera estéril, sino fecunda de muchos hijos. Mira pues, hija querida, qué significa vivir de Voluntad Divina: perder el germen de los males naturales que producen no hono-res y triunfos, sino debilidades, miserias y derrotas. Por eso, hija queridísima, escucha las últimas palabras de tu Mamá que está por partir al Cielo. No partiría contenta si no dejara a mi hija al seguro. Antes de partir quiero darte mi testamento, dejándote por dote esa misma Voluntad que posee tu Mamá y que tanto me agració, hasta hacerme Madre del Verbo, Señora y Reina del Corazón de Jesús, y Madre y Reina de todos.

Escucha, hija querida, es el último día del mes a Mí consagrado, Yo te he hablado con mucho amor de lo que obró la Divina Voluntad en Mí, del gran bien que Ella sabe hacer y qué significa hacerse dominar por Ella; te he hablado también de los graves males del que-rer humano. Pero ¿crees tú que haya sido para hacerte una simple narración? ¡No, no! Tu Mamá cuando habla quiere dar; en la hoguera de mi amor en cada palabra que te decía, Yo ataba tu alma al Fiat Divino y te preparaba la dote en la que tú pudieras vivir rica, feliz, do-tada de fuerza divina. Ahora que estoy por partir, acepta mi testamento, tu alma sea el pa-pel en el que Yo escribo con la pluma de oro del Querer Divino y con la tinta de mi ardiente amor que me consuma, la testificación de la dote que te doy. Hija bendita, asegúrame que no harás nunca más tu voluntad, pon tu mano en mi Corazón materno y júrame que encie-rras tu voluntad en mi Corazón, y así, no sintiéndola, no tendrás ocasión de hacerla y Yo me la llevaré al Cielo como triunfo y victoria de mi hija. Ah, hija querida, escucha la última palabra de tu Mamá moribunda de puro amor, recibe su última bendición como sello de la Vida de la Divina Voluntad que Ella deja en ti y que formará tu Cielo, tu Sol, tu mar de amor y de gracia. En estos últimos momentos tu Mamá Celestial quiere ahogarte de amor, quie-re volcarse en ti con tal de obtener el propósito de oír tu última palabra de que preferirás morir y harás cualquier sacrificio antes que dar un acto de vida a tu voluntad. ¡Dímelo, hija

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mía, dímelo...!

El alma: Mamá santa, en el ímpetu de mi dolor te lo digo llorando: Si Tú ves que yo esté por ha-

cer un acto sólo de mi voluntad, hazme morir, ven Tú misma a tomar mi alma en tus brazos y llévame allá arriba, y yo de corazón prometo, juro no hacer nunca, nunca mi voluntad.

La Reina de amor: ¡Hija bendita, cómo estoy contenta! Yo no podía decidirme a narrarte mi partida al Cie-

lo si mi hija no quedara asegurada sobre la tierra y dotada de Voluntad Divina; pero debes saber que desde el Cielo no te abandonaré ni te dejaré huérfana sino que te guiaré en to-do, y en tu más pequeña necesidad hasta en la más grande llámame y Yo vendré inmedia-tamente a hacerte de Mamá. Ahora, hija querida, escúchame: Ya estaba enferma de amor, y el Fiat Divino para consolar a los Apóstoles y a Mí también permitió, casi de modo prodi-gioso, que todos los Apóstoles, excepto uno, me hicieran corona en el momento en que es-taba para partir al Cielo. Todos sentían un vivo dolor en su corazón y lloraba amargamente. Yo los consolé a todos, les encomendé de modo especial la Santa Iglesia naciente y les im-partí a todos mi materna bendición, dejando en sus corazones en virtud de ella la Paterni-dad de amor hacia las almas. Mi querido Hijo no hacía más que ir y venir desde el Cielo: no podía estar más sin su Mamá, y dando el último respiro de puro amor en la interminabili-dad del Querer Divino mi Hijo me recibió entre sus brazos y me condujo al Cielo, en medio de las legiones angélicas que alababan a su Reina. Puedo decir que el Cielo se vació para venir a mi encuentro; todos me festejaron y al mirarme quedaban raptados y a coro de-cían: "¿Quién es Ésta que viene del exilio toda apoyada en su Señor, toda bella, toda santa y con el cetro de Reina? Es tanta su grandeza que los Cielos se han abajado para recibirla; ¡ninguna otra criatura ha entrado en estas regiones celestiales tan adornada y hermosa, tan potente que tiene la supremacía sobre todo!" Ahora, hija mía, ¿quieres saber quién es Aquélla a quien todo el Cielo alaba y ante la Cual queda arrobado?

Soy Yo, tu Mamá, que jamás hice mi voluntad y el Querer Divino me abundó tanto que extendió cielos más bellos, soles más refulgentes, mares de belleza, de amor y de santidad que podía dar luz a todos, amor y santidad a todos y encerrar dentro de mi cielo todo y a todos. Era el obrar de la Divina Voluntad obrante en Mí la que había obrado prodigio tan grande. Era la única criatura que entraba en el Cielo que había hecho la Divina Voluntad en la tierra como se hace en el Cielo y que había formado su Reino en mi alma. Entonces, toda la corte celestial al verme quedaba maravillada de que viéndome me encontraba cielo y volviendo a verme me encontraba sol, y no pudiendo separar su mirada, viéndome más a fondo me veía mar y encontraba también en Mí la tierra tersísima de mi humanidad con las más bellas floraciones... y raptada exclamaba: "¡Cuán bella es, todo encerró en Ella, na-da le falta de todas las obras del Creador; es la única obra completa de toda la creación." Ahora, hija bendita, debes saber que fue la primera fiesta que se hizo en el Cielo a la Divina Voluntad que tantos prodigios había obrado en su Criatura. Así que en mi entrada al Cielo fue festejado, por toda la corte celestial, lo que de bello y de grande puede obrar el Fiat Di-vino en la criatura. Desde entonces en adelante no se han repetido más estas fiestas, y por eso tu Mamá quiere tanto que la Divina Voluntad reine en modo absoluto en las almas, pa-

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ra darle campo de hacerle repetir sus grandes prodigios y sus fiestas maravillosas.

El alma: Mamá de amor, Emperatriz Soberana, ah, desde el Cielo donde gloriosamente reinas

dirige tu mirada piadosa a la tierra y ten piedad de mí. ¡Oh, cómo siento la necesidad de mi querida Mamá! Siento que me falta la vida sin ti, todo vacila sin mi Mamá. Por eso, no me dejes a mitad de mi camino, sino que continúa guiándome hasta que todas las cosas para mí se conviertan en Voluntad de Dios, a fin de que forme en mí su Vida y su Reino.

Florecilla: Hoy, para honrarme, rezarás tres Gloria a la Santísima Trinidad, para agrade-cerle a mi nombre por la gran gloria que me dio cuando fui asunta al Cielo y me pedirás que venga a asistirte en el punto de tu muerte.

Jaculatoria: Mamá Celestial, encierra mi voluntad en tu Corazón y deja en mi alma el Sol de la Divina Voluntad.

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Ofrecimiento de la voluntad humana a la Reina del Cielo.

Mamá dulcísima, heme aquí postrada a los pies de tu trono; soy tu pequeña hija que quiere darte todo su amor filial y como hija tuya quiero entrelazar todas las florecillas, las jaculatorias, mis promesas de no hacer nunca mi voluntad que tantas veces hice en este mes de gracias, y formando corona, quiero ponerla en tu regazo como testimonio de amor y de agradecimiento a mi Mamá. Pero esto no me basta, quiero que la tomes entre tus manos como señal de que aceptas mi don y al toque de tus dedos maternos me la convier-tas en tantos soles al menos por cuantas veces he tratado de hacer la Voluntad Divina en mis pequeños actos. Ah sí, Madre Reina, tu hija quiere darte los homenajes de luz y de so-les refulgentísimos; sé que tienes muchos de estos soles, pero no son los soles de tu hija, en cambio yo quiero darte los míos para decirte que te amo y para comprometerte a amarme.

Mamá Santa, Tú me sonríes y con toda bondad aceptas mi don y yo te agradezco de corazón. Pero quiero decirte tantas cosas, quiero encerrar en tu Corazón materno mis pe-nas, mis temores, mis debilidades, todo mi ser, como lugar de mi refugio, y quiero consa-grarte mi voluntad. ¡Anda, oh Mamá mía, acéptala! Haz de ella un triunfo de la gracia y un campo en donde la Divina Voluntad extienda su Reino. Esta voluntad mía consagrada a ti nos hará inseparables y nos tendrá en continuas relaciones; las puertas del Cielo no se ce-rrarán para mí, porque habiéndote consagrado mi voluntad, a cambio me darás la Tuya, así que o la Mamá vendrá a estar con su hija en la tierra, o la hija irá a vivir con su Mamá en el Cielo. ¡Oh, cómo seré feliz!

Escucha, Mamá queridísima, para hacer más solemne la consagración de mi voluntad a ti, llama a la Trinidad Sacrosanta, a todos los ángeles, a todos los santos y ante todos pro-testo, y con juramento, hacer solemne consagración de mi voluntad a mi Mamá Celestial.

Y ahora, Soberana Reina, para cumplimiento te pido tu santa bendición para mí y para todos. Tu bendición sea el celestial rocío que descienda sobre los pecadores y los convier-ta, sobre los afligidos y los consuele, sobre el mundo entero y lo trasforme al bien, sobre las almas del purgatorio y apague el fuego que las devora. Tu bendición materna sea pren-da de salvación para todas las almas.

Amén.