la sociedad abierta y sus enemigos

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La sociedad abierta y sus enemigos (A la memoria de Carlos Rangel) MARIO VARGAS LLOSA La sociedad abierta y sus enemigos Después de la muerte de Jean-Paul Sartre y de Raymond Aron, Jean-François Revel ha pasado a ejercer en Francia ese liderazgo intelectual, doblado de magistratura moral, que es la institución típicamente francesa del mandarinato. Conociendo su escaso apetito publicitario y su recelo ante cualquier forma de superchería, me imagino lo incómodo que debe sentirse en semejante trance. Pero ya no tiene manera de evitarlo: sus ideas y sus pronósticos, sus tomas de posición y sus críticas han ido haciendo de él un maître à penser que fija los temas y los términos del debate político y cultural, en torno a quien, por aproximación o rechazo, se definen ideológica y éticamente los contemporáneos. Sin el mandarín, la vida intelectual francesa nos parecería deshuesada e informe, un caos esperando la cristalización.Cada libro nuevo de Revel provoca polémicas que trascienden el mundo de los especialistas, porque sus ensayos muerden carne en asuntos de ardiente actualidad y contienen siempre severas impugnaciones contra los tótems entronizados por las modas y los prejuicios reinantes. El que acaba de publicar - La connaissance inutile(Grasset. París, 1988)- será materia, sin duda, de diatribas y controversias por lo despiadado de su análisis y, sobre todo, por lo maltratados que salen de sus páginas algunos intocables de la cultura occidental contemporánea. Pero esperemos que, por encima de la chismografía y lo anecdótico, La connaissance inutile sea leída y asimilada, pues se trata de uno de esos libros que, por la profundidad de su reflexión, su valentía moral y lo ambicioso de su empeño, constituyen -como lo fueron, en su momento, 1984, de Orwell, uOscuridad al mediodía, de Koestler- el revulsivo de una época. La tesis que La connaissance inutile desarrolla es la siguiente: no es la verdad, sino la mentira, la fuerza que mueve a la sociedad de nuestro tiempo. Es decir, a una sociedad que cuenta, más que ninguna otra en el largo camino recorrido por la civilización, con una información riquísima sobre los conocimientos alcanzados por la ciencia y la técnica que podrían garantizar, en todas las manifestaciones de la vida social, decisiones racionales y exitosas. Sin embargo, no es así. El prodigioso desarrollo del conocimiento, y de la información que lo pone al alcance de aquellos que quieren darse el trabajo de aprovecharla, no ha impedido que quienes organizan la vida de los demás y orientan la marcha de la sociedad sigan cometiendo los mismos errores y provocando las mismas catástrofes, porque sus decisiones continúan siendo dictadas por el prejuicio, la pasión o el instinto antes que por la razón, como en los tiempos que (con una buena dosis de cinismo) nos atrevemos todavía a llamar bárbaros. El alegato de Revel va dirigido, sobre todo, contra los intelectuales de las sociedades desarrolladas del Occidente liberal, las que han alcanzado los niveles de vida más elevados y las que garantizan mayores dosis de libertad, cultura y esparcimiento para sus ciudadanos de los que haya logrado jamás civilización alguna. Los peores y acaso más nocivos adversarios de la sociedad liberal no son,

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La sociedad abierta y sus enemigos(A la memoria de Carlos Rangel)

MARIO VARGAS LLOSA

La sociedad abierta y sus enemigos

Despus de la muerte de Jean-Paul Sartre y de Raymond Aron, Jean-Franois Revel ha pasado a ejercer en Francia ese liderazgo intelectual, doblado de magistratura moral, que es la institucin tpicamente francesa del mandarinato. Conociendo su escaso apetito publicitario y su recelo ante cualquier forma de superchera, me imagino lo incmodo que debe sentirse en semejante trance. Pero ya no tiene manera de evitarlo: sus ideas y sus pronsticos, sus tomas de posicin y sus crticas han ido haciendo de l un matre penser que fija los temas y los trminos del debate poltico y cultural, en torno a quien, por aproximacin o rechazo, se definen ideolgica y ticamente los contemporneos. Sin el mandarn, la vida intelectual francesa nos parecera deshuesada e informe, un caos esperando la cristalizacin.Cada libro nuevo de Revel provoca polmicas que trascienden el mundo de los especialistas, porque sus ensayos muerden carne en asuntos de ardiente actualidad y contienen siempre severas impugnaciones contra los ttems entronizados por las modas y los prejuicios reinantes. El que acaba de publicar -La connaissance inutile(Grasset. Pars, 1988)- ser materia, sin duda, de diatribas y controversias por lo despiadado de su anlisis y, sobre todo, por lo maltratados que salen de sus pginas algunos intocables de la cultura occidental contempornea. Pero esperemos que, por encima de la chismografa y lo anecdtico, La connaissance inutile sea leda y asimilada, pues se trata de uno de esos libros que, por la profundidad de su reflexin, su valenta moral y lo ambicioso de su empeo, constituyen -como lo fueron, en su momento, 1984, de Orwell, uOscuridad al medioda, de Koestler- el revulsivo de una poca. La tesis que La connaissance inutile desarrolla es la siguiente: no es la verdad, sino la mentira, la fuerza que mueve a la sociedad de nuestro tiempo. Es decir, a una sociedad que cuenta, ms que ninguna otra en el largo camino recorrido por la civilizacin, con una informacin riqusima sobre los conocimientos alcanzados por la ciencia y la tcnica que podran garantizar, en todas las manifestaciones de la vida social, decisiones racionales y exitosas. Sin embargo, no es as. El prodigioso desarrollo del conocimiento, y de la informacin que lo pone al alcance de aquellos que quieren darse el trabajo de aprovecharla, no ha impedido que quienes organizan la vida de los dems y orientan la marcha de la sociedad sigan cometiendo los mismos errores y provocando las mismas catstrofes, porque sus decisiones continan siendo dictadas por el prejuicio, la pasin o el instinto antes que por la razn, como en los tiempos que (con una buena dosis de cinismo) nos atrevemos todava a llamar brbaros. El alegato de Revel va dirigido, sobre todo, contra los intelectuales de las sociedades desarrolladas del Occidente liberal, las que han alcanzado los niveles de vida ms elevados y las que garantizan mayores dosis de libertad, cultura y esparcimiento para sus ciudadanos de los que haya logrado jams civilizacin alguna. Los peores y acaso ms nocivos adversarios de la sociedad liberal no son, segn Revel, sus adversarios del exterior -los regmenes totalitarios del Este y las satrapas progresistas del Tercer Mundo-, sino ese vasto conglomerado de objetores internos que constituyen la intelligentsia de los pases libres y cuya motivacin preponderante parecera ser el odio a la libertad tal como sta se entiende y practica en las sociedades democrticas. El aporte de Gramsci al marxismo consisti, sobre todo, en conferir a laintelligentsia una funcin histrica y social que en los textos de Marx y de Lenin era monopolio de la clase obrera. Esta funcin ha sido hasta ahora letra muerta en las sociedades marxistas, donde la clase intelectual -como la obrera, por lo dems- es mero instrumento de laelite o nomenclatura poltica que ha expropiado todo el podler en provecho propio.

Leyendo el ensayo de Revel, uno llega a pensar que la tesis gramsciana sobre el papel del intelectual progresista como modelador y orientador de la cultura slo alcanza una confirmacin siniestra en las sociedades que Karl Popper ha llamado abiertas. Digosiniestra porque la consecuencia de ello, para Revel, es que las sociedades libres han perdido la batalla ideolgica ante el mundo totalitario y podran, en un futuro no demasiado remoto, perder tambin la otra, la que las privara de su ms preciado logro: la libertad. Si formulada as, en apretada sntesis, la tesis de Revel parece excesiva, cuando el lector se sumerge en las aguas hirvientes de su ensayo -un libro donde el bro de la prosa, lo acerado de la inteligencia, la encielopdica documentacin y los chispazos de humor sarcstico se conjugan para hacer de la lectura una experiencia hipntica- y se enfrenta a las demostraciones concretas en que se apoya, no puede dejar de sentir un estremecimiento. Son stos los grandes exponentes del arte, de la ciencia, de la religin, del periodismo, de la enseanza del mundo llamado libre? Revel muestra cmo el afn de desacreditar y perjudicar a los Gobiernos propios -sobre todo si stos, como es el caso de los de Reagan, la seora Thatcher, Kohl o Chirac, son de derecha- lleva a los grandes medios de comunicacin occidentales -diarios, radio y canales de televisin- a manipular la informacin, hasta llegar a veces a legitimar, gracias al prestigio de que gozan, flagrantes mentiras polticas. La desinformacin es particularmente sistemtica en lo que concierne a los pases del Tercer Mundo catalogados como progresistas, cuya miseria endmica, oscurantismo poltico, caos institucional y brutalidad represiva son atribuidos, por una cuestin de principio -acto de fe anterior e impermeable al conocimiento objetivo-, a prfidas maquinaciones de las potencias occidentales o a quienes, en el seno de esos pases, defienden el modelo democrtico y luchan contra el colectivismo, los partidos nicos y el control de la economa y la informacin por el Estado. Los ejemplos de Revel resultan escalofriantes porque los medios de comunicacin con los que ilustra su alegato son los ms libres y los tcnicamente mejor hechos del mundo: The New York Times, Le Monde, Te Guardian, EL PAS, Die Spiegel, etctera, y cadenas como la CBS norteamericana o la televisin francesa. Si en estos rganos, que disponen de los medios materiales y profesionales ms fecundos para verificar la verdad y hacerla conocer, sta es a menudo ocultada o distorsionada en razn del parti pris ideolgico, qu se puede esperar de los medios de comunicacin abiertamente alineados -los de los pases con censura, por ejemplo- o los que disponen de condiciones materiales e intelectuales de trabajo mucho ms precarias? Quienes vivimos en pases subdesarrollados sabemos muy bien qu se puede esperar: que, en la prctica, las fronteras entre la informacin y la ficcin -entre la verdad y la mentira- se evaporen constantemente en nuestros medios de comunicacin de modo que sea imposible conocer con objetividad lo que ocurre a nuestro alrededor. Las pginas ms alarmantes del libro de Revel muestran cmo la pasin ideolgica progresista puede llevar, en el campo cientfico, a falsear la verdad con la misma carencia de escrpulos que en el periodismo. La manera en que, en un momento dado, fue desnaturalizada, por ejemplo, la verdad sobre el SIDA, con la diligente colaboracin de eminentes cientficos norteamericanos y europeos a fin de enlodar al Pentgono -en una genial operacin publicitaria que, a la postre, se revelara programada por el KGB-, muestra que no hay literalmente reducto del conocimiento -ni siquiera las ciencias exactas- donde no pueda llegar la ideologa con su poder distorsionador a entronizar mentiras tiles para la causa. Para Revel no hay duda alguna: si la sociedad liberal, aquella que ha ganado en los hechos la batalla de la civilizacin, creando las formas ms humanas -o las menos inhumanas- de existencia en toda la historia, se desmorona y el puado de pases que han hecho suyos los valores de libertad, de racionaldad, de tolerancia y de legalidad vuelven a confundirse en el pilago de despotismo poltico, pobreza material, brutalidad, oscurantismo y prepotencia -que fue siempre, y sigue siendo, la suerte de la mayor parte de la huimanidad-, la responsabildad primera la tendr ella misma, por haber cedido -sus vanguardias culturales y polticas, sobre todo- al canto de la sirena totalitaria y por haber aceptado este suicidio los ciudadanos libres, sin reaccionar. No todas las imposturas que La connaissance inutite denuncia son polticas. Algunas afectan la propia actividad cultural, degenerndola ntimamente. No hemos tenido muchos lectores no especializados, en estas ltimas dcadas, leyendo -tratando de- a ciertas supuestas eminencias intelectuales de la hora, como

Lacan, Althusser, Teilhard de Chardin o Jacques Derrida la sospecha de un fraude, es decir, de unas laboriosas retricas cuyo hermetismo ocultaba la banalidad y el vaco? Hay disciplinas -la lingstica, la filosofa, la crtica literaria y, artstica, por ejemplo- que parecen particularmente dotadas para propiciar el embauque que muda mgicamente la chchara pretenciosa de ciertos arribistas en ciencia humana de moda. Para salir al encuentro de este gnero de engaos hace falta no slo el coraje de atreverse a nadar contra la corriente; tambin, la solvencia de una cultura que abrace muchas ramas del saber. La genuina tradicin del humanismo, que Revel representa tan bien, es lo nico que puede impedir, o atemperar sus estropicios en la vida cultural de un pas, esas deformaciones -la falsa ciencia, el seudo conocimiento, el artificio que pasa por pensamiento creador- que son sntoma inequvoco de decadencia. En el captulo titulado sgnificativamente El fracaso de la cultura, Revel sintetiza de este modo la terrible autopsia: "La gran desgracia del siglo XX es haber sido aquel en el que el ideal de la libertad fue puesto al servicio de la tirana, el ideal de la igualdad al servicio de los privilegios y todas las aspiraciones, todas las fuerzas sociales reunidas originalmente bajo el vocablo de izquierda embridadas al servicio del empobrecimiento y la servidumbre. Esta inmensa impostura ha falsificado todo el siglo, en parte por culpa de algunos de sus ms grandes intelectuales. Ella ha corrompido hasta en sus menores detalles el lenguaje y la accin poltica, invertido el sentido de la moral y entronizado la mentira al servicio del pensamiento". He ledo este libro de Revel con una fascinacin que hace tiempo no senta por novela o ensayo alguno. Por el talento intelectual y el coraje moral de su autor y, tambin, porque comparto muchos de sus temores y sus cleras sobre la responsabilidad de tantos intelectuales -y, a veces, de los ms altos- en los desastres polticos de nuestro tiempo: la violencia y la penuria que acompaan siempre el asesinato de la libertad. Si la traicin de los clrigos alcanza en el mundo de las democracias desarrolladas las dimensiones que denuncia Revel, qu decir de lo que ocurre aqu, en los pases pobres e incultos, donde an no se acaba de decidir el modelo social? Entre ellos se reclutan los aliados ms prestos, los cmplices ms cobardes y los propagandistas ms abyectos de los enemigos de la libertad, al extremo de que la nocin misma de intelectual,entre nosotros, llega a veces a tener un tufillo caricatural y deplorable. Lo peor de todo es que, en los pases subdesarrollados, la traicin de los clrigos no suele obedecer a opciones ideolgicas, sino, en la mayora de los casos, a puro oportunismo: ser progresista es la nica manera posible de escalar posiciones en el medio cultura -ya que el establishmentacadmico o artstico es ahora de izquierda- o, simplemente, de medrar (consista ello en ganar premios, obtener invitaciones o becas de la Fundacin Guggenheim). No es una casualidad ni un perverso capricho de la historia que, por lo general, nuestros ms feroces intelectualesantiimperialistas terminen de profesores en universidades norteamericanas. Y, sin embargo, pese a todo ello, soy menos pesimista sobre el futuro de lasociedad abierta y de la libertad en el mundo que Jean-Franois Revel. Mi optimismo se cimenta en esta conviccin antigramsciana: no es laintelligentsia la que hace la historia. Por lo general, los pueblos -esas mujeres y hombres sin cara y sin nombre, las "gentes del comn", como los llamaba Montaigne- son mejores que sus intelectuales. Mejores: ms sensatos, ms democrticos, ms libres, a la hora de decidir sobre asuntos sociales y polticos. Los reflejos del hombre sin cualidades, a la hora de optar por el tipo de sociedad en que quiere vivir, suelen ser racionales y decentes. Si no fuera as, no habra en Amrica Latina la cantidad de Gobiernos civiles que hay ahora ni habran cado tantas dictaduras en las ltimas dos dcadas. Y en mi pas, por ejemplo, no sobrevivira la democracia a pesar de la crisis econmica y los crmenes de la violencia poltica. La ventaja de la democracia es que en ella el sentir de esas gentes del comn prevalece tarde o temprano sobre el de las elites. Y su ejemplo, poco a poco, puede contagiar y mejorar el entorno. No es esto lo que indican esas tmidas seales de apertura en la ciudadela totalitaria, las de la perestroika? No todo debe estar perdido para las sociedades abiertas cuando en ellas hay todava intelectuales capaces de pensar y escribir libros como ste de Jean-Franois Revel.

Karl Popper, al da

Para Karl Popper, la verdad no se descubre, se inventa. Ella es, por tanto, siempre, verdad provisional, que dura mientras no es refutada. La verdad est en la mente humana, en la imaginacin y en la racionalidad, no escondida como un tesoro en las profundidades de la materia o el abismo estelar, aguardando al explorador zahor que la desentierre o detecte y exhiba al mundo como una diosa imperecedera. La verdad popperiana es frgil, continuamente bajo el fuego graneado de las pruebas y experimentos que la sopesan, intentan socavarla -falsearla, segn su vocabulario- y sustituirla por otra, algo que ha ocurrido y seguir ocurriendo inevitablemente en la mayora de los casos, en el curso de ese vasto peregrinar del hombre por el tiempo que llamamos progreso, la civilizacin.La verdad es, al principio, una hiptesis o una teora que pretende resolver un problema. Salida de las retortas de un laboratorio, de las lucubraciones de un reformador social o de complicados clculos matemticos, ella es propuesta al mundo como conocimiento objetivo de determinada provincia o funcin de la realidad. La hiptesis o teora es -debe ser- sometida a la prueba del juicio y el error, a su verificacin y negacin por quienes ella es incapaz de persuadir. ste es un proceso instantneo o largusimo, en el curso del cual aquella teora vive -siempre, en la capilla de los condenados, como esos reyezuelos primitivos que subieron al trono matando y saldrn de l matados- y opera, genera consecuencias, influye en la vida, provocando cambios, sea en la terapia mdica, la industria blica, la organizacin social, las conductas sexuales o la moda vestuaria. Hasta que, de pronto, otra teora irrumpe, falsendola, y desmorona lo que pareca su firme consistencia como un ventarrn a un castillo de naipes. La nueva verdad entra entonces al campo de batalla, a lidiar contra las pruebas y desafos a que la mente y la ciencia quieran someterla, es decir, a vivir esa agitada, peligrosa existencia que tienen la verdad, el conocimiento, en la filosofa popperiana. Cierto, nadie ha refutado todava con xito que la tierra es redonda. Pero Popper nos aconseja que, contra todas las evidencias objetivas, nos acostumbremos a pensar que la tierra, en verdad, slo estredonda, porque de algn modo, alguna vez, el avance de la racionalidad y de la ciencia podra tambin desplomar sta, como lo ha hecho ya con tantas verdades que parecan inconmovibles. Sin embargo, el pensamiento de Popper no es relativista ni propone el subjetivismo generalizado de los escpticos. La verdad tiene un pie asentado en la realidad objetiva, a la que Popper reconoce una existencia independiente de la de la mente humana, y este pie es -segn una definicin de A. Tarski, que l hace suyala coincidencia de la teora con los hechos. Que la verdad tenga, o pueda tener, una existencia relativa no significa que la verdad sea relativa. Mientras dura, mientras otra no la falsea, es todopoderosa. La verdad es precaria porque la ciencia es falible, ya que los humanos lo somos. La posibilidad de error est siempre all, aun detrs de lo que nos parecen los conocimientos ms slidos. Pero esta conciencia de lo falible no significa que la verdad sea inalcanzable. Significa que para llegar a la verdad debemos ser incansables en su verificacin, en los experimentos que la ponen a prueba, y prudentes cuando hayamos llegado a certidumbres, dispuestos a revisiones y enmiendas, flexibles ante quienes impugnan las verdades establecidas. Que la verdad existe est demostrado por el progreso que ha hecho la humanidad en tantos campos: cientficos y tcnicos, y tambin sociales y polticos. Errando, aprendiendo de sus errores, el hombre ha ido conociendo cada vez ms a la naturaleza y a s mismo. ste es un proceso sin trmino, del que, por lo dems, no estn excluidos ni el retroceso ni el zigzag. Hiptesis y teoras, aunque falsas, pueden contener dosis de informacin que acercan al conocimiento de la verdad. No ha progresado sta as, en la medicina, en la astronoma., en la fsica? Algo semejante puede decirse de la organizacin social. A travs de errores que supo rectificar, la cultura democrtica ha ido asegurando a los hombres, en las sociedades abiertas, mejores

condiciones materiales y culturales y mayores oportunidades para decidir su destino. (se es el peacemeal approach que postula Popper: expresin que equivale a opcin gradual o reformista, antagnica a la derevolucin o tabula rasa de lo existente.) Aunque, para Popper, la verdad sea siempre sospechosa, como en el maravilloso ttulo de una comedia de Juan Ruiz de Alarcn, durante su reinado la vida se organiza en funcin de ella, dcilmente, experimentando a causa suya menudas o trascendentales modificaciones. Lo importante para que el progreso sea posible, para que el conocimiento del mundo y de la vida se enriquezcan en vez de empobrecerse, es que las verdades reinantes estn siempre sujetas a crticas, expuestas a pruebas, verificaciones y retos que las confirmen o reemplacen por otras, ms prximas a esa verdad definitiva y total (inalcanzable y seguramente inexistente) cuyo seuelo alienta la curiosidad, el apetido del saber humano, desde que la razn desplaz a la supersticin como fuente de conocimiento. Popper hace, pues, de la crtica -es decir, del ejercicio de la libertad- el fundamento del progreso. Sin crtica, sin posibilidad de falsear todas las certidumbres, no hay adelanto posible en el dominio de la ciencia ni perfeccionamiento de la vida social. Si la verdad, si todas las verdades no estn sujetas al examen del juicio y el error, si no existe una libertad que permita a los hombres cuestionar y compulsar la validez de todas las teoras que pretenden dar respuesta a los problemas que enfrentan, la mecnica del conocimiento se ve trabada y ste puede ser pervertido. Entonces, en lugar de verdades racionales, se entronizan mitos, actos de fe, magia. El reino de lo irracional -del dogma y el tab- recobra sus fueros, como antao, cuando el hombre no era todava un individuo racional y libre, sino ente gregario y esclavo, apenas una parte de la tribu. Este proceso puede adoptar apariencias religiosas, como en las sociedades funda mentalistas islmicas -Irn, sobre todo- en las que nadie puede impugnar o contradecir las verdades sagradas o una apariencia laica, como en las sociedades totalitarias (pre-pe- restroika, por lo menos), en las que la verdad oficial es protegida contra el libre examen en nombre de la doctrina cientfica del marxismo-leninismo. En ambos casos, sin embargo, como en los del nazismo y el fascismo, se trata de una voluntaria o forzada abdicacin de ese derecho a la crtica -al ejercicio de la libertad- sin el cual la racionalidad se deteriora, la cultura se empobrece, la ciencia se vuelve mistificacin y hechizo y bajo la chaqueta y la corbata del civilizado renacen el taparrabos y las incisiones mgicas del brbaro. No hay otra manera de progresar que tropezndose, cayndose y levantndose una y otra vez. El error estar siempre all, porque el acierto se halla, en cierto modo, confundido con l. En el gran desafilo que es el de separar a la verdad de la mentira -operacin perfectamente posible y acaso la ms humana de todas las que constituyen la especificidad del hombre- es imprescindible tener presente que en esta tarea no hay nunca logros definitivos que no puedan ser impugnados ms tarde o conocimientos que no deban ser revisados. En el gran bosque de desaciertos y de engaos, de insuficiencias y espejismos por los que discurre el hombre, la nica posibilidad de que la verdad se vaya desbrozando un camino es el ejercicio de la crtica racional y sistemtica a todo lo que es -o simula ser- conocimiento. Sin esa expresin privilegiada de la libertad, el derecho de crtica, el hombre se condena a la opresin y a la brutalidad y tambin al oscurantismo. Probablemente, ningn pensador ha hecho de la libertad una condicin tan imprescindible para el hombre como Popper. Para l, la libertad no slo garantiza formas civilizadas de existencia y estimula la creatividad cultural; ella es algo mucho ms definitorio y radical: el requisito bsico del saber, el ejercicio que permite al hombre aprender de sus propios errores y por tanto superarlos, el mecanismo sin el cual viviramos an en la ignorancia y la confusin irracional de los ancestros, los comedores de carne humana y adoradores de ttems. La teora de Popper sobre el conocimiento es la mejor justificacin filosfica del valor tico que caracteriza, ms que ningn otro, a la cultura democrtica: la tolerancia. Si no hay verdades absolutas y eternas, si la nica manera de progresar en el campo del saber es equivocndose y rectificando, todos debemos reconocer que nuestras verdades pudieran no serlo y que lo que nos parecen errores de nuestros adversarios pudieran ser verdades. Reconocer ese margen de, error en nosotros y de acierto en los dems es creer que discutiendo, dialogando coexistiendo-, hay ms posibilidades de identificar el error y la verdad que mediante la imposicin de un pensamiento oficial y nico, al que todos deben suscribir so pena de castigo o descrdito.

El nacionalismo y la utopa

Un tema recurrente en la coleccin de ensayos que acaba de publicar sir Isaiah Berlin -The crooked timber of humanity: chaters in the historie of ideas (London, John Murray, 1990)- es de quemante actualidad: el nacionalismo. Conciencia de lo histrico, fervor regional y paisajstico, defensa de la tradicin, la lengua y las costumbres propias y mscara ideolgica del chovinismo, la xenofobia, el racismo y los dogmatismos religiosos, el nacionalismo ser, qu duda cabe, la gran fuerza poltica que resistir en los prximos aos a la internacionalizacin de la vida y la economa que ha trado consigo el desarrollo de la civilizacin industrial y de la cultura democrtica.Cmo y dnde naci esta ideologa que rivaliza con la intolerancia religiosa y los extremismos revolucionarios en haber provocado las peores guerras y cataclismos sociales de la historia? Segn el viejo y sabio profesor, vino al mundo como una respuesta, al principio benigna, a los sueos utpicos de la sociedad perfecta -aquella que existi en una edad de oro antiqusima o la que se construir en el futuro de acuerdo a la razn y la ciencia-, una de las constantes ms tenaces en la historia de Occidente. Un Filsofo e historiador napolitano revolucion en el siglo XVIII la creencia que haca de Roma y Grecia una suerte de paradigma inmvil de la evolucin humana, al que habran ido acercndose todas las culturas anteriores a medida que dejaban atrs la supersticin y la barbarie y al que deberan tomar como modelo las que, luego de la disolucin del Imperio latino, haban ido surgiendo de sus ruinas y representaban una humanidad en decadencia. En su Scienza nuova,Giambattista Vico dice que aquello no es verdad. Que la historia es movimiento y que a cada poca corresponde cierta forma nica de sociedad, de pensamiento, de creencias y costumbres, de religin y de moral, a la que slo se puede entender cabalmente en sus propios trminos, aadiendo a la investigacin documental y arqueolgica ese movimiento espiritual de simpata y vuelo imaginativo que l reclama del autntico historiador y que llama fantasa. De este modo, Vico dio un severo revs a la visin etnocntrica de la evolucin humana y ech las bases de una concepcin relativista y plural dentro de la que todas las culturas, razas y sociedades tienen derecho a la misma con sideracin. Pero la verdadera cuna del nacionalismo moderno es Alemania y su progenitor intelectual Johann Gottfried Herder. La utopa contra la que ste reacciona no es la de un mundo remoto, sino de actualidad arrolladora, esa Revolucin Francesa, hija de los phlosophes y de la guillotina, cuyos ejrcitos avanzan por todo el continente, nivelndolo e integrndolo bajo el peso de unas mismas leyes, ideas y valores que se proclaman superiores y universales, portaestandartes de una civilizacin que pronto. abarcar el planeta entero. Contra esa perspectiva de un mundo uniforme, que hablara francs y estara organizado segn los principios fros y abstractos del racionalismo, levanta Herder su pequea ciudadela hecha de sangre, tierra y lengua: das Volk. Su defensa de lo particular, de las costumbres y las tradiciones locales, del derecho de cada pueblo a que se reconozca su idiosincrasia y se respete su identidad, tiene un signo positivo, nada racista ni discriminatorio como lo tendrn despus estas ideas en un Ficlite, por ejemplo-, y ella puede interpretarse como una muy humana y progresista reivindicacin de las sociedades pequenas y dbiles frente a las poderosas, animadas de designios imperiales. Por lo dems, el nacionalismo de Herder es ecumnico; su ideal, el de un mundo diverso, en el que coexistan, sin jerarquas ni prejuicios, como en un mosaico cultural, todas las ex.presiones lingsticas, folclricas y tnicas de ese arco iris que es la humanidad. Pero estas ideas desapasionadas, bienhechoras, se cargan de violencia cuando caen en un campo abonado por el resentimiento y los complejos del orgullo nacional herido y, sobre todo, cuando las exacerba el ir racionalismo romntico. Segn Berlin, el romanticismo es una demorada rebelin contra las humillaciones infligidas por los ejrcitos de Richelieu y Luis XIV al pueblo alemn, cuyo renacimiento protestante, en el Norte, se vio trabado por efecto de aquella intervencin.

De otro lado, los empeos modernizadores de Federico el Grande, en Prusia, que import para ello a funcionarios franceses, incubaron tambin en las gentes una sorda hostilidad contra esa Francia despectiva y soberbia, que se vea a s misma como parangn de inteligencia y de gusto, y un rechazo a todo lo que vena de ella, en especial las ideas de la Ilustracin. Con su exaltacin del individuo, delo histrico y lo nativo en contra de la filosofia universalista e intemporal del Siglo de las Luces, el movimiento romntico dio un formidable impulso al nacionalismo. Lo visti de imgenes multicolores y exaltantes, lo dot de una retrica febril y lo puso al alcance de grandes pblicos, a travs de dramas, poemas y novelas que hundan sus races en lo ms pintoresco y sensitivo de las tradiciones locales. De la afirmacin de lo propio se pasara luego al rechazo y menosprecio de lo ajeno. De la defensa de la singularidad alemana, a la de la superioridad del pueblo alemn -lase ruso, francs o anglosajn- y a una misin histrica que por motivos raciales, religiosos, polticos, le habra tocado cumplir frente.a los dems pueblos del mundo, y a la que stos no tendran otra alternativa que resignarse o ser castigados si se resistan a ella. se es el camino que conducir a las grandes hecatombes del catorce y del treinta y nueve. Y tambin el que llevara a Amrica Latina a mantener la absurda balcanizacin colonial y a desangrarse en guerras internas, por preservar o modificar unos linderos que en todos los casos obedecan al puro artificio, sin el menor soporte tnico, geogrfico o tradicional. La tesis de sir Isaiah Berlin, ipagnficamente sustentada una y otra vez en los ocho ensayos recopilados en este libro (por Henry Hardy, a quien hay que agradecer que la vasta obra del profesor letn no haya quedado dispersa en una mirada de revistas acadmicas), segn la cual el nacionalismo es una doctrina o estado de nimo, o ambas cosas, que nace como reaccin a la utopa de la sociedad universal y perfecta, debera tal vez completarse con esta atingencia: que el nacionalismo es tambin una utopa. No menos irreal ni artificiosa que aquellas que proponen la sociedad sin clases, la repblica de los justos, la de la raza pura o la de la verdad revelada. La idea misma de nacin es falaz, si se la concibe como expresin de algo homogneo y perenne, una totalidad humana en la que lengua, tradicin, hbitos, maneras, creencias y valores compartidos configuraran una personalidad colectiva ntidamente diferenciada de las de otros pueblos. En este sentido no existen ni han existido nunca naciones en el mundo. Las que ms se acercan a, este quimrico modelo son, en verdad, sociedades arcaicas y algo brbaras a las que el despotismo y el aislamiento han mantenido fuera de la modernidad y, casi, de la historia. Todas las otras son apenas un marco donde conviven diferentes y encontradas maneras de ser, de hablar, de creer, de pensar, que tienen que ver cada vez ms con el oficio que se practica, la vocacin que se ha elegido, la cultura que se recibi, la creencia que se asume, es decir, con una eleccin individual, y cada vez menos con la tradicin o familia o medio lingstico dentro del que se naci. Ni siquiera la lengua, acaso la ms genuina de las seas de identidad social, establece hoy una caracterstica que se confunda con la de la nacin. Pues en casi todas las naciones se hablan distintas lenguas -aunque una de ellas sea la oficial- y porque, con excepcin de muy pocas, casi todas las lenguas desbordan las fronteras nacionales y trazan su propia geografa sobre la topografa del mundo. No hay nacin que resultara del desenvolvimiento natural y espontneo de un grupo tnico o de una religin o de una tradicin cultural. Todas nacieron de la arbitrariedad poltica, del despojo o las intrigas imperiales, de crudos intereses econmicos, de la fuerza bruta conjugada con el azar, y todas ellas, aun las ms antiguas y prestigiosas, levantan sus fronteras sobre un campo siniestro de culturas arrasadas o reprimidas o fragmentadas, y de pueblos integrados y mezclados a la mala, por obra de las guerras, las, luchas religiosas o la mera necesidad de sobrevivir. Toda nacin es una mentira a la que el tiempo y la historia han ido -como a los viejos mitos y a las leyendas clsicas- fraguando una apariencia de verdad. Pero es cierto que las grandes utopas modernas -la marxista y la nazi, que se propusieron, ambas, borrar las fronteras y reordenar el mundo- resultaron todava ms frgiles y perecederas. Lo vemos sobre todo en estos das, los del rpido desplome del totalitarismo sovitico, cuando el nacionalismo renace de las cenizas que se crean apagadas en los pases que aqul someti y amenaza con convertirse en el gran aglutinante ideolgico de los pueblos que van recobrando su soberana.

Conviene, por eso, en este umbral de una nueva etapa de la historia, recordar que el nacionalismo no est menos reido con la cultura democrtica que el totalitarismo, aunque lo est de otra manera. Y, para comprobarlo, nada mejor que el esplndido ensayo que en este libro dedica sir Isaiah Berlin a Joseph de Maistre, el reaccionario por antonomasia y padre de todos los nacionalismos, en quien ve, con argumentos impecables, no, como se acostumbraba decir, un retrgrado, un pensador de espaldas a su tiempo, sino ms bien un terrible visionario y profeta de los apocalipsis oscurantistas que sufrira Europa en el siglo XX. El nacionalismo es la cultura del inculto, la religin del espritu de campanario y una cortina de humo detrs de la cual anidan el prejuicio, la violencia y a menudo el racismo. Porque la raz profunda de todo nacionalismo es la conviccin de que formar parte de una determinada nacin constituye un atributo, algo que distingue y confiere una cierta esencia compartida con otros seres igualmente privilegiados por un destino semejante, una condicin que inevitablemente establece una diferencia -una jerarqua- con los dems. Nada ms fcil que agitar el argumento nacionalista para arrebatar a una multitud, sobre todo si es pobre e inculta y hay en ella resentimiento, clera y ansias de desfogar en algo, en alguien, la amargura y la frustracin. Nada como los grandes fuegos artificiales del nacionalismo para distraerla de sus verdaderos problemas, para cerrarle los ojos sobre sus verdaderos explotadores, para crear la ilusin de una unidad entre esclavos y verdugos. No es casual que sea el nacionalismo la ideologa ms slida y extendida en el llamado tercer mundo. Pese a ello, lo cierto es que nuestra poca est viviendo tambin, al mismo tiempo que la disolucin de la utopa colectivista, la lenta delicuescencia de las naciones, la discreta evaporacin de las fronteras. No por obra de una ofensiva ideolgica, de un nuevo asalto utpico, sino a consecuencia de una evolucin del comercio. y la empresa que han ido creciendo hasta hacer estallar silenciosamente las fronteras nacionales. La flexibilidad y naturaleza maleable de las sociedades democrticas han ido permitiendo aquella internacionalizacin de los mercados, de los capitales, de las tcnicas, el surgimiento de esos grandes conglomerados industriales y financieros que rebalsan pases y continentes. Y, como secuela de todo ello, han prosperado las iniciativas de integracin econmica y poltica que, en Europa, en Amrica y en el Asia, comienzan a trastornar la cara del planeta. Esta internacionalizacin generalizada de la vida es, acaso, lo mejor que le ha pasado al mundo hasta ahora. O, para ser ms precisos, pues la progresin hacia esa meta no es irreversible -los nacionalismos la pueden atajar-, lo mejor que le podra pasar. Gracias a ella, los pases pobres pueden dejar de serlo, insertndose en aquellos mercados donde siempre podrn sacar provecho de sus ventajas comparativas, y los pases prsperos alcanzar nuevos niveles de desarrollo tecnolgico y cientfico. Y, ms,importante an, la cultura democrtica -la del individuo soberano, la de la sociedad civil y pluralista, la de los derechos humanos y el mercado libre, la de la empresa privada y el derecho de crtica, la de la descentralizacin, del poder- irse profundizando donde ya existe y extendindose a los pases donde es todava caricatura o simple aspiracin. Hay en todo esto cierto retintn utpico? Desde luego. Y es cierto que, aun en el mejor de los casos, se trata de una posibilidad lejana, que no se concretar sin retrocesos ni reveses. Pero, por primera vez, est ah, delante de nosotros. Y de nosotros depende que sea realidad o desaparezca como un fuego fatuo. Copyright Mario Vargas Llosa, 1991.

Historia y novelaSi usted cree que la historia de los hombres est escrita antes de hacerse, que ella es la representacin de un libreto preexistente elaborado por Dios, por la naturaleza, por el desarrollo de la razn o la lucha de clases y las relaciones de produccin; si usted cree que la vida es una fuerza o mecanismo social y econmico que los individuos tienen escaso o nulo poder de alterar; si usted cree que este encaminamiento de la humanidad en el tiempo es racional, coherente y, por tanto, predecible; si usted, en fin, cree que la historia tiene un sentido secreto que, a pesar de su infinita diversidad episdica, da a toda ella coordinacin lgica y la ordena como un rompecabezas a medida que todas las piezas van casando en su debido lugar, usted es segn Popperun historicista.Sea usted platnico, hegeliano, comtiano, marxista -o seguidor de Maquiavelo, Vico, Spengler o Toynbee-, usted es un idlatra de la historia y, consciente o inconscientemente, un temeroso de la libertad, un hombre recnditamente asustado de asumir esa responsabilidad que significa concebir la vida como permanente creacin, como una arcilla dcil a la que cada sociedad, cultura, generacin, pueden dar las formas que quieran, asumiendo por eso la autora, el crdito total, de lo que en cada caso los hombres ganan o pierden. La historia no tiene orden, lgica, sentido, y mucho menos una direccin racional que los socilogos, economistas o idelogos puedan detectar por anticipado, cientficamente. La historia la organizan los historiadores; ellos la hacen coherente e inteligible mediante puntos de vista o interpretaciones que son siempre parciales, provisionales y, en ltima instancia, tan subjetivos como las construcciones artsticas. Quienes creen que una de las funciones de las ciencias sociales es pronosticar el futuro, predecir la historia, son vctimas de tina ilusin, pues aqul es un objetivo inalcanzable. Qu es entonces la historia? Una improvisacin mltiple y constante, un animado caos al que los historiadores dan apariencia de orden, una casi infinita multiplicacin contradictoria de sucesos que -para poder entenderlos- las ciencias sociales reducen a arbitrarlos esquemas y a sntesis que resultan en todos los casos una nfima versin o incluso una caricatura de la historia real, aquella vertiginosa totalidad del acontecer humano que desborda siempre los intentos racionales e intelectuales de aprehensin. Popper no recusa los libros de historia ni niega que el conocimiento de lo ocurrido en el pasado pueda enriquecer a los hombres y ayudarlos a enfrentar mejor el futuro; pide que se tenga en cuenta que toda historia escrita es parcial y arbitraria, porque refleja apenas un tomo del universo inacabado que es el quehacer y la vivencia social, ese todo siempre hacindose y rehacindose, que no se agota en lo poltico, lo econmico, lo cultural, lo institucional, lo religioso, etctera, sino que es la suma de todas las manifestaciones de la realidad humana, sin excepcin. Esta historia, la nica real, la total, no es abarcable ni describible por el conocimiento humano. Lo que entendemos por historia -dice Popper en La sociedad abierta- es "una ofensa contra cualquier concepcin decente de la humanidad"; es, por lo general, la historia del poder poltico, lo que no es otra cosa que 1a historia del crimen internacional y los asesinatos colectivos (aunque tambin la de algunos intentos de suprimirlos)" (Open society, volumen 2, pgina 270). La historia de las conquistas, crmenes y otras violencias ejercidas por caudillos y dspotas a los que los libros han transformado en hroes no puede dar sino una plida idea de la experiencia integral de todos aquellos que los padecieron o pasaron, y de los efectos y reverberaciones que el quehacer de cada cultura, sociedad, civilizacin, tuvo en las otras, sus contemporneas, y todas ellas, reunidas, en las que las sucedieron. Si la historia de la humanidad es una vasta corriente de desarrollo y progreso con abundantes meandros, retrocesos y detenimientos (tesis que Popper no niega), ella, en todo caso, no puede ser abordada en su infinita diversidad y complejidad. Quienes han tratado de descubrir, en este inabarcable desorden, ciertas leyes, a las que se sujetara el desenvolvimiento humano, han perpetrado lo que para Popper es acaso el ms grave crimen que puede cometer un poltico o intelectual (no un artista, en quien esto es un legtimo derecho): una construccin irreal. Una artificiosa entelequia que aspira a presentarse como verdad cientfica, cuando no es otra cosa que

acto de fe, propuesta metafsica o mgica. Naturalmente, no todas las teoras historicistas se equivalen; algunas, como la de Marx, tienen una sutileza y gravitacin mayores que, digamos, la de un Arnold Toynbee (quien redujo la historia de la humanidad a 21 civilizaciones, ni una ms ni una menos). El futuro no se puede predecir. La evolucin del hombre en el pasado no permite deducir una direccionalidad en el acontecer humano. No slo en trminos histricos; tambin, desde el punto de vista lgico, aqulla sera pretensin absurda. Pues, no hay duda, el crecimiento de los conocimientos influye en la historia. Pero no hay manera de predecir, por mtodos racionales, la evolucin del conocimiento cientfico. Por tanto, no es posible anticipar el curso futuro de una historia que ser, en buena parte, determinada por hallazgos e inventos tcnicos y cientficos que no podemos conocer con antelacin. Los sucesos internacionales de nuestros das son un buen argumento a favor de la imprevisibilidad de la historia. Quin hubiera podido, hace apenas 10 aos, anticipar el fenmeno de la perestroika y la, al parecer, irresistible decadencia del comunismo en el mundo? Y quin al golpe poco menos que mortal que ha dado a las polticas de censura y control del pensamiento de las dictaduras el fantstico desarrollo de los medios de comunicacin audiovisuales, a los que es cada da ms difcil oponer controles o simples interferencias? Ahora bien, que no existan leyes histricas no significa que no haya ciertas tendencias en la evolucin humana. Y que no se pueda predecir el futuro, tampoco significa que toda prediccin social sea imposible. En campos especficos, las ciencias sociales pueden establecer que, bajo ciertas condiciones, ciertos hechos inevitablemente ocurrirn: la emisin inorgnica de moneda traer consigo siempre inflacin, por ejemplo. Y no hay duda tampoco de que en ciertas reas, como las de la ciencia, del derecho internacional, de la libertad, se puede trazar una lnea ms o menos clara de progreso hasta el presente. Pero sera imprudente suponer, incluso en estos campos concretos, que ello asegure en el futuro una irreversible progresin. La humanidad puede retroceder y caer, renegando de aquellos avances. Jams hubo en el pasado matanzas colectivas semejantes a las que produjeron las dos guerras mundiales. Y el holocausto judo perpetrado por los nazis o el exterminio de millones de disidentes por el comunismo sovitico, no son pruebas inequvocas de cmo la barbarie puede rebrotar con fuerza inusitada en sociedades que parecan haber alcanzado elevados niveles de civilizacin? El fundamentalismo islmico y casos como el de Irn, no prueban acaso la facilidad con que la historia puede transgredir toda precisin, seguir trayectorias histricas y experimentar regresiones en lugar deavances? Pero, aunque la funcin de los historiadores est en referir acontecimientos singulares o especficos, y no en descubrir leyes o generalizaciones del acontecer humano, no se puede escribir ni entender la historia sin un punto de vista; es decir, sin una perspectiva o interpretacin- El error historicista, dice Popper, est en confundir unainterpretacin histrica con una teora o una ley. La interpretacin es parcial y, si se admite as, til para ordenar -parcialmente- lo que de otro modo sera una acumulacin catica de sucesos. Inter, retar la historia como resultado de la lucha de clases, o de razas, o de las ideas religiosas, o de la pugna entre la sociedad abierta y la cerrada, puede resultar ilustrativo, a condicin de que no se atribuya a ninguna de estas interpretaciones validez universal y excluyente. Porque la historia admite muchas interpretaciones coincidentes, complementarias o contradictorias, pero ninguna ley en el sentido (de decurso nico e inevitable. Lo que invalida las interpretaciones de los historicistas es que stos les confieren valor de leyes a las que los acontecimientos humanos se plegaran dcil mente, como se someten los objetos a la ley de la gravedad, y las mareas, a los movimientos de la luna. En este sentido, no existen leyes en la historia, porque ella es, para bien y para mal,libre, hija de la libertad de los hombres, y, por tanto, in controlable y capaz de las ms sorprendentes y extraordinarias ocurrencias. Desde luego que un observador zahor advertir en ella ciertas tendencias. Pero stas presuponen multitud de condiciones especficas y variables, adems de ciertos principios generales y regulares. El historicista suele omitir, al destacar las tendencias, aquellas condiciones especficas y cambiantes, y trastoca de este modo las tendencias en leyes generales. Procediendo as desnaturaliza la realidad y presenta una totalizacin abstracta de la historia que no es reflejo de la vida colectiva en su desenvolvimiento en el tiempo, sino apenas de su invencin, a veces de su genio y tambin de

su secreto miedo a lo imprevisible. "Ciertamente", dice el prrafo final de La miseria del historicismo, "parece como si loshistoricistas estuviesen intentando compensar la prdida de un mundo inmutable aferrndose a la creencia de que el cambio puede ser previsto porque est regido por una ley inmutable". La concepcin de la historia escrita que tiene Popper se parece como dos gotas de agua a lo que siempre he credo que es la novela: una organizacin arbitraria de la realidad humana que defiende a los hombres contra la angustia que les produce intuir el mundo, la vida, como un vasto desorden. Toda novela, para estar dotada de poder de persuasin, debe imponerse a la conciencia del lector como un orden convincente, un mundo organizado e inteligible cuyas partes se engarzan unas en otras en un sistema armnico, un todo que las relaciona y sublima. Lo que llamamos el genio de Tolstoi, de Heriry James, de Proust, de Faulkner, no slo tiene que ver con el vigor de sus personajes, la morosa psicologa, la prosa sutil o laberntica, la poderosa imaginacin, sino tambin, de modo sobresaliente, con la coherencia arquitectnica de sus mundos ficticios, lo slidos que lucen, lo bien trabados que estn. Ese orden riguroso e inteligente, donde nada es gratuito ni incomprensible, donde la vida fluye por un cauce lgico e inevitable, donde todas las manifestaciones de lo humano resultan asequibles, nos seduce porque nos tranquiliza: inconscientemente lo superponemos al mundo real, y ste entonces deja transitoriamente de ser lo que es vrtigo, inconmensurable absurdo, caos sin fondo, desorden mltiple- y se cohesiona, racionaliza y ordena a nuestro alrededor, devolvindonos aquella confianza a la que difcilmente se resigna el ser humano a renunciar: la de saber qu somos, dnde estamos y sobre todo adnde vamos. No es casual que los momentos de apogeo novelstico hayan sido aquellos que preceden a las grandes convulsiones histricas, que los tiempos ms frtiles para la ficcin sean aquellos de quiebra o desplome de las certidumbres colectivas -la fe religiosa o poltica, los consensos sociales e ideolgicos-, pues es entonces cuando el hombre comn se siente extraviado, sin un suelo slido bajo sus pies, y busca en la ficcin -en el orden y la coherencia del mundo ficticio- abrigo contra la dispersin y confusin, esa gran inseguridad y suma de incgnitas que se ha vuelto la vida. Tampoco es casual que sean las sociedades que viven perodos de desintegracin social, institucional y moral ms acusados las que han generado los rdenes narrativos ms estrictos y rigurosos, los mejor organizados y lgicos: los de Sade y los de Kafka, los de Proust y los de Joyce, los de Dostoevski y los de Tolstol. Esas construcciones, en las que se ejerce de manera radical el libre albedro, desobediencias imaginarias de los lmites que impone la condicin humana -deicidios simblicos-, secretamente constituyen, como Los nueve libros de la historia, de Herodoto; la Histoire de la Rvolution Franaise, de Michelet, o The decline andJall of the Roman Empire, de Gibbon -esos prodigios de erudicin, ambicin, buena prosa y fantasa-, testimonios del miedo pnico que produce a los hombres la sospecha de que su destino es una "hazaa de la libertad" y de las formidables creaciones intelectuales con que -en distintas pocas, de distintos modos- tratan de negarlo. Afortunadamente, el miedo a reconocer su condicin de seres libres no slo ha fabricado tiranos, filosofas totalitarias, religiones dogmticas, historicismo; tambin grandes novelas.

El escribidor y sus seores

O hablar por primera vez de Rgis Debray a mediados de los sesenta, en La Habana, durante la Tricontinental. En los grupos de latinoamericanos asistentes corri el rumor de que Fidel haba importado 'un francesito' de Pars para que pusiera en prosa clara y coherencia cartesiana las tesis sobre el foquismo revolucionario que l y el Che Guevara defendan, en contra de los apolillados partidos comunistas del nuevo mundo, que, fieles a Mosc, condenaban como aventurerista y sacrlega la teora castrista segn la cual las famosas condiciones objetivas para la Revolucin podan ser creadas por una vanguardia decidida (el foco guerrillero). Para que tuviera una experiencia directa de lo que se trataba, se deca tambin, Cuba haba paseado a Debray por las guerrillas de Venezuela, Colombia y Guatemala.Revolucin en la revolucin; el libro pensado por Fidel y escrito por 'el francesito', fue el catecismo de los jvenes latinoamericanos que en esos aos intentaron repetir la aventura de la Sierra Maestra y terminaron derrotados, encarcelados o asesinados por unos Ejrcitos que, aprovechando aquel pretexto insurreccional, sembraron el continente de dictaduras castrenses. El propio Rgis Debray se salv de milagro de ser exterminado junto a la guerrilla boliviana del Che, con la que estuvo algunos meses, pero fue capturado, torturado y pas en la crcel cerca de tres aos, hasta que la presin internacional consigui su liberacin. Su evolucin ideolgica posterior tuvo un sesgo contradictorio, pues, a la vez que para Francia y Europa se adhera al socialismo democrtico y legalista de Mitterrand, en Amrica Latina sigui siendo un defensor y amigo leal de la Revolucin Cubana, una posicin por desgracia no infrecuente entre los progresistas europeos, intratables valedores de la libertad y el pluralismo poltico para los pases desarrollados y alegres cmplices del Estado policial, el partido nico y el Gulag en el tercer mundo. Cuando Mitterrand subi al poder en 1981, llev consigo a Debray, como asesor poltico, con despacho en el Elseo. Durante diez aos, ste sirvi con discrecin y empeo al Presidente francs, aunque sin el menor xito, segn confesin propia, pues sus iniciativas fueron casi siempre desodas y a menudo saboteadas, por un enjambre de funcionarios y militantes socialistas que vean en el ex-terico de la lucha armada un lastre para el rgimen, as como una fuente de entredichos con el gobierno de Estados Unidos. Aquellos saboteadores anda ban bastante despistados, pues, el antiguo compaero del Che experimentaba en aquellos aos una nueva evolucin ideolgica hacia posiciones que no slo lo ponan a distancia considerable del castrismo y la accin directa revolucionaria, sino, tambin, de la social democracia mitterandista. Es decir, hacia el nacionalis mo gaullista, la defensa del Estado-Nacin contra la Unin Europea y de la identidad cultural francesa contra el imperialismo cultural anglosajn. En 1986, Debray dej la asesora presiden cial y fue destinado por Mitterrand a la elevada posicin de miembro del Consejo de Estado, de donde dimiti, en 1992, en ra zn de sus actuales convicciones, reidas con lo que l considera un proceso progresivo de disolucin de Francia dentro de la aptrida Europa. Esta extraordinaria aventura intelectual y poltica es la que Rgis Debray refiere en su ltimo libro, Alabados sean nuestros seores (subtituladoUna educacin poltica), un voluminoso ensayo cuyas seiscientas pginas acabo de leer de un tirn y que recomiendo sobre todo a quienes en estas ltimas tres dcadas participaron de, o siguieron de cerca, las ilusiones, frustraciones, grandezas y miserias de la historia contempornea. Debray da un testimonio vvido y efervescente de sus protagonistas y de los episodios ms saltantes, rememorando las polmicas que le animaron, los mitos que incendiaron su cielo para desvanecerse luego como fuegos de artificio, y enhebra ese relato con anlisis, reflexiones, abjuraciones y crticas que, las comparta o rechace el lector, resultan casi siempre enjundiosas y estimulantes. Hace tiempo que no lea un libro con tanto inters y placer, a pesar de discrepar a cada paso con las opiniones de su autor -el liberalismo radical, internacionalista, desconfiado de las naciones y totalmente escptico en lo que concierne a las identidades culturales colectivas, que yo defiendo, es una de las bestias negras de Debray-, y no slo porque est muy bien escrito y hace gala de una seductora sinceridad, sino, sobre todo, porque, al despellejarse ideolgica y polticamente como lo hace -sin ningn masoquismo exhibicionista, por lo dems-, Debray lleva a cabo una autopsia implacable de lo que es el poder, en su versin autoritaria y en la democrtica, y de los efectos que tiene en quien lo detenta y en quien lo busca -con el fusil o a travs del voto-, y del intelectual que lo sirve y del annimo militante que lo apoya o lo sufre. La imagen que de todo ello se delinea como naturaleza prototpica del poder es ciertamente horripilante -por ms que haya distancias considerables cuando se encarna en un lder mesinico y algo fatalista como el Che Guevara, el Jefe Mximo Fidel Castro, o el sinuoso mandatario demcrata Mitterrand, los tres 'seores' a que alude el ttulo del libro- y, aunque ello no roce ni remotamente las intenciones del autor, argumenta poderosamente en favor de la tesis de Popper,

segn la cual el objetivo prioritario de una sociedad libre debe ser tomar todas las precauciones posibles para que el poder haga el menor dao a los indefensos ciudadanos. Como es sabido, este libro ha desencadenado una campana de descalificacin y de calumnias contra Debray orquestada desde La Habana, del ms puro estilo estalinista, acusndolo de haber precipitado la captura del Che por hablar demasiado en el momento de su captura por los militares bolivianos. La acusacin sera menos inverosmil si no hubiera tardado treinta aos en formularse y si el propio Fidel Castro no hubiera defendido con tanto bro -en el prlogo al Diario del Che- la conducta de Debray frente a sus torturadores y jueces. En su afn de desacreditarlo, el diario Granma llega a acusar al pobre Rgis de haberse vuelto -oh, iniquidad suprema!- un aliado mo. Esta paranoia es tanto ms estpida cuanto que en Alabados sean nuestros seores,Debray hace esfuerzos verdaderamente sobrehumanos para no criticar demasiado al Jefe Mximo, rbitro supremo de vidas y muertes, que un buen da, porque haba ledo un artculo suyo sobre Cuba que le gust, lo sac del aburrimiento de pegar carteles y repartir volantes en el Quartier Latn y se lo llev a Cuba a ensearle a poner bombas y disparar bazukas y ametralladoras y a convertirlo en terico de la lucha guerrillera. De los tres 'seores' a los que Debray sirvi, el que queda mejor parado es el gigante barbudo por quien aqul parece sentir, a pesar de toda la repugnancia que ahora le merece su rgimen, una inevitable gratitud y hasta un afecto casi filial. El que queda peor es Mitterrand, escurridiza anguila en aguas turbias, maestro de la representacin y soberbio manipulador de vanidades y miserias humanas, a quien, y estoy seguro que sin proponrselo, el libro consigue esculpir como la encarnacin misma del poltico sin espina dorsal tica ni ideolgica, maniobra y gesto permanentes, obsedido en cuerpo y espritu por conservar el poder y embaucar tambin al futuro con una imagen falaz, minuciosamente construida. Pero, de los tres, el retrato mejor trazado, el ms persuasivo y tambin el ms conmovedor, es el del Che Guevara. Aunque no parece haber sentido nunca una excesiva simpata por su personalidad, Debray logr calar a fondo, en su compleja y contradictoria naturaleza, y la describe de manera inolvidable. Lector voraz, inteligencia fra, hombre sin vanidades ni apetitos mundanos, con una cierta vocacin frugal y hasta asctica, de un coraje llevado a extremos temerarios, no haba manera de intimar con l, pues guardaba, siempre una distancia aun con sus compaeros ms prximos, aquellos que se jugaron la vida a su lado, en Cuba, en frica, en Bolivia, y con quienes ' dada la ocasin, poda mostrarse hasta cruel y desptico. No s si la interpretacin que Debray propone del final del Che, como un suicidio histrico, que ste habra buscado acaso de manera inconsciente-, luego de fracasar en la aventura guerrillera africana y de presentir, tambin, el, irremediable fracaso que lo acechaba en su empresa sudamericana, corresponde enteramente a lo que sucedi. Pero es imposible no sentir un estremecmiento al leer esas pginas en las que Debray muestra esa figura, entre quijotesca y nihilista, avanzando hacia una muerte buscada, por las serranas del altiplano boliviano, con su miserable cortejo de guerrilleros medio muertos de hambre y de fatiga, sin zapatos, harapientos, casi sin balas, y cercados por un vasto ejrcito y campesinos hostiles, sin considerar siquiera un instante la posibilidad de una retirada, de un repliegue, rectilneamente convencido de tener a su lado, y de su parte, a la Historia con maysculas. Yo conoc a uno de esos enloquecidos heroicos y trgicos que murieron junto al Che. Era un peruano que se llamaba Chang. En su Diario, el Che dice, con frialdad, que se le hinchaban mucho los pies y que por ello dificultaba la marcha del destacamento. Era un muchacho culto, inteligente e incansable de quien solamos decir, para alabarlo, que l solito "vala un Comit Central". Pero tena pies planos y unas limitaciones fsicas tan obvias que slo una conviccin tan acrrima e irracional como la que Debray atribuye al Che pudo hacerlo vivir aquella inmolacin de tanto meses, hasta el terrible final. Debray describe con mano maestra todo lo que hubo de generosidad y de absurdo, de idealismo, de ceguera y de insensatez en aquella aventura, y, tambin, la velocidad con que el tiempo ha corrido desde entonces, al extremo de parecernos ahora algo as como la prehistoria de la realidad latinoamericana de hoy. Aunque Alabados sean nuestros seores es el testimonio de muchas frustraciones polticas, y una cierta amargura impregna sus pginas, no es un libro cnico, ni siquiera pesimista. A pesar de la pintura atroz con que en l aparece la accin poltica, el escarnio que hace del llamado 'compromiso' cvico del intelectual y de la recurrente comprobacin que ofrece del abismo que casi siempre separa las palabras de los hechos en la esfera de la accin, el mensaje del libro no incita a la parlisis, a la aristocrtica abstinencia poltica. Lo que lo salva de esas trampas, es el amor a las ideas" que en Debray sigue tan lozano e impetuoso como cuando devoraba los mamotretos ortodo xos de su maestro Althusser, en la cole Normale. Ha cambia do de pensar en muchos sentidos, enterrado, muchos dolos y renovado abundantes mitos, pero en lo que no ha cambiado un pice es en su conviccin de que las ideas se encarnan en la vida y la modelan, que ellas orientan las conductas y pueden por lo tanto mejorar o empeorar el funcionamiento social y los destinos individuales. Esta pasin por las ideas -por la cultura, si se trata de usar una palabra rimbombante de incierta demarcacin- es el gran contrapeso a los reveses y fracasos que jalonan la peripecia poltica que, con elegancia y limpieza, cuenta en este libro Rgis Debray, y la razn de que, al final, a pesar de todo lo malo, lo feo y lo bruto que pasa en sus pginas, el lector salga como empujado a hacer algo. No est muy claro qu, dada la confusin reinante. Pero algo, algo, y de una vez.

Respuesta a Mario Vargas LlosaQu vehemencia, querido Mario, contra "la excepcin cultural" y los pequeos demagogos y chovinistas" de este pas! Tu falta de informacin me ha hecho recordar a aquellos "intelectuales comprometidos", de antao que se acaloraban por la liberacin de Kainchatka sin llegar a localizarla del todo en un mapamundi. Como t llevas a gala el no poner al servicio de la demagogia liberal de hoy las malas costumbres de los comunistas de ayer, concluyo que tu buena fe ha sido cogida por sorpresa. As que permteme que te recuerde cules son los hechos. A un intelectual irresponsable, a la antigua, pueden traerle sin cuidado. A ti, no.Parece ser que Francia, escribes, quiere que se "impongan cuotas mnimas (...) de pelculas (...) a los circuitos cinematogrficos", exigiendo "que, por lo menos, la mitad de las pelculas en pantalla grande ( ... ) sean producidas en Francia". Tonteras. El cine francs no tiene ms que el 35% del mercado francs en salas; el cine estadounidense, casi el 60% (el 80% en Alemania, 93% en el Reino Unido). Nadie desea, ni puede, imponer a las empresas privadas de distribucin una pauta de conducta (Parque Jursico se estrena en 450 salas en Francia, Germinal en 350). Slo se trata de que las cadenas de televisin dejen el 40% a las producciones estadounidenses y el 60% de los programas a las producciones de los 12 pases de la CE, y no slo de Francia, como t dices. La "apertura ( ... ) del mercado francs a la competencia extranjera" no es, por consiguiente, una perspectiva como para "estremecerse de pnico". Es un hecho consentido, consumado y deliberado. Hablas de una "poderosa industria audiovisual" en busca de "una renta de situacin". Y como no mencionas la presin planetaria y cien veces mejor financiada de Jack Valenti, presidente de la asociacin de las compaas majors hollywoodienses (la MPAA), ni tampoco mencionas las intervenciones del Ejecutivo estadounidense a favor de estos intereses, el lector deduce que los norteamericanos defienden unos principios y los franceses sus cuartos. Y si fuera a la inversa? La industria audiovisual representa el segundo sector ms importante de exportacin de Estados Unidos hacia Europa, y las empresas majors, que tienen que rentabilizar los fabulosos costes de su superproduccin, quieren controlar a partir de ahora todos los mercados extranjeros. Este control se ejerce hoy da a travs de la televisin, principal demandante y verdadero patrocinador del cine. Quien controla las redes de difusin controla la creacin de las imgenes. Y es que, en este mercado tan condicionado, la demanda del pblico no determina la oferta, como t pareces creer. La oferta de imgenes est determinada por las expectativas de beneficios del distribuidor privado, que dicta as su e leccin al telespectador.

Qu pensaras t de un mundo en el que un libro del que se supiera de antemano que su tirada no iba a llegar a los 100.000 ejemplares en los seis primeros meses no pudiera materialmente escribirse? Adis a Proust, a Joyce y a Cline. Adis a Vargas Llosa? Un producto comercial se hace para la clientela; una obra cultural debe inventarse su pblico, a menudo contra los gustos inmediatos de la mayora. La ley de la mxima audiencia y de la rentabilidad a corto plazo y a diestro y, siniestro, impuesta por un megasistema de distribucin mundial, sera la muerte de los diletantes como Rossellini y Cocteau, de los aficionados solitarios como Cassavetes y Godard, pues el cine no slo lo hace la gran industria. Pero tambin sera el fin de cierta idea de la sociedad, nacida en la Europa de las Luces, que no prohibe el contacto del espritu con el dinero, pero que coloca el inters espiritual por encima del material. Considerar al productor de una pelcula como su verdadero autor, con omnipotencia sobre el contenido de esa obra, es sustituir tarde o temprano la calidad por la cantidad: magno problema. Lo que es bueno para la Columbia y la Warner Bross es bueno para Estados Unidos, vale; la cuestin ahora es saber si es bueno para la humanidad. Porque, a menos que se considere a Le Pen la encarnacin de todos los franceses (lo cual sera tan legtimo como considerar alpresidente Gonzalo representante de los peruanos), quin, aparte de ti, ha hablado de "lo francs", de "el honor nacional" y de "lo autnticamente francs" (trminos ajenos a nuestro concepto de ciudadana, que ignora todo criterio de raza, de sangre, de idioma o de genealoga)? No te ha dicho nadie que Arte, nica cadena de televisin totalmente subvencionada en Francia con dinero pblico, es la primera cadena transnacional de Europa, franco-alemana al principio? Que las primeras pelculas que ofreci al pblico, nada ms inaugurarse, fueron una de Wenders, una de Ettore Scola, una de Huston y una de Kurosawa? Sabes que gracias a los avances de automatizacin de la produccin ya ni siquiera hace falta que el rodaje sea en francs? Que nuestro Centro Nacional de Cinematografa dispone de un fondo especial para Europa central y del Este? Me alegro de que mi dinero de ciudadanoespectador haya permitido este ao al finlands Kaurismaki y al polaco Kieslovski venir a rodar a Francia, como hicieron en tiempos Luis Buuel y Orson Welles, Fellini y Ruy Guerra (que, por decisin de la Paramount, no pudo rodar tu magnfico guin basado en La guerra del fin del mundo). Y quin sabe, maana tal vez Woody Allen o Bob Wilson, esos grandes estadounidenses para los que Europa es un respiro. Porque todos tenemos dos progenitores: el cine norteamericano y el europeo, y no queremos tener que elegir entre pap y mam. "Definir 'lo francs' es una empresa inevitablemente absurda" -no sabes cunto- Pero no estara mal definir "lo europeo", ya que "lo norteamericano" no duda nada de s mismo. A decir verdad, de lo que se trata es de todos los colonizados, para evitar que los cines espaol, brasileo, argentino, canadiense, indio y otros se encuentren reducidos a un gueto, a folclor, condenados "al pequeo mercado local de un 10%" que el poder imperial reserva para las diversiones perifricas. Lo que est en juego es la supervivencia de los que no tienen voz ni imgenes, sea cual sea el idioma. Si no se tratara ms que de la excepcin francesa, crees que los cineastas Angelopoulos (griego), Delvaux (belga), Konchalowski (ruso - estado un den se), Wiin Wenders (alemn), Francesco Ros (italiano), habran acudido a Bruselas

para protestar? La nica cuestin es sta: tenemos derecho hoy a hacer que en el mundo circulen varias interpretaciones del mundo o una sola? En caso afirmativo, queremos contar con los medios para hacerlo? Estamos de acuerdo, querido Mario: igual que la ciencia, el arte debe escapar a toda costa de las divisiones de nacionalidad y de ideologa. El nacionalismo artstico desemboca enseguida en lo mediocre o en lo odioso, o en ambos a la vez. As que haces bien en incitar a nuestros artfices de imgenes a "ir a conquistar a 250 millones de norteamericanos". Slo que hay un problema: los norteamericanos consideran inaceptables esas pelculas extranjeras dobladas o incluso subtituladas, que nosotros aceptamos de buen grado: el homo sapienses english speaking o no es. Resultado: la produccin mundial no ocupa ni el 2% de las pantallas norteamericanas. Quin restringe la fe de estos ciudadanos? Quin "rechaza como veneno mortal todo lo que venga de otras lenguas y culturas"? Tienes razn al recordar que la cultura es intercambio y mestizaje, pero te equivocas de interlocutor: en este caso, el garante del pluralismo es Europa. Estados Unidos prohibe toda participacin extranjera superior al 25% en sus empresas de radiodifusin. All velan por sus leyes antitrust y por los abusos derivados de una posicin dominante. Lo que pase en el exterior les trae sin cuidado (porque, desde Atenas, la democracia en el interior nunca ha impedido el imperialismo en el exterior). Por qu toda medida de proteccin nacional al otro lado del Atlntico es un homenaje a la libre empresa, y cualquier bsqueda de un margen de autonoma aqu, un sntoma de tribalismo? Es que no hay ms que un patriotismo autorizado en esta tierra? Y un solo pueblo, por grande que sea, como encarnacin de la especie humana? El dogma del libre intercambio de las imgenes debe universalizar el antiguo "que se callen los pobres" ese pobre cuya imagen sube hasta Dios, tal vez, pero tan pocas veces hasta nuestras pantallas. Porque all donde hay dbiles y fuertes, "la libertad oprime y la ley libera". La frmula no es de un marxista, puedes estar tranquilo, sino de un catlico francs del siglo pasado, Lamennais. Cuando pidi una ley para prohibir que los nios trabajaran en las minas de carbn, hubo gente bien pensante que denunci en ello una traba policial a la libertad: la que les gusta tener a los zorros en los gallineros. Los italianos han obedecido a la consigna de "libre competencia comercial": su cine est muriendo por eso (de 200 a menos de 20 pelculas por ao). Ayudara el fin de Cinecitt a la "difusin de culturas diferentes" que t aoras? En Alemania, el cine de autor no habra podido sobrevivir sin los fondos pblicos. Y ya ves a qu desierto cultural conduce el capitalismo tejano de importacin a, toda la Europa del Este: cierre de los teatros, de los estudios, (te las editoriales. En cuanto a Francia, lo que fomenta lo que t llamas las subvenciones burocrticas no, es un impuesto del Estado, sino una carga fiscal voluntariamente consentida por la profesin sobre el precio de las entradas, y que no es ms que un mecanismo de redistribucin de los beneficios. El director de la Wamer deca el otro da al presidente de Arte: "Vosotros, los franceses, sois excelentes con los quesos, los vinos y la moda. Nosotros, con las pelculas. As que dejadnos a nosotros las imgenes y seguid haciendo quesos". En otros trminos: dejad que nosotros demos forma a las almas y ocupados de los vientres. Mientras que un queso es un producto como otros mil, una pelcula es una mquina de producirseres

humanos. Hasta el telefilme -con un asesinato por minuto, en general- forma un consumidor estereotipado, de Este a Oeste. Fnebre homogeneidad. T lo sabes bien: uno no se parece a lo que come, pero siempre acaba parecindose a lo que lee, y ahora, a lo que mira. Vivir es contarse historias. Hace cuatro das estaban sobre. papel; hace nada, sobre celuloide, y ahora, en soporte electrnico. Segn que un joven se cuente Easy rider o Morir en Madrid, El acorazado Po temkin o Ciudadano Kane, variar su destino. La imagen gobierna nuestros sueo s, y los sueos, nuestras acciones. Nunca se ha visto una conquista gastronmica del mundo: cul es el desafo moral del chopswey, del camembert o de la paella? Pero una hegemona poltica supone siempre la extincin de las miradas diferentes. No es casualidad que, desde 1947, los sucesivos presidentes estadounidenses hayan exigido en los acuerdos bilaterales la apertura de las salas extranjeras a un cupo determinado de pelculas estadounidenses. Hasta llegaron a amenazar hace poco con boicotear a Turqua para disuadirla de la intencin de reservar una cuarta parte de su mercado a sus propias pelculas. "La internacionalizacin de la economa es un hecho imparable"? Desde luego. Razn de ms para salvar a Arlequn, con contrapoderes decididos. La monocultura que colorea el mundo imaginario de la gente en monocroma prepara un maana triste. La proletarizacin cultural de tres cuartas partes de la humanidad producir en el siglo XXI unos rebeldes ms empecinados y numerosos que los proletarios econmicos del XIX. Esta pequea batalla sobre el GATT, probablemente perdida (ya que, a pesar de su doble retrica, nuestros dirigentes y nuestras lites consienten desde hace tiempo la razn liberal del ms fuerte), no sera ms que una ancdota corporativa si no encajara en un cuadro de conjunto. Son las memorias colectivas -que se llaman "civilizaciones"- las que maana se declararn la guerra. Y somos nosotros, en, el Norte, los que la hemos iniciado, porque la fuerza ciega a los fuertes. Queremos convertir el planeta en supermercado para no dejar a los pueblos ms remedio que elegir entre el ayatol local o la Coca-Cola? Indgenas contra yuppies: esta divergencia divide a todos los pases. Tengamos cuidado, no sea que el alma de las culturas minoritarias, al no encontrar ya dnde expresarse, transformada en extranjera en su propio pas, se vaya a buscar un exutorio en las peores regresiones indigenistas o intregristas. Es un mundo de regresiones de identidad y xenofobia el que preparan, inconscientemente y por reaccin, las secuelas de la imagen-sonido nico. T conoces el horror estril de estas repercusiones imprevistas. As que por qu no decir juntos no a la idiotez imperial de los ms ricos, que no lo sern siempre? El imperio americano pasar, como los otros. Al menos, hagamos las cosas de tal manera que no deje tras s escombros irreparables en nuestras reservas de creatividad. La ecologa se consagra a la biodiversidad de los entornos naturales. No te parece que ya va siendo hora de proteger tambin los ecosistemas del mundo cultural? Quin habla de aire puro? Un poco de aire a secas bastara.Rgis Debray es escritor francs.

La tribu y el mercado(Respuesta a Rgis Debray)

"Lo que es bueno para la Columbia y la Warner Bross es bueno para Estados Unidos, vale; la cuestin ahora es saber si es bueno para la humanidad", dice mi amigo Rgis Debray en su respuesta a mi artculo contra "la excepcin cultural" para los productos audiovisuales en las negociaciones del GATT (*). Es una frase efectista, pero poco seria, en un texto cuyo antinorteamericanismo, basado en mitos ideolgicos, desva el debate sobre el asunto en discusin: si la libertad de comercio y la cultura son compatibles o rritas la una a la otra. A su juicio hay -una vez ms!- una conspiracin de Estados Unidos, "el poder imperial", para convertir al planeta en un "supermercado" en el que las "culturas minoritarias" acosadas por la Coca-Cola y los yuppies yprivadas, de medios de expresin, no tendran otra salida que el integrismo religioso. Y, por lo visto, no han sido varias dcadas de planificacin econmica, controles, colectivismo y estatismo socialistas lo que explica la crisis de Europa del Este sino "el capitalismo tejano de importacin", culpable de que se hayan cerrado los "teatros, estudios y editoriales" de esos pases. sta es una ficcin, caro Rgis, que puede divertir a la galera, pero que falsea la realidad. Los grandes conglomerados norteamericanos, de la IBM a la General Motors, se ven cada vez en peores aprietos para hacer frente a la competencia de empresas de diversos pases del mundo (algunos tan pequeos como Chile, Japn o Taiwan), capaces de producir desde ordenadores hasta automviles a mejores precios que aquellos colosos, y que, gracias a la libertad de mercado, son preferidos a los de stos por gentes del mundo entero (incluidos los estadounidenses). Esta libertad no es buena porque perjudique a las grandes empresas, sino porque favorece a los consumidores, quienes, guiados por su propio inters, deciden qu industrias los sirven mejor. Gracias a este sistema muchos de esos pases "colonizados" que te preocupan, estn dejando de serlo a pasos rpidos y sta es, desde mi punto de vista, una razn principal para preferir el mercado libre y la internacionalizacin al rgimen de controles e intervencionismo estatal que t defiendes para los productos culturales. Acabo de pasar un ao enseando en Harvard y en Princeton, y si esas dos universidades dan la medida de lo que ocurre en los centros acadmicos de Estados Unidos, el "imperialismo" que los devasta es el francs, pues Lacan, Foucault y Derrida ejercen an en las humanidades (cuando en Francia su hegemona decae) una influencia abrumadora (a ti te estudian, tambin). No pondran t y tus amigos defensores de la "excepcin cultural" el grito en el cielo si un grupo de profesores norteamericanos pidiera la imposicin de cuotas de libros obligatorios de pensadores nativos en las universidades de su pas como defensa contra esa 'agresin' intelectual francesa que amenaza con arrebatar a Estados Unidos su "identidad cultural"?

Segn tu artculo, en el caso de los productos audiovisuales no se ejerce la libre eleccin del consumidor, porque son los intermediarios -los distribuidores- quienes 'imponen' el producto al mercado. El papel de los intermediarios es central, en efecto -son los profesores, no los estudiantes, los que prefieren a Lacan, Foucault y Derrida- pero lo de la 'imposicin' es inexacto, si el mercado se mantiene abierto a la competencia, y los lectores -o los oyentes, espectadores o televidentes- pueden ir indicando, mediante su aceptacin o su rechazo, lo que prefieren ver, or y leer. Cuando funciona libremente, el mercado permite, por ejemplo, que pelculas producidas en "la periferia" se abran camino de pronto desde all hasta millares de salas de exhibicin en todo el mundo, como les ha ocurrido a Como agua para el chocolate o El Mariachi. Ahora bien, es verdad que, en lo relativo a los productos culturales de consumo masivo, el mercado revela el predominio en los consumidores de unos gustos y preferencias que no suelen ser los tuyos ni los mos. Me imagino que te habr desmoralizado mucho el xito formidable que ha tenido entre los espectadores franceses Les visiteurs, una entretenida realizacin a la que, estoy seguro, nadie osara calificar de creacin de alta cultura. Ya s que la televisin francesa ha sido capaz de producir programas admirables, como Apostrophes, al que yo rend homenaje en estas mismas pginas, cuando Bernard Pivot decidi ponerle fin. Pero, es un programa como se la norma o la excepcin en los canales franceses? T sabes tan bien como yo que los programas promedio, y sobre todo los de ms xito, en Francia como en el resto del mundo- son de una sofocante mediocridad y que la idiotez no es patrimonio "imperial" sino, ms bien, un atributo a menudo buscado con fervor por el gran pblico en el cine, la televisin y hasta -horror de horrores- en los libros. Esto no es el resultado de una conspiracin de Estados Unidos para colonizar con "la idiotez imperial" al resto del mundo, caro Rgis, sino -quin lo hubiera dicho- de la democratizacin de la cultura que han hecho posible, a una escala jams prevista, los medios audiovisuales. Inventarse el fantasma de las multinacionales de Hollywood corruptoras de la sensibilidad francesa -o europea- para explicar que el gran pblico prefiera los culebrones o los reality shows a los programas de calidad es jugar al avestruz. No es verdad. La verdad es que la 'alta cultura' est fuera del alcance del ciudadano medio, tanto en Estados Unidos como en Europa o en los pases del Tercer Mundo, y sta es una verdad que ha hecho patente, la libertad de mercado, all donde ha podido funcionar sin demasiadas cortapisas. ste es un problema de la cultura, no del mercado. Tu receta para curar semejante mal es suprimir la libertad y reemplazarla por el despotismo ilustrado. Es decir, por un Estado intervencionista a quien corresponder determinar, en nombre de la Cultura con maysculas, un 60% de los programas televisivos que vern los franceses. (Por qu el 60%? Por qu no el 55% o el 80% o el 93%? Cules son los argumentos que justifican esa precisa mutilacin numrica de la libertad de eleccin del televidente y no un porcentaje mayor o menor?) Eso es llamar al doctor Guillotn a que venga con su mquina infernal a curar las neuralgias del paciente.

Reemplazar el mercado por la burocracia del Estado para regular la vida cultural de un pas, aunque sea slo en parte, como t propones, no garantiza que, a la hora del reparto de las prebendas y privilegios -es lo que son las subvenciones- los favorecidos sean los ms originales y los mejor dotados, y los mediocres, los desechados. Hay pruebas inconmensurables de que, ms bien, sucede al revs. Totalitario, autoritario o democrtico, el Estado tiende irresistiblemente a subsidiar no el talento, sino la sumisin, y los valores seguros en vez de los posibles den ciernes. Me haces rer cuando citas los casos de cineastas como Buuel, Orson Welles o Jean-Luc Godard, a favor de tus tesis intervencionistas. Crees de veras que la irreverencia anarquista del Buuel de El asno de oro, o el inconformismo de Citizen Kane, o las insolencias de A bout de souffle las hubiera financiado un Gobierno? No me sorprende nada que, ya famosos, convertidos en conos indiscutibles, los Estados cubrieran de honores a esos cineastas: as se homenajeaban a s mismos en ellos y los convertan en instrumentos de su propaganda. Pero todo arte de ruptura y contestacin de los valores establecidos tiene los das contados si se entrega al Estado, en todo o en parte, ese poder decisivo que t quieres confiarle en lo que concierne a la produccin audiovisual. Buen ejemplo de ello son esas sociedades de Europa del Este donde el Estado controlaba la produccin cultural -invirtiendo a veces considerables recursos- a un precio que ningn creador o intelectual digno e9tuvo dispuesto a pagar: la prdida de la libertad.Esta libertad, sin la cual la cultura se degrada y esfuma, est mejor garantizada con el mercado y el internacionalismo que con el despotismo ilustrado y el nacionalismo econmico, las dos fieras agazapadas detrs de las patriticas banderas de "la excepcin cultural", por ms que no todos los que las agitan lo adviertan. En tu artculo enumeras una serie de nombres ilustres de cineastas que comparten tus tesis, de Delvaux a Wim Wenders y Francesco Rosi. Es un argumento que no me impresiona. T sabes tan bien como yo que el talento artstico no es garanta de lucidez poltica y no ser sta la primera, ni la ltima vez, en que veremos a destacados creadores trabajar empeosamente erigiendo el patbulo donde sern ahorcados. No fuimos t y yo, de jvenes, ardientes defensores de un modelo social que, si se hubiera materializado en nuestros pases, habra censurado nuestros libros y, acaso, nos habra despachado al Gulag? Uno de aquellos ideales de nuestra juventud, el desvanecimiento de las fronteras, la integracin de los pueblos del mundo dentro de un sistema de intercambios que beneficie a todos y, sobre todo, a los pases que necesitan con urgencia salir del subdesarrollo y la pobreza, es hoy en da una realidad en marcha. Pero, en contra de lo que t y yo creamos, no ha sido la revolucin socialista la que ha llevado a cabo esta internacionalizacin de la vida, sino sus bestias negras: el capitalismo y el mercado. Esto es lo mejor que ha ocurrido en la historia moderna, porque echa las bases de una nueva civilizacin a escala planetaria organizada en tomo a la democracia poltica, el predominio de la sociedad civil, la libertad econmica y los derechos humanos. El proceso est apenas en sus comienzos y se halla amenazado desde todos los flancos por quienes, esgrimiendo distintas razones y espantajos, tratan de atajarlo o destruirlo en nombre de una doctrina de muchos tentculos que pareca semiextinguida y que ahora reaparece, reaclimatada a las circunstancias: el nacionalismo. Naturalmente que no voy a cometer la falacia de identificar el nacionalismo cultural que t defiendes con el de los racistas y xenfobos prehistricos para los que la salvacin de Francia -o

de Europa- exige expulsar al moro del Continente y levantar diques y fronteras "contra las agresiones de Wall Street". Pero asociar los trminos de nacin y cultura, como si hubiera entre ellos una indisoluble simbiosis, y, peor todava, hacer depender la integridad de sta del fortalecimiento de aqulla -eso significa el proteccionismo cultural- es empearse en revertir el proceso integrador del mundo contemporneo y una manera de votar por el retorno de la humanidad a la era de las tribus. Muerto el comunismo, el colectivismo y el estatismo resucitan detrs de otro artificio parecido al de la 'clase' revolucionaria: la nacin. Por qu, si se acepta el principio de la "excepcin cultural" para las pelculas y los programas televisivos, no se adoptara tambin para los discos, los libros, los espectculos? Por qu no poner tambin cuotas estrictas para el consumo de las mercancas extranjeras de cualquier ndole? No son manifestaciones de una cultura los productos gastronmicos, el atuendo, los usos tradicionales en lo relativo al transporte, al esparcimiento, al trabajo? Una vez admitido el principio de una "excepcin cultural", no hay producto industrial exento de argumentos vlidos para exigir idntico privilegio, y con razn. Este camino no conduce a la salvaguardia de la cultura, sino a poner a un pas, atado de pies y manos, a merced del estatismo. Es decir, a una merma de su libertad. Es cierto que el mercado norteamericano est an lejos de funcionar con entera libertad, y las negociaciones del GATT deberan servir para romper las limitaciones proteccionistas que Estados Unidos ha establecido en la propiedad, la produccin y el comercio audiovisual. Europa debe exigir que se supriman estas barreras, a cambio de abrir sus propios mercados a la competencia. Esa es la buena batalla y deberamos librarla juntos: la que se fija como objetivo ampliar la libertad existente y hacerla asequible a todos, en vez de la que quiere, para contrarrestar las trabas a la libertad en Estados Unidos, amurallar la de Francia (o la de Europa) y rodearla de burcratas y aduaneros que, en vez de protegerla, la asfixiarn. * Rgis Debray, Respuesta a Mario Vargas Llosa, EL PAS, jueves 4 de noviembre de 1993. copyright Mario Vargas Llosa, 1993.

Salir de la arutopistaRgis Debray

(Respuesta a Mario Vargas Llosa)Te entrego las armas, Mario. "El antiamericanismo basado en mitos ideolgicos", dices, "hace que el debate se desve de la cuestin de fondo". Es cierto. Dejemos, pues, este revlver de seis balas que juzga antes de comprender. En los medios intelectuales, entre 1945 y 1970, no era de buen tono serantisovitico. Ocurrir lo mismo en el 2050 con los antichinos? Cada momento de ortodoxia tiene su anatema. En la actualidad, serantiamericano supone la excomunin. Esta etiqueta, que transforma a todo oponente al nuevo orden en alguien que sufre en su carcter una fobia persistente y lamentable, sirve a sus adversarios para descalificarle y no responder a sus argumentos. Dejemos el terrorismo de los estereotipos para las pelculas del Oeste y los cerebros estalinistas. Rechazo a EE UU como modelo, y me alimento de su cultura. Eurodisney me aburre y California me encanta. No confundo lasociedad estadounidense, y su democrtica vitalidad, con la supremacade EE UU, tan frecuentemente mortfera. Y me ro, como t, de esa mitologa mgico-policiaca que transforma en "conspiracin" o en "tejemanejes secretos" lo que es un banal efecto del exceso de fuerza. Toda hegemona es producto de un engranaje, de una mecnica de fuerzas, y no de una psicologa de las intenciones. Dnde y cundo he denunciado yo una maquinacin? Levanto acta de una lgica sonmbula, la del "cada vez ms", que es la lgica de siempre, la de todos los imperios, y Hamo a una resistencia lcida y generosa como la que debe encontrar todo sistema de dominacin ciega, ayer, hoy y maana, ya sea estadounidense, espaol, alemn o francs. El debate entre "la libertad de comercio y la cultura" no enfrenta a Europa y EE UU, sino a Occidente consigo mismo, que es menos peligroso, pero ms grave. En 1935, Husserl evocaba "la crisis de la humanidad europea", que inclua para l el otro lado del Atlntico. La primera vctima de la americanizacin es precisamente EE UU; esta crisis opone lo mejor de EE UU a sus peores caractersticas. De forma inmediata, coloca a la vieja y obesa Europa ante el espejo. Ojal descubra en l su fragilidad ntima, y el rostro cultural de los pequeos pueblos que antes despreciaba, aquellos cuya existencia, deca Kundera, "puede ser cuestionada en todo inomento". Puede la tragedia de la Europa central de antao, amputada en su polifona, privada de sus imgenes y de sus voces, convertirse un da en la tragedia de toda Europa? Opones el mercado mundial a la tribu como el neutro al exaltado, el hospitalario al belicoso, el abierto al cerrado. Pero recuerda que tambin el mercado expulsa, degella y lleva a la desesperacin. Por millones. Una sociedad de mercado puro supondra la

exclusin de una de cada tres personas en la "megatienda Virgin" que sueas para Europa, y de dos de cada tres si hablamos de un hipermercado planetario, donde un quinto de la poblacin mundial acapara los cuatro quintos del capital y del poder adquisitivo. La risuea modernizacin que te encanta es tambin la de las desigualdades, y supone un alejamiento creciente entre el centro y la periferia. Qu significa la libre competencia entre el cine africano y el estadounidense? La asfixia del primero ante la indiferencia del segundo. Confiar la emancipacin del hombre -quiero decir la educacin, la creacin y la investigacin- slo a los mecanismos del mercado puede ms bien despertar en todos las peores tendencias insulares. Porque la nueva mundialidad que te entusiasma no quita vigencia a la vieja ley imperial de las fuerzas, sino que modifica sus mtodos. Sustituye, como deca ayer Zbigniew Brzezinski referindose a nuestra "aldea mundial", la diplomacia de las caoneras por la de las redes de distribucin (aunque la primera sigue siendo til de vez en cuando). Pero, ms que nunca, la cultura dominante sigue siendo la cultura de la economa dominante, y de las caoneras ms grandes. De ah viene seguramente su arrogancia. "Mercado" no es una palabra ms neutra que "tribu". No quiero poner al mercado en la picota, pero tampoco hagamos de ese mal necesario una panacea, ni mucho menos una pantalla de humo de un supernacionalismo dominador y seguro de s mismo. En cualquier caso, no es mi nico principio de realidad, y me cuidara mucho de convertirlo en la directriz filosfica del siglo XXI. Entretanto, confiar el mundo de las imgenes y los valores a la simple mecnica de la oferta y la demanda sera una variante del nihilismo en su versin importacin-exportacin. En un mercado, el principio de equivalencia hace que todo pueda intercambiarse por todo. Pero la cultura es ese raro mbito donde cualquier cosa no es igual que cualquier otra: los pueblos, los poemas, las pelculas o la msica. Todo poder excesivo engendra un contrapoder, y toda marea engendra un dique. Aqu, el dique se llama cuotas de difusin, subvenciones pblicas, fondos de apoyo. Se trata, en todo el planeta, de la supervivencia del otro, una especie en vas de desaparicion, y ante todo de una cierta idea de "humanidad europea". Sabes que Husserl atribua su nacimiento