la seniora de chalma -- mesoamerica antropologia-arqueologia

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La Señora de Chalma LEONARDO LÓPEZ LUJÁN, LAURA FILLOY NADAL a Xavier Noguez Vistas frontal, izquierda y posterior de la mal llamada Diosa de Coatepec Harinas en su estado actual. Está registrada con el número de inventario 10-74751. Sala Mexica. Museo Nacional de Antropología. FOTO: L.M. MARTÍNEZ / PROYECTO. DIGITALIZACIÓN MNA-CANON LA SEÑORA DE CHALMA / 71

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Sobre arquelogia de genero

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  • La Seora de ChalmaLeonardo Lpez Lujn, Laura FiLLoy nadaL

    a Xavier Noguez

    Vistas frontal, izquierda y posterior de la mal llamada Diosa de Coatepec Harinas en su estado actual. Est registrada con el nmero de inventario 10-74751. Sala Mexica. Museo Nacional de Antropologa. Foto: L.M. MArtNEz / ProyECto. DigitALizACiN MNA-CANoN

    La Seora de ChaLma / 71

  • 72 / arqueoLoga mexiCana La Seora de ChaLma / 73

    y 1906 en su miscelnea intitulada Hunt-Corts Di-gest, peridico trimestral de cosas de Mxico, el Egipto del Occidente, y de literatura general.

    Al seguir esta pista, descubrimos que Hunt pres-t la estatuilla al insigne historiador Francisco del Paso y Troncoso para que la integrara a la seccin mexicana de la Exposicin Histrico-Americana de Madrid, la cual se organiz en 1892 con motivo del cuarto centenario del descubrimiento de Amrica. La estatuilla estuvo expuesta en un escaparate de la Sala II, como digno ejemplar de la cultura cohuis-ca (Paso y Troncoso 1893, 1, pp. 18, 141). Convie-ne agregar que, por aquel entonces, el abogado e his-toriador Alfredo Chavero (1892, p. XXX) identific esta efigie como Malinalli y confundi su cabello con la mscara de la deidad de la tierra. Desconoce-mos, por desgracia, cundo ingres la estatuilla a las colecciones del Museo Nacional, pero podemos es-pecular que habra sido a los pocos aos de haber regresado de Espaa, cuando se tomaron las foto-grafas arriba mencionadas y por donacin del pro-pio Hunt a instancias de Paso y Troncoso, antiguo director del museo.

    El contexto del hallazgoMucho ms significativa es la referencia que el pro-fesor Ros hace del Cerro del Tambor como el lugar del descubrimiento, pues nos permite reconstruir el contexto cultural en que se utiliz la estatuilla. Por la arqueloga Rosa de la Pea Virchez pudimos lo-calizar en el mapa esa elevacin del sur del Estado de Mxico. El Cerro del Tambor (18 57 2.46N, 99 25 49.76O, 2 000 msnm) ocupa el flanco occi-

    dental de la accidentada Barranca de Ocuilan, por la cual fluye el ro Chalma. Se ubica precisamente en-tre los pueblos de Ocuilan y Chalma, a 3.4 km en l-nea recta al suroeste del primero y a 2 km al noreste del segundo. De entrada, tal emplazamiento descar-ta a Coatepec Harinas como el origen de la estatui-lla, pues esta poblacin se halla enclavada a 35 kil-metros al oeste del Cerro del Tambor.

    En tiempos prehispnicos, este cerro y la barran-ca entera formaban parte del seoro de Ocuilan, el

    Izquierda: Una de las cua-tro fotografas de la estatui-lla tomadas el 28 de marzo de 1897. ahmna, caja 2, foto 87a. rEProgrAFA: ProyECto DigitALizACiN AHMNA-CANoN

    Derecha: Fotografa donde se aprecia la ficha con la ano-tacin, hecha el 1 de diciem-bre de 1888, del profesor Jos Mara de Jess ros. ahmna, caja 2, foto 87c. rEProgrAFA: ProyECto DigitALizACiN AHMNA-CANoN

    Monseor Agustn M. Hunt Corts y dos alumnos del Ho-gar de Nios trabajadores. rEProgrAFA: rACES. toMADo DE Hunt-Corts DIgest, ENEro-FEbrEro DE 1906, P. 218

    Una escultura excepcionalEntre las obras maestras del Museo Nacional de Antropologa, la llamada Diosa de Coatepec Harinas (mna, inv. 10-74751) ocu-pa un lugar de privilegio. Exhibida en la Sala Mexica, sobresale por sus indiscutibles valores estticos y por tratarse de una de las raras tallas en madera que han logrado llegar desde tiempos pre-hispnicos hasta nuestros das. Un rpido examen de su fisono-ma nos indica que la estatuilla femenina fue concebida para ser vista frontalmente y para transmitir, a travs de su rigurosa sime-tra, los ideales indgenas de la armona y la templanza. El rostro, como suele suceder en la plstica del Centro de Mxico, no expre-sa sentimientos melodramticos, mientras que el cuerpo ergui-do y con los pies bien apoyados sobre el suelo adopta una pos-tura firme y a la vez serena. Apegndose al canon escultrico regional, las proporciones anatmicas se compactan en sentido vertical, al tiempo que se amplifican el tamao y los detalles de la cabeza, las manos y los pies.

    El artfice de esta bella imagen represent a una mujer de ras-gos juveniles y con el cabello peculiarmente trenzado sobre la fren-te. Puso especial nfasis en su torso desnudo, el cual nos muestra unos senos exiguos y rodeados por las manos en actitud de ofren-da. En contraste, dej ocultas la cadera y las piernas bajo un lar-go enredo carente de faja. La estatuilla, hay que mencionarlo, no es demasiado grande: mide tan slo 39.5 cm de alto, 15 cm de an-cho y 10 cm de espesor, mientras que su peso es de 1.2 kg. Fue elaborada con una madera latifoliada rojiza y de grano fino, qui-zs cedro, lo que permiti crear superficies bien redondeadas, ter-sas y brillantes. La talla se complement con pigmento negro so-bre la totalidad del rostro e incrustaciones de caracol de la especie Turbinella angulata para simular las esclerticas de los ojos y dos in-cisivos superiores.

    Con respecto al origen de la estatuilla, hasta fechas recientes era realmente poco lo que sabamos. Los nicos datos contextua-les con que contbamos provenan del libro The Wood-Carvers Art in Ancient Mexico, escrito por Marshall H. Saville (1925: 83). Ah, el arquelogo norteamericano se limita a decirnos lo siguiente: Fuimos informados por el Dr. Nicols Len que esta imagen, junto con otra que ha desaparecido, fue descubierta hace algunos aos en un montculo en Coatepec Harinas, Estado de Mxico. Estos datos, proporcionados por el afamado antroplogo michoa-cano, siempre nos parecieron dudosos, no tanto por la referencia a esa poblacin matlatzinca de las faldas meridionales del Neva-do de Toluca, sino porque una pieza de madera difcilmente se ha-bra conservado en tan buen estado bajo los vestigios de un edi-ficio prehispnico. Por regla general, este tipo de objetos logra sobrevivir en las zonas boscosas del altiplano cuando las comuni-

    dades indgenas los siguen utilizando de generacin en generacin o cuando son abandonados en el interior de cuevas secas.

    Felizmente, tales sospechas se confirmaron hace unas cuantas semanas con un descubrimiento de la historiadora Ana Luisa Ma-drigal: en el Archivo Histrico del Museo Nacional de Antropo-loga, ella se top con cuatro fotografas en blanco y negro de la estatuilla, las cuales fueron tomadas el lejano 28 de marzo de 1897 (ahmna, caja 2, 87a-d). Estas viejas tomas muestran la escultura desde distintos ngulos y nos revelan que hace poco ms de un si-glo el ojo izquierdo an conservaba su aplicacin circular de pie-dra negra, que la oreja derecha ya estaba rota y que los hoyos de las polillas todava no haban sido resanados. Pero ms all de es-tos detalles de conservacin y restauracin, una de las fotografas nos deja ver una ficha rectangular de papel que acompaaba a la estatuilla. Tambin carcomida por la polilla, la ficha tiene inscrita en letra manuscrita la siguiente aclaracin:

    La figura de madera adjunta fue encontrada en el cerro del tambor cerca de Chalma, enterrada en marmaja, junta [sic] con otra figura cuyo paradero se ignora. Dicha figura la cede el que suscribe su querido maestro y amigo Mr. A. M. Hunt, amante de las antigedades mexi-canas. Tenancingo, Diciembre 1 de 1888. Jos Ma. de J. Ros.

    La biografa del objeto Ese breve texto es significativo en dos sentidos. Por un lado, nos ayuda a construir la pomposamente llamada biografa del obje-to, es decir, las vicisitudes que sufri la estatuilla de madera des-de su hallazgo hasta llegar a Chapultepec. Gracias a lo anotado, por ejemplo, nos enteramos que uno de los primeros propieta-rios si no su descubridor fue Jos Mara de Jess Ros, cono-cido en la ciudad mexiquense de Tenancingo por haber fundado el Colegio Po Gregoriano en 1879. Tambin nos aclara el texto que, a fines de 1888, el profesor Ros le obsequi la estatuilla a Agustn M. Hunt Corts, un sacerdote catlico de ascendencia irlandesa y nacido en Nueva Orlens que pas la mayor parte de su vida en nuestro pas (vase H. de Len-Portilla 1988, vol. 1 p.125; vol. 2, pp. 189-192). Mencionemos que Hunt se dedicaba a la educacin de nios desamparados, pero en sus ratos libres estudiaba la gramtica nhuatl, particularmente la fontica. En efecto, bajo el seudnimo de Celtatcatl (el celta), public in-numerables traducciones al nhuatl, el espaol y el ingls de le-tanas, oraciones, relatos, salutaciones, elogios, fbulas e, inclusi-ve, el himno nacional mexicano. Muchas aparecieron entre 1884 y 1886 en el semanario La Familia, y otras en 1887 en las memo-rias del XI Congreso Internacional de Americanistas. Sin embar-go, las ms conocidas fueron las que l mismo edit entre 1904

    La informacin contextual es decisiva para el arquelogo. Con ella le resulta mucho ms

    fcil dilucidar la funcin y el significado de los vestigios que exhuma, as como recons-

    truir escenas de un pasado siempre cambiante. Por ello, quienes saquean el patrimonio

    arqueolgico logran recuperar para su propio beneficio objetos de gran valor intrnse-

    co, pero a costa de despojarlos de sus vnculos con las sociedades que los crearon.

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    y 1906 en su miscelnea intitulada Hunt-Corts Di-gest, peridico trimestral de cosas de Mxico, el Egipto del Occidente, y de literatura general.

    Al seguir esta pista, descubrimos que Hunt pres-t la estatuilla al insigne historiador Francisco del Paso y Troncoso para que la integrara a la seccin mexicana de la Exposicin Histrico-Americana de Madrid, la cual se organiz en 1892 con motivo del cuarto centenario del descubrimiento de Amrica. La estatuilla estuvo expuesta en un escaparate de la Sala II, como digno ejemplar de la cultura cohuis-ca (Paso y Troncoso 1893, 1, pp. 18, 141). Convie-ne agregar que, por aquel entonces, el abogado e his-toriador Alfredo Chavero (1892, p. XXX) identific esta efigie como Malinalli y confundi su cabello con la mscara de la deidad de la tierra. Desconoce-mos, por desgracia, cundo ingres la estatuilla a las colecciones del Museo Nacional, pero podemos es-pecular que habra sido a los pocos aos de haber regresado de Espaa, cuando se tomaron las foto-grafas arriba mencionadas y por donacin del pro-pio Hunt a instancias de Paso y Troncoso, antiguo director del museo.

    El contexto del hallazgoMucho ms significativa es la referencia que el pro-fesor Ros hace del Cerro del Tambor como el lugar del descubrimiento, pues nos permite reconstruir el contexto cultural en que se utiliz la estatuilla. Por la arqueloga Rosa de la Pea Virchez pudimos lo-calizar en el mapa esa elevacin del sur del Estado de Mxico. El Cerro del Tambor (18 57 2.46N, 99 25 49.76O, 2 000 msnm) ocupa el flanco occi-

    dental de la accidentada Barranca de Ocuilan, por la cual fluye el ro Chalma. Se ubica precisamente en-tre los pueblos de Ocuilan y Chalma, a 3.4 km en l-nea recta al suroeste del primero y a 2 km al noreste del segundo. De entrada, tal emplazamiento descar-ta a Coatepec Harinas como el origen de la estatui-lla, pues esta poblacin se halla enclavada a 35 kil-metros al oeste del Cerro del Tambor.

    En tiempos prehispnicos, este cerro y la barran-ca entera formaban parte del seoro de Ocuilan, el

    Izquierda: Una de las cua-tro fotografas de la estatui-lla tomadas el 28 de marzo de 1897. ahmna, caja 2, foto 87a. rEProgrAFA: ProyECto DigitALizACiN AHMNA-CANoN

    Derecha: Fotografa donde se aprecia la ficha con la ano-tacin, hecha el 1 de diciem-bre de 1888, del profesor Jos Mara de Jess ros. ahmna, caja 2, foto 87c. rEProgrAFA: ProyECto DigitALizACiN AHMNA-CANoN

    Monseor Agustn M. Hunt Corts y dos alumnos del Ho-gar de Nios trabajadores. rEProgrAFA: rACES. toMADo DE Hunt-Corts DIgest, ENEro-FEbrEro DE 1906, P. 218

    Una escultura excepcionalEntre las obras maestras del Museo Nacional de Antropologa, la llamada Diosa de Coatepec Harinas (mna, inv. 10-74751) ocu-pa un lugar de privilegio. Exhibida en la Sala Mexica, sobresale por sus indiscutibles valores estticos y por tratarse de una de las raras tallas en madera que han logrado llegar desde tiempos pre-hispnicos hasta nuestros das. Un rpido examen de su fisono-ma nos indica que la estatuilla femenina fue concebida para ser vista frontalmente y para transmitir, a travs de su rigurosa sime-tra, los ideales indgenas de la armona y la templanza. El rostro, como suele suceder en la plstica del Centro de Mxico, no expre-sa sentimientos melodramticos, mientras que el cuerpo ergui-do y con los pies bien apoyados sobre el suelo adopta una pos-tura firme y a la vez serena. Apegndose al canon escultrico regional, las proporciones anatmicas se compactan en sentido vertical, al tiempo que se amplifican el tamao y los detalles de la cabeza, las manos y los pies.

    El artfice de esta bella imagen represent a una mujer de ras-gos juveniles y con el cabello peculiarmente trenzado sobre la fren-te. Puso especial nfasis en su torso desnudo, el cual nos muestra unos senos exiguos y rodeados por las manos en actitud de ofren-da. En contraste, dej ocultas la cadera y las piernas bajo un lar-go enredo carente de faja. La estatuilla, hay que mencionarlo, no es demasiado grande: mide tan slo 39.5 cm de alto, 15 cm de an-cho y 10 cm de espesor, mientras que su peso es de 1.2 kg. Fue elaborada con una madera latifoliada rojiza y de grano fino, qui-zs cedro, lo que permiti crear superficies bien redondeadas, ter-sas y brillantes. La talla se complement con pigmento negro so-bre la totalidad del rostro e incrustaciones de caracol de la especie Turbinella angulata para simular las esclerticas de los ojos y dos in-cisivos superiores.

    Con respecto al origen de la estatuilla, hasta fechas recientes era realmente poco lo que sabamos. Los nicos datos contextua-les con que contbamos provenan del libro The Wood-Carvers Art in Ancient Mexico, escrito por Marshall H. Saville (1925: 83). Ah, el arquelogo norteamericano se limita a decirnos lo siguiente: Fuimos informados por el Dr. Nicols Len que esta imagen, junto con otra que ha desaparecido, fue descubierta hace algunos aos en un montculo en Coatepec Harinas, Estado de Mxico. Estos datos, proporcionados por el afamado antroplogo michoa-cano, siempre nos parecieron dudosos, no tanto por la referencia a esa poblacin matlatzinca de las faldas meridionales del Neva-do de Toluca, sino porque una pieza de madera difcilmente se ha-bra conservado en tan buen estado bajo los vestigios de un edi-ficio prehispnico. Por regla general, este tipo de objetos logra sobrevivir en las zonas boscosas del altiplano cuando las comuni-

    dades indgenas los siguen utilizando de generacin en generacin o cuando son abandonados en el interior de cuevas secas.

    Felizmente, tales sospechas se confirmaron hace unas cuantas semanas con un descubrimiento de la historiadora Ana Luisa Ma-drigal: en el Archivo Histrico del Museo Nacional de Antropo-loga, ella se top con cuatro fotografas en blanco y negro de la estatuilla, las cuales fueron tomadas el lejano 28 de marzo de 1897 (ahmna, caja 2, 87a-d). Estas viejas tomas muestran la escultura desde distintos ngulos y nos revelan que hace poco ms de un si-glo el ojo izquierdo an conservaba su aplicacin circular de pie-dra negra, que la oreja derecha ya estaba rota y que los hoyos de las polillas todava no haban sido resanados. Pero ms all de es-tos detalles de conservacin y restauracin, una de las fotografas nos deja ver una ficha rectangular de papel que acompaaba a la estatuilla. Tambin carcomida por la polilla, la ficha tiene inscrita en letra manuscrita la siguiente aclaracin:

    La figura de madera adjunta fue encontrada en el cerro del tambor cerca de Chalma, enterrada en marmaja, junta [sic] con otra figura cuyo paradero se ignora. Dicha figura la cede el que suscribe su querido maestro y amigo Mr. A. M. Hunt, amante de las antigedades mexi-canas. Tenancingo, Diciembre 1 de 1888. Jos Ma. de J. Ros.

    La biografa del objeto Ese breve texto es significativo en dos sentidos. Por un lado, nos ayuda a construir la pomposamente llamada biografa del obje-to, es decir, las vicisitudes que sufri la estatuilla de madera des-de su hallazgo hasta llegar a Chapultepec. Gracias a lo anotado, por ejemplo, nos enteramos que uno de los primeros propieta-rios si no su descubridor fue Jos Mara de Jess Ros, cono-cido en la ciudad mexiquense de Tenancingo por haber fundado el Colegio Po Gregoriano en 1879. Tambin nos aclara el texto que, a fines de 1888, el profesor Ros le obsequi la estatuilla a Agustn M. Hunt Corts, un sacerdote catlico de ascendencia irlandesa y nacido en Nueva Orlens que pas la mayor parte de su vida en nuestro pas (vase H. de Len-Portilla 1988, vol. 1 p.125; vol. 2, pp. 189-192). Mencionemos que Hunt se dedicaba a la educacin de nios desamparados, pero en sus ratos libres estudiaba la gramtica nhuatl, particularmente la fontica. En efecto, bajo el seudnimo de Celtatcatl (el celta), public in-numerables traducciones al nhuatl, el espaol y el ingls de le-tanas, oraciones, relatos, salutaciones, elogios, fbulas e, inclusi-ve, el himno nacional mexicano. Muchas aparecieron entre 1884 y 1886 en el semanario La Familia, y otras en 1887 en las memo-rias del XI Congreso Internacional de Americanistas. Sin embar-go, las ms conocidas fueron las que l mismo edit entre 1904

    La informacin contextual es decisiva para el arquelogo. Con ella le resulta mucho ms

    fcil dilucidar la funcin y el significado de los vestigios que exhuma, as como recons-

    truir escenas de un pasado siempre cambiante. Por ello, quienes saquean el patrimonio

    arqueolgico logran recuperar para su propio beneficio objetos de gran valor intrnse-

    co, pero a costa de despojarlos de sus vnculos con las sociedades que los crearon.

  • 74 / arqueoLoga mexiCana La Seora de ChaLma / 75

    llotl-Tezcatlipoca (Krickeberg, 1949, vol. 1, p. 161; Romero, 1957, p. 25) o bien Tlazoltotl (Borunda, 1898, pp. 121-122; Hobgood, 1971, pp. 260-261). Es claro que los tres ltimos dioses, dentro del mbito de las adaptaciones religiosas, seran exce-lentes candidatos para la sustitucin de cultos or-questada por los agustinos. Bajo esta lgica, Tez-catlipoca pudiera ser el antecedente inmediato del Cristo negro, Tlloc de San Miguel Arcngel y Tla-zoltotl de Santa Mara Egipciaca.

    En el mismo sentido, resulta sugerente la inves-tigacin de Louise M. Burkhart (1989, pp. 87-93), quien concluy que Tezcatlipoca y Tlazoltotl inte-graban un par de divinidades responsables tanto de las conductas disolutas como de su posterior abso-lucin. Por un lado, ambos incitaban el deseo car-nal y provocaban las transgresiones sexuales: Tez-catlipoca tena como atributos el polvo y la basura smbolos de la inmoralidad, en tanto que Tlazol-totl asociada con los lujuriosos huastecos era una diosa terrestre que tena el patronazgo de los adlteros y las mujeres promiscuas. Pero al mismo tiempo, los dos eran invocados en el rito de la con-fesin oral, pues gozaban de los poderes para remo-ver (lavar, comer o barrer con escoba de zacate) las impurezas de las personas de vida disipada y para concederles el perdn (Cdice Florentino, lib. I, cap. xII). Eso explica por qu Tlazoltotl, una diosa su-puestamente de origen huasteco, era conocida tam-bin como Tlaelcuani o la que come inmundicias e identificada en ocasiones con Chalmecachuatl (mujer de los de Chalma; Len-Portilla, 1996, pp. 99-104).

    En ese tenor, el licenciado Ignacio Borunda (1898, p. 122) registr a fines del periodo colonial un rito de purificacin que asoci inevitablemente con Tla-zoltotl. As lo describe:

    La emocion que sienten las Gentes que ocurren al San-tuario de Chalma hazer all las confesiones generales de su vida, son las que entiende vista de aquel insig-ne Cruzifixo, ser el representativo del Seor de la ba-sura que limpia sus conciencias, y en un llano antes de llegar al Santuario, los Indios se desnudan y revuel-can en el zacate y me han dicho espaoles creen se les perdonan sus pecados, y me parece que el zacate en que se revuelcan lo atan despus y lo queman.

    La advocacin de la estatuilla Hemos visto que la estatuilla del Cerro del Tambor se apega rigurosamente al estilo escultrico del Cen-tro de Mxico. Sin embargo, no encontramos en la iconografa del rea representaciones femeninas que se le parezcan demasiado y que, por consecuencia, nos ayuden a identificarla de manera incontroverti-

    ble. Ciertamente, varias imgenes de deidades de la tierra y la fertilidad llevan el torso desnudo y visten algn tipo de enredo como sucede en nuestra esta-tuilla. se es el caso, por ejemplo, de Coatlicue, Tlaltecuhtli, Chicomecatl, Cihuatotl, Toci, Tlazol-totl e Ixcuina. Otras imgenes tienen, como ella, pintura negra en el rostro. Nos referimos a Cihua-catl, Teteoinnan, Tzapotlatenan, Tlazoltotl, Ixcuina, Temazcalteci y, en menor medida, a Chi-comecatl y Chalchiuhtlicue. Pero, de manera des-

    imagineros tallando en ma-dera la efigie de una divini-dad masculina. Cdice Flo-rentino, lib. i, apendiz, f. 26r.DigitALizACiN: rACES

    Detalle de la Aparicin del Santo Christo de Chalma, grabado de la relacin histrica y moral de fray Joaqun Sardo. Abajo se ve la imagen destruida de oztototl.DigitALizACiN: rACES

    cual fue conquistado por Tenochtitlan durante el rei-nado de Axaycatl (1469-1481 d.C.; vase Pea y Pal-ma, 2010). Tras su derrota militar, los ocuiltecas tu-vieron la obligacin de tributar peridicamente a la Triple Alianza grandes cantidades de mantas de al-godn y henequn, uniformes militares, escudos, maz, frijol, amaranto, chia y sal, esta ltima muy blanca y para el consumo exclusivo de los seores de Mxico (Codex Mendoza, f. 34r). A decir de los mexicas, los ocuiltecas eran de la misma vida y cos-tumbre de los [matlatzincas] de Toluca, aunque su lenguaje es diferente Usaban tambin y muy mu-cho de los maleficios o hechizos (Cdice Florentino, lib. X, cap. XXIX, 8, f. 132v).

    Adems de su exuberante vegetacin, la barran-ca de Ocuilan se distingue por la abundancia de cue-vas y pequeos abrigos rocosos (Sardo, 1965, p. 72), muchos de los cuales fueron escenario de intensas actividades rituales en el siglo xvI. All se adoraban imgenes de madera y piedra, tal y como lo atesti-guan varios documentos histricos. En el Archivo General de la Nacin, por ejemplo, se resguarda un interesante proceso inquisitorial contra la gente de Ocuilan (Inquisicin, 1548, vol. 1, exp. 3, ff. 5-7). All se habla de un tal Juan Teztcatl, quien confes ha-ber visto en Poan una cueva y en ella muchos do-los y alrededor sangre y cosas de santificar y se dice dnde est la cueva Tetelneoya. Tambin se seala a un indio de nombre Acatnal como el encargado de dichas imgenes especificndose que les ofreca copal, flores y comida y a otro llamado Catl como el carpintero que las tallaba. A raz de la denuncia de este culto, un fraile agustino

    fue al monte en donde deca que estaban los dolos de palo grande y los hizo traer al monasterio de Ocuila y les predijo y amonest a los indios de que el Sr. Obis-po ordenaba que todos los que tuviesen dolos o cosas de sacrificar los diesen e descubriesen y que si no los

    daban a su seora los destruyesen en su presencia de ellos y para mostrarles de cun poca virtud son aque-llos dolos en que tenan su esperanza los hizo quemar delante de todo el pueblo con las cosas de sacrificar que de ellos hall

    El documento concluye diciendo que los idlatras fueron azotados, pero no excomulgados.

    Un caso mejor conocido es el de la cueva donde los agustinos erigiran el Santuario de Chalma. En ese lugar se reverenciaba una enigmtica escultura de piedra que fue destruida y reemplazada en 1539. Sobre este hecho, nos relata con detalle el padre Fran-cisco de Florencia (1689, pp 5-7):

    En tiempo de su gentilidad tenan en gran veneracin los naturales de Ocuila y sus contornos un dolo de cuyo nombre, ni aun entre ellos as por el mucho tiem-po que ha pasado, como por la total mudanza de reli-gin, y costumbres ha quedado memoria alguna. Hay quien piense, que se llamaba Ostoc-Teotl, que quiere decir Dios de las Cuevas; pero es adivinar.

    De acuerdo con Florencia, locales y fuereos hon-raban dicha escultura

    ofrecindole olores, y tributndole en las copas de sus cajetes los corazones y sangre vertida de inocentes nios, y otros animales de que gustaba la insaciable crueldad del comn enemigo. Era mucha la devocin si se debe llamar devocin la que es supersticin y grande la estima que su engaada ceguera haca de aquel dolo, y al paso que era el concurso de varias personas, de cerca y de lejos, que venan a adorarlo y ofrecerle torpes vctimas.

    Segn una versin que no recurre al milagro, los mis-mos ocuiltecas redujeron su imagen a pedazos y los agustinos la reemplazaron con la del Cristo negro (Sardo, 1965, p. 19). Y, con el paso de los siglos, los frailes instalaron en la misma cueva las efigies de San Miguel Arcngel y de Santa Mara Egipciaca.

    Pero, quin es este Oztototl referido con tan-ta vacilacin por Florencia? Dado que no existe me-moria de alguna deidad con ese nombre y que el culto en la cueva de Chalma atraa a gente de luga-res lejanos, el sabio Miguel Othn de Mendizbal (1925, p. 100) propuso que no se tratara de un diosecillo provinciano, sino de alguna divinidad de las que gozaron de culto universal entre los in-dgenas del Centro de Mxico. Otros estudiosos han sido ms puntuales al sugerir que era el mism-simo Huitzilopochtli (Borunda, 1898, pp. 118-121; Hobgood, 1971, pp. 260-261), Tlloc (Hobgood, 1971, pp. 256, 260; Quezada, 1972, p. 61), Tepey-

    Ubicacin del Cerro del tambor con respecto a los poblados de ocuilan, Chal-ma y Coatepec Harinas.iLUStrACiN: rACES

    Nevado de Toluca

    Coatepec Harinas Tenancingo Chalma

    Ocuilan

    CuernavaCaCerro del Tambor

    ToluCa

    Morelos

    estado de Mxico

    estado de Mxico

    Morelos

    d.f.

    CapiTal esTaTalloCalidad

  • 74 / arqueoLoga mexiCana La Seora de ChaLma / 75

    llotl-Tezcatlipoca (Krickeberg, 1949, vol. 1, p. 161; Romero, 1957, p. 25) o bien Tlazoltotl (Borunda, 1898, pp. 121-122; Hobgood, 1971, pp. 260-261). Es claro que los tres ltimos dioses, dentro del mbito de las adaptaciones religiosas, seran exce-lentes candidatos para la sustitucin de cultos or-questada por los agustinos. Bajo esta lgica, Tez-catlipoca pudiera ser el antecedente inmediato del Cristo negro, Tlloc de San Miguel Arcngel y Tla-zoltotl de Santa Mara Egipciaca.

    En el mismo sentido, resulta sugerente la inves-tigacin de Louise M. Burkhart (1989, pp. 87-93), quien concluy que Tezcatlipoca y Tlazoltotl inte-graban un par de divinidades responsables tanto de las conductas disolutas como de su posterior abso-lucin. Por un lado, ambos incitaban el deseo car-nal y provocaban las transgresiones sexuales: Tez-catlipoca tena como atributos el polvo y la basura smbolos de la inmoralidad, en tanto que Tlazol-totl asociada con los lujuriosos huastecos era una diosa terrestre que tena el patronazgo de los adlteros y las mujeres promiscuas. Pero al mismo tiempo, los dos eran invocados en el rito de la con-fesin oral, pues gozaban de los poderes para remo-ver (lavar, comer o barrer con escoba de zacate) las impurezas de las personas de vida disipada y para concederles el perdn (Cdice Florentino, lib. I, cap. xII). Eso explica por qu Tlazoltotl, una diosa su-puestamente de origen huasteco, era conocida tam-bin como Tlaelcuani o la que come inmundicias e identificada en ocasiones con Chalmecachuatl (mujer de los de Chalma; Len-Portilla, 1996, pp. 99-104).

    En ese tenor, el licenciado Ignacio Borunda (1898, p. 122) registr a fines del periodo colonial un rito de purificacin que asoci inevitablemente con Tla-zoltotl. As lo describe:

    La emocion que sienten las Gentes que ocurren al San-tuario de Chalma hazer all las confesiones generales de su vida, son las que entiende vista de aquel insig-ne Cruzifixo, ser el representativo del Seor de la ba-sura que limpia sus conciencias, y en un llano antes de llegar al Santuario, los Indios se desnudan y revuel-can en el zacate y me han dicho espaoles creen se les perdonan sus pecados, y me parece que el zacate en que se revuelcan lo atan despus y lo queman.

    La advocacin de la estatuilla Hemos visto que la estatuilla del Cerro del Tambor se apega rigurosamente al estilo escultrico del Cen-tro de Mxico. Sin embargo, no encontramos en la iconografa del rea representaciones femeninas que se le parezcan demasiado y que, por consecuencia, nos ayuden a identificarla de manera incontroverti-

    ble. Ciertamente, varias imgenes de deidades de la tierra y la fertilidad llevan el torso desnudo y visten algn tipo de enredo como sucede en nuestra esta-tuilla. se es el caso, por ejemplo, de Coatlicue, Tlaltecuhtli, Chicomecatl, Cihuatotl, Toci, Tlazol-totl e Ixcuina. Otras imgenes tienen, como ella, pintura negra en el rostro. Nos referimos a Cihua-catl, Teteoinnan, Tzapotlatenan, Tlazoltotl, Ixcuina, Temazcalteci y, en menor medida, a Chi-comecatl y Chalchiuhtlicue. Pero, de manera des-

    imagineros tallando en ma-dera la efigie de una divini-dad masculina. Cdice Flo-rentino, lib. i, apendiz, f. 26r.DigitALizACiN: rACES

    Detalle de la Aparicin del Santo Christo de Chalma, grabado de la relacin histrica y moral de fray Joaqun Sardo. Abajo se ve la imagen destruida de oztototl.DigitALizACiN: rACES

    cual fue conquistado por Tenochtitlan durante el rei-nado de Axaycatl (1469-1481 d.C.; vase Pea y Pal-ma, 2010). Tras su derrota militar, los ocuiltecas tu-vieron la obligacin de tributar peridicamente a la Triple Alianza grandes cantidades de mantas de al-godn y henequn, uniformes militares, escudos, maz, frijol, amaranto, chia y sal, esta ltima muy blanca y para el consumo exclusivo de los seores de Mxico (Codex Mendoza, f. 34r). A decir de los mexicas, los ocuiltecas eran de la misma vida y cos-tumbre de los [matlatzincas] de Toluca, aunque su lenguaje es diferente Usaban tambin y muy mu-cho de los maleficios o hechizos (Cdice Florentino, lib. X, cap. XXIX, 8, f. 132v).

    Adems de su exuberante vegetacin, la barran-ca de Ocuilan se distingue por la abundancia de cue-vas y pequeos abrigos rocosos (Sardo, 1965, p. 72), muchos de los cuales fueron escenario de intensas actividades rituales en el siglo xvI. All se adoraban imgenes de madera y piedra, tal y como lo atesti-guan varios documentos histricos. En el Archivo General de la Nacin, por ejemplo, se resguarda un interesante proceso inquisitorial contra la gente de Ocuilan (Inquisicin, 1548, vol. 1, exp. 3, ff. 5-7). All se habla de un tal Juan Teztcatl, quien confes ha-ber visto en Poan una cueva y en ella muchos do-los y alrededor sangre y cosas de santificar y se dice dnde est la cueva Tetelneoya. Tambin se seala a un indio de nombre Acatnal como el encargado de dichas imgenes especificndose que les ofreca copal, flores y comida y a otro llamado Catl como el carpintero que las tallaba. A raz de la denuncia de este culto, un fraile agustino

    fue al monte en donde deca que estaban los dolos de palo grande y los hizo traer al monasterio de Ocuila y les predijo y amonest a los indios de que el Sr. Obis-po ordenaba que todos los que tuviesen dolos o cosas de sacrificar los diesen e descubriesen y que si no los

    daban a su seora los destruyesen en su presencia de ellos y para mostrarles de cun poca virtud son aque-llos dolos en que tenan su esperanza los hizo quemar delante de todo el pueblo con las cosas de sacrificar que de ellos hall

    El documento concluye diciendo que los idlatras fueron azotados, pero no excomulgados.

    Un caso mejor conocido es el de la cueva donde los agustinos erigiran el Santuario de Chalma. En ese lugar se reverenciaba una enigmtica escultura de piedra que fue destruida y reemplazada en 1539. Sobre este hecho, nos relata con detalle el padre Fran-cisco de Florencia (1689, pp 5-7):

    En tiempo de su gentilidad tenan en gran veneracin los naturales de Ocuila y sus contornos un dolo de cuyo nombre, ni aun entre ellos as por el mucho tiem-po que ha pasado, como por la total mudanza de reli-gin, y costumbres ha quedado memoria alguna. Hay quien piense, que se llamaba Ostoc-Teotl, que quiere decir Dios de las Cuevas; pero es adivinar.

    De acuerdo con Florencia, locales y fuereos hon-raban dicha escultura

    ofrecindole olores, y tributndole en las copas de sus cajetes los corazones y sangre vertida de inocentes nios, y otros animales de que gustaba la insaciable crueldad del comn enemigo. Era mucha la devocin si se debe llamar devocin la que es supersticin y grande la estima que su engaada ceguera haca de aquel dolo, y al paso que era el concurso de varias personas, de cerca y de lejos, que venan a adorarlo y ofrecerle torpes vctimas.

    Segn una versin que no recurre al milagro, los mis-mos ocuiltecas redujeron su imagen a pedazos y los agustinos la reemplazaron con la del Cristo negro (Sardo, 1965, p. 19). Y, con el paso de los siglos, los frailes instalaron en la misma cueva las efigies de San Miguel Arcngel y de Santa Mara Egipciaca.

    Pero, quin es este Oztototl referido con tan-ta vacilacin por Florencia? Dado que no existe me-moria de alguna deidad con ese nombre y que el culto en la cueva de Chalma atraa a gente de luga-res lejanos, el sabio Miguel Othn de Mendizbal (1925, p. 100) propuso que no se tratara de un diosecillo provinciano, sino de alguna divinidad de las que gozaron de culto universal entre los in-dgenas del Centro de Mxico. Otros estudiosos han sido ms puntuales al sugerir que era el mism-simo Huitzilopochtli (Borunda, 1898, pp. 118-121; Hobgood, 1971, pp. 260-261), Tlloc (Hobgood, 1971, pp. 256, 260; Quezada, 1972, p. 61), Tepey-

    Ubicacin del Cerro del tambor con respecto a los poblados de ocuilan, Chal-ma y Coatepec Harinas.iLUStrACiN: rACES

    Nevado de Toluca

    Coatepec Harinas Tenancingo Chalma

    Ocuilan

    CuernavaCaCerro del Tambor

    ToluCa

    Morelos

    estado de Mxico

    estado de Mxico

    Morelos

    d.f.

    CapiTal esTaTalloCalidad

  • 76 / arqueoLoga mexiCana La Seora de ChaLma / 77

    concertante, la estatuilla de madera no lleva el toca-do especfico de ninguna de estas deidades, ni tampoco el tpico peinado de cornezuelos propio de las mujeres mexicas.

    Por el contrario, observamos tallado en la estatui-lla un peinado que nos recuerda al petob huasteco: una corona que se elabora dividiendo el cabello de la nuca en dos grandes mechones; stos son torci-dos y entremezclados con listones de color para lue-go llevarlos hacia el frente y conformar as el redon-del (Stresser-Pan, 2011, pp. 151-152). Como es sabido, el petob no slo se usa en la actualidad, sino que aparece figurado en la escultura prehispnica de la Huasteca (por ejemplo, el monumento 51 de Cas-tillo de Teayo) y en las descripciones de las mujeres de dicha etnia que nos dejaron los informantes de Sahagn (Cdice Florentino, lib. X, cap. XXIX, f. 135v). Hay que aclarar, empero, que los mechones de la es-tatuilla no estn torcidos desde el inicio y que sus ex-tremos caen hacia los lados (Claude Stresser-Pan, comunicacin personal, julio de 2012).

    Pese a estas diferencias en el peinado, pudiera conjeturarse con toda cautela que la estatuilla es una suerte de evocacin ocuilteca de una deidad fe-menina de la Huasteca. Recordemos en sustento de esta hiptesis que, en el arte escultrico huasteco, predominan las efigies de diosas terrestres y de la fertilidad, muchas de ellas identificadas por los es-pecialistas como Tlazoltotl. Como norma, llevan el torso descubierto, los brazos pegados al cuerpo, las manos sobre el vientre o sujetando uno de sus

    senos, un enredo liso y los pies descalzos. Obvia-mente, ir ms all de tales sugerencias sera dema-siado arriesgado.

    Concluyamos este artculo recordando que, se-gn la ficha del profesor Ros, la estatuilla se hall enterrada en marmaja junto a otra similar que est extraviada. La palabra marmaja, vale la pena acla-rarlo, se usa en Mxico para referirse a la marcasita (sulfuro de hierro), material con el que se elaboraba en la antigedad una tinta negra y resplandeciente. Los mexicas la empleaban para pintar cermica, pa-pel y cierto tipo de sandalias, pero sobre todo como afeite facial. Se lo aplicaban en el rostro a las imge-nes de deidades femeninas, a las sacerdotisas del cul-to de Chicomecatl y a las novias en su casamiento, aludiendo siempre a la fecundidad de la mujer y del maz tierno.

    En suma, la ficha del profesor Ros cambia dia-metralmente nuestro conocimiento sobre la estatui-lla de madera, a la cual pudiramos bautizar ahora con justicia como La Seora de Chalma. Gracias a este breve texto logramos reconstruir su biogra-fa y su contexto cultural. Obviamente, sabramos mucho ms si la imagen hubiera sido excavada si-guiendo una metodologa cientfica.

    Agradecimientos: Sarah Clayton, Ana Madrigal, Diana Maga-loni, Rosa de la Pea, Mnika Prez, Claude Stresser-Pan.

    Leonardo Lpez Lujn. Doctor en arqueologa por la Univer-sit de Paris x-Nanterre. Profesor-investigador del Museo del Templo Mayor, Inah. Laura Filloy Nadal. Maestra y doctora en arqueologa por la Universit de Paris I-Panthon-Sorbonne. Restauradora perito del Museo Nacional de Antropologa, Inah.

    Monumento 51 de Castillo de teayo, Veracruz. Fotografa tomada por Jos garca Pa-yn en 1944. Archivo tcni-co de la Coordinacin Nacio-nal de Arqueologa / inah.rEProgrAFA: M. A. PACHECo / rACES

    representacin en cermi-ca de una posible tlazoltotl del Centro de Veracruz. San Antonio Art Museum.Foto: CortESA DE MArioN oEttiNgEr / SAMA

    Para leer msBorunda, Ignacio, Clave general de jeroglficos americanos, Jean Pascal Scotti,

    Roma, 1898.Burkhart, Louise M., The Slippery Earth. Nahua-Christian Moral Dialogue in

    Sixteenth-Century Mexico, The University of Arizona Press, Tucson, 1989.Chavero, Alfredo, Homenaje Cristbal Coln. Antigedades mexicanas, Secre-

    tara de Fomento, Mxico, 1892.FlorenCIa, Francisco de, Descripcin histrica y moral del Yermo de San Miguel,

    de las Cuevas en el Reyno de la Nueva Espaa, y invencin de la Imagen de Chris-to nuestro Seor crucificado, que se venera en ellas, Imprenta de la Compaa de Iesus, Cdiz, 1689.

    h. de Len-Portilla, Ascensin, Tepuztlahcuilolli. Impresos en Nhuatl. Historia y bibliografa, 2 v., unam, Mxico, 1988.

    hoBgood, John J., The Sanctuary of Chalma, xxxviii Internationalen Ame-rikanistenkongresses, K. Renner Verlag, Mnich, 1971, pp. 247-262.

    krICkeBerg, W., Felsplastik und Felsbilder bei den Kulturvlkern Altamerikas mit besonderer Bercksichtigung Mexicos, 2 v., Palmen Verlag, Berln, 1949.

    len-PortIlla, Miguel, El destino de la palabra. De la oralidad y los glifos meso-americanos a la escritura alfabtica, El Colegio Nacional, FCe, Mxico, 1996.

    mendIzBal, Miguel O. de, El santuario de Chalma, Anales del mnahe, 5 poca, t. III, 1925, pp. 96-106.

    Paso y Troncoso, Francisco, Exposicin Histrico-Americana de Madrid. Catlo-go de la seccin de Mxico, 2 v., Sucesores de Rivadeneira, Madrid, 1893.

    Pea Virchez, Rosa de la y Vladimira Palma Linares, Desarrollo histrico del altpetl Ocuilan, Estudios de Cultura Otopame, v. 7, 2010, pp. 35-70.

    Quezada Ramrez, Mara Noem, Los matlatzincas, Inah, Mxico, 1972.sardo, Fray Joaqun, Relacin histrica y moral de la portentosa imagen de N. Sr.

    Jesucristo crucificado aparecido en una de las cuevas de S. Miguel de Chalma, Mxico, 1965 [1810].

    savIlle, Marshall H., The Wood-Carvers Art in Ancient Mexico, Heye Founda-tion, Nueva York, 1925.

    stresser-Pan, Claude, Des vtements et des hommes. Une perspective historique du vtement indigne au Mexique, Riveneuve, Pars, 2011.

  • 76 / arqueoLoga mexiCana La Seora de ChaLma / 77

    concertante, la estatuilla de madera no lleva el toca-do especfico de ninguna de estas deidades, ni tampoco el tpico peinado de cornezuelos propio de las mujeres mexicas.

    Por el contrario, observamos tallado en la estatui-lla un peinado que nos recuerda al petob huasteco: una corona que se elabora dividiendo el cabello de la nuca en dos grandes mechones; stos son torci-dos y entremezclados con listones de color para lue-go llevarlos hacia el frente y conformar as el redon-del (Stresser-Pan, 2011, pp. 151-152). Como es sabido, el petob no slo se usa en la actualidad, sino que aparece figurado en la escultura prehispnica de la Huasteca (por ejemplo, el monumento 51 de Cas-tillo de Teayo) y en las descripciones de las mujeres de dicha etnia que nos dejaron los informantes de Sahagn (Cdice Florentino, lib. X, cap. XXIX, f. 135v). Hay que aclarar, empero, que los mechones de la es-tatuilla no estn torcidos desde el inicio y que sus ex-tremos caen hacia los lados (Claude Stresser-Pan, comunicacin personal, julio de 2012).

    Pese a estas diferencias en el peinado, pudiera conjeturarse con toda cautela que la estatuilla es una suerte de evocacin ocuilteca de una deidad fe-menina de la Huasteca. Recordemos en sustento de esta hiptesis que, en el arte escultrico huasteco, predominan las efigies de diosas terrestres y de la fertilidad, muchas de ellas identificadas por los es-pecialistas como Tlazoltotl. Como norma, llevan el torso descubierto, los brazos pegados al cuerpo, las manos sobre el vientre o sujetando uno de sus

    senos, un enredo liso y los pies descalzos. Obvia-mente, ir ms all de tales sugerencias sera dema-siado arriesgado.

    Concluyamos este artculo recordando que, se-gn la ficha del profesor Ros, la estatuilla se hall enterrada en marmaja junto a otra similar que est extraviada. La palabra marmaja, vale la pena acla-rarlo, se usa en Mxico para referirse a la marcasita (sulfuro de hierro), material con el que se elaboraba en la antigedad una tinta negra y resplandeciente. Los mexicas la empleaban para pintar cermica, pa-pel y cierto tipo de sandalias, pero sobre todo como afeite facial. Se lo aplicaban en el rostro a las imge-nes de deidades femeninas, a las sacerdotisas del cul-to de Chicomecatl y a las novias en su casamiento, aludiendo siempre a la fecundidad de la mujer y del maz tierno.

    En suma, la ficha del profesor Ros cambia dia-metralmente nuestro conocimiento sobre la estatui-lla de madera, a la cual pudiramos bautizar ahora con justicia como La Seora de Chalma. Gracias a este breve texto logramos reconstruir su biogra-fa y su contexto cultural. Obviamente, sabramos mucho ms si la imagen hubiera sido excavada si-guiendo una metodologa cientfica.

    Agradecimientos: Sarah Clayton, Ana Madrigal, Diana Maga-loni, Rosa de la Pea, Mnika Prez, Claude Stresser-Pan.

    Leonardo Lpez Lujn. Doctor en arqueologa por la Univer-sit de Paris x-Nanterre. Profesor-investigador del Museo del Templo Mayor, Inah. Laura Filloy Nadal. Maestra y doctora en arqueologa por la Universit de Paris I-Panthon-Sorbonne. Restauradora perito del Museo Nacional de Antropologa, Inah.

    Monumento 51 de Castillo de teayo, Veracruz. Fotografa tomada por Jos garca Pa-yn en 1944. Archivo tcni-co de la Coordinacin Nacio-nal de Arqueologa / inah.rEProgrAFA: M. A. PACHECo / rACES

    representacin en cermi-ca de una posible tlazoltotl del Centro de Veracruz. San Antonio Art Museum.Foto: CortESA DE MArioN oEttiNgEr / SAMA

    Para leer msBorunda, Ignacio, Clave general de jeroglficos americanos, Jean Pascal Scotti,

    Roma, 1898.Burkhart, Louise M., The Slippery Earth. Nahua-Christian Moral Dialogue in

    Sixteenth-Century Mexico, The University of Arizona Press, Tucson, 1989.Chavero, Alfredo, Homenaje Cristbal Coln. Antigedades mexicanas, Secre-

    tara de Fomento, Mxico, 1892.FlorenCIa, Francisco de, Descripcin histrica y moral del Yermo de San Miguel,

    de las Cuevas en el Reyno de la Nueva Espaa, y invencin de la Imagen de Chris-to nuestro Seor crucificado, que se venera en ellas, Imprenta de la Compaa de Iesus, Cdiz, 1689.

    h. de Len-Portilla, Ascensin, Tepuztlahcuilolli. Impresos en Nhuatl. Historia y bibliografa, 2 v., unam, Mxico, 1988.

    hoBgood, John J., The Sanctuary of Chalma, xxxviii Internationalen Ame-rikanistenkongresses, K. Renner Verlag, Mnich, 1971, pp. 247-262.

    krICkeBerg, W., Felsplastik und Felsbilder bei den Kulturvlkern Altamerikas mit besonderer Bercksichtigung Mexicos, 2 v., Palmen Verlag, Berln, 1949.

    len-PortIlla, Miguel, El destino de la palabra. De la oralidad y los glifos meso-americanos a la escritura alfabtica, El Colegio Nacional, FCe, Mxico, 1996.

    mendIzBal, Miguel O. de, El santuario de Chalma, Anales del mnahe, 5 poca, t. III, 1925, pp. 96-106.

    Paso y Troncoso, Francisco, Exposicin Histrico-Americana de Madrid. Catlo-go de la seccin de Mxico, 2 v., Sucesores de Rivadeneira, Madrid, 1893.

    Pea Virchez, Rosa de la y Vladimira Palma Linares, Desarrollo histrico del altpetl Ocuilan, Estudios de Cultura Otopame, v. 7, 2010, pp. 35-70.

    Quezada Ramrez, Mara Noem, Los matlatzincas, Inah, Mxico, 1972.sardo, Fray Joaqun, Relacin histrica y moral de la portentosa imagen de N. Sr.

    Jesucristo crucificado aparecido en una de las cuevas de S. Miguel de Chalma, Mxico, 1965 [1810].

    savIlle, Marshall H., The Wood-Carvers Art in Ancient Mexico, Heye Founda-tion, Nueva York, 1925.

    stresser-Pan, Claude, Des vtements et des hommes. Une perspective historique du vtement indigne au Mexique, Riveneuve, Pars, 2011.

    LLL y LFN, Seora Chalma, AM114 1LLL y LFN, Seora Chalma, AM114 2LLL y LFN, Seora Chalma, AM114 3LLL y LFN, Seora Chalma, AM114 4LLL y LFN, Seora Chalma, AM114 5LLL y LFN, Seora Chalma, AM114 6LLL y LFN, Seora Chalma, AM114 7