la santa iglesia catÓlica frente al tercer milenio · proclamando un nuevo orden de vida...
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APÉNDICE II
LA SANTA IGLESIA CATÓLICA FRENTE AL
TERCER MILENIO
II. I. El llanto de Nuestra Señora en La Salette
Texto tomado del libro: Profecías de Nuestra Señora de La
Salette.
“Estando muy cerca de la Bella Señora, delante de
Ella, a su Derecha, comienza a hablar y las Lágrimas
empiezan a caer de sus hermosos Ojos”
Melania Calvat. Vidente de las Apariciones de la
Santísima Virgen en La Salette
Estando muy cerca de la bella Señora, delante de Ella, a su derecha,
comienza a hablar y las lágrimas de dolor empiezan a caer de sus hermosos
ojos:
“Si mi pueblo –dijo- no quiere someterse, me veré obligada a dejar caer
el brazo de mi Hijo. Es tan fuerte y tan pesado que no puedo sostenerlo más.
¡Hace tanto tiempo que estoy sufriendo por vosotros! Si quiero que mi
Hijo no os castigue, estoy encargada de orar a Él incesantemente y no hacéis
caso.
Melania: esto que yo te voy a decir ahora, no será siempre un secreto;
puedes publicarlo en 1858.
Los sacerdotes, ministros de mi Hijo, los sacerdotes por su mala vida,
por sus irreverencias y su impiedad al celebrar los santos misterios; por su
amor al dinero, a los honores y a los placeres, se han convertido en cloacas de
impureza.
Sí, los sacerdotes piden venganza, y la venganza pende de sus cabezas.
¡Ay de los sacerdotes y de las personas consagradas a Dios, que por sus
infidelidades y su mala vida crucifican de nuevo a mi Hijo! Los pecados de las
personas consagradas a Dios claman al cielo y piden venganza, y he aquí que
la venganza está a las puertas, pues ya no se encuentra a nadie que implore
misericordia y perdón por el pueblo; ya no hay almas generosas ni persona
digna de ofrecer la Víctima sin mancha al Eterno por el mundo.
Dios va a castigar al mundo de una manera sin precedentes. ¡Ay de los
habitantes de la tierra! Dios va a derramar su cólera y nadie podrá sustraerse
a tantos males juntos.
Los jefes, los guías del pueblo de Dios, han descuidado la oración y la
penitencia, y el demonio ha ofuscado sus inteligencias; se han convertido en
esas estrellas errantes que la antigua serpiente arrastrará con su cola para
hacerlos perecer (Apocalipsis XII, 4). Dios permitirá al diablo poner divisiones
entre los soberanos, en todas las sociedades y en todas las familias. Se sufrirán
penas físicas y morales. Dios abandonará a los hombres a sí mismos y enviará
castigos que se sucederán durante más de treinta y cinco años.
Que el Vicario de mi Hijo, el Soberano Pontífice Pío IX, no salga ya de
Roma después del año 1859; pero que sea firme y generoso; que combata con
las armas de la Fe y del amor. Yo estaré con él.
Que desconfíe de Napoleón; su corazón es doble, y cuando quiera ser a
la vez Papa y Emperador, pronto se retirará Dios de él. Es esa águila que
queriendo siempre elevarse caerá sobre la espada de la cual quería servirse
para obligar a los pueblos a sometérsele.
Italia será castigada por su ambición de querer sacudir el yugo del
Señor de los señores; también será entregada a la guerra. La sangre correrá
por todas partes. Las iglesias serán cerradas o profanadas. Los sacerdotes y
religiosos serán perseguidos; se les hará morir, y morir de una muerte cruel.
Muchos abandonarán la Fe, y el número de los sacerdotes y de los religiosos
que apostatarán de la verdadera religión será grande; entre otras personas se
encontrarán también muchos obispos.
Que el Papa se ponga en guardia contra los obradores de milagros, pues
ha llegado el tiempo en que los prodigios más asombrosos tendrán lugar en la
tierra y en los aires.
En el año 1864 Lucifer, con un gran número de demonios, serán
desatados del infierno. Abolirán la Fe poco a poco, aún entre las personas
consagradas a Dios; las cegarán de tal manera que, a menos de una gracia
particular, esas personas tomarán el espíritu de esos malos ángeles. Muchas
casas religiosas perderán completamente la Fe y se perderán muchísimas
almas.
Los libros malos abundarán en la tierra, y los espíritus de las tinieblas
extenderán por todas partes un relajamiento universal en todo lo relativo al
servicio de Dios y obtendrán un poder extraordinario sobre la naturaleza.
Habrá iglesias dedicadas al servicio de esos espíritus. Algunas personas serán
transportadas de un lugar a otro por los mismos, y entre ellas algunos
sacerdotes, por no seguir el buen espíritu del Evangelio, que es espíritu de
humildad, de caridad y de celo por la gloria de Dios.
Resucitarán algunos muertos y justos. Y se verán por doquier prodigios
extraordinarios, porque la verdadera Fe se ha extinguido y la falsa luz
alumbra al mundo. ¡Ay de los príncipes de la Iglesia que se hayan dedicado
únicamente a atesorar riquezas sobre riquezas, a poner en salvo su autoridad y
a dominar con orgullo!
El Vicario de mi Hijo tendrá mucho que sufrir, porque por un tiempo la
Santa Iglesia será entregada a grandes persecuciones. Ésta será la hora de las
tinieblas. La Santa Iglesia tendrá una crisis espantosa.
Dado el olvido de la Santa Fe de Dios, cada individuo querrá gobernarse
por sí mismo e imponerse a sus semejantes. Se abolirán los poderes civiles y
eclesiásticos; todo orden y toda justicia serán hollados; no se verá por doquier
otra cosa que homicidios, odio, envidia, mentira y discordia, sin amor para la
patria ni para la familia. El Santo Padre sufrirá mucho (San Juan Pablo II). Yo estaré con él hasta
el fin para recibir su sacrificio. Los malvados atentarán muchas veces contra
su vida, sin poder poner fin a sus días; pero ni él (Benedicto XVI) ni su
sucesor (Francisco) -que no reinará mucho tiempo- verán el triunfo de la
Santa Iglesia de Dios (Simón Pedro).
Los gobernantes civiles tendrán todos un mismo plan, que será abolir y
hacer desaparecer todo principio religioso, para dar lugar al materialismo, al
ateísmo, al espiritismo y a toda clase de vicios.
En el año 1865 se verá la abominación en los lugares santos. En los
conventos, las flores de la Iglesia estarán corrompidas y el demonio se
convertirá en el rey de los corazones. Que los que están al frente de las
comunidades religiosas vigilen a las personas que han de recibir, porque el
demonio usará de toda su malicia para introducir en las órdenes religiosas a
personas entregadas al pecado, pues los desórdenes y el amor de los placeres
carnales se extenderán por toda la tierra.
Francia, Italia, España e Inglaterra estarán en guerra; la sangre
correrá por las calles; el francés luchará contra el francés, el italiano contra el
italiano, y enseguida habrá una guerra universal que será espantosa. Por
algún tiempo Dios no se acordará de Francia ni de Italia, porque el Evangelio
de Jesucristo no es ya conocido. Los malvados desplegarán toda su malicia, se
matará, se asesinará aún dentro de las casas.
Al primer golpe de su espada fulminante las montañas y la naturaleza
entera temblarán de espanto, porque los desórdenes y los crímenes de los
hombres traspasan la bóveda del Cielo. París será quemada y Marsella
engullida. Varias grandes ciudades serán sacudidas y hundidas por
terremotos. Se creerá que todo está perdido. No se verán sino homicidios, no se
oirá más que ruido de armas y blasfemias. Los justos sufrirán mucho; sus
oraciones, su penitencia y sus lágrimas subirán al Cielo y todo el pueblo de
Dios pedirá perdón y misericordia e implorará mi ayuda e intercesión.
Entonces Jesucristo, por un acto de justicia y de su misericordia con los justos,
mandará a sus ángeles que den muerte a todos sus enemigos. En un abrir y
cerrar de ojos los perseguidores de la Santa Iglesia de Jesucristo y todos los
hombres esclavos del pecado perecerán, y la tierra vendrá a quedar como un
desierto. Entonces se hará la Paz, la reconciliación de Dios con los hombres.
Jesucristo será servido, adorado y glorificado. La caridad florecerá en todas
partes. Los nuevos reyes serán el brazo derecho de la Santa Iglesia, que será
fuerte, humilde, piadosa, pobre, celosa e imitadora de las virtudes de
Jesucristo. El Evangelio será predicado por todas partes y los hombres harán
grandes progresos en la Fe, puesto que habrá unidad entre los obreros de
Jesucristo, y los hombres vivirán en el temor de Dios.
Esta paz entre los hombres no será larga: veinticinco años de
abundantes cosechas les harán olvidar que los pecados de los hombres son la
causa de todos los males que suceden en la tierra.
Un precursor del Anticristo, con un ejército compuesto de muchas
naciones, combatirá contra el verdadero Cristo, el único Salvador del mundo;
derramará mucha sangre y pretenderá aniquilar el culto al Creador para que
se le considere a él como Dios.
La tierra será castigada con todo género de plagas; habrá guerras
atroces, hasta la última, que harán los diez reyes aliados del Anticristo, los
cuales se propondrán un mismo fin (destruir la Fe en el verdadero Dios) y serán
los únicos que gobernarán el mundo. Antes de que esto suceda habrá una
especie de falsa paz en el mundo. No se pensará más que en divertirse. Los
malvados se entregarán a todo género de pecados; pero los hijos de la Santa
Iglesia, los hijos de la Fe, mis verdaderos imitadores, crecerán en el amor de
Dios y en las virtudes que me son más queridas. ¡Dichosas las almas humildes
guiadas por el Espíritu Santo! Yo combatiré con ellas hasta que lleguen a la
plenitud de la edad.
La naturaleza clama venganza contra los hombres y tiembla de espanto
en espera de lo que debe suceder en la tierra empapada de crímenes. Temblad
tierra y vosotros que hacéis profesión de servir a Jesucristo y que
interiormente os adoráis a vosotros mismos, temblad; pues Dios va a
entregaros a su enemigo, porque los lugares santos están corrompidos;
muchos conventos no son ya casas de Dios, sino pastizales de Asmodeo y de los
suyos.
Durante este tiempo nacerá el Anticristo, de una religiosa hebrea, de
una falsa virgen, que tendrá comunicación con la antigua serpiente, maestra
de impureza.
Su padre será obispo. En su nacimiento vomitará blasfemias, tendrá
dientes; en una palabra, será una encarnación del demonio; lanzará gritos
espantosos, hará prodigios y no se alimentará sino de impureza. Tendrá
hermanos, que aunque no sean como él, demonios encarnados, serán hijos del
mal; a la edad de doce años llamará ya la atención por las ruidosas victorias
que alcanzará. Bien pronto se pondrá al frente de dos ejércitos, asistido por
legiones del infierno.
Se cambiarán las estaciones. La tierra no producirá más que malos
frutos. Los astros perderán sus movimientos regulares. La luna no reflejará
más que una débil luz rojiza. El agua y el fuego causarán en el globo terrestre
movimientos convulsivos y horribles terremotos que tragarán montañas y
ciudades enteras, etc.
Roma perderá la Fe y se convertirá en la sede del Anticristo.
Los demonios del aire, con el Anticristo, harán grandes prodigios en la
tierra y en los aires, y los hombres se pervertirán más y más. Dios cuidará de
sus fieles servidores y de los hombres de buena voluntad. El Evangelio será
predicado por todas partes, y todos los pueblos y todas las naciones conocerán
la verdad.
Yo dirijo un apremiante llamamiento a la tierra; llamo a los verdaderos
discípulos del Dios vivo, que reina en los cielos; llamo a los verdaderos
imitadores de Cristo hecho hombre, el único y verdadero Salvador de los
hombres; llamo a mis hijos, a mis verdaderos devotos, a los que ya se me han
consagrado, a fin de que los conduzca a mi Divino Hijo, a los que llevo, por
decirlo así, en mis brazos; a los que han vivido de mi espíritu; finalmente,
llamo a los Apóstoles de los Últimos Tiempos, a los fieles discípulos de
Jesucristo, que han vivido en el menosprecio del mundo y de sí mismos, en la
pobreza y en la humildad, en el desprecio y en el silencio, en la oración y en la
mortificación, en la castidad y en la unión con Dios, en el sufrimiento y
desconocidos del mundo.
Ya es hora de que salgan y vengan a iluminar la tierra. Id y mostraos
como hijos queridos míos. Yo estoy con vosotros y en vosotros, siempre que
vuestra Fe sea la luz que os alumbre en esos días de infortunio. Que vuestro
celo os haga hambrientos de la gloria de Dios y de la honra de Jesucristo.
Pelead, hijos de la luz, vosotros, pequeño número que ahí veis; pues he aquí el
tiempo de los tiempos, el fin de los fines.
La Santa Iglesia será oscurecida, el mundo quedará consternado. Pero
he ahí a Enoch y a Elías, llenos del Espíritu de Dios; predicarán con la fuerza
de Dios, y los hombres de buena voluntad creerán en Dios, y muchas almas
serán consoladas; harán grandes prodigios por la virtud del Espíritu Santo y
condenarán los errores diabólicos del Anticristo.
¡Ay de los habitantes de la tierra! Sobrevendrán guerras sangrientas,
hambres, pestes y enfermedades contagiosas; lluvias de un granizo espantoso;
tempestades que arruinarán ciudades; terremotos que engullirán países; se
oirán voces en el aire; los hombres se romperán la cabeza contra los muros;
llamarán a la muerte y, por otra parte, la muerte será su suplicio. Correrá la
sangre por todas partes. ¿Quién podrá perseverar, si Dios no disminuye el
tiempo de la prueba? Por la sangre, las lágrimas y las oraciones de los justos
Dios se aplacará. Enoch y Elías serán martirizados. Roma pagana
desaparecerá. Caerá fuego del Cielo y consumirá tres ciudades. El universo
entero será preso del terror, y muchos se dejarán seducir por no haber adorado
al verdadero Cristo, que vivía entre ellos. Ha llegado el tiempo: el sol se
oscurece; sólo la Fe vivirá.
He aquí el tiempo: el abismo se abre. He aquí el rey de los reyes de las
tinieblas. He aquí la bestia con sus súbditos, llamándose el salvador del
mundo. Se remontará con orgullo por los aires para subir hasta el Cielo; será
lanzado por el soplo de San Miguel Arcángel. Caerá, y la tierra, que durante
tres días estará en continuas evoluciones, abrirá su seno lleno de fuego y la
bestia se hundirá para siempre, con todos los suyos, en los abismos eternos del
infierno.
Entonces el agua y el fuego purificarán la tierra y consumirán todas las
obras del orgullo de los hombres y todo será renovado: Dios será servido y
glorificado!”
II. II. El Modernismo: Encíclica “Pascendi” de Su Santidad
San Pío X
II. II. 1. Introducción
Al oficio de apacentar la grey del Señor que nos ha sido confiado de lo
alto, Jesucristo señaló como primer deber el de guardar con suma vigilancia el
depósito tradicional de la Santa Fe, tanto frente a las novedades profanas de la
doctrina como a las contradicciones de una falsa ciencia. No ha existido época
alguna en la que no haya sido necesaria a la grey cristiana esa vigilancia de su
Pastor supremo; porque jamás han faltado, suscitados por el enemigo del género
humano, “hombres de doctrinas perversas”1, “charlatanes y engañadores de
la gente”2, “impostores y engañados al mismo tiempo”
3.
Gravedad de los errores modernistas
1. Pero es preciso reconocer que en estos últimos tiempos ha crecido, en
modo extraño, el número de los enemigos de la cruz de Cristo, los cuales, con
artes enteramente nuevas y llenas de perfidia, se esfuerzan por aniquilar las
energías vitales de la Santa Iglesia, y hasta por destruir totalmente, si les fuera
posible, el reino de Nuestro Señor Jesucristo. Guardar silencio no es ya decoroso,
si no queremos aparecer infieles al más sacrosanto de nuestros deberes, y si la
bondad de que hasta aquí hemos hecho uso, con esperanza de enmienda, no ha
de ser censurada ya como un olvido de nuestro ministerio. Lo que sobre todo
exige de Nos que rompamos sin dilación el silencio es que hoy no es menester ya
ir a buscar los fabricantes de errores y herejías entre los enemigos declarados: se
ocultan, y ello es objeto de grandísimo dolor y angustia, en el seno y gremio de
la Santa Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos
declarados.
Hablamos, venerados hermanos, de un gran número de católicos seglares
y, lo que es aún más deplorable, hasta de sacerdotes, los cuales, so pretexto de
amor a la Santa Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y
teología, e impregnados, por lo contrario, hasta la médula de los huesos, con
venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del catolicismo, se
1. Hechos de los Apóstoles XX, 30
2. Tito I, 10
3. II Timoteo III, 13
presentan, con desprecio de toda modestia, como restauradores de la Santa
Iglesia, y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más
sagrado en la obra de Nuestro Señor Jesucristo, sin respetar ni aun la propia
persona del Divino Redentor, que con sacrílega temeridad rebajan a la categoría
de puro y simple hombre.
2. Tales hombres se extrañan de verse colocados por Nos entre los
enemigos de la Santa Iglesia. Pero no se extrañará de ello nadie que,
prescindiendo de las intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozca sus
doctrinas y su manera de hablar y obrar. Son seguramente enemigos de la Santa
Iglesia, y no se apartará de lo verdadero quien dijere que ésta no los ha tenido
peores. Porque, en efecto, como ya hemos dicho, ellos traman la ruina de la
Santa Iglesia, no desde afuera, sino desde dentro: en nuestros días, el peligro está
casi en las entrañas mismas de la Santa Iglesia y en sus mismas venas; y el daño
producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo
conocen a la Santa Iglesia4. Añadáse que han aplicado la segur no a las ramas, ni
tampoco a débiles retoños, sino a la raiz misma; esto es, a la Fe y a sus fibras
más profundas. Mas una vez herida esa raiz de vida inmortal, se empeñan en que
circule el virus por todo el árbol, y en tales proporciones que no hay parte alguna
de la Fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por
corromper. Y mientras persiguen por mil caminos su nefasto designio, su táctica
es la más insidiosa y pérfida. Amalgamando en sus personas al racionalista y al
católico, lo hacen con habilidad tan refinada, que facilmente sorprenden a los
incautos. Por otra parte, por su gran temeridad, no hay linaje de consecuencias
que les haga retroceder o, más bien, que no sostengan con obstinación y audacia.
Juntan a esto, y es lo más a propósito para engañar, una vida llena de actividad,
constancia y ardor singulares hacia todo género de estudios, aspirando a
granjearse la estimación pública por sus costumbres, con frecuencia intachables.
Por fin, y esto parece quitar toda esperanza de remedio, sus doctrinas les han
pervertido el alma de tal suerte, que desprecian toda autoridad y no soportan
corrección alguna; y atrincherándose en una conciencia mentirosa, nada omiten
para que se atribuya a celo sincero de la verdad lo que solo es obra de la
tenacidad y del orgullo.
A la verdad, Nos habíamos esperado que algún día volvieran sobre sí, y
por esta razón habíamos empleados con ellos, primero, la dulzura como con
hijos, después la severidad y, por último, aunque muy contra nuestra voluntad,
las reprensiones públicas. Pero no ignoráis, venerables hermanos, la esterilidad
de nuestros esfuerzos: inclinaron un momento la cabeza para erguirla enseguida
con mayor orgullo. Ahora bien: si solo se tratara de ellos, podríamos Nos tal vez
disimular; pero se trata de la religión católica y de su seguridad. Basta, pues, de
4. Cf. El 29 de junio de 1972, el Papa San Pablo VI, desde la Basílica de San Pedro, denunciaba el ataque de estos
enemigos internos con estas palabras: “el humo de Satanás ha entrado en el templo de Dios..., se creía que
después del Concilio Vaticano II, había llegado una jornada de sol para la historia de la Santa Iglesia , ha
venido, en cambio, una jornada de nubes, de tempestad, y de oscuridad”; igualmente el Papa Benedicto XVI,
antes de iniciar su pontificado, denuncó abiertamente cuánto se ha agitado la barca de la Santa Iglesia en el
oceano de la historia, por parte de teorías que no son católicas, pero que se han logrado infiltrar en el pensamiento
católico y al interior de la Santa Iglesia Católica, y el mismo día de su inicio como sucesor del Apóstol San
Pedro, pidió oraciones, para que Dios lo asistiera y lo protegiera de los lobos que se encontraban en medio de él y
al interior de la Santa Iglesia, y para que no huyera ante ellos por el miedo de no enfrentarlos; ver: Lista
Cronológica de los Papas. 260. San Pablo VI. Págs. 152-153. 263. Benedicto XVI. Págs.155-167
silencio; prolongarlo sería un crimen. Tiempo es de arrancar la mascara a esos
hombres y de mostrarlos a la Santa Iglesia entera tales cuales son en realidad.
3. Y como una táctica de los modernistas (así se les llama vulgarmente, y
con mucha razón), táctica, a la verdad, la más insidiosa, consiste en no exponer
jamás sus doctrinas de un modo metódico y en su conjunto, sino dándolas en
cierto modo por fragmentos y esparcidas acá y allá, lo cual contribuye a que se
les juzgue fluctuantes e indecisos en sus ideas, cuando en realidad estas son
perfectamente fijas y consistentes; ante todo, importa presentar en este lugar esas
mismas doctrinas en un conjunto, y hacer ver el enlace lógico que las une entre
sí, reservándonos indicar después las causas de los errores y prescribir los
remedios más adecuados para cortar el mal
II. II. 2. Exposición de las doctrinas modernistas
Para mayor claridad en materia tan compleja, preciso es advertir ante todo
que cada modernista presenta y reúne en sí mismo variedad de personajes,
mezclando, por decirlo así, al filósofo, al creyente, al apologista, al reformador;
personajes todos que conviene distinguir singularmente si se quiere conocer a
fondo su sistema y penetrar en los principios y consecuencias de sus doctrinas.
4. Comencemos ya por el filósofo. Los modernistas establecen, como base
de su filosofía religiosa, la doctrina comúnmente llamada agnosticismo. La razón
humana, encerrada rigurosamente en el círculo de los fenómenos, es decir, de las
cosas que aparecen, y tales ni más ni menos como aparecen, no posee facultad ni
derecho de franquear los límites de aquéllas. Por lo tanto, es incapaz de elevarse
hasta Dios, ni aun para conocer su existencia, de algún modo, por medio de las
creaturas: tal es su doctrina. De donde infieren dos cosas: que Dios no puede ser
objeto directo de la ciencia; y, por lo que a la historia pertenece, que Dios de
ningún modo puede ser sujeto de la historia.
Después de esto, ¿qué será de la teología natural, de los motivos de
credibilidad, de la revelación externa? No es difícil comprenderlo. Suprimen
pura y simplemete todo esto para reservarlo al intelectualismo, sistema que,
según ellos, excita compasiva sonrisa y está sepultado hace largo tiempo.
Nada les detiene, ni aun las condenaciones de la Santa Iglesia contra
errores tan mostruosos. Porque el Concilio Vaticano (I) decretó lo que sigue: “si
alguno dijere que la luz natural de la razón humana es incapaz de conocer con
certeza, por medio de las cosas creadas, el único y verdadero Dios, nuestro
Creador y Señor, sea anatema”5. Igualmente: “si alguno dijere no ser posible o
conveniente que el hombre sea instruido, mediante la revelación divina, sobre
Dios y sobre el culto a él debido, sea anatema”6. Y por último: “si alguno dijere
que la revelación divina no puede hacerse creíble por signos exteriores, y que,
en consecuencia, sólo por la experiencia individual o por una inspiración
privada deben ser movidos los hombres a la Fe, sea anatema”7.
5. De revelatione. Can. 1
6. Ibíd. Can 2
7. De fide. Can. 2
Ahora, de qué manera los modernistas pasan del agnosticismo, que no es
sino ignorancia, al ateísmo científico e histórico, cuyo carácter total es, por lo
contrario, la negación; y, en consecuencia, por qué derecho de raciocinio, desde
ignorar si Dios ha intervenido en la historia del género humano hacen el tránsito
a explicar esa misma historia con independencia de Dios, de quien se juzga que
no ha tenido, en efecto, parte en el proceso histórico de la humanidad, conózcalo
quien pueda.
Es indudable que los modernistas tienen como ya establecida y fija una
cosa, que la ciencia debe ser atea, y lo mismo la historia; en la esfera de una y
otra no admiten sino fenómenos: Dios y lo divino quedan desterrados.
Pronto veremos las consecuencias de doctrina tan absurda cómo fluyen
con respecto a la sagrada persona del Salvador, a los misterios de su vida y
muerte, de su resurrección y ascensión gloriosa.
5. Agnosticismo este que no es sino el aspecto negativo de la doctrina de
los modernistas; el positivo está constituido por la llamada inmanencia vital.
El tránsito de uno al otro es como sigue: natural o sobrenatural, la religión,
como todo hecho, exige una explicación. Pues bien: una vez repudiada la
teología natural y cerrado, en consecuencia, todo acceso a la revelación al
desechar los motivos de credibilidad; más aún, abolida por completo toda
revelación externa, resulta claro que no puede buscarse fuera del hombre la
explicación apetecida, y debe hallarse en lo interior del hombre; pero como la
religión es una forma de la vida, la explicación ha de hallarse exclusivamente en
la vida misma del hombre. Por tal procedimiento se llega a establecer el
principio de la inmanencia religiosa. En efecto, todo fenómeno vital –y ya queda
dicho que tal es la religión- reconoce por primer estimulante cierto impulso o
indigencia, y por primera manifestación, ese movimiento del corazón que
llamamos sentimiento. Por esta razón, siendo Dios el objeto de la religión,
siguese de lo expuesto que la Fe, principio y fundamento de toda religión, reside
en un sentimiento íntimo engendrado por la indigencia divina. Por otra parte,
como esa indigencia de lo divino no se siente sino en conjuntos determinados y
favorables, no puede pertenecer de suyo a la esfera de la conciencia; al principio
yace sepultada bajo la conciencia, o, para emplear un vocablo tomado de la
filosofía moderna, en la subconsciencia, donde también su raiz permanece
escondida e inaccesible.
¿Quiere ahora saberse en qué forma esa indigencia de lo divino, cuando el
hombre llegue a sentirla, o, logra por fin convertirse en religión? Responden los
modernistas: la ciencia y la historia están encerradas entre dos límites: uno
exterior, el mundo visible; otro interior, la conciencia. Llegadas a uno de éstos,
imposible es que pasen adelante la ciencia y la historia; más allá está lo
incognoscible. Frente ya a este incognoscible , tanto al que está fuera del
hombre, más allá de la naturaleza visible, como al que está en el hombre mismo,
en las profundidades de la subconsciencia, la indigencia de lo divino, sin juicio
alguno previo (lo cual es puro fideismo) suscita en el alma, naturalmente
inclinada a la religión, cierto sentimiento especial, que tiene por distintivo en
envolver en sí mismo la propia realidad de Dios, bajo el doble concepto de
objeto y de causa íntima del sentimiento, y el unir en cierta manera al hombre
con Dios. A este sentimiento llaman Fe los modernistas: tal es para ellos el
principio de la religión.
6. Pero no se detiene aquí la filosofía o, por mejor decir, el delirio
modernista. Pues en ese sentimiento los modernistas no solo encuentran la Fe,
sino que con la Fe y en la misma Fe, según ellos la entienden, afirman que se
verifica la revelación. Y, en efecto, ¿qué más puede pedirse para la revelación?
¿No es ya una revelación, o al menos un principio de ella, ese sentimiento que
aparece en la conciencia, y Dios mismo, que en ese preciso sentimiento religioso
se manifiesta al alma aunque todavía de un modo confuso? Pero, añaden aún,
desde el momento en que Dios es a un tiempo causa y objeto de la Fe, tenemos
ya que aquella revelación versa sobre Dios y procede de Dios; luego tiene a Dios
como revelador y como revelado. De aquí, venerables hermanos, aquella
afirmación tan absurda de los modernistas de que toda religión es a la vez natural
y sobrenatural, según los diversos puntos de vista. De aquí la indistinta
significación de conciencia y revelación. De aquí, por fin, la ley que erige a la
conciencia religiosa en regla universal, totalmente igual a la revelación, y a la
que todos deben someterse, hasta la autoridad suprema de la Santa Iglesia, ya la
doctrinal, ya la preceptiva en lo sagrado y en lo disciplinar.
7. Sin embargo, en todo este proceso, de donde, en sentir de los
modernistas, se originan la Fe y la revelación, a una cosa ha de atenderse con
sumo cuidado, por su importancia no pequeña, vistas las consecuencias
histórico-críticas que de allí, según ellos, se derivan.
Porque lo incognoscible, de que hablan, no se presenta a la Fe como algo
aislado o singular, sino, por lo contrario, con íntima dependencia de algún
fenómeno, que, aunque pertenece al campo de la ciencia y de la historia, de
algún modo sale fuera de sus límites; ya sea ese fenómeno un hecho de la
naturaleza, que envuelve en sí algún misterio, ya un hombre singular cuya
naturaleza, acciones y palabras no pueden explicarse por las leyes comunes de la
historia. En este caso la Fe, atraída por lo incognoscible, que se presenta junto
con el fenómeno, abarca a éste todo entero y le comunica, en cierto modo, su
propia vida. Síguense dos consecuencias.
En primer lugar, se produce cierta transfiguración del fenómeno, esto es,
en cuanto es levantado por la Fe sobre sus propias condiciones, con lo cual queda
hecho materia más apta para recibir la forma de lo divino, que la Fe ha de dar.
En segundo lugar, una como desfiguración –llámese así- del fenómeno,
pues la Fe le atribuye lo que en realidad no tiene, al haberle sustraído a las
condiciones de lugar y tiempo; lo que acontece, sobre todo, cuando se trata de
fenómenos del tiempo pasado, y tanto más cuanto más antiguos fueren.
De ambas cosas sacan, a su vez, los modernistas, dos leyes, que, juntas con
la tercera sacada del agnosticismo, forman las bases de la crítica histórica. Un
ejemplo lo aclarará: lo tomamos de la persona de Cristo. En la persona de Cristo,
dicen, la ciencia y la historia ven solo un hombre. Por lo tanto, en virtud de la
primera ley, sacada del agnosticismo, es preciso borrar de su historia cuanto
presente carácter divino. Por la segunda ley, la persona histórica fue
transfigurada por la Fe; es necesario, pues, quitarle cuanto la levanta sobre las
condiciones históricas. Finalmente, por la tercera, la misma persona de Cristo fue
desfigurada por la Fe; luego se ha de prescindir en ella de las palabras, actos y
todo cuanto, en fin, no corresponda a su naturaleza, estado, educación, lugar y
tiempo en que vivió.
Extraña manera, sin duda, de raciocinar, pero tal es la crítica modernista.
8. En consecuencia, el sentimiento religioso, que brota por vital
inmanencia de los senos de la subconsciencia, es el germen de toda religión y la
razón asimismo de todo cuanto en cada haya habido o habrá. Oscuro y casi
informe en un principio, tal sentimiento, poco a poco y bajo el influjo oculto de
aquel arcano principio que lo produjo, se robusteció a la par del progreso de la
vida humana, de la que es –ya lo dijimos- una de sus formas.
Tenemos así explicado el origen de toda religión, aún de la sobrenatural:
no son sino aquel puro desarrollo del sentimiento religioso. Y nadie piense que la
católica quedará exceptuada: queda a nivel de las demás en todo. Tuvo origen en
la conciencia de Cristo, varón de privilegiadísima naturaleza, cual jamás hubo ni
habrá, en virtud del desarrollo de la inmanencia vital, y no de otra manera.
¡Estupor causa oir tan gran atrevimiento en hacer tales afirmaciones,
tamaña balsfemia!¡Y sin embargo, venerables hermanos, no son los incrédulos
sólo los que tan atrevidamente hablan así; católicos hay, más aún, muchos entre
los sacerdotes, que claramente publican tales cosas y tales delirios presumen
restaurar la Santa Iglesia! No se trata ya del antiguo error que ponía en la
naturaleza humana cierto derecho al orden sobrenatural.
Se ha ido mucho más adelante, a saber: hasta afirmar que nuestra
santísima religión, lo mismo en Cristo que en nosotros, es un fruto propio y
espontáneo de la naturaleza. Nada, en verdad, más propio para destruir todo el
orden sobrenatural.
Por lo tanto, el Concilio Vaticano (I), con perfecto derecho, decretó: “si
alguno dijere que el hombre no puede ser elevado por Dios a un conocimiento y
perfección que supere a la naturaleza, sino que puede y debe finalmente llegar
por sí mismo, mediante un continuo progreso, a la posesión de toda verdad y de
todo bien, sea anatema”8.
9. No hemos visto hasta aquí, venerables hermanos, que den cabida alguna
a la inteligencia; pero según la doctrina de los modernistas, tiene también su
parte en el acto de Fe, y así conviene notar de que modo.
En aquel sentimiento, dicen, del que repetidas veces hemos hablado,
porque es sentimiento, Dios, ciertamente, se presenta al hombre; pero, como es
sentimiento y no conocimiento, se presenta tan confusa e implicadamente que
apenas o de ningún modo se distingue del sujeto que cree.
Es preciso, pues, que el sentimiento se ilumine con alguna luz para que así
Dios resalte y se distinga. Esto pertenece a la inteligencia, cuyo oficio propio es
el pensar y analizar, y que sirve al hombre para traducir, primero en
representaciones y después en palabras, los fenómenos vitales que en él se
producen. De aquí la expresión tan vulgar ya entre los modernistas: “el hombre
religioso debe pensar su Fe”.
La inteligencia, pues, superponiéndose a tal sentimiento, se inclina hacia
él, y trabaja sobre él como un pintor que, en un cuadro viejo, vuelve a señalar y a
hacer que resalten las líneas del antiguo dibujo: casi de este modo lo explica uno
de los maestros modernistas. En este proceso la mente obra de dos modos:
primero, con un acto natural y expontáneo traduce las cosas en una aserción
simple y vulgar; después, refleja y profundamente, o como dicen, elaborando el
pensamiento, interpreta lo pensado con sentencias secundarias, derivadas de
8. De revelatione. Can. 3
aquella primera fórmula tan sencilla, pero ya más limitadas y más precisas. Estas
fórmulas secundarias, una vez sancionadas por el magisterio supremo de la Santa
Iglesia, formarán el dogma.
10. Ya hemos llegado en la doctrina modernista a uno de los puntos
principales, al origen y naturaleza del dogma. Este, según ellos, tiene su origen
en aquellas primitivas fórmulas simples que son necesarias en cierto modo a la
Fe, porque la revelación, para existir, supone en la conciencia alguna noticia
manifiesta de Dios. Mas parecen afirmar que el dogma mismo está contenido
propiamente en las fórmulas secundarias.
Para entender su naturaleza es preciso, ante todo, inquirir qué relación
existe entre las fórmulas religiosas y el sentimiento religioso del ánimo. No será
dificil descubrirlo si se tiene encuenta que el fin de tales fórmulas no es otro que
proporcionar al creyente el modo de darse razón de su Fe. Por lo tanto, son
intermedias entre el creyente y su Fe, son signos inadecuados de su objeto,
vulgarmente llamados símbolos; con relación al creyente, son meros
instrumentos. Mas no se sigue en modo alguno que pueda deducirse que
encierren una verdad absoluta; pues, como simbolos, son imágenes de la verdad,
y, por lo tanto, han de acomodarse con el sentimiento religioso, en cuanto éste se
refiere al hombre; como instrumentos, son vehículos de la verdad y, en
consecuencia, tendrán que acomodarse, a su vez, al hombre en cuanto se
relaciona con el sentimiento religioso. Mas el objeto del sentimiento religioso,
por hallarse contenido en lo absoluto, tiene infinitos aspectos que pueden
aparecer sucesivamente, ora uno, ora otro. A su vez, el hombre, al creer, puede
estar en condiciones que pueden ser muy diversas. Por lo tanto, las fórmulas que
llamamos dogma se hallarán expuestas a las mismas vicisitudes, y, por
consiguiente, sujetas a mutación. Así queda expedito el camino hacia la
evolución íntima del dogma.
¡Cúmulo, en verdad, infinito de sofismas, con que se resquebraja y
destruye toda religión!
11. No sólo puede desenvolverse y cambiar el dogma, sino que debe; tal es
la tesis fundamental de los modernistas, que, por otra parte, fluye de sus
principios.
Pues tienen por una doctrina de las más capitales en su sistema y que
infieren del principio de la inmanencia vital, que las fórmulas religiosas, para
que sean veraderamente religiosas, y no meras especulaciones del entendimiento,
han de ser vitales y han de vivir la vida misma del sentimiento religioso. Ello no
se ha de entender como si esas fórmulas, sobre todo si son puramente
imaginativas, hayan sido inventadas para remplazar el sentimiento religioso,
pues su origen, numero y, hasta cierto punto, su calidad misma, importan muy
poco; lo que importa es que el sentimiento religioso, después de haberlas
modificado convenientemente, si lo necesitan, se las asimile vitalmente.
Es tanto como decir que es preciso que el corazón acepte y sancione la
fórmula primitiva y que asimismo sea dirigido el trabajo del corazón, con que se
engendran las fórmulas secundarias. De donde proviene que dichas fórmulas,
para que sean vitales, deben ser y quedar asimilidas al creyente y a su Fe. Y
cuando, por cualquier motivo, cese esta adaptación, pierde su contenido
primitivo, y no habrá otro remedio de cambiarlas.
Dado el carácter tan precario e inestable de las fórmulas dogmáticas, se
comprende bien que los modernistas las menosprecien y tengan por cosa de risa;
mientras, por lo contrario, nada nombran y enlazan sino el sentimiento religioso,
la vida religiosa. Por eso censuran audazmente a la Santa Iglesia como si
equivocara el camino, porque no distingue en modo alguno entre la significación
material de las fórmulas y el impulso religioso y moral, porque adhiriéndose, tan
tenaz como estérilmente, a fórmulas desprovistas de contenido, es ella la que
permite que la misma religión se arruine.
Ciegos, ciertamente, y conductores de ciegos, que, inflados con el soberbio
nombre de ciencia, llevan su locura hasta pervertir el eterno concepto de la
verdad, a la par que la genuina naturaleza del sentimiento religioso: para ello han
fabricado un sistema “en el cual, bajo el impulso de un amor audaz y
desenfrenado de novedades, no buscan dónde ciertamente se halla la verdad y,
despreciando las santas y apostólicas tradiciones, abrazan otras doctrinas vanas,
fútiles, inciertas y no aprobadas por la Santa Iglesia, sobre las cuales –hombres
vanísimos- pretenden fundar y afirmar la misma verdad9.
Tal es, venerables hermanos, el modernista como filósofo.
12. Si, pasando al creyente, se desea saber en qué se distingue, en el
mismo modernista, el creyente del filósofo, es necesario advertir una cosa, y es
que el filósofo admite, sí, la realidad de lo divino como objeto de la Fe; pero esta
realidad no la encuentra sino en el alma misma del creyente, en cuanto es objeto
de su sentimiento y de su afirmación: por lo tanto, no sale del mundo de los
fenómenos. Si aquella realidad existe en sí fuera del sentimiento y de la
afirmación dichos, es cosa que el filósofo pasa por alto y desprecia. Para el
modernista creyente, por lo contrario, es firme y cierto que la realidad de lo
divino existe en sí misma con entera independencia del creyente. Y si se
pregunta en qué se apoya, finalmente, esta certeza del creyente, responde los
modernistas: en la experiencia singular de cada hombre.
13. Con cuya afirmación, mientras se separan de los racionalistas, caen en
la opinión de los protestantes y seudomísticos.
Véase, pues, su explicación. En el sentimiento religioso se descubre una
cierta intuición del corazón; merced la cual, y sin necesidad de medio alguno,
alcanza el hombre la realidad de Dios, y tal persuación de la existencia de Dios y
de su acción dentro y fuera del ser humano, que supera a toda persuación
científica. Lo cual es una verdadera experiencia, y superior a cualquiera otra
racional; y si alguno, como acaece con los racionalistas, la niega, es
simplemente, dicen, porque rehusa colocarse en las condiciones morales
requeridas para que aquélla se produzca. Y tal experiencia es la que hace
verdadera y propiamente creyente al que la ha conseguido.
¡Cuánto dista todo esto de los principios católicos! Semejantes quimeras
las vimos ya reprobadas por el Concilio Vaticano (I).
Cómo tranquean la puerta del ateísmo, una vez admitidas juntamente con
los otros errores mencionados, lo diremos más adelante. Desde luego, es bueno
advertir que de esta doctrina de la experiencia, unida a la otra del simbolismo, se
9. Cf. Gregorio XVI. Carta Encíclica “Singulari Nos” (sobre la condenación de libro: Paroles d‟un croyant, de
Lamennais), del 25 de junio de 1834; ver: Lista Cronológica de los Papas. 252. Gregorio XVI. Pág. 148
infiere la verdad de toda religión, sin exceptuar el paganismo. Pues qué, ¿no se
encuentran en todas las religiones experiencias de este género? Muchos lo
afirman. Luego ¿cón qué derecho los modernistas negaran la verdad de la
experiencia que afirma el turco, y atribuirán sólo a los católicos las experiencias
verdaderas? Aunque, cierto, no las niegan; más aún, los unos veladamente y los
otros sin rebozo, tienen por verdaderas todas las religiones. Y es manifiesto que
no pueden opinar de otra suerte, pues establecidos sus principios, ¿por qué causa
argüirían de falsedad a una religión cualquiera? No por otra, ciertamente, que por
la falsedad del sentimiento religioso o de la fórmula brotada del entendimiento.
Mas el sentimiento religioso es siempre y en todas partes el mismo, aunque en
ocasiones tal vez menos perfecto; cuanto a la fórmula del entendimiento, lo
único que se exige para su verdad es que responda al sentimiento religioso y al
hombre creyente, cualquiera que sea la capacidad de su ingenio.
Todo lo más que en esta oposición de religiones podrían acaso defender
los modernistas es que la católica, por tener más vida, posee más verdad, y que
es más digna del nombre cristiano porque responde con mayor plenitud a los
orígenes del cristianismo.
Nadie, puestas las precedentes premisas, considerará absurda ninguna de
estas conclusiones.
Lo que produce profundo estupor es que católicos, que sacerdotes a
quienes horrorizan, según Nos queremos pensar, tales mostruosidades, se
conduzcan, sin embargo, como si de lleno las aprobasen; pues tales son las
alabanzas que prodigan a los mantenedores de sus errores, tales los honores que
públicamente les tributan, que hacen creer fácilmente que lo que pretenden
honrar no son las personas, merecedoras acaso de alguna consideración, sino más
bien los errores que a las claras profesan y que se empeñan con todas veras en
espasir entre el vulgo.
14. otro punto hay en esta cuestión de doctrina en abierta contradicción
con la verdad católica.
Pues el principio de la experiencia se aplica también a la Tradición
sostenida hasta aquí por la Santa Iglesia, destruyéndola completamente. A la
verdad, por tradición entienden los modernistas cierta comunicación de alguna
experiencia original que se hace a otros mediante la predicación y en virtud de la
fórmula intelectual; a la cual fórmula atribuyen, además de su fuerza
representativa, como dicen, cierto poder subjetivo, que se ejerce, ora en el
creyente mismo para despertar en él el sentimiento religioso, tal vez dormido, y
restaurar las experiencias que alguna vez tuvo; ora sobre los que no creen aún,
para crear por primera vez en ellos el sentimiento religioso y producir la
experiencia.
Así es como la experiencia religiosa se va propagando extensamente por
los pueblos; no sólo por la predicación en los existentes, más aún en los
venideros, tanto por libros y revistas cuanto por la trasmisión oral de unos a
otros.
Pero esta comunicación de experiencias a veces se arraiga y florece; a
veces envejece al punto y muere. El que reflorezca es para los modernistas un
argumento de verdad, ya que toman indistintamente la verdad y la vida. De lo
cual colegiremos de nuevo que todas las religiones existentes son verdaderas,
pues de otro modo no vivirían.
15. Con lo expuesto hasta aquí, venerables hermanos, tenemos bastante y
sobrado para formarnos cabal idea de las relaciones que establecen los
modernistas entre la Fe y la ciencia, bajo la cual comprenden también la historia.
Ante todo, se ha de asentar que la materia de una está fuera de la otra y
separada de ella. Pues la Fe versa únicamente sobre un objeto que la ciencia
declara serle incognoscible; de aquí un campo totalmente diverso: la ciencia trata
de los fenómenos, en los que no hay lugar para la Fe; ésta, por lo contrario, se
ocupa enteramente de lo divino, que la ciencia desconoce por completo. De
donde se saca en conclusión que no hay conflictos posibles entre la ciencia y la
Fe; porque si cada una se encierra en una sfera, nunca podrán encontrarse ni, por
lo tanto, contradecirse.
Si tal vez se objeta a eso que hay en la naturaleza visible ciertas cosas que
incumben también a la Fe, como la vida humana de Nuestro Señor Jesucristo,
ellos lo negarán. Pues aunque esas cosas cuenten entre los fenómenos, más en
cuanto las penetra la vida de la Fe, y en la manera arriba dicha, la Fe las
transfigura y desfigura, son arrancadas del mundo sensible y convertidas en
materia del orden divino. Así, al que todavía pregunta más, si Nuestro Señor
Jesucristo ha obrado verdaderos milagros y verdaderamente profetizado lo
futuro; si verdaderamente resucitó y subió a los cielos: no, contestará la ciencia
agnóstica; sí, dirá la Fe. Aquí, con todo, no hay contradicción alguna: la
negación es del filósofo, que habla a los filósofos y que no mira a Nuestro Señor
Jesucristo sino según la realidad histórica; la afirmación es del creyente, que se
dirige a creyentes y que considera la vida de Nuestro Señor Jesucristo como
vivida de nuevo por la Fe y en la Fe.
16. A pesar de eso, se engañaría muy mucho el que creyese que podía
opinar que la Fe y la ciencia por ninguna razón se subordinan la una a la otra; de
la ciencia ni se podría juzgar de ese modo recta y verdaderamente; mas no de la
Fe, que, no sólo por una, sino por tres razones está sometida a la ciencia. Pues,
en primer lugar, conviene notar que todo cuanto incluye cualquier hecho
religioso, quitada su realidad divina y de la experiencia que de ella tiene el
creyente, todo lo demás, y principalmente las fórmulas religiosas, no salen de la
esfera de los fenómenos, y por eso cae bajo el dominio de la ciencia. Séale lícito
al creyente, si le agrada, salir del mundo; pero no obstante, mientras él viva,
jamás escapará, quiéralo o no, de las leyes, observación y fallos de la ciencia y
de la historia.
Además, aunque se ha dicho que Dios es objeto de la sola Fe, esto se
entiende tratándose de la realidad divina y no de la idea de Dios. Esta se halla
sujeta a la ciencia, la cual, filosofando en el orden que se dice lógico, se eleva
también a todo lo que es absoluto e ideal. Por lo tanto la filosofía o la ciencia
tienen el derecho de investigar sobre la idea de Dios, de dirigirla en su
desenvolvimiento y librarla de todo lo extraño que pueda mezclarse; de aquí el
axioma de los modernistas: “la evolución religiosa ha de ajustarse a la moral y
a la intelectual”; esto es, como ha dicho uno de sus maestros, “ha de
subordinarse a ellas”.
Añádase, en fin, que el hombre no sufre en sí la dualidad; por lo cual el
creyente experimenta una interna necesidad que le obliga a armonizar la Fe con
la ciencia, de modo que no disienta de la idea general que la ciencia da de este
mundo universo. De lo que se concluye que la ciencia es totalmente
independiente de la Fe; pero que ésta, por el contrario, aunque se pregone como
extraña a la ciencia, bebe sometérsele.
Todo lo cual, venerables hermanos, es enteramente contrario a lo que el
Papa Pío IX, nuestro predecesor, enseñaba cuando dijo: “es propio de la
filosofía, en lo que antañe a la religión, no dominar, sino servir; no prescribir lo
que se ha de creer, sino abrazarlo con racional homenaje; no escudriñar la
profundidad de los misterios de Dios, sino reverenciarlos pía y
humildemente”10
.
Los modernistas invierten sencillamante los términos: a los cuales, por
consiguiente, puede aplicarsele lo que ya Gregorio IX, también predecesor
nuestro, escribía de ciertos teólogos de su tiempo: “algunos entre vosotros,
hinchados como odres por el espíritu de la vanidad, se empeñan en traspasar
con profanas novedades los términos que fijaron los Santos Padres, inclinando
la inteligencia de las páginas sagradas... a la doctrina de la filosofía racional,
no fiara algún provecho de los oyentes, sino para ostentación de la ciencia... .
Estos mismos, seducidos por varias y extrañas doctrinas, hacen de la cabeza
cola, y fuerzan a la reina a servir a la esclava11
.
17. Y todo esto, en verdad, se hará más patente al que considera la
conducta de los modernistas, que se acomoda totalmente a sus enseñanzas. Pues
muchos de sus escritos parecen contrarios, de suerte que cualquiera fácilmente
reputaría a sus autores como dudosos e inseguros. Pero lo hacen de propósito y
con toda consideración, por el principio que sostienen sobre la separación mutua
de la Fe y de la ciencia. De aquí que tropecemos en sus libros con cosas que los
católicos aprueban completamente; mientras que en la siguiente página hay otras
que se dirían dictadas por un racionalista.
Por consiguiente, cuando escriben de historia no hacen mencion de la
divinidad de Cristo; pero predicando en los templos la confiesan firmisimamente.
Del mismo modo, en las explicaciones de historia no hablan de concilios ni de
Santos Padres; mas, si enseñan el catecismo, citan honrosamente a unos y otros.
De aquí que distingan también la exégesis teológica y pastoral de la científica e
histórica.
Igualmente, apoyándose en principio de que la ciencia de ningún modo
depende de la Fe, al disertar acerca de la filosofía, historia y crítica, muestran de
mil maneras su desprecio de los maestros católicos, Santos Padres, concilios
ecuménicos y Magisterio eclesiástico, sin horrorizarse de seguir las huellas de
Lutero12
; y si de ellos se les reprende, quéjanse de que se les quita la libertad.
Confesando, en fin, que la Fe ha de subordinarse a la ciencia, a menudo y
abiertamente censuran a la Santa Iglesia, porque tercamente se niega a someter y
acomodar sus dogmas a las opiniones filosóficas; por lo tanto, desterrada con
este fin la teología antigua, pretenden introducir otra nueva que obedezca a los
delirios de los filósofos.
10. Brev. Ad Ep. Wratislav, del 13 de junio de 1857; cf. Ver: Lista Cronológica de los Papas. 253. Beato Pío
IX. Pág. 148
11. Ep. Ad Magistros Theologia. Paris, non. iul. 1223; cf. Ver: Lista Cronológica de los Papas. 176. Gregorio
IX. Págs. 134-135
12. Cf. Prop. 29 damn. a; León X. Bula “Exsurge Domine”, del 16 de mayo de 1520: “hásenos abierto el camino
de enervar la autoridad de los concilios, contradecir libremente sus hechos, juzgar sus decretos y confesar
confiadamente lo que parezca verdadero, ya lo apruebe, ya lo repruebe cualquier concilio”; ver: Lista
Cronológica de los Papas. 215. León X. Pág. 140
a) La Fe
18. Aquí ya, venerables hermanos, se nos abre la puerta para examinar a
los modernistas en el campo teológico. Mas, porque es materia muy escabrosa, la
reduciremos a pocas palabras.
Se trata, pues, de conciliar la Fe con la ciencia, y eso de tal suerte que la
una se sujete a la otra. En este género, el teólogo modernista usa de los mismos
principios que, según vimos, usaba el filósofo, y los adapta al creyente; a saber:
los principios de la inmanencia vital y el simbolismo. Simplicísimo es el
procedimiento. El filósofo afirma: el principio de la Fe es inmanente; el creyente
añade: ese principio es Dios; concluye el teólogo: luego Dios es inmanente en el
hombre. He aquí la inmanencia teológica. De la misma suerte es cierto para el
filósofo que las reprensentaciones del objeto de la Fe son sólo simbólicas; para el
creyente lo es igualmente que el objeto de la Fe es Dios en sí: el teólogo, por
tanto infiere: las representaciones de la realidad divina son simbólicas. He aquí
el simbolismo teológico.
Errores, en verdad grandísimos; y cuán perniciosos sean ambos, se
descubrirá al verse sus consecuencias. Pues, comenzando desde luego por el
simbolismo, como los símbolos son tales respecto del objeto, a la vez que
instrumento respecto del creyente, ha de precaverse éste ante todo, dicen, de
adherirse más de lo conveniente a la fórmula, en cuanto fórmula, usando de ella
únicamente para unirse a la verdad absoluta, que la fórmula descubre y encubre
juntamente, empeñándose luego en expresarlas, pero sin conseguirlo jamás. A
esto añaden, además, que semejantes fórmulas debe emplearlas el creyente en
cuanto le ayuden, pues se le han dado para su comodidad y no como
impedimento; eso sí, respetando el honor que, según la consideración social, se
debe a las fórmulas que ya el magisterio público juzgó idóneas para expresar la
conciencia común y en tanto que el mismo magisterio no hubiese declarado otra
cosa distinta.
Qué opinan realmente los modernistas sobre la inmanencia, difícil es
decirlo: no todos sienten una misma cosa. Unos la ponen en que Dios, por su
acción, está más intimamente presente al hombre que éste a sí mismo: lo cual
nada tiene de reprensible si se entendiera rectamente. Otros, en que la acción de
Dios es una misma cosa con la acción de la naturaleza, como la de la causa
primera con la de la segunda; lo cual, en verdad, destruye el orden sobrenatural.
Por último, hay quienes la explican de suerte que den sospecha de significación
panteísta, lo cual concuerda mejor con el resto de su doctrina.
19. A este postulado de la inmanencia se junta otro que podemos llamar de
permanencia divina: difieren entre sí, casi del mismo modo que difiere la
experiencia transmitida por tradición. Aclarémoslo con un ejemplo sacado de la
Santa Iglesia y de los sacramentos. La Santa Iglesia, dicen, y los sacramentos no
se han de creer, en modo alguno, que fueran instituidos por Cristo. Lo prohíbe el
agnosticismo, que en Cristo no reconoce sino a un hombre, cuya conciencia
religiosa se formó, como en los otros hombres, poco a poco; la prohíbe la ley de
inmanencia, que rechaza las que ellos llaman externas aplicaciones; lo prohíbe
también la ley de la evolución, que pide, a fin de que los gérmenes se
desarrollen, determinando tiempo y cierta serie de circunstancias consecutivas;
finalmente, lo prohíbe la historia, que enseña cómo fue en realidad el verdadero
curso de los hechos. Sin embargo, debe mantenerse que la Santa Iglesia y los
sacramentos fueron instituidos por Cristo. Pero ¿de qué modo? Todas las
conciencias cristianas estaban en cierta manera incluidas virtualmente, como la
planta en la semilla, en la ciencia de Cristo. Y como los gérmenes viven la vida
de la simiente, así hay que decir que todos los cristianos viven la vida de Cristo.
Más la vida de Cristo, según la Fe, es divina: luego también la vida de los
cristianos. Si, pues, esta vida, en el transcurso de las edades, dio principio a la
Santa Iglesia y los sacramentos, con toda razón se dirá que semejante principio
proviene de Cristo y es divino. Así, cabalmente concluye que son divinas las
Sagradas Escrituras y divinos los dogmas.
A esto, poco más o menos, se reduce, en realidad, la teología de los
modernistas: pequeño caudal, sin duda, pero sobreabundante si se mantiene que
la ciencia debe ser siempre y en todo obedecida.
Cada uno verá por sí fácilmente la aplicación de esta doctrina a todo lo
demás que hemos de decir.
b) El dogma
20. Hasta aquí hemos tratado del origen y naturaleza de la Fe. Pero, siendo
muchos los brotes de la Fe, principalmente la Santa Iglesia, el dogma, el culto,
los libros que llamamos santos, conviene examinar qué enseñan los modernistas
sobre estos puntos. Y comenzando por el dogma, cuál sea su origen y naturaleza,
arriba lo indicamos. Surge aquél de cierto impulso o necesidad, en cuya virtud el
creyente trabaja sobre sus pensamientos propios, para así ilustrar mejor su
conciencia y la de los otros. Todo este trabajo consiste en penetrar y pulir la
primitiva fórmula de la mente, no en sí misma, según el desenvolvimiento
lógico, sino según las circunstancias o, como ellos dicen con menos propiedad,
vitalmente. Y así sucede que, en torno a aquélla, se forman poco a poco, como ya
insinuamos, otras fórmulas secundarias; las cuales, reunidas después en un
cuerpo y en un edificio doctrinal, así que son sancionadas por el magisterio
público, puesto que responden a la conciencia común, se denominan dogma. A
éste se han de contraponer cuidadosamente las especulaciones de los teólogos,
que aunque no vivan la vida de los dogmas, no se han de considerar del todo
inútiles, ya para conciliar la religión con la ciencia y quitar su oposición, ya para
ilustrar extrínsecamente y defender la misma religión; y acaso también podrán
ser útiles para allanar el camino a algún nuevo dogma futuro.
En lo que mira al culto sagrado, poco habría que decir a no comprenderse
bajo este título los sacramentos, sobre los cuales defienden los modernistas
gravísimos errores. El culto, según enseñan, brota de un doble impulso o
necesidad; porque en su sistema, como hemos visto, todo se engendra, según
ellos aseguran, en virtud de impulsos íntimos o necesidades. Una de ellas es para
dar a la religión algo de sensible; la otra a fin de manifestarla; lo que no puede en
ningún modo hacerse sin cierta forma sensible y actos santificantes, que se han
llamado sacramentos. Estos, para los modernistas, son puros símbolos o signos;
aunque no destruidos de fuerza. Para explicar dicha fuerza, se valen del ejemplo
de ciertas palabras que vulgarmente se dice haber hecho fortuna, pues tienen la
virtud de propagar ciertas nociones poderosas e impresionan de modo
extraordinario los ánimos superiores. Como esas palabras se ordenan a tales
nociones, así los sacramentos se ordenan al sentimiento religioso: nada más.
Hablarían con mayor claridad si afirmasen que los sacramentos se instituyeron
únicamente para alimentar la Fe; pero eso ya lo condenó el Concilio de Trento:
“si alguno dijere que estos sacramentos no fueron instituidos sino sólo para
alimentar la Fe, sea anatema”13
.
c) Los libros sagrados
21. Algo hemos indicado sobre la naturaleza y origen de los libros
sagrados. Conforme al pensar de los modernistas, podría no definirlos
rectamente como una colección de experiencias, no de las que estén al alcance de
cualquiera, sino de las extraordinarias e insignes, que suceden en toda religión.
Eso cabalmente enseñan los modernistas sobre nuestros libros, así del
Antiguo como del Nuevo Testamento. Es sus opiniones, sin embargo, advierten
astutamente que, aunque la experiencia pertenezca al tiempo presente, no obsta
para que tome la materia de lo pasado y aun de lo futuro, en cuanto al creyente, o
por el recuerdo de nuevo vive lo pasado a menera de lo presente, o por
anticipación hace lo propio con lo futuro. Lo que explica cómo puede
computarse entre los libros sagrados los históricos y apocalipticos. Así, pues, en
esos libros Dios habla en verdad por medio del creyente; más, según quiere la
teología de los modernistas, sólo por la inmanencia y permanencia vital.
Se preguntará: ¿qué dicen, entonces, de la inspiración? Esta, contestan, no
se distingue sino, acaso, por el grado de vehemencia, del impulso que siente el
creyente de manifestar su Fe de palabra o por escrito. Algo parecido tenemos en
la inspiración poética; por lo que dijo uno: “Dios está en nosotros: al agitarnos
Él, nos enardecemos”. Así es como se debe afirmar que Dios es el origen de la
inspiración de los Sagrados Libros.
Añaden, además, los modernistas que nada absolutamente hay en dichos
que carezca de semejante inspiración. En cuya afirmación podría uno creerlos
más ortodoxos que a otros modernos que restringen algo la inspiración, como,
por ejemplo, cuando excluyen de ellas las citas que se llaman tácitas. Mero juego
de palabras, simples apariencias. Pues si juzgamos la Sagrada Biblia según el
agnosticismo, a saber: como una obra humana compuesta por los hombres para
los hombres, aunque se de al teólogo el derecho de llamarla divina por
inmanencia, ¿cómo, en fin, podrá restringirse la inspiración? Aseguran, sí, los
modernistas la inspiración universal de los libros sagrados, pero en el sentido
católico no admiten ninguna.
d) La Santa Iglesia
22. Más abundante materia de hablar ofrece cuando la escuela modernista
fantasea acerca de la Santa Iglesia.
Ante todo, suponen que debe su origen a una doble necesidad: una, que
existe en cualquier creyente, y principalmente en el que ha logrado alguna
primitiva y singular experiencia para comunicar a otros su Fe; otra, después que
la Fe ya se hecho común entre muchos, está en la colectividad, y tiende a
reunirse en sociedad para conservar, aumentar, propagar el bien común. ¿Qué
viene a ser, pues, la Santa Iglesia? Fruto de la conciencia colectiva o de la unión
13. Sessione 7. De sacramentis in genere. Can. 5; cf. Ver: De los Sacramentos en General. Págs. 193-297
de las ciencias particulares, las cuales, en virtud de la permanencia vital,
dependen de su primer creyente, esto es de Cristo, si se trata de los católicos.
Ahora bien: cualquier sociedad necesita de una autoridad rectora que tenga
por oficio encaminar a todos los socios a un fin común y conservar
prudentemente los elementos de cohesión, que en una sociedad religiosa
consisten en la doctrina y el culto. De aquí surge, en la Santa Iglesia Católica,
una triple autoridad: disciplinar, dogmática, litúrgica.
La naturaleza de esta autoridad se ha de colegir de su origen: y de su
naturaleza se deducen los derechos y obligaciones. En las pasadas edades fue un
error común pensar que la autoridad venía de fuera a la Santa Iglesia, esto es,
inmediatamente de Dios; y por eso, con razón, se la consideraba como
autócratica. Pero tal creencia ahora ya está envejecida. Y así como se dice que la
Santa Iglesia nace de la colectividad de las conciencias, por igual manera la
autoridad procede vitalmente de la Santa Iglesia. La autoridad, pues, lo mismo
que la Santa Iglesia, brota de la conciencia religiosa, a la que, por lo tanto, está
sujeta: y, si desprecia esa sujeción, obra tiránicamente. Vivimos ahora en una
época en que el sentimiento de la libertad ha alcanzado su mayor altura. En el
orden civil, la conciencia pública introdujo el régimen popular. Pero la
conciencia del hombre es una sola, como la vida. Luego si no se quiere excitar y
fomentar la guerra intestina en las conciencias humanas, tiene la autoridad
eclesiástica el deber de usar las formas democráticas, tanto más cuanto que, si no
las usa, le amenaza la destrucción. Loco, en verdad, sería quien pensara que en el
ansia de la libertad, que hoy florece pudiera hacerse alguna vez cierto retroceso.
Estrechada y acorralada por la violencia, estallará con más fuerza, y lo arrastrará
todo –Santa Iglesia y religión- juntamente.
Así discurren los modernistas, quienes se entregan, por lo tanto, de lleno a
buscar los medios para conciliar la autoridad de la Santa Iglesia con la libertad
de los creyentes.
23. Pero no solo dentro del recinto doméstico tiene la Santa Iglesia gentes
con quienes conviene que se entiendan amistosamente: también las tiene fuera.
No es ella la única que habita en el mundo; hay asimismo otras sociedades a las
que no puede negar el trato y comunicación. Cuáles, pues, sean sus derechos,
cuáles sus deberes en orden a las sociedades civiles es preciso determinar; pero
ello tan solo con arreglo a la naturaleza de la Santa Iglesia, según los modernistas
nos la han descrito.
En lo cual se rigen por las mismas reglas que para la ciencia y la Fe
mencionamos. Allí se hablaba de objetos, aquí de fines. Y así como por razón del
objeto, según vimos, son la Fe y la ciencia extrañas entre si, de idéntica suerte lo
son el Estado y la Santa Iglesia por sus fines: es temporal el de aquél, espiritual
el de ésta. Fue ciertamente lícito en otra época subordinar lo temporal a lo
espiritual y hablar de cuestiones mixtas, en las que la Santa Iglesia intervenía
cual reina y señora, porque se creía que la Santa Iglesia había sido fundada
inmediatamente por Dios, como autor del orden sobrenatural. Pero todo esto ya
está rechazado por filósofos e historiadores. Luego el Estado se debe separar de
la Santa Iglesia; como el católico del ciudadano. Por lo cual todo católico, al ser
también ciudadano, tiene el derecho y la obligación, sin cuidarse de la autoridad
de la Santa Iglesia, pospuestos los deseos, concejos y preceptos de ésta, y aun
despreciadas sus representaciones, de hacer lo que juzgue más conveniente para
utilidad de la patria. Señalar bajo cualquier pretexto al ciudadano el modo de
obrar es un abuso del poder eclesiástico que con todo esfuerzo debe rechazarse y
condenarse.
Las teorías de donde estos errores manan, venerables hermanos, son
ciertamente las que solemnemente condenó nuestro predecesor Pío VI en su
Constitución Apostólica Auctorem fidei14
.
24. Mas no le satisface a la escuela de los modernistas que el Estado sea
separado de la Santa Iglesia. Así como la Fe, en los elementos –que llaman-
fenoménicos, debe subordinarse a la ciencia, así en los negocios temporales la
Santa Iglesia debe someterse al Estado. Tal vez no lo digan abiertamente, pero
por la fuerza del raciocinio se ven obligados a admitirlo. En efecto, admitido que
en las cosas temporales sólo el Estado puede poner mano, si acaece que algún
creyente, no contento con los actos interiores de religión, ejecuta otros
exteriores, como la administración y recepción de sacramentos, éstos caerán
necesariamente bajo el dominio del Estado. Entonces, ¿qué será de la autoridad
eclesiástica? Como ésta no se ejercita sino por actos externos, quedará
plenamente sujeta al Estado. Muchos protestantes liberales, por la evidencia de
esta conclusión, suprimen todo culto externo sagrado, y aun también toda
sociedad externa religiosa, y tratan de introducir la religión que llaman
individual.
Y hasta este punto no llegan claramente los modernistas, piden entre tanto,
por lo menos, que la Santa Iglesia, de su voluntad, se dirija donde ellos la
empujan y que se ajuste a las formas civiles. Esto por lo que añade a la autoridad
disciplinar.
Porque muchísimo peor y más pernicioso es lo que opinan sobre la
autoridad doctrinal y dogmática. Sobre el Magisterio de la Santa Iglesia, he aquí
como discurren. La sociedad religiosa no puede verdaderamente ser una si no es
una la conciencia de los socios y una la fórmula de que se valgan. Ambas unidas
exigen una especie de inteligencia universal a la que incumba encontrar y
determinar la fórmula que mejor corresponda a la conciencia común, y a aquella
inteligencia le pertenece también toda la necesaria autoridad para imponer a la
comunidad la fórmula establecida. Y en esa unión como fusión, tanto de la
inteligencia que elige la fórmula cuanto de la potestad que la impone, colocan los
modernistas el concepto del magisterio eclesiástico. Como, en resumidas
cuentas, el magisterio nace de las conciencias individuales y para bien de las
mismas conciencias se le ha impuesto el cargo público, síguese forzosamente
que depende de las mismas conciencias y que, por lo tanto, debe someterse a las
formas populares. Es, por lo tanto, no uso, sino un abuso de la potestad que se
concedió para utilidad prohibir a las conciencias individuales manifestar clara y
abiertamente los impulsos que sienten, y cerrar el camino a la crítica
impidiéndole llevar el dogma a sus necesarias evoluciones.
14. Proposición 2: “la proposición que dice que la postestad ha sido dada por Dios a la Santa Iglesia para
comunicarla a los Pastores, que son sus ministros, en orden a la salvación de las almas; entendida de modo que
de la comunidad de los fieles se deriva en los Pastores el poder del ministerio y régimen eclesiástico, es
herética”. Proposición 3: “además, la que afirma que el Pontífice Romano es cabeza ministerial, explicada de
suerte que el Romano Pontífice, no de Cristo en la persona de San Pedro, sino de la Santa Iglesia reciba la
potestad de ministerio que, como sucesor del bienaventurado Apóstol Pedro, verdadero Vicario de Cristo y
cabeza de toda la Santa Iglesia, posee en la universal Iglesia, es herética”; cf. Ver: Lista Cronológicas de los
Papas. 248. Pío VI. Págs. 146-147
De igual manera, en el uso mismo de la potestad, se ha de guardar
moderación y templanza. Condenar y proscribir un libro cualquiera, sin
conocimiento del autor, sin admitirle ni explicación ni discusión alguna, es en
verdad algo que raya a tiranía.
Por lo cual se ha de buscar aquí un camino intermedio que deje a salvo los
derechos de todos de la autoridad y de la libertad. Mientras tanto, el católico
debe conducirse de modo que en público se muestre muy obediente a la
autoridad, sin que por ello cese de seguir las inspiraciones de su propia
personalidad.
En general, he aquí lo que impone a la Santa Iglesia: como el fin único de
la potestad eclesiástica se refiere sólo a cosas espirituales, se ha de desterrar todo
aparato externo y la excesiva magnificencia con que ella se presenta ante quienes
la contemplan. En lo que seguramente no se fijan es en que, si la religión
pertenece a las almas, no se restringe, sin embargo, sólo a las almas, y que el
honor tributado a la autoridad recae en Cristo, que la fundó.
e) La evolución
25. Para terminar toda esta materia sobre la Fe y sus “variantes gérmenes”
resta, venerables hermanos, oir, en último lugar, las doctrinas de los modernistas
acerca del desenvolvimiento de entrambas cosas.
Hay aquí un principio general: en toda religión que viva, nada existe que
no sea variable y que, por lo tanto, no deba variarse. De donde pasan a lo que en
su doctrina es casi lo capital, a saber: la evolución. Sí, pues, no queremos que el
dogma, la Santa Iglesia, el culto sagrado, los libros que como santos
reverenciamos y aun la misma Fe languidezcan con el frío de la muerte, deben
sujetarsen a las leyes de la evolución. No sorprenderá esto si se tiene en cuenta lo
que sobre cada una de las cosas enseñan los modernistas. Porque, puesta la ley
de la evolución, hallamos descrita por ellos mismos la forma de la evolución. Y
en primer lugar en cuanto a la Fe. La primitiva forma de la Fe, dicen, fue
rudimentaria y común para todos los hombres, porque brotaba de la misma
naturaleza y vida humana. Hízola progresar la evolución vital, no por la
agregación externa de nuevas formas, sino por una creciente penetración del
sentimiento religioso en la conciencia. Aquel progreso se realizó de dos modos:
en primer lugar, negativamente, anulando todo elemento extraño, como, por
ejemplo, el que provenía de la familia o nación; después, positivamente, merced
al perfeccionamiento intelectual y moral del hombre; con ello, la noción de lo
divino se hizo más amplia y más clara, el sentimiento religioso resultó más
elevado. Las mismas causas que trajimos antes para explicar el origen de la Fe
hay que asignar a su progreso. A lo que hay que añadir ciertos hombres
extraordinarios (que nosotros llamamos profetas, entre los cuales el más
excelente fue Cristo), ya porque en su vida y palabras manifestaron algo de
misterioso que la Fe atribuía a la divinidad, ya porque lograron nuevas
experiencias, nunca antes vistas, que respondían a la exigencia religiosa de cada
época.
Mas la evolución del dogma se origina principalmente de que hay que
vencer los impedimentos de la Fe, sojuzgar a los enemigos y refutar las
contradicciones. Júntese a esto cierto esfuerzo perpetuo para penetrar mejor todo
en cuanto en los arcanos de la Fe se contiene. Así, omitiendo otros ejemplos,
sucedió con Cristo: aquello más o menos divino que él admitía la Fe fue
creciendo insensiblemente y por grados hasta que, finalmente, se le tuvo por
Dios.
En la evolución del culto, el factor principal es la necesidad de
acomodarse a las costumbres y tradiciones populares, y también la de disfrutar
el valor que ciertos actos han recibido de la costumbre.
En fín, la Santa Iglesia encuentra la existencia de su evolución en que tiene
necesidad de adaptarse a las circunstancias históricas y a las formas
públicamente ya existentes del régimen civil.
Así es entonces como estos modernistas siempre hablan de cada cosa en
particular.
Aquí, empero, antes de seguir adelante, queremos que se advierta bien esta
doctrina de las necesidades o indigencias (o sea, el lenguaje vulgar, dei bisogni,
como ellos la llaman más expresivamente), pues ella es como la base y
fundamento no sólo de cuanto ya hemos visto, sino también del famoso método
que ellos denominan histórico.
26. Insistiendo aún en la doctrina de la evolución, debe además advertirse
que, si bien las indigencias o necesidades impulsan a la evolución, si la
evolución fuese regulada no más que por ellas, traspasando fácilmente los fines
de la tradición y arrancada, por lo tanto, de su primitivo principio vital, se
encaminará más bien a la ruina que al progreso. Por lo que, ahondando más en la
mente de los modernistas, diremos que la evolución proviene del encuentro
opuesto de dos fuerzas, de las que una estimula el progreso mientras la otra
pugna por la conservación.
La fuerza conservadora reside vigorosa en la Santa Iglesia y se contiene en
la tradición. Represéntala la autoridad religiosa, y eso tanto por derecho, pues es
propio de la autoridad defender su tradición, como de hecho, puesto que, al
hallarse fuera de las contingencias de la vida, pocos o ningún estímulo siente que
la induzcan al progreso. Al contrario, en las conciencias de los individuos se
oculta y se agita una fuerza que impulsa al progreso, que responde a interiores
necesidades y que se oculta y se agita sobre todo en las conciencias de los
particulares, especialmente de aquellos que están, como dicen, en contacto más
particular e íntimo con la vida. Observad aquí, venerables hermanos, cómo
yergue su cabeza aquella doctrina tan perniciosa que furtivamente introduce en la
Santa Iglesia a los laicos como elementos del progreso.
Ahora bien: de una especie de mutuo convenio y pacto entre la fuerza
conservadora y la progresista, esto es, entre la autoridad y la conciencia de los
particulares, nacen el progreso y los cambios. Pues las conciencias privadas, o
por lo menos algunas de ellas, obran sobre la conciencia colectiva; ésta, a su vez,
sobre las autoridades, obligandolas a pactar y someterse a lo ya pactado.
Fácil es ahora comprender por qué los modernistas se admiran tanto
cuando comprenden que se les reprende o castiga. Lo que se les achaca como
culpa, lo tienen ellos como un deber de conciencia.
Nadie mejor que ellos comprenden las necesidades de las conciencias,
pues la penetran más íntimamente que la autoridad eclesiástica. En cierto modo
reúnen en sí mismos aquellas necesidades, y por eso se sienten obligados a
hablar y escribir públicamente. Castíguelos, si gusta, la autoridad; ellos se
apoyan en la conciencia del deber, y por íntima experiencia saben que se les debe
alabanzas y no reprensiones. Ya se les alcanza que ni el progreso se hace sin
luchas ni hay luchas sin víctimas: sean ellos, pues, las víctimas, a ejemplo de los
profetas y Cristo. Ni porque se les trate mal odian a la autoridad; confiesan
voluntariamente que ellas cumplen su deber. Sólo se quejan de que no se les
oiga, porque así se retrasa el “progreso” de las almas; llegará, no obstante, la
hora de destruir esas tardanzas, pues las leyes de la evolución pueden refrenarse,
pero no del todo aniquilarse. Continúan ellos por el camino emprendido; lo
continúan, aun después de reprendidos y condenados, encubriendo su increíble
audacia con la máscara de una aparente humildad. Doblan fíngidamente sus
cervices, pero con sus hechos y con sus planes prosiguen más atrevidos lo que
emprendieron.
Y obran así a ciencia y conciencia, ora porque creen que la autoridad debe
ser estimulada y no destruida, ora porque les es necesario continuar en la Santa
Iglesia, a fin de cambiar insensiblemente la conciencia colectiva. Pero, al afirmar
eso, no caen en la cuenta de que reconocen que disiente de ellos la conciencia
colectiva, y que, por lo tanto, no tienen derecho alguno de ir proclamándose
intérpretes de la misma.
27. Así, pues, venerables hermanos, según la doctrina y maquinaciones de
los modernistas, nada hay estable, nada inmutable en la Santa Iglesia. En la cual
sentencia les precedieron aquellos de quienes nuestro predecesor Pío IX ya
escribía: “esos enemigos de la revelación divina, prodigando estupendas
alabanzas al progreso humano, quieren, con temeraria y sacrílega osadía,
introducirlo en la religión católica, como si la religión fuese obra de los
hombres y no de Dios, o algún invento filosófico que con trazas humanas pueda
perfeccionarse”15
.
Cuanto a la revelación, sobre todo, y a los dogmas, nada se halla de nuevo
en la doctrina de los modernistas, pues es la misma reprobada ya en el Syllabus,
de Pío IX, y enunciada así: “la revelación divina es imperfecta, y por lo mismo
sujeta a progreso continuo e indefinido que corresponda al progreso de la razón
humana”16
, y con más solemnidad en el concilio Vaticano (I), por estas palabras:
“ni, pues, la doctrina de la Fe que Dios ha revelado se propuso como un invento
filosófico para que la perfeccionasen los ingenios humanos, sino como un
depósito divino se entregó a la Esposa de Cristo, a fin de que la custodiara
fielmente e infaliblemente la declarase. De aquí que se han de retener también
los dogmas sagrados en el sentido perpetuo que una vez declaró la Santa Madre
Iglesia, ni jamás hay que apartarse de él con color y nombre de más alta
inteligencia”17
; con esto, sin duda, el desarrollo de nuestros conocimientos, aun
acerca de la Fe, lejos de impedirse, antes se facilita y promueve. Por ello, el
mismo Concilio Vaticano (I) prosigue diciendo: “crezca, pues, y progrese
mucho e incesantemente la inteligencia, ciencia, sabiduría, tanto de los
particulares como de todos, tanto de un solo hombre como de toda la Santa
Iglesia, al compás de las edades y de los siglos; pero sólo en su género, esto es,
en el mismo dogma, en el mismo sentido y en la misma sentencia”18
.
15. Carta Encíclica “Qui pluribus”, del 8 de noviembre de 1846; cf. Ver: Lista Cronológica de los Papas. 253.
Beato Pío IX. Pág. 148
16. Cf. Syllabus. Preposición 5; ver: Lista Cronológica de los Papas. 253. Beato Pío IX. Pág. 148
17. Constitución Apostólica “Dei Filius”. C. 4
18. L. C
28. Después que, entre los partidarios del modernismo, hemos examinado
al filósofo, al creyente, al teólogo, resta que igualmente examinemos al
historiador, al crítico, al apologista y al reformador.
Algunos de entre los modernistas, que se dedican a escribir historia, se
muestran en gran manera solícitos por que no se les tenga como filósofos; y aun
alardean de no saber cosa alguna de filosofía. Astucia soberana: no sea que
alguien piense que están llenos de prejuicios filosóficos y que no son, por
consiguiente, como afirman, enteramente objetivos.
Es, sin embargo, cierto que toda su historia y crítica respira pura filosofía,
y sus conclusiones se derivan, mediante ajustados raciocinios, de los principios
filosóficos que defienden, lo cual fácilmente entenderá quien reflexione sobre
ello.
Los tres primeros cánones de dichos historiadores o críticos son aquellos
principios mismos que hemos atribuido arriba a los filósofos; es a saber: el
agnosticismo, el principio de la transfiguración de las cosas por la Fe, y el otro,
que nos pareció podía llamarse de la desfiguración. Vamos a ver las
conclusiones de cada uno de ellos.
Según el agnosticismo, la historia, no de otro modo que la ciencia, versa
únicamente sobre fenómenos. Luego, así Dios como cualquier intervención
divina en lo humano, se han de relegar a la Fe, como pertenecientes tan sólo a
ella.
Por lo tanto, si se encuentra algo que conste de dos elementos, uno divino
y otro humano -como sucede con Cristo, la Santa Iglesia, los sacramentos y
muchas otras cosas de ese género-, de tal modo se ha de dividir y separar, que lo
humano vaya a la historia, lo divino a la Fe. De aquí la conocida división, que
hacen los modernistas, del Cristo histórico y el Cristo de la Fe; de la Santa
Iglesia de la historia, y la de la Fe; de los sacramentos de la historia, y los de la
Fe; y otras muchas a este tenor.
Después, el mismo elemento humano que, según vemos, el historiador
reclama para sí tal cual aparece en los monumentos, ha de reconocerse que ha
sido realzado por la Fe mediante la transfiguración más allá de las condiciones
históricas. Y así conviene de nuevo distinguir las adiciones hechas por la Fe,
para referirlas a la Fe misma y a la historia de la Fe; así, tratándose de Cristo,
todo lo que sobrepase a la condición humana, ya natural, según enseña la
psicología, ya la correspondiente al lugar y edad en que vivió.
Además, en virtud del tercer principio filosófico, han de pasarse también
como por un tamiz las cosas que no salen de la esfera histórica; y eliminan y
cargan a la Fe igualmente todo aquello que, según su criterio, no se incluye en la
lógica de los hechos, como dicen, o no se acomoda a las personas. Pretenden, por
ejemplo, que Cristo no dijo nada que pudiera sobrepasar a la inteligencia del
vulgo que le escuchaba. Por ello borran de su historia real y remiten a la Fe
cuantas alegorías aparecen en sus discursos.
Se preguntará, tal vez, ¿según qué ley se hace esta separación? Se hace en
virtud del carácter del hombre, de su condición social, de su educación, del
conjunto de circunstancias en que se desarrolla cualquier hecho; en una palabra:
si no nos equivocamos, según una norma que al fin y al cabo viene a parar en
meramente subjetiva. Esto es, se esfuerzan en identificarse ellos con la persona
misma de Cristo, como revistiéndose de ella; y le atribuyen lo que ellos hubieran
hecho en circunstancias semejantes a las suyas.
Así, pues, para terminar, a priori y en virtud de ciertos principios
filosóficos -que sostienen, pero que aseguran no saber-, afirman que en la
historia que llaman real Cristo no es Dios ni ejecutó nada divino; como hombre,
empero, realizó y dijo lo que ellos, refiriéndose a los tiempos en que floreció, le
dan derecho de hacer o decir.
29. Así como de la filosofía recibe sus conclusiones la historia, así la
crítica de la historia. Pues el crítico, siguiendo los datos que le ofrece el
historiador, divide los documentos en dos partes: lo que queda después de la
triple partición, ya dicha, lo refieren a la historia real; lo demás, a la historia de la
Fe o interna. Distinguen con cuidado estas dos historias, y adviértase bien cómo
oponen la historia de la Fe a la historia real en cuanto real. De donde se sigue
que, como ya dijimos, hay dos Cristos: uno, el real, y otro, el que nunca existió
de verdad y que sólo pertenece a la Fe; el uno, que vivió en determinado lugar y
época, y el otro, que sólo se encuentra en las piadosas especulaciones de la Fe.
Tal, por ejemplo, es el Cristo que presenta el evangelio de San Juan, libro que no
es, en todo su contenido, sino una mera especulación.
No termina con esto el dominio de la filosofía sobre la historia. Divididos,
según indicamos, los documentos en dos partes, de nuevo interviene el filósofo
con su dogma de la inmanencia vital, y hace saber que cuanto se contiene en la
historia de la Santa Iglesia se ha de explicar por la emanación vital. Y como la
causa o condición de cualquier emanación vital se ha de colocar en cierta
necesidad o indigencia, se deduce que el hecho se ha de concebir después de la
necesidad y que, históricamente, es aquél posterior a ésta.
¿Qué hace, en ese caso, el historiador? Examinando de nuevo los
documentos, ya los que se hallan en los Sagrados Libros, ya los sacados de
dondequiera, teje con ellos un catálogo de las singulares necesidades que,
perteneciendo ora al dogma, ora al culto sagrado, o bien a otras cosas, se
verificaron sucesivamente en la Santa Iglesia. Una vez terminado el catálogo, lo
entrega al crítico. Y éste pone mano en los documentos destinados a la historia
de la Fe, y los distribuye de edad en edad, de forma que cada uno responda al
catálogo, guiado siempre por aquel principio de que la necesidad precede al
hecho y el hecho a la narración. Puede alguna vez acaecer que ciertas partes de la
Sagrada Biblia, como las epístolas, sean el mismo hecho creado por la necesidad.
Sea de esto lo que quiera, hay una regla fija, y es que la fecha de un documento
cualquiera se ha de determinar solamente según la fecha en que cada necesidad
surgió en la Santa Iglesia.
Hay que distinguir, además, entre el comienzo de cualquier hecho y su
desarrollo; pues lo que puede nacer en un día no se desenvuelve sino con el
transcurso del tiempo. Por eso debe el crítico dividir los documentos, ya
distribuidos, según hemos dicho, por edades, en dos partes -separando los que
pertenecen al origen de la cosa y los que pertenecen a su desarrollo-, y luego de
nuevo volverá a ordenarlos según los diversos tiempos.
30. En este punto entra de nuevo en escena el filósofo, y manda al
historiador que ordene sus estudios conforme a lo que prescriben los preceptos y
leyes de la evolución. El historiador vuelve a escudriñar los documentos, a
investigar sutilmente las circunstancias y condiciones de la Santa Iglesia en cada
época, su fuerza conservadora, sus necesidades internas y externas que la
impulsaron al progreso, los impedimentos que sobrevinieron; en una palabra:
todo cuanto contribuya a precisar de qué manera se cumplieron las leyes de la
evolución. Finalmente, y como consecuencia de este trabajo, puede ya trazar a
grandes rasgos la historia de la evolución. Viene en ayuda el crítico, y ya adopta
los restantes documentos. Ya corre la pluma, ya sale la historia concluida.
Ahora preguntamos: ¿a quién se ha de atribuir esta historia? ¿Al
historiador o al crítico? A ninguno de ellos, ciertamente, sino al filósofo. Allí
todo es obra de apriorismo, y de un apriorismo que rebosa en herejías. Causan
verdaderamente lástima estos hombres, de los que el Apóstol diría: “por cuanto
conociendo a Dios y no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias sino
que se envanecieron, y su insensato corazón fué oscurecido en sus
pensamientos. Pues, jactándose de ser sabios, han resultado necios”19
; pero
ya llegan a molestar, cuando ellos acusan a la Santa Iglesia por mezclar y barajar
los documentos en forma tal que hablen en su favor. Achacan, a saber, a la Santa
Iglesia aquello mismo de que abiertamente les acusa su propia conciencia.
31. De esta distribución y ordenación -por edades- de los documentos
necesariamente se sigue que ya no pueden atribuirse los Libros Sagrados a los
autores a quienes realmente se atribuyen. Por esa causa, los modernistas no
vacilan a cada paso en asegurar que esos mismos libros, y en especial el
Pentateuco y los tres primeros evangelios, de una breve narración que en sus
principios eran, fueron poco a poco creciendo con nuevas adiciones e
interpolaciones, hechas a modo de interpretación, ya teológica, ya alegórica, o
simplemente intercaladas tan sólo para unir entre sí las diversas partes.
Y para decirlo con más brevedad y claridad: es necesario admitir la
evolución vital de los Libros Sagrados, que nace del desenvolvimiento de la Fe y
es siempre paralela a ella.
Añaden, además, que las huellas de esa evolución son tan manifiestas, que
casi se puede escribir su historia. Y aun la escriben en realidad con tal desenfado,
que pudiera creerse que ellos mismos han visto a cada uno de los escritores que
en las diversas edades trabajaron en la amplificación de los Libros Sagrados.
Y, para confirmarlo, se valen de la crítica que denominan textual, y se
empeñan en persuadir que este o aquel otro hecho o dicho no está en su lugar, y
traen otras razones por el estilo. Parece en verdad que se han formado como
ciertos modelos de narración o discursos, y por ellos concluyen con toda certeza
sobre lo que se encuentra como en su lugar propio y qué es lo que está en lugar
indebido.
Por este camino, quiénes puedan ser aptos para fallar, aprécielo el que
quiera. Sin embargo, quien los oiga hablar de sus trabajos sobre los Libros
Sagrados, en los que es dado descubrir tantas incongruencias, creería que casi
ningún hombre antes de ellos los ha hojeado, y que ni una muchedumbre casi
infinita de doctores, muy superiores a ellos en ingenio, erudición y santidad de
vida, los ha escudriñado en todos sus sentidos. En verdad que estos sapientísimos
doctores tan lejos estuvieron de censurar en nada las Sagradas Escrituras, que
cuanto más íntimamente las estudiaban mayores gracias daban a Dios porque así
se dignó hablar a los hombres. Pero ¡ay, que nuestros doctores no estudiaron los
Libros Sagrados con los auxilios con que los estudian los modernistas! Esto es,
19. Romanos I, 21-22
no tuvieron por maestra y guía a una filosofía que reconoce su origen en la
negación de Dios ni se erigieron a sí mismos como norma de criterio.
32. Nos parece que ya está claro cuál es el método de los modernistas en la
cuestión histórica. Precede el filósofo; sigue el historiador; luego ya, de
momento, vienen la crítica interna y la crítica textual. Y porque es propio de la
primera causa comunicar su virtud a las que la siguen, es evidente que semejante
crítica no es una crítica cualquiera, sino que con razón se la llama agnóstica,
inmanentista, evolucionista; de donde se colige que el que la profesa y usa,
profesa los errores implícitos de ella y contradice a la doctrina católica.
Siendo esto así, podría sorprender en gran manera que entre católicos
prevaleciera este linaje de crítica. Pero esto se explica por una doble causa: la
alianza, en primer lugar, que une estrechamente a los historiadores y críticos de
este jaez, por encima de la variedad de patria o de la diferencia de religión;
además, la grandísima audacia con que todos unánimemente elogian y atribuyen
al progreso científico lo que cualquiera de ellos profiere y con que todos
arremeten contra el que quiere examinar por sí el nuevo portento, y acusan de
ignorancia al que lo niega mientras aplauden al que lo abraza y defiende. Y así se
alucinan muchos que, si considerasen mejor el asunto, se horrorizarían.
A favor, pues, del poderoso dominio de los que yerran y del incauto
asentimiento de ánimos ligeros se ha creado una como corrompida atmósfera que
todo lo penetra, difundiendo su pestilencia.
33. Pasemos al apologista. También éste, entre los modernistas, depende
del filósofo por dos razones: indirectamente, ante todo, al tomar por materia la
historia escrita según la norma, como ya vimos, del filósofo; directamente, luego,
al recibir de él sus dogmas y sus juicios. De aquí la afirmación, corriente en la
escuela modernista, que la nueva apología debe dirimir las controversias de
religión por medio de investigaciones históricas y psicológicas. Por lo cual los
apologistas modernistas emprenden su trabajo avisando a los racionalistas que
ellos defienden la religión, no con los Libros Sagrados o con historias usadas
vulgarmente en la Santa Iglesia, y que estén escritas por el método antiguo, sino
con la historia real, compuesta según las normas y métodos modernos. Y eso lo
dicen no cual si arguyesen ad hominem, sino porque creen en realidad que sólo
tal historia ofrece la verdad. De asegurar su sinceridad al escribir no se cuidan;
son ya conocidos entre los racionalistas y alabados también como soldados que
militan bajo una misma bandera; y de esas alabanzas, que el verdadero católico
rechazaría, se congratulan ellos y las oponen a las reprensiones de la Santa
Iglesia.
Pero veamos ya cómo uno de ellos compone la apología. El fin que se
propone alcanzar es éste: llevar al hombre, que todavía carece de fe, a que logre
acerca de la religión católica aquella experiencia que es, conforme a los
principios de los modernistas, el único fundamento de la Fe. Dos caminos se
ofrecen para esto: uno objetivo, subjetivo el otro. El primero brota del
agnosticismo y tiende a demostrar que hay en la religión, principalmente en la
católica, tal virtud vital, que persuade a cualquier psicólogo y lo mismo a todo
historiador de sano juicio, que es menester que en su historia se oculte algo
desconocido. A este fin urge probar que la actual religión católica es
absolutamente la misma que Cristo fundó, o sea, no otra cosa que el progresivo
desarrollo del germen introducido por Cristo. Luego, en primer lugar, debemos
señalar qué germen sea ése; y ellos pretenden significarlo. mediante la fórmula
siguiente: Cristo anunció que en breve se establecería el advenimiento del reino
de Dios, del que él sería el Mesías, esto es, su autor y su organizador, ejecutor,
por divina ordenación. Tras esto se ha de mostrar cómo dicho germen, siempre
inmanente en la religión católica y permanente, insensiblemente y según la
historia, se desenvolvió y adaptó a las circunstancias sucesivas, tomando de éstas
para sí vitalmente cuanto le era útil en las formas doctrinales, culturales,
eclesiásticas, y venciendo al mismo tiempo los impedimentos, si alguno salía al
paso, desbaratando a los enemigos y sobreviviendo a todo género de
persecuciones y luchas. Después que todo esto, impedimentos, adversarios,
persecuciones, luchas, lo mismo que la vida, fecundidad de la Santa Iglesia y
otras cosas a ese tenor, se mostraren tales que, aunque en la historia misma de la
Santa Iglesia aparezcan incólumes las leyes de la evolución, no basten con todo
para explicar plenamente la misma historia; entonces se presentará delante y se
ofrecerá espontáneamente lo incógnito. Así hablan ellos. Mas en todo este
raciocinio no advierten una cosa: que aquella determinación del germen
primitivo únicamente se debe al apriorismo del filósofo agnóstico y
evolucionista, y que la definición que dan del mismo germen es gratuita y creada
según conviene a sus propósitos.
34. Estos nuevos apologistas, al paso que trabajan por afirmar y persuadir
la religión católica con las argumentaciones referidas, aceptan y conceden de
buena gana que hay en ella muchas cosas que pueden ofender a los ánimos. Y
aun llegan a decir públicamente, con cierta delectación mal disimulada, que
también en materia dogmática se hallan errores y contradicciones, aunque
añadiendo que no sólo admiten excusa, sino que se produjeron justa y
legítimamente: afirmación que no puede menos de excitar el asombro. Así
también, según ellos, hay en los Libros Sagrados muchas cosas científica o
históricamente viciadas de error; pero dicen que allí no se trata de ciencia o de
historia, sino sólo de la religión y las costumbres. Las ciencias y la historia son
allí a manera de una envoltura, con la que se cubren las experiencias religiosas y
morales para difundirlas más fácilmente entre el vulgo; el cual, como no las
entendería de otra suerte, no sacaría utilidad, sino daño de otra ciencia o historia
más perfecta. Por lo demás, agregan, los Libros Sagrados, como por su
naturaleza son religiosos, necesariamente viven una vida; mas su vida tiene
también su verdad y su lógica, distintas ciertamente de la verdad y lógica
racional, y hasta de un orden enteramente diverso, es a saber: la verdad de la
adaptación y proporción, así al medio (como ellos dicen) en que se desarrolla la
vida como al fin por el que se vive. Finalmente, llegan hasta afirmar, sin ninguna
atenuación, que todo cuanto se explica por la vida es verdadero y legítimo.
35. Nosotros, ciertamente, venerables hermanos, para quienes la verdad no
es más que una, y que consideramos que los Libros Sagrados, según el Concilio
Vaticano (I), como “escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios
por autor”20
, aseguramos que todo aquello es lo mismo que atribuir a Dios una
mentira de utilidad u oficiosa, y aseveramos con las palabras de San Agustín:
20. De Revelatione. C. 2
“una vez admitida en tan alta autoridad alguna mentira oficiosa, no quedará ya
ni la más pequeña parte de aquellos libros que, si a alguien le parece o difícil
para las costumbres o increíble para la fe, no se refiera por esa misma
perniciosísima regla al propósito o a la condescendencia del autor que
miente”21
. De donde se seguirá, como añade. el mismo Santo Doctor, “que en
aquéllas (es a saber, en las Escrituras) cada cual creerá lo que quiera y dejará
de creer lo que no quiera”.
Pero los apologistas modernistas, audaces, aún van más allá. Conceden,
además, que en los Sagrados Libros ocurren a veces, para probar alguna doctrina,
raciocinios que no se rigen por ningún fundamento racional, cuales son los que
se apoyan en las profecías; pero los defienden también como ciertos artificios
oratorios que están legitimados por la vida. ¿Qué más? Conceden y aun afirman
que el mismo Cristo erró manifiestamente al indicar el tiempo del advenimiento
del reino de Dios, lo cual, dicen, no debe maravillar a nadie, pues también El
estaba sujeto a las leyes de la vida.
¿Qué suerte puede caber después de esto a los dogmas de la Santa Iglesia?
Estos se hallan llenos de claras contradicciones; pero, fuera de que la lógica vital
las admite, no contradicen a la verdad simbólica, como quiera que se trata en
ellas del Infinito, el cual tiene infinitos aspectos. Finalmente, todas estas cosas
las aprueban y defienden, de suerte que no dudan en declarar que no se puede
atribuir al Infinito honor más excelso que el afirmar de El cosas contradictorias.
Mas, cuando ya se ha legitimado la contradicción, ¿qué habrá que no
pueda legitimarse?
36. Por otra parte, el que todavía no cree no sólo puede disponerse a la Fe
con argumentos objetivos, sino también con los subjetivos. Para ello los
apologistas modernistas se vuelven a la doctrina de la inmanencia. En efecto, se
empeñan en persuadir al hombre de que en él mismo, y en lo más profundo de su
naturaleza y de su vida, se ocultan el deseo y la exigencia de alguna religión, y
no de una religión cualquiera, sino precisamente la católica; pues ésta, dicen, la
reclama absolutamente el pleno desarrollo de la vida.
En este lugar conviene que de nuevo Nos lamentemos grandemente, pues
entre los católicos no faltan algunos que, si bien rechazan la doctrina de la
inmanencia como doctrina; la emplean, no obstante, para una finalidad
apologética; y esto lo hacen tan sin cautela, que parecen admitir en la naturaleza
humana no sólo una capacidad y conveniencia para el orden sobrenatural -lo cual
los apologistas católicos lo demostraron siempre, añadiendo las oportunas
salvedades-, sino una verdadera y auténtica exigencia.
Mas, para decir verdad, esta exigencia de la religión católica la introducen
sólo aquellos modernistas que quieren pasar por más moderados, pues los que
llamaríamos integrales pretenden demostrar cómo en el hombre, que todavía no
cree, está latente el mismo germen que hubo en la conciencia de Cristo, y que él
transmitió a los hombres.
Así, pues, venerables hermanos, reconocemos que el método apologético
de los modernistas, que sumariamente dejamos descrito, se ajusta por completo a
sus doctrinas; método ciertamente lleno de errores, como las doctrinas mismas;
apto no para edificar, sino para destruir; no para hacer católicos, sino para
21. Epistola XXVIII, 3
arrastrar a los mismos católicos a la herejía y aun a la destrucción total de
cualquier religión.
37. Queda, finalmente, ya hablar sobre el modernista en cuanto
reformador. Ya cuanto hasta aquí hemos dicho manifiesta de cuán vehemente
afán de novedades se hallan animados tales hombres; y dicho afán se extiende
por completo a todo cuanto es cristiano. Quieren que se renueve la filosofía,
principalmente en los seminarios: de suerte que, relegada la escolástica a la
historia de la filosofía, como uno de tantos sistemas ya envejecidos, se enseñe a
los alumnos la filosofía moderna, la única verdadera y la única que corresponde
a nuestros tiempos.
Para renovar la teología quieren que la llamada racional tome por
fundamento la filosofía moderna, y exigen principalmente que la teología
positiva tenga como fundamento la historia de los dogmas. Reclaman también
que la historia se escriba y enseñe conforme a su método y a las modernas
prescripciones.
Ordenan que los dogmas y su evolución deben ponerse en armonía con la
ciencia y la historia.
Por lo que se refiere a la catequesis, solicitan que en los libros para el
catecismo no se consignen otros dogmas sino los que hubieren sido reformados y
que estén acomodados al alcance del vulgo.
Acerca del sagrado culto, dicen que hay que disminuir las devociones
exteriores y prohibir su aumento; por más que otros, más inclinados al
simbolismo, se muestran en ello más indulgentes en esta materia.
Andan clamando que el régimen de la Santa Iglesia se ha de reformar en
todos sus aspectos, pero príncipalmente en el disciplinar y dogmático, y, por lo
tanto, que se ha de armonizar interior y exteriormente con lo que llaman
conciencia moderna, que íntegramente tiende a la democracia; por lo cual, se
debe conceder al clero inferior y a los mismos laicos cierta intervención en el
gobierno y se ha de repartir la autoridad, demasiado concentrada y centralizada.
Las Congregaciones romanas deben asimismo reformarse, y
principalmente las llamadas del Santo Oficio y del Índice.
Pretenden asimismo que se debe variar la influencia del gobierno
eclesiástico en los negocios políticos y sociales, de suerte que, al separarse de los
ordenamientos civiles, sin embargo, se adapte a ellos para imbuirlos con su
espíritu.
En la parte moral hacen suya aquella sentencia de los americanistas: que
las virtudes activas han de ser antepuestas a las pasivas, y que deben practicarse
aquéllas con preferencia a éstas.
Piden que el clero se forme de suerte que presente su antigua humildad y
pobreza, pero que en sus ideas y actuación se adapte a los postulados del
modernismo.
Hay, por fin, algunos que, ateniéndose de buen grado a sus maestros
protestantes, desean que se suprima en el sacerdocio el celibato sagrado.
¿Qué queda, pues, intacto en la Santa Iglesia que no deba ser reformado
por ellos y conforme a sus opiniones?
38. En toda esta exposición de la doctrina de los modernistas, venerables
hermanos, pensará por ventura alguno que nos hemos detenido demasiado; pero
era de todo punto necesario, ya para que ellos no nos acusaran, como suelen, de
ignorar sus cosas; ya para que sea manifiesto que, cuando tratamos del
modernismo, no hablamos de doctrinas vagas y sin ningún vínculo de unión
entre sí, sino como de un cuerpo definido y compacto, en el cual si se admite una
cosa de él, se siguen las demás por necesaria consecuencia. Por eso hemos
procedido de un modo casi didáctico, sin rehusar algunas veces los vocablos
bárbaros de que usan los modernistas.
Y ahora, abarcando con una sola mirada la totalidad del sistema, ninguno
se maravillará si lo definimos afirmando que es un conjunto de todas las herejías.
Pues, en verdad, si alguien se hubiera propuesto reunir en uno el jugo y como la
esencia de cuantos errores existieron contra la Fe, nunca podría obtenerlo más
perfectamente de lo que han hecho los modernistas.
Pero han ido tan lejos que no sólo han destruido la religión católica, sino,
como ya hemos indicado, absolutamente toda religión. Por ello les aplauden
tanto los racionalistas; y entre éstos, los más sinceros y los más libres reconocen
que han logrado, entre los modernistas, sus mejores y más eficaces auxiliares.
39. Pero volvamos un momento, venerables hermanos, a aquella tan
perniciosa doctrina del agnosticismo. Según ella, no existe camino alguno
intelectual que conduzca al hombre hacia Dios; pero el sentimiento y la acción
del alma misma le deparan otro mejor. Sumo absurdo, que todos ven. Pues el
sentimiento del ánimo responde a la impresión de las cosas que nos proponen el
entendimiento o los sentidos externos.
Suprimid el entendimiento, y el hombre se irá tras los sentidos exteriores
con inclinación mayor aún que la que ya le arrastra. Un nuevo absurdo: pues
todas las fantasías acerca del sentimiento religioso no destruirán el sentido
común; y este sentido común nos enseña que cualquier perturbación o
conmoción del ánimo no sólo no nos sirve de ayuda para investigar la verdad,
sino más bien de obstáculo.
Hablamos de la verdad en sí; esa otra verdad subjetiva, fruto del
sentimiento interno y de la acción, si es útil para formar juegos de palabras, de
nada sirve al hombre, al cual interesa principalmente saber si fuera de él hay o no
un Dios en cuyas manos debe un día caer.
Para obra tan grande le señalan, como auxiliar, la experiencia. Y ¿qué
añadiría ésta a aquel sentimiento del ánimo? Nada absolutamente; y sí tan sólo
una cierta vehemencia, a la que luego resulta proporcional la firmeza y la
convicción sobre la realidad del objeto. Pero, ni aun con estas dos cosas, el
sentimiento deja de ser sentimiento, ni le cambian su propia naturaleza siempre
expuesta al engaño, si no se rige por el entendimiento; aun le confirman y le
ayudan en tal carácter, porque el sentimiento, cuanto más intenso sea, más
sentimiento será.
En materia de sentimiento religioso y de la experiencia religiosa en él
contenida (y de ello estamos tratando ahora), sabéis bien, venerables hermanos,
cuánta prudencia es necesaria y al propio tiempo cuánta doctrina para regir a la
misma prudencia. Lo sabéis por el trato de las almas, principalmente de algunas
de aquellas en las cuales domina el sentimiento; lo sabéis por la lectura de las
obras de ascética: obras que los modernistas menosprecian, pero que ofrecen una
doctrina mucho más sólida y una sutil sagacidad mucho más fina que las que
ellos se atribuyen a sí mismos.
40. Nos parece, en efecto, una locura, o, por lo menos, extremada
imprudencia, tener por verdaderas, sin ninguna investigación, experiencias
íntimas del género de las que propalan los modernistas. Y si es tan grande la
fuerza y la firmeza de estas experiencias, ¿por qué, dicho sea de paso, no se
atribuye alguna semejante a la experiencia que aseguran tener muchos millares
de católicos acerca de lo errado del camino por donde los modernistas andan?
Por ventura ¿sólo ésta sería falsa y engañosa?
Mas la inmensa mayoría de los hombres profesan y profesaron siempre
firmemente que no se logra jamás el conocimiento y la experiencia sin ninguna
guía ni luz de la razón. Sólo resta otra vez, pues, recaer en el ateísmo y en la
negación de toda religión.
Ni tienen por qué prometerse los modernistas mejores resultados de la
doctrina del simbolismo que profesan: pues si, como dicen, cualesquiera
elementos intelectuales no son otra cosa sino símbolos de Dios, ¿por qué no será
también un símbolo el mismo nombre de Dios o el de la personalidad divina?
Pero si es así, podría llegarse a dudar de la divina personalidad; y entonces ya
queda abierto el camino que conduce al panteísmo.
Al mismo término, es a saber, a un puro y descarnado panteísmo, conduce
aquella otra teoría de la inmanencia divina, pues preguntamos: aquella
inmanencia, ¿distingue a Dios del hombre, o no? Si lo distingue, ¿en qué se
diferencia entonces de la doctrina católica, o por qué rechazan la doctrina de la
revelación externa? Mas si no lo distingue, ya tenemos el panteísmo. Pero esta
inmanencia de los modernistas pretende y admite que todo fenómeno de
conciencia procede del hombre en cuanto hombre; luego entonces, por legítimo
raciocinio, se deduce de ahí que Dios es una misma cosa con el hombre, de
donde se sigue el panteísmo.
Finalmente, la distinción que proclaman entre la ciencia y la fe no permite
otra consecuencia, pues ponen el objeto de la ciencia en la realidad de lo
cognoscible, y el de la Fe, por lo contrario, en la de lo incognoscible. Pero la
razón de que algo sea incognoscible no es otra que la total falta de proporción
entre la materia de que se trata y el entendimiento; pero este defecto de
proporción nunca podría suprimirse, ni aun en la doctrina de los modernistas;
luego lo incognoscible lo será siempre, tanto para el creyente como para el
filósofo. Luego si existe alguna religión, será la de una realidad incognoscible.
Y, entonces, no vemos por qué dicha realidad no podría ser aun la misma alma
del mundo, según algunos racionalistas afirman.
Pero, por ahora, baste lo dicho para mostrar claramente por cuántos
caminos el modernismo conduce al ateísmo y a suprimir toda religión. El primer
paso lo dio el protestantismo; el segundo corresponde al modernismo; muy
pronto hará su aparición el ateísmo
II. II. 3. Causas y remedios
41. Para un conocimiento más profundo del modernismo, así como para
mejor buscar remedios a mal tan grande, conviene ahora, venerables hermanos,
escudriñar algún tanto las causas de donde este mal recibe su origen y alimento.
La causa próxima e inmediata es, sin duda, la perversión de la inteligencia.
Se le añaden, como remotas, estas dos: la curiosidad y el orgullo. La curiosidad,
si no se modera prudentemente, basta por sí sola para explicar cualesquier
errores.
Con razón escribió Gregorio XVI, predecesor nuestro: “es muy deplorable
hasta qué punto vayan a parar los delirios de la razón humana cuando uno está
sediento de novedades y, contra el aviso del Apóstol, se esfuerza por saber más
de lo que conviene saber, imaginando, con excesiva confianza en sí mismo, que
se debe buscar la verdad fuera de la Iglesia católica, en la cual se halla sin el
más mínimo sedimento de error”22
.
Pero mucho mayor fuerza tiene para obcecar el ánimo, e inducirle al error,
el orgullo, que, hallándose como en su propia casa en la doctrina del
modernismo, saca de ella toda clase de pábulo y se reviste de todas las formas.
Por orgullo conciben de sí tan atrevida confianza, que vienen a tenerse y
proponerse a sí mismos como norma de todos los demás. Por orgullo se glorían
vanísimamente, como si fueran los únicos poseedores de la ciencia, y dicen,
altaneros e infatuados: “no somos como los demás hombres”; y para no ser
comparados con los demás, abrazan y sueñan todo género de novedades, por
muy absurdas que sean. Por orgullo desechan toda sujeción y pretenden que la
autoridad se acomode con la libertad. Por orgullo, olvidándose de sí mismos,
discurren solamente acerca de la reforma de los demás, sin tener reverencia
alguna a los superiores ni aun a la potestad suprema. En verdad, no hay camino
más corto y expedito para el modernismo que el orgullo. ¡Si algún católico, sea
laico o sacerdote, olvidado del precepto de la vida cristiana, que nos manda
negarnos a nosotros mismos si queremos seguir a Cristo, no destierra de su
corazón el orgullo, ciertamente se hallará dispuesto como el que más a abrazar
los errores de los modernistas!
Por lo cual, venerables hermanos, conviene tengáis como primera
obligación vuestra resistir a hombres tan orgullosos, ocupándolos en los oficios
más oscuros e insignificantes, para que sean tanto más humillados cuanto más
alto pretendan elevarse, y para que, colocados en lugar inferior, tengan menos
facultad para dañar.
Además, ya vosotros mismos personalmente, ya por los rectores de los
seminarios, examinad diligentemente a los alumnos del sagrado clero, y si
hallarais alguno de espíritu soberbio, alejadlo con la mayor energía del
sacerdocio: ¡ojalá se hubiese hecho esto siempre con la vigilancia y constancia
que era menester!
42. Y si de las causas morales pasamos a las que proceden de la
inteligencia, se nos ofrece primero que todo y principalmente aquella de la
ignorancia.
En verdad que todos los modernistas, sin excepción, quieren ser y pasar
por doctores en la Santa Iglesia, y aunque con palabras grandilocuentes subliman
la escolástica, no abrazaron la primera deslumbrados por sus aparatosos
artificios, sino porque su completa ignorancia de la segunda les privó del
instrumento necesario para suprimir la confusión en las ideas y para refutar los
sofismas. Y del consorcio de la falsa filosofía con la Fe ha nacido el sistema de
ellos, inficionado por tantos y tan grandes errores.
22. Carta Encíclica “Singulari Nos”, sobre la condenación de libro: “Paroles d‟un croyant”, de Lamennais, del
25 de junio de 1834; cf. Ver: Lista Cronológica de los Papas. 252. Gregorio XVI. Pág. 148
Táctica modernista
En cuya propagación, ¡ojalá gastaran memos empeño y solicitud! Pero es
tanta su actividad, tan incansable su trabajo, que da verdadera tristeza ver cómo
se consumen, con intención de arruinar la Santa Iglesia, tantas fuerzas que, bien
empleadas, hubieran podido serle de gran provecho. De dos artes se valen para
engañar los ánimos: procuran primero allanar los obstáculos que se oponen, y
buscan luego con sumo cuidado, aprovechándolo con tanto trabajo como
constancia, cuanto les puede servir.
Tres son principalmente las cosas que tienen por contrarias a sus conatos:
el método escolástico de filosofar, la autoridad de los Padres y la tradición, el
magisterio eclesiástico. Contra ellas dirigen sus más violentos ataques. Por esto
ridiculizan generalmente y desprecian la filosofía y teología escolástica, y ya
hagan esto por ignorancia o por miedo, o, lo que es más cierto, por ambas
razones, es cosa averiguada que el deseo de novedades va siempre unido con el
odio del método escolástico, y no hay otro más claro indicio de que uno empiece
a inclinarse a la doctrina del modernismo que comenzar a aborrecer el método
escolástico.
Recuerden los modernistas y sus partidarios la condenación con que Pío
IX estimó que debía reprobarse la opinión de los que dicen: “el método y los
principios con los cuales los antiguos doctores escolásticos cultivaron la
teología no corresponden a las necesidades de nuestro tiempo ni al progreso de
la ciencia. Por lo que toca a la tradición, se esfuerzan astutamente en pervertir
su naturaleza y su importancia, a fin de destruir su peso y autoridad”23
.
Pero, esto no obstante, los católicos venerarán siempre la autoridad del
Concilío II de Nicea, que condenó “a aquellos que osan..., conformándose con
los criminales herejes, despreciar las tradiciones eclesiásticas e inventar
cualquier novedad..., o excogitar torcida o astutamente para desmoronar algo
de las legítimas tradiciones de la Santa Iglesia Católica”. Estará en pie la
profesión del Concilio IV Constantinopolitano: “así, pues, profesamos conservar
y guardar las reglas que la Santa, Católica y Apostólica Iglesia ha recibido, así
de los Santos y celebérrimos Apóstoles como de los concilios ortodoxos, tanto
universales como particulares, como también de cualquier Padre inspirado por
Dios y maestro de la Santa Iglesia”. Por lo cual, los Sumos Pontífices Romanos
Pío IV y Pío IX decretaron que en la profesión de la Fe se añadiera también lo
siguiente: “admito y abrazo firmísimamente las tradiciones apostólicas y
eclesiásticas y las demás observancias y constituciones de la misma Santa
Iglesia”.
Ni más respetuosamente que sobre la tradición sienten los modernistas
sobre los santísimos Padres de la Iglesia, a los cuales, con suma temeridad,
proponen públicamente, como muy dignos de toda veneración, pero como
sumamente ignorantes de la crítica y de la historia: si no fuera por la época en
que vivieron, serían inexcusables.
43. Finalmente, ponen su empeño todo en menoscabar y debilitar la
autoridad del mismo ministerio eclesiástico, ya pervirtiendo sacrílegamente su
origen, naturaleza y derechos, ya repitiendo con libertad las calumnias de los
23. Syllabus. Preposición 13; cf. Ver: Lista Cronológica de los Papas. 253. Beato Pío IX. Pág. 148
adversarios contra ella. Cuadra, pues, bien al clan de los modernistas lo que tan
apenado escribió nuestro predecesor:
“Para hacer despreciable y odiosa a la mística Esposa de Cristo, que es
verdadera luz, los hijos de las tinieblas acostumbraron a atacarla en público con
absurdas calumnias, y llamarla, cambiando la fuerza y razón de los nombres y
de las cosas, amiga de la oscuridad, fautora de la ignorancia y enemiga de la luz
y progreso de las ciencias”24
.
Por ello, venerables hermanos, no es de maravillar que los modernistas
ataquen con extremada malevolencia y rencor a los varones católicos que luchan
valerosamente por la Santa Iglesia. No hay ningún género de injuria con que no
los hieran; y a cada paso les acusan de ignorancia y de terquedad. Cuando temen
la erudición y fuerza de sus adversarios, procuran quitarles la eficacia
oponiéndoles la conjuración del silencio. Manera de proceder contra los católicos
tanto más odiosa cuanto que, al propio tiempo, levantan sin ninguna moderación,
con perpetuas alabanzas, a todos cuantos con ellos consienten; los libros de
éstos, llenos por todas partes de novedades, recíbenlos con gran admiración y
aplauso; cuanto con mayor audacia destruye uno lo antiguo, rehúsa la tradición y
el magisterio eclesiástico, tanto más sabio lo van pregonando. Finalmente, ¡cosa
que pone horror a todos los buenos!, si la Santa Iglesia condena a alguno de
ellos, no sólo se aúnan para alabarle en público y por todos medios, sino que
llegan a tributarle casi la veneración de mártir de la verdad.
Con todo este estrépito, así de alabanzas como de vituperios, conmovidos
y perturbados los entendimientos de los jóvenes, por una parte para no ser
tenidos por ignorantes, por otra para pasar por sabios, a la par que estimulados
interiormente por la curiosidad y la soberbia, acontece con frecuencia que se dan
por vencidos y se entregan al modernismo.
44. Pero esto pertenece ya a los artificios con que los modernistas
expenden sus mercancías. Pues ¿qué no maquinan a trueque de aumentar el
número de sus secuaces? En los seminarios y universídades andan a la caza de
las cátedras, que convierten poco a poco en cátedras de pestilencia. Aunque sea
veladamente, inculcan sus doctrinas predicándolas en los púlpitos de las iglesias;
con mayor claridad las publican en sus reuniones y las introducen y realzan en
las instituciones sociales. Con su nombre o seudónimos publican libros,
periódicos, revistas. Un mismo escritor usa varios nombres para así engañar a los
incautos con la fingida muchedumbre de autores. En una palabra: en la acción,
en las palabras, en la imprenta, no dejan nada por intentar, de suerte que parecen
poseídos de frenesí.
Y todo esto, ¿con qué resultado? ¡Lloramos que un gran número de
jóvenes, que fueron ciertamente de gran esperanza y hubieran trabajado
provechosamente en beneficio de la Santa Iglesia, se hayan apartado del recto
camino! Nos son causa de dolor muchos más que, aun cuando no hayan llegado a
tal extremo, como inficionados por un aire corrompido, se acostumbraron a
pensar, hablar y escribir con mayor laxitud de lo que a católicos conviene. Están
entre los seglares; también entre los sacerdotes, y no faltan donde menos eran de
esperarse: en las mismas órdenes religiosas. Tratan los estudios bíblicos
24. León XIII. Motu Proprio “Ut mysticam”, del 11 de marzo de 1889; cf. Ver: Lista Cronológica de los Papas.
254. León XIII. Pág. 149
conforme a las reglas de los modernistas. Escriben historias donde, so pretexto
de aclarar la verdad, sacan a luz con suma diligencia y con cierta manifiesta
fruición todo cuanto parece arrojar alguna mácula sobre la Santa Iglesia.
Movidos por cierto apriorismo, usan todos los medios para destruir las sagradas
tradiciones populares; desprecian las sagradas reliquias celebradas por su
antigüedad.
En resumen, arrástralos el vano deseo de que el mundo hable de ellos, lo
cual piensan no lograr si dicen solamente las cosas que siempre y por todos se
dijeron. Y entre tanto, tal vez estén convencidos de que prestan un servicio a
Dios y a la Santa Iglesia; pero, en realidad, perjudican gravísimamente, no sólo
con su labor, sino por la intención que los guía y porque prestan auxilio utilísimo
a las empresas de los modernistas.
Remedios eficaces
45. Nuestro predecesor, de feliz recuerdo, León XIII, procuró oponerse
enérgicamente, de palabra y por obra, a este ejército de tan grandes errores que
encubierta y descubiertamente nos acomete. Pero los modernistas, como ya
hemos visto, no se intimidan fácilmente con tales armas, y simulando sumo
respeto o humildad, han torcido hacia sus opiniones las palabras del Pontífice
Romano y han aplicado a otros cualesquiera sus actos; así, el daño se ha hecho
de día en día más poderoso.
Por ello, venerables hermanos, hemos resuelto sin más demora acudir a los
más eficaces remedios. Os rogamos encarecidamente que no sufráis que en tan
graves negocios se eche de menos en lo más mínimo vuestra vigilancia,
diligencia y fortaleza; y lo que os pedimos, y de vosotros esperamos, lo pedimos
también y lo esperamos de los demás pastores de almas, de los educadores y
maestros de la juventud clerical, y muy especialmente de los maestros superiores
de las familias religiosas.
46. I. En primer lugar, pues, por lo que toca a los estudios, queremos, y
definitivamente mandamos, que la filosofía escolástica se ponga por fundamento
de los estudios sagrados.
A la verdad, “si hay alguna cosa tratada por los escolásticos con
demasiada sutileza o enseñada inconsideradamente, si hay algo menos concorde
con las doctrinas comprobadas de los tiempos modernos, o finalmente, que de
ningún modo se puede aprobar, de ninguna manera está en nuestro ánimo
proponerlo para que sea seguido en nuestro tiempo”25
.
Lo principal que es preciso notar es que, cuando prescribimos que se siga
la filosofía escolástica, entendemos principalmente la que enseñó Santo Tomás
de Aquino, acerca de la cual, cuanto decretó nuestro predecesor queremos que
siga vigente y, en cuanto fuere menester, lo restablecemos y confirmamos,
mandando que por todos sea exactamente observado. A los obispos pertenecerá
estimular y exigir, si en alguna parte se hubiese descuidado en los seminarios,
que se observe en adelante, y lo mismo mandamos a los superiores de las
órdenes religiosas. Y a los maestros les exhortamos a que tengan fijamente
25. Leon XIII. Carta Encíclica “Aeterni Patris”; cf. Ver: Lista Cronológica de los Papas. 254. León XIII. Pág.
149
presente que el apartarse del Doctor de Aquino, en especial en las cuestiones
metafísicas, nunca dejará de ser de gran perjuicio.
47. Colocado ya así este cimiento de la filosofía, constrúyase con gran
diligencia el edificio teológico.
Promoved, venerables hermanos, con todas vuestras fuerzas el estudio de
la teología, para que los clérigos salgan de los seminarios llenos de una gran
estima y amor a ella y que la tengan siempre por su estudio favorito. Pues “en la
grande abundancia y número de disciplinas que se ofrecen al entendimiento a
codicioso de la verdad, a nadie se le oculta que la sagrada teología reclama
para sí el lugar primero; tanto que fue sentencia antigua de los sabios que a las
demás artes y ciencias les pertenecía la obligación de servirla y prestarle, su
obsequio como criadas”26
.
A esto añadimos que también nos parecen dignos de alabanza algunos que,
sin menoscabo de la reverencia debida a la Tradición, a los Padres y al
Magisterio eclesiástico, se esfuerzan por ilustrar la teología positiva con las luces
tomadas de la verdadera historia, conforme al juicio prudente y a las normas
católicas (lo cual no se puede decir igualmente de todos). Cierto, hay que tener
ahora más cuenta que antiguamente de la teología positiva; pero hagamos esto de
modo que no sufra detrimento la escolástica, y reprendamos a los que de tal
manera alaban la teología positiva, que parecen con ello despreciar la escolástica,
a los cuales hemos de considerar como fautores de los modernistas.
48. Sobre las discíplinas profanas, baste recordar lo que sapientísímamente
dijo nuestro predecesor: “trabajad animosamente en el estudio de las cosas
naturales, en el cual los inventos ingeniosos y los útiles atrevimientos de nuestra
época, así como los admiran con razón los contemporáneos, así los venideros
los celebrarán con perenne aprobación y alabanzas”27
. Pero hagamos esto sin
daño de los estudios sagrados, lo cual avisa nuestro mismo predecesor,
continuando con estas gravísimas palabras: “la causa de los cuales errores,
quien diligentemente la investigare, hallará que consiste principalmente en que
en estos nuestros tiempos, cuanto mayor es el fervor con que se cultivan las
ciencias naturales, tanto más han decaído las disciplinas más graves y elevadas,
de las que algunas casi yacen olvidadas de los hombres; otras se tratan con
negligencia y superficialmente y (cosa verdaderamente indigna) empañando el
esplendor de su primera dignidad, se vician con doctrinas perversas y con las
más audaces opiniones”28
. Mandamos, pues, que los estudios de las ciencias
naturales se conformen a esta regla en los sagrados seminarios.
49. II. Preceptos estos nuestros y de nuestro predecesor, que conviene
tener muy en cuenta siempre que se trate de elegir los rectoresy maestros de los
seminarios o de las universidades católicas.
Cualesquiera que de algún modo estuvieren imbuidos de modernismo, sin
miramiento de ninguna clase sean apartados del oficio, así de regir como de
enseñar, y si ya lo ejercitan, sean destituidos; asimismo, los que descubierta o
26. León XIII. Carta Apostólica “In magna”, del 10de diciembre de 1889
27. Ibíd. Discurso 7, del 7 de marzo de 1880
28. L. C
encubiertamente favorecen al modernismo, ya alabando a los modernistas, y
excusando su culpa, ya censurando la escolástica, o a los Padres, o al Magisterio
eclesiástico, o rehusando la obediencia a la potestad eclesiástica en cualquiera
que residiere, y no menos los amigos de novedades en la historia, la arqueología
o las estudios bíblicos, así como los que descuidan la ciencia sagrada o parecen
anteponerle las profanas. En esta materia, venerables hermanos, principalmente
en la elección de maestros, nunca será demasiada la vigilancia y la constancia;
pues los discípulos se forman las más de las veces según el ejemplo de sus
profesores; por lo cual, penetrados de la obligación de vuestro oficio, obrad en
ello con prudencia y fortaleza.
Con semejante severidad y vigilancia han de ser examinados y elegidos los
que piden las órdenes sagradas; ¡lejos, muy lejos de las sagradas órdenes el amor
de las novedades! Dios aborrece los ánimos soberbios y contumaces.
Ninguno en lo sucesivo reciba el doctorado en teología o derecho canónico
si antes no hubiere seguido los cursos establecidos de filosofía escolástica; y si lo
recibiese, sea inválido.
Lo que sobre la asistencia a las universidades ordenó la Sagrada
Congregación de Obispos y Regulares en 1896 a los clérigos de Italia, así
seculares como regulares, decretamos que se extienda a todas las naciones29
.
Los clérigos y sacerdotes que se matricularen en cualquier universidad o
instituto católico, no estudien en la universidad oficial las ciencias de que
hubiere cátedras en los primeros. Si en alguna parte se hubiere permitido esto,
mandamos que no se permita en adelante.
Los obispos que estén al frente del régimen de dichos institutos o
universidades procuren con toda diligencia que se observe constantemente todo
lo mandado hasta aquí.
50. III. También es deber de los obispos cuidar que los escritos de los
modernistas o que saben a modernismo o lo promueven, si han sido publicados,
no sean leídos; y, si no lo hubieren sido, no se publiquen.
No se permita tampoco a los adolescentes de los seminarios, ni a los
alumnos de las universidades, cualesquier libros, periódicos y revistas de este
género, pues no les harían menos daño que los contrarios a las buenas
costumbres; antes bien, les dañarían más por cuanto atacan los principios
mismos de la vida cristiana.
Ni hay que formar otro juicio de los escritos de algunos católicos,
hombres, por lo demás, sin mala intención; pero que, ignorantes de la ciencia
teológica y empapados en la filosofía moderna, se esfuerzan por concordar ésta
con la Fe, pretendiendo, como dicen, promover la Fe por este camino. Tales
escritos, que se leen sin temor, precisamente por el buen nombre y opinión de
sus autores, tienen mayor peligro para inducir paulatinamente al modernismo.
Y, en general, venerables hermanos, para poner orden en tan grave
materia, procurad enérgicamente que cualesquier libros de perniciosa lectura que
anden en la diócesis de cada uno de vosotros, sean desterrados, usando para ello
aun de la solemne prohibición. Pues, por más que la Sede Apostólica emplee
todo su esfuerzo para quitar de en medio semejantes escritos, ha crecido ya tanto
29. Cf. ASS 29 (1896) 359
su número, que apenas hay fuerzas capaces de catalogarlos todos; de donde
resulta que algunas veces venga la medicina demasiado tarde, cuando el mal ha
arraigado por la demasiada dilación. Queremos, pues, que los prelados de la
Santa Iglesia, depuesto todo temor, y sin dar oídos a la prudencia de la carne ni a
los clamores de los malos, desempeñen cada uno su cometido, con suavidad,
pero constantemente, acordándose de lo que en la constitución apostólica
Officiorum prescribió León XIII: “los ordinarios, aun como delegados de la
Sede Apostólica, procuren proscribir y quitar de manos de los fieles los libros y
otros escritos nocivos publicados o extendidos en la diócesis”30
, con las cuales
palabras, si por una parte se concede el derecho, por otra se impone el deber. Ni
piense alguno haber cumplido con esta parte de su oficio con delatarnos algún
que otro libro, mientras se consiente que otros muchos se esparzan y divulguen
por todas partes.
Ni se os debe poner delante, venerables hermanos, que el autor de algún
libro haya obtenido en otra diócesis la facultad que llaman ordinariamente
Imprimatur; ya porque puede ser falsa, ya porque se pudo dar con negligencia o
por demasiada benignidad, o por demasiada confianza puesta en el autor; cosa
esta última que quizá ocurra alguna vez en las órdenes religiosas. Añádase que,
así como no a todos convienen los mismos manjares, así los libros que son
indiferentes en un lugar, pueden, en otro, por el conjunto de las circunstancias,
ser perjudiciales; si, pues, el obispo, oída la opinión de personas prudentes,
juzgare que debe prohibir algunos de estos libros en su diócesis, le damos
facultad espontáneamente y aun le encomendamos esta obligación. Hágase en
verdad del modo más suave, limitando la prohibición al clero, si esto bastare; y
quedando en pie la obligación de los libreros católicos de no exponer para la
venta los libros prohibidos por el obispo.
Y ya que hablamos de los libreros, vigilen los obispos, no sea que por
codicia del lucro comercien con malas mercancías. Ciertamente, en los catálogos
de algunos se anuncian en gran número los libros de los modernistas, y no con
pequeños elogios. Si, pues, tales libreros se niegan a obedecer, los obispos,
después de haberles avisado, no vacilen en privarles del título de libreros
católicos, y mucho más del de episcopales, si lo tienen, y delatarlos a la Sede
Apostólica si están condecorados con el título pontificio.
Finalmente, recordamos a todos lo que se contiene en la mencionada
constitución apostólica Officiorum, artículo 26: “todos los que han obtenido
facultad apostólica de leer y retener libros prohibidos, no pueden, por eso sólo,
leer y retener cualesquier libros o periódicos prohibidos por los ordinarios del
lugar, salvo en el caso de que en el indulto apostólico se les hubiere dado
expresamente la facultad de leer y retener libros condenados por quienquiera
que sea”.
51. IV. Pero tampoco basta impedir la venta y lectura de los malos libros,
sino que es menester evitar su publicación; por lo cual, los obispos deben
conceder con suma severidad la licencia para imprimirlos.
Mas porque, conforme a la constitución Officiorum, son muy numerosas
las publicaciones que solicitan el permiso del ordinario, y el obispo no puede por
sí mismo enterarse de todas, en algunas diócesis se nombran, para hacer este
30. Ibíd. 30 (1897) 39
reconocimiento, censores ex officio en suficiente número. Esta institución de
censores nos merece los mayores elogios, y no sólo exhortamos, sino que
absolutamente prescribimos que se extienda a todas las diócesis. En todas las
curias episcopales haya, pues, censores de oficio que reconozcan las cosas que se
han de publicar: elíjanse de ambos cleros, sean recomendables por su edad,
erudición y prudencia, y tales que sigan una vía media y segura en el aprobar y
reprobar doctrinas. Encomiéndese a éstos el reconocimiento de los escritos que,
según los artículos 41 y 42 de la mencionada constitución, necesiten licencia
para publicarse. El censor dará su sentencia por escrito; y, si fuere favorable, el
obispo otorgará la licencia de publicarse, con la palabra Imprimatur, a la cual se
deberá anteponer la fórmula Nihil obstat, añadiendo el nombre del censor.
En la curia romana institúyanse censores de oficio, no de otra suerte que
en todas las demás, los cuales designará el Maestro del Sacro Palacio Apostólico,
oído antes el Cardenal-Vicario del Pontífice in Urbe, y con la anuencia y
aprobación del mismo Sumo Pontífice. El propio Maestro tendrá a su cargo
señalar los censores que deban reconocer cada escrito, y darán la facultad, así él
como el Cardenal-Vicario del Pontífice, o el Prelado que hiciere sus veces,
presupuesta la fórmula de aprobación del censor, como arriba decimos, y
añadido el nombre del mismo censor.
Sólo en circunstancias extraordinarias y muy raras, al prudente arbitrio del
obispo, se podrá omitir la mención del censor. Los autores no lo conocerán
nunca, hasta que hubiere declarado la sentencia favorable, a fin de que no se
cause a los censores alguna molestia, ya mientras reconocen los escritos, ya en el
caso de que no aprobaran su publicación.
Nunca se elijan censores de las órdenes religiosas sin oír antes en secreto
la opinión del superior de la provincia o, cuando se tratare de Roma, del superior
general; el cual dará testimonio, bajo la responsabilidad de su cargo, acerca de
las costumbres, ciencia e integridad de doctrina del elegido.
Recordamos a los superiores religiosos la gravísima obligación que les
incumbe de no permitir nunca que se publique escrito alguno por sus súbditos sin
que medie la licencia suya y la del ordinario.
Finalmente, mandamos y declaramos que el título de censor, de que
alguno estuviera adornado, nada vale ni jamás puede servir para dar fuerza a sus
propias opiniones privadas.
52. Dichas estas cosas en general, mandamos especialmente que se guarde
con diligencia lo que en el art. 42 de la constitución Officiorum se decreta con
estas palabras: “Se prohíbe a los individuos del clero secular tomar la dirección
de diarios u hojas periódicas sin previa licencia de su ordinario”. Y si algunos
usaren malamente de esta licencia, después de avisados sean privados de ella.
Por lo que toca a los sacerdotes que se llaman corresponsales o
colaboradores, como acaece con frecuencia que publiquen en los periódicos o
revistas escritos inficionados con la mancha del modernismo, vigílenles bien los
obispos; y si faltaren, avísenles y hasta prohíbanles seguir escribiendo.
Amonestamos muy seriamente a los superiores religiosos para que hagan lo
mismo; y si obraren con alguna negligencia, provean los ordinarios como
delegados del Sumo Pontífice.
Los periódicos y revistas escritos por católicos tengan, en cuanto fuere
posible, censor señalado; el cual deberá leer oportunamente todas las hojas o
fascículos, luego de publicados; y si hallare algo peligrosamente expresado,
imponga una rápida retractación. Y los obispos tendrán esta misma facultad, aun
contra el juicio favorable del censor.
53. V. Más arriba hemos hecho mención de los congresos y públicas
asambleas, por ser reuniones donde los modernistas procuran defender
públicamente y propagar sus opiniones.
Los obispos no permitirán en lo sucesivo que se celebren asambleas de
sacerdotes sino rarísima vez; y si las permitieren, sea bajo condición de que no se
trate en ellas de cosas tocantes a los obispos o a la Sede Apostólica; que nada se
proponga o reclame que induzca usurpación de la sagrada potestad, y que no se
hable en ninguna manera de cosa alguna que tenga sabor de modernismo,
presbiterianismo o laicismo.
A estos congresos, cada uno de los cuales deberá autorizarse por escrito y
en tiempo oportuno, no podrán concurrir sacerdotes de otras diócesis sin Letras
comendaticias del propio obispo.
Y todos los sacerdotes tengan muy fijo en el ánimo lo que recomendó
León XIII con estas gravísimas palabras: “consideren los sacerdotes como cosa
intangible la autoridad de sus prelados, teniendo por cierto que el ministerio
sacerdotal, si no se ejercitare conforme al magisterio de los obispos, no será ni
santo, ni muy útil, ni honroso”31
.
54. VI. Pero ¿de qué aprovechará, venerables hermanos, que Nos
expidamos mandatos y preceptos si no se observaren puntual y firmemente? Lo
cual, para que felizmente suceda, conforme a nuestros deseos, nos ha parecido
conveniente extender a todas las diócesis lo que hace muchos años decretaron
prudentísimamente para las suyas los obispos de Umbría: “para expulsar -
decían- los errores ya esparcidos y para impedir que se divulguen más o que
salgan todavía maestros de impiedad que perpetúen los perniciosos efectos que
de aquella divulgación procedieron, el Santo Sínodo, siguiendo las huellas de
San Carlos Borromeo, decreta que en cada diócesis se instituya un Consejo de
varones probados de uno y otro clero, al cual pertenezca vigilar qué nuevos
errores y con qué artificios se introduzcan o diseminen, y avisar de ello al
obispo, para que, tomado consejo, ponga remedio con que este daño pueda
sofocarse en su mismo principio, para que no se esparza más y más, con
detrimento de las almas, o, lo que es peor, crezca de día en día y se confirme”32
.
Mandamos, pues, que este Consejo, que queremos se llame de Vigilancia,
sea establecido cuanto antes en cada diócesis, y los varones que a él se llamen
podrán elegirse del mismo o parecido modo al que fijamos arriba respecto de los
censores. En meses alternos y en día prefijado se reunirán con el obispo y
quedarán obligados a guardar secreto acerca de lo que allí se tratare o dispusiere.
Por razón de su oficio tendrán las siguientes incumbencias: investigarán
con vigilancia los indicios y huellas de modernismo, así en los libros como en las
cátedras; prescribirán prudentemente, pero con prontitud y eficacia, lo que
conduzca a la incolumidad del clero y de la juventud.
31. Carta Encíclica “Nobilissima Gallorum”, del 10 de febrero de 1884; cf. Ver: Lista Cronológica de los
Papas. 254. León XIII. Pág. 149 32
. Acta de Concesión al Episcopado de Umbría, de noviembre de 1849. Título 2. Artículo 6
Eviten la novedad de los vocablos, recordando los avisos de León XIII:
“no puede aprobarse en los escritos de los católicos aquel modo de hablar que,
siguiendo las malas novedades, parece ridiculizar la piedad de los fieles y anda
proclamando un nuevo orden de vida cristiana, nuevos preceptos de la Iglesia,
nuevas aspiraciones del espíritu moderno, nueva vocación social del clero,
nueva civilización cristiana y otras muchas cosas por este estilo”33
. Tales modos
de hablar no se toleren ni en los libros ni en las lecciones.
No descuiden aquellos libros en que se trata de algunas piadosas
tradiciones locales o sagradas reliquias; ni permitan que tales cuestiones se traten
en los periódicos o revistas destinados al fomento de la piedad, ni con palabras
que huelan a desprecio o escarnio, ni con sentencia definitiva; principalmente, si,
como suele acaecer, las cosas que se afirman no salen de los límites de la
probabilidad o estriban en opiniones preconcebidas.
55. Acerca de las sagradas reliquias, obsérvese lo siguiente: Si los obispos,
a quienes únicamente compete esta facultad, supieren de cierto que alguna
reliquia es supuesta, retírenla del culto de los fieles. Si las “auténticas” de
alguna reliquia hubiesen perecido, ya por las revoluciones civiles, ya por
cualquier otro caso fortuito, no se proponga a la pública veneración sino después
de haber sido convenientemente reconocida por el obispo. El argumento de la
prescripción o de la presunción fundada sólo valdrá cuando el culto tenga la
recomendación de la antigüedad, conforme a lo decretado en 1896 por la Sagrada
Congregación de Indulgencias y Sagradas Reliquias, al siguiente tenor: “las
reliquias antiguas deben conservarse en la veneración que han tenido hasta
ahora, a no ser que, en algún caso particular, haya argumento cierto de ser
falsas o supuestas”.
Cuando se tratare de formar juicio acerca de las piadosas tradiciones,
conviene recordar que la Santa Iglesia usa en esta materia de prudencia tan
grande que no permite que tales tradiciones se refieran por escrito sino con gran
cautela y hecha la declaración previa ordenada por Urbano VIII, y aunque esto se
haga como se debe, la Santa Iglesia no asegura, con todo, la verdad del hecho; se
limita a no prohibir creer al presente, salvo que falten humanos argumentos de
credibilidad. Enteramente lo mismo decretaba hace treinta años la Sagrada
Congregación de Ritos: “tales apariciones o revelaciones no han sido
aprobadas ni reprobadas por la Sede Apostólica, la cual permite sólo que se
crean píamente, con mera Fe humana, según la tradición que dicen existir,
confirmada con idóneos documentos, testimonios y monumentos”34
. Quien
siguiere esta regla estará libre de todo temor, pues la devoción de cualquier
aparición, en cuanto mira al hecho mismo y se llama relativa, contiene siempre
implícita la condición de la verdad del hecho; mas, en cuanto es absoluta, se
funda siempre en la verdad, por cuanto se dirige a la misma persona de los
Santos a quienes honramos. Lo propio debe afirmarse de las reliquias.
Encomendamos, finalmente, al mencionado Consejo de Vigilancia que
ponga los ojos asidua y diligentemente, así en las instituciones sociales como en
cualesquier escritos de materias sociales, para que no se esconda en ellos algo de
modernismo, sino que concuerden con los preceptos de los Pontífices Romanos.
33. Instrucción S. C. NN. EE. EE, del 27 de enero de 1902
34. Decreto del 2 de mayo de 1877
56. VII. Para que estos mandatos no caigan en olvido, queremos y
mandamos que los obispos de cada diócesis, pasado un año después de la
publicación de las presentes Letras, y en adelante cada tres años, den cuenta a la
Sede Apostólica, con Relación diligente y jurada, de las cosas que en esta nuestra
epístola se ordenan; asimismo, de las doctrinas que dominan en el clero y,
principalmente, en los seminarios y en los demás institutos católicos, sin
exceptuar a los exentos de la autoridad de los ordinarios. Lo mismo mandamos a
los superiores generales de las órdenes religiosas por lo que a sus súbditos se
refiere
II. II. 4. Conclusión
Estas cosas, venerables hermanos, hemos creído deberos escribir para
procurar la salud de todo creyente. Los adversarios de la Iglesia abusarán
ciertamente de ellas para refrescar la antigua calumnia que nos designa como
enemigos de la sabiduría y del progreso de la humanidad. Mas para oponer algo
nuevo a estas acusaciones, que refuta con perpetuos argumentos la historia de la
religión cristiana, tenemos designio de promover con todas nuestras fuerzas una
Institución particular, en la cual, con ayuda de todos los católicos insignes por la
fama de su sabiduría, se fomenten todas las ciencias y todo género de erudición,
teniendo por guía y maestra la verdad católica. Plegue a Dios que podamos
realizar felizmente este propósito con el auxilio de todos los que aman
sinceramente a la Santa Iglesia de Cristo. Pero de esto os hablaremos en otra
ocasión.
Entre tanto, venerables hermanos, para vosotros, en cuyo celo y diligencia
tenemos puesta la mayor confianza, con toda nuestra alma pedimos la
abundancia de luz muy soberana que, en medio de los peligros tan grandes para
las almas a causa de los errores que de doquier nos invaden, os ilumine en cuanto
os incumbe hacer y para que os entreguéis con enérgica fortaleza a cumplir lo
que entendiereis. Asístaos con su virtud Jesucristo, autor y consumador de
nuestra Fe; y con su auxilio e intercesión asístaos la Virgen Inmaculada,
destructora de todas las herejías, mientras Nos, en prenda de nuestra caridad y
del divino consuelo en la adversidad, de todo corazón os damos, a vosotros y a
vuestro clero y fieles, nuestra bendición apostólica.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 8 de septiembre de 1907, año quinto
de nuestro pontificado.
Píus PP. X35
Nota de los autores: a partir de Immanuel Kant (1724-1804) el
pensamiento racionalista y agnóstico ejerció un fuerte influjo sobre la teología
protestante, de modo particular en Alemania, donde se encontraba el centro de
las nuevas corrientes filosóficas, dando lugar al llamado protestantismo liberal
que acabó negando la inspiración de la Sagrada Escritura, los milagros y
35. Cf. Ver: Bibliografía. Sitios de Referencia. Carta Encíclica Pascendi del Papa San Pío X. Pág. 637
profecías, la divinidad de Cristo; y presentando la Sagrada Biblia como una
simple colección privilegiada de experiencias religiosas. Estas ideas habían de
ser difundidas en el resto de Europa por Louis-Auguste Sabatier, quien
sostenía que la esencia del cristianismo reside “en una experiencia religiosa,
en una revelación íntima de Dios obrada por primera vez en el alma de Jesús
de Nazaret, que se verifica y repite, sin duda menos luminosa, pero
claramente reconocible, en el alma de todos sus verdaderos discípulos”. Para
este autor es preciso, sin embargo, distinguir esas experiencias vitales de las
explicaciones teológicas y dogmas que de ellas se han deducido. De este
modo, los dogmas no serían -para Sabatier- más que la transposición de
emociones “en una noción intelectual que se constituye en su imagen
expresiva y su representación”, es decir, sería el elemento variable y sujeto a
cambio. En este clima intelectual surgió el modernismo
II. III. Fátima: ¿no debemos obedecer al Corazón de Nuestra
Madre?
II. III. 1. El testimonio de Sor Lucía
Reproducimos dos textos interesantes con testimonios de Sor Lucía.
1) Parte de la Tercera Memoria de Sor Lucía que se refiere a las
apariciones del Ángel de Portugal y a las seis apariciones de la Santísima Virgen
María a los pastorcitos de Fátima. Este texto está tomado del libro: Documentos
de Fátima.
2) Parte de la conversación de Sor Lucía con el Padre Agustín Fuentes,
sacerdote mejicano, postulador de las causas de beatificación de los pastorcitos
Francisco y Jacinta Marto. Este texto está tomado del libro: Toute la verité sur
Fatima. Le Troisième Secret. (Toda la verdad sobre Fátima. El Tercer Secreto).
Sor Lucía relata los interrogatorios de las autoridades eclesiásticas y sus
penurias para poder cumplir puntualmente con los pedidos de la Santísima
Virgen María:
“Mi secreto pertenece a Dios; lo pongo en sus manos para que haga de él
lo que más le agrade”.
El Padre Galamba le pedía: Señor Obispo, mándele que diga todo, todo,
que no oculte nada. Y Vuestra Excelencia, asistido por el Espíritu Santo,
contestó rotundamente: Eso no lo mando, en asuntos de secretos yo no me meto.
¡Gracias a Dios! Cualquier otra orden me habría supuesto una fuente de
perplejidades y escrúpulos. Con una orden contraria me habría preguntado a mí
misma millares de veces: ¿a quién debo obedecer, a Dios o a su representante?
Y probablemente, sin encontrar la solución permanecería en una verdadera
tortura interior.
Después Vuestra Excelencia continuó hablando en nombre de Dios:
Escriba, hermana, las apariciones del Ángel y de Nuestra Señora porque es
para gloria de Dios y de Ella misma.
“Qué bueno es Dios. Es Dios de paz y por ese camino conduce a los que
en Él confían.
Empiezo pues mi nueva tarea y cumpliré las ordenes de Vuestra
Excelencia y los deseos del Padre Galamba.
Exceptuando la parte del Secreto que por ahora no me es permitido
revelar, diré todo. Voluntariamente no dejaré nada. Pienso que si se me olvida
algo serán detalles de poca importancia.
Apariciones del Ángel
Por lo que puedo calcular me parece que fue en 1915 cuando sucedió la
primera aparición de lo que pienso era un Ángel, ya que él, por entonces, no se
manifestó con claridad. Y debía ser por los meses de abril a octubre de 1915 a
juzgar por las particularidades de la estación36
.
En la ladera del Cabezo que mira al sur, mientras rezaba el Santo Rosario
con mis tres compañeras: Teresa Matías, María Rosa Matías, su hermana, y
María Justina de Casa Vieja, vi, que sobre el arbolado del valle que estaba a
nuestros pies, flotaba una especie de nube más blanca que la nieve, algo
transparente y con forma humana. Mis compañeras preguntaron qué era.
Respondí que no sabía. En días diferentes se repitió otras dos veces.
La aparición dejó en nuestro espíritu una cierta impresión que no sé
explicar. Poco a poco esa impresión se fue desvaneciendo y creo que si no fuera
por los hechos que se siguieron, con el tiempo habría venido a olvidarse por
completo.
Las fechas no las puedo precisarlas con seguridad, porque en aquel
tiempo yo no sabía todavía contar los años, ni los meses, ni siquiera los días de
la semana. Pienso, sin embargo, que debió ser hacia la primavera de 1916
cuando el Ángel se nos apareció en el lugar del Cabezo.
Ya dije, en el escrito de Jacinta, cómo subíamos la ladera buscando un
abrigo, y cómo fue allí, después de comer y rezar, donde comenzamos a ver, a
cierta distancia, sobre los árboles que se extendían en dirección al Este, una luz
más blanca que la nieve, con la forma de un joven transparente más brillante
que un cristal atravesado por los rayos del sol. A medida que se aproximaba
fuimos distinguiendo sus facciones. Estábamos sorprendidas y absortas; no
decíamos nada.
Al llegar junto a nosotros nos dijo: “no temáis, soy el Ángel de la Paz.
Rezad conmigo”. Y arrodillándose, inclinó su frente hasta el suelo. Llevados por
un movimiento sobrenatural, lo imitamos y repetimos las palabras que le oímos
pronunciar: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por
los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”. Después de repetir
esto tres veces, se irguió y dijo: “rezad así, los Corazones de Jesús y de María
están atentos a la voz de nuestras súplicas”. Y desapareció.
El ambiente sobrenatural que nos rodeaba era tan intenso, que casi no
nos dimos cuenta, de nuestra propia existencia durante mucho tiempo y
permanecimos en esta posición en que nos había dejado repitiendo siempre la
misma oración. La presencia de Dios se sentía tan intensa y tan íntima que ni
36. Cf. Sor Lucía comienza a narrar las apariciones del Ángel y de la Santísima Virgen María; ver: Bibliografía.
Vídeos de referencia. Las Apariciones de la Virgen María en Fátima. Pág. 638
entre nosotros nos atrevíamos a hablar. Al día siguiente todavía sentíamos
nuestro espíritu envuelto por esa atmósfera, que sólo muy lentamente
desapareció.
Ninguno pensó en hablar de esta aparición ni en recomendar secreto. Se
imponía por sí solo. Era tan íntima que no era fácil decir sobre ella la menor
palabra. Quizá nos hizo tan fuerte impresión por ser la primera tan manifiesta.
La segunda debió ser en la mitad del verano, en esos días de mucho calor
en que traíamos los rebaños a casa a media mañana para volver a sacarlos al
atardecer.
Fuimos, pues, a pasar las horas de la siesta a la sombra de los árboles
que rodean el pozo ya varias veces mencionado. De repente vimos al Ángel junto
a nosotros:
“¿Qué hacéis? Rezad, rezad mucho. Los corazones de Jesús y de María
tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente al
Altísimo oraciones y sacrificios”.
¿Cómo nos tenemos que sacrificar? Pregunté.
“De todo lo que podáis, ofreced a Dios un Sacrificio de reparación por
los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los
pecadores. Atraed así la paz para vuestra patria. Yo soy el Ángel de la Guarda,
el Ángel de Portugal. Sobre todo aceptad y soportad con resignación el
sufrimiento que Nuestro Señor os envíe”.
Estas palabras del Ángel se grabaron en nuestro espíritu como una luz
que nos hacía comprender quién era Dios, cómo nos amaba y quería ser amado;
el valor del Sacrificio y cómo le era agradable; y cómo por atención a él,
convertía a los pecadores. En consecuencia, desde ese momento empezamos a
ofrecer al Señor todo lo que nos mortificaba pero sin discurrir ni buscar otros
sacrificios y penitencias, excepto la de pasarnos horas seguidas en tierra
repitiendo la oración enseñada por el Ángel.
La tercera aparición pienso que debió ser en octubre o a finales de
septiembre, porque ya no íbamos a pasar la siesta a casa.
Como ya dije en el escrito sobre Jacinta, nosotros pasábamos desde la
Pregueira –pequeño olivar de mis padres-, a la Lapa, dando la vuelta a la
ladera del monte por el lado de Aljustre y Casa Vieja. Rezamos el Santo Rosario
y la oración que el Ángel nos había enseñado en la primera aparición. Estando
allí se nos apareció por tercera vez, trayendo en la mano un cáliz y sobre él una
hostia de la que caían, dentro del cáliz, algunas gotas de sangre; dejando, el
cáliz y la hostia, suspensos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces la
oración: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo: yo Te adoro
profundamente y Te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad
de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. y por los
infinitos méritos de su Santísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de
María, Te pido la conversión de los pecadores”. Después se levantó, tomó de
nuevo en la mano el cáliz y la hostia y me dio la hostia a mí. Lo que contenía el
cáliz se lo dio a beber a Francisco y a Jacinta diciendo al mismo tiempo:
“tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo horriblemente ultrajado
por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”.
De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros otras tres veces la misma
oración: Santísima Trinidad, etc. Y desapareció.
Llevados por la fuerza de lo sobrenatural que nos envolvía, imitábamos al
Ángel en todo, es decir, nos postrábamos como él y como él, repetíamos la
oración que nos enseñó. La fuerza de la presencia de Dios era tan intensa que
nos absorbía y aniquilaba casi por completo. Parecía como si nos hubiera
quitado por un largo espacio de tiempo el uso de nuestros sentidos corporales.
En esos días, hasta las acciones más materiales las hacíamos como llevados por
esa misma fuerza sobrenatural que nos empujaba. La paz y la felicidad que
sentíamos, eran grandes, pero sólo interiormente; el alma estaba completamente
concentrada en Dios. Y al mismo tiempo el abatimiento físico que sentíamos era
también fuerte.
Me extrañó la orden de jurar
No sé porque, las apariciones de Nuestra Señora producían en nosotros
efectos muy diferentes. La misma alegría íntima y la misma paz y felicidad, pero
en vez del abatimiento físico, sentíamos una cierta agilidad expansiva; en vez del
aniquilamiento ante la divina presencia, era un exultar de gloria; en vez de esa
dificultad para hablar, un cierto entusiasmo comunicativo. No obstante, a pesar
de todos esos sentimientos yo sentía la inspiración de callar, sobre todo algunas
cosas.
En los interrogatorios, esta inspiración interior me indicaba las
respuestas que, sin faltar a la verdad, no descubriesen lo que debía por entonces
ocultar. En este sentido sólo me quedaba una duda. Si no debí haber dicho todo
en el interrogatorio canónico. Pero no siento escrúpulo de haber callado, pues,
por entonces, aún no tenía yo el conocimiento de la importancia de ese
interrogatorio. Lo tomé como uno de tantos a los que ya estaba acostumbrada.
Únicamente me sorprendió la orden de jurar. Como por otra parte era el
confesor37
quien me lo mandaba, y juraba decir la verdad, lo hice sin dificultad.
Ni por asomo sospechaba yo en aquel momento, que el demonio sacaría de ahí
para atormentarme más tarde un sinfín de escrúpulos. Pero gracias a Dios ya
pasó todo.
Hay todavía otra razón que me confirma en la idea de que hice bien en
callar. A lo largo del interrogatorio canónico uno de los interrogadores, el Dr.
Marques dos Santos, pensó que podría prolongar la lista de sus preguntas, y
trató de llegar un poco más al fondo. Antes de responder, con una simple mirada
interrogué a mi confesor. Él me sacó del apuro respondiendo por mí; hizo
comprender al interlocutor que traspasaba los derechos que tenía.
Casi lo mismo me pasó en las declaraciones al P. Fischer. Autorizado por
Vuestra Excelencia y por la Madre Provincial, y quien parecía tener el derecho
de preguntarme todo. Pero gracias a Dios vino también acompañado por el
confesor. En un determinado momento me hizo una pregunta, muy estudiada,
sobre el Secreto. Me sentí perpleja sin saber que responder. Una mirada, y el
37. Cf. Su confesor era en ese entonces (1924) Monseñor Manuel Pereira López
confesor que me había entendido, respondió por mí. El P. Fischer comprendió
también y se limitó a taparme la cara con unas revistas que tenía delante.
Así me ha ido mostrando Dios que todavía no era llegado el momento
designado por Él.
Paso pues, a escribir las apariciones de Nuestra Señora. No me detendré
a contar las circunstancias que las precedieron ni las que siguieron después, ya
que el Padre Galamba me ha dispensado de ello.
¡Soy del Cielo!
13 de mayo de 1917. Jugando con Jacinta y Francisco arriba, en lo alto
de la cuesta de Cova de Iría, queríamos hacer una pared alrededor de un
matorral y vimos de repente una especie de relámpago.
-Es mejor irnos a casa, dije a mis primos, está relampagueando y puede
venir una tormenta.
-Sí, vamos.
Y comenzamos a bajar la ladera empujando a las ovejas en dirección a la
carretera.
Al llegar más o menos a la mitad de la ladera, casi junto a una encina
grande que allí había, vimos otro relámpago y unos pasos más adelante, vimos
sobre una carrasca38
una Señora vestida de blanco, más brillante que el sol y
esparciendo una luz más clara e intensa que un vaso de cristal lleno de agua
cristalina atravesado por los rayos del sol más ardiente. Nos paramos
sorprendidos por la aparición. Estábamos tan cerca que quedamos dentro de la
luz que la cercaba o que Ella esparcía. Como a metro y medio de distancia, más
o menos.
Entonces nos dijo la Señora:
-No tengáis miedo, yo no os hago daño.
-¿De dónde es Usted? Le pregunté.
-Yo soy del cielo.
-¿Y qué es lo que Usted quiere de mí?
-Vengo para pediros que volváis aquí durante seis meses seguidos el día
trece y a esta misma hora. Después os diré quién soy y lo que quiero. Y todavía
volveré una séptima vez.
-¿Yo también iré al Cielo?
-Sí, vas a ir.
-¿Y Jacinta?
-También.
-¿Y Francisco?
-También, pero tiene que rezar muchos rosarios.
Me acordé entonces de preguntar por dos jóvenes que habían muerto
hacía poco. Eran amigas mías y estaban en mi casa aprendiendo a tejer con mi
hermana mayor.
-María de las Nieves, ¿está ya en el Cielo?
-Sí, ya está.
(Me parece que tenía 16 años).
-¿Y Amelia?
-Estará en el purgatorio hasta el fin del mundo.
(Me parece que tenía 18 o 20 años).
Y continuó:
-¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que os
quiera enviar en reparación por los pecados con que Él es ofendido y de
súplica por la conversión de los pecadores? -Sí, queremos.
-Vais pues, a sufrir mucho, pero la gracia de Dios será vuestra
fortaleza.
Fue al pronunciar estas últimas palabras: “la gracia de Dios..., etc.”,
cuando abrió las manos por primera vez, comunicándonos una luz tan intensa
como el reflejo que de Ella se expandía. Esta luz nos penetró en el pecho hasta
lo más íntimo de nuestra alma, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios, que
era esa luz, más claramente que cuando nos vemos en el mejor de los espejos.
Entonces, por un impulso interior, también comunicado, caímos de rodillas y
repetimos desde lo más profundo: “Santísima Trinidad, yo Te adoro. Dios mío,
38. Cf. Una carrasca es una encina pequeña
yo Te amo en el Santísimo Sacramento”. Pasados los primeros momentos,
añadió Nuestra Señora:
-Rezad el Santo Rosario todos los días para alcanzar la paz en el mundo
y el fin de la guerra.
Enseguida comenzó a elevarse serenamente subiendo en dirección hacia
al Este y desapareció en la lejanía de la inmensidad. La luz que la rodeaba iba
abriendo un camino en el mundo cerrado de los astros. Por esto dijimos alguna
vez que vimos abrirse el cielo.
Me parece que ya dije en el libro de Jacinta, o en una carta, que el miedo
que sentíamos no era propiamente a Nuestra Señora sino a la tormenta que
suponíamos iba a venir, y era de ésta, de la tormenta, de la que queríamos huir.
Las apariciones de Nuestra Señora no infunden temor pero sí sorpresa. Cuando
me preguntaban si había sentido miedo y decía que si, me refería al miedo de los
relámpagos y de la tormenta que creía próxima, de esto fue de lo que quisimos
huir, pues estábamos acostumbrados a ver relámpagos sólo cuando tronaba.
Tampoco los relámpagos eran propiamente relámpagos, sino más bien el
reflejo de una luz que se aproximaba. Refiriéndonos a esta luz hemos dicho
algunas veces que veíamos venir a Nuestra Señora, pero propiamente a Ella sólo
la distinguíamos en esa luz cuando ya estaba sobre la encina. El no sabernos
explicar, y el querer evitar preguntas fue lo que dio lugar a que unas veces
dijésemos que la veíamos venir y otras que no. Cuando decíamos que si, nos
referíamos a que veíamos aproximarse esa luz, que al final era Ella. Cuando
decíamos que no, queríamos decir que propiamente a Nuestra Señora sólo la
veíamos cuando ya estaba sobre el árbol.
¿Me quedo sola?
13 de junio de 1917. Después de rezar el Santo Rosario con Jacinta y
Francisco y otras personas que allí estaban, vimos de nuevo el reflejo de la luz
al que llamábamos relámpago, que se aproximaba, y enseguida a Nuestra
Señora sobre la carrasca en todo igual que en mayo.
-¿Qué quiere de mí? Le pregunté.
-Deseo que vengáis aquí el trece del mes próximo, que recéis el Santo
Rosario todos los días y que aprendáis a leer. Después diré lo que quiero.
Le pedí la curación de un enfermo.
-Si se convierte, se curará dentro de este año.
-Quería pedirle que nos llevara hasta el cielo.
-Sí, a Jacinta y a Francisco los llevaré pronto; pero tú te quedarás algún
tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y hacerme amar.
Él quiere establecer en el mundo la devoción a Mi Inmaculado Corazón. -¿Me quedo sola? Pregunté con pena.
No, hija, ¿sufres mucho? No te desanimes. Yo nunca te dejaré. Mi
Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios.
Al decir estas últimas palabras abrió las manos y nos comunicó por
segunda vez el reflejo de aquella luz tan intensa. En ella nos veíamos como
sumergidos en Dios. Francisco y Jacinta parecían estar en la parte que se
elevaba hacia el cielo y yo en la que se esparcía por tierra. Delante de la mano
derecha de Nuestra Señora había un corazón rodeado de espinas que parecía se
le clavaban por todas partes. Comprendimos que era el Inmaculado Corazón de
Nuestra Señora ultrajado por los pecados de los hombres y que pedía
reparación.
A esto nos referíamos, Señor Obispo, cuando decíamos que Nuestra
Señora nos había revelado un Secreto en junio. Ella no nos había dicho todavía
nada sobre este particular, pero sentíamos que Dios a eso nos movía.
¡Rusia se convertirá!
13 de julio de 1917. Momentos después de haber llegado a Cova de Iría y
estando junto a la carrasca rezando el Santo Rosario con una gran multitud de
gente, vimos el reflejo de aquella luz ya conocida, y enseguida, a Nuestra Señora
sobre la carrasca.
-¿Qué desea de mí? Le pregunté.
-Quiero que volváis el trece del mes que viene y que continuéis rezando
el Santo Rosario todos los días en honor de Nuestra Señora del Santo Rosario,
para obtener la paz en el mundo y el fin de la guerra, porque sólo Ella os
puede ayudar.
-Querría que nos dijese quién es y que hiciera un milagro para que todos
crean que Usted se nos aparece.
-Continuad viniendo todos los meses. En octubre diré quién soy y lo que
quiero, y haré un milagro para que todos vean y crean.
Aquí hice algunas peticiones que ahora no recuerdo bien. Lo que me
acuerdo es que Nuestra Señora dijo que para alcanzar durante el año las
gracias que pedían era necesario que rezasen el Santo Rosario todos los días. Y
continuó:
-Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, sobre todo cuando
hagáis algún sacrificio: Jesús, es por vuestro amor, por la conversión de los
pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado
Corazón de María.
Al decir estas palabras, de nuevo abrió las manos como en los meses
anteriores.El reflejo pareció penetrar la tierra y vimos como un mar de fuego.
Sumergidos en este fuego estaban los demonios y las almas, como si fuesen
brasas transparentes y negras o bronceadas y con forma humana. Llevados por
las llamas que de ellos salían, juntamente con horribles nubes de humo, flotaban
en aquel fuego y caían para todos los lados igual que las pavesas en los grandes
incendios sin peso y sin equilibrio, entre gritos de dolor y desesperación que
horrorizaban y hacían estremecer de espanto.
Debió ser ante esta visión cuando dije aquel ¡ay!, que dicen me oyeron
decir. Los demonios se distinguían por formas horribles y repugnantes de
animales espantosos y desconocidos pero transparentes igual que carbones
encendidos.
Asustados y como para pedir socorro, levantamos la vista hacia Nuestra
Señora que nos dijo con bondad y tristeza:
“Visteis el infierno donde van las almas de los pecadores. Para salvarlos
Dios quiere establecer en el mundo la devoción a Mi Inmaculado Corazón.
Si hacen lo que yo os diga se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra
va a acabar. Pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI
comenzará otra peor. Cuando veáis una noche alumbrada por una luz
desconocida39
, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar
al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de las
persecuciones a la Santa Iglesia y al Santo Padre.
Para impedirlo vendré a pedir la Consagración de Rusia a Mi Corazón
Inmaculado y la Comunión reparadora de los Cinco primeros Sábados de Mes.
Si atienden a mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, ella esparcirá
sus errores por el mundo promoviendo guerras y persecuciones contra la
Santa Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho
por sufrir, varias naciones serán aniquiladas. Al final Mi Corazón Inmaculado
triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será
39. Cf. Prodigio que se cumplió en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, en la noche del 24 al 25 de enero de
1938, y que fue visto en toda Europa
“¡Al Final mi Corazón Inmaculado triunfará!”
concedido al mundo algún tiempo de Paz. En Portugal se conservará el dogma
de la Fe, etc. Esto no se lo digáis a nadie. A Francisco, sí podéis decírselo.
Cuando recéis el Santo Rosario, decid pues: “oh Jesús mío,
perdónanos nuestros pecados, líbranos del fuego eterno del infierno y
lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las que más lo
necesitan”.
Se siguió un momento de silencio y pregunté:
-¿No quiere nada más de mí?
-No, hoy no quiero más.
Y como de costumbre, comenzó a elevarse en dirección hacia el Este,
desapareciendo en la lejanía del firmamento.
¡Haré un milagro!
15 de agosto de 1917. Como ya dije lo que ocurrió este día no me detengo
en ello y paso a la aparición, según mi modo de ver, del día 15 al atardecer.
Claro que bien puede ser que yo esté confundida ya que entonces no sabía
contar los días del mes; sin embargo, conservo la idea que como que fue el
mismo día que llegamos de la Vila Nova de Ourén.
Estando con las ovejas en compañía de Francisco y su hermano Juan, en
el lugar llamado Valiños, y sintiendo que algo sobrenatural se aproximaba y nos
envolvía, sospechando que Nuestra Señora podría aparecerse y teniendo pena
de que Jacinta no la viera, pedimos a Juan que fuese a llamarla. No quería, y
sólo fue corriendo cuando le ofrecimos dos monedas.
Entre tanto Francisco y yo vimos el reflejo de la luz que llamábamos
relámpago, y un momento después de llegar Jacinta, vimos a Nuestra Señora
sobre la carrasca.
-¿Qué quiere Usted de mí? Le pregunté.
-Quiero que continuéis asistiendo a Cova de Iría, el día trece y que sigáis
rezando el Santo Rosario todos los días. El último mes haré el milagro para
que todos crean.
-¿Qué desea que hagamos con el dinero que deja la gente en la Cova de
Iría?
-Que hagan dos andas. Una, la llevas tú con Jacinta, y otras dos niñas
vestidas de blanco, y la otra, que la lleven Francisco y otros tres niños. Las
andas son para la fiesta del Santo Rosario. El dinero que sobre es para ayuda
de una capilla que mandarán a hacer.
- Querría pedirle la curación de algunos enfermos.
-Si, a algunos curaré durante el año.
Y tomando un aire triste añadió:
-Rezad, rezad mucho y haced sacrificios y oren por los pecadores, pues
van muchas almas al infierno por no haber quien se sacrifique y pida por
ellas.
Y como de costumbre, comenzó a elevarse en dirección hacia el Este.
¡Continuad rezando el Santo Rosario!
13 de septiembre de 1917. Al aproximarse la hora, fui con Jacinta y
Francisco y una muchedumbre de personas que apénas nos dejaban andar. Las
carreteras estaban llenas de gente.
Todos nos querían ver y hablar. Allí no había respeto humano. Numerosas
personas y hasta ciertas señoras y caballeros, pasando por entre la multitud que
se apiñaba a nuestro alrededor, se postraban de rodillas ante nosotros y nos
pedían presentásemos sus necesidades a Nuestra Señora.
Los que no conseguían acercarse clamaban desde lejos: “por amor de
Dios, pedid a Nuestra Señora que cure a mi hijo que está lisiado; otro, que cure
al mío que es ciego; otro, que cure al mío que es sordo; que me traiga a mi
marido y a mi hijo que están en la guerra; que convierta a un pecador; que me dé
la salud a mí que estoy tuberculoso, etc...”.
Allí aparecían todas las miserias de la pobre humanidad. Algunos
gritaban desde los árboles o desde las paredes donde se habían subido para
vernos pasar. Diciendo a unos que sí y dando a otros la mano para ayudarlos a
levantarse del suelo, fuimos andando gracias a unos señores que abrían paso
entre aquella multitud. Cuando ahora leo en el Nuevo Testamento esas escenas
tan encantadoras del paso de Nuestro Señor por la Palestina, recuerdo éstas
que, tan niña aún, Él me hizo presenciar en esos pobres caminos y carreteras de
Aljustrel a Fátima y Cova de Iría. Y doy gracias a Dios, ofreciéndole la Fe de
nuestro buen pueblo portugués. Y pienso:
“Si esta gente reacciona así delante de tres pobres criaturas sólo porque
a ellas se les concedió misericordiosamente la gracia de hablar con la Madre de
Dios, ¿qué no harían si viesen delante de sí al mismo Jesucristo?”
Bien, pero no es esto lo que tenía que escribir. Fue una distracción de la
pluma que se me escapó por donde yo no quería. ¡Qué le vamos a hacer! Otra
cosa más innecesaria; no la quito para no inutilizar el cuaderno.
Llegamos al fin a Cova de Iría, junto a la carrasca, y comenzamos con el
pueblo a rezar el Santo Rosario. Poco después vimos el reflejo de la luz y,
enseguida, a Nuestra Señora que nos dijo:
-Continuad rezando el Santo Rosario para alcanzar el fin de la guerra.
En octubre veréis también a Nuestro Señor, a Nuestra Señora de los Dolores,
a Nuestra Señora del Carmen y a San José con el Niño Jesús para bendecir al
mundo. Dios está contento con vuestros sacrificios pero no quiere que dormáis
con la cuerda; llevadla sólo durante el día.
-Me han dicho que le pida muchas cosas: la curación de un sordomudo, la
curación de algunos enfermos... .
-Sí, curaré a algunos, a otros nó. En octubre haré el milagro para que
todos crean.
Y comenzando a elevarse desapareció como de costumbre.
¡Soy la Virgen del Santo Rosario!
13 de octubre 1917. Salimos muy pronto de la casa contando con las
demoras del camino. La gente era una masa, y la lluvia torrencial. Mi madre
temiendo que fuese aquél el último día de mi vida, con el corazón angustiado
ante la incertidumbre de lo que ocurriría, quiso acompañarme. Por el camino,
las mismas escenas del mes anterior, ahora más numerosas y conmovedoras.
Ni el barrizal de los caminos impedía a aquella gente arrodillarse en
actitud humilde y suplicante. Llegados a Cova de Iría, junto a la carrasca,
llevada por un movimiento interior, pedí a todos que cerrasen los paraguas para
rezar el Santo Rosario. Poco después vimos el esplendor de la luz y enseguida a
Nuestra Señora sobre la carrasca.
-¿Qué quiere Usted de mí?
-Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi honor. Que yo soy la
Virgen del Santo Rosario y que continuéis rezando el Santo Rosario todos los
días. La guerra va a terminar y los soldados volverán a sus casas.
-Tengo que pedirle muchas cosas: la curación de unos enfermos, la
conversión de unos pecadores, etc.
-Unos sí. Otros no. Es preciso que se conviertan; que pidan perdón de
sus pecados.
Después tomó un aspecto más triste y dijo:
¡No ofendan más a Dios Nuestro Señor que ya está muy ofendido!
Y abriendo las manos, las hizo reflejar en el sol. Y mientras se elevaba,
continuaba proyectando en el sol el reflejo de su propia luz (Apocalipsis XII, 1).
He aquí el motivo por el cual pedí que lo mirasen. No era querer llamar hacia él
la atención de la gente, pues ni siquiera me daba cuenta de la presencia del sol;
lo hice sólo llevada por un impulso interior que a eso me movía40
.
40. Cf. En ese momento se produjo el milagro del sol que lo contemplaron miles de personas. Según varias
declaración de algunos de estos testigos, después de una llovizna, se despejó el cielo y el sol lució como un disco
opaco que giraba en el cielo, y oscilando se dirigió en dirección a la tierra trazando un patrón de zig-zag. Los
testigos reportaron también que el suelo y sus ropas, que habían estado mojados por la lluvia, se habían secado
completamente. Este es el milagro que la Santísima Virgen María les había prometido a los tres videntes, Jacinta,
Francisco y Lucía, en las apariciones precedentes del 13 de julio, 15 de agosto y 13 de septiembre de 1917
“Unos 70.000 Espectadores asistieron al Milagro solar en
Fátima, el 13 de Octubre de 1917”
Fotografía original
Desaparecida Nuestra Señora en la inmensidad del firmamento, vimos al
lado del sol a San José con el Niño y a la Santísima Virgen María vestida de
blanco con un manto azul. San José con el Niño parecía bendecir al mundo en
unos movimientos que hacía con la mano en forma de cruz. Poco después,
desvanecida esta aparición, vi a Nuestro Señor y a Nuestra Señora que daba la
impresión de ser la Virgen de los Dolores. Nuestro Señor parecía también
bendecir al mundo de la misma manera que San José. Desaparecieron de nuevo
y me pareció ver todavía a Nuestra Señora en forma semejante a la Virgen del
Carmen.
Esta es, Señor Obispo, la historia de las apariciones de Nuestra Señora en
Cova de Iría en 1917. Siempre que por algún motivo tenía que hablar de ellas,
procuraba hacerlo con las menos palabras posibles, en el deseo de guardar para
mí sola esas cosas más íntimas, que, tanto me costaba manifestar. Pero
como son de Dios y no mías, y Él ahora, por medio de Vuestra Excelencia, me
las reclama, ahí van. Restituyo lo que no me pertenece. Voluntariamente no me
reservo nada. Me parece que sólo faltan algunos pequeños detalles de los
Los Tres Videntes de Fátima: Jacinta, Francisco y
Lucía
referentes a las peticiones que yo hacía. Como eran cosas meramente materiales
no les daba tanta importancia, y, quizás por eso, no se me grabaron tan
vivamente en el espíritu. Por otra parte, eran tantas, tantas. Debido tal vez a la
preocupación en recordar las innumerables gracias que debía pedir a Nuestra
Señora tuve la equivocación de entender que la guerra acababa el mismo día
trece.
Muchas personas se han manifestado admiradas por la memoria que Dios
me quiso dar. Por su bondad infinita la tengo ciertamente, bastante privilegiada
en todos los sentidos, pero en estas cosas sobrenaturales no es de admirar,
porque se graban en el espíritu de tal manera que es casi imposible de
olvidarlas. Por lo menos nunca se olvida el sentido de las cosas que ellas
indican, a no ser que Dios quiera también hacerlo olvidar”
II. III. 2. Apartes de una carta de Sor Lucía al Papa Venerable
Pío XII
Tuy, 2 de diciembre de 1940.
...Vengo, Santísimo Padre, a renovar un pedido que ya ha sido varias veces
presentado a Vuestra Santidad. El pedido, Santísimo Padre, viene de Nuestro
Señor y de Nuestra buena Madre del Cielo.
En 1917, en la parte de las apariciones que nosotros hemos llamado “el
Secreto”, la Santísima Virgen a revelado el final de la guerra que desolaba
entonces la Europa, y ha anunciado otra a venir, diciendo que para impedirla,
Ella vendría a pedir la Consagración de Rusia a su Corazón Inmaculado y la
Comunión Reparadora de los cinco primeros sábados de mes, y prometiendo, si
se le escucharía sus pedidos, la conversión de esa nación y la paz... .
Hasta 1926 esto queda en secreto, según la orden expresa de Nuestra
Señora... (Sor Lucía cuenta enseguida las apariciones de 1925-1926, y continúa):
Los Santos Francisco y Jacinta Marto han sido
canonizados por el Papa Francisco, el 13 de Mayo
de 2017, en Fátima. Portugal
En 1929 Nuestra Señora, por medio de una aparición, a pedido la
Consagración de Rusia a su Corazón Inmaculado, prometiendo que Ella
impediría, por este medio, la propagación de los errores de ese país, y aseguraría
su conversión... :
... De repente, toda la capilla se iluminó de una luz sobrenatural, y sobre el
altar, apareció una cruz luminosa, que llegaba hasta el techo. Al interior de una
luz más brillante, se veía, sobre la parte superior de la cruz, la figura de un
hombre, del cual se veía solamente el busto y hasta la cintura (el Padre), sobre su
pecho, se encontraba una paloma, igualmente luminosa (el Espíritu Santo), y
clavado a la cruz, el cuerpo de otro hombre (el Hijo).
Un poco por encima de la cintura (de Aquél), suspendido en el aire, se veía
un cáliz y una gran Hostia, en la cual caía algunas gotas de sangre del rostro de
Jesús crucificado, y de la herida del costado. Estas gotas, deslizándose en la
Hostia, caían dentro del cáliz.
Debajo del brazo derecho de la cruz, se encontraba Nuestra Señora con su
Corazón Inmaculado en la mano (era Nuestra Señora de Fátima, con su Corazón
Inmaculado en la mano izquierda, sin espada, ni rosas, pero si rodeado con una
corona de espinas y de él salían llamas).
Debajo del brazo izquierdo de la cruz, grandes letras, como de un agua
cristalina, que corrían deslizándose sobre el altar formando estas palabras:
“Gracia y Misericordia”.
Comprendí que me era mostrado el misterio de la Santísima Trinidad,
recibí luces sobre este misterio y que no me es permitido de revelar.
Enseguida (la Santísima Virgen) me dice:
“El momento es llegado, donde Dios pide al Santo Padre de hacer, en
unión con todos los obispos católicos del mundo, la Consagración de Rusia a
mi Corazón Inmaculado. ¡Él promete de salvarla por este medio..., y dar al
mundo algún tiempo de paz!” Algún tiempo después, dí cuentas a mi confesor del pedido de Nuestra
Señora. Él se empleó a llevarla acabo y lo hizo llegar al conocimiento de Su
Santidad Pío XI.
Al curso de varias comunicaciones intimas, Nuestro Señor no ha dejado de
insistir sobre este pedido, y ha prometido finalmente que, “si Vuestra Santidad
quisiera hacer la consagración del mundo al corazón Inmaculado de María, con
una mención especial de Rusia, y ordenar que, en unión con Vuestra Santidad,
todos los obispos católicos del mundo la hagan al mismo tiempo”, Él acortaría
los días de tribulación a través de los cuales a decidido castigar las naciones de
sus crímenes por medio de la guerra, del hambre y de la persecución contra la
Santa Iglesia y contra Vuestra Santidad.
(Al final de la carta):
... Santísimo Padre, si yo no estoy equivocada en la unión de mi alma con
Dios, “Nuestro Señor promete una protección especial a nuestra Patria durante
esta guerra, en razón de la consagración que los Excelentísimos Prelados
portugueses han hecho de la Nación al Corazón Inmaculado de María, ¡y esta
protección será la prueba de las gracias que Él acordaría a otras naciones, si
ellas le serían igualmente consagradas!”41
41. Cf. Testimonios sobre las Apariciones de Fátima. P. Juan de Marchi. M C. Imprimátur del Obispo de Leiria,
del 26 de abril de 1966. Ed. Missōes Consolata. Cova da Iria. Portugal. 1966. Págs. 349-350
II. III. 3. El secreto de la aparición del mes de julio
Texto tomado del libro: Testimonio sobre las Apariciones de Fátima.
De una entrevista del R.P. Jongen, sacerdote monfortiano holandés, con Sor
Lucía en febrero de 1946
-¿Cuándo, así pues, ha recibido usted el permiso del Cielo –como lo dice en
vuestras “Memorias”– para revelar este Secreto?
-En 1927, aquí, en Tuy. Ese permiso no se extendía a la tercera parte del
Secreto.
-¿Habló de eso a vuestro confesor?
-Sí, inmediatamente.
-¿Y qué ha dicho él?
-Él me ordenó escribir el Secreto, con la excepción de la tercera parte.
Pienso que él mismo no la ha leído; él me devolvió el papel. Poco después he
tenido otro confesor. Él me dio la orden de quemar todo, después de haberme
dicho de escribirlo de nuevo.
(La Hermana Lucía sonríe evocando sus recuerdos).
-Es una lástima que el Secreto no haya sido publicado antes de la guerra.
Así la predicción hubiera tenido más valor. ¿Por qué no lo ha hecho conocer más
temprano?
-Porque nadie me lo ha pedido.
(De repente, ella tiene una idea).
-Ese Padre jesuita podría escribir a mis confesores, para pedirles lo que yo
les he comunicado en 1927; eran los Padres José da Silva Aparicio y José
Bernardo Gonçalves.
-¿A quién, además, le ha revelado usted el Secreto antes de la guerra?
-A la Superiora Provincial, al Obispo de Leiria, y al Padre Galamba.
-¿Les ha revelado todo, sin excepción?
-No sé más.
-¿Revelando el Secreto ha querido limitarse a dar el sentido de lo que la
Santísima Virgen le había dicho, o ha citado literalmente sus palabras?
-Cuando hablo de las apariciones, me limito a dar el sentido de las
palabras que he escuchado. Cuando escribo, me dedico, al contrario, a citar
literalmente las palabras. He querido, por tanto, escribir el Secreto palabra por
palabra.
-¿Está segura de haber guardado todo en su memoria?
-Pienso que sí.
-¿Las palabras del Secreto han sido entonces citadas dentro del orden
como ellas le han sido comunicadas?
-Sí.
-¿La Santísima Virgen ha pronunciado realmente el nombre de Pío XI?
-Sí. Nosotros no sabíamos si era un Papa o un Rey. Pero la Santísima
Virgen a hablado de Pío XI.
-Pero la guerra no ha comenzado bajo Pío XI.
-La adhesión de Austria ha sido la ocasión. Cuando el acuerdo de Munich
había terminado, las Hermanas gozaban, porque la paz parecía salvada. Sabía
mucho más que ellas desgraciadamente.
Pero este Padre jesuita advierte que la ocasión de una guerra no es la
misma cosa que su comienzo.
(Esta observación no hace ninguna impresión sobre la Hermana).
-Acabamos de abordar el sujeto de la “luz misteriosa”, de la cual habla el
Secreto.
Los astrónomos dicen que era una vulgar aurora boreal. ¿Por qué de la
cual usted ha escrito dentro de vuestras narraciones?
-No lo sé, pero me parece que si ellos examinaran bien la cosa, ellos
reconocerían que, viendo las circunstancias dentro de las cuales esa luz ha
aparecido, eso no sería, ni podría ser una aurora boreal.
-¿Por qué usted dice eso?
-Porque pienso que eso es así.
-Según el texto del Secreto, la Santísima Virgen habría dicho: “vendré a
pedir...”. ¿Ha venido Ella realmente a pedir eso?
-Sí.
-¿Cuando?
-En 1925. El 10 de diciembre de ese año, Nuestra Señora se me ha
aparecido con el Niño Jesús.
-¿Donde?
-En mi habitación42
.
-¿Qué le ha dicho la Santísima Virgen?
-“Mira, Mi hija, mi Corazón rodeado de espinas, con las cuales, los
hombres ingratos me traspasan a cada momento con sus blasfemias y sus
ingratitudes. Tú, al menos, busca a consolarme con la práctica de los Cinco
Primeros Sábados de Mes”.
-Se ha notado que Nuestro Señor había pedido más o menos con los
mismos términos la devoción a Su Sagrado Corazón a Santa Margarita María
Alacoque, ¿se diría que es una reminiscencia de Paray Le Monial?
(La Hermana sonríe, y su sonrisa traduce la inocencia y la dulzura de un
niño).
-¿La Santísima Virgen le ha pedido de difundir esta devoción de los Cinco
Primeros Sábados de Mes?
-No, pero hacerla conocer sí.
-¿Usted ha insistido más tarde al Obispo de Leiria, para que él realice el
deseo de la Santísima Virgen María en lo que concierne a los Cinco Primeros
Sábados de Mes?
-Sí.
-¿Por qué? ¿Es que la Santísima Virgen María se le ha aparecido de
nuevo?
-No. Yo sufría solamente de no ver satisfecho el pedido de Nuestra Señora.
-¿No ha hablado a ninguno de esta devoción?
-Me he dedicado a difundir esta práctica alrededor de mí, sin hablar sin
embargo de la aparición de Nuestra Señora o del Secreto.
-¿La Santísima Virgen ha hablado durante la aparición de 1925 de la
Consagración de Rusia a su Corazón Inmaculado?
-No.
42. Cf. Hay que señalar que en ese momento Sor Lucía no era todavía religiosa. Ella era postulante en Pontevedra.
España
-¿Cuándo es que Ella ha venido a pedir esta consagración?
-El 13 de junio de 1929.
-¿Dónde ha tenido lugar esta aparición?
-A Tuy, dentro de la capilla.
-¿Qué ha pedido la Santísima Virgen María?
-Ella ha pedido “la Consagración de Rusia a su Corazón Inmaculado,
por el Papa, en unión con todos los obispos católicos del mundo”.
-¿No ha hablado Ella de la consagración del mundo?
-No.
-¿Ha hecho conocer el deseo de la Santísima Virgen al Obispo de Leiria?
-Sí.
-Hermana, ¿ha pedido usted desde 1925, que el Santo Padre consagre el
mundo, o solamente Rusia?
-Después de 1925, he pedido que se propague la Comunión Reparadora,
con la confesión, recitación del Santo Rosario y un cuarto de hora de
meditación, en los cinco primeros sábados de mes consecutivos.
Para obtener la realización de este pedido de Nuestra Señora, me he
dirigido a mi confesor, y a la Reverenda Madre Superiora, Madre María da
Dores Magalhaes. Por orden de la Reverenda Madre Superiora, he escrito al
confesor que había tenido anteriormente en Porto, Monseñor Pereira Lopez.
Como él no me respondía, por orden de la Reverenda Madre Superiora, hablé
del deseo de Nuestra Señora a un Padre jesuita, entonces residente en
Pontevedra (España), y actualmente en la sede de la Revista “Brotéria”, en
Lisonne, el Reverendísimo Padre Francisco Rodrigues.
En 1926, llegando a Tuy, rendí cuentas del pedido de Nuestra Señora al
confesor de entonces, el Reverendísimo Padre José da Silva Aparicio, Superior
de la Residencia de los Padres Jesuitas de esta ciudad. Actualmente él se
encuentra en Brasil, con el cargo de Padre maestro y rector de la casa de
formación que los Padres jesuitas tienen en Baturité, en el estado de Ceará.
En 1929, este Padre habiendo quitado la carga de confesor de la
comunidad, para ir a ejercer aquélla de Padre maestro de Oya, yo rendí cuentas
del pedido de Nuestra Señora, sobre la Consagración de Rusia, al Reverendo
Padre Francisco Rodrigues, quien pasaba a menudo por aquí, dirigiéndose a
Portugal, y al Reverendísimo Padre José Bernardo Gonçalves; que había venido
para reemplazar al Reverendísimo Padre Aparicio. Él se encuentra actualmente
como Superior de la Misión de Zambézia, en la Misión de Lifidge
(Mozambique). Este Padre me ordenó de poner eso por escrito, me prometí de
trabajar a la realización de los deseos de Nuestra Señora, informé de todo al
Obispo de Leiria, y obtuve que el pedido llegara al conocimiento de Su Santidad
Pío XI.
Yo he hecho conocer, igualmente, los pedidos de Nuestra Señora a mis
Superioras, la Reverenda Madre Provincial, Madre Eugenia de Sousa Monfalim,
fallecida en 1937, y a la Reverenda Madre Maestra, Madre María de Penha
Lemos, actualmente en Villa Nueva de Gaia (Porto), donde ella ejerce el cargo
de Secretaria de la Reverenda Madre Provincial, Madre María do Carmo Corte
Real.
En 1932, de Rianjo, donde, por orden de mis Superioras, he ido a
reposarme un mes, he escrito una carta a su Excelencia el Obispo de Leiria,
insistiendo sobre este mismo pedido de Nuestro Señor: “como el rey de Francia,
ellos no escuchan mis pedidos; el Santo Padre consagrará la Rusia, pero será
demasiado tarde”.
En 1940, en otra carta a Monseñor el Obispo de Leiria, haciendo alusión
al incumplimiento de realización de los pedidos de Nuestra Señora, yo he
escrito: “Si el mundo supiera el momento de gracia que se le ha dado, y haría
penitencia...”.
En la carta que, por orden de mis directores espirituales, he escrito al
Santo Padre en 1940, he expuesto el pedido exacto de Nuestra Señora y pedí “la
consagración del mundo, con mención especial de Rusia”.
El pedido exacto de Nuestra Señora era “que el Santo Padre haga la
Consagración de Rusia a su Corazón Inmaculado, ordenando a todos los
obispos del mundo católico de hacerla al mismo tiempo, en unión con Su
Santidad”.
-Hermana, ¿piensa usted que estamos nosotros viviendo el período de
dominación de Rusia (anunciado por la Santísima Virgen), porque esta nación no
ha sido todavía consagrada especialmente?
-Pienso que se cumplen, ahora, las palabras de Nuestra Señora:
“si no se hace, Rusia expandirá sus errores por todo el mundo...”
II. III. 4. Cronología de una desobediencia
“Participa a Mis ministros, que en vista de seguir el ejemplo del rey de
Francia, en la dilatación de la ejecución de Mi petición, también lo han de
seguir en la aflicción”43
El 13 de junio de 1929-Doce años después de sus apariciones originales
en Fátima, el 13 de julio de 1917; Nuestra Señora se aparece de nuevo a Sor
Lucía en Tuy, España: Ella está de pie encima de una nube y al lado de su
Divino Hijo Jesús sobre la cruz, y dice: “ha llegado el momento en que Dios
pide que el Santo Padre haga, en unión con todos los obispos católicos del
mundo, la Consagración de Rusia a Mi Inmaculado Corazón, prometiendo
salvarla por este medio y en este día de oración y de reparación mundial”.
El 21 de enero de 1935-Sor Lucía escribe a su confesor, el Padre
Gonçalves, en respuesta a sus preguntas: “por lo que se refiere a Rusia me
parece que le gustará mucho a Nuestro Señor verle trabajando para que el santo
Padre realice Sus deseos... (Usted pregunta) si me parece bien que insista con el
señor Obispo, le diré que sí y que será muy del agrado de Dios; y segundo, si se
debe modificar alguna cosa; pienso que debe ser como lo pidió Nuestro
Señor...”.
Mayo de 1936-Nuestro Señor habla otra vez a Sor Lucía y le dice que “la
conversión de Rusia ocurrirá sólo cuando aquella nación sea solemne y
43. Cf. Nuestro Señor Jesucristo habla a Sor Lucía, referente a la Consagración de Rusia, en agosto de 1931. El
referimento explícito es a las apariciones de Paray Le Monial en 1689. Allí Nuestro Señor Jesucristo dio a Santa
Margarita María Alacoque un mensaje para el rey de Francia Luis XIV: “consagrar Francia a su Sagrado
Corazón”, mensaje que el rey nunca realizó
públicamente consagrada al Corazón Inmaculado de María por el Papa junto
con todos los obispos”. En otra ocasión, Nuestra Señora dice a Sor Lucía que
“Rusia sería el instrumento del castigo mundial, si antes no se hubiera
alcanzado la conversión de „esa pobrecita nación‟ por medio de la
Consagración”.
El 31 de octubre y el 8 de diciembre de 1942-El Papa Pío XII, actuando
solo, consagra al mundo, pero no Rusia, al Corazón Inmaculado44
. Pocas
semanas después Winston Churchill observa que “los goznes de la suerte” han
cambiado, y los Aliados empiezan a ganar la mayoría de sus batallas contra los
ejércitos de Hitler. En la primavera de 1943, Nuestro Señor dice a Sor Lucía que
“la paz mundial no resultará de esta consagración, aunque la guerra sería
abreviada”. La Segunda Guerra Mundial continuará por dos años más.
Septiembre de 1943-Sor Lucía está muy enferma. El Obispo de Fátima
teme que muera y lleve el Tercer Secreto de Fátima con ella al sepulcro. Sugiere
que lo ponga por escrito y colocarlo en un sobre lacrado. Ella responde que tal
iniciativa sería demasiado para ella -pero si el Obispo tomara la responsabilidad
en darle la orden formalmente, ella obedecería con gusto-.
Octubre de 1943-Después de un mes de oración y reflexión, el Obispo de
Fátima, Su Excelencia José da Silva, da a Sor Lucía por escrito una orden formal
para que escriba el Tercer Secreto. Sor Lucía intenta obedecer enseguida, pero
por más de dos meses es misteriosamente incapaz de poner por escrito el Tercer
Secreto.
El 2 de enero de 1944-Nuestra Señora aparece de nuevo a Sor Lucía y le
pide escribir la tercera parte del Secreto dado a ella en Fátima en julio de 1917,
el cual llegó a ser conocido sencillamente como Tercer Secreto de Fátima: La
Virgen pide que “el Tercer Secreto sea revelado al mundo a más tardar en
1960”. Cuando luego le preguntaron por qué el Tercer Secreto tiene que ser
revelado en 1960, Sor Lucía declara: “porque la Santísima Virgen lo quiere así,
y será más claro en ese entonces...”.
El 17 de junio de 1944-Desde que Sor Lucía no permite a nadie, con
excepción de un Obispo, llevar la carta de una página conteniendo las palabras
de Nuestra Señora sobre el Tercer Secreto, hasta esta fecha no había sido
entregado al Obispo de Fátima. En este día un Obispo hace una visita cerca del
Convento en Tuy y Sor Lucía le entrega el Secreto. Él, a su vez, lo da al Obispo
de Fátima, Monseñor José da Silva, el mismo día, el Obispo puede leer el
Secreto inmediatamente, pero decide no hacerlo.
El 17 de junio de 1946-En respuesta a una pregunta al Profesor William
T. Walsh, Sor Lucía hace notar que Nuestra Señora “no pidió la consagración
del mundo” (como lo hizo el Papa Venerable Pío XII en 1942), pero sólo y
específicamente Rusia: “si se hace esto”, dice Sor Lucía, Nuestra Señora
promete “convertir a Rusia y habrá paz”.
44. Cf. Ver: Apartes de una Carta de Sor Lucía al Papa Venerable Pío XII. Págs. 536-537
El 7 de julio de 1952-El Papa Pío XII consagra Rusia específicamente,
pero no en unión con todos los obispos católicos del mundo, porque no les pidió
participar, no siendo advertido de que esto era necesario. La guerra en Corea
continúa, al igual que otras guerras en diferentes partes del mundo; y en América
Latina surgen las guerrillas marxista que sustentan la insurgencia como medio
para llegar al poder.
El 2 de septiembre de 1952-El Padre Schweigl interroga a Sor Lucía
sobre el Tercer Secreto en su Convento en Coimbra, Portugal. Fue enviado allá
por el Papa Pío XII en una misión especial. A su regreso al Russicum en Roma,
el Padre Schweigl confía a uno de sus colegas: “no puedo revelar nada de lo que
aprendí en Fátima referente al Tercer Secreto, pero puedo decir que tiene dos
partes: una concierne al Papa. La otra lógicamente –aunque no puedo decir
nada- tendría que ser la continuación de las palabras: en Portugal se
conservará siempre el dogma de la Fe”45
.
El 17 de mayo de 1955-El Cardenal Ottaviani, cabeza del Santo Oficio
del Vaticano, es enviado por el Papa Pío XII al Convento en Coimbra para
interrogar a Sor Lucía referente al contenido del Secreto. La interrogación del
Cardenal Ottaviani será seguida por una orden de que el texto del Tercer Secreto
sea transferido al Vaticano.
Marzo de 1957-Poco antes de su transferencia al Vaticano, el Obispo Juan
Venancio sostiene el sobre conteniendo el Tercer Secreto bajo una fuerte
lámpara eléctrica. Observa cuidadosamente que el Secreto es más o menos de 25
renglones y está escrito en una sola hoja de papel con márgenes de tres cuartos
de centímetro en ambos lados.
El 4 de abril de 1957-Para mejor guardar el contenido del Tercer Secreto,
el sobre fue enviado a los Archivos Secretos del Santo Oficio. Sor Lucía fue
advertida por el Obispo de Leíria.
El 16 de abril de 1957-El texto del Tercer Secreto es transferido al
Vaticano, lacrado en el sobre original y puesto en otro sobre. El texto es
colocado en un cofre en los aposentos papales, como se ve en una foto en la
revista Paris-Match de la época.
El 20 de diciembre de 1957-El Padre Agustín Fuentes, entrevista a Sor
Lucía. Ella le habla de muchas naciones desapareciendo de la faz de la tierra y de
muchas almas yendo al infierno como resultado de ignorar el Mensaje de
Nuestra Señora de Fátima.
1958-El Padre Agustín Fuentes publica la entrevista con Sor Lucía. Es
leída ampliamente y nadie contradice su autenticidad. A continuación
transcribimos apartes de dicha entrevista:
45. Cf. Ver: El Testimonio de Sor Lucía. ¡Rusia se convertirá! 13 de julio de 1917. Págs. 530-532;
Cronología de una Desobediencia. El 26 de Junio de 2000. Págs. 554-555; Las Dos Columnas. Págs. 589-
590; Las Profecías sobre los últimos Siete Sumos Pontífices. Págs. 586-588
Testimonio del Padre Agustín Fuentes
“La Santísima Virgen María está muy triste porque nadie hace caso de su
mensaje”
Desde hacía algunos años las visitas al Carmelo de Coimbra iban
escaseando. La última, de la que se había hecho eco la prensa, había sido la del
Padre Lombardi el célebre jesuita fundador del Movimiento por un Mundo
Mejor. Pero por supuesto otro testimonio, mucho más importante, nos revela los
pensamientos y los sentimientos de Sor Lucía a finales de 1957.
El Padre Agustín Fuentes, sacerdote mejicano que se preparaba para
postular las causas de beatificación de Francisco y Jacinta46
al mismo tiempo que
la de los mártires mejicanos de la persecución masónica del presidente Plutarco
Elías Calle (1924-1928). Y quién tuvo el privilegio de conversar largamente con
Sor Lucía el 20 de diciembre de 1957.
El Padre Fuentes ya se había reunido con la vidente de Fátima el 10 de
agosto de 1955.
De regreso a Méjico, el 22 de mayo de 1958, el Padre Fuentes dio una
conferencia en la Casa Matriz de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón
y de Nuestra Señora de Guadalupe, durante la cual repitió las palabras de Sor
Lucía.
La reseña de dicha conferencia, destaca el Padre Alonso, fue publicada
“en su texto original en español y en una versión inglesa abreviada, con todas
las garantías de autenticidad y todas las garantías jerárquicas entre las cuales
figura la del Obispo de Fátima”47
. El Padre Fuentes indica que se trata de un
mensaje recibido “de los propios labios de la vidente principal”.
Veamos ahora los extractos del texto original en español citado por el
Padre Alonso.
Diálogo de Sor Lucía con el Padre Agustín Fuentes
(26 de diciembre de 1957)
“Quiero contaros solamente la última conversación que sostuve con ella el
26 de diciembre del año pasado. La vi en su monasterio muy triste, pálida y
demacrada. Ella me dijo:
Nadie hace caso
“Padre, la Santísima Virgen está muy triste porque nadie hace caso de su
mensaje, ni los buenos ni los malos. Los buenos siguen su camino, pero sin
hacer caso del mensaje. Los malos, al no ver caer sobre ellos actualmente el
castigo de Dios, continúan su vida de pecado sin preocuparen del mensaje.
Pero, créame Padre, Dios va a castigar al mundo de una manera terrible. El
castigo celestial es inminente”.
46. Cf. Como el proceso diocesano aún no estaba terminado, el futuro postulador trabajaba en los estudios
preparatorios para la organización de los procesos apostólicos 47
. Cf. Monseñor Sánchez, Arzobispo de Veracruz, concedió el imprimátur
El secreto no revelado
“¿Qué falta, Padre, para 1960 y qué sucederá entonces? Será muy triste
para todos, no habrá nada de que regocijarse si antes el mundo no reza y no
hace penitencia.
No puedo dar otros detalles puesto que todavía es un Secreto, únicamente
el Santo Padre y su Excelencia el Obispo de Fátima podrían saberlo según la
voluntad de la Santísima Virgen, pero ellos no lo han querido, para no ser
influidos.
He ahí la tercera parte del mensaje de Nuestra Señora que seguirá siendo
Secreto hasta esa fecha de 1960”.
Rusia, castigo de Dios
“Decidles, Padre, que la Santísima Virgen muchas veces nos dijo, tanto a
mis primos Francisco y Jacinta como a mí misma, que muchas naciones
desaparecerán de la Tierra y que Rusia será el instrumento del castigo del cielo
para el mundo entero si antes no se consigue la conversión de esa pobre
nación”.
La batalla decisiva entre la Santísima Virgen María y Satanás: la defección
de las almas consagradas y de los sacerdotes
Sor Lucía me dijo también:
“Padre, el demonio está a punto de librar una batalla decisiva contra la
Santísima Virgen María y como sabe lo que más ofende a Dios y lo que en poco
tiempo le hará ganar la mayor cantidad de almas, hace todo lo posible para
ganar las almas consagradas a Dios, porque de esa manera deja desamparado
el campo de las almas y se apodera de él más fácilmente”.
Lo que santificó a Jacinta y a Francisco
“Decidles también, Padre, que mis primos Francisco y Jacinta se
sacrificaron porque siempre vieron a la Santísima Virgen muy triste en todas sus
apariciones, jamás se sonrió con nosotros y esa tristeza, esa angustia que
notamos en Ella por causa de las ofensas hechas a Dios y de los castigos que
amenazan a los pecadores, traspasó nuestras almas y, en nuestras
imaginaciones infantiles, no sabíamos que inventar como medios para rezar y
hacer sacrificios.
Lo otro que santificó a los niños fue la visión del infierno”.
La misión de Sor Lucía
“Por eso, Padre, mi misión no es indicar al mundo los castigos que
llegarán ciertamente, si antes el mundo no se convierte, no reza ni hace
penitencia.
No, mi misión es indicar a todos el inminente peligro en que nos hallamos
de perder nuestra alma para siempre en el infierno si seguimos obstinados en el
pecado”.
La urgencia de la conversión
Me dijo también Sor Lucía: “Padre, no esperemos que venga de Roma un
llamado a la conversión; no esperemos tampoco que venga de nuestros obispos
en sus diócesis ni tampoco de las congregaciones religiosas.
No, Nuestra Señora ha empleado a menudo esos medios y el mundo no les
hace caso. Por eso es necesario que ahora cada uno de nosotros empiece por sí
mismo su propia conversión espiritual.
Cada uno debe salvar no solamente su alma, sino también a todas las
almas que Dios haya colocado en su camino”.
Los últimos tiempos
“Padre, la Santísima Virgen no me ha dicho que estemos en los últimos
tiempos, pero Ella me lo ha hecho saber por tres motivos:
La batalla final
En primer lugar, porque me ha dicho que el demonio está a punto de
librar una batalla decisiva contra la Santísima Virgen y una batalla decisiva es
una batalla final en la que se verá de qué lado está la victoria y de que lado está
la derrota.
También desde ahora o estamos con Dios o estamos con el demonio; no
hay términos medios.
Los últimos remedios
En segundo lugar, porque Ella ha dicho, tanto a mis primos como a mí
misma, que Dios concedió los dos últimos remedios al mundo: el Santo Rosario
y la devoción al Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen María.
Y esos son Padre los dos últimos remedios, eso significa que no habrá
otros.
El pecado contra el Espíritu Santo
Y en tercer lugar, porque siempre en los planes de la Divina Providencia,
cuando Dios va a castigar al mundo, agota antes todo los otros recursos.
Ahora bien, cuando Dios ha visto que el mundo no ha hecho caso de
ninguno, entonces como diríamos en nuestra manera imperfecta de hablar, nos
ofrece con cierto temor, el último medio de salvación: su Santísima Madre.
Porque si nosotros rechazamos y despreciamos ese último medio ya no
tendremos perdón del Cielo, puesto que habremos cometido un pecado que el
Evangelio llama el pecado contra el Espíritu Santo, que consiste en rechazar
abiertamente con pleno conocimiento y voluntad la salvación que se nos ofrece.
Recordemos que Nuestro Señor Jesucristo es un excelente Hijo y que no
permite que ofendamos ni despreciemos a su Santísima Madre.
Tenemos como testimonio patente la historia de muchos siglos de la Santa
Iglesia en la que, mediante ejemplos terribles, se nos muestra cómo Nuestro
Señor Jesucristo ha asumido la defensa del honor de su Santísima Madre”.
Oración y sacrificio: el Santo Rosario
Me decía Sor Lucía: dos medios para salvar al mundo, la oración y el
Sacrificio”.
“En cuanto al Santo Rosario, Padre, la Santísima Virgen en estos últimos
tiempos que vivimos, ha dotado de una eficacia nueva al rezo del Santo Rosario.
De manera que no hay ningún problema por difícil que sea, temporal o sobre
todo espiritual, que se refiera a nuestra vida personal, a la de nuestras familias,
a las de las familias del mundo o a las comunidades religiosas, o también a la
vida de los pueblos y de las naciones, no hay ningún problema, repito, por difícil
que sea que no pueda resolverse por el rezo cotidiano del Santo Rosario. Con el
Santo Rosario nos salvaremos, nos santificaremos, consolaremos a Nuestro
Señor y obtendremos la salvación de muchas almas”.
La devoción al Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen María
“Por último, la devoción al Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, considerándola como la sede de la clemencia, de la
bondad, del perdón y como la puerta segura para entrar en el cielo”.
El 9 de octubre de 1958-Muere el Papa Pío XII.
El 17 de agosto de 1959-Según las notas de los archivos, en acuerdo con
el Cardenal Ottaviani, el comisario del Santo Oficio, el Padre Pedro-Pablo
Felipe. O. P. lleva al Papa San Juan XXIII el sobre conteniendo el Tercer Secreto
de Fátima. Su Santidad dice: “esperemos, yo rezaré. Haré saber lo que he
decidido”48
.
En realidad, el Papa San Juan XXIII decidió devolver el sobre sellado al
Santo Oficio y de no revelar el Tercer Secreto de Fátima.
El 8 de febrero de 1960-A pesar del pedido expreso de Nuestra Señora a
Sor Lucía, y de las promesas reiteradas del Obispo de Fátima y del Cardenal
Patriarca de Lisboa, personas desconocidas en el Vaticano anónimamente
anuncian que el Tercer Secreto no será revelado probablemente “continuando a
ser mantenido bajo riguroso sigilo”. El anuncio por medio de la agencia de
noticias A.N.I. describe el texto así: “en círculos altamente fidedignos del
Vaticano se acaba de declarar al representante de la United Press International
que es muy posible que nunca venga a ser abierta la carta en que la Hermana
Lucía escribió las palabras que Nuestra Señora confió a los tres pastorcitos,
como secreto en la Cova de Iría”.
1960-A Sor Lucía le está oficialmente prohibido hablar sobre el Tercer
Secreto y no puede recibir visitantes con la excepción de sus familiares próximos
y gente que ha conocido por mucho tiempo: a su propio confesor de muchos
años, el Padre Aparicio, cuando regresa del Brasil, no le es permitido verla.
48. Cf. Del diario del Papa San Juan XXIII. 17 de agosto de 1959
Octubre de 1962-Poco antes de la apertura del Concilio Vaticano II, el
Vaticano hace un acuerdo con Moscú de que el Concilio no condenaría la Rusia
Soviética ni el Comunismo en general, a cambio del cual dos observadores
Rusos Ortodoxos asistieran al Concilio, como fue deseado por el Papa San Juan
XXIII49
. Este acuerdo da principio a la llamada “Ostpolitik”, que obliga al
Vaticano a no condenar el Comunismo por nombre y, además, le impide la
condenación de regímenes comunistas en Europa del Este, los cuales persiguen a
los católicos.
Esta política nueva del Vaticano está en favor del “diálogo” y negociación
con los comunistas, Esta política se aparta de las enseñanzas de los Papas50
,
sobre la obligación para la Santa Iglesia de condenar y abiertamente oponerse al
Comunismo y absteniéndose de cualquier colaboración con los comunistas,
quienes siempre explotan tal colaboración para avanzar su guerra contra Cristo y
contra Su Santa Iglesia Católica.
El 4 de diciembre de 1963-El Papa San Pablo VI publica la Encíclica
“Sacrosanctum Concilium”, que autoriza la reforma de la Santa Misa51
.
El 21 de noviembre de 1964-El Papa San Pablo VI, durante las
ceremonias finales de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, consagra el
mundo otra vez al Corazón Inmaculado de María. De acuerdo con la Ostpolitik,
no hay mención de Rusia, para no ofender a los comunistas. La paz mundial
permanece evasiva: la Guerra de Vietnam continúa hasta los años de 1970 y
surgen movimientos de guerrillas en America Latina.
El 27 de marzo de 1965-El Papa San Pablo VI lee el contenido del
Secreto con el Sustituto, Monseñor Ángelo Dell’Acqua, después devuelve el
sobre a los Archivos Secretos del Santo Oficio, decidiendo no publicar el texto
del Tercer Secreto.
El 8 de diciembre de 1965-El Concilio Vaticano II termina.
1966-Para defender el Mensaje de Fátima contra los revisionistas, en 1966
el Obispo de Fátima, Mons. João Venancio comisiona un sacerdote claretiano,
muy erudito, el Padre Joaquín Alonso, para establecer una historia crítica y
completa de las revelaciones de Fátima. Diez años después, el Padre Alonso
terminará su obra titulada “Textos y Estudios Críticos de Fátima”. La obra
masiva presenta 5.396 documentos, desde los principios de las apariciones de
Fátima hasta el 12 de noviembre de 1974.
1967-Las Memorias de Sor Lucía son publicadas; en ellas revela el pedido
de Nuestra Señora en 1929 de la Consagración de Rusia. Una gran campaña
pública empieza con la recolección de miles de firmas pidiendo al Papa
consagrar Rusia. En este mismo año el Papa San Pablo VI, llevó adelante las
reformas queridas por el Concilio Vaticano II52
.
49. Cf. Ver: Lista Cronológica de los Papas. 259. San Juan XXIII. Pág. 152
50. Cf. Ibíd. 257. Pío XI. Págs. 150-151
51. Cf. Ibíd. 260. San Pablo VI. Págs. 152-153
52. Cf. Ibíd
El 11 de febrero de 1967-En una conferencia de prensa, el Cardenal
Ottaviani, quien ha leído el Tercer Secreto, revela que el Secreto está escrito en
“una sola hoja de papel”.
El 13 de mayo de 1967-Sor Lucía se reúne con el Papa San Pablo VI en la
plaza pública de Fátima durante su visita allá. En presencia de 1.000.000 de
peregrinos, ella ruega hablar con el Papa. Llora cuando el Papa la rechaza y le
dice “hable con su Obispo”. Según un experto, Sor Lucía rogó al Papa San
Pablo VI publicar el Tercer Secreto, pero él rehusó.
1969-El Papa San Pablo VI reforma el Misal romano e instituye la Misa
Nueva, conocida normalmente, como misa de San Pablo VI, que fue impuesta en
toda la Santa Iglesia53
.
1975-Después de diez años de estudiar los archivos de Fátima, el Padre
Alonso declara en público que la entrevista entre el Padre Agustín Fuentes y Sor
Lucía publicada en 1957, fue un reportaje verdadero y preciso de sus
declaraciones referente al contenido del mensaje de Fátima.
El 16 de octubre de 1978-Es elegido el Papa San Juan Pablo II. Quien lee
el Tercer Secreto a los pocos días de su elección, según lo dijo en una
declaración a la Associated Press en mayo del 2000 su portavoz Joaquín
Navarro-Valls.
El 13 de mayo de 1981-Al Papa San Juan Pablo II le disparan durante el
mismo aniversario de la primera aparición de Nuestra Señora, en Fátima. Los
tiros son disparados en el mismo instante en que el Papa se torna para mirar un
retrato de Nuestra Señora prendido en el suéter de una niña. Las balas no
alcanzan su objetivo. El Papa reconoce que Nuestra Señora intervino para salvar
su vida.
El 7 de junio de 1981-El Papa, mientras todavía se está recuperando de
sus heridas, consagra el mundo, pero no Rusia, al Corazón Inmaculado de la
Santísima Virgen María.
53. Cf. Ver: Breve Examen Crítico del “Novus Ordo Missae”. Págs. 560-580
San Juan Pablo II es auxiliado en el Momento del
Atentado del 13 de Mayo de 1981
El 18 de julio de 1981-Su Eminencia, el Cardenal Franjo Seper, remite el
Secreto en dos sobres a su Excelencia Monseñor Eduardo Martinez Solamo,
Sustituto de la Secretaría de Estado del Vaticano: uno blanco, con el texto
original de Sor Lucía en portugués; el otro de color naranja, con la “traducción”
del Secreto en italiano.
El Papa San Juan Pablo II lee el Tercer Secreto por la segunda vez.
El 11 de agosto de 1981-Monseñor Martínez a dado los dos sobres a los
Archivos del Santo Oficio54
.
El 12 de diciembre de 1981-El Padre Alonso muere. Pero antes de su
muerte, pudo publicar un número de artículos y libritos sobre Fátima. Aquí hay
algunas de las conclusiones más importantes de su investigación sobre el Tercer
Secreto:
“En el período, pues, que precede el gran triunfo del Corazón Inmaculado
de la Santísima Virgen María suceden algunas cosas tremendas que son objeto
de la tercera parte del Secreto. ¿Cuáles? Si „en Portugal se conservarán siempre
los dogmas de la Fe‟..., se sucede con toda claridad que en otras partes de la
Santa Iglesia esos dogmas, o se van a oscurecer, o hasta se van a perder”... .
“Sería, pues, del todo probable que en este período “intermedio” a que
nos estamos refiriendo (después de 1960 y antes del triunfo del Corazón
Inmaculado de la Santísima Virgen María), el texto del Tercer Secreto haga
referencias concretas a la crisis de la Fe en la Santa Iglesia y a la negligencia y
deficiencias mismas de los mismos Pastores y de la alta Jerarquía del
Vaticano”... .
Significativamente, Sor Lucía nunca corrige estas conclusiones del Padre
Alonso, aunque nunca vaciló corregir otras declaraciones de clérigos y de varios
autores referente a Fátima cuando estuvieron equivocados. El Padre Alonso tiene
acceso a los documentos y a Sor Lucía misma. Por tanto, su testimonio es
verídico y de capital importancia.
El 21 de marzo de 1982-Sor Lucía se reúne con el Nuncio papal, otro
Obispo y el Dr. Lacerda y les informa de los requisitos para la Consagración
válida de Rusia, según el pedido de Nuestra Señora de Fátima. El mensaje
completo de Sor Lucía no es transmitido al Papa por el Nuncio, a quien le es
dicho por el Obispo que le acompañaba no mencionar el requisito de que los
obispos del mundo participen en la consagración.
El 12 de mayo de 1982-La víspera de la visita del Papa San Juan Pablo II
a Fátima, L‟Osservatore Romano -el propio periódico del Vaticano- publica un
artículo por el Padre Umberto María Pasquale S.D.B. sobre una de sus
conversaciones con Sor Lucía y su carta subsecuente a él, acerca del tema de la
Consagración de Rusia. En esta entrevista, el Padre Pasquale, revela al mundo
que Sor Lucía clara y enfáticamente le dijo que Nuestra Señora de Fátima nunca
pidió la consagración del mundo pero sólo la Consagración de Rusia. El Padre
54. Cf. Hay que recordar el comentario que hizo San Juan Pablo II, en la audiencia general del 14 de octubre de
1981, sobre “el evento del mes de mayo: gran prueba divina”. Insegnamenti di Giovanni Paolo II. IV, 2. Ciudad
del Vaticano (1981). Págs. 409-412. (DC 1981. Núm. 1811. Págs. 620-622. NDLR)
Pasquale también publica una copia fotográficamente reproducida de una nota
escrita a mano por Sor Lucía atestiguando a su conversación sobre este punto.
El Padre Pasquale, un sacerdote salesiano bien conocido, conoce a Sor
Lucía desde 1939. Hasta 1982 había recibido 157 cartas de ella. Aquí está su
propio testimonio, como fue publicado en el diario del Vaticano L‟Osservatore
Romano:
“Quise clarificar la cuestión de La Consagración de Rusia acudiendo a la
fuente. El 5 de agosto de 1978, en el Carmelo de Coimbra, he tenido una
entrevista larga con la vidente de Fátima, Sor Lucía. En cierto momento le dije:
“Hermana, me gustaría preguntarle algo. Si usted no puede responderme, ¡así
sea! Pero si puede responderme, estaría muy agradecido, para que usted me
aclare un punto el cual no es claro para mucha gente... . ¿Le ha dicho Nuestra
Señora alguna vez algo sobre la consagración del mundo a su Corazón
Inmaculado? „¡No, Padre Umberto! ¡Nunca! En la Cova da Iria el 13 de julio de
1917, Nuestra Señora prometió: “vendré a pedir la Consagración de Rusia a mi
Corazón Inmaculado para impedir el esparcimiento de sus errores por el
mundo, las guerras y las persecuciones contra la Santa Iglesia”55
. En 1929, en
Tuy, como Ella prometió, Nuestra Señora volvió para decirme que había llegado
el momento de pedir al Santo Padre que hiciera, en unión con todos los obispos
católicos del mundo, la Consagración de Rusia...‟”.
El 13 de mayo de 1982-El Papa San Juan Pablo II consagra el mundo,
pero no Rusia, en Fátima. Los obispos del mundo no participan.
El 19 de mayo de 1982-En L‟Osservatore Romano, el Santo Padre explica
por que no consagró específicamente a Rusia, declarando que había “tratado
hacer todo lo posible en las circunstancias concretas”.
1982-1983-En comentarios privados con sus amigos y familiares, Sor
Lucía repetidamente niega que la Consagración de Rusia ha sido hecha. Cuando
se le pidió decirlo públicamente a principios de 1983, Sor Lucía, dice el Padre
Joseph de Sainte Marie, tiene que tener “permiso oficial del Vaticano” antes de
poder hacer tal declaración.
El 19 de marzo de 1983-Al pedido del Santo Padre, Sor Lucía se reúne
otra vez con el Nuncio papal, el Arzobispo Portalupi, el Dr Lacerda; y esta vez
también con el Padre Messias Coelho. Durante esta reunión Sor Lucía confirma
que la consagración no fue hecha porque Rusia no se anunció claramente como
el objeto de la consagración y los obispos del mundo no participaron. Explica
que antes no pudo decirlo públicamente porque no tenía el permiso directo del
Vaticano.
El 8 de diciembre de 1983-El Papa San Juan Pablo II escribió a todos los
obispos del mundo, pidiéndoles unirse a él, el 25 de marzo de 1984, para
consagrar el mundo al Corazón Inmaculado de María. Incluyó, con su carta, su
texto preparado de consagración.
55. Cf. Ver: El Testimonio de Sor Lucía. ¡Rusia se convertirá! 13 de julio de 1917. Págs. 530-532;
Bibliografía. Vídeos de referencia. Tercer Secreto de Fátima: el Asesinato del Papa. Pág. 638
El 25 de marzo de 1984-El Santo Padre en Roma, delante de 250.000
personas, consagra otra vez el mundo al Corazón Inmaculado de la Santísima
Virgen María. Inmediatamente después, el Papa se desvía de su texto preparado
y reza: “iluminad especialmente a las gentes de las cuales Vos Misma estáis
esperando nuestra consagración y entrega”. El Papa, así, públicamente
reconoce que Nuestra Señora de Fátima todavía esta esperando la Consagración
de Rusia.
El 26 de marzo de 1984-L‟Osservatore Romano publica las palabras
escritas arriba, exactamente como el Santo Padre las dijo.
El 27 de marzo de 1984-Como es reportado en el periódico italiano de los
obispos católicos Avvenire, el Santo Padre, tres horas después de consagrar el
mundo, reza en San Pedro pidiendo a Nuestra Señora bendecir “aquellas gentes
de las cuales Vos Misma estáis esperando nuestro acto de consagración y
entrega”.
1984-El experto de Fátima el Padre Messias Coelho públicamente insiste
que la Consagración de Rusia todavía no ha sido hecha. Mantendrá esta posición
consistentemente hasta el verano de 1989.
El 10 de septiembre de 1984-El Obispo Alberto Cosme do Amaral,
Obispo de Fátima, declara durante una sesión de preguntas y respuestas en el
aula magna de la Universidad Técnica de Viena, Austria: “el contenido del
Tercer Secreto trata de nuestra Fe... . La pérdida de la Fe de un continente es
peor que la aniquilación de una nación; y es verdad que la Fe está
disminuyendo continuamente en Europa”. Sus comentarios son publicados en la
edición de febrero de 1985 de la Mensagem de Fátima.
El 11 de noviembre de 1984-El Cardenal Joseph Ratzinger (Benedicto
XVI), Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, da una entrevista a
la revista Jesús, publicación de las Hermanas Paulinas. Esta entrevista titulada:
“Aquí está el por qué la Fe está en crisis”, y publicada con el permiso explícito
del Cardenal. En la entrevista el Cardenal Ratzinger declara que la crisis de la Fe
está afectando a la Santa Iglesia alrededor del mundo. En este contexto, revela
que ha leído el Tercer Secreto y que el secreto refiere a “peligros amenazando la
Fe y la vida del cristiano y, por tanto, la vida del mundo”56
.
El Cardenal así confirma la tesis del Padre Alonso de que el Tercer
Secreto concierne a la apostasía esparcida por todas partes en la Santa Iglesia57
.
El Cardenal Ratzinger dice en la misma entrevista que el Tercer Secreto también
se refiere a “la importancia de „los Novissimi‟ (los Últimos Tiempos/Últimas
Cosas)” y que “si no es publicado, por lo menos por ahora, es para evitar el
confundir la profecía religiosa con el sensacionalismo...”. El Cardenal, además,
revela que “las cosas que tiene el Tercer Secreto corresponden con lo que ha
sido anunciado en las Santas Escrituras y con lo que ha sido dicho muchas veces
en muchas otras apariciones marianas, en primer lugar de Fátima”.
56. Cf. Ver: Cronología de una Desobediencia. El 2 de septiembre de 1952. Pág. 543
57. Cf. Ibíd. El 12 de diciembre de 1981. Pág. 550
Junio de 1985-La entrevista de noviembre de 1984, en la revista Jesús, es
publicada en un libro que se llama The Ratzinger Report (el Informe de
Ratzinger). Referencias cruciales en la entrevista acerca del contenido del Tercer
Secreto han sido tachadas misteriosamente del libro. Este libro es publicado en
ingles, francés, alemán e italiano y alcanza más de 1.000.000 de copias impresas.
Aunque las revelaciones acerca del Tercer Secreto han sido censuradas, el libro
admite que la crisis de la Fe, que el padre Alonso nos dice, es profetizada en el
Tercer Secreto, ya está sobre nosotros y que abarca el mundo entero.
Septiembre de 1985-En una entrevista en la revista Sol de Fátima (una
publicación de los amigos del Ejército Azul español), Sor Lucía afirma que la
Consagración de Rusia todavía no ha sido hecha porque, una vez más, Rusia no
fue el objeto claro de la consagración de 1984 y el episcopado del mundo no
participó.
1985-El Cardenal Gagnon, en una entrevista con el Padre Caillon,
reconoce que la Consagración de Rusia todavía no ha sido hecha.
1986-María do Fetal públicamente cita a Sor Lucía (su prima) diciendo
que la Consagración de Rusia todavía no ha sido hecha. María do Fetal
consistentemente mantendrá que Sor Lucía le dijo esto hasta julio de 1989.
El 25 de octubre de 1987-En una audiencia con una docena de líderes
católicos, el Cardenal Mayer públicamente reconoce que la Consagración de
Rusia no ha sido hecha según el pedido de Nuestra Señora.
El 26 de noviembre de 1987-En una reunión privada el Cardenal Stickler
confirma que la Consagración de Rusia no ha sido hecha porque el Papa le falta
el apoyo de los obispos. “Ellos no le obedecen” dice el Cardenal Stickler.
1988-El Cardenal Gagnon admite que habló con el padre Caillon, y no
niega la veracidad de su relato, pero dice que no era destinado para su
publicación.
El 2 de julio de 1988-El Papa San Juan Pablo II publica el Motu propio
“Ecclesia Dei” para reunir los católicos tradicionalistas, quienes quieren
continuar unidos a la liturgia tridentina58
.
1989-Desde 1980, según cálculos conservativos, un 1.000.000 de firmas
han sido recibidas por el Vaticano en peticiones, pidiendo al Papa y a los obispos
del mundo, consagrar a Rusia al Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen
María.
Julio de 1989-María do Fetal súbitamente contradice todas sus
declaraciones anteriores de su prima, Sor Lucía. María do Fetal ahora pretende
que Sor Lucía cree que la consagración de 1984 satisface el pedido de Nuestra
Señora.
58. Cf. Ver: Carta Apostólica Motu proprio “Ecclesia Dei” del Papa San Juan Pablo II. Págs. 591-593;
Carta Apostólica Motu proprio Data: “Summorum Pontificum”. Págs. 614-619
Finales de agosto –principios de septiembre de 1989- El supuestamente
llamado “coup d‟état” (golpe de estado) tiene lugar en Moscú, la popular
“Perestroika”, en el cual el régimen comunista sigue un plan intencionado para
engañar al Oeste. Este plan fue escrito en parte en 1958 y publicado en 1984 por
el desertor de la KGB, Anatoliy Golitsyn, quien estuvo en la sesión que lo planeó
en 1958. Su libro “News lies for Olds” (Nuevas Mentiras por las Viejas) hace
148 predicciones acerca del plan de los comunistas rusos para la decepción
estratégica del Oeste. En 1993, 139 de sus predicciones se habían realizado.
El plan revelado por Golitsyn serviría bien para engañar la gente que cree
en Nuestra Señora de Fátima, pensando que los cambios meramente políticos de
1989 son parte del triunfo del Corazón Inmaculado profetizado por la Santísima
Virgen María en Fátima. De hecho, los cambios en Rusia durante este período,
mostrarán sólo una perversión más de la sociedad rusa, no la conversión de esta
nación.
El 13 de mayo de 1991-Sor Lucía declina ir a Fátima durante la visita del
Papa San Juan Pablo II, pero le es mandado hacerlo bajo santa obediencia. El
Papa visita Fátima por segunda vez, y tiene una reunión de media hora con sor
Lucía. Después de esta reunión, ningún anuncio es hecho, ni por el Papa ni por
Sor Lucía referente a que la Consagración de Rusia ha sido hecha.
El silencio del Santo Padre y de Sor Lucía referente a la Consagración de
Rusia es sumamente revelador.
1992-El primer volumen pesadamente editado del Padre Alonso de los
“Textos y Estudios Críticos de Fátima” es publicado, dejando 23 otros
volúmenes bajo cerradura y llave.
Diciembre de 1999-El segundo volumen de los manuscritos del Padre
Alonso es finalmente publicado, pero con redacción extremamente pesada. Los
otros 22 volúmenes todavía no son publicados, después de 25 años, aunque
fueron plenamente preparados para la prensa en 1975.
El 13 de mayo de 2000-Durante la ceremonia de beatificación de Jacinta y
Francisco, el Cardenal Sodano anuncia que el Tercer Secreto será revelado.
El 26 de junio de 2000-En una conferencia de prensa, el Vaticano publica
la Primera Parte del “Tercer Secreto” de Fátima, escrito por Sor Lucía el 3 de
enero de 1944, he aquí el texto publicado:
“Escribo en obediencia a Ti, mi Dios, quien me lo has pedido, por
intermedio de Su Excelencia Reverendísimo Monseñor el Obispo de Leiria y de
Vuestra Santísima Madre, quién es también la mía.
Después de las dos partes que he expuesto ya, hemos visto al lado
izquierdo de Nuestra Señora, un poco más arriba, un Ángel con una espada de
fuego en su mano izquierda; ella destellaba e irradiaba llamas que parecían
incendiar el mundo; pero ellas se apagaban con el contacto del esplendor que
emanaban de la mano derecha de Nuestra Señora en dirección hacia él; el
Ángel, indicando la tierra con su mano derecha, decía con una voz fuerte:
“¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia!” Y vimos en una luz inmensa, que es
Dios: “algo parecido a la manera como se ven las personas en un espejo cuando
ellas pasan delante”, un Obispo vestido de blanco, “hemos tenido el
presentimiento que se trataba del Santo Padre”. Muchos otros obispos,
sacerdotes, religiosos y religiosas subían sobre una montaña escarpada, en la
cima de la cual había una gran cruz, de troncos toscos, como si ellos fueran de
madera de corcho con su corteza; antes de llegar allá, el Santo Padre cruzó una
gran ciudad a media ruina y, medio temblando, con un paso vacilante, afligido
de sufrimiento y de pena, pedía por las almas de los cadáveres que encontraba
sobre el camino; llegado a la cima de la montaña, arrodillado al pié de la gran
cruz, fue asesinado por un grupo de soldados, quienes le dispararon varios
tiros con arma de fuego y de flechas; y de la misma manera murieron los unos
después de los otros, los obispos, los sacerdotes, los religiosos y religiosas, y
muchos laicos, hombres y mujeres de diferentes clases y categorías sociales.
Bajo los dos brazos de la cruz, había dos ángeles, cada uno con una copa de
cristal en la mano, dentro de la cual ellos recogían la sangre de los Mártires y
con la cual rociaban el mundo y las almas que se acercaban a Dios” 59
.
El 8 de octubre de 2000-Otra consagración del mundo, pero no la de
Rusia, es realizada en una ceremonia en el Vaticano. Esta ceremonia es llamada
una “entrega”. Aunque muchos dicen que la Consagración de Rusia es
imposible, unos 1.400 obispos y 76 cardenales están reunidos en el Vaticano en
esta fecha y fácilmente pueden mencionar a Rusia durante la “entrega”. De
hecho, un número grande de obispos piensa que esto es exactamente lo que van a
hacer. El texto de la entrega no es hecho público hasta el 7 de octubre, un día
antes de la ceremonia. El texto no hace ninguna mención de Rusia, pero
59. Cf. Esta visión hace referencia al asesinato del Papa Francisco; ver: Las Profecías sobre los últimos Siete
Sumos Pontífices. Págs. 586-588; Las Dos Columnas. Págs. 589-590; Bibliografía. Vídeos de referencia.
Tercer Secreto de Fátima: el Asesinato del Papa. Pág. 638
Esta Representación del Tercer Secreto de Fátima ha sido elaborada por el
Arquitecto Gil, por Orden expresa de Sor Lucía; ésta es la Imagen más
Popular que ilustra este Misterio
menciona una “entrega” del mundo, “de los desempleados”, “de la juventud
buscando orientación” y de otros objetos de “entrega” -cualquier cosa y
cualquier persona excepto Rusia-.
El 30 de noviembre de 2000-La revista “Dentro del Vaticano” revela que
un Cardenal descrito como “uno de los consejeros más próximos del Papa”
admite que Su Santidad ha sido aconsejado de no hacer mención de Rusia en
cualquier ceremonia de consagración porque esto ofendería a los ortodoxos
rusos. Que la Ostpolitik y la diplomacia del Vaticano han impedido la
consagración específica de Rusia es aquí confirmada por un Prelado del
Vaticano.
El 16 de mayo de 2001-Reflejando el escepticismo creciente de millones
de católicos, la Madre Angélica declara en su programa en vivo de televisión en
esta fecha, que no cree que el Vaticano ha revelado la totalidad del Tercer
Secreto:
“Referente al Secreto, yo soy uno de aquellos individuos que piensan que
no se nos ha revelado la cosa entera. Quiero decir, uno tiene derecho a su
propia opinión, ¿no es así Padre? Esta es mi opinión. Porque pienso que esto da
susto. Y no creo que la Santa Sede va a decir algo que no sucede, que tal vez
suceda. ¿Después qué pasa si no sucede? Quiero decir que la Santa Sede no
puede arriesgarse a hacer profecías”.
El 11 de septiembre de 2001-Terroristas secuestran dos aviones y los
chocan contra las dos Torres Gemelas del centro de comercio mundial en la
ciudad de Nueva York, causando su destrucción. Otro avión secuestrado es
estrellado contra el Pentágono: Más de 3.000 personas mueren en uno de los
episodios más sangriento que el mundo ha visto. Este acto de guerra es la prueba
definitiva que la Consagración de Rusia, que Nuestra Señora prometió traería la
paz mundial, no ha sido hecha. El mundo a entrado en la etapa del Terrorismo
Internacional, que está aniquilando las naciones, y sumergiéndolas en un mar de
sangre; cumpliéndose así la profecía del castigo de Dios sobre el mundo por no
haberse consagrado Rusia al Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen María.
El 30 de septiembre de 2001-A pesar de la pretensión del Vaticano de
que el Tercer Secreto entero ha sido publicado, Sor Lucía permanece bajo
órdenes de no hablar en público sobre el Mensaje de Fátima, sin permiso del
Cardenal Ratzinger o del Papa mismo y como el mundo da vueltas en espiral
hacia bajo en violencia y en pérdida de la Fe, es todavía la muestra más clara que
la Consagración de Rusia permanece sin hacerse. La aniquilación de las naciones
cuelga en la balanza, y así, el mundo se prepara cada día para la guerra.
El 25 de octubre de 2001-El Cardenal Ratzinger (Benedicto XVI) admite
haber una “desestabilización del equilibrio interno de la Curia romana” debido
a las noticias sobre una carta de Sor Lucía dirigida al Santo Padre (después del
ataque terrorista de Nueva York, el 11 de septiembre) con respecto al Tercer
Secreto y a los peligros que amenazan el mundo y a la persona del Papa mismo,
el Cardenal Ratzinguer no niega explícitamente la existencia de esta carta. Esta
admisión indica que este escepticismo general que envuelve la revelación hecha
por el Vaticano del Tercer Secreto de Fátima, el 26 de junio de 2000, se
extiende, evidentemente, hasta dentro de la Curia misma.
El 7 de diciembre de 2003-El periódico “L‟ homme nouveau” (Francia),
publica en su sección la revue de presse de Saint-Gilles, pág. 9, el siguiente
artículo tomado de la revista “30 Jours”: “en todos los países del antiguo
imperio soviético, el porcentaje de ortodoxos que van a la iglesia al menos una
vez por año es entre el 2 y el 8% de la población, y esos fieles están
concentrados en las regiones de Ukrania y de Bielorusia. Según las estadísticas
oficiales, en Moscu, de 17 millones de habitantes, 60.000 máximo, han ido a la
iglesia por las celebraciones de la última fiesta de Pascua, cifra que confirma la
baja progresiva de la práctica religiosa registrada en estos últimos diez años (al
comienzo de los años 90, en la época del entusiasmo por el “renacimiento
espiritual”, eran 200.000). Una distancia entre los proyectos y la realidad que,
más allá de toda polémica ecumenista, aproxima, en Rusia, la ortodoxia y la
minoría católica (...). El número de fieles de la Santa Iglesia Católica romana,
en las tierras de la santa Rusia, se situarían, entre 300 y 600.000. (...), sobre la
base de las estadísticas recogidas directamente en las parroquias de Rusia, los
católicos que frecuentemente van a la iglesia al menos una o dos veces al año no
sobrepasan los 45.000. Estos fieles están repartidos en 258 parroquias que se
encuentran casi todas en las ciudades de 20 a 30.000 habitantes”.
El 24 de marzo de 2004-La agencia de noticias del Vaticano, Zenit,
publicó el artículo titulado: “el Papa renueva el acto de entrega de 1984, en
respuesta a la petición de Fátima”: “en tiempos de violencia, terrorismo y
guerra, San Juan Pablo II volvió a poner el mundo en manos de la Virgen María
durante la audiencia general de este miércoles. El Santo Padre renovó en San
Pedro del Vaticano el acto con el que confió a la humanidad al Corazón
Inmaculado de María el 25 de marzo de 1984, Año Santo de la Encarnación,
respondiendo a lo que había pedido Nuestra Señora de Fátima. Entonces la
humanidad vivía momentos difíciles, de gran preocupación e incertidumbre –
recordó el Obispo de Roma-. Veinte años después, el mundo sigue marcado por
el odio, la violencia, el terrorismo y la guerra. Entre las numerosas víctimas que
la crónica diaria registra, se encuentran muchas indefensas e inocentes...”.
En el primer trimestre de 2004-El periódico “L‟appel de Notre Dame,
apostolat mondial de Fatima”. Publicó en su artículo “86 años después de la
primera aparición de Nuestra Señora del Sto. Rosario”: “sabemos todo lo que el
Papa San Juan Pablo II, después de su elección en 1978, a intentado para
responder al deseo de Nuestra Señora, pero sabemos también los impedimentos
repetidos encontrados y la falta de participación de los obispos al Acto de
Consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María, el cual debía aportar
la paz a las Naciones, así como el regreso a la Unidad, con todo lo que eso
implica para la vida futura de la Santa Iglesia y la renovación espiritual de los
hombres”60
60. Cf. Parte de esta cronología a sido tomada de “El Mensajero de Fátima”; toda la verdad sobre la
desobediencia de los Papas en hacer la Consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María Santísima, como
la misma Santísima Virgen lo profetizó el 13 de julio de 1917 en Fátima, y como lo pedió a Sor Lucía, el 13 de
junio de 1929, en Tuy, con sus funestas consecuencias, se puede encontrar en los libros: “El Cuarto Secreto de
II. III. 5. La misión de Sor Lucía
El 13 de febrero de 2005- Muere Sor
Lucía en el convento de las hermanas
carmelitas en Coimbra (Portugal), a la edad
de 97 años; muere sin ver la Consagración de
Rusia, y por tanto, sin ver hecho realidad el
pedido de la Santísima Virgen María; su
misión la continuará ahora desde el Cielo,
desde allí intercederá por el triunfo definitivo
de la Santa Iglesia Católica sobre el mundo.
Que solo se dará cuando el Santo Padre, en
unión con todos los obispos católicos del
mundo, haga la Consagración de Rusia al
Corazón Inmaculado de María Santísima61
.
En la segunda aparición, cuando Sor Lucía había pedido a Nuestra Señora
de llevarla al Cielo, a ella y a sus primos, la Santísima Virgen había respondido:
“Sí, a Jacinta y a Francisco los llevaré pronto. Pero a ti, tú te quedarás aquí
todavía algún tiempo. Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y
hacerme amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón
Inmaculado...”. ¿Y me quedaré aquí sola? Había preguntado la pequeña, toda
triste. “¡No, hija mía!... . ¿Esto te entristece mucho?... . ¡No te desanimes! Yo
nunca te abandonaré... . ¡Mi Corazón Inmaculado será tu refugio, y el camino
que te conducirá hasta Dios!”.
El triple triunfo del Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen
María:
“El Santo Padre me consagrará Rusia”.
“Que se convertirá”.
“Y será dado al mundo algún tiempo de paz”62
Fátima”, del periodista italiano Antonio Socci, y “El Secreto todavía Ocultado”, del abogado católico y escritor
Christopher A. Ferrara 61
. Cf. Sor Lucía muere sin ver hecha la Consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen
María; ver: Lista Cronológica de los Papas. 262. San Juan Pablo II. Págs. 153-155, en mayo de 1936 el
Sagrado Corazón de Jesús se aparece a Sor Lucía y ella le preguntó por qué quería la Consagración de Rusia al
Inmaculado Corazón de María, nuestro señor le contestó: “porque quiero que toda mi Santa Iglesia reconozca
esta Consagración como un triunfo del Corazón Inmaculado de mi Santísima Madre, con el fin de extender
luego su culto y poner la devoción al Corazón Inmaculado junto a la devoción a mi Divino Corazón”; ver:
Cronología de una Desobediencia. Mayo de 1936. Págs. 541-542 62
. Cf. Testimonios sobre las Apariciones de Fátima. P. Juan de Marchi. M C. Imprimátur del Obispo de Leiria,
del 26 de abril de 1966. Ed. Missōes Consolata. Cova da Iria. Portugal. 1966. Pág. 293; este triunfo no se ha
dado, estos dos hechos lo confirman claramente: 1) El 25 de abril de 2005 el Papa Benedicto XVI, en un llamado
a las religiones no cristianas, dice: “el mundo en el que vivimos está a menudo marcado de conflictos, violencia y
guerra, pero es necesario la construcción de la paz que es un don de Dios y por la cual continuaremos a orar sin
detenernos”. 2) El periodico italiano “Il Corriere della Sera”, del 26 de abril de 2005, publica en su página 10 un
artículo titulado: “el Confronto entre las Creencias”, que dice: “son tres los motivos de tensión entre católicos y
ortodoxos rusos. Moscú acusa a Roma de proselitismo, de ingerencia de los católicos de rito griego en Oriente y
de desiguldad entre ortodoxos y católicos de rito griego en Ucrania. Por esto el Papa Juan Pablo II jamás pudo
visitar Rusia”; el Papa Francisco, el 13 de octubre de 2013, hace un acto de confianza del mundo a la Virgen
Sor Lucía de Fátima
II. III. 6. La devoción de los Cinco primeros Sábados de Mes
El mensaje de Fátima no quedó definitivamente cerrado con el ciclo de
apariciones de Cova de Iría, en 1917. El 10 de diciembre de 1925, Nuestra
cariñosa Madre, teniendo a su lado al Niño Jesús y sobre una nube luminosa, se
apareció a la Hermana Lucía (como Ella les había prometido el 13 de mayo de
1917), la única sobreviviente de aquellos que vieron a Nuestra Señora en Fátima;
en su celda del Convento de Doroteas en Tuy (España). Poniéndole su mano en
el hombro, le mostró un Corazón que tenía en la otra mano, rodeado de espinas.
Al mismo tiempo le dijo el Niño: “ten pena del Corazón de tu Santísima
Madre, que está rodeado con las espinas que los hombres ingratos
constantemente le clavan, sin quien le haga un acto de reparación para
quitárselas”. Enseguida le dijo la Santísima Virgen estas palabras llenas de
angustia:
“Mira, hija Mía, Mi Corazón rodeado de espinas que los hombres
ingratos en cada momento me clavan con sus blasfemias y sus ingratitudes.
Tú, al menos, haz por consolarme, y di a todos aquellos que durante Cinco
Meses, en el Primer Sábado: 1) Se confiesen. 2) Reciban la Sagrada
Comunión. 3) Recen los cinco misterios del Santo Rosario (Gozosos). 4) Me
María (pero no hace la Consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María santísima), en la Plaza de San
Pedro en Roma, delante de la estatua de Nuestra Señora de Fátima, traída desde el santuario de Portugal, se
dirigió a la Santísima Virgen María con estas palabras: "acoge con tu benevolencia de Madre el acto de
confianza que hoy hacemos con Fe, congrega a todos nosotros bajo tu protección y condúcenos a todos a tu Hijo
querido, Nuestro Señor Jesucristo";; ver: El Testimonio de Sor Lucía. ¡Rusia se convertirá! 13 de julio de
1917. Págs. 530-532
acompañen durante 15 minutos meditando sobre los misterios del Santo
Rosario (Luminosos, Dolorosos y Gloriosos). 5) Con el fin de desagraviarme.
Yo prometo asistirles en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias
para su salvación”.
Nota: la confesión se puede hacer durante los ocho días antes o después de
recibir la Santa Comunión; el Santo Rosario (cinco decenas, que corresponden a
los misterios del día sábado: gozosos) se puede rezar a cualquier hora del día; y
la meditación durante quince minutos de los otros quince misterios (luminosos,
dolorosos y gloriosos) se puede hacer en cualquier momento del día también63
.
¿Por qué cinco?
Cuando la Hermana Lucía, en oración, pregunta a Nuestro Señor
Jesucristo, el por qué de los Cinco Primeros Sábados de Mes, Él le respondió con
estas palabras:
“Hija Mía, el motivo es sencillo. Cinco son las clases de ofensas y de
blasfemias proferidas contra el Corazón Inmaculado de Mi Madre Santísima:
Las ofensas y las blasfemias contra Su Inmaculada Concepción.
Las ofensas y las blasfemias contra Su Virginidad Perpetua.
Las ofensas y las blasfemias contra Su Maternidad Divina, rehusándose
al mismo tiempo recibirla como la Madre de los hombres.
El tratar de infundir en el corazón de los niños la indiferencia, el
desprecio y hasta el odio hacia esta Inmaculada Madre.
Los ultrajes dirigidos a Ella en Sus sagradas imágenes”64
II. IV. Breve Examen Crítico del “Novus Ordo Missae”
II. IV. 1. Carta de los cardenales Ottaviani y Bacci al Papa San
Pablo VI
“Santísimo Padre,
Después de haber examinado y haber hecho examinar el nuevo Ordo
Missae preparado por los expertos “Comité para la Aplicación de la
Constitución sobre la Liturgia”, después de haber reflexionado largamente y
rezado, sentimos el deber, delante de Dios y delante de Vuestra Santidad, de
exprimir las siguientes consideraciones:
63. Nota de los Autores; cf. Ver: El Santo Rosario. Los Misterios del Santo Rosario. Págs. 443-446
64. Cf. Texto tomado de: El Centro de Fátima. R. Arulappa, arzobispo emérito de Madras-Mylapore. India.
Imprimátur Geraldo Scarpone OFM. Obispo de Comayagua. Honduras. 13 de julio de 1999
1. Como le prueba suficientemente el examen crítico adjunto, si breve que
él sea, obra de un grupo de liturgistas y de pastores de almas, el nuevo Ordo
Missae, si se le consideran los elementos nuevos, susceptibles de apreciaciones
fuerte diversas, que ahí parecen sobreentendidos o implicados, se aleja de
manera impresionante del conjunto como del detalle, de la teología católica de
la Santa Misa, tal que ella ha sido formulada en la sesión XX del Concilio de
Trento, el cual, fijando definitivamente los “cánones” del rito, elevó una barrera
infranqueable contra toda herejía que podría atentar contra la integridad del
Misterio.
2. Las razones pastorales avanzadas para justificar tan grave ruptura,
aún si ellas tenían el derecho de subsistir enfrente de razones doctrinales, no
parecían suficientes. Tantas novedades aparecen dentro del nuevo ORDO
MISSAE, y en revancha tantas cosas eternas ahí se encuentran relegadas a un
lugar inferior o a otro lugar, -si encuentran ahí mismo todavía un lugar-, que
podría encontrarse reforzado y cambiado en certitud de la duda, que
desgraciadamente se insinúa en muchos medios, según el cual verdades siempre
creídas por el pueblo cristiano podrían cambiar o ser pasadas en silencio sin
que hubiera infidelidad al depósito sagrado de la doctrina al cual la Fe católica
está unida por la eternidad. Las recientes reformas han mostrado
suficientemente que nuevos cambios dentro de la liturgia no podrán hacerse sin
conducir al desasosiego, el más total, de los fieles, quienes manifiestan ya que
les son insoportables y disminuyen incontestablemente su Fe. Dentro de la mejor
parte del clero eso se nota por una crisis de conciencia torturante de la cual
nosotros tenemos testimonios innombrables y cotidianos.
3. Nosotros estamos seguros que estas consideraciones, directamente
inspiradas de aquello que escuchamos de los Pastores y del rebaño, encontrarán
un eco en el corazón paternal de Vuestra Santidad, siempre tan profundamente
preocupado de las necesidades espirituales de los hijos de la Santa Iglesia.
Siempre los sujetos, por el bien de los cuales es hecha la ley, han tenido el
derecho y más que el derecho, el deber, si la ley se revela toda al contrario
nociva, de pedir al legislador, con una confianza filial, su abrogación.
Por esto suplicamos insistentemente a Vuestra Santidad de no querer que
–en un momento donde la pureza de la Fe y la unidad de la Santa Iglesia sufren
de tan crueles laceraciones y de los peligros siempre mayores, que encuentran
cada día un eco afligido dentro de las palabras del Padre común- nos sea dada
la posibilidad de continuar recurriendo al íntegro y fecundo Misal romano de
San Pío V, tan alabado por Vuestra Santidad y tan profundamente venerado y
amado del mundo católico entero”.
Cardenal Ottaviani Cardenal Bacci
II. IV. 2. Breve Examen Crítico
1. El Sínodo episcopal convocado en Roma en el mes de octubre de 1967.
Tenía a pronunciar un juicio sobre la celebración experimental de una
Misa dicha “Misa Normativa”. Esta Misa había sido elaborada por el Consilium
ad exequendam Constitutionem de Sacra Liturgia (Comité por la aplicación de la
Constitución conciliar sobre la liturgia).
Una tal Misa provocó la más grave perplejidad en medio de los miembros
del Sínodo: una viva oposición (43 non placet), numerosas y sustanciales
reservas (62 juxta modum), y, 4 abstenciones, sobre un total de 187 votantes.
La prensa internacional de información habló de un “rechazo” del Sínodo.
La prensa de tendencia innovadora pasó el suceso bajo silencio. Un periódico
conocido, destinado a los obispos y expresando su enseñanza, resumió el nuevo
rito en estos términos:
“Se quiere hacer tabla rasa de toda la teología de la Santa Misa. En
sustancia, se aproxima a la teología protestante que ha destruido el Santo
Sacrificio de la Misa”.
Dentro del nuevo Ordo Missae promulgado por la Constitución
Apostólica Missale romanum del 3 de abril de 1969, se encuentra idéntica en su
sustancia la “misa normativa”. Ello no parece que, dentro del intervalo, las
Conferencias episcopales en tanto que tales hayan sido contadas en ese asunto.
“El Canon romano, tal que él es Hoy, remonta a San
Gregorio el Grande, rechazar ese Canon equivaldría, de
la parte de la Iglesia romana, a renunciar para siempre
a la Pretensión de representar la verdadera Santa
Iglesia Católica”
La Constitución Apostólica Missale romanum afirma que el antiguo Misal
promulgado por San Pío V (Bulla Quo primum tempore , del 19 de julio de
1570)65
, -pero que remonta en gran parte a San Gregorio el Grande y mismo a
una antigüedad más alta- fue durante cuatro siglos la norma de la celebración del
Sacrificio para los sacerdotes de rito latino. La Constitución Missale romanum
agrega que dentro de ese Misal, difundido en toda la tierra, “innumerables Santos
encontraron el alimento sobreabundante de su piedad hacia Dios”.
Y, sin embargo, la reforma que quiere poner ese Misal definitivamente
fuera del uso hubiera sido emitida necesaria, según la misma Constitución, “a
partir del momento donde comenzó a difundirse más dentro del pueblo cristiano
y a consolidarse el gusto de una cultura litúrgica de la cual convenía sostener el
fervor”.
Esta última afirmación encierra, de toda evidencia, una grave
equivocación.
Si en efecto el pueblo cristiano expresó su deseo, eso fue cuando –
principalmente bajo el impulso de San Pío X- él se dedicó a descubrir los tesoros
auténticos e inmortales de su liturgia. Nunca, absolutamente nunca, el pueblo
cristiano no ha pedido que, por hacerla mejor comprender, se cambie o se mutile
la liturgia. Lo que él ha pedido a mejor comprender, es la única, es la
incambiable liturgia, que jamás él no hubiera querido ver cambiar.
El Misal romano de San Pío V era muy querido al corazón de los
católicos, quienes, sacerdotes o laicos, lo veneraban religiosamente. No se ve en
qué el uso de ese Misal, acompañado de una iniciación apropiada, podría hacer
obstáculo a una mayor participación y a un mejor conocimiento de la liturgia
sagrada; no se ve por qué, todo reconociéndole de tan grandes méritos, como
hace la Constitución Missale romanum, no se le ha estimado más apto para
continuar alimentando la piedad litúrgica del pueblo cristiano.
Así pues, el Sínodo episcopal había rechazado esa “Misa Normativa” que
es hoy retomada en sustancia e impuesta por el nuevo Ordo Missae. Este no ha
sido jamás sometido al juicio colegial de las Conferencias episcopales. Jamás el
pueblo cristiano (y sobre todo en las misiones) ha querido una tal reforma de la
Santa Misa. No se llega de esta manera a discernir los motivos de la nueva
legislación que arruina una tradición de la cual la Constitución Missale romanum
ella misma reconocía que es incambiable después del siglo IV o el siglo V.
En consecuencia, no existiendo los motivos de una tal reforma, ella
aparece desprovista del fundamento razonable que, justificándola, la haría
aceptable al pueblo cristiano.
El Concilio había bien exprimido, en el número 50 de su Constitución
sobre la liturgia, el deseo, que las diferentes partes de la Santa Misa, fueran
reordenadas “de tal suerte que la razón propia de cada una de sus partes así que
sus conexiones mutuales aparezcan más claramente”. Vamos a ver cómo el
nuevo Ordo Missae responde a esos votos, de los cuales podemos decir que no
queda, en hecho de ello, ningún recuerdo.
El examen detallado del nuevo Ordo Missae revela cambios de una tal
portada que ellos justifican sobre él el mismo juicio que sobre la “Misa
Normativa”.
65. Cf. Ver: La Bulla Quo primum tempore. Págs. 316-319
El nuevo Ordo Missae como la “Misa Normativa”, es hecho para
contentar sobre muchos puntos a los más modernistas de los protestantes.
2. Comencemos por la definición de la Santa Misa.
Ella es dada en el número 7 del segundo capítulo del Institutio generalis.
Este capítulo es titulado: “la estructura de la Misa”.
Aquí la definición:
“La Cena dominical es la sinaxis (asamblea religiosa) sagrada o el
agrupamiento del pueblo de Dios reuniéndose bajo la presidencia del sacerdote
para celebrar el memorial del Señor. Por esto vale, para la asamblea local de la
Santa Iglesia, la promesa de Cristo: “allí donde dos o más estén reunidos en mi
nombre, yo estaré en medio de ellos”66
.
La definición de la Santa Misa es pues, reducida a aquélla de una “cena”:
y esto reaparece continuamente (en los números 8, 48, 55, 56 del Institutio
generalis).
66. San Mateo XVIII, 20
La Santa Misa es un verdadero Sacrificio visible y no
una representación simbólica: “Nuestro Señor Jesucristo
quiso dejar a la Santa Iglesia un Sacrificio visible..., donde
estaría presente el Sacrificio sangriento que iba a
cumplirse una sola Vez sobre la Cruz..., desde el cual la
Virtud salvadora se aplicaría a la Redención de los
Pecados que cometemos cada Día”
Concilio de Trento. Sesión XXII. Can. I
Esta “cena” es por otro lado caracterizada como siendo aquélla de la
asamblea presidida por el sacerdote; aquélla de la asamblea reunida a fin de
realizar “el memorial del Señor”que recuerda lo que Él hizo el Jueves Santo.
Todo eso no implica ni la Presencia real, ni la realidad del Sacrificio, ni el
carácter sacramental del sacerdote quien consagra, ni el valor intrínseco del
Sacrificio eucarístico independientemente de la presencia de la asamblea67
.
En una palabra, esta nueva definición no contiene ninguna de las
afirmaciones dogmáticas que son esenciales a la Santa Misa y que constituyen la
verdadera definición. La omisión, en un tal lugar, de esas afirmaciones
dogmáticas, no puede ser que voluntaria.
Una tal omisión voluntaria significa su “sustitución” y, al menos en
práctica, su negación.
Dentro de la segunda parte de la nueva definición, se agrava todavía más
la equivocación. Ahí se afirma en efecto que la asamblea en la cual consiste la
Misa realiza “evidentemente” la promesa de Cristo: “allí donde dos o más estén
reunidos en mi nombre, yo estaré en medio de ellos”68
.
Esta promesa concierne formalmente la presencia espiritual de Cristo en
virtud de la gracia.
En suerte que el encadenamiento y la continuación de las ideas, dentro del
número 7 del Institutio generalis, induce a pensar que esta presencia espiritual de
Cristo, a la intensidad cerca, es, cualitativamente homogénea a la presencia
sustancial, propia al Sacramento de la Eucaristía.
La nueva definición del número 7 es inmediatamente seguida al número 8,
por la división de la Santa Misa en dos partes:
- Liturgia de la palabra;
- Liturgia eucarística.
Esta división es acompañada por la afirmación que la Santa Misa
comporta la Preparación:
- De la “tabla de la palabra de Dios”;
- De la “tabla del Cuerpo de Cristo”.
A fin que los fieles sean “enseñados y restaurados”.
Hay ahí una asimilación de dos partes de la liturgia, como si se tratara de
dos signos de igual valor simbólico. Asimilación que es absolutamente ilegítima.
Ahí volveremos más adelante.
El Institutio generalis, que constituye la introducción del nuevo Ordo
Missae, emplea para designar la Santa Misa numerosas expresiones que serían
todas aceptables relativamente. Ellas son todas a rechazar si se les emplea –como
ellas lo son- separadamente y en absoluto: cada una adquiriendo una portada
absoluta del hecho que ella es empleada separadamente.
Aquí algunas de ellas:
- “Acción de Cristo y del pueblo de Dios”.
- “Cena del Señor”.
- “Comida pascual”.
- “Participación común en la mesa del Señor”.
- “oración eucarística”.
- “Liturgia de la palabra y liturgia eucarística”. Etc.
67. Cf. Concilio de Trento. Sesión XXII
68. San Mateo XVIII, 20
Es manifiesto que los autores del nuevo Ordo Missae han puesto el
acento de manera obsesionable, sobre la cena y sobre la memoria que de ella se
hace, y no sobre la renovación (no sangrienta) del Sacrificio de la Cruz.
Se debe observar también que la fórmula: “memorial de la Pasión y de la
Resurrección del Señor”, no es exacta. La Santa Misa se refiere formalmente al
solo Sacrificio, que es, en sí, redentor; la Resurrección es de eso el fruto.
Nosotros veremos más adelante con qué coherencia sistemática, dentro de la
misma fórmula consagratoria y en general en todo el nuevo Ordo Missae, las
mismas equivocaciones son renovadas y repetidas con insistencia.
3. Vengamos ahora a las finalidades de la Santa Misa: a saber su
finalidad última, su finalidad próxima y su finalidad emanante.
a) Finalidad última: el fin último de la Santa Misa consiste en que ella es
un Sacrificio de alabanza a la Santísima Trinidad, -conformemente con la
intención primordial, declarada por Cristo mismo: “entrando en el mundo dice:
Tú no has querido ni víctima ni oblación, pero Tú me as formado un cuerpo.
Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: he
aquí que vengo -así está escrito de Mí en el rollo del Libro- para hacer, oh
Dios, tu voluntad”69
.
Esta finalidad última y esencial, el nuevo Ordo Missae la hace
desaparecer:
- Primeramente, del Ofertorio, donde no figura más la oración “Suscipe
Sancta Trinitas (o Suscipe Sancte Pater)”.
- Segundamente, de la conclusión de la Santa Misa, que no contiene más el
“Placeat tibi Sancta Trinitas”.
69. Hebreos X, 5; cf. Salmo XL, 7-9
La Santa Misa es un Sacrifico de Alabanza a la Santísima Trinidad, un
Sacrificio propiciatorio y primordialmente un Santo Sacrificio
- Terceramente, del Prefacio: ya que el Prefacio de la Santísima Trinidad
no será más pronunciado que una vez al año.
b) Finalidad próxima: el fin próximo de la Santa Misa consiste en que
ella es un Sacrificio propiciatorio70
.
Esta finalidad es comprometida ella también: cuando la Santa Misa opera
la remisión de los pecados, tanto para los vivos como para los muertos, el nuevo
Ordo Missae pone el acento sobre la comida y la santificación de los miembros
presentes de la asamblea.
Nuestro Señor Jesucristo instituyó el Sacramento durante la Última Cena y
se puso desde entonces en estado de víctima para unirnos a su estado de víctima,
es por eso que esta inmolación precede la manducación o comunión eucarística y
encierra plenamente el valor redentor que proviene del Sacrificio sangriento. La
prueba de esto es que se puede asistir a la Santa Misa sin comulgar
sacramentalmente.
c) Finalidad emanante: el fin de la Santa Misa consiste en que ella es
primordialmente un Santo Sacrificio.
Ello es esencial al Sacrificio, cualquiera que sea la naturaleza, de ser
agradable a Dios, esto quiere decir, de ser aceptado como Sacrificio.
En el estado de pecado original, ningún sacrificio no sería, en derecho,
aceptable a Dios. El solo Sacrificio que puede y debe en derecho ser aceptado es
aquél de Nuestro Señor Jesucristo. También sería esto eminente conveniencia
que el Ofertorio remitió de entrada el Sacrificio de la Santa Misa al Sacrificio de
Cristo.
Pero el nuevo Ordo Missae desnaturaliza la ofrenda degradándola. Él la
hace consistir en una suerte de intercambio entre Dios y el hombre: el hombre
aporta el pan y Dios lo cambia en pan de vida; el hombre aporta el vino, y Dios
lo hace bebida espiritual: “Tú eres bendito, Señor Dios del universo, porque de
tu liberalidad hemos recibido el pan (o: el vino) que te ofrecemos, fruto de la
tierra (o: de la viña) y del trabajo del hombre, de donde provienen para nosotros
el pan de vida (o: la bebida espiritual)”.
Hay necesidad de señalar que las expresiones “pan de vida” (panis vitae)
y “bebida espiritual” (potus spiritualis) son absolutamente indeterminadas: ellas
pueden significar cualquier cosa. Nosotros encontramos aquí la misma
equivocación capital que dentro de la definición de la Santa Misa: en la
definición, en referencia a la presencia espiritual de Cristo en medio de los
suyos; aquí, el pan y el vino son cambiados espiritualmente: no se precisa más
que ellos lo son sustancialmente.
Dentro de la preparación de las oblatas71
, un juego parecido de
equivocaciones es realizado por la supresión de las dos admirables oraciones:
- Deus qui humanae substantiae... .
- Offerimus tibi, Domine... .
La primera de estas dos oraciones declara: “oh Dios que has creado la
naturaleza humana de una manera admirable y que de una manera más
70. Cf. Propiciatorio: que tiene la virtud de hacer a Dios propicio por una expiación, procurando el perdón de las
faltas 71
. Cf. Oblata: el pan y el vino llevados sobre el altar para ser consagrados
admirable todavía la has restaurado dentro de su primera dignidad”. Esto es
una evocación de la antigua condición de inocencia del hombre y de su
condición actual de redimido por la Sangre de Cristo; es una recapitulación
discreta y rápida de toda la economía72
del Sacrificio después de Adán hasta el
tiempo presente.
La segunda de estas dos oraciones, que es el final del Ofertorio, se expresa
sobre el modo propiciatorio; ella pide que el cáliz se eleve cum odore suavitatis
en presencia de la Majestad Divina a la cual se le implora la clemencia; ella
menciona maravillosamente esta misma economía del Sacrificio.
Estas dos oraciones son suprimidas dentro del nuevo Ordo Missae.
Suprimir así la referencia permanente a Dios que aclaraba la oración
eucarística, es “suprimir toda distinción entre el Sacrificio que procede de Dios
y aquél que viene del hombre”.
Si se destruye así la llave de la bóveda, se es bien forzado de fabricar
andamiajes de reemplazo: si se suprime las finalidades verdaderas de la Santa
Misa, se es bien forzado de inventar misas imaginarias. He aquí, así pues, gestos
nuevos para mencionar la unión entre el sacerdote y los fieles, y aquélla de los
fieles entre ellos; he aquí la superposición, destinada a hundirse dentro de lo
grotesco, ofrendas hechas por los pobres y por la Santa Iglesia a la ofrenda de la
Hostia destinada al Sacrificio.
Por esta confusión la singularidad primordial de la Hostia destinada al
Sacrificio es borrada; de manera que la participación a la inmolación de la
Víctima devendrá una reunión de filántropos o un banquete de beneficencia.
4. Consideremos ahora la esencia del Sacrificio dentro del nuevo Ordo
Missae.
El misterio de la Cruz no es más mencionado de manera explícita. Él es
disimulado a la asamblea de los fieles. Esto resulta de numerosos dispositivos de
los cuales he aquí los principales.
a) El sentido dado a la denominada “oración eucarística”. El número 54 (in fine) del Institutio generalis declara:
“El sentido de la oración eucarística consiste en lo que toda la asamblea
de los fieles se une al Cristo para confesar las grandezas de Dios y ofrecer el
Sacrificio”.
¿De cuál Sacrificio se trata?
¿Quién es aquél que ofrece el Sacrificio?
Ninguna respuesta a estas preguntas.
El mismo número 54 da comenzando, una definición de la “oración
eucarística”:
“He aquí que comienza lo que constituye el centro y la cumbre de toda la
celebración, la Oración eucarística, o oración de acción de gracias y de
santificación”.
Se puede ver: los efectos son así, sustituidos a la causa. De la causa, no se dice una sola palabra. La mención explícita de la
finalidad última de la Santa Misa, que se encuentra dentro del Suscipe que se le
72. Cf. Economía: en sentido religioso es el conjunto ordenado y harmonioso de las disposiciones tomadas por la
Providencia para realizar la redención y la salvación del hombre
ha suprimido, no es remplazada por nada. El cambio de fórmula revela el cambio
de doctrina.
b) La eliminación del rol desempeñado por la Presencia Real dentro
de la economía del Sacrificio.
La razón por la cual el Sacrificio no es más mencionado explícitamente es
que se le ha suprimido el rol central de la Presencia real.
Este rol central es puesto en una luz resplandeciente dentro de la liturgia
eucarística del Misal romano de San Pío V.
Dentro del Institutio generalis al contrario, la Presencia real no es
mencionada que una sola vez, dentro de una nota (nota 63 en el número 241),
¡que es la única citación del Concilio de Trento!
Esta mención se reporta en otro lugar a la Presencia real en tanto que
alimento. Pero no hay en ninguna parte alguna alusión a la Presencia real y
permanente de Cristo con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad dentro
de las especies transustanciadas. La palabra misma transustanciación no figura
en ninguna parte.
La supresión de la invocación de la Tercera Persona de Santísima Trinidad
(Veni Sanctificator), para que ella descienda sobre las oblatas como antaño ella
descendió al seno de la Santísima Virgen para cumplir el milagro de la Divina
Presencia, se registra dentro de este sistema de negaciones tácitas, de
desintegración en cadena de la Presencia real.
“En primer Lugar, el Santo Concilio enseña y confiesa abiertamente y
absolutamente que, dentro del Augusto Sacramento de la Santa Eucaristía,
Nuestro Señor Jesucristo verdadero Dios y verdadero Hombre está presente
realmente y sustancialmente bajo las Apariencias sensibles del Pan y el Vino
después de la Consagración”
Concilio de Trento
Finalmente es imposible de no notar la abolición o la alteración de los
gestos por los cuales se expresa espontáneamente la Fe en la Presencia real. El
nuevo Ordo Missae elimina:
- Las genuflexiones de las cuales el número es reducido a tres para el
sacerdote celebrante, y a una sola (no sin excepciones) para la asistencia, en el
momento de la Consagración.
- La purificación de los dedos del sacerdote encima del cáliz y dentro del
cáliz.
- La preservación de todo contacto profano para los dedos del sacerdote
después de la Consagración.
- La purificación de los vasos sagrados, que puede ser diferida y hecha
fuera del corporal.
- La palia protegiendo el cáliz.
- La doradura interior de los vasos sagrados.
- La consagración del altar móvil.
- La piedra sagrada y las reliquias puestas sobre el altar cuando éste es
móvil, o cuando se utiliza simplemente una mesa para una celebración fuera de
un lugar sagrado (esta última cláusula instaura en derecho la posibilidad de
“eucaristías domésticas” en las casas particulares).
- Los tres manteles del altar, reducidos a uno solo.
- La acción de gracias de rodillas (remplazada por un grosero
agradecimiento del sacerdote y de los fieles sentados, dando como resultado la
comunión de pie).
- Las prescripciones concerniendo el caso donde una Hostia consagrada
cae en el suelo, reducidas en el número 239 a un “reverenter accipiatur” casi
sarcástico.
Todas estas supresiones no hacen que aumentar de manera provocante el
rechazo implícito del dogma de la Presencia real.
c) El rol designado al altar principal. El altar es casi siempre designado con la palabra “mesa”: “el altar o mesa
dominical, que es el centro de la liturgia eucarística” (cf. Números 49 y 262). Se
estipula que el altar debe estar separado de las paredes para que se le pueda dar
la vuelta y que la celebración pueda hacerse cara al pueblo (número 262). Se
precisa que él debe estar en el centro de la asamblea de los fieles, a fin que la
atención se lleve hacia él (ibíd). Pero la comparación del número 262 y del
número 276 excluye exactamente que el Santísimo Sacramento pueda ser
conservado sobre el altar mayor. Esto consagrará una irreparable dicotomía entre
la Presencia del Soberano Sacerdote dentro del sacerdote celebrante y ésta
misma Presencia realizada sacramentalmente. Antes, esto era una única
Presencia73
.
En adelante, se recomienda de conservar el Santísimo Sacramento a parte,
en un lugar favorable a la devoción privada de los fieles, como si se tratara de
una reliquia.
Así lo que atraerá inmediatamente la mirada cuando se entrará dentro de
una iglesia, no será más el Tabernáculo, sino una mesa despojada y desnuda. Se
73. Cf. “Separar el tabernáculo del altar, es separar dos cosas que deben permanecer unidas por su origen y su
naturaleza”. Pío XII. Alocución al Congreso de liturgia. 18-23 de septiembre de 1956
opone otra vez todavía “piedad litúrgica y piedad privada”, se levanta altar
contra altar.
Se recomienda con insistencia de distribuir a la comunión, las hostias que
han sido consagradas en el curso de la misma Misa, y también de consagrar un
pan de dimensión exagerada74
. Para que el sacerdote pueda compartirla con una
parte al menos de los fieles.Es siempre la misma actitud de desprecio hacia el
Tabernáculo como hacia toda piedad eucarística fuera de la Santa Misa; es un
nuevo y violento ataque a la Fe en la Presencia real en tanto que duren las
Especies consagradas.
d) Las fórmula de la Consagración.
La antigua fórmula de la Consagración75
es una fórmula propiamente
sacramental, de tipo intimativo y no de tipo narrativo.
He aquí tres pruebas:
A. El texto del relato de la Santa Escritura no es tomado a la letra. La
inserción paulina: “Mysterium Fidei” es una confesión de Fe inmediata del
sacerdote dentro del misterio realizado por Nuestro Señor Jesucristo dentro de la
Santa Iglesia por medio de su sacerdocio jerárquico.
B. Puntuación y caracteres tipográficos. Dentro del Misal romano de San
Pío V, el texto litúrgico de las palabras sacramentales de la Consagración es
marcado y puesto en evidencia de una manera propia.
El hoc est enim es en efecto separado por un punto a la línea de la
fórmula que lo precede: “... manducatae ex hoc omnes”. Este punto a la línea
marca el paso del modo narrativo al modo intimativo que es propio a la acción
sacramental.
Las palabras de la Consagración dentro del Misal romano, son imprimidas
en caracteres tipográficos mayores, en el centro de la página; muchas veces con
un color diferente.
Todo esto manifiesta que las palabras de la Consagración tienen un valor
propio y, en consecuencia, autónomo.
C. La anamnesis76
del Canon romano se refiere al Cristo en tanto que Él es
operante, y no solamente al recuerdo de Cristo o de la Cena como evento
histórico: haec quotiescumque feceritis, in mei memoriam facietis; en griego:
eis tem emou anamnesin; esto significa: “vueltos hacia mi memoria”. Esta
expresión no invita simplemente a recordarse de Cristo o de la Cena: es una
invitación a rehacer lo que Él hizo, de la misma manera que Él lo hizo el Jueves
Santo.
A esta fórmula tradicional del Misal romano, el rito nuevo sustituye una
fórmula de San Pablo: “hoc facite in meam commemorationem” que será
proclamada cotidianamente en lenguas vernáculas. Ella tendrá por efecto
inevitable, sobre todo dentro de estas condiciones, de desplazar el acento en el
espíritu de los auditores, sobre el recuerdo de Cristo. La “memoria” de Cristo se
74. Cf. El Novus Ordo Missae emplea raramente la palabra hostia, que es de uso tradicional dentro de los libros
litúrgicos, con la significación de víctima. Es siempre la misma voluntad sistemática de poner en evidencia
solamente los aspectos de “cena” y de “alimento” de la Santa Misa 75
. Cf. Ver: ¿Por qué la Santa Misa mejor debe ser en Latín? Págs. 330-333; La Santa Misa tradicional.
Págs. 333-345 76
. Cf. Anamnesis: nombre dado por los liturgistas a la oración que sigue la Consagración. Literalmente:
“recuerdo”
encontrará designada como el término de la acción eucarística, cuando ella es el
principio.
“Hacer memoria de Cristo” no será más que un objetivo humanamente
perseguido. En lugar de la acción real de Orden sacramental, se instalará la idea
de “conmemoración”.
En el nuevo Ordo Missae, el modo narrativo (y no más sacramental) es
explícitamente nombrado dentro de la descripción orgánica de la “oración
eucarística”; en el número 55, por la fórmula: “relato de la institución”, y aún,
en el mismo lugar, por la definición de la anamnesis: “la Iglesia hace memoria
(memoriam agit) de Cristo mismo”.
La consecuencia de todo esto es de insinuar un cambio del sentido
específico de la Consagración. Según el nuevo Ordo Missae, las palabras de la
Consagración serán en adelante formuladas por el sacerdote como una narración
histórica, y no más como afirmando un juicio categórico e intimativo proferido
por Aquél en la persona de quién el sacerdote actúa: HOC EST ENIM CORPUS
MEUM y no hoc est Corpus Chisti.
“Si alguien dice que el Santo Sacrificio de la
Misa no es sino un Sacrificio de Alabanza y de
Acción de Gracias, o una simple
Conmemoración del Sacrificio realizado sobre la
Cruz, pero no un Sacrificio propiciatorio; o que
él no es aprovechable sino para Aquellos que
reciben a Cristo y que no se debe ofrecerlo ni
por los Vivos, ni por los Muertos, ni por los
Pecados, las Penas, las Satisfacciones y otras
Necesidades, que sea Anatema”
Concilio de Trento
Finalmente, la aclamación destinada a la asistencia inmediatamente
después de la Consagración: “anunciamos tu muerte, Señor..., hasta que tú
vuelvas”, introduce, bajo un disfraz escatológico, una ambigüedad
suplementaria sobre la Presencia real. Se proclama en efecto, sin solución de
continuidad, la espera de la venida de Cristo al final de los tiempos, justo en el
momento donde Él ha venido sobre el altar, donde Él es sustancialmente
presente: como si la venida verdadera fuera solamente al final de los tiempos, y
no sobre el altar.
Esta ambigüedad es todavía reforzada en la fórmula de aclamación
facultativa propuesta en el apéndice (n. 2): “cada vez que comemos este pan y
bebemos este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta cuando tu vuelvas”. La
ambigüedad llega aquí al paroxismo, de una parte entre la inmolación y la
manducación, por otra parte entre la Presencia real y la segunda venida de Cristo.
5. Consideremos finalmente, el nuevo Ordo Missae en el punto de vista
de la realización del Sacrificio. Los cuatro elementos que intervienen dentro de esta realización son, por
orden: Cristo, el sacerdote, la Santa Iglesia, los fieles.
a) Situación de los fieles dentro del nuevo rito.
El nuevo Ordo Missae presenta el rol de los fieles como autónomo, lo que
manifiestamente falso. Esto comienza dentro de la definición inicial del número
7: “la Misa es la sinaxis sagrada o concentración del pueblo de Dios”. Esto
continúa por la significación que el número 28 atribuye al saludo que el
sacerdote dirige al pueblo: “el sacerdote, por un saludo, exprime a la comunidad
reunida la presencia del Señor. Por este saludo y por la respuesta del pueblo es
manifestado el misterio de la Iglesia reunida”. ¿Verdadera Presencia de Cristo?
Sí, pero solamente en tanto que asamblea manifestando o solicitando esta
presencia espiritual.
Esto se encuentra generalmente. Es el carácter comunitario de la Santa
Misa que reviene constantemente como una obsesión (números 74 al 152). Es la
distinción hasta el presente entre la Misa con pueblo (cum populo) y la Misa sin
pueblo (sine populo) (números 77 al 231). Es la definición de la “oración
universal u oración de los fieles” (número 45), donde se le destaca otra vez “el
rol sacerdotal del pueblo” (populos sui sacerdotii munus exercens): este
sacerdocio es presentado en este caso como ejerciéndose de manera autónoma,
por la omisión de su subordinación a aquél del sacerdote; y cuando el sacerdote,
consagrado como mediador, se hace el intérprete de todas las intenciones del
pueblo en el Te igitur y en los dos Memento.
Dentro de la “oración eucarística III” (Vere Sanctus, página 123 del
Ordo Missae), se va hasta decirle al Señor: “no dejes de reunir tu pueblo para
que desde la salida del sol hasta su ocaso, una oblación pura sea ofrecida en tu
nombre”. Este “para que” (ut) da a pensar que el pueblo, más bien que el
sacerdote, es el elemento indispensable en la celebración; y como no es más
indicado, aún en este lugar que es la ofrenda, esto es el pueblo mismo que se
encuentra representado como conferido de un poder sacerdotal autónomo.
“Dentro de estas condiciones y según este sistema, no sería raro que bien
pronto el pueblo sea autorizado a reunirse junto al sacerdote para pronunciar
las palabras de la Consagración. En varios lugares, esto es ya un hecho
cumplido”.
b) Situación del sacerdote en el nuevo rito.
El rol del sacerdote es minimizado, alterado, falseado.
Primero: con relación al pueblo. Él es el “presidente” y el “hermano”,
pero él no es más el ministro consagrado celebrando in Persona Christi.
Segundo: con relación a la Santa Iglesia. Él es un miembro entre los otros,
un quidam de populo. En el número 55, dentro de la definición del epíclesis77
, las
invocaciones son atribuidas anónimamente a la Santa Iglesia: el rol del sacerdote
se desvanece.
Tercero: dentro del Confiteor vuelto colectivo, el sacerdote no es así más
juez, testigo e intercesor cerca de Dios. Es lógico que el sacerdote no tenga más a
dar la absolución, que ha sido efectivamente suprimida. El sacerdote es integrado
a los “hermanos”: el acólito que sirve la Santa Misa lo llama así en el Confiteor
de la “Misa sin pueblo”.
Cuarto: ya la distinción entre la comunión del sacerdote y la de los fieles
había sido suprimida. Esta distinción está, sin embargo, cargada de significación.
El sacerdote durante la Santa Misa, actúa in Persona Christi. Uniéndose
íntimamente a la victima ofrecida, de una manera que es propia al Orden
sacramental, eso exprime la identidad del Sacerdote y de la Víctima, identidad
que es propia al Sacrificio de Cristo, y que, manifestada sacramentalmente,
muestra que el Santo Sacrificio de la Cruz y el Santo Sacrificio de la Misa es
sustancialmente el mismo.
77. Cf. Epíclesis: oración de la liturgia eucarística solicitando la acción del Espíritu Santo sobre las oblatas
El Sacerdote uniéndose íntimamente a la Víctima ofrecida, de una manera que
es propia al Orden sacramental, expresa la Identidad del Sacerdote y de la
Víctima; Identidad que es propia al Sacrificio de Cristo, y que manifestada
sacramentalmente, muestra que el Sacrificio de la Cruz y el Santo Sacrificio de
la Misa es sustancialmente el mismo
Quinto: no más una sola palabra en adelante sobre el poder del sacerdote
como ministro del Santo Sacrificio, ni sobre el acto consagratorio que le
pertenece propiamente, ni sobre la realización por su intermediación de la
Presencia eucarística. No se deja más aparecer lo que el sacerdote católico tiene
de más de un ministro protestante.
Sexto: el uso del número de ornamentos es abolido o hecho facultativo: en
ciertos casos el alba y la estola bastan (número 298). Estos ornamentos son
signos de la conformación del sacerdote a Cristo78
: ellos desaparecen. El
sacerdote no se presente más como revestido de todas las virtudes de Cristo; él
no será más que una especie de oficial eclesiástico, apenas distinguido de la
masa por una o dos cintas. El sacerdote será en suma, según la fórmula
involuntariamente humorística de un predicador moderno: “un hombre un poco
más hombre que los otros”79
.
c) Situación de la Santa Iglesia dentro del nuevo rito.
Esto quiere decir: relación de la Santa Iglesia a Cristo.
Dentro de un solo caso, en el número 4, se digna admitir que la Santa Misa
es una “acción de Cristo y de la Santa Iglesia”: es en el caso de la Misa “sin
pueblo”.
En revancha, dentro de la Misa “con pueblo”, no se expresa otro objetivo
que de “hacer memoria de Cristo” y de santificar la asistencia.
78. Cf. Exodo XXVIII, 1-43; ver: El Altar, Vasos Sagrados, Ornamentos y Partes de la Santa Misa. Págs.
326-330 79
. El R. P. Roguet
“Solo los Sacerdotes han recibido el Poder de consagrar la Santa Eucaristía, y de
distribuirla a los Fieles. El Uso de la Santa Iglesia a sido siempre, que el Pueblo
reciba la Sagrada Comunión de Manos de los Sacerdotes, y que los Sacerdotes
comulguen entre Ellos mismos, cuando celebran los Santos Misterios; Uso que
remonta a los Apóstoles y es fundado sobre el Ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo,
quien consagra su Cuerpo adorable y lo presenta a los Apóstoles de sus
propiasManos”
Concilio de Trento
El número 60 declara: “el sacerdote celebrante..., se asocia el pueblo...,
ofreciendo el Sacrificio a Dios Padre por Cristo dentro del Espíritu Santo”. Se
hubiera podido decir: “asociar el pueblo a Cristo, quien se ofrece Él mismo a
Dios Padre...”.
Es dentro de este contexto que se inserta:
- La gravísima omisión del per Christum Dominum nostrum, fórmula que
significa y funda para la Santa Iglesia de todos los tiempos, la seguridad de ser
escuchada: “haré todo lo que pidíereis en mi nombre, para que el Padre sea
glorificado en el Hijo. Si me pedís cualquier cosa en mi nombre Yo lo haré”80
.
- El escatologismo nublado y maniático, dentro del cual la comunicación
de una realidad a la vez actual y eterna: la gracia, es presentada como el fruto de
un progreso a venir.
- El pueblo de Dios es “en marcha”, la Santa Iglesia no es más la Iglesia
militante que combate contra el poder de las tinieblas: Ella es peregrinante hacia
un avenir que no aparece más ligado a lo eterno sino únicamente a lo temporal.
Dentro de la “Oración eucarística IV”, la oración del Canon romano pro
omnibus orthodoxis catholicae fidei cultoribus es reemplazada por una oración
por “todos aquellos que Te buscan de un corazón sincero”.
Igualmente, el Memento de los muertos no menciona más aquellos que son
muertos cum signo fidei et dormiunt in somno pacis (marcados del signo de la Fe
y que duermen del sueño de la paz), sino simplemente “aquellos que son muertos
en la paz de Cristo”. Se les añade el conjunto de los difuntos “de los cuales sólo
tú conoces la Fe”; lo que constituye un nuevo atentado a la unidad de la Santa
Iglesia considerada en su manifestación visible.
Dentro de ninguna de las tres nuevas “oraciones eucarísticas” no figura la
menor alusión al estado de sufrimiento de los difuntos; en ninguna no hay lugar
para una intención particular por ellos: lo que, de nuevo, debilita la Fe en la
naturaleza propiciatoria y redentora del Santo Sacrificio de la Misa.
Un poco por todas partes, varias omisiones desvalorizan el misterio de la
Santa Iglesia profanándolo. Este misterio es desconocido antes que todo en tanto
que jerarquía sagrada. Los ángeles y los Santos son reducidos al anonimato
dentro de la segunda parte del Confiteor colectivo; han desaparecido de la
primera parte como testigos y jueces en la persona de San Miguel Arcángel. Las
diferentes jerarquías angélicas desaparecen también, hecho sin precedentes
dentro del nuevo Prefacio. Dentro de la “Oración eucarística”; desaparece
igualmente, en el “Communicantes”, la memoria de los Santos Pontífices y
Mártires sobre quienes la Iglesia romana permanece fundada, y quienes dieron
origen con San Gregorio a la Santa Misa romana.
Suprimida todavía, dentro del Libera nos, la mención de la Bienaventurada
Virgen María, de los Apóstoles y de todos los Santos: su intercesión y la
intercesión de ellos no es más pedida, aún en los momentos de peligro.
La unidad de la Santa Iglesia esta comprometida finalmente por esto: se ha
empujado la audacia hasta la intolerable omisión dentro de todo el nuevo Ordo
Missae, ahí incluido, en las tres nuevas “oraciones eucarísticas”, los nombres
de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, fundadamento y signo de la universalidad
de la Santa Iglesia. Sus nombres no figuran más que dentro del Comunicantes
del Canon romano.
80. San Juan XIV, 13-14; ibíd. XV, 16; ibíd. XVI, 24
El nuevo Ordo Missae ataca aún al dogma de la Comunión de los Santos,
suprimiendo, cuando el sacerdote celebra sin acólito, todas las salutaciones y la
bendición final; y suprimiendo el Ite Missa est dentro de la Misa sin pueblo con
acólito.
El doble Confiteor al comienzo de la Santa Misa muestra cómo el
sacerdote, revestido de sus ornamentos que lo designan como ministro de Cristo,
e inclinándose profundamente, se reconoce indigno de una tan alta misión,
indigno del tremendum mysterium que él se dispone a celebrar. Después, no
reconociéndose (en el Aufer a nobis) ningún derecho de entrar dentro del Santo
de los Santos, él se recomienda (en el Oremus te, Dómine) a la intercesión y a los
méritos de los Mártires de los cuales el altar contiene las reliquias. Estas dos
oraciones y el doble Confiteor son suprimidos.
Son igualmente profanadas las condiciones que convienen para celebrar el
Santo Sacrificio en cuanto a que él es el cumplimiento de una realidad sagrada:
así, cuando la celebración tiene lugar fuera de una iglesia, el altar puede ser
reemplazado por una simple mesa sin piedra consagrada y sin la presencia de
reliquias (números 260-265).
La desacralización es llevada a su colmo por las nuevas y muchas veces
grotescas modalidades de la ofrenda. La insistencia es puesta sobre el pan
ordinario en lugar del pan ázimo. La facultad es dada a los niños acólitos, y a los
laicos durante la comunión bajo las dos especies, de tocar los vasos sagrados
(número 244). Una inverosímil atmósfera se encontrará creada dentro de la
iglesia: se verá en efecto allí, alternar sin tregua el sacerdote, el diácono, el
subdiácono, el salmista, el comentador (el sacerdote mismo en algunos lugares es
ahora el comentador, puesto que él es invitado a “explicar” continuamente lo
que está haciendo), los lectores hombres y mujeres, los clérigos o los laicos que
acogen los fieles en la puerta de la iglesia y les acompañan a sus puestos, que
hacen la colecta, que aportan las ofrendas, que seleccionan las ofrendas... . Y en
medio de una tal furia de regreso a la Santa Escritura, he aquí, en el número 70,
en oposición formal al Antiguo Testamento como a San Pablo, la presencia de la
mulier idonea, de la “mulier ad hoc”, quien por la primera vez dentro de la
Tradición de la Santa Iglesia será autorizada a leer las lecturas de la Sagrada
Escritura y a cumplir otros “ministerios que son desempeñados por otros fuera de
los miembros del presbyterium”.
Y por último la manía de la concelebración: ella terminará de destruir la
piedad eucarística del sacerdote y de esfumar la figura central de Cristo, único
Sacerdote y única Víctima, y de disolverla dentro de la presencia colectiva de los
concelebrantes.
6. Nos hemos limitado hasta aquí a un breve examen del nuevo Ordo
Missae y de las desviaciones las más graves con relación a la teología de la
Santa Misa.
Las observaciones que hemos hecho tienen sobre todo un carácter típico.
Será necesario un trabajo más amplio para establecer una evaluación completa de
los obstáculos, peligros y elementos espiritualmente y sicológicamente
destructores que contienen el rito nuevo.
Los nuevos cánones -llamados “oraciones eucarísticas”- han sido ya
criticados varias veces y con autoridad. Nosotros no mencionaremos más.
Observemos que la segunda “oración eucarística” había escandalizado
inmediatamente los fieles por su brevedad. Se ha hecho observar entre otras
cosas que esta “Oración eucarística II” puede ser empleada con toda
tranquilidad de conciencia por un sacerdote que no cree más ni en la
transustanciación ni en el carácter sacrificial de la Santa Misa: esta “oración
eucarística” puede muy bien servir para la celebración de un ministro
protestante.
El nuevo Ordo Missae fue presentado a Roma como un “abundante
material pastoral”, como “un texto más pastoral que jurídico”, al cual las
Conferencias episcopales podrían aportar, según las circunstancias,
modificaciones conformes al ingenio y creatividad respectivos de los diferentes
pueblos.
En adelante, la primera sección de la nueva “Congregación por el Culto
Divino” será responsable “de la edición y de la constante revisión de los libros
litúrgicos.
A qué hace eco el boletín oficial de los Institutos Litúrgicos de Alemania,
de Suiza y de Austria escribiendo: “los textos latinos deberán al presente ser
traducidos en las lenguas de los diferentes pueblos; el estilo “romano” deberá
ser adaptado a la individualidad de cada Iglesia local: lo que ha sido concebido
sobre un modo intemporal deberá ser trasladado dentro del contexto movible de
las situaciones concretas, dentro del flujo constante de la Santa Iglesia universal
y de sus numerosas asambleas”.
La Constitución Missale romanum ella misma, oponiéndose a la voluntad
expresa del Concilio Vaticano II, da el golpe de gracia al latín como lengua
universal, afirmando: “dentro de una diversidad tan grande de lenguas se
levantará la misma y única oración de todos...”. La muerte del latín es así dada
como un hecho adquirido. Aquélla del gregoriano resulta inevitablemente: el
gregoriano que, por tanto, el Concilio Vaticano II había reconocido como “el
canto propio de la liturgia romana” y del cual él había ordenado que él guarde
“el primer puesto” (Constitución conciliar sobre la liturgia, número 116). La
libre elección, entre otros, de los textos del Introito y del Gradual termina de
eliminar el canto gregoriano.
El nuevo rito se presenta como pluralista y experimental, y como ligado al
tiempo y al lugar. La unidad de culto siendo así definitivamente destrozada, no
se ve más en qué podrá consistir en adelante la unidad de la Fe que le es
íntimamente ligada y de la cual por lo tanto se continúa de hablar como sustancia
que es necesario defender sin compromisión.
Es evidente que el nuevo Ordo Missae renuncia en hecho a ser la
expresión de la doctrina que el Concilio de Trento a definido como siendo de Fe
divina y católica. Y, sin embargo, la conciencia católica permanece para
siempre ligada a esta doctrina. Por eso resulta que la promulgación del nuevo
Ordo Missae pone a cada católico dentro de la trágica necesidad de elegir.
7. La Constitución “Missale romanum” habla explícitamente de una
riqueza de doctrina y de piedad que el nuevo Ordo Missae prestaría a las
Iglesias de Oriente.
Ese pretendido préstamo tendrá por resultado efectivo de alejar los fieles
del rito oriental: porque la inspiración del rito oriental no es solamente extraña,
ella es totalmente opuesta al espíritu del nuevo Ordo Missae.
¿A qué, en efecto, se reducen esos préstamos que se declaran inspirados
por el ecumenismo?
En sustancia, a la multiplicidad de las anáforas81
, pero no a su disposición
ni a su belleza; a la presencia del diácono; a la comunión bajo las dos especies.
Pero parece bien que se le ha querido eliminar todo lo que, dentro de la
liturgia romana, era lo más próximo de la liturgia oriental; que se ha querido,
renegando el incomparable y inmemorial carácter romano de la liturgia,
renunciar a aquello que le era espiritualmente lo más propio y lo más precioso.
Se ha sustituido a la romanidad elementos que acercan el nuevo Ordo Missae de
ciertos ritos protestantes, y no más aquellos que eran los más próximos del
catolicismo: esos elementos degradan la liturgia romana y alejarán cada vez más
el Oriente, como ya se ha visto con las reformas litúrgicas que inmediatamente
ha precedido el nuevo Ordo Missae.
En revancha, el nuevo Ordo Missae tendrá el favor de los grupos
próximos de la apostasía, quienes, atacándose dentro de la Santa Iglesia a la
unidad de la doctrina, de la liturgia, de la moral y de la disciplina, provocan ahí
una crisis espiritual sin precedentes.
8. San Pío V había concebido la edición del Misal romano como un
instrumento de unidad católica82
.
La Constitución “Missale romanum” ella misma lo recuerda. En
conformidad con las prescripciones del Concilio de Trento, el Misal romano de
San Pío V debía impedir que pudiera introducirse dentro del culto divino alguna
de los errores sutiles por los cuales la Fe estaba amenazada por la Reforma
protestante.
Los motivos de San Pío V eran tan graves que jamás en ningún otro caso
no parecía haber sido más justificada la fórmula ritual y en este caso casi
profético que termina la Bula de promulgación del Misal romano (Quo primum
tempore, del 19 julio de 1570):
“Mas si alguien se atreviere a atacar esto, sabrá que ha incurrido en la
indignación de Dios omnipotente y de los bienaventurados Apóstoles San Pedro
y San Pablo”83
.
Se ha tenido la presunción de afirmar, presentando oficialmente el nuevo
Ordo Missae en la sala de prensa del Vaticano, que las razones alegadas por el
Concilio de Trento no subsisten más.
No solamente ellas subsisten, más aún, nosotros no vacilamos en afirmar
que esto existe hoy infinitamente mucho más graves. Es precisamente para hacer
frente a las insidiosas desviaciones que de siglo en siglo amenazaron la pureza
del depósito recibido84
, y que la Santa Iglesia a elaborado alrededor de este
depósito, las defensas inspiradas de sus definiciones dogmáticas y de sus
decisiones doctrinales85
. Estas definiciones tuvieron sus repercusiones
81. Cf. Anáfora: palabra que quiere decir “ofrenda”: oración eucarística de la Santa Misa de rito griego o de San
Juan Crisóstomo. Casi todos los ritos orientales disponen de varias anáforas 82
. Cf. Ver: Lista Cronológica de los Papas. 225. San Pío V. Págs. 141-142; La Santa Misa tradicional. Págs.
333-345 83
. Cf. Ver: La Bula Quo primum tempore. Págs. 316-319 84
. Cf. I Timoteo VI, 20-21 85
. Cf. El Concilio de Trento, en su sesión XIII (decreto sobre la Santa Eucaristía) declara su intención: “arrancar
hasta la raíz la cizaña de los errores execrables y de los cismas que el hombre enemigo..., a sembrado dentro de
la doctrina de la Fe sobre el uso y el culto de la Santísima Eucaristía, mientras que nuestro Salvador a dejado en
inmediatas dentro del culto, que ha sido progresivamente el monumento el más
completo de la Fe de la Santa Iglesia. Querer a cualquier precio poner en vigor el
culto antiguo rehaciendo fríamente, in vitro, lo que al origen fue la gracia de la
espontaneidad fluyente, es caer dentro de ese arqueologismo insensato
condenado por Pío XII86
. Porque esto equivale, como se le ha visto
desgraciadamente, a desnudar la liturgia de todas las bellezas piadosamente
acumuladas durante los siglos, y de todas las defensas teológicas más que nunca
necesarias en un momento crítico, quizás el más crítico de la historia de la Santa
Iglesia.
Hoy, no es más al exterior, es al interior mismo de la catolicidad que la
existencia de divisiones y de cismas es oficialmente reconocida87
. La unidad de
la Santa Iglesia no es más a estar solamente amenazada: ella está ya trágicamente
comprometida88
. Los errores contra la Fe no son más solamente insinuados: ellos
son impuestos por las aberraciones y los abusos que se introducen dentro de la
liturgia89
.
El abandono de una tradición litúrgica que fue durante siglos el signo y la
prenda de la unidad de culto, su reemplazo por otra liturgia que no podrá ser que
una causa de división por las licencias innombrables que ella autoriza
implícitamente, por las insinuaciones que ella favorece y por sus ataques
manifiestos a la pureza de la Fe: he aquí que aparece, para hablar en términos
moderados, como un incalculable error.
Roma. Corpus Domini 196990
su Santa Iglesia este Sacramento como el símbolo de la unidad y de la caridad en las cuales Él a querido que
todos los cristianos estuvieran unidos y cónyuges entre ellos”; ver: Del Sacramento de la Eucaristía. Págs.
209-225 86
. Cf. Pío XII. Encíclica Mediator Dei: “retornar por el espíritu y el corazón a las fuentes de la liturgia sagrada
es cosa sabia y alabable, porque el estudio de esta disciplina, remontando a sus orígenes, es de una utilidad
considerable para penetrar con más profundidad y cuidado la significación de los días festivos, el sentido de las
fórmulas en uso y de las ceremonias sagradas; pero no es sabio ni alabable de regresar en todas las formas a la
antigüedad. De manera que, por ejemplo, sería salirse de la vía recta de querer darle al altar su forma primitiva
de mesa, de querer suprimir radicalmente los colores litúrgicos: el negro, de excluir de los templos las Santas
Imágenes y las estatuas, de hacer representar el Divino Redentor sobre la Santa Cruz de tal forma que no
aparecen más los sufrimientos agudos que Él ha soportado... . Una tal manera de pensar y de actuar haría
revivir esa excesiva y malsana pasión de las cosas antiguas que excitaba el Concilio ilegítimo de Pistoya, y
despertaría los múltiples errores que fueron al origen de ese falso Concilio y que resultaron, para el mayor daño
de las almas, errores que la Santa Iglesia, guardiana siempre vigilante del depósito de la Fe a Ella confiado
por su Divino Fundador a reprobado con buen derecho” 87
. Cf. Pablo VI. Homilía del Jueves Santo de 1969: “un fermento que es prácticamente aquél del cisma divide,
parcela y destroza la Santa Iglesia” 88
. Cf. Ibíd. “Hay igualmente en medio de nosotros esos cismas y esas divisiones que San Pablo denuncia con
dolor dentro del pasaje del cual acabamos de hacer la lectura” 89
. Cf. Es de notoriedad pública que el Concilio Vaticano II es hoy renegado por aquellos mismos que se
elogiaban de ser los padres. Ellos abandonaron el Concilio decididos a “hacer explotar” el contenido. Al
contrario, el Soberano Pontífice, en el momento de la clausura, declaraba que este Concilio no había introducido
ninguna mutación. Desgraciadamente la Santa Sede, con una prisa inexplicable, ha permitido o animado, por
intermedio del Comité para la aplicación de la Constitución sobre la Liturgia, una infidelidad siempre creciente a
los textos conciliares, infidelidad que va desde modificaciones aparentemente de pura forma (latín, canto
gregoriano, supresión de ritos venerables, etc.) hasta aquéllas que tocan a la sustancia de la Fe y que consagra el
Novus Ordo Missae. Las terribles consecuencias que hemos intentado poner en relieve dentro del presente estudio
han repercutido, de una manera todavía más dramática, dentro del ámbito de la disciplina y dentro de aquél del
magisterio eclesiástico 90
. Cf. Este Breve Examen Crítico del “Novus Ordo Missae”. se ha tomado de una edición de la Fundación
Lumen Gentium. Vauduz. Lichtenstein. 1995, y de la Revista “Itinéraires, cróniques & documents”. Suplemento
Núm. 141. Ed. Dominique Martin Morin. Paris. Francia. 1970; ver: El Modernismo: Encíclica “Pascendi” de
Su Santidad San Pío X. Págs. 484-523; Bibliografía. Sitios de Referencia. Breve Examen Crítico del Novus
Ordo Missae. Pág. 637. Vídeos de referencia. Antigua Liturgia vs Nueva Liturgia. Pág. 638
II. V. Estadística de una pérdida de la Fe católica
CIUDAD DEL VATICANO. Los católicos en el mundo en el año 2002
ascendieron a 1071 millones respecto a los 757 millones de 1978, según datos
del “Anuario Pontificio 2004”, presentado a su Santidad San Juan Pablo II, el 3
de febrero de 2004.
El volumen constata al mismo tiempo la tendencia al aumento de
sacerdotes diocesanos y a la disminución de sacerdotes religiosos al igual que de
religiosas, que ya se viene presentando desde hace algunas décadas.
Según un comunicado del Vaticano que sintetiza algunas de las novedades
de la última edición del “Anuario”, grueso volumen en el que aparecen los
nombres de todos los obispos, miembros de la Curia romana, superiores de
congregaciones y de órdenes religiosas, etc. El número de las personas dedicadas
a la actividad pastoral es de 4’217.572, número ligeramente inferior al del año
anterior (4’270.069).
Durante el año 2003, según estos datos, el Santo Padre ha creado 30
nuevos cardenales y se han nombrado 175 nuevos obispos.
Los datos del volumen, que recoge los datos relativos al año 2002, revelan
que de una población de 6212 millones, los católicos bautizados son 1071
millones, es decir, el 17.2%91
.
El 50% de los católicos, según el “Anuario Pontificio”, está en el
continente americano, el 26.1% en Europa, el 12.8% en África, el 10.3% en Asia
y el 0.8% en Oceanía.
En relación con la población presente, el porcentaje de los católicos es el
siguiente: 62.4% en América, 40.5% en Europa, 26.8% en Oceanía, 16.5% en
África y el 3% en Asia.
Las personas comprometidas en la actividad pastoral son 4’217.572,
distribuidas del siguiente modo: 4695 obispos, 405.058 sacerdotes (de los cuales
267.334 diocesanos), 30.097 diáconos permanentes, 54.828 religiosos no
sacerdotes, 782.932 religiosas (de las cuales 51.371 son monjas de vida
contemplativa), 28.766 miembros de institutos seculares, 143.745 misioneros
laicos y 2’767.451 catequistas.
91. Cf. El número de bautizados es independiente del número de personas que practican verdaderamente la Fe de
la Santa Iglesia Católica y que reciben frecuentemente los sacramentos. La Santa Iglesia Católica sufre en estos
tiempos una crisis de apostasía general, que se refleja en el abandono y rechazo de la práctica de la doctrina
católica por parte de las naciones, y, en el estado de guerra y de violencia en el cual el mundo se encuentra. San
Francisco de Sales afirmaba: “lo que es el sol para la vida natural sobre la tierra, eso mismo es la Santa Misa,
verdadero Sacrificio de Cristo en el Calvario, para la moral y la vida espiritual en general e incluso, dentro de
ciertos límites, dice el Santo, para la vida material en la Santa Iglesia y en el mundo en todo tiempo y momento.
Destruid la Santa Misa, Sacrificio de Cristo, o deformadla y falsificadla, cambiando la idea esencial de
Sacrificio incruento de Cristo que ofrece el sacerdote al Padre, bajo las especies de pan y vino, y veréis cómo la
tierra toda comienza a sufrir desolación, miseria, desastres aunque no se conozcan sus causas, crímenes,
violencia, guerras, accidentes, desastres naturales como inundaciones, terremotos y hambre por doquier,
aumentarán y se multiplicarán en la misma proporción en que el Eterno Sacrificio sea suprimido, deformado o
falsificado. Si falla el Santo Sacrificio de la Misa, el mundo, estará perdido y caminará errante hasta que de
nuevo se encuentre con el auténtico y verdadero Sacrificio de Cristo en el altar”; igualmente el Venerable Papa
Pío XII, refiriéndose al Modernismo, profetizó con estas palabras la pérdida de la Fe católica en estos Últimos
Tiempos: “siento en mi entorno a los innovadores que quieren desmantelar el Sacro Santuario, destruir la llama
universal de la Santa Iglesia, rechazar sus ornamentos, ¡hacerla sentir remordimiento de su pasado heroico!
Bien, estoy convencido que la Santa Iglesia de San Pedro tiene que hacerse cargo de su pasado, o ella cavará su
propia tumba (…). Llegará un día en que el mundo civilizado renegará de su Dios, en el que la Santa Iglesia
dude como dudó San Pedro. Será tentada de creer que el hombre se ha convertido en Dios, que Su Hijo es
meramente un símbolo, una filosofía como tantas otras, y en las iglesias, los cristianos buscarán en vano la
lámpara roja donde Dios los espera, como la pecadora que gritó ante la tumba vacía: ¿dónde lo han puesto?”
Con respecto a la situación de 2001, hay una disminución en el número de
sacerdotes religiosos (de 138.619 en 2001 a 137.724 en 2002).
Ha disminuido ligeramente el número de religiosas y el de catequistas. En
el año 2002 había 112.982 seminaristas, comparados con los 112.244 de 2001, se
puede constatar un aumento del 0.7%. Aumentan los candidatos al sacerdocio en
los continentes, africano (5.8%) y americano (1.4%), mientras que en Europa y
en Asia su número disminuye ligeramente.
El “Anuario Pontificio 2004”, presentado al Papa San Juan Pablo II, es
editado por la Librería Editorial del Vaticano92
.
Según datos del “Anuario Pontificio 2008”, publicado por la Santa Sede el
29 de febrero de 2008, el número de sacerdotes y religiosas en el 2006 cayó en
un 10% respecto al 2005, (7230 sacerdotes en menos)93
.
Según datos del “Anuario Pontificio 2012”, publicado por la Santa Sede el
10 de marzo de 2012, el número de católicos en Suramérica y en Europa en 2010
disminuyó en un 0.2%, y el número de religiosas bajó de 729.371 a 721.935; y
las cifras concernientes a la práctica sacramental revela una gran disminución;
las primeras comuniones y las confirmaciones, en particular, manifiestan
claramente una caida de la práctica del catolicismo en el mundo, en Europa sobre
todo, con una disminución de las confirmaciones en un 18% en 20 años
Según datos del “Anuario Pontificio 2013”, publicado por la Santa Sede el
13 de mayo de 2013, en los dos últimos años la presencia de católicos bautizados
en el mundo permanece estable, alrededor del 17,5%; en América y Europa el
aumento de los católicos y de la población es igual (0,3%). Según el informe,
una dinámica en fuerte decremento atraviesa el mundo de las religiosas profesas
que en este momento son 713.000, frente a las 792.000 de 2001. Hay menos
religiosas en Europa (-22%), Oceanía (-21%) y América (-17%)94
92. Cf. Esta estadística ha sido tomada del Anuario Pontificio de la Libreria Editorial Vaticana, edición en español
del 3 de febrero de 2004 93
. Cf. El Observador Romano, en su edición del 30 de marzo de 2008, publicó: “el número de musulmanes en el
mundo supera al de católicos, pues los primeros son el 19,2% de la población mundial y los segundos, solo el
17,4%”, según la edición de 2008 del Annuario Pontificio. (Esto demuestra claramente, que la religión católica
ya no es la religión más difundida en el mundo); en la XII Asamblea General del Sínodo de los Obispos
convocada a Roma por el Papa Benedicto XVI, del 5 al 26 de octubre de 2008, los padres sinodales han
certificado que el catolicismo vive tiempos difíciles. Debido a que la Sagrada Biblia se lee cada vez menos, se
interpreta mal y se traduce peor. También porque los obispos predican poco con el ejemplo, y los sacerdotes están
peor preparados culturalmente que nunca. Los obispos han hecho el balance y han sido unánimes en decir que la
crisis en la Santa Iglesia Católica es aguda 94
. Cf. El 10 de marzo de 2009, en la Carta sobre la remisión de la excomunión a los cuatro obispos de la
Fraternidad Sacerdotal San Pío X, el Papa Benedicto XVI hablando sobre la Fe, recordó que “en amplias zonas
de la tierra la Fe católica está en peligro de apagarse, como una llama que ya no encuentra su alimento”. Por
esta razón, mediante la Carta Apostólica en forma de Motu proprio “Ubicumque et semper”, del 21 de
septiembre de 2010, el Papa Benedicto XVI creó el Concejo Pontificio para la Promoción de la Nueva
Evangelización, para “promover una nueva evangelización en Iglesias de antigua fundación, y, en sociedades y
culturas que desde hace siglos estaban impregnadas del Evangelio”; según datos del Anuario Pontificio 2014,
presentado al Papa Francisco el 29 de abril de 2014, el aumento del número de católicos en el mundo (1.14%)
respecto al aumento del porcentaje de la población mundial (1.7%) no varía frente al 2013; según datos del
Anuario Pontificio 2015, presentado al Papa Francisco el 16 de abril de 2015, las vocaciones al sacerdocio ha
disminuido en un 2%, y las religiosas profesas han disminuido en un 10%; según datos del Anuario Pontificio
2016, presentado por la Oficina de Prensa de la Santa Sede el 5 de marzode 2016, el número de religiosas
profesas disminuyen en un 10.2% y las vocaciones sacerdotales disminuyen en un 4%; ver: El Llanto de
Nuestra Señora en La Salette. Págs. 479-484; El Modernismo: Encíclica “Pascendi” de Su Santidad San
Pío X. Págs. 484-523; El Testimonio de Sor Lucía ¡Rusia se convertirá! 13 de julio de 1917. Págs. 530-532