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118 Ana María Matute la rama SECA

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Ana María MatutelaramaSECA

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Ana María Matute (1926 - )

Nace en Barcelona. Se dedica a la música, la pintura y a escribir. Publica Los Abel (1945), Fiesta al

noroeste (1952), Pequeño Teatro (1954). Siguen más novelas y volúmenes de cuentos. La terrible guerra civil y sus con-secuencias, el difícil mundo de la infancia y la adolescencia, la tragedia presentida y la muerte, son temas omnipresentes en su obra, siempre impregnada de lirismo, fantasía y ternura. Ensus cuentos, hay dos temas muy frecuentes: la infancia como tema y el ambiente rural o su-burbano como telón de fondo. Se dice que Ana María Matute evoca un mundo que no es el ideal de vida, el entorno social de sus relatos resulta agresivo, brutal en ocasiones y está domi-nado siempre por el egoísmo.

penas tenía seis años y aún no la llevaban

al campo. Era por el tiempo de la siega,

con un calor grande, abrasador, sobre los

senderos. La dejaban en casa, encerrada

con llave, y le decían:

Que seas buena, que no alborotes:

y si algo te pasara, asómate a la ventana y

llama a doña Clementina.a

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Ella decía que sí con la cabeza. Pero nunca le ocurría nada, y se pasaba el

día sentada al borde de la ventana, jugando con «Pipa».

Doña Clementina la veía desde el huertecito. Sus casas estaban pegadas la

una a la otra, aunque la de doña Clementina era mucho más grande, y tenía,

además, un huerto con un peral y dos ciruelos. Al otro lado del muro se abría

la ventanuca tras la cual la niña se sentaba siempre. A veces, doña Clementina

levantaba los ojos de su costura y la miraba.

—¿Qué haces, niña?

La niña tenía la carita delgada, pálida, entre las flacas trenzas de un negro

mate.

—Juego con «Pipa» —decía.

Doña Clementina seguía cosiendo y no volvía a pensar en la niña. Luego,

poco a poco, fue escuchando aquel raro parloteo que le llegaba de lo alto, a

través de las ramas del peral. En su ventana, la pequeña de los Mediavilla se

pasaba el día hablando, al parecer, con alguien.

—¿Con quién hablas, tú?

—Con «Pipa».

Doña Clementina, día a día, se llenó de una curiosidad leve, tierna, por

la niña y por «Pipa». Doña Clementina estaba casada con don Leoncio, el

médico. Don Leoncio era un hombre adusto y dado al vino, que se pasaba

el día renegando de la aldea y de sus habitantes. No tenían hijos y doña

Clementina estaba hecha a su soledad. En un principio, apenas pensaba en

aquella criaturita, también solitaria, que se sentaba al alféizar de la ventana.

Por piedad la miraba de cuando en cuando y se aseguraba de que nada malo

le ocurría. La mujer Mediavilla se lo pidió:

—Doña Clementina, ya que usted cose en el huerto por las tardes, ¿querrá

echar de cuando en cuando una mirada a la ventana, por si le pasara algo a la

niña? Sabe usted, es aún pequeña para llevarla a los campos...

—Sí, mujer, nada me cuesta. Marcha sin cuidado...

Luego, poco a poco, la niña de los Mediavilla y su charloteo ininteligible,

allá arriba, fueron metiéndosela pecho adentro.

—Cuando acaben con las tareas del campo y la niña vuelva a jugar en la

calle, le echaré a faltar —se decía.

Un día, por fin, se enteró de quién era «Pipa».

—La muñeca —explicó la niña.

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—Enséñamela...

La niña levantó en su mano terrosa un objeto que doña Clementina no

podía ver claramente.

—No la veo, hija. Échamela...

La niña vaciló.

—Pero luego, ¿me la devolverá?

—Claro está...

La niña le echó a «Pipa» y doña Clementina cuando la tuvo en sus

manos, se quedó pensativa. «Pipa» era simplemente una ramita seca envuelta

en un trozo de percal sujeto con un cordel. Le dio la vuelta entre los dedos

y miró con cierta tristeza hacia la ventana. La niña la observaba con ojos

impacientes y extendía las dos manos.

—¿Me la echa, doña Clementina…?

Doña Clementina se levantó de la silla y arrojó de nuevo a «Pipa» hacia

la ventana. «Pipa» pasó sobre la cabeza de la niña y entró en la oscuridad

de la casa. La cabeza de la niña desapareció y al cabo de un rato asomó de

nuevo, embebida en su juego.

Desde aquel día doña Clementina empezó a escucharla. La niña hablaba

infatigablemente con «Pipa».

—«Pipa», no tengas miedo, estáte quieta ¡Ay, «Pipa», cómo me miras!

Cogeré un palo grande y le romperé la cabeza al lobo. No tengas miedo,

«Pipa»... Siéntate, estate quietecita, te voy a contar: el lobo está ahora

escondido en la montaña...

La niña hablaba con «Pipa» del lobo, del hombre mendigo con su saco

lleno de gatos muertos, del horno del pan, de la comida. Cuando llegaba la

hora de comer la niña cogía el plato que su madre le dejó tapado, al arrimo

de las ascuas. Lo llevaba a la ventana y comía despacito, con su cuchara de

hueso. Tenía a «Pipa» en las rodillas, y la hacía participar de su comida.

—Abre la boca, «Pipa», que pareces tonta...

Doña Clementina la oía en silencio: la escuchaba, bebía cada una de sus

palabras. Igual que escuchaba al viento sobre la hierba y entre las ramas, la

algarabía de los pájaros y el rumor de la acequia.

Un día, la niña dejó de asomarse a la ventana. Doña Clementina le

preguntó a la mujer Mediavilla:

—¿Y la pequeña?

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—Ay, está delicá, sabe usted. Don Leoncio dice que le dieron las fiebres

de Malta.

—No sabía nada...

Claro, ¿cómo iba a saber algo? Su marido nunca le contaba los sucesos

de la aldea.

—Sí —continuó explicando la Mediavilla—. Se conoce que algún día

debí dejarme la leche sin hervir... ¿sabe usted? ¡Tiene una tanto que hacer!

Ya ve usted, ahora, en tanto se reponga, he de privarme de los brazos de

Pascualín.

Pascualín tenía doce años y quedaba durante el día al cuidado de la niña.

En realidad, Pascualín salía a la calle o se iba a robar fruta al huerto vecino,

al del cura o al del alcalde. A veces, doña Clementina oía la voz de la niña

que llamaba. Un día se decidió a ir, aunque sabía que su marido la regañaría.

La casa era angosta, maloliente y oscura. Junto al establo nacía una

escalera, en la que se acostaban las gallinas. Subió, pisando con cuidado

los escalones apolillados que crujían bajo su peso. La niña la debió oír,

porque gritó:

—¡Pascualín! ¡Pascualín!

Entró en una estancia muy pequeña, adonde la claridad llegaba apenas

por un ventanuco alargado. Afuera, al otro lado, debían moverse las ramas de

algún árbol, porque la luz era de un verde fresco y encendido, extraño como

un sueño en la oscuridad. El fajo de luz verde venía a dar contra la cabecera

de la cama de hierro en que estaba la niña. Al verla, abrió más sus párpados

entornados.

—Hola, pequeña —dijo doña Clementina—. ¿Cómo estás?

La niña empezó a llorar de un modo suave y silencioso. Doña

Clementina se agachó y contempló su carita amarillenta, entre las trenzas

negras.

—Sabe usted —dijo la niña—, Pascualín es malo. Es un bruto. Dígale

usted que me devuelva a «Pipa», que me aburro sin «Pipa»...

Seguía llorando. Doña Clementina no estaba acostumbrada a hablar con

los niños, y algo extraño agarrotaba su garganta y su corazón.

Salió de allí, en silencio, y buscó a Pascualín. Estaba sentado en la calle,

con la espalda apoyada en el muro de la casa. Iba descalzo y sus piernas

morenas, desnudas, brillaban al sol como dos piezas de cobre.

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—Pascualín —dijo doña Clementina.

El muchacho levantó hacia ella sus ojos desconfiados. Tenía las pupilas

grises y muy juntas y el cabello le crecía abundante como a una muchacha, por

encima de las orejas.

—Pascualín, ¿qué hiciste de la muñeca de tu hermana? Devuélvesela.

Pascualín lanzó una blasfemia y se levantó.

—¡Anda! ¡La muñeca, dice! ¡Aviaos estamos!

Dio media vuelta y se fue hacia la casa, murmurando.

Al día siguiente, doña Clementina volvió a visitar a la niña. En cuanto la vio,

como si se tratara de una cómplice, la pequeña le habló de «Pipa»:

—Que me traiga a «Pipa», dígaselo usted, que la traiga...

El llanto levantaba el pecho de la niña, le llenaba la cara de lágrimas, que

caían despacio hasta la manta.

—Yo te voy a traer una muñeca, no llores.

Doña Clementina dijo a su marido, por la noche:

—Tendría que bajar a Fuenmayor, a unas compras.

—Baja —respondió el médico, con la cabeza hundida en el periódico.

A las seis de la mañana doña Clementina tomó el auto de línea, y a las once

bajó en Fuenmayor. En Fuenmayor había tiendas, mercado, y un gran bazar

llamado «El Ideal». Doña Clementina llevaba sus pequeños ahorros envueltos en

un pañuelo de seda. En «El Ideal» compró una muñeca de cabello crespo y ojos

redondos y fijos, que le pareció muy hermosa. «La pequeña va a alegrarse de

veras», pensó. Le costó más cara de lo que imaginaba, pero pagó de buena gana.

Anochecía ya cuando llegó a la aldea. Subió la escalera y, algo avergonzada

de sí misma, notó que su corazón latía fuerte. La mujer Mediavilla estaba ya en

casa, preparando la cena. En cuanto la vio alzó las dos manos.

—¡Ay, usté, doña Clementina! ¡Válgame Dios, ya disimulara en qué trazas la

recibo! ¡Quién iba a pensar...!

Cortó sus exclamaciones.

—Venía a ver a la pequeña: le traigo un juguete...

Muda de asombro la Mediavilla la hizo pasar.

—Ay, cuitada, y mira quién viene a verte...

La niña levantó la cabeza de la almohada. La llama de un candil de aceite,

clavado en la pared, temblaba, amarilla.

—Mira lo que te traigo: te traigo otra «Pipa», mucho más bonita.

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Abrió la caja y la muñeca apareció, rubia y extraña. Los ojos negros de

la niña estaban llenos de una luz nueva, que casi siempre embellecía su

carita fea. Una sonrisa se le iniciaba, que se enfrió enseguida a la vista de

la muñeca. Dejó caer de nuevo la cabeza en la almohada y empezó a llorar

despacio y silenciosamente, como acostumbraba.

—No es «Pipa» —dijo—. No es «Pipa».

La madre empezó a chillar:

—¡Habráse visto la tonta! ¡Habráse visto, la desagradecida! ¡Ay, por Dios,

doña Clementina, no se lo tenga usted en cuenta que esta moza nos ha salido

retrasada…!

Doña Clementina parpadeó. (Todos en el pueblo sabían que era una mujer

tímida y solitaria, y le tenían cierta compasión).

—No importa, mujer —dijo, con una pálida sonrisa—. No importa.

Salió. La mujer Mediavilla cogió la muñeca entre sus manos rudas, como

si se tratara de una flor.

—¡Ay, madre, y qué cosa más preciosa! ¡Habráse visto la tonta ésta...!

Al día siguiente doña Clementina recogió del huerto una ramita seca y la

envolvió en un retazo de percal. Subió a ver a la niña:

—Te traigo a tu «Pipa».

La niña levantó la cabeza con la viveza del día anterior. De nuevo, la

tristeza subió a sus ojos oscuros.

Día a día, doña Clementina confeccionó «Pipa» tras «Pipa», sin ningún

resultado. Una gran tristeza la llenaba, y el caso llegó a oídos de don Leoncio.

—Oye, mujer, que no sepa yo de majaderías de ésas... ¡Ya no estamos,

a estas alturas, para andar siendo el hazmerreír del pueblo! Que no vuelvas a

ver a esa muchacha: se va a morir, de todos modos...

—¿Se va a morir?

—Pues claro, ¡qué remedio! No tienen posibilidades los Mediavilla para

pensar en otra cosa... ¡Va a ser mejor para todos!

En efecto, apenas iniciado el otoño, la niña se murió. Doña Clementina

sintió un pesar grande, allí dentro, donde un día le naciera tan tierna

curiosidad por «Pipa» y su pequeña madre.

Fue a la primavera siguiente, ya en pleno deshielo, cuando una mañana,

rebuscando en la tierra, bajo los ciruelos, apareció la ramita seca, envuelta en

su pedazo de percal. Estaba quemada por la nieve, quebrada, y el color rojo de

la tela se había vuelto de un rosa desvaído. Doña Clementina tomó a «Pipa»

entre sus dedos, la levantó con respeto y la miró, bajo los rayos pálidos del sol.

—Verdaderamente —se dijo—. ¡Cuánta razón tenía la pequeña! ¡Qué cara

tan hermosa y triste tiene esta muñeca!

Ana María Matute, “La rama seca”, en Algunos muchachos y otros cuentos. Navarra: Salvat, 1972. (Biblioteca Básica, 89)

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siega

adusto

alféizar

ininteligible

percal

ascuas

acequia

blasfemia

cuitada

desvaído

1. Localicen las siguientes palabras en la lectura anterior. Después, busquen en el diccionario su significado de acuerdo con el con-texto en que aparecen.

Lo que dicenlas palabras

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2. De cada palabra buscada, reconozcan su sinónimo entre las cuatro opciones.

3. Encuentren las palabras antes trabajadas en esta sopa de letras.

s i e g a o r a x s a u c s a r

g e n c u i t a d a m l m p l o

a z x i v m e a a c o r e d f t

i n i n t e l i g i b l e e e e

u p q x b o s a a n m j i s i l

q p r i t u i u c t s t x v z l

e i n s r s i l n r a b i a a a

c a u c n c o n i r e e r i r e

a d n r o o n i a g s p s d e c

a i c p b l a s f e m i a o s e

siega

a) sembrar

b) plantar

c) cosecha

d) que no ve

adusto

a) hosco

b) que está contento

c) amable

d) agradable

alféizar

a) vano

b) quicio

c) dintel

d) antepecho (repisa)

ininteligible

a) descifrable

b) muy listo

c) claro

d) incomprensible

percal

a) vestido

b) perchero

c) costal

d) tela

ascuas

a) impaciencia

b) brasas

c) dolor

d) extrañeza

acequia

a) canal

b) que no tiene agua

c) cerca

d) tubo

blasfemia

a) florilegio

b) maldición

c) alabar

d) ofensa

cuitada

a) decidida

b) afortunada

c) apocada

d) atrevida

desvaído

a) descolorido

b) garboso

c) elegante

d) airoso

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a) El cuento que leyeron, ¿lo considerarían triste, una historia de amor, una narración inverosímil u otra?,

¿por qué?

b) Nombren y describan a los personajes, ¿cómo imaginan que son física y sicológicamente?

c) ¿Porqué consideran que a “Pipa” no se le nombra como “la muñeca” o “el juguete” y, por el contrario, su

dueña no tenga nombre y sólo se le mencione como “la niña” o “la hija de los Mediavilla”?

d) ¿Qué consideran que tienen en común la niña y doña Clementina? ¿Qué las une? Justifiquen su respuesta.

Individualmente, realicen lo que se solicita. Enseguida, comparen sus respuestas con otros compañeros.

En equipo, contesten las preguntas. Después, comparen sus respues-tas con otros equipos.

¿Qué impresión les causó la lectura del cuento?

Investiguen qué es la fiebre de malta, cómo se adquiere, cómo se manifiesta y cómo se cura.

Comenten el tipo de relación que se dio entre doña Clementina y la niña.

¿Por qué consideran ustedes que “Pipa” era tan importante para la pequeña?

Propongan un nuevo desenlace para el relato en el que doña Clementina sea factor importante.

Y tú,¿qué opinas?

¿Dequé setrató?

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e) ¿Qué sensación les dejó la lectura?, ¿cuál es el mensaje que creen que manda?

f) La historia termina cuando doña Clementina dice: “¡Cuánta razón tenía la pequeña! ¡Qué cara tan her-

mosa y triste tiene esta muñeca!” Imagina qué paso después, continúa la historia a partir de este punto

respetando la forma de ser de los personajes.

Con esta técnica ejercitarán su capacidad de retención, lo mismo de las acciones principales como de los

detalles secundarios. Lo harán siguiendo el orden en el que los acontecimientos están presentados.

Su profesor se encargará de dividir el cuento en textos que encierren ideas completas. Tantos frag-

mentos cuantos alumnos integren el grupo. Se escribirá cada uno en una tarjeta o pedazo de papel

blanco del tamaño de las cartas de la baraja.

Se revuelven las tarjetas. Los estudiantes se colocan en semicírculo en el salón. Se reparten las

tarjetas. Cada participante lee la suya y trata de recordar en qué parte del cuento está ubicada.

El juego se inicia cuando el profesor pregunta quién considera que tiene el inicio del relato. Ese

alumno lee el contenido de su tarjeta, y si está en lo correcto, pasa a ocupar el primer lugar del

círculo; el profesor vuelve a preguntar quién considera que tiene la continuación del primero. El

alumno que así lo piensa lee el contenido de la tarjeta, y si está en lo cierto ocupa el segundo lugar.

A partir de allí cada lector se va colocando a la derecha de su compañero, según la secuencia del

argumento.

Al finalizar el ejercicio los estudiantes están sentados en el orden de los contenidos de la lectura y

ésta se puede repetir, a través de las tarjetas que tienen, en el mismo orden en el que aparecen en

el texto original.

Capacidad de retención

Jueguen, dibujen, escriban,

hablen, escuchen...