la piscina de tus sueños

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Economy & Finance


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Un joven universitario, aficionado a la pintura y a escribir historias, tiene pesadillas cada noche, convencido de que no va a aprobar su examen de Finanzas. También está preocupado por la desconocida enfermedad de su hermana pequeña y por el impacto negativo que el comportamiento de su madre está teniendo en la convivencia familiar. Cuanto más estudia, más conceptos confusos se amontonan desordenados en su cabeza. Su complaciente padre, afecto de daltonismo, le intenta ayudar, pero paradójicamente no lo consigue, aún siendo un reputado director financiero. Ante la situación, éste decide recurrir a un amigo de juventud, a pesar de la animadversión que le tiene su cerebral esposa. Se trata de un personaje excéntrico, mujeriego y vanidoso, pero que parece tener la capacidad de exponer lo aburrido y complejo de una forma entretenida, original y lógica. El joven protagonista, utilizando los trucos y el colorido modelo conceptual del amigo de su padre, no sólo acaba encajando las piezas de su desordenado puzzle mental: también descubre que una metodología análoga a la que se utiliza en el análisis financiero le sirve para sacar conclusiones y para tomar decisiones en otros ámbitos de su vida.

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LA PISCINA DE TUS SUEÑOS ¡ Finanzas no aptas para daltónicos !

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www.lapiscinadetussueños.es

Un joven universitario, aficionado a la pintura y a escribir historias, tiene pesadillas cada noche, convencido de que no va a aprobar su examen de Finanzas. También está preocupado por la desconocida enfermedad de su hermana pequeña y por el impacto negativo que el comportamiento de su madre está teniendo en la convivencia familiar. Cuanto más estudia, más conceptos confusos se amontonan desordenados en su cabeza. Su complaciente padre, afecto de daltonismo, le intenta ayudar, pero paradójicamente no lo consigue, aún siendo un reputado director financiero. Ante la situación, éste decide recurrir a un amigo de juventud, a pesar de la animadversión que le tiene su cerebral esposa. Se trata de un personaje excéntrico, mujeriego y vanidoso, pero que parece tener la capacidad de exponer lo aburrido y complejo de una forma entretenida, original y lógica. El joven protagonista, utilizando los trucos y el colorido modelo conceptual del amigo de su padre, no sólo acaba encajando las piezas de su desordenado puzzle mental: también descubre que una metodología análoga a la que se utiliza en el análisis financiero le sirve para sacar conclusiones y para tomar decisiones en otros ámbitos de su vida.

Se trata de un relato novelado que, a propósito de las Finanzas, habla de números y de letras, de realidades y de sueños, de detectives y de artistas, de razones y de emociones; basándose en la convicción de que los informes económicos hay que saber analizarlos con la cabeza, ¡pero también con el corazón! La cuantificación monetaria de lo que hacemos y de lo que tenemos constituye una parte indivisible de nuestras vidas y, consecuentemente, conseguir tener un mejor control de todo ello nos ayuda a gestionar eficazmente nuestros proyectos y, por tanto, a ser más felices. No es un texto para especialistas, ni para forofos del análisis cuantitativo, sino para estudiantes o para personas de empresa que se han desanimado en sus intentos de descubrir el atractivo, la lógica y/o la aplicabilidad práctica de las cuentas financieras básicas. Conocer la forma en la que el dinero circula por nuestros proyectos empresariales o personales nos ayuda a conseguir que nunca llegue a ser nuestro jefe, sino que siempre se mantenga como ¡nuestro subordinado!

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Ignacio Pradera

LA PISCINA DE TUS SUEÑOS

¡ Finanzas no aptas para daltónicos !

—————————————————————————

Un refrescante chapuzón en las cuentas financieras, para aquellos que sueñan

con encontrarlas lógicas y emocionantes.

—————————————————————————

Page 7: La piscina de tus sueños

© 2010, Ignacio Pradera.

Diseño e ilustración de portada: Rafel Montané.

Primera edición: junio 2010.

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación

puede ser reproducida, almacenada

o transmitida por ningún medio

sin permiso del autor.

ISBN 13: 978-84-614-0871-9

Depósito Legal: M-28223-2010

Título: LA PISCINA DE TUS SUEÑOS - ¡Finanzas no aptas para daltónicos!

Autor: Ignacio PRADERA RIVERO

Idioma: Castellano

Bubok Publishing

Impreso en España por: Publicep, SL

http://www.lapiscinadetussueños.es

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A mis particulares Prudencio y Angustias,

a mis queridas Fe, Esperanza y Caridad,

a los valiosos Scarlett y Justo,

to Many People!

y, por supuesto, a Bárbara,

mi mejor socia y con la que comparto

mis tres principales activos.

Gracias a todos ellos,

—fuente de gran parte de mi inspiración,

aún sin coincidir con ningún personaje en absoluto—,

¡me siento realmente “fortunato”!

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Índice

Introducción ...............................................................................................11

Lunes 20 de mayo de 2010

Justo Igap ...................................................................................................15

Fortunato Green .........................................................................................19

Las piezas del puzzle..................................................................................24

Finanzas en USA........................................................................................29

La piscina del tío Gilito..............................................................................39

Las cartulinas resumen...............................................................................43

Los padres de Fortunato .............................................................................48

El mago de las Finanzas.............................................................................52

Martes 21 de mayo de 2010

La isla del tesoro ........................................................................................61

Las gafas 3D...............................................................................................70

La izquierda y la derecha ...........................................................................77

La experiencia de Fortunato.......................................................................81

Miércoles 22 de mayo de 2010

La planta 2..................................................................................................89

La velocidad del equipo verde ...................................................................96

Las tres columnas.....................................................................................104

Jueves 23 de mayo de 2010

La planta 1................................................................................................111

El quirófano..............................................................................................118

El coste de los productos..........................................................................124

Viernes 24 de mayo de 2010

Fe, Esperanza… .......................................................................................133

… y Caridad .............................................................................................142

La planta tripe ..........................................................................................146

Las Instalaciones ......................................................................................150

Las Personas.............................................................................................156

Los Servicios Externos.............................................................................160

El valor de la tripe ....................................................................................166

Recursos misteriosos................................................................................172

Lunes 27 de mayo de 2010

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El patio exterior ....................................................................................... 181

Los gastos azules ..................................................................................... 185

La piscina desbordante ............................................................................ 190

Los gastos y los ingresos ......................................................................... 194

Martes 28 de mayo de 2010

El jardín de la esperanza......................................................................... 201

La rampa roja .......................................................................................... 205

El margen bruto ....................................................................................... 210

Otros gastos rojos .................................................................................... 216

El resultado.............................................................................................. 221

Tipos de piscinas ..................................................................................... 226

Miércoles 29 de mayo de 2010

Las plantas subterráneas.......................................................................... 235

El depósito propio ................................................................................... 244

El depósito deuda .................................................................................... 253

Jueves 30 de mayo de 2010

El regalo sorpresa .................................................................................... 263

El parking ................................................................................................ 268

Los tres ratios de liquidez........................................................................ 274

El balance ................................................................................................ 279

Viernes 31 de mayo de 2010

La lógica del proceso creativo................................................................. 287

La interpretación del cuadro.................................................................... 292

La piscina y el edificio ............................................................................ 296

La comparación de fotografías ................................................................ 299

Orígenes y Destinos................................................................................. 306

Los roedores ............................................................................................ 312

La belleza de las Finanzas ....................................................................... 320

Epílogo

La fiesta de puertas abiertas .................................................................... 327

Angustias Idar ......................................................................................... 333

Prudencio Igap......................................................................................... 339

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Introducción

Las cuentas financieras no son lo más importante que hay en esta vida, pero sí útiles herramientas que nos ayudan a gestionarla mejor, a sacarle un mayor partido. Las Finanzas utilizan números para hablar de dinero y de periodos de tiempo. Por eso, suelen ser consideradas aburridas por todas las personas a las que no nos apasiona operar con números ni hablar demasiado de dinero.

Cuando me aproximé por primera vez a las finanzas, lo hice con la misma prevención y con los mismos prejuicios que tenemos la mayoría. Estaba convencido de que se trataba de algo complejo y especializado; de cuyo conocimiento se podía prescindir, basándome en la creencia de que era suficiente con que se encargaran de ello los “fríos y calculadores” profesionales del departamento administrativo-financiero. Posteriormente, me demostraron que el área financiera no podía ser considerada como una insensible zona estanca, aislada del resto. No tardé en descubrir que las finanzas se integran —formando un todo único— con el resto de las unidades funcionales de la organización. Asimismo, fui evidenciando que esa misma realidad está presente en la totalidad de los proyectos —tanto empresariales como personales— que emprendemos. Me di cuenta de que la cuantificación monetaria de lo que tenemos y de lo que hacemos es una parte indivisible de nuestras vidas. Consecuentemente, incorporar sencillas rutinas de análisis financiero en nuestros hábitos cotidianos nos puede ayudar a sentirnos más seguros y, consecuentemente, a ser más felices.

La oportunidad que me ha dado la vida de ejercer como médico y como directivo me ha permitido descubrir muchas analogías entre la actividad médica y la gestión empresarial. Las organizaciones son como los pacientes crónicos: siempre tienen algún dolor o queja, alguna disfunción o algún área susceptible de mejora. Lo que hacen los médicos generales con este tipo de pacientes es visitarlos con una frecuencia programada. Les solicitan análisis y otras pruebas diagnósticas que les ayudan a ajustar las dosis de los medicamentos que les prescriben. Durante el curso de su seguimiento periódico, si ven que el paciente precisa la actuación de un especialista, le recomiendan que lo visite. El médico generalista gestiona la salud integral de sus pacientes, sin perder la visión global o de conjunto.

La toma de decisiones empresarial exige al gestor que sepa interpretar adecuadamente los análisis y las pruebas de diagnóstico que el sistema de información de su organización genera. Este conocimiento no sólo le permite ajustar correctamente la dosis de las medidas que pone en marcha, sino también evaluar y cuantificar el resultado de las mismas. También le permite

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identificar el momento en el que debe consultar un tema complejo al especialista adecuado. Las Cuentas Financieras son imprescindibles herramientas de diagnóstico del estado de salud de las organizaciones. Por consiguiente, hay que estar familiarizado con ellas para poder gestionar eficazmente cualquier actividad, incluso aquellas que no tienen ánimo de lucro. No estamos diciendo que sea necesario tener un conocimiento muy especializado —algo que sí debe reservarse para los profesionales del departamento financiero—, sino únicamente de saber interpretar los estados financieros básicos con naturalidad y lógica.

La buena noticia es que llegar a sentirse cómodo delante de los informes financieros básicos es más fácil de lo que parece. Yo era el primero que escuchaba este tipo de afirmaciones con escepticismo, pero la experiencia me ha demostrado que son ciertas. Los múltiples términos técnicos que utilizan los contables y financieros —muchos de ellos de significado engañoso—, el miedo a los números o la falta de un modelo conceptual simple suelen ser las causas por las que se acaba teniendo la falsa creencia de que se trata de algo inasequible y aburrido. El único requisito para convertir algo hostil y antipático en algo amigable y útil, es conseguir exponerlas de manera sencilla, divertida y con razonamientos de “sentido común”. No se trata de aprenderse los conceptos y los términos técnicos de memoria, sino de aplicar razonamientos deductivos lógicos que nos permitan ir integrándolos de forma natural.

Las cosas aparentemente difíciles se convierten en juegos de niños, si averiguas los pequeños trucos. La dificultad radica en cómo descubrirlos o en encontrar a las personas que te los revelan. Por ello, estoy enormemente agradecido a todos “los magos” que me han ido explicando “los trucos” que utilizan cotidianamente para hacer su trabajo mejor y su vida más sencilla. Cuando llegas a “hacerte amigo” de la cuentas financieras y, de esta forma, recibes útiles consejos de ellas, te das cuenta de que te ayudan mucho a conseguir tus objetivos, tanto empresariales como personales. Cuando adquieres la capacidad de interpretarlas sin esfuerzo, te resulta mucho más sencillo conseguir que los recursos disponibles se traduzcan en creación de valor y en generadores de felicidad. Una buena gestión financiera, por tanto, puede ayudarnos a cumplir con la responsabilidad social que todos tenemos.

De todas formas, tampoco las Finanzas son lo único. No cabe duda de que la valoración periódica del Balance y de la Cuenta de Resultados por parte del manager, debe ser complementada por la interpretación de otras pruebas de diagnóstico empresarial —de naturaleza no financiera— que el buen gestor debe saber solicitar y analizar a tiempo. Además, por muy sofisticado y preciso que sea el sistema de información de una organización, jamás podrá sustituir al contacto directo y habitual con la realidad que se quiere analizar y sobre la que se precisa tomar decisiones. Aislarse en un

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despacho, desconectado de lo que sucede en el exterior, pensando que el análisis de números y de informes es suficiente, suele conducir a conclusiones erróneas y a medidas equivocadas.

Además, no hay que perder nunca de vista que el análisis y la interpretación de los números no son el fin, sino únicamente el medio. Hay que aspirar a añadir algo de poesía a la fría prosa financiera, si queremos conseguir que nuestro trabajo se convierta en algo más satisfactorio y emocionante. El artista no puede pintar cuadros sin haber conseguido el dominio de los aspectos más técnicos previamente, pero, una vez ha adquirido esas habilidades, siempre debe aspirar a añadir algo de emoción a los aspectos más racionales de sus obras. La técnica del análisis de las cuentas financiaras debe complementarse con el arte de aplicar políticas adecuadas para conseguir que dichas cuentas reflejen realidades empresariales y personales cada vez mejores. De hecho, es esa permanente búsqueda del difícil equilibrio entre razón y emoción, entre técnica y arte, entre prosa y poesía, entre eficiencia y equidad la que debe enmarcar —y también diferenciar— cualquier actividad humana.

Utilizando un estilo narrativo, se describe un modelo conceptual didáctico, amigable y de “sentido común” —salpicado con pequeños trucos nemotécnicos— que permite no sólo comprender las finanzas básicas de una forma amena y divertida, sino también retener en la memoria los conocimientos adquiridos. La repetición intencionada de los conceptos clave y los resúmenes pretenden la memorización de todo lo que se expone, sin necesidad de relecturas. Le propongo que acompañe a los personajes por un entretenido camino que debe conducirle a conseguir este doble objetivo de comprensión fácil y de retención duradera de los conocimientos básicos. Durante el recorrido, la descripción de los aspectos más técnicos se integra —formando un todo único— con la exposición de lo que les va ocurriendo a los protagonistas de este relato novelado. El proceso de aprendizaje de cómo interpretar las cuentas financieras y otros informes que proporcionan los sistemas de información se mezcla y se relaciona con el resto de acontecimientos de la vida de los personajes, de manera análoga a como nos ocurre en nuestra vida real… ¡o en nuestros sueños! Observará cómo las diferentes piezas de conocimiento las van encajando, paso a paso, en un sencillo y colorido puzzle de una forma lógica, ¡pero también emocionante!

Deseo de corazón que el tiempo invertido en la lectura del libro le termine proporcionando una altísima rentabilidad económica, ¡pero también personal! Todas sus opiniones, sugerencias y críticas serán bienvenidas en la dirección de correo electrónico [email protected].

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Lunes 20 de mayo de 2010 Justo Igap

— Buenas tardes. Mi nombre es Justo Igap, y tengo una cita programada con el señor Green a las cuatro —le digo a una de las dos mujeres que están manteniendo una divertida conversación tras el mostrador, al que llego tras cruzar una amplia y luminosa recepción.

— ¡Buenas tardes! —me responde la más joven de las dos, con una amplia y bonita sonrisa—. ¿El apellido es…? —me pregunta, mientras se inclina hacia delante y dirige su mirada hacia la pantalla del ordenador.

— Igap —le repito mi primer apellido justo antes de deletrearlo utilizando el alfabeto de los aviadores: India, Golf, Alfa y Papa.

— No lo encuentro —me dice, mientras consulta la agenda—. ¡Hay tantas citas en esta pantalla! ¿Qué día es hoy? —me pregunta segundos después, demostrando muy poca profesionalidad—. ¿Estamos en mayo?

— ¡Así es! Hoy es lunes 20 de mayo —le respondo sorprendido.

— ¡Qué tonta: estoy mirando la agenda de otro día! —exclama, mientras mueve el ratón del ordenador—. ¡Ahora sí! Aquí veo tu nombre, efectivamente —me dice sonriendo, a la vez que hace girar su silla levemente de lado a lado, con coquetería—. Su despacho está en la planta 3.

Tengo que hacer un verdadero esfuerzo para no desviar mi mirada de sus ojos y dirigirla a su llamativo escote, el cual exhibe con un cierto descaro. Se trata de una chica muy guapa con unos espectaculares ojos azules y un cuidado cuerpo de modelo. Habla con un ligero acento extranjero, casi imperceptible, que le aporta un atractivo adicional. La verdad es que su cara me suena mucho, pero, por más que lo intento, ¡no consigo saber de qué! Quizás la he visto en algún anuncio o en alguna revista de moda de esas que compran mis hermanas y que, por eso, suelo ver por casa.

— Conociendo lo programado y ordenado que es nuestro jefe, el señor Green —continúa ella—, debe estar esperándote. ¿Quieres que te acompañe?

Calculo que debe tener la misma edad que mis hermanas mayores, mes arriba o abajo. Ellas cumplirán veinticinco años esta misma semana. No sé muy bien si por esa razón o por las costumbres de su país de origen, me tutea. Dudo si hacer lo mismo, pero, teniendo en mente los siempre acertados consejos de mi padre, me decido por la opción más prudente:

— No es necesario que se moleste, gracias. Puedo subir solo, si es tan amable de indicarme el camino —le contesto, sin poder impedir ponerme

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rojo como un tomate y lamentando, una vez más, las grandes limitaciones que me genera mi maldita timidez.

— ¡Como quieras, tesoro! —exclama muy efusivamente—. Puedes ver el ascensor desde aquí —añade, mientras lo señala con su dedo y clava su mirada en mis ojos—. Está allí: justo en el vértice del fondo. El ascensor te llevará a la última planta, la tercera, donde encontrarás al señor Green esperando tu llegada. Ahora mismo le aviso de que subes.

— Muchas gracias —le digo, deseando que acabe de darme instrucciones y que deje de seguir percibiendo lo sonrojado que estoy.

— Recuerda, ¡guapísimo! —me dice, disfrutando de la situación—, la tercera planta. Ni la uno, ni la dos: ¡la tres! Si se lo dices a SIBI, él te informará y te guiará hasta donde quieres llegar. Y por cierto, durante el recorrido podrás observar que la planta 1 ¡tiene el mismo color que tu cara!

— Lo tengo claro, gracias —le digo asintiendo con la cabeza y fingiendo serenidad, pero sin poder evitar que mis cuerdas vocales me traicionen, emitiendo un sonoro gallo, que provoca la risa de las dos.

Decido darme la vuelta para dirigirme al ascensor. En ese mismo momento, escucho como la chica rubia, con la que he estado manteniendo esta incómoda conversación, le cuchichea a la mujer morena:

— ¡¿Has visto, Irene, qué guapo y qué alto es este chico?! Me recuerda mucho a Paul Newman de joven, aunque su estatura es mayor.

Sonrío ruborizado y perplejo a la vez; permanezco de espaldas a ellas, sintiéndome incapaz de darme la vuelta. ¡Me noto como paralizado! La verdad es que no me cuadra que una persona del nivel y de la reputación del señor Green confíe la recepción de su empresa en unas personas que muestran una actitud tan poco formal. El hecho de que me haya llamado tesoro, sin conocerme de nada, lo encuentro muy inadecuado. Me pregunto acerca del tipo de política de recursos humanos que deben tener en esta empresa. No sé si se tratará de algo anecdótico y excepcional, pero me temo que, como esto siga así, quizás tenga que darle la razón a mi madre. Ella es muy crítica con el estilo de vida y la forma de ser del amigo de mi padre, y con el tipo de mujeres con las que le ha gustado relacionarse desde joven. De todas formas, y como todo el mundo sabe, no es sencillo librarse de los habituales reproches de mi madre. Parece ser que el hombre con el que estoy citado hoy me visitó en la clínica tras mi cirugía de apendicitis, pero la verdad es que no lo recuerdo bien. Quizás sea normal: además de que vino mucha gente a verme, ¡yo tan sólo tenía 10 años!

— ¡Hasta luego, Justo! ¡Qué vaya todo bien! —me desean las dos al unísono, interrumpiendo bruscamente mis pensamientos.

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— Gracias —les digo, mientras levanto mi brazo derecho, como ademán de despedida, y empiezo a caminar en dirección al ascensor.

Al avanzar, observo unas instalaciones con un original diseño funcional. Veo una enorme planta baja diáfana con una curiosa forma triangular y con una gran iluminación natural. La luz exterior entra a través de un espectacular acristalamiento, que se extiende de suelo a techo y que actúa de cerramiento en todo el perímetro de la planta. Los vidrios tienen una bonita tonalidad azulada, a juego con el color de las columnas.

A medida que progreso por la planta, voy observando diferentes puestos de trabajo, ocupados por personas activas y sonrientes. Veo muy pocas puertas o compartimentaciones del espacio. Todo refleja transparencia, orden y un clima de trabajo agradable. No se percibe, al menos hoy, tensión o mal humor, algo tan frecuente en muchas empresas.

— ¡Buenas tardes! —me dicen las personas que están formando un pequeño grupo de trabajo en una mesa cercana al pasillo central por el que voy avanzando en dirección al ascensor.

— ¡Buenas tardes! —les contesto sonriendo, pero sin detenerme.

Cuando llego al vértice del fondo, me encuentro con el ascensor. Un detector de movimiento provoca la apertura de sus puertas correderas de cristal. Me quedo impresionado al ver su tamaño. Se trata de un enorme ascensor rectangular y acristalado por los cuatro lados, muy en línea con el estilo constructivo general. Sus dimensiones interiores me recuerdan a las que tienen los ascensores de los hospitales, preparados para que quepan camillas o equipos médicos grandes en su interior. Busco los botones de los pisos, pero no los encuentro. En el interior, sólo hay un robot blanco de alrededor de un metro de altura y con una gorra de Toshiba puesta. Cuando me pregunto qué hacer, observo que el humanoide empieza a hablarme:

— My name is SIBI. My role is to provide you with information. You are on the tripe floor. Can you tell me what your needs are?

Inmediatamente después de mi enorme sorpresa, traduce:

— Mi nombre es SIBI. Mi papel es aportarle información. Usted está en la planta tripe. ¿Puede decirme cuáles son sus necesidades?

— ¡Quiero ir a la planta tres, por favor! —le digo en voz alta, mientras pienso que el señor Green debe ser partidario no sólo de que en sus empresas haya mujeres atractivas, y quizás algo descaradas, sino también de que sus instalaciones dispongan de las últimas tecnologías.

Me llama la atención oír al robot decir “planta tripe”, en lugar de “planta baja”, pero bueno… Quizás se trate de una palabra inglesa que no sabe traducir. No sé, la verdad…

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Inmediatamente después, mientras con su brazo articulado derecho me hace una fotografía con flash, con el izquierdo me imprime y me entrega un consentimiento relativo a la Ley de protección de datos de carácter personal.

— Le doy mi consentimiento —le digo al robot, completamente alucinado, tras leer el texto muy por encima.

Instantes después, el ascensor se pone en marcha e inicia el ascenso. La transparencia de sus paredes de cristal me permite ver el interior de las plantas, a medida que voy ascendiendo. Al darme la vuelta, veo un curioso patio exterior con objetos de colores muy llamativos. Hay cámaras de vídeo repartidas por todas las instalaciones. También observo, en cada planta, una gran pantalla plana emitiendo información. Es evidente que, a la hora de diseñar este curioso y original edificio, se buscó que todo estuviera a la vista. Llama la atención las diferencias en las alturas de los pisos. Me encuentro en uno de esos lugares especiales que, tras visitarlos, no se olvidan fácilmente.

— Planta 3, la isla del tesoro —me dice el robot, indicándome que había llegado a mi destino.

— ¡¿La isla del tesoro?! —me pregunto extrañado nuevamente.

La verdad es que todo me está resultando muy impactante. Me viene a la mente la advertencia de mi padre sobre las frecuentes excentricidades de su amigo. Me dijo que el señor Green acostumbra a defenderse de ese tipo de críticas diciendo que sus presuntas extravagancias no son tales, sino trucos nemotécnicos que le ayudan a recordar fácilmente las cosas. Me recomendó que no interpretara las cosas extrañas que viera como caprichos de un loco o de un provocador, sino como técnicas eficaces y prácticas de una persona muy cuerda. Me advirtió que me iba a encontrar con un hombre muy observador y enamorado del razonamiento lógico, pero al cual, además, le encantaba añadir enfoques artísticos a las tareas más técnicas. Me dijo algo así como que disfrutaba intentado equilibrar, combinando en las proporciones adecuadas, la ciencia y el arte, los números y las letras, la razón y la emoción.

Mi padre me reconoció, no obstante, que no todo lo que iba a ver en ese hombre serían virtudes: parece ser que su amigo es una persona egocéntrica, megalómana, vanidosa y con marcados rasgos narcisistas, los cuales le inducen a estar obsesionado por llamar la atención. Parece ser que estos rasgos de carácter le hacen meter la pata con frecuencia, diciendo cosas ofensivas o, incluso, revelando secretos o confidencias, la mayoría de las veces de forma involuntaria. Su necesidad insaciable, que parece rayar lo patológico, de sentirse valorado, ingenioso y original le mueve a cometer este tipo de errores. También me dijo que el señor Green padece de impulsividad y de déficit de atención. En fin, ya veremos con lo que me encuentro…

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Fortunato Green

— Planta 3, la isla del tesoro —me repite el humanoide, tras unos segundos.

La puerta sigue sin abrirse, por lo que interpreto que se trata, asimismo, del acceso al interior de la planta y que, por tanto, se requiere que la orden de apertura sea dada desde el otro lado. Cuando me dispongo a buscar la forma de notificar mi llegada, las dos enormes hojas de vidrio que forman la puerta corredera se desplazan lateralmente, invitándome a salir del interior del ascensor. En ese momento, aparece un hombre que, sin ningún género de dudas, se trata de la persona con la que estoy citado. Su apariencia física es, exactamente, ¡tal como me la habían descrito!

— ¡Buenas tardes, Justo! —me dice. Soy Fortunato Green. Llegas a la hora exacta. Celebro esta puntualidad.

— Buenas tardes, señor Green —le respondo, manteniéndome a la espera de que me tienda su mano y notando “mariposas en el estómago”, con una sensación a caballo entre el temor y el respeto.

Me encuentro frente a un hombre que ronda los cincuenta años y que tiene un aspecto realmente especial. Si tuviera que describir su aspecto físico, con lo primero que pasa por mi cabeza, diría que se trata de una extraña mezcla entre ¡el detective Sherlock Holmes y el artista Salvador Dalí!

Noto como sus ojos, increíblemente abiertos y de un color marrón claro —casi miel—, se me clavan con una mirada aguda y penetrante. Percibo que su vista me recorre, como si me estuviera haciendo un rápido escáner corporal y cerebral para emitir, posteriormente, un rápido y preciso informe diagnóstico. Estando frente a él, la vista se me desvía hacia unas llamativas gafas de sol, con una montura multicolor, que lleva colocadas sobre la cabeza a modo de diadema. También veo un auricular inalámbrico, en su oreja derecha, parecido a los pinganillos que utilizan los locutores de televisión. Tiene un pelo castaño oscuro sin una sola cana, pero con marcadas entradas laterales. Un peculiar bigote de extremos arqueados hacia arriba, bajo una fina nariz aguileña, y una sonrisa irónica de pícaro seductor son otras facciones destacadas de su cara.

Se trata de un tipo con una altura cercana al metro ochenta y que conserva una complexión fuerte y atlética. Juega con una pipa apagada y lleva puesta una bata blanca que no sé decir si es más propia de un médico o de un pintor. Una llamativa corbata verde, con un gran nudo, hace juego con una camisa de rayas del mismo color, ¡y con su apellido! No cabe duda de que me encuentro, tal como me lo describió mi padre, ante una persona

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singular a la que no le faltan algunos elementos extravagantes, los cuales, con tanta frecuencia, van asociados al talento o la genialidad. ¡Estaba advertido!

— ¡Caramba, chaval!, parece que estoy viendo a tu padre en nuestra época universitaria —exclama el señor Green con una voz sonora y enérgica, mientras me extiende la mano—: ¡cada vez te pareces más a él! Pasa, por favor. Me avisaron de que estabas llegando y, además, a través de la pantalla de esta planta, he estado observando como explorabas todo, mientras subías.

— ¿Ah, sí? —le pregunto con una voz apagada y temerosa.

— ¡Sí, así es! —me dice enérgicamente, con un tono de voz que contrasta enormemente con el mío—. ¿Te ha gustado el estilo “open space” y tecnológico de nuestras instalaciones, chico? —me pregunta a continuación.

— Pues verá señor Green…

— Me gusta saber todo lo que pasa en mi empresa con tan sólo echar un rápido vistazo —continúa hablando a todo a velocidad, sin darme tiempo a responder a su pregunta—. ¿Sabes una cosa, hijo? —añade inmediatamente después—: odio tener que revisar tediosos informes repletos de pequeños números difíciles de leer para saber lo que está pasando en cada momento.

— Entiendo —le digo tímidamente.

Me noto muy tenso e inseguro, completamente incapaz de controlar mis nervios. Mi padre dice que sólo se tiene una oportunidad para causar una buena primera impresión, pero me temo que voy a desaprovecharla en esta ocasión. Me siento acomplejado ante esta persona que demuestra tanta energía y tanta confianza en sí mismo. ¡Parece una roca sin fisuras!

— Todos repetimos con frecuencia —continúa marcando un elevado ritmo de conversación— aquello de que una imagen vale más que mil palabras, pero no solemos ponerlo en práctica luego. Me gusta observar las cosas y aplicar simples razonamientos deductivos, a los que me gusta sazonar con gustosos aliños artísticos. Hay muchos placeres de los que disfrutar en esta vida, y los años pasan con una velocidad endiablada, ¡¿no te parece?!

— ¡Si, desde luego! —le contesto, siendo consciente de que tengo que hacer auténticos esfuerzos para seguir el ritmo de conversación que establece.

— Mantener la atención en algo durante mucho tiempo —continúa como si nada—, me representa un trabajo enorme que me siento incapaz de realizar. Para que nos de tiempo a hacerlo todo, a cada actividad hay que dedicarle el tiempo justo, ¡ni un segundo más!, ¿no crees? —me vuelve a preguntar mi opinión, mientras se pone a reír con sonoras carcajadas.

— Bueno, señor Green, estoy seguro de que usted tiene una agenda muy apretada. Quizás le pillo en un momento muy ocupado —le digo agobiado—. Si es así, puedo volver en otro momento.

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— ¡En absoluto, chico! —me replica con contundencia—. Tu visita la tenía planificada. Las cosas hay que hacerlas en el momento en que están programadas. Las tareas a realizar son como pelotas de tenis que te van lanzando: si las golpeas a medida que te llegan, ¡no se te acumulan nunca!

— ¡Eso mismo me recuerda mi padre habitualmente! —ratifico.

— Quiero que sepas algo: para compensar mi predisposición natural al despiste y a la pérdida de atención, doy mucha importancia a mantener el orden en mi agenda y en mis cosas; ¡aunque mi aspecto pueda hacerte pensar lo contrario! —me dice con una voz muy elegante, propia de un actor de doblaje—. ¡Estoy muy contento de que hayas venido a verme, hijo!

— ¡Mil gracias, señor Green! Es muy amable de su parte dedicarme tanto tiempo, tratándose de una persona tan importante y ocupada.

— ¡Es sorprendente! —exclama justo después—. ¡Esto parece el túnel del tiempo! Es como si hubiera regresado a mi época de facultad y estuviera hablando con mi querido amigo Pruden. Desde luego, ¡no puedes negar que eres hijo suyo! Estoy seguro de que te ha contado muchas cosas sobre mí y, también, de que te ha insinuado que estoy un poco majareta.

— Sí, señor Green, efectivamente.

— ¡Caramba! ¡¿Te ha dicho tu padre, tan abierta y claramente, que estoy chiflado?! Conociendo la mesura de tu padre, no contaba con eso.

— ¡No, señor Green, por supuesto que no! —me apresuro a contestar, abochornado por el malentendido—. Quería decir que, efectivamente, mi padre me ha contado muchas cosas sobre usted y que también todo el mundo nos dice que nos parecemos mucho, cosa que me enorgullece.

— Pues no me extraña que estés orgulloso de ello. ¡Qué gran tipo es tu padre! Desde que nos conocimos, en el primer año de la carrera de Económicas, hemos tenido una excelente relación y una intensa complicidad. Nos caímos muy bien desde el inicio, a pesar de que nadie lograba entenderlo: no coincidíamos ni en origen social, ni en forma de ser, ni en aspecto físico, ni, por supuesto, ¡en ideología política! Pero lo más grave no era nada de todo lo anterior: ¡uno era del Real Madrid y el otro del Barça!

— Sí, lo sé. Algo de todo eso me han explicado en casa —comento escuetamente, evitando dar una opinión prematura sobre temas polémicos.

— Lamentablemente, tras acabar ambos nuestra etapa de universitarios —continúa a toda velocidad—, nos vemos con menor frecuencia de la que quisiéramos. Nuestros encuentros tienen, casi exclusivamente, motivos laborales. De hecho, va a hacer diez años que no he tenido la oportunidad de ver a tu madre o a tus hermanas. Recuerdo muy bien que fue en la clínica Teknon de Barcelona y que era ¡el uno de enero del año 2.000!

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— Supongo que fue al día siguiente de que me operaran de urgencia, tras padecer aquella inoportuna e imprevista apendicitis —le digo, pero sin ser capaz de visualizar ese momento, tal como les reconocí a mis padres.

— ¡Cierto! —me confirma—. ¡Menuda resaca tenía yo esa mañana, por cierto! Era el día siguiente de esa sonada fiesta que organizamos para celebrar nuestro cumpleaños, el fin de año, el fin de siglo ¡y el fin de milenio!

— ¡Supongo que estaba justificado! —opino comprensivamente—. Mis padres me han explicado que estaba previsto que, en ese fin de año, celebráramos nuestro cumpleaños conjuntamente. ¡Yo cumplía 10 años!

— ¡Y mi hermana gemela y yo cumplíamos 40 en ese mismo día de fin de año! —exclama—. El 31 de diciembre del año actual cumpliremos los tres ¡diez años más! ¡Qué curiosa casualidad!, ¿no te parece?

— Supongo que esa circunstancia de que naciéramos el mismo día del año es como ¡para dejar de creer en los horóscopos! —le digo, con la intención de que se lo tome como un cumplido.

— ¡La modestia es el refugio de los mediocres, chaval! —exclama.

— Ese acontecimiento médico inesperado nos obligó a cambiar de planes —le digo, incapaz de replicar su arrogante comentario.

— Hay que saber improvisar —me dice—, pero siempre disponiendo de un guión bien aprendido, ¡como hacen los buenos actores!

— Lo que recuerdo es que, mientras el buenazo de mi padre estuvo acompañándome y tomando las uvas de fin de año conmigo en la clínica, mi madre y mis hermanas mayores se fueron a la fiesta que usted organizó en su casa, después de que me vieran soplar las velas en la habitación de la clínica.

— ¡No debimos tratarlas muy bien! —exclama riendo—. Desde ese día, tu madre se ha comportado como si no quisiera volver a vernos.

Me encojo de hombros y elevo mis cejas.

— La verdad es que tenemos familias y estilos de vida muy diferentes —continúa él, consciente de que conozco las opiniones de mi madre—; pero sabemos que, tanto tu padre como yo, aunque nos veamos poco, estamos siempre disponibles y listos para echar una mano en el momento que se precise. Ésta es, precisamente, mi idea de la amistad, ¿no te parece, hijo?

— Veo que el aprecio y el reconocimiento es recíproco, señor Green. Mi padre habla maravillas de usted también. Dice que es la persona más ingeniosa, brillante y original que ha visto en toda su vida —le digo, teniendo en mente el consejo de mi padre de que no olvidara elogiarle con frecuencia.

— ¡¿Eso dice?! —me pregunta con cara de satisfacción.

— De hecho, estoy aquí por su recomendación. Me dijo que estaba seguro de que me resolvería, en muy poco tiempo, el “cacao mental” que

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tengo ahora. Me pronosticó que usted me explicaría las cosas de una forma tan sencilla y creativa, que me quedaría asombrado. Dice que no conoce a nadie con su habilidad para transformar una cosa compleja y aburrida en algo simple y divertido, ¡en algo lógico y emocionante!

— ¡Caramba, qué bien suena todo esto que dice tu padre acerca de mí! —exclama, confirmando que le encanta ver satisfecha su vanidad.

— Él repite con frecuencia que usted actúa como si fuera un detective con capacidad para resolver casos complejos utilizando la lógica deductiva, pero que, además, lo hace con un arte especial que lo diferencia de los demás. Dice que su capacidad para combinar técnica y arte, buscando un equilibrio adecuado en las proporciones, constituye la clave diferencial de su trabajo.

— ¡Qué espectacular es lo de tu padre! —exclama riendo el señor Green, mostrando una perfecta dentadura, cuyo color blanco intenso destaca en una cara con la piel muy bronceada—. Tu padre sí que es una persona verdaderamente equilibrada. Es el mejor especialista en finanzas que conozco; y no sólo por sus conocimientos, sino también por su integridad.

— Me agrada mucho oír todo eso, señor Green.

— Tu padre suele enviarme a los becarios y a los estudiantes en prácticas que pasan por su empresa, para que pasen unos días conmigo. Les dice que van a aprender todo lo esencial de una forma casi mágica.

— ¿Y lo hacen? —le pregunto rápidamente, como un acto reflejo.

— Veo que, a pesar de los comentarios tan positivos de tu padre, has venido aquí poco convencido de que te será muy útil.

— ¡No, señor, en absoluto! —balbuceo, sintiéndome la persona más torpe del mundo—. ¡No era mi intención hacer esa pregunta tan estúpida! Estoy seguro de que será de las mejores cosas que habré hecho en mi vida.

— ¡Tampoco hace falta que te pases, amigo Justo! —exclama riendo.

En ese preciso momento, oigo como su teléfono móvil emite un sonido de aviso, el cual recibo con la misma alegría que demuestra un boxeador grogui cuando suena el gong que anuncia la finalización de un asalto, después de haber recibido una avalancha de golpes.

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Las piezas del puzzle

— Disculpa la interrupción, Justo — me dice, tras echar un fugaz vistazo a la pantalla de su Blackberry—. Tengo programado un sistema de avisos, con mensajes a mi móvil, que me informa de todas las circunstancias relevantes que ocurren en la empresa, justo en el momento en el que se producen.

— ¡No tengo nada que disculpar! —le replico—. ¡Estaría bueno! Además, tengo que confesar que me ha venido muy bien un breve descanso.

— ¿Por qué me dices eso? —me pregunta, como si no hubiera percibido nada destacable durante esos últimos minutos tan intensos.

— Porque me resulta difícil seguir la conversación, al elevado ritmo con la que usted la establece. ¡Estoy impresionado con su capacidad dialéctica e intelectual! No sé si, a este ritmo, seré capaz de aprender algo.

— Ja, ja, ja —se carcajea—. Me gusta empezar poniendo a prueba al alumno y determinando su nivel inicial. Verás como no será preciso que yo baje el ritmo, hijo: ¡serás tú el que lo termine subiendo!

— No sé —le digo con escepticismo, echando de menos mucha más confianza en mi mismo de la que noto.

— Antes de la interrupción, me estabas preguntando si todos mis alumnos que vienen aquí aprenden de una forma rápida y sencilla, ¿verdad?

— ¡Me temo que así es! —le respondo avergonzado.

— Te puedo decir que lo consiguen unos más que otros; pero que, globalmente hablando, conseguimos los objetivos. ¡Especialmente si son chicas guapas! —añade, volviendo a carcajearse.

— Estoy seguro de que conmigo se cumplirán las expectativas también; pero, en el caso de que no fuera así, ¡sería por mi culpa! —le digo, en un intento de hacer un comentario más afortunado que el anterior.

— Tengo que confesar —continúa, como si no hubiera escuchado mi última afirmación— que con las chicas pongo especial interés para que salgan de aquí…, como diría… ¡muy satisfechas!

— ¡Claro, claro! —le digo con cara de circunstancias, y sintiéndome muy inseguro ante este hombre tan rápido e imprevisible.

— Recuerdo que una de las chicas fue realmente especial. Me impactó desde el primer día en que la vi —afirma, cambiando el semblante de su cara—. Creo tener un sexto sentido para identificar a las personas con talento.

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— Lo que usted dice sobre sus preferencias por el sexo femenino tiene toda su lógica —le digo—. Por eso, me temo que yo no voy a ser su tipo —añado, como si me tuviera que disculpar por el hecho de ser varón.

— Tú eres hijo de Don Prudencio, joven. ¡Y eso tiene muchísimo valor en esta casa! —me dice, dándome un sonoro manotazo en la espalda.

— Lo celebro —le digo tímidamente.

— Supongo que esto de generar excesivas expectativas sobre mí, lo inició tu padre como estrategia para intentar quedarse él con la chica más guapa de la clase —continúa, adoptando un tono de broma, que no impide poner de manifiesto algo de falsa modestia.

— ¡¿Cómo?! —le pregunto, sintiéndome algo aturdido tras la nueva ráfaga de rápidos comentarios, que vuelvo a encajar como puñetazos.

— Yo creo que tu padre, con esa estrategia de hablar tan bien de mí, buscaba que la gente se quedara decepcionada posteriormente. Algo parecido a cuando te hablan demasiado bien de una película de cine, ya sabes...

— Sé a qué se refiere, señor Green; pero estoy seguro de que a mí no me defraudará —le digo desconcertado tras su último comentario.

Salta a la vista que a este hombre le han gustado siempre mucho las mujeres, quizás incluso más que el dinero. Se le ve muy impulsivo y provocador, pero también ocurrente, irónico, ambicioso e intelectualmente inquieto. Ahora recuerdo que mi padre también me avisó de que le gusta poner a prueba a su interlocutor y mantenerle con un alto grado de atención. Me dijo que utiliza, para ello, repentinos cambios de ritmo o de expresión facial y, asimismo, introduce en su discurso elementos chocantes o aparentemente contradictorios. Pienso que mi padre, aunque todo el mundo coincide en que era muy guapo de joven, lo debía tener “muy crudo”, durante su época universitaria, compitiendo por las chicas con un tipo como éste. A su edad, todavía conserva un gran atractivo personal. Imagino que con veinticinco años menos, ¡su capacidad de seducción debía ser tremenda!

— Haré todo lo posible para no defraudarte —me dice, al hilo de mi último comentario e interrumpiendo mis pensamientos—, pero si tú no quieres hacerlo conmigo, debes dejar de tratarme de usted. Tu padre, a tu edad, me llamaba Fortu; y me resulta extraño ver como “su clon” no lo hace.

— Muchas gracias —le respondo, poniendo cara de aceptación y de agradecimiento a la vez—. Lo intentaré, Fortu, pero no me resulta fácil tutear a personas que me inspiran un gran respeto, como usted.

— ¡¿Cómo?! —exclama con tono de voz muy alto.

— ¡Perdón!, quiero decir ¡como tú! —le respondo inmediatamente.

— Además —se apresura a advertirme—, antes estaba bromeando.

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— ¿Cuándo? —le pregunto, nuevamente desorientado.

— Cuando hablaba de la estrategia de tu padre para quedarse con la chica más guapa de la clase —me responde inmediatamente.

— ¡Estaba seguro de ello! —le digo, sin saber por dónde me iba a salir.

— Tu padre, persona generosa donde las haya, jamás competía conmigo en nada. Todo lo contrario: procuraba ayudarme en todo lo que me interesaba, ya fuera una chica, una materia de estudio o cualquier otra cosa. Era tan generoso y bonachón que, a veces, pecaba de excesivamente ingenuo.

— Conociéndolo, no me cabe la menor duda de ello —afirmo.

— ¡Es curioso! —me sigue explicando—: recuerdo que todo el mundo decía que él era mucho más alto y más guapo que yo. No sé si lo sabes, pero le llamaban el Paul Newman del curso. Debo reconocer que, como yo era muy competitivo y tenía mucho amor propio, eso me producía cierta envidia.

— Sabía lo de su parecido con ese actor, sí —le explico—. De hecho, mi madre lo repite orgullosa con frecuencia, alardeando de ello.

— En cambio —continúa él—, tu padre era tan tímido y soso que no ligaba demasiado. En caso contrario, ¡habría sido un competidor durísimo!

— Ese rasgo de su personalidad, mi madre lo recuerda con menor frecuencia —le digo con una sonrisa, encantado de haber encontrado una oportunidad para soltar algo de tensión y relajarme un poco.

— Lo sé —me dice sonriendo—. Su obsesión por el conocimiento detallado de las cosas hacía que las chicas se aburrieran un poco hablando con él. ¡Una auténtica pena! —exclama con un evidente tono irónico.

— Mucho me temo que yo he heredado esos rasgos de su carácter. A mí me gusta mucho leer, escribir y recopilar información. La verdad es que mi padre me cuenta lo justo acerca de su época de joven: ¡es tan reservado!

— ¿No te ha contado andanzas de nuestra juventud? —me pregunta—. Recuerdo que siempre le repetía la misma recomendación: “Pruden, ¡abre los ojos!: las chicas salen con nosotros para divertirse, no para que les deslumbremos con nuestros exhaustivos conocimientos”.

— Creo que era Winston Churchill el que decía que “a las personas nos gusta aprender, pero no nos agrada que nos den lecciones”.

— ¡Excelente cita, hijo!

— Bueno, soy aficionado a ellas. Tengo una gran colección de frases atribuidas a personajes célebres. Me son muy útiles algunas veces. De todas formas —añado, poniendo de manifiesto el bajo nivel de auto-confianza del que parto—, si hablamos de finanzas, me temo que yo necesito que me den unas cuantas lecciones.

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— De todas formas —continúa él, mientras gesticula ostensiblemente con las manos y actúa como si no hubiera oído mi último comentario— yo añadiría que nos gusta aprender, pero divirtiéndonos—. ¡Hay que entretener! Sabes que cuando le preguntas a una mujer sobre lo que más le atrae de un hombre, es frecuente que contesten que se trata del sentido del humor.

— Me suena haber oído eso, sí —le digo, tirando pelotas fuera.

— Si bien hay mucho de verdad en eso que dicen —continúa hablando como una ametralladora—, todos sabemos que si las cosas divertidas se las cuentas en un yate, en buen coche, o en la mesa de un restaurante caro, ¡todavía les hacen más gracia! —exclama en alto, volviendo a carcajearse.

— Sí, supongo que el dinero hace a un hombre más atractivo para muchas mujeres —intervengo, tras ser incapaz de encontrar algo mejor que decir—. Mi padre, desde luego, no podía contar con ese recurso de joven.

— Bueno, Justo, relacionado con lo que estás diciendo, tu padre siempre me recordaba que yo podía tomarme la vida de manera más relajada que él, sabiendo que me terminaría cayendo una buena herencia.

— Supongo que saber que se cuenta con eso debe disminuir enormemente los temores o las incertidumbres sobre el futuro —le digo.

— Te respondo con las mismas palabras que utilizaba al hablar de ello con tu padre: puede ser mucho mejor heredar estatura, como es vuestro caso, que dinero. Los centímetros de altura que se heredan no sólo te aportan un mejor aspecto físico, sino que además ¡están exentos de tributación!

— ¡Muy ingenioso! —le digo sonriendo y observando que, al estar conversando de pie, le paso unos cuantos centímetros—. Supongo que los genes que heredas determinan mucho el curso que luego sigue tu vida.

— Además —añade, poniendo ahora una cara más propia del detective que del pintor surrealista—, los centímetros de altura ¡se pueden traducir fácilmente en dinero, mi querido amigo!

— ¡¿Traducir altura en dinero?! —le pregunto perplejo.

— ¡Como lo oyes, hijo! En esta empresa, lo hacemos todos los días.

— Me temo que me he vuelto a quedar fuera de juego —le reconozco.

— Pronto descubrirás cómo lo hacemos, my dear Watson! Pero ahora, quisiera volver a lo de tu padre. Recuerdo que también le solía repetir lo siguiente: “Pruden, recuerda que el secreto infalible para aburrir a la gente consiste en tratar de explicárselo absolutamente todo”.

— ¡Sé de qué me estás hablando! Cuando le pido a mi padre que me explique algo, me da tal cantidad de información que me acaba liando un poco. Supongo que sabe demasiado y que le resulta difícil resumir lo básico.

— ¡Eso le ha pasado toda su vida! —afirma convencido.

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— Algo parecido me ocurre cuando leo los libros que me recomiendan en la facultad. Tienen muchas páginas plagadas de letras y números pequeños. Yo creo que están escritos más para profesionales especialistas que para estudiantes.

— Yo he sido siempre muy crítico con algunos planes docentes: son tan ambiciosos, en relación con la cantidad de conocimientos que pretenden que los alumnos adquieran, que acaban consiguiendo que éstos finalicen su formación, tras perder un montón de horas de estudio, sin tener claro ni lo más elemental. Yo achaco a eso, quizás por mi necesidad de encontrar una causa externa, los problemas de aprendizaje de mi infancia y juventud.

— Desde luego, es muy frustrante ver como cuantas más horas le dedico al estudio, más conocimientos confusos tengo en mi mente.

— Recuerdo que tu madre se aprendía todo de memoria en la facultad, como un papagayo, pero sin asimilar ni comprender bien los conceptos. Por eso, ella no se acuerda de casi nada ahora, ni tan sólo de lo más elemental. Y como ella no tuvo la oportunidad de aprender con la práctica posterior, al no trabajar nunca fuera, se produce la aparente paradoja de que una ejemplar estudiante con excelentes notas se considera incapaz de darle clases a su hijo ahora. De todas formas, no te pongas tan serio. Sonríe, ¡que la vida es bella!

— ¡Uno de mis objetivos prioritarios es poder recuperar el buen humor que yo tenía antes de empezar la Universidad! —le digo preocupado.

— Lo que te está pasando es algo parecido a como si, en el interior de tu cabeza, hubiera un montón de piezas de puzzle revueltas. Por eso, para evitar perderlas como le ha ocurrido a tu madre, lo que tienes que hacer es ir encajándolas poco a poco. Descubrirás que todo es más sencillo y divertido de lo que crees. Me temo que te has intentado meter tantos conceptos en la cabeza en tan poco tiempo, que has sido incapaz de asimilarlos. Tienes ¡una indigestión conceptual!: todo te suena, pero crees que no sabes nada.

— ¡Esa es exactamente la desagradable sensación que tengo! —le reconozco—. Me siento frustrado, porque creo que no he aprovechado bien tantas horas de estudio. Supongo que los árboles no me dejan ver el bosque.

— Llevamos mucho tiempo hablando aquí, junto al ascensor. Desde mi grave accidente de coche, que tuve tras celebrar mi treinta cumpleaños, ¡el mismo día que tú naciste, por cierto!, tengo que evitar permanecer mucho rato de pie, para que no me empiecen a protestar las lumbares. Acompáñame, que te mostraré algo que te hará gracia —me dice, mientras me invita a pasar.

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Finanzas en USA

— ¿Te reconoces en esta foto, Justo? —me pregunta, mientras señala a una gran pantalla de plasma situada junto a su mesa de despacho.

— Bueno, diría que yo no aparezco en ella. Supongo que ese chico de allí —le digo, mientras apunto con mi dedo índice— se trata de mi padre. Sé que no soy yo, ¡porque puedo combinar mucho mejor los colores de mi ropa!

— ¡Efectivamente! —me dice complacido—. Aquí me puedes ver, junto a tu padre, en el año que yo cumplía veinticuatro y él veintitrés. Tu padre es un año menor. ¡Fíjate en la preciosa melena que lucía yo entonces!

— Ya veo —le digo, poniendo cara de circunstancias.

— Nos matriculamos en un curso sobre Finanzas en la Universidad de Harvard. Decidimos aprovechar la última semana del mes de agosto de ese año para mejorar nuestros conocimientos en ese prestigioso centro de Boston. Como ves —me dice, mientras realiza movimientos circulares con su pipa por delante de la pantalla—, aparecemos todos los alumnos matriculados.

— ¡No se puede negar que nos parecemos! —le reconozco asombrado.

— De esta foto hace ya…., déjame calcular… ¡veintiséis años! ¡Qué barbaridad, cómo pasa el tiempo! La verdad es que es un gran error complicarnos la vida, con lo rápido que pasa. La edad me ha demostrado que no vale la pena perder el tiempo con algo que sea complejo o que no se entienda fácilmente —me dice con un semblante serio y reflexivo.

— Mi padre me ha hablado de su viaje de fin de curso a New York, durante el mes de agosto del año que acabó la carrera, pero no recuerdo que mencionara su asistencia a ese curso de finanzas en Boston.

— ¿Ah, no? Supongo que prefiere evitar discusiones con tu madre.

— Me pregunto cómo se las ingenió para financiarlo —le digo, evitando profundizar sobre su último comentario—. Siempre me recuerda que procedía de una familia de ocho hermanos en la que no sobraba el dinero.

— Tu padre, como era un empollón tremendo con disciplina militar, obtuvo una beca —me explica. Yo tuve que recurrir a financiación paterna —añade, encogiéndose de hombros y haciendo una simpática mueca.

— Observo que mi madre no es ninguna de las dos chicas que están junto a mi padre, con una actitud realmente cariñosa. ¿Me equivoco? —le pregunto, tras dirigir mi atención hacia la pantalla de nuevo—. Parece un ciclista que acaba de ganar una etapa, ¡con una chica guapa a cada lado!

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— Tu madre no es ninguna de las dos, ¡efectivamente! —me confirma moviendo los ojos y poniendo una cara curiosa, ahora más propia del artista—. De hecho —continúa, mientras hace rodar la punta de su bigote con los dedos—, será mejor que no le digas a tu madre que te he enseñado esta foto. Creo que he estado muy desafortunado haciéndolo. Mi intención era, simplemente, demostrarte el parecido con tu padre, pero no he tenido en cuenta ¡los efectos secundarios! Este es un error que cometo con frecuencia.

— ¡Estoy algo confundido! —le digo pensativo.

— ¿Por qué, Justo? —me pregunta con cierto recelo.

— Porque recuerdo que, en las fotos que mis padres me han enseñado de su viaje de fin de curso, aquellas en las que se les ve junto al resto de los compañeros de promoción, ¡no apareces tú! Además, sé que acabaron la carrera en el año que cumplían veintitrés años. Por consiguiente, tanto esta foto, como las de su álbum, deben estar hechas en el mismo mes de agosto.

— ¡Creo que es como tu dices, Justo! —me reconoce, poniendo la misma cara que pone un niño pequeño, cuando le descubren una travesura—. Mis padres me pidieron que me matriculara en ese curso de Boston, para que les diera un informe sobre el novio de mi hermana. Para no estar solo, le propuse a tu padre que me acompañara, aprovechando la circunstancia de que estaba en una ciudad no muy distante. Como podía dormir en mi habitación; no tenía que incurrir en un gran gasto adicional. Tan sólo tenía que posponer su vuelo de vuelta una semana y desplazarse unos kilómetros. ¡Eso era todo! Utilizando todo mi arsenal de armas de persuasión, ¡acabé convenciéndolo!

— ¿Y por qué no apareces tú en ninguna de las fotos del viaje de fin de curso en New York que he visto por casa, Fortu? —le pregunto directamente.

— ¡Porque yo no tenía derecho a estar! —me responde, volviendo a encogerse de hombros—. Creo no haberte ocultado —añade con resignación— el hecho de que yo no era tan buen estudiante como tus padres.

— Por lo que veo, Fortunato, tú acabaste la carrera más tarde —recalco la circunstancia, quizás de manera innecesaria e inadecuada.

— ¡Creo que así es! —me dice riendo—. A pesar de que yo tenía entonces veinticuatro años, ¡uno más que tus padres! ¡Qué vergüenza!

— ¿…?

— ¡Las mujeres, el deporte y otros asuntos de mi interés no me permitían mantener la atención en los estudios! —me dice riendo al ver mi cara, como justificándose, como buscando que su amor propio saliera ileso.

— ¡Llámame cotilla, Fortu! —le digo con algo de vergüenza—, pero el cuerpo me pide hacerte una pregunta más, relacionada con este asunto.

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— ¡Estás aquí para que responda a todas tus dudas, amigo Justo! —me autoriza sonriente—. Soy consciente de que he metido la pata enseñándote esa fotografía, y no me queda otra que dar la cara y asumir las consecuencias.

— Ya sé por qué tú no sales en las fotos del viaje de fin de curso en Nueva York —le digo para introducir mi pregunta posterior—, pero, ¿por qué mi madre no aparece en la fotografía de los asistentes al curso de Boston?

— ¡Porque tus abuelos no la dejaron quedarse! —me responde categóricamente—. Ya hubo grandes dificultades para que accedieran a que su protegidísima hija única viajara tan lejos para celebrar su fin de carrera.

— Los hijos únicos acaparan toda la atención de sus padres —opino.

— Por eso —me informa—, mi propuesta de prolongar una semana la estancia de tu padre en USA le pareció muy mala idea a tu madre. De hecho, el tema supuso la primera discusión seria de pareja que tuvieron. Tu padre pasó la tercera semana de agosto con tu madre en New York, junto con el resto de compañeros de promoción, y la cuarta conmigo en Boston. Tu madre y yo no coincidimos ni en el espacio ni en el tiempo, ¡afortunadamente!

— ¿Por qué dices eso, Fortunato? —le pregunto algo predecible.

— ¡Porque si me hubiera visto, me habría matado! —exclama divertido. Tu madre afirmaba que yo era una pésima compañía para tu padre.

— Supongo que no quería reconocer su carácter celoso.

— ¿Eso crees, Justo? —me pregunta--. Lo cierto es que tu madre empezó mostrando mucha atracción por la inteligencia de tu padre —continúa—, pero ¡terminó surgiendo el cariño luego! Cuando se hicieron novios, ¡formaban la pareja perfecta! Tu madre, con sus precisos ojos violetas era clavada a ¡Liz Taylor! Cuando iban juntos, llamaban la atención. Decían que parecían los protagonistas de “La gata sobre el tejado de zinc”.

— ¡Ahora entiendo el porqué ninguno de los dos nos ha hablado jamás a los hermanos de ese curso de finanzas americano! —exclamo espontáneamente—. Todos sabemos que nuestros padres se hicieron novios en el segundo año de la carrera, que mantuvieron su relación durante toda ella y que, por esas circunstancias, se casaron tan pronto como la acabaron.

— ¡Efectivamente, así fue! —me confirma—. Dos meses después de ver a tu padre estudiar finanzas en manga corta, tuve la oportunidad de verlo en la iglesia, junto a tu madre, ¡impecablemente vestido!

— ¡Supongo que las chicas del curso que aparecen besando a mi padre en la foto no formaban parte de los invitados a la boda! —le digo con ironía.

— ¡Veo que te vas relajando, amigo! —exclama Fortu riendo—. ¡Quizás no ha sido tan mala idea lo de enseñarte la foto, después de todo!

— Lamento, Fortu, mi comportamiento inadecuado.

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— Te diré, Justo, que una de ellas ¡sí que estaba invitada! —me dice riendo—. La de la derecha es mi hermana Scarlett.

— ¡¿Es esa tu hermana?! —exclamo nuevamente—. ¿Es la misma persona que está ahora de viaje de negocios, formando parte de un grupo de trabajo en el que participa mi padre también? —le pregunto curioso.

— ¡Exacto: la misma! Como puedes ver, era una chica muy guapa y elegante que decidió estudiar Business Administration en la Harvard University —me dice con un impecable acento británico.

— Es muy atractiva, efectivamente. Tengo muchas ganas de conocerla. Mi padre me ha hablado de su gran competencia profesional.

— La conocerás en la fiesta del sábado de la semana que viene, en la que conmemoraremos el decimoquinto aniversario de esta empresa.

— Me gusta mucho como le queda el vestido rojo-escarlata que lleva puesto. ¡Muy adecuado para su nombre, por cierto! Además —continúo con mis opiniones sobre ella—, tiene aspecto de ser una persona muy inteligente.

— Puedo decirte que Scarlett destaca ahora por su responsabilidad y, también, por su gran capacidad intelectual y de trabajo. No obstante, a la edad que tenía en esa foto, se comportaba de una manera bastante caprichosa e impulsiva. Era muy pasional, y tardó algunos años en madurar. Por su físico y por sus reacciones viscerales, mi padre la llamaba Scarlett O’Hara.

— ¡Es verdad que se parece físicamente a Vivien Leigh! —le digo.

— Me llama la atención que conozcas a una actriz de esa época, Justo.

— Se trata de la favorita de mi padre —le explico—. Tiene la colección de las mejores películas de la historia del cine. En las noches de agosto, nos encanta verlas todos juntos en familia. En nuestro jardín, ponemos la pantalla y el proyector que utiliza para sus presentaciones financieras.

— ¡Me podríais invitar algún día a una sesión de cine de verano, Justo! —exclama sonriente—. Pero volviendo al tema —continúa sin pausa—, y tal como te iba diciendo, al comunicarnos mi hermana su intención de asistir a un curso sobre finanzas con su novio, tras finalizar su último año de estudios, mis padres me pidieron que la acompañara y les informara de todo.

— Pues tampoco recuerdo haber visto a tu hermana en el álbum de fotos de la boda de mis padres. Sí recuerdo haberte visto a ti, pero no a ella.

— Mi hermana estaba invitada, pero no pudo asistir —me explica—. Se encontraba de viaje de novios ¡con el idiota perdido de su marido!

— ¡Observo que los informes que generaste para tus padres sobre tu futuro cuñado no fueron muy favorables! —le digo sonriendo.

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— El informe financiero sí lo era, ¡pero el resto no! Se trataba de la oveja negra de una familia rica de Atlanta. Con el dinero de sus padres, se permitía el lujo de vivir con una imagen de mujeriego osado y aventurero.

— ¡No todo son finanzas en esta vida, está claro! —afirmo convencido.

— El novio de mi hermana era ese tipo que puedes ver posando junto a ella —me dice señalándolo—. Es ése que ves repeinado, con una sonrisa ladeada e irónica y con un ridículo bigotito. Fíjate como miraba celoso la forma con la que ella bromeaba dándole un beso a tu padre. ¡Fingía ser un galán, forzando un parecido absolutamente inexistente con Clark Gable!

— Creo recordar que ese actor tenía ojos oscuros, y no azules como los que le observo a ese chico en la fotografía. ¿Era inteligente? —le pregunto.

— Tengo que reconocer, esforzándome mucho por ser objetivo, que era gracioso y ocurrente, pero te aseguro que no destacaba por su inteligencia.

— Me imagino que las reducidas gracias que describes son las que cautivaron a tu hermana —me atrevo a conjeturar—. Supongo que el enamoramiento te hace ver las virtudes de tu pareja agrandadas y te pone una venda en los ojos que te impide ver sus defectos —añado algo muy conocido.

— ¡Así es, Justo! Unas veces te equivocas por escuchar demasiado al corazón para decidir, y otras por usar la cabeza en exceso. Por más que lo intenté —me dice con cara de resignación—, no conseguí persuadirla.

— Ya veo —le digo, con la intención de que continúe explicándome.

— Recuerdo que, como ese chico era tan estirado y presumido, me gustaba tomarle el pelo diciéndole que parecía que se había derramado el café con leche del desayuno por su cuerpo. Se lo repetía casi todos los días, sabiendo que no soportaba que le mencionaran lo de sus manchas en la piel.

— Observo varias en su cuello y en sus brazos, sí. ¿Cómo se llamaba?

— Su nombre era Mendi y su apellido People —me responde—. A propósito de eso, recuerdo otra anécdota graciosa: como alardeaba de haber tenido muchísimas novias, yo me burlaba de él llamándole ¡Many People!

— ¡Eso tiene gracia! —le digo riendo—. ¡Veo que hiciste todo lo que estaba en tu mano para meter cizaña en la relación!

— ¡Pero, a pesar de todo, no conseguí lograr mi objetivo! —me replica.

— Es decir, que se trata de la misma persona con la que se acabó casando, y con la que se trasladó a Barcelona unos días antes de mi apendicitis, según sé a partir de informaciones que me han dado mis padres.

— ¡El mismo! —me confirma—. Se vinieron con su hija, naturalmente.

— ¡También tengo ganas de conocerla! ¡Qué pena que no hayamos tenido oportunidad de hacerlo, pasados ya diez años desde su llegada!

— ¡Ya sabes de quien es la culpa! —me replica rápidamente.

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— ¡O sea, que nos os habéis visto en todo el milenio! —le digo utilizando el recurso de la broma, para evitarme el dar explicaciones sobre el conocido rechazo de mi madre a mantener cualquier tipo de relación con él.

— ¡Así es! —me dice sonriendo—. Pero, volviendo a mi hermana, Justo, te diré que su carácter obstinado y caprichoso de aquella época la hizo cometer un terrible error de juventud. En septiembre de ese mismo año, se casó embarazada de ese individuo al que tuvimos que sufrir hasta hace diez años. Tras acabar la carrera, se trasladaron a Atlanta, lugar donde empezaron a vivir juntos. Mi hermana encontró trabajo en una empresa multinacional, con sede central en California, que desarrollaba tecnología para láseres de uso médico. En poco tiempo, como consecuencia de su gran valía profesional, pasó a ser la máxima responsable de logística y suministros.

— Mi padre me explicó que se separaron pocas semanas después de llegar a España y que, entonces, él decidió volverse a su ciudad de origen. Me dijo que ocurrió poco después de esa famosa celebración de fin de año, ¡y de milenio!, a la que yo no pude asistir debido a mi inoportuna operación. No obstante, me suena haber visto fotos en las que aparece ese hombre bailando y divirtiéndose. También recuerdo haber visto a tu hermana y a tu sobrina.

— ¡Acabó borracho como una cuba y consiguiendo que todos los invitados huyeran a sus casas! —me informa—. La verdad es que ¡todos descansamos! cuando regresó a su país pocos meses después, tras el divorcio. Siempre digo que fue una consecuencia positiva ¡del efecto 2.000! Mi hermana se dio cuenta, tras unos años de matrimonio llenos de infidelidades, que se equivocó al dejarse llevar por su impulsividad juvenil. De todas formas —añade—, yo soy comprensivo con ella, porque también era muy proclive a cometer ese mismo tipo de errores. Y me temo ¡que lo sigo siendo!

— ¿Por qué se trasladaron desde Norteamérica a nuestro país, Fortu?

— Cinco años después de que yo fundara esta empresa, le propuse a mi hermana que dejara la multinacional y se viniera a trabajar conmigo. Necesitaba ayuda para gestionar el rápido crecimiento que estábamos teniendo entonces. ¡Recuerdo que tu padre me ayudo a convencerla!

— ¿En qué departamento trabaja ella ahora? —le sigo preguntando.

— Aprovechando su experiencia previa, siempre se ha encargado de la logística, de las compras y de la relación con todos los proveedores. Por esa misma razón, Scarlett es la representante de esta empresa en el viaje de trabajo que has mencionado antes. La compañía en la que trabaja tu padre se ha convertido en nuestro principal proveedor de láseres de uso quirúrgico. Se trata, como creo que sabes, de la filial en España de la misma multinacional en la que trabajaba mi hermana cuando vivía en Atlanta.

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— Me consta que mi padre es el director financiero de esa filial y que tu hermana le recomendó, para que sus jefes americanos lo ficharan.

— ¡Exacto! —exclama, viendo que estoy bien informado.

— ¿Y qué me dices de la otra chica, Fortu? —le pregunto, recuperando mi atención en la fotografía—. Me refiero a la que está a la izquierda de mi padre, también bromeando “con lo del beso al ciclista”, ya sabes…

— Bueno, Justo, ¡yo diría que esa chica no bromeaba tanto…!

— ¡¿Qué quieres decir, Fortu?! —le pregunto más sorprendido que alarmado, conociendo muy bien la forma de ser de mi padre.

— ¡No seas tan mal pensado, Justo! —me responde riendo—. Se trataba de la hermana de Many, aunque, ¡afortunadamente!, no se parecían en nada. A pesar de que era dos años menor que él, ¡acabaron la carrera a la vez!

— ¡Muy elocuente! —comento brevemente para no interrumpirle.

— Recuerdo que era una encantadora chica que se encaprichó con tu padre de una forma tremenda —me explica. Se llamaba Débora y, tal como puedes ver en la imagen, hacía honor a su nombre: ¡se lo comía con los ojos!

— ¡Sin comentarios! —exclamo, arqueando mis cejas.

— Ya sabes que tu padre era, al igual que tú eres ahora, Justo, un chico alto y guapo de ojos azules. No sabía explotar todo su potencial, pero su físico gustaba mucho a las mujeres. A tu padre, se le notaba poco entrenado para manejarse en estos temas. Yo le veía tan inexperto y vulnerable —añade—, que intentaba asesorarle un poco. Ya sabes a lo que me refiero…

— Imagino que te refieres a algunos consejos sobre cómo explorar correctamente la totalidad de la piel de la chica, para averiguar si tenía alguna mancha cutánea oculta similar a las de su hermano —le digo con ironía.

— Ja, ja, ja —se carcajea Portu—. ¡Te aseguro que me estás gustando más ahora que al inicio, chico! Te veo mucho menos tenso y más espontáneo.

— Aprovechando que mi madre no nos oye, ¿me puedes dar más detalles sobre lo qué ocurrió? —le pregunto, animado por sus palabras, y demostrando que mi curiosidad tiene ahora más fuerza que mi timidez.

— Creo que no hay mucho más que explicar, Justo —me responde muy divertido—. ¡Tan sólo fue una experiencia veraniega! Tu padre estaba muy enamorado de tu madre y no estaba dispuesto a cambiarla por nadie, ¡ni siquiera por esa americana guapa y rica que tanto le insistía! Acabó la cuarta semana de agosto, finalizó el curso y nos volvimos, después de haber aprendido y de haber pasado momentos divertidos. ¡Eso fue todo!

— De todas formas, aunque tuviera novia con planes de boda, ¡a nadie le amarga un dulce! —opino, dejándome ir un poco.

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— ¡Me parece que tienes mucho peligro, Justo! —exclama riendo—. Piensa que nosotros lo teníamos mucho más difícil que vosotros ahora. Las costumbres eran muy diferentes y, además, no teníamos ¡redes sociales!

— No me extraña que conserves esa foto con tanto cariño —le digo, rojo como un tomate—. Imagino que alguna de las otras chicas que aparecen en la foto se convirtió también en tu “experiencia veraniega” —añado, con la incómoda sensación de que estaba perseverando en un comportamiento inadecuado e impertinente, pero sin fuerzas para evitarlo.

— ¡Imaginas mal, amigo! —me responde, haciéndose el interesante.

— ¡¿No?! —exclamo extrañado.

— A decir verdad, mi indecisión me llevó a salir con varias chicas del curso —me explica, mientras vuelve a mostrar su risa sonora y contagiosa—. Recuerdo que el profesor americano nos decía que, en Finanzas, es muy importante el periodo de tiempo que defines para el análisis. Mientras tu padre prefirió un periodo de una semana, yo fui más partidario de ¡periodos de análisis diarios! —afirma divertido, y continuando con la broma machista.

— ¡Claro, claro, supongo que es mucho mejor explorar una chica diferente cada día! —opino por compromiso, y con una risa un poco forzada.

— ¡Pues sí señor! En ese viaje, aprendimos y nos lo pasamos bomba. Tu padre aprovechó sus únicos quince días de vacaciones de que disponía.

— Mi padre siempre nos recuerda que —le digo con orgullo—, debido a la situación económica de su familia, tuvo que empezar a trabajar desde el primer año de la carrera para poder financiar sus estudios. Eso reducía mucho sus días de vacaciones y su disponibilidad de tiempo libe.

— Pero esa circunstancia —continúa Fortu— les permitió casarse tan pronto como acabaron la carrera. Consideraron que podían vivir con el reducido sueldo de tu padre, hasta que encontrara un trabajo mejor retribuido.

— Mi padre acostumbra a ponernos aquella época como ejemplo, cuando quiere decirnos que hay que saber afrontar las situaciones difíciles, siempre asociadas a los inicios de cualquier proyecto, con determinación y coraje. De todas formas —añado—, nunca entenderé por qué tuvieron tantas prisas por casarse y, de esta forma, complicarse la vida más de lo necesario.

— La gente decía que tu madre, con su fuerte carácter, sus decisiones cerebrales y su perseverancia para conseguir sus definidos objetivos, fue determinante en la evolución de los acontecimientos —me informa Portu—. Ella decidió, tras casarse con tu padre, no trabajar fuera de casa, sino dedicarse al cuidado de la familia y a la administración financiera del hogar.

— No sé si era esforzarse tanto para conseguir la licenciatura en Ciencias Económicas, ¡y luego limitarse a llevar las cuentas de casa! —exclamo, pensando en las grandes dificultades por las que estoy pasando yo

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actualmente—. De todas formas, supongo que, cuando la ecografía confirmó su embarazo gemelar, tuvo que hacer un urgente replanteamiento de vida.

— Así es: a los veinticuatro años, ¡tus padres ya estaban casados y con dos hijas! A todos nos parecía todo un poco precipitado, pero quizás el tiempo les ha dado la razón: permanecen juntos desde entonces, sin haberse visto afectados por la enorme tasa de separaciones actual. De todas formas, estoy seguro de que, si tu madre hubiera tenido la oportunidad de ejercer profesionalmente, ella tendría ahora otra visión de las finanzas y de la vida. Parece chocante, pero ella razona y ve el mundo desde el punto de vista de una clásica “ama de casa”. Es como si hubieran desaparecido de su cabeza todos los conceptos y toda la lógica empresarial que estudió en la carrera.

— Supongo que a mi madre no le resultaba tan aburrido mi padre, tal como me has dicho que les ocurría al resto de las chicas…

— ¡Muy agudo, chico! —exclama Fortu tras mi afirmación—. Supongo que mis comentarios no te han molestado. ¡No era mi intención, desde luego!

— No lo has hecho —le tranquilizo—. Mi padre tiene puntos fuertes y débiles. Creo conocerlo bien, y sus virtudes ganan claramente a sus defectos.

— ¡Así es! Tu madre, una mujer más racional que la media, vio en él a un excelente marido y a un magnifico padre de sus hijos. Se ajustaba al perfil de hombre que su cabeza le decía que le convenía. Sea como fuere, esa decisión le permitió a tu padre ¡quedarse con la chica más guapa de la clase!

— Es un buen análisis, sin duda —le digo.

— ¿Sabes un cosa, Justo?: hay tipos que hacen reír mucho a sus novias, pero que luego hacen llorar todavía más a sus mujeres.

— Otra acertada reflexión, creo. —le digo, sensibilizado con ese tema.

— Lo entretenido debe ser siempre —añade serio— el envoltorio de algo consistente. Si sólo hay un bonito papel de regalo que envuelve un objeto de poco valor, estamos ante algo engañoso, algo de cartón piedra.

— Eso es muy gráfico, sin duda.

— Yo procuro que mi humor sea el edulcorante de cosas serias, de las cuales trato de hablar con rigor, aunque no siempre lo consiga —me dice con un semblante reflexivo muy peculiar, que me pilla algo desprevenido.

— Estoy seguro de que siempre lo consigues —le digo, sorprendido de que este hombre se haya puesto tan trascendente de golpe.

— La capacidad, la integridad y la generosidad de tu padre, además de otras de sus muchas virtudes, no sólo enamoraron a tu madre, sino que han sido muy valoradas por todas las empresas que se lo han disputado como director financiero. Es un poco rollo a veces, lo admito, pero te puedo decir que, siempre que estoy ante una decisión difícil, no dudo en recurrir a él.

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— Me halaga oír eso —le digo satisfecho.

— Tu padre me ayudó mucho en los inicios de esta empresa. Siempre mantiene sus principios éticos y humanos en sus análisis económicos. Eso es muy importante, cuando te pones las gafas de cuantificar dinero; situación que tiene tendencia a hacerte ver las cosas de manera fría y prosaica.

— Efectivamente, he tenido mucha suerte con mis padres, a pesar de que se pasan un poco de sufridores y de exigentes a veces. Mi madre está todo el día diciéndome que ordene mi cuarto, que apague las luces y que contribuya al ahorro de los gastos del hogar —le digo resoplando.

— ¡Doña Angustias! —exclama Fortu con una sonrisa—. ¡Su nombre le encaja como un guante! Recuerdo que, como se exigía tanto a si misma durante la carrera, estaba siempre agobiada. No encontraba tiempo para salir por las noches, ni para apuntarse a las actividades que organizábamos.

— Pienso que mi madre, siendo tan perfeccionista y ambiciosa, me pone demasiada presión para que consiga ser el mejor. La verdad es que es imposible verla complacida, y eso nos genera mucha tensión a todos. Se comporta como si siempre estuviera enfadada o frustrada por algo. No sé…

— Yo creo, Justo, que quiere lo mejor para ti —comenta benevolente.

— Supongo que se comporta igual a como lo hacían sus padres con ella —opino—. Mi abuelo, de origen humilde, era un administrativo del departamento de contabilidad de una empresa textil. Tenía un carácter muy difícil y se revelaba contra la ceguera a los colores que padecía. Su salario era reducido y soñaba con que su guapa hija única llegara a ser una prestigiosa directora financiera con una elevada retribución. Supongo que mi madre —continúo explicándole—, tras no conseguir esos objetivos paternos, está obsesionada con que yo pueda alcanzarlos, superando incluso a mi padre.

— Eso creo que explica parte de su comportamiento, efectivamente.

— Supongo que sí, pero lo que está consiguiendo es que me encuentre bloqueado por las expectativas y que tenga pesadillas cada noche. Mi padre, condicionado por la presión que nos pone mi madre, me intenta dar clases, pero todavía me lía más. Estás al corriente de todo esto, ¿verdad, Fortu?

— ¡Don Prudencio y Doña Angustias! Han sido así toda la vida, ¡haciendo honor a sus nombres siempre!—exclama, recuperando el tono irónico—. ¿Quieres ver más fotos? —me pregunta.

— ¡Naturalmente!

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La piscina del tío Gilito

— ¿Conoces este cuadro, Justo? —me pregunta, tras cambiar la imagen de la pantalla utilizando el mando a distancia.

— ¡Sí, claro! —le respondo—. Se trata de la famosa pintura surrealista en la que aparecen unos relojes blandos y deformados. Su autor es…

— ¡Se trata de mi cuadro favorito! —exclama, sin dejarme acabar de hablar—. Su título es “la persistencia de la memoria”. Simboliza cómo el tiempo va deformando nuestros recuerdos almacenados en ella.

— ¡Qué interesante! —le digo, como si fuera la primera vez que lo veo.

— Los trucos nemotécnicos que te iré dando te servirán para que tus conocimientos sobre el análisis financiero básico no se te vayan reblandeciendo con el paso del tiempo, ¡como les pasa a estos relojes!

— ¡Lo celebro! —le digo, intentando comunicarle agradecimiento.

— ¡No olvides esta obra de arte! —me recomienda, mientras vuelve a apretar el mismo botón del mando a distancia.

— ¿Quiénes son esas preciosas niñas? —le pregunto instantes después de ver fugazmente la siguiente imagen que aparece en la pantalla.

— ¿No reconoces a tus hermanas mayores? —responde preguntando.

— Es la primera vez que veo una fotografía de las gemelas de recién nacidas. Pensé que no se las podía sacar de la incubadora. ¡Qué ilusión me hace verlas en esa foto! ¿Me enviarás una copia a mi correo electrónico?

— Bueno…, verás… —me dice de manera entrecortada, como si se hubiera vuelto a arrepentir de mostrarme algo—, lo que me interesa ahora no es que te fijes en esa foto, sino en esta otra —añade nervioso, mientras cambia de imagen velozmente—. ¿Reconoces a este personaje de dibujos animados? —me pregunta ahora, señalándolo con el extremo de su pipa.

— ¡Es el tío Gilito, el famoso personaje de Walt Disney! —exclamo fascinado—, con su característica chistera negra, sus pequeños lentes apoyados sobre su pico y su bastón. Se trata del pato ¡más rico del mundo!

— ¡Así es! Pero me temo que esa circunstancia no le convierte en el pato más feliz del mundo: ¡es un auténtico cascarrabias!

— ¡Está claro!

— ¿De qué te ríes, Justo? —me pregunta, al observar mi cara.

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— Me estaba acordando de un chiste relacionado con eso de que el dinero no da la felicidad ¡y de que el tamaño no importa!, pero, como es un poco ordinario, me da vergüenza explicarlo.

— Pues en ese caso, volvamos a nuestro tío Gilito. Como bien sabes, Justo, su afición favorita consiste en zambullirse en su dinero y en lanzar las monedas al aire para que, al caer, le golpeen en la cabeza.

— Su tacañería es uno de sus rasgos distintivos —recuerdo.

— ¡Así es! Estoy seguro de que ese pato tendría un mejor carácter y estaría de mejor humor, si hiciera otras cosas más productivas y positivas con su dinero, y no se limitara a bañarse en él.

— Apuesto a que sí —afirmo, convencido de que tiene razón.

— Fíjate bien en la cara del pato y dime si notas algo que te llame la atención. ¿Te recuerda a alguien? —me pregunta con actitud de suficiencia.

— La cara se parece mucho a la tuya —le respondo de inmediato.

— ¡Correcto, Justo! Estás delante de una caricatura que me hizo tu padre ¡en un alarde insospechado de sentido del humor y de habilidades artísticas! Me la regaló en la fiesta de inauguración de esta empresa, hace 15 años. ¡No sabes la ilusión que me hizo y el cariño con la que la conservo!

— ¡Sorprendente! —exclamo, extrañado de que fuera obra de mi padre.

— Tu padre me ha recordado, durante toda su vida, el hecho de que, de pequeño, yo era un niño rico y mimado. Lo ha hecho siempre, ya conoces su estilo, con todo su cariño y sin ningún ánimo de ser ofensivo.

— A mí también me sorprende mi padre, de vez en cuando, con su humor británico que muestra “a cuentagotas”.

— Además, en este caso concreto, el hecho de que se pusiera a hacer un dibujo lleno de colores, ¡tiene un mérito especial! —afirma orgulloso.

— Me imagino que lo dices por su daltonismo, ¿verdad?

— ¡Claro, claro! Su tipo de trastorno visual le impide distinguir las gamas del verde y del rojo, ¡por eso se viste con colores que no combinan!

— Ese problema le impidió cumplir su sueño de convertirse, siguiendo los pasos de su padre, en piloto de las Fuerzas Armadas —recuerdo.

— Siempre que le oigo lamentarse por eso —me dice—, le recuerdo que no habría tenido la oportunidad de conocernos, ni a tu madre ni a mí, si no se hubiera decidido por la alternativa de estudiar Ciencias Económicas. Además, estoy convencido de que el hecho de que tu padre tuviera el mismo trastorno visual que tu abuelo le generó a tu madre un sentimiento especial.

— ¡Veo que tienes la habilidad de encontrar el aspecto positivo a todo! —le digo. Me pregunto cómo se le ocurrió la idea de la caricatura.

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— Pues verás, Justo: además del hecho conocido de que mi familia tenía dinero, yo formaba parte de un equipo de waterpolo. Por todo ello, me pusieron el mote de Gilito. Tu padre me dibujó así, al acordarse de nuestra época universitaria. Fíjate qué situación más frustrante y difícil de digerir: mientras a tu padre le llamaban Paul Newman, a mi me llamaban ¡tío Gilito! Como ves, era del todo imposible ¡que Elisabeth Taylor se fijara en mí!

— Me parece un dibujo muy simpático —afirmo, evitando cualquier otro tipo de comentario sobre la posible disputa de dos amigos por mi madre.

— ¡Sí que lo es, sí! Probablemente sin dinero tampoco podría, pero no puedo vivir sin piscinas. Seguramente has visto la que tenemos abajo, cuando observabas desde el ascensor. Apostaría a que te has preguntado acerca de qué demonios hace una piscina en el patio de un edificio industrial.

— ¡Estate seguro de que ganarías la apuesta! —le digo—. Veo que te gusta ir revelando las cosas poco a poco y mantener un poco de “suspense”.

— ¡Así es! Creo que es mejor para que tu proceso de aprendizaje sea más entretenido. La observación y la lógica deductiva te irán guiando para ayudarte a ir revelando todos los misterios que tienes pendientes por resolver. Encontrarás todo, querido amigo, ¡muy elemental!

— ¡Eso espero! —exclamo sonriendo, pero con mucho escepticismo.

— Pero además de aplicar tu lógica, utilizar la visión y las habilidades del artista que llevas dentro, ¡te serán de gran utilidad también!

— Lo tendré presente —le digo—. Pero, volviendo al tema de las piscinas, ¿mantienes tu afición juvenil por los deportes de agua?

— ¡Naturalmente! Me siguen apasionando la natación y la vela.

— ¿También te gusta navegar?

— La navegación es un excelente profesor de gestión empresarial: te obliga a fijar un objetivo, a elegir el mejor rumbo para conseguirlo y a saber sortear las dificultades que van apareciendo por el camino. También se obtienen de ella grandes lecciones sobre la importancia del equilibrio.

— ¿Qué quieres decir exactamente, Fortu?

— ¿Qué pasaría, Justo, si estuvieras ejerciendo de patrón de un barco y lo mantuvieras todo a babor, o todo a estribor, de manera mantenida?

— No me he montado en un barco de vela en mi vida, pero supongo que realizaría una trayectoria circular y que terminaría en la posición inicial.

— ¡Exacto! ¿Ves como, para avanzar hacia nuestro objetivo, es imprescindible mantener el equilibrio? ¡Ni todo a babor, ni todo a estribor!

— ¡Asombroso! —exclamo, mientras asiento con la cabeza.

— Hace unos años, también me empecé a aficionar al submarinismo.

— ¡¿Submarinismo?! —exclamo, nuevamente sorprendido.

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— Sí, eso he dicho. Por eso, en este armario de allí, tengo dos equipos completos de buceo. Los utilizo con cierta frecuencia.

— ¡Qué curioso! —le digo, absolutamente perplejo de que alguien pudiera tener dos trajes de buzo en el armario de su despacho.

— Fíjate en la dedicatoria de la caricatura —me dice Fortu, intentando recuperar mi atención—: “Para Fortu Green, con cariño y admiración”.

— ¿Por qué Fortu? —le pregunto intrigado por el origen del nombre.

— Sí, sí, Fortu. Se trata de la abreviatura de Fortunato. A mi padre, aunque era británico, siempre le gustó ese nombre italiano.

— ¡Curioso! —exclamo, temiendo haber sonado algo impertinente.

— Ja, ja, ja —se carcajea—. Te pones rojo igual que lo hacía tu padre.

Me encojo de hombros, sin saber qué decir. Fortunato sigue hablando:

— No cabe duda de que mis padres deseaban intensamente que mi hermana y yo fuéramos capaces de incrementar el patrimonio familiar.

— Bueno, a juzgar por lo que veo y por lo que me ha explicado mi padre, el nombre le encaja de maravilla, señor Green. Usted tiene…

— ¡¿Cómo dices?!

— ¡Rectifico! —exclamo—. Quería decir que ¡te encaja de maravilla!

— ¡Ah, bueno! —me dice con una simpática mueca.

— Ya te advertí que no me sería fácil tutearte.

— ¿Qué querías decirme, Justo? —me pregunta inmediatamente.

— Decía, Fortu, que tienes fama de ser un “crack” como emprendedor y como generador de beneficios y de dinero con tus empresas.

— Llevamos mucho tiempo hablando de pie, al principio junto a la salida del ascensor y luego ante la pantalla; y mis vértebras lumbares han empezado a recordarme que se rompieron en el desgraciado accidente de coche que tuve hace veinte años y también ¡que casi me dejan paralítico! Un desagradable dolor crónico me obliga a tomar analgésicos continuamente, como le pasa a ese médico antipático que sale en televisión.

— ¡¿Ah, si?! —le pregunto, como reacción instintiva desencadenada por la extrema curiosidad que me ha generado su última intervención.

— ¿Qué te parece, Justo, si nos sentamos y te respondo a tu comentario relacionado con mi nombre, mientras nos tomamos algo tranquilamente? —me propone, a la vez que me señala la mesa de reuniones de su despacho.

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Las cartulinas resumen

Mientras nos dirigimos a la mesa de reuniones del despacho del señor Green, observo que los vidrios tienen una curiosa tonalidad dorada, y no azulada como los de la planta baja. Los cristales de esta planta me recuerdan a los del hotel de Las Vegas en el que estuvimos el año pasado, con motivo de las bodas de plata de mis padres. Recuerdo que, entonces, mi padre me dijo que ese edificio se podría utilizar para entender las cuentas financieras. Nos lo explicó, pero no le prestamos atención.

— ¿Qué te apetece tomar? —me pregunta, una vez que nos hemos sentado alrededor de la mesa—. ¿Un gin tonic, un whisky, una cerveza…?

— Preferiría un poco de agua, gracias.

— Pues yo también tomaré agua; ¡es mucho más saludable! — me dice, mientras abre la puerta del mueble-bar, situado junto a la mesa.

Mientras Fortunato se inclina para sacar las botellas de agua, aprovecho para mirar a través del enorme acristalamiento. Me fijo mejor en el patio exterior y en la piscina de la que me hablaba antes. Veo una piscina desmontable muy grande, de colores muy llamativos, parcialmente llena y sobre la que, curiosamente, se van vertiendo algo parecido a cubos de agua.

— Aquí tienes tu botella de agua, Justo. Quizás te apetezca una de estas galletas también —me dice, al poner una bandeja llena de ellas sobre la mesa—. Son inglesas y están buenísimas. Se trata de una de mis adicciones.

— ¡¿Una de tus adicciones?! —le pregunto, intrigado por el resto.

— Veo que tu padre, con la prudencia y la discreción que le caracterizan, ha hecho más énfasis en mis virtudes que en mis defectos.

— Supongo que así es —le digo escuetamente, pero deseando que siga hablando acerca de esos vicios a los que se acaba de referir.

Recuerdo que mi madre me habló de algunos hábitos de juventud muy poco saludables que tenía el amigo de mi padre, pero siempre hay que filtrar mucho todos los comentarios negativos que salen de su boca.

— Pues, para que tengas una visión más global sobre mí —continúa hablando Fortunato—, te diré que otras adicciones, mucho más peligrosas, me causaron grandes disgustos en mi juventud. Pero, si te parece, volvamos a tu pregunta acerca de mi nombre.

— ¡Claro, claro! —le confirmo mi aprobación, con la intención de no demostrar un inadecuado exceso de curiosidad.

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— Bueno, hijo, verás —me dice tras sentarse de nuevo en la silla y servir el agua—. Aunque estoy seguro de que mi padre no estaba pensando en lo que te voy a decir, cuando eligió mi nombre, una cosa es ser “Rico” y otra distinta es ser “Fortunato”, es decir, afortunado. El único requisito para ser rico es tener dinero. ¡Ser afortunado es algo diferente!

— ¿Algo diferente, dices? —le pregunto, para que me explique.

— Como has afirmado antes, yo soy rico porque heredé dinero y porque mis empresas generan beneficios. Pero no soy afortunado sólo por eso: soy “fortunato”, como dicen los italianos, debido a que, además de tener éxito empresarial, tengo amigos como tu padre. También lo soy —añade—, porque veo que las personas que trabajan, o que se relacionan con mis empresas, se muestran razonablemente satisfechas y felices con su vida.

— Entiendo —le digo con parquedad para no interrumpirle.

— El dinero me gusta, debido a que es muy necesario para utilizarlo como un recurso empresarial más —continúa argumentando—. Es preciso para la inversión, la actividad económica y la generación de riqueza. Precisamente por eso, debes saber cuantificar muy bien lo que ocurre con el dinero que circula por cualquier proyecto empresarial. Y para eso —añade—, las cuentas financieras son unas herramientas imprescindibles.

Es admirable la capacidad que tiene este hombre de pasar, en décimas de segundo, de la carcajada más sonora, a decir cosas de gran calado con extrema seriedad, y viceversa.

— Siempre que se habla de dinero, me acuerdo de que “todo el que piensa que el dinero puede hacerlo todo, hará cualquier cosa por dinero”.

— ¡Eso es muy acertado, Justo! —me reconoce—. Como te ha dicho tu padre, y mi querido amigo Pruden, me gusta el dinero y me apasionan las finanzas, pero sin perder de vista que son un medio y no un fin. El fin es siempre tu felicidad y la de las personas involucradas en tus proyectos.

— No puedo estar más de acuerdo con el razonamiento.

— Estaba seguro de que opinabas así —me dice.

— ¿Por qué? —le pregunto intrigado.

— Porque se trata de un valor que me inculcó tu padre, Justo, y, por tanto, tenía la certeza de que lo hizo también con sus hijos.

— Mi padre es muy insistente con este mensaje —afirmo orgulloso.

— Nos caímos muy bien desde el primer momento en que nos conocimos —me informa—, a pesar de que éramos muy diferentes. Probablemente, fue el contraste lo que nos atrajo, ¡y el que nos une!

— Me consta que así es —le confirmo que mi padre opina lo mismo.

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— Era tímido, modesto, introvertido y prudente. Yo era muy diferente. Supongo que la gran diferencia nos hacía sentirnos muy complementarios.

— ¿Por ejemplo? —le pregunto por cosas concretas.

— Tu padre, por su seriedad, rigor y perfeccionismo, era un experto en hacer apuntes con un detalle y una calidad excepcionales. ¡A tu madre le apasionaban y, por ello, se los aprendía como hacía con el catecismo! En cambio, a la hora de generar resúmenes o esquemas gráficos, tu padre tenía más dificultades. Del material exhaustivo y, por qué no decirlo, un poco aburrido y farragoso de tu padre, yo trataba de sacar algo simple y divertido.

— ¡Muy interesante! —le digo, con la intención de transmitirle mi deseo de que me siga explicando.

— Una técnica que me funcionaba muy bien era la siguiente: justo al final de cada clase, con todo en caliente, me obligaba a resumir los apuntes de tu padre. Para ello, me obligaba a escribir un único folio por una cara.

— ¡Continúa, te lo ruego! —exclamo fascinado.

— Toda la información que no era capaz de incluir en un folio, la descartaba. Asumía que no tenía la relevancia necesaria —me explica.

— Por lo que veo —le interrumpo lo mínimo posible—, antes de cada examen, sólo tenías que estudiar una sola hoja por cada clase.

— Bueno, muchas veces no tenía tiempo ni para eso —me replica—. Por ello, realizaba una segunda etapa de síntesis.

— ¿Ah, sí? ¿De qué forma? ¿En qué consistía?

— Pues verás: compraba una cartulina blanca para cada asignatura y las fijaba todas, usando chinchetas, sobre las láminas de corcho que tapizaban las paredes de mi cuarto. Sobre ellas —añade satisfecho al ver mi cara—, podías ver tantas cartulinas como asignaturas estaba cursando en ese año.

— ¡Qué interesante! —le digo.

— El juego consistía en que tenía que ser capaz de sintetizar y estructurar toda la información de los folios resumen de todas las clases en una sola cartulina. Al ir escribiendo sobre ellas, iba clasificando la información en grupos, utilizando palabras clave, colores y dibujos.

— ¿Y luego? —le pregunto con extrema curiosidad.

— A continuación, dibujaba flechas que relacionaban los diferentes grupos de información. Me lo tomaba con si dibujara ¡una obra de arte! En el examen, cerraba los ojos y repasaba la imagen mental de la cartulina.

— ¿Imagen mental, dices?

— ¡Efectivamente! Eso he dicho. Las cosas no hay que memorizarlas, Justo, ¡hay que visualizarlas! Las últimas teorías psicopedagógicas aconsejan que la enseñanza se base más en lo visual que en lo verbal.

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— Ya veo, ¡y nunca mejor dicho! —exclamo, poniéndome rojo tras avergonzarme por el chiste fácil.

— La capacidad de sintetizar —añade Fortu, evitando cualquier comentario sobre la broma—, de seleccionar aquello realmente relevante y de descartar lo superfluo, es crucial para irse desenvolviendo aceptablemente en este mundo tan complicado que nos ha tocado vivir.

— Creo que es un excelente consejo —le reconozco.

— Imagina que quieres subir a la cima del Everest y que estás haciendo la lista del material que precisas llevar —me dice, para ilustrar sus palabras.

— Te escucho con atención, Fortu.

— Si te olvidas de incluir algún elemento esencial en tu equipaje, no conseguirás llegar a la cima; pero si te sobrecargas de cosas no imprescindibles, tampoco conseguirás tu objetivo, por exceso de peso.

— ¡Es un ejemplo muy gráfico!

Fortunato sonríe complacido, demostrando la necesidad que tiene de alimentar constantemente su insaciable ego.

— Mientras tu padre no estaba tranquilo, si no tenía delante toda la información; yo, por el contrario, me veía incapaz de presentarme a un examen, si no tenía mis cartulinas resumen.

— Veo que, efectivamente, ¡erais muy diferentes!

— Eso nos convertía en una pareja muy potente, ¡casi imbatible!

— ¡Estoy maravillado con lo de las cartulinas, Fortu! ¿Las conservas?

— ¡Por supuesto! Además de tenerles mucho cariño, me son muy útiles. Quizás te sorprenda, pero todavía las consulto hoy en día. Y te diré una cosa más: los años me han demostrado que más del 90% de las cuestiones cotidianas que surgen en mi trabajo se pueden resolver utilizando, únicamente, la información que tengo resumida en mis cuadros resumen.

— ¿De veras? —le pregunto con cara de sorpresa.

— ¡Son cosas elementales, querido amigo! Para lo que hacemos a diario, tenemos más que suficiente con saber lo básico. Cuando necesitas algo que se sale de lo habitual, más práctico que saber, es ¡tener el teléfono del especialista que lo sabe! —termina su argumentación con una sonrisa.

— ¡Es curioso! Cuando uno es estudiante, tiende a pensar que todo es muy complejo y que, por tanto, tardará mucho tiempo en aprenderlo.

— Nunca olvides esto: si consigues convertir en simple todo lo básico, ¡únicamente tendrás que hacer bien todo lo simple!, my dear friend —me dice con su pipa en la boca y con una actitud de superioridad intelectual.

— ¡Esa frase me parece genial, Fortu! Me la apunto.

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— Tu padre y yo —continúa hablando— íbamos al curso nocturno. Él trabajaba por las mañanas y estudiaba por las tardes.

— Sé que el trabajo le obligaba a mi padre a tener ese horario especial de clase, y que quedaba con mi madre los fines de semana en la biblioteca para verse y para estudiar juntos. Pero no entiendo por qué ibas tú al curso nocturno, si no tenías necesidad de trabajar para financiar tus estudios.

— Porque, por las mañanas, estudiaba la carrera de Medicina, que era mi auténtica vocación. Mis padres me dijeron que les parecía muy bien que quisiera ser médico, pero insistieron en que debía complementar mi formación con conocimientos sobre gestión empresarial. En mi segundo año de Medicina, me convencieron para que me matriculara también en primero de Económicas. Por eso, soy un año mayor que tus padres.

— ¡Es verdad! —le digo, recordando información que ya tenía—. Cuando me explicó mi padre lo de las dos carreras, ¡no me lo podía creer!

— Bueno, como ya sabes, no fui capaz de acabar la segunda carrera, la de Económicas, en el mismo año que lo hicieron tus padres.

— En función de lo que me dices, diría que tus padres son empresarios.

— ¡No, señor! Quizás te sorprenda, pero eran médicos. Mi padre era británico, del condado de Yorkshire concretamente. Mi madre nació en Figueres, Girona. Una amiga íntima de mi madre les presentó en un congreso médico, y tuvieron un auténtico “flechazo”: ¡se casaron pocos meses después! Tras vivir unos años en Milán, decidieron trasladarse a Barcelona. En ese mismo año nacimos Scarlett, mi hermana gemela, y yo. Recuerdo que hablábamos en castellano entre nosotros dos, en inglés con mi padre y en catalán con mi madre. Entre ellos hablaban en italiano. ¡Era fantástico!

— ¿Por qué hablas en pasado, cuando te refieres a tus padres?

— Porque, lamentablemente, ambos fallecieron en un accidente de tráfico que pudo evitarse —me contesta poniendo una cara de profunda tristeza—. Fue todo muy imprevisto ¡y muy duro para mí!

En ese momento, veo como la luz de su pinganillo se enciende. Observo como el señor Green presta atención al mensaje que le llega a su través. Lo que escucha, a juzgar por su cambio de semblante y su sonrisa, consigue rescatarlo de la melancolía en la que se estaba sumiendo.

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Los padres de Fortunato

— Disculpa la interrupción, Justo —me dice tras escuchar el mensaje a través de su auricular inalámbrico—. Acabamos de conseguir un pedido importante para el Hospital Universitario La Paz de Madrid. ¿Dónde estábamos?

— Estábamos hablando sobre tus padres, y me llamó la atención el hecho de que, siendo los dos médicos, te recomendaran complementar tus estudios de medicina con formación en finanzas y gestión empresarial.

— ¡Así ocurrió! Ellos eran médicos cirujanos. Mi padre era cirujano máxilo-facial y mi madre especialista en cirugía estética.

— ¡Veo que su amor surgió a partir de su pasión científica!

— ¡Así es! Se tomaban muy en serio su profesión. De hecho, tenían una gran reputación y muchos pacientes. Les llegaban ofertas de los mejores hospitales y clínicas privadas, para que establecieran sus consultas en ellos. Les iba tan bien, que decidieron montar su propio centro médico.

— A eso le llamo yo ¡espíritu emprendedor! —intervengo.

— En ese momento, empezaron a aparecer los problemas. Se dieron cuenta de que les faltaban conocimientos y habilidades relacionados con las finanzas y la gestión empresarial. Como ellos tenían la falsa creencia de que lo suyo era, exclusivamente, el área médica, se negaban a interpretar las cuentas financieras de sus sociedades. Pensaban que se trataba de algo muy complejo e imposible de entender para alguien que no fuera financiero.

— ¿Y no es así? —le pregunto expectante.

— ¡Rotundamente no! Te lo demostraré durante los próximos días.

— ¿Y qué pasó? —le continúo interrogando.

— Pues que su carencia les llevó a tomar decisiones de inversión sin haber analizado la información financiera precisa previamente. Eso les hizo perder dinero en algunos de los proyectos que iniciaron.

— ¿Perdieron, como empresarios, lo que habían ganado como profesionales? —le pregunto ansioso por descubrir más detalles.

— Bueno, no fue tan grave. La sangre no llegó al río, porque supieron aprender de la experiencia. Fueron capaces de reconducir las situaciones negativas. Aprendieron, “a tortas”, que tener una empresa, sin saber interpretar sus cuentas financieras y sus indicadores básicos, es como seguir el estado de salud de un paciente sin saber interpretar su analítica básica.

— Encuentro muy acertado este símil —le interrumpo para transmitirle lo mucho que me interesa lo que está diciendo—. Supongo que cuando dices

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analítica básica, Fortu, te refieres a los famosos glóbulos rojos, al azúcar, al colesterol y a todo eso que a todo el mundo le suena.

— ¡Exacto! Casi todo el mundo sabe interpretar esos análisis, ¡sobre todo si aparecen asteriscos, cuando los valores se salen del rango normal!

— Ya veo —le digo con una sonrisa.

— Pues bien, de forma análoga, creo que no debería existir ningún directivo, o propietario de una empresa, que no sea capaz de analizar los estados financieros básicos. Todos ellos deben estar capacitados para evaluar la evolución del estado de salud económica de su empresa, aunque no formen parte del departamento financiero. Para lo más complejo y especializado, es lógico que se recurra al especialista; pero no para lo más elemental. Para lo básico, ¡te recuerdo que la cartulina resumen es más que suficiente!

— ¡Este encuentro me está resultando de lo más interesante!

— Me alegro de que vayas pensando que esto de haber venido por aquí puede acabar mereciéndote la pena…

— Relacionado con la historia de tus padres, Fortu, no recuerdo quién dijo algo así como que “con el pomposo nombre de experiencia, llamamos al conjunto de errores que vamos cometiendo durante nuestra vida”.

— Una nueva cita muy acertada, chico. Dices “justo” lo adecuado en cada momento. Veo que ¡tú también haces honor a tu nombre!

— ¡Muchas gracias, Fortu! —exclamo satisfecho.

— Ya sabes que los padres se esfuerzan por que sus hijos se formen en aquello que consideran carencias personales. Por ello, insistieron tanto en la necesidad de que yo adquiriera formación básica en disciplinas financieras.

— ¿Qué edad tenían cuando fallecieron?

— Sesenta y cinco, treinta y cinco más que yo, pero preferiría no hablar de ello ahora, si no te importa. No quisiera ponerme triste de nuevo, recordando episodios amargos de mi vida.

— Pues yo, que ya estoy agobiado con una sola carrera —le digo, cambiando de tema velozmente—, no me imagino lo que debe ser estudiar ¡dos a la vez! Veo que mi padre tiene mucha razón cuando dice que eres un genio. Imagino que las tardes te las pasabas estudiando.

— Bueno, las tardes las tenía que dedicar a la natación y a entrenar con el equipo de waterpolo. Y los fines de semana me resultaban muy útiles para ir con chicas, una de mis grandes aficiones de mi época de estudiante. La musculación por el entrenamiento y el sentido del humor eran mis dos grandes ¡armas de seducción! —me dice, poniendo cara de pícaro.

— ¡Me parece increíble! —le digo asombrado—. Pues ya me explicarás cuál es el truco para cursar dos carreras, ¡sin estudiar apenas!

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— El truco ya te lo he dicho: encontrar la fórmula para retener los conocimientos básicos necesarios sin tener que memorizar muchas cosas. Es decir, la estrategia contraria a la que seguía tu madre.

— ¡Yo no lo veo tan fácil! —me atrevo a discrepar un poco.

— Hace unos días, Justo, tu padre me llamó para explicarme que los exámenes de las asignaturas de Contabilidad y Finanzas, los cuales tienes programados para dentro de quince días, te estaban generando tanto estrés, que tenías unas pesadillas tremendas.

— Me informó de que te había llamado por eso —le digo resignado.

— Me explicó que te pasabas las noches gritando y repasando listas de nombres como “ingresos, cobros, beneficios, tesorería, fondos, deudores, pagos, costes, gastos, debe, haber, acreedores, proveedores, amortización, activos, pasivos, resultados, reservas, ratios, rotaciones, rentabilidades,….”

— Sí. Eso me dicen cuando me levanto. Parece ser que me paso las noches hablando y dando vueltas en la cama.

— Tu padre me dice que, mientras duermes, gritas cosas como “eso es un coste variable; no perdón…, es un coste directo…; no, no, creo que se trata de un coste de la venta…; lo siento no lo sé, ¡esto es un lío!”; o cosas como “la razón por la que el dinero en cuenta corriente es menor que el beneficio es…, es… ¡no lo veo, lo siento!”

— ¡Menos mal que no me graban! —le digo un poco avergonzado—. Por la noche, todo se ve especialmente difícil —añado, intentando que se considere como un atenuante.

— Me dijo que tu preocupación pone de manifiesto que confundes los conceptos y que te parece todo más complicado de lo que realmente es. Me reconoció que se siente incapaz de ayudarte, algo que resulta aparentemente paradójico, sabiendo que está considerado como uno de los mejores expertos en la materia; y que esa incapacidad para ayudarte le estaba ocasionando, además de una frustración personal, discusiones con tu madre.

— Lo estamos pasando mal, efectivamente. Estoy tan preocupado que hasta estoy considerando el tomar pastillas tranquilizantes. Quizás, los nervios me producen un bloqueo mental que no me deja ver las cosas claras.

— No necesitarás tomar ansiolíticos de ningún tipo. Verás que, cuando descubras que las cosas son mucho más sencillas de lo que crees, te relajarás. Observarás como el grado de inclinación de la pendiente se va reduciendo, hasta llegar a convertirse en una bajada placentera.

— Todo esto suena muy esperanzador —opino.

— ¡No estás solo, Justo! Mucha gente se desanima tras varios intentos de entender las cuentas financieras y la forma en la que el dinero circula por

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la empresa. Unas veces por exceso de terminología, otras por miedo a los números y otras por carecer de un modelo conceptual simplificado.

— Todo esto es muy reconfortante, pero debo confesarte que sigo un poco escéptico. Tú lo ves todo muy fácil gracias a tu gran capacidad.

— Tengo que decirte que discrepo totalmente con lo que acabas de decir. Si nos midieran la inteligencia ahora mismo, apuesto a que me ganabas de paliza. ¡Recuerda que eres el clon de tu padre! Además, seguro que me superas en memoria y en capacidad para mantener la atención.

— ¿Estás completamente seguro de ello, Fortu?

— Veo que tu padre no te ha explicado mucho acerca de mis problemas de aprendizaje, derivados de mi hiperactividad.

— Este es un problema que vivo muy de cerca —le explico—. Mi hermana pequeña Caridad, que en septiembre cumplirá nueve años, tiene un retraso escolar del cual estamos buscando su causa, aunque hay gente que opina que podría ser consecuencia de un trastorno por déficit de atención.

— ¡Lo sé, Justo! Tu padre está muy preocupado y me ha pedido que les asesore sobre qué hacer. Cuando tengo un problema empresarial complicado, le llamo yo; pero si él tiene un asunto médico que le preocupa, me pide ayuda. ¡Siempre nos ha funcionado nuestra complementariedad!

— Recuerdo que un cirujano amigo tuyo me quitó el apéndice, ¡y todo fue perfectamente! ¿Qué les has recomendado sobre el tema de mi hermana?

— Les he dicho que, al igual que ocurre en la empresa, lo primordial es tener un diagnóstico acertado para no equivocarse en el tratamiento posterior. Las decisiones deben basarse en un análisis correcto de la información.

— Estoy de acuerdo con la reflexión genérica, pero…

— No todos los problemas de aprendizaje están causados por una hiperactividad —puntualiza, al ver le que solicito más concreción—. Hay varias enfermedades que cursan con retraso escolar manifiesto. No soy experto en el tema, pero estoy prácticamente seguro de que tu hermana no tiene el mismo déficit de atención que tengo yo. Mi opinión es que la niña tiene otro tipo de problema que explica su trastorno de aprendizaje. Se trata de un caso ¡que tenemos que resolver urgentemente!

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El mago de las Finanzas

— Me gustaría saber, Fortu, cómo has logrado tener tanto éxito en la vida, teniendo los problemas de aprendizaje y de memoria que me explicas.

— Pues, en primer lugar, de la misma forma que se consiguen los éxitos en el deporte: con voluntad y con entrenamiento. El entrenamiento regular produce excelentes resultados sin necesidad de tener grandes capacidades. Procuro entrenar más intensamente aquellos aspectos en los que estoy más flojo o menos dotado. Haciendo esto, te das cuenta de que puedes llegar a convertir tus debilidades ¡en grandes virtudes!

— ¡Interesante! —le digo escuetamente, para que no se detenga.

— El que se confía, pensando que tiene capacidades innatas elevadas, ¡está muerto!: será superado por los menos dotados que perseveren en mejorar. Fíjate, Justo, que no estoy hablando ni de intensidad, ni de grandes esfuerzos; sino, simplemente, de constancia y de determinación.

— Ya veo… —le digo pensativo, reflexionando sobre todo lo que me acaba de decir—. ¿Y en segundo lugar, Fortu? —le pregunto a continuación.

— El otro gran pilar, además de la perseverancia, sobre el que baso mis resultados ya te lo he revelado: la simplicidad. Como soy amante de lo simple y de lo visual, descarto lo abigarrado y complejo. Te aconsejo que trabajes siempre con planteamientos simples, ¡porque lo complicado nunca funciona!

— Veo que eres partidario del método KISS.

— ¿Cómo? —me pregunta intrigado él ahora.

— Ya sabes —le digo—, KISS: Keep It Simple, Stupid!

— ¡Eres bueno jugando con las palabras, Justo!

— Creo que mucho mejor que con los números, ¡razón por la cual estoy aquí! —le digo con cara de resignación.

— Sé que, en la comunión de tu hermana pequeña, tu padre contrató a un mago para que amenizara la celebración posterior a la ceremonia.

— ¡Efectivamente! —le confirmo—. Recuerdo que ese hombre era realmente bueno: en su actuación hizo cosas que nos dejaron boquiabiertos. Lamento que no estuvieras presente en la comunión de Caridad, por cierto.

— Escucha lo siguiente, Justo: un mago no es necesariamente más inteligente o más capaz que tú por el hecho de que sepa hacer cosas que parecen increíbles. Parecen mágicas, ¡pero todos sabemos que tienen truco!

— ¡Es verdad! —admito.

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— Eso es, exactamente, lo que me pidió tu padre que hiciera contigo: quería que te transmitiera mis pequeños trucos, los que yo aplico cada día para disfrutar, mientras analizo e interpreto las cuentas financieras básicas.

— ¡Que bien! ¡Me siento entusiasmado con la idea! ¡Te la compro!

— Desde que utilizo mis métodos simplificados, analizar los estados financieros de mi empresa no sólo me divierte, sino que también me da una gran seguridad a la hora de tomar decisiones y de evaluar sus resultados.

— ¡Qué fácil suena, cuando lo dices tú!

— Recuerda que yo no soy un especialista en finanzas, y que soy incapaz de mantener la atención leyendo informes empresariales largos.

— Soy consciente de ello: me lo has repetido varias veces.

— Mi papel es hacer de director general y comercial de esta empresa. Y para ello, tengo que saber interpretar, como me insistían mis padres, sus análisis y sus radiografías básicas. También debo saber discernir cuando la situación requiere recurrir a un especialista en finanzas, como lo es tu padre.

— En la facultad nos recuerdan que todas las áreas funcionales de la empresa están muy relacionadas —le digo— y que, por tanto, debemos siempre considerar la organización como un todo, sin perder la visión global.

— ¡Exacto, Justo! Saber finanzas te permite cuantificar el impacto económico de las políticas que aplicas, tanto en el área de recursos humanos, como en el resto. Si eres un excelente analista financiero y, posteriormente, diriges mal a las personas o gestionas mal tus recursos, seguro que analizarás —impecablemente, eso sí— ¡estados financieros muy mejorables!

— Entiendo…

— De la misma forma que todo lo que hagas con tu cuerpo tendrá impacto en tu estado físico y en el resultado de tus análisis de sangre, las consecuencias o el impacto de todo lo que hagas en la empresa, terminarán pudiéndose cuantificar en sus cuentas financieras. O sea, que mejor que apliques ¡políticas empresariales saludables para la organización!

— ¡Creo que eso es incontestable! —opino.

— Deberás ser capaz de combinar “la técnica” para el análisis financiero y “el arte” para conseguir que las políticas empresariales que apliques consigan que las cuentas que luego analizas te den buenas noticias.

— Todo esto suena retador, pero difícil.

— Nunca olvides que las finanzas son sólo el medio: ¡el fin son las personas! Si no sabemos qué necesidades y qué motivaciones hay detrás de su comportamiento, difícilmente pondremos los recursos financieros al servicio de conseguirlos. Por eso, creo que, con carácter previo a la

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formación en Finanzas, ¡se debería estudiar Psicología! —exclama, dejando los ojos en blanco y poniendo una curiosa cara de filósofo visionario.

— ¡Extraordinario! —exclamo asombrado y con una mezcla de escepticismo e ilusión—. ¡¿Cuándo empezamos, Fortu?!

— La primera sesión programada es mañana. De todas formas, déjame advertirte algo importante: ¡un mago no tiene suficiente con saber los trucos!

— Bueno —le digo—, supongo que tiene que practicarlos con frecuencia para adquirir la necesaria habilidad y práctica.

— ¡Ves como eres muy inteligente, Justo! ¡Exactamente eso! Hay que saber los trucos y, además, hay que entrenar para sacarles el máximo partido. Para mejorar tus competencias, busca los trucos, ¡pero no esperes milagros!

— ¡Vaya por Dios: y yo que tenía la esperanza de que encontraría aquí una solución milagrosa para mis males! —le digo sonriendo.

— Lamento decepcionarte, pero así es. Tal como insiste mi amigo Richard Vaughan al enseñar inglés, primero hay que dominar las técnicas básicas de cualquier disciplina, ¡sus fundamentos técnicos elementales!

— Eso me dice mi entrenador de baloncesto también, cuando iniciamos todas las sesiones ensayando los movimientos básicos con y sin balón. Como sabes, formo parte del equipo de baloncesto de la Universidad.

— La repetición programada de las estructuras básicas y elementales de la materia o disciplina que quieras mejorar es esencial. Ahora bien —continúa—, una vez hayamos conseguido fluidez y soltura realizando las actividades básicas, deberemos esforzarnos por añadir arte a la técnica, ¡poesía a la prosa! Sin tener soltura con la técnica, es imposible que consigamos realizar algo con arte; pero sin arte, ¡la vida se hace insoportablemente aburrida!

— Es muy interesante lo que dices —afirmo con cara reflexiva.

— La natación y el waterpolo me inculcaron el hábito del entrenamiento regular y mantenido, así como el establecimiento de objetivos. Y estoy seguro de que, gracias a la práctica del basket, sabrás que es más importante practicar un poco periódicamente, que realizar esfuerzos intensos de manera puntual o mal programada.

— Está claro que la perseverancia es clave para alcanzar tus metas.

— La Contabilidad y las Finanzas dan excelentes lecciones en este terreno, Justo: te ayudan y te enseñan a ser metódico y ordenado en el tiempo. Tal como nos recordaba el profesor del curso de finanzas en Boston, ¡el periodo de tiempo es una palabra clave en finanzas!

— Sí, recuerdo muy bien sus recomendaciones —le digo sonriendo.

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— Al final de cada mes, de cada trimestre y de cada año, los financieros analizan, puntualmente, las cuentas que reflejan la situación de la empresa. Es algo similar al cronómetro de tu preparador personal cuantificando los progresos de tu entrenamiento; o a lo que hace tu médico de cabecera evaluando tu presión arterial o el estado de tus análisis de sangre.

— Muchos consideran las cuentas financieras como un mero requisito legal o fiscal —afirmo—. Dicen que tan sólo es preciso elaborarlas una vez al año, ya que sirven únicamente para presentarlas a Hacienda y al Registro Mercantil, en cumplimiento de la normativa fiscal y mercantil. Por eso, se habla de la necesaria presentación de ¡las Cuentas Anuales!

— Creo que los que piensan así están muy equivocados. Las cuentas financieras no son un mero requisito formal, sino utilísimas e imprescindibles herramientas de gestión. Forman parte del cuadro de mandos que debemos tener siempre a la vista mientras pilotamos. Por ello, hay que analizarlas con periodicidad matemática para poder realizar un seguimiento adecuado de la evolución de cualquier proyecto, y prevenir los problemas a tiempo. La trampa está en dejar de hacerlo cuando las cosas parece que van muy bien.

— Creo que me has convencido, Fortu. —le digo asintiendo.

— De todas formas, te daré un nuevo argumento: ¿por qué crees que se habla tanto de la importancia del diagnóstico precoz de las enfermedades?

— Bueno —le contesto—, creo que el pronóstico de la mayoría de las enfermedades mejora mucho, si se diagnostican en sus fases iniciales.

— ¡Pues algo equivalente pasa con las enfermedades de la empresa!: para identificarlas a tiempo, es necesario realizar un seguimiento periódico. Tanto en la Medicina como en la Empresa, hay muchos trastornos que no dan síntomas evidentes hasta que se encuentran en fases muy avanzadas. Y entonces, las medidas que se aplican o son ineficaces, o muy traumáticas.

— Ya veo —le digo, mientras reflexiono sobre nuestra situación de crisis económica actual y las decisiones precipitadas que se están tomando.

— Hay que “hacerse amigo” de las cuentas financieras, hay que verlas como algo fácil y divertido, para que analizarlas no represente un pesado y aburrido sacrificio ¡que tendemos a posponer! No debes ver a las finanzas como una asignatura más, que tienes que aprobar y olvidarte de ella después, sino como algo que debe incorporarse a tus hábitos de vida cotidiana, ¡como el ejercicio físico! Si eres capaz de interpretar sin esfuerzo los informes que cuantifican lo que tienes y lo que haces, te será más sencillo gestionar tu vida y tus proyectos. Intenta conseguir que los buenos y saludables hábitos se conviertan ¡en rutinas periódicas que hagas sin esfuerzo, sin darte cuenta!

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— ¿Cuál es el plan? Creo que le dijiste a mi padre que querías verme una hora al día, de cuatro a cinco de la tarde, durante los días laborables de dos semanas. Me dijo que, con diez sesiones, tendríamos más que suficiente.

— ¡Así es! Lo que haré será ayudarte a que consigas dibujar tu propia cartulina resumen para tu asignatura de finanzas. Una vez lo hayas hecho, utilizarás tu propia imagen mental como si fuera un cuadro pintado por ti y, posteriormente, añadido a la galería de obras que expondrás en tu mente.

— Así planteado, ¡suena fantástico!

— A medida que vayamos recorriendo las diferentes partes de esta empresa, irás colocando, en su lugar preciso, cada uno de los conocimientos que ahora tienes amontonados y desordenados en tu cabeza. Utilizaremos las técnicas de la observación y del razonamiento deductivo que aplicaba ¡el mismísimo Sherlock Holmes para resolver sus más complicados casos!

— ¡Qué lógico y emocionante suena todo esto! —exclamo ilusionado.

— Necesitas lo mismo que te repite tu madre que precisa tu habitación: colocar las cosas útiles en su sitio y tirar los trastos que no usas. No hay que ser perfeccionista. Es mejor que aprendas poco, ¡pero que no se te olvide!

— Creo que fue Homero Expósito quien dijo “La cuestión en la vida no es saber mucho, sino olvidarse de poco” —le digo, aún corriendo el riesgo de sonar un poco pedante o reiterativo.

— ¡Menuda colección de citas tienes, Justo! —me dice sorprendido.

— Disfruto incrementándola con nuevas incorporaciones, las cuales procuro clasificar por temas para localizarlas fácilmente cuando las necesito.

— Te propongo, Justo, dar juntos un agradable paseo. Mientras lo hacemos, aprovecharemos para ir dibujando un modelo conceptual simple y de “sentido común” en el que iremos encajando todos los conceptos financieros básicos. Intentaremos hacer todo eso divirtiéndonos, actuando como si fuéramos niños ensamblando las piezas de un juego de construcción.

En ese momento, suena el teléfono y Fortunato mira su reloj.

— ¡Dios mío, cómo ha pasado la hora de rápido! Lamento que tengamos que dejarlo por hoy. Tengo una cita con un cliente, y no me gusta hacer esperar a las personas. ¿Nos reencontramos mañana a la misma hora?

— ¡Naturalmente, Fortu! No sabes lo mucho que te agradezco el esfuerzo que haces al reservarme tanto tiempo en tu apretada agenda.

— Bueno —me dice—, intento hacer muchas cosas, pero ya sabes la regla: si eres ordenado con tu agenda y encuentras la técnica para dedicar a cada tarea el tiempo justo, te caben más actividades en el día.

— Está claro —le reconozco, mientras nos levantamos de la silla.

— Te acompaño hasta el ascensor, Justo.

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Al acercarnos, la puerta se abre y el robot nos habla:

— Estamos situados en la planta 3, la isla del tesoro. Por favor, diga el número de la planta a la que quiere ir.

— Confío en que mañana me expliques esto de la isla del tesoro —le digo a Fortunato, mientras voy entrando en el ascensor de espaldas a él.

— No sufras, Justo, que mañana te lo explicaré todo. Y, por cierto, ¡que no se te ocurra tener pesadillas esta noche!

— Seguro que no las tendré. Diría que no sé más finanzas que hace una hora, pero me siento mucho mejor. Ahora no voy a estudiar, me voy a entrenar un poco. El domingo tenemos un partido muy importante.

— Me permito discrepar de nuevo, amigo Justo —me dice muy categóricamente y adoptando una actitud bastante misteriosa.

— ¿Sobre qué, Fortunato? —le pregunto inquieto.

— Sobre tu afirmación de que no sabes más finanzas que cuando llegaste, hace de ello una hora exacta en este preciso momento.

— ¡Caramba! —exclamo, arrepentido por mi comentario—. No quisiera haber sonado como una persona torpe o, lo que sería peor, desagradecida; pero no recuerdo haber oído ni un solo concepto financiero.

— ¿Crees que hemos perdido el tiempo entonces? —me pregunta muy serio, mientras se lleva la pipa a la boca y se coloca sus llamativas gafas.

— ¡Naturalmente que no! —le contesto veloz—. La conversación ha sido interesantísima, sin duda alguna, pero creo que no ha versado sobre finanzas, sino sobre generalidades de la vida y de la gestión empresarial.

— Si los temas de los que hemos hablado hoy no fueran útiles para facilitar tu aprendizaje sobre la lógica que hay detrás del análisis financiero, no los habría sacado —me dice con gran solemnidad—. Ya te he dicho, amigo Justo, que las finanzas no son algo que podamos aislar del resto de las cosas que ocurren en nuestros proyectos empresariales o personales.

— Estoy seguro de que así es —le digo acomplejado y arrepentido.

— Las cuentas financieras —añade— cuantifican en dinero todo lo que hacemos y tenemos. Por tanto, si adquirimos habilidad para entenderlas e interpretarlas bien, gestionaremos mejor nuestras empresas y nuestras vidas. Y si somos capaces de gestionarlas mejor, tendremos más probabilidades de conseguir la felicidad de las personas involucradas en nuestros proyectos.

— Supongo que lo primero tiene más que ver con la técnica, ¡y lo segundo con el arte! —intervengo con rapidez, con la intención de agradarle y de que cese el tono de reproche que acompaña a sus palabras.

— ¡Exacto! —exclama, a la vez que da un salto de alegría—. Es muy difícil que seas un buen pintor sin dominar las técnicas básicas del dibujo.

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Ahora bien, si quieres crear obras que emocionen, debes añadir sentimiento a tu trabajo. Ser un buen técnico es condición absolutamente necesaria, pero creo que no suficiente. Eso es aplicable a todas las disciplinas de esta vida, ¡incluido el baloncesto que practicas!

— Debo confesar que no me esperaba una primera sesión como ésta. No recuerdo ningún libro de finanzas en cuyos capítulos introductorios se hable de la importancia de las personas, de sus emociones y de su felicidad.

— Lamentablemente, lo tenemos que dejar aquí, Justo —me dice mirando su reloj—. Hasta mañana, y recuerdos a tu familia.

— De tu parte. Adiós —le digo, ya desde el interior del ascensor.

Pasan unos segundos sin que la puerta del ascensor se cierre.

— No le has indicado a SIBI a dónde quieres ir, chico —me dice Fortu.

— ¡Ah, claro! Planta baja, por favor.

El ascensor sigue sin moverse.

— ¿Puede repetir, por favor? —me pregunta el humanoide.

— ¿Planta baja? —me pregunta Fortunato, mirándome por encima del borde superior de sus gafas y señalándome con el extremo de su pipa.

— Estamos en la planta 3 y quiero ir a la planta baja, ¿no es cierto? —le pregunto frustrado, por no verme capaz de hacer una cosa tan básica.

— ¿Seguro que se llama planta baja, Justo? —me pregunta muy serio.

— ¡Ah, claro! ¡Ya recuerdo! —le respondo, recordando la palabra clave que el ascensorista electrónico espera que diga—: ¡planta tripe!

El ascensor cierra sus puertas y veo, a través de sus cristales transparentes, como Fortu me dice adiós con la mano.

¡Menudo día! Estoy deseando llegar a casa para explicarlo. Lamento que mi padre esté de viaje hasta el viernes de la semana que viene. De todas formas, no debo olvidar omitir algunos temas, si no quiero que mi madre se moleste y se niegue a que siga viniendo. Sé que no tengo que hacer comentarios sobre la foto en la que aparecen los participantes en el curso de finanzas americano. Creo que tampoco debo mencionar la, para mí inédita, imagen de mis hermanas gemelas recién nacidas. ¡Qué triste que la habitual actitud fría, distante y crítica de mi madre haga que nuestra relación sea tan difícil! Espero ir descubriendo si sus opiniones sobre Fortunato tienen bases sólidas, o si se trata de otra de sus víctimas con las que se ensaña. También espero acabar sabiendo el porqué la animadversión no me parece que sea recíproca. Desde luego, mi padre me describió perfectamente al personaje, cosa que no es de extrañar, dada su habilidad para describir la realidad de un modo tan objetivo, razonable y detallado. Me pregunto qué me tendrá este hombre ¡preparado para mañana!

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Justo repasa mentalmente la sesión de hoy:

El amigo de mi padre es una curiosa mezcla de DETECTIVE Y ARTISTA, por eso le debe tener tanto aprecio y admiración. Él me repite con frecuencia que, en esta vida, se debe buscar siempre el difícil equilibrio entre lo racional y lo emocional, entre la prosa y la poesía, ente lo lógico y lo emotivo. Mi padre me advirtió, no obstante, que no todo lo que iba a ver en su amigo serían virtudes.

He podido percibir una cierta lógica en este lugar tan artístico y creativo: el señor Green utiliza corbatas y camisas VERDES, a su hermana Scarlett le apasiona el color ROJO escarlata y la guapa recepcionista, aunque todavía no sé cómo se llama, va vestida con un color AZUL claro que combina perfectamente con sus llamativos ojos y con el color de los cristales y de las columnas de la planta baja.

He subido desde la planta baja —que, por cierto, espero poder descubrir pronto por qué la llaman tripe— hasta la planta 3, gracias a un enorme ascensor transparente en cuyo interior había un robot blanco llamado SIBI. Llama la atención el que se trate de un edificio de planta triangular soportado por tres grandes columnas, una en cada vértice.

El PERIODO DE TIEMPO parece ser un concepto clave en Finanzas. Supongo que también lo es para ir colocando todos los acontecimientos que me ha ido explicando —a partir de fotografías que me ha mostrado en su pantalla— sobre su etapa aniversaria, en la cual conoció a mis padres.

No tengo que desanimarme. Todo aprendizaje requiere más constancia que intensidad. No debo complicarme la vida, sino intentar hacer como los magos: descubrir los TRUCOS para hacer fácilmente las cosas. Parece ser que el amigo de mi padre tiene una habilidad especial para convertir lo complejo y aburrido en algo visual y divertido. Veremos…

Otra precaución importante es medir mis palabras en el momento de explicarle a la pesada de mi madre lo que he visto. Me duele en el alma reconocerlo, pero creo que su actitud está siendo muy perjudicial para todos y que, por ello, debemos hacer algo para evitarlo.

Tengo que programarme para escribir una HOJA RESUMEN al final de cada sesión diaria, teniendo todo “fresco”. Además, debo ir dibujando una CARTULINA RESUMEN en la que deberé ir encajando todas las piezas de mi desordenado puzzle mental actual. Hoy ya se me ha hecho tarde; empezaré mañana.

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Martes 21 de mayo de 2010 La isla del tesoro

— ¿Sabes una cosa, Fortu?: ayer, mientras cenábamos, no podía parar de contar a mi madre y a mis hermanas todo lo que había vivido en esta empresa. También tuve la oportunidad de hablar con mi padre: me llamó desde California para ver cómo me había ido el primer día contigo.

— Me complace oírlo. ¿Les explicaste todo, todo?

— Bueno, ¡casi todo! —le digo riendo.

— ¡Qué susto! —me dice riendo también—. ¡Veo que no me delataste!

— La verdad es que la experiencia de ayer fue ¡algo único!, y las expectativas que tengo, tras la primera sesión, son enormes.

— Yo también tuve la oportunidad de charlar con tu padre ayer. Le llamé después de nuestro encuentro. La verdad es que pasamos un buen rato hablando sobre lo que habíamos comentado tú y yo y, también, sobre ¡los viejos tiempos! Como coincidía que estaba en una comida con todo el grupo de trabajo, aproveché para conversar un buen rato con mi hermana. Siempre que se va de viaje tantos días seguidos, su hija se viene a vivir a mi casa.

— Me alegra saber que todos están bien.

— ¿Qué tal está tu madre, Justo? —me pregunta, cambiando de tema.

— Siempre angustiada y recriminándome algo, pero bien —le digo, sin querer entrar en más detalles sobre nuestra deteriorada relación actual.

— Veo que has salido de casa con tu dormitorio perfectamente ordenado, tal como te ha estado pidiendo durante tanto tiempo.

— ¡¿Cómo lo sabes, Fortunato?! ¿Te ha llamado para decírtelo?

— No, no lo ha hecho. ¡Tu madre no me llama jamás! Lo he deducido utilizando la observación, ¡mi querido Justo! —me dice acariciando su pipa.

— ¡¿La observación?!

— Tienes restos de carmín en la mejilla. Sé que no son de tu novia, porque se trata del mismo color que he visto en la cara de tu padre en alguna ocasión. Ayer, nada me hizo suponer que te había besado antes de salir. Deduzco que estaba especialmente contenta contigo hoy. ¡Ella no los regala!

— ¡Estoy admirado! Efectivamente, me he tirado toda la mañana ordenando mis cosas. Pero no lo he hecho únicamente por complacer a mi madre. Me quedó claro ayer que el orden es un concepto clave en finanzas.

— ¿Por qué crees, Justo, que tu madre te insiste tanto en el orden?

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— Supongo que porque todo queda mejor, si cada cosa está en su sitio. Ella siempre está pensando en aquello del “¿qué dirán los demás?”.

— Estoy de acuerdo, pero no únicamente por razones estéticas, el orden es clave. El proceso de ordenación —añade— te obliga a eliminar cosas que no sirven, generando espacio disponible para situar objetos realmente útiles.

— ¡Es verdad! Si tu habitación no está ordenada, siempre te falta espacio para guardarlo todo. Entonces, vas amontonando las cosas.

— También existe, mi querido amigo, una tercera consecuencia positiva del orden. Quizás, la más importante. ¿Me la podrías decir?

— Bueno —le contesto dubitativo—, supongo que si las cosas están en su sitio, las encuentras con mayor facilidad en el momento que las necesitas.

— ¡Bingo! Precisamente por eso —añade—, tienes que hacer con tu cabeza lo mismo que has hecho con tu dormitorio esta mañana.

— ¿Con mi cabeza? —le pregunto, a pesar de creer saber por dónde va.

— Sí. Eso he dicho. Debes estar constantemente ordenando los conocimientos en tu mente. Si lo haces, conseguirás que te quepan muchos más y, posteriormente, los podrás localizar muy rápidamente al precisarlos.

— Supongo que esto tiene que ver con aquello de tener las ideas claras y con la expresión coloquial de tener ¡”la cabeza bien amueblada”!

Fortu asiente, a la vez que sonríe y se toca su bigote.

— Te puedo confirmar que, esta mañana, he ordenado absolutamente todo, incluyendo mis cuadros y objetos de pintura.

— Estoy informado de que eres aficionado al dibujo y la pintura —me dice—. ¿Haces caricaturas, como la que me hizo tu padre hace quince años?

— ¡Alguna que otra! —le respondo—. Efectivamente, tengo algunas inquietudes artísticas que intento satisfacer con un lienzo y una paleta llena de colores. Afortunadamente, yo no he heredado los problemas para la visión de los colores que tiene mi padre. Pero además, y sobre todo, soy muy aficionado a escribir historias y pequeñas novelas de detectives. Aprendo y me inspiro leyendo todo lo que cae en mis manos. ¡Me apasiona la lectura!

— He observado que te expresas muy bien para tu edad y que tienes una cultura muy superior a la que percibo en personas de tu generación.

— ¡Y no sabes la cantidad de mofas que eso me genera en la clase y en el equipo!: dicen que sueno como un niño repelente muchas veces. Lo que si es verdad, es que me considero una persona más de letras que de números. Como sabes, fue mi madre la que se empeñó en que me matriculara en la facultad de Económicas. Está obsesionada con que llegue a ser como mi padre; pero, para mi, todo este sueño se está convirtiendo en ¡una pesadilla!

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— Pues, aunque te puede sonar paradójico a primera vista, Justo, tu visión de artista te será de gran ayuda para el análisis financiero.

— ¿Me estás diciendo que ser aficionado a la pintura es útil para interpretar correctamente los números de una cuenta de resultados o de un balance de situación? —le pregunto extrañado—. ¡Otra sorpresa!

— ¡Sí señor, así es! Gracias a la pintura, seguro que tienes desarrollado el gusto por las proporciones. Las proporciones, que no son más que los tamaños relativos de las cosas, son algo habitual en el análisis financiero. Como sabes bien, los elementos de un cuadro nos parecen grandes o pequeños al compararlos con el tamaño del resto; se trata de algo relativo.

— Eso es muy cierto —le admito, a la espera de más explicaciones.

— Los contables y financieros —continúa con su razonamiento— cuantifican el valor monetario de todo lo que sucede en una empresa y, posteriormente, comparan entre sí los valores que obtienen. De esta forma, calculan porcentajes y ratios que les permiten analizar la situación y sacar conclusiones. Para saber si una cantidad de dinero es mucha o poca, debes siempre compararla con alguna otra que te sirva de referencia. No te olvides de hacerlo siempre antes de emitir un juicio de valor sobre un importe.

— Ya veo —le digo—: orden y proporciones. Creo que se trata de dos palabras clave que deberé incluir ¡en mi cartulina resumen de “fin de curso”!

— ¡Efectivamente! —exclama sonriente—. Son dos conceptos clave a recordar, si quieres hacer una foto financiera de la empresa en un momento determinado. Ahora bien, si además de una imagen estática, también quieres conseguir una película que te explique gran parte de lo que ha sucedido durante un tiempo, necesitas añadir otro concepto básico que citamos ayer…

— Sí, lo recuerdo perfectamente: hablamos ¡del periodo de tiempo!

— Veo que estás muy atento, mi querido Justo. Orden, Proporciones y Período de tiempo: tres palabras clave que no debes olvidar nunca. Además, te recomiendo que empieces a elaborar tu cartulina-resumen desde hoy, y no lo dejes todo para el último día, ¡como hacen los malos estudiantes!

— Sé muy bien que el secreto del éxito es estudiar un poco cada día.

— ¡Así es! Te aconsejo que, hoy mismo, coloques tu cartulina sobre un caballete y que vayas anotando en ella toda la información relevante, a medida que vaya apareciendo. Es algo similar a lo que hace el Dr. House durante el proceso de investigación clínica que realiza en cada episodio.

Fortunato se separa de la mesa y abre la puerta del mueble-bar.

— ¿Qué quieres tomar hoy? —me pregunta.

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— Pues volveré a tomar agua, al igual que hice ayer, porque si tomo alguna bebida alcohólica, me dirías que estoy más borracho que tu ex-cuñado en tu fiesta de celebración de los cuarenta años.

— ¿Por qué dices eso, Justo? —me pregunta sonriente.

— Porque me da la impresión de que el techo de este despacho está más alto que ayer. Es como si las columnas de este piso se hubieran alargado. Te prometo que no he bebido ni un solo gramo de alcohol y que no he tomado ninguna sustancia alucinógena.

Fortunato inclina su cuerpo hacia atrás empujando el respaldo de su silla, aprovechando el sistema de balancín, a la vez que cruza los dedos de sus manos sobre su nuca. Sonríe con cara de satisfacción, consciente de que estaba causando un gran impacto en el hijo de su amigo, exactamente lo que creo que éste le pidió que hiciera.

— ¿Estás seguro de lo que afirmas? —me pregunta lentamente.

— ¡Estoy completamente seguro! —le respondo categóricamente.

— ¿Y dices que te da la impresión de que ha aumentado la altura de esta planta? —me pregunta con mucha parsimonia, escuchándose con placer.

— Sí, sí. Y, además, ¡bastante! —le ratifico.

— Levántate, por favor, ¡si te lo permite tu nivel de alcohol en sangre!, y acompáñame a mi mesa —me dice muy serio—. Te mostraré algo.

Tras desplazarnos desde la mesa de reuniones, nos sentamos junto a su mesa de despacho y nos volvemos a fijar en la pantalla de plasma. Me muestra las páginas web de algunas entidades financieras.

— Estás familiarizado con la operativa de la banca on-line, ¿verdad?

— Sí, sí, claro. Es de gran ayuda. De hecho, yo siempre gestiono mi cuenta corriente personal a través de Internet.

— ¿Cuenta corriente, dices?

— ¿No se llama así? —le pregunto desconcertado.

— Sí, sí. Así se llama. Simplemente quisiera destacar el adjetivo “corriente”, ya que lo iremos utilizando con frecuencia en lo sucesivo.

— Vale. Lo tendré presente. Supongo que se trata de otra palabra clave.

— Precisamente —continúa hablando—, ahora tengo la intención de generar un movimiento en una de las cuentas corrientes de esta empresa.

— Me parece muy bien. Adelante. Estoy muy atento a lo que haces.

— Como veo que estás de acuerdo con mis intenciones, vamos a dar una orden de transferencia para pagar las facturas de proveedores que vencen hoy. Para ello, le pido al sistema que me muestre el listado de cartera de proveedores ordenado por fecha de vencimiento de las facturas —me explica

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lo que hace, a la vez que actúa— y, a continuación, hago clic en este icono para ejecutar la orden. Introduzco los números de mi tarjeta de claves personal, ¡y listo!... ¿Notas que ha ocurrido algo, amigo Justo?

— ¡¿Cómo puede ser?! —exclamo, sin dar crédito a lo que veo.

— ¿Qué ha pasado, Justo? —me pregunta, disfrutando al ver mi cara.

— ¡Las columnas se han encogido y la altura de la planta se ha reducido! ¿Se trata de un truco de magia? —le pregunto perplejo.

— No es magia, Justo, ¡es tecnología! Ya te dije que tengo poca paciencia y que me gusta verlo todo a simple vista. Diseñé este edificio para que tuviera sistemas que me proporcionaran información visual actualizada y fiable de todo lo que está pasando en cada momento.

— ¿Quieres decir que la altura de esta planta disminuye cada vez que realizáis una orden de pago? —le pregunto exagerando la entonación.

— ¡Así es! Y cada vez que tenemos un cobro, la altura aumenta. Recuerda que te advertí ayer, cuando hablábamos de tu estatura, que no tardarías en descubrir como relacionamos altura con dinero.

— Ayer, no observé ningún cambio en la altura de las columnas.

— Eso quiere decir que, durante la hora que estuvimos juntos, no se produjo ningún movimiento de entrada o de salida de dinero efectivo, ni en la caja ni en las cuentas corrientes de la empresa. Esta mañana, mientras recogías tu habitación, hemos cobrado varias facturas de clientes. Por eso, has notado el techo más alto que ayer, cuando has entrado en la planta.

— ¡Fascinante! —le digo, abriendo los ojos como platos.

— En esta planta, no sólo tenemos el control de los movimientos de las cuentas corrientes bancarias, también seguimos el dinero de la caja.

— ¿De qué caja? —le pregunto.

— En uno de esos armarios —me dice señalándolos—, tenemos una pequeña caja fuerte que contiene algo de dinero. No hay mucho, tan sólo el necesario para los pequeños pagos que hacemos de caja. El resto del dinero lo ingresamos en el banco, para poder realizar los pagos importantes: las nóminas, las facturas de proveedores, el alquiler del local, las cuotas de los préstamos, los consumos de energía o teléfono, la limpieza, etc.

— Por lo que veo, Fortu, reserváis la totalidad de la planta 3 de este edificio para lo que mis libros llaman “Caja y Bancos”.

— ¡Exacto! Pero dime, amigo Justo, ¿qué nombre utilizan tus libros para englobar ambos términos? —me dice, mientras acerca su cara a la mía hasta quedarse a escasos centímetros, abre los ojos y arquea sus cejas.

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— Esta pregunta creo que es muy sencilla de responder, Fortu: la palabra que me estás pidiendo es “Tesorería” —le digo, haciendo un verdadero esfuerzo por mantener su mirada y hablar con confianza.

— ¡Tesorería, sí señor! —aprueba mi respuesta, mientras se vuelve a balancear para recuperar su posición inicial—. Pues bien —continúa—, como no me fío de la porquería de memoria que tengo, decidí poner…

— ¡No me digas más! —le interrumpo, sin dejarle acabar—: decidiste poner a esta planta el nombre de “la isla del tesoro”. E imagino que, por la misma razón, optaste por el color dorado para las columnas y los cristales.

— ¡Perfecto, chico! Excelente deducción lógica. El color dorado me sugiere el nombre de tesoro, y esa palabra me recuerda lo de tesorería. Se trata de pequeños trucos nemotécnicos para combatir mis carencias. Como irás descubriendo, todo el edificio está diseñado con esta filosofía.

— ¡Me parece alucinante! —exclamo de nuevo, recordando que mi padre me recomendó que elogiara a su amigo con frecuencia.

— La planta 3 de este edificio —prosigue— la tenemos reservada para el dinero en efectivo que tenemos en caja y bancos, es decir, para la tesorería. Los movimientos de tesorería son las entradas (cobros) o salidas (pagos) de dinero efectivo. Si cobramos, la altura de la planta aumenta; si pagamos, la altura de la planta se reduce. Así de fácil ¡y efectivo! —me dice sonriendo.

— Yo creo que ésta es la parte de las finanzas que le resulta más familiar a la mayoría de la gente —opino—. Me imagino que es así, porque están habituados a ver los extractos de su cuenta corriente personal.

— Estoy de acuerdo —me dice—. Como todo el mundo sabe, en los extractos bancarios, cada movimiento está anotado en una línea independiente, con su fecha y su concepto. En la primera columna del extracto, aparecen las entradas o cobros; en la siguiente, las salidas o pagos; y, en la tercera, el saldo de la cuenta tras cada movimiento de la cuenta.

— ¡Mi madre se sabe esto de memoria! —le digo, recordando como analiza detalladamente la cuenta corriente doméstica.

— Pues una cosa tan sencilla como ésta, Justo, los contables tienden a complicarla un poco llamando a la columna izquierda “Debe” y a la derecha “Haber”. Ellos dicen que anotan los cobros en el “Debe” y los pagos en el “Haber”, pero lo que realmente están haciendo es anotarlos en las columnas Izquierda y Derecha respectivamente. ¡Les encanta ponerle salsa al asunto!

— Me consta que así es —le digo, consciente de que esos términos contables inducen a confusión, si no eres un experto en el tema.

— ¿Recuerdas la foto del curso de Boston en la que tu padre aparecía con una chica guapa a cada lado? —me pregunta con una simpática mueca.

— ¡Naturalmente! ¡¿Cómo la iba a olvidar?! —exclamo sonriente.

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— Pues, esas chicas se podían haber llamado Izquierda y Derecha, o incluso Debe y Haber, ¡pero realmente se llamaban Scarlett y Débora! —me dice con voz muy alta, y riéndose abiertamente de su propia ocurrencia.

— Claro, claro —digo sonriendo—. Supongo que mi padre —añado—, en el caso de que las chicas fueran el Debe y el Haber, ¡sería el Saldo!

— Me has demostrado tener gracia ¡y reflejos! —exclama satisfecho—. Nunca entenderé por qué los financieros utilizan esos términos, en lugar de utilizar nombres que no induzcan a confusión, como el de izquierda y derecha. Quizás sea para hacerse los interesantes —dice con una expresión que ya me va resultando familiar— ¡o para evitar connotaciones políticas!

— Quizás sea esa la explicación —le digo con cara de circunstancias, evitando debatir sobre ese tipo de temas—. ¡Qué culpa tienen ellos!

— ¡Naturalmente, que no tienen culpa alguna! Ellos no hacen más que aplicar la normativa, los principios y las reglas generalmente admitidas. De hecho, yo tengo una gran admiración por todos los que se dedican a la Contabilidad y las Finanzas. Cuando bromeo, fingiendo que los critico, lo hago, única y exclusivamente, con finalidades didácticas y nemotécnicas.

— ¡No me cabe la menor duda! —le digo—. Por cierto, mis apuntes de clase también dicen que la tesorería es el activo con mayor nivel de liquidez.

— ¿Activo, dices? —me pregunta, como si no supiera de qué hablo.

— Bueno, hasta donde yo sé —le digo con prudencia—, los activos son los bienes o derechos que una empresa tiene en un momento determinado.

— Lo que dices es cierto, Justo, pero echo de menos una característica adicional básica en tu definición —me dice, enseñándome su dedo índice.

— ¿Una característica básica más? —le pregunto, mientras pienso.

— Sí. ¡Has oído bien, Justo! ¡No me repitas la pregunta para ganar tiempo! —exclama muy serio—. Tal como has dicho, se trata de bienes o derechos propiedad de la empresa y que, además, podemos…

— ¿Valorar…? —le pregunto no del todo convencido.

— ¡Exacto! Los financieros consideran activos únicamente a los elementos que son susceptibles de ser valorados en unidades monetarias (en dinero) utilizando criterios objetivos o razonables. Para ellos, sólo son activos si les pueden asociar un número seguido del símbolo de moneda.

— ¡Claro, claro! Mi definición era incorrecta, por incompleta.

— Como bien decías, Justo, la tesorería es uno de los activos de la empresa. ¿Podrías citarme, a modo de anticipo, alguno más?

— Creo que sí —le respondo—. Además de la tesorería (activo que vemos en esta planta), las instalaciones que son propiedad de una empresa,

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los productos que tiene en existencias o, también, los importes que tiene pendientes de cobrar de sus clientes son otros activos de la empresa.

— ¿Te das cuenta, Justo, como estamos construyendo a partir de conocimientos que ya tienes? Como te avancé, simplemente los estamos ordenando, clasificando y relacionando. En otras palabras, los estamos estructurando. ¡Tu cabeza pronto estará lista para recibir invitados!

— Creo que tienes razón. ¡Es curioso! —le admito esperanzado.

— Conseguiremos sacar ¡al gran financiero que llevas dentro!

— ¡Me temo que está muy escondido! —exclamo convencido.

— Estamos ordenando tu mente de forma análoga a lo que has hecho tú con tu habitación esta mañana. Aunque no te lo creas, es únicamente ésta la ayuda que necesitas de mí. Descubrirás que sabes más de lo que crees.

— Esto que me estás diciendo me anima mucho, sin duda.

— Después de que te enseñe algunos pequeños trucos, que sólo desvelo a gente muy especial, la gente pensará que eres ¡un mago de las finanzas!

— ¡Estoy fascinado e ilusionado a la vez! —le transmito.

— Querido Justo, como bien has anticipado, la tesorería es el activo de mayor liquidez. La liquidez de un activo, como la propia palabra indica, es la facilidad con la que podemos “hacerlo líquido”, es decir, convertirlo en dinero efectivo. Como los importes en caja y bancos son ya dinero líquido, no podría haber ningún otro activo con mayor liquidez, ¡obviamente! Pero, retomando la importancia del orden en las finanzas y en la vida, ¿qué dice tu libro sobre su criterio de ordenación de los activos?

— Pues dice que el criterio financiero básico para situar los activos en orden es su grado de liquidez —contesto con seguridad en esta ocasión.

— Pues siguiendo ese ranking, me pareció una buena idea reservar la planta más alta del edificio para el activo que tiene ¡la liquidez más alta!

— Desde luego, ¡es una excelente forma de recordarlo! Cuando cobras las facturas de clientes, aumenta la tesorería; y cuando pagas las facturas de proveedores, las nóminas, el alquiler del inmueble u otras cosas habituales, disminuye la tesorería —intervengo, recapitulando un poco.

— Muy bien, Justo. Has enumerado los eventos más frecuentes que se producen en la operativa cotidiana de la empresa. Pero, ¡atención!, estoy seguro de que tu libro también debe explicar que los cobros y los pagos generados por la operativa mercantil habitual son los movimientos de tesorería más frecuentes, ¡pero no los únicos!

— Claro, claro —le digo—. Puede haber otras entradas de dinero que no se derivan de las ventas, es decir, del cobro de las facturas a clientes.

— ¿Me citas algunas de esas entradas alternativas de dinero efectivo?

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— Con mucho gusto: las aportaciones dinerarias de socios, los préstamos bancarios o el dinero procedente de la venta de una máquina o de unas acciones pueden ser también situaciones que generen entradas de efectivo en tesorería. Ninguna de esas entradas procede de cobros a clientes.

— Totalmente de acuerdo con lo que dices, Justo. Y si la empresa —continúa Fortu— paga dividendos a sus socios, realiza préstamos a terceros o invierte en acciones de bolsa, generará salidas de tesorería de naturaleza diferente a los habituales pagos derivados de las actividades ordinarias.

— ¡Está claro! —ratifico—. En este piso, las columnas se mueven si existen movimientos reales de entrada o de salida de dinero efectivo, tanto si proceden de la actividad típica y ordinaria de la empresa, como si derivan de otras circunstancias menos habituales o cotidianas.

— Muy bien resumido, Justo. Todo lo que pase en la empresa que no implique cobros o pagos de dinero efectivo, no tendrá impacto en nuestra particular “isla del tesoro”. Si no hay movimientos de tesorería, las columnas de esta planta no se mueven ¡ni un solo milímetro!

— ¡Parece sorprendentemente sencillo! —le digo contento.

— Como soy el administrador de esta empresa —me informa Fortu—, decidí que éste era el lugar idóneo para colocar mi mesa de despacho.

— ¡Qué gusto da, cuando te explican las cosas de un modo simple y lógico! —exclamo, al darme cuenta de que las excentricidades de las que hablaba mi padre tenían su sentido… ¡al menos de momento!

— Todavía nos queda bastante por ver, Justo, pero no te creas que la cosa se va a complicar mucho más en lo sucesivo.

— ¡Eso espero! —le digo, con una mezcla de esperanza y escepticismo.

— ¡No lo dudes ni un segundo! Piensa que si fuera complicado, el primero que no lo entendería, ¡sería yo! —me dice, en un alarde de modestia que, curiosamente viviendo de él, no parece forzada o fingida.

— Imagino, Fortu, que debes entrar siempre en tu despacho deseando que las columnas sean muy largas y que el techo esté lo más alto posible.

— Pues, ¡no señor! —me replica.

— ¡¿No?!

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Las gafas 3D

— ¿Cómo es posible; Fortu, que no estés siempre deseando que el nivel de la tesorería sea muy alto? —le pregunto intrigado.

— Nunca olvides, querido amigo, que en los informes financieros, al igual que pasa en tus dibujos, las proporciones son básicas. Las dimensiones deben ser las adecuadas. Las cosas deben tener el tamaño de tu nombre…

— ¡El justo! —le digo rápidamente, para demostrarle que estoy muy atento a sus explicaciones y que mi intención es no ahorrar en elogios.

— Efectivamente, señor artista-financiero. La tesorería de una empresa debe mantenerse siempre dentro de unos límites determinados. Su nivel no deber ser nunca demasiado bajo, ¡pero tampoco excesivo! El dinero líquido debe tener un importe proporcionado con el resto de los activos, de la misma forma que la cabeza de las personas que dibujas en tus cuadros debe estar proporcionada con el resto del cuerpo. Si las dibujaras con un tamaño excesivo, ¡convertirías a tus figuras en cabezonas!

— Lo lamento, Fortu, pero me temo que este paralelismo no me ayuda a ver por qué un exceso de tesorería no es siempre deseable. De manera intuitiva, diría que cuanto más dinero tengamos en efectivo, mejor.

— Si tuviéramos un exceso de dinero en caja y bancos, la altura de la planta 3 aumentaría tanto, que el edificio rebasaría la altura máxima permitida y, por tanto, incumpliría la normativa urbanística.

— ¡¿Cómo?! —exclamo, poniendo cara de desconcierto.

— ¡No, hombre, no! ¡Es una broma! —me dice carcajeándose.

— Veo que disfrutas tomándome el pelo.

— No es mi intención hacerlo. ¡Nunca me río de nadie, y menos de un alumno! Simplemente busco que te entretengas, mientras aprendes.

— Estoy seguro de ello. ¿Me podrías hablar en serio ahora?

— De acuerdo. Recuerda, Justo, que el dinero es un medio y no un fin; es un recurso empresarial al servicio de su actividad y de sus objetivos. No se trata de acumularlo y de disfrutar bañándose en él, como le gusta hacer al tío Gilito; hecho que nos recuerda la caricatura que me regaló tu padre.

— ¿De qué se trata, entonces?

— Se trata de moverlo con criterio para ponerlo a financiar proyectos de personas emprendedoras y obtener, de esta forma, mayor rentabilidad de la que conseguimos teniéndolo parado. No olvides el adjetivo “corriente”.

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— Ahora sí que lo entiendo —le digo relajado.

— Nunca olvides que el dinero tiene que ser siempre nuestro subordinado, ¡y nunca nuestro jefe! —me advierte.

— Me encanta esa frase. Me la apunto, con tu permiso —le digo, mientras escribo sobre la pantalla táctil de mi iPhone.

— El dinero líquido en cuenta corriente tiene una rentabilidad reducida, sobre todo cuando los tipos de interés están bajos —afirma Fortu—. El dinero hay que moverlo, hay que ponerlo a trabajar, hay que hacerlo correr.

— Entiendo —le digo, mientras reflexiono sobre lo que me dice.

— Cuando el nivel de la tesorería supera el límite necesario para dar seguridad a la operativa de la empresa —añade—, hay que utilizar ese exceso para invertirlo en otros activos, ya sean de la misma sociedad o de otras.

— Y, de esta forma, tener siempre la altura de esta planta con un nivel proporcionado al resto, y contribuyendo a que el edificio cumpla ¡la normativa urbanística! —le digo riendo, con el objetivo de demostrarle que he entendido el concepto y de reconocerle el valor didáctico de sus analogías.

— Elementary, my friend! Nos tenemos que mover en el interior de esta planta cómodamente. Con la altura suficiente, ¡pero no excesiva!

— Pero tampoco demasiado baja, imagino —le digo con mucha prudencia, escarmentado de intuiciones previas erróneas.

— Obviamente —me confirma—. ¡Eso sería peor todavía que un exceso de altura! Si el nivel de tesorería bajara demasiado, la altura de las columnas se reduciría tanto, que no podríamos entrar en esta planta ¡ni a gatas! Sería muy difícil dar órdenes de pago en esa postura. ¿No crees?

— ¡Por supuesto que lo creo! Si el saldo en caja y bancos descendiera por debajo de cierto nivel, correríamos el riesgo de no poder hacer frente a nuestros compromisos de pago, lo cual sería catastrófico.

— Exacto —me ratifica—. Eso se debe evitar a toda costa siempre. La previsión y el control de la tesorería son básicos. Ni mi despacho, ni la altura regulable de las columnas de esta planta están por capricho. Los niveles de tesorería deben estar monitorizados de la misma forma que lo están las constantes vitales de un paciente en una UCI —añade, volviendo a recordarme que estoy hablando con un licenciado en Medicina.

— Está claro, Fortu. Reconozco que me tienes impresionado.

— Tú no estabas borracho cuando entraste, Justo. Detectaste rápidamente que el nivel de tesorería había aumentado con respecto al día anterior. Antes de que llegaras, el ordenador que controla on-line el dinero en caja y bancos (en tesorería) había dado instrucciones a las columnas para que se alargaran, aumentando así la altura de la planta.

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— Estaba seguro de que no estaba borracho, Fortu. De lo que no estoy tan seguro es ¡que no esté soñando! No podía imaginarme, ni por lo más remoto, que existiera una solución tecnológica de estas características para el control y el seguimiento de la tesorería.

— Mi única salida para contrarrestar mis handicaps es idear métodos visuales y sencillos. Pero no hemos acabado todavía, my friend. Tengo una nueva sorpresa preparada para ti —me anuncia con alegría.

— ¿Una nueva sorpresa?

— He estado observando que, mientras hablábamos, desviabas la mirada hacia mis gafas multicolor. Son muy “fashion”, ¿no te parece?

— Bueno, así es. Me reconocerás que ¡no pasan fácilmente desapercibidas! He observado que siempre las llevas apoyadas en la cabeza, como una diadema, en lugar de utilizarlas para ver a través de ellas. Imagino que son de sol y que te las pones sólo cuando sales al exterior.

— ¡Pues no señor! ¡Vuelves a equivocarte, me temo! —me dice con cara risueña, como si se alegrara de mis errores—. Me temo que tu intuición te ha conducido, nuevamente, a una conclusión errónea.

— ¡Vaya! —exclamo con una sensación de profunda frustración.

— No son unas gafas de sol; son unas gafas para ver películas en 3D. Me las dieron en el cine, cuando fui a ver la película Avatar con mi novia.

— ¡¿Cómo?! —exclamo perplejo.

— ¿Te sorprende que tenga novia, Justo? —me pregunta muy serio.

— Mi exclamación se refería a lo de las gafas —le respondo sofocado.

— ¡Ah, bueno! —exclama—. Quiero que sepas también que, como las he adaptado un poco, las he convertido en ¡unas gafas financieras!

— ¡¿Unas gafas financieras?! —le pregunto, subiendo el tono de voz, tras añadirse desconcierto a mi asombro—. Mi padre es director financiero de una multinacional, ¡y jamás le he visto llevando unas gafas parecidas!

— Porque tu padre no las necesita. Tu padre es un experto en finanzas, tiene una memoria de elefante y le encanta analizar hojas de cálculo complejas. Pero yo no tengo ninguno de esos tres requisitos. Por eso, tengo que diseñar cosas divertidas, aunque parezcan un poco extravagantes a veces.

— ¿Y cómo ves con estas gafas? —le pregunto con curiosidad.

— Te puedo decir que sus cristales te permiten ver la empresa con la misma óptica de los financieros —me responde, haciéndose el interesante.

— ¡¿Tal como ven la empresa los financieros dices?!

— Te recuerdo aquello de que nada es verdad ni es mentira….

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—…todo depende del cristal a través del que se mira —acabo la conocida frase de W. Shakespeare.

— Los profesionales especialistas en finanzas están orientados a cuantificar todo lo que pasa en la empresa, asignando a cada acontecimiento un valor en unidades monetarias (en dinero). Son extremadamente prudentes haciéndolo: sólo se atreven a decir una cantidad, si pueden aplicar un criterio de valoración objetivo o razonable. Don Prudencio sabe muy bien que tiene que hacer honor a su nombre, a la hora de valorar.

— Creo que así es. Mi padre me repite que los criterios de valoración deben derivar, ¡siempre!, de los principios de prudencia y de objetividad.

— Pues, precisamente, estas gafas están diseñadas así. Te dan la valoración monetaria de las cosas, mediante la aplicación de esos criterios.

— ¿De veras? —le pregunto, transmitiéndole mi deseo de probarlas.

— Ponte las gafas y mira las columnas de esta planta a través de ellas —me dice, mientras me las entrega—. Como la planta es triangular, hay tres columnas: una en cada vértice. La columna central es la principal. Es fácil de identificar, debido a que es la que da soporte a las guías del ascensor. En los otros dos vértices, están las dos columnas laterales: la izquierda y la derecha.

— ¡Es fascinante! —exclamo asombrado, poco después de ponerme las gafas—. Mirando la columna central, puedo leer perfectamente los centímetros de altura de la planta y, también, ¡su equivalencia en euros! Es cierto que aquí, tal como me advertiste, convertís fácilmente altura en dinero.

— ¡¿Has visto qué práctico, Justo?! Echando un simple vistazo a la altura de la columna, tenemos una estimación aproximada del valor que hay dentro de la planta. Si nos ponemos las gafas, sabemos el importe exacto. ¿Qué cantidad puedes leer, mirando a través de ellas? —me pregunta.

— Doscientos mil euros (200.000 €) —le respondo rápidamente.

— ¿Qué te parece? —me pregunta inmediatamente después.

— ¡Pues mucho dinero! —respondo sin pensármelo demasiado.

— ¿Comparado con qué, Justo? —continúa con su interrogatorio.

— ¡Claro, claro! —reconozco mi error, al emitir un juicio de valor basándome en una cantidad absoluta de dinero.

— ¿Sabes por qué has dicho que te parecía mucho dinero?

— Admito que me he precipitado al olvidarme de la importancia de las proporciones y, por tanto, al no comparar esa cantidad con otras, para así poder evaluar o valorar su importancia relativa.

— Sí que lo has hecho, Justo: ¡es inevitable hacerlo! Se dice que las comparaciones son odiosas, pero nos pasamos el día haciéndolas. Siempre que decimos que algo nos parece mucho o poco, lo estamos comparando,

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aunque sea inconscientemente, con otra cosa. Estoy seguro de que tú has comparado el dinero que esta empresa tiene en tesorería hoy con el que tienes en casa. Quizás lo has hecho involuntariamente, ¡pero lo has hecho!

— ¡Creo que tienes razón, Fortu! Precisamente por eso, ¡me pareció muchísimo dinero! —le digo riendo, pensando en mis famélicos ahorros.

— Un error frecuente es justamente ese: comparar valores empresariales con situaciones particulares o domésticas. Lo que debes hacer es relativizar el importe que te han mostrado las gafas, comparándolo con otros valores que puedes encontrar dentro de esta misma empresa o, también, en otras empresas similares del mismo sector.

— Está claro —le doy la razón—. ¡No se me olvidará! Supongo que tengo que comparar la altura de esta planta con la altura total del edificio; y también con los niveles de altura medios de las plantas 3 de otras empresas.

— ¡Correcto! —me dice Fortu, abriendo mucho los ojos y demostrándome, ahora sí, su satisfacción con mi acierto—. Por favor, Justo, sigue mirando la columna central a través de las gafas y dime que ves justo al lado del importe de 200.000 €. Se trata de un número que está entre paréntesis, como si se tratara de una información aclaratoria adicional.

— Veo un número con el símbolo del porcentaje (%).

— Como has podido imaginar, se trata de un importantísimo indicador del grado de proporcionalidad de la planta. Nos dice el porcentaje que representa la altura de esta planta sobre la altura total del edificio. Verás que pasará lo mismo en todas las plantas que visitemos: la columna central nos informará acerca de los valores absoluto y relativo del contenido.

— ¡Increíble! —le reconozco.

— ¿Qué porcentaje puedes leer, chico? —me sigue preguntando.

— El cinco por ciento (5%).

— Pues si sabes que el valor absoluto del contenido de esta planta es de 200.000 €, y que ello representa el 5% del valor total, puedes calcular la altura total del edificio expresada en unidades monetarias, ¿no es cierto?

—Bueno, Fortu, verás —le digo un poco avergonzado—: creo que llega el momento de reconocer que, siempre que veo porcentajes, me pongo un poco a la defensiva. Me cuesta calcularlos. Ya sabes que, a pesar de que estudio Económicas por deseo de mi madre, ¡soy una persona de letras!

— Aunque no lo creas, Justo, compartimos esa poca habilidad natural para los números. De todas formas, con el paso de los años, te acabas dando cuenta de que con las cuatro operaciones matemáticas elementales —sumar, restar, multiplicar y dividir— tienes suficiente para el análisis financiero.

— ¿No te olvidas del porcentaje, Fortunato?

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— Yo le lamo “porcientaje”, para acordarme de que se obtiene dividiendo la parte por el todo, y multiplicando el resultado ¡por cien!

— Ya veo —le digo, poniendo cara de que todavía necesito un empujoncito más para convertir a eso del porcentaje en mi amigo.

— Recuerda el anuncio —añade Fortu, tras interpretar perfectamente la expresión de mi cara—: “Nueve de cada diez dentistas recomiendan masticar chicle sin azúcar”. ¿Qué me puedes comentar al respecto?

— Te puedo decir que no entiendo cómo hay uno de cada diez que ¡recomienda chicle con azúcar! —le respondo, recordando haber oído algo parecido en algún programa de humor en televisión.

— ¡Muy gracioso! —me dice un poco descolocado, demostrando que no se esperaba una respuesta así—. Pretendía que me dijeras el porcentaje.

— Sí, sí, claro, ¡perdona! No era mi intención tomármelo a broma —intento disculparme—. Unicamente pretendía decir algo simpático —me justifico, poniendo cara de circunstancias.

— No me has ofendido, tan sólo me has sorprendido, ¡y gratamente! Me alegro mucho de que te vayas relajando. ¿Me dices el porcentaje ahora?

— Basándose en la premisa anterior, Fortu, es fácil calcular que el 90% de los dentistas hacen esa recomendación —le contesto seriamente ahora.

— ¡Así es! ¿Y si el anuncio dijera que 200 de cada 4.000 dentistas recomiendan una pasta de dientes determinada?

— ¡Ese cálculo ya no es tan sencillo, Fortu! —le digo, para comunicarle mi inseguridad—. ¿Ves como el porcentaje es algo complicado?

— ¡No lo es! —me replica convencido—. Recuerda que la palabra clave es “porcientaje”: la parte dividida por el todo, y multiplicada por cien.

— Si divido 200 entre 4.000, me da 0,05 —hablo en alto, mientras tecleo los números en la calculadora de mi teléfono móvil—. Y si, ahora mismo, el resultado lo multiplico por cien… ¡ya lo tengo!

— ¿Qué tienes, Justo?

— ¡El 5% de los dentistas están pagados por esa empresa!

— Eso crees, ¿eh? —me dice riendo—. Veo que tienes tus reservas sobre la naturaleza humana y sobre la integridad de algunas personas, tengan la profesión que tengan, cuando hay dinero en juego.

— Creo que podemos avanzar —le digo, huyendo de la posibilidad de enfrascarnos en ese tipo de debate ahora—. ¡Te prometo que no voy a considerar, en lo sucesivo, el porcentaje como algo hostil, Fortu!

— Lo celebro, porque se trata de algo básico para saber el tamaño (el valor) relativo de las cosas. Los porcentajes nos informan de si las proporciones son adecuadas o no. Son esenciales para el análisis financiero.

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— ¡Lo veo meridianamente claro ahora!

— Pues si lo ves tan claro, considero que ya estás en condiciones de decirme la altura total del edificio, traducida en dinero.

— Déjame pensar un segundo, por favor —le digo, juntando las manos.

— Adelante, hazlo.

— Sé que, en este caso, la parte representa el 5% del todo y que tengo que calcular el valor del todo… —reflexiono en alto.

— ¿El cual tiene un valor de…? —me urge a que responda.

— Dividiendo 200.000 € entre 0,05 —hablo pensando en alto—, obtengo una cantidad de ¡cuatro millones de euros (4.000.0000 €)!

— ¡Exacto, Justo! Si dividimos 200.000 € entre 4.000.000 € y, posteriormente, multiplicamos el resultado por cien, nos da un 5%.

— Y eso que acabamos de calcular, Fortu, ¿es mucho o poco?

— ¿El qué? ¿Los doscientos mil euros de tesorería, los cuatro millones de euros del total del activo o el cinco por ciento de valor relativo?

— ¡Pues las tres cosas! Me gustaría saber cómo puedo interpretar la magnitud de esos tres valores, para poder extraer conclusiones.

En este momento, una melodía romántica sale de su teléfono móvil.

— ¿Me disculpas un momento? —me pregunta, mientras sonríe al mirar la fotografía que aparece en la pantalla de su teléfono.

— ¡Naturalmente! —le contesto.

Fortunato se aleja, mientras mantiene su conversación telefónica. Me pregunto quién debe ser y qué le debe estar explicando para mostrarse tan risueño. Apuesto a que se trata de una de las muchas mujeres que deben rondar por su tan poco convencional vida. Desde luego, ésta en concreto le hace mucha, ¡pero que mucha gracia!

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La izquierda y la derecha

— Qué bonito día hace hoy, ¿verdad? —me pregunta al acercarse a mí tras su conversación telefónica, y al observar que estoy disfrutando de las vistas.

— Sí. El día es tan claro que todavía hace más espectacular la vista de la ciudad que se tiene desde esta última planta del edificio —le digo, situado junto al acristalamiento—. Desde esta altura, ¡se llega a ver el mar!

— Es otra de las razones por las que me pareció adecuado situar mi despacho en esta planta —me dice riendo.

— La perspectiva global que se tiene desde aquí me encanta, pero confieso que estoy deseando retomar el tema donde lo dejamos.

— Matarías por saber si 200.000 € de tesorería, formando parte de un activo total de 4.000.000 €, es mucho o poco, ¿verdad, Justo?

— No sé si llegaría a tanto —le respondo—, pero sí te reconozco que estoy francamente interesado en saberlo.

— Pues me temo que tendrás que esperar, lo siento.

— ¡¿De verdad que no me lo vas a explicar?! —le pregunto impaciente.

— No en este momento —me dice con cara risueña y moviendo lateralmente la cabeza, como si estuviera diciendo que no—. Pensándolo bien, encontrarás la respuesta tú mismo en una sesión de la próxima semana.

— Pues me quedaré con la incógnita de momento —le digo resignado.

— Escucha algo muy importante, Justo. Además de vigilar el nivel de la tesorería casi a diario, SIBI hace una foto de la planta al final de cada mes. Guardamos todas las fotografías de fin de mes y de fin de año, para poder saber el dinero efectivo en caja y bancos al final de cada uno de los periodos.

— Ya veo —resumo—: control visual habitual y registro periódico.

— ¡Correcto! Veo que recuerdas la importancia que tiene el periodo de tiempo en finanzas. El periodo de tiempo que hemos fijado para nuestros análisis internos es de un mes, y el que nos piden los analistas externos es de un año. Por ello, precisamos fotos que reflejen la situación al final de cada uno de esos periodos de análisis y, así, poder comparar y seguir su evolución.

— ¡Me encanta lo que estoy viendo!

— Pues, para que sigas disfrutando, te propongo que mires, a través de las gafas, en dirección a las columnas izquierda y derecha. ¿Qué puedes ver?

— Pues veo importes muy diferentes a los que pude leer en la columna central. ¡Son importes muy superiores a los 200.000 €!

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— ¿Dices que ves importes diferentes en las dos columnas laterales?

— Eso es lo que observo, sí —afirmo, mientras asiento con la cabeza.

— ¿Qué columna muestra un importe superior, Justo?

— La columna izquierda —respondo sin titubear.

— ¿Y qué diferencia hay entre los importes de las dos columnas?

— Déjame ver… —le digo, mientras calculo mentalmente la resta.

— Puedes usar la calculadora si quieres —me sugiere, al ver que tardo demasiado tiempo en dar la respuesta.

— Creo que no es necesario —le digo inmediatamente después—. La diferencia es de dos cientos mil euros (200.000 €).

— ¡Qué curioso! La cifra que acabas de calcular coincide con el importe que refleja la columna central. ¿Crees que es una casualidad, Justo?

— Mucho me temo que, en este lugar, hay más causalidades que casualidades. ¿Cierto, Fortu?

— ¡Cierto, Justo! —me dice sonriendo—. La diferencia entre los valores que vemos en las dos columnas laterales siempre coincide con el que muestra la central o principal. Estoy seguro de que sabes el porqué.

— ¡Caramba, Fortu! ¿No crees que pensaré mejor si me quito estas gafas tan llamativas? Me siento un poco ridículo con ellas.

— No te lo aconsejo. ¡Tienes que acostumbrarte a ellas!

— De acuerdo, pero te ruego que me orientes un poco.

— ¿Cómo hemos dicho que llaman los contables a las columnas izquierda y derecha de tu cuenta corriente bancaria, Justo? —me pregunta.

— Llaman Debe a la columna izquierda y Haber a la derecha.

— ¿Entonces…?

— Tengo que reconocer que me noto un poco dormido y lento de reflejos hoy —me justifico—. Lo siento mucho ¡y me da mucha rabia!

— Debes estar agotado después del esfuerzo de ordenación que has hecho en tu dormitorio esta mañana. No te preocupes, ¡pero piensa! —me anima, a la vez que me presiona para que encuentre la respuesta.

— El importe que me muestra la columna izquierda, cuando la miro a través de las gafas, debe ser la suma de todas las anotaciones en el Debe, es decir, el valor acumulado de todos los cobros durante un periodo de tiempo. El importe que leo en la columna derecha (el Haber) debe corresponderse con el valor acumulado de todos los pagos durante el mismo periodo de tiempo.

— ¡Exacto! —me confirma—. En la columna izquierda, que no sé por qué demonios le llaman Debe, aparece una cantidad que es el resultado de sumar todos los importes cobrados durante el año al saldo que tenía la

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tesorería al inicio del mismo. Por eso, el valor que has visto es muy superior al saldo de hoy, el cual conoces gracias al dato que te da la columna central.

— Ya veo —le digo, con la intención de continuar yo mismo con la explicación—. Y en la columna derecha, ¡que no sabemos por qué diablos le llaman Haber! —sigo hablando, mientras sonrío—, aparece la cantidad acumulada de todos los pagos realizados durante el año. Por eso, la diferencia entre las cantidades de las columnas laterales coincide con el que aparece en la central. ¡No se trata de ninguna casualidad, tal como sospechaba!

— Pues ya sabes el truco, amigo Justo. La cantidad que determina la altura de cada una de las plantas del edificio es la que puedes leer en la columna principal o central, la del ascensor. Se trata del saldo de las cuentas que contiene la planta en el momento en que la visitamos. Ese saldo es la diferencia entre el acumulado de todos los valores contabilizados en el Debe (columna izquierda) y en el Haber (columna derecha) durante el año vigente.

— Es de una lógica aplastante: si analizo el extracto de mi cuenta corriente y parto del valor que tenía mi tesorería personal al inicio del año (saldo inicial), le sumo todos los cobros y le resto todos los pagos realizados, obtengo el saldo que tengo hoy. Si tengo más dinero en cuenta del que tenía al inicio del año, significa que he hecho más cobros que pagos, y viceversa.

— Sería lógica aplastante, ¡si se redujera mucho la altura del techo! —me dice riendo, demostrando lo mucho que le gusta jugar con las palabras y sentirse ocurrente e ingenioso, aunque tenga que recurrir al chiste fácil.

— Te tengo que decir, Fortu, que estoy disfrutando como un loco.

— ¡¿Como qué has dicho?! —me pregunta, poniendo cara de enfado, sin que sea capaz de identificar si está ofendido realmente o lo finge.

— Se trata de una expresión, ya sabes…—le aclaro, sintiéndome muy incómodo con la situación—. Sólo quería expresar —añado nervioso—, utilizando una expresión muy coloquial, que me lo estoy pasando muy bien.

— Pues en ese caso… —me dice despacio y con una inexpresiva cara de poker—, ¡bienvenido a la isla del tesoro, amigo! —exclama de repente.

Sé que los cambios bruscos de tono de voz y de expresión forman parte de su estrategia para mantenerme en vilo y con un nivel de atención máximo.

— Gracias por darme la bienvenida, Fortu, a un lugar tan especial como éste, ¡donde únicamente tienen impacto los cobros y los pagos!, lo cual —me tomo la libertad de añadir—, como muchas veces me repite mi padre, no debo confundir, ¡nunca jamás!, con los Ingresos y los Gastos.

— ¡Me lo has quitado de la boca, chaval! ¿Ves, una vez más, como la mayoría de los conceptos los tienes ya en tu cabeza?

— Puede ser, pero me temo que ¡demasiado desordenados!

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— ¡Estoy de acuerdo! —me dice sonriendo—. En la planta 3, lugar donde se localiza nuestra particular “isla del tesoro”, hablamos únicamente de movimientos de tesorería, es decir, de entradas (Cobros) y de salidas (Pagos) de dinero efectivo. Aquí no hablamos, ¡nunca!, de Ingresos y de Gastos, aunque puedan parecer términos sinónimos o parecidos.

— ¡Desde luego que lo parecen! —le ratifico convencido.

— La gente suele confundir los conceptos, porque piensa en sus cuentas bancarias personales. A los cobros y pagos que ven en ellas los suelen llamar, ¡de manera muy equivocada!, ingresos y gastos.

— ¿Te importa que repasemos la diferencia, Fortu?

— Ja, ja, ja —vuelve a carcajearse—. ¿Por qué quieres seguir hablando de una cosa tan aburrida como son los conceptos financieros? —me dice, mostrándose complacido al ver como me iba entusiasmando poco a poco.

Un rayo de sol, penetrando a través del acristalamiento, se refleja en los vidrios de las gafas financieras que llevo puestas y se dirige a los ojos de Fortunato; algo que me recuerda a lo que ocurre en escenas de la película Testigo de cargo. Me llama la atención ver como la luz directa cambia el color de sus ojos, pasando del marrón claro a una curiosa tonalidad verdosa.

Fortunato, al quedarse deslumbrado, aprovecha el momento para moverse, acercarse a la mesa y coger una galleta.

— ¿Te apetece endulzar esta dura sesión financiera un poco, Justo?

— No, gracias. Preferiría beber algo más de agua.

— En tal caso, ¿por qué no me hablas de tu novia, mientras mastico?, ¿es guapa?, ¿has tenido tanta suerte como tuvo tu padre con tu madre?

— ¡Eso ha sido un golpe bajo! —le digo triste—. Seguro que mi padre te ha contado que me acaba de dejar por uno de los profesores, ¡el cual la duplica en edad! Ella me dijo que mis “eruditas charlas” le aburrían un poco.

— ¡Disculpa, pero no lo sabía! Tu padre es muy discreto con estas cosas. ¿Qué asignatura imparte ese hombre tan mayor ¡y tan despreciable!?

— Preferiría cambiar de tema de conversación, si no te importa.

— ¿No se tratará del “profe” de Finanzas, verdad, Justo?

— Insisto en que prefería cambiar de tema, si no te importa.

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La experiencia de Fortunato

— Quieres que te explique la diferencia entre cobros/pagos e ingresos/gastos de una manera tal que no se te olvide durante el resto de tu vida, ¿no es cierto? —me pregunta después de dejar de preguntarme sobre lo sucedido recientemente con mi novia, y de tragar su galleta inglesa.

— Esto de los nombres engañosos es lo que más me molesta del mundillo éste. Se utilizan unas palabras que también se usan en el lenguaje coloquial, pero con significados algo diferentes. Lo que hablábamos sobre el Debe y el Haber es un claro ejemplo. Otros términos técnicos, como son cobros, pagos, ingresos y gastos, también pueden conducirte al error conceptual, si te dejas guiar por el significado que le damos habitualmente.

— ¡No te preocupes tanto, hombre! Lo importante de todo esto, Justo, es que entiendas los conceptos. Una vez hayas asimilado el concepto, encontrarás fácilmente el nombre que los especialistas utilizan para referirse a él. No te aconsejo que hagas lo contrario, es decir, que partas de los términos técnicos e intentes deducir, de manera intuitiva, los conceptos financieros a los que se refieren. Si haces eso, puedes equivocarte fácilmente.

— ¡Es un buen truco! —le agradezco el que me lo haya revelado—. Por lo que veo, hay muchos términos que ¡no hacen honor a su nombre!

— ¡Efectivamente, Justo! Ahí va otro consejo relacionado: no te dejes nunca impresionar por personas que plagan sus discursos de términos técnicos complejos. Muchas veces, utilizan la terminología para ocultar su ignorancia conceptual, sobre todo ¡si emplean muchas palabras inglesas!

— Creo que, en este caso, tengo claro el tema conceptual: a las entradas y salidas físicas y concretas de efectivo en la caja y/o en las cuentas corrientes, las llamamos cobros y pagos, ¡y no ingresos y gastos! Aunque no estoy seguro de que mi madre, a pesar de que controla con periodicidad matemática las cuentas de la casa y de que posee estudios sobre el tema, me sepa explicar claramente la diferencia.

— Ya se la explicarás tú, ¡y la entenderá perfectamente! —me dice riendo—. Deberías ser más comprensivo con ella: obtuvo su título hace más de 25 años y, durante todo ese tiempo, nunca ha ejercido profesionalmente. Estudiando toda la teoría de memoria y sin práctica posterior, ¡es lógico que sus conocimientos se hayan reblandecido como los relojes del cuadro!

— Creo que tienes razón, Fortu. De todas formas, si ella tiene otra opinión al respecto, no intentaré cambiársela. Creo que sabes bien que sacarla de sus profundas convicciones y de sus obstinaciones no es tarea fácil.

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— ¿Sabes una cosa, Justo? A mí, la diferencia de la que estamos hablando, se me quedó profundamente grabada después de pasar por una amarga experiencia, dos años después de arrancar este negocio.

— ¿Ah, sí? —le digo muy interesado en que me la cuente.

— Como quizás te haya explicado tu padre, en la puesta en marcha de esta empresa, tuvimos un éxito rotundo. En los dos primeros años, superamos ampliamente las previsiones iniciales de ventas y acabamos con unos resultados excepcionales. Trabajábamos muy duro y hacíamos un seguimiento muy cercano de la actividad y de las cuentas financieras. Disfrutábamos de un gran beneficio y de niveles de tesorería elevados.

— Déjame que adivine lo que pasó entonces —le interrumpo—: os relajasteis todos un poco, como consecuencia del éxito inicial.

— ¡Exactamente! Veo que sabes de qué va. Las cosas iban tan bien, que empecé a no ir todos los días al despacho y a no seguir la evolución financiera del negocio con la periodicidad que requiere. Sabes que las fiestas y las chicas guapas han sido siempre una de mis grandes aficiones…—me reconoce fingiendo bochorno encogiéndose de hombros.

— Veo que el médico abandonó el seguimiento periódico y adecuado de la salud de su paciente —le digo, tras decidirme por utilizar el recurso de la analogía, asumiendo que ello le complacería mucho a Fortu.

— ¡Sí señor, así fue! Mi problema de hiperactividad volvió a asomar.

— Me gustaría saber qué pasó exactamente, Fortu. Te ruego, ¡por lo que más quieras!, que no me digas ahora que lo descubriré más tarde.

— ¡Tranquilo, hombre! Un día, al entrar en mi despacho después de varios días sin aparecer, observé que tenía varias llamadas de nuestros proveedores, reclamando el pago de las facturas vencidas. Nunca había ocurrido nada parecido anteriormente. Siempre habíamos atendido todos nuestros compromisos de pago religiosamente, como diría tu madre. Cuando me dispuse a dar las órdenes de pago a proveedores, observé que, tras pagar las nóminas, los alquileres, las cuotas de los préstamos y los impuestos trimestrales, ¡no teníamos saldo suficiente en el banco para el resto!

— ¿No te diste cuenta, con la antelación suficiente, de que la altura de la planta había sobrepasado el límite de seguridad inferior? —le pregunto.

— Cuando pasó esto, no disponíamos de la tecnología de altura variable de las columnas, ni de la ayuda de SIBI. Estos acontecimientos también fueron previos a la valiosísima llegada de mi hermana Scarlett.

— ¡Menuda sorpresa más desagradable! —exclamo—. ¿Qué hiciste?

— Recuerdo que realicé una llamada telefónica urgente para pedir información sobre lo que estaba pasando. Sabía que no habíamos hecho ninguna inversión en instalaciones recientemente, ni repartos de dividendos,

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ni ninguna otra salida excepcional de tesorería. Por eso, únicamente le pregunté al contable si habíamos entrado en pérdidas, cosa que me hubiera extrañado mucho: era conocedor de que las ventas seguían a buen ritmo y de que los gastos de operativa habitual no se habían disparado.

— ¿Había pérdidas? —le pregunto muy intrigado.

— ¡En absoluto! Tal como esperaba, el contable me confirmó que las ventas eran elevadas, que se estaba incurriendo en los gastos previstos y que seguían existiendo beneficios importantes. ¡No entendía nada!

— ¡No me extraña! —exclamo instintivamente—. Resulta totalmente paradójico que una empresa pueda tener beneficios altos y, a la vez, muy poca tesorería. ¿Cuál era la explicación, Fortu? ¡Me tienes en ascuas!

— Creo que tampoco voy a contestarte con detalle a eso ahora. Me apetece mantenerte un poco ansioso por “descubrir al asesino”. Un poco de “suspense” nos vendrá bien para mantenerte motivado.

— Permíteme opinar, Fortu, que yo calificaría a esto, más que como una estrategia didáctica, ¡como una tortura psicológica!

— ¡Qué exagerado! —me dice sonriendo—. Para reducir algo tu nivel de ansiedad, te puedo anticipar que la razón de lo que ocurría está relacionada con el hecho, ya reiterado, de que una cosa son los beneficios (diferencia entre ingresos y gastos), y otra la tesorería (diferencia entre cobros y pagos).

— No cabe duda de que esta diferencia conceptual es clave.

— Esa diferencia tan clave no era muy evidente para mí entonces. La desagradable experiencia se me quedó tan profundamente grabada que, en lo sucesivo, nunca olvidé que se puede estar justo de tesorería (con poca liquidez) a pesar de tener beneficios, ¡aunque parezca paradójico!

— ¡Desde luego que lo parece! —le repito mi opinión.

— Después de resolver ese amargo episodio, mediante una urgente ampliación de capital, diseñé este edificio con plantas de altura variable. Para implementar el diseño esperé a que coincidiera con todos los cambios del sistema informático que nos vimos obligados a hacer por el alarmante “efecto 2.000”, ¡el cual iba a desencadenar una catástrofe mundial sin precedentes!

— Mi padre también opina que se creó una alarma excesiva.

— Desde entonces, echo un vistazo diario a la altura de esta planta. Me pongo las gafas financieras para ver los importes en la columna central, tanto el absoluto como el relativo o porcentual. Adicionalmente, gracias a SIBI, almacenamos las fotos que reflejan la situación al final de cada periodo.

— A esto sí que se le puede llamar ¡aprender de la experiencia!

— Pero no fue esa la única lección que obtuve.

— ¿Cuál fue la segunda, Fortu?

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— La segunda moraleja es que no hay que dejar nunca de ser perseverante y metódico en el seguimiento de la evolución de un negocio, ni de cualquier otro proyecto, por muy bien que vayan las cosas. Seguro que tu entrenador de basket te recuerda que si te relajas y dejas de entrenar, ¡pierdes rápidamente la forma física y la precisión en el tiro a canasta!

— ¡Está claro! —admito—. Las mayores derrotas las solemos tener en la jornada siguiente a una gran victoria. La relajación es una gran trampa.

— Puedes convertir a las finanzas en un excelente entrenador personal. Te pueden ayudar a mantener la intensidad, a no perder la concentración y, por tanto, ¡a ganar títulos! Lo único que tienes que hacer para conseguirlo es analizar las cuentas financieras con periodicidad fija. Si te tomas a las finanzas más que como una asignatura, como un estilo de vida, te ayudarán a conseguir tus objetivos más fácilmente ¡y a ser más feliz!

— Ya veo —le digo, mientras pienso que exagera un poco.

— ¿Me recuerdas el apellido de tu madre, Justo?

— Me consta que lo conoces casi mejor que yo, pero bueno: su primer apellido es IDAR. Ya sabes, India, Delta. Alfa y Romeo.

— Eso hace que tú te llames Justo Igap Idar, ¿cierto?

— ¡Cierto! No hay ocasión en la que no tenga que deletrear mis apellidos, cuando me preguntan mi nombre: ¡parece un trabalenguas!

— Tu madre se enfada mucho conmigo, cuando se lo digo, pero su apellido es un perfecto y útil acrónimo —afirma convencido.

— ¿Un acrónimo dices?

— La palabra IDAR agrupa las iniciales no sólo de las palabras que has utilizado para deletrear tu segundo apellido, sino también las de un grupo de conceptos clave: Información, Decisión, Acción y Resultados.

— Te sigo —le digo con la intención de que siga argumentando.

— En la empresa, primero analizamos la Información, luego Decidimos, más tarde Actuamos y, por último, evaluamos los Resultados. Eso cierra un ciclo de acciones: el ciclo IDAR.

— ¿Por qué le llamas ciclo, Fortu?

— Porque para analizar los resultados, para saber si lo estamos haciendo bien, para evaluar el impacto de nuestras decisiones, necesitamos volver a analizar la Información y, de esta forma, dar una nueva vuelta al ciclo IDAR. En esto consiste el seguimiento adecuado de un negocio o de cualquier otro proyecto: en repetir el ciclo IDAR periódica y sistemáticamente.

— Ya veo…

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— Las Finanzas, como parte del Sistema de Información de la empresa, son una parte esencial de ese ciclo. Si analizamos periódicamente la Información que nos ofrecen las cuentas financieras, podremos tomar Decisiones a tiempo, Actuar en consecuencia y valorar el Resultado de nuestras acciones. Desde que sufrí en carne propia la experiencia que te he contado, nunca se me olvida ¡el primer apellido de tu madre!

Mientras habla, no puedo evitar seguir pensando en ello y le digo:

— Imagino que lo contrario también es posible: ¿puede una empresa tener, puntualmente, niveles altos de tesorería y estar en pérdidas?

— ¡Sí! Esta circunstancia es también posible. Si a una empresa con resultados negativos le conceden préstamos, subvenciones o los socios le amplían su capital, puede disponer de dinero en su cuenta corriente, ¡a pesar de estar en pérdidas! Esto puede ser peligroso en empresas o administraciones públicas, porque pueden llegar a déficits excesivos. Subvencionar pérdidas es como tomar cocaína: evita que notes el dolor o el cansancio real de manera peligrosamente adictiva.

— Ya sé que con sólo mirar la altura de esta planta, estás informado del nivel de tesorería —le digo—. No obstante, ¿cómo te las ingenias para estar actualizado, de manera sencilla, acerca del nivel de los beneficios?

— Para detectar de forma rápida y visual el importe del resultado económico de cada periodo, se me ocurrió otro truco. Cuando te lo enseñe, no sólo encontrarás la respuesta al misterio de lo que realmente nos ocurrió, sino también dispondrás de todas las herramientas didácticas necesarias para convencer a todos los que tiene una falsa creencia, ¡si piensan que ingreso es sinónimo de cobro y que gasto es sinónimo de pago!

— ¡Me gustaría saber qué demonios inventaste! —exclamo sonriente.

— Paciencia, hombre, paciencia. Antes de eso, déjame irte enseñando lo que tenemos en el interior de cada una de las plantas de este edificio.

— Intentaré tener paciencia, pero me muero por ir avanzando. ¡Estoy entusiasmado e intrigado a la vez! —le digo algo que sé que le gusta oír.

Miro mi reloj y veo que el tiempo ha vuelto a volar.

— Efectivamente, creo que hemos dedicado tiempo suficiente por hoy —me dice, al verme consultar la hora. ¿Quedamos mañana en la planta 2?

— Me parece muy bien.

Nos levantamos y caminamos juntos hacia el ascensor.

— En cuanto llegue a mi casa —le digo—, consultaré mis apuntes para saber cuál es el activo que sigue a la tesorería en orden de liquidez. Haciendo eso, averiguaré lo que veremos mañana, antes de que me lo enseñes.

— ¡Excelente idea! Hasta mañana —me dice, tendiéndome la mano.

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— Hasta mañana, Fortu. Y gracias infinitas de nuevo.

— De nada. Yo también me lo estoy pasando ¡como un loco contigo! —me dice riendo, mientras aprieta mi mano con fuerza.

— Lo celebro —le digo avergonzado, recordando su reacción anterior.

— Hay algo especial en ti, Justo, que me gusta. Algo que solamente me había pasado una vez antes, estando con alumnos —me dice, cambiando a un semblante muy serio en segundos, con una habilidad que me vuelve a llamar la atención—. Por cierto, ¿te importa devolverme mis gafas?

— Por supuesto. ¡Disculpa el despiste!

Se las devuelvo y me sonríe. Me doy la vuelta y entro en el ascensor.

— ¿Te gusta esa música, Justo? —me pregunta Fortu.

— No me lo puedo creer: ¡está tocando el violín! —exclamo.

— Si SIBI no tuviera sensibilidad artística —me explica—, no me interesaría para esta empresa. Sería, simplemente, ¡un robot!

— ¡Asombroso! —exclamo estupefacto.

— Puedes hablarle, Justo. Aunque esté tocando música, te escucha.

— Planta baja, por favor —le digo absolutamente alucinado.

Pasados unos instantes, me doy cuenta de que el ascensor no reacciona.

— Creo que no te ha entendido, Justo. Me temo que el violinista no sabe lo que es planta baja —me dice, como si tuviera dudas de lo que pasa.

— ¡Ah, claro! Planta tripe, le digo.

El ascensor, tras la instrucción correcta, cierra sus puertas e inicia el descenso. A través de su puerta de vidrio transparente, veo a Fortu riéndose. De manera inesperada, el humanoide empieza a tocar la melodía de My Way, canción de Sinatra que, según me dijo mi padre, es la favorita de su amigo. No cabe duda de que la música es un ejemplo más de que se puede crear arte utilizando sonidos separados por periodos de tiempos matemáticos. La clase del martes ha finalizado. Ya llevo dos, de las diez sesiones programadas, con este hombre tan especial y ¡que hace las cosas tan a su manera! Empiezo a notar probabilidades de que acabe entendiendo la lógica que hay detrás de las cuentas financieras y su utilidad práctica en la vida. La verdad es que estoy deseando llegar a casa para descubrir el tema que me espera para mañana. ¡Qué curiosa e inesperada intriga, tratándose de algo que creía tan aburrido!

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Justo resume la sesión de hoy:

Llamamos TESORERÍA al dinero líquido que una empresa tiene en CAJA y BANCOS en un momento determinado. La asociación con el color dorado de un tesoro puede ser un pequeño truco nemotécnico.

La TESORERIA es el activo con un nivel de liquidez más elevado, por ello está localizado en el piso más alto del edificio. El criterio de ORDENACIÓN de los activos es su GRADO DE LIQUIDEZ, es decir su facilidad o rapidez con la que podemos convertirlos en dinero líquido.

Pensar en un EDIFICIO de cuatro niveles (planta baja y tres pisos) es práctico para relacionar —de manera ordenada y sin olvidarnos de ninguno— los cuatro grandes grupos en los que se clasifican los activos.

Consideraremos como ACTIVOS a todos los recursos que vayamos viendo en el interior de las diferentes plantas del edificio a medida que lo vayamos recorriendo, si reúnen el doble requisito de que sean propiedad de la empresa y de que nuestras particulares gafas financieras sean capaces de asignarles un importe en unidades monetarias (en dinero) mediante criterios de valoración objetivos o razonables, los cuales derivan de los principios contables básicos de prudencia y objetividad.

Una vez hemos ordenado correctamente los cuatros grandes grupos de activos mediante el criterio de liquidez y conocemos el valor monetario de todos, debemos calcular el valor relativo de cada uno de ellos con respecto al total. El tamaño (o valor) relativo de cada parte en relación al tamaño (o valor) del todo nos informa de las importantísimas PROPORCIONES.

La altura de la planta de tesorería debe ser proporcionada con el resto del edificio: ni excesivamente alta ni peligrosamente baja.

Analizar el valor de los activos en un momento determinado es algo análogo a observar una fotografía de un edificio: podemos ver sus pisos ordenados y el porcentaje que representa la altura de cada uno de ellos sobre la altura total. Cuando dibujamos a una persona en un cuadro, también tenemos que hacerlo cuidando el ORDEN de las diferentes partes de su cuerpo y las PROPORCIONES de sus tamaños respectivos.

La planta 3, la reservada para la TESORERIA, cambia de altura cada vez que detecta ENTRADAS o SALIDAS de dinero líquido, bien derivados de la operativa habitual de la empresa, o bien generados por eventos menos frecuentes. Nunca debemos confundir COBROS Y PAGOS con INGRESOS Y GASTOS, aunque puedan parecer términos sinónimos. Pueden existir tesorerías reducidas con beneficios elevados, y viceversa.

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Miércoles 22 de mayo de 2010 La planta 2

Son las cuatro de la tarde del miércoles 22 de mayo. El ascensor, tal como le había indicado verbalmente al humanoide blanco, se detiene en la planta 2. Miro hacia el techo y observo que la altura de esta planta es muchísimo mayor que la de la planta que visité ayer. Recordando que la planta que contiene la tesorería representaba 5% de la altura total del edifico, es evidente que ésta debe representar un porcentaje mucho mayor. Espero poder averiguar si este edifico mantiene las proporciones adecuadas en sus diferentes niveles.

— ¡Tan puntual como siempre, Justo! —me dice al recibirme en el lugar donde nos habíamos citado hoy, justo después de que las puertas del ascensor se hayan abierto automáticamente.

— Me recalcaste que las finanzas nos enseñan a ser ordenados en el espacio y en el tiempo, ¿no es cierto, Fortunato? —le digo muy serio.

— Ja, ja, ja —se carcajea—. ¡Efectivamente! Y ese hábito se convierte en algo muy útil para ayudarte a tener éxito en la mayor parte de las disciplinas de esta vida, Justo. Por eso me gusta decir que las finanzas, al recordarte que debes analizar los informes que genera con una periodicidad fija y programada, te marcan el ritmo y te ayudan a ser efectivo.

— Mi padre también me ha convencido que el orden y el método hacen nuestro trabajo más sencillo y productivo —le reconozco.

— ¡Así es! Imagino, Justo, que la recepcionista no te ha llamado “tesoro” en esta ocasión —me dice, cambiando de tema.

— ¡Pues no! ¡¿Cómo lo sabes?!... ¡Ah, claro!..., ya veo…. ¡Qué tonto he sido!... Ella es tu cómplice. ¡¿Cómo no he podido sospecharlo, al ver la forma con la que me ha estado hablando, sin conocerme?! —me pregunto abochornado—. Apuesto a que ella es el origen de los mensajes o de las llamadas que vas recibiendo mientras estamos juntos.

— ¿Eso crees, mi querido amigo? —me pregunta con una sonrisa.

— ¡Me siento como una víctima de una inocentada! —exclamo—. Supongo que tu objetivo era que su actitud y sus palabras me chocaran tanto, que nunca olvidara que empecé visitando la planta más alta del edificio, la tercera, la que contiene “la isla del tesoro”.

— Eso supones, ¿eh?

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— ¡Y no sólo creo eso! —continúo—. Ahora entiendo también la razón por la cual hoy me ha preguntado si me gustaba el fútbol y su calzado deportivo. Cuando lo ha hecho, no he podido evitar bloquearme y ruborizarme de nuevo. En esta planta, veo que todo es de un color verde parecido al del césped: los cristales, las columnas y ¡los muñecos futbolistas!

Fortunato se ríe abiertamente, mientras me dice:

— Sé el impacto que te ha causado la recepcionista hoy. Lo he visto todo gracias a las cámaras. Quizás estaba todo planeado, porque dicen que sólo se recuerda lo que se graba asociado a una emoción. Sea como fuere, creo que la chica te gusta mucho, ¿no es cierto?

— ¡Naturalmente! ¡¿A quien no le gustaría?! Si quieres que te sea franco, creo que ¡está bárbara! —le digo, quizás con mayor espontaneidad de la que debería—. Ya veo cuál es uno de los criterios de selección que utilizas a la hora de ¡contratar a tu personal! —exclamo sonriendo—. Además, tengo que confesarte que su cara me resulta familiar, pero no sé de qué.

— Dices que está bárbara, ¿eh? —repite mi opinión, jugando con sus bigotes y esbozando una sonrisa—. Me hace gracia el adjetivo que utilizas para describirla, Justo. No es habitual oírlo en boca de personas de tu edad.

— Bueno… —le digo, notando como una oleada de sangre me sube de nuevo a la cara, poniéndola roja y caliente—, quizás esperabas que te hubiera dicho que la chica está muy…

Fortu me interrumpe, rompiendo a reír con sonoras carcajadas.

— No esperaba nada, Justo. El calificativo de “bárbara” me parece muy adecuado —afirma—. ¡Estaba seguro de que te encantaría! Además, me da la impresión de que, a pesar de que es algo mayor que tú, le has gustado mucho también a ella. No sé que opinaría tu novia de todo esto, si se enterara…

— ¡Ahora sí que sabes que no tengo novia en este momento, Fortu! —exclamo, sintiéndome muy incómodo y, por tanto, deseando dejar el tema.

— ¡Te pido disculpas, Justo! —me dice, creo que francamente—. Es frecuente que meta la pata por hacerme el gracioso con bromas estereotipadas o chistes fáciles. ¡Me temo que no aprenderé en la vida! —se lamenta.

— No tiene mayor importancia, Fortu —le disculpo—. Supongo que debo aprender a encajar con humor y deportividad los fracasos.

— De todas formas —continúa—, siendo tan guapo como eres, eso que te ha ocurrido, creo que no es más que una situación coyuntural sin la menor importancia. Yo lo calificaría simplemente ¡de una accidental rotura de stock!

— ¡¿Consideras a todas las mujeres como una mercancía que entra y que sale de tus existencias?! —le pregunto perplejo, tras escuchar su gracia.

— No a todas… ¡sólo a las guapas! —me responde con carcajadas.

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— Lo siento, Fortu, pero ¡no puedo dar crédito a lo que escucho!

— Como te decía, Justo, esa chica es muy atractiva, ¡como salta a la vista!, pero tengo que advertirte que también tiene otras grandes virtudes, las cuales valoramos a la hora de seleccionar a nuestros empleados —puntualiza, volviendo a utilizar su habilidad para cambiar bruscamente de semblante y su peculiar lenguaje corporal con el que transmite que habla muy en serio ahora.

— ¡Claro, claro! —le digo, consciente de que mis afirmaciones previas tampoco fueron muy afortunadas, por excesivamente frívolas o superficiales.

— Recuerdas lo que te dije sobre la estética del envoltorio y el valor del contenido, sobre la forma y el fondo, ¿verdad?

— Sí, sí, claro —le confirmo.

— Me interesa decirte, Justo, ahora que hablamos de belleza, que la apariencia estética tiene también mucho que ver con las finanzas. Seguro que has oído hablar sobre el “maquillaje” de balances o de cuentas financieras.

— He oído hablar de eso, sí. Creo que se trata de retocar los números para aparentar una situación económica diferente de la auténtica.

— Efectivamente —me ratifica—. Los estados financieros pueden considerarse como la fotografía de la situación económica de una empresa en un momento determinado de su historia. Analizando las fotografías realizadas al inicio y al final de un periodo de tiempo concreto, podemos sacar conclusiones acerca de su estado y de su evolución.

— Antes de que nos hagan una foto, solemos peinarnos o arreglarnos para salir favorecidos —le digo, con la intención de aportar algo.

— ¡Exacto! —exclama—. Algo parecido a eso suele pasar, cuando las empresas presentan sus números a terceros externos: intentan salir bien retratados. De todas formas, una cosa es peinarse para salir bien, y otra muy distinta es utilizar “Photoshop” para alterar artificialmente la realidad. Las cuentas financieras deben ser siempre la imagen fiel y auténtica de la situación económica de la sociedad mercantil en un momento determinado.

— Está claro —le digo, mientras voy recuperando mi habitual tono de cara, a medida que la conversación va abandonando los temas embarazosos.

— Un día de estos, te daré algunos trucos para que sepas identificar indicios de que las cuentas financieras pueden haber sido “retocadas” artificialmente en exceso e irregularmente.

— ¡Genial! —le digo, para comunicarle mi interés en el tema.

— Como hemos dicho, la mayor parte de las veces se hace con el objetivo de mejorarlas, pero, en ocasiones, el objetivo es todo lo contrario.

— ¿Por qué puede interesar a una empresa salir fea en las fotos, Fortu?

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— Lo entenderás rápidamente, Justo. Si la empresa cotiza en bolsa o necesita obtener créditos o préstamos bancarios o de otras empresas, le interesará “resultar fotogénica”. Pero si, por el contrario, su intención prioritaria es reducir los beneficios declarados para tener que pagar menos impuestos, puede interesarle salir poco favorecida en las fotografías.

— Supongo que las finanzas también te enseñan ¡a ser menos ingenuo! —le digo, tras escuchar su respuesta.

— Escucha, Justo: ¿qué te parece nuestra colección de figuras de fútbol de mesa que tenemos en esta planta? —me pregunta, para atraer mi atención.

— Pues, ¡me parece increíble! Ya me llamó la atención el primer día, mientras subía por el ascensor y miraba a través de sus paredes transparentes; pero ahora que la veo tan de cerca, estoy alucinado. ¡Me encanta!

— Me alegra oírlo —me dice con cara de satisfacción.

— Recuerdo que, cuando era niño, jugaba con mi padre a fútbol de mesa con unos muñecos parecidos a éstos que tienes en esta planta. Eran figuras pequeñas de plástico soportadas por una peana cóncava, que golpeábamos con el dedo. Mi padre le llamaba Subbuteo, o algo así.

— Así se llamaba, efectivamente. ¿Seguís jugando juntos?

— Sí, seguimos haciéndolo, pero nos hemos pasado a la ¡Playstation!

— No me extraña que Pruden te traspasara su afición. Tu padre y yo, en nuestra época de universitarios, llegamos incluso a competir en torneos internacionales de fútbol de mesa. Recuerdo que, en aquella época, los italianos eran el rival a batir. Nuestro equipo era reconocido fácilmente gracias al color verde césped de su equipación —me informa.

— ¡Qué divertido debía ser!

— En aquel tiempo, no disponíamos de tanta tecnología informática, ni de la opción de los videojuegos o de Internet. Empleábamos nuestro tiempo libre en otras aficiones. Tu padre y yo éramos buenos en fútbol de mesa, pero también en carreras de Scalextric. Logramos reunir una gran colección tanto de futbolistas, como de coches. Por deseos de tu padre, yo acabé con las dos.

— Veo que aquí tienes la colección de futbolistas —le digo, mirando a uno y otro lado—. De todas formas, intuyo que les has hecho “tunning”: hay varias diferencias con respecto a los muñecos que yo conocía.

— Algo de tecnología les hemos añadido, sí —me confirma—. Hoy toca que te enseñe la colección de futbolistas. Espero que tengamos la oportunidad de ver la de coches algún día de la semana que viene.

— ¡Eso espero yo también! —le comunico mi interés.

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— ¿Por qué que crees que tenemos la planta 2 llena de muñequitos, tratándose de una empresa ¡tan seria como ésta!? —me pregunta, utilizando su característico estilo irónico y su expresivo lenguaje corporal.

— Creo que puedo intuir la respuesta a esta pregunta, Fortu.

— ¡Verbigracia!

— Ayer te dije que confirmaría, consultando mis libros, cuál es el activo que ocupa el segundo puesto en el ranking de liquidez.

— ¿Y bien?...

— Pues lo constituye el dinero que le deben a la empresa los clientes, así como otros posibles deudores, en un momento determinado. El nombre técnico es el de “deudores comerciales y otras cuentas a cobrar”.

— ¿Cómo se generan esas deudas, Justo? ¿Tan importantes son estas cuentas a cobrar como para que hayamos decidido destinar una planta completa para albergarlas? —me pregunta para ayudarme a avanzar.

— Eso no es complicado de responder, Fortu —le respondo con seguridad—. Salvo que a un cliente le vendamos al contado, pasa un tiempo entre la fecha de la factura de venta (momento en que se contabiliza el ingreso por la venta) y la fecha en la que se produce el cobro efectivo de la misma. Durante ese tiempo que transcurre entre el ingreso y el cobro, el cliente debe dinero a la empresa (tiene un saldo deudor).

— ¡Muy bien explicado! ¿Y crees que el saldo deudor de la cuenta de un cliente puede llegar a ser elevado? —me pregunta inmediatamente.

— Como he repasado la lección antes de venir, Fortu, estoy en condiciones de afirmar que la magnitud de ese importe viene determinada por dos variables: el volumen de sus ventas y el plazo de cobro.

— ¡Muy bien, Justo! Te estoy escuchando con mucha atención.

— Cuanto mayor sean el volumen de ventas y/o el plazo de cobro de un cliente, más elevado será el saldo de su cuenta deudora —afirmo convencido.

— ¿Algo más has leído antes de venir, Justo?

— Quizás sea preciso añadir que las facturas de venta a clientes que están pendientes de cobro constituyen la parte mayoritaria del valor de esta planta. Los importes que deben otros deudores suelen ser importes inferiores.

— ¡Correcto! Y, por tanto…

— Por tanto, es frecuente referirse a la cuenta de clientes casi como sinónimo de este activo que ocupa el segundo lugar en el ranking, si utilizamos el grado de liquidez como criterio de ordenación.

— ¡Perfecto, Justo! El repaso que has hecho previo a la sesión de hoy nos está ayudando mucho. Nosotros sabemos que la altura de las columnas de esta planta esta básicamente determinada por los saldos de los clientes.

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— No hace falta ser muy sagaz para intuir que cada futbolista está representando a un cliente con saldo deudor —le digo con seguridad.

— ¿Y por qué son de tamaño diferente, ¡listillo!? —me dice con satisfacción y ternura, que intenta ocultar con esas muecas tan suyas.

— Intentaré aplicar la lógica deductiva para contestar esa pregunta —le respondo con una sonrisa, notándome mucho más relajado que el primer día.

— ¡Excelente idea, mi querido amigo! —exclama satisfecho.

— Como voy viendo que, en este lugar, los tamaños son proporcionales a los valores monetarios, la dimensión de cada figura debe estar en función del valor del importe a cobrar (del saldo de su cuenta).

— Efectivamente, Justo. Como ves, todo aquí es ¡de sentido común! Para combatir mi mala memoria y mi despiste, se me ocurrió añadir un poco de tecnología al tema y, de esta forma, conseguir que el tamaño de cada futbolista fuera proporcional a la cantidad de dinero que debe el cliente al que simboliza. Por tanto, el tamaño de cada jugador va cambiando de manera automatizada, dependiendo del valor que tiene su saldo en cada momento.

— ¡Impresionante, Fortu! —le reconozco.

— ¿Ves qué divertido puede llegar a ser todo esto, si nos ponemos a jugar? —me dice con la misma cara de satisfacción que pone cada vez que me muestro impresionado—. Se trata simplemente —añade entusiasmado—, de buscar el aspecto lúdico ¡a algo que tiene fama de ser aburrido!

— Ahora, Fortu, te ruego que me dejes poner las gafas financieras. Apuesto a que, si miro a cada futbolista a través de ellas, voy a poder ver el importe exacto de su saldo en euros —le digo, sintiendo la sensación de que voy ganando en confianza, tal como me pronosticó el primer día.

— ¿Eso crees? —me pregunta, mientras me las da.

Me pongo las gafas y confirmo mi predicción:

— ¡Es fantástico! En el pecho de cada jugador, sobre el escudo del equipo, veo el importe de su saldo deudor.

— No deja de ser curioso, ¿verdad? —me dice, feliz de estar en su piel.

— Sí que lo es, sí —le digo con el tono de elogio que seguro espera.

— También me interesa que mires a las columnas de la planta a través de las gafas y me digas qué ves —me dice inmediatamente después.

— ¡Enseguida!

— ¡Habla! —me dice con impaciencia, al verme observar todo callado.

— Veo que las columnas son del mismo color verde que las camisetas de los jugadores y que, además, hacen juego con la coloración verdosa de los cristales de esta planta. No son doradas, como recuerdo que eran las de la planta de arriba, ni azules como las de la planta baja.

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— ¿Qué más puedes ver, Justo?

— Mirando hacia la columna principal, puedo leer un importe de dinero. Se trata de un millón doscientos mil euros (1.200.000 €), concretamente. Estoy seguro de que se corresponde con la suma de todos los saldos que figuran en los escudos de los “jugadores” del equipo verde.

— ¡Has acertado, Justo! Este es el truco que se me ocurrió para estar informado, de forma rápida, acerca del importe de la cuenta de clientes, así como de su composición. Cuando cobramos a un cliente, el tamaño del muñeco que lo representa se reduce y, consecuentemente, lo hace también la altura de la planta. Cuando vendemos a un cliente a crédito (no al contado), pasa lo contrario: su muñeco aumenta de tamaño y el techo sube.

— Asumo que en el mismo instante que baja el techo de esta planta, al cobrar a un cliente, sube el techo de la planta 3 la misma magnitud. En otras palabras: el importe de reducción de la cuenta de clientes debe ser idéntico al aumento del valor de la tesorería.

— ¡Asumes muy bien! —me dice, abriendo sus brazos y mostrándome la palma de sus manos—. Al hilo de lo que dices, te puedo anticipar que todo cambio de altura en las columnas de una planta lleva asociado, absolutamente siempre, cambios en las columnas de otras. Te puedo adelantar que existen movimientos compensatorios para que el edificio nunca pierda ¡el equilibrio!

— Estoy seguro de que otro día me explicarás bien esto del equilibrio del edificio, Fortu. Supongo que hoy toca disfrutar del equipo verde. Estoy impresionado por la enorme cantidad de muñecos que tenéis en esta planta.

— Esto que acabas de decir pone de manifiesto que tenemos muchos clientes. La diversificación de las ventas de una empresa, entre muchos clientes, es algo que debe buscarse siempre. Se trata de un tema más de estrategia comercial que financiera, pero en la empresa, al igual que ocurre en el cuerpo humano, ¡todo está relacionado! A mi me parece que no es posible entender la parte, sin tener una visión global del todo.

— ¡Estoy seguro de que tú te encargas del área comercial, Fortu!

— ¿Qué te hace estar tan seguro de ello, Justo?

Me quedo callado al observar que la información que aparece en la pantalla de la planta atrae su atención.

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La velocidad del equipo verde

— Disculpa la interrupción, Justo —me dice Fortunato después de echar un rápido vistazo a la información que aparece en la pantalla de esta planta—. Creo que nos habíamos quedado en tu conjetura sobre mi papel en el área comercial de esta empresa. Supongo que mi apellido o el color de mis corbatas te han debido dar la pista. ¿No es cierto?

— Eso me ha orientado —le respondo—. No obstante —añado—, tu capacidad de saber lo que necesita la gente, tus habilidades comunicativas y tu necesidad de sentirte valorado son tres elementos que te convierten, estoy seguro de ello, en un extraordinario director comercial.

— Todo esto me huele, más que a intuición, ¡a chivatazo paterno!

— ¡Todo está relacionado, Fortu! —le digo riendo—. ¿Tenemos a la vista la totalidad de los clientes de la empresa? —le pregunto rápidamente.

— Recuerda que el tamaño de cada futbolista nos indica el valor de la deuda del cliente representado. Si a un cliente le vendemos al contado, la fecha de la factura coincide con la fecha del cobro y, por tanto, el saldo de su cuenta será siempre cero. Por consiguiente, no veremos ningún muñeco con su nombre en esta planta, aunque la cantidad que le vendamos sea elevada.

— Supongo que tampoco vemos a los clientes que hace tiempo que no compran y que, por tanto, han liquidado ya todas sus facturas —me permito añadir, intentando compensar la torpeza que demostré anteriormente.

— ¡Así es! Para detectar a estos clientes a los que hace tiempo que no vendemos, la contabilidad no es la mejor herramienta. Debemos acudir a la estadística comercial. ¡Se trata de pruebas de diagnóstico complementarias! —me informa, volviendo a poner de manifiesto lo mucho que está influenciado por su formación médica, cuando habla de gestión empresarial.

— Creo que lo he captado bien: para el seguimiento correcto de la evolución de una empresa, debemos ser capaces de analizar la totalidad de sus indicadores cuantitativos básicos que nos proporciona el sistema de información corporativo, ¡y no sólo los financieros!

— Eso que acabas de describir es lo que se conoce con el nombre de “cuadro de mandos”, en alusión al panel que tienen los aviones, aparatos que le apasionan a tu padre. Ese conjunto de relojes y de indicadores permite a los pilotos tener toda la información necesaria sobre lo que ocurre.

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— Los pilotos necesitan un cuadro de mandos y ¡unas gafas adecuadas! —le digo, haciendo un esfuerzo por parecer ocurrente—. ¡Ojala existieran unas gafas que permitieran a mi padre poder convertirse en piloto de aviones!

— ¡Seguro que el avance tecnológico terminará consiguiendo el poder compensar el trastorno visual hereditario que padecen algunos miembros de tu familia, Justo! —me dice—. De hecho, la tecnología informática actual permite elaborar y depurar los datos generados en todos los departamentos de una empresa para, posteriormente, poder generar informes resumidos con los indicadores clave (los cuadros de mando) que facilitan la toma de decisiones.

— ¡Esto me recuerda al proceso de síntesis de tus cartulinas, Fortu!

— ¡Estoy de acuerdo! El objetivo es poder transformar millones de datos empresariales, imposibles de analizar, en información útil y práctica.

— ¡Supongo que hay que ser muy inteligente para hacer esto!

— No lo sé muy bien —afirma—, pero te puedo decir que, para referirse a todo ese proceso de elaboración, síntesis e integración de los sistemas de información, se utilizan las palabras anglosajonas de “Business Intelligence”. Creo que se trata de un término muy pomposo, ¡pero es así! Quizás lo han hecho con fines nemotécnicos —añade—. ¡Vete tú a saber!

— ¡Todo esto me parece muy interesante, Fortu!

— De todas formas, y tras el inciso, me gustaría que volviéramos a centrarnos en nuestros futbolistas. No quiero que te fijes ahora en los escudos de las camisetas, sino en los números de sus dorsales.

— En los dorsales veo los siguientes números: 15, 30, 45, 60.

— ¿Cómo lo interpretas, Justo?

— Creo que es sencillo.

— Es evidente que el repaso previo que has hecho en casa antes de venir te está facilitando mucho las cosas. ¿Me lo explicas?

— Volviendo a tu pregunta, Fortu, estoy seguro de que los números en los dorsales de los jugadores se corresponden con las condiciones de cobro de cada cliente, es decir, con los días de crédito que se les conceden a cada uno de ellos. En otras palabras: los días que pasan entre la fecha de la factura y la fecha del vencimiento (o del cobro previsto).

— Estás en lo cierto, Justo. Como ves, nuestra política de crédito a clientes es muy conservadora. Esto es algo especialmente recomendable en momentos, como el que estamos viviendo, donde la morosidad está aumentando como consecuencia de la crisis económica.

— Ya veo: principio de prudencia no sólo a la hora de valorar, sino también en el momento de establecer políticas de crédito a clientes.

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— Correcto, Justo. A los clientes de solvencia demostrada les concedemos 30 días de plazo. Sólo en casos excepcionales, vendemos a 60 días de la fecha de factura. Algunos clientes nos solicitan pagar a 15 días, para poder beneficiarse del descuento por pronto pago que ofrecemos.

— Entonces —me atrevo a decir—, si las ventas se realizan con un plazo medio de cobro de unos 30 días, el importe que puedo ver en la columna central de esta planta, gracias a llevar puestas estas maravillosas gafas financieras, debería ser muy similar a las ventas de un mes.

— ¡Sí, señor! ¡Sensacional! ¡Esto ha sido una canasta de tres puntos!

— Muchas gracias —le digo satisfecho.

— Tras escuchar lo que me dices, Justo, te voy a adelantar que nuestra venta mensual media es de alrededor de un millón de euros (1.000.000 €). La cifra de ventas es diferente en cada mes del año, como ocurre en todas las empresas, pero el importe medio mensual es el que te he dicho.

— ¡Un millón de euros cada mes! —exclamo.

— ¿Te parece mucho o poco, Justo? —me pregunta muy serio.

— ¡Muchísimo, Fortu! Un millón de euros al mes me parece mucho dinero, como se lo parecería a la mayoría de la gente, si se lo preguntaras.

— Justo, ¡escúchame bien! —me dice, acercando mucho su cara a la mía y elevando los ojos de una forma muy característica—: en Finanzas, como en la vida misma, ¡todo es relativo! Nada es mucho o poco en términos absolutos. Una cantidad de dinero debe siempre relativizarse, comparándola con otras de naturaleza similar, antes de emitir juicios de valor precipitados.

— ¡Dios mío, lo he vuelto a hacer! —exclamo arrepentido y sintiendo rabia—. Ayer te dije que no me volvería a ocurrir, pero lo ha hecho. He comparado de nuevo, ¡de manera inconsciente!, los ingresos mensuales por ventas de la empresa con lo que la gente de mi entorno suele ganar al mes.

— Creo que eso te ha pasado, efectivamente —me dice con una actitud bastante comprensiva—. Tras anotar un triple, ¡has perdido el balón! ¿Te das cuenta, Justo, como no puedes confiarte después un éxito?

— Está claro que los errores enseñan más que los aciertos.

— ¡Tampoco es preciso que te mortifiques, Justo! Para que tengas elementos de valoración relativa, te diré que nuestra cifra de ventas es diez veces superior a la que teníamos hace diez años, pero todavía es muy inferior a la de algunos de nuestros competidores; y, por supuesto, infinitamente más baja que la de muchas grandes empresas. Como todo es relativo en finanzas y en la vida, las proporciones y los porcentajes son básicos.

— Sí, sí, claro —le reconozco, abochornado y arrepentido.

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— Retomando el hilo de la argumentación anterior, y tal como has razonado espontáneamente, si nuestra venta media mensual es de 1.000.000 €, y el crédito habitual que damos a los clientes es de 30 días, el valor de la cuenta de clientes debería estar siempre en torno a ese importe.

— ¡Elemental! —le digo con una sonrisa irónica.

— Partiendo de esa regla básica, si vemos que la altura de la planta aumenta por encima de ese valor, debemos detectarlo a tiempo. Puede ser que estemos aumentando las ventas en el grupo de clientes que cobramos a 60 días o bien, lo cual sería preocupante, que esté aumentando la morosidad.

— Algo de eso os debe estar pasando ahora, Fortu, porque el importe que marca la columna central es de 1.200.000 €, como ya te he dicho. Eso supone un veinte por ciento (20%) más que la venta media mensual.

— Podría ser… —me dice pensativo y juntando sus manos justo por delante de su nariz—. Tal vez tenga que analizarlo más en detalle…

— Me consta que eso del tamaño de la cuenta de clientes, y de su valor relativo a las ventas, le tiene obsesionado a mi padre.

— Comparar el valor de un activo con el importe de las ventas es algo muy importante, efectivamente. El nombre técnico que recibe esta comparación es el de rotación. La rotación de la cuenta de clientes es el término financiero que describe lo que tú has averiguado solito, utilizando la observación y tu maravillosa lógica deductiva.

— ¡Qué cosas puede llegar uno a ser capaz de hacer, sin darse cuenta!

— Siempre que escuches la palabra “rotación”, piensa en una pareja formada por un hombre llamado Activo y una mujer llamada Ventas. Necesitamos a los dos miembros de la pareja para poder calcular el número de días de venta que representa el valor del activo.

— Está claro —le digo, con intención de reiterar mi propósito de enmienda sobre la valoración prematura de los importes—. Tenemos que comparar las cantidades antes de emitir una interpretación valorativa. Si comparamos el valor de un activo con el de la suma de todos, conoceremos el porcentaje que representa la parte sobre el todo. Si comparamos el valor de ese mismo activo con la venta, sabremos su velocidad de rotación.

— ¡Sí señor! Lo ideal es que seamos capaces de conseguir rotaciones elevadas de la cuenta de clientes. Es decir, que su importe represente el menor número de días de venta posible. En nuestro caso, ya sabemos que lo esperable es que la suma de todos los saldos de clientes represente un valor de en torno a 30 días de venta (un mes), aunque, según has percibido tú, ahora parece que lo tenemos un poco por encima de ese valor.

— Apuesto a que si mi padre pudiera ver, mientras sube a su despacho cada día, la cuenta de clientes desde el ascensor, ¡estaría feliz! Él dice que,

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mientras a los comerciales les preocupa no vender, a los financieros les preocupa no cobrar lo que se ha vendido.

— Esto que acabas de decir es otro excelente argumento para demostrar que no es lo mismo ingreso que cobro. Lo habitual es que primero se produzca la venta (el ingreso) y que, posteriormente, se cobre. El periodo de tiempo que pasa entre ambos eventos puede ser prolongado, y eso puede llegar a ser peligroso, si no se gestiona correctamente la cuenta de clientes.

— Es verdad. Se trata de otra forma más de demostrarlo.

— Este asunto de los jugadores de fútbol de tamaño variable no deja de ser un truquillo curioso, ¿verdad, Justo? —me pregunta, movido por su vanidad y su necesidad insaciable de reconocimiento—. Debemos vigilar muchísimo que la altura de esta planta no se pase de ciertos límites y, también, que el tamaño de los muñecos no sobrepase el valor previsto…

Fortunato deja de hablar y se lleva la mano a su auricular inalámbrico.

— Te has quedado callado, Fortu. ¿En qué estás pensando?

— Se me estaba ocurriendo una mejora tecnológica.

— ¿Cuál?

— Deberíamos conseguir que un futbolista tenga un distintivo en el caso de que haya retrasos de cobro en el cliente al que simboliza. Esta mejora tecnológica nos permitiría clasificar a los muñecos en grupos, dependiendo del tiempo de retraso. Diferenciaríamos así, de un modo muy visual, las deudas de clientes cumplidores, de las de aquellos que no lo son tanto.

— Eso es una gran idea —me permito opinar—. No todos los futbolistas tienen el mismo nivel de liquidez, aunque estén situados en la misma planta. Los saldos de clientes morosos son más difíciles de convertir en efectivo y, por tanto, su grado de liquidez es inferior.

— Y eso que dices es muy importante para nuestras previsiones de cobros y, por tanto, para saber el dinero con el que contamos para atender nuestros compromisos de pago más inmediatos. Como el grado de liquidez de cada grupo de clientes no es igual, deberíamos colocar los muñecos en estantes de alturas diferentes: las deudas de clientes con cierto grado de retraso deberían estar en los estantes inferiores, ¿no te parece?— me pregunta, con avidez de elogio.

— Podríamos decir que a los futbolistas gordos ¡hay que ponerlos a dieta! Como no están en buena forma física, se mueven lentamente, con poca velocidad de rotación y, consecuentemente, ¡pueden hacernos tener problemas de tesorería! —se me ocurre aportar tras exprimir mi ingenio.

— ¡Exacto! —se carcajea. ¡Estás demostrando ser un “crack”, hijo!

— Muchas gracias. Esto me da muchos ánimos para continuar.

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— ¿A quién me recuerda este tipo de humor inteligente y esporádico?

— ¡Pues no lo sé! —le digo, sabiendo perfectamente a quién se refiere.

— Por eso es tan importante —continúa Fortu, volviendo al tema— el seguimiento detallado de la altura de esta planta y del tamaño de cada muñeco. A los futbolistas más grandes, les tenemos que prestar una atención especial —añade—. ¡El marcaje debe ser férreo!

— Está claro —le digo, sin intención de interrumpirle.

— Desde el ascensor —continua Fortu—, echamos un vistazo semanal a las alturas y a los tamaños. Además, conservamos la fotografía de la situación al final de cada mes, tal como hacemos con el resto de las plantas. Sabes que el análisis evolutivo de las imágenes es clave. Tenemos la misma obsesión de tu padre: conseguir un nivel de ventas lo más elevado posible, pero manteniendo la altura de esta planta lo más reducida que podemos.

— Tengo la sensación de que he conseguido colocar, en su sitio exacto, ¡una nueva pieza de mi puzzle en construcción! —exclamo—. De todas formas, Fortu, no estoy viendo ningún jugador con sobrepeso en tu colección y, por tanto, no veo la razón por la cual el importe de la cuenta de clientes supera el de la venta mensual en un veinte por ciento.

— Justo, como veo que eres un alumno aventajado, me voy a atrever a introducir un pequeño comentario adicional, con la esperanza de que no te confunda. Mi intención es darte una explicación a tu última observación.

— ¿Qué pequeño comentario, Fortu? —le pregunto intranquilo.

— Los importes que nos deben los clientes son los que aparecen al pie de las facturas que les enviamos, ¿cierto?

— Cierto, pero no veo a dónde me quieres llevar.

— Pues que esos importes incluyen el valor de IVA.

— ¡Naturalmente! —le digo—. ¿Dónde está la parte confusa?

— Hay que recordar que, al contabilizar la cifra de ingresos por ventas, sólo tenemos en cuenta la base imponible de la factura. El importe del IVA repercutido no es un ingreso. Se trata de un impuesto que la empresa cobra a sus clientes y que luego liquida a Hacienda, tras descontar el IVA soportado que aparece en las facturas de sus proveedores y acreedores. El IVA se cobra y se paga, pero no supone ni un ingreso ni un gasto. ¡Otro ejemplo más de que no es lo mismo cobro y pago que ingreso y gasto!

— Bueno, esto del funcionamiento del IVA es algo conocido. Creo que no me lía en absoluto. ¿Y qué? ¿A dónde quieres llegar, Fortu?

— Pues que…

— ¡Ah, ya veo! —le interrumpo, al descubrir la respuesta a mi duda—: eso afecta a nuestros cálculos de la rotación de la cuenta de clientes.

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— ¡Exacto! —me confirma—. Si estamos comparando el importe de las ventas con el de los saldos de clientes, y queremos hacerlo bien, debemos o bien restar la parte del IVA a los saldos, o bien añadir el IVA a la cifra de ventas. Sólo así obtendremos cantidades homogéneas y comparables.

— ¡Está claro! Eso explica por qué el importe que puedo leer en la columna central de esta planta es superior al de la venta media mensual. Los importes que nos deben los clientes están hinchados ¡con el importe del IVA!

— ¡Así es, Justo! Mantén eso en mente a la hora de valorar la rotación de esta planta. De todas formas, no saques la conclusión errónea de que nuestros productos llevan un IVA del 20%. Nunca olvides que estamos observando la situación en un momento determinado y puntual; y que puede haber oscilaciones en los valores, dependiendo del momento en que se haga la foto. Las columnas se mueven todos los días muchas veces. Por eso, es muy importante complementar tu análisis financiero con la observación de la evolución de la situación en instantáneas obtenidas en diferentes momentos.

— Lo tendré en cuenta. ¡Una flor aislada no hace primavera!

— ¡Estás hecho todo un poeta! —me dice sonriendo.

— ¡Hasta yo me avergüenzo de mí mismo a veces!

— Fíjate, Justo, en la importancia de la velocidad de rotación de la cuenta de clientes. Si visitáramos una empresa con una venta mensual media igual a la nuestra, pero con un plazo medio de cobro de 90 días (3 meses), veríamos que la altura de esta planta ¡sería del triple! Y esa circunstancia les obligaría a invertir en unos cimientos mucho más profundos y costosos.

— Está claro que no sólo es importante vender, sino también llevar una gestión eficaz de la cuenta de clientes. En esa empresa, necesitarían una planta mucho más alta, ¡y unos cimientos más profundos!, para conseguir los mismos ingresos por ventas que tenéis vosotros.

— Una vez visto esto y entendido el tema de las rotaciones, ¿te gustaría volver a las proporciones y a comentar la importancia que tiene saber el porcentaje que representa cada planta sobre el total del edificio?

— ¡Naturalmente que me gustaría!

Fortunato se lleva la mano al bolsillo.

— ¡Don Prudencio, dígame, por favor! —exclama tras atender la llamada de su teléfono móvil—. ¡Qué alegría poder recibir noticias suyas! ¿Cómo va todo por ahí? Mi hermana me tiene informado de que las cosas van avanzando favorablemente. Tengo conectada la función de manos libres, pero puedes hablar con libertad: estoy a solas con tu hijo.

— ¡Hola Justo! —escucho la voz de mi padre a través del móvil—. ¿Cómo estás? ¿Aprovechas el tiempo?

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— ¡Muchísimo, papá! Te agradezco mucho tu intervención, para que pudiera disfrutar de todo lo que estoy viviendo y aprendiendo aquí. ¿Cómo te encuentras? Estoy deseando que regreses para poder explicarte un montón de cosas. ¡Te quedarás sorprendido con mis progresos!

— Lamentablemente os tengo que dejar —dice mi padre, con apariencia de excusa—. Entran los americanos en la sala y ¡tenemos que empezar la reunión! Te llamo luego, Fortu. Me gustaría comentarte algo relacionado con las fotos que has publicado en la web. ¡No quisiera volver a tener los problemas de hace unos años, ya sabes a lo que me refiero!

— Muy bien, Pruden, hablamos cuando puedas. Para tu tranquilidad, voy a dar instrucciones inmediatas, para que sólo puedan ver las imágenes las personas autorizadas. Pensaba que esa información, tras mi involuntaria y lamentable indiscreción de hace unos años, era conocida ya por todos.

— Todavía no, Fortu —le responde mi padre—. Ya te explicaré.

— De todas formas —le replica Fortu—, me temo que, en este mundo que vivimos de tanta tecnología aplicada a los sistemas de información, cada vez podremos tener menos secretos inconfesables. Supongo que deberemos intentar conseguir llegar a un difícil equilibrio entre la transparencia de la información pública y la confidencialidad de la estrictamente privada.

— Supongo que así es, Fortu. Pero no todo el mundo piensa igual, como sabes. Lo siento, pero tengo que colgar. ¡Un cariñoso saludo a los dos!

— Adiós, papá —le digo, a la vez que reflexiono sobre el motivo de su llamada, y sobre el porqué no quiere que escuche la conversación.

— ¿No podía esperar mi padre a su regreso para hablarte sobre la web de tu empresa, Fortu? —le pregunto, mientras me coloco las gafas en su sitio, tras haberse resbalado hacia la punta de mi nariz—. ¿Tan urgente era?

— Luego me lo confirmará —me contesta—, pero me temo que no se refería a la página web corporativa, Justo, ¡sino a la personal!

— ¿Cómo dices?

— Luego te lo explico, Justo. Ahora seguimos, si te parece.

— ¡Naturalmente! —le digo, mientras pienso que consultar su página personal de Internet ¡será la primera cosa que haga al llegar a casa!

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Las tres columnas

— Con la información que tienes ya —me dice Fortu—, ¿necesitas las gafas para saber el porcentaje que representa esta planta sobre el total?

— Pues sí, Fortu —le contesto inmediatamente.

— ¿Seguro? —me pregunta, riéndose por dentro.

— Sí, seguro —le sigo respondiendo sin dudar.

— Mientras hoy has visto que el valor de esta planta es 1.200.000 €, ayer calculaste que el valor del activo total es de 4.000.000 €. Sabiendo eso, ¿no me puedes decir el porcentaje que supone esta planta sobre el total?

— Pues no, Fortu, lo siento. Y te explico el porqué: el valor total del activo, en el momento que lo vimos ayer, era de cuatro millones de euros; pero la altura de las columnas de todas las plantas está en constante movimiento. Por tanto, ese importe puede ser diferente hoy.

— ¡Te felicito, Justo! No has caído en la trampa que te he puesto. Te puedo decir, para tu satisfacción personal, que casi todo el mundo lo hace.

— Gracias. Ahora mismo, ¡no me cambiaría por nadie!

— Como bien dices, el valor de todos los activos va variando, pero sobre todo el de los de alta rotación. Ayer vimos que la tesorería era de 200.000 € y que el valor de los activos contenidos en todas las plantas del edificio era de 4.000.000 €. Si fuéramos hoy a la “isla del tesoro”, encontraríamos valores diferentes, porque ha habido cobros y pagos nuevos. Lo ideal sería que pudiéramos visitar todas las plantas en una misma noche, después de que todas las columnas hubieran dejado de moverse.

— ¿Sería como si las diez horas del curso las hiciéramos seguidas, a lo largo de una sola noche? —le pregunto.

— Algo así. ¡Fíjate qué pesadilla sería eso, Justo!

— Sería una noche de primavera intensa, ¡efectivamente!

— Como eso es imposible, porque acabarías más loco de lo que estoy yo, vamos a seguir con nuestro plan de sesiones diarias, pero razonando como si todas las plantas las estuviéramos visitando al final del mismo día. Por tanto, vamos a considerar que la tesorería sigue siendo hoy de 200.000 € y que el importe del activo total sigue siendo de 4.000.000 €. Acuérdate que, en nuestro análisis financiero, el edificio tiene 4 niveles, los cuales totalizan un valor de 4 millones de euros. ¡Los acabaremos visitando todos, Justo!

— ¿No estamos haciendo trampa, Fortu? —le pregunto con prudencia.

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— ¡En absoluto! —me responde convencido—. Lo que estamos haciendo es reproducir lo que ocurre en la realidad, es decir, analizar todas las partidas del activo en el mismo momento, justo en el instante de la foto.

— Pues, aceptando esa premisa que me acabas de dar, te puedo decir, sin necesidad de utilizar las gafas financieras, que este piso representa un treinta por ciento de la altura total del edificio. Si “la parte” está valorada en 1.200.000 € y “el todo” en 4.000.000 €, ¡el “porcientaje” es de un 30%!

— ¡Veo que te estás “viniendo arriba”, amigo! ¿Lo confirmamos?

Siguiendo su sugerencia, vuelvo a mirar a la columna central, y veo exactamente esa misma cantidad porcentual, entre paréntesis, justo al lado del valor absoluto. Me giro hacia Fortu y le digo:

— Veo que todo va encajando ¡como las piezas de un reloj suizo!

— ¿Te quedan todavía fuerzas para echar un vistazo a las columnas laterales? —me pregunta, con la intención de cuantificar mi amor propio.

— ¡Claro que sí! La verdad es que no me noto cansado. Quizás se deba a que me está resultando entretenido. Creo que aprender de esta forma divertida representa menos esfuerzo.

— Pues en ese caso, me gustaría que dejaras de mirar la columna principal y que te dieras la vuelta para que me explicaras, muy brevemente, cómo interpretas los importes que ves en las columnas izquierda y derecha.

Sigo sus instrucciones y le digo:

— Tanto en la columna izquierda, la del ¡Debe!, como en la derecha, ¡la del Haber!, veo importes muy elevados, superiores al que aparece en la columna central. Esto ya no representa una sorpresa para mí, después de haber experimentado lo que ocurre ¡en el vecino de arriba!

— ¿Eres capaz de explicarlo en cincuenta y nueve segundos, Justo?

— ¡Lo intentaré! —le respondo, tras haber estimulado mi amor propio.

— ¡Te deseo mucha suerte! —me dice en el mismo momento que pone el marcha el cronómetro de su llamativo Rolex de pulsera con esfera verde.

— Empezaré diciendo que, como ocurría en la planta de arriba, el importe de la columna izquierda es superior al de la derecha. La diferencia entre ambos es la cantidad que aparece en la columna central, que es la que determina la altura de la planta. La diferencia entre el importe acumulado del Debe (columna izquierda) y el del Haber (columna derecha) es el importe del Saldo (columna central o principal).

— ¡Llevas quince segundos!

— Al emitir una factura a un cliente, su importe pasa a acumularse en la columna del Debe (la izquierda), aumentando así la diferencia que existe

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con el importe acumulado en la columna del Haber (la derecha). Consecuentemente, aumenta su saldo y, por tanto, la altura de esta planta.

— ¡Treinta segundos! ¡Vas en tiempo de record!

— Cuando se cobra a los clientes, esos importes pasan a sumarse al importe acumulado de la columna derecha (el Haber), reduciéndose así la diferencia con el importe acumulado de la columna izquierda (el Debe). Por consiguiente, disminuye el importe del saldo (el que nos muestra la columna central) y desciende la altura de esta planta.

— ¡Cuarenta y cinco segundos, Justo! Te felicito por tu capacidad de poder explicar este rollo en tan poco tiempo. Te han sobrado catorce segundos. ¿Quieres aprovecharlos para añadir algo?

— Mientras hablaba, me estaba acordando de tu broma del otro día sobre las connotaciones políticas que podía tener lo de las columnas laterales.

— Has consumido tu tiempo, Justo. ¡Lo siento! Además, una vez que has hecho esta demostración, te diré que no me preocuparía si, durante el curso, no terminaras de entender lo de las columnas del Debe y el Haber. Es más que suficiente con que entiendas lo que nos indica la columna central.

— ¿Me dejas explicártelo de todas formas, ¡aunque sea fuera de concurso!? —le pregunto riendo—. Quizás te haga gracia.

— Actúas como las mujeres: ¡consiguiendo todo lo que me piden!

— ¿Puedo interpretar esa respuesta como una aprobación?

— ¡Adelante: deja ir todo lo que tienes en mente! —me dice sonriente.

— Observo que aquí, al igual que pasaba en la planta de arriba, mientras todo lo que aumenta el valor del activo que contiene la planta se anota en la columna del Debe (¡en la izquierda!), todo lo que disminuye su valor se anota en la columna del Haber (¡en la derecha!).

— ¿A dónde quieres llegar? —me pregunta Fortu, con una mueca muy personal que refleja sorpresa e impaciencia mezcladas.

— Pues que parece que todo esto está diseñado por ¡un financiero de izquierdas! Me imagino a esa persona diciendo algo parecido a “mientras todas las aportaciones de la izquierda aumentan el valor del activo, todas las de la derecha lo disminuyen”. ¡¿No te parece una frase extraída del discurso de un mitin político de un partido de ideología socialista?!

— Amigo Justo —me dice Fortunato, hablando con parsimonia y acariciando su pipa—, tú repites con frecuencia que no dejo de sorprenderte; pero creo que tengo que empezar a decir yo lo mismo de ti. Esto que acabas de decir es muy ingenioso y original. ¡Se nota que tienes madera de artista!

— De todas formas —digo con cara de agradecimiento por el elogio—, no creo que haya muchos financieros de izquierdas.

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— ¡Ya lo creo que sí! —me replica—. Hay muchos, y muy buenos. Tu padre es un claro ejemplo. Tal como te contaba el primer día, tu padre y yo no coincidíamos en casi nada, y la ideología política ¡no iba a ser una excepción! A pesar de todo, respetábamos mucho el punto de vista del otro.

— Es lógico: el pobre suele ser de izquierdas y el rico de derechas —le digo, teniendo en mente el diferente origen social de ambos.

— Ese es el tópico más extendido. De todas formas, te diré que el tiempo me ha ido acercando a lo que se conoce como planteamientos de izquierdas o progresistas. A tu padre, en cambio, los años le han ido moviendo hacia posiciones más conservadoras o de derechas. ¡Es curioso!

— Hay quien opina —le digo sonriendo— que el que no es de izquierdas de joven es porque no tiene corazón, y el que no es de derechas de mayor es porque no tiene cerebro.

— Algunos opinan eso, efectivamente… —me dice con cara inexpresiva, lo cual me produce desconcierto y arrepentimiento a la vez.

— Ahora hablando en serio —le digo apurado—: supongo que los años de experiencia te enseñan que la clave está en buscar el equilibrio.

— ¡Equilibrio, qué gran palabra! —exclama—. Como ya te adelanté, se trata de otro concepto clave en finanzas, ¡pero también en la vida!

— Supongo que así es —le digo, recordando aquella recomendación básica que se me quedó grabada de ¡ni todo a babor, ni todo a estribor!

— Los gobiernos que se orientan en exceso hacia la “equidad” suelen perder “eficiencia” —afirma muy serio—, pero los que priorizan demasiado la “eficiencia” suelen afectar negativamente a la necesaria “equidad”. Las políticas diseñadas para los hombres deben tener en cuenta la naturaleza humana, con sus enormes virtudes, pero también con sus grandes defectos. Pensando en los pecados capitales, la historia nos demuestra que la protección social excesiva suelen generar pereza, pero que la avaricia suele “romper el saco” en los sistemas insuficientemente o mal regulados. Es duro reconocerlo, pero los humanos tenemos una tendencia excesiva, y muy perjudicial para el sistema, a abusar de nuestros derechos, o de nuestro poder.

— ¡Supongo que por eso se produce la alternancia política!

— ¡Exacto, Justo! Las elecciones nunca se ganan, ¡siempre se pierden!

— ¡Qué coincidencia: eso es exactamente lo que opina mi padre! Suele lamentarse —añado— de que la viabilidad económica de los sistemas diseñados para la igualdad de oportunidades y para ayudar a los más desfavorecidos, tiendan a ser amenazada por personas poco trabajadoras y que hablan mucho de solidaridad, pero que realmente piensan muy poco en los demás. Por otro lado, también le duele ver como la tendencia a los excesos de algunos poderosos generan desequilibrios sociales y económicos.

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— En política económica —continúa él—, el reto está en conseguir un equilibrio entre eficiencia y equidad. Pasa en las empresas y pasa en los países, los cuales no son más que ¡gigantescos grupos de empresas públicas y privadas! que hay que saber gestionar manteniendo los equilibrios. Si tu apellido fuera “Equilibrio”, diríamos que serías Justo Equilibrio, lo que debemos siempre perseguir en la vida, en la sociedad y en los negocios.

— ¡Es brutal, Fortu! Parece como si todo lo tuvieras pensado.

— Todo está relacionado, recuerda. Al igual que sucede en...

— ¡…en el cuerpo humano! —acabo una de sus frases favoritas.

— Si consigues establecer relaciones adecuadas entre las cosas, te volverás ¡tan absolutamente genial como lo soy yo! —afirma con una nueva demostración de su conocida arrogancia, que seguro acabo de reavivar.

— Lo recordaré siempre —le confirmo—: no se puede entender la parte sin comprender el todo. ¡Todas las partes están relacionadas!

— Suficiente por hoy, ¿no te parece? —me pregunta.

— Creo que sí, Fortu. —le digo, sin saber si había llegado a molestarse.

Cuando nos dirigimos hacia el ascensor, me doy cuenta de que jamás me ha hablado de su trabajo como médico, como Dr. Green. Por ello, le digo:

— Por cierto, Fortu, me hablaste de que tenías la carrera de Medicina. Si nos vemos aquí todas las tardes, ¿cuándo ejerces tu otra profesión?

— Me alegra oír tu pregunta: ¡ya sabes que me encanta hablar de mi mismo! Como además de médico, soy especialista en Cirugía General, podemos aprovechar la sesión de mañana para mostrarte mi quirófano.

— Me encantará verlo —le digo—. Estoy seguro de que alguna sorpresa más me tendrás preparada. ¡Confío que no sea una cirugía!

— ¡Cuenta con alguna que otra cosa inesperada, desde luego!

— ¿Dónde quieres que quedemos mañana? —le pregunto, preparado para anotar la dirección exacta de su centro médico en mis contactos.

— Podemos quedar en la planta 1 —me responde veloz.

— Si prefieres quedar en este edificio para, posteriormente, ir a tu clínica juntos, ¿por qué no nos vemos en la recepción?

— La respuesta es muy sencilla, Justo: mi quirófano está en la planta 1.

— ¡¿Tienes tu quirófano en la primera planta de este edificio?!

— ¡Así es, mi querido amigo! Mañana descubrirás en él nuevas pistas, que te servirán para avanzar en la resolución de este emocionante caso.

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Justo resume la sesión de hoy:

Los importes de dinero que están pendientes de cobrar a los CLIENTES y a OTROS DEUDORES en un momento determinado ocupan el segundo puesto del ranking de liquidez de los activos. Por eso, los futbolistas del equipo verde que los simbolizan están situados en la planta 2, justo por debajo de la planta reservada para la tesorería.

La cuenta de clientes se genera si las ventas no se cobran al contado. Es decir, si pasa un tiempo desde la generación de las facturas a los clientes (los INGRESOS) y el cobro efectivo de las mismas (los COBROS). El tamaño de cada muñeco verde indica el saldo deudor de cada cliente, el cual está en función de la cifra de ventas y del plazo medio de cobro. La suma de todos los saldos deudores (del tamaño de todos los muñecos verdes) determina la altura de la planta (y la cifra que las gafas financieras nos muestran sobre la columna central o principal).

Los clientes que pagan al contado todas sus facturas (la fecha del ingreso coincide con la fecha del cobro) o a los que hace tiempo que no se les vende no aparecen representados en esta planta 2. Por tanto, el análisis de las cuentas financieras siempre debe complementarse con otros informes. Un “cuadro de mandos” empresarial (Business Inteligence) debe integrar tanto indicadores e informes financieros como no financieros.

Una buena gestión de la cuenta de clientes debe orientarse a reducir al máximo la cantidad de dinero invertido en cuentas pendientes de cobrar. Debemos saber la proporción o el porcentaje que representa esta planta sobre el total. Sabemos que cuanto menor sea la altura del edificio, menor profundidad de cimientos será necesaria para darle soporte.

Para recordar el concepto de ROTACION de un activo, debemos pensar en una pareja de baile en la que el hombre es el ACTIVO y la mujer es la VENTA. Son deseables rotaciones elevadas de los activos, es decir, alturas mínimas de sus plantas para un nivel determinado de ventas. Si el importe de la cuenta de clientes está alrededor de la cifra media de ventas mensual diremos que la rotación es de unos 30 días (un mes).

Debemos cuantificar los saldos de los clientes con retrasos en el cobro. El aplazamiento del cobro disminuye el grado de liquidez de las cuentas, y no sólo incrementa la altura del edificio: puede también reducir peligrosamente la velocidad o el flujo de generación de efectivo.

El análisis periódico y el seguimiento sistemático característico de las Finanzas, las convierte en excelentes entrenadores personales: te ayudan a ser constante y metódico para conseguir tus objetivos. Ser ordenados en el espacio y en el tiempo nos hace la vida más sencilla y efectiva.

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Jueves 23 de mayo de 2010 La planta 1

— ¡Caramba! Este debe ser uno de los quirófanos más grandes y mejor equipados del mundo —le digo a Fortu, tras salir del ascensor y al observar el interior de la planta 1, lugar de encuentro para la sesión de hoy.

— Bueno, esa es nuestra intención —me dice él, con una expresión de modestia que no le es muy propia.

— ¡Estoy seguro de que lo conseguís! —replico, como si Fortu necesitara ayuda para aumentar su autoestima.

— Nos esforzamos para poder tener disponible todo aquello que un cirujano pueda necesitar durante una intervención quirúrgica, por muy complicada que ésta sea. ¡Absolutamente todo!

— Pero Fortu, ¿no debería ser ésta una zona de acceso restringido para poder mantener condiciones de esterilidad?, ¿o es que, quizás, has descubierto algún revolucionario sistema de esterilización?

— Debería ser como tú dices, si en esta sala se realizaran cirugías, ¡pero no es el caso! En este lugar no habríamos podido extirparte el apéndice, a pesar de que dispone de todo lo necesario para hacerlo.

— ¿Me estás diciendo que un quirófano tan equipado no se utiliza?

— No se utiliza para operar, pero sí con otros fines —me dice con esa cara que le encanta poner, cuando me ve intrigado.

— ¿Para qué se utiliza, entonces? —le pregunto.

— ¿Te ves incapaz de leer mi mente, Justo?

— ¡Así es! —le respondo con rotundidad, para que me explique.

— Verás, Justo. Durante toda mi infancia, viví el mundo de la cirugía muy de cerca. En casa, mis padres comentaban sus intervenciones y sus casos clínicos. Me encantaba ver videos de sus cirugías y jugar, muchas veces a escondidas, con el instrumental viejo que encontraba por casa.

— Recuerdo que me explicaste lo de tu vocación el lunes pasado.

— Nunca olvidaré —continúa Fortu— una ocasión en la que estuve varios días castigado después de haber realizado ¡un arriesgado transplante de muelles! de un sofá a otro —me dice con una sonrisa de niño travieso e impulsivo—. ¡Soñaba con llegar a ser cirujano!

— Y acabaste convirtiendo tu sueño en realidad, por lo que me dijiste.

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— ¡Así es! Tras licenciarme en Medicina, a los veinticuatro años, me fui a obtener el título de especialista en Cirugía General a la Mayo Clinic, un prestigioso hospital americano. Eso me obligó a interrumpir mis estudios de Ciencias Empresariales, que todavía no había conseguido acabar, tal como lo habían hecho tus padres ese mismo año.

— ¡Claro, claro!: por eso no pudiste ir al viaje de fin de carrera con mis padres. Imagino que, como se trataba de tu formación complementaria, le dabas menos prioridad que a tus estudios médicos.

— Exactamente. Tenía la suerte de que mis padres podían costear, sin grandes esfuerzos, mi formación de postgrado. Mi padre era muy exigente y autoritario conmigo, pero no escatimaba ningún esfuerzo relacionado con mis estudios. Supongo que mis problemas de aprendizaje, aparecidos en mi infancia y juventud, le tenían especialmente sensibilizado con mi futuro.

— Ya veo.

— Empecé a ejercer a mi regreso, teniendo el título de cirujano enmarcado ¡y luciendo radiante sobre la pared de mi consulta!

— ¿Lo celebraste? —le pregunto algo que ya sé, para que me detalle.

— ¡Ya lo creo! Recuerdo que, en aquel año, monté una espectacular fiesta, aprovechando que también quería celebrar, junto con mi hermana Scarlett, el cambio de década: ¡ambos cumplíamos treinta años!

— ¡Debió ser muy divertido!

— ¡Nuestras fiestas de cambio de década son famosas! —me dice de manera muy efusiva—. Me gusta invitar a mis amigos a mi cumpleaños y, a continuación, a seguir con la celebración de fin de año. Los más fuertes acabamos la fiesta desayunando un chocolate con churros en el jardín de mi casa. ¡Ya estoy preparando la fiesta de de este año! ¡Me caen cincuenta!

— ¡Qué divertido! —exclamo—. ¡Espero no fallar en esta ocasión! ¡Yo cumpliré veinte!, treinta menos que tú y tu hermana.

— Tenemos que convencer a tu madre para que nos deje organizar la celebración conjunta, ¡tal como planeamos hacer 10 años atrás!

— Espero que seas capaz de utilizar todo tu arsenal de seducción para conseguirlo, Fortu, cuando la veas el sábado de la semana próxima.

— ¿Crees que vendrá a la celebración de los 15 años de la empresa?

— Me ha dicho que lo hará, efectivamente.

— ¡Espero que no termine poniendo una excusa! ¡He tenido que recurrir a pequeños chantajes emocionales para que aceptara la invitación!

— Como hemos comentado ya —le digo, sin saber exactamente a lo que se refiere—, mis padres me han hablado de tu fiesta de los cuarenta años,

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pero no de la fiesta de celebración simultánea de tus treinta y de la obtención de tu título de especialista en Cirugía General.

— Ellos no vinieron ¡por tu culpa, Justo! En esta ocasión, ¡les obligaste a quedar con los ginecólogos de la Clínica Dexeus para que te ayudaran a nacer! Nos felicitamos mutuamente, ¡pero por teléfono!

— ¡Es verdad! —exclamo, lamentando el despiste—. Supongo que un financiero diría que nacimos en el último día ¡de un periodo anual!

— ¡Exacto! —me dice sonriendo—. Veo que, poco a poco, vas viendo la vida con ojos de ¡analista financiero! —me dice divertido—. El día de año nuevo puede ser un excelente día para analizar tanto las fotos de la fiesta de fin de año, como las de la situación de la empresa a 31 de diciembre.

— Con la única condición de que estés ¡en condiciones físicas aceptables después de la juerga! —le digo, enormemente satisfecho con mis últimas ocurrencias y con la notoria mejoría de mi estado de ánimo.

— ¡Y también de que las finanzas te diviertan tanto, que las consideres una actividad adecuada para un día festivo! —puntualiza, demostrando que le gusta decir siempre la última gracia.

— ¡Claro, claro! —le digo, para transmitirle que no pretendo competir con él en nada, y mucho menos en comentarios ingeniosos.

— Fíjate que, cuando naciste tú, tus padres pasaron a tener tres hijos con tan sólo veintinueve años. Tu padre llevaba trabajando desde los dieciocho. Yo, en cambio, con treinta años cumplidos, acababa de terminar mi formación quirúrgica, no había trabajado en mi vida y, por supuesto, ni se me pasaba por la cabeza ¡la idea de casarme!

— Estilos de vida diferentes, ¡evidentemente! —comento divertido.

— Está claro que las comparaciones ¡son odiosas! ¿Continuamos?

— Me imagino que, tras empezar a ejercer como cirujano, comenzaste ¡a hacer de las tuyas! ¿Me equivoco, Fortu? —le pregunto para que se luzca.

— Bueno, ya sabes que no cuento con una gran capacidad para recordar cosas, ni con paciencia para leer largos informes; pero si con la creatividad del pintor y con el sentido lógico del detective.

— ¡Eso está demostradísimo! —exclamo—. Dime, Fortu, ¿cómo ponías tu sentido común y tu imaginación al servicio de la cirugía?

— La verdad es que se me daba especialmente bien el diseño de instrumental quirúrgico. Con los instrumentos que diseñaba, algunas intervenciones que estaban consideradas técnicamente complejas, y sólo al alcance de cirujanos muy expertos y hábiles, se convertían en muy sencillas.

— No sé de qué me suena eso de utilizar instrumentos novedosos para convertir lo complejo en algo simple —le digo con ironía.

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— Nos dimos cuenta —continúa Fortu, mostrándose complacido tras mi comentario— de que muchos cirujanos preferían utilizar ese tipo de instrumental, ya que les facilitaba mucho las maniobras quirúrgicas. De hecho, aumentó su demanda de una forma espectacular.

— ¡Ahora si que me veo capaz de leer tu mente, Fortu! Déjame que adivine lo que viene a continuación: las circunstancias te llevaron a la necesidad de establecer un acuerdo con un fabricante de instrumental.

— Veo que, además de artista, ¡eres mentalista! Pronto serás también, Justo, ¡un mago de las finanzas!

— ¡Ojala! —le digo demostrando, una vez más, que no había perdido mi habilidad ¡para ruborizarme con extrema facilidad!

— Efectivamente —continúa Fortu—, no tardé en llegar a un acuerdo para la fabricación del instrumental que diseñaba. A continuación, fundé una pequeña empresa de distribución. Fue el uno de junio del mismo año que cumplí los 35. Ya sabes que el sábado de la semana que viene hará 15 años.

— Me consta que la inauguración de la empresa fue otra excelente ocasión ¡para organizar una nueva fiesta de celebración! —le digo, recordando que mi madre había utilizado una de sus fotos para mostrarme a Fortu como ejemplo de persona a lo que no debes acercarte demasiado.

— ¡Así es! —me responde—. Aprovechamos el buen tiempo de primavera para disfrutar de una divertidísima fiesta al aire libre en el jardín de casa. Recuerdo que el cielo estaba estrellado y que la temperatura era perfecta. Afortunadamente, tus padres sí que pudieron acudir en esta ocasión. Vinieron, como no podría ser de otra forma, ¡como invitados de honor!

— ¡Me alegro de que yo no representara un problema en esta ocasión!

— Recuerdo que, como ninguno de los tres hermanos cumplíais el requisito de edad mínimo para una fiesta de adultos, os quedasteis en casa. Tus abuelos maternos fueron a cuidaros. Tu madre, extraordinariamente sufridora y protectora de sus hijos, ¡no tenía confianza en nadie más!

— ¿Qué tal se lo pasaron mis padres? —le pregunto, sabiendo que mi madre acudió sólo para acompañar a mi padre, y por puro compromiso.

— Creo que, al final, bien. Pero noté a tu madre muy tensa al llegar. Recuerdo que todavía estaba enfadada conmigo, por haber organizado lo del curso de finanzas del mes de agosto ¡más de diez años atrás!

— ¿De veras? ¿No sería por algo más también? —le pregunto, siendo consciente de que la cabeza de mi madre es como un disco duro de ordenador de gran capacidad y ¡con copias de seguridad diarias!

— Creo que sabes, Justo, que tu madre le repetía a tu padre que no podía tener peor compañía que la mía.

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— ¡¿…?!

— Pero yo no podía soportar —continúa— que la chica más guapa y ambiciosa de la clase me tuviera tanta manía. Se trataba ya de un asunto de amor propio. Por ello, me tomé el tema como algo personal.

— ¿Y lo conseguiste? —le pregunto muy interesado.

— ¡Hice lo que pude! —me dice con una mueca que no soy capaz de interpretar bien, pero con la que me transmite su deseo de cambiar de tema.

— No soy un especialista en el tema —le digo, volviendo al contenido de la planta 1—, pero me da la impresión, Fortu, de que estoy viendo por aquí muchas más cosas que no son, precisamente, instrumental quirúrgico.

— Estás en lo cierto, Justo. Al principio, la empresa empezó vendiendo sólo mi instrumental. Yo seguía haciendo de cirujano y, por lo tanto, no disponía de mucho tiempo para complicarme más la vida.

— ¿Quién te convenció para que, algún tiempo después, te la complicaras? —le pregunto, esbozando una sonrisa.

— ¡Tu padre!

— ¡¿Mi padre?!

— Pues sí. Él, durante una de nuestras conversaciones, me recomendó que aumentara la gama de productos. Me dijo que eso era imprescindible para conseguir que la empresa fuera más sólida, más competitiva y, en consecuencia, que tuviera más posibilidades de supervivencia y de crecimiento a medio y largo plazo. Se trataba de un tema de nivel estratégico.

— En función de todo lo que hay aquí, veo que le hiciste caso.

— ¡Naturalmente! Siempre he procurado seguir los sabios consejos de tu padre. Me decidí a poner en marcha sus recomendaciones. Pero no sólo hice eso, también le propuse que entrara como socio de la empresa.

— ¡¿Y no lo hizo?! —le pregunto, pensando que pudo ser una excepcional oportunidad profesional y económica para él.

— Bueno, se daba la circunstancia de que, en aquel momento, tu padre llevaba ya varios años trabajando en la empresa en la que lo hace actualmente, la misma en la que trabajaba mi hermana Scarlett entonces. Ella le recomendó internamente en la compañía, basándose en la elevada competencia profesional de tu padre en el ámbito de la gestión financiera.

— Sé que el cambio de trabajo le supuso un salto importante en el nivel de su salario, lo cual le permitió salir de la fase de agobio económico de los primeros años de su matrimonio.

— Así fue, efectivamente. Veo que te lo ha explicado.

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— Estoy seguro de que mis padres las pasaron “canutas” durante los cuatro o cinco años iniciales. Yo creo que, coincidiendo con el cambio de trabajo, se decidieron a ir a “buscar al niño”… ¡y por eso estoy yo aquí!

— Volviendo al tema del cambio de trabajo de tu padre —continúa Fortu—, él me proponía que mi empresa incorporara, a su gama de productos, los láseres médicos que fabricaba su empresa. Fiel a sus principios, me dijo que no podía ser socio de una empresa que podía convertirse en un cliente de la compañía que le pagaba su sueldo. Se trataría, me decía convencido, de una situación clara de conflicto de intereses.

— ¿Y no prefirió dejar esa empresa, en la que era empleado, y pasar a otra en la que tuviera la condición de socio? —le pregunto, extrañado de que mi padre no viera la forma de aprovechar esa, aparentemente, gran ocasión.

— Fue otra posibilidad que barajamos, pero la descartó tras considerarlo con tu madre. Me dijo que preferían ser conservadores y actuar prudentemente, recordando su etapa de apuros económicos. No querían asumir demasiados riesgos, considerando que tenían tres hijos de corta edad.

— Tal vez yo hubiera hecho lo mismo, pensándolo bien.

— Sea por lo que fuere, la cuestión es que tu padre optó, tras darle muchas vueltas, por seguir de empleado y mantener su retribución. Tus padres prefirieron no asumir el riesgo inherente a toda aventura empresarial, renunciando a potenciales, pero nunca seguros, mayores ingresos futuros.

— Creo que riesgo y rentabilidad son también conceptos muy relacionados en el mundo de las finanzas —me parece oportuno decir.

— ¡Así es, Justo! Cuanto mayor riesgo tenga una inversión, mayor debe ser la rentabilidad esperada. Si buscas seguridad, obtendrás menor rentabilidad por tu dinero. Pero si buscas excesiva rentabilidad, puede que busques inversiones o productos financieros peligrosos o perjudiciales para el sistema financiero en su conjunto, como nos demuestran la historia reciente.

— Ya veo. Supongo que otro ejemplo más de la importancia de buscar el punto de equilibrio y de mantener las proporciones adecuadas.

— Pero, con independencia de todas las consideraciones económicas anteriores —me dice con cara de no haber escuchado lo último que he dicho—, también te recuerdo que tu madre no dejaba de advertirle a tu padre que él y yo teníamos estilos y planteamientos de vida muy diferentes.

— ¡De eso no cabe duda! —opino abiertamente.

— Bueno, quizás tu madre estaba en lo cierto. La experiencia en la vida te demuestra que las sociedades mercantiles deben ser siempre algo más que la unión de personas con intereses puramente económicos.

— Entonces…—le digo ansioso, deseando que me contara más cosas sobre cómo se desarrollaron los acontecimientos.

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— Haciendo caso a los siempre acertados consejos de tu padre, y a pesar de no poder contar con él, la empresa incorporó en su catalogo de productos todo aquello que pudiera necesitarse en un quirófano: desde una simple gasa o un guante, hasta el equipo quirúrgico más sofisticado; incluyendo, por supuesto, toda la gama de láseres quirúrgicos.

— Ya veo…

— Iniciamos la estrategia de tener muchos productos y suministrarlos en plazos de entrega muy reducidos. Eso nos permitió captar muchos clientes y, además, conseguir tenerlos muy fidelizados.

— De nuevo decisiones estratégicas cuyo resultado debe cuantificarse analizando las cuentas financieras —le digo, con la sospecha de estar sonando como un niño repelente, pero sin la fuerza suficiente para evitarlo.

— Exacto, Justo. Dicen que si no sabes a dónde vas, ¡nunca sabrás si has llegado! Lo primero es marcarse objetivos estratégicos, los cuales nos determinan el rumbo del barco. A continuación, se trata de ir valorando los resultados que se van consiguiendo, utilizando los indicadores que generan los sistemas de información. Recuerdas lo que significa B.I., ¿verdad?

— Sí, claro: B.I. son las siglas de Business Intelligence. Creo que por ello insistes en que el especialista en finanzas debe tener una visión global de la empresa y, también, en que el director debe saber las finanzas básicas.

— Yo no lo habría dicho mejor, Justo. ¡Cada día me gustas más!

— Muchas gracias.

— Venga —me dice—, ¡movámonos un poco! Vamos a dar una vuelta por la planta. Verás que hay productos preciosos. Mis preferidos son los de alta tecnología y los que combinan la simplicidad con la eficacia.

— ¡Estaba seguro de ello! —exclamo, admirado por la pasión con la que habla de sus queridos productos y con la que vive su trabajo.

Supongo que mi padre acierta cuando dice que si trabajas bien, el dinero llega; pero que si buscas el dinero desesperadamente, ¡trabajarás mal!

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El quirófano

— Fíjate que maravilla de equipos nos suministra tu padre. Este láser es capaz de corregir la miopía, o la vista cansada, en diez minutos. Éste otro hace que una persona de edad recupere la piel de la cara de cuando era joven. Éste que ves aquí es capaz de extirpar las amígdalas de un niño sin que se entere. Aquellos del fondo eliminan las hemorroides o la próstata de una forma casi mágica. Esos que están junto a la columna…

— Recuerdo haber visto catálogos de esos equipos por casa, Fortu —le interrumpo, para informarle de que estoy familiarizado con todos ellos.

— Es natural. La fabricación y la venta de estos equipos contribuyen enormemente a financiar ¡el bienestar de tu familia!

— Sí, sí, claro. Mi padre aporta los ingresos y mi madre se encarga de administrarlos lo mejor que sabe, reduciendo los gastos todo lo posible.

— Por eso, doña Angustias te insiste tanto en que apagues las luces, en que ordenes y cuides tu ropa, y en que aproveches al máximo tus estudios.

— Así es, Fortu. Eso es exactamente lo que pasa.

— Fíjate en estos otros equipos —me dice, sin resistir la tentación de seguir hablando de sus queridos productos de stock—. Éstos que ves aquí tienen sistemas ópticos que permiten realizar cirugías sin cortar la piel con un bisturí. Permiten operar en el interior del abdomen, o de las articulaciones, a través de pequeñísimas incisiones que, posteriormente, no dejan cicatriz.

— Es verdad que ahora oyes a gente que le quitan la vesícula y ¡a los dos días está haciendo vida normal! —intervengo, pensando en que me voy a terminar mareando, como siga dándome tantos detalles sobre las cirugías.

— El avance tecnológico y los buenos cirujanos contribuyen enormemente a mejorar la calidad de vida de las personas —afirma—. Hoy en día, empiezan a aparecer incluso robots que asisten al cirujano. Parece que podrían llegar a ser capaces de realizar algunas partes de la intervención quirurgica. ¡¿No te parece apasionante todo esto?!

— ¡El avance de la tecnología es algo realmente asombroso! —le digo, deseando dejar esa conversación y volver a temas más financieros.

Quien me lo iba a decir: ¡yo ansiando hablar de finanzas!

— Son equipos increíbles que pueden cambiar la vida de muchas personas, pero que tienen su precio —continúa Fortu—. Una vez más, vemos como el dinero y el bienestar de las personas vuelven a mezclarse. Aparece

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de nuevo la necesidad de ir mejorando en el arte de combinar, de manera equilibrada, los criterios puramente financieros con los que no lo son.

— ¿Qué contienen estas cajas? —le pregunto con curiosidad.

— Son cajas de instrumental quirúrgico variado. Ofrecemos “packs” personalizados de material fungible según el tipo de intervención. Podemos llegar, incluso, a personalizarlos según las preferencias de cada cirujano. Estas cosas nos diferencian claramente de la competencia. El hecho de haber sido cirujano, me permite entender muy bien las necesidades de cada cliente.

— Me llama la atención ver la pasión con la que vives tu trabajo —le digo para agradarle—. ¡Noto algo parecido a como si fuera contagiosa!

— ¡Eso es básico, Justo! Tiene que gustarte mucho lo que haces todos los días. En caso contrario, el trabajo se convierte en un calvario. Además, es mucho más sencillo orientarte a satisfacer las necesidades del cliente y a gestionar bien un stock, si te gustan los productos que lo componen.

— Todo este montón de productos, que constituyen el stock de la empresa, debe representar mucho dinero invertido en existencias.

— Bueno, efectivamente, hay materiales y equipos de elevado coste. De ahí la importancia de gestionar muy bien el inventario —me dice.

— ¿De dónde sacas el tiempo para hacerlo todo? —le pregunto.

— Pues verás, como tu padre no se incorporó al proyecto en su inicio, tuve que hacer tres cosas con carácter prioritario.

— ¿Se pueden saber?

— ¡Claro! La primera fue dedicar cada vez más tiempo a la gestión de la empresa, a costa de robárselo a mi actividad quirúrgica y asistencial. En el año que cumplía los cuarenta, cinco años después de la fundación de la empresa y coincidiendo con la temida amenaza del “efecto 2.000”, tomé la decisión de dedicarme a ella con carácter “full time”.

— ¿La segunda? —me apresuro a preguntarle.

— La segunda fue llamar a mi hermana, para que viniera a ayudarme. Como sabía que lo estaba pasando mal en su matrimonio, se me ocurrió que su traslado podía ser una buena solución para los dos. ¡Menos mal que conseguí convencerla, a diferencia de lo que ocurrió con tu padre, para que dejara la multinacional y se incorpora como directora de logística y compras en esta empresa! No sé cómo habría podido gestionar el crecimiento sin ella.

— De eso hace diez años también, ¿verdad?

— ¡Veo que estás llevando muy bien las cuentas, Justo! Desde que se trasladaron, puedo disfrutar de su presencia y de la de su preciosa hija. El único efecto secundario fue que ¡se vino acompañada de su marido!

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— ¡Todos los rosales tienen espinas, supongo! —opino—. ¿Cuál fue la tercera medida que tomaste entonces, Fortu?

— ¡Desempolvar mis cartulinas resumen de la carrera! Necesitaba repasar los conocimientos financieros y de gestión. Si no hubiera recurrido a mis cuadros-esquema, me hubiera visto incapaz de ponerme a leer los extensos libros de la carrera para refrescar mis conocimientos.

— Observo que fue un año muy intenso.

— ¡Efectivamente! Se trataba del año que finalizó con mi cuadragésimo cumpleaños. En la vida, hay momentos que son claves y que determinan los acontecimientos futuros. Son puntos de inflexión o momentos en los que das saltos que te impulsan en una u otra dirección.

— ¡Vaya fin de año! —recuerdo—. Mientras todos mis invitados a mi cumpleaños estaban en tu casa, ¡yo estaba en la clínica, acompañado por mi padre, despertándome de la anestesia general!

— ¡Y después de lo que le costó a tu padre convencer a tu madre para hacer la fiesta conjunta! —exclama Fortu—. El hecho de tener que atender a todos vuestros invitados fue la razón por la que tu madre no tuvo más remedio que quedarse. Recuerdo que estaba guapa y radiante, al igual que tus dos hermanas mayores. ¡El idiota de mi cuñado no les quitaba ojo!

— La verdad es que la gente se las queda mirando, cuando van las tres juntas por la calle —afirmo orgulloso—. Supongo que tres mujeres rubias, altas y guapas siempre llaman la atención.

— Yo no había tenido oportunidad de ver a tu madre desde la fiesta de inauguración de la empresa, en el mes de junio de cinco años antes. Por eso, también me encantó que se quedara. Desde entonces, ¡no la he vuelto a ver!

— ¿Se lo terminó pasando bien?

— Mentiría si no te dijera que tu madre tenía planeado irse tan pronto como pudiera. Sus planes se le truncaron, cuando tus hermanas se quedaron dormidas poco tiempo después de las campanadas de fin de año ¡y de milenio! Las llevamos en brazos al cuarto de invitados y, posteriormente, tu madre se fue integrando en la fiesta poco a poco. ¡Un par de copas ayudaron!

— Me alegro de que terminara pasando un buen rato. De todas formas, no recuerdo que me contarais todo esto, cuando vinisteis todos juntos a vernos a mi padre y a mí a la clínica el día siguiente.

— ¡Seguro que te contamos la parte divertida, y no lo recuerdas, Justo!

— La verdad es que tengo una nebulosa sobre lo que ocurrió ese día.

— ¡Es lógico, Justo!: tenías 10 años tan sólo, estabas recién operado y tuviste muchísimas visitas de amigos y familiares. Pero, volviendo a hablar sobre mis decisiones de aquella época en relación con mi replanteamiento

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profesional —retoma Fortu el tema tras el inciso—, dejé que mis clientes hicieran aquello que tanto me gustaba: operar. Y, a ser posible, que lo hicieran ¡con mi instrumental! —me dice riendo, volviendo a demostrar su especial habilidad para cambiar el semblante en décimas de segundo.

— O sea, que en la planta a la que llamáis, probablemente por razones sentimentales, el quirófano, tenéis almacenados los productos que la empresa hace pasar por sus existencias antes de venderlos.

— You’re right, my friend!, como diría mi novia. Hay quien dice que la palabra stock es un anglicismo y que deberíamos utilizar existencias o inventario. Bueno, haz lo que quieras: lo importante es conocer el concepto al que nos referimos, cuando usamos cualquiera de esos términos. Yo utilizo con frecuencia palabras inglesas, no para esconder mi ignorancia, ¡naturalmente!, sino influenciado por mi padre y por mi pareja actual.

— ¡¿Tu pareja actual?! —le pregunto, sorprendido de que ese hombre pudiera tener una relación estable—. ¿Es la persona con la que fuiste al cine?

— ¿A dónde dices? —me pregunta, poniendo cara de despistado, pero sabiendo perfectamente que tenía cuidadosamente planificado el momento exacto en el que iba a volver a sacar el tema de su novia.

— Sí, me hablaste de ella al enseñarme las gafas 3D. ¿Es inglesa?

— Es de origen anglosajón, pero no es británica como mi padre. Me la presentó mi hermana, ¡y nunca se lo podré agradecer lo suficiente!

— ¿Hace mucho que sois novios? —le pregunto sin temor a sonar indiscreto, porque estoy seguro de que está deseando que lo haga.

— Quince días —me contesta escuetamente.

— ¡Quince días! —exclamo sorprendido.

— ¡Exacto, Justo! Yo también estoy impresionado. Por eso te estoy diciendo que estamos hablando de una auténtica relación sentimental estable. ¡Creo que es la primera vez que me ocurre en la vida! ¡Estoy muy ilusionado!

— Sí, sí, claro —le digo sin salir de mi asombro.

— ¡Has vuelto a picar! —exclama carcajeándose—. ¡Te he tomado el pelo! Nuestra relación está a punto de cumplir un año. Le regalé un anillo de compromiso durante la cena en la que celebramos su último cumpleaños.

— ¡Eso es otra cosa! —exclamo aliviado.

— Su cumpleaños será el uno de junio, es decir, el sábado de la semana que viene. Tengo preparada una gran sorpresa para ella.

— ¿Cuántos años cumplirá?, si no es indiscreción, ¡claro!

— Es algo más joven que yo…

— ¡Eso no es un dato cuantitativo, Fortu!

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— No lo recuerdo.

— ¿Y si te pones las gafas financieras? —le pregunto riendo.

— Veinticinco, Justo. Ella cumplirá 25 la semana que viene —me informa, tras claudicar ante mi insistencia.

— ¡¿Veinticinco?! —exclamo, tras un acto reflejo involuntario, pensando que mis hermanas mayores cumplirán esos mismos años mañana.

— ¿Qué te extraña tanto, Justo? No pensarías que iba a tener una novia de mi edad, ¿verdad? Si fuera así, ¡tendría cincuenta años!

— ¡…! —me quedo mudo, convencido de que me habla muy en serio, y pensando en el adjetivo que usaría mi madre ¡para calificar ese comentario!

— Estoy tan bien con ella —continúa—, que estoy considerando seriamente la posibilidad de cerrar el resto de mis frentes abiertos y de dejar mis salidas nocturnas —afirma con cara de adolescente enamorado—. ¡Creo que ella va a conseguir que termine sentando la cabeza de una vez por todas!

No puedo evitar echarme a reír. Fortunato se mantiene impasible, como si hubiera dicho algo absolutamente lógico, y continúa hablando:

— Todos los miembros de vuestra familia estáis invitados a la fiesta. Espero que no falléis ninguno en esta ocasión, incluida la pequeña Caridad. Tendremos mucho espacio, ya que utilizaremos estas instalaciones.

— Por lo que veo, quieres aprovechar la fiesta de conmemoración del decimoquinto aniversario de la fundación de esta empresa.

— ¡Exacto! Ella cree que estoy pensando en eso solamente, pero también quiero que sea su fiesta de cumpleaños. Mi intención es invitar no sólo a los amigos, sino también a nuestros mejores clientes y proveedores. Tu padre tiene la doble condición ¡de amigo y de proveedor!

— Ya veo —le digo, todavía perplejo.

— Me apetece dar a conocer, de manera oficial, nuestra consolidada relación. Te lo cuento, ¡pero no olvides de que se trata de una sorpresa!

— ¿Están aquí todos los productos que la empresa vende? —le pregunto, cambiando de tema después de darme por vencido.

— No, señor. Están los productos que es preciso tener en stock. Algunos productos los compramos sólo cuando tenemos su venta confirmada. Por ejemplo, un microscopio, un láser quirúrgico sofisticado o cualquier otro equipo de alto coste y cuya entrega puede esperar. En cambio, es necesario tener en stock todos los productos que se utilizan cotidianamente y que, por tanto, requieren ser suministrados en plazos de entrega muy cortos. Tenemos que conseguir ser más rápidos que nuestros competidores entregando los productos, pero sin que el dinero invertido en existencias sea excesivo.

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— Ya veo: de la misma forma que, en la planta 2, sólo vimos los muñecos que representaban a los clientes que deben dinero, en esta planta, sólo vemos los artículos que están en existencias. Por ello, al igual que para ver todos los clientes y el valor de sus ventas, debemos recurrir a los sistemas de información diseñados para el área comercial, imagino que para poder analizar todos los productos, debemos analizar las estadísticas de ventas de artículos y otros informes cuantitativos complementarios.

— ¡Justo, Justo! —me dice, divirtiéndose con mi nombre—. Déjame añadir a tu acertado razonamiento que, de la misma forma que una buena gestión de la cuenta de clientes implica conseguir que el techo de la planta 2 esté lo más bajo posible, cuanto más cortas sean las columnas de la planta 1, menor cantidad de dinero tendrá la empresa invertida en su inventario.

— OK —le digo, ¡utilizando un anglicismo!

— ¿Cómo crees, Justo, que podemos hacer compatible el hecho de tener el máximo número de referencias posibles en stock con el objetivo de minimizar el valor total de los productos en existencias? —me pregunta.

— Supongo que con el mismo procedimiento que se utiliza con los clientes: intentando conseguir la máxima velocidad de rotación.

— ¡Suposición correcta! Si no realizas un seguimiento adecuado del stock, es muy fácil que se empiecen a acumular productos que no se venden. Ya sabes que debemos ser ordenados siempre, ¡pero especialmente en esta planta! Hay que gestionar los productos que tenemos en existencias como si se tratara ¡de yogures o de medicamentos con fechas de caducidad cortas!

— He visto muchas veces a mi padre analizando informes que le indican el número de días de venta que su empresa tiene de cada producto.

— ¡No me extraña en absoluto! Hay que establecer, para cada artículo, un límite inferior y un límite superior. ¡Algo parecido a los asteriscos de un análisis de sangre que te avisan de si un valor está fuera del rango de los valores normales! Si se sobrepasa el límite de seguridad inferior, puedes no poder atender los pedidos de tus clientes por roturas de stock; pero si se supera el superior, el dinero invertido en existencias puede ser excesivo.

— Supongo que no hay que pecar ni por exceso ni por defecto.

— Con está mentalidad, Justo, es con la que te recomiendo que gestiones tu inventario de novias: consigue rotaciones elevadas, ¡pero sin roturas de stock! Procura que ninguna de tus adquisiciones ¡se te haga vieja!

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El coste de los productos

— ¡Aquí te has vuelto a pasar mucho, Fortu! —exclamo—. Ahora que tengo más confianza, tengo la necesidad de decirte que no me gustó nada ese mismo tipo de broma, cuando te la escuché el otro día.

— Por favor, Justo, ponte las gafas financieras y dime lo que ves —me dice riendo, pero sin admitir explícitamente que tengo razón.

Siguiendo sus instrucciones, me pongo las gafas financieras y le digo:

— Veo, como en el resto de plantas, tres columnas.

— ¿De qué color son en esta ocasión?

— Son de color rojo, ¡como la sangre! —exclamo sacando la lengua y poniendo cara de mareado.

— ¡Sigue, valiente! —me dice sonriendo.

— Sobre la columna central o principal, veo un importe en euros que debe corresponderse con el valor total de las existencias en este momento. Al lado de esa cantidad, y entre paréntesis, observo un valor expresado en tanto por ciento (%), el cual debe ser el porcentaje que representa esta planta sobre la altura total del edificio.

— Todo correcto, Justo. ¡Impecable hasta ahora!

— Gracias.

— ¿Vamos a por las columnas laterales?, pero esta vez, si te parece bien, sin enfrascarnos en demasiadas ¡disquisiciones políticas!

— ¡Trato hecho! —le digo riendo—. Creo que, tras lo hablado en las plantas de arriba, con tan sólo quince segundos tendré suficiente esta vez.

— Adelante, Justo —me dice, volviendo a activar su cronómetro.

— En la columna izquierda (la del Debe), veo el valor acumulado de los importes correspondientes a todas las entradas en existencias del año, sumado al valor que tenía el saldo inicial al inicio del ejercicio.

— ¡Siete segundos!

— En la columna derecha (la del Haber), veo el valor acumulado de los importes de todas las salidas de existencias del año.

— ¡Diez segundos, Justo!

— Como la cantidad acumulada en el Debe (columna izquierda) supera a la del Haber (columna derecha), la diferencia determina el importe del saldo actual y, por tanto, la altura de la planta y el valor monetario que podemos leer en la columna central o principal.

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— ¡Quince segundos justos! —exclama, parando el crono. ¡Perfecto!

— ¿Por qué elegisteis este color rojo para las columnas y para los vidrios de esta planta? Dime, te lo ruego, que la razón no tiene nada que ver con la sangre, ¡tal como bromeaba yo antes!

— No, no tiene nada que ver con eso. ¡Es más parecido al color de tu cara cuando entras por la puerta y ves a las recepcionistas!

— ¡Eso tampoco me hace mucha gracia, Fortu, lo lamento!

— Disculpa la pequeña broma. El rojo es el color favorito de mi hermana Scarlett, ¡para hacer honor a su nombre! ¿Recuerdas que te llamó la atención el color de su vestido, en la foto en la que salía junto a tu padre?

— ¿Ella eligió el color, entonces? —le pregunto.

— ¡Así es! —me confirma—. El color de esta planta lo eligió ella. Lo hizo siguiendo un criterio parecido al que utilizó para recomendarme que asignara el color verde césped a la planta 2 —continúa explicándome.

— No recuerdo haber hablado de ello ayer, Fortu. —le digo pensativo.

— No lo recuerdas, ¡porque no lo hicimos! —me dice de inmediato.

— ¡¿No lo hicimos?!

— Tú no me lo preguntaste, Justo, ¡y yo tampoco saqué el tema!

— ¿Por qué no lo hiciste, Fortu? —le sigo interrogando.

— Porque la explicación viene más adelante. ¡Hoy no toca! Otro día descubrirás el porqué del verde de la planta 2, del rojo de la planta 1 y del azul de la planta tripe. Confórmate, de momento, con saber la razón del color dorado de la planta 3, ¡el de nuestra querida “isla del tesoro”!

— De acuerdo —le digo resignado—. Aunque dicen que el verde es el color de la esperanza… ¡Una de mis hermanas mayores se llama así!

— ¡Podría ser una pista! —me dice, haciéndose el interesante.

— Por cierto, y ahora que hablamos de mi hermana, ¡mi madre está horrorizada!: parece que se ha echado un novio mucho mayor que ella.

— ¡Lo mismo que le ha pasado a tu ex-novia, por lo que veo! ¡Menuda epidemia! —exclama muy serio—. ¿Qué valores monetarios aparecen en las columnas, si las miras a través de las gafas financieras, Justo? —me pregunta inmediatamente, forzando el cambio de tema a toda velocidad.

— Pues, en la columna central, puedo ver un valor absoluto de ochocientos mil euros (800.000 €) y un valor relativo o porcentual del 20%.

— Muy bien. Déjame hacerte otra pregunta, Justo.

— Adelante, Fortu.

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— ¿Crees que a las gafas financieras les resulta fácil calcular el valor de las existencias? o, en otras palabras, ¿crees que es sencillo el proceso de valoración de todos los productos que tenemos en stock?

— ¿Qué quieres decir exactamente, Fortu?

— Trataré de explicarme. En la planta 3, el valor de la tesorería era muy fácil de determinar: se trataba, simplemente, de observar el dinero en efectivo que había en la caja y en las cuentas corrientes.

— Estoy de acuerdo.

— En la planta 2, todo lo que había que hacer era sumar los importes de todas las facturas a clientes (¡con el IVA incluido!) que estaban pendientes de cobro y, posteriormente, añadir el importe de otras cuentas deudoras.

— Está claro —le digo, para que continúe.

— Ahora bien, en esta planta, la cosa cambia algo. ¿Qué criterio de valoración crees que debemos emplear aquí?

— Debe haber algo de trampa en tu pregunta, pero no la percibo. Para mí, la respuesta es sencilla: las existencias siempre deben valorarse, como recursos que son, a su precio de coste.

— Hasta ahí, estamos de acuerdo, pero ¿cuál dirías que es el precio de coste de todos estos productos que ves? —continúa su interrogatorio.

— Supongo que el precio al que fueron comprados a su proveedor —le respondo con algo de miedo a meter la pata, pero sin ver todavía la supuesta dificultad oculta—. ¿Me equivoco, Fortu?

— ¡Desde luego que no te equivocas!

— Entonces, ¿dónde está lo complejo?

— En esta empresa, sí que es tan sencillo como tú dices. Al realizar sólo una actividad comercial, compramos los productos a los proveedores a un precio y, posteriormente, los vendemos a los clientes a otro más elevado. Mientras el precio al que compramos es nuestro precio de coste, el precio al que vendemos es nuestro precio de venta. La diferencia entre ambos precios nos determina nuestro margen comercial.

— Perdona que te interrumpa, Fortu, pero no puedo evitar que esto que me estás diciendo me recuerde a uno de los chistes preferidos de mi padre. En él, un comerciante le dice a su amigo: “nosotros compramos a uno y vendemos a dos, y con ese uno por ciento ¡vamos tirando!”

— Como puedes comprender, ya me lo sabía. A tu padre se lo he oído contar ¡miles de veces! Cada vez que lo hace, se ríe. ¡Es un fenómeno!

— ¿De veras?

— Como te razonaba antes del chiste, Justo, calcular el precio de coste del stock es algo relativamente sencillo en nuestra empresa.

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— ¿Entonces?...

— ¿Qué crees que ocurre en las empresas industriales con actividad de fabricación de productos, como lo es en la que trabaja tu padre?

— Dime lo que pasa en ellas, ¡te lo ruego!

— A las empresas industriales, los proveedores no les suministran productos finales listos para su venta, sino materias primas que deben transformar en productos acabados. Este proceso de fabricación lo realizan utilizando mano de obra, maquinaria, energía, etc.

— Creo que te sigo. Es algo obvio, de momento.

— Si tomamos como ejemplo a la empresa de tu padre, ¿cuál crees que es el precio de coste de cada láser que venden?

— ¡No tengo ni idea! Me imagino que el cálculo es muy complejo.

— ¡Efectivamente! Las empresas de fabricación, para saber el valor de coste de los productos terminados que están en existencias, precisan tener buenos especialistas en contabilidad de costes, como lo es tu padre. En las empresas industriales, el stock lo forman las materias primas, los productos en curso de fabricación y los productos terminados.

— Me imagino que cada uno de los artículos que forman parte de esos tras grandes grupos tiene un valor de coste diferente.

— Te imaginas bien, Justo. El precio de coste de las materias primas lo determina el precio de las facturas de sus proveedores. Ahora bien, saber el valor de coste de los productos en curso y de los terminados precisa hacer muchos cálculos numéricos.

— ¡No me extraña!: al valor de las materias primas, supongo que tienen que añadirle el coste de la mano de obra necesaria, de la energía consumida, de las máquinas que precisan para la fabricación, etc.

— ¡Exacto! Los cálculos son tan complejos, que incluso diversos especialistas pueden tener criterios de asignación de costes diferentes.

— ¡Qué curioso que expertos puedan discrepar en este tema! —le digo.

— Calcular el importe de las existencias en una empresa que comercializa o distribuye productos es mucho más simple que hacerlo en una que los fabrica. Las columnas de esta planta 1 adaptan su altura en función del precio que detectan en las facturas de nuestros proveedores de material quirúrgico. En este momento, tal como nos indican nuestras gafas, tenemos 800.000 € invertidos en el activo que nos ocupa hoy.

— Productos que vemos ahora en stock y que debéis conseguir vender lo antes posible, si queréis conseguir rotaciones elevadas, ¿correcto?

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— ¡Correcto, Justo! —me confirma—. En el momento que vendemos un producto de stock, conseguimos que su valor ascienda a un piso superior, el cual tiene un nivel de liquidez ¡más alto! —me dice, moviendo la mano.

— Tengo claro que las plantas 1,2 y 3 se ordenan por nivel de liquidez.

— Los importes de las facturas a clientes de la planta 2 hay que cobrarlos para poder obtener dinero líquido en la planta 3. El stock hay que venderlo para poder convertirlo en facturas a cobrar a clientes. El valor en las plantas 1, 2 y 3 está en constante movimiento de rotación, siguiendo el ciclo normal y habitual de operaciones de la empresa —me repite algo conocido.

— Sería algo parecido a una rueda de mi bicicleta, la cual debemos hacer girar a la mayor velocidad posible —encuentro adecuado decir ahora.

— ¡Exacto! Por ello, a las tres plantas que hemos visitado hasta ahora se les denomina, de manera conjunta, Activo Corriente.

— Corriente, ¡como las cuentas bancarias!

— ¡Sí señor! Aquí tienes esa palabra clave de nuevo.

— ¿Es lo mismo Activo Corriente que Activo Circulante, Fortu?

— Son dos términos que se refieren al mismo concepto, efectivamente. Actualmente, con la aplicación de la nueva normativa contable, se tiende a utilizar más el adjetivo “corriente”, para calificar a este grupo de activos. Lo importante, no obstante, es que recuerdes que se trata de recursos cuya peculiaridad básica y esencial consiste en su alto grado de movilidad o de rotación. Ya sabes que le doy más importancia al concepto que al término que utilizas para referirte a él. ¿Está claro?

— ¡Está clarísimo! —ratifico.

— El mejor gestor de activo corriente es el que consigue, dicho en términos de nuestro modelo conceptual particular, una altura menor de las columnas de las plantas, para un importe de ventas determinado. Se trata de conseguir que estos activos ¡hagan también honor a su nombre!

— Creo que está todo muy claro, Fortu.

— Te aconsejo, no obstante, que no te relajes demasiado, mi querido amigo. Necesito hacerte una última pregunta hoy, la cual está relacionada con el tema de la rotación del stock.

— ¿Por qué me recomiendas que no me relaje? ¿La pregunta tiene trampa, quizás? —le pregunto.

— ¡Un poquito! —me responde, estirando su boca y moviendo su cabeza de un lado a otro.

— Adelante, Fortu. ¡Creo tener un alto grado de concentración!

— Pues disparo: cuando ayer vimos que la planta 2 contenía cuentas a cobrar por un importe total de 1.200.000 €, siendo la venta mensual media de

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la empresa de 1.000.000 €, dedujimos que la cuenta de clientes representaba, aproximadamente, uno 30 días de venta. ¿Correcto?

— Correcto. ¿Dónde está el gran reto a superar, Fortu? —le pregunto con confianza, pero inquieto y expectante.

— Aquí viene: si hoy sabemos que esta planta 1 contiene productos por un valor de coste total de 800.000 €, ¿podemos deducir que la rotación de los activos que están en el interior de ella es mayor que la de los que están en el interior de la planta de arriba?

— Dices que la pregunta tiene algo de trampa, ¿verdad? —le digo para salir del paso, ganando algo de tiempo.

— Bueno, tienes que pensar un poquito. Eso es todo.

— ¿Alguna pista?

— El chiste que suele contar tu padre es una buena pista.

— ¿El chiste?

— ¡Sí, hombre! Mientras los importes que nos deben los clientes (los que determinan la altura de la planta 2) están valorados a precio de venta, los valores de los productos en stock (los que determinan la altura de la planta 1) están valorados a precio de coste.

— ¡Ah, claro! ¡Ahora caigo! Para calcular la rotación del stock, debemos valorar las ventas a precio de coste. Y, para ello, necesito saber el margen medio con que el se venden los productos.

— Vas bien, Justo. Si te anticipo que vendemos nuestros productos con un margen bruto medio porcentual del 20%, ¿qué me puedes decir?

— ¡Pues que es un margen inferior al del comerciante del chiste de mi padre! ¡Recuerda que ya soy un auténtico experto en porcentajes! —le digo riendo—. Comprar a 1 y vender a 2 supone un margen absoluto unitario de 1, ¡pero un margen bruto porcentual o relativo del 50%!

— Por lo que voy viendo, ¡tú eres bastante más chistoso y guasón que lo es tu padre, amigo Justo! —exclama, a al vez que me empuja suavemente.

— Supongo que estoy recuperando mi buen humor, al ver que estoy aprendiendo contigo de una forma tan rápida y divertida —le digo, consciente de que a su enorme ego le encanta que se lo repita una y otra vez.

— Si esa es la razón, lo celebro. ¿Puedes volver a la seriedad que te caracterizaba en los primeros días y decirme cómo debemos calcular correctamente la rotación del stock? —me pregunta, señalándome con su pipa y torciendo ligeramente sus labios.

— Disculpa, Fortu. ¡Lo hago inmediatamente! Si vendéis una media de 1.000.000 € al mes con un margen bruto medio del 20%, podemos decir que

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tenéis un importe de margen bruto medio mensual de 200.000€ y, por tanto, que vuestra venta media mensual, a precio de coste, es de 800.000 €.

— ¿Y por tanto…? —me anima a que siga.

— ¡Pues que 800.000 € de existencias representan 1 mes de ventas a precio de coste. Es decir, también vemos una rotación de ¡30 días!

— ¡Eso es! Con una venta mensual media de 1.000.000 € realizada con el 20% de margen relativo medio, los 800.000 € de existencias representan una rotación de ese activo corriente de 30 días de venta. Como ves, aquí no tenemos que preocuparnos por el valor del IVA: los productos que están en stock no llevan IVA de venta, ¡porque todavía no se han vendido!

— O sea, que la velocidad de rotación en esta planta 1 es igual a la que vimos ayer en la planta 2, a pesar de tener importes diferentes.

— ¡Exacto, Justo! —me confirma—. Me hubiera encantado contar con mi hermana Escarlata durante la sesión de hoy —añade—: ella es la responsable de todo lo que identificamos con el color rojo en esta empresa!

— A mi también me hubiera gustado. De todas formas, he estado perfectamente contigo, Fortu. Creo que me voy con las ideas muy claras.

— No tenemos tiempo para más —me dice, dándome otro cariñoso empujón que me desplaza en dirección al ascensor—. Nos vemos mañana en la planta tripe, si te parece bien.

— ¡La misteriosa planta tripe! —exclamo—: la única palabra que entiende SIBI, ¡cuando quieres que te lleve a la planta baja! Espero descubrir mañana la razón por la cual la llamáis así.

— Lo harás si no te relajas y, sobre todo, ¡si no te pasas de gracioso!

— ¡Lo intentaré, Fortu! ¡Hasta mañana! —le digo de espaldas, mientras entro en el ascensor, agitando mi brazo derecho levantado como ademán de despedida—. ¡Planta tripe! —le ordeno al ascensorista nipón con autoridad.

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Justo resume la sesión de hoy:

La suma del valor de coste de todos los productos que forman las EXISTENCIAS en un momento determinado ocupan el tercer puesto del ranking de liquidez de los activos. Por eso, todos los artículos que la empresa tiene en su particular quirófano están situados en la planta 1, justo por debajo de la planta reservada para las cuentas a cobrar.

El valor de coste de los productos que vende una empresa comercial lo determina el precio de compra que acuerda con sus proveedores. El valor en existencias de los productos terminados que vende una empresa industrial lo determina su coste de fabricación, cuya obtención requiere cálculos complejos de contabilidad analítica.

En las existencias de las empresas que fabrican encontramos, además de productos terminados, materias primas y productos en curso de fabricación. No debemos preocuparnos por la complejidad de todo lo relacionado con el coste de los productos de las empresas industriales: se la debemos reservar a los especialistas en contabilidad de costes.

Es necesario tener una cantidad en STOCK de todos aquellos productos que precisan ser suministrados al cliente con un plazo de entrega reducido. Hay que conseguir ser más rápidos que los competidores, pero sin que el dinero invertido en el inventario sea excesivo.

Una buena gestión de las existencias debe orientarse a reducir al máximo la inversión en el stock y el espacio de almacén necesario. Para ello, es importante hacer un seguimiento periódico y sistemático del número de días de venta media que tenemos de cada artículo, es decir, de su ratio de ROTACION. Se trata de algo equivalente a lo que se hace en la planta 2.

Cuanto menor sea la altura del edificio, menor profundidad de cimientos será necesaria. Por eso, debemos prestar especial atención a los artículos que tenemos en stock más tiempo del necesario, es decir, que no se venden con la velocidad prevista. Hay que tener sistemas que eviten hacer pedidos de compra de productos que luego no se venden o que ya tenemos en existencias, pero que no encontramos en un almacén desordenado.

Hay que vender los productos que tenemos en existencias para que su valor ascienda a la planta de clientes, y posteriormente hay que cobrar esos importes para poder disponer de dinero líquido en tesorería. El constante movimiento de rotación que caracteriza a las plantas 1, 2 y 3 derivado del ciclo habitual de operaciones de la empresa hace que esos tres niveles se agrupen bajo el término común de ACTIVO CORRIENTE.

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Viernes 24 de mayo de 2010 Fe, Esperanza…

Desde donde me encuentro, ya puedo leer el número 221-B en el rótulo de la puerta de entrada de las instalaciones. Un estornudo me obliga a dejar de pedalear y a poner un pie en tierra. Me acuerdo de que la vida es como montar en bici: sólo puedes mantener el equilibrio, ¡si estás en marcha! Consulto mi reloj. Son las cuatro menos cinco de la tarde del viernes 24 de mayo, quinto día consecutivo de formación. Hoy coincide, además, ¡que es el cumpleaños de mis hermanas mayores! Lo celebraremos el viernes que viene por la noche, después de que haya regresado mi padre de su viaje de negocios. ¡Qué rápido me ha pasado la semana! He llegado al ecuador del curso sin enterarme.

Hace un precioso día de primavera. Me encanta esta época del año en la que todo está tan florido, a pesar de que mi alergia al polen me obligue a tomar unos antihistamínicos que me producen tanta somnolencia. Siempre que veo esta exhibición natural de luz y de colores, pienso en la imposibilidad que tienen mi padre y las gemelas para disfrutarla. Me lo han explicado varias veces, pero no termino de entender por qué yo me he librado de heredarlo, siendo un trastorno mucho más frecuente en hombres que en mujeres.

Tras retomar la marcha y avanzar, me veo reflejado en los vidrios azules de la parte inferior de la fachada del original edificio triangular, sede de la empresa de Fortunato Green. No me termino de acostumbrar a lo que veo todos los días. Me sigue pareciendo algo tan increíble, que me vuelvo a parar para contemplarlo. Miro hacia arriba y veo las tonalidades dorada, verdosa y rojiza de los vidrios de las plantas 3, 2 y 1 respectivamente. Percibo, incluso, los cambios que se van produciendo en la altura de esos tres pisos.

— Original, ¿verdad? —me dice una persona que pasa por mi lado, al verme observando todo boquiabierto—. Yo he trabajado en muchas otras empresas —añade—, pero en ninguna me he encontrado mejor. Aquí se nos exige mucho y se lleva un control preciso de hasta el último euro, pero obtienes mucho a cambio. Y no me refiero sólo a salario, ya sabes…

— Sí, sí, claro —le respondo una parquedad frustrante, demostrándome a mi mismo, por enésima vez, mi timidez y mi reducida habilidad para establecer conversaciones con personas a las que conozco bien.

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El hombre sigue su camino y yo reinicio mi pedaleo en dirección al edificio. Quizás he perdido la oportunidad de establecer una conversación que me hubiera dado información adicional sobre Fortunato y su empresa. Sinceramente, ¡no salgo de mi asombro! Me siento como si me hubiera metido dentro de la pantalla en una película de ciencia ficción.

Tras aparcar mi bicicleta en el interior de la parcela, camino mirando hacia arriba, hacia las plantas de colores. Instantes después, atrae mi atención el movimiento de la puerta principal abriéndose. Vuelvo a dirigir la vista al frente y entro en el edificio. Al llegar a la recepción, me encuentro a Fortunato esperándome junto a su guapísima recepcionista rubia. Tal como ha pasado desde el martes, tampoco veo hoy a la mujer morena que también estaba en la planta baja, cuando llegué por primera vez el lunes pasado.

— ¡Buenos días, Justo! —me dice—. Tan puntual como siempre.

— Buenos días, Fortu —le correspondo—. Es lo menos que puedo hacer, considerando lo bien que te estás portando conmigo.

— Te presento a Bárbara, mi novia —me dice, mientras dirige su mirada a la bella recepcionista y extiende su brazo hacia ella.

— ¡¿Bárbara?!...¡¿Tu novia?!...¡¿De veras?!... —le pregunto desconcertado, sin ser capaz de ocultar mi sorpresa y de evitar ponerme, otra vez más, más rojo que las columnas de la planta 1.

— ¿Por qué te muestras tan asombrado, Justo? —me pregunta cínicamente con los brazos extendidos y las palmas de las manos hacia arriba, como si no hubiéramos hablado sobre ella jamás en la vida.

— Bueno,…es que… —le digo balbuceando, y sintiendo que estaba en una situación muy embarazosa, al recordar todos mis comentarios sobre ella.

Miro de reojo a la chica y la veo sonriente. Se trata de la misma mujer que me había recibido cada día con un estilo diferente, vestida de una manera más formal esta vez. La veo luciendo un elegante vestido azul de una tonalidad exacta a la del color de sus ojos y que le queda tremendamente bien. Sigo sin poder saber dónde he visto antes a esta chica tan espectacular.

— ¿No me ves capaz de atraer, a mi edad, a una mujer tan guapa, tan joven y tan inteligente, Justo? —me pregunta con toda la malicia del mundo.

— Sí, sí, ¡naturalmente que te veo capaz! —le digo abochornado y vacilante—. No me sorprende que sea tu pareja. ¡¿Qué razón podría haber?!

— ¿Entonces…? —me sigue preguntando, sin apiadarse de mí.

— Sólo me llama la atención el hecho de que su nombre no es habitual por aquí —le respondo de manera improvisada, siendo muy consciente de que me encontraba en una de esas situaciones en las cuales, cuanto más hablas para intentar arreglarlo, ¡más lo estropeas!

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— ¡Sí, claro! Ya sé que por aquí no es frecuente su nombre. De hecho, etimológicamente hablando, la palabra Bárbara procede de un término griego que significa extranjero —me dice Fortu, utilizando su cultura para seguir torturándome—. He podido percibir que “por aquí”, como tú dices, la palabra “bárbara” se utiliza más como adjetivo ¡que como nombre!

— Bueno, yo ya no estoy seguro de nada, pero creo que así es —le digo, a la vez que pienso en aquello de “tierra trágame”.

Ambos se empiezan a reír sin parar, demostrando un gran sentido del humor y un alto nivel de complicidad. Debido a la gran diferencia de edad, me choca la pareja que forman; pero aparentan estar muy compenetrados.

— Ya te dije que me pareció muy acertado el calificativo que utilizaste, Justo, el día que estuvimos con el equipo verde, para describir a la recepcionista —me dice, mientras se seca las lágrimas de sus ojos.

— ¡A mi no me está resultando tan gracioso como a ti, Fortu! —le digo con un cierto tono recriminatorio, ¡creo que muy justificado!

— Es curioso —continúa él—: no hay ninguna persona de nuestras dos familias a la que no le encaje su nombre a la perfección. En casa de los Igap, están Prudencio Igap, Angustias Idar y ¡Justo Igap Idar! Nosotros dos somos Fortunato Green y Bárbara People. Si citamos a otros miembros de…

— ¡¿Has dicho Bárbara People, Fortu?! —le interrumpo.

— Sí, claro —me responde con parsimonia—. Ya hemos hablado de su nombre durante suficiente tiempo, ¿no crees?

— No me refiero a su nombre, Fortu, ¡sino a su apellido!; ¡y lo sabes!

— Parece que a Justo le llama la atención tu apellido, Bárbara.

— ¡Ahora caigo! —exclamo—. ¡Ya sé por qué me ha estado sonando tanto su cara! A Bárbara la he visto, con diez años menos, en las fotos de la famosa fiesta de celebración de tu cuarenta cumpleaños. Aparece junto a sus padres: tu hermana Scarlett, la cual ¡también cumplía años, claro está! y tu ex-cuñado ¡Many People! ¡Menuda enorme tarta de varios pisos compartíais!

Fortunato y Bárbara se echan a reír, mientras me doy cuenta de lo desafortunado que ha sido el referirme al padre de Bárbara de esa forma.

— ¡Te pido mil disculpas, Bárbara! : quería decir Mendi People.

— No te preocupes, Justo —me dice Bárbara con cara seria, pero con tono amable—. Sé muy bien quién es ese hombre y cómo se ha portado con mi madre durante los más de 15 años en que estuvieron casados. Me duele decirlo, pero se ha ganado a pulso todas las criticas que recibe. Supongo que el exceso de dinero fue muy perjudicial para él: ¡no le dejó madurar!

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— De todas formas, Bárbara, lamento profundamente la forma con la que me acabado de expresar —le reitero mis disculpas, pero permaneciendo asombrado por el hecho de que la novia de Fortunato ¡sea su sobrina!

— ¿Por qué no me hablas de tus hermanas, Justo? Las conocí en esa fiesta que acabas de mencionar, pero no tuve la oportunidad de hablar con ellas mucho tiempo. Como hacía pocos días que nos habíamos trasladado, me encontraba totalmente desubicada. Además, mientras ellas se quedaron dormidas poco después de las campanadas, yo me tuve que ir a casa con mi madre tras un desagradable comportamiento de mi padre. Recuerdo, por cierto, que me chocó mucho vuestra tradición de tomar uvas en fin de año.

— ¿No lo hacías, mientras vivías en los Estados Unidos?

— No lo había hecho nunca —me responde—. Como tampoco había comido nunca “callos a la madrileña”. ¡Es mi comida favorita ahora!

— Creo que están hechos con las tripas de la vaca —le digo.

— Así es, ¡pero me encantan de todas formas! Retomando el tema de tus hermanas, Justo, dime algo: ¿hacen ellas honor a sus nombres también?

— Mis hermanas mayores son gemelas y se llaman Fe y Esperanza.

— Lo sé. Cuando me lo recordó Fortu, pensé que en tu casa había ¡una gran concentración de virtudes! —exclama Bárbara sonriente.

— Mi padre siempre bromea —le digo a Bárbara a propósito de su comentario—, diciendo que les pusieron esos nombres debido a que, cuando nacieron, tenían la fe y la esperanza ¡de no tener que pedir caridad!

— ¡Esa broma de tu padre tiene mucha gracia! —me dice ella riendo. Me suena haber oído contar esa anécdota a alguien, probablemente a Fortu.

— Se encontraron con dos hijas tan sólo un año después de acabar la carrera —le recuerdo—. ¡Tenían dificultades para llegar a fin de mes!

— También sé que tus hermanas nacieron en el mismo año en el que lo hice yo —añade Bárbara—, pero no recuerdo el día exacto.

— Precisamente, hoy es su cumpleaños —le informo—: hoy cumplen veinticinco, cinco más de los que yo tendré el último día de diciembre.

— ¿Hoy cumplen años, Justo?, ¿de veras? ¡Felicidades de mi parte!

— Gracias. Se lo diré.

— ¡No recordaba esa coincidencia! —exclama ella pensativa—. ¡Tan sólo nos llevamos una semana! Yo cumplo los mismos años el sábado de la semana próxima. Yo nací el día uno de junio, el mismo día de la fiesta de inauguración de esta empresa, ¡pero diez años antes!

— ¿No me digas? —finjo desconocimiento, recordando que no debía revelar los planes secretos de Fortu con respecto a la fiesta del sábado.

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— Cuando me las presentaron, pude comprobar que tus hermanas son de ese tipo especial de gemelos que las convierte en personas muy difíciles de diferenciar —continúa Bárbara demostrando un enorme interés por comentar detalles sobre los miembros de mi familia.

— ¡Así es! —le confirmo—. Creo que el nombre técnico que utilizan los especialistas es el de gemelos univitelinos.

— Gemelos univitelinos o monocigóticos —nos confirma Fortu—. Significa que tienen genes ¡absolutamente idénticos! Yo también soy gemelo de mi hermana, pero, ¡por fortuna para ella!, no tenemos los cromosomas iguales. Ella, además de ser mujer, ¡es mucho más guapa e inteligente!

— Gracias, Fortu, por la información —le digo—. La verdad es que incluso a mí me cuesta diferenciarlas: ¡son clavadas! Además, también sus nombres les quedan a ambas como trajes a medida: son optimistas por naturaleza. Siempre están alegres y esperando lo mejor de todo el mundo; algunas veces ¡hasta demasiado!, lo cual les genera alguna que otra decepción. Desde siempre, su vocación ha sido ayudar a las personas.

— ¿A qué se dedican? —me sigue preguntando Bárbara.

— Mientras Fe tiene la carrera de Farmacia, Esperanza es Licenciada y Master en Dirección de Empresas por ESADE —le contesto.

— Al menos en eso, ¡no son idénticas! —opina Bárbara sonriente.

— Sí coinciden en que las dos son muy rigurosas y en que les gusta trabajar juntas, complementando sus capacidades. Mi padre les está ayudando a montar una consultoría especializada en la gestión integral del suministro de medicamentos y vacunas que realizan las organizaciones humanitarias. Les ofrecen servicios que les permitan, sin incrementar su estructura, tener más información, ser más eficientes y optimizar sus recursos internos.

— ¡Qué excelente forma de combinar sus inquietudes profesionales y sus vocaciones humanitarias! —opina Bárbara con entusiasmo.

— Las finanzas —interviene Fortu— son imprescindibles en las organizaciones sin ánimo de lucro también. Si tienen un control preciso de dónde está el dinero y de cómo está circulando, pueden sacar el máximo partido del que tienen disponible y, consecuentemente, pueden conseguir un mayor número de sus loables objetivos altruistas. Además, si disponen de estados financieros actualizados y claros, pueden dar una mayor imagen de transparencia, lo cual genera confianza en todos los que aportan financiación.

— Así lo ven ellas y mi padre, efectivamente —ratifico.

— ¿Tus hermanas no tienen pensado pasar por aquí, para seguir el curso de finanzas de Fortunato? —me pregunta ella.

— Si lo hicieran, ¡no podrían diferenciar bien el color de las plantas de este edificio! —le digo sonriendo—. Les pasa lo mismo que a mi padre.

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Cuando les vemos vestidos con combinaciones horribles de colores, les bromeamos diciéndoles que parece mentira que sus llamativos ojos azules sean incapaces de diferenciar los colores verde y rojo.

— ¿Son daltónicas también? —me sigue preguntando Bárbara.

— Así es —le confirmo, sorprendido de que Fortu o Scarlett no le hayan explicado nunca este tipo de detalles sobre mi familia.

— ¿Y tú no lo eres, Justo? —me pregunta extrañada.

— No, yo no lo soy. Parece que yo he tenido mucha suerte. Si lo fuera, ¡habría tirado la toalla ya, a estas alturas del curso! —le digo sonriente.

— ¡Qué raro! —replica—. Creo que la ceguera para los colores es algo extraordinariamente raro en mujeres —añade pensativa—. La verdad es que no entiendo por qué tus hermanas lo han heredado, y tú no.

— Es fácil de entender —responde Fortu con rapidez, muy atento a la conversación—. Este trastorno es 16 veces más frecuente en los hombres que en las mujeres, debido a que lo causa un gen anómalo que se localiza en el cromosoma sexual X —nos ilustra él, gracias a sus conocimientos médicos.

— Me lo han explicado mil veces —les digo—, ¡pero se me olvida!

— Como las mujeres tienen dos cromosomas X —continúa Fortu—, es preciso que tengan los dos afectados, para que se manifieste la enfermedad. Esa circunstancia, tan poco probable, es la que sufren Fe y Esperanza.

— Ya veo —le dice Bárbara, mientras observo a Fortu asintiendo.

— Parece ser que, últimamente, todo se ha puesto de acuerdo para formar parejas —intervengo con cara de guasa—. Si hubiese sido un financiero el que hubiera bautizado a los cromosomas sexuales, estoy seguro de que les habría denominado Debe y Haber; pero como debió de ser un científico con muchas incógnitas en su cabeza, ¡les llamó X e Y!

— ¡Genial, Justo! —exclama Bárbara, riéndose abiertamente.

— Volviendo a hablar en serio —retoma la palabra Fortu—, si sólo uno de los dos cromosomas X es anómalo, el bueno tiene la capacidad de compensar el efecto del malo. En ese caso, la mujer es portadora de la enfermedad, pero no la padece. Se trata del caso de la madre de Justo: su padre daltónico le transmitió su único cromosoma X, con el gen anormal.

— En cambio —intervengo yo ahora—, los hombres tenemos un cromosoma X y otro cromosoma Y. ¿No es cierto, Fortu?

— ¡Así es! —me confirma mi profesor—. Si el cromosoma X de un hombre contiene el gen anómalo, el varón será siempre daltónico. Esto es, precisamente, lo que le ocurre a tu padre o lo que le pasaba a tu abuelo materno, Justo. Parece complejo, pero si buscamos un dibujo explicativo en Internet que nos permita visualizarlo, lo entenderemos perfectamente —nos

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dice, mientras nos muestra su búsqueda de imágenes en la pantalla de su iPAD—. Como veis, los padres de Justo pueden tener cuatro tipos de descendencia; hijos daltónicos o completamente normales, o bien hijas daltónicas o portadoras. Fijaros bien en que no es posible que tengan hijas completamente libres de la enfermedad: existirá el gen anormal en al menos uno de sus dos cromosomas X.

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— Con esta información —interviene Bárbara, muy atenta a las explicaciones—, llego a la conclusión de que Justo no es daltónico, porque ha heredado el cromosoma Y de su padre y el cromosoma X normal de su madre; y de que las gemelas lo son, debido a que han tenido la mala suerte de heredar los dos cromosoma X anómalos: el del padre y el de la madre.

— Creo que así es, Bárbara —le confirmo.

— También puedo deducir —sigue ella razonando— que todas las hijas de un hombre daltónico serán siempre portadoras del cromosoma X afectado de su padre y que, por tanto, pueden transmitirlo a su descendencia.

— ¡Ves como Bárbara es muy brillante, Justo! —exclama Fortu—. Si Many no es daltónico, sus hijas, ¡que vete a saber cuántas tiene!, no pueden ser portadoras de ese trastorno. ¡Alguna cosa buena tenía que tener!

— Debido a esa posibilidad de transmisión, creo que la intención de mis padres era plantarse después de que hubiera nacido yo —les comento.

— ¡Por tus palabras, Justo, deduzco que te vino otro hermanito posteriormente de manera inesperada! —me dice Bárbara.

— ¡Hermanita! —le corrijo—. ¿No te lo ha explicado Fortunato?

— ¡Pues no! —me responde ella—. Lo poco que me ha contado de vuestra familia ha sido recientemente, mientras ensayábamos la puesta en escena de tu curso. Me ha hablado mucho sobre ti, algo de tus hermanas mayores, pero lo de tu hermana pequeña no me lo había ni mencionado.

Tras su repuesta, me quedo pensativo. Me choca el hecho de que Bárbara conozca tan pocos detalles sobre nuestra familia, a pesar de los frecuentes encuentros entre mi padre y su madre por trabajo. Estoy seguro de que mi madre está detrás de este distanciamiento. De todas formas, no me cuadra tampoco que Fortunato, dado su carácter extrovertido, no le haya contado muchas más cosas. Además, mi padre me advirtió de que Fortu solía meter la pata sin querer, revelando algún secreto, cuando necesitaba hacerse el gracioso. Otro misterio más, en este caso no estrictamente financiero, ¡que me gustaría acabar resolviendo!

— ¿Has tenido una ausencia, Justo? —me pregunta Fortu.

— ¡Disculpad!: me he quedado pensativo sin darme cuenta.

— ¿En qué pensabas? —me sigue preguntando Fortu.

— Pues en eso mismo, Fortu, en lo poco que has informado a Bárbara sobre los miembros de la familia de tu mejor amigo. Espero que no te lo tomes como una recriminación, sino simplemente como una observación.

— Los sistemas de información —interviene Fortu, con intención de justificar su comportamiento— sirven para aportar datos relevantes para el

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análisis y la toma de decisiones, ¡y no para cotillear sobre asuntos privados o sobre temas confidenciales que no estoy autorizado a revelar!

— Creo que tienes toda la razón, Fortu —le reconozco, pero siendo muy consciente, en función de la información que tengo de mi padre, de que no siempre ha sido tan fiel a ese principio que expone con tanta convicción.

— Espero, no obstante, que algo me puedas contar sobre tu hermanita pequeña, Justo —interviene Bárbara con gran curiosidad.

— Confío en que Fortu no tenga inconveniente —intervengo—, si te explico que la “peque” de mi familia llegó al mundo once años después que yo. En septiembre de este año, ¡Caridad cumplirá nueve!

— Eso explica el porqué no pude verla en la fiesta de los cuarenta años de Fortu, donde conocí a tus hermanas mayores y a tu madre —reflexiona Bárbara en voz alta—: ¡la pequeña no había nacido todavía!

— ¡Otra persona que no ha visto a mi madre y a mis hermanas en todo el milenio! —repito ese comentario, instantes antes de notar la sensación de que Fortu me estaba contagiando también su cuestionable estilo humorístico.

— Efectivamente —me confirma ella—: la celebración de la entrada del año 2.000 fue la primera y la última vez en la que las he visto. Por eso, tengo muchas ganas de reencontrarme con ellas la semana que viene, ¡casi diez años después! A partir de la información que me habéis dado sobre ellas, ¡seguro que tendremos muchas cosas de qué hablar!

— ¡Seguro que congeniaréis mucho! —le digo—. Yo encuentro que tenéis muchas cosas en común y que, incluso, os parecéis. Estoy seguro de que alguien que no os conociera, ¡podría decir que sois hermanas!

— Yo discrepo con esa afirmación —afirma Fortu—. Las finanzas me han capacitado para comparar fotografías, ¡y yo no veo tanta similitud! Estoy habituado a comparar fotos de dos personas diferentes en el mismo momento y, también, las de la misma persona en diferentes momentos de su vida.

— Volviendo a hablar de tu hermana pequeña, ¿qué aspecto físico tiene? —me pregunta Bárbara, como despreciando el comentario de Fortu.

— Cuando tenemos que describirla —le contesto—, mi padre siempre bromea diciendo que no cree que sea hija suya.

— ¡¿Por qué dice eso?! —me pregunta ella sorprendida.

El móvil de Fortunato suena en este momento.

— ¡Qué casualidad! —exclama al ver el origen de la llamada. Creo que se lo podremos preguntar a él directamente, chicos.

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… y Caridad

— Muchos recuerdos de Scarlett y de Prudencio para los dos —nos dice Fortunato, inmediatamente después de colgar su teléfono móvil.

— ¿Qué querían? —le pregunta Bárbara.

— Han llamado para contar con mi aprobación sobre una cláusula del contrato de distribución que están negociando. Han preferido que no os pusierais para no interrumpir la sesión durante demasiado tiempo. Además, se les notaba a ambos muy ocupados y con poco tiempo para conversar.

— Supongo que no le has dicho nada sobre Caridad, ¿verdad, Fortu?

— ¡Naturalmente, Justo! ¿Me tomas por un loco excéntrico?

— En ese caso —interviene Bárbara sonriente—, creo que Justo no tiene más remedio que explicarme el comentario jocoso de su padre.

— Mi padre bromea de esa forma —le aclaro a Bárbara—, porque Caridad es la única de la familia que tiene el pelo oscuro. Además, el pediatra pronostica que su talla final será inferior a la del resto de hermanos. Ahora bien —añado enfáticamente—, te puedo asegurar que ella también hace honor a su nombre: ¡es muy cariñosa y siempre ofrece todo lo que tiene!

— ¡Veo que seguimos con una familia llena de virtudes! —exclama ella—: Fe, Esperanza, Caridad, Prudencia, Justicia…; supongo que debe haber algún que otro defectillo por ahí, más allá de los relacionados con los problemas en la percepción de los colores.

— Bueno —interviene Fortu con una rapidez que llama la atención—, el nombre de Angustias no estaría dentro del grupo de las virtudes: ¡sería la única excepción! Me refiero tan sólo al nombre, ¡naturalmente! —añade.

Me quedo pensativo de nuevo, al tratarse del primer comentario algo crítico que le escucho sobre mi madre. No sé bien cómo interpretarlo. Quizás se ha estado controlando hasta ahora. Seguro que, en el fondo de su corazón, no la perdona que no pueda haber una mayor relación entre las dos familias. Conociendo la forma de ser de mi madre, apostaría a que Fortunato la aprecia menos de lo que me ha querido dar a entender hasta ahora. Creo que, en el fondo, es un caballero. Me temo que, cuando la elogia, lo hace teniendo en mente la amistad que le une con mi padre y el hecho de que soy su hijo.

— Mis padres justifican el nombre de mi hermana pequeña diciendo que nació el 8 de septiembre, el mismo día de su santo —intervengo.

— ¡Así es! —confirma Fortu, dirigiéndose a Bárbara—. Pruden, el padre de Justo, ya se resistió a la obsesión de Angustias por llamar Fe y

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Esperanza a las dos mayores; pero se negaba en redondo a que su tercera hija tuviera el nombre de la virtud teologal que faltaba: ¡parecería una broma!

— ¡Supongo que mi padre terminó por ceder, como casi siempre!

— Tu padre —me informa Fortu—, siempre buscando el buen clima, y siempre necesitado de dar una salida a las obstinaciones de tu madre, dijo que accedería a poner ese nombre a la pequeña, sólo en el caso de que su nacimiento coincidiera con el 8 de septiembre, día de Santa Caridad.

— ¡Pues ya sé cuándo es su cumpleaños! —exclama Bárbara riendo.

— ¡Es muy difícil ganarle un pulso a tu madre! —me dice Fortu—. Tu padre me dijo que hizo esa propuesta después de saber que tu madre se quedó embarazada el día 28 de diciembre. Por eso, tras realizar complejos cálculos de probabilidades con sus queridas hojas de cálculo, confiaba en que el nacimiento no se adelantara y terminara coincidiendo ¡con ese día exacto!

— Estoy seguro de que mi madre llegó al extremo de convencer al ginecólogo, ¡para que le provocara el parto en el día exacto que ella quería!

— ¡Caramba! —exclama Bárbara—. Tengo curiosidad por volver a ver a esa mujer con tanta determinación para alcanzar sus objetivos. No saqué esa impresión de ella la primera y única vez que la vi, hace diez años.

— No soy especialista en ginecología —interviene Fortu—, pero creo que tu padre arriesgó demasiado. No es raro que el tercer embarazo acabe antes que los anteriores. De hecho, Caridad tuvo poco peso al nacer.

— Pues en el caso de mi familia —replico—, parece ser que las gemelas, aún siendo las primeras, tuvieron más prisa por nacer que Caridad. Como lo hicieron con tan sólo siete meses, necesitaron un tiempo en incubadora. Por eso, no tenemos ni una sola foto de ellas en la clínica.

— Creo que es frecuente que los embarazos gemelares acaben antes de tiempo también —me dice Bárbara, mientras Fortunato permanece callado y poniendo una cara muy reflexiva, como si estuviera dándole vueltas a algo.

— Recuerdo, como si fuera hoy mismo, lo chocante e inesperado que fue la noticia de la llegada de mi hermana Caridad para todos —les digo—. Mi madre tuvo un nuevo embarazo ¡cumplidos los cuarenta!

— ¡Así fue! —interviene Fortu, a pesar de seguir todavía pensativo.

— ¡En aquel momento, sí que hizo mi madre honor a su nombre realmente! —añado—: no dejaba de consultar sobre los riesgos que podía conllevar un embarazo a esa edad. Recuerdo que mi padre, intentando quitar hierro al tema, utilizaba su humor inglés diciendo que, como el embarazo se produjo en un 28 de diciembre, se debía de tratar ¡de una inocentada!

— Estos sucesos nos enseñan que hasta a las personas más racionales y calculadoras les suceden cosas que se escapan de su planificación —opina

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Fortu—. De todas formas, aunque la llegada de tu hermana no formaba parte de los planes de tu madre, se convirtió en una enorme alegría para todos.

— ¡Ya lo creo que llegó a casa una fuente de diversión y de felicidad para toda la familia! —les confirmo. Siempre ha sido la niña mimada.

— ¡Estoy segura de ello! —afirma Bárbara.

— Con lo que nunca bromea mi padre es con los problemas de aprendizaje que está teniendo la pobre Caridad ahora —les digo muy serio.

— ¿Me puedes dar más detalles sobre eso? —me preguntar ella—. Por lo que dices, me imagino que la pequeña debe padecer un TDA.

— No sé si sabes que Bárbara es doctora en Psicología —me informa Fortu—. Esa es la razón por la que se muestra tan interesada sobre el tema.

— Bueno —les aclaro—, mi hermana no está diagnosticada todavía de un TDA, es decir, de un Trastorno por Déficit de Atención. Los especialistas dudan del diagnóstico, a pesar de que el cuadro clínico es compatible.

— ¿Qué les hace dudar, Justo? —me sigue preguntado Bárbara, claramente movida por su curiosidad profesional.

— Porque ninguno de mis padres presenta ni el más mínimo síntoma de la enfermedad. Fortu les conoce muy bien a ambos y te podrá asegurar que, si hay algo que no tienen ninguno de los dos, ¡es falta de atención!

— Bueno, Justo, nunca se sabe —interviene Fortu con una risa nerviosa y forzada—. Las cosas no son blanco o negro, sino matices de gris. Hasta las personas más centradas pueden despistarse algunas veces. De hecho, recuerdo que tu madre, en la época universitaria, parecía otra persona en las pocas ocasiones en las que conseguíamos que se tomara un par de gin-tonics.

— Efectivamente, aunque la causa exacta de ese trastorno no se conoce —interviene Bárbara, ilustrándonos con sus conocimientos especializados—, se sabe que el TDA es un trastorno neurobiológico que afecta a casi un 5% de los niños en edad escolar y que, como ocurre dentro de familias, parece ser que la herencia juega un factor determinante en su aparición.

— Eso les han explicado a mis padres —ratifico—. Por eso, quieren estar seguros del diagnóstico antes de iniciar un tratamiento que implica pastillas diarias durante mucho tiempo. No descartan que los trastornos que presenta se deban a problemas del parto o a otro tipo de enfermedades.

— Veo que Caridad está en buenas manos —afirma Bárbara.

— Ahora, por cierto, les han recomendado una visita al oftalmólogo. Tiene una cita programada en la semana que viene. Como mi padre no habrá regresado todavía, tengo previsto acompañar a mi madre a la consulta.

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— Para eso sirven también las finanzas—interrumpe Fortu de una manera un tanto forzada y precipitada—: ¡para ayudar a diagnosticar correctamente y, por tanto, para no aplicar tratamientos equivocados!

— Ahora que citas al oculista, Justo —interviene Bárbara de nuevo—, confío en que la pequeña no haya heredado el daltonismo de tu padre.

— ¡No, afortunadamente no! —le informo.

— Eso es así —se apresura a intervenir Fortu—, debido a que el cromosoma X anómalo procedente del padre no se expresa en ella: ha tenido la suerte de heredar el cromosoma X normal de la madre, el cual contrarresta el efecto del afectado. Tenía un 50% de probabilidades de que le pasara eso.

— ¡Qué curiosos son los caprichos de la herencia! —exclama Bárbara—. ¿Ha heredado la pequeña el color azul de ojos de tus padres?

— ¡Pues no! —le respondo—. De hecho, es la única de los hermanos que los tiene diferentes. Sus ojos son de un color marrón muy especial, el cual cambia a un tono verdoso en función de lo luminoso que sea el día.

— Too much family gossip! —interviene bruscamente Fortunato, de una forma totalmente inesperada, mostrándose muy tenso y utilizando, por primera vez delante de mí, su inglés paterno para dirigirse a Bárbara.

— Disculpa, Fortu —le responde ella—. Creo que tienes razón. Hemos chismorreado demasiado por mi culpa —añade Bárbara—, gracias a lo cual descubro el significado de la palabra gossip. Te pido disculpas a ti también, Justo, por haber sido tan preguntona e indiscreta.

— No es necesario que te disculpes, Bárbara: ¡me encanta hablar de mi familia! —le digo, mientras pienso que Fortu se mostraba más risueño tomándome el pelo antes, cuando me anunciaba que Bárbara era su novia.

— Admito que, cuando sale el tema de las familias numerosas, ¡me puede la curiosidad! —se justifica ella—. ¡Qué suerte ser cuatro hermanos!

— Bárbara es hija única, como sabes —me dice Fortu, haciendo un esfuerzo por controlar sus emociones—. Por eso, envidia a las personas que han tenido la oportunidad de disfrutar de muchos hermanos. No obstante, como le decía a ella antes, creo que es suficiente cotilleo por hoy. Estamos perdiendo mucho tiempo y tenemos toda la sesión de hoy pendiente.

— Creo que Fortu tiene mucha razón —admite Bárbara—. Si no empezamos ya con la sesión formativa programada para hoy, no tendremos tiempo suficiente para acabarla en la hora que tenemos programada.

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La planta tripe

Te puedo asegurar, Justo —me dice Fortu, intentando recuperar el control de la conversación—, que Bárbara es también una pieza básica aquí.

— No cabe duda de que la atención, tanto telefónica como directa, que recibe un cliente desde la recepción es clave —opino.

Ambos se ríen tras mi comentario.

— No era mi intención decir algo gracioso —afirmo—, ¿lo he hecho?

— Como tú bien sabes, Justo —me dice Fortu, todavía riendo—, Bárbara hace honor a su nombre; y no me estoy refiriendo ahora a su evidente y notoria belleza exterior, ya sabes…

— Te ruego que no me martirices más con tus juegos de palabras —le digo—. Quiero que sepas, Fortu, ¡que nunca te perdonaré la broma de antes!

— Bárbara empezó trabajando en recepción —me informa—. Lo hacía mientras estudiaba la carrera. No obstante, su cargo actual implica mayores responsabilidades. Ella se encarga, desde hace un año, de la gestión de la totalidad de los recursos que tenemos en esta planta. ¡Por eso va de azul!

— Siguiendo las recomendaciones de Fortu —me informa ella—, estudié la carrera de Psicología con la intención de dedicarme a niños con problemas de aprendizaje; pero el hecho de ir viniendo por esta empresa, y el de tener la oportunidad de aprender tantas cosas con él, me despertó otro tipo de inquietudes profesionales adicionales.

— Tanto le cautivó a Bárbara el mundo de la empresa —continúa Fortu— que decidió complementar su formación universitaria con un Master en Psicología aplicada a la organización y a la gestión empresarial. También quiso ser mi alumna y seguir el curso que estás haciendo tú ahora.

— ¡Parece como si hubiera estado asesorada por tus padres, Fortu! —le digo en broma, recordando lo hablado en la sesión del lunes pasado.

— ¡O por los tuyos! —me replica Bárbara con una sonrisa—. ¡Sé que ambos se mostraron muy interesados en que vinieras a aprender con Fortu!

— ¡¿Ambos?! Eso me cuadra en mi padre, ¿pero en mi madre…?

— Pues, aunque te parezca chocante, Justo —me explica Fortu—, cuando le dije a tu padre que la única condición que ponía para admitirte en el curso de formación era que tu madre aceptara mi invitación para asistir a la fiesta del sábado que viene, me llevé la sorpresa de que ella terminó accediendo. Eso me demuestra que valora lo que puedes aprender conmigo, ¡aunque critique tanto mis métodos y mi estilo de vida!

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— Ahora veo a qué te referías —le digo—, cuando hablabas de que recurriste a pequeños chantajes emocionales para conseguir que mi madre accediera a volver a una fiesta organizada por ti, ¡diez años después!

— ¡Simplemente quería cuantificar el valor que tu madre podía llegar a dar a mis técnicas docentes! —se justifica de una forma que parece bastante arrogante, pero que no estoy absolutamente seguro de que lo sea.

— Te puedo decir, Justo —me informa Bárbara—, que ese curso de formación me terminó de despertar mi vocación por la gestión. Descubrí, como psicóloga, lo mucho que pueden hacer las finanzas, así como el resto de los informes que generaran los sistemas de información, ¡por las personas! Me di cuenta de que no eran dos mundos diferentes, ¡sino muy relacionados!

— ¡Qué caprichos puede tener el destino! —intervengo con lo primero que se me ocurre, evitando tener que tomar la palabra.

— Recomendados por tu padre, Justo, han pasado muchos alumnos jóvenes por aquí, ¡pero Bárbara ha sido siempre diferente! —exclama Fortu embelesado—. Confieso que, al principio, me atrajo sólo su físico; pero que, a medida que pasaban los días y la iba conociendo más, me di cuenta de que tenía muchas más virtudes. En este caso, ¡la belleza también es interior!

— Tampoco me informó mi padre de que la hija de la jefa de compras y logística de esta empresa se había convertido en una parte clave tanto de tu vida profesional como personal, Fortu —le digo algo sorprendido.

— ¡Te recuerdo que se llama don Prudencio! —me replica él—, y la discreción es uno de sus distintivos personales. Con la finalidad de que no te pongas celoso —añade Fortu—, quiero que sepas que me pidió, para ti, el mismo trato preferencial que sabe que le presté a Bárbara.

— ¡No me cabe ninguna duda de que estás atendiendo plenamente a su solicitud y sobrepasando las expectativas! —le digo, aprovechando esta nueva oportunidad para reiterarle mi agradecimiento, tal como me recomendó mi padre que hiciera, conocedor de la avidez de reconocimiento de su amigo.

— Te agradezco el comentario, Justo, pero quiero que sepas que lo estoy haciendo no sólo porque eres su hijo, sino también porque he visto que te lo mereces. Tu comportamiento y tu estilo me recuerdan mucho a los que observé en Bárbara. Además, ¡observo que hasta “tenéis un aire”!

— ¡Es curioso! —le digo.

— Debo reconocer, no obstante, ¡que el cuerpo de Bárbara me atrae mucho más que el tuyo! —añade riendo y demostrando, una vez más, esa maestría especial para acabar un discurso serio con humor.

— Me decías que es Bárbara la persona que, desde hace un año, está pendiente de lo que ocurre en esta planta, ¿verdad, Fortu? —le pregunto, aprovechando el momento para retomar el tema empresarial.

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— Exacto —me confirma—. Mientras yo me muevo arriba y abajo con el ascensor para contribuir a una gestión correcta y coordinada de los recursos que tenemos en todas las plantas, ella se encarga de la gestión directa de todos los recursos que tenemos en ésta. ¡No sabes lo contento que estoy con la decisión que tomé hace un año! De hecho, el nombre de este nivel del edificio no es invención mía: ¡se le ocurrió a ella!

— ¡Venga chicos! —interrumpe Bárbara con gran determinación—. Como decía Fortu hace un momento, ¡dejemos la cháchara y pongámonos manos a la obra! Os quiero enseñar, durante la sesión de hoy, todo lo que hay en la planta tripe; ¡y no es poco! —nos advierte.

— Vamos, Bárbara: ¡te seguimos! —le dice Fortu, feliz de la vida.

Bárbara toma la iniciativa y se dispone a conducirnos por una visita guiada de la planta en la que nos encontramos. ¡Será un placer seguirla!

— Justo —me dice ella—, permíteme hacer como en las series de televisión que empiezan diciendo algo así como “en capítulos anteriores”….

— Me parece perfecto —acepto su propuesta, pensando que un repaso rápido nunca viene mal, sobre todo si te lo hace alguien que parece que está a punto de salir por la pasarela de un desfile de moda.

— En una sesión del curso viste el efectivo, en la siguiente las cuentas a cobrar y en la siguiente las existencias. Cada uno de esos activos tiene reservada una planta de este edificio. Lo hacemos así, por la razón de que tienen grados de liquidez diferentes, ¡y aquí somos muy ordenaditos! —me dice, con una actitud irónica que adopta con mucha elegancia.

— ¡Lo sé muy bien! —le digo esbozando una sonrisa.

— La altura de cada planta —continúa con decisión— es proporcional al valor monetario de los activos que contiene, el cual se determina siguiendo criterios de valoración objetivos o razonables. Sabemos, además, que tan importante es el tamaño (valor) absoluto como el relativo.

Cuando Bárbara te habla mirándote a los ojos, sientes como si tuviera poderes hipnóticos. No me extraña que haya sido la mejor alumna que ha pasado por aquí y, tampoco, que Fortu acabara loco por ella.

— Estos tres activos —continúa con seguridad— comparten el hecho de tener una gran movilidad, razón por la cual los financieros los engloban con el nombre de activo corriente o circulante. Todos sus elementos deben estar en constante movimiento. Por ello, su grado de rotación es un indicador clave para poder valorar la calidad de su gestión.

— Creo que, hasta aquí, estamos de acuerdo —le digo embelesado.

— Y Fortu —continúa Bárbara—, impulsivo y amante de la velocidad, es la persona idónea para supervisar la gestión de los activos corrientes. Lo hace con su estilo particular, poniendo los colorcitos que le parecen

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adecuados y aplicando sus tecnologías “fashion” —me dice, incrementando un escalón su nivel de ironía.

— ¡Gracias, cariño! —interviene Fortu, agradeciendo la alusión.

— Ahora bien —dice Bárbara, aumentado ligeramente los decibelios de su voz—, para mantener la rueda de la bicicleta dando vueltas, alguien se tiene que encargar de pedalear, ¿cierto, Justo?

— ¡Qué pico tiene! —exclama Fortu, “cayéndosele la baba”.

— En esta planta —prosigue ella, muy orientada a la acción y demostrando su intención de no querer perder ni un solo segundo ahora—, podremos ver todos los recursos necesarios para convertir el stock en ventas y las ventas en tesorería, con la mayor velocidad de rotación posible. Yo siempre le digo a mi equipo que creamos valor económico cuando vendemos, y no cuando trabajamos —añade, hablando con gran confianza. El objetivo es conseguir las máximas ventas con el mínimo valor del activo, ¿cierto?

— ¡Cierto, Bárbara! —le digo con admiración.

— Pues bien, desde esta planta, se da soporte a todo ese proceso que se conoce como el ciclo habitual de operaciones comerciales de la empresa.

— Además de planta tripe, utilizamos el nombre de planta azul para referirnos a este nivel del edificio —me dice ella, buscando la mirada de aprobación cómplice de Fortu—. El color de los vidrios y de las columnas lo ratifican, ¿verdad, cariño?

— ¡Verdad! —responde con una sonrisa de grana satisfacción—. ¡Y también lo hacen tus hipnotizantes ojos y el color de tu precioso vestido! Aunque también existe otra razón —continúa él—, que seguro te explicará Bárbara, por la cual la palabra tripe le encaja perfectamente a esta planta.

— ¿Quieres que empecemos por las instalaciones? —me propone ella, sin considerar oportuno dar replica a los comentarios jocosos de Fortu.

— ¡Adelante! —les confirmo mi interés.

— ¡Pues seguidme los dos! —nos dice ella enérgicamente.

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Las Instalaciones

Tras la decidida e irrechazable sugerencia de Bárbara, empezamos a caminar tras ella. Instantes después, llegamos a un panel que soporta un gran plano con el dibujo a escala de la planta en la que nos encontramos. Nos detenemos y, situados ante él, Bárbara se dirige a mí:

— Como puedes ver, Justo, en este plano, están dibujados todos los elementos materiales de que disponemos en esta planta. Se trata de la representación gráfica de nuestras Instalaciones.

— Ya veo —le digo, mientras observo los detalles del plano a escala.

— Al referirnos a las instalaciones, diferenciamos claramente el continente del contenido —me informa ella—. El continente lo constituye el edificio con sus columnas, sus cristales, su ascensor y sus paredes.

— Está claro —le digo, para que continúe su exposición.

— El contenido —continúa ella— lo forman el mobiliario, los ordenadores, las instalaciones de climatización, la maquinaria y todo el resto de elementos o de utillaje que utilizamos para el traslado, ensamblado, manipulación y/o el mantenimiento de los equipos médicos o de los productos de uso quirúrgico que vendemos.

— Como la tecnología no para de avanzar —Fortu hace un inciso—, y ello determina que estén apareciendo continuamente nuevos productos, tenemos que estar constantemente invirtiendo en maquinaria de alto coste para la calibración y la puesta a punto de los equipos que distribuimos.

— Claro, claro —les digo, mientras voy asintiendo con la cabeza.

— Las instalaciones constituyen el primer gran grupo de recursos de que disponemos en este nivel del edificio —afirma Bárbara.

— Muy bien —les digo, haciendo el ademán de contar con los dedos.

— Instalaciones —continúa ella—, palabra que empieza por la letra I. Como ves, Justo, englobamos con la letra “I”, inicial de Instalaciones, a todos los elementos que son susceptibles de ser dibujados en un plano como el que estás contemplando. En inglés, le llamamos “layout”.

— Otra característica común de este grupo de recursos empresariales es —interviene Fortu ahora— ¡que no se van a dormir a su casa! Si vienes a visitar la empresa por la noche o en un día festivo, ¡aquí verás a todos los elementos materiales que constituyen las instalaciones! ¡Son Incansables!

— Tu siempre viendo las cosas, Fortu —le digo sonriendo—, ¡desde ese punto de vista tuyo tan original! De todas formas, y si me permites seguir

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jugando con palabras que empiecen por la letra I, también se me ocurre decir que las Instalaciones son recursos Imprescindibles.

— ¡Excelente aportación! —me dice Bárbara—. De todas formas, Justo —observo que quiere matizar mi comentario—, he aprendido de Fortu que no es necesario hacer competir a los recursos en un ranking de importancia, sino que es mejor conseguir que cada uno de ellos desempeñe su rol y que, de esta forma, el conjunto suene como una orquesta. No obstante, si tenemos que priorizar, siempre nos quedaremos con los recursos humanos. No debemos olvidar que las personas son la razón de ser de las empresas.

— Gracias, cariño, por tu comentario de reconocimiento —le dice él.

— Todos estos recursos “Incansables” que veo en este plano deben representar una “Inversión” enorme —intervengo, no con la curiosidad propia del cotilla, ¡sino del financiero que llevo dentro!

— Decidimos alquilar el inmueble y comprar el resto —me informa Fortu—. Hemos invertido en los muebles, en los ordenadores, así como en la maquinaria y el utillaje. También tuvimos que invertir en la reforma del inmueble para adecuarlo a nuestra actividad y para que, cinco años después y coincidiendo con la adaptación de los sistemas informáticos para el año 2.000, pudiéramos disponer de la tecnología ¡de columnas de altura variable!

— De todas formas, y a pesar de no incluir el inmueble, el valor de todos esos elementos que has citado han debido suponer una cantidad de dinero muy significativa —le insisto, con el deseo de que me cuantifique.

— La cifra exacta —me informa Fortu— la podrás averiguar gracias a las gafas. De todas formas, te reitero que aquí no paramos de invertir en la mejora constante de las Instalaciones para mantenerlas actualizadas. Por ello, a la inversión inicial para la compra de los elementos imprescindibles del contenido y para la adecuación básica de las instalaciones, le hemos ido sumando adquisiciones adicionales casi todos los años.

— Ya veo. ¿Cómo habéis ido financiando esos importes de inversión, tanto el inicial como los sucesivos? —les pregunto—. Espero, Fortu, que no consideres que se trata de una pregunta indiscreta.

— ¡Claro que no lo es, Justo! —me responde muy serio—. Es verdad que debemos ser prudentes y respetuosos a la hora de preguntar a las personas acerca de cómo se las han arreglado para financiar todas las cosas que tienen o nos enseñan, pero tú estás aquí para hacerlo.

— Te agradezco la transparencia con la que me hablas —le digo.

— Respondo a tu pregunta —me anuncia Fortu—: financiamos la inversión inicial con un préstamo bancario a pagar en varios años. Acordamos con el banco aplicar un tipo de interés variable y eliminar las penalizaciones por posibles cancelaciones anticipadas. Dudamos entre firmar

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un leasing o un préstamo, pero nos terminamos decantando por éste último. No voy a entrar en los detalles ahora, pero son las dos alternativas más habituales para financiar, a largo plazo, los elementos de las Instalaciones.

— Creo que conozco la diferencia —le digo—. Mediante un préstamo, obtienes el dinero que te permite pagar la factura del bien de inversión; posteriormente, lo devuelves fraccionadamente pagando cuotas mensuales que incluyen una parte de retorno del principal y otra parte de intereses.

— Exacto —me confirma Bárbara—. Es algo que resulta muy familiar a todas las personas, entre las que está mi madre, que están pagando las cuotas de una hipoteca tras la compra de su vivienda.

— En el caso del arrendamiento financiero —añado—, se le pagan las cuotas a la compañía de leasing, que es la propietaria jurídica del bien, hasta que se haya terminado de pagar la última cuota.

— Veo que conoces bien, Justo, las dos principales opciones para la financiación correcta de las inversiones en Instalaciones —me dice Fortu.

— Creo que es lo que se conoce con el nombre técnico de deudas con entidades de crédito a largo plazo —le digo, para que me lo confirme.

— Correcto. Lo importante es saber el valor de coste del bien, así como el número y el importe (con su parte de intereses y de principal) de las cuotas mensuales. De hecho —añade—, cada vez que precisamos invertir en algún elemento de coste elevado para esta planta, hablamos con los bancos para encontrar el producto de financiación a largo plazo más adecuado.

— Entonces —continúa ella—, sabes ya que el primer grupo de recursos que necesitamos para conseguir que la rueda del activo corriente gire lo más rápidamente posible y, de esta forma, ver como Fortu se pone contento al observar lo que ocurre en los pisos 1, 2 y 3, son las Instalaciones.

— Ya veo —le digo—. Para disponer de este primer grupo de recursos que empieza por “I”, podemos optar por la compra o por el alquiler. Si decidimos comprarlos, debemos buscar una financiación a largo plazo.

— ¡Muy bien! —me dice Fortu—. Con la decisión de no adquirir el inmueble, redujimos el nivel de inversión inicial y, por tanto, el de la necesidad de financiación asociada. Como bien dices, Justo, con los elementos que forman las instalaciones, tenemos dos grandes opciones: comprar o alquilar. Si optamos por la segunda, no necesitaremos una financiación inmediata, pero incurriremos en un gasto de alquiler mensual.

— ¿Y si optamos por la opción de comprar? —le pregunto.

— ¿Cómo lo harías tú, Justo? —me responde con otra pregunta.

— Pues no lo sé muy bien —le digo—, pero intuyo que si imputáramos el valor total de compra de una maquina, o de cualquier otro elemento de las

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instalaciones, como gasto del mes en el que lo adquirimos, estaríamos penalizando injustamente el resultado económico de ese periodo.

— ¡Tu intuición ha funcionado a la perfección en esta ocasión, Justo! —exclama Fortu—. ¿Qué harías, entonces, para evitar ese tipo de injusticias de periodificación, es decir, de asignación de gastos a cada periodo?

— Pues creo que lo lógico sería dividir el importe total de compra de una inversión entre la suma de meses que esperamos que nos dure el bien comprado y, posteriormente, considerar cada fracción obtenida de la división como un gasto de cada uno de esos meses.

— Amigo, Justo, la aplicación de tu lógica de distribución equitativa del coste total de adquisición de un bien entre todos los meses de su vida útil, te ha llevado a describir lo que los financieros denominan…

— ¡Gasto de amortización! —le digo, al darme pie a completar la frase.

— ¡Muy bien, Justo! —exclama Bárbara—. Lo que acabas de razonar nos aporta otra evidencia de la diferencia entre pago y gasto. La inversión en un equipo implica el pago de la totalidad de su coste en el mes de la compra, pero no sería lógico imputar la totalidad del gasto en ese mismo periodo.

— Me llama la atención la transparencia y el orden que se respira —intervengo después de mirar a uno y otro lado de la planta, y tratando de evitar que los elogios me relajen y me hagan perder concentración.

— El orden nos permite tener más cosas útiles en el mismo espacio y, además, encontrarlas rápidamente —me informa Bárbara, tras escuchar mi comentario—. La transparencia mejora la comunicación, el clima laboral y el trabajo en equipo —continúa, evidenciándose que habla una psicóloga—. Todo ello aumenta la productividad y, por tanto, los resultados económicos de una forma compatible con la satisfacción del personal.

— ¡Vaya parrafada, cariño! —interviene Fortu, con un tono de cierto cachondeo, pero notándose claramente que está muy orgulloso de ella.

— No cabe duda de que vuestra política da buenos resultados —les digo—. Hoy mismo, en la calle, he tenido la oportunidad de que me llegara un feedback sobre la opinión de vuestros empleados. Además, como acostumbra a decir el Dr. Green, si la empresa tiene hábitos saludables, sus análisis financieros mostrarán números muy satisfactorios —añado, con la intención de reconocer el valor didáctico de sus paralelismos.

— ¡Estamos de acuerdo! —interviene Fortu—. Por eso, el buen financiero debe conocer cuáles son los objetivos de la empresa, cuáles son las actividades que realiza para conseguirlos y cuáles son sus recursos.

— Algo en mi interior me dice que está al caer ¡otra analogía médica! —le digo sonriendo—. ¿Me equivoco, Fortu? —le pregunto guiñándo un ojo.

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— ¡Me has vuelto a leer la mente, Justo! —me responde, mientras Bárbara sonríe—. Los médicos estudiamos anatomía para conocer los órganos del cuerpo (nuestros recursos) y estudiamos fisiología para saber las funciones que realiza cada uno de ellos. Si no tenemos el órgano o está dañado, ¡no puede haber función! Sin recursos, no puede haber actividades.

— Y los psicólogos —aporta Bárbara—, sabemos que las personas son un elemento clave en las organizaciones. Para que las personas desarrollen bien su trabajo, se precisan dos grandes requisitos.

— ¿Cuáles, Bárbara? —le pregunto muy interesado.

— El sistema límbico es la parte más antigua del cerebro en términos filogenéticos. Además de constituir la mayor parte del cerebro de algunos animales, es la parte más instintiva y emocional del nuestro —nos ilustra Bárbara, pero pareciendo no querer contestar directamente a mi pregunta—. En cambio —añade—, las más evolucionadas estructuras del neocortex se encargan de los análisis racionales y de las deducciones lógicas.

— El cerebro emocional puede que sea más primitivo o menos evolucionado, ¡pero también es mucho más resistente! —puntualiza Fortu.

— ¿Qué quieres decir exactamente, Fortu? —le pregunto.

— Pues que las sofisticadas, evolucionadas y lógicas neuronas de nuestro cerebro racional —me contesta con entonación de parodia— son muy sensibles y vulnerables. Por eso, dejan de ejercer su efecto controlador sobre las supuestas neuronas inferiores (¡que son mucho más resistentes!), cuando tomamos algo de alcohol. Siempre que digo esto, me viene a la cabeza lo espontánea y desinhibida que estuvo tu madre en mi fiesta de 40 años. ¡Me encantó verla en esa situación!, aunque a ella le avergüence recordarlo.

— Me llama la atención —le digo— que una persona tan amante de lo lógico, salga en defensa del área cerebral que se encarga de lo emocional.

— ¡Porque es el espíritu de la contradicción! —me dice Bárbara riendo.

— ¡Caramba! —exclamo asombrado, tras escuchar ese comentario.

— ¡Estoy bromeando, Justo! —se apresura a decirme Bárbara—. Fortu da mucha importancia a las partes de nuestro sistema nervioso que nos permiten argumentar con lógica, ¡como no podría ser de otra forma!, pero avisa del peligro de las connotaciones peyorativas que tienen los términos de estructuras neuronales primitivas, poco evolucionadas o jerárquicamente inferiores, los cuales se utilizan para describir a nuestro cerebro emocional.

— Tras el culto al razonamiento cartesiano que imperó durante el siglo XVIII —intervengo, tras ser incapaz de inhibir mi reacción instintiva a demostrar mi afición por la historia—, llegó la exaltación de los sentimientos que caracterizó al Romanticismo, pensamiento que se difundió durante el

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siglo XIX. El surrealismo del siglo XX deriva de esa corriente romántica de dejar que las emociones se expresen de manera espontánea y libre.

— ¡Eres un erudito, Justo! —exclama Fortu—. Con tu ilustrado recordatorio histórico, acabas de demostrar la tendencia que tenemos los humanos de irnos de un extremo a otro, ¡como péndulos!, olvidándonos de la importancia de intentar conseguir posiciones intermedias o equilibradas.

— Es algo constatado —toma la palabra Bárbara ahora— que los considerados más inteligentes o los que mejores notas sacan durante la carrera no siempre tienen más éxito profesional o personal posteriormente.

— Creo que es así, porque les puede faltar inteligencia emocional.

— Exacto, Justo —me confirma ella—. Para tomar decisiones y ponerlas en práctica, tenemos que hacer intervenir tanto al cerebro racional como al emocional. La ponderación o la importancia relativa de cada intervención dependerá del tipo de situación o del tema del que se trate en cada caso concreto: ¡ahí reside la habilidad de saber buscar el equilibrio! Hay temas que requieren utilizar más la lógica que las emociones, pero otras no.

— Los seres humanos debemos estar orgullosos de contar con unas evolucionadas estructuras cerebrales superiores que nos permiten realizar sofisticados cálculos y razonamientos lógicos —interviene Fortu—, pero nos equivocaríamos si menospreciáramos la importancia extrema que tienen en nuestras vidas esas áreas cerebrales menos evolucionadas, más primitivas y jerárquicamente inferiores, gracias a las cuales sentimos emociones. De hecho, la actitud positiva ante la vida y la felicidad dependen más de la actividad del las neuronas del sistema límbico que de las del neocortex. Tras una coraza de lógica y racionalidad extremas, se suelen refugiar personas inmaduras e inseguras —añade, creo que teniendo a mi madre en mente.

— Toda esta clase de neurofisiología es muy interesante —les digo—, pero sigo sin saber los dos requisitos que necesitan las personas para hacer bien su trabajo. ¿Cuál es la aplicabilidad práctica de todo esto en la empresa?

Cuando Bárbara se dispone a responderme, su móvil suena.

— ¿Me disculpáis un segundo? —nos pregunta—. Necesito atender esta llamada. Se trata de algo lo suficientemente importante como para que necesite interrumpir la sesión unos minutos.

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Las Personas

— ¿Quién era? —le pregunta Fortu a Bárbara después de acabar su llamada.

— Te ruego, cariño, que no intentes controlar hasta el más mínimo detalle de mi trabajo —le responde con amabilidad, pero con firmeza—. Casi todo lo que sé relacionado con la empresa, me lo has enseñado tú, pero si no me dejas un poco de margen de maniobra, no aprenderé nunca de mis errores. Además, con los sistemas de información que has diseñado, y que permiten cuantificar y evaluar el resultado de mis decisiones, ¡mucho daño no puedo llegar a hacer! —añade con algo de sarcasmo.

— Nos habíamos quedado hablando de la importancia que tienen las personas en la empresa y de que existen dos grandes requisitos para que desempeñen bien su trabajo —intervengo rápidamente, intentando contribuir a evitar una discusión, no sé bien si profesional, familiar ¡o de pareja!

¡Estoy hecho un lío! Pensé que lo más complejo que iba a encontrar aquí serían las finanzas empresariales, ¡pero me doy cuenta de que no es así! Veo que llegar a conocer las razones del comportamiento de las personas que trabajan en una organización puede llegar a ser mucho más difícil que analizar y comprender ¡sus cuentas financieras!...; ¡y me temo que tan o más importante!... ¡Qué cosas va descubriendo uno!

— ¿Le podrías nombrar, Bárbara, a nuestro amigo, esos dos grandes pilares de los que siempre hablas, cuando te refieres al rendimiento de las personas en una organización? ¡No quisiera interferir en tu trabajo! —le dice Fortu, poniendo al descubierto ese área débil de su personalidad, del que me habían advertido, que le hace reaccionar de forma inmadura algunas veces.

— Los dos grandes ingredientes para que las personas consigamos buenos resultados son… —hace un pausa, a la vez que eleva sus cejas, con la evidente intención de darle un poco de emoción al asunto.

— ¿Son?... —preguntamos Fortu y yo a la vez.

— ¡Motivación y formación! —responde ella con rotundidad.

— ¿Puedes ser un poco más explícita, Bárbara? —le ruego.

— No basta con saber hacer las cosas: ¡hay que querer hacerlas! Tampoco es suficiente con estar deseando hacer algo, para que salga bien: ¡también hay que tener la capacidad necesaria para realizarlo correctamente!

— Está claro, Bárbara —le digo.

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— Por eso —prosigue ella—, trabajamos mucho sobre programas de formación continuada y, complementariamente, buscamos fórmulas para que nuestros empleados se sientan motivados e implicados con la empresa.

— Ya veo —le digo muy atento a sus explicaciones.

— Una persona formada podrá poner su cerebro racional al servicio de realizar una tarea; pero, si no está motivada, ¡nunca activará su cerebro emocional! y, por tanto, nunca añadirá pasión o sensibilidad a su trabajo. Seguro que, a pesar de saber hacerlo, ni lo hará bien, ni disfrutará haciéndolo.

— Eso es muy gráfico, Bárbara —le digo—. Mi madre me repite que la clave o el elemento diferencial reside, la mayoría de las veces, en el detalle.

— Nuestro objetivo es conseguir buenos resultados económicos de manera compatible con la satisfacción de las personas —añade ella—. No se trata de priorizar el beneficio penalizando o perjudicando a las personas, ¡sino todo lo contrario!: personas motivadas y formadas conducen a crecimientos organizativos ordenados y a grandes beneficios económicos.

— No me digas, Justo, que no le encaja de maravilla su apellido a Bárbara: ¡People! —me dice Fortu con esa cara que pone cuando se siente ocurrente, y demostrando que se le había pasado ya la pequeña rabieta.

— Las personas —continúa ella, sin creer oportuno hacer comentarios a la última gracia de Fortu— tienen sus funciones y sus responsabilidades. Procuramos reconocerlas y retribuirlas en función de su desempeño; y eso no lo hacemos sólo con dinero, algo que impacta directamente en la cuenta de resultados, sino utilizando también otras cosas que las personas valoran, y que les hacen sentirse importantes y formando parte de un proyecto.

— Ya veo —le digo muy atento y sin intención alguna de cortar su interesante argumentación de especialista en psicología de las organizaciones.

— Unas personas se encargan de vender a clientes —continúa Bárbara aportando información valiosa—, otras de cobrar sus facturas, otras de sacar los productos del stock y cargarlos en los camiones para su entrega, otras de recibir los productos y/o ensamblarlos, otras del mantenimiento y del servicio de asistencia técnica, otras de realizar los pedidos a nuestros proveedores, otras de contabilizar todos estos movimientos, etc. Todo debe funcionar de un modo integrado y coordinado, ¡como las piezas de un reloj suizo!

— Fomentamos el trabajo en equipo —complementa Fortu— e intentamos que todo el mundo no pierda de vista que su trabajo debe contribuir a la mejora de la productividad y a la consecución de ventas y de beneficio, tanto a corto como a largo plazo. Se trata de algo muy similar a lo que vivía yo, cuando formaba parte del equipo de waterpolo.

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— ¡Así es! —retoma la palabra Bárbara—. Como repite Fortu con frecuencia, no sólo se debe pensar en los resultados financieros a corto plazo, sino también en la viabilidad de la empresa a medio y largo plazo.

— Las empresas que no innovan —prosigue él—, o que no tienen capacidad de adaptarse a un entorno en rápido cambio, están condenadas a desaparecer, como consecuencia de la implacable aplicación de las leyes del darwinismo económico. Consecuentemente, fomentamos la generación de ideas en las personas de nuestro equipo y estimulamos las actitudes que no ofrecen resistencia a los necesarios cambios. Hay que procurar que se vaya extendiendo y contagiando el entusiasmo, ¡y no la desilusión o la pereza!

— Todo esto que estáis diciendo es interesantísimo —les reconozco—, y no quisiera sonar grosero o desagradecido, pero el examen que tengo que aprobar es el de Finanzas y ¡no el de gestión de Recursos Humanos!

— Lo sabemos —me dice Bárbara—. Nunca olvides que los financieros que ven a las personas sólo como una línea de gasto en la cuenta de resultados, ¡que hay que reducir a toda costa!, suelen tomar decisiones equivocadas en relación con los recursos humanos.

— Aunque también se equivocan los gobernantes que piensan que hay que mantener un gasto público elevado sea como sea —interviene Fortu con rapidez—, olvidándose de poner medidas que fomenten los ingresos.

— ¡No me olvido de la importancia de la visión global y de esforzarse por no desviarse demasiado de las situaciones equilibradas! —le digo.

— ¡Exacto, Justo! —exclama Fortu contento—. Recuerda que las finanzas cuantifican, en unidades monetarias, lo que ocurre en una empresa ¡o en el país entero! Tener conocimientos financieros básicos te permite medir el impacto económico de las políticas que aplicas, tanto en el área de recursos humanos, como en el resto. Si la gestión de recursos humanos es mala, las cuentas financieras cuantificarán sus funestas consecuencias.

— A las personas hay que retribuirlas de forma adecuada —añade Bárbara—, pero pensando que no sólo nos movemos por dinero. Ni conseguiremos siempre tenerlas motivadas pagándolas más, ni todas sus insatisfacciones estarán siempre causadas por el importe de su salario.

— Fíjate, Justo —me dice Fortu—, como, de manera totalmente espontánea, has introducido el término de Recursos Humanos (RRHH). Precisamente, se trata del segundo gran grupo de recursos que hay en el interior de esta planta: las Personas, palabra cuya letra inicial es la “P”. En este grupo incluimos desde el operario menos cualificado hasta el director general o el consejero delegado (el C.E.O. de los anglosajones). Todas las personas de una organización, con independencia de su calificación o nivel jerárquico, deben formar un equipo coordinado y cohesionado.

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— Estos recursos que acabas de citar —les digo con una sonrisa—, y a diferencia de las Instalaciones, ¡sí que se van a su casa a dormir!

— ¡Exacto! —me confirma Fortu—. Son recursos que nos los puedes ver, si vienes a visitar la empresa por la noche o en un día festivo. Se mueven por la planta y se van a sus casas cuando acaba su jornada laboral. Por ello, no están dibujados en el plano de las Instalaciones que nos mostró Bárbara.

— Y como, precisamente, tienen sus propias vidas personales y familiares —se apresura Bárbara a intervenir—, debemos buscar fórmulas para intentar conseguir la difícil conciliación de su vida laboral y familiar.

— Lo veo claro —intervengo—. Me habéis descrito vuestros recursos humanos y vuestras instalaciones. Pero echo en falta algunas cosas más que son necesarias para la actividad empresarial.

— ¿Por ejemplo? —me pregunta Bárbara, mostrándose muy contenta tras escuchar mi comentario.

— ¿Hacéis publicidad y/o relaciones públicas? —les pregunto.

— ¡Claro que sí! —me responde ella—. Es algo imprescindible para dar a conocer nuestra empresa y nuestros productos. Hay muchas personas que acumulan grandes conocimientos o habilidades, pero que luego no tienen éxito. Carecen de la habilidad suficiente para darlos a conocer, o para que la gente los aprecie. No sólo hay que serlo, ¡también hay que parecerlo!

— Ya sabes, Justo —interviene Fortu—, que, para que haya una relación satisfactoria entre las personas, tiene que “haber química”, ¡y no sólo física! No es suficiente con “ser o estar bien” —añade— ¡hay que caer bien!

— Ya me habéis convencido de que el cerebro emocional interviene mucho más de lo que creemos en todas nuestras decisiones —les confirmo—, incluso en aquellas que consideramos totalmente racionales.

— ¡Así es Justo! —me ratifica Fortu.

— ¿Y dónde tenéis situado el departamento de comunicación, Bárbara, el que os debe ayudar a dar a conocer vuestros productos y a crear un estado de opinión favorable hacia vuestra empresa? —le pregunto—. No he sido capaz de verlo durante todo el recorrido por esta planta.

— No lo ves, porque no lo tenemos en ningún sitio —me responde.

— ¿Si no tenéis el órgano, cómo tenéis la función? —le pregunto, utilizando el símil anatómico favorito de Fortu.

— Me alegra enormemente que nos formule usted esa pregunta, Sr. Igap —me dice Fortu, jugando con su pipa apagada.

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Los Servicios Externos

Siempre que sale el tema de la publicidad —interviene Fortu—, me viene a la cabeza aquella broma que dice algo así como “habla bien de ti mismo, porque luego la gente ¡no sabe dónde lo ha oído!”

— ¡Eso tiene su gracia! —le reconozco.

— Me parece, chicos, que estáis perdiendo la concentración necesaria de nuevo —nos recrimina Bárbara—. Me obligáis a estar detrás de vosotros constantemente, ¡como si fuerais niños pequeños con problemas de atención!

— Tienes razón, Bárbara —me disculpo.

— ¿Esta empresa hace publicidad, Bárbara? —le pregunta Fortu, como si no lo supiera—. Ya sabes que mi hiperactividad me causa problemas.

— Naturalmente que hacemos publicidad y actividades de relaciones públicas, pero no con las personas que estás viendo en esta planta, Justo. Esta función no la realizamos con personal propio, sino que contratamos los servicios externos de una agencia especializada en el tema.

— Como lo hacen casi todas las empresas, creo —les digo.

— Estás en lo cierto, Justo —me confirma Bárbara—. Pero no sólo eso; también contratamos externamente, como también lo hacen la mayoría de las empresas, los servicios de asesoramiento fiscal, los de limpieza y los de mantenimiento de nuestras instalaciones. También necesitamos una compañía externa de seguros para contratar las coberturas necesarias.

— Ya veo —les transmito mi interés por la explicación.

— Hay una serie de recursos necesarios para nuestra actividad que preferimos obtenerlos mediante “outsourcing” —afirma Bárbara.

— ¿Mediante qué, perdón? —le pregunto.

— Bueno, ya sabes que Bárbara tiende a usar anglicismos —me aclara Fortu—. ¡No lo son para ella! Como seguro sabes,”out” significa fuera y “source” significa fuente. Es frecuente utilizar esa palabra para referirse a los medios que obtienes del exterior, por carecer de recursos internos.

— Si, sí, claro. Ese término me es familiar. Simplemente, no había oído bien la última palabra de la frase —les aclaro—. Yo tuve la suerte de no verme afectado por el daltonismo de mi padre, pero estoy preocupado con una pérdida de audición progresiva que me empezó hace un par de años.

— ¿Ah, si? —me pregunta Bárbara, mientas Fortu permanece callado.

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— El especialista —les informo— me ha dicho que sospecha que tengo otosclerosis, una afección hereditaria que causa una sordera que evoluciona progresivamente. Cree que me viene de mi abuela materna. Como ves, Bárbara, los defectos en los miembros de nuestra familia van apareciendo a medida que vamos hablando. ¡No todo son virtudes, desde luego!

— ¡La variedad es lo que hace esta vida tan apasionante! —opina Bárbara, elevando notoriamente su tono de voz.

— ¡Supongo que no hay nadie perfecto, claro! —exclama Fortu.

— Como te decía —continúa ella—, también debemos recurrir a empresas externas para los suministros de energía, de agua o de telefonía; y también de algunos productos, como el material de oficina o el carburante de los coches de los vendedores, los cuales tenemos en renting, por cierto.

— Ya veo —le digo, mientras voy procesando todo lo que va diciendo.

— Escuchando la relación de recursos exteriores —añade Bárbara—, puedes observar que, aunque puede haber algunos productos, la inmensa mayoría de ellos son servicios. De todas formas, la característica común a recordar es que se trata de medios o recursos de origen externo.

— Los Recursos Exteriores nos proporcionan, básicamente, Servicios Exteriores —puntualiza Fortu—. La letra a recordar ahora es la “E”. Se trata de la inicial del tercer gran grupo de recursos que intervienen en esta planta.

— Ya veo —les digo, a la vez que voy contando con los dedos—: la I de Instalaciones, la P de Personas y la E de Externalización.

— Como ves, Justo —continúa Fortu—, las Instalaciones están siempre dentro, las Personas están dentro sólo durante su jornada laboral y los recursos Externos están siempre fuera, ¡como su nombre indica! Los recursos externos no nos ocupan espacio en el interior de nuestras instalaciones, ni nos incrementan el importe de las nóminas, pero nos envían facturas asociadas a los servicios o a los productos que nos suministran desde fuera.

— Si no fuera así, creo que no podríais contar con sus recursos durante mucho tiempo, ¡porque cerrarían sus empresas! —afirmo algo muy obvio.

— ¿Recuerdas como llaman los financieros a las empresas que nos suministran los productos que contabilizamos como existencias? —me pregunta Fortu con intención de seguir construyendo sobre una base firme.

— Sí, naturalmente. Les llaman proveedores —contesto sin dudar.

— ¡Correcto, Justo! —me confirma él—. Dime, ahora, el término que utilizan para referirse a las empresas que nos proporcionan los servicios o productos externos de los que estamos hablando ahora.

— ¡Déjame leer la mente de Bárbara! —le digo bromeando, mientras miro fijamente a sus ojos y simulo que me concentro.

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— Acreedores, creo poder leer —les digo instantes después.

— ¡Exacto! Ves, Justo, como vas adquiriendo habilidades de mago poco a poco —me dice Fortu, siguiéndome la broma.

— Sí, sí, lo veo —le digo riendo.

— Nosotros —continúa él—, con nuestra manía por los colores, siempre que nos llega una factura de un proveedor, le ponemos un distintivo de color rojo. En cambio, cuando nos llega la de un acreedor, le ponemos una marca azul. ¿Te imaginas el porqué, Justo? Puedes seguir utilizando tus ¡poderes paranormales!, si lo precisas —me dice divertido.

— Bueno —inicio mi respuesta razonada—, todavía no sé por qué en la planta 1 impera el color rojo y en esta planta tripe lo hace el azul, pero no necesito saberlo para contestar a tu pregunta.

— ¿Ah, no? —pregunta Fortu, simulando intriga.

— Trataré de explicarlo: mientras los proveedores os proporcionan recursos rojos, los cuales esperan en la planta del stock hasta que son vendidos, los acreedores os proporcionan un grupo de recursos azules: los externos o exteriores. Por eso, mientras ponéis un distintivo rojo a las facturas de los primeros, añadís uno azul a las que os envían los segundos.

— ¡Muy bien! —me felicita Fortu—. De esta forma, toda la organización sabe perfectamente que, mientras todas las facturas rojas deben ser revisadas por mi hermana Scarlett, o alguien de su equipo, antes de ser contabilizadas y pagadas; todas las facturas azules deben tener el visto bueno y la conformidad de Bárbara, o alguien de su confianza, como paso previo a su contabilización y su pago. Ya sabes que “la directiva roja” de esta empresa es la responsable de la gestión de todos los recursos rojos y, por tanto, de todos los gastos que genera su utilización, y que “la directiva azul” lo es de la gestión de todos los recursos azules y de sus gastos asociados.

— Desde luego, Fortu, si tuviera que poner un título a este curso de formación, le llamaría algo así como ¡Finanzas no aptas para daltónicos!

— ¡Eres tremendo, Justo! —me dice él—. De todas formas, si tu padre decidiera ser socio de esta empresa algún día, ¡lo recibiría con los brazos abiertos!, sin importarme lo más mínimo su trastorno de visión de los colores.

— Si me permitís volver al tema de la contratación externa de recursos —retoma la palabra Bárbara—, creo que es necesario añadir que las empresas suelen realizar outsourcing de todo aquello que no forma parte de su corebusiness —nos dice con la mayor naturalidad del mundo.

— ¿Corebusiness? —me pregunta Fortu, verificando mi comprensión.

— He oído bien en esta ocasión y, además, conozco el término —les aclaro—. Se refiere a todo aquello que no forma parte del corazón o del

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núcleo básico del negocio. El vuestro es la distribución de todo tipo de productos que pueden precisarse en un quirófano.

— Right! —me dice Bárbara, con su precioso acento americano.

— ¡Qué bonito! —exclamo efusivamente, subiendo la voz y poniendo la misma cara que pone un niño pequeño al abrir su regalo de cumpleaños.

— ¿Qué es lo que estás viendo que te hace tanta ilusión? —me pregunta Fortu, sin dejar pasar una nueva oportunidad para demostrar que le encanta que exprese mi sorpresa por todo lo que voy descubriendo.

— Acabo de descubrir que os referís a esta planta con la palabra TRIPE, porque los grupos de recursos situados en esta planta azul ¡son tres!

— No sé si has oído bien, Justo—me dice Fortu aguantando la risa—; o quizás te estés confundiendo con el término que se usa en el baloncesto que practicas. No hablamos de “triple”, ¡sino de “tripe”!

— ¡He oído el nombre tantas veces hasta ahora, que te aseguro que no me confundo! —le respondo con seguridad. Creo que TRIPE es un acrónimo.

— ¿Un acrónimo? —pregunta Fortu, empujándome para que continúe.

— Creo que se trata, nuevamente, de un truco nemotécnico para recordar todos los recursos que alberga esta planta baja de color azul.

— ¿Nos lo explicas, Justo? —me anima Bárbara, para que me luzca.

— Si unimos la I de Instalaciones, la P de Personas y la E servicios Externos —les comunico mi deducción—, ¡obtenemos IPE como resultado!

— ¿No te olvidas de la T y de la R? —me pregunta Fortu sonriente.

— Bárbara, como persona de quien surgió la idea del nombre, me confirmará si estoy en lo cierto o no —les digo mirándola—, pero creo que T debe ser la inicial de la palabra Tres y R de la de Recursos. Por tanto, TRIPE serían las siglas de Tres Recursos: Instalaciones, Personas y Externos.

— ¡Muy sagaz, Justo! —exclama Fortu.

— Entiendo perfectamente que os guste llamar planta TRIPE a esta planta baja —afirmo—. Lo que sigo sin ver es el motivo del color azul de las columnas y de los vidrios del acristalamiento perimetral.

— Quizás sea para que haga juego con los ajustados vestidos azules de Bárbara —me dice Fortu, volviendo a mostrar su característica sonrisa irónica— ¡o con sus preciosos ojos del mismo color!

— ¡O con los de Justo! —replica Bárbara inmediatamente, provocando que me suban de golpe los colores a la cara de nuevo.

— Lo del color del vestido o de los ojos es algo muy simpático —les digo, mientras sigo notando el desagradable calorcito en la cara—, pero estoy seguro de que existe otra explicación, que me estáis ocultando.

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— ¿Eso crees, hijo? —me pregunta Fortu con aires de suficiencia.

— Y puestos a ser desconfiados —añado—, también debe haber algo más detrás de la palabra TRIPE que habéis decidido no revelarme todavía.

— ¿Qué te hace pensar eso, Justo? —me pregunta Bárbara.

— Porque Fortu repite con frecuencia que hay que buscar siempre lo más simple —le contesto—. Esa palabra no me parece la agrupación más sencilla de las letras iniciales de las palabras que dan nombre a los tres grandes grupos de recursos azules que hay en esta planta.

— ¿Ah, no? —me pregunta Fortu—. ¿Qué palabra propondrías tú?

— ¡Pues muy sencillo! —le contesto con rapidez—: me considero un buen jugador de Scrabble, y la palabra más simple que se me ocurre formar utilizando las letras I, P y E es ¡PIE!

— ¿Y por qué crees que Bárbara no lo sugirió? —me pregunta Fortu, dándome pie (¡nunca mejor dicho!) a que me explique.

— Pues no lo sé, pero creo que la palabra PIE, además de ser más simple que TRIPE, es útil para recordar que ésta es la planta base sobre la que se apoyan las otras tres. Por eso, ¡sospecho que hay algo más oculto!

— ¿Y dices que existirían motivos ¡de analogía anatómica! para llamar a este nivel del edificio con el nombre de planta pie? —me pregunta Fortu.

— Eso creo, sí —insisto en mi convicción.

— Puede que pienses así —interviene Bárbara—, debido a que todavía no has visto el edificio entero. ¡Quizás sólo tienes una vista parcial del todo!

— Si eso fuera como dice ella —aporta Fortu—, todavía no tendrías la suficiente visión global como para saber qué parte da soporte a todo el resto.

— Estoy seguro de que así es —les digo—, por eso sospecho que hay algo que todavía no he averiguado y que explica la razón del nombre de esta planta baja de color azul. De todas formas, y pensándolo bien, si hemos visitado ya todas las plantas del edificio, ¿qué más puede haber?

— Imagínate, Justo —me dice Fortu—, que estás observando a una persona, adentrándose en el agua de la playa, justo en el momento en el cual el nivel del mar le cubre hasta la cintura. ¿Lo puedes visualizar mentalmente?

— Me lo imagino perfectamente —le digo, para que siga.

— En ese caso, la parte más baja que le podrías ver a esa persona sería su abdomen —me dice él—, ¡pero no sus pies! Si intentas sacar conclusiones sobre su anatomía completa, observando tan sólo la mitad visible (no sumergida) de su cuerpo, ¡podrías equivocarte! ¿Estás de acuerdo conmigo?

— ¿Quieres decir que en este edificio hay plantas subacuáticas, como ocurre en ese famoso hotel de Dubai? —le pregunto.

— Subacuáticas creo que no, pero subterráneas, ¡podría ser! —me dice.

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— ¡Pues supongo que ya desvelaremos este misterio en su momento! —exclamo resignado—. De todas formas, no es el único que me queda: también necesito saber el porqué del verde de la planta 2 y del rojo de la 1.

— Todo a su tiempo, Justo —me dice Fortu. ¡No seas impaciente!

— ¿Sería posible algún adelanto? —le pregunto con tono de súplica.

— ¡Está bien! —me responde—: recuerda, ya que ha salido el tema de los colores, que mi apellido es Green y que mi hermana se llama Escarlata.

— Con esa información que me das —le replico, mientras pienso que no me cuadra del todo que su hermana se apellide también Green—, puedo deducir quién es el responsable de la gestión de todos los recursos que contiene cada planta, pero mucho me temo que poco más.

— Con que nos identifiques a cada miembro del equipo directivo de esta empresa con un color —me dice Fortu—, ¡ya tienes mucho ganado!

— Intuyo qué color elegiría cada uno, si jugarais al parchís.

— En ese caso, Justo, sólo te quedaría por descubrir quién sería el cuarto jugador: ¡el que utilizaría las fichas amarillas! —puntualiza Fortu.

— Llámame impaciente si quieres —le digo, parafraseando a Buenafuente—, pero otra cosa que también echo en falta es la utilización de las gafas financieras. En esta planta, todavía no nos las hemos puesto.

— ¿Estás seguro de que las necesitas para saber el valor contable de todas las cosas que hay en el interior de esta planta? —me pregunta Fortu—. ¿No lo puedes deducir lógicamente basándote en la información que ya tienes después de haber visitado las plantas 1, 2 y 3?

— Déjame pensar, por favor te lo ruego.

— ¡Es muy elemental, querido Justo! —me dice con esa cara que utiliza para meterme presión y que, todavía a estas alturas del curso, consigue dejar mi pensamiento completamente bloqueado.

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El valor de la tripe

Pasados unos instantes, Bárbara interviene para echarme una mano:

— Estoy segura de que ya sabes el importe que nuestra contabilidad asigna a la suma del valor de todos los activos que están localizados en el interior de esta planta, ¿verdad, Justo?

— Sí…, creo que lo tengo…, creo que es sencillo —hablo despacio, mientras calculo mentalmente.

— ¡Soy todo oídos! —me dice Fortu, sin disminuir su presión.

— Si el importe del activo total es de 4.000.000 € —empiezo mi argumentación por la primera premisa—, y la suma del valor de las tres plantas del activo corriente es de 2.200.000 €, es fácil deducir que el valor que los contables asignan a esta planta, en este momento, es de 1.800.000 €. También puedo decir que representa el 45 % del valor total del activo.

— Puedes colocarte las gafas, si te apetece confirmarlo —me dice Fortu, realizando un moviendo de cabeza aprobatorio al dármelas.

— Creo que no hace falta —le digo en el momento que las cojo.

— Si te las pones, te pueden confirmar la respuesta a la pregunta que me hacías antes sobre el importe total que hemos invertido en esta planta —me dice Fortu con una cara que revela malas intenciones.

— Algo en mi interior me dice que me quieres confundir —le digo.

— Me temo que así es —dice Bárbara, confirmando mi sospecha, mientras Fortu disimula poniendo cara de circunstancias.

— Espero poder descubrirlo pronto —les digo—. De todas formas, observo que las columnas de esta planta no cambian de altura. O, al menos, no se han movido desde que estamos aquí.

— ¡Si que se mueven, Justo! —afirma Fortu—, pero no con la velocidad o con la frecuencia con la que lo hacen las columnas de las plantas 1, 2 y 3. Recuerda que esta planta no contiene Activos Corrientes.

— ¡Claro, claro! —le reconozco, capturando algunas piezas de conocimiento y encajándolas en mi, todavía, incompleto puzzle mental—. En esta planta, están los Activos No Corrientes, aquellos que tienen carácter de permanencia o de estabilidad. Creo que, clásicamente, los financieros se han referido a ellos con el nombre de Activos Fijos o de Inmovilizados.

— ¡Muy bien, Justo! —vuelve a intervenir Bárbara para animarme—. El término contable de inmovilizaciones materiales se utiliza para englobar a elementos como son los terrenos y las construcciones, las instalaciones

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técnicas, la maquinaria, el utillaje, el mobiliario, los equipos informáticos, los vehículos, etc. Es decir, todo aquello que tiene poca movilidad (inmovilizado) y que tiene tangibilidad (material).

— ¡Y que haya sido comprado por la empresa! —me parece oportuno puntualizar—. ¿Estoy en lo cierto? —le pregunto, solicitando confirmación.

— ¡Absolutamente, Justo! —me confirma Bárbara—. Sólo se consideran activos los bienes que son propiedad de la empresa; y no los que están en régimen de alquiler. Aunque el leasing o arrendamiento financiero sería una situación intermedia, como ya hemos comentado, el valor de coste de los bienes financiados de esta forma debe estar reflejado en su activo como si se tratara de inmovilizados adquiridos directamente por la empresa.

— Fíjate, Justo —interviene Fortu—, en la coincidencia de que las palabras Inmovilizado e Instalaciones comparte la letra inicial “I”.

— Me suena haber leído —les digo— que puede haber otros tipos de activos no corrientes que no son considerados como inmovilizados materiales. ¿Es así, Bárbara? —le pregunto a ella, para que me lo explique.

— Efectivamente —me responde—. Las empresas pueden tener otros inmovilizados que no tienen tangibilidad, es decir, ¡que no se pueden tocar! Otros inmovilizados posibles, por tanto, son los intangibles. En este grupo de Activos No Corrientes se incluyen las patentes y la propiedad intelectual, las concesiones administrativas, el fondo de comercio, los derechos de traspaso o las aplicaciones informáticas. Ya sabes, mientras el hardware es algo tangible, el software es algo intangible.

— ¿Eso es todo? —le pregunto, sospechando que no es así.

— Viendo tu interés en el tema, y asumiendo el riesgo de liarte un poco—me responde Bárbara—, creo que debes saber también que, en el caso de que una empresa realice inversiones inmobiliarias o financieras, éstas se contabilizan como parte de su Activo No Corriente también.

— ¡Creo que tengo que tomar nota o me olvidaré! —exclamo.

— ¡No apuntes nada, Justo! —me recomienda Bárbara. No es preciso aprenderse nada de memoria. Simplemente hay que razonar: si nos encontramos con un bien o un derecho que sea propiedad de la empresa y que no sea corriente, lo clasificaremos en el grupo de los no corrientes y, consecuentemente, le buscaremos un sitio en esta planta tripe. ¡Eso es todo!

— Tiene razón Bárbara: ¡es sencillo! —me habla Fortunato—. Los dos grandes grupos de Activos No Corrientes son los Inmovilizados y las Inversiones. A su vez, mientras los Inmovilizados pueden ser materiales (tangibles) o inmateriales (intangibles), las inversiones pueden ser inmobiliarias (terrenos o construcciones) o financieras (acciones).

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— Piensa también —añade Bárbara— que, en la mayoría de las pequeñas y medianas empresas, los inmovilizados materiales constituyen la inmensa mayoría de los activos no corrientes; y que en muchas, como ocurre en ésta, los inmovilizados materiales son los únicos activos no corrientes.

— Fíjate en una cosa curiosa —interviene Fortu de nuevo—. Piensa en un láser quirúrgico que tenemos en nuestro stock y que, posteriormente, se lo vendemos a una clínica, para que lo utilice en uno de sus quirófanos.

— ¡Lo estoy visualizando! —le digo riendo.

— En ese caso, mientras el equipo es considerado por nosotros como una existencia (un componente del activo corriente), se trata de un inmovilizado (un componente del activo no corriente) para la clínica.

— ¡Curiosa observación! —le digo. Me servirá para recordar todo esto.

— Se trata del mismo objeto —recalca—, pero fíjate que, mientras nosotros lo tenemos para venderlo cuanto antes mejor, ellos lo tienen para que les dure el mayor tiempo posible. Mientras para nosotros es un bien “móvil”, para ellos es un bien “inmóvil”. ¿Estás de acuerdo?

— ¡Absolutamente! —le digo satisfecho—. Creo que me habéis aclarado muy bien los conceptos relacionados con los Inmovilizados. Supongo que, como éstos hacen honor a su nombre, las columnas de esta planta no cambian de altura. Estoy en lo cierto, ¿verdad?

— Bueno, Justo, lamento decirte que no del todo —me responde Fortu—. Cuando se compra un Inmovilizado, el valor del Activo No Corriente se incrementa y, por tanto, la altura de las columnas de esta planta aumenta. Consecuentemente, el techo sube. Lo que sí es verdad —añade—, es que no se adquiere un inmovilizado todos los días.

— ¡Natural! —le digo.

— Y, por la misma regla de tres —continúa Fortu—, cuando la empresa decide vender o deshacerse de un Inmovilizado, el valor del Activo No Corriente disminuye y, consecuentemente, las columnas se acortan. Pero tampoco eso suele pasar todos los días, ya que se trata de elementos que la empresa precisa para su proceso productivo o de operaciones habituales.

— ¡Absolutamente lógico! —le reconozco—. Observo que, siguiendo el criterio de ordenación de los activos según su grado de liquidez, los inmovilizados están en la posición más baja, soportando el peso de los pisos que albergan los activos corrientes.

— Exacto, Justo —interviene Bárbara ahora—. La perdida de valor del inmovilizado, como consecuencia de la venta o de la eliminación de alguno de sus componentes, no es algo habitual. No obstante, existe otra causa que determina que las columnas de esta planta pierdan altura.

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— ¿Otra causa de pérdida de valor del inmovilizado? —pregunto para ganar tiempo, mientras pienso.

— Te daré una pista —me dice Fortu—. Se trata de una pérdida mantenida, pero que puede llegar a ser imperceptible a simple vista.

— ¡Eso es precisamente lo que está haciendo la otosclerosis con mi audición! —exclamo sonriendo—. ¡Creo que necesito otra pista!

— Yo te puedo dar otra pista —interviene ahora Bárbara, haciéndome mover la cabeza entre uno y otro, como si estuviera viendo un partido de tenis—. Los inmovilizados tienen carácter de permanencia, como sabemos, pero no son eternos. Van envejeciendo, van perdiendo valor poco a poco.

— ¡¿Por qué me miras a mí cuando dices esto, Bárbara?! —exclama Fortu, demostrando que también es capaz de reírse de sí mismo.

— ¡No te sientas aludido, cariño! —responde ella, exhibiendo muy buenos reflejos—. Tú no envejeces apenas. Además, si hay algo que seguro que no eres ¡es un inmovilizado!

— ¡Me quedo más tranquilo! —le dice Fortu sonriendo—. Sigue con la pista que le ibas a proporcionar a Justo, por favor.

— Le estaba recordando —continúa Bárbara— que los inmovilizados no son eternos: o bien se van deteriorando con su uso, o bien se van quedando obsoletos con el paso del tiempo. Los inmovilizados tienen, tal como lo llaman los financieros, una vida útil. Durante ella, van perdiendo su valor poco a poco. Precisamente, es a esa pérdida de valor que van acumulando los inmovilizados con el paso del tiempo, a la que llaman…

— ¡…amortización acumulada! —exclamo con rabia, por no haber caído antes en algo tan básico, ¡y que sabía perfectamente!

— ¿Nos amplias algo más tu propia explicación anterior sobre el concepto de la amortización, Justo? —me propone Bárbara.

— Lo que sé al respecto —contesto— es que al valor de compra, o de adquisición, de los inmovilizados hay que restarle el valor de la amortización acumulada, si queremos saber el valor contable de esos activos en un momento determinado. El valor de compra de un bien, dividido por los meses de vida útil, nos cuantifica el valor contable que pierde cada mes y, por tanto, nos determina la reducción de altura que sufren las columnas de esta planta.

— ¡Correcto! ¿Quieres ponerte las gafas ahora? —me pregunta Fortu.

— ¡Sin duda! —le respondo, mientras lo hago.

— ¿Qué ves? —me sigue interrogando Fortu.

— Pues lo que teníamos previsto y calculado por diferencia: sobre la columna central veo un importe de 1.800.000 €. Se trata de la suma de los

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valores contables de todos los activos no corrientes de esta planta. Justo al lado, puedo leer el porcentaje esperado del 45 %, entre paréntesis.

— ¿Te parece mucho o poco, Justo? —me pregunta Fortu.

— Creo que es un porcentaje significativo —le contesto con bastante prudencia—, tratándose de una empresa que sólo se dedica a la distribución.

— Estoy de acuerdo contigo —me dice, aprobando mi respuesta—. Las empresas cuya actividad es la compra venta de productos, suelen tener una altura de la planta tripe inferior en relación a la altura total del edificio.

— ¿Entonces? —le demando una aclaración.

— Dos razones explican nuestra peculiaridad —me responde—. La primera es que afinamos mucho en la gestión de los activos circulantes, y eso nos permite disfrutar de rotaciones elevadas en las cuentas de clientes y en las existencias, con la consiguiente reducción de las altura de sus plantas 1 y 2. La segunda particularidad es que necesitamos invertir en inmovilizados caros para disponer de maquinaria sofisticada para el traslado, la calibración y la puesta a punto de los avanzados equipos quirúrgicos que vendemos.

— Además, ¡supongo que nadie más dispone de vuestro maravilloso sistema de columnas de altura variable! —exclamo, pensando en que tanta tecnología debe representar una inversión significativa en inmovilizado.

— ¿Tú crees que, en ese importe que te muestra la columna central, está incluido el valor del edificio? —retoma Fortu su interrogatorio.

— ¡Imposible! —le respondo con seguridad—: ¡el importe sería mucho mayor! Este inmueble tan bonito, de tanta superficie y situado en la zona alta de la ciudad ¡debe valer una fortuna!

— Es decir… —me dice Fortu, con la intención de seguir guiándome en el proceso de ordenación de mi mente.

— Si estoy en lo cierto —le digo—, el importe que estoy viendo incluye los valores contables de los activos que son propiedad de la empresa. El valor del inmueble está excluido, ¡porque está en régimen de alquiler!

— Estás en lo cierto, Justo —interviene Bárbara ahora.

— ¡Me alegra saberlo! —exclamo satisfecho.

— Como ocurre en todas las plantas del edificio —añade Bárbara—, debemos, también aquí, conseguir la altura justa y necesaria. No deberíamos invertir en inmovilizados que no nos sirven para hacer rotar los activos corrientes de las plantas superiores y para, consecuentemente, obtener beneficio por la explotación del negocio. Si lo hiciéramos, estaríamos elevando la altura del edificio innecesariamente y, por tanto, obligando a la empresa a buscar financiación extra para algo que no utiliza en su operativa comercial. Me refiero a lo que los financieros llaman activos no funcionales.

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— Y ahora —interviene Fortu—, ¿podrías echar un vistazo a nuestras columnas laterales, mi querido amigo progresista?

— ¡Con mucho gusto! —le digo ajustándome las gafas, las cuales se me han deslizado nariz abajo de nuevo—. Como en todas las plantas de este edificio —sonrío—, ¡hay más valor en la izquierda que en la derecha! El importe acumulado de la columna del Debe menos el importe acumulado de la del Haber es igual a los 1.800.000 € (un millón ochocientos mil euros) que muestra la columna central, la que determina la altura de esta planta.

— ¡¿Has visto que chulo?! —exclama Fortu, sin perder la ocasión para auto-elogiarse—: mientras en la columna izquierda vemos reflejado el acumulado de los valores de adquisición de todos los inmovilizados que hemos ido comprando, en la columna derecha vemos el valor de la amortización acumulada de los mismos.

— Está clarísimo, Fortu —le reconozco—. El importe que veo en la columna izquierda (la del Debe) me da la respuesta a la pregunta que te formulaba antes sobre el importe total que habéis invertido en Instalaciones durante toda la historia de la empresa. La columna central no me informa del valor total invertido, ¡como me querías hacer creer antes!, sino del valor contable actual (valor de compra menos la amortización acumulada).

— Tu última explicación —le dice Bárbara— te ha delatado, Fortu.

— Perdona, Justo. ¡Me despisté! Ya sabes que la atención no es mi punto fuerte desde mi infancia —me dice Fortu, estirando las comisuras de los labios hacia sus orejas y ladeando su cabeza de un lado a otro.

— Venga chicos —retoma la palabra Bárbara ahora—, ¡poneros las pilas!, porque nos quedan bastantes cosas por comentar.

— ¡A sus órdenes! —le dice Fortu, llevando su mano derecha a la sien.

— ¿Qué me puedes decir de las personas, Justo? —me pregunta Bárbara—. ¿Cómo las ves, si las miras a través de las gafas financieras?

— ¡Caramba! —exclamo—. ¡No me había dado cuenta hasta ahora!

— ¿Qué les pasa a las personas, Justo, cuando las observas a través de esos cristales especiales? —me pregunta Fortu.

— ¡Esto si que es sorprendente e inesperado! ¿Cómo es posible?

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Recursos misteriosos

Bárbara y Fortu sonríen, mientras observan lo asombrado que estoy. No dejo de mirar a uno y otro lado de la planta, con las gafas financieras puestas, sin encontrar explicación a lo que veo.

— ¿Hay algo que te llama la atención, Justo? —me pregunta Bárbara, sabiendo perfectamente que así es y, seguramente, pensando que estoy reaccionado de una forma muy parecida a como lo hizo ella, cuando Fortu la hizo pasar por las mismas circunstancias.

— ¿Cómo ves a las personas, si las miras a través de mis gafas, Justo? —me insiste Fortu, mientras acaricia sus característicos bigotes dalinianos.

— ¡Lo sabes perfectamente, Fortu! —exclamo algo frustrado.

— ¿Las ves blandas y deformadas, como si se tratara de un cuadro surrealista? o, quizás mejor, ¡¿las ves desnudas?! ¿Las dibujarías así, tal como las ves, en uno de tus cuadros? —me pregunta regodeándose.

— Sabes perfectamente, Fortu, que no las estoy viendo ni deformadas ni desnudas y, también, que me sería imposible dibujarlas así en mis cuadros.

— ¿Por qué? —me pregunta Fortu muy divertido.

— Pues, sencillamente, ¡porque nos las veo! ¡Las personas han desaparecido de mi vista! —exclamo.

— ¡¿Desaparecido?! —dice ella, disfrutando de la situación también.

— Sí, sí. A través de las gafas financieras no veo a las personas —les reitero—. ¡Y tampoco las paredes del edificio, por cierto!

— Si me permites matizar un poco tu respuesta —interviene Fortu—, yo diría que no han desaparecido, sino que se han vuelto invisibles.

— Lo llames como lo llames —le replico—, esto no me había pasado en ninguna otra planta. Hasta ahora, las gafas me daban la cuantificación, en unidades monetarias, del valor de los activos que veía en el interior de cada planta. Por primera vez, las gafas me ocultan elementos que veo sin ellas.

Mientras hablo, mi reflexión me hace descubrir la razón. No obstante, viendo que están disfrutando tomándome el pelo, decido hacerme el tonto.

— No deja de ser una paradoja —interviene Fortu— que se repita continuamente aquello de que las personas son el principal activo de una empresa, cuando las pierdes de vista en el momento en el que usas unas gafas especializadas precisamente en ¡cuantificar el valor monetario de los activos!

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— Pues debe de tratarse tan sólo de una expresión, porque me desaparecen de la vista justo cuando intento observarlas a través de los cristales de estas gafas —le digo, fingiendo ignorancia—. ¿Alguna pista…?

— ¿Cómo las valorarías? —me preguntan los dos a coro.

— ¡Claro, claro! ¡Qué lento he vuelto a estar! —les digo, simulando que acababa de darme cuenta—. Las gafas financieras sólo muestran el valor monetario de un elemento empresarial, si lo pueden obtener mediante criterios de valoración objetivos o razonables. Para cuantificar el valor de los inmovilizados, las gafas utilizan el importe al que fueron comprados, y le restan el importe de la amortización acumulada. En el caso de personas, ¡no suele haber un valor de adquisición! Por esa misma razón, también el edificio se me vuelve invisible: está alquilado y, por tanto, no es un activo.

— ¡Muy bien, Justo! —me dice Bárbara—. Las personas no se compran, tal como hacemos con los inmovilizados, sino que se contratan. Por eso, no se consideran activos desde el punto de vista contable. Son recursos empresariales muy valiosos, pero la contabilidad no los considera activos.

— ¿Y qué me decís de los fichajes multimillonarios de futbolistas que realizan el F.C. Barcelona, el Real Madrid u otros grandes equipos de fútbol europeos? —les pregunto algo que siempre me había intrigado.

— En ese particular y excepcional caso —me responde Fortu—, si que se deben incluir en el activo esas enormes cantidades de dinero invertidas en jugadores. Pero lo habitual es que las empresas no incurran en derechos de traspaso altísimos al “fichar” a sus empleados.

— ¡Claro, claro! —le digo convencido por la explicación.

— Ya que sacas el tema de los equipos de fútbol —añade Fortu—, me gustaría recordar que el hecho de invertir cantidades multimillonarias en jugadores no garantiza la consecución de títulos. ¡El dinero no lo es todo!

— ¡De eso hay demostraciones experimentales! —le digo, consciente de que un “culé” como yo, se encuentra ¡ante un reconocido “merengue”!

— Las finanzas son muy útiles para determinar el coste de los recursos con que contamos y, también, para cuantificar los resultados que obtenemos con ellos. Los buenos gestores son los que logran conseguir los mejores resultados con los medios de que disponen. Los mejores managers son los que logran optimizar el uso de los recursos con los que cuentan.

— Lo que acabas de decir me ha parecido un inciso muy interesante, Fortu —le reconozco—. Lo difícil es sacar el máximo partido, o el mayor rendimiento, a las cosas que tienes a tu disposición.

— El término qué acabas de utilizar es otra palabra clave en finanzas. ¡No te olvides de añadirla en tu cartulina resumen, que supongo estás elaborando a medida que vamos ordenando y encajando los conceptos!

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— ¿Qué palabra clave acabo de utilizar sin darme cuenta, Fortu?

— Has dicho sacar el máximo rendimiento a los recursos. ¿Recuerdas cómo se calcula el rendimiento del activo, Justo?

— Me temo que tendría que pensarlo un poco —le respondo.

— Os recuerdo que no nos sobra el tiempo hoy, y sobre todo a mí —interviene Bárbara, ¡implacable!— Los conceptos de rendimiento y de rentabilidad saldrán más tarde, ¡cuando hablemos de los roedores! ¿Por qué no retomamos el apasionante tema de la invisibilidad de las personas, chicos?

— Pues siguiendo las órdenes de Bárbara, y volviendo a hablar de las personas —me dice Fortu con una mueca de obediencia y resignación—, si no podemos valorar a los profesionales que trabajan en la organización mediante un precio de compra, ¿cómo podemos cuantificar su valor?

— Bueno —le respondo—, utilizando información de días previos, me imagino que debemos analizar indicadores no estrictamente financieros para cuantificar su desempeño y su contribución a la marcha de la empresa.

— ¡Exactamente! —me dice Fortu, satisfecho con mi respuesta—. Como hemos dicho en otras plantas, tener conocimientos financieros básicos es condición necesaria, ¡pero no suficiente! El buen manager debe complementar el análisis de las cuentas financieras con el de otros informes, que le debe proporcionar también el sistema de información de su empresa. Recuerdas lo del cuadro de mandos completo que precisa un piloto, ¿verdad?

— Lo recuerdo, sí —le respondo, sin poder evitar el recordar a mi padre cada vez que escucho lo de cuadro de mandos de un avión.

— Por tanto, Justo… —me dice Bárbara, esperando mi síntesis.

— Por tanto —afirmo, atendiendo a su decidida solicitud—, la altura de las columnas de cada planta depende del valor contable de los activos que contiene. En esta planta tripe, nos cuantifican el valor de los inmovilizados que son propiedad de la empresa, los cuales se valoran al precio al que fueron comprados (valor de compra o adquisición) menos el importe acumulado de la cantidad amortizada hasta la fecha (valor de amortización acumulada).

— O sea… —me insiste Bárbara, echando en falta una conclusión más.

— Pues que de los tres grandes grupos de recursos que me has enseñado en esta planta, Bárbara, los simbolizados con el todavía sospechoso acrónimo TRIPE, sólo están valorados en el activo no corriente los elementos de la “I” de Instalaciones que son propiedad de la empresa. No aparecen valorados ni la parte de las Instalaciones que la empresa alquila (porque no son de su propiedad), ni las Personas (porque no tienen un valor de compra), ni, por razones obvias, los recursos Externos.

— Brilliant! Congratulations! —exclama Bárbara exhibiendo su preciosa sonrisa y su impecable inglés nativo.

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— Thank you —respondo con un acento que me gustaría mejorar con la misma velocidad a la que lo están haciendo mis habilidades para el análisis financiero y para la valoración de la importancia de los recursos.

— ¿Todo claro, Justo? —me pregunta Fortu—. Te veo pensativo.

— Bueno, efectivamente, estaba pensando en que, de todos estos recursos que hemos descrito en esta planta, sólo una minoría forman parte del activo. Sin embargo, estén o no valorados en el activo, tanta cantidad de recursos deben generar un montón de gastos mensuales a la empresa.

— ¡Ahora si que me has recordado a tu madre! —me dice Fortu riendo—. Doña Angustias: ¡siempre preocupada por los gastos domésticos!

— ¿A vosotros no os preocupan los gastos? —les pregunto.

— ¡Naturalmente que si! —me contesta Bárbara, retomando la batuta—. Pero recuerda que, dentro del edificio, no hay ingresos ni gastos, ¡sólo hay activos! Cuando estuviste con Fortu en la planta 3, visteis uno de los activos corrientes: la tesorería. En ese día, tuvisteis la oportunidad de ver cobros y pagos, ¡pero no ingresos o gastos! ¿Recuerdas, verdad?

— ¡Lo que recuerdo bien es la amarga experiencia de Fortunato, como consecuencia de no recordar bien la diferencia entonces! —les digo.

— Los ingresos y los gastos los veremos fuera, en el exterior —recalca Bárbara—. Los veremos la semana que viene ¡en la piscina exterior!

— ¡Qué fácil parece todo! —exclamo, muy contento de ver que parece que estoy en el camino de quitarme de encima el enorme agobio que tenía, al pensar que iba a ser incapaz de presentarme a mi examen con garantías.

— ¿Acabamos por hoy? —interviene Fortu.

— Estoy de acuerdo —respondo—, aunque creo que nos queda pendiente un importante fleco que me tiene muy intranquilo e impaciente.

— ¿A cuál te refieres? —me pregunta él, sabiendo perfectamente a qué incógnita pendiente de despejar me refiero.

— ¡A la razón de ser de los colores de las plantas del edificio! —le respondo con contundencia.

— Lo siento —nos dice Bárbara—, pero no tenemos tiempo para más. Tengo una reunión con el director del banco para negociar las condiciones de un préstamo a largo plazo, que me ha dicho mi madre que precisaremos, si se firman los acuerdos de distribución que están negociando en California. ¿Podemos hablar de los misterios pendientes en la sesión del próximo día?

— ¡Está bien! —le digo resignado—. Todavía no sé por qué a los recursos de la planta 1 les ponéis el color rojo y a los recursos de esta planta baja les ponéis el color azul, estén o no valorados en el activo. Ahora bien —

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añado—, lo importante es que hemos visto ya la totalidad de los recursos que la empresa necesita para desarrollar su actividad.

— ¡Los hemos visto todos menos uno, Justo! —grita Bárbara desde lejos, mientras se aleja corriendo a su cita con el banco.

— ¡¿Todos menos uno?! —exclamo muy alarmado, sintiendo como si me hubieran tirado un jarro de agua helada por la espalda—. ¡¿De verdad que nos falta por descubrir un último recurso todavía?!

— Me temo que así es —me dice Fortu, encogiéndose de hombros y poniendo una simpática mueca.

— ¡¿Cómo es posible, si hemos recorrido ya todas las plantas del edificio, y me habéis enseñado hasta el último rincón del mismo?! —exclamo confuso, frustrado y, lo que es peor, ¡nuevamente desanimado!

— Pues si no hemos visto el recurso que nos falta en el edificio, debe estar en otro sitio —me dice Fortu, disfrutando de mi desconcierto.

— ¡No puede ser! —exclamo un poco alterado—. Me habéis dicho que en el exterior no hay recursos, sino gastos e ingresos. También me habéis recalcado que a los recursos que hemos visto en el interior del edificio se les llama Activos, si cumplen la doble condición de ser propiedad de la empresa y de ser susceptibles de ser valorados con criterios objetivos o razonables.

— No recuerdo haber afirmado que el recurso que nos falta por mostrarte esté en el exterior, Justo —me dice Fortunato.

— ¡¿Cómo que no?! —le replico.

— ¡No he dicho fuera, he dicho en otro sitio! —me precisa.

— Si no es ni fuera, ni dentro, ¿qué otro sitio puede ser, Fortu?

— ¿Dónde esconderías un recurso que no te interesa que esté a la vista de todo el mundo? —me pregunta, abriendo los ojos, chupando la pipa y tocándose la barbilla con parsimonia.

— ¡Lo enterraría! —le respondo con rabia algo que me parece absurdo.

— ¡Caliente, caliente, Justo! —me dice, a la vez que se pone a mover todo el cuerpo y a dar palmadas.

— ¡¿De verdad que tenéis un recurso empresarial oculto bajo tierra?! — exclamo asombrado—. ¡Esto es el colmo!

— Me temo, amigo Justo, que tendrás que esperar a la semana que viene para descubrir el misterio del recurso oculto. Es viernes y se nos está haciendo tarde. Te repito que puede que estés viendo algo parecido a una persona bañándose en la playa y con el agua cubriéndole hasta la cintura.

— Me parece que este fin de semana voy a tener una sensación inédita para mí: ¡voy a estar deseando que llegue el lunes!

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— Por cierto, Justo —me dice Fortu—, el lunes ven con bañador, porque tendremos día de piscina. ¡Espero que sea un día soleado!

— ¡Por fin podré ver la ansiada piscina de cerca! —le digo satisfecho.

— Que tengas un buen fin de semana. Aprovéchalo pintando, haciendo deporte o disfrutando de tu familia —me sugiere Fortu.

— ¡Eso haré, efectivamente! —le digo, admitiendo su consejo.

— ¿Por qué no intentas que tu madre haga algo de ejercicio físico y que practique algún deporte con tu padre? ¡Creo que le vendría fenomenal para tomarse la vida de una forma menos tensa, mucho más relajada!

— Me duele tener que reconocer que el comportamiento de mi madre hace que estar en casa resulte insoportable muchas veces. En lugar de ser conciliadora, parece como si su lema favorito fuera “divide y vencerás”.

— ¿Has visto fotos de tu padre practicando atletismo de joven? —me pregunta Fortu, evitando seguir hablando de la forma de ser de mi madre, la cual va empeorando cada año—. Su prueba favorita era el triple salto.

— He visto fotos de mi padre en las pistas deportivas universitaria, sí.

— Ocupa tu tiempo como quieras durante el fin de semana, Justo, pero ¡que no se te ocurra ponerte a estudiar finanzas! Esta vida son dos días, y hay que disfrutarla —me vuelve a dar uno de sus consejos favoritos.

— ¡Puedes apostar a que seguiré tus recomendaciones, Fortu!

— Es viernes y, aunque te parezca mentira, hemos llegado al ecuador del curso. Con otras cinco sesiones más, te aseguro que sabrás más que suficiente para presentarte a tu examen con garantías de éxito.

— Parece que voy viendo la luz al final del túnel —le admito—. De todas formas, Fortu, todavía tengo la sensación de que me quedan bastantes piezas del puzzle por colocar. Tras la sorpresa de las personas invisibles, todavía no me he recuperado después del impacto del recurso que nos falta.

— Pues si ves la luz al final del túnel —me dice Fortu con una cara que me indica que tiene pensado continuar con alguna gracia de las suyas—, no te recomiendo que la apagues ¡para ahorrar gastos!

— ¡No sé si es momento para este tipo de bromas! —le digo sonriendo.

— No es sólo un chiste, Justo, es también un anticipo de algo de lo que hablaremos. Como verás, ¡no todos los ahorros de gastos generan beneficio!

— Estoy contento con mis progresos, pero me temo que todavía nos falta mucho por repasar y por colocar en su sitio.

— No seas tan ansioso, Justo —me aconseja Fortu con una convincente sonrisa, que muestra su cuidada dentadura—. Todo acabará encajando. Piensa que un reloj no funciona, hasta que no se le coloca la última pieza.

— ¡Está claro!...—le digo, mirando al vacío.

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— Te veo dándole vueltas a algo —me dice Fortu.

— Estoy pensando en eso que dijo Bárbara antes, un poco de pasada.

— ¿A qué te refieres? —me pregunta con cara de curiosidad.

— Dijo que no se crea valor cuando se trabaja, sino cuando se vende…

— Estoy seguro de que Bárbara no fue más explícita, Justo, porque tenía pensado explicarte el concepto con mayor detalle en la próxima sesión.

— ¿Quería decir que hay que vender trabajando poco? —le pregunto.

— ¡No, en absoluto! Para vender hay que trabajar, sin duda. Lo que quería decir es que la empresa puede tener mucha actividad, pero sin conseguir las ventas esperadas. La actividad implica utilización y consumo de recursos y, por tanto, generación de gastos. Si ello no va asociado a la obtención de ventas, tendremos más gastos que ingresos y, por tanto, no estaremos creando beneficio. Una cosa es el nivel de actividad y otra ¡el nivel de ventas! ¡No es lo mismo producir que vender, ¿verdad, Justo?!

— ¡Claro que no! —le expreso mi convencimiento.

— E. Goldratt dice que todos los recursos deben orientarse para “La Meta” común de convertir el Inventario en Ingresos, generando un Margen Bruto suficiente. Justo, te repito que estés tranquilo —añade—, porque tu puzzle quedará acabado la próxima semana, aunque quizás tengas tus dudas.

— ¡No las tengo! —le aseguro, mientras me doy la vuelta—. ¡Adiós!

— Adiós, Justo. Hasta el lunes —me dice con una cariñosa expresión.

Mientras me dirijo hacia la salida voy pensando en Bárbara. No es simplemente una chica bonita: demuestra tener un gran cerebro ¡y un gran corazón! Está claro que no hay que dejarse llevar por las apariencias o los prejuicios. Supongo que se trata de otra lección que nos dan las finanzas: es preciso analizar y comparar los datos antes de emitir juicios de valor. Y esto es aplicable a las empresas, ¡y a las personas! No deja de ser curioso el hecho de que, a su lado, me siento igual que si estuviera con alguien de la familia. Me pregunto por qué mi padre me ha hablado tan poco de ella, y por qué mi madre la critica tanto. Espero poder llegar a despejar esas incógnitas también.

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Justo resume la sesión de hoy:

En la PLANTA TRIPE, de color azul, hemos descubierto tres grandes grupos de recursos: las Instalaciones, las Personas y los Externos. A diferencia de lo que pasaba en las plantas superiores, algunos de estos Recursos son considerados Activos, ¡pero otros no!

Las INSTALACIONES están formadas por todos los recursos materiales que son susceptibles de ser dibujadas en un plano. Pueden haber sido comprados o estar en régimen de alquiler. Se consideran activos sólo aquellos elementos de las instalaciones que son propiedad de la empresa, y los financieros les llaman INMOVILIZADOS MATERIALES.

Los INMOVILIZADOS MATERIALES son los principales y más frecuentes ACTIVOS NO CORRIENTES, y muchas veces los únicos. No obstante, puede haber Inmovilizados intangibles (patentes, software, fondos de comercio) o Inversiones (Inmobiliarias o Mobiliarias) formando parte del ACTIVO NO CORRIENTE de una empresa.

Los ACTIVOS NO CORRIENTES están formados y están valorados a su precio de adquisición menos el importe de la amortización acumulada.

A pesar de que las PERSONAS debes ser consideradas como los recursos centrales de una organización, no podemos considerarlos como Activos desde el punto de vista financiero: no suelen tener un valor de compra.

Los recursos EXTERNOS (Outsourcing) tampoco podemos decir que forman parte del valor del Activo, porque ni son propiedad de la empresa, ni les podemos asignar un valor de coste siguiendo criterios objetivos.

Las gafas financieras están diseñadas para visualizar Activos, es decir, elementos valorables en unidades monetarias. Por consiguiente, si nos las ponemos en el interior de la planta tripe, perdemos de vista a las personas, a los recursos externos y a la parte de las instalaciones que están alquiladas. En esta planta, las gafas nos informan únicamente del valor contable de todos los ACTIVOS NO CORRIENTES.

El importe que las gafas financieras nos muestran sobre la columna central o principal de la planta tripe es el que se deriva de restar la amortización acumulada del valor de compra o adquisición de los activos no corrientes.

Tras visitar todas las plantas del edificio, podemos decir que hemos identificado todos los recursos que la empresa utiliza para su actividad (sean o no considerados Activos desde el punto de vista financiero) a excepción de uno, el cual parece ser que encontraremos bajo tierra.

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Lunes 27 de mayo de 2010 El patio exterior

— Buenas tardes, Justo —me dicen Bárbara y Fortu, cuando nos encontramos en la recepción—. ¿Cómo te ha ido el fin de semana?

— ¡Perfecto! —les respondo—. Es el primer fin de semana, en mucho tiempo, en el que he disfrutado. ¡Qué placer no tener la angustia de no entender una asignatura y la desagradable sensación de que te “coge el toro” antes de un examen! Estoy deseando empezar una nueva semana.

— Nos alegra oír eso —me dice Fortu—. ¿Cómo fue el decisivo partido de basket de ayer? Me dijiste que era el partido clave de la temporada.

— ¡Ganamos de paliza! Fue mi mejor partido. Es curioso ver como todo parece salirte bien, cuando estás con confianza. ¿Qué tal vosotros?

— Bueno, nos hemos tomado un fin de semana de relax en nuestra casa de Cadaqués —me contesta Fortu—. Hemos estado disfrutando del buen tiempo, de un buen libro, de una agradable cena con amigos y ¡de la piscina! Ya sabes que, en estos momentos de crisis, no sólo hay que racionalizar los gastos empresariales, sino también los gastos particulares o domésticos.

— No sé si me acabas de sonar, Fortu, hablando de los gastos domésticos, como la madre de alguien que conozco —le digo con ironía, a la vez que pienso que si mi madre viera que duermen solos en la misma casa, sin estar casados, se llevaría las manos a la cabeza.

— ¿He sido crítico yo alguna vez, Justo, con los comentarios de esa persona a la que aludes? —me responde muy serio.

— ¡¿Quién ha dicho eso?! —me apresuro a exclamar.

Bárbara nos mira a los dos y se ríe.

— ¿Me dices, Fortu, que habéis estado disfrutando de la piscina durante el fin de semana? —le digo cambiando de tema—. ¡Claro, claro…!: se trata de algo que ha formado siempre parte de tu vida, ¿verdad, Fortu?

— Todo el mundo sabe lo dependiente que soy de ellas —me confirma—. Por cierto, ¿estás listo para ir a ver la que tenemos en el exterior?

— ¡Naturalmente! He traído el bañador, siguiendo vuestras indicaciones del viernes pasado. ¿Tenéis vestuarios fuera?

Ambos se ríen satisfechos, probablemente viendo el cambio que había dado en tan solo una semana. Se me notaba menos tenso, con más confianza y, como consecuencia de todo ello, de mucho mejor humor.

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— ¡Venga, síguenos! —me dice Bárbara, que hoy viste de azul, igual que el viernes pasado, pero con una ropa menos formal, más deportiva.

Nos ponemos a caminar juntos por la planta en dirección al vértice del ascensor. Poco después, tras introducirnos en él, escucho a Bárbara decir:

— ¡Piscina!

En breves instantes, veo como se desplazan lateralmente las puertas correderas posteriores del ascensor y como se nos abre el paso hacia la zona exterior trasera. Se trata de un área que ya había visto desde el interior, a través de los cristales, la semana pasada. Observo un amplio patio cuyo suelo está cubierto, sólo parcialmente, por un césped muy cuidado. Sobre esa zona verde, están localizadas unas macetas sin plantas ni flores. Curiosamente, hay un único árbol, situado a la derecha, del que no me había percatado ningún día. No he estudiado botánica como mi hermana farmacéutica, pero creo que no es necesario para decir que se trata de un ciprés.

— Después de vosotros —nos dice Fortu, extendiendo su brazo derecho y cediéndonos el paso a Bárbara y a mí.

— Gracias, Fortu —le decimos los dos a la vez, mientras abandonamos el ascensor y pasamos al área de la piscina.

Ya en su interior, sigo observando. A continuación de la franja verde de césped, con sus macetas y su ciprés, está instalada una curiosa piscina desmontable de forma rectangular y de un color azul muy parecido al de las columnas, al de los vidrios de la planta tripe y ¡al del vestido de Bárbara!

Veo que han colocado dos rampas de plástico duro, una en cada extremo de la piscina. Observo que, mientras la rampa de uno de los extremos es de color rojo, la del otro es de color amarillo intenso. Junto a la rampa roja, a la izquierda, hay un mástil del mismo color. No veo rampas ni escaleras en las paredes laterales de la piscina, por lo que deduzco que, para saltar al agua, deben utilizar siempre las rampas de los extremos.

Todas las partes forman un conjunto muy original. ¡No cabe duda de que a Fortu le gustan los diseños llamativos y los colores intensos! Desde luego, ¡esta piscina no pasa fácilmente desapercibida!

— ¿Qué te parece, Justo? —me pregunta Fortu después de haberme dado tiempo a que inspeccionara todo visualmente.

— Bueno —le respondo—, no se puede negar que se trata de una piscina especial. Su color azul intenso, el verde del césped y los colores rojo y amarillo de las rampas de acceso forman una combinación de colores realmente impactante. ¡Parece diseñada por Ághata Ruiz de la Prada o por los que hacen los anuncios para United colors of Benetton!

— ¿Eso crees, Justo? —me pregunta complacido—. O también —matiza—, la podría haber diseñado un aficionado al parchís, ¿no te parece?

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— Estoy seguro —añado— de que si hubiera un incendio cerca, ¡sería una de las primeras piscinas en las que se fijaría el piloto del helicóptero!

— Ese es precisamente nuestro objetivo: que todo lo que vivas en estas dos semanas sea tan impactante, ¡que no se te olvide en tu vida! —me dice Fortu poniendo una de sus peculiares caras—. Tu memoria no puede reblandecerse, con el paso del tiempo, ¡como les pasa a los relojes del cuadro! Además —continúa, mientras hace un ademán para que yo no hable—, puedo decirte que los recuerdos los almacenamos en el cerebro emocional. Por eso, cuanto más impactante te resulte algo, cuanta más carga emotiva lleve asociada, más profundamente quedará grabado en tu memoria.

— Pues si me permites continuar exponiendo mis primeras impresiones sobre lo que estoy observando en la piscina, Fortu, puedo añadir que me da la impresión de que está más llena de agua que la semana pasada.

— ¡Muy observador! —me dice Bárbara, aprovechando cualquier ocasión para intentar que me sienta bien—. ¡Te has dado cuenta rápidamente!

— A decir verdad, estoy muy familiarizado con este tipo de piscinas desmontables —les digo, quitándole importancia a mi observación—. Mi padre alquila una de ellas todos los veranos. La montamos en el jardín de nuestra casa de Sitges. Suele ser también rectangular como ésta, pero algo más pequeña. Mi padre dice que es mucho mejor alquilar este tipo de piscinas que mantener una fija de obra durante todo el año. Además, durante los meses de invierno, la piscina no nos ocupa espacio en el jardín.

— Sé que hacéis esto, Justo. Yo le hablé a tu padre de las ventajas de este tipo de piscinas. De todas formas, ésta que estás viendo tiene una tecnología especial. Cuando la vi anunciada en una revista especializada, pensé que era justo lo que estaba buscando —me explica él.

— ¿Tecnología especial, dices? —le pregunto—. La verdad es que ¡no me esperaba otra cosa! —añado riendo—. ¿De qué se trata?

— Su funcionalidad especial permite que su altura sea regulable.

— ¿Altura variable? ¿De qué me suena eso de que las alturas aumenten y disminuyan dependiendo de los valores económicos? ¿Dónde he podido yo oír algo similar? —le digo, siguiendo con el tono irónico.

— ¡Estás hecho un vacilón, Justo! —me dice Fortu, abriendo los ojos y moviendo la cabeza—. ¡Quién te ha visto y quién te ve!

— Os pido disculpas si me he extralimitado. Ha sido más fuerte mi satisfacción, al ver que voy aprendiendo deprisa, que mi prudencia. Simplemente pretendía decir algo gracioso. Supongo que a los tímidos nos pasa esto muchas veces: como tenemos que coger carrerilla para decir algo que nos da vergüenza, ¡nos solemos pasar de la raya!

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— ¡No te has pasado de la raya, Justo! —me dice Bárbara inmediatamente, con la intención de reconfortarme—. Lo que has dicho ha sido muy oportuno y ha tenido mucha gracia. ¡No le hagas caso a Fortu!

— ¡Gracias, Bárbara! —le digo.

— Además —continúa Fortu con su tema—, la tecnología de esta piscina permite que tanto el montaje como su limpieza, así como el mantenimiento diario, se hagan de un modo automatizado.

— ¡¿Qué me dices?! —exclamo inmediatamente—. Como yo me encargo de todo ello cada verano, sé muy bien el trabajo que comporta.

— Hay que dejar a los ordenadores que hagan el trabajo pesado y reservar nuestro tiempo para tareas agradables que jamás podrán hacer ellos. Justo, te recomiendo que nunca compitas con un ordenador en algo que sea capaz de hacer a su enorme velocidad, como es procesar datos o automatizar procesos manuales, ¡porque acabarías perdiendo! En cambio, tú puedes superarles ampliamente en la tarea de conseguir que las personas que se relacionan contigo se sientan comprendidas y valoradas.

— ¡Estoy de acuerdo! —le digo—. De las sesiones de la semana pasada —continúo hablando—, recuerdo que vuestros ordenadores regulan la altura de las plantas del edificio en función del valor del activo que contienen.

— ¡Recuerdas muy bien! —interviene Bárbara.

— No obstante —continúo—, me gustaría saber en función de qué parámetro cambia la altura de la piscina. Supongo que el mismo sistema informático, utilizando los datos financieros de la empresa en cada momento, se encarga de actualizar tanto las alturas del edificio como las de la piscina.

— Estás muy orientado —me dice Fortu—. De todas formas, antes de contestarte a eso con detalle, me gustaría recordar las conversaciones que tuve con tu padre en la época en la que puse en marcha esta empresa.

— Tú marcas el ritmo, naturalmente —le digo.

— Recuerdo que el día en el que me regaló la caricatura del tío Gilito, lo primero que hizo fue colgarla en la pared. Me dijo que quería recordarme mis tiempos universitarios, cuando yo tapizaba con cartulinas la pared. Me demostró, efectivamente, que su dibujo, además de ser una extraordinaria demostración de aprecio y cariño, ¡era toda una lección de gestión financiera!

— ¿Me explicas qué quieres decir exactamente, Fortu?

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Los gastos azules

— ¿Y dices, Fortu, que la caricatura de mi padre iba más allá de la broma, y que tenía una importante enseñanza detrás? —le pregunto.

— ¡Así es, Justo! Recuerdo que Pruden, tu padre, me dijo que fuera muy pruden…te, y sobre todo al principio —me dice, sintiéndose gracioso, pero seguro que notando que la ocurrencia la había reiterado en exceso.

— ¡Lógico! —le digo, poniendo cara de circunstancias.

— Tu padre me recomendó que, como no sabía exactamente cuál iba a ser el volumen de ventas inicial, no contratara más Personal del necesario. También me advirtió que no empezara con unas Instalaciones sobredimensionadas, ni que utilizara un exceso de servicios Externos. Su recomendación abarcaba a esos tres grandes grupos de recursos que conoces.

— Ya veo —le digo, pensando que mi padre debía conocer muy bien la tendencia a cometer excesos de su amigo de la facultad.

— Es decir —concluye Fortu—, me aconsejaba que intentara adecuar mis recursos azules a la actividad de ventas de la fase inicial. Me reiteraba que los recursos que utilizas (que consumes) hay que retribuirlos, y que eso es sinónimo de generación de gastos. Sería algo parecido a una ley física básica descubierta por el científico Perogrullo: ¡si consumes, gastas!

— ¡Excelentes recomendaciones, sin duda! —aprovecho una nueva ocasión para reiterar que compartimos una gran admiración por mi padre.

— Recuerdo, como si fuera hoy —continúa Fortu—, cuando me remarcaba que tuviera mucho cuidado con los gastos que se producen todos los meses, con independencia del nivel de ventas que consigues en ese mismo periodo. No dejaba de repetirme que estos gastos que no van ligados a las ventas son especialmente peligrosos, cuando los ingresos son poco previsibles. Y eso es, precisamente, lo que suele ocurrir durante las fases iniciales de un negocio o en momentos de crisis económica.

— Hay dos conceptos importantísimos a memorizar, Justo —toma la palabra Bárbara ahora—. El primero es que se produce un gasto en el momento en que se utiliza o se consume un recurso, ¡y no en el momento en que se compra o adquiere! El importe del gasto en que se incurre, cuando se consume un recurso, es igual al valor de coste de dicho recurso.

— ¿Y el segundo concepto básico a retener? —le pregunto.

— El segundo —continúa ella— es que algunos recursos se consumen en el momento en que se producen las ventas, ¡pero otros no!

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— Veo que se trata de una práctica clasificación de los gastos en dos grandes grupos —intervengo—: los que se producen al vender y los que no.

— Como te dijimos el viernes pasado —me habla Fortu, poniendo cara de pillo—, Bárbara People se encarga de la gestión de los recursos humanos. Algo lógico, ¡dado su apellido! —me dice, volviéndose a sentir ingenioso, como si no supiera que no debería repetir tanto el mismo tipo de broma.

— ¡People!, ¡claro! —le digo, forzando unas carajadas entrecortadas, actuando como si me hubiera dicho algo realmente ingenioso y original.

— Bárbara sabe perfectamente—añade él— que al final de todos y cada uno de los meses, tendremos un gasto en nóminas determinado y previsto, tengamos la cifra de ingresos por ventas que acabemos teniendo.

— Y también —tomo la palabra yo ahora—, supongo que el propietario del inmueble os envía la factura del alquiler todos los meses, y con el mismo importe, sin preguntaros previamente cuánto habéis vendido el mes anterior y sin importarle tampoco si se trata del mes de agosto.

— ¡Así es, Justo! —exclama Bárbara—. Tampoco la compañía de la energía, ni la del teléfono, ni la de seguros, ni la de publicidad, ni la de la limpieza, ni la que nos repara los equipos, ni la asesoría laboral y fiscal, ni los bancos (que nos carga intereses todos los meses por los préstamos) se apiadan de nosotros en los meses en los cuales nuestras ventas descienden.

— ¡Son todos unos insensibles y unos desconsiderados! —exclama Fortu exagerando sus gestos, como si fuera un actor de teatro sobreactuando sobre un escenario—. Las nóminas del personal, las facturas del alquiler o las de los servicios externos llegan todos los meses con el mismo importe, o parecido, ¡vendamos lo que vendamos! ¡Es terrible! —exclama de nuevo, declamando de manera exagerada y llevándose las manos a la cabeza.

— ¡Estos recursos son fríos como témpanos de hielo! —se me ocurre añadir con tono trágico, intentando “meterme en escena” también.

— Eso también ha tenido gracia, Justo —me dice Bárbara con su preciosa sonrisa—. Es verdad que son impasibles ¡y muy, muy fríos!

— Me alegro que te haya parecido ocurrente, Bárbara —le agradezco.

— Fíjate, Justo —continúa ella—, en las tres características que hemos ido identificando juntos. Hemos dicho que se trata de gastos que se producen periódicamente (mensualmente, la mayoría de ellos).

Toco mi dedo meñique izquierdo con el índice de mi mano derecha.

— Hemos afirmado también —añade ella— que el importe de la mayoría de estos gastos es idéntico (o parecido) en cada periodo. Eso es así, porque su importe no está en función de la cifra de ventas, sino de la cantidad de recursos de estructura que utilizas en cada periodo de tiempo.

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Desplazo mi dedo índice al anular de la mano izquierda.

— Y tú mismo, Justo, nos has recordado —prosigue Bárbara—, con mucho ingenio por cierto, que se generan “fríamente”, es decir, con independencia de que las ventas a clientes acaben siendo altas o bajas.

— Efectivamente —le digo, mientras mantengo mis manos unidas por los dedos—, estos gastos tienen esas tres propiedades que los caracterizan.

— Pues bien —continúa ella —, teniendo en mente estos tres elementos diferenciadores, ¿cómo llamarías a ese grupo de gastos a los que se refería tu padre, cuando le daba esos valiosos consejos ¡a mi querido Fortu!?

— Creo que la respuesta es simple: si se trata de gastos que se generan en cada periodo de tiempo, les llamaría ¡Gastos del Periodo! —le contesto, utilizando un término que recuerdo haber leído en mis apuntes de clase y que tenía dando vueltas incontroladas por mi cabeza.

— ¡Gastos del Periodo! La respuesta es correctísima —me confirma Bárbara—. No obstante, me gustaría que encontraras dos sinónimos más. No pretendo ponerte a prueba, Justo, simplemente lo hago con el objetivo de que te ayude a grabar mejor el concepto en la memoria.

— ¡Soy consciente de tus buenas intenciones! —le digo con una sonrisa, mientras observo como Fortu se ríe.

— A cada una de las características que hemos enumerado, le podemos asociar un término para referirnos a este gran grupo de gastos —me dice Bárbara con el propósito de ayudarme—. Ya has utilizado una característica para citar el primer sinónimo.

— Me estas pidiendo, Bárbara, dos nombres alternativos para referirnos a los Gastos del Periodo, ¿verdad? —repito la idea, mientras pienso.

— ¡Verdad! Te doy una nueva pista —me dice ella, viendo que tardo demasiado tiempo en responder—: si se trata de gastos generados por el uso de los recursos de estructura que se utilizan cada mes…

— ¡Creo que lo tengo! —exclamo contento —: diría que podemos llamarlos también Gastos de Estructura. Se trata de los gastos que “nos caen” todos los meses dependiendo de la estructura de recursos que tengamos, y no de la cifra de ventas finalmente conseguida.

— Correcto, Justo —me dice Bárbara aplaudiendo—. Cuantos más recursos de estructura utilices o contrates, más gastos de estructura tendrás.

— El último sinónimo —interviene Fortu ahora— es más difícil que lo adivines, ¡aunque has estado muy cerca de hacerlo antes! La dificultad radica en que se trata de un término de nuestra invención.

— ¿Me podéis decir “frío” o “caliente” a medida que os digo nombres que se me ocurran, mientras trato de adivinar el correcto? —les pregunto.

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— Ja, ja, ja —se ríe Fortu—. Te decimos “frío”, digas lo que digas.

— No llamaría yo precisamente a eso ¡tener confianza en el alumno! —les recrimino ofendido, tras sentirme un poco decepcionado.

— No te indignes, Justo —interviene Bárbara—. El término que buscamos tiene mucho que ver con lo que has dicho tú antes.

— ¡¿Yo?! ¿Qué he dicho yo antes?

— ¿Qué opinarías si te decimos que nosotros los llamamos también Gastos Azules? —me pregunta Fortu.

— ¡¿Gastos Azules?!—exclamo extrañado—. ¿Por qué?

— ¿Qué color se utiliza para diferenciar los grifos de agua fría de los de agua caliente? —me pregunta Fortu abriendo sus brazos, como queriendo dar a entender que lo que me está diciendo tiene toda su lógica.

— Se usa el color azul, ¿por qué? —le pregunto, demostrando pocos reflejos en este momento.

— ¡Azul!, Justo, ¡azul! —exclama Bárbara, mientras abre sus azules ojos como platos y señala su vestido—. ¡Recuerda el fleco que nos quedó pendiente al final de la sesión del viernes pasado, y que te tenía tan intrigado!

— ¡Claro, hombre! —grito, tras verlo muy claro—. La planta tripe es de color azul, porque todos los recursos azules están situados en ella. Son los recursos cuya utilización genera los Gastos “fríos” (por ser insensibles al nivel de ventas), los Gastos de Estructura, ¡los Gastos del Periodo!

— En la planta tripe están situados todos los recursos azules, ¡menos uno! —puntualiza Bárbara—. Lo recuerdas, ¿verdad, Justo?

— Sí, claro. Hay un recurso que todavía no hemos visto, aunque sí sabemos que su utilización implica la generación de un tipo de gasto azul (un gasto del periodo). ¡No sabes las ganas que tengo de ver qué cara tiene!

— No se nos debe olvidar —me advierte Fortu— que los Gastos del PERIODO son generados por los recursos que tenemos en la Planta TRIPE. Como bien dice Bárbara, ¡con una sola excepción!: el recurso que permanece oculto hasta el momento. Fíjate que las letras I, P y E se encuentran tanto en la palabra “periodo” como en la palabra “tripe”: ¡quizás te sirva de ayuda!

— ¡Absolutamente genial! —exclamo asombrado—. Esto lo pueden recordar fácilmente hasta las personas con menos memoria.

— ¡Yo estoy en ese grupo! —me recuerda Fortu—. Es lógico que los términos Gastos Fríos o Gastos Azules no los hayas oído nunca antes de venir aquí —añade—: se trata de un invento nuestro que tiene, exclusivamente, fines nemotécnicos. Es la forma que se nos ocurrió para llamar gráficamente a los Gastos que se denominan técnicamente del Periodo.

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— Cuantos más recursos azules utilizas, más estructura tienes y, en consecuencia, más gastos azules se generan cada mes y/o cada año (cada periodo de tiempo) —remacha Bárbara—. Por eso, tu padre le advertía sabiamente a mi querido Dr. Green, que no se cargara de ellos en exceso.

— Debe ser la misma recomendación que le da a mi madre —les digo convencido—: ¡está obsesionada con los gastos de cada mes!

— Comentaremos lo de tu madre otro día —me dice Fortu—. Ahora, me gustaría subrayar que nunca olvidaré las palabras de tu padre, cuando me regaló la caricatura del tío Gilito. Me decía “Mantén este cuadro siempre en mente a la hora de decidir los recursos de estructura que contrata tu empresa. Cuántos más utilices, más profunda será tu piscina de gastos y, consecuentemente, más billetes necesitarás cada mes para llenarla.”

— Tu padre es una persona excepcional —me dice Bárbara—. Yo lo veo con cierta frecuencia y siempre aprendo algo de él.

— Gracias, Bárbara. A mí me pasa igual. ¿Dices que lo ves de vez en cuando? —le pregunto un poco descolocado—. Me ha hablado de las reuniones de trabajo que tiene con tu madre para tratar temas de suministros y de nuevos productos, pero no recuerdo que mencionara encuentros contigo.

— ¡Qué extraño! —me dice Bárbara—. Quizás debe pensar que es tan lógico que nos veamos, siendo la empresa en la que trabaja uno de nuestros principales proveedores de equipos, que lo ha debido dar por supuesto.

— ¡Pues que no te haya mencionado don Prudencio esos encuentros me preocupa! —interviene Fortunato riendo—. Debes saber que hace siempre todo lo posible para que exista una razón para reunirse con ella —añade, poniendo cara de celoso—. ¡Supongo que tengo que hablar con él seriamente sobre el tema! Quizás tenga que, como medida adicional, ¡avisar a tu madre!

— Bueno, no estoy seguro de que eso sea ¡una buena idea! —le replico riendo, tratando de seguirle la broma y de mostrar naturalidad, pero sin poder evitar seguir dándole vueltas al tema.

— Venga, chicos, ¡ya vale! —Bárbara nos llama al orden, mostrándose bastante incómoda con la conversación.

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La piscina desbordante

— Imagino que ya sabes “a estas alturas” —me dice Fortu, volviendo a insistir con sus juegos de palabras— por qué elegimos una piscina con la altura de sus paredes laterales regulable.

— Creo que lo sé. En función de lo que me has explicado, deduzco que las palabras de mi padre sobre la caricatura del tío Gilito te dieron la idea.

— Podría ser… —me dice Fortu con aire misterioso.

— ¡Nos tienes en vilo, Justo! —interviene Bárbara inmediatamente después, animándome a que les explique lo que tengo en mente.

— Mi lógica deductiva —inicio la frase sonriendo— me conduce a afirmar que la altura de la piscina aumenta, si se incrementan los gastos de estructura que se generan cada Periodo de tiempo y, consecuentemente, el volumen de agua que se precisa para llenarla completamente.

— ¡Correcto! —exclama Fortu—. Como ves, el mérito es de tu padre, como casi siempre. Mi aportación siempre se ha limitado a escuchar atentamente a los expertos que realmente saben, a sintetizar sus ideas y a descubrir modelos simplificados y nemotécnicos que nos permitan entender y recordar fácilmente lo que nos dicen a los mortales que no somos tan sabios.

— Lo que tú haces tiene mucho mérito también, cariño —le dice Bárbara a Fortu tras su comentario de evidente falsa modestia, mientras le da un cariñoso beso en la mejilla y le acaricia la cara.

— Bueno, parece que voy despejando incógnitas y atando cabos —les digo satisfecho—. Ya sé por qué la planta tripe es de color azul y, también, la razón por la que la piscina está más llena hoy que la semana pasada.

— ¿Por qué? —me preguntan los dos a la vez.

— Porque si la altura y el volumen de la piscina son proporcionales al importe de los gastos de estructura mensuales, estoy seguro de que el agua está representando el dinero que hay que ir consiguiendo para poder cubrir todos los gastos del periodo cada uno de los meses.

— No sé si has seleccionado la palabra “cubrir” intencionadamente —puntualiza Bárbara—, ¡pero has estado muy acertado! En esta empresa, todo el mundo sabe que empezamos el día uno de cada mes con la piscina totalmente vacía. En ese momento, la altura de la piscina se ajusta en función de los gastos de estructura previstos para ese mes.

— ¿Cómo los calcula el ordenador? —pregunto.

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— Se trata de una estimación muy sencilla —me informa ella—. Ya sabes que la mayoría de los gastos azules son conocidos y de importe previsible: las nóminas del personal; los alquileres y las amortizaciones; los consumos de energía o teléfono, las cuotas de la limpieza, de los seguros, de los contratos de mantenimiento o de los intereses mensuales, etc.

— Sí, claro —le digo—: los gastos azules tienen importes mensuales idénticos o muy parecidos. En cualquier caso, fácilmente previsibles.

— La altura de la piscina se va ajustando ligeramente durante el mes —continúa Bárbara—, asistida por una computadora, con las pequeñas variaciones que van surgiendo: puede que en un periodo llegue una factura de reparación de importe no previsto, o que los consumos de energía o de teléfono tengan pequeñas diferencias según el mes, ya sabes…

— Veo que es fácil predecir su importe, ¡porque se trata de gastos fijos!

— ¡No te aconsejo que los llames gastos fijos, Justo! —exclama Fortu.

— ¿Ah, no? —digo extrañado tras su réplica a algo que parece obvio.

— Son gastos de importe estable, previsible, más o menos invariable, pero, aunque te pueda chocar, no te recomiendo que los llames fijos.

— ¿Por qué? —le pregunto intrigado.

— Recuerda que enumeramos tres términos sinónimos, uno para cada característica —toma la palabra Bárbara ahora—: dijimos que podíamos llamarlos gastos del periodo, gastos de estructura o gastos azules (fríos), pero en ningún momento pronunciamos lo de Gastos Fijos, ¿recuerdas, Justo?

— Es cierto, pero continúo sin entenderlo.

— Pronto verás la razón muy claramente —me tranquiliza Fortu—. Te puedo adelantar, no obstante, que los especialistas en contabilidad analítica hablan de Costes Fijos y Variables, más que de gastos fijos y variables. Gasto y Coste parece sinónimos, ¡pero no lo son!

— ¡¿Ah, no?! ¡Otra nueva trampita terminológica, por lo que veo!

— Se trata de otros términos financieros de significado engañoso, si tratas de interpretarlos a partir del leguaje coloquial —me aclara Fortu—. Los recursos tienen un valor de coste, el cual se transforma en gasto en el momento que se utilizan o consumen, ¡pero no antes!

— ¡Caramba! —exclamo un poco desconcertado.

— Se trata de otro misterio que desvelaremos juntos pronto, my dear Watson. Por el momento, piensa que si tienes un objeto con un valor de coste determinado, sólo incurrirás en un gasto en el momento que lo utilices, que lo consumas, que lo uses, ¡que dejes de tenerlo!

— Desde el primer día de cada mes —habla Bárbara de nuevo— toda la organización debe ponerse en marcha para conseguir agua. Debemos llegar

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a final de mes con un nivel de llenado que, como mínimo, llegue hasta el borde de la piscina. Dicho con las mismas palabras que tú mismo has empleado antes: debemos conseguir que, el último día de mes, el agua procedente de los ingresos acabe “cubriendo” la totalidad de los gastos azules, como mínimo.

— ¿Y si os pasáis en la cantidad de agua que volcáis en la piscina y, como consecuencia de ello, la piscina se desborda? —les pregunto.

— ¡Es la circunstancia que más nos gusta! —me responde Fortu—. ¡Siempre nos han apasionado las piscinas desbordantes!

— ¡No me extraña! —exclamo desinhibido—. ¡Son preciosas! Son especialmente bonitas aquellas que su límite se confunde con el mar. La casa de mi mejor amigo tiene una piscina desbordante increíble. Sus padres tienen mucho dinero: tienen varias empresas que dan trabajo a muchas personas.

— ¡Veo que la historia se repite! —comenta Fortu—: dos amigos de la Universidad que tienen niveles económicos muy diferentes.

— Así es, pero con un matiz importante —puntualizo—: creo que la diferencia entre mi amigo y yo es inferior a la que existía entre mi padre y tú.

— Eso es una consecuencia del desarrollo económico que ha tenido el país en las últimas décadas —afirma Fortu.

— Supongo que es así —asiento—. Todo el mundo sabe que, en muchos países poco desarrollados, existe un contraste tremendo entre el reducido grupo de los muy ricos y el numeroso grupo de los muy pobres.

— El crecimiento económico deseable de los países —me explica— debe generar una consolidada clase media, un aumento del nivel de vida medio de sus habitantes y una disminución de las diferencias económicas.

— Supongo que ahora me dirás que las finanzas son herramientas esenciales para que los gobernantes consigan que los recursos de su país se traduzcan en desarrollo, inversión y creación de empleo. ¿Me equivoco?

— ¡En absoluto! —me dice riendo—. Las empresas y los países son como enfermos crónicos a los que hay que hacerles análisis periódicamente. Las cuentas financieras son excelentes ayudas para gestionar y, también, para que consigas llegar a poder financiarte algún día ¡la piscina de tus sueños!

— ¡Esa es un estrategia de motivación muy efectiva, Fortu! —le digo.

— Pero nunca olvides, Justo, que sólo será legítimo que disfrutes de ella, si has ganado el dinero para comprarla con actividades económicas lícitas y que hayan contribuido a la creación de riqueza colectiva.

— ¡No nos pongamos a soñar ahora, chicos, que tenemos mucho trabajo por delante! —interviene Bárbara, en una nueva demostración de su capacidad para mantener la concentración, el equilibrio y el sentido común.

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— ¡Disculpa, Bárbara! —le digo—. Tienes razón, cuando dices que tenemos mucha tendencia a irnos por las ramas. Volvamos a lo que ocurre en aquellos meses en los que el agua vertida desborda la piscina.

— Pues en los periodos en los que ocurre lo que dices —me informa Bárbara—, estamos felices: significa que hemos conseguido más agua de la necesaria para cubrir los fríos gastos azules. Como te puedes imaginar, el exceso de agua no la perdemos, sino que se desliza por la rampa amarilla que ves en uno de los extremos de la piscina y, posteriormente, se almacena en unos depósitos de idéntico color, los cuales verás otro día.

— ¡Color amarillo! —exclamo—: empiezo a ver cosas relacionadas con el cuarto color de las fichas del parchís. ¿Y si no consiguierais llenar la piscina algún mes? —les vuelvo a preguntar, intuyendo la respuesta.

— Pues el mes que no conseguimos agua suficiente para llenar la piscina (para cubrir todos los gastos del periodo), decimos que hemos tenido pérdidas —me contesta ella—. Esto es algo que no es habitual, pero que suele pasarnos en el mes de agosto. Al tratarse de un mes de vacaciones, hay pocas ventas. Como la altura de la piscina no depende del nivel de las ventas, sino de la cantidad de recursos de estructura que utilizamos, es esperable que no consigamos llenar la piscina con los ingresos de agua de ese mes.

— ¿Entonces…? —les pregunto por las consecuencias.

— Pues no tenemos más remedio que recurrir al agua acumulada en el depósito, procedente de meses anteriores con beneficios. Es como si echáramos mano de “nuestras reservas hídricas” durante los meses más secos.

— Por tus palabras sobre el mes de agosto, Bárbara, deduzco que el agua para llenar la piscina se genera en el momento de la venta.

— ¡Correcto! —me dice ella—. Al vender un producto a un cliente, obtenemos un ingreso de agua que utilizamos para contribuir al llenado de la piscina. ¡Ingresamos agua al vender y Gastamos agua al consumir recursos!

— Todo lo veo muy claro hasta ahora —le comunico.

— De todas formas —me dice Fortu con esa peculiar cara que pone cada vez que introduce un concepto nuevo—, desde que conseguimos el agua al vender, hasta que la vertemos en la piscina, algo perdemos por el camino.

— ¡¿Algo de agua perdéis por el camino?! —les digo, poniendo cara de extrema preocupación.

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Los gastos y los ingresos

— Ja, ja, ja —se carcajea Fortu al ver mi cara de preocupación—. Así es, Justo: no podemos evitar el hecho de perder agua a lo largo del camino que seguimos para llegar hasta el borde de la piscina con las macetas. Pero no te preocupes por eso ahora, porque nos ocuparemos de ese tema mañana. Ahora es el momento de que te pongas las gafas financieras, para que te cuantifiquen el valor de lo que estás viendo.

Extiendo mi mano para cogerlas y me las pongo.

— ¡Veo, veo! —le digo sonriendo.

— ¿Qué ves? —me replica Fortu, siguiéndome la broma.

— Pues veo unas líneas de nivel de profundidad dibujadas sobre la pared lateral izquierda de la piscina. Observo que cada línea se corresponde con un importe de 10.000 €. Puedo contar hasta diez líneas, por tanto, la altura total de la piscina equivale a una cantidad total de 100.000 €.

— ¿Por tanto…? —me anima a que siga aplicando mi lógica deductiva.

— Por tanto…—inicio mi respuesta lentamente—, supongo que cubrir toda la piscina implica conseguir la cantidad de agua correspondiente a 100.000 €. Puedo decirte también que, en este momento, el agua ha sobrepasado la octava línea: ha cubierto casi hasta la novena línea ya.

— A estas alturas de mes, todavía no hemos sido capaces de completar el llenado de la piscina —interviene Bárbara ahora—, pero hay que tener en cuenta que aún nos queda toda esta semana para que finalice mayo.

— Curioso, ¿no te parece? —me pregunta Fortu.

— ¡Pues sí que lo es, sí! —le respondo, reconociendo la originalidad de la idea—. En el interior del edificio, vimos que las gafas financieras traducían los centímetros de altura de las columnas a euros de valor de los activos. En esta piscina, observo que las gafas traducen los centímetros de altura a euros de gastos azules. Está claro que las gafas se encargan de la conversión de unidades físicas de medida ¡en unidades monetarias!

— ¡Así es! —me dice Fortu, aprobando mis afirmaciones— : estas gafas están diseñadas para ver números seguidos del símbolo de moneda o del símbolo de porcentaje, es decir, variables cuantitativas que caracterizan a todos los informes financieros.

— Money, money, money…

— Eso cantaba Lisa Minelli en Cabaret. ¿Has visto esa película, Justo?

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— También forma parte de la colección de mi padre —le contesto—. No obstante —añado—, ese estribillo me suena más de una de las canciones de ABBA que forma parte del musical Mamma Mia!

— Eso demuestra, Justo, que el debate sobre la importancia del dinero para conseguir la felicidad es algo que ha existido, ¡y existirá!, siempre.

— Supongo que así es —le digo, asintiendo con la cabeza.

— En nuestro particular modelo conceptual, ese que debe ayudarte a ser más feliz gracias a que te permite gestionar el dinero mejor, el tamaño de las cosas se correlaciona con su valor absoluto en euros. Pero, Justo, ¿qué me dices de los tamaños relativos, es decir, de las imprescindibles proporciones?

— Pues te puedo decir que, mirando con estas gafas, veo cantidades porcentuales (entre paréntesis) junto a los importes. En la línea de nivel correspondiente a los 10.000 €, puedo leer un 1%. También veo que la siguiente línea marca un 2%, y así sucesivamente. En la última línea de nivel, la que coincide con el borde superior de la piscina, observo un 10%.

— ¿Me resumes, por favor? —me solicita Fortu.

— ¡Con mucho gusto! —le digo, preparándome para contestar de manera protocolaria, como si estuviera delante de un tribunal de evaluación—. Con este original y práctico “gadget” tecnológico al que llamáis, muy acertadamente por cierto, gafas financieras, veo que existen unas líneas de nivel en la pared lateral izquierda de la piscina. Las ayudas ópticas me muestran tanto los valores absolutos, como los valores relativos o porcentuales de cada uno de los niveles de profundidad.

— ¡Excelente! —interviene Bárbara de nuevo—. Por tanto, ya sabes que nuestra estructura de recursos azules nos va a generar unos gastos, de ese mismo color, de alrededor de 100.000 € mensuales.

— Eso he descubierto, efectivamente —le digo.

— Como has visto, Justo —sigue Bárbara—, hemos conseguido cubrir ya los primeros 85.000 €. Tenemos que rellenar el resto de piscina con el agua que consigamos verter en lo que nos queda de mes, si queremos cubrir la totalidad de los gastos del periodo. No obstante, intentaremos, con todas nuestras fuerzas, desbordar la piscina ¡para obtener beneficios!

— ¿Recuerdas la cifra media de ingresos mensuales por ventas que tenemos en esta empresa? —me pregunta Fortu.

— Sí, naturalmente. ¡Esa cifra se me quedó grabada el miércoles pasado! Ese día, estando en la planta de los futbolistas verdes, tuviste que revelarme anticipadamente el importe de la venta mensual para poder explicarme el concepto de rotación. Recuerdo que me dijiste que vuestro nivel de medio de ventas mensual rondaba el millón de euros (1.000.000 €).

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— Entonces, Justo, con la información que tienes ya, estoy seguro de que puedes deducir fácilmente nuestro beneficio mensual, ¿no es cierto? —me pregunta Fortu, con la clara intención de que responda muy rápidamente, sin pensarlo mucho, con lo primero que pase por mi mente.

— ¡Pues no! —le respondo sin titubear.

— ¡¿Cómo que no?! Si los ingresos son de 1.000.000 € mensuales y los gastos, durante el mismo periodo de tiempo, ascienden a 100.000 €, ¿no podemos afirmar que tenemos un beneficio de 900.000 € al mes?

— Se trata de una trampa para principiantes inseguros ¡en la que no voy a caer, Fortu! Además, me has dado antes una pista definitiva: me has dicho que del millón de euros de agua que ingresáis mensualmente por ventas, algo de líquido se pierde por el camino antes de llegar a la piscina.

— ¡Te veo muy concentrado y despierto hoy, chico! —me dice Fortu.

— Gracias, pero me temo que era algo muy básico —le replico.

— Espero que siempre recuerdes esa pregunta trampa que te acabo de formular. Es frecuente caer en el error de pensar que un incremento, previsto o inesperado, de un gasto azul se compensa simplemente con un incremento de las ventas de igual importe.

— Eso es claramente un error —me atrevo a confirmar, como si el experto fuera yo—. Para compensar un aumento de los gastos de estructura (de la altura de la piscina) —añado— hay que conseguir unas ventas de importe superior. La razón ya la hemos averiguado: algo del agua procedente de los ingresos por ventas se pierde por el camino.

— Lamentablemente, se nos ha vuelto a acabar el tiempo —me dice Fortu mirando su reloj—, pero mañana tendremos oportunidad de analizar con mayor detalle esa misteriosa pérdida de agua de la que estamos hablando, la cual sucede antes de que la maceta consiga llegar al borde de la piscina.

— Hemos visto, muy de pasada, el tema de los porcentajes que cuantifican los tamaños relativos —nos advierte Bárbara, muy atenta a todo—. Creo que, para artistas como vosotros dos, ¡las proporciones son un elemento clave! —nos dice sonriente, demostrando que también sabe utilizar su dosificada fina ironía, cuando las circunstancias lo requieren.

— Bueno —aclara Fortu—, tenía pensado dejarlo para mañana también. No obstante, quizás todavía se vea Justo con ánimo de hacer algún comentario al respecto —me dice, para cuantificar el nivel de mis energías.

— ¡Naturalmente! —afirmo con confianza—. Así como en el interior del edificio, el porcentaje relevante era el que representaba la altura de cada planta sobre la altura total del edificio; aquí en la piscina, el porcentaje clave es el que representa cada gasto sobre la cifra de ingresos. Por ello, podemos decir que 100.000 € de gastos de estructura cada mes suponen un 10% de una

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cifra de ingresos mensuales de un 1.000.000 €. Por eso he visto, en el lateral de la piscina, que cada una de las diez líneas de nivel representa el 1%.

— ¿Y cuáles serían esas cantidades porcentuales, Justo, si las ventas cayeran a la mitad en un mes determinado? —me pregunta Fortu.

— Si eso pasara en un mes, los 100.000 € de gastos azules representarían ¡el 20% de los ingresos! —le respondo con seguridad.

— ¿Y no crees que si las ventas cayeran a la mitad, también lo harían los gastos azules? —me sigue preguntado, haciendo esfuerzos para no reír.

— Esto último, Fortu, no lo calificaría de pregunta trampa; creo que, más bien, podría considerase ¡ofensiva! —le recrimino, fingiendo enfado.

— ¿Por qué? —me pregunta con cinismo.

— Porque los gastos azules no varían en función de las ventas, sino de los recursos azules empleados cada mes. Eso lo sabe ¡hasta mi hermanita!

— ¡Gran final de sesión, Justo! —exclama Bárbara aplaudiendo.

— Hasta mañana —me dice Fortu—. Seguiremos aquí en el exterior, pero pasaremos a analizar la zona ajardinada.

— ¡Perfecto! —les digo, a la vez que me doy media vuelta para irme.

Mientras voy caminando en dirección a la salida, me acuerdo de algo de lo que no hemos hablado hoy. Me giro y le digo a Fortu desde lejos:

— Fortu, ¿en esta piscina no se habla de política, o qué? —le pregunto en voz alta, mientras separo ambos brazos del cuerpo.

— No sabes lo que me alegra que me hagas esa pregunta, Justo —me responde desde lejos, también elevando el tono de voz—. ¡Naturalmente que se habla! Si te acercas, podremos hacerlo. Le podemos dedicar unos minutos.

— ¿Y por qué dejabas que me fuera sin haberlo hecho? —le pregunto, mientras voy caminando de vuelta hacia ellos.

— Porque no quería liarte con más información. Además, tampoco lo he hecho para que un tipo de “izquierda radical”, tal como eres tú, ¡no se llevara un enorme disgusto de última hora! —me dice con tono irónico.

— ¿Qué quieres decir, Fortu? —le pregunto justo en el momento que llego al lugar en el que están ellos esperándome.

Me detengo, miro a Bárbara y observo que se está riendo.

— Pues quiero decir —me responde Fortu— que aquí en la piscina, a diferencia de lo que me decías en tu mitin político en el interior del edificio, ¡la izquierda genera pérdida de valor!

— ¿Cómo? —pregunto un poco desconcertado.

— Justo, es preciso que sepas que los gastos —interviene Bárbara—, los contables los anotan en la columna de la izquierda (en la del Debe).

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— ¡¿Los anotan en la columna izquierda?! —exclamo, simulando estar absolutamente decepcionado con esos profesionales.

— ¡Así es, Justo! Lamento ser tan cruel contigo, cuando debes estar ya muy cansado al final de la sesión de hoy, pero nuestra obligación es decirte que los Gastos se contabilizan en la izquierda (en el Debe). Yo no quería sacar el tema, pero me reconocerás que ¡tú me has forzado a hacerlo!

— ¡¿Qué me dices?! —le digo, llevándome las manos a la cabeza.

— ¿No te ha llamado la atención el hecho de que las líneas que nos informan del nivel de gastos del periodo estén dibujadas sólo en el lateral izquierdo de la piscina? —me pregunta Fortu.

— ¡Qué mazazo! —exclamo, fingiendo que estoy muy afectado.

— ¿No querías hablar de política, Justo? ¡Pues ya lo hemos hecho! ¡Tú lo has querido! Como hombre de empresa que quieres ser, debes aceptar que unas veces se gana ¡y otras se pierde! —me dice Fortu, exagerando su actitud arrogante habitual y su postura de superioridad.

— En el interior del edificio —les recuerdo—, estaba feliz al ver como todo lo que aumentaba el valor del contenido de cada planta, se anotaba en la columna izquierda (en la del Debe).

— Pues aquí, en la piscina —continúa Fortu con ganas de revancha —, la columna izquierda está representada por la altura del lateral izquierdo de la piscina. A mayor altura de ese lateral de la piscina, más gastos. ¡Lo siento, Justo, pero es así! Tienes que afrontarlo. ¡Cuanto más izquierda, más gastos!

— Tampoco hace falta que te ensañes, Fortu —le dice Bárbara.

— Si la altura de la piscina es el equivalente a las columnas izquierdas del interior del edificio —me dirijo a Fortu—, ¿dónde tenéis el equivalente a la columna derecha?

— Mañana te la enseñaremos. ¡Creo que es suficiente castigo por hoy! —me dice Fortu justo antes de que nos echemos a reír los tres.

— Dispondré de 24 horas ¡para recuperarme del impacto! —les digo.

— Adiós, Justo, hasta mañana, que descanses bien esta noche —me dicen abrazados y sin poder parar de reír. ¡Recuerdos en casa!

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Justo resume la sesión de hoy:

Se produce un GASTO no cuando se adquiere o se contrata un RECURSO, sino cuando se utiliza o consume. El COSTE de un recurso no se transforma en GASTO hasta el momento en el que se emplea.

Unos recursos se utilizan o consumen en el momento de la VENTA, pero otros no. A los gastos que NO se producen “en caliente” justo en el momento de las ventas, les denominamos gastos azules o fríos.

Los GASTOS AZULES se producen como consecuencia de la retribución o consumo de los tres grandes grupos de recursos —sean considerados o no Activos desde el punto de vista contable— que encontramos en la planta azul o planta tripe: las Instalaciones, las Personas y los Externos. Existe un gasto azul adicional derivado del uso del único recurso azul que no está localizado en la planta baja del edificio.

Los importes de las nóminas del personal, del alquiler del inmueble, de las cuotas de los seguros, de las facturas de energía o de telefonía, de la agencia de publicidad, de la empresa de limpieza, de la asesoría fiscal, de los intereses por los préstamos bancarios, etc. no dependen del importe de las ventas, sino de la cantidad de recursos que utilizados en cada periodo.

Los gastos que se producen todos los periodos —dependiendo del número de recurso de estructura que utilizamos y no de las ventas conseguidas— se denominan GASTOS DEL PERIODO o gastos de estructura o gastos azules, pero no GASTOS FIJOS. Son de importe estable, predecible y no correlacionado con la variabilidad de las ventas; pero no fijo.

El importe de los gastos del periodo determina la ALTURA DE LA PISCINA: cuantos más recursos de estructura utilicemos para convertir las existencias en ventas, más agua necesitaremos ingresar cada periodo de tiempo para cubrirla completamente o, mejor incluso, para poder desbordarla. Es importante que la estructura sea adecuada para la cifra de ventas que es capaz de generar. Por eso, no sólo hay que conocer el valor absoluto de los gastos del periodo: saber el valor relativo o porcentual sobre la cifra de ingresos por ventas es también esencial.

Para conseguir desbordar la piscina (generar beneficios) es necesario que la cantidad de agua procedente de los ingresos sea superior a la que se necesita para retribuir los recursos de estructura que se utilizan para conseguirlos. Por ello, más que obsesionarse por reducir la altura de la piscina a toda costa, las empresas deben orientarse a conseguir recursos que tengan la capacidad de contribuir a generar unos ingresos de agua superiores a los consumidos o gastados en su retribución. Si eliminamos recursos, reducimos gastos, pero también capacidad para generar ingresos.

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Martes 28 de mayo de 2010 El jardín de la esperanza

— ¡Es impresionante lo bien que tenéis cuidado el césped! —le digo a Fortu, justo después de saludarlo en el lugar en el que nos habíamos citado hoy—. Yo me encargo del mantenimiento del pequeño jardín que tenemos en nuestra casa; por eso sé valorar muy bien el mérito que tiene.

— Si te acercas un poco más y lo tocas —me propone—, te darás cuenta de lo mucho que ha avanzado la tecnología también en este tema.

— ¡Caramba: es césped artificial! —le digo, mientras lo acaricio en cuclillas—. ¡Está muy conseguido! ¡Creo que os lo voy a copiar también!

— ¿Cómo te encuentras hoy, Justo? —me pregunta Fortu, mientras voy recuperando la posición erecta.

— Muy bien; deseando descubrir las sorpresas que me esperan en esta séptima sesión. Por cierto, no veo a Bárbara. ¿No estará hoy con nosotros?

— La echas de menos, ¿eh? —me dice con voz socarrona y moviendo su fornido cuerpo como si bailara un vals en una boda.

— Hombre, la verdad es que es un placer estar con ella. Es guapa, dulce e inteligente. Se ha portado conmigo extraordinariamente bien durante las dos sesiones en las que ha participado. Sé que no compartes mi opinión, pero sigo diciendo que me recuerda mucho a mis hermanas mayores.

— A mi también me gusta mucho y la voy a echar de menos —me dice con ironía—, pero no sé qué tipo de cosas tenía que hacer hoy.

— Supongo que algo importante…

— De todas formas, hoy no estaremos en la zona azul, su área de responsabilidad. Ya sabes ¡que se trata del color preferido de Bárbara!

— ¡Efectivamente! —le digo, al tiempo que refresco mi memoria—. Recuerdo que, mientras en la planta azul, pudimos ver los recursos azules, en la piscina azul, pudimos ver los gastos que se generan por su utilización.

— Buen repaso, Justo. Hoy vamos a cambiar de color. Tengo la intención de empezar fijándonos en el color del césped: el verde —me explica Fortu, mientras se sigue divirtiendo adoptando posturas extrañas.

— Me parece muy bien. Precisamente, y al hilo de lo que propones, he observado que todavía no habéis comprado las flores para todas esas macetas que estoy viendo. Me llama la atención el gran número de ellas que tenéis ahí, colocadas en fila y ordenadas de mayor a menor tamaño.

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— ¿Te gustan? —me pregunta, haciéndose el interesante.

— Bueno, me resulta chocante ver tantas macetas vacías.

— ¿Te has fijado, Justo, en que todas son de color verde también?

— Sí, claro. ¿Se trata del mismo color verde que vimos en la planta de los muñecos de fútbol de mesa o del de tu corbata? —pregunto con la esperanza de que la respuesta sea afirmativa y de que, por tanto, no se compliquen más las cosas con nuevos conceptos.

— ¡Pues sí! —me responde, moviéndose como si siguiera bailando y continuando con las extravagancias que observo que le apetece hacer hoy.

— O sea, que estoy cerca de descubrir otro de nuestros misterios: la razón del color verde de la planta 2 —conjeturo esperanzado.

— Me parece que sí —me dice con parsimonia y jugando con su pipa, como si disfrutara manteniéndome en vilo—. Este césped tan verde, que tanto te ha impactado al entrar, lo utilizamos para representar la zona de los ingresos. Yo llevo camisas y corbatas verdes, debido a que soy el director comercial. Las ventas a clientes están dentro de mi área de responsabilidad. Mientras Bárbara se centra en lo azul y Scarlett en lo rojo, ¡yo me encargo de lo verde! ¿Quién mejor que el señor Green para hacerlo? —añade riendo.

— Corrígeme si me equivoco, Fortu: creo que ingresos y ventas son términos sinónimos —le digo con la prudencia que exige todo esto de interpretar intuitivamente el significado de los términos financieros.

— Te equivocas, pero muy poco. ¡Poquísimo, diría yo!

— ¿Me lo puedes explicar, por favor? —le solicito.

— Las ventas de productos o servicios que realiza una empresa a sus clientes constituyen la inmensa mayoría de sus ingresos —me aclara—. De todas formas, una empresa también puede obtener ingresos a partir de otras fuentes. Los ingresos financieros o los ingresos generados por la venta puntual de activos no corrientes son los ejemplos más representativos.

— Entendido, Fortu. En esta empresa, como en prácticamente todas, la principal fuente de ingresos son las ventas a clientes. Hay empresas que venden productos, como la vuestra, y otras que venden servicios, como la de mis hermanas mayores, pero todas tienen que vender para tener ingresos.

— Pues sí, amigo, ¡así es! Como nos recordaba Bárbara el otro día, para crear valor en una empresa, ¡hay que conseguir ventas a clientes! Si no vendemos, no entra agua, y si no entra agua…

—…tendremos más gastos que ingresos y, consecuentemente, contabilizaremos ¡pérdidas! —acabo la frase, tal como Fortu quería.

— Cuando realizamos una venta de un producto a un cliente, emitimos una factura de venta —afirma Fortu—. Observarás, Justo, que nuestras

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facturas de venta son todas de color verde. ¡Son del color de los ingresos! De esta forma, son muy fáciles de identificar. Elegimos este color, porque tenemos siempre ¡la esperanza! de que los ingresos sean muy elevados.

— Como sabes, así se llama una mis hermanas: Esperanza. Y, curiosamente, su color preferido es también ¡el verde!

— Pues entonces, esto que te estoy contando ¡no se te olvidará! Estamos ahora ¡en nuestro verde jardín de la esperanza! —me dice.

— Imagino que las facturas de venta son enviadas inmediatamente a la planta 2, para que se encarguen de cobrarlas a los clientes.

— Eso hacemos, sí —me confirma Fortu—. En el momento que generamos una factura de venta (una factura verde), contabilizamos que el cliente nos debe dinero y, por tanto, el tamaño de su muñeco futbolista aumenta automáticamente. Pero también hacemos una segunda cosa: contabilizamos un ingreso por ventas. Recuerda que los movimientos contables siempre van en parejas: cada apunte tiene su contrapartida.

— Lo veo sencillo —le digo—: en el momento de la venta, algo se mueve tanto en la piscina, como en el edificio. Ya sé que, en la planta 2, aumenta la altura del techo, porque aumenta el saldo deudor de un cliente. ¡Estoy deseando ver lo que ocurre en la piscina al vender!

— Antes de mostrártelo, quiero aprovechar para recordarte que, para contabilizar los ingresos, no tenemos en cuenta el IVA de la facturas; pero sí lo hacemos a la hora de contabilizar los importes que nos deben los clientes. Sé que, como eres un alumno aventajado, este asunto no te confunde.

— Gracias por el elogio, Fortu. Pero dime: ¿cómo representáis a los ingresos en este modelo conceptual tan gráfico y práctico?

— Pues verás, Justo: el ordenador, al detectar una venta, hace que una maceta verde se llene de agua. El sistema informático —ya sabes que aquí todo funciona asistido por computadoras— se encarga de seleccionar la maceta que tenga un tamaño proporcional al importe de la venta.

— Te sigo, Fortu. Continúa, te lo ruego.

— Si vendemos simplemente unas gasas o unos guantes, vemos como se llena de agua una maceta muy pequeña; pero si vendemos un láser fabricado por la compañía de tu padre o un sofisticado equipo quirúrgico de precio elevado, el sistema elige una de las macetas grandes que puedes ver allí al fondo —me explica, mientras las señala con el dedo.

A pesar de que llevo varios días viniendo, no termino de dar crédito a todo lo que veo. ¡No sé si estoy metido en un sueño, en una película de ciencia ficción o en un cuadro de un pintor surrealista!

— ¿En qué piensas, Justo? —me dice, mientras toquetea sus bigotes.

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— ¡No, en nada! —le respondo—. Podemos continuar. Disculpa, Fortu. ¿Algún alarde tecnológico más me tienes preparado?

— ¡Pues sí! —me responde con una cara de enorme satisfacción—. ¿Te has fijado en el ciprés que está a la derecha?

— Sí, lo he hecho. Ayer tuve la oportunidad de verlo.

— ¿Notas algún cambio en él?

— Pues diría que está más alto hoy.

— ¡Se trata de un árbol de altura regulable, amigo Justo! —me dice, rompiendo a reír con sonoras carcajadas y aplaudiendo ruidosamente, mostrándose nuevamente encantado de ver el impacto que me producen sus invenciones, y sin importarle que su actitud me pueda resultar molesta.

— ¿Ayer vimos que la piscina azul era de altura regulable y ahora me dices que este ciprés ¡también lo es!? —le pregunto para complacerle.

— ¡Pues sí, también lo es! ¿No me preguntabas ayer sobre lo que utilizamos aquí para representar a la columna de la derecha (la del Haber)?

— Sí, lo hice —le reconozco.

— ¡Pues aquí tienes la respuesta a tu pregunta, Justo! Cada vez que se produce un ingreso, simultáneamente al llenado de las macetas, el ciprés gana altura. Sin ánimo se seguir hurgando en la herida, Justo, te recuerdo que, aquí en la piscina, ¡“la derecha” es la que aporta valor! Te recuerdo: las ventas son la principal fuente de creación de valor económico en una empresa.

— Con todo este “montaje”, Fortu, ¡y aunque me duela decirlo!, todo parece muy sencillo de entender —le digo sonriendo, aún sabiendo que con este tipo de comentarios estaba reforzando su comportamiento arrogante.

— Si me permites seguir describiéndote el recorrido de las macetas, Justo, te puedo decir que el paso siguiente, una vez que están llenas de agua, consiste en llevarlas al borde de la piscina. ¿Por dónde crees que lo hacemos?

— ¡Dame un respiro, Fortu! ¡Demasiada agua para un solo día! ¡Pido un tiempo muerto! —le digo, mientras pongo mis manos formando una T.

— ¡Concedido! Aprovecharé el descanso para llamar a Bárbara y averiguar dónde ha ido. Es raro que no esté aquí, siendo martes por la tarde.

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La rampa roja

Tras el pequeño descanso en el que Fortu ha intentado, sin éxito, contactar con Bárbara; y antes de contestar a la pregunta que me hizo justo antes de la pausa, repaso visualmente todos los componentes de la piscina.

— ¿Has adivinado ya cómo nos las ingeniamos para hacer llegar el agua contenida en las macetas de los ingresos hasta el interior de la piscina? —me pregunta Fortu, mientras introduce su teléfono en el bolsillo.

— No veo muchas opciones, la verdad —le respondo—. Yo utilizaría una de las dos rampas que hay en los extremos de la piscina.

— ¿Eso harías? —me dice, acariciando su pipa—. ¿Cuál de las dos?

— Pues, como ayer me dijisteis que la rampa amarilla la tenéis reservada para recoger el líquido sobrante que se desborda al final de cada periodo contable, supongo que usaría la rampa de color rojo.

— ¡Supones muy bien, Justo! Las macetas suben por la rampa roja y, cuando llegan al borde de la piscina, vierten dentro el agua que les queda.

— ¿Vierten el agua que les queda? ¿Qué quieres decir exactamente?

— Te propongo que hagas la prueba de coger una maceta llena de agua y, posteriormente, subir con ella por la rampa roja, hasta que llegues al borde de la piscina. Te advierto que está muy resbaladiza ¡y muy caliente!

— ¡No sé si me atrevo a hacerlo! —exclamo riendo.

— Si hicieras esa prueba, verías que te sería imposible llegar al final de la rampa, sin haber derramado parte del agua. Dependiendo de tu habilidad, perderías más o menos, pero siempre se te caería una parte muy importante.

— Lo que me propones me recuerda a una prueba de concurso de televisión —le digo divertido—. Supongo que el presentador diría algo así como “el equipo que consiga verter más litros en su piscina, durante el periodo de tiempo que dure la prueba, ¡será el ganador!”.

— Pues una cosa muy parecida a ese concurso de televisión que describes es lo que hacemos nosotros aquí todos los meses.

— ¡Qué divertido suena!

— Como te decía, parte del agua que “Ingresamos” al vender, la “Gastamos” al subir por la rampa roja. Con las macetas procedentes de la venta de algunos productos derramamos más agua, al subir por la rampa, que con las que proceden de la venta de otros. En esto consiste “el juego de nuestro trabajo”. Y como venimos a jugar, ¡por eso nos lo pasamos tan bien!

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— ¡Qué envidia me dais! —le digo, mordiéndome el labio inferior.

— Quiero que te fijes, Justo, en un concepto esencial: la pérdida de agua que se produce en la rampa roja ocurre sólo, ¡y exclusivamente!, cuando vendemos. Es decir, cuando tratamos de llegar al borde de la piscina con la maceta que hemos llenado de agua al vender. ¡No lo olvides nunca!

— Me doy perfecta cuenta. Ayer era muy diferente —le digo, rememorando un poco—. Bárbara explicaba muy gráficamente que, al final de cada mes, la piscina se vacía. El agua se la llevan los recursos azules en concepto de su retribución. Empezáis cada periodo con la piscina vacía.

— ¡Exacto, Justo! Estos gastos que estamos viendo hoy siempre aparecen cuando hay ventas (¡están muy atentos, y nunca se olvidan!), pero nunca lo hacen si no las hay. Existe una relación clara y directa de causa efecto. La propia venta es la causa y la generadora de este tipo de gastos.

— Hace tiempo que no te veo utilizar un símil médico, Fortu —le digo con una pequeña dosis de ironía, que espero no la encuentre ofensiva.

— Pues precisamente, estaba a punto de decirte que un médico, pensando en los medicamentos que prescribe, diría que estos gastos son como los efectos secundarios de las ventas: ¡sólo aparecen, si los tomas!

— Está claro: cuando tomamos un medicamento, esperamos que el valor del efecto beneficioso supere al del efecto adverso.

— ¡Chico listo! —exclama, con el pulgar de su mano derecha en alto.

— Supongo que ahora viene cuando me preguntas acerca de cómo llamaría yo a este tipo de gastos. ¿Estoy en lo cierto?

— ¡Me has vuelto a leer el pensamiento! ¡Te veo muy inspirado hoy!

— Como me esperaba la pregunta, tengo la respuesta preparada, Fortu: si son gastos que se producen al vender, les llamaría Gastos de la Venta.

— Se trata de una respuesta correctísima —me ratifica Fortu—. Mientras los Gastos de la Venta se producen a medida que se Vende, los Gastos del Periodo se producen a medida que transcurre el tiempo.

— Es un buen truco para no complicarse la vida clasificando gastos.

— Y ahora, permíteme que haga como hizo Bárbara ayer: te voy a pedir un sinónimo para los Gastos de la Venta. ¡Utiliza tu lógica deductiva!

— Lo intentaré —le digo pensativo—. Si vosotros llamáis a los gastos del Periodo, los que vimos ayer, gastos azules o gastos fríos, no hace falta ser un lince para intuir que a los gastos de la Venta les denomináis gastos rojos o gastos calientes. Supongo que, por eso, la rampa por la que sube el agua es de ese color y que, por la misma razón, ¡está muy caliente!

—Tu respuesta ha sido perfecta. Se trata de gastos que se producen “en caliente”: tan pronto como se produce un ingreso por venta, ¡zas!, ahí

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aparecen ellos. Estos gastos, en el momento que detectan una venta, no perdonan: surgen de manera inmediata, ¡en caliente! Están siempre pegados, como lapas, a los ingresos. Nunca los encontrarás desvinculados de ellos.

— ¡De la forma que lo explicas, se ve clarísimo! —le elogio de nuevo.

— Ahora bien —continúa Fortu—, en contrapartida, si la empresa no tiene ingresos por ventas, estos gastos no asoman. Eso les diferencia claramente de los gastos azules, los cuales aparecen “fríos como témpanos de hielo” al final de cada periodo, sin importarles el nivel de ventas de la empresa durante el mismo —me recuerda Fortu, imitando la voz de un actor de doblaje grabando la banda sonora de una película de terror.

— Estos gastos son ¡de color rojo! —exclamo—. ¿Cómo el de las columnas y los cristales del quirófano de la planta 1, o como el de los vestidos de tu hermana Scarlett? —le pregunto, aún sabiendo la respuesta.

— Yes, sir! —me responde, colocando su pipa apagada entre sus labios.

— ¡Creo que acabo de resolver otro misterio! —exclamo satisfecho.

— ¡Lo has hecho, Justo! El principal gasto rojo consiste en la salida de los productos de stock. Los productos salen del inventario en el momento que la empresa los ha vendido. Al vender, se produce un ingreso por el importe de la venta y, simultáneamente, un gasto de un importe igual al valor de coste del producto que ha salido de las existencias. Por eso, mucha gente utiliza el término de Coste de la Venta para referirse a los Gastos de la Venta.

— O sea, que si quisiéramos ser muy puristas, deberíamos decir que los productos en existencias están valorados a su precio de coste y que, cuando salen (tras ser vendidos), generan un gasto de importe idéntico a su coste.

— ¡Exacto! Casi todo el mundo considera que los términos Gastos de la Venta y Costes de la Venta se refieren al mismo concepto. El uso los ha convertido en sinónimos, pero lo ortodoxo sería diferenciarlos.

— Ya veo —le digo, mientras proceso mentalmente todo eso.

— Los productos aguardan en el stock —añade Fortu—, hasta que son vendidos, como recursos valorados a su precio de coste. El gasto se genera en el momento que se consumen, en el momento que abandonan la planta 1 para ser entregados al cliente. ¡Lo hemos repetido hasta el agotamiento!

— Es decir —le digo buscando su aprobación—, ambos términos hacen referencia a nuestros queridos gastos rojos, aquellos que comparten color con el que vemos en los grifos de agua caliente.

— ¡Efectivamente! —me dice complacido—. Una vez que tenemos muy claro este concepto básico, estamos en condiciones de avanzar.

— ¡Venga!, que solamente nos queda media hora.

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La Piscina de tus Sueños

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— Imaginemos, Justo, que hemos vendido un láser por un importe (IVA no incluido) de 100.000 €, y que lo teníamos en existencias por un valor de coste de 75.000 €. ¿Qué pasaría en la piscina?

— Con la información que me has dado, es fácil deducirlo, Fortu: veríamos que se llena una maceta con una cantidad de agua equivalente a 100.000 € y que, al subir por la rampa roja, perdería el 75% del agua. Por tanto, al llegar al borde de la piscina, vertería en ella el 25% restante, es decir, la cantidad de agua equivalente a 25.000 €.

— ¿Pasaría algo más? ¡No te olvides del ciprés de la derecha!

— ¡Claro! —exclamo—. El árbol aumentaría un poco su altura, debido a que va acumulando los importes de las ventas del periodo.

— De la misma forma que lo hace…

— Sí, sí, ya lo sé: de la misma forma que lo hace el importe acumulado de la columna derecha (la del Haber). ¡Sé que te gusta comentarlo!

— ¡Me complace hacerlo, efectivamente! —me dice Fortu, creo que sin intencionalidades políticas esta vez, sino didácticas—. Además, ¿te has fijado en el mástil rojo que está ahí a la izquierda, junto a la rampa?

— ¡Naturalmente! Veo que también es de altura variable y que va creciendo en función del valor acumulado de los gastos rojos.

— ¡Sí, señor! Está situado a ese lado, porque simboliza la columna izquierda (la del Debe), la que utilizan los contables para ir acumulando los importes de los gastos. Ciprés verde para los ingresos, mástil rojo para los gastos rojos y piscina azul para los gastos azules, ¡eso es todo!

— ¿No cree, señor Green, que está usted siendo un poco reiterativo con este asunto de la derecha y de la izquierda? —le digo irónicamente.

— ¡Quizás tengas razón! Tengo que admitir que tiendo a ponerme un poco pesado, cuando quiero impresionar a mi interlocutor. Volvamos, entonces, a la maceta que ha conseguido llegar al borde de la piscina con agua por valor de 25.000 €. ¿Qué me puedes comentar, mi querido amigo?

— Yo diría que la venta de ese láser produciría una aportación de agua a la piscina para contribuir a su llenado —le contesto rápidamente.

— Totalmente de acuerdo, Justo. Esa contribución sería la cantidad de agua que ha conservado la maceta en su interior después de haber subido por la rampa roja. Es importante recordar tanto el valor absoluto de esa contribución (25.000 €), como su valor relativo o porcentual (25%).

— Muy bien. Así lo haré —le comunico mi actitud disciplinada.

— ¿Me podrías decir, Justo, que término debemos utilizar para nombrar a esa cantidad de agua que consigue llegar al borde de la piscina, tras subir por la resbaladiza y caliente rampa roja?

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— Si no te importa —le digo tras notar como vibra mi teléfono y leer el nombre que aparece en su pantalla—, contestaré a tu pregunta ¡después de atender la llamada de mi madre!

— ¡Se trata de una razón de fuerza mayor, sin duda! —exclama riendo—. Adelante, habla con la Sra. Idar y salúdale de mi parte.

— Lo haré —le digo, mientras muevo la cabeza de un lado a otro y rezo para que Fortu permanezca callado durante la conversación, evitando así que mi madre pueda escuchar algo que la ofenda o la enfade.

— No te olvides de recordarle lo de la fiesta de este sábado —continúa Fortu dándome instrucciones y poniéndome nervioso—, en la que celebraremos conjuntamente los quince años de vida de esta empresa ¡y el cumpleaños sorpresa de mi queridísima Bárbara!

— No lo olvidaré, Fortu, pero te ruego que me dejes descolgar ya. Mi madre no tiene tanta paciencia como mi padre.

— Me apetece mucho volver a verla tras diez años sin haber tenido oportunidad de hacerlo, Justo. A mi hermana y a Bárbara también les encantará saludarla después de tanto tiempo, ¿sabes?

— Ya que me lo pides, se lo recordaré, pero estoy seguro de que lo tiene en mente —le digo muy nervioso. ¡Ella no se olvida de nada!

— Thank you!

— Dime, mamá. Disculpa la espera —le digo apurado, tras descolgar.

Mientras mi madre me habla, Fortu se me acerca y me susurra en el oído contrario al que tengo el teléfono:

— ¿Por qué no le preguntas cómo llamaría ella a la cantidad de agua que consigue llegar al borde de la piscina? ¡Qué nos demuestre que sacaba muy buenas notas en la carrera por méritos propios, y no copiando a tu padre!

¡Qué nervios! Afortunadamente, inmediatamente después de su última gracia, Fortu decide retirarse y me deja mantener una conversación con tranquilidad. Supongo que sabe cuantificar hasta dónde debe llegar.

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El margen bruto

¿Va todo bien? —me pregunta Fortunato, tras esperar a que acabara la conversación telefónica con mi madre.

— ¡Todo en orden! —le respondo sonriendo—. Mi madre quería, simplemente, recordarme que tengo que acompañarla al oftalmólogo hoy, para que visite a Caridad. Como debes saber, los profesionales que están tratando de diagnosticar el origen de sus problemas de aprendizaje han recomendado la valoración por ese especialista. No sé muy bien el porqué.

— Como no ha heredado el daltonismo de tu padre, supongo que quieren descartar algún otro problema de visión —me dice con un tono extraordinariamente formal—. Ya sabes que el análisis de la Información es previo a la Decisión, y que ésta es anterior a la Acción y a la valoración de los Resultados. Recuerdas el apellido IDAR de tu madre, ¿verdad?

— Lo recuerdo, sí —le digo algo cansado de algunas reiteraciones.

— ¿Le has dado recuerdos de mi parte?

— ¡Naturalmente!

Fortu realiza un movimiento con la cabeza, expresando agradecimiento.

— ¿Has aprovechado para que supliera tu ignorancia sobre el nombre que recibe la cantidad de agua que consigue llegar al borde de la piscina? —me pregunta, con la evidente intención de poner a prueba mi amor propio.

— ¡No me ha hecho falta preguntárselo! —le respondo rotundamente, poniendo de manifiesto que su estrategia ha causado efecto—. Además, mucho me temo que lo haya olvidado, después de tantos años.

— Dime entonces, Justo. ¡Estoy intrigado! —me dice con sorna.

— Se trata, Fortu, ¡del margen bruto de la venta!

— ¡Exacto! Si al importe de la venta le restamos los gastos de la venta, obtenemos el margen bruto de la venta. ¡Así de sencillo! Como te adelantaba en la planta 1, cuando te enseñaba nuestro particular quirófano, nuestro margen bruto medio es del 20%. Con unos productos tenemos más margen que con otros, pero la media es la que te he dicho.

— Ya veo… —le digo, mientras voy reflexionado sobre el concepto.

— Por si te sirve para reforzar tu memorización —añade— te diré que los ingleses se refieren al Margen Bruto con el término de Gross Profit. Si a las ventas (Sales) le restan el coste de los bienes vendidos (Cost of Goods Sold), obtienen el Margen Bruto (Gross Profit).

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— Pero Fortu, si es así de sencillo, ¿por qué se empeñan algunos en complicarlo tanto, introduciendo términos confusos como son los de costes directos e indirectos, o como los de costes fijos y variables? —le pregunto.

— Porque es frecuente que la gente no identifique el momento en el que traspasa la frontera que separa la Contabilidad Financiera de la de Costes.

— Me temo que no te entiendo muy bien. Disculpa que te obligue a explicarme eso último con un poco más de detalle.

— Es muy fácil de entender, Justo. Tu padre necesita ser un experto en contabilidad de costes, porque precisa calcular el coste de fabricación de los sofisticados equipos quirúrgicos que producen. Su empresa, para conseguir fabricar sus productos, necesita comprar materias primas, contratar mano de obra, disponer de maquinaria de fabricación que tienen que amortizar, consumir energía y otros componentes, etc. Por ello, necesita saber mucho acerca de costes directos e indirectos, de costes fijos y variables y de otras muchas cosas complejas, para estimar el valor de los productos acabados.

— Tengo claro que conocer el coste de los productos en stock es imprescindible para saber el gasto de la venta —intervengo.

— ¡Exacto, Justo! Si tu padre no supiera el valor de coste de sus productos, no podrían calcular el importe de sus gastos rojos cuando los venden y, en consecuencia, no podría determinar el margen bruto. Como ves, la primera finalidad de la Contabilidad de Costes es auxiliar a la Contabilidad Financiera determinando el valor de coste o de fabricación de los productos que una empresa industrial tiene en existencias, en su stock.

— Está claro. Para saber el margen bruto, hay que restar el valor de las salidas de stock del importe de la venta —me recuerdo a mí mismo.

— Veo que lo entiendes perfectamente, Justo. Los financieros de la empresa de tu padre, para llegar a saber el coste de un producto acabado, calculan sus costes directos y le asignan una parte de los costes indirectos.

— ¡Qué lío! —exclamo aturdido.

— Pues no queda ahí la cosa: los costes directos pueden ser variables (como la materia prima) o fijos (como la mano de obra directa). Los indirectos también pueden ser variables o fijos. En fin, como ves, un auténtico galimatías del cual te recomiendo que te mantengas lejos, muy lejos, salvo que decidas ser un especialista en contabilidad de costes.

— Efectivamente, me suena haber leído que en el llamado coste completo de fabricación de un producto intervienen tanto costes directos como indirectos, y tanto costes variables como fijos, ¿cierto?

— ¡Cierto! Puedes referirte a los Gastos de la Venta como Costes de la Venta. No me encanta que lo hagas, pero es algo generalmente admitido. ¡Ahora bien!, de la misma forma que no te aconsejaba que llamaras Gastos

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Fijos a los Gastos del Periodo (los gastos azules que se producen “en frío”), tampoco te recomiendo que utilices el nombre de Gastos Variables o de Gastos Directos, cuando te refieras a los Gastos de la Venta (los gastos rojos que se producen “en caliente”).

— Creo entender la razón básica de tu recomendación, Fortu: el principal gasto de la venta es el valor de coste del producto que sale del stock y ese coste, como dices, incluye costes variables, fijos, directos e indirectos.

— ¡Da gusto tratar con personas inteligentes! Complementando tu afirmación, hay que decir que los gastos azules por consumo de teléfono o por reparación de las instalaciones, por ejemplo, varían ligeramente de un mes a otro, por eso también es mejor llamarlos gastos del periodo que fijos.

— Si que parece complejo, efectivamente, lo que tienen que hacer en las empresas industriales —le reconozco, mientras agito mi mano derecha.

— Las finanzas de costes consideran que un coste es variable o fijo, dependiendo de si se produce de manera asociada a la actividad. Pero, ¡atención!, a la actividad de fabricación ¡y no a la de ventas! Las fábricas incurren en más costes variables, si fabrican más unidades de producto, independientemente de las que se consigan vender. La diferencia entre fabricar mucho y vender mucho es notoria, ¿no crees?

— ¡Desde luego que lo creo! Pero me temo que me estás liando.

— ¡Me alegro! Lo he hecho intencionadamente, para que me hagas caso sobre mi recomendación de que te olvides de los costes variables y fijos, o de los directos e indirectos, salvo que quieras especializarte en el tema. Te recomiendo, para que no te confundas, que siempre hables de gastos de la venta (o rojos), ¡pero no de gastos variables!; y que siempre hables de gastos del periodo (o azules), ¡pero no de gastos fijos! ¿Lo harás?

— ¡Lo haré, te lo prometo! —le digo mareado.

— En ese caso, ¡me quedo más tranquilo! —me dice sonriendo—. Tenías pesadillas, porque en tu cabeza estaban mezcladas las piezas de dos puzzles: uno de piezas grandes y otro de piezas pequeñas. Mi recomendación es que las separes en dos grupos y, a continuación, te concentres en encajar sólo las grandes. Céntrate en lo básico y olvídate del resto.

— Vosotros —le digo—, al tratarse de una empresa comercial, no tenéis que calcular ni costes directos, ni indirectos, ni fijos, ni variables; ya que el valor de vuestro stock viene determinado por el precio que pagáis a los proveedores por los productos que les compráis.

— No nos tenemos que complicar la vida ni nosotros, ¡ni la mayoría de los mortales! Sólo las personas que forman parte del departamento financiero de empresas industriales, aquellas que fabrican productos a partir de materias primas, necesitan hacerlo, ¡pero no todos los demás! —afirma convencido.

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— En cambio, nos tratan de enseñar todo a todos. Consecuentemente, se nos forma tal “cacao” en la cabeza, que terminamos por no saber ni lo más básico. Todo nos suena, pero sabemos poco. Como me has dicho, acabamos mezclando los conceptos de la contabilidad financiera con los de la de costes.

— ¡Elemental, querido Watson! Si terminas siendo directivo o propietario de una empresa de servicios o de una empresa comercial, te recomiendo que ni se te ocurra complicarte la vida estudiando libros de cálculos de costes. Los únicos costes que deberás manejar son los precios de adquisición de tus existencias y de tus inmovilizados.

— ¡Creo que es una excelente recomendación practica, Fortu!

— Y para saber cuáles son esos costes —añade—, simplemente tendrás que mirar sus precios en las facturas de compra.

— Y en cuanto a los gastos —me atrevo a complementar la información— tengo ahora muy claro que se trata, simplemente, de dividirlos en dos grandes grupos: los gastos que se producen “en caliente”, en el momento de la venta (los rojos); y los que se producen “en frío”, a medida que transcurre el periodo de tiempo (los azules).

— Ese es mi consejo. Cuando analizamos un gasto, nos preguntamos si está causado por una venta o no. En caso afirmativo, es rojo; y en caso negativo, es azul. Si es rojo, le llamamos gasto de la venta; y si es azul, le llamamos gasto del periodo. Si es rojo, le pedimos a Scarlett que se cuide de él; y si es azul, se lo pedimos a Bárbara. ¡Así de sencillo!

— ¡Recomendación aceptada!, Fortu, no me insistas más.

— Como te decía antes, en las empresas industriales con procesos de fabricación, puede haber incluso diferencias de criterio en el momento de decidir si un gasto lo consideran del periodo o formando parte del coste del producto. Mientras unos opinan que sólo se debería considerar parte del coste de fabricación los costes en los que se incurre si se fabrica (los variables, ya sabes), otros creen que el coste de fabricación debe incluir algunos costes fijos. Como ves, un lío tremendo. ¡Pero ese no es nuestro problema, Justo! Recuerda que no estás aquí para convertirte en un especialista en contabilidad de costes, sino para coger soltura en la interpretación de las cuentas financieras básicas. Para ello, con que sepas el valor de coste de las existencias (y, consecuentemente, de las salidas de stock) es suficiente.

— Llevo un rato dándole vueltas a una cosa, Justo.

— ¡Ya he visto que llevas un ratito desconectado! ¡Casi mejor!

— Bueno, lo último ha sido como un juego de palabras mareante.

— ¡Estoy de acuerdo! Pero dime, ¿a qué le estás dando vueltas ahora?

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— Cuando hablábamos del láser que tenía un precio de venta de 100.000 €, uno de coste de 75.000 € y, por tanto, un margen bruto del 25%, tenía en mente que vuestro margen bruto porcentual medio es del 20%.

— ¿Y a qué conclusión has llegado, después de darle tantas vueltas a esos datos? —me pregunta con una actitud de superioridad intelectual—. Supongo, mi querido amigo, que has pensado que ese láser lo vendemos con un margen bruto porcentual superior a la media y, de esta forma, has descubierto ese pequeño misterio y ¡has cerrado el caso!

— Ese sería el asesino en el que todo el mundo pensaría —le replico, siguiendo con su símil detectivesco—; pero tengo otro sospechoso que es algo menos evidente a simple vista, ¡mi querido amigo! —afirmo con solemnidad, tratando de imitar una de sus arrogantes poses características.

— ¿No me digas? —me pregunta sorprendido ante mi actitud—. ¿Se puede saber algo más de tu sospechoso, Justo?

— Me preguntaba si esa diferencia del 5% no podría estar causada por otros gastos rojos diferentes del valor de coste del equipo.

— ¿Qué te hace pensar en esa posibilidad, aprendiz de detective?

— Bueno —le digo—, así como ayer vimos diferentes tipos de gastos azules, el único gasto rojo que hemos visto hoy, al menos de momento, es el que se produce cuando sale un producto del stock.

— Me da la impresión de que estamos asistiendo a un nuevo caso en el que ¡el alumno supera al profesor! Te felicito, Justo, porque tu sospecha está muy bien fundada —reconoce la valía de mi reflexión, cambiando de actitud.

— ¡Muchas gracias por el elogio!

—No obstante, antes de abordar ese tema, quisiera que te fijaras bien en algo que acabas de decir —me dice con una actitud mucho menos distante.

— ¿Cómo? ¿Qué acabo de decir?

— Has dicho que el gasto rojo se produce cuando el producto vendido sale del stock, ¿cierto?

— Sí, claro. Eso he dicho. Mirando lo que ocurre en la piscina, se ve clarísimo. La venta obliga a sacar el producto del inventario para entregárselo al cliente, por eso hablamos de gasto de la venta. Como consecuencia de la salida de un activo, se produce un gasto de la venta cuyo importe es igual a su valor de coste. ¡Lo hemos repetido mil veces!

— Me parece importante volver a poner énfasis en esto, porque hay mucha gente que tiene la falsa creencia de que el gasto se produce cuando llega la factura del proveedor a la empresa. Es decir, cuando el producto entra en stock, y no cuando sale. El gasto se produce en el momento que vendemos, y no en el momento que compramos. ¡Por eso es rojo!, ¿cierto?

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— ¡Cierto, Fortu! Es normal que la gente tenga falsas creencias arraigadas sobre temas financieros. No todo el mundo tiene la suerte de haber pasado un par de semanas por aquí, disfrutando de este modelo conceptual tan sencillo e intuitivo —le digo, recordando la conveniencia del elogio.

— Gracias por el comentario, Justo. Recuerda: nunca te olvides de cerrar los ojos y visualizar nuestro modelo. Eso te ayudará a no cometer errores habituales y a evitar tener alguna de las extendidas falsas creencias que hay por ahí —me dice, señalándome con el extremo de su pipa.

— ¡Descuida que lo haré! —le digo convencido.

— Si al valor de las existencias al inicio de un periodo le añadimos el importe de las Entradas (Compras) y le restamos el de las Salidas (Ventas), obtenemos el valor de las existencias al final de ese periodo. Eso nos permite calcular fácilmente el importe de las Salidas generado o causado por las ventas conseguidas en el periodo de tiempo que estemos analizando. Y dicho esto y acabado el inciso —continúa Fortu—, podemos volver a tu sospecha de que quizás exista algún tipo de gasto rojo más. La respuesta es afirmativa: efectivamente, puede haber más fuentes de gastos de la venta, además de las conocidas salidas de stock —me confirma satisfecho.

— ¡Lo sabía! —le digo sonriendo.

— ¿Podrías citarme alguno sin mi ayuda, Justo?

— Si cierro los ojos y pienso en cosas rojas, puedo visualizar la planta de stock y la rampa roja de la piscina —le digo, como si estuviera en trance.

— ¡Perfecto, Justo! ¿Puedes visualizar algo más?

— También me viene a la mente el vestido que llevaba Scarlett en la foto de aquel ¡trepidante mes de agosto! Me pregunto qué debe estar haciendo ahora en la sede americana de la empresa en la que actualmente trabaja mi padre, y en la que también ella lo hizo durante un tiempo.

— ¡Es lógico que tengas esta asociación de ideas, Justo! Ella es la responsable de las compras, de que la rotación del inventario sea elevada, de que no se queden productos obsoletos en el stock y, también, del resto de los gastos rojos que pueden aparecer justo en el momento en el que vendemos.

— Responsable también del resto de gastos rojos que pueden existir, además de las salidas de inventario… —repito sus palabras, confiando en recibir alguna pista que me ayude.

— ¡Así es! —me confirma con parquedad—. ¡Eso he dicho!

— ¿Hablamos de ellos, Fortu? —le propongo.

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Otros gastos rojos

— ¿Me puedes decir algún gasto rojo más, Justo, además de las salidas de existencias? —me vuelve a formular Fortu la misma pregunta.

— Creo que sí —le contesto, quizás un poco precipitadamente.

— Te escucho.

— Déjame pensar un poco, Fortu. Tengo que buscar gastos que se producen sólo y exclusivamente cuando se vende, y que sean diferentes a las salidas de existencias de los productos vendidos.

— ¡Sí señor! Tienes que buscar eso mismo que has descrito con tanta precisión —me dice Fortu, sin mostrar ninguna intención de ayudarme mucho—. ¡No es difícil, si utilizas tu privilegiada cabeza!

— ¡Tengo uno! —exclamo aliviado.

— I am all ears!, como diría Bárbara.

— ¡Las comisiones de un agente comercial! —le respondo con decisión, como si siguiéramos jugando en un concurso de televisión.

— ¡Muy bien! El agente comercial sólo nos enviará su factura de comisiones si ha conseguido vender; y no lo hará en aquellos meses en los que no haya obtenido ninguna venta. Se trata, por tanto, de un gasto rojo clarísimo: está asociado íntimamente a un ingreso. Mientras a la empresa de tu padre le compramos productos, a un agente le compramos servicios. La diferencia es que los servicios no se pueden almacenar: no hay stock.

— ¡Es verdad! —le digo.

— Un producto en stock es, a la vez, un recurso y un activo. Cuando sale de existencias, genera un gasto rojo. Un agente comercial es un recurso, pero no es un activo (desde el punto de vista contable): se trata de una persona que genera un gasto rojo sólo cuando consigue vender.

— Te ruego que me hables un poco más despacio, Fortu, para que me de tiempo a ir asimilando todo lo nuevo.

— De acuerdo, pero no hay nada complejo en lo que acabo de decir. Se trata de algo equivalente a lo que ocurre con las personas en nómina de la planta tripe: son recursos, pero no son considerados activos (en términos financieros), porque no es posible asignarles un valor de coste utilizando criterios objetivos o razonables. Sabes por experiencia que si, en el interior del edificio, nos ponemos las gafas financieras (especializadas en valorar activos) y miramos a través de ellas, ¡las personas desparecen de la vista!

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— A diferencia de un agente comercial a comisión —le digo para hacerle saber mi comprensión—, un vendedor de plantilla con una nómina generará el mismo gasto, durante el transcurso del periodo de tiempo analizado, tanto si ha vendido mucho como si ha vendido poco.

— Correcto, Justo. Ves como lo entiendes muy bien. Este último caso que describes se trataría de un gasto azul puro clarísimo. Es frecuente, no obstante, la existencia de situaciones mixtas: vendedores que tienen una retribución en nómina y, además, unos incentivos por ventas. En estos casos, la misma persona genera un gasto azul (la parte no ligada a ventas) y un gasto rojo (la parte asociada a las ventas).

— Cada ejemplo que me aportas es un argumento más a favor de lo práctico que resulta clasificar los gastos en rojos y en azules (en gastos de la venta y en gastos del periodo), prescindiendo de complicaciones innecesarias.

— Como ves, Justo, una vez que tienes el concepto claro, te resulta muy sencillo saber como clasificar el gasto. Por cierto, además de las comisiones, ¿me puedes citar algún gasto rojo más? ¡Es una auténtica pena que no cuentes con la presencia de mi hermana Scarlett, para que te ayude!

— ¡Creo que me rindo, Fortu!

— ¿Te rindes? ¿Cómo crees que mi hermana hace llegar los productos que vendemos hasta los quirófanos de las clínicas o de los hospitales, Justo?

— Me imagino que utilizando camiones u otros medios de transporte.

— ¿Y crees que los transportistas nos hacen gratis ese servicio?

— ¡No claro! ¡¿Cómo no he podido caer en algo tan evidente?! —me pregunto a mi mismo, poniendo cara de rabia. Contratáis el servicio de transporte sólo cuando tenéis que enviar productos que habéis vendido. La factura del transportista es, por tanto, un gasto de la venta.

— Creo que lo ves claro —me dice—: primero, se llena una maceta de agua al vender y, luego, se pierde parte del agua al subir por la rampa roja, la cual representa los gastos de la venta en nuestro modelo. Si vendemos productos, el principal gasto de la venta es el coste del producto vendido, pero también suelen existir servicios asociados en cuyo coste incurrimos sólo cuando vendemos: comisiones, transporte, royalties por ventas, etc.

— Ya veo —le digo—: hay compras de productos y ¡compras de servicios asociados o complementarios! Cuando hablábamos de los gastos azules —añado—, me recomendabas que los clasificara en tres grandes grupos: los generados por las Instalaciones, por el Personal y por los suministros Exteriores. Y ahora que hablamos de los gastos rojos, me recomiendas que los clasifique en dos grandes grupos: las salidas de los productos y los servicios que los acompañan.

— ¡Excelente síntesis, Justo!

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— ¡Ni en el mejor de mis sueños, podía pensar en verlo todo tan fácil!

— ¡Ahora creo que sí que podemos dar por cerrado el caso misterioso del valor relativo de nuestro margen bruto! Como has sospechado, nuestra empresa tiene unos gastos rojos, por servicios asociados a la venta de los productos, que ascienden a un 5% de valor porcentual medio.

— Estoy muy satisfecho conmigo mismo —le digo.

— Si hubiéramos optado por una flota de camiones propios y por conductores en plantilla, tendríamos, al final de cada mes, los gastos azules generados por las nominas de los empleados, por las facturas de mantenimiento y por las amortizaciones de los vehículos. Sólo los gastos en carburante o en peajes podrían ser considerados rojos. ¿Estás de acuerdo?

— Hay empresas que tienen flotas propias. ¿Están equivocadas?

— ¡En absoluto, Justo! Son diferentes opciones que responden a planteamientos estratégicos alternativos. Aquí no estamos diciendo que sea siempre mejor tener recursos rojos que azules. ¡Desde luego que no! La mejor opción dependerá de cada empresa. Aquí estamos hablando de la importancia de clasificar todos los gastos en estos dos grandes grupos y, también, de que debemos ser conscientes de que cada opción estratégica tendrá un impacto muy diferente en las cuentas financieras.

— ¿Y no hablamos hoy de orden y de proporciones? —le pregunto, notando un hambre insaciable de adquirir nuevos conocimientos financieros de una forma tan natural y lógica.

— ¡Claro que sí! El orden de las líneas que componen una cuenta de resultados es esencial para poder sacar conclusiones.

— ¿Cuál es el truco que empleas aquí, Fortu? —le pregunto enseguida.

— Mi truco consiste en pensar que los ingresos por ventas tienen inmediatamente debajo (pegados como lapas) a los gastos de la venta. La diferencia entre ambos nos determina el margen bruto.

— Veo que ya tenemos las primeras líneas de la cuenta de resultados: las verdes de los ingresos, las rojas de los gastos de la venta y la del margen.

— El margen bruto tiene —continúa Fortu—, inmediatamente por debajo, los gastos del periodo. La diferencia entre ambos es el margen neto o resultado del periodo. Si el resultado es positivo, hablamos de beneficios; pero si el resultado es negativo, hablamos de pérdidas.

— Ya veo, Fortu. Para acordarnos del orden adecuado en el que debemos colocar los números para tener una cuenta de resultados útil, es práctico pensar en el recorrido del agua: las macetas llenas de agua (los ingresos por ventas) suben por la rampa roja perdiendo una parte del contenido (los gastos de la venta) y acaban vertiendo el contenido que les queda en el interior de la piscina (para cubrir los gastos del periodo). Si al

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final del mes (o del periodo de tiempo analizado) la piscina se desborda, el exceso de agua (el beneficio) sale por la rampa amarilla hacia un depósito subterráneo que todavía no hemos visto.

— ¡Excelente repaso, Justo! Te recomiendo que, cuando analices una cuenta de resultados, coloques las líneas de importes siguiendo este orden. A continuación, te aconsejo que pongas fondos de colores en las celdas, de forma que tu hoja de cálculo te recuerde a esta piscina vista desde arriba, como si la observaras desde mi despacho.

— Está claro lo del orden de las líneas de una cuenta de resultados. Observo que el orden vuelve a aparecer ¡como palabra clave!

— ¡Así es! Nunca ordenes los gastos de una cuenta de resultados por orden alfabético, por orden cronológico, por orden de importe o por cualquier otro criterio de ordenación que se te pueda ocurrir. Hazlo del modo que hemos visto, si quieres sacar conclusiones valorativas rápidas.

— Ahora sí que lo veo muy obvio.

— Pon primero los gastos rojos y luego los azules —prosigue Fortu—. En relación con los rojos, diferencia los que se generan por las salidas de stock de productos tangibles, de los que se producen por la utilización de servicios asociados. Y en cuanto a los azules, agrúpalos en los tres grandes grupos que conoces: los derivados de la I de Instalaciones, los derivados de la P de Personas y los derivados de la E de servicios Exteriores. ¡Eso es todo!

— ¡Qué consejo más útil y sencillo de aplicar, Fortu! —le agradezco.

— Pues todavía me queda un comentario más en relación con el orden aconsejado para las líneas de una cuenta de resultados, Justo. No sé si acabaré explicándote la razón del mismo, pero te lo voy a dar ¡por si acaso!

— Te escucho —le digo entusiasmado—. ¡Espero que no se me acabe cayendo el castillo de naipes!

— ¿Cuál es el último recurso azul que te queda por descubrir?

— Nunca olvidaré las palabras de Bárbara, cuando estábamos en la planta tripe, diciéndome que había un recurso azul más que no estaba en ese nivel. Por las pistas que me habéis dado, creo que se trataba de un recurso que preferís tenerlo ¡oculto bajo tierra!

— Pues, como se trata del último recurso que nos falta por ver, te adelanto que la línea de gasto generada por su uso es mejor colocarla en última posición, justo antes de la línea amarilla del resultado final.

— ¡Así lo haré, Fortu!

— Y, por último, también te recomiendo que, en penúltima posición, sitúes la línea de los gastos por amortización del inmovilizado.

— ¿Por qué?

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— ¡Manías mías! —me responde, con una de sus muecas preferidas.

— ¡Me parece que te haré caso de todas formas! —le digo sonriendo—. Pero, ¿no crees que ya hemos hablado suficiente y de sobras sobre del orden correcto en el que debemos colocar las líneas de la cuenta de resultados, Fortu? ¿No te apetecería pasar a hablar un poco sobre las proporciones?

— ¡No sé si será demasiado complejo para mí! —exclama con ironía.

— ¿Qué me puedes decir al respecto, Fortu, de todas formas?

— Pues te puedo decir que las proporciones son también muy importantes en la cuenta de resultados —me responde tal como esperaba—. Es esencial calcular qué porcentaje representa cada línea de la cuenta de resultados sobre la cifra de ventas (la primera línea de todas). Si haces esto, en las cuentas de resultados de meses diferentes, observarás una cosa curiosa. Se trata de algo que ya hemos esbozado antes.

— ¿Qué cosa curiosa, Fortu?

— Pues que los gastos de la venta se mantienen más o menos constantes en valor porcentual, ¡pero varían en valor absoluto!

— ¡Es verdad!: si vendemos los productos con un 20% de margen bruto, mientras el valor porcentual permanece estable, el valor absoluto depende del importe de las ventas de cada mes.

— Exacto. Y lo contrario ocurre con los gastos del periodo, los azules, los fríos. Mientras se mantienen más o menos constantes en valor absoluto, de ahí que tengamos la mala tentación ¡de llamarlos fijos!, su porcentaje sobre las ventas cambia dependiendo del importe de éstas.

— Pues creo que lo tengo “chupado” para calcular el resultado medio de esta empresa, partiendo de los datos que me has ido dando.

— ¡Adelante! ¡Ardo en deseos de escucharte! —exagera Fortu.

Cuando me dispongo a hablar, se dispara una sonora alarma. Fortu sale corriendo en dirección al edificio. Espero que Fortu no haya vuelto a jugar con las palabras y que lo de “arder en deseos” no tenga nada que ver con la situación de emergencia que percibo.

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El resultado

— ¿Qué pasaba, Fortu? —le pregunto a su vuelta.

— Había saltado la alarma de la planta de existencias, ¡eso es todo!

— ¿Tenéis una alarma en esa planta?

— Tenemos una alarma en cada planta. ¿No te lo expliqué?

— La verdad es que no recuerdo que lo hicieras en las sesiones de la semana pasada. ¿Se trata de una alarma antiincendios?

— ¡No!

— ¿Antirrobo, quizás?

— Tampoco.

— ¿Cuándo se disparan esas alarmas entonces, Fortu?

— Salta la alarma, Justo, cuando la altura de las plantas sobrepasa los límites que consideramos correctos, tanto por exceso como por defecto.

— ¡Veo que realmente tomaste auténticas medidas después de vivir la desagradable experiencia que me explicaste!

— ¡Así es! Acaban de entrar en existencias unos láseres nuevos, de coste elevado, procedentes de la empresa de tu padre. Eso ha hecho que el valor del stock haya sobrepasado el límite superior que tenemos establecido.

— ¿Se trata de algo grave o preocupante?

— No, en absoluto. Tenemos programadas salidas importantes de productos en los próximos días. Por tanto, la altura de la planta 1 volverá a estar dentro de sus valores normales.

— El nivel de colesterol dejará de sobrepasar el límite alto y, por tanto, ¡desaparecerá el asterisco de aviso en los resultados del análisis! —le digo.

— ¡Así es, Justo! —me dice, guiñándome un ojo—. Lo bueno de este sistema de alarmas es que te avisa antes de que ocurra algo grave y, de esta forma, tienes tiempo para tomar las medidas adecuadas. Recuerdas lo de la importancia del diagnóstico precoz en medicina y en la empresa, ¿verdad?

— ¡Menos mal que no ha saltado la alarma de la “isla del tesoro” como consecuencia de una reducción excesiva de sus columnas! —le digo sonriendo—. No me gustaría que volvierais a tener problemas de liquidez.

— ¡Veo que a ti también se te ha quedado grabada mi experiencia, Justo! ¿Volvemos al punto en el que estábamos antes de la interrupción?

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— Recuerdo que me disponía a calcular el resultado medio de la empresa, partiendo de los datos que me habías proporcionado.

— Pues ¡adelante! —me empuja a que lo haga.

— Si a unas ventas mensuales medias de 1.000.000 € —inicio mi razonamiento— les restamos el 80% del coste de la venta (los calientes gastos rojos), obtenemos un margen bruto absoluto mensual medio de 200.000 €. Si a ese valor le restamos la cantidad de 100.000 €, correspondiente al importe mensual de los gastos del periodo (los fríos gastos azules), obtenemos un beneficio medio mensual de 100.000 €. Esa cantidad absoluta se puede relativizar diciendo que representa el 10% de la venta.

— Eso es, efectivamente, lo que reflejaría la situación de nuestra piscina en un mes de actividad medio —me confirma—. Por la rampa amarilla bajaría, destinada al depósito amarillo, agua por valor de 100.000 €.

— Creo que se trata de algo muy sencillo de ver —le digo.

— Ya sé que a ti no te pasa, Justo, pero todos aquellos que confunden beneficio con tesorería, pensarían que, si el beneficio del mes ha sido de 100.000 €, deberíamos tener esa misma cantidad de dinero en tesorería.

— La confusión debe proceder de que confunden el color amarillo ¡con el dorado! —le digo, asombrado conmigo mismo por la ocurrencia.

— Ja, ja, ja —se carcajea Fortu—. ¡Muy bueno! En todos los años que llevo explicando todo esto, nunca se me ha ocurrido esta regla nemotécnica. ¡Es estupenda, te felicito! Una cosa es la tesorería y otra el beneficio —añade Fortu divertido—: ¡no hay que confundir nunca el amarillo con el dorado!

— Gracias por tus comentarios —le digo muy satisfecho.

— ¡Está clarísimo! —insiste Fortu—. El agua desbordada que pasa por la rampa amarilla al final del mes analizado no tiene porqué coincidir con el dinero que hay en la planta dorada al final de dicho mes. Mientras la cantidad de agua en la rampa amarilla depende de los ingresos y de los gastos, la altura de las columnas de la “isla del tesoro” depende de los cobros y de los pagos.

— Yo creo, sinceramente, que no precisamos repetirlo más, Fortu.

— Pues entonces, dime una cosa diferente, Justo: ¿qué crees que nos pasa durante el mes de agosto, si te digo que la venta desciende a niveles que rondan los 200.000 € y que mantenemos el 20% de margen bruto porcentual?

— Pues, si al importe de ventas que me acabas de decir le resto el 80%, obtengo un margen bruto absoluto de 40.000 €. Y, si a esa cantidad le resto el importe de los gastos del periodo, los cuales ascienden a un total de…

— ¿De cuánto, Justo? ¿Por qué te has parado?

— ¡De 100.000 €! ¡Se trata de un importe superior al margen bruto!

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— ¡Exacto! No te olvides de que se trata de gastos fríos e “insensibles” y de que, por tanto, no se van a apiadar de nosotros en los meses de menos ingresos. Si es verdad que, durante el mes de vacaciones, consumiremos menos teléfono o menos energía eléctrica o menos material de oficina, pero el grueso de los gastos azules seguirá invariable.

— Lo veo meridianamente claro.

— Los 100.000 € de gastos azules representan el 10% de las ventas medias mensuales —continúa Fortu—, pero significan el ¡50% de las ventas de agosto! Si los gastos rojos se llevan el 80% de la venta y los azules, en un mes en el que se venden 200.000 €, representan el 50%, es obvio que se generan unas pérdidas con un valor porcentual del 30% de las ventas.

— Efectivamente —ratifico—: si restamos los 100.000 € de gastos azules de los 40.000 € de margen bruto, obtenemos una pérdida (un resultado negativo) de 60.000 € (el 30% de una venta de 200.000 €).

— ¡Exacto! Ese sería el importe de la pérdida de agosto, si tenemos la venta y el margen que te he dicho. Lógicamente, esa pérdida queda compensada con los beneficios de otros meses —me aclara.

— ¡Caramba! Es curioso cuantificar el impacto que tiene el nivel de ventas sobre el beneficio. En las economías domésticas —continúo—, los ingresos suelen mantenerse estables, salvo que surjan acontecimientos inesperados. En las empresas, en cambio, los ingresos fluctúan de manera habitual, dependiendo de las ventas que se acaben consiguiendo cada mes.

— Así es. Por eso, me has oído repetir la advertencia sobre el peligro que tiene el aplicar la lógica doméstica en el área empresarial.

— Ahora sí que lo veo muy claro.

— Llegados a este punto, Justo, me gustaría que calcularas el beneficio de un mes en el que nuestras ventas descienden al 50% de la media anual, es decir, en el que pasan a ser de unos 500.000 €. Eso nos suele pasar en los meses de diciembre y de enero.

— Con el entrenamiento que llevo, creo que ese cálculo va a ser muy rápido: asumiendo que esas ventas se siguen haciendo con el 20% de margen, dispondríamos de un margen bruto de 100.000 €. Es decir…

— ¿Es decir…? —me anima a que continúe.

— ¡Un importe idéntico al de los gastos del periodo!

— ¿Entonces…? —me sigue empujando, para que no me detenga.

— Pues que el resultado sería de cero: ¡ni pérdida, ni beneficio!

— A eso que acabas de describir de forma tan natural, los financieros le llaman punto muerto o punto de equilibrio. Partiendo de los gastos azules que una empresa tiene (determinados por la cantidad de recursos de estructura

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que utiliza) y del margen bruto con el que vende sus productos, podemos saber el nivel de ventas a partir del cual empieza a tener beneficios.

— ¡Y también el nivel de ventas por debajo del cual empiezan a aparecer las perdidas! —exclamo.

— ¡Correcto! En nuestro caso, sabemos que las ventas deben caer por debajo del 50% de la media mensual, para que entremos en pérdidas; con la condición de que mantengamos el 20% de margen bruto, ¡claro está!

— ¡Eso os tiene que dar mucha tranquilidad, sin duda! —le digo.

Fortunato asiente con la cabeza y sigue hablando:

— Si explicáramos el concepto del punto de equilibrio utilizando nuestro modelo, diríamos que, dados una altura de la piscina y un porcentaje del agua que se derrama al subir por la rampa roja, el punto muerto sería la cantidad de agua que debemos ingresar (las ventas necesarias) para conseguir cubrir la totalidad de la altura de la piscina al final del periodo.

— ¡Estoy seguro de que esto no se me olvidará en la vida!

— Otra cosa, Justo, de la que tampoco quiero que te olvides es la siguiente: la piscina la podemos llenar o bien con pocas macetas que consiguen llegar muy llenas al borde de la piscina, o bien con muchas macetas que pierden la mayor parte del agua al subir por la rampa roja.

— Creo que eso se corresponde con las dos grandes estrategias empresariales genéricas: la de margen y la de volumen —le digo, tras recordar lo tratado en una de las lecciones de mi padre.

— ¡Muy bien! Mientras hay compañías que optan por vender pocos productos con mucho margen, otras hacen justo lo contrario. Entre los dos extremos, podemos encontrar situaciones intermedias: compañías que venden pocas cantidades de algunos de sus productos con márgenes elevados y grandes cantidades de otros de sus productos con márgenes más reducidos.

— Tranquilo, Fortu, que tampoco se me olvidará esto último.

— ¡Eso espero! Y ahora, demos un pasito más, si te parece.

— Claro. Adelante, por favor. ¡Me muero por avanzar!

— Ya sabes que nuestra empresa tiene un mes (agosto) con ventas de 200.000 € y dos meses (diciembre y enero) con ventas de 500.000€. Si sabes que la venta media mensual es de 1.000.000 €, te será fácil deducir que hay meses en los que se vende por encima de la media.

— ¡Elemental! —le digo guiñando un ojo.

— Si te digo que nuestra empresa compensa los reducidos ingresos de agosto, diciembre y enero con nueve meses en los que las ventas rondan el 1.200.000 €, ¿podrías calcular cuál es nuestro ingreso anual, y cuál es el resultado que obtenemos al final del año?

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— Creo que el cálculo es sencillo, Fortu: si sumo la cifra de ventas de todos los meses, obtengo un importe total anual de unos 12.000.000 €, el cual me cuadra con una venta media mensual de 1.000.000€. Si a esa cantidad de ventas anual le resto el 80%, que implica un importe de gastos de la venta de 9.600.000 €, obtengo un importe de 2.400.000 € de margen bruto absoluto anual, es decir, 200.000 € de media mensual.

— Ya sólo te falta restarle, a ese margen bruto, el importe anual de gastos de estructura, ¡y ya lo tienes! —me anima.

— Si los gastos mensuales azules son de 100.000 €, se venda lo que se venda, está claro que el importe anual será de 1.200.000 €. Si restamos ese importe de los 2.400.000 € de margen bruto, obtenemos un beneficio anual de 1.200.000 €, es decir, 100.000 € de beneficio medio mensual.

— ¿Entonces? —me pregunta Fortu, abriendo mucho los ojos.

— Pues que ese importe absoluto del beneficio tiene un valor porcentual o relativo del 10% de las ventas —le contesto tal como esperaba.

— ¡Estamos de acuerdo! —me confirma Fortu con alegría—: del 100% del agua que llega de las ventas y llena las macetas, el 80% se derrama en la rampa roja, el 10% sirve para cubrir la altura de la piscina y el 10% restante se desborda por la rampa amarilla.

— ¡Muy visual, sin duda! Tengo que reconocer que esto de la piscina es realmente práctico para representar gráficamente la cuenta de resultados.

— Observando la piscina —me dice Fortu—, uno se da rápidamente cuenta de que hay tres formas de aumentar los beneficios.

Fortu observa como yo inicio el ademán de contar con los dedos, para comunicarle que estoy a la espera de escuchar su enumeración.

— ¿Cuántas formas crees que nos relacionaría tu madre y en qué orden, Justo? —me pregunta.

— ¡Mucho me temo que sólo nos daría una opción!

— Se lo podrás preguntar hoy, ¡aprovechando el tiempo que pasaréis juntos en la sala de espera del centro oftalmológico!

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Tipos de piscinas

Mientas quedamos a le espera de validar nuestra teoría sobre la opinión de mi madre acerca de la forma de aumentar los beneficios, Fortu, ¿por qué no enumeras tú las tres opciones que dices que hay, haciéndolo en el orden que consideres adecuado?

— ¡Con mucho gusto! —exclama, poniendo una de sus muecas más frecuentes—. La primera forma de aumentar los beneficios consiste en conseguir ingresar más agua (aumentar los ventas); la segunda opción es conseguir ser más hábiles subiendo por la rampa roja para derramar menos agua (aumentar el % de margen bruto); y la tercera vía es conseguir reducir la altura de la piscina (reduciendo los gastos del periodo o de estructura).

— ¿Por ese orden?

— ¡Exacto, Justo! ¡Esto es extraordinariamente importante! El orden en el que he enumerado las opciones que tenemos para aumentar los beneficios de una empresa, no es únicamente la exposición sucesiva del recorrido que sigue el agua para llegar al interior de la piscina, ¡es también el orden de prioridades que debemos seguir a la hora de tomar decisiones!

— ¿Quieres decir que el beneficio lo deberemos buscar vendiendo más, y no a través de la reducción de los gastos de estructura?

— ¡Justo, Justo! —vuelve a jugar con mi nombre—. Esa es la diferencia básica de orientación con respecto al planteamiento doméstico, en el cual se parte de unos ingresos mensuales determinados y estables.

— Ya veo: mi madre lo hace bien en casa, pero se equivocaría si aplicara los mismos criterios en la empresa, lugar en el que nunca ha ejercido.

— Creo que así es. Si priorizamos la reducción de gastos sobre la búsqueda de más ventas y de más margen bruto, no crearemos más empleo y mayor actividad en las empresas, sino todo lo contrario. Debemos estar permanentemente buscando la forma de reclutar más recursos valiosos para que nos ayuden a crecer y a generar ventas y beneficio, y no todo lo contrario. Orientarse hacia las ventas, ayuda a crear inversión y riqueza colectiva. Así es como yo entiendo la responsabilidad social de la empresa.

— Corrígeme si me equivoco, Fortu, pero me temo que, en épocas de crisis económica, suele pasar lo contrario: las empresas venden menos cantidades y a precios menores, por lo que sus ingresos por ventas descienden, sus márgenes brutos se reducen y, como consecuencia de todo ello, y para no entrar en pérdidas, se ven obligados a reducir drásticamente

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sus recursos de estructura. Y mucho me temo que, entre éstos últimos, ¡están los recursos humanos, la “P” de Personas!

— Tu argumentación no requiere ninguna corrección por mi parte, Justo. Ahora bien, precisamente por la razón de que hay personas involucradas en todo esto, como muy bien has descrito, conocer los fundamentos básicos del análisis financiero se convierte en algo ineludible. Los conocimientos financieros nos ayudan a no cometer grandes errores a la hora de tomar decisiones relacionadas con los recursos; y ello tiene una trascendencia especialmente importante en momentos económicos difíciles.

— Veo que la cosa tiene una relevancia extraordinaria —le reconozco.

— Antes de reducir estructura, siempre debemos esforzarnos en sacar el máximo partido a la que tenemos, intentando conseguir ventas con margen bruto positivo. La regla básica que nunca debes olvidar es la siguiente: en general, y salvo contadas excepciones, una venta que deje algo de margen bruto positivo, aunque sea reducido, siempre será bienvenida, mientras la capacidad máxima de la empresa no esté saturada.

— Está claro —le digo—: alguna contribución tendrá esa venta para ayudar a “llenar la piscina” y a cubrir gastos.

— Y recuerda, amigo, que para que sepas contestarte a la pregunta de a partir de qué precio no se pierde dinero con la venta de un determinado producto, debes conocer muy bien su margen bruto unitario.

— ¡Está claro!

— Pero, ¡atención!, el margen bruto de la venta de un producto sólo lo sabrás ¡si tienes bien clasificados todos tus gastos en rojos y en azules! Si incluyes en tus cálculos del coste de la venta, de manera errónea, algunos gastos azules o del periodo (aquellos en los que incurrirás tanto si vendes como si no), te confundirás creyendo que tus ventas tienen un coste asociado superior al que realmente tienen.

— ¡Esto es extraordinariamente interesante! —le reconozco—. Si hago eso, puedo cometer el error de rechazar ventas a precios de mercado bajos, pensando que mi coste de la venta es superior al real; y esa decisión puede contribuir a la reducción de las ventas y al empeoramiento de las cosas.

— ¡Exacto, Justo! ¡Los gastos azules los vas a tener igual, vendas o no!

— Estoy seguro de que, por eso, eres partidario de que las empresas de fabricación sólo incluyan como costes de producto terminado los costes en que se incurre sólo si fabrican, y que consideren como gastos del periodo el resto. Si cargan con costes excesivos sus productos terminados que esperan en existencias a ser vendidos, pueden rechazar ventas pensando que su precio de venta está por debajo del de su coste de fabricación.

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— ¡Excelente, Justo! ¡Veo que antes, cuando hablábamos de los costes de fabricación, estabas más atento de lo que parecías!

— Me lo tomaré como un cumplido.

— Esto que te estoy diciendo es válido, obviamente, partiendo de la base de que no vendamos a un cliente con riesgo de morosidad.

— En tiempos de crisis, también aumentan las tasas de morosidad.

— ¡No nos pongamos excesivamente pesimistas, Justo! Los periodos de crisis no son eternos. Tras un temporal, ¡siempre vuelve la calma!

— ¡A los buenos marineros se les distingue con mala mar! —le digo.

— ¡Hacía tiempo que no te escuchaba una de tus frasecitas, Justo! ¡Lo echaba de menos! —me dice con simpatía—. En los momentos difíciles, no debemos deshacernos de los recursos azules que sean clave, pensando que lo prioritario es reducir cualquier tipo de gastos de estructura. Es más, en situaciones de crisis, puede que tengamos que utilizar recursos nuevos, no necesarios en fases de bonanza.

— ¿Qué quieres decir, Fortu?

— Cuando trabajaba como cirujano de urgencias y nos llegaba un enfermo grave, lo ingresábamos en la UVI, lo monitorizábamos y le poníamos un respirador automático. Es decir, utilizábamos recursos nuevos. Pero si no lo hiciéramos así, el paciente podía fallecer.

— Ya veo…

— La moraleja de todo esto sería que hay que tener cuidado con tomar la decisión de quitarle “el respirador automático” a una empresa que está gravemente enferma, con el argumento de que se deben reducir gastos de estructura a toda costa en momentos de crisis. Si lo hiciéramos, ahorraríamos gastos, sin duda, ¡pero la remataríamos!

— ¡Muy gráfico, sin duda! —le digo.

— Es para que no lo olvides. Recuerda la broma de apagar la luz que se ve al final del túnel, ¡para ahorrar en electricidad!

— En relación con todo esto, me viene a la cabeza lo que me has dicho antes de que con unos productos obtenéis más margen bruto que con otros.

— ¿En qué estás pensando, Justo?

— Pues que, en momentos de crisis, deberíamos potenciar la venta de los productos cuyo margen tiene mayor contribución para llenar la piscina.

— Bueno, eso debemos intentar hacerlo siempre, pero no es tan fácil. Nos vemos obligados a vender los productos más habituales, los que ofrece todo el mundo, a precios reducidos y con márgenes bajos. Se trata de lo que los anglosajones llaman productos “commodities”. Estos productos tienen

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poco margen, pero nos permiten ser conocidos por muchos clientes y, de esta forma, tener la oportunidad de venderles también productos de alto margen.

— Ya entiendo —le digo—: si no vendierais productos banales con márgenes reducidos, como los guantes, las gasas, las batas, etc., probablemente tampoco tendrías la oportunidad de vender productos más sofisticados con márgenes elevados, como los láseres u otros equipos.

— Lo has captado perfectamente, Justo. Si tienes relación habitual con un cliente, gracias a una venta de productos de uso frecuente, es más probable que cuente contigo cuando precise comprar algo no habitual.

— Excelente recomendación estratégica, sin duda —le digo.

— En relación con esto último —añade—, vemos que, jugando con la piscina, también seremos capaces de contestarnos a la pregunta de qué clientes son más rentables que otros. El mix de productos que vendemos a cada cliente, con sus márgenes brutos respectivos, nos determinará su margen bruto medio y, por tanto, su grado de contribución para “cubrir” nuestra fría piscina de gastos azules mensuales.

— ¡Clarísimo! —exclamo, contento con todo lo que estoy aprendiendo.

— Una última cosa y acabamos por hoy, Justo.

— ¡Venga! —le digo, resistiéndome a reconocer que me noto cansado.

— En relación con un tema que ya hemos esbozado, otra cosa que nos muestra nuestra piscina muy claramente es la cantidad que debemos incrementar las ventas para compensar un aumento de algún gasto de estructura o del periodo o azul. ¿Me lo puedes describir?

— Creo que es sencillo —le contesto—: por cada litro de agua que aumente el volumen de la piscina, deberemos ingresar ¡cinco litros en las macetas para compensarlo! Necesitaremos ingresar cinco litros, porque sabemos que se derramará el 80% del agua al subir por la rampa roja. El litro que necesitamos es el 20% de los 5 litros adicionales que debemos ingresar.

— ¡Así es, Justo! Si vendemos productos con el 20% de margen, para compensar un aumento de un gasto azul, deberemos aumentar las ventas en ¡cinco veces ese importe! Piensa siempre en ello en el momento de fijar la retribución de una persona, de alquilar o invertir en un inmovilizado, o de contratar un servicio externo.

— Está claro que lo recordaré. Cuánto menor sea el margen bruto porcentual, mayor será la cantidad que hay que aumentar las ventas para compensar un aumento en la profundidad de la piscina.

— Muchos recursos azules contribuyen a generar mucho más margen bruto que el importe de gasto que genera su utilización, ¡pero otros no! Debes ser capaz de diferenciarlos y buscar más ventas (¡y más margen!) seleccionando, reclutando y formando a recursos valiosos.

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— Creo que lo veo: hay que orientarse siempre a priorizar el aumento de ventas sobre la reducción de recursos, pero sin perder de vista que es preciso racionalizar los gastos para garantizar la viabilidad de la empresa.

— ¡Correcto!

— Viendo todas las conclusiones que uno puede sacar jugando con la piscina, no me extraña que mi padre te recomendara que no te sobrecargaras de recursos de estructura, sobre todo en las fases iniciales del negocio, aquellas en las que todavía había incertidumbre sobre el nivel de ventas.

— ¡Así es! ¡Fue un valioso consejo! —reconoce agradecido—. Pero, por otro lado, si no hubiera contratado los suficientes recursos azules válidos, habría cometido un error: habría tenido menos gastos azules, pero también medios insuficientes para conseguir ventas y beneficio.

— Se trata de un equilibrio —digo, como un acto reflejo involuntario.

— Algo así, Justo. Se trata del arte de la gestión empresarial. ¡Ya te dije que tener habilidades artísticas te sería de gran ayuda! Los conocimientos se aprenden estudiando, pero las habilidades ¡se adquieren practicando!

— ¿Puedo comentarte algo más, Fortu? —me pregunta.

— ¡Naturalmente!

— Hemos visto que, mientras los ingresos se van anotando en la columna derecha (la del Haber), representada por el ciprés; los gastos rojos se van anotando en las columnas izquierdas (las del Debe), representadas por el mástil (los gastos rojos) y por el lateral de la piscina (los gastos azules).

— Efectivamente, eso hemos visto —me dice con cara de pícaro.

— Aplicando el razonamiento deductivo que tanto nos gusta, podemos decir que, en el caso que haya beneficios, la diferencia entre las alturas del ciprés y la del mástil rojo y la de la piscina, es igual al agua que se desborda.

— ¡Absolutamente correcto! —me dice Fortu—. ¡Te felicito!

— Gracias.

— Y en el caso —añade Fortu— de que la suma de las alturas del mástil y del lateral de la piscina supere a la del ciprés, tendremos perdidas; y su magnitud será igual al agua que nos falte para llenar la piscina. Si, en la piscina, el acumulado del Haber supera al del Debe hablamos de beneficios. Si ocurre lo contrario, hablamos de pérdidas. La diferencia entre el Haber y el Debe determina la cantidad de agua que sobra o que falta, algo equivalente a lo que pasaba con las columnas centrales del interior del edificio.

— ¡Eres brutal, Fortu!

— Tú llegarás a ser mejor que yo, Justo. No lo dudes. Cuentas con excelentes genes y con un gran carácter —me dice, poniendo de manifiesto

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que, tras esa coraza de seguridad, arrogancia y vanidad, existe un hombre vulnerable, sensible y generoso.

— Hoy me voy a ir a casa ¡con la autoestima por las nubes! —exclamo con tono de agradecimiento—. ¡Hoy voy a hablar bien de mí mismo!

— ¡Algo muy recomendable, sin duda! —me dice riendo.

— Nunca podré agradecerte lo suficiente lo que estás haciendo por mí.

— Hemos acabado por hoy, amigo —me dice, dándome palmadas en la espalda y acompañándome hacia la salida.

— Es asombroso lo rápido que pasa el tiempo, cuando te lo estás pasando bien —le digo, mientras caminamos juntos.

— De todas formas, creo que todavía nos quedan algunos misterios por resolver. ¿No es así, mi querido Watson? —me pregunta Fortu.

— ¡Efectivamente! —le digo, mientras repaso mentalmente todas mis incógnitas pendientes, permaneciendo de pie junto al ascensor—. Todavía no he descubierto a dónde va el agua que desborda desde la piscina en los periodos contables en los que se generan beneficios.

— ¿Alguna cosa más te atormenta, Justo? —me pregunta con su característico estilo irónico.

— Bueno —le contesto—, tampoco he identificado todavía al único recurso azul que no está localizado en la planta tripe.

— Pues como hoy es martes, nos quedan tan sólo tres sesiones. Por tanto, tienes un 33,33% de probabilidades de que encuentres las respuestas a tus preguntas ¡durante la sesión de mañana!

— ¡Interesante, aunque elemental! —le digo muy serio.

Fortunato se carcajea abiertamente.

— Aquí estaré mañana, puntual a mi cita diaria —le digo muy serio.

— ¡Hasta mañana, hijo! —me dice, sin parar de reír—. Un beso a Caridad. Confío en que no tengan que ponerle gafas y en que sus ojos no precisen ningún tratamiento especial.

— Eso espero yo también. No entiendo por qué mi madre programó la consulta en un día en que mi padre está de viaje, siendo el tema de mi hermana tan importante.

—El centro médico al que vais es de tanto prestigio que hay que pedir hora con meses de antelación —me explica—. Quizás tu padre no tenía programado su viaje, cuando fijaron la hora de visita.

— Esa es la explicación que me ha dado mi madre, pero me sigue costando trabajo entenderlo, dada la trascendencia del tema.

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— ¡No le des tantas vueltas a las cosas, Justo! —me recomienda—. Lo importante es que tu hermana no tenga nada serio en sus ojos.

— Tal vez tengas razón —le digo poco convencido.

— Con la Dra. Irene Lisch estaréis en muy buenas manos. Es una gran profesional y, además, está especializada en Oftalmología pediátrica.

— ¡¿La conoces?! —le pregunto sorprendido.

— ¡Naturalmente! Aunque es de origen austriaco, fuimos compañeros en la carrera. Yo les recomendé a tus padres que fueran a verla. Además —añade divertido— creo que tú también la conoces, Justo.

— ¿Cómo voy a conocerla antes de ir a su consulta, Fortu?

— Porque estaba conversando con Bárbara, cuando apareciste aquí por primera vez, el lunes pasado. Es una morena guapa e inteligente que dirige la unidad de Oftalmología de una importante clínica, cliente de esta empresa. Vino interesada en ver las últimas novedades sobre láseres oculares.

— ¿Cliente o compañera de facultad solamente, Fortu? —le pregunto al observar su expresión, con una sonrisa pícara y abusando de la confianza.

— Bueno —me responde juntado sus manos y acercándolas a su cara—, reconozco que estuvimos viéndonos frecuentemente durante un par de semanas. No obstante, tuve que dejarlo tras descubrir que era la única mujer, que había conocido jamás, intelectualmente más capaz que yo. Como te puedes imaginar, eso era ¡incompatible con mi equilibrio emocional!

— Ya veo, ¡debió ser algo muy difícil de superar! —le digo con ironía, mientras recuerdo que la conocida misoginia de Holmes hacía que sólo pensara en las mujeres como móviles de algún crimen o como elementales explicaciones de alguno de los complejos casos que le encargaban.

— ¡No mucho más difícil de superar que otros desengaños amorosos de mi juventud, Justo! —me dice—. De todas formas, lo importante ahora no es hablar de los fracasos sentimentales que me han ido curtiendo; encuentro mucho más prioritario el que no te olvides de preguntar a tu madre ¡acerca de las formas que conoce de aumentar el beneficio económico en una empresa!

— ¡Lo haré, descuida! —le confirmo mi intención de tenerlo en mente.

— ¿Intuyes la respuesta que obtendrás? —me pregunta.

— ¡Naturalmente que sí! —le respondo.

— Pues espero que mañana me lo expliques todo, Justo. Recuerdos a tu madre ¡y un beso a la pequeña Caridad!

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Justo resume la sesión de hoy:

Las VENTAS de productos y/o servicios que realiza una empresa constituyen la principal fuente de sus INGRESOS.

La emisión de una factura de venta a un cliente determina un aumento de los ingresos y un incremento del saldo deudor de dicho cliente. Por ello, el mismo color verde identifica tanto a la zona de los INGRESOS en la piscina como a la planta 2 en el edificio (CUENTAS A COBRAR). Tanto las ventas como el seguimiento del cobro a clientes están bajo la responsabilidad de Mr.Green, quien debe intentar conseguir las máximas ventas, pero con la altura mínima posible de la planta 2.

En el mismo momento que se producen las ventas —“en caliente”— se generan unos gastos que denominamos GASTOS DE LA VENTA. El uso generalizado ha hecho admisible el término de COSTES DE LA VENTA.

La diferencia entre el importe de la venta y el de los gastos (o costes) de la venta se denomina MARGEN BRUTO. Si la cantidad del margen bruto es superior a los gastos del periodo, hablaremos de BENEFICIO o de RESULTADO POSITIVO del periodo. En caso contrario, hablaremos de PÉRDIDAS o de RESULTADO NEGATIVO.

De la misma forma que no es recomendable denominar GASTOS FIJOS a los GASTOS DEL PERIODO (“los azules o fríos”), no se aconseja llamar GASTOS VARIABLES a los GASTOS DE LA VENTA (“los rojos o calientes”). A la hora de clasificar un gasto, más práctico que tratar de averiguar si es fijo o variable, directo o indirecto; es preguntarse simplemente si está asociado a la venta o no. Le llamaremos GASTO DE LA VENTA en el primer caso, y GASTO DEL PERIDO en el segundo.

El principal coste de la venta (gasto rojo) consiste en las salidas de los productos que esperan en las existencias hasta que son entregados al cliente. Por ello, la planta 1 (la del stock) es de color rojo.

Además de la salida de los productos de stock, existen otros gastos rojos que se generan como consecuencia de la necesidad de utilizar servicios asociados a la venta: comisiones, transporte, royalties, etc. Estos recursos no figuran en el Activo, porque las gafas financieras no los visualizan (no son recursos propiedad de la empresa con un valor de coste objetivo).

Para mejorar el beneficio empresarial, es mejor orientarse a aumentar los ingresos y su margen bruto asociado que dar prioridad a la reducción de los gastos del periodo, tal como hace “el ama de casa” en una economía doméstica. Unos recursos azules aparentemente de coste elevado pueden contribuir a generar mucho más margen bruto (agua que entra en la piscina tras la rampa roja) que otros que exigen una retribución inferior.

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Miércoles 29 de mayo de 2010 Las plantas subterráneas

— Buenas tardes, Justo. ¿Cómo estás hoy? —me pregunta Bárbara, cuando me ve entrar por la puerta principal de las instalaciones.

— ¡Fenomenal! —le contesto—. Deseando abordar el octavo día de formación. Hemos llegado al miércoles de la segunda semana del curso sin apenas enterarme. Es increíble ver a la velocidad ¡que ha volado el tiempo!

— ¿Qué tal ayer en la piscina?

— A decir verdad, Bárbara, ¡te eché mucho de menos! Fue una de las sesiones más intensas. ¡Fortu no me dejaba ni respirar!

— ¿De veras? —me pregunta con un tono cariñoso.

— ¡Cómo me hubiera gustado contar con tu ayuda! —le digo convencido—. ¡Casi me ahogo con tanta agua y con tantos colores!

— Recuerdo perfectamente el día en que hice esa sesión con Fortu.

— Te estuvo intentando localizar por teléfono. ¿Dónde está, por cierto?

— Está en su despacho, dando órdenes de pago y verificando el cobro efectivo de los clientes. Me dijo que le avisáramos tan pronto como llegaras.

— Ah, muy bien.

— Ahora le informo de que has llegado, para que se cambie y baje.

— ¿Para que se cambie? —le pregunto extrañado.

— Sí, sí. Para ir a la piscina, es opcional ir con traje de baño; pero para ir al lugar donde vais hoy, ¡es imprescindible ir bien equipado!

— ¿Tú tampoco vienes con nosotros hoy? —le pregunto, sintiéndome muy intrigado sobre la forma con la que deberemos ir vestidos hoy.

— No, Justo, lo lamento. Me gustaría acompañaros en vuestra aventura formativa de hoy, pero tengo mucho trabajo. Tengo que analizar el grado en que cada uno de los recursos que tenemos en esta planta azul contribuye a la generación de ingresos de la compañía para, posteriormente, analizar si están retribuidos y reconocidos adecuadamente.

— Pero…

— ¿Te extraña algo, Justo? —me pregunta, al verme dubitativo.

— Fortu me insistió ayer, hasta la extenuación, que la utilización o la contratación de los recursos azules genera unos gastos azules que, como

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tales, son independientes de la cifra de ventas —le digo, demostrando que todavía estoy “un poco frío”.

— Déjame avisar a Fortu de que has llegado y, mientras baja, aprovechamos y te explico algo que aclarará tu duda definitivamente.

— ¡Perfecto!

Bárbara le avisa a Fortu de mi llegada.

— Es curioso ver, Justo, como haces, exactamente, las mismas preguntas que yo hacía, cuando Fortu me explicaba las finanzas básicas.

— No sabes lo que me reconforta este comentario, Bárbara. Cuando creo que todo es más fácil de lo que pensaba y que lo empiezo a tener todo claro, gracias al modelo conceptual de Fortu, ¡zas!, aparece inesperadamente un nuevo concepto que parece no encajar en mi frágil puzzle en construcción.

— Te pasa eso, porque las finanzas están plagadas de nombrecitos y de trampitas que inducen a incurrir en errores o en confusiones conceptuales. Precisamente para eso sirven los trucos y las reglas nemotécnicas de Fortu.

— ¡Supongo que así es! —le digo, notando otra vez esa desagradable sensación de que algo de escepticismo volvía a asomar.

— No te preocupes, Justo. Ya verás como todo termina encajando de forma natural —me dice Bárbara, adoptando una actitud protectora, como la de una hermana mayor que ha pasado ya por las mismas dificultades.

— ¿Me explicas eso, mientras esperamos a Fortu? —le digo ansioso.

— ¡Claro! —me dice con una sonrisa. Ya sabes, Justo, que las personas que tenemos en nómina nos van a generar un gasto mensual determinado, acordado y previsible, cuyo importe será independiente de los ingresos por ventas que la empresa acabe consiguiendo.

— Con esa idea me quedé tras las últimas sesiones —la interrumpo.

— Ahora bien, que el importe del gasto en que incurrimos por las nóminas sea independiente del importe de las ventas de este mes no significa que los empleados no tengan ninguna influencia o contribución en las ventas. ¡Más bien todo lo contrario!: las ventas se producen gracias a la actuación de los recursos azules. Sin personal, sin instalaciones y sin servicios externos, la empresa no podría vender los productos que tiene en sus existencias. Los recursos azules generan ventas y éstas causan el consumo de recursos rojos. La diferencia entre el importe de las ventas y el de los gastos rojos que generan, ¡el importe del margen bruto!, debe ser suficiente para retribuir adecuadamente la intervención de los recursos azules. ¿Lo ves claro ahora?

— ¡Naturalmente! —exclamo algo frustrado por haber tenido esa duda.

— Lo que sí es verdad —continúa ella— es que no todos los empleados tienen el mismo grado de implicación y de rendimiento. Unas personas lo

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hacen mejor que otras y, por tanto, su contribución a generar los ingresos es muy diferente. Lo mismo ocurre con el resto de recursos azules de la planta tripe: unos contribuyen a conseguir ventas para la empresa más que otros.

— ¿Podríamos decir que unas personas “se mojan” más que otras? —le pregunto, en un intento de hacer una aportación original y nemotécnica—. Ahora recuerdo, efectivamente, que hablamos de esto con Fortu durante la sesión de ayer —añado, reconociendo que mi duda no estaba muy justificada.

— ¡Creo que has seleccionado una expresión muy acertada, Justo! Como bien dices, las personas que se “mojan” más por el conjunto de la empresa, es lógico que “absorban” más agua vertida en la piscina que las que no lo hacen tanto. En otras palabras, es lógico que su retribución sea superior.

— Pero si les retribuimos más, ¡aumentaremos el gasto azul! —le digo.

— ¡Veo que tu madre te “comió el coco” ayer en la sala de espera de la doctora, Justo! —escucho sobresaltado a alguien hablando en tono muy alto, a mi espalda, con una voz nasalizada que no reconozco bien—. ¡Parece como si hubiera oído un comentario de doña Angustias! —continúa la voz—: “¡el gasto es malo por naturaleza y, por tanto, hay que reducirlo a toda costa!”

Me doy la vuelta y casi me caigo de espaldas con lo que veo.

— Pero Fortu, ¡¿qué demonios haces así vestido?! —le pregunto completamente alucinado con lo que observo.

Las gafas que lleva puestas me explican por qué no reconocía su voz. Miro a Bárbara, que no podía parar de reír viendo la escena.

— ¡Es simplemente un equipo de submarinismo, Justo! ¿Qué es lo que te extraña tanto? —me dice a través de unas gafas de buzo que le cubren los ojos, la nariz y ¡su peculiar bigote!—. Te dije que tenía dos en mi despacho, listos para usarlos cuando los necesito. ¡Hoy es uno de esos momentos!

— ¡Absolutamente increíble! —exclamo, totalmente perplejo.

— Por cierto —continúa Fortu—, tú también necesitas ponerte este otro equipo que te he traído. Es imprescindible para que puedas sobrevivir hoy.

— ¡Pero, Fortu —le digo muy alarmado—, yo no he hecho ni una sola inmersión en mi vida! No sé si podré respirar bajo el agua con todo este equipamiento y con estas botellas de aire —añado con cara de angustia.

— Si no lo haces, te ahogarás, Justo. Será mejor que respires bajo el agua —me dice, adoptando el tono de voz y la actitud de un instructor de marines—. Vamos, muchacho, ponte esto ¡y sígueme! ¡Tenemos prisa!

— Pero, Fortu,… —le digo, a la vez que me voy resignado y mientras empiezo a meter una pierna en el interior del traje de neopreno.

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— Puedes hablar, soldado, siempre que no pares de ponerte el equipo de buceo —me dice Fortu, continuando con su tono autoritario—. No disponemos de mucho tiempo para hacer todo lo que tenemos programado.

— Lo que quería decir es que…, apareciste…, y… nos quedamos con la conversación a medias —le aclaro, dándome cuenta de la dificultad que tiene hablar a la vez que te estás metiendo dentro de un traje de submarinista ¡por primera vez en tu vida!

— Os interrumpí —me explica Fortu—, debido a que tu reacción a las palabras de Bárbara me recordaron mucho a las de tu madre.

— Efectivamente, como ya intuíamos ayer, te puedo confirmar que mi madre cree que la única forma de obtener beneficio es reduciendo el gasto. Se lo pregunté ayer, aprovechando el tiempo en la sala de espera de la doctora.

— ¿Quieres que te repita el porqué, Justo?

— Disculpa que te obligue a hacerlo, Fortu.

— ¡Lo haré si sigues vistiéndote! —me dice enérgicamente—. Te has parado, y todavía tienes que ponerte las gafas, las aletas, el chaleco hidrostático, las botellas, el reloj ¡y el cinturón de plomos!

— Sí, sí, claro —le digo totalmente resignado, mientras actúo.

No puedo evitar mirar de reojo a Bárbara. Seguía “pasándoselo bomba”, mientras me veía en una situación de lo más cómica y bochornosa.

— ¿Te acuerdas, Justo, cuando tu padre prefirió mantenerse de empleado en su empresa, disfrutando de su estatus y de su buen sueldo, a dar el salto a una aventura empresarial? —me pregunta Fortu.

— Sí, lo recuerdo perfectamente —le contesto. Pero no veo que tiene eso que ver con la opinión de mi madre sobre los gastos familiares.

— ¡Pues tiene mucho que ver! —me replica—. Si hiciéramos la cuenta de resultados de tu casa, veríamos que los ingresos son más o menos estables durante todo el año. Tu madre cuenta con el salario de tu padre como única fuente de ingresos. Ella no ve ninguna posibilidad de actuar sobre ellos, al menos a corto plazo, a través de su gestión de la economía doméstica.

— Está claro —le digo—: ella sabe los ingresos de todos los meses.

— Por eso —continúa Fortu—, la única forma que identifica tu madre, para aumentar el beneficio familiar, consiste en reducir los gastos. Está totalmente orientada al control de gasto, porque percibe que no tiene ninguna posibilidad de influir sobre el nivel de los ingresos.

— Sí, ahora recuerdo que hablamos de ello —le digo con voz nasalizada, tras colocarme las gafas de buceo—. Disculpa que te obligue a repetir algunos conceptos básicos, ¡pero no he dormido bien esta noche!

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— Veo que ya has acabado de equiparte, Justo —me dice—. ¡Vamos, sígueme! Iremos charlando por el camino. Será mejor que camines marcha atrás, ¡como los cangrejos! Es más fácil con las aletas en los pies.

Me doy la vuelta y empezamos a avanzar juntos, recorriendo la planta tripe en dirección hacia el vértice del ascensor. Sorprendentemente, ¡y afortunadamente!, la gente no nos mira: siguen concentrados en su trabajo. De todas formas, yo me siento completamente ridículo recorriendo unas oficinas vestido con el equipo más completo de buceo del mundo.

— No vayas tan rápido, Fortu, por favor. No soy capaz de seguirte y me voy a caer —le digo, mientras avanzo de espaldas con mucha torpeza.

No me habla durante unos instantes, creo que debido a que no puede parar de reír. Aunque pienso que no quiere demostrarlo, el empañamiento de sus gafas y los movimientos de su cabeza lo delatan. Poco después, me dice:

— Tu madre, actuando como administradora de las cuentas domésticas, hace lo correcto, mientras se mantenga aplicando sus criterios en el ámbito doméstico; pero no te aconsejo que apliques sus mismos razonamientos en el ámbito empresarial. Los ingresos en la empresa, a diferencia de lo que ocurre con los de tu casa, ¡varían cada mes!

— Es obvio —le reconozco—: los ingresos de cada periodo dependen, básicamente, del importe de las ventas que se acaben consiguiendo.

— La fluctuación de las ventas depende de muchos factores, y muchos de ellos tienen que ver con la actuación de los recursos azules. Si eliminas algún medio empresarial valioso, puede que la reducción de ingresos que se derive sea muy superior al importe del ahorro por la desaparición del recurso.

— ¿Cómo me aconsejas hacerlo, Fortu? —le pregunto con dificultad.

— Pues te aconsejo… ¡que no te caigas! —me dice riendo, mientras ve que tropiezo y me desequilibro—. Eso es…, Justo. Perfecto. Ya estamos a medio camino. ¡Sólo nos queda el 50% del camino para llegar!

— ¡Menos mal! —le digo, mientras noto que se me está haciendo eterno el trayecto—. Avanzar de espaldas me impide ver lo que queda.

— Pues, como te decía ayer en la piscina, te aconsejo que no pienses en los gastos azules como algo de naturaleza intrínsecamente perversa y que, por tanto, debes reducir a toda costa. Lo cual no quiere decir, ¡atención!, que no haya que racionalizarlos al máximo. No estoy hablando de que haya que derrochar, estoy diciendo que hay que retribuir adecuadamente a los recursos que necesitas, contando con buenos sistemas de información que te permitan saber diferenciar aquellos que son valiosos de los que no lo son tanto.

— ¿Puedes ser un poco más concreto, por favor?

— ¡Naturalmente! —me contesta—. Si ordenas las tres opciones que enumeramos ayer para aumentar los beneficios de la empresa, poniendo en

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primer lugar del ranking a la reducción de gastos, no sólo podrías ser considerado tacaño e injusto, sino que también correrías el riesgo de perjudicar el beneficio de tu empresa, aunque ello pueda parecer paradójico.

— ¡¿Reducir gastos y perjudicar el beneficio?! Si que parece totalmente paradójico, efectivamente —afirmo convencido.

— Lo puedes perjudicar a medio y largo plazo. Nunca pierdas de vista que los gastos son la retribución o el coste de los recursos que utiliza tu empresa para vender sus productos y obtener, de esta forma, beneficio. Si los recursos son buenos, su contribución a todo ello será decisiva. Por tanto, asegúrate de que cuentas con buenos recursos y de que estén correctamente recompensados y valorados. En caso contrario, ¡los puedes perder!

— ¡Lo tendré siempre en mente! —me comprometo.

— Ahora bien, de la misma forma que te recomiendo que seas generoso, flexible y comprensivo con los recursos azules valiosos, te aconsejo también que tomes medidas con los que demuestran reiteradamente su falta de voluntad por contribuir a la mejora de la organización—me dice, poniendo cara de instructor de marines autoritario y exigente.

— No te enfades conmigo, pero me estás sonando excesivamente duro e insensible, Fortu. No sé si te veo demasiado cartesiano diciendo eso.

— Si esa es la impresión que te he dado, debo haberme expresado mal, Justo. Sabes que pienso que las empresas hay que gestionarlas con la cabeza, ¡pero también con el corazón! Creo que la empresa tiene que poner todos los medios para que las personas consigan tener los dos requisitos básicos para hacer bien su trabajo: formación y motivación.

— ¡Eso que dijo Bárbara el otro día, se me quedó grabado!

— Ahora bien —continúa—, si no estableciéramos diferencias que reconozcan y premien a los mejores, no sólo seríamos injustos con los que se esfuerzan, sino que también podríamos poner en peligro la viabilidad y los resultados de la empresa a medio y largo plazo. Por tanto, no se trata sólo de pensar en las personas de manera individual, sino también en el conjunto. Las empresas no son algo que sirve para enriquecer a sus propietarios a costa del esfuerzo mal recompensado de sus empleados, pero toda persona que forme parte de una organización debe estar siempre pensando en que debe contribuir a crear más valor para el conjunto que su propio coste.

— Creo que ahora te estoy entendiendo mejor. El beneficio empresarial debe ser compatible con la remuneración y el reconocimiento adecuado de todos los recursos que se emplean para obtenerlo.

— Piensa en lo que ocurre en el waterpolo, en el baloncesto o en cualquier otro deporte de equipo: los mejores jugadores tienen mayor

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reconocimiento y más retribución, porque tienen una mayor contribución a conseguir títulos para el conjunto del equipo. ¿Estás de acuerdo, Justo?

— ¡Eso es una evidencia, efectivamente! Pero no estoy muy seguro de que las reglas del deporte sean aplicables al mundo laboral.

— Creo que, desde el primer día que nos conocimos, Justo, te he venido insistiendo en la importancia de tener un comportamiento ético y en la de cumplir escrupulosamente todas las normativas y reglamentaciones.

— ¡Así es, sin duda! —le confirmo.

— Ahora te vuelvo a recordar lo mismo: todas las políticas de recursos humanos que apliques nunca pueden contravenir ni lo que establece la normativa laboral, ni lo que esté acordado con los empleados o los sindicatos. Además, te recomiendo que te orientes más a premiar a los buenos que a castigar a los malos, aunque temas estar aumentando los gastos con ello.

— Y esto que argumentas sobre las personas, segundo grupo de recursos de la planta tripe, supongo que también es aplicable para el resto.

— ¡Absolutamente, Justo! —me confirma categóricamente—. Esa misma lógica financiera y de estrategia empresarial, con sus matices particulares, es aplicable a los recursos materiales (las Instalaciones) y a los que obtenemos por “outsourcing” (los Exteriores). Incluso te diría más: aquí, al no estar las personas involucradas, todavía podemos ser más “cartesianos”.

— ¿Qué quieres decir exactamente?

— Pues quiero decir que, en este caso, podemos decidir algo más con la cabeza y algo menos con el corazón.

— Ya sé que la dificultad está siempre en saber cuándo tienes que escuchar más lo que te dice el área cerebral donde reside la razón y la lógica deductiva, y cuándo tienes que hacer más caso a lo que te recomiendan las “menos evolucionadas” neuronas que forman el cerebro emocional.

— ¡Así es, Justo! De todas las personas que conozco, tu padre es la que sabe conseguir un equilibrio mayor en ese difícil arte de combinar, en las proporciones adecuadas para cada situación, ¡la lógica y la emoción!

— Efectivamente, es admirable su gran capacidad para ello.

— Volviendo al tema que nos ocupa, Justo, y tal como te iba diciendo, no nos debe preocupar un gasto aparentemente elevado, si está generado por la retribución de un recurso azul que demuestra tener una contribución decisiva a las ventas y al beneficio.

— ¡Totalmente de acuerdo! —le digo.

— Ahora bien, debemos tratar de reducir, o incluso eliminar, todos aquellos gastos que estén generados por un recurso azul (de los dos grupos

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que acabamos de citar) con poca o nula aportación a las ventas y al beneficio, aunque su importe nos parezca reducido o irrelevante.

— ¡Entiendo, Justo! —le digo, articulando las palabras con mucha dificultad debido a que las gafas, además de tener el cristal empañado, me aprietan una barbaridad—. El hecho de que los gastos azules no se generen en el mismo momento en que se produce la venta, ¡no quiere decir que no puedan tener una enorme influencia sobre ella!

— ¡Exacto, soldado! Debemos ser capaces de gestionar todos los recursos de que disponemos en la empresa para optimizar las ventas y los beneficios. Y debemos intentar retribuirlos pensando en la viabilidad de la empresa y en el bienestar del conjunto del equipo; lo debemos hacer en función de su valía, de su rendimiento y de su contribución.

— ¡Está claro, señor! —le digo adoptando posición de firmes.

— Esta empresa tiene ahora un importe de gastos mucho mayor que el que tenía cuando empezó, pero tiene también muchos más beneficios. Más gastos y más beneficios, situación sólo aparentemente paradójica, que se produce cuando los ingresos aumentan en mayor proporción que los gastos. Si no hubiéramos aumentado nuestros recursos de estructura, no habríamos podido tener los medios necesarios para soportar nuestro crecimiento.

— Mi padre acostumbra a decir que “para hacer una tortilla, siempre hay que romper huevos” —le digo, orgulloso de ser su hijo.

— ¡Eso es muy cierto! Cuando incurrimos en un gasto, siempre debemos hacerlo con el objetivo de conseguir un beneficio mayor. Por eso, el incremento de recursos debe estar siempre bien medido y justificado. Si lo hacemos así, conseguiremos el doble objetivo de generar empleo y de obtener beneficios empresariales. Con esas dos circunstancias, los gobiernos de los Estados, cuya función es saber gestionar la gigantesca empresa que constituye un país, pueden disponer de ingresos suficientes para atender sus gastos, pero sin generar un déficit excesivo en las cuentas públicas.

— Debe ser usted uno de los mejores sargentos que tiene el ejército, ¡señor! —le digo muy serio, y volviendo a adoptar una posición muy recta, que consigue hacerle sonreír.

— Los recursos rojos —interviene Fortu, sonriendo y moviendo su cabeza de un lado a otro— se utilizan (se consumen) en el momento de la venta y, por ello, la relación causa-efecto entre la venta y la generación del gasto asociado es muy evidente. Los recursos azules se utilizan durante todos los días del mes, se venda o no se venda; y eso hace que cuantificar su contribución a las ventas sea algo mucho más complejo.

— ¡Con esa afirmación estaría de acuerdo todo el mundo!

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— Lo cual no quiere decir que no debamos intentar hacerlo, al menos de un modo aproximado. SIBI también nos da información muy valiosa al respecto, la cual nos ayuda mucho en ese proceso de análisis.

— ¡Ahora veo la razón por la cual Bárbara se encarga de la gestión de los recursos azules! —exclamo con rapidez.

— ¿Cómo lo has deducido, Justo?

— ¡Aprovechas su talento y le reservas lo complejo! —exclamo, con la intención de elogiarla de la manera más simpática que soy capaz.

— ¡Admito que tienes toda la razón! Gestionar “people” no es fácil.

— Los gastos que comporta la retribución de los recursos azules determinan la altura de la piscina —repaso el concepto—, es decir, la cantidad de agua que es preciso verter en ella en cada periodo de tiempo, para cubrir la totalidad de los gastos de estructura. Necesitamos saber si el hecho de que se cuente con ellos de forma mantenida está justificado o no.

— ¡Puedes detenerte, Justo! Ya hemos llegado.

— ¡Qué bien! —exclamo aliviado.

— Sube al ascensor y te sigo hablando, mientras bajamos.

— ¿Mientras bajamos?

— Sí, chaval. Hoy no subimos: hoy bajamos a las plantas subterráneas, aquellas que no se ven desde fuera. ¡Por eso vamos vestidos así!

— ¿Las plantas que no se ven desde fuera dices?

— ¿No tenéis sótano en casa? —me pregunta.

— Sí claro —le respondo muy agobiado, mientras observo que se me empañan las gafas cada vez más debido a mi hiperventilación nerviosa.

Las puertas del ascensor se abren y puedo ver al robot. Me quedo asombrado: también lleva botellas ¡y gafas de submarinista!

— ¡Buenas tardes SIBI! —saluda Fortu al humanoide, tras entrar en el ascensor de espaldas—. ¿Nos llevas al depósito propio, por favor?

El ascensor cierra las puertas y empieza a moverse. Me desequilibro y estoy a punto de caerme.

— ¡Cuidado, señor! —me advierte SIBI—. ¿Necesita ayuda? —me pregunta, dándome la impresión de que lo hace con un tono bastante irónico.

Observo como a Fortunato se le vuelve a escapar la risa.

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El depósito propio

— ¿Depósito propio, Fortu? —le pregunto, después de haber recuperado algo de estabilidad, metido en aquel equipo tan pesado e incomodo.

— ¡Sí, eso le he dicho a SIBI! Nos dirigimos al tercer sótano, Justo.

— ¡¿Al tercer sótano?!

— ¡Has oído bien, soldado! Cuando recorrimos el edificio, visitamos la planta tripe y las plantas 1, 2 y 3. Aquí, en la parte subterránea, tenemos tres niveles para visitar: los sótanos -1, -2 y -3. En el exterior está la piscina. El interior lo dividimos en una parte visible ¡y en una parte subterránea!

Mientras me habla, le voy dando vueltas a la cabeza. La verdad es que no recuerdo haber visto nunca a dos buzos dentro de un ascensor; ni en la película más disparatada, ni el cuadro más surrealista. Y, además, ¡acompañados por un robot con sensibilidad artística! Yo creo que se trata de aquellas situaciones en las que la realidad supera a la ficción. Tras arrancar el ascensor e iniciar el descenso, Fortu se dirige a mí:

— Retomando el tema de si los gastos azules están justificados o no, te daré tres ejemplos, uno de cada grupo de recursos azules.

— ¡OK! —le digo con el pulgar de mi mano derecha hacia arriba.

— Decidimos alquilar este edificio, cuando había otros locales mucho más baratos. Pensamos que, con estas instalaciones, obtendríamos unas ventas muy superiores a las que conseguiríamos con otras de menor coste. Creímos que el mayor margen bruto que obtendríamos por las ventas adicionales compensaría, con creces, el mayor gasto adicional por el alquiler. Por tanto, estábamos convencidos de que, aún teniendo un gasto azul mayor, obtendríamos más beneficio que si redujéramos el gasto de alquiler utilizando unas instalaciones más baratas, ¡pero con menos posibilidades!

— Este sería un ejemplo del grupo de recursos “I” —le digo con la intención de demostrarle que estoy esperando el segundo ejemplo.

— De forma análoga, una persona con una nómina muy alta puede contribuir a generar mucho más beneficio a la empresa que otra con una retribución reducida. Un empleado que, además de hacer bien su trabajo, colabora para que los demás también lo hagan y para que el grupo funcione como un equipo cohesionado, tiene una contribución enorme a los resultados económicos de la empresa. Alguien que “se moje” por la empresa, y que su grado de implicación le lleve a aportar ideas de mejora y a contribuir a la

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necesaria innovación, tendrá un extraordinario impacto positivo en los beneficios de la empresa a medio y largo plazo.

— Éste sería un excelente ejemplo de los recursos del grupo “P” —afirmo, a la espera de un ejemplo relativo al tercer grupo de recursos azules.

— Una campaña de publicidad aparentemente cara puede generar unas ventas y unos márgenes brutos muy elevados para la empresa, que sobrepasen ampliamente el importe del gasto asociado. Por tanto, un gasto en publicidad aparentemente reducido puede generar mucho menos beneficio neto que otro más elevado. Esto es aplicable a todos los recursos externos.

— ¡Creo que está clarísimo, Fortu! —admito.

El ascensor se para, pero no se abren sus puertas. Al ser de vidrio, permiten ver lo que hay al otro lado.

— Creo que hemos llegado al sótano -3, ¡señor! —le digo con cara de pánico—. ¡¿Podría explicarme dónde demonios estamos?! Ahí fuera sólo veo un amplio espacio subterráneo, de columnas y paredes amarillas, totalmente inundado de agua. Es como un aquarium, pero sin peces.

— ¿A qué te recuerda el color, soldado?

— Bueno, es el mismo color de la rampa amarilla de la piscina.

— ¡Exacto! ¿Recuerdas que te dije que toda la cantidad de agua que se desborda de la piscina pasaba a un depósito subterráneo amarillo?

— Sí, claro que lo recuerdo —le digo tembloroso.

— ¡Pues aquí lo tienes! Estás contemplando toda la cantidad de agua que hemos podido ir acumulando desde que fundamos la empresa, hace quince años. Todos los beneficios de cada año los vamos almacenando aquí.

— ¡Espectacular! —exclamo.

— De todas formas, te quedarías más sorprendido con la cantidad de agua que estás viendo, si no perdiéramos una cantidad significativa en el camino que recorre desde la rampa amarilla de la piscina hasta este depósito.

— Creo que te está refiriendo al impuesto sobre el beneficio —le digo.

— ¡Exacto, Justo! —me confirma.

— ¿Y nunca sacáis agua de este depósito? —le pregunto, sospechando que no le debe apasionar seguir comentando el hecho de que la Hacienda Publica se lleva un porcentaje significativo del beneficio de su empresa.

— ¡Claro que sí! Lo hacemos cuando los socios decidimos repartirnos parte del beneficio acumulado. A eso le llamamos reparto de dividendos. Este reparto se realiza a expensas de las reservas de agua acumuladas.

— ¡¿Vamos a salir ahí fuera, Fortu?! —le pregunto aterrorizado.

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— ¡No es necesario! —me dice carcajeándose—. Planeando la sesión de hoy con Bárbara, nos pareció que sería divertido ver la cara que pondrías. Avisamos a todos los empleados, para que aguantaran la risa y para que simularan que se trataba de algo que yo hago rutinariamente, cuando quiero verificar visualmente las alturas de las columnas de los sótanos.

— ¡Muy graciosos! —le recrimino, fingiendo enfado, pero sintiendo un tremendo alivio—. Si lo que pretendías era, como siempre haces, que no se me olvidara la lección de hoy, ¡lo has conseguido sin duda alguna!

— Pues ya lo sabes: en este depósito subterráneo que estás viendo, situado en el sótano -3, vamos acumulando los beneficios conseguidos en años anteriores. También podemos ver el agua que se está desbordando de la piscina durante este año. A los beneficios de años anteriores, los financieros les llaman reservas; con toda la lógica del mundo, ¡al menos esta vez! Al beneficio que se está generando en este año, le llaman resultado del ejercicio.

— Nombre lógico también, debemos reconocerlo —opino sonriente.

— Elegimos el color amarillo fosforito, el mismo de algunos rotuladores que se utilizan para subrayar, para resaltar que el agua de este depósito pertenece a los socios, a los propietarios de la empresa, aquellos que suelen subrayar la última línea de la cuenta de resultados (“the bottom line”).

— ¿Qué en este caso son…? —le pregunto.

— Pues todos los que hemos aportado capital. Cuando se constituyó la empresa, al no poder contar con tu padre, fui yo el único socio. Hace diez años, cuando mi hermana Scarlett se trasladó y empezó a trabajar aquí, se hizo una ampliación de capital que permitió su entrada en el capital.

— Ya veo…

— Y hace cinco años —añade—, realizamos otra ampliación de capital social para dar entrada, como socio minoritario, a una empresa de capital riesgo. Mi idea es que también Bárbara tenga una participación en el futuro y se convierta, de esta forma, en socia de la empresa. Si a los buenos profesionales hay que retribuirlos correctamente, a las personas clave hay que darles la oportunidad de que acaben convirtiéndose en socios.

— ¿Una empresa de capital riesgo dices?

— Sí, Justo. Se trata de empresas especializadas en invertir en otras, con carácter temporal, para ayudarlas a financiar y a gestionar un proceso de expansión rápido, como el que planeamos poner en marcha antes de que se nos echara encima la actual crisis económica que estamos sufriendo.

— Entiendo: se trata de una alternativa de entrada de capital.

— Correcto, Justo. Incluso hay otras empresas, mucho más grandes que la nuestra, cuyas acciones cotizan en bolsa. Eso quiere decir que una parte de

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su capital ha sido aportado por particulares o por empresas que han comprado sus acciones en el mercado financiero —me explica.

— Supongo que las aportaciones de capital de todos los socios también las tenéis almacenadas en este depósito. Por cierto, Fortu, ahora que ya sé que se trata de una inocentada, ¿puedo quitarme ya todo esto?

— Puedes quitarte las botellas, el chaleco, los pesos y las aletas, pero mantén las gafas —me dice riéndose—. ¡Son gafas financieras subacuáticas!

— Es que las tengo muy empañadas —le insisto.

— Eso lo puedes solucionar con un poco de saliva.

— ¡¿Saliva?! ¡Qué asco!

— ¡Hazlo, soldado! —me ordena enérgicamente—. La situación es extrema y no estamos para finuras de niño mimado.

Hago lo que me dice con la sensación de ser una víctima de un programa de cámara oculta. Espero que no sea así y que todas las personas de la planta tripe no se estén “tronchando de risa” en este momento.

— Este ridículo que estoy pasando, ¡no se me va a olvidar en la vida!

— Lo sé. Es exactamente lo que buscaba. Es mi objetivo de cada día: que no se te olvide nada de lo que aprendes.

— Sí, Fortu, ya lo sé. Como diría mi padre, todo lo estás haciendo ¡por mi bien! —le digo sonriendo—. ¡Quién más te quiere, te hará llorar!

— Tu suposición —continúa Fortu— es correcta.

— ¿Cuál?, ¿la de que estás haciendo todo por mí bien? —le pregunto.

— ¡No, la anterior! —me responde riendo—. Al capital aportado por todos los socios, lo representamos aquí mediante más litros de agua en este tercer depósito. Por tanto, fíjate que, en este nivel subterráneo, estamos viendo la suma del capital aportado por los socios, de las reservas no repartidas (beneficios retenidos de años anteriores) y de los resultados del ejercicio en curso. Siempre que entra agua en este depósito, procedente de cualquiera de esas tres fuentes citadas, la altura de las columnas aumenta.

— ¿Todo el valor que contiene este sótano pertenece a los socios?

— ¡Así es! Esa es la razón por la cual, a este depósito amarillo que estamos contemplando, le llamamos depósito propio. Es la representación, en nuestro modelo, de lo que los financieros llaman Fondos Propios.

— Esta palabra me recuerda que mi padre me dijo que ahora no sólo hay que hablar de Fondos Propios, sino también de Patrimonio Neto.

— ¡Has hecho un muy oportuno comentario, Justo! Tradicionalmente, hemos utilizado únicamente el término de Fondos Propios para referirnos a la parte del valor contable de los activos que está financiada por fondos

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propiedad de los socios. La normativa contable actual establece que los Fondos Propios son una parte del Patrimonio Neto.

— ¡Qué lío!

— No te preocupes demasiado. De hecho, en la mayoría de las sociedades mercantiles, el valor de los Fondos Propios es idéntico al del Patrimonio Neto. Por tanto, si te olvidaras de la diferencia, no sería grave.

— ¿Por qué lo complican, entonces? —le pregunto algo preocupado.

— Verás, Justo —me aclara—: cuando estuvimos hablando de los activos no corrientes, dijimos que, en la mayoría de las empresas, los formaban los inmovilizados materiales. ¿Lo recuerdas, verdad?

— Sí, Fortu, lo recuerdo perfectamente.

— Pues entonces, también recordarás el momento en el que dijimos que, en algunas empresas, podía haber inversiones inmobiliarias o financieras formando parte del activo no corriente y, por tanto, acompañando a los habituales inmovilizados materiales.

— Recuerdo que los activos no corrientes podían ser inmovilizados (materiales o intangibles) o inversiones (inmobiliarias o financieras).

— ¡Perfecto! Imagínate que el valor de algunas de estas inversiones se deteriora de manera significativa. Por ejemplo, inversiones en inmuebles o en acciones que pierden mucho valor en el mercado. En estos casos, la normativa actual obliga a ajustar a la baja las valoraciones contables de estos activos, aplicando lo que se denomina el valor razonable de estas inversiones.

— En esa situación creo que, en nuestro modelo, se reduciría la altura de las columnas de la planta tripe —le digo, al visualizarlo mentalmente.

— ¡Naturalmente! —exclama Fortu complacido—. Y como las modificaciones de alturas van emparejadas, también se reduciría la altura de las columnas de este sótano en el que nos encontramos.

— Ya veo. En ese caso, la reducción del valor del patrimonio neto estaría causada por un ajuste valorativo derivado de un cambio relevante en el valor razonable de una inversión del activo no corriente.

— ¡Así es, Justo! De todas formas, te recomiendo que no te compliques la vida y pienses en lo que ocurre en la mayoría de las pequeñas y medianas empresas. En ellas, todo el Patrimonio Neto está formado por los Fondos Propios y, consecuentemente, el valor de ambos coincide.

— De acuerdo. Creo que así lo haré, para no confundirme.

— Si seguimos aceptando la premisa de nuestro modelo simplificado, podemos decir que los fondos propios se incrementan, y el techo de este depósito asciende, cuando hay aumentos de capital o cuando hay beneficios procedentes de la piscina (de la cuenta de resultados). Por el contrario,

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disminuyen, y el techo baja, cuando los socios acuerdan repartirse dividendos o cuando hay pérdidas en la piscina. ¡Recuerda sólo esto tan sencillo!

— Lo veo claro —le digo—: si hay pérdidas en un periodo, debemos terminar de llenar la piscina utilizando agua procedente de este depósito.

— Así es. Por eso, es esencial contar con reservas de agua suficientes siempre, pero, sobre todo, en momentos difíciles como el que vivimos —me advierte Fortu—. Los socios deben resistir la tentación de repartirse dividendos en exceso, para no dejar a la empresa con reservas insuficientes.

— Supongo que, jugando con las palabras, podríamos decir que los momentos de crisis económica son momentos de “escasez de agua” en los que podemos necesitar recurrir al “pantano” que estamos viendo —le digo, presionado por la necesidad que siento de ser ingenioso, estando con Fortu.

— ¡Está bien visto, Justo! Al igual que ocurre en el resto de las plantas visitadas, los fondos propios tienen que tener su tamaño relativo adecuado: ni muy pequeños, ni excesivamente grandes. Algo así como el nivel de reservas de grasa de una persona: si es excesivo, la consideramos obesa; pero si está por debajo de los límites normales, decimos que está anoréxica.

— Hay que mantener las proporciones adecuadas, ¿cierto, señor Green?

— ¡Cierto, soldado! De la misma forma que, en cada planta del activo, nos interesaba saber su valor absoluto y su valor relativo con respecto a la altura total del edificio, en los sótanos pasa lo mismo. Si miras las columnas a través de las gafas, observarás los valores que necesitamos saber.

— En la columna central amarilla de este sótano puedo leer un valor de dos millones de euros (2.000.000 €) —afirmo, tras seguir sus instrucciones.

— Pues en este caso, puedes asegurar que ese es el valor de nuestros fondos propios en este momento. ¿Ves algo más, Justo?

— Mirando el número que hay entre paréntesis, al lado de los dos millones de euros, puedo leer un valor porcentual del 50%.

— Entonces, puedes afirmar, sin temor a equivocarte, que ese es justamente el porcentaje que representa la altura de este sótano sobre la profundidad total de los tres niveles subterráneos —me asegura.

— Es decir, Fortu, que los fondos propios de vuestra empresa representan la mitad de la totalidad de los fondos subterráneos.

— ¡Efectivamente! A eso que acabas de decir, de forma espontánea e intuitiva, los financieros le llaman ratio de endeudamiento. Ellos aconsejan, como pauta general, que la altura del sótano -3 represente entre un 30% y un 50% de la profundidad total de los tres niveles subterráneos. Mientras pasar del 50% podría reflejar una excesiva inversión de fondos propios, bajar del 30% podría indicar un nivel de endeudamiento demasiado elevado.

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— Veo que aquí se está en el límite alto.

— ¡Así es! —me dice con una actitud muy arrogante—. De todas formas, tienes que considerar la regla que te acabo de dar como una orientación práctica general, que debes saber adaptar a cada caso concreto.

— Ya veo: tres sótanos que están valorados en cuatro millones de euros en total. ¡Qué casualidad! —exclamo.

— ¿Qué te parece una casualidad, Justo?

— Pues el hecho de que la profundidad total de los tres sótanos sea idéntica a la altura total de los cuatros niveles de la parte visible del edificio.

— Efectivamente, ¡qué casualidad! —me dice Fortu, poniendo una cara que refleja que no sabe identificar si yo hablo en serio o en broma.

— Quizás tenga alguna explicación —añado para seguir pulsándolo.

— No me digas que no les pega eso de “fondos”, tratándose de valores monetarios que están aquí abajo, ¡en los niveles subterráneos! —me dice, evitando seguir con el tema de la casualidad y demostrando, una vez más, lo mucho que le gusta jugar con las palabras y sentirse ingenioso.

— ¡Desde luego! —le digo sonriendo, un poco por cortesía.

— ¿Alguna pregunta más antes de subir a la superficie, Justo?

— Creo que no, Fortu. Ahora ya sé que si bajamos al tercer sótano, podemos ver el valor de los fondos propios. A mayor cantidad de agua, más altura de las columnas y, consecuentemente, mayor valor monetario. A pesar de que se trata de importes que representan el dinero aportado por los socios más los beneficios retenidos, no vemos dinero efectivo, ¡sino sólo agua!

— ¡Claro que no vemos dinero, soldado! —exclama como si hubiera dejado caer una de las botellas de oxigeno sobre su pie—. ¡Hoy es miércoles de la segunda semana! —añade con un tono de voz elevado—. Nos llevamos viendo desde el lunes pasado, todos y cada uno de los días laborables. Estamos en la octava sesión, y tan sólo en una de ellas hemos podido ver dinero efectivo, dinero “contante y sonante”. ¡Únicamente en una sesión!

— Caramba, Fortu. ¿Por qué me hablas con tanta vehemencia?

— ¡Porque se trata de un concepto muy básico, Justo! ¡No puedes dudar ni un segundo! ¡Hay un único sitio en el que puedes ver efectivo!

— Sí, sí, claro. No te pongas así, Justo. Recuerdo perfectamente el día en el que visitamos tu particular isla del tesoro.

— Pues ese es el único y exclusivo lugar en donde hay dinero líquido. El resto de los días, hemos visto elementos que, aunque estaban valorados en unidades monetarias, no eran dinero líquido. En la planta verde vimos los importes de las facturas a clientes pendientes de cobro. En la planta roja vimos productos en existencias. En la planta azul vimos inmovilizados.

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— ¡Está claro! —exclamo alzando la voz, con el objetivo de que no siguiera dirigiéndose a mí de esa forma tan airada.

— Fuera de la planta 3 —continúa su discurso, como si yo no hubiera abierto la boca—, decimos que las cosas que vemos están valoradas en una cantidad determinada de dinero, ¡pero no son dinero efectivo!

— Mi madre diría que el anillo de compromiso que le regaló por mi padre está valorado en una cantidad determinada de dinero, sabiendo perfectamente que no se trata de dinero efectivo.

— Estoy de acuerdo con esto último, pero ¡te ruego que no me interrumpas, Justo! —me habla, creo que queriendo demostrar dotes de actor.

— ¡Está bien! —le digo un poco estupefacto.

— Cuando los socios aportan capital mediante una imposición de dinero en la cuenta corriente de la empresa, aumenta la altura de la planta 3 y, simultáneamente, aumenta la altura del sótano -3 en una magnitud idéntica. Mientras en tesorería se contabiliza el dinero líquido que ha entrado, en los fondos propios se contabiliza la valoración de esa aportación. Como sabes, el dinero efectivo está en la planta 3, ¡y no en el sótano -3!

— Lo entiendo perfectamente —le digo—. Cuando los socios deciden repartirse parte de sus reservas en forma de dividendos, ocurre lo inverso: hay una disminución de la altura de la “isla del tesoro” de idéntica magnitud a la que se observa en los “depósitos propios”.

— ¡Bien dicho, Justo! ¡Ni siquiera en la piscina vimos dinero en efectivo! —continúa con su discurso—: ¡vimos agua! La cantidad de agua del césped nos cuantificaba el importe de la cifra de ingresos por ventas. La cantidad de agua que se perdía por la rampa roja valoraba el coste de las ventas. La cantidad de agua necesaria para llenar la piscina, nos informaba del importe de los gastos de estructura. Y, por último, la cantidad de agua sobrante nos determinaba el importe del beneficio del mes, lo cual es diferente del nivel de la tesorería al final de ese mes, ¿verdad, ¡soldado!?

— ¡Lo entiendo perfectamente! —le reitero, subiendo nuevamente el tono de voz para expresar que encuentro desproporcionada su reacción, por mucho que le complazca meterse en su papel de sargento instructor de marines—. Sé perfectamente, Fortu, que la piscina representa la cuenta de resultados y que, por tanto, en ella vemos Ingresos y Gastos; y no Cobros y Pagos de dinero tangible. Se genera un ingreso cuando se produce una venta a un cliente, con independencia del momento en el cual se le cobra. Se genera un gasto en el momento que se consume o utiliza un recurso, con independencia del momento en el que se paga. Además, hay cobros que no son consecuencia de ingresos, y pagos que no lo son de gastos.

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— ¡Me gustan los alumnos que demuestran carácter cuando es preciso! —me dice, reconociendo, ¡al fin!, que había estado sobre-reaccionado.

— La Cuenta de Resultados no la generan movimientos de dinero en efectivo, ¡sino movimientos de documentos contables! —afirmo con contundencia, para prevenir nuevos ataques injustificados—. Sé perfectamente que los apuntes contables que determinan los importes de una cuenta de resultados se realizan a partir de las facturas de ingresos y de gastos: ¡se trata únicamente de papeles y no de dinero contante y sonante!

— ¿Quieres volver a la superficie, soldado? —me dice muy serio.

— Sí.

— ¿Cómo dices, soldado?

— ¡Sí, señor! —le respondo para complacerle.

— ¡Pues no lo vamos a hacer inmediatamente! —me dice con energía.

— ¿Puedo preguntar por qué, señor? ¿Tenemos algo más que ver en este sótano? Me permito opinar, señor, que hemos visto ya lo que contiene y su tamaño (su valor) tanto absoluto como relativo.

— No recuerdo haber hablado del criterio de orden, ¡soldado!

— ¡Tengo que reconocer que es cierto, señor!

— No recuerdo haber hablado sobre la razón por la cual los fondos propios ocupan el lugar más profundo, sobre el porqué estos fondos son los “más fondos” de todos —me dice, sin poder evitar reírse de su propia gracia y abandonando, al menos transitoriamente, el rol militar.

— Tienes toda la razón, Fortu. Sabemos que el criterio de ordenación de las plantas del activo es el de su nivel de liquidez, pero no hemos nombrado el criterio de ordenación de las plantas subterráneas.

— Pues para hablar de ello, antes de volver a la superficie, vamos a subir al segundo sótano. Nos llevará muy poco tiempo descubrir el porqué.

— Eso espero —le digo muy serio, mientras consulto el enorme reloj de submarinista—. ¡Me temo que sólo nos quedan diez minutos de oxígeno!

— ¡Depósito deuda! —le ordena el sargento Fortu al soldado SIBI.

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El depósito deuda

Tras las instrucciones de Fortu, el ascensor inicia el ascenso. Aprovecho para descansar un poco y para colocar mejor las botellas y los pesos en el suelo del ascensor. Tan pronto como el ascensor se detiene y podemos observar el exterior, gracias a la transparencia de sus puertas, Fortu me pregunta:

— ¿Qué ves, Justo?

— Pues sigo viendo agua —le digo—. Además, aproximadamente la mitad de la cantidad que vimos en el depósito del tercer sótano.

— ¿Ah, si?

— Pues sí. Todavía llevo las gafas financieras subacuáticas puestas y te lo puedo confirmar: la columna principal o central, que veo a través de los vidrios del ascensor, me indica que aquí dentro hay agua por valor de un millón de euros (1.000.000 €), y que la altura de este sótano representa un 25% de la profundidad total de los niveles subterráneos.

— Además de la diferencia de altura con respecto al sótano inferior, ¿percibes alguna diferencia más, Justo? Utiliza tus dotes de observación. Recuerda que, muchas veces, ¡en los detalles está la clave!

— Bueno, también veo una evidente diferencia en el color, lo cual debe estar relacionado con el nombre que le has dicho al ascensor. Las columnas y las pareces son azules, en lugar de amarillas

— Exacto, Justo. El color diferencia este depósito de agua del que vimos ocupando la totalidad del nivel inferior.

— Ya veo —le digo—. Una característica diferencial, el color, que captaría el detective y que, además, agradaría al pintor.

— ¡Así es! —me dice sonriente—. En el sótano -3, tenemos el depósito de fondos propios. ¡Por eso es de color amarillo! Aquí estamos viendo los fondos que nos han prestado los bancos u otras empresas y que, por tanto, tenemos que devolver. Son deudas que la sociedad ha contraído con terceros externos y que, por consiguiente, está obligada a devolver. Se trata de recursos financieros prestados o externos, y no de recursos financieros que perteneces de los socios de la empresa.

— ¡¿Recursos financieros externos, has dicho, Fortu?!

— Sí. Eso he dicho. ¿Por qué me lo preguntas?

— ¡Eureka! —utilizo la famosa exclamación de Arquímedes, con la alegría de un científico que descubre algo llevaba mucho tiempo buscando.

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— ¿Qué es lo que has descubierto ahora, Justo? —me pregunta, a pesar de saberlo perfectamente.

— ¡El recurso externo azul oculto nos contempla, Fortu! Es el único recurso azul que no pudimos ver en la planta tripe, cuando estuvimos recorriéndola con Bárbara. Me dijiste que lo teníais enterrado, porque preferíais tenerlo culto, pero pensé que me estabas tomando el pelo. Por eso, el color de esta planta es muy parecido al que recuerdo haber visto en la planta tripe y en el depósito de la piscina exterior. ¡El color favorito de Bárbara y el que identifica todos los recursos —y sus gastos derivados— que están bajo la responsabilidad de ella!

— ¡Muy bien, Justo! Se trata de un recurso cuya utilización genera un gasto que no se produce en el mismo momento de la venta.

— ¡Gasto del periodo o gasto azul! —remarco el concepto básico.

— Como bien sabes, Justo, siempre se cumple la ley física de que todo recurso empresarial que utilizamos o consumimos genera un gasto. En este caso, como se trata de un recurso azul (el único recurso azul que no está en la planta tripe), se generará un gasto azul (un gasto del periodo) en la cuenta de resultados. Como es azul, Bárbara se ocupa de él. Por eso, se fue el otro día para negociar un préstamo con el director de un banco.

— Sé que la utilización del dinero que pedimos prestado a entidades financieras nos produce un gasto que llamamos intereses —afirmo—. Se trata de los conocidos gastos financieros. Su importe mensual no depende de la cifra de ventas, sino del importe de las deudas y del tipo de interés pactado.

— Estamos contemplando ahora, amigo Justo, vestidos de esta forma tan adecuada para la ocasión, fondos exigibles por terceros y, por tanto, con los que existe un compromiso de devolución en unos plazos pactados.

— ¿A qué plazos? —pregunto—. Espero que estas deudas no haya que devolverlas de forma muy rápida. Las gafas me indican que se trata de ¡un millón de euros! Se trata de mucho dinero, teniendo en cuenta que había mucha menos cantidad de efectivo en la isla del tesoro (200.000 €).

— ¡Tranquilo, Justo! —me dice riendo—. En este sótano, tenemos valorado el dinero que nos han prestado a largo plazo.

— ¿A largo plazo?

— Un año es el tiempo generalmente aceptado o convenido para considerar que un vencimiento se establece a largo plazo.

— Creo que lo sabía —le digo asintiendo con la cabeza.

— ¿Recuerdas, Justo, cuando te dije que los activos inmovilizados que compramos (mobiliario, ordenadores, maquinas, utillajes, instalaciones técnicas, etc.) los financiamos con deudas a largo plazo o con fondos propios, pero nunca jamás con deudas a corto plazo?

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— Sí, sí; lo recuerdo perfectamente.

— Pues aquí ves el importe que todavía queda pendiente de devolución de esos préstamos que hemos ido contratando a medida que hemos ido invirtiendo en la mejora de las instalaciones.

— Efectivamente —le digo, mientras voy “cazando” conceptos que todavía están sueltos y dando vueltas incontroladas por mi cabeza—, recuerdo haber estudiado que los activos no corrientes deben financiarse siempre con fondos propios o con deudas a largo plazo. Su grado de liquidez es tan bajo que, si los financiáramos con deuda a corto plazo, no podríamos hacer frente a los vencimientos de devolución.

— Correcto, Justo. Los préstamos a largo plazo nos permiten tener fondos con carácter de permanencia. Sus plazos de devolución siempre superan el año. Pueden llegar incluso a ser préstamos hipotecarios con plazos de devolución de muchos años. Nos ayudan a financiar nuestros activos no corrientes, junto con los fondos propios, de manera estable.

— Está muy claro. El grado de liquidez de los activos debe ser paralelo al grado de exigibilidad de los pasivos que los financian, si no queremos tener problemas de solvencia o liquidez.

— ¿Vamos con el nombre técnico para este nivel subterráneo, Justo?

— ¡Adelante, Fortu! ¿Es lógico esta vez?

— Pues bastante —me responde—. Si está formado por deudas que contribuyen a financiar los activos no corrientes. ¿Cómo lo llamarías?

— ¿Pasivo no corriente, tal vez?

— ¡Perfecto! Las deudas a largo plazo con entidades financieras, o con cualquier otra empresa o entidad, constituyen el Pasivo No Corriente. Es el nombre técnico con el que bautizarían los financieros a nuestro sótano -2.

— Pero Fortu, recuerdo que el valor del Activo No Corriente situado en la planta tripe era de 1.800.000 €. Si sumo los valores de los sótanos segundo y tercero, obtengo un valor de 3.000.000 €. Veo un exceso de 1.200.000 €. ¿Se trata de un exceso de financiación de esos activos con fondos estables?

— Más que un exceso, debes llamarlo un margen de seguridad o de maniobra. Nos aportan un colchón muy útil, que actúa en el caso de que surjan imprevistos “atascos de circulación” en la movilidad habitual de los elementos del Activo Corriente.

— ¡¿Atascos de circulación dices?! —le pregunto, con la intención de obligarle a repasar un poco.

— ¡Sí! Me refiero a problemas en la venta de elementos del stock que nos retrasen el transformarlos en cuentas de clientes, o bien problemas de morosidad en clientes que nos aumenten el tiempo hasta que sus saldos se

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conviertan en dinero líquido. Se trata de circunstancias de las que ya hemos hablado cuando visitábamos los pisos del activo no corriente. Recuerda que debemos intentar evitar que los futbolistas del equipo verde engorden demasiado y que los productos en stock se nos hagan grandes y viejos.

— Me quedo con el concepto de que en los sótanos -2 y -3 están localizados los fondos estables, los que tienen “vocación” de permanencia y, por tanto, los que debemos utilizar para financiar los activos no corrientes.

— Precisamente —añade Fortu—, para simbolizar ese carácter de financiación estable de estos fondos, los representamos por depósitos de agua. En el tercer sótano, los fondos propios (de valor igual al patrimonio neto en la mayoría de los casos); y en el segundo sótano, los fondos que son exigibles por las entidades financieras a largo plazo. ¿Te da eso alguna pista sobre el criterio de ordenación que buscábamos?

— Pues claro —le contesto—: mientras las plantas del edificio se ordenan por el grado de liquidez del tipo de activo que contienen, los niveles subterráneos se ordenan por el grado de exigibilidad del pasivo que albergan.

— Es decir, ¿qué te esperas encontrar mañana en el sótano -1, Justo?

— Pues espero ver el importe de las deudas que la empresa tiene contraídas con terceros externos, pero con un grado de exigibilidad más alta que la que tienen las deudas que estamos analizando ahora en este sótano -2.

— ¡Exacto! Como ves, los fondos propios son ¡los fondos más fondos de todos los fondos! —me dice, evidenciando que no tiene el menor pudor de considerarse un tipo genial, aunque a veces haga tímidos intentos de ocultarlo—. Se trata del dinero que los socios “tienen enterrado” en el negocio con la esperanza de obtener rentabilidades más altas por él que si lo tuvieran “enterrado” en otro sótano.

— Está claro —le digo forzando una sonrisa, para no contrariarle—: su grado de exigibilidad es nulo. No se trata de deuda con terceros externos, sino de valor que pertenece a los socios propietarios de la empresa.

— Los socios no esperan de la empresa que les retorne el dinero invertido en un plazo pactado, sino que aspiran a tener dividendos a partir de sus beneficios acumulados y, también, a obtener por la venta de sus acciones o de sus participaciones más dinero que el que pagaron al comprarlas.

— ¡Lógico!

— ¿Qué valor de deuda esperas encontrar en el primer sótano, Justo?

— Pues otro “milloncito” de euros, Fortu —le digo relajado—. Con ese importe, llegaremos a completar los cuatro millones (4.000.000 €) de valor monetario que sabemos que hay ocultos “bajo tierra”.

— ¡Impecable! —me dice—. Cuatro millones de valor total de activo están soportados por cuatro millones de pasivo.

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— ¿Nos queda más oxígeno? —le pregunto sonriendo.

— ¡Cinco minutos! —me responde—. Tiempo suficiente para que comentemos lo que ves en las columnas laterales. Todavía no lo hemos hecho, estando en la zona subterránea. ¿Te ves con ánimos?

— ¡Naturalmente! Comentar lo de las columnas izquierda y derecha siempre da pie a alguna bromita ¡con connotaciones políticas!.... Aunque no recuerdo haber discutido nunca sobre política ¡vestido de submarinista!

— La probabilidad de que ocurra eso es inferior a diez elevado a la menos diez mil millones — ¡me informa SIBI!

— ¡¿…?!

Fortunato sonríe al ver la cara con la que me quedo mirando al robot.

— Recuerdas lo que pasó en el exterior, ¿verdad? —me dice ahora, con el mismo tono que utiliza un político eufórico tras ganar unas elecciones.

— Sí, Fortu, pero hemos vuelto al interior, ¡territorio de la izquierda!

— Eso crees, ¿eh? —me dice con sorna—. Pues, en ese caso, observa los importes que te muestran las gafas subacuáticas en las columnas, y dime qué opinas sobre lo que ves. ¿Confirmas que has abandonado el territorio hostil en el que la columna derecha aporta valor?

— ¡Caramba! —exclamo.

— ¿Qué te llama la atención, Justo? ¿No ves lo que te esperabas?

— ¡Pues no, la verdad! En el interior del edificio, estaba acostumbrado a leer un importe acumulado en la columna izquierda (la del Debe) superior al de la columna derecha (la del Haber). Pero aquí, en el sótano, ¡veo que ocurre justo lo contrario!

— Nunca olvides, querido Justo, que, en el interior, siempre hay que diferenciar la parte visible de la subterránea —me recuerda complacido.

— ¡Estoy un poco desorientado en este momento! —le reconozco.

— ¡Verás qué rápido recuperas la orientación, Justo! Dime una cosa: si al importe que puedes leer en la columna derecha (el Haber) le restas el que puedes leer en la izquierda (el Debe), ¿te da como resultado la cantidad de un millón de euros que puedes leer en la columna central, la que determina la altura de la planta?

— ¡Sí, eso sí! —le confirmo.

— ¿Recuerdas lo que pasaba en la piscina, relacionado con la izquierda y la derecha? —me pregunta a continuación.

— Sí. No hace falta que me lo repitas, Fortu.

— Lo lamento, pero no tengo otro remedio para poder explicarte lo que ocurre en el sótano -3 —insiste con tozudez.

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— Pues venga, si está justificado…

— Ayer vimos que, si la altura del ciprés de la derecha (el Haber) superaba las alturas sumadas del mástil rojo de la izquierda y del lateral izquierdo de la piscina (el Debe), teníamos beneficios (piscina desbordante). Y hoy hemos visto que los beneficios aumentan la altura del depósito del sótano -3, porque incrementan el valor de los fondos propios.

— Por tanto —intervengo, deduciendo la conclusión—, las anotaciones en las columnas derechas (las del Haber) de estos depósitos reflejan un aumento del valor del contenido.

— ¡Exacto, Justo! Mucho me temo que la parte subterránea del interior ¡es también territorio de los partidos políticos de derechas!: lo que incrementa el valor se anota en la derecha.

— ¡¿Qué me dices?! —le digo exagerando la entonación.

— Lo lamento de veras, Justo, pero en los niveles subterráneos pasa todo lo contrario que en los pisos visibles: mientras lo que tiende a aumentar el valor y, por tanto, la altura del sótano, se anota en la columna derecha (en la del Haber), lo que lo reduce se anota en la izquierda (en la del Debe). En los sótanos, para saber el saldo (importe que aparece en la columna central y que determina la altura del techo), se debe partir del importe acumulado del Haber y restarle el del Debe.

— Es decir —intervengo—, que hay que quedarse con la siguiente regla nemotécnica: “Mientras en los pisos visibles del edificio gana la izquierda, en los sótanos subterráneos gana la derecha”

— ¡Y eso mantiene el equilibrio! —exclama Fortu—. ¡Equilibrio!, palabra clave en Finanzas, ¡y también en la vida! Si te parece, Justo, pongamos a prueba la utilidad práctica de la regla que acabas de mencionar.

— ¡Adelante!

— Ya sabemos que un beneficio lo anotarías en la columna derecha del tercer sótano —me dice para introducir su pregunta—. Pero, ¿en que columna del mismo sótano anotarías un aumento de capital o de reservas?

— Pues muy sencillo: en la misma. Como estamos en la zona de los mítines de los partidos de derecha, todo lo que aumenta el valor del contenido del sótano -3 ¡se debe a la derecha! Por tanto, el importe de aumento de capital o de reservas se anotaría en la columna derecha (la del Haber). Esa anotación haría subir la altura del techo del tercer sótano.

— ¿Y un reparto de dividendos?

— Eso disminuiría el valor de los fondos propios y, por tanto, de la altura del depósito. Por consiguiente, la anotación se haría en la izquierda (columna del Debe), la misma que utilizaría para anotar unas pérdidas que se produzcan en la piscina (en la cuenta de resultados).

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— ¡Exacto! Hasta ahora, hemos visto movimientos de las columnas del sótano -3. Si te parece, dos segundos más para el sótano -2: ¿Cómo anotarías un aumento del valor de la deuda bancaria a largo plazo?

— Pues, como aumentaría la altura del sótano -2, lo anotaría en la columna derecha (la del Haber).

— ¿Y una devolución de deuda bancaria?

— Pues lo contrario

— ¡Te felicito, Justo!

— ¿Crees que recordaré todo esto, Fortu?

— Espero que la bromita política te ayude a hacerlo. De todas formas, si te olvidas de algo, con que te acuerdes únicamente de la información que te da la columna central o principal (valores absolutos y porcentuales de cada planta y de cada sótano), me doy por más que satisfecho. Si te olvidas de las columnas laterales (la izquierda y la derecha), no me preocuparía demasiado. ¡Ya se ocuparán de ellas los políticos! —me dice riendo.

— Es decir, que no me recomiendas que incluya todo esto de las columnas del Debe y del Haber en mi cartulina resumen.

— ¡Exacto!: dibuja simplemente pisos con sus alturas, y compáralos posteriormente entre sí. Será más que suficiente. De todas formas, supongo que debes tener tu cuadro resumen muy avanzado, a estas alturas del curso.

— Yo creo que nos hemos pasado de tiempo —le digo, consultando el enorme reloj de submarinista que llevo en la muñeca.

— Efectivamente, nos hemos pasado dos minutos.

— Pero creo que ha valido la pena, Fortu. Es la primera vez en mi vida, después de múltiples intentos, que veo lógica en esto del Debe y el Haber. Está claro que el truco práctico consiste en no intentar deducir el significado de esas dos palabras, sino pensar que son el nombre de las columnas izquierda y derecha, respectivamente.

— Si te quedas con la regla nemotécnica de que una piscina es de derechas, siempre recordarás que todos los ingresos se anotan en la derecha (la columna del Haber) y que todos los gastos se anotan en la izquierda (la columna del Debe).

— Está claro que tengo que pensar en una piscina privada, ¡y no en una pública! —exclamo con la intención de parecer ocurrente.

— No sé si me ha sonado eso que acabas de decir un poco demagógico, Justo —me replica algo esperable, viniendo de él.

— Supongo que los estereotipos tienen gran influencia en nuestra forma de pensar —le digo, para no llevarle la contraria.

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— Si te ayudan a recordar los conceptos que estás aprendiendo aquí, Justo, ¡que sean bienvenidos tus tópicos! —afirma—. Siguiendo con ellos, recuerda que el edificio debe ser público, porque todo lo que aumenta el valor de sus plantas se anota en la izquierda (en la columna del Debe).

— ¡Pero en sus sótanos ocurre lo contrario! —le replico sonriendo.

— ¡Es lógico! —afirma Fortu—. Si en la piscina ganan los ingresos sobre los gastos (la derecha sobre la izquierda), el exceso se llama beneficio y pasa a aumentar la columna derecha de los fondos propios.

— Aquí todo es muy lógico —le digo— salvo el que podamos seguir respirando, ¡después de que se nos ha agotado el oxígeno de las botellas!

— ¡Yo tampoco entiendo como hemos podido seguir respirando! —me dice riendo—. Debe ser que la lógica y la racionalidad no sirven para explicarlo todo. ¡Subamos a la superficie, de todas formas!

— ¡Subamos! —exclamo complacido.

— ¿Subamos? —nos pregunta SIBI, como si no fuera capaz de entender mi última instrucción.

— ¡Planta tripe! —le ordeno con determinación, deseando dar por finalizada la sesión de hoy, y pensando que sólo me queda un nivel subterráneo por visitar.

Mientras ascendemos a la superficie, me pregunto si mañana terminaré colocando la última pieza de mi puzzle mental. Tengo buenas sensaciones, pero todavía noto que me falta algo para sentirme seguro. He sido metódico con las hojas resumen de texto de cada sesión, pero no he sido capaz de reconocerle que la cartulina resumen la tengo abandonada.

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Justo resume la sesión de hoy:

Mientras la parte visible del edificio está compuesta de cuatro niveles (planta baja y 3 pisos), la parte subterránea —la cual le da soporte financiero a la anterior— está formada por tres (sótanos -1, -2 y -3).

La altura total del edificio es igual a la profundidad total de los tres sótanos, porque éstos contienen los RECURSOS FINANCIEROS que se precisan para financiar a los recursos del ACTIVO. El BALANCE (equilibrio en inglés) esta formado por dos partes de igual tamaño o valor.

Los recursos financieros pueden ser propiedad de los socios o prestados por terceros externos. Al depósito que contiene los fondos propios (sótano -3) se le denomina PATRIMONIO NETO.

En el sótano -3 —el más profundo de todos— están situados los recursos financieros que pertenecen a los socios, porque el CRITERIO DE ORDENACION en el nivel subterráneo es el grado o nivel de exigibilidad de los fondos que dan soporte financiero a los activos.

El sótano -3 es de color amarillo porque está formado por el capital aportado por los socios y por las reservas, es decir, por los beneficios acumulados procedentes de la cuenta de resultados (de la rampa amarilla) que no han sido repartidos o retirados en forma de dividendos a los socios.

En el sótano -2 están situadas las deudas con un plazo de devolución superior a un año. Es de color azul, porque se trata de recursos cuya utilización genera unos gastos de ese mismo color. Los gastos financieros se consideran gastos del periodo (azules), porque se generan con independencia de la cifra de ventas.

Las PROPORCIONES de los tamaños relativos de los diferentes niveles subterráneos es muy importante, al igual que ocurría en los pisos visibles. El porcentaje que representa la altura del sótano -3 (PATRIMONIO NETO / FONDOS PROPIOS) sobre el total del activo se denomina RATIO DE ENDEUDAMIENTO. Se trata de un indicador sobre la solidez de los cimientos, que deben garantizar la estabilidad del edificio.

Un endeudamiento alto en el balance tendrá como consecuencia una elevada cantidad de gastos financieros en la Cuenta de Resultados, penalizando así el resultado final. Por eso, precisamos situar los gastos financieros en último lugar a la hora de relacionar los gastos azules o del periodo. Ello nos permitirá evaluar fácilmente en qué medida el resultado de explotación está penalizado por el importe de gastos financieros.

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Jueves 30 de mayo de 2010 El regalo sorpresa

— Ayer, cuando me fui, no tuve la oportunidad de verte para despedirme, Bárbara —le digo al llegar, cuando me encuentro con ella.

— Debió coincidir con el rato que estuve fuera.

— ¿Dónde estuviste? —le pregunto inmediatamente.

— ¡Es un secreto! —me responde muy seria.

— Disculpa la indiscreción, Bárbara —le digo arrepentido.

— No te preocupes, Justo. Pensándolo bien, y sabiendo que guardarás el secreto, te diré que fui a comprar un regalo sorpresa para Fortu.

— ¿Un regalo sorpresa? —me vuelve a poder la curiosidad.

— Así es. Mañana viernes, hará un año que empezamos a salir. Recuerdo que Fortu me regaló este precioso anillo de compromiso —me dice, mientras me lo muestra—, cuando fuimos a cenar juntos el día antes de que su empresa cumpliera 14 años y yo 24. Sabes que este sábado celebramos los quince años de su fundación, ¿verdad?; y que Fortu ha querido conmemorarlo organizando una fiesta de puertas abiertas a la que ha invitado a todos los empleados y a sus mejores amigos, clientes y proveedores.

— ¡Si, claro que lo sé! Están invitados mis padres y mis hermanas. Creo que también es…—me callo bruscamente, al darme cuenta de que estoy a punto de meter la pata, ¡si no lo he hecho ya!

— ¿Qué también es mi cumpleaños, querías decir, Justo?

— Bueno…., efectivamente…., creo que coincide el día…., pero que lo vais a celebrar… —balbuceo nervioso y con palpitaciones, tras la enorme descarga de adrenalina que estoy teniendo.

— Efectivamente, Justo, mi cumpleaños lo celebraremos otro día. ¡Veo que Fortu te lo ha contado todo! —me dice, seguro que haciéndose la tonta para no hacerme sentir en una situación embarazosa, recordándome a algo que el buenazo de mi padre hace con auténtica maestría.

— ¡Qué bien! —le digo medio bloqueado.

— Pero volviendo a lo del aniversario de nuestro noviazgo —continúa Bárbara entusiasmada—, me apetece regalar a Fortu algo que le haga ilusión.

— Me comentó que estabais muy unidos —le digo, para que siga pensando que Fortu me lo ha contado absolutamente todo.

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— ¡Así es! Somos muy importantes el uno para el otro. Yo creo que nos juntamos dos personas con reconocimiento y con éxito profesional, pero con una gran necesidad de afecto y de compañía. Ambos necesitamos sentirnos miembros de una familia bien estructurada. Por eso, cuando hablamos de vuestra familia numerosa, siento una tremenda envidia sana.

— ¿Fortu necesitado de afecto y de compañía? —se me escapa una pregunta poco coherente con mi estrategia de aparentar saberlo todo.

— Aunque te pueda parecer lo contrario, Fortu se sentía muy sólo, a pesar de haber estado siempre rodeado de muchas amigas y de haber asistido a locales nocturnos abarrotados de personas que fingen pasárselo muy bien.

— Supongo que cada actividad tiene su momento adecuado para realizarla —me parece oportuno opinar.

— Eso dice Fortu durante su curso, efectivamente: ¡cada actividad hay que hacerla en el momento en que está programada! —me confirma, mostrando su preciosa sonrisa.

— ¡Desde luego que lo dice! —exclamo sonriendo.

— Fortu llegó a estar casado con una mujer rusa ¡11 años mayor que él!, la cual hacía gala de ser su gran fuente de inspiración. Supongo que él veía en ella una gran ayuda para reducir la inseguridad y la desorganización que caracterizaban esa etapa de su vida —añade, demostrando su capacidad para la comprensión psicológica del comportamiento humano—. No tuvieron hijos, creo que por algún problema médico. Se trató de una relación muy pasional y muy poco convencional, que siempre estuvo en boca de todos.

— ¡A la gente le apasiona meterse en la vida de los demás y criticarla!

— ¡Está demostradísimo! —asiente Bárbara—. Por eso, también cotillean mucho ahora con el hecho de que yo sea la hija de su hermana.

— La circunstancia de que sean hermanos gemelos hace que Fortu tenga la misma edad que tu madre —comento instantes antes de arrepentirme de mi desafortunado e inoportuno comentario.

— ¡Así es! ¡Está demostrado que has logrado adquirir gran habilidad para el cálculo numérico! — me dice con ironía, forzando una sonrisa.

— ¡Creo que me voy haciendo amigo de los números poco a poco!

— Soy consciente de que la enorme diferencia de edad, además del resto de circunstancias poco habituales que concurren —me dice con su elegancia y amabilidad habituales— hace que formemos una pareja especial.

— ¡Formáis una pareja extraordinaria, Bárbara! Te ruego me disculpes por mis torpes comentarios, generados por prejuicios y por modelos arraigados sobre el modelo tradicional de familia.

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— ¡No te preocupes, Justo! —me reconforta—. Como psicóloga, te puedo decir que es normal que cada persona vea el mundo utilizando los esquemas mentales que va construyendo a partir de los modelos que vive en su infancia. ¡Son los cristales de las gafas que utiliza para ver las cosas!

— Te agradezco tu comprensión, Bárbara, y lamento que no puedas contar con la compañía de tu padre.

— Fortu lo tiene peor todavía: él no puede contar con ninguno de los dos padres desde los treinta, tras el trágico accidente que sufrieron.

— ¡Es así de lamentable, sí! —le digo, siguiendo con el objetivo de que crea que conozco todos los detalles, para que me dé más información.

—Fortu no ha conseguido superarlo. Estoy segura de que su comportamiento actual, catalogado de extravagante o excéntrico por muchos, está muy condicionado por esa amarga experiencia. No se perdona haber cometido la temeridad de conducir, tras su fiesta de celebración de los 30 y de su título de cirujano, en el estado en el que se encontraba.

— ¡Esa desgracia les impidió disfrutar de los posteriores éxitos de su hijo! —comento, tratando de disimular mi asombro.

— Fortu aparentaba muy seguro de sí mismo cuando era joven —sigue hablando como psicóloga—, pero era muy inseguro y vulnerable. La adicción al alcohol y a la cocaína estaba influenciada por los hábitos de su detective favorito. El consumo de todo ello, junto con su irrefrenable impulso a llamar la atención, le conducía a hacer cosas de las que luego se arrepentía.

— ¡Es impactante lo que pasó, efectivamente! —exclamo, sin poder dar crédito a lo que oigo, pero haciendo esfuerzos para no parecer que estoy escuchando todo esto por primera vez.

— Como ves —continúa Bárbara—, si tu familia no está completa, tu pareja es algo primordial. No obstante, con independencia de tu situación familiar, debes trabajar pensando en que los amigos y las personas con las que te relacionas deben convertirse también en fuente de felicidad.

— Supongo que esto de la familia es como la salud: ¡cuando la tienes, no la valoras! —le digo, dándome cuenta de que estaba sonando como cuando Fortu utiliza sus paralelismos médicos.

— ¡Exacto! —me dice, sin poder ocular los esfuerzos que hace para no expresar su sentimiento de tristeza actual.

— ¿Qué le compraste a Fortu de regalo, Bárbara? —le pregunto, con la intención de volver a temas de conversación más alegres.

— ¡Te he dicho antes que se trataba de un regalo sorpresa, Justo! —me dice, recuperando su sonrisa—. No obstante, te puedo adelantar que se trata de algo que combina el juego y la tecnología, dos cosas que le apasionan.

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— ¡Desde luego! —exclamo convencido de ello.

— Por cierto, Justo, ¿cómo fue la sesión de ayer en los depósitos?

— ¡Fue algo bochornoso! —le digo de la manera más expresiva de que soy capaz, intentando contribuir a que se mantenga su preciosa sonrisa iluminando su cara—. ¡Si nos hubieras visto en el ascensor, con el traje completo de buzo puesto, hablando sobre los depósitos de agua subterráneos…! ¡Yo creo que se reía hasta el robot!

— Bueno —me dice Bárbara sonriendo—. Algo sí que vi. Recuerda que las instalaciones están llenas de cámaras.

— ¡Me lo temía! —exclamo, llevándome las manos a la cabeza.

— Bueno, de hecho, aquí tienes una copia de la película para que puedas pasar un buen rato con tu familia —me dice, mientras me entrega una pequeña memoria USB con el logo de la empresa.

— ¡No me lo puedo creer! Imagino que no se os ocurrirá subir el video a Youtube. ¡Os mato, si lo hacéis!

— Tranquilo, Justo —oigo la voz de Fortu por la espalda, mientras se acerca. ¡Respetamos siempre los derechos de autor!

Bárbara me mira con sus cejas arqueadas. Me giro, temiéndome una nueva excentricidad del amigo de mi padre.

— Hola, Fortu. ¿Qué tal? —le pregunto, mientras le veo con un enorme casco integral cubriendo toda su cabeza.

— Hoy, como ves, vengo vestido de piloto de coches de carreras. Sabes que procuro tener siempre el traje adecuado para cada ocasión. El éxito no depende de grandes cosas, ¡sino de cuidar los pequeños detalles!

— ¿Por qué es éste el vestido adecuado para hoy? —le pregunto.

— ¿Recuerdas que, cuando te enseñé la colección de muñecos futbolistas, te dije que otro día te enseñaría mi otra colección favorita?

— Sí, claro que lo recuerdo. Me dijiste que me enseñarías la colección de coches de carreras —le digo entusiasmado.

— ¡Pues ese día ha llegado! —exclama, instantes después de que hubiera levantado la pantalla de su casco, llevado la pipa a su boca y tocado el extremo de sus bigotes.

— Me parece perfecto. Tengo curiosidad por verla. ¿Dónde la tienes?

— ¿Cuál es lugar más adecuado para aparcar los coches? —me dice acercando, de manera increíble, las dos comisuras de su boca a sus orejas y abriendo los ojos como platos.

— ¡¿Tus coches de colección los tienes en el parking?!

— ¿Dónde podrían estar mejor, Justo?

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— Sí, sí, claro —le digo, mientras pienso que no es extraño que tomen a este hombre por un loco extravagante.

— El único nivel que nos queda por visitar es el del parking. Hoy vamos a ver los coches que hay aparcados en esa planta subterránea. De joven era un loco del volante, pero pronto aprendí que hay que extremar las medidas de seguridad. ¡El casco es indispensable!

Bárbara y yo cruzamos fugazmente las miradas tras su comentario.

— ¡No, por favor! ¡Otro disfraz hoy no, Fortu! —le ruego, a la vez que intento evitar coger el casco que me ofrece con su brazo extendido.

— Venga, Fortu —interviene Bárbara en mi ayuda—, las bromas sólo hacen gracia la primera vez. Ayer fue genial lo del traje de buzo, pero quizás hoy le podrías liberar de ir con casco.

— ¡Como queráis! —dice Fortu, accediendo a la solicitud—. ¡En marcha, Justo! Vamos a ver a qué velocidad “circulan” los coches, ¡comparativamente a como lo hacen tus novias!

— Fortu, esas bromas de machista trasnochado no hacen ninguna gracia tampoco, ¡y lo sabes! —le recrimina Bárbara con firmeza.

— ¿Ni aunque tengan finalidad nemotécnica? —le pregunta él.

— ¡Esa razón tampoco las justifica! —le responde inmediatamente,

— Pues ya sabes, Justo, que no debemos bromear más comparando la velocidad de rotación de los activos corrientes con la de…

— ¡Fortu! —le grita Bárbara con contundencia.

— ¿Nos vamos, Justo? —me pregunta él.

— ¡No puedo esperar para ver tu colección de coches, Fortu! —le digo, aceptando a su propuesta—. Ayer no pude fijarme muy bien, mientras íbamos en el ascensor. El equipo de buceo y las gafas financieras subacuáticas empañadas me mantuvieron muy ocupado, ¡tanto durante la inmersión, como durante el ascenso!

— Have a nice time! —nos dice Bárbara con su bonito acento americano, mientras agita su mano para decirnos adiós.

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El parking

— “Et voilà!”, como dirían los franceses, mi colección de coches. ¿Qué te parece, Justo? ¿Te gusta?

— ¡Ya lo creo! —le respondo—. ¡Es impresionante! De todas formas, no me extraña que sea espectacular, viniendo de ti. Como sabes, ¡me tienes muy mal acostumbrado, Fortu!

— ¿Podrías no ser tan zalamero y describir lo que estás viendo, Justo?

— Pues veo muchos coches, de diferentes tamaños y formando dos grupos: unos de color rojo y otros de color azul. Los coches rojos constituyen la gran mayoría. Son los más numerosos y, también, ¡los más grandes!

— ¿Alguna idea interpretativa? —me pregunta.

— Bueno, Fortu, es relativamente fácil de deducir, después de todo lo que he aprendido en las últimas dos semanas.

— En tal caso, demuéstrame como aplicarías tu lógica deductiva.

— Yo razonaría de la siguiente forma: vimos que cada futbolista de la planta 2 representaba a un cliente y que su tamaño estaba en función de la cantidad de dinero pendiente de cobrar en ese momento. Los muñecos de esa planta eran de color verde, porque se trataba de clientes: su color coincidía con el de los ingresos por ventas de la cuenta de resultados. Las facturas de venta son verdes también, ¡el color de la esperanza!

— Hasta ahí, una perfecta parrafada introductoria, Justo. ¿Qué más?

— Cuando compráis a vuestros proveedores, éstos os envían dos cosas: los productos y la factura. Los productos los colocáis en la planta 1 y la factura la bajáis al sótano -1, donde su importe permanecerá hasta que sea pagada. Mientras el valor de la entrada en stock pasa a incrementar el importe acumulado que vemos en la columna izquierda (Debe) de la planta 2, el valor de la factura pasa a incrementar el importe acumulado que vemos en la columna derecha (Haber) del sótano -1.

— ¿Te fijas que no has citado ni un solo movimiento en la planta 3?

— ¡Claro que no! —le respondo—: no he descrito nada que implique un cobro o un pago. No he hablado de movimientos de dinero, sino únicamente de movimientos de productos y de papeles (facturas).

— Volviendo a tus afirmaciones recientes —sigue Fortu—, sabemos que siempre que la altura de una planta se modifica, aparecen movimientos compensatorios en otras. En este caso, sube el techo de la planta de stock (¡porque en el edificio, “la izquierda” es la que aumenta el valor del

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contenido!) y también lo hace el techo del parking (¡porque en el nivel subterráneo, “la derecha” es la que aumenta el valor del contenido!).

— Estoy seguro —continúo, tras el inciso— de que cada coche rojo representa a un proveedor de productos y, también, de que su tamaño es proporcional a la deuda que nuestra empresa tiene con él en este momento.

— Hasta ahí te sigo —me dice, animándome a que continúe.

— Mientras los coches rojos representan los saldos de los proveedores, apostaría a que los azules representan los saldos de los acreedores.

— ¿Proveedores y acreedores? ¿Me recuerdas la diferencia? —me pregunta para obligarme a hacer un pequeño repaso conceptual.

— Naturalmente —le digo, accediendo a hacerlo—. Mientras a los proveedores les compramos recursos rojos (productos que vendemos o servicios vinculados a la venta), los acreedores nos proporcionan recursos azules (servicios no vinculados a la venta o productos que no vendemos). Mientras la conformidad de las facturas rojas depende del equipo de tu hermana, el visto bueno de las facturas azules depende del equipo de tu…

— ¿De mi qué, Justo? —me pregunta al ver que estoy seleccionando cuidadosamente la palabra adecuada para terminar la frase—. ¿De mi sobrina?..., ¿de mi novia, quizás?..., ¿de mi futura esposa, tal vez?...

— ¡De Bárbara, Fortu! —le respondo—. El visto bueno de las facturas azules depende del equipo que dirige Bárbara. ¡Eso quería decir exactamente!

— ¿Algo más quieres añadir, Justo? —me pregunta riendo.

— Sí, Fortu. Ya sé que estás esperando que demuestre que no me olvido de que no se produce un gasto rojo en el momento que llega una factura de un proveedor. Un gasto rojo se genera cuando vendemos, y no cuando compramos: ¡un gasto rojo es un gasto de la venta! El producto comprado se mantiene en stock, a su valor de coste, hasta que sale tras ser vendido. En ese momento, y no antes, es cuando se contabiliza el gasto. Debemos convertir el Inventario en Ingresos a la mayor velocidad posible.

— En cambio, con las facturas de los acreedores…

— ¡Es diferente! —me apresuro a afirmar—. Aquí no juega el stock. Responden a suministros exteriores que la empresa habitualmente utiliza durante el mismo mes de la fecha de factura. Son recursos cuyo consumo no está ligado a la venta de forma directa. Por tanto, el gasto azul que generan, se suele contabilizar en el mismo mes de la fecha de factura.

— ¡Perfecto, Justo!—me dice—. No me parece que hemos perdido el tiempo recordando este importante concepto. Una vez hecho eso, volvamos al tamaño de nuestros coches.

— ¡Venga! —acepto gustoso su propuesta.

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— Como bien has adivinado, mientras las facturas rojas pendientes de pagar determinan el tamaño de los coches rojos (el saldo con los proveedores), las facturas azules pendientes de pagar determinan el tamaño de los coches azules (el saldo con los acreedores).

— Si me permites el matiz, Fortu, no lo he adivinado, lo he deducido aplicando la lógica y el sentido común. Creo que es exactamente lo que me pronosticaste que haría, ¡el día que nos conocimos!

— Pues me parece muy bien la puntualización —me dice satisfecho—. Quisiera, no obstante, aprovechar para añadir que hay también algunos coches azules representando a entidades financieras: al sótano -1 pasa todos los años una parte de la deuda a largo plazo (la que contiene el sótano -2), concretamente la que debe pagarse en el año en curso. También podríamos tener préstamos o créditos con un plazo de devolución inferior al año y que, por tanto, no se localizarán en el segundo sótano. También podemos encontrar coches azules representando a las Administraciones Públicas (Hacienda acreedora por IVA o por retenciones, Seguridad Social, etc.).

— Entiendo: toda la deuda que tenemos que devolver en menos de un año la vemos en el primer sótano. Si pasa de ese límite, la localizamos en el segundo sótano. Mientras la deuda del sótano -2 siempre genera gastos financieros (intereses), la del sótano -1 depende de su naturaleza: la deuda con bancos sí lo hace, pero la que se tiene con otros acreedores y con proveedores y no suele hacerlo, mientras se cumplan los plazos de pago.

— Veo que tienes el concepto bien encajado y afianzado en nuestro modelo —me dice Fortu. De todas formas —añade—, y para reforzar tu memorización, déjame darte un pequeño elemento nemotécnico adicional.

— ¿Cuál? —le pregunto.

— Puede serte útil recordar que el sótano -1 hace también honor a su nombre, ¡como casi todo en esta empresa!: en su interior se localiza la deuda financiera que tiene un vencimiento de devolución inferior a un año.

— No se me olvidará ese nuevo consejo, Fortu. Gracias.

— ¡Lo celebro! También me gustaría decirte que hay otro truco para acordarse del nombre que dan los financieros a esta planta.

— ¿Ah, sí? —intervengo tal como está esperando que haga.

— Los coches corren, ¿no es cierto? —me pregunta algo obvio.

— Sí, claro —le contesto, elevando las cejas.

— Pues que te parece, si nos referimos a este primer nivel subterráneo (sótano -1) utilizando el término técnico de Pasivo Corriente.

— Me parece muy bien, Fortu. Veo que las tres plantas subterráneas son el Patrimonio Neto, el Pasivo No Corriente y el Pasivo Corriente.

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— ¡Excelente recapitulación, Justo! El Patrimonio Neto es la diferencia que existe entre lo que se tiene (activo total) y lo se debe (deudas del pasivo). Nos cuantifica lo que se denomina Valor Contable de la empresa. Si una empresa se vende por un valor superior a su valor contable, decimos que se ha generado un valor adicional que los financieros llaman Fondo de Comercio, y que nuestro profesor americano llamaba “Goodwill”.

— Supongo que ahora viene cuando me das las gafas, ¿verdad, Fortu?

— ¡Te veo “muy sobrado” hoy! —me dice con cara de satisfacción—. Tómalas e infórmame sobre el valor del saldo actual de nuestras cuentas con proveedores y acreedores.

Me pongo las gafas y le digo:

— Leyendo la cantidad que me muestra la columna principal o central, me informo de que el valor total que contiene esta planta es de….

— ¿Es de cuánto? ¿Qué te pasa, Justo? —me pregunta, al ver que me quedo callado y pensativo.

— ¡De un millón de euros!

— ¿Por qué te extraña? Ayer ya anticipamos que la altura de este sótano iba a reflejar ese valor. Sabes que estamos razonando como si todos los niveles los estuviéramos analizando en la misma sesión nocturna, después de que todas las columnas han dejado de moverse.

— No me sorprende el importe —le aclaro—: ¡se trata del esperado! Me he quedado pensativo al comparar esa cantidad con la que hay en tesorería. ¿Cómo va a poder pagarse una deuda de 1.000.000 €, que vence a corto plazo, existiendo en tesorería tan solo 200.000 €?

— ¿Tan sólo, dices? ¿Ahora resulta que esa cantidad te parece poca? Cuando estuvimos en la “isla del tesoro”, tu primera reacción fue decir que te parecía mucho dinero. ¡¿Ahora me dices justo lo contrario?! ¡¿Es esto serio?!

— ¡Cómo te gusta machacarme, Fortu! —le digo riendo.

— ¿Te das cuenta de que todo es relativo, Justo?

— ¡Sí, claro que me doy cuenta!, pero tengo un nuevo comentario.

— Te escucho.

— Ayer me dijiste que no debía comparar la tesorería (un activo corriente) con la deuda a largo plazo (un pasivo no corriente). Pero ahora la cosa cambia, creo. Estamos comparando un activo corriente con un pasivo corriente. Me pregunto si no te volverá a pasar lo que te ocurrió hace años, cuando tuvisteis un problema grave de liquidez.

— ¿Eso temes, mi querido amigo? —me pregunta, tras volver a sacar su pipa apagada del bolsillo y llevársela a la boca.

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— Me puedes explicar, por favor, cómo vais a hacer frente a unas deudas a corto plazo de 1.000.000 € con una tesorería de 200.000 €. Perdona que sea tan pesado, pero estoy algo preocupado.

— Estás preocupado por la liquidez de esta empresa, ¿verdad?

— Sí, así es. Espero que no lo consideres una falta de confianza en la gestión financiera de tu compañía, Fortu.

— ¡Claro que no lo hago! Me alegra que hayas hecho esta comparación espontáneamente, Justo. Lo que acabas de hacer, de un modo intuitivo, es lo que los analistas financieros llaman ratio de liquidez.

— Me suena mucho ese lío de los ratios. Está en mis libros y apuntes. ¡Me resulta totalmente imposible aprendérmelos todos!

— Eso te pasa, porque intentas aprendértelos de memoria, en lugar de razonarlos. Si memorizamos sin entender, los conocimientos no son de utilidad práctica y, además, se olvidan muy rápidamente.

— Lo que dices lo he sufrido ¡en mi carne propia!

— Los ratios tienen que surgir de manera espontánea y natural, tal como te acaba de ocurrir a ti. Tú has visto la necesidad de comparar la deuda a corto plazo de la empresa (su Pasivo Corriente) con su dinero efectivo líquido (con su Tesorería). Ese es el primer ratio de liquidez. Has visto que si divides la tesorería (200.000 €) entre la deuda a corto plazo (1.000.000 €), obtienes un valor de 0,20; ¡y eso te ha alarmado!

— ¿No debería haberlo hecho?

— Creo que no. El millón de euros de deuda a corto plazo vence en menos de un año —me aclara—, pero no lo hace todo hoy. Casi todos los días laborables, cobramos facturas de clientes y vendemos productos, que se transforman en facturas pendientes de cobrar. Con ello, conseguimos que la velocidad de entrada de efectivo en tesorería sea adecuada para el ritmo con el que tenemos que hacer frente a nuestros compromisos de pago.

— Grados de liquidez y de exigibilidad equilibrados o sincronizados —se me ocurre decir.

— Así es. El flujo de entrada de efectivo en tesorería tiene que ser similar al flujo de salida. La velocidad a la que “corre” el activo corriente debe estar sincronizada con la velocidad a la que “corre” el pasivo corriente.

— Ya veo. Volvemos a utilizar la palabra “corriente”. No lo hacíamos desde que visitamos el quirófano, el jueves de la semana pasada.

— ¡Exacto!, Justo. A las plantas 1, 2 y 3 del edificio las englobábamos con el nombre de activo corriente. A la planta parking, en la que nos encontramos ahora, la llamamos también pasivo corriente. Mientras el activo

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corriente lo forman tres plantas, el pasivo corriente está formado por un solo sótano. ¡Tres contra uno, como ves!

— ¡Pelea desigual! —exclamo con una sonrisa, volviendo a acordarme de su afición al boxeo y de los golpes que notaba en la cabeza el primer día, cuando el señor Green me hablaba a toda velocidad.

— ¡Así es! Nos interesa mucho que la pelea sea desigual para que siempre la gane el activo corriente y, así, no tener problemas de liquidez.

— ¡Buena regla nemotécnica también! —le digo agradecido.

— Fíjate en el hecho de que deuda a corto plazo, exigible a corto plazo y pasivo corriente son diferentes términos que se utilizan para un mismo concepto: la valoración monetaria del sótano -1, ¡el parking!

— Lo veo claro ahora. En la sesión de ayer, me recomendabas que no comparara un Activo Corriente (la tesorería) con un Pasivo No Corriente (la deuda a largo plazo). En cambio, hoy me dices que sí debo comparar la altura del primer sótano (Pasivo Corriente) con las alturas de las plantas 1, 2 y 3 (las que forman el Activo Corriente o Circulante).

— Exacto. Si haces esa comparación, obtendrás los famosos ratios de liquidez. Son tres, igual que el número de plantas del Activo Corriente.

— ¿Me los explicas después de que atiendas la llamada de Bárbara? —le pregunto, al oír sonar su móvil.

— ¿Cómo sabes que es ella, Justo?

— La melodía de la llamada es la misma que escuché la semana pasada, cuando estábamos en “la isla del tesoro”. Te reías mucho durante la conversación. Más tarde descubrí que era ella la que llamaba.

— Me has vuelto a sorprender, Justo.

— Todo es bastante elemental, si utilizas la observación y la lógica deductiva, mi querido amigo Fortu —le digo, haciendo esfuerzos por mantenerme con semblante serio—. ¿Por qué no la animas a que se una a nosotros y nos acompañe durante el resto de la sesión?

— ¡Excelente idea, señor! —me responde.

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Los tres ratios de liquidez

— ¿Dónde estábamos? —me pregunta Fortu después de la interrupción provocada por la llamada de Bárbara—. Nos habíamos quedado en los ratios de liquidez, creo recordar.

— ¡Así es! —le respondo—. Pero dime: ¿se apunta Bárbara?

— Me ha dicho tiene otros planes, pero que pasará a saludarnos. ¿Te parece que, mientras llega, sigamos hablando de los ratios?

— La diferencia de atractivo es abismal, pero ¡qué remedio!

— El primero ratio de liquidez ya lo conoces —me dice moviendo la cabeza y esforzándose por permanecer serio—: consiste en comparar el piso 3 con el sótano -1. Cuando lo calculamos, obtuvimos un resultado de 0,20. Dedujimos, por tanto, que el importe de la tesorería representa el 20% del valor del pasivo corriente.

— Lo recuerdo —le digo con la esperanza de que el tema sea ameno.

— Pues bien, el segundo consiste en comparar la altura de dos pisos juntos (el 2 y el 3) con la del sótano -1.

— Creo que el tercero es fácil de deducir.

— Efectivamente, el tercero consiste en comparar las tres plantas del activo corriente (1+2+3) con el sótano -1.

— Observo que, en los tres ratios de liquidez, el denominador siempre es el mismo: el sótano -1 (el parking). Veo que se trata de comparar su altura con la de la planta 3, luego con la de las plantas 3+2 y, por último, con la de las plantas 3+2+1.

— ¡Es así de sencillo! Con eso resolverás la mayor parte de tus dudas acerca de la liquidez de esta empresa y de su capacidad para hacer frente a sus pagos más inmediatos. ¿Puedes hacer los cálculos?

— El segundo ratio —me apresuro a contestar— es el resultado de dividir 1.400.000 € entre 1.000.000 €. Me da un resultado de 1,40.

— Muy bien.

— El tercer ratio es el resultado de dividir la cantidad de 2.200.000 € entre el importe de 1.000.000 €. El resultado es de 2,2.

— ¿Cómo valorarías estos resultados? —me pregunta con esa mirada que pone a veces y que te taladra.

— Creo que necesito algo de ayuda, Fortu. ¡Procura que sea algo nemotécnico, te lo ruego!

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— Para tener una regla práctica que te guíe en la valoración del segundo ratio de liquidez, acuérdate de las edades de tus hermanas gemelas.

— Como tienen la misma edad —le digo tras escuchar la pista—, si hiciéramos un ratio con la edad de una en el numerador y la de la otra en el denominador, nos daría un valor de uno.

— ¡Bravo, Justo! Pues quédate con la regla general de que el valor del segundo ratio debe estar siempre, como mínimo, en torno a 1. Si eso se cumple, sabemos que el valor de los activos de mayor grado de liquidez (la tesorería y la cuenta de clientes) iguala al de las deudas con mayor grado de exigibilidad (las deudas de corto plazo).

— Entiendo algo que tenía muy confuso hasta ahora. ¡Es extraordinario, Fortu! No me tengo que preocupar si veo que el piso 3 tiene una altura inferior a la del sótano -1, como hice hace un rato. En cambio, sí tengo que hacerlo en el caso de que detecte que la suma de las alturas de los pisos 2 y 3 sea inferior a la altura del sótano -1.

— ¡Correcto! —me dice Fortu—. Volviendo al tema de la “pelea desigual”, si enfrentas a la planta 3 con el sótano -1, va a ganar siempre éste. Por ello, necesitas que en “la pelea” intervenga también la planta 2. Esto debería igualar la altura de los contendientes. Ahora bien, si quieres ganar de paliza, debes hacer subir al ring a la planta 1. La suma de las alturas de las plantas 1, 2 y 3 debería superar ampliamente la altura del parking. En el caso contrario, si que deberías preocuparte.

— Está claro —le digo—. Con el dinero que tenemos en caja y bancos, más el que vamos cobrando de los clientes, debemos tener suficiente efectivo para ir atendiendo los pagos asociados a la operativa habitual (facturas de proveedores y acreedores, salarios, alquiler, cuotas de préstamos, etc.). ¿Qué regla práctica me puedes dar, Fortu, para valorar el tercer ratio de liquidez?

— Ahora tienes que pensar en ¡la edad de Bárbara y en la mía!

— ¡La doblas en edad, Fortu!

— ¡Qué desagradable acabas de estar, Justo! —me dice riendo—. Aún diría más: además de poco elegante, has estado impreciso. Ella va a cumplir veinticinco años pasado mañana, pero yo no tendré los cincuenta hasta el día de fin de año. En este preciso momento, mi edad ¡no es exactamente el doble!

— ¡Lo siento! Mi afirmación era aproximada y tenía finalidades exclusivamente didácticas —le digo, copiándole una de sus frases.

— ¡Esta bien, Justo, aceptaré tu respuesta como válida! Si hemos dicho que es recomendable que el segundo ratio esté, como mínimo, rondando el 1, te diría que el tercer ratio de tesorería es deseable que esté rondando el 2. O dicho en otras palabras, es tranquilizador que la altura sumada de los pisos 1, 2 y 3 duplique a la altura del parking (el sótano -1).

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— Es decir —intervengo, con la intención de complementar lo dicho hasta ahora—, el activo corriente siempre debe ser mayor que el pasivo corriente para que no surjan problemas de liquidez.

— ¡Exacto! La diferencia de altura entre el activo corriente y el pasivo corriente actúa como un margen de maniobra o de seguridad, por si surgen problemas inesperados en el movimiento de los activos corrientes.

— Me suena mucho esto del margen de seguridad o de maniobra.

— ¡Claro que te suena, Justo! —me dice—. Lo nombramos ayer, cuando estábamos en los “bajos fondos”.

— ¡Es verdad! Ayer me dijiste que la diferencia entre la suma de las alturas de los sótanos -2 y -3, y la altura de la planta tripe, se llamaba fondo de maniobra. Ahora me doy cuenta de que esa diferencia es exactamente la misma que la que existe entre el activo corriente y el pasivo corriente.

— Es así de sencillo, Justo. La suma de las alturas de las plantas 1, 2 y 3 debe ser siempre mayor que la del sótano -1 (el parking). Recuerdo que en el “arriesgado y polémico” curso que hicimos tu padre y yo en Norteamérica, lo llamaban “Working Capital”.

— Ya veo. Cuando queremos saber los ratios de liquidez, el truco es comparar los elementos del activo corriente con el pasivo corriente.

— Eso es, Justo. Retomando el símil del boxeo, si cuando estás observando la pelea, ves que la altura sumada de los pisos 1, 2 y 3 es inferior a la del parking, vete apostando a que la empresa entrará en una situación de suspensión de pagos. En este caso, el margen de seguridad o de maniobra sería negativo y eso, salvo en algunos casos muy excepcionales, es un factor claro de riesgo para tener una enfermedad financiera.

— ¡Fantástico! Ni en el mejor de mis sueños podía pensar que los antipáticos ratios pudieran llegar a caerme bien —le digo.

— Como ves, Justo, si a los números los torturas adecuadamente, ¡terminan por confesar! —me dice, apretándome el cuello con sus manos.

— ¡Otra frase que me apunto, Fortu!

— Pero nunca olvides, Justo, que hay que hacerles las preguntas adecuadas para cada objetivo. No se trata de preguntar por preguntar. Fíjate como, en este caso, tú mismo has visto la necesidad de comparar la altura del parking con la de las diferentes plantas que albergan al Activo Corriente. Lo has hecho de manera relajada y sin esfuerzo. El ratio ha surgido de forma natural en el momento que te ha preocupado saber si la empresa tenía liquidez suficiente para poder cumplir sus compromisos de pago. Esa era tu necesidad de información y, por tanto, tu objetivo de análisis.

— ¡Se trata de una lógica incontestable, Fortu!

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— Como en dos semanas nos será imposible contemplar todas las situaciones financieras posibles en las que puede encontrarse una empresa, mi objetivo es que integres bien este sencillo modelo de análisis que utilizamos nosotros. Si lo haces, tendrás siempre a tu lado un amigo que te ayudará a responder fácilmente a cualquier pregunta, ¡y sin necesidad de que lo tortures! —me dice riendo—. Me importa poco que se te olvide lo del Debe y el Haber, siempre que recuerdes que el activo tiene cuatro grandes niveles y que el pasivo tres. También es necesario que retengas las partes de la piscina. Puedes olvidarte de lo del ciprés verde y del mástil rojo también.

— Razonar contigo es fascinante, Fortu.

— ¿Sabes cuál es la principal diferencia que existe entre tú y yo?

— No sabría decirlo, Fortu, ¡hay tantas!

— Que no te quepa ni la menor duda: se trata de la edad.

— ¿La edad?

— Sí, eso he dicho. Todo esto que encuentras tan fascinante no es más que la suma de pequeños trucos que me he visto obligado a descubrir, con el paso de los años, para intentar no cometer los mismos errores que cometes tú ahora. ¡Se trata de puro entrenamiento!

— Esto que dices me anima mucho.

— Yo, a tu edad, lo hacía mucho peor que tú. Como ya sabes, yo era mucho más impulsivo e inmaduro —me dice, mientras pone la cara más seria y emocionada que le había visto nunca, seguro que provocada por el recuerdo de lo ocurrido con sus padres.

— Tus elogios son muy reconfortantes, Fortu. ¡Te los agradezco mucho! —le digo de la forma más expresiva que puedo—. Pero volviendo al tema —continúo—, observo que ha salido varias veces la palabra Pasivo.

— Lo he hecho, porque asumo que estás familiarizado con este término. ¿Es así, Justo? —me dice, recobrando su mirada brillante.

— Creo que sí. En mis apuntes dice que, mientras el Activo de una empresa lo forman los bienes y las inversiones necesarias para la actividad del negocio, el Pasivo lo constituyen las fuentes de financiación de todo ello.

— ¡Tus apuntes de clase están en lo cierto! Los recursos del activo están financiados con los recursos financieros del pasivo. Como sabemos bien, la utilización de recursos genera gasto; si los recursos son financieros, los gastos son financieros.

— ¡Lógico! Visitando las plantas visibles del edificio —añado—, podemos observar y valorar lo que tenemos. Visitando las plantas subterráneas, podemos cuantificar cómo está financiado lo que tenemos.

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— ¿Recuerdas la altura total de las plantas del edificio, traducida a unidades monetarias, Justo? —me pregunta a continuación.

— Naturalmente: cuatro millones de euros (4.000.000 €).

— ¡Exacto! ¿Y la del total de las plantas subterráneas?

— La misma cantidad de cuatro millones de euros.

— ¿Casualidad?

— ¡Naturalmente que no! Si el Activo es lo que tenemos y el Pasivo es su fuente de financiación, sus valores siempre serán idénticos. Por eso insistes tanto en la necesidad de no pasarse en las alturas de las plantas visibles del edificio: cuanto más valor de activo tengamos, más necesidad de financiación. Cuanto más alto sea el edificio, más profundos los cimientos.

— ¿Hay siempre un equilibrio absoluto entre activo y pasivo? —me repite la misma pregunta, pero con otras palabras.

— Sí, siempre —le contesto. Por definición. ¿Alguna pregunta más?

— Pues sí: ¿cómo definirías a una persona equilibrada, Justo?

— Yo no soy psicólogo, pero supongo que, si se lo preguntáramos a Bárbara, nos diría que es aquella persona que es capaz de tener un buen equilibrio entre cerebro y corazón, entre razones y sentimientos, ¡entre lógica y emoción! ¿Estás de acuerdo con mi improvisada definición particular?

— Estoy de acuerdo, Justo. Yo diría que se trata de una persona con la que es agradable tratar, porque ni se deja llevar siempre por una emotividad exagerada, ni se comporta habitualmente de una forma fríamente cartesiana.

— ¡Lo confirmaremos con la opinión de la especialista! —le digo.

— Pues ya que has citado a Bárbara, Justo, ¿qué crees que nos contestaría, si le preguntáramos cómo se dice equilibrio en inglés?

— Pues creo que diría…

— BALANCE!!! —se oye, en ese mismo momento, la voz de Bárbara desde lejos, gritando esa palabra con su pronunciación inglesa (“balans”).

Tras lo inesperado de la situación, me doy la vuelta sorprendido y la veo caminando en dirección hacia nosotros.

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El balance

— ¡Hola Bárbara! ¡Qué sorpresa! —le digo—. ¿Cómo estás?

— ¿Qué tal, cariño? —le pregunta Fortu.

— Muy bien, chicos —nos contesta, mientras pasa por nuestro lado en dirección a su coche—. ¿Cómo va la sesión de hoy?—nos pregunta.

— Muy bien —le contesto.

— ¡Bonitas gafas, Justo! —me dice, como si fuera la primera vez que me las ve—. ¡Te quedan muy bien!, aunque parece que se te caen un poco.

— Sí, es verdad, tengo que estar constantemente empujando la montura hacia arriba con el dedo. ¿Has venido para unirte a nosotros?

— Lo lamento, pero no. Hoy es mi día de gimnasio. Hay que hacer ejercicio de manera regular, para mantener el cuerpo sano, equilibrado y ¡proporcionado!, como los balances…

Tras su comentario, Bárbara deja caer su bolsa de deporte en los asientos traseros de un flamante MINI cabrio de color azul metalizado y, a continuación, se sube en él. ¡Está realmente espectacular!

— Adiós cariño, hasta luego —le dice a Fortu—. Adiós, Justo, me voy volando que llego tarde. ¡Nos vemos mañana! —me dice a mi.

Poco después, arranca muy deprisa, haciendo derrapar ligeramente las ruedas de su coche. Fortu y yo nos quedamos embobados viendo la escena. Pasados unos instantes, ¡que precisamos para recuperar la movilidad corporal!, Fortu me mira y me dice:

— Ya ves, Justo. Creo que nunca olvidarás que estás en la planta que reservamos para el pasivo ¡corriente! —me dice, hablando muy despacio y quedándose con la mirada fija en la puerta por la que acaba de salir el coche.

— ¡Desde luego que no lo olvidaré en mi vida! —le digo riendo y colocándome las gafas en su sitio—. Y tampoco olvidaré que el balance tiene dos grandes partes de igual tamaño…

— No irás a decir algo ordinario, absolutamente impropio de ti, ¿verdad, Justo? —me interrumpe, poniendo cara de gamberro.

— ¡Naturalmente que no! —le respondo inmediatamente de manera categórica—. No sé en que estarás pensando, Fortu —le digo aguantando la risa—, pero quería decir que las dos grandes partes, de igual tamaño, que tiene el Balance son ¡el Activo y el Pasivo!

— ¡Ah, bueno! —me dice, simulando alivio.

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— Has sido muy malpensado en esta ocasión —le digo sonriendo.

— ¿Sabes una cosa, Justo? Balance Sheet es el término anglosajón que utiliza Bárbara para referirse al Balance de Situación, es decir, para nombrar aquella cosa que tiene dos grandes partes de igual tamaño.

— ¿Y cómo llama a la Cuenta de Resultados, Fortu?

— Income Statement —me responde con su impecable acento.

— Intentaré recordarlo.

— ¿Te apetece continuar echando un vistazo a través de las gafas financieras tras el agradable inciso, Justo? —me pregunta a continuación con una de sus expresiones faciales preferidas.

— ¡Claro!, me las acabo de colocar en su sitio.

— ¿Qué ves, Justo? —me pregunta inmediatamente después.

— En el techo de los coches veo importes que deben corresponder a los saldos que la empresa tiene con cada uno de los proveedores y acreedores en este momento. La suma de todos los saldos debe ser de un millón de euros, importe que determina la altura del techo del parking.

— ¿Ves más “numeritos” en los coches?

— Los números que veo en las matriculas de los coches, deben darnos la misma información que la que nos proporcionaban los dorsales de las camisetas de los futbolistas: el número de días que hay entre la fecha de la factura y la fecha del vencimiento.

— ¡Exacto! —me confirma satisfecho.

— Puedo ver, en la mayoría de las matrículas, un valor de 30 —añado.

— Así es. Son las condiciones que acordamos con la mayoría de los proveedores. Tenemos un plazo medio de pago a proveedores de alrededor de 30 días. Se trata de un plazo similar al que cobramos a los clientes.

— Ya veo.

— ¿Cómo crees que juega aquí el tema del IVA?

— Pues de forma idéntica a lo que vimos con los clientes —le respondo confiado—. Las deudas a proveedores están valoradas al importe total de sus facturas y, por tanto, con el IVA incluido. Como las existencias están valoradas a su precio de coste sin IVA, esa circunstancia la debemos tener en cuenta, si queremos ser precisos en el cálculo del plazo medio de pago.

— ¿Y bien? —me demanda una mayor concreción.

— Pues que si la compra media mensual (sin IVA) está en torno a los 800.000 € y el plazo medio de pago ronda los 30 días, es de esperar que la cuenta de proveedores tenga un saldo medio de alrededor de 1.000.000 €. El importe que debemos a proveedores ¡sí que incluye el IVA de sus facturas!

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— ¿Y que me dices de las cuentas con los acreedores?

— Pues sus saldos deben ser muy reducidos. El grueso mayor de gastos azules los constituyen las nóminas del “P”ersonal y los alquileres o amortizaciones de las “I”nstalaciones. Si los alquileres se pagan en el mes que se recibe la factura, como es habitual, no se generan deudas en el pasivo. En lo relativo a los servicios “E”xternos, muchos se pagan también en el mismo mes de la factura: suministros eléctricos, de teléfono, de combustible, limpieza, asesoría fiscal o laboral, reparaciones, etc.

— Muy bien, Justo. Observo que ahora es raro verte titubear al responder una pregunta, tal como te ocurría durante los primeros días. Esto refleja que tienes las ideas claras ¡y tu cartulina resumen muy avanzada!

— ¡Y no sabes lo contento que estoy por ello! ¡Se me ha fundido el hielo que mantenía mi sonrisa totalmente congelada!

— Como bien has razonado, Justo, el grueso del valor que contiene esta planta lo forman las deudas con los proveedores. El tamaño y el número de los coches rojos destacan claramente sobre el de los coches azules, a no ser que la empresa utilice financiación bancaria a corto plazo. En ese caso, el tamaño de los coches azules puede ser mayor. En cualquier caso, siempre encontraremos en este piso la parte de las deudas a largo plazo procedentes del sótano -2 que vencen durante el año.

— Creo que es algo análogo a lo que vimos en la planta 2: la inmensa mayoría de los muñecos estaban representando a los clientes.

— ¿Fuera gafas? —me pregunta Fortu para saber, indirectamente, si estaba cansado o tenía suficiente por hoy.

— ¿No te apetece hablar de política hoy? —le digo, tratando de imitar una de las muecas que suele poner cuando habla irónicamente.

— Mira que he vivido cambios —me dice Fortu, mientras mueve la cabeza ostensiblemente— en el nivel de conocimientos y en el de auto-confianza de los alumnos que han ido pasado por aquí, pero como el tuyo ¡jamás! ¡Estás irreconocible!

— ¿Eso crees, Fortu? Todo es gracias a ti.

— Desde luego que no pareces la misma persona lenta, estresada e insegura que apareció el lunes pasado en mi despacho.

— ¿Aceptas el reto de entrar en política, entonces? —le pregunto sonriendo, con la satisfacción que me genera la auto-confianza que noto.

— ¡Claro, adelante!

— Pues entonces —le digo—, si antes de quitarme las gafas financieras miro a las columnas laterales, veo que la cantidad acumulada que aparece en la columna derecha (Haber) supera a la que leo en la izquierda (Debe). Hay

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más valor en la “derecha” que en la “izquierda”, cosa esperable, sabiendo que estamos en el nivel subterráneo, terreno dominado por “la derecha”.

— Supongo que por eso me siento tan cómodo aquí, con mis coches de carreras —me dice, mientras me guiña un ojo.

No entro al trapo, y continúo para no perder el hilo:

— Mientras que cuando se contabiliza una nueva factura de compra o de gasto durante el año, aumenta el importe acumulado en la columna derecha (Haber); cuando se contabiliza un pago a un proveedor o acreedor, aumenta el importe acumulado en la columna de la izquierda (Debe).

— ¡Creo que te sigo! —exclama, como si fuera él mi alumno ahora.

— El importe acumulado —continúo— que se visualiza sobre la columna derecha, menos el que se observa sobre la izquierda, nos da el saldo. Ese saldo es el importe que se puede leer en la columna central y, por tanto, el que establece la altura de la planta. Aquí, se trata de un millón de euros.

— ¡Discurso político impecable, senador Igap! Después de este alarde de conocimientos político-económicos, creo que es el momento de que te quites las gafas financieras y de que demos por acabada la sesión de hoy.

Me las quito despacio para dárselas.

Te veo muy reflexivo, Justo. ¿En qué estás pensando?

— ¡Pregunta típica de mujer, Fortu! —le digo riendo—. Estaba pensando —añado veloz— que has elegido las plantas subterráneas -1 y -2 como contenedores de las deudas que tiene la empresa con terceros externos. Supongo que has decidido hacerlo así —continúo, siguiendo con el tono irónico—, para que, desde el exterior, ¡no se pueda ver todo lo que debes!

— ¡Caramba, Justo! ¡Muy agudo!

— Espero que no te haya molestado la broma, Fortu.

— ¡Claro que no! —me dice riendo—. Esto que acabas de decir me recuerda mucho a los comentarios que suelo escuchar, cuando invitamos a visitar nuestras instalaciones a clientes. Identifico rápidamente a las personas que demuestran envidia, o algún otro pecado capital, cuando hablan.

— ¿Qué tipo de comentarios hacen, Fortu?

— Después de enseñar el edificio a los invitados, es frecuente oír algunos comentarios del tipo: “me parecen unas instalaciones demasiado buenas y caras, me pregunto de dónde habrán sacado el dinero para pagarlas”; o del tipo: “mi marido dice que no es para tanto, supone que el edificio es alquilado y que, para comprar el resto, deben haberse endeudado hasta las cejas”

— Los invitados ven lo que está a la vista, pero no lo que está subterráneo —le digo, tratando de aportar una explicación lógica.

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— ¡Exacto, Justo! Ellos ven lo que está a la vista (el activo), ¡pero no lo que está oculto (el pasivo)!

— Y supongo que, como eso les da mucha rabia, hacen sus comentarios más o menos maliciosos. En el Pasivo está la respuesta a las preguntas que se deben hacer tus invitados, mientras conducen sus coches durante el camino de regreso a sus casas, y tras haber visto todo lo que tienes.

— ¡Ciertamente, Justo! Existe la falsa creencia de que Pasivo es sinónimo de Deuda, y no es así. Como sabes bien —me recuerda—, el Pasivo tiene una parte de Deuda y una parte de Fondos Propios.

— ¡Claro! De hecho, el ratio de endeudamiento nos da el porcentaje que representa el valor de la deuda sobre el valor total del pasivo.

— A nuestros invitados —continúa Fortu— siempre les gustaría saber qué importe debemos, para quedarse psicológicamente tranquilos, en el caso de que vean ¡que tenemos más activos que ellos!

— Naturaleza humana, supongo —opino.

— No es más rico quien más activos tiene o alardea de tener, sino el que más patrimonio neto posee. Puedes ser el propietario de muchas cosas, pero éstas pueden llevar el compromiso de devolución de cantidades elevadas de deudas utilizadas para financiarlos. La riqueza no hay que medirla por la altura del edificio visible, sino por la del sótano -3.

— ¡Está clarísimo!

— ¿Qué más quieres saber, Justo?

— ¿Qué nos queda por ver?

— Pues creo que hemos completado todo el recorrido que teníamos previsto realizar juntos, ¡amigo Watson! —me responde relajado.

— ¡Qué corto se me ha hecho! ¡Qué pena que se haya acabado!

— ¡Hemos acabado el recorrido, pero no el curso, Justo! —puntualiza.

— ¡¿No?!

— ¡Tenemos todavía que ver tu cartulina resumen! —me aclara.

— ¡¿Mi cartulina resumen?! —exclamo alarmado.

— Sí, señor. ¡Eso he dicho! Se trata de un dibujo que represente gráficamente nuestro modelo. Lo debes realizar ahora, teniendo todo muy reciente. Recuerdas mis técnicas para aprobar los exámenes, ¿verdad?

— Si que lo recuerdo, pero…

— Me parece, Justo, ¡que tienes que irte a casa con cierta urgencia! La sesión de mañana viernes, tenemos previsto dedicarla a analizar tu cartulina resumen y, por lo que veo en tu cara, creo que la tienes un poquito atrasada.

— ¡Pero…, Fortu! —le digo, rogando clemencia.

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— Nada de “peros”, Justo. Ahora que tienes la habitación muy ordenada, encontrarás tus acuarelas y tus lienzos muy rápidamente. ¡Úsalos!

— Me temo que no podré ir al entrenamiento de hoy —pienso en alto.

— Eso te pasa por no hacer las cosas cuando están programadas. Si hubieras dedicado unos pocos minutos de tu tiempo tras cada sesión, tendrías el tema resuelto y podrías ir a jugar con tu equipo de baloncesto hoy.

— La verdad es que ¡no se me ocurre nada en mi defensa! —le digo.

— De todas formas, Justo, recuerda que sólo tienes que dibujar lo relevante. Todo aquello que no te quepa en el cuadro, ¡descártalo!: seguro que no tiene la importancia suficiente como para que precises recordarlo.

— Sí, si, claro —le digo con cara pensativa.

—Ya sabes, Justo: mientras un edificio de planta triangular con cuatro niveles visibles y tres subterráneos —que debes dibujar en el orden y las proporciones correctas— representará tu Balance, una piscina con dos rampas y una zona de césped simbolizará tu Cuenta de Resultados.

— Te agradezco la ayuda, pero no sé si me está poniendo más nervioso.

— Una vez hayas colocado las partes de tu cuadro en el sitio adecuado —añade, complacido al verme apurado—, sólo tendrás que comparar sus alturas para sacar conclusiones. Eso es todo.

— Hasta mañana, Fortu. ¡No tengo ni un segundo que perder! —le digo, mientras salgo corriendo.

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Justo resume la sesión de hoy:

En el sótano -1 encontramos las deudas con un plazo de devolución inferior al año, es decir, los recursos financieros que ocupan el primer puesto en el ranking según su grado de exigibilidad.

Tal como hemos visto en todos los niveles visitados, tanto visibles como subterráneos, debemos conocer tanto los valores absolutos (altura del sótano) como los relativos (porcentaje sobre la profundidad total). Ya sabemos la regla práctica: primero orden y luego proporciones.

Las facturas pendientes de pagar a los PROVEEDORES, derivadas de la compra de productos destinados a venderse posteriormente a los clientes, suele ser el componente mayoritario en este nivel del pasivo.

También existen deudas a corto plazo con ACRREDORES. Pueden ser facturas pendientes de pago por servicio externos recibidos, saldos acreedores con Hacienda u otras Administraciones Públicas o, también, créditos o préstamos bancarios con un plazo de devolución inferior al año.

Al tratarse de deudas con un compromiso de devolución a corto plazo, debemos hacer un seguimiento periódico para evitar situaciones de impagos. Debe existir, en todo momento, la liquidez suficiente en las plantas del activo circulante para poder atender los vencimientos inmediatos de las deudas cuantificadas en esta parte del pasivo.

Como se trata de un nivel en el que existe una alta movilidad o rotación —al igual que vimos que ocurría en los 3 pisos del ACTIVO CIRCULANTE— la sótano -1 (a nuestro particular parking) se le denomina PASIVO CIRCULANTE.

Mientras el ACTIVO CIRCULANTE está constituido por tres pisos, el PASIVO CIRCULANTE está formado por un solo nivel de sótano. Si comparamos la altura del sótano -3 con los tres pisos del activo circulante, podemos definir tres tipos de RATIOS DE LIQUIDEZ.

Es habitual que la altura de la planta 3 (la tesorería) sean inferior a la del sótano -1 (deudas a corto plazo o pasivo circulante), pero la suma de las alturas de los tres pisos que forman el activo circulante debe ser siempre superior a la del pasivo circulante. La diferencia de altura se denomina FONDO DE MANIOBRA (Working Capital).

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Viernes 31 de mayo de 2010 La lógica del proceso creativo

— ¡Caramba, Justo! ¡Qué cargado vienes hoy! —exclama Bárbara, cuando me ve llegar a las instalaciones de la empresa, a la hora habitual.

— ¿No tuviste que hacer tú el “cuadro de fin de curso”, Bárbara?

— ¡Naturalmente que sí! —me responde—. Ya conoces la opinión de Fortunato: ¡la cartulina resumen de fin de curso es sagrada!

— Entonces, ¿por qué te extrañas?

— Yo utilicé una cartulina que enrollaba y transportaba fácilmente dentro de un tubo, como el que usan los arquitectos para llevar sus planos. Te puedo asegurar que no se me ocurrió utilizar un lienzo ¡de estas dimensiones!

— Es uno de los que habitualmente utilizo para expresar mis “inquietudes artísticas” —le digo sonriendo—. No sé si sabes que la pintura es una de mis grandes aficiones.

— ¡Claro que lo sé! —me dice muy efusivamente—. Es un gran activo personal con el que cuentas para llegar a ser un gran manager.

— ¿Tú también piensas que la sensibilidad y las habilidades artísticas ayudan al directivo a gestionar una empresa, Bárbara?

— ¡Sin duda! La capacidad de analizar los fríos números, que plagan los informes empresariales, con sensibilidad y humanismo es algo esencial. Durante mi formación en Psicología aplicada a las organizaciones me enseñaban la importancia de que el directivo sepa gestionar usando tanto la parte racional de su cerebro como la emocional. No hay que olvidar que el fin de lo que hacemos son las personas; y que las finanzas, como parte integrante de los sistemas de información de la empresa, ¡son tan sólo el medio!

— Esto que dices me recuerda una de las citas de mi colección. Es de Louis Nizer y dice así: “el que trabaja con las manos es un trabajador manual; el que lo hace con sus manos y su cabeza es un artesano; pero el que trabaja con manos, cabeza y corazón es un artista”.

— Preciosa frase, Justo. Tienes que pasarme tu colección de citas.

— Es curioso —le digo pensativo—. Este mismo valor que acabas de describir, me lo transmite mi padre también.

— Sí, lo sé.

— ¿Lo sabes?...., ¡ah, claro!…, ¡olvidaba que, aunque menos que tu madre, tienes una relación frecuente con él por temas de trabajo!

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En este momento aparece Fortu. Hoy va vestido de artista pintor, llevando puesto hasta el más mínimo detalle, como de costumbre, como a él le gusta hacerlo. Su mano izquierda soporta una paleta y su pulgar aprieta un pincel contra ella. Bajo el brazo derecho, lleva un caballete de madera plegado. Sus peculiares bigotes de extremos arqueados hacia arriba le encajan perfectamente hoy. El extremo de su pipa asoma por el bolsillo de su bata.

— Buenos días, Justo —me dice con esa cara tan suya, a caballo entre el detective y el artista que lleva dentro—. Te veo con mala cara y con unas marcadas ojeras. ¿No has dormido bien hoy, quizás?

— ¡Me he pasado la noche pintando! —admito la evidencia.

— La culpa es tuya —me recrimina—. Dejaste que te “pillara el toro”. Sabes que el buen estudiante estudia un poco cada día. En el aprendizaje, como todo en la vida, es más importante la constancia que la intensidad. ¡Hay que comer poco y digerir bien! Ya sabes que las cosas que no hacemos periódicamente, ¡tendemos a no hacerlas nunca!; por eso hay tanta gente que no hace ejercicio, que no aprende idiomas o que no lee libros.

— Lo sé, lo sé…—le reconozco arrepentido.

— Sabes que actúo como un disco rayado —me dice—, pero te repito que las finanzas nos enseñan que la periodicidad y la programación son claves para mejorar. Para tener éxito, analizar periódicamente las cosas que pasan es más importante que coleccionar muchísimos conocimientos especializados. Si haces un correcto seguimiento de los temas, las cosas acaban por salir bien, aunque haya momentos puntuales en que no lo parezca.

— No voy a discutir eso, Fortu. Estoy de acuerdo —le digo resignado—. Lo dejé todo para el final, ¡y me arrepiento de ello!

— ¿Crees que el esfuerzo final ha merecido la pena, a pesar de todo? —me pregunta, poniendo una de sus expresiones faciales favoritas.

— Eso lo tenéis que juzgar vosotros dos. I did my best! —les digo sonriendo y mirando a Bárbara.

— ¡Estoy segura de que estará genial lo que has hecho! —interviene Bárbara, tan oportuna y reconfortante como siempre.

— ¡Sólo hay una forma de descubrirlo! —exclama Fortu, a la vez que despliega el caballete de madera en el centro de la espaciosa recepción—. ¿Puedes poner tu lienzo aquí, Justo, para que nos deleitemos todos con tu creatividad, ¡mi querido artista financiero!?

Hago lo que me indica y, a continuación, doy un par de pasos hacia atrás. Inmediatamente después, Fortu avanza en dirección al cuadro.

— “Para Fortunato y Bárbara con gratitud y admiración, de Justo Igap Idar” —Fortu lee mi dedicatoria.

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— ¡Es precioso! ¡Mil gracias! —me dice Bárbara entusiasmada, mientras me da dos besos—. ¿Qué te parece, Fortu?

— Parece que no está mal… —le responde escuetamente y de manera muy seca, notándose que no quiere expresar su opinión prematuramente.

— ¿Que no está mal, dices? ¡Está perfecto! Vamos, Fortu, ¡no seas así!

— Tengo que decir que hay algo que me resulta curioso. Algo de lo que, sorprendentemente, no me había dado cuenta hasta ahora —nos dice Fortu, apretando sus labios y moviendo la cabeza como si asintiera—. Se trata de una cosa en la que acabo de caer tras leer tu dedicatoria, Justo.

— ¿A qué te refieres? —le pregunto impaciente e intrigado.

— Pues que el apellido de tu padre, podemos utilizarlo como un acrónimo muy útil también. Desde hace tiempo, llevo utilizando el apellido de tu madre para hablar del ciclo IDAR, pero, curiosamente, me acabo de dar cuenta de que el de tu padre puede ser muy nemotécnico también.

— ¿Un acrónimo de qué conceptos? —le pregunto con curiosidad.

— Acabo de descubrir, tras muchos años sin hacerlo, que IGAP son las iniciales de Ingresos, Gastos, Activos y Pasivos. Todo lo que hemos hablado, durante las dos últimas semanas, ¡está incluido en esas cuatro palabras!

— ¡Pues es verdad! —exclamo divertido, tras escuchar el pequeño descubrimiento—. Mientras Ingresos y Gastos forman la Cuenta de Resultados, Activos y Pasivos forman el Balance de situación. Realmente curioso: ¡todo lo estudiado está en mi primer apellido!

— Bueno, todo está en tu apellido y ¡también en tu cuadro! —afirma Bárbara, aprovechando la mínima oportunidad para elogiar mi esfuerzo.

— ¡Exacto! —exclama Fortu—. ¿Por qué no nos lo explicas?

— Con mucho gusto —les digo—. Después de descartar varios borradores, pasadas ya las cuatro de la madrugada, y cuando notaba un gran cansancio y esa sensación de que te estás a caballo entre la realidad y el sueño, decidí dibujar vuestra empresa dándole un pequeño toque surrealista.

— ¡No cabe duda, Justo! —me dice Fortu, mientras ladea su cabeza noventa grados, exagerando ostensiblemente sus movimientos y poniendo cara de dolor—. Observo que has pintado el cuadro poniendo el lienzo con una orientación vertical, en lugar de utilizar la habitual posición apaisada.

— ¡Sí, así es! —le confirmo. Decidí dibujar la piscina en la mitad superior del lienzo y el edificio en la mitad inferior. Además, ¡en un derroche de inspiración artística! —añado, haciendo esfuerzos para no reír—, decidí pintar la piscina como si hubiéramos tirado de ella por uno de sus extremos y la hubiéramos colocado en posición vertical.

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— ¡Curioso! —me dice Fortu pensativo, muy atento a todo, mientras hace rodar uno de los extremos de su bigote con los dedos.

— Os ruego que os fijéis bien los dos —continúo muy serio— en el hecho de que la franja de césped verde está pintada cerca del borde superior del lienzo. Observad también que la rampa roja está dibujada a continuación, que le sigue el rectángulo azul de la piscina y que, por último, y un poco más abajo, coloqué la rampa amarilla. Si os fijáis bien —les indico—, vemos la piscina con una vista aérea, como si la estuviéramos mirando desde arriba.

— De hecho —interviene Bárbara—, así la ve Fortu cuando la observa desde su despacho de la planta 3. ¡Tu cuadro está genial, Justo!

— ¿Y no temías que el agua de la piscina, colocada en posición vertical, inundara el edificio que tiene por debajo? —me pregunta Fortu algo aparentemente absurdo, pero con toda su intención.

El tono de voz que utiliza Fortunato y su actitud me indican que le está gustando mucho lo que está viendo, aunque parece que no quiere reconocerlo abiertamente, al menos de momento.

— ¡Ya sabéis que la pintura surrealista se caracteriza por obedecer a los deseos del artista! —les digo, evitando mirar a Bárbara para no echarme a reír—. En mi obra, sólo pasa a la mitad inferior del cuadro el agua que se desborda de la piscina. Este exceso se desliza por la rampa amarilla y pasa al depósito amarillo, el cual, como podéis ver fácilmente, está dibujado en la parte baja del lienzo, muy cerca de su borde inferior.

— ¿Por qué has decidido realmente este formato? —me pregunta Bárbara, con la intención de darme una nueva oportunidad para lucirme.

— Os he dicho que pretendía dar un toque surrealista al cuadro, pero os he de confesar que hay bastante de racional o de cartesiano en todo ello.

— ¿Quieres de verdad llegar a convencernos, amigo Justo, de que dibujar una piscina en posición vertical es algo ¡que te dicta la razón!? —me pregunta Fortu, forzando una risa socarrona.

— ¡Eso es lo que tú siempre dices que tiene realmente mérito, Fortu! —se apresura a intervenir Bárbara—. Estás convencido de que hay que intentar adquirir la capacidad de combinar la visión racional y la artística, ¿no es cierto? Explícanos más cosas, Justo, por favor —añade Bárbara, sin dejar contestar a Fortu—. ¡Estoy fascinada!

— Trataré de hacerlo, y con mucho gusto —les digo—. En las hojas de cálculo que utiliza mi padre para analizar las cuentas financieras, aparecen los ingresos y los gastos en las filas superiores. Los valores de los activos y de los pasivos se ven a continuación, en las filas que están justo por debajo.

— ¿Ah, sí? —me pregunta Fortu, poniendo cara de desconocimiento y actuando como si fuera la primera vez que oye lo que le estoy diciendo.

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— ¡Pues, sí! —le respondo, siguiéndole la broma—. Cada columna del Excel se puede reservar para un mes. De esta forma, leyendo los importes anotados en las filas superiores de una columna, te informas de los ingresos, de los gastos y del resultado obtenido de ese periodo de tiempo. Además, si sigues leyendo por la misma columna hacia abajo, puedes saber el valor que tienen los activos y los pasivos, justo al final de ese mes analizado.

— ¿Eso quiere decir que también puedes comparar las columnas y ver los valores que tenían los elementos del balance al final de cada uno de los meses pasados o, incluso, ver la evolución de los ingresos, de los gastos y del resultado? —me pregunta “mi alumno”. Disculpa que te haga estas preguntas, ¡pero me gustaría empezar con el programa Numbers en mi Mac!

— Efectivamente —le respondo, como si no estuviera percibiendo que me está vacilando—. Esa comparación de las columnas de una hoja de cálculo es algo equivalente a la que hacéis con las fotos de final de mes que obtiene SIBI. Mientras el balance es como una “foto” de la situación al final de un periodo, la cuenta de resultados es como una “película” que nos explica una gran parte, aunque no todo, de lo ocurrido durante ese periodo analizado.

— ¡Muy interesante! —me dice, retorciéndose sus bigotes y simulando que reflexiona sobre algo totalmente nuevo para él.

— Como veis —añado—, he introducido la lógica de algo tan cartesiano como una hoja de cálculo en un cuadro de estilo surrealista.

— ¡Te felicito, Justo! —me dice Bárbara entusiasmada y aplaudiendo.

— Pero, como noto una confianza y una energía desbordante —continúo hablando con la misma velocidad a la que lo hacía Fortu en la primera sesión—, no quisiera que acabara aquí la cosa.

— ¿Qué más tienes pensado, Justo? —me pregunta Bárbara.

— Pues, de la misma forma que yo he introducido lógica numérica en mi cuadro —les explico mis intenciones—, tengo planeado introducir ¡algo de arte y de color en mis aburridas hojas de cálculo!

— ¿Qué tienes exactamente en mente, Justo? —me pregunta Fortu.

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La interpretación del cuadro

— Como os decía, tengo pensado utilizar, en mis hojas de cálculo, el esperanzador color verde-césped para el fondo de las filas de los ingresos por ventas, el cálido rojo-escarlata para los gastos de la venta, el rugoso borde-piscina para el margen bruto, el frío azul-piscina para los gastos del periodo y, por último, el deseado amarillo-rampa para los beneficios.

— ¡Excelente idea! Estoy segura de que, añadiendo ese pequeño toque de color, tus presentaciones financieras se convertirán en mucho más amenas y convincentes. Sin duda alguna, ¡serán mucho más lógicas y emocionantes!

— Creo que sí —le digo—. Los colores me garantizarán que he puesto todas las filas de números en el orden correcto y, además, que no me he olvidado ninguna fila. ¡Será como un checklist o lista de comprobación!

— ¡Claro, claro! —me dice Bárbara sonriente.

— También tengo planeado añadir color en las apagadas celdas de la hoja de cálculo que ocupan las partidas del balance: utilizaré el color dorado-isla para la tesorería, el color verde para el fondo de las celdas…

— ¡Está claro, Justo! —me interrumpe Fortu—. No hace falta que sigas. Tengo que reconocer que has hecho ¡un excelente trabajo!

— Muchas gracias —le digo muy satisfecho.

— A partir de ahora —continúa Fortu—, estoy seguro de que, cuando estés delante de una hoja de cálculo con información financiera, cerrarás los ojos y te aparecerá la imagen mental de tu cuadro. Utilizándola como guía, ordenarás las filas de datos en el orden adecuado y les pondrás el fondo de color que les corresponde. ¡No se te olvidará nunca!

— ¡Eso espero! —exclamo—. Como me decías el día en el que nos conocimos, las cosas no hay que memorizarlas, ¡hay que visualizarlas!

— ¡Exacto! ¿Puedo hacerte una pregunta más, Justo?

— ¡Naturalmente, Fortu! —le contesto.

— ¿Dices que, en las columnas de las hojas de cálculo financieras, aparece la situación al final de cada mes o al final de cada año?

— Efectivamente, eso he dicho. Si miramos el título de la columna y vemos que pone “diciembre”, por ejemplo, sabemos que sus números nos mostrarán los ingresos, los gastos y el resultado generado durante ese mes (en las filas superiores); y que también nos mostrarán el valor de los activos y de los pasivos al final de ese mes (en las filas inferiores).

— ¿Ah, si? —interviene él con ironía de nuevo.

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— En cambio —añado sin hacerle caso—, si miramos el título de la columna y vemos que pone 2010, por ejemplo, sabremos que sus celdas nos van a informar del resultado generado durante todo el año y, también, de los valores del balance al final de ese periodo de tiempo.

— Entonces —me dice Fortu—, tu cuadro es la representación gráfica de una de esas columnas de la hoja de cálculo, es decir, de la situación financiera de la empresa al final de un periodo de tiempo determinado.

— ¡Obviamente! —afirmo con aire de suficiencia—. He representado las cuentas financieras que tendría tu empresa en un momento determinado.

— ¿Y qué momento has elegido, Justo? —me pregunta Fortu curioso.

— ¡Uno muy emocionante! —le respondo con una enorme satisfacción, viendo como es él, ahora, el que está realmente intrigado.

Miro a Bárbara y veo que me guiña un ojo. Su cara es muy elocuente.

— ¿Qué momento tan emocionante has elegido? —me repite ella la pregunta, viendo que Fortu, reaccionando emocionalmente con algo de rabieta infantil, se resistía a hacerlo.

— Recuerdo que Fortu me dijo al inicio del curso que, tras un arranque exitoso de la empresa, aparecieron unos problemas de tesorería, los cuales, ¡paradójicamente!, coincidían con un momento de beneficios elevados.

— Siempre explica esa experiencia personal en la planta 3 durante la sesión de “la isla del tesoro” —me ratifica Bárbara—. En ese momento, ningún alumno se lo explica. Parece imposible que pueda faltar dinero efectivo en una empresa que está teniendo beneficios altos.

— Yo formo parte de ese grupo —les digo—. Como eso se me quedó tan grabado, pensé que mi cuadro podría ser adecuado para explicarlo.

— ¿Puedes seguir describiendo tu cuadro? —me dice él—. Intenta hacer el esfuerzo de convertir una historia larga en corta, ¡te lo ruego! —añade Fortu, con un tono de voz que refleja que no puede evitar que su cerebro emocional siga determinando su actitud y su comportamiento.

— ¡Intentaré sintetizar! —le respondo—. Sé que lo bueno, si breve…

— ¡Pues, adelante! —me urge él a que continúe con rapidez.

— Con los datos que me diste, Fortu, me fue sencillo dibujar una aproximación a la cuenta de resultados. Pinté una piscina desbordando abundante agua, porque sabía que existían amplios beneficios.

— ¿Y para dibujar el balance…? —me pregunta impaciente.

— A la hora de dibujar el balance, partí de la premisa de que la altura del edificio debía ser igual a la profundidad de los sótanos. Por tanto, esbocé dos rectángulos de igual longitud, uno debajo del otro.

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— Déjame que adivine el paso siguiente —me interrumpe Fortu, con la clara intención de aumentar el ritmo de la exposición—: una vez que tenías la altura total del activo y del pasivo, pasaste a pensar en dónde situar las líneas horizontales que separan sus diferentes partes. Es decir, te preguntaste qué porción del espacio total debía ocupar cada piso o nivel.

— ¡Exacto! Al hacer eso, empecé por el piso 3. Lo pinté con muy poca altura, ya que sabía lo del problema de liquidez. Luego, pinté el sótano -3 con una cierta altura, porque conocía que había beneficios acumulados elevados.

— O sea, empezaste pintando la tesorería y los fondos propios.

— Sí, Fortu. Con cantidades estimadas, claro —puntualizo.

— ¿Y qué hiciste a continuación, Justo? —me pregunta muy inquieto.

— Pues, como me hablaste de que no se hicieron grandes inversiones en inmovilizado, no dibujé el techo de la planta tripe demasiado alto. Más tarde, le asigné al sótano -2 una altura similar a la que había elegido para la planta tripe, asumiendo que la mayor parte del activo no corriente estaba financiado con préstamos bancarios a largo plazo (con pasivo no corriente).

— ¡Interesantísimo! —interviene Bárbara ahora—. ¡Sigue, Justo!

— Después de trazar la línea horizontal, que se correspondía con el techo del sótano -2, me di cuenta de que, simultáneamente, había dibujado el suelo del sótano -1 también. Observé que la altura del parking me había salido bastante elevada, lo cual me encajaba perfectamente con una situación de retraso manifiesto en el pago a los proveedores.

— Por tanto, Justo, la distribución de las alturas de los diferentes niveles que forman el pasivo, la tenías acabada en ese momento —interviene Fortu, empujándome de nuevo, para que avanzara más rápido.

— En ese momento, me llevé una gran alegría al darme cuenta de que, con tan sólo dibujar dos líneas rectas en el interior del rectángulo inferior, había definido las tres grandes partes del pasivo. ¡Obvio y fácil de recordar!

— ¿Y qué más te pasó entonces, a tan altas horas de la madrugada?

— Tras completar la estructura del pasivo, ¡pasé un rato muy malo!, tengo que reconocerlo —le respondo a Fortu—. ¡Estuve a punto de rendirme!

— ¿Por qué? —me pregunta Bárbara, mientras observo a Fortu sonreír, como si se alegrara de que lo hubiera pasado mal.

— ¡Porque no sabía cómo continuar! —le contesto.

— ¿Y cómo saliste de ese bloqueo mental, Justo? —me pregunta Fortu, que parece seguir disfrutando al escuchar mis dificultades—. ¿Recurriste al “comodín” de la llamada y contactaste con tu padre quizás?

— Debo reconocer que lo intenté, pero me salió el buzón de voz. Luego pensé que debía de estar ya en su vuelo transoceánico de vuelta a casa.

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— ¿Entonces…? —me preguntan los dos a la vez.

— Pues veréis —les explico—: cuando estaba a punto de tirar la toalla, me acordé de la conveniencia de ver las cosas con cierta perspectiva, con visión de conjunto, para que los árboles te dejen ver el bosque, ya sabéis…

— ¿Miraste tu cuadro con perspectiva, dices? —interviene Bárbara, con cara de saber lo que venía a continuación, y deseando que me luciera.

— ¡Así es! —le respondo—. Di un par de pasos hacia atrás y me puse a contemplar el cuadro, a medio pintar, a una cierta distancia. Sabéis que la visión global del todo ¡nos permite apreciar las proporciones de las partes!

— ¿Qué te aportó esa forma que describes para ver tu cuadro en construcción, Justo? —me pregunta Fortu algo más sosegado.

— Cuando me retiré un poco hacia atrás y miré lo que estaba pintando, todo me pareció inesperadamente evidente. La respuesta a la famosa paradoja estaba ante mí, ¡mostrándose de una forma asombrosamente clara! El misterio parecía resuelto de una manera insospechadamente sencilla. No entendía como no había caído antes ¡en algo tan obvio!

— ¡Supongo que porque antes no conocías el modelo! —me dice Fortu, sintiendo la necesidad de que su ego quedara satisfecho con reconocimientos explícitos al valor de sus invenciones y de sus originales planeamientos.

— ¡No hay ninguna duda sobre ello, Fortu! —le admito abiertamente y sin reservas—. Sin los trucos que me has revelado para convertir el análisis financiero en un juego de niños, me hubiera sido imposible hacer todo esto.

— ¿Qué es lo que viste tan claro, Justo? —me sigue interrogando él.

— ¿No os apetecería descansar para tomar una galleta? —les pregunto.

— ¿Te crees muy gracioso, Justo? —me pregunta Fortu—. ¡Creo que no es momento para bromas! —añade enfadado—. Me parece que me estás obligando a tener que decir a tu padre que has sido el alumno más arrogante, insensible e impertinente que ha pasado por aquí en muchos años. Lamento decir esto, pero ¡estoy francamente decepcionado!

Bárbara se ríe y aplaude.

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La piscina y el edificio

— Disculpa mi broma inadecuada e impertinente, Fortu —le digo—. ¡Tienes toda la razón del mundo! Supongo que la euforia que me hace sentir la parte más emocional de mi cerebro me produce un efecto similar al estar embriagado y, consecuentemente, me hace perder el control racional.

— No seas repelente, ¡y sigue! —me ordena Fortu muy serio.

— Mirando mi cuadro con la suficiente perspectiva —reanudo mis explicaciones—, me di cuenta de que el edificio tenía una planta tripe de altura moderada y una planta 3 ridícula; y de que, por tanto, existía un hueco enorme que debían ocupar las plantas 1 y 2.

— ¿Las plantas de existencias y de cuentas a cobrar a clientes, quieres decir? —me pregunta Fortu, sabiendo perfectamente la respuesta.

— ¡Exacto! Delante de mi cuadro incompleto descubrí lo que os pasó entonces. La falta de seguimiento en la gestión del activo corriente había provocado un gran aumento de las alturas de las plantas de stock y de clientes. La altura del sótano -3, el que contiene el depósito de los fondos propios, aumentaba gracias al agua que entraba procedente de los beneficios desbordantes de la piscina. Ese beneficio estaba financiando (soportando) los aumentos de altura excesivos de las plantas 1 y 2 del activo corriente.

— Y si eso era así —me dice Fortu—, ¿por qué llegó un momento en el cual apareció una tensión de tesorería?

— Porque aumentaron tanto las alturas de la plantas 1 (la roja del stock) y la planta 2 (la roja de las existencias), que llegó un momento a partir del cual la fuente de agua no tuvo flujo suficiente de fondos para atender la demanda excesiva de financiación. La velocidad de generación de tesorería era inferior al ritmo de vencimiento de los pagos. La velocidad de los flujos de entrada de efectivo descendió por debajo de la de los flujos de salida. ¡El pasivo corriente “corría” más rápido que el activo corriente!

— Perfecto razonamiento deductivo, Señor Watson —me dice Fortu—. ¡Ni yo lo hubiera hecho mejor! —añade un comentario de elogio, ¡por fin!

— Cuando los proveedores se quejaron —continúo con la explicación de los hechos—, saltaron las alarmas. Como no había seguimiento adecuado del paciente, no existió un diagnóstico precoz de la enfermedad. ¡Se produjo una urgencia que requirió llamar al médico de guardia!

— ¡Justísimo, Justo! —exclama Fortu, jugando con mi nombre de nuevo—. Hay enfermedades o disfunciones financieras que no dan síntomas

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hasta que llegan a producir problemas de tesorería: ¡entonces sí que aparece un dolor intenso, que es preciso calmar! ¡La verdad es que te mereces un diez! —añade—. Este cuadro lo colgaremos en recepción, y se lo enseñaremos a todos los estudiantes que pasen por aquí en el futuro. Ya sabía que eras, junto con Bárbara, mi querida señora Watson, lo mejor que había pasado por aquí. De todas formas, admito que estoy realmente impresionado.

— Gracias, Fortu. ¡El primer sorprendido soy yo! Sin el modelo grafico que me has enseñado, me hubiera sido imposible ver las cosas tan claras. Ahora me parece incomprensible que se puedan ver las finanzas básicas como algo muy complejo y aburrido.

— Muchas veces, Justo, lo más obvio y elemental se muestra como lo más esquivo —me dice Fortu acariciando su pipa.

— Supongo que así es —le digo—. ¡Me suena haber oído eso antes!

— Esa experiencia —interviene Fortu—, que tan bien has sabido plasmar en tu cuadro, es algo que tengo profundamente grabado en mi memoria. Como sabes, el éxito enseña mucho menos que el fracaso. En aquel momento, pasamos por un periodo en el que no estábamos pendientes de cobrar a los clientes en el plazo adecuado y en el que comprábamos, de forma casi caprichosa, un exceso de productos que manteníamos en stock mucho más tiempo del necesario. Muchos de ellos se quedaban obsoletos y sin posibilidad de venderlos. Los productos se amontonaban sin orden. El desorden y la falta de control eran tales, que se llegaban a hacer pedidos de productos que ya teníamos, ¡pero que no encontrábamos!

— ¡Supongo que es humano que pase eso, si la empresa vive una situación de éxito de ventas y de euforia colectiva! —exclamo.

— No se perseguía el cobro de los clientes morosos —añade—, ni nos preocupaba que algunos productos del stock no se vendieran con la rapidez necesaria, o que hubiera un exceso de ellos. Los valores de la cuenta de clientes y del stock crecían sin un control adecuado, con la consecuente necesidad de pasivo para la financiación del importe excesivo de estos activos. Llegó un momento en el cual la fuente de fondos propios no fue suficiente para soportar el incontrolado crecimiento del activo corriente.

— ¡El activo corriente no hacía honor a su nombre! —intervengo para aportar una aclaración complementaria.

— ¡Correcto! —confirma Fortu—. La gente piensa, cuando inicia un negocio, que sólo hay que buscar financiación para los activos no corrientes (el local y su reforma, la maquinaria, el mobiliario, los ordenadores, etc.), y se suele olvidar de las necesidades de financiación del activo corriente (existencias, cuenta de clientes y tesorería) o de las pérdidas iniciales. Si tienes siempre en mente tu cuadro, ves claro que todos los activos

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contribuyen a aumentar la altura del edificio. Y también ves que la altura del edificio determina la profundidad de los sótanos: a mayor valor de activo, mayor necesidad de financiación (¡más valor de pasivo!).

— Estamos ante una nueva ocasión —interviene Bárbara— para recordar la importancia del orden. El stock debe estar muy ordenado, tanto físicamente como en los listados de existencias, para saber perfectamente lo que sobra y lo que falta. La cuenta de clientes debe estar muy ordenada también, para saber qué clientes tienen un saldo excesivo o retrasado.

— Está muy claro —continúo—. Ahora veo también muy justificada vuestra insistencia en que hay que intentar mantener cada planta del edificio con la altura mínima posible. ¡No hay que incumplir la normativa urbanística! —les digo con ironía. Cuanto más baja sea la parte visible del edificio, menos profundos deberán ser los niveles subterráneos y, por tanto, menor necesidad habrá de “enterrar” recursos financieros. El conseguir rotaciones elevadas de los activos corrientes y el invertir en activos no corrientes funcionales permiten minimizar el valor o altura total del activo.

— Como muy bien acabas de explicar, Justo, cuantos menos activos seamos capaces de utilizar para conseguir nuestras ventas —interviene Bárbara ahora—, mejor: menos cantidad de fondos de financiación precisaremos tener “prisioneros o cautivos en las mazmorras de los sótanos”.

— ¡Exacto! —dice Fortu, complacido siempre que ella interviene. ¿Reconocéis a este precioso bebé? —nos pregunta inmediatamente después, al enseñarnos una fotografía en su portátil.

— Pues… —decimos Bárbara y yo, mientras observamos la imagen.

— ¿Y a esta encantadora jovencita? —nos pregunta a continuación, tras enseñarnos un nueva fotografía.

— ¡Se trata de Bárbara! —exclamo inmediatamente.

— ¡La recién nacida es ella también! —me informa Fortu.

— ¡Vaya cambio! —exclamo excesivamente desinhibido.

— Es muy útil complementar la información que nos proporciona el análisis de la fotografía de una persona en un momento determinado —me explica Fortu—, con la que nos ofrece la observación de los cambios de esa misma persona en diferentes fotos obtenidas en varios momentos de su vida.

— ¡A mi madre le aterroriza la comparación con sus fotos de joven!

— Ya sabemos que las comparaciones son odiosas —replica Fortu—, ¡pero son imprescindibles en el análisis financiero! Por eso, la única mejora que propondría para tu cuadro sería el dibujar el balance inicial. Eso nos permitiría comparar sus diferentes partes con las del que nos has pintado. ¿Queréis jugar a comparar las fotos de Bárbara hechas en diferentes edades?

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La comparación de fotografías

— ¡Cómo te gusta sorprender y sacar un conejo de la chistera de vez en cuando, Fortu! —exclama Bárbara sonriente.

— Espero que no te importe que utilicemos tus fotografías con fines didácticos, cariño —le dice Fortu a Bárbara—. Yo, si estuviera en tu lugar, estaría encantado de salir siempre tan bien en ellas.

— Desde luego que no me importa que comparemos fotografías mías —nos da su aprobación—, pero eso tampoco estaba en el guión de la clase.

— Hay muchas cosas que no estaban previstas, pero el nivel que está demostrando Justo me anima a improvisar un poco. Creo que tan importante como planificar, es saber improvisar. ¿Vamos con esas fotos, chicos?

— ¡Claro, adelante! —le digo—, viendo que Bárbara está de acuerdo.

— Buscando en mi colección, he seleccionado 5 fotografías que están separadas por intervalos de 5 años exactamente —nos informa Fortu.

— Será muy interesante analizar la evolución de Bárbara —opino— en momentos diferentes de su vida, separados por ese periodo de tiempo.

— Pues aquí tenéis al precioso bebé de nuevo, pocas horas después de nacer —nos dice, al mostrarnos la primera fotografía otra vez—. Recuerdo que yo tenía 25 años y que viajé a Atlanta para estar junto a mi hermana.

— ¡Es un bebé de anuncio! —opino.

— Esta otra foto —continúa Fortu, sin dar tiempo a que Bárbara haga cualquier tipo de comentario— se la hicimos 5 años más tarde: fue durante mi fiesta de celebración de mi trigésimo cumpleaños.

— Veo que también aparecen los padres de Bárbara —le digo.

— ¡Esta vez les tocó viajar a ellos! —me confirma Fortu—. Mi hermana quiso venir, porque no únicamente celebrábamos 30 años juntos: ¡también la consecución de mi título de especialista en Cirugía! Esos que ves ahí a la derecha —me informa Fortu, señalando la foto— son mis padres.

— ¡Menudos ojos tenía Bárbara ya a los cinco años! —exclamo.

— Como ves, Justo, está claro que Bárbara ha heredado el color azul de ojos de su padre y, afortunadamente para todos, ¡ninguna otra cosa más!

— Yo era muy pequeña entonces —interviene Bárbara ahora—, pero no recuerdo haber visto a los padres de Justo en esa fiesta.

— ¡No pudieron venir, debido a que él nos les permitió hacerlo! —exclama Fortu divertido—: ¡Justo se empeñó en nacer ese mismo día!

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— ¡Claro, qué tonta! —exclama ella—. Está claro que no había hecho los cálculos precisos. Se nota que soy psicóloga, ¡y no matemática! —se justifica riendo—. Recuerdo que la siguiente vez que viajamos a España —continúa ella— fue con motivo de la fundación de esta empresa.

— ¡Así es! —ratifica Fortu—. Eso pasó 5 años más tarde. Aquí está el aspecto que lucías entonces, Bárbara —le dice, mientras nos muestra la tercera fotografía—. Mientras yo iba camino de los 35 años, ¡tú cumplías 10 ese mismo día! Aquí ya se podía predecir que ibas a ser muy alta.

— En esta foto veo a tu madre, pero no a tu padre —le digo a Bárbara.

— En esta ocasión —se adelanta Fortu a darme la explicación— Mendi se negó a venir. Scarlett no se hubiera perdido la fiesta de inauguración de la empresa de su querido hermano gemelo ¡por nada en el mundo!

— ¡Desde luego! —confirma Bárbara—. Yo vine encantada, a pesar de que mi padre me hacía chantaje emocional para que me quedara con él.

— ¡Cómo me hubiera gustado tener a mis padres a mi lado entonces! —exclama Fortu emocionado—. Habrían estado orgullosos de ver como el “golfo” de su hijo había conseguido llegar a fundar su propia empresa. ¡Cuántas veces he lamentado el haber cometido ese error tan lamentable!

— En esa celebración, sí que recuerdo haber tenido la oportunidad de saludar a tus padres, Justo —me dice Bárbara, con el propósito de cambiar de tema de manera inmediata—, ¡pero no a ningunos de sus hijos!

— Su madre consideró que era mejor que Justo y sus hermanas se quedaran en casa con sus abuelos —le informa Fortu, que todavía se le nota afectado por el recuerdo de lo sucedido a sus padres—. Ella vino sin ganas, ¡pero Pruden no podía faltar!: se trataba de la apertura de la empresa de su mejor amigo, pero también de la de un potencial cliente.

— ¡Concurrían motivos racionales y emocionales! —exclamo.

— ¡Así es! —me dice Fortu—, como ocurre en la mayoría de las situaciones en la vida. De todas formas, estoy seguro de que tu padre vino más por la amistad presente, ¡que por las ventas futuras! Además, en aquel momento, Pruden y Scarlett estaban trabajando en la misma multinacional americana —añade—. ¡Cómo me hubiera gustado que ambos se hubieran incorporado conmigo a este proyecto empresarial que nacía entonces! En las fotos de esta celebración, ¡el recién nacido era la empresa!

— La incorporación de tu hermana Scarlett la conseguiste cinco años más tarde, según me has explicado, ¿cierto, Fortu? —le pregunto.

— ¡Exacto! Coincidiendo con la fiesta de celebración de nuestro cuadragésimo cumpleaños, se vinieron a vivir aquí. Afortunadamente para mí y para ella, ¡sólo regresó a América posteriormente por viajes de trabajo!

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— Mi madre y yo iniciamos una nueva etapa de nuestras vidas, coincidiendo con el cambio de milenio —me explica Bárbara sonriendo—. Supongo que se trató de ¡nuestro particular “efecto 2.000”!

— Esta foto de Bárbara es de entonces —me informa Fortu, mientras me la enseña—. Tenía 15 años, edad a la que empezó a vivir en esta ciudad. Scarlett se incorporó como socia y directiva de esta empresa y Bárbara continuó su formación de bachillerato. Many People nos dejó tranquilos a todos, tras divorciarse de mi hermana y regresar a su país poco después.

— ¡En esta foto, veo a personas que me son muy familiares! —les digo.

— ¡Efectivamente, Justo! —me confirma Fortu—. Como estás viendo, Bárbara sale en esta foto junto a tu madre y a tus hermanas mayores.

— Recuerdo que ni tu padre ni tú pudisteis venir —me dice Bárbara.

— Celebré mi décimo cumpleaños ¡poniendo las velas en el suero que llevaba tras mi inoportuna apendicitis! —exclamo sonriente—. ¡Lo mío si que fue una original e insospechada forma de comenzar el nuevo milenio!

— ¡También fue un accidente el lamentable comportamiento de mi padre en la fiesta, por si te sirve de consuelo! —afirma Bárbara.

— Efectivamente, a mi madre le debió chocar mucho ese hecho —les digo, en un intento por justificar algo la actitud de mi madre—, porque, desde entonces, se muestra muy reacia a acudir a este tipo de celebraciones.

— Y por último —nos dice Fortu, con la intención de atraer nuestra atención de nuevo—, aquí tenéis la foto de Bárbara 5 años más tarde.

— ¡Qué bárbaro! —exclamo de manera demasiado espontánea.

— ¿Ha sido un juego de palabras? —me pregunta Fortu irónicamente.

— ¡Eres incorregible, Fortu! —interviene Bárbara inmediatamente.

— Estamos contemplando una fotografía de Bárbara con 20 años, sólo 5 menos de los que está a punto de cumplir ahora. Está sacada durante la celebración del décimo aniversario de la empresa. En ese momento, era la alumna más guapa e inteligente de la facultad de Psicología y, también, la mejor recepcionista que ha tenido esta empresa en toda su historia. Fíjate, Justo, ¡todo lo que había crecido la niña desde la primera fotografía!

— Observo una evolución muy favorable en las fotografías del “balance” a lo largo de su historia —opino, con la intención de hacerles sonreír—: ¡Bárbara está cada vez más guapa! Me llama la atención su preciosa piel, sin una sola imperfección. Veo, además, que sus ojos no han cambiado de color: en todas las fotos, aparecen de un precioso color azul.

— ¡Me parece, Justo, que Fortu no sólo te ha enseñando finanzas en las últimas dos semanas! —me agradece los piropos de un modo muy simpático.

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— Hay cosas que no hace falta enseñarlas —interviene Fortu—: ¡se nace con ellas! Justo es todo un caballero: ¡lo lleva en sus genes!

— También recuerdo que —me dice Bárbara—, a esta fiesta, no vinisteis ninguno de los miembros de vuestra familia. El comentario que me acabas de hacer sobre tu madre me explica la razón, Justo.

— Me acuerdo perfectamente que yo me llevé un gran disgusto —le informo—. No había podido asistir a ninguna de las fiestas organizadas en la casa del mejor amigo de mi padre: a la de los treinta, ¡porque estaba naciendo!; a la de inauguración de la empresa (5 años después), porque era muy pequeño; a la de los cuarenta, porque estaba hospitalizado; y a ésta última de la que estamos hablando ahora (5 años más tarde), porque mi madre ponía como excusa que debía quedarse cuidando a la pequeña Caridad.

— ¡Es verdad! —exclama Bárbara—. Tu hermana pequeña ya debía haber nacido entonces. No obstante, debía tener pocos años todavía.

— Pues déjame calcular —le digo, mientras pienso—: si en el mes de septiembre de este año cumplirá 9, le quedaban unos meses para cumplir 4. En ese mismo año, yo cumplía 15 y las gemelas 5 más, es decir, ¡20!

— ¡Los mismo años que tenía yo, claro está! —afirma Bárbara—. Como te ha dicho Fortu, estudiaba la carrera de Psicología en la Universidad de Barcelona, aunque mi primera intención fue matricularme en Medicina.

— ¿Y por qué no lo hiciste? —le pregunto—. Seguro que tenías una nota de acceso a la Universidad suficiente para estudiar lo que quisieras.

— Gracias por el comentario, Justo. Recuerdo que mi madre me recomendaba que hiciera caso a Fortu. Él insistía en que estudiara Psicología.

— La experiencia en la vida y en la empresa —justifica Fortu su recomendación de entonces— te demuestran la importancia de conocer y de saber tratar a las personas. La mayor parte del éxito personal y profesional que acabes consiguiendo dependerá mucho más de tus habilidades en este terreno, ¡que de tu capacidad para realizar análisis financieros complejos! Además, la Psicología se utiliza cada vez más para entender cómo funciona la Economía y para crear modelos que permitan predecir su comportamiento. De hecho —añade muy convencido—, las Finanzas no hacen más que cuantificar ¡las consecuencias de las decisiones y de las acciones humanas!

— La verdad es que acabé descubriendo que se trató de un excelente consejo —reconoce Bárbara—. Quizás, y como consecuencia de compatibilizar mis estudios universitarios con el trabajo en esta empresa, descubrí mi pasión por dedicarme a la psicología aplicada a las empresas.

— Ya veo —le digo, permaneciendo muy atento a sus explicaciones.

— Lo que nunca entendí —añade Bárbara— es la insistencia de Fortu para que me especializara en los trastornos de aprendizaje.

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— ¿No eres tú, Bárbara, la primera que nos recuerdas que uno de los grandes requisitos, para que las personas desempeñen bien su trabajo y para que disfruten haciéndolo, ¡es su formación!? —se apresura Fortu a intervenir.

— Pues yo pensaba que tu objetivo era ¡que pudiera tratar tu TDA! —le dice con una fina ironía, mientras le acaricia cariñosamente.

— ¡Muy graciosa! —exclama Fortu—. Estoy seguro de que si nos fijáramos bien en tus fotos, ¡algún defectito también encontraríamos!

— Pues hablando de ellas —intervengo—, quizás sea el momento de realizar el análisis comparativo que proponías antes, Fortu.

— ¡Bien dicho, Justo! —aprueba él mi propuesta—. De hecho, tú ya has empezado a hacerlo: antes has dicho que en cada foto aparece más guapa.

— ¡Así es! —les confirmo—. Cada vez más guapa, ¡y más alta!

— Porque a Bárbara le pasa como al edificio —dice Fortu sonriendo—: va ganando en altura ¡a medida que aumenta el valor de su contenido!

— ¡¿No me irás a decir, Fortu, que también eres capaz de utilizar el cuerpo humano para establecer un paralelismo con el balance de situación de una empresa, verdad?! —le pregunto, ¡esperándome cualquier cosa!

— Quizás —inicia su respuesta con cara de visionario y con una actitud de profunda reflexión intelectual—, detrás de todas las realidades que vivimos, existe una misma lógica oculta, de validez en todo el Universo, ¡que tiende a explicarlo todo!; incluso aquello que observamos en ámbitos muy distantes o aparentemente independientes.

— ¡Caramba, qué profundidad filosófica!

— ¿Te has preguntado alguna vez, amigo Justo, por qué nuestro cuerpo tiene un lado derecho y otro izquierdo, y por qué la simetría es algo tan extendido en el Universo?

— ¡¿…?!

— Imagínate —prosigue Fortu, tras observar mi cara de desconcierto— que tu cuerpo es una empresa que compra y vende aire. ¿En qué parte del mismo situarías las existencias de esa compañía de distribución de gas?

— Supongo que en los pulmones —le contesto, pero sin poder descubrir a dónde me quiere conducir su, cuando menos aparentemente, absurdo razonamiento.

— ¡Exacto, Justo! —me responde—. Creo que el tórax puede representar a las existencias de un balance de una manera perfecta. Como sabes, existe una constante rotación de aire que entra y sale de los pulmones.

— Sería algo equivalente al piso 1 de este edificio, entonces —le digo.

— ¡Muy bien, Justo! —me confirma—. El cuello podría simbolizar la planta 2 y la cabeza ¡la planta 3! Según eso, si analizáramos una fotografía de

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una persona en la que llamara la atención un cuello anormalmente largo, parecido al de una jirafa, podríamos decir, a simple vista, que el importe de las cuentas a cobrar de clientes sería excesivo. ¡¿No te parece genial?!

— No sé si es genial, ¡pero sí chocante, desde luego! —le contesto.

— Mientras un cuerpo con una cabeza desproporcionadamente pequeña —continúa Fortu— reflejaría una situación de falta de tesorería, otro “cabezón” indicaría un exceso de dinero líquido. ¿Ves como tus aficiones pictóricas, Justo, pueden ser muy útiles para el análisis financiero también?

— La verdad es que nunca se me hubiera ocurrido dibujar, en uno de mis cuadros, a una persona con la cabeza de color dorado, el cuello de color verde, el tórax de color rojo y la tripa de color…

—…la tripa de color azul, ¿no? —acaba mi frase Fortu, al ver que me había quedado callado y pensativo. ¿Por qué te has detenido, Justo?

— Me dijiste, Fortu, que fue Bárbara la persona que bautizó a la planta baja de este edificio con el nombre de planta tripe, ¿verdad? —le pregunto.

— ¡Qué envidia de memoria! —exclama Fortu, mordiéndose los labios.

— ¿Cómo se dice “tripa” en inglés, Bárbara? —le pregunto a ella.

— “Tripe” es el término inglés de mi plato favorito —me responde—: ¡los callos a la madrileña! Se escribe “tripe”, pero se pronuncia “traip” —añade—. Recuerdo que Fortu me pidió que buscara una palabra que incluyera la I de Instalaciones, la P de Personas y la E de Externalización, ¡pero que no fuera pie! La más nemotécnica que se me ocurrió fue “tripe”.

— ¡Los callos están hechos con las tripas de la vaca! —exclamo—. ¡Desde luego que no se me va a olvidar la razón del nombrecito!

— La mitad superior del cuerpo está soportada por la inferior —continúa Fortu—. Un cuerpo necesita unas piernas fuertes, para que le den estabilidad. Supongo que de ahí viene la expresión de que las empresas necesitan ¡músculo financiero! —añade, disfrutando con las analogías—. Si el hemicuerpo superior crece fibroso y proporcionado, la utilización de fondos de financiación necesarios estará más que justificada; pero si lo hace acumulando grasa no funcional para la generación de beneficio en la piscina, estará obligando a las piernas a soportar un sobrepeso innecesario.

— Por lo que veo —continúo yo ahora— los miembros inferiores serían la representación del Pasivo, en este otro original modelo conceptual.

— ¡Así es, Justo! —afirma Fortu satisfecho—. Puestos a ser imaginativos, podríamos complementar nuestra analogía diciendo que la persona está en el mar y que el agua le cubre hasta la cintura. De esta forma, tendría la mitad del cuerpo visible (activo) y la otra no (pasivo). Y si quisiéramos sofisticarlo un poco más, podríamos imaginarnos que tiene enterrados los miembros inferiores en la arena hasta la altura de las rodillas.

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Esto último nos ayudaría a recordar que el pasivo tiene unos recursos financieros permanentes o estables y otros no. Mientras los muslos representarían al pasivo corriente (¡al parking del edificio!), los fondos propios estarían representados ¡por los pies!

— ¡Curioso! —exclamo, reconociendo la originalidad de la idea.

— ¿Cómo crees que sería el balance de la empresa de Fortu en el momento que elegiste para representarla en tu cuadro, Justo, si utilizaras un cuerpo humano para simbolizarlo gráficamente? —me pregunta Bárbara.

— Si dibujara un cuerpo humano para representar el balance en el momento que los proveedores se quejaban —les digo—, lo haría con un tórax y un cuello muy grandes y totalmente desproporcionados. Además, dibujaría una cabeza muy pequeña. ¡No cabe duda de que sería una grotesca caricatura!

— ¡Perfecto, Justo! —me dice Fortu—. Cuanto más disparatada fuera la caricatura, más evidenciaríamos lo aberrante de la situación. Si comparáramos la fotografía de la empresa en el momento inicial con la que tenía durante la situación crítica que vivimos, veríamos que el cuerpo habría crecido demasiado y que, además, lo habría hecho de una forma desproporcionada. Ese análisis comparativo evidenciaría que los problemas fueron causados por una mala gestión de las plantas 1 y 2, lo cual requirió utilizar un exceso de fondos de financiación, cuyo origen has identificado ya.

— Con esa comparación —añade Bárbara— descubriríamos, a simple vista, la razón por la cual los problemas de tesorería aparecieron, a pesar de que la cuenta de resultados reflejaba beneficios. El aumento de altura de las piernas, generado a partir de los beneficios, estaba soportando (financiando) los aumentos patológicos del tamaño (las hipertrofias) del cuello y del tórax.

— Ya veo —les digo—. La “película” de la cuenta de resultados nos explica sólo parte de lo que ha ocurrido durante un periodo de tiempo.

— ¿A qué cine tendrías que ir, Justo, para enterarte del resto de la película? —me pregunta Fortu.

— ¿Me disculpáis un momento? —les solicito—: la que me llama ahora es mi hermana Esperanza.

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Orígenes y Destinos

— ¿Todo bien, Justo? —me pregunta Fortu, después de que le dijera a mi hermana mayor que estaba ocupado y que le informaría durante la cena.

— Ninguna situación urgente —le contesto—. Me ha llamado para confirmarme que irá ella a buscar a mi padre al aeropuerto y para recordarme que la celebración del cumpleaños empezará en cuanto lleguen a casa.

— Perdona mi curiosidad, Justo —me dice Fortu— pero le has dicho a tu hermana que le informarías de algo durante la cena…

— Bueno —le explico—, me ha preguntado sobre la opinión de la oftalmóloga sobre Caridad. Parece ser que mi madre no le ha querido explicar las cosas con el suficiente detalle. Podemos retomar el tema, si os parece.

— Nos habíamos quedado —nos recuerda Bárbara— en que la comparación de las fotografías de los balances de una empresa constituye una valiosa información complementaria a la cuenta de resultados, ya que ayuda a conocer “la película de los hechos” de un periodo de tiempo determinado.

— En eso estábamos, sí —le digo—. Creo que el seguimiento periódico de la evolución del balance nos permite descubrir todo aquello que ha ocurrido, pero que no queda reflejado en la cuenta de resultados.

— ¡Exacto, Justo! —me confirma ella—. La cuenta de resultados sólo detecta ingresos y gastos. Por tanto, su impacto en el balance dependerá de si hay beneficios o pérdidas: mientras en el primer caso existirá un aumento de los fondos propios, en el segundo una disminución. Todas las demás fuentes y utilizaciones de dinero que se hayan producido durante el periodo analizado (diferentes al resultado económico del periodo), sólo se pueden conocer analizando los cambios en las alturas de las otras partes del balance.

— Creo que lo veo claro —les digo—: siempre que hay una utilización de dinero, tiene que haber asociada una fuente u origen del mismo.

— ¡Muy bien, Justo! —ratifica Fortu—. A eso que acabas de describir, los financieros le llaman Origen y Aplicación de fondos (Cash Flow Statement). Ese informe financiero se obtiene, precisamente, comparando cada una de las partes del balance en dos momentos diferentes de su historia. Por ejemplo, al principio y al final de un año.

— Entiendo —le digo, con la sospecha de que no estoy mintiendo.

— Este informe de cambios de alturas en todas las plantas nos complementa la información que nos proporcionan el Balance de Situación y

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la Cuenta de Resultados. Por eso, en inglés decimos que hay tres Financial Statements: Balance Sheet, Income Statement y Cash Flow Statement.

— Corregidme si me equivoco —les digo—: si comparáramos la tesorería del balance inicial con la que refleja mi cuadro, veríamos que habría disminuido. En cambio —continúo hablando con mucha prudencia—, los importes del stock o de la cuenta de clientes habrían aumentado.

— Exacto, Justo —interviene Bárbara—. También evidenciaríamos un aumento de los fondos propios (sótano -3), como consecuencia de los beneficios acumulados; y también del pasivo corriente (sótano -1 o parking), como consecuencia del retraso en el pago a los proveedores.

— Si en el análisis comparado de las fotos del edificio —me informa Fortu—, realizadas en diferentes momentos, vemos que aumentan las plantas visibles (Activos), decimos que se trata de Aplicaciones de fondos. Si observamos aumentos en las plantas subterráneas (Pasivos), decimos que son Fuentes de fondos. Como ves, mientras las Fuentes nos informan de dónde sacas el dinero, las Aplicaciones nos dicen en dónde lo empleas.

— Como bien dice Fortu —interviene Bárbara— lo habitual es que los incrementos de altura de las plantas visibles del edificio estén soportadas por aumentos equivalentes de las plantas subterráneas, pero también es posible aumentar la altura de un piso del activo, ¡reduciendo la altura de otro!

— Eso es precisamente lo que hicimos —me aclara Fortu, ante mi elocuente cara de desconcierto—, en ese momento crítico, al ver que teníamos un exceso de stock y de facturas de clientes sin cobrar: nos pusimos a hacer ofertas de los productos de sobre-stock y a cobrar activamente las cuentas pendientes. Cuando analizamos la evolución de la fotografía del balance tres meses más tarde, pudimos cuantificar una satisfactoria reducción de la plantas 1 y 2, asociado a un aumento paralelo de la planta 3.

— Creo que ya lo entiendo —les digo para verificar mi comprensión—: el aumento de la planta 3 era una Aplicación de Fondos y las reducciones de las plantas 1 y 2 eran Fuentes u Orígenes de Fondos.

— ¡Perfecto, Justo! —me confirma Fortu. Es así de fácil.

— Como ves, Justo —me resume Bárbara—, si comparamos dos fotografías del mismo edificio, realizadas en diferentes momentos, y observamos en ellas incrementos de altura de las plantas visibles (Activos) o reducciones las plantas subterráneas (Pasivos), decimos que son Aplicaciones de Fondos. Si evidenciamos disminuciones de altura en las plantas visibles o aumentos en la profundidad de las plantas subterráneas, hablamos de Fuentes u Orígenes de Fondos. No te lo aprendas de memoria, ¡razónalo!

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— Y siempre se cumple la regla de que el importe de las Aplicaciones iguala exactamente al importe de las Fuentes —apostilla Fortu—, ¡como no podría ser de otra forma!

— Dime una cosa, Fortu: ¿es este análisis comparativo de fotografías de balances absolutamente imprescindible? —le pregunto un poco aturdido.

— Es más sencillo que lo que parece —me contesta—. Igual que tú has visto fácilmente, al observar sus fotografías, como a Bárbara le iban creciendo sus piernas, ¡y otras partes de su anatomía!, hasta convertirse ¡en algo espectacular! —me dice guiñándome un ojo—, adquirirás rápidamente la habilidad suficiente para detectar cómo cambia el tamaño de las diferentes partes de un balance, con echarle un vistazo. Como es obvio, el crecimiento de las piernas de Bárbara está totalmente justificado, porque soporta a un cuerpo que ha ido aumentando de manera ¡muy proporcionada!

— Dudo entre darte un beso ¡o una patada, Fortu! —le dice Bárbara.

— ¿Qué modelo conceptual prefieres que memorice, Fortu? —le pregunto con una sonrisa—, ¿el del edificio o el del cuerpo de Bárbara?

— ¡Haz lo que quieras! —me responde sonriendo—. ¡Tampoco me importaría que te inventaras uno propio! Los modelos conceptuales no son más que aproximaciones simplificadas de la realidad, los cuales nos permiten comprenderla más fácilmente. ¡Surgen de mis sueños y de mi imaginación!

— ¡No sé si me veo capaz de inventarme un modelo propio! —le digo.

— Sí lo haces, piensa en algo que tenga dos partes de igual tamaño: una visible y otra oculta (subterránea o sumergida). A continuación, piensa que la parte superior debe tener una parte más fija (activos no corrientes) y tres partes más móviles (activos corrientes); y que la parte inferior debe tener dos partes más fijas o estables (una propia y otra prestada) y otra más móvil (pasivo corriente). No te olvides tampoco —añade— que deberás poder comparar los tamaños de las diferentes partes al principio y al final de un periodo de tiempo determinado, para que puedas cuantificar sus cambios.

— Esa comparación —complementa Bárbara la información— contesta muchas veces a la pregunta de “¿dónde está el dinero?”, la cual suele hacerte la gente cuando ven que la cuenta de resultados refleja beneficios y el balance muestra ¡tesorerías reducidas!

— ¡Lo veo meridianamente claro ahora! —exclamo feliz de la vida—. Un beneficio elevado aumenta los fondos propios del pasivo (sótano -3) y, por tanto, constituye una Fuente u Origen de fondos. Pero su Aplicación puede no haber sido la partida de Tesorería (planta 3), sino el aumento de otro piso del Activo, como las existencias (planta 1) o la cuenta de clientes (planta 2) o, incluso, ¡el activo no circulante (planta tripe)!

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— O también la reducción de otra planta subterránea —Fortu matiza mi explicación— como puede ser el pasivo corriente (parking). Eso ocurre, si te dedicas a pagar a proveedores con la finalidad de reducir la deuda pendiente.

— Ahora veo también —les informo— qué ocurre cuando una empresa está en pérdidas durante un periodo prolongado de tiempo.

— ¿Qué ocurre, Fortu? —me pregunta Bárbara, para que me luzca.

— Las perdidas suponen una reducción de altura de los fondos propios (sótano -3) y, por tanto, eso representa una Aplicación de fondos, la cual deberá tener asociada necesariamente una Fuente u Origen de los mismos.

— ¿Cuáles se te ocurren, Justo? —me pregunta Fortu ahora.

— Pues sólo hay dos opciones —contesto rápidamente—: o aumentos de las otras dos plantas subterráneas o reducción de las plantas visibles.

— ¿Y cuál crees que es la opción más frecuente?

— Como me imagino que disminuir las plantas de los activos no es algo sencillo ni rápido, sin afectar a la marcha habitual de la empresa —le contesto—, supongo que lo más frecuente es recurrir a financiación exterior.

— Con el consiguiente aumento del…. —inicia Bárbara la frase con la clara intención de que la termine yo.

— ¡…del endeudamiento! —afirmo con rotundidad.

— ¡Exacto, Justo! Las empresas cuyas cuentas de resultados reflejan pérdidas de manera continuada necesitan ir tirando de sus “reservas hídricas” acumuladas en el sótano -3. Por tanto, precisan compensar esa reducción de altura del depósito propio con incrementos del depósito deuda. Si eso se mantiene durante mucho tiempo, la empresa puede acabar quebrando.

— Quizás tengas razón en que esto del Origen y la Aplicación de fondos tiene su relevancia, Fortu —le digo sonriendo.

— ¿Te suena eso de que un déficit elevado y mantenido lleva asociado un peligrosísimo endeudamiento excesivo? —me pregunta él.

— Lo oigo con frecuencia en el telediario —le contesto.

— Nunca olvides que un país es como una empresa gigante y que, por tanto, debe gestionarse adecuadamente, si queremos garantizar su supervivencia y su competitividad a largo plazo. Se necesitan excelentes gestores públicos que sean capaces de conseguir ingresos suficientes para que mantener los necesarios, ¡e imprescindibles!, niveles de gasto público y social no suponga generar excesivas y prolongadas pérdidas.

— Ya veo —le digo pensativo, mientras reflexiono sobre el enorme reto que ello supone—. Mi padre dice que conseguir unas cuentas públicas saneadas no es un tema tanto de ideologías, ¡sino de aplicar los criterios de ortodoxia financiera! Supongo que el debate no está en si aporta más valor la

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columna izquierda o la derecha, ¡sino que todos nos centremos en aumentar el valor de la central!

— ¡Estoy de acuerdo, Justo! —me dice sonriendo y muy satisfecho con mi comentario—. ¿Ves como no me importa si te olvida lo del Debe y lo del Haber, mientras recuerdes los conceptos básicos? —aprovecha para reiterarme una recomendación anterior, aprovechando la circunstancia.

— ¡Eso me tranquiliza mucho! —le digo, simulando mucho alivio.

— Cada vez que pienses en una cuenta de resultados —continúa Fortu— acuérdate de tu madre y piensa que tan importante como racionalizar el gasto es ¡volcarse en conseguir ingresos con margen bruto positivo! Si te focalizas únicamente en los gastos, perdiendo la vista global y olvidándote de la importancia de incrementar los ingresos, o bien incurrirás en pérdidas, o bien eliminarás recursos valiosos o, peor aún, ¡repartirás miseria entre ellos!

— Veo que eres partidario de aumentar los impuestos —le digo.

— ¡¿Cómo va a ser eso un tipo de derechas?! —me dice riendo—. Mi teoría, no compartida por todos, es que los gobiernos deben intentar aumentar la recaudación colectiva, pero sin gravar la individual excesivamente.

— ¿La cuadratura del círculo? —le pregunto—. ¿Otra nueva paradoja?

— ¿Recuerdas la recomendación estratégica, aplicable a todas las empresas, de diversificar los ingresos al máximo entre muchos clientes?

— Sí, la recuerdo. Lo comentamos en la planta verde.

— Pues entonces, estarás de acuerdo en que es mejor ingresar pequeñas cantidades de muchos clientes, que intentar obtener ingresos elevados con pocos. Fomentando la actividad económica y la iniciativa de la gente, se pueden conseguir ingresos públicos elevados con menor carga fiscal individual. El país debe ser capaz de optimizar el uso de sus recursos.

— A medida que avanzamos —reflexiono en voz alta— veo cada vez más clara la importancia de mantener la visión global y de analizar conjuntamente el balance y la cuenta de resultados.

— Mientras los activos te informan de lo que tienes a tu disposición —puntualiza Bárbara, a raíz de mi reflexión—, la cuenta de resultados cuantifica lo que eres capaz de hacer con ellos, ¡de su rendimiento!

— Algo parecido a lo que ocurre en el deporte —se me ocurre decir—: el entrenador debe sacar el máximo rendimiento individual y de equipo.

— Está muy bien visto, Justo. Los financieros —continúa Fortu—, muy amigos de las comparaciones, utilizan un indicador para evaluar la actuación de sus gestores y para comparar empresas. Le llaman rendimiento del activo. Lo obtienen dividiendo el beneficio entre el valor total del activo. A mayor beneficio, utilizando el menor valor de activo, mejor ratio de rendimiento.

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Como ves, ahora no estamos comparando el balance en diferentes momentos, sino el balance con la cuenta de resultados en un momento determinado.

— Es decir —le digo para demostrarle que le entiendo—, se trata de tener la mejor piscina desbordante posible ¡con el edificio más bajo posible!

— Efectivamente, esa es la idea, Justo —me dice Fortu—. Siguiendo el criterio del rendimiento del activo, si comparamos dos empresas, no es necesariamente mejor la que más beneficios tiene, sino la que tiene un mejor ratio entre los beneficios y el valor de los activos que utiliza para generarlos.

— Es decir que, contrariamente a lo que la gente cree, no hay que “fardar” de casa, ¡sino de piscina! —intervengo.

— Sería una forma muy creativa de verlo —me reconoce Fortu sonriendo—. Por eso, no hay que acumular activos no funcionales en el balance: incrementan el tamaño del activo, sin contribuir a generar beneficio y, por tanto, penalizan su rendimiento. ¡Es como acumular grasa excesiva en la tripa, o en cualquier otra parte del hemicuerpo superior!

— ¡Está clarísimo, Fortu! —le reconozco—. De todas formas, tengo una pequeña duda relacionada con lo que me dices.

— ¿De qué se trata?

— Estamos comparando ahora el beneficio de la cuenta de resultados con el valor de todos los recursos que tenemos en el activo, ¿verdad?

— ¿Y qué? —me pregunta, creo que sospechando por dónde voy.

— Pues que el beneficio final está afectado por un gasto que se produce al utilizar un recurso de balance que no está en el activo, ¡sino en el pasivo! ¡Se trata del único recurso azul que no vimos en la planta tripe, sino que lo descubrimos “escondido” en los niveles subterráneos!

— ¿A dónde quieres llegar, Justo? —me sigue preguntando Fortu.

— Si comparamos dos empresas con la misma altura de edificio (igual valor de activo) y con la misma cantidad de agua desbordante por la rampa amarilla (igual nivel de beneficio), podríamos concluir que tienen idéntico rendimiento del activo, ¡y puede que no sea así!

— ¿Por qué, Justo? —me pregunta, poniendo cara de admiración.

Cuando me dispongo a contestarle, se escucha un agudo pitido.

— ¿Qué es ese aviso sonoro, Fortu? —le pregunto—. ¿La altura de alguna de las plantas ha sobrepasado el límite de seguridad quizás?

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Los roedores

— El sonido que acabas de escuchar, Justo, no me avisa de que ha ocurrido algún acontecimiento empresarial lo suficientemente relevante como para que requiera mi conocimiento inmediato. ¡No se trata de una alarma financiera!

— ¿Ah, no? —le pregunto, solicitando una explicación.

— ¡Se trata de algo mucho menos sofisticado! El sonido me avisa de que se están acabando ¡las pilas de mi audífono! —me dice Fortu, mientras se lo saca de la oreja y empieza a manipularlo.

— ¡¿Cómo?! —exclamo sorprendido.

— Esto que llevo en la oreja —me explica subiendo mucho la voz ahora— no es únicamente el auricular inalámbrico de mi teléfono móvil, ¡es también una ayuda auditiva que necesito!

— ¡Caramba, otra nueva sorpresa!

— No sólo compartimos fecha de nacimiento, Justo —me explica—, me temo que también coincidimos ¡en tener otosclerosis!

— ¡No me digas! —exclamo—. ¿De quien lo has heredado tú, Fortu?

— ¿Me explicas lo que te rondaba por la cabeza antes de que nos interrumpiera este antipático aparatito? —me pide Fortunato después de solucionar su inesperado problema técnico y sin, aparentemente, haber escuchado mi última pregunta—. Ahora te vuelvo a oír perfectamente. Creo que me estabas diciendo que la Cuenta de Resultados puede verse afectada por el uso de un recurso que no vimos al visitar las plantas del activo.

— Esa era mi reflexión en voz alta, efectivamente. Como te iba diciendo, Fortu, imagínate que una de las dos empresas que estamos comparando tiene un sótano -3 que representa el 60% de la profundidad total del pasivo, y que el de la otra ocupa tan sólo el 20%.

— Te sigo —me dice, fingiendo ignorancia. Sigue despacito, please.

— El hecho de que el ratio de endeudamiento de la segunda empresa —continúo— sea mucho mayor, implica que utiliza más recursos financieros externos y que, consecuentemente, sus gastos financieros son más altos.

— ¡Está claro! —interviene Bárbara con tono de elogio.

— Las dos empresas de nuestro ejemplo tienen igual valor de activo e idéntico resultado —añado—, pero el beneficio de una de ellas está más castigado que el de la otra por el importe de los gastos financieros, como consecuencia de la mayor utilización de un recurso que ¡no está en el activo!

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— Señor artista —me dice, mientras realiza una aparatosa y exagerada reverencia—, estoy impresionado. ¡Me quito el sombrero!

— Muchas gracias, pero no le veo tanto mérito a mi observación —le digo, con una cierta dosis de falsa modestia—. Lo único que estoy haciendo es analizar el cuadro resumen ¡y sacar conclusiones de sentido común!

— ¿Qué propones, Justo, para eliminar esa fuente de error a la hora de calcular el rendimiento del activo de una empresa? —me pregunta Fortu.

— Pues muy sencillo: utilizar el importe del beneficio antes de restarle los gastos financieros. De esta forma, podemos comparar el importe del beneficio antes de intereses con el valor de todos los recursos del activo.

— Eso es, precisamente, lo que hacen los expertos en finanzas, Justo. ¡Me temo que se te han adelantado! —exclama riendo—. Le llaman BAIT, es decir, Beneficio Antes de Intereses y Tributos. También se llama beneficio de explotación u operativo, el cual no se ve afectado por los gastos financieros; es decir, por las decisiones que afectan a la estructura del pasivo (a la distribución de las alturas en los sótanos). Los paisanos de Bárbara le llaman EBIT: Earnings Before Interests and Taxes, o también Operating Profit.

— ¿Por qué has esperado a que lo descubriera, Fortu? —le pregunto.

— Porque no quería correr el riesgo de confundirte con este concepto nuevo. De todas formas, y por si surgía el tema, te dije que pusieras la línea de los gastos financieros en última posición, cuando hablábamos del orden recomendado para las filas de gastos en una cuenta de resultados, ¿recuerdas?

— ¡Claro, y ahora veo el porqué!: utilizar ese orden en las filas, nos permite generar un subtotal con el valor del BAIT (Beneficio de explotación u operativo), justo por encima de la línea de los gastos financieros.

— Viendo el gran nivel de Justo —interviene Bárbara—, yo también me animo a decirle que, en inglés, al rendimiento del activo se le llama ROA.

— ¿ROA? —le pregunto.

— Sí. Assets significa Activos. La palabra ROA agrupa las iniciales de Return on Assets: retorno de los activos. El EBIT es una medida del beneficio que la empresa ha sido capaz de generar con los recursos del activo y, como ya hemos reiterado, con otros recursos operativos básicos que no aparecen cuantificados en el balance (porque no pueden ser valorados en dinero fácilmente); pero su valor no está penalizado por el importe de los gastos financieros derivados del uso de recursos localizados en el pasivo exigible.

— Gracias por tu gran aportación, Bárbara —le digo.

— Si te decimos, Justo —añade Bárbara—, que nuestra empresa incurre en unos gastos financieros de 50.000 € al año, ¿cuál sería su ROA?

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— Pues si le sumamos 50.000€ al beneficio anual de 1.200.000 €, obtenemos un BAIT de 1.250.000 € —le respondo—. Si ese importe lo dividimos entre los 4.000.000 € del activo total —continúo—, obtenemos un ROA (Rendimiento del Activo) del 31,25%.

— Te puedo decir, Justo —me informa Bárbara—, que el valor de ese ratio es superior al de la mayoría de las empresas del sector. Con el rendimiento del activo debemos ser capaces de atender tanto a los intereses de la deuda, como a las expectativas de dividendos de los socios.

— Ya veo —le digo, reflexionando sobre lo que me acaba de decir.

— A la suma de esas dos cosas (lo que esperan los bancos y los socios a cambio de poner su dinero para financiar la actividad empresarial) se le llama coste medio de financiación —me informa Bárbara—. Si el rendimiento del activo es superior al coste medio de financiación, seguro que tendremos contentos tanto a los bancos ¡como a los propietarios de la empresa!, es decir, a todos los que aportan los recursos financieros del pasivo y que, por tanto, esperan una rentabilidad de su dinero a cambio.

— Pues, amigo Justo —interviene Fortu—, viéndote “tan fino” hoy, te haré una última pregunta que tampoco la tenía en el guión.

— ¡Estoy preparado! —le digo, poniéndome con la postura que adopta un portero, cuando se prepara para intentar parar un penalti.

— Has demostrado saber muy bien todo lo relacionado con el concepto de rendimiento del activo —me reconoce Fortu—. ¿Podrías decirme, no obstante, en qué se diferencia del concepto de rentabilidad?

— Creo que sabré poner la última pieza en mi puzzle, ¡y darlo por acabado! —afirmo, muy seguro de mi mismo.

— ¡Soy todo oídos! —me dice, poniendo sus dos manos tras sus orejas.

— Hablamos de rentabilidad —inicio mi explicación—, cuando queremos cuantificar el interés que tiene, para los propietarios del negocio, tener su dinero invertido en él. Para el cálculo de la rentabilidad tenemos que dividir el beneficio que genera la empresa entre el valor del patrimonio neto. Esta vez sí que debemos considerar el importe del beneficio después de haber restado la totalidad de los gastos, ¡incluidos los gastos financieros!

— ¡Excelente, Justo! —me dice Fortu aplaudiéndome—. Aunque también tenemos que restarle la parte del agua desbordante que se queda Hacienda en el camino que realiza desde la rampa amarilla ¡hasta el depósito amarillo! A ese nivel de la cuenta de resultados, los financieros le llaman BDT, es decir, Beneficio Después de Tributos (después de restar el Impuesto de Sociedades).

— En ingles —complementa Bárbara— al BDT (Beneficio Después de Tributos) le llamamos EAT (Earnings After Taxes), o también Net Profit.

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— ¿Recuerdas los datos que tenemos en nuestra empresa para calcular la rentabilidad de los fondos propios? —me pregunta Fortu.

— ¡Absolutamente! El día de la piscina, calculamos que los beneficios anuales antes de tributos rondan el millón doscientos mil euros (1.200.000 €), y el día que nos fuimos a hacer submarinismo, vimos un depósito amarillo de fondos propios valorado en dos millones de euros (2.000.000 €).

— ¿Y si se tuviera que pagar el 30% de ese beneficio en concepto de impuesto de sociedades…? —me anima Fortu a que continúe.

— En ese caso —le respondo—, el beneficio anual después de impuestos sería de 840.000 €. Por consiguiente —continúo—, dividiendo ese importe entre el de 2.000.000 €, obtenemos un valor de rentabilidad anual neta para los socios del 42%, lo cual creo que ¡no está nada mal!

— ¿En qué te basas para tu valoración, Justo? —me pregunta Fortu.

— Pues ¡comparándola! —le digo sonriendo— con las rentabilidades que se podrían obtener en otras inversiones alternativas de riesgo similar. Obtener un 42% de rentabilidad anual para tu dinero ¡no es fácil hoy en día!

— Totalmente de acuerdo, Justo —afirma Fortu—. Es importante recordar que, a la hora de comparar las rentabilidades potenciales de inversiones alternativas, hay que tener presente el riesgo de cada una de ellas.

— Sí, sé que rentabilidad y riesgo son conceptos muy relacionados.

— ¿Y qué pasaría si los fondos propios fueran de tres millones de euros (3.000.000 €), como consecuencia de que los socios hubiéramos decidido retirar menor cantidad de dividendos? —me sigue preguntado Fortunato.

— Pues que el ratio de endeudamiento sería más conservador —le respondo—: los fondos propios pasarían a ser el 75% del total del pasivo, en lugar del 50%; pero, en contrapartida, la rentabilidad del capital invertido por los socios se reduciría: pasaría del 42% al 28%.

— ¿Me describes la situación contraria? —sigue con su interrogatorio.

— Con mucho gusto, Fortu —le respondo—. Si los fondos propios pasaran a ser de 1.000.000 €, por ejemplo, la rentabilidad anual pasaría a ser del ¡84%! Ahora bien, el ratio de endeudamiento pasaría a ser del 25%, lo cual estaría peor valorado por los analistas, al analizar sus ratios de solvencia.

— ¡Muy bien, Justo! —me dice Fortu—. Eso que acabas de decir, pasaría si el beneficio neto final siguiera siendo de 1.200.000 €; pero un aumento de la deuda comportaría un incremento de los gastos financieros.

— Entonces, ¿quedarían compensados los dos efectos? —le pregunto.

— Quédate con la siguiente regla práctica: cuando el porcentaje del rendimiento del activo supera al coste del dinero que pides prestado (el coste

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de la deuda), aumentar el ratio de endeudamiento irá asociado a un aumento de la rentabilidad. A eso se le llama apalancarse.

— ¡Vaya nombrecito! —exclamo.

— Bueno, apalancarse consiste en aumentar el ratio de endeudamiento, buscando un aumento de rentabilidad financiera de los capitales propios. Sabes que hay que hacerlo, como todo en finanzas y en la vida, con moderación y ¡sin perder el equilibrio!

— ¡Está claro! —exclamo, con la satisfacción de haber incorporado un nuevo concepto ¡a mi ordenada colección actual!

— Fíjate, Justo —me dice Fortu—, que ahora eres capaz de valorar, con gran facilidad, si la empresa ofrece rentabilidad suficiente a sus socios, si gestiona adecuadamente sus activos y si tiene capacidad de devolver sus deudas. En estos momentos, estás en condiciones de responder, con la velocidad a la que lo hace un mago de las finanzas, a las esas tres preguntas básicas que se hacen los mejores analistas financieros del mundo, cuando elaboran un informe sobre la salud económica de una sociedad.

— ¿No dices nada, cariño? —le pregunta Fortu a Bárbara.

— ¡Estoy francamente impactada por el elevadísimo nivel que ha conseguido Justo en tan solo dos semanas! —le responde ella.

— ¡Ciertamente! —corrobora Fortu.

— De todas formas, y ya que me cedéis la palabra —continúa ella—, quisiera aprovechar para decir que yo también conozco una bonita cita.

— ¿Cuál, Bárbara? —le pregunto, deseando escucharla.

— Pues creo que J.M.Barrie, novelista escocés creador de Peter Pan, dijo en una ocasión que “el secreto de la felicidad no está en hacer lo que te guste, sino en que te guste lo que haces”

— ¡Es genial! —exclamo—. Eso es exactamente lo que ha conseguido Fortu: convertir en divertido algo que consideraba muy pesado y hostil.

— Muchas gracias —me dice Fortu complacido.

— Tengo curiosidad por saber cómo llamáis los anglosajones al ratio de rentabilidad —le digo a Bárbara.

— ¡Me alegra que me hagas ese comentario! —me dice ella, gratamente sorprendida—. ¿Te acuerdas que llamamos ROA a la rentabilidad del activo?

— Sí, claro —le respondo—: son las siglas de Return on Assets.

— Pues bien, a la rentabilidad de los fondos propios, los anglosajones le llamamos ROE —me aclara—. Significa Return on Equity. Equity es el término inglés que denomina a los fondos o capitales propios, es decir, al depósito del sótano -3. Mide el beneficio después de impuestos (BDT en

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castellano, EAT en ingles), en relación con el dinero que los propietarios de la empresa tienen invertido (Patrimonio Neto en castellano, Equity en Inglés).

— ¡ROA y ROE!, A de Assets (Activos) y E de Equity (Patrimonio Neto) —recapitulo—. ¡Fantástico! ¡Creo que me voy a lucir en mi examen! Vuestros roedores particulares no son Pixie y Dixie, ¡sino ROA y ROE!

— Cuando lo ves todo tan claro y sencillo —continúa Bárbara—, te extraña que mucha gente tienda a cometer un error frecuente.

— ¿A qué te refieres? —le pregunto.

— Observando tu cuadro, parece obvio que no sea posible evaluar la situación financiera de una sociedad mercantil, sin analizar conjuntamente su cuenta de resultados y su balance. No obstante, la realidad es que mucha gente de empresa mira sólo la cuenta de resultados o la tesorería.

— Si hay algo que me ha quedado claro —intervengo—, es que una empresa puede tener un éxito comercial tremendo y, paradójicamente, suspender pagos. Eso puede pasar, si la sociedad se financia de manera inadecuada, o si se descuida la gestión de sus activos o la de sus pasivos.

— ¡Perfecto, Justo! —exclama Bárbara—. Muchos creen tener toda la información que precisan, analizando la mitad superior de tu cuadro tan sólo.

— Sería como ir a visitar una casa y volverse habiendo visto, tan sólo, ¡la piscina! —me dice Fortu, forzando una carcajada que corta en seco, cuando ve que no nos reímos ninguno de los dos.

Fortu se queda pensativo unos segundos, mientras ladea la cabeza de un lado a otro y hace muecas extrañas. Es como si, por primera vez, se sintiera en minoría; como si la complicidad entre él y Bárbara se hubiera trasladado a ella conmigo, al menos momentáneamente. Instantes después nos dice:

— ¡Perdonen ustedes, señores profesores! Simplemente quería ser simpático y demostrarles que lo he entendido todo gracias a su método.

Nos echamos a reír los dos.

— Fortu, cariño —le dice Bárbara acariciando su cara—, ni Justo ni yo sabríamos nada de todo esto sin tu original modelo conceptual. Bromeamos para demostrarte que estamos muy alegres y agradecidos.

— ¡Absolutamente! —recalco.

— Bueno, bueno… —nos dice Fortu, haciéndose el mimoso y dejándose querer—. Ahora que me he sentido un poco solo, he echado de menos la compañía de mi querida hermana Scarlett.

— Ahora que citas a tu hermana —intervengo, con la intención de que Fortu se rehaga—, recuerdo que ella es la responsable de todo lo relacionado con la gestión de las existencias y la del resto de recursos rojos.

— ¡Exacto! —confirma Fortu, nuevamente entonado.

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— Y también sé que mientras tú, Fortu, te encargas del área comercial, Bárbara lo hace del personal y del resto de recursos de estructura.

— ¡Así es! —ratifica él—. Por eso, mis corbatas son verdes y los vestidos de Bárbara son azules, ¡para que hagan juego con sus ojos!

— Os tengo identificados a cada uno por un color —le confirmo.

— Ya sabes que estudiar finanzas es como jugar al parchís —añade Fortu—: utilizamos los colores verde, rojo, azul y amarillo.

— El amarillo es el distintivo de los socios o propietarios —dice Bárbara, notándose su deseo de poder llegar a serlo algún día.

— El amarillo, como dice Bárbara —puntualiza él—, es el color de los beneficios de la cuenta de resultados y de los fondos propios del balance.

— O lo que es lo mismo —complementa ella—: del agua desbordante de la piscina y del depósito propio del tercer sótano.

— ¡Creo que os olvidáis del color dorado de la tesorería, Fortu! —les digo. ¡Nunca hay que confundir el amarillo con el dorado!

— No me olvido de eso: ¡la tesorería estaría simbolizada por el color dorado de la copa del ganador de la partida! —exclama, creo que haciendo gala de sus grandes dotes de improvisación.

— De acuerdo, entonces —le digo sonriendo.

— Pero, dime Justo, ¿por qué crees oportuno repasar todo esto ahora?

— Porque llevamos dos semanas hablando de Finanzas, y todavía no he visto ¡al responsable de elaborar las cuentas financieras!

— ¡Sí que lo has hecho, Justo! —me dice Bárbara de una manera muy expresiva. ¡Lo has visto todos los días!

— ¡¿Cómo?! —exclamo confuso.

— ¿Me permites volver a un paralelismo médico, que hemos usado ya, para explicártelo, Justo? —me pregunta Fortunato.

— ¡Creo que está justificado esta vez! —le contesto sonriendo.

— Si te preguntara dónde están tus tripas, ¿qué me contestarías?

— Te diría que están ¡en el interior de mi abdomen, Justo!

— ¿Y tus pulmones? —me sigue interrogando.

— En el tórax, Fortu —le respondo—. ¡Sería el lugar para almacenar las existencias de aire! ¡Espero que la lista de órganos no sea muy extensa!

— No lo es —me dice—. Ahí va la última pregunta, Justo: ¿dónde están localizados tus nervios sensitivos, aquellos que te informan de todo lo que ocurre tanto en el exterior, como en el interior de tu cuerpo?

— Creo que están repartidos por toda la anatomía —le respondo.

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— ¡Exacto! —exclama, dando un saltito—. Mientras la mayoría de los órganos están situados en áreas o departamentos concretos, el sistema nervioso se extiende, de manera transversal, por todo el cuerpo. Se encarga de captar información de todas las zonas, para que podamos tomar decisiones, actuar y evaluar los resultados. ¿Te suena todo esto, Fortu?

— ¡Naturalmente que lo hace: se trata del famoso ciclo IDAR!

— Los informes financieros —me explica Fortu— no son más que una parte del Sistema de Información de la empresa. La información que necesitamos para gestionarla puede ser de tipo cualitativo (letras) o cuantitativo (números). A su vez, los números se clasifican en dos grandes grupos dependiendo de si van seguidos, o no, por el símbolo de moneda.

— Y pensando en el cuadro de mandos que aparece en el simulador de vuelo con el que juega mi padre —aporto—, recuerdo que me dijisteis que el sistema que realiza el proceso de síntesis del conjunto de datos que genera el sistema de información de una empresa se llama Business Intelligence.

— ¡Muy bien, Justo! —me felicita Bárbara.

— ¿Cuáles serían las siglas de Sistema de Información y de Business Intelligence, Justo? —me pregunta Fortu.

— Supongo que S.I, para lo primero, y B.I. para lo segundo.

— ¿Y si pronuncias las dos sílabas seguidas? —me pregunta Bárbara.

— Creo que sería…, algo así como… ¡SIBI! —exclamo.

— ¡Ves como sí que has visto al que se encarga de generar las cuentas financieras y el resto de los informes necesarios para la toma de decisiones y para el seguimiento adecuado del negocio! —exclama Bárbara.

— ¡SIBI está en el ascensor! —exclama Fortu—, porque va recorriendo todos los departamentos de la empresa para hacer fotografías y captar la información relevante de todas las áreas. Nos proporciona informes integrados, para que nunca perdamos la visión global a la hora de decidir.

— ¡Absolutamente asombroso! —le reconozco maravillado.

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La belleza de las Finanzas

— Nunca olvides, Justo, el comentario de Bárbara sobre la importancia de analizar las dos cuentas financieras básicas conjuntamente. Sabes que, para conocer los ratios de rotación, de rendimiento o de rentabilidad, necesitamos comparar algunos elementos del balance con otros de la cuenta de resultados. ¡Necesitamos tener, siempre, las dos cuentas a la vista simultáneamente!

— ¡Sin perder la visión de conjunto del cuadro completo! —exclamo.

— ¡Exacto! —ratifica Fortu—. Esa valoración conjunta y global de las cuentas tiene mucho que ver con el tema de su posible “maquillaje”.

— Recuerdo, Fortu, que prometiste darme algunos trucos para descubrir cuentas financieras “retocadas” en exceso. Pero no veo la relación que puede tener todo ello con el análisis conjunto de los estados financieros.

— Imagínate, Justo —me explica él—, que una empresa quiere mostrar a los analistas externos unos beneficios superiores a los reales, para que les mejoren su calificación crediticia o para que suba el valor de sus acciones; o bien, por el contrario, que otra compañía quiere declarar a Hacienda beneficios inferiores a los reales, para pagar menos impuestos. ¿Qué opciones crees que tienen sus respectivos directores financieros para conseguir eso?

— Bueno, Fortu, creo que, para alterar el beneficio, sólo hay dos opciones: o bien jugar con la cifra de ingresos, o bien con la de gastos.

— ¡Elemental! —me dice riendo—. Pero, ¿cómo lo harías tú?

— Pues no lo sé muy bien —le respondo—, porque, tras realizar las declaraciones obligatorias a Hacienda del IVA, de las retenciones, de las operaciones anuales con terceros, etc., veo muy poco margen de maniobra.

— Estoy de acuerdo con tu última afirmación, pero hay dos gastos de la cuenta de resultados con los que se puede jugar un poco, a pesar todo ello.

— ¿Dos gastos con los que se puede jugar un poco…? —repito sus palabras con entonación de pregunta, en un intento por salir del paso.

— Una pista —me echa una mano Fortu— es que, mientras uno de esos gastos a los que me refiero es rojo, el otro es de color azul.

— El gasto rojo más importante que tienen las empresas que venden productos son las salidas de existencias…—le digo, soltando un globo sonda.

— ¿Y si esas empresas decidieran declarar que han salido más o menos productos de stock, en un periodo contable determinado, de los que realmente han salido…? —me pregunta Fortu.

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— Eso alteraría su cuenta de resultados, debido a que afectaría al importe de los gastos de la venta —le respondo con seguridad.

— ¿Y a qué otra cosa afectaría, Justo? —me sigue preguntando.

— Al importe de las existencias al final del periodo, supongo.

— ¡Correcto, Justo! —exclama él—. ¿Te das cuenta como ambas cuentas deben analizarse conjuntamente? Si una empresa modifica artificialmente el importe de sus salidas de stock, alterará su resultado, pero también los ratios de rotación de las existencias y de rendimiento del activo.

— Ya veo —le digo—: si dicen que han salido menos productos de los que realmente lo han hecho, el beneficio mejorará; pero empeorarán la rotación y el rendimiento del activo; y viceversa.

— Y eso lo detectaríamos al hacer un análisis evolutivo de sus cuentas financieras a lo largo de periodos o ejercicios consecutivos —puntualiza él.

— Y además —añado—, supongo que si realizáramos un inventario físico, para contar las unidades de los productos que hay en stock, veríamos que la realidad no se corresponde con lo que refleja el balance de situación.

— ¡Es así de sencillo, Justo! —me dice Fortu—. Has descubierto que una tarea ineludible para un auditor de cuentas es el recuento físico del inventario al final del periodo. Sin poder garantizar que el importe de las existencias es fiable, no podemos asegurar que las salidas reales de stock hayan sido retocadas, con la consecuente alteración del margen bruto ¡y del beneficio en la última línea de la cuenta de resultados!

— En esta empresa, creo que no sería precisa una auditoria: ¡los ordenadores se encargan de ajustar “on line” la altura exacta de las columnas!

— Me gusta lo que dices —afirma Fortu halagado.

— ¿Y qué me dices, Fortu, del otro gasto que es susceptible de ser “retocado”? —le pregunto—. Me refiero al de color azul.

— ¿Adivinas cuál es, Justo?

— Déjame repasar contigo los tres grupos de gastos azules —le digo.

— ¡Adelante! —me anima a hacerlo.

— Los gastos azules generados por las personas suelen ser nóminas con retención…; los producidos por los servicios externos están acreditados por facturas con IVA…, y los derivados del uso de las Instalaciones suelen ser alquileres, que también llevan asociados facturas con IVA y, a veces, incluso retención… ¡Me temo que no voy a ser capaz de identificarlo, Fortu!

— ¿Todas las instalaciones están alquiladas, Justo? —me pregunta.

— ¡No, claro que no! Algunas son de propiedad —le respondo.

— ¿Entonces…?

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— ¡Qué torpe soy! —me lamento—. La pérdida de valor que se produce en los inmovilizados, en cada periodo contable, se llama amortización. No se generan facturas de amortización todos los meses: se trata de un importe estimado que se obtiene como resultado de dividir el importe de adquisición de los inmovilizados entre sus años de vida útil.

— Correcto, Justo —aprueba Fortu—. Se puede jugar con el importe de la amortización para modificar el resultado económico. También es posible hacer trampas eliminado gastos y contabilizándolos como inmovilizados, que luego se amortizan lentamente. Esta técnica para el aumento fraudulento del beneficio reflejado en las cuentas de resultados fue una de las muchas irregularidades detectadas en el famoso caso de la compañía energética Enron Corporation, la cual contaba con la complicidad de la auditora Arthur Andersen, famosísima y reputadísima compañía hasta la fecha. No creo que te acuerdes de todo esto, ya que el escándalo salió a la luz hace unos diez años, periodo de tiempo que llevo ¡sin ver a tu madre!

— ¡Caramba con la amortización! —exclamo.

— De todas formas, si quisieras eliminar su efecto en una parte de tu análisis financiero —añade Fortu—, podrías hacerlo.

— ¿Cómo? —le pregunto.

— Pues muy sencillo —me responde—: haciendo otro subtotal en la cuenta de resultados, justo antes de la línea de gastos de amortización. ¿Recuerdas que también te dije, cuando hablábamos del orden aconsejado para las filas de una cuenta de resultados, que la línea de la amortización la pusieras en penúltima posición, justo por encima de los gastos financieros?

— Ahora que me lo dices, sí que lo recuerdo, sí; pero no pensé que eso tuviera tanta trascendencia posterior.

— Pues ahora puedes ver que sí la tiene —me dice Fortu, ¡encantado de haberse conocido!— El nombre que los financieros le dan al subtotal del que te estoy hablando es de BAITA: Beneficios Antes de Intereses Tributos y Amortizaciones. ¿Le puedes dar la versión inglesa del término, Bárbara?

— ¡Naturalmente! —contesta ella con rapidez, demostrando que permanecía callada, pero muy atenta—: EBITDA, es decir, Earnings Before Interest Taxes and Depreciations / Amortizations.

— Este valor se utiliza con frecuencia —continúa Fortu— a la hora de valorar empresas que están en venta. Para estimar el valor de algunos negocios, suelen aplicarse lo que se denomina multiplicadores del EBITDA. De esta forma, se puede decir que una empresa vale cinco, seis, siete, etc. veces su EBITDA. De todas formas, no vamos a profundizar más en ello, porque entraríamos dentro del terreno de los especialistas.

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— Volviendo al tema del maquillaje —intervengo—, ¡no sospechaba que pudieran haber tantas posibilidades de retoque o de fraude contable!

— Es bueno que sepas que existen y que, si utilizas nuestro modelo gráfico, es más fácil que descubras indicios de que se ha aplicado.

— ¡Está claro! —le digo.

— De todas formas —continúa Fortu—, te recomiendo que no lo hagas nunca y que mantengas la autenticidad de tus números siempre. Lo ideal es que a tus empresas les pase como a Bárbara: ¡que salgan muy guapas en las fotos, sin necesidad de ningún tipo de maquillaje o de retoque!

Ambos nos reímos, mientras la miramos.

— Quizás sea un buen momento —interviene Bárbara ahora, mientras saca una enorme botella de cava Raventos i Blanc— para que brindemos juntos por el cuadro de Justo y… ¡por algo más!

— ¿Por algo más? —le pregunta Fortu.

— Sí, sí —le responde ella.

— ¿Me puedes dar alguna pista, cariño? —le vuelve a preguntar—. Ya sabes que la memoria no es uno de mis puntos fuertes.

— Tenemos que brindar también, ¡porque hace un año que me regalaste este precioso anillo de compromiso, que no me quito jamás! —exclama alegre, mientras se lo muestra. No lo habías olvidado, ¿verdad?

— ¡¿Cómo iba a olvidarlo, Bárbara?! —exclama con una mueca que lo delata—. Recuerdo que tuvimos una romántica cena en el Via Veneto de Barcelona, ¡y que era el hombre más envidiado del restaurante!

— ¿Recuerdas cuántos años cumplía yo entonces, Fortu? —le pregunta.

— ¡Naturalmente! —le responde—. Estabas a punto de cumplir veinticuatro años, momento en el cual creí que estabas completamente preparada no sólo para convertirte en mi pareja, sino también en la responsable de todo el resto ¡de los recursos azules de la empresa!

— ¡Mañana “me caerán veinticinco tacos”! —exclama Bárbara.

— ¡Eso sí que lo había olvidado por completo, tengo que confesar! —le dice Fortu riendo.

— ¡Eres tremendo, Fortu! —le digo, recordando la fiesta sorpresa.

— Todavía recuerdo —interviene Fortu dirigiéndose a Bárbara— cuando viniste a mi fiesta de cuarenta cumpleaños con tan sólo quince añitos. ¡Eras una adolescente preciosa! Mientras mi edad era, en aquél entonces, casi tres veces la tuya, ¡tan sólo será del doble el día de fin de año! Es evidente que la diferencia de edad, ¡la hemos acortado extraordinariamente!

— ¡Me parece un excelente ejemplo de aplicación práctica de los ratios financieros en la vida real, Fortu! —le digo riendo.

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— Espero que te guste este pequeño obsequio —le dice Bárbara a Fortu, mientras le entrega el regalo sorpresa del que me habló ayer.

— ¡Caramba, Bárbara! ¡Qué sorpresa! —exclama Fortu emocionado—. Déjame ver que es —le dice, mientras lo abre de forma atropellada—. ¿Sabes de qué se trata, Justo? —me pregunta ansioso y sin detenerse.

— Pues no conseguí que Bárbara me revelara el secreto, Fortu, ¡lo siento! Sólo sé que es algo que combina tecnología y juego.

— ¡Pues, en ese caso, seguro que me gustará mucho! —afirma en el mismo momento que está a punto de terminar de desenvolver su regalo.

— ¡Acaba de salir al mercado! —le informa Bárbara.

— ¡El juego de la Wii Finances! —exclama con la misma emoción que demuestra un niño pequeño en el día de los Reyes Magos.

— ¿Te gusta, cariño? —le pregunta ella.

— ¿Qué si me gusta, preguntas? ¡Me encanta! No sabía que existía.

— ¡Caramba! —exclamo fascinado—. Yo tampoco lo sabía. ¡Ya sé qué regalo voy a pedir para mi próximo cumpleaños!

— ¿Nos puedes dedicar unas palabras, cariño? —le pregunta Bárbara.

— Ya sabéis que no es frecuente que me quede con la mente en blanco y sin palabras, pero no se me ocurre otra cosa que deciros que me siento muy feliz de estar aquí los tres juntos —nos dice, sin poder evitar emocionarse.

— ¡Y nosotros a ti! —le dice Bárbara, inmediatamente antes de acercarse a él y darle un apasionado beso.

Situado a la espalda de Bárbara, observo como Fortunato me mira por encima de su hombro, mientras la está besando. Instantes después, veo como me guiña un ojo y me lanza su pipa, la cual cojo al vuelo.

— ¡Caso cerrado! —exclamo, tras ponerme la pipa en la boca, y mientras simulo que afino la punta de unos imaginarios bigotes arqueados.

* * * * * * *

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Justo resume la sesión de hoy:

La piscina y el edificio pueden ser útiles pautas para relacionar —en el orden adecuado y sin omitir ninguna— las diferentes partes de la Cuenta de Resultados de un periodo (Income Statement) y del Balance de Situación al inicio y al final de dicho periodo (Balance Sheets). Utilizar fondos de colores para las diferentes filas de una hoja de cálculo nos permite hacer un análisis más rápido y visual. Una vez situado cada elemento en la fila que le corresponde (ORDEN), y junto con su valor absoluto, podemos realizar cómodamente todas las comparaciones (o ratios) de importes que precisemos.

Comparar los importes de cada parte del Activo y del Pasivo en relación al total nos sirve para conocer los valores relativos o porcentuales y, por tanto, saber si se están produciendo crecimientos PROPORCIONADOS. Los porcentajes que representa cada parte de la Cuenta de Resultados en relación con la primera línea (la de los Ingresos) es también clave.

Comparar los importes en EXISTENCIAS o en CUENTA DE CLIENTES con las VENTAS nos permite saber sus velocidades de ROTACION, es decir, cuántos días de venta media tenemos en stock y en cuantas a cobrar.

Comparar la altura del PASIVO CIRCULANTE con los tres pisos del ACTIVO CIRCULANTE nos genera los tres ratios de LIQUIDEZ.

Comparar el Beneficio Antes de Intereses y Tributos (BAIT) entre el valor total del Activo (ASSETS) nos permite calcular el Rendimiento del Activo (ROA = Return On Assets). Al dividir el Beneficio de Explotación —el cual no está afectado por los Gastos Financieros— entre el valor de todos los recursos del Activo, obtenemos un ratio muy útil para comparar empresas con grados de endeudamiento muy diferentes.

Comparar el Beneficio Después de Intereses y Tributos (BDT) entre el valor del Patrimonio Neto (EQUITY) nos permite saber la Rentabilidad que obtienen los socios por el dinero que tiene invertido en la empresa (ROE = Return On Equity). Rentabilidad de las inversiones y riesgo que existe en las mismas deben analizarse conjuntamente.

Comparar las diferentes partes de un Balance al inicio y al final de un periodo de tiempo determinado nos da mucha información sobre el Origen y el Destino de los fondos. Este análisis comparativo nos permite explicar el porqué una empresa puede tener tesorerías reducidas en su Balance a pesar de de tener Beneficios significativos en su Cuenta de Resultados. Los fondos procedentes de los beneficios (ORIGEN) pueden invertirse (APLICACION) en aumentos excesivos de Existencias o de la Cuenta de clientes, si existe una mala gestión del Activo Circulante.

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Epílogo La fiesta de puertas abiertas

— ¡Despierta, Justo! ¿Qué haces en la cama todavía? ¡Llevas toda la mañana durmiendo! Los sábados no sirven para perderlos haciendo el vago. Hay que aprovecharlos para hacer cosas, especialmente si estás en periodo de exámenes. Luego te agobias y dices que no tienes tiempo para estudiarlo todo. Si no te impones disciplina y orden, no llegarás a nada en esta vida —oigo todo el sermón de mi madre, mientras me zarandea en la cama.

— Sí, sí, mamá —le digo como un autómata.

— Además, ¡vamos a llegar tarde! —me sigue diciendo.

— Perdona, mamá, vamos a llegar tarde, ¿a dónde? —le respondo con dificultad y completamente desorientado, con la misma sensación que experimenté al despertarme de la anestesia tras mi cirugía de apéndice.

— Pero, Justo, parece mentira: ¿en qué mundo vives? —me responde enfadada—. ¿Cómo es posible que no lo recuerdes? Estamos invitados a esa horrible fiesta, a la cual no tengo más remedio que asistir, en la empresa de ese amigo de tu padre del que tanto te hemos estado hablando últimamente. No quiero llegar muy tarde, ¡para volverme cuanto antes!

— ¡Ah sí, claro! Lo recuerdo perfectamente —le digo, mientras voy recuperando la consciencia poco a poco—. Estaba tan profundamente dormido, que no sabía ni dónde estaba. Por eso, tampoco he oído el despertador. ¡Debe ser un efecto secundario de los antihistamínicos!

— ¡Cuando los mezclas con alcohol, Justo! —me reprocha—. No debiste beber tanto ayer en la celebración del cumpleaños de las gemelas.

— La verdad, mamá, es que todo lo que me habéis ido explicando últimamente sobre ese hombre, su familia y su empresa me ha resultado tan impactante, que tengo muchísimas ganas de saludarlos y de hablar con ellos.

— Además —continúa mi madre—, no me extraña que no hayas oído el despertador. Te has vuelto a pasar la noche hablando y gritando. Le he dicho a tu padre mil veces que tenemos que averiguar la solución para tus pesadillas —añade con su esa forma tan brusca que tiene de decir las cosas.

— Verás, mamá, aunque te parezca paradójico, lo que he tenido esta noche no lo llamaría pesadilla, ¡sino un perfecto sueño reparador!

— Pues desde fuera no lo parecía, desde luego —interviene mi padre ahora, que entra en mi habitación en ese momento—. No hemos pegado ojo

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en toda la noche con tus gritos. Tanto tu madre como yo hemos entrado varias veces para despertarte y tranquilizarte, pero no lo hemos conseguido.

— Lo siento, papá —me disculpo—. Vuestros intentos de despertarme han debido coincidir con vuestras llamadas telefónicas, que interrumpían las conversaciones que he ido teniendo durante mis largos sueños de esta noche.

— Eso que haces de tirarte, conectado al peligroso Internet, hasta las tantas de la noche —me sigue recriminando mi madre— es muy perjudicial. Debiste irte a dormir inmediatamente después de que acabáramos de brindar con tus hermanas. Además, ¡¿qué demonios haces con esas gafas puestas?!

— ¡¿Cómo dices?! —le pregunto, mientras me llevo las manos a la cara y verifico que, efectivamente, llevo las gafas 3D del cine a modo de diadema.

— ¿Te das cuenta, Justo? —me pregunta, al ver como las tocaba.

— ¡No lo sé, mamá! No era mi intención quedarme dormido con ellas.

— Seguro que estuviste probando alguna cosa extraña con tus dichosos ordenadores —continúa con su tono de enérgica crítica.

— ¡Por favor, mamá! —exclamo para defenderme—: ¡no seas antigua! No puedes ir en contra de las nuevas tecnologías: son fuente de bienestar. No deberías ser tan inmovilista. El entorno está en constante cambio, y debemos tener la capacidad y la flexibilidad suficientes para poder adaptarnos. Sabes que “el grande no se come al pequeño, ¡sino el rápido al lento!”.

— ¡Esa es una frase típica del amigo de tu padre! Después de que lo conozcas hoy, entenderás perfectamente la razón de mis críticas. Le fascina coleccionar fotografías y dibujos extraños que hace con su ordenador, y que luego deja ver a todo el mundo por Internet. ¡Dice que es su hobby! Para poder vivir como lo hace, se aprovecha de haber nacido en una familia con dinero y del trabajo de los demás, ¡tal como ha hecho durante toda su vida!

— No te veo, mamá, formando parte de su red de amigos —le digo sonriendo—. Lo que estuve haciendo ayer por la noche no fue perder el tiempo, sino estructurar todo lo que tenía desordenado. Había acumulado muchos datos a partir de las fotografías de los álbumes de casa, de contenidos publicados en Internet y de vuestros comentarios. Siempre me repetís que hay que ordenar la información antes de analizarla y de sacar conclusiones.

— Pues en lugar de estructurar, analizar y comparar cosas inútiles, hijo mío —me replica mi madre de nuevo—, podrías haberte dedicado a ordenar tu habitación. Seguro que eso te ayudaría mucho más a estar tranquilo, a dormir mejor y, por tanto, a que te cundieran mucho más las horas de estudio.

— Fortunato jamás le gustó a tu madre —interviene mi padre—. Nunca ha entendido la razón por la que tenemos tan buena relación. Siempre nos ha visto muy diferentes y, desde que lo conoció, ha creído que era una pésima compañía para mí. A pesar de todo, admite que aprenderías mucho con él.

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— La razón de vuestra relación tan estrecha, no la entiendo yo, ¡ni nadie! —se apresura a replicar mi madre—. Siempre ha sido un niño de papá, caprichoso, vanidoso y mujeriego. Iba de artista creativo por la vida, y lo único que hacía era aprobar las asignaturas aprovechándose de la capacidad y de la dedicación de tu padre —añade, dirigiéndose a mi—. Como ya te he dicho, ese tío se pasaba el día haciendo deporte y exhibiendo sus músculos a las chicas, sobre todo a aquellas que tenían más cuerpo y escote que cerebro.

— ¿No crees que eres demasiado dura con él, mamá? —le pregunto, sabiendo muy bien que ella, desde hace algunos años, se centra mucho más en buscar pequeños defectos en los demás que en hacer autocrítica.

— ¡No, no lo creo! —me responde categóricamente—. Te recuerdo que también ocupaba mucho tiempo leyendo a Sherlock Holmes, su detective preferido y al que le gustaba imitar. Además, Pruden —le dice ahora a mi padre—, recuerdo que estabais siempre discutiendo de política ¡y de fútbol!

— ¡Alguna virtud debía tener! —vuelvo a tomar yo la palabra—: estudiaba dos carreras a la vez y tenía mucho éxito con las chicas. Además, creo que su novia actual es inteligente y guapa. ¡Estoy deseando conocerla!

— ¡El que estudiara dos carreras no significa que las acabara! —me replica inmediatamente mi madre, en un tiempo de reacción de milisegundos.

— Acabó la carrera de Medicina —me aclara mi padre, echándole un nuevo cable a su amigo—, que era lo que realmente le gustaba. Se matriculó en Económicas por la presión de sus padres; pero los números no eran su fuerte. Además —continúa mi padre defendiéndolo, utilizando argumentos similares a los que le escuché anoche—, tenía tantas distracciones, que le resultaba imposible mantener la atención en todos sus frentes abiertos.

— Justo —me dice mi madre, tras el comprensivo comentario de mi padre—, no te dejes nunca obnubilar por esta clase de personas que “se comen una y cuentan veinte”, como ocurre en el parchís. Esos tipos…

— Ahora bien —la interrumpe mi padre—, ¡caprichos del destino!, sin esa decisión que tomó de estudiar Económicas, no nos hubiéramos conocido nunca. Además, acabó dejando de ejercer como médico para pasar a ser empresario y, consecuentemente, tuvo que retomar sus estudios de gestión empresarial donde los había dejado, lo cual hizo con su peculiar estilo.

— Y en cuanto a sus relaciones con las mujeres, Justo —continúa mi madre, sin conceder un segundo tregua—, tampoco me han gustado nunca las chicas con las que se ha relacionado. Duplica en edad a la chica que dice ser, igual que ha asegurado otras veces, ¡el mayor amor de su vida! Su madre, a la que vi por primera y última vez el día que te operaron de apendicitis, pagó caros sus impulsos juveniles, al tener que casarse embarazada con un tipo americano que hacía gala de un comportamiento muy similar al de Fortunato.

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— No hace falta que me repitas todo esto, mamá. Ya me explicaste quién era quién en las fotos que me enseñaste de esa fiesta. Debiste salir horrorizada de ella, por cierto, porque no te he vuelto a ver aparecer junto a ningún miembro de esa familia en ninguna otra fotografía posterior.

— Preferiría no hablar de ello —me dice con un tono de voz muy seco.

— En cuanto a la novia de Fortunato —le explico—, como me llamó la atención su nombre, busqué su origen etimológico en Internet. Bárbara es un nombre griego que significa extranjera. Las personas que se llaman así suelen ser sociables, interesarse por los demás y entregarse a la persona que aman.

— ¡De eso último no me cabe la menor duda! —exclama mi madre.

— ¡Angustias, por favor! —nos interrumpe mi padre gritando, con una vehemencia que pocas veces le había visto antes—. Esa relación se basa en el afecto mutuo ¡y no en el interés! —añade, manteniendo un elevadísimo tono de voz, totalmente inusual en él—. Te he repetido mil veces que se trata de dos personas que tienen las carencias propias de aquellos que no forman parte de familias estructuradas. Además, yo no estoy tan seguro de que sean pareja.

— Me pregunto por qué tu padre siempre defiende tanto a esa chica tan llamativa y liberal —continúa mi madre, sin importarle que mi padre se sintiera molesto con sus alusiones—. Creo que su comportamiento no es adecuado. Una mujer debe tener más decoro, debe saber controlar sus emociones y no debe mostrarse de forma tan espontánea. Desde luego, no es el tipo de mujer con la que me gustaría que te casaras, Justo.

— ¡Hay veces que consigues tu propósito de sacarme de quicio, Angustias! —le dice mi padre, mostrándose realmente ofendido ¡y dolido!

— ¡Siempre coincide cuando tengo razón! —le replica sin piedad.

— Angustias, te lo ruego: sabes que no me gusta que seas tan crítica con ellos —le dice mi padre con un tono conciliador, tras decidir evitar, una vez más, la discusión—. Recuerda que son uno de nuestros principales clientes. Somos muy diferentes y, por eso, sólo nos vemos por trabajo.

— Tampoco te creas que me hace nada de gracia —añade mi madre—, que te vayas de viaje tantos días seguidos con la hermana de Gilito. El hecho de que lleven los mismos genes ¡no es para tranquilizar a nadie!

— ¡No digas tonterías! —exclama mi padre—. ¡No llevan los mismos genes! Además, las duras experiencias que ha tenido en la vida la han hecho madurar. Ahora es una mujer equilibrada y sensata. Vive feliz con su hija y con un trabajo que le encanta. Debes ser respetuosa con el estilo de vida de la gente. ¿Dónde está escrito que nuestro modelo sea el mejor o el único?

— Pues no lo sé —le contesta—, pero es el modelo que nos inculcaron a ti y a mí, y es el que quiero para mis hijos también. No quiero que se vean influenciados, en esta fase de sus vidas, por personas con vidas tan extrañas,

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y que se dejan llevar tanto por sus emociones. Por tanto, y por lo que a mi respecta, cuanto antes estemos de vuelta de esta “dichosa fiestecita” de exhibición obscena de patrimonio empresarial, mejor. Tu amigo no duda en ostentar de todo lo que tiene, ¡pero nunca te enseña todo lo que debe!

— Admito que ayudaba a Fortu durante la carrera —afirma mi padre, mucho más sereno ahora—, pero yo también aprendí mucho de él. Como os explicaba ayer a todos, su creatividad y sus esquemas gráficos simples y originales, que utilizaba con maestría para abordar lo complejo, nos hacían la vida más sencilla y divertida a todos, ¡tu madre incluida, por cierto!

— ¿Es verdad, mamá? —le pregunto, aún sabiendo que era improbable que lo admitiera, pero recordando haber oído a mi padre comunicarle a ella la única condición que ponía su amigo para acceder a admitirme como alumno.

— Era sorprendente ver —continúa mi padre entusiasmado— como le explicabas una cosa y, al día siguiente, volvía con un dibujo lleno de colores y de figuras tridimensionales que lo resumía todo de una manera increíble. ¡Era como si hubiera pintado sus sueños! Todavía conservo alguna de sus cartulinas. Creo que os las he enseñado en alguna ocasión. Siempre me escribía amables y emotivas dedicatorias de gratitud en ellas.

— Bueno, de las muchas cosas que os he oído comentar, ¡y discutir!, sobre ese hombre —les digo a mis padres, mientras salto de la cama, todavía en pijama—, hay algunas que realmente me impactaron.

— Justo, ¡¿cómo puedes opinar de una persona a la que sólo has visto diez minutos, y hace diez años?! —me recrimina mi madre nuevamente.

— Pues te parecerá extraño, mamá —le digo—, pero estoy seguro de que, cuando me los presentéis, tendré un sensación de “Déjà vu”.

— ¿Por qué? —pregunta mi madre—. ¿Tan sólo por los comentarios que nos has oído sobre ellos, o por las fotos que has visto en los álbumes?

— Eso le habrá influido, sin duda alguna —interviene mi padre ahora, adelantándose a mi respuesta e impidiéndome explicarle a mi madre que me he tirado muchas horas soñando con Fortu—. De todas formas —añade él—, estoy seguro de que se acostó tarde, porque estuvo leyendo su “Facebook”.

— ¡No entiendo como no prohíben esa web! —afirma mi madre.

Mi padre y yo reímos.

— Angustias —le dice mi padre—, las redes sociales se han convertido en un potentísimo sistema de intercambio de información a nivel global. Ahora parece que son necesarias ¡hasta para ganar elecciones políticas!

— ¡Qué miedo me dan todas esas intromisiones en la vida privada de las personas! Además, luego viene cuando los chicos jóvenes pierden sus horarios, se desvelan, sueñan y bajan su rendimiento. Por no hablar de las ¡enormes facturas de consumo de electricidad y de teléfono que nos llegan!

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— Pues, mamá, te lo creas o no, ¡hoy me siento genial! Sería capaz de presentarme a mis exámenes de finanzas y de gestión ahora mismo.

— ¿No habrás tomado alguna droga o alguna pastilla extraña, verdad?

— Las únicas pastillas que he tomado, mamá, ¡son las de la alergia! El amigo de papá tiene publicadas cosas muy curiosas en Internet, que estuve analizando antes de acostarme. En alguna de sus fotografías, pude ver a papá, cuando tenía más o menos mi edad. Al mirarlas, ¡creía que era yo!

— Sí, la verdad es que te pareces mucho a tu padre, cuando tenía tu edad —reconoce mi madre, algo menos tensa ya—. ¡Es asombrosa la forma en que la herencia determina el aspecto y el comportamiento de las personas!

— ¡Supongo que no necesito una prueba de paternidad para asegurar que soy hijo suyo! —exclamo sonriendo y observando que, después de la tempestad, estaba viniendo algo de calma.

— ¡Así es! —dice mi padre sonriente y relajado, a la vez que le veo mirar la hora en el despertador que está situado en mi mesilla—. ¡Es tardísimo! Me voy inmediatamente a ver si tus tres hermanas están listas ya.

Mi padre sale de la habitación, y me quedo a solas con mi madre.

— No te enfades con lo que te voy a decir ahora, mamá, pero creo que encuentras criticable todo lo que se sale de tus convicciones y de tu visión particular de la vida. Creo que haces juicios de valor precipitados sin antes comparar y relativizar. ¡Parece mentira que seas licenciada en Económicas!

— Lamento que pienses así, pero creo que actúo como debo, tal como me dicta el sentido común. Si todo el mundo hiciera igual, creo que este mundo sería más racional, más lógico y, por lo tanto, funcionaría mejor.

— ¿Puedo hacerte una pregunta muy directa, mamá?

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Angustias Idar

¿Qué quieres saber, Justo? —me pregunta poniendo cara de asombro, tras oír un tipo de propuesta que considera inédita, procediendo de mí.

— Te recuerdo que te he pedido autorización para hacerte una pregunta muy, muy directa —le advierto, mientras me voy armando de valor.

— ¿Qué quieres saber, Justo?, ¡te repito! —me dice muy seria.

— ¿Te casaste enamorada de papá? —le pregunto, tras coger mucha carrerilla, con la cara muy roja ¡y el corazón a mil por hora!

— ¡¿Qué tontería me preguntas ahora, Justo?!

— ¿Me podrías contestar, por favor? —le digo, notando la boca seca.

— ¡Claro que sí! En caso contrario, ¡no lo habría hecho! Un matrimonio es algo muy serio, algo que hay que pensarse muy bien antes de tomar la decisión. Es una unión que debe durar toda la vida, a pesar de todas las separaciones que estamos viendo actualmente. Todo lo que está ocurriendo actualmente es consecuencia de que la gente se deja llevar excesivamente por sus caprichos puntuales y por sus emociones pasajeras.

— Te lo pregunto, mamá, porque esa decisión, que dices que es tan trascendente en la vida y que, por tanto, hay que meditar tanto, suele hacerse escuchando más a lo que te dice el corazón que a lo que te dice la cabeza. Por esa razón, te he preguntado si te casaste enamorada, ¡y no convencida! A mi juicio, el enamoramiento es un sentimiento, es una emoción, y no el resultado de un proceso de deducción racional y lógica. ¿Estás de acuerdo con eso?

— ¿Tu crees, Justo, que es éste el momento adecuado para realizar una argumentación lógica y razonable de un tema tan importante? —me pregunta, descolocada ante un planteamiento que nunca le había hecho.

— Puede que tengas razón, mamá. Lo que pasa es que ayer, viendo fotografías que el amigo de papá tiene publicadas en esas páginas que tanto le criticas, no sólo tuve la ocasión de ver a papá: también apareces tú en algunas de ellas. Te he visto salir junto a él y, también, junto a su amigo.

— ¿Y qué tiene todo eso que ver con tus irracionales preguntas, Justo?

— Simplemente me llegué a preguntar — ¡fíjate que tonterías se le pueden llegar a ocurrir a uno a esas horas de la noche, mamá!— si tú, del que realmente estabas enamorada, era del detestable amigo de papá.

— ¡¿Pero que dices, Justo?! ¡Tú continúas borracho desde anoche!

— Siguiendo con este absurdo razonamiento, mamá —le digo, notando una mezcla compleja de emociones desagradables que no soy capaz de

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describir bien—, pensé en la posibilidad de que decidiste convertirte en la novia de papá durante la carrera, porque estabas racionalmente convencida de que era lo que más te interesaba para conseguir tus objetivos más inmediatos.

— ¡¿Tomaste anoche, Justo, sustancias alucinógenas también?! ¡¿Pero qué sarta de tonterías, sin pies ni cabeza, estás diciendo?! —me recrimina muy nerviosa, reaccionado con mucha más inquietud e inseguridad que enojo—. Si me hubiera guiado el interés, me habría casado con el rico, ¡tal como quiere hacer la niñata esa!, ¿no crees? —añade, subiendo más el tono de voz, y con una cara muy roja, reflejo de su estado emocional incontrolado.

— Salvo que te interesara más, al menos a corto plazo —le replico, movido por mis sentimientos—, el aburrido y responsable empollón, ¡aunque fuera pobre!; que el divertido e impulsivo mujeriego, ¡aunque fuera rico!

— Además —continúa ella, como si no hubiera escuchado mi último comentario—, ¿has visto tú, Justo, el aspecto que tenia ese tío entonces? —me pregunta muy nerviosa—. ¿Crees que me habría atraído un tipo así?

— ¡Si que he visto como era Fortu hace veinticinco años, sí!

— ¿Por qué lo dices con esa exactitud? —me pregunta temblorosa—. Veo que, por lo menos, las clases de tu padre te están haciendo una persona más orientada al análisis cuantitativo y preciso de las cosas. ¡Lo celebro!

— Hablo con esa exactitud porque, en una de las fotos, ese hombre aparece fotografiado junto a las gemelas, siendo ellas recién nacidas y estando todavía en la clínica. Y de eso hizo, exactamente la semana pasada, ese periodo de tiempo. ¡Palabra clave en finanzas, por cierto!

— ¡¿Cómo es posible que hayas visto eso, hijo, si preferimos que no se les hicieran fotos a las niñas, hasta que les dieran el alta médica?! —me pregunta con un fino hilo de voz, como si acabara de recibir un puñetazo de boxeador en la cara, y la hubiera dejado completamente aturdida.

— He deducido que esa es la razón por la que no tenemos fotos de ellas de recién nacidas en casa, mamá. Las fotos que he tenido la oportunidad de analizar, las debió hacer sin tu autorización; supongo que utilizando sus privilegios en la clínica o sus influencias con sus colegas médicos.

— ¡Todo es posible, tratándose de ese individuo! —exclama mi madre—. Sea como fuere —continúa—, ¿no te llamó la atención la pinta de “pijo”, chulo y engreído que tenía con sus melenas y sus musculitos?

— Él opina que todos los que le llamabais así, utilizabais bolígrafos Montblanc para tomar apuntes en clase y alardeabais mostrando las fotografías de vuestros viajes a destinos lejanos o vuestra ropa de marca. De todas formas, a decir verdad, mamá, lo que realmente me llamó la atención de esa foto era el enorme tamaño y el excelente aspecto de las gemelas.

— ¿Qué quieres decir? —me pregunta, desafinando su voz por nervios.

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— Pues que no me pareció ver a unas niñas prematuras con bajo peso y necesitadas de una incubadora, tal como me habías dicho, ¡sino todo lo contrario! —le contesto—. De hecho —añado—, la comparación con las fotos de Caridad es muy elocuente. Analizando esas imágenes, parece evidente que la “peque” sí que nació antes de tiempo, ¡pero no las gemelas!

— ¡Pues sí que has perdido el tiempo en asuntos que no te competen, en lugar de estudiar para tu examen de finanzas, hijo! —exclama enfadada.

— Permíteme seguir, por favor, con mi análisis cuantitativo y mi deducción lógica —le digo, sintiéndome engañado por la forma con la que se había estado comportando—. Si las gemelas nacieron el 24 de mayo, pasadas ampliamente las 38 semanas de gestación; y tú te casaste con papá después de regresar del viaje de agosto, no hace falta ser un experto financiero para llegar a unas simples conclusiones relacionadas con los periodos de tiempo.

— Justo, ¡esto que estás diciendo es imposible! —me dice con voz y manos temblorosas—. Recuerda que al amigo de tu padre le encanta divertirse retocando fotos de la gente, con no se qué demonios de programa informático, para desvirtuar la realidad. Estoy segura de que sus cuentas financieras las maquilla de la misma manera. Si no fuera así, es imposible que obtenga esos resultados económicos tan buenos, ¡salvo que tu padre le ayude más de lo que me reconoce que hace!

— Soy consciente de que debe usar esas técnicas, mamá. De hecho, el retoque fotográfico que dices, lo debe hacer también con sus ojos: aparecen de color marrón en algunas fotos y verdoso en otras. Supongo que lo que busca es conseguir el mismo cambio de color de ojos que le sucede a Caridad de forma natural y auténtica, dependiendo de la intensidad de luz ambiente que haya. Los ojos de la pequeña son preciosos, pero no deja de ser extraño que no sean azules, tal como lo son tanto los tuyos como los de papá.

— Pues si te informas bien, Justo, ¡verás que no tiene nada de extraño!

— Me interrumpiste, cuando le pedí a la oftalmóloga una explicación científica del tema, pero he leído que, según la teoría de la herencia del color de ojos, si ambos padres tienen ojos claros, no es probable que los de sus hijos sean más oscuros. De hecho, papá bromea con frecuencia sobre esto.

— No sé exactamente que viste o leíste ayer en Internet, Justo —me dice mi madre muy ansiosa—, pero tengo que informarte de que el color de los ojos está determinado por múltiples factores genéticos, entre los que intervienen al menos 6 genes. ¡Y lo de Caridad es perfectamente posible!

— ¿Estudiasteis genética en la carrera de Ciencias Económicas, mamá? Llama la atención tu grado de conocimiento especializado sobre el tema.

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— ¡No te consiento que me hables con ese irritante tono irónico, Justo, típico del perdonavidas del amigo de tu padre! —me dice enérgicamente—. Además, ¿por qué demonios involucras a tu hermana pequeña en todo esto?

— Lo estoy haciendo, mamá, porque creo que debemos saber si lo que tiene la niña es un TDA o no, para que, en función de ello, no demoremos más tiempo el inicio del tratamiento adecuado. Creo que estás haciendo de avestruz y que, por ello, no estás dejando afrontar el tema con la rapidez y la eficacia que se merece. Contando con los dedos, después de ver tu foto en la fiesta de cuarenta cumpleaños de Fortunato y su hermana, a la que papá no pudo ir por estar conmigo en la clínica, recordé que los profesionales que tratan a Caridad están pendientes de confirmar si alguno de sus padres tuvo síntomas parecidos en su infancia. Algunas de las imágenes que he visto de esa fiesta evidencian que las neuronas de tu corteza cerebral estaban afectadas por el alcohol, como las mías anoche —le digo a mi madre, sin saber muy bien de dónde saco el valor suficiente para hacerlo.

— ¡¿Cómo se puede ser tan idiota?! ¡Parece mentira que no estuvieras presente durante la exploración que le hizo la doctora a Caridad! Esa especialista opina que el retraso escolar de tu hermana podría estar causado por una enfermedad que también explicaría los cambios en el color del iris de sus ojos y las manchas que le van apareciendo en su piel. Recuerdo que el imbécil de Gilito le dijo a tu padre al nacer la niña, haciéndose el gracioso y sin darse cuenta de que yo lo estaba oyendo todo, que la mancha en el culo con la que nació era idéntica, en forma y localización, a la que tenía Débora, una americana que participaba en un curso que hicieron en Boston. Quiero pensar que era para tranquilizarlo o para quitarle importancia al tema.

— Lamento ser tan prosaico y directo, mamá, y hablar con una falta total de sensibilidad, pero creo que lo de tu último embarazo conocido más que una inocentada —como bromea ingenuamente papá, siempre con intención de “quitar hierro” a los problemas— ¡se trató de una inesperada sorpresa de fin de año! El parto se adelantó algo, razón por la cual el peso de Caridad fue bajo al nacer. La buena noticia de todo esto es que no es seguro de que la niña sea portadora del gen del daltonismo.

— ¡¿Pero qué cosas tan absurdas estas diciendo, Justo?! Todas las hijas de un daltónico, como es tu padre, son necesariamente portadoras de la enfermedad. Yo soy portadora, porque heredé el cromosoma X anómalo de tu abuelo. Tus hermanas gemelas son daltónicas, porque tienen los dos cromosomas X afectados: uno de tu padre y otro mío. Son hijas de un daltónico y una portadora. Todo esto es lo que me ha movido a informarme sobre las leyes de la herencia, cosa que, obviamente, no se enseñaba en mi facultad, como insensatamente has comentado. ¡Los contenidos que ese hombre tiene tan accesibles en Internet te han debido volver loco, Justo!

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— Supongo que esa seguridad tuya es la que explica tu negativa a realizar pruebas de diagnóstico genético a Caridad para determinar si realmente es portadora o no del gen del daltonismo. De todas formas, una de las cosas que dice ese hombre es que la mayoría de los errores que cometemos en la vida se producen debido a que, cuando la situación requiere que decidamos con la cabeza, lo hacemos con el corazón; y viceversa. Jugando con las palabras, como parece que a él le gusta hacer, dice que siempre hay que usar la cabeza pero que, a veces, ¡lo afectivo es lo efectivo! Él opina que, de todas las personas que conoce, papá es la mejor en el difícil arte de conseguir un equilibrio entre lo racional y lo emocional.

— ¡¿También ha hecho pública su colección de citas, Justo?!

— ¡Así es, mamá!—le respondo—. Fortu opina que, como lo importante es el equilibrio (“balance”, en inglés) y los resultados que obtienes gracias a él; si decides siempre de manera pasional, te equivocas mucho; pero que si lo haces siempre de forma racional, ¡también!

— ¡¿Cómo va a dar lecciones de equilibrio un completo desequilibrado como ese tío, Justo?! Él utiliza frecuentemente la palabra “balance”, porque sabe que es la favorita de tu padre, al cual tiene una profunda admiración.

— Además, tengo que decirte que…

— ¡Basta ya, Justo! —grita mi madre, sin dejarme acabar la frase—. Admito que me quedé embarazada de tus hermanas mayores siendo soltera, tras tener una imprevista relación con tu padre en el hotel de Nueva York durante el viaje de fin de carrera, y que lo oculté para no disgustar enormemente a mis padres. ¡Eso es todo! Fortunato reveló que las gemelas no habían nacido prematuras, al meter la pata haciéndose el gracioso, ¡como de costumbre!, razón por la cual prefiero que no tengáis relación con él. Me pidió disculpas, pero observo que ha vuelto a hacer público algo confidencial.

— Quizás, mamá, él no le diera tanta importancia, o no sospechaba que algo tan difícil de mantener oculto siguiera siendo un secreto para nosotros —le digo, buscando alguna explicación lógica al comportamiento de Fortu—. El hecho de que te quedaras embarazada de papá entonces, no lo veo tan dramático. Me parece más grave que nos hayas tenido engañados, y que tu obsesión por ocultar sucesos de tu pasado haya afectado a tu carácter.

— No sé si serías tan comprensivo y benevolente con ese hombre, si le vieras haciéndose el gracioso contando que te acaba de dejar tu novia por un profesor de la facultad menos alto y guapo que tú, ¡pero más simpático!

— No me da la impresión de que Fortunato sea una persona que bromee con cosas que pueden herir a la gente. De todas formas, los fracasos, tanto si son amorosos como si no lo son, enseñan más que los éxitos. Si esa chica ha preferido a otro, me parece que tengo que esforzarme por mejorar.

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— ¡Es admirable ver el talante con el que encajáis las adversidades todos los que veis el mundo con una óptica tan artística, Justo! —exclama.

— Pues hablando de afrontar correctamente algunas adversidades hereditarias, mamá, ¿qué me puedes decir sobre Caridad?

— Si lo que estás insinuando es la imbecilidad y la impertinencia de que el amigo de tu padre podría ser el padre de Caridad, ¡te digo rotundamente que estás completamente equivocado, hijo! Para que eso hubiera ocurrido, habría sido necesario tener una relación con él unos meses antes de su nacimiento; y te juro que no la he tenido con ese hombre después de empezar el noviazgo con tu padre. ¡Parece mentira que lo puedas dudar!

— ¿Ni siquiera en su fiesta de celebración de los cuarenta, como una consecuencia más del “efecto 2.000”? —le pregunto, esbozando una sonrisa.

— ¡Ni siquiera, Justo! —me contesta con vehemencia y rotundidad—. El análisis qua has hecho de las fotos de esa fiesta ¡te ha conducido a conclusiones erróneas! Quisiera dar por concluida esta conversación.

— Mi intención no es cotillear ni perjudicarte, mamá. Lo que quisiera saber es de quién ha heredado “la peque” el trastorno de atención, para saber la mejor solución a su problema. No parece probable que haya sido de papá.

— ¡¡¡Basta ya, Justo!!! —grita mi madre con una intensidad increíble.

La intensidad del alarido es tal, que provoca que mi padre y mis hermanas acudan corriendo a mi habitación alarmados.

— ¡¿Qué está ocurriendo?! —exclaman tras entrar atropelladamente.

— ¡Nada, nada! —les dice mi madre, totalmente fuera de sí—. Lo que pasa, Prudencio, es que has hecho muy mal en hablar tanto de Fortu a nuestro hijo —le culpabiliza en exclusiva, como es habitual—. El interés y la curiosidad que despiertan este tipo de personajes excéntricos e irracionales en los jóvenes han hecho que haya estado toda la semana conectado a Internet.

— ¡Como te has vuelto a poner, mamá! —exclama mi hermana Fe—. Estábamos arreglándonos para la fiesta, cuando hemos oído tus gritos. ¡Nos has vuelto a pegar un buen susto! No sé por qué te tomas la vida así. Sabes que tu comportamiento afecta negativamente a la convivencia familiar.

— Vayámonos hijas —les dice mi madre, mientras las empuja hacia la puerta—, y dejemos que Justo se duche y se vista. ¡Tenemos que irnos ya!

Mi madre y mis hermanas salen de mi habitación y me dejan a solas con mi padre. Una excelente oportunidad para hablar con él ¡y aclarar algunos interrogantes que todavía me quedan por resolver!

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Prudencio Igap

— ¿Sabes, papá? Anoche, antes de dormir, me recorrí casi toda la colección de fotos que tu amigo tiene publicadas en su página personal de Internet.

— ¡Me temo que eso no le ha parecido una excelente idea a tu madre!

— Empecé viendo aquellas en las que aparecíais tú, mamá, tu amigo Fortunato, su hermana y ¡sus múltiples novias! Si las ordenas por orden cronológico y luego las comparas, como te gusta hacer a ti con las columnas de tus hojas de cálculo, ¡puedes llegar a averiguar muchas cosas!

— ¿Ah, sí? —me dice escuetamente y con una cara inexpresiva.

— Pero luego —continúo, al ver que no tenía el mínimo interés en comentar ese tema—, me llamaron la atención las imágenes de sus cuadros.

— Bueno, ¡Fortu era muy aficionado a la pintura surrealista! —exclama aliviado—. Recuerdo que su pintor preferido era Salvador Dalí. De hecho, yo le bromeaba diciéndole que tenían muchos rasgos comunes: excéntricos, vanidosos y aficionados a dibujar la vida de una manera original.

— Efectivamente, tu amigo Fortu explica esa afición suya por ese estilo de pintura. Por eso, buscando en Google, pude leer que el surrealismo trata de plasmar el mundo de los sueños y del subconsciente en las pinturas. Dicen que consiste en pensar en algo real y, posteriormente, irlo descomponiendo y recomponiendo desde una mirada diferente, original y espontánea.

— Sé que, como el surrealismo se centra en pintar los sueños —me dice mi padre, ahora más proclive a comentar los contenidos de la página personal de su amigo—, también se le conoce con el nombre de arte onírico.

— ¡Exacto, papi! ¡Qué memoria tan prodigiosa tienes! Varios términos técnicos para expresar un mismo concepto, supongo. ¡Me alegra confirmar que no sólo te interesan los números y el análisis cuantitativo de la realidad!

— Gracias, Justo, por el elogio —me dice complacido y con cara más relajada—. La experiencia te va haciendo ver que esta vida debe ser una mezcla equilibrada de números y de letras, de ciencia y de arte, de prosa y de poesía. Creo que, por eso mismo, Fortu y yo nos compenetramos tanto.

— Pues como te iba diciendo, papá, tu amigo tiene publicados en Internet alguno de sus cuadros de estilo surrealista.

— Lo sé, Justo. —me dice, con cara de orgullo.

— En uno de ellos, al que llama “Lógica y Emoción”, convierte las diferentes partes de las cuentas financieras en elementos tridimensionales de

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colores llamativos. Creo que es algo de lo que nos hablaste en el hotel de Las Vegas. Utiliza una tecnología muy novedosa que te permite verlo en 3D.

— ¡Ahora veo por qué te quedaste dormido con las gafas puestas!

— La verdad es que lo que ha hecho tu amigo es algo realmente creativo. Como sabes, utiliza una piscina para representar la Cuenta de Resultados (Ingresos y Gastos) y un edificio para simbolizar el Balance (Activos y Pasivos). En el texto que lo explica todo se describe que la palabra “IGAP” ¡puede considerarse un acrónimo nemotécnico! Te puedo decir que eso me impactó tanto, que he llegado a soñar que ¡nos apellidábamos así!

— ¡Tu imaginación no tiene límites, Justo!

— En otro cuadro —continúo hablando—, utiliza el cuerpo humano como modelo conceptual para representar las diferentes partes del balance. ¡Es algo realmente original y sorprendente! Tu amigo insiste en que “la técnica” para interpretar los análisis debe combinarse con “el arte” de aplicar políticas empresariales saludables, para que estemos siempre mejorando el resultado de las pruebas diagnósticas. Además…

— Vamos, Justo —me interrumpe, mostrándome su frecuenciómetro Polar de pulsera y dando golpecitos con su dedo índice sobre él—: debemos salir en un cuarto de hora. Fortunato no soporta que la gente no sea puntual. Últimamente se ha convertido en un amante del orden y de la programación. Supongo que se trata de un ejemplo más ¡del radicalismo de los conversos!

— Por cierto, papá, mientras analizaba las fotos, me llamó la atención ver lo alta y atractiva que es la chica que parece ser la novia actual de tu amigo. Me habías hablado de ella, ¡pero pensaba que exagerabas!

— Supongo que ha heredado la belleza y la inteligencia de Scarlett, su madre. A mí me gusta mucho también. Ella quiso aplicar sus conocimientos de Psicología a la gestión de los recursos humanos empresariales. Por ello, empezó a trabajar de recepcionista en la empresa de Fortunato, incluso antes de acabar la carrera. Él se divierte diciendo que es su novia actual, que ha conseguido hacerle sentar la cabeza y que, incluso, tienen planes de boda; pero creo que bromea. Aunque con Fortunato, ¡nunca se sabe!

— ¿Ah, si? —le pregunto con la intención de que continúe.

— Ya no sé bien lo que te he contado y lo que no, Justo, pero creo haberte dicho que su familia se trasladó cuando Bárbara tenía 15 años. Recuerdo que fue unos días antes de que Fortu y Scarlett cumplieran 40 años, ¡y el mismo día que un cirujano amigo de Fortu te operara de urgencia!

— Sí que me lo habías contado. Lo hiciste al comentar las fotos de esa fiesta, que también coincidió con la entrada del 2.000. Según me explicasteis, el padre de Bárbara se comportó fatal. Me dijisteis que no podía disimular lo mucho que le gustaba el atractivo físico de mamá y de las gemelas.

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— Yo no estuve presente, porque estaba contigo en la clínica, pero me han dicho que su borrachera obligó a Scarlett a irse indignada de su fiesta de cumpleaños compartida, llevándose a su hija. Tu madre se tuvo que quedar a dormir con las gemelas en la suite de invitados de la casa de Fortu. Al día siguiente, vinieron todas a la clínica a vernos, acompañadas de Fortunato. Estando él presente en la fiesta, ¡yo estaba absolutamente tranquilo!

— Analizando las fotos en el momento que Fortu soplaba las velas de la tarta, me di cuenta de que Bárbara me recuerda mucho a Fe y Esperanza. Se trata de chicas de gran parecido físico: son altas, rubias y con ojos azules.

— Pues supongo que se trata de casualidades, Justo —me dice con una voz temblorosa y nerviosa. ¡Bárbara tiene los ojos azules de su padre!

— ¡Es cierto! —le reconozco—, aunque creo que es mucho más alta que él. ¡Seguro que se trata de caprichosas coincidencias! ¡¿Qué otra cosa podría ser?! Pensando en que existen más causalidades que casualidades en esta vida, tal como me recuerdas con frecuencia en tus clases, ¡supongo que debe haber millones de chicas americanas altas, rubias y de ojos azules!

— ¡Claro que las hay! —afirma con vehemencia—. Ella nació en Atlanta, donde transcurre la novela de “Lo que el viento se llevó”, ya sabes.

— Sí, lo sé. De hecho, papá, la Wikipedia dice que Rhett Butler, un aventurero cínico y desvergonzado, procedente una familia aristócrata, se enamora de Scarlett; y que la trama se desarrolla en medio de la lucha de él por conquistarla y del empeño de ella por negar su creciente atracción por él.

— ¡Es fascinante la capacidad que tienes, Justo, para memorizar textos largos y palabras textuales! —exclama mi padre, completamente pálido.

— Creo que recuerdo todo aquello que me motiva y que está escrito en palabras sencillas y fáciles de entender, papá —afirmo.

— Si leyeras la novela, Justo, como lo he hecho yo, te darías cuenta de que los protagonistas tienen personalidades complejas y contradictorias; de que son cínicos y románticos a la vez, egoístas y generosos, y de que combinan pragmatismo e idealismo. ¡Tal como nos pasa a todos!

— ¿Te puedo preguntar una duda que tengo, papá?

— Justo —me advierte muy serio—, ¡creo que no es momento!

— ¿Por qué crees que mamá no te quería dar detalles sobre la opinión de la especialista en oftalmología pediátrica, cuando le preguntaste anoche?

— Supongo que porque está preocupada por Caridad y porque no quería ponerse triste en la celebración del cumpleaños de tus hermanas.

— Pues, como yo estaba delante durante la visita, te puedo avanzar que nos dijo que los problemas psicológicos y de aprendizaje que tiene Caridad no cree que sean causados por un TDA, sino por otra enfermedad distinta.

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Explorando sus ojos, observó unas manchitas en el iris. Creo que utilizó el término técnico de nódulos de Lisch. Nos explicó, de una manera muy convincente y clara, que si le siguieran apareciendo más manchas de color café con leche en su piel, podría confirmarse el diagnóstico que sospechaba.

— ¡¿Ah sí?! —exclama totalmente descolocado.

— Tú me repites en tus clases, papá, que el Balance es como una foto de la empresa en un momento determinado, y que su análisis detallado nos puede dar mucha información. Además, me recuerdas que el estudio comparado de las fotografías a lo largo del tiempo puede ser muy revelador. Pues eso es, precisamente, lo que he tratado de hacer con los contenidos que Fortu ha hecho públicos en Internet. Todo lo he hecho, única y exclusivamente, porque me preocupa el encontrar una solución para Caridad.

— No recuerdo que tu hermana Caridad apareciera en ninguna de esas fotos a las que te refieres. Yo las he visto todas durante esta semana en California, aprovechando tiempos de descanso entre las reuniones.

— ¡Así es, papá! —le confirmo—. No sale ella, pero sí que lo hace el americano que estuvo casado con la hermana de Fortu. Si te acercas a la pantalla de mi ordenador, te mostraré algo que me ha llamado la atención.

— ¿De qué se trata, Justo? —me pregunta, mientras se pone sus gafas de cerca y observa atentamente la imagen que le estoy mostrando.

— Seguro que te acuerdas de esta fotografía, papá. Aparecéis todos los participantes en el curso de finanzas que hicisteis en Boston.

— ¡Le llamé para decirle que no debería haber publicado esa foto! —exclama—. Si la ve tu madre, ¡me mata! Tus abuelos no la dejaron venir, y yo no pude rechazar la propuesta de Fortu. Como te puedes imaginar, las dos chicas que están a mi lado estaban bromeando —me dice abochornado.

— Al ver la foto, supuse que le habías llamado. De todas formas, lo de las dos chicas no me parece relevante ahora, papá. Quisiera que te fijaras en las manchas que tiene “Many People” en la piel de sus brazos y de su cuello.

— ¡¿Cómo sabes que Fortu le llamaba así, Justo?! —me dice riendo.

— Porque lo explica todo en el texto asociado a la foto.

— ¡No podía soportar que se casara con Scarlett! —me dice.

— Todos sus comentarios ¡no dejan ningún margen para la duda!

— ¿Qué me querías enseñar? —me pregunta—. ¡Rápido, por favor!

— Fíjate lo que ocurre si tecleamos en el buscador de Internet el texto “manchas de café con leche en la piel” y luego presionamos el botón “Buscar Imágenes” —le digo, mientras lo hago—. ¿Qué puedes leer, papá?

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— Déjame ver —me dice, mientras se acerca a la pantalla de mi VAIO y se recoloca sus gafas de cerca, que se le habían deslizado nariz abajo—. Puedo leer “manchas café con leche en paciente con neurofibromatosis”.

— ¿Has oído hablar alguna vez de esa enfermedad, papá?

— Tengo que admitir mi ignorancia —me dice inseguro—, pero yo creo que no es momento para ponernos a aprender términos médicos.

— Mamá seguro que estará pensativa ahora. Creo que tenemos algo de tiempo. Además, el tema tiene mucha trascendencia, como verás enseguida.

— Dime rápido entonces, Justo. Nos queda poco tiempo.

— Si tecleamos ahora esa extraña palabra, que también era nueva para mí hasta ayer, nos aparecen varias webs que te informan de otros signos clínicos que suelen acompañar a esas manchas cutáneas características de esa enfermedad. Las personas que la tienen pueden desarrollar también bultos o verrugas en la piel, y esos nodulitos característicos en el iris de sus ojos. También son habituales la baja estatura y los problemas de aprendizaje.

— Recuerdo que ese chico americano tenía la espalda plagada de granos, efectivamente. Se los vi en la ducha, un día en el que fuimos a correr. Pensaba que se trataba de un acné juvenil muy agresivo. No me fijé bien en sus ojos, la verdad, pero no recuerdo nada que llamara mucho la atención.

— Las lesiones en el iris pueden no verse a simple vista, papá. Por eso, me bajé a mi ordenador la foto, y realicé una gran ampliación de la imagen.

— ¿Y qué descubriste, doctor? —me pregunta con sonrisa nerviosa.

— ¡Pues no descubrí nada! —le contesto—. Tampoco pude detectar las lesiones que buscaba en los ojos de ese chico, al analizar esa imagen.

— ¿Entonces? —me pregunta intrigado—. ¿Descartaste tu teoría?

— No la descarté, porque… ¡sí las detecté en la foto de la fiesta de celebración de los 40 años de Fortu y Scarlett! Fíjate bien —le digo—: ¿ves estas manchitas de color amarillento en esta otra foto, sacada años después?

— Sí que las veo. Pero, ¿por qué no están presentes en la foto anterior?

— Porque esa enfermedad es progresiva: algunas lesiones aparecen en la infancia, pero otras se van desarrollando a lo largo de la vida. Por eso, la doctora nos dijo que el diagnóstico se podría confirmar dependiendo de la evolución de las lesiones de Caridad. En la segunda foto, Mendi no sólo tenía las lesiones oculares, sino también más cantidad de manchas y de bultitos en la piel. El diagnóstico parece claro, si comparamos las fotografías realizadas en diferentes momentos de su vida. Otro dato que ratifica mi hipótesis es el hecho de que Débora tiene también esas manchas características en su piel.

— ¡¿Débora?! —pregunta, notándose que ahora finge desconocimiento.

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— ¡Sí, papá! ¿No te acuerdas de ella? Se trata de la chica americana que está a tu lado en esta fotografía —le digo, mientras se la señalo.

— Pues no le veo ninguna mancha, la verdad —me replica.

— ¡Porque las tiene ocultas! Sólo se le ven si la exploras desnuda.

— ¿Cómo lo sabes, hijo? —me pregunta nervioso y asombrado.

— Porque, hablando a solas con mamá, he deducido que Fortunato te preguntó, cuando vio la mancha en el culito de Caridad al nacer, si Débora tenía unas lesiones parecidas en esas zonas de su piel que él sabía que tuviste la ocasión de explorar en Boston. Yo necesitaba esa última pieza del puzzle para confirmar el diagnóstico, ¡y mamá me la acaba de proporcionar!

— ¿Qué más, Justo? ¿A qué otras impactantes conclusiones nos conduce tu curiosa e insospechada investigación detectivesca?

— Te repito, papá, que las dificultades en el aprendizaje son también comunes en todas las personas afectadas por esta enfermedad. Por eso, la doctora opina que el retraso escolar de Caridad no se deriva de una TDA.

— Me imagino que, ¡en este caso concreto y particular!, si que no dudarás ni un segundo de que se trata de una casualidad el hecho de que ese americano y Caridad puedan tener la misma enfermedad, ¡¿verdad, Justo?!

— Parece ser que la neurofibromatosis es la enfermedad hereditaria más frecuente y que afecta a 1 de cada 3000 personas, pero podría ser otra nueva casualidad, claro —le contesto—. De todas formas, he descubierto alguna otra cosa sorprendente, que quisiera compartir contigo también.

— ¡Venga, Justo, deprisa! —me dice, mientras le observo una cara que me hace sospechar que no finge sorpresa y que está calculando mentalmente.

— Esta enfermedad de la que estamos hablando —continúo hablando— tiene una expresividad variable, pero una penetrancia completa.

— ¡¿Me estás vacilando, Justo?! —me pregunta nervioso—. Cuando te explico finanzas, intento obviar tecnicismos difíciles de comprender.

— Es más sencillo de lo que parece, papá. Verás: expresividad variable significa que diferentes miembros de la familia, portadores del mismo gen que causa la enfermedad, pueden tener manifestaciones clínicas diversas. La enfermedad se expresa en algunas personas de forma más leve que en otras. Esperemos que, si finalmente se termina confirmando que Caridad ha heredado el gen que causa esta enfermedad, éste se manifieste muy poco.

— ¿Y qué significa penetrancia completa, Justo? —me pregunta.

— Penetrancia completa significa que, si la enfermedad la tiene alguno de los dos padres, seguro que la tendrán los hijos; aunque el número de manifestaciones clínicas sea diferente. Dicho en otras palabras más claras y

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directas, papá: si Many People tiene neurofibromatosis, es rarísimo que una hija suya no tenga ni una sola manifestación de la misma a los 15 años.

— ¿A qué edad dices? —me pregunta con voz temblorosa.

— A la que tenía Bárbara, cuando aparece en las fotos de la celebración de los 40 años de Fortu y Scarlett. ¿Ves alguna mancha, alguna verruga o algún bulto en su piel? ¿Crees que esa chica tuvo problemas de aprendizaje?

— No, supongo que no —me contesta bastante desconcertado—. Siempre ha destacado por su alto rendimiento escolar y por su preciosa piel.

— Me revelaste, papá, que tu amigo quería aprovechar la fiesta de hoy para que fuera también la celebración sorpresa del cumpleaños de Bárbara.

— Reconozco que me tienes totalmente desconcertado, Justo. Puedes avanzar con tu argumentación y llegar a conclusiones ¡de una santa vez!

— Eres muy consciente, papá, que lo mío no son los cálculos numéricos, pero una chica nacida el uno de junio pudo haber sido concebida durante la última semana de agosto. ¿Estás de acuerdo con esa afirmación?

— Eso es algo, como diría mi amigo Fortu, ¡muy elemental, amigo Justo! —me dice, esforzándose por aparentar relajado y con ganas de broma.

— Pues si descartamos a Many como padre de Bárbara —continúo—, tenemos que pensar en algún otro joven que estuviera con su madre durante la última quincena de agosto. Quizás alguien que, casualmente, empezó a trabajar en la misma empresa americana que lo hacía Scarlett. Quizás alguien que, casualmente, acabara consiguiendo, con la complicidad de su amigo Fortunato, que la hermana de éste se viniera a vivir a nuestro país, trayéndose a su hija Bárbara. Quizás alguien que, casualmente, lo planeo todo para conseguir el objetivo de que el infeliz matrimonio de los padres de Bárbara finalizara, y de que Scarlett y Bárbara acabaran trabajando en una empresa cliente, lo cual le permitiría tener frecuentes contactos por razones laborales.

— ¿Alguna caprichosa curiosidad más, Justo? —me pregunta aturdido.

— No tengo identificadas más coincidencias por el momento; pero podría aparece una más en el futuro —le digo, imitando una mueca de Fortu.

— ¡Te veo inusualmente misterioso hoy, Justo! ¡No te reconozco! Creo que tu madre tiene razón, cuando opina que leer sobre las opiniones y los comportamientos de Fortunato te ha influenciado negativamente en exceso.

— ¿Crees que tu amigo y su novia tienen planes de boda o de hijos?

— Ya te he dicho que creo que Fortu no habla en serio, cuando dice lo de su noviazgo con Bárbara. De todas formas, me da miedo que ella se enamore, obnubilada por él, y termine haciéndola daño emocional.

— Te lo pregunto porque, en una de las cenas de la semana, salió el tema de que Bárbara se va dormir a casa de Fortu, cuando su madre se

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marcha de viaje muchos días, cosa que escandalizó a mamá. También se dijo que Bárbara había sido nombrada directora de recursos humanos.

— Conociendo la impulsividad de Fortu, ¡y la diferencia de edad entre ellos!, quizás tengas razón, cuando dices que las cosas podrían precipitarse un poco. ¡¿Quién sabe?! Supongo que tengo que estar pendiente del tema.

— ¿Y no te choca, papá, el hecho de que tu amigo pueda tener relaciones con la hija de su hermana gemela y que, incluso, pueda llegar a casarse con ella? —le pregunto, ahora con la mayor delicadeza que puedo.

— ¿Qué te ha llevado a la conclusión de que Scarlett es gemela de Fortu? —me pregunta mi padre algo que me resulta totalmente inesperado.

— ¡Hombre, papá! —exclamo, desplazando mi pecho hacia delante y mostrándole las palmas de mis manos—. ¿Cómo llamarías tú a dos hermanos que nacen el mismo día, y en la misma clínica, y que posteriormente aparecen juntos, apagando las velas de todas sus tartas de cumpleaños compartidas?

— Scarlett y Fortu nacieron el mismo día y en la misma clínica, efectivamente —me confirma mi padre—, pero de ello no se puede concluir, necesariamente, el hecho de que sean hermanos. No sé si estás de acuerdo…

— ¡Ahora sí que me has dejado fuera de juego tú a mi, papá! —le digo.

— Sabes bien, hijo, que me encanta recordar la importancia que tiene el disponer de buenos sistemas de información para la toma de decisiones; ¡ahora bien!, nunca olvides que el contacto con la realidad que quieres analizar es imprescindible para reducir las probabilidades de equivocarte.

— No me olvido de tu recomendación de que el hombre de empresa no debe aislarse en su despacho analizando informes, sino que debe vivir la realidad que gestiona, hablando con las personas, recorriendo las instalaciones y viviendo el mercado y el entorno; ¡actividades que no pueden hacer los ordenadores! Creo que tu amigo Fortunato diría al respecto que las pruebas de diagnóstico, por muy sofisticadas que sean, nunca pueden sustituir a una buena exploración de su paciente, ¡ni al “ojo clínico”!

— ¡Así es hijo! —me confirma—. Me estás demostrando capacidad para estructurar y analizar la información; pero observo que pretendes sacar conclusiones sólo a partir de ella, sin haber palpado la realidad lo suficiente.

— Te ruego, papá, que me des un anticipo sobre datos que me faltan.

— La madre de Fortu tenía una amiga íntima —accede mi padre a informarme al respecto—. Fueron al mismo colegio y estudiaron juntas la carrera. No sé cuál era su nombre real, porque todos la llamaban Escarlata, debido al gran parecido con el famoso personaje de cine.

— ¡¿Qué pasó?! —le pregunto—. ¡Ahora me tienes en ascuas tú a mí!

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— Escarlata se quedó embarazada a la vez que la madre de Fortu. El mismo ginecólogo hizo el seguimiento de sus embarazos y, atendiendo a la solicitud de ambas, programó sus partos el mismo día y en la misma clínica. Al parecer, les hacía ilusión que sus hijos nacieran el día de fin de año.

— ¿Y por qué la hija de esa mujer pasó a vivir con la familia de Fortunato, como si fuera su hermana gemela? —le sigo interrogando.

— Porque su madre falleció tras una gravísima complicación del parto.

— ¡Qué horror! —exclamo—. ¿Y el padre del bebé…? —le pregunto.

— Parece ser que Escarlata —me explica—, siendo soltera en el momento que se quedó embarazada, prefirió no revelar la identidad del padre.

— Déjame adivinar lo siguiente, papá: los padres de Fortu adoptaron a esa niña, y decidieron ponerle ¡la versión inglesa del nombre con el que llamaban a su madre! Creo que hicieron bien, ¡porque le encaja de maravilla!

— ¿Por qué lo dices, hijo? —me pregunta intrigado.

— ¡Cosas de mis sueños y de imaginación, papá! —le contesto riendo—. También me cuadra más que el apellido de esa mujer no sea Green, si realmente se encarga de los recursos rojos y de los gastos que generan.

— ¡Tú siempre pensando en guiones para tus inverosímiles historias!

— ¿Y tú crees, papá —le pregunto, intentando retomar la conversación tras el inesperado inciso—, que Fortu sabe que, en el caso de que Bárbara y él se decidieran a tener hijos, existe una probabilidad del 50% de que aparezca “una nueva casualidad”, si su hijo es varón y nace daltónico?

— ¿Qué estás insinuando ahora, Justo? —me pregunta mi padre.

— Esa “nueva casualidad” a la que me refiero —le respondo de una manera tan desinhibida, que me llega a sorprender a mi mismo—, aparecería en el caso de que Bárbara le transmitiera a su hijo el cromosoma X con el gen del daltonismo. Me he informado de que todas las hijas de un hombre daltónico son portadoras de la enfermedad. Creo que me explico…

— Mi amigo Fortu dice, mi querido hijo, que Sherlock Holmes elevó la técnica detectivesca a la categoría de arte. Por eso, siempre que existe algún detalle que sea relevante, ¡lo termina descubriendo! Por tanto, no sufras.

— Tus palabras me tranquilizan mucho, papá —le digo con ironía.

— Para seguir correspondiéndote a todas estas informaciones nuevas para mí que me estás aportando, Justo —me dice mi padre con parsimonia—, quisiera decirte algo más, que creo que también desconoces totalmente.

— ¡Soy todo oídos, papá! —exclamo expectante.

— Fortunato chocó contra un árbol, cuando conducía a sus padres a casa después de la celebración de su cumpleaños y de su título de cirujano.

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— Nos lo ha contado mamá la semana pasada, estando tú de viaje. Nos dijo que, en el accidente, fallecieron sus padres y que Fortu sufrió lesiones graves en el abdomen y en la columna vertebral, que estuvieron a punto de dejarle paralítico. Nos lo explicó para advertirnos del peligro de las drogas.

— No me gusta que os lo haya contado, pero bueno… No obstante, lo que tu madre no sabe es que Fortunato se quedó estéril a raíz del accidente. Es como si las heridas hubieran producido una vasectomía traumática.

— ¡Ya veo, papá! —exclamo inmediatamente después—. Ese hecho descartaba que Caridad hubiera heredado el TDA de Fortunato, ¿verdad, papá? Ahora me doy cuenta de que has bromeado siempre sobre el tema, insinuando esa posibilidad, porque sabías que era imposible que fuera verdad.

— Pero, desde luego —me dice abatido y con una cara muy especial—, te puedo asegurar que con lo que no contaba, ¡ni por lo más remoto!, era con una improbable coincidencia, en el tiempo y en el espacio, de algo de alcohol en la sangre de tu madre y ¡de Many People a su lado y sin mi presencia!

— Fortunato opina que, cuando la parte emocional del cerebro está constantemente reprimida por la parte más racional, se suele desbordar de manera incontrolada justo en el momento en el que disminuye o desaparece esa extrema y mantenida actividad inhibitoria. En esa situación, dice él, tendemos a irnos al otro extremo del péndulo, como cuando el Romanticismo surgió como reacción sentimental airada contra el encorsetado Racionalismo.

— Sé que lo que dicen los psicólogos sobre el tema. En cualquier caso—reflexiona mi padre en alto—, ¿quién me iba a decir hace 25 años, cuando conocí a esa chica americana por pura casualidad, que su hermano podría acabar convirtiéndose en ¡el padre de mi hija pequeña!?

— Lamento decirte que es a esa conclusión a la que me han conducido todas las pistas que me han ido apareciendo en mi particular investigación; pero, tras ver que estaba equivocado al pensar que Fortu y Scarlett eran hermanos, he de admitir ¡que mis hipótesis están pendientes de validación!

— ¿Y tú crees, Justo, que Fortunato sabe que Caridad podría tener la misma enfermedad que tienen Many y su hermana? —me pregunta ahora.

— ¡Naturalmente, papá! Estoy seguro de que lo sabe desde que le llamaste alarmado, al pensar que la pequeña había nacido con una mancha mongólica en las nalgas. Deduzco que él, para tranquilizarte, te dijo que se trataba de una mancha idéntica a la que le describiste en la piel de Débora. También tiene que saber necesariamente, siendo médico, que es imposible que Bárbara sea hija de ese americano. Quizás por eso, le quitó de la cabeza el que estudiara Medicina, lo cual le habría permitido descubrirlo.

— ¡Fortu nunca me ha confesado nada de eso! —exclama extrañado.

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— No ha dicho nada, ¡pero creo que ha estado actuando! Siempre te ha recomendado los mejores especialistas para la niña. Y ahora, sabiendo que mamá perseveraba en “hacer de avestruz”, ha forzado un encuentro para convencerla de que debía actuar de modo diferente, por el bien de la niña.

— Pensaba que había llegado a conocerlo a fondo, ¡pero veo que este hombre siempre aparece con algo nuevo, inesperado y sorprendente! —me dice con las dos manos cruzadas sobre la parte posterior de su cabeza.

— Estoy seguro de que Fortu no le ha contado nada a nadie —añado—, ni siquiera a Bárbara ni a su hermana, para evitar cometer el error de revelar el secreto, y luego arrepentirse de ello, como le ocurrió con las gemelas. Creo que él conoce perfectamente sus puntos débiles y su tendencia a meter la pata por hacerse el gracioso en público. Siendo consciente de ello, apostaría a que se obligó a sí mismo a mantener absoluto silencio en relación con Caridad, aún corriendo el riesgo de que la gente pudiera sospechar que era hija suya.

— Está claro que —me dice mi padre emocionado—, si se terminara confirmando tu teoría sobre el diagnóstico de Caridad, tendríamos que centrarnos en encontrar la mejor solución a su problema. Si nuestra cabeza nos termina demostrando que padece una enfermedad potencialmente seria, ¡nuestro corazón deberá volcarse mucho más todavía con ella!

— ¡Espero que el comportamiento de la niña no sea como el de Many!

— Yo no soy médico, pero estoy seguro de que ese chico no se comportaba así por nacer con esa enfermedad, sino por contar con demasiado dinero. Ninguna de las dos herencias se las merecía, pero seguro que la segunda le perjudicó mucho más que la primera. El hecho de que su encantadora hermana sea portadora del mismo gen, ¡confirma mi teoría!

— ¡Cómo me gustaría que fueras capaz de explicarme las Finanzas de una forma tan lógica y emocionante! —le digo con la intención de alegrarlo.

— ¡No seas idiota, Justo! —me dice esbozando una sonrisa—. ¡Date prisa! —me ordena, mientras empieza a darse media vuelta para irse.

— Papá, no sabía que practicabas triple salto, cuando eras joven.

— Todos lo hacemos, hijo —me dice, interrumpiendo su marcha.

— ¡¿Cómo dices?!

— Esta vida es como esa prueba de atletismo que has citado.

— ¿Qué quieres decir, papá? —le pregunto intrigado.

— El primer salto lo damos al nacer. En función del país y de la familia en la que naces, tu primer salto será mayor o menor. En ese momento inicial, dispones de unos activos cuyo valor depende de tus genes, de tu estado de salud y del ambiente socio-económico en el que inicias tu vida. Tu primera

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foto de recién nacido es como tu balance de situación inicial. Tienes que ser capaz de obtener el mejor rendimiento posible con tus recursos iniciales.

— Esto me recuerda que mi mejor amigo bromea diciendo que en esta vida hay dos grandes oportunidades: ¡cuando naces y cuando te casas!

— Pues, precisamente, el segundo salto se suele dar en la época en la que acabas tu formación y orientas tu futuro profesional y personal. Suele ocurrir alrededor de los veinticinco. Se trata de otro buen momento para analizar la fotografía de tu balance y la película de tus resultados.

— Veo que no estoy lejos de ese momento. ¿Y el tercer salto, papá?

— Creo que el tercer salto se da en el momento en el que tienes acumulados un número suficiente de aciertos y de errores, tanto en el terreno profesional como en el personal, como para convencerte de lo importante que es la experiencia. Ese último salto es clave, debido a que tu marca final va a depender del lugar en el que termines cayendo. Con lo que te tengas en ese momento es con lo que podrás contar durante el resto de tu vida.

— ¿A qué edad ocurre esto, papá?

— No estoy muy seguro, pero me da la impresión de que el tercer salto hay que darlo en torno a los cincuenta. Es el momento en el cual, por primera vez en tu vida, empiezas a divisar la jubilación en el horizonte; y en el cual, por tanto, necesitas empezar a planificar con lo que contarás entonces.

— ¿Te refieres desde el punto de vista financiero?

— Me refiero, Justo, desde todos los puntos de vista. La planificación financiera (Financial Planning) no es más que una parte indivisible de tu planificación vital global (Life Planning), con la cual forma un todo único.

— ¡Tú cumples cincuenta el año que viene, papá!

— ¡Así es! Por eso, creo que tengo que irme preparando para el tercer y último salto. ¿Nos vamos ya, hijo? —me pregunta con una cariñosa sonrisa.

— Sí, sí, claro —le contesto pensativo.

— Pues venga, ¡ponte las pilas! —me dice, dándose media vuelta.

— Escucha, papá —le digo, interrumpiendo su marcha otra vez.

— ¡¿Qué quieres ahora, pesado?! —me dice, simulando enfado.

— Sabías, papá, que si consigues convertir en simple todo lo básico, ¡únicamente tendrás que hacer bien todo lo simple!

— Mi querido Justo —me dice sonriendo y asintiendo con la cabeza—, si aprendieras a jugar con los números con la misma habilidad con la que lo haces con las palabras, ¡serías considerado un mago de las finanzas!

— ¿Eso crees de veras, papá?

— ¡Venga, Justo, date prisa! ¡Es tardísimo!

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