la paloma engomada

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Memorias de prisión en los años 70's de Félix Kaufman Poy y Carlos Schmerkin. Los autores fueron miembros de Política Obrera (hoy Partido Obrero) y dirigente de la llamada "Fracción de María".

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  • La paloma engomada

    Flix KaufmanCarlos Schmerkin

    El Farol

    Prefacio de Miguel Angel Estrella

    Relatos de prisinArgentina 1975-1979

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  • Traduit de lespagnol (Argentine) parJean-Pierre TAILLEUR et Annie ESCODA

    Illustrations de la couverture et encartIrene GARCIA STRAUSS

    Srie de peintures : Los de adentro - los de afuera

    Maquette de couvertureGuilhem NAVE

    CorrectionsAmparo ROCHA et Christophe CHAUVILLE

    MaquetteMariano QUIROGA

    PhotosRafael Wollman et Jorge Sclar

    Tiempo Editions22, rue Chauchat-75009- Paris

    ISBN :2-912440-18-1 Tiempo Editions.

    Tous droits rservs pour tous pays.Reproduction mme partielle, strictement interdite sauf accord crit de lditeur.

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  • 5Prefacio

    Todo drama humano, hasta que no es saldado, reaparecer cclicamente sinremedio.La escalofriante destruccin del tejido social que produjo la dictadura militarargentina y que comenzara ya durante el lopezreguismo, fue una aplanado-ra sin precedentes.Recontrur una sociedad tan lastimada requiere memorias tozudas, como la deMadres y Abuelas de Plaza de Mayo, adems de una determinacin de parte detodos nosotros, por crear juntos otras reglas de juego. Otros modos de hacerpoltica y un cuestionamiento de cada uno de nosotros desde el lugar que ocupamos : trabajadores y campesinos junto a cientficos , maestros, ONGs, gob-ernantes, artistas, intelectuales. Es un desafo difcil pero posible si ponemoscoraje y esperanza.Una inmensa mayora de Argentinos hemos devorado centenares de testimo-nios sobre el perodo 1974-1983 que asol nuestra sociedad.Nos introdujimos en los de alto vuelo literario y aquellos sin pretensionesestticas. Unos y otros emocionan por su genuina palpitacin humana, sufuerza, o el candor de sus personajes.Frente a un tiempo de la humanidad sumergido en la deriva individualista, estostestimonios traducen una sensibilidad cada vez ms necesaria.Carlos y Flix van desgranando personajes y situaciones con sencillez. No slolas ms terribles de la tortura en ese infierno de las crceles o chupaderos queluego de la muerte de Pern desencadenaron con feroz impunidad una represin indita que sufrimos decenas de miles de conosureos.Como si estuvieran en una rueda de amigos o familiares, mirndose a los ojos con un mate cmplice de reencuentros, Flix y Carlos relatan con unlenguaje horizontal.Es sana esa poderosa pulsin para comunicar hasta qu punto el ser humano ensituaciones lmites, puede reinventar la vida. Desfilan as las requisas coman-dadas por matones que se sentan omnipotentes, la adrenalina de los cautivos,las astucias para sobrevivir en ese estado de alerta al que sometan a los presos...El humor posible, el lenguaje de las manos.El cuidarse mutuamente encontrando las palabras para aliviar el sufrimientode un camarada, el descubrir reflejos vitales que uno desconoce en s mismo, elredescubrir la libertad intelectual, el recordar errores en los anlisis de coyun-tura pasados, con sus rectificaciones, las "Peas", la relacin con la familia pesea censuras absurdas y humillaciones.Y, como parte del libro, atraviesa una historia de amor que no fue, pero que permiti a una adolecente candorosa proviniente de una familia juda,recorrer el camino de la solidaridad.

    Miguel ngel EstrellaBuenos Aires, 17 de Octubre 2004

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  • 7A los ciudadanos argentinos o extranjeros, atrozmente asesinados por los esbirrosde la dictadura. A los millares de desaparecidos, de quienes ni siquiera tenemosderecho a saber su fin.

    A los organismos de derechos humanos, en especial, a las Madres de Plaza deMayo y a las Abuelas, que han resignificado el derecho a la identidad.A los compaeros de prisin, maravillosos a la hora del aguante psquico,moral y fsico.

    A nuestros hijos de entonces que sufrieron valerosamente nuestra ausenciadurante los aos de prisin y los avatares del exilio, a los que vinieron despusen nuestra nueva vida. A nuestros familiares y amigos, que nos acompaarony a aquellos que aun nos acompaan en esta nueva aventura.

    Una noche, mientras relataba algunas de las ancdotas que se leern en estelibro, la Pauli, que tiene 7 aos, es decir, que naci despus de la dictadura,interrumpi estentreamente gritando, con sus enormes ojos ganados por elasombro: pero...de qu colegio ests hablando?. A las Paulis, a las cualestenemos que transmitir y ensear de qu colegio estamos hablando.A los valientes maestros argentinos que, en otros colegios, educan a las Paulisen la Memoria.

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  • Politiclogos, sabios analistas, acreedores interesados y gerentesdiversos de las finanzas internacionales, han calificado a laArgentina, nuestro pas, de imprevisible, poco serio, y -conun poco de carga literaria-, hasta de misterioso.No hay tal misterio: el nuestro es un pueblo herido, herido en sucarne, en sus emociones, en sus estmagos. Herido por largosperodos de represin salvaje y saqueo econmico.Un pueblo quereacciona seriamente, previsiblemente, frente a tanta agresin.Un pueblo memorioso.Tan seria y previsiblemente memorioso que sus polticos, en elgobierno o la oposicin, se ven obligados a pronunciarse, de algu-na manera, frente a tanta memoria. Unos proponen olvidar, otrosrecordar. Todo en diversos grados: recordar sin castigar, olvidardel todo, recordar a medias.El gobierno de Alfonsn, el primero despus de la cada de la dic-tadura de Videla y sus sucesores, tom primero la ejemplar medi-da de enjuiciar y castigar a los principales culpables de lamasacre. Y, en una segunda etapa, perdonar a los subordina-dos, mediante las leyes de Punto Final -un autnticodespropsito jurdico-, y Obediencia Debida, el argumento conque los nazis se defendieron en los Juicios de Nremberg. El gobier-no de Menem -que complet la obra de destruccin del patrimonionacional iniciada por la dictadura-, indult a los condenados. Bajoel gobierno actual del Presidente Kirchner el Congreso derog las

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    Prlogo

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  • leyes de Punto Final y Obediencia debida y el Poder Ejecutivoconfisc el trgico centro de torturas llamado Escuela Superiorde Mecnica de la Armada (un nombre perfectamente ade-cuado!) para convertirlo, precisamente, en Museo de la Memoria.Al mismo tiempo tom severas medidas de depuracin de lasFuerzas Armadas y de Seguridad del Proceso Militar.En un sentido o en otro, ningn poltico, ningn juez (en el cursode estas dos dcadas se sucedieron y se siguen sucediendo cen-tenares de juicios contra los victimarios), tuvieron el marco queles permitiera ser indiferentes frente a este tema decisivo. El nuestroes un pas muy serio.

    En diciembre del 2001, cuando el efmero presidente De la Rasugiri acallar la indignacin popular ante la perfectamente pre-visible debacle econmica y financiera a la que el saqueo condujofinalmente al pas, mediante la imposicin del Estado de Sitio,esqueleto jurdico (e histrico) de la represin institucional, millonesde argentinos salieron a la calle y el gobierno cay. Ningn mis-terio: seriedad y previsibilidad.

    En ese marco, me llega un mail de mi amigo, empresario, editor,militante, antiguo prisionero del atroz rgimen dictatorialargentino Carlos Horacio Schmerkin, proponindome escribirun libro sobre nuestra comn experiencia en algunas de la crce-les de presos polticos de la Argentina durante el llamadoProceso. Inmediatamente se me ocurri que l mismo partici-para como coautor.Carlos, a quien llamo Yomer y con quien nos apodamos com-padres, reside en Francia, adonde lleg exilado y reconstruy su vidadespus de aproximadamente mas de 3 aos de prisin y 6 meses delibertad vigilada.

    Yomer me propona, entonces, contribuir a la recuperacin de lamemoria, la memoria que salva a este pueblo sufrido, masacradoy esquilmado, de caer en la indignidad.

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  • El disidente sovitico Alexander Solyenitzin relata en su libro ElPrimer Crculo la vida y los sufrimientos de los prisioneros pri-vilegiados (por su condicin de intelectuales utilizables por elrgimen) durante el perodo stalinista. Le su libro en 1969, enprisin durante la dictadura de Ongana, y me asombraron lassimilitudes: las crceles son crceles en cualquier lugar delmundo, en cualquier perodo de la historia. Los carceleros dem.Al comenzar a redactar las primeras ancdotas, pens que Carlosy yo tuvimos la suerte de caer en el primer crculo de la salvajerepresin videlista. Por empezar fuimos detenidos durante elprlogo de la misma, el gobierno de Isabel Pern. Una azarosacombinacin de circunstancias, la disciplinada actitud del grupode compaeros detenidos, la reaccin inteligente y valerosa denuestras compaeras, familiares y amigos, impidi que fueramosasesinados. A diferencia de millares de ciudadanos argentinos (ibaa decir militantes, lo que es inexacto e injusto), no desaparecimos,no fuimos ejecutados. Estuvimos en la crcel de Devoto y luegoen la 9 de La Plata, llamada crcel modelo y designada por losrepresores como vidriera internacional, frente a los organismosinternacionales de derechos humanos.

    Despus, en el curso de los largos meses de trabajo, reflexion acer-ca de que el nuestro no era exactamente el primer crculo sino elsegundo: el primer crculo fue el que vivieron la inmensa mayorade los argentinos. Encerrados en un infierno sin rejas de hierro, sinmuros de cemento, un infierno circundado por el terror, la angus-tia, la prohibicin de pensar. Y de rer. Todos fuimos vctimas. Reivindicar este concepto es -paranosotros-, muy importante. Es uno de los objetivos de este libro.Esto explica que este pueblo no olvide ni perdone, lo que noexime a nadie de insistir en la preservacin de la memoria

    Este libro no tiene pretensiones literarias. Sin embargo, desde suconcepcin, se nos ocurri intercalar -entrelazada con las ancdotasque relatamos-, una historia imaginaria, una historia de amor,

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  • persecucin y sufrimiento que transcurre durante ese perodo negrode la historia nacional.Al incluir esta historia quisimos abarcar tanto a las victimas direc-tas, a las victimas evidentes, a los prisioneros, a los secuestrados,como a las victimas indirectas. En ella -a su vez-, se mezclan mili-tantes con ciudadanos comunes, es decir, ajenos a toda actividadpoltica pero que sin embargo se vieron envueltos, involucrados, porla represin y -en algunos casos-, en la lucha contra la represin. Yesto, simplemente, puramente, como ocurre en la vida, en cualquiervida, a partir del amor al otro.

    S. Ambamos, llorbamos, reamos. La muerte y el sufrimientoestaban presentes de una forma ms brutal e inesperable que enla vida normal. Pero la muerte y el sufrimiento son parte de lavida. Rescatamos eso: si lo que la dictadura quiso, matando,secuestrando, vendiendo criaturas, torturando, fue acabar con lavida, fracas. Muchas de sus vctimas no solo sobrevivieron: tam-bin vivieron.

    Por eso, contamos que lloramos y sufrimos, pero tambin que remos.Como Jules Fucik1 -ejecutado por la Gestapo, en nombre de todasla vctimas, queremos decir: he nacido por la alegra, por la alegra he ido al combate, por la alegra muero: que la tristezajams sea unida a mi nombre.

    Que la tristeza jams sea unida al nombre de nuestro pueblo,nuestro pueblo serio, previsible, nada misterioso, pero s memo-rioso, que sigue luchando por recuperar plenamente la alegra ala que nunca renunci.

    Flix Kaufman

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    1 Nota : Periodista comunista checoslovaco (1903-43) muerto en un campo de concentracin nazi despus de haberescrito el testimonio de sus sufrimientos.

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    La primera edicin (bilinge) de este libro fue publicada, en noviem-bre del 2004, en Francia (pas que recibi millares de exilados de ladictadura); all vive desde hace veintisis aos uno de los autores,gerente editorial. En Pars, auspiciado por el Observatoire de lArgentineContemporaine tuvimos el honor de que fuera presentado por JorgeSemprn, ex prisionero en el campo de Buchenwald, novelista yensayista prestigioso, ministro de cultura de Espaa durante cuatroaos y por nuestro compatriota, msico notable, vctima argentinade la dictadura uruguaya, el pianista Miguel ngel Estrella, hoyembajador argentino en la UNESCO. Naturalmente, nuestro deseoy nuestro objetivo era publicarlo en Argentina. Y aqu estamos.

    Entre ese momento y la edicin argentina se produjo un hecho fun-damental en la lucha por el castigo de los culpables del genocidioperpetrado por Videla, sus secuaces y sucesores durante la dictadu-ra contra el pueblo argentino: la anulacin de las leyes de PuntoFinal y Obediencia Debida por la nueva Corte Suprema deJusticia.

    Muchos pases han sabido castigar parcialmente a sus genocidas.Algunos no. En casi todos los que castigaron, algn gobierno -confrecuencia, el mismo que inici el castigo-, en un momento del pro-ceso, decidi frenarlo, poniendo un Punto Final o derogando lasleyes de castigo, o ambas cosas, temerosos de que el proceso arrastre gran parte o una porcin sustancial del aparato del Estadoo al menos de sus fuerzas armadas. Esto sucedi en la Argentina.

    Nota de la edicin argentina

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    Todos conocemos algunos, muchos o todos esos casos. Todos cono-cemos derogaciones de leyes de castigo de los represores del pueblo.En cambio, difcilmente conozcamos algn caso en el mundo y enla historia, en el espacio y en el tiempo -si es que lo hay-, de dero-gacin de leyes de perdn de los genocidas.

    Se trata pues de un hecho histrico, producto de la lucha encar-nizada de las mltiples y variadas Organizaciones de DerechosHumanos que lograron enraizar la memoria en la mente de la may-ora de los argentinos. En ese combate este libro intenta constituirun pequeo aporte.

    La anulacin de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida elevanuestra lucha comn hacia una nueva y profunda etapa.

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  • La Paloma Engomada

    En el lenguaje carcelario Paloma es un objeto (un cigarrillo, algode tabaco, un poco de azcar) o un mensaje que se hace llegar deuna celda a otra de otro piso mediante un pioln, muchas veces tren-zado con hilos arrancados de los mseros colchones de lana sinpeinar ni limpiar, muchas veces con abrojos que nos hacan saltarcon sus pinchazos. Si la paloma va de un patio a otro, se la ata aun objeto pesado, generalmente un trozo de baldosa de patio, quees as arrojado por el aire.Estar engomado es estar encerrado. An en el lenguaje carcelariohay poesa

    LA PALOMA ENGOMADA, fue el nombre que nuestro grupopoltico puso a un peridico que publicamos en Villa Devoto.Contena comentarios y anlisis. Un esfuerzo increble.

    Lo escribamos, diagrambamos y sacbamos clandestinamente.Afuera era impreso en papel ligero y transparente, en formatominsculo. Y luego lo entraba clandestinamente la visita, dentro detubos de dentfrico, mientras se permiti dejar a los presos objetosde higiene. Ya adentro, lo distribuamos entre los compaeros.

    La inolvidable PALOMA ENGOMADA, public varios nmeros.

    Militantes presos, presos militantes.

    Carlos y Flix

    (*) Elegimos este ttulo para nuestro libro, porque representa cabalmente su intencin, su objetivo:mostrar a los compaeros presos vivos, creando, resistiendo, pensando, luchando.

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  • La Cada

    Cuando Pister irrumpi como una tromba en la sala de impre-siones, gritando la cana, la cana, la cana (sus grandes ojos clarosy saltones completamente desorbitados), yo estaba escribiendo amano un documento poltico cuyo contenido no recuerdo.La vida me dot de una extraa calma en los momentos cruciales.No es un rasgo de coraje superlativo, ms bien una coraza de resignacin acentuada, protectora y -de paso- til.Tom el documento inconcluso, escrito con letras cursivas enormesy bastante indescifrables en papeles de gran tamao y lo guard enmedio de una pila de papeles de impresin en blanco. Despus salpor una puerta lateral hacia el gran patio topndome con la bocadel can de una pistola calibre 45 o algo as, enarbolada por un -despus lo supe-, famoso comisario de los servicios de la Federal,entrenado especialmente en sovietologa (): el comisario Alaiz. El hombre orden que levante las manos y en los minutos siguien-tes, entre la selva de recuerdos confusos, gritos, muchsimos policas,armas automticas e itakas, se destaca la frialdad del piso damerodel patio de la vieja casona chorizo. Y las itakas que de pronto meacariciaban la nuca, de pronto la oreja, mientras uniformadosy personajes de civil iban y venan, trayendo y llevando cosas ydando rdenes.Boca abajo estbamos Pister, Horacio y yo.Yomer juega el rol -como fue convenido-, de dueo de laimprenta y patrn de los tres infelices boca abajo. Calma y aposturaante el Comisario de la Seccional que, a su vez, trataba con dig-nidad al empresario, convencido de que ramos unos pobresgiles que imprimamos poltica en tanto que simples proveedores.En un momento aparecieron el comisario y el empresario en elpatio y Yomer descubri que sus muchachos -as nos

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  • mencion-, estaban en la penosa situacin descripta. Protest. Deinmediato, el comisario orden ponernos de pie, eso s, contra lapared. Mis piernas temblaban: hice esfuerzos intiles para dominarlas.No s cuantas horas pasaron. Varias, sin duda. Despus nostrasladaron a las oficinas de la empresa. Desorden total, todo vol-cado, incluyendo decenas de chapas de impresin de viejos peridicos.Se produjo un debate. No sobre la vida y la muerte, sino sobre nues-tras vidas y nuestras muertes. Tipos de civil queran llevarnos conellos; al comisario, sabiendo lo que nos esperaba, le pareca estpidoe innecesario porque son giles. Los giles fuimos testigos de unadiscusin en que se jugaban nuestras vidas.El Comisario impuso su criterio, lo que -despus lo sabremos-, le costara la carrera. Nos llevaron a la comisara en calidad deinvitados. Cuando me toc firmar el acta, comuniqu conaparente inocencia mi decisin de no aceptar la invitacin. ElComisario se esforz en explicarme que ese no era propiamente miderecho que, debo aceptar la propuesta. Cosa que slo hice despusde consultar al Sr. Schmerkin, esto es, a mi patrn.Nuestra parodia fue perfecta. La polica nos llev convencida de quenada tenamos que ver con la subversin. Eludimos a los serviciosy a una muerte segura en algn descampado.Corran los tiempos de Isabel, tiempos de las Tres A, de LopezRega, de asesinatos en supuestos enfrentamientos.

    Flix

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  • La Cada II

    Formalmente, el pas era presidido por Isabel Martinez de Pern.Aproximadamente a las 14 horas del da 30 de octubre de 1975,estando en mi oficina de la imprenta en la que trabajbamos cuatrocompaeros, escuch sonar el timbre de la entrada.

    Abr la puerta. Alguien me encaon gritando: No te muevas o te quemo!

    Segundos despus entraron una cantidad de policas uniformados.Aplastado contra la pared con una pistola en la sien, pens: Estnde uniforme, no son paramilitares.

    Lo que sucedi despus, durante las tres o cuatro horas delallanamiento roza lo tragicmico.Hice de patrn, sorprendido del trato a mis empleados queestaban boca abajo en el patio, apuntados por las ametralladoras devarios policas. Lo cierto es que mi actuacin surti efecto: los com-paeros pudieron levantarse.

    La polica me interrogaba sobre el material encontrado: revistas yperidicos de izquierda, libros de Trotsky y trabajos comerciales.Buscaban material ms comprometido con la guerrilla y estaban unpoco desorientados. Pens que mi discurso los estaba convenciendoa tal punto que en un momento se me ocurri decir:-Puedo llamar a mi abogado?A lo que el comisario respondi:-Pero qu te crees, pibe, que ests en Estados Unidos?

    Luego me interrogaron dos tipos, aparentemente de los servicios,prepotentes y amenazantes. Segu con mi argumento de imprenta

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  • comercial hasta que decidieron llevarnos a la comisara, despus dehaber constatado que no haba armas. Solo encontraron una sirena-aduje que perteneca a la lancha que mi padre tena en el Tigre.Supuestamente debamos ponerla en marcha en caso de allana-miento para que los vecinos del barrio salieran en nuestra defensa.

    Nos metieron en calabozos, incomunicados. Mi preocupacin era enese momento que nos hagan desaparecer. Al mismo tiempo pensabaen si mi familia adoptara las medidas necesarias para ubicarnos.

    Bien entrada la noche y con un hambre atroz escuch ruidos en elpasillo y un sonido familiar: la tos de mi padre, tan particular, tansuya. Sent alivio: estbamos legalizados. No se me ocurri pensaren el mal momento que estaba pasando mi viejo. Ese sonido de su tos me acompaar todo el resto de mi vida puestoque hered el mismo. Cada vez que escucho mi propia tos meacuerdo de ese momento liberador de nuestra cada.

    Carlos

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  • Entre Bomberos

    Pasamos unos diez das incomunicados en la Comisara. Mientrasla polica y los servicios libraban su batalla respecto de nuestros des-tinos nuestras compaeras haban activado todo lo que era posiblemovilizar polticamente, haciendo pblica nuestra detencin a nivel prensa, legisladores, abogados, organizaciones defensoras de libertades, etc. Con lo cual los servicios demostraron tener razn...pero tardamente.

    Un da, una maana creo, el comisario me hizo conducir a sudespacho, que me pareci palaciego despus de das en la celdaestrecha, oscura y sucia. Me invit con un caf, cigarrillos y meinterrog: no, yo jams haba tenido actividad poltica o sindical,nada saba, etc. Entonces, mientras abra una gaveta de su escritorioy sacaba una impresionante pila de papeles, dijo: vamos Kaufman,entre bomberos no nos vamos a pisar la manguera. La pila gritabami prontuario real y no tanto, detenciones, crceles, juicios, con-denas y episodios ms o menos ciertos, ms o menos absurdos. Lasimulacin haba perdido su eficacia. Slo atin a decirle que, detodas maneras, sera muy difcil incriminarnos legalmente, ya que,legalmente, todo estaba perfectamente armado: una empresa de laque yo era, con otros, personal en relacin de dependencia; unaempresa que tena, entre otros clientes, a un partido de izquierda.

    El comisario respondi abriendo otra gaveta desde la que sac unade las tantas rdenes de detencin basada en el vigente Estado deSitio, firmadas en blanco por la Sra. Presidenta, Isabel Martnez dePern. En el rengln en el que deba figurar el nombre de la vcti-ma escribi mi nombre y apellido. Ya estaba a disposicin del PEN, es decir, la arbitrariedad autoritaria que preanunciaba y

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  • preparaba la etapa de la dictadura. Siempre amablemente, mereenvi a la celda.

    Carlos tendra su propio decreto de detencin. No as Pister yHoracio, quienes un da, como carentes de antecedentes, fueronconducidos de la crcel de Devoto al Departamento de Polica,dejados en libertad por orden judicial en un piso del edificio y arro-jados por una escalera al pie de la cual fueron nuevamentedetenidos, esta vez a disposicin del PEN. Despus los perdimos devista, porque los llevaron por aos al penal de Resistencia.

    Con Pister nos reencontramos tres aos despus en un pabelln de la U9.

    Flix

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    Fueron los das de nunca antes: nunca antes haba hecho elamor, nunca antes haba estado en el Tortoni. Y tambin delpocas veces: pocas veces haba estado en el centro. Viva en unbarrio tan lejano que pareca lejano de todas los puntos de la ciudad al mismo tiempo.As que llegu aturdida en das de aturdimiento, mareada por elmovimiento, la gente, las luces, el ruido y las sirenas de la policacuyos coches no llegaba a ver porque -todava no lo saba-, eranentonces invisibles excepto para los que ya lo saban. Juan erauno de los que saban. Pero lo supe un tiempo despus.El Tortoni me pareci el escenario de un teatro, aunque nuncaestuve en un teatro, pero s vi escenarios: los de la primaria losdas de fiesta, cuando sobre una modesta tarima Saavedra yMoreno, unidos como hermanos, echaban heroicamente a losespaoles o bien Belgrano izaba la bandera por primera vezentre los vtores de soldados alumnos con sombrero de cartnque soaban con el alfajor que la cooperadora distribuira al finalde la fiesta.Los actores del Tortoni estaban distribuidos en mesitas redondasde mrmol blanco, entre paredes excesivamente rojas y colum-nas no menos excesivamente adornadas. Todos tenan diarios olibros o papeles y lapiceras. Parecan muy cmodos en sus roles ydevoraban con fruicin masitas y churros distribuidos por unmozo, no por la Cooperadora escolar.Iba a ser mi segundo encuentro con Juan, mi novio desde hacatres das, mi primer novio de verdad, el primero y nico con elcual haba hecho el amor, entre el dolor, mucha torpeza (aunqueel asegur ser un experimentado amante), el rubor, el asombro yel placer. Al da siguiente fui noticia entre mis compaeras del

    Captulo I

    Tortoni

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  • quinto ao: debut, dije, pidiendo discrecin a mis ntimasamigas, para verme rodeada enseguida de decenas de chicas afir-mando algunas (como Juan) que en sus numerosas experienciasla haban pasado brbaro y otras, ms sinceras o ms modestas,preguntndome como era eso. Todas estaban alegres y exci-tadas y yo tambin. Adems, me gust ser noticia. Estaba en elcentro del escenario, sin sombrero de cartn ni espaoles derro-tados ni vtores.Fue en casa, mi casa, en mi pieza llena todava de peluches varios, ositos en especial, en ausencia de mis padres, claro, coneste Juan que no cesaba de hablar confusamente de los pobres yla injusticia, tranquilizndome al mismo tiempo respecto de loque iba a pasar mientras me aseguraba que su experienciaamorosa lo resolvera todo. Su supuesta experiencia no resolvinada, pero lo pasamos brbaro y yo no estaba nerviosa: sloasombrada, slo curiosa. Y colmada de deseo.Lo haba conocido haca pocas horas, en un baile organizado enla casa del amigo de una prima de una compaera de colegio.Ana, mi mejor amiga, quien supona la existencia de un miste-rioso libro en el cual todo estaba escrito, me afirm luego eso:que estaba escrito. Estaba escrito que ira a esa fiesta, que allconocera a Juan. Pero claro, como ese libro no es ledo por nadiey sus designios se conocen luego de realizados, yo no podahaberlo previsto. Y Juan tampoco.Juan era hermoso, una especie de nio grande rodeado de unhalo de desamparo, hablando sin cesar para que el halo no seviera. Me enamor al verlo.Despus de hacer el amor le pregunt donde nos veramos.Cundo, me pregunt. Le contest lo que me pareca obvioentre gente que se ama: maana. Pero l estaba muy ocupadomaana y tambin pasado maana. Estaba ocupado hasta el ter-cer da, cuando nos encontraramos en el absurdo escenario delos coches, las sirenas policiales, los hombres con diarios y libros,las mesitas redondas y las paredes rojas, a las cinco de la tarde.Pero Juan no lleg. No lleg a la hora convenida ni diez minutos

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  • ms tarde cuando el actor que haca de mozo me insisti respectode lo que deseaba consumir, cosa que yo no alcanzaba aescuchar, absorta como estaba en la puerta de entrada por la queaparecera mi novio en nuestra primer cita, absorta suponiendoque ocurrira despus de encontrarnos, si haramos el amor denuevo y dnde. Y cmo. Mecnicamente le ped una coca, locual estara escrito en el libro mgico de Ana o en el papel queme tocaba representar en la obra.Despus de todo -pens-, si el libro de Ana existe, todo no es msque un escenario. Pens cosas absurdas para pasar los minutos deausencia de Juan, que seguan transcurriendo. Habra pasado media hora cuando mi mam apareci en mispensamientos: no vendr, me dijo. Si te entregs fcilmente aun hombre, se va despus de tenerte-Agreg. Los hombres sonas, se aprovechan de las fciles pero no les gustan. Se van y novuelven. Mam era anticuada, debi ser anticuada inclusocuando era nia.Pero quizs fuera cierto, quizs fui fcil y los hombres se van.Una punzada de angustia me recorri el cuerpo desde la panza.Quizs mam no es anticuada -pens-, sino sabia. Tal vez siem-pre haya sido as y mam lo sabe.Resist esa idea cuanto pude, pero Juan no me ayudaba porqueno vena, no llegaba. Le implor mentalmente que lo hiciera.Pero no lo haca.Me salv de esa idea recordar su confuso parloteo sobre lospobres y la injusticia, al que no haba prestado mayor atencin.Otra angustia reemplaz entonces a la que me provocaba la leyde mi madre: una angustia ms oscura, ms inaprensible, quetena origen en las palabras de Juan y en las sirenas que cadatanto seguan llegando desde la Avenida, en una mezcla ms confusa que Juan mismo, una angustia que no parta de la panzasino desde un punto detrs de la nuca y ascenda hasta erizarmelos cabellos, sin permitirme razonar nada, aclarar nada, comprender nada.A las seis me levant y me fui.

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  • Fro

    No creo que ninguno de nosotros cuatro haya pasado tanto fro ennuestras vidas. Un fro que atravesaba la piel y los msculos, un froque se senta en los rganos y en los huesos.Despus de unos diez das de comisara fuimos trasladados alPalacio de Tribunales, sede central de la Injusticia Nacional.Separados, siempre bajo incomunicacin, en celdas minsculas, noms de un metro y medio por dos, con una cama de cemento sincolchn. Varias horas ms tarde, ya de noche, nos tomaron, indi-vidualmente, indagatoria. Luego, de a uno por vez, nos fueron levantando la incomunicacin y nos reunieron en una celda grande.El reencuentro alborozado, el cotejo de declaraciones perfecta-mente coordinadas, la alegra de sentir que diez das de silencio nohaban quebrado ni la voluntad ni la solidaridad del grupo, basadasen un profundo, templado acuerdo.Pasamos la noche hablando. Durante el da llegaron presos deDevoto a comparecer ante sus jueces. Despus, traslado a la crcel,en nuestro primer viaje en celular.Llegamos a la noche y fuimos encerrados, sucios y agotados, en unacelda amplia y vaca, en la Planta Baja de un pabelln que seranuestro durante varios meses. No tenamos colchones ni mantaspero s mucho fro.Las horas pasaban y el fro hmedo se acentuaba intolerablemente.Slo nos restaba hablar, hablar y hablar, mientras las heladas agujasse convertan en angustia. Combatimos el inesperado enemigosaltando, corriendo, cantando.En algn momento, espontneamente, apiamos los cuerpos y asnos sorprendi la madrugada, dormidos, encimados como ani-males, como se protegen las ovejas de la lejana Patagonia.Tiritando, habremos dormido algunas pocas horas, o acaso unos

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  • pocos minutos, cuando nos abrieron la puerta para sacarnos brutal-mente, tambaleantes de sueo, arrastrando dos das de vigilia.Introducidos otra vez en un celular, nos llevaron otra vez a tribunales,para firmar la detencin preventiva.Esa noche, que sera la ltima de los cuatro juntos, nuevamente enDevoto, nuevamente en una celda de la Planta Baja, logramosnegociar la entrega de algunos sucios colchones y mantas agu-jereadas. Pero a nosotros nos pareci una noche de lujo en un hotelpalaciego. Dormimos profundamente, siempre sucios y agotados.

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  • La jaula dorada

    A la maana, Pister y Ral fueron trasladados a Resistencia. A nosotros nos metieron en una celda del piso superior. Alguna vezresidi en ella un preso comn que la haba pintado y decorado msque decentemente. Nuestras familias nos haban hecho llegar ali-mentos, un calentador, equipo de mate y las inevitables revistas dehistorietas. Tenamos una cama marinera.

    Comimos, armamos el mate, encend un cigarrillo. Carlos es mspobre: no toma mate ni fuma.

    La frase que sigue y de la que Flix es autor absoluto y responsableo irresponsable total, quedar en nuestra historia: Carlos -le dice,tendido en la cama y saboreando un cigarrillo al mismo tiempo queprobablemente una historia del Corto Malts-, en estas condicionespodemos pasarnos aos en cana sin sufrir. En ese exacto momen-to la puerta se abri con la suavidad habitual y las revistas, lacomida y el calentador feuron arrojados junto con nosotros al pasillo del pabelln. Unos minutos despus estbamos separadosaunque vecinos de celda, sin alimento, sin mate, sin cigarrillos nihistorietas. El rgimen excepcionalmente suave de los presos polti-cos de Devoto, que duraba desde haca meses, acababa de cambiar.Lo disfrutamos unas horas inolvidables aunque no tan inol-vidables como la frase de Flix

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  • El ortiva

    Ortiva es alcahuete, sopln, el ttulo ms aborrecible en una crcel.Pero ortiva tambin era un instrumento precioso, uno de los recur-sos inagotables de que disponamos. Porque as llambamos a untrocito de espejo con forma de rombo irregular, incrustado, fuegoderretidor mediante, en el extremo de una lapicera de plstico. Conesa pequeez, sacada por la mirilla de dos centmetros de la puerta,podamos controlar todo el movimiento del pabelln, todo su gigan-tesco pasillo y las rejas de entrada.Cada celda tena su guardia, es decir, un horario y un da paravigilar. Y avisar si la yuta entraba al pabelln, a nuestro terri-torio, para una requisa sorpresiva.

    Un da, compartiendo la celda con Jos, y cometiendo todas lastransgresiones posibles, es decir, encender fuego con papeles paracalentar no se que alimento improvisado y conectar nuestros calen-tadores de hilos de cobre a la electricidad para hacernos unosmates, Jos, de guardia, peg el grito: isa la yuta, isa la yutapreviniendo a todos los compaeros.

    Apagamos el fuego, presurosos. Jos arranc los cables con la manoy la puerta de la celda se abri para dar paso a la brutal patota.

    En el aire flotaban copos encendidos...Quien hizo esto?, preguntaron los canas. Uno de los dos tenaque caer. Mis compaeros haban decidido que no fuera yo enningn caso. Jos, Jos el generoso, Jos el solidario, dijo: yo. Y fue a parar una semana a los buzones de castigo.

    Flix

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    Al da siguiente fui al colegio, pero estaba en otra cosa. Iba a buscar a Juan. Pas la noche pensando en l. Trat de imagi-narme lo que l estara pensando. Forzndome en suponer queno pensaba lo que mam dice que tienen que pensar los hombresde una mujer fcil, preguntndome si yo lo era, si yo lo habasido, mientras la otra angustia, la angustia negra y sombra nacida en el Tortoni, formada de yo no saba que ideas, que pensamientos, iba ocupando un lugar, modesto al principio, perocreciente. Creciente.

    Las chicas me consolaron, me aseguraron que Juan volvera.Tambin Ana lo dijo y eso me tranquiliz algo: tal vez lo leyeraen su famoso libro.

    No saba donde viva ni su nmero de telfono. Estaba tan feliz,tan segura de nuestro amor como si lo conociera de toda la vida.No se me ocurri preguntarle otra cosa que adonde nos encon-traramos. Y cuando. Cundo: ese era el problema.

    Trat de averiguar algo con la compaera que me invit a la fies-ta, pero ella no conoca a Juan, slo lo vi bailar conmigo. Almenos me prometi preguntarle a su prima, que lo haba invita-do. Sin saberlo, yo estaba iniciando un largo camino, un caminosinuoso e infinito, una ruta inimaginable que empezaba entre mispeluches y terminara mucho ms tarde y mucho ms lejos, msall de un horizonte que divide a los nios de los grandes. Perotodava no me daba cuenta de nada. Estaba la sombra negra ycreciente por un lado y el acento extranjero de mam comu-nicndome las leyes de las relaciones entre los hombres y las mujeres fciles.

    Captulo II

    En el colegio

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  • Pobre mam. Es buena, siempre ha sido buena. No s de dondesaca esas ideas, seguramente se las ense su mam y vienen de tanlejos como el horizonte hacia donde yo me diriga. Pero su vida, queno estuvo exenta de dolor, tampoco estuvo vaca de amor.

    Mam, Tita para los vecinos, Tit cariosamente para pap, esuna juda europea fugada de los nazis. Conoci a pap -y alamor-, en la remota ciudad boliviana de La Paz, adonde llegaronprecisamente en busca de paz. No saban el espaol ni elquechua, ni siquiera hablaban una lengua comn a ambos. Elladice que pap -pap lo niega con una sonrisa pcara-, la invit deinmediato a un baile. Que l no tena la menor idea de baile deningn tipo, que le lastim los pies... y que se enamoraron allmismo. Como Juan y yo. Tal vez ella tambin fue fcil, perohoy son muy grandes, han cruzado varios horizontes y se siguenamando, l no la abandon nunca, pero ella repite mecnica-mente lo que su mam, y la mam de su mam, y una generacin tras otra de mujeres aprendieron a decir, mientras seenamoraban, cruzaban fronteras y horizontes. Pap se llamacomo Juan, pero en alemn: Hans. Para el barrio es Don Juan.

    Son muy buenos conmigo. Vienen de una historia terrible yromntica, no importa que mam diga lo que dice. Se siguenamando como nios y me cubren de afecto. Mam me conoce.Esa maana me pregunt que me pasaba: yo le dije que nada,segura de que no me creera en absoluto.

    Mi amiga me prometi averiguar todo ese mismo da y llamarmepor telfono de inmediato. Sal del colegio con la mochila y laangustia a cuestas.

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  • El golpe de estado

    El debate sobre las ideas polticas de los militantes de los aos 60/70ha sido y ser intenso. Eso, en principio, significa que esas ideas y sutentativa de puesta en prctica, la lucha por imponerlas no pasaronsin dejar huella. Algunos pondrn el acento en los errores, otros enlos aciertos, no faltan las reflexiones integrales, crticas, de los pro-pios actores. Y finalmente estn quienes se enfocarn en aspectosgrotescos o delirantes.Que los hubo, sin duda. Como no podra ser de otra forma entrequienes se proponan, desde un ngulo u otro, desde uno u otropunto de partida, cambiar revolucionariamente la sociedad. No haydeseo sin sueo, no hay sueo sin fantasa, no hay fantasa sin delirio.La introduccin me parece necesaria. El grupo al quepertenecamos aseguraba que no habra, no poda haber golpe deestado en la Argentina. Al menos as interpretbamos los anlisisque nos llegaban a nosotros. El 23 de marzo de 1976, mantenamosintransigentemente ese absurdo anlisis. De una realidad que ya nonecesitaba anlisis puesto que todos sabamos que habra golpe deestado. Todo el pueblo, todos los polticos lo saban. El 23 de marzo,mientras los diputados retiraban sus efectos del Congreso, paranosotros no habra golpe.

    As que esa maana del 24 de marzo sentimos un silencio impresio-nante, uno de esos silencios ominosos, uno de esos silencios que seescuchan. Era un silencio de muerte, pero todava no lo sabamos.Seguamos, Jos y yo, en la misma celda. No recuerdo si tenamoscompaa. Despus escuchamos motores, lentos, montonos. Me sub a loshombros del altsimo Jos para mirar por la elevada ventana y vi unjeep, recorriendo la calle que rodeaba el penal, con un smbolo, un

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  • tringulo o un delta griego, smbolo que, despus supimos, identifi-caba a las tropas golpistas.

    As pues, haba golpe. Contra nuestros pronsticos y nuestrosanlisis, para el caso, absolutamente delirantes.

    Esa noche el grupo se reuni a travs de los inodoros. Y yoexpliqu que solo muy parcial y limitadamente nuestros anlisishaban fallado. Que la dictadura no poda durar y sera ms blanday ms dbil que la de Ongana.

    Es decir: trat -y esto era un defecto lamentablemente comn-, deadaptar la realidad a nuestros anlisis previos, en lugar de lo inverso.

    Estbamos al borde de una tragedia histrica, de la liquidacin fsi-ca de una inmensa porcin de una generacin de militantes revolu-cionarios, de un genocidio. Tenamos avisos: el accionar parapolicialde las Tres A ya haba asesinado numeroso militantes obreros,estudiantiles, populares, entre ellos, nuestros compaeros Jorge elPato Fischer y Miguel Angel Bufano y tantos otros, de casi todaslas corrientes del pensamiento poltico.

    Flix

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  • Recursos inagotables I

    En Devoto nos quitaron los calentadores pero, misterios de la cr-cel o consecuencia de la imbecilidad de los carceleros, quedabamate, bombilla y yerba, esos elementos sin los que un argentino -y no hablemos de un uruguayo, que los haba-, subsiste dificul-tosamente. El problema era calentar el agua.

    Para ello se utilizaba la electricidad. Primero dos alambres decobre extrado de los numerosos cables de la vieja instalacinelctrica. Conectados, se introducan los extremos libres en elagua y -aunque con algn gusto metlico-, el agua se calentabams o menos lentamente.

    Para acelerar el proceso se les agreg a manera de electrodosdos cucharas. Despus se reemplazaron las cucharas por hojas deafeitar en desuso: ya tenamos un calentador armado. Parapotenciarlo se unan varias hojitas, separadas entre s por trocitosde plstico hueco, a su vez extrados del fondo de barritas des-odorantes. El rgimen no permita la entrada de libros o alimentos,pero s el de ropas civiles y elementos de higiene.

    Jos lleg a sosfisticar el artilugio con un... circuito impreso! Plegcuidadosamente papel metlico de los atados de cigarrillo y dealguna manera los peg a una pared. En una punta se conectabana la luz. De la otra pendan dos alambrecitos con sus correspon-dientes hojitas. Tenamos un calentador permanente y las requisaslo confundan con dibujos murales.

    Carlos y Flix

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  • Recursos inagotables II

    Otra paradoja: en nuestro piso de Devoto haba quedado una bolsa de harina. Nuestra ranchada, grupo magnfico integrado por gente del Peronismo de Base, exilados uruguayos, militantestrotskistas y algn independiente, heredera de esa inmensa riqueza,organizaba con ella tortafriteadas con mate. Y la grasa? Habamosaprendido a extraerla de la tumba, los pequeos y horriblespedacitos de carne que flotaban en el guiso infame del rancho.

    Una vez cocidos a fuego de papel y trozos de madera arrancados delas ventanas, el sebo era enfriado en moldecitos de tapas de reci-pientes y se conservaba muy bien por mucho tiempo.

    No se si las tortafritas eran exquisitas, pero, fruto del deseo y la necesidad, lo parecan.

    Al tiempo el resto de los compaeros del pabelln se quejaron delcarcter egosta de nuestros placeres. Considerado un reclamo justo,la ranchada ofreci en compensacin una tortafriteada colectiva.No s cuantos ramos, tal vez ms de medio centenar de presos.Para cocinar semejante despropsito arrancamos los maderos deventanas enteras y armamos una gran fogata cuyo humo, sin duda,era visible a gran distancia. El peligro era grande pero no pasnada. Excepto disfrutar de un momento inolvidable.

    Inolvidable: nuestro presente era tremendo y nuestro porvenirazaroso. Pero recordamos esos momentos como felices, simple-mente felices. Vivamos.

    Flix

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    Susana no me llam y yo estrell la angustia convertida en miedoy en llanto contra la almohada, entre los peluches que me empe-zaban a parecer burlones., mudos testigos de mi noche de pasin.

    So con Juan, encerrado en una jaula. Desde que falleci el toFrank, hermano de pap, sueo con jaulas. El to estaba enfer-mo, gravemente enfermo como se dice para evitar decir lo quese quiere decir; hablbamos de l sin l, detrs de l, al costadode l, sin su participacin. Todos sabamos que se iba a morir yseguramente l tambin, slo que l no participaba de esas con-versaciones, estaba al margen de esa parte de la vida que incluasu propia, prxima, inevitable muerte. Entonces senta que lotenamos en una jaula. Despus aprend que las jaulas abundan:la gente habla de los chicos sin la presencia de los chicos. Delos negros, sin la participacin de los negros. Soy juda. S quemis amigas comentan al respecto, Mara es juda, sin hostili-dad, hasta con simpata, con afecto...pero en mi ausencia.Vivimos entre jaulas, eso sent, eso siento; todos construimosjaulas para los otros, los que se estn yendo, los que son dife-rentes. Mam construy la jaula de las mujeres que sonfciles;y la de los hombres que las abandonan.

    Despert aterrada, justo en el momento en que intentaba arran-car los alambres de la jaula de Juan. Fue el da en que descubrel Silencio. Ese da aprend que las jaulas no slo se construyencon palabras: tambin con silencios. Sobre todo con silencios.

    Llegu al colegio desesperada. Las chicas estaban ah, bulliciosascomo siempre, simpticas y cariosas como siempre, todas mebesaron un poco ms clidamente que siempre pero nadie me

    Captulo III

    La jaula del silencio

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  • pregunt por Juan, nadie me tranquiliz, nadie me consol. Yotambin jugu el juego de las jaulas, acept, sin saberlo, sin pen-sarlo, mi propia jaula. Hice como ellas, como si nada mientrasbuscaba afanosamente a Susana con la mirada. Cuando la vi nome dirig hacia ella, como todo mi cuerpo, cada clula, cada gotade sangre me lo reclamaba. En el esfuerzo sent los msculos demi cuerpo, tensados hasta el dolor.

    Me fui aproximando en medio de la risa, los comentarios banales(que nunca me haban parecido banales), como si nada, comopor casualidad, hasta quedar al lado de ella en medio del orde-nado desorden de la fila, en un lugar que no era mi lugar porquesoy ms bajita o ms alta, sin decir nada, calladita, con mi pro-pio silencio que gritaba sin ser escuchado.

    Pasaron dos horas. Yo no estaba ah. La profesora de historia dijoalgo sobre una Asamblea Constituyente, algo se decidi en algnlugar en algn ao, los argentinos podramos en adelante hacerciertas cosas y nos estaban prohibidas otras, como enjaularquizs, alcanc a decirme, pero no escuch nada ms. La dematemticas habl de derivadas, eso me pareci. En el tercerrecreo encar a Susana. De frente, mirndola fijamente, rom-piendo el juego. Pareci un poco enojada, molesta, como si nadaimportante hubiera pasado, como si mi pregunta estuviera fuerade lugar: el patio de una escuela, el momento del recreo en quese habla de chicos que estn, de bailes que se harn, de parejasque se separan, de noviazgos que se inician. Me dijo el primerno s nada de una larga serie de nosenadas que iba a escucharen adelante. Sacudi la cabeza, se dio vuelta como si acabara deacordarse de algo importante que tena que comunicar a alguienque no era yo, cualquier cosa a cualquiera menos a m. Y se fue.El da de clase me result una tortura. Tortura: tampoco el sig-nificado de esta palabra era claro para m.

    Fue un da importante en mi vida. Aprend a ser encerrada en el silencio.

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  • Shargo

    Pronunciamos, por una sola vez en este texto, su apellido completo:Shargorodsky. Porque para muchos militantes revolucionarios, paralos presos y perseguidos, fue desde siempre y ser para siempre elGordo Shargorodsky o simplemente Shargo.

    Desde siempre, porque el abogado Shargorodsky, defensor de traba-jadores, obeso, enfermo y enfermizo, de mansos ojos celestes, estaba con todos los oprimidos desde tiempos difciles de precisar,desde tiempos inmemoriales. Desde siempre, porque sobrevivi atantas represiones, a tantas dictaduras, a tantas enfermedades, quelo sobamos inmortal.

    Desplazaba su pesada humanidad lenta y penosamente, creo queafectado de gota, abrumado por su obesidad, sobreviviente de car-diopatas varias y hasta de un cncer que le llev un rin. Eracomo para ilusionarse con su deseable inmortalidad.

    Paternal. Empezaba retndonos, a Flix en particular, considern-dolo un tiro al aire. Luego hablaba de la situacin poltica,inevitablemente del costo de la vida y de la Yiya. No sabs quienes la Yiya?!, exclamaba con un asombro que nunca sabremos si era simulado. La Yiya era su esposa. Cmo alguien (milico, juez,abogado, guardia crcel) no sabra quien era la Yiya! Entoncesempezaba una larga descripcin, tediosa para quienes ya lahabamos escuchado decenas de veces, respecto de la Yiya, su malcarcter y su increble habilidad para tejer a mquina, porque nos si saben, la Yiya teje y hay que ver cmo teje, nunca vi un teji-do de la Yiya, fjese mi pullover, bueno, claro, lo teji la Yiya. Entrelos represores, el discurso causaba desconcierto. El mbito y los

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  • actores no encajaban con este hombre, con su relato, las escenaseran surrealistas, y las mentes de milicos y leguleyos, que difcil-mente penetran la realidad, naufragan en la sub-realidad.

    Intencional o sincero. Creemos que ambas cosas. Adoraba a su Yiyay se aprovechaba del desconcierto, infringiendo traviesamentereglas, jugando como un nio... y sacando ventajas. Shargo sabaenormemente de leyes...y no crea en ellas en absoluto. Nos abru-maba con comentarios banales y relatos sobre la actividad textil dela Yiya, pero no recuerdo un solo trmino jurdico en sus charlas.Sin embargo gan juicios que sentaron jurisprudencia, como unosobre el que editorializaron los diarios, en plena dictadura, soste-niendo que falsear un DNI no era delito.

    Y los ganaba en dictadura o democracia. De hecho, logr hacernosabsolver a nosotros, en un juicio histrico e imposible, porque si biennuestro caso era muy slido jurdicamente, la juridicidad no era precisamente el fuerte de la dictadura y los antecedentes de Flixarruinaban toda solidez. Sin embargo, l logr que ellos no pesaran,sosteniendo que yo arrastraba condenas por leyes derogadas (enespecial, la famosa ley anticomunista de la dictadura de Ongana) ypor lo tanto no podan ser elementos de juicio. Lo logr. No sinantes aburrir y desconcertar a todo el juzgado con sus discursos yancdotas.Y regar desde empleados y oficiales de justicia hasta fiscales, secretarios y jueces con pulloveres tejidos por la inefable e infaltable Yiya.

    En nuestro caso logr que el propio fiscal pidiera nuestra abso-lucin, resultado inesperable en la poca.

    Shargo muri en democracia. Su corazn se detuvo en la calle.Desde la memoria, el gordo nos sigue retando...

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  • Peas y debates de inodoro

    Para comunicarse, el pabelln celular de Devoto era un colador.Con la celda vecina, tenamos el cao de descarga de la pileta. Conceldas del mismo piso tenamos una caera de cables elelctricosabandonados. Arrancarlos nos daba materiales para improvisarcalentadores.

    Pero lo mejor eran... los inodoros. Ocho celdas, a razn de dos porpiso, podamos comunicarnos simultneamente porque tenamos elmismo cao de desage. A razn de por lo menos dos presos porcelda, pero a veces tres y hasta cuatro, nos contactbamos alrededorde 20 por cao. Para comunicarnos no le hacamos asco a nada...

    Cada celda tena, al efecto, destinado un vasito. Con l desa-gotbamos el agua del sifn, barrera para los malos olores pero tambin para el objeto tan deseado. Una vez vaco, la comunicacinquedaba abierta. Avisbamos a la celda destino del mensaje con ungolpe en la pared si era del mismo piso o en el techo si era de arri-ba o en el suelo si era de abajo. Si el destinatario estaba an msarriba o ms abajo, se armaba una cadena para avisar. Se les pedaque abrieran, lo que equivala a que atendieran el telfono.

    Poda ser para pasar una informacin. Una novedad. Un chisme enel pequeo pueblo carcelario.

    Pero haba actividades ms apasionantes. Por ejemplo haba hora-rios reservados por los grupos polticos para debatir entre ellos. Ental caso todos los dems participantes de la lnea se abstenan deabrir el canal, es decir vaciar el sifn, para preservar y respetar dis-cretamente la comunicacin de ese grupo. O bien se acordaba entre

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  • todos los miembros de la lnea un horario comn para debatir untema poltico o para que el miembro de un grupo diera una charla,una conferencia. Para estudiar.

    Ciertas noches acordbamos armar una pea de inodoros.Abramos todos a la vez y se cantaba, tango, folklore...

    De repente, en medio de una comunicacin algn preso de la lneaavisaba que deba satisfacer imperiosas necesidades fisiolgicas.Entonces quienes estbamos en lnea llenbamos apresuradamentelos sifones, a fin de preservar nuestra salud olfativa.

    Todo era vlido para juntarnos, para vivir, para resistir alegremente...

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    A medioda me dirig a la casa en que haba conocido a Juan.Alguien mir desconfiadamente por el visillo, claro, hay tantosrobos. Pregunt desde adentro quien era y dije soy una amiga deSusana. La seora se volvi ms amable, me abri, me preguntquien era y yo le dije: soy la novia de Juan.Ah, Juan. Juan, s. Es decir, no s, haba tantos chicos... Juan? Nolo recuerdo, no me acuerdo de ningn Juan. Sos la novia? Sosmuy chica para estar de novia, donde lo conociste?Aqu,-dije. En la fiesta.Pero eso fue hace menos de una semana! Cmo podras ser la novia?Yo fui novia de mi marido despus de que me cortejara durante un ao...No es as noms ser novia de alguien, no es tan fcil.

    Otra vez la mujer fcil. El rostro de la mujer se haba vueltotenso, incmodo. Mujer fcil me sonaba conocido.

    Pero nos queremos y somos novios-, afirm no sin un cierto orgullo.-Mir, te aconsejo que hables con tu mam, de Juan no s nada,ni quin es-.

    Y cerr la puerta. Las puertas tienen la cualidad de poder sercerradas como son abiertas. Y los argentinos parecemos teneresos derechos, seguramente desde la Constitucin de algn ao.

    Las puertas se empezaban a cerrar y el silencio a crecer.

    No tena ganas de volver a casa. No tena ganas de volver aningn lado. Juan no volva a m. Volver careca de sentido.Una llovizna finita y fra me mojaba despreocupadamente.

    Captulo IV

    Mujer fcil

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  • Puede que Buenos Aires no sea alegre, nunca me fij. Me pare-ci que estaba triste, con su lluvia finita y sus sombras de otoo,que todo lo arruinan a las 6 de la tarde, la misma hora en quedej de esperar a Juan en el escenario del Tortoni.Camin por las calles de un barrio enorme, eso me pareci. Devez en cuando, sirenas. Las sirenas se montaban en mi angustia.Camin hasta que el fro y el agua me lo permitieron. Hasta queme dolieron los huesos.Justo en el momento en que toqu el timbre de casa record otrafrase de mam. No la de la mujer fcil, no. Otra, de mam y depap, de haca mucho tiempo, de un tiempo de infancia, que enese instante son como un eco, como un eco rebotando en lasparedes de mi cabeza: no hay que meterse en poltica.

    Mam no me dijo nada, pero la cena fue triste como el barrioenorme y lluvioso. Mis padres estaban silenciosos y yo empezabaa acostumbrarme al silencio. Yo buscaba a Juan, sonaban sire-nas, todo el mundo se callaba, llova y mis ositos me esperaban -burlones-, en los estantes.50

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  • Atravesando barrotes

    Nico era chiquito y flaquito. Los barrotes de las rejas, escasamentedistantes unos de otros y que nos separaban de nuestros familiaresen el locutorio de visita de la Crcel de Devoto eran helados,aunque el calor de las manos de nuestros padres, nuestros her-manos, nuestras compaeras terminaran entibindolos All nosagolpbamos, casi unos sobre otros, cuando llegaban nuestros seresqueridos, despus de largas esperas y humillantes requisas. Allrobbamos el beso furtivo de nuestras compaeras, la tierna cariciade nuestras madres.

    Nicols, de apenas tres aos, vena frecuentemente. Me miraba sincomprender por qu yo estaba del otro lado de los barrotes, por quno poda estar con l. Se imaginaba cosas horribles sobre nuestravida carcelaria.Pero un da se me ocurri probar...Y su cabecita pas entre los ba-rrotes. Me di cuenta de que todo su cuerpito podra hacer lo mismo.Y negoci con el guardia de turno.

    Los guardias eran brutales, bestiales. Pero haba aquellos que enmedio de la violencia infernal de una paliza deslizaban una miradacmplice, aflojaban imperceptiblemente las trompadas (impercepti-blemente para los otros guardias y sus jefes, pero no para nosotros,atentos al menor gesto), los que se conmovan -siempre oculta-mente-, de nuestra situacin y la de nuestras familias. Recuerdo unoen la U9 de la Plata que una vez nos dijo: yo tambin tengo mujere hijos, lo cual habida cuenta del medio era toda una declaracin.

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  • Acaso este al que me refiero tambin tuviera un hijo chiquitito yflaco. El caso es que dej pasar a mi Nico. Slo un ratito. Un ra-tito! Fue uno de los momentos ms intensos de mi vida!!

    Llev a mi hijo hasta la celda, le mostr mi cama, los estantes dondetenamos acumulados un tarrito de dulce de leche y algo de merme-lada. Le hice ver cmo vivamos, la mesita donde yo me sentaba aescribirle las cartas que le enviaba todas las semanas, el inodoro, laventana, las revistas y libros.

    De pronto vio una cucaracha que se paseaba parsimoniosamentepor el suelo y me dice: -Pap, matala. Le dije que era una amiganuestra y que no nos haca dao. Estbamos tan acostumbrados aesa parte de nuestro decorado que no nos parecan extraas.

    Despus de unos minutos y ante el temor del guardia de que sedescubriera su trasgresin al reglamento, volv a pasar a Nico delotro lado.

    Fue difcil pero necesario. Esa vivencia le permiti a mi hijo relegarsus fantasmas y vivir mi encarcelamiento con mayor tranquilidad.Pudo ver que nuestras condiciones materiales eran menos truculen-tas que lo que l se imaginaba. A lo largo de esos aos y a medidaque iba creciendo ese recuerdo le sirvi para soportar mejor laausencia de su padre.

    Algunas semanas ms tarde cuando quise repetir la experiencia sucabecita haba crecido y ya fue imposible hacerlo.

    Me hubiera gustado tanto que la ma fuera ms pequea parapasar del otro lado! Pero la fuerza de mis convicciones y mis ansiasde libertad nunca dejaron de estar del otro lado. Los barrotes nunca lograron apresar mi espritu.

    Carlos

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  • La vueltita de Devoto

    Todava bajo Isabel, el rgimen cambiaba a diario. Parecan nosaber qu hacer con nosotros. Ora tenamos un rgimen de visitas,ora otro. Lo mismo los recreos. Nunca sabamos qu poda pasar.Llegaba el horario de recreo, nos aprestbamos, esperbamos yesperbamos, pasaban horas y no haba recreo. La espera podaprolongarse durante das, a veces semanas.

    O de pronto nos suspendan las visitas, por largos perodos.

    Entonces los familiares, ms o menos organizados, armaban lavueltita. Caminaban en torno a los muros, gritaban los nombresde sus presos y nosotros los veamos malamente, a una distanciade acaso 150 o 200 metros, montados sobre la cama superior si latenamos o sobre los sacrificados hombros de nuestro compaero decelda, pues las ventanas eran muy altas. Por suerte, yo contaba conlos hombros de Jos, fuerte y de gran altura, es decir, ideal. Lo in-verso no era cierto para l... Yo no poda sostenerlo.

    Recuerdo la imagen empequeecida de la que entonces era micompaera y -casi invisible-, la de mi hija Marina. Me recuerdogritndoles mi amor desde la distancia y el encierro...

    Flix

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  • Manos

    La crcel es un aparato de silenciamiento pero el ser humano esante todo comunicacin. Es difcil sino imposible vencer esa pulsin.

    Las manos son un medio. Rpidamente conocamos la repre-sentacin alfabtica y sin emitir sonido dialogbamos con ellas a distancias increbles.

    En Devoto haba un pabelln de presas polticas. Distaba tal vez 150 metros del nuestro. A travs de las rejas hablbamos. Durantesus recreos, hasta tenamos el increble privilegio de verlas. Debanser hermosas, en todo caso, nos lo parecan, sin duda. Era difcil noenamorarse un poco.

    Dialogbamos, con humor, con ternura. Por supuesto: discutamospoltica. Haba matrimonios separados por muros y rejas. Habacompaeras de partido. Las novedades iban y venan.

    Con la Tana, que el tiempo demostr que era tan bella como yo mela imaginaba (la imaginacin era ms precisa -y ms potente- que lavisin), hablbamos de literatura y hasta de mitologa, una mana.Una mana con propsitos seductores, creo.

    Los guardias del muro nos vean y se enfurecan. Una vez uno meamenaz. No le di importancia hasta que dispar, es de suponer, alaire. Brusca desaparicin de manos que dibujaban frenticamentesueos en el aire.

    El Chiche Veiga, personaje tan petiso como increblemente distra-do, tena su esposa en el pabelln de la compaeras. Una vez entre

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  • tantas, se entrevist con ella, esto es, se encontraron sus manos enel aire. Dialogaron animadamente durante un largo rato. Hasta queella le pregunt: pero vos quin sos? No era la esposa, sino otracompaera...

    Flix

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  • Correo de ilusiones

    Algn da de algn mes del 75, Diana Quatrocchi, compaera de prisin en Devoto, compaera de militancia en cualquier lado, cumpli aos.Ella estaba en el Pabelln Femenino claro. Y yo, en el Masculino,claro. Y, claro, hablbamos con las manos.Tambin nos cartebamos, lo que, claro, estaba prohibido. Yo en-viaba una carta a la calle y la calle se la enviaba a ella. Milagrosamente, esto no es tan claro, llegaban algunas.El da de su cumpleaos le envi una carta, claro, de cumpleaosEstamos en el 2004. Estamos trabajando en este libro. Lo damos por terminado.Pero Diana haba guardado esta carta en su memoria. La original enpapel se perdi. Ella la memoriz temerosa, de que alguna requisa sela quitara. Y en Pars, donde ella vive, se rene con Carlos en ocasinde su cumpleaos, y -de memoria-, la recita.Por eso nosotros estamos aqu: porque la memoria existe y para quela memoria exista. Ms de un cuarto de siglo despus y para siempre..

    Una empapada distancia nos separa. La lluvia recorre patios grises, trepa indolentelos muros, se desliza entre tensos alambres de pa. En este mismo momento, encualquier lugar de la ciudad este no es cualquier lugar la gente camina y nocamina, se odia o quiere, toma mate, vive y muere. Siguiendo la receta clsica delcaso alguna pareja hace el amor por costumbre y alguna otra por falta de cos-tumbre. Y hay quien falt al trabajo noms, porque la lluvia le quito las ganas. Y hay quien gana trabajando y quien trabaja sin ganas y quien sin trabajar gana.Y todo mientras la ciudad se moja y se remoja.

    Pero vos, vos y yo, vos y yo y nosotros todos, no trabajamos ni caminamos casi, no ganamos ni nos desganamos, no hacemos el amor sino que tenemos ganas. Y en cambio, y a pesar de la prohibicin respectiva del respectivo reglamento, podemosmirar la ciudad donde la gente se hace y se deshace lluviosamente hoy. Mirar a tra-vs de los barrotes, claro, que es nuestra manera de mirar pero no de ver. Sino quetenemos ganas deca- ganas que tiran la piel hasta ponerla tensa. Ganas que pom-posos siclogos llaman Dficit Afectivo, como si el afecto fuera un presupuesto conprobable supervit cuando se tienen veintitantos aos. Ganas que adems adems- son de gritar y correr, de correr hasta pasar el permetro de seguridad y

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  • reventarse contra el muro externo. Aqu todas las cosas tienen nombre y apellido, como la gente, pero peor que la gente. Sr. Muro Externo, Sr. Permetrode Seguridad.Entonces, entonces no es todos los das, debiera ser todos los minutos, hay tantascosas que deberan ser! llega una carta del pibe del pabelln de enfrente, del diga-mos las cosas con el nombre y apellidos que las cosas tienen aqu, del PabellnMasculino. Llega la carta habiendo atravesado barricadas de censores, montaasde agentes de inteligencia, maquinas de fotocopiar, otras de deteccin de cosasraras, el afecto es una cosa rara para estas mquinas pero a veces logra pasar porcuestiones de supervit que no es el caso.

    Llega la carta plena de insinuaciones, de clidas sugestiones, a las que vos y yo ynosotros todos le vamos a agregar. Y plena de sesudos anlisis sobre los lmites posibles e imposibles de los afectos por correspondencia.

    Llega la carta de manos del Sr. Cartero del Penal, del Sr. Repartidor de ilusiones, desilusionado ya de la vida, del amor y del trabajo. De todo lo que no sea caminary dormirse y despertarse entre rejas y enrejarse .

    Y con tus afectos y defectos deficitarios.

    Y con estas ganas que tiran la piel, la joven piel

    Y con tus proclamas encendidas que nos demuestran que no por nada estamosaqu y que por mucho y en muchos estamos fuera de aqu.

    Y con la lluvia que a veces acorta nuestra distancia muro-patio-alambrado.

    Y a pesar de la desilusin incurable del Sr. Repartidor

    Vivo y sobrevivo y sobrevivimos los veintitantos aos, los veintitantos dientes apre-tados. Amenazantes dientes y aos. Peligro mortal de quedarse sin trabajo ademsde sin ilusiones, para el Sr. Repartidor y algunos mas.

    Un buen da de estos, en que con o sin lluvia, les tiremos abajo la fuente de laburoy hagamos el amor de nuestros veintitantos aos de vida y algunos ms- de pre-sos jvenes y revolucionarios.

    (De presos jvenes y derrotados)

    (De presos jvenes y esperanzados)

    Flix

    * Las frases entre parntesis fueron agregadas por la receptora de la carta y sus compaeras.

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    Por entonces comenc a sentirme grande. Despus de todo tenanovio, aunque no pudiera encontrarlo, aunque no lograra sabernada de l desde el primer da, mejor dicho, desde la primeranoche. Sntomas: injustamente, comenc a irritarme con lospeluches que asolaban todos los rincones de mi pieza, mi piezaque fue mi mundo, EL mundo, hasta que la angustia, las puertascerradas, las palabras no dichas, comenzaron a ampliar mis fronteras. Los ositos parecan sonrer irnicamente, parecan burlones. Al crecer, algo muere. Es injusto, pero parece que es as. Ellos -los ositos-, slo fueron mudos testigos de mi primeranoche de amor; no eran culpables de los largos das de ausenciaque siguieron.

    Mucho tiempo antes, cuando era chica, le un libro que se lla-maba Pas de las Sombras Largas. Poco recuerdo de l. Slo queera triste. Y que alguien mora antes de crecer. Al menos, algomora en m porque creca. Pero las sombras se alargaban...

    Pas un mes de intiles intentos. No pas de la casa de la fiesta.No pude conocer su casa ni sus padres. Tendra casa, tendrapadres? Los silencios hablan y mi amor develaba el significado:Juan estaba metido en poltica y yo haba sido fcil. Habamoshecho todo lo que mis paps decan que no haba que hacer.Estbamos castigados pero no lograba saber en que consista sucastigo. El mo era evidente. El suyo no. Los tiempos no eranfciles para una mujer fcil. Pero entend que eran terribles parael que se meta en poltica.

    No saba qu era eso, la poltica. Siempre me pareci un juego

    Captulo V

    Un tal Videla

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    de adultos, como la lotera de los domingos en las familiasreunidas. Se llenaban casilleros y alguien ganaba. Pero a misviejos los echaron por poltica y no parecan haberse metido enella. Fueron a parar a un pas extrao y remoto donde se encon-traron y se amaron. Juan y yo tambin, slo que ya nosambamos y ahora, estbamos en pases diferentes. Yo haba sidoexpulsada del mo.

    En Argentina haba una dictadura militar. Empec a leer losdiarios que cada madrugada invadan mi casa aprovechando elhueco debajo de la puerta y que siempre haba mirado conindiferencia. No entenda gran cosa: Juan no figuraba ah, perolas sombras que se alargaban, nos separaban y castigaban s. Un poco haba que adivinarlas.

    El presidente era un tal Videla, General. Deca cosas difciles yduras desde un rostro sombro que meta miedo. Yo lea, a pesarde todo, a pesar de la incomprensin y el miedo, porque ah esta-ba mi novio. Mi primer amor, al que le prometa, cada maana,que sera el nico para siempre.

    La certeza vino con Mariano. No meta miedo como el general,pero era muy, muy serio, casi severo. No era sombro, pero lassombras lo alcanzaban y respiraba miedo. No hablaba tantocomo mi Juan, pero estaba metido en poltica.

    Se me acerc en un recreo. Yo haba aprendido a hacer comoque escuchaba las palabras de mis compaeras que, en realidad,no me interesaban. Me interesaba lo que no me decan, pero NOme lo decan. El pareci esperar el momento en que me quedsola, aunque en verdad siempre estaba sola.

    Fue un segundo. O unos pocos segundos. No me pregunt nada.

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    Me llamo Mariano-, dijo. Supe a que vena. -Vos buscs aalguien. S que buscs a alguien.

    No poda responderle. Algo me haba quitado la voz. Algo mehaba metido de lleno en el silencio tan temido. Pero l nopareca esperar respuesta, no quera una respuesta, yo quera la respuesta. Supongo que lo mir anhelante y que eso era suficiente para l.

    -No conviene que nos vean juntos ac. Seguime a la salida.

    Y se fue.Yo lo hubiera seguido de todas maneras.

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    Traslado a la 9 (I)

    Nos despertaron bruscamente. Semidormido, me obligaron a hacerel mono en dos segundos. ramos cuatro en la celda recogiendo los pocos objetos personales que cada uno tena. Nos sacaron a losempujones, esposndonos de a dos, encapuchndonos. Luego noshicieron bajar a una gran sala, pegndonos todo el tiempo.

    No haba tiempo para pensar. Mi cabeza funcionaba a mil por hora y mis neuronas le gambeteaban a los golpes y a los pensa-mientos funestos.

    Estbamos en junio, a ocho meses de nuestro ingreso a Devoto.Haca fro.

    En la gran sala un oficial amenaz: A ustedes los vamos a fusilar!Van a pagar por la muerte de nuestros colegas asesinados por terroristas como ustedes!

    Luego nos llevaron a los camiones pasando por una doble fila deguardias que nos apaleaban al pasar. Yo estaba esposado con un preso comn que se escudaba detrs dem. Intent esquivar algunos garrotazos mirando a travs de la telade la capucha pero igual ligu unos cuantos. Siempre encapuchadosnos hicieron subir al furgn celular. Recib un culatazo en la sienque todava me duele. Vi realmente las estrellas como en los dibujosanimados.

    Una vez cerrada la puerta del furgn, silencio. Nadie se animaba ahablar. Arrancamos e hicimos varios kilmetros. Los comentarioscomenzaron tmidamente despus que uno de nosotros se levant lacapucha comprobando que no haba guardias.

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    Empezaron las especulaciones: donde nos trasladaban, si aCoronda, a Rawson, etc.En ese momento, uno de nuestros compaeros, que estaba esposadocon otro, dice: -Muchachos, me siento mal, ando con diarrea!Todo el mundo empez a pedirle por favor que aguantara, que nose le ocurriera cagarse encima, que al llegar nos iban a reventar, etc.

    En ese momento, alguien grita: Estamos salvados! Vamos a la U9, vamos a la U9!

    Se trataba de un preso comn que haba reconocido la carreteraque llevaba a la crcel de La Plata, a 60 km de Buenos Aires. El yahaba estado varias veces all y nos empez a contar lo bien que seestaba en esa crcel, llamada modelo en aquella poca.

    Nuestro compaero pudo aguantar y nos salvamos de un fusi-lamiento por diarrea.En cambio, al llegar, bajamos del furgn, nos sacaron las esposas ylas capuchas. Vemos a tipos de guardapolvo blanco que nos espera-ban. Al principio pens que eran enfermeros que nos esperabanpara ver si los golpes recibidos en Devoto eran graves pero me llevuna gran desilusin.: En la U9 algunos celadores vestan de blanco.Nos desnudaron. Ah recibo una trompada en las costillas acom-paada del siguiente comentario: -Comunista y encima judo! Nos hicieron correr por pasillos interminables donde haba celdasindividuales con las puertas abiertas. En medio de los golpes nosempujaban y nos hacan entrar en ellas como animales.

    Carlos

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  • Traslado a la 9 (II)

    Una maana de Devoto, nos sacan de la celda. Como siempre, laincertidumbre. La lista, nombres. Yo estaba incluido.Preparar el mono. Jos y un mdico de Baha Blanca que com-partan la celda, se quedaban. Jos, siempre generoso, me ayud ajuntar las mseras pertenencias; a ltimo momento, incluye unabarra de chocolate. Nos abrazamos. Abren la puerta y me sacan.Filas, gritos, golpes, patadas. Los guardias enarbolaban garrotes yno se privaban de usarlos ferozmente. La cosa vena mal.Nos llevan a un gran saln, una suerte de auditorio con escenario.Por doquier, presos golpeados, algunos sangrando, gemidos.La cosa vena mal.Es imborrable: sobre el escenario, una mesita y un cana sentado,tomando huellas digitales. En el piso un sucio trapo. Toco el pianito,me empujan, me patean y se me ocurre agacharme a limpiarme latinta de las manos con el trapo. Patada en el culo y me esposan, cruza-do en fideo fino con otro preso, creo que Daniel Egea, estupendocompaero de esos das. Nos colocan una capucha negra.Espera interminable, ms golpes, ms garrotazos. No vemos, no s que es de mis compaeros, excepto Jos, que como dije qued en la celda.Otra vez en fila, a marchar, sin ver, entre una doble fila de guardiasque nos golpeaban brutalmente.Soy fro en esas situaciones. Me di cuenta de que poda ver por elentramado de la capucha. Mantuve los ojos abiertos, contra el na-tural instinto de cerrarlos ante los impactos. As evit muchos golpes.Nos meten en el celular, en una celdita que no tiene ms de 45 cmde lado, de a dos, encapuchados y esposados entre nosotros.Muchos compaeros se quejan, muchos estn heridos.A dnde nos llevan?

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  • Los celulares se ponen en marcha, escoltados por coches, tanquetas,helicpteros a vuelo rasante. Penosamente levantamos las capuchas.Penosamente miramos por las rendijas invertidas. Pasamos por elpuerto y pensamos que nos internarn en un buque. Comunicamoslas novedades a gritos, elaborando todas las hiptesis posibles.Vamos hacia el sur, tomamos el camino a La Plata. De pronto lle-gamos a la Unidad 9, llamada tambin Crcel Modelo de La Plata.All estuve preso un ao en el 69, el ao del Cordobazo.Aunque parezca absurdo, me alegra verla. Primero, porqueaparentemente no es la muerte el final del viaje. Y luego porque verun lugar conocido me da la ridcula sensacin de llegar a casa.Nos bajan, nos sacan la capucha, nos desnudan, nos golpean de nuevo. Ese viaje aterrador fue famoso.Un guardia me golpea reconocindome despus de siete aos. Me saluda que hacs Kaufman mientras no deja de golpearme.Luego, la celda, solo, en el pabelln 14 de reciente construccin.Cierran la puerta y respiro con alivio. La celda es una proteccin, esel pequeo recinto privado en el infierno. Estoy todo magullado, loque es una suerte. Me acuerdo de la herida en la pelada del curaElas Musse, que sangraba profundamente.Me duele horrorosamente la cabeza. Desarmando el monoencuentro el chocolate que incluy Jos. Parece una pavada: en todocaso en un momento as, en un perodo as, es un descubrimientoalentador, un mensaje fraternal.Entra un mdico a certificar nuestro buen estado. Qu le pas, selastim?, me pregunta. No contesto irnicamente. El burcratamdico/represor anota. Estoy seguro de que en un archivo de lacrcel est guardado el papelito. Y mi no...

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    Un bar, otro bar. Sin columnas rojas y doradas, con un espejogrande y manchado como las manchas que me acompaaban enlas paredes de mi pieza y que fcilmente, sin resistencia, repre-sentaban dibujos diferentes cada da. Son manchas dehumedad deca mi pap, amenazando con sustancias y pinturasque un da las haran desaparecer.Afuera empez a llover finito, finito. Lo llam el bar de lagara. Haba otros actores, con diarios algunos, pero sin librosni lapiceras. Igual parecan seguros de estar donde estaban y delo que tenan que hacer en este escenario. Ah no esperaba aJuan, ah entr Mariano, que seguramente sera amigo de Juan.Primero habl l, me explic que estaba en un organismo dederechos humanos, que ayudaba a presos y desaparecidos y susfamiliares, habl del gobierno y la represin...Esper paciente-mente. Mam, mi mam que tambin participaba del ominososilencio que me encerraba, de la jaula de silencio, me ensealguna vez que hay que saber escuchar, que es educado y esascosas pero Mariano, muy tranquilo y serio, no paraba de hablar,no como Juan pero casi, nada deca de mi novio as que no tuvems remedio que interrumpirlo.

    Vos sabs donde est mi novio? -le pregunt.Cmo se llama tu novio? -me contest, si es que una preguntapuede ser contestada por otra.Juan, dije, casi con aire de triunfoJuan qu?

    Segua con las preguntas mientras que yo buscaba respuestas.Debi advertir mi desconcierto. No s su apellido contest.Slo yo daba respuestas.

    Captulo VI

    El bar de la gara

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    Donde vive?No lo s.Pero... qu sabs de l?Se... se llama JuanNo sabs nada ms de l?

    Esta vez el silencio fue mo.

    Pero Cunto hace que son novios?Cuarenta das! contest, ahora s, triunfal creo.Y que no lo ves, que perdiste contacto con l?Treinta y siete.

    Entonces ri, ri alegremente, sin ofenderme. Deba tener mimisma edad, pero pareca ms grande que yo. Me gust su risa,el hablaba, se rea, en los ltimos tiempos, slo escuchaba silen-cios y vea caras serias, a veces hoscas.

    Pero si casi no sos su novia! - dijo con cara de asombro.S lo soy, lo quiero mucho y l me quiere, me lo dijo y... qu ms hace falta para ser novios? Vos pods encontrarlo?No lo s. Por empezar, nada sabemos de l, su apellido, su direc-cin, si militaba en algn partido y en cul.

    Me gust el nada sabemos, aunque yo saba todo lo que nece-sitaba saber. Me gust que se incluyera. A la vez me decepcion.Yo esperaba que me condujera a Juan. Debi haber notado midecepcin y quizs no mi agrado.

    Bueno, vamos a buscar, vamos a ver.

    Y me invit a una reunin de derechos humanos. No entendnada, no entend para que servira la reunin en mi bsquedapero, por primera vez en mucho tiempo, en un tiempo tan exten-so como toda mi vida, me sent acompaada y escuchada y algo

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    me deca que haba encontrado el principio del camino que meconducira nuevamente hacia Juan, mi Juan.

    Sent que sera un camino ms largo y difcil de lo que me habaimaginado. Sent que haba partido desde m misma, desde mispeluches y mis manchas de humedad, desde mi colegio y miscompaeras, desde el tranquilo refugio de mis paps hacia otrolado, como un barco que suelta sus amarras hacia un puertodesconocido e inquietante. Pero no importaba: en ese puerto meesperaba Juan.

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    Deghi

    Todo prisionero, poltico o comn, dormido o despierto, sueay piensa afiebradamente en la libertad, se trate de una liberacinlegal, formal o de un delirio de fuga. Si ello no ocurre, lo que ocurrees la depresin.

    Deghi era un tipo macanudo. Dije era: Deghi ya no es.

    En Zrate haba un frigorfico muy importante, perteneciente a la multinacional Swift, que alguna vez cerr y fue convertido encooperativa: Cooperativa Martn Fierro. Deghi, militante radical, fueel abogado de la Martn Fierro y -en calidad de tal-, encarceladocomo peligroso subversivo. Lo recuerdo como un hombre alto,canoso, siempre de buen talante.

    Creo que ocurri en el ao 78, cuando las libertades empezaban amenudear. Le lleg el turno a Deghi. Alegra compartida en el patio, porque era muy querido y porque cada libertad era una promesa.

    Lleg el gran momento. Deghi se fue. Deghi haga el mono,reson el grito de los guardias, grito a veces fatdico, que anunciabaun traslado, un destino incierto, que bien podra ser un cambio decelda, de pabelln, de crcel o un anuncio de muerte y -ltima-mente- acaso un anuncio de libertad.

    Das despus, Carlos, que maniticamente lea las necrolgicas,encontr el anuncio del fallecimiento del Dr. Deghi. Fue asesinadoal salir. Sus familiares, que lo esperaban a una cierta distanciaporque no les permitieron acercarse a la puerta del penal, nunca lovieron con vida.

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  • Pasados unos das, su cadver fue encontrado en algn lado, acribillado.

    Fue uno de los momentos ms angustiosos, desesperantes, de esosaos. A Deghi le quitaron la vida, a los prisioneros el sueo de la li-bertad. Durante un tiempo perdimos esa aspiracin.

    Carlos y Flix

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    Requisa

    Los espacios de presos y policas estn cuidadosamente delimitadosen una crcel. La polica no invade el espacio de los presos sino en momentos y condiciones determinadas. Siempre en patotasy armados.

    La requisa es uno de esos momentos. La patota enarbolando garrotes entra gritando al pabelln, para darse valor e infundir terror. Los presos son arrancados de las celdas, obligados adesnudarse. El aire se densifica por la tensin y la adrenalina. Da lasensacin, cierta por otro lado, de que en cualquier momento lasituacin puede descontrolarse. A veces ocurre parcialmente: la mirada mal interpretada de un preso da lugar a una paliza o aque se lo lleven a los buzones o -lo ms probable- a ambas cosassimultneamente.

    Entran a la celda, vuelcan todo, pinchan los jabones en bsquedade cosas escondidas (pero cmo ser el procedimiento para escon-der algo en un jabn?), desgarran los colchones, destrozan libros ypapeles, vuelcan los vasos, derraman los paquetes de yerba.

    Cuando todo pasa, la sensacin es desoladora. Sensacin de vio-lacin del endeble espacio privado, de la frgil intimidad del prisionero. Lento reordenamiento de las cosas, los objetos, los pocosobjetos queribles que han sobrevivido.

    En Devoto, despus de las requisas, encerrados en las celdas, alguiense ocupaba de pasar lista, nombrando uno a uno a los compaeros,para verificar si estbamos todos, constatar cadas.

    Carlos y Flix

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    A la nena -Hans insiste en que ya no es nena pero para m siguesindolo-, le pasa algo. Acaso un amor frustrado, uno de esospequeos juegos adolescentes, que empiezan y terminan ense-guida, que terminan casi antes de empezar, sin importancia parauno que ya es grande pero los chicos hacen un mundo del amor.Hans y yo hicimos un mundo de amor y ramos adolescentes,pero era diferente, estbamos solos, venamos del infierno,aunque todava no sabamos -lo supimos mucho despus- de quclase de infierno se trataba.

    No s por qu en estos das de inquietud -despus de todo esnuestra nica hija-, me viene a la memoria una ancdota deniez. Cosas de vieja, uno vuelve a la infancia.

    Cuando mi familia, en la poca feliz de la paz, de la dulce con-vivencia con vecinos y parientes, realizaba la cena de Pesaj, comoquiere la tradicin, dejbamos una silla vaca para el profetaElas, que segn cuenta la historia visita cada una de las mesasde esa fiesta. Frente a la silla, una copa de vino.Yo era la elegida de abrir la puerta para que el Profeta se sentaraen torno a nuestra mesa. Y de cerrar la puerta cuando la cenaterminaba y el Profeta haba salido. Entonces, de tanto en tantoentrecerraba los ojos, me tornaba bruscamente, como para sorprender cualquier movimiento sospechoso, y descubra conasombro la copa de vino medio vaca del Profeta. Haba estadorealmente ah!

    An hoy quiero creer que as ocurra. Aunque, poco a poco, en lanueva tierra, abandonamos gran parte de las viejas costumbres.

    Captulo VII

    Tita

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    Pero quiero creer. Como tambin quiero creer que nada horriblepasa en ste pas, que nada horrible va a ocurrir, que a Mara laaqueja un amor adolescente. Solo amor, slo adolescente.

    Reconozco que es ms fcil creer en la presencia del Profeta ennuestra mesa de entonces. Reconozco que la inquietud de lanena me angustia. Pero nada s de lo que pasa, yo no me metoen poltica, siempre le digo a la nena que no se meta en polticay tampoco se meta con los que se meten.

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    El tabaco de Flix

    En nuestra minscula celda de la U9, todo movimiento, gesto, respiracin, se multiplicaba por mil.

    Flix fumaba mucho, como la mayora de los fumadores en generaly de los presos en particular.

    Flix hablaba fumando, Flix pensaba caminando.

    En los exiguos 2 metros de largo de la celda, nuestras charlas eraninfinitas. Incluso continuaban durante el recreo. Los otros presos nopodan comprender como despus de 23 horas de encierro en elmismo espacio, la hora de respiro en el patio la dedicramos aseguir hablando. Muchas veces nos preguntaron:Che, pero ustedes, de qu hablan?

    Flix consuma muchos cigarrillos. l, como todos los fumadores seprovean en la cantina que pasaba una vez por mes. Muchas vecesnos suspendan la cantina para castigarnos y para un fumador presoquedarse sin los fasos es un tormento.

    Yo nunca fum a pesar de dos intentos intiles: me deca: -no puedeser que estando preso no me den ganas de fumar! Por suerte parami salud, la cosa qued ah.

    Lo ms difcil de la convivencia en esas condiciones con un fumadorno es el humo sino los momentos de carencia. Flix, incapaz -comomuchos- de prever los posibles y frecuentes cortes de cantina, siem-pre se quedaba sin cigarrillos. Hubo una poca en que estuvimosms de un mes sin cantina. Desesperado, se arm cigarrillos conpapel de diario y paja de escoba.

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  • Te vas a envenenar! -le dije.

    l me contest con una sonrisa.

    Desde ese da me propuse adoptar la siguiente tctica: cada vez queFlix compraba sus cigarrillos en la cantina, me guardaba uno o dospaquetes sin que l se diera cuenta.

    Gracias a esta argucia pude, en varias oportunidades, sacar mgi-camente un atado en el momento en que Flix empezaba deses-peradamente a buscar un substituto peligroso.

    Y cada vez, adems del asombro, el alivio y el agradecimiento sedibujaban en su rostro.

    Carlos

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  • El tabaco del pichn

    El encierro, su adrenalina y su angustia, potencia los vicios. Losnuestros eran modestos: faso y mate. De los que el Yomer prescindapor otra parte. Pero no era inmune: todo perodo de abstinencia losufra como propio, porque los fumadores devenamos, precisa-mente, insufribles. Una ola de tristeza invada la poblacin carcelaria. Y como al Yomer, se transmita al resto.

    Entonces apareca Beto, el ms joven de nuestro grupo, a quienapodbamos el Pichn. Fumbamos cigarrillos armados, comprandotabaco y papel de armar en la cantina. En el fondo de los paquetessiempre restaba polvo de tabaco reseco, que tirbamos.

    Menos el Pichn, previsor, que guardaba ese polvo. Y que cuandollegaba el perodo de carencia, mgicamente, reparta precarios cigarrillos de polvo de tabaco entre los desesperados.

    Carlos y Flix

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    A Mara que -como le digo siempre a Tita-, ya no es una nena, le pasa algo. Nena o no nena, algo le pasa. No debe serimportante, a los jvenes les parece importante lo que no es tanimportante. No estoy preocupado -Tita s-, porque a las madresles parece importante lo que lo es y lo que no lo es pero especial-mente lo que no lo es. Pero se entiende porque al fin y al cabo Tita es madre y los tiem-pos son lo que son. Quiero decir, estn los militares, buscangente, se dice que se llevan gente, me dijeron que se llevan gentepero yo nunca vi nada y no se puede decir que sepa algoExcepto que son tiempos difciles, especialmente para los jvenesy que bueno, uno se preocupa. Un poco me preocupa.

    Y nosotros ya no somos jvenes pero la vida fue muy dura cuan-do lo ramos, en Europa, con gobiernos nazis -despus de todomilitares- que perseguan a los comunistas pero tambin anosotros que no lo ramos. Eran brutales y humillantes, golpea-ban y empujaban, rompan vidrieras y a alguna gen