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    Ediciones Pennsula BARCELONA,1973

    Ttulo de la edicin original:LA FEMME AUX DEUX SOURIRES

    Traduccin deJaume Fuster

    Cubierta deE. Maroto

    CLAUDE LEBLANCRealizacin y propiedad de esta edicin

    (incluidos traduccin y diseo de la cubierta):EDICIONS 62 s/a.

    Provenza 278, Barcelona-8, 1973

    Depsito legal: B. 31.332-1973ISBN 84-297-0896-0

    Impreso en TricolorE. Tubau 20, Barcelona

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    NDICE

    La tabla de contenido est vaca porque el documento no utilizaninguno de los estilos de prrafo seleccionados en la ventanaInspector del documento.

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    I

    PRLOGOLA EXTRAA HERIDA

    El drama, con las circunstancias que lo prepararon y las peripeciasque llev consigo puede resumirse en unas pocas pginas, sin correr elriesgo de dejar a oscuras el ms mnimo detalle necesario para llegar ala inaccesible verdad.

    Todo sucedi con la mayor naturalidad del mundo. No huboninguna de esas amenazas solapadas que multiplica a veces el destinoen el prlogo de sucesos de alguna importancia. Ningn hlito de viento

    anunci la tempestad. No hubo angustia. Ni siquiera una inquietud entrelos que fueron espectadores de aquella pequeez, tan trgica, por lainmensidad del misterio que la envolvi.

    Veamos los hechos: el seor y la seora de Jouvelle y los invitadosque recibieron en su castillo de Volnic, en Auvernia un enorme edificiocon torres cubierto de tejas rojas, haban asistido a un concierto dadoen Vichy por la admirable cantante Elisabeth Hornain. Al da siguiente, eltrece de agosto, por invitacin de la seora de Jouvelle, que habaconocido a Elisabeth antes que hubiera pedido el divorcio contra elbanquero Hornain, la cantante acudi a almorzar al castillo que slo

    est a una docena de quilmetros de Vichy.Almuerzo muy alegre. Los castellanos saban poner en su

    hospitalidad aquella gracia y aquella delicadeza que da relieve a cadauno de los invitados. Estos, en nmero de ocho, lucan su verbo y suingenio. Haba tres jvenes parejas, un general retirado y el marqus

    Jean d'Erlemont, gentilhombre de unos cuarenta aos, de gran estaturay una seduccin que ninguna mujer resista.

    Pero el homenaje de estas diez personas, su esfuerzo por complacery por brillar, iban dirigidos a Elisabeth Hornain, como si en su presenciano se pudiera pronunciar palabra que no tuviera por motivo el hacerla

    sonrer o atraer su mirada. Sin embargo, la cantante no se esforzaba nien complacer ni en brillar. Pronunciaba slo frases escasas en las quereinaba el buen sentido pero no el ingenio ni la vivacidad. Para qu? Erabella. Su belleza la excusaba del resto. Por ms cosas profundas quehubiera dicho se hubieran perdido en el centelleo de su hermosura.Frente a ella slo se pensaba en esto, en sus ojos azules, en sussensuales labios, en el terciopelo de su tez, en el valo perfecto de surostro.

    Incluso en el teatro, a pesar de su voz clida y de su verdaderotalento de artista lrica, se ganaba al pblico de entrada a fuerza de serbella.

    Llevaba siempre vestidos muy simples puesto que no hubieran sido

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    notados aunque fueran ms elegantes, ya que slo se pensaba en lagracia de su cuerpo, en la armona de sus gestos y en el esplendor desus hombros. Sobre su corpio brillaban maravillosos collares que semezclaban unos con otros en un detonante desorden de rubes,esmeraldas y diamantes. Si se le hacan cumplidos sola reprimir laadmiracin con una sonrisa:

    Joyas de teatro... He de confesar que son muy buenas imitaciones.Habra jurado que... se le deca.Tambin yo... Todo el mundo se deja engaar por ellas.Despus de comer, el marqus d'Erlemont actu de tal manera que

    consigui separarla de los otros para hablarle en privado. La cantanteescuchaba con inters y con cierto aire de ensueo.

    Los otros invitados formaban un grupo alrededor de la duea de lacasa a quien aquella conversacin privada pareca preocupar.

    Pierde su tiempo murmuraba, hace muchos aos que conozcoa Elisabeth. No hay esperanza alguna para sus enamorados. Es una bellaestatua, pero es indiferente. Ya puedes representar tu bella comedia,muchacho, y emplear tus mejores trucos... No te va a servir de nada.

    Estaban todos sentados en la terraza, al amparo del castillo. Un jardn ingls se extenda a sus pies, estirando bajo el sol sus lneasrectas, sus verdes cspedes, sus avenidas de arena amarilla, susparterres de tejos recortados. Al fondo, el montn de ruinas quequedaban del viejo castillo, torres, torreones, la capilla, se prolongabasobre montculos en los que ascendan caminos serpenteantes bajo lashojas de los laureles, de los bojes y de los acebos.

    El lugar era majestuoso e imponente, y el espectculo tena tantoms carcter cuanto que se saba que ms all de aquellas ruinas habael vaco de un precipicio. El reverso de lo que se vea caa a pico sobreun barranco que rodeaba la posesin y en el centro del cual ruga, a unaprofundidad de cincuenta metros, el agua tumultuosa de un torrente.

    Qu cuadro! exclam Elisabeth Hornain. Cuando pienso en elcartn pintado de nuestros decorados, en la tela de nuestras paredesque tiembla y en el tejido que figuran rboles!... Sera muy bonito actuaraqu.

    Qu le impide cantar aqu, Elisabeth? dijo la seora de Jouvelle.La voz se pierde en esta inmensidad.Pero no la suya protest Jean d'Erlemont. Y sera tan

    hermoso! Ofrzcanos esa visin...La cantante rea. Buscaba excusas y se debata en medio de aquellas

    gentes que le insistan y le suplicaban.No, no deca, ha sido un error hablar de eso... Hara el

    ridculo... Parecera tan poca cosa!Pero su resistencia se debilitaba. El marqus le haba tomado la

    mano e intentaba llevarla hasta all.

    Venga conmigo, yo le ensear el camino... Venga... Sera unplacer tan inmenso orla.

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    Sea. Acompeme usted hasta el pie de las ruinas.Decidida de repente, la cantante avanz por el jardn, lentamente,

    con aquel paso grcil y bien ritmado que le era habitual en el teatro. Alfinal del csped, subi cinco escalones de piedra que la condujeron a laterraza opuesta a la del castillo. Ante ella se alzaban nuevos escalonesms estrechos con una barandilla en la que alternaban vasos degeranios y nforas antiguas. A la izquierda se abra una avenida demacizos de arbustos. Sigui caminando seguida del marqus ydesapareci tras la cortina de arbustos.

    Al cabo de unos instantes, se la vio, sola esta vez, que ascenda porlos escarpados escalones mientras que Jean d'Erlemont regresaba por el

    jardn ingls. Por ltimo, la cantante reapareci ms arriba todava en unterrapln en el que se levantaban los tres arcos gticos de una capillademolida y en el fondo una muralla de hiedra.

    La cantante se detuvo. De pie sobre un tmulo que le serva depedestal, pareca ms alta, de proporciones sobrehumanas, y cuandoextendi sus brazos y se puso a cantar, llen con sus gestos y con suvoz el vasto crculo de follaje y de granito que recubra el cielo azul.

    El seor y la seora de Jouvelle y sus invitados escuchaban ymiraban con los rostros contrados y aquella impresin que seexperimenta cuando se forman en el fondo de nuestra concienciarecuerdos que se saben inolvidables. El personal del castillo, el personalde la granja que estaba junto a los muros de la posesin y una docenade campesinos de la vecina aldea se haban agrupado en todas laspuertas y en todos los rincones de los macizos y cada uno de ellosexperimentaba la calidad del minuto presente.

    Nadie saba exactamente lo que Elisabeth Hornain cantaba. Era algoque se elevaba y se expanda en notas graves, amplias, a veces trgicaspero palpitantes de esperanza y de vida. Y de repente... Pero hay querecordar que la escena tena lugar en una seguridad absoluta y que nohaba razn alguna, humanamente posible, para que no tuvieracontinuidad y no terminara en la misma seguridad absoluta. Lo quesucedi fue brusco, inmediato. Si bien hubo diferentes sensacionesentre los espectadores, todos coincidieron y as lo atestiguaron en

    que el hecho estall como una bomba que nadie haba ni adivinado niprevenido. (Estas mismas expresiones figuraron en las declaraciones.)S, repentinamente, lleg la catstrofe. La voz mgica se interrumpi

    en seco. La estatua viviente que cantaba en aquel espacio cerrado vacilsobre su pedestal de ruinas y de golpe se derrumb sin un grito, sin ungesto de miedo, sin un movimiento de defensa o de angustia. Todostuvieron enseguida, de manera irrevocable, la conviccin de que nohaba habido ni lucha ni agona y que no llegaran junto a una mujeragonizante sino junto a una mujer a la que la muerte haba fulminadoen el primer segundo.

    De hecho, cuando alcanzaron la explanada superior, ElisabethHornain yaca inerte, lvida... Congestin? Crisis cardaca? No. Un hilillo

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    de sangre brotaba sobre su hombro desnudo y sobre su cuello.La vieron enseguida. Aquella sangre roja que se iba extendiendo. Y

    al mismo tiempo comprobaron algo incomprensible que uno de lospresentes formul en una exclamacin de estupor:

    Los collares han desaparecido!

    Sera fastidioso recordar los detalles de una investigacin por la que,en aquella poca, todo el mundo se apasion. Investigacin intil porotra parte, y concluida rpidamente. Los magistrados y la polica que lacondujeron chocaron desde el principio con una parte cerrada contra laque todos sus esfuerzos fueron vanos. Todos tuvieron la impresinprofunda de que no haba nada que hacer. Un crimen, un robo. Eso eratodo.

    Ya que el crimen era indiscutible. No se encontr ciertamente niarma, ni proyectil, ni asesino. Pero nadie pens en negar el crimen.Sobre cuarenta y dos asistentes, cinco afirmaron haber visto un fulgoren alguna parte sin que ninguna de las cinco afirmaciones coincidierasobre el emplazamiento y direccin de dicho fulgor. Los treinta y sieterestantes no haban visto nada. De igual modo, tres personaspretendieron haber odo el ruido sordo de una detonacin mientras quelas otras treinta y nueve no haban odo nada.

    En todo caso, el hecho de un crimen estaba fuera de toda discusinpuesto que exista herida. Y herida terrible, espantosa, la herida quehaba provocado en la parte superior del hombro izquierdo, justo en labase del cuello, una bala monstruosa. Una bala? Para ello habra sidonecesario que el asesino hubiera estado apostado en las ruinas, enalgn lugar ms elevado que la cantante, y que dicha bala hubierapenetrado profundamente en la carne y hubiera causado destrozosinternos, lo que no haba sucedido.

    Se hubiera dicho ms bien que la herida de la que haba manado lasangre haba sido producida por un instrumento contundente, unmartillo o un rompecabezas. Pero, quin haba manejado dicho martilloo rompecabezas? Y cmo haba permanecido invisible tal gesto?

    Por otra parte, qu haba sucedido con los collares? Si haba habido

    crimen y haba habido robo, quin haba cometido uno y otro? Y qumilagro haba permitido al agresor escapar en tanto que algunosdomsticos, apostados en ciertas ventanas del ltimo piso, no habanquitado ojo de la cantante, de la explanada en la que cantaba, de sucuerpo cuando cay, de su cadver que yaca en el suelo? Y todas estasgentes, no habran visto sin lugar a dudas la huida de un hombre entrelos macizos, su loca carrera? Y por detrs, el decorado de ruinas sehunda en un precipicio abrupto que era materialmente imposibleescalar o descender...

    Se haba ocultado en la hiedra o en algn agujero? Se busc

    durante dos semanas. Se hizo venir de Pars a un joven polica,ambicioso y tenaz, Gorgeret, que haba conseguido resolver algunos

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    enigmas indescifrables. Todo en vano. Investigaciones sin resultado. Elcaso fue cerrado, con gran enojo de Gorgeret que se prometi nocerrarlo nunca.

    Asustados por este drama, el seor y la seora de Jouvelleabandonaron Volnic anunciando su voluntad formal de no volver jams.El castillo fue puesto en venta amueblado, tal como estaba. Seis mesesms tarde alguien lo compr. Nunca se supo quin puesto que elnotario Audigat negoci la venta con un gran secreto. Todos los criados,granjeros y jardineros fueron despedidos. Slo la gran torre bajo la quepasaba la bveda cochera fue habitada por un individuo de cierta edadque se instal all con su mujer: Lebardon, antiguo gendarme. Jubilado,haba aceptado este puesto, de confianza.

    Los habitantes de la aldea intentaron en vano hacerle hablar: sucuriosidad no se vio satisfecha. Montaba guardia con aspereza. Todo loms se not que en diversas ocasiones, quiz una vez por ao y enpocas diferentes, un seor llegaba por la noche en automvil, dormaen el castillo y volva a partir a la maana siguiente. El propietario, sinduda, que vena a entrevistarse con Lebardon. Pero sin certeza alguna.Por este lado no pudo saberse nada ms.

    Once aos ms tarde el gendarme Lebardon muri.Su mujer permaneci sola en la torre de entrada. Tan poco

    habladora como su marido, nada dijo de lo que suceda en el castillo;pero, acaso suceda algo?

    Transcurrieron cuatro aos ms.

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    IICLARA LA BLONDE

    Estacin de Saint-Lazare. Entre las verjas que impiden el paso a losandenes y las salidas que conducen al gran hall de los Pasos Perdidos, eltorrente de viajeros iba y vena, se divida en corrientes de idas yllegadas, se volva remolinos ruidosos, se precipitaba hacia las puertas yhacia los pasajes. Discos provistos de agujas inmviles indicaban lospuntos de destino. Unos empleados verificaban y marcaban los billetes.

    Dos hombres que no parecan participar en aquel enfebrecido ir yvenir, deambulaban entre los grupos con el aire distrado de dos

    paseantes cuyas preocupaciones fuesen absolutamente extraas altumulto de la muchedumbre. El uno, grueso y vigoroso, de rostro pocosimptico, de expresin dura; el otro, dbil, mezquino; ambos tocadoscon sombreros hongos y el rostro cruzado por bigotes.

    Se detuvieron cerca de la salida en la que el disco no sealaba naday en donde esperaban cuatro empleados. El ms delgado de los doshombres se aproxim a ellos y pregunt educadamente:

    A qu hora llega el tren de las quince cuarenta y siete?El empleado contest con irona:A las quince cuarenta y siete.

    El caballero grueso alz los hombros como si deplorara la estupidezde su compaero y a su vez pregunt:Es el tren que viene de Lisieux, no es verdad?El tren trescientos sesenta y ocho, en efecto le respondi el

    empleado. Estar aqu dentro de diez minutos.Hay retraso?No, seor.Los dos paseantes se alejaron y se apoyaron en una columna.Transcurrieron tres, despus cuatro y despus cinco minutos.Qu fastidio! dijo el caballero grueso. No veo al tipo que

    tenan que enviarnos de la prefectura.Le necesita usted?Diablos! Si no me trae el mandato de arresto, cmo quieres que

    acte contra la viajera?Tal vez nos est buscando. Es posible que no nos conozca.Idiota! Que no te conozca a ti, Flamant, es natural... Pero a m,

    Gorgeret, el inspector principal Gorgeret, que desde el caso del castillode Volnic est en la brecha...!

    El llamado Flamant, vejado, insinu:Es un viejo caso el del castillo de Volnic. Quince aos!

    Y el robo de la calle Saint Honor? Y la trampa en la que atrapal gran Paul? Acaso se remonta a las cruzadas? No hace ni dos meses

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    Quin?l arresto de Arsenio Lupin.En dos ocasiones se me escap por los pelos gru Gorgeret,

    pero a la tercera va la vencida. En cuanto al caso de Volnic, no lo pierdode vista... Como tampoco pierdo de vista al gran Paul. En cuanto a Clarala Blonde...

    Cogi a su colega por el brazo.Atencin! Llega el tren...Y usted sin el mandato...Gorgeret lanz una ojeada circular. Nadie se encaminaba hacia l.

    Qu contratiempo!All abajo, sin embargo, al final de una de las lneas, el perfil macizo

    de una locomotora hizo su aparicin. El tren se aproxim poco a poco alo largo del andn y despus se detuvo. Se abrieron las puertas yracimos de gente invadieron el andn.

    A la salida, la ola de viajeros se canaliz y se encarril bajo la accinde los revisores. Gorgeret impidi a Flamant que avanzara. Para qu?No haba ms que una salida y los grupos de viajeros estaban obligadosa pasar por all. Cruzaban de uno en uno. Siendo as, cmo no localizara una mujer cuya descripcin era tan clara?

    La muchacha apareci y la conviccin de los dos policas fueinmediata. No haba duda, era la muchacha descrita. Se trataba, contoda seguridad de la mujer a la que se conoca con el nombre de Clarala Blonde.

    S, s murmur Gorgeret, la reconozco. Esta vez no se meescapar.

    El rostro era verdaderamente hermoso. Medio sonriente, medioasustado, con los cabellos rubios ondulados, los ojos, cuyo azul vivo sedistingua de lejos y con unos dientes cuya blancura apareca o seocultaba segn el movimiento de una boca que pareca siempredispuesta a rer.

    Llevaba un vestido gris con cuello blanco que le daba el aspecto deuna pequea colegiala interna. La actitud era discreta como si tratara dedisimularse. Llevaba una maleta de pequeas dimensiones y un bolso.

    Ambos objetos presentaban un aspecto limpio pero muy modesto.Su billete, seorita.Mi billete?Fue todo un caso. Su billete? Dnde lo haba puesto? En un

    bolsillo? En su bolso? En la maleta? Intimidada, empujada por la genteque se aglomeraba a su espalda y que se burlaba de su embarazo, lamuchacha deposit su maleta en el suelo, abri su bolso y finalmenteencontr su billete cogido con una aguja bajo una de sus bocamangas.

    Entonces, abrindose paso entre la doble fila que se haba formado,la muchacha rubia pas.

    Maldicin! Qu lstima no tener el mandato! Sera un buenmomento para agarrarla.

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    Agrrela sin l.No seas estpido! Vamos a seguirla. Y nada de falsas maniobras.

    Nos pegaremos a sus talones.Gorgeret era demasiado diestro para pegarse a los talones de una

    joven que ya se le haba escurrido una vez de entre los dedos con tantoingenio y malicia y cuya desconfianza no haba que provocar. Semantuvo a distancia, comprob las dudas reales o fingidas de Clarala Blonde, que se comportaba como quien entra por primera vez en laSala de los Pasos Perdidos. La muchacha no se atreva a informarse yavanzaba a la deriva con direccin a una meta ignorada. Gorgeretmurmur:

    Una mujer extraordinaria!Por qu?No me har creer que no sabe cmo se sale de la estacin. Sin

    embargo, si duda, si finge dudar, es porque piensa que pueden seguirlay lo hace para tomar precauciones.

    Por otra parte observ Flamant, tiene el aspecto de estarasustada. Qu gentil es! Y qu graciosa!

    No te embales, Flamant! Es una mujer con mucha experiencia. Elgran Paul est loco por ella. Mira, por fin ha encontrado la escalera...Venga, apresurmonos.

    La muchacha descendi la escalera y lleg fuera ante el patio deRoma. Llam a un taxi.

    Gorgeret se apresur. Vio cmo la muchacha sacaba de su bolso unsobre cuya direccin ley al chfer. A pesar de que la muchacha hablabaen voz baja, el polica logr escuchar:

    Condzcame al 63 del Quai Voltaire.Y subi al coche. A su vez, Gorgeret llam a un taxi. Pero en aquel

    preciso momento el emisario de la prefectura que con tanta impacienciaesperaba se le aproxim.

    Ah, es usted, Renauld. Tiene usted el mandato?Aqu est dijo el agente.Y dio algunas explicaciones complementarias que le haban

    encargado para Gorgeret. Cuando el inspector principal estuvo libre se

    dio cuenta de que el taxi que haba llamado se haba ido y que elvehculo de Clara haba dado la vuelta a la plaza.Perdi todava tres o cuatro minutos. Pero, qu le importaba?

    Conoca la direccin!Chfer dijo al taxista que se par frente a l, condzcanos al

    Quai Voltaire, al nmero 63.

    Un individuo haba estado rondando alrededor de los dosinspectores al mismo instante en que, apoyados en la columna,vigilaban la llegada del tren 368. Se trataba de un hombre de bastante

    edad, con el rostro delgado y peludo, de tez plida, vestido con unsobretodo olivceo muy largo y rado. Este individuo consigui, sin que

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    le descubrieran los inspectores, aproximarse al taxi en el momento enque Gorgeret anunciaba la direccin.

    A su vez, salt en un taxi y orden:Chfer, al 63 del Quai Voltaire.

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    IIIEL CABALLERO DEL ENTRESUELO

    El 63 del Quai Voltaire es un hotel particular que levanta a lo largodel Sena su vieja fachada gris de ventanas altas. La planta baja y casi latotalidad del entresuelo estn ocupados por los almacenes de unanticuario y de un librero. En el primer piso y en el segundo seencontraba el lujoso apartamento del marqus d'Erlemont, cuya familiaposea el inmueble desde haca ms de un siglo. Muy rico antao, peroarruinado ahora debido a las especulaciones, tuvo que restringir el trende vida y reducir el personal a su servicio.

    A ello era debido que hubiera habilitado en el entresuelo unapequea vivienda independiente compuesta de cuatro habitaciones quesu hombre de negocios consenta en alquilar al primero que tuviera ladelicadeza de ofrecerle un buen vaso de vino.

    En aquella poca, y desde haca un mes, el inquilino era un tal seorRaoul, que raramente dorma en la vivienda y que slo acuda all unasdos horas cada medioda.

    Viva dicho caballero encima de la portera y debajo de lashabitaciones que ocupaba el secretario del marqus. Se entraba en unvestbulo oscuro que conduca al saln. A la derecha una habitacin, a la

    izquierda el bao.Aquel medioda el saln estaba vaco. Lo adornaban un escasonmero de muebles que parecan haber sido reunidos al azar. Ningnarreglo, ninguna intimidad. Una impresin de campamento en el queunas circunstancias pasajeras os han conducido y que el capricho delmomento os har dejar de modo imprevisto.

    Entre las dos ventanas que tenan una vista sobre la admirableperspectiva del Sena, un silln volva la espalda a la puerta de entradaalzando su amplio dosel capitonado.

    Junto a este silln, a la derecha, un velador sostena un cofre que

    tena la apariencia de un guarda licores.Un reloj situado contra la pared en uno de los ngulos son cuatroveces. Pasaron dos minutos. Despus, en el techo sonaron tres golpes aintervalos regulares como los tres golpes que anuncian en el teatro ellevantamiento del teln. Tres golpes ms. Despus, repentinamente,son en alguna parte, junto al cofre de licores, un timbre precipitado,como el del telfono, pero discreto, apagado.

    Un silencio.Y todo volvi a empezar. Tres golpes de teln, el repiqueteo sordo

    del telfono. Pero esta vez la llamada no termin y continu sonando en

    el interior del cofre de licores como si fuera una caja de msica.Maldicin y mil veces maldicin! gru en el saln la voz

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    adormecida de alguien que se despierta.Un brazo surgi lentamente por la derecha del vasto silln vuelto

    hacia las ventanas, un brazo que se alarg hacia el cofre del velador, unbrazo cuya mano levant la tapa del cofre y cogi el receptor telefnicoque estaba colocado en el interior.

    El receptor fue llevado hacia el otro lado del respaldo y la voz, msclara, del seor invisible que estaba semiescondido en lasprofundidades del silln, gru:

    S, soy yo, Raoul... No puedes dejarme dormir, Courville? Fue unaidea estpida poner en comunicacin tu despacho y el mo. Verdad queno tienes nada que decirme? Cuelga, que estoy durmiendo.

    Colg. Pero los golpes de teln y la llamada telefnica sonaron otravez. Entonces el caballero cedi y se estableci un dilogo en sordinaentre el seor Raoul del entresuelo y el seor Courville, secretario delmarqus d'Erlemont.

    Habla... desembucha... Est el marqus en casa?S, y el seor Valthex acaba de dejarle.Valthex! Tambin hoy Valthex! Por todos los diablos! Este tipo

    me es tanto ms antiptico en tanto que con toda evidencia persigue elmismo fin que nosotros, con la diferencia que l conoce este fin ynosotros lo ignoramos. Has odo algo a travs de la puerta?

    No, nada.Nunca oyes nada, t. Entonces, por qu me molestas? Djame

    dormir, maldicin! Tengo una cita a las cinco para ir a tomar el t con lamagnfica Olga.

    Colg. Pero la comunicacin le deba haber quitado el sueo ya queencendi un cigarrillo sin que por ello abandonara las profundidades desu silln.

    Anillos de humo azul ascendan por encima del respaldo. El relojsealaba las cuatro y diez. Y, bruscamente, un timbrazo seco, que venadel vestbulo, de la puerta de entrada. Al mismo tiempo, entre las dosventanas, bajo una cornisa, se desliz un panel bajo la accin,evidentemente, de un mecanismo puesto en marcha por el timbre.

    Un espacio en forma de rectngulo, del tamao de un pequeo

    espejo, que se iluminaba como la pantalla de un cine, reflejaba elencantador rostro de una muchacha rubia de pelo rizado.El seor Raoul salt del silln murmurando:Hermosa muchacha, a fe!La mir durante un segundo, decididamente no la conoca, no la

    haba visto nunca.Puls un botn y volvi el panel a su sitio. Acto seguido se mir a su

    vez en otro espejo que le devolvi la agradable imagen de un caballerode unos treinta y cinco aos, de porte elegante, de aventajada estatura yvestido impecable. Un caballero de este tipo puede recibir con ventaja la

    visita de cualquier tipo de hermosa muchacha.Corri al vestbulo.

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    La hermosa visitante rubia esperaba con un sobre en la mano y unamaleta junto a ella sobre la alfombra del rellano.

    En qu puedo servirla, seora?Seorita dijo la muchacha en voz baja.Raoul corrigi:En qu puedo servirla, seorita?Vive aqu el marqus d'Erlemont?Raoul comprendi que la visitante se equivocaba de piso. Mientras

    que la joven avanzaba dos o tres pasos en el interior del vestbulo,Raoul cogi la maleta y replic con aplomo:

    Soy yo mismo, seorita.La muchacha se detuvo en el umbral del saln y murmur

    desconcertada:Ah... me haban dicho que el marqus era... un caballero de cierta

    edad...Soy su hijo afirm framente Raoul.Pero si no tiene ningn hijo...No es posible? En este caso digamos que no soy su hijo. Por otra

    parte no tiene ninguna importancia. Estoy en muy buenas relaciones conel marqus d'Erlemont, aunque no tengo el honor de conocerle.

    Hbilmente la hizo entrar y cerr la puerta.La muchacha protest:Pero, caballero, tengo que irme... me he equivocado de piso.Justamente... Descanse un poco... La escalera es abrupta como un

    acantilado...Tena un aire tan alegre y unas maneras tan desenvueltas que la

    muchacha no pudo evitar una sonrisa mientras intentaba salir del saln.Pero, en aquel mismo momento, son un timbrazo en el rellano y

    nuevamente la pantalla luminosa apareci entre las dos ventanas,reflejando un rostro desagradable cruzado por un grueso bigote.

    Diablos, la polica! exclam Raoul apagando la pantalla. Quviene a hacer aqu ste?

    La muchacha se inquiet, confundida ante la aparicin de aquellacabeza.

    Se lo ruego, caballero, djeme marchar.Pero si se trata del inspector principal Gorgeret, un polidesalmado, un autntico monstruo... cuyo rostro no me es desconocidodel todo. Es necesario que no la vea, y no la ver.

    Me es del todo indiferente que me vea, caballero. Deseo irme.A ningn precio, seorita. No quiero comprometerla.No me comprometer usted.S, s... Mire, quiere usted pasar a mi habitacin? No? Entonces,

    qu; pues a pesar de todo hay que...Se ech a rer, preso de una idea que le diverta, ofreci

    galantemente la mano a la muchacha y la hizo sentarse en el ampliosilln.

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    No se mueva usted, seorita. Aqu est usted al abrigo de todaslas miradas y dentro de un minuto estar usted libre. Si no quiereaceptar mi habitacin como refugio, al menos acepte mi silln, no escierto?

    La muchacha obedeci a su pesar, tanta decisin y autoridad semezclaban en su aire alegre y de buen muchacho.

    El caballero sonri ligeramente para manifestar su alegra. Laaventura se anunciaba bajo los colores ms agradables. Fue a abrir.

    El inspector Gorgeret entr de un salto seguido de su colegaFlamant y grit con tono brutal:

    Hay una mujer aqu. La portera la ha visto pasar y la ha odollamar!

    Raoul le impidi, suavemente, pasar y le dijo con toda cortesa:Puedo saber...Inspector principal Gorgeret, de la polica judicial.Gorgeret! exclam Raoul. El famoso Gorgeret! El que ha

    estado a punto de atrapar a Arsenio Lupin!Y que cuenta con arrestarlo un da u otro dijo Gorgeret. Pero

    por hoy se trata de otra cosa... o, mejor dicho, de otra caza. Ha subidouna mujer, verdad?

    Una rubia? pregunt Raoul. Muy bonita?Si usted lo dice...Entonces no es esa... Yo hablo de una muchacha muy hermosa,

    notablemente hermosa... La sonrisa ms deliciosa... el rostro msfresco...

    Est aqu?Acaba de salir. Hace slo tres minutos que ha llamado y me ha

    preguntado si yo era el seor Frossin que vive en el nmero 63 delboulevard Voltaire. Le he explicado su error y le he dado lasindicaciones necesarias para ir al boulevard Voltaire. Se ha marchadoacto seguido.

    Qu contratiempo! gru Gorgeret que, maquinalmente, mir asu alrededor lanzando un vistazo al silln vuelto de espaldas yescrutando las puertas.

    Abro? propuso Raoul.Es intil. Ya la encontraremos all abajo.Por usted, inspector Gorgeret, estoy tranquilo.Yo tambin dijo inocentemente Gorgeret, y aadi ponindose

    de nuevo su sombrero: A menos de que prepare otro de sus trucos...Todo esto tiene el aspecto de una bonita trampa.

    Una tramposa esta admirable rubia?Ya lo creo. Hace un momento en la estacin Saint-Lazare casi la

    he atrapado a la llegada del tren en el que haba sido vista... Es lasegunda vez que se me escapa...

    Me ha parecido una muchacha muy educada y simptica.Gorgeret hizo un movimiento de protesta y dej escapar a su pesar:

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    Una astuta mujer es lo que es! Sabe usted de quin se trata?Pues nada menos que de la amante del gran Paul.

    Cmo? El famoso bandido? Ladrn... asesino tal vez. El granPaul, a quien usted casi arrest?

    Y que arrestar, como a su amante, como a esa zorra de Clara laBlonde.

    Imposible! As que la hermosa rubia era esa Clara de quien losperidicos hablaban y a quien hace seis semanas que se estbuscando...

    La misma. Ahora comprende usted por qu tiene tanto valor lapresa que buscamos. Vamos, Flamant. Entonces, caballero, en cuanto ala direccin estamos de acuerdo. Se trata del seor Fossin del 63 delboulevard Voltaire.

    Exacto. Esta es la direccin que la muchacha me ha dado.Raoul les acompa y con amabilidad deferente les dijo inclinndose

    sobre la barandilla de la escalera:Buena suerte! Y cuando les coja, detenga tambin al seor Lupin.

    Todos son bandidos de la misma calaa.Cuando regres al saln, la muchacha estaba en pie, un poco plida,

    denunciando una cierta ansiedad.Qu le sucede, seorita?Nada... nada... Slo que estos hombres me esperaban en la

    estacin, que me haban sealado en el tren...Entonces usted es Clara la Blonde, la amante del famoso gran

    Paul?La muchacha se encogi de hombros.Ni siquiera s quin es ese gran Paul.No lee usted los peridicos?Rara vez.Y el nombre de Clara la Blonde?Lo ignoro. Yo me llamo Antonine.En este caso, qu teme usted?Nada. De todas maneras queran arrestarme... queran...La muchacha se interrumpi y sonri como si hubiera comprendido

    de repente la puerilidad de su emocin. Dijo:Acabo de llegar de provincias y pierdo la cabeza en la primeracomplicacin con la que me enfrento. Adis, caballero.

    Tiene usted prisa? Espere un poco, tengo tantas cosas quedecirle! Tiene usted una hermosa sonrisa... una sonrisa que enloquece...con la comisura de los labios que miran hacia arriba...

    Nada tengo que or, seor. Adis.Cmo! Acabo de salvarla...Usted me ha salvado?Demonios! Crcel... tribunal... cadalso. Todo eso bien merece

    algo a cambio. Cunto tiempo permanecer usted en casa del marqusd'Erlemont?

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    Una media hora, quiz...Pues bien, esperar que regrese y tomaremos el t aqu como

    buenos amigos.El t aqu! Oh, caballero, usted se aprovecha de un error...! Le

    ruego que me deje...La muchacha levant hacia l unos ojos tan francos que Raoul

    comprendi lo inconveniente de su oferta y no insisti.Aunque usted no lo quiera, seorita, el azar volver a ponernos al

    uno frente al otro... y yo voy a ayudar al azar. Hay muchos encuentrosque tienen inevitablemente, un maana... muchos maanas.

    Detenido en el rellano, Raoul la mir subir al piso. La muchacha sevolvi para enviarle un gentil saludo con la mano mientras l se deca:

    S, es adorable... Ah! Esta sonrisa fresca. Pero, qu va a hacer encasa del marqus? Y adems, qu hace esta muchacha en la vida? Cules el misterio de su existencia? La amante del gran Paul! Que se hayavisto comprometida al mismo tiempo que el gran Paul, es posible, perode ah a ser su amante! Slo la polica es capaz de inventar tamaashistorias...

    A pesar de todo pens que Gorgeret, despus de romperse la narizen el 63 del boulevard Voltaire tal vez tendra la idea de volver y queexista el peligro de un encuentro entre l y la joven. Tena que evitarloa todo precio.

    De repente, al regresar a su apartamento, se dio un golpe en lafrente murmurando:

    Diantre, haba olvidado...!Y corri hacia el telfono, uno que no estaba disimulado, con lnea

    exterior.Vendme 00-00. Oiga! Dese prisa, seorita! Oiga! La casa de

    modas Berwitz? Est aqu la reina? Le estoy preguntando si Su Majestadest aqu... Se est probando? Pues bien, dgale que Raoul est altelfono...

    E insisti imperiosamente:No me venga con historias. Le ordeno que avise a Su Majestad. Su

    Majestad se enfadara mucho si no la avisaran.

    Esper tamborileando sobre el aparato con gesto nervioso. En elotro extremo del hilo alguien respondi. Raoul dijo:Eres t, Olga? Soy Raoul. Cmo? Qu? Ests en la mitad de la

    prueba? Ests medio desnuda? Pues mira, mejor para quien puedaverte, magnfica Olga. Tienes los hombros ms hermosos de toda laEuropa central. Pero por favor, Olga, no pronuncies las erres as... Quequ quera decirrrrrte? Pues mira, que no puedo venir a tomar el t...No, no, querrrrida. Clmate, no estoy con ninguna mujer. Se trata deuna cita de negocios... Tienes que ser rrrrazonable... Veamos, querida...esta noche para cenarrr... Te paso a recoger? De acuerrrrdo, mi

    querrrrida Olga...Colg el aparato y rpidamente se apost detrs de su puerta

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    entreabierta.

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    IVEL CABALLERO DEL PRIMERO

    Sentado ante la mesa en su gabinete de trabajo, vasta pieza llena delibros que lea poco pero cuyas bellas encuadernaciones le gustaban, elmarqus d'Erlemont arreglaba sus papeles.

    Despus del drama terrible del castillo de Volnic, Jean d'Erlemonthaba envejecido ms de lo que exigan los quince aos de intervalo.Tena los cabellos blancos y las arrugas cruzaban su rostro. Ya no era elbello d'Erlemont que antao causaba estragos entre las mujeres. Semantena todava erguido, pero su fisonoma, antao animada por el

    deseo de complacer, se haba vuelto grave y, en ocasiones, angustiosa.Problemas de dinero, pensaban los que le rodeaban en los crculos o enlos salones que frecuentaba. Sin embargo, nadie saba nada concretopuesto que Jean d'Erlemont mostraba poca inclinacin a lasconfidencias.

    El marqus oy que llamaban a la puerta. Escuch. Despus dellamar, el ayuda de cmara vino para decirle que una joven muchachapeda ser recibida.

    Lo siento dijo el marqus, no tengo tiempo.El domstico sali para regresar al poco.

    La seorita insiste, seor marqus. Dice que es la hija de la seoraThrse de Lisieux y que trae una carta de su madre.El marqus dud un momento. Buscaba entre sus recuerdos

    repitindose para s mismo: Thrse... Thrse...Despus respondi vivamente:Hazla pasar.Se levant enseguida y sali al encuentro de la muchacha a la que

    acogi con las manos tendidas.Sea usted bienvenida, seorita. Ciertamente no he olvidado a su

    madre... Pero... cmo se le parece usted. El mismo cabello... la misma

    expresin un poco tmida... y sobre todo, la misma sonrisa que tantogustaba en ella... As pues, la enva su madre?Mam muri, seor, hace cinco aos. Le escribi una carta que yo

    promet llevarle a usted en caso de que tuviera necesidad de ayuda.Hablaba pausadamente, con su alegre rostro ensombrecido por la

    tristeza, mientras le ofreca el sobre en el que su madre haba escrito ladireccin. El marqus lo abri, lanz una ojeada a la carta, seestremeci y, alejndose un poco, ley:

    Si puedes hacer algo por mi hija, hazlo... en recuerdo de un pasadoque ella conoce pero en el que cree que t slo representaste el papel

    de un amigo. Te ruego que no la desengaes. Antonine es muyorgullosa como lo era yo y no te pedir ms que un medio para ganarse

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    la vida. Con todo mi agradecimiento, Thrse.El marqus permaneci silencioso. Recordaba la deliciosa aventura,

    empezada de manera tan hermosa, en aquella ciudad de aguas delcentro de Francia, en donde Thrse acompaaba como institutriz a unafamilia inglesa. Para Jean d'Erlemont no haba sido ms que uno deaquellos caprichos que acababan al poco de haber empezado, durantelos que su naturaleza despreocupada y muy egosta de aquella poca nole incitaba a inclinarse para conocer a la que se le entregaba con talabandono y tal confianza. El recuerdo vago de algunas horas era todo loque su memoria haba conservado. Acaso para Thrse la aventurahaba sido algo ms serio y que la haba comprometido toda su vida?Despus de la ruptura brutal y sin explicaciones, acaso haba dejado eldolor de una existencia rota y aquella nia?...

    Nunca lo haba sabido. La mujer nunca le haba escrito. Y de repenteaquella carta surga del pasado en las condiciones ms turbadoras...Emocionado, se aproxim a la joven y le pregunt:

    Qu edad tiene usted, Antonine?Veintitrs aos.El marqus se domin: las fechas coincidan. Repiti con voz sorda:Veintitrs aos!Para no volver a caer en silencio y para satisfacer los deseos de

    Thrse, desvaneciendo las sospechas de la muchacha dijo:Yo fui el amigo de su madre, Antonine, y el amigo, el confidente

    del...No hablemos de esto, se lo ruego, seor.Acaso su madre guard un mal recuerdo de aquella poca?Mi madre guardaba silencio a este respecto.Sea. Una palabra, sin embargo: ha sido la vida muy dura para

    ella?La muchacha replic con firmeza:Fue muy feliz, seor, y me dio todas las alegras. Si yo vengo hoy

    a hablar con usted es porque no me entiendo con las personas que mehaban recogido.

    Ya me contar usted eso ms adelante, querida nia. Lo ms

    urgente hoy es ocuparse de su porvenir. Qu desea usted?No ser una carga para nadie.Y no depender de nadie?No le temo al tener que obedecer.Qu sabe usted hacer?Todo y nada.Es mucho y poco. Quiere usted ser mi secretaria?No tiene usted un secretario?S, pero desconfo de l. Escucha a travs de las puertas y husmea

    entre mis papeles. Usted ocupar su puesto.

    En absoluto, seor, yo no quiero ocupar el puesto de nadie.Diablos! Ser difcil, pues, ocuparse de usted dijo riendo el

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    marqus d'Erlemont.Sentados uno junto al otro, hablaron durante largo rato, l atento y

    afectuoso, ella distendida y con despreocupacin, pero tambin coninstantes de reserva que desconcertaban un poco al marqus puestoque no los comprenda. Por fin descubri que la muchacha no tenamucha prisa en empezar a trabajar y aquello le daba tiempo paraconocerla mejor y reflexionar. Tena que marcharse a la maanasiguiente en automvil a un viaje de negocios. Despus de lo cualpasara una veintena de das en el extranjero. La muchacha aceptacompaarle en su viaje en automvil.

    Antonine le dio, en un pedazo de papel, la direccin de la pensinfamiliar en la que tena intencin de hospedarse en Pars y ambosconvinieron que a la maana siguiente l ira a buscarla.

    En la antesala, el marqus le bes la mano. Como por azar, Courvillepas por all. El marqus dijo simplemente:

    Hasta pronto, querida nia. Volver usted a visitarme, no esverdad?

    La muchacha recogi su maleta y descendi. Pareca contenta,alegre, a punto de cantar.

    Lo que sucedi acto seguido fue tan imprevisto y tan rpido queAntonine slo tuvo una serie de impresiones incoherentes que laaturdieron. En los ltimos escalones del piso la caja de la escaleraestaba muy oscura Antonine oy un ruido de voces que discutan antela puerta del entresuelo y alcanz a entender algunas palabras.

    Usted se ha burlado de m, caballero... el nmero 63 del boulevardVoltaire no existe.

    Imposible, seor inspector! El boulevard Voltaire existe, no esverdad?

    Adems, quisiera saber qu ha sucedido con un importante papelque traa en mi bolsillo cuando vine aqu.

    Una orden de arresto contra la seorita Clara?La muchacha cometi la gran equivocacin, al reconocer la voz del

    inspector Gorgeret, de lanzar un grito y de continuar su camino en lugarde volver a subir en silencio hasta el segundo piso. El inspector principal

    oy el grito, se volvi, vio a la fugitiva e intent saltar sobre ella.Se lo impidieron dos manos que se agarraron a sus muecas eintentaron arrastrarle hacia el vestbulo. El inspector se resisti, segurode s, pues su estatura y su musculatura eran tan poderosas como las desu adversario inopinado. Sin embargo, experiment el estupor nosolamente de no poderse escapar, sino de verse obligado a laobediencia ms pasiva. Protestaba enfurecido:

    Acaso pretende estropearme el negocio...?Pero es necesario que me siga deca amablemente el seor

    Raoul, la orden de arresto est en mi casa y usted me la ha

    reclamado...Me importa un bledo, la orden!

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    A m s que me importa! A m s! Tengo que devolvrsela. Ustedme la ha reclamado.

    Pero, por el amor de Dios, mientras nosotros discutimos lapequea se nos escapa!

    No est su amigo en la calle?S, pero es tan estpido...Sbitamente, el inspector se vio transportado al interior del

    vestbulo y bloqueado por una puerta cerrada. Pataleaba de rabia ymascullaba espantosas imprecaciones. Golpe la puerta y despus laemprendi contra la cerradura. Pero ni la puerta cedi ni la cerradura,que pareca ser de un gnero especial y cuya llave girabaindefinidamente sin librar su secreto.

    Aqu est su orden de arresto, seor inspector principal dijoRaoul.

    Gorgeret estuvo a punto de agarrarlo por el cuello.Es usted un caradura. Esta orden estaba en el bolsillo de mi abrigo

    cuando vine aqu por primera vez.Seguramente se le cay formul con calma Raoul. La he

    encontrado aqu, en el suelo.Tonteras! En todo caso, no me negar usted que se ha burlado

    de m con su famoso boulevard. Voltaire y que cuando usted me haenviado all abajo, la pequea no estaba lejos de aqu.

    Mucho ms cerca, incluso.Cmo?Estaba en esta habitacin.Qu dice usted?En este silln que le da la espalda.Vaya por Dios...! Estaba en este silln... Cmo se atrevi usted...?

    Est usted loco? Quin le autoriz a...?Mi buen corazn respondi Raoul con tono dulce. Veamos,

    seor inspector, usted tambin es un hombre de honor. Quiz tengausted mujer, hijos... Habra usted entregado a esta hermosa rubia paraque la pongan en prisin? En mi lugar usted habra actuado igual y mehabra enviado a pasear por el boulevard Voltaire, confiselo.

    Gorgeret se ahogaba:Estaba aqu, la amante del gran Paul estaba aqu! Es un feoasunto para usted, seor!

    Un feo asunto para m si usted puede probar que la amante delgran Paul estaba aqu. Pero eso precisamente es lo que hay quedemostrar.

    Pero puesto que usted lo confiesa...As, los dos solos, s. Pero si no, no lo reconocer.Mi testimonio de inspector general...Vamos, hombre! No tendr usted el valor de confesar que le han

    engaado como a un colegial.Gorgeret estaba estupefacto. Quin era aquel tipo que pareca

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    divertirse provocndole? Sinti deseos de interrogarle y de pedirle sunombre y sus papeles. Pero se senta dominado de una extraa manerapor aquel singular personaje. Dijo simplemente:

    As pues, usted es amigo de la amante del gran Paul?Yo? Slo la he visto tres minutos.Entonces...Entonces me gusta.Y es ese un motivo suficiente?S. No me gusta que se moleste a la gente que me cae bien.Gorgeret cerr el puo y lo blandi en direccin a Raoul quien, sin

    mostrar signo de emocin alguno, se dirigi hacia la puerta delvestbulo e hizo funcionar la cerradura al primer intento, como si setratara de la cerradura ms complaciente del mundo.

    El inspector se hundi el sombrero en la cabeza y sali con el pechoarqueado, el rostro crispado, como hombre que sabe esperar yencontrar la hora de la revancha.

    Cinco minutos ms tarde, despus de haber comprobado por laventana que Gorgeret y su colega se iban lentamente, lo que implicabaque la hermosa rubia no corra ningn peligro hasta nueva orden despus de haber llamado dulcemente en el techo, Raoul introducaen su casa a Courville, secretario del marqus d'Erlemont interpelndoleacto seguido:

    Has visto a una hermosa mujer rubia?S, seor. El marqus la ha recibido.Has escuchado?S.Y qu has odo?Nada.Idiota!Raoul empleaba a menudo con respecto a Courville la misma

    expresin que Gorgeret usaba con Flamant. Pero su tono segua siendoafable, matizado de simpata. Courville era un gentleman venerable, conuna barba blanca cuadrada y corbata blanca en forma de mariposa,siempre vestido con un redingote negro y con aire de magistrado de

    provincias o de jefe de ceremonias fnebres. Se expresaba con unacorreccin perfecta, mesurado en las palabras y utilizaba una ciertapompa en la entonacin.

    El seor marqus y la joven han hablado con una voz que el odoms fino no habra podido percibir.

    Viejo amigo, tienes una elocuencia de sacristn que me horroriza.Responde pero no hables.

    Courville se inclin como un hombre que considerase todas aquellasburlas como otras tantas seales de amistad.

    Seor Courville continu Raoul, no tengo por costumbre

    recordar a la gente los servicios que les he prestado. Sin embargo,puedo decir que sin conocerte y debido a la excelente impresin que me

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    hizo tu venerable barba blanca te salv de la miseria, a ti y a tusancianos padres, y te ofrec a mi costa una situacin de reposo ytranquilidad.

    Seor, mi gratitud hacia usted no tiene lmites.Cllate. No hablo para que me respondas, sino porque tengo

    posibilidad de colocar un pequeo discurso. Prosigo. Empleado por men diversas tareas, tendrs que confesar lealmente que has actuado conuna torpeza insigne y con una falta de inteligencia notoria. No me quejode ello. Mi admiracin por tu barba blanca y tu jeta perfecta de hombrehonesto sigue siendo absoluta. Tan slo constato. As, por ejemplo, enel puesto en que te he colocado desde hace algunas semanas paraproteger al marqus d'Erlemont de las intrigas que le amenazan, en estepuesto en el que tu misin consista simplemente en explorar loscajones secretos, en recoger los papeles equvocos y en escuchar lasconversaciones, qu has conseguido? Nada, nada en absoluto. Ms queeso. Est fuera de duda que el marqus desconfa de ti y, adems, cadavez que utilizas nuestra instalacin telefnica particular eliges elmomento en que duermo para revelarme increbles naderas. En esascondiciones...

    En esas condiciones, me da usted mis ocho das dijo Courvillepiadosamente.

    No, pero me encargo yo personalmente del asunto, y si as lo hagoes porque en l est mezclada la ms encantadora de las criaturas decabellos de oro que jams haya encontrado.

    Puedo recordarle, seor, la existencia de Su Majestad la reinaOlga?

    Me importa un comino Su Majestad la reina de Borostiria! Nadacuenta ya para m ms que Antonine llamada Clara la Blonde. Todo tieneque funcionar como un reloj, tengo que saber qu pretende este seorValthex, en qu consiste el secreto del marqus y por qu ha venidohoy, inesperadamente, la pretendida amante del gran Paul.

    La amante...?No intentes comprenderlo.Qu es lo que debo intentar comprender?

    La verdad sobre el papel exacto que representas a mi lado.Courville murmur:Preferira no saber...La verdad nunca debe dar miedo dijo Raoul severamente.

    Sabes quin soy?No.Arsenio Lupin, ladrn de guante blanco.Courville no se movi. Quiz pens que Raoul hubiera tenido que

    ahorrarle aquella revelacin. Pero ninguna revelacin, por dura quefuera para su probidad, no poda atenuar sus sentimientos de

    reconocimiento ni disminuir a sus ojos el prestigio de Raoul. Y Raoulprosigui:

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    Tienes que saber que me lanc en la aventura d'Erlemont como lasotras veces... sin saber a dnde iba y sin conocer nada de los hechos,partiendo de un indicio cualquiera y, por lo dems, confiando en mibuena estrella y en mi olfato. Tuve oportunidad de saber, a travs de miservicio de informacin, que la ruina de un tal seor d'Erlemont, quevenda uno a uno sus castillos y sus posesiones de provincias, al igualque algunos de los libros ms preciosos de su biblioteca, suscitaba enalgunos medios de la nobleza una cierta sorpresa. En efecto, segn misinvestigaciones, el abuelo materno del seor d'Erlemont, viajeroimpenitente, especie de conquistador intrpido, poseedor de dominiosinmensos en las Indias, con ttulo y rango de nabab, haba regresado aFrancia con reputacin de multimillonario. Muri acto seguido dejandotodas sus riquezas a su hija, madre del actual marqus.

    Qu haba sucedido con aquellas riquezas? Se poda suponer que Jean d'Erlemont las haba dilapidado, a pesar de que su tren de vidahaba sido siempre muy razonable. Pero he aqu que el azar puso en mismanos un documento que parece dar otra explicacin. Se trata de unacarta, rota en sus tres cuartas partes, no muy reciente de aspecto y en laque, entre otros detalles secundarios, est escrito con la firma delmarqus:

    La misin que le he encargado no parece tener xito. La herenciade mi abuelo sigue sin encontrarse. Le recuerdo las dos clusulas denuestro convenio. Discrecin absoluta y una parte del diez por cientopara usted con mximo de un milln... Pero resulta que llam a suagencia con la esperanza de un resultado rpido y el tiempo pasa...

    En este trozo de carta no hay ninguna fecha, ninguna direccin. Setrataba evidentemente de una agencia de informacin, pero, quagencia? No he perdido un tiempo precioso en buscarla, pues he credoms eficaz colaborar con el marqus e instalarte en el terreno.

    Courville se arriesg a decir:No cree usted, seor, que hubiera sido ms eficaz todava,

    puesto que usted haba decidido esta colaboracin, hablar de ello almarqus y decirle que mediante el diez por ciento usted participaba enla bsqueda...?

    Raoul le fulmin con la mirada:Idiota! Un asunto en el que se propone un milln de francos dehonorarios a una agencia, tiene que ser del orden de los veinte o treintamillones. Yo slo me muevo por ese precio.

    Sin embargo, su colaboracin...Mi colaboracin consiste en cogerlo todo.Pero el marqus...El marqus tendr su diez por ciento. Se trata de una cifra

    inesperada para l, soltero y sin hijos. Slo hace falta que yo mismoeche mano a la pasta. Conclusin: Cundo puedes introducirme en casa

    del marqus?Courville pareci turbado y objet con timidez:

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    Eso es grave, seor. No cree usted que por mi parte, con respectoal marqus...?

    Una traicin... S, tienes razn. Pero, qu quieres, amigo mo? Eldestino te coloca cruelmente entre tu deber y tu reconocimiento, entreel marqus y Arsenio Lupin. Elige.

    Courville cerr los ojos y respondi:Esta noche el marqus cena fuera de casa y no regresar hasta la

    una de la madrugada.Los criados?Viven en el piso superior, como yo mismo.Dame tu llave.Nuevo debate de conciencia. Hasta aquel momento Courville haba

    podido imaginarse que contribua a asegurar la proteccin del marqus,pero entregar la llave de un apartamento, facilitar un robo, prestarse aun formidable engao... La delicada alma de Courville dudaba.

    Raoul tendi la mano. Courville entreg la llave.Gracias dijo Raoul que se diverta diablicamente jugando con

    los escrpulos de Courville. A las diez te encierras en tu habitacin. Encaso de que hubiera alarma entre los domsticos, bajas a avisarme. Peroes poco probable. Hasta maana.

    Una vez fuera Courville, Raoul se prepar para salir y cenar con lamagnfica Olga. Pero se durmi y no se despert hasta las diez y media.Salt entonces al telfono y pidi el Trocadro Palace.

    Oiga... oiga... El Trocadro Palace...? Pngame con los aposentosde Su Majestad... Oiga, oiga... Quin est al telfono...? Ladactilgrafa...? Eres t, Julie...? Cmo ests, querida? La reina meespera, verdad? Que se ponga al telfono. Vamos, vamos... no memolestes... Si te he puesto cerca de la reina no es para que refunfues...Vamos, deprisa, avsala (un silencio y Raoul contina). Oiga, eres t,Olga? Resulta que mi cita se ha prolongado... por otra parte, estoy muycontento pues el negocio est resuelto... No, querrrrida, no es culpama... Quieres que comamos juntos el vierrrrnes? Vendrrrr abuscarrrrte. Verdad que no me guardas rencor? Ya sabes que t eres loprimero... ah, querrrrida Olga...!

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    VDESVALIJAMIENTO

    Para sus expediciones nocturnas, Arsenio Lupin no se pone nuncatraje especial, color oscuro, gris. Voy tal como soy, dice, con las manosen los bolsillos, sin armas, el corazn tan tranquilo como si fuera acomprar cigarrillos y la conciencia tan a gusto como si fuera a llevar acabo una obra de caridad.

    Como mximo algunas veces ejecuta unos ejercicios de ligereza, dedar saltos sin hacer ruido o de caminar entre tinieblas sin chocar contralos objetos. Fue lo que hizo aquella noche y con todo xito. Todo iba

    bien. Se encontraba en forma y capaz, moral y fsicamente, deenfrentarse a todas las eventualidades.Comi unos cuantos pasteles secos, se trag un vaso de agua y se

    dirigi a la caja de la escalera.Eran las once y cuarto. No haba luz alguna. Ningn ruido. Ni riesgo

    de encontrar inquilinos, puesto que no haba; ni un domstico, puestoque estaban acostados. Y Courville velaba en el piso de arriba. Quplacer actuar en tales condiciones de seguridad! Ni siquiera exista elproblema de romper una puerta o forzar una cerradura: posea unallave. Ni tan slo el problema de orientarse: posea un plano.

    Entr, pues, como en su casa, y como en su casa despus de haberseguido el corredor que conduca al gabinete de trabajo, encendi la luzelctrica de dicha habitacin. Slo se trabaja bien a plena luz.

    Un gran espejo situado entre las dos ventanas le devolvi suimagen, que avanzaba hacia l. Se salud y se hizo a s mismoreverencias con aquel espritu fantasioso que le haca capaz de hacercomedia tanto para l como para los otros.

    Despus se sent y mir. No se debe perder el tiempo dando vueltascomo un estornino, vaciando febrilmente los cajones y trastocando unabiblioteca. Hay que reflexionar, escrutar con la mirada ante todo,

    establecer las justas proporciones, analizar las capacidades, medir lasdimensiones. Tal mueble no debera, normalmente, tener tales lneas.Aquel silln tiene un extrao aspecto. Los escondrijos escapan a unCourville: para un Lupin no hay secretos.

    Al cabo de diez minutos de contemplacin atenta, se fue directo alsecreter, se arrodill, palp la madera satinada y estudi los tiradoresde cobre. Despus se levant, esboz algunos gestos de prestidigitador,abri un cajn, lo retir por completo, apret uno de los lados, empujel otro, pronunci unas palabras y chasque la lengua.

    Se produjo un movimiento. Del interior surgi un segundo cajn.

    Chasque nuevamente la lengua, pensando: Diablos! Cuando yome pongo manos a la obra... Y pensar que este torpe de la barba blanca

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    no ha descubierto nada en cuarenta das cuando a m me han bastadocuarenta segundos... Soy un tipo extraordinario!

    Pero todava haca falta que su descubrimiento tuviera un significadoy un resultado. En el fondo, lo que esperaba era encontrar la carta queAntonine haba llevado al marqus. Enseguida se dio cuenta de que noestaba all.

    Primeramente, dentro de un gran sobre amarillo, encontr unadecena de billetes de mil francos. Aquello era sagrado. No se pispa eldinero suelto de un vecino, de un propietario, de un representante de lavieja nobleza francesa. Coloc el sobre en su sitio con un gesto de asco.

    En cuanto al resto, un examen sumario le permiti constatar que allno haba ms que cartas y retratos, cartas de mujeres, retratos demujeres. Recuerdos, evidentemente. Reliquias de un hombreconquistador que no ha podido decidirse a quemar las huellas de unpasado que representa para l toda la felicidad y todo el amor.

    Las cartas? Sera necesario leerlas todas y buscar en cada una loque pudiera tener un inters. Trabajo considerable y quiz intil y que,por otra parte, tena algunos escrpulos para emprenderlo. Elenamorado, el conquistador que tambin l era, se jactaba dedemasiada delicadeza para entrar brutalmente en la intimidad de estasconfidencias y de estas confesiones de mujeres.

    Pero, cmo no tener valor para contemplar las fotografas? Habacasi un centenar. Aventuras de un da o de un ao... pruebas de ternurao de pasin... Todas eran hermosas, graciosas, amantes, cariosas, conojos prometedores, actitudes abandonadas, sonrisas que recordaban latristeza, la angustia en ocasiones. Haba nombres, fechas, dedicatorias,alusiones a algn episodio de la relacin. Grandes damas, artistas,coristas, surgan de este modo de las sombras, desconocidas entre s ysin embargo tan prximas unas de otras por el recuerdo comn deaquel hombre.

    Raoul no las examin a todas. En el fondo del cajn, una fotografade tamao mayor que adivin bajo la doble hoja de papel que laprotega atrajo especialmente su atencin. La cogi en el acto, separambas hojas y mir.

    Raoul qued estupefacto. Aquella verdaderamente era la mshermosa, de una belleza extraordinaria en la que haba todo aquello quepresta en ocasiones muy raramente a la belleza un relieve particulary una expresin personal. Los hombros desnudos eran magnficos. Laestatura, el porte de la cabeza daban a entender que aquella mujersaba mantenerse en pblico y quiz aparecer en pblico.

    Una artista, evidentemente, concluy Raoul.Sus ojos no se apartaban del retrato. Volvi la fotografa con la

    esperanza de encontrar una inscripcin, un nombre. Y acto seguido seestremeci. Lo que le haba sorprendido era una amplia firma que parta

    el cartn de travs: Elisabeth Hornain, con estas palabras debajo: A ti,hasta ms all de la muerte.

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    Elisabeth Hornain! Raoul estaba demasiado al corriente de la vidamundana y artstica de su poca para ignorar el nombre de la grancantante, y si no recordaba el detalle preciso de un suceso que habatenido lugar quince aos antes, no por ello ignoraba que la hermosamujer haba sucumbido como consecuencia de una herida misteriosarecibida en un parque en el que cantaba al aire libre.

    As pues, Elisabeth Hornain se contaba entre las amantes y lamanera en que el marqus conservaba su fotografa y la tena separadade las otras demostraba el lugar que haba ocupado en su vida.

    Entre las dos hojas de papel, por otra parte, haba adems, unpequeo sobre sin cerrar que examin y cuyo contenido le sorprenditodava ms. Tres cosas: un bucle de cabellos, una carta de diez lneasen la que la cantante haca al marqus su primera confesin de amor yle otorgaba una primera cita, y un retrato de la mujer con este nombreque intrig a Raoul: Elisabeth Valthex.

    En este retrato era muy joven y el nombre de Valthex seraciertamente el de Elisabeth antes de su boda con el banquero Hornain.Las fechas no dejaban lugar a dudas.

    De manera que pens Raoul el Valthex actual, a quien se lepueden hacer unos treinta aos, sera un sobrino o primo de ElisabethHornain, y es por ello que dicho Valthex est en relaciones con elmarqus d'Erlemont y le saca dinero sin que el marqus tenga el valorde negarse a ello. Su papel se limita al de "sablista"? Obedece a otrasrazones? Persigue, con mayores elementos de xito, el mismo fin queyo persigo a ciegas? Misterio. Pero, en todo caso, este misterio tengoque aclararlo puesto que estoy en el centro de la partida que se est

    jugando.Reanud sus investigaciones y volvi a tomar los otros retratos

    hasta que se produjo un hecho que le interrumpi. En alguna parte seoy un ruido.

    Escuch. El ruido era el de un ligero roce que cualquier otro que nofuera Raoul no hubiera odo. Le pareci que provena de la puerta de laentrada principal. Alguien haba introducido una llave. La llave gir, lapuerta fue empujada suavemente. Unos pasos, apenas perceptibles,

    recorrieron el pasillo que conduca al gabinete de trabajo.En cinco segundos Raoul reemplaz los cajones y apag la luz.Despus se disimul detrs de un biombo que desplegaba sus cuatrohojas de laca.

    Tales alarmas constituan una alegra para l. De entrada la alegradel peligro corrido. Despus un elemento nuevo de inters con laesperanza de sorprender alguna cosa que le fuera de provecho, ya quesi una persona extraa penetraba furtivamente en casa del marqus y lpoda enterarse de las razones de aquella visita nocturna, era unasuerte.

    Una mano prudente agarr el pomo de la puerta. Ningn ruidoseal el empuje progresivo del batiente, pero Raoul adivin su

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    insensible movimiento. En medio de la oscuridad brill el haz de unalmpara elctrica.

    A travs de una de las ranuras del biombo, Raoul vio la forma queavanzaba. Raoul tuvo la impresin ms que la certeza de que se tratabade una mujer, delgada, con una falda ceida. No llevaba sombrero. Estaimpresin se la confirm la manera de avanzar y la imagen poco precisade la silueta. La mujer se detuvo, volvi la cabeza de izquierda aderecha como si se orientara. Se dirigi sin vacilar hacia el secreter,sobre el que pase el haz luminoso y sobre el que, una vez explorado,dej la lmpara.

    No hay lugar a dudas de que conoce el escondrijo, pens Raoul.Acta como una persona que estuviera en el secreto.

    De hecho y durante todo aquel tiempo el rostro permaneci en lasombra rode el secreter, se inclin, retir el cajn principal,maniobr como era debido e hizo salir el cajn interior. Entonces actuexactamente como haba hecho Raoul. Dej de lado los billetes debanco y se puso a examinar las fotografas como si se tratara dedescubrir especialmente una entre las restantes.

    La muchacha iba deprisa, no le incitaba ninguna curiosidad. Buscabacon mano febril, una mano cuya blancura y fineza Raoul percibi.

    La muchacha encontr lo que buscaba. Por lo que l pudo juzgar, setrataba de una fotografa de tamao intermedio, un 13-18. Lacontempl largo rato, dio la vuelta a la cartulina, ley la inscripcin ydej escapar un suspiro.

    Estaba tan absorta que Raoul decidi aprovecharse de ello. Sin queella oyera nada ni pudiera verle, se aproxim al conmutador, observ lasilueta inclinada y, de repente, encendi la luz. Despus, rpidamente,corri hacia la mujer, que haba lanzado un grito de temor y hua.

    No te vayas, preciosa. No te har ningn dao.La alcanz, la cogi por el brazo y, a pesar de su resistencia, le hizo

    volver la cara.Antonine! murmur estupefacto, reconociendo a su involuntaria

    visitante del medioda.Raoul no haba sospechado la verdad ni por un momento. Antonine,

    la pequea provinciana cuyo aspecto ingenuo y ojos cndidos le habanconquistado! La muchacha permaneca frente a l asustada, con elrostro crispado. Aquel giro imprevisto de los acontecimientos le turbhasta el punto que Raoul se puso a refunfuar:

    As pues, esta es la razn de su visita al marqus este medioda.Vino usted para reconocer el terreno... y despus, esta noche...

    La muchacha pareca no comprender nada y balbuce:No he robado nada... ni siquiera he tomado los billetes...Yo tampoco... con todo, no hemos venido aqu para pasearnos por

    las habitaciones.

    Raoul la tena cogida por el brazo. La muchacha intent soltarsemientras gema:

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    Quin es usted? No le conozco...l se ech a rer.Ah!, no es muy amable de su parte. Cmo!, despus de nuestra

    entrevista de esta maana en mi apartamento, me pregunta ustedquin soy? Qu falta de memoria! Yo que crea haberla impresionadotanto, Antonine.

    speramente, la muchacha replic:No me llamo Antonine.Diantre! Tampoco yo me llamo Raoul. En nuestro oficio se tienen

    nombres a docenas.Qu oficio?El robo!La muchacha se rebel:No soy una ladrona!Demonio! Si roba usted una fotografa y desprecia el dinero, lo

    nico que demuestra es que esa fotografa tiene para usted un valor yque el nico modo de apoderarse de ella era actuando como una rata dehotel... Enseme esta preciosa fotografa que se ha metido usted en elbolsillo cuando me ha visto.

    Raoul intent forzarla. La muchacha se debati entre aquellosbrazos fuertes que la cean y, excitndose con la lucha, Raoul lahubiera besado si ella no hubiera logrado deshacerse de su abrazo.

    Por Dios! exclam Raoul. Quin hubiera supuesto tantopudor en la amante del gran Paul?

    La muchacha pareci trastornada y tartamude:Cmo? Qu es lo que dice usted? El gran Paul? Quin es? No

    entiendo lo que quiere decir.Pues claro que s dijo tutendola, lo sabes perfectamente,

    querida Clara.La muchacha repiti, cada vez ms turbada:Clara? Clara? Quin es?Acurdate... Clara la Blonde.Clara la Blonde?Cuando Gorgeret ha estado a punto de ponerte la mano encima

    hace un rato no estabas tan emocionada. Vamos, recuprate, Antonine oClara. Si esta maana te he sacado dos veces de entre las garras de lapolica es porque no soy tu enemigo... Una sonrisa, hermosa... Tusonrisa es tan embriagadora...

    Una crisis de debilidad la deprimi. Las lgrimas resbalaron sobresus plidas mejillas y no tena fuerza para rechazar a Raoul, que le habavuelto a tomar las manos y las acariciaba con una dulzura amical que noasustaba a la muchacha.

    Clmate, Antonine... S, Antonine... Me gusta ms este nombre...Si has sido Clara para el gran Paul, para m tu nombre ser el que me

    has dado cuando le he visto llegar con aspecto de provinciana. Teprefiero as, pero no llores... todo se arreglar. El gran Paul te persigue

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    sin duda, no es cierto? Y te busca... y t tienes miedo... No tengasmiedo, estoy aqu... slo tienes que contrmelo todo.

    La muchacha murmur desfalleciente:No tengo nada que contar... no puedo contar nada.Habla, pequea.No, yo no le conozco.No me conoces y, sin embargo, tienes confianza en m, confisalo.Quiz... No s por qu... Me parece...Te parece que te puedo proteger, no es cierto? Hacerte bien. Pero

    para ello har falta que me ayudes. Cmo conociste al gran Paul? Porqu ests aqu? Por qu buscabas este retrato?

    Ella dijo con voz muy baja:Se lo suplico, no me interrogue... un da u otro se lo dir.Es ahora que tienes que hablar... Un da perdido, una hora, es

    mucho tiempo.Raoul continuaba acaricindola sin que ella hiciera ningn gesto

    para evitarlo. Sin embargo, cuando le bes la mano y sus labiossubieron a lo largo del brazo, la muchacha implor con tanta laxitudque Raoul no insisti y dej de tutearla.

    Permtame... dijo.Volverme a ver? Se lo prometo.Y confiar en m?S.Puedo serle til en la espera?S dijo ella vivamente, acompeme usted.Teme usted algo?Raoul la sinti temblar mientras deca sordamente:Al entrar esta noche he tenido la impresin de que vigilaban la

    casa.La polica?No.Quin?El gran Paul... los amigos del gran Paul.Pronunci aquel nombre con terror.

    Est usted segura?No... pero me ha parecido reconocerle. Estaba bastante lejos,contra el parapeto del muelle. He reconocido tambin a su cmpliceprincipal, uno a quien llaman el rabe.

    Cunto tiempo hace que no haba visto usted al gran Paul?Varias semanas.As es que no poda saber que usted vena aqu esta noche.No.Qu haca entonces aqu?Tambin l ronda esta casa.

    Es decir, ronda al marqus...? Por las mismas razones que usted?No lo s... Una vez dijo delante de m que quera verle muerto.

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    Por qu?No lo s.Conoce usted a sus cmplices?Slo al rabe.Dnde se encuentran?Lo ignoro. Quiz en un bar de Montmartre cuyo nombre un da o

    que pronunciaban.Se acuerda usted?S... Les crevisses.Raoul no pregunt nada ms. Intuy que la muchacha no

    respondera nada ms aquel da.

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    VIPRIMER CHOQUE

    Vamos dijo Raoul, y suceda lo que suceda, no tenga miedo. Yorespondo de todo.

    Examin si todo estaba en orden. Despus apag la luz y, tomandola mano de Antonine con el fin de conducirla en la oscuridad, se dirigihacia la entrada, cerr suavemente la puerta a su espalda y descendi laescalera con ella.

    Estaba deseoso de verse fuera y tema que la muchacha se hubieraequivocado, tal era su deseo de luchar y de atacar a los que la

    perseguan. Sin embargo, aquella manita que tena en la suya estaba tanfra que prefiri detenerse para estrechrsela con fuerza.Si me conociera usted un poco mejor, sabra que estando a mi

    lado no hay peligro alguno. No se mueva usted. Cuando su mano estcaliente, ver usted como est ms tranquila y llena de nimo.

    Permanecieron as inmviles, con las manos juntas. Despus deunos minutos de silencio, la muchacha dijo ya tranquilizada:

    Vmonos.Raoul llam a la puerta de la portera y le pidi que le abriera.

    Salieron.

    La noche era brumosa y las luces se hacan difusas en la sombra.Haba pocos transentes en aquella hora. Pero de repente, con surapidez de apreciacin, Raoul percibi dos siluetas que cruzaban lacalzada y se deslizaban hacia la acera al abrigo de un coche estacionadocerca del cual dos siluetas ms parecan esperar. Estuvo a punto dearrastrar a la muchacha en direccin opuesta, pero cambi de opininpues la ocasin era estupenda. Por otra parte, los cuatro hombres sehaban separado con viveza y maniobraban con el fin de rodearles.

    Seguramente son ellos dijo Antonine, asustada de nuevo.El gran Paul es el ms alto?

    S.Tanto mejor dijo Raoul, tendremos una explicacin.No tiene usted miedo?No, si usted no grita.En aquel momento el muelle estaba desierto por completo. El

    hombre alto lo aprovech. Uno de sus amigos y l se dirigieron hacia laacera. Los otros dos se quedaron inmviles... El motor del cocheronrone, accionado sin duda por un chfer invisible y que preparaba lahuida.

    Y de repente, son un ligero silbido.

    Lo que sigui fue brusco, tres de los hombres se precipitaron sobrela muchacha e intentaron arrastrarla al coche. El que era conocido con el

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    nombre de gran Paul se enfrent a Raoul ponindole su revlver bajo lanariz.

    Antes de que pudiera disparar, Raoul, de un revs con la manosobre el puo del gran Paul, le desarm murmurando:

    Idiota! Primero se dispara y luego se apunta.Alcanz a los otros tres bandidos. Uno de ellos se volvi sobre la

    acera justo a tiempo para recibir en el mentn un violento puntapi quele hizo vacilar y derrumbarse como un saco.

    Los otros dos cmplices no esperaron su turno Lanzndose dentrodel coche, huyeron. Antonine, liberada, huy hacia la direccin opuestaperseguida por el gran Paul, que se estrell de repente contra Raoul.

    Prohibido el paso dijo Raoul. Deja que se vaya la rubita,muchacho. sta es una vieja historia que tienes que olvidar, mi pequeogran Paul.

    El gran Paul intentaba, a pesar de todo, pasar y encontrar una salidaa derecha o a izquierda de su adversario. Aunque ste se encontrabasiempre frente a l, intentaba pasar, rechazando el combate.

    Pasars o no pasars? Es divertido, verdad?, jugar como nios.Hay un muchachito que quiere correr y otro ms pequeito que no ledeja pasar, y mientras tanto, la seorita rubia huye... Bien, ya est. Seacab el peligro para ella. Ahora empieza la batalla de verdad. Ests apunto, gran Paul?

    De un salto se lanz sobre su enemigo, le cogi el antebrazo y leinmoviliz instantneamente frente a l.

    Crac! Es igual que unas esposas, verdad? Los de tu banda no sonde lo mejorcito. Ms bien dira que son todos unos cobardes. Basta conpegar un trompazo y todos toman las de Villadiego. Pero, ven conmigo.Tengo que ver tu rostro a plena luz.

    El otro se debata, estupefacto de su debilidad y de su impotencia. Apesar de todos sus esfuerzos no consegua desembarazarse de aquellasdos tenazas que le encadenaban como anillos de hierro, y que lecausaban tanto dao que apenas poda tenerse en pie.

    Vamos, vamos, ensea tu jeta al seor... y nada de muecas, quevea si te conozco... No refunfues. No quieres moverte?

    Le hizo girar suavemente como una masa demasiado pesada peroque se desplaza a pequeas sacudidas. De este modo, lo quisiera o noel gran Paul, gir hacia el lado en que caa de lleno la luz elctrica de unfarol.

    Un esfuerzo todava y Raoul consigui su objetivo. Al ver el rostrodel hombre exclam con sorpresa:

    Valthex!Y repiti, echndose a rer a grandes carcajadas:Valthex!... Valthex... Pues, la verdad, ya me lo esperaba... As

    que Valthex es el gran Paul y que el gran Paul es Valthex? Valthex lleva

    una chaqueta de buen corte y un sombrero hongo. El gran Paul, unospantalones de pana y una gorra. Qu divertido resulta! Cultivas al

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    marqus y eres al mismo tiempo jefe de una banda.Furioso, el gran Paul gru:Tambin yo te conozco. T eres el tipo del entresuelo.Pues claro que s... Raoul, para servirte. Y aqu estamos los dos

    metidos en el mismo asunto. Tienes muy mala suerte, sin contar que deahora en adelante me reservo para m a Clara la Blonde.

    El nombre de Clara sac al gran Paul de sus casillas.Te lo prohbo!T me lo prohbes? Te has visto, amigo mo? Si se piensa que me

    llevas media cabeza y que debes practicar todos los trucos del boxeo ydel cuchillo, no se comprende cmo puedes estar entre mis pinzasabsolutamente fuera de combate. Vamos, anmate, hombre. Me daslstima.

    Le dej. El gran Paul gru amenazadoramente:Cerdo, ya nos encontraremos!Por qu quieres encontrarme si estoy aqu? Vamos, atrvete.Si has tocado a la pequea...Eso es cosa hecha, amiguito. Ella y yo somos camaradas.Exasperado, el gran Paul grit:Mientes! No es cierto.Y slo hemos empezado. La continuacin en el prximo nmero.

    Ya te avisar.Se midieron dispuestos a la pelea, pero sin duda el gran Paul crey

    ms prudente esperar una mejor ocasin ya que escupi algunasinjurias, a las que Raoul contest con una carcajada, y se march conuna ltima amenaza:

    Conseguir tu piel!Cuando quieras. Hasta pronto, muchacho.Raoul le mir mientras se alejaba. El otro cojeaba, lo que deba ser

    una superchera del gran Paul ya que Valthex no lo haca.Tendr que desconfiar de este tipo se dijo para s Raoul. Es de

    esos que preparan sus malos golpes. Gorgeret y Valthex... Tendr queabrir bien los ojos.

    Raoul, de regreso a su casa, se sorprendi de ver sentado en la

    puerta cochera a un hombre en el que crey reconocer al tipo que habadejado fuera de combate de una patada en la barbilla. El hombre, enefecto, haba recuperado el conocimiento pero, dbil todava,descansaba en el dintel de la puerta.

    Raoul lo examin. Tena la cara curtida, largos cabellos ligeramenteencrespados que se escapaban de su gorra y un cierto aire africano.Raoul le dijo:

    Dos palabras, compaero. Seguramente, t eres el tipo a quienllaman el rabe en la banda del gran Paul. Quieres ganarte un billete demil francos?

    Con cierta dificultad, pues tena la mandbula dolorida, el hombrerespondi:

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    Si es para traicionar al gran Paul, no hay nada que hacer.As que eres fiel, t? No, no se trata de nada de eso sino de Clara

    la Blonde. Sabes dnde para?No. Y el gran Paul tampoco.Entonces, a qu viene ese acecho ante la casa del marqus?Porque la muchacha vino antes.Cmo lo habis sabido?He sido yo. Segua al inspector Gorgeret. Le he visto operar en la

    estacin de Saint-Lazare mientras esperaba la llegada de un tren. Setrataba de la muchacha que volva a Pars disfrazada de chica deprovincias. Gorgeret oy la direccin que daba al chfer. Yo o ladireccin que Gorgeret daba a otro chfer, y entonces vinimos para ac.Despus fui corriendo a buscar al gran Paul. Nos hemos pasado toda latarde montando guardia.

    As pues, el gran Paul sospechaba que la muchacha regresara?Probablemente. Nunca me dice nada de sus asuntos. Cada da, a la

    misma hora, tenemos cita en un bar. All me da las rdenes, que yopaso a los compaeros y que ejecutamos.

    Mil francos ms si me dices ms cosas.No s nada.Mientes. Sabes que su verdadero nombre es Valthex y que lleva

    una doble vida. Por lo tanto, estoy seguro de encontrarle en casa delmarqus y puedo denunciarle a la polica.

    Tambin l sabe dnde encontrarle a usted. Sabemos que vive enel entresuelo y que la muchacha ha ido a visitarle. El juego es peligroso.

    Nada tengo que ocultar.Mejor para usted. El gran Paul es rencoroso y est chiflado por la

    pequea. Desconfe usted de l y que desconfe tambin el marqus. Elgran Paul tiene malas ideas a su respecto.

    Cules?He hablado demasiado.De acuerdo. Aqu tienes tus dos billetes, y veinte francos ms para

    coger un taxi.

    Raoul tard en dormirse. Reflexionaba sobre los acontecimientos dela jornada y se complaca en evocar la seductora imagen de la hermosarubia. De todos los enigmas que complicaban la aventura en la queestaba implicado, el de la muchacha era el ms cautivador e inaccesible.Antonine?... Clara?... Cul de aquellos dos rostros constitua laverdadera personalidad del ser encantador que haba encontrado? Tenaa la vez la sonrisa ms franca y la ms misteriosa, la mirada mscndida y los ojos ms voluptuosos, el aspecto ms ingenuo y el airems inquietante. Sorprenda por su melancola y por su alegra. Tantosus lgrimas como su sonrisa provenan de un mismo manantial, fresco

    y claro en ocasiones, y en otras oscuro y turbador.A la maana siguiente llam al secretario Courville:

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    El marqus?Esta maana ha salido a primera hora, seor. El ayuda de cmara

    le ha preparado el coche y ha marchado con dos maletas de equipaje.Una ausencia?De algunos das, me ha dicho; y en compaa, me parece, de la

    joven rubia.Te ha dado alguna direccin?No, seor. Siempre es muy misterioso y se las arregla para que yo

    no sepa nunca a dnde va. Eso le resulta muy fcil porque, primo,conduce l mismo, secondo...

    Porque t eres un estpido. En vista de ello, decido abandonar elentresuelo. T mismo te encargars de retirar la instalacin telefnicaparticular y todo lo que pueda ser comprometedor. Despus de lo cual,haremos la mudanza lo ms secretamente posible. Adis. No tendrsnoticias mas hasta dentro de tres o cuatro das. Tengo trabajo... Ah!,una palabra todava: Atencin a Gorgeret! Podra muy bien vigilar lacasa. Desconfa de l. Es un bruto y un vanidoso, pero es muy terco y aveces tiene destellos de inteligencia...

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    VIICASTILLO EN VENTA

    El castillo de Volnic haba conservado su aspecto de palacio contorres y con techo de tejas rojizas. Pero algunos de los postigos pendande las ventanas, demolidos y lamentables, faltaban muchas tejas, lamayora de las avenidas estaban invadidas por hierbajos y ortigas, y lamasa de las ruinas desapareca bajo una aglomeracin de hiedra quecubra el granito con sus hojas e incluso cambiaba la forma de las torresmedio derruidas.

    En particular, el terrapln de la capilla en donde haba cantado

    Elisabeth Hornain ya no se distingua en medio de las ondulaciones deverdor.Fuera, sobre los muros de la torre de entrada, a ambos lados de la

    puerta maciza por la que se entraba en el patio de honor, grandescarteles anunciaban la venta del castillo y daban los detalles de lashabitaciones, dependencias, granjas y terrenos que formaban laposesin.

    Desde haca tres meses, estos anuncios estaban colgados en losmuros y haban aparecido en los peridicos de la regin gacetillas alrespecto. Las puertas del castillo estaban abiertas a horas fijas para

    permitir a los eventuales compradores la visita del lugar y la viudaLebardon haba contratado a un hombre del lugar para deslindar ylimpiar la terraza y para desbrozar el camino que suba hasta las ruinas.Haban acudido muchos curiosos que recordaban el drama. Pero la viudaLebardon, al igual que el joven notario hijo y sucesor de Audigat, seguafiel a la consigna de silencio que antao se les impusiera. Quin habacomprado haca tiempo el castillo para revenderlo ahora? Se ignoraba.

    Aquella maana la tercera desde el momento en que d'Erlemontsaliera de Pars los postigos que cerraban una de las ventanas delprimer piso fueron abiertos de golpe y apareci la rubia cabeza de

    Antonine, una Antonine primaveral, vestida con su traje gris y tocadacon una pamela de paja que le caa en aureola sobre los hombros,sonriente al sol de junio, a los rboles verdes, a los hierbajos sincultivar, al cielo tan azul. Llam:

    Padrino...! padrino!La muchacha descubri al marqus d'Erlemont que fumaba su pipa a

    veinte pasos de la planta baja, sentado en un viejo banco, protegido delsol por un grupo de tuyas.

    Ah! Ya te has despertado? dijo alegremente el marqus. Sonslo las diez de la maana.

    Duermo tanto, aqu... Mire usted lo que he encontrado en unarmario, padrino... Un viejo sombrero de paja.

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  • 8/3/2019 La Mujer de Las Dos Sonrisas -Leblanc[v1]

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    La muchacha entr en su habitacin, descendi la escalera de cuatroen cuatro, franque la terraza y se aproxim al marqus, a quien ofrecila frente.

    Dios mo, padrino...! Si es que quiere usted que le siga llamandopadrino... Qu feliz soy...! Todo es tan hermoso! Y usted es tan buenoconmigo. Parece que vivo un cuento de hadas.

    Lo mereces, Antonine... Segn lo poco que me has contado de tuvida. Y digo lo poco, porque parece que no te gusta mucho hablar de timisma.

    Una nube ensombreci el claro rostro de la muchacha. Dijo:No tiene ningn inters. Slo cuenta el presente. Y si este

    presente pudiera durar!Por qu no?Por qu? Porque el castillo ser vendido esta maana y maana

    estaremos en Pars. Qu lstima! Se respira tan bien aqu! El coraznse llena de alegra y los ojos tambin!

    El marqus guard silencio. La muchacha acarici con su mano ladel hombre y dijo con ternura:

    Es necesario que lo venda usted, verdad?S repuso el marqus. Qu quieres? Desde que lo compr a

    mis amigos Jouvel no he venido ms de diez veces, y siempre conprisas, sin pasar ms de veinticuatro horas seguidas aqu. Como quenecesito dinero, me he decidido, y a menos de que se produzca unmilagro... y aadi sonriendo: Por otra parte, puesto que te gustaesta regin, ya encontraremos un medio para que puedas vivir aqu.

    La muchacha le mir sin comprender. D'Erlemont se puso a rer:Desde anteayer, me parece que el notario Audigat, hijo y sucesor

    de su difunto padre, multiplica sus visitas. Oh, ya s! No es muyatractivo pero, a pesar de todo, siente una tan fuerte pasin por miahijada...

    Antonine enrojeci.No diga usted eso, padrino. Ni tan slo me he fijado en el seor

    Audigat... y la razn por la cual este castillo me gusta tanto es porqueusted est conmigo.

    Es verdad eso?Absolutamente cierto, padrino.El hombre pareci emocionado. Desde el primer momento, aquella

    muchacha, que l saba que era su hija, haba enternecido su coraznendurecido de viejo soltern y la gracia y profunda ingenuidad quenotaba en ella le haban turbado. Tambin se senta atrado por laespecie de misterio que la envolva, con aquella reticencia continuasobre los hechos de su pasado. En algunas ocasiones se abandonaballena de manifestaciones que parecan provenir de una naturalezaexpansiva, ocasiones que se prodigaban cuando estaba con l, pero

    acto seguido se dominaba y caa en una reserva desconcertante que lahaca aparecer indiferente e incluso hostil a las atenciones de aquel a

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    quien haba llamado tan espontneamente padrino.Y cosa rara, desde su llegada al castillo, el hombre produca esta

    misma impresin, un poco contradictoria, a la muchacha.En realidad, fueran cuales fueran la simpata y el deseo de afecto

    que les empujaba el uno hacia el otro, no podan, en tan poco tiempo,romper todos los obstculos que se interponan entre ambos. Jeand'Erlemont intentaba a menudo comprenderla y la miraba dicindose as mismo: Cmo te pareces a tu madre! En ti veo la misma sonrisa quetransforma el rostro.

    A la muchacha no le gustaba que el marqus hablara de su madre yle responda siempre con evasivas nuevas preguntas. De este modo,d'Erlemont se vio obligado a contar brevemente a la muchacha el dramadel castillo y la muerte de Elisabeth Hornain, lo que la apasion.

    Almorzaron servidos por la viuda Lebardon.A las dos, el notario, seor Audigat, vino a tomar el caf y a velar

    por los preparativos de la vena por subasta que se deba de