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LA LITERATURA DEL SIGLO XVIII. ENSAYO Y TEATRO. Desde el punto de vista literario, el siglo XVIII suele designarse como la época del Neoclasicismo, tendencia que aspira a restaurar los principios y los modelos del arte clásico greco-latino. Sin embargo, hay que indicar la existencia de otras dos tendencias que, dentro del siglo XVIII, enmarcan al Neoclasicismo: el Posbarroquismo, que continúa las características formales del Barroco hasta mediados de siglo, y el Prerromanticismo, una corriente sensible y melancólica que surge en el último tercio del XVIII. Las características más importantes del Neoclasicismo son: - Las obras neoclásicas tienen una clara finalidad didáctica y educativa: todos los géneros literarios pretenden “educar deleitando”. - Se deben seguir una serie de reglas y preceptos de origen clásico: o Hay que distinguir y separar claramente los géneros literarios, evitando mezclar en una misma obra lo trágico con lo cómico, el verso con la prosa y el tono elevado con el familiar. o Se debe mantener la unidad de estilo en toda la obra. o El teatro debe cumplir las unidades de lugar, tiempo y acción. - La prosa didáctica y el ensayo son los géneros preferidos. LA PROSA La prosa didáctica y el ensayo consiguieron un esplendor inusitado con nombres como Feijoo, Cadalso y Jovellanos. La obra más importante del benedictino Fray Benito Jerónimo Feijoo es Teatro crítico universal. Está formada por una serie de ensayos sobre diversas materias cuya intención era poner en conocimiento público los adelantos culturales del resto de Europa y destruir las supersticiones aún vigentes. Para ello utiliza un estillo sencillo y natural con una prosa sencilla y sin artificios retóricos. La obra más importante de José Cadalso Vázquez (1741-1782) son las Cartas Marruecas (1789), donde, por medio del género epistolar, presenta una visión crítica de la vida cultural, social y económica del país. Cadalso pasa revista a diversos males de la España de su tiempo (el carácter perezoso de sus ciudadanos, el atraso científico, las supersticiones, las malas costumbres…) a la vez que apunta remedios para salir de esa situación. Noches lúgubres es una obra de tintes prerrománticos que cuenta en forma de diálogo la historia de Tediato, quien intenta desenterrar a su amada muerta.

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LA LITERATURA DEL SIGLO XVIII. ENSAYO Y TEATRO.

Desde el punto de vista literario, el siglo XVIII suele designarse como la

época del Neoclasicismo, tendencia que aspira a restaurar los principios y los

modelos del arte clásico greco-latino. Sin embargo, hay que indicar la existencia de

otras dos tendencias que, dentro del siglo XVIII, enmarcan al Neoclasicismo: el

Posbarroquismo, que continúa las características formales del Barroco hasta

mediados de siglo, y el Prerromanticismo, una corriente sensible y melancólica

que surge en el último tercio del XVIII. Las características más importantes del

Neoclasicismo son:

- Las obras neoclásicas tienen una clara finalidad didáctica y educativa: todos

los géneros literarios pretenden “educar deleitando”.

- Se deben seguir una serie de reglas y preceptos de origen clásico:

o Hay que distinguir y separar claramente los géneros literarios,

evitando mezclar en una misma obra lo trágico con lo cómico, el verso

con la prosa y el tono elevado con el familiar.

o Se debe mantener la unidad de estilo en toda la obra.

o El teatro debe cumplir las unidades de lugar, tiempo y acción.

- La prosa didáctica y el ensayo son los géneros preferidos.

LA PROSA

La prosa didáctica y el ensayo consiguieron un esplendor inusitado con

nombres como Feijoo, Cadalso y Jovellanos. La obra más importante del

benedictino Fray Benito Jerónimo Feijoo es Teatro crítico universal. Está formada

por una serie de ensayos sobre diversas materias cuya intención era poner en

conocimiento público los adelantos culturales del resto de Europa y destruir las

supersticiones aún vigentes. Para ello utiliza un estillo sencillo y natural con una

prosa sencilla y sin artificios retóricos.

La obra más importante de José Cadalso Vázquez (1741-1782) son las Cartas

Marruecas (1789), donde, por medio del género epistolar, presenta una visión

crítica de la vida cultural, social y económica del país. Cadalso pasa revista a

diversos males de la España de su tiempo (el carácter perezoso de sus ciudadanos,

el atraso científico, las supersticiones, las malas costumbres…) a la vez que apunta

remedios para salir de esa situación.

Noches lúgubres es una obra de tintes prerrománticos que cuenta en forma

de diálogo la historia de Tediato, quien intenta desenterrar a su amada muerta.

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Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) representó mejor que nadie la

síntesis de las corrientes de pensamiento de la época. Su producción se centra en

la preocupación por los problemas de España y en ella prima la intención didáctica,

aunque con una prosa sobria y elegante de notables cualidades literarias: Informe

en el expediente de la Ley Agraria, Memoria sobre la educación pública, etc.

EL TEATRO

Como sucede en la prosa, el teatro de la primera mitad del siglo acentúa los

rasgos del Barroco. A partir del Neoclasicismo en las obras teatrales va a

predominar la intención didáctica: la obra tiene que servir para propagar las ideas

reformistas y educar a los espectadores. Las principales normas que deben cumplir

las obras son las siguientes:

- Respetar las unidades de acción, de espacio y de tiempo.

- Ofrecer un argumento verosímil, es decir, unos acontecimientos inventados

pero que podrían haber sucedido en la realidad.

- Mantener el decoro en los personajes, que deben actuar y hablar de

acuerdo con su posición social.

- Atenerse claramente a un género y no mezclar tragedia y comedia.

El dramaturgo más importante es Leandro Fernández de Moratín, cuya

producción se compone exclusivamente de comedias. Sus obras tienen una clara

intención didáctica y moral y responden plenamente al código neoclásico. Los

temas que desarrolla en ellas son dos: la libertad de elección en el matrimonio y la

igualdad de los cónyuges, tanto en posición social como en edad. Este es el tema

que desarrolla en títulos como El viejo y la niña y El sí de las niñas. Otra obra

importante, pero de tema diferente, fue La Comedia nueva o El café, donde

satiriza el teatro de su época caracterizado por el exceso del tono melodramático y

de los efectos escénicos.

El madrileño Ramón de la Cruz representa la línea tradicional del teatro.

Sus sainetes recogen el costumbrismo y el sabor popular del Madrid de la época.

Los sainetes eran del gusto del público, muy a pesar de los críticos neoclásicos, que

los consideran como un género indigno de ser representado. Destaca Manolo,

crítica de la tragedia neoclásica.

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EL ROMANTICISMO LITERARIO DEL SIGLO XIX

El Romanticismo es el movimiento artístico y cultural que domina la primera

mitad del siglo XIX, aunque en España se introdujo tras del regreso de los

intelectuales exiliados por la represión de Fernando VII. A su vuelta, traerán las

nuevas corrientes que habían conocido en el extranjero, especialmente en Francia

e Inglaterra. El yo artístico se convierte en el principal impulsor de la creación

artística y la única regla que se debe cumplir es la libertad absoluta. De estos dos

elementos se derivan las características principales del Romanticismo:

El rechazo de una realidad que se opone a los ideales del escritor y la

consecuente huida o evasión de esa realidad por medio de la imaginación.

Los países exóticos, el pasado (en especial, la Edad Media) se convierten en

los refugios idealizados por los escritores románticos.

Defensa de la libertad en todos los órdenes de la vida. En lo artístico, esto

se traduce en un rechazo de las reglas neoclásicas, así que se mezclarán los

géneros literarios, la prosa con el verso, lo trágico con lo cómico…

La expresión de los sentimientos constituye una preocupación obsesiva. El

escritor encuentra, al explorar en su interior, la desesperación, la

melancolía, la soledad, la angustia o la tristeza.

La descripción de la naturaleza sirve para exteriorizar los “paisajes

interiores” del artista: crepúsculos, tormentas, ruinas, jardines

abandonados, mazmorras, cementerios...

El estilo dominante suele ser muy retórico y trata de lograr una sonoridad y

brillantez a veces excesiva.

LA PROSA

A comienzos del siglo XIX se inicia un género de gran éxito, la novela

histórica, en la que destaca El señor de Bembibre, de Enrique Gil y Carrasco.

Las Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer son un conjunto de relatos breves

que se encuadran dentro del gusto romántico por lo legendario, por lo exótico y por

el pasado, especialmente por la Edad Media.

Pero la máxima figura de la prosa romántica es, sin duda, Mariano José de

Larra. Larra cultivó todos los géneros, pero la mayor importancia de este autor

reside en sus artículos periodísticos. Entre estos destacan sobre todo los artículos

de costumbres, en los que trata de forma irónica y mordaz los vicios y defectos de

la vida española, pues su deseo es el progreso de una sociedad estancada en la

pereza y el atraso (Vuelva usted mañana). También escribió artículos de crítica

literaria centrados principalmente en el teatro (Literatura) y artículos políticos (El

día de difuntos de 1836).

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LA POESÍA

El género más cultivado es la poesía. En ella debemos distinguir dos

generaciones distintas: los poetas más representativos de la primera generación de

románticos son José Zorrilla (Poesías), el Duque de Rivas (Romances históricos),

José de Espronceda (El estudiante de Salamanca). Pero también hay que hablar de

un Posromanticismo o de una segunda generación romántica, que se desarrolla

durante la segunda mitad del siglo y en la que surgen dos poetas caracterizados por

un romanticismo íntimo y nada grandilocuente que los convertirá en puentes hacia

la poesía moderna: Gustavo Adolfo Bécquer (Rimas) y Rosalía de Castro (En las

orillas del Sar). Las características más importantes de la poesía romántica son:

El lenguaje se llena de términos referidos a los sentimientos y a los ideales,

y todo ello enmarcado en paisajes exóticos o crepusculares y misteriosos.

En los temas, el amor es el más importante, un amor apasionado, casi

siempre inalcanzable, lo que motiva la desgracia del poeta. Junto al amor,

destaca el tema de la libertad: mediante la aparición de personajes

rebeldes (el pirata, el preso, etc.) el poeta expone sus anhelos de libertad y

los obstáculos que encuentra para lograrla.

En la métrica, se emplean todo tipo de estrofas y versos, aunque se tiende

al uso de las formas más populares. El romance se convierte en una de las

composiciones preferidas.

Entre las distintas tendencias destaca la poesía narrativa, cuyos motivos más

comunes son las leyendas y los asuntos históricos.

EL TEATRO

Durante las primeras décadas del siglo convivieron en los escenarios el teatro

neoclásico y el drama romántico, lo que originó duros debates. Las características

principales del drama romántico son las siguientes:

La libertad de creación va a ser el valor supremo, por lo que dejan de

cumplirse las unidades de tiempo, lugar y acción.

El gran tema es el amor, un amor apasionado que se opone a las normas

sociales y que arrastra a quien lo padece a la muerte. El otro gran tema es el

de la libertad, el anhelo de alcanzar una libertad absoluta que se ve

entorpecido o impedido por el entorno o por el destino.

Los protagonistas son un hombre y una mujer que se enfrentan a la

imposibilidad de su amor. Él suele estar rodeado de un origen misterioso;

ella reúne en sí todas las virtudes físicas y espirituales.

El género favorito es el drama histórico, ambientado en la Edad Media.

Don Álvaro o la fuerza del sino (1835), del Duque de Rivas.

Don Juan Tenorio (1844), de José Zorrilla.

La conjuración de Venecia, El trovador, Los amantes de Teruel.

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LA NOVELA REALISTA Y NATURALISTA DEL SIGLO XIX

Hacia mediados del siglo XIX comienza a desarrollarse el segundo gran

movimiento literario decimonónico: el Realismo, que surge de una reacción contra

la estética romántica, frente a la cual se va a valorar la observación minuciosa de

la realidad contemporánea. Como consecuencia, el género predominante será la

novela, cuyas principales características son:

Observación objetiva. Frente al subjetivismo y a la imaginación romántica,

el objeto de la narrativa realista es la descripción y la presentación de la

vida real, estudiada con minuciosidad.

Ambientación contemporánea. El escritor refleja el momento en que vive,

no huye hacia otras épocas. En general, dominan los personajes de clase

burguesa, pero poco a poco los personajes proletarios y marginales van

ocupando un lugar más importante.

Análisis psicológico de los personajes. La descripción del carácter de los

personajes lleva a un estudio minucioso de los ambientes familiares, de la

educación, de los acontecimientos pasados, como explicación de una

determinada conducta o comportamiento.

Presencia de un narrador omnisciente. El tipo de narrador más habitual es

el que controla hasta el último detalle de la materia que va a relatar e

interviene frecuentemente en el relato emitiendo juicios o avanzando

hechos que sucederán más tarde.

Planteamiento de tesis. La escritura suele estar guiada por una tesis

ideológica que el autor pretende defender y con la que pretende convencer

al lector. Ello repercute en un maniqueísmo en la composición de los

personajes, fácilmente reducibles a buenos y malos, y también en la

verosimilitud: a veces se fuerza la realidad para que se ajuste a las ideas

previas del escritor.

Estilo. Se persigue un lenguaje natural, sobrio y alejado de exageraciones y

retoricismos. Sin embargo, cabe distinguir entre el lenguaje del narrador,

que suele mantener un nivel culto, cuidado y literario, y el lenguaje de los

diálogos, donde se pone especial cuidado en la reproducción del habla real

de los personajes, acorde con su condición social.

El periódico como canal de difusión. Muchas obras realistas se publicaron

por entregas en los periódicos. Esto afecta, en ocasiones, a la estructura de

la novela, que trata de mantener el interés dejando en suspenso la historia

al final de cada entrega.

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Los autores más representativos de la narrativa realista son Pedro Antonio

de Alarcón (El sombrero de tres picos), Juan Valera (Pepita Jiménez), José María

de Pereda (Sotileza), Emilia Pardo Bazán (Los pazos de Ulloa), Vicente Blasco

Ibáñez (Cañas y barro), Benito Pérez Galdós (Fortunata y Jacinta, Episodios

Nacionales), Leopoldo Alas Clarín (La Regenta).

REALISMO Y NATURALISMO

El siglo XIX es la gran época de la novela europea y produce una gran

cantidad de obras maestras. En Francia, hacia 1870, nació el Naturalismo, que

llevó al extremo los presupuestos realistas. Este movimiento pretende remontarse

a las causas de los comportamientos humanos y para ello tiene en cuenta las

nuevas ideas científicas sobre el ser humano (determinismo, herencia biológica,

selección natural de las especies...). De esta manera ofrece una galería de

personajes con taras físicas o morales y la novela se ocupará de explicar las

razones de esos defectos insistiendo en los aspectos más miserables de la vida

humana y de sus relaciones sociales. Fue un movimiento muy polémico, cuyo

máximo teórico y representante fue Émile Zola.

En España, la novelista Emilia Pardo Bazán divulgó las ideas de Zola. Pero

las teorías en que se basaba el movimiento naturalista casaban mal con el espíritu

religioso de muchos autores, por lo que el Naturalismo tuvo poca repercusión en

nuestro país. Se advierte alguna influencia de sus técnicas narrativas, más que de

su concepción del mundo, en algunas obras de Galdós, Clarín, Pardo Bazán y

Blasco Ibáñez. En general, sirvió para tratar con más radicalidad los temas

sociales, para indagar en aspectos sórdidos de la existencia y para tratar de modo

más directo los temas de carácter sexual.

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EL MODERNISMO Y LA GENERACIÓN DEL 98

MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98

A finales del siglo XIX aparece en España el Modernismo, que coexiste con un

grupo de escritores llamado Generación del 98. Ambos movimientos literarios

coinciden en percibir el momento histórico por el que atraviesa el país con gran

insatisfacción; pero, mientras los modernistas buscan la evasión de la realidad, los

de la Generación del 98 tratan temas de la actualidad española. Algunos estudiosos

los consideran movimientos distintos, mientras que otros los consideran las dos

caras de la misma moneda. Aquí los trataremos por separado.

EL MODERNISMO

Se denomina así al movimiento literario nacido en Hispanoamérica y

difundido en España por el nicaragüense Rubén Darío. En su proceso de formación

influyeron decisivamente el Romanticismo (sobre todo el de Bécquer y Rosalía de

Castro) y dos movimientos artísticos de origen francés: el parnasianismo y el

simbolismo. El Modernismo fue, sobre todo, un movimiento poético, aunque

también se cultivaron la prosa y el teatro.

En cuanto a los temas, se distinguen dos líneas principales: la que trata de

asuntos del pasado o de lugares exóticos y la que da lugar a la expresión de la

intimidad del poeta. La primera línea, la línea escapista, es la más representativa.

Los ámbitos en los que se refugia el poeta modernista en busca de la belleza son

lugares exóticos y épocas antiguas.

La segunda línea, la línea intimista, muestra el malestar del poeta con lo

que le rodea. En los poemas estos sentimientos se enmarcan en paisajes otoñales o

despoblados jardines crepusculares, de clara raíz romántica.

Los poetas modernistas explotan todas las posibilidades del idioma en busca

de la belleza y, así, los aspectos sensoriales cobran una importancia fundamental,

sobre todo el color y la musicalidad. Estos autores emplean un léxico muy rico

(neologismos, voces desusadas, cultismos) y una gran diversidad métrica que

proporcione esa musicalidad tan característica.

En España, las figuras más importantes de la poesía modernista son Manuel

Machado (Alma), Antonio Machado (Soledades, galerías y otros poemas) y Juan

Ramón Jiménez (Jardines lejanos, La soledad sonora). En prosa, destacan las

Sonatas de Valle-Inclán.

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LA GENERACIÓN DEL 98

El ambiente de crisis que se vivía a finales del XIX, agudizado por la pérdida

de las últimas colonias en 1898, y el agotamiento de los temas y formas de la

literatura del siglo anterior provocan la aparición de un grupo de jóvenes novelistas

que tienen en común la firme voluntad de renovación. Frente a la fiel reproducción

de la realidad que pretendían los autores del XIX, defienden una visión personal de

las cosas; además, proponen una reforma total de las conductas sociales y morales

de los españoles. Entre estos autores están Unamuno, Azorín, Baroja y parte de la

obra de Antonio Machado y de Valle-Inclán. Los temas predominantes son dos:

1. El tema de España, enfocado desde una visión subjetiva e individualista,

aunque en todos hay un objetivo: el descubrimiento del alma de España

por medio de:

a. El paisaje, en especial el de Castilla, en el que descubren el espíritu

austero y sobrio del hombre castellano.

b. La historia, pero no la de los grandes acontecimientos políticos o

bélicos, sino la del hombre anónimo y la de la vida cotidiana, a la que

Unamuno llamó intrahistoria.

c. La literatura, mediante una vuelta a los autores medievales como

Gonzalo de Berceo, Fernando de Rojas o Jorge Manrique; especial

interés muestran por Cervantes y Larra.

2. El tema existencial, que abarca desde la preocupación por el sentido de la

vida hasta los problemas de carácter religioso, pasando por los conflictos

psicológicos del ser humano.

En cuanto a la técnica estilística y literaria, el aspecto más característico es el

rechazo a la expresión retórica y grandilocuente. Todos ellos proclaman la

necesidad de un retorno a la sencillez y la claridad, por lo que tienden a la

precisión léxica, a la elección de la palabra justa, y muchas veces buscan vocablos

que resulten extraños por su sabor local o arcaizante. El léxico se impregna de

valoraciones subjetivas que desvelan sus sentimientos íntimos.

Azorín: La voluntad, Antonio Azorín, Doña Inés

Baroja: Camino de perfección, El árbol de la ciencia, La busca

Unamuno: Amor y pedagogía, Niebla, La tía Tula

Valle-Inclán: Tirano Banderas

Antonio Machado: Campos de Castilla

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EL NOVECENTISMO Y LAS VANGUARDIAS

EL NOVECENTISMO

Dentro del Novecentismo o Generación del 14 se incluye a un grupo de

intelectuales situados a caballo entre los escritores modernistas y del 98 y las

vanguardias que se avecinan. Estos escritores empiezan a escribir a comienzos del

s. XX y adquieren relevancia en torno al 1914, pero no tienen realmente conciencia

de pertenencia a grupo alguno. Sin embargo, sí podemos observar características

comunes:

Tienen una gran formación intelectual, lo cual se refleja tanto en la

profundidad y rigor de su pensamiento como en la propia creación literaria.

Sus obras son elaboradas y reflexivas, y se preocupan mucho por la pulcritud y

el cuidado formal de sus textos.

Pueden concebir el arte como puro juego, alejado completamente de la vida;

algunos, incluso, escriben solo para las minorías cultas.

No olvidan el “problema” de España, pero lo tratan con mayor serenidad y

menos dramatismo que los autores del 98; frente al “localismo” del 98 tienden

a un mayor universalismo.

El ensayo es, junto con la novela, el género que más cultivan.

Ramón Pérez de Ayala, autor marcadamente intelectual que emplea un

lenguaje cuidado y elegante (Luna de miel, luna de hiel). José Ortega y Gasset,

uno de los intelectuales más relevantes y de mayor prestigio de todo el siglo XX,

destaca fundamentalmente por su producción filosófica y ensayística (La rebelión

de las masas; La deshumanización del arte). Gabriel Miró, creador de una prosa

poética de exquisita sensibilidad (El obispo leproso).

LAS VANGUARDIAS

Entre las dos guerras mundiales (1918-1939) se producen en Europa multitud

de movimientos estéticos caracterizados por su afán experimental y su voluntad de

ruptura con respecto al arte anterior: son las llamadas Vanguardias (Futurismo,

Surrealismo, Cubismo, Dadaísmo…), movimientos muy diversos y de muy diferente

fortuna.

En España el iniciador de las vanguardias es Ramón Gómez de la Serna,

famoso sobre todo por sus greguerías: composiciones de una sola frase que

combinan la metáfora, el humor y la agudeza conceptual.

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A partir de 1918 comenzaron a desarrollarse el Creacionismo y el Ultraísmo,

las dos vanguardias de origen hispánico. El Creacionismo fue iniciado por el chileno

Vicente Huidobro, considera al poeta “un pequeño dios” capaz de crear con su

poesía objetos nuevos e independientes de la realidad. El Ultraísmo, cuyo principal

promotor fue Guillermo de la Torre, integra las vanguardias de aquellos años. Su

propio nombre sugiere el deseo de ir “más allá” para crear una nueva estética:

primacía de la metáfora, concepción del arte como juego, supresión de los signos

de puntuación, creación de “poemas visuales”…

Las vanguardias, más abundantes en manifiestos, planteamientos teóricos e

intenciones que en creación artística, propiciaron un clima literario de renovación

y prepararon el camino para que se desarrollasen las grandes obras de los poetas

del 27.

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LA GENERACIÓN DEL 27

La generación del 27 está integrada por un grupo de escritores,

principalmente poetas, nacidos entre los últimos años del s. XIX y los primeros del

s. XX, que se caracterizan fundamentalmente por su intento de renovar la poesía

aunando tradición y vanguardia.

Estos poetas desarrollaron actividades comunes en la Residencia de

Estudiantes y participaron en la conmemoración del tercer centenario de la muerte

de Góngora, acto cultural que dio origen al nombre de la generación. Aunque todos

sus componentes son fuertes individualidades, pueden señalarse características

comunes:

Lograron renovar sin rechazar tajantemente la tradición.

Supieron integrar lo culto y lo popular.

Crearon obras originales y personales en las que coexistían lo universal y lo

español.

Así, reciben influencias de las vanguardias (creacionismo, ultraísmo,

surrealismo) y de autores contemporáneos (especialmente Juan Ramón Jiménez),

pero también sintieron veneración por nuestros clásicos (Garcilaso, Góngora). No

solo volvieron los ojos a estos autores, sino también a la lírica popular y

tradicional, de donde recuperaron versos y estrofas que conviven con el verso libre.

En la evolución de estos autores podemos distinguir tres etapas:

1.- Hasta 1927 aproximadamente. En una primera fase, predomina la

tendencia a una poesía pura, deshumanizada, debido a la influencia de las

vanguardias, de Ramón Gómez de la Serna y de Juan Ramón Jiménez, autor al que

en un principio tomaron como modelo. Al tiempo, se produce la recuperación de la

poesía clásica (fundamentalmente Góngora) y de la poesía popular.

2.- De 1927 a la Guerra Civil. El homenaje a Góngora marca el comienzo de

una segunda fase en la que se produce la humanización de la poesía, debido sobre

todo a la influencia del Surrealismo, que supone un intento deliberado de

transmitir el estado caótico, incongruente, de la mente del artista. El resultado es

una poesía difícil, dirigida al subconsciente del lector, y no a la interpretación

racional. Con el Surrealismo penetran de nuevo en la literatura los problemas

humanos y existenciales, junto a la protesta social y política.

3.- Después de la guerra. La Generación del 27 fue casi toda republicana,

por lo que no debe extrañar que casi todos sus miembros se exiliasen a distintos

países europeos y americanos. El grupo quedó disperso y, a partir de entonces,

cada uno siguió su propia evolución poética personal.

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Aleixandre: La destrucción o el amor, Sombra del paraíso.

Guillén: Cántico, Clamor.

Salinas: La voz a ti debida, Razón de amor.

Cernuda: La Realidad y el Deseo.

Alberti: Marinero en tierra, A la pintura.

Lorca: Poema del Cante Jondo, Romancero Gitano, Poeta en Nueva York.

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EL TEATRO HASTA 1936

A la altura de 1900 continúan representándose obras de autores realistas

como Galdós, Echegaray, etc. Pero surgen además nuevas tendencias y autores

afines al modernismo y, en esta línea, comienza su carrera Jacinto Benavente. Su

primera obra, El nido ajeno (1894), alejada de la grandilocuencia del teatro de

Echegaray, fue alabada por los jóvenes modernistas. Posteriormente evolucionó

hacia el conservadurismo tanto estético como ideológico y su éxito fue desde

entonces permanente: Los intereses creados (1907), La malquerida (1913).

Pero la corriente teatral más típicamente modernista es el llamado teatro

poético, que reivindica una vuelta a la tradición teatral española y se inspira en las

comedias barrocas y en los dramas románticos. Se recrean asuntos de la historia

nacional y se utiliza un verso sonoro y retórico. Destaca Eduardo Marquina: Las

hijas de Cid (1908), El Gran Capitán (1916).

Dentro del teatro cómico la figura más destacada es la de Carlos Arniches,

prolífico autor de sainetes de ambiente madrileño en los que crea un peculiar

lenguaje castizo que pasaría luego de la lengua literaria al uso popular. La

decadencia del sainete llevó su teatro, a partir del estreno de La señorita de

Trevélez, por el camino de lo que él denominó tragedia grotesca, en la que se

funde lo cómico y lo patético, lo risible y lo conmovedor.

Dos autores brillan con luz propia: Valle-Inclán y García Lorca. Valle-Inclán

es el creador de un teatro muy personal y alejado de los convencionalismos de su

época. Simplificando, podemos dividir su producción dramática en dos etapas: la

etapa del primitivismo y la etapa de los esperpentos. A la primera pertenece la

trilogía Comedias bárbaras, en la que nos presenta la violencia, la barbarie, las

pasiones desbordadas, así como el mundo rural con sus leyendas, mitos y

supersticiones populares. De la segunda etapa destacan Divinas palabras y, sobre

todo, Luces de bohemia, la obra clave de su producción dramática y un hito en la

historia del teatro. A lo largo de quince escenas, la obra refiere las últimas horas

de Max Estrella, un poeta ciego y fracasado que, en compañía de don Latino de

Hispalis, recorre durante una noche un “Madrid absurdo, brillante y hambriento”.

También el teatro de Lorca se separa de los moldes dramáticos dominantes.

Lorca se inclinó desde muy pronto al teatro, género al que atribuyó una función

social y una función didáctica. Su producción dramática es muy variada: escribió

farsas para guiñol, farsas para personas (La zapatera prodigiosa), teatro

vanguardista (El público, Así que pasen cinco años); pero la cima de su teatro la

constituyen sus tres tragedias: Bodas de sangre (1933), Yerma (1934) y La casa de

Bernarda Alba (1936). El tema central de éstas surge siempre de un conflicto entre

lo que se ha llamado principio de autoridad y principio de libertad, entre el deseo y

la realidad, con la frustración como resultado. Los personajes sufren por la

opresión del círculo familiar o social, y su lucha contra las normas o restricciones

impuestas constituye su auténtico drama, es decir, su vida.

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LA NOVELA ESPAÑOLA DESDE 1939 HASTA 1974.

La novela existencial: los años cuarenta

A la ruptura social provocada por la Guerra Civil y a la desorientación lógica

en los primeros años de la posguerra, se añade el aislamiento cultural e intelectual

por la rigurosa censura del régimen franquista.

Aunque hubo una narrativa de tema bélico (de escasa calidad), la corriente

novelística más interesante es aquella que empezó a tratar la realidad del

momento. El malestar, el desconcierto, la desesperanza, la angustia ante la

amarga y absurda experiencia de la vida, son los temas de muchas novelas, que han

sido englobadas bajo la denominación de realismo existencial. Suele haber un

protagonista único (son “novelas de personaje”), que se siente perdido o

prisionero en un ambiente cerrado y amenazador. Los dos títulos más

representativos son La familia de Pascual Duarte (1942), de Camilo José Cela, y

Nada (1945) de Carmen Laforet.

La novela social: los años cincuenta

A principios de los años cincuenta comienza el llamado realismo social. La

publicación en 1951 de La colmena, de Camilo José Cela, marca una nueva etapa,

con la sustitución del protagonista individual por el protagonista colectivo. En esta

década se da a conocer una nueva generación de novelistas preocupados más por la

situación social del país que por lo individual. Estos escritores asignan una función

social a la literatura y reflejan de forma objetiva una realidad que pretenden

transformar. Frenan la fantasía y la imaginación para centrarse en la vida cotidiana

de las clases populares. Con un enfoque casi documental, reproducen fielmente su

manera de hablar y sus modos de vida. Denuncian la injusticia social así como la

falta de autenticidad y los prejuicios de la burguesía adinerada y de las clases

dirigentes.

Novelas representativas de este período, además de las ya citadas, son: El

Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio; La noria, de Luis Romero…

La novela experimental: desde los años 60 y 70

Durante los años sesenta la novela sufre una importante transformación que

continuará en la década posterior. El cansancio de la literatura social así como le

acercamiento a la novela europea moderna y a la novela hispanoamericana son las

causas fundamentales de este cambio. La obra clave, punto de partida de la

experimentación en la novela, es Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín Santos.

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Una de las características de estas novelas es que en ellas el contenido social va

perdiendo importancia y hay una mayor preocupación por la técnica y la

experimentación. Los nuevos procedimientos narrativos que utilizan los escritores

son:

El monólogo interior: reproducir el pensamiento de un personaje tal y como se

produce en su mente, de forma libre y desordenada.

El perspectivismo o diversidad de puntos de vista: las historias pueden

contarse desde distintas perspectivas, de modo que cada una de ellas aporta

una versión diferente de los hechos que se relatan.

Complejidad de la estructura: saltos en el tiempo, alternar historias que se

cuentan de forma simultánea, presentar historias cruzadas…

Experimentación con el lenguaje. Las narraciones combinan distintos registros

y niveles del lenguaje.

Son muchas las novelas interesantes de este período, tanto de autores

conocidos como de otros que empiezan a publicar ahora: Señas de identidad, de

Juan Goytisolo; Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes; Últimas tardes con

Teresa, de Juan Marsé, etc.

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LA NOVELA DESDE 1975 HASTA FINALES DEL S. XX.

El hecho político fundamental que se produce en 1975 es la muerte de

Franco, acontecimiento de enormes repercusiones en todos los ámbitos y que,

desde el punto de vista cultural, supone el fin de la censura, el regreso de los

escritores exiliados y el acceso libre a las obras de autores extranjeros.

En 1975 Eduardo Mendoza publica La verdad sobre el caso Savolta, obra que

marca un cambio de tendencia en la narrativa. Así, se produce un paulatino

abandono de la experimentación y de la complejidad características de las obras de

la época anterior, de modo que asistimos a una simplificación de la estructura y de

la técnica narrativa: los autores se interesan sobre todo por “contar historias”, por

volver al argumento y atraer al público.

Pero quizá la característica más importante es la libertad tanto en la forma

como en el contenido, lo que hace que las tendencias sean muy diversas y no se

pueda hablar de una orientación clara y definida. A su vez, los autores manifiestan

una clara individualidad tanto en el estilo literario como en la visión del mundo.

Entre las corrientes más cultivadas destacan las siguientes:

1. Novela histórica. Las novelas históricas resurgieron en las últimas décadas del

siglo XX. Estas obras sitúan la acción en un tiempo pasado con diferentes

objetivos: como soporte para una reflexión sobre problemas universales, como

forma de desmitificar hechos pasados, como mero escenario para las aventuras

de los personajes… Podemos destacar a Arturo Pérez-Reverte (El capitán

Alatriste) o a José Luis Sampedro (La vieja sirena).

2. Novela de intriga y policiaca. Se trata de un subgénero típicamente

norteamericano en el que nuestros escritores mezclan los elementos policiacos

con aspectos históricos y políticos. El escritor más representativo es Manuel

Vázquez Montalbán, con su serie de novelas protagonizadas por el detective

Carvalho, pero también destacan autores como Antonio Muñoz Molina (El

invierno en Lisboa) o Eduardo Mendoza, quien mezcla lo policiaco con el humor

y la parodia en El misterio de la cripta embrujada.

3. Novela intimista y lírica. En esta categoría podemos incluir las obras de Julio

Llamazares (La lluvia amarilla) o las de Francisco Umbral (Mortal y rosa). El

empleo de un lenguaje poético así como el uso de personajes simbólicos son las

características más destacadas.

4. Metanovela. El propio mundo de la creación literaria es el tema central y el

protagonista suele ser un escritor. Se trata, pues, de literatura dentro de la

literatura, como ocurre en muchas de las novelas de Juan Goytisolo o en Juan

José Millás (El desorden de tu nombre), entre otros.

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LA POESÍA ESPAÑOLA DE 1939 A FINALES DEL S. XX.

La poesía en los años cuarenta

En la poesía de posguerra hay dos tendencias poéticas fundamentales

llamadas por Dámaso Alonso poesía arraigada y poesía desarraigada.

La poesía arraigada pretende mostrar una visión serena y ordenada del

mundo, sin que la penosa realidad del momento tenga cabida en sus versos. Se

incardina dentro de la órbita ideológica de los vencedores y defiende una poesía

tradicional, de “buen gusto” y verso cuidado. En esta línea destacaron José García

Nieto, Luis Rosales…

La poesía desarraigada muestra su disconformidad con el mundo

circundante, su desasosiego existencial y los primeros indicios de una protesta

social y política. La obra más representativa de esta tendencia es Hijos de la ira,

de Dámaso Alonso.

La poesía social: los años cincuenta

En la década de los 50 la tendencia dominante corresponde a la poesía

social, cuyo propósito es reflejar el compromiso del poeta con la realidad histórica

y denunciar la injusticia desde la solidaridad con el sufrimiento ajeno. Los poetas

quieren llegar a un público mayoritario y contribuir a cambiar la sociedad, lo que

explica el uso de un estilo claro, directo, con un lenguaje cotidiano, desprovisto de

adornos retóricos.

Los escritores más representativos son Blas de Otero, el más destacado

representante de la poesía social (Ancia, Pido la paz y la palabra) y Gabriel Celaya

(Cantos iberos, Tranquilamente hablando).

La renovación poética de los años sesenta

A finales de los años 50 surge un nuevo grupo de poetas que piensa que la

poesía no puede considerarse un arma para combatir la injusticia (lo que no

excluye su inconformismo con el régimen franquista) y se proponen la búsqueda de

un nuevo lenguaje poético. Indagan en su experiencia personal, en sus vivencias, y

prestan atención, en muchos casos, a lo cotidiano e íntimo. Con un lenguaje muy

cuidado, se alejan del tono de la poesía social.

Componen este grupo Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, Ángel González…

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Los “novísimos”: los años setenta

El grupo de poetas conocidos con el nombre de “novísimos” está constituido

por escritores nacidos después de la guerra, con una formación distinta a la de

generaciones anteriores, una formación en la que tuvieron un papel muy

importante la literatura hispanoamericana y la europea, el cine, la música y la

televisión. Quizá la característica más importante es su preocupación por la

experimentación con el lenguaje poético. Uno de los novísimos más importantes

tanto en castellano como en catalán es Pere Gimferrer.

La poesía a partir de 1975

A partir de 1975 la estética de los “novísimos” empieza a declinar y los

autores más jóvenes buscan líneas poéticas diferentes. La línea más seguida es la

llamada poesía de la experiencia, que trata fundamentalmente de asuntos

cotidianos y del paso del tiempo. Desde el punto de vista del estilo, buscan la

claridad y el lenguaje directo, para lo cual utilizan un léxico común que nos habla

de las vivencias cotidianas. La poesía de Luis García Montero es un buen ejemplo

de esta línea.

Además de la poesía de la experiencia hay otras corrientes poéticas como el

neosurrealismo, que se inspira en el surrealismo de la G. 27; la poesía clasicista,

que persigue la perfección formal; la poesía trascendente, que utiliza el valor

simbólico del lenguaje para transportarnos a una segunda realidad; el neopurismo,

poesía difícil caracterizada por el control de la emoción, etc.

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EL TEATRO ESPAÑOL DE 1939 A FINALES DEL S. XX. El teatro en los años cuarenta

Tras la guerra, las obras que se representan en los escenarios persiguen

fundamentalmente entretener al público. Dos son las líneas teatrales que

caracterizan esta década: la comedia burguesa y el teatro de humor. La comedia

burguesa es fundamentalmente un teatro de evasión y comercial que refleja las

costumbres de la burguesía, la clase social que acude a los teatros en esta época.

El teatro de humor se caracteriza por presentar obras que rozan el absurdo

y buscan provocar la risa presentando situaciones inverosímiles y diálogos

disparatados. Miguel Mihura, Tres sombreros de copa; Enrique Jardiel Poncela,

Eloísa está debajo de un almendro.

El teatro realista y social: los años cincuenta

El estreno en 1949 de Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo,

señala la ruptura con el teatro tradicional y el comienzo del nuevo drama de la

posguerra. Es un teatro inconformista, que presenta temas existenciales (la

soledad, el fracaso…) y que derivará hacia el teatro social.

El teatro social es, como el realismo social en novela y en poesía, un medio

de compromiso, denuncia y protesta con el que los dramaturgos pretenden

inquietar al público para contribuir a transformar la realidad. Los autores más

representativos son Buero Vallejo (El tragaluz, Las Meninas…), Alfonso Sastre

(Escuadra hacia la muerte) y Lauro Olmo (La camisa).

El teatro a partir de los años sesenta

En la década de los sesenta asistimos a una corriente de renovación

dramática. Surge así el teatro experimental, que rompe con todo lo convencional

y se sitúa al margen de la producción anterior. Sus autores dan tanta o más

importancia que al texto a los elementos extralingüísticos y emplean técnicas

procedentes de otros espectáculos como el circo, el cine, los títeres, etc. Sus

componentes no aceptan las normas del teatro comercial y forman grupos

independientes, entre los que destacan Els Joglars, Tábano…

Paralelamente a este teatro vanguardista coexiste el teatro de autor con

nombres tan representativos como Francisco Nieva, Antonio Gala, Fernando

Arrabal…

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El teatro a partir de 1975

La impresión general a partir de esta época es la de un cierto declive del

teatro, quizá motivado por la competencia con el cine o la televisión. Sin embargo,

en este periodo se ha creado el Centro Dramático Nacional, se han organizado

festivales de teatro como el de Almagro y se ha apostado por nuestro teatro

anterior (Valle-Inclán, Lorca). Continúan estrenando Buero Vallejo o Antonio Gala y

aparecen nuevos dramaturgos muy importantes como José Luis Alonso de Santos

(La estanquera de Vallecas, Bajarse al moro…).

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LA NARRATIVA HISPANOAMERICANA La narrativa hispanoamericana del primer tercio del siglo XX es, sobre todo,

una novela de corte realista. A partir de 1940 se produce una renovación en varios

aspectos:

Se entremezclan elementos tomados de la realidad con elementos de la

fantasía y del mito, fundiendo lo real con lo fantástico, lo cual dará origen al

llamado realismo mágico.

Se incorpora un nuevo espacio: la ciudad; ahora alternarán los temas

urbanos con los rurales.

El escritor adopta una actitud ética, de compromiso, ante los problemas

sociales y humanos.

Se registra una creciente preocupación por el lenguaje, por la estructura de

la novela y por las técnicas narrativas.

Jorge Luis Borges. Es, ante todo, un excepcional autor de cuentos,

recopilados en obras como Ficciones, El Aleph.

Miguel Ángel Asturias: El señor presidente, una novela sobre el tema del

dictador, muy frecuente en la narrativa hispanoamericana.

Alejo Carpentier: el máximo representante del realismo mágico con obras

como El reino de este mundo, El siglo de las Luces.

Juan Rulfo: su obra se reduce a una colección de cuentos titulada El llano

en llamas y a una novela magistral: Pedro Páramo.

El “boom” de los años 60

En la década de los 60 se produce la época dorada de la narrativa. En este

auge de la novela influyen, como factores extraliterarios, la gran promoción

publicitaria de las editoriales y el triunfo de la revolución castrista en Cuba en

1959. En general, los novelistas profundizan en las innovaciones de la etapa

anterior y añaden nuevos elementos:

Se desarrolla aún más la experimentación con el lenguaje y con la estructura

y técnica narrativa.

Se profundiza en el realismo mágico y se insiste en el derecho del autor a

inventar su propia realidad de ficción, pues al novelista le interesa dar una

visión personal del mundo.

Hay una ampliación de los temas: se profundiza en lo mítico, es frecuente la

novela histórico-social y adquieren gran importancia los temas existenciales

como la soledad o la muerte.

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Mario Vargas Llosa: escritor cuya técnica narrativa varía en cada una de sus

novelas: La ciudad y los perros, La guerra del fin del mundo.

Gabriel García Márquez: premio Nobel y autor de la novela por excelencia

del realismo mágico Cien años de soledad y de otras obras magistrales como

Crónica de una muerte anunciada…

Julio Cortázar: maestro del relato corto (Bestiario) y un experimentador del

lenguaje y de la narrativa: Rayuela.

Ernesto Sábato, Carlos Fuentes, Cabrera Infante…