la ley de jante en la region de murcia´ · 2008. 5. 2. · po camara al hombro y pertrechado de...

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OPINI ´ ON LA LEY DE JANTE EN LA REGI ´ ON DE MURCIA Pedro Francisco Almaida Dpto. Fisiolog´ ıa Animal. Facultad de Biolog´ ıa de la Univ. de Murcia E-mail: [email protected] Hoy es uno de esos d´ ıas en que salgo a campo abierto a desentumecer los m ´ usculos y descargar so- bre el camino los ruidos de mi cabeza. Cuando siento la vista cansada de tanto enfocar la pantalla del or- denador y de recorrer ambientes cerrados, me esca- po c ´ amara al hombro y pertrechado de botas de mon- ta ˜ na, para encontrarme con el silencio del monte me- diterr ´ aneo. Me dirijo hacia El Majal Blanco, en la Sie- rra de Carrascoy, a media hora de coche de donde vi- vo, con el cansancio acumulado, dispuesto a refrescar no s´ olo mis ojos sino tambi´ en mi mente anquilosada, y abrir para ambos, horizontes m´ as amplios que los que encuentran en el d´ ıa a d´ ıa. Rumbo a Sangonera la Verde, escuchando m ´ usi- ca relajante en el coche, recuerdo cu´ antas veces de- sert´ e del ritmo apresurado de la rutina para reencon- trarme con mi propio aire. Y es que desde ni ˜ no supe que no podr´ ıa seguir los pasos de nadie, que si me pro- pon´ ıa correr detr ´ as de los dem´ as, acabar´ ıa chocando una y otra vez conmigo mismo. Dicen que las enfer- medades son maestras, que est´ an ah´ ı para ense ˜ nar- nos algo. En mi caso, mis ojos me recuerdan cada d´ ıa que debo tener paciencia, que para hacer aquello que quiero, no puedo tener prisa. Si no fuera por ellos, e muy bien que andar´ ıa de un lado para otro pose´ ıdo por la voz cuartelaria que me grita a cada momento que no me detenga. Como en tantas otras ocasiones, dejo la autov´ ıa que siga su marcha acelerada hacia la costa y tomo una carretera secundaria que se dirige al tel´ on que verdea al fondo. Despu´ es de atravesar Sangonera la Verde, giro a la izquierda en una gasolinera y tomo direcci´ on al CEMACAM de Torre Guil, por un camino viejo de ´ arboles ce ˜ nudos. Pronto me encuentro con el arco que da la bienvenida a la urbanizaci ´ on, donde un guardia de seguridad me saluda con un adem ´ an de sospechosa afabilidad, mostr ´ andome que estamos en territorio vigilado. Con un bosquejo de sonrisa en el rostro, prosigo mi ascensi´ on por el monte cuando me encuentro que la carretera est ´ a cortada por obras. Es- te hecho me llama la atenci´ on pues, por un momento, 34 EUBACTERIA

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Page 1: LA LEY DE JANTE EN LA REGION DE MURCIA´ · 2008. 5. 2. · po camara al hombro y pertrechado de botas de mon-´ tana, para encontrarme con el silencio del monte me-˜ diterraneo

OPINION

LA LEY DE JANTE EN LA REGION DE MURCIAPedro Francisco AlmaidaDpto. Fisiologıa Animal. Facultad de Biologıa de la Univ. de MurciaE-mail: [email protected]

Hoy es uno de esos dıas en que salgo a campoabierto a desentumecer los musculos y descargar so-bre el camino los ruidos de mi cabeza. Cuando sientola vista cansada de tanto enfocar la pantalla del or-denador y de recorrer ambientes cerrados, me esca-po camara al hombro y pertrechado de botas de mon-tana, para encontrarme con el silencio del monte me-diterraneo. Me dirijo hacia El Majal Blanco, en la Sie-rra de Carrascoy, a media hora de coche de donde vi-vo, con el cansancio acumulado, dispuesto a refrescarno solo mis ojos sino tambien mi mente anquilosada,y abrir para ambos, horizontes mas amplios que losque encuentran en el dıa a dıa.

Rumbo a Sangonera la Verde, escuchando musi-

ca relajante en el coche, recuerdo cuantas veces de-serte del ritmo apresurado de la rutina para reencon-trarme con mi propio aire. Y es que desde nino supeque no podrıa seguir los pasos de nadie, que si me pro-ponıa correr detras de los demas, acabarıa chocandouna y otra vez conmigo mismo. Dicen que las enfer-medades son maestras, que estan ahı para ensenar-nos algo. En mi caso, mis ojos me recuerdan cada dıaque debo tener paciencia, que para hacer aquello quequiero, no puedo tener prisa. Si no fuera por ellos,se muy bien que andarıa de un lado para otro poseıdopor la voz cuartelaria que me grita a cada momentoque no me detenga.

Como en tantas otras ocasiones, dejo la autovıaque siga su marcha acelerada hacia la costa y tomouna carretera secundaria que se dirige al telon queverdea al fondo. Despues de atravesar Sangonera laVerde, giro a la izquierda en una gasolinera y tomodireccion al CEMACAM de Torre Guil, por un caminoviejo de arboles cenudos. Pronto me encuentro con el

arco que da la bienvenida a la urbanizacion, donde unguardia de seguridad me saluda con un ademan desospechosa afabilidad, mostrandome que estamos enterritorio vigilado. Con un bosquejo de sonrisa en elrostro, prosigo mi ascension por el monte cuando meencuentro que la carretera esta cortada por obras. Es-te hecho me llama la atencion pues, por un momento,

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no se como ascender hasta el CEMACAM y me quedoparalizado. Enseguida recuerdo que hay otro caminoposible, el que bordea Torre Guil, y doy la vuelta pa-ra continuar por allı. Es entonces cuando me encuen-tro con que el lugar ya no es el mismo que yo recor-daba. En los cinco meses que hace que no paso poraquı, la urbanizacion ha asestado una buena dente-llada al monte, con las excavadoras extrayendo suelode donde antes unicamente habıa colinas, pinos y so-tobosque. Los cimientos de una nueva hilera de casasse alzan como esqueletos grises que se recomponen abase de desangrar el lugar.

Un tanto impactado tras observar el duro golpeque las constructoras han inflingido a un lugar tanemblematico para mı, dejo el coche en la Plaza de lasMoreras, donde se encuentra la caseta de informacionturıstica y desde donde parten la mayorıa de las PR(rutas de pequeno recorrido) del parque natural. Es-tiro las piernas y me situo junto a dos piteras quese apartan la una de la otra formando una V. Des-de allı se observa el monte colmado de pinos, serenocomo siempre, ajeno al peligro que le acecha apenasunos metros mas abajo.

Emprendo camino hacia las Cuevas del Buitre,desperezando los sentidos y acompasando el ritmo demis pasos a la respiracion. De vez en cuando hago unalto en el camino y observo, desde la altura ganada,como se va confundiendo la frontera entre urbaniza-cion y monte. No puedo evitar que me invada la rabia,siempre me arremete cuando vuelvo a un lugar al ca-bo de un tiempo y me lo encuentro avasallado por laaccion irresponsable del hombre, que parece no sabermoverse mas que bajo los impulsos del maldito dine-ro. Ocurre en el Majal Blanco como hace tiempo suce-dio con la Rambla Salada a su paso por Las Torres deCotillas, mi pueblo, donde la urbanizacion de El Par-que de las Palmeras, con sus majestuosas mansiones,parapetadas tras altas vallas, perros guardianes y se-guridad propia, han convertido en propiedad privada(= vedada) lo que hace poco tiempo era nuestro campode investigaciones, donde los ninos pasabamos todoslos anos el dıa de San Anton, inmersos en la natu-raleza, descubriendo por primera vez las montanas,los rıos y los animales que por entonces habitaban ellugar.

Esto esta ocurriendo con tantos lugares que supo-nen tanto...

No hace mucho que, como le ocurre a tantos otros,miraba hacia otro lado en asuntos de sociedad y polıti-ca, escudandome tras esa rebeldıa que uno se forjadesde la adolescencia para no mezclarse en asuntosde adultos, para no perderse de los suenos e idealesque le permiten habitar un mundo propio. Observa-ba desde esa lejanıa, la farandula de los gobernantesy altos cargos, siempre rodeados de sus fieles, siem-pre correctos, trajeados y bien etiquetados, lanzandoal viento proclamas de desarrollo y bienestar para elpueblo, revistiendo su imagen inmaculada de valoresy principios, de amor a las tradiciones y las costum-bres... Los observaba y nada de lo que decıan me lle-gaba, todo me parecıa vacıo. “Eso no pertenece a mimundo”, trataba de autoconvencerme.

Pero, segun ha ido pasando el tiempo, me he idodando cuenta de que no se puede ignorar lo queesta ocurriendo, que no puedo mirar hacia otro ladomientras los lugares que han formado parte de mi vi-da son destruidos. Permanecer impasible ante lo queocurre delante de nuestros ojos es ser complice de ta-les desmanes.

Sumido en tales reflexiones, me viene a la menteun fragmento de un libro de Paulo Coelho que he leıdorecientemente, y que habla de la Ley de Jante, ley so-bre la que nada habıa oıdo hablar y a la que ahoraacierto a ubicar en mi realidad mas cercana.

Se trata de una ley muy extendida en nuestra cul-tura y que tiene sobre nosotros una influencia mayorde la que podamos sospechar. Esta ley podrıa simboli-zar una voz en nuestra cabeza, un mensaje arraigadoen nuestra mente que nos manifiesta a cada momentonuestra mediocridad, nuestra condicion de seres in-significantes, condenados al anonimato, incapaces derepresentar ningun papel en los acontecimientos queatanen al mundo, concluyendo que “si te comportasde esta manera, nunca tendras grandes problemas entu vida”.

De este modo, sin participar de lo que ocurre anuestro alrededor, no nos metemos en grandes pro-blemas, cierto; pero, mientras tanto, otros sı que seatreven a actuar y deciden por nosotros, imponiendo-nos un mundo hecho a la medida de su ego. Frasescomo “las cosas son ası”, “ası funciona todo” o “todos

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son iguales” enmascaran esa falta de intromision enlos problemas que nos afectan a todos.

He nacido en una Region donde se atropellan losrecursos medioambientales a la vez que se nos vendela escasez de agua como gran cruzada. Donde, desdealgunos medios, se nos manda sin pudor, un mensajede confrontacion contra otras comunidades para con-vocar los sentimientos mas irracionales del hombre.De este modo, se desvıa nuestra atencion hacia unhorizonte lejano que nada tiene que ver con los pro-blemas reales que ahogan nuestra tierra. “Si no nostraen agua de fuera, sera el fin de la huerta”, nos di-cen; y mientras, tenemos que soportar como se des-truye no solo la tan recurrida huerta, sino tambien latotalidad de nuestros espacios naturales. Hoy Murciase vende al mejor postor y, ası es anunciada en todaEuropa, como un lugar paradisıaco donde se puedeconstruir en cualquier lugar, sobre una montana o,incluso, sobre el mar. Se tapizan nuestros suelos decasas y mas casas mientras cada dıa cuesta mas ac-ceder a una de ellas. Son nuevos territorios vedados.

Pero, a cambio, nuestra ciudad se embellece y es-to se hace eliminando lo que sobra, como ha ocurridocon tantos arboles que vestıan nuestros parques, delos que ahora asoman si acaso, frıos tocones. NuestroAyuntamiento, en su afan por maquillar la ciudad, co-loca costosas esculturas en las circulares, objetos iner-tes que unos y otros admiran de distinta manera, ol-vidando que un olivo milenario, por inverosımil quesea su silueta, sigue siendo un ser vivo, un ancianoarrancado de su tierra por unos cuantos miles de eu-

ros y expuesto en su agonıa en un lugar concurrido,como es la plaza Juan XXIII de Murcia.

Y yo, que siempre me he sentido agradecido pordisponer tan cerca de un lugar donde conectar con lanaturaleza y no perder mi direccion, no puedo seguirnegando la realidad. Siento la necesidad de expresarlo que no me gusta: no me gusta esta fiebre por eldinero que inflama a los que nos gobiernan, no megusta la pasividad de la gente de esta tierra, no megusta escuchar las palabras vacıas que se nos proyec-tan. Yo solo soy un hombre que ama la naturaleza,no entiendo de economıa, de intereses ni de planes dedesarrollo, pero siento que este no es el camino correc-to, que estamos acabando con lo mejor que tenemos,con la verdadera esencia de nuestra tierra.

Las selvas de gruas colman muchos de nuestroshorizontes, a la vez que desaparecen los trazos plas-mados en muchos lienzos, ya memoria de tiempos quefueron. Llegan, plantan sus banderolas, se anuncianen los medios y empiezan a construir sus vergeles do-rados a ritmo de plaga. Palabras como resort, golf ospa constituyen el nuevo estilete del progreso en Mur-cia y muchos asisten encantados a la ocupacion de sutierra, obnubilados ante el dorado del nuevo milenio.Y el resto paralizados, sumisos, solo opinando en lu-gares sordos, indispuestos para actuar. Quizas sea elmiedo a transgredir las fronteras que marca la Ley deJante, ese miedo que paraliza el corazon e inhabilitapara luchar por los ideales y los suenos. Ese que deli-mita nuestras opciones y nos arroja al anonimato pro-clamando que, ante nuestra insignificancia, debemospermanecer en nuestra parcela, pasando desapercibi-dos y digiriendo frustraciones.

La jornada de monte ha derivado en una profun-da reflexion que me trae a enfrentarme con la panta-lla blanca del ordenador. Mientras trato de extraer demı algo de esa rabia que siento para disponer unascuantas lıneas, soy consciente de que hoy he decididoretar al miedo. Igual que de nino afronte el temor ala ceguera, cuando las limitaciones de mis ojos, dema-siado miopes, me dejaban una y otra vez en la cunetade la autopista, observando el mundo correr delantede mı, ahora no he de dejarme arrastrar por la co-rriente de la indiferencia, y ante las proclamas subli-minales de la Ley de Jante: “nada puede hacerse”, “lascosas son ası”, “todos son iguales”, que promueven elmarchar de esta sociedad rolliza y enferma de usu-ra, yo me enfrento a mis miedos y escribo aquı paracambiar todo esto.

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