la legión de los condenados de sven hassel

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Sven Hassel

LA LEGIN DE LOS CONDENADOS3EDICIONES G.P.

Ttulo OE FORDOMTES G1OM Traduccin de ALFREDO CRESPO portada de J.PAUET Ediciones G.P., 1972 i -o Depsito Legal: B. -1972

LIBRO PRIMERODifundido por & JANES, S. A.r- Virgen o

20 p H

UBBOS RENO son Ediciones G. de21.33

tBarce\ona) da, s. A>,

Este libro est dedicado a los soldados desconocidos [que cayeron por una causa que no era la suya, a mis meIjores camaradas del 27 Regimiento (Disciplinario) BlindaIdo, as como a las mujeres valerosas que me ayudaron durante aquellos aos espantosos: Qberst Manfried Hinka Oberstleutnant Erich von Barring Oberfeldwebel Willie Baier Unteroffizier Hugo Stege Stabsgefreiter Gustav Eicken Obergejreiter Antn Steyer Gefreiter Hans Breuer Unteroffizier Bernhard Fleischmann Gefreiter Asmus Braun Eva Schadows, estudiante de Derecho rsula Schade, doctora en Medicina Brbara von Harburg, enfermera

-Han transcurrido los cinco minutos. Ya slo le queda sufrir las consecuencias... Apret un botn. Dos enormes SS en miarme negro penetraron en la sala. Una 3n breve.. Y arrastraron a Eva hasta una cubierta de cuero.

\

INMUNDO DESERTOREl zapador corpulento y forzudo haba sido juzgado la vspera y condenado a ocho aos de trabajos forzados. Aquel da me tocaba a m pasar por el tubo. Dos perros de guardia me condujeron ante el consejo de guerra, constituido en una enorme sala en la que dos gigantescos retratos, uno de Adolfo Hitler, el otro de Federico el Grande, se enfrentaban. Detrs del silln del presidente cabalgaban, inmensas, las banderas del Ejrcito del Aire, del Ejrcito de Tierra, de la Armada y de las SS. En la pared se alineaban los estandartes de las distintas armas: la cruz negra sobre fondo blanco de la Infantera; rojo de la Artillera; amarillo de la Caballera; rosa de las Tropas Blindadas; negro bordeado de plata de los Ingenieros; cuerno de caza sobre fondo verde de los Cazadores (chausseurs); y as sucesivamente. El propio silln del juez estaba tapizado con la bandera negra, blanca y roja de la Wehrmacht. El tribunal se compona de un consejero legal (papel desempeado por un comandante), de dos jueces (un auptmann y un Feldwebel), y de un acusador-S/arazbannfhrer de las SS. Un inmundo desertor no tiene derecho a los consejos de un abogado defensor. Lectura del acta de acusacin. Interrogatorio del acusado. Orden de introducir los testigos. El primero que

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entr fue el hombre de la Gestapo, el que nos haba detenido a Eva y a m mientras nos babamos junto a la desembocadura del Weser, y el murmullo estival de las olas perezosas ahog de repente el rumor odioso del tribunal. Las resplandecientes dunas de arena blanca... Eva erguida al sol, secndose los muslos redondos... Su gorro redondo... Su gorro de bao... El calor en mi espalda... El calor, el calor... -S, salt encima de la mesa y despus por la ventana... Cinco policas me interrogaron entonces. Vinieron igualmente los cinco a presentar su testimonio. -S, le di un nombre falso... S, la explicacin que le di era falsa... Lo ms curioso fue volver a ver al KrminahekretSr que orden la flagelacin de Eva. Los otros haban mostrado sadismo. El se haba mostrado senciEamente correcto. No puede hacerse nada con la gente correcta. Hay demasiada en la tierra... Empec a soar despierto, todo el mundo haba desertado, todo el mundo. Slo quedaban los oficiales. Y qu podan hacer ellos? Todos habamos desertado. Todos. Haba hordas en masa por todas las carreteras. Soldados que regresaban a sus hogares. Slo los oficiales permanecan an en el frente, detrs del frente, con sus planos y sus mapas, sus botas bien brillantes. Todos los dems regresaban a sus casas, y no me haban olvidado. Dentro de un instante se abrira la puerta. Invadiran la sala del tribunal y no diran nada, pero los cuatro fantoches se levantaran al unsono, con el rostro plido. Introduzcan al testigo siguiente. Eva Schadows! Eva! T aqu? Era verdaderamente Eva? .Pues, s, era Eva, de la misma manera que yo era Sven. An podamos reconocernos por los ojos. Todo lo dems, todo lo que habamos conocido -los pequeos secretos vivos, los pequeos detalles ntimos que slo nosotros sabamos, y que habamos saboreado con la mirada, con los labios y con las manos omniscientes-, todo lo dems haba desaparecido. Pero nuestros ojos subsistan con todo su temor y su promesa de ser siempre los mismos. Pueden desaparecer tantas cosas en tan pocos das? -Eva Schadows, conoce usted a este hombre, verdad? Mueca pegajosa es una definicin que detesto. 12 Siempre la he encontrado estpida, exagerada. Pero no existe otra para describir la expresin del acusador: era una mueca pegajosa. -S. La voz de Eva era casi imperceptible. Alguien arrug un papel y el ruido nos sobresalt a todos. -Dnde le conoci? -En Colonia. Durante una alarma. Eran cosas que sucedan en aquellos tiempos. -Le explic que era un desertor?

-No. Pero no pudo soportar el silencio arrogante y tartamude: -No lo creo. -Mida bien sus palabras, joven! Supongo que no ignorar que es muy grave emitir un falso testimonio ante un tribunal de justicia... Eva contemplaba el suelo. Ni por un momento me haba mirado. Su rostro era grisceo, como el de un enfermo al salir de una operacin. El miedo le haca temblar las manos. -Bueno, por cul se decide, le dijo, s o no, que es un desertor? -S. Supongo que me lo dijo. -Debe contestar, s o no. Necesitamos respuestas concretas! -S. -Qu le dijo despus? Al fin y al cabo, usted se lo llev a Bremen y le dio dinero, ropa y muchas otras cosas. No es cierto? -S. -Explquelo todo al tribunal, sin que nos veamos obligados a arrancarle palabra tras palabra. Qu le dijo l exactamente? -Me dijo que haba huido de su regimiento; me pidi que le ayudara, que le facilitara documentos. Y fue lo que hice... -Cuando le conoci en Colonia, iba de uniforme? -S. -Qu uniforme? -El uniforme negro de los carros de combate, con un galn de Gefreiter. -En otras palabras, usted no poda dudar de que se trataba de un militar? -No. -Fue l quien le pidi que le llevara a Bremen?2 - LA LEGIN DE IOS CONDENADOS

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-No. Se lo propuse yo. E insist. l quera presentarse a las autoridades, pero le convenc para que no lo hiciera. Eva, Eva, qu les ests diciendo? Por qu les cuentas estas mentiras? -En otras palabras, le impidi usted que cumpliera con su deber presentndose a las autoridades? -S, le imped cumplir con su deber. No poda escuchar aquello! Salt como loco, vociferando a pleno pulmn, gritando al presidente que ella menta para tratar.de salvarme, para facilitarme circunstancias atenuantes, pero que no poda haber sabido que era militar, puesto que me haba quitado el uniforme en el tren, entre Paderbon y Colonia. Tienen que dejarla marchar; ella no saba que yo era militar, hasta que me detuvieron, lo juro. Puede ser humano el presidente de un consefo de guerra? Yo lo ignoraba, pero quera creerlo posible. Pero sus ojos eran tan fros como cristales y su mirada haca que mis gritos sangraran. -Acusado, silencio hasta que se le interrogue! Una palabra ms y ordeno que le expulsen de la sala. Los pedazos de cristal giraron como un faro. -Eva Schadows, est dispuesta a jurar que su testimonio se ajusta a la verdad? -S. De no haberme conocido se habra presentado a las autoridades. -Le ayud tambin cuando huy de la polica secreta? -S. -Muchas gracias. Eso es todo... Oh! A propsito, ha sido usted condenada? -Cumplo cinco aos en el campo de concentracin de Ravensbrck. Cuando se la llevaron me lanz por fin una larga mirada, y sus labios se fruncieron en forma de beso. Sus labios eran azulados, sus ojos a la vez felices e infinitamente tristes. Haba hecho algo por m. Esperaba, crea que eso me salvara la vida. Para aportar esta frgil contribucin a mi defensa, haba sacrificado voluntariamente cinco aos de su vida. Cinco aos en Ravensbrck! Haba cado muy bajo. Trajeron igualmente a Trudi, pero sta se desvaneci poco despus de haber iniciado un absurdo relato destinado a sostener la declaracin de Eva. El desvanecimiento de un testigo en plena sala de audiencias constituye un extrao espectculo. S llevaron a Trudi, a peso de brazos, fuera de la sala, y cuando la portezuela se cerr tras ella, fue como si todas las puertas se hubiesen cerrado simultneamente a mi alre dedor.

Despus de aquello, la decisin no se hizo esperar mucho. Todo el mundo se levant para escuchar la sentencia, oficiales y funcionarios ejecutando al unsono el saludo nazi. -En nombre del Fhrer... Sven Hassel, Gefreiter en el 11 Regimiento de Hsares, es condenado a quince aos de trabajos forzados, por desercin. Se decreta adems que Sven Hassel sea expulsado de su regimiento y privado de todos sus derechos civiles y militares durante un perodo indefinido. ]Heil Hitler! Y si t tambin te desvanecieras? Es que no apareca todo negro ante tus ojos, como cuando ellos dejaban de aporrearte? Cmo dice esa otra frase hecha? Una vergenza peor que la muerte? Eso es. Nunca habas pensado utilizarla. Pero las frases hechas existen para ser usadas. Y ahora puedes ir a explicar al mundo lo que sta significa. Rectificacin: no puedes ir a ningn sitio. Estaba tan aturdido, tan alejado de las cosas reales, que escuch, sin comprenderlos de momento, los comentarios del presidente. Deca que perdonndome la vida haban permitido que la misericordia suavizara la justicia. Deca que yo era un Auslandsdeustcher; que haba sido llamado desde Dinamarca y que mujeres irresponsables, mujeres que no merecan el honor de ser alemanas, me haban persuadido para que desertara, y que, por todos estos motivos, el tribunal, en su bondad infinita, no haba considerado til condenarme a muerte. 14

Grilletes en los tobillos, esposas en las ^muecas, bamos encadenados de dos en dos, y una larga cadena rodeaba ademas todo el destacamento. Nos condujeron a la estacin de mercancas, con una fuerte escolta de polica militar, armada hasta los dientes. Permanecimos apretados en nuestros vagones durante tres das y tres noches^

MORAN DE DA, MORAN DE NOCHE-Antes de desearos la bienvenida a nuestra deliciosa pensin familiar, dejadme deciros lo que sois. No sois ms que un puado de rameras piojosas y de granujas infectos; un rebao de cerdos y de cochinas; la escoria de la Humanidad. Es lo que siempre habis sido y lo que seguiris siendo hasta el fin de vuestros das. Y para que podis regodearos bien en vuestra propia porquera, nos encargaremos de haceros reventar lentamente, muy lentamente, para que tengis tiempo de apreciarlo todo en su justo valor. Os aseguro personalmente que nadie se sentir defraudado. Todo el mundo se ocupar asiduamente de vuestra curacin. Lamentara muchsimo que alguno de vosotros careciera de algo. Dicho esto, puedo desearos la bienvenida al Campo Disciplinario SS y Whermacht de Lengries. Bien venidos, seoras y caballeros, al campo de exterminio de Lengries. Golpe con el extremo de la fusta su bota reluciente, y dej que el monculo cayera de sus ojos. Por qu los individuos de ese tipo llevan siempre monculo? Debe de haber alguna explicacin psicolgica. Un Hauptscharfhrer de las SS ley en voz alta el reglamento, que se resuma a esto: todo estaba prohibido y la menor transgresin sera castigada con ayuno, con palizas, con la muerte. 19

La prisin: cinco pisos de jaulas superpuestas, sin tabiques intermedios, slo rejas. Pasamos por el cacheo y por el bao, luego nos afeitaron la mitad de la cabeza y embadurnaron todas nuestras zonas pilosas con un producto qumico maloliente, corrosivo, que picaba y arda como el fuego. Luego, nos metieron en celdas donde permanecimos completamente desnudos durante cuatro horas, en tanto que unos SS nos sometan a un nuevo registro: jeringa en las orejas, dedos en la boca, sin olvidar axilas y nariz. Por fn se nos administr una lavativa de caballo que nos catapult hacia los retretes alineados a lo largo de la pared. Y an fue peor para las dos jvenes, que debieron soportar adems las bromas obscenas de los guardianes y sufrir un examen especial. La ropa que nos entregaron -blusa y pantaln rayados- estaba hecha de un tejido horriblemente rugoso, como una especie de saco, que te daba la impresin de estar perpetuamente infestado de parsitos o de hormigas venenosas. Un Oberscharfiihrer nos hizo salir y alinear ante un Untersturmfhrer, quien, sealando inmediatamente al prisionero que ocupaba el extremo derecho, vocifer: -T, ven aqu! Un SS empuj al hombre por detrs, envindolo como un mueco desarticulado hasta el alcance del oficialillo vanidoso, ante quien volvi a adoptar automticamente la posicin de firmes. -Nombre! Edad! Motivo de la condena! Aprisa! -Johann Schreiber. Veinticuatro aos. Condenado a veinte aos de trabajos forzados por alta traicin. -Cuntame. Nunca has sido soldado? -Era Feldwebel en el 123 Regimiento de Infantera. -En otras palabras, es por insubordinacin pura y sencilla que no te molestas en presentarte correctamente. A lo que aades la impertinencia de no dirigirte a m como te ha sido enseado. Rectifica la posicin, cerdo! Ahora intentaremos quitarte esas malas costumbres. Y si no basta, dilo francamente y encontraremos otra cosa. Con la mirada fija en el vaco, el Untersturmfhrer aull con voz estridente: -Paliza! Unos segundos ms tarde, el hombre yaca de espaldas, con los pies descalzos aprisionados en un cepo. Cuntos, Herr Unfersturmfbrer? -Veinte! El hombre perdi el sentido antes del fin del castigo. 20 Pero tenan medios para remediar eso, medios indescriptibles y muy pronto el hombre volvi a ocupar su sitio en la fila. Aprovechando la experiencia del primero, el siguiente respondi correctamente: -Herr Unterslurmfhrer, el ex suboficial Vctor Giese, del 7 Regimiento de Ingenieros, se presenta y declara que tiene veintids aos y est condenado por robo a diez aos de trabajos forzados. -Robo! Qu ignominia! Es que no sabes que un soldado no debe nunca robar? -Herr Untersturmfhrer, declaro que s que un soldado no debe robar nunca. -Pero, sin embargo, has robado. -S, Herr Untersturmfhrer. -Lo que significa que tienes la cabeza dura. -S, Herr Utitersturmfhrer, declaro que tengo la cabeza dura. -Bueno, pues vamos a ser muy generosos contigo y darte unas clases particulares. Precisamente tenemos aqu a un excelente profesor. Con los ojos fijos en el vaco el Untersturmfhrer aull con voz estridente:

-Gato de nueve colas! Le colgaron por las muecas, con los pies tocando apenas al suelo. Ninguno de nosotros, ni siquiera las mujeres, sali indemne de esta toma de contacto. Averiguamos rpidamente, por lo dems, que en Lengries no ramos hornbres y mujeres, sino cerdos, montones de basura, prostitutas. Casi todo lo que ocurra en Lengries es indescriptible, indignante, montono. Pese a su fertilidad macabra, la imaginacin que se dedica al sadismo es notablemente limitada, en tanto que la sensibilidad de la vctima se embota rpidamente. Ver a la gente sufrir y mork es igualmente montono, a la larga, incluso cuando sufren y mueren de cien maneras que, en tiempo normal, se hubiesen considerado inconcebibles. Nuestros verdugos tenan carta blanca para explayar en nosotros sus ansias de poder y de crueldad, y aprovechaban ampliamente la ocasin. Vivan ms intensamente que nunca haban vivido. Sus almas apestaban mucho ms que los cuerpos enfermos, torturados, de sus prisioneros. No quiero de ninguna manera criticar a nuestros guardianes. Tambin ellos eran vctimas de una situacin que 21

no haban creado y, en cierto modo, salieron de ella ms mal parados que sus vigiladas vctimas: con un alma putrefacta. Tiempo atrs cre que me bastara hablar de Lengries para comunicar a la gente mi propia repugnancia e insuflarle una voluntad inquebrantable de rehacer un mundo, una existencia de donde se haya excluido la tortura. Pero slo es posible hacer comprender estas cosas a los que las han vivido, y precisamente a sos es intil recordrselas. Todos los otros, los que nunca han perdido su libertad, me miran como si desearan tratarme de mentiroso, bien que en el fondo de s mismos sepan -habiendo devorado con avidez los informes de la pantomima de Nuremberg- que no exagero, sino al contrario. Pero rehusan mirar las cosas de frente y prefieren clavar tablero tras tablero sobre la podredumbre de los cimientos, quemar cada vez ms incienso, vaporizar cada vez ms perfume... Tal vez haya, sin embargo, un alma valerosa que se atreva a escuchar y ver sin estremecerse. Necesito esa alma, esa persona, sin la que todo sera nicamente soledad. Necesito tambin contar mi historia y desembarazarme de ella. Tal vez slo sea por eso que escribo. No para tratar, vociferndolo a los cuatro vientos, de evitar su repeticin. Tal vez incluso, al querer hacerme or, me engao a m mismo? Quiz mi objetivo es simplemente atraer hacia m la atencin y la admiracin horrorizada de las masas? De ser a los ojos de todo el mundo el hroe de aventuras que no todo el mundo ha vivido...? Ciertamente, no todo el mundo ha tenido ocasin de vivir esas aventuras, pero los que las han conocido son demasiado numerosos para que tenga la pretensin de considerarme un fenmeno. Por lo tanto, no s exactamente por qu me tomo la molestia de describir Lengries. Que cada uno me atribuya, si lo desea, un motivo de su eleccin... Pero que nadie olvide, sin embargo, que son incrdulos, aquellos cuya inteligencia preferir cerrarse ante la verdad, quienes debern llevar la mayor parte de nuestra culpabilidad futura, si todos los Lengries del mundo no son localizados implacablemente y destruidos en embrin all donde haya el peligro de que aparezcan. Es intil citar nombres, lugares, naciones: De qu sirven esos choques de ideologas en los que cada pas, cada bloqueo est siempre tan ocupado en ofenderse ante la 22 conducta de los otros que no piensa ni por un momento en examinar y an menos en reformar la suya propia? Los arenques empapados en vinagre que de vez en cuando nos servan eran impropios para la consumicin, pero los comamos de todos modos: cabeza, aletas, escamas y todo. Cuando estbamos en nuestras celdas, tenamos las manos encadenadas a la espalda. Comamos, pues, boca abajo, con el rostro en la escudilla, como cerdos. Tenamos tres minutos para comer, para devorar un alimento que, a menudo, quemaba. Y cuando en el programa haba ejecuciones: Esos das empezaban a golpes de silbato, en tanto que el timbre de alarma sonaba a diversos intervalos, indicando qu pisos deban bajar. Al primer silbato, haba que adoptar la posicin de firmes, frente a la puerta de la celda. Al segundo silbato, todo el mundo empezaba a marcar el paso: plum, plum, plum. Luego, un mecanismo manejado por un SS abra al mismo tiempo todas las puertas, pero se segua marcando el paso en las celdas hasta que sonaba un tercer silbato. Una vez en el patio, formbamos un semicrculo alrededor del cadalso, estrado de tres metros de alto que sostena dieciocho horcas. Dieciocho horcas con dieciocho nudos corredizos que el viento balanceaba dbilmente. Al pie del estrado aguardaban dieciocho atades abiertos, de madera basta. Los hombres llevaban su pantaln rayado, las mujeres su falda rayada, pero nada ms. El ayudante lea la sentencia de muerte, luego los condenados suban al cadalso, detenindose cada uno, en buen orden, debajo

de su cuerda. Con las mangas subidas, dos SS nacan de verdugos, y cuando todos los cadveres se balanceaban en el extremo de las cuerdas, con la orina y los excrementos resbalando a lo largo de las piernas, un mdico de ks SS acuda a echar una ojeada indiferente e indicaba a los verdugos, con un ademn, que todo iba bien. Entonces se descolgaban los cadveres, que inmediatamente eran metidos en los burdos atades. Pero si alguien desea saber ms sobre la muerte, puedo hablarle del Sturmbannjhrer Schendrich. Era joven, guapo, elegante, siempre corts, amistoso y tranquilo, pero temido incluso por los propios SS bajo su mando. -Veamos -dijo un sbado por la tarde, despus de pasat lista-, veamos si habis comprendido bien todas 23

mis lecciones. Trtate de dar una orden sencilla a algunos de vosotros y todos juntos juzgaremos si ha sido ejecutada debidamente o no. Hizo salir de la fila a cinco hombres y les orden que se volvieran hacia el muro que rodeaba la prisin, al que nos estaba estrictamenteprohibido acercarnos a menos de cinco metros. -De frente... marchen! Mirando derecho ante ellos, los cinco hombres avanzaron hacia la pared y cayeron bajo las balas de los guardianes apostados en las torretas. Schendrich se nos enfrent de nuevo. -Qu ms se puede pedir? He aqu cmo ha de ejecutarse una orden! Ahora, a mi voz de mando, os arrodillaris y repetiris lo que yo dir... De rodillas! No hubo ni un solo retrasado. -Y ahora, repetid conmigo, pero con voz alta e inteligible. Somos unos cerdos y unos traidores. -Somos unos cerdos y unos traidores! -Que debemos ser destruidos. -Que debemos ser destruidos! -Porque es lo nico que merecemos. -Porque es lo nico que merecemos! -Maana domingo lo pasaremos sin comer. -Maana domingo lo pasaremos sin comer! -Porque cuando no trabajamos. -Porque cuando no trabajamos! -No tenemos derecho a comer. -No tenemos derecho a comer! Cada sbado por la tarde, estos coros de dementes resonaban en el patio y, al domingo siguiente, nos quedbamos sin comer. Una tal Kathe Ragner ocupaba la celda contigua a la ma. Tena un aspecto horrible con su cabello blancuzco y su boca desdentada por falta de vitaminas. Sus brazos, sus piernas, no eran ms que largos huesos recubiertos por una epidermis griscea. Su cuerpo estaba lleno de grandes heridas supurantes. -Me miras -me dijo una noche-. Quisiera saber la edad que me calculas. Lanz una risa seca, desprovista de toda alegra. Luego, viendo que no le contestaba, prosigui: -Por lo menos cincuenta, verdad? El mes prximo cumplir veinticinco. Y hace veinte meses aparentaba tener dieciocho.

Secretaria en Berln de un alto oficial de Estado Ma24

yor, Kathe haba conocido en su mismo despacho a un joven capitn con quien se prometi. Se haba fijado la fecha de su boda, pero no lleg a celebrarse. Cuatro das despus de la detencin de su novio haban ido a detenerla a ella. Los hombres de la Gestapo se cuidaron de ella durante tres meses, acusndola de haber sacado copias de ciertos documentos. Ella no haba comprendido gran cosa de todo el asunto, pero tanto ella como una de sus compaeras haban sacado diez aos de trabajos forzados. Su novio y otros dos oficiales fueron condenados a muerte, y un cuarto a trabajos forzados a perpetuidad. Antes de enviar a Kathe a Lengries, le haban impuesto el espectculo de la ejecucin de su prometido. Una maana, cuatro mujeres, entre las que estaba Kathe Ragner, recibieron la orden de bajar a rastras la larga y empinada escalera que comunicaba los cinco pisos. Era una clase de ejercicio que complaca a los guardianes. Con las manos y los pies encadenados, slo se poda bajar, con la cabeza por delante, dejndose resbalar. Ignoro s la cada de Kathe fue o no voluntaria. Haba llegado al lmite de su resistencia y las dos soluciones son igualmente plausibles. Escuch su grito agudo y el ruido que hizo su cuerpo al dar contra el suelo. Luego, tras unos segundos de un silencio mortal, una voz exci-_ tada surgi de las profundidades: -Esta granuja se ha partido el cuello!3 -U LEGIN DE LOS CONDENADOS

Pocos das despus de la muerte de Kathe fui transferido, junto con un grupo de prisioneros, al campo de concentracin de Fagen, cerca de Eremen, donde nos esperaba -por lo menos esto se nos haba dichoun trabajo especial de una enorme importancia, No 05 importaba en absoluto saber en qu poda consistir ese trabajo. Ninguno de nosotros pens ni por un momento que poda ser menos penoso que al que estbamos acostumbrados. Solamos trabajar como bestias de tiro, uncidos a arados, a rastrillos, a carros de rodillos, tirando de ellos hasta caer muertos. Solamos trabajar en las canteras partiendo piedra hasta caer muertos. Tambin habamos trabajado en las hilaturas de yute respirando aquella porquera hasta caer muertos de una hemorragia pulmonar. Todos los trabajos tenan algo en comn: tarde o temprano acababa uno por reventar.

FACENDe hecho, Fagen trabajaba en dos sentidos. Bsicamente era un centro de medicina experimental, pero tambin estaban las bombas. Los primeros das fui destinado a los trabajos de movimientos de tierras. Debamos trabajar como galeotes, cavando desde las cinco de la maana hasta las seis de la tarde, sin otro alimento que un escaso bodrio que contena ms agua que harina, y que se nos serva tres veces al da. Luego vino la ocasin inesperada, que me apresur a coger. La posibilidad de ser perdonado! El comandante del campo nos inform que slo los voluntarios tenan derecho a esta oportunidad. A razn de quince por ao de pena que quedaba por cumplir. Lo que para m, representaba un total de doscientas veinticinco. Pero me doy cuenta de que no he explicado nada. Para temer la posibilidad de ser perdonado, haba que desarmar quince bombas que no hubiesen estallado por afio de pena que cumplir. Quince bombas multiplicado por quince aos -faltaba mucho para que cumpliera mi primer ao de condena-, son doscientas veinticinco. Naturalmente, no se trataba de bombas ordinarias, sino de las que ni los especialistas de la defensa pasiva ni las unidades militares se atrevan a tocar. Ciertos prisioneros haban conseguido desarmar unas cincuenta antes 29

de morir pulverizados, pero era preciso que, tarde o tem prano, alguien llegara mucho ms lejos -digamos hast doscientas veinticinco- y no vacil en presentarme vo luntario. Tal vez fuese este razonamiento el que determin mi decisin. O bien el hecho de que cada maana, antes de salir, nos daban un cuarto de pan de centeno, un trocito de salchicha y tres cigarrillos^ como racin suplementaria... Despus de un perodo de instruccin, siempre extremadamente breve -como son en tiempo de guerra todos los perodos de instruccin-, los SS nos conducan cada da a los diversos puntos donde nos esperaban las bornbas que no haban estallado. Nuestros guardianes se mantenan a una distancia respetuosa, en tanto que nosotros excavbamos la tierra alrededor de la bomba, es decir, a veces, hasta cinco o seis metros de profundidad. Cuando la bomba quedaba libre, haba que sacarla de su agujero rodendola con un primer cable e izndola despus, centmetro a centmetro, hasta levantarla cornpletamente. As que uno de aquellos chismes colgaba con todo su peso de los mstiles de carga instalados en el agujero, todo el mundo se escabulla. Prudentemente, para no despertar al monstruo, pero rpidamente, para ir a ponerse a cubierto. Un solo hombre se quedaba: el prisionero encargado de desenroscar la espoleta. Si haca un falso movimiento... En el camin-taller llevbamos siempre dos o tres cajas destinadas a esos torpes, pero no todos los das se las poda utilizar. No a causa de que los falsos movimientos fuesen excepcionales, pero a menudo era bastante difcil encontrar algo que meter en la caja. Muchos se sentaban en la bomba para desenroscar la espoleta. As es ms fcil mantener el detonador en una posicin fija. Pero descubr que an era preferible tenderse bajo la bomba, en el fondo del agujero, despus de haber levantado el chisme. Bastaba entonces con dejar que el tubo se deslizara muy suavemente por la mano cubierta con un guante de amianto. Mi bomba nmero 68 era un torpedo areo y necesitamos quince horas para liberarla. Cuando se hace est: clase de trabajos, no se habla mucho. Se est continua mente en alerta. Se excava prudentemente, reflexionandc antes de hundir la pala, antes de utilizar las manos ( los pies. Es preciso respirar tranquilo, regularmente, no hacer ningn movimiento brusco y nunca ms de uno i 30 la vez. Al llegar a cierto punto, las manos son las mejores herramientas, si se quiere evitar cualquier deslizamiento de tierra. Que un torpedo se mueva medio centmetro, puede significar la explosicin, la muerte. En su posicin actual, est silencioso y tranquilo. Pero, qu idea se le ocurrir si se modifica esta posicin? Posicin que precisamente debe ser modificada... Porque hay que izar la bomba sobre el camin que se la llevar. Hay que desenroscar la espoleta de la bomba. Hasta ah, ms valdra no respirar siquiera, de modo que, apresurmonos... No, no, nada de prisas intempestivas. Lentitud, pero seguridad. Piano, piano si va lontano. Cada movimiento bien tranquilo y deliberado... Un torpedo areo es un adversario impasible; no muestra nada, no traiciona sus secretos. No pueden gastarse bromas con un torpedo areo. En esta ocasin nos prohibieron desarmar la bomba en su punto de cada. Antes haba que transportarla fuera de la ciudad. Esto poda significar, bien que se tratara de un nuevo tipo de bomba que nadie conoca an, bien que estaba en una posicin que slo con soplar sobre la espoleta poda producirse la explosin... Y la explosin de un monumento como aqul, destruira sin duda toda una manzana. Un camin Krupp-Diesel provisto de gra se acerc en marcha atrs hasta el borde de la excavacin. Cuatro horas de esfuerzo situaron la bomba colgando de la gra, cuidadosamente atada para que no pudiera moverse ni un pelo. Alivio general... Pero habamos olvidado algo!

-Eh, ah, abajo, quin sabe conducir? Silencio. Cuando una serpiente venenosa se desliza a lo largo de una pierna, se dice que uno debe transformarse en estatua de piedra, en objeto muerto indigno de retener la atencin de un reptil. Era un segundo, slo quedaron en el terreno unos pilares de piedra, mentalmente refugiados en la sombra ms espesa, en tanto que la mirada del SS saltaba, escrutadora, de rostro en rostro. Ninguno de nosotros le miraba, pero todos estbamos tan dolorosamente conscientes de su presencia, que los corazones se magullaban cruelmente contra las rejas de las cajas torcicas, y en imaginacin saltbamos por encima de los crteres, huyendo frenticamente por entre los escombros. -Eh, t! Sabes conducir? No me atrev a decir que no. 31

-Bueno, en marcha! Unas banderolas indicaban el itinerario que se deb seguir. La calzada, a Dios gracias, haba sido desescon brada y reparada, a fin de que presentase una superfici sensiblemente uniforme. Todo eso por sus malditas barr cas! Ni un alma a la vista en el sector. Los otros vehculo me seguan a buena distancia. Nadie- senta deseos de e coltar el peligro. Pas ante una casa incendiada que 11: meaba ante el silencio. El humo me escoci en los ojopero no me atrev a ecelerar la marcha. Despus de cinc minutos de agona, pude respirar de nuevo el aire fresco. Ignoro cules fueron mis pensamientos durante aquel! carrera de lentitud. Slo s que tena ante m, para r< flexionar, todo el tiempo del mundo, y que estaba tra! quilo, interiormente excitado tal vez, y, por primera vt desde haca mucho tiempo, vagamente feliz. Cuando cae segundo que pasa amenaza ser el ltimo, se tiene tiemp para pensar, os lo juro. Y tambin por primera vez dse haca siglos, tena conciencia de ser nuevamente alguiei Me haba perdido de vista, haba cesado de tener algur opinin sobre m mismo, mi personalidad haba sido COD primida, aplastada de todas las maneras posibles, y a p sar de esto haba sobrevivido, haba surgido intacta c las humillaciones, de las degradaciones cotidianas. Te s ludo! Despus de todo, existes. Y sigues siendo t mism Mrate: ests haciendo algo que los dems no se atr ven. Por lo tanto, an puedes hacer algo. Algo indispe sable. Cuidado con esos rieles de tranva! Sal de la ciudad, atraves los ltimos solares llenos c cabanas de chapa ondulada, donde slo vivan los po dioseros, los desheredados. Slo... Por lo menos ante Porque ahora estbamos en guerra y cada noche la elud se llenaba de nuevos crteres. En un lugar determinado, un hombre cavaba un car po. Se apoy en el mango de la pala para miram pasar. Le llam: -Eh. No corres a esconderte? El ruido del motor ahog su respuesta, pero perman ci donde estaba. Me habra gritado tal vez Buen vi je? Extraa idea la de avanzar tan lentamente por 1< caminos desiertos! En la ciudad, deban empezar a volver a sus apart mentos, a sus tiendas. Primero los ms valerosos, lue| los otros, contentos y aliviados. Fijaos, todo sigue en pi Hubiese podido tal vez escaparme? No me hab 32 faltado ocasiones al azar de las calles vacas. Hubiese podido saltar del camin y correr a esconderme en tanto que la bomba hubiese proseguido su camino, hasta el conductor, hasta el primer traqueteo brusco que precedera al gran estallido. Ignoro por qu no aprovech esa oportunidad. Creo que nunca haba saboreado tan profundamente la dicha de vivir. Estbamos solos, mi querido torpedo areo y yo y en tanto que permaneciera conmigo nadie podra acercrseme sin su permiso... No surg de mi xtasis hasta encontrarme en campo abierto, en medio de un pramo, en una carretera jalonada con banderolas cada vez ms espaciadas. All, mi instinto de conservacin volvi a imponerse. Hasta dnde pensaba hacerme seguir? Sera estpido morir ahora despus de tantos kilmetros, al cabo de veinticinco horas de trabajo... Finalmente, pude dejar la bomba entre los matorrales, a doce kilmetros de la ciudad. Al ser imposible su desarme, se la hizo estallar junto a la gra que la sostena. Esta hazaa me vali tres cigarrillos ms, con k observacin habitual de que no los mereca, pero que nuestro Fhrer bienamado no careca de sentimientos humanos.

Tres cigarrillos suplementarios: me consider bien pagado. Slo esperaba uno. Me ocurri lo peor que puede sucederle a cualquier prisionero: ca enfermo. Y, por otra parte, es tambin posible que esa enfermedad me salvara la vida. Consegu resistir durante cinco das. Darse de baja supona el envo inmediato al hospital del campo, donde uno se converta en sujeto de experiencias, hasta que ya no serva para nada; y uno no dejaba de servir hasta que estaba muerto, a fuerza de haber servido demasiado. Pero en una ocasin, mientras pasaban lista, ca sin conocimiento y cuando lo recobr estaba en el hospital. No me dijeron lo que tena. No lo decan a ningn enfermo. El da en que me consideraron suficientemente restablecido para aguantarme en pie, empezaron los experimentos. Me acribillaron a inyecciones. Me metieron en una habitacin donde reinaba un calor de estufa y juego en una cmara frigorfica, extrayndome sangre a Srvalos regulares. Un da me daban todo lo que era capaz de comer y al da siguiente me dejaban reventar de hambre y de sed; o bien me hacan tragar tubos de 33

goma para extraer, durante la digestin, todo lo que mehaban permitido, todo lo que me haban obligado a devorar. Un estado lamentable suceda al otro. Finalmente, me hicieron una larga y dolorosa puncin en la medula espinal y luego me encadenaron las muecas a una carretilla llena de arena y me obligaron a que la empujar, ante m, sin falta, en un recorrido circular. Cada cuart< de hora me extraan una muestra de sangre. Esto duri todo un da, en tanto que mi cabeza flotaba y mi luc dez desapareca gradualmente. De resultas a ese trata miento tuve, durante meses, unas jaquecas intolerables. Pero tuve mucha ms suerte que la mayora. Un buei da consideraron que haba resistido bastante, o tal ve fuese que ya no podan averiguar nada ms por mi me diacin. Me devolvieron al campo. Un SS me inform re gocijado que ya no perteneca a los equipos de desarm de bombas. Las que haba desmontado no contaban y; para nada. Volv a sudar en la cantera. Luego volvieron a adscribirme al desarme de bombas y haba alcanzado ya una buena cifra cuando de repentf me transfirieron a Lengries, sin que todo lo que hab hecho me sirviera para nada... Siete meses en las minas de Lengries. Siete meses de demencia letrgica, montona. Un da, un SS vino a buscarme. Un mdico me examin. Estaba lleno de fornculos purulentos. Me los limpiaron, desinfectaron, embadurnaron de pomada. El mdico me pregunt si me encontraba bien. --S, doctor, me encuentro bien. Tengo buena salud. Quejarse de su salud era lo ltimo que se deba hacer. Mientras se tuviera un aliento de vida se estaba bien j gozando de buena salud. Me condujeron a presencia del SS-Sturmbannfhre, Schendrich. ste tena cortinas en las ventanas. Cortinas limpias. Cortinas, os dais cuenta? Cortinas de color verd claro con dibujitos amarillos. Verde claro con dibujitos amarillos. Verde claro con... -Qu te hace babear de esta manera, vive Dios? El corazn me dio un vuelco. -Nada, Herr Sturmbannfhrer. Disclpeme, Hen Sturmbannfhrer. Tengo el honor de declarar que ad me hace babear. Una inspiracin repentina me sugiri que aadiese er voz baja; 34 -Tengo el honor de declarar qu no Hago ms que | babear... Me mir, bastante desorientado. Luego ahuyent no s qu pensamientos importunos y me alarg con brusquedad | una hoja de papel. -Firmar aqu que siempre ha recibido el rancho ordinario del Ejrcito, que nunca ha padecido hambre o sed, y que no tiene ningn motivo para quejarse de las condiciones de existencia en el interior de este campo durante su estancia en l.

Firm. Qu importaba? Iba a ser transferido a otro campo? O bien me haba llegado el turno de balancearme al extremo de una cuerda? Empuj hacia m un segundo documento, de aspecto ms bien formidable. -Y aqu firmar que siempre ha sido tratado severamente, pero bien, de acuerdo con las estipulaciones del derecho internacional. Firm. Qu importaba? -Si alguna vez pronuncia una sola slaba sobre lo que ha visto u odo aqu, me apresurar a recuperarlo y preparar personalmente su ceremonia de bienvenida, entendido? -Entendido, Herr Sturmbannfhrer. De modo que se trataba de un traslado. Me condujeron a una celda donde me esperaba un uniforme verde, sin ninguna insignia, que me ordenaron vestir. -Limpate las uas, cerdo! Un SS me introdujo luego en el despacho del comandante, donde cobr un marco y veintin pfennigs por mis siete ltimos meses de trabajo, desde las seis de la maana hasta las ocho de la noche. Un Siabscharfhrer aull: -Prisionero 552318A... En proceso de excarcelamiento... Retrese! Tambin esto era una forma de tortura. Pero conoca la astucia y me senta muy orgulloso por no dejarme engaar. Describ media vuelta y sal, en espera de sus estallidos de risa. Pero no, eran an ms sutiles de lo que yo haba sospechado. Contenan sus deseos de rer. -Sintese en el pasillo hasta que vengan a buscarle! No. No se rean. Y, a pesar mo, empezaba a esperar. Tuve que aguardar ms de una hora en tanto que mis nervios se crispaban a flor de piel con cada minuto que pasaba. Cmo era posible que unos hombres, unos seres

aparentemente humanos, pudiesen llegar tan lejos en la perversin refinada, en el sadismo? Y me repeta: Sin, embargo, sabes bien que pueden llegar an mucho ms lejos. Te crea curado para siempre de esas ilusiones pueriles... Incluso hoy revivo intensamente, cuando pienso en ella, esa estupefaccin atnita que cay sobre m cuando segu al Feldwebel hasta el pequeo Opel gris, despus de haber sido informado que haba recibido el indulto y que en lo sucesivo servira en un batalln disciplinario. El pesado portaln se cerr a nuestras espaldas. Los grandes edificios de hormign con las minsculas ventanas cubiertas de rejas se desvanecieron al mismo tiempo que se alejaba el horror, el espanto sin nombre... No llegaba a comprenderlo. Estaba aturdido; an ms: Consternado! Cuando el auto atravesaba el patio del cuartel de Hannover an no me haba recobrado totalmente de la impresin. Ahora, despus de todos esos aos, slo recuerdo el horror, el espanto sin nombre bajo el aspecto de las cosas concluidas, pasadas de una vez por todas. Pero, por qu, por qu esa consternacin al verlas desvanecerse detrs de m? Es una pregunta a la que nunca he encontrado respuesta. Veinte veces por da, con gran aparato de imprecaciones y de blasfemias, se nos repeta que servamos en un batalln disciplinario, lo que significaba que debamos ser los mejores soldados del mundo. Durante las seis primeras semanas, hicitnos la instruccin desde las seis de la maana hasta las siete y media de la tarde, Instruccin, siempre instruccin.~ U IEGION DE LOS CONDENADOS

CIENTO TREINTA Y CINCO CADVERES AMBULANTES Instruccin hasta que la sangre nos brotaba de ks uas... Y no es sentido figurado! Paso de la oca con todo el equipo a cuestas: casco de acero, mochila, cartucheras llenas de arena y capote de invierno, en tanto que a nuestro alrededor la gente sudaba a chorros con su indumentaria de verano. Marchas forzadas en terrenos pantanosos donde nos hundamos hasta la pantorrilla... Manejo del arma, con los brazos levantados y el rostro impasible, mientras el agua nos llegaba al cuello. Nuestros suboficiales formaban una jaura de demonios aulladores que vociferaban y nos insultaban hasta llevarnos a dos dedos de la locura. Poda confiarse en ellos para que nos se les escapara ni una sola ocasin. No se nos poda castigar, recluyndonos en nuestros barracones, por la sencilla razn de que nunca disponamos del menor instante de libertad. Siempre haba servicio, servicio, servicio. Cierto es que disponamos de una hora para cenar y en teora podamos disponer del tiempo entre las siete y media y las nueve de la noche. Pero si no pasbamos todos y cada uno de los minutos de esa hora y media limpiando nuestros uniformes manchados, o abrillantando nuestras botas y el resto de nuestro equipo, nos enseaban a hacerlo mediante las represalias ms implacables. 39

A las nueve, todo el mundo deba estar acostado. L, que no supona, desde luego, un sueo reparador. Cad noche tenan lugar ejercicios de alerta y de cambio pido de uniforme. * Cuando sonaba la alerta, bajbamos de nuestros cama: tros, nos ponamos la indumentaria de campaa y nc presentbamos en el patio. Entonces nos enviaban a p< nernos los uniformes de desfile. Luego los de ejercici Despus, de nuevo, los de campaa. Nunca sala la co: totalmente bien. Noche tras noche, los suboficiales n< acosaban y perseguan por las escaleras del cuartel con si fusemos un rebao de bestias amedrentadas, hasta qt la sombra de uno solo de ellos era casi suficiente pa hacernos desfallecer de miedo. Al cabo de las seis primeras semanas empez la segu da fase de nuestra formacin prctica, y si hasta entone no sabamos lo que era la fatiga, las maniobras de ca paa no tardaron en ensernoslo. Atravesar a rastras kilmetros de terreno especial < entrenamiento, sembrado de escoria de hierro o de slk cortantes que nos dejaban las palmas de las manos ce vertidas en una pulpa sanguinolenta, o bien con un i peso fango ptrido que amenazaba con asfixiarnos... Pe lo que temamos sobre todo, eran las marchas forzadas. Una noche, nuestros suboficiales irrumpieron en los cintos donde dormamos como muertos, vociferando c ms energa an que de costumbre. -Alerta! Alerta! Salto general de los camastros, forcejeos febriles con diversas piezas del equipo. Una correa encallada, un m quetn, obstinado, medio segundo perdido, catstrofe... Menos de dos minutos ms tarde los pitidos resonaban en los pasillos, los pies de los suboficiales golpeaban 1 puertas... -Tercera Compaa, a foorMAR! Qu diablos estis haciendo ah! An no habis bajado, maldita sea? Y las mochilas, sin cerrar! Dnde creis que estis, hatajo de gandules? En un hospicio para ancianos? Avalancha en las escaleras mal iluminadas de hombres! embrutecidos que acababan de abrocharse una ltima coj rrea. Formacin incierta en el patio del cuartel. Luego: -Tercera Compaa... A vuestros acantonamientos.. UNIFORME DE EJERCICIO! Que unos hombres puedan vociferar as sin que estalle una arteria en el crneo, me ha parecido siem un desafo al sentido comn. Pero, no ser precisamente I40

el sentido comn lo que les falta? Habis observado su manera de expresarse? Son incapaces de hablar como todo el mundo. Sus palabras estn soldadas entre s hasta producir una especie de balido, con excepcin de la lti0ia, que trata de restallar como la punta de un ltigo. Nunca les oiris terminar una frase con una slaba no acentuada. Fragmentan todo lo que dicen en salvas, de interjecciones militares, incomprensibles. Esos berridos, esos eternos berridos! Hay que reconocer que esa gente debe tener el crneo vaco... Como una oleada que lo barre todo a su paso, los ciento treinta y cinco reclutas que formbamos el grupo nos precipitbamos hacia la escalera para regresar a nuestros alojamientos y ponernos el uniforme de ejercicio antes de que sonara un nuevo a fooorMAR... Habiendo realizado esta operacin una docena de veces durante la noche, con el acostumbrado acompaamiento de maldiciones e injurias, la compaa se encontr finalmente en medio del patio, jadeante y sudorosa, pero en buen orden de marcha, dispuesta a emprender el ejercicio nocturno previsto en el programa. Nuestro comandante de compaa, un capitn manco llamado Lopei, nos observaba con una ligera sonrisa en los labios. Exiga de sus hombres una disciplina frrea, inhumana. Y, sin embargo, entre todos nuestros verdugos, era el nico que, a nuestros ojos, tena algo de humano. Todo lo que nos haca hacer tena al menos la decencia de hacerlo l mismo, y nunca nos peda algo que estuviera

por encima de sus propias fuerzas. Cuando regresbamos del ejercicio, tena un aspecto tan derrotado como el nuestro. Era su manera de ser leal, y la lealtad era algo que habamos perdido de vista haca mucho tiempo. Estbamos acostumbrados a ver a cualquiera que gozase de autoridad escoger cabeza de turco tras cabeza de turco y hostigar al pobre diablo, hacerle la vida dura hasta vaciarlo, convertirlo definitivamente en inepto, hacerle reventar de agotamiento o impulsarlo al suicidio. El capitn Lopei no tena ni favoritos ni cabezas de turco. Perteneca a ese tipo rarsimo de oficiales que pueden conducir a sus hombres hasta el mismo infierno por la sencilla razn de que ellos andan siempre en cabeza y iw, a su manera, demuestran una lealtad inflexible. Si el valor y la integridad de aquel hombre hubiesen estado servicio de cualquier otro sistema que no fuera el de Adolfo Hitler, si hubiese sido oficial en cualquier otro 41

ejrcito, me hubiera inspirado simpata. Tal como estaba las cosas, me inspiraba un respeto innegable... Inspeccion brevemente su compaa. Despus retroc dio unos pasos y orden: -Tercera Compaa, fiirMES! Aaaarmas al HOA, ERO! Choques rtmicos de ciento treinta y cinco fusiles al aterrizar simultneamente, en tres tiempos, sobre ciento treinta y cinco hombros. Luego varios segundos de silencio absoluto, mientras cada oficial, suboficial y simple soldado miraba fijo ante s, rgido como un poste bajo un casco de acero. Desdichado del triple infortunado que en aquel momento hubiese movido aunque slo fuese la punta de la lengua! De nuevo la voz del capitn, entre los altos lamos y los edificios grises del cuartel: -DeeeRECHA! De frenteee... MARCHEN! Retumbar de botas claveteadas en el cemento del patio, con produccin de chispas fugaces. Cuarto de vuelta al salir del cuartel e inicio de la marcha por el camino empapado, bordeado de lamos. En un batalln disciplinario, las conversaciones y las canciones estn, naturalmente, prohibidas; individuos de cuarta categora no pueden aspirar a los privilegios del soldado alemn. Como tampoco tenamos derecho a llevar el guila o los otros smbolos de honor: slo llevbamos, en la manga derecha, una cinta blanca -y que siempre deba permanecer blanca!- cruzada por la palabra SONDERABTEILUNG en letras negras. Como debamos ser los mejores soldados del mundo, todas nuestras marchas eran marchas forzadas. En menos de un cuarto de hora estbamos cubiertos de sudor, nuestros pies empezaban a calentarse y abramos la boca para poder respirar, pues la nariz por s sola resultaba rpidamente incapaz de suministrarnos una cantidad de oxgeno suficiente. El correaje y el fusil impedan que la sangre circulara normalmente en nuestros brazos, produciendo la hinchazn de los dedos. Pero para nosotros tocio eso no era ms que una insignificancia. Podamos realizar una marcha forzada de veinticinco kilmetros sin experimentar la menor molestia. Entonces empezaba el ejercicio: avance en guerrillas, por saltos sucesivos, un hombre cada vez. Con los pulmones trabajando como los soplillos de una fragua, nos lanzbamos por el campo abierto, al galope, arrastrndonos a travs de campos helados, empapados, excavando 42 nuestros refugios provisionales de animales acorralados, con nuestras cortas palas de trinchera. Pero, desde luego, nunca bamos lo bastante aprisa. A cada momento sonaban los silbatos, y nosotros tratbamos intilmente de recuperar el aliento, jadeando e hipando durante unos segundos demasiado breves, en tanto que las maldiciones llovan sobre nosotros. Despus haba que continuar. Adelante..., adelante..., adelante. Estbamos rebozados de tierra hmeda; nos temblaban las piernas y el sudor corra a chorros por todo nuestro cuerpo, enconando las heridas causadas por el roce de las correas que sujetaban nuestro pesado equipo. El sudor impregnaba nuestros uniformes y eran muchos los que tenan las guerreras llenas de manchas oscuras. El sudor nos cegaba, y nuestras frentes irritadas nos escocan cruelmente, a fuerza de secarlas con unas manos sucias o unas mangas speras. As que nos inmovilizbamos, el bao de sudor se transformaba en bao de hielo. Yo tena el interior de los muslos en carne viva. Y el miedo aada su sudor personal al del agotamiento. Al amanecer estbamos ya agotados, embrutecidos. Pero era la hora de practicar nuestro ejercicio de alarma area. Carrera a toda velocidad por el mal camino del que cada piedra, cada charco, cada bache, reclamaba una atencin permanente, pues el menor paso en falso poda significar la cada o la dislocacin, y el castigo. Slo el hecho de adelantar un pie despus del otro, para correr o para andar, acto que por lo general se realiza normalmente y sin prestarle atencin, requera un esfuerzo fsico y mental casi sobrehumano. Tan abrumador

era el peso que sentamos en las piernas. Pero no obstante, trotbamos con obstinacin, cojeando y tropezando a paso gimnstico. Nuestros rostros de rbitas hundidas, generalmente plidos, estaban rojos como langostinos, los ojos desencajados y fijos, las venas de la frente desmesuradamente hinchadas. Tenamos la boca seca, rodeada por una baba viscosa, y de vez en cuando un hipo desesperado proyectaba salpicaduras de espuma blanquecinas. Los silbatos nos horadaban el cerebro y saltbamos a la derecha y a la izquierda, zambullndonos en las cunetas,^ sin mirar lo que haba en el fondo, zarzas, barro, o algn colega ms rpido que nosotros. Luego empezaba el montaje frentico de los morteros y de las ametraadoras en posicin de tiro, montaje que deba reali^se en pocos segundos, aun a costa de un esguince o e una mano ensangrentada. 43

Y de nuevo la marcha, kilmetro tras kilmetro. Cre que s todo lo que es posible saber sobre las distints clases de caminos. Caminos blandos, caminos duros, c, minos anchos, caminos estrechos, pedregosos, fangoso pantanosos, pavimentados, alquitranados, nevados, accidet tados, llanos, resbaladizos, polvorientos. Mis pies me^ha enseado todo lo que es posible saber sobre los camino Los caminos odiosos, enemigos y verdugos de mis pie Despus de la lluvia, el sol. Es decir, sed, cabeza p sada, jaqueca, deslumbramiento. Los pies y los tobills se hinchaban dentro de las polainas. Uno avanza en ut especie de estado hipntico. A medioda, por fin, una parada... Nuestros mscul, estaban tan atormentados que quererlos detener constitu otra tortura ms. Algunos no lo conseguan y seguan 11 vados por el impulso, despus de haber resonado la c den, golpeaban al hombre que les preceda y se quedah; all con la cabeza gacha, al borde del desmayo, has que el otro los rechazaba sin miramientos. Nos habamos detenido al lindero de un pueblo. D o tres nios vinieron a contemplarnos. La parada ses de media hora. Olvidando que estbamos a cincuenta 1 lmetros del cuartel, todos nos dejamos caer en el lug que ocupbamos, sin ni siquiera aflojar una sola cor dormidos antes de tocar el suelo. Un segundo ms tarde, nuevo pitido. Un segundo q haba durado treinta minutos; todo nuestro preciado poso. Puesta en marcha de nuevo, tal vez la peor tort de todas. Los msculos rgidos, los pies hinchados no qu ren saber nada. Cada paso cuesta una serie de dolo agudos que ascienden directamente hasta el cerebro, planta de los pies siente a travs del cuero cada ca de la suela y se tiene la impresin de andar sobre c cotes de botella. Pero ni pensar en disminuir la marcha: ningn cami siguiendo la columna para recoger a los agotados. I pobres diablos que se derrumban son objeto de un trs miento especial administrado por el teniente y los t suboficiales ms sdicos de la compaa. Son brutalizac rs y acosados sin piedad hasta que pierden el sentido, o 3 vuelven locos furiosos, o bien se transforman en autma sin voluntad propia, que ejecutan automticamente las denes y que saltaran por la ventana de un quinto p si alguien se lo ordenara... Durante todo el camino damos escuchar a los suboficiales aullar amenazas de i ter en el calabozo a los dbiles, por insubordinacin.44

no ejecutaban las rdenes a plena satisfaccin de aquellos malditos bestias. A ltima hora de la tarde penetrbamos en el patio del cuartel, al borde del colapso. -Paso de desfile... AR! Un ltimo esfuerzo, que considerbamos imposible, piernas rgidas proyectadas hasta una posicin horizontal, pies golpeando el suelo rtmicamente. Ante nuestros ojos se arremolinan unas lucecillas. Uno se siente literalmente morir. _Pero hay que hacerlo, es preciso. Los pies caen con ritmo implacable, aplastando el polvo, aplastando el dolor. Un ltimo esfuerzo, conseguido con alguna reserva final de energa! El comandante del campo, el Oberstleutnant Von der Lenz, estaba en el lugar preciso en que debamos efectuar el cuarto de vuelta que nos situara frente a nuestros alojamientos. El capitn Lopei vocifer: -Tercera compaa... vista a la IZQUIERDA! Todas las cabezas miraron en un mismo movimiento, todas las miradas fijas en la silueta frgil del coronel. Pero los movimientos rgidos que constituyen el saludo no tenan en esa ocasin nada de rgidos. Incluso se produjo una ligera vacilacin! El capitn Lopei tuvo un sobresalto, se detuvo, se alej para observar su compaa. Luego reson la orden: -Tercera compaa... ALTO! Era el coronel. Por un momento rein un silencio helado al que sigui el rugido furioso de Von der Lenz:

-Capitn Lopei, a esto llama una compaa? Si quiere ir al frente con el prximo batalln de infantera no tiene ms que decrmelo. Hay-muchos oficiales que estaran ms que contentos con esta guarnicin... La voz del coronel se hizo sobreaguda, histrica: -Qu significa esa pandilla de perros-miserables? Ese hatajo de chusma indisciplinada? A eso le llama soldados prusianos? Perros sarnosos, s! Pero tengo un buen remedio contra la sarna! Arrogante y lleno de sarcasmos, paseaba su mirada sobre nuestra compaa de sonmbulos aterrados. Si por lo menos callara pronto, para poder regresar a nuestros barracones, desprendernos del equipaje y dormir... _ r -S, tengo un buen remedio contra la sarna -repiti con tono amenazante-. Los perros sarnosos necesito un poco de ocupacin, un poco de entrenamiento, eh, capitn Lopei? -S, mi coronel, un poco de entrenamiento. 45

Un odio sombro nos invada, mezdado con piedad po nosotros mismos. Esta historia nos costara al menos ur> hora de ejercicio ms agotador que cualquier ejrcit haya inventado jams, el paso de desfile alemn, el pas de la oca... Habis tenido alguna vez las glndulas de la regi inguinal hinchadas y duras hasta el punto de que cad paso constituye un martirio, los msculos de los muslos, apelotonados en bolas compactas sobre las que hay que golpear con todas las fuerzas, de vez en cuando, para que sigan trabajando, los msculos de las pantorrillas contrados por los calambres, cada bota pesando un quintal y cada pierna una tonelada y, en tales condiciones, habis tratado alguna vez de levantar la pierna, con los dedos rgidos hacia delante, siguiendo la prolongacin del muslo, tan rpidamente, tan graciosamente como una bailarina clsica? Y habis probado alguna vez, despus de esto, cuando vuestros tobillos ya no tienen fuerza para sosteneros, vuestros dedos no son ms que una masa sanguinolenta y os arde la planta de los pies, con ampollas surgiendo, estallando y sangrando por todas partes, habis tratado alguna vez de lanzarlo hacia delante, apoyados en un pie, en tanto que el otro cae sobre el suelo con un impacto resonante? Y todo esto debe hacerse rtmicamente, con una precisin que transforma a ciento treinta y cinco hornbres en una sola mquina, cuyo martilleo rtmico, regular, hace decir a la gente que se detiene para escucharlo: -Esto s que es un desfile militar! Esto s que es magnfico! Dios mo, qu Ejrcito tenemos! El paso de la oca produce siempre una enorme impresin. En las ocas. El paso de la oca a nosotros no nos impresionaba en absoluto. Por lo menos en ese sentido. Es el ejercicio ms infernal, ms repugnante de toda la historia del Ejrcito Ha desgarrado ms msculos y daado ms ganglios linfticos que cualquier otra forma de ejercicio. Preguntad su opinin a los mdicos! Pero habamos subestimado a nuestro Oberstleutnant No nos libraramos con una hora de paso de desfile. El muy cerdo se haba marchado, saludado por el capital Lopei, pero antes de alejarse haba dicho: -S que conozco un buen remedio! Capitn Lopei -A la orden. -Llvese todo eso al terreno de ejercicios y enseles a ser soldados en vez de una jaura de perros sarnosos.46 No regrese antes de maana por la maana, a las nueve... y si a esa hora esta compaa no es capaz de ejecutar un paso de desfile que hunda los adoquines del patio, vuelvo a enviarle inmediatamente. Entendido? -Entendido, Herr Oberstleutnant. Toda la noche practicamos el ataque en terreno abierto y el paso de desfile. Y el da siguiente, a las nueve, desfilarnos como un trueno ante el Oberstleutnant, que no se dio en seguida por vencido. Nos hizo desfilar siete veces ante l, y estoy seguro de que si alguno de nosotros hubiese llevado nicamente una dcima de segundo de adelanto respecto a los otros, nos habra devuelto inmediatamente al terreno de ejercicios. Eran las diez cuando finalmente recibimos la orden de romper filas, lo que nos permiti regresar a nuestros alojamientos y dormir.

Era inhumano, sin duda, pero nosotros ya no ramos seres humanos. ramos perros sarnosos, perros hambrienPorque para imaginarse nuestro entrenamiento bajo su verdadera luz y perspectiva, hay que aadir an... el hambre. En este aspecto, como en tantos otros, estbamos en realidad completamente desequilibrados. Al final de la guerra, en el ao 1945, todo el pueblo alemn viva con raciones de hambre, pero ya desde 1940 y 1941 estbamos mucho peor atendidos que el sector ms desamparado de la poblacin -a saber, los vulgares civiles- deba estarlo en 1945. Como no tenamos tarjeta de abastecimiento, no podamos comprar nada. El almuerzo era el mismo todos los das: un litro de caldo de remolacha, con un puado de coles agrias para darle un poco de consistencia, y esa col agria nicamente una de cada dos veces; no fuera cosa que la buena vida nos reblandeciera demasiado y nos apoltronase! La carne era un lujo que no conocamos. Cada noche recibamos nuestras raciones secas para veinticuatro horas: un pedazo de pan de centeno que, con cierta prctica, se consegua dividir en cinco rebanadas, tres para noche, dos para la maana siguiente; veinte gramos de margarina rancia y un pedazo de queso cuyo contenido y menos de una hora ms tarde, rodbamos hacia Friburgo donde debamos ser constituidos en unidades cornbatientes que a continuacin seran enviadas, para entrenamiento supletorio, a las cuatro esquinas de una presa de locura. Durante el trayecto mis cuatro 62

geros se presentaron, y con ellos hice m guerra personal.Willie Beier era diez aos mayor que nosotros y por este motivo le llambamos el Viejo. Estaba casado y era padre de familia: dos hijos. Tambin era berlins y ebanista. Sus opiniones polticas le haban valido dieciocho meses de campo de concentracin, tras lo cual fue perdonado y enviado a un batalln disciplinario. -Y ya no me mover de aqu -termin con una sonrisa- hasta que uno de esos das nos venga un mal encuentro con una pildora cualquiera. El Viejo era un compaero formidable. Siempre tranquilo y apacible. Ni una sola vez, durante los cuatro aos espantosos que hemos pasado juntos, le he visto perder los estribos. Era uno de esos tipos extraos que segregaban calma, esa calma que tanto necesitbamos todos en los malos momentos. Pese a que entre l y nosotros slo hubiesen diez aos de diferencia, nos mostraba una actitud casi paternal y en muchas ocasiones tuve que dar las gracias a mi buena suerte por haberme metido en el tanque del Viejo. Joseph Porta, Obergefreiter, era uno de esos bromistas incorregibles a los que nada puede afectar. Se burlaba de la guerra como de sus primeros calzones, y creo sinceramente que ni Dios ni el diablo se atrevieron nunca

a interponerse en su paso por miedo a salir ridiculizados. Todos los oficiales de la compaa le teman y evitaban como a la peste, porque era capaz de hacerles perder, a veces para siempre, todo su prestigio, con slo mirarlos inocentemente a los ojos. Siempre que conoca a alguien, no olvidaba informarle que l era rojo. Efectivamente, haba purgado doce meses en Oranienburgo, por actividades comunistas, actividades que se haban limitado, en 1932, a ayudar a algunos compaeros, a colgar dos o tres banderas socialdemcratas en el campanario de la iglesia de San Miguel. Esta broma le haba costado quince das de crcel, por 1 dems prontamente olvidados, hasta que en 1938 la Gestapo le detuvo sin previo aviso y se esforz en persuadirlo de que conoca el misterioso escondrijo del enorme pero siempre invisible Wollweber, jefe de los conmistas. Maltratado durante un par de meses, fue luego llev?do ante un tribunal que se bas, para juzgarle, en una Dantesca ampliacin fotogrfica, representando a Porta La su bandera roja en camino hacia la iglesia de San ^guel. Sentencia: doce aos de trabajos forzados por 63

ractividades comunistas y profanacin de la casa de Dli , [ Poco tiempo antes del inicio de las hostilidades, cctjj muchos otros prisioneros, fue perdonado de la manera habitual, es decir, enviado a un batalln disciplinario. Los soldados tienen de comn con el dinero que poco im. Porta su procedencia... Nacido en Berln, Porta posea en su grado ms alto el humor _equTOco, Ja lengua bien suelta y la desfadiatez fantstica del tpico berlins. Le bastaba abrir la boca para que tpdo el mundo empezara a rerse, sobre todo cuando iniciaba las inflexiones gangosas y Ja insolente artogancia del Iacayo de m hidalgo prusiano. Tena tambin un talento natural, autntico, de msico y tocaba tan bien la guitarra como el rgano de iglesia, y nunca abandonaba su flauta, de la que extraa milagros con Eus 0[iUos astutos fijos ante s, su crin roja flotando al viento como una gavilla de heno en plena tormenta, QUe interpretara una tonadilla popular o que improvisara ^K temas clsicos, las notas salan del ins, truniento bailando como seres vivos. los ojos de Porta, una partitura musical era como un jeroglfico chino, pero bastaba que ej y^0 silbara la meloda para que l la continuara inmediatamente, como si la hubiese conocido siempre e inciuso ja i^iese compuesto. Finalmente, era un narrador nato. La historia ms exBagante pO(jja uraJ. ea sus labios varios das, aunque la hubiese inventao meticulosamente toda ella desde la A hasta la 2. Como todo berlins que se respete, Porta olfateaba a muchos kilmetros toda posible fuente de cuchipanda, jun< to con el sistema de obtenerla y, si se poda escoger, cual era la mejor. Fue sin duda un Porta el que per. mitio sobrevivir a los judos durante el xodo a travs del desierto. Sostena que gozaba de mucho xito con las mujeres, pero vindole de cerca uno no poda dejar de sentir duda. Era alto como una zancuda y proporcionalmente delgado. Su cue]lo de cigea surga muy derecho del u Afeme* y cuando hablaba su nuez te causaba vrtigo Con sus CQntinuos vaivenes. Su rostro singular estaba salpicado de pecas. Sus ojillos porcinos, de color ver-e mostraban unas largas pestaas blancas y parecan acribillar a sus interlocutores con dardos maliciosos. Su pf lambrera, de color rojo ardiente, estaba continuamente e zada. Su nariz. Dios sabe por qu, constitua su pr pal motivo de orgullo. Cuando abra la boca, se distin 64 un diente, aislado en medio de su mandbula superior. Aseguraba tener otros dos, pero como se trataba de muelas, no se las poda ver. Dnde haba podido encontrar intendencia unas botas lo bastante grandes para l? Misterio! Por lo menos deba calzar un 47. Pluton, el tercer miembro del cuarteto, era una montaa de msculos. Tena el grado de Stbsgefreiter y en realidad se llamaba Gustav Eicken. En su caso no era la poltica, sino unas honestas infracciones del derecho comn, las que le haban enviado por tres veces a los campos de concentracin. Descargador en Hamburgo, a instancias de sus compaeros, haba birlado un buen nmero de cosillas en los almacenes y los barcos que estaban descargando. Esas actividades les valieron a todos seis meses de crcel. Llevaba apenas cuarenta y ocho horas libre cuando la polica fue a buscarle. Esta vez se trataba de su hermano, que haba falsificado un pasaporte y que por tal motivo fue decapitado. Pluton cumpli nueve meses de crcel sin ser nunca interrogado. Luego, un buen da, le pusieron de patitas en la calle, despus de haberlo aporreado concienzudamente, pero siempre sin darle ni la menor explicacin.

Tres meses ms tarde, le detuvieron de nuevo. Esta vez, por el robo de todo un camin cargado de harina, Pluton no saba nada del asunto, pero de todos modos recibi una nueva paliza, fue careado con un sujeto que jur haberle tenido por cmplice en el golpe de la harina, y se vio condenado, al final de un juicio de doce minutos, a seis aos de trabajos forzados. Pas dos de ellos en un campo de internamiento, y luego fue transferido, como todo el mundo, a un batalln disciplinario, acabando por recalar, junto coa nosotros, en el 27 Regimiento Disciplinario. Si alguien deseaba enfurecerlo, no haba ms que pronunciar una frase que contuviese las palabras camin y harina. El ltimo de los cuatro, Antn Steier, Obergefreiter, era llamado por todos Pulgarcito. Meda apenas un metro y medio y proceda de Colonia, donde haba trabajado en 1 ramo de los perfumes. Un altercado ruidoso en una cervecera le condujo directamente al campo de concentracin, junto con dos compaeros. El uno haba cado ya en Polonia, y el otro, declarado desertor, detenido y ejecutado. Nuestro tren tard seis das en llegar a su destino, es Friburgo, la pintoresca ciudad del sur de Alemania. 65

Sabamos que no permaneceramos all mucho tiempo, ti sitio de un regimiento disciplinario no es la retagnardi sino la primera lnea, donde se escriben las pginas nJ sangrientas de la historia de los pueblos. Corra el tn mor de que bamos a ser enviados a Libia, va Itala pero, en realidad, nadie saba ms que su vecino. El pt raer da discurri con las formalidades de la clasificacin entrega de hojas de ruta y otras menudencias. Tuvimos incluso tiempo para pasar unos agradables momentos en la posada Zum Goldenen Hirsh, cuyo jovial patrono era llamado evidentemente Schulze, y no menos evidentemen. te, result ser un viejo amigo de nuestro Joseph Porta. El vino era bueno, las muchachas bonitas, y si nestras voces no eran completamente armoniosas, tenan, al menos, el mrito de ser potentes. Haca tanto tiempo que no haba participado en aquel gnero de^ francachelas, y tantas cosas nauseabundas me pesaban an sobre los hombros, que me cost un trabajo atroz enterrar lo pasado, o, ms exactamente, dejarlo en suspenso por aquella noche, puesto que se me ofreca la ocasin. Si lo consegu en aquella oportunidad, y ms tarde en otras muchas, fue gracias a Porta, al Viejo, a Pluton y a Pulgarcito. Todos haban pasado por la horma y ahora eran unos duros, y cuando en el programa haba buen vino, dciles compaeras y canciones, se burlaban con todas sus fuerzas, tanto de lo pasado como de lo por venir. M principio, el ferroviario rehus. Un buen nacionalsocialista no poda aceptar decentemente ir de compras para unos antiguos presidiarios! Pero cuando Porta le desliz en el odo unas palabras prometedoras relativas a una botella de ron, el ferroviario olvid por un momento su calidad de ser superior, llegse a casa de Schulze, nuestro grueso posadero, y regres, muy pronto, con un voluminoso paquete del que nos apoderamos inmediatamente. -Eres miembro del partido, verdad? -interrog Porta (Joseph) con una mezcla inefable de inocencia y de jovialidad. El ferroviario mostr la enorme insignia del partido nazi que pretenda adornar el bolsillo de su uniforme. -Desde luego! Por qu me lo preguntas? Los ojos verdes de Porta se entornaron. -Voy a explicrtelo, amigo mo. Si eres miembro del partido, obedecers la orden del Fhrer relativa a que el bien de la colectividad est antes que el del individuo. Y, en consecuencia, nos dirs aproximadamente lo que sigue: Valeroso guerrero del 27 Regimiento. A fin de ayudaros a combatir an mejor por el Fhrer y por el pueblo, en mi gratitud os ofrezco esta botella de ron que el seor Joseph Porta, Obergefreiter por la gracia de Dios, haba decidido, en su bondad infinita, entregar a mi miserable persona. No es exactamente lo que te proponas decir? No temblaban estas palabras en la punta de tu lengua? Mi querido amigo, te damos las gracias desde lo ms hondo de nuestro corazn, y, dicho esto, puedes retirarte...

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La mano de Joseph Porta describi un magnfico molinete. Luego levant su gorra y aull:-Griiss Gott! Y as que l desdichado ferroviario nazi se hubo alejado rechinando los dientes, abr, mos l paquete. Haba en l cinco botellas de vino; haba un gigantesco asado de cerdo; haba dos pollos asados; haba...

CURIOSIDADES DE LOS BALCANES -Pero debemos recordar que nos vamos a la guerra __djo con voz temblorosa-, y que la guerra puede ser a veces algo muy peligroso. Segn lo que cuentan, incluso hay personas que mueren. Suponed que una bala perdida nos perfora bruscamente a todos a la vez. O suponed... La voz de Porta no era ms que un cuchicheo horrorizado. -...suponed que nadie resulte tocado, pero que rompa estas tres botellas mientras an contienen algo. Esto s que puede llamarse los horrores de la guerra! Pese a estas terribles perspectivas guardamos no obstante ua parte para ms tarde. Y muy pronto el tren se puso efl marcha. -Ya est, arrancamos, arrancamos! Dios sabe por qu experimentbamos la necesidad de vociferar de aquella manera, porque la puesta en marcha del tren era un hecho evidente, lo mismo para nosotros, fflsialados^ en nuestro furgn, que para todos aquellos que Permanecan en tierra. Las grandes puertas deslizantes estoban abiertas por ambos lados, y colgbamos en ellas a facimos^ aferrados los unos a los otros y vociferando a 88 y ^mejor. Cualquier pretexto nos serva para lanzar nos vtores resonantes: un gato, una vaca, y coa mayor wtwo una mujer! 69

-Podis explicarme qu es lo que aclamamos de manera? -interrog de repente el Viejo-. Tan con. lentos estamos de ir a la carnicera? Porta se interrumpi en mitad de un hurra y reflexio^ profundamente. -Qu estamos aclamando? Pues bien, mi pequea ca. beza de liblula, no lo s. Vociferamos, esto es un hecho pero, por qu? Nos consult a todos con la mirada. -Yo creo que lo s -dijo Pulgarcito. -Adelante, te escuchamos. -Lanzamos vtores porque nadie ha odo hablar de una guerra en la que no se lanzaran vtores! Pulgarcito nos mir solemnemente y luego aadi, con brusca inspiracin: -Y tambin porque estamos en camino para desempear una noble misin. Estamos en camino para ayudar a nuestro querido Fhrer, a nuestro gran Adolfo a conseguir una magnfica derrota, a fin de que esta porquera de guerra termine lo ms pronto posible y el maravilloso hundimiento de este rgimen podrido se convierta en una gloriosa realidad. Porta le levant del suelo, le bes en las dos mejillas, volvi a dejarlo, alarg su cuello de cigea y lanz un rugido de jbilo que probablemente oira el propio Fhrer, pero cuyo significado no pudo comprender. Estoy mal situado para expresar una opinin ecunime, pero desde el punto de vista del vulgar soldado, el famoso genio germnico para la organizacin me parece muy exagerado, cuando menos por lo que respecta al transporte de tropas. La impresin que recibe el soldado, segn los planes tan alabados del Estado Mayor General, es que cuando debe ser transportado de un sitio a otro, importa ante todo transportarlo en zigzag. Llevar a un simple soldado del punto A al punto B en lnea recta y sin largas paradas en medio de los campos o en las vas muertas de las pequeas estaciones de clasificacin, en una palabra, sin la menor prdida de tiempo y una inspeccin, hawa F ^^ tj.aer d regstro y habla a peticin suya, se n* ledo en voz alta: K nacido en Berln en

__Se llama usted gr^a de Mosc_ Es usted me1902, casado con Ka0 bdc cnico montador y n* en varias fbricas del

Ei^como ingeniero instructor Leningrado. Ha obtenido prestados a fetrabainsttuctM> y es miembro jadores rusos en u del partido... , meneaba la cabeza el oficial. Cuanto mas lea, mas a { e bastante

-Evidentemente, su pn. extraa... Viaba exclamado: Pero de repente haba e ^ usted k frontera -Ah, aqu esta, i* ^ ^^ Su acto fue polaca para penetrar en gravemente ^ -Pero mi pasaporte , entr en k sabe de sobra J^S/ hace catorce aos. De U.R.S.S., en la q rreii rte estaba en regla. Todo el mundo

los cuales, dos en J crcmbros del ofidal. -^debido ed ocultar a la G.P.U. algo que ha acabado por f0^ Kruse supo que acababa de ser Un ao mas tatoe, forzados por haberse condenado a ^p^hmtnie en la Rusia Sovitica, introducido sub f gs en vigor y probablemente por contrariamente a i > 168 cuenta de los servicios de espionaje alemanes. La sentencia le fue leda en su celda, sin que l llegara ni a vislumbrar la sombra de un solo juez. Muchas historias anlogas me fueron contadas de la misma manera. No puedo garantizar que sus protagonistas fuesen tan inocentes e ignorantes del motivo de su condena como pretendan. Sin embargo, un viejo ruso me afirm: -Si verdaderamente hubiesen hecho algo, habran sido fusilados inmediatamente. Unos lazos de buena amistad fueron crendose poco a poco entre el comisario para el reparto de trabajo de los prisioneros y yo. Vino a verme varias veces a la fbrica para encargarme ciertos trabajillos personales. Un da le pregunt si no podra encontrarme un puesto mejor y me prometi que se ocupara de ello. Al da siguiente estaba de regreso con una proposicin an ms chusca que todo lo dems. -Hablas ingls y alemn. Qu te parecera convertirte en profesor de idiomas? Seguramente seras capaz de ensear algo a los nios. Cuando haya una inspeccin, basta con que ofrezcas una copa al comisario, que se olvidar de inspeccionar lo que sea. As se las arregla todo el mundo... Solt una carcajada...

-No puede resultar. Chapurreo un poco vuestro idioma, pero no s escribirlo en absoluto. Prefirira que me encontraras otra cosa... Mene la cabeza con estupefaccin. -Los nios te ensearn el ruso a cambio de tu ingls y tu alemn. Estoy seguro de que todo saldr al pelo... Sin embargo, no me convert en pedagogo, sino en especialista panadero. Si alguien me haca alguna pregunta, deba contestar que haba sido comisario de panadera en Escandinavia. Un joven ruso me hizo visitar el Molino nmero 73. Me mostr unos tamices que contenan la harina ms blanca que nunca haba visto. Una harina completamente imposible de obtener por medios legales. Despus llen un saco de siete kilos, lo at, lo aplast y me dijo que lo ocultara bajo mi chaqueta, adaptndolo a la forma de mi cuerpo, para que su presencia no resultase demasiado evidente. -Y todas las maanas podrs hacer esto -aadi-. Es lo que hacemos todos. Fue gracias a esta preciosa harina organizada por169 ian

de 1Aga a s

1695_1A LEGIN DE LOS CONDENADOS

. meL-Jacin, segn la frase consagrada, que entabl ex1 ntes relaciones con los hombres de la G.P.U., a quee ^a revenc^a a un precio razonable, y rpidamente er ^ue destinaran a Fleischmann a un puesto fuera del campo. Despus obtuve para ambos oerm^^so ^e sa^r libremente por la ciudad, bajo condir- n de estar siempre presentes a la lista de la maana. B rant^ ^os meses memorables nuestra vida fue semejanu ja de cualquier ciudadano sovitico. Una vez por ce na bamos al cine, y as vimos bastantes pelculas ~ ^ns r-a con entusiasmo: __.fe aqu, camaradas, cmo el Ejrcito Rojo combate las aceckanzas de la burguesa y del capitalismo internafocla3 las cosas buenas, desde luego, tienen su fina!, v cuand0 Por ul ^e mis amigos de la G.P.U. me enter \ue g^tiios a ser sin duda desplazados de nuevo y tal vez devuels a^ infierno de Tobosk, decid junto con Fleischmann tomar ^as ^e Villadiego. Nuestra intencin era re-resar * Mosc y colocarnos, si era posible, bajo la proteccin ^e ^a Embajada sueca. Una maana promet al Q p u. de servicio un saco de harina gratuito si no reparaba e nuestra ausencia cuando la lista del da siguiente. Se ri !Bucno> murmur algo respecto a las hermosas muchachas ^ no trat^ ^e desengaarlo, y en el molino 170 solicit dos das de permiso para prestar al comisario ya no recuerdo qu servicio inventado. Met en un saco vaco todo el dinero que haba ganado en el mercado negro y despus sal tranquilamente de la ciudad y anduve hacia el punto de nuestra cita. Anduve sin la menor pausa durante aproximadamente veinticuatro horas. Cuando finalmente me dej resbalar en un foso, estaba tan fatigado que me dorm instantneamente. No existen en el mundo paisajes tan montonos como los rusos. Los caminos rurales son largos, sinuosos, construidos slo con tierra y piedras. Por todos lados la estepa hasta donde alcanza la vista. Y como seres vivientes, un pjaro de vez en cuando. Ochenta o cien kilmetros entre dos poblados... Finalmente, una lnea frrea, con toda probabilidad de Gorki a Saratov. Agotado, me tend junto al terrapln y luch contra el sueo. Un sol ardiente y ni una pizca de sombra. La sed no tard en torturarme. Mariposas negras volaban ante mis ojos. Ni siquiera tena ya sueo. Haba rebasado este estado. Estaba muerto, indiferente al tiempo que discurra, apenas sensible a las protestas de mi cuerpo mal tratado, deshidratado. Una sola emocin humana, inverosmil, surgida del fondo de mi letargo: deseaba una mujer. Nunca ms volvera a ver a rsula. Creo que acab por sollozar y maldecir el destino, la providencia, Dios; en resumen, fueron unas horas espantosas, interminables y abrumadoras las que pas junto a aquel terrapln, en espera de un tren, algn punto entre Gorki y Saratov. El primero que pas era un tren de mercancas que iba a buena velocidad. Vas a coger ese tren, aunque tengas que romperte el cuello; el prximo tardar probablemente horas y horas. As que la locomotora me hubo rebasado, empec a correr sobre el terrapln, atemorizado ante la idea de tropezar con una piedra y caer bajo

aquellas ruedas numerosas. Me aferr a un vagn abierto. Por tres veces, cuatro veces, trat de izarme, de despegarme del suelo y fracas, ideas locas me atravesaban el cerebro. Abandonarlo todo. Dejar que mis piernas se arrastraran. Y luego, bruscamente, tuve un ataque de rabia, apret los dientes y salt. Un momento despus estaba a buen recaudo, en la plataforma del vagn, y me deslizaba en el interior de la carreta cubierta con una lona que transportaba. Un rostro desencajado apareci, de repente, por encima del borde de la carreta. Medio muerto de terror, lo 171

Imir fijamente por un instante, antes de recordar la existencia de la pistola que haba conseguido procurarme. La saqu del bolsillo y la met bajo las narices de la aparicin que cerr los ojos y gimi: -Jezt is alies aus! -Qu historia es sta? Eres alemn? Baj el arma, estupefacto, y entonces un segundo individuo surgi lentamente de debajo de la lona. Se haban evadido de un campo de prisioneros de guerra situado a ms de ciento cincuenta kilmetros al norte de Alatyr. Al principio eran cuatro, pero uno de ellos cay bajo las ruedas del tren, y el otro se haba precipitado en brazos de-un tro de soldados rusos. Con el mapa en la mano -lo haba robado antes de abandonar el campo- estuvimos de acuerdo en declarar que no debamos rebasar Saratov en direccin al mar Caspio. Lo mejor sera tratar de alcanzar la cuenca del Volga al noroeste de Stalingrado, adonde haban llegado ya nuestras tropas. Mis dos compatriotas haban sido pescados cuatro meses antes en Maikop, y desde entonces los ejrcitos alemanes haban progresado an ms hacia el Volga. En Saratov abadonamos nuestro tren para tratar de encontrar otro ms favorable a nuestros deseos, en el caso de que ste prosiguiera su camino en mala direccin. Tropezamos con unas cajas de pescado crudo y comimos hasta hartarnos. El pescado crudo no tiene nada de repugnante. Basta, con haber alcanzado el grado de hambre conveniente. Varios gatos famlicos se disputaron los restos de este banquete y los tres ltimos pescados que no habamos podido devorar. Entretanto, nuestro tren se haba marchado ya, y ni siquiera habamos visto en qu direccin. Sin embargo, encontramos otro bajo la forma de convoy cargado de camiones y municiones. Haba nueve probabilidades entre diez de que estuviera destinado al frente. Fue entonces, y slo entonces, cuando me di cuenta de que regresaba al frente. Hasta entonces nunca me haba parado a reflexionar, pero aquellas cajas de municiones constituan un buen recordatorio. Regresaba al frente! Con anterioridad, slo haba tenido una idea: huir de Rusia, puesto que la Unin Sovitica era para m una tierra de acechanzas. Pero si me interesaba verdaderamente salvar la piel, deba regresar al frente? La vanguardia de todas las ofensivas y la retaguardia*de todas.las retiradas? La paradoja era deprimente. Por qu era tan es172 tupida la vida? Ms valia meterme una bala ea la cabeza sin prdida de tiempo! Cosa extraa, inexplicable, me senta mucho ms deprimido que cuando otro tren me arranc de los brazos de rsula al final de mi permiso. Tal vez aquel permiso representaba, precisamente, un perodo de mi vida perfectamente dichoso y satisfecho de m mismo, hasta el punto de impregnarme con el sentimiento alentador de que si la existencia no deba reservarme ninguna otra dicha, al menos habra conocido aqulla. En tanto que aqu, en la U.R.S.S:, no haba constituido nada que formase en sustancia una experiencia completa y satisfactoria. Haba vagado fugitivo en este inmenso pas, solitario y perseguido, pero tambin auxiliado ms de una vez, y, en lo ms hondo de mis sufrimientos personajes, Rusia me haba mostrado cuan vasto es el mundo, colorido, rico en posibilidades de aventuras. Haba entrevisto algo que exista entre el tiempo y el espacio, en una escala infinitamente mayor que la pequea Alemania cercada y en curso de estrangulacin. Haba conocido superficialmente una entidad ms compleja que cualquier mujer, llevada por una alfombra de innumerables matices, digna de Las mil y una noches. Sin vacilacin, me haba dado lo que posea, y la saba capaz de darme mucho ms. Pero este encuentro milagroso nunca podra reproducirse en las mismas condiciones. Una nacin gigantesca iba a cerrar sus puertas a mi espalda, al final de una breve visita. Senta unos deseos locos

de retroceder, de ir al encuentro de aquellos peligros, aquellas sorpresas, aquella danza sobre un volcn. De buscar a mi princesa para terminar verdaderamente la aventura. Fui tal vez un estpido al no hacerlo? Hubiese tenido que estar loco para actuar as; pero tena que estarlo tambin para volver a la extraa seguridad de un tanque de primera lnea. Habiendo quemado los puentes con el mundo precario que haba edificado a mi alrededor, poda escoger entre un regreso probable a las mazmorras rusas y mi puesto reservado en un carro de asalto alemn. Curiosa eleccin, en verdad. Tal vez podra, con mucha suerte, mantenerme apartado de las mazmorras rusas. Pero nunca escapara al tanque alemn. En realidad, por otra parte, lo ms probable era que no poda ya escoger. Me haba metido en un engranaje sin fin que me triturara por completo. Volvera a encontrar al menos a Porta, al Viejo y a los otros? Vera alguna vez a rsula? Nos embarcamos en el tren de municiones, llevndonos otra caja de pescado crudo. El convoy arranc, adquiri 173

estbamos bien ^ camiones. eran unos latosos

I^

tomo y tra orilla aei j-u., r- ^ nesti los rusos ocupaban el oeste aei no } _. todos los puentes, vados y dems puntos estratgicos. La carretera hormigueaba de soldados, de caones y de vehculos. La polica militar sovitica estaba en todas partes, por lo tanto, en lo sucesivo slo podramos viajar de noche. ~ - ---Alados por un sargen-

conducira hasta las lneas alemanas, tenamos u u^.- completamente crispados. Los obuses nos sobrevolaban, gimiendo, estallando con estrpito de trueno que nos salpicaba a lo lejos de tierra, de piedras y de esquirlas de acero. Necesitamos varias horas para alcanzar las trincheras rusas, donde acechamos desde un agujero el momento preciso para atacar por sorpresa a los dos servidores de una ametralladora pesada. A la seal convenida, les camos encima y les rompimos el crneo sin armar alboroto. Luego escalamos el parapeto de su refugio y nos lanzamos, con la cabeza gacha, hacia las trincheras de enfrente. Nuestra aparicin repentina en la tierra de nadie desencaden, por una y otra parte, un nutrido fuego de armas de todos los calibres, con acompaamiento de bengalas de iluminacin, tanto alemanas como soviticas. Pasamos en un crter, en medio de aquel huracn, un tiempc imposible de calcular. Despus el tiroteo amain, no deslizamos fuera de nuestro agujero y prosiguimos nuestr carrera frentica hacia las posiciones alemanas. bamos a alcanzarlas cuando una ametralladora alem na lanz una breve andanada. Jrgens lanz un grito cay, muerto en el acto Lstima por l y tanto mej para nosotros. Herido, hubisemos debido transportar] Bertram y yo hicimos grandes aspavientos vociferando: -Nischt schtessen! Wtr sin deutscbe Soldaten! Sin aliento y temblando de miedo, nos dejamos caer la trinchera. Nos condujeron inmediatamente a presen del comandante de la Compaa, que nos interrog I vemente y despus nos envi al cuartel general del gimiento, donde nos dieron de comer y paja para don ~ev la metraeta. ^ dormir. El trente cot^-

cinco kilmetros. Y habamos perdido la cosimuu.. grandes conciertos artilleros. Cuando nos pusimos cha, despus del ocaso, para esta ltima etapa < que nos

LIBRO SEGUMDO

...y luego cometi la estupidez de confiarse a una enfermera incapaz de tener quieta la lengua y ya podis imaginar el resultado. Una maana, durante la lista, el comandante nos ley esta romntica nota: El Gefreiter Hans Breuer, del 27 Regimiento Blindado, 51 Compaa, ha sido condenado a muerte l 12 de abril, por haber infringido gravemente los principios de la moral militar, al dejarse aplastar adrede el pie por un carro de asalto. La ejecucin ha tenido lugaf en Breslau el 24 dt abril ltimo. Tal era aproximadamente, el contenidt de este comunicado aleccionador. El Viej< chup su pipa y Porta lanz una risa breve sin alegra. No, nunca da buenos resultados el hace, slo uno mismo... Escrib a mi madre y a rsula para d cirles que iba a tener un permiso de rec peracin. Aquella misma noche fui llamac a presencia del comandante de la Comp na. Repantigado en su silla plegable, Mei me fulmin con la mirada, en silencio. Di pues se dign abrir la boca. -Cmo se ha atrevido a solicitar permiso pasando por encima de su com dante de Compaa? -No lo he solicitado. El propio coro ha dicho que me corresponda... -Permiso anulado. En esta Compaa yo quien concede o rechaza los permi RetreseJ Estaba de nuevo metido en l bao. H l cuello.

MEIER EL CERDO -Cuerpo a tierra, la nariz en el barro, carne de horca! De repente sonaron unos gritos que inmediatamente cesaron entre un estrpito de muerte. El tanque nmero 534 se haba hundido en la tierra reblandecida, aplastando a los cinco hombres a quienes el capitn Meier haba ordenado que se tendieran en el barro bajo el monstruo de acero. Rein un largo silencio que era literalmente el de la muerte. Despus un rumor sordo surgi de la Compaa... Cuando los cinco cadveres irreconocibles fueron arrancados de la tierra rusa, a la que no tardaran en volver, Meier los contempl un momento, con aire indiferente, como si aquel asesinato quntuple no le afectara en absoluto. Para desenterrar las minas habamos recibido una corta pala de infantera y estbamos preparados para salir hacia la tierra de nadie. Eran exactamente las nueve de la noche. Todos los objetos que, al chocar entre s, podan descubrir nuestra presencia -gemelos, mscaras de gas, casco, linterna elctrica- se haban quedado en nuestro petate. Nuestro armamento se compona de una pistola, un cuchillo-pual y varias pequeas granadas ovoides. Porta tena adems su carabina de francotirador sovitico,1816 - U LEGIN DE IOS CONDENADOS

de la que nunca se separaba si poda evitarlo, bamos a abandonar la trinchera cuando Meier se nos acerc. El Oberleutnant Von Barring le acompaaba. Fiel a su costumbre, en vez de darnos aliento, Meier nos increp insultndonos groseramente: -Y tratad de hacer un buen trabajo, rebao de cerdos! Sin prestarle la menor atencin, Von Barring nos estrech la mano y nos dese buena suerte. A una seal del Viejo, transpusimos el parapeto, atravesando rpidamente nuestras propias alambradas antes de llegar al ancho espacio descubierto por el que tendramos que galopar a toda marcha. Habamos cruzado aproximadamente la mitad cuando una bengala transform las tinieblas en luz blanca, cegadora. Pegados al suelo, no movamos ni un pelo. A la luz de esos ingenios infernales, el menor movimiento es localizado inmediatamente, y en la tierra de nadie el menor movimiento es considerado como una manifestacin hostil. La bengala tard un tiempo increble en llegar al suelo. Nueva carrera. Nueva bengala. El Viejo maldijo entre dientes: -Si esta lata prosigue mucho tiempo, nunca saldremos vivos! Qu mosca le ha picado a Ivn para hacer todas estas granujadas? Otras dos bengalas subieron y bajaron. Luego hubo una calma durante la cual alcanzamos por