la historia y el historiador ante la sociedad. curso

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Lección Inaugural del Curso Académico 2010-2011 pronunciada por el Profesor Dr. D. José María Mínguez, Catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Salamanca, en el solemne Acto Académico celebrado el día 16 de septiembre de 2010 presidido por el Sr. Rector Magnífico D. Daniel Hernández Ruipérez.

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Lección Inaugural del Curso Académico 2010-2011pronunciada por el Profesor Dr. D. José María Mínguez,

Catedrático de Historia Medievalde la Universidad de Salamanca,

en el solemne Acto Académico celebrado el día 16 de septiembre de 2010

presidido por el Sr. Rector MagníficoD. Daniel Hernández Ruipérez.

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La historia y el historiadorante la sociedad

JOSÉ MARÍA MÍNGUEZ

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«Érase que se era, encaramadas en lasescarpaduras de sus colinas y perdidas porlos marjales del Tíber, un grupo de pobresaldeas…». No, no es un cuento infantil. Esel inicio de la ya antigua, pero apasionan-te Nueva Historia de Roma de Leon Homo.Como recurso literario es de una eficaciaplena; el lector, que busca una informaciónrigurosa sobre uno de los periodos másapasionantes de la historia occidental, seve inopinadamente trasladado al mundofeliz de los cuentos y las historias infanti-les; y con ello remueve viejas y apacibles,casi olvidadas, experiencias que laten en elsubconsciente y que excitan en el lectoruna curiosidad irreprimible para penetraren el meollo de la historia que va a desa-rrollar.

Acierta el autor plenamente al estable-cer esa relación subliminal de la Historia

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con esas historias que no podemos por me-nos de asociar a una etapa de felicidad ydespreocupación. ¿Será ésta la razón porla que, si hemos de creer a las encuestas, lacuriosidad por la historia y la demanda delecturas históricas está en pleno creci-miento? Es un fenómeno que tiene una ca-ra positiva en la medida en que refleja elinterés que el pasado suscita en nuestra so-ciedad. Pero también entraña serios peli-gros, ya que en la mente del lector tiendena mezclarse en un totum revolutum la his-toria científica, la historia meramente na-rrativa y la novela histórica.

Por ello, me ha parecido oportuno ha-blar en esta Lección Inaugural de una His-toria despojada ya de la inocencia de laprimera infancia, de la historia que corres-ponde a una sociedad cada vez mejor in-formada y más madura, en definitiva deuna Historia científica; y, como corolarioineludible, de la formación en el oficio dehistoriador y del papel de éste en la socie-dad.

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Si antes he aludido al peligro que encie-rra esa creciente demanda de lecturas his-tóricas es porque la Historia –la Historiacientífica, quiero decir– y, en general lasHumanidades, se encuentran en un mo-mento muy delicado al chocar con unamentalidad social que en la vida prácticatiende a olvidar, a ignorar, incluso a me-nospreciar la ciencia y la investigación bá-sicas. La investigación en ciencias experi-mentales parece no necesitar de ningúntipo de justificación teórica; se justificapor sí misma, porque sus hallazgos tienenaplicación práctica inmediata y satisfacenla búsqueda constante del bienestar mate-rial, tendencia que, a su vez, en un bucleperfecto, está incentivada por el constanteavance tecnológico. Pero el caso de las Hu-manidades y, por tanto, de la Historia, esbien distinto. Los resultados de la investi-gación no se traducen en una mejora inme-diata de la vida material, lo que de algunaforma explica que en muchos ambientesesta actividad científica no pase de consi-derarse como un espacio reservado para

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ratos de ocio de cierta elite intelectual. Al-guna responsabilidad tiene en la difusiónde esta mentalidad la propia Administra-ción. Aunque es cierto que el impulso de lainvestigación como vía necesaria para elprogreso y el crecimiento es absolutamen-te necesario, la fórmula que compendia es-ta actividad, la I+D+i, deja abierta la puer-ta a un ambiguo y soterrado mensaje deidentificación exclusivista entre investiga-ción y tecnología y, consiguientemente, deprioridad absoluta de la investigación tec-nológica sobre la investigación básica y so-bre la cultura.

Sin embargo el historiador, como inte-lectual involucrado y comprometido con lasociedad, no puede renunciar a la funciónque le otorga el conocimiento científicodel pasado de la sociedad; un conocimien-to y una función que le convierten en unode los pilares básicos en la formación in-tegral de una buena parte de los ciudada-nos de a pie y de los futuros dirigentes delpaís.

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Me van a permitir Uds., antes de nada,una pequeña introducción que, por excesi-vamente personalista, puede resultar atípi-ca en un acto de estas características. Perosi en esta Lección Inaugural pretendo ilus-trar la trascendencia de la posición y de laacción del historiador en nuestra sociedad,es una cuestión de coherencia que tomecomo punto de partida mi propia pequeñahistoria; primero porque es una experien-cia similar a la que hemos tenido la mayorparte de cuantos nos hemos formado enesta Universidad en el oficio de historiar.Y, además, porque al abordar estos temas,es preciso tributar un merecido homenajea aquellos que nos han legado una rica he-rencia que nosotros, a su vez, debemosmantener, incrementar y transmitir.

La riqueza de esta herencia no puedepor menos de generar un profundo senti-miento de deuda y de gratitud a esta Uni-versidad; deuda que quiero concretar entres maestros que nos guiaron por estosclaustros, nos infundieron confianza yafirmaron nuestra vocación.

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A través de sus inmensas clases de Ge-ografía, también de humanidad –¿quiéndijo que las clases magistrales son super-fluas?–, a través de una ayuda desintere-sada en momentos claves de mi investiga-ción, Ángel Cabo me enseñó a amar elespacio, a comprender su substancialidadcon las transformaciones sociales y, porello, a entender la Historia en una dimen-sión totalizadora. ¡Cuánto echo de menosprofesores como él, que con su carga dehumanidad podían ejercer su magisterioen un contexto muy distinto y muy ajenoal actual encapsulamiento que ha levanta-do muros infranqueables entre disciplinasque son la esencia del verdadero humanis-mo; muros que frustran la posibilidad decomprensión de las grandes áreas temáti-cas donde actúa y se desarrolla lo más es-pecífico del ser humano.

Un segundo nombre, Marcelo Vigil; unparadigma de lo que a partir de la décadade los setenta del siglo XX sería la renova-ción más sólida y trascendental de la histo-riografía altomedieval. No fue profesor

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mío, pero siempre actuó como un maestrocercano, dotado de una enorme compren-sión y de un sano escepticismo intelectualconsigo mismo. Novel yo en tareas de in-vestigación, sabio él en plena madurez,nunca desdeñó un espacio de conversa-ción para comentar, matizar o pulir hipó-tesis que iban surgiendo en el curso de mitrabajo. No sólo escuchaba, sino que meanimaba siempre a proseguir un caminopersonal, coherente con mis reflexionesdesde la honestidad intelectual y la since-ridad conmigo mismo. Más de una vez,cuando en virtud de estos principios he te-nido que mostrar algún tipo de desacuer-do con sus formulaciones, he encontradoen aquellas palabras el mejor de los ali-cientes.

He dejado para el final la referencia a unmaestro directo y, además, amigo entraña-ble: José-Luis Martín; sobre todo, amigo;porque sin esa amistad que él me brindó elmagisterio habría quedado de alguna for-ma amputado. Llegó o, mejor dicho, retor-nó a Salamanca como Catedrático siendo

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aún casi tan joven como sus alumnos. Consu cercanía en el trato, con su ideologíaprogresista sin rubor y sin falsa ostenta-ción, con su forma de enseñar y de abrirhorizontes en un momento en que la re-presión política se empeñaba en cerrarlosy en taponar las fisuras del franquismo,rompió muchos de los esquemas de com-portamiento ya anquilosados. El insólitotalante de este joven profesor no podía pormenos de provocar reacciones encontra-das: resistencia numantina entre los que sehallaban instalados en sus pequeñas par-celas de poder; agrupamiento en su entor-no de la inmensa mayoría de sus alumnosque sintieron en su proximidad una brisade aire fresco, de libertad, también de ri-gor intelectual. Y en este marco de voca-ción por el trabajo y de relaciones huma-nas se fue consolidando la exigencia deltrabajo bien hecho, el espíritu crítico y lasana independencia que rehúye una falazidentificación entre la admiración al maes-tro y el seguidismo acrítico.

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Ésta es la herencia que una larga seriede promociones hemos recibido de nues-tros maestros. Y el transmitir esta heren-cia a nuestros alumnos y discípulos es laresponsabilidad que ellos nos encomenda-ron con su ejemplo; tanto a mí como aotros compañeros de trabajos y esperanzas–alguno, Ángel Barrios, tristemente des-aparecido y para el que en esta ocasión nopuedo por menos de tener un recuerdo es-pecial y cariñoso–. Fue en el marco del an-tiguo Departamento de Historia Medievaldonde se aglutinó un equipo que desde es-tas premisas de amor al trabajo y humil-dad intelectual emprendió una vía de reno-vación historiográfica que ha abiertonuevos horizontes a la interpretación denuestra Historia Medieval. Por estos de-rroteros hemos transitado un grupo homo-géneo en sus bases teóricas y metodológi-cas, aunque diverso en sus reflexionespersonales. Por ellos transitan ahora otrosjóvenes investigadores desbrozando nue-vos terrenos, alisando los obstáculos quenosotros no pudimos o no supimos des-

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montar, siempre con la mirada del espírituabierta a nuevas reflexiones y nuevos plan-teamientos y a los retos constantes que im-pone la comprensión e interpretación delos complejos mecanismos de las socieda-des humanas.

Es una realidad, quizás más perceptiblehoy en día que hace décadas, el escepticis-mo con que algunos científicos se remitena la ciencia y a la investigación históricas.En general estos escépticos proceden delcampo de las «verdaderas ciencias», sui-guiendo la calificación acuñada en su díapor Levi-Strauss y sus epígonos allá porlos años sesenta del siglo pasado: la física,la matemática, la astronomía, las cienciasexperimentales en general, capaces de for-mular leyes. Desde entonces se ha reflexio-nado mucho y se ha avanzado mucho en lacomprensión tanto de las ciencias huma-nas y, particularmente, de la Historia, co-mo de las ciencias experimentales. Por esono deja de sorprender que todavía, a estasalturas, asome ese rictus de escepticismoen el rostro de algunos investigadores pro-

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cedentes del campo de estas últimas. Lasmanifestaciones de algunos de ellos, noexentos ciertamente de prestigio en sucampo, pronunciadas en foros de investi-gadores donde precisamente se analizabanlos criterios fundamentales que deberíanprimar en la evaluación de los Proyectosde Investigación, han generado en mí y enotros colegas esta inquietante sensación.

Para estos intelectuales el cientificismo ola trascendencia de las distintas disciplinasse cifra –siempre en detrimento de las Cien-cias Humanas– en la mayor o menor difi-cultad para la comprensión de específicascategorías conceptuales y metodológicas;dificultad que ellos mismo establecen desdeplanteamientos condicionados por una ex-cesiva autoestima, cuando no por la igno-rancia de las demás ciencias. Su número noes preocupante en el conjunto de cuantosnos dedicamos a la investigación y a la for-mación de nuevos científicos. Pero sí que esun problema nada despreciable porque, poruna parte, ejercen una enorme influenciaen la propia Administración; y bajo esta

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influencia se están introduciendo en la eva-luación de la actividad investigadora unaserie de criterios que son específicos de lasciencias experimentales, pero poco o nadaapropiados para valorar la calidad y el im-pacto social de la investigación en las cien-cias humanas. Pero lo más preocupante deestas actitudes es que recogen y alientanuna sensibilidad inscrita en extensos estra-tos de una sociedad cuya preocupaciónprioritaria es el desarrollo y el bienestarmateriales; son extensos estratos socialesque generan una demanda creciente denuevas tecnologías y que, por ello, son su-mamente sensibles a la estrecha asocia-ción entre la tecnología demandada y lasciencias experimentales. Y a partir de estamentalidad es fácil comprender la crecien-te desvirtuación o trivialización de los va-lores de la cultura y de la ciencia e investi-gación básicas.

Parece ser que los escépticos respectode la Historia, y de las Humanidades engeneral, no se han planteado en serio has-ta qué punto ha sido esencial en el desarro-

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llo de nuestra próspera sociedad occiden-tal la inmensa cadena de aportaciones depensadores como Aristóteles, Platón,Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Des-cartes, Maquiavelo, Montesquieu, Voltaire,Hegel, Marx; figuras también de humanis-tas y artistas desde Fidias, Horacio, Virgi-lio, pasando por Miguel Ángel, Velázquez,Shakespeare, Cervantes, Fray Luis, hastaMozart, Bartok, Picaso, etc. etc. etc. Sinlas aportaciones de estos y de tantos otroscreadores dedicados a pensar, a producirconocimiento que no tiene aplicacionesmateriales inmediatas ¿qué sería nuestratecnológica civilización occidental? ¿Seatrevería alguno de esos descreídos a ne-gar a estas figuras un papel en el desarro-llo de las sociedades humanas tan decisivoy determinante al menos como el de Ko-pernico, Galileo, Newton, Curie, Bohr, Ca-jal, Ochoa, Einstein o Planck?

No está de más advertir que las biogra-fías de muchos de estos representantes delas más altas realizaciones en ciencias ex-perimentales atestiguan también un eleva-

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do grado de conjunción entre su dedica-ción a la investigación experimental y unaspreocupaciones humanísticas propias deun espíritu superior. Y es que cuando la in-teligencia del hombre alcanza cotas supe-riores de desarrollo la distinción entreciencia experimental y humanismo se dilu-ye, porque por encima de esas distincionesse sitúa la capacidad humana de reflexión,raciocinio, análisis y crítica. La utilidadanalítica que estas distinciones comportanno puede trasladarse al ámbito general dela comprensión científica, ni utilizarse co-mo coartada para una radical contraposi-ción entre ciencia y Humanidades o entreciencia e Historia.

Por ello, la síntesis entre ciencias expe-rimentales y ciencias humanas no es nin-guna paradoja. De hecho el progresivoavance en el descubrimiento o reinterpre-tación de las leyes físicas, así como el es-pectacular desarrollo de la tecnología y desus aplicaciones prácticas sólo es posibledesde la inteligencia razonadora del hom-bre. Y es esta misma inteligencia la que ge-

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nera la necesidad de conocer e interpretarla historia del hombre y de la sociedad hu-mana, de descubrir la lógica de los com-portamientos sociales y la racionalidadque preside las transformaciones de las so-ciedades. Es esta racionalidad interna delos comportamientos y de las transforma-ciones sociales el objetivo último y priori-tario de la Historia y el definidor de su na-turaleza científica. Racionalidad, sobretodo, aunque no sea susceptible de cuanti-ficación, de reducción a ecuaciones mate-máticas o leyes físicas. Negar naturalezacientífica a la Historia sería admitir el sin-sentido de que al conocimiento del hom-bre, ser esencialmente inteligente, le estávedado el conocimiento científico de símismo que ya en su día Sócrates planteócomo el objeto primordial de conoci-miento.

Antes me he referido a Descartes comouno de los activos más importantes de lacivilización occidental; su famoso cogitoergo sum es el silogismo más conocido,aparte de ser una de las sentencias más

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profundas que se han formulado en la his-toria de la Filosofía: «Pienso, luego exis-to»; existo, claro está, como ser humano,como perteneciente a la única especie ca-paz de pensar y de ser consciente de supropia existencia. ¿Y qué es la existenciadel hombre sino un largo transcurso desdeel nacimiento hasta su extinción? ¿Y quées la existencia de la especie humana sinoun consciente éxodo a través del tiempo ya través de continuas transformaciones yen medio de complejas relaciones socia-les? En definitiva, tanto a nivel individual,como social, la existencia del ser pensantese define por la consciencia de su historiaindividual y social. Y por eso, el silogismocartesiano se convierte en una profundajustificación del carácter superior de laHistoria entendida como un intento decomprensión de la racionalidad en que es-tá inmerso el decurso de las sociedades hu-manas. Una racionalidad que es productodel pensamiento histórico, el único capazde racionalizar ese decurso.

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Si nos detuviésemos a analizar cada unade nuestras reflexiones, cada una de nues-tras decisiones de carácter particular o conproyección hacia el grupo detectaríamos,no sin sorpresa, la presencia y la influenciaconstantes en el fondo de nuestra cons-ciencia de referentes históricos de muy di-versa naturaleza, individuales o colectivos,lejanos o próximos en el tiempo; referentesque arrojan luz sobre nuestras reflexionesy que de forma sutil condicionan nuestropensamiento y nuestro proceder. Esta pre-sencia constante es la afloración inevitablede la naturaleza profunda del homo histo-ricus, del individuo dotado de una inteli-gencia que no le permite conocer el futuro,que opera siempre sustentándose en su ex-periencia, en el conocimiento del pasadosobre el que formaliza el pensamientocientífico. El devenir histórico está en labase de la ubicación y auto-aceptación delindividuo en el espacio/ tiempo, sobre él seconforma la experiencia y su transmisiónen el grupo y en el tiempo. En definitiva eldevenir histórico es el fundamento de la

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sociabilidad positiva sobre la que se cons-truye el desarrollo intelectual. Por ello laconciencia histórica es tan importante pa-ra el desarrollo humano como el instru-mento linguïstico, tan formativa como elpensamiento numérico o matemático; pe-ro, por encima de estas ciencias, sólo laconciencia histórica es capaz de generar lanecesidad de explicar racionalmente el pa-sado; sólo el pensamiento histórico es ca-paz de fijar secuencias y cesuras y jerar-quizar procesos o acontecimientos segúnsu importancia o impacto social y en fun-ción de complejas valoraciones condicio-nadas en gran medida por la experienciahistórica del sujeto.

Y aquí es donde la ciencia histórica de-be enfrentarse al reto superior de la inteli-gencia; reto solamente comprensible apartir de la consideración del incontablenúmero de variables que intervienen en elproceder humano individual y de grupo y,por tanto, en el análisis y racionalizaciónde los comportamientos de los grupos so-ciales. Este objetivo, que es inalcanzable

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en su dimensión total, es el que otorga a laciencia histórica su carácter específico yuna complejidad y dificultad objetivas queno tienen parangón en ninguna de lasciencias aplicadas.

Pero también es esta su debilidad. Espreciso reconocer que la tremenda dificul-tad a la que se enfrentan estos análisis hagenerado en no pocos historiadores undesánimo que les ha llevado a dudar o ne-gar el carácter científico de la historia o,según los planteamientos de un prestigio-so hispanista, como Pierre Chaunu, a re-ducirla al análisis e interpretación de se-ries cuantitativas. De nuevo la sombra dela cuantificación y, su hermana gemela, laexperimentación, aparecen condicionandoa la Historia, como si sólo pudiese ser ob-jeto científico aquello que es cuantificabley experimentable. Ciertamente, la investi-gación histórica no se puede afirmar sobrela experimentación en laboratorio. Tam-poco tiene como atributo la facultad depredicción de determinados aconteci-mientos, como tiene la astronomía. Pero

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en este aspecto nos encontramos en el mis-mo territorio que muchas otras ciencias.Precisamente es el avance del conocimien-to científico el que ha venido a matizar laspretensiones predictivas de muchas de lasciencias experimentales. Y, ¿qué decir de laEconomía? A medio camino entre la His-toria y las ciencias experimentales, com-parte un amplio espacio con la Historia yaque es en la observación histórica dondepretende establecer leyes y comprobar suoperatividad. Su problema es que al mane-jar materia histórica y al tratar de estable-cer mediante leyes la regularidad de loscomportamientos de grupos humanos, de-be enfrentarse, lo mismo que la Historia, auna suma inabarcable de condicionamien-tos y factores que inciden en esos compor-tamientos; por lo que el fracaso de las leyeseconómicas es inherente a la naturalezamisma de esas pretendidas leyes. En otroorden de cosas, el espectacular avance delas ciencias biomédicas no ha impedidoque sus profesionales tengan que enfren-tarse con frecuencia a las misteriosas dife-

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rencias observadas en la reacción de dis-tintos organismo humanos ante estímulosprácticamente idénticos.

No, no es en una imposible equiparacióna las ciencias experimentales donde la His-toria encuentra su razón científica. Muchomenos en la impropiamente llamada histo-ria narrativa; la narración lineal de aconteci-mientos singulares, sea de carácter político,militar, social, económico, cultural, mental,etc. no explica nada; la propia historia de lahistoriografía ha desmontado las pretensio-nes historicistas de finales del siglo XIX consu concepción de la historia como una expli-cación limitada al acontecimiento singular,al acontecimiento que debe ser narrado wiees eigentlich gewesen, utilizando la famosaexpresión de Theodor Ranke. Incluso cuan-do se pretende establecer una supuesta con-catenación causal entre los hechos produci-dos por la acción humana, la explicaciónresulta insuficiente, cuando no tautológica.El fracaso del positivismo fue en su día unasevera lección para el historiador, no siem-pre bien aprendida. Si la Historia merece la

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consideración de ciencia es porque se sus-tenta sobre sólidos fundamentos racionales;es porque ha encontrado, sobre todo a par-tir de los planteamientos metodológicos delmaterialismo histórico, una vía de aproxi-mación al pasado capaz de desvelar desde ladialéctica la coherencia interna de las es-tructuras de las sociedades y la racionalidady la lógica interna de las transformacionespluriseculares.

He aquí el punto neurálgico de la cienciahistórica. Porque la evolución de la sociedadno se opera ni a través de acontecimientosaleatorios, ni por condicionamientos o de-terminismos providencialistas, ni por la ac-ción de determinados individuos, ni siquie-ra, como ya he indicado, por una cadena deconcatenaciones causales. No es la lógica dela causalidad la que explica el acontecer; esla lógica de la dialéctica presente en cual-quier decisión humana la que proporcionauna metodología eficaz para explicar racio-nalmente la evolución de las sociedades.

Incluso historias más ambiciosas, peroabstraídas de la realidad social, como se

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ha pretendido o se sigue en ocasiones pre-tendiendo, fracasan en la explicación últi-ma; me refiero a la historia de las mentali-dades tal como se planteó con algunafrecuencia en sus orígenes e incluso en eta-pas avanzadas; o la más reciente versiónde la historia social, como es la historia ba-sada en las identidades culturales; inclusola historia de la cultura, del arte, etc. Todasellas aportan materiales valiosos, a vecesimprescindibles, para la construcción deledificio histórico, porque son producto dela acción del hombre en sociedad. Perotras el elevado interés histórico de cadauno de estos ámbitos de estudio se escon-de, a veces, la tentación de hacer de cadauno de ellos un objeto compartimentado,estudiando su desarrollo desde una pers-pectiva inmanente, como un proceso des-arraigado del resto de las actividades delhombre, del medio social o del tiempo his-tórico en que ese acontecimiento o ese pro-ceso ha tenido lugar; peligro del que ya nosalertó hace seis décadas Arnold Hauser en

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su magnífica Historia social de la Literatu-ra y el Arte.

Insisto en estas tres vertientes que defi-nen la especificidad de la historia científi-ca: el hombre, en sociedad y en el tiempo.Porque son estas tres vertientes metodoló-gicas las que establecen, como ya he afir-mado anteriormente, la diferencia –la pri-macía, me atrevería a decir– de la Historiaen el conjunto de las Ciencias Sociales yHumanas y de las demás ciencias.

E insisto en estas ideas porque aquí seplantea la paradoja entre hombre indivi-dual y hombre en sociedad. Paradoja nadamás que aparente ya que la sociedad nopuede ser objeto de un tratamiento abstrac-to como un ente con vida propia susceptiblede una investigación totalizadora abstraídade sus componentes esenciales: los hom-bres individualmente considerados.

Aunque alejado por mi ideología y, con-siguientemente, por mis planteamientosmetodológicos, de la enorme figura de Fer-nand Braudel, no puedo por menos de es-

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tar completamente de acuerdo con élcuando, al plantear el papel del individuoy de la sociedad en la investigación históri-ca, escribe:

«Nosotros, hombres modernos, vamossiendo cada vez más sensibles a la presenciade fuerzas de masa… Los problemas huma-nos, considerados en masa son sin duda dife-rentes, pero no por ello dejan de ser humanos,es decir, complejos y con raíces que se inter-nan en las profundidades todavía oscuras dela biología. Además, esta visión ampliada delas experiencias humanas cuyos elementos noson ya los hombres, sino los grupos de hom-bres, no destruye, ni mucho menos, el papeldel individuo; éste puede llegar a desempeñarun papel semejante al de los catalizadores enciertas manipulaciones químicas y antojárse-nos, según los casos, como algo ínfimo o co-mo algo magníficamente esencial»1.

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1 Fernand BRAUDEL, El Mediterráneo y el mundomediterráneo en la época de Felipe II, Madrid 1976, II,pp. 348-349.

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Es decir, la Historia debe ser una cien-cia social, más que individual; lo que noimplica excluir de su observación al indivi-duo; muy al contrario, es sumergirlo en sumedio natural, en el que desarrolla sus ap-titudes y despliega sus actividades; en elque va configurando su propia personali-dad en la relación con el resto de los inte-grantes del grupo y con el medio físico, através de su producción material, intelec-tual, artística, espiritual. Pero siempre elhombre como objeto prioritario y como unhaz complejísimo de lazos que le vinculancon el medio físico y social absolutamenteindispensable para su desarrollo. Por esono es posible hacer la Historia, pensar laHistoria, sino desde un humanismo funda-mental.

Quizás parezca elemental afirmar quesólo desde un espíritu impregnado de hu-manismo se puede acceder al conocimien-to del hombre en su triple dimensión indi-vidual, social y temporal. Y sin embargoaquí radica uno de los retos más compro-metidos y exigentes –a veces una de las

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más severas limitaciones– al que nos en-frentamos los historiadores. Porque a estehumanismo tan fácil de predicar sólo seaccede a través de una reflexión impregna-da de preocupación por el hombre y porlas sociedades que el hombre ha confor-mado en las distintas épocas.

Sin embargo, no es infrecuente que enel hacer cotidiano de nuestra investiga-ción se produzca una casi insensible deri-vación en los objetivos. En esta deriva-ción, los documentos o el registroarqueológico comienzan a invadir el terri-torio del hombre y a erigirse en objetoscientíficos en sí mismos, lo que implicaríadesplazar del centro focal al hombre realque ha producido esos registros; un des-plazamiento del centro de interés que nosincapacitaría para establecer una cone-xión vital con las preocupaciones de loshombres actuales. La desviación del cen-tro de interés impediría al historiador lacomprensión en su interioridad de la so-ciedad en la que él mismo vive y que en laspreocupaciones y anhelos de los hombres

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que la integran es la portadora de la heren-cia de todos aquellos que décadas o siglosantes vivieron preocupaciones parecidas ynos legaron los vestigios que los historia-dores tratamos de interpretar, de compren-der y de explicar. Cuando se produce undesenfoque en los objetivos de la investiga-ción histórica entramos en una rampa quenos conduce a una actitud de deslealtad ala propia sociedad en que vivimos, que esla que ha puesto a nuestra disposición losmedios para una formación intelectual su-perior y que tiene derecho a esperar denosotros una actitud de guía y colabora-ción constructiva.

Y entramos con ello en el ámbito másimportante de la actividad del historiador.Esta tarea de guía y colaboración es pro-pia y primordial de todo intelectual. Peropermítanme reivindicar para el historia-dor en esta función un papel de particularpreeminencia, también de exigente res-ponsabilidad. Desde el observatorio privi-legiado en que se encuentra, desde el co-nocimiento de las claves elementales para

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la interpretación del comportamiento delas sociedades pretéritas y, al mismo tiem-po, desde su inserción preocupada en lasociedad en que vive, el historiador no só-lo está legitimado para realizar un análisisparticularmente certero de la sociedad ac-tual, sino que cuenta con medios de inter-vención en ella tan poderosos que una uti-lización irresponsable de los mismospuede arrastrar graves consecuencias.

Los que desde una postura de superiori-dad menosprecian la ciencia histórica y latildan de inútil socialmente deberían refle-xionar por qué la Historia es con tanta fre-cuencia objeto de manipulaciones capacesde generar movimientos sociales de granmagnitud y que en ocasiones pueden in-cluso provocar consecuencias gravísimaspara las sociedades. Qué duda cabe de quela constante manipulación de que es obje-to es la prueba de la fuerza con que la pro-pia Historia impacta en la mentalidad co-lectiva del homo historicus y de queutilizando la capacidad movilizadora delpasado se puede arrastrar a las masas a

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determinadas actitudes y se puede afirmaruna ficticia legitimación de determinadosy no siempre legítimos intereses.

Es por ello necesario denunciar la cons-tante manipulación distorsionadora delpasado; es decir, la consciente alteración ointerpretación de hechos o procesos parafundamentar posiciones de poder y privile-gio alterando la visión de la racionalidadhistórica y supeditando la comprensión deesta racionalidad a los intereses individua-les o de grupo. Son acciones que no porfrecuentes dejan de poseer todos los com-ponentes de una verdadera agresión a lanaturaleza profunda del homo historicus yuna profanación de la vida y de las accio-nes de los hombres del pasado que con susalegrías o su dolor, en circunstancias favo-rable o terriblemente ingratas fueron cons-truyendo y transmitiendo la herencia de laque nosotros disfrutamos. Y cuando la ma-nipulación de la Historia se realiza en elpropio taller del historiador éste se con-vierte en un mercenario de su ciencia.

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Cuando hablo de manipulaciones no es-toy refiriéndome a la diversidad de inter-pretaciones históricas que son productodel posicionamiento ideológico del histo-riador, siempre legítimo cuando es asumi-do desde la racionalidad y desde la hones-tidad científica.

Ni que decir tiene que la manipulaciónde la Historia no es exclusiva de nuestrotiempo; pero ahora la difusión de podero-sos medios de comunicación de masas lahan convertido en un instrumento poten-cialmente demoledor. En este punto loshistoriadores del pasado no tenían unaresponsabilidad equiparable a la de los ac-tuales. El grado de conocimiento del pasa-do, la afinación de los instrumentos meto-dológicos de análisis e interpretación, laprecisa definición teórica de la historia co-mo ciencia que busca una explicación ra-cional, establecen diferencias radicales en-tre el historiador actual y el cronista deépoca medieval y moderna; diferencias in-cluso respecto de los grandes historiadoresclásicos, como Herodoto, Tucídides, Salus-

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tio, Tácito, Tito Livio, por citar sólo algu-nos. Se exige ahora al historiador un rigoral que eran ajenos los historiadores o cro-nistas del pasado. Es por lo que la manipu-lación histórica en la actualidad es, desdeel punto de vista científico, tanto más gra-ve y mendaz cuanto que es más conscientede sí misma y por lo mismo, más culpable.Perversos desde el punto de vista de la éti-ca y de la honestidad estrictamente cientí-fica, los efectos en los comportamientossociales no tienen por qué revestir siemprela misma gravedad, aunque tampoco sepuede decir que sean neutros.

Por no salirme del ámbito del medieva-lismo al que me debo, me referiré en pri-mer lugar a una manipulación cuyos efec-tos todavía se han hecho notar en tiemposno muy lejanos. Me refiero a la inmensadistorsión oculta bajo la categoría de Re-conquista. Allá, por los años ochenta delsiglo IX, en algún reducido círculo de la eli-te cultural de la pequeña corte ovetense seescribe una crónica que pretende ser la

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historia del reino astur vinculándolo direc-tamente con el reino de los godos.

Eran los tiempos en que el caudillaje as-tur se había transformado en una auténti-ca monarquía; en los que la sociedad asturse estaba dotando de instituciones políti-cas todavía primitivas, pero ya auténticasinstituciones; eran los tiempos también enque se estaba produciendo una sorpren-dente expansión que en medio siglo llevó alos astures hasta las riberas del Duero inte-grando a las poblaciones dispersas por lacuenca. Se imponía en estas circunstan-cias elaborar una ideología que conforma-se la entidad política de la nueva monar-quía; que fortaleciese su creciente poder,que legitimase ante los pobladores de lacuenca del Duero la expansión astur y laintegración de sus pobladores en la estruc-tura del nuevo reino; en fin, que colmatasede sentido político-religioso la guerra con-tra el Islam. Había nacido la ideología de«Reconquista». Elaborada sobre la ficciónde la descendencia biológica de los prime-ros caudillos respecto de los reyes godos,

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la lucha astur, que en sus orígenes no fuemás que la manifestación del rechazo an-cestral a la dominación de un poder exte-rior, se transformaría por efecto de la nue-va ideología en una lucha por recuperar–Reconquistar– el reino a cuya pérdida ha-bían conducido los pecados de los últimosreyes godos.

La eficacia de esta manipulación sobrela mentalidad colectiva fue tan formidableque llegó a impregnar prácticamente todoslos aspectos de la actividad política, mili-tar, artística y cultural de las sociedadesdel norte peninsular primero, y de prácti-camente todas las sociedades peninsularesdespués, con efectos perceptibles hastanuestros días. En el año 1085 la conquistade Toledo por Alfonso VI constituyó unacontecimiento emblemático con enormesrepercusiones en toda Europa occidental;pero no tanto por ser la conquista del quehabía sido uno de los más poderoso reinosandalusíes, sino por el carácter simbólico dela caída de la antigua capital del reino godo.Un símbolo y un presagio de la inminente

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recuperación completa del antiguo reinogodo; anunciaba la consumación de unideal que se había fraguado dos siglos an-tes y que había ido penetrando en estratoscada vez más profundos de la mentalidadcolectiva y generando a su vez nuevos mi-tos asociados.

El neogoticismo o vinculación de la mo-narquía hispánica con la etapa visigoda hatransitado a lo largo de toda nuestra histo-ria sin solución de continuidad. En el sigloXV Alonso de Cartagena y Rodrigo Sánchezde Arévalo fundamentaban en el Conciliode Basilea la preeminencia de Castilla so-bre los reinos de Inglaterra y de Francia enel hecho de que la monarquía hispánicaera más antigua que los otros reinos por-que desciende de los reyes de los godos2. Y,¿por qué no recordar la proyección de esta

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2 Alonso de CARTAGENA, Rerum in Hispania Ges-tarum Chronicon, llamada también Anacephaleosis, yRodrigo SÁNCHEZ DE ARÉVALO, Compendiosa HistoriaHispánica; de esta última obra se conserva en la Biblio-teca General de la Universidad de Salamanca un incu-nable de 1470, editado en Roma por Udalricus Gallus.

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ideología hasta nuestra guerra civil? Se re-cupera el mito de la Reconquista y se en-sambla a la perfección con otro de losgrandes mitos medievales producto deotra gran manipulación ideológica –laCruzada–. La así llamada «Cruzada de li-beración» se plantea como una reconquis-ta militar, ideológica y religiosa; y sobreella se sustentará la justificación y legiti-mación de la más horrible represión lleva-da a cabo en la historia de nuestro país.

Y, en este año de celebración del Xaco-beo 2010, no puedo pasar por alto la refe-rencia a otro mito, íntimamente asociadoal de la Reconquista, y cuya capacidad demovilización social, aunque con fluctua-ciones, se ha mantenido hasta nuestros dí-as. El mito de Santiago, como conjunciónde una serie de mitos que se generan de untronco común, ha mantenido y sigue man-teniendo una enorme proyección social,económica, religiosa, cultural y mentaltrascendiendo fuera de las fronteras penin-sulares hasta convertirse durante toda laEdad Media en una de las grandes peregri-

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naciones europeas compitiendo con las deRoma y Jerusalén. Estamos ante un hechodel todo improbable, y en todo caso de im-posible verificación histórica, pero que hasido capaz de impactar la sensibilidad decientos de miles de personas que empren-den «el Camino» en una especie de rito deiniciación a través del cual muchas perso-nas buscan una experiencia casi mística.Un mito, por cierto, celosamente guardadopor las autoridades eclesiásticas involucra-das en él y en cuyo desarrollo y manteni-miento ya desde su primera formaciónhan estado siempre muy presentes motiva-ciones de orden político, económico y fi-nanciero.

En nuestros días asistimos a la pervi-vencia o a la creación ex novo de interpre-taciones distorsionadas con efectos de di-versa naturaleza. Mi atención se centraráen primer lugar, por el interés que repre-senta para nosotros, castellano-leoneses,en el largo proceso de mitificación y de-bate histórico sobre el movimiento Co-munero de Castilla. Es particularmente

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interesante porque en él podemos percibir,más que en otros, la presencia de la puramitificación ideológica cabalgando al ladode intentos rigurosos de interpretacióncientífica del movimiento3.

El proceso de mitificación se inicia ya aprincipios del XIX en el marco social y po-lítico establecido por las Cortes de Cádiz yseguidamente por los enfrentamientoscontinuos entre absolutistas y liberales.Son estos últimos los que, sobre un some-ro conocimiento de los sucesos más rele-vantes del periodo 1520-1521 y en plenafloración de la historiografía romántica,adoptan la guerra de las Comunidades y asus dirigentes como símbolos de la lucha

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3 Remito al estudio de José Antonio MARAVALL,Las Comunidades de Castilla, Madrid 1979; en la mis-ma línea, Joseph PÉREZ, La revolución de las Comuni-dades de Castilla (1520-1521), Madrid 1977; StephenHALICZER, Los Comuneros de Castilla. La forja de unarevolución (1475-1521, Valladolid 1987; este autor seaparta de la línea explicativa de los anteriores para in-cidir en los cambios operados en la sociedad del sigloXV que ponen en peligro el status socio-político de laoligarquía urbana castellana.

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por las libertades políticas. A esta mitifica-ción se enfrentará la mitificación inversa–los comuneros serían castellanos rígidosque defendían la política tradicional y na-cional contra la innovadora y europea deCarlos V–; es obra de algunos representan-tes de la Generación del 98, sobre todo delpolítico y escritor Ángel Ganivet en su Ide-arium español. Salvo el paréntesis inter-pretativo de Manuel Azaña en los añostreinta –que pasó casi desapercibido cuan-do España se precipitaba en el abismo dela Guerra Civil– la interpretación de Gani-vet pervivirá entre el sector intelectualprácticamente hasta la década de los cin-cuenta. Es en esta década cuando José An-tonio Maravall emprendió una revisióncientíficamente más consistente basándo-se sobre todo en el análisis de los textos co-muneros que hasta esos momentos nadie,salvo Azaña, se había permitido consul-tar. Para Maravall «La guerra de las Co-munidades» sería la primera revoluciónmoderna desde el momento en que laJunta comunera se atribuye la función de

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organismo representativo de todo el reino;lo que, evidentemente, supone el enfrenta-miento político-ideológico con el rey, conlos órganos institucionales y con los ideó-logos de la monarquía centralizada.

El punto débil de esta interpretaciónestá, desde mi apreciación de medievalis-ta, en que en una situación de enfrenta-miento político y militar los textos son al-tamente susceptibles de contaminaciónpor el propósito propagandístico de sucontenido y por la necesidad de legitima-ción del movimiento. Es decir, que lospropios textos pueden ser objetos manipu-lados en su origen. Para una interpreta-ción más objetiva habrá que interpretarlosno sólo en su sentido literal, sino a la luzde las actuaciones de los protagonistas yde sus antecesores, es decir, de los gruposoligárquicos urbanos, a lo largo de los si-glos XIV y XV; en este periodo es difícilpercibir por parte de estos grupos cual-quier asomo de actuación que encaje enlos objetivos que Maravall les atribuye aprincipios del siglo XVI. ¿Es posible que un

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movimiento tan poderoso como el queMaravall defiende no haya tenido mani-festaciones apreciables en la etapa inme-diatamente anterior? Por otra parte, tam-poco es fácil entender que un movimientode la consistencia política y social defen-dida por Maravall pueda ser desmantela-do en una sola batalla.

Pero por debajo de la seriedad con quelos historiadores tratan de interpretar elmovimiento, la mitificación románticapersiste en abundantes sectores de la so-ciedad. Tan poderosa que es en esta miti-ficación donde encontramos una de lasrazones que explican el enorme y prolon-gado esfuerzo de análisis científico. Y lapersistencia del mito se manifestará en elámbito político con la institucionaliza-ción de la fiesta de la Comunidad en elaniversario de la batalla de Villalar y quese produce paralelamente a la proclama-ción popular como héroes democráticosde los dirigentes de la revuelta.

¿Seguimos con manipulaciones históri-cas? En el año 1988 se celebró con grandes

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fastos en los territorios catalanes el «mile-nario de Cataluña». Fue una conmemora-ción promovida por Esquerra Republicanade Catalunya, pero con el apoyo unánimede todos los grupos representados en elParlament; una celebración cargada desimbolismo e ideología al celebrar los milaños de la supuesta existencia política dela nación catalana. Algunos historiadoresapoyaron la iniciativa del Parlament; es elcaso F. Udina i Martorell, J. M. Font Rius,M. Mundó, M. Riu y J. Vernet en un Infor-me oficial publicado por la Comisión delMilenario, organismo dependiente de laGeneralitat4. Otros guardaron en silenciosu completo rechazo a la que considera-ban distorsionada utilización de categorí-as como realidad catalana, independencia,soberanía, categorías todas ellas anacróni-cas en el contexto socio-político del feuda-lismo. Algunas voces se hicieron oír:

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4 Todos estos firmantes eran miembros de laReal Academia de Buenas Letras de Barcelona, institu-ción fuertemente vinculada a la Generalitat institucio-nal y financieramente.

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«Cataluña –escribió Jaume Sobrequés i Ca-llicó– no existía en el momento de producirseel cambio de milenio: no había ni un poderpolítico unificado, ni un territorio estable ybien definido, ni una conciencia de los habi-tantes de los diversos condados de pertenecera una misma comunidad, ni, por consiguien-te, una voluntad colectiva nítida, ni difumina-da tampoco, de querer vivir juntos bajo unamisma organización social y política»5.

Afirmaciones tajantes que venían a ne-gar la esencia de la celebración, si bienmatizaba rozando la contradicción, quelos «diputados catalanes no han actuado…de una manera ligera, ni absurda, ni arbi-traria» porque existen signos que constitu-yen, el «arranque del proceso de construc-ción de un futuro estado soberano».

Mayor impacto, quizás, en los organis-mos oficiales produjo la opinión de JosepMaria Salrach debido a sus posiciones ní-tidas de izquierda, a sus profundas y razo-nadas convicciones nacionalistas ajenas a

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5 Cuenta y razón, nº 36, 1988.

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la mitificación y a su autoridad científicaganada a pulso por el rigor con que veníaabordando y arrojando nueva luz en susinvestigaciones sobre la alta Edad Mediade Cataluña. Esta opinión la hizo públicaen uno de los artículos más ponderadoscientíficamente de cuantos se escribieronsobre el tema:

«No estoy seguro –escribía– que [el con-cepto de independencia] pueda utilizarse sinreparos para un territorio feudal o prefeu-dal… Hablar de Cataluña para referirse al si-glo X es también problemático [porque] aúnfaltaba mucho para que los de fuera y los dedentro percibieran, sin duda, un espacio ca-talán».

Y concluía que,

«sin negar la existencia de unas raíces milena-rias de Cataluña… singularizar el año 988 esdesvirtuar la realidad mucho más compleja deun proceso»6.

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6 «Las raíces de los condados catalanes», publi-cado en el diario El País, el día 13 de enero de 1988.

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Años después el propio autor narrarálas fuertes presiones a que fue sometidoincluso por miembros de la Administra-ción catalana para forzar su pleno alinea-miento con las posiciones oficiales y en elmismo sentido de las mantenidas por losautores del «Informe»; lo que revela cómodesde la acción política se puede perder lanoción entre lo conveniente políticamentey lo riguroso históricamente en una situa-ción dada y para un grupo político deter-minado; en definitiva, la falta de escrúpu-los con que se somete la Historia a lamanipulación y con que se trata de forzaropiniones molestas7.

Más recientemente aún, hemos tenidoque asistir desde una estupefacta perple-jidad a la más tosca de las manipulacio-nes históricas actuales: «El pueblo vasco

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7 Para una narración sucinta de las presionesrecibidas y al mismo tiempo una defensa ferviente dela ética científica puede leerse su artículo, «Té la recer-ca històrica uns límits ètics? Notes i records d’història,ètica i política», en Marició Janué (ed.), Pensar històri-cament. Ètica, ensenyament i usos de la història, Valen-cia (PUV), 2009.

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existe como pueblo, con una identidadpropia, desde los albores de la historia».No es el discurso exaltado de un oradorante el calor de un público enfervorizado;son palabras literales del texto de un pro-yecto político defendido ante un parla-mento autonómico y, posteriormente, anteel parlamento de la nación. En el fondo dela desmesura de estas palabras queda lapregunta inquietante de hasta qué puntoes posible, incluso desde el respeto al prin-cipio de presunción de inocencia, aceptarque los redactores y defensores de este tex-to hayan actuado honestamente desde elconvencimiento ideológico; o si, por elcontrario, consideraron que la conscientefalsificación de la historia estaba justifica-da por la defensa de la supuesta identidadvasca. Si se acepta la primera versión, ha-brá que aceptar una estremecedora igno-rancia; si la segunda, una irresponsablemanipulación. Quien levantó la voz fueun político, José Ramón Recalde, en ungesto que le ennoblece humana e intelec-tualmente. Su artículo «Los albores de la

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historia», publicado en el diario El País,denuncia, entre otros aspectos, la contra-dicción existente en el texto del proyecto:«el derecho del pueblo vasco a decidir fu-turo», ¿en qué se principio se basa?; ¿enuna identidad propia desde los albores de lahistoria, o, como se afirma también en eltexto, es un derecho democrático irrenun-ciable?8. Qué duda cabe de que el texto pa-sará a la historia política como un paradig-ma de la irresponsabilidad de algunosdirigentes políticos cara a una sociedadque tiene el derecho a un conocimiento ri-guroso de su historia particular.

Una manipulación de estas dimensionespuede crear objetivos altamente atractivos,particularmente para jóvenes con seriasdeficiencias formativas y, consiguiente-mente, con escasa capacidad crítica; loque encierra un peligro social gravísimoya que en este contexto se puede producir

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8 El artículo fue publicado en el diario El País el12 de noviembre de 2003; diez meses después el autorfue víctima de un gravísimo atentado de ETA.

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una espiral de casi imposible solución: lasfalsas ideologías llegan a obturar más aúnla capacidad crítica de las mentes, creán-dose un caldo de cultivo para el desarrolloen cadena de ideologías disformes que en-marañan cada vez más la comprensión ra-cional de los procesos y conducen a laaceptación indiscriminada de dogmas in-tocables e impermeables al análisis crítico.Estamos en las puertas de la acción violen-ta, indiscriminada, en defensa del mito.

Pero la manipulación no se limita a ladefensa de la identidad del regionalismo odel nacionalismo autonómico. Quizás máspeligrosa, por la amplitud de la proyecciónsocial y por la defensa a ultranza de valo-res ya caducados y reaccionarios ha sido lasistemática manipulación de un naciona-lismo español exclusivista. Sólo un botónde muestra. En el año 1989 la iglesia espa-ñola, con el cardenal de Toledo al frente,organizan la conmemoración del XIV cen-tenario del III Concilio de Toledo. No es laprimera conmemoración de este evento.Un siglo antes ya se había producido la

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misma mirada retrospectiva hacia los orí-genes. Pero el fondo ideológico de ambascelebraciones es el mismo, y las circuns-tancias que condicionan ambas celebra-ciones mantienen rasgos muy similares.En ambas late la defensa del catolicismocomo signo de identidad de la nación espa-ñola, lo que lleva a considerar al ConcilioIII de Toledo como el acto fundacional dela nación. La conmemoración del milochocientos se realizaba en un ambientede inquietud ante el avance del liberalismocondenado formalmente por Pío IX en suen encíclica Quanta cura y que en Españahabía conducido a los breves periodos enque los liberales estuvieron en el poder y ala implantación de la Primera República.El estado laico defendido por el liberalis-mo era un torpedo en la línea de flotacióndel poder de la Iglesia y establecía la ab-soluta incompatibilidad con el estadoconfesional católico y, por tanto, con lasesencias de la nación española. De ahíque los ojos de la Iglesia y con ella de lossectores más reaccionarios de la sociedad

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se volviesen hacia el Concilio de Toledo del589 en el que, según ellos, se había produ-cido la proclamación del estado católicopor Recaredo. No eran muy distintas lascircunstancias un siglo después. El accesoa un sistema democrático con el eje funda-mental de la Constitución de 1978, la llega-da al poder del Partido socialista y el avan-ce de una mentalidad laica reforzó en elseno de la jerarquía eclesiástica las posi-ciones del sector más recalcitrante para elque sólo se abría un camino de salvación: re-plegarse a posiciones cerradas a todo pro-greso, incluso contra el espíritu proclamadoen el Concilio Vaticano II; y, lo mismo queun siglo antes, volvieron los ojos a los acon-tecimientos ocurridos en Toledo catorce si-glos atrás. Entro otros fastos conmemorati-vos se convocó un congreso de historiadoresque ofreció una imagen más aséptica de laconmemoración. Pero el espíritu del congre-so fue explicitado por el entonces Cardenalde Toledo, Marcelo González:

«en el presente año concurren centenaria-mente dos nobles causas dignas de ser recor-

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dadas: los orígenes de España como nación yla forma confesional del estado… Entonces,sencillamente, nacía España. Solamente en elIII Concilio de Toledo España adquiere plenaconciencia de su unidad, su soberanía y su in-dependencia»9.

No he hecho más que presentar un pe-queño muestrario de ciertas ideologíasque encajarían con la conocida definiciónde ideología planteada por Mannheim co-mo «falsa conciencia». Pero, por absurdase irracionales que algunas se presenten,pueden llegar a tener, paradójicamente,potencia suficiente para falsear en profun-didad la interpretación de los procesoshistóricos, incluso los hechos singulares, y

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9 Concilio III de Toledo XIV Centenario 589-1989, Toledo, 1991, 137-140 y 79-95. Las citas están to-madas del trabajo de Pablo C. DÍAZ MARTÍNEZ, «Los go-dos como epopeya y la construcción de identidades enla historiografía española», Anales de Historia Antigua,Medieval y Moderna, vol. 40, 2008, p. 40 de la reproduc-ción digital. Se trata de una síntesis interpretativa rea-lizada con enorme rigor y agudeza de la evolución dela ideología identitaria española desde la alta EdadMedia hasta nuestros días.

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condicionar severamente el rumbo del dis-currir histórico introduciendo nuevas di-námicas en el conjunto social y en sustransformaciones.

Pero en la base del problema, es preci-so insistir en ello, está el fracaso de los sis-temas de información veraz que conllevael embotamiento de la capacidad críticade la sociedad. Y esto es más preocupanteque la propia distorsión interpretativa yaque ésta es detectable al menos por elexperto y, en los casos menos sofisticadoso más burdos, también por el profanoinstruido.

A la vista de estos riesgos ¿quién dijoque la Historia era una ciencia carente derelevancia? Estas apreciaciones son unnuevo motivo para reflexionar sobre latrascendencia de la ciencia histórica y so-bre el alcance del oficio de historiador en lasociedad. Porque sólo desde el conocimien-to científico de la Historia se pueden desac-tivar las discordancias sociales que gene-ran las falsas ideologías. Lo que da lamedida del aspecto formativo fundamental

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de la Historia de cara a nuestros alumnosy de cara a la más amplia vertiente socio-política del conjunto de la sociedad en laque el historiador, por su conocimiento delpasado, debe sentirse especialmente invo-lucrado.

Desde su cátedra el historiador no es so-lamente un docente y un investigador de ladisciplina en su sentido más estricto y li-mitado; debe ser también un moldeador deintelectuales al incentivar las potencialida-des individuales de sus alumnos. En estepunto, la reflexión que conduce a unacomprensión profunda de la Historia esla mejor de las vías para la construcciónde una sociedad tanto más progresistacuanto más desarrollada intelectual y cul-turalmente.

Y no debemos cansarnos de enfatizar lanecesidad del historiador de superar lahistoria narrativa o la historia encapsula-da en especialidades cerradas cronológica-mente, porque estas limitaciones son co-mo ceniza en el fuego de una inteligenciacapaz de acceder a la comprensión e inter-

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pretación de los comportamientos socia-les. La organización académica nos obligaa centrarnos en una historia por épocas,en unos aconteceres encajados en límitescronológicos precisos. Pero eso no debeser obstáculo para desvelar ante los alum-nos la racionalidad subyacente al aconte-cer de la etapa estudiada. Y las rigidecesacadémicas tampoco deben limitar nues-tra capacidad para proyectar hacia perio-dos más amplios la racionalidad históricaque subyace a la etapa objeto directo denuestra investigación y de nuestra docen-cia.

La comprensión de esta racionalidad esla que hará que nuestros alumnos salgande las aulas capacitados para asumir el pa-pel de catalizadores del progreso e incenti-vadores del avance social hacia nuevos ob-jetivos y nuevos logros desde el medio enque desarrollen posteriormente su activi-dad profesional. Siempre insertos en la so-ciedad, pero siempre desde su capacidadindividual para la toma de decisiones res-ponsables.

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Es un tema, por otra parte, vital porqueen él está comprometido el conjunto de lasociedad que debe contar con excelentesprofesionales y con dirigentes responsa-bles. Para estos últimos, la formación his-tórica adquirida en las aulas o en el traba-jo individual debería ser absolutamenteimprescindible. La Historia no nos permi-te conocer el futuro; pero, al posibilitar lacomprensión de la racionalidad con que seproducen los comportamientos sociales enel pasado, pone en las manos de nuestrosdirigentes el utillaje mental para interpre-tar el sentido de las tendencias de la socie-dad presente. Un utillaje cuya ausencia seecha de menos con frecuencia y que puedederivar en actuaciones contradictorias o,al menos, poco ajustadas a las líneas deavance de la sociedad y, por ello, generardesconcierto en amplios estratos sociales.En este sentido no es anecdótico el hechodetectado por los sociólogos del desen-canto con que los ciudadanos, sobre todolos jóvenes, encaran en la actualidad la

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política y a los políticos genéricamenteconsiderados.

Una experiencia apasionante fue paramí enfrentarme al estudio de la obra delrey Alfonso VI que reinó en la segunda mi-tad del siglo XI. Al analizar sus actuacio-nes llegué a comprender que la enormetrascendencia histórica de muchas deellas, innovadoras, cuando no rompedoraspara su tiempo, no respondían a decisio-nes tomadas en la soledad de la cúspidedel poder y atentas a sus intereses perso-nales y de la nobleza en la que debía apo-yarse para el control del reino. No; la ex-cepcional inteligencia política de este reyse mostraba en dos vertientes: en una finí-sima capacidad para percibir el sentido delas dinámicas profundas que impulsabanel avance de la sociedad, algunas de lascuales habían comenzado a fraguarse bas-tantes décadas atrás; y, como complemen-to indispensable, su capacidad resolutivapara tomar las decisiones adecuadas queimpulsasen con más fuerza esas corrien-tes. El rey no era propiamente un creador;

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el rey era un impulsor. La inmersión de lasdecisiones políticas del rey en el oleaje delas tendencias profundas de la sociedad eslo que define la personalidad política deeste monarca; es lo que define al hombrede estado de todas las épocas; es a lo quedebería aspirar todo aquel que pretendaacceder a la gestión de la cosa pública.

Pero los objetos inmediatos del historia-dor y profesor universitario son sus alum-nos en una acción formativa que debe tras-cender la mera información o el simpleaprendizaje de hechos puntuales. Esta la-bor formativa no es exclusiva del profeso-rado universitario. La implantación de unafalsa ideología es mucho más efectiva enla etapa infantil y en la adolescencia por-que debido a la inmadurez intelectual pro-pia de estas edades la vulnerabilidad esmáxima. Pero no ha sido éste mi campode acción profesional, ni es este el lugarmás adecuado para plantear estos proble-mas. Por lo que debo centrarme en el ám-bito objeto directo de mi actividad como

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formador de jóvenes universitarios a tra-vés del estudio de la Historia.

Un primer problema que se plantea alprofesor universitario –y me refiero con-cretamente a la disciplina de la Historia–es el número inadecuado de alumnos; in-adecuado, por su número, también por laexcesiva diversidad de sus capacidades in-telectuales. Me explico. El fenómeno de laamplia apertura de la Universidad a todoslos sectores de la sociedad es, qué duda ca-be, el mejor índice y la más esperanzadoramanifestación de la igualdad social. Perola igualdad social no debe confundirse conuniformidad. Igualdad hace referencia auna igualdad de oportunidades para quetodo individuo pueda recibir la mejor for-mación de acuerdo con sus aptitudes natu-rales y para que pueda desarrollarlas enmáximo grado como profesional. De ahíque la auténtica igualdad sólo podrá seruna realidad cuando se hayan superadolos prejuicios mentales de una sociedadque sigue considerando la formación uni-versitaria como la forma más elevada –ca-

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si la única– de realización personal y pro-fesional. Ello quiere decir que los sistemaseducativos deberán contemplar como unelemento clave de la formación humanaunos procedimientos de selección que de-ben operar con total independencia del ni-vel económico, de la pertenencia a un de-terminado ambiente cultural o profesionalo, con mucha más razón, de los objetivosfijados en el núcleo familiar para algunode sus miembros, pero que en ocasiones seasignan sin suficiente atención a las apti-tudes naturales del individuo. El abrir lasaulas universitarias a alumnos cuyas apti-tudes no son las más adecuadas para eltrabajo específicamente intelectual peroque les permitirían rendir satisfactoria-mente en otros campos de actividad, ni essigno de igualdad, ni es positivo para el fu-turo del individuo, ni puede justificarseapelando a la democratización de la cultu-ra. Los perjuicios de una inadecuada selec-ción redundarán necesariamente en gravestraumas interiores para los propios indivi-duos que, debido a las deficiencias de

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orientación, se ven encaminados al fracasoacadémico o a un desarrollo profesionalque nunca llegará a ser satisfactorio parael individuo, ni eficaz para la sociedad. Lainsatisfacción y la frustración consecuen-cias del sentimiento de fracaso son hijosnaturales de esa engañosa identificaciónentre plenitud de la formación humana yestudios universitarios.

Un segundo problema actual es el de lossistemas de formación que comienzan aimplantarse en las especialidades de Histo-ria. Resulta difícil abordar estos temas enun momento como el actual en el que loscambios que se están operando están suje-tos a polémica. Pero creo que es positivoplantear, aunque sea de manera muy su-cinta, lo que muchos consideramos un ide-al de la acción formativa en la Universi-dad. Y recurro para ello a una etapa yapasada en la que, al menos en los estudiosa los que me estoy refiriendo y en cuya en-señanza he acumulado una larga experien-cia, existían condiciones formativas muyfavorables. En concreto, la posibilidad de

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una cierta especialización temática duran-te la Licenciatura, lo que reducía sensible-mente el número de alumnos por especia-lidad y facilitaba una óptima ratioalumnos-profesor. Había tiempo para lalectura reposada, reflexiva, para la conver-sación pausada en la que con facilidad sepasaba de la simple consulta al debate deideas. Había tiempo para la crítica de lasteorías con las que el alumno se topabanen sus lecturas; y era la ocasión para unejercicio de análisis depurador entre pro-puestas en las que se percibía solidez inte-lectual, siempre atendiendo al marco ideo-lógico de sus autores, y aquellas otras que,a pesar de una posible y ocasional brillan-tez, no resistían ese análisis. A través de es-tas prácticas el alumno maduraba intelec-tualmente, se capacitaba para comprenderen profundidad las dinámicas históricas,para integrarse en plenitud en la sociedadactual y para desarrollar una posición crí-tica que se erigía en dique de contenciónante el peligro de desbordamiento de lasfalsas ideologías.

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¿Utopía? ¿Idealización? Probablementesí. A veces no podemos resistir a la tenta-ción de barnizar el pasado con una pátinade idealidad y de utopía; pero sólo ideali-zamos aquellos episodios cuyos efectos,transcurrido un tiempo suficiente, segui-mos sintiendo como benéficos y cuandonuestra mirada retrospectiva no puede sermás que complaciente y cargada de gene-rosidad.

Cambiaron los tiempos, cambiaron lassituaciones, cambiaron los planes de estu-dio; ¿dos, tres veces? Cambios que se sal-daron con una serie de promociones sacri-ficadas en aras de la experimentaciónpedagógica. Hasta el Plan Bolonia. Con to-da su polémica. No voy a entrar de lleno enella. Pero quiera o no, no puedo por menosde sentirme involucrado.

No cabe duda de que el Plan Bolonia esun proyecto ambicioso para la formaciónde ciudadanos europeos capaces de asimi-lar las peculiaridades nacionales, perotrascendiendo los particularismos estéri-les. Desde este punto de vista el objetivo de

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creación efectiva de un Espacio Europeode Educación Superior en sí mismo nopuede por menos de valorarse como unavance decisivo de la sociedad europea.

Los problemas surgen a partir de ahí. Elprimero está en la ideología que parecesubyacer al proyecto tal como en este mo-mento se está llevando a cabo. La sociedadeuropea se puede definir, en contraposi-ción con otras sociedades, como la que hasabido conjugar el progreso económicocon el desarrollo sostenido del conoci-miento, de la cultura y del estado de bien-estar. Pero frente a estos valores, actual-mente parecen imponerse valores muydistintos vinculados a lo que algunos auto-res han denominado la «americanizaciónde Europa». De hecho, el riesgo nada des-preciable de provocar en muchos paíseseuropeos una recesión duradera y de ba-rrer del mapa el estado de bienestar no haimpedido la implantación por los másfuertes de durísimas exigencias de reduc-ción del endeudamiento como vía de supe-ración de la crisis; medidas que han sido

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impuestas desde ideologías conservadorasque tienen como pilares fundamentales eldarwinismo social –éxito individual de losmás fuertes, marginación de los débiles– yel mercantilismo –asociado al triunfo so-cial que se plasma en la riqueza materialfuertemente vinculada a las oportunidadesy exigencias del mercado10–.

Es difícil sustraerse a la impresión deque el Plan Bolonia originario ha sido encierta medida secuestrado por esta ideolo-gía y orientado preferentemente a las nece-sidades de un mercado más atento a losvalores del desarrollo material que a lasexigencias del conocimiento, lo que reper-cute negativamente en la atención a lasCiencias Humanas y a los centros que ex-hiben una trayectoria intelectual interesa-da de manera particular en el cultivo de es-tas especialidades.

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10 Interesante reflexiones al respecto se encuen-tran en Sami NAÏR, El Imperio frente a la diversidad delmundo, Barcelona 2003.

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En esta línea se explica la implantaciónde un sistema de competencia entre lasdistintas universidades que comporta unaruptura de la igualdad de oportunidadesya que al otorgar una clara prioridad a laproducción de tecnología, se discriminapositivamente a universidades enclavadasen núcleos de intensa actividad financierae industrial que por ello cuentan con unplus de oportunidades y recursos para eldesarrollo de sus proyectos. El reverso sesitúa en universidades con una trayectoriahistórica especializada en las Humanida-des y en el impulso a los valores del cono-cimiento pero que, debido a su escasaaportación inmediata en tecnología al PIB,están condenadas a una devaluación en losranking y en la consideración social.

Habría que reflexionar, por otra parte,sobre los procedimientos más concretos,sobre el diseño a pie de obra con el que tra-ta de alcanzarse en las áreas de Historialos objetivos finales de creación del Espa-cio Europeo de Educación Superior. Talesprocedimientos tienen concreciones que

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parecen contradecir el objetivo superiorexplicitado. Entre ellas la estructura cua-trimestral de las asignaturas del Grado,adelgazadas hasta lo increíble en sus con-tenidos y en el tiempo dedicado a su estu-dio y con unos controles del rendimientode los alumnos que no por prolijos parecenmás operativos. El resultado puede ser, pa-ra la mayoría de los estudiantes, la asimi-lación de formas de vida y de trabajo conescasa cabida para la reflexión serena, pa-ra la crítica razonada y para la preocupa-ción por los valores del conocimiento. Y enlo que se refiere al profesorado, en esta si-tuación se compromete gravemente laasociación entre investigación y docencia,ya que en un sistema docente como este sereduce el tiempo de relación con los alum-nos, se excluye la profundización en lostemas y se limita severamente las posibili-dades de hacer partícipe al alumno de laslíneas de investigación en las que se mue-ve el profesorado.

Ni que decir tiene que este aspecto tienemucha mayor incidencia en aquellas disci-

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plinas en las que la reflexión debe primarsobre la técnica y la experimentación. Lanaturaleza específica de las especialidadeshistóricas y, por tanto, el aprendizaje deestas ciencias, está en función de su objetocientífico. Son ciencias que operan sobreobjetivos no presenciales –puesto que estu-dian el pasado– y tratan de comprender einterpretar la actuación en el tiempo dehombres y grupos humanos sometidos aun número inconmensurable de condicio-namientos y de variables. Son ciencias cu-ya investigación y conclusiones no puedenapuntalarse en la experimentación y com-probación de hipótesis; por el contrario,deben centrarse exclusivamente en la re-flexión sobre el pasado como única vía pa-ra la validación de tesis que ofrezcan unaexplicación racional y convincente de esepasado.

Es cierto que el Master se presenta comouna posible solución a estos problemas. Pe-ro su efectividad depende del grado de pre-paración –léase, de formación– que previa-mente han adquirido los alumnos en la

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etapa anterior. Y es obvio que si esta etapaacadémica adolece de deficiencias en laformación del futuro historiador, estascondicionarán necesariamente la calidaddel Master, que difícilmente podrá alcan-zar la excelencia. Con lo que se plantea unnuevo y grave problema: el de la emigra-ción de algunos de los mejores alumnoshacia centros especializados que, estos sí,reunirán a grupos minoritarios muy bienseleccionados por sus aptitudes intelectua-les y también por sus recursos económi-cos. Es decir, nos topamos de nuevo con eldarwinismo social, tan americano, y queparece llamado a establecerse como la so-lución definitiva para alcanzar una forma-ción que permita competir en el mercado aun nivel de excelencia.

Sería necesario adoptar medidas imagi-nativas de financiación a todas las univer-sidades que vengan exhibiendo trayecto-rias científicas de calidad, sea en el campode las ciencias experimentales o en el delas Ciencias Humanas; en este caso, me-diante valoraciones con criterios específi-

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cos de estas ciencias. Pero, por ahora, esevidente que las directrices de los gobier-nos europeos en el aspecto de financiaciónpresentan aspectos que contradicen la rea-lización del objetivo último. La más llama-tiva contradicción es que, incluso en susinicios, cuando aún no habían asomadolos primeros síntomas de crisis económi-ca, se abordó con el Plan Bolonia la másdrástica renovación del sistema de forma-ción universitario realizada en el último si-glo manteniendo en el frontispicio del pro-yecto la consigna de «coste cero». «No seráposible –escribe Timothy Garton Ash– al-canzar el objetivo de la economía del cono-cimiento, en ningún lugar de Europa, sininvertir más dinero en la enseñanza supe-rior». Claro que esto exige, en palabras delmismo autor, que «el nivel de financiaciónpública para la educación superior y deposgrado entre a formar parte del debategeneral sobre el gasto público»11.

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11 «El reto para las universidades europeas», ElPaís, martes, 13 de julio de 2010.

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Pero dada la marcha de los aconteci-mientos actuales hay razones objetivas pa-ra temer que estas consideraciones no en-tren en el campo de análisis de la mayoríade nuestros políticos; es más, parece que alos gobiernos europeos no les ha tembladoel pulso a la hora de adoptar solucionesque comprometen seriamente el estado debienestar y la pervivencia, ya muy tocada,de los valores del conocimiento y de la cul-tura; valores que han sido hasta ahora sig-nos distintivos de nuestra sociedad euro-pea y cuya pérdida sería un procesoprácticamente irreversible.

Aun en el caso de que todos estos pro-blemas llegasen a una solución por efectode la experiencia acumulada a lo largo deun periodo prolongado de rodaje y concambios ideológicos en las cúpulas del po-der, persiste la sensación inquietante de sino será excesivo el precio que hay que pa-gar por un éxito demasiado aplazado en eltiempo; porque nos encontraremos con unnúmero de promociones –por pequeño quesea siempre será excesivo– de jóvenes que

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se sumarán a otras anteriores entre las sa-crificadas a la experimentación y que, pri-vadas de sólidos resortes interiores, su-cumbirán sin resistencia a la atracción deuna sociedad mercantilizada donde la ri-queza material llegue a convertirse en lamedida suprema del éxito individual y elfactor decisivo en la toma de decisiones.

Pero también en este aspecto, la Histo-ria, el conocimiento del pasado, nos per-mite proponer una última reflexión; ésta,de carácter positivo. Es preciso recordarque la Universidad, desde su aparición enEuropa, allá por los años 1100-1200, hapasado por crisis quizás más profundas; ysiempre ha renacido. Cabe por eso pensarcon ilusión que la Universidad, histórica-mente punto de encuentro y bisagra sinte-tizadora de las distintas modalidades deinvestigación y producción científica y cul-tural, sea capaz de superar todos los obstá-culos y reasumir, renovado, su históricopapel de alma mater del pensamiento y dela cultura.

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ESTA LECCIÓN INAUGURAL SE ACABÓ DE REDACTAR

EL 3 DE SEPTIEMBRE DE 2010DÍA DE SAN GREGORIO MAGNO

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