la habitacion de los reptiles - lemony snicket

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La segunda historia de los huérfanosBaudelaire comienza con los niñosviajando a través del Camino Piojosoen el pequeño coche del Sr. Poe,hacia la casa de su siguiente tutor, elDr. Montgomery Montgomery, unherpetólogo. Según el Sr. Poe, el Dr.Montgomery es «el hermano de lamujer del primo del padre» de losBaudelaire.El Dr. Montgomery, o Tío Montycomo prefiere ser llamado, es unhombre bajo y regordete con elrostro redondo y colorado, y esmuchísimo más amistoso que sututor anterior, el Conde Olaf. El Tío

Monty les menciona a los niños quepronto irán a una expedición a Perúuna vez que llegara su nuevoasistente, Stephano. El mencionó quesu viejo asistente, Gustav,repentinamente había renunciado.(Gustav posiblemente se refiere aGustav Sebald).

Lemony Snicket

La habitación delos reptiles

Una serie de catastróficasdesdichas - 2

ePUB v1.0lamirona y robin_lp31 14.02.13

Título original: The Reptile RoomLemony Snicket, 1999.Traducción: Néstor BusquetsIlustraciones: Brett HelquistDiseño/retoque portada: Brett Helquist

Editor original: itzi_bitzi y robin_lp31(v1.0)ePub base v2.0

Para Beatrice.Mi amor por ti vivirá para siempre.

Tú, sin embargo, no lo hiciste.

Capítulo 1El tramo de carretera que sale de laciudad, pasando por el Puerto Brumoso,hacia el pueblo de Tedia es quizás el peordel mundo. Se le llama el CaminoPiojoso. El Camino Piojoso recorrecampos de un color gris enfermizo, dondeun puñado de árboles de aspecto salvajeproducen unas manzanas tan agrias quesólo con mirarlas te pones enfermo.

El Camino Piojoso atraviesa el RíoMacabro, un río que es barro en unnoventa por ciento, que contiene pecesextremadamente desconcertantes y querodea una fábrica de rábanos picantes, de

forma que toda aquella zona tiene un olorfuerte y amargo.

Siento deciros que esta historiaempieza con los huérfanos Baudelaireviajando por esa carretera tandesagradable, y que a partir de este puntola historia sólo va a peor. De todas laspersonas del mundo que arrastran vidasmiserables —y estoy seguro de queconocéis unas cuantas— los jóvenesBaudelaire se llevan la palma, frase queaquí significa que les han pasado máscosas horribles que a nadie. Su infortunioempezó con un tremendo incendio quedestruyó su casa y causó la muerte de susdos amados padres, tristeza suficientepara durar toda la vida, pero que en el

caso de estos niños sólo fue un malprincipio. Tras el incendio, los hermanosfueron a vivir con un pariente lejanollamado Conde Olaf, un hombre terrible ycodicioso. Los padres Baudelaire habíandejado una enorme fortuna, que les seríaentregada a los niños cuando Violetalcanzara la mayoría de edad, y el CondeOlaf estaba tan obsesionado porapropiarse del dinero con sus suciasmanos que tramó un enrevesado plan quetodavía hoy me produce pesadillas. Ledescubrieron justo a tiempo, pero escapóy juró apropiarse de la fortuna de losBaudelaire en un futuro cercano. Violet,Klaus y Sunny todavía tenían pesadillascon los ojos muy, muy brillantes del

Conde Olaf y con su única ceja hirsuta, ysobre todo con el ojo que llevaba tatuadoen el tobillo. Era como si aquel ojoestuviese observando a los huérfanosBaudelaire allí donde fuesen.

Así pues, tengo que deciros que, sihabéis abierto este libro con la esperanzade descubrir que los niños vivieronfelices por siempre jamás, será mejor quelo cerréis y leáis cualquier otra cosa.Porque Violet, Klaus y Sunny, sentados enun coche pequeño e incómodo, y mirandopor las ventanillas el Camino Piojoso,iban al encuentro de todavía peoresmiserias e infortunios. El Río Macabro yla fábrica de rábanos picantes eran sólo elanticipo de una serie de episodios

trágicos y desagradables, que me hacenfruncir el entrecejo y llorar cada vez quepienso en ellos.

El conductor del coche era el señorPoe, un amigo de la familia que trabajabaen un banco y siempre tenía tos. Era elencargado de supervisar los asuntos delos huérfanos, y era él quien habíadecidido que los niños, tras los sucesosdesagradables que habían padecido juntoal Conde Olaf, fuesen educados por unpariente lejano que vivía en el campo.

—Lamento que estéis incómodos —dijo el señor Poe, tosiendo en un pañueloblanco—, pero este coche nuevo no tienecapacidad para demasiada gente. Nisiquiera hemos podido meter una sola de

vuestras maletas. Más o menos os lastraeré dentro de una semana.

—Gracias —dijo Violet, que, concatorce años, era la mayor de losBaudelaire.

Cualquiera que conociese a Violetsabría que no estaba pensando en lo quedecía el señor Poe, porque llevaba lalarga melena recogida con un lazo paraevitar que se le metiese en los ojos. Violetera inventora y, cuando estaba pensandoen sus inventos, le gustaba recogerse elpelo así. La ayudaba a pensar con másclaridad en los diferentes alambres,herramientas y cuerdas implicados en lamayoría de sus creaciones.

—Después de haber vivido tanto

tiempo en la ciudad —prosiguió el señorPoe—, creo que el campo os resultará uncambio agradable. Oh, aquí está la curva.Ya casi hemos llegado.

—Bien —dijo Klaus en voz baja.Klaus, como mucha gente que viaja en

coche, estaba muy aburrido y sentía notener un libro en las manos. A Klaus leencantaba leer y con poco más de doceaños había leído más libros de los que leemucha gente en toda su vida. A veces leíahasta bien entrada la noche, y por lamañana se le podía encontrar durmiendocon un libro en las manos y las gafaspuestas.

—Creo que también el doctorMontgomery os va a gustar —dijo el

señor Poe—. Ha viajado muchísimo ytiene muchas historias que contar. He oídoque su casa está repleta de cosas que haido trayendo de todos los sitios donde haestado.

—¡Bax! —gritó Sunny.Sunny, la más joven de los huérfanos

Baudelaire, hablaba a menudo así, comohacen los bebés. De hecho Sunny, apartede morder cosas con sus cuatro dientesmuy afilados, se pasaba la mayor partedel tiempo soltando palabras. A menudose hacía difícil saber lo que quería decir.En aquel momento probablemente queríadecir algo parecido a: «Estoy inquieta porconocer a un nuevo pariente». Los tresniños lo estaban.

—¿Cuál es exactamente el parentescoentre el doctor Montgomery y nosotros?—preguntó Klaus.

—El doctor Montgomery es, dejadmever, el hermano de la mujer del primo devuestro difunto padre. Creo que algo así.Es una especie de científico y recibegrandes cantidades de dinero delgobierno.

Como banquero, el señor Poe siempreestaba pensando en dinero.

—¿Cómo debemos llamarle? —preguntó Klaus.

—Deberíais llamarle doctorMontgomery, a menos que él os diga quele llaméis Montgomery. Se llamaMontgomery de nombre y de apellido, o

sea que no hay diferencia.—¿Se llama Montgomery

Montgomery? —inquirió Klaus sonriendo.—Sí y estoy seguro de que es muy

susceptible al respecto, así que nada demofas —dijo el señor Poe, y volvió atoser en su pañuelo—. «Mofarse»significa «tomarle el pelo».

Klaus suspiró.—Ya sé lo que significa «mofarse» —

dijo.No añadió que también sabía que no

había que burlarse del nombre de nadie.De vez en cuando la gente pensaba que,como los huérfanos eran desdichados,también debían de ser imbéciles.

Violet suspiró a su vez y se quitó el

lazo. Había intentado idear un invento queimpidiese que el olor a rábanos picantesllegase al olfato de la gente, pero estabademasiado nerviosa por conocer al doctorMontgomery para poder concentrarse.

—¿Sabe qué clase de científico es? —preguntó.

Pensaba que quizás el doctorMontgomery tuviera un laboratorio queella podría utilizar.

—Me temo que no —admitió el señorPoe—. He estado muy ocupadopreparándolo todo para vosotros tres y nohe tenido demasiado tiempo parainformarme de estos detalles. Oh, ahí estáel camino de entrada. Hemos llegado.

El señor Poe condujo el coche por una

pronunciada curva del camino de grava,en dirección a una enorme casa de piedra.La casa tenía una pesada puerta de entradade madera oscura, con varias columnasdelimitando el porche delantero. A amboslados de la puerta había lámparas conforma de antorchas, que estabanencendidas a pesar de que era de día.Encima de la puerta principal había filas yfilas de ventanas, la mayoría de las cualesestaban abiertas para dejar pasar la brisa.Pero delante de la casa había algobastante inusual: un césped vasto y biencuidado, dotado de unos arbustos largos ydelgados de formas singulares. Cuando elcoche del señor Poe se detuvo, losBaudelaire pudieron ver que los arbustos

habían sido podados en forma deserpientes. Cada seto era una especiediferente de serpiente, algunas largas,otras cortas, algunas sacando la lengua yotras con la boca abierta, mostrando unosdientes verdes y temibles. Eran bastantemisteriosas, y Violet, Klaus y Sunnydudaron un poco a la hora de pasar a sulado camino de la casa.

El señor Poe, que iba delante, parecióno fijarse en los arbustos, posiblementedebido a que estaba ocupado diciéndolesa los niños cómo tenían que comportarse.

—Bien, Klaus, no hagas muchaspreguntas desde un buen principio. Violet,¿qué ha pasado con el lazo que llevabasen el pelo? Me ha parecido que te daba un

aspecto muy elegante. Y, por favor,aseguraos de que Sunny no muerda aldoctor Montgomery. Eso no causaría unabuena primera impresión.

El señor Poe subió las escaleras hastala puerta y llamó al timbre, uno de lostimbres más fuertes que habían oído losniños. Tras un momento de esperapudieron oír unos pasos que se acercaban,y Violet, Klaus y Sunny se miraron unos aotros. No tenían forma de saber, claro,que muy pronto habría más desdichas ensu desdichada familia, pero con todo sesentían incómodos. ¿Sería el doctorMontgomery una buena persona?, sepreguntaban. ¿Sería como mínimo mejorque el Conde Olaf? ¿Podría ser peor?

La puerta se abrió lentamente, y loshuérfanos Baudelaire contuvieron elaliento y miraron la oscura entrada.Vieron una alfombra color borgoña en elsuelo. Vieron una lámpara de vidrios decolores, que pendía del techo. Vieron ungran cuadro al óleo de dos serpientesentrelazadas, que colgaba de la pared.Pero ¿dónde estaba el doctorMontgomery?

—¿Hola? —dijo el señor Poe—.¿Hola?

—¡Hola hola hola! —gritó una fuertevoz, y de detrás de la puerta surgió unhombre bajo y regordete, con el rostroredondo y colorado—. ¡Soy vuestro TíoMonty y llegáis en el momento oportuno!

¡Acabo de preparar una tarta de coco!

Capítulo 2—¿A Sunny no le gusta el coco? —preguntó Tío Monty.

El, el señor Poe y los huérfanosBaudelaire estaban sentados ante unamesa verde, cada uno con un trozo de latarta de Tío Monty. Tanto la cocina comola tarta seguían calientes por el calor delhorno. La tarta era magnífica, rica ycremosa, con la cantidad perfecta decoco. Violet, Klaus y Tío Monty estabancasi acabando sus raciones, pero el señorPoe y Sunny sólo habían comido unpedacito.

—A decir verdad —dijo Violet—, a

Sunny no le gusta comer cosas blandas.Ella prefiere alimentos duros.

—Algo poco habitual en un bebé —dijo Tío Monty—, pero muy habitual enmuchas serpientes. La Masticadora deBerbería, por ejemplo, es una serpienteque debe tener algo en la boca todo eltiempo, de no ser así empieza a comersesu propia boca. Muy difícil de manteneren cautividad. ¿Le gustaría a Sunny unazanahoria cruda? Es algo muy duro.

—Una zanahoria cruda sería perfecto,doctor Montgomery —contestó Klaus.

El nuevo tutor legal se levantó y sedirigió a la nevera, pero de repente diomedia vuelta y negó con el índice,mirando a Klaus.

—Nada de «doctor Montgomery» —dijo—. Es demasiado formal para mí.¡Llámame Tío Monty! Ni siquiera miscompañeros herpetólogos me llamandoctor Montgomery.

—¿Qué son herpetólogos? —preguntóViolet.

—¿Cómo te llaman? —preguntóKlaus.

—Niños, niños —dijo el señor Poecon severidad—. No tenéis que hacertantas preguntas.

Tío Monty sonrió a los huérfanos.—Está bien —dijo—. Las preguntas

demuestran una mente curiosa. La palabra«curiosa» significa…

—Sabemos lo que significa —dijo

Klaus—. «Llena de preguntas».—Bueno, si sabéis lo que significa

esto —dijo Tío Monty, dándole unazanahoria a Sunny—, deberíais sabertambién qué es la herpetología.

—Es el estudio de algo —dijo Klaus—. Cuando una palabra tiene ogía es elestudio de algo.

—¡Serpientes! —gritó Tío Monty—.¡Serpientes, serpientes, serpientes! ¡Esoes lo que estudio! ¡Adoro las serpientes,todas las especies de serpientes, y recorroel mundo en busca de diferentes especiesque estudiar aquí en mi laboratorio! ¿Noes algo interesante?

—Es algo interesante —dijo Violet—,muy interesante. Pero ¿no es peligroso?

—No, si conoces el tema —dijo TíoMonty—. Señor Poe, ¿le gustaría tambiénuna zanahoria cruda? Veo que casi no haprobado la tarta.

El señor Poe se sonrojó y tosió unbuen rato en su pañuelo antes decontestar:

—No, gracias, doctor Montgomery.Tío Monty guiñó el ojo a los niños.—Si usted quiere, señor Poe, también

puede llamarme Tío Monty.—Gracias, Tío Monty —dijo el señor

Poe con frialdad—. Bueno, tengo unapregunta, si no le importa. Ha mencionadoque recorre el mundo. ¿Alguien vendrá acuidar a los niños mientras usted estéfuera recogiendo especímenes?

—Somos lo bastante mayores paraquedarnos aquí solos —dijo Violetrápidamente, más en su interior no lo teníatan claro.

El tema de estudio de Tío Montyparecía interesante, pero no estaba segurade estar preparada para quedarse sola consus hermanos en una casa llena deserpientes.

—Ni hablar —dijo Tío Monty—. Lostres iréis conmigo. Dentro de diez díasnos vamos a Perú, y quiero que estéis allí,en la jungla, conmigo.

—¿De verdad? —dijo Klaus. Tras elcristal de sus gafas sus ojos brillaban deexcitación—. ¿De verdad nos vas a llevara Perú?

—Estaré encantado de contar convuestra ayuda —dijo Tío Monty, mientrasse levantaba para coger un poco del trozode tarta de Sunny—. Ayer mismo Gustav,mi ayudante, me dejó una inesperada cartade dimisión. He contratado a un hombrellamado Stephano para que ocupe sulugar, pero no llegará hasta la semana queviene, así que voy muy retrasado encuanto a los preparativos para laexpedición se refiere. Alguien tiene queasegurarse de que todas las trampas paraserpientes funcionen, para que ningúnespécimen resulte herido. Alguien tieneque leer estudios del territorio peruano,para que podamos recorrer la jungla sinproblemas. Y alguien tiene que cortar una

cuerda larguísima en cuerdas más cortas ymanejables.

—A mí me interesa la mecánica —dijo Violet, lamiendo su tenedor—, y meencantaría aprenderlo todo sobre trampaspara serpientes.

—A mí las guías me parecenfascinantes —dijo Klaus, limpiándose laboca con una servilleta—, y me encantaríaaprender cosas sobre el territorioperuano.

—¡Eojip! —gritó Sunny y mordió suzanahoria.

Probablemente quería decir algoparecido a: «¡Me encantaría morder unacuerda larguísima hacer de ella trozosmás cortos y manejables!».

—¡Maravilloso! —gritó Tío Monty—.Me alegra saber que sentís tantoentusiasmo. Así será más fácilarreglárnoslas sin Gustav. Es muy extrañoque se haya ido de esta manera. Ha sidomala suerte perderle.

El rostro de Tío Monty se nubló, fraseque aquí significa «adquirió un aspectoligeramente pesimista, porque Tío Montyestaba pensando en su mala suerte»,aunque, si Tío Monty hubiese sabido lamala suerte que pronto le esperaba, nohabría perdido ni un instante pensando enGustav. Yo desearía —y estoy seguro deque vosotros también— poder dar marchaatrás en el tiempo y avisarle, pero nopodemos, así son las cosas. Tío Monty

pareció pensar también «así son lascosas», porque meneó la cabeza y sonrió,expulsando los pensamientos negativos desu cabeza.

—Bueno, será mejor que empecemos—dijo—. No hay mejor momento que elmomento presente, siempre lo digo. ¿Porqué no acompañáis al señor Poe hasta sucoche y os enseño la Habitación de losReptiles?

Los tres niños Baudelaire, que sehabían sentido tan inquietos al pasar porprimera vez junto a los arbustos en formade serpientes, los cruzaron ahoracorriendo confiados, al acompañar alseñor Poe hasta su automóvil.

—Bien, niños —dijo el señor Poe

tosiendo en su pañuelo—, volveré dentrode una semana para traeros el equipaje ypara asegurarme de que todo va bien. Séque el doctor Montgomery puederesultaros un poco terrorífico, pero estoyseguro de que con el tiempo osacostumbraréis a…

—No nos resulta terrorífico en lo másmínimo —interrumpió Klaus—. Parecemuy fácil llevarse bien con él.

—Me muero de ganas de ver laHabitación de los Reptiles —dijo Violetemocionada.

—¡Mika! —dijo Sunny, lo queprobablemente significaba: «Adiós, señorPoe. Gracias por acompañarnos en cochehasta aquí».

—Bueno, adiós —dijo el señor Poe—. Recordad que en coche estáis a unpaso de la ciudad, y que podéis ponerosen contacto conmigo o con cualquier otrodirectivo del banco si tenéis problemas.Hasta pronto.

Hizo un extraño gesto con el pañuelopara despedirse, entró en su pequeñocoche y volvió a recorrer el paseo degrava en dirección al Camino Piojoso.Violet, Klaus y Sunny le devolvieron elsaludo, y esperaron que el señor Poe seacordase de subir las ventanillas delcoche para que el hedor de rábano picanteno fuese demasiado insoportable.

—¡Bambini! —gritó Tío Monty desdela puerta principal—. ¡Venid, bambini!

Los huérfanos Baudelaire cruzaroncorriendo los setos hasta donde su nuevotutor les esperaba.

—Violet, Tío Monty —dijo Violet—.Me llamo Violet, mi hermano es Klaus, ySunny es nuestra hermana pequeña.Ninguno de nosotros se llama Bambini.

—«Bambini» es «niños» en italiano—explicó Tío Monty—. He sentido larepentina necesidad de hablar italiano.¡Me siento tan feliz de teneros a los tresaquí…! Podéis dar gracias a que no estédesvariando.

—¿Alguna vez has tenido hijos? —preguntó Violet.

—Me temo que no —dijo Tío Monty—. Siempre quise encontrar una mujer y

formar una familia, pero luego acababapor olvidarlo. ¿Os enseño la Habitaciónde los Reptiles?

—Sí, por favor —dijo Klaus.Tío Monty les llevó, pasando ante el

cuadro de serpientes de la entrada, hastauna habitación enorme, con una granescalera y un techo muy, muy alto.

—Vuestras habitaciones estarán alláarriba —dijo Tío Monty señalando lasescaleras—. Cada uno puede escoger lahabitación que quiera y colocar losmuebles a su gusto. Tengo entendido quemás adelante el señor Poe os traerá elequipaje en su ridículo coche. Pero, porfavor, haced una lista de todo lo quepodáis necesitar, y mañana iremos de

compras a la ciudad, para que no tengáisque pasar los próximos días con la mismaropa interior.

—¿De verdad cada uno tiene supropia habitación? —preguntó Violet.

—Claro —dijo Tío Monty—. Nocreeríais que os iba a encerrar a todos enla misma habitación, ¿verdad? ¿Qué clasede persona haría eso?

—El Conde Olaf lo hizo —dijo Klaus.—Oh, es verdad, el señor Poe me lo

contó —dijo Tío Monty, haciendo unamueca como si acabase de probar algohorrible—. El Conde Olaf parece unapersona malísima. Espero que algún díalo despedacen unos animales salvajes.¿No os alegraría eso? Oh, bueno, aquí

estamos: la Habitación de los Reptiles.Tío Monty estaba delante de una

puerta muy grande de madera, con unpomo justo en medio. Estaba tan alto quese tuvo que poner de puntillas para asirlo.Cuando la puerta se abrió chirriando, loshuérfanos Baudelaire quedaronboquiabiertos de asombro y de placer alver la habitación.

La Habitación de los Reptiles estabahecha completamente de cristal, con unasluminosas y transparentes paredes decristal y un alto techo de cristal, queculminado en un pináculo como si delinterior de una catedral se tratase. Másallá de las paredes había un campo verdede hierbas y arbustos que, claro, era

perfectamente visible a través de lasparedes transparentes, de modo que estaren la Habitación de los Reptiles era comoestar en el interior y el exterior al mismotiempo. Pero, con lo extraordinaria queera la habitación, lo que había en suinterior era mucho más emocionante.Reptiles, evidentemente, alineados enjaulas metálicas cerradas, colocadassobre cuatro hileras de mesas de madera,a lo largo de la habitación. Había todaclase de serpientes, naturalmente, perotambién había lagartos, sapos y otrosanimales que los niños nunca habían vistoantes, ni siquiera en fotos, o en el zoo.Había un sapo muy gordo, con dos alasque le salían de la espalda, y un lagarto de

dos cabezas que tenía rayas amarillas enel vientre. Había una serpiente con tresbocas, una encima de la otra, y unaserpiente que parecía no tener boca.Había un lagarto con el aspecto de unalechuza, con unos ojos muy abiertos queles miraban desde el tronco donde estabaencaramado dentro de su jaula, y un sapoque parecía una iglesia, y cuyos ojossemejaban vidrieras de colores. Y habíauna jaula con una pieza de ropa blancaencima, de forma que no podías ver lo quehabía en el interior. Los niños caminaronpor las hileras de jaulas, observando elinterior de cada una anonadados, ensilencio. Algunas de las criaturas parecíanamistosas, otras daban miedo, pero todas

ellas resultaban fascinantes, y losBaudelaire miraron detenida ycuidadosamente a todas y cada una deellas, Klaus sosteniendo a Sunny en altopara que la niña también pudiese verlas.

Los huérfanos estaban tan interesadosen las jaulas que ni siquiera vieron lo quehabía en el extremo más alejado de laHabitación de los Reptiles hasta quehubieron recorrido todas las hileras, pero,una vez llegados al final, volvieron aquedar boquiabiertos de asombro yplacer. Porque allí, al final de las hilerase hileras de jaulas, había hileras e hilerasde estanterías, cada una atestada conlibros de diferentes formas y tamaños, conunas mesas, sillas y lámparas para leer en

un rincón. Seguro que recordáis que lospadres de los niños Baudelaire tenían unaextensísima colección de libros, que loshuérfanos recordaban con cariño yañoraban terriblemente, y, desde elhorrible incendio, los niños siempre semostraban encantados de conocer aalguien a quien le gustasen los libros tantocomo a ellos. Violet, Klaus y Sunnyexaminaron los libros con el mismocuidado que las jaulas de los reptiles, y alinstante se dieron cuenta de que lamayoría de ellos versaban sobreserpientes y otros reptiles. Era como sitodos los libros sobre reptiles, desde Unaintroducción a lagartos de gran tamañohasta El cuidado y la alimentación de la

cobra andrógina, estuviesen en aquellasestanterías, y los tres niños, sobre todoKlaus, se interesaron en leer algo sobrelas criaturas de la Habitación de losReptiles.

—Este sitio es alucinante —dijofinalmente Violet, rompiendo así el largosilencio.

—Gracias —dijo Tío Monty—. Me hallevado una vida entera montarlo.

—¿Y de verdad nos está permitidoentrar aquí? —preguntó Klaus.

—¿Permitido? —repitió Tío Monty—. ¡Claro que no! Os imploro que entréisaquí, chiquillo. Empezando por mañana aprimera hora, todos nosotros tenemos queestar aquí todos los días para preparar la

expedición a Perú. Voy a vaciar una deestas mesas, Violet, para que puedastrabajar en las trampas. Klaus, espero queleas todos los libros que tengo sobre Perúy que tomes notas. Y Sunny puede sentarseen el suelo y morder cuerda.Trabajaremos todo el día hasta la hora dela cena y después de cenar iremos al cine.¿Alguna objeción?

Violet, Klaus y Sunny se miraron ysonrieron. ¿Alguna objeción? Loshuérfanos Baudelaire acababan de estarviviendo con el Conde Olaf, que les hacíacortar leña y limpiar lo que sus invitadosborrachos ensuciaban, mientras planeabacómo robar su fortuna. Tío Monty acababade describir una forma maravillosa de

pasar el día, y los niños le sonrieronilusionados. Claro que no habríaobjeciones. Violet, Klaus y Sunnycontemplaron la Habitación de losReptiles e imaginaron el final de susproblemas al vivir bajo el cuidado de TíoMonty. Estaban equivocados, claro, en loque respecta a que su sufrimiento hubiesellegado a su fin, pero por el momento lostres hermanos se sentían esperanzados,emocionados y felices.

—No, no, no —gritó Sunny,contestando a la pregunta de Tío Monty.

—Bien, bien, bien —dijo Tío Montysonriendo—. Bueno, vayamos ahora a vercon qué habitación os queréis quedar cadauno de vosotros.

—¿Tío Monty? —preguntó Klaustímidamente—. Sólo tengo una pregunta.

—¿Cuál es? —dijo Tío Monty.—¿Qué hay en esa jaula con la tela

encima?Tío Monty miró la jaula y después a

los niños. Su rostro se iluminó con unasonrisa de absoluta alegría.

—Eso, queridos míos, es una nuevaserpiente que traje de mi último viaje.Gustav y yo somos las únicas personasque la hemos visto. El próximo mes lapresentaré a la Sociedad Herpetológicacomo un nuevo descubrimiento, peromientras tanto os voy a dejar echarle unvistazo. Acercaos.

Los huérfanos Baudelaire siguieron a

Tío Monty hasta la jaula cubierta por latela y con un ademán —la palabra«ademán» significa aquí «un gestodramático a menudo utilizado parapresumir»— Tío Monty apartó la tela quecubría la jaula. En el interior había unaserpiente enorme —negra, tan oscuracomo una mina de carbón y tan dura comouna cañería—, que miraba fijamente a loshuérfanos con unos brillantes ojos verdes.Sin la tela cubriendo su jaula, la serpienteempezó a desenroscarse y a deslizarse porsu hogar.

—Como yo la he descubierto —dijoTío Monty—, tengo derecho a ponerlenombre.

—¿Cómo se llama? —preguntó

Violet.—La Víbora Increíblemente Mortal —

contestó Tío Monty.Y en aquel instante ocurrió algo que

seguro os interesará. Con un golpecito desu cola, la serpiente abrió la puerta de sujaula, se deslizó por la mesa y, antes deque Tío Monty o los huérfanos Baudelairepudieran decir algo, abrió la boca ymordió a Sunny en la barbilla.

Capítulo 3Siento mucho, muchísimo, haberos dejadoasí colgados, pero, cuando estabaescribiendo la historia de los huérfanosBaudelaire, eché un vistazo al reloj y medi cuenta de que estaba llegando tarde auna cena de etiqueta que daba una amigamía que se llama madame diLustro.Madame diLustro es una buena amiga, unaexcelente detective y una buena cocinera,pero se enfada muchísimo si llegas nisiquiera cinco minutos más tarde de lahora a la que ella te ha invitado, así queya entendéis por qué me he tenido que ir atoda prisa. Seguro que al final del

capítulo anterior habréis pensado queSunny estaba muerta y que eso era aquellotan terrible que les ocurrió a losBaudelaire en casa de Tío Monty, pero osprometo que Sunny sobrevive a eseepisodio. Desgraciadamente es Tío Montyquien pronto estará muerto, pero todavíano.

Violet y Klaus observaronaterrorizados cómo los colmillos de laVíbora Increíblemente Mortal se cerníansobre la barbilla de su hermana pequeña,los ojos de Sunny se cerraban y su rostrose paralizaba. Entonces Sunny,moviéndose con la misma velocidad quela serpiente, sonrió, abrió la boca ymordió a la Víbora Increíblemente

Mortal, justo en la nariz diminuta ycubierta de escamas. La serpiente soltó supresa, y Violet y Klaus vieron que casi nohabía dejado marca. Los dos hermanosBaudelaire miraron a Tío Monty y TíoMonty les miró y se echó a reír. Su sonoracarcajada rebotó en las paredes de cristalde la Habitación de los Reptiles.

—Tío Monty, ¿qué podemos hacer?—dijo Klaus desesperado.

—Oh, lo siento, queridos —dijo TíoMonty enjugándose las lágrimas con lamano—. Supongo que debéis de estar muyasustados. Pero la Víbora IncreíblementeMortal es una de las criaturas menospeligrosas y más simpáticas del reinoanimal. Sunny no tiene nada que temer y

vosotros tampoco.Klaus miró a su hermana pequeña, que

seguía sosteniendo en sus brazos, y ella ledio un cariñoso abrazo a la VíboraIncreíblemente Mortal. Entonces élcomprendió que Tío Monty debía de estardiciendo la verdad.

—Pero, entonces, ¿por qué se la llamaVíbora Increíblemente Mortal?

Tío Monty volvió a reír.—Es un nombre impropio —dijo,

utilizando una palabra que aquí significa«un nombre muy equivocado»—. Alhaberla descubierto, puedo ponerle elnombre, ¿recordáis? ¡No habléis a nadiede la Víbora Increíblemente Mortal,porque voy a presentarla a la Sociedad

Herpetológica y a darles un buen susto,antes de explicarles que la serpiente esabsolutamente inofensiva! Dios sabe queellos se han burlado muchas veces de minombre. «Hola hola, MontgomeryMontgomery», dicen. «¿Cómo está cómoestá, Montgomery Montgomery?», pero enla conferencia de este año se las voy adevolver todas con esta broma. —TíoMonty se puso en pie y empezó a hablarcon una voz ridícula de científico—.«Colegas», diré, «me gustaría presentarosuna nueva especie, la VíboraIncreíblemente Mortal, que encontré en laselva del sudoeste de… ¡Dios mío! ¡Se haescapado!». Y entonces, cuando todos miscompañeros herpetólogos se hayan subido

a las sillas y a las mesas y estén gritandoaterrorizados, ¡les diré que la serpiente noharía daño a una mosca! ¿No os pareceque será para partirse de risa?

Violet y Klaus se miraron yempezaron a reír, porque pensaban que labroma de Tío Monty era muy buena yporque veían, aliviados, que su hermanano había sufrido daño alguno.

Klaus dejó a Sunny en el suelo, y laVíbora Increíblemente Mortal la siguió,enroscando cariñosamente su colaalrededor de Sunny, como quien pasa elbrazo por el hombro de alguien a quienquiere.

—¿Hay alguna serpiente en estahabitación que sea peligrosa? —preguntó

Violet.—Claro —dijo Tío Monty—. No

puedes estudiar a las serpientes durantecuarenta años sin encontrarte con una quesea peligrosa. Tengo una vitrina repletade muestras de veneno de todas lasserpientes venenosas conocidas, y asípuedo estudiar cómo actúan. Hay unaserpiente en esta habitación cuyo venenoes tan mortal que el corazón se te pararíaincluso antes de que te dieses cuenta deque te había mordido. Hay una serpienteque puede abrir tanto la boca como paraengullirnos a la vez a todos juntos. Hay unpar de serpientes que han aprendido aconducir un coche de forma tan temerariaque te atropellarían y nunca se pararían a

disculparse. Pero todas estas serpientesestán en jaulas con cerraduras mucho másconsistentes, y todas ellas se puedenestudiar sin riesgo cuando se las conocelo suficiente. Os prometo que, si dedicáistiempo a aprender los detalles, nosufriréis ningún daño aquí, en laHabitación de los Reptiles.

Hay una clase de situaciones queocurre demasiado a menudo, y que en estepunto de la historia de los huérfanosBaudelaire está teniendo lugar, llamada«ironía dramática». En cuatro palabras,tenemos ironía dramática cuando unapersona hace una observación inofensivay otra persona que la oye sabe algo quehace que dicha observación tenga un

significado diferente y, por lo general,desagradable. Por ejemplo, si estuviesesen un restaurante y dijeses en voz alta:«Estoy impaciente por comer el filetemarsala que he pedido», y hubiesepersonas que supiesen que el filetemarsala estaba envenenado y que moriríasen cuanto probases el primer bocado, tusituación sería de ironía dramática. Laironía dramática es un acontecimientocruel, inquietante, y siento que aparezcaen mi historia, pero Violet, Klaus y Sunnytienen unas vidas tan desgraciadas quesólo era cuestión de tiempo que la ironíadramática mostrase su horrible rostro.

Mientras escuchamos a Tío Montydecirles a los tres huérfanos Baudelaire

que nunca sufrirán daño alguno en laHabitación de los Reptiles, deberíamosestar experimentando la extraña sensaciónque acompaña la llegada de la ironíadramática. Esta sensación no es diferentede la sensación de que todo se va a pique,cuando uno está en un ascensor que derepente cae a toda velocidad, o cuandoestá cómodamente acostado y de repentela puerta del armario se abre y descubre ala persona que se estaba escondiendo allí.Porque, por muy seguros y felices que sesintiesen los tres niños, por muyreconfortantes que fuesen las palabras deTío Monty, vosotros y yo sabemos quepronto Tío Monty estará muerto y losBaudelaire volverán a ser desgraciados.

Durante la semana siguiente, sinembargo, los Baudelaire lo pasaron engrande en su nuevo hogar. Cada mañanase levantaban y vestían en la privacidadde sus propias habitaciones, que habíanescogido y decorado a su gusto. Violethabía escogido una habitación con unaventana enorme, que daba a los setos conformas de serpientes del jardín de laentrada. Pensó que aquellas vistas podríaninspirarla cuando estuviese inventandoalgo. Tío Monty le había permitido pegarhojas de papel blanco en las paredes, paraque pudiese dibujar sus ideas aunque se leocurriesen en plena noche. Klaus habíaescogido una habitación con un cómodonicho —la palabra «nicho» significa aquí

«un rincón muy, muy pequeño, ideal parasentarse y leer»—. Con permiso de TíoMonty, había subido una silla grande conun cojín de la sala de estar y la habíacolocado en el nicho, bajo una lámpara delectura de latón. Cada noche, en lugar deleer en su cama, se ovillaba en la silla conun libro de la biblioteca de Tío Monty, aveces hasta el amanecer. Sunny habíaescogido la habitación que estaba entre lade Violet y la de Klaus, y la había llenadode objetos pequeños y duros extraídos dela casa, para poder morderlos cuando leapeteciese. También había juguetesdiversos, para que la VíboraIncreíblemente Mortal y ella pudiesenjugar juntas.

Pero lo que más les gustaba a loshuérfanos Baudelaire era estar en laHabitación de los Reptiles. Todas lasmañanas, después de desayunar, se uníana Tío Monty, que ya había empezado apreparar la expedición. Violet se sentabaante una mesa, con cuerdas, herramientasy jaulas que formaban las distintastrampas para serpientes, y aprendía cómofuncionaban, las reparaba si estaban rotas,y a veces las mejoraba para que fuesenmás cómodas para las serpientes en sulargo viaje desde Perú hasta la casa deTío Monty. Klaus se sentaba cerca, leíalos libros sobre Perú que tenía Tío Montyy tomaba notas en un bloc para poderconsultarlas más tarde. Y Sunny se

sentaba en el suelo y, entusiasmada, hacíatrozos cortos de la cuerda larga. Pero loque más les gustaba a los jóvenesBaudelaire era aprender las cosas sobrelos reptiles que les explicaba Tío Monty.Mientras trabajaban, les enseñaba elLagarto Vaca de Alaska, una criaturaalargada y verde que daba una lechedeliciosa. Conocieron al Sapo Disonante,que podía imitar la voz humana con untono grave. Tío Monty les enseñó cómomanejar el Tritón Tintado sin mancharsetodos los dedos con su tinte negro, y cómosaber cuándo la Pitón Irascible estabamalhumorada y era mejor dejarla sola.Les enseñó a no darle demasiada agua alSapo Borracho de Borneo, y a nunca, bajo

ninguna circunstancia, dejar que laSerpiente de Matute se acercase a unamáquina de escribir.

Tío Monty, mientras les hablaba delos distintos reptiles, se extendía amenudo —palabra que aquí significa«dejaba que la conversación siguiese sucurso»— con historias de sus viajes,describiendo hombres, serpientes,mujeres, sapos, niños y lagartos que habíaencontrado por el mundo. Y, al pocotiempo, los huérfanos Baudelaire leestaban explicando sus vidas a Tío Monty,incluso hablando de sus padres y de lomucho que les añoraban. Tío Montyestaba tan interesado en las historias delos Baudelaire como ellos en las de éste,

y a veces se pasaban tanto rato charlandoque casi no les quedaba tiempo paraengullir la cena antes de amontonarse enel pequeño jeep de Tío Monty endirección al cine.

Una mañana, sin embargo, cuando lostres niños acabaron sus desayunos yfueron a la Habitación de los Reptiles, nose encontraron con Tío Monty, sino conuna nota. La nota decía lo siguiente:

Queridos Bambini:He ido a la ciudad a comprar las

últimas cosillas que necesitamospara la expedición: repelente deavispa peruana, cepillos de dientes,melocotones en almíbar y una canoaignífuga. Me llevará un poco de

tiempo conseguir los melocotones,así que no me esperéis hasta la horade cenar.

Stephano, el sustituto de Gustav,llegará hoy en taxi. Por favor, hacedque se sienta bienvenido. Comosabéis, sólo faltan dos días para laexpedición, así que hoy trabajad muyduro.

Vuestro atolondrado tío,Monty

—¿Qué significa «atolondrado»? —preguntó Violet cuando acabaron de leerla nota.

—Alocado y emocionado —dijoKlaus, que había aprendido la palabra deuna colección de poesía que había leído

en primero—. Supongo que se refiere aemocionado por ir a Perú. O quizásemocionado por tener un nuevo ayudante.

—O quizás por nosotros —dijoViolet.— ¡Kindal! —gritó Sunny, lo queprobablemente significaba «o quizás estéemocionado por todas estas cosas a lavez».

—Yo también estoy un pocoatolondrado —dijo Klaus—. Es muydivertido vivir con Tío Monty.

—Ya lo creo —dijo Violet—. Tras elincendio pensé que jamás volvería a serfeliz. Pero el tiempo que llevamos aquíestá resultando maravilloso.

—Sin embargo, yo sigo añorando anuestros padres —dijo Klaus—. Por muy

amable que sea Tío Monty, desearíaseguir viviendo en nuestro verdaderohogar.

—Claro —exclamó Violetrápidamente. Se detuvo y dijo poco apoco algo en lo que había estadopensando los últimos días—. Creo quesiempre añoraremos a nuestros padres.Pero creo que podemos añorarlos sin serdesgraciados todo el tiempo. A fin decuentas, ellos no querrían que fuésemosdesgraciados.

—¿Recuerdas aquella tarde? —dijoKlaus con tristeza—. Llovía, estábamosaburridos y decidimos pintarnos las uñasde los pies de rojo.

—Sí —dijo Violet sonriendo—, y yo

vertí un poco en la silla amarilla.—¡Archo! —dijo Sunny

tranquilamente, algo que probablementesignificaba «y la mancha nunca se borródel todo».

Los huérfanos Baudelaire se miraron yrieron y, sin pronunciar palabra,empezaron a hacer las tareas del día.Durante el resto de la mañana trabajaronen silencio, sin pausa, asimilando que sucontento allí, en casa de Tío Monty, nohabía borrado la muerte de sus padres enabsoluto, pero como mínimo les habíahecho sentir mejor después de haberestado tristes durante tanto, tanto tiempo.

Es mala suerte, claro, que aquelmomento de felicidad y tranquilidad fuese

el último que los niños iban a tener enbastante tiempo, pero nadie puede hacernada al respecto. Justo cuando losBaudelaire estaban empezando a pensaren la comida, oyeron detenerse un cochedelante de la casa y tocar la bocina. Paralos niños aquella fue la señal de lallegada de Stephano. Para nosotrosdebería ser la de la llegada de másdesdichas.

—Supongo que debe ser el nuevoayudante —dijo Klaus, levantando lamirada del Gran libro peruano sobrepequeñas serpientes peruanas—. Esperoque sea tan amable como Monty.

—Yo también —dijo Violet, abriendoy cerrando una trampa de sapos, para

asegurarse de que funcionabacorrectamente—. Resultaría bastantedesagradable viajar a Perú con un tipoaburrido o malo.

—¡Gerja! —gritó Sunny, lo queprobablemente significaba algo como:«¡Bueno, vayamos a ver cómo es eseStephano!».

Los Baudelaire salieron de laHabitación de los Reptiles y fueron a lapuerta principal, donde encontraron untaxi aparcado al lado de los setos conformas de serpientes. Un hombre muy altoy delgado, con una tupida barba y sincejas, salía de la puerta trasera con unamaleta negra de lustroso candadoplateado.

—No voy a darte propina —le estabadiciendo el hombre barbudo al taxista—,porque hablas demasiado. No a todo elmundo le interesa tu recién nacido,¿sabes? Oh, hola. Soy Stephano, el nuevoayudante del doctor Montgomery. ¿Cómoestáis?

—¿Cómo está usted? —dijo Violet y,al acercarse, encontró algo en la voz deaquel hombre que le resultó ligeramentefamiliar.

—¿Cómo está usted? —dijo Klaus y,al levantar la vista para mirar a Stephano,hubo algo en sus brillantes ojos que leresultó bastante familiar.

—¡Huuda! —gritó Sunny.Stephano no llevaba calcetines, y

Sunny, gateando por el suelo, pudo ver sutobillo, desnudo entre el dobladillo delpantalón y el zapato. Allí, en su tobillo,había algo más familiar que todo loanterior.

Los huérfanos Baudelaire se dieroncuenta de la misma cosa al mismo tiempo,y dieron un paso atrás como si estuviesenante un perro feroz. Aquel hombre no eraStephano, se pusiese el nombre que sepusiese. Los tres niños miraron de lacabeza a los pies al nuevo ayudante deTío Monty y supieron que no era otro queel Conde Olaf. Podía quitarse su únicaceja y dejarse crecer una descuidadabarba para cubrir su barbilla, pero nohabía forma de ocultar el tatuaje de un ojo

que tenía en el tobillo.

Capítulo 4Una de las cosas más difíciles de la vidason los reproches que nos hacemos anosotros mismos. Te ocurre algo y haceslo equivocado, y en los años siguientesdesearías haber hecho algo diferente. Porejemplo, a veces, cuando estoy caminandosolo por la costa, o visitando la tumba deun amigo, recuerdo el día, muy lejano, enque no llevé una linterna conmigo a unsitio donde debería haber llevado unalinterna, lo cual tuvo un resultadodesastroso. ¿Por qué no llevé unalinterna?, me digo a mí mismo, a pesar deque es demasiado tarde para hacer algo al

respecto. Debería haber llevado conmigouna buena linterna.

Durante años, después de aquelinstante de las vidas de los huérfanosBaudelaire, Klaus pensó en el momento enque él y sus hermanas se dieron cuenta deque Stephano era en realidad el CondeOlaf, y no dejó de reprocharse no haberllamado al taxista que se estaba yendopara que regresase. ¡Pare!, se decía Klausa sí mismo, a pesar de que era demasiadotarde. ¡Pare! ¡Llévese a este hombre!Claro que es absolutamente comprensibleque Klaus y sus hermanas estuviesendemasiado sorprendidos para reaccionartan deprisa, pero, años más tarde, Klauspermanecería despierto en la cama,

pensando que quizá, sólo quizá, si hubieseactuado a tiempo, hubiese podido salvarla vida de Tío Monty.

Pero no lo hizo. Mientras loshuérfanos Baudelaire miraban al CondeOlaf, el taxi se alejó por el camino, y losniños quedaron a solas con su némesis,palabra que aquí significa «el peorenemigo vengativo que puedas imaginar».Olaf les sonrió como sonreía la MalvadaSerpiente de Mongolia de Tío Montycuando cada día, para cenar, le colocabanun ratón blanco en la jaula.

—Quizás alguno de vosotros podríallevarme la maleta a la habitación —sugirió con voz asmática—. El viaje poresa apestosa carretera ha sido pesado y

desagradable, y estoy muy cansado.—Si alguien ha merecido alguna vez

viajar por el Camino Piojoso —dijoViolet, mirándole— es usted, Conde Olaf.No pensamos ayudarle con el equipaje,porque no vamos a dejarle entrar en estacasa.

Olaf miró con ceño a los huérfanos, ymiró a un lado y a otro, como si esperasever a alguien escondido detrás de lossetos con formas de serpientes.

—¿Quién es el Conde Olaf? —preguntó en tono burlón—. Me llamoStephano. Y estoy aquí para ayudar aMontgomery Montgomery en su cercanaexpedición a Perú. Supongo que vosotrossois tres enanos, que trabajáis como

criados en casa de Montgomery.—No somos enanos —dijo Klaus con

dureza—. Somos niños. Y usted no esStephano. Es el Conde Olaf. Puededejarse barba y afeitarse la ceja, perosigue siendo el mismo ser despreciable, yno le dejaremos entrar en esta casa.

—¡Futa! —gritó Sunny, lo queprobablemente significaba algo como:«¡Estoy de acuerdo!».

El Conde Olaf miró uno a uno a loshuérfanos Baudelaire, los ojos brillantescomo si estuviese contando un chiste.

—De verdad que no sé de qué estáishablando —dijo—, pero si lo supiese yfuese ese Conde Olaf del que habláis,pensaría que estáis siendo muy mal

educados. Y, si pensase que estabaissiendo muy mal educados, igual meenfadaba. Y, si me enfadaba, ¿quién sabelo que sería capaz de hacer?

Los niños vieron que el Conde Olaflevantaba sus escuálidos brazos, como sise estuviese encogiendo de hombros.Probablemente no sea necesariorecordaros lo violento que aquel hombrepodía ser, pero seguro que no eranecesario en lo más mínimo recordárseloa los Baudelaire. Klaus todavía tenía en lacara el moratón de la bofetada que le dioel Conde Olaf cuando vivían en su casa.Sunny todavía tenía dolores por habersido metida en una jaula de pájaro ycolgada de la torre donde él ideaba sus

maléficos planes. Y, a pesar de que Violetno había sido víctima de ningunaviolencia física por parte de aquel hombreterrible, casi había sido forzada a casarsecon él, y aquello era suficiente para queella le cogiese la maleta y la arrastraselentamente hacia la puerta de la casa.

—Más arriba —dijo Olaf—.Levántala más arriba. No quiero que laarrastres así por el suelo.

Klaus y Sunny se apresuraron a ayudara Violet con la maleta, pero, inclusollevándola los tres, el peso les hacíatambalearse. Ya era mala suerte que elConde Olaf hubiese vuelto a aparecer ensus vidas justo cuando se estabansintiendo tan cómodos y seguros con Tío

Monty. Pero ayudar a aquella terriblepersona a entrar en su casa era casi másde lo que podían soportar. Olaf les seguíade cerca, y los tres niños podían oler sualiento rancio mientras llevaban la maletay la dejaban en la alfombra a los pies delcuadro de las serpientes entrelazadas.

—Gracias, huérfanos —dijo Olaf,cerrando la puerta principal tras de sí—.Bien, el doctor Montgomery me dijo quetendría una habitación lista en el piso dearriba. Supongo que puedo llevar mimaleta desde aquí. Ahora largaos.Tendremos mucho tiempo, más tarde, paraconocernos.

—Ya le conocemos, Conde Olaf —dijo Violet—. Está claro que no ha

cambiado nada.—Vosotros tampoco habéis cambiado

nada —dijo Olaf—. Está claro, Violet,que sigues tan terca como siempre. Y tú,Klaus, sigues llevando esas ridículasgafas por leer demasiados libros. Y puedover que la pequeña Sunny sigue teniendonueve dedos en lugar de diez.

—¡Fut! —gritó Sunny, lo queprobablemente significaba algo como:«¡No es verdad!».

—¿De qué está hablando? —dijoKlaus impaciente—. Tiene diez dedos,como todo el mundo.

—¿De verdad? —dijo Olaf—. Esextraño. Recuerdo que perdió un dedo enun accidente. —Sus ojos brillaron incluso

más, como si estuviese contando unchiste: metió la mano en un bolsillo de sugastado abrigo y sacó un cuchillo largocomo el que se suele utilizar para cortarel pan—. Me parece recordar que habíaun hombre tan confundido al ser llamadode forma repetitiva por un nombre que noera el suyo que accidentalmente dejó caerel cuchillo en el pie de Sunny y le cortó undedo.

Violet y Klaus miraron al Conde Olafy después el pie descalzo de su hermanapequeña.

—No se atrevería —dijo Klaus.—No nos pongamos a discutir lo que

me atrevería a hacer o no. Será mejor quediscutamos cómo me tenéis que llamar

todo el tiempo que estemos juntos en estacasa.

—Si insiste en amenazarnos, lellamaremos Stephano —dijo Violet—,pero no estaremos mucho tiempo juntos enesta casa.

Stephano abrió la boca para deciralgo, pero Violet no estaba interesada enseguir aquella conversación. Se dio lavuelta y, seguida por sus hermanos,atravesó la enorme puerta de laHabitación de los Reptiles. Si vosotros oyo hubiéramos estado allí, habríamospensado que los huérfanos Baudelaire noestaban en lo más mínimo asustados,hablando con tanto valor a Stephano ydespués yéndose sin más, pero, una vez

los niños llegaron al extremo más alejadode la habitación, sus sentimientosverdaderos se vieron claramentereflejados en sus rostros. Los Baudelaireestaban aterrorizados. Violet se tapó lacara con las manos y se apoyó en una delas jaulas de reptiles. Klaus se desplomóen una silla, y temblaba tanto que sus piesgolpeteaban el suelo de mármol. Y Sunnyse hizo un ovillo en el suelo, un ovillo tanpequeño que ni la habrías visto de haberentrado en la habitación. Durante un buenrato ninguno de los niños habló. Sólo oíanlos apagados pasos de Stephano subiendolas escaleras y el latido de sus corazones.

—¿Cómo ha podido encontrarnos? —preguntó Klaus, y su voz era un susurro

ronco, como si tuviese dolor de garganta—. ¿Cómo ha conseguido ser el ayudantede Tío Monty? ¿Qué está haciendo aquí?

—Juró que conseguiría hacerse con lafortuna de los Baudelaire —dijo Violet,destapándose la cara y cogiendo a Sunny,que estaba temblando—. Eso fue lo últimoque me dijo antes de escapar. Dijo que seharía con nuestra fortuna, aunque fuese laúltima cosa que hiciese en la vida.

Violet se estremeció y no añadió quetambién dijo que, una vez se hiciese consu fortuna, se desharía de los treshermanos Baudelaire. No era necesarioañadirlo. Violet, Klaus y Sunny sabíanque si conseguía hacerse con su fortuna,cortaría el cuello de los huérfanos

Baudelaire con la facilidad con quenosotros nos comemos una galletita demantequilla.

—¿Qué podemos hacer? —preguntóKlaus—. Tío Monty no regresa hastadentro de varias horas.

—Quizás podemos llamar al señorPoe —dijo Violet—. A esta hora estarátrabajando, pero quizás pueda salir delbanco por una emergencia.

—No nos creería —dijo Klaus—.¿Recuerdas cuando, viviendo allí,intentamos hablarle del Conde Olaf? Lellevó tanto tiempo darse cuenta de larealidad que casi fue demasiado tarde.Creo que deberíamos escaparnos. Si nosvamos ahora mismo, probablemente

lleguemos a la ciudad a tiempo para cogerun tren que nos lleve muy lejos de aquí.

Violet se los imaginó a los tres, solos,caminando por el Camino Piojoso bajolos manzanos agrios, con el amargo olor arábano picante rodeándoles.

—¿Adónde iríamos? —preguntó.—A cualquier sitio —dijo Klaus—. A

cualquier sitio lejos de aquí. Podríamosirnos muy lejos, donde el Conde Olaf nopudiese encontrarnos, y cambiarnos losnombres para que nadie supiese quiéneséramos.

—No tenemos dinero —señaló Violet—. ¿Cómo nos las apañaríamos paravivir?

—Podríamos conseguir trabajo. Yo

quizás podría trabajar en una biblioteca ytú podrías trabajar en algún tipo de tallermecánico. Probablemente Sunny no podríaencontrar trabajo a su edad, pero sí dentrode unos años.

Los tres huérfanos permanecieron ensilencio. Intentaron imaginar cómo seríadejar a Tío Monty y vivir solos, luchandopor encontrar trabajo y cuidándose unos aotros. Era un panorama muy solitario.Tristes, los niños Baudelairepermanecieron sentados en silencio unrato, y los tres pensaban lo mismo:deseaban que sus padres no hubiesenmuerto en el incendio y que sus vidas nohubiesen acabado patas arriba, comohabía ocurrido. Si los padres de los

Baudelaire siguiesen vivos, los jóvenes nisiquiera habrían oído hablar del CondeOlaf, y todavía menos le habrían tenidoinstalándose en su casa y, sin lugar adudas, tramando maléficos planes.

—No nos podemos ir —dijofinalmente Violet—. El Conde Olaf nos haencontrado una vez, y estoy segura de que,por muy lejos que fuésemos, nos volveríaa encontrar. Además, ¿quién sabe dóndeestán los ayudantes del Conde Olaf?Quizás ahora mismo estén rodeando lacasa, vigilando por si tramamos algo.

Klaus se estremeció. No habíapensado en los ayudantes del Conde Olaf.Olaf, aparte de planear cómo conseguir lafortuna de los Baudelaire, era el líder de

un grupo teatral terrible y sus compañerosactores estaban dispuestos a ayudarle allevar a cabo sus planes. Era un grupohorripilante, cada miembro másterrorífico que el anterior. Había unhombre calvo de larga nariz que siemprevestía de negro. Había dos mujeres quesiempre llevaban polvos blancos en lacara, lo que les daba un aspecto defantasmas. Había una persona tan gorda einexpresiva que no se podía decir si setrataba de un hombre o de una mujer. Yhabía un hombre delgado con dos garfiosen lugar de manos. Violet tenía razón.Cualquiera de ellos podría estarescondido alrededor de la casa de TíoMonty, esperando cazarles si intentaban

escapar.—Creo que deberíamos esperar a que

regrese Tío Monty y contarle lo que haocurrido —dijo Violet—. Él nos creerá.Si le contamos lo del tatuaje, comomínimo le pedirá a Stephano unaexplicación.

El tono de voz de Violet cuando dijo«Stephano» indicaba su profundodesprecio hacia el disfraz de Olaf.

—¿Estás segura? —dijo Klaus—,después de todo, es Tío Monty quien hacontratado a Stephano. —El tono de vozde Klaus cuando dijo «Stephano»indicaba que compartía los sentimientosde su hermana—. Por todo lo quesabemos, Tío Monty y Stephano han

planeado algo juntos.—¡Minda! —gritó Sunny, lo que

probablemente significaba algo como:«¡Klaus, no seas ridículo!».

Violet negó con la cabeza.—Sunny tiene razón. No me puedo

creer que Tío Monty se haya confabuladocon Olaf. Él ha sido muy bueno y amablecon nosotros y, además, si estuviesentrabajando juntos, el Conde Olaf noinsistiría en utilizar un nombre distinto.

—Eso es verdad —dijo Klauspensativo—. Esperemos a Tío Monty.

—Esperemos.—Toju —dijo Sunny solemnemente.Y los hermanos se miraron con

tristeza. Esperar es una de las pruebas

más duras de la vida. Ya es duro esperarla tarta de chocolate cuando todavía tienesrosbif en el plato. Es muy difícil esperarNavidad cuando el aburrido mes denoviembre todavía no ha pasado. Peroesperar a que el tío adoptivo de unollegue a casa mientras un hombre malvadoy violento está en el piso de arriba fue unade las peores esperas que los Baudelairehabían experimentado. Para dejar depensar en ello, intentaron seguir con sutrabajo, pero los niños estaban demasiadoangustiados para hacer nada. Violetintentó reparar la puerta de bisagra de unade las trampas, pero en lo único que podíaconcentrarse era en el nudo que tenía en elestómago. Klaus intentó leer los métodos

de protegerse de las plantas espinosas dePerú, pero no podía sacarse a Stephano dela cabeza. Y Sunny intentó morder cuerda,pero un frío miedo le recorría los dientesy pronto dejó de morder. Ni siquiera leapetecía jugar con la VíboraIncreíblemente Mortal. Así pues, losBaudelaire se pasaron el resto de la tardesentados en silencio en la Habitación delos Reptiles, mirando por la ventana parapoder ver llegar el jeep de Tío Monty yescuchando los ocasionales ruidos delpiso de arriba. Ni siquiera querían pensarqué podía estar desempaquetandoStephano.

Al final, cuando los setos con formasde serpientes empezaban a dibujar

sombras delgadas y alargadas a la luz dela puesta de sol, los tres niños oyeron unautomóvil acercándose y apareció el jeep.Llevaba una canoa grande atada en eltecho y el asiento trasero estaba lleno delas compras de Monty. Tío Monty saliócon dificultad por el peso de variasbolsas de la compra y vio a los niños através de las paredes de cristal de laHabitación de los Reptiles. Les sonrió.Ellos le devolvieron la sonrisa y en aquelinstante, cuando sonrieron, se creó otromomento de arrepentimiento para ellos.Si, en lugar de haberse detenido a sonreíra Monty, hubieran salido corriendo hastael coche, habrían podido tener un breveinstante a so las con él. Pero, cuando

llegaron al vestíbulo, ya estaba hablandocon Stephano.

—No sabía qué clase de cepillo dedientes preferías —se estaba disculpandoTío Monty—, te he comprado uno concerdas extrafuertes, porque son los que megustan. La comida peruana suele serpegajosa, así que necesitas tener comomínimo un cepillo de dientes de mássiempre que vas allí.

—El de cerdas extrafuertes me estábien —dijo Stephano, hablando con TíoMonty pero mirando a los huérfanos a losojos con sus ojos muy, muy brillantes—.¿Me llevo la canoa?

—Sí pero, por Dios, no puedesllevarla tú solo —dijo Tío Monty—.

Klaus, por favor, ¿quieres ayudar aStephano?

—Tío Monty —dijo Violet,armándose de valor—, tenemos algo muyimportante que decirte.

—Soy todo oídos —dijo Tío Monty—, pero primero dejad que os enseñe elrepelente de avispas que he conseguido.Estoy muy contento de que Klaus leyesealgo de la situación en Perú en cuanto ainsectos se refiere, porque los otrosrepelentes que tengo no habrían servidopara nada. —Tío Monty buscó en una delas bolsas que llevaba colgadas del brazo,mientras los niños esperaban impacientesa que acabase—. Este contiene unproducto químico llamado…

—Tío Monty —dijo Klaus—, deverdad, lo que tenemos que decirte nopuede esperar.

—Klaus —dijo Tío Monty, arqueandolas cejas sorprendido—, no es de buenaeducación interrumpir a tu tío cuando estáhablando. Venga, ayudad a Stephano conla canoa y hablaremos de todo lo quequeráis dentro de un momento.

Klaus suspiró, pero siguió a Stephanopor la puerta abierta. Violet les viodirigirse hacia el jeep, mientras TíoMonty dejaba las bolsas y hablaba conella.

—No puedo recordar qué estabadiciendo sobre el repelente —dijo, unpoco malhumorado—. Odio olvidar lo

que estaba pensando.—Lo que tenemos que decirte… —

empezó Violet, pero se detuvo al ver algo.Monty estaba de espaldas a la puerta y

por lo tanto no podía ver lo que Stephanoestaba haciendo, pero Violet vio aStephano detenerse en los setos conformas de serpientes, meterse la mano enel bolsillo del abrigo y sacar el largocuchillo. El filo brilló a la luz de la puestade sol como si de un faro se tratase. Comoprobablemente sabéis, los faros sirven deseñales de aviso, indicando a los barcosdónde está la costa, para que no choquencontra ésta. El cuchillo brillando tambiénera una señal de aviso.

Klaus miró el cuchillo, a Stephano y

después a Violet. Violet miró a Klaus, aStephano y después a Monty. Sunny miró atodo el mundo. Sólo Monty, tanconcentrado estaba intentando recordar loque estaba comentando sobre el repelente,no se enteraba de lo que sucedía.

—Lo que tenemos que decirte… —volvió a empezar Violet, pero no pudocontinuar.

Stephano no dijo una palabra. No tuvoque hacerlo. Violet sabía que, si decía unasola palabra acerca de su verdaderaidentidad, Stephano heriría a su hermanoallí mismo, junto a los setos con formasde serpientes. Sin decir palabra, elenemigo de los huérfanos Baudelairehabía lanzado una clarísima señal de

aviso.

Capítulo 5Aquella noche fue la más larga y horribleque los huérfanos Baudelaire habíanvivido, y habían vivido muchas. Hubo unanoche, poco después de que nacieseSunny, en que los tres sufrieron una gripeterrible y no pudieron pegar ojo en toda lanoche, tenían mucha fiebre y su padreintentó aliviar su malestar colocandotoallas empapadas en sus sudorosasfrentes. La noche de la muerte de suspadres, los tres niños se habían quedadoen casa del señor Poe y habíanpermanecido despiertos toda la noche,demasiado tristes y confundidos para ni

siquiera intentar dormir. Y, claro está,habían pasado muchas noches largas yterribles viviendo con el Conde Olaf.

Pero aquella noche en concretopareció incluso peor. Desde la llegada deMonty hasta que se fueron a la cama,Stephano tuvo a los niños bajo vigilanciaconstante, una frase que aquí significa«los miró en todo momento para que nopudiesen hablar con Tío Monty a solas yrevelarle que él era en realidad el CondeOlaf», y Tío Monty estaba demasiadopreocupado para pensar que ocurría algofuera de lo normal. Cuando descargaron elresto de las compras de Tío Monty,Stephano llevaba las bolsas sólo con unamano, y la otra en el bolsillo de su abrigo

donde ocultaba el cuchillo, pero TíoMonty estaba tan excitado con lascompras que había hecho que ni sepreguntó por qué. Cuando se metieron enla cocina para preparar la cena, Stephanosonreía amenazador a los niños mientrastroceaba champiñones, pero Tío Montyestaba demasiado ocupado vigilando queno hirviese la salsa stroganoff para darsecuenta de que Stephano utilizaba el mismocuchillo para amenazar a los niños ycortar los champiñones. Durante toda lacena, Stephano contó historias divertidasy alabó el trabajo científico de Monty, yTío Monty se sentía tan halagado que nisiquiera se le pasó por la cabeza imaginarque Stephano sostenía un cuchillo debajo

de la mesa, rozando ligeramente con lahoja la rodilla de Violet. Y, cuando TíoMonty anunció que pasaría la nocheenseñándole a su nuevo ayudante laHabitación de los Reptiles, estabademasiado ilusionado para darse cuentade que los Baudelaire se iban a la camasin pronunciar palabra.

Por primera vez tener dormitoriosindividuales pareció más un infortunioque un lujo, porque, sin la compañía desus hermanos, los huérfanos se sintierontodavía más solos y desamparados. Violetse quedó mirando los papeles pegados enla pared, e intentaba imaginar lo queestaba planeando Stephano. Klaus sesentó en su silla grande con cojín y

encendió su lámpara de latón, pero estabademasiado preocupado para siquiera abrirun libro. Sunny se quedó mirando susobjetos duros, pero no mordió ni uno.

Los tres niños pensaron en ir por elpasillo hasta la habitación de Tío Monty,despertarle y decirle lo que ocurría. Peropara llegar a su habitación tenían quepasar por delante de la habitación dondeestaba Stephano, y éste se pasó la nochemontando guardia sentado en una sillaante su puerta abierta. Cuando loshuérfanos abrieron sus puertas para mirarel oscuro pasillo, vieron la cabeza páliday afeitada que, en la oscuridad, parecíaflotar encima de su cuerpo. Y pudieronver su cuchillo, que Stephano movía

lentamente como si del péndulo del relojde un abuelo se tratase. De un lado paraotro, de un lado para otro, brillando a ladébil luz, y la imagen daba tanto miedoque ni se les ocurrió salir al pasillo.

Al final, la luz de la casa adquirió elazul grisáceo del amanecer, y los niñosBaudelaire, con ojos legañosos, bajaronlas escaleras para desayunar, cansados ydoloridos tras la noche en vela. Sesentaron a la mesa donde la primeramañana habían comido tarta, y picaroncon desgana un poco de la comida quetenían delante. Por primera vez desde sullegada a casa de Tío Monty, no estabanansiosos por entrar en la Habitación delos Reptiles y empezar el trabajo del día.

—Supongo que deberíamos ir paraallá —dijo finalmente Violet, apartando latostada que casi no había tocado—. Estoysegura de que Tío Monty ya ha empezadoa trabajar y nos está esperando.

—Y yo estoy seguro de que Stephanotambién está allí —dijo Klaus, mirandotaciturno su bol de cereales—. Nuncatendremos oportunidad de decirle a TíoMonty lo que sabemos de él.

—Yinga —dijo Sunny con tristeza,dejando caer al suelo la zanahoria crudaque ni siquiera había probado.

—Si Tío Monty supiese lo quenosotros sabemos —dijo Violet— yStephano supiese que él sabía lo quenosotros sabemos… Pero Tío Monty no

sabe lo que sabemos y Stephano sabe queél no sabe tampoco lo que nosotrossabemos.

—Lo sé —dijo Klaus.—Sé que lo sabes —dijo Violet—,

pero lo que no sabemos es lo que elConde Olaf, quiero decir Stephano, estátramando. Anda tras nuestra fortuna,seguro, pero ¿cómo puede hacerse conella si estamos al cuidado de Tío Monty?

—Quizá simplemente espere hasta queseas mayor de edad y entonces nos robe lafortuna —dijo Klaus.

—Cuatro años es una espera muylarga —dijo Violet. Los tres huérfanosrecordaron en silencio dónde habíanestado cuatro años atrás. Violet tenía diez

años y llevaba el pelo muy corto.Recordaba que por aquel entonces habíainventado un nuevo tipo de sacapuntas.Klaus tenía unos ocho años, y recordabalo muy interesado que había estado porlos cometas, y que había leído todos loslibros de astronomía que sus padres teníanen la biblioteca. Sunny, claro, no habíanacido todavía hacía cuatro años, y sesentó a intentar recordar qué sentíaentonces. Muy oscuro, pensó, con nadaque morder. A los tres jóvenes cuatroaños les parecía mucho tiempo.

—Venga, venga, vais muy lentos estamañana —dijo Tío Monty entrando en lahabitación. Su rostro estaba más radianteque de costumbre y llevaba en la mano

unos papeles doblados—. Stephano sólolleva un día trabajando aquí y ya está enla Habitación de los Reptiles. De hecho,se ha levantado antes que yo; me lo heencontrado bajando las escaleras. Es unentusiasta. Pero vosotros tres os estáismoviendo como la Perezosa SerpienteHúngara, ¡cuya velocidad máxima son doscentímetros por hora! Hoy tenemosmuchas cosas que hacer y me gustaríallegar al pase de las seis de Zombis en lanieve, así que tenemos que intentar irdeprisa, deprisa, deprisa.

Violet miró a Tío Monty y se diocuenta de que aquella podría ser la únicaoportunidad que tendrían de hablar con éla solas, sin Stephano rondando alrededor,

pero parecía tan emocionado con sushistorias que no estaban seguros de quefuese a escuchar lo que le dijeran.

—Hablando de Stephano —empezóella tímidamente—, nos gustaría hablartede él.

Los ojos de Tío Monty se abrieronmucho y miró a su alrededor como sihubiese espías en la habitación, antes deacercarse a los niños y murmurar:

—A mí también me gustaría hablarcon vosotros. Tengo mis sospechas acercade Stephano y me gustaría comentarlascon vosotros.

Los huérfanos Baudelaire se miraronaliviados.

—¿De verdad? —dijo Klaus.

—Claro —dijo Tío Monty—. Anocheempecé a sospechar mucho de este nuevoayudante. Hay algo un poco misterioso enél. Y yo… —Tío Monty volvió a mirar asu alrededor y empezó a hablar todavíamás bajo, y los niños tuvieron quecontener la respiración para poderescucharle—. Y yo creo que deberíamosdiscutirlo fuera. ¿Os parece?

Los niños asintieron y se levantaronde la mesa. Dejando los platos deldesayuno sucios, algo que en general noestá bien pero que es completamentecomprensible en casos de emergencia,caminaron junto a Tío Monty hasta lapuerta de entrada, pasando junto al cuadrode las dos serpientes enroscadas, y

salieron al césped, como si en lugar dequerer hablar entre ellos quisiesenhacerlo con los setos con formas deserpientes.

—No pretendo vanagloriarme —empezó a decir Tío Monty, utilizando unapalabra que aquí significa «serfanfarrón»—, pero es cierto que soy unode los herpetólogos más respetados en elmundo entero.

Klaus parpadeó. Era un principioinesperado para la conversación.

—Claro que lo eres —dijo—, pero…—Y por eso lamento decir —

prosiguió Tío Monty como si no lehubiese oído— que muchas personas metienen envidia.

—Estoy segura de que eso es cierto—dijo Violet perpleja.

—Y cuando la gente te tiene envidia—dijo Tío Monty moviendo la cabeza—,haría cualquier cosa. Haría locuras.Cuando me estaba sacando el título deherpetólogo, mi compañero de habitadotenía tanta envidia del nuevo sapo que yohabía descubierto que me robó mi únicoespécimen y se lo comió. Tuve queradiografiar su estómago y utilizar lasradiografías en lugar del sapo en miexposición. Y algo me dice que aquítenemos una situación similar…

¿De qué estaba hablando Tío Monty?—Me temo que no te sigo —dijo

Klaus, que es la forma educada de decir:

«¿De qué demonios estás hablando, TíoMonty?».

—Anoche, después de que os fueseisa la cama, Stephano me hizo demasiadaspreguntas sobre todas las serpientes ysobre la expedición. Y, ¿sabéis por qué?

—Creo que sí —empezó Violet. PeroTío Monty la interrumpió—. Porque estehombre que se hace llamar Stephano es enrealidad un miembro de la SociedadHerpetóloga y está aquí para intentarencontrar a la Víbora IncreíblementeMortal, para poder adelantarse así a mipresentación. ¿Sabéis lo que esosignifica?

—No —dijo Violet—, pero…—Significa que Stephano me va a

robar la serpiente —dijo Tío Monty— yla va a presentar a la SociedadHerpetóloga. Al ser una especie nueva, nohay forma de que yo pueda demostrar quefui yo quien la descubrió. Antes de quenos demos cuenta, la VíboraIncreíblemente Mortal se llamará laSerpiente Stephano o algo igualmenteespantoso. Y, si él está planeando eso,pensad qué hará en nuestra expedición aPerú. Cada sapo que cojamos, cadamuestra de veneno que introduzcamos enuna probeta, cada encuentro con unaserpiente que anotemos, cada trabajilloque hagamos, caerá en manos de esteespía de la Sociedad Herpetóloga.

—Él no es un espía de la Sociedad

Herpetóloga —dijo Klaus impaciente—.¡Es el Conde Olaf!

—¡Sé exactamente a qué te refieres!—dijo Tío Monty excitado—. Estecomportamiento es de hecho tan vil comoel de aquel hombre. Por eso actúo así. —Levantó una mano y zarandeó los papelesen el aire—. Como sabéis, mañana nosvamos a Perú. Aquí están nuestros billetespara embarcar a las cinco en punto en elPróspero, un buen barco que nos llevarápor mar hasta América del Sur. Hay unbillete para mí, uno para Violet, uno paraKlaus, uno para Stephano, pero no haypara Sunny, porque la esconderemos enuna maleta para ahorrar dinero.

—¡Diipo!

—Estoy bromeando. Pero esto no esuna broma —Tío Monty, el rostrosonrojado de excitación, cogió uno de lospapeles y empezó a hacerlo añicos—.Éste es el billete de Stephano. Él no va air a Perú con nosotros. Mañana por lamañana le diré que es necesario que sequede aquí para cuidar mis especímenes.De esta forma podremos llevar a cabo unafantástica expedición.

—Pero Tío Monty… —dijo Klaus.—¿Cuántas veces tengo que

recordarte que interrumpir no es de buenaeducación? —le interrumpió Tío Montynegando con la cabeza—. En cualquiercaso, sé lo que os preocupa. Os preocupalo que pueda ocurrir si él se queda aquí

solo con la Víbora Increíblemente Mortal.Pero no os preocupéis. La víbora se uniráa nosotros en la expedición, viajando enuna de las jaulas para transportarserpientes. Sunny, no sé por qué estás tantaciturna. Pensaba que te alegraría tener lacompañía de la víbora. Así que no estéistan preocupados, bambini. Como podéisver, vuestro Tío Monty tiene la situaciónbajo control.

Cuando alguien está un pocoequivocado —como cuando un camareropone leche desnatada en tu cortado enlugar de leche semidesnatada—, a menudoes bastante fácil explicarle cómo y porqué está equivocado. Pero si alguien estáincreíblemente equivocado —como

cuando un camarero te muerde la nariz enlugar de tomar nota—, a menudo te puedesorprender no ser capaz de decir nada.Paralizado por lo equivocado que está elcamarero, te quedarás boquiabierto yparpadeando, pero no serás capaz depronunciar palabra. Eso fue lo que lesocurrió a los niños Baudelaire. Tío Montyestaba tan equivocado con Stephano alpensar que era un espía herpetólogo enlugar del Conde Olaf, que los treshermanos no encontraron forma dedecírselo.

—Venga, queridos míos —dijo TíoMonty—. Ya hemos perdido bastantetiempo hablando. Tenemos que… ¡au! —se interrumpió con un grito de sorpresa y

dolor.Y cayó al suelo.—¡Tío Monty! —gritó Klaus.Los niños Baudelaire vieron un objeto

grande y brillante encima de Tío Monty, yun momento más tarde vieron de quéobjeto se trataba: era la lámpara de latónpara leer que estaba al lado de la sillagrande con cojín en la habitación deKlaus.

—¡Au! —volvió a decir Tío Monty,sacándose la lámpara de encima—. Esoha dolido. Igual tengo el hombrodesgarrado. Ha sido una suerte que noaterrizara en mi cabeza, o realmentepodría haberme hecho daño de verdad.

—Pero ¿de dónde ha caído? —

preguntó Violet.—Debe de haber caído por la ventana

—dijo Tío Monty, señalando lahabitación de Klaus—. ¿De quién es esahabitación? Klaus, creo que es la tuya.Tienes que ir con más cuidado. No puedesdejar colgados de la ventana objetospesados. Mira lo que ha estado a punto deocurrir.

—Pero esa lámpara no estaba enningún sitio cercano a la ventana —dijoKlaus—. La tengo en el nicho, para poderleer en la silla grande.

—¿De verdad, Klaus? —dijo TíoMonty, poniéndose en pie y dándole lalámpara—. ¿Realmente esperas que creaque la lámpara llegó hasta la ventana y

saltó desde allí contra mi hombro? Porfavor, vuelve a colocar esto en tuhabitación, en un lugar seguro, y nohablemos más del asunto.

—Pero… —dijo Klaus.Su hermana mayor le interrumpió:—Yo te ayudo, Klaus —dijo Violet

—. Encontraremos un lugar seguro dondecolocarla.

—Bueno, no tardéis demasiado —dijoTío Monty, tocándose el hombro—. Osesperamos en la Habitación de losReptiles. Vamos, Sunny.

Entraron en la casa y en las escalerasse separaron: Tío Monty y Sunny endirección a la enorme puerta de laHabitación de los Reptiles, y Violet y

Klaus llevando la pesada lámpara delatón a la habitación de Klaus.

—Tú sabes muy bien —le murmuróKlaus a su hermana— que yo no he sidodescuidado con esta lámpara.

—Claro que lo sé —susurró Violet—.Pero de nada sirve intentar explicárselo aTío Monty. Cree que Stephano es un espíaherpetólogo. Tú sabes tan bien como yoque Stephano ha sido el responsable deesto.

—Qué listos sois al haber llegado aesta conclusión —dijo una voz procedentede lo alto de las escaleras.

Y fue tal la sorpresa de Violet y deKlaus que casi se les cae la lámpara. EraStephano o, si lo preferís, el Conde Olaf.

Era el chico malo.—Pero siempre habéis sido muy

listos, niños —prosiguió—. Un pelíndemasiado listos para mi gusto, pero noestaréis aquí por mucho tiempo, así queeso no me preocupa.

—Usted no es demasiado listo —dijoKlaus furioso—. Esta pesada lámpara delatón casi nos da a nosotros, pero, si algonos ocurre a mí o a mis hermanas, nuncaconseguirá hacerse con la fortuna de losBaudelaire.

—Qué pena, qué pena —dijoStephano, mostrando en su sonrisa lossucios dientes—. Si quisiese hacerte dañoa ti, huérfano, tu sangre ya estaría cayendopor estas escaleras como una cascada.

No, no voy a tocar ni un pelo ni unacabeza de ningún Baudelaire, no aquí enesta casa. No tenéis nada que temer,pequeñines, hasta que nos encontremos enun lugar donde sea más difícil rastrear loscrímenes.

—¿Y dónde está ese lugar? —preguntó Violet—. Tenemos planeadoquedarnos aquí hasta que seamosmayores.

—¿Sí? —se mofó Stephano—. Puesyo tenía la impresión de que mañana nosíbamos del país.

—Tío Monty ha roto su billete —contestó Klaus triunfante—. Sospechabade usted y ha cambiado sus planes y ahorano va a ir con nosotros.

Stephano dejó de sonreír y frunció elceño, y sus dientes manchados parecieronhacerse más grandes. Sus ojos se pusierontan brillantes que a Violet y a Klaus lesdolió mirarlos.

—Yo no confiaría en eso —dijo conuna voz terrible, terrible—. Incluso losmejores planes pueden cambiar si hay unaccidente. —Señaló con uno de suspuntiagudos dedos la lámpara de latón—.Y los accidentes ocurren en cualquiermomento.

Capítulo 6Las malas circunstancias estropean cosasque de otra forma serían agradables. Asísucedió con los huérfanos Baudelaire y lapelícula Zombis en la nieve. Los tresniños se habían pasado la tarde sentados,preocupados, en la Habitación de losReptiles, bajo la mirada burlona deStephano y la despreocupada —la palabra«despreocupada» significa aquí «noconsciente de que Stephano era enrealidad el Conde Olaf y por consiguienteél estaba en peligro»— conversación deTío Monty. Así pues, cuando llegó lanoche, los hermanos no estaban de humor

para ir al cine. El jeep de Tío Monty erarealmente demasiado pequeño para él,Stephano y los tres huérfanos: Klaus yViolet compartieron asiento y la pobreSunny tuvo que sentarse en el sucio regazode Stephano, pero los dos Baudelairemayores estaban demasiado preocupadospara darse cuenta del malestar de lapequeña.

En los multicines, los niños sesentaron en la misma fila con Tío Monty aun lado, mientras Stephano se sentaba enmedio y acaparaba las palomitas. Pero losniños estaban demasiado angustiados paracomer y demasiado ocupados intentandodescubrir los planes de Stephano paradisfrutar de Zombis en la nieve, que era

una buena película. Cuando los zombisaparecieron por primera vez entre lasmontañas de nieve que rodeaban elpueblecito pesquero alpino, Violet intentóimaginar cómo podría Stephanoembarcarse en el Próspero sin billete yacompañarles a Perú. Cuando loshombres del pueblo construyeron unabarrera de vigorosos robles y los zombisla atravesaron como si nada, Klaus estabapreocupado intentando descubrir elverdadero significado de las palabras deStephano cuando habló de accidentes. Ycuando Gerta, la joven lechera, se hizoamiga de los zombis y les pidió por favorque dejasen de comerse a los habitantesdel pueblo, Sunny, que era lo bastante

mayor para comprender la situación delos huérfanos, intentó pensar en algunaforma de hacer fracasar los planes deStephano, fuesen los que fuesen. En laescena final de la película, los zombis ylos habitantes del pueblo celebrabanjuntos el primero de mayo, pero los treshuérfanos Baudelaire estaban demasiadonerviosos y asustados para pasárselomínimamente bien. De camino a casa, TíoMonty intentó entablar conversación conlos preocupados niños, que iban sentadosen el asiento trasero, pero casi nocontestaron ni una palabra y al final éltambién quedó en silencio.

Cuando el jeep se detuvo frente a lossetos con formas de serpientes, los niños

Baudelaire salieron a toda prisa ycorrieron hasta la puerta principal, sin tansiquiera darle las buenas noches a sudesconcertado tutor. Subieron, afligidos,las escaleras hasta sus dormitorios, pero,cuando llegaron ante las respectivaspuertas, no pudieron soportar separarse.

—¿Podríamos pasar la noche los tresjuntos en la misma habitación? —lepreguntó Klaus tímidamente a Violet—.Anoche me sentí como si estuviese en unacelda, solo y preocupado.

—Yo también —admitió Violet—.Dado que no vamos a dormir, podemos nodormir en el mismo sitio.

—Tikko —asintió Sunny, y siguió asus hermanos hasta el cuarto de Violet.

Violet paseó la mirada por lahabitación y recordó lo emocionada quehabía estado al instalarse allí hacía tanpoco tiempo. Ahora la enorme ventanaque daba a los setos con formas deserpientes resultaba más deprimente queinspiradora, y los papeles blancospegados a la pared, en lugar de parecerleútiles, parecían recordarle lo ansiosa queestaba.

—Veo que no has trabajadodemasiado en tus inventos —dijo Klauscon ternura—. Yo no he leído nada.Cuando el Conde Olaf está cercaentorpece la imaginación.

—No siempre —señaló Violet—.Cuando vivíamos con él, tú lo leíste todo

sobre las leyes nupciales para descubrirsus planes, y yo inventé un garfio paradetenerle.

—En esta situación, sin embargo —dijo Klaus con tristeza—, ni siquierasabemos qué trama el Conde Olaf. ¿Cómopodemos urdir un plan si no conocemos suplan?

—Bueno, intentemos desmenuzar lasituación —dijo Violet, utilizando unaexpresión que aquí significa «hablar dealgo detenidamente hasta comprenderlopor completo»—. El Conde Olaf, que sehace llamar Stephano, ha venido a nuestracasa disfrazado y está claro que anda trasla fortuna de los Baudelaire.

—Y —prosiguió Klaus—, una vez se

haga con ella, planea matarnos.—Tadu —murmuró Sunny con

solemnidad, lo que probablementesignificaba algo parecido a: «Nosencontramos en una situación repugnante».

—Sin embargo —dijo Violet—, si noshace daño, no tendrá forma de hacerse connuestra fortuna. Por eso intentó casarseconmigo la última vez.

—Gracias a Dios que aquello nofuncionó —dijo Klaus temblando—. ElConde Olaf sería mi cuñado. Pero estavez no tiene planeado casarse contigo.Dijo algo de un accidente.

—Y de ir a un lugar donde es másdifícil rastrear los crímenes —dijo Violet,recordando sus palabras—. Debía

referirse a Perú. Pero Stephano no va a ira Perú. Tío Monty ha hecho añicos subillete.

—¡Dug! —Sunny soltó un genéricogrito de frustración y dio un golpe en elsuelo con su pequeño puño.

La palabra «genérico» significa aquí«cuando a alguien no se le ocurre nadaespecial que decir». Y Sunny en esesentido no estaba sola. Violet y Klauseran obviamente demasiado mayores paradecir cosas como «¡Dug!», pero hubierandeseado no serlo. Desearon poderdescubrir el plan del Conde Olaf.Desearon que su situación no pareciesetan misteriosa y desesperada comoparecía y desearon ser lo bastante

pequeños para simplemente gritar «¡Dug!»y golpear el suelo con el puño. Y más quenada, claro está, desearon que sus padresestuviesen vivos y que ellos tresestuviesen a salvo en la casa dondehabían nacido.

Y, con el mismo fervor con que loshuérfanos Baudelaire deseaban que suscircunstancias fuesen distintas, yodesearía poder cambiar de alguna maneralas circunstancias de la historia que osestoy contando. Incluso estando aquísentado, a salvo y tan lejos del CondeOlaf, casi no puedo soportar escribir unapalabra más. Quizás lo mejor sería quecerraseis este libro ahora mismo y noleyeseis nunca el final de esta horripilante

historia. Podéis imaginar, si queréis, queuna hora más tarde, de repente, loshuérfanos Baudelaire descubrieron lo queStephano estaba tramando y fueroncapaces de salvar la vida de Tío Monty.Podéis imaginaros a la policía llegandocon sus luces parpadeantes y sus sirenas yllevándose a Stephano a la cárcel por elresto de su vida. Podéis pretender, aunqueno sea así, que ahora los Baudelaire vivenfelices con Tío Monty. O, mejor, podéisevocar la ilusión de que padresBaudelaire no murieron jamás, y de que elterrible incendio y el Conde Olaf y TíoMonty y todos los desafortunados sucesosno son más que un sueño, un producto dela imaginación.

Pero ésta no es una historia feliz, y nome queda otro remedio que deciros quelos huérfanos Baudelaire se quedaronsentados como tontos en la habitación deViolet —la expresión «como tontos»significa aquí «sin hablar» y no «de formaestúpida»— toda la noche. Si alguienhubiese mirado por la ventana deldormitorio al salir el sol, habría visto alos tres niños acurrucados en una cama,los ojos abiertos y llenos depreocupación. Pero nadie miró por laventana. Alguien llamó a la puerta, cuatrofuertes golpes, como si estuviesenclavando algo.

Los niños parpadearon y se miraron.—¿Quién es? —dijo Klaus, su voz

chirriante por haber permanecido tantotiempo en silencio.

En lugar de una respuesta, la personaque había al otro lado de la puerta girósimplemente el pomo y la puerta se abriópoco a poco. Allí estaba Stephano, con laropa muy arrugada y los ojos másbrillantes que nunca.

—Buenos días —dijo—. Ha llegadola hora de irnos a Perú. En el jeep sólohay sitio para tres huérfanos y yo, así queandando.

—Ya le dijimos ayer que usted no ibacon nosotros —dijo Violet.

Esperaba que su voz sonara másvaliente de lo que ella se sentía.

—El que no va a venir es vuestro Tío

Monty —dijo Stephano, y levantó la partede su frente donde debería estar su ceja.

—No sea ridículo —dijo Klaus—.Tío Monty no se perdería la expediciónpor nada del mundo.

—Preguntádselo a él —dijo Stephano,y los Baudelaire vieron una expresiónfamiliar en su rostro. Su boca casi no semovió, pero sus ojos brillaban como siacabase de contar un chiste—. ¿Por quéno se lo preguntáis? Está en la Habitaciónde los Reptiles.

—Se lo vamos a preguntar… —dijoViolet—. Tío Monty no tiene la menorintención de dejar que nos lleve a Perú.

Se levantó de la cama, cogió a sushermanos dé la mano y pasó deprisa ante

Stephano, que seguía sonriendo junto a lapuerta.

—Se lo vamos a preguntar —volvió adecir Violet, y Stephano les hizo unareverencia cuando salieron de lahabitación.

El pasillo estaba extrañamente ensilencio, y blanco como los ojos de unacalavera.

—¿Tío Monty? —gritó Violet al finaldel pasillo. Nadie contestó.

Excepto algunos crujidos de losescalones, la casa estaba anormalmentesilenciosa, como si estuviese abandonadadesde hacía muchos años.

—¿Tío Monty? —gritó Klaus alprincipio de las escaleras.

No oyeron nada.Violet, de puntillas, abrió la enorme

puerta de la Habitación de los Reptiles, ydurante un instante los huérfanos sequedaron mirando la habitación comohipnotizados, hechizados por la extrañaluz azul del sol del amanecer a través delos techos y las paredes de cristal. En latenue luz, sólo podían distinguir siluetasde los distintos reptiles moviéndose ensus jaulas o durmiendo ovillados enmasas oscuras e indefinidas. Los treshermanos, sus pasos retumbando en lasbrillantes paredes, caminaron por laHabitación de los Reptiles hacia elextremo más alejado, donde estaba labiblioteca de Tío Monty. A pesar de que

la habitación a oscuras resultabamisteriosa y extraña, era un misterioreconfortante y una extrañezatranquilizadora. Se acordaron de lapromesa de Tío Monty: si dedicabantiempo suficiente a aprender de laexperiencia, no sufrirían el más mínimodaño en la Habitación de los Reptiles. Sinembargo, tanto yo como vosotrosrecordamos que la promesa de Tío Montyestaba cargada de ironía dramática, y enaquel momento, en la Habitación de losReptiles, en la penumbra de la primerahora de la mañana, aquella ironía iba allegar a la madurez, frase que aquísignifica «los Baudelaire iban a aprenderfinalmente su significado». Porque, al

llegar a los libros, los tres hermanospudieron ver una sombra grandeacurrucada en la esquina más lejana.Klaus, nervioso, encendió una de laslámparas de lectura para ver mejor.Aquella sombra era Tío Monty. Su bocaestaba ligeramente abierta, como siestuviese sorprendido, y tenía los ojoscomo platos, pero no parecía verlos. Surostro, habitualmente tan sonrosado,estaba muy, muy pálido, y debajo del ojoizquierdo había dos agujeritos, alineados,el tipo de marca producida por los doscolmillos de una serpiente.

—¿Divo sum? —y Sunny le tiró delpantalón.

Tío Monty no se movió. Como les

había prometido, los huérfanos Baudelaireno habían sufrido daño alguno en laHabitación de los Reptiles, pero TíoMonty había sufrido muchísimo daño.

Capítulo 7—Caramba, caramba, caramba, caramba—dijo una voz detrás de ellos, y loshuérfanos Baudelaire se dieron la vueltapara ver a Stephano allí de pie, llevandola maleta negra con el candado plateado ycon una mirada de embelecadora sorpresaen el rostro. «Embelecadora» es unsinónimo tan extraño de «falsa» que nisiquiera Klaus sabía lo que significaba,pero no hacía falta decirles a los niñosque Stephano simulaba sorpresa—.Menudo terrible accidente ha ocurridoaquí. Mordedura de serpiente. El que lodescubra quedará muy trastornado.

—Usted… —empezó a decir Violet,pero se detuvo, tenía la extraña sensaciónen la garganta de que la muerte de TíoMonty era como un alimento que sabíafatal—. Usted… —volvió a decir.Stephano no le hizo ni caso—. Claro está,cuando descubran que el señorMontgomery está muerto, se preguntaránqué habrá sido de aquellos repulsivoshuérfanos que holgazaneaban por la casa.Pero éstos se habrán ido muy lejos. Porcierto, es hora de marcharse. El Prósperozarpa del Puerto Brumoso a las cinco enpunto y me gustaría ser el primer pasajeroen embarcar. Así tendré tiempo detomarme una botella de vino antes decomer.

—¿Cómo ha podido? —susurró Klauscon voz ronca. No lograba apartar lamirada del rostro pálido, muy pálido deTío Monty—. ¿Cómo ha podido haceresto? ¿Cómo ha podido asesinarle?

—Bueno, Klaus, estoy sorprendido —dijo Stephano, y se acercó al cuerpo deTío Monty—. Un sabelotodo como túdebería ser capaz de llegar a laconclusión de que tu viejo tío gordinflónha muerto de mordedura de serpiente, noha sido asesinado. Mira las marcas deestos colmillos. Mira su rostro tan pálido.Mira esos ojos como platos.

—¡Pare! —dijo Violet—. ¡No hableasí!

—¡Tienes razón! —dijo Stephano—.

¡No hay tiempo para charlas! ¡Tenemos unbarco que tomar! ¡Vámonos!

—No iremos a ningún sitio con usted—dijo Klaus, más concentrado en sudifícil situación que en no perder elcontrol—. Nos quedaremos aquí hasta quellegue la policía.

—¿Y cómo supones que sabrá lapolicía que tiene que venir? —dijoStephano.

—Nosotros les llamaremos —dijoKlaus, en lo que esperaba fuese un tono devoz firme, y empezó a caminar hacia lapuerta.

Stephano dejó caer su maleta, elcandado plateado golpeando ruidosamenteel suelo de mármol. Avanzó un poco y

cerró el paso a Klaus, los ojos muyabiertos y rojos de ira.

—Estoy tan cansado —gruñóStephano— de tener que explicártelotodo… ¡Se supone que eres muy listo,pero siempre olvidas esto! —se metió lamano en el bolsillo y sacó el cuchillodentado—. Esto es mi cuchillo. Está muyafilado y muy deseoso de hacerte daño,casi tanto como yo. Si no haces lo que tedigo, te hará daño de verdad. ¿Haquedado lo bastante claro? Ahora, méteteen el jodido jeep.

Es, como sabéis, muy, muy grosero y amenudo innecesario decir palabrotas,pero los huérfanos Baudelaire estabandemasiado aterrorizados para hacérselo

saber a Stephano. Los tres niños, despuésde mirar por última vez a su pobre TíoMonty, siguieron a Stephano a través de lapuerta de la Habitación de los Reptiles,para meterse en el jodido jeep. Para másinri —palabra que aquí significa «forzar aalguien que ya está muy triste a llevar acabo una tarea desagradable»—, Stephanoobligó a Violet a sacar su maleta de lacasa, pero ella estaba demasiadoabstraída en sus propios pensamientospara que le importase. Pensaba en laúltima conversación que ella y sushermanos habían mantenido con TíoMonty, y pensaba, en un repentino ataquede vergüenza, que realmente no había sidouna conversación. Recordaréis, claro está,

que, de regreso a casa después de Zombisen la nieve, los niños estaban tanpreocupados por Stephano que no lehabían dicho una sola palabra a TíoMonty, y entonces el jeep había llegado ala casa y los huérfanos Baudelaire habíancorrido escaleras arriba para huir deaquella situación, sin darle siquiera lasbuenas noches al hombre que ahora yacíamuerto y cubierto por una sábana en laHabitación de los Reptiles. Cuando loschicos llegaron al jeep, Violet intentabarecordar si le habían dado las gracias porllevarlos al cine, pero todo lo referente aaquella noche era confuso. Le parecía queella, Klaus y Sunny le habrían dichoprobablemente: «Gracias, Tío Monty»,

cuando estaban en la taquilla del cine,pero no podía estar segura. Stephanoabrió la puerta del jeep e hizo gestos conel cuchillo para que Klaus y Sunnyentrasen en el diminuto asiento trasero, yViolet, con la pesada maleta negra en elregazo, en el asiento del copiloto. Loshuérfanos tuvieron la leve esperanza deque el motor no arrancase cuandoStephano giró la llave, pero fue en vano.Tío Monty cuidaba muy bien de su jeep yel motor arrancó a la primera.

Violet, Klaus y Sunny miraron haciaatrás, y Stephano empezó a conducir elcoche por la avenida de los setos conformas de serpientes. Al ver la Habitaciónde los Reptiles, que Tío Monty había

montado con tanto cuidado para albergarsus especímenes y en la que él era ahoratambién un espécimen, la desesperaciónde los Baudelaire fue demasiado grande yempezaron a llorar en silencio. La muertede un ser querido es algo curioso. Todossabemos que nuestro tiempo en estemundo es limitado y que al final todosacabaremos cubiertos por una sábana paranunca despertar. Y, sin embargo, siemprees una sorpresa cuando le pasa a alguienque conoces. Es como subir a oscuras lasescaleras en dirección a tu dormitorio ycreer que hay un peldaño más de los quehay. Tu pie cae al vacío y hay un instantede sorpresa mientras vuelves a ajustar laforma que tienes de pensar en las cosas.

Los huérfanos Baudelaire no sólo llorabanpor Tío Monty, sino también por suspadres, y con esa oscura y curiosasensación de caída que acompaña a unagran pérdida.

¿Qué les iba a ocurrir? Stephano habíaasesinado cruelmente al hombre que sesuponía tenía que cuidar de losBaudelaire y ahora estaban solos. ¿Quéles iba a hacer Stephano? Se suponía quese tenía que quedar en tierra cuando elloszarpasen rumbo a Perú, pero ahora él ibaa embarcarse con ellos en el Próspero. ¿Yqué terribles cosas iban a suceder enPerú? ¿Iba a rescatarles alguien allí? ¿Seharía Stephano con su fortuna? Y ¿quéocurriría con los tres niños después?

Estas preguntas dan miedo y, si estáispensando tales cosas, requieren todavuestra atención, y los huérfanos estabantan inmersos pensando en ellas que no sedieron cuenta de que Stephano estaba apunto de chocar contra otro coche hasta elmomento del impacto.

Hubo un horrible ruido de metalretorcido y cristales rotos, cuando uncoche negro chocó contra el jeep de TíoMonty, tirando a los niños al suelo con unfuerte zump, que les dio la sensación deque su estómago seguía en el asiento. Lamaleta negra golpeó el hombro de Violet ydespués el parabrisas, que al instante sellenó de fisuras, como si de una telarañase tratase. Stephano soltó un grito de

sorpresa y giró el volante hacia un lado yhacia el otro, pero los dos vehículosestaban enganchados y, con otro zump,salieron de la carretera y acabaron sobreun montón de lodo. Es extraño que unaccidente de coche pueda considerarsebuena suerte, pero ése fue el caso. Con lossetos con formas de serpientes todavíavisibles, el viaje de los Baudelaire hastael Puerto Brumoso se había detenido.

Stephano soltó otro cortante grito, estavez de rabia.

—¡Maldigo los infiernos! —gritó.Y Violet se tocó el hombro para

comprobar que no estaba seriamentedañado. Klaus y Sunny se levantaron concuidado del suelo del jeep y miraron por

el parabrisas roto. Parecía que en el otrocoche sólo había una persona, pero eradifícil saberlo a ciencia cierta, porque elvehículo había sufrido muchos más dañosque el jeep de Monty. Su morro estabacompletamente aplastado, como unacordeón, y un tapacubos daba vueltas enel Camino Piojoso, haciendo ruidos ytrazando círculos imperfectos, como si setratase de una moneda gigante que alguienhubiese lanzado al suelo. El conductor ibavestido de gris, emitió un ruido secomientras abría la puerta abollada delcoche y luchaba por salir. Volvió a emitirel ruido seco, se metió la mano en unbolsillo del traje y sacó un pañueloblanco.

—¡Es el señor Poe! —gritó Klaus.Era el señor Poe, tosiendo como de

costumbre, y los niños estaban tancontentos de verle que se encontraronsonriendo a pesar de las terriblescircunstancias.

—¡Señor Poe! ¡Señor Poe! —gritóViolet, mientras sorteaba la maleta deStephano para abrir la puerta del copiloto.

Stephano alargó el brazo y la agarrópor el hombro herido, girando a la vez sucabeza lentamente para que los tres niñospudiesen ver sus brillantes ojos.

—¡Esto no cambia nada! —lessusurró—. Habéis tenido un poco desuerte, pero es la última que os queda. Osprometo que los tres volveréis a estar

conmigo en este coche en dirección alPuerto Brumoso a tiempo para subirnos alPróspero.

—Eso ya lo veremos —contestóViolet, abrió la puerta y se deslizó pordebajo de la maleta.

Klaus abrió su puerta y la siguió, conSunny en los brazos.

—¡Señor Poe! ¡Señor Poe!—¿Violet? —dijo el señor Poe—.

¿Violet Baudelaire? ¿Eres tú?—Sí, señor Poe —dijo Violet—.

Somos nosotros tres y le estamos muyagradecidos por haber chocado connosotros.

—Bueno, yo no diría eso —dijo elseñor Poe—. Está claro que la culpa fue

de vuestro conductor. Vosotros habéischocado contra mí.

—¡Cómo te atreves! —gritó Stephano.Y salió del coche, arrugando la nariz

por el olor a rábano picante que flotaba enel aire. Se acercó a grandes zancadas alseñor Poe, pero los niños vieron cómo amedio camino el rostro le cambiaba de laexpresión de pura rabia a otra deembelecadora confusión y tristeza.

—Lo siento —dijo con voz aguda yagitada—. Todo esto ha sido culpa mía.Estaba tan afligido por lo ocurrido que noprestaba atención a las normas decirculación. Espero que no esté herido,señor Foe.

—Es Poe —dijo el señor Poe—. Me

llamo Poe. No estoy herido. Por suerteparece que nadie está herido. Ojalápudiese decir lo mismo de mi coche. Pero¿quién es usted y qué hace con los niñosBaudelaire?

—Yo te diré quién es —dijo Klaus—.Es…

—Por favor, Klaus —le reprendió elseñor Poe, palabra que aquí significa«riñó a Klaus a pesar de que éste teníabuenas razones para interrumpir»—. Noes de buena educación interrumpir.

—Me llamo Stephano —dijoStephano, dándole la mano al señor Poe—. Soy… quiero decir era… el ayudantedel doctor Montgomery.

—¿Qué quiere decir con era? —

preguntó el señor Poe con dureza—. ¿Lehan despedido?

—No. El doctor Montgomery… Oh,perdone.

Stephano se dio la vuelta e hizo verque se frotaba los ojos como si estuviesedemasiado triste para seguir. Dándole laespalda al señor Poe, les guiñó el ojo alos niños antes de continuar. —Lamentodecirle que ha habido un horribleaccidente, señor Doe. El señorMontgomery ha muerto.

—Poe —dijo el señor Poe—, ¿hamuerto? Eso es terrible. ¿Qué ha pasado?

—No lo sé —dijo Stephano—. Yocreo que ha sido una mordedura deserpiente, pero no sé nada de serpientes.

Por eso me dirigía a la ciudad, a buscar aun médico. Los niños parecían estardemasiado tristes para que los dejasesolos.

—¡Él no nos está llevando a buscar unmédico! —gritó Klaus—. ¡Nos va a llevara Perú!

—¿Ve usted a lo que me refiero? —ledijo Stephano al señor Poe, dándole ungolpecito a Klaus en la cabeza—. Esobvio que los niños están muy afligidos.El doctor Montgomery iba a zarpar hoyhacia Perú con ellos.

—Sí, lo sé —dijo el señor Poe—. Poreso he venido a toda prisa esta mañana,para traerles finalmente su equipaje.Klaus, sé que el accidente te ha dejado

confundido y triste, pero, por favor,intenta comprender que, si el doctorMontgomery está realmente muerto, laexpedición está cancelada.

—Pero señor Poe… —dijo Klaus,indignado.

—Por favor —dijo el señor Poe—.Klaus, esto es algo que tienen que discutirlos adultos. De todos modos, es evidenteque hay que llamar a un médico.

—Bueno, ¿por qué no va usted hastala casa —dijo Stephano— y yo me llevo alos niños y busco a un médico?

—¡Juose! —gritó Sunny, lo queprobablemente significaba algo como:«¡Ni hablar!».

—¿Por qué no vamos todos a la casa

—dijo él señor Poe— y llamamos a unmédico?

Stephano parpadeó y, durante unsegundo, su rostro mostró enfado, antes depoder calmarse y contestartranquilamente.

—Claro —dijo—. Debería haberllamado antes. Obviamente no pienso conla misma claridad que usted. Venga,niños, volved al jeep y el señor Poe nosseguirá.

—No vamos a volver a ese cochecontigo —dijo Klaus con contundencia.

—Por favor, Klaus —dijo el señorPoe—. Intenta comprender. Ha habido ungrave accidente. Todas las otrasdiscusiones tendrán que esperar. El único

problema es que no estoy seguro de quemi coche arranque. Está muy mal.

—Intente encenderlo —dijo Stephano.El señor Poe asintió y volvió a su

coche. Se sentó en el asiento delconductor y giró la llave. El motor hizo unruido duro y seco —sonaba bastanteparecido a la tos del señor Poe—, pero nose puso en marcha.

—Mucho me temo que el motor estémuerto —gritó el señor Poe.

—Y dentro de poco —murmuróStephano a los niños—, tú también loestarás.

—Lo siento —dijo el señor Poe—.No le he oído. Stephano sonrió:

—He dicho que es una pena. Bueno,

¿por qué no llevo yo a los huérfanos a lacasa y usted viene caminando detrás denosotros? No cabe nadie más.

El señor Poe frunció el entrecejo.—Pero las maletas de los niños están

aquí. No quiero dejarlas tiradas. ¿Por quéno colocamos el equipaje en su coche, yyo y los niños volvemos caminando a lacasa?

Stephano frunció el entrecejo.—Bueno, uno de los niños tendría que

venir conmigo para que no me pierda.El señor Poe sonrió.—Pero ¡si puede ver la casa desde

aquí! No se va a perder.—Stephano no quiere que nos

quedemos a solas contigo —dijo Violet

finalmente. Había estado esperando elmomento apropiado para exponer susrazones—. Tiene miedo de que te digamosquién es él realmente y lo que realmenteestá tramando.

—¿De qué está hablando? —lepreguntó el señor Poe a Stephano.

—No tengo ni idea, señor Toe —contestó Stephano, negando con la cabezay mirando furioso a Violet.

Violet respiró hondo.—Este hombre no es Stephano —dijo

señalándole—. Es el Conde Olaf y havenido a llevarnos lejos de aquí.

—¿Quién soy? —preguntó Stephano—. ¿Qué voy a hacer?

El señor Poe miró a Stephano de

arriba abajo y negó con la cabeza.—Perdone a los niños —dijo—. Están

muy trastornados. El Conde Olaf es unhombre terrible que intentó robarles sudinero, y los niños le tienen mucho miedo.

—¿Me parezco yo al Conde Olaf? —preguntó Stephano, con los ojos brillantes.

—No —dijo el señor Poe—. ElConde Olaf tenía una única ceja muy largay una cara bien afeitada. Usted tiene barbay, si no le importa que lo diga, ni rastro decejas.

—Se ha afeitado la ceja —dijo Violet— y se ha dejado crecer la barba.Cualquiera puede verlo.

—¡Y tiene el tatuaje! —gritó Klaus—.¡El tatuaje del ojo en el tobillo! ¡Mire el

tatuaje!El señor Poe miró a Stephano y se

encogió de hombros, como disculpándose.—Siento pedírselo —dijo—, pero los

niños parecen estar tan trastornados, y,antes de que sigamos discutiendo otrascosas, me gustaría verles más tranquilos.¿Le importaría enseñarme el tobillo?

—Será un placer —dijo Stephano,sonriendo a los niños—. ¿Derecho oizquierdo?

Klaus cerró los ojos y pensó uninstante.

—Izquierdo —dijo.Stephano colocó su pie izquierdo en el

parachoques del jeep de Tío Monty.Mirando a los huérfanos Baudelaire con

los ojos muy, muy brillantes, empezó alevantar la pernera de su pantalón a rayas.Violet, Klaus, Sunny y el señor Poeclavaron sus miradas en el tobillo deStephano.

La pernera del pantalón subió como eltelón que sube para dar comienzo a larepresentación. Pero no había ningúntatuaje de un ojo. Los huérfanosBaudelaire se quedaron mirando el trozode piel, tan blanco y pálido como el rostrodel pobre Tío Monty.

Capítulo 8Mientras el jeep renqueaba delante deellos, los huérfanos Baudelairerecorrieron penosamente a pie el caminode regreso a la casa de Tío Monty, el olora rábano picante en las narices y unasensación de frustración en los corazones.Es muy desconcertante que te demuestrenque estás equivocado, especialmentecuando en realidad tienes razón y lapersona que está equivocada es la que teestá demostrando que estás equivocado ydemostrando equivocadamente que tienerazón. ¿Verdad?

—No sé cómo se ha deshecho de su

tatuaje —le dijo Klaus tercamente alseñor Poe, que estaba tosiendo en supañuelo—, pero no hay duda de que es elConde Olaf.

—Klaus —dijo el señor Poe cuandohubo dejado de toser—, esto de darvueltas y más vueltas a lo mismo meempieza a cansar. Acabamos de ver elintachable tobillo de Stephano.«Intachable», significa…

—Sabemos lo que significa«intachable» —dijo Klaus, mientrasmiraba a Stephano salir del jeep y entrar atoda prisa en la casa—. «Sin tatuajes».Pero es el Conde Olaf. ¿Cómo no lo ve?

—Todo lo que veo —dijo el señorPoe— es lo que tengo delante. Veo a un

hombre sin cejas, con barba y sin tatuaje,y no es el Conde Olaf. De todas formas,aunque por alguna razón el tal Stephano osquisiera hacer daño, no tenéis nada quetemer. Es un contratiempo que el doctorMontgomery haya muerto, pero no vamosa entregaros sin más al ayudante junto convuestra fortuna. ¡Si este hombre nisiquiera es capaz de recordar mi nombre!

Klaus miró a sus hermanas y suspiró.Comprendieron que, una vez el señor Poehabía decidido algo, iba a ser más fácildiscutir con los setos con formas deserpientes que con él. Violet estaba apunto de volver a intentar razonar con él,cuando sonó un claxon detrás de ellos.Los Baudelaire y el señor Poe se

apartaron del camino del automóvil que seacercaba, un cochecito gris con unconductor muy delgado.

El coche se detuvo frente a la casa yla persona delgada salió, un hombre altocon un abrigo blanco.

—¿Podemos ayudarle? —dijo elseñor Poe, al acercarse con los niños.

—Soy el doctor Lucafont —dijo elhombre alto, señalándose con una manofuerte y grande—. He recibido unallamada de que ha habido un terribleaccidente con una serpiente.

—¿Ya está aquí? —preguntó el señorPoe—. Pero si Stephano casi no ha tenidoni tiempo de llamar, por no hablar de queusted llegase hasta aquí.

—Yo creo que en una emergencia lavelocidad es esencial, ¿no? —dijo eldoctor Lucafont—. Si se tiene que realizaruna autopsia, debe ser de inmediato.

—Claro, claro —se apresuró a decirel señor Poe—. Sólo es que me hasorprendido.

—¿Dónde está el cuerpo? —preguntóel doctor Lucafont, dirigiéndose hacia lapuerta.

—Stephano puede decírselo —dijo elseñor Poe, mientras abría la puerta de lacasa.

Stephano esperaba en la entrada conuna cafetera en la mano.

—Voy a hacer un poco de café —dijo—. ¿Quién quiere una taza?

—Yo tomaré una taza —dijo el doctorLucafont—. No hay nada como un caféantes de empezar un día de trabajo.

El señor Poe frunció el entrecejo.—¿No debería echar primero un

vistazo al doctor Montgomery?—Sí, doctor Lucafont —dijo Stephano

—. El tiempo es esencial en unaemergencia, ¿no le parece?

—Sí, sí, supongo que tiene razón —dijo el doctor Lucafont.

—El pobre doctor Montgomery estáen la Habitación de los Reptiles —dijoStephano, señalando el lugar donde yacíael tutor de los jóvenes Baudelaire—. Porfavor, lleve a cabo un examen lo másexhaustivo posible y después podrá tomar

un poco de café.—Usted manda —dijo el doctor

Lucafont, abriendo la puerta de laHabitación de los Reptiles con una manoextrañamente rígida.

Stephano acompañó al señor Poehasta la cocina y los Baudelaire lessiguieron cabizbajos. Cuando uno sesiente inútil e incapaz de ayudar, puedeusar la expresión «sintiéndose como laquinta rueda», porque, si algo tiene cuatroruedas, como un carro o un coche, no esnecesaria una quinta. Mientras Stephanopreparaba café para los adultos, los tresniños se sentaron a la mesa de la cocinadonde habían comido por primera veztarta de coco con el Tío Monty hacía poco

tiempo, y Violet, Klaus y Sunny sesintieron como quinta, sexta y séptimarueda de un coche que iba en la direcciónequivocada, hacia el Puerto Brumoso,listos para zarpar en el Prospero.

—Cuando he hablado con el doctorLucafont Por teléfono —dijo Stephano—,le he contado lo del accidente con sucoche. Cuando haya acabado con elexamen médico, le llevará a usted hasta laciudad para buscar un mecánico, y yo mequedaré aquí con los huérfanos.

—No —dijo Klaus con firmeza—. Nonos vamos a quedar solos con él ni uninstante.

El señor Poe sonrió mientras Stephanole servía una taza de café, y después miró

severamente a Klaus.—Klaus, comprendo que estés muy

trastornado, pero es injustificable quesigas tratando a Stephano con tantarudeza. Por favor, pídele disculpas.

—¡No! —gritó Klaus.—No pasa nada, señor Poe —dijo

Stephano en tono conciliador—. Elasesinato del doctor Montgomery hadejado muy trastornados a los niños, y noespero que tengan el mejor de loscomportamientos.

—¿Asesinato? —dijo Violet. Sevolvió hacia Stephano e intentó parecersólo ligeramente curiosa, en lugar deenfurecida—. ¿Por qué has dichoasesinato, Stephano?

El rostro de Stephano se oscureció ycerró los puños con fuerza. Parecía que nohabía nada que desease más quearrancarle los ojos a Violet.

—Me he equivocado —dijofinalmente.

—Está claro —dijo el señor Poe ybebió de su taza—. Pero los niños puedenir con el doctor Lucafont y conmigo si deesa forma se sienten más cómodos.

—No estoy seguro de que quepan —dijo Stephano con ojos centelleantes—.Es un coche muy pequeño. Pero si loshuérfanos lo prefiriesen, podrían irconmigo en el jeep y podríamos seguirlesa usted y al doctor Lucafont hasta elmecánico.

Los tres huérfanos se miraron ypensaron detenidamente. Su situaciónparecía un juego, aunque un juegodesesperado con apuestas muy altas. Lafinalidad del juego consistía en no acabarsolos con Stephano, porque, de ser así, selos llevaría en el Próspero. Lo queentonces ocurriría, cuando estuviesensolos en Perú con una persona tandespreciable y codiciosa, era algo en loque no querían pensar. En lo que teníanque pensar era en cómo evitar queocurriese. Parecía increíble que suspropias vidas dependiesen de unaconversación en la que se decidiese quiéniba con quién en el coche, pero en la vidaa menudo los detalles más insignificantes

acaban siendo los más importantes.—¿Por qué no vamos nosotros con el

doctor Lucafont —dijo Violet con cautela—, y así el señor Poe puede ir conStephano?

—¿Por qué? —preguntó el señor Poe.—Siempre he querido ver el interior

del automóvil de un médico —dijo Violet,sabedora de que era una invención pococonvincente.

—Oh, sí, yo también —dijo Klaus—.Por favor, ¿podemos ir con el doctorLucafont?

—Me temo que no —dijo el doctorLucafont desde la puerta, cogiéndolos atodos por sorpresa—. En cualquier caso,no los tres. He colocado el cuerpo del

doctor Montgomery en mi coche, y sóloqueda sitio para dos personas más.

—¿Ya ha completado su examen? —preguntó el señor Poe.

—El preliminar, sí —dijo el doctorLucafont—. Voy a tener que llevarme elcuerpo para hacerle más pruebas, pero miautopsia muestra que el doctor murió demordedura de serpiente. ¿Queda un pocode café para mí?

—Claro —contestó Stephano y lesirvió una taza.

—¿Cómo puede estar seguro? —lepreguntó Violet al doctor.

—¿A qué te refieres? —dijo el doctorLucafont en tono burlón—. Puedo estarseguro de que queda café porque lo veo

ahí mismo.—Violet se refiere —dijo el señor

Poe— a cómo puede estar seguro de queel doctor Montgomery murió por unamordedura de serpiente.

—En sus venas he encontrado venenode la Mamba du Mal, una de lasserpientes más venenosas del mundo.

—¿Significa eso que hay una serpientevenenosa suelta por la casa? —preguntóel señor Poe.

—No, no —dijo el doctor Lucafont—.La Mamba du Mal está segura en su jaula.Debió de salir, morder al doctorMontgomery y volver a encerrarse.

—¿Qué? —preguntó Violet—. Estateoría es ridícula. Una serpiente no puede

abrir sola una cerradura.—Quizás la ayudaran otras serpientes

—dijo el doctor Lucafont contranquilidad, y dio un sorbo a su café—.¿Hay algo para comer? He tenido quevenir a toda prisa y no he podidodesayunar.

—Su historia parece un poco extraña—dijo el señor Poe, y miró dubitativo aldoctor Lucafont, que estaba abriendo unarmario y mirando en su interior.

—He comprobado que los accidentesterribles son a menudo extraños —contestó.

—No puede haber sido un accidente—dijo Violet—. Tío Monty es… —sedetuvo—. Tío Monty era uno de los

herpetólogos más respetados del mundo.Nunca hubiera metido una serpientevenenosa en una jaula que ella pudieseabrir.

—Si no ha sido un accidente —dijo eldoctor Lucafont—, alguien tiene quehaberlo hecho a propósito. Obviamentevosotros, niños, no le habéis matado, y laúnica persona que había en la casa eraStephano.

—Y yo —añadió Stephanorápidamente— no sé apenas nada deserpientes. Sólo llevo dos días trabajandoaquí y casi no he tenido tiempo deaprender nada.

—Parece haber sido un accidente —dijo el señor Poe—. Lo siento, chicos. El

doctor Montgomery parecía el tutorapropiado para vosotros.

—Era más que eso —dijo Violet envoz baja—. Tío Monty era más, muchomás que un tutor apropiado.

—¡Ésa es la comida de Tío Monty!—gritó Klaus de repente, el rostrodeformado por la ira, y señaló al doctorLucafont, que había sacado una lata delarmario—. ¡Deje de comer esa comida!

—Sólo iba a comer un par demelocotones —dijo el doctor Lucafont y,con una de sus manos extrañamentesólidas, sostenía una de las latas demelocotón que Tío Monty había compradoel día anterior.

—Por favor —le dijo el señor Poe

con amabilidad al doctor Lucafont—. Losniños están muy trastornados. Estoyseguro de que puede entenderlo. Violet,Klaus, Sunny, ¿por qué no os vais unratito? Tenemos muchas cosas quediscutir, y está claro que estáis demasiadonerviosos para participar. Bueno, doctorLucafont, intentemos solucionar esto.Usted tiene sitio para tres pasajeros,incluyendo el cuerpo del doctorMontgomery. Y tú, Stephano, tambiéntienes sitio para tres pasajeros.

—O sea que es muy sencillo —dijoStephano—. Usted con el cadáver en elcoche del doctor Lucafont y yo les seguirécon los niños.

—No —dijo Klaus con firmeza.

—Niños Baudelaire —dijo el señorPoe con la misma firmeza—, por favor,¿podéis dejarnos solos?

—¡Afup! —gritó Sunny, lo queprobablemente significaba: «No».

—Claro que sí —dijo Violet, mirandoa Klaus y Sunny como para darles aentender algo.

Y, tomándolos de la mano, se losllevó fuera de la cocina. Klaus y Sunnymiraron a su hermana mayor y vieron quealgo en ella había cambiado. Su rostroparecía más determinado queapesadumbrado, y caminaba deprisa,como si llegase tarde a algo.

Recordaréis, claro está, que, inclusoaños más tarde, Klaus permanecería

despierto en la cama, con elarrepentimiento de no haber avisado altaxista que había vuelto a introducir aStephano en sus vidas. Pero, en estesentido, Violet era más afortunada que suhermano. Porque, al contrario que Klaus,cuya sorpresa fue tan grande al reconocera Stephano que se le escapó laoportunidad de actuar, Violet se diocuenta, mientras escuchaba a los adultoshablar y hablar, de que había llegado elmomento de actuar. No puedo decir queaños más tarde Violet, cuando recordabasu pasado, durmiese a pierna suelta —había demasiados sucesos tristes en lavida de cualquiera de los Baudelaire parapoder dormir como troncos—, pero

siempre se sintió un poco orgullosa de símisma por haber comprendido que ella ysus hermanos debían salir de la cocina ydirigirse a un sitio que les fuera más útil.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntóKlaus—. ¿Adónde vamos?

Sunny miró también a su hermanapidiéndole explicaciones, pero Violet nohizo más que mover la cabeza a modo derespuesta y aceleró el paso en dirección ala Habitación de los Reptiles.

Capítulo 9Cuando Violet abrió la enorme puerta dela Habitación de los Reptiles, los reptilesseguían en sus jaulas, los libros seguíanen sus estanterías y el sol matinal seguíaatravesando las paredes de cristal, peroaquel lugar no era el mismo. A pesar deque el doctor Lucafont hubiese retirado elcuerpo de Tío Monty, la Habitación de losReptiles no resultaba tan atractiva comode costumbre, y probablemente novolvería a resultarlo jamás. Lo que sucedeen cierto lugar puede cambiar tussentimientos hacia él, como una gota detinta puede manchar una página en blanco.

Puedes lavarla, lavarla una y otra vez,pero nunca podrás olvidar lo que hatranspirado, palabra que aquí significa«ocurrido y hecho que todo el mundoentristezca».

—No quiero entrar —dijo Klaus—.Tío Monty murió aquí.

—Sé que no queremos entrar —dijoViolet—, pero tenemos un trabajo quehacer.

—¿Trabajo? —preguntó Klaus—.¿Qué trabajo?

Violet apretó los dientes.—Tenemos un trabajo que hacer —

dijo—, el que debería estar haciendo elseñor Poe, que, como de costumbre, estálleno de buenas intenciones pero nos sirve

de muy poca ayuda.Klaus y Sunny suspiraron, mientras

ella expresaba en voz alta un sentimientoque ninguno de los tres había formulado,pero que siempre, desde que el señor Poese hizo cargo de sus asuntos, habíanexperimentado.

—El señor Poe no cree que Stephanoy el Conde Olaf sean la misma persona. Ycree que la muerte de Tío Monty ha sidoun accidente. Tenemos que demostrarleque está equivocado en ambas cosas.

—Pero Stephano no tiene el tatuaje —señaló Klaus—. Y el doctor Lucafont haencontrado el veneno de la Mamba duMal en las venas de Monty.

—Lo sé, lo sé —dijo Violet con

impaciencia—. Nosotros tres sabemos laverdad, pero, para convencer a losadultos, tenemos que encontrar pruebas yevidencias del plan de Stephano.

—Si hubiésemos encontrado pruebasy evidencias antes —dijo Klaus contristeza—, quizás hubiéramos salvado lavida de Tío Monty.

—Eso ya nunca lo sabremos —dijoViolet en voz baja, y miró la Habitaciónde los Reptiles, donde Monty se habíapasado la vida trabajando—. Pero, simetemos entre rejas a Stephano por elasesinato que ha cometido, evitaremoscomo mínimo que haga daño a nadie más.

—Incluyéndonos a nosotros —señalóKlaus.

—Incluyéndonos a nosotros —asintióViolet—. Bueno, Klaus, busca todos loslibros de Tío Monty que puedan contenerinformación sobre la Mamba du Mal. Yavísame cuando encuentres algo.

—Pero esta búsqueda podría llevarmedías —dijo Klaus, echando un vistazo a laconsiderable biblioteca de Monty.

—Bueno, nosotros no tenemos días —dijo Violet con firmeza—. Ni siquieratenemos horas. A las cinco en punto elPróspero zarpa del Puerto Brumoso, yStephano va a hacer todo lo que esté en sumano para asegurarse de que vayamos enese barco. Y, si acabamos solos con él enPerú…

—Vale, vale —dijo Klaus—.

Empecemos. Ten, mira este libro.—Yo no voy a mirar ningún libro.

Mientras tú estás en la biblioteca, voy asubir al dormitorio de Stephano para versi encuentro alguna pista.

—¿Sola? —preguntó Klaus—. ¿En suhabitación?

—No hay ningún peligro —dijoViolet, aunque no estaba tan segura—.Klaus, ponte a toda pastilla con lo slibros. Sunny, vigila la puerta y muerde atodo aquel que intente entrar.

—¡Ackroid! —dijo Sunny, lo queprobablemente significaba algo como:«¡Recibido!».

Violet se fue, y Sunny, fiel a supalabra, se sentó cerca de la puerta

mostrando los dientes.Klaus se dirigió a la parte más alejada

de la habitación, la biblioteca, evitandocon cuidado la hilera donde estaban lasserpientes venenosas. Ni siquiera quisomirar a la Mamba du Mal ni a ningún otroreptil de mordedura mortal. A pesar desaber que la muerte de Tío Monty nohabía sido culpa realmente de la serpientesino de Stephano, no pudo mirar al reptilque había puesto fin a la feliz época queestaban viviendo él y sus hermanas. Klaussuspiró y abrió un libro y, como en tantasotras ocasiones en que el mediano de losBaudelaire no había querido pensar en loque ocurría, empezó a leer.

Aquí me veo forzado a utilizar la

trillada expresión «en aquel mismoinstante en otro lugar». La palabra«trillada» significa aquí «utilizada portantos y tantos escritores que, cuandoLemony Snicket la utiliza, ya se haconvertido en un molesto cliché». Enaquel mismo instante en otro lugar es unafrase que se utiliza para unir lo que estáocurriendo en una parte de la historia conlo que está ocurriendo en otra parte de lahistoria, y se refiere a lo que aquí hacíaViolet, mientras Klaus y Sunny estaban enla Habitación de los Reptiles. Pues,mientras Klaus empezaba su búsqueda enla biblioteca de Tío Monty y Sunny hacíaguardia junto a la puerta con los dienteslistos para morder, Violet estaba

tramando algo que estoy seguro osinteresará.

Violet fue a escuchar tras la puerta dela cocina, intentando oír lo que estabandiciendo los adultos. Seguro que sabéisque la clave para escuchar a escondidases que no te descubran, y Violet se movióhaciendo el menor ruido posible,intentando no pisar ninguna de las zonasdel suelo que crujían. Al llegar a la puertade la cocina, se sacó del bolsillo el lazopara el pelo y lo tiró al suelo, para que, sialguien abría la puerta, ella pudieseargumentar que estaba de rodillas pararecogerlo y no para escuchar laconversación. Había aprendido aqueltruco siendo muy joven, cuando escuchaba

tras la puerta del dormitorio de sus padrespara saber lo que planeaban para sucumpleaños y, como todos los trucosbuenos, seguía funcionando.

—Pero señor Poe, si Stephano vieneen el coche conmigo y usted conduce eljeep del doctor Montgomery —estabadiciendo el doctor Lucafont—, ¿cómosabrá usted el camino?

—Ya veo a lo que se refiere —dijo elseñor Poe—. Pero no creo que Sunny estédeseosa de sentarse en el regazo deldoctor Montgomery, estando éste muerto.Tendremos que pensar otra solución.

—La tengo —dijo Stephano—. Yollevaré a los niños en el coche del doctorLucafont, y él, usted y el doctor

Montgomery pueden ir en el jeep deldoctor Montgomery.

—Me temo que eso no funcionará —dijo el doctor Lucafont con gravedad—.Las leyes de esta ciudad no permiten quenadie excepto yo conduzca mi coche.

—Y ni siquiera hemos discutido elasunto del equipaje de los niños —dijo elseñor Poe.

Violet se levantó, pues habíaescuchado ya lo suficiente para saber quedisponía de tiempo suficiente para subiral cuarto de Stephano. Muy, muysilenciosamente, subió las escaleras ycruzó el pasillo en dirección a la puertade la habitación de Stephano, donde élhabía permanecido sentado con el

cuchillo aquella horrible noche. Al llegara la puerta, Violet se detuvo. Pensó queera alucinante que todo lo que tuviera algoque ver con el Conde Olaf diera miedo.Era una persona tan terrible que unasimple ojeada a la puerta de su habitaciónaceleraba el corazón. Violet se encontródeseando casi que Stephano subiese atoda prisa las escaleras y la detuviese,para no tener que abrir aquella puerta yentrar en la habitación donde él dormía.Pero Violet pensó en su propia seguridady en la de sus dos hermanos. A menudouno encuentra el valor que creía no tenersi su seguridad se ve amenazada, y lamayor de los Baudelaire encontró el valorsuficiente para abrir la puerta. El hombro

todavía le dolía del accidente de coche.Violet giró el pomo de latón y entró.

La habitación, como ella sospechaba,estaba sucia y desordenada. La cama porhacer y llena de migas de galleta y pelospor todas partes. Periódicos antiguos ycatálogos de compra por correo formabandesiguales montones en el suelo. Encimade la cómoda había una pequeña variedadde botellas de vino medio llenas. Lapuerta del armario estaba abierta y dejabaa la vista unas perchas de alambre. Lascortinas que cubrían las ventanas estabanrecogidas y tenían incrustado algoescamoso. Violet, al acercarse, vio conhorror que Stephano las había utilizadocomo pañuelo.

Pero, a pesar de que era asqueroso,mocos secos no era la clase de prueba queViolet deseaba encontrar. La mayor de loshuérfanos Baudelaire se quedó en elcentro de la habitación y contempló eltremendo desorden. Todo era horrible,nada le servía de ayuda. Violet se tocó elhombro herido y recordó aquella ocasiónen que, viviendo junto a sus hermanos conel Conde Olaf, se encontraron encerradosen la habitación de la torre. A pesar dehaber sentido mucho miedo al verseatrapada en el santuario del Conde Olaf—frase que aquí significa «una habitaciónasquerosa donde se traman malvadosplanes»—, había resultado bastante útil,porque habían podido leer lo de las leyes

nupciales y escapar de aquella difícilsituación. Pero aquí, en el santuario de lacasa de Tío Monty, todo lo que Violetpodía encontrar era signos de suciedad.Stephano tenía que haber dejado en algúnlugar una prueba que Violet pudieseencontrar y usar para convencer al señorPoe, pero ¿dónde estaba? Desanimada —y temiendo haber pasado demasiadotiempo en el dormitorio de Stephano—,regresó en silencio al piso de abajo.

—No, no, no —estaba diciendo elseñor Poe cuando Violet se detuvo paravolver a escuchar tras la puerta de lacocina—. El doctor Montgomery no puedeconducir. Está muerto. Tiene que haberalguna forma de resolver todo esto.

—Se lo he dicho una y otra vez —dijoStephano, y Violet notó por el tono de vozque se estaba enfadando—. Lo más fáciles que yo lleve a los tres niños hasta laciudad, mientras usted nos sigue con eldoctor Lucafont y el cadáver. ¿Qué podríaser más sencillo?

—Quizás tenga razón —dijo el señorPoe con un suspiro.

Y Violet se dirigió a toda prisa a laHabitación de los Reptiles.

—Klaus, Klaus —gritó—. ¡Dime quehas encontrado algo! He ido a lahabitación de Stephano, pero no hay nadaque nos pueda servir, y creo que Stephanoconseguirá meternos a los tres solos conél en el coche.

Klaus respondió con una sonrisa yempezó a leer en voz alta el libro quesostenía.

—«La Mamba du Mal —leyó— esuna de las serpientes más mortales delhemisferio, conocida, por laestrangulación de sus víctimas, lo cual, enconjunción con su veneno, les da a todasellas un tono tenebroso, horrible decontemplar».

—¿Estrangulación? ¿Conjunción?¿Tenebroso? ¿Tono? —repitió Violet—.No tengo ni idea de lo que estás leyendo.

—Yo tampoco tenía ni idea —admitióKlaus—, hasta que he buscado algunaspalabras. «Estrangulación» se refiere alacto de «estrangular». «En conjunción»

significa «junto». «Tenebroso» significa«oscuro». Y «tono» significa «color». Osea, que la Mamba du Mal se caracterizapor estrangular a gente mientras lamuerde, lo cual deja sus cuerpos oscurosde moratones.

—¡Para! ¡Para! —gritó Violet,tapándose las orejas—. ¡No quiero oírnada más de lo que le ocurrió a TíoMonty!

—No lo entiendes —dijo Klausdespacio—. Eso no es lo que le ocurrió aTío Monty.

—Pero el doctor Lucafont dijo quehabía veneno de la Mamba du Mal en lasvenas de Monty.

—Seguro que sí, pero la serpiente no

lo puso ahí. De haberlo hecho, el cuerpode Tío Monty hubiera estado oscuro demoratones. Y tú y yo recordamos queestaba de lo más pálido.

Violet se dispuso a hablar y se detuvoal recordar el pálido, palidísimo rostro deTío Monty cuando lo encontraron.

—Eso es verdad —dijo—. Peroentonces, ¿cómo fue envenenado?

—¿Recuerdas que Tío Monty nos dijoque guardaba veneno de todas lasserpientes venenosas en probetas paraestudiarlo? —dijo Klaus—. Creo queStephano cogió el veneno y se lo inyectó aTío Monty.

—¿De verdad? —Violet seestremeció—. Eso es horrible.

—¡Okipi! —gritó Sunny, al parecerasintiendo.

—Cuando se lo digamos al señor Poe—dijo Klaus, esperanzado—, Stephanoserá arrestado por el asesinato de TíoMonty y encerrado en la cárcel. Ya nointentará llevarnos a Perú, ni amenazarnoscon cuchillos, hacernos cargar con sumaleta, o cosas así.

Violet miró a su hermano con los ojosmuy abiertos por la emoción.

—¡Maleta! —dijo—. ¡Su maleta!—¿De qué estás hablando? —

preguntó Klaus sorprendido.Violet estaba a punto de explicárselo,

cuando alguien llamó a la puerta.—Adelante —dijo Violet, y le hizo

una señal a Sunny para que no lomordiese, cuando entró el señor Poe.

—Espero que estéis un poco máscalmados —dijo el señor Poe, mirandouno a uno a los tres niños—, y que ya noalberguéis el pensamiento de queStephano es el Conde Olaf. (Al usar elseñor Poe «alberguéis» se refería a«penséis» y no a «lo tengáis viviendo envuestra casa una temporadilla».)

—Aunque no fuese el Conde Olaf —dijo Klaus con cautela—, creemos quepuede ser responsable de la muerte de TíoMonty.

—¡Tonterías! —exclamó el señorPoe, mientras Violet miraba a su hermanoy negaba con la cabeza—. La muerte de

Tío Monty ha sido un terrible accidente ynada más.

Klaus mostró el libro que estabaleyendo.

—Pero, mientras ustedes estaban en lacocina, nosotros hemos leído algo acercade serpientes y…

—¿Leyendo algo acerca deserpientes? —dijo el señor Poe—. Creíaque, después de lo ocurrido con el doctorMontgomery, querríais leer cualquier otracosa, menos libros de serpientes.

—Pero he encontrado algo —dijoKlaus— que…

—No importa lo que hayas encontradoacerca de las serpientes —dijo el señorPoe sacando su pañuelo.

Los Baudelaire esperaron a queacabase de toser y lo guardara en unbolsillo.

—No importa —volvió a decir— loque hayas encontrado acerca de lasserpientes. Stephano no sabe nada deserpientes. Él mismo nos lo ha dicho.

—Pero… —empezó a decir Klaus, yse detuvo al ver a Violet.

Violet volvía a negar ligeramente conla cabeza. Era una señal que le indicabaque no le dijese nada más al señor Poe.Klaus miró a su hermana, al señor Poe ycerró la boca.

El señor Poe tosió en su pañuelo ymiró su reloj de pulsera.

—Ahora que hemos resuelto la

cuestión, queda el problema de las plazasde los coches. Sé que los tres estabaisansiosos por ver el interior del automóvilde un médico, pero lo hemos discutidouna y otra vez, y simplemente no hayforma de solucionarlo. Los tres iréis conStephano a la ciudad, mientras yo voy conel doctor Lucafont y con vuestro TíoMonty. Stephano y Lucafont estándescargando todas las maletas, y nosvamos dentro de unos minutos. Si meperdonáis, tengo que llamar a la SociedadHerpetóloga y darles la mala noticia.

El señor Poe tosió una vez más en supañuelo y salió de la habitación.

—¿Por qué no has querido que ledijese al señor Poe lo que he encontrado?

—le preguntó Klaus a Violet cuandoestuvo seguro de que el señor Poe estabafuera del alcance de su voz, frase que aquísignifica «lo bastante lejos para no oírnada».

Violet no contestó. Estaba mirandopor la pared de cristal de la Habitación delos Reptiles, observando cómo el doctorLucafont y Stephano pasaban junto a lossetos con formas de serpientes endirección al jeep de Tío Monty. Stephanoabrió la puerta del jeep y el doctorLucafont empezó a sacar las maletas delasiento trasero con sus manosextrañamente rígidas…

—Violet, ¿por qué no has querido quele dijese al señor Poe lo que he

encontrado?—Cuando los adultos vengan a

buscarnos —dijo Violet, sin hacer caso dela pregunta de Klaus—, no dejes quesalgan de la Habitación de los Reptileshasta que yo vuelva.

—Pero ¿cómo voy a lograrlo?—Intenta una maniobra de distracción

—contestó Violet con impaciencia,mientras seguía observando la pequeñapila que el doctor Lucafont hacía con lasmaletas.

—¿Qué distracción? —preguntó Klauscon ansiedad—. ¿Cómo?

—Santo Dios, Klaus —le replicó suhermana mayor—. Has leído centenaresde libros. Seguro que has leído algo

acerca de maniobras de distracción.Klaus reflexionó un momento.—Para ganar la guerra de Troya —

dijo— los antiguos griegos escondieron asus soldados en el interior de un enormecaballo de madera. Fue algo parecido auna distracción. Pero yo no tengo tiempode construir un caballo de madera.

—Entonces tendrás que pensar en otracosa —dijo Violet, y empezó a caminarhacia la puerta sin dejar de mirar por laventana.

Klaus y Sunny miraron primero a suhermana y después por la ventana de laHabitación de los Reptiles, en ladirección en que ella estuvo mirando. Esnotable como personas diferentes tienen

pensamientos distintos al mirar una mismacosa. Porque, cuando los dos Baudelairemás jóvenes miraron al montón demaletas, sólo pensaron que, a menos quehiciesen algo rápidamente, iban a acabar asolas con Stephano en el jeep de TíoMonty. Pero, por la forma en que Violetmiraba mientras salía de la Habitación delos Reptiles, estaba claro que pensaba enotra cosa. Klaus y Sunny no podíanimaginar de qué se trataba, pero, dealguna forma, su hermana había llegado auna conclusión distinta al mirar su maletamarrón, o quizás la beige que contenía lascosas de Klaus, o quizás la negra grandecon el reluciente candado plateado, quepertenecía a Stephano.

Capítulo 10Quizás cuando erais muy pequeñosalguien os leyó la insulsa historia —lapalabra «insulsa» significa aquí «que novale la pena leerle a nadie»— del chicoque gritó «¡Lobo!». Un chico muy pesado,quizás lo recordéis, gritó «¡Lobo!»cuando no había ningún lobo, y loscrédulos aldeanos que corrieron asocorrerle vieron que había sido unabroma. Después gritó «¡Lobo!» cuando noera una broma, y los aldeanos nocorrieron en su ayuda y el lobo se comióal niño, y la historia, gracias a Dios, llegosu fin.

La moraleja de la historia, claro,debería ser: «Nunca vivas en un sitiodonde los lobos anden sueltos», peroprobablemente quien os leyese la historiaos diría que la moraleja era que no habíaque mentir. Esa moraleja es absurda,porque tanto yo como vosotros sabemosque a veces no sólo es bueno mentir, sinoque es necesario. Por ejemplo, eraperfectamente apropiado que Sunny,después de que Violet saliese de laHabitación de los Reptiles, se arrastrasehasta la jaula que contenía la VíboraIncreíblemente Mortal, la abriese yempezase a gritar con todas sus fuerzas,aunque en realidad no pasaba nada.

Hay otra historia con lobos de por

medio que probablemente alguien os hayaleído y que es igualmente absurda. Estoyhablando de Caperucita Roja, unachiquilla extremadamente desagradableque, como el chico que gritó «¡Lobo!», seemperró en entrar en un territorio deanimales peligrosos. Recordaréis que ellobo, después de ser tratado de forma muygrosera por Caperucita Roja, se comió ala abuela de la chiquilla y se puso su ropacomo disfraz. Este es el aspecto másridículo de la historia, porque unopensaría que incluso una chica tan imbécilcomo la Caperucita Roja podría advertiren un segundo la diferencia entre suabuela y un lobo en camisón y conpantuflas. Si conoces a alguien muy bien,

como a tu abuela o a tu hermana, sabescuándo son de verdad o cuándo son falsas.Por eso, cuando Sunny empezó a gritar,Violet y Klaus supieron de inmediato quesus gritos eran fingidos.

—Esos gritos son fingidos —se dijoKlaus desde el otro extremo de laHabitación de los Reptiles.

—Esos gritos son fingidos —se dijoViolet, mientras subía las escaleras haciasu cuarto.

«¡Dios mío! ¡Está pasando algoterrible!», se dijo el señor Poe desde lacocina, donde estaba hablando porteléfono.

—Adiós —dijo, colgó y saliócorriendo de la cocina para ver qué

pasaba.—¿Qué ocurre? —preguntó el señor

Poe a Stephano y al doctor Lucafont, quehabían acabado de descargar las maletas yestaban entrando en la casa—. He oídounos gritos procedentes de la Habitaciónde los Reptiles.

—Seguro que no es nada —dijoStephano.

—Ya sabe cómo son los niños —dijoel doctor Lucafont.

—No podemos permitirnos otratragedia —dijo el señor Poe, y corrióhacia la enorme puerta de la Habitaciónde los Reptiles gritando—: ¡Niños!¡Niños!

—¡Aquí! —gritó Klaus—. ¡Dense

prisa!Su voz sonaba ronca y fuerte y

cualquiera que no conociese a Klaushubiera pensado que estaba muy asustado.Sin embargo, si conocieseis a Klaus,sabríais que cuando estaba muy asustadosu voz sonaba tensa y chillona, comocuando descubrió el cuerpo de Tío Monty.Su voz se volvía ronca y fuerte cuandointentaba no reír. Es algo muy bueno queKlaus consiguiese no reír cuando el señorPoe, Stephano y el doctor Lucafontentraron en la Habitación de los Reptiles.De haberlo hecho, lo habría echado todo aperder.

Sunny estaba estirada en el suelo demármol, sus bracitos y piernecitas

moviéndose frenéticamente, como siestuviese intentando nadar. Fue laexpresión de su rostro lo que hizo queKlaus sintiese ganas de reír. Sunny teníala boca muy abierta, mostrando sus cuatroafilados dientes, y sus ojos parpadeaban agran velocidad. Estaba intentando parecerasustada y, si no conocieseis a Sunny,habría parecido auténtico. Pero Klausconocía a Sunny y sabía que cuando ellaestaba muy asustada se quedaba muda yfrunciendo el ceño, como cuandoStephano la había amenazado con cortarleun dedo del pie. Para todos excepto paraKlaus, Sunny parecía aterrada, sobre todoteniendo en cuenta con quién estaba.Porque, enroscada al cuerpecito de Sunny,

había una serpiente negra como una minay gruesa como una cañería. Miraba aSunny con sus brillantes ojos verdes ytenía la boca abierta como si estuviese apunto de morder a la niña.

—¡La Víbora Increíblemente Mortal!—gritó Klaus—. ¡La va a morder!

Y Sunny abrió todavía más la boca ylos ojos para parecer más asustada. Laboca del doctor Lucafont también seabrió, y Klaus vio que empezaba a deciralgo pero era incapaz de encontrar laspalabras. Stephano, a quien,evidentemente, no le podía importarmenos la seguridad de Sunny, parecíasorprendido como mínimo. Pero al señorPoe le dominó el pánico.

Hay dos tipos básicos de pánico:quedarse quieto y no pronunciar palabra,o ir de aquí para allí diciendo lo primeroque te viene a la cabeza. El señor Poe erade los segundos. Klaus y Sunny nuncahabían visto al banquero moverse tandeprisa o hablar con una voz tan aguda.

—¡Dios mío! —gritó—. ¡Dios mío demi vida! ¡Alá sea bendito! ¡Zeus y Hera!¡María y José! ¡Nathaniel Hawthorne! ¡Nola toquéis! ¡Cogedla! ¡Acercaos! ¡Huid!¡No os mováis! ¡Matad a la serpiente!¡Dejadla! ¡Dadle algo de comida! ¡Nodejéis que la muerda! ¡Atraed a laserpiente! ¡Eh, serpiente! ¡Aquí, serpienteserpiente, eh!

La Víbora Increíblemente Mortal

escuchaba pacientemente el discurso delseñor Poe, sin apartar los ojos de Sunny y,cuando el señor Poe se detuvo para toseren su pañuelo, se echó hacia adelante ymordió a Sunny en el mentón, justo en elmismo sitio donde la había mordidocuando las dos amigas se habíanconocido. Klaus intentó no reír, pero eldoctor Lucafont jadeó, Stephanoobservaba, y el señor Poe volvió aempezar con los paseos y las frasesinconexas.

—¡La está mordiendo! —gritó—. ¡Laha mordido! ¡La ha mordido! ¡Calma!¡Moveos! ¡Llamad a una ambulancia!¡Llamad a la policía! ¡Llamad a uncientífico! ¡Llamad a mi mujer! ¡Esto es

terrible! ¡Esto es horrible! ¡Esto es fatal!¡Esto es fantasmagórico! ¡Esto es…!

—No hay por qué preocuparse —interrumpió Stephano con tranquilidad.

—¿A qué te refieres con «no hay porqué preocuparse»? —le preguntó el señorPoe, incrédulo—. Sunny acaba de sermordida por… ¿Cómo se llama laserpiente, Klaus?

—La Víbora Increíblemente Mortal —contestó Klaus rápidamente.

—¡La Víbora Increíblemente Mortal!—repitió el señor Poe, señalando a laserpiente que tenía la boca cerrada sobreel mentón de Sunny.

Sunny volvió a emitir otro falso gritode terror.

—¿Cómo puede decir que no hay nadade qué preocuparse? —insistió el señorPoe.

—Porque la Víbora IncreíblementeMortal es completamente inofensiva —dijo Stephano—. Cálmese, Poe. Elnombre de la serpiente es unadenominación equivocada que el doctorMontgomery inventó para divertirse.

—¿Estás seguro? —preguntó el señorPoe.

—Claro que estoy seguro —dijoStephano.

Y Klaus reconoció una mirada en surostro del tiempo en que vivía con elConde Olaf. Era una mirada de absolutavanidad, palabra que aquí significa «el

Conde Olaf pensaba de sí mismo que erala persona más increíble que vivía en lafaz de la tierra». Cuando los huérfanosBaudelaire estaban al cuidado de Olaf, amenudo se había comportado de esamanera, siempre contento de mostrar sushabilidades, ya fuese en escena con suatroz compañía de teatro o en lahabitación de la torre urdiendo planesmalvados. Stephano sonrió y siguióhablándole al señor Poe, deseoso deexhibirse:

—La serpiente es completamenteinofensiva, incluso amistosa. He leídocosas sobre la Víbora IncreíblementeMortal y otras muchas serpientes en labiblioteca de la Habitación de los

Reptiles y en los documentos privados deldoctor Montgomery.

El doctor Lucafont se aclaró lagarganta.

—Uh, jefe —dijo.—No me interrumpa, doctor Lucafont

—dijo Stephano—. He estudiado librosacerca de todas las especies principales.He mirado detenidamente croquis yesquemas. He tomado notas y las herevisado detenidamente cada noche antesde acostarme. Si puedo decirlo, meconsidero bastante experto en lo que aserpientes se refiere.

—¡Ajá! —gritó Sunny,desembarazándose de la VíboraIncreíblemente Mortal.

—¡Sunny! ¡Estás sana y salva! —gritóel señor Poe.

—¡Ajá! —volvió a gritar Sunny,señalando a Stephano. La VíboraIncreíblemente Mortal parpadeó con susojos verdes de modo triunfal.

El señor Poe, perplejo, miró a Klaus:—¿Qué quiere decir tu hermana con

«ajá»? —preguntó.Klaus suspiró. A veces sentía que se

había pasado media vida explicándolecosas al señor Poe.

—Lo que quiere decir con «ajá» —respondió— es «en un momento Stephanodice que no sabe nada de serpientes y alsiguiente dice que es un experto». Con«ajá» quiere decir «Stephano nos ha

estado mintiendo». Con «ajá» quiere decir«¡finalmente hemos demostrado su falta dehonradez!». Con «ajá» quiere decir«¡ajá!».

Capítulo 11En aquel mismo instante en otro lugar,Violet estaba inspeccionando eldormitorio de Stephano con ojo crítico.Respiró hondo y se recogió el pelo con unlazo para mantenerlo fuera de los ojos.Tanto vosotros como yo o comocualquiera que conozca a Violet sabe quecuando se recoge el pelo con un lazo esporque necesita pensar un nuevo invento.Y en aquel instante necesitaba pensar unoa toda prisa. Violet, cuando su hermanocomentó que Stephano les había ordenadometer su maleta dentro de la casa, sehabía dado cuenta de que la prueba que

buscaba estaba sin lugar a dudas enaquella maleta. Y ahora, mientras sushermanos distraían a los adultos en laHabitación de los Reptiles, tenía unaoportunidad única de abrir la maleta yobtener pruebas del malvado complot deStephano. Pero su hombro dolorido leadvertía que no iba a poder abrirfácilmente la maleta, que tenía unacerradura tan brillante como los malvadosojos de Stephano. Confieso que, si yoestuviera en la piel de Violet, con sólounos pocos minutos para abrir una maleta,en lugar de estar escribiendo esto en lacubierta del yate de mi amiga Bela,probablemente habría perdido todaesperanza. Habría caído de rodillas en el

dormitorio y habría golpeado con mispuños la alfombra, preguntándome porqué diablos la vida era tan injusta y estabatan llena de dificultades.

Sin embargo, por suerte para losBaudelaire, Violet estaba hecha de unmaterial más fuerte que yo y paseó sumirada por el dormitorio en busca de algoque le pudiese servir de ayuda. No habíademasiado en lo que a materiales parainventos se refiere. Violet hubieradeseado disponer de un cuarto ideal parainventar cosas, lleno de cables yherramientas y con todo el equiponecesario para inventar aparatos deprimerísima categoría. De hecho TíoMonty poseía la mayoría del equipo, pero

Violet recordó que se encontraba en laHabitación de los Reptiles. Miró las hojasde papel enganchadas en las paredes,donde había querido esbozar inventosdesde que vivía en casa de Tío Monty.Los problemas habían empezado tanpronto que Violet sólo tenía unos pocosgarabatos en una de las hojas, que habíaescrito a la luz de una lámpara de pie suprimera noche allí. La mirada de Violet sedirigió a la lámpara al recordar aquellanoche, y cuando llegó al enchufe tuvo unaidea.

Todos sabemos, claro está, que nunca,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,

jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,

jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,

jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás,jamás debemos tocar los aparatoseléctricos. Nunca. Hay dos razones paraello. Una es que te puedes electrocutar, locual no sólo es mortal sino muydesagradable, y la otra es que no somosViolet Baudelaire, una de las pocaspersonas del mundo que sabe manejartales cosas. E incluso Violet iba conmucho cuidado y estaba nerviosa aldesenchufar la lámpara y mirardetenidamente el enchufe. Quizásfuncionaría.

Esperando que Klaus y Sunnysiguiesen distrayendo a los adultos, Violetmovió las dos clavijas del enchufe hastaque se separaron de la caja de plástico.

Ahora tenía dos pequeñas láminas demetal. Quitó una de las chinchetas quesujetaban las hojas a la pared, y dejó quese doblase suavemente. Con la partepuntiaguda de la chincheta removió ymanipuló las dos láminas, hasta que unaestuvo enganchada a la otra, y entoncescolocó la chincheta entre las dos láminas,de forma que la parte puntiaguda salierahacia fuera. El resultado tenía el aspectode una pieza de metal en la que no tefijarías si estuviese tirada en la calle,pero, en realidad, lo que Violet habíaconstruido era una burda —la palabra«burda» significa aquí «hecho toscamenteen el último minuto» y no «grosera odesconsiderada»— ganzúa. Las ganzúas,

como probablemente sabréis, son aparatosque funcionan como si de llaves setratase, y son utilizadas en general por losmalos para robar en casas o escapar de lacárcel, pero aquel era uno de los rarosmomentos en que una ganzúa estabasiendo utilizada por los buenos: VioletBaudelaire.

Violet bajó en silencio las escalerascon la ganzúa en una mano y los dedoscruzados en la otra. Pasó de puntillas pordelante de la enorme puerta de laHabitación de los Reptiles y salió fuera,esperando que no se percataran de suausencia. La mayor Baudelaire, desviandodeliberadamente la mirada del coche deldoctor Lucafont para evitar ver el cuerpo

de Tío Monty, se acercó al montón demaletas. Primero miró en las viejas,pertenecientes a los Baudelaire. Aquellasmaletas contenían, recordaba, mucha ropafea y áspera que el señor Poe les habíacomprado poco después de la muerte desus padres. Por unos instantes, Violet,mirando las maletas, se encontrórecordando lo fácil que había sido su vidaantes de que llegasen todos aquellosproblemas y lo sorprendente que eraencontrarse en aquellos momentos en unascircunstancias tan desgraciadas. Estoquizás no nos sorprenda a nosotros,porque sabemos lo desastrosas que sonlas vidas de los huérfanos Baudelaire,pero a Violet siempre le sorprendía su

desgracia, y tardó un minuto en sacarse dela cabeza los pensamientos sobre susituación y concentrarse en lo que teníaque hacer.

Se arrodilló para tener más cerca lamaleta de Stephano, sostuvo en una manoel brillante candado plateado, respiróhondo y metió la ganzúa en el ojo de lacerradura. Entró pero, al intentar darle lavuelta, casi no se movió, sólo rascó unpoco el interior de la cerradura. Tenía quemoverse con más suavidad o nuncafuncionaría. Violet sacó la ganzúa y se lametió en la boca para humedecerla,haciendo una mueca por el mal gusto delmetal. Volvió a meter la ganzúa en lacerradura e intentó moverla. Se movió

ligeramente y volvió a trabarse.Violet sacó la ganzúa, volvió a

recogerse el pelo con el lazo y seconcentró todo lo que pudo. Sin embargo,al apartarse el cabello de los ojos, sintióun repentino hormigueo en la piel. Eradesagradable y familiar. Era la sensaciónde estar siendo observada. Mirórápidamente hacia atrás, pero sólo vio lossetos con formas de serpientes. Miró a unlado y sólo vio la carretera que daba alCamino Piojoso. Pero entonces miró haciaadelante, a través de las paredes de cristalde la Habitación de los Reptiles.

Nunca se le había ocurrido que laspersonas podían mirar con la mismafacilidad desde dentro de la Habitación

de los Reptiles que desde fuera, peroViolet, al levantar la mirada, pudo verentre las jaulas la silueta del señor Poe,que caminaba nervioso de un lado a otro.Vosotros y yo sabemos, claro, que elpánico se había apoderado del señor Poepor lo de Sunny y la VíboraIncreíblemente Mortal, pero todo lo queViolet sabía era que, fuese cual fuese ladistracción que sus hermanos habíaninventado, seguía funcionando. Sinembargo, aquello no explicaba elhormigueo, pero, al mirar con un pocomás de atención a la derecha del señorPoe, vio que Stephano la estaba mirandodirectamente a los ojos.

Quedó boquiabierta por la sorpresa y

el pánico. Sabía que en cualquiermomento Stephano inventaría una excusapara salir de la Habitación de los Reptilesy venir en su busca, y ella ni siquierahabía abierto la maleta. Deprisa, deprisa,deprisa, tenía que encontrar alguna formade que su ganzúa funcionase. Bajó lamirada a la grava mojada del camino y lalevantó al débil sol amarillento de latarde. Se miró las manos llenas de polvo yprecisamente entonces se le ocurrió algo.

Violet se puso de pie, regresócorriendo a la casa, como si Stephano yaestuviese tras ella, y entró a toda prisa enla cocina. Tirando una silla al suelo conlas prisas, cogió una pastilla de jabón delfregadero mojado. Pasó la substancia

resbaladiza por la ganzúa, hasta que todoel invento estuvo cubierto de una capadelgada y resbaladiza. Con el corazónsaliéndosele del pecho, salió corriendo yechó una rápida mirada a las paredes dela Habitación de los Reptiles. Stephano leestaba diciendo algo al señor Poe —estaba alardeando de sus conocimientosacerca de las serpientes, pero Violet notenía forma alguna de saberlo— y Violetaprovechó ese instante para arrodillarse yvolver a introducir la ganzúa en el ojo dela cerradura. La pudo girar completamentey entonces se partió por la mitad. Hubo undébil ruidito cuando una parte cayó alsuelo, mientras la otra quedaba prendidadel ojo de la cerradura, como un diente

mellado. Su ganzúa estaba rota.Violet, desesperada, cerró los ojos un

instante, y luego se puso en pie,apoyándose en la maleta para recuperar elequilibrio. Sin embargo, al poner la manoencima de la maleta, el candado saltó y lamaleta se abrió, dejando caer todo sucontenido al suelo. Violet, sorprendida,volvió a arrodillarse. Al girar la ganzúa,había abierto de alguna forma lacerradura. A veces, incluso en las vidasmás desafortunadas, hay uno o dosmomentos de fortuna.

Es muy difícil, nos lo han dicho losexpertos, encontrar una aguja en un pajar,razón por la cual «una aguja en un pajar»se ha convertido en una frase bastante

utilizada que significa «algo difícil deencontrar». La razón por la que es difícilencontrar una aguja en un pajar, claro, esque, de todas las cosas de un pajar, laaguja sólo es una. Sin embargo, siestuvieseis buscando cualquier cosa enun pajar, no sería nada difícil, porque, unavez hubierais empezado a buscar por elpajar, seguro que encontraríais algo: paja,claro está, pero también suciedad,gusanos, unas herramientas de labranza yquizás incluso un hombre que se habíaescapado de la cárcel y estaba allíescondido. Cuando Violet buscó entre elcontenido de la maleta de Stephano, eramás parecido a buscar cualquier cosa enun pajar, porque no sabía exactamente qué

quería encontrar. Por consiguiente,resultaba bastante fácil encontrar cosasque podían servir como pruebas: unfrasquito de cristal cerrado con un tapónde goma, como el que uno podríaencontrar en un laboratorio; una jeringacon una afilada aguja, como la que utilizael doctor para ponerte inyecciones; unfajo de papeles; un carnet plastificado,una borla y un pequeño espejo de bolsillo.

A pesar de saber que sólo disponía depocos segundos, Violet separó estas cosasde la ropa apestosa y de la botella de vinoque también estaban en la maleta, y mirótodas sus pruebas con detenimiento,concentrándose en cada una como sifuesen pequeñas partes con las que iba a

construir una máquina. Y, en cierto modo,lo eran. Violet Baudelaire necesitabaordenar aquellas pruebas para hacerfracasar el malvado plan de Stephano, yllevar paz y justicia a las vidas de loshuérfanos Baudelaire por primera vezdesde que sus padres habían fallecido enun terrible incendio. Violet observó cadaprueba, concentrándose mucho, y al cabode poco rato se le iluminó el rostro, comosiempre ocurría cuando todas las piezasde algo encajaban a la perfección y lamáquina funcionaba correctamente.

Capítulo 12Os prometo que ésta será la última vezque utilice la frase «En aquel mismoinstante en otro lugar», pero es que no seme ocurre otra forma de regresar almomento en que Klaus le acababa deexplicar al señor Poe lo que habíaquerido decir Sunny al gritar «¡aja!», yahora todos en la Habitación de losReptiles estaban mirando a Stephano.Sunny tenía un aspecto triunfante. Klaustenía un aspecto desafiante. El señor Poeparecía furioso. El doctor Lucafontparecía preocupado. No se podría decirqué aspecto tenía la Víbora

Increíblemente Mortal, porque lasexpresiones faciales de las serpientes sondifíciles de interpretar. Stephano los miróen silencio a todos, el rostroconmocionado al intentar decidir si iba adesembuchar, palabra que aquí significa«admitir que realmente es el Conde Olaf yno tiene buenas intenciones», o perpetuarsu engaño, frase que aquí significa«mentir, mentir y mentir».

—Stephano —dijo el señor Poe, ytosió en su pañuelo. Klaus y Sunnyesperaban impacientes que siguierahablando—. Stephano, explíquese. Acabade decirnos que es un experto enserpientes. Sin embargo, antes nos dijoque no sabía nada de serpientes y que por

consiguiente no podía estar involucradoen la muerte del doctor Montgomery. ¿Quéestá pasando?

—Cuando dije que no sabía nada deserpientes —dijo Stephano—, lo hice pormodestia. Ahora, si me perdonan, tengoque salir un momento y…

—¡No estaba siendo modesto! —gritóKlaus—. ¡Estaba mintiendo! ¡Y ahoratambién está mintiendo! ¡No es más que unmentiroso y un asesino!

Stephano abrió los ojos como platos ysu rostro se llenó de ira.

—No tienes ninguna prueba de eso —dijo.

—Sí las tenemos —dijo una voz en laentrada, y todo el mundo se dio la vuelta

para ver a Violet, allí de pie, con unasonrisa en la cara y pruebas en los brazos.

Cruzó triunfante la Habitación de losReptiles hasta el extremo más alejado,donde seguían apilados los libros queKlaus había estado leyendo sobre laMamba du Mal. Los otros la siguieron porentre las hileras de reptiles. En silencio,Violet alineó los objetos encima de unamesa: el frasquito de cristal cerrado conun tapón de goma, la jeringa con la afiladaaguja, el fajo de papeles doblados, uncarnet plastificado, la borla y el pequeñoespejo de bolsillo.

—¿Qué es todo esto? —preguntó elseñor Poe señalando los objetos.

—Esto —dijo Violet— son las

pruebas que he encontrado en la maleta deStephano.

—Mi maleta —dijo Stephano— espropiedad privada y no tienes permisopara tocarla. Es muy grosero por tu partey, además, estaba cerrada con llave.

—Ha sido una emergencia —dijoViolet tranquilamente— y he forzado lacerradura.

—¿Cómo lo has hecho? —preguntó elseñor Poe—. Las niñas buenas nodeberían saber cómo hacer esas cosas.

—Mi hermana es una niña buena —dijo Klaus— y sabe hacer toda clase decosas.

—¡Rufik! —asintió Sunny.—Bueno, eso lo discutiremos más

tarde —dijo el señor Poe—. Mientrastanto, prosigue, por favor.

—Cuando Tío Monty murió —empezóViolet—, mis hermanos y yo estábamosmuy tristes, pero también teníamos muchassospechas.

—¡No teníamos muchas sospechas! —exclamó Klaus—. ¡Si alguien tienesospechas quiere decir que no estáseguro! ¡Nosotros teníamos clarísimo queStephano le había matado!

—¡Tonterías! —dijo el doctorLucafont—. Como os he explicado atodos, la muerte de MontgomeryMontgomery ha sido un accidente. LaMamba du Mal escapó de su jaula y lemordió, y eso es todo.

—Perdóneme —dijo Violet—, peroeso no es todo. Klaus ha leído un librosobre la Mamba du Mal y se ha enteradode cómo mata ésta a sus víctimas.

Klaus se dirigió al montón de libros yabrió el que estaba encima. Había dejadoun papelito en la página adecuada, yencontró inmediatamente lo que estababuscando:

—«La Mamba du Mal —leyó en vozalta— es una de las serpientes másmortales del hemisferio, conocida por laestrangulación de sus víctimas, lo cual, enconjunción con su veneno, les da a todasellas un tono tenebroso, horrible decontemplar». —Dejó el libro y se dirigióal señor Poe—. «Estrangulación»

significa…—¡Sabemos lo que significan todas

las palabras! —gritó Stephano.—Entonces debe saber —dijo Klaus

— que la Mamba du Mal no mató a TíoMonty. Su cuerpo no tenía un tonotenebroso. Y más pálido imposible.

—Eso es cierto —dijo el señor Poe—, pero no demuestra necesariamente queel doctor Montgomery fuese asesinado.

—Sí —dijo el doctor Lucafont—.Quizás, por una vez, a la serpiente no leapetecía llenar a su víctima de cardenales.

—Es más probable —dijo Violet—que Tío Monty fuese asesinado con estosobjetos. —Mostró el frasquito de cristalcerrado con el tapón de goma—. En la

etiqueta de este frasquito pone «Venenodu Mal» y está claro que forma parte de lavitrina de muestras de venenos de TíoMonty. —Mostró la jeringa con la agujaafilada—. Stephano Olaf utilizó estajeringa e inyectó el veneno a Tío Monty.Después hizo otro agujero para quepareciese que la serpiente le habíamordido.

—Pero yo quería al doctorMontgomery —dijo Stephano—. Sumuerte no me habría beneficiado en lomás mínimo.

Algunas veces, cuando alguien diceuna mentira tan ridícula como ésta, espreferible hacerle caso omiso.

—Cuando yo tenga dieciocho años

heredaré, como todos sabemos —prosiguió Violet ignorando por completoa Stephano—, la fortuna Baudelaire, yStephano intentaba hacerse con estafortuna. Y eso iba a resultar más fácil s iestábamos en un lugar más difícil derastrear, como Perú. —Violet mostró elfajo de papeles doblados—. Son billetespara el Próspero, que zarpa del PuertoBrumoso en dirección a Perú hoy a lascinco en punto. Allí era donde Stephanonos estaba llevando cuando chocamoscontra usted, señor Poe.

—Pero Tío Monty rompió el billetede Stephano para ir a Perú —dijo Klausconfundido—. Yo lo vi.

—Es cierto —dijo Violet—. Por eso

tuvo que sacarse de encima a Tío Monty.Mató a Tío Monty —Violet se detuvo uninstante y se estremeció—. Mató a TíoMonty y le cogió este carnet plastificado.Es el carnet de miembro de la SociedadHerpetóloga. Stephano tenía planeadohacerse pasar por Tío Monty yembarcarse en el Próspero y llevarnosmuy lejos, a Perú.

—Pero hay algo que no entiendo —dijo el señor Poe—. ¿Cómo se enteróStephano de lo de vuestra fortuna?

—Porque en realidad es el CondeOlaf —dijo Violet, irritada por tener queexplicar lo que ella, sus hermanos,vosotros y yo sabíamos desde el primermomento en que Stephano pisó aquella

casa—. Puede haberse rapado la cabeza yquitado las cejas, pero la única forma dedeshacerse del tatuaje de su tobilloizquierdo fue utilizando esta borla y esteespejo de bolsillo. Tiene el tobillocubierto de maquillaje para ocultar el ojo,y estoy segura de que, si frotamos esazona con un trapo, podremos ver eltatuaje.

—¡Eso es absurdo! —gritó Stephano.—Ya lo veremos —contestó el señor

Poe—. Bien, ¿quién tiene un trapo?—Yo no —dijo Klaus.—Ni yo —dijo Violet.—¡Guweel! —dijo Sunny.—Bueno, si nadie tiene un trapo, quizá

debamos olvidar todo esto —dijo el

doctor Lucafont.Pero el señor Poe alzó un dedo para

decirle que esperase. Para la tranquilidadde los huérfanos Baudelaire, se metió lamano en el bolsillo y sacó su pañuelo.

—Su tobillo izquierdo, por favor —ledijo a Stephano con dureza.

—¡Pero usted ha estado tosiendo ahítodo el día! —dijo Stephano—. ¡Tienegérmenes!

—Si realmente es quien los niñosdicen que es —dijo el señor Poe—, losgérmenes son el menor de sus problemas.Su tobillo izquierdo, por favor.

Stephano —y ésta es la última vez,gracias a Dios, que tendremos que darleese nombre falso— gruñó levemente y se

subió el pantalón, para dejar aldescubierto su tobillo izquierdo. El señorPoe se puso de rodillas y lo frotó unosinstantes. Primero no pareció ocurrirnada, pero luego, como el sol que apareceentre las nubes tras una terrible tormenta,empezó a aparecer el leve trazado de unojo. Se hizo más y más visible, hasta quefue tan oscuro como lo había sido laprimera vez que los huérfanos lo vieroncuando vivían con el Conde Olaf.

Violet, Klaus y Sunny se quedaronmirando el ojo, y el ojo les devolvió lamirada. Por primera vez en sus vidas, loshuérfanos Baudelaire estaban contentos deverlo.

Capítulo 13Si éste fuese un libro escrito paraentretener a niños pequeños, sabríais loque iba a ocurrir a continuación. Una vezdescubiertos la identidad del villano y susmaléficos planes, llegaba la policía y lemetía entre rejas para el resto de su vida,y los jóvenes valientes se iban a comeruna pizza y vivían felices por siemprejamás. Pero este libro trata de loshuérfanos Baudelaire, y vosotros y yosabemos que es tan poco probable queestos desgraciados niños vivan felices porsiempre jamás como que Tío Montyregrese al mundo de los vivos. Más a los

huérfanos Baudelaire les pareció, ante laevidencia del tatuaje, que al menos unpoquito de Tío Monty había vuelto aellos, al haber demostrado de una vez portodas la traición del Conde Olaf.

—Ahí está el ojo, es cierto —dijo elseñor Poe y dejó de frotar el tobillo delConde Olaf—. Está claro que usted es elConde Olaf y está claro que quedadetenido.

—Y está claro que yo estoytremendamente sorprendido —dijo eldoctor Lucafont, llevándose a la cabezaaquellas manos extrañamente rígidas.

—Como yo —asintió el señor Poe, yagarró al Conde Olaf del brazo paraevitar que intentase escapar—. Violet,

Klaus, Sunny, perdonadme por no haberoscreído antes. Me parecía demasiadoinverosímil que él hubiese dado convosotros, se hubiese disfrazado deayudante de laboratorio y hubiese tramadoun elaborado plan para robar vuestrafortuna.

—Yo me pregunto qué le pasó aGustav, el verdadero ayudante delaboratorio de Tío Monty —se interrogóKlaus en voz alta—. Si Gustav no hubiesedimitido, Tío Monty nunca habríacontratado al Conde Olaf.

El Conde Olaf había permanecido ensilencio todo el tiempo, desde que habíaaparecido el tatuaje. Sus brillantes ojoshabían mirado de un lado a otro,

observando cuidadosamente a todo elmundo, como observaría el león unamanada de antílopes, buscando el másapropiado para matarlo y comérselo.Pero, al oír el nombre de Gustav, habló.

—Gustav no dimitió —dijo con vozsibilante—. ¡Gustav está muerto! Un díaestaba recogiendo flores silvestres y leahogué en el Pantano Oscuro. Despuésfalsifiqué una nota donde decía quedimitía —el Conde Olaf miró a los tresniños como si fuese a precipitarse sobreellos y estrangularlos, pero se quedócompletamente quieto, lo cual, de algúnmodo, daba incluso más miedo—. Peroeso no es nada comparado con lo que osvoy a hacer a vosotros, huérfanos. Habéis

ganado esta parte del juego, pero noimporta, yo volveré a por vuestra fortunay vuestra preciosa piel.

—Esto no es un juego, hombrehorrible —dijo el señor Poe—. Eldominó es un juego. El waterpolo es unjuego. El asesinato es un crimen y ustedva a pagar por ello en la cárcel. Ahoramismo voy a llevarlo a la comisaría de laciudad. Oh, maldición, no puedo. Micoche está destrozado. Bueno, pues lellevaré en el jeep del doctor Montgomery,y vosotros, niños, nos podéis seguir en elcoche del doctor Lucafont. Supongo que,después de todo, podréis ver el interiordel automóvil de un médico.

—Quizá sería más fácil —dijo el

doctor Lucafont— meter a Stephano en micoche, y que los niños nos sigan. Elcuerpo del doctor Montgomery está en micoche, así que, de todas formas, no haysitio para los tres niños.

—Bueno —dijo el señor Poe—, odiodecepcionar a los niños después de losmomentos difíciles que han vivido.Podemos colocar el cuerpo del doctorMontgomery en el jeep y…

—No nos podría importar menos elinterior del coche de un médico —dijoViolet impaciente—. Sólo lo dijimos parano acabar solos en un coche con el CondeOlaf.

—Huérfanos, no deberíais decirmentiras —observó el Conde Olaf.

—Olaf, no creo que esté en situaciónde dar lecciones de moral a los niños —dijo el señor Poe con dureza—. Deacuerdo, doctor Lucafont, usted lo lleva.

El doctor Lucafont agarró al CondeOlaf por el hombro con una de sus manosextrañamente rígidas, salió de laHabitación de los Reptiles y se encaminóhacia la puerta principal, deteniéndoseallí para dirigirle al señor Poe y a los tresniños una débil sonrisa.

—Diga adiós a los huérfanos, CondeOlaf —dijo el doctor Lucafont.

—Adiós —dijo el Conde Olaf.—Adiós —dijo Violet.—Adiós —dijo Klaus.El señor Poe tosió en su pañuelo e

hizo una especie de señal, de mala gana,para decirle adiós al Conde Olaf. PeroSunny no dijo nada. Violet y Klaus lamiraron, sorprendidos de que no hubiesedicho «¡Yit!» o «¡Libo!» o cualquiera desus palabras que significaban «adiós».Pero Sunny miraba al doctor Lucafont coninsistencia, y en un segundo había cruzadoel aire y le había mordido la mano.

—¡Sunny! —dijo Violet, y estaba apunto de disculparse por elcomportamiento de su hermana cuando vioque la mano del doctor Lucafont seseparaba de su brazo y caía al suelo.

Cuando Sunny se agarró a ella con suscuatro afilados dientes, la mano dio uncrujido como el de la madera o el plástico

que se rompe y no el de la piel y loshuesos. Y Violet, mirando el lugar dondedebía estar la mano del doctor Lucafont,no vio sangre ni ninguna herida, sino unbrillante garfio de metal. El doctorLucafont miró también el garfio, miró aViolet y soltó una horrible risotada. ElConde Olaf también se echó a reír, y en unsegundo los dos habían cruzadorápidamente la puerta.

—¡El hombre de las manos de garfio!—gritó Violet—. ¡No es un médico! ¡Esuno de los secuaces del Conde Olaf!

Violet empezó instintivamente amanotear en el lugar donde habían estadolos dos hombres, pero evidentemente noestaban allí. Abrió la puerta principal y

los vio correr entre los setos con formasde serpientes.

—¡A por ellos! —gritó Klaus.Y los tres Baudelaire empezaron a

correr. Pero el señor Poe se les pusodelante y les impidió el paso.

—¡No! —gritó.—¡Pero es el hombre manos de garfio!

—gritó Violet—. ¡Él y Olaf van aescapar!

—No puedo dejaros correr tras dospeligrosos criminales —contestó el señorPoe—. Chicos, soy responsable devuestra seguridad y no permitiré quesufráis el menor daño.

—¡Entonces sígalos usted! —gritóKlaus—. ¡Pero dese prisa!

El señor Poe fue a cruzar la puerta,más se detuvo al oír el rugido del motorde un coche al arrancar. Los dos rufianes—palabra que aquí significa «personashorribles»— habían llegado al coche deldoctor Lucafont y ya se alejaban.

—¡Métase en el jeep! —exclamóViolet—. ¡Sígalos!

—Un hombre adulto —dijo el señorPoe con severidad— no participa en unapersecución de coches. Es trabajo para lapolicía. Voy a llamarles y quizás puedaninstalar controles.

Los jóvenes Baudelaire vieron que elseñor Poe cerraba la puerta y corría hastael teléfono, y se les cayó el alma a lospies. Sabían que no serviría para nada.

Cuando el señor Poe consiguió explicar lasituación a la policía, el Conde Olaf y elhombre manos de garfio debían de estarya muy lejos. Violet, Klaus y Sunny,repentinamente exhaustos, caminaronhasta la gran escalera de Tío Monty y sesentaron en el primer peldaño, mientrasescuchaban el débil sonido del señor Poehablando por teléfono. Sabían que intentarencontrar al Conde Olaf y al hombremanos de garfio, especialmente cuandohabía caído la noche, era como intentarencontrar una aguja en un pajar.

Los tres huérfanos, a pesar de supreocupación porque el Conde Olaf habíaconseguido escapar, se debieron dequedar dormidos un par de horas, porque

lo siguiente que recuerdan es que se habíahecho de noche y seguían al pie de lasescaleras. Alguien les había puesto unamanta por encima y, mientras sedesperezaban, vieron que tres hombresvestidos con monos salían de laHabitación de los Reptiles con las jaulasde algunos de los animales. Detrás iba unhombre regordete con un traje a cuadrosde colores chillones, que se detuvo al verque los niños se habían despertado.

—Hola, chicos —dijo el hombreregordete en voz alta y resonante—.Perdonadme si os he despertado, pero miequipo tiene que actuar con rapidez.

—¿Quién es usted? —preguntó Violet.Quedarte dormido cuando es de día y

despertarte cuando ha caído la noche tedeja muy confundido.

—¿Qué está haciendo con los reptilesde Tío Monty? —preguntó Klaus.

También te deja muy confundido dartecuenta de que has estado durmiendo enuna escalera y no en una cama o un sacode dormir.

—¿Dixnik? —preguntó Sunny.Siempre te dejan muy confundido las

razones por las que alguien se pone untraje a cuadros.

—Me llamo Bruce —dijo Bruce—.Soy el director de marketing de laSociedad Herpetológica. Vuestro amigo elseñor Poe me ha llamado para que vengaa recoger las serpientes ahora que el

doctor Montgomery ha fallecido.«Recoger» significa «llevarme».

—Sabemos lo que significa la palabra«recoger» —dijo Klaus—, pero ¿por quése las lleva? ¿Dónde van?

—Bueno, vosotros sois tres huérfanos,¿verdad? Iréis a casa de algún otropariente que no se os muera comoMontgomery. Y estas serpientes necesitancuidados, así que se las vamos a dar aotros científicos, a zoos y a hogares dejubilados. A las que no les podamosencontrar un nuevo hogar, las pondremosa dormir.

—¡Pero es la colección de Tío Monty!—gritó Klaus—. ¡Le llevó años encontrartodos estos reptiles! ¡No puede

simplemente repartirlos a diestro ysiniestro!

—Tiene que ser así —dijo Bruce sinalterarse.

Seguía hablando en voz alta, casigritando, sin razón aparente.

—¡Víbora! —gritó Sunny, y empezó agatear hacia la Habitación de los Reptiles.

—Lo que mi hermana quiere decir —explicó Violet— es que es muy amiga deuna de las serpientes. ¿Podríamosquedarnos sólo una, la VíboraIncreíblemente Mortal?

—Por supuesto que no —dijo Bruce—. Porque, primero: un tal Poe nos hadicho que ahora las serpientes nospertenecen. Y segundo: si pensáis que voy

a dejar a unos niños cerca de una VíboraIncreíblemente Mortal, estáis muyequivocados.

—Pero la Víbora IncreíblementeMortal es inofensiva —dijo Violet—. Sunombre es inapropiado.

Bruce se rascó la cabeza.—¿Qué?—Eso significa que es un «nombre

equivocado» —explicó Klaus—. TíoMonty la descubrió y podía ponerle elnombre que quisiese.

—Pero se supone que ese hombre erabrillante —dijo Bruce. Metió la mano enla americana a cuadros y sacó un puro—.Darle un nombre equivocado a unaserpiente no me parece nada brillante. Me

parece estúpido. Pero, de hecho, ¿quépuedes esperar de alguien que se llamaMontgomery Montgomery?

—No está bien —dijo Klaus—pasquinar así el nombre de alguien.

—No tengo tiempo para preguntartequé significa «pasquinar». Pero si el bebéquiere despedirse de la VíboraIncreíblemente Mortal, será mejor que sedé prisa. La víbora ya está fuera.

Sunny empezó a gatear hacia la puertaprincipal, pero Klaus no había acabado dehablar con Bruce.

—Nuestro tío Monty era brillante —dijo con firmeza.

—Era un hombre brillante —asintióViolet— y siempre le recordaremos como

tal.—¡Brillante! —gritó Sunny mientras

gateaba.Y sus hermanos la miraron y

sonrieron, sorprendidos de que hubiesepronunciado una palabra que todo elmundo podía comprender.

Bruce encendió su puro, soltó unabocanada de humo y se encogió dehombros.

—Es hermoso que lo sientas así, chico—dijo—. Ojalá tengáis buena suerte allídonde os lleven.

Miró el brillante reloj de diamantesque llevaba en la muñeca y se dio lavuelta para hablar con los hombres queiban vestidos con monos.

—Démonos prisa. Dentro de cincominutos tenemos que estar de regreso enla carretera que huele a jengibre.

— E s rábano picante —le corrigióViolet.

Pero Bruce ya se había ido. Violet yKlaus se miraron, y empezaron a seguir aSunny hacia el exterior, para despedirsede sus amigos reptiles. Pero, al llegar a lapuerta, entró el señor Poe y volvió abloquearles la salida.

—Veo que os habéis despertado —dijo—. Por favor, subid a vuestrashabitaciones y poneos a dormir. Mañanatenemos que levantarnos muy pronto.

—Sólo queremos despedirnos de lasserpientes —dijo Klaus.

Pero el señor Poe negó con la cabeza.—Entorpeceréis el trabajo de Bruce

—contestó—. Además, pensaba queninguno de los tres querríais volver a veruna serpiente en la vida.

Los huérfanos Baudelaire se miraron ysuspiraron. Todo en el mundo parecíaestar mal. Estaba mal que Tío Montyestuviese muerto. Estaba mal que elConde Olaf y el hombre manos de garfiohubiesen escapado. Estaba mal que Brucepensase en Monty como en una personaque llevaba un nombre ridículo, y nocomo en un brillante científico. Y estabamal asumir que los niños nunca querríanvolver a ver una serpiente. Las serpientesy, de hecho, todo lo de la Habitación de

los Reptiles, eran los últimos recuerdosque tenían los Baudelaire de los pocosdías felices que habían vivido en aquellacasa, los pocos días felices que habíanvivido desde la muerte de sus padres. Apesar de que comprendían que el señorPoe no les permitiese vivir solos con losreptiles, estaba muy mal que no pudiesenvolver a verlos jamás, y ni tan siquieradespedirse.

Violet, Klaus y Sunny, desoyendo lasinstrucciones del señor Poe, corrieron alexterior, donde los hombres vestidos conmonos estaban cargando las jaulas en unafurgoneta que llevaba escrito «SociedadHerpetológica» en la parte trasera. Eraluna llena y la luz de la luna se reflejaba

en las paredes de cristal de la Habitaciónde los Reptiles, como si fuese una joyaenorme y muy, muy resplandeciente,brillante, podríamos decir. Cuando Brucehabía utilizado la palabra «brillante»,refiriéndose a Tío Monty, quería decir«tener una reputación por su ingenio ointeligencia». Pero cuando los niñosutilizaron la palabra —y cuando pensaronen ella al ver la Habitación de losReptiles brillando a la luz de la luna—,quería decir más que eso. Quería decirque, incluso en las desoladorascircunstancias de su situación actual, apesar de la serie de sucesosdesafortunados que les ocurrirían el restode sus vidas, Tío Monty y su bondad

resplandecerían en sus recuerdos. TíoMonty fue brillante y el tiempo quevivieron con él fue brillante. Bruce y sushombres de la Sociedad Herpetológicapodían desmantelar la colección de TíoMonty, pero nadie podría jamásdesmantelar la idea que los Baudelairetenían de él.

—¡Adiós, adiós! —gritaron loshuérfanos Baudelaire, cuando la VíboraIncreíblemente Mortal fue cargada en lafurgoneta—. ¡Adiós, adiós! —gritaron.

Y, a pesar de que la Víbora era sobretodo amiga de Sunny, Violet y Klaus seencontraron llorando junto a su hermana,y, cuando la Víbora Increíblemente Mortallevantó la mirada para verlos, vieron que

también estaba llorando, diminutaslágrimas como perlas cayendo de sus ojosverdes. La víbora también era brillante y,cuando los niños se miraron, vieron suspropias lágrimas y cómo brillaban.

—Eres brillante —le murmuró Violeta Klaus—, por haber leído lo de laMamba du Mal.

—Eres brillante —le murmuró Klaus—, por haber conseguido las pruebas dela maleta de Stephano.

—¡Brillante! —volvió a decir Sunny.Y Violet y Klaus abrazaron a su

hermana pequeña. Incluso la más joven delos Baudelaire era brillante, por haberdistraído a los adultos con la VíboraIncreíblemente Mortal.

—¡Adiós, adiós! —gritaron losbrillantes Baudelaire, y saludaron con lamano a los reptiles de Tío Monty.Permanecieron juntos a la luz de la luna ysiguieron saludando, incluso cuandoBruce cerró las puertas de la furgoneta,incluso cuando condujo a través de lossetos con formas de serpientes y por lacarretera en dirección al Camino Piojoso,e incluso cuando giró y desapareció en laoscuridad.

DANIEL HANDLER, es un escritorestadounidense, hijo de Lou Handler ySandra Handler Day. Es autor de novelaspara adultos, guiones de películas ynarraciones infantiles, y se dedica tambiéna la interpretación del acordeón. Enalgunas obras utiliza como seudónimoLemony Snicket, que es también el nombrede uno de los personajes en dichas obras.