la fórmula encriptada

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En este segundo libro, Jack Telmo se ve al borde de la muerte, por salvar una fórmula secreta que sus padres encriptaron para salvar a la humanidad de unas criaturas asesinas que asolan los océanos. Además, deberá dominar su cerebro, al descubrir que tiene unas portentosas facultades mentales a causa de unos chips informáticos

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1 Los sicarios

A veinte millas de distancia sobre un océano agitado cuatro siniestras sombras estaban abandonando el submarino. Una vez subidos en la zodiak se agazaparon como felinos al acecho, iban envueltos en la noche acariciados por el viento que les llegaba en fuertes ráfagas. Mientras el submarino desaparecía bajo la superficie del mar la zodiak se lanzó hacia el horizonte donde se intuía una fina línea de tierra. La embarcación botaba contra las ondulaciones del mar elevando su morro por encima de las olas. No tenían pérdida, la luz que divisaban en el horizonte era su destino. Se dirigían derechos hacia la sombra que formaba la isla y se guiaban por los destellos del faro instalado en lo alto de la misma.

La embarcación aminoró la marcha al llegar a la escollera que daba al mar y en la parte trasera de la isla. Mientras la embarcación hacía su ronda los cuatro sica-rios escudriñaban con sus visores nocturnos todo el entorno para evitar sorpresas de última hora.

Veían su objetivo; era la casa blanca con el faro en lo alto de la isla. Analiza-ron todo el sinuoso paseo que bajaba desde ésta hasta el pequeño puerto donde

estaban amarradas dos pequeñas embarcaciones. No se veía ningún signo de vida. Se acercaban al puerto y el fuerte oleaje los lanzaba contra la escollera las dos pequeñas motoras se balanceaban dentro del reducido refugio.

Amarraron la embarcación junto a ellas y esperaron agachados unos segun-dos olfateando el aire, sus trajes les daba apariencia de reptiles. La brisa, el chillido de las gaviotas y las olas contra las rocas eran lo único que se oía. Acto seguido, entre helechos y zarzales tres de ellos se lanzaron sigilosos cuesta arriba en dirección a la casa donde descansaba el chico. El otro sicario se quedó pegado al muro, vigilando y custodiando la embarcación.

Avanzaban de puntillas. Sus trajes negros de neopreno los disfrazaba entre la oscuridad de la noche. El aire era gélido. Estaban en las sombras junto a la casa del faro, una luna blanca y redonda alumbraba toda la isla. Al otro lado de la bahía la ciudad dormía. Luces de automóviles madrugadores alumbraban de cuando en cuando la blanca casa.

La luz del faro de la isla barría con sus rayos la superficie del negro mar. Su reflejo danzaba sobre las aguas como una luz fantasmagórica y sus destellos se cola-ban por las ventanas de la casa.

La muerte avanzaba sigilosa como una serpiente sobre tres pares de pies en-fundados en botines de caucho. Tenían toda la información sobre los habitantes de la casa. Sabían que el chico dormía en la habitación que estaba en la primera planta del faro. La abuela era pelín sorda y dormía en la planta baja. El mayor peligro de que los descubrieran era el perro, la mascota del chico. Las negras sombras se agaza-paron en la base que daba al acantilado. El jefe hizo una señal y todos se lanzaron cuesta arriba sorteando los arbustos y malezas. Uno a uno fue llegando hasta la fa-chada de la casa debajo de la terraza del primer piso. Dos de los secuaces treparon sobre ella y se situaron a ambos lados de la ventana entreabierta que daba a la habi-tación del chico.

El jefe de los asesinos escaló silenciosamente hasta la terraza y empujó sua-vemente la entreabierta ventana y con un salto felino penetró en la habitación. Hasta ahora todo había ido bien. La luz de la luna inundaba la estancia y la cama. El chico dormía, inmóvil embozado entre las mantas. A sus pies dormía su mascota hecha un ovillo. Ninguno de los dos se movió. Los secuaces se quedaron junto a la ventana observando con sus visores nocturnos si se movían.

El asesino examinó con calma la habitación y saco un pequeño envoltorio, lo manipuló, y arrodillándose lo posó suavemente en el centro de la estancia. Se co-

locó la máscara que llevaba colgando sobre la cara y accionó el dispositivo que diluía el somnífero, se separó hacia la ventana viendo como del envoltorio brotaba una humareda verdosa que reptaba hacia la mascota y la cabecera abrazándose a la cama y extendiéndose rápidamente por toda la habitación, produciendo un ligero siseo. Después volvió a quedarse todo en silencio.

Los dos secuaces saltaron al interior de la habitación con sus máscaras cu-briéndoles la cara. Cogieron al chico que estaba inerte y se precipitaron hacia la puer-ta que daba paso al piso inferior. La mascota estaba dormida y babeaba. El jefe bajó primero las escaleras mirando si aparecía la abuela. Tenía orden de matarla si los descubría.

Conocía muy bien la distribución de la casa. Una vez llegado al rellano abrió la puerta de acceso al sótano y abrió la marcha seguido por sus secuaces que guiados por sus visores nocturnos le seguían. Cargaban con el chico en volandas. No había rastro de la abuela.

La rubia había obligado al chico bajo amenazas a instalar el detector de re-sonancias en el sótano. Con ese aparato podían detectar dónde estaba el laboratorio secreto de los padres de Jack y dónde se suponía encontrarían lo que buscaban.

Al llegar al sótano el jefe abrió el pequeño macuto que portaba y sacando una lámpara LED iluminó toda la estancia. También manipuló una pequeña PDA y mirando su pantalla se dirigió sin titubeos a una de las estanterías que estaba contra la pared, llena de mejunjes y embotados de la abuela. La miró detenidamente de arriba abajo hasta que descubrió una pequeña hendidura donde introdujo los dedos. Miró a los sicarios y mudamente les señaló que se acercaran. Pulsó el botón escon-dido y toda la estantería junto con la pared basculó pesada y silenciosamente, descu-briendo un amplio recinto.

Los sicarios se apresuraron a introducirse dentro del habitáculo. Uno de ellos pulsó el interruptor de la luz, una vez que la puerta secreta se cerró tras sus pasos. Se desprendieron de los visores nocturnos y se quedaron boquiabiertos con-templando la magnitud del laboratorio.

Una inmensa bóveda cobijaba toda la estancia. En el centro una gran mesa ocupada por cápsulas de diferentes colores, platitos de cristal, cajas con plantas o cultivos...chips ensamblados, formando peines, balanzas, microscopios electrónicos, matraces de todo tipo, lectores de micro placas y medidores de iones ocupaban casi

todo el espacio. Un ordenador de mesa, dos portátiles y varias agendas y hojas con apuntes completaban el espacio libre que había en la mesa.

Alrededor y contra las paredes estaban dispuestos anaqueles hasta el techo llenos de libros, archivos, y carpetas. Como si de una biblioteca se tratara la mesa estaba rodeada de altas estanterías llenas de toda clase de equipos de laboratorio; analizadores, bombas de vacío, incubadoras, pipetas, sueros para cultivo celular vasi-jas de cristal y metálicas, probetas, frascos, innumerables seres de distintas formas, tamaños y colores que flotaban en frascos de formol.

Varias puertas quedaban embebidas entre las baldas que cubrían práctica-mente las cuatro paredes.

Reinaba un silencio sepulcral, roto por el leve zumbido sordo de la estación informática.

Unas escaleras móviles cubrían las cuatro paredes de la estancia para acceder a las partes altas de los estantes. La parte baja de las baldas estaba provista de arma-rios.

El jefe da la orden de atar el cuerpo inerte de Jack a una enorme estantería que está ubicada en el centro del recinto.

— Atarlo a esa estantería, lo necesitamos para que descifre la fórmula. Buscad la maldi-ta fórmula. Tiene que estar en alguno de esos ordenadores.

Diciendo esto señaló a los tres ordenadores que estaban sobre la mesa con una gruesa capa de polvo. Una vez atado el chico a la estantería, cada uno de los tres sicarios se instalaron frente a cada uno de los ordenadores manipulando los cursores y teclados. Por su forma de actuar sabían lo que buscaban.

Jack notaba un fuerte dolor de cabeza, no podía abrir los ojos, tenía la boca seca. Empezó a parpadear, oía un rápido teclear que no sabía de donde venía. Poco a poco fue descubriendo unas sombras que estaban agachadas sobre ordenadores. ¿Qué había pasado, ¿dónde estaba Koy?, ¿quiénes eran esos hombres que estaban con trajes de neopreno? Se estaba despertando y descubría que estaba en el laborato-rio secreto de sus padres. ¿Cómo habían conseguido entrar allí?, ¿por qué estaba atado? No tenía las respuestas.

A pesar de que habían transcurrido años desde su muerte recordaba los co-mentarios habituales de sus padres en casa.

Era normal escuchar conversaciones de virus, tanto informáticos como bio-lógicos. Su madre se decantaba por las proteínas, ADN, aminoácidos, enzimas, ribo-somas, cromosomas, microorganismos, cultivos virales y la espectrometría, mientras su padre hablaba de células de memoria, hologramas, chips de silicio, cibernética, inteligencia lobular y computación digital. Ambos estudiaban para integrar la infor-mática y la biología en un proyecto común.

Últimamente, y antes de desaparecer en el mar, los había escuchado hablar en secreto de Oviserga, Odrec, Ocinic como integrantes de la Corporación Anémo-na, nido de piratas modernos según su padre…se quedó dudando…¿serían ellos?

Ahora tenía delante su mundo, sus esfuerzos, sus limitaciones, frustraciones, sus ensayos y a tres desconocidos trasteando y contaminando sus proyectos.

Jack se fue espabilando, un sudor frió le chorreaba por la cara. Su irritación iba en aumento por el ataque al recinto sagrado de sus padres…

Los sicarios no se habían dado cuenta que Jack se había despertado. Esta-ban enfrascados en la búsqueda de algo que ellos debían conocer.

Jack se fue desplazando poco a poco, tenía las manos moradas por la pre-sión de la cinta plástica que las ataba a la estantería. Le dolía horrores pero consiguió ponerse de rodillas. Pensó <Esto es cosa de la rubia>. Los sicarios seguían a lo suyo. Jack miró arriba y le vino una idea a la cabeza. Empezó suavemente a bambolear la estructura de la estantería. Esta era metálica, con baldas paneladas enclavadas sobre angulares que hacían de pies y se apoyaban en el suelo del recinto. Poco a poco toda la estructura empezó a cimbrear y a emitir unos ligeros chirridos. Jack hizo un so-breesfuerzo y poniéndose de pie, embistió con todas sus fuerzas contra la estantería que se desmoronó hacía todos los lados, produciendo un ruido ensordecedor. Los sicarios gritaron sorprendidos cuando la estantería se les vino encima con todos los equipos.

Jack no se libró del desastre, parte de la estantería se le cayó encima, enor-mes frascos llenos de diferentes criaturas recogidas en el mar por sus padres, medu-sas y cientos de chips, algunos de ellos se le clavaron en la cabeza, dejándolo maltre-cho e inconsciente.

Los sicarios cubiertos de cristales, con los restos de la estantería sobre sus cabezas y chorreando diversos líquidos estaban asombrados y malheridos, todavía no se explicaban lo que había pasado. Recuperados de su sorpresa inicial, se miraban entre ellos aturdidos mientras se quitaban de encima los restos del desastre.

Los equipos informáticos estaban aplastados e inservibles debajo de un montón de cristales y líquidos varios.

El jefe de los sicarios con varios cortes en la cara y sangrando profusamente por la nariz vio al chico inerte, cubierto por cristales, y probetas rotas, tenía clavado en la cabeza un ángulo de la estantería. Se quedó petrificado como si no supiese qué hacer.

— ¡Vámonos! Está muerto. Aquí no hacemos nada.. — Mientras decía esto, el je-fe abrió la puerta del laboratorio y se lanzó a la carrera seguido por sus secuaces hacia el sótano, subiendo a la carrera al piso superior. Al no ver a nadie se abalanza-ron cuesta abajo saltando entre las ramas y las espesas hierbas que cubrían la ladera. Llegaron resollando al muelle donde les esperaba el otro sicario montado en la zo-diak. Este les miró atónito, al ver el estado en que llegaban. El jefe gritó, saltando sobre la embarcación.

— ¡Pon en marcha este cacharro y enfila hacia alta mar, nos largamos!

Los otros sicarios saltan como pueden sobre la zodiak, y ésta sale zumban-do hacia el horizonte rebotando sobre las olas.

Una nube pasó por delante de la luna y ocultó a los cuatro asesinos en la embarcación que avanzaba a todo gas hacía alta mar en busca de su nodriza. El mar seguía agitado. La nube continuó su camino y regresó la luz. Los sicarios miraban la casa cuando en ese instante los rayos del faro iluminaron una gran humareda verdi-roja que se elevaba hacia el cielo escondiendo el edificio que acababan de abando-nar. Los cuatro asesinos se miraron entre ellos desconcertados.

2 En alta mar

Las olas batían la superficie del mar empujando a la pequeña embarcación con sus movimientos de vaivén. Estaba anocheciendo, y la luna brillaba todavía tímidamente en un cielo azul oscuro; sobre la superficie del mar se reflejaba la claridad de la luna.

Solamente se oía el traqueteo del motor fuera borda de la embarcación. Un modelo Suzuki 4T, que con sus setenta caballos la empujaba sobre las olas hacia la costa.

Todo el horizonte alrededor de la embarcación estaba despejado, solamente había alguna que otra gaviota que chillaba por encima de sus cabezas mientras le acompañaba hacia tierra.

El barco era su herramienta más preciada lo utilizaban tanto para el trabajo como para el esparcimiento. Además les servía para el transporte de la isla a la ciu-dad, atravesando la bahía. La utilizaban tanto para hacer la compra como para aden-trarse en alta mar para pescar sus criaturas preferidas, las medusas.

Aunque la embarcación era pequeña para las salidas que habitualmente reali-zaban, le tenían un especial cariño, ya que con ella habían conseguido la mayoría de criaturas para sus experimentos. Los múltiples arreglos y cambios de motor la habían mantenido en buen estado.

Una embarcación que en su cabina albergaba dos cómodas literas con col-chonetas, que tantas veces les había servido para pernoctar. El asiento del piloto y copiloto lo compartían mientras navegaban hasta que llegaban a las zonas de traba-jo. Entonces cada uno sabía lo que tenía que hacer. Era uno de los últimos viajes con esta embarcación ya que en los próximos días les llegaba la nueva que llevaban esperando un año.

Unas finas gotas de agua marina, producidas por el oleaje, tamborileaban contra la superficie acristalada del puesto de mando donde se reflejaban los dos ros-tros que miraban con despreocupación la ligera bruma que se acercaba reptando por encima de la espuma.

A lo lejos se divisaban los destellos luminosos del faro que indicaba la entra-da entre la isla y el monte, y que daba paso al puerto resguardado detrás del aqua-rium.

No había sido un buen día para localizar medusas. La temperatura del agua había bajado considerablemente, lo que hacía que estas criaturas se escaparan a aguas más templadas. Llevaban una larga semana de días nublados que no ayudaban a calentar el agua. Solamente unos pocos ejemplares eran el botín de la semana. Insu-ficiente para terminar el estudio que estaban a punto de presentar.

Su mujer como experta en biología marina le había abierto un mundo de expectativas al hablarle del sistema nervioso de las medusas; una característica que utilizaban para la defensa y la captura de sus presas.

Estas células contráctiles llamadas mioepiteliales las había utilizado Daniel para adaptarlas a los microchips orgánicos con los que estaba experimentando.

Desde entonces llevaban ya varios años analizando este tipo de metazoos diblásticos que en individuos adultos se convertían en pólipos y medusas con hábi-tos de vida distintos.

Al final se habían decantado por experimentar con las medusas por su es-tructura más homogénea que las del pólipo. Habían conseguido interrelacionar software informático con neuronas de medusa que representaba una importante esperanza para combatir enfermedades neurogenerativas tales como el Alzheimer o el Parkinson.

Los resultados habían sido sorprendentes, las enzimas de la epidermis de ciertos tipos de medusa se adaptaban a los microchips formando un plexo nervioso y sensorial con vida propia. Era el comienzo de una revolución científica sin prece-dentes.

No obstante estaban muy preocupados por la cantidad de medusas “ácidas” que hacía un tiempo estaban proliferando por la zona. Era una variedad de medusa que estaba aumentando en cantidad y en volumen.

Tras analizar los primeros ejemplares en el laboratorio vieron que la peligro-sidad de estos individuos era mortal para el ser humano. Gracias a sus guantes de látex tuvieron la suerte de no ser picados ni contagiados por ninguna de aquellas criaturas. Esto les llevó a definirlas como medusas asesinas, ya que todo ser vivo que tocaban moría entre dolorosos espasmos.

Necesitaban conocer el origen de aquellos depredadores. Inyectaron chips de seguimiento por GPS en numerosos ejemplares. El procedimiento era sencillo, capturaban varios y mediante una pistola de aire comprimido le inyectaban a cada uno un chip de seguimiento. Algunos morían, pero la mayoría, una vez devueltos al agua desaparecían de inmediato en las profundidades del mar.

Al cabo de cierto tiempo empezaron a recibir información de la zona donde retornaban aquellos especimenes. Con gran asombro descubrieron que las larvas de esas temidas criaturas surgían de una inmensa gruta a través de una grieta del subsue-lo marino ubicada en el Océano Atlántico a mil quinientos metros bajo el agua. Guardaron la información en su ordenador en el cuaderno de bitácora.

Mientras esperaban la información de sus chips sobre el origen de aquellos bichos, estudiaron detenidamente el singular veneno que los tentáculos de aquellos seres emitían. Aunque era un estudio diferente al que habían iniciado les resultó re-confortante descubrir un antídoto contra aquellas criaturas asesinas.

Probaron el antídoto durante varios meses, hasta tener la certeza de su efica-cia. Entonces avisaron a las autoridades y a los medios de comunicación de la peli-grosidad de aquellos bichos. Pero sorprendentemente las autoridades les conmina-ron a no difundir la información al considerar que era una alarma infundada que sólo podría asustar a la población.

A partir de entonces empezaron a recibir amenazas de todo tipo aconseján-doles que desistieran de sus investigaciones.

Al final, y como medida de seguridad, cambiaron de lugar su laboratorio; del centro de la ciudad lo trasladaron a su casa. Llevaron todo el material de trabajo. Los chips y ensayos, así como los programas informáticos sobre los que se apoyaban los estudios los escondieron en la isla en una sala especial debajo del faro, en el sótano. Un lugar que sólo ellos conocían.

La isla había sido una espléndida guarida de piratas y corsarios, que la utiliza-ron como refugio y escondrijo de sus botines. Estaba taladrada por innumerables túneles que desembocaban en grutas, cavernas y madrigueras. Un laberinto en una colmena dentro de un hormiguero formando un queso Gruyere. La singularidad del sótano en la casa del faro era que comunicaba con algunos de los túneles que perfo-

raban la isla. Una de estas cavernas fue la que sirvió a la pareja de investigadores para instalar su material.

La mujer sacó la cabeza por la puerta de la cabina. El agua golpeaba su ros-tro y el aire que hacía ondear su cabello al viento. Miró hacia el cielo y dijo:

—Una semana perdida. Mañana si está nublado no salimos.

—De acuerdo —contestó Daniél —.Podríamos...

La voz quedó apagada por un rugido que surgió del fondo del mar. La em-barcación empezó a cabecear de un lado al otro por unas intensas olas que aparecie-ron de repente. La pareja fue desplazada y golpeada contra los bastidores de la nave. Una inmensa sombra se elevó por encima de la pequeña motora. Sólo entonces los dos tripulantes supieron que las amenazas recibidas los últimos días eran ciertas. Sus caras de asombro y pánico quedaron reflejadas por un instante sobre los cristales. La enorme masa cayó y la pequeña nave estalló en mil pedazos.

La intensa explosión levantó una inmensa cortina de agua mezclada con par-tes de la embarcación. El destello alumbró durante unos segundos el área creando una imagen fantasmagórica con los restos que caían y el resplandor contra la chapa del enorme submarino.

Al cabo de unos minutos, volvió la calma sobre la superficie del mar mien-tras el submarino se sumergía lentamente.

El comandante del submarino informaba.

—Operación abortada. Objetivo eliminado por cálculo equivocado.

* * *

A cuatro mil kilómetros de distancia el mensaje fue recibido en la sala prin-cipal de la Corporación Anémona. Olas de veinte metros chocaban contra la estruc-tura metálica que se mecía impávida ante el brutal oleaje que levantaba inmensas nubes de espuma que barrían toda la cubierta. Se trataba de una plataforma petrolí-fera del tamaño de cinco portaaviones estaba semisumergida en medio del Océano

Atlántico. Tenía dos pistas de aterrizaje ubicadas sobre la cubierta que le permitían posarse en ellas a pequeños reactores y helicópteros.

Disponía de un puerto donde los barcos que regularmente se acercaban des-cargaban su singular carga y se hacían rápidamente a la mar. En aquellos momentos dos cargueros estaban descargando sus bodegas en la plataforma.

La inmensa estructura estaba registrada como Corporación Anémona dedicada a la manipulación científica de la información. Su singular enclave evitaba la jurisdicción de todos los países por lo que las autoridades no podían hacer nada contra ella.

En el piso veinticinco por debajo del agua se hallaban reunidos los principales miembros de la corporación Anémona. La descarga de los barcos era una cosa habi-tual, no tanto el seguimiento que se le estaba haciendo a uno de los submarinos de la Corporación.

El asombro de los allí reunidos era total, habían visto por medio de una de las cámaras del submarino cómo este destrozaba la embarcación eliminando a su tripula-ción.

Oviserga, Odrec, Ocinic y Angilam rodeaban a una siniestra figura encapucha-da.

Oviserga tomo la palabra suavemente:

— ¿Quiero saber quién ha sido el inepto que ha permitido que nuestra operación contra los Telmo fracase?

En la sala no se oía ni el respirar de una sombra.

— ¡Esa pareja tenía la fórmula para acabar con nuestros problemas! Dentro de una hora quiero encima de mi mesa un informe de esta operación y el nombre de su responsable.

Lo decía sin levantar la voz arrastrando las palabras por la sala como serpientes entre babas de caracol.

La estancia se movió ligeramente por impulso del oleaje mientras Oviserga terminaba su amenaza..

Después, Oviserga y la siniestra figura desaparecieron por una de las puertas de la amplia sala, dejando al resto de sicarios furiosos y con el asombro reflejado en sus rostros.

El primero que habló fue Odrec que estaba lívido de rabia, dio un fuerte golpe con el puño contra la mesa diciendo.

—Esto retrasará nuestro proyecto varios años. —Quiero al comandante del submarino colgado de un mástil. Ninguno de los presentes se atrevía a levantar la cabeza. Odrec volvió a

tomar la palabra.

— ¡Os dais cuenta que lo teníamos en la mano! ¡Ahora tenemos que volver a empezar! ¡Inútiles!.

Angilam que había estado cabizbaja y pensativa, se levantó de su asiento acercándose a Odrec.

—Todo no está perdido aún queda algo que podemos hacer— le dijo.

Y mirando enigmáticamente a su alrededor entregó a Odrec un pequeño envoltorio.

3 Los chips infectos

Jack Telmo abrió los ojos y ante él apareció una surrealista escena de destrucción. El resplandor de una luz de emergencia enrojecía el vapor, polvo y humo que flota-ba en el aire y distorsionaba la percepción de imágenes familiares. Reconoció la es-tancia; era el laboratorio de sus padres. Jack espabiló pero cuando trató de incorpo-rarse, comprobó que una barra metálica se había doblado encima de él y se le clava-ba en los hombros.

Un nauseabundo olor se extendía por toda la estancia. Se retorció y la barra se le clavó en la carne. Entonces recordó su despertar atado a la estantería. El silen-cio era el único elemento que le acompañaba. ¿Dónde estaban los hombres que manipulaban los ordenadores? ¿habrían quedado atrapados bajo la pesada estructura de la estantería? Jack exploró la estancia en busca de algo que le indicara su presen-cia, forzando la vista para atisbar en medio del humo y las lágrimas que brotaban de sus ojos. Sentía un fuerte dolor de cabeza.

Miró sus manos que estaban hinchadas, llenas de cortes y sangre, sobre todo en las muñecas. Al caer la estantería se habían roto las tiras de plástico que las suje-taban. Haciendo un esfuerzo y mientras la barra se le incrustaba en la carne, se tocó la cabeza con la mano izquierda, los labios de Jack emitieron un gemido cuando palpó una maraña de lo que parecían ser chips y un hierro clavados en su cráneo, entonces notó que algo caliente le resbalaba por la cara.

Recordó en un instante las principales vivencias con sus padres, en especial aquellos juegos que los unían y divertían tanto a los tres.

En un destello mental repasó los mensajes iniciales escritos al revés que le escribía su madre para que descifrase su significado. Recordó con especial cariño el primero. Cuando tenía seis años. Le indicaba dónde le había dejado la merienda.

<<Olloirbmem noc oseuq ne al azarret>>

Membrillo con queso en la terraza

Cuando llegó su madre a casa estaban él y sus amigos, en el estudio tirados en el suelo. Estaban leyendo el mensaje, cada uno con un bocadillo de embutido, que habían encontrado en la despensa.

Era un código simple en el que todas las palabras del mensaje estaban escri-tas al revés.

Luego estaban los “cuadrados perfectos” de su padre, consistentes en reor-denar un texto de tal manera que al leerlo horizontalmente quedaba absurdo, pero al leerlo en vertical descubría el mensaje.

M P A R P A U R A

A O Ñ E E L N A Ñ

Ñ R A M S A A C A

A L N O C L N O D

N A A S A A E N O

A M I A R G G B R

Mañana por la mañana iremos a pescar a la laguna negra con bañador.

Uno de los juegos que más le gustaban era el del cuadrado mágico Lo Shu. Estaba basado en un cuento que le contaba su madre.

<<Contaba la historia que hace unos cuatro mil años, en un lugar de la antigua China el emperador Yu tenía que hacer unas ofrendas a los dioses para calmar su ira. Los dioses habían hecho desbordar el río más caudaloso de China causando grandes destrozos y ocasionando muchas muertes entre sus súbditos. Así pues, con el fin de calmar su furia, el emperador ofreció tres animales a los dioses.

El altar de las ofrendas estaba junto al río desbordado y de allí salió una tortuga, que con-sideraron sagrada, se acercó a los tres animales sacrificados y regresó al río. Era evidente que a los dioses no les complacía la ofrenda. Así que el emperador Yu hizo sacrificar otro animal. La tortuga volvió a salir, pero también se retiró. ¿Qué número de animales agradaría a los dioses? Se preguntó el emperador.

Entre los servidores del emperador había un joven avispado que dijo haber visto en el capa-razón de la tortuga el número de animales que debían ser sacrificados para agradar a los dioses. Al oír al joven el emperador le conmino a dibujar la tortuga. Este hizo el siguiente dibujo sobre el suelo de tierra.

El emperador y los súbditos se quedaron mirando el dibujo sin comprender nada. El empe-

rador se dirigió al joven y le preguntó —¿Cuántos animales son los que debemos sacrificar?.. —Son quince los animales que se deben sacrificar para que los dioses queden satisfechos.

—Respondió el joven. — ¿Por qué estás tan seguro? —Volvió a preguntar el emperador. Y el joven sin decir nada volvió a dibujar en la tierra al lado de la tortuga el siguiente di-

bujo. Los números correspondían al número de puntos que la tortuga llevaba sobre el caparazón.

Todos quedaron asombrados, puesto que los números que aparecían — los nueve primeros

números—tal y como estaban colocados si se sumaban en cualquier dirección, (vertical, horizontal y diagonal…) ¡¡sumaban 15!!

Así supieron que el número de animales que debían sacrificarse a los dioses eran 15.>> Así recordaba Jack el cuento. Además su madre le hacía notar otras propie-dades del cuadrado mágico:

<<En las cuatro esquinas están los números pares (Yin) y los números im-pares (Yang) forman una cruz central. El número 5, está en el centro y simboliza la tierra, el resto de elementos del mundo oriental (agua, fuego, madera y metal) están representados por los números 1 y 6 que simbolizan el agua, 2 y 7 simbolizan el fuego. Los números 3 y 8 simbolizan la madera y los números 4 y 9 simbolizan el metal>>

Este cuadrado mágico, también llamado misterio de saturno, era uno de los siete misterios que sus padres denominaban de reflexión.

Los otros misterios eran: El de Júpiter, formado por dieciséis cuadrados cu-yo resultado de la suma de horizontales, verticales y diagonales es de treinta y cuatro. El de Marte formado por veinte cinco cuadrados cuya suma de horizontales, vertica-les y diagonales es de sesenta y cinco. El misterio solar de treinta y seis cuadrículas

cuyo resultado en todos los sentidos es de ciento once. El de Venus de sesenta y cuatro cuadrículas, el resultado de horizontales, verticales y diagonales es de ciento setenta y cinco. El de Mercurio de sesenta y cuatro cuadrículas cuyo resultado es de doscientos sesenta. Y por último el misterio de la luna que en sus ochenta y un casi-llas el resultado en todos los sentidos es de trescientos sesenta y nueve.

Eran juegos, que le servían para desarrollar la imaginación, otros para seguir una cadena lógica de pensamiento, o descubrir el sistema matemático que los gober-naba, y otros exploraban su memoria o simplemente agudizaban su ingenio.

Estos juegos eran el pan de cada día para Jack. Además, sus padres siempre ideaban algún nuevo reto para entretenerse. Nunca se cansaban, por las tardes y después de sus quehaceres, se reunían con él para jugar a los clásicos: Mancala, Tan-gram, Tetris, Pacman, Mahjong, Sudoku, Kakuro, Hitori. O creaban ellos algún juego que mantenía a todos expectantes.

Un fuerte escalofrío le hizo volver a la realidad, el retumbar de su cabeza se hizo insoportable. Intentó moverse pero no pudo. Un pensamiento fugaz: ¿Me es-toy muriendo? ¿Ha llegado mi hora? Un resplandor azulado. Después la oscuridad. Hasta que lo único que quedó pareció ser la cara de su madre que giraba en un in-menso espacio rodeado de estrellas. Al final sólo quedaba la oscuridad y el vacío.

— Y así acaba todo— dijo en voz baja abandonándose al dolor y al aba-timiento que con un ruido sordo le martilleaban los sentidos, bajó la cabeza y cerró los ojos.

Jack Telmo permaneció allí mucho, mucho tiempo.

4 En coma

La habitación estaba en penumbra sólo se oía el siseo de un respirador automático. Dos camas en el centro de la estancia. Una vacía, la otra ocupada por Jack Telmo con la cabeza totalmente vendada. Tubos de diferentes colores y espesores por los que circulaban diferentes líquidos estaban conectados al cuerpo de Jack y a diferen-tes máquinas que estaban situadas al lado de su cama. La abuela de Jack descansaba erguida en una silla en el rincón de la habitación, parecía que dormitaba.

Se abrió la puerta y entraron lentamente en la habitación los hermanos Anoukel; Senni, Hanna, Siúl y Luar. Los cuatro se quedaron mirando al personaje que estaba en la cama con la cabeza vendada… No sabían si era Jack.

—¡¡Ostras!! — exclamó Luar—. No empieces — dijo Hanna.

Se acercaron a la cama mirando asustados a Jack. No sabían dónde ponerse. Toda la maquinaría alrededor de la cama les impedía el paso.

—Podéis sentaros en la cama de al lado— se oyó la voz de la abuela.

Los cuatro pegaron un respingo. No se habían dado cuenta de su presencia.

— Hola abuela, no sabíamos que estabas aquí — dijo Senni—.¿Qué ha pasado? — preguntó.

—Está en coma— contestó la abuela—.Ha sufrido graves heridas, y tiene una hemo-rragia craneal, le han practicado una operación para aliviar la presión y extraerle varios chips que se le habían incrustado en el cerebro.

—Qué horror— murmuró Hanna

Los cuatro hermanos estaban aturdidos, mientras miraban fijamente a Jack.

—¿Cómo ha sucedido?—volvió a preguntar Senni.

— No se sabe con certeza cómo ha podido suceder. Ha pasado dos días en ese laboratorio sin agua ni comida. Lo buscaban los bomberos y policías por toda la isla y los acantilados sin dar con él. El único que sabía o intuía donde estaba era Koy que bajaba al sótano y se ponía a aullar. Al final bajaron los bomberos y tiraron una pared del sótano. Al otro lado estaba Jack, en el labo-ratorio de sus padres. Estaba rodeado de escombros, sucio, malherido y deshidratado.—Respondió la abuela sollozando.

—¡Y qué voy a hacer yo sola sin Jack!... Cinco años llevamos juntos ya, desde la muerte de sus padres... Aquello fue otra desgracia que nos cambió la vida. ¡Pobre niño, todo lo que ha pasado! Él me necesita, pero yo también a él. No sé por qué le ha tenido que pasar esto... No me explico por qué yo no me desperté como siempre, no me explico… Dos días ahí abandonado... —La abuela estaba divagando, pensaba en voz alta, pero su desconcierto la tenía obse-sionada. Había sido casualidad, puesto que muchas noches las pasaba en vela y se levantaba para entretenerse y hacer algo. Esa noche no fue así.

—Abuela, tranquilízate...—le consoló Senni.

—No te preocupes, averiguaremos lo que ha sucedido—afirmó Siúl.

— Gracias chicos, pero el asunto está siendo investigado por la policía—continuó hablando la abuela entre sollozos—. Han encontrado una mochila desgarrada, llena de botes de humo vacíos, debajo de la ventana de la habitación de Jack.

Lo que la abuela no sabía era que Koy, la mascota de Jack, se había desper-tado medio atontado por los efectos del somnífero que habían echado los asesinos y bajando al jardín había encontrado la mochila llena de botes de humo olvidada por los sicarios. La emprendió a mordiscos con ella, organizando un “sarao”, al reventar uno de los botes y extendiéndose el calor al resto, todos los botes estallaron. Koy salió corriendo, entre lagrimeos y aullidos. La explosión de los botes y los aullidos de Koy despertaron a la abuela que atónita vio desde la puerta que daba al jardín, como un penacho de humo verdoso se elevaba por encima de la casa y del faro.

Pasaron días y semanas terribles en los que Jack Telmo quedó totalmente inerte, sus constantes vitales eran mantenidas gracias a las máquinas. La abuela adel-gazó diez kilos y los amigos de Jack no dejaron de visitarlo ningún día. Se turnaban o bien iban los gemelos Siúl y Luar, o las mellizas Senni y Hanna. El caso es que apro-vechaban las visitas para dialogar con Jack. Aunque éste no daba señales de vida. Al final, instalaron una Webcam en la habitación de Jack enfocada hacia su cama y lo veían desde su casa. También enviaban la imagen a Adrián que lo contemplaba des-de su estudio en NY.

Pasados tres meses, Jack empezó a dar señales de vida, soñaba en alto, unos terribles sueños que lo agitaban y mantenían en una tensión constante;

<<El mundo virtual, los amigables Webook, los terribles Transciborg, At-hasalut, la NaweNet K-035, la Central LC-03, los ciberdroides Besmol y Lonsel, la zona Ambigua, la zona Abisal, los Ciberbot, la burbuja osciloscópica, los Maestros Webook, los virus mutantes…Anémona, androides sintéticos, seres andrónicos, cybernawes, círculos mágicos…>>

Se sobresaltaba y chillaba, soñando con criaturas que sólo él veía. Criaturas que a base de repetirlas se hicieron familiares para la abuela y los amigos de Jack…

A pesar de todo, esta difícil situación de Jack llena de sobresaltos, sudores y gritos en los que tan pronto estaba adormilado como cataléptico era, según el doctor García, mucho mejor que los tres meses anteriores en estado vegetativo.

Durante su estancia en el hospital, la abuela de Jack había estado recibiendo llamadas preguntándole por su nieto. Los amigos del instituto, los del trabajo y tam-bién “la rubia”. Sí, aquella chica tan maja…

—¿Quién es?

—¡Hola!,soy una amiga de Jack. Recuerda cómo le di una tarjeta para él…

—¡Ah, sí, la rubia! —le interrumpió— gracias por llamar. Vengo ahora mismo del hospital y parece que comienza a despertar. Tenemos bastantes esperanzas de que salga por fin de su delicado estado.

—¿Cómo!!! —en ese momento se dio cuenta de que Jack estaba vivo y un rictus de rabia apareció en su cara, de golpe colgó el auricular. Tenía que comunicár-selo a su jefe.

5 El despertar