la formación del campesinado en el occidente antiguo y medieval

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SALRACH MARS. “La crisis del esclavismo”. En La formación del campesinado en el Occidente Antiguo y Medieval . Ed. Síntesis. Madrid. 1995. Capítulo 3. LA CRISIS DEL ESCLAVISMO. Causas externas: Como causas externas cabe considerar las de índole moral o religiosa, y entre ellas sobre todo la influencia del estoicismo y el cristianismo. Estoicismo y cristianismo. Los estoicos de la Roma imperial aconsejaban a los amos que trataran con moderación a sus esclavos y a éstos que aceptaran su condición. Pero en una época en que disminuía el número de esclavos y aumentaba su precio, el estoicismo parece una moral más adaptada a la nueva situación que transformadora de la realidad. En sus inicios el cristianismo fue una religión que hizo mella en las clases populares, entre las masas serviles y los libres más duramente explotados. Pudo, por tanto, parecer como antiesclavista; y ciertamente, se trataba de una religión liberadora, aunque la libertad prometida no era de éste mundo sino del más allá. La incorporación de la Iglesia a las estructuras del Estado y la progresiva adhesión de la clase dirigente pudo parecer pudo parecer que transformaban al cristianismo en la religión de los amos frente a las creencias paganas, que pervivieron largo tiempo en el campo (el pagus) entre las masas rurales. Los fundamentos teóricos del esclavismo cristiano proceden de Pablo, quien, al modo de los estoicos, aconsejaba a los amos el trato humano y a los esclavos la obediencia. El respeto al orden esclavista llegaba a tal punto en Pablo que aconsejaba al cristiano devolver a su dueño el esclavo fugitivo. La desigualdad es así una elección de Dios y la represión una necesidad a causa de la propensión de los esclavos al mal. Es justamente el pecado lo que subordina el esclavo a su dueño. Se trata del mito de la Caída que los teólogos medievales tanto utilizaron para justificar que los hombres iguales ante Dios y por derecho natural fueran en realidad desiguales. A fines del Imperio romano y en la época germánica, numerosos esclavos trabajaban en dominios 1

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SALRACH MARS. “La crisis del esclavismo”. En La formación del campesinado en el Occidente Antiguo y Medieval. Ed. Síntesis. Madrid. 1995.

Capítulo 3. LA CRISIS DEL ESCLAVISMO.

Causas externas:Como causas externas cabe considerar las de índole moral o religiosa, y entre ellas

sobre todo la influencia del estoicismo y el cristianismo.Estoicismo y cristianismo.

Los estoicos de la Roma imperial aconsejaban a los amos que trataran con moderación a sus esclavos y a éstos que aceptaran su condición. Pero en una época en que disminuía el número de esclavos y aumentaba su precio, el estoicismo parece una moral más adaptada a la nueva situación que transformadora de la realidad.

En sus inicios el cristianismo fue una religión que hizo mella en las clases populares, entre las masas serviles y los libres más duramente explotados. Pudo, por tanto, parecer como antiesclavista; y ciertamente, se trataba de una religión liberadora, aunque la libertad prometida no era de éste mundo sino del más allá.

La incorporación de la Iglesia a las estructuras del Estado y la progresiva adhesión de la clase dirigente pudo parecer pudo parecer que transformaban al cristianismo en la religión de los amos frente a las creencias paganas, que pervivieron largo tiempo en el campo (el pagus) entre las masas rurales.

Los fundamentos teóricos del esclavismo cristiano proceden de Pablo, quien, al modo de los estoicos, aconsejaba a los amos el trato humano y a los esclavos la obediencia. El respeto al orden esclavista llegaba a tal punto en Pablo que aconsejaba al cristiano devolver a su dueño el esclavo fugitivo.

La desigualdad es así una elección de Dios y la represión una necesidad a causa de la propensión de los esclavos al mal. Es justamente el pecado lo que subordina el esclavo a su dueño. Se trata del mito de la Caída que los teólogos medievales tanto utilizaron para justificar que los hombres iguales ante Dios y por derecho natural fueran en realidad desiguales. A fines del Imperio romano y en la época germánica, numerosos esclavos trabajaban en dominios eclesiásticos, y la legislación conciliar prohibía a los prelados la manumisión de los esclavos propiedad de la Iglesia. Por cierto que estos esclavos no parece que fueran especialmente bien tratados por sus dueños: sospechosamente una disposición conciliar prohíbe a los clérigos castigar a sus esclavos la amputación de miembros.

Afirmado que la Iglesia era una institución esclavista, resta considerar las opciones individuales del mensaje cristiano y la influencia a largo plazo de la cristianización de las masas.

En primer lugar estaba el ideal de pobreza, con la renuncia de los bienes terrenales (entre los cuales el esclavo) para alcanzar la salvación. La Iglesia canalizó las necesidades espirituales de los poderosos estimulando las donaciones piadosas de tierras, con sus esclavos manumitidos, a templos y monasterios; cristianizó la práctica de la manumisión integrándola en la liturgia, y a través de la propaganda hagiográfica, pudo influir en las grandes proporciones que durante la Antigüedad Tardía parece que adquirió la práctica de la manumisión.

En segundo lugar estaba la cristianización que al ganar terreno entre las masas rurales y no discriminar desde el punto de vista de la fe a los esclavos, pudo influir en su toma de conciencia. La Iglesia, a pesar de sus teorías y prácticas esclavistas, no dejó de considerar al esclavo un hombre, hijo de Dios, y por lo tanto aceptó su integración en la comunidad cristiana y su admisión en las iglesias rurales junto al campesinado. Consecuentemente, el principio segregacionista y el consentimiento en el que se basaba la esclavitud se debilitaron a largo plazo: para sí y para los restantes trabajadores del campo el

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esclavo empezó a dejar de ser un mero instrumento dotado de voz comparable a las bestias, lo cual tuvo que influir en sus aspiraciones de libertad.

El balance es contradictorio. Lejos de oponerse a la esclavitud, las enseñanzas de los padres de la Iglesia la justificaban y, en todo caso, al predicar la moderación y la resignación con la promesa de una liberación después de la muerte, el cristianismo de finales del Imperio debió actuar como un freno a la revolución social. A largo plazo, en cambio, la cristianización del campo, al mostrar la igualdad de todos ante la fe, pudo ayudar por la toma de conciencia a la extinción de la esclavitud rural en Europa Occidental. Pero ni el estoicismo ni el cristianismo influyeron poderosamente en la crisis del esclavismo en la época del Bajo Imperio.Razzia, comercio, crianza.

Otra causa externa de extinción es la que vincula este proceso con el fin de las conquistas romanas. Weber y Perry Anderson dicen que cuando cesaron las guerras victoriosas, con las razzias para la captura de hombres, disminuyó el flujo de esclavos al mercado, se desequilibró la relación entre oferta y demanda y los grandes propietarios tuvieron que recurrir a la práctica del “casamiento” a fin de que los propios esclavos se ocuparan de su autorreproducción en unidades familiares. La cría de esclavos en la villa no era rentable. Por esto, Weber afirma que existe un lazo indisoluble entre el comercio de esclavos y el sistema esclavista de explotación directa (esclavos en rebaño); y otra estrecha relación entre la autorreproducción y el “casamiento”, que inexorablemente conduce de la esclavitud a la servidumbre. La coyuntura de escasez de mano de obra esclava en el mercado (por el fin de las conquistas), con la consiguiente necesidad de los terratenientes de reducir los costos de reproducción de esta fuerza de trabajo, habría sido la responsable de la crisis del esclavismo con el cambio en la modalidad de explotación.

Bloch insiste en la rentabilidad del sistema esclavista de explotación directa solo “cuando la mercancía servil era abundante y su precio poco elevado”, lo cual quiere decir captura de esclavos en razzias. En la buena época romana la funcionalidad del sistema se basaba en la existencia, fuera de las fronteras, de stocks humanos prácticamente ilimitados, de modo que el precio del esclavo en el mercado (coste de razzia más beneficio del captor y traficante) fuera poco elevado en relación con el excedente que podía extraerse en su trabajo. El bajo coste de esta mano de obra esclava explica su despilfarro, es decir, tanto el uso “de muchos esclavos para el más pequeño trabajo” como la sistemática destrucción de la fuerza de trabajo por sobreexplotación. A muchos historiadores, la lógica del sistema basado en la razzia y la trata les parece incompatible con la crianza de esclavos en la villa, que consideran difícil y dispendiosa.

En efecto, se puede suponer que cuando la mano de obra esclava, procedente de las guerras o razzias esclavistas, fue mercancía abundante y barata, el sistema de autorreproducción en la villa no resultó rentable y ocupó un lugar secundario; en cambio, cuando la guerra o la razzia resultaron demasiado costosas o cesaron, la crianza pasó a ser competitiva y predominó.

Contra Weber, se puede asegurar que en la Antigüedad se practicaron las dos formas de “producción” de mano de obra esclava, la razzia-comercio y la autorreproducción-crianza.

Para que el sistema de la crianza de esclavos fuerza rentable era necesario que los grandes propietarios abandonaran las prácticas despilfarradoras y cuidaran a sus esclavos al menos como a sus caballos. La fórmula tenía que consistir en una correcta apreciación de los límites biológicos y un control de las relaciones sexuales combinado con estímulos a la procreación. En la América colonial del sur de EEUU y en el mundo clásico, se practicó la crianza de esclavos con hombres que “visitaban” a las mujeres sin necesidad de formar familias, lo cual quiere decir que el “casamiento” de esclavos no fue una fórmula impuesta por razones demográficas y dificultades específicas de autorreproducción. (Dockés).

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En conclusión, el fin de las conquistas romanas no fue la causa principal de la crisis del esclavismo. En primer lugar, porque las conquistas cesaron a principios de siglo I mientras que la crisis de la modalidad esclavista de producción no empezó a hacerse realidad hasta el siglo II o III; y en segundo lugar, porque la sociedad romana dispuso de fuentes alternativas de esclavitud.Condiciones necesarias.

Finalmente cabe atribuir el argumento de las condiciones necesarias de Finley. Su forma de razonar, próxima a Max Weber, parte de las condiciones necesarias para el desarrollo de la esclavitud. ¿Cuáles fueron? Una concentración de tierras en manos privadas suficiente para hacer posible la aplicación de una fuerza de trabajo continua; una evolución suficiente de la producción mercantil y del mercado, y la inexistencia de una oferta alternativa “interna” de mano de obra. Si éstas fueron las condiciones necesarias para el desarrollo de la esclavitud, su declive deberá explicarse por cambios producidos en estos presupuestos. ¿Qué cambios?

Descartada la cuestión de la tierra, queda el mercado y la mano de obra. El mercado antiguo, caracterizado por la rigidez, experimentó desde los siglos III y IV una contracción que hay que vincular a los pagos en producto al ejército y a la burocracia y, sobre todo, al éxodo rural de los potentes. La producción de las villas tuvo entonces que reorientarse y dirigirse en menor medida al mercado y más directamente a la autosubsistencia, para lo cual no era menester grandes equipos de esclavos trabajando en régimen de explotación directa. El argumento explicaría por tanto la contracción del esclavismo pero no su desaparición. La cuestión decisiva pasaría a ser la existencia de una fuerza de trabajo alternativa. Sin una mano de obra de recambio nunca habría habido sustitución de la esclavitud. El relevo fue el colonato con el que se vinculó la práctica del “casamiento” de esclavos. (Finley).

La primera objeción es de orden metodológico: buscar las causas del declive de la esclavitud en las condiciones necesarias de aparición es invertir el sentido de la historia, ignorando las realidades nuevas y transformadoras que surgen de la dinámica del sistema creado. La segunda objeción parte de ésta dinámica: el imperialismo (captura de tierras y hombres) hizo posible la esclavitud en la Roma antigua; la esclavitud hizo al gran dominio en explotación directa, y el excedente extraído de esta modalidad de producción fue lo que dio a la economía urbana y mercantil del período romano clásico el dinamismo que le caracterizó. El mercado no fue, por tanto, una condición previa para el desarrollo de la esclavitud, en cambio sí adquirió grandes dimensiones merced a ella. La contracción del mercado tuvo que afectar a la explotación esclavista, pero no por sus orígenes sino precisamente por la vinculación de la producción de la villa con el mercado que el desarrollo del esclavismo había creado. Hay una tercera objeción. El dominio de explotación directa podía funcionar en tres situaciones teóricas posibles: produciendo únicamente para el mercado, produciendo para la autosubsistencia (del equipo servil) y para el mercado (el excedente), y produciendo para la autosubsistencia del equipo servil y para el consumo del dominus y su familia (excedente). (Dockés). La contracción del mercado fue para la hacienda esclavista una dificultad que pudo resolver modificando las estrategias de producción (la tercera situación) sin cambiar el sistema de trabajo, aunque reduciendo quizás el número de esclavos. En tal caso, se podría objetar que, a largo plazo, el mantenimiento de la explotación directa debería haber tendido a reproducir la economía mercantil y urbana, si las condiciones políticas lo permitían.

Causas internas:Entre las causas internas de la desaparición de la esclavitud que se discuten, las

económicas son las más invocadas: la productividad del trabajo y la rentabilidad de la explotación; y la aplicación de la teoría marxista de la ley de la correspondencia necesaria entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción.Racionalidad, productividad, rentabilidad.

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Dockés se sirve de un texto de Duby para plantear la cuestión de la racionalidad. Según él, el casamiento de los esclavos en mansos durante la época germánica fue una “innovación” extraordinaria, un “descubrimiento” de los grandes propietarios, que de este modo consiguieron descargarse de los gastos de mantenimiento, acrecentar la productividad del equipo servil, y fomentar la reproducción de la fuerza de trabajo. La racionalidad económica de los grandes propietarios del Bajo Imperio y la época germánica era distinta de la nuestra. Ellos, al parecer, operaban en la práctica con una mezcla de lo que llamaríamos valor de uso y valor de cambio. Estaban interesados en el provecho que podían obtener de sus dominios, en la medida en que ello les permitía mantener su modo de vida aristocrático, sin necesidad de efectuar complejos cálculos económicos. El “casamiento” de los esclavos debió ser más el fruto de una necesidad que de un cálculo.

Mazzarino afirma que el esclavo de rebaño era menos productivo de lo que comúnmente se cree; los amos tomaron conciencia e que el servus casatus era más productivo que aquél, y los más inteligentes optaron, en consecuencia, por el “casamiento”. Mazzarino y Bloch se basan en el supuesto de que el esclavo “casado” está directamente interesado en la producción de su tenencia y por ello trabaja más horas y más intensamente que el esclavo de rebaño.

La primera crítica es que no se distingue entre productividad del trabajo y rentabilidad de la explotación, siendo así que lo que realmente interesaba o debía interesar a los domini era la rentabilidad. La segunda crítica es que para que los grandes propietarios tomaran conciencia clara de que los esclavos “casados” eran más productivos que los “no casados”, precisaban de un cálculo comparativo de resultados en términos de igualdad de uno y otro sistema de trabajo. Es dudoso que procedieran de esta forma. La tercera crítica es contra la idea de la escasa productividad del esclavo en el régimen de explotación directa. Finalmente queda la cuestión del miedo y la necesidad: el miedo es una fuerza coactiva que operaba sobre los esclavos de rebaños, pero sin duda operaba también sobre los “casados”. Por otra parte, los domini combinaban castigos con incitaciones materiales. En cuanto a la incitación de los tenentes al trabajo por necesidad, hay que relativizar este mecanismo de alcance limitado puesto que el campesino que no actúa bajo otras presiones tiende a disminuir el esfuerzo laboral cuando ha satisfecho sus necesidades. En resumen, nadie ha podido demostrar que el esclavo “casado” fuera más productivo que el “no casado”, y aunque lo fuera, quedaría la duda sobre qué sistema era más rentable para el gran propietario. (Dockés).

Para Engels, los esclavos, demasiado numerosos, se convierten en una carga: “la esclavitud ya no daba beneficios y por eso dejó de existir”. Argumentos de no rentabilidad semejantes se encuentran en Bloch, Staerman y Anderson, que a menudo contraponen la supuesta ineficacia de la explotación directa a la eficiencia del régimen de la tenencia, hacia el que se habrían inclinado los grandes propietarios cuando “casaron” a sus esclavos. De hecho, cada sistema tenía sus inconvenientes. El fraude, más difícil de controlar en el régimen de la tenencia que en la explotación directa, era uno de los inconvenientes de aquel sistema. Marx resaltaba, en cambio, los gastos de vigilancia, necesarios en todas las modalidades de producción explotativas, y especialmente elevados en la esclavista.

Duby y otros prefieren fijar la atención en los gastos de mantenimiento: con el “casamiento” de los esclavos, el gran propietario se descargaba del sustento de su equipo servil. El esclavo de rebaño vivía del pan de su dueño mientras que el “casado” se alimentaba de su pan. Con tal interpretación se olvida que en todos los casos el pan lo da el trabajo y la tierra, y que eran los propios esclavos “casados” o no quienes proveían a su autosubsistencia, no el propietario. No se puede sostener, por tanto, que los gastos de mantenimiento hicieran menos rentable el dominio esclavista que el explotado por el régimen de la tenencia. El único argumento a considerar sería el de una relación consumo/productividad más alta para los esclavos del régimen de explotación directa que para los “casados”, lo cual está lejos de ser una evidencia. Es más, al propietario esclavista

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lo que de verdad le interesaba, si aceptamos los argumentos de racionalidad y cálculo económico, era la diferencia entre la cantidad del producto obtenido por el trabajo de sus esclavos y la cantidad de producto destinado a la inversión y subsistencia; el producto neto resultante podía perfectamente aventajar a la renta obtenida en el caso de parcelar el dominio en tenencias. Los grandes propietarios durante siglos creyeron que la esclavitud les daba buenos beneficios, por lo que confiaron en ella y gastaron a manos llenas. (Finley). Por el contrario, los esclavos debían pensar que para ellos sería más ventajoso el “casamiento” y por ello lucharon. (Dockés). La propia lucha pudo a la larga ser la causa principal de la reducción de los márgenes de beneficios de la explotación esclavista, lo cual nos lleva a la interacción entre la economía y la lucha de clases.La ley de la correspondencia necesaria.

Staerman, Parain y Anderson, en sus análisis sobre la crisis del esclavismo, invocan la llamada ley de la correspondencia necesaria entre el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, enunciada por Marx. Esta teoría considera que el grado de desarrollo de la técnica y el instrumental es el gran determinante de la evolución social, de modo que a la lucha de clases le está reservado un papel ajustador importante pero subordinado. La lucha de clases se convierte en una respuesta necesaria a la contradicción entre las antiguas relaciones de producción y el nivel de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas. Dockés señala que según este esquema mecanicista, primero se constituye la base material y después se produce la revolución social, lo cual quiere decir que la lucha de clases, determinada por la base material, no es el primer motor de las grandes transformaciones históricas. En suma, en la crisis del esclavismo la lucha de clases habría sido más un reflejo automático, revelador de dificultades económicas de un sistema ineficiente, que un motor de cambio social.

Como explica Perry Anderson, “las relaciones esclavistas de producción fijaron algunos límites insuperables a las fuerzas de producción de la Antigüedad. Sobre todo, estas relaciones tendieron en último término a paralizar la productividad de la agricultura”. Aunque se produjeron mejoras técnicas, el modo de producción esclavista “constituyó un campo estructural resistente a las innovaciones tecnológicas”. El estadio de bloqueo alcanzado sería revelador de que el modo de producción esclavista habría alcanzado sus límites y de que el desarrollo de las fuerzas productivas, aunque bloqueado, había creado la base material necesaria y suficiente para que pudiera empezar a aparecer una modalidad alternativa de explotación: la servidumbre. En estas condiciones, el paso a otra modalidad de explotación era necesario, a fin de asegurar la necesaria correspondencia entre el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y el carácter de las relaciones de producción. (Parain). La lucha de clases aparece en esta fase del proceso como instrumento para romper la resistencia que todavía ofrece el esclavismo, y adaptar las relaciones sociales a la base material. ¿Cómo? La resistencia pasiva, el sabotaje y las huidas de esclavos debieron ser las formas más frecuentes de lucha con el resultado de elevar los costes de producción y reducir la rentabilidad del sistema, de modo que los dueños fueron impelidos a abandonar la explotación directa, parcelar el dominio, “casar” a los esclavos y fomentar el colonato. (Parain).

En resumen, historiadores marxistas y no marxistas coincidirían al cabo con Engels en que el esclavismo ya no era rentable y, por ello, los amos lo abandonaron.La lucha de clases.

Frente a la esclavitud masiva que el imperialismo romano fomentaba, era necesario organizar un sistema represivo coordinado y centralizado. Este sería el Estado creado por César y Augusto después de que los libres de las clases populares, temerosos ellos mismos de las consecuencias de la revolución social y untados con las migajas del imperialismo y el esclavismo, rechazaran la posibilidad de formar un frente de clase con los esclavos y constituyeran la base social del Estado imperial. Estos cambios sociales y compromisos sociales alejaron durante siglos cualquier posibilidad de revuelta social esclavista mientras

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los señores, más que nunca, dividían sus rebaños de esclavos en villas, los subdividían en equipos e incluso creaban unas jerarquías internas para la vigilancia. Los propietarios seguirían teniendo fuerzas de seguridad, pero el Estado coordinador y el ejército estarían permanentemente atentos para evitar que las luchas locales pudieran adquirir dimensión general.

Durante los siglos de paz augustana la lucha, sin duda, continuó solapadamente, día a día, de manera individual, pero con intensidad. Dockés hace el inventario de sus formas: destrucción de los útiles de trabajo; malos tratos a los animales de labor y al ganado; dejación del esfuerzo laboral; huidas en solitario y en grupo; automutilaciones y autodestrucciones; rechazo de la procreación (aborto e infanticidio); rapiña, robo, pillaje, etc.

Frente a estas formas de lucha, los grandes propietarios, que saben de los elevados precios del esclavo en el mercado y de las dificultades de reproducción, oponen normalmente la vigilancia y la prevención. Columela recomienda no maltratar a los esclavos, pero explica que cada villa tenía sus ergastulum, prisión subterránea donde por la noche se encerraba, encadenados, a los esclavos más peligrosos o al conjunto del rebaño.

Estas formas de represión para los rebeldes, combinadas con la división interna del equipo servil (“dividir para reinar”) y el trato paternalista a los esclavos obedientes (la explotación “en baño templado”), fueron suficientes para mantener el orden esclavista mientras el Estado imperial estuvo presente como garantía última del sistema. Pero la crisis del siglo III y el posterior hundimiento del Estado en los siglos IV y V, modificaron la correlación de fuerzas entre amos y esclavos. La crisis del Estado, resultado de la dinámica del sistema esclavista y de la política imperialista que arruinaba a las clases medias y populares, base social del Estado, hizo posible ahora una aproximación entre esclavos y campesinos. Reaparecieron, en consecuencia, las luchas abiertas de masas, entre ellas las guerras bacaudae, contra las cuales poco podían hacer las fuerzas privadas de los domini. (Dockés).

La lucha era acumulativa y causaba graves perjuicios a la marcha de las explotaciones. Los sabotajes, la dejación en el trabajo, las destrucciones ocasionadas por las luchas, las huidas y los gastos crecientes de vigilancia, debieron reducir el producto neto de las explotaciones, sembrando la inquietud en unos amos que ya no podían confiar como antes en la eficacia represora del Estado. La crianza de esclavos, alternativa de un comercio que quizá atravesaba dificultades por la disminución de las razzias, también sufría de las mismas luchas: los esclavos se resistían a la procreación en condiciones de esclavitud (aborto e infanticidio). El esclavismo pudo parecer entonces a los amos menos rentable que otras formas de explotación. (Dockés).

Es, por tanto, necesario recuperar los argumentos antes examinados sobre la crisis del esclavismo ligados al fin de las conquistas (la difícil crianza del ganado humano), la contracción del mercado y de la vida urbana (la dificultad de dar salida a la producción), la baja productividad y la escasa rentabilidad del esclavo, no para hacer de ellos la causa principal de la crisis del esclavismo sino para integrarlos en una explicación global que haga de la lucha de clases el primer motor del cambio social: no se libera quien no quiere, pero no todo es posible. Al cabo, interesa saber por qué los esclavos consiguieron (al menos parcialmente) su objetivo. Es aquí donde juegan un papel importante las condiciones económicas generales (el mercado), la lógica interna del sistema esclavista que lo hacía vulnerable a las formas de resistencia estudiadas, y la modificación de la correlación de fuerzas con la crisis del Estado imperial, el ente represor que el esclavismo había creado precisamente para garantizar su continuidad.

La parcelación de gran parte de los viejos dominios, para crear unidades de explotación familiares donde “casar” a una porción de los equipos serviles e incorporar a los equipos arruinados, ávidos de tierra (coloni), fue probablemente la única salida posible para unos propietarios que necesitaban conservar la tierra y la mano de obra. Fue también el

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fruto de un cierto compromiso social, el que imponía la correlación de fuerzas resultante de las luchas. Los esclavos debían aspirar como mínimo a integrarse en el grupo de los coloni, es decir, tener su tierra, formar su familia y disponer de su fuerza de trabajo. Mediante la práctica del “casamiento” fueron puestos en esta vía. Para los grandes propietarios el sistema sofocaba la lucha, reducía los riesgos y estimulaba la autorreproducción al precio, seguramente, de aceptar una reducción de ingresos. Mediante el “casamiento”, el servus casatus recibía una cierta autonomía pero, por la vía de la “responsabilidad” era retenido en la explotación puesto que tierra y familia jugaban el papel de rehenes. (Dockés).

Como alternativa a la modalidad clásica esclavista, el sistema del “casamiento” fue eficaz relativamente: garantizó la continuidad del proceso de explotación del trabajo, pero por ello mismo no pudo evitar la continuidad de las luchas de clase como lo prueba la persistencia de las leyes bajoimperiales y germánicas contra los fugitivi y los occultatores. Desde el punto de vista de los esclavos, el resultado alcanzado tras siglos de lucha es muy importante. Pero, como bien señala Dockés, instalados en su parcela, con su familia, aislados del colectivo, los servi casati fueron individualizados y, por lo tanto, debilitados frente a los grandes propietarios. La nueva organización del trabajo, que formaba parte de la construcción de una nueva clase social hegemónica entre las explotadas, exigía objetivos y métodos de lucha nuevos que era necesario aprender. Entre tanto “la propia victoria de los explotados, obtenida gracias a una nueva correlación de fuerzas, modificaba esta correlación en provecho de los grandes propietarios”.Problemas teóricos, cuestiones históricas.

Existe una cierta unanimidad entre los historiadores que piensan en términos de sistema social sobre la crisis principal del feudalismo. Se habría desarrollado a fines de la Edad Media, durante los siglos XIV y XV o mas bien durante la segunda mitad del siglo XIV y la primera del XV.

Durante trescientos o cuatrocientos años las sociedades europeas, surgidas de la crisis bajomedieval, habrían continuado dentro de las estructuras básicas del feudalismo pero sometidas a un proceso acumulativo y acelerado de desgaste o desestructuración, proceso dialéctico en el sentido que la desestructuración era estructurante, empujaba hacia el capitalismo. Esta fase larga, llamada del feudalismo tardío, tuvo sus particularidades en el campo (procesos de diferenciación), en la ciudad y el mercado (capitalismo mercantil) y en el poder (feudalismo centralizado, despotismo, absolutismo).

En resumen, una crisis principal seguida de períodos más bien cortos de recuperación, disfunciones y nuevas crisis más breves que llevan a término el proceso transformador iniciado tiempo atrás.

La crisis del esclavismo debió producirse en el siglo II y culminó con la crisis del siglo III o mejor dicho del Bajo Imperio (siglos III-IV). Hablamos entonces de crisis del esclavismo porque debió ser la principal crisis de esta modalidad de producción a lo largo de su dilatada historia. Con la crisis del Bajo Imperio el tiempo del esclavismo, como modalidad hegemónica, terminó; no hubo vuelta atrás. Hubo, eso sí, supervivencias muy importantes de formas esclavistas de producción: a semejanza de las villas clásicas, hubo equipos de esclavos que siguieron trabajando en la explotación directa de los dominios; y durante siglos los esclavos “casados” mantuvieron su condición híbrida de esclavos y tenentes, lo que tenía implicaciones jurídicas económicas.

El declive del esclavismo no fue lineal. En la Alta Edad Media, como subrayan Duby, Dockés y Bonnassie, hubo restauraciones de la esclavitud rural posibilitadas por la masiva captura de prisioneros durante las invasiones, las guerras entre los reinos germánicos y las campañas de Carlomagno; luchas que habrían sido sobre todo razzias para la captura de esclavos. A nuestro entender, debió tratarse de restauraciones parciales y temporales sobre el marco de una supervivencia general del esclavismo (o de la modalidad esclavista) debilitado. En este sentido la crisis principal resultó también la definitiva desde el punto de vista de las modalidades de explotación del Alto Imperio, donde la modalidad

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esclavista predominaba sobre la tributaria (fiscalidad) y la feudal (colonato). A partir de la crisis del Bajo Imperio las recompensas se hicieron notablemente a la baja e interrumpidas por crisis sucesivas, con el resultado de que la explotación directa, la más genuinamente esclavista, mantuvo una tendencia declinante en general, mientras las otras modalidades ganaban terrenos.

Las claves de fondo, explicativas del fenómeno, se encuentran en los mecanismos que el estudio efectuado de la crisis del esclavismo revela: continuidad en la lucha de los esclavos contra sus dueños (descenso de rentabilidad en la explotación directa); dificultad de los grandes propietarios para mantener el orden servil por la menor fuerza represora de los Estados germánicos; debilidad del mercado que imprime a la economía en general una tendencia autárquica; existencia de formas alternativas de explotación del trabajo (rentas, corveas, etc.).

¿Cuál fue la modalidad hegemónica de producción en el Bajo Imperio, después de la crisis del siglo III? El enfoque de Wickham es cuantitativo: a partir del siglo II o III la modalidad esclavista cede su posición, hegemónica hasta entonces, a la tributaria o antigua y a la feudal (el colonato). De estas modalidades, la tributaria, basada en el impuesto de la tierra, drenaba un volumen de excedente mayor que la renta y por ello fue la hegemónica durante los siglos III-IV. Después de las invasiones y de la constitución de los Estados sucesores, la fiscalidad antigua entró en declive, cediendo la hegemonía a la renta y por tanto al feudalismo. Este artículo de Wickham suscita observaciones.

En primer lugar, la afirmación de que el impuesto era más gravoso que la renta (más de dos veces) puede ser perfectamente una verdad teórica general. Pero tal afirmación no parece tomar suficientemente en consideración las vicisitudes del Bajo Imperio y del período de las invasiones, que ocasionaron graves quebrantos al sistema fiscal: interrupciones más o menos largas en el cobro de los impuestos, restauraciones parciales, regiones que pagaban mientras otras no lo hacían, etc. Debía de ser más fácil al gran propietario exigir el pago de su renta o la prestación de los servicios que le eran debidos que al Estado obtener el cobro de los impuestos. Si además se piensa que una parte de los recaudadores eran los propios grandes propietarios, es fácil suponer que se produjeran fraudes masivos, es decir, conversiones de impuestos públicos en rentas privadas. Nuestra impresión es que el sistema feudal antiguo, como el esclavismo, sobrevivió hasta la época carolingia pero en declive, afectado por reformas, crisis y restauraciones.

La segunda cuestión es la relativa a la dinámica del sistema social. En el análisis de Wickham no hay apenas lugar para la lucha de clases. El lugar de la lucha de clases, en sentido estricto, lo ocupan, de modo más bien general y abstracto, la coexistencia de diferentes modos de producción en influencia mutua, tensión y ruptura, hasta que un modo de producción acaba trabando vínculos privilegiados con el Estado y dominando.

En tercer lugar, a la pregunta de Wickham sobre cuál fue la fuente dominante de extracción de excedente (¿producción directa, renta o impuesto?) nos parecería mejor responder con una pregunta sobre la modalidad de explotación que confería hegemonía a la clase dominante.

En resumen, desde los altos funcionarios, los generales y los dirigentes religiosos hasta sus colaboradores más inferiores, entre los cuales, como quiere Durliat, estarían los grandes propietarios encargados de la recaudación en su área de influencia. Queda clara, pues, su importancia, pero de esta forma de redistribución no se deduce necesariamente que el impuesto fuera el principal sostén de la clase dirigente globalmente considerada, aunque debía seguir siendo (como base material) un componente esencial del sistema de poder. A pesar del impulso que pudo adquirir en el Bajo Imperio, la tributación pudo seguir siendo una fórmula complementaria para la clase dominante, aunque está por ver su evolución posterior en el contexto de los cambios sociales y políticos de la Edad Media. El interrogante sigue siendo abierto: ¿qué modalidad confería hegemonía a la clase dirigente? Para la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media creemos que todavía no hay mejor

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respuesta que la propia de los períodos de transición. En este caso, la respuesta es que el marco político siguió siendo básicamente de matriz antigua con presencia declinante y restauraciones del concepto de res publica y un sistema de poder equivalente que parcialmente reposaba en la tributación, mientras la explotación del trabajo se basaba en las tres modalidades de producción heredadas de la Antigüedad: la explotación directa de dominios o reservas, más o menos importantes según lugares y épocas; la explotación directa mediante el colonato y el “casamiento” de esclavos, que creaban la base del régimen de la tenencia, productora de rentas y servicios en conjunto más importante que en la época de la villa esclavista; y la tributación que constituyó la base material del Estado imperial romano y que contribuyó de modo desigual al sostén de las monarquías germánicas.

Capítulo 4. CONTINUIDADES Y TRANSFORMACIONES EN ÉPOCA GERMÁNICA

Destrucción y estructuración.Los conflictos sociales (guerras bagaudas), políticos (golpes de estado) y militares

(alzamientos) del Bajo Imperio, la caída del Estado romano, que con mayor o menor fuerza aseguraba la continuidad de las diversas formas de explotación del trabajo, y los desórdenes y destrucciones (incendios de villae y cosechas, asedios de ciudades) ocasionadas por las invasiones germánicas tuvieron graves consecuencias. Dio paso a pequeños estados sucesores, de formato provincial y fronteras cambiantes; el aparato burocrático disminuyó, las estructuras de poder se militarizaron y clericalizaron, y la explotación social, cuyo nivel pudo retroceder al principio, a la postre experimentó transformaciones importantes y quizá temporalmente se agudizó, al menos en algunas regiones de Occidente.

Desde el punto de vista de los oprimidos, las invasiones germánicas, en una primera fase, pudieron tener consecuencias liberadoras. Aquellos que tenían poco más que perder que la propia vida pudieron aprovechar las dificultades de los poderosos que, atrapados en sus propias contradicciones se quedaban sin Estado para sacudirse controles, dominios y explotaciones. La caída del imperio pudo comportar un retroceso del dominio social de la aristocracia y un avance de las masas trabajadoras: un número indeterminado de antiguos dueños; coloni y servi casati, en número también incierto, debieron rechazar las prestaciones de trabajo y las obligaciones rendales y algunos, aprovechando la desaparición de sus domini, pudieron incluso hacerse pasar por propietarios; el impuesto, que desde hace siglos arruinaba a los campesinos, debió dejarse de pagar muchas veces y en muchas regiones, un cierto número de servi y dependientes, en la incertidumbre, debieron preferir la protección-explotación del dueño que la libertad. Resulta razonable imaginar que los viejos dirigentes, perdedores en el conflicto, también perdieron niveles de explotación social mientras que los nuevos jefes de los pueblos invasores necesitaron tiempo para organizarse.

La dinámica acaparadora había alienado la base social del Estado que se había convertido en instrumento despótico de dudosa eficacia. Quizá por ello, mediante el patrocinium, el Estado empezó a ser traicionado por los propios poderosos que de él se servían. Producidas las invasiones, los terratenientes romanos se quedaron virtualmente sin Estado, el instrumento que, aunque defectuoso, tenía por misión velar por el mantenimiento del orden social.

Para estos terratenientes romanos, reconstruir la estructura política con los germanos podía tener más ventajas que inconvenientes. Construir estados sucesores de tamaño menor y con fuerzas militares, al menos parcialmente, de base étnica y financiadas con tierras, ofrecía la ventaja de una reducción sustancial de los gastos administrativos y militares, y por tanto de una maquinaria fiscal menos opresiva. El nuevo Estado sería suficientemente fuerte para asegurar el dominio social de los grandes frente a los explotados, y suficientemente débil como para no inmiscuirse en los asuntos domésticos de los poderosos.

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Para los invasores germanos y especialmente para la aristocracia, también era preciso alcanzar algún tipo de compromiso con la aristocracia romana que no había perdido, al menos totalmente, la hegemonía social. El pacto permitiría a la aristocracia germánica incorporarse más plenamente a la explotación del trabajo en los nuevos territorios.

A la Iglesia, que desde el siglo IV había sustituido a los templos paganos al frente del servicio público del culto, y que por tanto había alcanzado una posición preeminente en las estructuras de poder del Imperio y era subvencionada por el Estado, también le urgía recuperar posiciones pactando con los invasores.

El resultado de este necesario compromiso entre poderosos, que sobre todo perseguía restablecer los mecanismos de explotación del trabajo, base del mantenimiento de la hegemonía de las aristocracias laicas y eclesiásticas, fue la creación de las monarquías germánicas, unos estados que pueden ser llamados sucesores en el sentido de que fueron restauradores a la baja de la romanidad.

¿Persistencia de las antiguas modalidades de producción?Se encuentran en los siglos VI- VIII testimonios de la existencia de las tres

modalidades antiguas de explotación: la esclavista, la tributaria y la feudal. Las divergencias empiezan cuando se contempla la dinámica, aunque muchos todavía aceptarían la idea de que la crisis de los siglos III-V y la caída del Estado Romano, provocaron el retroceso de las modalidades esclavistas y tributaria. Este retroceso habría impulsado el avance de la modalidad feudal. Las discrepancias se plantean abiertamente cuando se pretende identificar la modalidad hegemónica que da entidad al conjunto e informa sobre la lógica de su evolución. Cabe distinguir tres posiciones claras: la de los historiadores que subrayan la más estricta continuidad del Estado con todo su sistema fiscal (Magnou, Nortier, Durliat), la de los que insisten en la permanencia del régimen esclavista (Fournier, Rouche, Bonassie, Bois) y la de los que consideran que la modalidad feudal o dominical (el colonato o equivalentes) se impuso desde la época de las invasiones o incluso desde antes. Se podría incluir una cuarta posición, que en realidades es una combinación de las dos últimas y consiste en introducir matices regionales que llevan a postular una mayor o menor presencia de la esclavitud rural o del colonato según las regiones.

La tributación.El sistema fiscal pudo ser importante, al menos en una primera fase en Italia, las

Galias e Hispania para captar el excedente de los productores, sobre todo los libres y propietarios, y para contribuir al mantenimiento de los aparatos de poder de los reinos germánicos. La continuidad de la recaudación es evidente. Está documentada y la vida de los santos del siglo VII, dan testimonio de reacciones populares contra esta forma de explotación.

La responsabilidad recaudadora entre los francos reposaba en manos de funcionarios galorromanos al servicio de los monarcas merovingios. Al parecer, su gestión chocó con una resistencia creciente. En la Galia del siglo VI, como en todas partes del Imperio trescientos años antes, el impuesto era impopular. La diferencia es la actitud de la Iglesia, que, quizá porque compartía responsabilidades de gobierno y de recaudación en algunos países, y porque conocía de cerca la realidad social, intervino a veces en el sentido de intentar suavizar la carga impositiva.

En un mundo en el que la fuerza material de los poderosos se basaba más que antes en la producción de los dominios particulares, y en el que ya no se puede decir que el Estado jugara algún papel redistributivo. El impuesto no sólo se hacía impopular sino que se consideraba injusto porque se pensaba que únicamente servía para enriquecer desmesuradamente a los monarcas. Un sector de la Iglesia franca así lo entendía y por ello se sirvió del temor (amenaza de castigos divinos contra la familia real) para obtener la reducción o exención de impuestos para ella y sus feligreses. Esta situación, quizá también

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en parte reflejo de una lucha de intereses entre las aristocracias laicas y eclesiásticas, no se pueda generalizar al conjunto de los reinos germánicos, entre ellos el reino de Toledo donde consta que la iglesia participó directamente en la recaudación.

Es probable que el menor volumen de los Estados sucesores, por comparación al vasto imperio romano, significara una caída general de la carga impositiva sobre las masas populares, probablemente muy empobrecidas, en un contexto que todos los indicios llevan a considerar de contracción económica. Este descenso de los niveles tributarios habría significado a su vez el fin de la modalidad tributaria como principal, y el predominio de la forma feudal (renta y servicios) como dominante en la extracción de excedentes.

La caída de la tasa impositiva se ha considerado, en primer lugar, como una consecuencia a largo plazo de la resistencia de las masas populares a esta forma de explotación; en segundo lugar, como un resultado de la reducción de los gastos estatales en los Estados sucesores, y, en tercer lugar, como fruto de la adopción de formas alternativas de financiamiento.

Todo esto está próximo a la opinión de Wickham, de quien nos aleja la escasa relevancia que otorga a la lucha de clases y la conclusión de que “en el período carolingio todo lo que quedaba del impuesto sobre la tierra era una serie de fragmentos” (Wickham), puesto que a nuestro entender quedaba bastante más, como parece indicarlo los estudios regionales y las disposiciones de los carolingios tendientes a elevar el nivel de tributación pública, como la introducción del diezmo para el financiamiento de la Iglesia, una carga muy gravosa que, ciertamente, en muchos lugares debió ser inmediatamente apropiada por la aristocracia siguiendo el comportamiento ya ensayado en época del bajo imperio romano, de conversión de los impuestos públicos en rentas privadas.

La esclavitud.El tema de la esclavitud rural: Wickham afirma que a finales del siglo III ya habían

desaparecido las haciendas esclavistas del siglo I, otros autores, en el caso medievalistas (Fournier, Rouche, Bonassie, Hágermann) insisten en una supervivencia o restauración de la esclavitud rural en la Alta Edad Media, sobre la base de un compromiso entre aristocracias.

El tema es confuso y a su esclarecimiento no ayudan las indefiniciones de los especialistas sobre cuestiones esenciales: generalmente no precisan el alcance del concepto de esclavitud y de esclavo, en el sentido de si se refieren únicamente a una categoría jurídica o a una forma específica de explotación del trabajo o, por el contrario, son capaces, a la vez, de distinguir entre ambas esferas y de interrogarse sobre las mutuas relaciones entre ellas.

Siguiendo a Wickham, nos dice que en la Alta Edad Media “había de nuevo muchos esclavos en la tierra, gracias a las guerras de los siglos V y VI, pero el status del esclavo era ya sólo una categoría legal”. Pero la única relación que encuentra entre la categoría legal y la relación de producción es que el estatus del esclavo “comportaba rentas más pesadas”. Creemos que la distinción entre status legal y condición económica es engañosa porque lleva a simplificaciones del tipo de que la diferencia entre el tenente libre y el esclavo se reducía al nivel de explotación (“rentas más pesadas”), sin preguntarse por cuestiones tan esenciales como los derechos del tenente sobre la tenencia: tierras, animales, aperos, producción y familia. Un historiador que quiera saber que eran las relaciones sociales de producción en el feudalismo, y como se construyó la clase campesina de este sistema, no puede dejar de interrogarse sobre ello, actitud que implica querer retornar el status legal al interior de las relaciones de producción. ¿Quién osaría decir hoy que el contrato de trabajo no forma parte de las relaciones de producción?.

En oposición a Wickham, Fournier, Rouche, Bonassie y Hágermann hablan sin reparos no sólo de una supervivencia sino incluso de un incremento de la esclavitud rural aunque estos historiadores a veces caen en el extremo opuesto: sitúan la visual en la

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condición jurídica del servus sin interrogarse sobre la modalidad de explotación. Bonassie habla de supervivencia del régimen esclavista no sepamos con certeza a qué se refiere, si a la vieja modalidad romana de esclavitud o a una nueva modalidad medieval basada en la explotación indirecta de masas serviles o, como probablemente es el caso, a ambas a la vez. Rouche encuentra en la Aquitana de los siglos V- VIII enormes masas de esclavos en constante aumento y renovación a causa de las guerras exteriores e interiores y de la esclavitud por deudas, que llenan de esclavos los mercados. El autor piensa que la población servil pudo ser más numerosa que la libre y es lo que explicaría que los poderosos no tuvieran que recurrir a las prestaciones en trabajo de los campesinos libres.

Para Bonassie la esclavitud rural fue restablecida en el marco de los Estados sucesores y seguramente llegó a su apogeo durante el siglo VI y principios del VII, cuando las leyes germánicas se ocuparon de ella con notable ferocidad, sobre todo en Hispania e Italia, y los padres de la Iglesia la justificaron en el marco de una sociedad más cristianizada. A la restauración de la esclavitud siguió, en la segunda mitad del siglo VII y a principios del VIII, una nueva crisis que también encuentra explicación en la lucha de clases y las condiciones económicas en que ésta se desarrolló: sacando provecho de la debilidad demográfica ocasionada por una sucesión de pestes, y de los probables inicios de la recuperación económica, muchos esclavos debieron huir de unos dominios para buscar refugio en otros en mejores condiciones o entre los libres. La condición de cristianos de muchos de estos esclavos pudo coadyuvar a su voluntad de distinguirse de las bestias y al consenso social que los fugitivos pudieron encontrar. La crisis debió amenazar de muerte a la esclavitud, especialmente en países mediterráneos como Italia e Hispania.

El fenómeno de las deserciones y la dureza de las leyes para combatirlo parecen encajar más con la idea de unos dominios esclavistas, trabajados en régimen de explotación directa o concentracionaria, como la villa clásica, que con unos dominios feudales, parcelados y explotados en régimen de tenencia, con todo lo que ello podría significar de derechos adquiridos o en proceso de adquisición del tenente sobre sus tierras. Así debe entenderlo Bonassie que habla de supervivencia de la esclavitud antigua sin más matices y que para definir al servus, prefiere atender a su status jurídico y al trato que se le dispensaba.

El esclavo no era más que un instrumento de trabajo, sin derecho reconocido sobre su persona, producción y reproducción, no pertenecía a la especie humana, era un ser desocializado (Bonassie).

En la medida en que los códigos jurídicos definían al servus (de dominio o de pequeña explotación) como un ser totalmente alienado, es arriesgado asimilarlo a un tenente feudal, poseedor, como diría Marx, de sus propios medios de producción “de las condiciones objetivas de trabajo necesarias para la realización de su trabajo y para la creación de sus medios de subsistencia, un hombre que efectuaba su trabajo agrícola como al industria doméstico-rural con él relacionada, por su propia cuenta”.

Aunque la costumbre fuera consolidando en cada caso una forma y volumen de sustracción mientras en aquella sociedad de la escasez el derecho permitiera al dominus tomar lo que precisara del trabajo y de la fuerza de trabajo de su servus, no parece apropiado hablar de tenente, porque precisamente es en esta ambivalencia, que se presiente entre la condición jurídica del servus y la práctica de su explotación económica, donde se resume lo esencial de la transición en las modalidades de explotación del trabajo rural.

¿De servus a colonus o de colonus a servus?Con demasiada simplicidad a veces se ha resumido la problemática de la formación

de la clase campesina del feudalismo afirmando que ya en el Bajo Imperio y los Estados sucesores se produjo una mejora de la condición de los servi se fusionaron, de hecho, con los coloni, considerados como el antecedente de los tenentes. En el otro extremo del mundo rural, la contrapartida habría sido la degradación de la condición jurídica y económica del

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campesinado libre y propietario que habría descendido hacia el nivel de los colonos dependientes. La mejora de condición de los servi parece encajar con el aflojamiento de controles, dominios y explotaciones que crisis e invasiones pudieron proporcionar. Pero cabe añadir inmediatamente que el compromiso entre aristocracias, con la creación y consolidación de los estados sucesores, pudo llevar en muchos casos a una reacción social. Los procesos de liberación social no son lineales ni son posibilidades de retroceso. La situación social en la Aquitania merovingia, develada pro Rouche, nos parece en este sentido paradigmática.

La documentación aquitana de los siglos VI- VIII unifica a todas las categorías de dependientes rurales (originariis, inquilinis, acolanis, ledis, mancipiis, colonis) bajo la denominación de servi. El originariis, según el Código Teodosiano, no era más que un colonus; el acola y el inquilinus, durante la crisis del bajo imperio, perdieron su libertad de movimiento y se fusionaron de hecho con el colonus adscripticius; y el letus era un antiguo prisionero de guerra bárbaro establecido en una tierra como un colonus. La cuestión es, pues, que era un colonus en la Aquitania merovingia. Estos esclavos a los que se llama colonos y que nosotros designamos también con el nombre de tributarios. El colonus no es más que un esclavo que paga rentas en producto o en dinero y está adscrito a la tierra como un servus casatus, y como él puede ser vendido o legado con la tierra o sin ella, está totalmente en manos de su dueño.

Se pregunta Rouche ¿los coloni fueron asimilados a los servi o inversamente? La primera solución es la buena. Aunque los vocablos colonus y servus puedan usarse indistintamente, el predominio de la palabra servi indica este sentido de la evolución. Probablemente en la Hispania goda se produjo un fenómeno similar e incluso más acusado. Parece que hay que hablar de regresión social y restauración de la esclavitud, un fenómeno que afectó al menos a algunos países occidentales en época germánica, como apunta Bonassie. Esta metamorfosis social que hacía de hombres libres, coloni, y de coloni servi, pudo tener precedentes e incluso partir del bajo imperio, donde la legislación fiscal había contribuido a la degradación social del campesinado y la miseria y la inseguridad arrojaba a los débiles en manos de los poderosos. Rouche no contempla en este proceso la posibilidad de una censura proporcionada por las crisis y las invasiones, más bien al contrario, piensa que en Aquitania esta evolución, comenzada a finales del imperio, continuó y se convirtió en normal en época merovingia y a principios de la carolingia, a causa de la escasez de mano de obra. La misma debilidad que puede incitar a los poderosos a incrementar la explotación también podría hacer fuertes a los débiles.

Libertus o manumissus.La Lex Visigothorum divide a los hombres en libres (ingenui) y esclavos (servi), y

no parece que esto sea una ficción jurídica. Añaden una categoría, en cierto sentido intermedia, la de los manumisos o libertos (manumissi, liberti), antiguos esclavos a quienes sus dueños, siguiendo prácticas romanas, habían concedido la libertad. pero había dos modalidades de manumisión, advierte Rouche, la manumisión con patrocinium o sin ella. Sólo esta última forma otorgaba la plena condición de hombre libre y ciudadano romano al manumiso. La manumisión con obsequium pudo ser una fórmula de juristas, usada para intentar salvar la contradicción entre el status jurídico de esclavo y la condición económica de tenente o colonus de los servi casati. En este caso el manumiso adquiría el derecho a una tierra y a un domicilio propio, y a testar, comprar, vender, dar y cambiar. Pero, al pasar el manumiso a la defensio o patrocinium de un patrono, estos derechos resultaban, en la práctica, enormemente recortados; quedaba vinculado a un dominus o patrono. Debía obediencia y una renta anual al patronus, que era quien le juzgaba, adscribía a la tierra y autorizaba el matrimonio y las transacciones de tierras, y, en caso de desobediencia, le retornaba a la esclavitud.

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La esclavitud rural, en sus dos formas antiguas, la directa y la indirecta, debió existir en mayor o menor intensidad en todo el mundo occidental.

Demostrada la existencia de las diversas modalidades de sujeción y explotación, heredadas de la época romana, es menester dar un paso más e intentar calibrar su importancia respectiva.

Los grandes dominios.Ganshof pensaba que en la Galia franca de los siglos VII y VIII el dominio bipartido

ya era dominante, aunque no bajo la forma clásica de explotación de la reserva con prestaciones en trabajo de los campesinos de las tenencias, sino con separación de uno y otro elemento: las tenencias proporcionaban al dominus sobre todo rentas y muy escasas prestaciones en trabajo, de modo que las reservas eran trabajadas por servi non casati vinculados al centro de explotación. Investigaciones posteriores mostraron que el historiador belga había exagerado al insinuar un predominio del dominio bipartido en época tan altomedieval.

Tits- Dieuaide nos proporciona una visión general de la gran propiedad y sus formas de explotación en la Galia de los siglos VI- VIII, donde la gran propiedad existe en todas partes pero es de talla muy desigual junto a vastos patrimonios, que podían llegar a las 10000 hectáreas, y en algún caso muy excepcional hasta casi las 20000, habla pequeños dominios de 200 o 300 hectáreas. En la Galia merovingia había tres tipos de dominios: grandes explotaciones de tipo esclavista, dominios bipartidos con reserva y tenencias y dominios formados por pequeñas unidades explotación.

La existencia de dominios explotados únicamente por esclavos y jornaleros bajo la dirección del dominus, si bien otras fuentes indican que la explotación directa fue en estos dominios sobre todo obra de esclavos. Había también dominios bipartidos cuya estructura y explotación se asemejaba a la descrita por Ganshof: las tenencias eran habitadas por mancipia, coloni, liberti y accole, que pagaban rentas y hacían servicios en trabajo más bien livianos y labores ocasionales, mientras que el cultivo de las reservas era a menudo obra de esclavos sin tenencia, ayudados temporariamente por tenentes, sólo por aglomeración de tenencias habitadas por campesinos dependientes, de distinto status, que no hacían prestaciones en trabajo sino que pagaban rentas de carácter privado mezcladas, probablemente, con cargas de origen público y tributos eclesiásticos: redditum, inferida, decimas.

De estas modalidades ¿cuál era la dominante en la Galia merovingia?. Probablemente los dominios formados por aglomeración de pequeñas explotaciones dependientes, es decir, la modalidad feudal, seguida de las grandes explotaciones esclavistas y de los dominios bipartidos, que más bien debían ser excepcionales. Pero las conclusiones de esta historiadora son leídas de forma distinta por Verhulst. Demostró la preponderancia en la Galia de la explotación directa de los grandes dominios mediante esclavos no casados antes de la introducción del sistema bipartido a finales del siglo VII.

Mientras Tits-Dieuaide se refiere al conjunto de los grandes patrimonios y a sus diversas modalidades de explotación, Verhulst, interesado en los orígenes del dominio bipartido, prescinde en el diagnóstico de las unidades de explotación campesina y se refiere exclusivamente a los dominios, en el sentido de reservas donde se aplicaba la explotación directa. En plena Alta Edad Media la modalidad esclavista de producción en sentido puro (el de la villa esclavista) funcionaba y ocupaba un lugar importante, aunque difícil de evaluar.

¿Dónde era más fácil mantener el régimen esclavista de explotación directa en los grandes fundi, donde los dueños tenían que dominar a una masa importante de trabajadores, o en los pequeños dominios donde el control había que ejercerlo sobre un puñado de servi? La segunda solución podría ser la acertada.

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¿Cuál sería la imagen que obtendríamos del paisaje social agrario si dispusiésemos de fuentes parecidas para todo el Occidente? Las dudas subsisten y con ellas la impresión de que, en cuanto a las modalidades de explotación, el periodo que tratamos se caracteriza por una cierta indefinición o transición entre el mundo antiguo y el feudal. (Carzolio en clase: Solamente se puede decir esto hasta el siglo VIII, NO en el IX).

La pequeña explotación.En el Occidente Altomedieval había pequeñas explotaciones ¿a quién pertenecían?

Podían ser propiedad de sus cultivadores o no. En el primer caso, el derecho individual del cultivador propietario sobre su propia tierra, que la legislación romano-germánica amparaba, podía resultar limitado por costumbres y derechos de carácter familiar, como los que correspondían a la esposa en los bienes del marido; y en zonas de fuerte tradición comunitaria, y quizá mayor impronta germánica, también podía resultar limitado por la obligada sumisión del individuo a normas de disciplina colectiva que en aras del interés superior de la colectividad, podían llegar a limitar las posibilidades de venta de tierras fuera del colectivo. En el segundo caso, el cultivador tenía la tierra por un dominus al que pegaba rentas y/o prestaba servicios.

La documentación de la época emplea palabras como campelli, locella, posesiones, res proprietatis, mansus y mansellus. La novedad es el mansus, y su derivado mansellus, que, desde el momento en que aparece en las Formulae Andecavenses, a finales del siglo VI, ya no deja de figurar en las fuentes francas, aunque falta en las visigodas. Se utilizaba, al principio, en el sentido de casa, es decir, de lugar de residencia (mansio), pero muy pronto empezó a revestir, con más frecuencia, el de unidad de explotación y probablemente también de cálculo, a efectos privados y fiscales.

El mansus aparece con frecuencia en relación con la villa o bien porque se encontraba dentro de sus límites o bien porque la villa era definida por el número de mansi que contenía. Generalmente se ha identificado a la villa altomedieval con el dominio, quizás porque la han considerado heredera directa de las villas-explotaciones rurales del bajo imperio (fundi), hoy parece razonable introducir algunas dudas en esta interpretación. Actualmente se abre paso la idea de que la villa de la época germánica y carolingia, con sus límites siempre perfectamente definidos en los documentos, era una demarcación de carácter público y como tal, el espacio de encuadramiento de una comunidad rural. El hecho de que personajes poderosos e instituciones eclesiásticas se presenten en esta época como poseedores de villae puede, pues, revestir una significación bastante más compleja de lo que comúnmente se creía: tanto podría tratarse de poderosos que sólo tuvieran derechos públicos sobre villae, e incluso poderosos que acumularan en sus manos la totalidad o una parte de los bienes y derechos públicos y privados. Hay que estar atento con el valor polisémico de la palabra villa.

Sólo considerando la villa como una demarcación se comprende bien que hubiera en ellas mansi que fueran pequeñas explotaciones libres, formadas por casas con sus campos, prados, viñas, bosques y aguas, susceptibles de ser vendidas por sus habitantes y cultivadores, sin previo consentimiento del dominus villae. Otros mansi, en cambio, eran claramente tenencias dependientes y no alienables. Los habitantes de los mansi tanto podían ser hombres libres como esclavos, aunque quizá por la naturaleza de la documentación conservada, los primitivos mansi parecen mayormente habitados por servi y mancipia.

¿Qué hay al margen del gran dominio? Muchos historiadores, quizá, como decíamos, por el equívoco sobre la palabra villa, han creído que el gran dominio era omnipresente, pero otro han insistido en no olvidar la existencia de explotaciones de talla modesta, que sobrevivían al margen de los grandes patrimonios y que, en muchos casos, eran pequeñas propiedades independientes de todo dominio y autoridad excepto la del rey y sus agentes. Esta propiedad campesina está bien documentada en las Formulae Andecavenses y en Gregorio de Tours, que se refieren, por separado, a los elementos que la

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componen o hablan de la explotación familiar en su conjunto. En este caso emplean a veces la palabra mansus, de la que describen sus componentes (casa, campos, prados, viñas, bosques y agua), e indican la situación en el territorio (pagus), la aldea y la demarcación (villa). Cuando el mansus no era una tenencia dominical sino una propiedad de sus habitantes, las Formulae acostumbran a precisarlo diciendo que sus propietarios cultivadores residen en él (manso nostro ubi visi sumus manere) e indicando el origen de los derechos, que generalmente se reducen a la herencia, compra o roturación.

Cuando hablamos de pequeñas propiedades y grandes dominios nos situamos en un nivel de abstracción que forzosamente nos aleja de la realidad. Si por dominio entendemos la propiedad de aquél que no trabajaba con sus manos, forzosamente hemos de admitir que en el concepto se incluye a la vez los enormes patrimonios de los más grandes (familia real, aristocracia y alto clero), formados por vastos territorios de cientos y miles de hectáreas, dispersas por distintas regiones, y los modestos patrimonios de potentes locales formados por un número reducido de mansos (algunas docenas y quizás menos). Algo parecido debe suceder con la pequeña propiedad, que puede ser la simple parcela del campesino pobre, que no tiene más que útiles de mano: la tierra del campesino modesto, que ya posee una yunta de bueyes; la hacienda más autosuficiente del campesinado acomodado, que posee ganado, campos, prados y viñas e incluso la heredad del pequeño hacendado, que cultiva su propia tierra pero se ayuda de mancipia, como bien indica las Formulae Arvenenses.

Estos pequeños propietarios son los que, como clase, sobrevivieron a las guerras, invasiones y crisis del bajo imperio, a las medidas de control e incremento de la presión fiscal del siglo IV y al patrocinium del siglo V. Sin duda fueron ellos, mucho más que los coloni y los servi, los que eventualmente pudieron beneficiarse de la caída del imperio romano y de la debilidad estructural de los estados sucesores, en el sentido de que, en los siglos VI- VIII, los mecanismos públicos de extracción de excedente (impuestos) debieron ser menos eficaces. (Wickham).

Lo primero sería reconstruir los grandes patrimonios y sus formas de explotación. Después le tocaría el turno a los pequeños propietarios libres.

La opinión mayoritaria entre los historiadores es que en esta época se produjo una caída general de los niveles tributarios (nos referimos sobre todo al impuesto directo), opinión corroborada por la aparente pobreza material de la aristocracia altomedieval, hay que admitir que los pagenses se resistieron con éxito a la continuidad o a la restauración del impuesto, o bien que la miseria de la mayoría hacía inviable tal pretensión. No sería hasta unos siglos más tarde que el dominio bipartido carolingio y, sobre todo, la señoría banal proporcionarían a la aristocracia las fórmulas adecuadas para extender la explotación social al conjunto de las masas rurales. Entretanto, en aquella época de hambres atroces (Bonassie) los pequeños propietarios, aligerados hasta cierto punto de carga fiscal, pudieron retener algo más para sí, lo cual resultaría providencial, primero, para sobrevivir y, después, para iniciar un tímido crecimiento intravenido (Bois). Sin duda, las solidaridades de aldea, que el uso de bienes comunales debía fortalecer, ayudaron a la resistencia y supervivencia de este sector rural. A cambio de su existencia, junto a los tenentes de los grandes dominios, los monarcas francos y visigodos, y su aristocracia, esperaban de estos pagenses el pago de tributos públicos (debilitados) y la prestación de servicios militares.

La supervivencia de la pequeña propiedad y de la libertad campesina estaban amenazadas. La gran propiedad no sólo absorbía la pequeña, porque los pauperes, miserables y endeudados, se vendían a sí mismos con sus bienes, sino que los poderosos, por el sistema de los patrocinia vicorum, extendían su autoridad sobre aldeas enteras (vici).

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