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Para profundizar la espiritualidad de Fe y Luz
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de Fe y Luzde Fe y Luz
Para profundizar la espiritualidad de Fe y Luz
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Indice
Páginas
Introducción Padre Isaac Martínez 3
Quizás gracias a ti Denis 4
Una espiritualidad de encarnación Jean Vanier 5
Como amigo, eres precioso Richard 12
Los frutos de una visita Marie-Hélène Mathieu 13
Juntos llegar a ser santos Mons. Marcel Gaudillière † 16
Esta oración es real y está llena de vida Bob Brooke 20
Rezar con Laurent La mamá de Laurent 21
Hermano, como Simón de Cirene Nanni Bertolini 22
La oración de Fe y Luz 24 Cubierta: Arcabas, La comida, (detalle) políptico de los peregrinos de Emaús. Cortesía del artista
Ilustraciones: Arcabas, pintor y escultor francés contemporáneo
Fe y Luz internacional
3, rue du Laos 75015 París, Francia - T + 33.1.53.69.44.30
[email protected] www.feyluz.org Edición : enero 2013
Para profundizar la espiritualidad de Fe y Luz
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INTRODUCCIÓN
“Q ueridos míos, amémonos los unos a los otros, pues el amor viene
de Dios. Todos aquellos que aman son hijos de Dios y conocen a
Dios”.
He aquí lo que vivimos en Fe y Luz: el amor, el amor a los más débiles, a
los más pequeños, a aquellos que han sido escogidos por Dios para con-
fundir a los sabios y poderosos.
Es un amor de relación con quienes Jesús se identifica, los pobres:
“siempre que dejasteis de hacerlo con alguno de estos mis pequeños her-
manos, dejasteis de hacerlo conmigo.” Esta relación se hace más profunda
en la vida al compartir, rezar y festejar en cada comunidad.
En otras palabras, en Fe y Luz se vive una espiritualidad de comunión
con las personas que tienen una discapacidad, pero también con sus pa-
dres y los amigos. Esta espiritualidad exige comer en la misma mesa que
los pobres, los lisiados, los inválidos y los ciegos, es decir, que se vive, en la
amistad, la confianza, la atención, la humildad, entre otros. En todo ello,
con esperanza y alegría.
En este folleto usted encontrará otras características de la espiritualidad
que se vive en Fe y Luz. Cada testigo, profundiza en uno u otro aspecto de
esta experiencia de vida que nos conduce a un encuentro vivificante, ínti-
mo, personal y comunitario con Jesús y su Evangelio.
Padre Isaac Capellán internacional
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.
Quizás gracias a ti
En Lourdes, el día que cogí el gran berrinche, eso sí que fue un
buen berrinche, con decir enorme berrinche de verdad que está todo di-
cho. Éramos muy numerosos allí dentro, en la Casa de Socorro, y en se-
guida nos separamos. Cogí un berrinche tremendo. De vuelta en el hos-
pital, comí con el berrinche, bajé a la piscina con el berrinche, me metí
en el agua con el berrinche y salí de ella con el mismo berrinche que ten-
ía. Entonces me fui a la gruta para ver la luz que, por supuesto, Dios iba
a darme.
Pero Dios no me dio nada en la gruta. Entonces nos fuimos a la otra
orilla del Gave enfrente de la gruta, porque en la gruta hablábamos de-
masiado. Estábamos en la otra orilla del Gave, y allí, por supuesto, nos
callamos, y recé con el mismo berrinche del mediodía. A las tres había
que estar ya en la Basílica preparados para la procesión del Santísimo
Sacramento.
Para la salida del Santísimo Sacramento, para la salida de Dios,
que sale fuera de la iglesia y da una vuelta alrededor, la cosa tiene su
miga. Nada más ver llegar el Santísimo Sacramento, dije muy bajito:
“Señor, ten piedad de mí” y el Señor no me respondió, ¿sabes?
Entonces, por la tarde, el sacerdote vino a la sala del Sagrado Co-
razón, en el tercer piso. Yo le dije: "Padre, acérquese un rato." El vino y yo
le dije “¿Por qué he cogido un berrinche tan gordo como este, desde que
nos separamos, desde el Bautismo de Laurette y hasta ahora?”. Enton-
ces el padre me respondió: “Denis, Cristo cogió un berrinche en la cruz.
Tú lo has cogido en tu silla de ruedas. Hoy he visto a personas encontrar
la paz. Quizás gracias a ti, ni más ni menos.”
El día siguiente le di gracias a Dios por haberme dado un gran be-
rrinche como el de Jesús y por haber salvado, quizás, a algunos enfer-
mos, quizás, a algunos peregrinos, quien sabe si a algunas personas
fuera de Lourdes...
Denis
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Una espiritualidad de encarnación
Jean Vanier
L a palabra "espiritualidad" tiene muchas connotaciones hoy en día.
Cuando hablamos de una persona "espiritual" tendemos a pensar en
alguien un poco "en las nubes", no muy eficaz ni competente; alguien
tranquilo, orante e introvertido. La persona espiritual es diferente a la per-
sona inmersa en su cuerpo, a la que le gustan los deportes, la buena comi-
da, animar juegos y celebrar fiestas.
De muchas maneras, estamos todos un poco condicionados por una
visión dualista del mundo: alma y cuerpo. El alma es para las cosas del
Espíritu. El cuerpo, para las cosas materiales.
Esta visión más bien dualista de la espiritualidad, que quizá sea ne-
cesaria para algunas personas inmersas en las necesidades de su cuerpo,
ya es un primer paso: ¿no existe el peligro de asimilar la espiritualidad al
sueño, e incluso de coger miedo al cuerpo y a la realidad? La espiritualidad
de un discípulo de Jesús es la espiritualidad de encarnación: “la Palabra
hecha carne”. Jesús vino para enseñarnos a amar: “Así como el Padre me
ama, yo os amo...; y mi mandamiento es que os améis los unos a los otros
como yo os he amado”.
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El principio y el fin del mensaje de Jesús es el amor. Jesús vino a
abrir nuestros Corazones para que podamos así recibir el amor que
fluye del corazón de la Trinidad, y así podamos convertirnos en una
fuente de amor para otros. El vino a enseñarnos a recibir vida. El amor
es muy realista. Es estar en contacto con la gente, con sus necesida-
des, sus llantos y sus heridas.
La espiritualidad cristiana no está escondida en un mundo de
ideas, teorías, sueños e ilusiones; no es un refugio de la realidad por
miedo a la gente o al sufrimiento.
La espiritualidad cristiana es una realidad concreta. Es una fuerza o
un espíritu que nos ayuda a dar ciertos pasos transformándonos en el
amor de Jesús, haciéndonos otro Cristo, acercándonos al Padre y a
los demás.
He aquí algunos pasos que los seguidores de Jesús están llamados a
realizar:
de un mundo de sueño, ilusiones, prejuicios y miedo, a un mundo con
más verdad, realidad y sabiduría;
de un corazón encerrado en sí mismo, egocéntrico y egoísta, a un co-
razón abierto, vulnerable, atento y que acoge las diferencias;
de la huida del dolor y la pobreza, a la compasión, y a la acogida de las
personas que sufren;
de un corazón fragmentado, lleno de divisiones y barreras, a un co-
razón unido, que consuela.
Estos pasos o crecimiento a un amor muy real, implican un en-
cuentro con la Palabra hecha carne, Jesús. Es esta relación de
amor, esta comunión con Jesús, esta confianza en Él, la que abre
nuestros corazones y nos pone en el camino de crecimiento hacia la ple-
nitud y la madurez del amor. Es Jesús el que abre la puerta de
nuestros corazones y nos da su Espíritu. Esta espiritualidad de los Evan-
gelios no es dualista, no es una huida del cuerpo: está encarnada. Es
el Espíritu de Jesús el que penetra en todos los escondrijos de nuestro
ser, nos purifica, nos ilumina y nos une al Padre. Así, la espiritualidad
no nos separa de nuestros cuerpos, sino que, más bien nos da
una conciencia nueva y más profunda de que nuestros cuerpos son el
Templo del Espíritu; son santos y sagrados. Son preciosos instrumentos
del amor de Dios.
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Diferentes espiritualidades
"Espiritualidad" viene de la palabra "Espíritus": viento, aliento, soplo.
Implica movimiento. Es el movimiento hacia la madurez del amor. Supone
una lucha, porque para que nuestra vida ya no esté centrada en nosotros
mismos sino en Cristo y los demás, implica conflicto, muerte del ego, due-
lo, dolor. Nunca es fácil morir al ego y nacer al amor. En esta lucha necesi-
tamos encontrar fuerza y alimento.
Este movimiento o paso desde el ego hasta el amor es el camino de
todo discípulo de Jesús. Estamos llamados a la transformación en Él: esta-
mos llamados todos a hacernos como Jesús, amantes del Padre y de los
demás, particularmente de los pobres, los débiles y los abandonados. Por
ello, necesitamos ser alimentados, tanto por la palabra de, que ilumina
nuestras mentes y corazones, como por los sacramentos. Son el pan de la
Palabra y el pan del Cuerpo de Cristo los que nos llevan a una continua co-
munión con Jesús - eso es la oración - y a través de Él, con el Padre. "Sin
mí, nada podéis hacer." Con Jesús todo es posible. Ser transformado en
Jesús es amar a los demás y darnos a ellos: es dar mucho fruto.
La espiritualidad de los seguidores de Jesús es, pues, esencialmente
la misma. Es la transformación en Jesús a través de la Palabra y de los Sa-
cramentos. Pero en el Cuerpo de Jesús, que es la Iglesia, hay muchas par-
tes, muchos miembros; hay diferentes dones; hay incluso, diferentes sa-
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cramentos, que son, si entendemos esta palabra en su más amplia
acepción, como el lugar donde Dios reside y donde lo podemos encon-
trar y vivir en comunión con Él. Hay diferentes espiritualidades: la de
San Francisco, que pone el acento en la pobreza, el gozo, la senci-
llez, el abandono a la Providencia; la de San Benito, que ponía el acen-
to en recitar el oficio divino, en largas horas de canto de oraciones de
la Iglesia, en la estabilidad; la de San Juan de la Cruz y Teresa de Ávi-
la, que pone el acento en la oración contemplativa; la del matrimonio,
que pone el acento en el amor y la ternura entre marido y mujer y en el
amor a los hijos.
Siete características
Los elementos esenciales de la espiritualidad de Fe y Luz, y
q u e por encima de todo, están implícitos en la espiritualidad de todo
discípulo de Jesús, son:
1. El corazón de esta espiritualidad es el encuentro con Jesús, que
está escondido en los corazones de aquellos que son débiles, po-
bres, que están solos y sufren. La espiritualidad es siempre para
el amor; es crecimiento en el amor. Y este crecimiento en Fe y Luz
viene a través de la unión con los pobres que, de una manera arti-
cular, son elegidos y amados por Dios. Porque Dios ha elegido lo más
ignorante del mundo para avergonzar a los sabios, lo más débil, lo
más rechazado para avergonzar a los fuertes (I Cor 2).
Este amor no supone sólo hacer cosas por la gente; no es sólo ge-
nerosidad y entrega de tiempo y bienes, sino que también es estar
en comunión con los débiles; es amistad, es un vaivén de dar y reci-
bir; es estar unidos. También es una experiencia, en la fe, de la Tri-
nidad, porque a través de esta comunión estamos en comunión con
Jesús y con el Padre. En este sentido, la persona pobre es sacra-
mento: es la presencia de Jesús que abre nuestros corazones, nos
invita a la conversión y nos lleva al corazón de la Trinidad. Pe-
ro esta aceptación y este amor al otro son, algunas veces, terri-
blemente dolorosos.
El pobre puede estar lleno de angustia, agresividad y depresión. Los
pobres nos incitan a cambiar y a un amor que no siempre quere-
mos dar. Frecuentemente, en nuestras comunidades, los pobres son
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aquellos que tienen deficiencias, pero también pueden serlo sus
padres o sus amigos. Cada uno de nosotros, en distintos momen-
tos, somos pobres, débiles, y sufrimos.
2. La espiritualidad de Fe y Luz es esencialmente compasión. Es una
llamada a descender por la escalera de la promoción personal; es es-
tar cerca de los que están en el último lugar. Es todo lo contrario a
buscar el poder -incluso para hacer el bien. Es servir y descubrir la
bienaventuranza del lavado de los pies. En Fe y Luz, por supuesto,
necesitamos líderes competentes y personas que animen las celebra-
ciones, pero estos papeles son siempre para la compasión y para
ayudar a la gente, particularmente a los más pobres, a sentirse bien
y encontrar la paz, a crecer humanamente, a descubrir y vivir la Bue-
na Nueva de Jesús.
Fe y Luz está fundamentado y basado en personas con dolor y angustia.
Es por esto que nuestras comunidades siempre serán comunidades su-
frientes. Pero es a través de este sufrimiento que juntos descubrimos el
gozo de la Resurrección.
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3. La espiritualidad del amor y
de la relación con las per-
sonas rotas es vivida en
comunidad. Fe y Luz es co-
munidad: no es un movi-
miento orientado a "hacer
cosas", organizar escuelas,
talleres ocupacionales o in-
cluso catequesis.
Son comunidades donde las personas están unidas en el amor y están
llamadas a cuidar unas de otras, rezar unas por otras, y juntos ser un signo
de Resurrección.
"Sabrán que sois mis discípulos por el amor que os tenéis unos a otros."
La vida en comunidad es exigente y, por lo tanto, motivo de dolor. No es
fácil amar a la gente, escuchar y estar atento a cada uno, ayudar a cada
uno a ejercer sus dones particulares y encontrar su lugar. La vida de co-
munidad es un continuo proceso de muerte y resurrección. Pero es tam-
bién un lugar de celebración, un signo del Reino: es ser un solo cuerpo
unido en el Espíritu donde todos podamos vivir en la Fe, una experien-
cia de ese amor que une al Padre con el Hijo y el Espíritu Santo. Y en
ese Cuerpo cada persona, sea padre, deficiente, o amigo, es preciosa y
única.
4. Las comunidades Fe y Luz son comunidades de laicos, hombres y mu-
jeres. Los sacerdotes y pastores no son los coordinadores de la comuni-
dad: tienen un importante papel, pero como personas de Dios, personas
de oración, personas que traen la palabra de Dios y los sacramentos,
personas de compasión, de reconciliación y de paz que ayudan a construir
comunidades de fe.
5. Esas comunidades son llamadas a estar bien insertas en las parroquias y
en la Iglesia. No queremos que Fe y Luz sea un movimiento altamente cen-
tralizado y apartado de la iglesia local.
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Las personas con deficiencias y sus padres forman, con frecuen-
cia, parte de una parroquia. Necesitan el apoyo de una comunidad Fe
y Luz, la cual es miembro de una comunidad más amplia, la comunidad
parroquial. De esta forma, están llamadas a vivir una espiritualidad
que es comunión con su obispo o las autoridades de su propia Igle-
sia.
6. Las comunidades de Fe y Luz son llamadas a estar bien insertas en
su propia cultura, y aquí estoy pensando en Fe y Luz de Asia, África,
Oriente-Medio y Latinoamérica. Fe y Luz no quiere trasplantar una
cultura europea o colonizar de ninguna forma. Esto significa que ca-
da comunidad está llamada a vivir lo esencial de Fe y Luz en su pro-
pia cultura con todo lo que esa cultura ofrece.
7. Finalmente, todas las comunidades de Fe y Luz están llamadas a ser
ecuménicas, esto es, todas deben anhelar y trabajar por la unidad
de todos los cristianos. Las divisiones son un escándalo y llevan
dolor a las personas con una deficiencia. Sólo hay un Padre de to-
dos, un Salvador de todos, un Espíritu viviendo en todos, un bautismo,
una sola Palabra de Dios, fuente de vida para todos. Algunas comunida-
des pertenecen a una confesión particular, otras son interconfesionales,
pero todas pertenecen a la única familia de Fe y Luz ofrece una espiri-
tualidad en la que estamos verdaderamente abiertos al regalo que el
Espíritu nos hace por medio del prójimo.
Estas son siete características distintivas de la espiritualidad de Fe y
Luz, pero, por supuesto, están todas interconectadas. Estamos llamados a
crecer en el amor, en el compromiso con las personas a quienes damos y
de quienes recibimos, en el que nuestro convenio de amor tiene significa-
do. Y crecemos en el amor con nuestra familia, nuestra comunidad Fe y
Luz, con nuestra comunidad parroquial y con otros cristianos que viven cer-
ca. Nuestros corazones están llamados a hacerse como el corazón de
Jesús, lleno de amor para cada persona que esté a nuestro alrededor.
Jean Vanier
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Como amigo, eres precioso
Uno de los papeles que tenemos como amigo en Fe y Luz, es el de acercarnos a
los padres. Siempre me siento sorprendido al oír decir a un padre: “¿Qué haces
tú aquí?” “ Yo debo estar con mi hijo, pero no entiendo por qué tú quieres estar
con é l .” Los padres de nuestras comunidades son con frecuencia personas que
llevan consigo una gran pena. Sufren por ser los padres de alguien que es
diferente. Los hay que se sienten culpables y olvidados por Dios. Hay otros
que no tienen esperanza, y por eso les cuesta comprender que otra persona
pueda interesarse por su hijo. Tú puedes ser un signo de esperanza. Piensa en
ello. Eres un signo de esperanza. Quizá sea eso lo que has sido llamado a ser.
Richard (extracto de una carta a un amigo)
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Los frutos de una visita
Marie-Hélène Mathieu
J usto después de la Anun-
ciación, San Lucas nos dice
que María se apresuró a
visitar a su prima Isabel. Por el
Arcángel Gabriel, sabemos que
Isabel, despreciada por ser esté-
ril, ha concebido un hijo en su
vejez. El Arcángel le había dicho
a María: "Nada es imposible para
Dios". (Lc 1, 37). Evidentemente,
podemos fijarnos en el aspec-
to puramente extraordinario del
encuentro entre estas dos muje-
res; en una habita el Hijo de Dios,
la otra está encinta de forma mi-
lagrosa. Pero yo quisiera, antes
que nada, evocar esta visita bajo
el aspecto más banal y cotidia-
no: hacer una visita, desplazar-
se para llevar la ayuda, el con-
suelo, la alegría.
Nuestras visitas
Cada una de nuestras visitas,
de nuestros encuentros, puede
ser un momento único si está
inspirado en la confianza en
Dios y en su amor; el silencio de
una mirada, un signo o una pa-
labra de afecto pueden aportar
un momento de alegría, un ins-
tante que puede afectar a una
vida entera.
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A veces incluso sin que nosotros lo esperemos, aquellos a
los que visitamos pueden darnos la paz, la esperanza, y reintroducir-
nos en el misterio del “Magnificat”.
Un momento como estos es el que recordó un día ante nosotros, en un
encuentro de Fe y Luz, Mariangela Bertolini, una amiga de Roma, que quie-
re que rememore un recuerdo que no es mío sino suyo.
Desde su nacimiento
Mariangela acompañó a su marido y a su hija a Lourdes, pero
no es esta la visita de la que os quiero hablar. Ella sigue a los
suyos, nada más. Porque su corazón está cerrado. Desde el naci-
miento de María Francesca, una cierta rebeldía apenas la aban-
dona un instante. Por eso, delante de la gruta, su oración se parece a
aquella en la que Job prorrumpe en reproches contra Dios (Jb 10,17).
En esencia le dice a la Virgen María: “No puedes comprenderme. Es-
to no te ha pasado a ti. Y luego, estás muy lejos de mí: no puedes
ayudarme.” Mariangela añade, observando la estatua de la gruta:
“pero si puedes, haz algo por mí.” Lo dice pero no lo cree. No espera
nada. Casi al mismo tiempo, una persona que se ha fijado en ellas,
en ella y en la niña, se acerca y les ofrece un papel. Mariangela lo in-
troduce sin mirarlo en su bolsillo.
De vuelta al hotel, el incidente le vuelve a la memoria. Ella lee al pa-
pel: “Si usted quiere, Señora, venga esta tarde a un encuentro de padres
de niños discapacitados, a la casa de los peregrinos.” Mariangela no desea
ir. Tiene miedo. Su marido, sin embargo, se lo pide.
Para contentarle, ella va a hacer esta nueva “visita”, con el corazón
todavía seco. Y allí está desde la entrada, mezclada con un grupo de pa-
dres con sus hijos, casi todos con una discapacidad severa.
La reunión comienza
Los padres exponen sus dificultades, cómo se sostienen,
cómo se apoyan mutuamente. Algunos se atreven a decir que su
hijo ha hecho más profunda su existencia, les ha hecho tomar un
sentido nuevo. Lo han amado, amado en su pobreza, en lo que tie-
ne de único.
Una mamá -se trata de Marie-Françoise Heyndrickx- asegura que
nunca hubiera abierto su corazón a los demás si no hubiera tenido a
este hijo “no como los otros”.
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También habla de una alegría secreta, a través de su sufrimiento,
de la alegría de amar... Mariangela escucha todo esto. Pero le pa-
rece que se trata de otro universo, de un enorme malentendido.
Escucha, sí, pero sin comprender nada.
Al final, todos cantan el "Magnificat". Casi a disgusto, Mariangela canta
también. Tuvo que pronunciar: “El Señor ha hecho en mi maravillas.” Lo di-
ce ya sin disgusto, y sin saber cómo ni por qué siente que su corazón se
dulcifica. Canta entonces, con más franqueza, en unión con el resto:
El derriba a los soberbios,
ensalza a los humildes,
llena de bienes a los hambrientos,
a los ricos despide vacíos. (Lc 1, 52-53)
Su misericordia
Esta vez, ya no canta más. Ya comprende. Llora. Esto no le había pasado
desde el nacimiento de su hija. Llora porque ha recuperado su fe. Es cierto:
“Dios ensalza a los humildes”. Acaba de comprender que “Su misericordia
se extiende de generación en generación” (Lc 1,50). Ella acaba de recibir-
la, y es para siempre.
Mira a su hija lastimada, sufriente. Reconoce de pronto en ella lo
que nunca había imaginado: el rostro de Jesús. María Francesca le
proporciona el misterio de la Redención. Se ha hecho presencia de
Dios, fuente de vida, como una puerta de entrada al Reino de Dios, el
Reino de las Bienaventuranzas.
Marie-Hélène Mathieu (Extracto de una conferencia sobre María, Madre de Misericordia)
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Para profundizar la espiritualidad de Fe y Luz
Juntos, llegar a ser santos
Mons. Marcel Gaudillière
L a vida espiritual de las personas deficientes no es sino su mo-
do de caminar hacia la santidad. Para ellas también, la llama-
da a la vida es una llamada a la santidad: no son unos parias.
Cuando el Papa dice que todos somos llamados a ser santos, y que
ésta es una obligación ineludible, también se refiere a nuestros
pequeños hermanos y hermanas heridos. No son personas tratadas
aparte del resto. Son llamados a la vida: son llamados a la santidad;
llamada ineludible. Si son llamados a la santidad, eso quiere decir que
no son todavía santos, no son ángeles. Están en camino, como noso-
tros, hacia la santidad. Por tanto debemos purificar nuestra mirada
hacia nuestros pequeños hermanos discapacitados: no hace falta ca-
nonizarlos desde ahora: si los canonizamos, los abandonamos: No.
Están en camino, como nosotros.
Ellos también son tentados como nosotros, son pecadores como no-
sotros. Son capaces de progresar dentro de sus posibilidades, son ca-
paces de establecer una relación con Dios. Quizá de otra naturaleza
más escandida, pero quizá de una mayor profundidad; he aquí su misterio.
De vez en cuando nos sorprenden con una palabra destacable por su
profundidad. Una palabra.
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Para profundizar la espiritualidad de Fe y Luz
Este progreso no se hace solo. Supone de su parte una contribu-
ción, pero también requiere de la nuestra una participación. Hemos
sido dados a esta persona para que alcance su destino espiritual y
espera de nosotros esta contribución. Para tener éxito en su destino
espiritual, Dios le ha dado padres, amigos. “Tuve hambre, y no me dis-
teis de comer.”
¿He dado a mi hijo deficiente todo el alimento que él necesitaba?
¿Cómo alimentar esta relación?
Lo primero, ayudarles a descubrir hasta qué punto Dios es admirable.
¡Dios es admirable! No es difícil: ellos tienen un don de admiración su-
perior al nuestro. Apoyarse en este don para hacerles descubrir hasta
qué punto Dios es admirable. Hacérselo sentir en las cosas pequeñas
de la vida de todos los días. “Mira que paisaje más bonito, ese pajari-
llo....” Podemos servirnos de todo para desarrollar en ellos este don de
la admiración.
Esforzarse para que él viva en un clima cristiano. Rezar a su lado; inclu-
so si se trata de una persona con discapacidad profunda, algo sucede
porque tiene una profunda intuición. Lo primero que necesitan es un cli-
ma de oración; es tan necesario en la vida como el pan y el hogar. En el
Arca hay un clima de oración. Cosas maravillosas son posibles ahí por-
que hay este clima de oración. En la misa de Trosly, algunos tienen una
deficiencia muy profunda. Esta misa es arrebatadora. Un silencio. Algu-
na cosa... un clima de oración.
¡Y por supuesto los sacramentos! Ellos tienen derecho al Bautismo; no
hay problema: tienen derecho a la Eucaristía en la medida de su necesi-
dad. Se dice “¿Qué actitud hace falta tener?” No se trata de una cues-
tión de actitud, sino de necesidad. “No sabe comer con una cuchara, lo
ensucia todo”: ¡aun así se le alimenta! El es incapaz de definir la Euca-
ristía, pero la necesita.
Ni qué decir cuando hay que hablar de la Confirmación. Se dice que
es el sacramento del compromiso. "El pobre chaval no sabemos a
qué se comprometerá." ¡Pues no! Su presencia nos evangeliza: es
más que un compromiso; ellos tienen derecho a la Confirmación. Ya
no conocemos a ningún obispo que se niegue a confirmar a
nuestros hijos.
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El sacramento de la reconciliación: no es fácil cuando estamos cara a
cara con algunos; pero siempre ocurre algo. Lo que yo, como sacerdote,
no soy capaz de hacer, el Espíritu Santo lo hace. San Pablo dice que el
Espíritu reza en nosotros con palabras incomprensibles. No es extraño
que yo no comprenda. El actúa en mi hermano. Las confesiones de los
pequeños hermanos heridos son siempre arrebatadoras y humillantes;
dan ganas de decir : “Pero bueno, no te confieses tan bien, amigo.”
La relación con Dios no es tan directa para nosotros. Nosotros decimos
montones de cosas: ellos van directamente. Insistir sobre los mimos del
evangelio, o sobre las ofrendas. Hay que tomar el tiempo necesario pa-
ra explicarle el sentido religioso, el sentido de la relación con Dios.
Hacerles sentir que este paso que dan es por Jesús. Podemos pregun-
tarnos si algunas veces no lo hacemos para revalorizar a nuestros her-
manos discapacitados. No se trata de revalorizarlos, sino de predispo-
nerlos a la relación.
Annie hacía el papel de la Santísima Virgen: ¿Fue consciente de que to-
maba al lugar de la Santísima Virgen? Es un contrato entre María y ella.
Es formidable. Hacemos vivir la Palabra de Dios por medio de nuestros
pequeños hermanos discapacitados: “tú prestas tu voz a Jesús, que
anuncia su Palabra a tus hermanos.” Es bueno intentar dotarles del
sentido de la relación, no buscar revalorizarlos.
¿Utilizamos suficientemente el texto de
la Pasión de Cristo para poner a nues-
tros hijos en relación con Jesús? Se dice
“no hay que traumatizarlos”. No es ver-
dad. Hay una manera de hacer com-
prender hasta qué punto Dios nos ha
amado que debe ser descubierto. Hay
que decir el amor de Jesús por sus her-
manos, su amor por el ladrón. La Pasión
de Jesús será siempre el mejor camino
para la relación con Dios. Si la Pasión
ha sido necesaria, ha sido sobre todo
para ponernos en contacto con Dios,
nuestro Padre.
Despertar el sentido del prójimo y no únicamente por cuestiones
de buena educación. “Cuando tengas hambre, no te precipites so-
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y
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bre el pan; piensa en los demás.”
Vayamos más lejos. “¿Piensas en los demás a causa de Jesús?...” Que
todos nuestros esfuerzos de educación moral estén enraizados, al me-
nos virtualmente, sobre la relación con Jesús.
Nuestros pequeños hermanos discapacitados no están a salvo de algún
sentimiento de vanidad y orgullo... Es algo frecuente que se sientan lla-
mados a confiar demasiado en si mismos, convirtiéndose un poco en
protagonistas. Quizás en ciertos casos hay una cierta forma de suficien-
cia, incluso de orgullo. Eso rompe la confianza. Eso puede suceder.
Finalmente, rezar por ellos. En la medida en que su silencio nos cierra la
puerta, donde nosotros no tenemos acceso a lo que ellos viven en su in-
terior, sabemos que aun así allí dentro se vive un reto eterno. A ellos se
les pide de una manera especial, desde su secreto, que digan sí a Dios.
No podemos dejarlos sin oración. “Yo era Prisionero -de mi discapacidad-
y vosotros no me visitasteis mediante la oración.”
Mirad cómo celebramos el más mínimo progreso en su relación cotidia-
na: ¡Por primera vez ha sabido ponerse los zapatos! Es capaz de comer ca-
si solo, y estamos contentos. En su relación con Jesús, alegrémonos todav-
ía más: es capaz de tener una relación con El que se va perfeccionando.
Hay algún signo que muestra que el Espíritu Santo que trabaja en él lo pide
sin parar. Por tanto colaboremos con el Espíritu Santo, y no lo entristezca-
mos con nuestra indiferencia diciendo: “Estos queridos pequeños están
tan heridos en su cuerpo y en su inteligencia que serán forzosamente aco-
gidos en el cielo.” Como si ellos no hubieran tenido también que decir sí y a
vivirlo. Yo creo que ellos son capaces de ser santos, de dar ese sí total y
progresivo al Señor.
Mons. Marcel Gaudillière
Monseñor Marcel Gaudillière murió a los cien años, en julio de 2012. El padre Marcel,
como le llamábamos, fue el capellán nacional de Fe y Luz Francia desde 1976 hasta
1992 cuando regresó a su diócesis de Dijon. Amigo, consejero espiritual y teológico,
reconfortante y ante todo un sacerdote de Jesús, manejaba sin dificultad tanto la argu-
mentación concisa como el humor fino. Hizo mucho bien a Fe y Luz, y damos gracias
al Señor por habernos dado al padre Marcel como padre, hermano y amigo.
Para profundizar la espiritualidad de Fe y Luz
Esta oración es real y llena de vida Bob Brooke
E s cuando escuchamos rezar a una
persona discapacitada con su estilo
natural y directo, que nos damos más
cuenta de su genuina relación con Dios.
En nuestras misas de Fe y Luz hay
siempre mucha gente que quiere decir su
oración, compartir con su Padre del Cielo
aquellas cosas que le preocupan, sus
alegrías y sus penas.
En nuestros encuentros de Fe y Luz nos pasamos en círculo una vela
encendida, y cuando cada uno la coge puede decir su propia oración en
voz alta si lo desea. El resto de la comunidad la acoge en sus rezos ante
Dios. A veces todos sabemos lo que viene: David siempre reza completo el
Padre Nuestro, Muriel siempre pide a Dios que cuide de su padre que está
en le cielo. Pero con frecuencia nos quedamos sorprendidos por la
percepción; la sensibilidad y la confianza tan sencilla que algunos de
nuestros amigos con discapacidad mental tienen en Dios.
Su manera de hacer oración puede en ocasiones ser poco convencional,
pero hay siempre en ella una calidad de oración real y viva. Para muchos
de nosotros, nuestra religión y nuestra vida cotidiana son dos
compartimientos independientes. Para los deficientes esto es muy raro que
suceda. Dios y la oración se vuelven una parte natural de la vida diaria.
Cada semana, John hace esta declaración de fe: “En todos lados. No verle.
Hablarle.” Y añade “puedo decir una oración, ¿sabes?” A veces dice su
oración cuando va en coche, en medio de un atasco, y repite entonces sin
aviso previo “Semáforos, Amen”, para pedir la ayuda de Dios y asegurarse
de que llegará a tiempo a su destino.
Las personas con discapacidad mental a veces tienen mucho que
enseñarnos sobre la alegría. La alegría de estar con Dios y saber que El
nos ama en Jesús; Bill siempre se apresura a recibir la Comunión con una
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Para profundizar la espiritualidad de Fe y Luz
sonrisa radiante en su rostro, agacha su cabeza y regala al sacerdote un
caramelo, a modo de agradecimiento. Y Fanet, mientras recibe la
Comunión, responde siempre en voz alta con un “Gracias Dios”, mientras
que Marjorie suele abrir sus brazos como bienvenida al sacerdote que
viene a traerle la Eucaristía, ya que su parálisis la impide moverse.
Estas personas pueden no ser capaces de comunicarse o expresarse de un
modo normal su habilidad para responder con palabras es muy limitada
pero su sinceridad y su alegría están fuera de toda duda.
Bob Brooke Pastor de la Iglesia Anglicana
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Rezar con Laurent
Nuestro pequeño Laurent tiene diez años; no habla. El único
movimiento que puede realizar libremente es un gesto de amor: puede
extender su brazo derecho y progresivamente ir abriendo su mano para
acariciar el rostro de aquel que está a su lado, y al que quiere decir: “Te
quiero”. Con frecuencia esta ternura de Laurent se expresa en un
momento de comunicación privilegiado, en el que los ojos y los
corazones se encuentran de verdad.
Últimamente, cuando iba al oratorio con Laurent, estaba más difícil,
no aceptaba permanecer en mis brazos, ni observar a un metro de
distancia el icono de la Virgen María y Jesús. Al final descubrí que
Laurent lo que quería era acercarse al máximo al icono para tocarlo,
acariciarlo, contemplarlo a su manera.
Aquel día comprendí que para él, más allá de la madera del icono,
María y Jesús estaban realmente presentes. Que para él, acariciar era
amar, y amar era rezar. Este descubrimiento me llenó de una alegría
profunda. Sí, Señor, Tú te dejas reconocer por los más pequeños en el
misterio de su corazón.
La mamá de Laurent
Laurent partió rumbo a la Casa del Padre el 15 de noviembre de 2012, después de
varios meses de creciente fragilidad. Fue hasta el final de su camino entre nosotros,
dando valientemente lo mejor de sí mismo para transmitirnos a todos su alegría, su
fuerza. De alguna manera, él ya había cumplido su labor, y su hora, la hora de Dios
había llegado...
Para profundizar la espiritualidad de Fe y Luz
Hermano, como Simón de Cirene
Nanni Bertolini
Hay una diferencia entre los amigos y los padres en Fe y Luz. Los
amigos han decidido venir a Fe y Luz, han elegido a la persona deficiente.
Los padres, como los hermanos y hermanas, no han elegido la
discapacidad. Por eso he contado la historia de Simón de Cirene.
“Lo sacaron para crucificarlo. Y cogieron, para llevar la cruz, a
Simón de Cirene, el padre de Alejandro y Rufo, que volvía de los
campos.” (Mt 15, 20-21)
Simón de Cirene no eligió cargarse con la cruz de Jesús, el
venia del campo; supongo que estaría cansado tras un día de
trabajo; los soldados le cogieron a la fuerza para llevar la cruz del
Señor - es el misterio del dolor inocente. Pero Jesús necesita Simón
de Cirene para llevar la cruz.
Pienso que Simón de Cirene debió ser transformado por la
cruz de Jesús. El Evangelio de Marcos nos dice: “Simón de Cirene,
el padre de Alejandro y de Rufo”. Alejandro y Rufo son los dos
hijos de Simón de Cirene, y si San Marcos dice los nombres de
estas dos personas es porque, cuando Marcos escribe, Alejandro
y Rufo forman parte de la comunidad cristiana. Eso quiere decir
que los hijos de Simón de Cirene también fueron transformados
por la cruz de Jesús, que su padre no habia elegido.
Repito, pienso que Jesús, caído bajo el peso de su cruz,
necesitaba realmente a Simón de Cirene. Como dice Jean Vanier,
es tal la fragilidad de Jesús que no tiene fuerza para llevar su cruz.
Nosotros decimos que Jesús se cargó la cruz, y sabemos que
hacía falta otro hombre para ello. No quiso que fuera un amigo
elegido: no fueron Juan, ni Pedro los que ayudaron a Jesús. El quiso
ser ayudado por una persona que fue obligada. Es todo un misterio.
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Para profundizar la espiritualidad de Fe y Luz
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Mi padre suele decir: “No se puede comprender. Jesús nunca
me ha explicado el misterio de su cruz”. Nunca ha dicho: “el dolor
significa tal cosa. Simplemente cargó su cruz.”
Si pensáramos como mi padre, no deberíamos hacer
demasiadas peticiones ni demasiadas preguntas sobre el dolor. Es
el camino elegido por Jesús.
Es un misterio. Es la ruta elegida por Simón de Cirene. Al decir
esto, pienso en muchos hermanos y hermanas que he conocido.
Pienso que hemos encontrado en Fe y Luz mucha ayuda, sobre
todo por parte de los amigos.
Nanni Bertolini Testimonio durante un retiro
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Para profundizar la espiritualidad de Fe y Luz
Oración de Fe y Luz
Jesús,
tú has venido a nuestra tierra
para revelarnos a tu Padre,
nuestro Padre,
y para enseñar a que nos
amemos los unos a los otros.
Envíanos el Espíritu Santo
que nos has prometido.
Que Él haga de nosotros,
en este mundo de guerra y de división,
instrumentos de paz y de unidad.
Jesús, tú nos has llamado a seguirte
en una comunidad de Fe y Luz.
Queremos decirte "sí".
Queremos vivir una alianza de amor
en esta gran familia que nos has dado,
para compartir nuestros sufrimientos y dificultades,
Nuestras alegrías y nuestra esperanza.
Enséñanos a aceptar nuestras heridas y nuestra debilidad,
para que en ellas se despliegue tu poder.
Enséñanos a descubrir tu rostro y tu presencia
en todos nuestros hermanos y hermanas,
especialmente en los más débiles.
Enséñanos a seguirte por el camino del Evangelio.
Jesús, ven a vivir en nosotros y en nuestras comunidades
como viviste en María.
Ella fue la primera en acogerte dentro de sí
Ayúdanos a permanecer siempre de pie, con ella,
al pie de la cruz, junto a los crucificados del mundo.
Ayúdanos a vivir de tu Resurrección.
Amén.