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LA ECONOMÍA DEL RIEGO Beneficios de la tecnología de riego complementario por pivote central Juan Manuel Garzón Julio 2019

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Page 1: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

LA ECONOMÍA DEL RIEGOBeneficios de la tecnología de riegocomplementario por pivote central

Juan Manuel GarzónJulio 2019

Page 2: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

ÍndiceResumen ejecutivo 3

Introducción 8

El riego en Argentina 9

Superficie con cobertura y sistemas utilizados 9

Situación en provincias 11

Potencial de expansión 14

Beneficios económicos del riego 16

¿De qué magnitud puede ser el salto de los rindes? 17

Valor económico generado por el riego 19

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología 22 Inversión y amortizaciones 22

Gasto en energía 23

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementario 24

Análisis de sensibilidad 27 Apreciaciones finales 33

Referencias Bibliográficas 37

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Page 3: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

Resumen EjecutivoEste informe trata acerca del riego complementa-rio por pivote central, de la incorporación de esta tecnología en los sistemas de producción agrícola. En particular, se discuten y analizan tres temas: a) la actualidad del riego complementario en Argentina; b) una metodología para evaluar el aporte econó-mico de la tecnología; c) la rentabilidad esperada actual de un proyecto de inversión en un sistema de pivote central (en un escenario base y en otros posibles).

El riego complementario en Argentina

El riego complementario se encuentra hoy presen-te en distintas regiones del país, en un desarrollo en donde se han conjugado seguramente múltiples factores. Se asienta en zonas que enfrentan, en menor o mayor medida, restricción de agua sobre los cultivos, pero que a su vez disponen de aguas subterráneas (en cantidad y calidad), que cuentan con productores entusiastas de la tecnología, de mirada de largo plazo, que trabajan (en general) sobre campos propios y que dispusieron o logra-ron acceso al capital suficiente para afrontar las inversiones necesarias. En este proceso de adop-ción de la tecnología también han contribuido casi con seguridad el empuje de las investigaciones y los trabajos de centros de experimentación agríco-la, particularmente del INTA, y de otros actores de la cadena agrícola, caso de originadores y multipli-cadores de semillas.

En cuanto a la magnitud que tiene hoy la superficie cubierta con esta tecnología, no hay números precisos, tampoco oficiales. Sólo en las dos provin-cias agrícolas líderes de Argentina (Córdoba y Buenos Aires), estimaciones realizadas a partir de imágenes satelitales daban cuenta de más de 250 mil hectáreas entre los años 2014 y 2015. A esta última cifra habría que agregar la casi segura ampliación del área en los años más recientes, y fundamentalmente la superficie cubierta en otras regiones del país, las que también cuentan con la tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, etc.). En una de las pocas referencias bibliográficas encontradas, Martellotto

E. (2012) estimaba unas 405 mil hectáreas con irrigación con pivote central, 283 mil de riego com-plementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Respecto al futuro, el potencial de expansión del uso de la tecnología, considerando aptitud de suelos y disponibilidad de recursos hídricos ha sido y es muy grande. Sólo para Córdoba, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricultura y Recursos Renovables del gobierno provincial estimaron hace bastante tiempo atrás que la superficie potencialmente regable podía ascender a 1,5 millones de hectáreas (María V. Feler et al., 2014). En retrospectiva, si el área no tuvo un mayor recorrido fue por otras razones, más asocia-das al devenir económico y a las condiciones finan-cieras, generalmente adversas, que ofreció el país a productores y empresas en general. Y pensando en los años que vienen, la expansión de la tecnología dependerá en gran medida de la estabilización macroeconómica, de la eliminación de impuestos sobre los productos agrícolas y del renacer del crédito de horizonte largo.

Una metodología para evaluar su impacto

Los beneficios de utilizar tecnología de riego son claros y se encuentran muy probados. Un sistema que incorpora la tecnología pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano. El sistema pasa, además, a ser más estable, al reducir la variabilidad del agua que disponen los cultivos, se reduce la variabilidad de sus rendimientos, y permite una mayor diversificación de la canasta de productos, elegir entre más producciones, facilitando cualquier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.). El flujo de ingresos de la empresa agropecuaria se hace más estable, no sólo por la mayor estabilidad de la producción individual de cada cultivo, sino también por la posibilidad ampliada de conformar una canasta que incluya producciones con precios de mercado no perfectamente correlacionados. Por otra parte, la incorporación de la tecnología impli-ca una inversión y una serie de gastos a realizar vinculado a su uso.

Una metodología sencilla para evaluar el impacto económico del riego parte de reconocer entonces que cada milímetro que se vuelca a un sistema de producción generará, por un lado, un valor o aporte económico, y por el otro, un costo. Y que depen-diendo de cómo resulte esta comparación, se tomará la decisión de regar o de incorporar la tecnología.

El valor o aporte económico que generará cada milímetro de riego en el sistema de producción tiene que ver con la interacción de dos variables: a) la productividad del agua; b) el precio de los culti-vos que se están regando. A mayor productividad de los milímetros agregados, mayor valor económi-co generado por la tecnología, dado un set cons-tante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productivi-dad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes. Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendi-mientos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplica-dos. Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insumos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc. Cada regante debe indagar y registrar la respuesta que tienen (o pueden tener) los culti-vos en su propio sistema, esto es clave para deter-minar el valor que el riego complementario genera-rá en las distintas canastas productivas posibles.

Respecto a los costos, la implementación de la tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de erogaciones periódicas para su funcionamiento. Lo anterior implica que cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables. Los costos fijos están asocia-dos básicamente al recupero de la inversión

(amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, independien-temente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por disponer de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando éste es un monto constante, inde-pendiente de la cantidad de milímetros que consu-ma el regante. En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimien-to o reparación de los equipos y de la infraestruc-tura de riego.

La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables: a) tarifas de electrici-dad o precio del litro de gasoil; b) requerimientos técnicos (cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua); c) canti-dad de milímetros aplicados (milímetros promedio por hectárea). Es interesante notar que un regante controlará básicamente y sólo la tercera variable, la cantidad de milímetros a aportar. Lo anterior impli-ca que si se desea reducir la factura de energía, el principal costo operativo, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima pero suficiente como para lograr los máximos impactos productivos (los milímetros justos, ni más ni menos, sólo en los momentos requeridos).

Como regla, se invertirá en tecnología de riego en la medida que el valor promedio que se espera puede generar cada milímetro supere al costo promedio (en una determinada proporción y/o en una cierta cantidad de años).

Por su parte, el desafío de un regante en cada cam-paña, en función que los precios de mercado fluctúan todos los años, que aparecen innovacio-nes, que siempre se puede mejorar la gestión de la tecnología, etc., será maximizar el valor y minimizar el costo de los milímetros aportados.

Rentabilidad esperada de un proyectode inversión

Se evaluó un proyecto de inversión en riego suple-mentario por pivote central. Se siguió una metodo-logía similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción. Se supone un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones (cobertura total de 180 hectáreas) y una asignación de tierras entre los cultivos agrícolas pampeanos tradicionales, trigo – maíz de segunda, soja de primera y maíz de primera. Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. La inver-sión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea. Los precios de los granos son valores en tranquera, y se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercialización. Las amortizaciones se suponen lineales, la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milíme-tro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el mantenimiento y el canon de agua tienen una incidencia menor.

Respecto a la rentabilidad esperada, la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1% y la del sistema que se alimenta con gasoil del 7,3%.

Se sensibilizan cambios en los supuestos del caso base, en particular:1. Sistemas de producción: a) uso más intensivo de la tierra; b) mayor presencia de la soja;2. Inversión por hectárea;

3. Precios internos de los granos;4. Gasto en energía.

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de hectáreas regadas y de agua aplicada (milímetros). Al pasar de un sistema de producción que tiene una asigna-ción del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoran todos los indica-dores de rentabilidad; en el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base), en el sistema alimentado a gasoil al 10,6% (frente al 7,3% del caso base).

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aquellos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta productiva en sistemas bajo riego mejora la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta producti-va. Por ejemplo, si el sistema de producción se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad baja al 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil al 4,3% (7,3% en caso base). El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera en promedio por milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Puede inferirse que si por algún motivo (caracterís-ticas del campo, precios relativos, cobertura del equipo, etc.) la inversión requerida por hectárea se acrecienta, la rentabilidad del proyecto se resiente respecto del caso base. Como ejercicio, si la inver-sión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto retrocede al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente.

Así como una mayor inversión a la prevista impac-tará negativamente, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria. Si los precios en tranquera se ubicasen un 20% más altos a los supuestos en el caso base (implicaría pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280) la TIR del sistema que usa electricidad sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y la del siste-ma que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%). Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Ya sea porque el precio de la electricidad que enfrenta un regante es mayor al supuesto, porque requiere de más kilovatios o litros de gasoil por milímetro, y/o porque no es eficiente en el uso del agua, una mayor gasto en energía respecto al previsto en el caso base resiente la rentabilidad esperada. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electrici-dad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyec-to con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relati-vamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía. Apreciaciones finales

Todo regante debiera tener un tablero de control donde se ubiquen todas aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inversión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre su costo. También es importante distinguir, no perder de vista, variables que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance del regante.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de

energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los mercados (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políti-cas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inversio-nes por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucede lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacio-nal más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone una asignación sustentable de la tierra) el mejor siste-ma de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milíme-tro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determinada productivi-dad del agua y a los precios relativos actuales). También se demostró que la tecnología de riego exige intensificar el proceso productivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se trabaja más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productivi-dad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. En síntesis, el regante debe focali-zar el esfuerzo de su gestión en optimizar la tecno-logía que ha incorporado si desea lograr los mejo-res resultados económicos.

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Page 4: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

Resumen EjecutivoEste informe trata acerca del riego complementa-rio por pivote central, de la incorporación de esta tecnología en los sistemas de producción agrícola. En particular, se discuten y analizan tres temas: a) la actualidad del riego complementario en Argentina; b) una metodología para evaluar el aporte econó-mico de la tecnología; c) la rentabilidad esperada actual de un proyecto de inversión en un sistema de pivote central (en un escenario base y en otros posibles).

El riego complementario en Argentina

El riego complementario se encuentra hoy presen-te en distintas regiones del país, en un desarrollo en donde se han conjugado seguramente múltiples factores. Se asienta en zonas que enfrentan, en menor o mayor medida, restricción de agua sobre los cultivos, pero que a su vez disponen de aguas subterráneas (en cantidad y calidad), que cuentan con productores entusiastas de la tecnología, de mirada de largo plazo, que trabajan (en general) sobre campos propios y que dispusieron o logra-ron acceso al capital suficiente para afrontar las inversiones necesarias. En este proceso de adop-ción de la tecnología también han contribuido casi con seguridad el empuje de las investigaciones y los trabajos de centros de experimentación agríco-la, particularmente del INTA, y de otros actores de la cadena agrícola, caso de originadores y multipli-cadores de semillas.

En cuanto a la magnitud que tiene hoy la superficie cubierta con esta tecnología, no hay números precisos, tampoco oficiales. Sólo en las dos provin-cias agrícolas líderes de Argentina (Córdoba y Buenos Aires), estimaciones realizadas a partir de imágenes satelitales daban cuenta de más de 250 mil hectáreas entre los años 2014 y 2015. A esta última cifra habría que agregar la casi segura ampliación del área en los años más recientes, y fundamentalmente la superficie cubierta en otras regiones del país, las que también cuentan con la tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, etc.). En una de las pocas referencias bibliográficas encontradas, Martellotto

E. (2012) estimaba unas 405 mil hectáreas con irrigación con pivote central, 283 mil de riego com-plementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Respecto al futuro, el potencial de expansión del uso de la tecnología, considerando aptitud de suelos y disponibilidad de recursos hídricos ha sido y es muy grande. Sólo para Córdoba, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricultura y Recursos Renovables del gobierno provincial estimaron hace bastante tiempo atrás que la superficie potencialmente regable podía ascender a 1,5 millones de hectáreas (María V. Feler et al., 2014). En retrospectiva, si el área no tuvo un mayor recorrido fue por otras razones, más asocia-das al devenir económico y a las condiciones finan-cieras, generalmente adversas, que ofreció el país a productores y empresas en general. Y pensando en los años que vienen, la expansión de la tecnología dependerá en gran medida de la estabilización macroeconómica, de la eliminación de impuestos sobre los productos agrícolas y del renacer del crédito de horizonte largo.

Una metodología para evaluar su impacto

Los beneficios de utilizar tecnología de riego son claros y se encuentran muy probados. Un sistema que incorpora la tecnología pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano. El sistema pasa, además, a ser más estable, al reducir la variabilidad del agua que disponen los cultivos, se reduce la variabilidad de sus rendimientos, y permite una mayor diversificación de la canasta de productos, elegir entre más producciones, facilitando cualquier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.). El flujo de ingresos de la empresa agropecuaria se hace más estable, no sólo por la mayor estabilidad de la producción individual de cada cultivo, sino también por la posibilidad ampliada de conformar una canasta que incluya producciones con precios de mercado no perfectamente correlacionados. Por otra parte, la incorporación de la tecnología impli-ca una inversión y una serie de gastos a realizar vinculado a su uso.

Una metodología sencilla para evaluar el impacto económico del riego parte de reconocer entonces que cada milímetro que se vuelca a un sistema de producción generará, por un lado, un valor o aporte económico, y por el otro, un costo. Y que depen-diendo de cómo resulte esta comparación, se tomará la decisión de regar o de incorporar la tecnología.

El valor o aporte económico que generará cada milímetro de riego en el sistema de producción tiene que ver con la interacción de dos variables: a) la productividad del agua; b) el precio de los culti-vos que se están regando. A mayor productividad de los milímetros agregados, mayor valor económi-co generado por la tecnología, dado un set cons-tante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productivi-dad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes. Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendi-mientos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplica-dos. Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insumos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc. Cada regante debe indagar y registrar la respuesta que tienen (o pueden tener) los culti-vos en su propio sistema, esto es clave para deter-minar el valor que el riego complementario genera-rá en las distintas canastas productivas posibles.

Respecto a los costos, la implementación de la tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de erogaciones periódicas para su funcionamiento. Lo anterior implica que cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables. Los costos fijos están asocia-dos básicamente al recupero de la inversión

(amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, independien-temente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por disponer de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando éste es un monto constante, inde-pendiente de la cantidad de milímetros que consu-ma el regante. En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimien-to o reparación de los equipos y de la infraestruc-tura de riego.

La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables: a) tarifas de electrici-dad o precio del litro de gasoil; b) requerimientos técnicos (cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua); c) canti-dad de milímetros aplicados (milímetros promedio por hectárea). Es interesante notar que un regante controlará básicamente y sólo la tercera variable, la cantidad de milímetros a aportar. Lo anterior impli-ca que si se desea reducir la factura de energía, el principal costo operativo, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima pero suficiente como para lograr los máximos impactos productivos (los milímetros justos, ni más ni menos, sólo en los momentos requeridos).

Como regla, se invertirá en tecnología de riego en la medida que el valor promedio que se espera puede generar cada milímetro supere al costo promedio (en una determinada proporción y/o en una cierta cantidad de años).

Por su parte, el desafío de un regante en cada cam-paña, en función que los precios de mercado fluctúan todos los años, que aparecen innovacio-nes, que siempre se puede mejorar la gestión de la tecnología, etc., será maximizar el valor y minimizar el costo de los milímetros aportados.

Rentabilidad esperada de un proyectode inversión

Se evaluó un proyecto de inversión en riego suple-mentario por pivote central. Se siguió una metodo-logía similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción. Se supone un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones (cobertura total de 180 hectáreas) y una asignación de tierras entre los cultivos agrícolas pampeanos tradicionales, trigo – maíz de segunda, soja de primera y maíz de primera. Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. La inver-sión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea. Los precios de los granos son valores en tranquera, y se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercialización. Las amortizaciones se suponen lineales, la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milíme-tro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el mantenimiento y el canon de agua tienen una incidencia menor.

Respecto a la rentabilidad esperada, la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1% y la del sistema que se alimenta con gasoil del 7,3%.

Se sensibilizan cambios en los supuestos del caso base, en particular:1. Sistemas de producción: a) uso más intensivo de la tierra; b) mayor presencia de la soja;2. Inversión por hectárea;

3. Precios internos de los granos;4. Gasto en energía.

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de hectáreas regadas y de agua aplicada (milímetros). Al pasar de un sistema de producción que tiene una asigna-ción del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoran todos los indica-dores de rentabilidad; en el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base), en el sistema alimentado a gasoil al 10,6% (frente al 7,3% del caso base).

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aquellos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta productiva en sistemas bajo riego mejora la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta producti-va. Por ejemplo, si el sistema de producción se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad baja al 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil al 4,3% (7,3% en caso base). El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera en promedio por milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Puede inferirse que si por algún motivo (caracterís-ticas del campo, precios relativos, cobertura del equipo, etc.) la inversión requerida por hectárea se acrecienta, la rentabilidad del proyecto se resiente respecto del caso base. Como ejercicio, si la inver-sión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto retrocede al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente.

Así como una mayor inversión a la prevista impac-tará negativamente, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria. Si los precios en tranquera se ubicasen un 20% más altos a los supuestos en el caso base (implicaría pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280) la TIR del sistema que usa electricidad sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y la del siste-ma que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%). Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Ya sea porque el precio de la electricidad que enfrenta un regante es mayor al supuesto, porque requiere de más kilovatios o litros de gasoil por milímetro, y/o porque no es eficiente en el uso del agua, una mayor gasto en energía respecto al previsto en el caso base resiente la rentabilidad esperada. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electrici-dad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyec-to con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relati-vamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía. Apreciaciones finales

Todo regante debiera tener un tablero de control donde se ubiquen todas aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inversión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre su costo. También es importante distinguir, no perder de vista, variables que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance del regante.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de

energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los mercados (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políti-cas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inversio-nes por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucede lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacio-nal más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone una asignación sustentable de la tierra) el mejor siste-ma de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milíme-tro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determinada productivi-dad del agua y a los precios relativos actuales). También se demostró que la tecnología de riego exige intensificar el proceso productivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se trabaja más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productivi-dad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. En síntesis, el regante debe focali-zar el esfuerzo de su gestión en optimizar la tecno-logía que ha incorporado si desea lograr los mejo-res resultados económicos.

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Page 5: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

Resumen EjecutivoEste informe trata acerca del riego complementa-rio por pivote central, de la incorporación de esta tecnología en los sistemas de producción agrícola. En particular, se discuten y analizan tres temas: a) la actualidad del riego complementario en Argentina; b) una metodología para evaluar el aporte econó-mico de la tecnología; c) la rentabilidad esperada actual de un proyecto de inversión en un sistema de pivote central (en un escenario base y en otros posibles).

El riego complementario en Argentina

El riego complementario se encuentra hoy presen-te en distintas regiones del país, en un desarrollo en donde se han conjugado seguramente múltiples factores. Se asienta en zonas que enfrentan, en menor o mayor medida, restricción de agua sobre los cultivos, pero que a su vez disponen de aguas subterráneas (en cantidad y calidad), que cuentan con productores entusiastas de la tecnología, de mirada de largo plazo, que trabajan (en general) sobre campos propios y que dispusieron o logra-ron acceso al capital suficiente para afrontar las inversiones necesarias. En este proceso de adop-ción de la tecnología también han contribuido casi con seguridad el empuje de las investigaciones y los trabajos de centros de experimentación agríco-la, particularmente del INTA, y de otros actores de la cadena agrícola, caso de originadores y multipli-cadores de semillas.

En cuanto a la magnitud que tiene hoy la superficie cubierta con esta tecnología, no hay números precisos, tampoco oficiales. Sólo en las dos provin-cias agrícolas líderes de Argentina (Córdoba y Buenos Aires), estimaciones realizadas a partir de imágenes satelitales daban cuenta de más de 250 mil hectáreas entre los años 2014 y 2015. A esta última cifra habría que agregar la casi segura ampliación del área en los años más recientes, y fundamentalmente la superficie cubierta en otras regiones del país, las que también cuentan con la tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, etc.). En una de las pocas referencias bibliográficas encontradas, Martellotto

E. (2012) estimaba unas 405 mil hectáreas con irrigación con pivote central, 283 mil de riego com-plementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Respecto al futuro, el potencial de expansión del uso de la tecnología, considerando aptitud de suelos y disponibilidad de recursos hídricos ha sido y es muy grande. Sólo para Córdoba, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricultura y Recursos Renovables del gobierno provincial estimaron hace bastante tiempo atrás que la superficie potencialmente regable podía ascender a 1,5 millones de hectáreas (María V. Feler et al., 2014). En retrospectiva, si el área no tuvo un mayor recorrido fue por otras razones, más asocia-das al devenir económico y a las condiciones finan-cieras, generalmente adversas, que ofreció el país a productores y empresas en general. Y pensando en los años que vienen, la expansión de la tecnología dependerá en gran medida de la estabilización macroeconómica, de la eliminación de impuestos sobre los productos agrícolas y del renacer del crédito de horizonte largo.

Una metodología para evaluar su impacto

Los beneficios de utilizar tecnología de riego son claros y se encuentran muy probados. Un sistema que incorpora la tecnología pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano. El sistema pasa, además, a ser más estable, al reducir la variabilidad del agua que disponen los cultivos, se reduce la variabilidad de sus rendimientos, y permite una mayor diversificación de la canasta de productos, elegir entre más producciones, facilitando cualquier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.). El flujo de ingresos de la empresa agropecuaria se hace más estable, no sólo por la mayor estabilidad de la producción individual de cada cultivo, sino también por la posibilidad ampliada de conformar una canasta que incluya producciones con precios de mercado no perfectamente correlacionados. Por otra parte, la incorporación de la tecnología impli-ca una inversión y una serie de gastos a realizar vinculado a su uso.

Una metodología sencilla para evaluar el impacto económico del riego parte de reconocer entonces que cada milímetro que se vuelca a un sistema de producción generará, por un lado, un valor o aporte económico, y por el otro, un costo. Y que depen-diendo de cómo resulte esta comparación, se tomará la decisión de regar o de incorporar la tecnología.

El valor o aporte económico que generará cada milímetro de riego en el sistema de producción tiene que ver con la interacción de dos variables: a) la productividad del agua; b) el precio de los culti-vos que se están regando. A mayor productividad de los milímetros agregados, mayor valor económi-co generado por la tecnología, dado un set cons-tante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productivi-dad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes. Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendi-mientos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplica-dos. Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insumos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc. Cada regante debe indagar y registrar la respuesta que tienen (o pueden tener) los culti-vos en su propio sistema, esto es clave para deter-minar el valor que el riego complementario genera-rá en las distintas canastas productivas posibles.

Respecto a los costos, la implementación de la tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de erogaciones periódicas para su funcionamiento. Lo anterior implica que cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables. Los costos fijos están asocia-dos básicamente al recupero de la inversión

(amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, independien-temente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por disponer de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando éste es un monto constante, inde-pendiente de la cantidad de milímetros que consu-ma el regante. En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimien-to o reparación de los equipos y de la infraestruc-tura de riego.

La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables: a) tarifas de electrici-dad o precio del litro de gasoil; b) requerimientos técnicos (cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua); c) canti-dad de milímetros aplicados (milímetros promedio por hectárea). Es interesante notar que un regante controlará básicamente y sólo la tercera variable, la cantidad de milímetros a aportar. Lo anterior impli-ca que si se desea reducir la factura de energía, el principal costo operativo, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima pero suficiente como para lograr los máximos impactos productivos (los milímetros justos, ni más ni menos, sólo en los momentos requeridos).

Como regla, se invertirá en tecnología de riego en la medida que el valor promedio que se espera puede generar cada milímetro supere al costo promedio (en una determinada proporción y/o en una cierta cantidad de años).

Por su parte, el desafío de un regante en cada cam-paña, en función que los precios de mercado fluctúan todos los años, que aparecen innovacio-nes, que siempre se puede mejorar la gestión de la tecnología, etc., será maximizar el valor y minimizar el costo de los milímetros aportados.

Rentabilidad esperada de un proyectode inversión

Se evaluó un proyecto de inversión en riego suple-mentario por pivote central. Se siguió una metodo-logía similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción. Se supone un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones (cobertura total de 180 hectáreas) y una asignación de tierras entre los cultivos agrícolas pampeanos tradicionales, trigo – maíz de segunda, soja de primera y maíz de primera. Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. La inver-sión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea. Los precios de los granos son valores en tranquera, y se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercialización. Las amortizaciones se suponen lineales, la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milíme-tro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el mantenimiento y el canon de agua tienen una incidencia menor.

Respecto a la rentabilidad esperada, la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1% y la del sistema que se alimenta con gasoil del 7,3%.

Se sensibilizan cambios en los supuestos del caso base, en particular:1. Sistemas de producción: a) uso más intensivo de la tierra; b) mayor presencia de la soja;2. Inversión por hectárea;

3. Precios internos de los granos;4. Gasto en energía.

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de hectáreas regadas y de agua aplicada (milímetros). Al pasar de un sistema de producción que tiene una asigna-ción del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoran todos los indica-dores de rentabilidad; en el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base), en el sistema alimentado a gasoil al 10,6% (frente al 7,3% del caso base).

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aquellos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta productiva en sistemas bajo riego mejora la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta producti-va. Por ejemplo, si el sistema de producción se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad baja al 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil al 4,3% (7,3% en caso base). El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera en promedio por milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Puede inferirse que si por algún motivo (caracterís-ticas del campo, precios relativos, cobertura del equipo, etc.) la inversión requerida por hectárea se acrecienta, la rentabilidad del proyecto se resiente respecto del caso base. Como ejercicio, si la inver-sión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto retrocede al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente.

Así como una mayor inversión a la prevista impac-tará negativamente, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria. Si los precios en tranquera se ubicasen un 20% más altos a los supuestos en el caso base (implicaría pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280) la TIR del sistema que usa electricidad sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y la del siste-ma que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%). Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Ya sea porque el precio de la electricidad que enfrenta un regante es mayor al supuesto, porque requiere de más kilovatios o litros de gasoil por milímetro, y/o porque no es eficiente en el uso del agua, una mayor gasto en energía respecto al previsto en el caso base resiente la rentabilidad esperada. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electrici-dad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyec-to con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relati-vamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía. Apreciaciones finales

Todo regante debiera tener un tablero de control donde se ubiquen todas aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inversión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre su costo. También es importante distinguir, no perder de vista, variables que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance del regante.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de

energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los mercados (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políti-cas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inversio-nes por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucede lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacio-nal más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone una asignación sustentable de la tierra) el mejor siste-ma de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milíme-tro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determinada productivi-dad del agua y a los precios relativos actuales). También se demostró que la tecnología de riego exige intensificar el proceso productivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se trabaja más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productivi-dad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. En síntesis, el regante debe focali-zar el esfuerzo de su gestión en optimizar la tecno-logía que ha incorporado si desea lograr los mejo-res resultados económicos.

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Page 6: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

Resumen EjecutivoEste informe trata acerca del riego complementa-rio por pivote central, de la incorporación de esta tecnología en los sistemas de producción agrícola. En particular, se discuten y analizan tres temas: a) la actualidad del riego complementario en Argentina; b) una metodología para evaluar el aporte econó-mico de la tecnología; c) la rentabilidad esperada actual de un proyecto de inversión en un sistema de pivote central (en un escenario base y en otros posibles).

El riego complementario en Argentina

El riego complementario se encuentra hoy presen-te en distintas regiones del país, en un desarrollo en donde se han conjugado seguramente múltiples factores. Se asienta en zonas que enfrentan, en menor o mayor medida, restricción de agua sobre los cultivos, pero que a su vez disponen de aguas subterráneas (en cantidad y calidad), que cuentan con productores entusiastas de la tecnología, de mirada de largo plazo, que trabajan (en general) sobre campos propios y que dispusieron o logra-ron acceso al capital suficiente para afrontar las inversiones necesarias. En este proceso de adop-ción de la tecnología también han contribuido casi con seguridad el empuje de las investigaciones y los trabajos de centros de experimentación agríco-la, particularmente del INTA, y de otros actores de la cadena agrícola, caso de originadores y multipli-cadores de semillas.

En cuanto a la magnitud que tiene hoy la superficie cubierta con esta tecnología, no hay números precisos, tampoco oficiales. Sólo en las dos provin-cias agrícolas líderes de Argentina (Córdoba y Buenos Aires), estimaciones realizadas a partir de imágenes satelitales daban cuenta de más de 250 mil hectáreas entre los años 2014 y 2015. A esta última cifra habría que agregar la casi segura ampliación del área en los años más recientes, y fundamentalmente la superficie cubierta en otras regiones del país, las que también cuentan con la tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, etc.). En una de las pocas referencias bibliográficas encontradas, Martellotto

E. (2012) estimaba unas 405 mil hectáreas con irrigación con pivote central, 283 mil de riego com-plementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Respecto al futuro, el potencial de expansión del uso de la tecnología, considerando aptitud de suelos y disponibilidad de recursos hídricos ha sido y es muy grande. Sólo para Córdoba, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricultura y Recursos Renovables del gobierno provincial estimaron hace bastante tiempo atrás que la superficie potencialmente regable podía ascender a 1,5 millones de hectáreas (María V. Feler et al., 2014). En retrospectiva, si el área no tuvo un mayor recorrido fue por otras razones, más asocia-das al devenir económico y a las condiciones finan-cieras, generalmente adversas, que ofreció el país a productores y empresas en general. Y pensando en los años que vienen, la expansión de la tecnología dependerá en gran medida de la estabilización macroeconómica, de la eliminación de impuestos sobre los productos agrícolas y del renacer del crédito de horizonte largo.

Una metodología para evaluar su impacto

Los beneficios de utilizar tecnología de riego son claros y se encuentran muy probados. Un sistema que incorpora la tecnología pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano. El sistema pasa, además, a ser más estable, al reducir la variabilidad del agua que disponen los cultivos, se reduce la variabilidad de sus rendimientos, y permite una mayor diversificación de la canasta de productos, elegir entre más producciones, facilitando cualquier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.). El flujo de ingresos de la empresa agropecuaria se hace más estable, no sólo por la mayor estabilidad de la producción individual de cada cultivo, sino también por la posibilidad ampliada de conformar una canasta que incluya producciones con precios de mercado no perfectamente correlacionados. Por otra parte, la incorporación de la tecnología impli-ca una inversión y una serie de gastos a realizar vinculado a su uso.

Una metodología sencilla para evaluar el impacto económico del riego parte de reconocer entonces que cada milímetro que se vuelca a un sistema de producción generará, por un lado, un valor o aporte económico, y por el otro, un costo. Y que depen-diendo de cómo resulte esta comparación, se tomará la decisión de regar o de incorporar la tecnología.

El valor o aporte económico que generará cada milímetro de riego en el sistema de producción tiene que ver con la interacción de dos variables: a) la productividad del agua; b) el precio de los culti-vos que se están regando. A mayor productividad de los milímetros agregados, mayor valor económi-co generado por la tecnología, dado un set cons-tante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productivi-dad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes. Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendi-mientos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplica-dos. Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insumos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc. Cada regante debe indagar y registrar la respuesta que tienen (o pueden tener) los culti-vos en su propio sistema, esto es clave para deter-minar el valor que el riego complementario genera-rá en las distintas canastas productivas posibles.

Respecto a los costos, la implementación de la tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de erogaciones periódicas para su funcionamiento. Lo anterior implica que cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables. Los costos fijos están asocia-dos básicamente al recupero de la inversión

(amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, independien-temente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por disponer de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando éste es un monto constante, inde-pendiente de la cantidad de milímetros que consu-ma el regante. En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimien-to o reparación de los equipos y de la infraestruc-tura de riego.

La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables: a) tarifas de electrici-dad o precio del litro de gasoil; b) requerimientos técnicos (cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua); c) canti-dad de milímetros aplicados (milímetros promedio por hectárea). Es interesante notar que un regante controlará básicamente y sólo la tercera variable, la cantidad de milímetros a aportar. Lo anterior impli-ca que si se desea reducir la factura de energía, el principal costo operativo, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima pero suficiente como para lograr los máximos impactos productivos (los milímetros justos, ni más ni menos, sólo en los momentos requeridos).

Como regla, se invertirá en tecnología de riego en la medida que el valor promedio que se espera puede generar cada milímetro supere al costo promedio (en una determinada proporción y/o en una cierta cantidad de años).

Por su parte, el desafío de un regante en cada cam-paña, en función que los precios de mercado fluctúan todos los años, que aparecen innovacio-nes, que siempre se puede mejorar la gestión de la tecnología, etc., será maximizar el valor y minimizar el costo de los milímetros aportados.

Rentabilidad esperada de un proyectode inversión

Se evaluó un proyecto de inversión en riego suple-mentario por pivote central. Se siguió una metodo-logía similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción. Se supone un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones (cobertura total de 180 hectáreas) y una asignación de tierras entre los cultivos agrícolas pampeanos tradicionales, trigo – maíz de segunda, soja de primera y maíz de primera. Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. La inver-sión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea. Los precios de los granos son valores en tranquera, y se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercialización. Las amortizaciones se suponen lineales, la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milíme-tro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el mantenimiento y el canon de agua tienen una incidencia menor.

Respecto a la rentabilidad esperada, la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1% y la del sistema que se alimenta con gasoil del 7,3%.

Se sensibilizan cambios en los supuestos del caso base, en particular:1. Sistemas de producción: a) uso más intensivo de la tierra; b) mayor presencia de la soja;2. Inversión por hectárea;

3. Precios internos de los granos;4. Gasto en energía.

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de hectáreas regadas y de agua aplicada (milímetros). Al pasar de un sistema de producción que tiene una asigna-ción del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoran todos los indica-dores de rentabilidad; en el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base), en el sistema alimentado a gasoil al 10,6% (frente al 7,3% del caso base).

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aquellos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta productiva en sistemas bajo riego mejora la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta producti-va. Por ejemplo, si el sistema de producción se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad baja al 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil al 4,3% (7,3% en caso base). El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera en promedio por milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Puede inferirse que si por algún motivo (caracterís-ticas del campo, precios relativos, cobertura del equipo, etc.) la inversión requerida por hectárea se acrecienta, la rentabilidad del proyecto se resiente respecto del caso base. Como ejercicio, si la inver-sión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto retrocede al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente.

Así como una mayor inversión a la prevista impac-tará negativamente, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria. Si los precios en tranquera se ubicasen un 20% más altos a los supuestos en el caso base (implicaría pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280) la TIR del sistema que usa electricidad sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y la del siste-ma que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%). Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Ya sea porque el precio de la electricidad que enfrenta un regante es mayor al supuesto, porque requiere de más kilovatios o litros de gasoil por milímetro, y/o porque no es eficiente en el uso del agua, una mayor gasto en energía respecto al previsto en el caso base resiente la rentabilidad esperada. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electrici-dad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyec-to con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relati-vamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía. Apreciaciones finales

Todo regante debiera tener un tablero de control donde se ubiquen todas aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inversión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre su costo. También es importante distinguir, no perder de vista, variables que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance del regante.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de

energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los mercados (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políti-cas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inversio-nes por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucede lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacio-nal más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone una asignación sustentable de la tierra) el mejor siste-ma de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milíme-tro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determinada productivi-dad del agua y a los precios relativos actuales). También se demostró que la tecnología de riego exige intensificar el proceso productivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se trabaja más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productivi-dad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. En síntesis, el regante debe focali-zar el esfuerzo de su gestión en optimizar la tecno-logía que ha incorporado si desea lograr los mejo-res resultados económicos.

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Page 7: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

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Page 8: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

0,00

0,60

1,20

1,80

2,40

1970 1974 1978 1982 1986 1990 1994 1998 2002 2006 2010 2014

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

0 %

-1 %

1 %

2 %

3 %

4 %

5 %

6 %

1970 19

7319

76 1982

1979

1985

1988

1991

1994

1997

2000

2003

2006

2009

2012

2015

Superficie bajo riego Superficie agropecuaria total

9

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Page 9: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

19801,28 millonesde Hectáreas

19901,48 millonesde Hectáreas

20001,56 millonesde Hectáreas

20102,25 millonesde Hectáreas

Cuadro 1: El riego en Argentina y en el mundo (2016)

En millones de hectáreas

Fuente: IERAL de Fundación Mediterránea en base a datos de FAOSTAT.

Superficie cultivada

Superficie bajo riego

Participación del riego en la superficie total cultivada

1.593

334,3

21%

40,2

2,4

6%

2,4

0,2

10%

155

26,7

17%

156

16,0

10%

Argentina Uruguay EstadosUnidos Sudamérica Mundo

10

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Page 10: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

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T. del FuegoMisiones

Santa CruzFormosa

La PampaChaco

NeuquénChubut

San LuisSanta FeLa Rioja

Sgo. del EsteroCorrientesCatamarca

TucumánEntre RíosRío NegroSan Juan

JujuyCórdoba

SaltaBuenos Aires

Mendoza

2002 1988

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

11

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

0 50 100 150 200 250 300 350 400

MisionesSanta Cruz

T. del FuegoLa PampaFormosaNeuquén

ChubutChaco

La RiojaSanta FeSan Luis

CatamarcaTucumán

Río NegroSgo. del Estero

Buenos Aires

San JuanCorrientesEntre Ríos

CórdobaJujuy

SaltaMendoza

Con riego subterráneoCon riego superficial

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Page 11: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Año 1995 Provincia de Buenos AiresCant: 7Sup: 515,79 ha

Escala 1: 2.000.000

Año 2014 Cant: 1393Sup: 102392 ha.

Escala 1: 1.300.000

Año 1994 Cant: 2Sup: 251 ha.

Escala 1: 1.300.000

Año 2015 Provincia de Buenos AiresCant: 2305Sup: 147.001,43 ha

Escala 1: 2.000.000

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

12

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Fuente: Barrionuevo N.,German, A. Waldman C.(2016).

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Page 12: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

0 5000 10000 15000 20000 25000 30000

T. del FuegoLa Pampa

Santa CruzMisionesSan LuisFormosa

ChacoEntre Ríos

Santa FeCorrientes

ChubutCórdobaNeuquénTucumán

Buenos AiresRío Negro

SaltaSgo. del Estero

La RiojaJujuy

CatamarcaSan JuanMendoza

2002 1988

0 15000

3651892987098111.0671.4552.1352.5942.7513.3854.8585.158

30000 45000 60000

MendozaSan Juan

Río NegroCatamarca

La RiojaSalta

NeuquénCórdoba

Buenos AiresTucumán

Sgo. del EsteroJujuy

ChubutCorrientes

San LuisSanta Fe

Entre RíosChaco

La PampaFormosa

Santa Cruz

6.421

9.25910.665

13.68318.979

52.792

8.054

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

13

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Page 13: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

14

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Page 14: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

15

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Tierras de buena aptitud

Restricciónde agua (Déficitde precipitaciones,irregularidad)

Acceso alfinanciamiento

Aguassubterráneas /Superficie(cantidad / calidad)

Beneficios > Costos

Page 15: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

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Page 16: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

QQ /Ha.

Tiempo

Productividadpotencial,

sin restricciónde agua

tendencia LP

Productividadpotencial,

con restricciónde agua

tendencia LP

16

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

QQ /Ha.

Tiempo

Productividadpotencial,

sin restricción de aguatendencia LP

Productividadpotencial,

con restricción de agua,tendencia LP

AñoHúmedo Año Seco

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

17

1) Potencial 2) Observado 3) Potencial limitado

por agua

4) Observado

Con riego Secano

Rend

imie

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Page 17: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

18

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Page 18: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

19

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

*No distingue entre maíz de primera y de segunda.Fuente: elaboración propia.

24%*24%*12%

101%Pergamino,

Buenos Aires

Maíz de PrimeraMaíz de SegundaTrigoSoja de PrimeraSoja de SegundaZona

34%33%113%31%18%

Manfredi, Córdoba

67%*67%*23%54%37%

NorteBuenos Aires

64%

27%25%50%

NorteBuenos Aires

155%

167%100%100%

Sudoeste Buenos Aires

Cataldoy Cabrini

(2014)

Salinas, Aquiles(2010)

Nuñez,Aníbal(2019)

MinisterioAgroindustriaBs. As. (2015)

MinisterioAgroindustriaBs. As. (2015)

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Page 19: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

Valor del mmriego

“Productividad”del riego

Precios degranos /

productosen tranquera

Kilos / mm $$ / kilos$$ / mm

Valorpromediomilímetro

(US$/ mm)

mm regados

Valor medio mm Cultivo A

Valor medio mm Cultivo B

20

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Page 20: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

* Productividad media tomada de Salinas, A. (2010),entre paréntesis cantidad de milímetros regados en promedio.** Precios de abril 2019. Valores FAS netos de gasto de flete (300 km flete largo y 30 km flete corto) y comercialización.

Fuente: elaboración propia en base a Salinas, A (2010)y precios Bolsa de Comercio de Rosario.

Soja de PrimeraSoja de SegundaMaíz de PrimeraMaíz de SegundaTrigo

0,200,200,100,100,15

Precio entranquera decada cultivo

(US$ / Kilo)**

1,50,92,22,01,9

Valor del MM(US$ / mm)

7,6 (126)4,6 (98)

21,0 (152)19,4 (124)12,6 (206)

Productividaddel agua de riegocomplementario

Kilos / mm(mm regados)*

21

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Page 21: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Costo totalpor mm de

agua vertida

Costosfijos

Costosvariables

· Recupero de inversión en bienes de uso y otros· Mano de obra· Cargo fijo de electricidad· Canon de agua*

· Cargo por consumo de electricidad· Mantenimientos de equipos

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

22

Page 22: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

23

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Gasto en energía

Cantidadde mm

(mm / hta)

Precio delkilovatio($/kw) /

gasoil ($/l)

Requerimientotécnico

(kw/mm)(l/mm)

Precios relativosCosto de la potenciaVariable poco controlable*

Avance tecnológicoEficiencia de manejo

Riego “optimizado”Eficiencia de manejo

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Page 23: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

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Page 24: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

25

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

Sistema de producción.......................

Equipo de riego....................................

Perforación...........................................

Extracción.............................................

Energía...................................................

Inversión total......................................

Productividad mm riego.....................

Mm regados promedios.....................

Parámetros energéticos.....................

Precios energía....................................

Precios de granos................................

Amortización sistema de riego............

Valor residual del sistema..................

Valorización (diferencial) de la tierra..

Mano de obra .......................................

Concepto Detalle

Soja (33,3%), trigo (33,3%) y maíz (66,6%), bajo riego complementario

60 hectáreas, de 3 posiciones (180 hectáreas en total)

150/200 metros

40 metros

Electricidad o gasoil

US$ 335.000 (US$ 1.860 / hta, elect) / US$ 305.000 (US$ 1.700 / hta gasoil)

+6,0 kilos / mm soja (+25%),

+25,0 kilos / mm maíz (+45%),

+17 kilos / mm trigo (+100%).

150 mm hectárea trigo

150 mm hectárea maíz de primera

130 mm hectárea maíz de segunda

130 mm hectárea soja de primera

187 mm promedio hectárea

2,90 kw / mm / hta

0,85 l gasoil / mm / hta

$6,0 kw (incluye potencia, sin IVA)

$40 litro gasoil (sin IVA)

Valores promedio 4 meses 2019, en tranquera (FAS Rosario, neto de flete largo 300 km + flete corto 30 km)

15 años, depreciación lineal

15% del valor de la inversión

No considerada

1 persona, part time (50% sueldo Capataz UATRE con antigüedad 5 años)

Cuadro 4: Supuestos y parámetros evaluación proyecto de inversión en tecnología de riego complementario

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Page 25: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

26

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

US$0,40

electricidad

US$0,73

gasoilUS$0,61

US$0,66

US$0,12

US$0,12

US$0,14

US$0,14

Energía Amortizaciones Mano de obra Mantenimiento

Soja PrimeraMaíz PrimeraMaíz SegundaTrigovalor mm promedio ponderado

MM regados promedio hta.Inversión por Hectárea (US$)

Costo medio del mm (US$) Electricidad

Valor mm generado(neto de mayores costos) US$ / MM

EnergíaMantenimientoAguaAmortizacionesMano de obraTotal

0,400,140,020,660,121,34

1,232,522,432,362,16

1871.861

Soja PrimeraMaíz PrimeraMaíz SegundaTrigovalor mm promedio ponderado

MM regados promedio hta.Inversión por Hectárea (US$)

Costo medio del mm (US$) Gasoil

Valor mm generado(neto de mayores costos) US$ / MM

EnergíaMantenimientoAguaAmortizacionesMano de obraTotal

0,730,140,020,610,121,61

1,232,522,432,362,16

1871.694

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Cuadro 5: Costos y valor económico generado por mm de riego complementario, caso base.

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Page 26: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

27

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

Indicadores rentabilidad

VAN (10%)TIRPeríodo de Recupero (años)

-16.9589,1%

S/R

Electricidad Indicadores rentabilidad

VAN (10%)TIRPeríodo de Recupero (años)

-48.4807,3%

S/R

Gasoil

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Page 27: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

28

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

Soja PrimeraMaíz SegundaTrigovalor mm promedio ponderado

MM regados promedio hta.Inversión por Hectárea (US$)

Costo medio del mm (US$) Electricidad

Valor mm generado(neto de mayores costos) US$ / MM

EnergíaMantenimientoAguaAmortizacionesMano de obraTotal

0,400,11

0,020,540,091,16

1,232,432,362,18

2311.861

Soja PrimeraMaíz SegundaTrigovalor mm promedio ponderado

MM regados promedio hta.Inversión por Hectárea (US$)

Costo medio del mm (US$) Gasoil

Valor mm generado(neto de mayores costos) US$ / MM

EnergíaMantenimientoAguaAmortizacionesMano de obraTotal

0,730,11

0,020,490,091,44

1,232,432,362,18

1871.694

Indicadores rentabilidad

VAN (10%)TIRPeríodo de Recupero (años)

55.73112,7%

12 años

Electricidad Indicadores rentabilidad

VAN (10%)TIRPeríodo de Recupero (años)

11.25610,6%

15 años

Gasoil

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Cuadro 7: Costos, valor económico y rentabilidad esperada en un sistema intensificado, con 66,6%de doble cultivo de trigo

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Page 28: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

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monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

Soja PrimeraSoja SegundaMaíz PrimeraTrigovalor mm promedio ponderado

MM regados promedio hta.Inversión por Hectárea (US$)

Costo medio del mm (US$) Electricidad

Valor mm generado(neto de mayores costos) US$ / MM

EnergíaMantenimientoAguaAmortizacionesMano de obraTotal

0,400,15

0,020,700,121,39

1,231,292,522,361,93177

1.861

Soja PrimeraSoja SegundaMaíz PrimeraTrigovalor mm promedio ponderado

MM regados promedio hta.Inversión por Hectárea (US$)

Costo medio del mm (US$) Gasoil

Valor mm generado(neto de mayores costos) US$ / MM

EnergíaMantenimientoAguaAmortizacionesMano de obraTotal

0,730,15

0,020,640,121,66

1,231,292,522,361,93

1771.694

Indicadores rentabilidad

VAN (10%)TIRPeríodo de Recupero (años)

-68.8436,4%

S/R

Electricidad Indicadores rentabilidad

VAN (10%)TIRPeríodo de Recupero (años)

-97.4134,3%

S/R

Gasoil

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Cuadro 8: Costos, valor económico y rentabilidad esperada en un sistema con mayor presencia de soja (66,6%) y menor de maíz (33,3%).

Page 29: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

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Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

Soja PrimeraMaíz PrimeraMaíz SegundaTrigovalor mm promedio ponderado

MM regados promedio hta.Inversión por Hectárea (US$)

Costo medio del mm (US$) Electricidad

Valor mm generado(neto de mayores costos) US$ / MM

EnergíaMantenimientoAguaAmortizacionesMano de obraTotal

0,400,17

0,020,800,121,50

1,232,522,432,362,18

1872.233

Soja PrimeraMaíz PrimeraMaíz SegundaTrigovalor mm promedio ponderado

MM regados promedio hta.Inversión por Hectárea (US$)

Costo medio del mm (US$) Gasoil

Valor mm generado(neto de mayores costos) US$ / MM

EnergíaMantenimientoAguaAmortizacionesMano de obraTotal

0,730,17

0,020,730,121,76

1,232,522,432,362,16

1872.033

Indicadores rentabilidad

VAN (10%)TIRPeríodo de Recupero (años)

-140.4394,8%

S/R

Electricidad Indicadores rentabilidad

VAN (10%)TIRPeríodo de Recupero (años)

-161.3203,3%

S/R

Gasoil

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Fuente: elaboración propia

Page 30: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

31

Fuente: elaboración propia

Costo medio del mm (US$) Electricidad

EnergíaMantenimientoAguaAmortizacionesMano de obraTotal

0,400,140,020,660,121,34

Costo medio del mm (US$) Gasoil

EnergíaMantenimientoAguaAmortizacionesMano de obraTotal

0,730,140,020,610,121,61

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

Cuadro 10: Costos, valor económico y rentabilidad esperada en un contexto de mayores precios de commodities (+20%)

Page 31: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Soja PrimeraMaíz PrimeraMaíz SegundaTrigovalor mm promedio ponderado

MM regados promedio hta.Inversión por Hectárea (US$)

Valor mm generado(neto de mayores costos) US$ / MM

1,513,233,13

2,982,74

1871.694

Soja PrimeraMaíz PrimeraMaíz SegundaTrigovalor mm promedio ponderado

MM regados promedio hta.Inversión por Hectárea (US$)

Valor mm generado(neto de mayores costos) US$ / MM

1,513,233,13

2,982,74

1871.861

Indicadores rentabilidad

VAN (10%)TIRPeríodo de Recupero (años)

79.86413,8%

11 años

Electricidad Indicadores rentabilidad

VAN (10%)TIRPeríodo de Recupero (años)

48.34212,6%

12 años

Gasoil

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.Soja Primera

Maíz PrimeraMaíz SegundaTrigovalor mm promedio ponderado

MM regados promedio hta.Inversión por Hectárea (US$)

Costo medio del mm (US$) Electricidad

Valor mm generado(neto de mayores costos) US$ / MM

EnergíaMantenimientoAguaAmortizacionesMano de obraTotal

0,470,140,020,660,121,42

1,232,522,432,362,16

1871.861

Soja PrimeraMaíz PrimeraMaíz SegundaTrigovalor mm promedio ponderado

MM regados promedio hta.Inversión por Hectárea (US$)

Costo medio del mm (US$) Gasoil

Valor mm generado(neto de mayores costos) US$ / MM

EnergíaMantenimientoAguaAmortizacionesMano de obraTotal

0,870,140,020,610,121,76

1,232,522,432,362,16

1871.694

32

Cuadro 11: Costos, valor económico y rentabilidad esperada en un escenario de mayor gasto en energía (+20%)

Page 32: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

El riego en ArgentinaSuperficie con cobertura y sistemas utilizadosLa información que se dispone en materia de infraestructura de riego proviene de los Censos, de las estadísticas de organismos internaciona-les (basadas en los mismos censos y en sus propias estimaciones), de algunos relevamientos realizados por las carteras agropecuarias, y de estimaciones de investigadores, fundamental-mente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).1

Según el Censo Nacional Agropecuario 1988 (CNA 1988), la superficie agropecuaria regada ascendía a 1,25 millones de hectáreas a fines de los ’80; el relevamiento señalaba 850 mil hectá-reas con riego superficial, 181 mil hectáreas con riego subterráneo y 216 mil que combinaban riego superficial y subterráneo.

El censo agropecuario siguiente, realizado en los años 2001/2002, marcaría 1,35 millones de hectá-reas regadas, 946 mil con riego gravitacional, 281 mil con riego por aspersión y 125 mil con riego localizado. De estas cifras puede deducirse que la superficie regada había crecido muy poco en ese lapso de 13/14 años, unas 110 mil hectáreas, una tasa de expansión de sólo el 0,6% promedio anual (se mostrará luego que en algunas provincias la superficie siguió claramente otra tendencia).

Viniendo más al presente, el CNA 2008 tendría problemas de cobertura y de calidad de informa-ción, y sus resultados serían prácticamente descartados por el propio INDEC.2 Finalmente, los resultados del último Censo, realizado reciente-mente (2018/2019), aún no han sido publicados.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, institución de referencia en temas agrícolas a nivel mundial, más conocida por sus siglas en inglés (FAO/UN), cuenta con una importante base estadística que cubre muchos países, que incluye entre otras estadísticas referencias de la superficie bajo riego en Argentina.3 Se sabe que esta base se construye a partir de la información que suminis-

tran los propios países, visitas a los países y estima-ciones de funcionarios del propio organismo.4 FAO/UN informa de una superficie equipada con sistemas de riego (todos) de 1,45 millones de hectáreas en 1988, de 1,60 millones de hectáreas en 2002 y de 2,36 millones de hectáreas en 2016. Las cifras de FAO exceden levemente a los dos datos censales antes referidos (CNA 1988 y CNA 2002), lo que puede obedecer a diferencias definicionales (“superficie efectivamente regada” vs “superficie en condiciones de ser regada”), metodológicas y/o de otra naturaleza, que se desconocen.5

Gráfico 1: Evolución de la superficie bajo riego en Argentina según FAO/UN*

En millones de hectáreas

Tasa crecimiento % anual (media móvil 5 años)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea. Fuente: IERAL, en base a datos de FAOSTAT

Situación en las provincias

De acuerdo al CNA 2002, Mendoza, en primer lugar, y Buenos Aires, en segundo lugar, encabeza-ban el ranking de provincias con mayor superficie regada (todos los sistemas), con 268 mil hectá-reas y 166 mil hectáreas respectivamente. Luego aparecían Salta, Córdoba y Jujuy, con 119 mil, 94 mil y 92 mil hectáreas respectivamente.

Entre los años 1988 y 2002 los resultados censa-les muestran cierto estancamiento de la superfi-cie regada a nivel país, pero con una gran hetero-geneidad a nivel de provincias. En efecto, en muchas jurisdicciones sub-nacionales el área bajo riego se expande en forma significativa (Gráfico 2, panel izquierdo).

Gráfico 2: Superficie bajo riego por provincia* En miles de hectáreas

Superficie regada según Censos1988 y 2002

Por ejemplo, en este lapso de 13/14 años el área bajo riego se expande un 63% en Córdoba, una tasa que excede largamente la nacional (9%). En todas las provincias de la zona agrícola núcleo se observa un importante crecimiento del área regada, del 183% en Santa Fe, del 45% en Entre Ríos, y del 64% en Buenos Aires.

Otra referencia estadística reciente respecto del área bajo riego a nivel provincial es el “Estudio del Potencial de Ampliación del Riego en Argen-tina”, documento conjunto de FAO y el Ministe-rio de Agricultura y Ganadería de la Nación, publicado en el año 2015, que presenta datos por provincias para el año 2009 y que tiene algunas discrepancias con los números censales antes presentados (a continuación referido como el trabajo FAO/MinAgri).

FAO / MinAgri (2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO / MinAgri 2015.

Según FAO/MinAgri (2015) el área bajo riego era de 2,1 millones de hectáreas en 2009 y a diferen-cia de los resultados censales antes menciona-dos, Buenos Aires era la provincia con mayor superficie regada, unas 300 mil hectáreas con agua subterránea y 74 mil con agua superficial (Gráfico 2, panel derecho). Luego aparecían Men-doza con 202 mil hectáreas de riego superficial y 66 mil hectáreas con riego subterráneo, Salta con 176 mil y 16 mil respectivamente y Córdoba con 47 mil y 136 mil. Es interesante notar que de acuerdo a esta información Córdoba se ubicaría en segundo lugar, luego de Buenos Aires, en el ranking nacional que considera la superficie regada sólo con agua subterránea.

Mapa 1: Riego por pivote central en Córdoba*

Fuente: Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).

Para el caso de Córdoba también se dispone de información del INTA Manfredi y del Consorcio de

Regantes; de acuerdo a Salinas A. (2014), Córdoba habría pasado de 56 mil hectáreas bajo riego por aspersión en 2002 a unas 130 mil hectáreas en el 2009, un incremento del 130%.

En los últimos años han surgido estimaciones de superficie bajo riego en sistemas de pivote central para distintas provincias / regiones utilizando imágenes satelitales. Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014),7 usando esta última metodología, realizan una estimación para Córdoba tomando un período de unos 20 años; la provincia mediterránea contaba con unas 250 hectáreas bajo riego por pivote central en el año 1994 (2 círculos), que pasaron a ser 44 mil hectá-reas en 2004 y 102 mil hectáreas en 2014 (1.393 círculos). Según las imágenes, el riego se concen-tra en la zona central de la provincia, particular-mente en los departamentos Río Primero, Terce-ro Arriba, Río Segundo y Juárez Celman.

Mapa 2: Riego por pivote central en Buenos Aires*

En Barrionuevo N., German, L., Waldman C. (2016) se encuentra una estimación con meto-dología de imágenes satelitales para provincia de Buenos Aires en el período 1995-2015. Mientras que en 1995 identificaron 7 círculos que regaban una superficie de 516 hectáreas, 20 años más tarde hallaron 2.300 círculos en un área total de 147 mil hectáreas.

Zelmer et al (2015) realizan una estimación del área regada por pivote en la cuenca del Río Negro duran-te el período 2000-2015; en el año 2000 contabili-zan 12 círculos y una cobertura de 767 hectáreas, en 2015 unos 106 círculos y unas 6.487 ha.

Gráfico 3: Cantidad de EAPs o Regantespor provincias (En unidades)

EAPs (Censos 1988 y 2002)

Marini, M. (2015) estima la superficie bajo riego con pivote central en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires para la campaña 2013/2014 y la compara con un estudio similar realizado para la campaña 2006/2007; entre estas campañas se registró un incremento del 150% en la cantidad de círculos (de 114 a 285).

Con respecto a la cantidad de establecimientos agropecuarios que contaban con sistemas de riego, el CNA 1988 refería a 80,8 mil EAPs y el CNA 2002 a 64,4 mil. Por su parte, el trabajo de FAO/-

MinAgri hace referencia a un total de 145 mil regantes en el año 2009, una cifra muy superior a la de los censos, que podría conciliarse sólo en presencia de varios regantes por EAPs o de un fuerte aumento de la cantidad de EAPs regando entre el dato censal 2002 y el relevamiento de FAO/MinAgri.

Regantes (FAO / MINAGRI, 2009)

*Todos los sistemas de riego, riego con agua superficial y con agua subterránea.

Fuente: Elaboración propia en base a Censos Agropecuarios 1988 y 2002 (INDEC) y FAO/MinAgri (2015).

De todos modos, se observan algunos datos pro- vinciales con diferencias llamativas entre ambas fuentes de información. Por caso, el CNA 2002 refiere a 1.699 EAPs con riego en Córdoba, mien-tras que FAO/MinAgri contabiliza 5.158 regantes en esta última provincia para 2009 (3 veces la cantidad de EAPs).

Otros casos llamativos son Río Negro, con 3.370 EAPs (CNA 2002) y 13.683 regantes (FAO/MinA-gri) o San Luis con 113 EAPs (2002) y 1.067 regan-tes (2009). Pero también hay diferencias en la dirección contraria, menos regantes que EAPs, por ejemplo, Santiago del Estero con 3.725 EAPs (2002) y 2.751 regantes (2009) o Jujuy con 4.043 EAPs (2002) y 2.594 regantes (2009).

Superficie con riego por aspersión de tipo complementario bajo sistemas de pivote centralNo se conoce información pública sobre la superfi-cie actualmente cubierta con riego por aspersión, con irrigación de tipo complementaria basadas en sistemas de pivote central, menos aún de cómo fue la evolución en el tiempo de la incorporación de esta tecnología ni su distribución espacial a nivel país.

Sí se dispone de algunas estimaciones realizadas por investigadores de INTA.

En particular, Martellotto E. (2012) estima que de un total de 2,2 millones de hectáreas, la irrigación complementaria representaba 1,2 millones de hectáreas y que, de esta última cifra, unas 405 mil correspondían a irrigación con pivote central, 283 mil de riego complementario (70%) y 122 mil hectáreas de riego integral (30%).

Nótese que consolidando los resultados de los relevamientos realizados a partir de imágenes satelitales en las dos provincias líderes en uso de sistemas de pivote central (Córdoba y Buenos Aires) se llega a unas 250 mil hectáreas cubiertas para los años 2014/2015 (riego complementario y riego integral). A esta última cifra habría que agre-gar una posible ampliación de área en los 3 años más recientes (2016/2018) y la superficie cubierta

en otras regiones del país que se sabe cuentan con esta tecnología (zonas de Catamarca, Entre Ríos, Salta, San Luis, Río Negro, por citar algunas).

Potencial de expansión

El territorio argentino puede caracterizarse como mayoritariamente seco, con menor disponibilidad de agua que aquella requerida para el óptimo crecimiento y desarrollo de los cultivos. En exten-sas áreas esta deficiencia abarca todo el año, aunque existen amplias regiones donde están bien marcadas las estaciones secas y húmedas (Lucio G. Reca et al., 2010).

Las lluvias siguen una distribución de mayor a menor, de este a oeste. La deficiencia hídrica anual presenta una magnitud creciente hacia el oeste, coincidiendo con el régimen de lluvias. A su vez, esta falta de agua se presenta durante los períodos críticos de crecimiento y desarrollo de importantes cultivos como maíz, soja, maní (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).

Las sequías son una característica normal del clima de la mayor parte del territorio argentino en general, y de la Región Pampeana en particular. Desde que existen registros, es posible identificar numerosas sequías severas por su duración e intensidad, e innumerables períodos secos mode-rados o suaves. Todos ellos produjeron un fuerte impacto sobre la economía del sector productivo agropecuario (Lucio G. Reca et al., 2010).

Regiones semiáridas o subhúmedas, con deficien-cia hídrica, disponen de la condición “necesaria” para la inversión en riego suplementario. Pero, además de lo anterior, desde lo técnico, adoptar esta tecnología requiere de disponibilidad de agua (calidad y cantidad)8 y de suelos de buena condi-ción para uso agropecuario (Salinas, A., 2010).

Luego, deberá pasar el filtro de la evaluación económica; en este segundo plano se requiere que los beneficios que genere la tecnología exce-dan sus costos (rentabilidad positiva del proyecto riego, incluyendo un costo de oportunidad por los fondos invertidos), y que además, dada la magni-tud de las inversiones que se requieren usualmen-te, el productor pueda disponer de financiamiento

a mediano y largo plazos para complementar su propio capital con recursos de terceros.9

El Esquema I resume los requerimientos de locali-zación y económicos para la incorporación de la tecnología de riego (integral o complementario).

Esquema I: Requerimientos de localización y eco- nómicos para la incorporación de tecnología de riego

Fuente: elaboración propia.

Según estimaciones presentadas en el trabajo de FAO / MinAgri (2015), la superficie regada en el país podría ampliarse en un rango de entre 590 mil y 940 mil hectáreas, en función de los escena-rios climáticos, de las necesidades de riego y la disponibilidad hídrica. En Martellotto E. (2012) se señala que existe un potencial de ampliación muy superior, de 4,73 millones de hectáreas bajo riego complementario sólo en la región pampeana.

Zappi, A., (2012) estimó la superficie regable potencial en base a la disponibilidad de agua subterránea para riego en la región pampeana; supuso niveles máximos y mínimos de recarga para un manejo sustentable de los acuíferos, considerando un consumo bruto de 600 mm/año, compatible con la demanda para riego suplemen-tario en la región; partiendo de una superficie bajo riego con agua subterránea de 200 mil hectáreas en la región pampeana,10 la estimación arrojó como resultado que la misma se podría incremen-tar en un mínimo de 109 mil hectáreas y en un máximo de 489 mil hectáreas, sin comprometer el uso sustentable de los recursos hídricos.

En Córdoba, por su parte, el Grupo de Suelos de INTA Manfredi junto con la Secretaría de Agricul-tura y Recursos Renovables de la Provincia de Córdoba (1995) estimaron que la superficie potencialmente regable, en función de la aptitud de los suelos y la disponibilidad de recursos hídricos de calidad, podría ascender a 1,5 millo-nes de hectáreas (María V. Feler et al., 2014).

Una de las preocupaciones que existen en distin-tas regiones del mundo donde se utiliza en forma intensiva agua para riego es el nivel de los acuíferos. Este es el caso de varias zonas de riego de Estados Unidos. Podría preguntarse si ésta puede ser una restricción para la ampliación de la superficie a regar en Argentina.

No se ha podido acceder a mucha bibliografía o a referencias acerca del nivel de los acuíferos en Argentina, salvo un trabajo que se viene desarro-llando en Córdoba, recientemente publicado.

En esta última provincia el consorcio de usuarios de aguas subterráneas de zona I realiza un moni-toreo de más de 200 perforaciones desde el año 2012 a los efectos de estudiar justamente el com-portamiento de los acuíferos; luego de 7 años de mediciones semestrales encuentran que los acuí-feros se recargan rápidamente al comenzar un ciclo húmedo y que el riego no tendría una influencia significativa sobre la dinámica de los acuíferos (Carignano C.A y Bettiol S., 2018).

Gráfico 4: Productividad potencial,con y sin restricción de agua

Gráfico 5: Reducción de la volatilidad de la producción en sistemas sin restricción de agua

Fuente: elaboración propia.

¿De qué magnitud puede ser el saltode los rindes?

Como se mencionase, la tecnología de riego permite operar en una curva de rindes tendencia-les superior, eliminando o reduciendo la limitante que genera el agua en los rindes asequibles. Para dimensionar esta gran ventaja resulta importante discutir acerca de los rindes, plantear las diferen-cias entre rindes potenciales y rindes observados bajo esquemas que operan con y sin limitantes de agua, para luego sí presentar algunas referencias acerca de la altura o magnitud que puede mostrar este salto en los rindes.

El rinde potencial (RP) hace referencia a la máxima producción que puede alcanzar la varie-dad de un cultivo, medida en unidades físicas de producto por hectárea, cuando se siembra con las condiciones ambientales indicadas, con toda la tecnología de insumos requerida, las mejores prácticas de manejo, sin restricción de agua y con control eficiente de malezas, insectos, etc. (Merlos et al, 2015; Fischer et al, 2014; FAO, 2015).

Dada la tecnología de semillas e insumos que se dispone, este rinde potencial dependerá única-mente del clima de cada zona (radiación solar, temperatura, etc.) y, en principio, no debería estar influido por las propiedades del suelo, dado que todos los nutrientes necesarios podrían ser a priori agregados (Van Ittersum Et Al, 2013).12 El concepto de RP puede ser una referencia válida (un “benchmarking”, un espejo para compararse, para saber qué tan bien se están haciendo las cosas) en producciones que operan en zonas con suelos de buena calidad y que disponen de agua suficiente, mediante una combinación de napas, lluvias y riego, es decir que operan sin restricciones importantes (FAO, 2015).

Gráfico 6: Rindes potenciales y observados,con riego y en secano

Fuente: elaboración propia en base a Aramburo Merlos et al (2015), Fischer et al (2014), FAO (2015).

En la producción en secano, aquella que se lleva adelante sólo con agua de napas y lluvias, es de esperar que exista restricción de agua, menor o mayor según regiones, tipos de suelos y años, ya sea por un flujo insuficiente de lluvias o por una mala distribución de éstas a lo largo del ciclo de vida de los cultivos. En este sistema de producción, el rinde potencialmente asequible es menor y suele denominarse como rinde potencial “restrin-gido por agua”. En síntesis, aplicando toda la tecnología disponible y las mejoras prácticas, un productor operando en secano enfrentará un techo de rindes más bajo que operando bajo un sistema con agua “segura”.

El riego complementario puede considerarse como una mejora en tecnología de insumos, capaz de levantar, por un lado, el techo producti-vo, desde un rinde potencial con restricción de agua hacia un rinde potencial sin restricción de agua (un paso de 3 a 1 en la Gráfica 6) y, en consecuencia, los rindes efectivamente logrados (un paso de 4 a 2).

El riego complementario será más importante en aquellas regiones donde la principal limitante de los rindes sea la falta de agua, es decir cuando haya una brecha importante entre los rindes potencia-les sin y con restricción agua; por el contrario será menos relevante en situaciones donde la limitante de rindes pase más por otros aspectos, ya sea vinculados al ambiente (ej.: temperaturas extre-mas), la composición de los suelos (salinidad, acidez), o al manejo productivo (malas decisiones en materia de fechas de siembra, control de male-zas, nutrición, etc.). Reducir la brecha entre rindes observados y potenciales es una responsabilidad de cada productor y establecimiento.

Los rindes potenciales (sin y con restricción de agua) son teóricos, se estiman bajo distintos procedimientos13 y son relevantes a los efectos de su comparación con los rindes observados. Por distintos motivos, es de esperar que los rindes observados sean menores a los potencia-les en ambos tipos de sistemas, en otras pala-

bras, que se abra una brecha entre estos dos rindes (yield gaps en inglés).

La brecha debe existir porque los rindes poten-ciales se estiman optimizando todo el proceso desde lo “productivo”, suponiendo la cantidad y calidad exacta de insumos requeridos (semillas, fertilizantes, etc.), la mejor tecnología de produc-ción, las decisiones correctas en los momentos oportunos, etc.; pero en la realidad la producción presenta muchas heterogeneidades en todas las dimensiones y variables antes mencionadas. Además, como ya se mencionara, lo que es óptimo en términos productivos no necesaria-mente será óptimo en términos económicos.

Es normal que exista un diferencial entre rindes observados y rindes potenciales, pero la cuestión a resolver es de grado, ¿qué es normal, qué tan grande debe ser el diferencial? Si la brecha fuese superior a la “normal”, ameritaría un estudio de sus causas y la implementación de una serie de acciones para su reducción. Una forma de incre-mentar la producción a partir de la misma super-ficie agrícola sería reduciendo estas brechas a los niveles “normales”.

La adopción generalizada de tecnologías (de insumos, procesos, etc.) y de buenas prácticas que hacen a los rindes potenciales es el camino para achicar estas brechas, o, desde otra perspec-tiva, para incrementar los rindes observados y acercarlos a sus rindes máximos potenciales. Aramburu Merlos et al (2015) estiman una brecha de rindes observados y potenciales (limitados por agua) que promedia el 41% en trigo y maíz y el 32% en soja en Argentina.

Por su parte, la brecha de rindes entre un siste-ma bajo riego complementario y un sistema de secano no es fácil de medir (requiere de un método correcto y de un trabajo de muchos años) y tampoco es de esperar que esta brecha sea la misma entre diferentes cultivos, suelos, climas o regiones. Distintos trabajos presentan estimaciones al respecto, pero con una gran

variabilidad de resultados (Cuadro 2). Entre ellos se destaca particularmente el que se lleva adelante en la Estación Experimental Agropecua-ria de INTA ubicada en la localidad de Manfredi (Salinas, A., 2010), que refleja resultados obteni-dos a lo largo de muchos años (promedio) en el uso de un sistema de riego por pivote central. En la EEA Manfredi el sistema de riego generó una brecha de rindes, respecto de secano, del 34% en maíz de primera, del 113% en trigo y del 31% en soja de primera en el período 1997/2009.

Cuadro 2: Brecha de rindes estimada entre cul- tivos bajo riego complementario y secano, según distintos trabajos relevados

Valor económico generado por el riegoCada milímetro de riego complementario que se vuelca al sistema de producción genera un valor económico (Esquema 2). Este aporte se explica por la interacción de dos variables: a) la produc-tividad de esa agua de riego; b) el precio de los cultivos que se están regando.

A mayor productividad de los milímetros agrega-dos, mayor valor económico generado por la tecnología, dado un set constante de precios de los cultivos; o, a mayores precios de los cultivos

que se están regando, mayor valor generado por el riego, dada una productividad determinada de los milímetros agregados.

La productividad del agua de riego es una medida física, y tiene que ver con la mejora de los rindes.

Es la transformación del agua de riego en kilos adicio-nales del producto que se está regando. Un riego de alta productividad es aquel que logra los rendimien-tos diferenciales máximos (respecto a secano) con la menor cantidad posible de milímetros aplicados. Como puede deducirse, no todos los milímetros de agua aplicados tendrán a priori la misma productivi-dad, no todos tendrán productividad.

Hay milímetros que rendirán más que otros por distintos motivos: por el momento del cultivo en el que se están aplicando (la estadía o fase de desarrollo), por la condición hídrica de los suelos, por el tipo de cultivo y su respuesta esperada a esa condición hídrica, por la tecnología de insu-mos (fertilizantes, densidad de semillas) que se está usando, etc.

Esquema 2: Valor económico aportado por el riego complementario

Fuente: elaboración propia.

Un cultivo se puede regar en exceso o en defec-to, se pueden aplicar milímetros en los momen-tos inadecuados, y puede haber milímetros ausentes cuando sí eran requeridos. A la hora de maximizar el valor generado la clave pasa por tener la mejor información posible acerca de los diferentes cultivos, del clima, de los suelos, del aporte de lluvias, etc., para luego combinar todos esos datos en un sistema que determine con la mayor precisión posible el cuánto y el cuándo regar.

Gráfico 7: Valor económico generado con la tecnología de riego en diferentes cultivos

Fuente: elaboración propia.

El riego genera más valor económico en el cultivo A que en el B, posibles razones:

i. El impacto de cada mm en los rindes diferenciales (∆ kilos / mm) es mayor en el cultivo A que en el B (a precios de mercado similares o no tan desfavorables para A);

ii. El precio de mercado del cultivo A supera al del cultivo B (a similar impacto de cada mm en los rindes o no tan diferentes);

iii. Tanto el impacto en rindes como los precios de mercado son superiores en el cultivo A respecto del cultivo B.

Los precios de los granos determinarán final-mente el valor monetario de los kilos adicionales logrados por la tecnología. Nótese que la produc-tividad del riego se puede mejorar, es una varia-ble que está bajo el control de la empresa agro-pecuaria, pero no así los precios de los granos, que representan una variable exógena, no controlable por el productor, que viene definida por los precios internacionales de las commodi-ties (particularmente en cereales y oleaginosas) y las políticas tributarias y comerciales del gobier-no (derechos de exportación, cupos de exporta-ción, subsidios, etc.).

La consideración del precio de los granos es muy relevante. Podría suceder que un cultivo en el que la productividad del agua de riego es baja genere más valor por milímetro regado en relación a otro en el que la productividad es alta, si el precio de mercado del primero es mayor al del segundo y más que compensa la brecha de productividad del agua.

Puede deducirse que el empresario agropecua-rio debe concentrarse en maximizar el valor económico de los milímetros que está volcando al sistema. Y con este objetivo en mente, las deci-siones importantes tendrán que ver con:

a. El sistema de producción que se elija (el mix de cultivos, escogiendo aquellos más reactivos al agua y/o de mayor precio relativo en el mercado);

b. La intensidad con que se decida usar la tierra (el doble cultivo pasa a ser relevante en presencia de cultivos de invierno con muy buena respuesta al agua);14

c. La tecnología de insumos que se aplique (la respuesta al agua se potencia con buenas semi-llas, fertilización acorde, etc.);

d. La eficiencia con que se maneje el sistema de riego (el cuánto y cuándo regar).

En la estación experimental del INTA en Manfre-di se viene midiendo desde hace muchos años el diferencial de rindes que logran los cultivos que se producen con tecnología de riego comple-mentario y los que se producen bajo secano. Se trata de una línea de investigación que ya trae muchos años. Según la publicación de Salinas A. (2010), la mayor productividad del agua, los kilos adicionales producidos por milímetro regado, que surge del análisis de registros de series largas (+10 años), se encuentra en los cereales, maíz y trigo, quedando en un tercer lugar la soja. El INTA Manfredi hace lo que cada productor debiera hacer en su propio estableci-miento: generar y analizar información del com-portamiento de los cultivos bajo sistemas de riego y secano,15 información que será luego clave para mejorar y optimizar el uso del sistema de riego.

Cuadro 3: Valor económico generado por cada milímetro de riego bajo productividad INTA Man-fredi y precios actuales de granos

Utilizando como referencia los parámetros que presenta Salinas A (2010), se puede estimar cuál sería el valor generado por cada milímetro de riego volcado a un sistema de producción como el que tiene el INTA en Manfredi, a los precios de mercado de abril 2019. Los resultados de este ejercicio se presentan en el Cuadro 3. Puede apreciarse allí que el milímetro que más valor aporta al sistema (en promedio), para productivi-dad y precios determinados, sería aquel que riega Maíz (US$ 2,2 / mm) y el de menor contribución el de la Soja de Segunda (US$ 0,9). En la compara-ción Maíz vs Soja, puede apreciarse que hay una gran brecha de productividad del riego a favor del cereal, que más que compensa el diferencial de precios que tiene a favor la oleaginosa.

Como último comentario, vale reiterar lo ya dicho, la productividad del riego puede ser muy diferente entre zonas (heterogeneidad de suelos, climas, regímenes de lluvias, etc.), por lo que cada produc-tor deberá indagar y registrar la respuesta que tienen los cultivos en su propio sistema.16

Lo importante es que cuando un productor elija el mix óptimo de cultivos (el cómo estructurar su sistema de producción, el cómo asignar la tierra entre los distintos cultivos posibles),17 tenga en claro que habrá canastas productivas en las que el riego complementario generará más valor que en otras.

Con respecto a la inversión en perforación, esta será mayor mientras más profundo deba irse para llegar a una napa con el caudal de agua requerida. Puede suceder que se requiera de más de una perforación en caso de no lograrse suficiente caudal para abastecer al sistema de producción deseado. También suelen presentarse diferencias entre bombas de extracción según potencias requeridas para llevar el agua a superficie.

Una vez realizadas las inversiones, éstas deberán recuperarse en una determinada cantidad de años a partir de los ingresos que genera el siste-ma. En términos de costos, el concepto de amortizaciones refleja la recuperación de estas inversiones.

Desde el punto de vista económico, el uso efectivo de los equipos (horas en funcionamiento, milíme-tros regados), dada una determinada vida útil total, debería determinar el monto de las amortizaciones a imputar en cada ejercicio o campaña (lo que debe devolverse). En la práctica contable, las amor-tizaciones dependerán de la legislación, de lo que ésta permita o establezca. De todos modos, no existe coincidencia respecto a cuál es la vida útil total de un sistema de riego, ni tampoco está tan claro si debe evaluarse a ésta sólo en términos del uso que se le dé al equipo (debiera posiblemente ponerse una fecha límite, independiente del uso, por la esperable obsolescencia tecnológica). En base a consultas a regantes y especialistas que comercializan tecnología de riego, la vida producti-va de ésta podría exceder los 15 años de ser bien cuidados los equipos.

Gasto en energía

Como ya se mencionase, dentro de los costos de funcionamiento se destaca la energía. La energía es el principal costo variable que tienen los regantes que utilizan sistemas de pivote central. La factura total a pagar en concepto de energía dependerá de tres variables:

a. De las tarifas de electricidad o el precio del litro de gasoil, según la fuente de energía que utilice el sistema;

b. De los coeficientes o requerimiento técnicos: cantidad de kw o de litros de gasoil que se requieren para aplicar un mm de agua de riego por hectárea;

c. De los milímetros aplicados (milímetros prome-dio por hectárea).

Esquema 4: Gasto en energía, sus determinantes

*Se puede intentar negociar el cargo por potencia(costo fijo) en la provisión de electricidad.Fuente: elaboración propia.

Es interesante notar que el precio de la energía (tarifas, gasoil) no es una variable que pueda contro-lar el regante, sino que responde a precios interna-cionales del petróleo, tipo de cambio, regulaciones, impuestos y otros factores.21 En el caso de los requerimientos técnicos, se trata más bien de una cuestión tecnológica, aunque también puede influir la eficiencia de manejo del sistema (por caso, el correcto mantenimiento de los motores en el caso del uso de gasoil). Finalmente, el tercer factor refie-re a la cantidad de milímetros a aportar al sistema de producción, la que dependerá de cada cultivo, suelo, situación climática de cada año, etc. Nótese que esta tercera variable es la que más puede y debe controlar el regante, si desea minimizar el gasto en energía. Para reducir la factura de energía el riego debe ser “optimizado”, un riego de “precisión”, la cantidad de milímetros que se vuelca al sistema debe ser la mínima suficiente como para lograr los máximas impactos productivos (los milímetros justos, en los momentos más requeridos).

Fuente: elaboración propia.

Se establece una determinada productividad del agua de riego para cada cultivo, un rinde diferencial (respecto a secano) por milímetro regado. Se tienen en cuenta aquí las mediciones del INTA Manfredi, consultas realizadas a regantes y otros trabajos reseñados.24 En concreto se supone una brecha de rindes del 25% en soja, del 45% en maíz y del 100% en trigo, con un promedio de 189 mm regados por hectárea.25 Se definen también los

requerimientos energéticos por milímetro de agua aportada al sistema (kw/mm; litros gasoil/mm) y los precios de mercado de las fuentes de energía (netos de IVA).

Los precios de los granos son valores en tranquera. Se construyen a partir de precios FAS Rosario (promedio primeros 4 meses 2019), con un descuento por gastos de transporte y comercia-lización. Las amortizaciones se suponen lineales,

la vida útil de todo el sistema se supone en 15 años (se simplifica, sin distinción de componen-tes) y se incluye un valor de recupero del 15% del valor de la inversión total al cabo del año 15. No se imputa beneficio alguno por revaloriza-ción de la tierra generada por la adquisición del equipo de riego. Finalmente, se imputa como costo de mano de obra, el 50% del salario bruto fijado por UATRE para un capataz con 5 años de antigüedad. En el Cuadro 4 se detallan los princi-pales supuestos y parámetros.

De acuerdo a las estimaciones, el costo del milímetro regado en el sistema de producción definido se ubica en US$ 1,34 (electricidad) y US$ 1,61 (gasoil). Los dos grandes componentes de los costos son la energía (US$ 0,40 y US$ 0,73, respectivamente) y las amortizaciones (US$ 0,66 y US$ 0,61). La mano de obra, el man-tenimiento y el canon de agua26 tienen una incidencia menor.

Esquema 5: Costos del riego por aspersión con pivote central (US$ / mm), caso base

Fuente: elaboración propia.

Según FAO Argentina contaba con una superfi-cie bajo riego de 1,28 millones de hectáreas en los inicios de los ’70, de 1,44 millones en los inicios de los ’80, de 1,48 millones en los inicios de los ’90, de 1,56 millones en los inicios de los ’00 y de 2,25 millones en los inicios de los ’10.

Para FAO, la década de los ’80 fue de estanca- miento, la de los ’90 de leve crecimiento y los primeros 10 años del Siglo XXI los de mayor expansión de la superficie con infraestructura para riego (+685 mil hectáreas).

A partir de las estadísticas del organismo interna-cional puede estimarse que la superficie de Argentina que cuenta con sistemas de riego

representa sólo el 6% de la superficie cultivada total. Esta relación es menor a la que se observa-ría en otros países; por caso, asciende al 17% en Estados Unidos (promedio 2011-2016), al 10% en Uruguay y al 21% en el mundo.

Lo anterior no implicaría, necesariamente, que esta tecnología de insumos esté siendo subutiliza-da en Argentina; debería evaluarse si hay nuevas áreas que cuentan con las condiciones para su implementación (principalmente, disponibilidad de agua) y si esta última sería económicamente conveniente. De todos modos, hay estudios que indican que Argentina, efectivamente, podría y debería ampliar la superficie bajo riego en una superficie significativa.6

En lo que respecta al valor económico genera-do por cada milímetro incorporado al sistema, este se ubica en un rango de US$ 1,23/mm (soja primera) y US$ 2,52/mm (maíz de primera). Los cereales (maíz y trigo) se muestran con mayor impacto económico. Respecto a los indicadores de rentabilidad (Cuadro 6), la TIR del sistema que se alimenta con electricidad se ubica en el 9,1%, el VPN para una tasa de descuento del 10% es negativo (-16.958) y el período de recu-pero excede los 15 años. La TIR del sistema que se alimenta con gasoil es menor, del 7,3%, el VPN negativo (-48.480) y el recupero excede al igual que el caso anterior el horizonte de evaluación.

Cuadro 6: Indicadores de rentabilidad proyecto riego complementario, caso base

Fuente: elaboración propia.

A continuación se plantean algunos cambios en los supuestos del caso base a los efectos de ver cómo responde el proyecto, en particular se simula:

1. Diferentes sistemas de producción: a) un uso más intensivo de la tierra (se incrementa la superfi-cie que se somete al doble cultivo con trigo); b) mayor presencia de la soja (66,6% soja, 33,3% maíz y 33,3% trigo);

2. Una inversión por hectárea que difiere de la prevista;

3. Suben los precios internos de los granos (por revalorización externa y/o eliminación de impues-tos al comercio exterior);

4. Un gasto en energía que difiere del especificado, ya sea por mayores tarifas eléctricas (una localiza-ción que enfrenta un servicio más oneroso), por mayores requerimientos energéticos a los supuestos (kw/mm; litros gasoil/mm), o por un

manejo ineficiente del sistema de riego (se aplican más milímetros para el mismo diferen-cial de rindes).

Análisis de sensibilidadCambios en el sistema de producción

Es de esperar que un uso más (menos) intensivo de la tierra tenga impacto positivo (negativo) en la rentabilidad del sistema, por la presencia de costos fijos asociados al sistema de riego, que pueden ser distribuidos mejor a mayor cantidad de agua aplica-da (milímetros). De todos modos, lo anterior será válido en la medida que el cultivo que se agregue al sistema para darle intensidad genere un valor económico por milímetro volcado que exceda los costos variables; solo en este caso quedará un excedente para cubrir costos fijos.

Como ya se comentara, en el modelo base el trigo tiene una muy buena respuesta al riego, genera un valor económico importante, y por lo tanto cumple con el requisito anterior. No debe sorprender entonces que al pasar de un sistema de producción que tiene una asignación del 33,3% de la tierra a un doble cultivo (caso base) a otro con el 66,6% mejoren todos los indicado-res de rentabilidad. En el sistema alimentado a electricidad la TIR sube al 12,7% (frente al 9,1% del caso base) y el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inversión en 12 años. En el sistema alimentado a gasoil la TIR sube al 10,6% (frente al 7,3% del caso base), el VPN pasa a terreno positivo, con un recupero de la inver-sión en 15 años. Analizando los cambios que se han generado en sistema se observa una baja en los costos medios, fundamentalmente de amor-tizaciones, y un incremento en la cantidad promedio de milímetros volcados por hectárea (de 187 a 231 mm).

Puede deducirse que si el cambio hubiese sido en la dirección contraria, hacia una menor inten-sificación del sistema, la rentabilidad del proyec-to riego habría sufrido un deterioro.

Fuente: elaboración propia.

Cambiar el mix de cultivos favoreciendo aque-llos que más sufren la restricción del agua y que por ende tendrán una mayor respuesta produc-tiva en sistemas bajo riego debería mejorar la rentabilidad del proyecto. Lo contrario si la canasta de cultivos se sesga hacia aquellos de menor respuesta productiva.

Por ejemplo, si el sistema de producción del caso base se modifica en dirección de incorporar más soja y menos maíz, hacia una combinación de 66,6% soja y 33,3% maíz, la TIR del proyecto con electricidad se ubica en el 6,4% (9,1% en caso base) mientras que la TIR del proyecto con gasoil en el 4,3% (7,3% en caso base).

Fuente: elaboración propia

El deterioro de la rentabilidad del proyecto tiene que ver con que se están agregando hectáreas de un cultivo que genera por cada milímetro volcado un valor económico de US$ 1,23 y se están sacando hectáreas de un cultivo que genera US$ 2,43 / mm.

Se encarece la inversión por hectárea En el caso base se supone una determinada inver-sión por hectárea, que tiene que ver con el costo del equipo y del resto de las instalaciones que

exige el sistema, con la fuente de energía y particu-larmente con el supuesto de traslado y riego en tres posiciones diferentes (lo que permite ampliar la cobertura de 60 a 180 hectáreas). Puede inferir-se que si por algún cambio en los supuestos ante-riores (precios, cobertura, etc.) la inversión por hectárea se acrecienta la rentabilidad del proyecto se verá resentida respecto del caso base. Como ejercicio para tener una referencia, si la inversión resulta un 20% superior a la prevista, ubicando el

monto en cercanías de los US$ 2.200 / hectárea en el sistema alimentado por electricidad y de US$ 2.000 / hta en el sistema alimentado por gasoil, la TIR del proyecto sufre un impacto importante, retrocediendo al 4,8% (desde un 9,1% del caso base) y al 3,3% (del 7,3% del caso base), respectivamente. En términos de costos, la diferencia con el caso base puede apreciarse en el costo del milímetro aplicado, que sube a US$ 1,50 / mm y US$ 1,76 mm, respectivamente, impulsado por la mayor carga en concepto de amortizaciones.

Cuadro 9: Costos, valor económico y rentabili-dad esperada en un sistema con una mayor inversión (+20%)

Suben los precios de los granos Así como una mayor inversión a la prevista en el caso base impactará negativamente en la rentabili-dad del proyecto, un mayor valor de los granos actuará en dirección contraria, mejorando los números. Una suba de precios de granos en tranquera podría originarse en una revalorización de las commodities a nivel internacional y/o en una reducción / eliminación de los impuestos que actualmente gravan las exportaciones de granos en Argentina (derechos de exportación, DEX). Debe recordarse que en el caso de la soja la carga actual de DEX es muy alta (27% aproximadamente) y que no es menor la carga que sufren los cereales y el resto de cultivos (9%).27

Costos a enfrentar en la adopción y en el uso de la tecnología La implementación de tecnología de riego exige una inversión inicial y luego una serie de eroga-ciones periódicas para su funcionamiento. En teoría de costos, cada milímetro de riego volcado al sistema incorporará un componente de costos fijos y un componente de costos variables.

Esquema 3: Costos generados en el uso de tecnología de riego complementario

*Se supone el pago de un monto fijo por año.

Fuente: Elaboración propia.

Los costos fijos están asociados básicamente a la inversión y al recupero de ésta (amortización de bienes de uso, instalaciones). También pueden considerarse como costos fijos la retri-bución a la mano de obra (debe estar, indepen-dientemente de la intensidad de uso que tenga el equipo de riego), el cargo mensual por dispo-ner de la electricidad (en el caso de los sistemas que operan con esta fuente de energía) y el canon de agua, cuando este es un monto cons-tante, independiente de la cantidad de milíme-tros que consuma el regante.18

En el caso de los costos variables, aparecen sólo dos ítems, el consumo de energía (electricidad o gasoil) y los gastos de mantenimiento o repara-ción de los equipos y la infraestructura de riego. A continuación, se analizan con mayor detalle los dos principales rubros que hacen al costo de cada milímetro de riego.

Inversión y amortizacionesLa inversión a realizar tiene básicamente los siguientes componentes: a) la adquisición del bien de capital (equipo de riego, caños de conducción de agua, etc.); b) la instalación del equipo en el campo; c) la perforación para la extracción del agua (incluyendo bomba de extracción); d) el equipamiento y/o la infraes-tructura que requiera la disposición de una fuente de energía para mover el equipo.

En lo que hace a equipos de riego de tipo pivote central, existen tres o cuatro marcas líderes en el mercado, que proveen sistemas basados a electri-cidad o a gasoil. Los equipos pueden ser instala-dos de forma fija o móvil, en este último caso, permitiendo ampliar el área bajo riego. Un equipo de riego “estándar” puede tener una capacidad de cobertura de unas 60 hectáreas, que puede esca-lar a 120 o 180, en caso de disponerse de 2 o de 3 posiciones (equipo móvil). Los equipos fijos gene-ralmente se piensan para un riego más integral (mayor cantidad de milímetros por cultivo), mien-tras que los equipos móviles para un riego com-plementario, donde el agua a agregar al sistema representa 25% / 30% del agua requerida total.19

La elección de la fuente de energía a utilizar dependerá básicamente de la distancia que medie entre el área donde se requiere instalar el equipo y el punto más cercano de la red pública de energía eléctrica. A priori la energía eléctrica será preferible por una cuestión logística y de manejo, pero si media una distancia importante (varios kilómetros) entre red eléctrica y área a regar, la inversión en ampliación y/o acercamien-to de la red eléctrica puede ser suficientemente costosa como para desalentar el uso de esta energía, inclinando la balanza a favor de la alimen-tación a gasoil. El gasoil, por su parte, tiene venta-jas y desventajas; a favor suele destacarse el ahorro de ciertos costos fijos que suele haber en electricidad (instalaciones, pago de un cargo por potencia) y como desventaja el tiempo y el costo que requiere disponer en forma permanente del combustible en el campo.20

Rentabilidad esperada de un proyecto de riego complementarioA continuación, se evalúa un proyecto de inver-sión en riego suplementario por pivote central. La idea es trabajar un caso base, para extenderlo a otras situaciones y/o sensibilizarlo en sus prin-cipales parámetros, de forma tal de poder captu-rar la diversidad de situaciones que existe en el mundo de los regantes y de determinar variables que más contribuyen al resultado económico.

Se sigue una metodología similar a la utilizada por Bongiovanni R. et al (2006) y (2011), donde se consideran sólo aquellos costos y beneficios asociados a la aplicación de la nueva tecnología que está incorporando el sistema de producción.22

En este contexto, los ingresos a considerar en el proyecto están asociados a los diferenciales de rindes que obtiene el sistema (respecto de secano) al operar sin restricción de agua, valori-zados a los respectivos precios de los cultivos (tranquera). Con respecto a los costos, son todos aquellos desembolsos que requiere la adquisición y el funcionamiento del sistema de riego. Se estima una tasa de retorno del capital invertido en el proyecto riego, que podrá luego compararse con el costo de oportunidad que enfrenta el productor por los fondos propios y/o de terceros que canaliza en el proyecto.23

El proyecto base requiere definir aspectos vincu-lados a la tecnología y el sistema de producción, especificar una serie de parámetros y precisar montos de inversión y precios relativos de productos e insumos relevantes.

En lo que hace al sistema de riego, se trabaja con un pivote central de cobertura de 60 hectáreas, trasladable a tres posiciones, es decir, una cobertura total de 180 hectáreas. Respecto del sistema de producción, se supone una asigna-ción de tierras entre los cultivos agrícolas pam-peanos tradicionales, con una posición donde se hace trigo – maíz de segunda, otra con soja de primera y una tercera con maíz de primera, lo que hace una mayor participación del maíz (66,6% del área) que de soja (33,3%) y un doble cultivo en el 33,3% del área total.

Se considera una perforación a una profundidad de 150 / 200 metros, con extracción de agua a los 40 metros. En base a consultas realizadas a proveedores locales, la inversión total en este sistema de riego se estima en US$ 305.000 (gasoil) y US$ 335.000 (electricidad). Se imputa una mayor inversión en el sistema alimentado vía electricidad a los efectos de considerar posi-bles mayores erogaciones requeridas por el tendido de redes (para llevar la red hasta el campo y/o para trasladar cables subterráneos entre posiciones).

Los montos anteriores definen una inversión por hectárea de US$1.700 (gasoil) y US$1.860 (electricidad). Estos montos son una referencia para el caso base, luego se sensibilizan a los efectos de captar situaciones donde la inversión requerida sea diferente (mayor o menor).

Beneficios económicos del riegoLa incorporación de un sistema de riego (integral o complementario) en zonas con riesgo de estrés hídrico impacta de manera positiva en el sistema de producción desde el momento en que permite:

1. Producir sin restricción de agua y por ende disponer de la posibilidad de obtener (en poten-cial) rindes superiores a los que se podrían lograr en un sistema en secano. En otras pala-bras, un sistema que opera bajo riego pasa a operar sobre una curva de rindes tendenciales superior a la de un sistema que opera en secano (Gráfico 4).

2. Disponer de una producción menos volátil, más estable en el tiempo. Los rindes medios observados suelen estar por encima o por debajo de los rindes medios tendenciales según el contexto climático del año. En años con condi-ciones climáticas favorables, los rindes efectivos pueden superar a los tendenciales, mientras que sucede lo contrario cuando el clima se muestra contrario. La disponibilidad de riego permite superar la restricción del agua, particularmente en los momentos más importantes, posibilitan-do que los rindes efectivos estén “cerca” del rinde tendencial en los años “secos” (Gráfico 5).

3. Diversificar la canasta de productos, incorpo-rando al sistema opciones de mayor valor (US$ por hectárea) y/o alta sensibilidad a faltantes de agua; en Argentina se observa la utilización de

riego complementario con pivote central en producciones agrícolas tradicionales (trigo, soja, maíz, etc.) y también en producciones de “espe-cialidades” (maíz colorado), vegetales (papa), legumbres (garbanzo), oleaginosas (maní), semi-llas (maíz), entre otras. Nótese que la posibilidad de poder elegir entre más producciones, de no haber limitantes de agua, facilita también cual-quier objetivo vinculado al uso sustentable de la tierra (rotaciones, coberturas, etc.).Los beneficios productivos se trasladan al terre-no económico. En este plano, se suele destacar que el riego complementario permite a la empre-sa agropecuaria:

1. Disponer de un flujo de ingresos acrecentado y más estable. Nótese que la mayor estabilidad del flujo de ingresos puede originarse tanto en la mayor estabilidad de la producción de cada culti-vo, sino también en la posibilidad ampliada que tienen los sistemas bajo riego de diversificar cultivos, de conformar una canasta que incluye producciones con precios de mercado que no están perfectamente correlacionados.11

2. Valorizar la tierra a partir de la disponibilidad de equipamiento e instalaciones para riego.

En Bongiovanni R. et al (2011) se destacan otros potenciales beneficios: a) Posibilidad del uso de aguas residuales de tambo; b) Posibilidad de asentamientos poblacionales en regiones áridas y semiáridas; c) Mayor captación de carbono.

IntroducciónEn cultivos extensivos que se desarrollan en distintas partes del país una limitante fuerte suele ser la disponibilidad de agua. En regiones semiáridas, particularmente, las precipitaciones pueden ser escasas y/o tener una variabilidad que incrementa sustancialmente el riesgo productivo. A su vez, dependiendo de las condi-ciones de los suelos, la lluvia efectivamente captada puede ser sólo un porcentaje de la precipitación caída.

En estos casos, la introducción de sistemas de riego por aspersión de tipo complementario representa una incorporación tecnológica con impacto positi-vo sobre rindes potenciales y abanico de productos asequibles. Esta tecnología elimina en forma prácti-camente completa la restricción que el agua puede imponer sobre el desarrollo de los cultivos.

Se observa que la adopción de tecnologías de riego complementario ha sido importante en distintas partes del país, particularmente en aquellas zonas donde se dan las condiciones necesarias (disponibilidad de agua en cantidad y calidad, suelos con buena fertilidad, etc.) y en aquellos períodos donde las condiciones económicas se han mostrado favorables (altos precios relativos de granos, disponibilidad de financiamiento, etc.).

La incorporación de riego complementario impli-ca una inversión inicial, un desembolso de fondos de una única vez que puede ser significativo, mientras que su utilización en cada campaña exige afrontar una serie de costos (energía, agua, mano de obra) que se sumarán a las demás erogaciones que requiere todo cultivo (semillas, fitosanitarios, etc.).

Todo productor agropecuario que opera en un contexto de restricción de agua debe evaluar la conveniencia de llevar adelante una inversión

en tecnología de riego, comparar beneficios con costos esperados, incluyendo entre los beneficios no sólo la posibilidad de escalar en rindes, sino también el disponer de flujos productivos más estables y de otros impactos positivos que se generan sobre el sistema.

La disponibilidad y el costo del financiamiento de terceros (posibilidad de complementar capi-tal propio con deuda) pueden ser determinan-tes, y también será relevante el grado de aver-sión al riesgo que muestre el productor (a mayor aversión al riesgo mayor valoración de una tecnología que permite estabilizar rindes). Nótese que en la decisión de incorporación de la tecnología influirán variables macro (costo del capital, precios internacionales de commo-dities, etc.), específicas a cada región (clima, suelos, etc.) y también de cada productor (pro-pietario vs no propietario, tamaño de la explo-tación, perfil del productor, etc.).

Este informe trata acerca de la economía del riego complementario, analizando y discutien-do temas como los antes referidos.

En una primera sección se presentan algunas referencias generales respecto de la cobertura que tiene actualmente el riego en Argentina. Luego se discuten y analizan los principales beneficios y costos económicos de la tecnolo-gía de riego complementario.

Finalmente, se estima la rentabilidad de inver-tir en esta tecnología en un caso base, cons-truido bajo un set de determinados paráme-tros técnicos y precios relativos; este proyec-to base luego se sensibiliza en aquellas varia-bles que más contribuyen a los resultados de la inversión.

No es descabellado pensar que los DEX serán elimi-nados en algún momento o que los precios de las commodities puedan ubicarse en un nivel superior a los valores que muestran en 2019 (la referencia del caso base).

El ejercicio a realizar consiste entonces en deter-minar qué sucede con la rentabilidad del proyecto si los precios en tranquera se ubican un 20% más altos (en promedio durante todo el período de análisis). El cambio de supuesto implica pasar, por ejemplo, de una Soja Rosario de US$233 / ton a una de US$280, de un Maíz Rosario de US$140 / ton a uno de US$168 y de un Trigo Rosario de US$189 / ton a otro de US$227. Este salto de precios mejora mucho la rentabili-dad, en el sistema que usa electricidad la TIR sube al 13,8% (del 9,1% del caso base) y en el sistema que usa gasoil al 12,6% (de un 7,3%).

Lo que está cambiando en el sistema es el valor que genera el riego, el aporte económico de cada milímetro que se vuelca a los diferentes cultivos.

Puede deducirse que una baja en los precios percutirá en la dirección opuesta.

Fuente: elaboración propia

Sube el gasto en energía La factura de energía es el principal costo operativo que tienen los sistemas de riego. En el modelo base se suponen determinados precios

de la electricidad y el gasoil, un requerimiento técnico para generar cada milímetro de agua que se incorpora al sistema y una cierta canti-dad de milímetros necesarios para un determi-nado diferencial de rindes. Pero podría suceder que el precio de la electricidad que enfrente un regante sea mayor al supuesto, o que se requie-ra de más kilovatios o litros de gasoil por milíme-tro que se incorpora, o que, el regante no sea eficiente en el uso del agua y esté volcando más de la necesaria para lograr el diferencial de rindes buscado.

Por los motivos que fuere, si el gasto en energía es mayor al previsto en el caso base, la rentabili-dad del sistema se resiente. Por ejemplo, si se supone un gasto en energía un 20% más alto, manteniendo todo lo demás constante, la TIR del proyecto con electricidad retrocede al 8,5% (del 9,1%) y la TIR del proyecto con gasoil al 5,9% (del 7,3%). Nótese que un descuido en el manejo de la energía impacta relativamente más en el modelo con gasoil, en función del mayor costo y ponderación de esta fuente de energía.

Fuente: elaboración propia

Apreciaciones finalesTodo regante debiera tener un tablero de control donde ubique y monitoree lo que está sucediendo con aquellas variables que influyen sobre los resultados económicos de su inver-sión en riego, todas las que influyen sobre el aporte económico que generará cada milímetro de riego y/o sobre sus costos. También es importante distinguir, no perder de vista, varia-bles que pueden ser controladas de las que están fuera de alcance.

Hay factores importantes que afectan a un regante o a un potencial inversor en riego, que serán “no controlables”, que pueden deteriorar o mejorar el resultado de la decisión de riego de una campaña o el resultado esperado de una inversión posible. Estos vectores no manejables tienen que ver con aspectos intrínsecos del campo o de su ubicación (ej.: profundidad del agua, distancia a una red de energía eléctrica, etc.), con precios relativos que fijan los merca-dos (commodities, energía, bienes de capital, insumos, costo del capital) y/o con políticas económicas (regulaciones, impuestos, macro-economía en general).

Por caso, en el análisis de sensibilidad realizado, para un sistema de producción determinado, se aprecia que el proyecto riego deteriora en forma importante su rentabilidad esperada si las inver-siones por hectárea superan los US$ 2.000 o que sucedería lo contrario si los precios de los granos se ubicasen en niveles que exceden a los actuales, tonificados por la mano de un contexto internacional más demandante o de una política tributaria interna menos gravosa.

Fuente: elaboración propia

Con toda la información relevante, el regante debe elegir (sujeto a las restricciones que impone un asignación sustentable de la tierra) el mejor sistema de producción para su tecnología, aquel mix de cultivos donde el valor generado por cada milímetro volcado sea máximo; en el proyecto base con el que se trabaja se demuestra que hay una gran diferencia de resultados económicos entre un sistema de producción basado en soja y un sistema basado en maíz (dada una determina-da productividad del agua y a los precios relati-vos actuales). También se demostró que la tecno-logía de riego exige intensificar el proceso produc-tivo, avanzar hacia sistemas de producción donde la tierra se aprovecha más de una vez por año.

Finalmente, la eficiencia con la que se riega es central, la productividad que se logra con los milímetros volcados. Se trata de una de las varia-bles, quizás la más importante, que el regante puede y debe controlar. La energía es costosa, por lo que regar de más (sin resultados en productividad) es claramente un mal negocio, pero también regar cuando no era el momento o regar de menos de lo requerido. El regante debe focalizar el esfuerzo de su gestión en opti-mizar la tecnología que ha incorporado si desea lograr los mejores resultados económicos.

33

Indicadores rentabilidad

VAN (10%)TIRPeríodo de Recupero (años)

-30.0968,5%

S/R

Electricidad Indicadores rentabilidad

VAN (10%)TIRPeríodo de Recupero (años)

-72.6425,9%

S/R

Gasoil

Page 33: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

34

Proyecto base 9,1% 7,3%

Base -20% Inversión hta regada 16,2% 13,6%Base +20% Precios granos 13,8% 12,6%Base -20% Gasto en energía 9,8% 8,7%Base +20% Inversión hta regada 4,8% 3,3%Base -20% Precios granos 3,9% 1,0%Base +20% Gasto en energía 8,5% 5,9%Base +Intensificación del sistema 12,7% 10,6%

Tasa Interna de Retorno Electricidad Gasoil

Cuadro 12: Rentabilidad esperada (TIR) proyecto de riego complementario, proyecto base y otros escenarios posibles

Fuente: elaboración propia

Page 34: LA ECONOMÍA DEL RIEGO

Notas al pie

1 Hay muchas carencias de datos vinculados al riego en el país, a pesar que se trata de una tecnología de insumos clave para determinadas zonas productivas. Datos básicos como superficie regada, superficie con instalaciones para riego, cantidad de EAPs que disponen de la tecnología, actividades productivas que se riegan, sistemas de riego dominantes, etc., o bien se encuentran poco actualizados y discutidos (caso de los datos del CNA 2008) o directamente no se disponen.2 El INDEC sugiere utilizar los resultados del CNA 2002 antes que los del CNA 2008; estos últimos, por otra parte, prácticamente ya no se encuentran disponibles en el web-site del organismo estadístico oficial.3 Otra base de datos con estadísticas globales es la del Servicio Geológico de Estados Unidos (US Geological Survey).4 Ver Droogers, P., (2002).5 Otra cuestión relevante desde la perspectiva del uso de los recursos naturales sería la “intensidad” (canti-dad de agua volcada) con que se utilizan los sistemas de riego en cada país. Esta información no se encuen-tra disponible.6 Este tema se discute en una sección posterior.7 Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).8 En relación a la calidad del agua, la misma se debe evaluar en función de distintos riesgos: salinización, sodi-ficación y toxicidades específicas. Algunas provincias, caso de Córdoba, disponen de una norma que establece la obligación de colocar en cada perforación un caudalímetro que mide el volumen instantáneo de agua extraído, el caudal acumulado y la conductividad eléctrica (CE), siendo este último un indicador del contenido salino del agua de riego, aunque insuficiente para caracterizar de forma integral la calidad del agua a utilizar (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).9 La ausencia de financiamiento puede ser una restricción difícil de superar para el productor. Como se discutirá luego, la inversión en tecnología de riego complementario tiene un piso de US$ 1600 / US$ 1800 por hectárea en la actualidad. Si no se dispone de un crédito a 5/10 años de plazo a una tasa de interés similar a la internacional, la decisión de incorporación puede verse muy desalentada.10 Abarca NE y SE de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos.11 Frente a un escenario climático que se espera adverso (seco), un productor en secano probablemente se vea obligado a asignar mucha tierra al cultivo de mayor resistencia a un posible estrés hídrico, quedando por lo tanto expuesto no sólo a lo que suceda con el clima sino también al precio de mercado de ese “único” cultivo. Un productor bajo riego puede asignar la tierra a diferentes cultivos, cuyos precios, si bien pueden estar correlacionados (moverse en la misma dirección), no estarán “perfectamente” correlaciona-dos (si el precio de uno de ellos sube o baja 10%, es muy baja la probabilidad que el precio del otro suba o baje y que lo haga “exactamente” en un 10%). Dados 2 productos con volatilidad semejante en sus propios precios pero estos últimos no perfectamente correlacionados, puede decirse que el flujo de ingresos de una producción diversificada (que los incluya a ambos) será menos volátil que el de una producción concentrada (que incluya a 1 solo).12 Como estos mismos autores advierten, debe notarse que alcanzar el rinde potencial en zonas con suelos de pobre condición o en determinados contextos de precios relativos puede ser anti económico.13 En FAO and DWFI (2015) se identifican 4 metodologías para estimar rindes potenciales: a) rendimientosmáximos observados en estaciones experimentales, en concursos de agricultores; b) al igual que la anterior,basada en rendimientos observados, pero estimando funciones de frontera o límite (boundary function ); c) modelación de rindes, a partir de índices climáticos y/o modelos más integrales / complejos (ej. tipo CERES); d) combinando métodos (sensores remotos, datos reales, sistemas de información geográfica, etc.).14 Se verá luego que el doble cultivo también es relevante para enfrentar los costos fijos que tienen los siste-mas de riego.

15 En todos los campos de regantes suele quedar una fracción del lote donde los equipos de riego no llegan y se produce en secano.16 También pueden observarse diferencias de precios relativos de granos en tranquera. Por caso, a mayor distancia de los puertos, el maíz sufre relativamente más los costos de transporte en relación a la soja.17 El mix óptimo de cultivos dependerá no sólo del impacto del riego en los rindes sino también de otras variables relevantes para el productor (rotaciones, disponibilidad de capital de trabajo, márgenes brutos de los cultivos “antes del riego”).18 Podría ser un costo variable si el cargo es por m3 de agua entregada al sistema de producción (requeriría de un caudalímetro funcionando correctamente y de revisiones periódicas del ente competente).19 De acuerdo a información relevada, en determinados sub-mercados (hortalizas, semillas), suele haberempresas que alquilan tierras para la producción (o servicios agrícolas integrales) que disponen de equipos de riego móviles, que trasladarán de un lugar a otro según campañas y acuerdo convenido con el propieta-rio de la tierra.20 Se requiere de energía para extraer el agua y para accionar el pivote. Respecto al pivote y siguiendo aBongiovanni R. et al (2011) existen tres opciones: (a) utilizar energía de red llegando con cable subterráneo a cada posición donde se colocará el equipo; (b) disponer de un motor y generador en el lugar de la perfo-ración, que servirá para la electrobomba y el pivote, llegando con cable subterráneo a cada posición de riego (exigirá un motor relativamente grande); (c) generar la energía en el centro de cada posición de riego (no exige cables subterráneos, pero sí dos motores a gasoil). En los casos donde no se cuente con una red eléctrica cercana, ni se espere tenerla a corto / mediano plazo, la opción c) será la única disponible; por su parte, si existe posibilidad de disponer de red eléctrica a futuro, surge la posibilidad de elegir entre b) o c).21 Las tarifas de electricidad dependen de: a) precios de combustibles y gas (por el hecho que hay muchascentrales termoeléctricas); b) fuentes de generación (participación de las distintas fuentes); c) costo de lasinstalaciones / equipos / redes; d) regulaciones; e) impuestos; f) otros. A su vez, el precio del gasoil dependebásicamente de: a) barril de petróleo; b) dólar; c) política comercial / regulaciones.22 Evaluación de un proyecto de modernización de una explotación agropecuaria.23 En el caso del endeudamiento, la tasa deberá ser corregida por la reducción de carga tributaria que genera la posibilidad de deducir intereses de deuda de la base imponible del Impuesto a las Ganancias.24 En particular se suponen 6 kilos adicionales (respecto de secano) por milímetro regado en Soja, 25 kilos en maíz y 17 kilos en trigo.25 El gran impacto en el trigo revela que el caso base aplicaría mejor en regiones con estaciones secas yhúmedas marcadas, en aquellas donde la frecuencia e intensidad de las lluvias se reduce sensiblemente en meses de otoño e invierno, complicando el doble cultivo en secano.26 Se toma como referencia el canon de agua que se paga en la provincia de Córdoba ($34.000 por pozo).27 Actualmente los DEX se estructuran con un monto fijo de $4 por dólar exportado para todos los produc-tos primarios, con la excepción de la soja que sufre además una alícuota adicional del 18%. A tipo de cambio de abril de 2019, el monto fijo equivale a una alícuota del 9,2%.

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Notas al pie

1 Hay muchas carencias de datos vinculados al riego en el país, a pesar que se trata de una tecnología de insumos clave para determinadas zonas productivas. Datos básicos como superficie regada, superficie con instalaciones para riego, cantidad de EAPs que disponen de la tecnología, actividades productivas que se riegan, sistemas de riego dominantes, etc., o bien se encuentran poco actualizados y discutidos (caso de los datos del CNA 2008) o directamente no se disponen.2 El INDEC sugiere utilizar los resultados del CNA 2002 antes que los del CNA 2008; estos últimos, por otra parte, prácticamente ya no se encuentran disponibles en el web-site del organismo estadístico oficial.3 Otra base de datos con estadísticas globales es la del Servicio Geológico de Estados Unidos (US Geological Survey).4 Ver Droogers, P., (2002).5 Otra cuestión relevante desde la perspectiva del uso de los recursos naturales sería la “intensidad” (canti-dad de agua volcada) con que se utilizan los sistemas de riego en cada país. Esta información no se encuen-tra disponible.6 Este tema se discute en una sección posterior.7 Feler, M.V. y Barrionuevo N.J. (2014).8 En relación a la calidad del agua, la misma se debe evaluar en función de distintos riesgos: salinización, sodi-ficación y toxicidades específicas. Algunas provincias, caso de Córdoba, disponen de una norma que establece la obligación de colocar en cada perforación un caudalímetro que mide el volumen instantáneo de agua extraído, el caudal acumulado y la conductividad eléctrica (CE), siendo este último un indicador del contenido salino del agua de riego, aunque insuficiente para caracterizar de forma integral la calidad del agua a utilizar (Rodolfo Bongiovanni et al., 2011).9 La ausencia de financiamiento puede ser una restricción difícil de superar para el productor. Como se discutirá luego, la inversión en tecnología de riego complementario tiene un piso de US$ 1600 / US$ 1800 por hectárea en la actualidad. Si no se dispone de un crédito a 5/10 años de plazo a una tasa de interés similar a la internacional, la decisión de incorporación puede verse muy desalentada.10 Abarca NE y SE de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos.11 Frente a un escenario climático que se espera adverso (seco), un productor en secano probablemente se vea obligado a asignar mucha tierra al cultivo de mayor resistencia a un posible estrés hídrico, quedando por lo tanto expuesto no sólo a lo que suceda con el clima sino también al precio de mercado de ese “único” cultivo. Un productor bajo riego puede asignar la tierra a diferentes cultivos, cuyos precios, si bien pueden estar correlacionados (moverse en la misma dirección), no estarán “perfectamente” correlaciona-dos (si el precio de uno de ellos sube o baja 10%, es muy baja la probabilidad que el precio del otro suba o baje y que lo haga “exactamente” en un 10%). Dados 2 productos con volatilidad semejante en sus propios precios pero estos últimos no perfectamente correlacionados, puede decirse que el flujo de ingresos de una producción diversificada (que los incluya a ambos) será menos volátil que el de una producción concentrada (que incluya a 1 solo).12 Como estos mismos autores advierten, debe notarse que alcanzar el rinde potencial en zonas con suelos de pobre condición o en determinados contextos de precios relativos puede ser anti económico.13 En FAO and DWFI (2015) se identifican 4 metodologías para estimar rindes potenciales: a) rendimientosmáximos observados en estaciones experimentales, en concursos de agricultores; b) al igual que la anterior,basada en rendimientos observados, pero estimando funciones de frontera o límite (boundary function ); c) modelación de rindes, a partir de índices climáticos y/o modelos más integrales / complejos (ej. tipo CERES); d) combinando métodos (sensores remotos, datos reales, sistemas de información geográfica, etc.).14 Se verá luego que el doble cultivo también es relevante para enfrentar los costos fijos que tienen los siste-mas de riego.

15 En todos los campos de regantes suele quedar una fracción del lote donde los equipos de riego no llegan y se produce en secano.16 También pueden observarse diferencias de precios relativos de granos en tranquera. Por caso, a mayor distancia de los puertos, el maíz sufre relativamente más los costos de transporte en relación a la soja.17 El mix óptimo de cultivos dependerá no sólo del impacto del riego en los rindes sino también de otras variables relevantes para el productor (rotaciones, disponibilidad de capital de trabajo, márgenes brutos de los cultivos “antes del riego”).18 Podría ser un costo variable si el cargo es por m3 de agua entregada al sistema de producción (requeriría de un caudalímetro funcionando correctamente y de revisiones periódicas del ente competente).19 De acuerdo a información relevada, en determinados sub-mercados (hortalizas, semillas), suele haberempresas que alquilan tierras para la producción (o servicios agrícolas integrales) que disponen de equipos de riego móviles, que trasladarán de un lugar a otro según campañas y acuerdo convenido con el propieta-rio de la tierra.20 Se requiere de energía para extraer el agua y para accionar el pivote. Respecto al pivote y siguiendo aBongiovanni R. et al (2011) existen tres opciones: (a) utilizar energía de red llegando con cable subterráneo a cada posición donde se colocará el equipo; (b) disponer de un motor y generador en el lugar de la perfo-ración, que servirá para la electrobomba y el pivote, llegando con cable subterráneo a cada posición de riego (exigirá un motor relativamente grande); (c) generar la energía en el centro de cada posición de riego (no exige cables subterráneos, pero sí dos motores a gasoil). En los casos donde no se cuente con una red eléctrica cercana, ni se espere tenerla a corto / mediano plazo, la opción c) será la única disponible; por su parte, si existe posibilidad de disponer de red eléctrica a futuro, surge la posibilidad de elegir entre b) o c).21 Las tarifas de electricidad dependen de: a) precios de combustibles y gas (por el hecho que hay muchascentrales termoeléctricas); b) fuentes de generación (participación de las distintas fuentes); c) costo de lasinstalaciones / equipos / redes; d) regulaciones; e) impuestos; f) otros. A su vez, el precio del gasoil dependebásicamente de: a) barril de petróleo; b) dólar; c) política comercial / regulaciones.22 Evaluación de un proyecto de modernización de una explotación agropecuaria.23 En el caso del endeudamiento, la tasa deberá ser corregida por la reducción de carga tributaria que genera la posibilidad de deducir intereses de deuda de la base imponible del Impuesto a las Ganancias.24 En particular se suponen 6 kilos adicionales (respecto de secano) por milímetro regado en Soja, 25 kilos en maíz y 17 kilos en trigo.25 El gran impacto en el trigo revela que el caso base aplicaría mejor en regiones con estaciones secas yhúmedas marcadas, en aquellas donde la frecuencia e intensidad de las lluvias se reduce sensiblemente en meses de otoño e invierno, complicando el doble cultivo en secano.26 Se toma como referencia el canon de agua que se paga en la provincia de Córdoba ($34.000 por pozo).27 Actualmente los DEX se estructuran con un monto fijo de $4 por dólar exportado para todos los produc-tos primarios, con la excepción de la soja que sufre además una alícuota adicional del 18%. A tipo de cambio de abril de 2019, el monto fijo equivale a una alícuota del 9,2%.

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