la construcción de la nación argentina. el rol de las fuerzas armadas

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AUTORES MORENO, OSCAR (COORDINADOR); ANSALDI, WALDO; BALZA, MARTÍN; BARRY, CAROLINA; BASUALDO, EDUARDO; BIANCHI, SUSANA; BRAGONI, BEATRIZ; BOSOER, FABIÁN; BROWN, FABIÁN E. A; DE MARCO, MIGUEL ÁNGEL; DE PRIVITELLIO, LUCIANO; DI TELLA, TORCUATO; FEINMANN, JOSÉ P.; FRADKIN, RAÚL; GALASSO, NORBERTO; GELMAN, JORGE; LANTERI, SOL; LÓPEZ, ERNESTO; MATA, SARA E.; OLLIER, MARÍA M.; OYARZÁBAL, GUILLERMO A.; PAZ, GUSTAVO; PERSELLO, ANA V.; PLOTKIN, MARIANO B.; RATTO, SILVIA; RUIZ MORENO, ISIDORO J.; SABATO, HILDA; SAÍN, MARCELO; TIBILETTI, LUIS E.; VERBITSKY, HORACIO; WASSERMAN, FABIO.

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Page 1: La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas
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Autoridades Nacionales

DRA. CRISTINA FERNÁNDEZ DE KIRCHNER

Presidenta de la Nación

DRA. NILDA GARRÉ

Ministra de Defensa

Page 3: La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas

La construcción de la Nación Argentina El rol de las Fuerzas Armadas

Debates históricos en el marco del Bicentenario 1810-2010

PUBLICACIÓN DEL MINISTERIO DE DEFENSA DE LA NACIÓN - REPÚBLICA ARGENTINA

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AUTORES

MORENO, OSCAR (COORDINADOR); ANSALDI, WALDO; BALZA, MARTÍN; BARRY, CAROLINA;BASUALDO, EDUARDO; BIANCHI, SUSANA; BRAGONI, BEATRIZ; BOSOER, FABIÁN; BROWN,

FABIÁN E. A; DE MARCO, MIGUEL ÁNGEL; DE PRIVITELLIO, LUCIANO; DI TELLA, TORCUATO; FEINMANN, JOSÉ P.; FRADKIN, RAÚL; GALASSO, NORBERTO;

GELMAN, JORGE; LANTERI, SOL; LÓPEZ, ERNESTO; MATA, SARA E.; OLLIER, MARÍA M.;OYARZÁBAL, GUILLERMO A.; PAZ, GUSTAVO; PERSELLO, ANA V.; PLOTKIN, MARIANO B.;

RATTO, SILVIA; RUIZ MORENO, ISIDORO J.; SABATO, HILDA; SAÍN, MARCELO; TIBILETTI, LUIS E.; VERBITSKY, HORACIO; WASSERMAN, FABIO.

Page 5: La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas

Publicación del Ministerio de DefensaRepública ArgentinaAzopardo 250 (C1107ADB)

Fecha de catalogación: 19/03/2010

Coordinador: Oscar MorenoDiseño de tapas e interiores: Andrea P. SimonsRevisión: Esteban BertolaFotografía de tapas: Pedro Roth(Cabildo Abierto, de Pedro Blanqué, 1900)

© 2010 Ministerio de DefensaLa construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas ArmadasISBN: 978-987-25356-3-6

Hecho el depósito que dispone la Ley 11.723.Ninguna parte de esta publicación inluído el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarseo transmitirse en forma alguna, ni tampoco por medio alguno, sea este eléctrico, químico, mecánico,óptico, de grabación o fotocopia, sin la previa autorización escrita por parte de la editorial.Impreso en Argentina.

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PRÓLOGO

DRA. NILDA GARRÉ. MINISTRA DE DEFENSA.....................................................INTRODUCCIÓN

OSCAR MORENO Nación y Fuerzas Armadas: notas para un debate.......................

CAPÍTULO I (1810-1860) La Independencia y la organización nacionalFABIO WASSERMAN Revolución y Nación en el Río de la Plata (1810-1860)......RAÚL O. FRADKIN Sociedad y militarización revolucionariaBuenos Aires y el Litoral rioplatense en la primera mitad del siglo XIX.................JORGE GELMAN Y SOL LANTERI El sistema militar de Rosas y la Confederación Argentina (1829-1852)......................................................SARA E. MATA La Guerra de Independencia en Salta. Güemes y sus gauchos.......................................................................................GUILLERMO A. OYARZÁBAL Una estrategia para el Río de la Plata.La escuadra argentina en el combate naval de Montevideo............................

CAPÍTULO II (1862-1880) La organización nacional y la modernizaciónHILDA SABATO ¿Quién controla el poder militar? Disputas en torno a la formación del Estado en el siglo XIX.........................BEATRIZ BRAGONI Milicias, Ejército y construcción del orden liberal en la Argentina del siglo XIX................................................................GUSTAVO L. PAZ Resistencias populares a la expansión y la consolidacióndel Estado nacional en el interior: La Rioja (1862-1863) y Jujuy (1874-1875)........MIGUEL ÁNGEL DE MARCO De la Marina “fluvial” a la Marina “atlántica”...............

CAPÍTULO III (1880-1930) La vida político-electoral y los movimientos popularesSILVIA RATTO La ocupación militar de la Pampa y la Patagonia de Rosas a Roca (1829-1878)...........................................................................LUCIANO DE PRIVITELLIO El Ejército entre el cambio de siglo y 1930: burocratización y nuevos estilos políticos........................................................

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ÍNDICE

La construcción de la Nación Argentina: el rol de las Fuerzas Armadas/ Nilda Garré ... [et.al.]; coordinado por Oscar Moreno; edición literaria a cargode Roberto Diego Llumá; con prólogo de Nilda Garré. - 1a ed. - Buenos Aires:Ministerio de Defensa, 2010.

506 p.; 21x16 cm.

ISBN 978-987-25356-3-6

1. Historia Argentina. I. Garré, Nilda II. Moreno, Oscar, coord. III. Llumá, Roberto Diego, ed. lit. IV. Garré, Nilda, prolog.CDD 982

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HORACIO VERBITSKY Fuerzas Armadas y organismos de derechos humanos, una relación impuesta.....................................................................MARTÍN BALZA La Guerra de Malvinas...........................................................

NOTAS BIOGRÁFICAS..............................................................................................

WALDO ANSALDI Partidos, corporaciones e insurrecciones en el sistema político argentino (1880-1930)...............................................ISIDORO J. RUIZ MORENO Vida política y electoral (1880-1930). El Ejército......

CAPÍTULO IV (1930-1943) La crisis del modelo agroexportador y la ruptura institucional

NORBERTO GALASSO Las contradicciones en el Ejército durante el régimen conservador..................................................................................FABIÁN EMILIO ALFREDO BROWN La industrialización y la cuestión social: el desarrollo del pensamiento estratégico en Mosconi, Savio y Perón................ANA VIRGINIA PERSELLO ¿Qué representación? Elecciones, partidos e incorporación de los intereses en el Estado: la Argentina en los años de 1930.......MARIANO BEN PLOTKIN Políticas, ideas y el ascenso de Perón........................

CAPÍTULO V (1945-1955) El peronismo y el compromiso industrialistaTORCUATO DI TELLA Industria, Fuerzas Armadas y peronismo......................MARCELO SAÍN Defensa Nacional y Fuerzas Armadas.El modelo peronista (1943-1955)....................................................................SUSANA BIANCHI Hacia 1955: la crisis del peronismo.....................................CAROLINA BARRY El peronismo político, apuntes para su análisis (1945-1955)......

CAPÍTULO VI (1955-1976) La alternancia de los gobiernos civiles y militares.El partido militar y el peronismo. La influencia de las doctrinas extranjerassobre las Fuerzas ArmadasMARÍA MATILDE OLLIER Las Fuerzas Armadas en misión imposible:un orden político sin Perón............................................................................ERNESTO LÓPEZ La introducción de la Doctrina de la SeguridadNacional en el Ejército Argentino.................................................................LUIS EDUARDO TIBILETTI La sociabilización básica de los oficialesdel Ejército en el período 1955-1976.............................................................JOSÉ PABLO FEINMANN Ilegitimidad democrática y violencia.........................

CAPÍTULO VII (1976-1983) La dictadura militar y el terrorismo de EstadoLa Doctrina de la Seguridad Nacional y el neoliberalismoEDUARDO BASUALDO El nuevo funcionamiento de la economíaa partir de la dictadura militar (1976-1982)..................................................FABIÁN BOSOER El Proceso, último eslabón de un sistemade poder antidemocrático en la Argentina del siglo XX.................................

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PRÓLOGO

DRA. NILDA GARRÉMINISTRA DE DEFENSA

La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas es elresultado de la contribución de un conjunto de historiadores, periodistas, políticosy militares que fueron convocados a participar en el Ciclo Anual de Mesas Redondasorganizado durante el año 2009 en el marco de las celebraciones por el Bicentenariode la Nación Argentina.

El ciclo se organizó bajo una idea rectora: la conmemoración del Bicentenariodebe impulsar la comprensión crítica de la historia viva de la Patria. A partir de esteobjetivo, desde el Ministerio de Defensa, se alentó el análisis acerca del desempeñode las Fuerzas Armadas en los acontecimientos decisivos de la historia argentina, conel fin de que éste permita, a las futuras generaciones, elaborar una valoración objetivaen la que se potencien los aciertos y se desalienten definitivamente los errores.

Las siete mesas que se desarrollaron entre los meses de mayo y diciembre delaño 2009 en el Salón de Actos del Ministerio y que fueron transmitidas por el sis-tema de video conferencia a distintas unidades militares, contaron con una audienciapoblada de jóvenes oficiales de las tres Fuerzas, algunos altos oficiales y personasde la vida política e intelectual. Es de destacar, en el conjunto de las participaciones,la inquietud y la rigurosidad demostradas en los análisis de las diferentes situacionesproblemáticas de la historia argentina y del rol que en ellas desempeñaron las FuerzasArmadas.

El Ciclo Anual de Mesas Redondas se inscribe dentro del Plan Integral deModernización del Sistema de Defensa impulsado por el Ministerio de Defensa, quese funda en el principio de conducción civil de los asuntos castrenses, que a su vezse sustenta en el enunciado de diez grandes líneas de acción, una de las cuales es elfortalecimiento de la vinculación del sistema con la sociedad civil.

Esta línea de acción promovió el desarrollo de muy variadas actividades,pero todas ellas orientadas a la generación y difusión de un espacio de diálogo queresultara útil para favorecer el acercamiento de la ciudadanía en su conjunto alconocimiento de los hechos del pasado y a la recuperación de la memoria colectiva.

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DRA. NILDA GARRÉ. MINISTRA DE DEFENSAPRÓLOGO La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas

1 Oscar Terán, Historia de las ideas en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008, p. 25.2 José C. Chiaramonte, Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846), Buenos Aires, Emecé, 1997, p. 133.3 Tulio Halperin Donghi, De la revolución de Independencia a la Confederación Rosista, Buenos Aires,Paidós, 2000.4 Haydée Gorostegui de Torres, La Organización Nacional, Buenos Aires, Paidós, colección Historiaargentina (tomo 4), 2000. p. 93.

El diseño del ciclo se gestó a partir de definir los más importantes nudos pro-blemáticos de la historia argentina, en función de la construcción de la Nación ylas funciones propias de las Fuerzas Armadas en cada una de aquellas situaciones.

La primera de dichas coyunturas está dada por los procesos de la Independenciay de la organización nacional. La Revolución de Mayo se desencadenó en el Río dela Plata como un acontecimiento que no contó con un programa previamente for-mulado por sujetos sociales o políticos,1 pero que con el transcurrir del tiempo,sería constitutivo de la Nación y circunstancia de profundo análisis para cualquierperspectiva y desarrollo político futuro. De esta manera, una vez que la Revoluciónse produjo y se estableció la Primera Junta, fue necesario legitimarla. Si bien elgobierno se había formado en Buenos Aires, representaba a un territorio muchomayor, al que ahora había que llegar para convencer a sus autoridades y pobladores.2A partir de este momento, el rol que desempeñan las Fuerzas Armadas se vuelvesignificativo, ya que las nuevas autoridades, como afirma Halperin Donghi,3deciden difundir la noticia de su gobierno en todas las ciudades del virreinato através de expediciones militares; con lo cual la guerra se presentaba como unhorizonte inevitable. Ésta problemática, que se discute en el libro, es posible defi-nirla como la militarización del conjunto de la sociedad, y la forma en la que esteproceso ha de signar la experiencia política de toda una generación. A esta coyuntura seagrega el análisis de los conflictos relacionados con la Guerra de la Independencialibrada por los gauchos de Güemes y la batalla de Montevideo, donde una nacientearmada de las fuerzas revolucionarias al mando del almirante Guillermo Brown derro-tará a los realistas y liberará la región este del que fuera el virreinato del Río de la Plata.

El segundo nudo considerado consiste en la coyuntura que se produjo durantela última parte del siglo XIX, en la que: “el Ejército restableció con rapidez el ordeninterno necesario para la puesta en marcha del plan de modernización y apresuróla unificación del país a pesar de que ello costó la autonomía real de las provincias”.4La cuestión se discutió desde una moderna perspectiva historiográfica que parte deaceptar que la organización militar se encontraba constituida tanto por el ejércitode línea como por la Guardia Nacional, y ambos componían el Ejército Nacional.Hilda Sabato afirmó, en su ponencia a la segunda de las mesas redondas –y lo reitera

5 Oscar Terán, op. cit., p. 112.6 Ezequiel Gallo y Roberto Cortés Conde, La República conservadora, Buenos Aires, Paidós, colecciónHistoria argentina (tomo 5), 2005, p. 42.7 Silvia Ratto, Indios y Cristianos, Buenos Aires, Sudamericana, 2007, p. 183.

en el artículo que se incluye en el presente volumen–, que sólo a fines del siglo, elpredominio de las posturas centralistas condujo a privilegiar el fortalecimiento delos cuerpos regulares en detrimento de las milicias, para asegurar de esta manera elmonopolio estatal del uso de la fuerza. La participación de los cuerpos regularesy las milicias en la construcción del orden liberal a finales del siglo XIX se analizatambién en los conflictos de poder en la región de Cuyo.

Los dos nudos que se analizan a continuación se inscriben en el períododenominado como la “Argentina moderna” (1880-1930), considerado como unúnico período en términos económicos, con base en el modelo primario expor-tador y como dos subperíodos en el aspecto político divididos por la sanción dela Ley Sáenz Peña

Así, el tercero de los nudos históricos se define a partir del emprendimientollevado a cabo contra las poblaciones indígenas, con que se inicia el período de la“Argentina moderna”. Esta acción se basaba en un fundamento programático, com-partido por los sectores dominantes de Occidente, según el cual las naciones sóloserían viables si contaban con una población blanca y cristiana. Esta idea se vinculacon aquella afirmación de Juan Bautista Alberdi acerca de que: “somos europeostransplantados en América”. Mientras que en las Bases lo guía la convicción de queen Hispanoamérica el indígena “no figura, ni compone mundo”.5 Julio A. Rocaemprendió una campaña agresiva para llevar la frontera desde el zanjón hasta losbordes del río Negro, combatiendo a los indígenas, utilizando los instrumentosde la modernización tecnológica como el telégrafo y el ferrocarril y la profesionali-zación de las Fuerzas Armadas. La eliminación física de los indígenas hasta más alládel río Negro significó la incorporación de 15.000 leguas de tierra productiva.6

Pero la incorporación de esas 15.000 leguas significó también: “según constaen la Memoria del Departamento de Guerra y Marina del año 1879, 1.271 indiosde lanza prisioneros, 1.313 indios de lanza muertos en combate, 10.539 indios nocombatientes prisioneros y 1.049 indios reducidos voluntariamente”.7

La cuarta problemática identificada y discutida en la misma mesa que la ante-rior está dada por la relación entre el Ejército –que tuvo, en este período de la his-toria argentina, un fuerte proceso de conversión a una sólida burocracia estatal yprofesional– y la política en las modalidades que adquirió después de la sanción dela Ley Sáenz Peña y la posterior victoria de la UCR en 1916. Waldo Ansaldi sostuvo

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“La defensa nacional exige una poderosa industria propia y no cualquierasino una industria pesada” afirmó Perón en aquella conferencia. Esta perspectivahacía necesaria “la acción estatal, protegiendo a las manufacturas consideradas deinterés estratégico, y la creación de la Dirección General de Fabricaciones Militaresque contempla la solución de los problemas neurálgicos que afectan a las industriasradicadas en la Argentina”.11

Durante el período del peronismo clásico la relación entre el gobierno y lasFuerzas Armadas se estructuró a partir de la llamada Doctrina de la Defensa Nacional.Ésta se sustentaba en una concepción de la guerra muy convencional y limitada, enla que se preveían posibles confrontaciones bélicas localizadas con los países vecinos,particularmente con Chile y el Brasil. Estas dos hipótesis de conflicto configuraronel canon para la organización y el despliegue de las Fuerzas Armadas argentinas.

La siguiente coyuntura se sitúa en el período político que se inaugura en 1955,con el derrocamiento del gobierno de Perón por las Fuerzas Armadas, en el que éstasocupan el centro de la escena política, y concluye en 1973, a partir de la vuelta de unnuevo gobierno peronista. Al igual que el conjunto de la corporación política quese había opuesto a Perón y al movimiento peronista, las Fuerzas Armadas se dividenen cuanto a la interpretación acerca de su figura y perspectivas políticas y a la manerade vincularse con él y con el movimiento. Existe, por ejemplo, el proyecto de cons-truir un peronismo sin Perón (Lonardi). Al mismo tiempo, existe otro proyectoque consiste en una maniobra de “desperonización”, fundada básicamente en larepresión del movimiento (Aramburu). Estas dos concepciones atravesarán todo elperíodo, incluido el primer intento de las Fuerzas Armadas de gobernar el país porellas mismas, no de manera transitoria para reponer los valores democráticos supues-tamente afectados sino con el fin de llevar adelante un modelo de país (Onganía).Este análisis permite delinear y comprender el séptimo de los núcleos problemáticosque fueron debatidos en el Ciclo Anual de Mesas Redondas.

El octavo de los nudos problemáticos está definido por lo que se conoce comoel gobierno del Partido Militar. El llamado Proceso de Reorganización Nacional asu-mió el poder con el objetivo expreso de restablecer el orden: esto implicó, en los hechos,la más brutal represión del conjunto de las organizaciones populares. Restablecerel orden, para el gobierno de los militares, consistió en eliminar físicamente todas lasbarreras que el pueblo había construido en defensa de los intereses nacionales. La repre-sión fue ejecutada sin ninguna legalidad: no hubo detenidos, jueces, ni procesos.Existió la prisión, la tortura y la muerte decidida por los propios represores.

DRA. NILDA GARRÉ. MINISTRA DE DEFENSA

11 Carlos Altamirano, Bajo el signo de las masas (1943-1973), Buenos Aires, Ariel Historia, colecciónBiblioteca del Pensamiento Argentino (tomo VI), 2001, p. 24.

en la tercera de las mesas –y lo afirma en el artículo incluido en el presente volumen–que: “entre 1880 y 1930 el país atravesó una situación de existencia de un Estadoy una sociedad civil fuertes, relación que no terminó de consolidarse en tales tér-minos. Hubo un progresivo fortalecimiento de la sociedad civil, pero fue un for-talecimiento corporativo. En ese contexto, el sistema político –con sus doblesmediación y lógica, partidaria y corporativa– acentuó la debilidad de los partidosy la fortaleza de las asociaciones de interés, díada que, a su vez, operó en el sen-tido de un creciente afianzamiento del poder y del papel del Estado”.8

El quinto de los nudos problemáticos se refiere al rol de las Fuerzas Armadasluego del golpe de Estado de 1930. A partir del gobierno presidido por el generalAgustín P. Justo y del debate de las carnes se inicia en el país lo que Tulio HalperinDonghi denominó la “República del Fraude”.9 La influencia que ejerció este períodosobre el Ejército afectó la moral y la opinión del cuerpo de oficiales: “se perfiló la ten-dencia a subordinar los valores profesionales a los problemas políticos, y los temasque antes se creían ajenos a la competencia de los oficiales se convirtieron en cues-tiones de discusión cotidianos con efectos perjudiciales que fueron evidentes para elnivel profesional”.10

Además, este período histórico comprende otra coyuntura que requiere seranalizada: el modo de considerar el desarrollo industrial argentino, en tanto pilar fun-damental para el crecimiento económico y el bienestar social. Tres hombres prove-nientes del Ejército fueron quienes se habrían de ocupar con mayor compromisode esta cuestión: Enrique Mosconi, Manuel Savio y Juan D. Perón. Su ideario se incor-pora, en este período, al de numerosos oficiales que se interesaron fuertemente porel manejo de los asuntos públicos.

El sexto de los plexos problemáticos se puede ubicar históricamente duranteel período del peronismo clásico. Una de las expresiones mas claras de Perón en relacióncon las Fuerzas Armadas figura en la conferencia que dictara en la Universidad deLa Plata en 1944, que se incluye en numerosas publicaciones con el título de “El sig-nificado de la defensa nacional desde el punto de vista militar”, en la que desarrollódos conceptos centrales: la “Nación en armas” y el desarrollo industrial argentino.

PRÓLOGO La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas

8 Waldo Ansaldi, “Partidos, corporaciones e insurrecciones en el sistema político argentino (1880-1930)”, en el presente volumen.9 Tulio Halperin Donghi, La República imposible (1930-1945), tomo V, Buenos Aires, Ariel Historia,2004.10 Robert A Potash, El ejército y la política en la Argentina, 1928-1945, Buenos Aires, Sudamericana,1981, p. 118.

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DRA. NILDA GARRÉ. MINISTRA DE DEFENSAPRÓLOGO La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas

12 Modernización del Sector Defensa, Ministerio de Defensa, Buenos Aires, 2007.13 Horacio Verbitsky, “Fuerzas Armadas y organismos de derechos humanos, una relación impuesta”,en el presente volumen.

Un documento del Ministerio de Defensa del año 200712 afirma que lasFuerzas Armadas se habían volcado hacia la seguridad interior, el despliegue einteligencia que: “alcanzó su máxima expresión bajo los años de la última dicta-dura militar con la conformación de las denominadas zonas y subzonas de segu-ridad interior, el despliegue de estructuras de inteligencia operativas, una fuertevinculación operacional con las fuerzas policiales y de seguridad –respecto de lascuales ejercía efectivamente la conducción de este tipo de actividades– y el desarrollode una estrategia contra subversiva que en gran medida escapó a los parámetroslegales y morales y terminó configurando uno de los casos más significativos deterrorismo de Estado en la Región”.

En relación con esta problemática, Horacio Verbitsky sostuvo en la mesaredonda –y lo reitera en el artículo que forma parte de este volumen– que: “la uti-lización de concepciones laxas y ambiguas de seguridad y de defensa y la asigna-ción de tareas sociales para las Fuerzas Armadas en democracia conllevan un altoriesgo de violación de derechos fundamentales y pueden alterar la subordinaciónal poder civil”.13

El último de los nudos problemáticos que también se discutió en el marcode la última mesa redonda estuvo vinculado con la Guerra de Malvinas, que cons-tituyó el primer conflicto entre dos naciones del mundo occidental luego de laSegunda Guerra Mundial.

Esta guerra presentó en su desarrollo la increíble combinación de elementosnovedosos con otros que se creían pertenecientes al pasado. Por una parte se pro-dujo el debut del misil antibuque Exocet y el avión de despegue vertical Harrier;por otra parte, se llevaron a cabo combates nocturnos de infantería a bayoneta comoeran habituales durante la Gran Guerra.

En cuanto al comportamiento de las tropas, es de destacar que los soldados,en muchos casos con muy poca instrucción, demostraron una notable abnegacióny se cubrieron de gloria enfrentando a una de las mejores unidades del mundo.Sin embargo, no ocurrió lo mismo en el ámbito de la oficialidad, donde si bien hubouna participación valerosa de numerosos jóvenes oficiales, también existieron muchosotros que se inclinaban en mayor medida a impartir sanciones a la tropa propia antesque ejemplos para sus subordinados.

Los nudos problemáticos que hemos señalado intentan ofrecer un aporte ala necesaria discusión de la relación entre la construcción de la Nación y el papel delas Fuerzas Armadas.

Es de destacar también, que el Ministerio de Defensa desarrolla desde hacecuatro años, un proyecto de reforma y transformación del área de Defensa queincluye procesos en realización y en curso en las áreas legal, de planeamientoestratégico y doctrinario, de la educación, del sistema de justicia militar, de recu-peración de la industria de la Defensa, de la racionalización presupuestaria, de lapolítica de género y de las prácticas y la educación en derechos humanos y derechointernacional humanitario.

Este proyecto impulsado durante las presidencias de Néstor Kirchner yCristina Fernández de Kirchner ha hecho centro en la profundización del controlcivil del área de Defensa, en la verticalización a la autoridad constitucional de lasFuerzas Armadas como anhelo de generaciones de argentinos y de mayorías popu-lares que procuraron durante décadas, concluir con el movimiento corporativo autó-nomo de una concepción militar tutelar del poder civil.

Como esta idea tutelar surgió no solamente de políticas de poderosos gruposeconómicos, culturales, políticos y religiosos, sino de la construcción histórica quelos mismos realizaron, contribuir a la revisión crítica y a la investigación históricacientífica, con perspectivas plurales, ha constituido un aporte de esta cartera a la cele-bración reflexiva del Bicentenario.

La perspectiva de un área de Defensa donde la responsabilidad directiva, perotambién la participación activa de civiles, constituye un elemento fundamentalpara acentuar esa perspectiva democrática, nacional y popular, que da sustento sociala la doctrina del ciudadano-soldado que es, en primer lugar un argentino con todoslos derechos y las obligaciones del resto de sus compatriotas, luego funcionariopúblico y, finalmente, un profesional militar comprometido hasta dar la vida endefensa de la Patria, la Nación y la República constitucional.

Quedan atrás el tutelaje conservador con mirada subyugada por los conflictosde bloques y potencias subordinantes de la Argentina, pero también una idea ana-crónica del supuesto abrazo “pueblo-Fuerzas Armadas” que encubriera en añosrecientes aventuras donde el pueblo era, en el mejor de los casos un invitado a travésde la demagogia o, trágicamente, la víctima de represiones tan crueles como insensatas.

Hay otra historia posible para el futuro que ya se visualiza con certeza en losmandos de las Fuerzas, en sus cuadros medios y, sobre todo, en las nuevas gene-raciones militares. Es la conversión de sus cuadros en un nuevo tipo de soldado.

Pero para que esa historia se construya, el debate sobre el pasado castrenseque permite recuperar capítulos fundamentales –en la Independencia– productivosen el apoyo al crecimiento nacional y los comportamientos heroicos en accionesequivocadas como la Guerra de Malvinas, se debe debatir el pasado desde otramirada. La expuesta en estas jornadas y condensada en estas páginas no es, por

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Page 11: La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas

1 Oscar Terán, Historia de las ideas en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008, p. 36.2 Sara Emilia Mata, Los Gauchos de Güemes. Guerras de la Independencia y conflicto social, BuenosAires, Sudamericana, 2008.3 En el sitio oficial de la Armada <www.ara.mil.ar> se afirma que son cuatro los acontecimientos queconstituyen su historia: “La primera escuadrilla Argentina” (Azopardo y Gurruchaga) es de 1810 conasiento en el apostadero de Montevideo; la campaña naval de 1814 desarrollada por la Armada Argentinay comandada por el almirante Guillermo Brown, que libró la histórica batalla de Montevideo; las cam-pañas corsarias (Brown y Bouchard) que contribuyeron, de manera definitiva, a la decadencia del comercioespañol; y la expedición libertadora al Perú que comandó el general San Martín.

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INTRODUCCIÓN

OSCAR MORENOCOORDINADOR

Nación y Fuerzas Armadas: notas para un debate

El Cabildo Abierto del 22 de mayo reunió a más de 250 vecinos, de los 400convocados, y para consagrar a la Primera Junta, el 25 de mayo, resultó fundamentalla participación de los regimientos militares que venían configurándose desde lasinvasiones inglesas, de allí la importancia de Cornelio Saavedra, jefe del Regimientode Patricios.1

La Junta decidió difundir los contenidos de la Revolución a través de expedi-ciones militares al resto de las ciudades que conformaban el virreinato del Río de laPlata. Lo que implicó una fuerte militarización de la sociedad a través del sistema demilicias.

La guerra contra los realistas tuvo varios escenarios. En el norte los intentos deavanzar hacia el Alto Perú terminaron en 1815 con el desastre de Sipe-Sipe. Desde allí,Martín de Güemes al mando de sus Gauchos2 habría de rechazar año tras año las inva-siones realistas. Mientras que la guerra hacia el este terminaría con el triunfo, en mayo de1814, de la escuadra revolucionaria al mando de Guillermo Brown que derrotó a laescuadra realista. Allí tuvo su acta de bautismo la que sería luego la Armada Argentina.73

En 1816 se declaró la Independencia en el Congreso de Tucumán. En 1817,el Ejército Libertador cruzó la cordillera hacia Chile y con la batalla de Maipú dejó

cierto, la única posible. El Ministerio la pone deliberadamente en curso para que elprogreso del intercambio y la investigación inauguren una nueva edad argentinade la Defensa, que la vincule definitivamente con América Latina y con el pro-yecto de la paz perpetua universal que el cincelador de la Constitución Nacional,Juan Bautista Alberdi, apuntalara en el siglo XIX en las páginas memorables deEl crimen de la guerra.

Que la reconciliación arribe de la mano de la justicia, la verdad y la memoria.

DRA. NILDA GARRÉ

20 21La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas ArmadasPRÓLOGO

Page 12: La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas

Independencia en Salta. Güemes y sus gauchos”, de Sara E. Mata, en el que se con-frontan los perfiles militares, sociales y políticos que presentó la Guerra de Independenciaen la provincia de Salta. Güemes no defendió ninguna frontera, defendió la revo-lución de Buenos Aires y la independencia americana; el extremo norte de la pro-vincia de Salta sería frontera recién a partir de 1821 y no antes. “Una estrategia parael Río de la Plata. La escuadra argentina en el combate naval de Montevideo”, deGuillermo Oyarzábal, en el que se da cuenta de los aspectos políticos y económicosque llevaron a formar la escuadra que libró la batalla de Montevideo derrotandoa los realistas en el este.

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La modernización de la Argentina se desarrolló como una necesidad sur-gida frente a los dos procesos que se afianzaron a partir de 1860, la producciónde productos agropecuarios que el mundo demandaba y la apertura del país a lainmigración europea.

El período, que se extiende hasta aproximadamente 1880, se caracterizópor el afianzamiento del orden institucional y una profunda transformación delorden económico y social en el país. Se sucedieron en la presidencia tres persona-lidades por completo diferentes: Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmientoy Nicolás Avellaneda.

La cuestión de la Capital, en el ámbito interno, y la Guerra del Paraguay,en el internacional, constituyeron los grandes conflictos del período.

Durante la presidencia de Sarmiento se institucionalizó el Ejército Nacional.En esta creación se advierte la influencia de Mitre que había dado los primerospasos para constituirlo luego de Pavón, al unificar la Guardia Nacional de BuenosAires con otros grupos dispersos de la Confederación y transferir el Ministerio deGuerra al orden nacional. La constitución integral del cuerpo no ocurrió hasta1864, una vez concluida la campaña contra el “Chacho” Peñaloza.

El gobierno procedió de esta manera, a la creación de un ejército perma-nente y, también, de la Escuela Naval Militar. Si bien todo aquello que complementóa esta disposición (formas de reclutamiento, estructura jerárquica, reglamentos)se produjo posteriormente al decreto originario, sus lineamientos fundamentalesy, por lo tanto, su origen institucional se encuentran en éste. Finalmente, la crea-ción del Colegio Militar en 1869 y la ley de 1872, que estableció las nuevas formasde reclutamiento, antecedente directo de la conscripción obligatoria, fundaronlas normativas que dieron forma definitiva a la institución en la Argentina moderna.

En resumen, y en consideración de las diferentes perspectivas que el análi-sis permite, es posible afirmar, sin abrir juicios acerca de los métodos y de la opor-

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liberado el territorio del país trasandino. En 1820, habiendo colapsado el gobiernonacional, el Ejército de los Andes marchó hacia la liberación del Perú.

Al finalizar la Guerra con Brasil, en 1828, los unitarios, liderados por JuanLavalle tomaron las riendas del poder en la provincia de Buenos Aires y fusilarona la figura más importante del federalismo, Manuel Dorrego.4

En el período desde 1829 hasta 1853 se desarrolló la Confederación y elgobierno de Rosas.5 El triunfo de Rosas estuvo claramente vinculado con la poli-tización de los hombres de campo. Él tuvo como objetivo la paz por una parte,y la representación de las masas que irrumpieron en la política. En síntesis, se logróla paz interior del país federal en la medida en que los caudillos creyeron que elinterior había triunfado sobre Buenos Aires. Distinta fue la situación en el Litoral,allí la pacificación nunca llegó y, por el contrario, este conflicto conduciría a laderrota del rosismo.

La gran alianza antiporteña, que se forjó en gran medida a partir del con-flicto con Montevideo y las potencias con ingerencia en el Río de la Plata (GranBretaña y Francia), liderada por Urquiza derrotó a Rosas en Caseros.

El triunfo de Urquiza, la sanción de la Constitución Nacional en 1853, losenfrentamientos con Buenos Aires que terminaron en Pavón, se constituyeron enla etapa previa a la formación del Estado nacional.

El capítulo que analiza los sucesos ocurridos durante este período se con-forma de cinco artículos: “Revolución y Nación en el Río de la Plata”, de FabioWasserman, que parte de aceptar el consenso acerca de la consideración de laRevolución de Mayo como hecho fundante de la Nación, para discutirlo a travésde diversas perspectivas historiográficas en relación con el proceso a partir de unenfoque preciso acerca de la Nación. “Sociedad y militarización revolucionaria.Buenos Aires y el Litoral rioplatense en la primera mitad del siglo XIX”, de RaúlFradkin, en donde se analizan los impactos y significados de la militarizaciónrevolucionaria que multiplicó las ya heterogéneas formaciones armadas con quecontaba la colonia y la extrema politización de los sectores sociales populares. “Elsistema militar de Rosas y la Confederación Argentina (1829-1852)”, de JorgeGelman y Sol Lanteri, en donde se destaca que la militarización y politización debase rural constituyeron las piezas centrales de la autoridad estatal y del exitosoproceso de disciplinamiento social. El texto estudia el entramado militar-miliciano enlos gobiernos de la etapa federal, y en sus dispositivos coercitivos. “La Guerra de

INTRODUCCIÓN Nación y Fuerzas Armadas: notas para un debate

4 Raúl O. Fradkin, ¡Fusilaron a Dorrego!, Buenos Aires, Sudamericana, 2008.5 Alejandro Cattaruzza, Los usos del pasado. La historia y la política argentina en discusión (1910-1945), Buenos Aires, Sudamericana, 2008, pp. 161-188, cap. 7: “Las huellas de Rosas”.

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6 Haydée Gorostegui de Torres, La Organización Nacional, Buenos Aires, Paidós, colección Historiaargentina (tomo 4), 2000, p. 93.

tunidad en particular, que “el Ejército restableció con rapidez el orden internonecesario para la puesta en marcha del plan de modernización y apresuró la uni-ficación del país a pesar de que ello costó la autonomía real de las provincias”.6

Los cuatro artículos que componen este capítulo son: “¿Quién controla elpoder militar? Disputas en torno a la formación del Estado en el siglo XIX”, deHilda Sabato; este trabajo contiene una referencia a la organización militar en laArgentina del siglo XIX y su relación con el proceso de formación del Estadonacional, en la que se funda el análisis acerca de la cuestión de las luchas políticasy las guerras internas, así como la manera en la que éstas afectaron a la organi-zación militar hasta finales del siglo. “Milicias, Ejército y construcción del ordenliberal en la Argentina del siglo XIX”, de Beatriz Bragoni, estudia la centralidaddel proceso de militarización y politización popular, y su impacto en la construcciónde la pirámide de poder de los caudillos, que sucedió a la destrucción del podercentral en 1820. También demuestra el modo en el que la inestabilidad del sistemade alianzas e inestabilidades interprovinciales coadyuvaron a la institucionalizacióndel poder nacional durante el siglo XIX. “Resistencias populares a la expansión yconsolidación del Estado nacional en el interior: La Rioja (1862-1863) y Jujuy(l874-1875)”, de Gustavo Paz, se trata de un trabajo que compara las formas deacción popular colectiva en dos provincias argentinas durante las décadas de laformación del Estado nacional. “De la Marina ‘fluvial’ a la Marina ‘atlántica’”, deMiguel Ángel De Marco, da cuenta de los enfrentamientos entre las marinas flu-viales de Buenos Aires y la Confederación, hechos que determinaron, durante lapresidencia de Sarmiento, la creación de la Escuela Naval Militar y con ésta el naci-miento de la Marina moderna.

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No es posible referirse al año 1880 sin considerar previamente la llamada“Conquista del desierto”. El avance de la línea de fronteras, entre los cristianos ylos indios, después de Rosas, se realizó en dos etapas. El plan de Alsina que con-sistió en la construcción de una serie de fortines unidos entre sí por una zanja queextendió la frontera hasta lo que en la actualidad es el suroeste de la provincia deBuenos Aires; sin embargo, con la muerte de Alsina, Julio Roca, emprendió una

7 Ezequiel Gallo y Roberto Cortés Conde, La república conservadora, Buenos Aires, Paidós, colecciónHistoria argentina (tomo 5), 2005, p. 42.8 Silvia Ratto, Indios y cristianos. Entre la guerra y la paz en las fronteras, Buenos Aires, Sudamericana,2008, pp. 202-203.

campaña más agresiva con el fin de llevar la frontera hasta los bordes del ríoNegro, procediendo a la eliminación física de los indígenas.8

En 1880 asumió el gobierno el general Julio A. Roca y se origina el deno-minado proyecto de la Generación del 80. Las reformas institucionales fueron:en 1884 la Ley de Creación del Registro Civil, la sanción de la Ley del MatrimonioCivil y fundamentalmente, la ley 1.420 que universalizó la enseñanza primaria,que a partir de entonces debía ser laica, gratuita y obligatoria.

El servicio militar obligatorio comenzó a regir una vez que el ministro deGuerra, el teniente general Pablo Ricchieri consiguió la promulgación de la ley 3.948;los conscriptos nacidos en 1880 constituyeron la primera clase que fue convocada.

A su vez, el siglo XIX estuvo marcado por diferentes conflictos con Chile queculminaron con el acuerdo del 23 de julio de 1881, completado con el protocoloadicional de 1893. El punto principal del acuerdo fue que el límite entre ambosEstados lo constituía la Cordillera de los Andes y que la forma de delimitar la fronteraera a partir del principio de altas cumbres que dividen aguas. La Argentina nopodría tener puerto alguno sobre el Pacífico, ni Chile sobre el Atlántico. Sin embargo,en este acuerdo no se encontró el fin de la disputa.

Ya durante los primeros años del siglo XX, la crisis económica aumentó laconflictividad social, que alcanzó su punto más alto con la huelga general de 1902que paralizó a la ciudad de Buenos Aires. La respuesta del gobierno fue la sanciónde la Ley de Residencia que permitía deportar a quienes perturbaran el orden público.

La crisis y el avance de los sectores medios hicieron crecer en importanciaal partido que mejor los representaba: la Unión Cívica Radical y a su líder donHipólito Yrigoyen. Lo que impulsó al gobierno de Sáenz Peña a dictar una leyelectoral que estableció el sufragio secreto y universal, con los padrones militares.En 1916, se realizaron los comicios en el marco de dicha ley electoral y triunfaronlos radicales.

Los sectores sociales que llegaron al gobierno con el radicalismo fueron“los hijos de la ley 1.420”. Los dirigentes del radicalismo surgieron de las profesionesliberales, el comercio y la producción que, a su vez, constituyeron las mayoresposibilidades para el ascenso social. Pero quizás este origen, es el que provocabaen ellos un intenso deseo de integrarse de otra manera a las elites y fue lo que losinhibió para provocar los cambios en la estructura económica, que, según demostró

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9 José Luis Romero, Breve historia de la Argentina, Buenos Aires, FCE, 1996, p. 127. 10 Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, tomo I, Buenos Aires, Emecé,1981, pp. 131-132.

la historia, hubiera sido el único camino para mantener y profundizar la demo-cracia formal nacida con la Ley Sáenz Peña.9

Se vuelve necesario un breve comentario acerca de la relación entre los radi-cales y los militares, porque hasta la sanción de la Ley Sáenz Peña ellos apostabanal cambio político a través de la insurrección, sólo como ejemplo se puede mencionarque en septiembre de 1889, en la creación de la Unión Cívica “[de la] cual surgiríael Partido Radical, cadetes uniformados participaron ostensiblemente del mitin”.10

Las tensiones sociales provenientes de la crisis financiera, la caída de losprecios de los artículos de exportación y el desempleo, explotaron en dos situa-ciones colectivas, una de ellas fue la huelga general de trabajadores industriales enBuenos Aires (1919) que se inició en los Talleres Metalúrgicos Vasena. A la repre-sión estatal se le sumaron los grupos civiles de la Liga Patriótica con una fuerteimpronta antisemita. La otra situación que se produjo fue la huelga de los peonesde las estancias en la Patagonia. La primera es la que se recuerda como la “SemanaTrágica” y la segunda como la “Patagonia Rebelde”. En la represión que se produ-jo a partir de esos hechos, fundamentalmente en la huelga de los peones de lasestancias en la Patagonia, el Ejército tuvo una decisiva participación.

La defensa del sistema caracterizado por el ascenso social le proporcionó aYrigoyen (1916-1922) un fuerte prestigio popular, con el que no contó su sucesorMarcelo T. de Alvear (1922-1928). En la mitad de la década de 1920 comenzóla embestida de los capitales norteamericanos, en concordancia con la expansión deEstados Unidos y la vacancia dejada por los capitales europeos. Todo ello actuó comorevulsivo en la débil estructura económica del país. Estos signos, no fueron com-prendidos por el gobierno de Alvear que se mantuvo apegado a normas y ritospropios del sistema económico tradicional.

En su corto segundo período, Yrigoyen no logró adaptarse a los cambiosde la vida argentina y mundial, no comprendió las transformaciones que se habíanproducido en el Ejército a partir de la politización que él mismo había provocado,ni que un grupo importante de sectores conservadores habían abandonado sufidelidad al sistema democrático y abrazaban con disimulo algunos de los princi-pios del fascismo italiano. Finalmente no desarrolló ninguna estrategia en el niveleconómico que le permitiera enfrentar la crisis mundial desatada en 1929. Entrelas contradicciones propias de estos gobiernos radicales se debe destacar la defensade la soberanía en materia energética, fundamentalmente en el accionar del general

Mosconi al frente de YPF. Estas circunstancias confluyeron para hacer posible eltriunfo del golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930.

Los cuatros artículos que conforman este capítulo son: “La ocupación militarde la Pampa y la Patagonia de Rosas a Roca (1829-1878)”, de Silvia Ratto, dondese analiza el modo en el que la política de fronteras y la política respecto de lapoblación aborigen se confundieron en una sola discusión. Éstas se desarrollaronde dos maneras: una consistió en el avance a través de la negociación que teníacomo fin la incorporación de la población indígena al territorio conquistado. Laotra, a partir de los avances militares que sometieran a la población originaria. “ElEjército entre el cambio de siglo y 1930: burocratización y nuevos estilos políticos”,de Luciano de Privitellio, se trata de un trabajo que investiga la relación entre elEjército –luego de las transformaciones de 1890– y la política –a partir de los cambiosde 1912–. El modelo militar que surge de la renovación se habría de transformar,fundamentalmente, en la década de 1930 a causa del impacto que provocaron lasideologías de origen europeo impulsadas por la crisis de entreguerras y del rol de laIglesia católica dentro de la institución. “Partidos, corporaciones e insurreccionesen el sistema político argentino (1880-1930)”, de Waldo Ansaldi, demuestra queentre 1880 y 1930 el sistema político –con su doble mediación, la partidaria y lacorporatista– acentuó la debilidad de los partidos y la fortaleza de las asociacionesde interés, lo que habría de operar un afianzamiento del poder estatal. El autor con-cluye afirmando que la extensión del derecho de ciudadanía política, la paulatinaconsecución de la ciudadanía social y la regulación estatal del conflicto socialresultaron insuficientes para asegurar la transición entre el Estado oligárquico y elEstado democrático; el golpe de 1930, además, truncó ese proceso. “Vida política yelectoral (1880-1930). El Ejército”, de Isidoro J. Ruiz Moreno, presenta una muydetallada descripción de las presidencias que se sucedieron durante este período,desde la primera de Roca hasta la segunda de Yrigoyen, y, asimismo, de las actua-ciones de los diferentes partidos políticos; a partir de esta investigación se confi-guran las característica más destacadas de la denominada “Argentina moderna”.

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La crisis económica y financiera que se inició en la Bolsa de Nueva York el29 de octubre de 1929 y que se extendió a todo el mundo occidental alcanzó prontoa la Argentina y fue la que le brindó el marco exterior a la restauración conservadorainiciada con el golpe del 6 de septiembre de 1930, encabezada por José E.Uriburu y consolidada durante el gobierno de Agustín P. Justo.11

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11 Darío Cantón, José Luis Moreno y Alberto Ciria, La democracia constitucional y su crisis,Buenos Aires, Paidós, colección Historia argentina (tomo 6), 2000, pp. 121 y ss.12 En materia de electricidad, la CADE, subsidiaria de SOFINA –con sede en Bruselas–, conmayoritario capital británico tenía una concesión que vencía en 1957. El Concejo Deliberante dela Ciudad de Buenos Aires (en 1936) dictó dos ordenanzas, la primera alargó el plazo hasta 1971,la segunda obligó al Estado a comprar todos los bienes muebles e inmuebles de la compañía al ven-cimiento de la concesión. El diario La Vanguardia (del Partido Socialista) estimó entre 60.000 y120.000 pesos lo que la compañía pagó cada voto en el Concejo. Nunca fue desmentido.13 Gino Germani, Estructura social de la Argentina, Buenos Aires, Solar, 1965.14 Tulio Halperin Donghi, La República imposible (1930-1945), tomo V, Buenos Aires, Ariel Historia, 2004.

En el seno del gobierno existían dos tendencias: los nacionalistas de Uriburu ylos conservadores de Justo, esta tensión se resolvió a favor de Agustín P. Justo en laselecciones de 1931.

Gran Bretaña enfrentó la Crisis del 30 a partir de la fórmula buy british,que se concretó con los acuerdos de la Conferencia de Ottawa, en 1932. A través deéstos la exportación de carnes desde la Argentina hacia Gran Bretaña se vio perju-dicada. En 1933, Julio Roca, vicepresidente de la Argentina, firmó junto con el pre-sidente del Board of Trade británico, Walter Runciman, el pacto que la historia recordócomo el de Roca-Runciman. A partir de ese pacto, a costa de los intereses nacionales,se acordó de manera satisfactoria la situación de los ganaderos y de los frigoríficos.

En el frente interno se practicaron, parcialmente, las recetas keynesianaspara la crisis en Estados Unidos, se crearon el Banco Central y las Juntas Reguladorasde los principales productos de exportación.

El transporte, las compañías de electricidad12 y el petróleo fueron, duranteel período, el territorio de disputa de los intereses norteamericanos y británicos.

Finalmente, las consecuencias de la guerra y de la crisis dieron nacimientoal proceso de industrialización sustitutiva de productos de importación, asentán-dose físicamente en Buenos Aires, el Gran Buenos Aires y el Litoral. Este proceso deindustrialización fue, en parte, la causa de los procesos de migraciones internas.13

La debilidad política del régimen, la importante presencia de una claseobrera industrial, la neutralidad ante la Segunda Guerra Mundial y la mejora enla situación económica durante la guerra abrieron la puerta al golpe de Estado del4 de junio de 1943.

Con el gobierno del presidente general Agustín P. Justo y posteriormenteal debate de las carnes se ha de inaugurar en el país lo que Tulio Halperin Donghidenominó la “República del Fraude”.14 La influencia que ejerció este período sobreel Ejército afectó la moral y la opinión del cuerpo de oficiales, “se perfiló la ten-dencia a subordinar los valores profesionales a los problemas políticos, y los temas que

15 Robert A. Potash, El ejército y la política en la Argentina, 1928-1945, Buenos Aires, Sudamericana,1981, p. 118.16 Alain Rouquié, op. cit., pp. 260-261. 17 Robert Potash, op. cit., pp. 289-340.

antes se creían ajenos a la competencia de los oficiales se convirtieron en cuestionesde discusión cotidianos con efectos perjudiciales que fueron evidentes para el nivelprofesional”.15

Justo quería un ejército apolítico, al servicio, esta vez, de las autoridadeslegales y constitucionales: “Un ejército numeroso, bien organizado, dotado con arma-mentos modernos e instalaciones confortables es a priori profesional, despolitizadoy difícilmente conmovible […]. Es por esto que la presidencia de Justo está jalonadapor medidas apropiadas para asegurar el perfeccionamiento técnico de los cuadros,una mejor organización de las unidades y entrenamiento completo de las tropas”.16

En 1938, con la asunción de la formula Ortiz-Castillo, surgidos del fraudede 1937 se agotó el proceso que se pretendió restaurador en la década de 1930.Cuando Castillo, ante la imposibilidad física de Ortiz, se hizo cargo del gobierno,intentó utilizar a las Fuerzas Armadas en su proyecto de permanecer en la presi-dencia de la República. Allí se ha de generar el caldo de cultivo que explica el golpemilitar del 4 de junio de 1943. Los militares que encabezaron el golpe no sólo seoponían a tener alguna responsabilidad en una amañada sucesión presidencial,sino que pensaban en la necesidad de una reconstrucción del proyecto nacional.17

El capítulo que abarca este período está compuesto por los siguientes trabajos:“Las contradicciones en el Ejército durante el régimen conservador”, de NorbertoGalasso, en el que se investiga acerca de las diversas tendencias ideológicas y loscambios que se advierten en la historia del Ejército durante el siglo XX, a partir deaceptar que la mayoría de los oficiales provenían de la clase media, lo que explica porqué en su interior se manifestaron tanto tendencias conservadoras, como posicio-nes populares. “La industrialización y la cuestión social: el desarrollo del pensa-miento estratégico en Mosconi, Savio y Perón”, de Fabián Emilio Alfredo Brown,da cuenta de la manera en la que estos tres hombres surgidos del Ejército enten-dían la necesidad de industrializar la Argentina, para poder enfrentar la cuestiónsocial. Cuestión que durante el período se encontraba agudizada por los procesosde migración interna, fundamentalmente hacia el Litoral portuario. “¿Qué repre-sentación? Elecciones, partidos e incorporación de los intereses en el Estado: laArgentina en los años de 1930”, de Ana Virginia Persello, propone un análisis delas ideas y proyectos generados en el período que tenían por objeto separar laadministración de la política, reglamentar la organización y el funcionamiento de

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18 Tulio Halperin Donghi, op. cit., p. 31.

los partidos así como reformar el régimen electoral reemplazando el sistema deltercio por la representación proporcional. Ideas propias de la democracia liberal,que pretendían superar la perversión que, para los portadores de estas ideas, habíanimplicado los gobiernos radicales. “Políticas, ideas y el ascenso de Perón”, de MarianoBen Plotkin, desarrolla la idea de que fueron vanos los esfuerzos de peronistas yantiperonistas, por distintos motivos, de caracterizar al peronismo en sus dos pri-meros gobiernos como una ruptura total con la política y la cultura anteriores quehabían caracterizado al país. Perón fue un producto de su tiempo y esto se demuestraen el desarrollo de este trabajo a partir de vincular algunas de las dimensiones dela ideología de Perón con el momento histórico en el que ella se formó.

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El 4 de junio de 1943, un conjunto de oficiales del Ejército tomó el podersin resistencia alguna. Perón, uno de los coroneles de 1943, fue designado comosubsecretario de Guerra y se hizo cargo del Departamento Nacional del Trabajo,que transformó en Subsecretaría de Trabajo y Previsión y desde allí tejió alianzascon los dirigentes sindicales.

Las necesidades y la identidad del contingente de un millón de personasque entre 1936 y 1945 se alojaron en Buenos Aires y el Gran Buenos Aires fueronel objetivo principal de aquella articulación entre Perón y los dirigentes sindicales.Aquel contingente estaba formado por obreros argentinos y por lo tanto “dotadosde franquicia electoral”.18 La influencia de Perón se afirmó en las relaciones conel Ejército y con las organizaciones sindicales.

El crecimiento de Perón llevó a los sectores, autodenominados democráticos,a presionar a los militares hasta que lograron que el 9 de octubre de 1945 desti-tuyeran a Perón y lo encarcelaran en la isla Martín García.

El 17 de octubre de 1945 una muchedumbre obrera proveniente del GranBuenos Aires y particularmente constituida por trabajadores de los frigoríficos dela zona de La Plata, Berisso y Ensenada ocupó pacíficamente la Plaza de Mayo yexigió la presencia de Perón. Los trabajadores liberaron a Perón, quien habló porla noche desde los balcones de la Casa de Gobierno y anunció su retiro del gobiernoy su candidatura presidencial. El 17 de octubre había modificado el escenario político.La apertura del proceso electoral enfrentó a dos formulas: Perón-Quijano (figuraproveniente del radicalismo) y la Unión Democrática, integrada por todos lospartidos políticos existentes, desde los conservadores a los comunistas, con la fórmularadical alvearista integrada por: Tamborini-Mosca.

19 El IAPI fue muy criticado porque destruyó el negocio de la intermediación que tanto había crecidodurante los gobiernos de la restauración conservadora (Bunge & Born, Dreyfus, La Continental, etc.).20 La nacionalización de los Ferrocarriles fue muy cuestionada por el monto de lo que se pagó ypor la forma en que se realizó.21 Véase <www.virtualcordoba.com.ar>.

El 24 de febrero de 1946, el peronismo llegó al gobierno con el 55% delos votos emitidos en todo el país. El gobierno de Perón dispuso de toda la lega-lidad, por su amplia mayoría en el Congreso, pero también de la legitimidad que lepermitió su capacidad de movilización de los sectores populares. En el camino dela construcción de la hegemonía en el peronismo, Eva Perón jugó un papel pro-tagónico desde la fundación de su mismo nombre, que se ocupó de una gigantescatarea social, y a partir de la incorporación de un nuevo actor en el sistema electoral:las mujeres, a través del voto femenino. Finalmente, en esta construcción, tuvo un rolpreponderante la sanción de la legislación obrera (Sueldo Anual Complementario,Vacaciones, Jubilación) y la tarea de los sindicatos, a través de las obras sociales.

En el aspecto económico el peronismo se caracterizó por una fuerte inter-vención del Estado en la economía, que se manifestó en los dos Planes Quinquenaleselaborados por el gobierno, así como en la creación del IAPI (Instituto Argentinode Promoción del Intercambio) con el fin de comercializar las cosechas de granosy asegurar el precio sostén a los pequeños y medianos productores.19 A su vez, seprodujo el desarrollo de una burguesía industrial nacional, favorecida con los cré-ditos del Banco Industrial y el fuerte consumo que producía la política de los altossalarios. Esta política económica se concretó definitivamente en 1947 con la nacio-nalización de los servicios públicos; de este modo, el gobierno hizo de la naciona-lización de los ferrocarriles una bandera de la soberanía nacional.20

Uno de los mejores ejemplos en relación con la importancia de la industrianacional y su incidencia en el Ejército, durante el peronismo, es el de la FábricaMilitar de Aviones que estableció una industria que pronto se irradiaría haciatodo el continente. Fueron diez años de oro y esplendor en los que se concibieronel Pulqui II, el IA 37 y el IA 38, un cuatrimotor carguero de ala delta. Un viejonoticiero en blanco y negro de Sucesos Argentinos todavía permite ver al Pulqui Ien el aire: el primer jet argentino es colorado, tiene una escarapela en el fuselaje, sunombre indígena quiere decir “punta de flecha” y hoy está en el Museo Aeronáuticode Morón, donde a veces lo repasan como para salir a volar, aunque ya sólo lo hagaen el celuloide de Sucesos Argentinos.21

Las IAME (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado) pasaron de lafabricación de aviones a la de automóviles. La producción automotriz se inicia

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22 Véase <www.cocheargentino.com.ar>.23 VerCarlos Altamirano, Bajo el signo de las masas (1943-1973), Buenos Aires, Ariel Historia, colecciónBiblioteca del Pensamiento Argentino (tomo VI), 2001.

con el sedán para cuatro pasajeros denominado Institec y continuó con un pequeñovehículo utilitario que contaba con una cabina metálica de chapas perfiladas omoldeadas y una caja de madera con capacidad de carga para media tonelada.Había surgido el Rastrojero.22

A principios de la década de 1950 comenzó la decadencia del peronismo,una de las más grandes sequías que recuerde la historia argentina complicó lascosechas de 1950-1951 y 1951-1952 con lo que se vio afectado el desenvolvimientonormal de la economía, a lo que se debe agregar la impugnación de los militaresy la Iglesia a la candidatura de Eva Perón a la vicepresidencia de la Nación, unproceso inflacionario que no hacía posible la inversión, y como consecuencia deeste último la aparición del fantasma de la desocupación y la pérdida del salarioreal. De esta manera, casi como un símbolo, la muerte de Eva Perón (1952) cierraun ciclo del peronismo.

A partir de 1952 la oposición lograba consolidarse. Las bombas en un actoen la Plaza de Mayo fueron respondidas con la quema del Jockey Club y las sedes dealgunos de los partidos políticos. Parecía que desde allí no había retorno. Luegodel enfrentamiento con la Iglesia, ésta se sumó decididamente al frente opositor.La quema de las iglesias constituyó el último acto del peronismo y abrió las puertasal golpe de Estado, que fracasó el 16 de junio de 1955 en el bombardeo a la Plazade Mayo a cargo de aviones de la Marina, pero que finalmente triunfaría el 16 deseptiembre de 1955.23

Los cuatro artículos que componen este capítulo son: “Industria, FuerzasArmadas y peronismo”, de Torcuato Di Tella, en el que el autor plantea el interésque mostraban las Fuerzas Armadas por la industria, al mismo tiempo que losindustriales comprendían la importancia de la relación con los militares en tantoéstos son proveedores naturales de los insumos necesarios, desde el acero hasta eltransporte. El análisis del pensamiento industrial a partir de la producción delInstituto de Estudios y Conferencias de la Unión Industrial Argentina cubre granparte de este aporte y refuerza lo antes expuesto. “Defensa Nacional y FuerzasArmadas. El modelo peronista (1943-1955)”, de Marcelo Saín, parte de la premisade que a partir de 1930 el poder militar se proyectó como uno de los protagonistascentrales del sistema político argentino. Según esta perspectiva, el marco conceptuale institucional en el que Perón, desde el gobierno, estructuró su vínculo con las

Fuerzas Armadas fue la denominada Doctrina de la Defensa Nacional, basada endos ejes: por una parte, considerar una visión convencional y limitada de la guerra,fundamentalmente, el conflicto con los países vecinos; y el de “la Nación en Armas”.El trabajo de Susana Bianchi, “Hacia 1955: la crisis del peronismo”, da cuenta delas diferentes alternancias de la relación entre el peronismo y el catolicismo oficial;relación que oscila entre la Pastoral Colectiva de 1945 donde implícitamente secondenaba a la Unión Democrática y se apoyaba la candidatura de Perón, hastael 11 de junio de 1955 cuando la celebración de la festividad de Corpus Christise transformó en una de las más grandes manifestaciones en contra del gobiernode Perón. “El peronismo político, apuntes para su análisis”, de Carolina Barry, sepropone analizar el modo en el que se estructuró el peronismo político y definircuál fue el criterio para marcar y respetar las diferencias entre el Partido Peronista,el Partido Peronista Femenino y la Confederación General del Trabajo.

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El golpe del 16-22 de septiembre de 1955, contó con el apoyo del arcopolítico antiperonista. En el interior de la fuerza militar se enfrentaron, nueva-mente, los sectores nacionalistas-católicos y los sectores liberales. Los primerosimpusieron al primer presidente de ese turno militar, el general (R) EduardoLonardi, quien durante el breve período del gobierno convocó a un hombre de laRestauración Conservadora para que asesorara al gobierno en materia económica.El Informe Prebisch propuso construir, a largo plazo, una Argentina industrial, máscompleja y diversificada que la que se había heredado del peronismo. Para alcanzarese objetivo resultaba necesario incrementar las exportaciones tradicionales ele-vando el ingreso del sector rural en su conjunto. Asimismo el país requería unamodernización de la infraestructura productiva agraria que incluyera las relacioneslaborales; la diversificación e integración de la estructura industrial argentina y, final-mente, la expansión de la explotación de combustibles, sin recurrir al capital extran-jero. Sin embargo, este plan generó la resistencia de los sectores asalariados y dela pequeña industria, que permanecían fieles a Perón, y no complacía a los grandes sec-tores exportadores. Éstos constituyeron los límites que habrían de impedir cual-quier despegue de la Argentina y el marco en el que habrían de desarrollarse loshechos políticos cambiantes que caracterizaron el período hasta 1973.

El 13 de noviembre de 1955 asumió la presidencia el general Pedro E.Aramburu, que respondía a los sectores más cerrilmente antiperonistas. Fue inter-venido el Partido Peronista, la Confederación General del Trabajo, las federacionesy los sindicatos; al mismo tiempo se produjo el secuestro del cadáver de Eva

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OSCAR MORENO. COORDINADORINTRODUCCIÓN Nación y Fuerzas Armadas: notas para un debate

24 Rodolfo Walsh, Operación masacre, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1985.25 Juan D. Perón y John W. Cooke, Correspondencia, Buenos Aires, Papiro, 1972.26 Osiris Villegas, Guerra Revolucionaria Comunista, Buenos Aires, Biblioteca del Círculo MilitarArgentino, 1959.

Perón. El 9 de junio, ante un intento de asonada se fusilaron y asesinaron a civilesy militares,24 entre ellos el jefe del movimiento, el general Juan José Valle. Sedictó el decreto 4.161 que transformó en delito la mención del nombre de Perón yde otras palabras vinculadas a esta extracción política. Se proscribió de la vida públi-ca al conjunto de los dirigentes sindicales que habían actuado con anterioridad a1955. El objetivo fue el de eliminar la identidad popular peronista y captar a eseconjunto de ciudadanos para la vida de otros partidos políticos democráticos.

La respuesta popular consistió en la organización en la clandestinidad de loque se conoció como la Resistencia Peronista, liderada inorgánicamente por JohnW. Cooke,25 que demostró la ineficacia de la política represiva. Ante estos fracasos,el gobierno decidió volver a la vida política de los partidos y para ello convocó auna Convención Constituyente a fin de modernizar la Constitución de 1853-1860 que se había restituido al derogarse la de 1949. Los peronistas decidieronvotar en blanco y constituyeron la fuerza mayoritaria. La Convención Constituyentefracasó, así como también fracasó el intento de normalizar la CGT.

Luego de los fracasos políticos, el gobierno decidió llamar a elecciones pre-sidenciales. El 23 de febrero de 1958 fue elegido presidente de la Nación ArturoFrondizi, con el explícito apoyo del general Perón.

Frondizi era un desarrollista. El “desarrollismo” suponía la necesidad deconciliar políticas de expansión industrial a través de una capitalización originadaen los recursos externos con la vigencia de las prácticas electorales e institucionestípicas de la democracia representativa. El gobierno decidió iniciar una políticade apertura al capital extranjero en la actividad petrolera y la inserción de algunasfábricas en líneas elegidas; los contratos petroleros constituyeron el eje del con-junto de su administración.

Los conflictos con los trabajadores y los estudiantes desataron un accionarrepresivo que debilitó al gobierno, que debió aceptar un plan de estabilización econó-mica y de austeridad que incorporó a Álvaro Alsogaray al gobierno. El plan aumentótanto la recesión como el desempleo y, también, recrudeció el enfrentamiento conlos obreros peronistas, lo que condujo a desempolvar un viejo instrumento represivo:el plan CONINTES, a partir del cual fueron a prisión miles de militantes populares.

Sin embargo, el desarrollo económico, la conflictividad social y la inestabi-lidad política no fueron enfrentadas desde un unificado frente interno, debido a

que los militares, que estaban embarcados en la guerra contrarrevolucionaria26 des-confiaban del accionar del gobierno y lo presionaban permanentemente a través deuna fórmula propia de la época: “el planteo”. Los treinta y dos “planteos” militaresle quitaron autonomía al Presidente, pero politizaron la Fuerza y a causa de estofavorecieron su fraccionamiento.

A pesar de estos acontecimientos, el gobierno se sometió a una pruebamuy importante: el 18 de marzo de 1962 enfrentó electoralmente al peronismo,y resultó derrotado, en especial en la provincia de Buenos Aires. Un nuevo planteocondujo a Frondizi a decretar la intervención federal en las provincias en las quehabía triunfado el peronismo, pero esto tampoco fue suficiente. Los militares loarrestaron y recluyeron en Martín García el 29 de marzo de 1962.

Mientras los militares que habían arrestado a Frondizi deliberaban acercadel camino a seguir, el senador por Río Negro, José María Guido a cargo de lapresidencia de la Cámara de Senadores (por la renuncia anterior del vicepresidenteAlejandro Gómez) se presentó ante la Corte Suprema y juró como presidente dela Nación. El nuevo presidente gobernó con los hombres de la Argentina tradi-cional, este interregno estuvo marcado por la incertidumbre y un nuevo estatutopara los partidos políticos, en el que se volvía a proscribir al peronismo; asimismose produjo el anuncio del cese de las actividades de la CGT.

Pero la incertidumbre se acentuó aun más a partir del enfrentamiento entrelas facciones del Ejército que la historia recogió como el enfrentamiento entre “azules”y “colorados”, en cuya primera escaramuza, con el triunfo de los azules, fue emitidoel comunicado 150 (redactado por el periodista Mariano Grondona y el coronelAguirre) en el que se declaraba prescindentes a las Fuerzas Armadas del ejercicio delgobierno, aunque éste podía leerse, claramente, como un programa para gobernar.El 2 de abril se desató el enfrentamiento definitivo en el que los azules, al mandodel Ejército, terminaron con los colorados y con la Marina. Posteriormente se con-vocó a elecciones ampliando la proscripción del peronismo.

El 7 de julio de 1963, con una enorme cantidad de votos en blanco, la fórmularadical encabezada por Arturo Illia, derrotó la candidatura del general Aramburu.

El gobierno de Illia se desenvolvió en un marco legal, aunque con escasalegitimidad de origen, lo que limitaba sus posibilidades de acción. En el ámbitoeconómico estableció una línea, que desde el presente, puede caracterizarse comonacionalista, en tanto fueron adoptdas medidas tales como la anulación de los con-tratos petroleros y la modificación accionaria, a favor del país, de la empresa deenergía SEGBA, que se había creado durante el gobierno del general Aramburu.Esto le valió a Illia el desagrado de los inversionistas extranjeros, al que rápida-mente se sumó la Unión Industrial Argentina que se oponía al intervencionismo

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27 José Luis Romero, op. cit., pp. 178-179.28 Semanario CGT de los Argentinos, fundado por Raimundo Ongaro y Ricardo De Luca, y diri-gido por Rodolfo Walsh. Editado por Página/12 y la Universidad de Quilmes.

estatal en la economía, particularmente en la fijación de los precios. Situaciónque se agravaría con el envío al Parlamento de la Ley de Medicamentos que los consi-deraba como “bienes sociales”.

Sin embargo, éste era un gobierno demasiado solitario en el mundo de lasrelaciones políticas. Así, apenas normalizada la CGT, el gobierno se vio obligado aafrontar un Plan de Lucha que inició ésta y que llegó a ocupar más de 11.000fábricas. El enfrentamiento con el gobierno creció desde el sector de los empresariosque exigían la sanción del estado de sitio contra el Plan de Lucha. Comenzaron enese momento las acusaciones por la lentitud del gobierno, crítica que se estigmatizócon el uso de la imagen de la tortuga.

La aparición de un pequeño grupo guerrillero en el norte argentino fuereprimido (detención, juzgamiento y cárcel) de acuerdo a la legalidad vigente, sinrecurrir a prácticas de contrainsurgencia, a partir de lo que se reafirmaban lascaracterísticas más importantes del gobierno. Los dirigentes sindicales peronistasiniciaron el camino del despegue de Perón, particularmente el más destacado deellos, el secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica, Augusto Vandor.

Aunque todos los indicadores de la economía señalaban una muy buena per-formance del gobierno, se había iniciado a través de los medios de comunicaciónuna campaña con el fin de quitarle legitimidad. La alianza de los sectores militaresazules, los dirigentes sindicales que respondían a Vandor y los empresarios formaronun solo bloque y el 28 de junio de 1966, las tres Fuerzas Armadas, con el acuerdoexplícito de la Iglesia destituyeron al presidente Illia. El liderazgo recayó en el generalJuan Carlos Onganía, quien fue designado presidente de la República.

En marzo de 1967 fue designado ministro de Economía Adalberto KrieggerVasena, quien anunció uno de los programas más coherentes, desde el pensa-miento conservador, que conoció la Argentina en la crisis. Se atacó decididamentela inflación mediante la racionalización del Estado, la reducción del déficit y elcongelamiento de los salarios;27 asimismo fueron suprimidos los subsidios a lasindustrias y a ciertas regiones marginales.

En marzo de 1968, la división de los sectores sindicales, en el marco delCongreso Normalizador de la CGT, permitió que surgiera una nueva conducciónliderada por el dirigente de los Gráficos: Raimundo Ongaro, quien bautizó a suorganización como la CGT de los Argentinos y rápidamente comenzó a editar elperiódico CGT.28 Esta organización y su periódico dieron unidad al sinnúmero

29 Todas las fuerzas políticas convocadas por Perón se reunieron en el restaurante Nino de VicenteLópez, provincia de Buenos Aires en la llamada “Asamblea de la Unión Nacional”, a la que tam-bién asistieron representantes de la CGT y la CGE.

de protestas obreras, de los sectores medios productivos (por ejemplo en Mendozay en el valle del río Negro) y, al mismo tiempo, las unificaron con los reclamos estu-diantiles. El conjunto de este movimiento confluyó en las protestas sociales enCórdoba el 29 de mayo de 1969 y fue conocido como el “Cordobazo”. La explosióntuvo tal impacto que modificó por completo el escenario, renunció Kriegger yOnganía se quedó sin discurso. En el campo de los movimientos sociales, se mantuvola agitación en el interior y aparecieron las organizaciones armadas de distinto signopolítico. Un año después, los “Montoneros” secuestraron y dieron muerte al generalAramburu. Allí concluyó el primer turno presidencial de la dictadura.

En junio de 1970, la Junta de Comandantes designa al general RobertoMarcelo Levingston que se “salió de libreto” e intentó encontrar otro camino polí-tico, apelando a lo que él llamaba la “generación intermedia”, por fuera de los par-tidos políticos tradicionales y designó ministro de Economía al doctor Aldo Ferrer.

En marzo de 1971, una nueva movilización popular derrocó al segundopresidente de la autodenominada Revolución Argentina. De este modo, la movi-lización popular caracterizada como el “segundo Cordobazo” (el “Viborazo”) pusofin al segundo turno presidencial de la dictadura militar.

El 22 de marzo, la Junta reasume el poder y designa presidente al generalAlejandro Agustín Lanusse que intentó encontrar una salida política negociada ypara ello implementó un programa que se denominó “Gran Acuerdo Nacional”.Los objetivos fueron tres: el repudio a la subversión; el reconocimiento de lainserción de las Fuerzas Armadas en el futuro esquema institucional y, particular-mente, el acuerdo sobre la candidatura presidencial. Al mismo tiempo que estasnegociaciones avanzaban, también crecía en importancia el accionar de las orga-nizaciones guerrilleras. Los presos políticos pertenecientes a estas organizacionesplanearon la fuga de la cárcel de Trelew, que fracasó organizativamente; y laMarina, el 22 de agosto, ejecutó ilegalmente a dieciséis presos políticos alojadosen la base Almirante Zar. Allí se agotó la credibilidad del gobierno y el proyectodel “Gran Acuerdo Nacional”.

El 17 de noviembre de 1972, Perón retornó al país y acordó29 con los líderespolíticos una salida electoral, transformándose así nuevamente en el gran elector dela vida argentina. El peronismo acordó su fórmula con sus tradicionales aliados yse presentó a las elecciones del 11 de marzo de 1973 con la candidatura de Cámpora-Solano Lima, que resultaron elegidos con el 49,5% de los votos.

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El gobierno de Cámpora se encontró sometido a la tensión interna propiadel movimiento peronista, que contaba con dos actores principales: la juventudy los sindicalistas. Esa tensión creciente, condujo por un lado a la movilizaciónde los sectores populares, la firma del acuerdo entre los empresarios y los traba-jadores, y la organización de comandos de extrema derecha para la represión porfuera de la ley en el Ministerio de Bienestar Social que estaba a cargo de JoséLópez Rega. Ese enfrentamiento tuvo su punto culminante durante la masivaconcentración en Ezeiza para recibir el retorno definitivo de Perón a la Argentina.Los sectores de derecha organizaron diferentes emboscadas donde murieron mili-tantes de la Juventud Peronista e impidieron que Perón hablara al pueblo. Allí seinició el camino que conduciría a la renuncia de Cámpora y al enfrentamientode la Juventud con Perón.

Es a partir de ese momento que comienza a actuar la Triple A, organiza-ción de extrema derecha preparada para la represión ilegal, y que luego del triunfode Perón habría de provocar algunos resonantes atentados mortales como el deldiputado Rodolfo Ortega Peña o el intelectual Silvio Frondizi.

Después de la renuncia de Cámpora es prácticamente plebiscitada la fórmulaPerón-Perón. Con Perón en el gobierno se producen una serie de atentados de lasorganizaciones armadas a los cuarteles (Comando Sanidad en Buenos Aires, Formosa,Azul, Monte Chingolo) que desataron una represión a cargo del conjunto de lasFuerzas Armadas.

Muerto el general Perón, durante el gobierno de su viuda, María EstelaMartínez de Perón, se agrava la crisis institucional y económica. En relación con estaúltima, el punto más elevado consistió en el severo plan de austeridad que decideimplementar su ministro de Economía, Celestino Rodrigo, resistido por los tra-bajadores organizados que habían logrado un importante aumento de salarios, ya partir del cual se desató un proceso inflacionario de magnitudes desconocidasen la Argentina (el “Rodrigazo”). Desde allí comenzó a tomar forma definitiva elgolpe de Estado, apoyado por la Iglesia, los sectores dominantes de la sociedad eimportantes sectores políticos.

Los hombres de las Fuerzas Armadas estaban muy influenciados por: “Losgenerales y coroneles franceses que no sólo enseñaron una técnica (la división delterritorio en zonas y áreas), la tortura como método de obtención de inteligencia,el asesinato clandestino para no dejar huellas, la reeducación de algunos prisionerospara utilizarlos como agentes propios. También propagaron el sustento dogmáticode esa forma de guerra que llamaban moderna y el ambiguo concepto de subver-sión, entendido como todo aquello que se opone al plan de Dios sobre la tierra”.30 30 Horacio Verbitsky, “Una proeza periodística”, en Marie-Monique Robin, Escuadrones de la

Muerte, Buenos Aires, Sudamericana, 2005, pp. 7-8.

Los cuatro artículos que componen este capítulo son: “Las Fuerzas Armadasen misión imposible: un orden político sin Perón”, de María Matilde Ollier, se tratade un trabajo que describe el período a partir de dos ejes fundamentales: uno seorganiza en torno a la presencia concreta de los hombres de las Fuerzas Armadasen el gobierno de la República –con o sin consenso popular–, no sólo para gober-narla sino también para derrotar el enemigo interno. El otro eje que atraviesa elperíodo, según afirma la autora, se refiere el descreimiento de las potencialidades dela democracia y de la política en tanto procedimientos, cuya consecuencia másimportante consistió en que las elites construyeron sus alianzas en un terreno sin ley.“La introducción de la Doctrina de la Seguridad Nacional en el Ejército Argentino”,de Ernesto López, estudia la influencia francesa, que, según las precisiones histo-riográficas, estuvo presente en la filiación de la Doctrina de la Seguridad Nacional;el autor se atreve a afirmar que dicha influencia ya se encontraba presente desde1955 en el intento de “desperonizar” al Ejército. “La sociabilización básica de losoficiales del Ejército en el período 1955-1976”, de Luis Eduardo Tibiletti, intentabrindar una perspectiva acerca de la formación que los oficiales del Ejército reci-bieron en el Colegio Militar de la Nación especialmente en dos direcciones: la quese relaciona con el aspecto ideológico-político y la que ayuda o dificulta la relaciónentre el Ejército y la sociedad en democracia. “Ilegitimidad democrática y violencia”,de José Pablo Feinmann, en cuya exposición el autor se sostiene en la hipótesis deque entre 1955 y 1973 no existió la democracia en la Argentina. Existió la ilega-lidad, el sofocamiento y la falta de libertad. De este modo, durante dicho períodola Argentina no logró constituirse legalmente, debido a la insistencia en la margi-nación de la fuerza mayoritaria del país y del líder de esa fuerza; movimientos quepotencian la consideración acerca de ese líder hasta transformarlo en un objetomaldito. Luego examina el tema de la contrainsurgencia y la escuela francesa; paraconcluir, en un interesante intercambio de preguntas, realizando algunas anotacionessobre la violencia.

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El llamado Proceso de Reorganización Nacional asumió el poder con elobjetivo expreso de restablecer el orden. Esto implicó, en los hechos, la más brutalrepresión del conjunto de las organizaciones populares. Restablecer el orden, para elgobierno de los militares, consistió en eliminar físicamente todas las barreras que elpueblo había construido en defensa de los intereses nacionales. La represión fue

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31 Marcos Novaro y Vicente Palermo, La dictadura militar 1976-1983. Del golpe de Estado a larestauración democrática, Buenos Aires, Paidós, colección Historia argentina (tomo 9), 2003, p. 220.32 Establecía por ocho meses la variación futura del tipo de cambio a tasas decrecientes.

ejecutada sin ninguna legalidad; no hubo detenidos, jueces, ni procesos. Existió la pri-sión, la tortura y la muerte decidida por los propios represores.

Se implementó un infernal círculo de secuestro-tortura-delación-ejecuciónclandestina o cooptación como fuerza propia en la más absoluta clandestinidad,que dio pie al surgimiento de lugares de concentración y campos de tortura comola ESMA, El Vesubio, La Perla, Campo de Mayo y muchos otros.

Una vez que se hubo forzado el silencio, se puso de manifiesto el otro obje-tivo de la dictadura: la transformación de la estructura económica, según la visiónneoliberal que encabezaba el ministro de Economía, don José Alfredo Martínez deHoz. Dicho de manera muy esquemática, el sentido de la transformación residíaen la posibilidad de pasar de una Argentina industrial, con todos sus problemas,a una Argentina dominada por el capital financiero. A mediados de 1977 se pusoen marcha la reforma que consistió: “básicamente, en una rápida liberalizaciónde las tasas de interés bancarias y en una gradual, pero firme, eliminación de lasrestricciones al movimiento de capitales con el exterior”,31 que se habría de com-pletar en 1980. Detrás de este proceso se encontraba el objetivo de terminar conel subsidio de los empresarios ineficientes por parte de los ahorristas, vía la regula-ción estatal, para, así, desarrollar un auténtico mercado de capitales.

A mediados de 1978, la Marina y su comandante, Eduardo E. Massera,comenzaron a presionar con lo que en el período se denominó el “cuarto hombre”.En el fondo consistía en terminar con la excepcionalidad y a partir de ello que elcomandante del Ejército, fuera también el presidente. Esto se sorteó, luego demuchos cabildeos, con el retiro de Jorge Videla del Ejército, su designación comopresidente y Roberto Viola como comandante del Ejército, este último era hombrede buen diálogo con sindicalistas y políticos. Luego del chauvinismo del Mundialde Fútbol y el conato de guerra con Chile por el Canal del Beagle, resultaronvanos los intentos de vestir de nacional y popular a la dictadura.

A principios de 1979 apareció “la tablita”32 que se complementaba con laapertura gradual del comercio. Esto ocurría en el marco de una gran dispersión salarialdesde un “piso” administrado por el Estado. Los grandes empresarios seguían opo-niéndose a este manejo de la economía y pedían volver a las propuestas de 1976:recesión y ajuste del gasto público. Al persistir el proceso inflacionario, el Ministeriode Economía apresuró las rebajas arancelarias dejando sin protección a la industriaargentina; a partir de lo cual se produjo su gran quiebre, aunque debido a que la pro-

33 En medio de estas crisis, Sigaut pronunció un apotegma que ha quedado entre los grandes bloopersde la historia argentina, “el que apuesta al dólar pierde”.34 Oscar Moreno, “Apuntes para una nueva forma de hacer política”, en Oscar Oszlak (comp.), “Proceso,crisis y transición democrática/2”, Buenos Aires, CEAL, 1984, pp. 29-43.

tección comenzó a darse en forma de tomar posiciones en moneda extranjera, sesucede una muy rápida subida de las tasas de interés, lo que habría de concluir en lacrisis financiera y la caída de los bancos.

El 24 de marzo de 1981, asumió como presidente el general Roberto Viola,que había pasado a retiro en su Fuerza de la que ya era comandante el generalLeopoldo Fortunato Galtieri. La situación económica y financiera se encontraba enuna crisis que se agudizaba casi a diario, y nada de lo que hizo el gobierno sirvió paracalmar el mercado financiero. Las estampidas y corridas provocadas por el atesora-miento de la moneda extranjera resultaban imposibles de contener a través de ladevaluación.33

En noviembre Viola pide licencia por enfermedad y ocupa provisoriamentela presidencia el general Liendo. Éste le encargó a Domingo Felipe Cavallo, que paraentonces ocupaba una de las subsecretarías del Ministerio del Interior, un conjunto denormas de reactivación económica. El experimento fracasó, sin embargo, de este modo,Cavallo comenzó su camino en la historia que lo tendría como hombre fuerte de laeconomía del país y como protagonista en la nacionalización de la deuda externa, laconvertibilidad y el “corralito”, causa principal, del estallido de 2001.

Prohibido el campo de la política, por la dictadura, se hacía necesario poli-tizar la vida cotidiana. En ella se ponía en juego la misma subsistencia del ciuda-dano y la esperanza de la destrucción del autoritarismo. El ejemplo más singularfue el de los organismos de derechos humanos, en particular, las Madres de Plazade Mayo, cuya práctica hizo –en la Argentina contemporánea – de un problemamoral, un problema social y político. Allí tomó cuerpo la lucha resistente que obligóa los dirigentes políticos, mayoritariamente nucleados en la Multipartidaria, y a losdirigentes sindicales a asumir activamente el camino de la oposición, que habíapermanecido silenciada hasta 1980.34

El 22 de diciembre de 1981 asumió la presidencia el comandante en jefedel Ejército: Leopoldo Fortunato Galtieri.

Galtieri se identificaba con la posibilidad de volver a 1976. Es decir, clau-surar cualquier atisbo de salida político-partidaria. A comienzos de 1982 resultabaclaro que buscaba impulsar el desarrollo de un movimiento propio (Movimientode Opinión Nacional) para enfrentar a la Multipartidaria.

Galtieri había llegado al gobierno en el momento en el que el sistema capi-talista, a nivel mundial, se estaba reorganizando, decretando el fin del flujo fácil

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de capitales y ocasionando que los acreedores persiguieran el cobro de las deudas.Éstos presionaron, a través de los organismos multilaterales de crédito, para la san-ción de las políticas de ajuste que les permitieran cobrar los intereses de su deuda.

Mientras tanto, el movimiento obrero dividido impulsó una concentraciónel 30 de marzo en la Plaza de Mayo.

El movimiento fue duramente reprimido y la mayoría de los dirigentesconvocantes fueron encarcelados. En concreto, el gobierno de Galtieri se enfrentabaa la oposición de la Multipartidaria, de los dirigentes sindicales, de los sectoresindustriales, de los sectores financieros nacionales y particularmente de los orga-nismos de derechos humanos. Su continuidad política parecía difícil; y en esta situa-ción se encuentra el fundamento por el que el régimen se embarcó en la aventuramilitar para recuperar las islas Malvinas.

El 2 de abril de 1982, las tropas argentinas desembarcaron en las islasMalvinas y las ocuparon militarmente. La respuesta de Gran Bretaña fue la menosesperada por el régimen, primero lo derrotó diplomáticamente en el marco de laNaciones Unidas e inmediatamente organizó una importante fuerza naval y la diri-gió hacia el Atlántico Sur. Estados Unidos, que hasta el 2 de abril permanecía neu-tral ante la guerra, decide apoyar técnica y militarmente a su principal aliado de laOTAN. Ante este panorama la Junta en conjunto con su canciller Nicanor CostaMéndez decidieron “fugar hacia delante” y enfrentaron la guerra. Esta decisióncontó con una importante adhesión popular. La relación de fuerzas pareció cada vezmás desfavorable para los argentinos; finalmente en junio, luego de la rendición delas tropas argentinas, la guerra terminó con el triunfo de las fuerzas británicas.

La Guerra de Malvinas fue el primer conflicto entre dos naciones del mundooccidental luego de la Segunda Guerra Mundial, protagonizado por una potenciamundial contra una nación latinoamericana que había pretendido disputarle unode sus últimos enclaves coloniales.

En cuanto al comportamiento de las tropas, es de destacar que los soldados,en muchos casos con muy poca instrucción, demostraron una notable abnegación,se cubrieron de gloria enfrentando a una de las mejores unidades del mundo. Sinembargo, no ocurrió lo mismo en el ámbito de la oficialidad, donde si bien hubouna participación valerosa de numerosos jóvenes oficiales, también existieron muchosotros que se inclinaban en mayor medida a impartir sanciones a la tropa propiaque ejemplos para sus subordinados. La consecuencia de la derrota militar fue larenuncia de Galtieri y el desprecio popular que ahora exigía la retirada de los mili-tares. El general Reinaldo Bignone se puso al frente del gobierno, sin el consen-timiento de la Marina y la Aeronáutica, para conducir la transición. La de 1982-1983no fue una transición arrancada por luchas y movilizaciones populares contra la 35 M. Novaro y V. Palermo, op. cit., p. 527.

dictadura, como había sido la de 1973, se trataba esencialmente del resultado dela crisis interna del régimen. Fue una implosión del régimen militar que se habíainiciado en 1976 y que concluyó en Malvinas. Ante la transición surgieron dosposiciones, por un lado, la de los viejos caudillos que no comprendieron que larelación entre lo civil y lo militar se había modificado a partir de Malvinas y porlo tanto esperaban negociar una salida electoral; y por el otro lado, la de una partede la Democracia Cristiana, del Partido Intransigente, cuyo liderazgo absolutoasumió Alfonsín, posición que comprendía que la relación se había fracturado yque en el centro de la escena se encontraba la cuestión de los derechos humanos.Por lo tanto había que pelear y no negociar. Bignone, un hábil negociador, fijórápidamente la fecha de elecciones y con eso apaciguó el frente interno. Al mismotiempo que los partidos se preparaban para las elecciones (selección de candidatos,estrategias, etc.) el gobierno intentó salvar la grave situación económica. El primertema a resolver consistía en el de la deuda privada externa, ya que los organismosbilaterales de crédito exigían a los países más que a los deudores. En primer lugarse procuró una reactivación inmediata vía la fijación de tasas de interés; las tasascomenzaron siendo negativas en alrededor del 20% mensual y aunque luego semoderaron, permanecieron siempre por debajo de la inflación hasta 1983. Éste fueel mecanismo para “licuar” rápidamente el endeudamiento de los particulares ylas empresas, pero con una particularidad que no tuvo equivalencias en el trata-miento de las acreencias contra el Estado en manos de los grupos económicos. Elendeudamiento externo se resolvió de manera aun más drástica a través de un segurode cambio, que no se actualizaba al ritmo de la devaluación, con lo que las empresasdescargaron en el Estado sus pasivos.35 Se había cumplido con los organismos inter-nacionales y a través de ellos con el sistema financiero internacional. A partir de allí,las cifras del pago de la deuda externa constituyeron una “pesada carga” para todoslos gobiernos hasta el presente. En lo inmediato el pago de los intereses de esadeuda subió del 8% del PBI al 40% de los ingresos públicos. Con un correlativoaumento del déficit público. Desde aquí y hasta fines de los años ochenta “la patriafinanciera” habría de configurarse como el enemigo de los políticos.

La campaña electoral seguía su rumbo. Alfonsín, siendo aún precandidato,hizo pública una denuncia que haría carrera política: “el pacto militar-sindical”que con espíritu corporativo se transformaba en el obstáculo a vencer para llegara un sistema democrático. Desde allí, los radicales reforzarían la idea de que eranecesario democratizar la vida de los sindicatos.

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36 La llamada “doctrina de los tres niveles de responsabilidad”.

Alfonsín, ya como candidato y luego de haber derrotado masivamente alos viejos balbinistas representados por Fernando de la Rúa, puso en el centro dela escena la cuestión de los derechos humanos y con ese fin le dio identidad a unafórmula para considerarlos, distinguiendo en el marco de la dictadura entre quieneshabían impartido las órdenes y quienes las habían cumplido;36 pensando quizás,en reducir los juicios por las violaciones de éstos sólo a los altos mandos.

Por su parte, en el peronismo ninguno de los precandidatos (Robledo,Saadi, Menem) tuvo la fuerza suficiente para imponerse sobre los otros. Con loque el gran elector fue el movimiento sindical y, en particular, Lorenzo Miguel,el secretario general de Metalúrgicos, que en el Congreso Partidario ungió la fórmulaLuder-Bittel; y apoyando luego la candidatura de Herminio Iglesias para gober-nador de la provincia de Buenos Aires.

El 30 de octubre el doctor Raúl R. Alfonsín fue elegido presidente contan-do con el 52% de los votos.

Los cuatro artículos que componen este capítulo son: “El nuevo funciona-miento de la economía a partir de la dictadura militar (1976-1982)”, de EduardoBasualdo, trabajo que tiene como propósito realizar un somero análisis de la vincu-lación que mantienen la política económica y algunas de las transformacionesestructurales más relevantes que se desplegaron en el período. Como allí se advierte,no se trata de hacer un recuento detallado de ambos aspectos de la relación, sinode analizar el modo en el que sus contenidos más generales se vincularon con elpatrón de acumulación de capital que rigió hasta el año 2001. “El Proceso, últimoeslabón de un sistema de poder antidemocrático en la Argentina del siglo XX”, deFabián Bosoer, propone una descripción de la incidencia que tuvieron las relacio-nes cívico-militares en el interior de la elite del poder y en la política exteriorargentina. Asimismo pretende plantear la relevancia que tuvo un determinadosistema de creencias fraguado en la socialización cívico-militar y su influencia enel modo de hacer política de la dirigencia. “Fuerzas Armadas y organismos de dere-chos humanos, una relación impuesta”, de Horacio Verbitsky, en cuya primeraparte de la presentación se ocupa de la relación entre los organismos de derechoshumanos y las Fuerzas Armadas, que fuera impuesta por el secuestro, por parte del per-sonal militar, de miles de jóvenes que reaparecieron con vida. La segunda parte estádestinada a explicar el surgimiento del Partido Militar a partir de la incapacidad delos sectores económicos y sociales dominantes argentinos de transformar su hege-

monía y su prestigio social en poder político por medios democráticos. “La Guerrade Malvinas”, de Martín Balza, se trata de un trabajo en el que el autor efectúa undesarrollo del conjunto de los aspectos que rodearon a la guerra, partiendo de unaafirmación que aquí se repite: “Las Malvinas son incuestionablemente argentinasdesde el punto de vista histórico, geográfico y jurídico, la forma de recuperarlas esel diálogo entre las dos partes. La guerra no es una obra de Dios”.

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CAPÍTULO I

1810-1860La Independencia y la organización nacional

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1 Esta interpretación, si bien fue esbozada en algunos textos anteriores, recién aparece desplegada enla tercera edición de su Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina publicada en 1876-1877. Alrespecto puede consultarse Fabio Wasserman, Entre Clio y la Polis. Conocimiento histórico y representacio-nes del pasado en el Río de la Plata (1830-1860), Buenos Aires, Teseo, 2008, cap. XII.

CAPÍTULO I

1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

Revolución y Nación en el Río de la Plata (1810-1860)

FABIO WASSERMANINSTITUTO RAVIGNANI

UBA / CONICET

La Revolución de Mayo como mito de orígenes de la Nación Argentina

Uno de los pocos motivos de consenso que persisten en una sociedad tandividida como la argentina es la consideración de la Revolución de Mayo como unhecho fundacional de la nación. Se trata en ese sentido de una suerte de mito de orí-genes en el que para muchos estaría cifrado el sentido de toda nuestra historia nacio-nal. De ese modo resulta inevitable que las miradas dirigidas hacia el proceso revo-lucionario se encuentren condicionadas por las diversas concepciones acerca de lanación argentina que se fueron forjando a lo largo de su breve historia.

El tramo más reconocible y significativo de esta historia de las representa-ciones sobre la nación argentina es el que se inicia entre fines del siglo XIX y prin-cipios del XX. Recordemos que en esas pocas décadas cobró forma lo que algu-nos autores dieron en llamar la “Argentina moderna” que surgió como resultadode la conjugación de diversos procesos como la consolidación del Estado nacio-nal, el desarrollo de una economía capitalista plenamente integrada al mercadomundial y la inmigración masiva a partir de la cual se forjó una nueva sociedad.Fue precisamente durante esos vertiginosos años cuando comenzó a cobrarmayor predicamento la idea esbozada en la obra historiográfica de BartoloméMitre según la cual la Revolución de Mayo debía considerarse como el momen-to de alumbramiento o toma de conciencia de la nacionalidad argentina que, aligual que su territorio y su destino de grandeza, habrían comenzado a delinearsedurante el período colonial.1 Así, y a diferencia por ejemplo de Alberdi o de

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Sarmiento para quienes la nación argentina constituía un proyecto cuya orienta-ción sólo podía provenir del futuro, Mitre sostenía que su rumbo ya había sidoconfigurado en ese pasado, razón por la cual se hacía necesario elaborar un rela-to histórico que fuera capaz de desentrañarlo.

Esta forma de pensar a la nación argentina a través del prisma ideado porel historicismo romántico tuvo y aún tiene una gran importancia. Pero no sólopor su capacidad para dotar de una identidad nacional a las poblaciones hetero-géneas, sino también porque dicha perspectiva permitió legitimar al Estadonacional argentino que entonces se encontraba en vías de consolidación. Cabedestacar que esta legitimidad proviene del principio de las nacionalidades que, sur-gido en Europa durante la década de 1830, se caracteriza por aunar una idea étni-ca o cultural y una política de nación. Este principio se basa en la suposición deque existen pueblos reconocibles por poseer determinados rasgos distintivos y unterritorio que le están predestinados o que les corresponde por razones históricas.Cada uno de estos pueblos constituiría así una nacionalidad que, como tal, tienederecho a erigir un Estado nacional soberano para que la represente políticamen-te. Desde este punto de vista que rigió y aún suele regir nuestra comprensión delpresente y del pasado, la Revolución de Mayo sólo podía ser una expresión de lanacionalidad argentina que procuraba emanciparse del dominio colonial parapoder constituirse en una nación soberana.

En verdad, esta interpretación terminó de consagrarse alrededor de 1910en el marco de las discusiones acerca de la nación y la identidad nacional que sesuscitaron durante los festejos por el Centenario. Su éxito se puede apreciar en surápida difusión y en su perduración que la convirtieron en una suerte de sentidocomún de la sociedad argentina, pero también en su capacidad para admitir losmás variados contenidos y orientaciones sin que mayormente se pusiera en cues-tión su asociación con el origen de la nación. Aunque por ese mismo motivo yano podía haber consenso en la caracterización de la Revolución y en la de sus pro-tagonistas, temas en torno a los cuales se entablaron a lo largo del siglo XX nume-rosas polémicas históricas que eran también políticas e ideológicas pues estabanteñidas por las diferentes ideas acerca de la nación que tenía cada sector o autor.De ahí que estas disputas tendieran a organizarse en torno a polos antagónicosque obligaban a tomar partido por uno u otro: Saavedra o Moreno; Buenos Aireso el interior; movimiento popular o elitista; origen civil o militar; influencia delpensamiento ilustrado francés o de la neoescolástica española.

Ahora bien, desde hace algunos años los historiadores comenzaron a plan-tear que la nación es una construcción reciente y no un sujeto que atraviesa todala historia, la expresión de una esencia atemporal o una entidad predestinada a

constituirse como tal. Este cambio de perspectiva coincidió con la necesidad de revi-sar la idea transmitida durante generaciones según la cual la Revolución de Mayohabía sido la expresión de la nacionalidad argentina oprimida o de algún agentehistórico capaz de representarla (ya sea la elite criolla, la burguesía portuaria, elpueblo, un sistema de ideas o valores, etc.). Es que esa nacionalidad no sólo eraentonces inexistente sino que, así planteada, también era inconcebible. De esemodo, como veremos a continuación, también se puso en cuestión la relación decausalidad entre nación y revolución, procurándose dar además otro tipo de expli-caciones sobre las causas de esta última y de los conflictos que le siguieron.

La Revolución en el marco de la crisis de la monarquía

Este cambio de enfoque preside buena parte de los estudios recientes sobreel proceso revolucionario. En efecto, la trama que le dio origen tiende a explicar-se en el marco de una progresiva crisis económica y política que estaba jaquean-do a la monarquía española, la cual se fue potenciando por su poca afortunadaparticipación en los conflictos entre Francia e Inglaterra a comienzos del sigloXIX. Esta creciente debilidad se hizo evidente en el Río de la Plata cuando lasautoridades coloniales se mostraron impotentes para defender sus dominiosdurante las invasiones inglesas de 1806-1807. Sin embargo, es bueno advertirlo,eran muy pocos los que entonces pusieron en duda la legitimidad del dominioespañol o, al menos, la pertenencia de América a la Corona.

Esta crisis, que se había ido agudizando en forma acelerada a partir de1805 con la derrota de la Armada Española en Trafalgar, se hizo irreversible a par-tir de 1808 como consecuencia de la acefalía provocada por las Abdicaciones deBayona que, promovidas por Napoleón Bonaparte, derivaron en el desplaza-miento del trono de los Borbones y en la coronación de su hermano José. Estecambio de dinastía, si bien fue aceptado por algunas autoridades, concitó unfuerte rechazo a ambos lados del Atlántico. En España se produjeron levanta-mientos populares como reacción a la presencia de las tropas francesas, mientrasque el estado de acefalía tuvo como consecuencia que en los reinos y provinciasde la península se erigieran Juntas de gobierno basadas en la doctrina de la retro-versión de la soberanía a los pueblos. Aunque con dificultad, estas Juntas logra-ron ponerse de acuerdo y crearon una Junta Central que se puso al frente delgobierno. En América también se crearon algunas Juntas con diversa suerte(México y Montevideo en 1808; Chuquisaca y La Paz en 1809), pero en generalse mantuvieron las estructuras de gobierno colonial, se juró lealtad a FernandoVII que permanecía cautivo y se reconoció a la Junta Central como órgano legí-

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timo de gobierno que, además, había hecho una convocatoria a las Cortes en laque los pueblos americanos tendrían una representación minoritaria.

Este estado de cosas se modificó en 1810 cuando comenzaron a llegar aAmérica las noticias sobre el arrollador avance de Napoleón en España, la diso-lución de la Junta Central y la creación en su reemplazo de un Consejo de Regencia.En varias ciudades americanas se desconoció el Consejo y se proclamó que, antela ausencia de toda autoridad legítima, la soberanía debía ser reasumida por lospueblos, promoviéndose en consecuencia la creación de Juntas para que gober-naran en nombre de Fernando VII, tal como sucedió en Buenos Aires durante laSemana de Mayo que culminó con la elección de la que pasó a la historia con elnombre de Primera Junta. De ahí en más, y ante el desconocimiento mutuo delas Juntas y de las autoridades virreinales que mantuvieron su fidelidad a losgobiernos metropolitanos, la crisis de la monarquía devino en una compleja yextensa guerra civil durante la cual se fueron erigiendo nuevas unidades políticas queno respetaban necesariamente la traza de las divisiones administrativas coloniales.

La soberanía de los pueblos y la creación de una nueva nación

Los protagonistas de este proceso en el territorio rioplatense no fueron lanación o la nacionalidad argentina, sino los pueblos que se consideraban sobera-nos o depositarios de la soberanía ante la ausencia del monarca legítimo. Cabeseñalar en ese sentido que en la tradición hispánica se reconocía como “pueblos”a las comunidades políticas que tenían un gobierno propio y una relación de suje-ción con el monarca como podían ser las ciudades, provincias o reinos. En elvirreinato rioplatense estos pueblos eran las ciudades pero entendidas no tantocomo un asentamiento humano o un ejido urbano, sino más bien como un cuer-po político con autoridad propia que en este caso eran los Cabildos.

Ahora bien, que los pueblos se consideraran como sujetos soberanos noimplicaba en modo alguno que no existiera un concepto político de nación o queéste careciera de importancia. De hecho, los criollos nacidos en el virreinato rio-platense, al igual que el resto de los americanos, se consideraban miembros deuna nación: la nación española que estaba integrada por la totalidad de los rei-nos, provincias y pueblos que le debían obediencia a la Corona. Sin embargo, elenfrentamiento entre los gobiernos americanos y los representantes de las autori-dades españolas en América, derivó rápidamente en una lucha contra la metró-poli durante la cual comenzó a invocarse el derecho a constituir nuevas naciones.

Este deslizamiento fue posible porque el concepto político de nacióntenía entonces otro sentido que el actual, pues hacía referencia a las poblaciones

regidas por un mismo gobierno o unas mismas leyes sin que esto implicara nece-sariamente ninguna forma de homogeneidad étnica o de identidad cultural, reli-giosa, lingüística o histórica. Dicho de otro modo: la nación como cuerpo polí-tico no dependía ni se fundamentaba en la existencia de una población con ras-gos en común ni en la posesión de un territorio delimitado de antemano talcomo lo sostiene el principio de las nacionalidades. Además, y en el marco delos procesos revolucionarios que estaban sacudiendo al mundo desde fines delsiglo XVIII, se había ido difundiendo la idea de que la nación era una asocia-ción que debía constituirse por la voluntad de sus miembros que eran los verda-deros soberanos y no los monarcas. Y era en virtud de esta concepción que lospueblos rioplatenses podían dejar de pertenecer a la nación española de la que seconsideraban colonias, para pasar a constituir una nueva nación o, tal como ocu-rriría en el caso del virreinato rioplatense, cuatro naciones: Argentina, Uruguay,Paraguay y Bolivia. Esto permite entender por qué numerosos historiadores pre-fieren referirse al Río de la Plata y no a la Argentina durante la primera mitad delsiglo XIX, procurando así evitar el anacronismo que implica considerar a esanación como una entidad preexistente a la Revolución o que heredó sin soluciónde continuidad el virreinato. De hecho si hay un rasgo que caracteriza al períodoposrevolucionario es la indeterminación con respecto a qué pueblos debían orga-nizarse políticamente como nación, cuestión que no se resolvió hasta la segundamitad de ese siglo.

Pero no sólo no era claro qué pueblos se iban a asociar entre sí para cons-tituirse como naciones, sino que también estaba en discusión de qué modo loharían. En ese sentido es posible distinguir dos tendencias aunque las propuestasconcretas solían combinar elementos de una y otra: la de quienes promovían lacreación de una nación indivisible de carácter abstracto y compuesta por indivi-duos, y la de quienes consideraban que debía conformarse a partir de un acuer-do entre los pueblos soberanos. Ambas concepciones animaron respectivamentelas propuestas unitaria y confederal, aunque debe tenerse presente que no eranformulaciones puras pues, por ejemplo, los unitarios también consideraban quela retroversión de la soberanía había sido a los pueblos, pero que éstos habíandecidido constituirse como una nación en 1810 o en 1816.

La nación no era entonces un sujeto ya constituido, sino que más bienpodría considerarse como un horizonte al que se aspiraba a llegar a través de lasanción de una Constitución que debía dar cierre al proceso revolucionario a par-tir de institucionalizar la libertad y la independencia proclamadas entre 1810 y1816. Pero en torno a ese punto de llegada había agudas diferencias ideológicasy de intereses que dieron lugar a una extensa disputa en la que se puso en juego

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no sólo su delimitación espacial (qué pueblos y territorios debían integrar dichaConstitución), sino también social (qué sectores la componían, cuáles estabanexcluidos, cómo se concebían las relaciones sociales) y política (qué derechos yobligaciones tenían sus miembros, cómo se los concebía y se los representaba).

Como veremos a continuación, buena parte de los conflictos que desgarra-ron a los pueblos del Plata durante la primera mitad del siglo XIX y que nosotrosreconocemos en nuestra historia nacional como guerras civiles o conflictos entreunitarios y federales, estuvieron vinculados de un modo u otro con esta disputa.

De la Revolución a la Confederación: los poderes políticos entre 1810 y 1830

Durante la década revolucionaria algunos sectores procuraron centralizarel poder, entre otras razones, para poder desarrollar con éxito la Guerra deIndependencia. Dicho propósito entró en contradicción con las pretensionessoberanas de los pueblos que a veces podían expresar tendencias confederalescomo el artiguismo. Sin embargo, en otras ocasiones sólo se trataba de la búsque-da de una mayor autonomía que, incluso, podía darse a través de una relaciónmás estrecha con el gobierno central. Éste es el caso, por ejemplo, de las ciuda-des subalternas que procuraban librarse de su sujeción a las ciudades capitalescomo Jujuy en relación con Salta, o Mendoza en relación con Córdoba.

El fracaso de la Constitución centralista de 1819 y la derrota y disoluciónen 1820 del poder central encarnado en el Directorio, marcaron el fin de estaetapa en la que se hizo evidente la dificultad para erigir un orden político que des-conociera la soberanía de los pueblos. Sin embargo, la situación se había modifi-cado pues las ciudades ya no conformaban esos sujetos soberanos sino que a par-tir de ese momento, éstos fueron constituidos por las provincias. Cabe advertirque estas provincias eran entidades por entero novedosas que surgieron de undoble proceso: por un lado, la desintegración de las antiguas provincias-inten-dencias y, por el otro, la incorporación de las campañas a la representación polí-tica que hasta entonces se había circunscrito a las ciudades. Si la desintegraciónde las intendencias se debió a que se trataban de estructuras administrativas queno lograban expresar verdaderas unidades políticas, sociales y económicas, laincorporación del mundo rural a la representación política fue consecuencia dela importancia que este espacio había ido adquiriendo en el marco de los proce-sos de movilización social desatados por las guerras de independencia y las civi-les. Ahora bien, este proceso de “provincialización” no puede comprenderse sola-mente a la luz del accionar de los caudillos que erigieron su poder apelando a lacoerción, el carisma o el clientelismo, sino que se produjo en un marco de insti-

tucionalización del poder político que en muchos casos había antecedido elascenso de estas figuras a los primeros planos de la vida pública. Este proceso deinstitucionalización se fue afianzando en la década de 1820 cuando las provinciasestablecieron sistemas republicanos representativos y procuraron constituirse enEstados al asumir atribuciones soberanas que eran reconocidas en los pactos quecelebraban entre sí.

Ahora bien, esto no implicó en modo alguno que desapareciera del hori-zonte la posibilidad de constituir una nación, aunque su alcance no era un obje-tivo predeterminado sino un motivo de constantes debates y disputas. Estos con-flictos tenían como protagonistas a las provincias, razón por la cual los proyectosde organización nacional no podían soslayar el reconocimiento de su caráctersoberano, tal como quedó expresado en la Ley Fundamental dictada por unCongreso Nacional a principios de 1825.

Para entender mejor esta cuestión, y las concepciones acerca de la nación queexpresaban los hombres de esa época, resulta útil repasar algunos de los numerososdebates suscitados durante los tres años que duró el Congreso. Entre ellos me deten-dré brevemente en el que se entabló en mayo de 1825 con motivo de la creación deun Ejército Nacional ante la inminente guerra con el Imperio de Brasil por la BandaOriental que había sido incorporada a la misma como Provincia Cisplatina.

El debate comenzó en la sesión número treinta y uno del 3 de mayo, cuan-do la comisión que había examinado el proyecto presentó una propuesta queacordaba con la formación de un ejército de poco más de seis mil soldados. Entreotras modificaciones incorporadas por la comisión como por ejemplo la de fijarun límite de cuatro años para los enganchados, se sugería que los oficiales supe-riores fueran elegidos por el Ejecutivo Nacional para asegurar la unidad y ladependencia de la autoridad central, pero que los que tuvieran un rango igual omenor al de Teniente Coronel debían serlo por las provincias pues en caso con-trario éstas difícilmente aceptarían aportar contingentes.

Más allá de la tensión entre los poderes locales y el poder central en cons-trucción que procuraba ser subsanada mediante este tipo de transacciones,durante el tratamiento de la ley también se puso en discusión la propia existen-cia de la nación. Al presentar el proyecto, el clérigo porteño Julián Segundo deAgüero planteó retóricamente que no podía existir una nación sin un EjércitoNacional. Esto fue rebatido por otro clérigo, el salteño Juan Ignacio Gorriti,quien se permitió invertir su planteo al señalar que lo que no puede existir es unEjército Nacional sin una nación. Es que si bien Gorriti compartía con Agüerola aspiración de crear un Estado unitario, entendía que hasta que no se diera esepaso no podría hablarse con propiedad de la existencia de una nación:

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2 Emilio Ravignani (ed.), Asambleas Constituyentes Argentinas, tomo I, Buenos Aires, Peuser,1937, p. 1.313. En ésta y en todas las citas se modernizó la ortografía.

CAPÍTULO I

¿Cuándo se ha formado la nación señores? ¿Cuándo se constituyó?¿Cuándo se aceptó la constitución? ¿Cuándo se puso en práctica? Sin estosantecedentes la nación no existe, porque es suponer existente un ser antesde los atributos constitutivos; es suponer existente una asociación antes deestar aseguradas las condiciones en que se ha de fundar.2

Para que existiera una nación, argüía Gorriti, los representantes de lasprovincias debían sancionar una constitución, vale decir, formar un pacto acor-dando en forma voluntaria y explícita las reglas que regirían sus relaciones. Espor ello que a pesar de la inminencia de la guerra estimaba que la creación deun Ejército Nacional era inconducente pues primero debía constituirse lanación. En ese sentido le parecía un error formar un ejército pues si las provin-cias no se constituían no se sabría a qué nación pertenecería y, por lo tanto, dedónde saldrían sus fondos, a quién habría de obedecer, etc. Esta intervencióngeneró una polémica que se prolongó en la sesión siguiente y en la cual intervi-nieron varios diputados señalando que la nación existía aunque no estuviera deltodo constituida. Como prueba citaban el Acta de la Independencia, se referíanal propio Congreso, a la voluntad de los pueblos y de los ciudadanos, o a losacuerdos firmados con otras naciones. Algunos alegaban que se había constitui-do en 1810 y otros en 1816. En lo que aquí interesa, y más allá de estas diferen-cias, todos acordaban en el origen pactado de la nación como cuerpo político,mientras que en ningún caso se concebía que pudiera tratarse de una entidadpreexistente a la propia Revolución.

El Congreso siguió avanzando en esa misma línea y al año siguiente deci-dió crear el Poder Ejecutivo Nacional que encomendó a Bernardino Rivadavia, ala vez que dictó una Constitución unitaria cuya aprobación puso a consideraciónde las provincias. Fue entonces cuando se advirtieron los límites de esta presun-ción sobre la existencia de una voluntad nacional ya constituida, pues éstas yotras resoluciones similares provocaron un fuerte rechazo por parte de numero-sas dirigencias provinciales. Pero no sólo en el interior: los sectores dominantesde Buenos Aires impugnaron la nacionalización de su aduana y su puerto y ladivisión de la provincia para erigir a la ciudad como capital de la nación. De esemodo, y en el marco de una aguda crisis potenciada por la torpe negociación lle-vada a cabo con el Brasil, se produjo la disolución de las autoridades nacionales.

Esto tuvo como consecuencia el recrudecimiento de las luchas políticas y milita-res entre las facciones conocidas desde entonces como unitarios y federales de lasque salieron triunfantes estos últimos a comienzos de la década de 1830.

La Confederación Argentina: 1830-1852

Este desenlace afianzó aun más a las soberanías provinciales como ámbito deinstitucionalización del poder, sin que esto implicara en modo alguno su aislamiento.Por un lado, porque las elites locales siguieron manteniendo fuertes vínculos entre sí.Por el otro, porque la mayor parte de las provincias tenían serias dificultades polí-ticas y económicas para poder sostener una autonomía plena. Esta tensión entreel mantenimiento del status soberano y la necesidad de crear una instancia mayorque las contuviera se expresó en la organización de una Confederación. Estenuevo orden tuvo como base el Pacto Federal firmado por los gobiernos litoralesen 1831, al que durante los años siguientes se fueron adhiriendo las otras provin-cias, ya sea por convicción, interés o imposición, pues la Confederación fue pro-gresivamente hegemonizada por Buenos Aires y por la facción federal rosista.

Si bien durante esos años no desapareció del horizonte la posibilidad deerigir una soberanía nacional, existía consenso en el reconocimiento de las sobe-ranías provinciales y en el hecho de que un acuerdo entre ellas constituía el puntode partida ineludible a la hora de elaborar cualquier proyecto de organización,incluso en el caso de aquellos que quisieran apelar al entonces novedoso princi-pio de las nacionalidades como los jóvenes románticos de la Generación del 37.De ese modo, y si se deja de lado el Estado unitario que para ese entonces eraconsiderado de forma casi unánime como inviable, este reconocimiento podíaimplicar diversas alternativas: a) mantener el status soberano en forma indefiniday, en caso de que fuera necesario, celebrar pactos o acuerdos específicos, ya fue-ran bilaterales o multilaterales (solución adoptada durante gran parte de la déca-da de 1820); b) unirse mediante un pacto en una Confederación que reuniera aalgunas o todas, delegando atribuciones soberanas como las Relaciones Exterioresen un Ejecutivo Provincial (solución adoptada en las décadas de 1830 y 1840);c) realizar esa unión con Estados que no pertenecían a la Confederación como elUruguay, el Paraguay o Bolivia (alternativas esbozadas en numerosas ocasiones);d) constituir un Estado federal que reconociera a la vez la soberanía de las pro-vincias y la soberanía nacional con preeminencia de esta última (solución que seterminaría imponiendo jurídicamente tras la sanción de la Constitución de 1853y políticamente tras la derrota de Buenos Aires en 1880 que permitió la definiti-va consolidación del Estado nacional).

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5 Comercio del Plata, Nº 207, Montevideo, 20 de junio de 1846.6 Comercio del Plata, Nº 361, Montevideo, 23 de diciembre de 1846. El destacado perteneceal original.7 Comercio del Plata, Nº 592, Montevideo, 8 de octubre de 1847.

CAPÍTULO I

Lo notable es que estas opciones no fueron patrimonio de ningún sector,pues era habitual que más allá de su pertenencia facciosa, ideológica o regional,los políticos y publicistas esgrimieran diversas posiciones según cuáles fueran lascircunstancias en las que estuvieran actuando. Es por ello que en muchas ocasio-nes las calificaciones de unitario o federal, si bien no son arbitrarias, dificultan lacomprensión de los conflictos y de los intereses en juego.

Consideremos a modo de ejemplo los cambios de posición entre BuenosAires y algunas provincias como Corrientes, cuyos voceros se alternaban en argüirla primacía de la Nación sobre cualquier poder provincial a fin de poder defendermejor sus intereses. Esa necesidad permitió, por ejemplo, que a principios de ladécada de 1830 el líder correntino Pedro Ferré fuera el primero en enunciar enla región un programa de organización nacional que en cierto modo estaba empa-rentado con el principio de las nacionalidades aunque no le diera ese nombre,cuando se trataba también de uno de los mayores adalides de la defensa de lassoberanías provinciales.3 En su reverso, la dirigencia porteña podía argüir, comolo hizo entonces a través del publicista Pedro de Angelis, que

La soberanía de las provincias es absoluta, y no tiene más límites que losque quieren prescribirle sus mismos habitantes. Así es que el primer pasopara reunirse en cuerpo nacional debe ser tan libre y espontáneo como losería para Francia el adherirse a la alianza de Inglaterra.4

Y, sin embargo, pocos años después ese mismo gobierno y sus publicistaspodían negarle no sólo a las provincias sino también al Paraguay toda pretensiónsoberana al alegar que formaban parte de la Confederación Argentina.

Esta inconstancia, si bien resulta fácil de comprender cuando se atiende alas circunstancias políticas, no puede considerarse como una mera actitud cínica.En tal sentido resultan reveladoras algunas posiciones esgrimidas por el políticoy publicista unitario Florencio Varela en su exilio montevideano desde las pági-nas de El Comercio del Plata, donde llegó a defender o a tolerar alternativas muydisímiles en relación a lo que hacía a la organización que debían tener las provin-cias rioplatenses. Así, y ante la posibilidad planteada en 1846 de que se formaraun nuevo Estado que agrupara a Corrientes y Entre Ríos –y, potencialmente al

Uruguay y el Paraguay–, sostuvo que aunque esa resolución no lo satisfacía yaque consideraba más conveniente luchar por el libre comercio y la libre navega-ción en el seno de la comunidad argentina, no podía hacerle objeciones de prin-cipio ya que las provincias eran soberanas y podían hacer ese tipo de pactos si lesconvenía.5 Pocos meses más tarde retomó este razonamiento pactista, aunquemodificó su contenido al sostener que las provincias “forman una asociación queha pactado constituirse en nación independiente pero que todavía no se ha consti-tuido”.6 Casi un año más tarde profundizaba aun más esta idea de nación al seña-lar que “en nada pensamos menos que en dividir las provincias, en desmembrarla nacionalidad argentina, representación en América de tantas glorias militares,civiles y administrativas”.7

Estas oscilaciones deben entenderse no sólo como expresión de una moda-lidad que hacía del pacto entre entidades soberanas el fundamento de la consti-tución de los poderes políticos, sino también a la luz del enfrentamiento con elrégimen rosista, objetivo que para sus opositores opacaba toda otra considera-ción. De ese modo las posturas en relación a la posible organización de las pro-vincias podían ir modificándose al compás de las alianzas que se sucedían en elafán por derrotar a Rosas. Pero no es eso lo que aquí interesa sino su considera-ción como propuestas válidas, capaces de ser enunciadas, argumentadas y defen-didas públicamente, ya que formaban parte del horizonte de posibilidades en loque se refería al ordenamiento político, territorial e institucional de la región.

El Estado federal y el Estado de Buenos Aires: 1852-1862

La derrota del régimen rosista a comienzos de 1852 sentó nuevas condi-ciones para la organización de los pueblos del Plata. En ese marco la cuestiónnacional se ubicó en el centro del debate público pues si bien siguieron teniendouna gran importancia los sentimientos e intereses locales, se hizo cada vez máspatente la necesidad de constituir un orden político e institucional capaz de con-tener a todas las provincias. Las discusiones se centraron por tanto en la forma enla que debía constituirse la nación y en su relación con los poderes locales.

Pero contra lo esperado y deseado por muchos que preferían culpar aRosas por no haber permitido un avance en la organización nacional, ese desen-

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3 Un análisis del programa de Ferré en José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados:Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846), Buenos Aires, Ariel Historia, 1997, pp. 231-246.4 El Lucero, Nº 843, Buenos Aires, 17 de agosto de 1832.

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8 Ricardo Levene (ed.), Lecturas históricas argentinas, tomo 2, Buenos Aires, Editorial deBelgrano, 1978, p. 322.

CAPÍTULO I

lace no fue inmediato. En efecto, el triunfo en febrero de 1852 de las fuerzas diri-gidas por el entrerriano Justo José de Urquiza en la batalla de Caseros dio lugarpocas semanas más tarde a un acuerdo entre las dirigencias provinciales que seagruparon bajo su liderazgo y dieron forma a un Estado federal que se institucio-nalizó en 1853 con la sanción de una Constitución y la creación de autoridadesnacionales. Esta resolución fue resistida por la dirigencia de Buenos Aires que noquería resignar el control de la Aduana y el Puerto. Más aun, la provincia no sólologró mantener su soberanía y su autonomía, sino que también se dictó unaConstitución en 1854.

Las relaciones entre ambos Estados fueron tensas, con momentos de acer-camiento y otros de enfrentamiento como la batalla de Cepeda, en 1859, en laque triunfaron las armas nacionales. Este resultado motivó que al año siguientese reformara la Constitución en una Convención de la que también participóBuenos Aires. Tras su aprobación, Bartolomé Mitre, que entonces ejercía lagobernación de la provincia, hizo explícito el vínculo que a su juicio unía esemomento con el pasado revolucionario:

Hoy recién, después de medio siglo de afanes y de luchas, de lágrimas y desangre, vamos a cumplir el testamento de nuestros padres, ejecutando suúltima voluntad en el hecho de constituir la nacionalidad argentina, bajoel imperio de los principios.8

Los conflictos sin embargo no se acallaron, y en septiembre de 1861Buenos Aires logró imponerse en la batalla de Pavón frente a un adversario debi-litado por diferencias internas y dificultades económicas, por lo que meses mástarde el propio Mitre pudo asumir la presidencia de la nación unificada.

Claro que la historia no acabó ahí, pues aún debieron pasar varios añospara que pudiera constituirse un sistema de instituciones nacionales cuyo poderfuera incontestable en todo el territorio. En efecto, los enfrentamientos en tornoa la organización nacional y al lugar de los poderes provinciales se prolongaron almenos hasta 1880 cuando se produjo la consolidación del Estado nacional que,no casualmente, suele simbolizarse con la derrota sufrida por las fuerzas deBuenos Aires a manos del Ejército Nacional que se había fortalecido durante esasdos décadas.

Una vez consolidado el Estado nacional pudo imponerse una concepción

de la Nación Argentina como único sujeto soberano. Sujeto al que los historia-dores (pero no sólo ellos) comenzaron a dotar de un pasado cada vez más lejanoy, por tanto, preexistente al proceso revolucionario que sería considerado de ahíen adelante como ese momento fundacional en el que la nacionalidad cobró con-ciencia de sí para sacudir el yugo colonial.

La Revolución de Mayo se constituyó así en el mito de orígenes de la naciónargentina y, por lo tanto, en motivo de recurrente disputa acerca de su sentido,alcances y proyección tal como sigue sucediendo hoy día en vísperas de la conme-moración de su Bicentenario.

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Sociedad y militarización revolucionaria. Buenos Aires yel Litoral rioplatense en la primera mitad del siglo XIX

RAÚL O. FRADKINUNLU / UBA

En 1821 el liberal español Miguel Cabrera de Nevares presentaba ante lasCortes una memoria a favor del rápido reconocimiento de una “independencia con-cedida” a las colonias. Cabrera acababa de pasar dos años en Buenos Aires y de suexperiencia porteña extraía algunas conclusiones. Me interesa recuperar una de ellas:

acá todos son guerreros, todos han nacido con diversas ideas, todos saben pele-ar, todos se escenden en el odio contra los españoles, odio que es mucho masencarnizado que el que tenían entonces contra los ingleses. Hay una generaciónenteramente nueva: los niños que entonces tenían diez años, en el día mandanregimientos y divisiones.1

Lo que Cabrera estaba describiendo era la masiva militarización de la socie-dad y cómo ella signaba la experiencia política de toda una generación. Registraba,así, una de sus dimensiones que ya analizó Halperin Donghi hace tiempo: la “carrerade la revolución” había constituido una elite política basada en su autoridad mili-tar. Su ubicación en el escenario social era compleja en la medida que mientras seseparaba de los sectores sociales dominantes que estaban sufriendo profundos de-sequilibrios establecía nuevos lazos sociales con los sectores sociales ampliamentemovilizados, conformando un triángulo por demás inestable.2

1 Miguel Cabrera de Nevares, Memoria sobre el estado actual de las Américas y medios de pacificarlas, escrita deorden del Excmo. Sr. D. Ramón López Pelegrín, Secretario del Despacho y de la Gobernación de Ultramar y presenta-da a S.M. y a las Cortes extraordinarias por el Ciudadano Miguel Cabrera de Nevares, Madrid, Imprenta de don Josédel Collado, 1821, pp. 201-202. 2 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla, BuenosAires, Siglo XXI, 1972; y “Militarización revolucionaria en Buenos Aires, 1806-1815”, en Tulio Halperin Donghi(comp.), El ocaso del orden colonial en Hispanoamérica, Buenos Aires, Sudamericana, 1978, pp. 121-157.

de Mayo?”, en Nuevo Topo. Revista de historia y de pensamiento crítico, Nº 5, BuenosAires, 2008.—————————, Entre Clio y la Polis. Conocimiento histórico y representacionesdel pasado en el Río de la Plata (1830-1860), Buenos Aires, Teseo, 2008.

62 63CAPÍTULO I Revolución y Nación en el Río de la Plata (1810-1860) CAPÍTULO I

1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

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CAPÍTULO I Sociedad y militarización revolucionaria. Buenos Aires y el Litoral rioplatense en la primera mitad del siglo XIX

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3 Un panorama actualizado de esta decisiva cuestión en Raúl O. Fradkin (comp.), ¿Y el pueblo dónde está?Contribuciones para una historia popular de la revolución de independencia en el Río de la Plata, Buenos Aires,Prometeo Libros, 2008; y en Raúl O. Fradkin y Jorge Gelman (comps.), Desafíos al Orden. Política y sociedadesrurales durante la Revolución de Independencia, Rosario, Prohistoria Ediciones, 2008.4 Juan F. Marchena, “Sin temor de Rey ni de Dios. Violencia, corrupción y crisis de autoridad en la Cartagenacolonial”, en Juan F. Marchena y Allan Kuethe (eds.), Soldados del Rey. El Ejército Borbónico en América Colonialen vísperas de la Independencia, Castellón, Ed. Universitat Jaume I, pp. 31-100.

5 Manuel Chust y Juan F. Marchena, “De milicianos de la Monarquía a guardianes de la Nación”, en ManuelChust y Juan F. Marchena (eds.), Las armas de la Nación. Independencia y ciudadanía en Hispanoamérica (1750-1850), Madrid, Iberoamericana, 2008, pp. 7-14.6 Allan Kuethe, “Las milicias disciplinadas en América”, en Juan Marchena Fernández y Allan Kuethe (eds.),Soldados del Rey..., op. cit., pp. 101-126; y “Las milicias disciplinadas ¿fracaso o éxito?”, en Juan Ortíz Escamilla(coord.), Fuerzas militares en Iberoamérica, siglos XVIII y XIX, México, El Colegio de México/El Colegio deMichoacán/Universidad Veracruzana, 2005, pp. 19-26.7 El estudio más completo sigue siendo Juan Beverina, El Virreinato de las Provincias del Río de la Plata. SuOrganización Militar, Buenos Aires, Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, 1992. 8 Lyman Johnson, "Los efectos de los gastos militares en Buenos Aires colonial", en HISLA, Nº IX, 1987, pp. 41-57.

Pero esa nueva dirigencia era sólo una de las dimensiones de la militariza-ción. Otra, era la extrema politización de los sectores sociales populares que nohabría de anularse cuando la dirigencia revolucionaria proclamó el fin de laRevolución sino que se iba a acrecentar y profundizar hasta imprimirle a la luchapolítica rioplatense una ineludible marca plebeya.3 Una y otra serían incompren-sibles sin atender a una tercera dimensión: la militarización revolucionaria mul-tiplicó las ya heterogéneas formaciones armadas con que contaba la colonia asícomo sus tradiciones militares y milicianas. Intentaremos aquí analizar susimpactos y significados y lo haremos tratando de cotejar la experiencia porteñacon las que vivieron las sociedades del Litoral rioplatense. Dada la complejidaddel tema, las que siguen son sólo unas notas introductorias.

Legados coloniales

Para esta evaluación se impone una breve consideración inicial: ¿hasta quépunto la militarización era exclusivamente el resultado del ciclo revolucionarioabierto por las invasiones inglesas?

Como es sabido, la organización de la defensa de las colonias se habíamantenido sin alteraciones sustanciales entre fines del siglo XVI y mediados delXVIII cuando la Corona adoptó una nueva concepción que incluía, entre otrosaspectos, la dotación de regimientos regulares y el “arreglo” de las milicias. Fue porentonces que tomó forma el Ejército Imperial en América, un ejército de AntiguoRégimen atravesado por pautas corporativas y estamentales que limitaban su pro-fesionalización y que terminó por estar compuesto de una tropa reclutada mayo-ritariamente en las colonias y por una oficialidad que, excepto a niveles del gene-ralato, tenía mayoritariamente ese origen.4 En el esquema de defensa que se diseñó,los cuerpos veteranos debían encargarse de la defensa de algunos puntos precisosy las milicias de las ciudades, las fronteras con los indios, el orden interno y servirde fuerzas auxiliares. Por ello, la mayor parte de las fuerzas veteranas eran de infan-tería y la caballería casi completamente miliciana.

Ahora bien, la “Ordenanza de su Majestad para el regimiento, disciplina,subordinación y servicio de sus ejércitos” de 1768 –un cuerpo normativo queorientó la vida militar hispanoamericana hasta bien avanzado el siglo XIX– con-templaba la existencia junto a los cuerpos veteranos permanentes y de refuerzo dedos tipos de milicias: las nuevas –llamadas “milicias provinciales”, “disciplinadas”o “regladas”– y las antiguas, generalmente denominadas “urbanas”. Ese sistemade milicias –la piedra angular del nuevo orden que los Borbones pretendían ins-taurar–5 buscaba transformar las antiguas milicias sostenidas y comandadas local-mente en una estructura mejor entrenada, que prestara servicio en espacios muchomás amplios que la defensa de la propia localidad y que quedara subordinada alos mandos militares veteranos. Sin embargo, los resultados fueron muy dispares y,para las autoridades militares imperiales, desalentadores.6

¿Hasta qué punto estos rasgos dan cuenta de la experiencia rioplatense?7

Por lo pronto, no puede obviarse que el gasto fiscal con fines militares fue uncomponente central de la prosperidad de Buenos Aires.8 De este modo, la ciudadtuvo una importante presencia de fuerzas veteranas que en la década de 1760 lle-garon a superar los 4.600 efectivos para una ciudad que apenas rondaba los24.000 habitantes. Sin embargo, esa dotación no se mantuvo y para 1781 todoel virreinato contaba con sólo 2.500 veteranos permanentes. Además su distribu-ción era muy desigual: en la capital se encontraba el 13,6%; en Charcas, momen-táneamente, el 12,3%; y en la costa patagónica un 6,8%; en cambio, enMontevideo estaba acantonado el 38,4% y si sumamos todas las fuerzas vetera-nas en el territorio oriental (en Colonia y Maldonado, principalmente) llegamosal 66,3%. Es decir, que la mayor parte del virreinato carecía de tropas veteranas,en Buenos Aires su número había decrecido sustancialmente y la mayor parte seencontraban en la Banda Oriental, particularmente en Montevideo. A ello debenagregarse las enormes dificultades para cubrir sus plazas, tanto que para 1802cuando debía haber 4.300 efectivos sólo estaban cubiertas 2.500. Pero, además,en esta estimación se incluyen los Blandengues de la Frontera que constituían el

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9 Un análisis detallado en Raúl O. Fradkin, “Tradiciones coloniales y naturaleza de las fuerzas beligerantesen el litoral rioplatense durante las guerras de la revolución”, ponencia al II Encontro da Rede InternacionalMarc Bloch de Etudos Comparados em História, Porto Alegre, 22 al 24 de octubre de 2008.

10 No se dispone para Montevideo de datos tan precisos como los que existen en relación con el ejército lime-ño para el cual se ha calculado que entre 1810 y 1825 había nacido en América el 35% de los oficiales vetera-nos y el 80% de los milicianos, mientras que tenía ese origen entre el 70% y el 90% de la tropa. Debe tenerseen cuenta que en ese ejército tuvieron un papel descollante las milicias indígenas comandadas por sus propiosjefes, al punto que el general Pezuela se quejaba de que entre sus soldados “raro era el que sabía hablar castellano”(Julio M. Luqui-Lagleyze, “Por el Rey, la Fe y la Patria”. El ejército realista del Perú en la independencia sudamericana,1810-1825, Madrid, Adalid, 2006, pp. 48-49).11 Juan Marchena Fernández, “¿Obedientes al rey y desleales a sus ideas? Los liberales españoles ante la ‘recon-quista’ de América, 1814-1820”, en Juan Marchena Fernández y Manuel Chust (eds.), Por la fuerza de lasarmas…, op. cit., pp. 143-220.12 “Estado de la Fuerza Militar que existía en la plaza de Montevideo” (1814), en “Colección de los docu-mentos oficiales relativos a la ocupación de la plaza de Montevideo en 23 de junio de 1814”, en Andrés Lamas,Colección de Memorias y Documentos para la historia y la geografía de los pueblos del Río de la Plata, tomo I,Comercio del Plata, 1849, p. 108.

41% de los veteranos realmente existentes. Esos Blandengues eran un cuerpo deorigen miliciano transformado en veterano en 1784 aunque de modo muy limi-tado: generalmente carecían de armas de fuego, se solventaban con recursos localesy se reclutaban entre la “gente del país” obligada a vestirse por su cuenta y a montaren caballos propios.

No extraña, por lo tanto, que la defensa frente a las invasiones inglesashubiera de descansar en las milicias. Pero, ¿cómo eran estas milicias? Se tratabade un conjunto extremadamente heterogéneo que incluía milicias “disciplina-das”, “urbanas”, “compañías sueltas” de caballería, unidades de pardos y mulatoslibres y milicias indígenas. De este modo, la reforma miliciana borbónica aunquecobró nuevo impulso con el reglamento de 1801, no abarcó ni a todas las mili-cias ni a todo el virreinato y estaba en sus comienzos cuando todo el orden polí-tico y militar regional se vio bruscamente alterado en 1806. Para entonces, elnúmero de milicianos creció exponencialmente, pero ese crecimiento se operósiguiendo el modelo de las milicias “urbanas”.

En síntesis, a fines de la colonia las fuerzas veteranas eran decrecientes,escasas, mal equipadas, desigualmente distribuidas y en la práctica su única caba-llería eran los Blandengues. Mientras tanto, el “arreglo” de las milicias fue incom-pleto, no logró uniformarlas ni subordinarlas pero no por ello dejaban de tenerun peso decisivo en las estructuras locales de poder.9

Las guerras de la revolución y la militarización

Estas condiciones prefiguraron las características de las fuerzas que confron-taron a partir de 1810 en el espacio rioplatense. Pero, para comprender mejor sunaturaleza, es preciso despojarse –al menos– de dos imágenes convencionales. Porun lado, aquella que describe el enfrentamiento entre realistas y revolucionarioscomo una confrontación entre un ejército europeo profesional y un ejército ame-ricano formado de voluntarios. Por otro, aquella que describe la confrontaciónentra las fuerzas de Buenos Aires y el artiguismo como un enfrentamiento entrenuevos ejércitos profesionales y porteños contra un conglomerado de fuerzas irre-gulares. Ambas convenciones estereotipan y simplifican un proceso que fue extre-madamente más complejo.

Tres premisas orientan nuestro argumento: 1) los ejércitos se formaron apartir de las estructuras y tradiciones preexistentes y expresaron sus variacionesregionales; 2) si se toma en cuenta la composición social de las tropas puedeobservarse que las guerras de la revolución no fueron tanto una confrontaciónentre europeos y americanos sino una guerra civil10 y que las tropas de BuenosAires tuvieron una alta proporción de efectivos reclutados en otras jurisdicciones;3) la revolución trajo consigo una guerra mucho más larga y cruenta de lo quepodía imaginarse en un comienzo y a través de ella adquirió sus características:esa guerra destruyó recursos y erosionó jerarquías sociales pero también ayudó aforjar identidades, solidaridades y mecanismos de movilización. En este sentido,fue una experiencia social y política de masas de máxima intensidad y amplitud.

Las fuerzas realistas de Montevideo estaban compuestas por la reducidadotación de veteranos, una parte de los Blandengues y los cuerpos milicianos dela ciudad y alrededores. Para organizar la resistencia su gobierno apeló al recluta-miento forzoso de hombres libres y de esclavos y multiplicó las milicias, entreellas los cuerpos “emigrados” refugiados en la ciudad que provenían de las áreasrurales y eran comandados por sus propios jefes. Esa situación no fue completa-mente transformada por los contingentes de refuerzo enviados desde la penínsu-la que llegaron con su capacidad muy menguada por las deserciones y subleva-ciones.11 De este modo, al momento de su capitulación en 1814, Montevideocontaba con 5.340 efectivos: 3.154 veteranos y 2.186 milicianos.12

En Buenos Aires la revolución se nutrió principalmente de las milicias queemergieron de las invasiones inglesas y que eran cuerpos de naturaleza híbridaconstruidos sobre el modelo de las milicias urbanas pero de servicio permanente,remuneración continua, goce del fuero y sin subordinación alguna a las fuerzasveteranas. A partir de ellas, la revolución intentó forjar nuevos ejércitos veteranos

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15 Pocos autores han hecho hincapié en esta decisiva cuestión. Con lucidez, recientemente ha llamado la aten-ción Mariano José Aramburo, Buenos Aires ciudad en armas. Las milicias porteñas entre 1801 y 1823, Tesis deLicenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2008.

13 Raúl O. Fradkin (comp.), El poder y la vara. Estudios sobre la justicia y la construcción del estado en el BuenosAires rural, 1780-1830, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007, pp. 99-128.14 El mejor análisis al respecto: Gabriel Di Meglio, ¡Viva el Bajo Pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y lapolítica entre la Revolución de Mayo y el Rosismo, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2006.

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apelando a una matriz borbónica e introduciendo algunas de las novedades quesuministraba el modelo napoleónico.

El intento parece haber sido incompleto pero impregnó la visión de la ofi-cialidad revolucionaria y su autoconciencia. Esa oficialidad, surgida de la conver-gencia de jefes de milicias, líderes políticos, algunos oficiales de los ejércitos delRey y otros extranjeros, terminó por concebirse a sí misma como el núcleo diri-gente de la sociedad y al Ejército como la base de sustentación del nuevo Estado.Pero, a su vez, la formación de esos ejércitos –que suponía una movilizaciónvarias veces superior a las efectuadas en la época colonial– afectó decididamentea las plebes urbanas y a los sectores populares rurales. Un dato lo muestra: a finesde la colonia la infantería veterana no superaba los 2.500 efectivos, a fines de1811 la revolucionaria pasaba los 5.000 y para 1817 superaba los 13.000.¿Cuánto pesaba este esfuerzo sobre los habitantes de Buenos Aires? No es fácilcalcularlo pero debe considerarse que en 1815 la jurisdicción tenía 6.600 efecti-vos de línea (4.650 de Infantería, 900 de Artillería y 1.100 de Caballería), unos4.000 milicianos en la ciudad y sus arrabales y, al menos, unos 1.000 milicianosactivos en la campaña, aunque podían movilizarse otros 4.000. Es decir, alrede-dor de 11.000 hombres movilizados en su territorio cuando la población era de92.000 habitantes, un 12% aproximadamente.

Ese masivo reclutamiento se realizó siguiendo las prácticas coloniales aun-que legitimado por un nuevo discurso político y con una extensión tal que afectóel cumplimiento de las normas tradicionales. Así, al enganche voluntario se sumóinmediatamente el contingente compulsivo que afectaba sobre todo a los sectorespopulares rurales fijándose cuotas de reclutas y destinando al “servicio de lasarmas” a los infractores de las leyes. En tales condiciones, la creciente necesidad dereclutas convirtió a las autoridades revolucionarias en muy dependientes de lacolaboración efectiva de las autoridades locales y puso en tensión sus relacionesmientras amplificaba los contenidos asignados a la figura de la vagancia.13 Perohabía una novedad mayor: el reclutamiento de esclavos adquirió tal envergaduraque erosionó el régimen de esclavitud. A su vez, se apeló a la utilización de losprisioneros de guerra como reclutas y a la sustracción de milicianos –particular-mente los libertos– para completar las plazas veteranas faltantes.14

En tales condiciones, diversas tensiones atravesaban a los nuevos ejércitosy una en particular: la resistencia de los milicianos a convertirse en veteranos. Y no

podía haber sido de otro modo pues la población tenía bien en claro las diferenciasque debía haber entre una y otra forma de organización militar así como sus respec-tivas connotaciones sociales.

Sin embargo, la transformación de las milicias en cuerpos veteranos no fue elúnico desafío puesto que la dirigencia revolucionaria tuvo que embarcarse simultá-neamente en una masiva ampliación de las milicias y consagrar el principio del alis-tamiento general. Y ello profundizó la necesidad de contar con la cooperación de lasautoridades locales.

Por lo tanto, la militarización revolucionaria no puede ser considerada sim-plemente como la transformación de los cuerpos milicianos en ejércitos de vetera-nos sino que incluyó como un capítulo central la ampliación y la multiplicación delas milicias. Para ello esa dirigencia apeló al modelo borbónico y a partir de 1817 las“milicias disciplinadas” se denominaron “nacionales” mientras que las “urbanas”pasaron a llamarse “cívicas”. ¿Qué las distinguía? Para las milicias “nacionales” semantuvo en vigencia el reglamento de 1801, gozaban de sueldo y fuero, se buscabaque estuvieran comandadas por una plana mayor veterana y que tuvieran como“comandantes natos” a los intendentes y sus subdelegados. En cambio, las “miliciascívicas”, no gozaban de sueldo ni de fuero, prestaban un servicio de defensa local ydebían estar al mando de los cabildos. Las contradicciones entre ambos sistemas semanifestaban en una cuestión central: los integrantes de las milicias “nacionales”eran considerados “soldados del Estado” y debían acudir “al auxilio y reposición delos ejércitos de línea” mientras que las “milicias cívicas” debían actuar sólo “dentrodel recinto” de las ciudades, las villas y los pueblos.15

De esta manera, los primeros ejércitos revolucionarios constituían un aglome-rado inestable y heterogéneo, estructurado a partir de un reducido núcleo veterano yde milicias locales, que reproducían en su interior las tramas sociales que hacían posi-ble el reclutamiento y la conformación de sus jefaturas intermedias. En esas condiciones,sus relaciones con el ampliado servicio miliciano tendían a ser tensas y conflictivas. Y,en especial, lo fueron los ejércitos de Buenos Aires en el Litoral. Esta situación con-tradictoria puede advertirse con claridad a través de un ejemplo: el Ejército deObservación sobre Santa Fe. Este ejército llegó a tener más de 3.000 hombres y estu-vo integrado por un núcleo de veteranos entre los cuales se destacaban los regimien-tos de infantería compuestos mayoritariamente por “negros”, una buena parte de lasmilicias bonaerenses de caballería y unidades milicianas de “emigrados” de Rosario,

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CAPÍTULO I Sociedad y militarización revolucionaria. Buenos Aires y el Litoral rioplatense en la primera mitad del siglo XIX

19 Sarratea al jefe del Estado Mayor, Arroyo de la China, 3 de septiembre de 1812, en Archivo Artigas, tomo X, p. 156.20 Jefes del Ejército Oriental al gobierno, Barra del Ayuí, 27 de agosto de 1812, en Archivo Artigas, tomo IX, pp. 45-47.

16 Raúl O. Fradkin y Silvia Ratto, “Conflictividades superpuestas. La frontera entre Buenos Aires y Santa Feen la década de 1810”, en Boletín Americanista, N° 58, 2008, pp. 273-293.17 Raúl O. Fradkin y Silvia Ratto, “Territorios en disputa. Liderazgos locales en la frontera entre Buenos Airesy Santa Fe (1815-1820)”, en Raúl O. Fradkin y Jorge Gelman (comps.), Desafíos al Orden…, op. cit., pp. 37-60. Ana Frega, “Caudillos y montoneras en la revolución radical artiguista", en Andes. Antropología e Historia,Nº 13, 2002, pp. 75-112.18 Belgrano a Álvarez Thomas, Rosario, 5 de abril de 1816; y Belgrano a José de San Martín, Tucumán, 26de septiembre de 1817, en Epistolario belgraniano, Buenos Aires, Taurus, 2001, pp. 291 y 336-337.

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Coronda y Paraná estructurados en cuerpos separados y dotados de sus propiosjefes.16 Era algo bien distinto de un ejército regular y porteño y evidencia las limita-ciones que tuvo la formación de un ejército “profesional”. Los sucesos acaecidos apartir de 1819 habrían de demostrarlo: el ejército –al igual que el del norte– se des-integró siguiendo los patrones regionales de reclutamiento y jefaturas intermediasque conformaban su entramado subyacente.

El dilema de la dirigencia revolucionaria residía en que mientras tenía cada vezmás al ejército regular como base de sustentación no podía sino multiplicar las fuer-zas milicianas y depender de su colaboración. Las consecuencias se hicieron notar deinmediato: la dependencia de la influencia política local, la necesidad de “negociar”tanto las condiciones y los momentos del servicio como la obtención de “auxilios”, laextensión del fuero que reforzaba el papel de los jefes, su reticencia a emprender cam-pañas ofensivas, etc. Lo que se ponía de manifiesto era que las tradiciones milicianasexpresaban una tensión intrínseca: forjadas en torno a la defensa de cada comunidadterritorial, las milicias permitían movilizar lazos y recursos, sustentar jefaturas y lide-razgos locales y eran muy eficaces para una guerra defensiva. Pero, en cambio, eranrefractarias a los requerimientos de la guerra ofensiva en escenarios alejados que res-pondían más a las necesidades del Estado que a las de las comunidades y que, por lotanto, suponían un desplazamiento de recursos y una subordinación a las jefaturassuperiores. En tales condiciones, las milicias servirían de apoyatura a la formación denuevos liderazgos locales y en ese proceso podían dar lugar a situaciones bien dife-rentes: en muchas ocasiones se convertían en una suerte de espejo militarizado de losentramados y las jerarquías sociales locales; en otras, resultaban del quiebre de esasjerarquías y permitían el ascenso a posiciones de mando de sujetos provenientes deestratos más bajos.17 En cualquier caso, la tensión con los jefes del Ejército fue cre-ciente. Así lo reconocía Manuel Belgrano cuando en abril de 1816 advertía “la opo-sición que existe entre soldados y paisanos acerca de esta guerra” y cuando al añosiguiente señalaba que “los anarquistas han conseguido cimentar la idea de que nohay necesidad de Ejército para destruir a los enemigos”.18 El “anarquismo”, el térmi-no preferido por la dirigencia directorial para calificar las tendencias federalistas, no

era sólo una oposición a una forma de gobierno sino también a esos ejércitos y alestilo de mando de su oficialidad por parte de comunidades territoriales que encon-traron en las tradiciones milicianas una orientación y un sustento para legitimar susreclamos.

¿Qué puede mostrarnos el análisis de las fuerzas “anarquistas”? La insurgen-cia oriental extrajo el núcleo de su fuerza armada de los Blandengues y de las mili-cias rurales, sobre todo de las “compañías sueltas” que si no fueron directamente susustento organizativo la dotaron de un formato al que apelar. Sin embargo, intentótambién forjar un ejército. En ese intento un lugar relevante lo ocuparon las llamadas“Divisiones Orientales”. Eran unidades de caballería que aglutinaban partidas demilicias territoriales y que permitían reunir una fuerza equivalente a un ejército deBuenos Aires. Además, ese ejército contaba con una reducida artillería y al menoscon dos divisiones de infantería, fue dirigido desde campamentos centrales y cons-tituyó sus propios regimientos veteranos. Para ello apeló al enganche de voluntarios,levas de vagos, incorporación forzada de esclavos y libertos o indulto a “pasados”y desertores. Las diferencias con los regimientos “porteños” residían en que éstosestaban mejor armados, remunerados y financiados. Esa diferencia remite a sudiferente grado de estatidad y de allí que las Divisiones Orientales no perdieran sumatriz miliciana.

Ahora bien, esas Divisiones contaban con sus “milicias auxiliares” y eran dedos tipos. Por un lado, las que defendían cada poblado y cada partido, siguiendo elmodelo de las milicias “urbanas” o “cívicas”. Pero, a diferencia de Buenos Aires, con-taban con las milicias auxiliares que suministraban los pueblos misioneros y las par-cialidades indígenas aliadas. Se recogía de este modo una antigua experiencia delLitoral rioplatense.

Las fricciones entre los insurgentes orientales y los jefes militares de BuenosAires ilustran los conflictos subyacentes. En 1812 Sarratea no sólo pretendía el des-plazamiento de Artigas y la subordinación de sus oficiales sino también transformara esas milicias en cuerpos veteranos y que los Blandengues se convirtieran en un regi-miento de infantería de línea.19 Ello derivó en un conflicto mayor: para los jefesorientales Sarratea “hizo desparecer de nra vista el carácter de auxiliadores, que apre-ciabamos en las tropas”20 mientras que para Sarratea las fuerzas auxiliares debían seresas milicias orientales y aquellas que no se convirtieran en cuerpos veteranos debíantransformarse en milicias “disciplinadas”.

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23 Un desarrollo más amplio de esta decisiva cuestión en Raúl O. Fradkin, “Las formas de hacer la guerra en ellitoral rioplatense”, en Susana Bandieri (comp.), La historia económica y los procesos de independencia en la Américahispana, Buenos Aires, Asociación Argentina de Historia Económica/Prometeo Libros, en prensa.24 En este sentido resulta imprescindible la consulta de Hilda Sabato, Buenos Aires en armas. La revolución de1880, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.

21 Agustín Beraza, El pueblo reunido y armado, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 196722 Raúl O. Fradkin, “¿‘Facinerosos’ contra ‘cajetillas’? La conflictividad social rural en Buenos Aires durante ladécada de 1820 y las montoneras federales”, en Illes i Imperis, Nº 4, 2001, pp. 5-33.

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Lo que nos interesa subrayar es que esa resistencia no provenía sólo de losjefes orientales sino que anidaba en los pueblos rurales y la ejercían tanto los queadherían al artiguismo como aquellos que obedecían al gobierno de Buenos Aires.Además, esa resistencia tenía un corolario: esos pueblos invocaban su derecho a “ele-gir” al comandante militar que los gobernaba tanto como sus jefes invocaban suderecho a elegir su comandante. Esta concepción de “pueblo armado” se oponía a laimperante entre las autoridades directoriales del miliciano como “soldado delEstado”.21 Eran dos modos radicalmente distintos y opuestos de entender las rela-ciones entre milicianos y jefes, entre milicias y veteranos y entre comunidades rura-les y Ejército. ¿Cómo eran estas “elecciones”? Poco sabemos al respecto pero las evi-dencias sugieren que se realizaban por “aclamación” y que recogían la tradición delas milicias urbanas coloniales de “elegir” a sus comandantes. Sus consecuencias polí-ticas eran ineludibles y quizás ningún ejemplo lo exprese mejor que el reclamo que lehicieron al gobierno de Buenos Aires los milicianos emigrados de Coronda que esta-ban afincados en San Pedro en 1822: no sólo se negaban a desalojar esas tierras sinoque lo hicieron reclamando su derecho a convertirse en un “pueblo”.22

Este choque de concepciones ilumina sentidos más profundos de los discur-sos políticos. Para el Directorio estas concepciones eran la expresión del “anarquis-mo” que veía encarnado en el artiguismo. Para el artiguismo, las pretensiones delgobierno y el ejército directorial eran la expresión de un nuevo despotismo, el “des-potismo militar”. Sin embargo, no conviene situar estas disputas sólo en el plano delos discursos o de los conflictos entre regiones. Por lo pronto, porque expresaban rea-lidades materiales apremiantes: a medida que el reclutamiento y el aprovisionamien-to de las tropas se fue descargando con mayor intensidad sobre las áreas rurales laimposición de auxilios, el reclutamiento compulsivo, la apropiación de caballadas yganados, el saqueo de establecimientos productivos y de poblados, el desplazamien-to forzado de poblaciones, se convirtieron en parte inseparable de las guerras en elLitoral. Eran, a un mismo tiempo, tácticas de combate, métodos de represalia ymodos de mantener a las tropas y satisfacer sus demandas. En tales condiciones, alas poblaciones rurales no les quedaban demasiadas alternativas para evitar las depre-daciones que producían los ejércitos y ellas aparecen recurrentemente como un fac-tor central que explica los cambios en el alineamiento político de esas poblaciones.En consecuencia, este tipo de guerra implicaba para las poblaciones rurales desafíosy exigencias que amenazaban las bases materiales de su orden social local justamen-

te cuando el orden político se estaba desmoronando. Para estas poblaciones, some-tidas a crecientes dificultades de abastecimiento, al aumento de las cargas, contribu-ciones, auxilios y obligaciones, a las incursiones de fuerzas beligerantes con su secue-la de saqueos y desplazamientos forzados, la guerra era la causa de tamañas dificul-tades pero también parece haber sido el único medio efectivo para que unos preser-varan sus bienes y otros –muchos más– aseguraran su misma subsistencia. Dicho deotro modo, si la guerra amenazaba el orden social local, afrontarla decididamenteterminaba siendo el único medio de preservarlo.23

Ello suponía la imperiosa necesidad de preservar los márgenes de autonomíalocal y en este sentido conviene advertir que estas tensiones atravesaban las relacio-nes entre gobierno, ejércitos y comunidades territoriales en cada espacio. No pareceser casual que su intensidad fuera menor en Buenos Aires que en el espacio Litoralporque aquí la estrategia de poblamiento de los Borbones había derivado en la for-mación de una miríada de pueblos, muchos de ellos con estatuto de villas, dotadosde sus propios cabildos y sus milicias. Y tampoco lo fue que se expresara intensamen-te en los pueblos misioneros que contaban con instancias de autogobierno y con suspropias formaciones milicianas. En Buenos Aires, sólo Luján ostentaba esa condi-ción y la subordinación de las milicias al Ejército fue notablemente mayor.

De alguna manera, entonces, al Directorio se le reprodujeron los dilemas dela reforma borbónica y mientras no lograba convertir a todas las milicias en “disci-plinadas” veía cómo recuperaba vigor el modelo miliciano más tradicional. Pero esarevitalización de una antigua tradición servía de canal para la diseminación de lasnociones más radicales y revolucionarias. No podemos dejar de anotar que posterior-mente cada vez que entrara en colapso una formación estatal volvería a replantearsela confrontación entre una concepción del Estado basada en la autoridad del Ejércitoy otra que encontraba en las milicias su base de sustentación.24

Después de la Revolución

El Directorio y el artiguismo se desintegraron durante la crisis de 1820 y de ellaemergió un variopinto proceso de formación de entidades estatales soberanas queadoptaron el nombre de provincias y que supuso la reorganización de las fuerzas

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CAPÍTULO I Sociedad y militarización revolucionaria. Buenos Aires y el Litoral rioplatense en la primera mitad del siglo XIX

27 Registro Nacional, Año de 1825, pp. 29-33.28 Raúl O. Fradkin, La historia de una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826, BuenosAires, Siglo XXI, 2006. 29 Pilar González Bernaldo, “El levantamiento de 1829: el imaginario social y sus implicancias políticas enun conflicto rural”, en Anuario IEHS, N° 2, 1987, pp. 135-176. Raúl O. Fradkin, ¡Fusilaron a Dorrego! O cómoun alzamiento rural cambió el rumbo de la historia, Buenos Aires, Sudamericana, colección Nudos de la historiaargentina, 2008.

25 José C. Chiaramonte, Ciudades, Provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846), BuenosAires, Ariel, 1997.26 Carlos Cansanello, “Las milicias rurales bonaerenses entre 1820 y 1830”, en Cuadernos de HistoriaRegional, Nº19, 1998, pp. 7-51.

RAÚL O. FRADKIN

militares y milicianas.25 Las improntas de las tradiciones coloniales y revolucionariassignaron esas diversas reconstrucciones y explican en parte sus diferencias.

Por lo pronto, en algunas provincias –como en Buenos Aires– esa tarea seemprendió a partir de los restos de los ejércitos directoriales y de las estructuras mili-cianas que les habían servido de fuerzas más o menos subordinadas; en otras –comoen Santa Fe o Entre Ríos pero también en el Estado Oriental– esas entidades estata-les emergieron de la confrontación con esos ejércitos y tuvieron como punto deapoyo a las milicias.

A partir de 1821 el nuevo Estado de Buenos Aires procedió a una comple-ta reorganización institucional que incluyó a sus fuerzas de línea y sus milicias.Las primeras fueron reducidas y reorientadas hacia la defensa de la frontera conlos indios, de modo que para 1823 el ejército regular contaba con unos 3.100efectivos. Dos años más tarde eran 3.800 y de ellos, unos 1.800 tenían destinoen la frontera y pertenecían a los Regimientos de Húsares, Blandengues yCoraceros. Nada expresaba mejor la combinación de tradición e innovación queestas denominaciones. Pero las novedades eran notorias: la caballería rondaba el50% de los efectivos veteranos –cuando antes no había superado el 20%– y ensu mayor parte estaba en la frontera.

Las milicias también fueron sustancialmente modificadas.26 En la ciudad fue-ron disueltos los cuerpos cívicos y sustituidos por una Legión Patricia de vecinos ala que más tarde se sumó un batallón de Pardos y Morenos. Todas las fuerzas mili-cianas quedaron bajo el mando directo del gobierno provincial y tendió a diluirse ladistinción entre distintos tipos de milicias, se anuló el goce del fuero militar y cobra-ron mayor centralidad los regimientos de caballería de campaña. De este modo, para1826 la provincia contaba con un caballería miliciana de 5.000 alistados y unainfantería miliciana de 4.000. Como puede verse, los milicianos activos triplicabanprácticamente a los veteranos. No sólo por razones financieras sino porque se pre-tendía imponer su completa subordinación al ejército regular y para ello se dispusoque la milicia activa podía ser convocada para suplir la carencia de efectivos del ejér-cito permanente, cada unidad de infantería miliciana estaba dotada de un cuadroveterano y que cada regimiento de caballería veterana tendría agregado un escuadrónmiliciano. Lo que se estaba tratando de construir era un tipo de relación entre fuer-zas veteranas y milicianas que ni la reforma borbónica ni la dirigencia revoluciona-ria había logrado imponer por completo.

Y esta pretensión se manifestó con claridad y puso en evidencia todas las ten-siones que suponía cuando esas fuerzas debieron servir de base a la formación de unEjército Nacional para la guerra contra el Imperio del Brasil. Primero se buscó quecada provincia pusiera a disposición sus fuerzas de línea y se dispuso que “seránadmitidas en el Ejército con los jefes y oficiales que les corresponda, siempre queestos cuerpos vengan en clase de tales”.27 Se buscaba, así, conformar una fuerza de7.620 plazas, un ejército mayor a cualquiera de los anteriores y aun así en 1826 seintentó un reclutamiento adicional de 4.000 efectivos más. De este modo, ese ejér-cito nacía como un conglomerado de fuerzas provinciales que debía subordinarse aun mando superior. Pero este patrón inicialmente definido chocó con la tendenciaa la centralización y a la homogeneización que se impuso en 1826: se dispuso quetodas las milicias provinciales quedaran a disposición del nuevo gobierno nacional yque fueran declaradas nacionales todas las tropas de línea. No sólo la magnitud dis-tinguía a este ejército de los anteriores: además, el 60% de sus tropas eran de caba-llería. La magnitud del esfuerzo que suponía y el costo social que implicaba no tardóen ponerse en evidencia y las tensiones sociales cobraron una intensidad desconoci-da hasta entonces en las áreas donde se descargaba la enorme presión enroladora,particularmente en Buenos Aires.28

La experiencia no dejaba de ser contradictoria pues combinaba una adapta-ción a las formas de hacer la guerra que emergía de la experiencia americana y con-formaba un ejército que tenía como sustrato las unidades militares y milicianas regio-nales mientras contaba con una oficialidad impregnada de nociones y valores de losejércitos napoleónicos. El fin de la guerra lo puso en evidencia: la transformación delejército en una suerte de “partido militar” que resolviera la lucha política volvió aponer en el centro las tensiones entre su proclamado carácter nacional y su matrizprovincial así como las tensiones entre el ejército veterano y las milicias. De estemodo, la guerra civil desatada en Buenos Aires fue también una confrontación entreel ejército regular y las milicias rurales. Pero en esa confrontación se ponía de mani-fiesto algo más: esas milicias rurales no eran ya las únicas fuerzas rurales sino queactuaban junto a partidas irregulares de “montoneros” y a fuerzas indígenas aliadas.29

Si estas características no eran nuevas para el Litoral rioplatense, en Buenos Aires eranuna novedad completa.

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CAPÍTULO I Sociedad y militarización revolucionaria. Buenos Aires y el Litoral rioplatense en la primera mitad del siglo XIX

33 Tulio Halperin Donghi, Guerra y finanzas en los orígenes del Estado argentino, Buenos Aires, Prometeo,2005, p. 162.34 Andrés Lamas, Apuntes históricos sobre las agresiones del dictador argentino don Juan Manuel de Rosas contrala independencia de la República Oriental del Uruguay. Artículos escritos en 1845 para El Nacional de Montevideo,Montevideo, 1849, p. V.35 Domingo F. Sarmiento, Memoria enviada al Instituto Histórico de Francia sobre la cuestión décima del pro-grama de trabajos que debe presentar la 1° clase, Santiago de Chile, Imprenta de Julio Belin y Ca., 1853.36 Domingo F. Sarmiento, Facundo, Buenos Aires, CEAL, 1967, pp. 237-238.

30 Silvia Ratto, “Soldados, milicianos e indios de ‘lanza y bola’. La defensa de la frontera bonaerense a media-dos de la década de 1830”, en Anuario IEHS, N° 18, 2003, pp. 123-152.31 Juan Carlos Garavaglia, Construir el estado, inventar la nación. El Río de la Plata, siglos XVIII-XIX, BuenosAires, Prometeo libros, 2007, pp. 227-265.32 Jorge Gelman, Rosas bajo fuego. Los Franceses, Lavalle y la Rebelión de los Estancieros, Buenos Aires,Sudamericana, 2009.

RAÚL O. FRADKIN

Rosas llegaba así al poder a fines de 1829 poniéndose al frente de un masivoy heterogéneo alzamiento rural y legitimado inicialmente por su condición deComandante General de Milicias. Su desafío no era menor: debía disciplinar tantoa las facciones elitistas como a las fuerzas populares que lo habían llevado al poder ymientras tanto tenía que reconstruir un ejército provincial. Analizar cómo lo hizoexcede nuestras posibilidades aquí pero conviene esbozar su trazo más grueso.

El nuevo ejército se reconstruyó y su oficialidad fue depurada sistemática-mente; las milicias fueron subordinadas completamente como fuerzas auxiliares y enellas volvían a tener un lugar relevante las unidades de negros libres. Pero la novedadsustancial estaba en la integración de las fuerzas indígenas integradas al dispositivode defensa al punto que para 1836 en los fuertes de frontera había una fuerza com-puesta de 817 hombres de línea, 904 milicianos y 2.360 indígenas que eran tambiénmilicianos.30 Para tener una idea más precisa de su importancia conviene recordarque en ese momento el total de milicianos movilizados en la provincia era de 1.415y las tropas de línea de unos 3.065. Como puede advertirse, los efectivos veteranoseran de magnitud semejante a una década antes pero ahora estaban concentrados enla ciudad y la defensa de la frontera descansaba en las milicias y en las fuerzas indí-genas auxiliares.

Pero el Estado provincial que Rosas conducía demostró que tenía la capaci-dad para ampliar sus fuerzas con enorme rapidez y para 1841 contaba con 10.777efectivos entre los cuales había 914 oficiales, 2.085 suboficiales, 5.222 soldados y2.445 milicianos sin contar a los indígenas: es decir, había un soldado cada 5 varo-nes adultos y, si se considerara a la milicia pasiva la relación sería de uno cada tres.El Ejército, de este modo, representaba el 85,8% del personal estatal remunerado ysi se consideran las fuerzas policiales ese porcentaje llega al 96%.31 Esa transforma-ción expresaba una de mayor alcance: la consolidación de una formación estatal quehabía logrado cobrar fuerte autonomía frente a la sociedad.32

De este modo, el rosismo lograba llevar a cabo una tarea que no habían podi-do cumplir ni las autoridades borbónicas ni las revolucionarias ni los unitarios: cons-truir un ejército en el cual predominaran las fuerzas veteranas y que estuviera dota-do de un conjunto bien subordinado y disciplinado de milicias auxiliares. Si se con-sidera las condiciones de su llegada al poder resulta claro algo más: había logrado

limitar la autonomía de las milicias y reorganizar el ejército veterano que pasó a ser“el núcleo del sistema militar de la provincia”.33 Debido a ello, Buenos Aires pudoconstituir una suerte de ejército confederal que subordinaba a las fuerzas de otrasprovincias y que le permitía conformar grandes unidades de combate que desplega-ran una guerra ofensiva lejos de su territorio y, además, hacerlo durante largos años.

Sus enemigos advertían la magnitud del cambio: de este modo, si en 1849Andrés Lamas sostenía que “Rosas ha verificado un cambio profundo en la guerrade estos países” y “ha comprendido la superioridad, incontestable, de las tropasregladas y de la guerra regular”,34 Sarmiento atribuía en 1852 a esta transformaciónuna de las explicaciones de su derrota porque la montonera había dejado de ser el“alzamiento espontáneo de aquellas masas de jinetes inquietas y ociosas”.35

Lo que Sarmiento estaba registrando era el cambio sustancial que el rosismohabía logrado producir en las relaciones entre Estado y sociedad y el notable con-traste que ofrecían las situaciones al comienzo y al final de la hegemonía rosista pues-to que desde 1835 “disciplinaba rigurosamente sus soldados, y cada día se desmon-taba un escuadrón, para engrosar los batallones”.36

¿Qué había sucedido mientras tanto en el Litoral? Acotemos sólo una obser-vación que ilustra los cambios y el peso de las tradiciones. El ejemplo entrerrianomuestra una trayectoria bien distinta: los 10.000 hombres que Urquiza podía movi-lizar hacia 1851 eran en su mayor parte milicianos organizados en divisiones decaballería pero sometidas a un régimen de servicio casi permanente al punto de quecasi la totalidad de la infantería del llamado Ejército Grande era brasilera. Pero,¿cómo se había logrado organizar una masiva fuerza de milicias de caballería en ser-vicio casi permanente? Recurramos otra vez a Sarmiento quien, a pesar de no ocul-tar su rechazo a este tipo de organización militar, identificó algunas de las claves:

en el Entre Ríos sale a campaña todo varón viviente propietario o no, arte-sano, enfermo, hijo de viuda, hijo único, sin ninguna de las excepcionesque las leyes de la humanidad, de la conveniencia pública han establecidopara la organización de la milicia.

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BIBLIOGRAFÍA

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RAÚL O. FRADKINCAPÍTULO I Sociedad y militarización revolucionaria. Buenos Aires y el Litoral rioplatense en la primera mitad del siglo XIX

37 Domingo F. Sarmiento, Campaña en el Ejército Grande, Bernal, UNQ, 1997, pp. 160-163.38 Roberto Schmit, Ruina y resurrección en tiempos de guerra. Sociedad, economía y poder en el oriente entrerrianopostrrevolucionario, 1810-1852, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2004.

Esas milicias, sustentadas en un alistamiento completamente generalizado,eran de infantería en las villas y la caballería estaba formada por la “población de cadadepartamento de campaña”. De su condición miliciana no parece haber dudas: esossoldados, decía,

se visten a sus expensas, y se presentan al campamento con dos, tres o cuatrocaballos si se les pide así. Estas tropas no reciben salario nunca, ni aún cuan-do están de guarnición en las ciudades. Para la manutención de las tropas seprovee de ganado, por una lista de vecinos del departamento, según su cupo,por devolución del cuero y del sebo.37

Ninguno de estos atributos puede sorprender pues remiten a las antiguas yarraigadas tradiciones. Sin embargo, hacen necesario agregar algo más para com-prender el modo en que este sistema podía funcionar. El Estado entrerriano sebasaba en un denso entramado de relaciones sociales completamente militarizadasen el que ocupaban un lugar clave los comandantes departamentales. Ellos cons-tituían el gobierno efectivo de cada territorio y eran quienes debían asegurar lamovilización de los milicianos y de los recursos para su aprovisionamiento. El régi-men funcionaba como un sistema de flujos que intercambiaba prestaciones mili-tares de los campesinos a cambio de acceso a los recursos y cierta protección de lasfamilias y suponía, por lo tanto, una cierta negociación a nivel local.38 A la inver-sa de lo que ocurría en Buenos Aires, el ejército entrerriano seguía siendo una fuer-za de neta matriz miliciana organizada en divisiones de caballería reclutadas encada departamento y que contaba con una dotación mucho menor de veteranos.Su base de sustentación eran esos comandantes departamentales cuyo origenpuede rastrearse en la reforma borbónica y cuya centralidad constituía un legadode la era revolucionaria hasta convertirse en la pieza clave del sistema político einstitucional. Curiosamente, el nuevo ejército que se forjaría en Buenos Aires des-pués de 1852 para enfrentarlo tendría como base de sustentación en nuevo tipode milicias: la Guardia Nacional. Y, sobre esa nueva matriz miliciana, Buenos Airesforjaría un nuevo ejército que habría de triunfar en Pavón y después serviría desustento a la formación del Ejército Nacional que terminaría por suprimir las fuer-zas milicianas y provinciales.

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1 Domingo F. Sarmiento, Facundo. Civilización y barbarie, Buenos Aires, Emecé, 1999 (1845), p. 273. 2 Noemí Goldman y Ricardo Salvatore (comps.), Caudillismos Rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo pro-blema, Buenos Aires, Eudeba, 1998.

El sistema militar de Rosas y la Confederación Argentina (1829-1852)

JORGE GELMAN Y SOL LANTERIUBA / CONICET

Organizada la República bajo un plan de combinaciones tan fecundas enresultados, contrájose Rosas a la organización de su poder en Buenos Aires,echándole bases duraderas. La campaña lo había empujado sobre la ciu-dad; pero abandonando él la estancia por el Fuerte, necesitando moralizaresa misma campaña como propietario y borrar el camino por donde otroscomandantes de campaña podían seguir sus huellas, se consagró a levantarun ejército, que se engrosaba de día en día, y que debía servir a contenerla República en la obediencia y a llevar el estandarte de la santa causa a todoslos pueblos vecinos.

DOMINGO F. SARMIENTO1

Así describía, uno de los mayores críticos del rosismo y exiliado político comoSarmiento, la importancia de la cuestión militar y el rol del Ejército en el forjamientodel poder de Rosas y del orden federal, de cara a la Confederación Argentina y a lospaíses vecinos. De hecho, el gobierno de Juan Manuel de Rosas (1829-1832 y 1835-1852) afrontó intermitentemente conflictos internos con otras facciones del federa-lismo porteño y con los “unitarios”, con otras provincias y potencias extranjeras, hastaque fue derrocado por el Ejército Grande liderado por Justo José de Urquiza, caudi-llo de la provincia de Entre Ríos, en febrero de 1852.

Si bien muchos aspectos concernientes al rosismo así como a otros “cau-dillismos rioplatenses” han sido objeto de revisión historiográfica en las últimasdécadas,2 es dable destacar que la militarización y la politización de base rural

81CAPÍTULO I

1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

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rosas ocasiones sus gobiernos dependieron de transferencias financieras realizadaspor los gobiernos de Buenos Aires, cuando no tuvieron que acudir a recursos yarmamento proveniente de gobiernos exteriores como fue el caso de la ofensivafinal emprendida por Urquiza contra Rosas.5 De esta manera, en muchas provin-cias interiores se observan procesos de reducción de las ya escasas fuerzas militaresregulares a favor de formaciones de tipo miliciana. Y, si bien es cierto que partede este proceso se puede explicar por la creciente ruralización de la vida política,no menos cierta es su vinculación con la escasez de recursos fiscales que obliga aesos gobiernos a adecuar la movilización militar a esa pobreza.6

El legado de la “feliz experiencia” y los inicios del sistema militar rosista

Luego de la primera década revolucionaria, cuando el Directorio porteñoy su intento centralista fue derrotado por los caudillos del Litoral, la conforma-ción política en trece provincias autónomas (catorce a partir de la separación deJujuy de Salta en 1834), dio origen en Buenos Aires al gobierno de MartínRodríguez, que implementó una serie de importantes reformas institucionales, reli-giosas y militares, que con algunos cambios continuaron durante toda la primeramitad del siglo. De hecho, la reforma militar de 1821 fue mantenida, aunqueresignificada por el gobierno de Rosas. Ésta incluyó la baja de más de doscientosoficiales del ejército de línea y su pase a retiro conforme la antigüedad de su ser-vicio y la reorganización del servicio miliciano para acompañar a las fuerzas regu-lares, que se orientaron a la defensa de la frontera en pleno proceso de “expansiónganadera”.7 La Ley de Milicia de diciembre de 1823 estableció la distinción entrela activa y la pasiva, recayendo la primera sobre los hombres preferentemente

–comenzada en Buenos Aires desde las invasiones inglesas en 1806-1807 y pro-fundizada a partir del proceso revolucionario de 1810 y en la década de 1820–constituyeron piezas centrales de su afianzada autoridad estatal y de su exitosoproceso de ordenamiento y disciplinamiento social.

En este texto nos centraremos en el entramado militar-miliciano del rosismoy de los gobiernos de la etapa “federal”, y en sus dispositivos coercitivos, aunque esnecesario aclarar que los estudios que han revisado la construcción política deesta etapa han puesto de manifiesto un conjunto de elementos institucionales,discursivos, ideológicos, que estos gobiernos debieron desplegar de manera dealcanzar consensos y niveles de legitimidad, para construir un orden estable quela sola coacción no hubiera logrado imponer.

De esta manera, aquí abordaremos las principales medidas y conflictos detipo militar, siguiendo un orden cronológico desde su ascenso al poder provincialen 1829 hasta su derrocamiento en 1852. Como veremos, su numeroso ejército delínea3 –financiado principalmente mediante los importantes ingresos aduanerosprovinciales provenientes del comercio exterior– le permitieron mantener largasy costosas campañas extraterritoriales, a la vez que fortalecer el poder de BuenosAires frente al resto de la Confederación, aunque las milicias y los “indios ami-gos” constituyeron las fuerzas principales en la frontera, articulándose al sistemamediante distintas políticas y contribuyendo a disminuir el gasto fiscal en unaépoca de “guerra constante”.4

En términos comparativos aquí hay un fenómeno clave que ayuda a enten-der muchos de los avatares de la historia argentina del momento y de su desarro-llo posterior: los ejércitos necesitan reclutas y pertrechos y éstos se consiguen condinero. Mientras Buenos Aires disponía de cuantiosos recursos originados en laaduana, que le permitieron costear un importante núcleo militar profesional ymovilizar temporalmente a numerosos ejércitos milicianos, el resto de los Estadosprovinciales tenían unas finanzas en general paupérrimas, que los obligaba a des-cansar sobre muy modestos destacamentos fijos y sistemas de milicias moviliza-das sobre la base de contraprestaciones a veces de difícil consecución. En nume-

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3 Éste ha sido referido como “el más importante experimento disciplinario de la posindependencia”(Ricardo Salvatore, “El mercado de trabajo en la campaña bonaerense (1820-1860). Ocho inferenciasa partir de narrativas militares”, en Marta Bonaudo y Alfredo Pucciarelli (comps.), La problemáticaagraria. Nuevas aproximaciones, tomo I, Buenos Aires, CEAL, 1993, p. 63).4 Tulio Halperin Donghi, Guerra y finanzas en los orígenes del Estado Argentino (1791-1850), BuenosAires, Prometeo Libros, 2005 (1982). De hecho, durante el lapso 1829-1852 se han contabilizadoquince años de guerra contra ocho de relativa paz (Eduardo Míguez, “Guerra y Orden social en los orí-genes de la Nación Argentina, 1810-1880”, en Anuario IEHS, Nº 18, Tandil, UNCPBA, p. 18).

5 Para ilustrar esto baste mencionar que hacia 1840, mientras las provincias mejor dotadas fiscalmen-te como Córdoba, Corrientes o Entre Ríos, recaudaban cifras cercanas a los 100.000 pesos plata al año,y las más pobres apenas lograban entre 10.000 y 30.000 pesos, Buenos Aires conseguía ingresos porcerca de dos millones de la misma moneda. De esta manera el gobierno de Rosas disponía de más recur-sos que todas las otras provincias sumadas (Juan Carlos Garavaglia, “Guerra y Finanzas un cuarto desiglo después”, prólogo a Tulio Halperin Donghi, Guerra y finanzas en los orígenes del Estado Argentino(1791-1850), op. cit., p. 10).6 Silvia Romano, Economía, sociedad y poder en Córdoba. Primera mitad del siglo XIX, Córdoba,Ferreyra Editor, 2002.7 Tulio Halperin Donghi, “La expansión ganadera en la campaña de Buenos Aires (1810-1852)”, enDesarrollo Económico, vol. 3, Buenos Aires, IDES, abril-septiembre de 1963, pp. 57-110; MarcelaTernavasio, “Las reformas rivadavianas en Buenos Aires y el congreso general constituyente, 1820-1827”, en Noemí Goldman (dir.), Revolución, República, Confederación (1806-1852), Buenos Aires,Sudamericana, colección Nueva Historia Argentina (tomo 3), 1998, pp. 159-199.

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10 Firmado entre Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes como respuesta a la LigaUnitaria del Interior, cuyos integrantes se fueron sumando también luego de la derrota unitaria,reguló las relaciones interprovinciales hasta la sanción de la Constitución de 1853.11 Juan Manuel de Rosas, Diario de la expedición al desierto (1833-1834), Buenos Aires, PlusUltra, 1965 (1833-1834), p. 131.

8 Carlos Cansanello, De súbditos a ciudadanos. Ensayo sobre las libertades en los orígenes republica-nos. Buenos Aires, 1810-1852, Buenos Aires, Imago Mundi, 2003, p. 80; y Registro Oficial de laProvincia de Buenos Aires, Buenos Aires, Imprenta del Estado, 1823. 9 Pilar González Bernaldo, “El levantamiento de 1829: el imaginario social y sus implicacionespolíticas en un conflicto rural”, en Anuario IEHS, Nº 2, Tandil, UNCPBA, 1987, pp. 137-176;Raúl O. Fradkin, “Algo más que una borrachera. Tensiones y temores en la frontera sur de BuenosAires antes del alzamiento rural de 1829”, en Andes, N°17, Salta, 2006, pp. 51-82. Véase tambiénel trabajo de R. Fradkin en este volumen.

solteros con arraigo en el país o los casados que tuvieran menos hijos, entre losdiecisiete y los cuarenta y cinco años, para suplir la insuficiencia del ejército perma-nente en la defensa y seguridad del territorio. Su enrolamiento se efectuaría con laintervención de la justicia civil en ocho años de servicio pero sin estar obligada unamisma fuerza a prestar más de seis meses de auxilio continuo, y mientras éste dura-se recibirían la misma paga que el ejército regular en cumplimiento del código mili-tar. En tanto, la milicia pasiva comprendería a los habitantes de edad entre los cua-renta y cinco y los sesenta años y sería convocada sólo ante casos de invasión o rebe-lión. Fuera del alistamiento activo se encontraban los enfermos impedidos de cum-plir el servicio y los extranjeros transeúntes, entre otros.8

Junto con los principales ministros de gobierno, Bernardino Rivadavia yManuel José García, Juan Manuel de Rosas –conocido propietario rural vincula-do a Juan N. Terrero y Luis Dorrego y primo hermano de una de las familias decomerciantes coloniales más ricas de Buenos Aires, los Anchorena– fue adqui-riendo visibilidad política mediante su inicial adhesión al Partido del Orden y suposterior filiación al federalismo. Nombrado Comandante General de Miliciasde la Campaña en 1827, Rosas fue acumulando poder y relaciones personalescon diferentes sectores sociales, que lo llevaron al ascenso a la gobernación pro-vincial en 1829. En efecto, paralelamente a la revolución del 1° de diciembre de1828, que derrocó a Dorrego, un movimiento de base rural con la intervenciónde soldados, paisanos de distinto origen, peones, indígenas, etc., en el que con-fluyen la reacción al golpe unitario y al fusilamiento del popular Dorrego, losefectos disruptores de la guerra con el Brasil, una sequía muy aguda, entre otrosfactores, termina siendo encauzado por Rosas hacia sus propios objetivos, quienllega así a su primer gobierno, proclamándose heredero de Dorrego.9

El primer gobierno de Rosas, que asumió con “facultades extraordinarias”y que culminó en 1832, se caracterizó por la construcción de alianzas con losgobernadores de otras provincias –llegando a ser el representante de las RelacionesExteriores de la Confederación Argentina creada mediante el Pacto Federal de

1831–,10 la realización de préstamos financieros a otras provincias como Santa Fea modo de cooptación política y la generación de consensos tanto con las elitescomo con los sectores subalternos urbanos y rurales para reconstruir las bases depoder del Estado. Es dable destacar que si bien en la década de 1820 Rosas habíaapoyado originalmente al Partido del Orden, dominado por personas de voca-ción liberal y centralista, luego se proclamó heredero del federalismo dorreguis-ta, aunque intentando conciliar también con los sectores propietarios centralistaso unitarios, para tratar de mantener el difícil equilibrio entre las diversas faccio-nes políticas coetáneas.

Además de estas medidas, la llamada “campaña al desierto” de 1833-1834constituyó un hito fundamental dentro de su estrategia de poder y de acceso a susegunda gobernación provincial a partir de 1835. La expedición militar fue rea-lizada en acuerdo con otras provincias y con el gobierno chileno de ManuelBulnes para expandir la frontera y persiguió a los indígenas que no se aliaran algobierno, al tiempo que generó vinculaciones relativamente duraderas y pacíficascon los que sí lo hicieron. Las tres Divisiones del Centro, Derecha e Izquierdafueron comandadas por los jefes Huidobro –en Cuyo y Córdoba–, Aldao –enMendoza y San Luis– y el mismo Rosas en la pampa bonaerense respectivamen-te, implicando la movilización de 4.000 hombres de tropa y 13.000 caballos.Durante la expedición, que se extendió de marzo de 1833 a marzo del añosiguiente, la relación de acercamiento y cimiento de la fidelidad entre Rosas consus principales oficiales, soldados y caciques “amigos” fue muy importante, alpunto que se refería sobre la división de vanguardia que: “Lo más notable que seadvertía era la perfecta armonía entre todos y cada uno de los que componían, tantoaquella benemérita fuerza, como los que se le habían agregado”.11 Varios de los jefesmilitares más destacados de la etapa que se abre en 1835 con la vuelta de Rosasal poder, parecen haber forjado una relación de estrecha confianza con el Restauradoren esta campaña.

La campaña militar logró consolidar los asentamientos al sur del ríoSalado, al tiempo que extendió el área susceptible de ser colonizada en el centroy sur de la provincia, pasando de 29.970 km2 controlados por la sociedad “his-pano-criolla” en 1779 a 182.665 km2 a inicios del decenio de 1830, aunque con

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16 Silvia Ratto, “Soldados, milicianos e indios de ‘lanza y bola’. La defensa de la frontera bonaerensea mediados de la década de 1830”, en Anuario IEHS, Nº 18, Tandil, UNCPBA, 2003, pp. 123-152.

12 Juan Carlos Garavaglia, Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia agraria de la campañabonaerense 1700-1830, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1999, p. 41.13 Silvia Ratto, “Una experiencia fronteriza exitosa: el ‘negocio pacífico’ de indios en la provinciade Buenos Aires (1829-1852)”, en Revista de Indias, vol. LXIII, Madrid, CSIC, 2003, pp. 191-222;Sol Lanteri y Victoria Pedrotta, “Mojones de piedra y sangre en la pampa bonaerense. Estado,sociedad y territorio en la frontera sur durante la segunda mitad del siglo XIX”, en EstudiosTrasandinos, Mendoza, Asociación Chileno-Argentina de Estudios Históricos e IntegraciónCultural, 2009, en prensa.14 Atribución que le confería los tres poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial).15 Sol Lanteri, “Un vecindario federal. La construcción del orden rosista en la frontera sur deBuenos Aires. Un estudio de caso (Azul y Tapalqué)”, tesis doctoral, Tandil, IEHS-UNCPBA, 2008.

un retroceso importante luego de 1852.12 Paralelamente, su finalización cristali-zó la relación con los principales caciques “amigos” iniciada desde la década de1820, como los “pampas” Juan José Catriel y Juan Manuel Cachul, incorporadosal “negocio pacífico de indios”. Esta política implicaba una contraprestación debienes y servicios entre el gobierno y algunas tribus, mediante la cual las segundasrecibían entregas periódicas de ganado (equino y vacuno), vestimenta y artículosde consumo denominados “vicios de costumbre” (yerba, azúcar, aguardiente, tabaco,sal, etc.) y debían formar contingentes auxiliares en las milicias provinciales, asícomo cumplir otras tareas (chasques, trabajo rural, etc.). Los “indios amigos” queaceptaron estas condiciones se establecieron dentro de la zona de frontera cerca-na a los fuertes o pueblos, aunque este asentamiento no implicó ni la permanen-cia estable de los grupos ni la transferencia formal de terrenos a éstos durante ellapso rosista, por más que las tribus catrieleras manifestaron una gran continuidaden su asentamiento territorial en la región austral de Azul, Tapalqué y Olavarríahasta finales de la centuria.13

Al regreso de la campaña y con el acceso a su segunda gobernación con las“facultades extraordinarias” y la “suma del poder público”,14 Rosas realizó unadepuración de las fuerzas de línea heredadas de la etapa anterior con oficiales cer-canos, aunque su sistema de defensa militar seguía reposando centralmente en loscuerpos milicianos de la ciudad y la campaña, a los que se sumaban los “indiosamigos”, con quienes debía negociar continuamente su lealtad y servicio armadoen la frontera, valiéndose centralmente de su propia relación personal y de lasautoridades políticas y militares regionales. Estas figuras fueron nodales debido asu rol de intermediarias entre el gobierno provincial y las sociedades rurales, con-trolando y generando consensos con los diferentes sectores socioétnicos median-te la entrega de tierras fiscales, ganado, etc., a cambio del servicio de armas y deotras contribuciones para la manutención de la federación rosista.15

La crisis del sistema y su respuesta

Este sistema militar y miliciano fue puesto a prueba con dos sucesos espe-cialmente críticos para el orden fronterizo y la propia continuidad del régimen,como los malones sucedidos en 1836 y 1837, así como por la revolución de losLibres del Sur de 1839. El malón de agosto-octubre de 1836 fue llevado a cabopor una coalición de indios boroganos en alianza con los “chilenos amigos” lide-rados por Venancio Coñuepan, que se habían levantado previamente en BahíaBlanca, junto con ranqueles y el apoyo de Calfucurá, y tuvo como corolario elaprisionamiento de la familia de Catriel y otros caciquillos, el robo de 5.000cabezas de ganado y el asesinato de algunos vecinos de Tapalqué, pese a que partedel botín se recuperó posteriormente. El de enero de 1837 tuvo una envergadu-ra aun mayor y se produjo sobre la región de Azul, Tapalqué e Independenciatambién por parte de esta coalición de boroganos, ranqueles y “chilenos”, querobaron estancias, reses, tomaron cautivos y mataron personas; atacando luegoBahía Blanca y otros lugares del sur. En el sofocamiento de estos ataques, los“indios amigos” fueron medulares, constituyendo la mayor proporción de lasfuerzas militar-milicianas de la región, junto con los vecinos y los soldados regu-lares. Se ha estimado que Azul y Tapalqué aunaban una gran cantidad de efecti-vos en comparación a Federación, 25 de Mayo, Independencia y Bahía Blanca,nucleando 1.311 hombres en 1836 –sobre un total general de 4.081– de los cua-les 899 (68,6%) eran “indios amigos”, 390 milicias (29,7%) y sólo 22 (1,70%)fuerzas regulares. En tanto, para 1837 el guarismo se había incrementado, peromanteniendo las proporciones anteriores, pues de un total de 1.613 individuos,900 eran “indios amigos” (56%), 660 milicianos (40,7%) y sólo 53 soldadosregulares (3,3%).16

Esta relevante defensa territorial por parte de los cuerpos fronterizos antelas invasiones de “indios enemigos” también se repitió luego, con otro episodiocrítico para la estabilidad del régimen rosista –generado, a diferencia de los ante-riores, fundamentalmente dentro de sus propias filas– como fue el levantamien-to de los Libres del Sur en noviembre de 1839. La rebelión de los estancierossureños –causada, entre otras cuestiones, por los efectos negativos que el blo-queo francés del puerto porteño estaba produciendo en los intereses del sectorganadero exportador, la reforma fiscal y de la enfiteusis, así como el masivoreclutamiento militar gubernamental– fue referida categóricamente como “la

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20 Sol Lanteri, “Un vecindario federal...”, op. cit. 21 Según escribía el juez de paz de Azul al edecán del gobernador: “En este momento que son lastres de la tarde acaba de recibir el que firma la nota que incluye del teniente Coronel Dn. BernardoEcheverria que el dia 13 del corriente marcho de este punto con el mayor Dn. Eugenio Bustos y cua-trocientos Indios amigos –y ciento y tantos Soldados de este punto y Tapalqué– y un apra [sic] de Artilleriaá tomar alos enemigos de la Libertad é Indepe. Americana los Salvages unitarios Sublevados el indi-cado Fuerte y cortarles la retirada hacia Bahía Blanca a los derrotados en Chascomus, según lo habíaindicado era conveniente esta medida el Ciudadano Dn. Pedro Rosas y Belgrano. El infrascripto espe-ra que al elevarlo US. al superior conocimto. Del Exmo Sor Governador […] manifieste mi cordialfelicitación por el triunfo conseguido sobre los salvages unitarios en el Fuerte Indepa. que espresa laadjunta nota” (Archivo General de la Nación [AGN], X, 20-10-1, carta de Capdevila a Corvalán,Fuerte Azul, 15 de noviembre de 1839, el destacado es nuestro).22 Jorge Gelman, Rosas bajo fuego. Los franceses, Lavalle y la rebelión de los estancieros, Buenos Aires,Sudamericana, 2009.

17 Jorge Gelman, “La rebelión de los estancieros. Algunas reflexiones en torno a los Libres del Sur de1839”, en Entrepasados, Nº 22, Buenos Aires, 2002, p. 113. 18 Sol Lanteri, “Un vecindario federal...”, op. cit.19 Hacia 1837 la composición miliciana fue muy parecida a la de 1839 en los seis regimientos de cam-paña, excepto en el 3° que fue mayor en 1839, y en el 5° que lo fue en 1837: 150/162; 480/414;470/851; 290/250; 317/105; 560/487, respectivamente (Silvia Ratto, “Soldados, milicianos eindios...”, op. cit., p. 142). En tanto, en 1841 las proporciones serían de 162/128; 414/497; 851/262;250/320; 105/0; 487/369 –considerando seguramente un error de transcripción que repitió el regi-miento 4° dos veces en vez del 5°– por lo que se observa coincidencia salvo también en el 3° y el 5°(Juan Carlos Garavaglia, “Ejército y milicia: los campesinos bonaerenses y el peso de las exigencias mili-tares, 1810-1860”, en Anuario IEHS, Nº 18, Tandil, UNCPBA, 2003 p. 181. Citado en Sol Lanteri,“Un vecindario federal...”, op. cit., pp. 297-299).

expresión más dramática de una coyuntura de crisis de las bases de sustentacióndel poder de Rosas”17 y produjo una gran movilización social de distintos secto-res desde el mismo momento de su descubrimiento –en octubre de 1839– hastaprincipios de 1840.

Se ha podido calcular que en vísperas de la batalla de Chascomús, produ-cida el 7 de noviembre de 1839 y que definió en gran medida la victoria para elbando federal oficial, el total de las fuerzas militar-milicianas de la provincia deBuenos Aires en la campaña y la frontera ascendía a 6.736 personas, siendomayoría de línea pero con un importante componente de las fuerzas milicianasen los regimientos de milicias de caballería, especialmente en el 5° y el 6°, conjurisdicción en el área austral. Según estos guarismos y el total de población esti-mada en la campaña bonaerense para 1838, el servicio activo habría comprendi-do aproximadamente al 7,6% del total, aunque si sólo se considerara el conjun-to de hombres en la edad requerida, la proporción sería mucho mayor; lo quemuestra de forma elocuente la gran capacidad de movilización y reclutamientoque tuvo la federación rosista.18 Estas cifras coinciden en líneas generales con lasreferidas para 1837 y 1841, pues para la primera fecha las fuerzas milicianas delos seis regimientos de milicias de campaña fueron estimadas en un total de 2.267individuos, y para la segunda en 1.576, aunque junto a las fuerzas regulares estacifra ascendía a 4.054. Y según se ha podido valorar, el monto de milicianos de losseis regimientos de caballería de campaña era de 2.269 para 1839, y junto a los vete-ranos ascendía a 4.368.19

Ajustando aun más estos números, la zona de Azul y Tapalqué, que cons-tituyó el foco sofocador de la rebelión, comandada por el hermano del goberna-dor, Prudencio Rosas, revistaba a principios de noviembre de 1839 un monto de1.809 hombres, de los cuales 967 eran regulares y 842 milicianos, que correspon-

dería casi al 27% del total general de fuerzas militares provinciales en 1839 y al21,6% de regulares y el 37,1% de milicianos respectivamente.20 La participaciónarmada de vecinos, soldados e “indios amigos” en defensa de la causa federal fuerelevante, al sumar más de 500 efectivos en conjunto según referencias de los pro-pios protagonistas, y constituyendo, junto con Monte, los bastiones más fieles enel resguardo de la federación durante el levantamiento.21

Lo que también puso de relieve la rebelión de los Libres del Sur, es que elentramado militar del rosismo, que parecía tan imponente, no dependía exclusi-vamente de la disciplina de unos cuerpos militares férreamente subordinados alEstado o al gobierno, sino también –y en alta medida– de los apoyos diversos queel mismo alcanzaba en los distintos sectores de la sociedad. La profesionalizacióny separación de los cuerpos armados de la sociedad, aun de su máxima oficiali-dad, era insuficiente y su participación de un lado u otro en situaciones de crisiscomo ésta dependían más de su ubicación en un complejo entramado de redessociales y políticas, que de su mera ubicación en una cadena de mandos.

La invasión de Lavalle por el norte de Buenos Aires en el año 1840 pusotodavía más de relieve que la capacidad de coerción militarizada dependía en granmedida de los apoyos sociales que el gobierno de Rosas pudiera recibir. Mientrasel general unitario recibía el sostén de sectores medios y de la elite rural del nortede la campaña, a medida que se avecinaba a la ciudad y tomaba asiento en laszonas más campesinas, empezaba a sentir el vacío y la hostilidad de la población.Al punto que, pese a algunas victorias militares, no lograba incorporar nuevossoldados entre los derrotados quienes, según su propia confesión, desertaban o sevolvían a Santos Lugares, para reincorporarse a las tropas de Rosas.22

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26 Flavia Macías, Armas y política en el norte argentino. Tucumán en tiempos de la organizaciónnacional, tesis doctoral, Universidad Nacional de La Plata, 2007. Véase en especial el cap. 1:“Armas, milicias y Comandantes. La configuración del Poder Ejecutivo y del Ejército Provincial enla primera mitad del siglo XIX (1832-1852)”, disponible en línea: <www.historiapolitica.com>.27 Ibid., pp. 16 y 50.

23 Hacia año 1841 se ha estimado la relevante existencia de 836 oficiales, 1.979 suboficiales y5.107 soldados, más 111 empleados en el ejército regular (Juan Carlos Garavaglia, “Ejército y mili-cia...”, op. cit., p. 159).24 Jorge Gelman, Rosas bajo fuego..., op. cit.25 Citado en Silvia Romano, Economía, sociedad y poder en Córdoba. Primera mitad del siglo XIX,Córdoba, Ferreyra Editor, 2002, p. 302.

La rebelión de los Libres del Sur y la invasión de Lavalle tuvieron comocorolario un fuerte enfrentamiento del gobierno de Rosas con las elites que habí-an adherido mayormente a sus enemigos, una ampliación de su base social y unafuerte depuración de la oficialidad reestructurada con fieles adeptos a la causa yreforzando el peso de las tropas regulares sobre las milicianas.23 La derrota de laselites parece favorecer una mayor separación del Estado y la sociedad, y la conso-lidación de un gran ejército federal bajo el mando de una oficialidad incondicio-nal a Rosas, con el cual lanza a la vez una campaña de control sobre las provin-cias del interior que se resistían al influjo del federalismo rosista.24

La trascendencia de esta fuerza militar de Buenos Aires en la coyunturaque aquí se abre es palmaria y se encuentra por ejemplo referida en el periódicofederal de Córdoba, El Restaurador Federal, cuando reconoce que para enfrentarla sublevación unitaria allí producida a fines de 1840, el gobierno de esa provin-cia ha hecho recurso al gigantesco ejército enviado por Rosas: “son por últimomás de 24.000 hombres de armas los que han jurado sostener la integridad denuestro territorio […] sin contar con más de 1.500 hombres que tiene en cam-paña nuestro Gobernador propietario”.25 Más allá de la veracidad de la cifra delas tropas porteñas, lo que resalta este párrafo es la insignificancia relativa de lastropas cordobesas. Quedan pocas dudas de que el dominio que Rosas alcanza enla década del 40 sobre el territorio de la Confederación expresa en buena medi-da esta desigualdad en la capacidad de movilización militar, que a la vez tieneestrecha relación con la abismal diferencia de sus recursos fiscales y su capacidadeconómica. De esta manera, muchos de los gobernadores de los Estados provin-ciales del interior van a depender cada vez menos de las redes de alianzas localesy de la capacidad de movilizar en ellas recursos propios, que del apoyo que lesbrinde el poderoso gobernador de Buenos Aires…

Dentro de esa crítica coyuntura, signada por profundos conflictos deorden interno y externo, la Coalición del Norte significó la guerra entre variasprovincias del interior –Tucumán, Salta, Catamarca, La Rioja y Jujuy– conBuenos Aires durante 1839-1841. Descontentos por la dureza del régimen y sumonopolio de las relaciones exteriores, los gobernadores de esas provincias inten-

taron derrotar a Rosas. Tras la muerte del gobernador tucumano AlejandroHeredia (que gobernó durante 1832-1838) –que había controlado Jujuy, Salta yCatamarca con su “Protectorado”, siendo el hombre fuerte de Rosas en el norte– elejército provincial fue reorganizado, apelándose tanto a las milicias urbanas comoa las departamentales rurales, y nombrándose al general Lamadrid como jefe delas Fuerzas Armadas de la provincia. Uno de los dos “Ejércitos libertadores” de lacoalición que se encontraba a su mando reunió aproximadamente 915 indivi-duos, entre cívicos y soldados de línea, siendo el otro comandado por el generalLavalle, que venía en retroceso de su intentona fallida de Buenos Aires. Sinembargo, estos cuerpos no pudieron hacer frente al gran ejército rosista lideradopor el oriental Oribe, Ibarra y Aldao, derrumbándose la coalición en 1841 yretornando el norte a la órbita rosista con la asunción del gobernador tucumanoCeledonio Gutiérrez, en octubre de ese mismo año.26

Conflictos externos

Paralelamente a los sucesos descriptos, en 1837 la ConfederaciónArgentina declaró la guerra a la Confederación Peruano-Boliviana creada enoctubre de 1836, en respuesta a la invitación de Chile. Las causas centrales deeste conflicto fueron la disputa de Tarija por la provincia de Salta y los antiguosdesentendidos y enemistades entre los países beligerantes, como la contribución dearmamentos que Santa Cruz había realizado a la Liga del Interior en 1831 y demáscuestiones. A diferencia de otros eventos coetáneos, los resultados de este conflic-to bélico no fueron del todo favorables para el ejército rosista, al obtener la vic-toria el Ejército Chileno, que a principios de 1839 provocó la disolución de laconfederación andina y coadyuvó a la caída de Santa Cruz. De hecho, este con-flicto bélico, si bien amparado por Rosas, fue en verdad costeado por los propioscuerpos de las provincias del norte, como Tucumán, donde se ha destacado queel gasto militar significó el 60% de las erogaciones totales provinciales duranteese momento, generando la movilización de 5.000 hombres y una alta dispensaen sueldos militares, que creció aun más posteriormente.27

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28 Miguel Rosal y Roberto Schmit, “Las exportaciones pecuarias bonaerenses y el espacio mercan-til rioplatense (1768-1854)”, en Raúl O. Fradkin y Juan Carlos Garavaglia, En busca de un tiempoperdido. La economía de Buenos Aires en el país de la abundancia 1750-1865, Buenos Aires,Prometeo Libros, 2004, p. 164. 29 Los gastos militares habrían comprendido para el Estado de Buenos Aires el 32,2% en el período 1822-1824; el 35,17% en 1835-1836; el 55,74% en 1837-1840; el 43,75% en 1841-1844; el 61,95% en 1845-1848 y el 53,07% en 1849-1850, según Tulio Halperin Donghi, Guerra y finanzas, op. cit., p. 245.

Además de las disputas con los países linderos, el gobierno de Rosas man-tuvo enfrentamientos con potencias ultramarinas, como Francia y Gran Bretaña.Con una serie de argumentos circunstanciales que escondían la competencia dela primera con la segunda y su voluntad de obtener en Buenos Aires las mismasventajas que Gran Bretaña había obtenido por el tratado de amistad de 1825, enmarzo de 1838 Francia inició un bloqueo del puerto porteño que duró hastaoctubre de 1840. La escuadra francesa también se apoderó de la isla MartínGarcía y tuvo injerencia en los principales ríos del Litoral, produciendo impor-tantes perjuicios económicos a la Confederación. Por citar un ejemplo elocuen-te, se ha estimado que si Buenos Aires exportaba unos 360.000 cueros vacunosde su puerto en 1838, estos cayeron abruptamente a 8.500 y 84.000 en 1839 y1840 respectivamente, con igual tendencia declinante en la salida de otros produc-tos pecuarios como los cueros baguales, la lana y el tasajo, que recién se recupera-ron a partir de 1841.28 La reducción de los ingresos aduaneros provinciales pro-dujo además el aumento de la presión fiscal interna y la disminución del gastopúblico. Con todo, la alianza francesa con los “unitarios”, Corrientes y el Uruguayfinalizó con el tratado Arana-Mackau, mediante el cual se dispuso la finalizacióndel bloqueo, la devolución de la isla Martín García y el reconocimiento francés ala Independencia del Uruguay.

A partir de entonces se produjo un lapso de relativa estabilidad en BuenosAires hasta mediados del decenio de 1840, cuando comenzó el bloqueo anglo-francés al puerto porteño durante 1845-1848. Esta vez, ambas potencias actua-ban de consuno y amparadas por varios actores de la región como el Brasil impe-rial o el Paraguay, que buscaban terminar de una vez con la voluntad de ingeren-cia rosista sobre el Uruguay, que se encontraba sitiando Montevideo con un ejér-cito al mando de Oribe, a la vez que intentaban forzar la libre navegación de losríos interiores que Buenos Aires controlaba. En esta ocasión la movilización y elgasto militar se incrementaron –aunque de forma proporcional con respecto dela etapa anterior, ya que el ejército de 1841-1844 no se anuló durante la épocade la “guerra permanente”– alcanzando el 61,95% del total respectivo durante1845-1848.29 La flota conjunta europea inició el bloqueo del puerto en septiem-

bre de 1845 ante la negativa de Rosas de levantar el sitio que estaba realizando aMontevideo. Con todo, las tensiones habían precedido a la declaración oficial delbloqueo, pues en agosto de 1845 la escuadra anglo-francesa había apresado a granparte de la confederada. El 20 de noviembre de ese mismo año, la flota confede-rada intentó frenar en Vuelta de Obligado el paso de las naves británicas que que-rían incursionar y abrir el río Paraná a la navegación externa. Si bien finalmentepudieron pasar y escoltar a los buques mercantes europeos, lo sucedido luegomostró los límites del apoyo del Litoral frente acciones como ésta, que se supo-nía beneficiaría a sus economías, al liberarlas del yugo mercantil porteño. Laexcepción fue el caso correntino en el que Ferré volvía al gobierno para intentaruna nueva escalada antirrosista con apoyo paraguayo (y brasileño), siendo derro-tado con bastante rapidez por las tropas que dirigía Urquiza, todavía fiel bastiónde la confederación rosista. Por fin, luego de tres años de disputa, en marzo de1848 Gran Bretaña levantó el bloqueo y mediante el tratado Arana-Southern, laintervención inglesa al Río de la Plata se levantó el 24 de noviembre de 1849,haciéndolo Francia un año más tarde por el tratado Lepredour-Arana. La islaMartín García fue devuelta, se reconoció la navegación del río Paraná como unasunto interno a los intereses de la Confederación y Oribe fue reconocido comopresidente legítimo del Uruguay.

La batalla de Caseros y el fin de la experiencia rosista

Luego de largos años al mando del gobierno provincial y confederal y atra-vesando con mayor o menor éxito todos los acontecimientos narrados, el poderde Rosas fue disputado directamente desde el interior de sus propias filas. El 1° demayo de 1851, Justo José de Urquiza, gobernador de la provincia de Entre Ríos,emitió un “Pronunciamiento” en el que expresaba la voluntad que tenía su pro-vincia de reasumir las facultades delegadas al gobierno bonaerense hasta que seprodujera la definitiva organización constitucional de la república. A los intere-ses de Entre Ríos se sumaron posteriormente la provincia de Corrientes y losgobiernos del Uruguay y el Brasil, que consolidaron su alianza mediante un tra-tado firmado el 29 de mayo de ese año, según el cual se acordaba la consolida-ción de la Independencia del Uruguay y la configuración de una alianza armadacontraria a los intereses de Rosas y Oribe.

Quizás no previendo acertadamente la real amenaza a su poder que estaalianza significaba, Rosas no ordenó la organización de la defensa militar deBuenos Aires sino hasta fines de 1851, cuando comenzó el bombardeo de la costadel Paraná por parte de naves brasileras. Finalmente, ambos bandos se dieron

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34 Comando en Jefe del Ejército, Reseña histórica y orgánica del ejército argentino, tomo I, BuenosAires, Círculo Militar, 1971, p. 385.35 Véase el trabajo de Hilda Sabato en este volumen.36 Carta de Prudencio Arnold a Juan Manuel de Rosas, San Nicolás, 20 de abril de 1873, enPrudencio Arnold, Un soldado argentino, Buenos Aires, Eudeba, 1970 (1893), p. 126, citada en SolLanteri, “Un vecindario federal...”, op. cit., pp. 312-313.

30 Ricardo Salvatore, “Consolidación del régimen rosista (1835-1852)”, en Noemí Goldman (dir.),Revolución, República, Confederación (1806-1852), op. cit., pp. 377-378.31 Es sabido que la participación militar de los “indios amigos” no era verdaderamente deseada porRosas, en base a experiencias pasadas como la sucedida luego del derrocamiento de los Libres del Sur,cuando produjeron desmanes y robos de hacienda en las propias estancias federales. Según ha sidoreferido, el mismo gobernador llegó a decir entonces: “Ya sabe usted que soy opuesto a mezclar esteelemento entre nosotros, pues que si soy vencido no quiero dejar arruinada la campaña. Si triunfa-mos, ¿quién contiene a los indios? Si somos derrotados, ¿quién contiene a los indios?” (citado origi-nalmente en John Lynch, Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Emecé, 1997 (1981), p. 309; en JorgeGelman, Rosas bajo fuego..., op. cit., p. 205).32 Domingo F. Sarmiento, Campaña en el Ejército Grande, Bernal, UNQ, 1997 (1852).33 Roberto Schmit, Ruina y resurrección en tiempos de guerra. Sociedad, economía y poder en el OrienteEntrerriano posrevolucionario, 1810-1852, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2004, p. 177. La importan-cia de los cuerpos milicianos frente a los regulares en las distintas provincias de la ConfederaciónArgentina, a diferencia del nutrido ejército regular porteño, también ha sido referida para Corrientes yCórdoba, donde se ha destacado el relevante papel de los comandantes de milicia departamental en elprimer caso y la gran movilización militar-miliciana durante el gobierno aliado de Manuel López en elsegundo. Véanse Pablo Buchbinder, Caudillos de pluma y hombres de acción. Estado y política enCorrientes en tiempos de la Organización Nacional, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2004; y SilviaRomano, op. cit., respectivamente. Del mismo signo eran las tropas que movilizaba Quiroga en los años20 y 30, centradas en los llanos riojanos (Noemí Goldman y Sonia Tedeschi, “Los tejidos formales delpoder. Caudillos en el interior y el litoral rioplatenses durante la primera mitad del siglo XIX”, enNoemí Goldman y Ricardo Salvatore (comps.), Caudillismos…, op. cit.).

batalla en los campos de Monte Caseros, el 3 de febrero de 1852, saliendo victo-rioso el Ejército Grande. Según ha sido referido por varios autores, las guarnicio-nes rosistas –fundamentalmente veteranas y de “no menos de 10.000 hombres”congregados desde fines del año anterior–30 junto con los “indios amigos”,31 nollegaron a dar plena batalla frente a sus opositores,32 cuyas fuerzas estaban com-puestas centralmente por cuerpos milicianos. Se ha estimado que en vísperas deCaseros, se produjo un gran reclutamiento en Entre Ríos, llegando a reunir másde 10.000 hombres entre infantería, artillería y especialmente caballería. Estereclutamiento habría comprendido entre el 60% y el 70% del total de poblaciónmasculina mayor a 14 años, canalizando el oriente entrerriano per se a 1.778individuos en 1849, que representaban el 49,66% de todos los hombres de entre15 y 60 años de la región, de los cuales el 71% eran milicianos y sólo el 29% tro-pas de línea.33 A este núcleo de fuerzas milicianas de Entre Ríos se sumaban otrosmiles del Litoral, así como de los ejércitos brasileños y orientales. Y si bien elgrueso de las tropas provenía de la provincia de quien dirigía la alianza, resulta-ba fundamental el apoyo en infraestructura militar del Brasil (especialmente suArmada), así como los recursos económicos que el Imperio le brindaba.

Por su parte, las fuerzas rosistas a fines de 1851 fueron estimadas en untotal de 7.500 soldados en la División Norte, 5.800 efectivos en la DivisiónCentro, 2.800 en la Sud, 17.800 soldados en la ciudad –entre milicianos de poli-cía y tropas veteranas– y 12.700 veteranos más alojados en Palermo y SantosLugares.34 Sin embargo, éstas no parecen haber logrado una movilización paraenfrentar a la coalición enemiga con la misma energía que diez años antes, en quela federación rosista derrotó a enemigos también muy poderosos.

A partir de la derrota de Caseros, Rosas se exilió en Inglaterra hasta sumuerte, acontecida en 1877, al tiempo que se inició la experiencia de laConfederación, con sede política en la ciudad de Paraná y al mando de Urquiza,hasta la definitiva organización de la república con la inclusión de Buenos Airesdesde 1862. Cabe señalar que la organización del ejército de línea que realizóBartolomé Mitre a partir de entonces se hizo centralmente sobre la estructura delde Buenos Aires, y los “nuevos” jefes y oficiales surgieron de los que habían pele-ado contra Rosas durante la campaña al Ejército Grande, y luego a favor deBuenos Aires durante la secesión.35 Sin embargo, algunos oficiales, pese a haber-se pasado de bando o haber continuado en la función militar con los gobiernosposteriores, no olvidaban el gran sentimiento de fidelidad que Rosas había logra-do cimentar con ellos mediante incentivos materiales (entrega de tierras fiscales,ganado, medallas, honores, exenciones impositivas, etc.) y el capital simbólicoque significaba el trascendental lugar de pertenencia que la oficialidad militartenía dentro de la federación rosista. En las propias palabras de un oficial federalque, sobreviviendo a la batalla de Caseros, le escribía al propio Rosas durante suexilio, desde San Nicolás, más de veinte años después:

Sabe Vd. que he sido militar y no político; como tal, mi adhesión siemprees profunda hacia Vd. y mi más íntimo deseo sería verlo y abrazarlo, peroya que esto es imposible desde aquí tengo el placer de saludarlo, deseán-dole toda la felicidad y que cuente con el profundo cariño de su más afec-tísimo servidor y amigo.36

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JORGE GELMAN Y SOL LANTERICAPÍTULO I El sistema militar de Rosas y la Confederación Argentina (1829-1852)

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La Guerra de Independencia en Salta.Güemes y sus gauchos*

SARA E. MATAUNSA / CONICET

Revolución de Mayo en Buenos Aires y Guerra de Independencia consti-tuyen, para la historiografía argentina, dos términos estrechamente unidos entanto los sucesos que tuvieran lugar en 1810 en la capital del virreinato del Ríode la Plata habrían de desencadenar una guerra que tendrá lugar fundamental-mente en las provincias altoperuanas y en la provincia de Salta, resultante estaúltima de la fragmentación de la Intendencia de Salta del Tucumán dispuesta porel director supremo Gervasio Posadas en agosto de 1814. En el transcurso de lamisma, la Declaración de la Independencia de las Provincias Unidas de Américadel Sur, en la ciudad de Tucumán el 9 de julio de 1816, a la vez que afirmaba elsentido anticolonial de la guerra expresaba un anhelo que sólo podría conseguirsecon la derrota del poder realista en América del Sur. Triunfaba así un proyectopolítico más amplio y radical que excedía a la jurisdicción del ex virreinato, hastaese momento el escenario de la revolución rioplatense.

En el transcurso de los años que mediaron entre 1811, cuando Juan JoséCastelli al frente del Ejército Auxiliar del Perú se detuvo en el río Desaguadero–límite del virreinato del Río de la Plata con el del Perú–, y enero de 1817cuando José de San Martín emprendió el cruce de los Andes, la guerra desen-cadenada en los espacios andinos del ex virreinato impulsó cambios estratégi-cos de envergadura. A principios de 1814 y luego de la segunda derrota en elAlto Perú del Ejército Auxiliar enviado por Buenos Aires, José de San Martín,quien había reemplazado como jefe de ese ejército a Manuel Belgrano dispusoenfrentar a los realistas que ocupaban el territorio salto-jujeño, desarrollando

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* Proyecto PIP CONICET 7063 y PICTO Agencia 36715.

98 99CAPÍTULO I El sistema militar de Rosas y la Confederación Argentina (1829-1852) CAPÍTULO I

1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

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1 Fue Manuel Dorrego quien aconsejó a San Martín acerca de la inutilidad de mantener tropade línea en Salta ponderando las posibilidades que en cambio ofrecería la ofensiva sorpresiva degrupos milicianos.

La Guerra de Independencia en Salta. Güemes y sus gauchosCAPÍTULO I

allí una guerra de guerrillas.1 Esta decisión resultó definitoria para la dinámica dela Guerra de Independencia en los Andes del sur. Fueron responsables de imple-mentar esta estrategia Martín Miguel de Güemes, militar natural de Salta a quienJosé de San Martín nombró Teniente Coronel de Vanguardia emplazado en lafrontera sur de la jurisdicción de la ciudad de Salta y Apolinario Saravia, capitánde Milicias de la provincia de Salta en el departamento de Guachipas al sur delvalle de Lerma. De esta manera Salta y Jujuy se incorporaron “a la guerra de mon-taña” y de recursos que se libraba desde 1811 en las Provincias Altoperuanas.Pocos meses después, luego de abandonar la jefatura del Ejército Auxiliar del Perú,San Martín fue designado gobernador de Cuyo, donde comenzó a organizar fuer-zas militares con la finalidad de cruzar los Andes para batir a los realistas en Chiley el Perú. La derrota por tercera vez del Ejército Auxiliar del Perú a fines de 1815,fortalecerá la estrategia sanmartiniana, e impulsará la declaración de la indepen-dencia en los momentos más difíciles y complicados de la revolución.

En esta oportunidad nos interesa presentar los perfiles militares, sociales ypolíticos que presentó la Guerra de Independencia en la provincia de Salta, pordos importantes razones. La primera por cuanto la misma ocasionó un procesoinsurreccional que descubrió las profundas tensiones que agitaban a la sociedadlocal favoreciendo la construcción del liderazgo político y militar de MartínMiguel de Güemes. La segunda en virtud de la representación que de la autori-dad del Ejército Auxiliar alcanzara Martín Miguel de Güemes entre los gruposinsurgentes altoperuanos y la importancia que reviste su muerte en 1821 duran-te la definición del actual territorio de la República Argentina.

Al momento de la Revolución y ante la necesidad de fortalecer al ejércitoque desde Buenos Aires marchaba hacia el Alto Perú, el gobernador Chiclana dis-puso en Salta levas con la finalidad de reclutar hombres para el Ejército Auxiliar.Se crearon asimismo nuevos cuerpos de milicias tales como la de los Cívicos, inte-grado por miembros de la elite y la de los Pardos y Morenos, ambas en el ámbitourbano, mientras que las milicias rurales aumentaron el número de hombres. Entrequienes en septiembre de 1810 se abocaron con entusiasmo a la tarea de organizarestas milicias rurales se encontraban importantes estancieros que constituían la ofi-cialidad de las Milicias Regladas de fines de la colonia o de las milicias voluntariasalistadas en ocasión de las invasiones inglesas, en tanto es notorio el desplazamien-

2 Entre los ausentes se encontraba el capitán de Milicias Voluntarias de Caballería de esta CapitalFrancisco Javier de Figueroa, quien en 1807 ofreció vestir, armar y correr con los gastos de trasla-do de una compañía de cien hombres hasta Buenos Aires para defender la capital del virreinato(Archivo General de la Nación [AGN], Sala X, Guerra, 43.8.2). Su entusiasmo no se reiteró en1810. En cambio su hermano Apolinario habría de colabor ar con el capitán don José AntoninoFernández Cornejo en reclutar y acuartelar soldados en la Hacienda de San Isidro propiedad ubi-cada en la frontera perteneciente a este último (AGN, Sala X, 43.7.9).3 Sara Mata de López “Guerra, militarización y poder. Ejército y milicia en Salta y Jujuy. 1810-1816”, en Anuario IEHS, Nº 24, Tandil, 2009, en prensa.4 Sara Mata de López, “Tierra en armas. Salta en la Revolución”, en Persistencias y cambios. Saltay el Noroeste Argentino. 1770-1840, Rosario, Prohistoria & Manuel Suárez editor, 1999.

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to o la ausencia de otros y la designación de nuevos jefes.2 De esta manera, si bienlas milicias coloniales constituyeron las bases de la movilización iniciada en 1810,la militarización tendiente a apoyar al Ejército Auxiliar del Perú, ofrecerá nuevasalternativas de poder al abrigo de la adhesión a la causa de Buenos Aires y hará posi-ble la incorporación de nuevos actores sociales al campo militar.3

En estos primeros momentos, el pago del prest o salario debido a los sol-dados enrolados sirvió de aliciente, aun cuando la deserción, al igual que en elresto de los territorios del interior del virreinato fue frecuente. No es posible eva-luar en qué medida influyó en estas primeras movilizaciones la experiencia mili-tar previa brindada por las Milicias Regladas y la presencia de un batallón delRegimiento Fixo de Buenos Aires en Salta. De cualquier modo, es posible obser-var que aun con escaso o nulo entrenamiento militar, los cuadros jerárquicos deestas estructuras militares revalidaron y legitimaron sus cargos en el ejército queorganizaba Buenos Aires, en dos instancias de importancia: el reclutamiento anivel local y su incorporación como oficiales al mando de milicias en el EjercitoAuxiliar. Pero también es preciso considerar las expectativas y experiencias adqui-ridas por los hombres que, por su condición de milicianos, lograron autorizaciónpara portar armas y gozaron de un fuero que los sustraía de las justicias ordina-rias y les brindaba posibilidades de negociación, a pesar de las asimetrías de larelación jerárquica.

En efecto, el fuero militar, fuente de desavenencias y espacio de negocia-ción, adquiere en este contexto bélico mayor significación en tanto a través de élse habrán de dirimir espacios de poder entre autoridades civiles y militares. Laautoridad ejercida por los Alcaldes y los estancieros y hacendados sobre la pobla-ción rural se resintió visiblemente frente a las posibilidades concretas de sustraer-se de ella por parte de peones y arrenderos sujetos a la milicia.4

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La Guerra de Independencia en Salta. Güemes y sus gauchos

contar con información acerca de las fuerzas realistas y en los montes y en loscerros del valle de Lerma y la frontera con el Chaco, las partidas milicianas inter-ferían las comunicaciones y secuestraban mercancías y víveres que llegaban parala provisión de la ciudad. Si bien la base de operaciones de estas milicias se encon-traba en Tucumán, muchos de ellos eran salteños conocedores del terreno, con-dición indispensable para este tipo de acciones.

Si en 1812 los pobladores, en su mayoría, miraron con indiferencia eincluso muchos con entusiasmo la presencia del ejército real, en 1814 las circuns-tancias fueron diferentes. En 1814 no contaron con los apoyos políticos y econó-micos de los cuales habían gozado en 1812, en parte porque las principales fami-lias realistas habían emigrado en 1813 hacia el Perú junto con el derrotado ejér-cito del Rey y en parte porque Joaquín de la Pezuela, el jefe realista que ocupóSalta en esta oportunidad actuó con extrema severidad incautando bienes y per-siguiendo a todos aquellos sospechados de apoyar a la causa revolucionaria.

Carentes del apoyo que pudieran brindarles comerciantes y estancierosadictos, se vieron en la necesidad de proveerse de víveres y de ganados, especial-mente mulas y caballos, procediendo a la requisa y saqueo en las estancias delvalle de Lerma. Corría el mes de febrero cuando alrededor de cuatrocientos hombresintegrantes de varias partidas españolas al mando de un vecino de Salta, incorpo-rado al ejército realista y por lo mismo conocedor del territorio, se internaron enel valle de Lerma en búsqueda de provisiones y en la requisa de ganados procedióa confiscarlos tanto de las estancias como de los pequeños y medianos productores,fueran éstos arrenderos o propietarios de tierras, los cuales vivieron con indignaciónel saqueo al que eran sometidos por los hombres del Rey. El paisanaje no sóloresistió la requisa sino que, en no pocas ocasiones, asaltaron las partidas realistascon la finalidad de recuperar su ganado.

Aun cuando el relato de los hechos, realizado con posterioridad, plantea laresistencia a los saqueos realistas como una reacción casi espontánea, alentada poralgunos estancieros del lugar, la decidida participación de Pedro José de Zavala, quienen 1811 revistaba en la Compañía de Chicoana del Regimiento de Voluntarios de laCaballería de Salta modera la interpretación de la resistencia como una simple reac-ción ante el saqueo.8 La existencia de milicianos que con toda probabilidad parti-ciparon en la batalla de Salta y las vinculaciones que indudablemente varios de ellosconservarían con los jefes de las milicias que operaban en las serranías de Guachipas,partido al sur del valle de Lerma, permiten suponer que, además del movimiento

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8 AGN, “Milicias de Salta, 1811”, Sala X, 22.3.5.

De cualquier modo, entre 1810 y 1812 las milicias de Salta tuvieron unprotagonismo escaso. Desconocemos el apoyo que pudieron haber brindado enfebrero de 1813, cuando el ejército de Belgrano, libró una batalla decisiva en lasproximidades de la ciudad de Salta, logrando recuperar Salta y Jujuy del domi-nio realista. En esa oportunidad, colaboraron oficiales y milicianos salteños quesiguieron al derrotado ejército de Castelli, cuando en agosto de 1812 y ya almando de Belgrano, emprendió desde Jujuy la retirada hacia Tucumán. Los tes-timonios de Manuel Belgrano en los difíciles meses de 1812 muestran a unasociedad local renuente a prestar su apoyo al Ejército Auxiliar del Alto Perú.5 Ensus Memorias póstumas, José María Paz justifica la decisión de Belgrano de libe-rar a los prisioneros realistas luego de la victoria obtenida en Salta, ante la impo-sibilidad de vigilar a tantos hombres ya que “en aquel tiempo ese elemento popu-lar, que tan poderoso ha sido después en manos de los caudillos era casi descono-cido; en consecuencia los generales poco o nada contaban fuera de lo que eratropa de línea”.6

Los testimonios relativos al escaso entusiasmo por participar o sumarse alas milicias no se agotan en las percepciones desencantadas de los jefes revolucio-narios. En los primeros días de febrero de 1813 fue apresado por los realistas enel valle Calchaquí, en ocasión de intentar reclutar gente del valle, Mariano Díaz,natural de Sinti, comandante de Armas de la Provincia de Atacama y oficial delEjército de Buenos Aires. Trasladado en calidad de prisionero hasta Oruro des-pués de la derrota sufrida por Pío Tristán en ese mismo mes de febrero en Salta,reconoce la comisión ordenada por Belgrano y su fracaso “por oposición que lehicieron sus moradores”. Del sumario se desprende además que fue capturadopor la decisiva oposición de los habitantes del valle que “en San Carlos, el día tresa la madrugada lo atacaron los moradores del país y lo obligaron a retirarse”.7 Nosólo indiferencia sino también hostilidad.

La defección a la causa revolucionaria tampoco fue absoluta. La comuni-cación clandestina con el ejército estacionado en Tucumán permitió a Belgrano

CAPÍTULO I

5 “[Q]uejas, lamentos, frialdad, total indiferencia y diré más odio mortal, que estoy por asegurar quepreferirían a Goyeneche cuando no fuese más que por variar de situación y ver si mejoraban. Créame Ud.el ejército no está en pais amigo [...] se nos trata como a verdaderos enemigos” (Citado en BartoloméMitre, Historia de Belgrano y de la independencia argentina, Buenos Aires, Anaconda, 1950, p. 219).6 José María Paz, Memorias póstumas, tomos I y II, Buenos Aires, Emecé, 2000, p. 79.7 Archivo General de Indias, Sevilla [AGI], “Causa criminal seguida de oficio contra el Reo MarianoDíaz acusado por caudillo de insurgentes y de haber cometido los asesinatos, robos y saqueos que cons-tan de esta sumaria”, Diversos, Ramo 1, N°1.

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9 AGN, Culto-Sala X, 4.7.2.10 Fueron Dorrego y San Martín quienes comenzarían a llamarles así, estableciendo probablemen-te una velada analogía con los “gauchos” de la Banda Oriental que al mando de José de Artigas lucha-ban contra los realistas en Montevideo. Coincide con esta apreciación Luis Güemes, Güemes docu-mentado, tomo 7, Buenos Aires, Plus Ultra, 1982, p. 437.

La Guerra de Independencia en Salta. Güemes y sus gauchosCAPÍTULO I

espontáneo de defensa de sus bienes, entre las razones que llevaron a la rebelión seencontraría una red de relaciones que la incitaba.

La rebelión de los vecinos de Chicoana se enmarcó rápidamente en las direc-tivas del Ejército Auxiliar, y en la estrategia diseñada por Manuel Dorrego y José deSan Martín e implementadas en el valle de Lerma por Apolinario Saravia, capitánde Milicias de Guachipas. Poco después, Martín Miguel de Güemes con las mili-cias que había logrado reunir y organizar ayudado por algunos estancieros de lafrontera del Rosario, acosó a las fuerzas realistas en las proximidades de la ciudadde Salta y estableció sobre ella un férreo cerco que dificultó el aprovisionamientono sólo del Ejército sino también de la población que residía en la ciudad. En juliode 1814, un destacado vecino de Salta, Pedro Pablo Arias Velásquez en una cartadirigida al exiliado obispo Videla del Pino comentaba que en la ciudad “las gentesque quedaron asta aora están saliendo o fugando con mil riesgos y trabajos por lasuma miseria que el sitio de nuestros gauchos tiene a aquel pueblo sin dejarles den-trar nada en víveres”. 9

La caída de Montevideo en poder de Buenos Aires y los serios reveses mili-tares sufridos por los realistas en el Alto Perú debidos al accionar del general JoséAntonio Alvárez de Arenales y los jefes insurgentes Padilla, Cárdenas, y muchosotros, convencieron al general realista Joaquín de la Pezuela de la inutilidad deintentar desplazarse hacia Tucumán, desafiando a las milicias salteñas, paraenfrentar al Ejército Auxiliar que allí se encontraba. El desabastecimiento y elpeligro de tener que rendirse ante la vanguardia que dirigía Martín Miguel deGüemes, le indujeron a retirarse, abandonando definitivamente Jujuy en el mesde agosto de 1814, para enfrentar un penoso viaje, en invierno y con escasas pas-turas, en dirección al Alto Perú.

Si bien el hostigamiento a las fuerzas realistas y el cerco impuesto por elcampesinado ya incorporado voluntariamente en las milicias rurales no fue tansólo obra de la población rural del valle de Lerma ya que desde la Frontera delRosario se sumaron las milicias reunidas por Martín Miguel de Güemes, fueronlos paisanos del valle de Lerma quienes adquirieron en esta resistencia mayor pro-tagonismo. Estos paisanos voluntarios comenzaron a ser identificados como “gau-chos”, denominación que adquirió así una clara connotación militar.10 Expulsados

11 Aprovechó así el vacío de poder que experimentaba el Directorio en Buenos Aires y la partida delGobernador de Salta incorporado al ejército de Rondeau en marcha hacia el Alto Perú. Al dejar la ciu-dad, Hilarión de la Quintana, había depositado en el Cabildo funciones propias del gobernador. 12 Sara Mata de López, “La guerra de independencia en Salta y la emergencia de nuevas relacionesde poder”, en Andes: Antropología e Historia, Nº 13, CEPIHA, Facultad de Humanidades, UniversidadNacional de Salta, 2002, pp. 128-129.

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los realistas, y después de la experiencia adquirida permanecieron movilizados enel marco de las desavenencias entre el ejército de Rondeau y el gobernador Güemes.La crisis de 1815 será una de las razones por las cuales la insurrección se sostuvoarticulándose en el proyecto político de Martín Miguel de Güemes. Debido al ascen-dente militar logrado en la resistencia a la ocupación realista de 1814 y al triunfologrado en Puesto del Marqués en abril de 1815 Güemes consiguió, a su regresoa Salta y luego de pasar por Jujuy y tomar de su maestranza seiscientos fusiles,hacerse designar gobernador de la provincia de Salta.11

Desde el gobierno y desafiando las órdenes del Directorio y del jefe delEjército del Norte se dedicó a organizar cuerpos de línea, entre ellos los Infernalesy sobre todo las milicias cívicas de gauchos en la campaña de Salta, Jujuy yOrán.12 Con el fin de concretarlo se enfrentó duramente con el Cabildo de Jujuy,que además se negaba a reconocer su designación. En el centro de la disputa seencontraba el otorgamiento del fuero militar a los milicianos. Tanto el Cabildode Salta como el de Jujuy insistían en negar los beneficios del fuero a los gauchoscuando no se encontraran en acción. En septiembre de 1815, al concluir la orga-nización de las Milicias Cívicas de Gauchos y los cuerpos de línea, Güemes con-taba con fuerzas suficientes para desafiar a las autoridades de Buenos Aires y delEjército Auxiliar. El fuero, a pesar de la resistencia ofrecida por la elite, operó demanera permanente. Su concesión fue el resultado de la negociación implícitaentre el paisanaje incorporado a las milicias y los sectores revolucionarios de Saltaque apoyaban a Güemes. No cabe duda de que comprendieron cabalmente lanecesidad que de ellos tenían para afianzar su proyecto político.

Cuando en marzo de 1816 las fuerzas militares de Rondeau tomaron laciudad de Salta y declararon a Güemes traidor a la revolución, una partida degauchos sorprendió y derrotó a una avanzada del Ejército Auxiliar, tomando suarmamento. Luego de este revés y acosado por el cerco que las milicias deGüemes realizaban a la ciudad impidiendo su abastecimiento, Rondeau accedióa formalizar un pacto en Cerrillos, localidad próxima a la ciudad de Salta. Pocodespués el Gobernador, luego de una reunión con los más importantes propieta-rios rurales, acordó “eximir” ínterin durase la guerra del pago de los arriendos con

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13 Sara Mata de López, “Tierra en armas. Salta en la Revolución”, op. cit.14 “Milicias de Salta al mando del General Güemes”, en Luis Güemes, Güemes documentado,tomo 8, Buenos Aires, Plus Ultra, 1984, pp. 22-43. 15 Sara Mata de López, “Paisanaje, insurrección y guerra de independencia. El conflicto social enSalta 1814-1821”, en Jorge Gelman y Raúl O. Fradkin (comps.), Política y sociedad en el sigloXIX, Rosario, Prohistoria, 2008, p. 70. 16 Sara Mata de López, Tierra y poder en Salta. El noroeste argentino en vísperas de la independencia,Sevilla, Diputación de Sevilla, colección Nuestra América, 2000.

La Guerra de Independencia en Salta. Güemes y sus gauchosCAPÍTULO I

lo cual es evidente que el poder ascendente de las milicias lograba arrancar con-cesiones a la elite propietaria de Salta.13 La insurrección adquiriría así los ribetesde un movimiento social que se fue intensificando en el transcurso de la guerracontra los realistas. Y será también en el transcurso de la guerra que irá transfor-mándose en la expresión armada de un proyecto político, y con ese sentido granparte de esta movilización habrá de perdurar varias décadas más, luego de concluidala Guerra de Independencia.

La importancia que adquirieron los cuerpos milicianos de la provincia deSalta se refleja en la cantidad de hombres que las integraban. En 1818 las fuerzasmilitares de Güemes incluían cuerpos de línea como Artillería y Caballería (Regi-miento de Infernales, Partidas Veteranas, Coraceros, Partidas Auxiliares, Granaderos)y Escuadrones de Gauchos pertenecientes a la jurisdicción de Salta, de la Fronteradel Rosario, del valle de Cachi, de Jujuy, de la quebrada de Humahuaca, y en un soloescuadrón los gauchos de Orán, Santa Victoria, San Andrés y la Puna. EstosEscuadrones de Gauchos eran las Milicias Regladas de la provincia y al igual que loscuerpos militares gozaban del fuero permanente. Conformaban un total de 6.610hombres, una fuerza indudablemente importante.14

Resulta interesante observar que los cuerpos militares contaban con untotal de 551 soldados, mientras que los 15 escuadrones gauchos sumaban 4.888milicianos. Es decir que el peso de la resistencia a los realistas recaía indudable-mente en las Milicias Provinciales.15 Pero más significativo aun resulta comprobarque de esos 4.888 hombres, 2.090 correspondían a los escuadrones del valle deLerma, es decir que el 44% de los gauchos correspondían a los partidos de Chicoana,Guachipas y Rosario de los Cerrillos donde, a fines del período colonial, se concen-traba la mayor parte de la población rural del valle en calidad de pequeños pro-pietarios, arrenderos y agregados y donde también la tensión en torno a la tierra eraintensa.16 No resulta casual entonces que la movilización desatada por la Guerrade Independencia derivase luego en insurrección, la cual fue rápidamente capita-lizada por Güemes al incorporarla en las Milicias Cívicas o Escuadrones Gauchos

17 Carta de Agustín Dávila a Martín Torino, Jujuy, 3 de marzo de 1815, en Luis Güemes, Güemes docu-mentado, tomo 2, Buenos Aires, Plus Ultra, 1979, p. 292. 18 En 1816, Juan Adam Graaner de visita en Salta reconoce que respecto a la población sólo se tienennoticias muy vagas, y que según los datos que ha obtenido la ciudad tendría unos 6.000 habitantes (JuanAdam Graaner, Las provincias del Río de la Plata en 1816, Buenos Aires, El Ateneo, 1949). En 1825 unviajero inglés, José Andrews, calcula para la ciudad y su campaña un total de 14.500 habitantes (Viaje deBuenos Aires a Potosí y Arica en los años 1825 y 1826, Buenos Aires, La Cultura Argentina, Vaccaro, 1920).A fines de la colonia las cifras también son dispares. El censo de 1778 indica un total para Salta, curatorectoral y campaña de 11.565 habitantes correspondiendo al valle de Lerma 3.265. Si a estas cifras suma-mos parte de la población del curato rectoral que se encontraba en las quintas, chacras y estanzuelas querodeaban el centro urbano, podríamos estimar alrededor de 5.000 habitantes en el área rural del valle. Elcrecimiento de población en las últimas décadas coloniales puede constatarse por la migración de pobla-ción indígena altoperuana y también por los datos que brinda Malespina en 1789 que consigna para Saltay su jurisdicción un total de 22.389 habitantes (Edberto Acevedo, La intendencia de Salta del Tucumán,Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, 1965, p. 322).19 AGN, Sala X, 4.1.3

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que organizara en 1815. También allí, a fines de la colonia, se radicó poblaciónindígena tributaria procedente del Alto Perú para quienes la abolición del tributodispuesta por el gobierno revolucionario, a partir de 1812, pudo impulsar a sumarsea la defensa del mismo ingresando a las milicias.

Si en abril de 1815 Güemes se presentó en Puesto del Marqués comandandouna división de mil hombres, de los cuales quinientos pertenecían a las miliciasgauchas del valle de Lerma,17 es indudable que éstas sumaron muchos voluntariosa sus filas en el transcurso de 1815, cuando decididamente capitalizó la insurrecciónincorporándola a los Escuadrones Gauchos de las Milicias Provinciales. A pesarde no contar con cifras confiables en relación con la población de Salta y su juris-dicción, es factible arriesgar que 2.090 gauchos representarían prácticamente atodos los hombres en condición de tomar las armas. La movilización era, de estemodo, masiva.18

A mediados de 1816 Manuel Belgrano, nuevamente general del EjércitoAuxiliar del Perú, aceptó con serias reservas la guerra de montaña como únicaalternativa posible para enfrentar a los realistas en los territorios del ex virreinatodel Río de la Plata.19 De esta manera, la insurrección salteña, organizada ya enlas estructuras militares dadas por su Gobernador pasaron a formar parte de laguerra que libraban las guerrillas en el Alto Perú y el Ejército de Buenos Aires novolvería a transitar el territorio de la provincia de Salta.

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La Guerra de Independencia en Salta. Güemes y sus gauchosCAPÍTULO I

Al finalizar el año 1816, la revolución rioplatense atravesaba momentos muydifíciles. Los realistas habían consolidado su control sobre las principales ciudadesaltas peruanas que no volverían más a estar bajo el poder de los revolucionarios por-teños. Los principales líderes de la insurgencia altoperuana habían muerto y elmovimiento revolucionario se encontraba desarticulado. El desembarco en Lima dedisciplinadas tropas militares al mando del general José de la Serna, destinadas arecuperar para la monarquía española los territorios sublevados, hacía prever mayorespeligros a las endebles Provincias Unidas del Río de la Plata.

Si bien la provincia de Salta soportó entre 1817 y 1821 sucesivas invasio-nes, la que tuvo lugar en enero de 1817 fue la más peligrosa para el destino dela revolución, cuando tropas realistas al mando del general La Serna, avanzaronsobre Jujuy y ocuparon la ciudad de Salta. El objetivo militar de La Serna eraTucumán, ya que su plan consistía en obligar a San Martín a abandonar Cuyopara auxiliar al Ejército allí estacionado, dando así oportunidad al ejército realis-ta que se encontraba en Chile para cruzar los Andes y unirse con el suyo, con lafinalidad de destruir a las fuerzas militares porteñas y recuperar el virreinato delRío de la Plata. Mientras que La Serna se internaba en la provincia de Salta, Joséde San Martín emprendía el cruce de los Andes con destino a Chile. Comenzabanasí a fallar las previsiones de los jefes realistas. Un mes después, el triunfo de SanMartín en Chile, generó zozobra e incertidumbre.

De todas maneras, debieron de haber evaluado la debilidad del ejército deBelgrano estacionado en Tucumán al no contar ya con la posibilidad de ser soco-rrido por el de San Martín y la importancia de sorprender y propinar una derrotaque podría llegar a ser fundamental para recuperar al insurrecto virreinato del Ríode la Plata. Estas consideraciones debieron de pesar en las disposiciones que elvirrey Pezuela hiciera llegar a La Serna, ordenándole

que si estaba en actitud y haciendo un esfuerzo como lo requería el caso,dispusiese un rápido movimiento con toda su fuerza sobre el Tucumánpara deshacer la poca que tenía el General enemigo Belgrano, y se retirasedespués a su posición de Jujuy en observación de las conductas de los por-tugueses que se habían introducido hostilmente en Montevideo y Bandaoriental el Río de la Plata y se creía que fuese en combinación con los deBuenos Aires y de mala fe, sin embargo de que al propio tiempo se estabantratando los casamientos de nuestro Rey Fernando y el Infante Don Carloscon dos infantas Portuguesas.20

20 Joaquín de la Pezuela, Memoria de Gobierno de Joaquín de la Pezuela, virrey del Perú. 1816-1821,edición y prólogo de Vicente Rodríguez Casado y Guillermo Lohmann Villena, Sevilla, Publica-ciones de la Escuela de Estudios Hispano-americanos de Sevilla, 1947, p. 119. 21 Archivo y Biblioteca Históricos de Salta [ABHS], “Presentación del ciudadano Facundo deZuviría a nombre de D.Dr. José Ignacio de Gorriti”, Armario Gris, fs. 8 y 8v.

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Pero avanzar hacia Tucumán resultó mucho más difícil de lo esperado. En laprovincia de Salta una vez más, el control de la campaña quedó en manos de losgauchos y de Güemes, quienes impidieron el abastecimiento de la ciudad y de lastropas enemigas. A pesar de ello, una partida enemiga intentó llegar a Tucumán eli-giendo para ello el camino menos frecuente ante la imposibilidad de hacerlo por elcamino real de la frontera o a través del valle de Lerma dada la peligrosidad de lasguerrillas gauchas. A sabiendas de que en el valle Calchaquí contaban con mayoresadhesiones y que allí la insurrección no era tan generalizada, eligieron atravesarlopara bajar a Tucumán. Llegar hasta ese valle no resultó sencillo ya que para hacer-lo debieron internarse varias leguas hacia el oeste por el valle de Lerma donde lasmilicias gauchas demostraron nuevamente su eficacia en hostigar a las partidas rea-listas. Acosados permanentemente, sin posibilidades de encontrar alimentos y diez-mados, no se atrevieron a atravesar la quebrada de Escoipe, paso obligado hacia elvalle Calchaquí. El retorno hasta Salta fue aun más fatigoso. Imposibilitados deavanzar, cual era su intención y asediados en la ciudad de Salta, finalmente La Sernadispuso el retiro de sus tropas hacia el Alto Perú.

La derrota sufrida por La Serna fortaleció aun más el liderazgo de MartínMiguel de Güemes, al demostrar la eficacia de las guerrillas gauchas para enfrentaral ejército realista. Las sucesivas invasiones realistas carecieron ya del sentidoestratégico militar que alentaron a las anteriores de 1812, 1814 y 1817, limitándosea ser incursiones destinadas a proveerse de ganados y mulas. La guerra se trans-formó así en una guerra de recursos. Sintieron el peso de la misma los comerciantesy los hacendados de Salta. Los primeros porque no sólo vieron interrumpido elcomercio con el Alto Perú sino porque también debieron realizar préstamos forzososal Estado provincial para cubrir los gastos que demandaba el sostenimiento de loshombres movilizados y los segundos porque además de las confiscaciones de ganadosse vieron privados del servicio personal y del pago de los arriendos de quienes seencontraban enrolados en las milicias. Facundo de Zuviría escribiría en 1818 quelos hacendados “solo ven en los defensores de la patria, como en quienes la invaden,hombres que talan sus campos, destruyen sus frutos, arrean y consumen sus ganadosy cargan sobre ellos inmensas contribuciones”.21

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22 José Santos Vargas, Diario de un comandante de la independencia americana. 1814-1825, trans-cripción, introducción e índices de Gunnar Mendoza, México, Siglo XXI, 1982. 23 El destacado me pertenece.

La Guerra de Independencia en Salta. Güemes y sus gauchosCAPÍTULO I

Mientras que la oposición de la elite al gobernador Güemes aumentaba ylas conspiraciones en su contra involucraban incluso a sus capitanes y hombres deconfianza, el temor que las invasiones realistas producían en el vecindario de Saltacontribuía a preservarlo en el poder. Uno de los objetivos de Güemes era coordi-nar, como jefe de la Vanguardia del Ejército porteño, las acciones llevadas a cabopor las guerrillas altoperuanas. Era ésta también la aspiración de Manuel Belgrano,quien como general del Ejército Auxiliar del Perú confirmaba desde Tucumán loscargos militares de los insurgentes altoperuanos propuestos por Güemes.

Tanto Martín Miguel de Güemes como Manuel Belgrano debieron acep-tar la imposición de las jefaturas en las guerrillas admitiendo la imposibilidad dedesignar a sus jefes. Estas fuerzas irregulares trataron de todos modos de darseuna estructura y organización militar. José Santos Vargas, tambor en la guerrillade Ayopaya nos brinda en su diario relatos ilustrativos acerca de estos esfuerzos, dela manera en que elegían a sus jefes, de la participación indígena y de la impor-tancia que tenía pertenecer al Ejército de Buenos Aires.22

Si bien el Ejército Auxiliar del Perú no retornó nuevamente a esos territo-rios, tanto Belgrano como Güemes abrigaron la esperanza de poder concretar unanueva expedición que fortaleciera en un movimiento de pinzas el avance de SanMartín en el Perú. Las condiciones materiales del Ejercito Auxiliar acantonadoen Tucumán y las limitaciones de Güemes para desplazarse hacia el Alto Perú,postergaron este proyecto. Güemes intentó, sin embargo, organizar acciones con-juntas con los jefes de la guerrilla de Ayopaya. En enero de 1821, los jefes realis-tas informaban al Ministro de Guerra acerca de los peligros que acechaban a lacausa del Rey en el Alto Perú “No es Exmo., San Martín y sus satélites los únicosenemigos que tenemos. Son mayores y de más consideración los que por desgraciade esta guerra abundan ya en todas las capitales, pueblos y aún en las más pequeñasaldeas”. Luego de comentar cómo habían logrado abortar la sedición de tropas dela vanguardia realista que pretendían “asesinar al Comandante General, Jefes yOficiales de la vanguardia y llamar después al caudillo Güemes que viniese a apode-rarse del Alto Perú”,23 refiere acerca del complot destinado a contrarrevolucionara Oruro, el cual fue descubierto por haber “sido interceptados en el despobladode Atacama unos pliegos que el caudillo Chinchilla dirigía al de la misma claseGüemes”. El fin de este complot era, además de matar a todos los decididos por

24 Refutación que hace el Mariscal de Campo D. Jerónimo Valdez del Manifiesto que el TenienteGeneral D. Joaquín de la Pezuela imprimió en 1821 a su regreso del Perú. Publica su hijo Conde deTorata, Madrid, Imprenta Viuda de M. Minuesa de los Ríos, 1895. Documento justificativo núme-ro 15 del tomo I, pp. 141-145. 25 AGI, Indiferente, 1570.26 A principios de 1821 Güemes decidió avanzar contra Bernabé Araoz, gobernador de Tucumán.Varias fueron las razones que precipitaron esta decisión, entre ellas la separación de Santiago delEstero de Tucumán y la decisión de Aráoz de invadirla así como la de impedir el envío de dineroque desde Santiago remitían para ayudar a equipar a las fuerzas militares de Salta.

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la causa del Rey y asaltar la Maestranza para proveerse de pólvora, fusiles y otrosútiles de guerra, “llevarse la tropa y con ella engrosar la fuerte gavilla de Chinchillay revolver las provincias de la Paz y Cochabamba y por consecuencia todo el distritode Buenos Aires”. Frente a estas evidencias no duda en afirmar que “el plan de losenemigos es combinado y general”.24

La importancia de Martín Miguel de Güemes en la Guerra de Independenciaque se libraba en territorio altoperuano incluyendo a Salta y Jujuy se evidencia enel tratamiento que le da Joaquín de la Pezuela, a la sazón virrey del Perú. En octubrede ese año siguiendo la Real Orden del 11 de abril de 1820 nombró Comisionadospara “que traten y conferencien con las autoridades de las citadas provincias del Ríode la Plata”, con el fin de tratar el reconocimiento de la Constitución española. Entrelas instrucciones que les entrega dispone

sobre todo tratarán de ganar por todos los medios posibles al Gefe de laProvincia de Salta D. Martin de Guemez pues la incorporación de este ennuestro sistema, acarrearia ventajas incalculables por su rango y por el graninflujo que ha adquirido sobre los pueblos de su mando.25

La crisis política que enfrentó a las provincias del ex virreinato con BuenosAires en 1820 y la disolución del Ejército Auxiliar del Perú significó también,ante la inexistencia de un poder central, abandonar a su suerte a la provincia deSalta y a la insurgencia altoperuana que combatían a las fuerzas realistas, tambiénellas debilitadas. En ese contexto la oposición al gobierno de Martín Miguel deGüemes cobró impulso. El 24 de mayo de 1821, en ausencia de Güemes,26 elCabildo lo destituyó del gobierno argumentando que

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27 ABHS, “Mensaje del Cabildo de Salta a los ciudadanos, 24 de mayo de 1821”, FondoDocumental Dr. Bernardo Frías, Carpeta 10, Documento 148.

La Guerra de Independencia en Salta. Güemes y sus gauchosCAPÍTULO I

Desde su colocación en el gobierno, sus primeros empeños fueron perpe-tuarse en él; engañar a la muchedumbre, alucinarlas con expresiones dul-ces sin sustento [...] invertir el orden; disponer de las propiedades a suantojo [...] ser el principal motor de la anarquía seminada en las demásprovincias que forman el continente.27

La Revolución del Comercio como fue denominado el intento de destituira Güemes por parte del Cabildo no prosperó por cuanto las milicias continuaronreconociendo la autoridad del Gobernador. Dos semanas después, el 7 de juniouna partida realista ingresó a la ciudad sorprendiendo a Güemes e hiriéndolecuando al galope de su caballo buscó salir de la ciudad para refugiarse en su cam-pamento. Una semana después fallecía. Los honores que la oposición a Güemesbrindó al general realista Pedro Antonio de Olañeta dan cuenta del grave enfren-tamiento que aquejaba a la sociedad de Salta, el cual no debe atribuirse tan sóloal deterioro económico o a la necesidad de restablecer el comercio con el AltoPerú. Si bien éstas indudablemente constituían razones importantes, el controlsocial y la búsqueda de una propuesta política viable en el marco de la crisis ins-titucional que aquejaba a las Provincias Unidas del Río de la Plata fueron tambiénresponsables de la alternativa elegida por la clase dirigente de Salta.

Las negociaciones, de carácter secreto, entre la oposición a Güemes, auto-denominada “Patria nueva”, y el jefe realista, culminan con la firma de un armis-ticio en julio de 1821 mediante el cual se garantizó el retiro de las tropas realis-tas más allá de la quebrada de Purmamarca, se dispuso la designación de ungobernador sin la presión de las tropas y se facilitó la adquisición de vituallas yganados a las fuerzas realistas, quienes pagaron por ellas a los comerciantes y lospropietarios que las facilitaron. Ante la ausencia de un gobierno central la pro-vincia de Salta, representada por el Cabildo, se constituyó en sujeto de soberaníanegociando el retiro de las tropas realistas y renunciando a continuar la Guerrade Independencia, con lo cual el proyecto de San Martín de reforzar con la van-guardia del disuelto Ejército Auxiliar del Perú una avanzada hacia el Alto Perú, sehizo trizas. Se fracturó también la vinculación que en tiempos de Güemes existíaentre las guerrillas altoperuanas y la provincia de Salta. El armisticio definió unafrontera entre territorios que a partir de su firma se diferenciaron políticamente.Las guerrillas altoperuanas y su enfrentamiento con el ejército realista quedaronaisladas y con la conclusión de la Guerra de Independencia en 1824 las Provincias

28 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentinacriolla, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972.

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del Alto Perú se pronunciarían por declararse un Estado independiente. A partirde la Declaración de la Independencia de Bolivia los límites políticos establecidosen el armisticio de 1821 fueron definitivamente, y más allá de algunas modifica-ciones posteriores, la frontera norte del país construida por la revolución comoafirmara Tulio Halperin Donghi hace ya varias décadas.28 El extremo norte de laprovincia de Salta sería frontera recién a partir de 1821 y no antes. Güemes nodefendió ninguna frontera, defendió la revolución de Buenos Aires y la indepen-dencia americana.

BIBLIOGRAFÍA

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1 El autor ha desarrollado esta conferencia sobre la base de su libro Guillermo Brown, BuenosAires, Librería-Editorial Histórica, 2007.

La Guerra de Independencia en Salta. Güemes y sus gauchosCAPÍTULO I

__________________, “La guerra de independencia en Salta y la emergencia denuevas relaciones de poder”, en Andes: Antropología e Historia, Nº 13, Salta,CEPIHA, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Salta, 2002.__________________, “Paisanaje, insurrección y guerra de independencia. El con-flicto social en Salta 1814-1821”, en Jorge Gelman y Raúl O. Fradkin (comps.),Política y sociedad en el siglo XIX, Rosario, Prohistoria, 2008. __________________, “Guerra, militarización y poder. Ejército y milicia enSalta y Jujuy. 1810-1816”, en Anuario IEHS, Nº 24, Tandil, 2009, en prensa.MITRE, Bartolomé, Historia de Belgrano y de la independencia argentina, BuenosAires, Anaconda, 1950.PAZ, José María, Memorias póstumas, tomos I y II, Buenos Aires, Emecé, 2000.VARGAS, José Santos, Diario de un comandante de la independencia americana.1814-1825, transcripción, introducción e índices de Gunnar Mendoza, México,Siglo XXI, 1982.

Una estrategia para el Río de la Plata.La escuadra argentina en el combate naval de Montevideo1

GUILLERMO ANDRÉS OYARZÁBALOFICIAL DEL ESTADO MAYOR (ARA) / UCA

Hacia 1814, las derrotas de Manuel Belgrano en Vilcapugio y Ayohuma, elcrecimiento de la tensión entre las autoridades de Buenos Aires y el caudillo orientalJosé Gervasio Artigas y el fortalecimiento de la posición del gobernador Gaspar deVigodet en Montevideo, habían puesto en peligro el éxito de la causa revolucio-naria. Pero si como se señala, la situación militar era dramática, los asuntos depolítica exterior no eran menos graves, José Napoleón claudicaba en España y elretorno de Fernando VII, antes tan improbable, dejaba de ser una quimera.

La Asamblea General Constituyente había señalado el camino de la defi-nitiva separación de la Península, pero ante la nueva situación internacional, hastalos principios justamente declamados se encontraban en discusión. Por entonces,el gobierno de Buenos Aires dudaba de su capacidad para continuar y profundizarlas acciones de guerra.

En enero de 1814 Gervasio Posadas, fue designado Director Supremo dela Provincias Unidas, inaugurando así un régimen de gobierno unipersonal enreemplazo del triunvirato existente. Por otro lado José de San Martín que estabapreparando su ejército con la clara intención de proyectar operaciones de fondoallende los Andes y el Perú, presionaba a las autoridades para que declararan laIndependencia.

El nuevo mandatario se encontró en el centro de un dramático escenario.Después de dos años, Montevideo parecía indiferente al asedio de las tropas deRondeau y Artigas que hasta ese momento lo había acompañado en las operaciones,definitivamente desencantado por el curso que tomaba la política de BuenosAires decidió retirarse.

114 115CAPÍTULO I

1810-1860 LA INDEPENDENCIA Y LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

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2 Carlos de Alvear, “Narraciones”, en Gregorio F. Rodríguez, Historia del General Alvear, 1789-1852, tomo I, Buenos Aires, G. Mendesky e hijo editores, 1913, p. 457.

Una estrategia para el Río de la Plata.La escuadra argentina en el combate naval de Montevideo

CAPÍTULO I

Mientras los acontecimientos se precipitaban Carlos de Alvear actuaba confirmeza, y atento a las circunstancias que imponían acciones contundentes, gestóuna estrategia de aliento que puso inmediatamente en marcha. Advirtió enton-ces que el sitio terrestre sobre Montevideo desgastaba las fuerzas militares criollasen un esfuerzo vano, toda vez que el control del Río de la Plata continuara enmanos realistas: “Así pues –explicaba en sus memorias– era preciso una escuadrapara apoderarse de tan importante punto con cuya ocupación podíamos mirarcomo asegurada la causa de la libertad”.2

La idea se difundió con rapidez y en poco tiempo logró el apoyo de figurasinfluyentes para la conformación de una escuadra.

Mientras Alvear dibujaba el plan definitivo, Juan Larrea, en su papel desecretario de Hacienda, actuaba como un verdadero artífice sin librar ningún aspectoa su suerte. Evaluó las posibilidades de alistar un componente de guerra con losbarcos de Buenos Aires pasibles de ser armados y envió agentes de inteligencia aMontevideo para obtener una descripción precisa de las capacidades navales delenemigo. Mientras que el primero se preocupó por convencer a Posadas de laaptitud y factibilidad del proyecto, Larrea logró interesarlo por su aceptabilidad.Presentó en un acabado informe las características, cantidad y costos de los buques quedebían adquirirse, la relación de capitanes y marinos a contratar y propuso finalmentela financiación del empresario naviero norteamericano Guillermo Pio White.

En febrero, mientras se trabajaba activamente para el acondicionamientode las unidades y se reclutaban las dotaciones, una escuadrilla realista compuesta dediez buques al mando del capitán de navío Jacinto de Romarate se aproximóamenazadoramente a Buenos Aires. Aunque la modesta fuerza naval siguió su caminorumbo a la isla Martín García, la intimidación causó conmoción entre los porteños.Con la precipitación que imponían las circunstancias se embarcaron tropas de líneay hasta en algunos casos se previó la zarpada. Aunque nada ocurrió, la experienciafue una muestra de las dificultades de todo orden que se deberían superar. Enefecto, las tropas mostraron su contrariedad por las tareas que estaban llamadas adesempeñar y las condiciones de la vida a bordo, y en la primera noche algunosse sublevaron “pidiendo a gritos el inmediato desembarco”. En dos de los buquesla violencia de la protesta se tornó en contra de los capitanes, quienes debieronabandonar sin más las unidades a su mando. La misma desaprobación fue acom-pañada por el pueblo de Buenos Aires y hasta el Director Supremo, en todo puntotemeroso, llamó a Alvear para sugerirle la cancelación de lo actuado, afirmando

3 Carlos de Alvear, “Narraciones”, op. cit.4 Véanse Ángel Justiniano Carranza, Campañas Navales de la República Argentina, tomos 1 y 2,Buenos Aires, Departamento de Estudios Históricos Navales, 1962, p. 230; Teodoro Caillet Bois,Historia Naval Argentina, Buenos Aires, Emecé, 1944, pp. 86-88; y Miguel Ángel De Marco,Corsarios Argentinos, héroes del mar en la Independencia y la guerra con el Brasil, Buenos Aires,Planeta, 2001, pp. 82-85.

GUILLERMO ANDRÉS OYARZÁBAL

que todo el mundo miraba ese proyecto como el más solemne desatino, que la irri-tación que causaba era inmensa y que sus resultados iban a ser que la sublevaciónde las tropas embarcadas se extendiera hacia las de tierra.3

Como fuera, Posadas tenía enfrente una voluntad inquebrantable y volvióa ser seducido por las promesas, esperanzas y convicciones de su sobrino Alvear

El problema más sensible había radicado en la elección del hombre desti-nado a conducir la escuadra. Tres eran los candidatos, Benjamín Franklin Seaver,norteamericano preferido de White; Estanislao Courrande, un conocido corsariofrancés; y Guillermo Brown, un marino irlandés que operaba en el Plata desde1809 y que actuaba desde diciembre de 1813 sin designación alguna junto conAlvear y Larrea.4

La gravedad del movimiento de Artigas, el descontento popular y las dudasque albergaba el propio Director Supremo, constituían una advertencia que nopodía ser ignorada. Las circunstancias habían confirmado la necesidad de completarlas dotaciones, mantener la disciplina, apurar el alistamiento y lanzar sin dilacionesla campaña. Dentro de este esquema, la designación del comandante naval se hizoapremiante y el 1° de marzo de 1814 fue nombrado Guillermo Brown, con el gradode teniente coronel, al mando de la Escuadrilla Nacional.

Según el plan trazado por Alvear la recuperación definitiva de Montevideo sólosería posible si por mar se cerraba la salida a los realistas. Esto implicaba el dominio delRío de la Plata por la escuadra patriota, pero para ello era imprescindible elimi-nar el poder naval español en la región.

La isla Martín García que por su situación estratégica constituía la llave delos dos grandes ríos del litoral y un punto desde donde se podían proyectar ope-raciones navales, en los últimos cinco meses había sido reforzada por los realistascon emplazamientos artilleros y una poderosa guarnición, que controlaba los canalesde paso y los principales accesos, convirtiéndose en un eventual punto de apoyo paraMontevideo.

Brown era consciente de que un ataque naval sobre aquella plaza, tendientea controlar las aguas de la región, sólo sería posible si antes conquistaba Martín Garcíay sobre el esquema de ese plan se puso en marcha.

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GUILLERMO ANDRÉS OYARZÁBALCAPÍTULO I Una estrategia para el Río de la Plata.La escuadra argentina en el combate naval de Montevideo

5 Hector Raúl Ratto, Historia del Almirante Brown, tercera edición, Buenos Aires, Departamentode Estudios Históricos Navales e Instituto de Publicaciones Navales, 1985, pp. 36-37.

Aquel mes de marzo, la escuadra compuesta por la fragata Hércules, dondeBrown izó su insignia, y seis buques de distintas características y capacidades zar-paban luego de una serie de movimientos en busca del enemigo.

El comandante estaba convencido sobre la perentoriedad de obtener unavictoria en Martín García, seguro de que en Montevideo se preparaba una fuerzade apoyo superior para hacer inconquistable la isla. Según los partes de guerra elenemigo contaba con trece buques acoderados en el fondeadero sudeste de la isla,con sus proas defendiendo el canal de entrada. Una fuerza significativamentesuperior a la propia, y a la que debían sumarse también la amenaza de los empla-zamientos terrestres. Todo esto vuelve difícil explicar la decisión de forzar el com-bate sólo por aquel convencimiento de que los tiempos se agotaban, pero la ordenfue dada y a pesar de la evidente inferioridad militar argentina las fuerzas navalesse enfrentaron.

En Martín García la escuadra patriota fue decididamente derrotada, lamayor parte de los buques se replegaron eludiendo el combate, dos comandantesmurieron y la fragata Hércules, acribillada por la metralla, terminó en Coloniapara ser reparada.

Mientras esto ocurría, el Jefe naval visitó personalmente cada buque subor-dinado “hablando al honor de sus capitanes, reprochándoles su falta de fe en eltriunfo, estimulándoles a la acción desesperada y dándoles nuevas instrucciones”.5

El proyecto que seguía era tan arriesgado como la fallida empresa de díaspasados, pero la experiencia conformaba una estimable carta a su favor. Brownconcibió una operación de desembarco que, curiosamente, sostenía sus probabili-dades de éxito en la acción conjunta y disciplinada de cada buque de la escuadra.

Según el plan, la fuerza de desembarco compuesta por ciento diez hombresde marinería y doscientos treinta de tropa, debía reducir la isla mientras la escuadradistraía a los buques españoles con maniobras de ataque y abordaje.

La operación iniciada en el sigilo de la noche fue tan sorpresiva comocontundente. Al amanecer las principales posiciones estaban en poder de lasfuerzas patriotas.

A pesar de la importancia estratégica de Martín García su ocupación apenasmodificó la situación existente, pues la escuadra española aunque dividida, semantenía prácticamente intacta. Romarate, impedido de volver a Montevideodecidió remontar el río Uruguay en procura de medios que le permitieran pasar

6 Guillermo Brown a Juan Larrea, Colonia, 29 de marzo de 1814, en Academia Nacional de laHistoia, Documentos del Almirante Brown, tomo I, Buenos Aires, Comisión Nacional de Homenajeal Almirante Guillermo Brown, 1958, p. 62.

a la ofensiva y en Soriano estableció contacto con Artigas, quien accedió a prestarleapoyo. Mientras tanto, Vigodet preparaba apresuradamente una división al mandodel capitán de navío José Primo de Rivera.

En lo inmediato se tuvo conciencia de la oportunidad que se presentaba,pues divididas aunque no vencidas las fuerzas navales españolas, era necesarioactuar rápidamente. Por otra parte, Artigas se había transformado en un peligro-so enemigo con control en la Banda Oriental, Entre Ríos y Corrientes. El coman-dante naval estaba convencido de la necesidad de acabar con el caudillo para ase-gurar la victoria:

Es menester confesarlo –le escribía a Larrea desde Colonia el 20 de marzo–que el remedio puede aplicarse sin pérdida de tiempo, cuando hay, comosucede actualmente tanta tropa en Buenos Aires. Trescientos o cuatrocientoshombres de dicha capital, desembarcados en esta banda del río, prontolimpiarían la costa del rebelde y sus cuadrillas que han causado perjuiciosconsiderables, pues a no haber sido ellos jamás el enemigo habría podidoevadirse aguas arriba. Me veo obligado para seguridad de esta ciudad aguarnecerla con gente de la escuadra, por lo tanto considere Ud. la urgencia deenviar una fuerza con toda premura [...] es poco más que imposible con-seguir carne aquí a causa de Artigas y sus secuaces.6

La amenaza de la escuadra realista de Rivera y su inminente salida condi-cionaba las decisiones del comandante argentino, que entre dos fuegos, se vio obli-gado a dividir la escuadra. Según sus palabras, “ansioso” por apoderarse del enemigoy “temeroso” de que Romarate volviese a Montevideo por el Canal de las Conchas,mandó una fuerza de cinco buques en su persecución.

Mientras tanto, y con el propósito de formar un componente disuasivoque mantuviera al enemigo en puerto, Brown concentró a su alrededor el gruesode la escuadra. Afirmado en sus convicciones la fluida correspondencia que man-tenía con Larrea se hacía cada vez más perentoria y apasionada: “Ya que se ha ini-ciado la lucha por agua, no debe Ud. omitir esfuerzos y emplear toda su energía paraque se termine de la propia manera... puedo asegurar al país entero, que tomé cartasen ella con la firme resolución de vencer... Y a pesar de la tunda que ha recibido elHércules estoy resuelto a no volver a puerto antes de dar un golpe mortal”.

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GUILLERMO ANDRÉS OYARZÁBALCAPÍTULO I Una estrategia para el Río de la Plata.La escuadra argentina en el combate naval de Montevideo

7 Guillermo Brown a Juan Larrea, Colonia, 3 de abril de 1814, en Academia Nacional de laHistoria, op. cit., p. 66.

En contra de quienes opinaban que la escuadra debía salir aguas arriba paraapoyar la pequeña fuerza destacada contra Romarate, que terminó vencida en Arroyode la China, Brown insistía en el bloqueo de Montevideo y le escribía a Larrea:

La importancia de enviar una fuerza aguas arriba no será, a mi juicio, com-parable o tan buena como la de destacar la escuadra frente a Montevideo[…] puedo asegurarle que tan sólo el mejor de los motivos me induce adesear que toda la fuerza se encuentre frente al puerto enemigo.7

Pero sucede que no todos tenían la misma fe en la victoria, además veíanen aquella acción otra temeraria maniobra y se conformaban con el inacabadotriunfo logrado en Martín García o en la probable gloria que traería una acciónmás exitosa en las lejanas aguas del río Uruguay. Para el Comandante, en cambio,todos los esfuerzos debían centrarse en el punto estratégico vital: la plaza deMontevideo.

La vehemencia de los planteos de Brown cobraban sentido ante la actitudvacilante del Directorio, que en esos días, absurdamente convencido de la carenciade recursos propios, seguramente conmovido por la derrota de Arroyo de la Chinae inclinado a evitar mayor derramamiento de sangre decidió ceder ante Vigodet,y propuso un armisticio. Pero Vigodet, que apoyado por la opinión del Cabildosobredimensionaba las dificultades de Buenos Aires, se hizo grande ante la declaradadebilidad del otro, y finalmente rechazó la propuesta.

Con el quiebre de las negociaciones no quedaban razones para justificar lainacción, y Posadas debió ceder a las presiones de Brown, Alvear y Larrea, los másconvencidos de la viabilidad de la empresa. La ocupación de Martín García habíacambiado sustancialmente las condiciones del teatro de operaciones y el plan delgobierno, tratado antes tan desaprensivamente, cobraba sentido hasta en los espíritusmás reticentes.

Para asegurar la defensa y cubrir la retaguardia del ejército sitiador, Coloniafue reforzada con dos batallones de granaderos de infantería, un escuadrón de gra-naderos a caballo y cuatro piezas de artillería y el 19 de abril una fuerza bloqueadoracompuesta por cinco buques, entre los que se encontraba la fragata Hércules, ocupabasus posiciones en la línea frente a Montevideo.

Ante la inmovilidad de los realistas, el cerco se fue cerrando y mientras se

8 Carlos de Alvear, “Narraciones”, op. cit.

desmoralizaba el espíritu de la guarnición española crecía la confianza de lospatriotas. El control del río mostró sus efectos positivos y en poco tiempo fueroninterceptados y apresados los barcos provenientes de la costa uruguaya, del Brasil,el Perú y Patagones, que con su tráfico habían mantenido la plaza en la posibilidadde despreciar el sitio terrestre que ahora cobraba sentido. Por otra parte pese a laopinión difundida sobre la sólida organización de la escuadra española, sus buquesestaban cargados de problemas y tanto el reclutamiento como el mantenimientode la disciplina y el adiestramiento exigían esfuerzos notables.

En mayo, el gobierno de Buenos Aires en conocimiento de las intencionesrealistas decidió precipitar los acontecimientos. Alvear fue designado para reem-plazar a Rondeau en el mando del ejército sitiador y se embarcó en compañía deJosé Matías Zapiola con un batallón de infantería y dos escuadrones del regi-miento de granaderos a caballo; cuando no quedaban dudas de la inminencia delcombate decisivo, la escuadra argentina se arrimó hasta la ensenada de Santa Rosadonde fueron embarcados piquetes de los cuerpos de French y de Soler, reforzandolas guarniciones de a bordo que habrían de enfrentar un abordaje.

El 14 de mayo la fuerza naval española zarpó del apostadero de Montevideocon la intención de forzar el combate, enfrentándose a la escuadra patriota.

El combate naval de Montevideo, como dio en llamarse a la cadena deacciones que comenzaron el 14 en el Buceo y finalizaron el 17 de mayo, fue elpunto culminante de un plan estratégico operacional trazado cuidadosamentepor Alvear y orientado debidamente por Brown y Larrea, para acabar con el sitioterrestre y ocupar el último bastión español en territorio argentino.

La dispersión y la parcial destrucción de la escuadra de Vigodet cerraronpara los realistas todas las posibilidades de recuperación; a partir de ese momentola rendición de la plaza de Montevideo parecía sólo una cuestión de tiempo.

El 19 de junio Alvear mandó un ultimátum: “si para mañana no se rindela plaza, o si se derrama una gota de sangre en estas veinticuatro horas, serán pasadosa cuchillo toda la guarnición y todos los habitantes de Montevideo”.8 La adver-tencia cerraba definitivamente todos los caminos y cuatro días después se firmóla capitulación.

El saldo positivo fue extraordinario, se tomaron 8 banderas de los regi-mientos españoles, casi 6.000 prisioneros, entre los que se contaban medio millarde oficiales, 18 buques de guerra y 80 mercantes, 10.000 fusiles, 1.500 quintales

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CAPÍTULO II

1862-1880La organización nacional y la modernización

CAPÍTULO I Una estrategia para el Río de la Plata.La escuadra argentina en el combate naval de Montevideo

de pólvora, 213 cañones de bronce y 965 de hierro. Romarate cuya escuadra habíaquedado aislada en aguas del Uruguay, finalmente firmó con la Provincias Unidasuna capitulación honrosa que le permitió volver a España con su gente.

La ocupación de Montevideo tuvo consecuencias profundas y beneficiosaspara la causa revolucionaria y la estrategia planteada desde Buenos Aires. Al caerel principal bastión realista de la región, el gobierno del Directorio pudo centrarsus planes militares en el norte y prestar verdadera atención al incipiente ejércitoque preparaba San Martín en Mendoza. Como si fuera un escalón imposible deeludir, los sucesos del Río de la Plata centrados sobre la Banda Oriental, dinami-zaron el curso de la guerra, permitiendo que hombres, medios y recursos orientaransus capacidades hacia las grandes empresas libertadoras de América del Sur.

BIBLIOGRAFÍA

CAILLET BOIS, Teodoro, Historia Naval Argentina, Buenos Aires, Emecé, 1944.CARRANZA, Ángel J., Campañas Navales de la República Argentina, tomos 1 y 2,Buenos Aires, Departamento de Estudios Históricos Navales, 1962.DE ALVEAR, Carlos, “Narraciones”, en Gregorio F. Rodríguez, Historia del GeneralAlvear, 1789-1852, tomo I, Buenos Aires, G. Mendesky e hijo editores, 1913.DE MARCO, Miguel Ángel, Corsarios Argentinos, héroes del mar en la Independenciay la guerra con el Brasil, Buenos Aires, Planeta, 2001.OYARZÁBAL, Guillermo, Guillermo Brown, Buenos Aires, Librería-EditorialHistórica, 2007.

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CAPÍTULO II

1862-1880 LA ORGANIZACIÓN NACIONAL Y LA MODERNIZACIÓN

1 Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (Programa PEHESA delInstituto Ravignani) y CONICET.

¿Quién controla el poder militar? Disputas en torno a laformación del Estado en el siglo XIX

HILDA SABATO1

UBA / CONICET

Introducción

En la historia del Estado en América Latina, el monopolio de la violenciapor parte de un poder central se ha considerado un paso decisivo. La adquisiciónestatal del control efectivo del uso de la fuerza se ha analizado como un procesoacumulativo, que en varios casos sólo habría culminado hacia fines del siglo XIX,con el fortalecimiento de las instituciones militares centralizadas en torno a unEjército Nacional. La Argentina no ha sido una excepción ni en su historia ni ensu historiografía. Afirmación del Estado y conformación del Ejército se han con-siderado como procesos graduales estrechamente entrelazados, que habrían cul-minado hacia 1880 con la disolución de las milicias provinciales y la definitivasubordinación de la Guardia Nacional.

Dentro de estos marcos interpretativos, la atención de los estudiosos estu-vo dirigida al Ejército como institución. En cambio, se prestó escasa atención aotras formas de organización militar, en particular a las milicias, pues se entendíaque su vigencia conspiraba contra el proceso progresivo de consolidación estatal.Para la segunda mitad del siglo XIX, éstas aparecían como fuerzas subordinadas ydestinadas inexorablemente a debilitarse; es decir, residuales. En los últimos años,esta tendencia se ha comenzado a revertir, dando lugar a una creciente producciónsobre ése y otros aspectos del pasado militar, que ha servido de inspiración para

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2 Existe una amplia bibliografía sobre estos temas referida a diferentes países de América (delNorte y del Sur) así como del resto del mundo.

¿Quién controla el poder militar? Disputas en torno a la formación del Estado en el siglo XIX

CAPÍTULO II

estas páginas.2 En ellas, me referiré primero a las formas de organización militaren la Argentina del siglo XIX, en particular a partir de la sanción de la Constituciónde 1853, y a su relación con el proceso de formación del Estado nacional. A con-tinuación, exploro las diversas concepciones vigentes en el período acerca del usode la fuerza y la naturaleza del poder estatal, las disputas generadas en torno a esacuestión a partir de luchas políticas y guerras internas y externas, y las transfor-maciones que fueron teniendo lugar en materia militar hasta finales de ese siglo.

Ejército profesional y milicia

La organización militar en la Argentina de esos años fue consagrada por laConstitución de 1853 y reglamentada por leyes y decretos posteriores. Se apoya-ba sobre dos pilares principales: el ejército de línea y la Guardia Nacional, quejuntos componían el Ejército Nacional. El primero era de índole profesional yoperaba bajo la comandancia suprema del presidente de la República. La Guardia,en cambio, reclutaba ciudadanos y aunque en última instancia debía responderal mismo comando nacional, estuvo en general controlada por los gobiernos pro-vinciales. Ambas instituciones tenían funciones diferentes y, sobre todo, repre-sentaban dos formas distintas de entender el poder de coerción del Estado.

Esta dicotomía no era una novedad argentina ni latinoamericana. La con-vicción de que la defensa de la República tanto de los enemigos externos comointernos correspondía a los propios ciudadanos, y que encomendarla a un ejérci-to profesional abría las puertas a la corrupción y la tiranía se remonta a las repú-blicas clásicas. Ese principio, sin embargo, se vio con frecuencia impugnado porquienes sostuvieron la conveniencia y mayor eficiencia de contar con profesiona-les para la guerra. Esta diferencia de criterios abrió paso al ensayo de distintassoluciones. En nuestras tierras, en el siglo XIX se recurrió a una combinación delos dos sistemas –cuerpos regulares y milicias–, lo que dio lugar a una coexisten-cia generalmente conflictiva. Sólo a fines del siglo, el predominio de las posturascentralistas llevó a privilegiar el fortalecimiento de los primeros en detrimento delas segundas, para asegurar así el monopolio estatal del uso de la fuerza.

En Hispanoamérica, la institución de la milicia se remonta a los tiemposde la colonia, cuando la Corona española, que mantenía fuerzas regulares en susterritorios, también fomentó la creación de batallones integrados por los habitan-

3 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina crio-lla, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972; y “Militarización revolucionaria en Buenos Aires, 1806-1815”,Tulio Halperin Donghi (comp.), El ocaso del orden colonial en Hispanoamérica, Buenos Aires,Sudamericana, 1978; Gabriel Di Meglio, “Milicia y política en la ciudad de Buenos Aires durantela Guerra de Independencia, 1810-1820”, en Manuel Chust y Juan Marchena (eds.), Las armas dela nación. Independencia y ciudadanía en Hispanoamérica (1750-1859), Madrid, Iberoamericana,2007; y ¡Viva el pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política entre la revolución y el rosismo,Buenos Aires, Prometeo, 2007; Carlos Cansanello, De súbditos a ciudadanos. Ensayo sobre las liber-tades en los orígenes republicanos. Buenos Aires, 1810-1852, Buenos Aires, Imago Mundi, 2003. 4 Los ejemplos de Estados Unidos y Francia fueron importantes en ese sentido. El derecho del ciu-dadano a portar armas en defensa de su patria fue uno de los pilares del modelo político anglosajón,incorporado a la constitución de los Estados Unidos en su segunda enmienda. En la Francia revolu-cionaria, la Guardia Nacional se consideró “la soberanía nacional en acto, la expresión visible y arma-da de la nueva fuerza opuesta al absolutismo real” y se asoció con la ciudadanía. Existe abundantebibliografía sobre estos casos. Véanse, entre otros, Edmund Morgan, Inventing the People. The Rise ofPopular Sovereignty in England and America, Nueva York y Londres, Norton, 1988; y PierreRosanvallon, Le sacré du citoyen, París, Gallimard, 1992.

HILDA SABATO

tes de cada lugar para la defensa local. En el Río de la Plata, estas milicias se orga-nizaron de manera más sistemática a partir de 1801, cuando se estableció quetodos los varones adultos con domicilio establecido, debían integrarlas. Apenasunos años más tarde, en 1806 y 1807, sus batallones –engrosados por miles devoluntarios– jugaron un papel clave en la derrota de los ingleses en su intento deocupar Buenos Aires.3

Las milicias habían llegado para quedarse. Su presencia resultó clavedurante la Revolución de Mayo y a partir de entonces quedarían asociadas a laaventura que se iniciaba, la de la ruptura del orden colonial y de construcción deformas republicanas de gobierno. Por entonces, la institución pasó a considerar-se un pilar de la comunidad política fundada sobre la soberanía popular.4 Y sibien después de la Revolución, las necesidades que impuso la guerra llevaron aprivilegiar la formación de cuerpos profesionales, algo más tarde las milicias fue-ron reapareciendo tanto en Buenos Aires como en otras ciudades del antiguovirreinato y fueron reguladas por el Reglamento Provisorio de 1817, dictado porel Congreso de las Provincias Unidas. Cuando en 1820 cayó el gobierno central,las provincias mantuvieron el sistema de milicias ajustado a las disposiciones deaquel reglamento.

Después de Caseros, y del dictado de la Constitución en 1853 que orga-nizó la República, el gobierno de la Confederación Argentina intentó nuevamen-te la creación de Fuerzas Armadas a escala nacional, a las cuales debían contribuirtodas las provincias. Se estableció así la formación de un Ejército Nacional inte-

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HILDA SABATO¿Quién controla el poder militar? Disputas en torno a la formación del Estado en el siglo XIX

7 Oscar Oszlak, La formación del Estado argentino. Orden, progreso y organización nacional, BuenosAires, Editorial de Belgrano, 1982, caps. 1 y 2. Entre 1863 y 1881 el ejército regular se componía dedoce batallones de infantería, doce regimientos de caballería y tres unidades de artillería (Comando enJefe del Ejército, Reseña histórica y orgánica del Ejército Argentino, Buenos Aires, Círculo Militar, 1971). 8 Hilda Sabato, La política en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos Aires, 1862-1880,

5 Registro Oficial de la República Argentina, tomo III, 1883, p. 109.6 Flavia Macías, “De ‘cívicos’ a ‘guardias nacionales’. Un análisis del componente militar en el pro-ceso de construcción de la ciudadanía. Tucumán, 1840-1860”, en Manuel Chust y Juan Marchena(eds.), Las armas de la nación. Independencia y ciudadanía en Hispanoamérica (1750-1859), Madrid,Iberoamericana, 2007. El artículo 67º, inciso 24, de la Constitución Nacional de 1853 establecíaentre las facultades del Congreso Nacional: “Autorizar la reunión de la milicia de todas las provinciaso parte de ellas, cuando lo exija [la] ejecución de las leyes de la Nación, ó sea necesario contener insu-rrecciones ó repeler invasiones. Disponer la organización, armamento y disciplina de dichas miliciasy la administración y gobierno de la parte de ellas que estuviese empleada en servicio de la Nación,dejando á las provincias el nombramiento de sus correspondientes jefes y oficiales y el cuidado de esta-blecer en su respectiva milicia la disciplina prescripta por el Congreso”.

CAPÍTULO II

grado por el ejército de línea, de carácter profesional; las milicias provinciales,para garantizar el orden local, y una nueva institución, la Guardia Nacional, sobreel principio de la ciudadanía en armas. La creación de ésta daba carácter nacionala una institución que, como la milicia, había sido hasta entonces netamente local.De acuerdo con la nueva legislación, de 1854: “Todo ciudadano de laConfederación Argentina desde la edad de 17 años hasta los 60 está obligado a sermiembro de alguno de los cuerpos de Guardias Nacionales”.5 Aunque la organiza-ción de esos cuerpos quedaba a cargo de los gobiernos provinciales, dependían delpoder central y, como fuerzas de reserva, debían auxiliar al ejército de línea cuandoles fuera requerido por las autoridades nacionales. Sin embargo, con frecuencia lasprovincias manejaron esos recursos militares con bastante autonomía.6

Las fuerzas regulares también tenían su historia. Como hemos dicho, lashubo durante la colonia, las guerras de independencia y después. En la décadade 1850, el presidente Urquiza propuso un ejército para la Confederación, peroapenas contó con el que había formado en Entre Ríos para dotar sus filas. Ycuando Bartolomé Mitre llegó a la presidencia de la República en 1862, hizoalgo parecido: a partir de la estructura militar de Buenos Aires sentó las bases delejército de línea. En las décadas siguientes, ese nuevo ejército, ampliado paraincorporar reclutas y oficiales de diferentes lugares del país, actuó en distintosfrentes, desde la defensa de las fronteras y la represión de levantamientos arma-dos contra el poder central, hasta la Guerra de la Triple Alianza contra elParaguay y la campaña de ocupación de la Patagonia y el Chaco. Desde elgobierno nacional se hicieron esfuerzos por reglamentar la carrera militar y for-mar a los oficiales, así como por dotar de recursos y equipar a las fuerzas. Hacia1880, este ejército contaba con una tropa regular de cerca de 10.000 hombres,

con una estructura jerárquica establecida, con una organización que cubría todoel territorio, y con equipamiento a la altura de los tiempos.7

En casi todas las instancias en que intervino el ejército de línea, también lohizo la Guardia Nacional. Pero la coexistencia entre ambas instituciones no fuefácil, pues si bien cada una de ellas tenía fines específicos definidos por la legisla-ción, en la práctica éstas se superponían. Representaban, además, dos modelosdiferentes de organización militar –en términos de su composición, estructura yfuncionamiento– y de concebir la defensa y el poder del Estado. Esta convivenciaperduró, con algunos cambios, hasta finales de siglo cuando se instauró un tercermodelo (inicialmente esbozado en las leyes de 1894 y de 1895, y más tarde con-firmado por la ley de 1901) basado en la conscripción obligatoria para el recluta-miento de soldados, bajo el mando de oficiales y suboficiales profesionales.

La Guardia Nacional

En el diseño institucional del Ejército Nacional la existencia de una fuerza pro-fesional se combinaba, entonces, con una reserva que si bien debía responder al mismocomando, en la práctica estaba descentralizada: la Guardia Nacional. Ésta representa-ba, además, la “ciudadanía en armas” y ocupaba un lugar material y simbólico diferen-te al del ejército de línea. Por una parte, la Guardia se consideró un espacio legítimode participación ciudadana y se convirtió en un actor político fundamental. Las redesmilitares y políticas tejidas en torno a ella jugaron papeles destacados en las luchas porel poder, tanto en tiempos electorales como de revolución. Por otra parte, desde elpunto de vista simbólico, las milicias figuraron desde muy temprano en el discursopatriótico argentino. La actuación de los regimientos coloniales de Buenos Aires con-tra los ingleses primero y algo más tarde en la Revolución de Mayo se convirtió en unareferencia mítica en la historia de la República. La “virtuosa milicia” estaba integradapor ciudadanos libres con la obligación de portar armas en defensa de su patria, unaobligación que era a su vez un derecho, un deber y hasta un privilegio. Tal fue la retó-rica oficial en torno a las milicias y más tarde a la Guardia Nacional, pero ella tambiénformó parte del imaginario colectivo de amplios sectores de la población que se iden-tificaban con el papel del ciudadano armado y conocían las diferencias simbólicas yprácticas entre esa figura y la del soldado de línea.8

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9 Tulio Halperin Donghi, Proyecto y construcción de una nación (Argentina 1846-1880), Caracas,Biblioteca Ayacucho, 1980; Oscar Oszlak, op. cit.

Buenos Aires, Sudamericana, 1998 (2ª edición, 2004); “El ciudadano en armas: violencia política enBuenos Aires (1852-1890)”, en Entrepasados, Nº 23, Buenos Aires, 2002; “Milicias, ciudadanía yrevolución: el ocaso de una tradición política. Argentina, 1880”, en Ayer. Revista de HistoriaContemporánea, Nº 70, Madrid, 2008.

CAPÍTULO II

Así, mientras la figura del soldado profesional y pago se asociaba con fre-cuencia a la del mercenario, la del miliciano, en cambio, portaba el aura del ciu-dadano. A esa distinción clásica de resonancias republicanas, se sumaba una con-notación de índole social o sociocultural. El soldado profesional se asimilaba alpobre que se alistaba porque no tenía otro medio posible de vida o, aun peor, aldelincuente, “vago y malentretenido” –en los términos de la época– reclutado porla fuerza, “destinado”. Milicianos eran, en cambio, todos los ciudadanos, lo quejerarquizaba en principio a la propia fuerza y a sus integrantes. La ley tambiénfijaba diferentes derechos y obligaciones.

Estas diferencias en varios planos no necesariamente se correspondían conclivajes efectivos. En términos de su composición social, las milicias tambiénreclutaban mayoritariamente, aunque no de manera exclusiva, a varones prove-nientes de las capas populares de la población. Sus derechos eran con frecuenciaviolados. La arbitrariedad en el reclutamiento, la falta de paga, el servicio exten-dido mucho más allá de los plazos estipulados, las privaciones materiales, los cas-tigos físicos y el traslado fuera de la región daban lugar a protestas personales ymotines colectivos. Inspiraron, además, toda una literatura de denuncia de lasiniquidades del “contingente” y, en particular, del servicio de frontera. En cuan-to a sus funciones, con mucha frecuencia se superponían con las de los soldadosy entonces era difícil distinguir entre una y otra fuerza.

Aun así, Guardia Nacional y ejército de línea respondían a principios dife-rentes, que resultaban claros para los contemporáneos. Quienes defendían a losmilicianos de los abusos del sistema, lo hacían señalando la violación de los prin-cipios sobre los cuales éste debía fundarse. Por su parte, la retórica de la ciudada-nía en armas cumplía un papel importante en la vida política, y las milicias fun-cionaban, además, como redes concretas de organización política. Y sobre todo,eran una fuerza parcialmente descentralizada, que fragmentaba el poder militar.

Jefes militares

La combinación de diferencias y superposiciones manifiesta en las funcio-nes del Ejército de línea y de la Guardia Nacional, también era visible en la orga-nización de sus mandos. Sólo en la década de 1870, durante la presidencia de

Sarmiento, se crearon instituciones destinadas a dar una formación sistemática alos oficiales militares: el Colegio Militar y la Escuela Naval. Por lo tanto, duran-te el período que nos ocupa, los jefes surgieron de la llamada “carrera de lasarmas”, de carácter práctica y política. Así, la formación del ejército de línea entiempos de Mitre se hizo, como ya señalamos, sobre la base de la GuardiaNacional de Buenos Aires, y sus jefes y oficiales surgieron de allí. A ese conjunto,se agregaron luego otros oficiales, confirmados en la acción, tanto en el frenteinterno como en la frontera y sobre todo, en la guerra contra el Paraguay.9

En cuanto a la Guardia Nacional, los perfiles no eran demasiado diferen-tes, ya que si bien no había una carrera formal equivalente a la del Ejército, losque fungían como comandantes fueron, con frecuencia, figuras civiles pero contrayectoria práctica en el campo de la acción guerrera y muchas veces, con gradoen el Ejército. Tanto en una como en otra institución, los jefes operaban enmedio de una trama de relaciones y solidaridades horizontales y verticales que sedesarrollaban a partir de la propia acción militar y política y que alimentaban elespíritu de cuerpo, dando prestigio a algunos de sus jefes por sobre otros y esta-bleciendo vínculos entre oficiales que favorecían el reconocimiento corporativo.Éste no era, sin embargo, excluyente.

En efecto, la mayoría de estos jefes y oficiales tenían, además de su historiamilitar, actuación política y pública, como hombres de partido, legisladores yperiodistas, entre otros. Por lo tanto, identificarlos –como se ha hecho con frecuencia–simplemente como “militares” puede dar lugar a confusiones y anacronismos. Enefecto, los alcances y límites de esa profesión estaban todavía en definición. Puessi bien existía una carrera posible en el Ejército y en la Guardia Nacional, másque de una formación profesional sistemática o de un escalafón jerárquico estric-to, ésta dependía sobre todo de la actuación en el campo de batalla y de las cone-xiones y lealtades político-partidarias. Esa carrera no era, por otra parte, incom-patible con otras “profesiones”.

Esta situación puede, quizá, explicar otro rasgo común a muchos de losjefes: su identificación con la fuerza no era corporativa y podía quedar subordi-nada a otras identidades. Así, por entonces nadie se sorprendía frente a alinea-mientos fundados sobre identidades y lealtades políticas (y aun personales) quetenían precedente sobre la carrera militar. Al mismo tiempo, y aunque puedaparecer paradójico, aquéllas con frecuencia se forjaban o se fortalecían en el seno

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13 Existe una abundante bibliografía sobre estos conflictos. Entre los más recientes, que han inspiradoestas reflexiones, véanse en especial María Celia Bravo, “La política ‘armada’ en el norte argentino. El pro-ceso de renovación de la elite política tucumana”, en Hilda Sabato y Alberto Lettieri (comps.), La vidapolítica en la Argentina del siglo XIX. Armas, votos y voces, Buenos Aires, FCE, 2003; Tulio HalperinDonghi, Proyecto y construcción..., op. cit.; Gustavo Paz, “El gobierno de los ‘conspicuos’: familia y poderen Jujuy, 1853-1875”, en Hilda Sabato y Alberto Lettieri (comps.), op. cit.; y los textos reunidos en BeatrizBragoni y Eduardo Míguez (comps.), Un nuevo orden político. Provincias y Estado Nacional, 1852-1880,Buenos Aires, Biblos, en prensa.

10 Hilda Sabato, Buenos Aires en armas. La revolución de 1880, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.11 Oscar Oszlak, op. cit., pp. 112-114.12 Esta concepción –que reconocía también sus variantes– estaba en sintonía con algunos de los lenguajespolíticos que circularon en Hispanoamérica del siglo XIX; se vinculaba con viejas convicciones pactistas y decuño iusnaturalista a la vez que se realimentaba en nuevas combinaciones con motivos provenientes de lasmatrices liberal y republicana. Y se articulaba con otros conceptos clave como los de representación y opi-nión pública (Elías Palti, El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007).

CAPÍTULO II

mismo de las instituciones armadas, pues el Ejército y la Guardia constituyeronespacios de sociabilidad donde se construían y reproducían redes políticas.10

En suma, durante buena parte del siglo XIX las fuerzas militares fueronparte de la vida civil y política argentina y no funcionaron como un estamentodiferenciado del resto de la población. Sus jefes, aun en el caso de los oficiales decarrera profesionales del ejército de línea, estaban asociados a otras actividades yse reconocían en ellas. La identificación corporativa del “militar”, tan habitual enel siglo XX, resultó –por lo tanto– de un desenvolvimiento posterior.

Ejército Nacional

Si hasta aquí hemos considerado a la Guardia y el ejército de línea comoinstituciones que tenían sus propias lógicas de organización y funcionamiento, enlas páginas que siguen atenderemos a su actuación en los marcos de un únicoEjército Nacional. En los años de la llamada “organización nacional”, éste se desem-peñó principalmente en tres frentes: interior, exterior y de frontera, y consumióparte importante del presupuesto del gobierno nacional. En efecto, los gastos enel rubro “Guerra y Marina” superaron el 50% del total en los años de mayor acti-vidad de la década de 1860; bajaron para estacionarse en torno al 40% en lasiguiente; después de un pico del 47% en 1880, volvieron a disminuir a porcen-tajes en torno al 25% en el resto de esa década y aun más en la siguiente.11

En el primer frente, el interno, las disputas políticas incluyeron el desplie-gue de la fuerza como una herramienta recurrente, pues la violencia (en ciertosformatos y con ciertas reglas) ocupaba un lugar aceptado en la vida política delperíodo. En ese marco, se observa que el derecho del ciudadano a resistir el des-potismo fundamentó muchas de las luchas del siglo XIX: según una concepciónmuy difundida en la época, cuando los gobernantes abusaban del poder, el pue-blo (los ciudadanos) tenía no sólo el derecho sino la obligación, el deber cívico,de hacer uso de la fuerza para restaurar las libertades perdidas y el orden origina-rio presumiblemente violado. La mayor parte de las revoluciones de esas décadasse sostuvieron sobre esos principios.12 Así, el cargo de “despotismo” o “tiranía”

fue usado por quienes por diversas razones (no siempre adjudicables a compor-tamientos efectivamente “despóticos”) estaban disconformes con el gobiernolocal o nacional de turno y entendían que podían (y debían) actuar en conse-cuencia por la vía armada. Según esa visión, correspondía a las milicias y laGuardia Nacional un rol fundamental pues representaban a la ciudadanía enarmas, rol que no dudaron en asumir en levantamientos y revoluciones. Por suparte, si bien al ejército de línea le cabía en cambio el papel de brazo armado delgobierno nacional, con frecuencia parte de sus efectivos figuraron entre las fuer-zas que se levantaban contra el orden imperante.

Así ocurrió en muchos de los levantamientos de la década de 1860, dondelas “montoneras” funcionaron como milicias y fueron encabezadas por quieneshabían sido (y a veces seguían siendo) comandantes de Guardias Nacionales ydonde oficiales del ejército de línea podían aparecer en uno y otro lado de la trin-chera, según alineamientos regionales de complicada geografía. Esos enfrenta-mientos muchas veces se interpretaron como conflictos entre un Estado centraly fuerzas que se oponían a su creciente poder. La historiografía reciente, sinembargo, analiza estas guerras en términos más complejos, ya que las alianzaspolíticas entre dirigentes provinciales, regionales y “nacionales” muestran unescenario que no puede reducirse apenas a dos términos contrapuestos. En dichoescenario, el Ejército Nacional estaba atravesado por brechas político-militares:no sólo la Guardia no respondía necesariamente al mando central y dependía delos alineamientos provinciales y regionales, sino que aun el ejército de línea,supuestamente bajo el comando del Presidente, muchas veces se encontraba par-tido por rivalidades entre jefes que a su vez tenían lealtades previas a las que debí-an al Estado nacional.13

En el frente externo, el principal conflicto fue, como sabemos, la Guerrade la Triple Alianza contra el Paraguay. La Argentina movilizó para la ocasión suejército de línea, que al comenzar la contienda tenía unos 6.500 hombres, a la vezque convocó a una parte de la Guardia Nacional hasta completar unos 25.000

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14 Tulio Halperin Donghi, Proyecto y construcción..., op. cit.; Oscar Oszlak, op. cit.

CAPÍTULO II

hombres en total. Las tropas argentinas tuvieron su compromiso más fuerte enlos primeros años ya que, hacia el final, sólo quedaban unos 4.000 efectivos enese frente. La guerra fue larga, costosa en hombres y recursos, y muy controverti-da desde el principio. Si bien el gobierno de Mitre inicialmente recibió apoyos dediferentes sectores, incluso de quienes en Buenos Aires se presentaron entusiasma-dos como voluntarios, también encontró resistencias fuertes que, a medida que elgobierno nacional presionaba por reclutar, se convirtieron en rebelión activa endistintos lugares del país. Guardias nacionales de varias provincias se opusieronpor fuerza a la movilización y parte de los efectivos de línea y guardias de otras pro-vincias fueron asignados a reprimir esas resistencias. Mientras tanto, en el frenteparaguayo la situación era muy difícil, y si bien a la larga los aliados salieron triun-fantes militarmente, los costos humanos y materiales fueron altísimos.

Desde el punto de vista militar, sin embargo, los historiadores han coinci-dido en señalar que la guerra fortaleció al Ejército Nacional como institución yen consecuencia, contribuyó a consolidar el Estado. Al transformar un conflictoque inicialmente era de índole partidaria en un enfrentamiento entre naciones, laguerra generó nuevas alianzas y lealtades no sólo entre la oficialidad sino aunentre la tropa. También, al poner a prueba el aparato militar en una contienda deenvergadura, fortaleció las relaciones de mando y obediencia, redibujó jerarquías,y creó nuevos liderazgos internos. Finalmente, la represión de los rebeldes contri-buyó a debilitar en gran medida la capacidad de resistencia de las fuerzas de variasprovincias, en especial en las regiones del NOA y del Litoral.14

Desde el punto de vista político, por su parte, si bien Mitre y su partidoquedaron muy golpeados por las vicisitudes de la guerra y por las críticas que des-pertó su accionar, el alineamiento del gran líder federal Urquiza con el gobiernonacional abrió paso a una nueva etapa política. La presidencia de Sarmiento fue,en ese sentido, un momento clave, no sólo porque su candidatura se desmarcó delos clivajes tradicionales entre liberales y federales, sino porque, además, una vezen el poder se ocupó de tomar medidas destinadas a modificar la organizaciónmilitar vigente en pos de una mayor centralización y del reforzamiento y la jerar-quización del ejército de línea. En consonancia con ello, buscó debilitar la auto-nomía con que las autoridades provinciales manejaban la Guardia Nacional yafirmar su subordinación al poder central.

El tercer terreno de acción fue la frontera con las sociedades indígenas. Laexistencia de territorios de contacto y de disputa con diferentes naciones indíge-

nas venía de larga data. En las décadas que nos ocupan, el gobierno central y losde provincia continuaron manteniendo fronteras móviles con dichas naciones, yrelaciones que alternaban la negociación y la confrontación. Dentro del amplioespectro de acciones que los gobiernos desplegaban en ese sentido, las militareseran recurrentes. Para operar en ese terreno, recurrían tanto a fuerzas del ejércitode línea como de la Guardia; estas últimas inicialmente correspondían a las pro-vincias con frontera en disputa, pero a partir de 1870 se dispuso que todas lasprovincias tendrían que contribuir a ese esfuerzo. Hemos mencionado ya lasresistencias y las protestas que hubo en torno a la movilización de milicias en lafrontera y a los abusos a que dio lugar ese sistema, que fue materia de controver-sia política permanente. Más que detallar esas fricciones me interesa, en cambio,marcar un punto de inflexión en la política fronteriza: la que tuvo lugar con ladecisión de ocupar militarmente los territorios de la Patagonia y el Chaco.

La campaña de ocupación implicó un importante cambio en la políticahacia las sociedades indígenas, por parte de un gobierno que buscaba fortalecerel poder central, controlar efectivamente el territorio que consideraba bajo susoberanía y reducir a la obediencia a quienes se opusieran a la potestad estatal. Elpresidente Avellaneda estuvo dispuesto a otorgar al Ejército Nacional la dosis depoder necesaria para alcanzar esos objetivos, un ejército más centralizado, moder-nizado y disciplinado que el de las décadas anteriores. A su vez, esa guerra colocóa la institución en un lugar de gran visibilidad, y el éxito obtenido (en relación conlos objetivos planteados) le dio prestigio no sólo a la fuerza sino también a susjefes, en especial a Julio Roca, quien a pesar de su alto perfil profesional, operótambién, y muy activamente, en el terreno político y pronto se lanzó a la candi-datura presidencial.

Frente a ese Ejército aparentemente cohesionado luego de la llamada“Campaña del Desierto” podría pensarse que los días de la fragmentación militarhabían terminado. Sin embargo, como veremos, la modernización no alcanzópara acabar con los conflictos que involucraban tanto disputas partidarias comoprincipios políticos. Así, poco después se desató una contienda que mostró hastaqué punto aquella fragmentación seguía vigente.

La revolución de 1880

En el año 1880 los argentinos debían elegir presidente de la República.Luego de varios meses de discusiones y negociaciones en torno a las candidaturas,dos nombres quedaron en firme: los de Julio A. Roca, ministro de Guerra, yCarlos Tejedor, gobernador de la provincia de Buenos Aires. La disputa que siguió

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15 Hilda Sabato, “Milicias, ciudadanía y revolución...”, op. cit.; Buenos Aires en armas..., op. cit

CAPÍTULO II

involucró no sólo las movilizaciones habituales en tiempos de elección, sino tam-bién conflictos violentos en varios lugares del país y una última confrontaciónarmada en Buenos Aires.

A poco de iniciada la carrera electoral, Tejedor anunció que su provinciano aceptaría la imposición de una candidatura “gubernativa” y que iniciaría la“resistencia”. Convocó, entonces, a la Guardia Nacional a ejercicios doctrinales.El gobierno nacional, en la persona de su ministro del Interior, Domingo F.Sarmiento, respondió de inmediato: las provincias no tenían potestad para movi-lizar la Guardia, que reclutaba ciudadanos pero servía de reserva a las fuerzasregulares y debía responder a éstas. El gobernador, sin embargo, insistió en susprerrogativas y decidió, además, apelar a la población civil para que se nuclearaen torno de cuerpos de voluntarios, según el viejo modelo de las milicias.

El gobierno nacional, en cambio, volvió a reclamar para sí el monopoliode la fuerza, tomando la iniciativa de elevar un proyecto de ley al Congreso refe-rido a la Guardia Nacional. Allí se establecía que ésta “no podrá ser convocadapor las autoridades provinciales, ni aún para ejercicios doctrinales, sino por ordendel P. E. de la Nación” y se ordenaba licenciar inmediatamente todos los batallo-nes provinciales. En el gabinete hubo desacuerdos, pero de todas maneras, el pro-yecto pasó al Congreso, con un mensaje presidencial donde se afirmaba que elrégimen federal no admitía otras fuerzas que no fueran las de la Nación. Tambiénen la Legislatura de Buenos Aires se trató un proyecto en el mismo sentido.15

Se pusieron así en escena diferentes concepciones acerca de la organizacióny el control sobre los recursos militares y del papel que el Estado nacional y lasprovincias debían tener en relación con el uso legítimo de la fuerza. La posicióndel presidente Avellaneda y del candidato Roca se fundaba sobre una concepciónfuertemente centralista en la materia. Los rebeldes porteños, en cambio, se opo-nían a la concentración del poder de fuego en el ejército profesional y abogabanpor una distribución de ese poder entre éste y las milicias, institución que repre-sentaba a la vez a las autonomías provinciales y a la ciudadanía en armas. Estapostura no sólo era sostenida por Tejedor y sus amigos políticos, sino tambiénpor muchos de sus adversarios que, como Leandro Alem, si bien se opusieron ala rebelión encabezada por el gobernador, no coincidían con los centralizadoresen que la convocatoria a la Guardia fuera prerrogativa del gobierno nacional.

Finalmente, los proyectos centralistas no fueron aprobados ni en la Legislaturade la provincia ni en el Congreso. Y si en ambos casos sus miembros introdujeron

medidas para frenar a Tejedor y la revolución en Buenos Aires, no estuvieron dis-puestos, en cambio, a suscribir la doctrina del Ejecutivo Nacional que retaceaba lapotestad de las provincias y sus gobernadores en relación con las milicias.

Todas estas discusiones revelan que hacia 1880 no había consenso respectoa la completa centralización del poder militar en manos del gobierno nacional. Lacontroversia se dio sobre todo en relación con el grado de control que las autori-dades de provincia debían tener sobre la Guardia Nacional, pero remitía a unacuestión más amplia acerca de cómo concebir el poder del Estado. Finalmente,esta controversia no se dirimió a través de las palabras, sino de las armas.

Poco tiempo después de la sanción de esas leyes, los rebeldes porteñosmovilizaron de todas maneras la Guardia Nacional de la provincia y los batallonesvoluntarios de milicias. Contaron para ello no sólo con el apoyo creciente de lapoblación de Buenos Aires sino con la colaboración de varios prestigiosos oficia-les del ejército de línea. Si bien ellos habían participado de campañas militaresencabezadas por el propio Roca, en esta ocasión pidieron la baja de la instituciónpara poder liderar las tropas porteñas en su resistencia a la “imposición” de la can-didatura del General apoyada por el gobierno nacional. Éste, por su parte, prepa-ró su defensa convocando a los regimientos de línea y a la Guardia de varias pro-vincias, los que en junio de 1880 se impusieron a los revolucionarios en sangrien-tos combates a las puertas de la ciudad. A esa derrota militar siguió la derrota polí-tica, con consecuencias de largo plazo para la organización de la República. Entrelas primeras medidas adoptadas por el flamante gobierno del presidente Roca estu-vo la ley promulgada el 20 de octubre de 1880 que prohibió “a las autoridadesprovinciales formar cuerpos militares bajo cualquier denominación que sea”.

Modelos

Así terminaba una larga historia de ambigüedades y controversias en tornoa la organización militar y al control del uso legítimo de la fuerza. Aunque des-pués de ese año de 1880 hubo otras revoluciones y la Guardia Nacional, en varioscasos, volvió a actuar con autonomía del centro, el criterio dominante a partir deentonces privilegió la concentración efectiva del poder militar. Durante décadas,ese modelo había competido en desventaja con uno diferente, que pretendía unsistema menos vertical y más fragmentado, en el que ese poder fuera compartidoentre el gobierno nacional y los provinciales. El primero implicaba el fortalecimiento

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del ejército de línea, formado por soldados profesionales, mientras que el segundoinsistía en la necesidad de preservar la institución de la milicia basada en el principiode la ciudadanía armada. Si bien resulta sin duda excesivo ver en las propuestasque se enfrentaron en el año 1880 la expresión de dos modelos alternativos deEstado y de república, lo cierto es que pusieron de manifiesto que había manerasdiferentes de pensar la defensa, el uso de la fuerza y la concentración del poderde coerción.16 También, el lugar de los ciudadanos en la vida política. El desenlacedel año 1880 resultó en el predominio de una sobre otra. No se trató, sin embargo,del resultado lineal de un proceso progresivo de formación del Estado, sino deltriunfo de un tipo de Estado y de un estilo de república por sobre otros posibles,que estuvieron en juego durante varias décadas.

Esa afirmación estatal encontró todavía impugnaciones en las décadasfinales del siglo, que si no pudieron poner en jaque la preponderancia ya establecidadel gobierno central en materia militar, generaron enfrentamientos y perturba-ciones no siempre fáciles de controlar. La solución definitiva ocurrió poco después,a partir de la modificación radical del sistema en su conjunto. La instauración delservicio militar obligatorio y la constitución de un ejército con mandos profesionalesy tropa de reclutas fueron las bases de un nuevo modelo de defensa que regiríaen la Argentina durante casi todo el siglo XX.

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16 Sobre este punto resulta sugerente el análisis sobre el caso norteamericano realizado enDaniel H. Deudney, “The Philadelphian System: Sovereignty, Arms Control, and Balance ofPower in the American States-Union, circa 1787-1861”, en International Organization, año 49,Nº 2, primavera de 1995.

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CAPÍTULO II

1862-1880 LA ORGANIZACIÓN NACIONAL Y LA MODERNIZACIÓN

Milicias, Ejército y construcción del orden liberal en laArgentina del siglo XIX

BEATRIZ BRAGONIUNCU / CONICET

En la Argentina de mediados del siglo XIX la construcción del Estadonacional era todavía un asunto pendiente. El pacto político sellado en laConstitución jurada en 1853, y reformada en 1860, si bien constituyó un hitodecisivo en el proceso de unificación política, no resultó suficiente para asentarun orden político estable entre las provincias argentinas. Éste habría de sobreve-nir treinta años después cuando el sistema de alianzas y rivalidades que habíandominado el escenario posterior a Caseros, cediera su paso a la emergencia de unsistema político nacional liderado por una nueva clase política que, imbuida delos preceptos liberales, hizo primar la autoridad de la nación por sobre cualquierpoder rival o competencia.1

Las milicias y el Ejército se convirtieron en actores cruciales aunque noexclusivos de ese proceso. No sólo porque el factor represivo resulta un ingredienteinsustituible de todo poder estatal moderno sino porque la Revolución de laIndependencia hizo de ellas los vehículos de integración y participación políticapopular que trastornaron por completo los canales de transmisión de autoridady poder prevalecientes en el antiguo régimen colonial, convirtiéndose en un dile-ma crucial del orden posrevolucionario. Aun más, aquella sociabilidad guerreradisparada con la Revolución representó una experiencia colectiva que incluyó aconglomerados de individuos y grupos sociales nunca antes conocida en el espa-cio rioplatense, y sujeta a una movilidad territorial por incentivos políticos sin

1 Tulio Halperin Donghi, Proyecto y construcción de una nación: Argentina, 1846 1880, Caracas,Biblioteca Ayacucho, 1984. Natalio Botana, El Orden Conservador, la política argentina entre1880 y 1916, Buenos Aires, Sudamericana, 1979; y La tradición republicana, Buenos Aires,Sudamericana, 1984.

CAPÍTULO II

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2 Beatriz Bragoni, Los hijos de la revolución. Familia, poder y negocios en Mendoza en el siglo XIX,Buenos Aires, Taurus, 1999.

Milicias, Ejército y construcción del orden liberal enla Argentina del siglo XIX

CAPÍTULO II

precedentes con capacidad de generar identidades nacionales no necesariamenteidénticas a las que habrían de prevalecer después de 1830.

Ahora bien, si caben pocas dudas sobre la centralidad de aquel formidableproceso de militarización y politización popular, no resulta menos relevanteadvertir su impacto en la erección de la pirámide caudillesca que sucedió a la pul-verización de las Provincias Unidas en 1820 al hacer descansar sobre esos contin-gentes inestables de milicias cívicas movilizadas, el nervio transmisor de la acciónpolítica colectiva que superó en mucho las bases sociales del rosismo alcanzandola casi completa geografía de la Argentina criolla. Menos aun ha de sorprenderque la emergencia de esos liderazgos no resultaba del todo independiente asícomo tampoco los marcos institucionales o normativos que organizaban los pre-carios y/o desiguales poderes provinciales convertidos en flamantes soberaníasindependientes, ni tampoco el complejo sistema de alianzas y hostilidades inter-provinciales que estructuraron, aun en la inestabilidad, la institucionalización delpoder nacional en el siglo XIX.

En las últimas décadas la historiografía ha mejorado la comprensión delviolento y creativo proceso de construcción estatal edificado entre 1852 y 1880:de Jujuy a Corrientes, de La Rioja a Mendoza, de Tucumán a Santa Fe, de EntreRíos a Buenos Aires emanan evidencias firmes de las formas asumidas por ese radi-cal proceso de transformación, de integración política y territorial que hizo delarchipiélago de provincias un edificio republicano capaz de subsumir las tradicio-nes políticas que hasta entonces habían sido pensadas de convivencia imposible.En ese resultado, las elites provinciales cumplieron un papel protagónico: no sóloen lo que atañe a la edificación de los poderes públicos en el variado mosaico depoder de la Argentina independiente, sino en relación a la compleja trama de rela-ciones de negociación y conflicto que contribuyeron a conducir cadenas de obe-diencia al interior de cada fragmento del espacio político argentino, para hacer deellas un resorte decisivo de la conquista de obediencia al Estado nacional en detri-mento de sus rivales. En cualquiera de los casos, las evidencias reunidas sobre dife-rentes experiencias políticas provinciales han puesto algunos reparos a las vertien-tes historiográficas que hacían del poder central un actor externo a las situacionesprovinciales, o que en última instancia, y tal como lo advirtió Natalio Botana, ter-minaban asociándolo de manera directa con el predominio de la provincia deBuenos Aires. Mirado en detalle, ese denso proceso de estructuración política

3 Hilda Sabato, “El ciudadano en armas: violencia política en Buenos Aires (1852-1890)”, enEntrepasados. Revista de Historia, año XII, Nº 23, 2002, pp. 149-169; y su reciente Buenos Aires enarmas. La revolución porteña de 1880, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008. Véase también, Flavia Macías,“De civicos a guardias nacionales. Un análisis del componente militar en la construcción de ciudada-nía. Tucumán, 1840-1860”, en M. Chust y J. Marchena (eds.), Las armas de la nación. Independenciay ciudadanía en Hispanoamérica (1750-1850), Iberoamericana-Vervuert, 2007, pp. 263-290. 4 Véase a modo de ejemplo, Carlos Floria y César García Belsunce, Historia de los argentinos,Buenos Aires, Kapelusz, 1975.

BEATRIZ BRAGONI

pone en evidencia el resultado de un proceso de ida y vuelta a través del cual laselites locales debieron traccionar la obediencia de la periferia a su favor, al tiempoque se vieron obligadas a resignar las posiciones adquiridas, o bien integrarse a unnuevo actor colectivo –la elite política nacional– la cual pasaría a ocupar un papelprimordial en el también nuevo estado de cosas. En tal sentido, el proceso de cen-tralización política que redefinió las relaciones entre nación y provincias en el ciclopolítico que se clausura en 1880, difícilmente pudo eludir sino que tuvo que dis-poner de prácticas e instituciones políticas creadas primero en la dimensión localde poder, y que su efectiva transferencia propició la conducción de cadenas deautoridad de la periferia al centro político.2

En ambas instancias las milicias y el Ejército habrían de operar decidida-mente al arbitrar dispositivos claves en función de un mandato constitucionalque para hacerse efectivo debía modificar radicalmente el protagonismo quehabía adquirido en décadas anteriores, y aceptar en última instancia la subordi-nación al Estado nacional y al poder civil. No obstante, y como ha señaladoHilda Sabato, el problema conduce a un terreno escurridizo en cuanto en laArgentina que siguió a Caseros casi ningún dirigente político o aspirante a serlo,podía eludir echar mano a la movilización miliciana o cívica en cuanto constitu-ía un resorte clave de intervención pública por representar un canal de transmi-sión del régimen representativo que aparecía estructurado por un concepto deciudadano armado que unía el ejercicio electoral con la defensa de la patria.3

Estas breves advertencias resultan necesarias a la hora de abordar rasgoscaracterísticos del papel de las Fuerzas Armadas en la formación del Estado argen-tino, y del sistema político nacional que contribuyó a ese resultado. Generalmente,la preeminencia del protagonismo militar en la cultura política argentina ha sidointerpretada como herencia intacta del patrimonialismo del antiguo régimen colo-nial, o por la pervivencia de la militarización de una sociedad civil nacida a la vidapolítica con las revoluciones de independencia y las guerras civiles.4 En su lugar,

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BEATRIZ BRAGONICAPÍTULO II Milicias, Ejército y construcción del orden liberal enla Argentina del siglo XIX

5 Oscar Oszlack, La formación del Estado argentino. Orden, progreso y organización nacional,Buenos Aires, Planeta, 1997.

en la Argentina posterior a Pavón (1861) el poder de las armas aparece estrecha-mente unido a la construcción del Estado liberal en el cual gravitan con igualvigor el afianzamiento del orden político interno, la poderosa transformaciónpolítica y militar disparada con la guerra internacional (1865-1870) y el giro dela estrategia ofensiva contra las parcialidades indias de la frontera entre 1879 y1882. Ese triple frente de guerra que se sucede casi de manera simultánea en lacasi completa geografía del país, fue el que exigió una formidable movilización dehombres y de recursos. Oscar Oszlack precisó los costos de semejante empresapolítica concluyendo que los gastos nacionales destinados al Ministerio de Guerray Marina oscilaron entre el 55% y el 65% del presupuesto oficial entre 1863 y1868.5 Dicha evidencia si resuelve eficazmente el peso de la inversión estatal enla esfera militar, no explica las modalidades que ésta adquirió en la conquista delorden político y en la formación del Estado nacional. En las páginas que siguen ellector ha de enfrentarse a un desarrollo analítico que distingue algunas experienciasen procura de responder tres interrogantes centrales: ¿Qué papel cumplieron lasFuerzas Armadas en esa construcción política? ¿Qué transformaciones habrían deexperimentar las milicias y el Ejército ante la consolidación del orden liberal?¿Qué mecanismos sirvieron a la subordinación del poder de las armas a la égidadel Estado nación?

Coacción y política en el interior argentino

Como bien se sabe, el éxito de Bartolomé Mitre, y el repliegue del enton-ces líder del federalismo Justo José de Urquiza a su bastión entrerriano, fuerondecisivos para retomar la ruta trazada a partir de Caseros en pos de asentar unprincipio de autoridad estable entre las provincias argentinas. A pesar de las polé-micas que aún repercuten en la historiografía, la victoria de las fuerzas porteñasoptimizó las posibilidades de Mitre de unificar el país bajo el liderazgo de la pro-vincia hegemónica. No sólo Mitre confiaba en la inminencia de un resultado quedevolvía a Buenos Aires un lugar de privilegio en la confección de la autoridadnacional. Para entonces eran muy pocos los que podían poner reparos al entusias-mo depositado en la adopción de los principios republicanos como remedioseguro para abandonar la barbarie y transitar la senda de la civilización. Crear elnuevo orden era el programa inminente y esa situación debía traducirse en unaefectiva integración política que requería subordinar poderes en competencia. Si la 6 La expresión pertenece al coronel Manuel Olascoaga, jefe del Estado Mayor Revolucionario de

la revolución de los colorados (1867). Véase de mi autoría, “Cuyo después de Pavón: consenso, rebe-lión y orden político (Mendoza, 1861-1874)”, en Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez (eds.), La for-mación del sistema político nacional argentino, 1852-1880, Buenos Aires, Biblos, en prensa.

Constitución reformada en 1860 daba el marco legal para solventar las bases de lanueva institucionalización, el nuevo poder contaba con instrumentos para conquis-tarla: al ejercicio de la coacción física debía sumarse una activa intervención políti-ca en las provincias rebeldes para crear gobiernos locales afines a su dominio. Unamirada de mediano plazo permitió corregir la expectativa abierta con Pavón. Loslevantamientos federales del oeste andino y la guerra internacional en la que el paísse vio envuelto a partir de 1865 desplegaron una serie de tensiones políticas y terri-toriales que no sólo puso fin al programa unitario y liberal originario sino que ademástrazó un nuevo mapa para los herederos de la tradición federal.

Así, mientras el conflicto internacional despertaba el fervor patriótico entrelos grupos dirigentes de Buenos Aires y ganaba la adhesión de los gobiernos aliadosde Santa Fe y de la Entre Ríos gobernada todavía por Urquiza, en las provincias delcentro oeste argentino la situación habría de diferir exhibiendo un pulular de insu-rrecciones armadas que enarbolaron el cintillo punzó en rechazo al gobierno nacional.Para ese entonces, la rebeldía se había desparramado de Catamarca a La Rioja,avanzó desde Cuyo a la Córdoba rural, y alcanzó el Litoral a través de una verda-dera proliferación de “revoluciones” armadas, y desafíos a la autoridad de diferentecalibre (como el memorable “desbande de Basualdo” que simboliza la fractura delliderazgo de Urquiza), poniendo en jaque al gobierno nacional, y contribuyendo aresquebrajar los liderazgos políticos que habían prevalecido hasta entonces. Frentea la expansión territorial del movimiento, y la aspiración de los rebeldes de “llegarsi es preciso a las puertas de Buenos Aires”,6 el gobierno nacional envió una divi-sión del ejército de línea del frente paraguayo para reprimir la marea revoluciona-ria. Esa intervención militar que fue también política, no sólo estaría destinada apreservar o “conquistar” la obediencia de esa dilatada geografía a la esfera de la auto-ridad nacional; también habría de gravitar en las tradiciones políticas argentinas eri-giendo un nuevo estilo político y un nuevo liderazgo dispuesto a catapultar cualquierdesafío a la autoridad nacional. Por consiguiente, la Argentina política que emerge-rá de ese atribulado proceso habría de ser muy distinta a la imaginada por los ven-cedores de Pavón. En ese lapso, el sistema de poder argentino habría de rehacerseen beneficio de la edificación de un centro de poder autónomo sobre la base de unproceso de negociaciones y conflictos del que tampoco saldría invicta la poderosaprovincia de Buenos Aires.

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8 Correspondencia de Rawson al presidente Mitre, 18 de febrero de 1867. 9 Decreto del 21 de noviembre de 1866 (arts. 1 y 3), Luis H. Sommariva, Historia de las interven-ciones federales en las provincias, Buenos Aires, El Ateneo, 1929. 10 Registro Oficial de la Provincia de Mendoza, Mendoza, Imprenta del Constitucional, 1866, p. 15.

7 Correspondencia de los “Jefes de la Revolución en la Provincia de Cuyo”, Carlos Rodríguez yFelipe Saá a Urquiza, febrero de 1867, en Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, FelipeVarela contra el imperio británico, Buenos Aires, Sudestada, 1966, p. 334.

Al interior de esa combinación estratégica entre coacción y política, yentre provincia y nación, habrían de gravitar decididamente la participación delas Guardias Nacionales al tratarse de actores políticos susceptibles de ser movili-zados a favor del orden legal, o en su defecto para dar curso a la rebeldía. Si foca-lizamos por un instante la experiencia política resultante en las provincias cuya-nas, y más precisamente en Mendoza, es posible apreciar el variado repertorio deestrategias políticas y militares instrumentadas con el fin de afianzar el nuevoorden político.

El 9 de noviembre de 1866 un grupo de federales que habían sido exclui-dos del gobierno de notables depuso a las autoridades legales de Mendoza, y sehizo del poder provincial. La leva ordenada por el gobierno nacional para engro-sar las filas del frente paraguayo fue el detonante del movimiento que ganó adhe-sión en la ciudad, y se extendió de inmediato en la campaña desnudando un arse-nal de prácticas y estilos políticos inaugurados desde la Revolución. Como solíaocurrir en la mayoría de los casos, a la destitución del gobierno y al control de laSala de Representantes, le siguió la sustitución de los subdelegados de los depar-tamentos de campaña por hombres adictos al nuevo estado de cosas en cuantoesas magistraturas se convertían en un canal decisivo de transmisión entre el cen-tro y la periferia al centralizar o reunir funciones relevantes de control personal yterritorial. De ellos dependía la confección de las papeletas de reclutamiento, elregistro electoral, la clasificación fiscal y otras funciones de justicia. Aunque lasautoridades destituidas de Mendoza buscaron el apoyo del jefe del ejército delínea acantonado en el sur, el éxito de los rebeldes se tradujo en una poderosamovilización miliciana que les permitió avanzar a San Juan e instalar también ungobierno rebelde después de saldar la deuda con algunos oficiales del Ejército queprestaron su adhesión a las jefaturas insurrectas. Poco después, la vecina provin-cia de San Luis se hacía eco de la marea insurgente dirigida por “los colorados” através de la destitución del gobierno legal con lo cual se ponía nuevamente demanifiesto el precario capital coactivo de los gobiernos provinciales. De tal forma,y en conexión con los levantamientos de Felipe Varela, los colorados cuyanos acce-dían al control de los gobiernos provinciales a la espera de una hipotética respuestade Urquiza que estuvo lejos de ser favorable.7

La expansión territorial del movimiento no podía pasar desapercibida porel gobierno nacional en cuanto ponía en evidencia no sólo las magras condicio-

nes locales para sofocar los bastiones rebeldes; la inestabilidad política mostrabaa todas luces los límites concretos de la autoridad nacional en el interior ruralargentino como resultado del fracaso relativo de la “política de pacificación” diri-gida por Mitre desde 1861. Esa convicción o diagnóstico condujo al ministroRawson a diseñar la estrategia represiva que previó la movilización de fuerzasnacionales, y la cooperación de los gobiernos aliados de Tucumán, Santiago delEstero y Catamarca. Mientras éstos debían asediar el influjo de Felipe Varela enlas provincias del norte, el coronel José María Arredondo habría de derrotar alpuntano Juan Saá en San Ignacio (1º de abril 1867) con una tropa integrada por3.800 hombres entre soldados de línea y milicias o guardias nacionales.

Pero esa conquista militar no garantizaba en sí misma ni el avance sobreCuyo ni menos aun el control efectivo en las provincias con capacidad de hacerestable la obediencia al poder de la nación. En una conocida carta dirigida por elministro Rawson al presidente Mitre, habría de manifestarle que la represióndebería recaer especialmente en el ejército de línea, y para ello debían robustecer-se las fuerzas del general Wenceslao Paunero con guardias nacionales de Santa Fefacilitadas por el gobernador Nicasio Oroño ante la dificultad de avanzar desdeel río Cuarto en función de la inestabilidad existente en Córdoba para reclutarguardias nacionales y de los magros recursos enviados por el gobierno nacional.8Aunque el éxito de Arredondo despejó el avance de Paunero sobre Cuyo, el res-tablecimiento del orden político no estuvo exento de dificultades. Entre el arse-nal de instrucciones que debía ensayar, el comisionado nacional estaba habilita-do a movilizar los guardias nacionales de las provincias pudiendo “usar de ellaen la forma y el número que considere necesario”.9 En plena marcha Paunerohabía tomado medidas con resultados poco satisfactorios. El decreto a través delcual el gobierno nacional había declarado traidores y desertores a todos aquellosque no se presentaran ante la autoridad no había tenido el efecto esperado en eltrayecto seguido entre Córdoba y San Luis. Frente a esa evidente resistencia–cuyas motivaciones residían en liderazgos rurales ligados al “Chacho” Peñalozamuerto en 1863– la apuesta del general uruguayo fue mayor al conceder elindulto a todo aquel guardia nacional que abandonara el estado de rebeldía afavor de la autoridad legal.10

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11 Eduardo Zimmerman, “En tiempos de rebelión. La justicia federal frente a los levantamientosprovinciales, 1860-1880”, en Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez (eds.), La formación del sistema polí-tico nacional argentino, 1852-1880, op. cit.

Con todo, el avance de las tropas nacionales a Mendoza se tradujo en larestitución de autoridades preexistentes a la rebelión y en una serie de medidasintermedias orientadas a restaurar la lealtad del poder local a la autoridad de laNación (más allá de Mitre). No resulta extraño que la sustitución de subdelegadosy el nombramiento de jefes adictos en los cuerpos armados de ciudad y campa-ña encabezaran la agenda del comisionado nacional junto con otras medidas devital importancia: en particular, restableció la ingerencia del poder central enmateria de impuestos y sustrajo al poder local la jurisdicción judicial para los deli-tos de sedición o rebelión.11 Por consiguiente, el restablecimiento del orden polí-tico mendocino había requerido de acciones coordinadas y complementariasentre poder local y poder central.

Esa dinámica de poder parece ilustrar, además, que la intervención militar yel arbitraje estratégico entre coacción y política descansaba en un complejo tejidode instituciones y líderes territoriales con capital político suficiente como para incli-nar la balanza a favor de la obediencia o para dar curso a la rebeldía. De ese delicadoequilibrio de fuerzas dependía incluso la todavía inestable autoridad de la Naciónen los bastiones del interior, y esa razón permite apreciar el carácter parcial de la“fuerza militar”, en sentido estricto, en beneficio de márgenes de negociación alinterior del funcionamiento del sistema de alianzas políticas y personales de las queno escapaban ni las elites locales, ni los personeros del poder central como tampocolos líderes políticos que aspiraban a encabezar la pirámide política del país.

Los comicios nacionales de 1868 permiten apreciar el peso relativo de esasmediaciones personales en los procesos de inclusión/exclusión al cuerpo político.En ellos habrían de gravitar –entre otros actores igualmente relevantes– el liderazgode los jefes y oficiales del ejército de línea arribados al interior para ejecutar la paci-ficación mitrista –conocidos como “procónsules”–, al operar en el sostenimientode los “gobiernos electores” con el fin de suministrar la mayoría en el colegio elec-toral y garantizar la sucesión presidencial. Ese desempeño político recostado deigual modo en el poder de las armas y la movilización electoral resultó eficaz enlos trabajos electorales que ubicaron a Sarmiento como presidente. El patriarcade la política mendocina, Francisco Civit, lo describió del siguiente modo encarta a Pedro Agote (1867):

Por lo que podido leer en los diarios que se publican en la República, porlo que he oído en Buenos Aires, antes de regresar a mi provincia y por lostrabajos que creo han hecho y siguen haciendo procónsules de que hanvenido al interior en persecución de las montoneras, se ve que los candi-datos que reúnen más opinión hasta el momento son Sarmiento y Alsina.

Para agregar de inmediato:

Es indudable que por el primero hay trabajos mucho más avanzados y bienpreparados que por el segundo. Los hombres de sable que han pasado porlas Provincias de Cuyo, Córdoba y La Rioja se han preocupado más de lacuestión electoral que de la extinción de los filibusteros que han estado a puntode disolver la nación. Arredondo, Paunero, Miguel Martínez y otros hanhecho gobernadores que trabajen y sostengan la candidatura de Sarmiento. Lainfluencia de estos procónsules es innegable y si se retiran dejarán las cosaspreparadas de manera que los gobernadores no cambien a menos que ven-gan nuevas influencias y nuevos procónsules. La elección de Sarmiento en laProvincia de Cuyo, en La Rioja y Córdoba, la veo más que probable, segu-ra. La voluntad de los gobiernos es el todo.

A partir de 1870 un nuevo consenso erigido entre los notables habría desepultar esa forma de hacer política. Para ese entonces, el tucumano NicolásAvellaneda capitalizó esa relación de fuerzas en el interior y en porciones de laopinión de Buenos Aires, convirtiéndose en el candidato con mejores chancespara suceder al sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento en la más alta magis-tratura del país. Como antes, los trabajos electorales volvieron a mostrar la inge-rencia de los hombres armados en la producción del sufragio, y los resultadoselectorales que dieron el triunfo a Avellaneda pusieron en evidencia la emergenciade una arquitectura política casi sin fisuras entre las provincias argentinas. Esenuevo tipo de cohesión política –reunido en el denominado Partido Nacional–habría de ser impugnada por quienes abrigaban todavía la aspiración de resolverpor la vía armada, la conducción del país. Esas controversias se hicieron visiblesen Mendoza al convertirse en escenario de una lucha política que mostraba la dis-puta al interior de los grupos locales por ocupar posiciones relevantes en lasestructuras del poder local, y de la mutua capacidad de movilización de recursosy hombres para la acción política que habría de exigir la intervención de arbitrajesexternos para afianzar de manera definitiva el orden interno.

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12 Beatriz Bragoni, Los hijos de la revolución..., op. cit. 13 Dardo Pérez Guilhou, “Instalación del régimen municipal en Mendoza”, en Revista de Humanidades,tomo XXXVI, Universidad Nacional de La Plata, 1961, pp. 73-87.

En rigor, las tensiones se retrotraían al año anterior cuando las eleccionesde gobernador habían mostrado por primera vez la competencia electoral entre dosgrupos políticos que hasta el momento habían formado parte del “gobierno de losnotables” en medio de un violento clima de hostilidades y de una intensa movi-lización política en la ciudad y la campaña que incluyó debates en la prensa, mítines,bailes e invitaciones personales.12 Pero la disputa estaba lejos de quedar circuns-cripta a un asunto doméstico en la medida que los comicios nacionales introducíanun vector adicional que sumó tensiones a las ya existentes. Mientras los reunidosalrededor del candidato oficial, Francisco Civit, terminaron inclinando su adhesiónal Partido Nacional que apoyaba la candidatura de Avellaneda, los incluidos enla red política liderada por el ex gobernador Carlos González Pintos, reafirmarony mantuvieron su opción por Mitre. El tono violento que asumió la movilizaciónelectoral tuvo su corolario pocos días después cuando al conocer los resultadosadversos del candidato opositor, el coronel de la Nación acantonado en SanRafael, Ignacio Segovia, se rebeló contra las autoridades provinciales dirigiéndosea la ciudad donde un piquete de caballería liderado por gonzalistas también habíaimpugnado el resultado electoral. La respuesta del presidente Sarmiento fueinmediata y contundente: declaró el estado de sitio en la provincia y ordenó elavance de Teófilo Iwanovsky a Mendoza para terminar con los insurrectos.

Aunque la intervención nacional fue decisiva, el control político del territoriorequirió de ajustes normativos e institucionales de notable impacto: en 1872 laLey de Municipalidades había prescripto la elección directa de los municipales enlos departamentos de más de 5.000 habitantes modificando la antigua práctica polí-tica que otorgaba al gobernador la facultad de nombrar a los subdelegados de cam-paña. Esa modificación –de indiscutida inspiración alberdiana– había introducidonovedades territoriales de la cuales no casualmente el gobernador Francisco Civit seharía cargo al proponer una nueva reforma municipal de carácter “transaccional”,a través de la cual el Ejecutivo recuperaba la atribución de nombrar los subdele-gados postergando el precepto constitucional que establecía la elección directapara el gobierno municipal.13 Esa medida que reforzaba la centralización del poderfue acompañada de regulaciones políticas medulares para controlar la poblaciónque incluyó el restablecimiento de la “papeleta de conchabo” para el serviciodoméstico en la ciudad.

Entre tanto el clima político provincial había acumulado nuevas tensionesentre los desplazados de la red de poder local y el círculo gubernamental provin-cial que había negociado con relativo éxito su integración al conglomerado depolíticos provinciales que postulaba a Avellaneda como candidato a ocupar lapresidencia del país. En febrero de 1874 las elecciones de diputados nacionalesdieron el triunfo al oficialismo convirtiéndose en anticipo de los comicios cele-brados en mayo con motivo de la elección presidencial, y de la posterior impug-nación del mitrismo sobre los resultados electorales que disparó la revoluciónarmada de la cual participarían jefes y oficiales a cargo de batallones y regimien-tos de guardias nacionales. Si la provincia de Buenos Aires se convirtió en bastiónprimordial de la revolución alentada por el general Mitre y el elenco de jefes mili-tares plegados al movimiento, la existencia en Mendoza de esa base territorial ypolítica opositora al círculo avellanedista resultó propicia para que el general JoséM. Arredondo abandonara la obediencia que había caracterizado su desempeñoal servicio de la autoridad nacional, para plegarse al movimiento dirigido porMitre y expandirlo por fuera de Buenos Aires. De tal modo, desplazó sus fuerzasdesde Río Cuarto a San Luis consiguiendo la adhesión del gobierno que le des-pejó el avance sobre territorio mendocino y vencer la resistencia ofrecida por lasfuerzas leales al gobierno encabezado por Civit.

Las crónicas de la época ilustran las características de la movilización quecruzó el espacio provincial y cuyano: mientras Arredondo aumentó su fuerza enSan Luis con 2.500 guardias nacionales, el coronel Catalán condujo 2.000 guar-dias nacionales de Mendoza con extrema dificultad frente a la persistente deser-ción de sus tropas que contribuyeron a la victoria del militar insurrecto. El éxitoen Santa Rosa (29 de octubre) le abrió paso a la ciudad y a la formación de ungobierno provisional que incluyó a personajes vinculados con el gonzalismo quehabían hecho suya la proclama dirigida por Mitre que denunciaba la injerenciade los “gobiernos electores”, y preservaba las libertades públicas. Pero el éxito deArredondo duró poco: el 7 de diciembre, en el mismo escenario que le permitióconquistar la provincia cuyana, fue derrotado por su antiguo subalterno delRegimiento 6 de Línea que mantenía lealtad a la autoridad nacional. Para entoncesel coronel Julio A. Roca, al mando de jefes y oficiales del ejército de línea y unatropa conformada en su mayoría por guardias nacionales de Córdoba y Santa Fe,había rechazado los términos del acuerdo propuesto por su superior siguiendo lasórdenes de Avellaneda quien había manifestado: “no aceptaré jamás de Arredondoun pacto político en que hable de provincias, de Gobernadores”.

Las evidencias expuestas parecen indicar entonces algunas especificidadesde la relación entre milicias y Ejército en la edificación del sistema político nacional

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16 La literatura al respecto es abundante. Un ajustado balance del estado de la cuestión puede verseen Raúl Mandrini y Sara Ortelli, “Las fronteras del sur”, en Raúl Mandrini (ed.), Vivir entre dos mun-dos. Las fronteras del sur de la Argentina, siglos XVIII y XIX, Buenos Aires, Taurus, 2006, pp. 21-42.17 Silvia Ratto, “¿Revolución en las pampas? Diplomacia y malones entre los indígenas de pampa ypatagonia”, en Raúl O. Fradkin (comp.), ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popu-lar de la revolución de independencia en el Río de la Plata, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008.

14 Aristóbulo del Valle, “Discurso sobre ejércitos provinciales”, Cámara de Senadores, Diario deSesiones, Buenos Aires, 16 de octubre 1880, en Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la Repúblicaposible a la República verdadera (1880-1910), Buenos Aires, Ariel, 1997, pp. 196-198.15 La cita pertenece a Adolfo Alsina, la cual ha sido reproducida por Ezequiel Gallo en Alem.Federalismo y Radicalismo, Buenos Aires, Edhasa, 2009, p. 56.

que contribuyó a la formación del Estado nacional. Si efectivamente el enrola-miento y la práctica miliciana aparecían unidos al concepto de ciudadanía armadacomo instituto favorable a la inclusión en el cuerpo político, la integración even-tual de las Guardias Nacionales al ejército de línea condicionaba su accionarcomo vehículo estable a favor de la coacción y la obediencia al poder la nación.En otras palabras, la doble jurisdicción de las milicias y/o guardias nacionales enla Argentina previa a 1880 hacía de estos hombres y cuerpos armados actores vul-nerables (y relativamente autónomos) del accionar de jefaturas militares leales ocontrarias a las autoridades provinciales o nacionales. Esa especificidad estuvo enboca de Aristóbulo del Valle al momento de argumentar a favor de la supresiónde las milicias provinciales en 1880 al entender que el poder nacional no debíaser impotente “frente a la fuerza acumulada por los Estados”.14 Esa opinión dife-ría sustancialmente de concepciones previas que habían sostenido “el derecho depueblo armado” y de la organización y movilización de la Guardia Nacional un“baluarte de las libertades argentinas”.15

La “cuestión de los indios” y el giro en la profesionalización de las Fuerzas Armadas

Las milicias provinciales y el ejército de línea también dirimen el procesode conquista territorial y cohesión política en los territorios patagónicos y delChaco ganados en la lucha contra las parcialidades indias a partir de 1878. En losúltimos años numerosas investigaciones han puesto en entredicho importantesimágenes legadas de las campañas militares que conquistaron el “desierto” parahacer efectivo el control del Estado en el territorio, y garantizar la incorporaciónde vastas extensiones de tierras con el fin de acelerar el crecimiento económico.Si bien la complejidad de las relaciones preexistentes a aquella “solución final” nohabía sido un tema ausente de la agenda historiográfica, las evidencias obtenidashan permitido complejizar las formas asumidas por esa violenta política de exter-minio, del arsenal de estrategias y móviles puestas en marcha y de las iniciativasoficiales destinadas a la colonización después de dar solución definitiva a la “cues-tión de los indios”. Por cierto, los fenómenos involucrados en la conquista de ese

frente que desde los albores de la Independencia, habían intervenido en la vidahistórica argentina del siglo XIX resultan demasiado ricos y complejos como paraser abordados en estas páginas.16 Esa situación no representa un obstáculo pararevisar algunos nudos problemáticos en relación al tema que tratamos.

Vale recordar que los planes operativos dirigidos por Roca en su avancesobre la frontera –convertido en ministro después de la muerte de Alsina, y delfracaso de la política de frontera por él auspiciada–, implicaron la movilizaciónde fuerzas militares que incluían el ejército de línea y los contingentes de guardiasnacionales provinciales, y de una maquinaria o logística lo suficientemente acei-tada de aprovisionamiento en armas, víveres y vituallas para asegurar el éxito dela “solución final”. Una dilatada genealogía literaria que incluye memorias de ofi-ciales, registros periodísticos y documentación oficial permite apreciar el impactorelativo de la inversión material realizada para sostener el agresivo movimiento detropas, al tiempo que infligía mayor vigor a la profesionalización de las “fuerzasarmadas” y abría canales de ascenso político y militar entre sus conductores. Sinembargo, el avance y la ocupación efectiva de la autoridad nacional dependió dela reactualización de prácticas ya instituidas en el mundo de la frontera. Comoya se había ensayado en épocas precedentes a lo largo de la línea de los miserablesfortines que emblematizaban el poder hispanocriollo,17 la estrategia militar noresultó independiente de la intermediación ejercida por grupos y liderazgos étnicosa través de un complejo e inestable engranaje de circuitos mercantiles, sociales ypolíticos. Desde luego, esa suerte de subordinación negociada de la nueva auto-ridad, representaba la contracara del amplio espectro de resistencias guerrerasofrecidas por quienes aspiraban a preservar las posiciones previas al nuevo esquemade poder, ni tampoco omitir el hecho de que la administración de los territoriosnacionales descansó en el personal político y/o administrativo en abrumadoramayoría ajeno a los pueblos originarios. Tampoco las políticas de colonizaciónemprendidas los tendrían como beneficiarios.

De cualquier modo, la “conquista” del territorio exigió del personal military avanzó más allá del ejercicio guerrero en sentido estricto al convertirse en pro-tagonistas de las “exploraciones” destinadas al reconocimiento de los territorios

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19 Riccardo Forte, “Los militares argentinos en la construcción y consolidación del Estado liberal(1850-1890)”, en M. Carmagnanni (comp.), Constitucionalismo y orden liberal. América Latina1850-1920, Torino, Otto editore, 2000, pp. 102-109.

18 Marisa Moroni y José Manuel Espinosa Fernández, “El reclutamiento para la guardia nacionalen la Pampa central argentina 1884-1902”, en Manuel Chust y Juan Marchena (eds.), Las armas dela nación, op. cit., pp. 247-261.

preservados a la soberanía del Estado nacional. Para ello, en 1879, el gobiernonacional creó la Oficina Topográfica Militar para dirigir (y centralizar) el releva-miento topográfico por parte de oficiales del Ejército, y de una serie de expedi-ciones científicas en el mar del sur en las cuales se destacaron oficiales de la marina.Esa producción de información cartográfica emanada de los expertos militareshabría de ser decisiva para delimitar la jurisdicción territorial del Estado nación.Aun así, el control político de lo que hasta entonces había sido la frontera, y laconquista de obediencia de sus antiguos y nuevos pobladores requería la creaciónde lazos políticos, y esa razón explica las razones que impulsaron la instrumenta-ción de las Guardias Nacionales en los territorios recién incorporados a la esferade la nación, la cual iba a contrapelo de la ley nacional que había suprimido lasmilicias provinciales. La normativa y la práctica instituida habrían de capitalizarla experiencia miliciana inaugurada en tiempos de la Confederación aunqueextirparía el derecho ciudadano que antes había tenido, circunscribiendo suaccionar al servicio de las armas, despojándolo del sufragio y convirtiéndose enanticipo del servicio militar obligatorio prescripto por la Ley Ricchieri. Tambiéncomo antes, la implementación de la medida favoreció la erección de un elencode funcionarios nacionales con potente arraigo territorial que tenían a su cargo elreclutamiento que, al arbitrar discrecionalmente la leva, la hacían recaer primor-dialmente en nativos e inmigrantes, la mayoría de las veces ausentes de vínculossociales condenándolos como antaño a integrar la lista de desertores por habereludido el enganche.18

Con todo, la administración de Roca habría de acelerar el proceso demodernización y profesionalización de las Fuerzas Armadas, y la correlativa subor-dinación de éstas al poder civil. Por cierto, el arsenal de innovaciones introducidasdurante el mandato constitucional no resultaba independiente de un ejerciciomilitar ensayado al servicio de la autoridad nacional, ni tampoco del clima polí-tico que lo convirtió en beneficiario exclusivo de la liga de gobernadores que loconvirtió en presidente. Poco antes de concluir su mandato, el presidente NicolásAvellaneda había sido uno de los oradores en las ceremonias dispuestas por elgobierno con motivo de la repatriación de los restos de San Martín, y ese aconte-cimiento resultaba propicio para enfatizar que ningún poder podía erigirse por

fuera del mandato constitucional que prescribía la subordinación del sable alpoder civil. Asimismo, la revolución porteña que había desafiado a la autoridadnacional en la misma ciudad de Buenos Aires, había terminado de convencer a lostodavía dudosos de que ningún gobernador podía estar habilitado a echar mano alas Guardias Nacionales. Ese diagnóstico de situación que ponía en un cono desombras instituciones y estilos políticos medulares de la Argentina del siglo XIX,dio curso a una serie de innovaciones que estuvieron destinadas a monopolizar lafuerza pública en la esfera del Estado nación, y a la integración social y política dela pléyade de jefes, oficiales y tropa que habían tenido un lugar protagónico en lavida política. El mismo Leandro Alem que antes había defendido el derecho de losEstados provinciales a mantener una fuerza militar propia, preservó el papel delEjército Nacional como “el guardián de nuestras instituciones”.

El roquismo respondió a ese desafío a través de un repertorio de estímulosinstitucionales con resultados relativamente exitosos en el mediano plazo. A lasupresión de las milicias provinciales (1880), le siguió una batería de disposicionescon el objetivo de profundizar la “interiorización” de la subordinación al podercivil que Sarmiento había iniciado décadas atrás con la creación del ColegioMilitar (1869) y la Escuela Naval (1870). El giro modernizador del roquismoestuvo particularmente dirigido a afianzar la cadena de mandos, y por ello delCongreso Nacional emanaron la Ley de Reglamentación de Carrera de Oficiales(1882), la Ley de Estado Mayor y la Escuela de Cabos y Sargentos (1884) y lacreación de la Escuela de Ingeniería Militar (1886).19

Ahora bien, si los resultados de ese tejido normativo e institucional podí-an ser sólo evaluados a futuro, la urgencia de la coyuntura requería de medidascomplementarias orientadas especialmente a integrar los cuadros militares a lasnuevas reglas del juego en los que estarían destinados a ocupar el lugar preserva-do en la carta constitucional. En tal sentido la política dirigida por el roquismoincidió notoriamente en la profesionalización de las Fuerzas Armadas a través deun variado repertorio de estímulos materiales con el fin de afianzar la obedienciaal Estado nacional. Por una parte, la información suministrada por las memoriasdel Departamento de Guerra permite apreciar el aumento de las partidas presu-puestarias destinadas a los sueldos de los oficiales. Según la memoria de 1883 el

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BEATRIZ BRAGONICAPÍTULO II Milicias, Ejército y construcción del orden liberal enla Argentina del siglo XIX

20 Ezequiel Gallo, Alem. Federalismo y Radicalismo, op. cit.

70% del presupuesto estaba destinado al salario de los oficiales los cuales oscila-ban entre 400 y 170 pesos para lo cuadros de mayor jerarquía, y entre 10 y 7pesos mensuales para sargentos o suboficiales. Un estímulo adicional provino dela Ley de Premios (1884) a través de la cual el Congreso aprobó la distribuciónde las tierras ganadas en la campaña militar contra el mundo indígena que respe-taba la jerarquía militar: por ella, los jefes de frontera recibieron 8.000 hectáreas;los jefes de batallones, 5.000; sargentos, 4.000; capitanes y ayudantes, 2.500;tenientes, 2.000; subtenientes y alférez, 1.500; en cambio, las lejanas tierras al surdel Río Negro, fueron repartidas entre la “tropa” en chacras de 100 hectáreas.

La medida no dejó de despertar sospechas en relación a las eventuales con-secuencias políticas y culturales de la política de premios y compensaciones entrelos beneficiarios de la iniciativa oficial. Al respecto, la opinión vertida por Alemresulta ilustrativa: “todos los días estamos viendo en la Cámara que todos losindividuos que han hecho algún servicio, se creen con derecho a venir a pedirnospremios, jubilaciones o pensiones porque han servido ocho o diez años con honradezy rectitud, y generalmente se cree que se comete una gran injusticia no acordandoel premio. Siguiendo este camino, llegamos a este resultado: que el cumplimientodel deber es una cosa tan rara que merece un premio”.20

Más allá de las variadas interpretaciones que puedan atribuirse al juicioemitido por quien todavía integraba las huestes del partido oficial, la cita reactua-liza un dilema crucial de la cultura política argentina que hace de las relacionesentre el Estado y los grupos sociales (partidos, corporaciones, etc.) un asunto centralde la agenda académica y política.

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CAPÍTULO II

1862-1880 LA ORGANIZACIÓN NACIONAL Y LA MODERNIZACIÓN

1 Eduardo Míguez, “Guerra y orden social. En los orígenes de la nación argentina, 1810-1880”,en Anuario IEHS, Nº 18, Tandil, 2003, pp. 17-38. Una aguda caracterización del caudillismo seencuentra en el “Estudio preliminar” de Tulio Halperin Donghi a Jorge Lafforgue (ed.), Historias decaudillos argentinos, Buenos Aires, Alfaguara, 2000, pp. 19-48.

Resistencias populares a la expansión y consolidación del Estado nacional en el interior:

La Rioja (1862-1863) y Jujuy (1874-1875)

GUSTAVO L. PAZUNTREF / CONICET

Los observadores de la política argentina entre 1820 y 1880 han señalado laparticipación popular como uno de sus rasgos característicos. Los primeros de ellos–José María Paz y Domingo Faustino Sarmiento– encontraban en las tendenciasdemocráticas e igualitarias de la sociedad argentina inauguradas por la Revoluciónde Mayo el factor principal que explicaba esta participación, liderada desde la década de1820 por los poderes militares provinciales a quienes estos observadores denomina-ban caudillos.1 Esta situación comenzó a cambiar después de la derrota de la Con-federación Argentina en Pavón (septiembre de 1861) cuando, desde Buenos Airesy con el apoyo de las pequeñas oligarquías liberales provinciales, el gobierno cen-tral acorraló a los poderes militares locales mediante la acción contundente delEjército Nacional. En algunas provincias esta ampliación del orden estatal encontróresistencias populares que defendían la autonomía local y formas tradicionales devida que se veían amenazadas a causa de esta violenta irrupción.

En este trabajo me propongo comparar las formas de acción popularcolectiva en dos provincias argentinas en las décadas formativas del Estado nacio-nal: La Rioja en 1862-1863, cuando las milicias provinciales a las órdenes deÁngel Vicente Peñaloza (el “Chacho”) se levantaron contra la intromisión de lastropas porteñas, y Jujuy en 1873-1875 cuando una rebelión de campesinos indí-genas en la puna puso en entredicho el derecho de propiedad y la estabilidad

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2 Para una caracterización del período puede consultarse la introducción de Tulio Halperin Donghien Proyecto y construcción de una nación (Argentina 1846-1880), Buenos Aires, Ariel, 1995.

Resistencias populares a la expansión y consolidación del Estado nacionalen el interior: La Rioja (1862-1863) y Jujuy (1874-1875)

CAPÍTULO II

política de la provincia. En ambos casos, las autoridades encargadas de la repre-sión calificaron de “montoneras” a estas movilizaciones y “montoneros” a los sec-tores rurales que las integraban, unificando de manera discursiva dos fenómenosinsurreccionales completamente diferentes. Este ejercicio de comparación supo-ne en primer lugar una descripción de los hechos, más conocidos en el caso de larebelión chachista que en la de los indígenas de Jujuy. Luego ensayaré un cotejode ambas situaciones en torno de los siguientes aspectos: contexto político, orga-nización, liderazgo, motivación e ideología.

La Rioja, 1862-1863. Federalismo y montoneras

Inmediatamente después de la batalla de Pavón el gobernador de BuenosAires y encargado del Poder Ejecutivo Nacional, Bartolomé Mitre, se lanzó a laconquista del interior. El primer problema que debió enfrentar su administraciónfue vencer las resistencias de las provincias, que desconfiaban de los planes polí-ticos de los liberales de Buenos Aires y veían en el orden inaugurado en Pavón unnuevo intento porteño de avasallar sus autonomías.

En el interior, el plan de Mitre fue aceptado sólo por una pequeña minoría.En varias provincias se impusieron gobiernos liberales que desplazaron a los fede-rales después del triunfo de Buenos Aires en Pavón. La situación política de esta“elite letrada” era precaria: aisladas en las ciudades capitales no controlaban lasáreas rurales ni movilizaban (salvo excepciones) a las milicias provinciales en favorde la causa liberal. En consecuencia dependían de la crecientemente activa inter-vención de las tropas nacionales para sostenerse en el poder.2

En el interior, el federalismo era la opción política de la mayoría. Los cau-dillos federales gozaban aún de gran popularidad y seguían el distante pero siem-pre presente liderazgo de Urquiza. Para ellos el triunfo de Buenos Aires sólo podíasignificar una mayor ruina para las provincias. Este sentimiento de desconfianzaera más fuerte en las provincias del oeste del país, que resistieron más vigorosa-mente la reorganización política bajo liderazgo porteño. Entre ellas La Rioja sedestacó a lo largo de la década de 1860 por la fiereza de su resistencia (“reacción”era el término empleado por los liberales de la época) a la expansión del dominiode Buenos Aires y por la lealtad al federalismo y a Urquiza. Según observaba un

3 Carta de Juan Francisco Orihuela a Ricardo Vera, Jachal, 14 de septiembre de 1862, en Archivodel General Mitre, tomo XI, p. 258.

GUSTAVO L. PAZ

corresponsal de Mitre en viaje por la región, el federalismo era muy popular enLa Rioja donde

había notado que allí reinaba la mazorca en todo el furor, pues que losmilitares vestían de chiripá, sabanilla y gorra, todo colorado, y que estaúltima llevaba una cinta de divisa del mismo color, y que á cara descubier-ta gritaban en las jaranas ¡Viva Urquiza! ¡Muera Mitre!3

Entre 1862 y 1863 la acción del caudillo riojano Ángel Vicente Peñalozaen defensa de la autonomía provincial fue decisiva. Liderando vastas montonerasde gauchos, campesinos de los llanos de La Rioja y las provincias vecinas, empo-brecidos por la guerra civil y hambrientos de tierra y agua, y desplazado él mismode la preeminencia política por los gobiernos liberales apoyados por BuenosAires, Peñaloza se rebeló contra el gobierno nacional en dos oportunidades.

El gobierno nacional enfrentó la rebelión del federalismo del interior conviolencia. La “guerra de policía”, como se llamó a la represión de los levantamien-tos acaudillados por el “Chacho”, estuvo a cargo de las tropas porteñas coman-dadas por los oficiales orientales veteranos de las guerras contra el rosismo (elgeneral Wenceslao Paunero y los coroneles José Miguel Arredondo e Ignacio Rivas)en quienes Mitre había confiado esas tareas. Las operaciones fueron supervisadaspor el comisionado de guerra y en breve gobernador de San Juan, Domingo FaustinoSarmiento.

En 1862 el “Chacho” movilizó sus tropas en apoyo del gobernador fede-ral de Tucumán Celedonio Gutiérrez quien estaba amenazado por los hombresfuertes en el norte, los hermanos Taboada de Santiago del Estero que respondíana Mitre. Después de haber sido derrotado en Tucumán, el “Chacho” retornó a LaRioja y desde allí puso sitio y ocupó la ciudad de San Luis. Mitre autorizó algeneral Paunero a llegar a un arreglo de paz con Peñaloza prometiéndole unaamnistía a cambio de la deposición de las armas por el Tratado de la Banderitaen mayo de 1862.

Peñaloza y los federales del interior esperaban ansiosamente que Urquizase pusiera a la cabeza de un amplio movimiento que restaurara el predominiofederal sobre el país y derrocara a Mitre. La paz con las fuerzas nacionales les per-mitía ganar tiempo y recuperar las fuerzas de sus empobrecidos seguidores. El

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6 Ibid. 7 Ariel de la Fuente, Children of Facundo. Caudillo and Gaucho Insurgency during the ArgentineState Formation Process (La Rioja, 1853-1870), Durham, Duke University Press, caps. 2 y 3.

4 José Hernández, Rasgos biográficos del general Ángel Vicente Peñaloza, Buenos Aires, Caldén,1968 (1863), p. 131.5 Domingo F. Sarmiento, Vida del Chacho, Buenos Aires, Caldén, 1968 (1868), pp. 80-81.

“Chacho”y Urquiza intercambiaron correspondencia en ese momento, pero elapoyo de Urquiza nunca se hizo efectivo.

En 1863 la montonera del “Chacho” se movilizó una vez más. En carta alpresidente Mitre explicaba las razones de su rebelión: los abusos cometidos porlas tropas nacionales contra él y sus gauchos no le dejaban opción. Luego dehaber apoyado una rebelión federal en Córdoba en mayo, fue completamentederrotado en la batalla de Las Playas en junio de 1863. Peñaloza retornó a LaRioja donde a fines de ese año fue muerto a lanzazos frente a su familia por undestacamento del Ejército Nacional. En un acto que recordaba las atrocidadescometidas por las tropas rosistas en los primeros años de la década de 1840, lacabeza cercenada del “Chacho” fue puesta en una pica y exhibida públicamentecomo símbolo de castigo ejemplar para sus seguidores.

Esta cruel acción mereció la condena de federales como José Hernándezquien en su Rasgos biográficos del general Ángel Vicente Peñaloza denunciaba a los libe-rales por el violento asesinato: “[E]l partido que invoca la ilustración, la decencia, elprogreso, acaba con sus enemigos cosiéndolos a puñaladas”, mientras que los liberalesporteños y provincianos (como Sarmiento) justificaban que ese castigo era el apro-piado para un salteador que obstaculizaba la organización del país.4

¿Por qué el federalismo era tan popular en La Rioja? La pregunta sobre la lealtadde la población rural al federalismo ya se la había hecho Sarmiento al reflexionar pocodespués de los hechos. Él encuentra en el árido paisaje de los Llanos riojanos (la“Travesía”) claves para entender este interrogante. En este páramo de pastos ralos y esca-sa agua, la pobreza de las poblaciones de raíz indígena, reducidas a una vida poco menosque miserable explica su participación en los alzamientos encabezados por el “Chacho”:

los indígenas vivían a la margen de las escasas corrientes, y fueron reducidosen lo que hoy se llaman los “Pueblos”, villorios sobre terreno estéril, cuyoshabitantes se mantienen escasamente del producto de algunas cabras quepacen entre ramas espinosas; y están dispuestos siempre a levantarse parasuplir con el saqueo y el robo a sus necesidades… A estas causas de tan leja-no origen se deben el eterno alzamiento de La Rioja y el último del Chacho.5

Estas poblaciones reducidas a la pobreza por siglos de dominación coloniallibraban una guerra de recursos con las familias propietarias. La “venganza india”,

al decir de Sarmiento, reconocía un origen de despojo: el arrebato de tierras yagua por las familias principales. Para ilustrar ese conflicto Sarmiento echa manode la saga de la familia Del Moral, una de las más antiguas y ricas de La Rioja:

La familia de los Del Moral hace medio siglo que viene condenada a perecer,víctima del sordo resentimiento de los despojados. Para irrigar unos terrenoslos abuelos desviaron un arroyo, y dejaron en seco a los indios ya de antiguosometidos. En tiempo de Quiroga fue esta familia, como la de los Camposy los Doria, blanco de las persecuciones de la montonera. Cinco de sus hijoshan sido degollados en el último levantamiento, habiendo escapado a losbosques la señora con una niña y caminando a pie dos días para salvarse deestas venganzas indias.6

Si bien las observaciones de Sarmiento identifican con perspicacia elnúcleo del conflicto, las investigaciones recientes colocan esta tensión social en suprecisa dimensión provincial y local. Ariel de la Fuente estudia las variaciones dela tenencia de la tierra en los distritos rurales rebeldes de Famatina y los Llanospara comprender el levantamiento liderado por el “Chacho”. En Famatina elmonopolio del control de las mejores tierras y del agua para la irrigación por unapequeña elite imponía una relación muy tensa entre ella y los campesinos peque-ños propietarios y sin tierras que constituían la amplia mayoría. En los Llanos,estancias agrícolo-pastoriles convivían con antiguos pueblos de indígenas contenencia comunal de la tierra, con pequeños propietarios agricultores y pastores,y con ocupantes de tierras vacías. Este patrón más diverso y laxo de tenencia detierras y la inexistencia de un abismo social entre los grandes propietarios (entrelos cuales se contaba el “Chacho”) y los otros sectores rurales permitió a los pri-meros movilizar un número importante de seguidores de los Llanos en las rebelio-nes federales de 1862-1863. En Famatina, por el contrario, los campesinos rebeldesorganizaron una matanza de terratenientes locales en medio de la rebelión cuyasraíces se hundían en el conflicto agrario local.7

Basado en una cuidadosa investigación en testimonios judiciales, De laFuente delinea un perfil social de los “montoneros” chachistas muy alejado de lossalteadores o delincuentes denunciados por Sarmiento. Quienes se sumaron a lasmovilizaciones lideradas por el “Chacho” provenían en su mayoría de la provincia

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9 La Rioja, 21 de julio de 1862, en Archivo del General Mitre, tomo XI, pp. 186-188.10 Carta de Peñaloza a Marcos Paz, 29 de marzo de 1862, en Félix Luna, Los caudillos, BuenosAires, Peña Lillo, 1971, p. 210.

8 Ariel de la Fuente, “‘Gauchos’, ‘montoneros’ y ‘montoneras’”, en Noemí Goldman y RicardoSalvatore (comps.), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, Buenos Aires,Eudeba, 1998, pp. 267-291.

de La Rioja y en menor medida de las limítrofes San Juan y Catamarca. Deentre los riojanos la composición entre llanistas y de los departamentos de losvalles se daba en igual proporción, destacándose entre los últimos los deFamatina. La mitad de los que declararon ocupación ante los jueces manifesta-ron ser “labradores”, una categoría muy amplia que englobaba a campesinospropietarios de tierras, arrendatarios, agregados, pero no a peones y jornalerosque junto a artesanos y arrieros constituían un 40% del total de ocupados. Delos 66 que declararon sus edades, 46 tenían entre 21 a 40 años, y de los 64 quemanifestaron su estado civil, 36 eran casados. Una abrumadora mayoría nosabía leer ni escribir. Es decir, la tropa chachista reflejaba la estructura social delámbito donde se reclutaba.8

De la Fuente muestra también un patrón de ordenamiento jerárquico enla organización de las montoneras modelada en las milicias provinciales. La adhe-sión a la causa del “Chacho” podía ser espontánea, pero una vez incorporados asus filas se establecía una jerarquía de mandos basada en la posición que los indi-viduos tenían en la sociedad o en sus experiencias políticas y militares previas quese esperaba fuese respetada. Esta jerarquía se evidenciaba en las órdenes escritasdictadas por los oficiales y exigidas por los subalternos en casos de decomisos dehacienda o mercaderías y de ejecuciones de enemigos políticos, y en los consejosde guerra que se formaban para sancionar indisciplinas.

Las motivaciones de los movilizados en las montoneras eran varias. En pri-mer lugar las había de orden material. Los montoneros eran movilizados con pro-mesas de compensación material tanto en dinero como en la distribución debienes de acceso restringido como carne, calzado y ropa. Los jefes montoneroseran los encargados del reparto de estos bienes entre sus seguidores; su incumpli-miento podía acarrear la deserción de las tropas. Una carta de Peñaloza al gene-ral Paunero solicitando a Mitre una subvención nacional para reparaciones deguerra en La Rioja da cuenta de esa necesidad de distribuir bienes entre las tro-pas para evitar el desbande:

Se encuentran innumerables familias no solamente privadas de todo recur-so con que antes pudieran contar, sino reducidas también a la más com-pleta orfandad, por haber perecido en la guerra las personas que pudieran

proporcionarles la subsistencia. Todos los días estoy recibiendo en mi casaestos infelices, y por más que yo desee remediar siquiera sus más vitalesnecesidades, no puedo hacerlo después de haber sufrido yo el mismo con-traste; mis tropas impagas y desnudas, y sin hallar recurso para tocar parael remedio de estas necesidades.9

A pesar de estas dificultades el “Chacho” logra levantar nuevamente unamontonera en 1863. De la Fuente ensaya una explicación convincente para estefenómeno centrada en la identificación entre líder y seguidores que ya habíanobservado los partícipes de los sucesos. El mismo “Chacho”, en carta al coronelMarcos Paz, comisionado de Guerra en Córdoba y futuro vicepresidente, refle-xionaba sobre las bases de su popularidad:

¿[P]orque tengo algún prestigio y simpatía entre mis conciudadanos? Esainfluencia, ese prestigio lo tengo porque como soldado e conbatido al ladodellos por espacio de cuarenta y tres años compartiendo con ellos los asa-res de la guerra los sufrimientos de la campaña las amarguras del destierroy e sido con ellos mas que Gefe un padre que mendigando el pan delestranjero prefiriendo sus necesidades a las mias propias. Y por fin porquecomo Argentino y como Riojano e sido siempre el protector de los desgra-ciados sacrificando lo ultimo que e tenido para llenar sus necesidades, cons-tituyendome responsable de todo y con mi influencia como Gefe asciendoque el Gobierno Nacional buelba sus ojos a este pueblo miserable bigtimade las intrigas de sus propios hijos obteniendo hasta bajo mi responsavilidaparticular, cantidades que llenen las necesidades de la Provincia. Acies Sor.como tengo influencia y mal que pese la tendré.10

La influencia y el prestigio del “Chacho” se fundaban en la identificaciónentre él y sus gauchos basada en una matriz cultural común y una distancia socialque, si bien existente (él era uno de los principales propietarios de los Llanos) noera insalvable. Benjamin Villafañe nos recuerda en un pasaje de sus Reminiscenciashistóricas la relación llana que el “Chacho” establecía con sus gauchos, pero a la vezla disciplina y el respeto que éste les imponía:

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13 Carta de Régulo Martínez al General Mitre, La Rioja, 14 de enero de 1863, en Archivo delGeneral Mitre, tomo XI, pp. 265-266.14 Ariel de la Fuente, Children of Facundo, op. cit., caps. 7 y 8.

11 Benjamin Villafañe, Reminiscencias históricas de un patriota, Tucumán, Banco Comercial delNorte, 1977, pp. 60-61.12 Citado por Ariel de la Fuente en “El Chacho, caudillo de los llanos”, en Jorge Lafforgue (ed.),Historias de caudillos, Buenos Aires, Alfaguara, 2000, p. 325.

Es en Peñaloza ó Chacho, que he podido sorprender uno de los secretos deaquella extraña popularidad. Este hombre, sobresalía en las cualidades defuerza y valor; pero he aquí algo mas que lo realzaba en el concepto de susiguales. Una, dos veces lo he visto rodeado de los suyos: tendía su ponchoen la llanura y sentabase en una de sus extremidades con un naipe en lamano y un puñado de monedas á su frente. Lo he visto llamar á los gau-chos que lo rodeaban, y ellos acudir á la carpeta donde figuraban primerodos cartas, y en seguida otras dos, sobre las cuales cada concurrente depo-sitaba su parada. Allí, sin espacio suficiente para asistir cómodamente á lafiesta, muchos de ellos agobiaban sin piedad sus espaldas. En tales momen-tos, nada había que lo distinguiese de los otros: jugaba, disputaba, apostro-faba, y sufría cuanta revancha y contradicciones le iban encima á conse-cuencia de sus trampas ó no trampas. Fatigado al fin, por lo que Darwinllamara la lucha por la vida, lo he visto ponerse de pié, la frente severa y alti-va y decir á la turba – ¡Ea! Muchachos, cada uno á su puesto. Y entoncesobedecer todos, sin chistar palabra como movidos por un resorte.11

Como ejemplo de esta identificación personal con el líder valga el caso deun gaucho que gritaba en una pulpería de Caucete, San Juan, en junio de 1862,“Me cago en los salvajes [unitarios], soi hijo de Peñaloza y por él muero, si haialguien que me contradiga salga a la calle; por los salvajes ando jodido… y no mehe de desdecir de lo que digo aunque me metan cuatro balas”.12

Esta identificación, que desde Max Weber caracterizamos como una de lasmanifestaciones del “carisma”, se complementaba con una ideología que dabasentido al movimiento montonero del “Chacho”. Era ella la defensa del federa-lismo frente al gobierno de Buenos Aires, tradición en parte heredada de las expe-riencias políticas provinciales de la primera mitad del siglo XIX y en parte reforzadapor la violencia de la represión ejercida por los ejércitos porteños en 1862-1863.Un enviado del gobernador Mitre a las provincias le refería el terror que causabanlas tropas porteñas al avanzar sobre las poblaciones rurales de La Rioja:

Pude convencerme á las muy pocas leguas de la villa de Famatina, delterror que inspiran los soldados del comandante Arredondo, puesto que la

gente del campo confundía á los cuatro gendarmes de la policía de San Juanque me acompañan con soldados del ejército de Buenos Aires. Se veía a millegada á cada pequeño pueblo, huir los hombres á los cerros… Probablementese figuraban que mi gente era vanguardia del terrible comandanteArredondo, verdadera pesadilla de las chusmas de estos lugares.13

Según De la Fuente, el federalismo aparecía ante los gauchos como laopción política que prevenía que la provincia fuera invadida por las fuerzas porte-ñas. El corazón de esta adhesión residía en lo que el autor denomina “identidadfederal” anclada en los clivajes sociales de la campaña riojana que hacía del fede-ralismo el campeón de los pobres rurales contra los más ricos propietarios ycomerciantes identificados como “unitarios” o liberales, de la religión católica con-tra la impiedad de sus enemigos “masones”, y de los “negros” contra los “blancos”,variable étnica presente en una sociedad donde la mayoría descendía de indígenaso africanos.14

Que el federalismo constituía la ideología unificadora de estos movimien-tos queda revelado por la continuidad de los alzamientos luego del asesinato dePeñaloza. En los años 1866 y 1867 se sucedieron dos oleadas de alzamientos fede-rales en Mendoza, San Juan, San Luis, La Rioja y Catamarca. La “Rebelión de loscolorados” llegó a tomar el poder brevemente en Mendoza amenazando a las pro-vincias vecinas. El caudillo catamarqueño Felipe Varela se levantó contra el gobier-no nacional al grito de “Federación o Muerte” y “Viva la Unidad Americana”.Varela luchaba a favor de las autonomías provinciales y en contra de la políticaexterior del gobierno nacional que estaba en guerra con el Paraguay, muy impo-pular en el interior a causa de los reclutamientos forzosos de gauchos para las tro-pas nacionales que eran enviados semidesnudos y engrillados para el frente. Lasmontoneras de Varela fueron desbandadas por las tropas nacionales, y el caudilloy sus seguidores debieron huir hacia el norte perseguidos por el Ejército. Las auto-ridades nacionales extendieron su control efectivo en el oeste del país apoyadas enla fuerza que les daba el manejo del Ejército.

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15 Gustavo L. Paz, “Las bases agrarias de la dominación de la élite: tenencia de tierras y sociedaden Jujuy a mediados del siglo XIX”, en Anuario IEHS, Nº 19, Tandil, 2004, pp. 419-442.

Jujuy, 1872-1875. Comunidad y rebelión indígena

La recuperación del poder por la elite de familias prominentes de Jujuy en1852 brindó la estabilidad política necesaria para consolidar el orden en la cam-paña provincial luego de un largo período de tensiones sociales que había comen-zado con la movilización campesina durante la Guerra de la Independencia y losconflictos civiles que la sucedieron.

La restauración del orden en las áreas rurales se basaba en el control de lapropiedad de la tierra (la elite urbana de Jujuy poseía más de la mitad de las tie-rras de la provincia), la extensión y consolidación del arriendo, la fijación de lamano de obra mediante la aplicación de la papeleta de conchabo y el monopoliode la provisión de crédito. Sólo en aquellas zonas de alta densidad de poblaciónindígena (la quebrada de Humahuaca y la puna) la sobrevivencia o el recuerdo deinstituciones comunales podían desembocar en un desafío al orden rural restablecidopor la elite provincial. Desde la década de 1840 el Estado provincial colaboró aconsolidar el orden en la quebrada de Humahuaca al implementar una políticade tierras que favoreció su traspaso y concentración en manos privadas mediantela abolición legal de las comunidades indígenas, la aplicación de la enfiteusis a lastierras anteriormente bajo su control y su posterior venta.15

El orden rural fue alterado a mediados de la década de 1870 por la rebe-lión del campesinado indígena de la puna. Allí la endeblez de los títulos de pro-piedad coloniales de algunos de los hacendados y el recuerdo de un pasado devida comunal impulsaron a los indígenas a desafiar abiertamente la legitimidaddel derecho de propiedad.

Los distritos de la puna constituían el caso más notorio de concentraciónde la propiedad de la tierra en la provincia. A mediados del siglo XIX una dece-na de grandes propietarios monopolizaban sus tierras, entre los cuales se destaca-ba Fernando Campero, heredero del ex marquesado del valle de Tojo. Residenteen Bolivia, Campero era propietario de las fincas Cochinoca y Casabindo, quecon 200.000 hectáreas abarcaba la totalidad del departamento de Cochinoca, yde Yavi que con una extensión de 100.000 hectáreas comprendía la mayor partede las tierras del distrito homónimo.

La enorme mayoría de la población de la puna eran arrendatarios (“arrende-ros”) que pagaban una renta a los propietarios, en su mayoría ausentistas. Además delos arriendos, desde 1855 los indígenas pagaban al Estado provincial un impuesto

llamado “contribución mobiliar” de un 5 % sobre las crías y las cosechas anuales.El Estado delegaba el cobro de este impuesto en particulares quienes generalmen-te eran comerciantes o mineros asentados en las cabeceras de los departamentosque actuaban a la vez como jueces de paz y comisionados municipales.

La recaudación de arriendos y contribución mobiliar, las multas excesivasy los atropellos de las autoridades locales constituían situaciones conflictivas fren-te a las cuales los indígenas puneños reclamaban la intervención de la autoridadsuperior. Estos reclamos no se canalizaron por vía judicial sino mediante el des-pliegue de una amplia gama de estrategias de resistencia que iban desde la pre-sentación de petitorios a las autoridades hasta el estallido de motines dirigidos acorregir lo que consideraban abusos.

Con frecuencia los campesinos apelaban mediante petitorios escritos laintervención del gobernador a quien recurrían reconociéndolo como única ins-tancia para que sus demandas fueran oídas y resarcidas. Los campesinos aludíana él como “padre de pobres y huérfanos”, “memorable padre de la patria”, “padrede nosotros” a quien le reconocen su “paternal protección” y “bondad y rectitud”como incuestionables virtudes. Las quejas recaían invariablemente en las autori-dades locales que los campesinos debían soportar día a día, sin cuestionar el sis-tema de autoridad. La corrección debía llegar desde la autoridad más alta y apli-carse por vía de una reparación del mal denunciado o por el restablecimiento deprácticas tradicionales de la costumbre.

Pero en ocasiones los campesinos puneños recurrían a protestas más violen-tas. Su organización era espontánea y sus participantes eran aquellos directamenteafectados o los que por solidaridad (de parentesco, de vecindad) se sumaban a lamanifestación de descontento. Un ejemplo de ellas es el motín que estalló a fines de1857 contra la Receptoría de la Aduana Nacional en Yavi . Unos treinta campesinosarmados con sables y espadas irrumpieron en el pueblo, rodearon la Receptoría y,luego de romper la puerta a hachazos, penetraron en ella y la saquearon prolijamen-te llevándose más de doscientos pesos en plata, cucharas y platos, ropa, sábanas y loslibros y documentos de la Aduana, en los que estaban asentadas las deudas y multasimpagas con la misma. Luego del saqueo los amotinados se retiraron rápidamentedel pueblo y se refugiaron en las serranías cercanas. Pocas horas después fueron sor-prendidos ocultos en los cerros por el cura y el juez de paz de Yavi, ante quienes serindieron. Al devolver los bienes saqueados, sólo faltaban la casi totalidad del dinero(posiblemente el producto de las multas) y los libros de la Receptoría. La violenciahabía durado poco y había afectado exclusivamente a la Aduana.

El motín cuestionaba a la vez los derechos aduaneros y la manera abusiva desu cobro. La Aduana Nacional era una institución nueva en la zona, establecida en

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17 Gustavo L. Paz, “El gobierno de los conspicuos. Familia y poder en Jujuy, 1853-1875”, en HildaSabato y Alberto Lettieri (comps.), La vida política. Armas, votos y voces en la Argentina del siglo XIX,Buenos Aires, FCE, pp. 423-442.

16 Gustavo L. Paz, “Resistencia y rebelión campesina en la puna de Jujuy, 1850-1875”, en Boletín delInstituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, vol. III, Nº 4, 1991, pp. 63-89.

1853 al nacionalizarse las aduanas provinciales. El celo del administrador, que seexcedió en el cobro de las multas pero no en el procedimiento de recaudación,reflejaba la reacción de los campesinos a una institución implantada recientemen-te que dificultaba movimientos estacionales de mercancías a ambos lados de lafrontera internacional y gravaba fuertemente el tránsito de esas mercancías.

El reclutamiento de la Guardia Nacional (creada en la década de 1850) enlos departamentos rurales era también un factor de conflicto. En ocasiones lasautoridades departamentales aprovechaban la reunión de las mismas para exigirlesa los campesinos que abonaran sus impuestos o simplemente para hacerlos traba-jar en obras públicas. En 1873, por ejemplo, 235 campesinos del departamentode Rinconada presentaron un escrito al gobernador detallando los abusos cometi-dos el año anterior por Anselmo Estopiñán, comandante local de la GuardiaNacional y gran propietario. Además de haberlos convocado varias veces al pue-blo, con los consiguientes gastos de traslado desde sus lugares de residencia, unavez allí les había cobrado multas y, en combinación con el sacerdote, había forza-do varios matrimonios por los que los campesinos debían abonar un derecho. Enesa ocasión Estopiñán había dicho que “los haría marchar hasta emparejar la plaza[de Rinconada], ahora me han de conocer estos indios ojotudos”.16

Desde comienzos de la década de 1870 las tensiones entre campesinos yautoridades provinciales derivaron en un conflicto más complejo y profundo. Sihasta entonces las protestas campesinas se alzaban contra los abusos cometidospor parte de funcionarios locales o de instituciones nuevas, a partir de esemomento los campesinos comenzaron a poner en entredicho la legitimidad de lapropiedad de las tierras.

La cuestión de las tierras fue planteada a fines de 1872 por medio de unadenuncia presentada por arrenderos de la finca Cochinoca y Casabindo ante elgobernador de la provincia. En ella sostenían que estas tierras estaban ilegítima-mente en manos de Fernando Campero, quien no contaba con los debidos títu-los de propiedad. El gobierno provincial acogió favorablemente la denuncia ydecidió traspasar la propiedad de estas fincas a la esfera provincial luego de com-probar la endeblez de los títulos de propiedad.

La decisión oficial y el éxito de la demanda campesina impulsaron a losarrenderos de otras fincas de la puna a denunciar como fiscales las tierras quehabitaban, al mismo tiempo que se negaban al pago de los arriendos a sus pro-

pietarios. Durante 1873 la protesta se manifestó con una creciente violencia entoda la puna, en particular en Yavi, donde los indígenas sitiaron la cabecera deldepartamento en dos oportunidades. Cabe recordar que Yavi era a la vez casa dela hacienda, sede de las autoridades locales y de la Aduana, única instituciónnacional que existía en esa lejana zona, y que la principal autoridad del departa-mento cumplía al mismo tiempo la función de administrador de la finca. El sitiodel pueblo por los campesinos significaba un abierto desafío tanto a las autorida-des provinciales como al propietario de la hacienda. El liderazgo de la insurrec-ción campesina estaba en manos de un arrendero de Yavi, Anastacio Inca, quienrecorría toda la puna incitando a la rebelión y demandando colaboraciones parael mantenimiento de los indígenas movilizados por “el asunto comunidad”.

Durante la primera mitad de 1874 se hizo evidente que las autoridadesprovinciales no controlaban los distritos rurales de la puna. Las cabeceras de losdepartamentos estaban aisladas en un medio rural hostil, recorrido por bandasarmadas de campesinos que se enfrentaban en esporádicas escaramuzas con lasescasas patrullas militares que el gobierno de la provincia enviaba en ayuda deesas poblaciones. En una de esas escaramuzas perdió la vida Anastacio Inca.

A mediados de 1874 la rebelión se combinó con la contienda electoral porla sucesión presidencial que enfrentaba al candidato oficial Nicolás Avellanedacon el opositor Bartolomé Mitre. En julio de ese año la facción provincial queapoyaba la candidatura de Avellaneda derrocó al gobernador mitrista TeófiloSánchez de Bustamante. El nuevo gobernador, José María Álvarez Prado, decre-tó la restitución de la finca Cochinoca y Casabindo a Fernando Campero el 3 dejulio se 1874, aunque la provincia se reservó el derecho de aclarar su definitivapropiedad ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación.17

La restitución de las tierras a Campero desencadenó la fulminante expan-sión de la rebelión campesina por toda la puna. En la noche del 12 al 13 denoviembre de 1874 ocurrió un violento ataque al pueblo de Yavi: unos trescientoscampesinos penetraron en el pueblo, luego de una breve resistencia de la GuardiaNacional que huyó al verse rebasada. Los indígenas saquearon la casa de la fincay la Aduana, hirieron a su administrador, a su esposa y a su madre, mataron a suhermano y se retiraron a la madrugada. En un informe al gobernador se afirmabaque la invasión se había hecho al grito de “¡Viva el General Mitre i D. TeófiloSánchez de Bustamante!”. De este modo la conexión del movimiento campesino

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GUSTAVO L. PAZCAPÍTULO II Resistencias populares a la expansión y consolidación del Estado nacionalen el interior: La Rioja (1862-1863) y Jujuy (1874-1875)

20 Parte detallado del Gobernador en campaña al Exmo. Gobernador Delegado sobre la sublevación delos Departamentos de la Puna, Jujuy, Imprenta “El Pueblo”, 1875.

18 Archivo Histórico de la Provincia de Jujuy, Yavi, 1-10-1874. 19 Gustavo L. Paz, “Liderazgos étnicos, caudillismo y resistencia campesina en el norte argentino amediados del siglo XIX”, en Noemí Goldman y Ricardo Salvatore (comps.), op. cit., pp. 319-346.

con la política nacional, y sus correlatos locales era evidente. Ésta era señalada porel comisionado político del gobernador en la puna quien afirmaba:

Los indios alucinados con las promesas que les hacen los antiguos explo-tadores de su credulidad é ignorancia de que ha de producirse el trastornogeneral el día 13 del corriente [octubre] del que resultará la Presidencia delBrigadier Mitre, quien les ha de dar la posesión de las tierras denunciadascomo fiscales.18

En la visión oficial, el mitrismo provincial derrocado y sus seguidores localesen la puna explotaban la credulidad indígena. Señalaban a Laureano Saravia,quien había sido comisario de policía de Santa Catalina y puntal mitrista en lazona, quien eslabonó una alianza con los líderes del movimiento campesino.Hacia fines de 1874 Saravia conducía la rebelión, dándole al movimiento cam-pesino una cohesión mayor de la que había tenido hasta ese momento.19

A partir del ataque a Yavi el número de campesinos rebeldes aumentabadía a día. Los partes de las autoridades reflejaban dramáticamente el fortaleci-miento de la rebelión: el 18 de noviembre reportaban que los rebeldes eran 500;el 21 ascendían a 700 y para el 25 de ese mes llegaban ya a 1.000, de los cuales200 a 300 estaban armados con fusiles. Parecía haber un plan en el desarrollo dela rebelión. Saqueado Yavi, los campesinos rebeldes destruyeron la población deSanta Catalina, se dirigieron luego a Rinconada, que atacaron a fines de noviem-bre, y de allí a Cochinoca que tomaron a comienzos de diciembre. A fines de1874 toda la puna estaba bajo control rebelde.

Desde Buenos Aires le urgían al gobierno de Jujuy que terminara con larebelión a la que veían como el último baluarte mitrista del país. El gobernadorÁlvarez Prado se puso al frente de una fuerza de 300 hombres de la GuardiaNacional de Jujuy; al aproximarse a Cochinoca fue derrotado por los indígenas.Poco después llegaron refuerzos de la Guardia Nacional de Salta movilizada pororden del gobierno nacional. El gobernador reemprendió la campaña y el 4 deenero de 1875 se enfrentó con los rebeldes en las serranías de Quera. La derrotade los rebeldes fue completa. Saravia huyó a Bolivia con unos pocos cabecillasindígenas; el resto de los líderes murieron en combate, fueron fusilados poco des-pués en la plaza mayor de Cochinoca o conducidos prisioneros a la ciudad de

Jujuy y empleados en trabajos forzados. En su informe oficial, el gobernadorreportaba con orgullo que en Quera había sido aplastada “la última montoneraque subsistía en la República”.20

Inmediatamente después de la batalla las autoridades provinciales y lospropietarios restablecieron el orden terrateniente en la puna y evitaron que laprotesta campesina se extendiera a otras áreas de la provincia que permanecierontotalmente tranquilas. La puna fue ocupada militarmente por un destacamentodel Regimiento 12 de Línea cuyos uniformes y armas fueron costeados por elmismísimo Fernando Campero. La violencia campesina había sido suprimida yel orden restablecido en la puna de Jujuy.

Conclusiones comparativas

La comparación de estas dos situaciones de resistencia popular tan disími-les girará en torno de los siguientes aspectos: contexto político, organización,liderazgo, motivación e ideología.

Si bien los contextos políticos de ambos levantamientos eran muy diferentespuede encontrarse una similitud significativa entre ellos. La reacción riojana alavance de Buenos Aires después de Pavón y el levantamiento indígena de la punade Jujuy enmarcado en la rebelión mitrista de 1874 tenían como referentes polí-ticos a dos fuerzas opositoras al gobierno nacional en franca declinación. Tantoel federalismo urquicista en la década de 1860 como el mitrismo en la de 1870eran fuerzas en retirada que habían perdido apoyos en las provincias y la iniciati-va política en el ámbito nacional. Entre las numerosas diferencias entre amboscontextos una es fundamental para comprender la represión más rápida y eficazde la rebelión de Jujuy con respecto a la de La Rioja. Mientras que a comienzosde la década de 1860 la expansión de las instituciones nacionales estaba en su faseinicial, a mediados de la siguiente algunas de esas instituciones contaban ya conuna fuerte presencia en las provincias y colaboraban activamente en poner términoa los conflictos locales y sus potenciales proyecciones nacionales. Entre ellas sedestacaba el Ejército Nacional que se constituyó crecientemente en árbitro de lassituaciones políticas provinciales.

Un segundo aspecto lo constituye la organización de los levantamientos.Las montoneras riojanas del “Chacho” podían enorgullecerse de ser herederas de

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GUSTAVO L. PAZCAPÍTULO II Resistencias populares a la expansión y consolidación del Estado nacionalen el interior: La Rioja (1862-1863) y Jujuy (1874-1875)

una tradición miliciana que se remontaba por lo menos a la década de 1820 y cuyopoderío había dado a Facundo Quiroga el predominio político sobre las provin-cias del interior entre 1825 y 1835. La existencia de jerarquías militares en el senode las milicias chachistas, la circulación de órdenes escritas, y el mantenimiento deuna disciplina de corte militar formaban parte de esa herencia. En contraposición,los indígenas de Jujuy habían sido movilizados sólo en dos breves períodos: duran-te las guerras de la independencia en la década de 1810 y durante la guerra con-tra la Confederación peruano-boliviana (1837-1839), en esta oportunidad a favorde Bolivia. Desde la finalización de esa guerra los jefes étnicos de la puna negocia-ron con el gobierno provincial el pago de un tributo a cambio de la excepción alreclutamiento militar. Esta situación cambió en 1853 cuando fueron incorporadosa la Guardia Nacional de reciente creación, no sin una recurrente resistencia a estaforma de reclutamiento por parte de los indígenas.

Un tercer aspecto se refiere a las características de los liderazgos rebeldes. Loslevantamientos de La Rioja presentaban liderazgo que podemos considerar caris-mático basado en una familiaridad cultural y una proximidad social entre líder yseguidores. Como líder o caudillo, Peñaloza era percibido por sus gauchos comouno de ellos pero de calidad superior, que concitaba simpatía y admiración pero ala vez respeto y obediencia. Los montoneros seguían a Peñaloza porque se identifi-caban con él. En la rebelión de los indígenas de la puna de Jujuy se sucedieron dostipos de liderazgo. En los comienzos del alzamiento Anastasio Inca ejerció un lide-razgo de tipo étnico, indígena, que avanzaba las reivindicaciones comunales apelandoa la memoria de una vida comunitaria previa. Luego de su muerte se impuso (noestá claro si los rebeldes lo buscaron) un liderazgo externo, circunstancial y más tác-tico. Laureano Saravia, comerciante criollo sin acceso a la propiedad de la tierra, aline-ado con el derrocado mitrismo, eslabonó una alianza con los cabecillas indígenasque los introdujo de lleno en las disputas políticas provinciales y nacionales. Si bienlos rebeldes indígenas no abandonaron sus reivindicaciones originales, su consecu-ción quedó subordinada a las disputas políticas de las elites.

Sin duda la vinculación simbólica con el líder era un factor importante paraexplicar las motivaciones y lealtad de los seguidores, pero su movilización presenta-ba también aspectos materiales. En La Rioja la compensación material, el pago deuna suma de dinero y la provisión de alimentos, y vituallas (ropa, bebida y tabaco)era esperada por los montoneros. Peñaloza se desesperaba cuando no podía proveera sus gauchos de dinero y bienes materiales porque sabía que a pesar de su influenciay prestigio no podría conservarlos movilizados. Buena parte de su influencia estababasada en esa capacidad de distribución de bienes materiales. En Jujuy se observalo contrario, los líderes étnicos del levantamiento requirieron la colaboración de los

indígenas con módicas sumas de dinero para costear la organización del movimientocampesino. En ningún momento los indígenas movilizados parecen haber obtenidode sus líderes beneficios materiales, más allá del ocasional y modesto botín productodel saqueo de edificios públicos.

En ambas rebeliones había motivos que excedían los aspectos simbólicos ymateriales que se han mencionado: en ellas puede reconocerse un mundo deideas que proporcionaban una causa por la cual pelear. En este aspecto las dife-rencias entre ambos movimientos son muy notables. En la rebelión riojana elfederalismo ofrecía al “Chacho” y sus montoneros una ideología de oposiciónconvocante y aglutinante que apelaba a tradiciones provinciales de movilizacióndesde la primera mitad del siglo XIX. El federalismo proveía a los rebeldes unentramado ideológico centrado en la defensa de la autonomía provincial contrael avasallamiento porteño, del catolicismo contra los masones y de los pobrescontra las familias poderosas en la guerra social por recursos que libraban desdeantaño. A la vez esta ideología trascendía la realidad provincial y los vinculaba aotras luchas (reales o posibles) y a líderes indiscutidos (Urquiza) con proyecciónnacional. En la puna de Jujuy los rebeldes indígenas compartían una ideologíabasada en el recuerdo de una organización comunitaria, que aspiraba a la recupe-ración de tierras ancestrales usurpadas en el pasado por los terratenientes conanuencia (o desidia) del gobierno. La relación entre esas comunidades y el Estadose basaba en la apelación a un pacto de inspiración colonial que hacía de la pro-tección de los indígenas y sus tierras comunales un deber. Este pacto, reeditadoen la provincia de Jujuy en 1840 se había roto en 1853 cuando una nueva auto-ridad, esta vez supraprovincial, forzó la instalación de instituciones hasta enton-ces desconocidas, como las Aduanas y la Guardia Nacional que estorbaban la vidade los indígenas. Pero la ideología sustentada por los rebeldes puneños era mera-mente local y no encontraba eco siquiera en el campesinado de otras zonas de laprovincia. Comparada con el federalismo sustentado por los montoneros rioja-nos, la ideología comunitaria indígena no era convocante para otros sectores dela sociedad. Y el declinante mitrismo sólo les proporcionó una efímera vía parala consecución de sus reivindicaciones comunitarias.

Con sus profundas diferencias, ambos movimientos rurales constituyendos instancias de resistencia a los ajustes que experimentaron las sociedades loca-les del interior argentino desde 1860 cuando la expansión de las agencias estata-les nacionales englobó a poblaciones hasta entonces afectadas primordialmentepor las acciones políticas de las elites provinciales. Desde mediados de la décadade 1870 la consolidación del Estado nacional en el interior puso punto final a lasresistencias populares. La era de las montoneras había llegado a su fin.

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CAPÍTULO II Resistencias populares a la expansión y consolidación del Estado nacionalen el interior: La Rioja (1862-1863) y Jujuy (1874-1875)

CAPÍTULO II

1862-1880 LA ORGANIZACIÓN NACIONAL Y LA MODERNIZACIÓN

BIBLIOGRAFÍA

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De la Marina “fluvial” a la Marina “atlántica”

MIGUEL ÁNGEL DE MARCOUCA / ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA

Cuando después de largos años de luchas civiles y de una guerra fluvial conlas dos primeras potencias mundiales, comenzó tras la batalla de Caseros (3 defebrero de 1852) el proceso de organización nacional, el país se hallaba inerme,como en otras etapas de su historia. Los ejércitos y escuadras servían para un findeterminado y eran reducidos o prácticamente desarmados hasta que un nuevopeligro obligaba a comprar apresuradamente armas vetustas y buques inapropiadospara salir del paso.

Buenos Aires, que injustificadamente suponía en el director provisorio dela Confederación Argentina, Justo José de Urquiza, el afán de perpetuarse en elpoder como el derrocado Juan Manuel de Rosas, se alzó en armas el 11 de sep-tiembre de 1852, separándose del resto del país.

La segregación implicó la movilización de tropas y naves en ambos ban-dos. Buenos Aires, mejor provista económicamente, logró formar unidades delínea y de la Guardia Nacional, para resistir al sitio terrestre impuesto por las fuer-zas de la Confederación. También pudo constituir una pequeña escuadra con elobjeto de enfrentar a los buques confederados. Luego de intensos combates endistintas zonas de la ciudad, el gobierno porteño, con el objeto de poner fin aaquella desgastante lucha, adoptó un arbitrio tan innoble para el que lo recibíacomo para el que lo daba. El oro derramado entre las tropas al mando del generalHilario Lagos, y entregado “de espaldas, como merece una traición” –eufemismopoco eficaz para justificar la acción de quienes concurrieron a poner en manos delcomodoro norteamericano John Halstead Coe, jefe de la marina confederada quehabía sido un valiente subordinado de Brown en la guerra contra el Imperio delBrasil, las talegas con “el vil metal”–, obligó a aceptar la ausencia de BuenosAires en el Congreso General Constituyente de 1853. Esto dio lugar a que, mesesmás tarde, ésta se diera su propia Carta y se convirtiera en una entidad políticaindependiente.

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MIGUEL ÁNGEL DE MARCOCAPÍTULO II De la Marina “fluvial” a la Marina “atlántica”

1 Teodoro Caillet-Bois, Historia Naval Argentina, 1944, pp. 469-460; Miguel Ángel De Marco,“Organización, operaciones y vida militar”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, tomo 5,Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia-Planeta, 2000, pp. 237-251.2 Enrique Zaracóndegui, Coronel de Marina José Murature, Buenos Aires, Secretaría de Estado deMarina. Departamento de Estudios Históricos Navales, 1961, p. 45; Miguel Ángel De Marco, “Lositalianos en las luchas por la organización nacional argentina”, en Affari Sociali Internazionali, Nº 2,Milán, 1987, pp. 2-12; Horacio Rodríguez y Pablo E. Arguindeguy, Nómina de oficiales navalesargentinos, Buenos Aires, Instituto Nacional Browniano, 1998, passim.3 Isidoro J. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas. La política y la guerra, tomo 2, BuenosAires, Emecé, 2006, pp. 653-745; Miguel Ángel De Marco, “Organización...”, op. cit., p 249.

Aceptada la fórmula de status quo, cada parte trató de vivir su propia exis-tencia, hasta que el ahogo económico de la Confederación la llevó a romper rela-ciones con el Estado rebelde, justificando su actitud en la postura asumida porsus dirigentes ante el asesinato del ex gobernador de San Juan, Nazario Benavídez.La nación, regida por Urquiza desde Paraná, que apenas contaba con el ejércitoentrerriano financiado por éste de su propio peculio, logró remontar con granesfuerzo tropas en las provincias del Litoral y adquirir algunas pequeñas naves alas que se colocaron cañones de escaso poder ofensivo. Buenos Aires, que teníaabierta una delicada vanguardia en la frontera con los indios, volvió a emplear losrecursos que le proporcionaba la Aduana, y armó sus batallones y también suescuadra. En ambos incorporó a extranjeros.1

La marina confederada se hallaba bajo las órdenes de un argentino, elmayor Bartolomé Cordero, aunque los comandantes y oficiales de las naves eran,en su mayor parte, extranjeros. La armada porteña estaba comandada por un ita-liano, el coronel José Murature, que daba las órdenes en una media lengua his-pano-xeneize, quien también había colaborado con Brown durante la Guerra delBrasil. Era amigo de Giuseppe Garibaldi, con el que se escribía y para el cual reuníafondos entre sus compatriotas de la escuadra.2

Tuvieron lugar varias acciones de guerra fluvial, en las que resultó triun-fante la flota confederada. Sin embarco, una sublevación en el vapor GeneralPinto provocó la muerte de su comandante Alejandro Murature, hijo del jefe dela marina porteña. Las naves de la Confederación habían sido compradas deapuro en Montevideo, por lo que debieron forzar a cañonazos el paso de MartínGarcía, protegido por los porteños, para penetrar en el Paraná. La campaña terres-tre culminó con el triunfo confederado en Cepeda (24 de octubre de 1859), y losbuques porteños sirvieron para transportar a Buenos Aires a los vencidos.3

La victoria no deparó la real incorporación de Buenos Aires, si bien volvió aser provincia de la Confederación, al recibir un tratamiento generoso del presidente

4 Miguel Ángel De Marco, “Los italianos en las luchas por la organización nacional argentina”,op. cit., pp. 107-109.

Urquiza. Luego de intentos de alianza para eliminar la influencia del caudilloentrerriano, por parte de su sucesor Derqui, Buenos Aires no cumplió con loscompromisos derivados del Pacto de Unión Nacional. Hubo que combatir nue-vamente por tierra y por agua y, como en la campaña anterior, se recurrió a lasiempre nefasta improvisación. El inexplicable retiro del campo de batalla dePavón (17 de septiembre de 1861), por parte del comandante en jefe del EjércitoNacional, dejó el campo libre a los porteños. La marina confederada, ahora a lasórdenes del italiano comandante Luis Cabassa, recorrió desorientada las aguas delParaná hasta que quedó sin mando ni tripulaciones. La escuadra porteña, trasbombardear con poco éxito las baterías de Rosario, dada su escasa capacidadofensiva, volvió a transportar, esta vez en triunfo, a los batallones bonaerenses.4

Lo dicho hasta ahora permite apreciar la negligencia e improvisación deambas partes en lo que a la defensa de los ríos se refiere, y también observar elestado en que se hallaban los buques del coronel Murature –cinco vaporcitos ycuatro pequeños veleros– cuando pasaron a ser los únicos elementos de la MarinaArgentina, luego de que Bartolomé Mitre fuera ungido primer presidente de larepública unificada.

Licenciadas las unidades de la Guardia Nacional de ambos bandos, las tro-pas de línea porteñas se convirtieron en Ejército Nacional. Durante los meses enque Mitre, gobernador de Buenos Aires, actuó en calidad de encargado del PoderEjecutivo Nacional, esas fuerzas incursionaron a sangre y fuego en las provincias, yya reconstituidas las autoridades nacionales, siguieron combatiendo contra el gene-ral Ángel Vicente Peñaloza y conteniendo malones indios. Sus vistosos uniformes,adquiridos como rezagos de la Guerra de Crimea, se hallaban muy deslucidos, y elgobierno tenía tantas dificultades para reponerlos como para responder a los recla-mos de Murature, que contemplaba el cotidiano deterioro de sus naves.

En 1863, la situación en el Plata comenzó a deteriorarse como consecuen-cia de la invasión al Uruguay del jefe del Partido Colorado de ese país, generalVenancio Flores, quien había mandado una de las divisiones porteñas en Pavón,con el fin de derrocar al gobierno entonces a cargo del presidente BernardoPrudencio Berro, líder del Partido Blanco. La posterior intervención del Imperiodel Brasil en apoyo del primero, la inmediata declaración del presidente delParaguay, general Francisco Solano López, de que tal situación ponía en peligro elequilibrio en la región, y su consecuente apoyo a los blancos desatarían la guerra.

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MIGUEL ÁNGEL DE MARCOCAPÍTULO II De la Marina “fluvial” a la Marina “atlántica”

7 Augusto Rodríguez, Sarmiento militar, Buenos Aires, Peuser, 1950, p. 345.

5 Miguel Ángel De Marco, La Guerra del Paraguay, Buenos Aires, Planeta, 1995, pp. 15-39;Francisco Doratioto, Maldita guerra. Nueva historia de la Guerra del Paraguay, Buenos Aires, Emecé,2004, pp. 21-90.6 Vicente Constantino, Vida y servicios militares del guerrero del Paraguay capitán de fragata donVicente Constantino, Buenos Aires, Tailhade y Rosselli, Buenos Aires, 1906, passim; Mi prisión en laGuerra del Paraguay, Buenos Aires, Centro de Estudios para la Nueva Mayoría, 1994, passim; LuisG. Cabral, Anales de la Marina de Guerra de la República Argentina, tomo 1, Buenos Aires, Juan A.Alsina, 1904, pp. 1-31; Fermín Eletta, “Guerra de la Triple Alianza con el Paraguay”, HistoriaMarítima Argentina, tomo VII, Buenos Aires, Departamento de Estudios Históricos Navales, 1989,pp. 383-439; Guillermo Valotta, “La cooperación de las fuerzas navales con las terrestres durante laguerra del Paraguay”, en Revista de Publi caciones Navales, tomo XXVIIII, Buenos Aires, Ministeriode Marina, 1915, pp. 271-290.

La Argentina se hallaba poco menos que inerme, con un ejército mal equi-pado y peor armado, compuesto de unos 6.000 hombres diseminados por distintospuntos del país, especialmente en las fronteras interiores, y con una marina sincapacidad operacional. No es del caso explicar en esta comunicación cómo tancomplejo panorama regional eclosionó en una guerra abierta entre el Brasil y elUruguay contra el Paraguay, ni las razones por las que la Argentina ingresó en laTriple Alianza contra este último país, para librar un conflicto de casi cinco años.5

Sí conviene señalar que al producirse la invasión al territorio nacional porfuerzas fluviales y terrestres del Paraguay, dos de los buques de la escuadra argen-tina, amarrados en el puerto de Corrientes, no estuvieron en condiciones deimpedir el avance, pues se hallaban en pésimas condiciones, y sus jefes, oficialesy marinería apenas pudieron resistir con sus fusiles y bayonetas, secundados poralgunos militares correntinos, hasta que fueron tomados prisioneros para morir osufrir varios años de torturas en las selvas paraguayas, como fue el caso del capitánde fragata Vicente Constantino.6

Mientras el país reaccionaba paulatinamente, constituyendo un ejércitocompuesto por fuerzas de línea y de milicias, la Marina libraba un heroico peroestéril combate contra baterías instaladas en el Paso Cuevas, luego del avance delejército de López (12 de agosto de 1865). En la cubierta del Guardia Nacional,al mando de Luis Py, en el que izaba su insignia Murature, murieron los guardia-marinas José Ferré, hijo del ex gobernador correntino y paladín del federalismo,y Enrique Py, vástago del comandante de la nave, alcanzados por la metralla delos adversarios.

A partir de entonces, la Armada sólo realizó tareas de transporte. LaMarina del Brasil, que contaba con acorazados y otros buques de envergadura ydotados de gran poder de fuego, luego de vencer en Riachuelo a la escuadra del

Paraguay comandada por un jefe a quien habían privado de la capacidad de deci-sión, tuvo siempre la iniciativa. Dirigida por el almirante Tamandaré, cuyas inefi-cacia y mala fe causaban la indignación de sus propios jefes y oficiales, quiendemoraba las operaciones para obstaculizar al comando en jefe argentino, se con-virtió en árbitro de los ríos sin que Mitre pudiera contar con un solo buque paracontrapesar su pésima conducción. Recién cuando el presidente argentino dejó elmando y la escuadra imperial contó con otro almirante, los acorazados forzaronel paso de Humaitá.

La reciente guerra había demostrado que el país no podía carecer por mástiempo de una eficiente organización armada. Mantenía problemas limítrofescon dos naciones caracterizadas por sus apetencias territoriales, el Brasil y Chile,vivía constantemente amenazado por los malones y jaqueado por cruentas revo-luciones en distintos puntos de su territorio.

El ya presidente Domingo Faustino Sarmiento, que había contempladopoco antes en su condición de embajador en los Estados Unidos, los avancesmilitares originados en la Guerra Civil norteamericana, buscó incorporarloscuanto antes a las Fuerzas Armadas. En sus despachos diplomáticos y en sucorrespondencia confidencial había descrito el potencial armado de la Unión.Incansable, volcánico, no sólo recorría escuelas y universidades, sino que partici-paba en desfiles y revistas navales para adquirir experiencias que le sirvieran en supatria. Conocía en detalle las características del armamento portátil, de la artillería,y de los nuevos acorazados y monitores empleados en la gigantesca contienda fra-tricida del país del Norte.7

Con pertinacia e inteligencia, Sarmiento logró su anhelo de fundar el ColegioMilitar de la Nación y la Escuela Naval Militar; es decir, concretó el comienzo deuna nueva etapa, signada por la paulatina incorporación a los puestos de comandode las Fuerzas Armadas de personal más capacitado profesional e intelectualmente.Sin dejar de lado la experiencia en los campos de batalla ni la eficacia adquirida a travésde vidas enteras a bordo de los buques; sin excluir a los veteranos, que por décadasocuparon posiciones relevantes y en buena medida se adecuaron y aun impulsaronla preparación de los mandos castrenses, los nuevos institutos suscitaron una modi-ficación en los viejos hábitos de intervención en las contiendas electorales, que poníalas espadas al servicio de compromisos políticos; generaron un mayor respeto haciala sociedad civil y contribuyeron a la integración de los hijos de extranjeros a las res-pectivas fuerzas. En pocos años quedó atrás la posibilidad de incorporar oficiales

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MIGUEL ÁNGEL DE MARCOCAPÍTULO II De la Marina “fluvial” a la Marina “atlántica”

8 Isaías J. García Enciso, Historia del Colegio Militar de la Nación, Buenos Aires, Círculo Militar,1970, passim.9 Humberto F. Burzio, Historia de la Escuela Naval Militar, Buenos Aires, Departamento de EstudiosHistóricos Navales, 1972, passim; Miguel Ángel De Marco, “Organización...”, op. cit., pp. 259-255.

voluntarios de otras nacionalidades –como había ocurrido por décadas–, y aun de“distinguidos” que, formados en la dura disciplina de los regimientos, sin más cono-cimientos que las manidas Tácticas al estilo de la de Perea, habían podido alcanzarhasta entonces las más elevadas jerarquías castrenses.

A la creación del Colegio Militar de la Nación, el 30 de junio de 1870,8siguió la fundación de la Escuela Naval Militar, el 2 de octubre de 1872.Sancionada la ley que dio vida a este instituto, su primer director fue el mayor deMarina Clodomiro Urtubey, que había sido enviado años atrás a España paraestudiar en el célebre Colegio Naval de San Fernando, en Cádiz. Con el fin deque los cadetes conocieran desde los comienzos la vida a bordo, se decidió quelos cursos se dictaran en el vapor General Brown, que fue el primer buque escuelade la Armada Argentina. Como ocurrió con el Ejército, los egresados de la escuela,cuya cuidada formación facultativa los distinguía de los viejos y meritorios ofi-ciales prácticos, procuraron diferenciarse de éstos, aunque por bastante tiempolos comandos superiores del arma estuvieron en manos de los que habían recibidosus despachos en mérito a los años de servicio y a la pericia demostrada en sucesivascampañas. El viejo General Brown, pese al peligro que entrañaba la navegación enel mar argentino, fue enviado con los cadetes de la primera promoción, para que apren-diesen su oficio en medio de los vientos, las tempestades y la dura vida de a bordo.

Luego de una breve clausura, la Escuela continuaría funcionando embar-cada en los buques de guerra y sedes en tierra, con nuevos directores y planes deestudio que fueron adaptados al sostenido progreso de la tecnología naval, delque no tardaría en beneficiarse la Armada Argentina. Los alumnos participaronen 1876 en la expedición comandada por el comodoro Luis Py, con el fin de reafir-mar los derechos argentinos sobre la Patagonia, y tres años más tarde intervinieron enla Campaña al Desierto que encabezó el ministro de Guerra y Marina, generalJulio Argentino Roca. Paralelamente, el personal subalterno recibió instrucción enla llamada Escuela de Marineros que tuvo por cambiante centro otros buques dela Armada. Así fue hasta que en 1880 quedó establecida en los talleres de Marinade Tigre la Escuela de Aprendices Mecánicos que años más tarde se transformóen lo que el gracejo naval denominó “la universidad de lata”, por el material conque estaban construidos los primitivos galpones y por la variedad de especialidadesque se brindaba a los aspirantes de la Armada.9

10 Teodoro Caillet-Bois, op.cit., pp. 483-496.

Pero ese quehacer de formación de recursos humanos no hubiera sido sufi-ciente con medios inadecuados como los que existían cuando Sarmiento ocupóla presidencia. Del mismo modo como equipó al Ejército, dedicó ingentes esfuerzoseconómicos para la época a la adquisición de una nueva escuadra. A pesar de lasdos rebeliones jordanistas y del persistente problema de las fronteras interiores–acerca del cual pugnaban entre los gobernantes y los militares dos tendenciascontrapuestas la integración de los aborígenes o la guerra sin concesiones–, ladecisión de modernizar la Marina de Guerra se mantuvo en forma inexorable. Enla concepción de Sarmiento y de la mayoría de los hombres públicos de la época,los nuevos buques debían garantizar la seguridad del estuario del río de la Platay los cursos de agua interiores. Al fin y al cabo, todas las guerras libradas hastaentonces –si se exceptúan las campañas de corso durante la Guerra de laIndependencia y el conflicto bélico con el Brasil– habían tenido lugar en el MarDulce de Solís, en el Paraná y en el Uruguay. Por otro lado, en la práctica, el terri-torio en el que el Estado ejercía su dominio se circunscribía hacia el sur a laspoblaciones ubicadas dentro de una línea que no había avanzado mucho desde lacolonia. Muy pocos miraban hacia la Patagonia y contemplaban las riquezas queencerraba el mar Argentino.

Los astilleros ingleses recibieron en 1872 la orden de compra de dos moni-tores, Plata y Andes. El Brasil adquirió de inmediato, para equilibrar fuerzas, dosunidades similares, el Javary y el Solimoes. Además la Argentina encargó dos caño-neras, Paraná y Uruguay, cuatro bombarderas, Pilcomayo, Bermejo, Constitución yRepública, y una flotilla de pequeñas torpederas, denominadas con números arábi-gos. Pese a ser buques de empleo fluvial, soportaron muy bien la violencia delmar Argentino para tocar las costas de Santa Cruz, en la operación que ya fueramencionada.10

La compra de dichas naves implicó el fin de la compulsiva presencia de lasestaciones navales extranjeras para apoyar con sus cañones la acción de sus diplo-máticos. Las naves de las potencias de primer y segundo orden, se limitaron a lasvisitas de cortesía. Poco después, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, elintento de embarcar en un buque de la Marina Británica los caudales del Bancode Londres implicó la enérgica manifestación del ministro de RelacionesExteriores Bernardo de Irigoyen, quien sostuvo: “Los capitales […] no estarán másseguros a bordo de un navío de guerra inglés que en cualquier lugar del territorio

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11 Miguel Ángel De Marco, La historia contemplada desde el río. Presencia naval española. 1776-1900, Buenos Aires, Educa-Librería Histórica, 2007, p. 396.12 Guillermo Oyarzábal, Los marinos de la Generación del 80, Buenos Aires, Emecé, 2005.

De la Marina “fluvial” a la Marina “atlántica”

argentino bajo la guarda de las autoridades nacionales”, para afirmar seguidamente:“Las sociedades anónimas no tienen patria”.11

Aparte de la adquisición de los buques de la denominada “escuadra de hierro”de Sarmiento, se adoptaron otras medidas para garantizar la soberanía en lasaguas, en un contexto de conflictos limítrofes con los países vecinos: el artilladode la isla Martín García, la creación del Arsenal de Zárate con el fin de atender alas necesidades de los nuevos buques, la iniciación de tareas hidrográficas, la colo-cación de faros flotantes en el Río de la Plata, etcétera.

Le correspondería al joven y visionario general Julio Argentino Roca,como ministro de Guerra y Marina de Avellaneda, y enseguida en calidad de pre-sidente de la República, ampliar esa perspectiva. El estadista sostenía que habíaque mirar al mar y que la Armada debía realizar estudios hidrográficos, canaliza-ciones, balizamientos, iluminación de las costas, vigilancia sanitaria y policial,protección de los intereses nacionales fuera de las fronteras y conservación delorden y la comunicación con los puntos excéntricos del territorio, pues se tratabade asuntos de importancia vital y permanente para todo país que tuviera señaladoun rango entre las naciones modernas.12

Concluida casi totalmente la lucha en la frontera interior y sofocada larebelión de Buenos Aires en junio de 1880, el presidente Roca decidió fijar nue-vas pautas orgánicas para el Ejército y la Armada. Disponía la creación de losEstados Mayores permanentes, la sanción de reglamentos que fijaban con claridadlas características de los uniformes para romper con las tendencias anárquicas dealgunos jefes de unidades al respecto, la constitución de nuevos agrupamientos aluso de casi todos los países modernos; el establecimiento de normas sobre ascensosmilitares que reemplazaban en ambas fuerzas las ordenanzas españolas de fines delsiglo XVIII –aún vigentes– y la creación de diversos organismos administrativos,de formación y de perfeccionamiento.

La concepción de una Armada que se ocupase de la defensa y proteccióndel mar continental había ganado terreno, y si Sarmiento y otros políticos seempeñaban en sostener que el escenario de su actividad eran los ríos, resultabanmuchos más los que creían que su presencia debía extenderse hasta el Cabo deHornos. Si la Marina de Guerra constituía una fuerza oceánica según la concepciónactual, que se refiere a la disponibilidad de medios para ocupar grandes espacios,estaba en condiciones de responder, con sus acorazados y otras naves modernas, a

MIGUEL ÁNGEL DE MARCO

los requerimientos estratégicos del país en la parte del Atlántico que baña sus costas,no sólo en lo atinente a la seguridad nacional sino a la preservación de las ingentesriquezas que décadas más tarde definiría el almirante Storni como intereses marítimosargentinos.

BIBLIOGRAFÍA

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CAPÍTULO III

1880-1930La vida político-electoral

y los movimientos populares

De la Marina “fluvial” a la Marina “atlántica”CAPÍTULO III

GARCÍA ENCISO, Isaías J., Historia del Colegio Militar de la Nación, BuenosAires, Círculo Militar, 1970.OYARZÁBAL, Guillermo, Los marinos de la Generación del 80, Buenos Aires,Emecé, 2005.RODRÍGUEZ, Augusto, Sarmiento militar, Buenos Aires, Peuser, 1950. RODRÍGUEZ, Horacio y Pablo Arguindeguy, Nómina de oficiales navales argen-tinos, Buenos Aires, Instituto Nacional Browniano, 1998.RUIZ MORENO, Isidoro J., Campañas militares argentinas. La política y la guerra,tomo 2, Buenos Aires, Emecé, 2006.VALOTTA, Guillermo, “La cooperación de las fuerzas navales con las terrestresdurante la guerra del Paraguay”, en Revista de Publi caciones Navales, tomo XXVIII,Buenos Aires, Ministerio de Marina,1915.ZARACÓNDEGUI, Enrique, Coronel de Marina José Murature, Buenos Aires,Secretaría de Estado de Marina. Departamento de Estudios Históricos Navales, 1961.

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CAPÍTULO III

1880-1930 LA VIDA POLÍTICO-ELECTORAL Y LOS MOVIMIENTOS POPULARES

1 Enrique Mases, Estado y cuestión indígena. El destino final de los indios sometidos en el sur delterritorio (1878-1910), Buenos Aires, Prometeo/Entrepasados, 2002, p. 16.

La ocupación militar de la Pampa y la Patagonia deRosas a Roca (1829-1878)

SILVIA RATTOUNQ / CONICET

Desde la década de 1820, la creciente demanda de productos pecuariospor parte del mercado mundial incentivó un mayor interés del gobierno bonae-rense por la expansión territorial hacia el sur para incorporar tierras fértiles quepermitieran incrementar la exportación de productos pecuarios. A partir deentonces, la política de fronteras cobró mayor importancia para los gobiernosprovinciales. Pero como los espacios sobre los que planteaba la expansión estabanhabitados por grupos nativos, cualquier definición sobre la política fronteriza lle-vaba implícita la elaboración de una política indígena en el sentido de qué caminodebía tomarse con respecto a aquellos grupos a los que se les iba a usurpar la tierra.Siguiendo a Enrique Mases

la situación de las fronteras [así] como […] la problemática de la sociedadindígena misma [corresponden a] cuestiones que en realidad son sólo aspectosdiferentes de un mismo problema.1

Pero si ésta fue una de las preocupaciones centrales de los gobiernos pro-vinciales y luego del gobierno nacional, desde épocas anteriores a la definitiva con-quista de la Pampa y la Patagonia, lo que se discutió durante todo este períodofueron los medios mediante los cuales llegar a ese objetivo; se plantearon entoncesdos vías diferentes: el avance a través de negociaciones con los grupos indígenasque iban a ser incorporados al territorio conquistado o mediante avances militaresque llevaran al sometimiento de la población originaria.

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191190 La ocupación militar de la Pampa y la Patagonia de Rosas a Roca (1829-1878)

CAPÍTULO III

El objetivo de este trabajo es presentar cómo se diseñaron estas dos estra-tegias de avance territorial centrando la atención en las decisiones tomadas desdeel gobierno de Buenos Aires hasta 1862 y desde el gobierno nacional a partir deese momento, dividiendo el análisis en tres momentos diferentes: el gobierno deRosas entre 1829 y 1852, el período de separación entre el Estado de BuenosAires y la Confederación Argentina de 1852 a 1862 y la etapa de unificaciónnacional que culmina con las expediciones militares de Roca.

Primer período: el gobierno rosista (1829-1852)

En 1829 Rosas fue elegido gobernador de la provincia de Buenos Aires. Ensu primer mandato, que se extendió de 1829 hasta 1832, se dedicó a estabilizary perfeccionar la política indígena desarrollada desde 1826. Sobre la base de losacuerdos iniciados años antes, se creó un sistema de relaciones pacíficas con algu-nos grupos indígenas que se llamó precisamente el “Negocio Pacífico de Indios”,que fue cambiando de contenido y extendiendo su alcance a una diversidad degrupos indígenas durante el extenso gobierno de Rosas, que llegó a su fin en1852. En términos generales, esta política consistía en el establecimiento de pactosde amistad con algunos grupos nativos que se comprometían a no atacar los estable-cimientos fronterizos y a avisar de posibles invasiones de otras agrupaciones, yrecibían por tal tarea una serie de obsequios que consistían en cantidades deganados y artículos de consumo acordes con la población que integraba el grupo.Definida de esta manera, esta política retomaba algunos rasgos desarrolladosdesde el período colonial; sin embargo, el negocio pacífico de Rosas tenía tresnovedades con respecto a prácticas anteriores, que derivaron en un relativo éxito enestabilizar la paz fronteriza que sería reconocida luego de la caída del Gobernadoraun por sus más acérrimos enemigos.

La primera novedad era que los grupos indígenas que pactaron su alianzacon el gobierno, abandonaron su asentamiento en territorio indígena y pasarona vivir dentro de la provincia de Buenos Aires, en las cercanías de algún fuertefronterizo. De esa manera, podían ser controlados de manera más eficaz por lasfuerzas militares. Pero la asignación de un lugar de asentamiento en la provinciano implicó de ningún modo un precedente para la entrega permanente de tierrasen propiedad a estos grupos ya que, a medida que avanzaba la línea fronteriza,eran trasladados a otros espacios con el objetivo de que no quedaran nunca a reta-guardia de los nuevos establecimientos rurales.

Esta instalación en un espacio territorialmente delimitado implicó para losgrupos nativos la pérdida o, al menos, la limitación de su patrón de subsistencia

2 Sobre las características y formas de organización de las milicias provinciales a partir de la décadade 1820, véase los trabajos de Oreste Carlos Cansanello, fundamentalmente “De súbditos a ciudadanos.Los pobladores rurales bonaerenses entre el Antiguo Régimen y la Modernidad”, en Boletín Ravignani,Nº 11, 1995, y “Las milicias rurales bonaerenses entre 1820 y 1830”, en Cuadernos de HistoriaRegional, Nº 19, Universidad Nacional de Luján, 1998.

SILVIA RATTO

móvil, es decir, la práctica de trasladarse constantemente en busca de pastos yaguada para el pastoreo de ganado y para realizar expediciones de caza y recolec-ción. Para compensar esta disminución en las actividades de obtención de recur-sos y reconstituir la economía de los grupos indígenas, se les hacía entrega deraciones en ganado y bienes de consumo. Si bien la práctica de entrega de racio-nes no era novedosa, constituía la segunda novedad del sistema ya que a partir de1830 el negocio pacífico contó con una partida presupuestaria propia denomina-da “Negocio Pacífico de Indios dentro del Departamento de Gobierno”, lo quegarantizó la disponibilidad de recursos para hacer frente a esos gastos.

Como contrapartida de estos bienes entregados por el gobierno, los llama-dos “indios amigos” debieron cumplir una serie de tareas que excedieron las vagasdeclaraciones de amistad que habían precedido a las relaciones pacíficas de otrasépocas y que constituyen la tercera innovación de esta política. Estos indios debieroncumplir diversas tareas como las de mensajeros, mano de obra en hornos de ladrillospertenecientes al Estado y en establecimientos rurales de particulares. Pero la tareamás importante –que con el tiempo se convirtió en la fundamental–, fue la confor-mación de milicias indígenas auxiliares para la defensa de la frontera.

En efecto, el gobierno provincial organizó la defensa de la región sur de laprovincia bonaerense echando mano a los tres cuerpos militares de que disponía:el ejército regular, los cuerpos de milicias2 y los indios amigos. La utilización devecinos-milicianos para el servicio de la frontera se remonta a tiempos colonialesy en todos los casos el motivo era el mismo: la incapacidad de los gobiernos centralesde hacerse cargo de la defensa fronteriza. Con estas fuerzas disponibles, a mediadosde la década de 1830, la frontera bonaerense se hallaba defendida por las siguien-tes fuerzas: en el norte, el Fuerte Federación –actual localidad de Junín– contabacon 49 soldados de línea, 290 milicianos y 412 lanceros indígenas; y 25 de Mayotenía 54 soldados regulares, 130 vecinos-milicianos y 29 lanceros. Como puedeverse, el peso de las milicias indígenas no era desdeñable pero en el sector sur dela provincia su contribución a la defensa era mucho más evidente. En Tapalquéy Azul servían sólo 22 soldados regulares, 390 milicianos y 899 indígenas querepresentaban un 68,6% de las fuerzas totales. Una situación similar se daba en

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SILVIA RATTOCAPÍTULO III La ocupación militar de la Pampa y la Patagonia de Rosas a Roca (1829-1878)

3 Los datos se encuentran en Silvia Ratto, “Soldados, milicianos e indios de `lanza y bola´. La defen-sa de la frontera bonaerense a mediados de la década de 1830”, en Anuario IEHS, Nº 18, 2003.

el fuerte Independencia, donde el ejército regular era sólo un 4,6% de la guarnicióngeneral –con 20 soldados–, los vecinos milicianos representaban un 21,7% con94 personas y los indios amigos componían el 73,7% de las fuerzas defensivas,con 320 lanceros.3

En lo que respecta a la política de fronteras, durante el período rosista, nohubo avances territoriales considerables pero se llevó a cabo una expedición mili-tar entre marzo de 1833 y enero de 1834, convocada y organizada de maneraconjunta por las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y San Luis quetuvo el objetivo de consolidar el espacio que se había incorporado al territorioprovincial luego de las fundaciones de 1828 y, en palabras de Rosas “decidir quéindios son amigos y cuáles no”. La expedición contó con tres divisiones: una acargo del brigadier José Félix Aldao, gobernador de Mendoza, que partió hacia elsur buscando la confluencia de los ríos Limay y Neuquén; la del centro, bajo lasórdenes del general Ruiz Huidobro, que salió de la provincia de San Luis y debíarecorrer el espacio de norte a sur hasta el río Colorado. Estas dos divisiones debí-an atacar a los indios ranqueles, con quienes nunca se había podido establecer lapaz. La división sur, por último, dirigida por el mismo Rosas, se dirigió princi-palmente sobre los grupos que seguían hostilizado la frontera bonaerense.

La correspondencia de Rosas con distintas autoridades militares y civilesde la expedición y de la provincia es extensísima y evidencia la meticulosidad ydetalle que habitualmente se señala como característica de su estilo de gobierno.Las instrucciones del comandante de la división expedicionaria cubrían unaamplia gama de situaciones referidas al curso de la guerra, en donde no estaba demás señalar, por ejemplo, qué debía hacerse con los prisioneros indígenas. En unacarta verdaderamente aterradora, Rosas le indicaba al coronel Pedro Ramos laforma de proceder con los prisioneros indígenas tomados en las incursiones:

Cuando tome prisioneros indios, una vez que les haya tomado declaraciónpuede, al dejar el punto, mantener una pequeña guardia para que cuandono haya nadie en el campo los fusile. Digo esto así porque después de pri-sioneros y rendidos da lástima matar hombres y los indios que van con Ud.que lo vean aunque quizás les gustaría esto porque así son sus costumbrespero no es lo mejor... Si los indios preguntan por ellos debe decírseles queintentaron escapar y fueron ultimados. Por esto mismo no conviene que al

4 Juan Manuel de Rosas a Pedro Ramos, 2 septiembre de 1833, Archivo General de la Nación[AGN], Sala X, Legajo 27.5.7.

avanzar una toldería traigan muchos prisioneros vivos, con dos o cuatrohay bastantes y si más se agarran esos allí en caliente nomás se matan a lavista de todo el que esté presente pues que entonces en caliente nada hayde extraño y es lo que corresponde. Cuando así hablo es de indios grandesy no muchachos chicos que no es fácil escapen y que estos y las familiasson las que deben hacerse prisioneras.4

Del éxito de la campaña al sur dependía, para el Gobernador, la consolidacióndel sistema de relaciones pacíficas que ya se había iniciado sobre la base de la tri-logía de caciques amigos –Catriel, Cachul y Venancio–, asentados en la fronterasur; más al sur, la amistad con caciques tehuelches cercanos al fuerte de Carmende Patagones incentivaría el activo comercio que siempre los había unido al fuerte;los boroganos, asentados en Salinas Grandes, actuarían como barrera de contenciónante posibles ataques de grupos trascordilleranos. Para que el modelo funcionaraa la perfección, sólo faltaba organizar algunas piezas sueltas: los ranqueles y losindios que constantemente arribaban del otro lado de la cordillera. El objetivofinal de Rosas era que, logradas estas paces, los indios se asentaran de manera per-manente en un sitio y se dedicaran a sembrar la tierra.

Este esquema contemplaba la idea de incorporar al indígena a la sociedadcriolla mediante su participación en la economía provincial (a través del comer-cio y de la práctica agrícola) pero no de manera forzada sino apoyada en la mismadinámica de la relación. La convivencia con la población criolla tendería, segúnRosas, a fomentar en los indios amigos prácticas económicas que finalmente lle-varían a su integración a la sociedad provincial.

Segundo período: la confrontación entre la Confederación Argentina yel Estado de Buenos Aires (1852-1862)

En febrero de 1852, la batalla de Caseros puso fin al gobierno de Rosas,pero eso no implicó un acuerdo entre las provincias para avanzar en un proyectode organización nacional sino que, por el contrario, abrió paso a un período deconfrontación entre la Confederación Argentina liderada por Urquiza y la provinciade Buenos Aires, cuya máxima expresión fue la revolución del 11 de septiembre,que llevó a la separación de la última del resto de la Confederación. Poco después,

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SILVIA RATTOCAPÍTULO III La ocupación militar de la Pampa y la Patagonia de Rosas a Roca (1829-1878)

5 En 1852 se gastaron en raciones y obsequios la suma de 419.661 pesos y al año siguiente el montoapenas alcanzó los 27.666 pesos, en Libros Mayores de la Provincia de Buenos Aires, AGN, Sala III.

el 1º de diciembre, un movimiento de base rural dirigido por el coronel HilarioLagos, desafió a las nuevas autoridades porteñas por su proyecto separatista. Elmovimiento mantuvo sitiada la ciudad de Buenos Aires por espacio de seis mesesy su finalización significó el fracaso urquicista por imponerse a la ciudad portua-ria y un período de casi diez años de autonomía.

Luego de Caseros, y al menos durante el año 1852, el gobierno de Buenos Airesdecidió continuar con la política indígena rosista sustentada en el abastecimiento delos indios amigos, destinando para tal fin un gasto similar al que se había estado invir-tiendo en el período anterior. Sin embargo, esta situación no se mantuvo en los añossiguientes. Por un lado, el conflicto con la Confederación produjo una división en lasfuerzas militares-milicianas e indígenas entre sectores que apoyaban a los porteños y losque se unieron a los sitiadores, restando efectivos y disminuyendo los gastos de la polí-tica indígena.5 Pero resuelto el conflicto y decidida la separación de los dos poderes,comenzaron a hacerse oír en la provincia de Buenos Aires, nuevos proyectos defendidospor el entonces legislador Bartolomé Mitre, quien planteaba una política fronteriza másagresiva desplazando a la población indígena y reemplazándola por la de colonos. Enmayo de 1853, se había creado el nuevo Fuerte Esperanza –en la actual Alvear– y acomienzos del año siguiente se autorizó el traslado del pueblo de Tapalqué ocho leguasal sudeste de su ubicación original, lo que implicaba el avance sobre grupos indígenasque se hallaban asentados en el lugar desde hacía más de dos décadas. Paralelamente seresolvió la suspensión en la entrega de raciones a algunas tribus.

Las nuevas condiciones de la relación generaron la reacción de los indígenasafectados por las medidas, quienes, unidos a otros grupos, protagonizaron unaserie de ataques sobre los establecimientos rurales del sur de la provincia. La reaccióndel gobierno fue una movilización de fuerzas hacia la región afectada para respondera los malones con expediciones punitivas sobre los grupos atacantes. Estas ofensivasdel ejército provincial fueron rechazadas en todos los casos por los indígenas y losmismos comandantes militares reconocieron que la clave del fracaso era su falta deexperiencia en enfrentamientos con guerrillas indígenas.5

Al no poder detener un nuevo avance indígena sobre Azul, Emilio Mitre, des-tinado al departamento sur de campaña, reconocía en una carta a su hermanoBartolomé, ministro de Guerra de la provincia, que “los indios se me han ido sin darlessiquiera un pescozón aun con riesgo de que ellos me lo hubieran dado a mi”; agregabaque su primera idea había sido seguirlos hasta las tolderías pero consideró que

6 En 1856 se gastaron 445.106 pesos y en el año siguiente 476.939. En Libros Mayores de laProvincia de Buenos Aires, AGN, Sala III.7 Ibid., 1857, AGN, Sala III.

con nuestros caballos trasegados quedaríamos postrados sin combatir yhubiéramos tenido que hacer una retirada que hubiera sido un gran triunfopara los indios; estas consideraciones me hicieron mucha fuerza y abandonémi primera inspiración que hubiera sido tal vez la acertada, aunque me ibaa encontrar con 4.000 indios y la verdad creo que tuve un poco de miedo.

Luego de los ataques sufridos y de las derrotas experimentadas a mediadosde la década de 1850, el gobierno porteño asumió la necesidad de reestableceruna política pacífica con los indígenas. Los caciques plantearon una exigencianueva: el reconocimiento de la propiedad de las tierras que ocupaban desde hacíadécadas. Así, en 1856, se produjo la primera concesión de tierras en propiedad alos indios de Azul mediante la creación de “Villa Fidelidad”, extensión de tierraque fue comprada a la corporación municipal y dividida en 100 solares de 50varas de frente por 50 de fondo, los cuales se organizaron alrededor de una plazacentral. En los años siguientes, se entregaron tierras en propiedad a los caciquesAncalao en Bahía Blanca, a Raylef y Melinao en Bragado, a Coliqueo en 9 deJulio, a Rondeau en 25 de Mayo y a Raninqueo en Bolívar.

La vuelta al racionamiento volvió a formar parte de la política indígenaporteña y los presupuestos del aún llamado “Negocio Pacífico” recuperaron losmontos tradicionales.6 El reestablecimiento de las paces volvió a poner en prácticala utilización de los indígenas como soldados para la defensa de la frontera. Portal motivo, los gastos insumidos por los grupos nativos, aliados al gobierno pro-vincial, se hallaban registrados en la tradicional partida del “Negocio Pacífico” y enuna nueva que se denominó “Indios a sueldos”. Para el año 1857 se encontrabanpiquetes de indios militarizados incorporados a cuerpos del Ejército en las guarni-ciones de Junín, Fuerte Argentino y 25 de Mayo y otros formaban parte delRegimiento de Blandengues y del Regimiento 11 de Guardias Nacionales queprestaba servicios en la frontera sur.7

Tercer período: la organización nacional hasta las campañas de Roca (1862-1878)

El triunfo porteño en Pavón definió la unión de Buenos Aires al resto dela Confederación y el inicio del proceso de consolidación política y territorial del

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SILVIA RATTOCAPÍTULO III La ocupación militar de la Pampa y la Patagonia de Rosas a Roca (1829-1878)

8 Ingrid de Jong, “Acuerdos y desacuerdos: las políticas indígenas en la incorporación a la fronterabonaerense (1856-1866)”, en Sociedades en Movimiento. Los pueblos indígenas de América Latina en el sigloXIX, editado por Raúl Mandrini, Antonio Escobar Ohmstede y Sara Ortelli, pp. 47-62, en Anuario IEHS,Suplemento 1, Tandil, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, 2007.9 Abelardo Levaggi, Paz en la frontera: historia de las relaciones diplomáticas con las comunidades indíge-nas en la Argentina (siglo XVI-XIX), Buenos Aires, Universidad del Museo Social Argentino, 2000.10 Cámara de Senadores, sesión del 4 de julio de 1867, pp. 142-143.

Estado argentino. Desde bien temprano se hizo evidente la prioridad que tendrí-an, a partir de entonces, las fronteras con los indígenas. Al asumir la presidencia,Mitre dejó sentada la necesidad de encarar un proyecto más global y definitivoen relación a lo que se consideraba la amenaza indígena sobre los establecimien-tos productivos de la campaña. En una carta escrita en 1863, el teniente coronela cargo de las Comisiones de Indios, Juan Cornell, recomendaba al Ministro deGuerra la continuación de la política de tratados solicitados por los caciques, nopor acordar con esta línea diplomática, sino porque de esa manera “se gana entre-teniendo la paz mientras se va conquistando la tierra”.8

Ambas propuestas fueron puestas en práctica por el gobierno. En el trans-curso de unos pocos años, se firmaron más de veinte tratados con distintos caci-ques, cifra que contrastaba fuertemente con el período anterior. Pero en los pun-tos acordados se hacía evidente el cambio en la relación de fuerzas con un deterio-ro de la posición indígena y mayores exigencias por parte del Estado nacional. Estecambio se expresó además en acciones concretas como la creación de diez nuevosdistritos rurales sobre territorio indígena durante el año 1865 y en la promulga-ción, dos años después, de la ley 215 que establecía la ocupación por fuerzas delEjército Nacional del territorio que se extendía hasta el río Negro, fijando en elcurso de ese río el nuevo límite fronterizo con los grupos indígenas.9

En la discusión suscitada en la Cámara de Senadores a propósito de estaley se plantearon distintas posiciones sobre la política a seguir con respecto a losindígenas.10 El proyecto original redactado por la comisión militar proponía ensu artículo segundo la entrega de tierras a los grupos indígenas a los que se con-sideraba ocupantes originarios de las mismas; esta concesión fue presentada porlos miembros informantes de la comisión como una forma de alentar a algunosgrupos nativos para que acompañasen al Ejército Nacional en la empresa de conquista.Pero el artículo fue criticado por algunos senadores que, como Navarro, conside-raban que “ese reconocimiento estaría en contradicción con el objeto mismo dela ley [ya que] vamos a tomar una medida de nación que está en guerra con otranación para librarnos de sus acechanzas y de sus incursiones”. De igual manera,

11 Martín de Gainza , Memoria de Guerra y Marina, 1876, p. LXII.

el senador Rojo consideraba “imprudente reconocer en los indígenas un derechocualquiera respecto al territorio [ya que] si se les reconoce derecho sobre las tie-rras, ¿con qué facultad ni razón vamos a despojarlos de ellas?”

Esta última posición fue la que se impuso ya que la ley promulgada nopreveía la entrega de tierras y, acentuando la posición más militarista, estipulabaque “de las tribus que se resistan al sometimiento pacífico de la autoridad nacio-nal, se organizará contra ellas una expedición general hasta someterlas y arrojar-las al sur de los ríos Negro y Neuquén”.

Esta ley no pudo llevarse a cabo de manera inmediata por el estallido deotros frentes de conflicto que desviaron los recursos del Estado: la guerra con elParaguay (1865-1870) y el conflicto con las montoneras del Interior (1863 y1876). Por tal motivo, la alternancia entre expediciones militares enviadas a terri-torios indígenas acotadas a algunos sectores fronterizos y la práctica de entrega deraciones, sólo a determinados grupos considerados estratégicamente aliados, se man-tuvo por un tiempo. En este contexto, en el ámbito nacional, desde 1866, se volvióa establecer una partida presupuestaria para el llamado “gasto de indios” dentrode las erogaciones realizadas por el Ministerio de Guerra, repartición de la cualdependía ese rubro.

Los montos de esas erogaciones, desde que se restablecieron hasta las cam-pañas dirigidas por el ministro de Guerra Julio A. Roca, sufrieron fluctuaciones.Entre los años 1866 y 1875 se situaron en un 5% de los gastos ministeriales yexperimentaron un brusco descenso en los últimos años de la década, al ubicar-se en el 3,2%. Estos “gastos de indios” comprendían, al igual que en el períodorosista, las raciones que mensualmente se entregaban a los grupos con los que semantenía un trato pacífico, el pago de sueldos militares a determinados piquetesde indígenas. Pero desde el año 1872 presentaban como innovación un montodestinado tanto para aquellos grupos que decidieran someterse al gobierno nacio-nal como para los gastos ocasionados por la creación de reducciones indígenas acargo de misioneros. Y de hecho, en la Memoria de Guerra y Marina, Martín deGainza informaba en el año 1874 que en el norte de Santa Fe se habían establecidotres reducciones que se hallaban bajo la “dirección de padres misioneros que sededican a la agricultura y construyen sus habitaciones en el sitio que se les asignóy contribuyen a la defensa de la frontera”.11

La inclusión de piquetes indígenas dentro de las fuerzas que defendían lafrontera llevó a constantes discusiones en el recinto parlamentario en torno a cuáles

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SILVIA RATTOCAPÍTULO III La ocupación militar de la Pampa y la Patagonia de Rosas a Roca (1829-1878)

12 El 8 de marzo de 1852, el gobierno de Buenos Aires decidió la disolución de las viejas milicias y laconstitución, en su lugar, de la Guardia Nacional que, en lo relativo a su enrolamiento y excepciones,siguieron rigiéndose por la Ley de Milicias del año 1823. Dos años después, el 28 de abril de 1854, laConfederación Argentina creó sus propias Guardias Nacionales.13 Martín Gainza, op. cit., 1870

eran las fuerzas más eficaces para hacerse cargo de esa tarea: ¿ejército de línea?,¿Guardias Nacionales?12 o ¿milicias indígenas?

Con respecto al segundo tipo de fuerza, era una constante en los informesde los comandantes de frontera al Ministro de Guerra, la indisciplina que carac-terizaba a los cuerpos milicianos, el escaso interés que demostraban por defender“el suelo que habitan”, planteando la necesidad de reemplazarlos en cuanto fueraposible por soldados de línea. En el año 1870, el propio Ministro esperaba que enel transcurso del año, con la finalización de la Guerra del Paraguay, se pudieranlicenciar a las Guardias Nacionales que durante ese período habían estado a cargode la seguridad de las fronteras y, de esa manera reemplazarlas por tropas de línea,“para terminar con los gastos y quejas de los gobiernos provinciales”.13

Es probable que el problema insalvable de la tan mentada indisciplinamiliciana y la necesidad de destinar a los cuerpos de línea a otras zonas de con-flicto, intentaran ser revertidos mediante la utilización más sistemática de cuer-pos de lanceros indios a tal punto que en el año 1871, el ministro de GuerraMartín de Gainza y el comandante de la frontera sur, Ignacio Rivas, hayan pen-sado en reemplazar a las Guardias Nacionales, al menos en la provincia de BuenosAires, por milicias indígenas. Si bien esto no llegó a suceder, lo cierto es que enalgunos sectores fronterizos la defensa parecía haberse centrado en ellas.

En Santa Fe, los indios que habitaban las reducciones de San Pedro y delSauce se habían convertido en lanceros esenciales para la defensa de la fronteradesde hacía varios años antes. En 1864, cuando se discutió en el Senado el rubro“Gastos de indios” del presupuesto correspondiente al Ministerio de Guerra, elministro Gelly y Obes, que participó en la sesión, introdujo un pedido de modi-ficación que no había contado con el voto favorable en Diputados. El Ministroexplicaba que los indios de San Pedro, al norte de Santa Fe, así como los delEscuadrón de Lanceros del Sauce, debían ser considerados “propiamente tropasde línea al servicio de la frontera que se ha establecido como 90 leguas más afue-ra de la línea que existía anteriormente”. Teniendo en cuenta, entonces, el impor-tante papel que cumplían, el Ministro consideraba que no había razón ningunapara que no fueran pagados a la par de los de Azul y Bahía Blanca –lo que señalaclaramente la menor importancia dada a la frontera norte–, puesto que hacen

tanto o mayor servicio por lo que propone aumentar los sueldos: sargentos de2,50 a 5; cabos de 2 a 4,70, soldados de 1,50 a 3,75 pesos.

El senador Del Barco apoyaba la propuesta del Ministro agregando queconocía los servicios prestados por esos indios, que eran “iguales o más fuertes delque prestan los soldados de línea Estos indios están regimentados como soldadosde línea y los ocupan en aquellos servicios que son más fuertes, que exigen másfortaleza en los hombres para desempeñarlos; son indios que sirven en cualquiercuerpo de línea y que es imposible que puedan traicionar porque están tan com-prometidos como los cristianos”. De hecho, a inicios de la década de 1870,comenzó a incrementarse la cantidad de soldados indígenas que sirvieron en lafrontera y a extenderse su utilización en diferentes espacios.

Entre 1870 y 1873 –período que media entre el fin de la guerra del Paraguayy la segunda guerra jordanista–, los cuerpos de línea estuvieron momentáneamentedisponibles para servir en la frontera. Nos preguntamos si en ese momento sepudo llevar a cabo la idea de desvincular a las Guardias Nacionales de esa tarea y,además, cómo repercutió en el uso de lanceros indígenas. El cuadro que sigueindica el tipo de fuerzas utilizadas en tres años diferentes en cada comandanciade frontera. Elegimos el año 1869 por ser un momento en el que el gobiernonacional aún mantenía cuerpos del ejército de línea en el Paraguay; el año 1871corresponde a un momento intermedio donde podrían haberse comenzado averificar algunos cambios y el año 1873 –año de la guerra en Entre Ríos– dondevolverían a restarse fuerzas de ejército de línea.

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Fuente: Memorias del Ministerio de Guerra y Marina.

Mientras que desde el gobierno se pensaba a los grupos de indios amigoscomo fuerzas militares auxiliares, desde otro sector de la sociedad se plantearonmedidas tendientes a integrar a los indígenas a la sociedad provincial. En agostode 1870, una comisión de vecinos fue enviada a los indios de Azul y Tapalquépara regularizar los tratos. Esta comisión se había enviado “teniendo noticias losindios del Azul y de Tapalqué, que juzgaban que en los planes de arreglo defini-tivo de fronteras serían tratados como enemigos y que esta creencia podría darlugar a que se aliasen a los demás indios del sur”. El gobernador de Buenos Airesavalaba el envío de la misma con el argumento de que, aunque se avanzaran lasfronteras hasta el río Negro, “los indios del Azul y de Tapalqué quedarán siempredentro de esa línea y recibiendo las raciones y regalos que se les hacen y que elgobierno de la provincia procurará ayudar en el mismo sentido al de la naciónpara darles tierras, haciendas y hacerles poblaciones, dotarlos de escuelas a fin

SILVIA RATTOCAPÍTULO III La ocupación militar de la Pampa y la Patagonia de Rosas a Roca (1829-1878)

Comandancias Generales Tipode fuerzas 1869 1871 1873

Sur y Costa Sur Buenos Aires

LíneaGuardias NacionalesIndígenasTotales por año

899418-----

1317

683800183

1666

656593382

1631

Sur Santa Fe, Norte yOeste Buenos Aires

LíneaGuardias NacionalesIndígenasTotales por año

402423-----825

120711328

1348

14901302

382830

Sur San Luis, Mendozay Córdoba

LíneaGuardias NacionalesIndígenasTotales por año

1603957-----

2560

18831675

3558

15231132

422697

Norte de Santiago, Córdoba y Santa Fe

LíneaGuardias NacionalesIndígenasTotales por año

124839288

1728

111543378

1626

82313436

993

de que tengan cómo subsistir por sí mismos y puedan mejorar su condición y lade sus hijos”.

En un claro afán integrativo de los indígenas, los integrantes de la comisión,entre otras cosas, proponían crear tres escuelas en Azul, Tapalqué y Olavarría, y“admitir a las mismas escuelas una tercera parte de niños cristianos pobres quemezclados con los niños indios harían mas fácil la enseñanza y cambio de costumbresde éstos” y agregaban la necesidad de entregar tierras en propiedad para consolidarsu asentamiento en la región.

Pero estas voces que planteaban una cierta integración indígena ya seamediante su conversión en Guardias Nacionales o en pobladores rurales conacceso definitivo a una parcela de tierra, se desvanecieron en los últimos años dela década de 1870, cuando el fin de los conflictos internos del Estado liberó fuer-zas militares y recursos económicos que permitieron al gobierno nacional pensaren la realización de la ley 215. Inmediatamente se llevaron a cabo algunas medidasque mostraban el claro interés del gobierno por colocar el tema de las fronterascon los indígenas como un asunto prioritario.

El final de esta historia de complejas y cambiantes relaciones entre blancos eindígenas es, tal vez, mucho más conocido que el relato anterior. Entre 1878 y1879, se llevaron a cabo una serie de campañas militares sobre el territorio indígenaque culminaron con la expedición hasta el río Negro dirigida por el ministro deGuerra, el general Julio A. Roca. El resultado de las mismas, según consta en laMemoria del Departamento de Guerra y Marina de 1879, fue de 1.271 indios delanza prisioneros, 1.313 indios de lanza muertos en combate, 10.539 indios nocombatientes prisioneros y 1.049 indios reducidos voluntariamente. Los indiosprisioneros y los reducidos voluntariamente comenzaron a transitar caminosdiversos cuyos destinos podían ser los ingenios y obrajes del norte argentino, elservicio doméstico en la ciudad de Buenos Aires o las reservas de la región pata-gónica. Cualquiera de estos destinos mostraba que los indígenas habían perdidosu autonomía y que se integraban de manera claramente subordinada al nacienteEstado nacional como ciudadanos de segunda clase.

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CAPÍTULO III

1880-1930 LA VIDA POLÍTICO-ELECTORAL Y LOS MOVIMIENTOS POPULARES

BIBLIOGRAFÍA

CANSANELLO, Oreste Carlos, “De súbditos a ciudadanos. Los pobladores ruralesbonaerenses entre el Antiguo Régimen y la Modernidad”, en Boletín Ravignani,Nº 11, 1995._____________________________, “Las milicias rurales bonaerenses entre 1820y 1830”, en Cuadernos de Historia Regional, Nº 19, Universidad Nacional de Luján, 1998.DE GAINZA, Martín, Memoria de Guerra y Marina, 1876.JONG, Ingrid, “Acuerdos y desacuerdos: las políticas indígenas en la incorporacióna la frontera bonaerense (1856-1866)”, en Sociedades en Movimiento. Los pueblos indí-genas de América Latina en el siglo XIX, editado por Raúl Mandrini, AntonioEscobar Ohmstede y Sara Ortelli, en Anuario IEHS, Suplemento 1, Tandil, Uni-versidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, 2007.LEVAGGI, Abelardo, Paz en la frontera: historia de las relaciones diplomáticas conlas comunidades indígenas en la Argentina (siglo XVI-XIX), Buenos Aires, Uni-ver-sidad del Museo Social Argentino, 2000.RATTO, Silvia, “Soldados, milicianos e indios de ‘lanza y bola’. La defensa de lafrontera bonaerense a mediados de la década de 1830”, en Anuario IEHS, Nº 18, 2003.

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El Ejército entre el cambio de siglo y 1930:burocratización y nuevo estilo político

LUCIANO DE PRIVITELLIOUBA / CONICET

A partir de la década de 1890 comenzaron a producirse una serie de cambiosimportantes dentro del Ejército. Estos cambios cristalizaron en medidas tomadasdurante la segunda presidencia de Julio Argentino Roca (1898-1904), entre ellas lamás conocida –pero de ninguna manera la única– fue la instauración del serviciomilitar obligatorio (SMO). A su vez, los cambios en la institución militar son con-temporáneos de otras tantas leyes reformistas que, en su conjunto, intentaronmodificar algunos de los rasgos de la sociedad y de la política argentinas. Hacia el año1900, la idea de que el país necesitaba reformar sus hábitos, leyes e instituciones seconvirtió en una especie de sentido común compartido, aunque una vez aceptadoeste punto se difería enormemente acerca del rumbo que debían seguir esas reformas.La más conocida de todas las leyes reformistas, es la ley electoral de 1912, conocidapor el nombre del presidente Roque Sáenz Peña.

Este trabajo tiene como objetivo dar cuenta de la relación entre el Ejércitoy la política luego de que las reformas modificaran sustancialmente la naturalezade esta institución, pero también las de la propia política. Se sostendrá que paracomprender la relación entre Ejército y política es necesario prestar atención alfuerte proceso de conversión de la fuerza en una sólida burocracia estatal y pro-fesional, y a su relación con las modalidades que adquiere la vida política luegode la aprobación de la Ley Sáenz Peña y la posterior victoria de la UCR en 1916.El Ejército que surge del proceso reformista contrasta fuertemente con los dosmodelos anteriores, el de las milicias o Guardias Nacionales y el del ejército delínea tal como habían aparecido a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Asu vez, sostendremos que este modelo militar comienza a modificarse lenta perosustancialmente a partir de la segunda mitad de la década del veinte y mucho másprofundamente durante los años treinta. Esta vez, ya no será tanto un proceso dereforma interna el motor de estos cambios, sino más bien el impacto en la fuerza

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CAPÍTULO III

de la crisis ideológica de entreguerras y, sobre todo, el renovado rol de la Iglesiacatólica dentro de la institución.

Entre 1880 y 1955 el Ejército tuvo muchos jefes, pero sólo tres caudillos,es decir tres jefes cuyo lugar como tales no dependía exclusivamente de su posi-ción institucional en la fuerza. Ellos fueron Julio A. Roca, Agustín P. Justo y JuanD. Perón; los tres fueron, además, presidentes de la Nación. Ciertamente elEjército tuvo otros nombres influyentes, como Pablo Ricchieri, José F. Uriburu,Enrique Mosconi, Luis Dellepiane o Pedro Pablo Ramírez, pero ninguno de ellospuede ser comparado con los tres personajes mencionados. En buena medida, elproceso militar y político que nos hemos propuesto analizar coincide con la exis-tencia biográfica de uno de ellos, Agustín Justo. Justo no sólo ocupó cargos deenorme importancia en la fuerza, como el de Director del Colegio Militar (1915-1922) y el de ministro de Guerra (1922 y 1928), sino que en 1932 se convirtióen presidente de la Nación. A diferencia de Roca y Perón, Justo fue presidentepor un único período, pero cuando murió, en enero de 1943, ya estaban en mar-cha los trabajos electorales destinados a convertirlo en candidato.

Para dar cuenta de la relación de la institución con la política durante elsiglo XX es necesario revisar algunas perspectivas de análisis que pueden dar lugara miradas demasiado sesgadas y esquemáticas. En primer lugar la propia historiainstitucional de la fuerza, en segunda instancia, la subsumisión de la intervenciónde la fuerza en la política en la serie de golpes de Estado iniciados en 1930, porúltimo, la visión que convierte a la fuerza en un actor homogéneo, coherente y ala vez aislado del resto de la sociedad.

En el primer caso, el riesgo es el de toda historia que se sustenta sobre unmito de orígenes y que, al convertir a un actor en una especie de sustancia siem-pre igual a sí misma, ignora o quita importancia a los cambios, por más profun-dos que éstos sean. Es posible que actualmente el Ejército considere que su origense ubica en 1810, sin embargo esto es cierto a condición de que se acepte que dichacontinuidad no supone sino el reconocimiento de un antecedente en extremoremoto y no, en cambio, elementos o características comunes. El Ejército de lasguerras revolucionarias no se parece absolutamente en nada al que analizaremosaquí y tampoco arrastra ninguna continuidad institucional, aun cuando el últimoquiera reconocerse en el primero. Este reconocimiento implica un proceso deconstrucción de identidad, por otra parte absolutamente legítimo en términos ins-titucionales –las instituciones construyen su historia identitaria de esta manera–pero del que no deben extraerse mayores consecuencias analíticas.

El segundo problema es todavía más importante. Con la instauración delrégimen constitucional en 1983, se construyeron y popularizaron una serie de

1 Ésta es la hipótesis que desarrolla, por ejemplo, la película La República Perdida que tuvo ungran éxito durante la campaña electoral de 1983, pero es también la que defendió el gobierno deRaúl Alfonsín en su política hacia los sucesos de los años setenta.2 Sobre esta cuestión véase Hilda Sabato, Buenos Aires en armas. La revolución de 1880, BuenosAires, Siglo XXI, 2008. De la misma autora: “El pueblo uno e indivisible. Prácticas políticas delliberalismo porteño”, en Lilia Ana Bertoni y Luciano de Privitellio (comps.), Conflictos en democracia,la vida política argentina entre dos siglos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009.

LUCIANO DE PRIVITELLIO

imágenes del pasado de la Argentina destinadas en buena manera a fundar unatradición democrática y republicana en un país que, sin embargo, carecía noto-riamente de ellas. En buena medida, las llamadas teorías de los “demonios” –seanellos uno o dos– apuntan hacia ese objetivo: si las catástrofes y las tragediasrecientes y antiguas se debían a estos demonios, esto era así porque en la sociedad–ajena a dichos demonios– anidaba en cambio una natural tendencia hacia lademocracia. No se trata de contrastar esta visión con un análisis detallado delpasado que pretende explicar: es evidente que no resistiría la menor atención crítica.Pero también es notorio que esta imagen resultó ser de capital importancia paradar al frágil proceso de institucionalización constitucional y democrática iniciadoen 1983 algún pilar sobre el cual sustentarse. De esta forma, los llamados “golpesde Estado” fueron colocados en una serie explicativa más o menos homogénea quese extendería desde 1930 hasta 1976 y que reconocería actores y circunstancias máso menos equivalentes (vg: militares, oligarquías, etc.). Este período pasó a ser con-siderado como una “era” a la que, a la vez que se da por concluida, se le otorga unaserie de rasgos comunes cuyo resultado es ocultar las diferencias, a veces enormes,que hay entre cada uno de estos sucesos.1

El tercer problema, es en muchos sentidos consecuencia de los dos prime-ros. Al asumirse el esfuerzo a la vez político y analítico por concebir el rol de lafuerza en la política, se puede terminar creyendo que se trata de un actor homo-géneo, coherente y, sobre todo, apartado del resto de la sociedad argentina.

La intención de este trabajo es, en cambio, devolverle al período 1900-1930 su condición de presente, analizando estos cambios en su contexto históri-co específico y sin pensar en las tensiones que vivirá la fuerza en la segunda mitaddel siglo, las que, por otra parte, y como argumentaremos aquí, se vinculan menos conlos cambios que se producen en el paso de un siglo a otro que con otros procesos quese producen al finalizar el período que hemos seleccionado.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, el paulatino surgimiento y con-solidación del Estado nacional provocó una serie de fuertes conflictos que tuvie-ron por eje el uso y monopolio de la Fuerza Armada.2 Las acciones militares que

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LUCIANO DE PRIVITELLIOCAPÍTULO III El Ejército entre el cambio de siglo y 1930:burocratización y nuevo estilo político

3 Al respecto véase José Carlos Chiaramonte: Ciudades, provincias, Estados. Orígenes de la NaciónArgentina (1810-1846), Buenos Aires, Ariel, 1997

enfrentaron al Ejército Nacional con las milicias provinciales fueron un elementomás, sin dudas el más importante, de lo que por entonces era un problema fun-damental: la relación entre las provincias y el Estado central, problema que laaprobación de la Constitución en 1853 no había resuelto. El conflicto por el usomonopólico de la Fuerza Armada adquirió desde un principio el sentido quehabía caracterizado toda la problemática política que sucedió al colapso delImperio español en la zona rioplatense y que tuvo su eje en la disputa entre enti-dades territoriales con base inicial en las ciudades transformadas pronto en pro-vincias al incorporar la campaña.3 En cambio, los conflictos corporativos que enotras zonas de América Latina tuvieron enorme importancia a la hora de definir laexistencia de un Estado nacional –como por ejemplo la Iglesia, los pueblos indígenas,los cabildos– nunca tuvieron aquí una relevancia comparable. De esta manera, elenfrentamiento entre dos modelos de ejercicio de la violencia legítima, el ejérci-to de línea al mando del Estado central y las milicias provinciales, fue en el casoargentino el principal problema a resolver durante el período denominado de“organización nacional”.

En 1880 este conflicto comenzó a definirse. La derrota infligida por lastropas regulares de Roca a las milicias porteñas en Barracas y Puente Alsina dieronal modelo roquista de ejército de línea una preeminencia que en adelante acom-pañará el proceso de centralización estatal que en otros rubros también encaró elroquismo. Pero es preciso no exagerar el significado del ochenta en la historia delEstado argentino. Si bien en nuestra historiografía aparece como el momento casimágico de la consolidación del Estado, esto es cierto sólo en parte: si por un ladoes verdad que en adelante la autoridad nacional ya no sería contestada en nombrede las autonomías provinciales, también lo es que el Estado moderno no puededefinirse exclusivamente por la ausencia de rivales a su altura. Si se observa otrasdimensiones de lo que llamamos Estado, por ejemplo, la disposición de un amplioconjunto de oficinas y agencias y de una burocracia profesional capaces de adminis-trar los múltiples problemas de un país, en 1880 prácticamente todo estaba por hacer.

Lo mismo sucedía con el Ejército. Pese a que el Colegio Militar había sidofundado recientemente por Sarmiento, esto no quiere decir que el ejército delínea fuera un ejército profesional. La actividad de las armas se vive todavía comouna extensión de la vida política y, por eso, no es casualidad ver todavía a aboga-

4 El padre del futuro presidente era un político destacado de las filas mitristas. Llegó a ser gober-nador de Corrientes; combatió primero como parte del Ejército Nacional contra López Jordán yluego como parte de la milicia correntina. Más tarde participó de las tropas porteñas que enfrenta-ron a Roca. Al respecto véase Rosendo Fraga, El general Justo, Buenos Aires, Emecé, 1993; yLuciano de Privitellio, Agustín P. Justo, las armas en la política, Buenos Aires, FCE, 1997.

dos y hasta hombres de letras al frente de tropas. Ciertamente, Roca no eraBartolomé Mitre –en tanto para Roca la actividad militar había sido durante añossu actividad central, cosa que no había sido así en el caso de Mitre– pero Rocatampoco era un militar profesional de carrera como lo sería, por ejemplo, Perón.

Durante los años ochenta, y a pesar de creer en la importancia de un ejércitoprofesional, Roca no realizó demasiados esfuerzos en ese sentido: por un lado, lepreocupaban otras dimensiones de la construcción del poder estatal que le parecíanmás acuciantes y, por otro, no hay que descartar que en tanto sabía cómo controlaresa máquina bélica tal como era, no consideraba prudente aplicar demasiadoscambios sobre ella.

En 1880 el oficial de este ejército de línea no es aún un profesional, lasjerarquías no son rígidas, los ascensos no están sometidos a una norma común:la actividad militar es en muchos sentidos una expresión más de una vida políticasignada por un agudo faccionalismo. Ni siquiera se trata de una carrera prestigiosaen sí misma: cuando el pequeño Agustín Justo comunicó a su padre4 que ingresaríaal Colegio Militar, éste le negó su permiso, y cuando su hijo logró ingresar detodas maneras en contra de sus deseos, dejó de hablarle por largo tiempo. Justopadre imaginaba para su hijo un futuro como abogado y político lo cual, a tonocon la época, no descartaba para nada el uso eventual de las armas o las insigniasde oficial. Pero una carrera militar iniciada en el Colegio no era aún una opciónsocialmente apetecible.

Sin embargo, las cosas estaban empezando a cambiar. En 1890, en ocasiónde la Revolución del Parque, el cadete Justo de apenas catorce años participó enel bando revolucionario de la única acción armada que vivirá en toda su vida: elfuturo caudillo y hombre fuerte de la fuerza, abanderado de lo que en los añosveinte del siglo XX se llamará la línea “profesionalista”, experimentó la única ybreve batalla de toda su vida en el seno de la lucha facciosa entre los grupos y par-tidos políticos. En adelante, su carrera atravesaría por otras instancias más acordesa una burocracia profesional: pero son oficiales como él, con una gran formaciónpero sin mayor experiencia de combate, los que marcarán el rumbo de la fuerzaluego de las reformas del novecientos.

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5 Evidentemente no nos referimos al territorio real (que por razones obvias es desconocido parauna abrumadora mayoría de la población) sino a su representación cartográfica. Al respecto véaseCarla Lois y Malena Mazzitelli Mastricchio, “Una historia de la cartografía argentina”, en L.Weisert y J. C. Benedetti (comps.), 130 años del Instituto Geográfico Nacional, 1879 -2009, BuenosAires, Presidencia de la Nación Argentina, Ministerio de Defensa, CONICET, 2009.

En los años ochenta, aunque muy lentamente, el Ejército ya está comen-zando el diseño de un nuevo modelo que se consagrará a comienzos de siglo yque puede caracterizarse por una triple condición: por un lado, una rígida peroeficaz organización jerárquica y burocrática, por otro, una sólida base técnica, porúltimo, una misión civilizatoria dentro de la sociedad que trascendía el rol de unaorganización destinada exclusivamente a las tareas militares de defensa.

Uno de los primeros rubros en los que comenzó a delinearse el nuevomodelo que sumaba destrezas técnicas y misión nacional fue el relevamiento yconfección de la cartografía del Estado nación. En efecto, fue el Ejército, comorama del Estado, la agencia encargada de definir el perfil cartográfico de la NaciónArgentina. De esta forma, la fuerza pasó a ocupar un lugar central en lo que seconvertiría en uno de los componentes básicos de la identidad territorial, a saber,la identificación de la nación con un contorno y unos contenidos de orden car-tográficos.5 Obviamente, existía una justificación específicamente militar paraesa empresa militar, pero esta mirada más estratégica siempre estuvo acompaña-da por la idea de que cartografiar el país era una condición para el desarrollo deuna conciencia territorial de orden nacional. Paradójicamente, esto sucedía mien-tras en muchos otros países del mundo occidental se estaba dejando de percibira la cartografía en un sentido puramente estratégico militar, y el trabajo del car-tógrafo comenzaba a asociarse con instituciones científicas específicas compues-tas por geógrafos, ingenieros y cartógrafos. En el caso argentino, ante la ausenciade tal universo disciplinar, el Estado recurrió a la única e incipiente burocraciatécnica preparada para esta empresa: la IV sección del Estado Mayor que se con-vertirá en el Instituto Geográfico Militar (IGM) a comienzos de siglo XX y que enlos años cuarenta –a partir de la llamada Ley de la Carta– y hasta prácticamentenuestros días tendrá el monopolio y control de toda la cartografía producida eimpresa en el país. De esta manera el Ejército comenzó a desempeñar tareas queen otros países se vinculaban con ámbitos civiles, simplemente porque era el únicoorganismo en condiciones de desarrollarla. Pero, a su vez, esta presencia dejará suimpronta hasta nuestros días, cuando no es difícil observar la dimensión geopolíticaen la mirada sobre el territorio argentino, por ejemplo, en temas tales como la con-sideración de la porción de la Antártida pretendida por el Estado argentino como

6 Véase Juan Fazio, Reforma y disciplina. La implantación de un sistema de justicia militar enArgentina (1894 -1905), mimeo (disponible en línea: <http://historiapolitica.com>). Debo agrade-cer muy especialmente a Juan Fazio, cuyos trabajos (hasta donde sé inéditos) y charlas sobre lasituación del Ejército a comienzos del siglo XX me han resultado imprescindibles para el desarro-llo de estas ideas sobre el Ejército y la política.

un territorio soberano, o la obligación de mostrar la isla Martín García en unaescala mayor a la del resto del mapa para que aparezca dibujada en ellos. La confec-ción del mapa y la naturalización de una identidad territorial es una de las primerasmisiones no estrictamente militares encaradas por este ejército que estaba cam-biando lentamente hacia un nuevo modelo de fuerza.

Pero esta misión atribuida al Ejército preocupado por definir la naturalezade la nacionalidad y la entidad territorial de la nación, ante el doble temor de lainmigración y la expansión imperial europea, y ante la presión por la consolidaciónde fronteras estables y precisas, es sólo el comienzo del involucramiento de la fuerzaen actividades equivalentes.

Durante los críticos años noventa, que hoy sabemos fueron claves en infi-nidad de sentidos para la historia argentina, los cambios en la organización mili-tar comenzaron a acelerarse. La crisis e inestabilidad económica y política, lainmigración masiva, la conflictividad social y la tensión con Chile alentaron estecambio de perspectiva. En este clima, el ritmo tranquilo de los ochenta, cuandoparecía haber tiempo para hacer las cosas, dejó lugar a la preocupación por unarápida profesionalización y una centralización de los mandos y los controles cas-trenses. Primero fue el establecimiento de los códigos de justicia militar, quereemplazaron no sólo a los antiguos reglamentos de Carlos III sino, sobre todo,a la pura arbitrariedad que se había establecido como norma implícita. Estoscódigos garantizaban a la vez una férrea disciplina y un control centralizado delprocesamiento de las faltas y delitos.6

Con la llegada de Roca al gobierno por segunda vez en 1898 se aceleróel camino de la reforma profunda, dirigida por su ministro de Guerra, GeneralPablo Ricchieri. El Estado Mayor fue reorganizado por completo, con el objeto deestablecer una rígida centralización de mandos, dividir las tareas y las áreas decompetencia, y aclarar los caminos que debían recorrer las órdenes. Asimismo, seendurecieron las condiciones para acceder al Estado Mayor, primero estableciendola obligación de ser egresado del Colegio Militar (que luego se extendería a lacondición de oficial de la fuerza) y, más tarde, la de haber pasado por la EscuelaSuperior de Guerra.

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7 Cabe aclarar que la palabra burocracia no incluye ningún sentido peyorativo. Por el contrario,a comienzos de siglo la conformación de diferentes agencias estatales con burocracias sólidas era unideal perseguido por muchos pensadores y políticos. Uno de los padres fundadores de la sociolo-gía, Max Weber, realizará una sólida teoría al respecto, tomando como ejemplo una de las burocra-cias más admiradas en esa época, la del Imperio alemán.

Es a esta fuerza que está comenzando a definirse como una burocracia,7capaz de autorregular su carrera interna y a la vez de establecer los códigos y san-ciones de la profesión, a la que se le encomendará una nueva misión destinadamenos a incrementar su poderío bélico (aunque esto también formó parte de losobjetivos) que a garantizar la implantación de una conciencia nacional entre lapoblación: el servicio militar obligatorio.

Cuando Roca asumió por segunda vez el gobierno en 1898, lo hizo conuna fuerte autocrítica del optimismo que había caracterizado su primer mandato.Junto con el temor por una elite política levantisca y facciosa que no duda entomar las armas y hacer revoluciones –la revolución siguió siendo siempre objetode su odio–, agregó el temor por una sociedad en la que parecen incubarse varioselementos negativos. Entre ellos, uno se trataba de la tendencia al conflicto social;otro, de la presencia de una multitud de inmigrantes que no asumían la identidadargentina como propia. De allí que el SMO, si bien también se vinculó con laposibilidad de un enfrentamiento con Chile, tuvo un fuerte perfil civilizador:debía convertir a los conscriptos a la vez en ciudadanos pacíficos y en argentinospatriotas. Esta tarea no era exclusiva del Ejército –también la escuela, por ejem-plo, debía realizarla–, pero la fuerza acuñó rápidamente el carácter misional de sunuevo rol y se sintió como un eslabón crucial en la construcción de la conciencianacional y ciudadana. El SMO formó parte de toda una batería de reformas plan-teadas por el segundo roquismo (reforma electoral de 1902, que fue aprobadaaunque luego anulada en 1905; código de trabajo, que nunca fue aprobado): vistaen esta perspectiva, es más fácil advertir hasta donde el SMO tuvo objetivos delargo plazo a la vez civilizatorios y nacionalizantes, mucho más que los objetivosmilitares inmediatos y coyunturales.

Hacia el primer Centenario, entonces, se ha consolidado un nuevo modelomilitar que no es ni el de la milicia ni el del viejo ejército de línea de los años de1880. Este modelo se basa en la presencia de un grupo de oficiales profesionalesy fuertemente disciplinados, salidos todos de una única institución formadora ysometida a una única carera de ascenso cuyas etapas estarían pautadas por insti-tuciones de formación superior (como la Escuela Superior de Guerra). A su vez,estas instancias estarían controladas por la propia oficialidad superior de la fuer-

8 Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, Buenos Aires, Emecé, 1978, 2tomos; Riccardo Forte, “Génesis del nacionalismo militar. Participación política y orientación ide-ológica de las fuerzas armadas argentinas al comienzo del siglo XX”, en Signos Históricos, año 1, vol. 1,Nº 2, México, Universidad Autónoma Metropolitana, diciembre de 1999.

za, con lo cual los ascensos quedarían sometidos a criterios institucionales y pro-fesionales delineados por el Estado Mayor. En este sentido, la creación de laEscuela de Suboficiales en 1908 consagró la distinción entre los cuerpos de oficialesy suboficiales y eliminó los ascensos entre uno y otro, ascensos que en cambio eranmuy comunes anteriormente. De esta forma, los ascensos quedarían fuera de laslógicas anteriores, basadas más bien en criterios políticos o en los desempeños enlos campos de batalla los cuales, por otra parte, ya no formarían parte de la expe-riencia directa de los militares argentinos.

Cuando en 1912 el presidente Sáenz Peña le otorgó al Ejército un rol deimportancia en los procesos electorales (uso del padrón militar, control de lasvotaciones y de las urnas), según la ley de reforma electoral que lleva su nombre,eso sucedió porque consideraba que el proceso de construcción del nuevo modelomilitar ya se encontraba muy avanzado. Dado que ahora eran el profesionalismoy los saberes técnicos –dentro de una carrera burocrática donde las escalas esta-ban perfectamente determinadas más allá de cualquier arbitrariedad política– loque caracterizaba a la fuerza, no había riesgos al comprometerla en los procesoselectorales. El Ejército era considerado como una institución ajena a los avataresde la política y, por eso, garantía de la imparcialidad que buscaba el presidentereformador.

Dos analistas de la relación entre el Ejército y la política (Rouquié y Forte),8han insistido sobre este punto y han encontrado aquí una explicación de una partede lo sucedido durante el siglo XX. Según ambos autores, la intención de todas lasreformas consistía en aislar a los oficiales para mantenerlos ajenos a la vida civil ypolítica. De ello desprenden que los oficiales acentuaron una tendencia hacia elaislamiento (incluso en su vida cotidiana), lo cual habría derivado bien pronto enla formación de una corporación aislada del resto de la sociedad. Y, a partir de esteargumento, explican la conformación de un “partido militar”, una fuerza pretoria-na guardiana de los valores de la nacionalidad que irrumpirá contra gobiernos civi-les a través de sendos golpes de Estado. Sin embargo, esta visión de una fuerza ais-lada del mundo social no resiste el análisis, como tampoco su asociación con unamodalidad pretoriana y mesiánica de intervención en la política siempre igual a símisma. El problema consiste en pensar el período que va de 1900 hasta los añostreinta como un antecedente de un período por venir, y no dentro de su propia

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LUCIANO DE PRIVITELLIOCAPÍTULO III El Ejército entre el cambio de siglo y 1930:burocratización y nuevo estilo político

9 Al respecto véase Natalio Botana, El Orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916,Buenos Aires, Sudamericana, 1977; y Ana Virgina Persello, El partido radical. Gobierno y oposición,1916-1943, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004.

lógica de época, y también en creer que la fuerza actúa más o menos de la mismaforma desde septiembre de 1930 hasta marzo de 1976.

En cambio, sostenemos que hasta los años treinta la tendencia a la profe-sionalización estará siempre en tensión con la presencia en la fuerza del facciona-lismo político, que no fue de ninguna manera erradicado, y que eso sucede pre-cisamente porque ese Ejército tiene lazos sólidos y estrechos con el mundo “civil”.Es indudable que en este período se está creando el espíritu de cuerpo, pero eseproceso de creación describe sólo una parte de la experiencia de los oficiales. Másaun, el hecho de que los oficiales superiores tuvieran que insistir constantementesobre la importancia de este espíritu podría ser más una señal de la preocupaciónpor crearlo que de su definitiva e incontrastable existencia.

Los lazos de los oficiales con la sociedad son mucho más fluidos de lo quela idea de una profesionalización y una vida centrada en el Colegio y los cuartelesparece indicar. En primer lugar, porque todavía hay muchos oficiales del “viejoEjército” en funciones. Uriburu, Dellepiane, Justo, Mosconi son apenas algunosejemplos de estos oficiales para los cuales el cuartel constituye sólo una parte desus vidas. Los dos últimos, por ejemplo, habían obtenido su título de ingeniero enla Universidad de Buenos Aires. En segundo lugar, porque las tareas civilizatoriasencomendadas por los sucesivos gobiernos los conectan muy estrechamente con elresto del universo social. Al circular por los cuarteles de todo el país, al recibircada año a una nutrida cantidad de jóvenes conscriptos y al interactuar con lassociedades locales del interior, los oficiales aprenden a conocer muchas realidadesy a interactuar con ellas.

Pero, sobre todo, el Ejército no deja de participar en la política facciosa,porque es todavía una costumbre muy arraigada y porque es la propia política laque los convoca recurrentemente. Los convoca por ejemplo a la hora de reprimirla conflictividad social, como lo hace Hipólito Yrigoyen en 1919 en la Capital, oun poco más tarde en la Patagonia. También se los convoca a la hora de las inter-venciones federales, una vieja modalidad de control político que, como sabemos,no se interrumpe con la llegada del radicalismo al poder en 1916.9 Se los convo-ca además a la hora de dirigir una empresa energética, como sucede con Mosconien YPF. Se los convoca, finalmente, al levantarse una parte del arco político con-tra un gobierno al que se define como una tiranía, como sucede en 1905 y 1930.

10 Durante todo el período que abarca este artículo, el Ministro de Guerra es el jefe operativo dela fuerza, por esa razón, la cartera era ocupada generalmente por militares. A diferencia de lo quesucede en nuestros días, el Ministro era la presencia militar en el gobierno y no un civil que repre-senta al Presidente ante la fuerza.

En el imaginario del propio Yrigoyen, la existencia de un Ejército pura-mente profesional era sólo una falacia de lo que gustaba llamar “el régimen abyec-to” (toda la realidad política anterior a su llegada al poder) que, según decía, élvenía a sepultar. Por eso, recurrió inmediatamente a la implementación de la lla-mada “política de las reparaciones” destinada a premiar a aquellos oficiales quehabían participado de las revoluciones radicales (sobre todo la de 1905) conascensos vertiginosos y destinos de relevancia. Por eso, además, nombró a uncivil, Elpidio González, como ministro de Guerra y jefe operativo de la fuerza.10

El presidente radical no advertía hasta donde esta política se enfrentaba con los nuevoscriterios burocráticos de la fuerza y con los sistemas de ascenso que eran controladosdesde el Estado Mayor. Por eso, aun los oficiales de indudable simpatías con el radica-lismo (como Uriburu y Justo) comenzaron a alejarse de él y a constituir una oposicióna esta irrupción de un criterio político (en rigor, radical) en nombre del “profesionalis-mo”. En los años veinte, una logia de oficiales medios liderada por el coronel LuisGarcía (la Logia General San Martín) decidió enfrentar al gobierno esgrimiendo pre-cisamente banderas profesionalistas. En 1929, las elecciones del círculo militar enfren-taron a una facción de oficiales radicales (cuyo líder era el general Dellepiane) con otraprofesionalista (cuya cabeza visible ya era el general Justo). A pocos meses del golpe deseptiembre de 1930, ganaron la elección los oficiales radicales.

Evidentemente pese a ser ya una burocracia altamente organizada, la idea deuna fuerza profesional ajena a la política no describe adecuadamente la situación delEjército. Por el contrario, para 1929 la institución reproducía con absoluta fidelidadla polarización que ya ganaba la política nacional entre yrigoyenistas y antiyrigoyenis-tas. En efecto, las viejas identidades políticas en parte se diluyeron en la elección pre-sidencial de 1928: todo el arco político se organizó alrededor del apoyo o el rechazoal líder personalista. Y, como sucedía en la sociedad, en el Ejército también predomi-naban los yrigoyenistas. Esto explica por qué el movimiento de septiembre de 1930fue un rotundo fracaso en el plano militar como lo revelan, por ejemplo, las memoriasdel coronel José María Sarobe o del entonces capitán Perón, pero, sobre todo, comolo prueban las escasas tropas que acompañaron la aventura de Uriburu quien, por otraparte, no ejercía ninguna clase de autoridad institucional en la fuerza. Incluso los ofi-ciales con mando de tropa que no simpatizaban con el Presidente, respondieron alos llamados de Uriburu con una actitud fuertemente legalista, lo cual contrasta,

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11 Acerca del golpe de septiembre de 1930 véase mi “La política bajo el signo de la crisis”, enAlejandro Cattaruzza (coord.), Crisis económica, avance del Estado e incertidubre política (1930-1943), Buenos Aires, Sudamericana, 2001.12 Véase Loris Zanata, Del Estado liberal a la nación católica. Iglesia y Ejército en los orígenes delperonismo. 1930-1943, Bernal, UNQ, 1996.

como hemos señalado, con la actitud que solían tomar antes de las grandes reformasde 1900. Cuando Uriburu se apoderó de la Casa de Gobierno, los mandos de losprincipales cuerpos del Ejército dudaron todavía en reconocerlo como nuevo presi-dente. Cuando las cosas fueron más claras y Uriburu pudo exhibir las renunciasdel presidente Yrigoyen y de su vice, Enrique Martínez, sólo entonces decidieronacatar al nuevo gobierno. El golpe de 1930 fue mucho más un movimiento civilencarado por la oposición a Yrigoyen y una escasa fracción de oficiales, que un golpeinstitucional del Ejército.11

Esto no debería sorprender. En cuanto se abandonan las miradas teleológicasy sustancialistas que creen que las actitudes del Ejercito y de sus oficiales fueronsiempre más o menos las mismas, se advertirá que, fueran radicales o profesiona-listas, en la amplia mayoría de los oficiales anidaba una mirada respetuosa de lasinstituciones. En el Colegio Militar se enseñaban materias de Instrucción Cívicasegún los planes diseñados por el propio Justo durante su paso por la dirección dela institución (1915-1922). Desde el punto de vista ideológico-político, los oficialeseran preponderantemente radicales o liberales. Las posiciones proto-fascistas o corpo-rativistas de Uriburu gozaban de algunos apoyos castrenses, pero estos no eran mayo-ritarios ni mucho menos. Y, por otra parte, el rechazo que tanto en la opinión políticacomo entre los cuadros militares despertaban sus ideas, le garantizó un rápido desgas-te de su poder y el abandono de todas sus intenciones de regenerar a la Argentinamediante una reforma constitucional. La versión uriburista del golpe de 1930resultó en un fracaso rápido y contundente.

Sin embargo, a mediados de los años veinte estaba comenzando a forjarseel proceso que cambiaría esta situación de raíz. Desempeñándose Justo comoministro de Guerra del presidente Marcelo T. de Alvear, en 1927 monseñorCopello se había hecho cargo de la dirección del vicariato castrense: de su intensaactividad en el cargo nacería una relación destinada a tener profundas consecuenciaspolíticas, tantas como hasta ese momento las había tenido el proceso de reformay burocratización.12 Decidida a dejar una marca indeleble en la formación de laoficialidad, la vicaría castrense ofreció a los jóvenes oficiales una visión del mundoa tono con los preceptos de la Iglesia preconciliar profundamente refractaria delmundo liberal y democrático: integrista, corporativa, furiosamente nacionalista,

antisemita, autoritaria, antidemocrática y antiparlamentaria. El neotomismoimperante se basaba además en una furiosa crítica a las concepciones de la socie-dad sostenida en los derechos de los individuos considerados iguales. Esta visióndel mundo no sólo se presentó como una alternativa atractiva frente a las perple-jidades abiertas por la crisis mundial, que habían puesto a las convicciones liberalesy democráticas a la defensiva, sino que entusiasmó especialmente a los hombresde armas, ya que les reservaba un lugar de privilegio como portadores de las virtudesde una nación que ahora se identificaba en una unidad sin fisuras con el catolicismo.La guerra civil española, seguida con interés y entusiasmo por sacerdotes y oficiales,consolidó esta identidad agresiva y mesiánica que fue amalgamando la Cruz y laEspada en nombre de los mismos valores. Este proceso fue mucho menos ruidosoque las siempre citadas influencias que los regímenes fascistas europeos habríantenido entre los oficiales, pero, por eso mismo, su concreción fue más firme, susavatares menos dependientes de los cambios coyunturales y sus consecuencias demás largo aliento. Esta nueva situación militar fue la que produjo un desgaste delpoder de Justo dentro de la institución. Su lugar como referente de una visión ala vez profesionalista, tecnicista y liberal de la sociedad y la política, que añosantes le había garantizado un prestigio y una hegemonía incontrastable, estabasiendo socavado por esta nueva pedagogía de una Iglesia a la que él mismo habíadado cabida dentro del Ejército. Si entre 1914 y 1930 Justo había sabido ganarseel favor de los jóvenes oficiales que recibían instrucción en los institutos castrensesy que ahora ocupaban lugares importantes en la estructura de mando, las nuevascamadas se estaban educando con otros parámetros y otros referentes: sólo faltabaque una facción nacionalista y profundamente refractaria a la democracia liberalse organizara como tal, encontrara sus líderes y precisara sus objetivos. Retomabade la vieja estructura la idea de una misión, pero su misión era otra: la legalidadconstitucional no formaba parte de sus preocupaciones. Sí, en cambio, la salvaciónde una patria identificada con la fe católica. Ese sector irrumpió en la escenaluego de que la muerte de Justo dejara al sector liberal sin jefe, en junio de 1943.Esta vez, el golpe tuvo mucho de pretoriano: fue encabezado por la máxima autori-dad de la fuerza (el ministro de Guerra, general Ramírez) y se dispuso a modificarde raíz el sistema político argentino. Pocos fueron los civiles que aplaudieron, salvoalgunos radicales que inicialmente creyeron que se pondría fin a la experiencia delfraude y, por supuesto, los militantes nacionalistas. Pero Ramírez carecía de las virtu-des políticas necesarias para ser un verdadero caudillo de la fuerza. Con el ascensovertiginoso de Perón una nueva etapa se iniciaba en la historia de la Argentina y desu Ejército.

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CAPÍTULO III

1880-1930 LA VIDA POLÍTICO-ELECTORAL Y LOS MOVIMIENTOS POPULARES

BIBLIOGRAFÍA

CHIARAMONTE, José Carlos, Ciudades, provincias, Estados. Orígenes de la NaciónArgentina (1810-1846), Buenos Aires, Ariel, 1997.FAZIO, Juan, Reforma y disciplina. La implantación de un sistema de justicia militaren Argentina (1894-1905), mimeo. Disponible en línea: <http://historiapolitica.com>.FRAGA, Rosendo, El general Justo, Buenos Aires, Emecé, 1993.LOIS, Carla y Malena Mazzitelli Mastricchio, “Una historia de la cartografíaargentina”, en L. Weisert y J. C. Benedetti (comps.), 130 años del Instituto GeográficoNacional, 1879-2009, Buenos Aires, Presidencia de la Nación Argentina, Ministeriode Defensa, CONICET, 2009.PRIVITELLIO, Luciano, Agustín P. Justo, las armas en la política, Buenos Aires,FCE, 1997.SABATO, Hilda, Buenos Aires en armas. La revolución de 1880, Buenos Aires,Siglo XXI, 2008. _______________, “El pueblo uno e indivisible. Prácticas políticas del liberalis-mo porteño”, en Lilia Ana Bertoni y Luciano de Privitellio (comps.) Conflictos endemocracia, la vida política argentina entre dos siglos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009.ZANATTA, Loris, Del Estado liberal a la nación católica. Iglesia y Ejército en los orí-genes del peronismo. 1930-1943, Bernal, UNQ, 1996.

Partidos, corporaciones e insurreciones en el sistema político argentino (1880-1930)

WALDO ANSALDIUBA / CONICET

Introducción

El período que los historiadores suelen denominar la “Argentina moderna”(1880-1930) –aunque sería más correcto decir modernizada–, tiende a ser consi-derado una unidad en términos económicos –por la preeminencia del modeloprimario exportador, si bien la sustitución de importaciones industriales comenzóen el transcurso de este período– y subdividido en dos en lo político (1880-1916y 1916-1930), siendo la llegada del radicalismo y de Hipólito Yrigoyen a la presi-dencia de la República el hecho divisorio.

Aquí sostendremos una posición diferente en lo que atañe a la periodizaciónpolítica, considerando 1912 como el año de corte. También consideraremos queentre 1880 y 1930 el país atravesó una situación de existencia de un Estado y unasociedad civil fuertes, relación que no terminó de consolidarse. Hubo un progresivofortalecimiento de la sociedad civil, pero fue un fortalecimiento corporatista. Enese contexto, el sistema político –con su doble mediación y lógica, la partidaria y lacorporativa– acentuó la debilidad de los partidos y la fortaleza de las asociacionesde interés, díada que, a su vez, operó en el sentido de un creciente afianzamientodel poder y del papel del Estado. La debilidad del sistema político, la fortalezaestatal y la primacía del principio nacional-estatal sobre el nacional-popular fueronparte del entramado que contribuye a explicar cómo, en el mediano plazo, se cons-tituyeron las bases de un Estado crecientemente partícipe en la mediación conflictivaentre las diferentes clases y grupos sociales y, por lo tanto, dispuesto a atendersatisfactoriamente las demandas de otros grupos que no fueran exclusivamentelos dominantes, función redistributiva del Estado que, como es sabido, alcanzósu momento culminante bajo el peronismo (1946-1955). Las modificaciones de

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1 Véase Waldo Ansaldi, “Frívola y casquivana, mano de hierro en guante de seda. Una propues-ta para conceptualizar el término oligarquía en América Latina”, en Cuadernos del CLAEH, año 17,Nº 61, Montevideo, 1992, pp. 43-48.

Partidos, corporaciones e insurreciones en el sistema político argentino (1880-1930)

CAPÍTULO III

la forma (por la ley electoral de 1912) y de las funciones del Estado (cada vez másredistributivas, como acaba de señalarse) implicaron la clausura definitiva delEstado oligárquico. No obstante, la extensión del derecho de ciudadanía políti-ca, la paulatina consecución de la ciudadanía social y la regulación estatal del con-flicto social no alcanzaron para asegurar una adecuada transición del régimen oligár-quico al democrático, la cual se truncó en 1930 con el golpe de Estado.

El Parque de los senderos que se bifurcan

La Argentina modernizada se organizó políticamente bajo la forma oligár-quica, es decir, un régimen de participación ciudadana restrictivo, con un poderconcentrado en un grupo minoritario, reacio a la ampliación del quantum concapacidad de decisión.1 El modo oligárquico de ejercer la dominación políticafue cuestionado tempranamente. En primer lugar, por otros sectores de la propiaburguesía que, al mismo tiempo que reclamaban la ampliación del sistema dedecisión política, ratificaban su adscripción al modelo económico y a los valoresculturales definidos por la fracción políticamente triunfante. A este reclamo porla democracia política se sumaron nuevos sujetos sociales: las clases media y obreraurbanas. La tensión estalló en julio de 1890, entremezclando la crisis económicacon las demandas políticas que, en este plano, también constituían una crisis.Una conjunción de fuerzas civiles y militares generó una insurrección en procurade la destitución y reemplazo del gobierno nacional. Empero, la “caldera” políticahabía entrado en ebullición un año antes. En efecto, la oposición porteña al pre-sidente Juárez Celman se organizó, a partir del 1º de septiembre de 1889 (mitindel Jardín Florida), en la Unión Cívica de la Juventud –de la cual formaron parte,entre otros, Bartolomé Mitre, Bernardo de Irigoyen, Aristóbulo del Valle,Leandro Alem–, asociación que reclamó el respeto de las libertades públicas, la pure-za de la moral administrativa, el libre ejercicio del derecho de sufragio, la efectivavigencia de las autonomías provinciales, dentro de once puntos que incluyen,desordenadamente, demandas y propuestas de acción.

El 13 de abril de 1890, en la Asamblea reunida en el Frontón de BuenosAires, en la cual participaron también los católicos liderados por Pedro Goyena yJosé Manuel Estrada, se convirtió en Unión Cívica (UC), siendo su presidenteLeandro Alem. Entre sus propulsores, integrantes y/o aportantes de fondos se

2 Mariano de Vedia y Mitre, Historia de la Unidad Nacional, Buenos Aires, Estrada, 1946.

WALDO ANSALDI

encontraban nombres destacadísimos de la gran burguesía terrateniente: Anchorena,Ayerza, Beccar Varela, Martínez de Hoz, Leonardo Pereyra, Félix de Álzaga,Torcuato de Alvear, Carlos Zuberbühler. Según Mariano de Vedia y Mitre, “laorganización de los clubes parroquiales de Unión Cívica” se apoyó “en las clasesmás distinguidas de la sociedad”.2 La nueva organización optó por el camino dela violencia y se dedicó a preparar una insurrección cívico-militar.

Esa insurrección es conocida como Revolución del Noventa o Revolucióndel Parque. Participaron de ella fuerzas sociales y políticas diferentes, cuyos obje-tivos no siempre eran coincidentes, salvo en el principal, el cambio de gobierno.Un rasgo distintivo fue el de la participación convergente de sectores distintos yantagónicos que lograron articular un “frente único”: mitristas, católicos, la corrienteAlem-Del Valle y burgueses terratenientes (como los antes citados). Estos últimospretendían recuperar un control más estrecho del Estado, al que veían dirigidopor una camarilla que tendía a independizarse de las fuerzas sociales reales que leservían de sustento. Terratenientes y financistas aportaron los fondos necesariospara atender los gastos materiales del movimiento.

Los mitristas (sectores del comercio y la pequeña burguesía) perseguían unacuerdo con el gobierno –con el roquismo, más no con el juarismo–, como fórmulade solución a la crisis económica y política. Los católicos procuraban limitar elalcance de las reformas laicas, liberales, a menudo anticlericales, dispuestas porRoca y Juárez Celman, amén de una cierta defensa de la industria nacional. Loscívicos de Leandro Alem levantaban la triple consigna del sufragio universal, lafrontal e intransigente oposición al acuerdo con el roquismo y la lucha contra lacorrupción. Los terratenientes bregaban por una salida que resguardara espaciosfundamentales de soberanía económica, reaccionando frente a la política juaristade excesivas concesiones al capital extranjero. La juventud universitaria porteñay cuadros del Ejército y la Marina también se encontraban entre los insurrectos,quienes proclamaron en el manifiesto:

No derrocamos al gobierno para separar hombres y sustituirlos en elmando; lo derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo loreconstituya sobre la base de la voluntad nacional.

No se cuestionaba el modelo primario-exportador, la estructura socioeco-nómica del país. La impugnación estaba dirigida, inequívocamente –al menosen lo argumental–, contra el orden político vigente, al cual se aspiraba modificar.

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WALDO ANSALDICAPÍTULO III Partidos, corporaciones e insurreciones en el sistema político argentino (1880-1930)

Los episodios de la Revolución del Parque son muy conocidos y no seránrepetidos aquí. Desde el punto de vista de los sectores más radicales, la insurrec-ción fracasó por varios motivos, entre los cuales fue significativa la connivenciaentre el jefe militar del operativo, el general de brigada Manuel Campos, y elteniente general Julio A. Roca. Otras razones, probablemente de mayor peso,fueron: 1) ausencia de mando político-militar unificado; 2) subordinación de ladirección política a la dirección militar; 3) estrategia insurreccional fundada enel accionar de un número limitado de cuadros civiles y militares con exclusiónde participación y/o movilización popular organizada y de cierta envergadura;4) virtual reducción de las operaciones a la Capital Federal.

En lo tocante a este último aspecto, parece harto significativo que unmovimiento con aspiraciones de defenestrar el poder político nacional se plan-teara actuar en un espacio reducido, por más que en él se concentrara el poder.En rigor, la estrategia se asemejó mucho más a un putsch que a una insurrecciónpopular o, mucho menos aun, a una revolución.

A esas razones de índole técnico-militar deben añadirse otras que permitencomprender el momento político-militar de la insurrección: la heterogeneidadde las fuerzas sociales y políticas involucradas, el carácter instrumental que unasy otras asignaban a la insurrección y al eventual cambio de gobierno, lo que seapreció muy bien después de la renuncia del Presidente.

La insurrección fue derrotada militarmente, Juárez Celman y sus acólitoslo fueron políticamente. Según la feliz expresión del senador católico cordobésManuel D. Pizarro: “la insurrección está vencida, pero el gobierno está muerto”.No todos los perdedores salieron de la crisis de la misma manera. Lo más signi-ficativo del acontecimiento del Parque –una encrucijada en la cual los sujetosplantearon diferentes opciones para construir la historia– es que de ahí en másse bifurcaron los senderos políticos: la causa y el régimen, el acuerdo y la intran-sigencia, la oligarquía y la democracia. La división política de la burguesía endos grandes alas –oligárquica una, democrática la otra– definió una parte esencialdel escenario político del siguiente cuarto de siglo, dentro del cual también comen-zaron a desempeñar su papel las clases media y obrera urbanas. Inicialmente, elradicalismo –el bonaerense en primer lugar– fue en buena medida expresión dela burguesía democrática y, a partir de la década de 1910, de la clase media, sibien en la Capital Federal debió competir con el Partido Socialista, que recogióvoluntades dentro de ella. La Unión Cívica Radical –partido a la norteamericana,abierto, sin programa preciso– y el Partido Socialista –agrupación de cuadros ala europea, doctrinaria y programática– representaron y dividieron el campodemocrático, no pudiendo constituir un frente antioligárquico.

La fractura de la UC se produjo en 1891 como consecuencia de las nego-ciaciones entre Bartolomé Mitre y Julio A. Roca, que culminaron en el llamadoAcuerdo, consistente en la aceptación de la fórmula Mitre-Irigoyen, el manteni-miento de las situaciones provinciales y la supresión de toda lucha electoral. Es decir:la continuidad de las prácticas ya consagradas y la total abdicación de los principiosenarbolados en 1889.

El Acuerdo dividió a la Junta Ejecutiva de la UC y al conjunto del parti-do. Alem, senador nacional por la Capital Federal, encabezó la oposición. El 26de junio de 1891 se reunió el Comité Nacional con el objeto de discutirlo. Desus 56 integrantes, sólo asistieron los 32 opositores. Los 24 partidarios sesiona-ron por separado, lo ratificaron, realizaron luego nuevas reuniones con represen-tantes del PAN y finalmente, reunidos en la Convención Nacional, cambiaronla fórmula presidencial, reemplazando a Irigoyen por José Evaristo Uriburu. Losprimeros formaron la Unión Cívica Radical (UCR); los segundos, la UniónCívica Nacional (UCN). La UCR se distinguió por la intransigencia; la UCN,por la componenda (que no es la negociación sin renuncia a los principios). De hecho,una y otra de estas notas distintivas de dos fuerzas que se reclamaban modernas, nohicieron más que expresar, nuevamente, una constante de la cultura política argentina.

El Parque representa la debilidad y la fortaleza de la hegemonía organicista.La debilidad generó el intento insurreccional democratizador; la fortaleza permi-tió su derrota y una solución que reforzó el modo oligárquico de ejercer el poder.En el Parque se bifurcaron los senderos de la burguesía (el oligárquico y eldemocrático) y, a su vez, los senderos de las fuerzas democráticas (un sector dela burguesía, la clase media, y algunos sectores obreros y trabajadores). El Parquefue el prólogo de la derrota oligárquica y del triunfo democrático de 1912-1916,pero su epílogo fue la derrota democrática de 1930, con su larga secuela de inesta-bilidad y debilidad, cuando no ausencia, de la democracia política.

El año 1890 constituyó, en buena medida, un nudo histórico. La crisiseconómica y la crisis política redefinieron el rumbo de la sociedad argentina,afirmando las corrientes favorables a un modelo económico agroexportador condominación política oligárquica. La crisis económica enervó posibilidades de undesarrollo industrial autónomo o de uno combinado agroganadero e industrial.Significativamente, poco después, el desarrollo rural pampeano viró de la víafarmer –pequeños y medianos productores propietarios de las tierras que traba-jaban–, abierta con los exitosos procesos de colonización, a la vía chacarera–medianos productores arrendatarios de las tierras, pertenecientes a grandespropietarios–, sin que la proposición signifique establecer una relación casualentre crisis económica y cambio de vía de desarrollo rural. La crisis política, a su

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CAPÍTULO III

3 Natalio Botana, El orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916, Buenos Aires,Sudamericana, 1977, pp. 171-172. El destacado me pertenece.

vez, puso de manifiesto la decisión de la burguesía democrática, la clase mediaurbana y sectores de obreros industriales de terminar con la práctica oligárquica dela dominación política, lucha para la cual gestaron sus propias fuerzas. La creaciónde la Unión Cívica y los intentos de agrupamiento socialista fueron parte de estalucha. No obstante, la debilidad de los demócratas y la habilidad del núcleo oligárquicopara recomponer su fortaleza se combinaron para asegurar la continuidad del régimen.

Antes de concluir, el año 1890 mostró a los argentinos otra novedad.Militantes socialistas comenzaron a editar –bajo la dirección de Germán Ave Lallemanty la colaboración en la redacción de Augusto Kühn– el periódico El Obrero, auto-definido “órgano de prensa de la Federación Obrera en formación”. En el primernúmero, aparecido el 12 de diciembre de 1890, se presentó “Nuestro programa”.Con él se sentaron las bases para crear un partido político de clase obrera, una cuestiónclave para entender las discrepancias entre las diferentes corrientes que luchabanpor la dirección de la nueva clase (socialistas, anarquistas y sindicalistas, estas dos últimasadversarias de la construcción de un partido y de la participación en la lucha polí-tica parlamentaria). Finalmente, en 1896, se constituyó el Partido Socialista (PS).

Natalio Botana ha señalado, muy agudamente, que

el ciclo revolucionario iniciado en el noventa [...] fue el primer aconteci-miento con la fuerza suficiente para impugnar la legitimidad del régimenpolítico que había dado forma e insuflado contenidos concretos al ordenimpuesto luego de las luchas por la federalización. Los revolucionarios delParque, el 26 de julio, no discutían la necesidad de un orden nacional; laclase gobernante lo consideraba como un dato incorporado, de mododefinitivo, al proceso de la unidad nacional. Discutían, eso sí los funda-mentos concretos de la dominación, el modo como se habían enlazado larelación de mando y de obediencia y las reglas de sucesión.3

En definitiva, el año noventa explicita, pone en la superficie un conflictogenerado por una clara línea de conflicto presente en el interior de la sociedadargentina desde el momento mismo de formación del nuevo orden político. Lalínea de conflicto fue, en este caso, entre el régimen político oligárquico y el régi-men político democrático o, abreviadamente, entre la oligarquía y la democracia.

En términos sociales, la demanda de democracia era policlasista, si bien enla práctica no se produjo una acción conjunta o articulada de los sectores que, en

4 Ibid., p. 172.

el interior de cada clase, la expresaban. Entre los partidarios de la democracia, losproblemas conflictivos aparecieron al proponerse y discutirse sus alcances: votocalificado o sufragio universal; pleno (masculino y femenino) o restringido (sólomasculino); representación según sistema de lista completa o incompleta; votouninominal, por uno y dos tercios, proporcional, etc.

Tras la Revolución del Parque y la bifurcación de los senderos, el régimenoligárquico ratificó su eficacia decisoria, que mantuvo hasta 1912-1916, si bienalgunas de sus estructuras continuaron operando bajo el régimen democrático.La línea de conflicto era centralmente política, esto es, la divisoria no pasaba porel modelo económico –en el cual coincidían básicamente conservadores, radica-les y socialistas– sino por el político: régimen oligárquico o régimen democráti-co. La conflictividad política enfrentó, para decirlo una vez más, a oligarcas ydemócratas, planteada ya en 1890. Un corolario de ese antagonismo irresuelto enjulio de 1890 será el Acuerdo entre cívicos nacionales y autonomistas, fórmulasupresora de la competencia electoral mediante una distribución de cargos previaa las elecciones.4

Los radicales optaron por la vía de la violencia política armada para termi-nar con la dominación oligárquica. Para llevarla adelante, apelaron a la conver-gencia cívico-militar, puesta en práctica en 1893 y en 1905 (y fuera del períodoaquí considerado, en 1932). Ellos razonaban –si se me permite decirlo con unaboutade– en términos weberianos: los mandatos del poder político –el régimen–no debían ser obedecidos porque quienes lo ejercían carecían de legitimidad deorigen. Para terminar con él, la insurrección les parecía el único camino viable.

La cuestión de la mediación entre la sociedad civil y el Estado

En un régimen político democrático liberal –o al menos fundado jurídicay políticamente en sus principios–, el canal por el cual se expresan las demandasde la sociedad civil ante el Estado los partidos políticos y el Parlamento. Es decir,los partidos con representación parlamentaria son quienes operan como agentestransmisores de las demandas de la sociedad civil al Estado.

El sistema de partidos durante los años 1891-1930 estuvo constituido,básicamente, por el Partido Autonomista Nacional (PAN) que desapareció hacia1910 y fue sustituido por el Partido Conservador, la Unión Cívica Radical, elPartido Socialista y, a partir de 1914-1915, por el Partido Demócrata Progresista.

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CAPÍTULO III

5 David Rock, El radicalismo argentino, 1890-1930, Buenos Aires, Amorrortu, 1977, p. 71.

Excepto el PAN, no fueron partidos clasistas, al estilo de los europeos o los chilenos,quizás porque la estructura social no estaba cristalizada y había una importantemovilidad social ascendente.

El Partido Conservador fue el de los grandes propietarios de la tierra, aunqueno careció –clientelismo mediante– de base electoral popular, sobre todo en lasprovincias de Buenos Aires, Corrientes y del Noroeste argentino.

La UCR, según Rock, fue un partido inicialmente “retoño, en buenamedida, de las facciones terratenientes” que, desde 1905, penetró “en los gruposde clase media urbana; luego de 1912 se convirtió en un vasto partido popularque abarcaba muchas regiones del país”, si bien siguió “en gran parte dominadopor los propietarios de tierras”. En suma: “un movimiento de masas manejado porgrupos de alta posición social”.5

La UCR tuvo una pretensión totalizadora: “ser la Nación misma”, comodecía el Manifiesto del 30 de marzo de 1916. De allí su preferencia por definir-se como movimiento antes que como partido (Manifiesto del 13 de mayo de1905). La síntesis de la concepción omnicomprensiva, abarcadora de la totalidadsocial, fue formulada por Hipólito Yrigoyen en su primer mensaje al CongresoNacional, en 1916: “La Unión Cívica no está con nadie ni contra nadie, sino contodos para bien de todos”.

El Partido Socialista era un partido básicamente urbano, integrado porartesanos y pequeños comerciantes, empleados, obreros y profesionales. Su fuer-te electoral era la Capital Federal, donde obtuvo resonantes triunfos. Algunasesporádicas victorias en localidades del interior (Laboulaye, Resistencia, mástarde San Rafael y Mar del Plata) no modificaron el rumbo. En buena medida,esa incapacidad de inserción en las provincias guardó relación con su errónea per-cepción de la composición étnica de la estructura social extrapampeana. Al igualque la UCR, el Partido Socialista fue un partido intransigente, reacio a alianzascon otras formaciones, a las cuales consideraba portadoras de prácticas viciosasdel pasado, calificadas como “política criolla”. Recién en 1931 se apartó de esapostura, al constituir con el Partido Demócrata Progresista la efímera AlianzaCivil, al solo efecto de enfrentar a la fórmula conservadora en las elecciones pre-sidenciales de ese año.

El Partido Demócrata Progresista quiso ser el partido orgánico de la dere-cha democrática, pero las contradicciones internas y las ambiciones personalesfrustraron ese intento y terminó siendo un partido provincial (Santa Fe) con pro-yección nacional y con base en los sectores medios urbanos.

Esas cuatro grandes formaciones partidarias dominaron la escena políticahasta 1945-1946. Sin embargo, no pudieron constituir un sistema de partidossólido, aunque sí identidades partidarias fuertes.

Si institucionalmente –como ocurre en el caso argentino– los partidos nologran consolidar su papel de mediadores y articuladores entre la sociedad civil y elEstado, tal fracaso se refuerza con el del Parlamento en igual función. Es probableque en éste hayan incidido decisivamente tanto la mecánica de representaciónoligárquica prolongada durante la fase democrática cubierta por las administra-ciones radicales, cuanto la situación de entrampamiento institucional en la cualcayó la UCR, en particular durante la primera presidencia de Yrigoyen, quiengobernó con un Poder Legislativo adverso que trababa u obstaculizaba la adopciónde medidas que requerían el acuerdo parlamentario. Recién en 1918, el radicalismoalcanzó la mayoría en la Cámara de Diputados, consolidando posiciones en1920-1921. En el Senado, la mayoría conservadora permitió el efectivo desem-peño de reaseguro o garante del orden oligárquico. Adicionalmente, la prácticacontubernista –que los conservadores desarrollaron con eficacia– contribuyó acomplicar el accionar parlamentario de las fuerzas políticas antioligárquicas, divi-diendo a éstas y diluyendo la eficacia del Parlamento como ámbito en el cual dirimir,conforme a reglas, las diferencias, las coincidencias, los acuerdos y hasta las fracturas.

Las dos grandes asociaciones de interés burguesas eran la Sociedad RuralArgentina (SRA), institución representativa de los grandes hacendados (espe-cialmente bonaerenses), creada en 1866, y la Unión Industrial Argentina (UIA),fundada en 1886 por reunificación de los dos agrupamientos empresariales, elClub Industrial (1875) y el Centro Industrial Argentino (escindido del anterior en1878), que reunía y defendía básicamente a empresarios fabriles de BuenosAires. La primera de ambas es la institución corporativa burguesa por excelencia.Un mecanismo usual, largamente persistente e ininterrumpido (por lo menos entre1900 y 1943), es su ubicación en instancias claves del Estado y del gobierno. Enese lapso, cinco de los nueve presidentes del país (Roque Sáenz Peña, Victorinode la Plaza, Marcelo T. de Alvear, Agustín P. Justo y Roberto M. Ortiz) fueronsocios de la Sociedad Rural y más del 40% de las designaciones ministeriales tambiénrecayeron en miembros de ella. Su inserción fue particularmente acentuada en losministerios de Agricultura y Ganadería, Relaciones Exteriores y Hacienda, y encargos militares (especialmente en la Marina). En el caso de Agricultura, doce delos catorce ministros que ocuparon la cartera en el período indicado pertenecíana la entidad, la que, adicionalmente, era consultada por el gobierno nacional enocasión del tratamiento de cuestiones ganaderas.

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CAPÍTULO III

6 Peter H. Smith, Carne y política en la Argentina, Buenos Aires, Paidós, 1968, p. 55.7 Silvia Marchese, “Proyectos de dominación para la Argentina de posguerra”, en JornadasRioplatenses de Historia Comparada. El reformismo en contrapunto. Los procesos de modernización en elRío de la Plata (1890-1930), Montevideo, Centro Latinoamericano de Economía Humana/Edicionesde la Banda Oriental, 1989, pp. 156-157.

Acaso el hecho más provocativo fuera el que la Sociedad Rural general-mente sobrevivía a las vicisitudes de los partidos políticos [...]; la Sociedadestaba fuertemente representada en el gabinete, antes, durante y despuésde los gobiernos radicales de 1916-1930 [...]. Y en cada uno de esos perí-odos distintos, aproximadamente el 15% de todas las bancas del Congresofueron ocupadas por miembros de la Sociedad. Esta institución poseíagran poder político; la cuestión es saber cómo lo empleaba.6

Ahora bien, todo el peso político de la SRA no se tradujo necesaria o automá-ticamente en la existencia de un Estado –ni siquiera un gobierno– corporativo, nitampoco implicó la ausencia de relaciones conflictivas entre corporación ygobierno. En este sentido, durante la primera presidencia de Yrigoyen hubo, envarias ocasiones, importantes discrepancias entre la poderosa organización y elPoder Ejecutivo. Tales conflictos tampoco supusieron la pérdida de poder políticode los ganaderos nucleados en la SRA. Dicho de otro modo, el radicalismo ganóy ejerció el gobierno entre 1916 y 1930, mas no tuvo el poder.

Otras asociaciones de interés importantes fueron la Bolsa de Comercio, laBolsa de Cereales, la Confederación Argentina de Comercio, Industria yProducción (CACIP) y la Asociación Nacional del Trabajo, fundada en 1918.

La CACIP se creó en 1916 y tenía una faceta interesante: se trataba de unaconvocatoria a conformar en el ámbito de la sociedad civil un nuevo tipo de orga-nización representativa de los intereses de la burguesía. Perseguía posibilitar

la emergencia de un plan económico que [...] pudiera ser retomado por lospoderes públicos como continente del interés global de la sociedad. El plan-teo apuntaba directamente a abrir para esos sectores un nuevo canal de par-ticipación en la discusión de las políticas estatales. Consolidado el mismo,el Estado funcionaría en la sociedad argentina en estrecha interpenetracióncon las organizaciones de interés, funcionamiento que estos dirigentes per-cibían como base del nuevo poder de las sociedades más desarrolladas. [...]Se trataba también de una convocatoria al resto de la clase dominante paraacomodar sus prácticas a una realidad que estaba cambiando. 7

8 Ibid., p. 157.9 Ibid., p. 161.10 David Rock, op. cit., p. 219.

La CACIP y la Liga Patriótica coincidieron en “la idea de un Estado inter-viniendo como ordenador y de acuerdo a un plan global que evitara confundirsu accionar en la concesión de respuestas inmediatas a reclamos sectoriales”, ideaconsiderada “básica para la contención del conflicto obrero-patronal”.8

Lo novedoso estribaba en asumir explícitamente un modelo de articulaciónentre la sociedad civil y el Estado fundado en la doble lógica de las mediacionespartidaria y corporativa. Reforzando la propuesta, la Liga Patriótica Argentina–esa mezcla de organización armada parapolicial y de generadora de propuestaspolíticas de alcance nacional, creada en 1919, durante la “Semana Trágica”– propuso“institucionalizar la participación obrera en la resolución de sus conflictos a partirde la creación de nuevas entidades, acordes con una clara reglamentación estatal”.9La Liga desconocía la legitimidad de los sindicatos existentes –de filiación anarquista,socialista y/o sindicalista– y propiciaba formar otros, orientados por los principiosde la misma Liga. La propuesta no implicaba una posición simétrica de las orga-nizaciones obreras y patronales: por el contrario, la Liga entendía necesario reforzarel control de la subordinación de los trabajadores, a su juicio debilitados por lagestión del presidente Hipólito Yrigoyen.

Es que la política obrera de Yrigoyen había introducido, parcialmente,cambios en el modo de tratar y resolver las demandas de los trabajadores. Nolas de todos, sino las de aquellos vinculados particularmente a las actividadesestratégicas para la economía agroexportadora, como los ferroviarios y marítimos.Cuando el conflicto obrero estaba dirigido por anarquistas (sobre todo), Yrigoyenreprimió duramente a los huelguistas, como en la “Semana Trágica” (en BuenosAires y en el interior), pero también reprimió a los petroleros de ComodoroRivadavia, a los peones rurales de la región pampeana y de la Patagonia y a lossocialistas. David Rock ha mostrado la conexión existente entre los dirigentes sindi-calistas y el presidente Yrigoyen, unos y otro interesados en quitarle espacio sindical ypolítico al Partido Socialista. No se trató, por cierto, de una operación en la cuallos primeros abandonaran su posición principista de rechazar relaciones formalescon el Estado y/o los demás partidos, pero una parte considerable de ellos descubrióen la política obrera del presidente radical una veta para obtener beneficios parasus organizaciones, es decir, una posición pragmática para alcanzar la agremiaciónmasiva y el mejoramiento económico.10 Aunque tal política radical tuvo en su primerafase (1916-1922) más fracasos que éxitos, a partir de la campaña electoral de 1922

226 227Partidos, corporaciones e insurreciones en el sistema político argentino (1880-1930)

WALDO ANSALDI

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WALDO ANSALDICAPÍTULO III Partidos, corporaciones e insurreciones en el sistema político argentino (1880-1930)

11 David Rock, op. cit., p. 219.

–en coincidencia con una combinación de caída de la tasa de sindicalización, frag-mentación social y ausencia de una clara hegemonía dentro del movimiento obre-ro–, comenzó a gestarse una estrategia fundada en un nuevo tipo de comité radi-cal destinado a captar los votos obreros [...]. De allí en más la organización encomités de la UCR, sutilmente estructurada, reemplazó lo que antes había hechoYrigoyen merced a sus contactos personales con los sindicatos, y pasó a ser elcimiento fundamental de la supremacía política de que la UCR continuó disfru-tando durante la década del veinte.11

Empero, la dirigencia obrera –la sindicalista mucho más que la socialista–siguió insistiendo en el fortalecimiento de los sindicatos como organización adecuadapara satisfacer las demandas obreras. Si en el caso del sindicalismo ello era obviopor razones de principios, en el del socialismo no fue menos perceptible el pro-gresivo desentendimiento de la dirección partidaria en el efectivo liderazgo de lossindicatos controlados por sus afiliados o simpatizantes. Esta fractura entre partidopolítico y sindicato socialista se hizo más honda en las décadas de 1930 y 1940, talcomo se apreció en el notable proceso de trasvasamiento de dirigentes y cuadrosmedios obreros socialistas al proyecto del coronel Juan Domingo Perón. Pero antes,durante los treinta, los conservadores practicaron una política que favorecía larepresentación corporatista obrera en detrimento de la representación partidaria.

Otro caso que ilustra la primacía de la mediación corporatista es el de laFederación Agraria Argentina (FAA), la asociación de interés de los chacarerospampeanos creada en Rosario en 1912. A pesar de los notables y persistentesesfuerzos del PS, e incluso de algunos chacareros, la organización adoptó unaclara estrategia corporativa en sus relaciones con el Estado nacional, aun cuandoa escala municipal no fue ajena a la práctica de participar en elecciones comuna-les –por lo menos en la provincia de Santa Fe–, mediante el explícito apoyo a can-didaturas partidarias (radicales) o bien presentando listas y candidatos propios.Las relaciones con el gobierno radical experimentaron un creciente deterioro,especialmente durante la segunda presidencia de Yrigoyen.

Las desavenencias entre la FAA y el PS surgieron con el comienzo mismode la primera y se tradujeron en la temprana separación de su propio presidente,el socialista Antonio Noguera, enfrentado con el sector liderado por FranciscoNetri, más moderado políticamente y defensor de una organización meramentecorporatista y ajena a vinculaciones partidarias. A la derrota de los chacarerossocialistas, en 1912-1913, por alinear a la Federación bajo la orientación del PS,le siguió el debate sobre la necesidad de un partido agrario en las deliberaciones

del Primer Congreso (1913), en las cuales en primera instancia se aprobó un pro-yecto para impulsar la creación de una formación patrocinada por la propiaFederación, rechazado luego en revisión de votación. La cuestión reapareció en1931, después de haber rechazado a socialistas, radicales y demócratas progresis-tas. El resulta do fue la efímera experiencia de la Unión Nacional Agraria, que enlas elecciones de ese año apoyó la fórmula de la Concordancia: Agustín P. Justo-Nicolás Matienzo.

Colofón

La definición de un modo oligárquico –como opuesto al democrático– deejercicio del poder generó una hegemonía organicista (1880-1912-1916) quecombinó el accionar de un “partido de notables”, de las asociaciones de interéscapitalistas y del propio Estado. El pasaje a la hegemonía pluralista o compartida,de corta duración (1916-1930), no alcanzó a consolidar las bases de una efectivademocracia política liberal. La debilidad –y quizás, incluso, hasta el desinterés– de lasfuerzas democráticas –un sector de la burguesía, la clase media y la clase obrera–, sudificultad para organizarse como partidos y la preferencia por la mediación corpo-rativa, operaron en la desestabilización del sistema político, como se aprecióclaramente en 1930, cuando el golpe militar del 6 de septiembre desnudó la crisisde dirección política, clausuró la etapa de la hegemonía y potenció solucionesdictatoriales –gobierno del general José Félix Uriburu (1930-1932)– o híbridas,bajo la forma de una “democracia fraudulenta” –como en la presidencia del generalAgustín P. Justo (1932-1938) y de los abogados Roberto Ortiz (1938-1942) yRamón Castillo (1942-1943)–, situación que concluyó con otro golpe militar, eldel 4 de julio de 1943, que desencadenó una serie de hechos y fuerzas que culmi-nó produciendo, como efecto no previsto y no querido, el peronismo (1946-1955).

La etapa de la hegemonía pluralista tuvo su paradoja: la ampliación de lademocracia política resaltó la debilidad de su principal instrumento –el sistemade partidos– y con ella la de la articulación de la sociedad civil con el Estadomediante la mediación partidaria y parlamentaria. Se produjo un proceso de disi-dencias y fracturas partidarias, algunas particularmente cruciales, que dificultó lafunción representativa de los partidos.

Mi hipótesis es que durante la hegemonía pluralista (1912-1916-1930) seexplicitaron todas las tendencias estructurales que apuntaban, más allá de la apa-riencia, a trabar decisivamente la construcción de un orden social y político efec-tivamente democrático, en el marco de una sociedad capitalista. La experienciagubernamental radical potenció, auque no fuese un efecto buscado, los elemen-

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CAPÍTULO III

tos que provocaron la crisis de 1930. La colisión entre la dirección política repre-sentativa (los partidos y el Parlamento) y la dirección técnica o burocrática repre-sentada por un Poder Ejecutivo avasallante (sobre todo con Yrigoyen) coadyuvó–no en exclusividad– a preparar esa crisis de representación, de autoridad o dehegemonía, como se prefiera.

Cuando en 1930 se superpusieron la crisis económica y la crisis política,la burguesía y sobre todo el Estado pudieron solucionar la primera desarrollando laindustrialización por sustitución de importaciones, proceso que había comenzadomucho antes, acentuándose en la década de 1920 con la instalación de fábricasde capitales europeos y norteamericanos. Las transformaciones sociales tuvieronun sujeto principal, el Estado; como en la etapa anterior, pero en una escala cuan-titativamente más elevada. Detalle muy significativo: los cambios se produjeronen la forma del Estado, sin alterar la matriz societal. Pero en el plano de la políticase asistió a un fracaso en la reconstrucción (o en la construcción de una nueva)hegemonía, suplida por la inequívoca primacía de la coerción.

En la perspectiva de la larga duración, las fuerzas sociales y políticas argen-tinas no actuaron de manera suficientemente consistente para construir una efec-tiva y sólida democracia política. Conforme al patrón definido hacia 1880–jamás seriamente cuestionado–, la democracia debía ser liberal. Pero su princi-pal soporte material, la burguesía, nunca asumió posiciones genuinamentedemocráticas, mientras la clase media osciló entre diferentes posiciones. En labase de la pirámide social, los trabajadores por lo general descreyeron de ella y/oles importó poco. Así, la democracia política no tuvo, en la Argentina, quien lapracticara seriamente. Los cincuenta largos años que vivió el país a partir de 1930no fueron otra cosa que el lodo resultante de aquellos polvos acumulados en loscincuenta años anteriores. Sus efectos se sienten todavía hoy.

BIBLIOGRAFÍA

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Jornadas Rioplatenses de Historia Comparada. El reformismo en contrapunto. Los pro-cesos de modernización en el Río de la Plata (1890-1930), Montevideo, CentroLatinoamericano de Economía Humana-Ediciones de la Banda Oriental, 1989.ROCK, David, El radicalismo argentino, 1890-1930, Buenos Aires, Amorrortu, 1977.SMITH, Peter H., Carne y política en la Argentina, Buenos Aires, Paidós, 1968.

230 231WALDO ANSALDIPartidos, corporaciones e insurreciones en el sistema político argentino (1880-1930)

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Vida política y electoral (1880-1930). El Ejército

ISIDORO J. RUIZ MORENOESCUELA SUPERIOR DE GUERRA

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En 1880 concluyó lo que podría denominarse el “ciclo heroico” de laArgentina. En efecto, el país contaba con una Constitución, se había establecidosu Capital definitiva –último punto pendiente de la organización institucionalestablecida en 1853–, estaba concluido el gravísimo problema de los malonesindios y hasta fueron superadas una crisis financiera de características terribles y laúltima guerra civil entre Buenos Aires y las provincias del interior. El general Rocaasumió en aquel año la presidencia, y se contaba entre los artífices del cambio.

Al anunciar su programa de acción ante el Congreso, al recibir el mandodel Poder Ejecutivo, enunció como base de su conducta que ella tendería a la pazy administración; esto es, a mantener la tranquilidad pública por un lado, y porotro a dirigir para que el país progresara. Era lo que el Preámbulo de la LeySuprema indicaba como norma general: “Promover el bienestar general”. Enmateria militar, y para quitar aliciente a algún levantamiento provincial, una leyprohibió a las provincias “la formación de cuerpos militares bajo cualquier deno-minación que sea”, quedando solamente el Ejército Nacional para custodia de lasoberanía y defensa de las instituciones.

Sin considerar en detalle los muchos aspectos y realizaciones llevados acabo en el período de seis años durante el cual Roca dirigió a la República, cabe des-tacar que, superados los aspectos indicados –luchas internas, ataques indígenas–,dificultades de todo orden debían atenderse en un país pobre, poco poblado ymayormente analfabeto, sin industrias de relieve excepto escasas artesanías, conun comercio insuficiente y carente de productos necesarios. Es sabida la transfor-mación que llevó a cabo el presidente Roca, sin que ninguna revuelta turbara su

CAPÍTULO III

1880-1930 LA VIDA POLÍTICO-ELECTORAL Y LOS MOVIMIENTOS POPULARES

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235234 ISIDORO J. RUIZ MORENOVida política y electoral (1880-1930). El EjércitoCAPÍTULO III

gestión, y que ella fue exitosa, aumentándose la inmigración y el trabajo en variadoorden, acompañado por una legislación liberal de la cual pueden ser ejemplo laley 1.420 de educación laica y obligatoria, y la creación del Registro Civil. Nohay tiempo para considerar en detalle lo realizado, pero reviste importancia paramencionar el adelanto progresivo de la Argentina.

A esto se lo calificó injustamente de “materialismo” por algunas característicasde la nueva vida, cuando no se trataba más que de disfrutar de ciertas comodidadespostergadas durante largo tiempo por los conflictos y carencias aludidas. Pero elbienestar creciente tuvo una incidencia negativa: la búsqueda de satisfaccionesmateriales desinteresó a buena parte de la ciudadanía a tomar participación en laacción política. Porque (pensaban): ¿para qué ocuparse de asuntos públicos, si haybuenos pilotos que nos conducen? Ahora debía atenderse a lo inmediatamente personal.

Pero esa apatía cívica tiene un costo para una república.El desinterés mencionado se evidencia cuando llegó a término la presi-

dencia del general Julio A. Roca, y los tres candidatos para sucederlo surgieronde su mismo partido político, el Autonomista Nacional. No hubo agrupaciónfuerte para oponérsele; los candidatos fueron su ex ministro el doctor Bernardode Irigoyen, el gobernador porteño doctor Dardo Rocha, y el ex mandatariocordobés y ahora senador, doctor Miguel Juárez Celman. Triunfó este último,sostenido por la antigua “Liga” del interior, que había llevado al triunfo al pro-pio Roca. El siguiente episodio explica un mote difundido hasta hoy: en ciertaoportunidad en la cual Juárez llegaba del interior, en horas de la tarde, lo espe-raba una manifestación de sus simpatizantes que, para destacarse en la recorri-da que luego se organizó para acompañarlo hasta su casa, portaba faroles. Deaquí viene la denominación de “faroleros” para quienes buscan llamar la aten-ción sobre sí mismos.

Al efectuarse la transmisión del mando, el 12 de octubre de 1886, el pre-sidente saliente, Roca, dijo al doctor Juárez Celman, como síntesis de lo logradoy de la nueva Argentina que se asomaba al siglo XX: “Os transmito el Poder conla República más rica, más fuerte, más vasta, con más crédito y con más amor a laestabilidad, y más serenos y halagüeños horizontes que cuando la recibí yo”. Enefecto, en 1880 acababa de ser sometida sangrientamente la resistencia de BuenosAires a la candidatura del propio Roca.

Resulta importante una aclaración: si bien el Partido Autonomista Nacionalmantuvo su predominio, ni Avellaneda auspició a Roca, ni éste a Juárez Celman; yeste último guardaba diferencias con Pellegrini. Luego, Roca no compartiría la mili-tancia con Quintana. Resulta útil establecer estas precisiones, ante una difundidaversión del traspaso del mando entre amigos, que será considerada más adelante.

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En un principio, la gestión de Juárez Celman prosiguió con el impulsoprogresista. De esta época subsisten todavía hoy –pese a que se borra desaprensi-vamente cualquier vestigio de nuestro pasado histórico– algunos grandes edificiospúblicos, de ostentosos frentes, incluso escuelas primarias, suntuosamente contruidas,para dignificar la función a que estaban dedicadas.

Pero el crecimiento estaba aparejado por un síntoma de crisis creciente, acausa de mal financiamiento y especulaciones, sumados a la deuda externa queera preciso satisfacer. Y a mediados del período presidencial del doctor Juárez, lossíntomas de peligro se hicieron cada vez más evidentes. Sobrevino la reacción

Ésta fue provocada por una comida de jóvenes universitarios que mostraronsu adhesión casi incondicional a la figura del primer magistrado, dispensador defavores. Lo que provocó un vibrante artículo en el diario La Nación increpando ala nueva generación por dirigirse “en tropel al éxito”, olvidada de lo que su for-mación y deber ciudadano le imponía para no aceptar directivas sin análisis. Esaclarinada del artículo de Francisco Barroetaveña movió a otro grupo a conformarla llamada Unión Cívica de la Juventud (fines del año 1889), que realizó una granconcentración política en un local de la calle Florida, esquina Paraguay, llamado“Jardín Florida” (donde hoy un local público se denomina con vaga reminiscencia,“Florida Garden”). La incorporación de personajes con importante trayectoria y demayor edad forzó a quitar el aditamento “de la Juventud”, y la nueva agrupaciónquedó sólo como Unión Cívica.

Era, como su nombre lo demuestra, una concentración que mezclaba todaclase de opositores al gobierno de Juárez Celman. Se propiciaba la libertad delsufragio, sin imposiciones oficiales, para concluir con el “continuismo” del poderen las mismas filas. Aunque hay que convenir en la frase de que “se votaba mal,pero se elegía bien”. Debe aclararse, antes de proseguir, que no todas las eleccio-nes de tiempos anteriores habían sido fraudulentas o violentas, pues generalizaren historia es equivocarse. La Unión Cívica abrigaba dentro de sí una mezcla detendencias que sólo tenían como común denominador la crítica al gobierno, agitandola autenticidad del voto y la moral pública como banderas casi excluyentes deacción. Allí, en dicha Unión, se mezclaban jóvenes sin militancia anterior, católicosdisconformes con la Ley de Matrimonio Civil, opositores tradicionales como losmitristas y hasta hombres de tendencia conservadora, como el doctor Bernardode Irigoyen, competidor de Juárez en la campaña presidencial.

La crisis financiera que depreció la moneda en el orden interno, e hizopeligrar el pago de la deuda externa, agudizó la tensión.

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Así las cosas, la Unión Cívica organizó otro acto público a principios de1890, en el frontón de paleta “Buenos Aires”, donde destacados hombres públi-cos pronunciaron encendidos discursos. El entusiasmo de la concurrencia impulsóa la Unión Cívica, bajo la dirección del doctor Leandro Alem, a no perder tiempoen derribar al gobierno nacional. Y en vez de debilitarlo mediante una oposiciónque denunciara insistentemente sus faltas, los cívicos dejaron de serlo para con-vertirse en sediciosos.

La prédica comenzó a ganar prosélitos entre la oficialidad joven, idealista,que se dejó contagiar por una campaña política ajena a su función.

Hasta entonces, el Ejército había respaldado a las autoridades, como era sudeber. De tal manera, los movimientos insurrectos que estallaron durante la épocaconstitucional habían sido dominados, siendo los últimos los de 1874 y 1880.En su gran mayoría, los jefes militares sostuvieron al gobierno nacional de turno;pero en 1890, la Unión Cívica apeló a los oficiales subalternos, introduciendouna deletérea corrosión dentro de las filas del Ejército.

El golpe de Estado se produjo en el centro de la Capital, en el mes de julio deaquel año, comandado militarmente por el general Manuel Campos, con escasosjefes de alta graduación, al tiempo que se constituía una Junta gubernativa enca-bezada por Alem.

Pero el gobierno reaccionó rápidamente, dominando el intento tras dosdías de lucha en el centro de la Capital. Y si bien el doctor Juárez Celman se vioforzado a renunciar ante la falta de apoyo, se mantuvo el elenco oficial, contrariandolos anhelos revolucionarios de los “cívicos” para cambiar a todas las autoridades.El gobierno “no estaba muerto”, como lo profetizó equivocadamente el senadorPizarro en el Congreso, ya que asumió el vicepresidente Pellegrini, y el generalRoca, principal destinatario de las críticas al manejo de influencias oficiales, fuenombrado ministro del Interior. Una amplia amnistía, continuando una generosapolítica argentina iniciada después de Caseros y proseguida al vencerse las rebe-liones que siguieron, procuró llevar la calma a los espíritus.

Me es imposible tratar ahora la tarea de reconstrucción financiera encaradapor el presidente Pellegrini –que tuvo que salir de una bancarrota interna gene-ralizada y con el país al borde del incumplimiento de sus obligaciones con el exte-rior–, pero quiero llamar la atención sobre una frase del gran magistrado, válidapara cualquier tiempo: “La confianza vale mucho más que el oro y las armas, por-que es todo a la vez”. Ni la dilapidación de los recursos propios, ni el golpe armadoiban a solucionar el estado de la situación nacional, y fueron el nombre y laacción de Pellegrini los que permitieron salir paulatinamente de una situaciónsumamente grave.

Lo que no cesó fue el trabajo de la Unión Cívica.Al término del mandato del doctor Pellegrini, dicha agrupación inauguró

una modalidad en las contiendas electorales: la de que una convención partida-ria eligiese por medio de representantes al candidato a la nueva presidencia. Lareunión se realizó en Rosario, de donde surgió la fórmula de Mitre para presidentey del doctor Bernardo de Irigoyen para vice. Entonces volvió el general Roca a laacción, convenciendo a Mitre que no convenía un enfrentamiento político, pueslos ánimos se pondrían en conmoción durante la campaña, y volvería a recrudecerel antagonismo entre argentinos, de modo que puestos de acuerdo (con estenombre se conoció su entendimiento), Mitre abandonó sus principios del votolibre, y eligieron como candidato al doctor Luis Sáenz Peña, venerable magistra-do sin mayor energía para dominar una difícil situación. El doctor Leandro Alemrompió ruidosamente su alianza con el general Mitre, mostrándose “radicalmente”opuesto al Acuerdo con Roca, y de allí nació el desmembramiento de la oposición,bajo el nuevo rótulo de Unión Cívica Radical. Su nueva fórmula fue la de Bernardode Irigoyen junto con el doctor Manuel Garro.

En tal momento histórico, otra figura comenzó a buscar su relevancia:Hipólito Yrigoyen, sobrino de don Leandro (sin parentesco alguno con donBernardo). En la lucha por la supremacía partidaria, Hipólito Yrigoyen advirtió aPellegrini un inminente estallido armado del Partido Radical, para que al fracasar,desplazara de la conducción a su tío Alem; el gobierno dispuso el estado de sitioy tomó medidas severas para con los opositores, con lo cual se favoreció la asun-ción al mando del candidato del Partido Autonomista Nacional, don Luis SáenzPeña, acompañado como vicepresidente por el doctor José Evaristo Uriburu.

La Unión Cívica Radical no se aquietó, y comenzó una agitación constantey peligrosa para la estabilidad de las instituciones. El presidente don Luis SáenzPeña, desorientado, llegó a incorporar a su gabinete a uno de los dirigentes oposi-tores para calmar a la oposición, y no precisamente el más prudente de ellos, eldoctor Aristóbulo del Valle. Puesto que, en efecto, promovió Del Valle desde el mismogobierno la insurrección en el interior de la República para derribar a los podereslocales. Los levantamientos armados culminaron en 1893, tendiendo a la revanchade la derrota de 1890. En Tucumán, se amotinó el Regimiento de Infantería deGuarnición, y en Rosario se sumó a la revuelta el mayor de los nuevos acorazadosde la Armada. Mas las medidas impulsadas por el anterior mandatario Pellegrini,y el concurso del Ejército y la Marina, frustraron el intento. Severas medidas adop-tadas por el ministro del Interior, doctor Manuel Quintana, restablecieron el orden,siendo una de ellas la prisión de Alem, jefe del alzamiento, no obstante desempeñarsecomo senador de la Nación, y la detención y el destierro de muchos opositores.

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Finalmente, sin apoyo alguno, Sáenz Peña renunció, y en su mensaje alCongreso dejó caer esta amarga reflexión: “Me retiro seguro de que seré más respe-tado como ciudadano, de lo que he sido desde que fui investido con la autoridadsuprema de la Nación”. El mando recayó en el doctor José Evaristo Uriburu,manteniéndose la vigencia constitucional. Durante la gestión de éste debióenfrentarse la difícil, peligrosa y constante cuestión de límites planteada conChile, que llevaron a realizar la primera conscripción militar, concentrándose lareserva en diversos lugares del país, siendo uno de ellos las sierras de Curá-Malal en laprovincia de Buenos Aires, donde se adiestraban a las tropas a pelear en la montaña.

En cuanto al radicalismo, en 1896 perdió a sus dirigentes Alem y DelValle (el primero suicidado, por grandes desengaños), sucediéndolos en la direc-ción del partido el señor Hipólito Yrigoyen, quien dispuso la abstención revo-lucionaria de ahí en adelante, como muestra del repudio a la transmisión delmando desde la cúpula del poder –ya se indicó al principio que ello no se dabapor completo–, señalando el medio que se emplearía para llegar a él. Por otraparte, la nómina de presidentes, ministros y miembros del Congreso es elocuentepara demostrar la calidad de los funcionarios públicos, a la par de una legislaciónque gradualmente iba dando respuesta a las exigencias populares, con un país enpaulatina mejora.

Una nueva tensión de guerra contra Chile sirvió como condicionante a lafutura presidencia. Ese inminente conflicto movió a Pellegrini a inclinar al elec-torado del Partido Nacional en favor del general Roca como el mejor dotado paraenfrentar la situación. Una confluencia de entidades políticas opuestas que seunieron con el solo propósito de impedir su llegada a la primera magistratura,denominadas “las paralelas” –marchaban al lado pero sin mezclarse–, fueron derro-tadas y de este modo Roca se consagró presidente por segunda vez.

Para este tiempo –fines del siglo XIX–, había sido creado en Buenos Airesel Partido Socialista (1896), mediante el impulso del destacado médico doctorJuan B. Justo. Esta flamante agrupación tenía la declarada misión de favorecer alos obreros, y por tratarse de un partido de clase (es decir, sin lugar determinadode trabajo), comenzó su prédica haciendo ostensible desprecio hacia los símbolospatrios, como la bandera y el himno nacional, lo que motivó violentos enfrenta-mientos. También se manifestó duramente contra el Ejército y la Iglesia. En tiemposdel festejo del Centenario, en el local socialista se exclamó: “¡No hay que endiosara los próceres! La Revolución de Mayo fue un movimiento netamente económico”,lo que revela la índole sectaria del partido en aquella época. Al respecto, un diputadoconservador resumiría ante el Congreso:

No olvidemos que las generaciones pasadas han preparado el momentoque vivimos. Y en cuanto a favorecer a la clase obrera, esta Cámara lo hahecho siempre que se ha presentado una iniciativa plausible, sin necesidadde la colaboración del Partido Socialista, que no se había formado todavíaentre nosotros. ¡Ni era necesario que se formase para que nos preocupára-mos de la suerte de los trabajadores de la República!

En verdad, las corrientes inmigratorias lograban realizar su ensueño deprogreso para las familias que llegaban, mejorando sus condiciones de vida, yocupando sus hijos y nietos –y aun algunos de ellos mismos– posiciones en losmás altos cargos de nuestra República.

También hubo manifestaciones de anarquistas provenientes de Europa,terroristas que llegaron a efectuar atentados mortales. A su accionar quiso ponerfin la Ley de Residencia, en 1902, que contemplaba la expulsión del país de losextranjeros indeseables.

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Si bien durante la gestión del general Julio A. Roca no se dieron rebelionesde índole política, la creciente y novedosa “cuestión social” agitó la vida pública,con frecuentes manifestaciones y huelgas. El gobierno de Roca procuró dar remedioa las protestas, y su ministro el doctor Joaquín V. González proyectó un Códigodel Trabajo. Hay que destacar que el doctor González llamó a colaborar en suproyecto de Código del Trabajo a varios jóvenes talentosos, aunque no todos fuerande su misma orientación política, encargándoles el estudio de algún capítulo delmismo, porque la labor gubernativa se destina a toda la población y debían cola-borar en ella todos los capacitados para abordarla. Fueron convocados entre otrosAlfredo Palacios, José Ingenieros, Enrique del Valle Iberlucea, Augusto Bunge,todos ellos socialistas. Si bien el Código no fue sancionado en su conjunto, sirviópara que en un futuro próximo el diputado Palacios tomara del mismo varias dis-posiciones que propuso al Congreso como leyes autónomas, que fueron aprobadaspor los senadores y diputados del “antiguo régimen”.

Otra medida digna de mención de la gestión presidencial de Roca fue laimpulsada por el ministro de Guerra, coronel Pablo Ricchieri, otra vez en rela-ción al enfrentamiento con Chile, al impulsar el servicio militar obligatorio en1901. El proyecto encontró una fuerte oposición, que entre sus argumentos objetóla falta de necesidad de la conscripción forzosa, ya que cuando la patria entrabaen guerra, voluntariamente la ciudadanía se movilizaba en los cuerpos de la

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Guardia Nacional. De todos modos el servicio militar quedó establecido, al llegar laciudadanía a los veinte años de edad. Debió componerse al efecto un padrón detodos los que serían llamados a incorporarse a las filas del Ejército; y veremos laimportancia colateral de esta medida.

Importante innovación fue la modificación de las elecciones para diputadosnacionales, para dar representatividad más auténtica a los electos. A tal objeto, sedividieron los distritos (provincias) en circunscripciones, de modo que cadabarrio –con distintas características poblacionales– pudiera elegir a un vecino sur-gido del mismo, en lugar de hacerlo por medio de “listas sábanas”, donde no seconocía a la mayoría de los que figuran en ellas. De la reforma electoral propiciadapor el presidente Roca y su ministro González surgió, para ocupar un sitial en laCámara de Diputados, el joven abogado Alfredo L. Palacios, elegido por La Boca,militante en el agresivo Partido Socialista, y vencedor en las elecciones del propiosecretario del general Roca, demostración concluyente de que no siempre se dabael “fraude patriótico”.

Luego de Roca, asumió la presidencia de la República el doctor ManuelQuintana. El nuevo mandatario no era partidario de su antecesor, y en su discursode toma de posesión del cargo no dejó de marcar sus diferencias:

Soldado como sois, trasmitís el mando a un hombre civil. Si tenemos elmismo espíritu conservador, no somos camaradas ni correligionarios, yhemos nacido en dos ilustres ciudades argentinas más distanciadas entre síque muchas capitales de Europa.

Era el 12 de octubre de 1904. Indico esta fecha porque el 4 de febrero de1905, apenas transcurrido el verano y en receso del Poder Legislativo, estalló unnuevo movimiento revolucionario, el segundo realizado por la Unión CívicaRadical después del alzamiento de los cívicos en 1890. Los radicales no se habíanatrevido a hacerlo durante la gestión de Roca. Ahora se animaron, cobrándole lacuenta al anterior Ministro del Interior (ahora en la presidencia), quien enérgica-mente los enfrentara en la repetición de su tentativa de 1893. El estallido revolu-cionario se produjo en distantes lugares del país, como en las provincias deBuenos Aires, Córdoba y Mendoza. En la capital cordobesa fueron apresados elvicepresidente Figueroa Alcorta y otras prominentes figuras que se hallaban vera-neando, amenazados de ser fusilados si el gobierno enviaba tropas para restablecerla situación. Los mensajes cambiados entre el presidente Quintana desde la CasaRosada, y el doctor Figueroa Alcorta, haciéndole ver su riesgo, son dignos deconocimiento para demostrar la entereza de aquel hombre mayor de edad, en sal-

vaguardia del prestigio de las instituciones constitucionales y del orden. La sedi-ción fue vencida, escapando su gestor, Hipólito Yrigoyen, mientras otros correli-gionarios caían en poder de las fuerzas militares. Al poco tiempo, una ley de amnistíatranquilizó el ambiente público.

Se perfilaba un adelanto cívico: el doctor Carlos Pellegrini, elegido dipu-tado –ese cargo constituía el primer peldaño de su carrera–, pronunció un dis-curso en la Cámara abogando por una modificación de la ley electoral, para quelos votantes lo hicieran con mayor garantía de libertad. “Anular la venalidad”,fue su consigna.

En política, las grandes transformaciones son maduradas antes de su rea-lización, aunque no siempre se perciba el trasfondo que las impulsa.

El doctor Quintana murió al poco tiempo, y asumió el Vicepresidente. Yase perfilaba la apertura política aludida, y parlamentarios adversos al nuevo presi-dente trataron de mantener sus posiciones, siendo el acontecimiento más ruidososu negativa a sancionar la ley de presupuesto para 1908, lo que imposibilitaba algobierno a actuar. Ante ello, el doctor Figueroa Alcorta recurrió al arbitrio inéditode clausurar las sesiones parlamentarias de prórroga que había dispuesto elmismo Poder Ejecutivo, y por decreto puso en vigencia el presupuesto del añoanterior. La muerte de Pellegrini y del ingeniero Emilio Mitre privó al primermagistrado de un apoyo importante, y de eventuales candidatos para sucederlo.Durante su período, se celebró con gran pompa el Centenario de la Revoluciónde Mayo, asistiendo entre importantes personalidades extranjeras la infanta doñaIsabel de Borbón, la popular “Chata”, primer miembro de la Casa de Borbón enconcurrir a la República Argentina, y cuyo nombre se recuerda en una avenidadel Parque 3 de Febrero.

El candidato de Figueroa Alcorta para sucederlo era el doctor Roque SáenzPeña, a quien, para preservarlo del ardor de la confrontación propia del antago-nismo electoral, se designó como representante diplomático en Europa. Allí, donRoque se puso de acuerdo con otro diplomático argentino, el doctor IndalecioGómez, para promover una modificación en las prácticas electorales, comprome-tiéndose además a que el gobierno resultante no intervendría en la elección delfuturo primer magistrado. Sería Sáenz Peña el segundo presidente en resultarelecto estando fuera de la Argentina: el anterior lo fue Sarmiento.

Cabe puntualizarse que la elección de Sáenz Peña se produjo ante la persis-tente abstención del Partido Radical. Curiosa circunstancia: la de que el presidenteque forzó la instauración del voto libre, doctrina casi excluyente del radicalismo,haya surgido como producto del favoritismo oficial, en práctica condenada porla oposición.

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Desde otro punto de vista, esa larga ausencia del radicalismo en la liza cívicafavoreció al Partido Socialista, que pudo llevar a la Cámara de Diputados a susrepresentantes, al renovarse en 1912 por primera vez de acuerdo a la reforma elec-toral. El Congreso tuvo ocasión de escuchar desde entonces gritos y frases quechocaban con las costumbres observadas anteriormente. Muestra de las nuevasmodalidades fue la incorporación como diputado del doctor Juan B. Justo, presi-dente del Partido Socialista, quien exclamó en la oportunidad:

¡No puedo disimular la profunda repugnancia que siento al ver que midiploma legítimo ha necesitado la aprobación de una Comisión dePoderes formada por Diputados fraudulentos! […] ¡También subleva missentimientos democráticos verme rodeado en este recinto por los represen-tantes de oligarquías cerradas, que en nuestro país, desde hace tantos años,manejan la cosa pública con procedimientos de conciliábulos, defendiendosiempre los intereses mezquinos de la clase capitalista!

Los socialistas continuaron su prédica a favor de la clase obrera, atacandocon lenguaje desusado y hasta procaz a la política tradicional. De todos modos,esta corriente logró aumentar su representación, y hasta en 1913 contaron conun miembro en el Senado, el doctor Enrique del Valle Iberlucea (nacido enEspaña), a quienes siguieron otros –el mismo Justo y Niocolás Repetto–, desta-cándose el doctor Alfredo L. Palacios de sus “compañeros” (son los primeros polí-ticos que usaron esta palabra para señalarse) por su romanticismo, cultura ypatriotismo. Uno de los diputados socialistas de entonces, Federico Pinedo, queevolucionó más adelante al conservadorismo, marcó su conducta:

Los voceros del socialismo en aquellos momentos no tenían el caráctermoderado y burgués que predominó más tarde en ellos: eran marxistascabales y actuaban proclamando la lucha de clases bajo el auspicio de labandera roja, al son de los virulentos estribillos revolucionarios contra laburguesía, y de las consignas proletarias internacionales. Esta propaganda,si bien conmovió a las multitudes obreras de la ciudad de Buenos Aires,no repercutió en las provincias ni en los distritos rurales.

Llegó Roque Sáenz Peña a la presidencia de la República, prestigiado sunombre tempranamente como diputado nacional y delegado en conferenciasinternacionales, y lo que era también notorio, su desempeño valeroso comoteniente coronel en el Ejército Peruano durante la Guerra del Pacífico contra

Chile, donde se batió heroicamente en la defensa del Morro de Arica contra fuer-zas superiores, siendo el único jefe que sobrevivió al asalto, herido y prisionero.Pero venía de Europa con mala salud, lo que quitó a Sáenz Peña energía paracumplir su tarea con mayor dedicación; aunque la ley de reforma electoral quejustamente lleva su nombre, y que logró mediante la eficaz ayuda de su ministrodel Interior, el ya aludido Indalecio Gómez, bastó para consagrarlo en la posteridadcomo uno de los grandes impulsores del progreso cívico argentino.

Se hizo cargo del Poder Ejecutivo el 12 de octubre de 1910, pasados losfestejos del Centenario de la Revolución de Mayo. Al jurar ante la AsambleaLegislativa “cumplir y hacer cumplir la Constitución”, ya anunció su “ensayo”(así lo calificó) del voto secreto y obligatorio, y su deseo:

Yo aspiro a que las minorías estén representadas y ampliamente garantizadasen la integridad de sus derechos. Es indudable que las mayorías debengobernar, pero no es menos exacto que las minorías deben ser escuchadas,colaborando con su pensamiento y con su acción en la evolución ascen-dente del país.

Sáenz Peña agregó que “no bastaba garantizar el sufragio”, sino que “senecesitaba crear y mover al sufragante”.

Antes de Sáenz Peña, el voto era público y voluntario. El habitante que queríaconvertirse en ciudadano, se anotaba en el padrón cívico si lo deseaba pero concurríao no a ejercer su derecho en el comicio (el mismo procedimiento para quien, en laactualidad, se afilia a un partido político en sus elecciones internas). Hasta entoncesse recibía el voto anunciado en voz alta, que hacía pública la preferencia del elector,lo que a veces le causaba inconvenientes. Pero ya he expresado que no siempre eranviolentas las elecciones, ni fraudulentos los recuentos de votos.

Los principales caracteres de la reforma eran la obligatoriedad, la univer-salidad, y el secreto del voto. Aunque todos conocemos ahora su mecanismo,conviene precisar que no era tan general como anunciaba, pues no votaban lasmujeres. Uno de los elementos favorables para garantizar la correcta composi-ción de los padrones –evitando ausencias o inclusiones falsas–, fue adoptar lalista –ya conformada– de los ciudadanos llamados a prestar servicio militar,conforme lo dispusiera la Ley de Conscripción Obligatoria.

En cuanto a la obligación de concurrir al comicio, esta ley tendió a desviara la Unión Cívica Radical de su peligrosa abstención revolucionaria en los comicios.De aquí la obligatoriedad de votar, forzando a los radicales a intervenir en la com-petencia por ganar el poder; y al obtener bancas en el Congreso participaban en cier-

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ta medida en el gobierno, lo cual, haciendo oír su voz y colaborando en la legis-lación, sacaba a los radicales de su postura sediciosa. La garantía al sufragante decontar con un voto secreto constituía un elemento fundamental para que laUnión Cívica Radical abandonara su postura negativa. Desde luego, el Congresode mayoría conservadora fue el que aprobó la iniciativa para modificar el mecanis-mo del voto, aunque no le convenía políticamente –resulta necesario recalcarlo–.

Por otra parte, la obligatoriedad de concurrir al acto eleccionario tendíaa “argentinizar” a los hijos de los inmigrantes nacidos en nuestro país, muchos delos cuales no se habían integrado plenamente a él, manteniendo costumbres, culturay hasta el habla de los territorios de origen de sus padres. Junto con la ley 1.420de educación común y obligatoria (del tiempo de Roca), y la afluencia inmigra-toria (época de Juárez Celman), la República Argentina contaba cada vez más conhabitantes y ciudadanos que debían comprometerse con los intereses nacionales.

Esta ley electoral fue una verdadera revolución, en cuanto desplazó de laconducción política a la alta sociedad que tradicionalmente ocupaba los cargospúblicos, para dar acceso al gobierno a la clase media, tanto de antiguos criolloscomo de recientes argentinos. Como medio de llegar al poder, fortaleció la democra-cia –que es lo accidental– pero no siempre para la República –que es lo fundamental–por los abusos que a veces cometieron quienes ocuparon los puestos del Estado.

Es importante destacar otro aspecto de este tema: cuando en Europa eldoctor Sáenz Peña conversó sobre su programa político con el doctor Gómez,invitándolo a integrar su gabinete ministerial, éste aceptó con una condición,que fue compartida, y que el mismo Indalecio Gómez reveló a la Cámara deDiputados tiempo después: “Es entendido que ni en el Ministerio del Interiorni en algún otro, se producirá acto, se dirá palabra, se hará indicación queimporte la preparación de un Gobierno futuro”. “¡Convenido!”, respondió SáenzPeña. Lo contrario hubiese sido mantener la práctica que buscaban superar, deque la ciudadanía careciera de plena libertad de elección libre y auténtica. Esepacto solemne hizo que durante la gestión de ambos caballeros, “las entrañas de esteGobierno han quedado esterilizadas, absolutamente esterilizadas –remarcó Gómez alrelatar la entrevista en el Congreso– para concebir una candidatura oficial”.

En la imposibilidad –por razones de espacio– de detallar la labor admi-nistrativa de las presidencias (lo que tampoco es el propósito de esta colabo-ración), y concretándome al tema político, diré que en noviembre de 1914nació un nuevo partido político: el Demócrata Progresista. Tendieron sus fun-dadores a reagrupar a las corrientes conservadoras, dispersas y poco afectas alproselitismo popular, desde que llegaban al poder como consecuencia de acuer-dos gestados en las esferas oficiales. Deseaban oponerse al radicalismo anhe-

lante de ocupar los cargos públicos, como también al socialismo con su prédicadisolvente de las instituciones argentinas, y en sus orígenes, este Partido DemócrataProgresista mostró una clara tendencia roquista, reflejada en la nómina de sus creadores:Norberto Quirno Costa, Indalecio Gómez, Joaquín V. González, José MaríaRosa, Carlos Ibarguren, Julio A. Roca (hijo) y Alejandro Carbó. TambiénLisandro de la Torre, cuya mención dejé para el final, porque éste luego evolu-cionó hacia una tendencia contraria. Fue íntimo amigo del general José FélixUriburu (quien expresó que había encabezado en 1930 la rebelión contra Yrigoyenpara hacerlo presidente), y siempre un tenaz adversario de Hipólito Yrigoyen y delos radicales.

Hubo esperanzas de que cuando murió enfermo el presidente Sáenz Peña,su sucesor el doctor Victorino de la Plaza, no cumpliera con las promesas oficiales.Lejos de ello, el presidente De la Plaza se atuvo estrictamente a la imparcialidady no propició ninguna figura para que triunfara en las elecciones.

El 2 de abril de 1915 los electores de presidente –el voto era indirecto–no lograron mayoría absoluta, si bien la Unión Cívica Radical obtuvo mássufragios para su candidato Hipólito Yrigoyen que sus contrincantes: eran 300los electores representando a las Juntas Provinciales, y la fórmula Yrigoyen-Pelagio Luna carecía de los 151 votos para imponerse por sí sola. Hubo grantensión, ya que podían combinarse sus opositores en el Colegio Electoral, yademás la Asamblea Legislativa (ambas Cámaras del Congreso reunidas), queera la que debía aprobar la elección –art. 67, inc. 18, de la Constitución–,tenía mayoría antirradical. Sin embargo, los electores conservadores y demócratasprogresistas dividieron sus preferencias, y finalmente se impuso el señor Yrigoyenpor el estrecho margen de 152 votos contra 148. Desde entonces, el PartidoDemócrata Progresista entró en una declinación constante, no obstante habermantenido cierto predominio en Santa Fe, por acción de su caudillo De La Torre.

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Los radicales tuvieron a su frente, tenaces y ardientes, a socialistas, conser-vadores, y también luego a radicales disidentes con la conducción personalistaque imprimió Yrigoyen a su gestión partidaria y oficial.

Este personaje no llegaba al poder con una doctrina definida. La banderaradical, desde la aparición de esta corriente política en 1891, era la libertad delvotante; es decir, una tesis de combate opositora. Pero resulta que su anhelo habíasido ya obtenido, y debido no a sus esfuerzos, sino al impulso de un presidentesurgido de las filas contrarias, a cuya elección los radicales no habían concurrido,

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CAPÍTULO III Vida política y electoral (1880-1930). El Ejército ISIDORO J. RUIZ MORENO

absteniéndose por considerar que surgía del fraude. Esa paradoja de vencer poracción de un adversario, sin otra aspiración que la ahora desaparecida, sería fatalpara la Unión Cívica Radical, esterilizando los frutos que se esperaban de la épocaque se inauguraba. Lo cierto es que careció de plan de gobierno y asumió unapolítica rencorosa contra sus adversarios.

Dada la conformación marcadamente personalista del partido ahoragobernante, todo giraba en torno a la voluntad de su conductor. Fue, sin duda,un personaje misterioso por sus actitudes –su lenguaje incluso distaba de sercomprensible– y mesiánico. A continuación cito dos de sus frases como ejemplo:“He vivido en la más absoluta integridad de mis respetos” y “Desde que tuve usode razón he sido una enseñanza viva del fuego sacro de la vida”. Endiosado porsus continuadores, se mostraba solícito en la comprensión de los pobres y con-trario a una oligarquía “falaz y descreída” (como la calificaba), con desinterés porla riqueza y los goces de su posición pública. Con la marcada egolatría, se describióa sí mismo no como un “gobernante de orden común”.

Pero lo cierto es que su gestión no satisfizo las expectativas vinculadas a la modi-ficación de la cuestión social, tan apremiantemente reclamada por su propio partido.

Pese a la constante prédica demagógica contra el “régimen” desplazado, elpresidente Yrigoyen no dio solución a los problemas que esperaban mejoras, lo quellevó a huelgas numerosas, que culminaron en enero de 1919 con el estallido de ladenominada “Semana Trágica”. Ante la violencia de los reclamos de los obreros,que superada la presencia de la Policía, sólo pudieron ser dominados por el Ejército,Yrigoyen designó un “Gobernador Militar” para la ciudad de Buenos Aires, soluciónque constituyó un procedimiento insólito porque dicho cargo no existía.

En el campo institucional, el Presidente mostró cada vez de manera másacentuada la tendencia a prescindir de los otros poderes nacionales o locales entodo lo posible, y de dar al gobierno un carácter de centralismo autocrático. En sucampaña por desmantelar las antiguas “situaciones oficialistas” en el interior del país,Yrigoyen se impuso la tarea de intervenir casi todas las provincias para desplazara sus mandatarios, a veces manteniendo la presencia nacional varios años, y otras veceshaciéndolo en más de una oportunidad: San Luis fue intervenida en tres ocasiones.

Tales intervenciones tenían como fin suplantar la representación de lasprovincias en el Congreso (sobre todo en el Senado), que era en gran parte con-formada por los partidos conservadores. No obstante el triunfo radical en el ordennacional, los conservadores en el interior del país lograron –con el apoyo populary mediante la aplicación de la nueva modalidad electoral– obtener el gobierno dealgunas provincias importantes: Córdoba y Santa Fe, por ejemplo, donde su laborfue sumamente positiva. Aunque corresponde a su segundo mandato, señalaré que

no “reconoció” como gobernador al doctor Julio Roca (hijo) cuando fue elegidopor la provincia de Córdoba, y se negó a tener trato siquiera oficial con él.

El desdén de Yrigoyen por el Poder Legislativo se tradujo en el hecho de noconcurrir a la apertura de sus sesiones, ni de leer ni enviar su mensaje anual paradar cuenta del estado del país, como lo dispone la Constitución.

Al finalizar su mandato en 1922, un de los más enconados adversarios enel Parlamento, el doctor Matías Sánchez Sorondo, afirmó:

Yrigoyen quedará como la expresión de un momento de rebajadita social.Ha roto el pacto federal, ha menospreciado el Congreso, ha desquiciado laAdministración, ha ridiculizado la personería de la República en el con-cierto de las Naciones.

Esto último, por haber aceptado la Argentina ser parte de la Liga de lasNaciones, sin condiciones, y luego retirarse al no ser admitida una propuesta parala integración del organismo.

El dominio yrigoyenista del partido, además, lo llevó a designar personal-mente, sin recurrir a la Convención Radical reunida para deliberar al respecto, asu sucesor. Fue el doctor Marcelo de Alvear, embajador argentino en Francia,ajeno al desarrollo de graves alteraciones en la política nacional. Sabía el Presidenteque el candidato no lo traicionaría, pero colocó en la vicepresidencia a un incon-dicional seguidor, don Elpidio González, quien en caso necesario podría suplantaral elegido. El resultado de los comicios dio el triunfo a la Unión Cívica Radicalcon 235 votos de las Juntas Electorales, 60 para la fórmula conservadora encabezadapor Norberto Piñero, 22 para el socialista Repetto, y 10 para la democracia-progresistaque postulaba a Ibarguren. Don Marcelo de Alvear no participó en la campañaproselitista, permaneciendo en París.

Al revés de su antecesor, el doctor Alvear pronunció un discurso ante elCongreso en términos carentes de agravios y hasta ponderando el “desarrollo dela riqueza” lograda desde tiempos lejanos, llamado a la colaboración de todos losargentinos. Su espíritu amplio chocó con los seguidores de su antecesor, de per-sonalidad absorbente, y pronto quedaron escindidos los radicales en dos gruposcada vez más opuestos, siendo denominado el que se despegaba de las directivasde don Hipólito “antipersonalista”. El doctor Alvear no tardó en señalar la dife-rencia, en su primer mensaje al abrir las sesiones del Congreso en 1923: “No hade faltarme la energía de carácter que demande el mantenimiento de la alta digni-dad de mi investidura. Mi Gobierno no desea encontrar en su camino una una-nimidad enfermiza de opinión”.

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CAPÍTULO III Vida política y electoral (1880-1930). El Ejército ISIDORO J. RUIZ MORENO

Alvear no llevó adelante la intervención a la provincia de Córdoba paradesplazar al doctor Julio Roca, como Yrigoyen quería; y el propio Yrigoyen fue ahacer campaña cuando finalizó el término del mandatario provincial; pero laselecciones cordobesas dieron el triunfo al doctor Ramón J. Cárcano, conservador.La divergencia se ahondó cuando al año siguiente (1924) el vicepresidenteElpidio González tildó en el Senado de “contubernio” la coincidencia de actitudesde radicales antipersonalistas con conservadores. Sus palabras motivaron la enér-gica condena de los opositores –entre ellos los socialistas–, y fueron tachadas deldiario de sesiones.

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La presidencia de Alvear fue esterilizada por la postura obstruccionista delos partidarios del jefe de la Unión Cívica Radical (calificados de “genuflexos”),y no pudo cumplir con todos sus proyectos, no obstante la corrección de sus pro-cederes, que enaltecieron a la Argentina ante las naciones extranjeras.

Al agitarse la ciudadanía en 1927 por la renovación del gobierno, lo que debíaocurrir al año siguiente, el presidente Alvear condenó a las agrupaciones “enfermasde sectarismo” –en su expresión–, que vivían poseídas “de la obsesión de considerarirremplazables a los hombres públicos”. En su último mensaje al Congreso, el presi-dente Alvear se quejó públicamente de la obstrucción que hicieron los radicales yri-goyenistas a muchas de sus iniciativas favorables al bienestar y al progreso de laRepública. Sin embargo, don Marcelo para nada influyó en las elecciones, en las cua-les fue nuevamente electo el señor Hipólito Yrigoyen, con mucho mayor caudal devotos en esta oportunidad que en la primera. Alvear fue tachado de “traidor” por losvencedores, que lo silbaron al retirarse de la Casa Rosada.

A partir del triunfo del conductor radical, el pueblo festejó el triunfo desu “causa” como el de las reivindicaciones de las clases sociales más necesitadas.Pero a los 76 años, muy desgastado, no era ya quien doce años antes llegara a laprimera magistratura impelido por ideales de renovación. Su gobierno se aisló delas demás fuerzas cívicas, y él mismo estuvo rodeado y aislado por un círculo quelo adulaba. Se formó un grupo violento para defender al Presidente de sus cen-sores, llamado el “Klan Radical”, que no dejó de apelar a medios violentos parasilenciar. El señor Yrigoyen era entretenido con audiencias intrascendentes, yministros debían aguardar mucho tiempo para ser recibidos. A fin de despacharlos asuntos que no se resolvían, se ideó la maniobra de los “decretos ómnibus”,consistentes en que entre la primera y la última hoja podían intercalarse variasdisposiciones, conforme a la redacción empleada. Es reconocido que se imprimía

un ejemplar de periódico para su lectura con noticias falsas. La consecuencia fueun rápido deterioro por no atenderse, nuevamente, a las tensiones sociales, cuyasmanifestaciones fueron reprimidas violentamente por la Policía. El crack financieroen Estados Unidos repercutió muy desfavorablemente en la situación argentina,agravado por la dilapidación de los recursos del Estado, manejados en forma des-ordenada. Las huelgas y manifestaciones marcaron rápidamente el descontento,agitadas tanto por obreros como por estudiantes universitarios. El desorden seunió a los manejos políticos, sin faltar el fraude que se achara a los conservadores.

Un radical de la talla de Ricardo Rojas pronunció en estos términos severosesa conducta:

El gran pecado del radicalismo, acaso, ha consistido no tanto en el desqui-cio administrativo, sino más bien en haber violentado la Ley Sáenz Peñaen Córdoba, Mendoza y San Juan; en haber anulado la colaboración delMinisterio y el control del Parlamento, por un mal entendido sentimien-to de la solidaridad partidaria; en haber descuidado la selección de sus ele-gidos, y en haber coaccionado a la oposición mediante ciertos instrumen-tos demagógicos. Todo esto significa un olvido del radicalismo histórico,de su dogma del sufragio libre, de su programa constitucional, y de susideales democráticos.

Un síntoma elocuente de la pérdida del favor del pueblo hacia el gobierno,lo dio en 1929 el triunfo en la Capital de los candidatos a diputados del PartidoSocialista Independiente. La unión de los opositores se concretó al poco tiempo:conservadores, socialistas, radicales “antipersonalistas” y el resto de demócratasprogresistas. Estaba pendiente la amenaza de juicio político al Presidente por “maldesempeño de sus funciones”, tal como lo señala la Constitución Nacional, puestoque entre otras características de su paso por el Poder Ejecutivo, debe repetirse queYrigoyen había abandonado la función pública que le indicaba la Ley Suprema,en la apatía que le provocaba su estado físico e intelectual. Prácticamente no existíael gobierno: el presidente Yrigoyen estaba aislado por la camarilla indicada y noejercía la función que le estaba encomendada; y, por su parte, el Congreso no sereunía en sesiones ordinarias, por temor a la acusación de juicio político que se leharía a aquél: ni Ejecutivo, ni Legislativo.

En agosto de 1930, el Ministro de Agricultura no pudo inaugurar la exposiciónorganizada por la Sociedad Rural por haber sido recibido con una fuerte y sostenidasilbatina, que lo forzó a retirarse. Graves escándalos ocurrían en las provincias del inte-rior, como Mendoza y San Juan, y los diarios criticaban severamente a las autoridades.

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CAPÍTULO III Vida política y electoral (1880-1930). El Ejército ISIDORO J. RUIZ MORENO

El ambiente público mostraba un continuo y grave descontento contra elgobierno. Las manifestaciones callejeras de estudiantes y obreros eran continuas.Sus antiguos partidarios, el Intendente Municipal de Buenos Aires, tanto comoel Ministro de Guerra, dirigieron elocuentes mensajes a Yrigoyen señalándole lanecesidad de un cambio de actitud inmediato, sin ninguna reacción por parte deéste. De su lado, parlamentarios de todos los bloques, identificados como “De los44” por el número de sus componentes, lanzaron un manifiesto explicativo de losmalos procederes del oficialismo y de las medidas que debían adoptarse en cum-plimiento de la Constitución. La renuncia del ministro de Guerra, el generalDellepiane, presentada el 2 de septiembre de 1930 –fecha significativa– fueredactada en términos alarmantes para el Presidente y para el sistema republicanode gobierno. Véanse algunos de sus conceptos:

He acompañado a pesar de mi voluntad y contrariando mi conciencia, aV.E., en la refrendación de decretos concediendo dádivas generosas, pen-sando que esto pudiera liquidar definitivamente una situación sobre lacual el país no debía reincidir. Me repugnan las intrigas que he visto a mialrededor, obra fundamental de incapaces y ambiciosos. He visto y veoalrededor de V.E. pocos leales y muchos interesados.

Y aludiendo a la personalidad de Yrigoyen, aludía en su dimisión el minis-tro Dellepiane:

si V.E. no recapacita un instante y analiza la parte de verdad que puedehallarse en la airada protesta que está en todos los labios y palpita en muchoscorazones… Sólo lamento no haber podido realizar obra constructiva.

Esta carta es algo así como un fallo casi póstumo a la presidencia radical,apenas cuatro días antes de ser desplazada del poder. Porque el 6 de septiembrede 1930 estalló, con gran adhesión de la ciudadanía que antes había apoyado aYrigoyen, un golpe militar que derribó al gobierno. Hay que remontarse a 1861(a Pavón), casi setenta años antes, para que se diera un acontecimiento similar:hasta entonces –según expuse al comienzo– los alzamientos sediciosos fuerondominados por las fuerzas que respondían a la autoridad constituida.

Para finalizar la época rememorada, cabe precisar ante todo que el movi-miento fue encabezado por el general José Félix Uriburu, que estaba retirado delservicio activo. Circunstancia importante: Uriburu carecía de mando, pero estabarevestido de autoridad. Hay que tener en cuenta esta diferencia.

Por otra parte, la difundida frase de que los opositores “golpearon las puertasde los cuarteles”, es equivocada. Si bien la ciudadanía se hallaba en estado derechazo al gobierno, nada hacía presumir la posibilidad de recurrir a las FuerzasArmadas, pese a que los tiempos electorales no alcanzarían para revertir unasituación calamitosa. Las condenas de La Prensa y de La Nación, más la virulenciade Crítica, no pasaban de reflejar la oposición y de señalar los preceptos consti-tucionales dejados de lado por el oficialismo radical. El golpe de Estado, ocurridoel 6 de septiembre, fue producido por militares que no obedecieron al reclamode los civiles, los cuales fueron dejados de lado hasta el último momento porexpresa indicación del general Uriburu. El complot fue organizado como unaoperación castrense, y si bien es cierto que fue impulsado por un grupo reducidode iniciados, también hay que tener en cuenta que el Ejército no defendió la esta-bilidad del Presidente ni del Congreso.

La interrupción del sistema constitucional no fue larga: sólo duró un parde años, y el propio encargado del Poder Ejecutivo Nacional lo definió como“gobierno provisional”. Sus intentos de reforma de la Constitución de 1853 y delrégimen de partidos políticos no pudo, felizmente, llevarse a cabo, y con el acce-so al poder en 1932 del general Agustín P. Justo, la República Argentino volvióa retomar su rumbo ascendente.

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CAPÍTULO IV

1930-1943La crisis del modelo agroexportador

y la ruptura institucional

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CAPÍTULO IV

1930-1943 LA CRISIS DEL MODELO AGROEXPORTADORY LA RUPTURA INSTITUCIONAL

Las contradicciones en el Ejército durante el régimen conservador

NORBERTO GALASSOHISTORIADOR / ENSAYISTA / ESCRITOR

La composición social del Ejército Argentino.

Contrariamente a lo que suponen los simplificadores de la Historia, elEjército Argentino de aquellos tiempos del treinta no es una casta ni constituyetampoco “el brazo armado de la burguesía”.

A partir de la presidencia de Mitre, la clase dominante ha entrelazado susintereses con el Imperio británico, organizando una Argentina semicolonial,“granja de su Graciosa Majestad”, economía complementaria de la economíainglesa. Pero el Ejército, sin embargo, no se modela bajo la influencia británica(que, en cambio, opera decididamente sobre la Armada) y tampoco se nutre pre-ponderantemente de hombres de la clase alta. Al constituirse como fuerza nacio-nal cuando, después de los duros enfrentamientos de 1880, se prohíben las mili-cias provinciales, quedó integrado especialmente por contingentes del interior delpaís –de extracción federal– y más tarde, por hijos de la inmigración. Por estarazón, en la fuerza militar de principios de siglo palpita un sentimiento antimi-trista que marca la singular experiencia del Partido Autonomista Nacional, pri-mero, y luego, una fuerte tendencia radical.

Por supuesto, aparecen en sus filas algunos hombres de doble apellido,pero preponderan los que pertenecen a familias de clase media, en muchos casos,empobrecidas. Se puede observar como, en su historia, proliferan apellidos deinmigrantes como Velazco, Campero, Montes, Mantovani, Mosconi, Mercante,Farrell, Ferrazano, Pistarini, etcétera.

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1 Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, tomo II, Buenos Aires, Emecé,1978, p. 106.2 Ibid., p. 108.

Las contradicciones en el Ejército durante el régimen conservadorCAPÍTULO IV

El investigador Alain Rouquié ha analizado esta cuestión:

Los oficiales argentinos raramente proceden de las familias hidalgas de lasviejas provincias coloniales. En su mayoría, son originarios de las zonasmás modernas, más urbanizadas y cosmopolitas. Así, pues, los oficialesforman un grupo abierto y no una casta hereditaria reservada a las viejasfamilias tradicionales de ascendencia militar o consular.1

Se trata, pues, si queremos usar una expresión sintética y popular, de “clasemedia con uniforme”. Con respecto a la clase trabajadora, son escasísimos los ofi-ciales de ese origen aunque, uno de ellos, Domingo Mercante era hijo de un traba-jador ferroviario.

Con respecto a las razones por las cuales se incorporarían al Ejército los hijos dela clase media inmigratoria, Rouquié señala: “la educación nacionalista y el cultode San Martín, por ejemplo, y el atractivo de la parada, los desfiles, la bandera y losuniformes constituyen el basamento emocional de muchas elecciones”.2

Origen social y tendencias políticas

Estas reflexiones, resultan importantes para acercarnos a la comprensiónde las diversas tendencias ideológicas y los cambios que se advierten en la historiadel Ejército durante el siglo XX y que resultan inabordables para aquellos quesuponen que nuestros militares constituyen un conjunto de hombres hechos aimagen y semejanza de la clase dominante, que comúnmente, en nuestras luchaspolíticas, se ha denominado “oligarquía”. Desde ese antimilitarismo abstractoresulta incomprensible la historia de nuestro Ejército. En cambio, si entendemosque preponderan en él quienes provienen de la clase media existe la posibilidadde que se manifiesten tanto posiciones conservadoras como posiciones populares.

Si el Ejército Argentino hubiese sido –desde su cohesión como fuerzamoderna a fines del siglo XIX– “el brazo armado de la clase dominante” habríamanifestado el probritanismo que cultivaba la clase dominante, en cuyo casohabría identificado su destino, de manera permanente, con el partido conservadory los intereses británicos. No fue así, sin embargo.

3 Ibid., p. 100.4 Esteban Peicovich, Hola Perón, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1962, p. 62.

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Probablemente la explicación reside en que la subordinación de laArgentina a Gran Bretaña significaba tomar como ejemplo a una potencia fun-damentalmente marítima lo cual permitía a nuestra Armada tomarla en arqueti-po, pero no ofrecía iguales posibilidades al Ejército. Así ocurrió la aparenteincongruencia de que, en un país satélite del Imperio británico se diese una com-petencia, en cuanto a la formación de nuestros militares, entre la influencia fran-cesa y la germana. También en este aspecto, Rouquié viene en nuestra ayuda:

El Ejército adoptó un modelo cultural singular en un país cuyos dirigen-tes civiles mantenían relaciones privilegiadas con Gran Bretaña en elterreno económico y social y profesaban accesoriamente un culto másdesinteresado por Francia en artes y letras. Esto llevaría a la crisis entre elejército germanófilo (mucho antes de Hitler, por supuesto) y la oligarquíaanglófila.3

En los primeros años de su constitución definitiva, el Ejército Argentinotomó como modelo al Ejército Francés, en cuanto a los uniformes, reglamentos,obras teóricas sobre cuestiones bélicas y estratégicas. Más tarde, especialmente apartir de 1904, comenzó a colocarse bajo la influencia germana. Los ensayos,artículos y tratados, así como el casco con punta o “el paso de ganso”, fueronreemplazando a las modalidades francesas. En el plan de estudios de la época, porejemplo, los cadetes del Colegio Militar estudiaban idiomas francés y alemán,pero no inglés.

En sus recuerdos sobre su paso por el Colegio Militar, Juan DomingoPerón señala:

Las voces de mando eran de estilo alemán, los reglamentos y el manejo dearmas eran igualmente alemanas. Toda mi vida he marchado al paso prusiano.Soy un hombre racionalista por temperamento y por costumbres. Desde1910, mis profesores fueron alemanes. Cabezas que no dejaban nada al azar.Todo con orden y sentido.4

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259258 Las contradicciones en el Ejército durante el régimen conservadorCAPÍTULO IV

El Ejército en los inicios del radicalismo

Esa clase dominante escéptica y despilfarradora no se preocupó por darleal Ejército una cohesión ideológica tal que lo constituyera en “su brazo armado”.Entendió probablemente que bastaba con la formación conservadora liberalexpresada en la biografía del general San Martín, escrita por Mitre y con las hipó-tesis de conflicto hacia Chile y Brasil. Por ello, quizá debió sorprenderse del pre-dicamento que iba logrando Hipólito Yrigoyen en los cuarteles, expresado en lasublevación del 4 de febrero de 1905. El naciente caudillo estaba conquistando alas fuerzas populares del interior que habían sido la base social del autonomismo.Asimismo, lograba que los oficiales y los suboficiales también fueran receptivos asus denuncias contra “el régimen falaz y descreído” y su propuesta de que “lacausa” llevase a cabo “la gran reparación”. Un caso interesante es el del generalPablo Ricchieri, a quien el general Roca le aconseja que colabore con Yrigoyen.

A veces, ocurre que ni los mismos dirigentes radicales aprecian la influenciaque había alcanzado el partido sobre los cuarteles y de qué modo muchos militaresfueron dados de baja luego de que se sofocó la rebelión de 1905 o trabados ensus ascensos o enviados a guarniciones remotas.

Tampoco la mayor parte de los historiadores explican por qué razón laclase dominante aceptó el sufragio libre, secreto y obligatorio de la Ley SáenzPeña, en 1912. Generalmente lo adjudican a la honestidad del presidente RoqueSáenz Peña o a la intransigencia de Yrigoyen, factores que influyeron seguramente,pero se desconoce que otro de los factores fue la influencia del radicalismo sobreel Ejército y la posibilidad de una nueva sublevación. Son los cuarteles agitadospor las nuevas ideas de la democracia los que inciden poderosamente en esa decisiónque conducirá al poder, cuatro años después, a Hipólito Yrigoyen. Y una de susprimeras medidas será la reincorporación de los militares sublevados en 1905 ysancionados por ese hecho.

Jauretche sostiene:

La historia del radicalismo en los años previos a la ley electoral es casi unahistoria de cuartel. Nunca logró dominar los altos mandos, pero las oligar-quías vivieron sobre un barril de pólvora, pues faltas de apoyo popular sesustentaban sólo en las armas y los hombres de armas vivieron permanen-temente el duro drama de la disyuntiva entre los mandatos de su concien-cia nacional y los mandatos de la disciplina; la historia del radicalismo fueasí casi una historia militar […]. Más de una vez, después del 6 de sep-tiembre, oí de labios del octogenario luchador, decir que hubo momentos

5 Arturo Jauretche, Ejército y política, Buenos Aires, Peña Lillo, 1976, p. 111.6 Miguel Ángel Scenna, Los militares, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1980, pp. 159-160.

NORBERTO GALASSO

en que “el Radicalismo sólo fue cosa de unos mozos estancieros y de losjefes y oficiales del ejército que era donde más se sentía nuestra acción”.5

Neutralismo y simpatía por el radicalismo, durante la Primera Guerraatravesaron los cuarteles en esa época.

El golpe militar del 6 de septiembre y los mandos leales a Yrigoyen.

Una cuestión a investigar se refiere a la posición de la mayor parte de losmandos militares durante el levantamiento del 6 de septiembre de 1930. El radi-calismo se encuentra acosado por el resto de los partidos y el caudillo está ya viejoy enfermo, cuando se produce el alzamiento del Colegio Militar liderado por elgeneral Reynolds y de la Escuela de Comunicaciones, con apoyo de la aviación,sin que se agregue ninguna otra unidad militar. Más aun, un militar, el generalDellepiane, ha alertado a Yrigoyen, desde su cargo de ministro de Guerra, acercadel golpe inminente. Pero el caudillo radical no escucha el consejo.

Lo cierto es que los mandos leales son mayoría ese 6 de septiembre y esperaninfructuosamente la orden de Yrigoyen de reprimir. En el Arsenal de Pichincha y Garayse han citado militares de alta graduación que se mantienen leales. Los insurrectos eran:

un grupo patéticamente reducido de soldados, en su mayor parte bisoños,en desafío al resto del Ejército, que no se plegó. Mientras avanzaban hacia laCasa Rosada, en una empresa condenada al más sonoro fracaso, estabanalertas, esperando órdenes, el coronel Avelino J. Álvarez, en la Escuela deInfantería de Campo de Mayo, el coronel Francisco Bosch al frente de la caba-llería destacada en Ciudadela, el coronel Gregorio Salvatierra con la escuelade Suboficiales, el general Nicasio (o Sabino) Adalid, jefe del Arsenal deGuerra, el teniente coronel Regino P. Lascano, con el Primero de infanteríay el teniente coronel Ferré, del Segundo, ambos en Palermo, es decir, unafuerza capaz de triturar sin trabajo a la anémica columna de Uriburu. Sinembargo, estos jefes no recibieron ninguna orden. El general SeveroToranzo, inspector general del ejército, viajó desde el interior y solicitó al vice-presidente Martínez –presidente en ejercicio a partir del día 5 de septiembre–que lo designara jefe de la defensa para proceder a la represión. PeroMartínez se negó ante el asombro del general.6

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estos oficiales están dispuestos a acompañarlo en la patriada. Luego, cuandoYrigoyen triunfa en 1916, consideran que su deber es la obediencia al presidentelegal, aunque ello los obligue, en algunas oportunidades, a reprimir accionespopulares, donde estiman que se expresan intereses chilenos –o de subversión ideoló-gica al sistema– como en la “Semana Trágica” (1919) y los sucesos de la Patagonia(1921 y 1922). Por esta razón no se suman a la conspiración, ni al golpe, en 1930.Entre los más conocidos de ellos pueden citarse a: Enrique Mosconi, SeveroToranzo, Atilio Cattáneo, Francisco y Roberto Bosch, Sabino Adalid, GregorioPomar, Regino Lascano, Manuel Álvarez Pereyra, Gregorio Salvatierra.

Al poco tiempo de asumir el gobierno el general José Félix Uriburu,estos militares yrigoyenistas se lanzan a conspirar contra el gobierno de facto.

En diciembre de 1930 se produce el levantamiento de suboficiales radicalesen Córdoba, vinculados al doctor Amadeo Sabattini. Poco después, el generalSevero Toranzo urde una conspiración, con un grupo de oficiales adictos. Conla colaboración de su hijo, Carlos Severo Toranzo Montero, organiza el golpepara deponer a Uriburu. La conspiración toma cuerpo y va a estallar a fines defebrero de 1931, pero una delación pone sobre aviso a los servicios de inteligenciay se lanza la orden de detención contra los implicados. Toranzo logra fugarembarcándose hacia Montevideo, desde donde lanza una carta abierta al generalUriburu condenando su golpe usurpador:

Le dirijo estas líneas asumiendo también y por derecho de antigüedad,la representación de los militares de toda jerarquía a quienes usted y susesbirros han ofendido infamemente, apoyados en la fuerza brutal, que hatenido en sus manos para deshonra de la civilización, desde el día delmalón del 6 de septiembre hasta la fecha. Solamente en un alma vil ycobarde podían anidar los salvajes instintos que usted ha revelado, ensañán-dose con sus propios camaradas del ejército al punto de hacerlos azotar ytorturar de uniforme, por verdugos civiles y policíacos que han emulado alos más sombríos y repugnantes personajes de la historia. Cuando piensoque una hiena como usted se ha disfrazado durante 47 años con el uni-forme de los defensores de la Constitución prometiendo, engañando,adulando, mintiendo y corrompiendo conciencias de oficiales de todoslos grados, no encuentro monstruo con quien compararlo en los analesde nuestra vida democrática […]. Simulando patriotismo, es usted, enrealidad, un agente venal de turbios intereses extranjeros.8

7 Miguel Ángel Scenna, op.cit., p. 160.

Las contradicciones en el Ejército durante el régimen conservadorCAPÍTULO IV

Asimismo, hasta la noche de ese sábado 6 de septiembre no estuvo asegu-rado el éxito para el general Uriburu: “En el Arsenal estaban reunidos el minis-tro González, el inspector general Severo Toranzo y los generales Mosconi, Adalidy Martínez, todavía en condiciones de reaccionar”.7

Resulta evidente que la crisis económica mundial, el periodismo amari-llista con Crítica y La Fronda a la cabeza, así como la dirigencia política de derechaa izquierda y el propio engangrenamiento del partido incidieron en el caminohacia el abismo del Presidente. Pero son varios los historiadores que no evalúanestos factores y en cambio, prefieren sostener que el Ejército quebró la legalidad.Para ello, silencian que buena parte de esos militares esperaban una orden quenunca llegó.

Las diversas tendencias dentro del Ejército durante los años treinta.

Los radicales

Ya en los sucesos del treinta se pueden advertir tendencias diversas en elseno del Ejército:

a) los militares de filiación radical; b) los nacionalistas de derecha que se nuclean alrededor del general José

Félix Uriburu;c) los oficiales de posiciones liberal-conservadoras, probritánicos, que res-

ponden al general Justo.

En los sucesos de 1930, los oficiales radicales no intervienen. Los uribu-ristas se presentan como protagonistas principales del golpe militar, mientras losliberales “justistas” participan en segunda línea.

Los militares radicales provienen del Ejército que se organiza después de1880 y entienden que su función es garantizar la libre soberanía popular. Es decir,ante las costumbres cívicas adulteradas por el fraude, reclaman que se practiquencomicios limpios, con sufragio secreto, libre y obligatorio quedando encargada lainstitución de velar por la pureza del sufragio.

Para este sector, la función del Ejército consiste en defender la soberaníaante cualquier ataque externo, que en aquellos tiempos suponen que podría prove-nir desde Chile o desde Brasil. De esta manera, si el pueblo otorga su confianzaa Hipólito Yrigoyen y éste se subleva frente a las trampas electorales, muchos de

8 Atilio Cattáneo, Apéndice de “Plan 1932”, Buenos Aires, Proceso, 1959.

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9 Atilio Cattáneo, op. cit., p. 251.

Las contradicciones en el Ejército durante el régimen conservadorCAPÍTULO IV

El 5 de abril de 1931, la dictadura uriburista, se arriesga a otorgar eleccio-nes libres en la provincia de Buenos Aires. El conservadorismo levanta una fór-mula típicamente vacuna: Santamarina Pereda, mientras que los radicales llevana Pueyrredón-Guido. El triunfo radical provoca la anulación de estas eleccionesy una vez más los oficiales yrigoyenistas deciden levantarse al encontrar cerradaslas vías electorales. En julio de 1931, el coronel Gregorio Pomar se subleva en elLitoral. Sin embargo, a pesar de que su acción moviliza fuerzas adictas en otraspartes del país, el general Justo –que se ha dedicado desde el 6 de septiembre a latarea de colocar a sus hombres al frente de los diversos cuerpos– extorsiona aUriburu: el levantamiento de Pomar será sofocado pero Uriburu debe dar elec-ciones antes de fin de año y Justo, merced al fraude, será el nuevo presidente.

En 1932 es asesinado el mayor Regino P. Lascano. Al encontrarse el cadáver,en su chaqueta aparece una proclama que en sus partes centrales afirma:

Guiados por los más nobles sentimientos de reparación institucional y dejusticia social, nos levantamos en armas contra el simulacro de gobiernoque preside el General Justo, surgido de las elecciones fraudulentas y espu-rias del 8 de noviembre de 1931, realizadas bajo el imperio del estado desitio y de las deportaciones en masa de políticos, militares, obreros y estu-diantes que encarnaban el espíritu de oposición, de democracia y de liber-tad del pueblo argentino, cuya mayoría representa el radicalismo. Noslevantamos en armas contra los herederos de la nefasta tiranía del GeneralUriburu […] patrocinado por el imperialismo petrolero norteamericanoque resucita en el país los gobiernos de castas. Frente a la dictadura delGeneral Justo, las dictaduras de las compañías Standard Oil, Bunge yBorn, Dreyfus, Asociación de frigoríficos, Tranvías, Unión Telefónica, etc.,frente a esta dictadura extranjera, disfrazada canallescamente con los coloresde nuestro pabellón y a la que sólo civiles y militares que han caído en laignominia de traición a la patria pueden apuntalar, proclamamos la revo-lución con el fin de reconquistar para el pueblo argentino la suma delderecho y libertades ultrajadas, aherrojadas por la miserable legión de fas-cistas del Jockey Club y Círculo de Armas, que no han trepidado en venderla nacionalidad a cambio de satisfacer sus bastardas y ruines ambicionespersonales de orden político y comercial […]. Argentinos: ¡De pie, a lasarmas! ¡Viva la Unión Cívica Radical!, Curuzú Cuatiá, 30/6/1932.Firmado Juan B. Ocampo, Capitán ayudante.9

10 Ibid., p. 86.11 Ibid., p. 170.

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Hacia fines de 1932, se produce otro suceso que demuestra la consecuenteposición de un sector del Ejército. El coronel Atilio Cattáneo urde una tramaconspirativa cívico militar en la cual participan, entre otros, los tenientes Monti,Reynoso, Egli, Muzlera, Bruzzone, Olguin y los capitanes Cáceres, Domínguez,Coroba, Carriego y Bravo. Pero la explosión de una bomba dejó al desnudo el com-plot y los conspiradores son detenidos.

En enero de 1933, estalla una rebelión en Concordia,10 con repercusiónen Misiones. Luego, en diciembre de 1933, se produce el levantamiento de Santa Fey Corrientes, con fuertes enfrentamientos en Paso de los Libres. En esta oportunidad,los aviones del gobierno ametrallan a los insurrectos produciéndose alrededor de cin-cuenta muertos y una gran cantidad de detenidos, algunos enviados al sur, otrosdesterrados a Europa.

Esta “resistencia radical” entra en declinación cuando Alvear negocia conel gobierno de la Concordancia para constituirse en una oposición amable y res-petuosa. Esto culmina en la Convención Radical, el 2 de enero de 1935, cuandose levanta la abstención y el radicalismo pasa a legitimar los fraudes del régimen.

Los soldados radicales manifiestan su reprobación a la política alvearista yactúan políticamente muy cerca de los hombres de FORJA (Fuerza de Orien-tación Radical de la Joven Argentina, fundada en 1935, cuyo principal dirigenteera Arturo Jauretche). En 1939, obligados a exilarse por la represión, RobertoBosch y Gregorio Pomar, desde Montevideo, rechazan la amnistía con la cual quierenamansarlos tanto el gobierno como su propio partido alvearizado:

No queremos ser cómplices de leyes que constituyen un Estatuto Legal delColoniaje, como la de la creación del Banco Central y del InstitutoMovilizador, la de la Coordinación de los Transportes, las concesiones dela CADE, etc., y otros actos de entrega del patrimonio nacional, a fuerzasextrañas que expolian al pueblo argentino.11

Otra figura castrense importante fue el general Ramón Molina. Desvinculadode la línea uriburista, pero también opuesto a las maniobras fraudulentas queprohijaba el general Justo, su figura fue creciendo, primero como un soldado deposición nacional y luego, como hombre ligado al radicalismo combativo. Scennaseñala que Molina propiciaba “un regreso a la pureza del sufragio y asumía una

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12 Miguel Ángel Scenna, op. cit., p. 168.13 Ibid.

Las contradicciones en el Ejército durante el régimen conservadorCAPÍTULO IV

posición crítica ante la indiferencia oficial frente a la desocupación y la miseriageneradas por la crisis y aún no conjuradas”.12 Esta vocación por lo nacional y losocial lo constituía en un germen de caudillo popular proveniente del Ejército locual preocupó a los mandos liberales. Al principio, intentaron desprestigiarlo y leotorgaron el mote de “el burro” Molina. Más tarde, consideraron convenientecerrar el paso a su accionar político: “Justo comprendió que Molina podía llegara ser un adversario peligroso […]. Molina era un líder en potencia”.13 En 1937fue arrestado, con la imputación de haberse convertido al comunismo y debiópedir el retiro, medida que le hizo perder influencia sobre los radicales que loconsideraban uno de sus hombres.

En enero de 1941, algunos de esos militares constituyen la Cruzada Renovadoradel Radicalismo, fundada por el teniente coronel Sabino Adalid, siendo nombradocomo primer jefe de la entidad el teniente coronel Roberto Bosch. Tanto Bosch,como el teniente coronel Dándolo Breglia, Gregorio Pomar y Atilio Cattáneoseguirán siendo consecuentes con su posición radical en los años siguientes.

También alcanzan importancia, en la línea radical de los años cuarenta, loscoroneles Aníbal, Miguel Ángel y Juan Carlos Montes. (A Miguel Ángel Montesse le atribuye haber redactado, junto con Juan D. Perón, una de las proclamasque circuló en junio de 1943). Pomar, a su vez, continuó manteniendo relacio-nes con los forjistas, aunque éstas se debilitaron cuando el grupo de Jauretche, en1940, se escindió del radicalismo.

La línea nacionalista corporativista y los militares pro nazis

El general Uriburu había sido neutralista durante la Primera Guerra debidoa su admiración por el funcionamiento del Ejército Alemán y en el año treintamantenía simpatías por el fascismo italiano. El núcleo que lo rodeaba, especialmenteCarlos Ibarguren, no se cansaba de aconsejarle que anulase la Constitución del 53para reemplazarla por la Carta del Lavoro, que Mussolini había sancionado para Italia.

Uriburu sostenía una posición nacionalista de derecha, antipopular yautoritaria, centrada en el orden a rajatabla, que lo condujo a una dura políticarepresiva que incluyó desde encarcelamientos y torturas hasta fusilamientos; fueel creador de una organización parapolicial denominada Legión Cívica.

Esta organización se integraba con adeptos al nacionalismo que recibían

NORBERTO GALASSO

entrenamiento militar en los cuarteles. El mismo Presidente asistió a su primer desfilede alrededor de diez mil legionarios por las calles de Buenos Aires, en abril de 1931.Sin embargo, el control de los cuerpos militares en manos del general Justo lollevó a aceptar su retiro y a convalidar el fraude que convirtió a Justo en presidente.

Alejado del país, Uriburu falleció poco después. Sin embargo, esta línea devocación fascista se mantiene. Son varios los jefes que durante la década expresan estatendencia, entre ellos los generales Francisco Fasola Castaño, Benjamín Menéndez,Urbano de la Vega, Basilio Pertiné, Nicolás Accame y Juan Carlos Sanguinetti,pero quien más se destaca por su simpatía con el fascismo es el general Juan BautistaMolina, a quien puede considerarse el más consecuente continuador del uriburismo.

Si bien en algunos casos estos militares admiraban el rearme de los paísesderrotados en la primera contienda mundial, en otros esto resultaba en una adscrip-ción a los sistemas corporativos. Son militares que por sobre todo sostienen unaposición antiizquierdista, totalitaria, antidemocrática y racista. En algunos casos,va a resultar ostensible su admiración por el nazismo. Así ocurre, por ejemplo, conalgunos oficiales cuyo pro nazismo resulta fervoroso, con todos sus ingredientes deodio a las masas, antisemitismo, autoritarismo y otras connotaciones reacciona-rias. Entre ellos, pueden citarse a los coroneles Enrique González, Luis Perlinger yOrlando Peluffo.

La línea liberal-conservadora

Como se ha señalado, el general Justo prefirió quedar en segundo planorespecto a Uriburu en los días del golpe septembrino del 1930. Pero, instalado elnuevo gobierno, se preocupó por colocar a un hombre de su plena confianza enel Ministerio de Guerra, el general Manuel Rodríguez quien se declara partidariode que el Ejército se limite a sus funciones específicas y que el debate ideológicono ingrese a los cuarteles. Por supuesto, ese “profesionalismo” de Rodríguez sebasaba en que los militares radicales debían ser detenidos, dados de baja o enviadosa los últimos rincones del país. Llevado a cabo ese operativo, durante los primerosmeses del gobierno uriburista, resulta comprensible que el amigo de Justo abogaseporque el Ejército se cohesionara detrás de su figura como ministro y detrás de lafigura de Justo, quien fue colocando a sus hombres de confianza a cargo de lasprincipales guarniciones. Copado el Ejército por este sector, la institución sirvió alos planes de la clase dominante, tanto fuese en asegurar el fraude en las eleccionesde 1932 y 1938, como en la política económica probritánica implementada porentonces. La crisis económica mundial de 1930 había desajustado la relaciónentre el Imperio y la llamada “su colonia próspera”, para la clase dominante. El tratado

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267266 Las contradicciones en el Ejército durante el régimen conservadorCAPÍTULO IV

Roca-Runciman tuvo por objeto emparchar esos desajustes: para ello el gobiernoaceptó toda clase de imposiciones como entregar a los frigoríficos angloyanquisel 85% de las exportaciones de carne, crear un Banco Central Mixto con asesora-miento de dos integrantes del directorio del Banco de Londres (Otto Niemeyer yMr. Powell), armar la Coordinación de Transportes en beneficio de la empresa inglesade tranvías para lo cual se apropió de los colectivos que estaban en manos de parti-culares y otros negocios semejantes.

Este período de represión y entrega tuvo a la Concordancia –confluencia deantipersonalistas, socialistas independientes y conservadores– con la complicidaddel alvearismo, como responsables, pero también tuvo a la mayor parte del Ejércitocomo partícipe, encolumnada detrás de Justo y Rodríguez.

Entre los jefes importantes que se alinearon detrás de esa política, tanto enretiro como en actividad, pueden mencionarse a José María Sarobe, BartoloméDescalzo, Elbio Anaya, Leopoldo Ornstein, Santos Rossi, José Francisco Suárez,Carlos Márquez, Juan Tonazzi, Arturo Rawson y Adolfo Espíndola.

En 1938, al concluir su período, el general Justo apeló al fraude para colocaren la presidencia a un hombre de su confianza –el doctor. Roberto Ortiz, abogadode empresas extranjeras– para asegurarse de que éste, al cumplir su mandato, lodevolviera al sillón presidencial. Pero diversas circunstancias incidieron para quesu estrategia fracasara. Por un lado, el presidente Ortiz enfermó gravemente y fuesuplantado interinamente por el vicepresidente Ramón Castillo. Luego, Ortizfalleció y Castillo asumió plenamente la presidencia. Castillo sostuvo una políticaneutral durante la guerra y se apoyó en oficiales antiliberales, mostrando, además,cierta atención a las propuestas de tipo industrialista que aportaban algunos hombresdel Ejército: dio impulso a Fabricaciones Militares y adquirió algunos barcos, comopunto de partida de nuestra flota marítima. Justo, por su parte, se vio envuelto enuna acusación con motivo de una adquisición de armamentos en Europa. Además,su ofrecimiento al Brasil para incorporarse a las fuerzas aliadas en la conflagraciónmundial, provocó rechazo en los casinos de oficiales. Poco después, Justo sufrióun derrame cerebral y falleció el 11 de enero de 1943. A pesar de ello, Rawson,Anaya, Rossi y Ornstein consiguieron jugar roles de cierta importancia en los pri-meros meses después del 4 de junio de 1943.

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Otras tendencias

En la segunda mitad de la década del treinta se manifiestan algunos fenó-menos nuevos en la sociedad que repercuten sobre el Ejército. La crisis económicamundial de 1929 ha producido sus efectos generando cierto crecimiento industrialque se va a acentuar con motivo de la Segunda Guerra Mundial, pues ésta obsta-culiza las importaciones extranjeras. Ello va aunado a fuertes migraciones internasdesde las provincias desamparadas del interior y asimismo, influye FORJA, cuyasconsignas fueron ganando terreno: “Somos una Argentina colonial. Queremos seruna Argentina libre”, “Tenemos una economía colonial, una política colonial, unacultura colonial”, “Patria, pan y poder al Pueblo”. En sus Cuadernos, FORJA seña-laba la dependencia que sufría la Argentina como semicolonia productora de carnes ycereales para Gran Bretaña y denunciaba que “había hambre en un país muy rico”.Raúl Scalabrini Ortiz lo hacía tanto desde FORJA como desde los diarios Señalesy Reconquista, así como desde los libros Política Británica en el Río de la Plata eHistoria de los ferrocarriles. También José Luis Torres desmenuzó estas claudicacionesen varios libros: Algunas maneras de vender a la patria, La Década infame, La oligarquíamaléfica y Los perduellis. Así también alcanzan mayor predicamento algunos econo-mistas como Alejandro Bunge quien publica La nueva Argentina.

La mayor presencia obrera y las ideas antiimperialistas se introducen enlos cuarteles y producen cambios importantes. Uno de ellos es el desarrollo deuna tendencia industrialista, especialmente entre los ingenieros militares. De estemodo, algunos militares, con cierta tendencia antiliberal o antibritánica, expre-saron sus posiciones nacionales en un creciente interés por la defensa del patri-monio argentino, así como por la industrialización y el desarrollo de la industriapesada. Entre ellos, sobresalió el general Manuel N. Savio quien se constituyó enel principal defensor de la siderurgia argentina. Sostenía Savio que un ejército notendría autonomía si el país no fabricaba acero. Con la colaboración de LucianoCatalano, Savio fue el impulsor de Altos Hornos Zapla.

Desde otra perspectiva, pues no venía del radicalismo, Savio siguió los pasosde ese gran defensor del petróleo argentino que fue el general Enrique Mosconi. Enel mismo sentido también merece ser recordado el general Alonso Baldrich.

Asimismo, se produjo un fenómeno interesante en los cuarteles cuando,dada la declinación sufrida por la Argentina y los casos de corrupción y entrega eco-nómica sucedidos durante la década, algunos oficiales empezaron a buscar nuevoscaminos. En cierta medida, empezaron a hacer síntesis entre los planteos democrá-ticos del radicalismo y la defensa del patrimonio nacional sostenida por algunos

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269268 Las contradicciones en el ejército durante el régimen conservadorCAPÍTULO IV

nacionalistas, tendiendo hacia posiciones antibritánicas y a favor de una deci-dida participación popular en las cuestiones centrales de gobierno.

Perón, uno de los hombres clave de esta tendencia, leía los cuadernos deFORJA en Italia, que le enviaban desde Buenos Aires. Julián Licastro señala asimis-mo que Perón le comentó que se nutría ideológicamente de las publicaciones de losapristas peruanos exilados en Buenos Aires. En esta tendencia se encuentra el coro-nel Domingo Mercante y algunos compañeros de promoción de Perón como OscarSilva, Filomeno Velazco, Humberto Sosa Molina y Heraclio Ferrazano.

En ellos fue acentuándose la convicción de que el pueblo debía ser prota-gonista, que el Ejército no había sido creado para reprimir sino para defender lasoberanía y en algunos casos, emprender obras de bien público o empresas ligadasa las necesidades bélicas. Además, Perón solía recordar que su viaje a Europa, en 1940,le había servido para convencerse de que había llegado “la hora de los pueblos”.

El 4 de junio de 1943

A partir de esta fecha, las diversas tendencias se cruzarán y chocarán una yotra vez, con sus disímiles proyectos. Poco tiempo atrás se había constituido elGOU (Grupo de Oficiales Unidos o Grupo Obra de Unificación) que durantemucho tiempo fue rotulado de pro nazi, aunque la escasa documentación que selogró recuperar dada su índole de logia secreta, parece indicar, sin embargo, que asus integrantes no los unía una concepción ideológica, sino el propósito de recons-truir el Ejército, depurar sus cuadros y darle un rol prestigioso en la sociedad.

El sector liberal-conservador y aliadófilo, que había orientado el generalJusto, logró ocupar ciertos espacios en los inicios del golpe, a tal punto queRawson fue designado presidente, aunque no llegó a jurar, y tanto Anaya comoOrnstein ocuparon ministerios. Sin embargo, esta tendencia fue desplazada al pocotiempo por la acción mancomunada de los oficiales pro nazis y los nacionales.Pedro Pablo Ramírez, que tenía relaciones cordiales con radicales y nacionalistas,ocupó durante un tiempo la presidencia, manteniendo un equilibrio inestableentre las tendencias que lo sustentaban. Crecieron por entonces las figuras deJuan Domingo Perón, desde la Secretaría de Trabajo y también las de los corone-les Enrique González y Luis César Perlinger, que expresaban a la línea pro nazi,hasta que en julio de 1944, el grupo liderado por Perón logra prevalecer sobre latendencia de Perlinger, quedando en posición mucho más firme dentro de lafuerza, aunque todavía habría de enfrentar una dura oposición de los viejos par-tidos políticos con abierto apoyo del embajador norteamericano Spruille Braden,desde mayo de 1945.

NORBERTO GALASSO

El 17 de octubre de 1945, el sector liderado por Perón, que expresa, en esemomento, a la mayoría del Ejército, se encuentra con los trabajadores en la plazahistórica, consagrándose así un liderazgo político que perduró tres décadas y cuyasideas aún mantienen influencia sobre la Argentina de estos días.

BIBLIOGRAFÍA

BREGLIA, Renzo, Cruzada Renovadora de la U.C.R., Buenos Aires, Teoría, 1999.CATTÁNEO, Atilio, Apéndice de “Plan 1932”, Buenos Aires, Proceso, 1959.JAURETCHE, Arturo, Ejército y política, Buenos Aires, Peña Lillo, 1976.PEICOVICH, Esteban, Hola Perón, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1962.ROUQUIÉ, Alain, Poder militar y sociedad política en la Argentina, tomo II,Buenos Aires, Emecé, 1978.SCENNA, Miguel Ángel, Los militares, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1980.

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CAPÍTULO IV

1930-1943 LA CRISIS DEL MODELO AGROEXPORTADORY LA RUPTURA INSTITUCIONAL

La industrialización y la cuestión social: el desarrollo delpensamiento estratégico en Mosconi, Savio y Perón

GENERAL FABIÁN EMILIO ALFREDO BROWN

Introducción

El período entre guerras fue un tiempo de cambios trascendentes en elmundo, constituyó un final de época con la debacle del modelo capitalista acu-ñado en la denominada “Segunda Revolución Industrial”. La crisis de 1930 y susdevastadoras consecuencias sociales, el surgimiento del comunismo y del fascismocomo alternativas a la democracia liberal y, por sobre todo, la sombra de la guerramundial como un destino inexorable para las naciones, mantuvo a las grandespotencias inmersas en problemas que hacían a su propia supervivencia.

En este contexto, los países periféricos gozaron de una mayor libertad deacción para formular estrategias de desarrollo independiente. Algunos lo intentaroncon distinto grado de éxito.

Durante estos años, en la Argentina se produjo una profunda transformaciónpolítica, social y económica a partir del desarrollo del primer momento del procesoindustrial por sustitución de importaciones cuyo correlato en el ámbito social fueel crecimiento del movimiento obrero y, en el nivel político cristalizó una formaparticular de Estado de bienestar signado por la inestabilidad de las formas cons-titucionales a partir del golpe militar de 1930.

El caso argentino es complejo, presenta paradojas y contradicciones. Abordarestos años desde el presente no es una tarea sencilla para los cientistas socialespues este período aún no está plenamente desvinculado de cargas valorativas queno permiten recrear las condiciones del pasado con la rigurosidad debida, incu-rriendo en reduccionismos o anacronismos que dificultan comprender cuáles eranlas opciones de las que disponía un argentino de los años treinta y cuáles eran lascategorías analíticas para enfrentar los desafíos de su tiempo.

El tema que voy a desarrollar es la industrialización y la cuestión social: eldesarrollo del pensamiento estratégico en Mosconi, Savio y Perón. El período que

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1 Selva Echagüe, Savio, acero para la Industria, Buenos Aires, Fundación Soldados, 1999, p. 44.

La industrialización y la cuestión social: el desarrollo del pensamientoestratégico en Mosconi, Savio y Perón

CAPÍTULO IV

analizaremos es el de 1930-1943, como se comprenderá, las periodizaciones sonarbitrios intelectuales que imponemos en un continuum, que, en este caso es válidopara abordar el ámbito de lo político entre dos golpes de Estado, pero los tiemposde los procesos económicos y sociales son distintos y, por lo tanto, en ocasionesdeberé transgredir estos límites.

Desarrollo

Para una mejor comprensión de la problemática que analizaremos propongocomenzar por el final del período para establecer cuáles fueron las principalesconsideraciones respecto al “proceso de industrialización” y a la “cuestión social”que se plantearon los protagonistas a principios de la década de 1940, a fin deintentar responder la siguiente pregunta: ¿Por qué un militar de 1943 pensaba deesta manera? E intentar, de este modo, rastrear los orígenes de este pensamiento.

Planteo del problema

En 1944, el general Manuel Savio expresaba con respecto a la necesidadde industrializar el país:

Consideramos un imperativo impostergable establecer en la Argentina lasbases de una siderurgia racional, pues, de lo contrario, toda la estructura deldesarrollo industrial que, lógicamente, esperamos dentro de nuestra evolucióneconómica carecerá de fundamento positivo.

Y agregaba:

No es posible pretender un desarrollo apreciable como nación si no se disponede un mínimo de capacidad propia para desenvolverse sin tutelaje extraño.

En otro discurso expresaba:

Yo no creo forzar la analogía al comparar nuestra independencia de 1816,en lo político con nuestra independencia en lo económico en 1945 o apro-ximadamente, sobre la base de la industria siderúrgica como piedra angularen la que han de desarrollarse sanamente todas las actividades de esta índole.1 2 Fragmento del discurso de Perón en la Asunción del cargo de Secretario de Trabajo y Previsión

el 2 de diciembre de 1943 en Juan Carlos Torre, Los años peronistas, Buenos Aires, Sudamericana,colección Nueva Historia Argentina, (tomo 8), 2002, p. 34.

GENERAL FABIÁN EMILIO ALFREDO BROWN

En relación con la cuestión social, en 1943, el coronel Juan Perón asumíacomo secretario de Trabajo y Previsión del gobierno de facto, planteando en su dis-curso de asunción el comienzo de la “Era de la justicia social” en estos términos:

Simple espectador como he sido en mi vida de soldado de la evolu ción dela economía nacional y de las relaciones entre patrones y traba jadores,nunca he podido avenirme a la idea tan corriente de que los problemas queesa relación origina son materia privativa sólo de las partes interesadas. Ami juicio, cualquier anormalidad surgida en el más ínfimo taller y en la másoscura oficina repercute directamente en la economía general del país y enla cultura general de sus habitantes. [...] Por tener muy firme esta convicción helamentado la despreocupación, la indiferencia y el abandono en que loshombres de gobierno, por escrúpulos formalistas repudiados por el propiopueblo, preferían adoptar una actitud negativa o expectante ante la crisisy convulsiones ideológicas, económicas, que han sufrido cuantos elementosintervienen en la vida de relación que el trabajo engendra. El Estado semantenía alejado de la población trabajadora. No regulaba las actividadessociales como era su deber, sólo tomaba contacto en forma aislada, cuandoel temor de ver perturbado el orden aparente de la calle le obligaba a descenderde la torre de marfil, de su abstencionismo suicida. Con la creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión se inicia la Era dela Justicia Social en la Argentina. Atrás quedarán para siempre la época dela inestabilidad y el desorden en que estaban sumidas las relaciones entrepatrones y obreros. De ahora en adelante las empresas podrán trazar susprevisiones con la garantía de que si las retribuciones y el trato que otorganal personal concuerdan con las sanas reglas de la convivencia no habrán deencontrar por parte del Estado sino el recono cimiento de su esfuerzo porel engrandecimiento del país. Los obreros, por su parte, tendrán la garantíade que las normas de trabajo que se establezcan habrán de ser aplicadascon el mayor celo por las autorida des. Unos y otros deberán persuadirse deque ni la astucia ni la violencia podrán ejercitarse en la vida del trabajo, porqueuna voluntad inquebrantable exigirá de ambos la vigencia de los derechosy obligaciones.2

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GENERAL FABIÁN EMILIO ALFREDO BROWNCAPÍTULO IV La industrialización y la cuestión social: el desarrollo del pensamientoestratégico en Mosconi, Savio y Perón

¿Por qué los militares de 1943 nos plantean la independencia económica y lacuestión social como problemas estratégicos esenciales de la defensa nacional?

¿Cuáles eran los principales desafíos de la Argentina de esos años que suponíandebía enfrentar el país y cuáles las opciones estratégicas de su tiempo?

¿Fue el pensamiento de Perón un fenómeno excepcional o está arraigadoen un pensamiento estratégico que se venía desarrollando desde hacía años, si es quese puede afirmar la existencia de tal pensamiento?

A continuación, trataremos de rastrear el origen de estas ideas que expusieronPerón y Savio y su desarrollo en el período entre guerras.

Una dimensión del fenómeno bélico

Eric Hobsbawm considera que el “siglo XIX largo” finaliza con la PrimeraGuerra Mundial y sus principales consecuencias sociales y políticas: la RevoluciónRusa y el surgimiento del fascismo.

La Gran Guerra fue un hecho inédito en la historia de la humanidad. Sibien algunos conflictos armados como la Guerra de Secesión en Estados Unidosy la Guerra Franco-Prusiana en 1870, preanunciaban algunas de sus principalescaracterísticas, esta contienda señala el comienzo de un nuevo proceso histórico.Francois Furet plantea que:

Por su naturaleza misma, la guerra es una apuesta cuyas modalidades y efectosson particularmente imprevisibles […]. De esta regla general, la guerra de1914 podría ser la ilustración por excelencia. Su radical novedad trastorna enambos campos todos los cálculos de los militares y de los políticos, así comolos sentimientos de los pueblos. Ninguna guerra del pasado tuvo un desarrolloy unas consecuencias tan imprevistas […].Esta novedad, técnica para empezar, puede compendiarse en algunas cifras.Mientras que franceses y alemanes contaban con obtener triunfos decisivosen las primeras semanas, con ayuda de sus reservas de armamentos acumuladas,ambos agotaron en dos meses sus aprovisionamientos de municiones y dematerial de guerra: hasta ese grado la nueva potencia bélica de los dos ejércitoshabía superado todas las previsiones […]. Los mismos obuses que matan a lossoldados también entierran sus cadáveres. Los muertos en la guerra son “desapa-recidos” del combate. El más célebre de todos, bajo el Arco del Triunfo, serájustamente honrado por los vencedores como “desconocido”; la escala de lamatanza y la igualdad democrática ante el sacrificio han sumado sus efectospara rodear a los héroes tan sólo de una bendición anónima.

3 Francois Furet, El Pasado de una ilusión, México, FCE, 2005, pp. 59-60.4 Enrique Mosconi, Dichos y hechos, Buenos Aires, Círculo Militar, 1928, p. 67.5 Ibid., p. 102.

La guerra de 1914, democrática, lo es por ser la de los grandes números delos combatientes, de los medios, de los muertos. Más por ese hecho tambiénes cuestión de civiles más que de militares; prueba sufrida por millones dehombres arrancados de su vida cotidiana, más que combate de soldados[…]. La guerra la hacen masas de civiles en regimientos que han pasado dela autonomía ciudadana a la obediencia militar por un tiempo cuya duraciónno conocen, hundidos en un infierno de fuego en el que es más importante“sostenerse” que calcular, atreverse que vencer.3

Muy tempranamente nuestro país tomó nota de la profundidad de loscambios políticos y sociales que se estaban operando en el viejo continente.Enrique Mosconi, en los primeros años de la década de 1920 reflexionaba respectode las consecuencias de la contienda mundial:

Fuera de esta exigencia, que tiene su fundamento en los caracteres genera-les de la guerra, según las enseñanzas de la última conflagración, hay otrasrazones que nos tocan más directamente, porque no sólo se refieren aponer nuestra institución armada a la altura de la época, sino a colocarlaen condiciones de equilibrio con respecto a los ejércitos vecinos.4

Y continuaba de este modo:

No basta tampoco el dominio del mar para afrontar los conflictos futuros,porque la supremacía del aire tendrá como consecuencia la destrucción delas fuerzas adversarias en su misma base, hará inevitable el aniquilamientode las fuentes productoras imposibilitando toda resistencia.5

En los años treinta, Manuel Savio afirmaba que:

Si la nación no puede mantenerse en condiciones positivas de combatireficazmente, tendrá que aceptar la voluntad del enemigo […]. Al soldadofrancés no le faltaba bravura sino municiones […]. El propósito esencialque inspiró todos estos trabajos y estudios que habrían de conducirnos alproyecto de ley de Fabricaciones Militares, consistió en alcanzar, lo más

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GENERAL FABIÁN EMILIO ALFREDO BROWNCAPÍTULO IV La industrialización y la cuestión social: el desarrollo del pensamientoestratégico en Mosconi, Savio y Perón

6 Selva Echagüe, op. cit., p. 43.

pronto posible la capacidad de producir en el país las armas y las balasindispensables para mantener la soberanía y el honor nacional, liberándo-nos de toda dependencia externa.6

No obstante, será Perón, en su calidad de oficial de Estado Mayor y pro-fesor de la Escuela de Guerra, quien mayores aportes conceptuales brindaría res-pecto al conflicto armado.

En la década de 1930, Perón como profesor de la Escuela Guerra enseñabaa los alumnos del curso del Estado Mayor, cuyos trabajos están recopilados en ellibro Apuntes de historia militar:

Es, pues la guerra del presente y será a no dudarlo la del porvenir, sin limi-taciones en los medios y sin restricciones en la acción. A esa guerra de todaslas fuerzas, llevada a cabo por un pueblo contra otro pueblo, ha de sucederleotra guerra de iguales o aun mayores proporciones y de características aunmás siniestras.¿Cuáles son las características de este nuevo período? Son, en nuestro sentir,un más acabado perfeccionamiento del concepto de la nación en armas, elaprovechamiento al último extremo de todas las fuerzas del Estado para batiral adversario. Los militares estudiamos tan a fondo el arte de la guerra, nosólo en lo que a la táctica, estrategia y empleo de sus materiales se refiere,sino también como fenóme no social. Y comprendiendo el terrible flageloque representa para una nación, sabemos que debe ser en lo posible evitaday sólo recurrir a ella en casos extremos.La guerra, desde la Antigüedad, ha evolucionado constantemente, pasandode la familia a la tribu; de ésta a los ejércitos de profesionales y mercenarios;a la leva en masa que nos muestra la Revolución Francesa y Napoleón mástarde. Y por último, a la lucha total de pueblos contra pueblos, que vimosen la contienda de 1914-1918 y que en la actualidad ha alcanzado sumáxima expresión.El concepto de la “Nación en armas o guerra total” emitido por el mariscalVon der Goltz en 1883 es, en cierto modo, la teoría más moderna de ladefensa nacional, por la cual las naciones buscan encauzar en la paz y utilizaren la guerra hasta la última fuerza viva del Estado, para con seguir su objetivopolítico.

7 Juan D. Perón, Apuntes de Historia Militar, Buenos Aires, Poder, 1971, p. 115.

La guerra se juega en los campos de batalla, en los mares, en el aire, en elcampo político, económico, financiero, industrial, y se especula hasta conel hambre de las naciones enemigas.La guerra moderna se caracteriza por ser una lucha de un pueblo contraotro o de varios de ellos.En ese concepto, esta lucha se desencadena con inesperada potencia yentran en juego insospechados intereses.Esto ha dado a la guerra un carácter original y ha sentado premisas conclu-yentes para su realización.Foch, al abordar este tema, sintetiza a la guerra moderna en forma prácticaal decir:Guerra más y más nacional.Masas más y más considerables.Predominio más y más fuerte del factor humano.Necesidad, por lo tanto, de volver a esa conducción de tropas que aspira ala batalla como argumento; que emplea la maniobra para alcanzarla.Conducción caracterizada por preparación, masa, impulsión.Hoy, para cumplir en forma que el país tenga algo que agradecer al ejército,es necesario ajustarse a las necesidades de un preparación racional e integralde las fuerzas vivas de la nación, para emplearlas en la guerra que sucederáen un plazo más o menos largo y de la cual sólo pueden vislumbrarse algunasposibilidades.7

Frente a este fenómeno social que arrasa con los grandes imperios, cambiael mundo conocido por una nueva cartografía e instala la noción de que la revolucióny la violencia son fuerzas transformadoras, los militares argentinos decodifican estarealidad con las herramientas teóricas que disponían en su tiempo.

Como se observa en Perón, uno de los pensadores que va a tener unainfluencia decisiva en el pensamiento estratégico argentino es Colmar von DerGoltz, un militar alemán que reflexionando acerca de la Guerra Franco-Prusianade 1870, en 1881, presenta una obra en la cual expone que el concepto de“nación en armas” formulado por Clausewitz ya no alcanza para explicar la guerrade una sociedad capitalista transformada por la revolución de los transportes(ferrocarril y barco a vapor) y la industria del acero, proponiendo un nuevo para-digma: “la guerra requiere de todas las fuerzas morales y materiales de la nación”.

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8 Enrique Mosconi, Demostración ofrecida por el personal de Arsenales de Guerra con motivodel ascenso a Coronel 26/10/1918, en Dichos y hechos, op. cit., p. 34.

Este paradigma inferido de las guerras europeas es reformulado por nuestrosmilitares del período entre guerras entendiendo que Rusia implotó y que Alemaniaperdió la guerra en el frente interno más que en el bélico, de allí que por fuerzasmateriales se entendiera la necesidad de lograr el autoabastecimiento industrialdel país y por fuerzas morales, la cuestión social, la cohesión nacional para enfrentarel esfuerzo bélico.

La industrialización

El primero en plantear la necesidad de que el país produzca los insumosbásicos para su sustento fue Enrique Mosconi, quien desde su cargo de directorde los Arsenales del Ejército, comenzó a predicar sobre la necesidad de cambiarel modelo productivo por uno que asegurara la autonomía del país:

Creo que los Arsenales de Guerra recién ahora van a empezar a desarrollarsu acción, y sobre el fundamento de los años que han pasado y de estosinmediatos años que han servido para construir la escuela, para preparar elpersonal que ha de formar la base de los Arsenales futuros, llegarán a cerraruna gran etapa en el desarrollo de nuestra Nación. Digo una gran etapa,porque así lo es; porque aquella independencia política que hiciera la gene-ración grande de la Independencia, la generación de Mayo, no ha sidocompletada, a pesar del momento incierto en que la humanidad vive, a pesarde que no sabemos todavía en estos momentos cuáles serán los nuevos rumbosy las nuevas fórmulas espirituales que den importancia a la instituciónarmada; pero sabemos que es necesario estar prevenidos y preparados paradefender el patrimonio que hemos recibido de nuestros antepasados y quetenemos el deber de conservar. [...]La independencia del año 10 debe ser integrada con la independencia denuestros cañones. Nuestros cañones hoy día no son independientes, todossabemos por qué, de manera que estamos en una situación que no puedesatisfacernos absolutamente y que sólo podrá llegarnos la tranquilidad alespíritu el día que digamos: “La defensa de nuestro país, nuestro derecho,nuestras instituciones políticas, nuestra riqueza nacional, todo está garan-tizado porque la nación tiene el espíritu firme y cañones que pueden tirarhasta que sea necesario.8

9 Enrique Mosconi, Conferencia “El Petróleo y la Economía Latinoamericana”, en Dichos yhechos, op. cit., p. 64.

A su vez Mosconi afirmaba:

La importancia alcanzada por la repartición fiscal en el último período detrabajos, los beneficios comerciales y la perfección técnica lograda, la colocanen plano superior, desvirtuando los preconceptos que sobre la incapacidadtécnica y administrativa del Estado sostienen los enemigos de toda actividadoficial en los dominios de la industria. [...]Ha llegado el momento de seleccionar hombres y capitales y establecer asi-mismo protección para hombres y capitales nacionales. Organizando eltrabajo y las explotaciones de las riquezas nacionales con hombres y dinerodel país, mejoraremos evidentemente nuestra condición de vida lo que esindispensable si, como lo hemos manifestado, nos encontramos aún en lanecesidad de continuar atrayendo la inmigración deseable. [...] Con la cooperación de Europa hemos organizado el país y lo hemos equi-pado, colocándolo en condiciones de emprender la explotación de susriquezas y posibilidades en mayor escala; en los últimos años los EstadosUnidos, con el envío de capitales y representantes de sus grandes empresas,se incorporaron a nuestras actividades. Podemos, pues, elegir ahora el ele-mento que nos convenga; pero, en primer término, nuestro deber es rea-lizar con nuestros propios medios, una máxima tarea y luego aceptar lacolaboración de hombres y capitales, sin distinción de nacionalidad, siempreque éstos se sometan sin reparos a las imposiciones de nuestras leyes.Capitales que pretendan condiciones especiales, exigiendo un tratamientode excepción que algunas veces no ha de poder acordarse a los del país, nofavorecen a la Nación; capitales que aspiren al dominio económico, que tenganel propósito de tomar ingerencias políticas en los países en que operan, queempleen por sistema procedimientos y normas inmorales, que pretendanno ser regidos por las leyes en que se basa nuestra soberanía, deben serrechazados, porque esos capitales llevan en sí gérmenes de futuras dificultadesy perturbaciones internas y externas.9

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10 Selva Echagüe, op. cit., p. 68.

En la década de 1930 Manuel Savio daba continuidad al pensamiento deMosconi, en la necesidad de asegurar la independencia económica del país:

Fácil es imaginar que esta fundición “criolla” no podrá competir con la deorigen extranjero si únicamente nos concretamos a comparar sus respecti-vos precios en el puerto de Buenos Aires. Pero tal comparación es errónea;debemos ponderar factores importantísimos a la luz de nuestra real situa-ción actual y, sobre todo, futura. No es necesario hacer muchos cálculos nienredarse en complicadas teorías para llegar a lógicas conclusiones. Laindustria siderúrgica es fundamental, es primordial, la necesitamos comohemos necesitado, en su oportunidad, nuestra independencia de 1816, enlo político, con nuestra independencia en lo económico en 1945 o próxi-mamente, sobre la base del nacimiento de la industria siderúrgica comopiedra angular en la que han de desarrollarse sanamente todas las activida-des de esta índole, en equilibrio con las de orden agrícola-ganadero.Rechazar la implantación de una industria porque no se cuenta en el país contodas las materias primas que ella requiere es una arbitrariedad, es obrar conligereza, sin fundamento, puesto que son innúmeros los casos contrarios deflorecientes resultados […]. Seamos optimistas. ¿Por qué hemos de partir dela base de que si no compramos acero no nos han de comprar trigo y carne?No nos olvidemos de que hemos quemado y malvendido muchas cosechasde trigo y muchas reses de rica carne y que en definitiva, nuestra economía,en lo substancial, no se resintió.La industrialización del país significa una mayor capacidad de consumoque, lógicamente, debe computarse en productos nacionales y extranjeros,de manera que no nos deben impresionar los fantasmas librecambistas a“ultranza”, si tomamos el cuidado de proceder con prudencia; pero, eso sí,con toda decisión […]. Deseamos completar esta apreciación destacandoque será un serio error desarrollar planes de industrialización con el másmínimo menoscabo de la agricultura y de la ganadería.10

En un discurso pronunciado en la Universidad de La Plata en 1944, Peróndefine las bases de la política industrial del país orientada a satisfacer las necesi-dades de la defensa nacional:

Se formularán una serie de previsiones a fin de que la Nación pueda adquiriry mantener ese ritmo de producción y sacrificio que nos impone la guerra, almismo tiempo que se preverá el mejor empleo a dar a sus fuerzas armadas[…]. Sólo aspiramos a nuestro natural engrandecimiento mediante laexplotación de nuestras ri quezas y a colocar el excedente de nuestra pro-ducción en los diversos mercados mundiales para que podamos adquirir loque necesitamos.Las armas, municiones y otros medios de lucha no se pueden adquirir nifabricar en el momen to en que el peligro nos apremia, ya que no se encuen-tran disponibles en los mercados productores, sino que es necesario encararfabricaciones que exigen largo tiempo. En los arsenales y depósitos, es nece-sario disponer de todo lo que exigirán las primeras operaciones y prever suaumento y re posición. El capital argentino, invertido así en forma segurapero poco brillante, se mostraba reacio a buscar colocación en las actividadesindustriales, consideradas durante mucho tiempo como una aventura desca-bellada, y, aunque parezca risible, no propia de buen señorío.El capital extranjero se dedicó especialmente a las actividades comerciales,donde todo lucro, por rápido y descomedido que fuese, era siempre per-mitido y lícito. O buscó seguridad en el es tablecimiento de servicios públi-cos o industrias madres, muchas veces con una ganancia mínima, respal-dada por el Estado […]. La economía del país reposaba casi exclusivamen-te en los productos de la tierra, pero en su estado más incipiente de elabo-ración, que luego, transformados en el extranjero con evidentes be neficiospara su economía, adquiríamos de nuevo ya manufacturados.Pero esta transformación industrial se realizó por sí sola, por la iniciativaprivada de algunos pioneros que debieron vencer innumerables dificulta-des. El Estado no supo poseer esa evidencia que debió guiarlos y tutelar-los, orientando y protegiendo su colocación en los mercados nacionales yextranjeros, con lo cual la economía nacional se hubiera beneficiado con-siderablemente. [...]Lo que digo del material de guerra se puede hacer extensivo a las maqui-narias agrícolas, al material de transporte, terrestre, fluvial y marítimo, y acualquier otro orden de actividad […]. Los técnicos argentinos se hanmostrado tan capaces como los extranjeros. Y si alguien cree que no lo son,traigamos a éstos, que pronto asimilaremos todo lo que puedan enseñar-nos [...]. El obrero argentino, cuando se le ha dado oportunidad paraaprender, se ha revelado tanto o más capaz que el extranjero. […]He pretendido expresar en el curso de mi exposición, y espero haberlo

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GENERAL FABIÁN EMILIO ALFREDO BROWNCAPÍTULO IV La industrialización y la cuestión social: el desarrollo del pensamientoestratégico en Mosconi, Savio y Perón

11 Juan D. Perón, “Significado de la defensa nacional desde el punto de vista militar” (Conferenciapronunciada el 10 de junio de 1944, en el Colegio Nacional de La Universidad De La Plata), en Obrascompletas, tomo 6, Buenos Aires, Instituto Nacional Juan Domingo Perón, 1998, pp. 535-557.

conseguido, las si guientes cuestiones:Que la guerra es un fenómeno social inevitable.Que las naciones llamadas pacifistas, como es eminentemente la nuestra,si quieren la paz, deben prepararse para la guerra.Que la defensa nacional de la Patria es un problema integral que abarcatotalmente sus diferentes actividades; que no puede ser improvisada en elmomento en que la guerra viene a llamar a sus puertas, sino que es obrade largos años de constante y concienzuda tarea que no puede ser encaradaen forma unilateral, como es su solo enfoque por las Fuerzas Armadas,sino que debe ser establecida mediante el trabajo armónico y entrelazadode los diversos organismos del Gobierno, instituciones particulares y detodos los argentinos, cualquiera sea su esfera de acción; que los problemasque abarca son tan diversificados y requieren conocimientos profesionalestan acabados que ninguna capacidad ni intelecto puede ser ahorrado.Finalmente, que sus exigencias sólo contribuyen al engrandecimiento de laPatria y a la felicidad de sus hijos.11

La cuestión social

Como se ha expresado, el pensamiento estratégico desarrollado tras la GranGuerra percibe en la cuestión social uno de los principales problemas que el Estadodebía atender para enfrentar el fenómeno bélico. La Revolución Rusa y la defeccióninterna de Alemania instalaron el concepto de que resultaba fundamental preservarla cohesión interna de la nación para preparar a un país para la guerra.

Mosconi, desde muy temprano, plantea la necesidad de que el Estado debetender a minimizar los conflictos sociales mediante una acción equitativa en ladistribución del ingreso, incorporando el concepto de “justicia social”:

La afirmación de nuestra nacionalidad, el concepto arraigado del deber, elculto de la voluntad del carácter, el irreducible espíritu de justicia, el interéspor el deber público, la noción hecha carne de que los gobiernos son paralos pueblos y no los pueblos para los gobiernos, el respeto de la Constitucióny de la Ley, una mejor distribución de la fortuna pública, la aspiración de todociudadano de convertirse en activa molécula de trabajo y de progreso, allí

12 Enrique Mosconi, “La justicia social” (Ceremonia de la colocación de la piedra fundamentaldel Monumento de Balcarce, en nombre de la Junta Nacional de Homenaje en el centenario de sumuerte, noviembre de 1919), en Dichos y hechos, op. cit., p. 46.13 Ibid. (Coronación de la Virgen Loreto), p. 59.

está, señores, nuestra tarea para honrar y mantener fieles a los ideales polí-ticos y sociales de los hombres de la Revolución. […]Así nuestra patria será grande como ellos lo concibieron y así ocuparemosal sol un prominente lugar. Así nuestro sol flamígero brillará entoncescon más fulgor, será más intensa su acción creadora y a su calor saltaránen escoria las taras ancestrales, quedando sólo las virtudes de las razas que, enbusca de una nueva luz, de nuevo aire y nueva vida, vienen a compartir enel trabajo regenerador los beneficios de nuestro patrimonio de democracia, delibertad política, de vida intensa, y de abundancia. Y a ese calor se ha de renovarla vida con alma nacional de una pieza, con mente esclarecida, con todas lasdisciplinas del espíritu, con corazones animados por sentimientos de jus-ticia y solidaridad social y con brazos fuertes de soldados apasionados desu misión, de conductores del pueblo en armas, para afirmar la inviolabi-lidad de la justicia y nuestro derecho.12

Asimismo afirma:

Todos palpitamos con la misma vibración patriótica, todos anhelamos unapatria justa, grande y poderosa; una patria hecha con el trabajo incansablede sus hijos, en el inquebrantable cumplimiento del deber, con incesantesolidaridad social que hermane todos los espíritus, que haga del pueblotodo un solo corazón y un solo brazo.13

En el mismo sentido, una década después Manuel Savio expresará:

A ese precio de costo de nuestra fundición habrá que restarle valores muyimportantes como el que representa dar trabajo directamente a mineros yfundidores en el norte del país, igualmente los jornales de los que efectúanlos transportes de materia prima al lugar de elaboración y los transportes de losproductos elaborados, todas esas remuneraciones se traducen en comida yhogar para muchos argentinos. Pero a ese pan y a ese techo hay que agregarleel valor extraordinario que significa aprender a fundir, construir hornos, apreparar refractarios, a manejar máquinas importantes ¿Cuánto vale la influencia

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GENERAL FABIÁN EMILIO ALFREDO BROWNCAPÍTULO IV La industrialización y la cuestión social: el desarrollo del pensamientoestratégico en Mosconi, Savio y Perón

14 Selva Echagüe, op. cit., p. 68.

que tiene en la formación de nuestros compatriotas el perfeccionamiento de sucapacidad técnica para tareas en medios mecanizados?14

Como en los conceptos referidos a la guerra, en cuanto a la problemáticasocial será Perón quien con mayor claridad conceptual explique la importanciaestratégica de la cuestión social para los militares de los años treinta y cuarenta:

El mundo ha de estructurarse sobre nuevas formas, con nuevo contenidopolítico, económico y social […]. La explotación de las divisiones y reyertasdentro del bloque de países enemigos para provocar su desmembramiento,etcétera. Y comprenderemos fácilmente que todo intelecto y capacidadpolítica debe ser movilizado para servir a la defensa nacional […]. La polí-tica interna tiene gran importancia en la preparación del país para la gue-rra […]. Su misión es clara y sencilla, pero difícil de lograr. Debe procurara las Fuerzas Armadas el máximo posible de hombres sanos y fuertes, deelevada moral y con un gran espíritu de Patria. Con esta levadura, las FuerzasArmadas podrán reafirmar estas virtudes y desarrollar fácilmente un elevadoespíritu guerrero de sacrificio. […]Ante el peligro de la guerra, es necesario establecer una perfecta tregua entodos los proble mas y luchas interiores, sean políticos, económicos, socialeso de cualquier otro orden, para perse guir únicamente el objetivo que encierrala salvación de la Patria: ganar la guerra. […]Todos hemos visto cómo los pueblos que se han exacerbado en sus luchasintestinas llevan do su ceguedad hasta el extremo de declarar enemigos asus hermanos de sangre, y llamar en su auxilio a los regímenes o ideologíasextranjeras, o se han deshecho en luchas encarnizadas o han caído en el másabyecto vasallaje […]. Es necesario dar popularidad a la contienda que se ave -cina, venciendo las últimas resistencias y prejuicios de los espíritus prevenidos.Se debe establecer una verdadera solidaridad social, política y económica. [...]Es indudable que una gran obra social debe ser realizada en el país. Tenemosuna excelente materia prima; pero para bien moldearla, es indispensable elesfuerzo común de todos los argenti nos, desde los que ocupan las más altasmagistraturas del país hasta el más modesto ciudadano […]. La defensanacional es así un argumento más que debe incitamos para asegurar la feli-cidad de nuestro pueblo.

15 Juan D. Perón, “Discurso Pronunciado en La Bolsa De Comercio, 25 de agosto de 1944”, enObras completas, op. cit., pp 560-590.

La posguerra traerá, indefectiblemente, una agitación de las masas porcausas naturales: una lógica paralización, desocupación, y hará, que, com-binadas, produzcan empobrecimiento paulatino. Ésas serán las causasnaturales de una agitación de las masas; pero aparte de estas causas natu-rales, existirán también numerosas causas artificiales, como son la penetra-ción ideológica, que nosotros hemos tratado en gran parte de atenuar;dinero abundante para agitar, que sabemos circula ya desde hace tiempoen el país y sobre cuyas pistas estamos perfectamente bien ordenados; unresurgimiento del comunismo adormecido, que pulula como una de lasenfermedades endémicas dentro de las masas y que volverá, indefectible-mente, a resurgir con la posguerra cuando los factores naturales tenganpresentes. […]En la Secretaría de Trabajo y Previsión ya funciona el Consejo dePosguerra, que está preparando un plan para evitar, suprimir o atenuar losefectos, factores naturales de la agitación, y que actúa también como unamedida de gobierno para suprimir y atenuar los factores artificiales; perotodo ello no sería suficientemente eficaz si nosotros no fuéramos directa-mente hacia la supresión de las causas que producen la agitación y sus efec-tos […]. Es indudable que en el campo de las ideologías extremas existeun plan que está dentro de las mismas masas trabajadoras, que así comonosotros luchamos por prescribir de ellas ideologías extremas, ellas luchanpor mantenerse dentro del organismo del trabajo. Hay algunos sindicatosindecisos que esperan para acometer su acción la presencia de un mediofavorable; hay también células adormecidas dentro del organismo que semantienen así para resurgir en el momento que sea necesario producir laagitación de las masas.15

Conclusiones

Como planteara al comienzo de esta exposición, he intentado dar res-puesta a la pregunta acerca de por qué los militares de principios de la décadade 1940 reflexionaban acerca de la necesidad de industrializar el país y de encararla incorporación y organización de amplios sectores sociales dentro de las estruc-turas del Estado.

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GENERAL FABIÁN EMILIO ALFREDO BROWNCAPÍTULO IV La industrialización y la cuestión social: el desarrollo del pensamientoestratégico en Mosconi, Savio y Perón

No es posible comprender la causa que da origen a este pensamiento, quese ha podido rastrear desde la década de 1920, si no se recrean las condicioneshistóricas del período entre guerras, las categorías analíticas que lo precedie-ron y las opciones políticas que se le presentaban a un argentino de ese tiempo.En este sentido, la Guerra Mundial fue un fenómeno social fundamentalpara analizar las bases del pensamiento político y estratégico que caracteri-zaron los años veinte y treinta. La Primera Guerra Mundial no se reducíaal hecho bélico sino que implicaba la necesidad de un sostén industrial, cien-tífico y tecnológico del esfuerzo de guerra y, había introducido, tras laRevolución Rusa, el concepto de “revolución social” que a su vez había influi-do decisivamente en el desarrollo de la guerra, particularmente, en la derrota deAlemania. Los militares argentinos percibieron el fenómeno bélico a través de lascategorías analíticas que disponían, siendo Colmar von Der Goltz el pen-sador más influyente, cuyo paradigma: “la guerra requiere de todas lasfuerzas morales y materiales de la nación”, si bien data de los últimos añosdel siglo XIX, fue reinterpretado en los años veinte, entendiéndose por lasfuerzas materiales, la necesidad de industrializar para lograr su autoabaste-cimiento y por las fuerzas morales, la de preservar la cohesión social del país,a través de la formación de un sindicalismo nacional, que hiciera frente a laagitación de las masas y la posibilidad de que éstas fueran influenciadas porel comunismo internacionalista.Las bases del pensamiento que expresa Perón, uno de los protagonistasexcluyentes de la Revolución del 4 de junio de 1943, pueden rastrearse enMosconi desde principios de los años veinte, pudiendo ser seguidos a lolargo de todo el período entre guerras y, en particular en los años treinta,tanto en las reflexiones de Savio como del propio Perón como profesor dela Escuela Superior de Guerra y en los escritos anónimos del Grupo deOficiales Unidos (GOU).

BIBLIOGRAFÍA

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CAPÍTULO IV

1930-1943 LA CRISIS DEL MODELO AGROEXPORTADORY LA RUPTURA INSTITUCIONAL

¿Qué representación? Elecciones, partidos e incorporaciónde los intereses en el Estado: la Argentina en los años de 1930

ANA VIRGINIA PERSELLOUNR / CIUNR / CEHP / CONICET

La “decepción” democrática. Los años de 1920

La “decepción” democrática experimentada por muchos de los que en la pri-mera década del siglo XX propiciaron la ampliación del sufragio a través de laobligación y su depuración a través del secreto se fundamentó en el período delos gobiernos radicales a partir de la tensión inherente a la conciliación entrenúmero y razón. El diagnóstico de los partidos políticos de la oposición que laprensa reproducía y amplificaba coincidía en que la democracia había adquiridoformas plebiscitarias y la incapacidad definía la gestión de gobierno. La adminis-tración pública, hipertrofiada e inoperante, era producto del electoralismo que sesustentaba en el caudillo y en el comité. Los partidos, y el ejemplo paradigmáticoera el radicalismo, atravesados por una lógica facciosa, seleccionaban sus candi-datos desconociendo el mérito y el talento. Los resultados electorales no traducíanlas diferencias en la opinión y si los procedimientos habían mejorado, la repre-sentación no lo había hecho. No sólo el número avasallaba a la razón sino que lasociedad no aparecía “fielmente” representada. La democracia, asociada con el“gobierno de los capaces” requería la racionalización de la administración, la depu-ración de las prácticas internas de los partidos y el ajuste de los mecanismos repre-sentativos.

Una de las respuestas fue la acumulación de proyectos legislativos para sepa-rar la administración de la política a través del ingreso por concurso, el ascenso porescalafón y la estabilidad; reglamentar la organización y funcionamiento de lospartidos y reformar el régimen electoral reemplazando el sistema del tercio por larepresentación proporcional. Iniciativas todas que se inscribían en los marcos dela democracia liberal y que partían del supuesto de que el gobierno radical era unaccidente, o en todo caso, una perversión que podía ser superada ajustando los

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1 Rodolfo Rivarola, “Un poco de teoría... política y otro poco de ideal... social”, en RevistaArgentina de Ciencias Políticas [RACP], tomo XXI, 1920-1921, pp. 32-56.

¿Qué representación? Elecciones, partidos e incorporación de los interesesen el Estado: la Argentina en los años de 1930

CAPÍTULO IV

mecanismos de la ley. No se trataba de un sistema en crisis sino de una crisis delsistema. Y no faltaron las propuestas más generales para reformar la Constitución.La mayoría de ellas tendían a producir cambios en el sistema electoral e incluíanla sustracción de la designación de los senadores a las legislaturas provinciales,motivo recurrente de interminables conflictos políticos, y su reemplazo por laelección popular. Los proyectos de reforma constitucional de Joaquín Castellanos(1916), Carlos F. Melo (1917), José María Zalazar (1919) y José N. Matienzo,desempeñándose como ministro de Alvear, coinciden en este punto. Los tres pri-meros proponen, además, la reducción del mandato a seis años y la renovaciónpor mitad cada tres años. En el ánimo de los radicales imperaba la necesidad derevertir la composición del Senado que durante todo el período contó con unamayoría conservadora, cuestión que Yrigoyen no pudo resolver aun apelando alrecurso de las intervenciones federales. El proyecto del diputado cordobés Zalazar,se hizo cargo, además, de otro de los problemas que desde hacía tiempo forma-ban parte de la agenda política: la exacerbación del presidencialismo. Proponía laelección del presidente y vice por el Congreso, reunidas ambas cámaras en AsambleaNacional, con quorum de las tres cuartas partes, a pluralidad absoluta de sufragiosy por votación nominal e introducía la figura del ministro responsable individual-mente y del gabinete ante las Cámaras. Consideraba que sólo el sistema parlamen-tario realizaba el “gobierno de la opinión pública” y manifestaba haber intentadoincluirlo en el programa de la UCR argumentando que la reforma propuesta, entodo caso, llenaría deficiencias y vacíos definiendo mejor lo que la Constituciónya había instituido.

Aunque, paralelamente surgieron planteos diferentes. Ya en 1920, RodolfoRivarola, desde las páginas de la Revista Argentina de Ciencias Políticas, planteabaque la única forma de perfeccionar la representación era incorporar a los agricul-tores, ganaderos, industriales, comerciantes y militares en los cuerpos representativos.La propuesta se resumía en un sistema coordinado de representantes del puebloen Diputados y de la sociedad en el Senado.1 Y Carlos J. Rodríguez, el dirigenteradical cordobés, en su condición de diputado nacional, presentó varios proyectosque, escalonadamente, recuperaban la preocupación por la representación funcionalde intereses que se fundaban en el imperativo de adelantarse a las consecuenciasabiertas por la crisis del Estado liberal marcando nuevos rumbos. En abril de 1930,presentó una iniciativa de reforma de la Constitución “para dar a la soberanía popular

2 Cámara de Diputados, Diario de Sesiones [CDDS], tomo I, 1928, reunión 40, p. 680.3 En el período legislativo de 1927, Carlos J. Rodríguez había presentado un proyecto de regla-mentación del contrato colectivo de trabajo (CDDS, tomo I, reunión 11, 9 de junio de 1927, pp.581-583) y Leopoldo Bard, también legislador radical, un proyecto de organización y funcionamientode asociaciones profesionales (ibid., reunión 10, 8 de junio de 1927, pp. 490-513). En el proyecto deBard, las asociaciones se organizan por oficio y localidad y convergen en una federación nacional.Su fundamentación se basa en la necesidad de resolver los conflictos entre el capital y el trabajo demanera armónica para evitar el caos y la guerra civil “si se entroniza el privilegio de clases y se permitela expoliación del obrero en beneficio de autócratas y capitalistas” con la intervención del Estado que,con el tiempo –dice– “acabará por predominar”.

ANA VIRGINIA PERSELLO

una expresión más directa, más real y exacta de su voluntad, creando órganos mástécnicos y especialmente un parlamento más fiel y capaz que éste representativosurgido de un sufragio universal amorfo”.2 El proyecto combinaba la representaciónterritorial en el Senado y la funcional, en Diputados. A esa combinación avalada,según Rodríguez, por la concepción orgánica de la sociedad y el Estado presentesen León Duguit, se sumaba la recuperación de Rousseau. La noción de la soberaníapopular indelegable e irrepresentable tenía su traducción en la revocatoria, no sólodel mandato de los representantes sino de los miembros del Poder Ejecutivo y enel plebiscito.3

Estas propuestas no implicaban la desaparición del partido político queseguía pensándose –a pesar de las críticas a su funcionamiento concreto– como elórgano más adecuado al sistema representativo. El énfasis estaba puesto en separaraquello que en Europa se definía como crisis del parlamentarismo y que ponía endiscusión las instituciones democráticas proponiendo la participación corporativade los gremios en el poder legislador, de la crisis del parlamento provocada por lamodalidad que adoptaban los partidos locales que consideraban la función parla-mentaria como posición de combate o recompensa por servicios electorales, por lafalta de iniciativa de los ministerios y la absorción ejecutiva de funciones.

Los primeros años de 1930. Debate sobre la reforma constitucional yadministración pública

A fines de la década de 1920, el reemplazo de la representación territorialpor la representación funcional adquirió connotaciones nuevas asociadas a la prédicade los grupos nacionalistas y las apreciaciones en torno al modo en que debía reestruc-turarse –o no– el régimen político se inscribieron inmediatamente después del golpeen un debate impulsado por la propuesta de reforma constitucional sustentada por el

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ANA VIRGINIA PERSELLOCAPÍTULO IV ¿Qué representación? Elecciones, partidos e incorporación de los interesesen el Estado: la Argentina en los años de 1930

4 La Nación [LN], Buenos Aires, 16 de octubre de 1930.

uriburismo que –con más ambigüedades que precisiones– propuso el reemplazo,total o parcial, según quien y cuando la hiciera pública, de la representación terri-torial por la representación de intereses funcionales.

Carlos Ibarguren, en ese momento interventor en la provincia de Córdoba,fue uno de los publicistas involucrados en su diagramación y su difusión. Propiciabala reforma para “evitar irrupciones demagógicas” eliminando los “defectos” institu-cionales que habían favorecido el accionar del gobierno radical. Esas deficienciasse resumían en la prepotencia del Poder Ejecutivo que anulaba a los otros poderesy subvertía el sistema federal y en la ausencia de representación y de intervenciónen el gobierno de los intereses sociales porque “los profesionales del electoralismo”todo lo habían acaparado. El Estado debía dejar de ser “burocracia de comité” yel funcionario, “caudillejo de parroquia”. La razón de ser de la revolución era, eneste planteo, como lo había expresado el presidente del gobierno provisional enel manifiesto del 1º de octubre de 1930, sentar a los agricultores, obreros, gana-deros, profesionales e industriales en las bancas del Congreso. En todas sus inter-venciones públicas, Ibarguren, en nombre del gobierno, puso mucho énfasis enaclarar que no se trataba de suprimir el sufragio universal o eliminar a los partidospara convertir al Congreso en una asamblea “puramente corporativa”. Ni vueltaa la demagogia, ni reforma fascista. Varias eran las soluciones posibles: reorganizarlos partidos e introducir los intereses sectoriales en ellos, establecer un sistema dedoble representación –territorial y funcional– dando cabida a los gremios que estu-vieran ya organizados, o, finalmente, si esto se juzgara prematuro

por considerarse que la Argentina no está suficientemente evolucionada toda-vía como para que refleje adecuadamente en el Parlamento representacionestan complejas, ello no impide que los intereses sociales que estén sólida ymaduramente organizados participen por medio de delegados auténticos, node mandatarios ajenos a esos intereses, en los directorios y consejos técnicos degrandes entidades de la administración. Así, por ejemplo, en las institucionesbancarias oficiales, en los Ferrocarriles del Estado, en las cajas de pensiones yen otros importantes órganos de servicios públicos debieran tener algunosasientos establecidos por la ley en las comisiones directivas, representantes delos intereses sociales vinculados a esas entidades.4

5 “Y entonces, en plena tiranía, entreviendo el peligro de que pudiera ilusionarse al pueblo con estecontenido doctrinario novedoso, para desviarlo de la marcha que venía realizando con la UniónCívica Radical, hacia la nueva democracia, me apresuré a reunir mis principales iniciativas parlamen-tarias, en que, desde 1922, venía propiciando la reforma fundamental de la Constitución [...] y laspubliqué en un folleto [...] La Nueva Argentina, aparecido el 26 de octubre de 1930. [...] Dos mesesantes vio la luz el libro del poeta D. Leopoldo Lugones: La Grande Argentina, destinado, entre otrascosas, a combatir ‘la ideología liberal [...] y la democracia mayoritaria’. [...] Con esta leyenda La NuevaArgentina, síntesis de la idealidad y de la obra de la Unión Cívica Radical, repliqué a los dos intentosreaccionarios de reformar la Constitución Nacional para implantar una imitación del régimen fascis-ta [...] estando en prensa este libro, con esa misma leyenda que hice pública La Nueva Argentina, meinformo con sorpresa, que acaban de apropiársela como divisa de lucha, varias entidades reacciona-rias.” Tal “usurpación” –dice– es lo que lo llevó a modificar el lema agregándole el calificativo radical.

La introducción de la representación gremial logró unificar en la oposicióna todo el espectro partidario cuyos argumentos recuperaron los ya planteados enaños anteriores. El diario La Nación aceptó el diagnóstico de Ibarguren, peromanifestó en varias editoriales que resultaba “un poco violento” considerarsiquiera la hipótesis en cuanto a las soluciones propuestas. El problema no estabaen las instituciones. Y representantes de diferentes partidos políticos se opusieronal mecanismo propuesto por el gobierno: convocar al Congreso para que debatala reforma aunque manteniendo la presidencia de facto. Aun Carlos J. Rodríguez,cuyo proyecto de reforma constitucional contemplaba algunas de las cuestionesque sustentara Uriburu, escribió inmediatamente después del golpe, aunquepublicó recién en 1934, Hacia una nueva argentina radical, donde, al mismotiempo que se reafirma en su propuesta que combina representación territorial yrepresentación corporativa, se separa del gobierno provisional. Apenas iniciada latiranía –dice en el prólogo– su jefe dio a conocer el propósito doctrinario de larevolución y esa declaración “me reveló el propósito de la ‘dictadura’, poner lasmanos en nuestra carta magna, para cimentar un régimen reaccionario, con apa-riencias de renovación democrática, al estilo fascista”.5

Finalmente, los hechos se impusieron. En abril de 1931, el primer ensayoelectoral realizado en la provincia de Buenos Aires demostró que el radicalismocontaba todavía con el favor del electorado. La crisis se tradujo en el reemplazo delgabinete y la presentación, en junio, de un proyecto de reforma constitucional.Aunque revisar el texto constitucional, en el planteo del gobierno, seguía siendo“el contenido y la razón histórica de la revolución”, se obviaba ahora incluirmodificaciones en la representación. El personalismo, el centralismo y la oligarquíaque evolucionó a la demagogia, defectos capitales del sistema político, –se decíaen la fundamentación– debían ser superados en el marco de la división de poderes

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6 El espacio y las características de este trabajo no nos permiten caracterizar acabadamente a estosorganismos, cuestión que puede verse en Ana Virginia Persello, “El estado consultivo. Argentina enlos primeros años 30”, Ponencia presentada a las V Jornadas “Espacio, Memoria e Identidad”,Rosario, octubre de 2008; “Los alcances y límites de la racionalización estatal”, disponible en línea:<www.historiapolítica.com>, y “De las juntas y comisiones al Consejo Nacional Económico”, dis-ponible en línea: <www.saberesdeestado.com>.

y el sistema federal: autonomía del Congreso, de las provincias y mayor independenciadel Poder Judicial. Nuevamente el espectro político coincidía con el diagnóstico peroahora lo rechazaba en función de su oportunidad –Vicente Gallo y Marcelo T. deAlvear, radicales; Correa, dirigente del PDP; Carlos Melo, antipersonalista, NicolásRepetto, socialista, emitieron declaraciones en ese sentido–. En los períodos normales–respondió nuevamente Ibarguren en nombre del gobierno– las instituciones no semodifican, “la cura en salud es nociva”, y los intereses creados lo impiden, la historiaenseña que las grandes reformas son hijas de revoluciones. Los constitucionalistas sedividieron en el análisis de las propuestas puntuales. El Poder Judicial ocupó el cen-tro del debate. El proyecto del gobierno involucraba a la Corte Suprema en las inter-venciones federales y le daba participación en el nombramiento de los magistrados. Lascríticas más fuertes las esgrimió José Nicolás Matienzo: se le otorgaban funciones polí-ticas, lo cual era inconcebible y se creaba una “oligarquía” judicial.

Mientras el debate transcurría, el gobierno operaba sobre la administraciónpara cumplir con el objetivo prioritario que se había impuesto frente a la crisis econó-mica: equilibrar el presupuesto y en ese sentido no había originalidad, se trataba derestringir gastos y aumentar impuestos. Un amplio repertorio de medidas, de las queno nos ocuparemos aquí, se orientó en ese doble objetivo de poner “orden” en laadministración y achicar los gastos del Estado: cesantías, rebajas de los sueldos del per-sonal, refundición de oficinas e introducción de nuevos gravámenes, a las transaccionesy a los réditos. Y, paralelamente, comenzaron a diagramarse instancias más o menosinstitucionalizadas de consulta y búsqueda de asesoramiento para dar respuesta a losproblemas que aparecían como más acuciantes. La función de los nuevos organis-mos era diagramar políticas, por un lado, relativas a la producción, tales como laComisión Asesora de la Agricultura, la Comisión Nacional del Azúcar, de la YerbaMate y del Algodón o la Junta de Abastecimientos, por otro, para “racionalizar laadministración”: la Comisión de Presupuesto, la reguladora de gastos y la Comisiónde personal que se transformó luego en Junta de Servicio Civil y finalmente, parareglamentar y organizar la recaudación de los nuevos tributos. La mayoría de ellascombinaba en su composición a funcionarios y representantes gremiales, tal la pro-puesta de Ibarguren inmediatamente de producido el golpe.6

Las juntas y comisiones asesoras creadas por el gobierno de Uriburu, enparte podrían pensarse como figuras de reemplazo del Parlamento disuelto, sinembargo, sus antecedentes en la administración alvearista y su continuidad, supe-rada la coyuntura del gobierno provisional, nos obliga a asumirlas como nuevasformas de articulación entre el Estado y la sociedad, nuevas interacciones entreorganizaciones de interés, partidos políticos, instituciones representativas y buro-cracia estatal.

Partidos y régimen electoral

Entre 1930 y 1935 se acumuló el mayor número de reformas institu-cionales tendientes a limitar el espacio opositor y cuando finalmente el radica-lismo decidió levantar la abstención el terreno del fraude estaba preparado. Lamayoría de ellas pretendía diagramar, sin derogar la Ley Sáenz Peña, un nuevomapa electoral.

La selección de candidaturas era uno de los espacios que la legislaciónelectoral había dejado a la práctica política. El 4 de agosto de 1931 Uriburu,renunciando a sus intenciones corporativistas y “traicionando” el espíritu de larevolución septembrina –en el planteo de aquellos que propiciaban un cam-bio de régimen que erradicara las instituciones del demoliberalismo–, dictó undecreto reglamentando el funcionamiento de los partidos políticos, gesto queimplicaba otorgarles legitimidad como personas de derecho público, aunque suintención última fuera la de controlar su accionar. Establecía para el otorgamien-to de la personería la obligatoriedad de contar con una carta orgánica, plata-forma (art. 3°), tesoro formado por la cuota de los afiliados (art. 11), manifesta-ción pública de su composición, registros de la contabilidad y correspondenciaajustado al código de comercio (art. 10) y elección de autoridades locales y dele-gados a las convenciones o asambleas de distrito por el voto directo de los afiliados,aceptando el segundo grado para las autoridades centrales (art. 12). El radicalismofue el primer partido en adoptar sus disposiciones reformulando su carta orgánicapara ponerse en condiciones electorales.

Entre el estatuto de reglamentación del funcionamiento de los partidospolíticos dictado por Uriburu en agosto de 1931 y el anteproyecto de CódigoPolítico elaborado por Miguel Culaciatti, ministro del Interior de Castillo en1943, entraron a las cámaras, desde todos los sectores políticos, una importantecantidad de proyectos de ley con el objetivo de pautar la organización internay las actividades de los partidos, organismos centrales del gobierno representativo,

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7 Adrián Escobar, CDDS, 17 de mayo de 1933, pp.191-198; Agustín Justo/Leopoldo Melo, ibid.,8 de septiembre de 1933, pp. 65-68; José N. Matienzo, CSDS, 1933, pp. 469-472; Alfredo Palacios,ibid., 17 de mayo de 1938, pp. 93-105; Roberto Ortiz/Diógenes Taboada, CDDS, 1º de junio de1938, pp. 282-284; Arquímides Soldano, ibid., 21 de noviembre de 1938, pp. 345-351; Santiago Fassi,1º de agosto de 1940, pp. 725-728; Armando Antille, 29 de mayo de 1940, pp. 157-159; J. Perkins,A. Arbeletche y J. Sancerni Jiménez, 2 de septiembre de 1941, pp. 731-733.

para depurar sus prácticas, aunque ninguno fue sancionado.7 Muchos de ellosapuntaron al proceso de selección de candidaturas, espacio que la legislaciónelectoral había dejado a las prácticas, y que ahora se pensaba como factible de sercontrolado para impedir el entronizamiento de los “peores”. El presidente Justo,en 1933, elevó una iniciativa a diputados en la que se contemplaba el voto direc-to para candidatos a cargos representativos y en el mismo año, José N. Matienzo,consecuente con su prédica anterior, propuso también en su proyecto la seleccióndirecta por los afiliados incorporando la representación proporcional, segúnplanteaba, para evitar los cismas. En 1938, el presidente, Ortiz; el senador socia-lista Alfredo Palacios y el diputado radical Arquímedes Soldano y en 1940 ellegislador Santiago Fassi, insistieron en la misma cuestión. El anteproyecto deCódigo Político de 1943 –que entre otras cuestiones excluía el voto de los anal-fabetos– pautaba un sistema de elecciones primarias por voto directo de los afi-liados para la selección de candidatos, con la sola excepción del presidente y vice-presidente de la Nación, para cuya elección proponía el segundo grado, quecomenzaba en la “unidad básica” donde se elegían los candidatos a concejales ydiputados provinciales y seguía en el distrito –unión federativa de unidades básicasterritorialmente delimitadas– para elegir candidatos a diputados nacionales, elec-tores de senador nacional y gobernadores. Las mujeres votaban en las internaspero no podían ser votadas.

La insistencia en la presentación de iniciativas legislativas que colocaran alos partidos como personas de derecho jurídico, independientemente de que nose sancionaran, implica un reconocimiento, ya otorgado en la práctica, de queeran los espacios donde parte del proceso electoral se sustanciaba. Dan cuenta deello, otros proyectos que intentaron reglamentar el sistema de lista. Si en la prác-tica los partidos presentaban listas de candidatos éstas no eran obligatorias nicerradas. La borratina y el desdoblamiento, en todo caso, no eran transgresionesa la norma sino su concreción. Para saldarlo, en 1933, Melo, ministro del Interiorde Justo, incluyó en un proyecto al que nos referiremos más adelante, la elimina-ción del procedimiento de las borratinas estableciendo que la designación de can-didatos dentro de cada lista debía hacerse de acuerdo con el orden en que figurara

8 CDDS, tomo IV, 15 de septiembre de 1941, pp. 439-441.9 Ibid., tomo II, reunión 27, 21 de julio de 1933, pp. 457-458.

en ella y sin acumularle los votos de otra lista. En 1934, una iniciativa de la ban-cada radical antipersonalista entrerriana establecía que debía respetarse el ordende preferencia que determinaran los partidos en la confección de las listas. Es iló-gico e injusto, sostenían, que se deje librada la elección de candidatos a factoresajenos al partido que los proclama y hasta se llega al absurdo de que en un partidoque obtenga minoría, la elección de los candidatos, la pueda realizar el propioadversario. En 1941 el legislador concurrencista tucumano Fernando de Prat Gayinsistió en el mismo sentido al introducir en Diputados un proyecto para que setuviera por no hecha cualquier modificación a las listas de candidatos fundamentadoen la necesidad de prestigiar la vida de los partidos políticos.8

La idea de reglamentar la selección de candidaturas se fundamentaba apartir de la necesidad de eliminar el caudillismo para lograr que gobernaran loscapaces. Esta cuestión volvió a ser planteada en relación al universo de votantes.Una de las cuestiones que originó mayores debates en los años treinta fue laextensión del cuerpo electoral. Si bien se planteaba la ampliación a partir de laincorporación del sufragio femenino, los proyectos entrados en el Parlamentotendían a restringir el universo de electores a partir de ampliar las inhibiciones.En julio de 1933 Manuel Fresco, Ramón Loyarte, Dionisio Schoo Lastra, ErnestoAráoz y Pedro Groppo, todos ellos miembros de la bancada concordancista, pre-sentaron una iniciativa para modificar el art. 2° de la ley 8.871, título 3°, incisosa) y d). Fresco la fundó en la doctrina de la calificación del elector (incorporadaa la ley 8.871):9

No quiero para mi país el voto de los delincuentes. Proyecto […] la pros-cripción del delincuente […] con propósitos antidemagógicos y de higienesocial porque quiero reivindicar para mi país el derecho de ser gobernadopor los mejores […] los mejores no podrán ser ungidos por el voto de losindignos.

Un mes después, Leopoldo Melo presentó un proyecto semejante alegandoque con el régimen vigente imperaba el número. Excluía del padrón a los recluidosen asilos públicos; sargentos, cabos y soldados de los resguardos de aduana;aumentaba a diez años la duración de la indignidad de los reincidentes; agregabano sólo a los quebrados sino a los concursados fraudulentos; los que hubieran

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10 CDDS, tomo III, reunión 39, 23 de agosto de 1933, pp. 354-356.11 CDDS, tomo IV, reunión 50, 14 de septiembre de 1933, pp. 299-309.

sido objeto de cuatro o más sobreseimientos provisionales; los tratantes de blancas,rufianes, sodomitas, toxicómanos, expendedores de tóxicos; los que atentaran contrala Constitución, pertenecieran a asociaciones ilícitas, mafiosos, terroristas, ladro-nes, estafadores y pequeros y los ciudadanos naturalizados que hubieran realizadoactos que importaran el ejercicio de la nacionalidad de origen (art. 80, ley 346).Establecía que las causas se investigarían de oficio o por denuncia y que las autori-dades policiales remitirían, también de oficio, las listas a los jueces o encargadosde los registros electorales. El “elemento indeseable e indigno” debía ser eliminadodel padrón para sanear el ambiente político en la medida en que ya no se justifi-caba “la actividad de aquellos que, pensando que de ese modo se aseguran votos,muevan influencias para liberarlos de la policía o la justicia”.10

Los proyectos se unificaron para su tratamiento y en el debate11 que se sus-citó, los legisladores de la Alianza Civil –Enrique Dickmann por el socialismo yPomponio por el PDP– y uno de los miembros del bloque concordancista, eldiputado radical antipersonalista santafesino Bossano Ansaldo, se opusieron. Lanegativa a considerar las iniciativas propuestas se fundaba en la falta de oportu-nidad para modificar la ley 8.871 cuando la mayoría de la población bregaba porsu respeto antes que por su reforma y en ausencia del radicalismo del Parlamento.Además, uno de los argumentos de peso era que la ley ponía en manos de la Policíala construcción del padrón, con lo cual bastaba un proceso por desacato para eli-minar a los comunistas, a los que criticaran al gobierno, a los directores de dia-rios opositores y a los afiliados a los sindicatos para lo cual bastaba declararlosasociaciones ilícitas.

Todo el debate estuvo atravesado por el juzgamiento del radicalismo. Ellegislador socialista independiente Manacorda, evocando los fraudes cometidos enMendoza, San Juan y Córdoba en las elecciones legislativas de 1930, sostuvo quese pretendía eliminar de los padrones a los delincuentes porque nadie ignorabaque la política yrigoyenista se había basado “en que los caudillos han podidoinfluir en la policía para obtener, cuando convenía y cuando estaban en vísperaselectorales, la libertad de todos los delincuentes que se procesan, pero que siempreobtienen la libertad porque nunca hay fundamentos bastantes para condenarlos”.Y Fresco, quien alegando que el voto más que un deber y una obligación era unafunción y como tal requería idoneidad, sostuvo

12 CDDS, tomo II, reunión 26, 20 de julio de 1933, pp. 394-398.

¿no tenemos el recuerdo panorámico de aquellos comités de la UCR irigo-yenista de la Capital, que eran verdaderos refugios de toda clase de elementosantisociales; donde había rufianes caudillos que acaudillaban masas derufianes, que llenaban de votos las urnas y donde había ladrones caudi-llos que incorporaban a la acción política los elementos más inferiores de lasociedad y ejercían una influencia indiscutible sobre comisarios y jueces.

Otro de los cambios impuestos, tuvo que ver también con el lugar de la minoría.En 1933, Melo presentó un proyecto que propiciaba el reemplazo de la listaincompleta por la representación proporcional. El sistema propuesto era el delcociente. Los argumentos para defenderlo no eran nuevos. Habían sido ya expuestosen los debates de 1911 y se había insistido en ellos en los años veinte para frenarel avance del voto radical reivindicando la traducción parlamentaria de la diver-sidad de opiniones. El entonces ministro del Interior recuperó a Sáenz Peñaquien habría planteado que la lista incompleta constituía un ensayo transitorioque debía preceder a la reforma definitiva, sostuvo que el sistema que fijaba laminoría en el tercio limitaba la posibilidad de la formación de nuevas fuerzaspolíticas y finalmente, que consagraba mayorías relativas. Pero el proyecto no sesancionó y finalmente el cambio se dio en un sentido casi inverso. En 1935 seprodujo el reemplazo de la lista incompleta por la completa para las elecciones deelectores de presidente y vice y senadores por la Capital. Carlos Pueyrredón fun-damentó el proyecto en la cámara de diputados y al igual que Melo se apoyó enSáenz Peña argumentando que la propuesta era una copia textual del artículo 44ºelevado por el Presidente en 1911 al Parlamento, modificado por una iniciativadel entonces legislador Fonrouge que propuso extender la lista incompleta. Estohubiera sido razonable –dice Pueyrredón – si el Poder Ejecutivo fuera un triunvirato–pero siendo unipersonal lo único que logra es fragmentar a los electores. Cuandoningún partido alcanza los 189 electores necesarios, la disciplina que obliga alelector a votar por el candidato proclamado por su partido da paso al tráfico devotos, las conveniencias personales y las venganzas políticas. En este caso, segúnpropuso el conservador bonaerense De Miguel cuando se discutió el proyecto, laopinión de la mayoría, podía ser defraudada por el conjunto de minorías relativas.12

Finalmente, se reformó el reglamento de la Cámara de Diputados. Bajo elrégimen anterior, cuando se trataba de elecciones que no ofrecían dificultades losdiplomas se aprobaban en sesiones preparatorias y los electos juraban y se incorporaban

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de manera definitiva. Y si se trataba de elecciones que ofrecían dificultades, se deja-ban los diplomas para las sesiones ordinarias; pero el electo no juraba ni se incorpo-raba. El juicio de la elección era previo a la incorporación. A partir de los cambiosintroducidos en 1934 se eliminó el requisito de la previa aprobación de los diplomaspara la incorporación de los nuevos diputados, dejando abierta la posibilidad deque la Cámara rechazara los que fuesen impugnados. Los argumentos que fundaronla modificación recuperaban prácticas anteriores: abusos y arbitrariedades de lasmayorías para asegurar el diploma de sus amigos y rechazar el de sus adversarios; lapostergación por largo tiempo de un diploma privando a la provincia de repre-sentación por razones puramente políticas; los famosos escrutinios de conciencia;la prolongación de las sesiones preparatorias indefinidamente por largos debatespolíticos.

En 1936 la Cámara se constituyó e inmediatamente las fuerzas de la oposiciónimpugnaron los diplomas de los diputados electos por Mendoza y Buenos Airesy presentaron un pedido de investigación sobre los diplomas de Santa Fe iniciandoun largo e insoluble pleito que se prolongó durante varios meses. Los legisladoresde la concordancia sostuvieron que ya estaban incorporados a la Cámara y losopositores inscribieron la reforma del reglamento en el proceso de imponer alsucesor del presidente Justo que se había iniciado con la reforma de la Ley SáenzPeña, continuado con la intervención a Santa Fe y rematado con las interpreta-ciones rebuscadas del artículo 19º provocadas por el levantamiento de la absten-ción del radicalismo. El oficialismo lo admitió, se trataba –dijeron– de un problemapolítico. El enfrentamiento estaba planteado con los “desalojados” el 6 de sep-tiembre que cansados de la abstención e impotentes para la revolución se incor-poraban a la vida política ostentando “exacerbados sentimientos de revancha”cuando tenían “la tremenda responsabilidad de dos presidencias que pusieron alpaís al borde de la ruina” (Solá). Los yrigoyenistas no tenían autoridad ética, dere-cho moral para acusar, para constituirse en jueces porque “llevan en su entraña,certificadas por el ejército y la historia, las taras de la inmoralidad, de la concu-piscencia y de la demagogia, están inhibidas para erigirse en custodias vestales delpueblo y en tutores de la dignidad nacional” (Kaiser). Las acusaciones contra elradicalismo justificaban el fraude. Había que cuidarse de los excesos del legalismo.Olvido y perdón no implicaban “rehabilitar de oficio a los prófugos y a los delin-cuentes del 6 de septiembre” cuando el candidato a gobernador de Buenos Aires“prometía que si llegaba al poder gobernaría con las mismas normas de conduc-ta moral y política de H. Yrigoyen. Semejante anuncio, de evidente carácter sub-versivo […] semejante apología desembozada […] significaban un agravio y unaofensa para el ejército y el pueblo”. Fue Manuel Fresco el que asumió la respon-

13 Las expresiones citadas corresponden al largo debate sobre diplomas realizado en la Cámara deDiputados entre abril y junio de 1936.14 Federico Pinedo, En tiempos de la república, tomo I, Buenos Aires, Mundo Forense, 1946.

sabilidad de impedir que “la horda fugitiva. […] se adueñara, orgullosa y enso-berbecida, del primer baluarte político de la República” (Loncan).13

Los partidos y las elecciones periódicas seguían siendo reconocidos comoinstrumentos legítimos de asignación de la ocupación de roles en el gobiernoaunque en la práctica se utilizaran mecanismos legales y extralegales para cercenarel lugar de la oposición. Federico Pinedo, ministro de Hacienda entre 1933 y1935 y uno de los responsables de la profundización de medidas intervencionistas,lo justificó años más tarde apelando a la capacidad para el gobierno.

Teníamos sin duda motivos para creer que estábamos haciendo una granobra, y había entonces alguna razón para suponer que nuestros rivales deaquel momento no estaban muy capacitados para hacerla mejor ni paracontinuarla. Fue ese convencimiento de que se estaba realizando una tareade saneamiento y de progreso imprescindible y que había que salvarla dela incompetencia de los posibles rivales, exteriorizada de 1916 a 1930 enun gobierno muy malo, uno mediocre y uno abominable, lo que llevó alos gobiernos con los cuales he colaborado y a algunas de las fuerzas cívicascerca de las cuales he actuado a iniciarse en expedientes políticos que pau-latinamente degeneraron en prácticas electorales perniciosas, que nadiepuede aprobar.14

Nuevas modalidades administrativas. El Estado consultivo

Las corporaciones no tenían cabida en el diseño institucional. Sin embargo,en la elaboración e implementación de políticas comenzó a otorgárseles un espa-cio relevante que superaba con creces el que habían desempeñado en etapas ante-riores. La intervención estatal en la economía instauró una nueva modalidadadministrativa que, aunque tenía antecedentes, se desplegó y, creemos, adquirióperfiles bien definidos, entre el golpe de septiembre de 1930 y el de junio de1943: el desarrollo de organismos consultivos, juntas y comisiones asesoras delPoder Ejecutivo, algunas integradas por técnicos, pero las más, por funcionariosy representantes de intereses sectoriales, cuyas funciones eran amplias e incluíanla elaboración de proyectos que serían sometidos al Parlamento para aportar solu-ciones a una amplia gama de problemas –diría que casi la totalidad de la agenda

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de los gobiernos de la década– la producción, la comercialización, el régimenfinanciero, el sistema tributario y la administración pública. Algunas fueron creadaspor decreto y otras por ley; las hubo transitorias y permanentes y en muchoscasos superpusieron funciones y áreas de incumbencia o se yuxtapusieron sin arti-cularse con comisiones parlamentarias creadas con los mismos fines. El diagnós-tico que presidió su constitución fue, por un lado, la incapacidad del Estado paralidiar con la creciente complejidad y, por otro, el déficit de la representación polí-tica provocado, para algunos, por la experiencia de los gobiernos radicales y porotros, por las propias características del régimen. El objetivo era racionalizar laadministración y fortalecer –no reemplazar– a los funcionarios y al Parlamento.El argumento consistía en que sólo la colaboración de los directamente interesados,que por otra parte eran los que poseían el saber técnico necesario, otorgaría pres-tigio al gobierno, uniría a la autoridad con la población y sobre todo, crearía soli-daridades para sostener políticas entre el gobierno y los directamente afectadospor ellas, hoy diríamos, posibilitaría la gobernabilidad. El diario La Nación, enalgunos de sus editoriales, denominó a la nueva modalidad administrativa “com-penetración consultiva” y si bien admitió que la consulta a los “interesados” noera nueva, sí lo era que fuera de carácter público.

Con excepción del Partido Socialista, que con matices internos era la agru-pación que más fielmente defendía los principios del liberalismo, el resto de lospartidos aceptaba la intervención estatal para recuperar el equilibrio perdido ycentraba sus críticas al gobierno en el carácter sesgado de sus políticas y en la asi-metría que implicaba incorporar a representantes de entidades de representaciónde intereses sectoriales: mientras la presencia de la Sociedad Rural Argentina estabasobredimensionada, prácticamente no había consumidores y mucho menos obrerosen el seno de las nuevas agencias estatales.

Hacia finales de la década, los mismos que propiciaron y se beneficiaroncon las nuevas modalidades adoptadas por el Estado “consultivo” exigían una inter-vención diferente, que limitara el peso de la burocracia estatal y que institucionali-zara la participación corporativa, ya no en cuerpos de consulta, sino en un amplioorganismo –un Consejo Nacional Económico– que contuviera y a la vez limitarala injerencia de los cuerpos de funcionarios.

En los hechos, la Constitución no fue reformada, la democracia siguiósiendo invocada como el mejor régimen posible aunque no se dudó en imponermecanismos de manipulación del sufragio y se desarrolló un proceso de consti-tución de nuevas agencias estatales que, con matices, incorporaron representantesde intereses sectoriales y expertos –términos que la mayor parte de las veces aparecenconfundidos– para asesorar al Poder Ejecutivo, con carácter limitado, experimental

y asimétrico. La doble desconfianza, en el régimen democrático y en la capacidaddel Estado, condujo a buscar fórmulas que salvaran el déficit representativo, y lastransformaciones en la ingeniería estatal formaron parte de ese proceso.

BIBLIOGRAFÍA

CÁMARA DE DIPUTADOS, Diario de Sesiones, tomo I, 1928.PERSELLO, Ana Virginia, “El estado consultivo. Argentina en los primeros años 30”,Ponencia presentada a las V Jornadas “Espacio, Memoria e Identidad”, Rosario,octubre de 2008. _________________________, “Los alcances y límites de la racionalizaciónestatal”, disponible en línea: <www.historiapolítica.com>. _________________________, “De las juntas y comisiones al Consejo NacionalEconómico”, disponible en línea: <www.saberesdeestado.com>. PINEDO, Federico, En tiempos de la república, tomo I, Buenos Aires, Mundo Forense,1946.RIVAROLA, Rodolfo, “Un poco de teoría... política y otro poco de ideal... social”,en Revista Argentina de Ciencias Políticas (RACP), tomo XXI, 1920-1921.

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CAPÍTULO IV

1930-1943 LA CRISIS DEL MODELO AGROEXPORTADORY LA RUPTURA INSTITUCIONAL

Política, ideas y el ascenso de Perón

MARIANO BEN PLOTKINUNTREF / CONICET

El surgimiento del peronismo fue uno de los procesos más decisivos de lahistoria argentina contemporánea. El ascenso meteórico del entonces coronelPerón, que pasó de ser un oficial casi desconocido a convertirse en el hombrefuerte del gobierno militar establecido en 1943 y luego en el líder indiscutido delmovimiento de masas más exitoso del siglo sin tener el anclaje de un partido polí-tico en menos de tres años, ha dado lugar a una enorme literatura y todavía generapreguntas difíciles de responder. Además, el peronismo ha polarizado a la socie-dad argentina redefiniendo por décadas las identidades políticas (y no sólo polí-ticas), las que pasaron a articularse en términos de la dicotomía peronismo/anti-peronismo. Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos realizados tanto por peronistascomo por antiperonistas –aunque desde luego con motivos opuestos– con el finde caracterizar al peronismo –sobre todo los primeros dos gobiernos de Perón–como una ruptura total con el pasado del país, lo cierto es que Perón (como todoslos seres humanos) fue un producto de su tiempo; y su surgimiento como líderindiscutido, así como su particular estilo de gobierno, resultan más sencillos decomprender a la luz de la situación en la que se encontraban el país y el mundo.Lo que intentaré realizar aquí es focalizar algunas dimensiones de la ideología dePerón tratando de vincularlas con el momento en que la misma fue formándose.

El año 1930 marcó un punto de quiebre en la historia argentina del sigloXX. En efecto, durante ese año un golpe militar, el primero de los que asolaríanal país en las décadas siguientes, puso fin a un período de casi ochenta años derelativa estabilidad institucional bajo un régimen constitucional. Si bien es cier-to que hasta 1916 no puede hablarse de la existencia de una verdadera democra-cia representativa (la “República Verdadera” con la que había soñado Alberdi),sino de un sistema político bastante cerrado y excluyente –aunque menos de loque habitualmente se consideraba–, es decir, más parecido a la “República Posible”alberdiana, lo cierto es que no eran muchos los países en el mundo de entre siglos

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1 Un excelente examen de la situación ideológica del país en esos años y su vínculo con el contextomundial puede encontrarse en Tulio Halperin Donghi, La Argentina y la tormenta del mundo. Ideas eideologías entre 1930 y 1945, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003.

Política, ideas y el ascenso de PerónCAPÍTULO IV

que pudieran jactarse de ser gobernados por sistemas más inclusivos. Y si observa-mos desde una perspectiva actual (2009), no son muchos los países europeos quehayan disfrutado de un período tan largo de democracia constitucional continuada(limitada o no): definitivamente no es el caso de Francia, ni de España, ni de Portugal;y menos los de Alemania, Italia o Grecia, y la lista continúa.

Por lo tanto, podríamos afirmar que la longeva estabilidad institucionalargentina hasta 1930 constituyó un caso bastante único, y no sólo si tomamoscomo punto de comparación al resto de los países latinoamericanos, lo cual haceretrospectivamente más dolorosa su ruptura. La otra peculiaridad argentina fueprobablemente la fuerza con que la tradición liberal-democrática se siguió desarro-llando en la cultura política del país. En efecto, la república fraudulenta restau-rada en 1932 bajo la presidencia del general Justo, que dio origen a la llamada“década infame”, fue menos sorprendente por las limitaciones que las elitesgobernantes impusieron al funcionamiento de la democracia representativa, quepor el hecho de que fuera allí, al menos en teoría, donde el régimen siguiera bus-cando el fundamento de su legitimidad, en un momento en el que el mundoparecía encaminarse hacia otro tipo de experimentos políticos, experimentos que,desde luego, contaban con simpatizantes en nuestro país.1 Aun el Partido Radical,proscripto y derrotado en 1930 aceptó, a partir de 1935, incorporarse al sistemade democracia limitada que en los hechos lo excluía del acceso al poder. Sin embargo,el momento político inaugurado en 1930 dio origen a la aparición de un nuevoactor político cada vez más alejado de los ideales democráticos: el Ejército, que ejer-cería a través de su cuerpo de oficiales, una influencia decisiva en la política argen-tina de las décadas siguientes y que se autoasignó un papel tutelar sobre la mismacon las consecuencias nefastas que todos conocemos.

El período que comenzó a partir de la primera posguerra ha sido caracte-rizado como de crisis ideológica, lo que implicó un brusco desplazamiento ycuestionamientos de ciertas certezas. La Revolución Rusa de 1917 y los brevesexperimentos comunistas en países como por ejemplo Alemania y Hungría, yluego el surgimiento de los regímenes de extrema derecha en Europa, mostraronun dinamismo que parecían estar perdiendo las democracias representativas. Porotro lado, los horrores de la Primera Guerra (luego opacados por los aun peoresde la Segunda) pusieron en cuestión la idea de progreso indefinido basado en elavance de la ciencia y la tecnología que había, de alguna manera –aunque con

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fuertes matices–, constituido la ideología dominante durante la segunda mitaddel siglo XIX. En América Latina, los desastres de la guerra forzaron a algunosintelectuales a replantear los términos de la dicotomía “civilización y barbarie”establecida por Sarmiento, puesto que los bárbaros ya no estaban sólo de este ladodel Atlántico, sino también en los campos de Francia cubiertos de sangre, segúnla expresión del tango “Silencio en la Noche”.

La crisis ideológica, por supuesto, se profundizó en 1930, cuando a ésta seagregó la gran crisis económica que generó dudas todavía mayores acerca de laposibilidad de supervivencia (y aun su deseabilidad) del sistema democráticoliberal. Y todavía dentro de las democracias, parecía claro que la situación tam-bién se modificaría y que los cambios serían definitivos. Desde el New Deal deRoosevelt hasta la posterior implantación de las ideas keynesianas que conserva-rían su hegemonía en Occidente hasta la década de 1970, las áreas de intervencióndel Estado no cesarían de ampliarse, y el consenso, a su vez, parecía indicar queesta ampliación constituiría la base de la supervivencia del sistema en un mundocada vez más polarizado.

La situación internacional sin duda afectó a la Argentina, pero con maticesparticulares originados en la situación local. Si analizamos el clima ideológico dela Argentina hasta la década de 1930 (y me atrevería a decir que hasta mediadosde esa década), lo que llama la atención es la fuerza del consenso que venía articu-lándose desde la segunda mitad del siglo XIX alrededor de la democracia liberal.La fuerza de este consenso explica la convivencia pacífica de individuos que enmuchos casos se encontraban en los extremos opuestos del polo ideológico y, mássorprendentemente, el hecho de que el espacio de convivencia fuera muchasveces el Estado mismo. Un ejemplo claro y particularmente inesperado es el sis-tema destinado a la “formación de las almas” de los argentinos, es decir, el exito-sísimo (y no sólo en términos latinoamericanos) sistema educativo, donde encon-tramos coexistiendo a conocidas figuras de la extrema derecha (recordemos queLeopoldo Lugones fue durante décadas un funcionario del mismo en tanto directorde la Biblioteca Nacional de Maestros) con comunistas activos y algunos simpa-tizantes anarquistas que, en tanto militantes, se oponían a las políticas de nacio-nalización de las masas que las políticas educativas venían desarrollando desde ladécada de 1910 pero que cumplían seguramente de manera fiel, en su condiciónde funcionarios educativos. Así, todavía en 1945, el periódico comunista Orientaciónpublicó un artículo de Juan Nissen, caracterizado como un asiduo lector delperiódico y por lo tanto, suponemos, al menos un compañero de ruta sino unmiembro del partido, criticando la orientación antiliberal que estaba imprimiendoel gobierno militar a la educación. Lo curioso es que la afiliación política del autor

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2 Véase Juan Nissen, “Grave regresión cultural y derroche de caudales públicos”, en Orientación,31 de octubre de 1945.3 Julio Irazusta, Memorias, citado por John King, Sur: A Study of the Argentine Literary Journal and ItsRoke in the Development of a Culture, 1930-1970, Cambridge, Cambridge University Press, 1986, p. 74.4 Citado en Mariano Ben Plotkin, Freud en las Pampas. Origen y desarrollo de una cultura psico-analítica en la Argentina (1910-1983), Buenos Aires, Sudamericana, 2003, p. 92.

de la nota no le había impedido tener una carrera exitosa dentro del sistema edu-cativo habiendo ocupado, entre otros, los cargos de profesor de la prestigiosa EscuelaNormal de Paraná, secretario del Consejo Escolar de Mercedes, inspector de escuelasprimarias de Entre Ríos, culminando su carrera como secretario técnico del ConsejoNacional de Educación.2

La crisis de 1930, pero ante todo los episodios europeos tales como laGuerra Civil Española, la radicalización del fascismo (al que a principios del adécada de 1920 algunos todavía seguían considerando como una experiencia deextrema izquierda), el surgimiento del nazismo y posteriormente el desencadena-miento de la Segunda Guerra Mundial; y a nivel nacional los golpes de 1930 yde 1943 y más aun el surgimiento del peronismo, contribuyeron a radicalizarposiciones rompiendo puentes antes existentes. Así, el historiador revisionistaJulio Irazusta recordaba en sus memorias, refiriéndose a sus periódicas visitas a lacasa de Victoria Ocampo:

Eduardo Mallea, Pedro Henríquez Ureña, María de Metzu, Carmen Gándara[...] e innúmeros otros que no tengo presentes alternaban con nosotros enun ambiente de convivencia civilizada. [...] Si este experimento cesó fue enparte debido a la guerra europea que confundió los espíritus y los dividióen banderías internacionales. Pero a mi ver debiose también a que el nacio-nalismo degeneró en una internacional ideológica y ya enteramentemaniobrado por el régimen, colaboró con los sucesivos gobiernos y nocuajó en la práctica.3

El campo intelectual argentino se politizaba y al mismo tiempo se polari-zaba. Como señalaba la famosa psiquiatra infantil Telma Reca a un funcionariode la Fundación Rockefeller en 1944, “la situación política presente [...] ejerce suinfluencia sobre todas nuestras actividades”.4

Podríamos decir (tal vez a riesgo de simplificar brutalmente dejando delado matices importantes) que a lo largo de la década de 1930 se van configuran-do gradual pero rápidamente dos campos cada vez más incompatibles dentro del

5 Las clases de Perón en la Escuela Superior Peronista fueron publicadas en Juan Domingo Perón,Conducción política, Buenos Aires, Escuela Superior Peronista, 1952.

mundo cultural argentino, campos que fueron definiendo sus propias institucionescon menos lugar para los representantes del campo contrario: uno vinculado alnacionalismo cada vez más radical, asociado a versiones intergralistas del catolicismosostenidas en numerosas oportunidades por miembros de la jerarquía de la Iglesia, yun polo vinculado al liberalismo al cual se asociaban cada vez más firmemente“compañeros de ruta” inesperados como los comunistas, en el momento en que elPCUS estableció la política de frentes populares. Esto último, junto con la paula-tina recuperación de la actividad sindical controlada en buena medida por éstos,promovió la alarma de sectores de la elite y también de miembros del cuerpo de ofi-ciales del Ejército, alarma que se manifestó en una influencia cada vez mayor deideas antiliberales. Si había un punto de superposición entre estas dos corrientes, sinembargo, era la certeza cada vez mayor de que al Estado (definido de manera dife-rente en cada caso) le correspondería un papel central en definir el futuro del país quese transformaba rápidamente social, económica y políticamente.

Juan Domingo Perón, que había participado con el grado de capitán en elgolpe de Estado de 1930 fue tributario de los cambios que se fueron producien-do. Aunque Perón nunca fue (ni se definió jamás a sí mismo) como un hombrede ideas, sino más bien de ejecución (“la conducción es un arte simple y todo deejecución” repetiría más tarde en sus clases de la Escuela Superior Peronista)podemos encontrar como base de su accionar político un núcleo ideológico duroque reconoce su origen en la situación en la que hubo de socializarse políticamente.5Es cierto que el peronismo como movimiento jamás logró articular una ideologíacoherente y precisa. Esto se debió, en parte, a sus condiciones de origen. Recordemosque el peronismo nació en 1945 como un conglomerado heterogéneo de diversossectores políticos y sociales: sindicatos, grupos nacionalistas, católicos tradiciona-listas, sectores del Ejército, y otros que se incorporaban al naciente movimientocon objetivos propios y diversos. Perón actuaba como elemento aglutinador deun movimiento cuyas tendencias centrífugas se hicieron notar pronto y la atenua-ción (o represión en algunos casos) de las cuales se convirtió en una obsesión dellíder hasta el día de su muerte. Cada uno de estos grupos constitutivos efectuóuna lectura particular del mensaje de Perón, quien a su vez debía responder a lasexpectativas de cada uno de ellos. Sin embargo, aunque la “ideología peronista”no puede reducirse a la “ideología de Perón” la centralidad de éste en el movi-miento fue absoluta como mito unificador del movimiento y como uno de suselementos definitorios –y no solamente vinculados al culto a su personalidad que

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6 Partido Peronista, Doctrina peronista, Buenos Aires, 1947.7 Véase Loris Zannatta, Del Estado liberal a la nación católica. Iglesia y ejército en los orígenes delperonismo, 1930-1943, Bernal, UNQ, 1996.

Perón impuso desde el gobierno–. Recordemos que la llamada “doctrina peronista”nunca fue otra cosa que una compilación de las palabras del jefe del movimiento.6Y recordemos también que, sobre todo durante su exilio y vuelta al poder, la leal-tad proclamada a Perón fue uno de los pocos elementos que definía la identidadde un movimiento que ya incluía en su seno a los más diversos extremos delespectro ideológico.

¿En qué contexto se socializó políticamente Perón? Perón era fundamen-talmente, y antes que nada, un producto del Ejército que se había profesiona-lizado rápidamente a lo largo de las primeras décadas del siglo XX. Y dentro deese Ejército, Perón también fue influenciado por un fuerte cambio ideológico quese fue acelerando a lo largo de la década de 1930 y que el historiador italiano LorisZanatta definió como el paso del “Estado liberal a la nación católica”. El mito dela nación católica, que identificaba a la nación con un orden católico integral,que consideraba al Ejército como una institución que precedía en existencia a lanación y que fue definida por Zanatta como “un orden diferente de cualquierade los órdenes políticos fundados por las ideologías seculares modernas y porende alternativo a la declinante democracia liberal, pero también a la aborrecidasolución comunista y a la derivación ‘pagana’ asumida por la reacción antiliberalasumida en algunos estados totalitarios”; un mito (como todo mito) ahistórico,ya que esta identificación era eterna.7 Se trataba del mito de la alianza indestruc-tible entre la Iglesia y la espada, alianza previa al surgimiento del propio Estado,del cual Perón también extrajo sus propias conclusiones y que contribuyó dealguna manera a hacer realidad. Y si la preocupación fundamental que motivabaa los proponentes del mito de la nación católica era la defensa contra los avances(reales o imaginarios) del socialismo y el comunismo, ésta sería y continuaría siendohasta el final, otra de las obsesiones de Perón. Catolicismo integralista y experienciamilitar serían pues dos elementos esenciales en la formación política de Perón –queluego haría esfuerzos para transformar a su movimiento en una verdadera “religiónpolítica”–, como también lo fueron sus viajes a Europa y la particular lectura que rea-lizó de las experiencias que le tocaron vivir sobre todo en la España de posguerray en la Italia fascista. Como el propio Perón recordaría años más tarde, fuedurante su experiencia como militar destinado a diversos puntos del país, dondese puso en contacto con las miserias que sufría parte importante de la población delpaís, lo cual constituía, además, un problema de seguridad nacional. La población

8 Sobre el impacto que las lecturas de los manuales de guerra tuvieron en la formación ideológicay política de Perón, véase León Rozitchner, Perón, entre la sangre y el tiempo. Lo inconsciente y la polí-tica, Buenos Aires, CEAL, 1985.

masculina subalimentada en muchos casos y con problemas de salud no era con-siderada apta para el servicio militar obligatorio. Por otro lado Perón parecehaber sido mucho más perceptivo que la mayoría de los políticos respecto a lasposibles consecuencias políticas que tendría el fuerte proceso de migracionesinternas acelerado a partir de la rápida industrialización que estaba viviendo elpaís como resultado de la crisis de 1930. Pero fue en Europa donde se puso en con-tacto con los horrores de la Guerra Civil Española (que él interpretó como conse-cuencia del avance del comunismo) y con el estilo de movilización de masas queMussolini estaba llevando a la práctica exitosamente.

Aquí hay que hacer, sin embargo, una precisión importante: ni la Iglesia niel Ejército eran instituciones monolíticas y en el seno de ambas es posible distin-guir importantes matices que se revelan en los avatares del gobierno militarestablecido en 1943. Pero el pensamiento hegemónico en ambas –y Perón nose cansaría de repetirlo aunque no logró convencer a quienes deberían ser losinterlocutores privilegiados para su mensaje: los sectores empresarios– consistíaen que la Argentina estaba viviendo una situación prerrevolucionaria y que sólo lacombinación de la Espada y la Cruz, sumada a las políticas de justicia social ins-piradas en la doctrina social de la Iglesia, podrían ponerle freno. Y esto implicabaterminar con la puerta abierta proporcionada a la revolución por el Estado liberal.

Pero no es mi intención abundar sobre esta dimensión de la formaciónideológica de Perón que ya ha sido muy estudiada. Más bien me interesa cen-trarme sobre su concepción militar de la política, lo que el historiador José LuisRomero caracterizó como “ideología de Estado Mayor”. Considero que las ten-dencias sin duda totalitarias que pueden detectarse en el gobierno de Perón puedenrastrearse más en esta concepción particular de la política que en posibles (aunquenunca desmentidas por él, ni aun luego de su “giro a la izquierda”) admiraciónpor las experiencias europeas de entreguerras.

Perón fue desarrollando una concepción de la política que consistía en unaadaptación de la doctrina militar que había absorbido a través de sus lecturas delos manuales europeos en particular los textos de Clausewitz y Von Der Goltz(sobre todo la idea de “nación en armas”, vinculada a la industrialización y a ciertaidea de justicia social) a los que él combinaba con otros elementos locales.8 ParaPerón como para Clausewitz, guerra y política constituyen dos instancias comple-mentarias. Decía Perón en sus Apuntes de historia militar escritos como texto para

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9 Juan D. Perón, Apuntes de historia militar, Buenos Aires, Círculo Militar, p. 123.10 Mariano Ben Plotkin, Mañana es San Perón, 2ª ed., Buenos Aires, Eduntref, 2007.

sus clases en la Escuela Superior de Guerra en 1934: “El militar sirve al político enla guerra aniquilando al poder enemigo, a fin de que el primero consiga imponersu propio objetivo político que es el de la Nación”.9 Nótese la identificación delobjetivo del político con el de la nación, lo que no dejaba demasiado espacio paralo que es esencial del juego político: el debate y la negociación. Por otro lado, entiempos de paz, la tarea del político, diría Perón siguiendo a Von Der Goltz, erapreparar la nación lo mejor posible para la guerra para lo cual habría que lograrla independencia desde el punto de vista económico y fijar objetivos que debíanser únicos, sin disenso. Recordemos, asimismo, que la “independencia económica”parecía ser un objetivo alcanzable. En 1943 y como consecuencia de la guerra,por primera vez en la historia argentina la producción industrial había superadoen valor a la agropecuaria. Cabe destacar que así como la idea de “justicia social”venía discutiéndose desde décadas anteriores al ascenso de Perón en diversosámbitos, la de independencia económica vinculada a la industrialización tambiénconstituía una vieja obsesión entre círculos intelectuales desde las últimas décadasdel siglo XIX pero que fue llevada a la categoría de eslogan por Alejandro Bungey su grupo desde la Revista de Economía Argentina fundada en 1918. No es casualque buena parte del staff técnico de Perón durante su primera presidencia fuerareclutado entre antiguos colaboradores de Bunge. A la vieja idea de Bunge y deotros antes que él, el Ejército le agrega el componente de la importancia que laindependencia económica tendría para la defensa nacional. Recordemos que en1941 se creó la Dirección de Fabricaciones Militares.

De cualquier manera, de las ideas obtenidas de los manuales de la guerra,compatibles con los fundamentos del mito de la nación católica, aparece un elementoque constituiría, junto con el miedo a los avances del comunismo, el elemento centraly probablemente el más perdurable del universo mental de Perón y me atrevo a deciralrededor del cual formuló buena parte de la política propagandística que contri-buiría a conformar el núcleo de la liturgia peronista, de cuyo lugar central me ocupéya en otro trabajo.10 Me refiero a la idea de “unidad espiritual”. Esta idea, en el interiordel discurso de Perón, sufrió un desplazamiento desde las situaciones de guerra a lapolítica como un todo. Podemos seguirlo con cierta facilidad. En una situación deguerra, nos dice el Perón profesor en sus Apuntes, “toda disidencia interior debe cesarante el peligro que amenaza desde afuera la vida de la nación [...]. Los elementospeligrosos para la existencia del Estado deben reprimirse y se deben contrarrestarlos esfuerzos del enemigo”. Una vez que se desata la guerra es el pensamiento del 11 Juan D. Perón, Apuntes, op. cit., p. 243.

12 Juan D. Perón, Obras completas, vol. 7, tomo 3, Buenos Aires, Hernandarias, 1985, p. 377; citadoen Tulio Halperin Donghi, “El lugar del peronismo en la tradición política argentina”, en Amaral,Samuel y Mariano Plotkin (comps.), Perón: del exilio al poder, 2ª ed., Buenos Aires, Eduntref, 2004.

Comandante en Jefe, del conductor en palabras de Perón, el que fija las metas yfrente al cual no puede haber disidencia posible. “El conductor dirá: Ésta es miconcepción. Ella se transforma en hecho. Desde ese momento la principal tareadel comando consistirá en conseguir que un solo pensamiento domine al de todoel Ejército. Ese pensamiento será el del Comandante en Jefe”.11

Como veremos, la idea de “unidad espiritual”, que fue desarrollada o tomadapor Perón de otros autores como un concepto aplicable a ejércitos en operacionesiba luego a ser reformulada para ser aplicada a la sociedad como un todo. ¿Es quePerón concebía a la política como una guerra como señala León Rozitchner? Nome atrevo a decir tanto, más bien creo que aplicó a la política parte del arsenal deideas (formado en su vida militar) disponible para él, puesto que su experiencia deinteracción social estaba articulada alrededor de su experiencia con las tropas. Enagosto de 1944, Perón visitó la Bolsa de Comercio de Buenos Aires donde tienela oportunidad de dirigirse a un grupo de empresarios y ofrecerles su visión de loque deberían ser las relaciones entre el capital y el trabajo:

Yo estoy hecho en la disciplina. Hace treinta y cinco años que ejercito yhago ejercitar la disciplina, y durante ellos he aprendido que la disciplinatiene una base fundamental: la justicia. Y que nadie conserva ni imponedisciplina si no ha impuesto primero la justicia. Por eso creo que, si yo fueradueño de una fábrica no me costaría ganarme el afecto de mis obrerosmediante una obra social realizada con inteligencia. Muchas veces ello selogra con el médico que va a la casa de un obrero que tiene un hijo enfermo,con un pequeño regalo en un día particular, con un patrón que pasa y palmeaamablemente a sus hombres y les habla de cuando en cuando, así comonosotros lo hacemos con nuestros soldados.12

En estos consejos un poco pedestres dados a quienes no se lo habían pedido,Perón ponía de manifiesto, sin embargo, una idea más importante, la necesidad deeliminar el conflicto social y los mecanismo que pondría en juego para lograr este fin:disciplina y justicia social concebida como una gracia tanto en términos reales (elmédico en la casa) y simbólicos (la palmada amable) otorgada por el patrón y, mástarde, por el Estado.

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13 Juan D. Perón, “Significado de la defensa nacional desde el punto de vista militar”, en El puebloquiere saber de qué se trata, Buenos Aires, 1944, p. 79.

Pero detengámonos en la idea de unidad de doctrina y su evolución dentrodel discurso de Perón. La unidad de doctrina, nos decía el Perón profesor y militaren 1934 era un concepto indispensable dentro de la órbita militar. Diez años mástarde, el Perón ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión cuyas ambi-ciones políticas no escapaban a nadie, fue invitado a dar la clase inaugural de la cátedrade Defensa Nacional en la Universidad Nacional de La Plata. En esta oportunidad,cuando sus ambiciones políticas ya eran evidentes, Perón expandió sus ideas de 1934exponiendo ante sus alumnos (ahora civiles):

Si en las cuestiones de forma de gobierno, problemas económicos, sociales,financieros e industriales, de producción, de trabajo, etc., caben toda suertede opiniones e intereses dentro de un Estado, en el objetivo político derivadodel sentir de la nacionalidad de ese pueblo, por ser única e indivisible, no cabenopiniones divergentes. Por el contrario esa mística común sirve como un aglu-tinante más para cimentar la unidad nacional de un pueblo determinado.13

La necesidad de obtener unidad de pensamiento, aun en cuestiones tan pocodefinidas como “el sentir de la nacionalidad” y aun dejando amplias áreas afuera,ya no se restringía, sin embargo, a la esfera militar, sino que se hacía extensiva a todala sociedad.

Pocos años después, ya como presidente, Perón tiene una oportunidad de acla-rar y precisar este punto con motivo de la presentación del Primer Plan Quinquenal.En esta ocasión Perón puntualizaba que “la doctrina es el sentido y sentimientocolectivo que ha de inculcarse en el pueblo mediante la cual se llega a la unidad deacción en las realizaciones y soluciones”.

En vista de esta evolución de la idea de “unidad espiritual” es decir unani-midad, no debería sorprender que durante su gobierno, Perón haya promovido lalegislación que declaraba a la “doctrina peronista” (su pensamiento) como “doctrinanacional”. Esta doctrina no debía ganar adhesiones por persuasión sino por medioscuasi religiosos. En palabras de Perón: “hay que salir a predicar esa Doctrina; noenseñarla sino predicarla”. Uno de los mecanismos a través de los cuales se pensabapredicar la doctrina (aparte de una reforma profunda del sistema educativo, el con-trol de la prensa opositora y un esfuerzo de propaganda oficial sin precedentes) erapor medio de la publicación de libros tales como el titulado Manual del peronista.

14 Partido Peronista, Manual del peronista, Buenos Aires, 1954, pp. 20-21.15 Juan D. Perón, Conferencia del Excmo. Señor Presidente de la Nación Argentina, Gral. Juan Perón,pronunciada en la ciudad de Mendoza el 9 de abril de 1949 en el acto de clausura del Primer CongresoNacional de Filosofía, Buenos Aires, 1952.

He podido detectar al menos dos ediciones de dicho manual: una de 1948 y otrade 1954, y en ambas ediciones también es posible observar un desplazamientodel concepto de unidad espiritual. En la edición de 1948, por ejemplo, las ideasde “unidad de acción” y de “unidad de concepción” eran presentadas como aglu-tinantes necesarios en el interior del Partido Peronista: “De una misma manerade ver resultará una misma manera de apreciar, y de una misma manera de apre-ciar, una misma manera de resolver”. En la segunda edición, la doctrina peronista, elfundamento de la unidad de pensamiento y de acción, era presentada como elmarco que debía fijar la orientación de todo el pueblo:

La doctrina es una concepción total de la vida, fija las orientaciones delPueblo hacia las grandes obligaciones comunes de la nacionalidad. Es elconjunto de postulados que responden a las aspiraciones, necesidades y con-veniencias nacionales y por extensión populares [...]. La Doctrina Peronista,que es Doctrina Nacional, es exclusivamente argentina y está basada en lo quellamamos Peronismo, principio de nuestra organización política actualque aplicará cada país de manera distinta.14

Esta doctrina, que tendría un lugar tan importante en la definición de losobjetivos de la nación, y que, como se sugiere al final de la alocución, tendría pro-yecciones internacionales, nunca fue sistematizada de manera coherente, ya quelos libros que llevaban ese título consistían en fragmentos de discursos de Perónacerca de diversos temas, a veces conteniendo mensajes contradictorios entre sí.Aun en lo que probablemente fue la presentación más sofisticada de la doctrina,el discurso de Perón pronunciado con motivo del Primer Congreso de Filosofíade 1949, se nos informa que,

La sociedad tendrá que ser una armonía en la que no se produzca disonanciaalguna, no predominio de la materia, ni estado de fantasía. En una armoníaque preside la Norma puede hablarse de colectivismo logrado por la supe-ración, por la cultura, por el equilibrio. En tal régimen no es la libertaduna palabra vacía, porque viene determinada su incondición por la sumade libertades y por el estado ético y moral.15

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CAPÍTULO IV Política, ideas y el ascenso de Perón

16 Juan D. Perón, “El Presidente de la Nación Argentina, Gral. Juan Perón se dirige a los intelectuales,escritores, artistas, pintores y maestros”, Buenos Aires, 1947.

Esta unidad espiritual debía ser impuesta por el Estado aun en el universode las artes y las letras. Como el propio Perón dijo a un grupo de intelectuales conlos que se reunió en 1947:

Espero que ustedes [los intelectuales] se organicen en forma de sociedad;espero que se unan, que piensen como piensen, sientan como sientan yquieran como quieran; pero que cumplan dentro de la orientación que sinduda alguna fijará el Estado [...]. Es necesario que el Estado dé también eneste aspecto su propia orientación, que fije los objetivos y que controle laejecución para ver si se cumple o no.16

Como vemos la idea de “unidad espiritual”, es decir unanimidad, eracentral en el universo mental de Perón. Esta idea provenía de diversas fuentes ya ese objetivo se dirigió su acción. El consenso limitaría (o más bien eliminaría)el conflicto social y por lo tanto alejaría el peligro comunista que Perón (y susmentores espirituales) veían como inminente. El problema fue que este objetivofracasó en parte porque Perón no fue capaz de convencer a los sectores capitalistasdel peligro en que se encontraban. Paradójicamente, al no contar con el apoyoque esperaba asegurarse de una parte importante de la sociedad, Perón se vio forzadoa radicalizar su discurso y a apoyarse cada vez más en el sector que se mostrabamás hospitalario a sus políticas: los obreros, aunque es justo reconocer que obtenereste apoyo le costó más de lo que habitualmente se supone. Por lo tanto, el objetivode construir un amplio consenso social se materializó en una serie de políticas queterminaron ampliando el conflicto. El resto es historia conocida.

MARIANO BEN PLOTKIN

BIBLIOGRAFÍA

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CAPÍTULO V

1945-1955El peronismo y el compromiso industrialista

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CAPÍTULO V

1945-1955 EL PERONISMO Y EL COMPROMISO INDUSTRIALISTA

Industria, Fuerzas Armadas y peronismo

TORCUATO DI TELLAITDT

Comenzaré afirmando algo que puede resultar una sorpresa: que yo per-tenezco a una familia militar; y que ha visto bastante fuego enemigo. Esa familia,eso sí, fue militar italiana; porque a mi padre, en 1915, ya residente en la Argentinapero nacido en Italia, le correspondió participar en la Primera Guerra Mundial,donde estuvo cuatro años en el frente. Era teniente y le ofrecieron ser capitán alfinal. No lo aceptó y volvió a la Argentina. Y un tío suyo empezó como fraileen un pequeño pueblo del sur de Italia, y al llegar las tropas de Giuseppe Garibaldien 1860 lo reclutaron en el Ejército y terminó, tras dos campañas por la unifi-cación del país, como furier maggiore, un puesto bastante alto dentro de lossuboficiales.

La empresa SIAM, creada por mi padre con dos técnicos italianos en 1910,prosperó hasta ser conocida por la famosa heladera. No voy a contar su historia,pero sí las experiencias de sus relaciones con la corporación militar, sobre todo conel Ejército. Mi padre era bastante amigo del general Enrique Mosconi, dirigentede Yacimientos Petrolíferos Fiscales, y a través de él fue que consiguió durantelos años veinte el derecho de instalar surtidores en la vía pública, producidos porsu empresa, que en aquellos tiempos era simplemente “el taller”. Años más tarde man-tuvo una relación muy estrecha con el general Manuel Savio, a cargo deFabricaciones Militares. Recuerdo, al respecto, en el año 1942, haber visitadocon mi padre el Alto Horno de Zapla, que estaba recién empezando a funcio-nar. Tengo además algunas fotos muy interesantes de la fábrica de SIAM enAvellaneda, del año 1935 o 1936, en donde se ve a una veintena de militaresvisitando las instalaciones, y hay una persona que, creo, era el Ministro deGuerra. Es decir, había un interés de la fuerza militar en la industria, y la indus-tria sabía que las relaciones en cualquier país con los militares son importantespor la provisión de insumos necesarios para su profesión, como acero, máquinasy elementos de transporte, además de armamentos.

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323322 Industria, Fuerzas Armadas y peronismoCAPÍTULO V

El Instituto de Estudios y las Conferencias Industriales de la UIA

Un fenómeno crucial aunque poco conocido es el que comenzó en 1942,o sea antes del peronismo, cuando en la Unión Industrial Argentina, de cuyoConsejo mi padre formaba parte, se creó un Instituto de Estudios y ConferenciasIndustriales, que organizaba eventos cada dos o tres semanas, que después sepublicaban como folletos, que el ingeniero José Gilli, organizador de esa actividad,juntó en tres volúmenes. Vistos todos juntos forman un material muy impresio-nante. Ahí se encontraba un grupo amplio de gente. Habían convocado al Rectorde la Universidad de Buenos Aires, y también a quien era un importante candidatopresidencial conservador aperturista, Carlos Saavedra Lamas, que había tenidoun rol muy conocido durante la Guerra del Chaco. Estaba por supuestoAlejandro Bunge, economista católico nacionalista, y además Ricardo Ortiz, unpoco extraño porque aunque prestigioso en su profesión era comunista; un pocouna mosca en esa leche. Había una participación de radicales antipersonalistas,con un predominio de Concordancistas que apoyaban los proyectos de aperturainstitucional del presidente Roberto Ortiz. Y más o menos la mitad de los con-ferencistas eran militares. Uno era Savio, que escribió sobre las necesidades de laindustria metalúrgica, y había muchos otros, que hablaban sobre aeronáutica,industrias químicas, textiles y minería. Claro está que el problema principal erala guerra. Había que prepararse para ver qué pasaba durante su transcurso y luegode finalizada. Claro que en esa época no se sabía quién iba a ganarla. Además,eran muchos los que pensaban que podría haber llegado a América. ¿Por qué no,acaso somos países pacíficos? Llegó a África, llegó a Asia, ¿por qué no a AméricaLatina? Me acuerdo en el año 1941 o 1942, mirar aterrorizado unos mapas quepublicaba el diario Crítica, donde había unas flechas que salían de Europa, deAlemania, y llegaban al Brasil y a la Argentina. La posibilidad de que nuestrospaíses fueran incorporados a la Guerra Mundial no se descartaba, y no necesaria-mente del mismo lado.

El gran miedo de 1942-1943

En la Argentina, durante la Segunda Guerra Mundial el peligro de la agi-tación social para cuando terminara el conflicto llegó a convertirse en una especiede psicosis colectiva, especialmente sentida por quienes estaban más en contactocon el ambiente obrero, y por ciertos especialistas ideológicos, así como por losmilitares, que a través de la conscripción y de su circulación por los cuarteles delinterior podían visualizar mejor las tensiones sociales que se acumulaban. Como

1 José M. Sarobe, Política económica argentina, Buenos Aires, UIA, 1942, pp. 16, 17 y 31. Esta publi-cación es parte de una serie de folletos editados por la Unión Industrial Argentina, basados en confe-rencias dadas en su sede y organizadas por el Instituto de Estudios y Conferencias Industriales. En lasreferencias siguientes los folletos de esta serie se identificarán con la sigla UIA y el año en que fueronpublicados, salvo indicación en contrario. El teniente coronel Mariano Abarca, en su conferencia del31 de mayo de 1944, también visualizaba la formación de grandes grupos económicos, incluida unaEuropa bajo hegemonía de “Oriente o de Occidente”, y afirmaba que no era posible mantener en esta-do de colonia a un país con la capacidad de la Argentina (La industrialización en la Argentina, UIA,1944). Más tarde, el mismo año, el teniente de navío Horacio J. Gómez, presentado por el contralmi-rante Pedro S. Casal, recordaba a su audiencia que “las naciones están siempre potencialmente en con-flicto”, y que en las guerras actuales toda la masa de la población participaba, porque quien las gana esel general Industria (La industria nacional y los problemas de la Marina, UIA, 1944, pp. 12 y 16). Véasepara la situación económica anterior a la guerra, Arturo O’Connell, “La Argentina en la depresión: losproblemas de una economía abierta”, en Desarrollo Económico, Nº 23, 1984.

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de hecho después de la guerra no hubo ningún estallido social (excepto que seconsidere como tal al 17 de Octubre, pero éste fue más bien su alternativa fun-cional), es común subestimar las voces de Casandra como puramente paranoicas,o como provenientes de quienes por todos lados veían la amenaza roja. Sinembargo un examen más cuidadoso de los acontecimientos de la época y su pues-ta en perspectiva comparada llevan a considerar razonable la previsión de que alterminar la guerra se desataran, tanto en Europa y Asia como entre nosotros, gravesconflictos sociales, algunos de ellos revolucionarios. De todos modos, era unapercepción muy extendida entre los actores de la época.

En el ambiente empresarial era importante lo que pensaba la UniónIndustrial Argentina, y algunos grupos de profesionales cercanos a la temáticaindustrial, como los economistas y otros científicos sociales nucleados en la Revistade Economía Argentina y en el Instituto Bunge de Investigaciones Económicas ySociales. Ya hemos visto la creación, en 1942, del Instituto de la Unión IndustrialArgentina, que funcionó hasta 1946, y que fue claramente un intento de enten-dimiento militar-industrial.

En esos años muchos compartían la perspectiva de un mundo perma-nentemente dividido en cuatro grandes bloques: Estados Unidos, Rusia, Japón y unaEuropa dominada por Alemania. El general José M. Sarobe, en una conferencia pro-nunciada en octubre de 1942, vaticinaba la “emancipación material de la GranAsia”, cualquiera fuera el resultado de la guerra, y la incorporación de Ucrania al“Nuevo Orden en Europa”, reemplazando a la América del Sur como proveedorade cereales. La Argentina podía intentar hegemonizar una quinta área, ya que eranecesario “conquistar una cierta autonomía económica, para conservar la inde-pendencia política”.1

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2 Félix Luna, Ortiz. Reportaje a la Argentina opulenta, Buenos Aires, Sudamericana, 1978; EduardoMíguez, “El ‘fracaso argentino’. Interpretando la evolución económica en el ‘corto siglo XX’”, enDesarrollo Económico, Nº 44, 2005.3 El 30 de septiembre de 1943 el coronel Carlos J. Martínez, director de la Fábrica Nacional deAceros, fundada en 1935, señalaba la necesidad de prepararse para caso de guerra, y de potenciarel rol del Estado, que debía cubrir “las necesidades mínimas de defensa nacional” (La industria side-rúrgica nacional, UIA, 1943, pp. 42, 45 y 47). En la misma línea el mayor Juan Rawson Bustamante,profesor de organización y movilización aeronáutica en la Escuela Superior de Guerra, señalaba elrol que había tenido el Estado durante la Primera Guerra Mundial (Las posibilidades aeronáuticasde postguerra, UIA, 1944). En una conferencia del 15 de junio de 1944, inaugurando un ciclo radialpatrocinado por la misma entidad industrial, el teniente coronel Alejandro G. Unsain se hacía ecode una “magistral” alocución que el coronel Perón había hecho ante la Universidad de La Platapoco antes sobre la relación entre industrialización y defensa nacional (Un ciclo de 22 conferenciasradiotelefónicas, UIA, 1944).

Los años de la guerra fueron de particular agitación en el ambiente políticoy social de la Argentina, como en muchos otros países de la zona. En la Argentinala enfermedad del presidente Roberto Ortiz (alejado del poder en julio de 1940y renunciante definitivamente en junio de 1942) creaba una situación favorablea las tendencias nacionalistas y conservadoras del vicepresidente Ramón Castillo,quien pretendía perpetuar el fraude para evitar una segura victoria radical.Contra él se levantaba una versión local del Frente Popular chileno o del francés,que se fue constituyendo a lo largo de 1942, que nuclearía en la UniónDemocrática a radicales, demócrata progresistas, socialistas y comunistas, respal-dados por una Confederación General del Trabajo politizada y activa. La situa-ción ha sido repetidamente analizada, desde muy diversas perspectivas, que bus-can aclarar las alianzas, estrategias y tácticas de los actores sociales, muy divididosy desorientados por la existencia de presiones en sentidos contrarios en casi todoslos niveles.2

La convergencia industrial-militar de los años cuarenta

Lo que corresponde enfatizar aquí son las actitudes de militares e indus-triales, especialmente en dos temas: la necesidad de industrializar el país para pro-veer a su defensa, y la prevención de agitaciones sociales que se visualizaban paradespués de la guerra. Para los militares el tema industrial era esencial, aunquesubordinado a su preocupación profesional por la defensa.3 Para los industrialesera consustancial con su propia sobrevivencia, y para consolidar la prosperidad

4 Alejandro Díaz, en su obra Ensayos sobre la historia económica argentina (Buenos Aires,Amorrortu, 1973), niega que la guerra haya significado un crecimiento particularmente intenso dela industria argentina (pp. 103-104). Esta afirmación, basada en datos estadísticos globales, debeconfrontarse con la percepción que tenían los actores de la época, basada quizás en su mayor preo-cupación por ciertos sectores que dependían particularmente de la protección. Para Ricardo Ortiz,miembro del Instituto de la UIA, no había duda de que “la guerra actual ha sido acicate poderosopara estimular nuestra capacidad de transformación” (Un ciclo de 16 conferencias radiotelefónicas,UIA, 1943, p. 15). En el mismo ciclo de radio, Luis Colombo, presidente de la UIA, se ufanaba deque “la industria ha evitado una grave crisis obrera” (p. 12), y en el ciclo del año siguiente RolandoLagomarsino se refería al “extraordinario desarrollo alcanzado por la industria argentina durante elúltimo decenio, particularmente a partir de la iniciación de la guerra actual” (p. 37). Un miembrodel Instituto Bunge de Investigaciones Económicas y Sociales, en una obra colectiva basada en artí-culos publicados en el diario El Pueblo entre junio de 1943 y diciembre de 1944, señalaba que “todala prédica de unos cuantos precursores y los esfuerzos de algunos industriales inteligentes hubieranpermanecido en el vacío si la guerra no hubiera cortado la corriente importadora de artículos manu-facturados” (Soluciones argentinas a los problemas económicos y sociales del presente, Buenos Aires,1945, p. 112). Véase Oscar Cornblit, “Inmigrantes y empresarios en la política argentina”, enDesarrollo Económico, Nº 6, 1967; Jorge Schvarzer, La industria que supimos conseguir. Una historiapolítica y social de la industria argentina, Buenos Aires, Planeta, 1996; Pablo Gerchunoff y LucasLlach, El ciclo de la ilusión y el desencanto. Un siglo de políticas económicas argentinas, Buenos Aires,Ariel, 2003; para un elemento comparativo, Celso Furtado, “Obstáculos políticos para el desarrolloeconómico del Brasil”, en Desarrollo Económico, Nº 4, 1965.5 Conferencia del coronel Manuel N. Savio, 10 de septiembre de 1942 (Política de la producciónmetalúrgica argentina, UIA, 1942, p. 33).

que la guerra les había traído.4 El entonces coronel Manuel Savio, uno de los pri-meros invitados a la serie de exposiciones patrocinadas por la UIA, instaba aaceptar la intervención del Estado para planificar la economía, porque “el peoraspecto de la posguerra es el caos económico”.5 El año anterior él había sido desig-nado director de la recientemente creada Dirección General de FabricacionesMilitares, que ya estaba construyendo el Alto Horno de Zapla, en Jujuy. Su pré-dica industrialista es por lo demás muy conocida, y por supuesto se realizaba enconjunción con ciertos sectores del empresariado. La preocupación por lo queocurriría después de la guerra se centraba, para algunos, en el previsible caos pro-ductivo, que como lo señalaba el doctor Leopoldo Melo, profesor de la universi-dad y ex candidato presidencial radical de centro derecha, podía “hacer más víc-timas que la guerra misma”, lo que era mucho decir, o ser “más destructiva queconstructiva”, como también sostenía Luis Colombo, presidente de la UIA. O, segúnel ingeniero Ricardo Gutiérrez, el fin de la guerra sería capaz de inducir en la

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Se daba aquí un acercamiento entre ciertos influyentes empresarios indus-triales y grupos militares con intelectuales ligados al pensamiento social católicoy al nacionalismo. Por diversas razones, todos ellos coincidían en una política deindustrialización intensificada, proteccionismo y producción de bienes que sir-vieran para la defensa nacional, especialmente cuando el Brasil estaba adquirien-do ventajas en base a su alianza con Estados Unidos.9 Esta convergencia de inte-reses económicos, actitudes profesionales, ideologías y temores sentó las basespara el reclutamiento de la elite política que llevó a Perón al poder, y que tuvo enel Grupo de Oficiales Unidos (GOU) su expresión militar desde comienzos de1943. En esta elite política los elementos más visibles fueron los militares, losintelectuales nacionalistas, ciertos sectores del clero y algunos dirigentes políticos,y en una segunda etapa dirigentes de los sindicatos. En el conjunto, los industrialesno fueron tan evidentes, aunque hubo algunos que alcanzaron prominencia,desde temprano, como el textil Rolando Lagomarsino (miembro del Instituto dela Unión Industrial) y más tarde el metalúrgico Miguel Miranda (también activoen ese instituto).10

Sin embargo la directiva de la Unión Industrial patrocinó, en 1945, a loscandidatos de la Unión Democrática. Tan es así que esto llevó a muchos obser-vadores a afirmar que no hubo una participación de la burguesía industrial en lainiciación de la coalición peronista sino todo lo contrario. Alain Rouquié, porejemplo, así lo señala, adjudicando a la izquierda nacionalista y a ciertos gruposmarxistas esa tesis, a su juicio no fundamentada en los hechos. Incluso Rouquiéejemplifica la paradoja al constatar que el candidato continuista del gobiernoconservador, apoyado por los intereses agrarios y emblema de aquello contra lo cualse levantó el peronismo, Robustiano Patrón Costas, era un fuerte industrial, ynecesitado de protección, como azucarero que era.11 Si un industrial que necesitaba

honestos, y “basta ya de tantos malos elementos que se han filtrado” (Las industrias argentinas en el pasa-do, presente y porvenir, Buenos Aires, UIA, 1943, pp. 33-34 y 62).9 Mario Rapaport, Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes argentinas: 1940-1945;Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1981; Carlos Escudé, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinaciónargentina, 1942-1949, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1983.10 Respecto del apoyo empresarial al peronismo, véase Judith Teichman, “Interest Conflict andEntrepreneurial Support of Perón”, en Latin American Research Review, 1981; Eduardo Jorge, Industriay concentración económica, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971; Mónica Peralta Ramos, Etapas de acumu-lación y alianzas de clases en la Argentina, 1930-1970, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972; Respecto delGOU, Robert Potash, Perón y el GOU, Buenos Aires, Sudamericana, 1984; y El ejército y la políticaen la Argentina, 3 vols., Buenos Aires, Sudamericana, 1994.11 Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, tomo 2, Buenos Aires, Emecé,1981-1982, p. 16.

Argentina, por desocupación, “la paradoja de la emigración de sus hijos, remediosugerido por ciertas tendencias teóricas que todo lo resuelven”.6

La gente del Instituto Bunge, que desde junio de 1943 a diciembre de 1944tuvo acceso al diario católico El Pueblo para difundir sus análisis de la situación, com-partía la opinión de que al reabrirse la importación habría “una competencia ruinosapara buena parte de la industria nacional y se provocaría la desocupación industrial yel estancamiento de la actual diversificación de la producción”. Por eso concluían que“el capitalismo es enemigo de la propiedad”, novedosa formulación de una larga tra-dición de pensamiento social católico, que reemergería en la doctrina de la “terceraposición” planteada por Perón. Más adelante los editores de El Pueblo señalaban quehabía que evitar que el retorno de la paz “produjera un verdadero cataclismo econó-mico y social para el país”. Señalaban también que aunque la guerra evitaba la desocu-pación, ésta iba a volver con la paz. Había cada vez más proletarios, y eso, unido a sucondición extranjera, hacía temer por “la unidad social de nuestro país”. Era impres-cindible apoyar la reconversión a la paz de las industrias, y aunque no era posibleprotegerlas a todas, había que evitar la formación de ejércitos de desocupados”.7

El grupo ideológico-político nacionalista más extremo, que fue enviado porla Revolución de Junio de 1943 a la gobernación de la provincia de Tucumán, quisoconvertir su experiencia en anticipo del nuevo orden que se iba a instaurar. Tambiénellos estaban seriamente preocupados y, como decía el interventor Alberto Baldrich,“si no se llega a solucionar el problema de los trabajadores, la desesperación humanapuede llegar a venderlo todo a quienes llegan con promesas mesiánicas. Para que laArgentina no sea comunista, es necesario que sea cristiana, no sólo en el orden de la fesino en el de la organización social”. Al poco tiempo agregaba, en una alocuciónradial, que los que se oponían a su gobierno estaban negando la “única posibilidadde paz social en los días sombríos y amenazantes de las próximas convulsiones socialeso de la turbulencia de la posguerra”.8

6 Leopoldo Melo, La postguerra y algunos de los planes sobre el nuevo orden económico (UlA, 1942, p. 15);Luis Colombo y otros, Discursos pronunciados con motivo del banquete con que se celebró la clausura del pri-mer ciclo de conferencias (1942, p. 13); y Ricardo Gutiérrez, alocución en la primera serie de conferenciasradiales, del año 1943.7 Instituto Bunge, op. cit., pp. 37, 154, 176 y 200-204.8 Intervención Federal en la Provincia de Tucumán, Causas y fines de la Revolución Libertadora del 4 dejunio. Nueve meses de gobierno en la provincia de Tucumán, Tucumán, 1944, pp. 72 y 145; el doctor AlfredoLabougle, vicerrector de la Universidad de Buenos Aires y luego director del Instituto de la UIA, en suconferencia del 14 de julio de 1943, apenas producido el golpe militar, aprovecha la oportunidad parasolidarizarse con el teniente general Pedro P. Ramírez (presidente de facto), quien ya en 1930 había seña-lado la caducidad de la Ley Sáenz Peña en un país “con 40 % de analfabetos”. Agregaba Labougle que noera previsible que viniera mucha gente de Europa, después de la guerra, porque allá querían retener a los

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TORCUATO DI TELLACAPÍTULO V Industria, Fuerzas Armadas y peronismo

12 Fernando Henrique Cardoso, Ideologías de la burguesía industrial en sociedades dependientes:Argentina y Brasil, México, Siglo XXI, 1971.

protección estaba en el bando antiperonista, y lo mismo ocurría con la principal orga-nización de los industriales, ¿qué queda de la tesis de la convergencia entre industria-les y ciertos sectores populares, aglutinados en el liderazgo del coronel Perón?

Desde ya es preciso decir que en su expresión más simplista la tesis no sepuede sustentar. Otra cosa es, sin embargo, si se reformula más cuidadosamente lanaturaleza de la alianza y de la elite involucrada. Esta última no es necesariamenterepresentante directa de nadie. Es una elite que actúa por sí misma. Pero el hechode que se forma como resultado de tensiones sociales existentes en determinadoslugares del espacio social hace que en alguna medida esté signada en su actuar porese origen. Es preciso rastrear aun más en las características específicas de ese origenno siempre fácil de documentar, para no caer en alguna versión de la generaciónespontánea de las elites, o de su nucleamiento como simple efecto de la capacidadcarismática de un jefe.

Los problemas de una clase social “nueva”

Lo que le ocurrió a la burguesía industrial argentina es bastante típico declases nuevas, en formación en un sistema económico que les permite nacer yprogresar, pero que se resiste a entregarles las palancas principales del poder. Esasclases en proceso de formación, esos hombres nuevos, en general tienen dificultadpara expresarse políticamente, justamente debido a lo reciente de su formación y asu escasa tradición generacional en ocupar espacios políticos de manera legitimada.Es así como sólo los sectores más dinámicos, o más decididos por alguna razón,de la clase o grupo en cuestión, se deciden a participar políticamente, y que algúngrupo funcional como las Fuerzas Armadas, o el clero, o una elite político-ideológicaasume su rol, como sustituto.12 Este sustituto no está, por cierto, totalmente des-conectado de la clase cuyos intereses representa de alguna manera. Las conexionesexistentes no son siempre obvias ni evidentes sino más bien del tipo de las que sedieron en la convergencia empresaria y militar de los años anteriores o inmediata-mente posteriores al golpe de 1943, que facilitaron el reclutamiento de una elitepolítica en un determinado ambiente social. Por otra parte, en general, las situa-ciones de transición de este tipo exigen, para entenderlas, que a uno de los actoresse lo divida y subdivida con extrema minuciosidad, lo que no es necesario para la

mayoría de los otros. Así, pues, no basta plantearse si un individuo era o no indus-trial y si favorecía o no el proteccionismo. Hay que agregar el tipo de industria delque se trataba, y contra quién se debía construir la barrera aduanera. Porque unacosa es protegerse contra el azúcar cubano o brasileño, y otra hacerlo contra losbienes industriales de consumo duradero que iban a venir directamente desde lasmetrópolis. Para protegerse en este último caso había que estar dispuestos a heririntereses mucho más fuertes que los que podrían irritarse por no acceder con susazúcares al mercado argentino. De ahí que el ejemplo de Patrón Costas no sea rele-vante para lo que lo emplea Rouquié, aparte del hecho de que con un caso indi-vidual no basta para invalidar una hipótesis sobre relación entre grupos sociales ypolíticos numerosos.

Los militares tuvieron un rol protagónico en la formación de la coaliciónpopulista liderada por el entonces coronel Perón, lo cual es obvio. Pero ademásexpresaron en alguna medida intereses industriales, lo cual es menos obvio. Esterol combinado industrial y militar fue resultado de la coyuntura, pero se trata deun tipo de coyuntura que se repite con frecuencia en condiciones latinoamerica-nas y en otras tercermundistas, donde hay una asociación entre los militares y lanueva clase media burocrática en formación. Esa vinculación fue percibida porPerón. Extrañamente no participó de las reuniones antes aludidas, que siguieronhasta 1946, y luego no hubo condiciones demasiado propicias para seguiractuando de forma independiente y concluyó.

El hecho es que la guerra fue un gran negocio para la Argentina, porque paralas empresas que producían bienes industriales de consumo civil se creó un merca-do fantástico, ya que no podía entrar ni un tornillo del exterior, pues sus fábricasestaban ocupadas en otras cosas más urgentes. Y más tarde, Perón, al llegar al poder,mantuvo esa protección casi total, que había existido durante la guerra sin quenadie la impusiera, y que ahora lo sería a través de disposiciones de política econó-mica. Esta estrategia de proteccionismo y sustitución de importaciones, que hoy esla bestia negra de los teóricos neoliberales, es la que –en condiciones políticas dis-tintas, pero económicas parecidas– contribuyó a la prosperidad de Estados Unidosdurante el siglo XIX. Tan es así que el sistema proteccionista era conocido como el“American system”, y lo mismo siguió siendo cierto hasta bien entrado el siglo XX,para no hablar del Japón, Corea, Taiwán, y otros tigres asiáticos. La diferencia sedebe a muchísimas causas, pero estriba principalmente en la estabilidad política deesos países, comparada con nuestra espeluznante inestabilidad.

Para volver a una anécdota familiar, les diré que en el año 1958 el presidenteArturo Frondizi les dijo a los dirigentes de SIAM, entre los cuales estaba mi her-mano Guido, que quería que el país tuviera una industria automotriz. Ya estaba

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CAPÍTULO V Industria, Fuerzas Armadas y peronismo

la IKA norteamericana, y quería que se estableciera la FIAT, y que la SIAM tambiénhiciera su aporte. Otras empresas no podrían entrar, lo cual sería una gran opor-tunidad de crecimiento para el pelotón seleccionado y, si se toman los ejemplosasiáticos –donde esas decisiones se toman en las casas de té y luego se cumplen– seríatambién bueno para el país. Lo que ocurrió entre nosotros es bien conocido, y alos tres años había ya no tres sino veintitrés empresas dedicadas a ese rubro, prin-cipalmente extranjeras.

Hay que estudiar la experiencia internacional para evaluar cuáles son loscomponentes políticos de un proceso de industrialización, sobre todo cuando setrata del primer empuje, que nosotros deberíamos haber tenido y que ha fracasado,pero los fracasos pueden superarse. Hablando de fracasos, veamos el caso de Alemania:es un país exitosísimo, pero ¿cuánto les costó? ¿Cuánto les costó a los europeos queson tan civilizados, civilizarse? Les costó 50 millones de muertos, entonces yo lesdijo, no vengan a darnos tantas lecciones, vamos a aprender de ustedes pero nonos hablen como si fueran el cura que está ahí arriba dando el sermón.

Esos países, sobre todo en Europa, constituyen sin duda un gran ejemplode experiencia y de cómo se han recuperado de la carnicería no sólo de la Segundasino también de la Primera Guerra Mundial. Menos mal que mi padre se salvó, yyo no sé si no habrá matado a un par de austríacos, o salvándose por poco decorrer igual suerte a sus manos. Esos desastres han quedado muy marcados en lamemoria de esos países. En la nuestra, la de América Latina, no tenemos nadaparecido a eso, aunque por supuesto han sucedido cosas gravísimas, incluyendolos millones que mueren de hambre o de enfermedades producidas por la miseria.

Éste es mi aporte a la serie de debates organizados por el Ministerio deDefensa, además de brindarles algunas anécdotas personales que tienen algo quever con el tema. En definitiva, que la vinculación entre los sectores industriales ylos militares es muy importante históricamente, así como lo ha sido la relaciónmilitar y sindical, que justamente Perón en cierto momento trató de incorporara un proyecto de desarrollo nacional. Las evoluciones y avatares de estas conexio-nes deben ser estudiadas desapasionadamente, teniendo en cuenta que conocer elpasado es esencial para entender nuestro presente, y prepararnos para el futurosin repetir los errores cometidos.

TORCUATO DI TELLA

BIBLIOGRAFÍA

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Defensa Nacional y Fuerzas Armadas.El modelo peronista (1943-1955)

MARCELO FABIÁN SAÍNUNQ / UTDT

A partir de 1930, cuando un golpe castrense exitoso derrocó al gobiernoconstitucional de Hipólito Yrigoyen, el poder militar se proyectó como uno delos protagonistas centrales del sistema político argentino.1 Desde entonces, lasFuerzas Armadas se fueron convirtiendo, poco a poco, en verdaderos sujetos depoder, en actores que contaban con un alto y creciente grado de autonomía políticay de corporativización institucional dentro del escenario nacional. Su intervenciónpolítica tuvo variadas modalidades de expresión que abarcaron desde el ejerciciode formas de arbitraje en las pujas políticas partidarias y sociales hasta el posicio-namiento como factor de poder de fuerzas políticas locales o como grupo de pre-sión contra sectores políticos y gubernamentales adversos. Tal como se apreciódurante los años treinta y, en particular, durante el interregno dado entre el golpemilitar del 4 de junio de 1943 y la asunción de Juan Domingo Perón como pre-sidente constitucional en 1946, las Fuerzas Armadas y, en particular, el Ejército,aún cruzado por numerosos conflictos y disputas internas, se limitó, más bien, aintervenir en procura de encontrar una salida política auspiciosa a corto plazo,conformando gobiernos militares de carácter provisorios y orientativos. Se tratóde experiencias en las cuales el poder castrense intentó direccionar, orientar ycondicionar el proceso político local,2 constituyéndose así en agentes de arbitrajede las disputas políticas, pero no de ejercicio directo y permanente del podergubernamental.

Esta impronta quedó claramente expresada durante el gobierno militariniciado en junio de 1943. El entonces coronel Perón, hombre clave del núcleo

1 Véase Robert Potash, El Ejército y la política en la Argentina, 1962-1973, 2 tomos, Buenos Aires,Hyspamérica, 1985; Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, 2 tomos,Buenos Aires, Emecé, 1994.2 Este tipo de régimen militar es coincidente con el “modelo moderador” de relaciones cívico-militaresconceptualizado por Alfred Stepan en Brasil: los militares y la política, Buenos Aires, Amorrortu, 1972.

333CAPÍTULO V

1945-1955 EL PERONISMO Y EL COMPROMISO INDUSTRIALISTA

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por Perón desde 1944 y había sido expuesto en numerosas conferencias y eventospúblicos. Se sustentaba, por un lado, en una visión convencional y limitada de laguerra, la que, en proyección, contemplaba la posibilidad de confrontacionesbélicas locales con los países vecinos, en particular con Chile y con el Brasil. ConChile existían cuestiones limítrofes irresueltas y con el Brasil, la Argentina manteníauna manifiesta rivalidad por el predominio político-militar en el área de Américadel Sur. Desde los años treinta, estas dos hipótesis de conflicto de carácter vecinal con-figuraban los parámetros predominantes en torno a los cuales se organizaron y des-plegaron las Fuerzas Armadas argentinas.

Por otro lado, la DDN también suponía una visión total de la guerra. Enuna conferencia brindada en 1944 acerca del significado de la defensa nacionaldesde el punto de vista militar, Perón indicó que aquella no configura una esferade la vida nacional restringida únicamente a las Fuerzas Armadas de un país, sino quecomprometía a “todos sus habitantes, todas las energías, todas las riquezas, todas lasindustrias y producciones más diversas”. En ese marco, dijo que las Fuerzas Armadasno eran más que “el instrumento de lucha de ese gran conjunto que constituye la‘Nación en armas’”.

Un país en lucha puede representarse con un arco con su correspondienteflecha, tendido al límite máximo que permite la resistencia de su cuerda y laelasticidad de su madero, apuntando hacia un solo objetivo: ganar la guerra.Sus fuerzas armadas están representadas por la piedra o el metal que constitu-ye la punta de la flecha; pero el resto de ésta, la cuerda y el arco, son la Nacióntoda, hasta la mínima expresión de su energía y poderío […]. La defensanacional de la patria es un problema integral, que abarca totalmente susdiferentes actividades; que no puede ser improvisada en el momento enque la guerra viene a llamar a sus puertas, sino que es obra de largos añosde constante y concienzuda tarea; que no puede ser encarada en formaunilateral, como es su solo enfoque por las fuerzas armadas, sino que debeser establecida mediante el trabajo armónico y entrelazado de los diversosorganismos del gobierno, instituciones particulares y de todos los argenti-nos, cualquiera sea su esfera de acción; que los problemas que abarca sontan diversificados, y requieren conocimientos profesionales tan acabados,que ninguna capacidad ni intelecto puede ser ahorrado.5

MARCELO FABIÁN SAÍN

5 Juan D. Perón, “Significado de la defensa nacional desde el punto de vista militar”, en Perón ylas Fuerzas Armadas, Buenos Aires, Peña Lillo, 1982, pp. 35-36 y 51.

castrense que ejerció el poder hasta las elecciones de 1946, se desempeñó comosecretario de Trabajo y Previsión y como ministro de Guerra y, desde esos orga-nismos, desarrolló lo que Ernesto López denominó un “manejo coyuntural” delEjército tendiente a proyectarlo como instrumento de reorganización del sistemapolítico y del Estado, apuntando a producir una redefinición política en el marcode una fuerte alianza entre dicha fuerza y los sindicatos.3

Este proceso no estuvo exento de virulentas confrontaciones desatadas enel interior de esa fuerza. La impronta popular que Perón le infringió a su proyec-ción política desde la estructura del gobierno militar fue resistida tanto por algu-nos de sus camaradas del Ejército –básicamente, del arma de caballería– comopor la Marina, dos sectores que en 1945 intentaron desarticular dicha proyeccióna través del encarcelamiento del polémico pero cada vez más popular Coronel.Ellos expresaban, además, el fuerte rechazo que Perón despertaba entre los parti-dos políticos tradicionales, desde los conservadores hasta los comunistas y radi-cales. Vale decir, Perón no expresaba al conjunto de las Fuerzas Armadas ni delsistema partidario argentino, pero sí a aquel sector compuesto por sindicatos ydirigentes laboristas, socialistas y anarco-sindicalistas que a partir del 17 de octu-bre de ese año se impuso a través de una incontenible movilización popular.

Así, estas pujas apuntalaron la participación política de los militares yreforzaron aquella pauta de arbitraje que ya había sido puesta de manifiesto acomienzo de los treinta. Como lo señaló López, “Perón operó políticamentedesde su respaldo en la institución castrense” y, “mediante la alianza del Ejércitocon los sindicatos y, más tarde, con la constitución de un partido político”, con-siguió participar y triunfar en las elecciones de febrero de 1946. El Ejército fue,entonces, el escenario principal en el que se dirimió la correlación de fuerzas polí-tico-castrense desatada en 1945 entre peronistas y antiperonistas y fue el ámbitodesde donde Perón conformó la organización política que lo llevó a la presidenciade la Nación. Sin embargo, una vez iniciado su mandato presidencial, Perón pos-tuló un nuevo papel político para los uniformados y propuso una relación“mediada, no directa” entre las Fuerzas Armadas y el sistema político, esto es, unarelación asentada en la subordinación militar a los poderes constitucionales.4

El marco conceptual e institucional en cuyo contexto Perón estructuró suvínculo con las Fuerzas Armadas giró en torno de lo que se dio en llamar Doctrinade la Defensa Nacional (DDN). Este cuerpo doctrinal venía siendo sistematizado

CAPÍTULO V Defensa Nacional y Fuerzas Armadas.El modelo peronista (1943-1955)

3 Ernesto López, “El peronismo en el gobierno y los militares”, en José Enrique Miguens yFrederick Turner, Racionalidad del peronismo, Buenos Aires, Planeta, 1988.4 Ibid.

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6 Véase Ernesto López, “Doctrinas Militares en Argentina: 1932-1980”, en Carlos Moneta,Ernesto López y Alberto Romero, La Reforma Militar, Buenos Aires, Legasa, 1988.7 Además, la tradicional tendencia de la política exterior argentina de rechazo y confrontación conlos lineamientos proyectados por Estados Unidos hacia la región, sumado a la actitud neutralistaseguida por nuestro país desde el estallido de la contienda bélica mundial, colocó a la Argentinacomo una amenaza para los intereses políticos norteamericanos en América Latina. El virtual embargoeconómico decretado por Estados Unidos contra la Argentina, sumado al permanente hostigamientopolítico-diplomático y a la exclusión de la asistencia militar estadounidense –e incluso a la amenazamilitar indirecta–, afectó severamente el desarrollo de las instituciones militares locales y minó laposición argentina en el marco de la concepción de guerra vigente en ese momento y en el contextode balance de poder subregional.

De acuerdo con esta visión de “guerra total”, Perón asumía que, desatadoun enfrentamiento bélico y dados los avances de la tecnología militar, la totali-dad de los recursos humanos y materiales de un país así como sus fuerzas produc-tivas nacionales debían comprometerse –y ser organizadas por el Estado– en elsostenimiento del esfuerzo bélico militarmente consumado por sus Fuerzas Armadas.6

Así, la defensa nacional era conceptualizada como el esfuerzo desarrolladopor el país en función de hacer frente a situaciones conflictivas derivadas de agre-siones militares de origen externo, esto es, agresiones contra el territorio nacionalllevadas a cabo por las Fuerzas Armadas de otros países. Las Fuerzas Armadaslocales constituían apenas el instrumento militar de tal esfuerzo.

Pues bien, en el marco de estos parámetros conceptuales, era central quela Argentina alcanzara un mayor nivel de autonomía respecto de los recursosestratégicos vitales para sostener un esfuerzo de guerra, particularmente en todolo relativo a la industria de base y, en su marco, a la producción de acero, petró-leo y carbón, así como también en lo relativo a la producción y provisión dearmamentos militares. Sin embargo, el estallido de la Segunda Guerra Mundialy el consecuente cierre de los mercados internacionales y la reorientación de laproducción industrial de los países desarrollados, imposibilitó a la Argentina elacceso concreto a recursos estratégicos y al mercado de armas; lo que colocaba alas Fuerzas Armadas locales frente a una virtual carencia de elementos básicos enel corto plazo y producía serios obstáculos para el desarrollo de un hipotéticoesfuerzo de guerra de corte convencional durante un lapso extendido de tiempo.Esta vulnerabilidad de base y defensiva ya era vista con preocupación por losmilitares que llegaron al gobierno tras el golpe de 1943.7

El coronel Perón era consciente de la vulnerabilidad argentina en materiade defensa nacional. Por ello, entre los postulados centrales de la DDN se inclu-ía la existencia de un Estado que adoptara un papel protagónico y dinámico en

8 Juan D. Perón, “Significado de la defensa nacional…”, op. cit., p. 44.9 Publicada en Boletín Oficial, Buenos Aires, 10 de septiembre de 1948.

la planificación, explotación y control de los recursos humanos y materiales fun-damentales para un desarrollo nacional autónomo y, en su interior, para un esfuerzode guerra. Para ello era central lograr un sostenido proceso de industrialización–en especial, de industrialización pesada– y conseguir una autosustentación eco-nómica. En el contexto de la DDN, se postulaba un modelo de desarrollo indus-trial autónomo en el mayor grado posible ya que, para Perón, el “problema indus-trial” constituía el “punto crítico de nuestra defensa nacional”.8

En este marco doctrinal, las Fuerzas Armadas constituían instancias básicasdel desarrollo nacional, adjudicándoles tareas productivas de envergadura en elárea siderúrgica y petroquímica. La Dirección General de Fabricaciones Militarescreada en 1941 bajo la orientación del general Manuel Savio recibió un sosteni-do impulso en el marco del denominado Primer Plan Quinquenal (1947-1952),del que posteriormente se conformó la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina(SOMISA). Del mismo modo, fue notable el grado de reequipamiento sostenidoque tuvieron las Fuerzas Armadas y, en especial, el Ejército, el que mediante laincorporación de blindados y unidades motorizadas, la modernización organiza-tiva y la adquisición de nuevos sistemas de armas modernas, alcanzó un ampliodespliegue territorial y profesional.

Ahora bien, un paso fundamental para la institucionalización de estos cri-terios doctrinales estuvo dado por la promulgación en 1948 de la primera Ley deDefensa Nacional existente en el país, es decir, la primera ley que reguló la orga-nización institucional necesaria para hacer frente a eventuales situaciones de guerra.En efecto, el 1º de septiembre de ese año, la Cámara de Senadores de la Naciónsancionó la ley 13.2349 destinada a la “organización de la Nación en tiempo de gue-rra las que serán adoptadas en tiempo de paz”. Dicha ley reguló exclusivamentetodo lo atinente a la dirección de la guerra, la organización territorial en tiempode guerra, la defensa interior en tiempo de guerra y las requisiciones para la defensanacional.

Con relación a la dirección de la guerra, la ley le fijó al presidente de laNación, en su carácter de jefe supremo de la Nación, comandante en jefe de lasFuerzas Armadas y presidente del Consejo de Defensa Nacional (CODENA), la“responsabilidad superior de la preparación, organización y dirección de la defensanacional” (art. 1º). El conjunto de “previsiones necesarias para la organización de laNación en tiempo de guerra” debía ser adoptada en tiempo de paz de acuerdo a lasdirectivas fijadas por el CODENA, mientras que a los ministerios o secretarías de

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10 Publicada en Boletín Oficial, Buenos Aires, 5 de junio de 1944.

Estado le correspondía la preparación y ejecución de las medidas destinadas a laaplicación de aquellas previsiones (art. 2º). De este modo, luego del presidentede la Nación, el CODENA se constituyó en la instancia de conducción y orga-nización superior más importantes en materia de defensa nacional y, particular-mente, en la organización nacional para la guerra. Se le otorgó la responsabilidadde establecer “las medidas tendientes a pasar de la organización del país en tiem-po de paz a la organización para tiempo de guerra” y de emitir las orientacionesnecesarias a todos los organismos del Estado en todo lo relacionado con la movi-lización de las Fuerzas Armadas; la organización de la defensa civil, la seguridadinterior y el funcionamiento de la administración y de los servicios públicos; elaseguramiento del ritmo de trabajo intensivo en todos los órdenes de la produc-ción, el comercio y la industria; y, finalmente, la creación de los organismos nece-sarios para planificar, coordinar y dirigir el aprovechamiento del potencial deguerra de la Nación (art. 3º). Para ello, el CODENA debía fijar, en tiempo de paz,las atribuciones y responsabilidades de cada ministerio o secretaría de Estado enla “preparación del país para la guerra” y en la “movilización y utilización de laspersonas y recursos concerniente a cada rama de la administración pública” y de lasactividades privadas (art. 7º). La movilización de las Fuerzas Armadas y de todosaquellos recursos correspondientes a los ministerios civiles debía ser ejecutada porlos respectivos organismos militares o civiles, pero siguiendo la orientación y losplanes aprobados por el CODENA (arts. 8º y 9º), para lo cual debía establecer,en tiempo de paz, las prioridades para la utilización de las personas y recursossegún las necesidades de las Fuerzas Armadas y de los ministerios civiles y debíadisponer y utilizar todas “las fuerzas de que dispone la Nación, los establecimientosdestinados a la fabricación del material de guerra, la movilización industrial, la dis-tribución de la mano de obra y las materias primas, y todo lo concerniente alabastecimiento general para las tropas, población civil y las necesidades de la pro-ducción económica” (art. 10).

El CODENA se componía del conjunto de los ministros del Poder Ejecutivoy las resoluciones tendientes a resolver “los problemas fundamentales que atañen ala organización general de la Nación para la guerra” debían ser tomadas en suseno en acuerdo general de ministros. Había sido creado el 20 de septiembre de1943 por acuerdo general de ministros y bajo la inspiración del coronel Perón. Através de los decretos-leyes 9.330/43 y 13.939/4410 –el primero de ellos era decarácter secreto–, se le fijaron como principales misiones en tiempo de paz las de

11 Horacio Ballester, “El ordenamiento de la defensa nacional. La ley 13.234 de organización de laNación para tiempo de guerra”, en Leopoldo Frenkel (comp.), El justicialismo. Su historia, su pensa-miento y sus proyecciones, Buenos Aires, Legasa, 1984, p. 338.

determinar la correlación entre la política internacional y la preparación de todaslas fuerzas del país para hacer frente a las necesidades de la defensa nacional; impar-tir a los diferentes organismos y ramas del gobierno nacional las directivas gene-rales para la preparación y ejecución de la defensa nacional, sin intervenir en ladisposición de las propias Fuerzas Armadas; armonizar las potencialidades delpaís con relación a su posición internacional y a los factores que influyen sobreel desarrollo nacional; y estudiar y evaluar los proyectos de leyes relativos a la orga-nización defensiva del país y a las situaciones de emergencia en caso de guerra. Entiempo de guerra, se le sumaban la función de intervenir en la dirección superior dela guerra y los grandes problemas derivados de la misma, sin inmiscuirse en lasoperaciones militares. La ley 13.234 convalidó ambas normas y las funciones delCODENA allí establecidas.11

La conducción de la guerra en sus aspectos político-militares competía“directamente” al presidente de la Nación, para lo cual éste debía ser asistido porel Gabinete de Seguridad Exterior o Gabinete de Guerra, presidido por el ministrode Relaciones Exteriores y compuesto por los secretarios de Relaciones Exteriores, deGuerra, de Marina y de Aeronáutica (art. 11). A los efectos de la conducción de laguerra y de la coordinación de las fuerzas militares, dicho gabinete debía ser asis-tido por el Estado Mayor de Coordinación, compuesto por jefes y oficiales de losEstados Mayores de las tres fuerzas castrenses (art. 12). Asimismo, en caso de guerra,el presidente de la Nación designaría un Comandante Supremo de las FuerzasArmadas encargado de la dirección integral de las operaciones con la asistencia delEstado Mayor de Coordinación (art. 13).

También se organizó un Gabinete de Seguridad Interior, presidido por el ministrodel Interior y compuesto por los secretarios de Justicia e Instrucción Pública, deObras Públicas y de Salud Pública, y encargado de coordinar los problemas rela-tivos al “frente interno de la Nación en guerra”. Y, finalmente, se conformó unGabinete de Seguridad Económica, presidido por el ministro de Hacienda ycompuesto por los secretarios de Agricultura, Comercio e Industria y de Trabajo yPrevisión, y encargado de la coordinación de “los problemas de los abastecimientos,la producción, el comercio y las finanzas” (art. 11).

En tiempo de guerra, el país sería dividido en Zonas de Operaciones terrestres,navales o aéreas, y en Zona del Interior (art. 14). En las primeras, un ComandoSuperior castrense ejercerá la autoridad total del gobierno militar, civil y administrativo,

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subordinando inclusive a las autoridades civiles de dichas zonas (art. 15). Lasegunda comprende todo el territorio nacional que no haya sido declarado zona deoperaciones y en ellas las autoridades civiles nacionales, provinciales y municipalesmantendrían sus jurisdicciones y atribuciones típicas de tiempos de paz (art. 17).

Posteriormente, la ley 13.234 establece un conjunto de previsiones referi-das a la defensa antiaérea en la zona del interior y establece un conjunto de pres-cripciones relativas a la “vigilancia y defensa antiaérea territorial pasiva”. Tambiénregula el Servicio Civil de Defensa Nacional definiendo a éste como “el conjuntode obligaciones que el Estado impone a sus habitantes no movilizados para el ser-vicio militar a los efectos de contribuir directa e indirectamente a la preparacióny sostenimiento del esfuerzo que la guerra impone a la Nación”. Dicho serviciodebía ser decretado por el Poder Ejecutivo Nacional y su preparación estaría a cargodel CODENA.

Finalmente, la mencionada ley establece un conjunto de extensas regula-ciones acerca de las requisiciones en tiempo de guerra, comprendiendo los servi-cios personales y de sindicatos, las sociedades y asociaciones de todo género, lapropiedad y el uso de los bienes muebles, inmuebles y semovientes, las patentesde invención y las licencias de explotación que resulten necesarios para la defensanacional.

Pues bien, la ley 13.234 dejó en manos del presidente de la Nación la con-ducción superior y centralizada del esfuerzo nacional en tiempo de guerra y de lapreparación de dicho esfuerzo en tiempo de paz. Reflejando, asimismo, los pará-metros básicos de la DDN claramente sintetizada por el peronismo, dicha normano restringía la guerra al conjunto de operaciones bélicas llevadas a cabo por lasFuerzas Armadas, sino que comprometía al sistema político, administrativo, eco-nómico y social del país. No se estableció en ella el papel institucional de lasFuerzas Armadas ni fijó sus instancias de conducción, ni sus funciones y misio-nes o su estructura orgánico-funcional. Estos aspectos quedaron regulados enotras normas. Tampoco se conceptualizó en ella a la defensa nacional, aunque, apartir de su contenido y del marco doctrinal en el que se concibió, quedaba claroque ella englobaba el esfuerzo nacional necesario para hacer frente a agresionesmilitares externas, esto es, agresiones producidas por las Fuerzas Armadas de otroEstado. En cambio, en ella se fijó la estructura de gobierno, de gestión y opera-tiva necesaria a los fines de la defensa nacional en tiempo de paz y de guerra. Paraesto, por cierto, se le reservó al CODENA la responsabilidad institucional máxi-ma en la preparación y coordinación del esfuerzo nacional defensivo, en asisten-cia del presidente de la Nación. Todo ello, en definitiva, convirtió a la ley 13.234en una norma precursora en la materia tanto a nivel nacional como regional.

12 Publicada en Boletín Oficial, Buenos Aires, 15 de julio de 1949.13 Publicada en Boletín Oficial, Buenos Aires, 13 de noviembre de 1951.

Esta institucionalidad se completó con la creación en 1949 del Ministeriode Defensa Nacional. Esto daba cuenta de otro aspecto básico de la DDN dadopor la postulación de la pauta de estricta subordinación militar a las autoridadesgubernamentales, esto es, el sostenimiento de un profesionalismo militar políti-camente prescindente. Dicho profesionalismo debía conllevar una estructura ins-titucional de conducción gubernamental sobre las Fuerzas Armadas y a elloapuntó esta importante medida. En efecto, en junio de ese año, se sancionó ypromulgó la ley 13.52912 mediante la cual se establecieron los ministerios deEstado y sus competencias. En ella, al Ministerio de Defensa Nacional se le fijaronimportantes funciones en lo atinente a la conducción y coordinación de los asuntosreferidos a la defensa nacional y de las fuerzas militares.

En lo atinente al papel institucional de las Fuerzas Armadas, en el marcodel esquema normativo e institucional descrito, se les adjudicaba a éstas el papelcentral de constituir los instrumentos castrenses de la defensa nacional, sin inje-rencia alguna en tareas relativas a la seguridad interior, más allá de las estableci-das en la propia Constitución Nacional. El mantenimiento del “orden y la segu-ridad pública” eran tareas prioritarias de las fuerzas de seguridad y cuerpos poli-ciales federales, tales como la Policía Federal Argentina, la Gendarmería Nacionaly la Prefectura Nacional Marítima. La conducción orgánico-funcional de estasfuerzas y de las policías provinciales con relación a la seguridad federal era unaresponsabilidad del Ministerio del Interior. Según lo dispuesto en la ley 14.071,13

promulgada en noviembre de 1951, la armonización de las tareas policiales nacio-nales y provinciales en lo atinente al mantenimiento del orden y la seguridadpública, las disposiciones legales y normativas necesarias para ello, la orientación delas actividades de dichas fuerzas, el estudio y la proposición de los planes y fun-ciones de las diversas policías y el intercambio de información entre ellas, eranfunciones del Consejo Federal de Seguridad presidido por el Ministro del Interior.Es decir, en este esquema institucional había una clara diferenciación funcionalentre la defensa nacional y la seguridad interior y entre las Fuerzas Armadas y lasfuerzas de seguridad y policiales.

Ahora bien, en lo relativo a las relaciones cívico-militares, la relativa esta-bilidad político-institucional lograda durante los primeros años del primergobierno peronista (1946-1952), estabilizada y ciertamente asentada en una mar-cada profesionalización de las fuerzas militares, se comenzó a resquebrajar a fines

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Hacia 1955: la crisis del peronismo

SUSANA BIANCHIUNICEN

Con el objetivo de establecer la hegemonía del catolicismo como principioorganizador de la sociedad, el ascenso del peronismo había sido percibido poralgunos actores de la Iglesia católica como la posibilidad de acercamiento –imple-mentando los aparatos de Estado– a diferentes grupos sociales, en particular, a lossectores populares de los que se sabía particularmente alejada.1 La posibilidad deun acercamiento entre la institución eclesiástica y los gestores del naciente pero-nismo se abrió a partir de dos consideraciones. En primer lugar, el general Perónera considerado como el “candidato” del Ejército, con el que la Iglesia había esta-blecido una fluida relación desde los años treinta a partir del temor compartidoa la amenaza del comunismo y de la progresiva identificación entre catolicismo ynacionalidad.2 En segundo lugar, la posibilidad de un acuerdo radicaba en elamplio arco de coincidencias que presentaban sus proyectos de sociedad. Tantola doctrina social de la Iglesia como el peronismo reconocían la realidad de losconflictos sociales y proponían su superación a través de una conciliación de clasesen la que el Estado jugaba un papel central, tanto en el rol de mediador comoimplementando una política redistributiva definida como “justicia social”. Dentrode esta perspectiva, el peronismo podía ser considerado como una eficaz barreracontra el comunismo.

1 La ruptura entre el catolicismo y los sectores populares era reconocida explícitamente: “si hay dostérminos sociales opuestos, si hay dos sectores que se han declarado una guerra implacable, son sinduda, el capital y el trabajo. Ahora bien, todo el mundo sabe que el obrero ha aliado en su mente elcapital con la Iglesia, de suerte que el abismo que separa al capital del trabajo es el mismo que separa alos trabajadores de la Iglesia” (monseñor Emilio Di Pasquo, “Conferencia en las Jornadas de VocacionesSacerdotales”, en Revista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires, abril de 1946, p. 307).2 Loris Zanatta, Del Estado liberal a la nación católica. Iglesia y Ejército en los orígenes del peronismo,Bernal, UNQ, 1996; Perón y el mito de la Nación católica, Buenos Aires, Sudamericana, 1999.

CAPÍTULO V

1945-1955 EL PERONISMO Y EL COMPROMISO INDUSTRIALISTAde 1951 a partir del levantamiento militar encabezado por el general (R) BenjamínMenéndez y del que formaron parte numerosos jefes y oficiales que, hacia 1955,formarían parte del grupo que protagonizó el derrocamiento del gobierno pero-nista y el inicio de la llamada Revolución Libertadora (1955-1958).

BIBLIOGRAFÍA

LÓPEZ, ERNESTO, “El peronismo en el gobierno y los militares”, en JoséEnrique Miguens y Frederick Turner, Racionalidad del peronismo, Buenos Aires,Planeta, 1988.________________, “Doctrinas Militares en Argentina: 1932-1980”, en CarlosMoneta, Ernesto López y Alberto Romero, La Reforma Militar, Buenos Aires,Legasa, 1988.PERÓN, JUAN D., “Significado de la defensa nacional desde el punto de vistamilitar”, en Perón y las Fuerzas Armadas, Buenos Aires, Peña Lillo, 1982.POTASH, ROBERT, El Ejército y la política en la Argentina, 1962-1973, 2 tomos,Buenos Aires, Hyspamérica, 1985.ROUQUIÉ, ALAIN, Poder militar y sociedad política en la Argentina, 2 tomos,Buenos Aires, Emecé, 1994

342 343CAPÍTULO V Defensa Nacional y Fuerzas Armadas.El modelo peronista (1943-1955)

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3 Gustavo Franceschi, “La Sociedad de Beneficencia”, en Criterio, Nº 959, 1º de agosto de 1946, p.112. Véase también “Comunidad, sociedad”, en Criterio, Nº 978, 12 de diciembre de 1946.4 “La Acción Católica Argentina formula reparos al decreto sobre organización y funcionamientode las asociaciones profesionales obreras”, en Orden Cristiano, Nº 121, primera quincena de noviembrede 1946, p. 23.

Hacia 1955: la crisis del peronismoCAPÍTULO V

En esta línea, en noviembre de 1945, una Pastoral Colectiva del Episcopadofue considerada, sin demasiado margen de error, como la condena a la UniónDemocrática –a la que se percibía como peligrosamente cercana a los temidosFrentes Populares– y el explícito apoyo a la candidatura de Perón. Sin embargo,este apoyo no dejó de producir reticencias dentro de las mismas filas eclesiásticas.Por un lado, Perón distaba de ser el ideal de “militar católico”. Su pública convi-vencia con una joven actriz y su afición por ciertos cultos esotéricos eran vistos condesconfianza. Por otro lado –y era mucho más alarmante– se encontraba el exce-sivo “obrerismo” de las políticas que había desarrollado el candidato. De un modou otro, la Iglesia no tenía demasiadas opciones y se esperaba alejar los peligros: sóloera necesario, según la expresión del presbítero Virgilio Filippo, “cristianizar alperonismo”.

Desde que Perón asumió la presidencia (4 de junio de 1943), la Iglesia católicamantuvo una fuerte presencia en el espacio público, mientras el gobierno hacía ungran despliegue de sus buenas relaciones con la jerarquía eclesiástica. Varios de losfuncionarios gubernamentales provenían de las filas del laicado católico. Sin embargo,a pesar de estas manifestaciones, pronto se advirtió que “cristianizar al peronismo”no iba a ser una tarea fácil. Ya desde comienzos del gobierno de Perón, relevantesactores de la institución eclesiástica comenzaron a observar con preocupación loque se consideraban avances del Estado sobre la sociedad civil, fundamentalmentesobre aquellas áreas que la Iglesia tenía particular interés en controlar. En esa línea,muy pronto comenzaron las denuncias sobre lo que se definía como “estatismo”.Uno de los intelectuales más destacados del catolicismo argentino, monseñorGustavo Franceschi podía advertir que “De acuerdo con las enseñanzas socialescatólicas siempre hemos sostenido que las organizaciones del gobierno no tienenderecho a intervenir en las actividades de las instituciones privadas. Es misión delEstado ayudar pero nunca absorber plenamente al sector privado”.3

Los campos del conflicto

Una de las primeras reacciones católicas estuvo vinculada a la sanción dela Ley de Asociaciones Profesionales (1946).4 La preocupación radicaba en la

5 Susana Bianchi, Catolicismo y Peronismo. Religión y política en la Argentina, 1943-1955, Tandil,Prometeo-IHES, 2001.6 “Reglamentación de la ley de enseñanza religiosa”, en Orden Cristiano, Nº 141, primera quincenade septiembre de 1947, pp. 67-68.7 Gustavo Franceschi, “Después de la sanción”, en Criterio, Nº 992, 27 de marzo de 1947, p. 274.8 Rómulo Amadeo, “La escuela activa”, en Criterio, Nº 982, 9 de enero de 1947, pp. 36-37.

SUSANA BIANCHI

negativa a reconocer, según las disposiciones de la ley, a aquellas agrupacionessindicales constituidas en base a credos religiosos, lo que constituía el fin de todoproyecto de organizar un “sindicalismo católico”. Las protestas no fueron sinembargo demasiado insistentes. La Iglesia no parecía estar dispuesta a presentarbatalla en un campo, como el sindical, en el que nunca habían tenido demasiadoéxito. Por otra parte, se consideraba que la “peronización” de los sindicatos yaconstituía una barrera contra los avances del comunismo. Desde la perspectivaeclesiástica, los mayores problemas radicaban en los avances del Estado en áreasconsideradas de estricta incumbencia de la Iglesia, fundamentalmente aquellasque eran percibidas como básicas para la implementación del proyecto que bus-caba colocar a la religión como el principio organizador de la sociedad: la educa-ción, la familia, las organizaciones juveniles y femeninas, y la asistencia social.5

Dentro del campo de la educación siempre se consideró –y con razón– quela aprobación de la Ley de Enseñanza Religiosa en las escuelas públicas era indi-cativa del amplio espacio que el gobierno peronista otorgaba a la Iglesia católica.Sin embargo, desde el comienzo, la implementación de la ley fue objeto de múl-tiples conflictos jurisdiccionales: el gobierno peronista no estaba dispuesto a dejarde controlar la designación de funcionarios en la Dirección Nacional de EnseñanzaReligiosa, ni de los profesores responsables de enseñar religión en las escuelas.Muy pronto, algunos católicos podían denunciar que “se trata de una educaciónreligiosa impartida por el Estado, con sus propios maestros y bajo su propia direc-ción”,6 en la que la Iglesia tenía escasa incumbencia.

Pero además los católicos también advirtieron los límites que se presentabanpara la enseñanza religiosa. Uno de ellos, y no el menor, era la mala formaciónde los docentes responsables de dicha instrucción.7 Otro límite para el catolicismolo constituían tanto la permanencia de contenidos “iluministas” en la enseñanzade la historia, la literatura, la filosofía que contradecían los principios religiosos,como algunas innovaciones. En efecto, la introducción de la “escuela activa”,8 laenseñanza de la higiene, el impulso a los deportes eran cuestiones que, desde laperspectiva eclesiástica, estaban demasiado centradas en lo corporal, pudiéndosepor lo tanto deslizarse a terrenos vedados. En rigor, el principal obstáculo que

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SUSANA BIANCHICAPÍTULO V Hacia 1955: la crisis del peronismo

9 Las clases “especiales”, como trabajos manuales o gimnasia, eran aquellas que por requerirmenor concentración mental figuraban en los últimos tramos del horario escolar.10 Juan Francisco Vidal, “Una Pastoral en defensa de la familia”, en Criterio, 13 de febrero de1947, p. 160.11 Eran medidas que en un país sin ley de divorcio, con numerosas uniones de hecho, intenta-ban adaptar la legislación a la realidad que la sociedad ofrecía.12 Revista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires, marzo de 1948, p. 138.

paulatinamente se encontró fue el del mismo carácter que asumió la política edu-cativa: los avances crecientes de la “peronización” de la enseñanza. Los textosescolares pusieron su acento en la glorificación de las obras del peronismo mien-tras se insistía en la comparación del general Perón con distintos personajes de lahistoria nacional. Dentro de esta línea fueron los principios del peronismo y nolos de la religión, que quedó reducida a unas pocas horas semanales de las llama-das clases “especiales”,9 los que constituyeron la base de las políticas educativas dela “Nueva Argentina”.

El tema de la familia ocupó un lugar central en la preocupación de laIglesia católica por el avance del “estatismo” en áreas privadas. En rigor, catolicis-mo y peronismo compartían una misma concepción de la vida familiar. Más aun,el núcleo familiar se transformó en el eje articulador de numerosas políticas redis-tributivas del peronismo. Además, en un país con baja densidad demográfica, elperonismo impulsó políticas de protección a la natalidad, asistencia a la madre yal niño, severa represión del aborto, regulación de las actividades extradomésticasde las mujeres. Si bien estas políticas reforzaban una concepción afín al catolicismo,no dejaban de despertar las desconfianzas eclesiásticas ante lo que se considerabauna ingerencia excesiva del Estado. Se consideraba que “lo que se persigue es unanegación de la familia” o por lo menos “una familia sin padre ya que el esposo hasido sustituido por el Estado”.10

Los conflictos en torno a la familia tuvieron sus puntos más críticos en el pro-yecto gubernamental de conceder a la concubina los derechos previsionales alfallecimiento del titular (1946), en la reforma del Código Civil que reemplazabala denominación de “hijos adulterinos e incestuosos” por la de “hijos naturales”(1946) y en la Ley de Equiparación de Hijos Legítimos e Ilegítimos (1952).11 Es ciertoque la presión eclesiástica frenó muchos proyectos, sin embargo constituían seña-les de los límites que se imponían. De este modo, a comienzos de 1948, se publicabaun documento titulado “Todo lo que el Estado debe asegurar a la Iglesia”. Entrelas garantías que se exigían figuraban precisamente “aquellas condiciones materialesy espirituales que favorecen la tutela de la familia cristiana”.12

13 Gustavo Franceschi, “Por la familia”, en Criterio, Nº 1.092, 26 de mayo de 1949, pp. 259-262.14 “Comentarios. Reflexiones de actualidad”, en Criterio, Nº 1.161, 10 de abril de 1952, p. 242.15 Eva Perón, La Razón de mi Vida, Buenos Aires, Peuser, 1952, p. 15. Este libro se proyectó una vezconocido el carácter terminal de la enfermedad de Eva Perón. Presentado como una autobiografía, eltexto –que fue de lectura obligatoria en los establecimientos escolares– estructuraba una serie de prin-cipios definidos y definitivos que permitieran suplir el discurso de Eva Perón después de su muerte.

La dificultad mayor para el catolicismo parecía radicar en la imposibilidadde penetrar en la fina trama del tejido social, en la imposibilidad de modelar con-ductas, actitudes y valores, en la dificultad para controlar los cuerpos. Un “hedo-nismo” que, según la perspectiva eclesiástica, era un “explosivo aniquilador” de losvínculos sociales que penetraba en la sociedad.13 Y el problema, también desde laperspectiva eclesiástica, era que ese “hedonismo” de la vida cotidiana estaba fomen-tado por las mismas políticas estatales, por el “bienestar” señalado como el objeti-vo deseable. “Por tener alguna virtud y cultivarla empieza la dignificación de lospueblos y no porque todos sus habitantes tengan lavarropas eléctricos, cocinas agas, y puedan ir todas las semanas al cine y cosas por el estilo.”14 Dicho de otramanera, la redistribución de bienes materiales –la “justicia social”– implicaba unaredistribución de bienes simbólicos que transformaba profundamente a la sociedad.

Otro punto de conflicto se refirió al papel que las mujeres debían cumplirdentro de la sociedad, cuestión que tanto para el catolicismo como para el peronis-mo estaba indisolublemente ligada al tema de la familia. El peronismo, en muchosaspectos, reforzó las ideas dominantes acerca de la posición de las mujeres dentrodel núcleo familiar, con fuertes contactos con el catolicismo, desalentando todoaquello que las alejara “de su destino y su misión”. En La Razón de mi Vida, uncapítulo llamado precisamente “La fábrica o el hogar” es particularmente explícitoacerca de cuál debía ser la opción:

Todos los días millares de mujeres abandonan el campo femenino y empie-zan a vivir como hombres. Trabajan casi como ellos. Prefieren, como ellos,la calle a la casa. No se resignan a ser madres ni esposas. […] Sentimos quela solución es independizarnos y trabajamos en cualquier parte, pero ese tra-bajo nos iguala a los hombres y ¡no! no somos como ellos. […] Por eso elprimer objetivo de un movimiento femenino que quiera hacer bien a la mujer,que no aspire a cambiarlas en hombres, debe ser el hogar.15

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16 Susana Bianchi y Norma Sanchís, El Partido Peronista Femenino, Buenos Aires, CEAL, 1987;Carolina Barry, Evita Capitana. El Partido Peronista Femenino, Buenos Aires, Longseller, 2009.17 Revista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires, 1952, p. 349.18 Véase, por ejemplo, Hernán Benítez, “La Iglesia y el justicialismo”, en La aristocracia frente ala revolución, s/e, Buenos Aires, 1953, p. 339.

Sin embargo, a pesar de las coincidencias, cuestiones como el sufragio feme-nino y fundamentalmente la aparición de organizaciones como el Partido PeronistaFemenino,16 fueron observadas con creciente desconfianza. Se temía que la politi-zación femenina privara al catolicismo de su tradicional influencia sobre las mujeres.

La Iglesia podía además contabilizar, dentro de los espacios perdidos, el de laasistencia social. Las instituciones caritativas católicas no podían competir frentea la poderosa y eficaz Fundación Eva Perón que invadió el campo asistencial otor-gándole un vigoroso signo político. Además la Fundación –como el PartidoPeronista Femenino– era indisociable de la persona de Eva Perón que constituíauna de las figuras del peronismo más irritantes para amplios sectores eclesiásticos:sus orígenes “ilegítimos”, su pasado poco claro, sus vinculaciones artísticas, su convi-vencia pública previa al matrimonio con Perón no eran datos menores. Además,ella había asumido un particular estilo que contrastaba con la moderación y recatoque correspondían al papel de primera dama.

El conflicto en el campo de la religión

A partir de 1950, si bien las relaciones entre las cúpulas mantuvieron suformalidad, las manifestaciones públicas de mutuo apoyo entre la Iglesia y elEstado se redujeron notablemente. Y el conflicto alcanzó un punto de no retorno alinstalarse en el mismo campo de la religión. La jerarquía eclesiástica comenzó a denun-ciar que, a pesar del estatuto privilegiado que el catolicismo debía gozar, el gobiernoperonista había comenzado a dar un gran espacio a otras confesiones religiosas. Segúnse señalaba, las autoridades habían dejado de cumplir con su “deber de gobernantes”ya que debía ser su obligación “la defensa del patrimonio religioso del pueblo contracualquier asalto de quien quisiera robarle el tesoro de su fe y de la paz religiosa”.17

Muchos aspectos del antijudaísmo católico se habían mantenido incólumesdentro del peronismo. Tanto el presbítero Virgilio Filippo –designado AdjuntoEclesiástico de la Casa de Gobierno y, desde 1948, diputado nacional– como eljesuita Hernán Benítez –representante de Perón ante el Vaticano en 1947 y asesorde la Fundación Eva Perón, entre otras responsabilidades– no dudaban en emplear lostérminos “judío” y “sinagogal” como calificativos denigrantes.18 Otro de los ejemplos

19 Susana Bianchi, Historia de las Religiones en la Argentina. Las minorías religiosas, Buenos Aires,Sudamericana, 2004, p. 209.20 La Nación, 21 de agosto de 1948 21 El tono y la frecuencia de los artículos que alertan a la feligresía sobre el peligro del espiritismoconstituyen un buen reflejo de la preocupación eclesiástica. Véase por ejemplo, El Pueblo, 23 denoviembre y 4 y 18 de diciembre de 1947; 7 y 16 de enero; 5, 10, 17 y 19 de febrero de 1948. Véasetambién Lila Caimari, Perón y la Iglesia católica, Buenos Aires, Ariel, 1995.

–que pueden multiplicarse– es la presencia del antropólogo católico SantiagoPeralta, autor de La acción del pueblo judío en la Argentina (1943), en la Direcciónde Migraciones y al frente del Instituto Étnico Nacional.19 Sin embargo, esto nofue obstáculo para que, desde 1946, Perón fuera el primer presidente argentino ensaludar a la comunidad judía para sus festividades, ni para que se les otorgaraasueto a los soldados judíos en esas ocasiones, ni para designar funcionarios deese origen. Las relaciones con el Estado de Israel fueron fluidas y la FundaciónEva Perón colaboró con el envío de alimentos, medicinas y otros artículos de pri-mera necesidad. Además –ante el sostenido antiperonismo de la DAIA– se creó laOrganización Israelita Argentina por iniciativa gubernamental con un sector de lacolectividad judía dispuesto a apoyar el peronismo,20 mientras el rabino AmramBlum era designado asesor presidencial en asuntos religiosos.

Si bien estas relaciones no dejaron de perturbar a aquellos grupos católi-cos que desde comienzos de siglo denunciaban la inmigración judía como unatentado contra la nacionalidad, el conflicto en el campo de la religión surgiófundamentalmente a partir del avance de ciertas formas religiosas que competíaneficazmente con el catolicismo dentro de los sectores populares. Y la cuestión seprofundizó en la medida en que los sectores eclesiásticos consideraron que elgobierno peronista favorecía el desarrollo de las disidencias. Entre estas formasreligiosas se encontraba el espiritismo, en una versión local conocida como laEscuela Científica Basilio,21 a la que el gobierno había otorgado personería jurí-dica y por la que Perón parecía demostrar ciertas simpatías.

El primer enfrentamiento abierto entre el gobierno y sectores vinculados ala Iglesia estalló a raíz de un multitudinario acto que la Escuela Científica Basiliohabía organizado en el Luna Park, en octubre de 1950. El acto, convocado bajola consigna “Jesús no es Dios” –considerada blasfema por los católicos–, fue inau-gurado por la lectura de un telegrama de adhesión firmado por Perón y su esposa.Pero el desarrollo del acto se vio imprevistamente alterado: jóvenes de la AcciónCatólica ubicados estratégicamente en las tribunas y en las inmediaciones delestadio provocaron un considerable tumulto. Como consecuencia, la Policía detuvo

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22 La Nación, 16 al 30 de octubre de 1950; Gustavo Franceschi, “Comentarios. A quien me confe-sare ante los hombres”, en Criterio, octubre de 1950, p. 871.23 “Pastoral Colectiva del Episcopado Argentino sobre el Espiritismo”, en Revista Eclesiástica delArzobispado de Buenos Aires, diciembre de 1954, pp. 469-474.24 “Hablan varios enfermos tratados por el pastor Hicks”, en Ahora, Nº 2.187, 8 de junio de 1954;“La actuación del viernes en Huracán fue asombrosa”, en Ahora, Nº 2.189, 15 de junio de 1954; “Comoarrojó las muletas un joven de Ramos Mejía” y “De todos los puntos de la República y de los países vecinosnos llegan cartas para serles entregadas a Hicks”, en Ahora, Nº 2.190, 18 de junio de 1954. 25 Gustavo Franceschi, “Libertad de cultos y apostolado católico”, en Criterio, Nº 1.218, 26 de agostode 1954, pp. 603-604.

a cerca de trescientos jóvenes por alterar el orden público, mientras que el arzo-bispo de Buenos Aires, el cardenal Santiago Copello, era presionado por sus pro-pias filas para pronunciarse a favor de los militantes católicos que habían actuadocon una considerable cuota de autonomía. Pocos días más tarde llegaba al país elcardenal Ruffini, como legado papal ante el Congreso Eucarístico Nacional. Unamultitud aguardó el paso de Ruffini por las calles de Buenos Aires, que lo aclamóal grito de “¡Jesús es Dios!”, lema antiespiritista que deslizó su sentido a consignaantiperonista. Quedaba claro que las manifestaciones religiosas podían tomar unsospechoso cariz antigubernamental.22

El conflicto por la difusión del espiritismo –que desde la perspectiva ecle-siástica continuó y se profundizó–23 pronto se confundió con otra cuestión quetambién se ubicaba en el campo de la religión: los avances del protestantismo através de las campañas pentecostales que, iniciadas en 1952 alcanzaron un éxitomasivo en 1954. La Iglesia católica había tolerado al protestantismo de origeninmigratorio en la medida en que se mantuviese dentro de los límites de sus propiascomunidades nacionales. Pero el problema estaba en que el pentecostalismo –conmilitante vocación expansiva– no sólo no estaba vinculado a ningún grupo étnicoo nacional sino que encontraba sus bases de reclutamiento, como el espiritismoy el peronismo, en las mismas clases populares urbanas que se pretendía catolizar.El conflicto alcanzó su punto más alto a mediados de 1954, cuando el predicadornorteamericano Theodore Hicks, que practicaba el “don de la sanidad” reuníamultitudes en estadios deportivos de Buenos Aires.24 Y la causa de este éxito,según la perspectiva eclesiástica, radicaba precisamente en el apoyo que el gobiernoperonista había dado a la misión pentecostal.25

Pero dentro del campo de la religión también se colocaba el principal obs-táculo para la “catolización” de la sociedad: la aspiración del peronismo –más alláde los logros obtenidos en sus bases– de constituirse en una especie de peculiarreligiosidad. A partir de 1951 comenzó a publicarse Mundo Peronista, revista que

26 Mundo Peronista, Nº 14, 1º de febrero de 195227 Mundo Peronista, Nº 11, 15 de diciembre de 195128 Susana Bianchi, “Peronismo e Iglesia. 1954-1955: La crisis de la hegemonía”, en Criterio, Nº2.305, junio de 2005, pp. 273-275.

perseguía objetivos de consolidación ideológica en el momento en que el gobiernodebía enfrentar una serie de dificultades. Desde sus páginas, el peronismo se pre-sentaba como una “religión política,” con su propia sacralización y sus propiasfiguras para venerar. La enfermedad y la muerte de Eva Perón en 1952 acentuóla incorporación de una simbología religiosa: rezar por ella, hacer peregrinacionespor su salud, escribirle oraciones eran conductas altamente valoradas. Sin embargo,estas actitudes no se redujeron a la figura de Eva Perón, cuya temprana muertefue revestida de rasgos de martirio. Ya durante su vida desde Mundo Peronista seimpulsaba la construcción de altares domésticos que debían incluir en primerlugar la figura de Perón,26 mientras la adhesión al peronismo podía ser descriptaen términos, de “devoción”, “fervor” y “fe”.27

Poco espacio quedaba para el catolicismo. Desde 1950, dado el caráctermonolítico que adquiría el peronismo y el estrechamiento de los canales opositores,la Iglesia comenzó entonces a perfilarse como un espacio –tal vez el único posible–de oposición. Muchas manifestaciones religiosas que incorporaron adhesiones desospechosa piedad pronto fueron percibidas, sin demasiado margen de error,como manifestaciones antigubernamentales.

La crisis: 1954-1955

Describir la trama del enfrentamiento entre el Estado peronista y la Iglesiacatólica no explica otras cuestiones: ni la forma ni el momento en que estallaronlos acontecimientos que sacudieron a la Argentina entre 1954 y 1955. Es ciertoque una vez desencadenada, la crisis puede explicarse, en parte, por su propialógica, es decir, por el juego de acciones y reacciones. Empero la coyuntura delestallido no fue accidental: fueron los mismos conflictos internos que atravesabantanto al peronismo como al catolicismo los que hicieron que la colisión fueseinevitable.28

Dentro del gobierno peronista, debido al fin del período de bonanza, lapolítica económica había dado un fuerte giro de timón al revisar las prioridades.Lo cierto es que en su segunda presidencia parecía que Perón entraba en contra-dicción no sólo con los principios que había defendido sino también con los inte-reses de los sectores sociales que lo apoyaban. De la política distributiva –es decir,

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29 Pablo Gerchunoff y Damián Antunez, “De la bonanza peronista a la crisis de desarrollo”, en JuanCarlos Torre (dir.), Los años peronistas (1943-1955), Buenos Aires, Sudamericana, colección NuevaHistoria Argentina (tomo 8), 2002.30 También algunos grupos laicos católicos que se autodenominaban “demócratas” habían intentadoorganizar desde 1950 un partido político que tras innumerables fraccionamientos lograron formar–siguiendo el modelo europeo– el Partido Demócrata Cristiano en 1954 (Enrique Ghirardi, La demo-cracia cristiana, Buenos Aires, CEAL, 1983).

la “justicia social”– se pasaba a otra etapa, donde el eje estaba puesto en la pro-ducción.29 La alternativa requería reajustes considerables. Se hacía necesario acti-var los mecanismos del consenso y penetrar en todos los resquicios de la socie-dad, “peronizar” los espacios que se sospechaba aún permanecían ajenos y barrercon los obstáculos.

También el catolicismo debía afrontar sus propios conflictos, más allá delas monolíticas imágenes construidas. La cuestión de los vínculos con el peronis-mo fracturaba a la cúpula eclesiástica. El tema de la relación entre la Iglesia y elEstado se confundía con otras cuestiones estrictamente eclesiásticas (desde la crí-tica al modelo de monarquía absoluta en que se fundamentaba la institucióneclesiástica hasta cuestiones de moral y ritualismo) que conmovían a cada vez másamplios sectores del clero. Muchos parecían desoír las apelaciones jerárquicas a ladisciplina. En la crisis del catolicismo, las organizaciones de laicos –cuyo peso enlas filas eclesiásticas argentinas siempre fue considerable– encontraban un terre-no fértil para avanzar en sus aspiraciones de autonomía.

En los comienzos de la crisis, fue notable la desigualdad de las fuerzas quese enfrentaron. La Acción Católica Argentina, sobre todo la sección de jóvenesvarones que asumieron gran parte del protagonismo, era insignificante cuantita-tivamente y sus intenciones primeras no fueron tanto “atacar” o “derribar” a unperonismo que parecía inexpugnable como denunciar la inacción de las cúpulaseclesiásticas en la defensa de los “derechos de la Iglesia,” defensa de la que los lai-cos parecían haberse hecho los únicos responsables. Su actuación les otorgó indu-dable visibilidad. La Acción Católica se transformaba en un actor político, un“partido católico”,30 cuyo discurso opositor al peronismo articulaba inquietudescaras a las clases medias –de las que la mayoría de sus miembros provenía– y altasde la sociedad.

En efecto, la “defensa de los derechos” de la Iglesia se confundía con otrascuestiones. El peronismo había transformado abruptamente las relaciones socialesy la misma sociedad que se pretendía “catolizar” se había vuelto irreconocible:según un colaborador de Criterio, la muchedumbre, “hato animal, recua irracional”,

31 Carlos Fernando de Nevares, “Sobre diversas manifestaciones de incultura”, en Criterio, Nº1.115, 11 de mayo de 1950. 32 La Nación, 11 de noviembre de 1954.33 La Prensa, 18 de noviembre de 1954.34 La Nación, 26 de noviembre de 1954.

invadía los espacios. “El mal ha echado raíces y amenaza con la subversión totalde la vida del país”.31 Si el monstruo había salido de su guarida, según la metá-fora de Donoso Cortés, la unión de la Cruz y la Espada era la única garantía delsostén de la civilización contra la barbarie.

Dentro de este clima, en noviembre de 1954, Perón convocó en una reunióna funcionarios del gobierno, legisladores y representantes del Partido Peronistacon el objetivo de informarles sobre el estado de la “oposición”. Pero a las reiteradasreferencias a los adversarios políticos, en especial a los radicales, y a los estudiantesuniversitarios de la FUBA se agregaron elementos nuevos: la Acción CatólicaArgentina y varios miembros del clero. Entre los nombres de los sacerdotes consi-derados “opositores”, figuraban algunos miembros del Episcopado: Fermín Laffite,arzobispo de Córdoba; y Froilán Ferreira Reinafé, obispo de La Rioja. Indudablementela denuncia adoptaba un claro tono amenazante. Según Perón, “Aquí hay comodiez y seis mil integrantes del clero. ¿Cómo vamos a hacer una cuestión porquehaya veinte o treinta que sean opositores? Es lógico que entre tantos haya algunos.¿Qué tenemos que hacer? Hay que tomar medidas contra esa gente. Tiene razónla jerarquía eclesiástica cuando me dice que no es la Iglesia sino que son algunoscuras descarriados de la Iglesia. Nosotros vamos a ayudarlos para que los ponganen su lugar”.32

A partir de allí, los acontecimientos se precipitaron respondiendo a su propialógica de acción-reacción. La denuncia de Perón desencadenó el mal contenidoanticlericalismo de las filas sindicales. Mientras desde el diario La Prensa, contro-lado por la Confederación General del Trabajo, se continuaba agitando el clima–“Que los malos sacerdotes abandonen la sotana. […] Todo el que se desmandesentirá el peso de la ley”–,33 la CGT declaraba un paro general de actividades y,junto con las dos secciones del Partido Peronista, convocaba a un masivo acto enel Luna Park para reiterar su adhesión a Perón ante los “ataques católicos” (25 denoviembre de 1954). Las pancartas con las leyendas “Perón sí, curas no” o “Cuervosa la Iglesia” y el tono de los discursos fueron expresivas del carácter que asumióel acto.34 La respuesta católica al acto del Luna Park se dio en la misa del domingosiguiente, donde se debía leer una Carta Pastoral: en iglesias desbordadas por elpúblico, los atrios se transformaron en explícitos ámbitos de oposición.

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35 “Episcopado Argentino. Carta al Excmo. Señor Presidente de la Nación” (19 de noviembre de1954), en Criterio, Nº 1.224, 25 de noviembre de 1954, p. 843.36 “Carta Pastoral a los Cabildos Eclesiásticos, el clero diocesano y regular y a todos los fieles” (2 denoviembre de 1954), en Criterio, Nº 1.224, 25 de noviembre de 1954, pp. 844-845.37 Ya en 1950 el reemplazo del católico Oscar Ivanissevich responsable de la cartera de educaciónpor Armando Méndez San Martín, conocido por sus simpatías laicistas, fue un motivo de preocupa-ción para los actores de la institución eclesiástica, quienes calificaban de “masón” al nuevo ministro.38 La Nación, 3 de diciembre de 1954. 39 “Nota del episcopado argentino al Ministerio de Educación acerca de la ley de enseñanza religio-sa” (2 de diciembre de 1954), en Criterio, Nº 1.233, 7 de abril de 1955, p. 262.40 La Nación, 14 y 15 de diciembre de 1954.

Por su parte, el Episcopado, ante las denuncias formuladas por Perón, lehabía enviado una carta el 19 de noviembre, aún en tono conciliador que apelabaa la “relación armónica” que siempre habían mantenido.35 Sin embargo, ante laintensificación de los acontecimientos, pocos días después, dio a conocer la CartaPastoral que debía leerse en todas las iglesias al domingo siguiente. A pesar dealgunas ambigüedades –reflejo tal vez de la falta de unanimidad episcopal–, eltono ya había cambiado. Si bien se recordaba que tanto el clero como la AcciónCatólica no debían incluirse en pugnas políticas, también agregaba que frente alos actuales problemas “ningún sacerdote podría permanecer indiferente sino quedebería asumir la defensa serena y firme de los valores eternos”. Diferenciaba de estemodo, “la política” de la “defensa obligada del altar”.36 En síntesis, y tras fracasar lasgestiones del Nuncio Apostólico frente al Ministerio del Interior, la guerra que-daba declarada.

Desde el gobierno rápidamente las acciones se encaminaron a reducir losespacios de influencia eclesiástica. En los primeros días de diciembre, el ministrode Educación, Armando Méndez San Martín,37 mediante una resolución suprimíala Dirección Nacional de Enseñanza Religiosa, por considerar que el sistema“resulta inadecuado, ineficaz y oneroso”,38 iniciando una serie de medidas destinadasa suprimir las clases de religión en las escuelas públicas. Las protestas del Episcopadonada hicieron para cambiar la situación.39 Más aun, la ofensiva se trasladó alCongreso. El 13 de diciembre en una prolongada sesión de la Cámara de Diputadosse modificó el artículo 7º de la Ley de Matrimonio Civil. Con inusitada rapidez, al díasiguiente el Senado también aprobaba la modificación. En vano el Episcopadosolicitó al Poder Ejecutivo el veto de la ley: el divorcio había quedado incorporadoa la legislación argentina.40 El 21 de diciembre, en una agitada sesión, la Cámarade Diputados transformaba en ley un decreto que restringía las reuniones públicas.Sólo se podían realizar en lugares públicos los “actos patrióticos o de significación

41 La Nación, 22 de diciembre de 1954.42 Juan T. Lewis, “El Magisterio de la Iglesia”, en Criterio, Nº 1.231, 10 de marzo de 1955. Véasetambién “La Iglesia del Silencio”, en Criterio, Nº 1.234, 28 de abril de 1955.43 “Carta del Episcopado Argentino a la Acción Católica Argentina”, en Criterio, Nº 1.235, 12 demayo de 1955.44 En esa oportunidad, un Perón más moderado intentaba evitar mayores disturbios recomendandodirigirse “de casa al trabajo y del trabajo a casa”, La Nación, 2 de mayo de 1955.45 La Nación, 8 y 9 de mayo de 1955.

nacional”. Los actos religiosos debían efectuarse únicamente en lugares cerrados.Además el Poder Ejecutivo podía impedir la celebración de cualquier acto cuan-do “mediare peligro inminente de alteración del orden o de la tranquilidadpública, o cuando la celebración fuese contraria a los intereses del pueblo”.41

Indudablemente la Iglesia quedaba fuera del espacio público. Ya en 1955, mientras los incidentes se sucedían y las campañas de “panfletos”

incentivadas desde las parroquias se acentuaban, la Iglesia procuraba infundir áni-mos a sus huestes: “habrá que seguir a Pedro y a Juan cuando ante el Sanhedrínafirmaron que era justo obedecer a Dios antes que a los hombres, y sufrir contoda paciencia las persecuciones”.42 Pero también el Episcopado debía cohesionary disciplinar a sus propias filas. Las posiciones católicas no eran unánimes y –antela intensificación del clima– se temían predecibles desbordes de las organizacionesde laicos. “La Acción Católica deberá tener conciencia clara de su grave responsa-bilidad: su colaboración en el apostolado de la Jerarquía de la Iglesia le exige ate-nerse estrictamente a prestar su decidido apoyo a la Iglesia a la consecución desus fines apostólicos, sin apartarse jamás de los mismos ni de las orientacionesque de ella reciba”.43

El 1º de mayo, en la celebración del Día del Trabajo frente a una multitu-dinaria concentración en la Plaza de Mayo, la cuestión de la reforma constitucionalpara establecer la separación de la Iglesia y el Estado –presentada como una soli-citud de la CGT– quedaba públicamente establecida.44 Pocos días después, la ini-ciativa pasaba al Congreso. Como respuesta –pese a las advertencias de la jerarquía–una manifestación de la Acción Católica recorrió las calles de Buenos Aires “gri-tando improperios contra las autoridades nacionales”. Después de algunas escara-muzas con la Policía, fueron detenidos diez manifestantes, incluido un semina-rista. Ante lo sucedido, un comunicado de la CGT asumía un tono claramenteamenazante: “Advertimos por última vez a la reacción oligárquico clerical: si con-tinúan los atropellos, la consigna será de casa al trabajo y del trabajo a las ratonerasen donde se preparan los atentados contra el pueblo. Y no hemos de dejar ni unacueva con vida”.45 El 13 de mayo la Cámara de Diputados derogaba la Ley de

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46 La Nación, 14 de mayo de 1955.47 Puede señalarse como ejemplo la participación de militantes de la Federación Universitaria Argentina,véase Julio Godio, La caída de Perón (de junio a septiembre de 1955), Buenos Aires, C EAL, 1985.48 Un editorial planteaba el problema bajo la pregunta: “¿De quién y de dónde partió la consignade alejarse del lugar en columna?”, en La Nación, 13 de junio de 1955. 49 La Nación, 12 de junio de 1955.50 La Nación, 13 de junio de 1955.51 Gustavo Franceschi, “Una lección de historia”, en Criterio, 23 de junio de 1955

Enseñanza Religiosa culminando las iniciativas desarrolladas desde el Ministerio deEducación. Ese mismo día, se derogaba la exención impositiva que gozaban lasinstituciones católicas, por considerar que dentro de ellas había “sectores finan-cieramente poderosos que disponen de ingentes capitales”.46 La Iglesia nueva-mente quedaba identificada con la “oligarquía”.

De Corpus Christi a septiembre de 1955

Mientras se aceleraba el juego de acción-reacción en una compleja escala-da, el 11 de junio debía celebrarse la festividad de Corpus Christi. El ministro delInterior, Ángel Borlenghi, según la reglamentación vigente, prohibió la realiza-ción de una procesión pública: los actos debían realizarse dentro del recinto de lacatedral de Buenos Aires. Pero la celebración convocó a una verdadera multitud–muchos de sospechosa piedad–47 que aclamando a “Cristo Rey” desbordóampliamente la capacidad de la catedral e incluso de la Plaza de Mayo. El desafiantesignificado político del acto superaba ampliamente a su contenido religioso. Prontolos acontecimientos se volvieron ingobernables para las mismas autoridades ecle-siásticas.48 Los congregados se lanzaron por las calles de Buenos Aires, apedrearonsedes de diarios oficialistas, destrozaron vidrios de edificios públicos, pintaronconsignas como “Muera Perón” y “Viva Cristo Rey” y al llegar frente al Congreso,arrancaron una placa de homenaje a Eva Perón y arriaron la bandera nacionalpara enarbolar la papal.49

Por supuesto la reacción gubernamental no tardó en sentirse, aunque el dis-curso radial de Perón ante los acontecimientos no dejaba de recomendar a susseguidores “calma y tranquilidad”.50 También desde Criterio, sin hacer referenciaexplícita a los desmanes, en un artículo sobre San Francisco de Asís, se procurabaponer distancia con la violencia: “Es evidente que es infinitamente más fácil y másrápido organizar lo que suele llamarse una cruzada y echar mano de la violencia,lograr algunos éxitos aparentes, que luego se transforman en derrotas verdaderas”.51

52 Los primeros cálculos, de fuentes de insospechadas simpatías gubernamentales, refieren 350muertos y más de 600 heridos (La Nación, 17 de junio de 1955).53 Un dato era la repercusión que los hechos tuvieron en la prensa internacional que los comparabacon los acontecimientos de la Guerra Civil Española. 54 La Nación, 19 de junio de 1955.55 Santiago Luis Copello, “Carta Pastoral del Arzobispo de Buenos Aires con motivo de los últimossucesos”, en Criterio, Nº 1.239, 14 de julio de 1955, p. 498.56 Sobre la excomunión de Perón, véase “La excomunión”, en Roberto Bosca, La Iglesia NacionalPeronista. Factor religioso y poder político, Buenos Aires, Sudamericana, 1997, pp. 369-390.57 Mario Amadeo, Ayer, Hoy, Mañana, Buenos Aires, Gure, 1956.

Pero ya era muy tarde. Y en la medida en que las demandas católicas coincidieron(sin ser exactamente idénticas) con la de las Fuerzas Armadas el conflicto adquiriósu forma.

Cuando en junio de 1955, los aviones de la Marina bombardearon la Plazade Mayo, nadie dudó de la complicidad católica. El golpe fracasó por las desco-ordinación de las acciones pero su saldo fue una gran cantidad de muertos y heri-dos52 y un estado de estupor generalizado. La reacción no se hizo esperar y esamisma noche fueron asaltados e incendiados varios templos del centro de BuenosAires y la Curia Metropolitana. En un clima festivo se asaltaron altares, se destru-yeron imágenes y archivos y en un juego carnavalesco los atacantes se vistieroncon ropas sacerdotales y remediaron los gestos del rito. Quienes atacaron las iglesiaspudieron moverse libremente en un amplio radio durante varias horas sin quenadie intentara detenerlos. Pronto se advirtió la gravedad de las consecuencias.53

Perón procuró deslindar responsabilidades, atribuyendo las culpas a los “comu-nistas”,54 mientras Copello deploraba las consecuencias del cruento golpe.55 Perosi éstas eran intenciones de poner paños fríos, ya era demasiado tarde: al díasiguiente, la Secretaría de Estado del Vaticano daba a conocer el decreto de exco-munión de Perón.56 Según recordaba un calificado testigo, para muchos católi-cos se presentaba una única salida: “Hasta los más escépticos comprendieron quesólo quedaba abierto el camino a la revolución”.57

Amplios sectores católicos estuvieron nuevamente con las Fuerzas Armadasen septiembre de 1955, en un golpe cuya simbología religiosa –los aviones desdeCórdoba llegaban bajo la consigna “Cristo Vence”– superaba ampliamente la de ante-riores golpes militares. Sin embargo, queda una cuestión pendiente. ¿Qué relación

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CAPÍTULO V Hacia 1955: la crisis del peronismo

puede establecerse entre el conflicto con la Iglesia y la caída del peronismo? Sinduda, la magnitud del conflicto y la inimaginable escalada de violencia polarizaronposiciones y crearon un particular clima de sentimientos. Sin embargo, considerarlocomo la causa desencadenante de la caída del gobierno de Perón –sin tener en cuenta,entre otras razones, las debilidades estructurales del peronismo– resultaría simplista.Pero también es cierto que, más allá del peso relativo que pueda atribuírsele, resultaindudable que el protagonismo alcanzado consolidó el papel de la Iglesia católicacomo un insoslayable factor de poder en el campo político.

BIBLIOGRAFÍA

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1 Samuel Amaral, “Historia e imaginación: ¿qué pasó el 17 de octubre de 1945?”, en Boletín de laAcademia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 2009, en prensa.

El peronismo político, apuntes para su análisis(1945-1955)

CAROLINA BARRYUNTREF / UNSAM

Uno de los aspectos menos abordados por la historiografía ha sido el de laconformación política del peronismo. Es probable que el énfasis puesto en lascaracterísticas del liderazgo de Perón haya opacado, por no decir mutilado, suestudio. Los análisis abundan en publicaciones referentes a la estructura sindicaly obrera como columna vertebral del movimiento, pero descuidaron a las otrasdos ramas, es decir, a las que hicieron al peronismo político propiamente dicho.Este trabajo se propone analizar cómo se llegó a dicha conformación y cuál fueel criterio utilizado para concluir que la mejor manera de organizar el peronismoy respetar sus diferencias era la división en el Partido Peronista (PP), el PartidoPeronista Femenino (PPF) y la Confederación General del Trabajo (CGT).

Hacia el peronismo

La jornada del 17 de octubre de 1945 tuvo varias derivaciones, entre ellas,la restitución del coronel Juan Domingo Perón al centro de la escena política,convertido en un visible líder popular y candidato a la presidencia de la Nación.Lo más importante fue la súbita revelación de esa base social cultivada por Peróny su transformación en un nuevo actor político, que le valió un apoyo diferentedel que hasta entonces le habían dado los dirigentes sindicales, que se vieron obli-gados a encabezar una movilización obrera que los superaba.1 Esto derivó en unconflicto por la apropiación de la resurrección de Perón y el manejo de las bases.Esta disputa se mantuvo, en esencia, a lo largo de los años, y se contrapone conla imagen de un campo rígido y uniforme de las fuerzas del peronismo inicial.

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1945-1955 EL PERONISMO Y EL COMPROMISO INDUSTRIALISTA

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CAROLINA BARRYCAPÍTULO V El peronismo político, apuntes para su análisis (1945-1955)

2 Juan Carlos Torre, La vieja guardia sindical y Perón: sobre los orígenes del peronismo, Buenos Aires,Sudamericana-Instituto Di Tella, 1990, p. 149.3 Por otra parte, la incorporación de un sindicato caducaba si más del 50% de los asociados seoponía a la afiliación. Véase Carlos Fayt, La naturaleza del peronismo, Buenos Aires, Virachocha,1967, p. 134.

El ascendiente sobre la masa lo tenía Perón; el resto era la construcciónpolítica. De allí que su reposicionamiento también dejara en claro la necesidadde organizar y amalgamar a los heterogéneos apoyos ante el súbito llamado a elec-ciones realizado por el presidente Edelmiro J. Farrell, que obligó a los sectoresallegados a Perón a organizarse y limar rápidamente posibles asperezas a fin deconformar una alianza que lo llevara a la presidencia de la Nación. En torno aél se nuclearon fuerzas de distinto origen social, composición, ideología y número,que buscaban perpetuar las políticas sociales y laborales implementadas durantesu gestión.

La coalición que llevó a Perón a triunfar el 24 de febrero de 1946 estabaintegrada por una triple estructura compuesta, por un lado, por el PartidoLaborista (PL); por otro, la Unión Cívica Radical Junta Renovadora, y una tercerafuerza menor, denominada Partido Independiente. La activa actuación de los sec-tores obreros el 17 de Octubre, y su consecuente afianzamiento, fortalecieron laidea de crear una estructura política sindical permanente, que incorporara sectoresmás amplios.2 La reunión fundacional del PL se efectuó el 24 de octubre de 1945en la ciudad de Buenos Aires. Participaron de ella unos cincuenta dirigentes sin-dicales provenientes del socialismo, el radicalismo, integrantes de la CGT, de laUnión Sindical Argentina y de los sindicatos autónomos tanto de la CapitalFederal como del interior del país. La afiliación indirecta al estilo del laborismoinglés, que suponía que los sindicatos podían ingresar y formar parte del partidofue una de las innovaciones. De esta manera, sus miembros quedaban automáticae indirectamente afiliados a él, salvo que manifestaran su voluntad en contrario.3Con su creación se buscaba generar una correa de transmisión con el movimientosindical en la arena política. La incorporación orgánica y masiva de la clase obreraa la vida política argentina implicó, también, un replanteo de las reglas de juego.En pocos meses, el PL se transformó en la organización más fuerte de la coaliciónperonista y en una de las fuerzas políticas más importantes del país.

¿Qué influencia y gravitación tuvo Perón, tanto en la creación del PLcomo en su desarrollo posterior? Aunque se plantean distintas versiones, pocasdudas existen sobre dicha influencia, y esto de alguna manera pesó en el desarrollo 4 Sobre la forma y el motivo por el que se designó a Perón como primer afiliado, véase Luis Gay,

El Partido Laborista en la Argentina. La historia del partido que llevó a Perón al poder, Buenos Aires,Biblos-Fundación Simón Rodríguez, 1999, p. 91.5 En un principio utilizaban indistintamente Junta Renovadora o Junta Reorganizadora, peroluego sólo la primera denominación.6 La Razón, 23 de octubre de 1945. Todos los diarios que no llevan mención de ciudad entreparéntesis pertenecen a la ciudad de Buenos Aires.7 Juan Carlos Torre, op. cit., p. 157.8 Félix Luna, El 45. Crónica de un año decisivo, Buenos Aires, Sudamericana, 1971, p. 415.

posterior del partido. La actuación de Perón no fue ajena a su formación, sino surazón de ser. Es probable que haya sido él mismo quien tuviera la iniciativa, paraluego dejarlo organizarse con aparente autonomía. Su única potestad, aparente-mente, era la de ser el “Primer Afiliado”,4 que no es lo mismo que ser un jefe departido; aunque hubo –dentro del Comité Directivo Central– quien considerarala conveniencia de que lo fuera. Estas potestades entrañaban otras discusiones, yla búsqueda de un equilibrio entre el predominio de la persona o el partidoacompañó a los dirigentes sindicales durante las distintas instancias organizativasque se sucedieron en el peronismo.

Respecto del apoyo de la UCR a la candidatura, se trataba de un grupo dedirigentes sin mayor envergadura nacional, pero bien conocidos y respetados dentrodel partido, que aceptaron la propuesta de integrarse al gobierno surgido de laRevolución de Junio y que fueron expulsados del radicalismo. Con miras a lasfuturas elecciones presidenciales, resolvieron la organización y estructuración deuna línea dentro de la UCR que actuaría con prescindencia absoluta del ComitéNacional. Se la denominó UCR Junta Renovadora (JR),5 y su propósito era el demantener el ideario yrigoyenista y los postulados de justicia social inspirados porel coronel Perón.6 Presuntamente, los renovadores podrían canalizar el voto peronistano alineado con la estructura sindical, aportar máquinas electorales y ese conoci-miento del quehacer político que tan bien sabían manejar. Además, como señalaTorre, esta alianza permitiría quitar a la candidatura de Perón el tinte clasista-obrerista que estaba adquiriendo, lo cual le posibilitaría captar el apoyo de otrossectores del electorado.7 Otras fuerzas provenientes del radicalismo disidente fue-ron algunos de los jóvenes intelectuales de la Fuerza de Orientación Radical de laJoven Argentina (FORJA) y un pequeño grupo radical compuesto especialmentepor santafesinos, santiagueños y riojanos provenientes de la Concordancia.8Perón también sumó el apoyo de la Guardia de Restauración Nacionalista y laAlianza Libertadora Nacionalista, que le permitió, a través de sus voceros, influir

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CAROLINA BARRYCAPÍTULO V El peronismo político, apuntes para su análisis (1945-1955)

9 Manuel Mora y Araujo e Ignacio Manuel y Llorente (comps.), El voto peronista. Ensayos de socio-logía electoral argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 1980, pp. 289-290.10 Félix Luna, op. cit., p. 397.

en sectores reducidos de las clases media y alta. Prestigiosos caudillos conserva-dores se incorporaron a la alianza electoral, aunque el Partido Conservador notuvo una actitud uniforme y esto provocó una escisión en sus filas.9 También selogró el apoyo de los llamados Centros Cívicos que, si bien era habitual que sur-giesen antes de una elección para apoyar a un candidato, en ese momento adqui-rieron una relevancia significativa. Éstos formaron el Partido Independiente.

Los conflictos

El único acuerdo indiscutible fue la candidatura de Perón a la presidencia,de ahí para abajo todos los lugares en las listas fueron cuestionados: los laboristasobjetaron la inclusión de los radicales y la consecuente distribución de candida-turas. Los laboristas no querían aceptar una alianza con quienes de alguna maneraencarnaban a la vieja política caracterizada por exclusiones y fraudes, situaciónque se sentían llamados a desterrar. Ambas fuerzas se mostraban irreconciliablesrespecto de varios puntos. El contraste se daba entre los laboristas que, aun siendovírgenes en política, habían protagonizado ásperas luchas sindicales y se sentíanrepresentantes de un fenómeno original, renovador, revolucionario, exento deataduras y compromisos con el pasado. En cambio, los renovadores sólo podíanaportar la reiteración, ya fatigosa, de formas cívicas utilizadas anteriormente, ade-más de la exaltación de la tradición yrigoyenista.10 Pero también, tupidas redesclientelares en el interior del país.

El 4 de junio de 1946 Perón asumió la presidencia de la Nación en mediode una importante crisis dentro de la coalición electoral. Sólo los unía un impe-rativo de fidelidad al líder. Estos conflictos no lo involucraron directamente–puesto que tuvieron como objetivo los segundos, terceros o cuartos puestos delpoder– pero podían llegar a afectar la gobernabilidad. Los constantes choques loconvencieron de la necesidad de crear un partido que las unificara: el PartidoÚnico de la Revolución Nacional. Esta decisión tampoco estuvo exenta de nue-vos y muchas veces violentos conflictos, que derivaron en la creación del PP pro-piamente dicho en enero de 1947. Esto implicó no sólo un cambio de nombre,sino también la discusión en torno a las afiliaciones, la Carta Orgánica y unnuevo reparto de poder.

11 Ángelo Panebianco, Modelos de Partido, Organización y Poder en los Partidos Políticos, Madrid,Alianza Universidad, 1990, p. 136.12 Ibid.

El hecho de denominarse “Peronista” buscaba dejar en claro que su exis-tencia se debía a la acción de un único líder y su configuración era un instrumen-to de su expresión política y no de un partido o coalición de partidos. Perón dejóde actuar como el Primer Afiliado y pasó a ser el Jefe Supremo del Movimiento,dejando en claro quién era el verdadero vencedor de la elección de febrero.También quedó definido que las rivalidades en el partido podían producirse entretendencias, pero siempre en un nivel inferior, sin implicarlo directamente a él.

Si bien Perón parecía disponer de un poder casi absoluto sobre el PP, den-tro de éste existió una conformación más compleja durante sus primeros años deexistencia, y él se vio en la necesidad de negociar con actores partidarios que,también, controlaban recursos de poder. El PP se hallaba en medio de una nebu-losa de grupos y organizaciones, de fronteras mal definidas e inciertas, entre orga-nizaciones formalmente autónomas que integraban el movimiento. Todas lasdecisiones aparecían teñidas por las distintas instancias organizativas que busca-ban lograr un equilibrio entre las fuerzas coaligadas. La decisión de que fuera enúltima instancia quien determinase la línea a seguir desfavorecía un reforzamien-to de la organización que, de existir, inevitablemente sentaría las bases para una“emancipación” del partido de su control.11 Un líder carismático de las caracte-rísticas de Perón tiende a desalentar, por vías y motivos diversos, la instituciona-lización.12 Esta actitud ambivalente signa los primeros años del PP al manifestarun divorcio entre, por un lado, una actitud aparente en la búsqueda de una fuerteorganización, contrarrestada por una acción de mayor control.

Los enfrentamientos internos para las elecciones de 1948, tanto para larenovación de diputados como de convencionales para la reforma constitucional,dan cuenta de la generación de una nueva, aunque tímida, forma de acatamientoa la existencia de las otras subunidades dentro del partido. Antes de estas eleccio-nes, señala Mackinnon, el enfrentamiento se expresaba en términos de la cons-trucción de un partido obrero con base en los sindicatos versus un partido másclásico con base en los comités políticos; para aparecer –a mediados de ese año yaunque las diversas fuerzas internas continuaran enfrentadas– mecanismos detransacción alternativos dentro de la estructura del partido. Ésta estuvo atravesadapor una bochornosa elección interna que devino en la intervención del partidoen todo el país. En las elecciones comienza a delimitarse más definidamente la

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CAROLINA BARRYCAPÍTULO V El peronismo político, apuntes para su análisis (1945-1955)

representación por sectores: trabajadores y políticos. Se produce una mayor acep-tación de una representación proporcional. Es decir, poco a poco se fue perfilandola existencia de dos caminos en torno de la representación partidaria. Por un lado,los sindicalistas comenzaron a presionar por sus intereses en tanto trabajadores; lospolíticos, en tanto políticos y no como representantes de los laboristas o renova-dores respectivamente. Mientras tanto, se hacía cada vez más visible un nuevoactor constitutivo de las bases de representación peronista: las mujeres, primero deforma espontánea y luego organizándose en centros cívicos femeninos, al tiempoque se perfilaba cada vez con más fuerza la presencia de Eva Perón.

La nueva actriz política

Algunas características de su liderazgo ayudan a entender las claves deorganización del peronismo femenino. Eva Perón alcanzó un poder impensado parauna mujer a mediados del siglo XX. El liderazgo de Perón ya estaba establecidocuando asumió la presidencia de la Nación, y el de Eva se fue desarrollando a lolargo de su mandato. Ella ejerció un fuerte liderazgo carismático dentro del movi-miento peronista a partir de una serie de roles informales y fuera de toda estruc-tura política, pues no ocupó ningún puesto oficial en el gobierno. Era la personade mayor confianza del líder, su delegada, y celosa guardaespaldas. Mientras él seocupaba de los asuntos del gobierno, ella tomaba a su cargo la actividad políticadel peronismo. El único que tenía poder sobre Evita era Perón, y ella sólo reconocíasu autoridad. Eva Perón podría haber circunscripto su rol de primera dama aacompañar al Presidente o a realizar tareas de beneficencia. Pero dio un paso másy organizó y presidió una fundación de ayuda social cuyo objetivo era paliar lasnecesidades del pueblo, aunque constituyera, también, un instrumento políticoinvalorable y se convirtiera en una fuente de disputas políticas y de conflictos conotros poderes del Estado. Desde mediados de 1947, el peronismo, a diferencia deotros movimientos y partidos pudo albergar en su seno un liderazgo doble y com-partido, situación por demás novedosa.

La situación política de la mujer cambió notablemente durante el primergobierno peronista a partir de dos hechos esenciales. El primero, la aprobaciónde la Ley de Sufragio Femenino en 1947 –y la consecuente oportunidad de quelas mujeres votaran y fuesen votadas– tuvo una implicancia simbólica para elperonismo: la coronación de Evita como la promotora indiscutida del ingreso delas mujeres a la política; el segundo, la creación del PPF, que buscó su incorpora-ción masiva. Las mujeres votaron recién cuatro años después debido a una mezcla dediversos factores, tanto culturales como organizacionales y políticos, sin despreciar,

13 Sobre este tema, véase Carolina Barry, Evita Capitana, el Partido Peronista Femenino, 1949-1955,Buenos Aires, Eduntref, 2009, cap. 2.14 La Nación, 12 de mayo de 1949.15 El Día (La Plata), 6 de junio de 1949.

tampoco, el hecho de que el gobierno hiciera lo suyo para que las mujeres votaranpor primera vez cuando considerara que estaban “preparadas” para hacerlo. Es decir,organizadas fuertemente en un partido que las incluyera y que no generara sorpresasen una elección. La ley no dejaba de ser una suerte de salto al vacío, pues no se sabíacuál sería el comportamiento electoral de quienes conformarían el cincuenta porciento del padrón. Además, era probable que se buscara establecer como un hitohistórico que la primera vez que las mujeres votaron, lo hicieron (y masivamente)por Perón. Pero para eso era necesario realizar una reforma en la ConstituciónNacional que habilitara a éste a ser elegido para un segundo mandato consecutivo.Si la sanción de la ley de sufragio había sido la coronación de Evita, la reforma dela Constitución fue el signo más acabado del poder y la influencia que llegó a tener.Ella no era una convencional constituyente; sin embargo, acerca de determinadascuestiones tomó decisiones como si lo hubiera sido, ejerciendo su poder, incluso,por encima de la misma Asamblea; a lo que se agregó la inclusión de un articuladopropio en la Nueva Constitución.13

El peronismo femenino

En 1949 se organizó la primera Asamblea Nacional del PP, que buscabaproyectar las bases para la organización definitiva del partido. La cuestión prin-cipal era el espacio que se les asignaría a los distintos sectores que integraban elperonismo, es decir, a los políticos y los gremialistas;14 aunque, en un primermomento, nada se decía acerca del que ocuparían las mujeres. En las etapas pre-vias a la organización del PPF se aprecian una suerte de acuerdos y conciliacionesprevias que desembocaron en lo que sería la futura organización femenina. Lasformas de elección de los representantes dan la pauta de los mecanismos de poderque se utilizaban hacia mediados de 1949; los delegados del PP fueron elegidosdirectamente por los interventores partidarios, y en su mayoría eran diputadosprovinciales, ex convencionales nacionales, afiliados con cargos en los organismospartidarios provinciales y hombres con actividad partidaria que pudieran hacerun “aporte positivo a la asamblea”.15 En cambio, las delegadas eran mujeres conocidasde Evita o de gente cercana; en general, obreras, empleadas, presidentas e integrantes

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16 Esta cita y todas las referentes al discurso de Perón del día 25 de julio de 1949 fueron extraídasde La Nación, 26 de julio de 1949.17 Movimiento Peronista Femenino, Presidencia, Circular N° 1, octubre de 1949.

de los centros cívicos femeninos, de la Fundación Eva Perón, universitarias y pro-fesionales. El 25 de julio de 1949 se realizó la ceremonia inaugural en el LunaPark, y Eva Perón se sentó en la primera fila junto a las principales personalidadesdel gobierno, pero no en su rol de primera dama sino en el de la líder de una fuerzapolítica en ciernes.

Lo más importante y sustancial del acto fue que las mujeres compartieronuna actividad partidaria con los mismos derechos y obligaciones que los hombres,tal como Perón se ocupó de destacar al inicio de su discurso.16 Como corolariose acordó que el PPF se desarrollase autónomamente dentro de las fuerzas peronistasy desvinculado del Consejo Superior; aunque Evita, su presidenta, participara dedicho Consejo, y aunque el PPF formase parte del movimiento peronista juntocon el PP y la CGT. No se denominaría “rama” sino “partido”, para evitar serconsiderado una parte accesoria o una derivación del PP. Las mujeres debíanorganizarse políticamente siguiendo un único camino: la unidad del movimientofemenino peronista al servicio del líder y de la Nación, y sólo podían aspirar aconvertirse en sus colaboradoras. Por otra parte, no existirían corrientes internas,y debía ser depuesta toda ambición personal, pues “atentaría contra la unidad,contra la revolución, contra el pueblo y por ende contra Perón”. La experienciade los fuertes conflictos dentro del PP motivó la toma de algunas decisiones quesólo se entienden en ese contexto. Evita, en su discurso de apertura, encuadró ymarcó los límites de la actividad partidaria femenina y la primera circular orga-nizativa dio cuenta de ello: las mujeres peronistas debían tener como “gran idealel de la Patria; como único líder, Perón, y como única aspiración política: servira las órdenes de Evita”.17 Las mujeres ingresaban a la política con las limitacionespropias de su género y la pertenencia a un partido de características carismáticas.

¿Por qué se las sumó separadas de los hombres? ¿Hubieran tenido cabidacomo sector sindicalizado dentro de los laboristas, o como sector político, den-tro de los renovadores? Desde el ámbito sindical era poco probable que se lasincorporase, si tenemos en cuenta que el censo del año 1947 marcaba que susniveles de participación en el mercado de trabajo y en los sindicatos no eran sig-nificativos, por lo cual mal podrían encuadrarse en el ámbito laborista-sindical.Pero tampoco podía asociárselas con los renovadores; no podían quedar presas deestas luchas intestinas entre sectores. Sin embargo, el PPF podría haber quedado

circunscripto a una entidad más o menos organizada y presidida formal o simbó-licamente por la esposa del presidente de la Nación. Pero esto no sucedió, puestambién entró en juego el liderazgo que había adquirido Eva Perón a lo largo deestos años, que la llevó a organizar un partido político exclusivo de mujeres, des-vinculado del CSPP y que le respondería sin ningún tipo de miramientos.

¿Cuál fue la táctica de organización empleada tanto en el ámbito nacionalcomo en el provincial, y sobre qué base se decidió la selección de las que seríandirigentes del Partido (teniendo en cuenta que no contaban con una tradición yexperiencia de participación política, como sucedía con los hombres)? No era unatarea sencilla comenzar de cero. ¿O sí?

La organización

El PPF se caracterizó por tener una estructura centralizada, dominada porel principio de obediencia al mando, en la que la simbiosis entre la organizacióny la líder fundadora fue total y absoluta. Ella decidió cómo sería la formación yla estructura del partido y quiénes ocuparían los puestos clave. Esto disipó laposibilidad de divisiones faccionales susceptibles de un encuadramiento promo-cionando a tal o cual persona para ocupar el puesto de delegada. La elección sehizo a partir de la selección personal que realizó Eva Perón de cada una de ellasy del establecimiento de lazos personales, otra de las características del liderazgocarismático, lo que obligó a desarrollar actitudes fuertemente conformistas yreverenciales para obtener su favor. Estas conductas iban desde el exceso en losditirambos hasta la constante y detallada información sobre el partido femeninoy masculino, los gobiernos provinciales, comunales, etc. Evita buscó que estasmujeres se adecuaran a su voluntad y le fueran absolutamente leales. Ningunadelegada censista era enviada a su provincia o lugar de origen, para evitar así laconformación de caudillas, y hasta tenían prohibido estar en contacto, aunquemás no fuera telefónico, con las delegadas de otras provincias. Las delegadas eranuna suerte de interventoras y llegaron a tener, en algunas circunstancias, másinfluencia que el gobernador de las provincias donde trabajaban. Se autoprocla-maban representantes directas de Evita más que del Partido, lo que era cierto,pues habían sido elegidas directamente por ella para que la representasen perso-nalmente: allí radicaba la naturaleza de su poder. Las afiliadas y simpatizantes lasseguían en tanto se las identificaba con la líder.

El PPF, a diferencia del PP, se organizó a partir de una táctica política depenetración territorial consistente en un “centro” que controlaba, estimulaba ydirigía el desarrollo de la periferia; es decir, la constitución de los mandos locales

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e intermedios del partido. Este tipo de desarrollo organizativo implica –por defi-nición, y siguiendo a Panebianco– la existencia de un “centro” suficientementecohesionado desde los primeros pasos de la vida del partido. Con esta estrategiade penetrar el territorio, a mediados de octubre de 1949, Evita eligió 23 mujeres,una por provincia o territorio. A diferencia de lo que sucedió con el partido delos hombres, el PPF se organizó con una rapidez llamativa, producto del trabajofrenético de Evita, pero también del buen ojo que tuvo al elegir a sus infatigablescolaboradoras.

Eva Perón impidió, con éxito, cualquier posibilidad de línea interna o deformación de caudillas, como ella las llamaba, a partir de una serie de medidas.De cualquier manera, más allá del control que Eva Perón ejercía, tampoco estabaen el ánimo ni de las delegadas ni de las subdelegadas formar líneas o faccionesque pudieran remotamente disputarle el poder a Evita; de existir este tipo de nuclea-mientos, era con el fin de ganarse una mayor preferencia de la líder. En definitiva,la única aspiración política que podían tener estas mujeres era servir a las órdenesde Evita, dejando de lado cualquier tipo de aspiración personal, aunque el contactoestrecho o contar con su confianza y sus bendiciones constituían una aspiraciónen sí misma.

La naturaleza de este liderazgo generó también diferentes percepcionessobre las prácticas políticas entre el PP y el PPF. Mientras los hombres “hacíanpolítica”, las mujeres se sentían parte de una especie de misión mística. Esta situa-ción era alimentada por la presidencia del partido, que empleaba un vocabulariorayano al religioso. Las delegadas –“apóstoles de la doctrina peronista”– predicabanla “verdad peronista”. Las censistas, imbuidas por este celo misionero, no reparabanen horarios y soportaban extenuantes jornadas de trabajo. Los lazos de lealtad queunían a la líder con las delegadas y las subdelegadas produjeron una relación políticaderivada del “estado de gracia”; así, ellas formaban parte de la misión que, según susseguidoras, la líder estaba destinada a cumplir: salvar a las mujeres y a los humildes.

Hubo una política diferenciada para hombres y mujeres, y sus prácticas enlas unidades básicas fueron muy diferentes. Las femeninas fueron el ámbito desocialización y congregación de mujeres peronistas, y formaban parte, además, dela táctica política de penetración territorial del PPF. Su composición y jerarquíainterna, sus estructuras edilicias, los estilos de captación de prosélitos eran biendiferentes de los masculinos. El partido masculino se ajustaba a las formas tradi-cionales de hacer política: afiliación, discusiones, asados, etc. Las mujeres apun-taban a la afiliación pero también a la capacitación y la ayuda social. Si bien selas interpelaba en tanto madres, al mismo tiempo se las convocaba a participaractivamente fuera del hogar, sin descuidar sus deberes femeninos y potenciando 18 Carolina Barry, Evita Capitana, op. cit., p. 248.

su rol desde la unidad básica con tareas domésticas. Sin lugar a dudas, se encaróuna tarea netamente política, por más que se la intentara teñir con otros adita-mentos y que la misma Evita –probablemente sabiendo las resistencias que pro-vocaba– buscara disimularla llamándola sólo “acción social”.

El ingreso de hombres estaba prohibido en estos gineceos modernos. Estecelo buscaba impedir cualquier injerencia del PP en el PPF y al mismo tiempopara resguardar la reputación de las mujeres. El PPF buscó movilizar e incorporara la vida política a las mujeres como grupo social específico, más allá de sus con-diciones de clase. No era ésta una tarea sencilla, y comenzó a tallar un discursoartificioso18 que, con arte y habilidad, a través de la sutileza generaba cautela. Enél se intentó suavizar el impacto que provocaría su ingreso en la vida política: así,las mujeres no estaban en un partido sino en un movimiento; no se las afiliaba,se las censaba; ellas no hacían política sino acción social. La principal función delas mujeres, siempre, era ocuparse del hogar; sin embargo, las funciones partida-rias y políticas muchas veces prevalecieron sobre las hogareñas. Lo cierto es queestaban convocadas a afiliarse a un partido justamente para hacer política en unaorganización celular partidaria, llamada unidad básica femenina: una “prolonga-ción del hogar”.

¿El treinta y tres por ciento?

El PPF contó con una estructura política propia, compuesta por unaComisión Nacional que comenzó a funcionar dos años después de su creación yde la que Evita era presidenta, pero que en los hechos carecía de poder. El PPmasculino tenía también su propia estructura organizativa, el Consejo Superiordel PP (CSPP), del que formaban parte Evita y Perón, por supuesto. Sin embar-go, el CSPP no tenía ningún tipo de injerencia sobre el PPF, salvo cuando adop-taban medidas en conjunto, como ser las listas de candidatos para las elecciones.En el PPF, el único modo de hacer carrera era adecuarse a la voluntad de la líder.Así lo demuestra la selección de candidatas para ocupar puestos de legisladorasnacionales y provinciales en la primera elección de 1951. La estructuración sepa-rada por sexos llevó a resolver el problema de las candidaturas y la ocupación decargos electivos de maneras diferentes.

Los candidatos de ambas ramas no surgieron por votación directa de susafiliados. En el partido masculino, las pujas internas y el control de zonas de

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CAROLINA BARRYCAPÍTULO V El peronismo político, apuntes para su análisis (1945-1955)

19 Democracia, 24 de febrero de 1951.

poder permitían dirimir los puestos en las listas. Las censistas ocupaban dentrode la estructura partidaria el mismo lugar que los demás miembros, y el hecho deser delegadas no significó que fueran jefas de ninguna sección o grupo que lespermitiese postularse electoralmente. Las candidatas fueron elegidas en pos de uncupo acordado por la misma Evita con la autoridad del Consejo SuperiorPeronista, es decir, Perón. Y una vez establecido ese cupo se incluyeron sus nombres.Se las buscó leales, peronistas, obedientes, trabajadoras y sin ambiciones personales.Además, a diferencia de los hombres, cada mujer fue estudiada hasta en sus“mínimos detalles”,19 vale decir, lealtad y cualidades morales. El número demujeres electas fue altísimo y excepcional si se lo compara con otros países.Aunque no se llegó al mentando 33%, esas cifras no volvieron a producirse hastafines del siglo y bajo el amparo de la Ley de Cupos. Las mujeres ocuparon puestosen las listas con posibilidades reales de ser elegidas, pues todas las candidatasresultaron electas. Sin embargo, fueron considerablemente menos, comparadas conlos candidatos varones.

Evita, por su parte, remarcaba que las mujeres no debían aspirar “a loshonores sino al trabajo”. Si la líder había renunciado a la candidatura a la vicepre-sidencia de la Nación, cargo por demás merecido, en pos de “objetivos políticosmás importantes”, con “su ejemplo”, ayudó a justificar la selección de determinadasmujeres y no de otras para ocupar los cargos de legisladoras nacionales y provin-ciales que en muchos casos pelearon por un puesto. Esta situación las dejaba, dehecho, fuera de todo tipo de competencia.

En menos de dos años de ardua tarea, el PPF logró su objetivo políticomás importante: la reelección de Perón para un segundo período presidencial.Las mujeres superaron en cantidad de votos peronistas a los varones en todos losdistritos. Estos altos índices fueron superados en las elecciones de 1953 y 1954.La muerte de Evita cambió las reglas de juego, no sólo del PPF sino del peronismo.El tema principal que se planteaba era cómo sustituir todos los roles que ellahabía desplegado, y los mecanismos de decisión absorbidos por ella. Su muertehizo entrar en juego de manera más acabada el ejercicio del liderazgo de Perónen el partido de las mujeres, zona reservada en exclusividad a Evita. Buscó frenarel proceso de institucionalización del partido mostrándose como cabeza de éste,intentando anular las posibles rivalidades internas en la organización femenina endisputa por la sucesión. Pero la imposibilidad de conducir el partido como lohabía hecho Evita, sumada a la tarea gubernativa y la inminencia de un nuevo

20 Marta Raquel Zabaleta, O Partido das Mulheres Peronistas: história, característica e conseqüencias(Argentina 1947-1955), San Pablo, Estadual de Maringá , 2000, p. 15.

acto eleccionario, obligaron a Perón a recurrir a una dirección colegiada que lle-vara adelante las huestes femeninas. En 1954, Delia Parodi asumió como presi-denta y debió salvaguardar el espacio ganado por las mujeres que tanto los inte-grantes del PP como de la CGT, ansiosos, querían aprovechar.

En sus últimos años, el peronismo experimenta un lento, sinuoso, confusoy pronto truncado proceso de institucionalización de las tres ramas, que cobra,incluso, una fuerza simbólica. Esta integración se reflejó en la asignación de cargosen las Cámaras. En 1953, Delia Parodi fue nombrada vicepresidenta primera dela Cámara de Diputados, una de las primeras mujeres en el mundo en ocupar uncargo de tan alto nivel.20 El presidente era Antonio J. Benítez, por el PP; el vice-presidente segundo, José Tesorieri, por la CGT. En forma simultánea, en elSenado, Ilda Leonor Pineda de Molins ocupó el cargo de vicepresidenta segunda,también primera mujer en ocupar ese cargo. La presidencia provisional la ocupóAlberto Iturbe y la vicepresidencia primera, Juan Antonio Ferrari, por la ramapolítica y gremial respectivamente. Durante la campaña electoral para la vicepre-sidencia de Alberto Tesaire, el candidato recorrió el país entero junto al delegadogeneral de la CGT, Vuletich, y a Delia Parodi. Los tres aparentaban tener la mismajerarquía política y daban la pauta de ser las cabezas visibles de los tres sectores,aunque Tesaire, en tanto vicepresidente de la Nación, tenía otras prerrogativas.

Consideraciones finales

Una de las características del peronismo es la de haberse constituido comointegrador de los sectores antes ausentes de la escena política. La integración polí-tica de los trabajadores fue posible gracias a la formación del Partido Laborista yluego del PP; y de las mujeres, a través de la sanción la Ley de Sufragio Femeninoy la creación del PPF. Sin embargo, los sumó separados, producto de varias cir-cunstancias. Por un lado, el conflictivo escenario que presentaba el PP en sus añosiniciales hacía casi impensable integrarlas en dicha estructura; por otro, y simul-táneamente, el ascendente papel protagonizado por Eva Duarte de Perón comouna dirigente política poderosa. Su liderazgo, la inexperiencia política de lasmujeres y la difícil situación imperante en el PP, llevaron a la conformación deun partido político singular que como tal funcionó poco más de dos años.

El PP nació a partir de una coalición heterogénea cuyo fin político era lalucha electoral que llevaría a Perón a la presidencia de la Nación. En cambio, el

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CAPÍTULO VI

1955-1976 La alternancia de los gobiernos civiles y militares.

El partido militar y el peronismo. La influencia de las doctrinas extranjeras

sobre las Fuerzas Armadas

PPF nació como rama de este partido originario, pero con dos fines: encauzar laemergente movilización política de las mujeres, que aún no habían votado ylograr la reelección de Perón para la segunda presidencia.

El peronismo político, luego de conflictivas instancias organizativas,quedó constituido por el PP, el PPF y la CGT. Las tres fuerzas eran independientesunas de las otras, pues en lo inmediato se ocupaban de sectores diferentes y deproblemas distintos, aunque persiguieran los mismos objetivos generales. Laacción política se comenzó a desplegar en conjunto con los presidentes de las tresramas. La posibilidad de crear una organización que pudiera contener la diversidadsocial y política de los integrantes se resolvió apelando al reconocimiento de susdiferencias. Pero también, a la aceptación de los nuevos liderazgos que surgieronen el seno del peronismo. El Partido Laborista y el Renovador fueron desapare-ciendo y su lugar fue ocupado por los sindicalistas, los políticos y las mujeres.

BIBLIOGRAFÍA

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372 CAPÍTULO V El peronismo político, apuntes para su análisis (1945-1955)

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CAPÍTULO VI

1955-1976 LA ALTERNANCIA DE LOS GOBIERNOS CIVILES Y MILITARES.EL PARTIDO MILITAR Y EL PERONISMO. LA INFLUENCIA DE LAS DOCTRINAS

EXTRANJERAS SOBRE LAS FUERZAS ARMADAS

Las Fuerzas Armadas en misión imposible: un orden político sin Perón

MARÍA MATILDE OLLIERUNSAM / UBA

Excluir al peronismo (1955-1966)

Desde la óptica de la institución militar, la relación de las Fuerzas Armadascon Juan Perón y su movimiento entre 1955 y 1976 atraviesa dos ciclos. El primeroabarca desde aquella fecha hasta 1966, y el segundo comienza con la RevoluciónArgentina, que desemboca en el regreso del justicialismo al gobierno luego de sularga proscripción. El lapso iniciado en 1955 encuentra en las Fuerzas Armadas dife-rencias internas en torno a qué hacer con el peronismo, sobre la base de un acuerdocomún: construir un orden político que excluya al jefe del movimiento.

El golpe de Estado que desaloja a Perón de la presidencia encuentra dosposiciones respecto de su movimiento. Bajo el general Eduardo Lonardi, el pero-nismo podía formar parte del nuevo régimen, así, el día de su asunción, dos diri-gentes sindicales Andrés Framini y Luis Natalini ocupan el palco junto a él.1 Elprimer proyecto de un peronismo sin Perón dura escasos dos meses, pues lasFuerzas Armadas no están dispuestas a permitir su participación en la arena políti-ca. De ahí que su sucesor, el general Pedro E. Aramburu, inaugure el proceso dedesperonización, fundado en la represión del movimiento. Pero el desencuentro enel interior de las Fuerzas Armadas acerca de qué hacer con el peronismo va enparalelo a otro, en el interior de la clase política; me refiero a la división del radi-calismo. Como resultado de esa escisión, en la UCRP con Ricardo Balbín a la cabeza,y en la UCRI comandada por Arturo Frondizi, se rompe el pacto de proscripción,cuando Perón y Frondizi firman el pacto de Caracas.

1 Tulio Halperin Donghi, La democracia de masas, Buenos Aires, Paidós, 1986.

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2 Catalina Smulovitz, Oposición y gobierno: los años de Frondizi, tomos I y II, Buenos Aires, CEAL,1988; en este trabajo la autora desarrolla la relación entre la UCRP y la UCRI durante el gobiernode Frondizi, mostrando las posiciones contestatarias de la primera.

Las Fuerzas Armadas en misión imposible: un orden político sin Perón

CAPÍTULO VI

Frondizi alcanza, con los votos peronistas, la presidencia de la República,con una propuesta de reconstrucción del orden político, más cercana a la deLonardi: un peronismo sin Perón. Las Fuerzas Armadas, al igual que la UCRP,no están dispuestas a perdonar al presidente intransigente su traición.2 Sus virajesen relación al peronismo llevan a que su gestión se vea jaqueada por la treintenade “planteos” militares hartos nombrados. Vetar el triunfo de la fórmula Framini-Anglada en la provincia de Buenos Aires, constituye la prueba del infortunio desus maniobras para usar al peronismo a favor de la acumulación de poder en susmanos.

El malogrado plan de Frondizi obliga a la institución militar a rediscutirla proscripción del peronismo. El enfrentamiento entre azules y colorados, bajoel interregno de José M. Guido, refleja ese desencuentro en el interior de loshombres armados. Los dos bandos encierran perspectivas diferentes sobre elperonismo, que se ensambla ahora con la cuestión comunista. Si para los azulesel peronismo constituye el freno al comunismo, para los colorados, el movimientopopular resulta una puerta abierta que lo invita a pasar. El triunfo de los azulesparadójicamente es seguido por la victoria de un presidente partidario de la facciónadversaria, Arturo Illia. Qué hacer con el peronismo que continuaba siendo unproblema insoluble para las Fuerzas Armadas.

Rasgos del régimen político post 1955

La imbricación entre civiles y militares en la democracia argentina comienzaen 1930, principalmente a partir de que el general Agustín P. Justo resulta electopresidente. De ahí que para comprender las posiciones de las Fuerzas Armadasluego de 1955 se requiera entender los rasgos del régimen político del cual formanparte. De este modo, propondré hacer un breve desvío, a partir de cinco consi-deraciones, con el fin de mostrar esa imbricación civil-militar que termina con ladecisión de la Fuerzas Armadas de hacerse cargo del Estado argentino en 1966.

La configuración del espacio de la política hacia la década de 1960, primeraconsideración, se caracteriza por lo militar como constitutivo del campo y de lacultura política. Ello significa la presencia concreta de los hombres de las FuerzasArmadas en el gobierno de la República –con o sin consenso popular–, arriesgando

3 Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en la Argentina, 1943-1973, Buenos Aires,Emecé, 1978, p. 158.4 Liliana de Riz, “Partidos políticos y perspectivas de consolidación de la democracia: Argentina,Brasil y Uruguay”, en Documento de trabajo, Nº 2, Buenos Aires, CLACSO-CEDES, 1987.5 Andrés Thompson, “Los partidos políticos en América Latina. Notas sobre el estado de latemática”, en Documento de trabajo, CLACSO-CEDES, s/f.6 Oscar Landi, “La trama cultural de la política”, Buenos Aires, CEDES, 1987, mimeo.7 Marcelo Cavarozzi, Autoritarismo y Democracia (1955-1983), Buenos Aires, CEAL, 1983.8 Oscar Landi, op. cit.

MARÍA MATILDE OLLIER

en la premisa la inclusión de Perón durante el lapso 1943-1955. Esto implica asi-milar lo militar con lo popular al quedar selladas, en Perón, dos figuras: trabajadory general. Perón encarna la unión Pueblo-Fuerzas Armadas. Semejante colocaciónhistórica funda una esperanza: la eventualidad de su repetición en algún otrogeneral. ¿Qué representa Lonardi acaso? Con este trasfondo, al confiar a los mili-tares, luego de 1959, la tarea de garantes, ya no de un determinado proceso polí-tico-institucional sino de la civilización misma, se los sitúa por encima de lasociedad y se introduce la necesidad de una violencia organizada en la textura delpensamiento y de la acción política. De ahí que la guerrilla peronista refuerza elposible ensamble peronismo/comunismo. De ahí que “el estudio de esa nuevaforma de guerra, la lucha contrarrevolucionaria, ocupó en adelante un lugar prefe-rencial en la formación de los oficiales”.3 Guerra y política van de la mano en laconservación del orden doméstico. La institución militar, al tiempo que se entrenapara gobernar el país se prepara para derrotar al enemigo interno. En esas condi-ciones llegan a 1966.

Ahora bien, lo militar como constitutivo del campo político se une demanera diferente, he aquí la segunda consideración, al descreimiento de laspotencialidades de la democracia y de la política en tanto procedimientos, cuyasconsecuencias fueron que los miembros de las elites construyeron sus alianzas enun terreno sin ley. A aquella desconfianza contribuyó la incapacidad de los par-tidos para ser mediadores del conflicto social, para convertirse en los protagonistascentrales de la vida política,4 para reconocerse entre ellos como interlocutores ypor lo tanto conformar un sistema de partidos como tal,5 pese a su precariedadinstitucional.6 Estas carencias no impiden, sin embargo, descubrir su fortalezaindividual,7 su peso desde el punto de vista electoral,8 y la considerable incidenciade los caudillos. Siendo ellos, Balbín, Frondizi, Alende, Perón, quienes junto conotras figuras claves de las corporaciones armada y sindical (Augusto Vandor, José

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MARÍA MATILDE OLLIERCAPÍTULO VI Las Fuerzas Armadas en misión imposible: un orden político sin Perón

9 Silvia Sigal y Eliseo Verón, Perón o Muerte. Los fundamentos discursivos del fenómenos peronista,Buenos Aires, Legasa, 1986.10 Vicente Palermo, “Democracia interna en los partidos: las elecciones partidarias de 1983 en elradicalismo y justicialismo porteños”, en Hombre y sociedad, Nº 4, Buenos Aires, IDES, 1986.11 Juan Carlos Portantiero, “La crisis de un régimen: una mirada de retrospectiva”, en José Nun y JuanCarlos Portantiero, Ensayos sobre la transición democrática en la Argentina, Buenos Aires, Puntosur, 1987.

Alonso, Lorenzo Miguel, José Rucci, Alejandro Agustín Lanusse, Pedro EugenioAramburu, entre otros) negocian, pero también disputan, la articulación de unaopción política de salida a la grave crisis por la que atraviesa el país al iniciarse losaños setenta.

En esta configuración política, cuarta consideración, la figura de Perónadquiere un lugar singular. Sigal y Verón sostienen que existe una ausencia de lafigura de Perón.9 Sin embargo a partir de 1969 semejante ausencia halla en con-trapartida una fuerte presencia de su imagen y las frecuentes visitas que recibe deactivos dirigentes, lo cual le permite negociar, proponer o rechazar acciones políticas.Por todo esto, su ausencia física halla la presencia de quienes invocando una iden-tidad peronista influyen o condicionan la actividad política concreta. Por lo tanto,desde mi perspectiva, Perón está y no está dentro de la escena política argentina.La quinta consideración remite a la ciudadanía y al tipo de participación plebisci-taria que acompañó la actividad política, que implicó aprobación, o no, de pro-puestas antes que participación en las decisiones.10

La peculiar y decisiva intervención de los hombres armados en la vidapública encuentra entonces en el reverso de la moneda, el desprestigio de los polí-ticos, la debilidad partidaria, el peso de los caudillos, el escaso desarrollo de laparticipación y el descrédito de la democracia. Si a ello añadimos la forma particularen que la economía y la política se han interconectado a través de la figura delEstado,11 las Fuerzas Armadas desde el Estado garantizan la construcción de la nación,su conservación histórica y los aspectos que demandan cambios. Ésta es su situacióncon la llegada de la Revolución Argentina.

La fundación de un nuevo orden (1966-1971)

La serie de experimentos fracasados para construir un orden político enmedio de un mundo bipolar conduce a las Fuerzas Armadas a un ensayo inédito:hacerse cargo del Estado para cambiar la estructura económica argentina en suprimer tiempo, la social a continuación y, finalmente, iniciar el último tiempo, elpolítico. Con el sindicalismo pero sin el peronismo, o con un sindicalismo no

12 María Matilde Ollier, Golpe o Revolución. La violencia legitimada, Argentina 1966/1973, BuenosAires, UNTREF, 2005, pp. 40- 41.

peronista. De otro modo ¿cómo se explica la presencia de Augusto Vandor en elpalco junto al general Juan C. Onganía el día de su asunción? Pero desperonizaral sindicalismo va a constituir, para las Fuerzas Armadas, una misión imposible.Con la Revolución Argentina comienza el segundo ciclo o la segunda respuesta aqué hacer con el justicialismo. De ahí que los tres recambios presidenciales, JuanC. Onganía, Marcelo Levingston y Alejandro Lanusse, expresen los avatares paralidiar con el peronismo, incluido Juan Perón, a partir de 1968.

El arribo de Onganía goza de un consenso que le permite transitar sinmayores sobresaltos sus primeros dos años de gestión. A partir de allí una inéditadinámica social contestataria comienza a jaquear el proyecto de los tres tiemposplanteados por el Presidente. En este nuevo escenario participan, además, un sindi-calismo dividido entre el gobierno y Perón, una guerrilla urbana con capacidadpara incidir en la marcha de la política, partidos que enfrentan el fracaso de laproscripción y la creciente influencia de Perón. No obstante, Onganía mantienesu intransigencia frente al peronismo, y su líder, e intenta acercamientos tácticoshacia las figuras sindicales (participacionistas) más propensas a su estrategia.

El año 1969 es testigo de una violencia social y armada que pone al gobiernoante un dilema: ¿cuánto más puede prolongarse el primer tiempo? El “Cordobazo”prefigura la caída de Onganía y simboliza “una revuelta aunque organizada nocoordinada a nivel nacional, con nuevos líderes, capaz de atraer y combinar sec-tores sociales y políticos diversos, dirigida no sólo contra el régimen militar sinoobjetando y obviando a las direcciones tradicionales del movimiento obrero y delas fuerzas políticas”.12 El clima de efervescencia popular, que tiene como epicentroal interior del país, al ser reprimido desde el Estado, favorece las posibilidades dePerón de incidir en la política nacional. A ello se suma el secuestro de Aramburu,por parte de Montoneros. Sin embargo, Perón evalúa que no están dadas las condi-ciones para su regreso, dada la dispersión peronista, donde el sindicalismo, luegode los asesinatos de Vandor y de Alonso, todavía oscila entre acordar con Onganíao con el viejo conductor.

Pero el tiempo del Presidente se ha agotado pues resulta incapaz de profun-dizar el proyecto original. El recambio obedece al desprestigio alcanzado porOnganía, a su falta de flexibilidad política frente a circunstancias sociales cam-biantes (él cree cabalmente que el viejo sistema de partidos ha muerto) y al temorque infunde, en los militares, la creciente generalización del descontento social y

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MARÍA MATILDE OLLIERCAPÍTULO VI Las Fuerzas Armadas en misión imposible: un orden político sin Perón

13 Revista Periscopio, N° 40, 23 de junio de 1970.14 Ibid.15 Primera Plana, N° 410, 8 de diciembre de 1970.16 General López Aufranc, en Primera Plana, Nº 425, 23 de marzo de 1971. En el mismo sentido seexpresa Gnavi “las Fuerzas Armadas no van a contradecir la promesa de institucionalizar el país” (ibid). 17 María Matilde Ollier, op. cit., p. 109.

el auge de la guerrilla. De ahí Levingston, y su visión sobre el proceso electoralcomo “la culminación de una etapa en la que todos intervengan activamente”,13 esdecir, en un horizonte lejano, para lo cual precisa consenso. En ese marco se com-prenden varios de sus gestos.

Realiza un guiño hacia las juventudes rebeldes, para aislarlas de los gruposarmados, y afirma que “la estabilidad no implica que se adopten medidas antinacio-nales”.14 Aldo Ferrer propone un programa económico asentado en el “comprenacional” y en la reducción de préstamos a ciertos consorcios exportadores, entreotras medidas. Como parte de su promesa electoral efectúa una serie de consultasa referentes políticos y otorga algunas gobernaciones a civiles. Este ofrecimiento alas fuerzas políticas, sin excepciones, de dialogar comprende al justicialismo, aunqueel objetivo de superar la antinomia peronismo-antiperonismo excluye la figura dePerón, a quien Levingston demanda un renunciamiento histórico para pacificar elpaís. A su vez el gobierno anuncia que evitará la intervención en el mundo sindical,ya que ésta ha producido distorsiones más que soluciones. Esta decisión guberna-mental recibe una buena acogida en las huestes sindicales que allana el terreno parala negociación ya que se “reconoce en las Fuerzas Armadas uno de los aliados natu-rales de la gran empresa que el pueblo argentino está llamado a protagonizar”.15

Sin embargo, los estallidos sociales se reiteran y vuelven a tener su epicentroen Córdoba (el “Viborazo”), e influyen en el ánimo de importantes militares.“Las Fuerzas Armadas son una carga necesaria de todas las naciones capitalistas osocialistas. Habrá una solución constitucional en plazo breve”.16 Por lo tanto, lasrazones de la separación de Levingston de la presidencia obedecen a “su posiciónreacia a la institucionalización del país y a su incapacidad para promover unaalternativa de salida a la crisis”.17 El General personifica el segundo fracaso de laRevolución Argentina: cada vez resulta más claro la misión imposible que significacontinuar con la proscripción del peronismo. Pero además, la proscripción no sólofracasa en borrar al peronismo del mapa político argentino, sino que, a partir de1971, comienza –paradójicamente– a tornar cada vez más imprescindible a Perón.

18 Guillermo O’Donnell, El Estado burocrático autoritario, 1966-1973. Triunfos, derrotas y crisis,Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982, p. 370.19 Ibid., p. 371.

El “Gran Acuerdo Nacional”entre Lanusse y Perón

El fracaso de Levingston conduce a otro recambio gubernamental, el jefe delEjército, general Alejandro A. Lanusse se hace cargo de la presidencia. Siguiendo aO’Donnell, Lanusse se plantea ser el presidente de la transición; en ella “los partidosvolverían a escena, sin proscripciones ni limitaciones, salvo las de tener que acordarlos términos del ‘Gran Acuerdo Nacional’ (GAN) con grandeza capaz de ‘renun-ciamientos’ –de candidaturas presidenciales–”.18 Para O’Donnell tanto los antipero-nistas, como la gran burguesía deberían ceder –los primeros aceptando un lugarprotagónico e institucionalizado del peronismo y de Perón, y los segundos admi-tiendo la apertura de un período de “sensibilidad social” capaz de aliviar las tensionesexistentes–. El prestigio que alcanzaría Lanusse en una situación como la supuesta daríapie para luego lanzar su candidatura, con gran chance, cuando se convocara a elec-ciones presidenciales. En ese trato entrarían los sindicatos pero también las FuerzasArmadas, que comenzarían a aparecer como las garantes de la transición democrática.“Si por alguna razón las partes no lo aceptaban ellas no lanzarían al país a un ‘saltoal vacío’; en este caso ocurriría un nuevo golpe que postergaría por largo tiempo cual-quier salida democrática.”19

En esta versión, Perón tenía que desligarse de la guerrilla, del sindicalismoradicalizado y de los sectores no moderados del peronismo. Ésta era una primeracondición. A cambio se devolverían a Perón su grado militar y las compensacioneseconómicas negadas desde 1955. Si Perón acordaba, debería cumplirse otra condi-ción, que ambas calmaran el ánimo popular. Para lo cual se hacía necesaria unatercera condición: que no empeore la situación económica. En cuarto lugar, nodebía crearse un clima hostil al gobierno y, finalmente, las Fuerzas Armadas preci-saban apoyar el proceso a lo largo de los avatares que atravesara. Según O’Donnellsólo se cumple la última condición. Pues entre marzo de 1971 y 1973 los conflictossociales y la actividad guerrillera aumentan; la situación económica se descontrolay la figura de Lanusse se deteriora, sobre todo en el frente militar (a raíz del malestarque continuaba en el país).

Entre las condiciones, planteadas por O’Donnell, existe una de índole sub-jetiva: las palabras y las acciones de Perón. Las otras no dependen de la voluntad deuna sola persona (la calma popular y el mejoramiento de la situación económica).El desligamiento de Perón de los sectores rebeldes pertenece al primer condicio-

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MARÍA MATILDE OLLIERCAPÍTULO VI Las Fuerzas Armadas en misión imposible: un orden político sin Perón

20 Eduardo Viola, Democracia e autoritarismo en la Argentina contemporánea, tesis doctoral pre-sentada en la Universidad de San Pablo, 1982, p. 265.

namiento pensado por Lanusse, que es fundamental y que no se cumple, al tiempoque alimenta la vida de los otros. Pues Perón al animar la guerrilla colabora paravolver más amenazante la protesta. A su vez la guerrilla, los jóvenes rebeldes, el sin-dicalismo radicalizado y la revuelta civil configuran una serie de factores que danimagen de una atmósfera hostil al gobierno. Con lo cual la cuarta condición tam-poco se cumple. Finalmente el clima antimilitar fomenta las divergencias dentrode las Fuerzas Armadas.

Como consecuencia del fracaso de este plan, el Presidente se encuentraante una nueva preocupación: conducir una transición que permita salvar la ima-gen de la institución militar. Frente a un peligro de “desintegración nacional másacentuado del que supuestamente habrá venido a corregir en junio de 1966”,20

la tarea del gobierno militar, y por lo tanto la responsabilidad de Lanusse, consisteen garantizar la cohesión de la nación. En esa lógica, la coherencia interna de lasFuerzas Armadas deviene crucial. Pues si, como advierte Viola, uno de los ejes delorden social amenazado –cuando la corporación militar se decide a iniciar la aper-tura democrática– es su propia posición en la estructura institucional, Lanusse noignora que la unidad de las Fuerzas Armadas se transforma en una misión a cumplir.Un enfrentamiento interno arriesgaba la integración nacional.

Las razones, entonces, que alimentan la salida democrática son la necesidadde derrocar a la guerrilla y la premura por apaciguar la disconformidad evidentefrente al gobierno militar. En este sentido, los motivos que promueven la salidademocrática se combinan en la percepción de Lanusse: si el pueblo y la guerrillase encuentran en una actitud adversa a las Fuerzas Armadas, existe el riesgo de queesta oposición se articule en torno a Perón. Es decir, el viejo caudillo se convierteen el único actor político en condiciones de articular el pueblo y la guerrilla. Porla misma razón, también resulta el único capaz de separarlos. Pero además unasalida democrática avalada por Perón puede conciliar al pueblo con las FuerzasArmadas. En consecuencia, Perón debe ser ganado para este proyecto: la inclusióndel peronismo, vía Paladino, en La Hora del Pueblo configura una prueba dePerón reconocido como interlocutor legítimo del régimen militar y de los dirigentespolíticos

De ahí que a los nueve días del nuevo gobierno, Arturo Mor Roig, ministrodel Interior, proclama que la prohibición política partidaria ha concluido. Sin duda,el período abierto por Lanusse se encuentra signado por la firme determinaciónde institucionalizar el país. Tarea para la cual se convoca, de manera abierta, a todos

21 Alejandro Lanusse, Mi Testimonio, Buenos Aires, Lasserre, 1977, p. 223.22 Ibid., p. 229.

los sectores políticos y de forma encubierta a Perón. La incógnita a despejar, aunpara el nuevo presidente, remite al lugar público que ocupará el líder justicialistaen la naciente etapa; lugar cuya construcción final dependerá, entre otras cosas, delas posibilidades y de la voluntad política del anciano líder y de las circunstanciasde toda índole que acompañen el camino recién inaugurado.

Sin embargo la decisión ha sido tomada; por esos días se anuncia la dispo-sición gubernamental de negociar con Perón su retorno legal a la vida política, apartir de proscribir las causas penales y proceder a la devolución de sus prerroga-tivas ciudadanas. La apertura del gobierno y su intento de acercamiento a dife-rentes sectores claves del país se manifiesta además en el campo socioeconómico.Son derogadas las restricciones que afectan el libre funcionamiento de las nego-ciaciones colectivas de trabajo.

Como era de esperar, la designación de Mor Roig origina posiciones encon-tradas dentro de la Unión Cívica Radical. Desde Córdoba, Arturo Illia, entreotros, pide, en un primer momento, su expulsión para moderar, más tarde susposiciones al solicitar la convocatoria del Comité Nacional. Desde Buenos Aires,Raúl Alfonsín disiente con la actitud de Mor Roig, si bien deja sentado su acuer-do con el documento, “Que hablen los hechos”, lanzado por el balbinismo. Encuanto a Ricardo Balbín, su disposición a aceptar el nombramiento de Mor Roigqueda sujeta a que el peronismo cuente con una representación de similar impor-tancia en el Gabinete Nacional.21 Toda una muestra de hasta qué punto la UCRPacuerda con la incorporación del peronismo a una posible salida institucional.

Una apertura, dirigida a las cúpulas partidarias y sindicales delata el callejónde la Revolución Argentina: convencidos sus miembros de la necesidad de la reno-vación partidaria requieren acordar con los dirigentes antes calificados de porta-dores de la ineficacia y la degeneración del sistema político. ¿Por qué el acuerdo?

nadie debía engañarse sobre cuál era el fondo de la cuestión, porque elfondo de la cuestión no era si Balbín era o no demasiado veterano parahacer política, o si Américo Ghioldi expresaba o no ideas anacrónicas. Elfondo de la cuestión se llamaba Juan Domingo Perón. Si ese problema nose abordaba franca, abiertamente, la existencia política de los argentinosseguiría envenenada por un tabú que acecharía cada uno de sus pasos.22

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23 Primera Plana, 27 de abril de 1971.24 Primera Plana, 4 de mayo de 1971.25 Ibid.

Por lo tanto, el clima de apertura se vincula de manera directa al intento deentablar conversaciones con Perón. En ese marco se explican las palabras dePaladino, en abril de 1971: “El retorno de Juan Domingo Perón a la Argentinava a ser un hecho. Actualmente se están dando las condiciones propicias para suvuelta al país. Y se están dando en forma acelerada”.23

De todas maneras, la pulseada entre Lanusse y Perón tenía un final abierto,más allá de las intenciones y posibilidades de cada caudillo. Por eso las siguientespalabras de Mor Roig, pronunciadas poco tiempo después de aquellas de Paladino,expresan esa puja pese a ir en la misma dirección:

Yo creo que se han alentado muy falsas expectativas, con buena o con malaintención. Si queremos pensar con un poquito de sensatez comprenderemosque en estos momentos el retorno de Perón a la Argentina podría resultarun elemento irritativo y no un elemento de pacificación [...]. No estándadas las condiciones... Recién se está en el proceso para el logro de la paci-ficación nacional que abriría esa posibilidad.24

No están dadas las condiciones supone dos cuestiones: que todavía no hayacuerdo entre las elites y que una transición debe ser controlada por el gobierno.

Si se comparan las declaraciones de Mor Roig con las de Paladino, cuandoexpresa que Perón ansía volver cuanto antes, aunque “eso no significa que seahoy”25 se ve que un campo de acuerdos comienza a dibujarse. La certeza de incluir aPerón en el proceso de acabar con la Revolución Argentina no resuelve la incógnitaacerca de la manera en la que arribar al final de ese proceso. Lanusse piensa unaestrategia electoral capaz de incluir la presencia de Perón, ya que advierte que nohay resolución feliz sin el líder justicialista como interlocutor. Es decir, el propioPerón debe legitimar la institucionalización, justamente porque su candidatura pre-cisaba ser proscripta. En síntesis, la estrategia de Lanusse se dibuja claramente:legalizar el peronismo en vistas a la institucionalización democrática, proscribir elnombre de Perón en la fórmula peronista, y conseguir que éste lo legitime.

Para ello comprende que debe incluir al sindicalismo:

La estrategia del gobierno no podía consistir solamente en una reconcilia-ción entre los militares y los políticos o un sondeo con Perón. Yo compren-dí desde el primer momento que no podía descuidar a sectores de esencial

26 Alejandro Lanusse, op. cit., p. 232.

importancia para la vida nacional –como el movimiento obrero organizado–ni podía dejar de recordar que el sindicalismo había recibido importantesestímulos durante las anteriores etapas de la Revolución Argentina. Hubierasido insensato para todos, aun para los partidos, hacer ver que el retorno de lospolíticos llevaba a su desplazamiento. Hubiera sido, además, desconocerla realidad.26

El general proscripto ha tomado, también, frente a Lanusse una decisióninequívoca: impedir que Lanusse sea el candidato de cualquier transición, ya seapor medio de un gobierno de coalición o alguna fórmula semejante. Sin embargo,para llevar adelante sus planes, Perón encuentra obstáculos dentro de sus propiosseguidores: el sindicalismo continúa más apegado al Estado que a los intentos pormodificar el régimen político. El personal político del peronismo tiene ciertopeso en el nivel de las relaciones interelites –de ahí el relativo éxito de Paladinodurante un período prolongado de tiempo–, pero carece de capacidad para movilizar.Por este motivo Perón, además de verse favorecido, objetivamente, por la rebeliónsocial, cuenta a su favor, de modo exclusivo, para presionar al régimen y obligarloa una retirada, con la juventud y la guerrilla, únicos actores que llevan –junto conlos sectores de izquierda y del sindicalismo no tradicional– una oposición frontalal gobierno militar. Porque el actor juvenil –armado o no– beneficia a su rival,Lanusse persigue, sin éxito, la condena de Perón a la guerrilla; al mismo tiempobusca diversas maneras de combatirla: discursos, leyes, medidas represivas.

De ahí que la incorporación de las “formaciones especiales” al movimientoperonista no pasa desapercibida para el gobierno. La violencia de la guerrilla seha convertido en terreno donde Lanusse y Perón disputan sus posibilidades.Mientras Perón legitima a los partidos armados invitándolos a luchar contra elgobierno militar, Lanusse, los aísla, para lo cual promulga una ley que los dife-rencia del resto de los actores civiles (la Ley de Represión del Terrorismo, número19.081, como parte de la Ley de Defensa Nacional) y constituye una CámaraFederal en lo Penal para juzgar exclusivamente delitos de terrorismo. Es decir,mientras Perón los pretende confundir con el movimiento y la oposición al régi-men, Lanusse, al tiempo que le resta oportunidades a líder justicialista, los aparta.En este sentido para el jefe militar se hace necesaria la presencia de Perón en el paíspues esto no le permitiría bendecir a Montoneros y a los sindicalistas al mismo

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MARÍA MATILDE OLLIERCAPÍTULO VI Las Fuerzas Armadas en misión imposible: un orden político sin Perón

27 Primera Plana, 6 de julio de 1971.28 Alejandro Lanusse, op. cit., p. 231.29 Juan D. Perón, “Mi Regreso”, en Nueva Plana, Nº 4, 14 de noviembre de 1972.

tiempo, porque la juventud contaba con planes propios y porque Perón respaldaríaestructuras más sólidas como los sindicatos y las unidades básicas.27

El desafío lanzado por Lanusse desde el Colegio Militar a Perón, permiteal líder justicialista “acordar sin que se note”. Sabiendo que su candidatura noserá posible, como tampoco la del jefe militar, Perón da a conocer el documento“Bases mínimas para el Acuerdo de construcción nacional” en el que realiza unevidente acercamiento a las Fuerzas Armadas colocándolas como garantes de latransición democrática. El Presidente expresa la necesidad de terminar con el“mito Perón”. De allí que declara en sus memorias que “mi intención, muy clara,era que Perón volviera para terminar de una buena vez con el mito, para demostrarque iba a volver y no iba a pasar nada en el país y que volviera, en lo posible, con-dicionado por las Fuerzas Armadas”.28 De todas maneras y a pesar de la presión encontrario, Perón nunca se pronuncia contra sus formaciones especiales.

Hacia octubre de 1972, se torna evidente el acuerdo entre los dos generalesy el 17 de noviembre, Perón retorna al país dejando clara su posición “por si mipresencia allí puede ser prenda de paz y entendimiento”.29 Perón ha aceptado suproscripción. Lanusse obtiene una retirada militar honrosa, dejando que Perónresuelva las diferencias internas del movimiento. La estrategia de Lanusse resultaexitosa, ya que logra –en un contexto altamente conflictivo– un acuerdo general,respaldado por las Fuerzas Armadas, los partidos, los sindicatos y el propio líderexiliado. El Acuerdo Nacional que durante años se busca entre las figuras másimportantes del período, finalmente lo llevan a cabo Lanusse y Perón. Sus pilaresbásicos radican en salvar a las Fuerzas Armadas en medio del proceso de despres-tigio ciudadano que han alcanzado y terminar con la guerrilla. La democracia, en esesentido, opera como el instrumento necesario para el cumplimiento de estos dosobjetivos. Lanusse, en forma velada, construye a Perón como aliado, y así se desen-vuelven los últimos años de la Revolución Argentina.

El espiral de violencia lejos de detenerse se agrava desde la vuelta del justi-cialismo al gobierno y se traza, así, la ruta hacia el regreso de las Fuerzas Armadasal poder. En vida de Perón su propuesta presidencial fue renovar la relación entreciviles y militares sobre la base del “profesionalismo neutro”. El general Anaya,comandante en jefe del Ejército nombrado por Perón, comparte esta visión conel caudillo, es decir, la no participación de las Fuerzas Armadas en política. Perobajo la presidencia de Isabel Martínez, López Rega reemplaza a Anaya por el general

30 En marzo de 1975, la Triple A asesinó al coronel Rico, jefe del Servicio de Inteligencia delEjército, que estaba investigando los escuadrones parapoliciales de extrema derecha.

Numa Laplane, y con ello triunfa el profesionalismo integrado, es decir, la parti-cipación de las Fuerzas Armadas en la política. Este hecho acompaña la interven-ción del Ejército en Tucumán para combatir la guerrilla y la circular firmada porLuder ordenando a las Fuerzas Armadas aniquilar la subversión. Comenzabaentonces para el gobierno peronista la cuenta regresiva. Luego de la primera amenazagolpista, en agosto de 1975, el general Jorge R. Videla reemplaza a Numa Laplaney el 18 de diciembre se levanta la aeronáutica, en Morón y en Aeroparque, bajo elmando del brigadier Capellini.

En medio del desbarranque económico y el vaciamiento de la política, elgobierno utiliza el poder del Estado para organizar y mantener sus escuadronesparapoliciales mientras distintos grupos, de izquierda a derecha del espectro político,confrontan violentamente. En esa lógica terminan involucradas las Fuerzas Armadas,en la que algunos de sus miembros resultan incluso víctimas de la Triple A.30 Laimbricación entre civiles y militares para resolver la construcción del orden políticovolvía, otra vez, a desplegarse en la escena argentina.

BIBLIOGRAFÍA

Revistas: Periscopio; Primera Plana.CAVAROZZI, Marcelo, Autoritarismo y Democracia (1955-1983), Buenos Aires,CEAL, 1983.DE RIZ, Liliana, “Partidos políticos y perspectivas de consolidación de la demo-cracia: Argentina, Brasil y Uruguay”, en Documento de trabajo, Nº 2, BuenosAires, CLACSO-CEDES, 1987.HALPERIN DONGHI, Tulio, La democracia de masas, Buenos Aires, Paidós, 1986.LANDI, Oscar, “La trama cultural de la política”, Buenos Aires, CEDES, 1987, mimeo. LANUSSE, Alejandro, Mi Testimonio, Buenos Aires, Lasserre, 1977.O´DONNELL, Guillermo, El Estado burocrático autoritario, 1966-1973. Triunfos,derrotas y crisis, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982.OLLIER, María Matilde, Golpe o Revolución. La violencia legitimada, Argentina1966/ 1973, Buenos Aires, UNTREF, 2005.

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La introducción de la Doctrina de la Seguridad Nacionalen el Ejército Argentino

ERNESTO LÓPEZEMBAJADOR DE LA REPÚBLICA ARGENTINA EN GUATEMALA

PROFESOR / INVESTIGADOR UNQ (EN USO DE LICENCIA)

A mediados de los años ochenta, el coronel retirado –hoy fallecido– UlisesMuschietti, me entregó anotados en una pequeña hoja, con la cuidada caligrafíade los militares de viejo cuño, los nombres de cuatro oficiales franceses que habíansido los maestros de la primera camada de uniformados argentinos formados en laDoctrina de la Seguridad Nacional (DSN): Patrice de Naurois, Robert Bentresque,François Badie y Jean Nouguès. Fue para mí un hecho inesperado, que agradecíen su momento con aprecio: en esa época había iniciado una investigación sobrelos orígenes de la DSN en la Argentina. Pegué ese trozo de papel en el vidrio deuna ventana contra la que se ubicaba mi mesa de trabajo; me acompañó durantetodo el tiempo que duró la pesquisa. Me apresuro a aclarar, debido a lo que se dirámás abajo, que Muschietti no había sido ni era peronista. Era un hombre inteli-gente y tolerante, muy interesado por la historia militar argentina. Con el tiempo,valoré mucho más que en el momento inicial aquel en apariencia pequeño perogeneroso gesto. Encontré allí una punta de ovillo que me permitió, tirando de ella,corroborar ampliamente la existencia de una influencia francesa en la introducciónde esa doctrina y avanzar en el desarrollo de la ya mencionada investigación.1

1 Sus resultados pueden consultarse en mi libro: Seguridad Nacional y Sedición Militar, BuenosAires, Legasa, 1987. Para esa época existían sólo brevísimas referencias sobre la presencia francesa, deno más de una docena de renglones, en los textos de Robert Potash, El ejército y las política en laArgentina 1945-1962, Buenos Aires, Sudamericana, 1981, p. 429; y Alain Rouquié, Poder militar ysociedad política en la Argentina 1943-1973, Buenos Aires, Emecé, 1982, p. 158.

CAPÍTULO VI

1955-1976 LA ALTERNANCIA DE LOS GOBIERNOS CIVILES Y MILITARES.EL PARTIDO MILITAR Y EL PERONISMO. LA INFLUENCIA DE LAS DOCTRINAS

EXTRANJERAS SOBRE LAS FUERZAS ARMADASPALERMO, Vicente, “Democracia interna en los partidos: las elecciones parti-darias de 1983 en el radicalismo y justicialismo porteños”, en Hombre y Sociedad,N° 4, Buenos Aires, IDES, 1986.PERÓN, Juan Domingo, “Mi Regreso”, en Nueva Plana, Nº 4, Buenos Aires, 14de noviembre de 1972.PORTANTIERO, Juan Carlos, “La crisis de un régimen: una mirada de retros-pectiva”, en José Nun y Juan Carlos Portantiero, Ensayos sobre la transición demo-crática en la Argentina, Buenos Aires, Puntosur, 1987.ROUQUIÉ, Alain, Poder militar y sociedad política en la Argentina, 1943-1973,Buenos Aires, Emecé, 1978.SIGAL, Silvia y Eliseo Verón, Perón o Muerte. Los fundamentos discursivos del fenó-meno peronista, Buenos Aires, Legasa, 1986.SMULOVITZ, Catalina, Oposición y gobierno: los años de Frondizi, tomos 1 y 2,Buenos Aires, CEAL,1988.THOMPSON, Andrés, “Los partidos políticos en América Latina. Notas sobre elestado de la temática”, en Documento de trabajo, Buenos Aires, CLACSO-CEDES, s/f.VIOLA, Eduardo, Democracia e autoritarismo en la Argentina contemporánea,tesis doctoral presentada en la Universidad de San Pablo, 1982.

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alcanzó la presidencia, en el paradigma sobre el cual se basaron sus políticas dedefensa y militar. Como se sabe, la DDN de aquellos años postulaba una concepciónclásica que concebía a la guerra como convencional y al hecho bélico como emer-gente de agresiones militares externas, y preveía un despliegue territorial de fuerzasy una política de formación y adiestramiento en consonancia con esos conceptos.La DSN varió el sentido del conflicto desplazando la preocupación hacia el controly/o neutralización de la guerra revolucionaria; torció el foco hacia el enfrentamientointerno iniciando una nefasta deriva hacia la visualización de una subversión internaa la que elevó a la condición de enemigo principal; modificó las políticas de adoc-trinamiento, formación y adiestramiento, pero mantuvo el despliegue clásico. Noclausuró la posibilidad de agresiones militares externas de carácter convencional,pero las mantuvo en una posición meramente secundaria. Así, la DSN y la DDNcoexistieron, podría decirse que yuxtapuestas, en base a un predominio sustancialde la primera, aunque la segunda continuara proveyendo la estructura orgánica formaldel Ejército, con todo lo que ello implicaba en términos de presupuesto, dimensióndel cuerpo de oficiales y del cuadro de suboficiales, servicio militar obligatorio yvolumen de las incorporaciones anuales, despliegue territorial, servicios de apoyovinculado al anterior, etc.

La acción desperonizadora dentro del Ejército implicó entonces dos movi-mientos concomitantes: una depuración (en rigor, una verdadera purga) acom-pañada de reincorporaciones y una mudanza doctrinaria. Esta última quedóenvuelta, así, en un proceso más amplio que debe ser puesto en un primer planode consideración analítica. Pero es también necesario analizar los cambios en elcontexto estratégico mundial que trajo aparejado el conflicto entre Occidente yel Mundo Comunista –para utilizar una vieja retórica– establecido al finalizar laSegunda Guerra Mundial, cuyo perfilamiento en términos de Guerra Fría comenzócon la Guerra de Corea y recién se consolidó a mediados de los años cincuenta.El examen de la ventana de oportunidad para la mudanza doctrinaria vernáculaque propiciaron estos cambios de escala planetaria debe ser también traído al primerplano del análisis, para comprender acabadamente bajo qué condiciones, cómo ypor qué se introdujo la DSN en el Ejército Argentino.

Desperonización: depuración y reincorporaciones

La Revolución Libertadora llegó impulsada por un afán cancelatorio. Elperonismo, aun con sus limitaciones e imperfecciones, expresaba una alternatividadeconómica, política y social –cabe aquí ¿por qué no? recordar sus tres clásicasbanderas: independencia económica, soberanía política y justicia social– que al

ERNESTO LÓPEZ

Aquella corroboración y su exposición ordenada y sistemática contribu-yeron a modificar una hasta entonces extendida creencia: la de que la DSN habíasido introducida en el país con posterioridad a la Revolución Cubana, por acciónde Estados Unidos. En efecto, la constatación de la influencia francesa no solamentevino a establecer precisiones historiográficas sino que, al correr hacia atrás en eltiempo la filiación del origen de la DSN en Argentina, otorgó crédito a la opiniónde algunos viejos oficiales peronistas pasados a retiro con posterioridad al derroca-miento de Juan Domingo Perón, en septiembre de 1955, que afirmaban que laintroducción de aquella doctrina había estado ligada a la voluntad de “desperonizar”el Ejército que animó a la sedicente Revolución Libertadora. La contigüidad entreambos hechos –el golpe contra Perón y la renovación doctrinaria– tornó creíble laopinión de aquellos viejos oficiales, hasta ese entonces prácticamente ignorada enlos medios académicos.

Por otra parte, como se sabe, la Revolución Cubana triunfó el 1° de enerode 1959. Las relaciones entre ésta y Estados Unidos fueron de tensión crecientedurante los años finales de Dwight Eisenhower, al punto de que hacia el final desu mandato presidencial se encontraban prácticamente rotas. Con John F. Kennedyya en la presidencia –asumió el 20 de enero de 1961– se afianzó en Estados Unidosel temor a la irradiación de aquella revolución hacia América Latina. En función deesto fueron movilizadas tanto iniciativas de apoyo al desarrollo, como fue el pro-grama Alianza para el Progreso, enviado para su aprobación al Congreso el 14 demarzo de 1961, cuanto un redoblado esfuerzo por incidir sobre el control de lasFuerzas Armadas de los países de la región y la propagación de la DSN. Emblemade esto último fue la Escuela de las Américas, con sede en Panamá, que se convirtióen usina de contrainsurgencia. El punto de ruptura definitivo entre ambos –EstadosUnidos y Cuba– sobrevino en abril de 1961, tras el fracaso del intento de invasióncontrarrevolucionaria de Bahía de Cochinos.

Entre ambas fechas, 1956 y 1961, medió entonces una diferencia temporalque tornó opaca y/o no trascendente la inicial presencia francesa, y dificultó la per-cepción de que la depuración del Ejército posterior al golpe de septiembre de 1955,había venido acompañada de una renovación doctrinaria que significó, en rigor,una mudanza. Hasta entonces, regía exclusivamente en las Fuerzas Armadas laDoctrina de la Defensa Nacional (DDN), que el propio Perón había contribuidoa actualizar y a ajustar para el caso argentino,2 convirtiéndola, más tarde, cuando

CAPÍTULO VI La introducción de la Doctrina de la Seguridad Nacionalen el Ejército Argentino

2 Véase su conferencia “Significado de la defensa nacional desde el punto de vista militar”; puedeconsultarse en Juan D. Perón, Perón y las Fuerzas Armadas, Peña Lillo, Buenos Aires, 1982.

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ERNESTO LÓPEZCAPÍTULO VI La introducción de la Doctrina de la Seguridad Nacionalen el Ejército Argentino

3 He trabajado con cierta amplitud este tema en mi El primer Perón, Buenos Aires, Le MondeDiplomatique-Capital Intelectual, 2009, pp. 15 y ss.4 El junio de 1956 se produjo el alzamiento del general Juan José Valle, que fue sanguinariamentereprimido. Fueron fusilados 18 militares, incluido Valle, y 14 civiles a los que se acusó de estar com-plotados con los golpistas. Los fusilamientos militares carecieron de sustento legal aunque se procuróotorgarles alguna validación jurídica; los procedimientos contra los civiles fueron directamente clan-destinos.

establishment de poder, siempre presto a buscar fórmulas de asociación subordi-nadas al gran capital internacional en desmedro de posibilidades de desarrollomás armónicas y saludables para el país, y a priorizar su propio beneficio en detri-mento de un más equilibrado reparto del ingreso y de la puesta en vigencia depolíticas sociales, le resultaba indigerible.3 Con prolijidad y esmero los hombresde aquella Revolución se dieron a la tarea de desmontar el Estado peronista, dedesbaratar su economía, de cancelar por decreto el orden constitucional preexis-tente a su éxito, de interdictar y proscribir al peronismo como movimiento polí-tico y cultural, de intervenir la CGT, de perseguir a dirigentes y activistas, y hastade secuestrar y hacer desaparecer el cadáver embalsamado de Eva Perón que fue,en rigor, la primera desaparecida de una nefasta y trágica historia. Debían tambiénrecuperar un control suficiente de las instituciones militares, en particular del Ejército,que los pusiera a cubierto de sobresaltos. Es que en éste permanecía un apreciablenúmero de oficiales filoperonistas, aún después del triunfo libertador. Por añadidura,había una también amplia cantidad de oficiales profesionalistas formados en losmarcos de la DDN, que sin ser peronistas se habían amoldado sin mayores pro-blemas a las políticas de defensa y militar practicadas por Perón. Por otro lado,los golpistas militares de septiembre constituían un heterogéneo conglomeradoque había actuado unido por el objetivo de derrocar a Perón, pero tenía marcadasdiferencias políticas. Estaba integrado por algunos –pocos– peronistas desencan-tados, por nacionalistas que habían roto con Perón por diversas circunstancias yliberales, que debido a las intentonas fracasadas previas a 1955 habían quedadoreducidos a una mínima expresión aunque estaban muy cohesionados y eran losque mejor conectaban con el universo político civil que había apoyado el golpe.Las diferencias en el grupo triunfador eclosionaron cuando el nacionalista generalEduardo Lonardi, jefe de la Revolución y primer presidente provisional de éstafue desplazado por un golpe dentro del golpe y reemplazado por el general liberalPedro Eugenio Aramburu. Esto demuestra que los triunfadores no las teníantodas consigo. Temían, por añadidura, un contragolpe que finalmente se concretóaunque no fue exitoso.4 Y tenían que afianzar –especialmente los liberales– suposición de poder dentro de la institución.

5 Véase Robert Potash, op. cit., tomo 2, p. 293.6 Véase Ernesto López, El primer Perón, op. cit., pp. 143 y ss. Estos datos revelan que casi todos losgenerales nacionalistas que apoyaron o acompañaron el golpe habían pasado a retiro a fines de 1956. 7 Para todos los renglones que se acaba de mencionar –reincorporaciones, ascensos y puestos decomando– véanse Ernesto López, Seguridad nacional y sedición militar, op. cit.., pp. 111 y ss.; y El pri-mer Perón, op. cit., pp. 142 y ss. En tiempos de Frondizi, el cargo de secretario reemplazó al de ministro.

Se estima que a principios de 1956 habían sido pasados a retiro o dadosde baja alrededor 1.000 oficiales filo-peronistas, lo que representaba aproximada-mente el 20% de la oficialidad activa.5 Un grupo imprecisable, pero en todo casono menor al de los purgados, quedó en servicio pero postergados y relegados adestinos sin importancia. Más preciso es el dato sobre los generales: 63 de los 86en servicio a mediados de septiembre de 1955 pasaron a retiro en forma casiinmediata. De los 23 restantes, uno fue fusilado y 17 pasaron a retiro a finales de1956.6 Está claro que se trató de una limpieza profunda.

Este movimiento se completó con una política de reincorporaciones depersonal que había pasado a retiro o había sido dado de baja por ser responsableso estar involucrados en acciones golpistas contra Perón. Eran prácticamentetodos liberales. En los dos años y medio en que, aproximadamente, los libertado-res permanecieron en el poder fueron reintegrados: 8 generales (uno de manerasimbólica pues había ya fallecido); 27 coroneles; 29 tenientes coroneles; 13mayores; 50 capitanes (dos también de manera simbólica pues habían fallecido);36 tenientes primeros; 17 tenientes y 7 subtenientes. En total 184, si se descuen-ta a los fallecidos, lo que representa aproximadamente un 5% de los que habíanpermanecido en actividad (vale decir, descontados los purgados). Prácticamenteel 80% de los reincorporados, sin contar a los fallecidos, ascendió al grado inme-diato superior. El 50% de los generales de brigada reintegrados ascendió a gene-ral de división y también el 50% de lo coroneles al de general de brigada. Pero eldato que ilustra de modo más elocuente el control institucional que adquirió elsector liberal vía las reincorporaciones es el siguiente: entre 1955 y 1962, el 73%de los ministros o secretarios de Guerra fueron oficiales reincorporados, así comoel 66% de los comandantes en jefe.7

La Guerra Fría como contexto de la mudanza doctrinaria local

Si bien el final de la Segunda Guerra Mundial alumbró el período signa-do por el enfrentamiento entre el Mundo Occidental y el Mundo Comunista, elestablecimiento de los parámetros básicos de lo que se llamó Guerra Fría ocurrió

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bastante tiempo después de 1945. A la bipolarización, a la paridad atómica y suconcomitante equilibrio del terror acompañado del vaciamiento de la posibilidadde victoria entre los contendientes más poderosos, al evitamiento de la guerra sinpor ello vivir en paz, a la conversión de las zonas de influencia de ambos sistemasde alianza en soterrados o, a veces, abiertos escenarios de desestabilización o deconflicto se llegó a marcha más bien lenta. En un principio, no obstante los catastró-ficos resultados de los ataques a Hiroshima y Nagasaki, Estados Unidos considerólas bombas atómicas sólo como un armamento más dentro de una concepcióngeneral de guerra total, de carácter convencional, tal como defendió todavía el generalDouglas Mac Arthur, al mando de las tropas americanas en Corea, a la postre sinéxito. Tardaron en advertir que la diferencia cualitativa que era capaz de introducirese tipo de armamento cambiaba la naturaleza de la guerra y conducía a un rediseñode políticas y de estrategias.

El reconocimiento de la recién mencionada diferencia cualitativa parecehaberse iniciado en el lapso que va desde la constatación de que la entoncesUnión Soviética había construido la bomba atómica, hasta la Guerra de Corea.En efecto, la primera explosión nuclear practicada por aquélla en 1949 encendióluces de alerta. Y el conflicto coreano, comenzado en junio de 1950 y finalizado enjulio de 1953, con sus vaivenes y alternativas, colocó una delicadísima disyuntiva.¿Debía llevarse la guerra a China, como quería Mac Arthur, y atacar Manchuria–que funcionaba de retaguardia de los norcoreanos que, además, recibían el apoyode los chinos– con el peligro de generalizar un conflicto que podía escalar haciala dimensión nuclear y desencadenar una nueva contienda internacional de pro-porciones? ¿O debía prevalecer la cautela? El presidente Harry Truman era parti-dario de esto segundo. Terminó relevando del mando a Mac Arthur que, comose acaba de ver, proponía otra cosa. Y en dos trazos concisos pero clarificadoresdefinió la estrategia general a seguir en Corea que pueden, a su vez, ser conside-rados los primeros lineamientos que bosquejaron la lógica de la Guerra Fría: guerralimitada y respuesta flexible. Mediante el primero se iniciaba el abandono de laconcepción de guerra total que había imperado hasta la Segunda Guerra Mundialen las Fuerzas Armadas estadounidenses y el tránsito hacia otras formas más con-troladas y menos comprometedoras; y a través del segundo se graduaba el empe-ñamiento de sistemas de armas conforme el tamaño y la relevancia de la amenaza.La terrible capacidad destructiva del armamento nuclear convocaba a la prudenciay a la disuasión, antes que a la ofensiva.

Con ese comienzo, pues, se fue abriendo camino el cambio de concepciones,es decir, el viraje estratégico estadounidense y la instalación de la lógica de Guerra Fría,que a mediados de los años cincuenta comenzaba ya a tomar su forma definitiva.

8 La lógica MAD (su acrónimo en inglés) como se la llamaba, se asentaba sobre la capacidad de res-puesta remanente de cualquiera de las dos superpotencias luego de recibir un primer ataque nuclear.

Descartado el enfrentamiento directo entre ellas, las superpotencias procuraríansacarse ventajas por medio de procedimientos vicarios, indirectos: todo aquelloque sirviera para debilitar la posición relativa de una de ellas trataría de ser apro-vechado por la otra con el objeto de perjudicar al rival y aumentar el poder propio.Ahora bien, arribada la era nuclear con su lógica de mutua destrucción asegurada8

y establecida la tendencia a la acción indirecta, es decir, desarrollada fuera de losrespectivos núcleos centrales y sistemas de alianza militares (la OTAN, por unlado, y el Pacto de Varsovia, por el otro), comenzó a visualizarse la mediata peropeligrosa relación que podía establecerse entre la lucha insurgente en los escenariossecundarios, y la paridad nuclear y el equilibrio del terror, en los centrales. En esemarco, la defensa del continente americano fue perdiendo sentido –desde la ópticaestadounidense– en clave de guerra total. América Latina, en particular, alejadade la posibilidad de recibir un ataque directo del “enemigo comunista” por razo-nes geográficas, comenzó a ser vista desde los Estados Unidos privilegiándose laseguridad interior. Y se abrió camino, entonces, la idea de que la seguridad regionaldebía ser el resultado de la sumatoria de las seguridades internas de cada país, enreemplazo de la desactualizada concepción de defensa hemisférica establecida en tér-minos de guerra convencional. Como ya se ha mencionado, esto no ocurrió rápida-mente: fue un proceso que, cuando ocurrió la Revolución Cubana –que materializóla peor pesadilla–, se hallaba ya comenzado aunque lejos de estar concluido.

El inicio de la mudanza estratégica estadounidense fue más o menos coin-cidente en el tiempo con las necesidades de desperonización (depuración, rein-corporaciones y cambio doctrinario) que tenían –en el plano local– los sectoresliberales de la Revolución Libertadora. Contribuyó, por lo tanto, a brindar unaventana de oportunidad a la mudanza doctrinaria vernácula. Estados Unidos, sinembargo, carecía de experiencia en la lucha contrainsurgente. Francia, en cambio,con su amarga experiencia en Indochina y habiendo comenzado ya sus tribula-ciones en Argelia, sí.

La introducción y el primer desarrollo de la DSN en la Argentina

La influencia francesa comenzó con la llegada del entonces coronel CarlosJorge Rosas a la subdirección de la ESG, en 1956. Venía de prestar servicios enFrancia como agregado militar, posición desde la cual había tomado contacto con laexperiencia contrarrevolucionaria que los franceses habían cosechado en Indochina.

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9 La lista completa de los artículos sobre el particular publicados en 1958 es la siguiente: Carlos J. Rosas,“Estrategia y táctica”, N° 328, enero-marzo; “Una estrategia general atómica”, N° 329, abril-junio; N.Hure, “Situación estratégica de los bloques Oriental y Occidental”, ibid.; C. J. Rosas, “La batalla ofensiva”,N° 330, julio-septiembre.; N. Hure, “Estrategia atómica”, N° 331, octubre-diciembre; y J. Devalle,

Y se había puesto al día, asimismo, con las novedosas concepciones sobre la gue-rra atómica. Hombre de fina inteligencia, informado y culto, Rosas se convirtióen al alma de la mudanza doctrinaria. Bajo su influjo, la ESG se convirtió en la usinadel cambio; cuando pasó a desempeñarse como Jefe de Operaciones del EstadoMayor General del Ejército, destino que ocupó en 1959 –ya con el grado degeneral– tras dejar la Escuela, completó su labor en el plano orgánico-operacional.

La ESG tiene como función formar a los oficiales de Estado Mayor. Enaquellos años, en que no existían todavía los cursos para oficiales superiores ni lasuniversidades de las Fuerzas Armadas y la Escuela de Defensa Nacional daba susprimeros pasos preponderantemente orientada hacia el medio civil, era un muycalificado instituto de formación que centralizaba –junto con el Colegio Militar–la educación militar. Era, pues, el espacio propicio para poner en marcha unareforma doctrina. Sus aulas se abrieron a la contratación de especialistas extranjerosy su prestigiosa Revista de la Escuela Superior de Guerra (RESG) se convirtió en divul-gadora de las nuevas ideas y en caja de resonancia de las novedades doctrinarias.

Los profesores extranjeros –los principales fueron los entonces tenientescoroneles franceses De Naurois, Badie, Bentresque y Nouguès, ya mencionados–sugirieron orientaciones, organizaron cursos, dictaron clases e impartieron semi-narios y conferencias. Fueron acompañados por un grupo de oficiales argentinos–como los tenientes coroneles Miguel Ángel Montes y Manrique Mom, y el propiocoronel Rosas, entre otros– que en su mayoría habían pasado por Francia. Elmejor reflejo del movimiento que pusieron en marcha ha quedado registrado enlas páginas de la RESG.

En concordancia con lo que había ocurrido en el escenario principal, losdesarrollos en la Argentina que enfocaron la actualidad de la guerra atómica prece-dieron, por escaso margen, a los referidos a la guerra revolucionaria. Debe aclararse,no obstante lo que se acaba de decir, que era frecuente que en esos trabajos ini-ciales se establecieran conexiones entre ambas modalidades bélicas.

El primer artículo que expresaba las nuevas concepciones centradas sobrela guerra nuclear fue el del teniente coronel Montes titulado “Las armas atómicasen el campo de batalla”, publicado en la RESG, en el número 325, correspondientea abril/junio de 1957; en el número siguiente apareció, del mismo autor, “Las guerrasdel futuro en la era atómica”. Y ya en 1958 todos los números tuvieron por lomenos un artículo dedicado al tema.9 En algunos de estos trabajos todavía se hipote-

“Ataque en ambiente atómico”, ibid. Cabe destacar que los artículos de Rosas nombrados en primer ycuarto lugar contienen referencias explícitas a la relación entre las guerras nuclear y revolucionaria.10 Así, por ejemplo, en Carlos J. Rosas, “Una estrategia general atómica”, op. cit. Debe señalarse, sinembargo, que en su trabajo inicial, “Estrategia y táctica”, Rosas había introducido un concepto audazpara la época: el de agresión interna (véase op. cit., p. 140). 11 Montes, M. A., “Las guerras del futuro en la era atómica”, en Revista de la Escuela Superior deGuerra, Nº 326, julio-agosto de 1967, pp. 391-392.12 La lista completa de los artículos sobre la guerra revolucionaria o subversiva, aparecidos en la RESGentre 1958 y 1962, es la siguiente: Patrice de Naurois, “Algunos aspectos de la estrategia y la táctica apli-cados por el Viet-Minh durante la campaña de Indochina”, N° 328, enero-marzo de 1958; Carlos J.Rosas, “Estrategia y táctica”, ibid.; “Una estrategia general atómica”, N° 329, abril-junio de 1958; P. deNaurois, “Una teoría para la guerra subversiva”, ibid.; “Guerras subversiva y guerra revolucionaria”, N° 331,octubre-diciembre de 1958; Manrique Mom, “Guerra revolucionaria”, ibid.; François Badie, “La guerrapsicológica”, ibid.; Manrique Mom, “Guerra revolucionaria” (2ª parte), N° 334, julio-septiembre de1959; F. Badie, “La guerra revolucionaria en China”, ibid.; A. López Aufranc, “Guerra revolucionariaen Argelia”, N° 335, octubre-diciembe de 1959; Jean Nouguès, “Características generales de las operacionesen Argelia”, N° 337, abril-junio de 1960; H. Grand D´Esnon, “Guerra subversiva”, N° 338, julio-septiembre

tizaba en términos de guerra general con empleo de medios estratégicos atómicos,y se retenía también la posibilidad de que sobreviniera una guerra convencionalcon empleo limitado de armamento nuclear. Esto último podía ocurrir, por ejemplo,si debido a una crisis económica o a disturbios sociales un país entronizaba ungobierno comunista o se libraba en él una guerra civil en la que los bandos enfren-tados recibían apoyo ya del bloque occidental, ya del oriental.10 Pero despuntabatambién una segunda manera de enfocar las cosas, más ajustada a lo que luego fuecorriente. Por ejemplo, en el segundo de los artículos iniciáticos de Montes se lee que:

el grupo de naciones de Occidente tiende a realizar una guerra nuclear res-tringida, o mejor aún, una guerra atómica táctica, para equilibrar la actualdesproporción que tiene en lo referente a fuerzas convencionales, con res-pecto al grupo Oriental. En cambio, este última finca, al parecer, sus mayo-res probabilidades de éxito en la más amplia y decidida ejecución de la guerrasocial revolucionaria, sin por ello descuidar su creciente potencial nuclear.11

Por su parte, los artículos propiamente referidos a la guerra revolucionaria,con su deliberado sesgo hacia la seguridad interior, se iniciaron con el aporte dePatrice de Naurois titulado “Algunos aspectos de la estrategia y de la táctica aplicadospor el Viet-minh durante la campaña de Indochina”.12 Pero fue en su segundo trabajoen el que ofreció sus tal vez más punzantes –e inquietantes– proposiciones. DecíaDe Naurois:

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de 1960; T. Sánchez de Bustamante, “La guerra revolucionaria”, N° 339, octubre-diciembre de1960; Robert Bentresque, “Los acontecimientos de Laos”, ibid.; R. Sánchez de Bustamante, “Lasituación mundial”, N° 334, enero-marzo de 1962; J. Nouguès, “Radioscopia subversiva de laArgentina”, ibid.13 Patrice de Naurois, “Una teoría para la guerra subversiva”, op. cit., pp. 226-227.14 En el texto exsite cierta sinonimia entre las expresiones “revolucionario” y “subversivo”, que fuepoco después corregida por el propio De Naurois. La primera quedará reservada para aquellas for-mas insurgentes de la guerra, como la Resistencia Francesa, no ligadas a la “conquista del podertotal”. Mientras que la segunda debería aplicarse a quienes combaten por instaurar “formas totalita-rias de poder” (véase “Guerra subversiva y guerra revolucionaria”, op. cit., p. 689). 15 Ibid., p. 235. Resulta obvio que la centralidad de la información y la cuadriculación del país,que fueron parte de la tecnología del terrorismo de Estado que aplicó la dictadura del Proceso (1976-1983), respondían a este origen.

La guerra subversiva tiene origen político y proviene de la acción sobre lasmasas populares de elementos activos sostenidos y apoyados de variasmaneras por el extranjero. Tiene por finalidad destruir el régimen políticoy la autoridad establecida y reemplazarlos por otro régimen político y otraautoridad. Esta acción es secreta, progresiva, y se apoya en una propagandacontinua y metódica dirigida a las masas populares. Parece muy probableque una guerra futura eventual cuente con el empleo de las armas atómicasy termonucleares, del arma psicológica, de la subversión, etc. Es decir, quela subversión sería una de las formas de dicha guerra.13

Ésta fue una de las primeras definiciones de la guerra subversiva que cir-culó entre los uniformados argentinos. Aparecen ya en ella algunos temas que seharían “clásicos” más tarde: la acción subversiva como una de las facetas delenfrentamiento entre Oriente y Occidente; el apoyo desde el extranjero, que derivóluego, con el tiempo, en el burdo concepto de enemigo apátrida administradocon generosidad por las dictaduras militares vernáculas; y la idea de infiltración,subyacente a la de “acción secreta y progresiva”, que se viene de leer.14 El militarfrancés describe también los principios de la lucha antisubversiva. Señala que lainformación es fundamental. Y que para conseguirla es conveniente dividir “cadaparte del territorio por una cuadrícula tan densa como sea posible; cada parte deesta cuadrícula está a cargo de un elemento de gendarmería, de policía, de adua-na o de una unidad de ejército”.15 El fin último era obviamente desbaratar a lascélulas subversivas y mantener bajo control a la población.

Los aportes de los demás autores consignados en la nota al pie número 12colaboraron en el desarrollo doctrinario. A los efectos de este trabajo no es necesario

16 Jean Nouguès, “Radioscopia subversiva de la Argentina”, op. cit., pp. 30-31.17 Elaborado para hacer frente a convulsiones internas de carácter social o político que rayaran enlo subversivo –conforme a la retórica militar que venía abriéndose camino– fue aplicado en tiemposde Arturo Frondizi para hacer frente a un período de agitación sindical y política.

examinarlos a todos. Basta con señalar que propalan en la misma longitud deonda de los que sí se han revisado. No obstante, también es conveniente detenersesobre el artículo de Jean Nouguès que cierra la serie y contiene una especie de diagnós-tico sobre la situación que se había alcanzado. Su objetivo central era el de examinaren qué grado y cómo el peligro revolucionario podía manifestarse en la Argentina.Conviene señalar que este texto fue publicado en el número de la RESG correspon-diente al primer trimestre de 1962. Presumiblemente, su autor, al momento deredactarlo, estaba ya al tanto de la intentona de Bahía de Cochinos y de la opción deFidel Castro por el marxismo-leninismo, producidas ambas en 1961. De maneraque, para ese entonces, el comunismo en el continente había dejado de perteneceral mundo de lo meramente posible para convertirse en una realidad concreta.

Nouguès expone una serie de razones que no favorecerían el desarrollode la subversión en nuestro país: su homogeneidad cultural y étnica, su nivel deeducación y la importancia de su clase media, entre otras. Podría eventualmentesuceder, señalaba, que la presencia de ciudadanos de naciones vecinas radicadosen la Argentina, llegado el caso formaran “quintas columnas” que actuaran deconformidad con regímenes totalitarios constituidos en sus países de origen. Perono le asignaba a esta alternativa mayores posibilidades. “En conclusión –decía–la Argentina ofrece a la subversión un campo relativamente poco favorable. Sinembargo, el peligro existe. ¿Cómo puede concretarse?” Y respondía: “El comu-nismo, a cara descubierta, tiene pocas posibilidades… Pero la más eficaz e insi-diosa correa de transmisión del comunismo en la Argentina es evidentemente elfidelismo, que puede aprovechar la permanencia de un antiguo sentimiento anti-norteamericano y la disponibilidad de una masa peronista aún imperfectamenteintegrada a la vida política de la nación”.16

¡Et voilà!, para decirlo en francés como corresponde, en atención a los tex-tos que se ha venido considerando. El peronismo –un muerto que permanecíaguardado en un ropero– aparecía, así, al final del ciclo, reconocido en su condiciónde amenaza. Pero conviene dejar en suspenso esta verdadera confesión de parte yregresar al texto de Nouguès para ver qué decía sobre la estructura creada paraenfrentar a la subversión. Reconocía que se había realizado ya “una importanteobra técnica y práctica”: se había avanzado en la doctrina, se habían redactado losreglamentos internos, y se habían ejecutado algunas operaciones de orden internocomo el Plan Conintes17 y una acción contra opositores al dictador paraguayo

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18 Ibid., p. 38. La nomenclatura usada durante el Proceso fue prácticamente la misma.

Alfredo Stroessner, radicados en Misiones y Formosa, entre otras. Textualmentedecía, además: “Con la creación de una organización territorial militar (zonas dedefensa, subzonas y áreas), la Argentina ha sido dotada de la infraestructura anti-subversiva que le hacía falta”.18 Señalaba asimismo los avances en materia de inte-ligencia, advertía sobre la existencia de tareas pendientes en este plano y reco-mendaba la constitución de una Comunidad Interamericana de Inteligencia, enel seno de la Junta Interamericana de Defensa.

Finalmente, en el terreno orgánico y operacional cabe mencionar que lacuadriculación territorial estaba ya diagramada en 1962 y permanecía yuxtapuestaal despliegue operacional clásico. Se preveía activarla sólo cuando fuese necesario.Asimismo, se realizaron cursos de divulgación y adiestramiento orientados haciael conjunto de la institución –puesto que obviamente debía avanzarse más allá de loslímites de la ESG– que llevaron los nombres de Hierro y Hierro Forjado, entreotros. Y se desarrollaron ejercitaciones sobre la carta, sobre temas antisubversivos,que llevaron los nombres de: Tandil, Reflujo, Nikita y Libertad, entre otros.

Hacia 1962 el cuadro estaba completo. La fase de introducción y el primerdesarrollo de la DSN estaban cumplidos.

Conclusiones

Tal como dice el dicho tribunalicio, a confesión de parte relevo de prueba. Elreconocimiento explícito (y final) de Jean Nouguès sobre la amenaza peronistademuestra –por si no hubiera sido suficiente la batería argumental y de datos expuestosprecedentemente– que la introducción y desarrollo de la DSN, en su fase inicial,estuvo condicionada por la necesidad desperonizadora que acuciaba a la RevoluciónLibertadora. Claramente, por lo demás, la presidencia de Arturo Frondizi (1958-1962,derrocado por golpe militar) no obstaculizó aquel desarrollo.

Las ideas y conceptos que le dieron forma en ese primer ciclo pueden resu-mirse de la siguiente manera:

a) se establece la vinculación entre guerra nuclear y guerra subversiva, comoformas del conflicto Este/Oeste;

b) se presenta la guerra subversiva como una posibilidad plausible, a pesar dela escasa envergadura del fenómeno comunista a escala local, y se reconoce final-mente que existe una amenaza peronista;

c) se conceptualiza y justifica la opción por un alineamiento estratégicocon Occidente;

d) se conceptualiza la guerra subversiva y comienza a desarrollarse unadoctrina de guerra antisubversiva, avanzando sobre el terreno abonado por eldiagnóstico de insuficiencia (o, incluso, anacronismo) de la DDN y por la nece-sidad de incorporar la novedad de la problemática bélica nuclear;

e) comienza y se afirma el proceso de desplazamiento a un segundo planode las hipótesis de guerra con países vecinos y, por el contrario, empiezan a tomarimportancia los conceptos de enemigo interno y frontera interior;

f ) la reunión de información sobre grupos presuntamente subversivos y elcontrol de la población comienzan a ser tareas de significativa vinculación con lamisión de seguridad interior.

Andando el tiempo –es decir, superada la etapa de influencia francesa–estas características se perfilaron mejor o se acrecentaron. Por ejemplo, con laplena instalación de la lógica de la Guerra Fría, quedó clara para la región –y portanto, también para la Argentina– una división del trabajo. A Estados Unidos lecorrespondía proveer seguridad en términos de enfrentar amenazas internacionalesy disuadir eventuales intervenciones abiertas provenientes del Mundo Comunista.A cada uno de los países de la región le competía velar por la seguridad interiory controlar la subversión.

Otros fenómenos fueron también concomitantes con los anteriores o deri-vados de ellos. El más notorio de éstos fue, quizá, el de la autonomización cas-trense respecto del control civil. Las instituciones militares ganaron autonomíarespecto de su subordinación a los poderes cívicos, al amparo de la significacióncreciente que Estados Unidos le asignó al resguardo de la seguridad interna de lospaíses del continente, en consonancia con la importancia que le daban a su propiaseguridad. Como consecuencia de ello florecieron una diplomacia militar paralelaa la desarrollada desde las cancillerías, y vínculos directos entre los institutos cas-trenses y el Pentágono o, un poco más modestamente, con el Comando Sur.

De aquí a la pesadilla de los golpes militares con pretensiones refundacionales(la Revolución Argentina, primero y luego el Proceso de Reorganización Nacional),que dieron lugar a la postrer instalación del terrorismo de Estado, no hubo más quepasos sucesivos.

La larga y negra noche del horror tuvo a la DSN como inspiradora; su genea-logía es la que se acaba de examinar. Probablemente sería preferible no olvidarlo.

GUATEMALA, 2 DE DICIEMBRE DE 2009

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La sociabilización básica de los oficiales del Ejércitoen el período 1955-1976

LUIS EDUARDO TIBILETTICEPADE

Vivencias

“En lo altooo la miraaada, luchemos por la patria redimida”,* en abril de1966, cuando me entregaron el papel con la letra de esta canción –que debía aprendery rápido–, me sonaba tan desconocida como me imagino lo será ahora para la inmensamayoría de los lectores.

Habían pasado tres meses desde que ingresara al Colegio Militar de laNación (CMN) y once años desde la Revolución Libertadora de la que ya no sehablaba (al menos en las casas y los colegios donde yo había vivido mis dieciséisaños de vida). Sólo mis compañeros que habían estado en el Liceo Militar la cono-cían pues los habían obligado a cantarla desde los doce años.

Rápidamente, con un compañero del Curso Preparatorio –del que me habíahecho muy amigo–, escribimos la canción de nuestra sección pensando en la revanchacontra esa “gorilada liberal”. Se la llevamos al oficial instructor a quien le sonó muybien y empezamos a ensayarla: “Frente al sol con la mirada clara, irrumpirán loshéroes del ayer”. Sólo recuerdo estas primeras letras, pues cuando la cantamos porprimera vez orgullosos por la avenida principal del CMN, parece que pasó un liberaly advirtió que tenía la música de la canción falangista “Cara al sol”. Claro, miamigo era Santiago Sánchez Sorondo, hijo del dirigente nacionalista que luegofuera candidato con Perón en 1973, don Marcelo Sánchez Sorondo. El resultadofueron diez días de arresto al pobre instructor y nunca más la pudimos cantar… lástima,nos sonaba mejor que la otra... Igual recibimos una calurosa felicitación del padreUllet, que vestido de rigurosa sotana recorría las cuadras a la noche arengándonos en

CAPÍTULO VI

1955-1976 LA ALTERNANCIA DE LOS GOBIERNOS CIVILES Y MILITARES.EL PARTIDO MILITAR Y EL PERONISMO. LA INFLUENCIA DE LAS DOCTRINAS

EXTRANJERAS SOBRE LAS FUERZAS ARMADASBIBLIOGRAFÍA

LÓPEZ, Ernesto, Seguridad Nacional y Sedición Militar, Buenos Aires, Legasa,1987. ________________, El primer Perón, Buenos Aires, Le Monde Diplomatique-Capital Intelectual, 2009.PERÓN, Juan D., “Significado de la defensa nacional desde el punto de vistamilitar”, en Perón y las Fuerzas Armadas, Buenos Aires, Peña Lillo, 1982.POTASH, Robert, El Ejército y la política en la Argentina, 1962-1973, 2 tomos,Buenos Aires, Hyspamérica, 1985.ROUQUIÉ, Alain, Poder militar y sociedad política en la Argentina, 2 tomos,Buenos Aires, Emecé, 1994.

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(*) N. del Coord.: Se conservó el registro oral de la exposición.

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1 Julio Busquets, El militar de carrera en España, Barcelona, Ariel, 1967; John Van Doorn, The Soldierand Social Change, Beverly Hills, California, Sage, 1975; Bengt Abrahamson, Military Professionalizationand Political Power, Beverly Hills, California, Sage, 1972. 2 Véase, en relación con el Uruguay, Carina Perelli, Convencer o someter: el discurso militar, Montevideo,EBO, 1986; y, para el caso del Paraguay, Horacio Galeano Perrone y otros, Los Generales del siglo XX ycómo piensan los del siglo XXI, Asunción del Paraguay, Intercontinental, 1998.

La sociabilización básica de los oficiales del Ejércitoen el período 1955-1976

CAPÍTULO VI

la sana doctrina nacionalista del padre Castelani contra el progresismo del capellánoficial del Colegio que osaba ¡vestir de clerigman!

Poco tiempo después, las rencillas entre liberales y nacionalistas se aplacaronfrente al logro común: el 28 de junio de ese año llegaba el final de los horriblespartidos políticos en el poder y la llegada de nosotros, la reserva moral de la patriajunto con Onganía y la tan esperada Revolución Argentina…

Claro que la paz entre las eternas fracciones de liberales gorilas y nacionalistascatólicos fue sacudida sólo dos años después cuando apareció un actor inesperado: elnacionalismo revolucionario católico –heredero del Concilio Vaticano y la PopulorumProgressio, contemporáneo del peruanismo inspirado en el régimen militar refor-mador del general Velazco Alvarado, de la Conferencia del CELAM en Medellínde 1968, etcétera–.

Encarnado en el CMN por los oficiales instructores tenientes Licastro yFernandez Valoni, junto a otros, prendió como una mecha entre los jóvenes cadetesy fue el inicio de la aproximación de muchos de nosotros al campo nacional ypopular, y permitió que pasáramos a acompañar al resto de la juventud argentinareclamando el regreso del líder del pueblo: el general Juan Domingo Perón.

Quise colocar estas anécdotas al principio del trabajo para dar una idea delclima de cultura oficial versus contracultura “insurgente” que vivíamos en aquel períodoy que –de un modo u otro– considero se extendió hasta el golpe de 1976.

La sociología militar y el proceso de formación básica

La formación básica de los militares es uno de los temas que interesó desde elinicio a la disciplina de la sociología militar1 y a la que recurrentemente se vuelvepara poder explicar tanto el comportamiento profesional –donde se analiza cómomuchos fracasos militares provienen de errores en la educación militar básica–,como también el comportamiento político de determinada cohorte existencial delos militares.2

Muy especialmente hace ya un cuarto de siglo en España, aparecen los pri-meros trabajos científicos sobre la formación respecto de los valores en la socia-

3 Aclaro a esta altura que utilizo el término sociabilización y no socialización siguiendo a Julio Busquets,que sostiene que esta última expresión refiere al “proceso de apropiación por el Estado de los medios pri-vados de producción” (op. cit., p. 271).4 Charles Moskos, Public Opinion and the Military Establishment, Beverly Hills, California, Sage, 1971;Gary Wamsley, “Contrasting Institutions of Air Force Socialization: Happenstance or Bellwether?”, enAmerican Jorunal of Sociology, Nº 78, pp. 399-417. 5 En relación con esto no puedo dejar de relatar mi asombro cuando en enero de 1970 llegué al ColegioMilitar de Francia y al Jefe de Compañía que me recibió, le pregunté:

–¿Por qué tienen tantos profesores? –¿Por qué lo decís?– Por la cantidad de autos–Los autos son de los cadetes –me dijo –, ahora estamos en los seis meses de trabajo académico y edu-

cación física, así que todas las tardecitas toman su auto y vuelven a sus casas o pensiones, después nosvamos tres meses al terreno y allí los formamos en las capacidades militares.A esa altura yo ya había acumulado cuatro años de internado de domingo a sábado y aún me faltaba unomás y confieso haberme sentido un extraño espécimen proveniente sin duda del cuarto mundo.6 Irving Goffman, Internados. Ensayos sobre la situación de los enfermos mentales, Buenos Aires, Amorrortu,1961, pp. 17-19; José Miguel Florez, “La educación militar en el Perú en el proceso educativo: los valoresmilitares y la democracia”, en Felipe Agüero, L. Hurtado y J. M. Florez, Educación militar en democracias,serie Democracia y FFAA, Nº 3, Lima Idele, 2005, pp. 124-125. 7 Felipe Agüero, “Educación militar y profesionalización”, en F. Agüero, L. Huratdo y J. M: Florez,op. cit., pp. 17-19. 8 Prudencio García, Ejército: presente y futuro, Madrid, Alianza, 1973, pp. 225-238.

LUIS EDUARDO TIBILETTI

bilización3 básica, cuestiones que venían estudiándose desde largo tiempo en laliteratura de sociología militar en el mundo anglosajón.4

Todos estos estudios iniciales y los muchos que se desarrollaron posterior-mente, con sus obvias diferencias culturales según la sociedad de que se trate, tienenen común la identificación de las prácticas habituales con que todas las Academiasmilitares del mundo buscar moldear a sus oficiales desde muy temprana edad.

A su vez todos coinciden en que en muchos casos (salvo en algunos paísesde Europa occidental en los últimos años)5 las academias militares adoptan lacaracterística de “instituciones totales”.6 Ello implica, según Goffman, que un elevadonúmero de personas son concentradas en un recinto cerrado y apartadas del resto dela sociedad. A través de éste y otros mecanismos sofisticados se logra romper partedel pasado del sujeto y el surgimiento de un espíritu de cuerpo.

Esto ha sido reconocido por casi toda la literatura como una condiciónnecesaria para el adecuado funcionamiento de la institución militar, aunque, comoseñalan Agüero7 y García8, se trata de una cuestión de grados para evitar los efectosnegativos, especialmente la creación de una alteridad con respecto al resto de lasociedad y una sensación de superioridad moral.

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LUIS EDUARDO TIBILETTICAPÍTULO VI La sociabilización básica de los oficiales del Ejércitoen el período 1955-1976

9 Mario Vargas Llosa, La ciudad y los perros, Buenos Aires, Sudamericana, 1969.10 Prudencio García, op. cit. (este destacado y los que figuran en el resto de la citas me pertenecen). 11 Ibid.

No haré, por lo tanto, especial hincapié en este aspecto, que provenía desdeantes del período analizado y que se ha mantenido con algunas correcciones en losúltimos tiempos, particularmente para evitar los aspectos degradantes por el régi-men de internado, sumado al sistema jerárquico y los ritos iniciáticos adosados,que aparecieran descriptos en La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa.9

Sí intentaré recordar algunas de las problemáticas que la sociología militar hadetectado con carácter universal y que cuando se potencian con determinados com-ponentes ideológicos –que luego analizaremos–, producen serios problemas para ladebida integración del militar en el contexto de la vida democrática de la sociedad.

Así, por ejemplo, el coronel español Prudencio García señala en 1973:

a nuestro juicio la solución del problema de la debida simbiosis Ejército-Sociedad debe abordarse descendiendo al alma mater de nuestro Ejército:las Academias militares. En ellas debe impartirse al futuro oficial y jefe untipo de preparación que desborde ampliamente la ciencia militar propia-mente dicha, incluyendo una sólida preparación intelectual en disciplinashumanas y sociales […] para lograr un contacto suficientemente estrechocon el complejo y conflictivo mundo sin el cual no puede sentirse plenamenteintegrado con la comunidad a la que pertenece, ni aspirar a defender valorpermanente alguno con una mente alejada de las cambiantes realidades desu época.10

Y luego advertía:

nunca han de faltar argumentos de evasión tendientes a limitar lo profe-sional a esa clase de patriotismo que durante siglos se le pidió –y se debeseguir haciéndolo– y que exigía: valor físico, disciplina y cierta técnica. Elpatriotismo de hoy exige eso y bastante más, incomparablemente más.11

Lo que resulta interesante señalar es que García identificaba la vigencia deun extrañamiento de los militares con su sociedad a fines de los sesenta (de allíprovienen sus trabajos de campo), a pesar de que un gran número de oficialescursaba en la universidad y un 80% ejercía el pluriempleo, y es por este motivo

12 Incluso como me recordaba hace poco otro camarada de los “33 orientales” en aquellos tiem-pos se veía horrible que algún oficial que egresara entre los primeros de su promoción decidiese ira estudiar a la Escuela Superior Técnica para formarse como ingeniero militar.13 Felipe Agüero, op. cit., pp. 22-23.14 Ibid.

que propone analizar las academias, pues ambos aspectos no han sido suficientes. En ese mismo momento, por estas tierras, esos fenómenos eran simple-

mente desconocidos y si a alguien se le ocurría pedir permiso para ir a la univer-sidad ya era considerado un traidor y condenado a rendir examen de conocimientode la totalidad de los reglamentos militares.12

Si bien debe reconocerse la calidad de los profesores civiles –que eran los mis-mos que formaban a los jóvenes en el Colegio Nacional Buenos Aires–, y en estoArgentina hacía punta en la región –como en el conjunto de su sistema educativo–,lo cierto es que el reloj de la educación militar ya atrasaba varios años en relacióncon la experiencia europea.

Ya vimos la diferencia con el tiempo de internado y para dar otro ejemplo:los cadetes no teníamos accesos a los diarios, ni podíamos escuchar radio, para nodistraernos con la realidad.

Por su parte, Felipe Agüero nos dice:

otro componente fundamental de la educación militar se refiere a la socia-lización, más o menos formalizada, en códigos y valores que diferencian lainstitución militar de otros grupos y organizaciones de la sociedad. Esto esnecesario por su cometido específico: es una organización en la que sellama a dar la vida por la patria. Pero estos elementos son relevantes para larelación educación militar-democracia por lo que se debe estar siempre incluyendola reflexión sobre esto para evitar la extrema diferenciación y la sensación desuperioridad sobre el resto.13

Y, analizando específicamente al campo latinoamericano, continúa:

la literatura destaca la apropiación por parte de las Fuerzas Armadas de lanoción de interés nacional y la auto-identificación de éstas como los princi-pales garantes del interés y los valores nacionales.14

Ahora bien, esto no era algo acostumbrado en el período anterior a 1955.En el Reglamento de 1947 que aplica un decreto ley de 1944, figura la siguiente

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15 Ernesto López, El primer Perón, colección Los otros militares, Buenos Aires, Capin, 2009;Prudencio García, El drama de la Autonomía militar, Madrid, Alianza, 1995. 16 Es notable la coincidencia con la descripción que hace Juan Rial (Las FFAA: soldados políticoso garantes de la democracia, Montevideo, CIESU-CLADE-Ediciones de la Banda Oriental, 1986)acerca de la situación en el Uruguay, donde cabía imaginar “blancos” o sea adherentes al PartidoNacional pues el Ejército era históricamente colorado y dentro de él antibatllista.

definición del Ejército: “es la parte de las fuerzas armadas destinada, fundamentalmentea la realización de operaciones de guerra terrestre”.

Consideremos la diferencia respecto de la definición que figura en elReglamento de Servicio Interno RV 200-10 de 1968, que deriva de la ley 16.970de Seguridad Nacional de 1966: “su existencia es indispensable y su acción serádecisiva en la vida del país […] su misión es salvaguardar los más altos intereses dela Nación, garantizar el mantenimiento de la paz interior […] constituye una delas reservas morales de la patria” (sin aclarar cuáles son las otras pero puede suponerseque la Armada y la Fuerza Aérea, por ello es sólo una de ellas, aunque en losdocumentos internos con los que estudiábamos en el CMN decía “la reservamoral”). Este reglamento será modificado en 1991, volviendo a una redacción dela misión acorde a la de 1947, pero manteniendo todos los demás aspectos de ladefinición macro.

La especificidad de la formación ideológica durante el período.

Considero que este aspecto debe ser leído desde la relación entre dos pro-cesos distintos: uno específicamente argentino en clave de la evolución antipero-nismo-peronismo y el otro –similar en toda América Latina–, de la paulatinaimposición de la Doctrina de la Seguridad Nacional y en nuestro caso, además, dela influencia de la doctrina de contrainsurgencia francesa.

El estudio de estos procesos generales dispone de varios trabajos,15 demanera que sólo procuraré identificar su impacto en el momento de la sociabili-zación básica en valores.

Aquí el primer proceso tuvo –más allá de la anécdota sobre la marcha dela Revolución Libertadora– una influencia decreciente aunque sobre la base de unsupuesto original: a mediados de los años sesenta, simplemente a nadie se le ocu-rría que un militar podía ser peronista después de la furiosa desperonización queLópez describe con amplitud.16

Aquí vale la pena señalar que hasta 1954 todos los reglamentos de los añosperonistas eran tan absolutamente profesionales y apolíticos como los escritos hasta 17 Alain Rouquié, Extremo occidente: una introducción a América Latina, Buenos Aires, Emecé, 1994;

Horacio Verbitsky, La última batalla de la Tercera Guerra Mundial, Buenos Aires, Legasa, 2009.18 Véanse, entre otros, Horacio Verbitsky, op. cit., y Mario Orsolini, La crisis del Ejército, BuenosAires, Arayú, 1964.19 Sí me parece importante transcribir las proféticas palabras que el coronel Orsolini publicara enLa crisis del Ejército: “La ideología como causa conduce a la guerra santa […] desarrolla en todaslas jerarquías del ejército la tendencia a compartir las ideas de los políticos más extremistas, a imitarlos procedimientos terroristas del adversario […] y a considerar como enemigo a todo aquel quelevanta la voz contra esa demencia colectiva” (op. cit., pp 52-53).

esa fecha. Recién en ese año y al calor del enfrentamiento ya abierto entre Perón y partede las Fuerzas Armadas, aparece el reglamento RRM20 titulado Adoctrinamiento,Educación e Instrucción que contenía dos páginas dedicadas a explicar la Constituciónde 1949 y los objetivos de una patria, justa, libre y soberana.

Como ya expliqué, la desperonización va a comenzar a cambiar acelera-damente a partir de 1968-1969, hasta llegar a la situación del 17 de noviembrede 1972 cuando ya los militares que apoyaban el regreso de Perón eran tantos, quehasta le rendían honores en la ruta de Ezeiza a Buenos Aires y los Comandantesen Jefe no se animaron a enfrentarlos y detener al viejo líder, por temor a la fractura.

El segundo proceso, el de la intromisión de la DSN en su versión extrema17

siguió por el contrario un camino ascendente hasta culminar en el paroxismo conel Proceso de Reorganización Nacional.

Para entender la lógica de ese crecimiento deben entenderse las característicasespecíficas de la versión argentina, entre ellas la enorme influencia de los sectorescatólicos de ultraderecha en su formulación, que le dieron el tono de guerra religiosa.Otra vez, este fenómeno ya ha sido descripto en abundancia por autores civiles ymilitares,18 por lo que limitaré a analizar el impacto en el CMN.19

Para ello voy a utilizar los documentos conocidos como BEIE (Boletinesde Educación e Instrucción del Ejército) que comenzaron a editarse a principios delos años sesenta. Así, ya en 1964 aparece en el BEIE número 9 la necesidad de “pre-parar a los oficiales para soportar la tensión ideológica y psicológica a la que se veránenfrentados en la lucha actual”. Pese a que en ese mismo BEIE se hace hincapié enque “educar no es adoctrinar”, en 1966 –el año en que ingresé al CMN– se publi-ca y distribuye el BEIE número 14 titulado “Conducción Interior Plan I”.

Para todos los que tuvimos que estudiarlo y enseñarlo en nuestra época decadetes, en realidad es conocido por una expresión que de tanto repetirla, final-mente sonaba a broma y que es la proposición del Núcleo Temático número 1:“Vida humana: milicia multiforme”.

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En la página 7 enuncia los objetivos generales del Boletín (de 451 páginas):

– Afirmar la formación moral de los principios que engendran la concepcióncristiana de la vida y del hombre.–Despertar confianza y adhesión a nuestra forma de vida occidental y demo-crática donde el hombre puede realizarse en libertad.

Cabría recordar que en el momento de su publicación, la democracia acababade ser anulada por el golpe militar contra Illia.

Llegamos luego al desarrollo de la proposición señalada sobre “La vidahumana: milicia multiforme” donde se desarrolla el principio de Séneca de que“la vida es lucha”:

De hecho todo ser humano vive en perpetua lucha, ofensivo-defensiva; lavida del hombre es milicia, lucha, combate, guerra, pugna; en estar preparadopara ello consiste la profesión vocacional militar.

Pero ¿contra quién es la lucha?, en la página 27 leemos:

el ser humano es enfermo (in-firmus) y por eso se subleva contra el Bienque es Dios y así aparece el mal. La extensión del mal es consecuenciadirecta del abandono de la fe y su suplantación por idearios, doctrinas teoríasque no han cultivado la Verdad, Justicia, Amor y Libertad. Esta situación llegahasta nuestros días con las últimas manifestaciones de la Guerra Ideológica quepadece el mundo.

(Como se podrá advertir, George W. Bush no era un innovador en la mate-ria). Luego el ¿contra quién? de la lucha perpetua se torna más específico aun:

Si bien existen distintas escuelas, doctrinas o sistemas menoscabadores de ladignidad del hombre, excede a todos ellos por su saña e inhumanidad elComunismo marxista, […] en su propósito confesado de adueñarse del mundo.

El instrumento para esta lucha contra el comunismo aparece en la página44, a partir de la idea de “El Ejército de la Libertad”, donde nos instaba a

Ser integrantes del ejército de la libertad a fin de asegurarla para nosotros,para nuestros hijos y para todos los hombres de América y de la tierra compe-

netrados con nuestra concepción cristiana del mundo y del hombre y nuestraforma de vida democrática y occidental.

Por si alguna duda queda a esta altura de que este BEIE era un verdaderoManual de Adoctrinamiento (pero con 451 páginas en lugar de las dos que teníael de Perón) –mezcla criolla de integrismo católico con manual mal traducido delinglés–, leamos estos otros textos:

El cristianismo: código de doctrina-vida para Occidente. El cristianismo no essólo una fe, una Iglesia, un culto particular. Dio un código de doctrina-vidaa Occidente que, superando los errores del paganismo sobre el que se elevó(el judaísmo, bien gracias), ha regenerado al mundo. Todas las Instituciones yprácticas sociales de nuestra civilización están impregnadas de esa doctrina-vida,Doctrina que deben acatar aun aquellos carentes de fe y de culto que han nacidoo conviven en nuestra sociedad.

Consideremos la vigencia de la visión internacional impuesta a partir delgolpe del 1955 en la siguiente frase (p. 224):

No puede dejar de recordarse que el mundo está dividido hoy en dos orbesenfrentados: el Comunista y el Occidental; incluso hay un tercer mundo queal desertar de nuestro campo favorece al socialista.

En reemplazo entonces de la “tercera posición” tenemos esta nueva inter-pretación del mundo (lo notable es que sólo cuatro años después la Argentinacomenzaría en Lusaka su aproximación al Movimiento de Países no Alineados,participando como observadores en la 8ª Conferencia bajo el gobierno militar delgeneral Levingston).

Este abandono de la “tercera posición” será acompañado –como podremosver en otros núcleos temáticos del BEIE–, por la introducción del concepto de“guerra revolucionaria”. Para este concepto se apela a un trabajo de 1959 del generalespañol Díaz de Villegas que dice entre otras cosas “en esta guerra el objetivo es, ademásde la destrucción del aparato, la recuperación de la población, de sus almas y de suideología”.

Finalmente, leamos el “Código Moral para el Combatiente en la GuerraRevolucionaria”: el mismo es un decálogo (probablemente traducido de algún docu-mento estadounidense redactado luego de la Guerra de Corea y luego “argentinizado”con comentarios) del cual transcribo sólo algunos puntos:

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20 Osiris Villegas, Políticas y estrategias para el desarrollo de la seguridad nacional, Buenos Aires,Pleamar, 1969.

1) Soy un combatiente americano. Soy valor humano de América toda quelucha por su supervivencia. Mi acción ofensiva-defensiva salvaguardia mipaís, todo el Continente igualmente amenazado y al estilo de vida sostenidoen la doctrina-vida del Cristianismo […].2) Nunca recibiré favores del enemigo: ante la tentación diabólica responderécon actos y palabras; si se rinden los cobardes, el brazo de mi madre me señalóla ruta iluminada. [Sí, es una estrofa de la “Canción de la Libertadora”].

Otro elemento significativo en el proceso de ideologización creciente del“combatiente americano”, fueron las definiciones de seguridad y defensa: seguridadcomo situación y defensa como todas las acciones que se llevan a cabo para alcanzarla seguridad. 20

No he querido incursionar, obviamente, en la diferenciación de contenidospre y post 1955 en otro tipo de material, como por ejemplo la Revista del Soldadocuyos contenidos de los años anteriores a 1955 instarían a intercalar los númerosactuales, o la Revista de la Escuela Superior de Guerra, porque no formaban partedel material en uso en el ámbito de la sociabilización básica, es decir el CMN.

Quiero terminar volviendo a citar al coronel Prudencio García pues nopuedo sino compartir las conclusiones que figuran en su libro:

Características generalizadas del militarismo latinoamericano entre lasdécadas de los cincuenta y los ochenta:1) Intensivo adoctrinamiento anticomunista, conducente a un ultraderechis-mo radicalizado.2) Aguda intensificación de esta tendencia formativa durante el período dela “guerra fría”.3) Creciente desviación de la idea de “Defensa” hacia el concepto de “ene-migo interior”.4) Implementación de la llamada “Doctrina de Seguridad Nacional”.5) Auto-atribución excluyente por las Fuerzas Armadas de los conceptos depatria y patriotismo, y de la representación exclusiva de la nación.6) Progresiva desviación de las Fuerzas Armadas hacia funciones de carácterpolicial.

21 Prudencio García, El drama de la Autonomía militar, op. cit., pp. 236-237.

7) Grave relajación de los conceptos éticos militares, asumiendo la torturacomo método habitual y sistemático en el campo de la información.8) Frecuente respaldo de las Fuerzas Armadas a modelos económicos defuerte base oligárquica y gran desigualdad social.21

Queda para las actuales autoridades civiles y militares del sistema de defensacorregir todas aquellos aspectos del proceso de sociabilización básica de los militaresque signifiquen rémoras de aquellos errores, tanto en el aspecto de alteridad y/o supe-rioridad en relación con el resto de la sociedad como de la contaminación ideoló-gica del período de la Doctrina de Seguridad Nacional y la guerra contrarrevolucionaria.

BIBLIOGRAFÍA

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Ilegitimidad democrática y violencia

JOSÉ PABLO FEINMANNFILÓSOFO / PERIODISTA / ESCRITOR

Habrá que empezar señalando de un modo claro, contundente, una cuestiónque no se tiene bien analizada, que se la oscurece con deliberada frecuencia. Ensuma, que se quiere ocultar, no reconocer. Desde 1955 hasta 1973 –cuando Cámporaasume democráticamente el gobierno de la República con una mayoría de votosque llega casi al 50%, desde la firma del decreto 4.161 en que Aramburu prohíbenombrar a Perón, nombrar a Evita, al Partido Justicialista y lo excluye de la política,de la participación dentro de la democracia– la República Argentina atraviesa unaetapa de profunda ilegalidad constitucional. De modo que habría que modificaralgunas expresiones que nos hemos acostumbrado a utilizar. Por ejemplo, AndrewGraham Yoll dice en uno de sus libros que el movimiento sedicioso que encarnabaJuan Carlos Onganía derroca al gobierno constitucional de Arturo Illia. No es así.El gobierno de Arturo Illia no era constitucional y lo increíble es que suene raro.Que nos hayamos acostumbrado a que sí, a que lo era y a que el doctor Illia era undemócrata ejemplar. Cuando en la película La República Perdida, que se proyectadurante la campaña electoral del radicalismo, durante el año 1983, se lo presentacomo un baluarte, un ejemplo de la democracia, que recibe en su despacho algeneral Julio Alsogaray y le dice de un modo casi heroico “Usted es un bandolero quese alza contra las autoridades constituidas, etc.”, la gente aplaudía en el cine. Yo creoque Julio Alsogaray debe haber pensado: “Este hombre se la creyó, se creyó que éles la autoridad constituida, pero en realidad nosotros lo pusimos ahí”. Es absurdolo que dice Illia. A Illia lo habían puesto las Fuerzas Armadas como una máscarademocrática más para disfrazar al país de país democrático. Cuando en realidadno lo era en absoluto, porque las mayorías no podían votar y el líder de esas mayoríasno podía regresar al país y la mujer que esas mayorías habían venerado estabaescamoteada, su cuerpo estaba desaparecido, porque, como bien habían calculado

CAPÍTULO VI

1955-1976 LA ALTERNANCIA DE LOS GOBIERNOS CIVILES Y MILITARES.EL PARTIDO MILITAR Y EL PERONISMO. LA INFLUENCIA DE LAS DOCTRINAS

EXTRANJERAS SOBRE LAS FUERZAS ARMADAS____________, El dilema militar argentino, Buenos Aires, Pleamar, 1989.GOFFMAN, Irving, Internados. Ensayos sobre la situación de los enfermos mentales,Buenos Aires, Amorrortu, 1961.LÓPEZ, Ernesto, El primer Perón, colección Los otros militares, Buenos Aires,Capin, 2009.MOSKOS, Charles, Public Opinion and the Military Establishment, Beverly Hills,California, Sage, 1971. ORSOLINI, Mario, La crisis del Ejército, Buenos Aires, Arayú, 1964.PERELLI, Carina, Convencer o someter: el discurso militar, Montevideo, EBO, 1986.RIAL, Juan, Las FFAA: soldados políticos o garantes de la democracia, Montevideo,CIESU-CLADE-Ediciones de la Banda Oriental, 1986.ROUQUIÉ, Alain, Extremo occidente: una introducción a América Latina, BuenosAires, Emecé, 1994.VAN DOORN, John, The Soldier and Social Change, Beverly Hills, California,Sage, 1975.VARGAS LLOSA, Mario, La ciudad y los perros, Buenos Aires, Sudamericana, 1967.VERBITSKY, Horacio, La última batalla de la Tercera Guerra Mundial, BuenosAires, Legasa, 2009 (última edición corregida).VILLEGAS, Osiris, Políticas y estrategias para el desarrollo y la seguridad nacional,Buenos Aires, Pleamar, 1969.WAMSLEY, Gary, “Constrasting Institution of Air Force Socailization: Happenstanceor Bellwether”, en American Journal of Sociology, Nº 78, 1972, pp. 399-417.

414 415CAPÍTULO VI La sociabilización básica de los oficiales del Ejércitoen el período 1955-1976

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417416 Ilegitimidad democrática y violenciaCAPÍTULO VI

los militares aramburistas, donde estuviera enterrado el cadáver de Eva Perón ibaa haber un foco de concentración rebelde. ¿Por qué? Porque el pueblo humilde–al que Evita había favorecido cálidamente– la seguía amando y no quería que sevejara su cuerpo.

¿Por qué son todos gobiernos ilegales? El gobierno de la llamada RevoluciónLibertadora era profundamente ilegal porque surge de un golpe contra un gobiernoconstitucional, contra el gobierno de Juan Domingo Perón. Este gobierno deAramburu se propone desperonizar al país y concede elecciones en las que apuestapor Balbín pero gana Frondizi. De todos modos, ya esas elecciones establecen unmétodo que algunos jóvenes de hoy, lo juro, casi no pueden entender. Cuandouno le dice a un joven de hoy, “Mirá, en este país pasó esto, un señor que se lla-maba Andrés Framini ganó democráticamente en la provincia de Buenos Aires ycuando fue a ocupar su puesto las Fuerzas Armadas lo echaron a patadas y al pre-sidente que había otorgado esa elección lo derrocaron, lo mandaron a MartínGarcía y pusieron a un señor mínimo, José María Guido, para cubrir la fachadademocrática”, el joven de hoy (los jóvenes ignoran nuestra historia, la desconocen)cree que le están haciendo una broma, contando un cuento absurdo, demencial.

La Argentina no se puede constituir legalmente porque insiste en la margi-nación de la fuerza mayoritaria del país y del líder de esa fuerza. Todo eso potenciaa ese líder, porque lo transforma en un objeto maldito. El pueblo está esperandoque regrese en un avión negro. No hay nada más maldito que lo negro, lo negro eslo prohibido, aquello que se niega. Es como una actitud neurótica, cada uno denosotros vive negando cosas en sí mismo hasta que estallan como síntoma. Bueno,el peronismo estalla como síntoma, lo tapan acá, lo tapan allá, lo sofocan, lo silen-cian, lo persiguen, etc. El primer síntoma grave de ese sistema enfermo que habíaestablecido el Estado gorila es el secuestro y la muerte de Aramburu.

Pensándolo desde la amplia perspectiva histórica que tenemos ahora, debe-ríamos decir que ese juego manejado por las Fuerzas Armadas entre gobiernosmilitares, gobiernos civiles manejados por militares, gobiernos civiles que terminanpor hacer lo que no quieren los militares y son derrocados (por los militares) y seponen ellos, y ponen a otro gobierno civil que tampoco hace lo que quieren y losacan y se vuelven a poner ellos es un ciclo de lamentable sustancia democrática.De 1955 a 1973 no hubo democracia en la Argentina. Hubo ilegalidad, sofoca-miento, hubo falta de libertad.

Lo que yo y muchos le podemos reprochar a esa buena persona que fueArturo Illia es que él, en lugar de irse legalizando a lo largo de su breve gobierno,debió no aceptar una democracia excluyente. Debió decir: “Señores, yo no quierolavarle la cara a nadie. Si ustedes quieren elecciones, que las elecciones sean para

JOSÉ PABLO FEINMANN

todos. Si ahí yo gano, mi gobierno será democrático. De lo contrario, sólo es lacareta de una situación de ilegalidad institucional”.

Pero Illia acepta y –como parece ser una persona honesta– los militares sos-pechan que dará elecciones libres, para todos, sin proscripciones. Lo echan porque esun golpe preventivo. Lo echan porque es muy posible que dé elecciones ampliadascon el peronismo. Entonces viene eso de la tortuga, de las palomas que le dibujanen la cabeza. Illia es un tipo lento, torpe, y el país necesita un macho. Argentinaes un país de machos, y los militares eran concebidos como los grandes machos delpaís. Y asume entonces Onganía. Pero Illia, de haber sido un auténtico demócrata,cuando le propusieron presentarse a elecciones debió haber dicho “No señores, yono me presento. Me presento si se presenta el peronismo; pero hacerles de caretademocrática a ustedes, lo siento mucho. Soy un hombre democrático y no me prestoa esto”. Ésa era la gran muestra de un espíritu auténticamente democrático, perosin embargo acepta presentarse y servir de careta democrática para seguir frenandoal peronismo.

Entre tanto, para introducir un tema del que no hemos hablado, hay quehablar de la contrainsurgencia. La contrainsurgencia, en efecto ya se ha dicho aquí,llega a la Argentina ya con Aramburu. No con Aramburu en el gobierno, sino conAramburu como figura principal de las Fuerzas Armadas. La figura de Alcides LópezAufranc es poderosa, y llegan los instructores franceses. Para decirlo de un modo bru-tal, que sacuda, lo que habían descubierto los franceses en Indochina y enVietnam –lugares en los que habían perdido, pero en el fondo ellos estaban segurosde que ésa era la táctica– es la tortura. La doctrina francesa se basa en la tortura. ¿Por qué?Porque para derrotar a la contrainsurgencia hay que poseer una muy buena y precisainformación. Y la información, según el general Paul Aussaresses o Roger Trinquieru otros militares fundamentales en la doctrina francesa, se obtiene con la tortura. Latortura garantizaba la palabra del torturado, que ponía en conocimiento de los tor-turadores lo que necesitaban saber. A esta tarea, de un modo irónico o trágico, sela llama “tarea de inteligencia”. Es decir, la tarea de inteligencia consiste en torturar.Hay una película norteamericana (admiro mucho a Estados Unidos y su cine porla capacidad autocrítica que tiene) en la que un personaje que ve torturas en Iraq llegaa Estados Unidos, y le dice a una agente de la CIA “He visto torturas en Iraq yyo no lo pude tolerar”. “Momento”, le dice la agente, “Estados Unidos no tortura,obtiene información, eso que quede claro”.

Entonces, la contrainsurgencia ya se está preparando desde los tiempos deAramburu, y efectivamente proviene de los instructores franceses. Aussaresses, porejemplo. ¿Quién había sido Paul Aussaresses? Había sido un heroico luchadorcontra el nazismo. Como vemos, la lucha antinazi queda sólo en el mapa. Luego

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venía la lucha contra el verdadero enemigo, el comunismo. Para los franceses, lalucha en Argelia no era una lucha colonialista, era la lucha contra la insurrecciónmarxista como cualquier otra lucha que se tiene. Los ejércitos tenían que inter-venir en la seguridad nacional para luchar contra el enemigo interno marxista. Enel plano internacional, en la Guerra Fría, eran los dos bloques los que se ocupabande mantenerse enfrentados pero no beligerantes. Las guerras se daban en el TercerMundo, en Vietnam por ejemplo. En Vietnam también se aplica la doctrina fran-cesa con el Plan Fénix, que genera una cantidad de muertos, sesenta mil, ochentamil…, pero que sigue la doctrina francesa no sólo de matar al culpable, sino dematar a todo el círculo que lo rodea. Los boinas verdes responden con enormecrueldad a cada uno de los suyos que caen. Por cada uno de los suyos que caen,ellos matan 500. Por lo que vemos que esta relación entre 5 y 1, que es tan trágica,se da de distintas maneras. Porque el 5 y 1 de acá terminó siendo el 50 por 1 delas fuerzas del golpe de 1976.

Pero ¿qué pasaba con la insurgencia? Creo que ésta es la parte más discutible,la que más me va a costar, la que más crítica puede recibir, pero hay que introducirla.

En su Historia del siglo XX, Eric Hobsbawm –porque uno siempre se apoyaen esta gente– califica a los movimientos guerrilleros latinoamericanos de la décadadel sesenta a partir de que han obtenido un fracaso espectacular, lo pone enmayúsculas, y muy simplemente explica los motivos.

Primer motivo: exageración del poder contra el cual luchó la RevoluciónCubana. La Revolución Cubana no fue el suceso de doce guerreros que luego fueronsumando fuerzas y derrocaron a un régimen poderoso. El régimen no era poderoso.El Ejército de Batista estaba corrupto, desalentado, Batista llevaba ya muchotiempo en el poder, Estados Unidos no lo respaldaba y veía con simpatía a estosbarbudos rebeldes que venían a quitarles de encima a un régimen realmente incó-modo como era el de Batista, porque era sanguinario, impresentable. Además,Castro maneja al campesinado, es decir, no se trata de una guerrilla foquista.Castro responde al campesinado, a los sectores sindicales, y se enfrenta a un ejércitomuy debilitado.

Segunda, tremenda, incomprensión: Ernesto “Che” Guevara publica unpanfleto, un texto muy importante que se llama Cuba: “Vanguardia en la lucharevolucionaria o excepcionalidad histórica”. Guevara se echa furibundamente contraaquellos a quienes llama excepcionalistas, entre los cuales me tendría que ubicaryo. Porque esta tesis que estoy dando es la del excepcionalismo de la RevoluciónCubana. La revolución en Cuba fue excepcional porque Estados Unidos no la veíacomo una revolución marxista, porque el gobierno de Batista se caía y el Ejércitono era una fuerza poderosa. Eso se lo dijo Valle al “Che” Guevara en 1961. Valle

le dijo: “Cuidado con la Argentina, la Argentina no es la Cuba de Batista, laArgentina tiene fuerzas poderosas de represión”. Y Ernesto Guevara le contestó:“Son todos mercenarios”. Esto no fue una respuesta correcta, porque un mercenarioes muy peligroso, un mercenario es un guerrero muy bien entrenado y es mentiraque no tenga los ideales de un joven idealista revolucionario, porque tiene unaideología que se le ha metido al mercenario: “Usted está luchando por la libertad deeste continente, usted está luchando contra el poder comunista que intenta devoraral mundo, usted está luchando por la religión de sus padres”, miles de causas se lepueden inocular a un mercenario. Y en última instancia un mercenario es un sádicoy su tarea es la guerra, y es un muy eficaz guerrero. Entonces cuando el “Che” dice“son todos mercenarios” comete un error. Los mercenarios son muy poderosos.

Entonces ¿qué tenemos acá? Tenemos una revolución que es aceptada enuna situación excepcional por Estados Unidos; un personaje carismático que fueErnesto Guevara, que crea una teoría ajena al marxismo. La crea junto con RégisDebray, y Hobsbawm abre paréntesis y pone “el francesito de turno” (como bueninglés, Hobsbawm hace un chiste: no podía faltar ahí un francés).

El francesito escribe Revolución en la Revolución, donde desarrolla la teoríadel foco. La teoría del foco no tiene nada que ver con el marxismo. Marx y Engelsestán en contra del terrorismo. Si uno lee (y yo las he leído) sobre todo las obras deMarx advierte que siempre une la lucha revolucionaria con las masas. No hay lucharevolucionaria si las masas, el pueblo, no acompañan. Debray y Guevara crean lateoría del foco, que consiste en esto: el movimiento guerrillero debe centrar un focorevolucionario de 8, 10, 15 personas que comienzan a actuar, y ese foco tiene unpoder gradualizador que va atrayendo cada vez más a las masas, logrando cada vezmás poderío hasta que se realiza el asalto final. Es decir, no se parte de las masas, sinoque se parte de la elite. En suma, es una teoría de vanguardia. ¿Cuál es el problemade la vanguardia? Que la vanguardia actúa desde afuera, la vanguardia cree conocerlas leyes de la Historia. Lenin decía “La vanguardia conoce las leyes de la Historia”,y Rosa de Luxemburgo le decía que nadie puede conocer las leyes de la Historia. Peroel Partido Comunista en la URSS se legitima porque conoce las leyes de la Historiay las puede bajar a las masas. La vanguardia siempre va a decir “Nosotros sabemosmás que las masas, porque conocemos las leyes de la Historia”. Ocurre algo muysimple, la historia no tiene leyes, nadie sabe adónde va la historia. Esto lo hemosadvertido desde hace tiempo, pero hay muchos que insistieron en que la historiatenía leyes, y en que el mundo marchaba al socialismo. Como dice Walter Benjamin,en Tesis de la Filosofía de la Historia, nada causó más daño a la clase obrera alemanaque creer que nadaba a favor de la corriente. Nunca se nada a favor de la corriente,porque no hay una corriente. La corriente hay que crearla, entonces hay que crearla

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JOSÉ PABLO FEINMANNCAPÍTULO VI Ilegitimidad democrática y violencia

con el pueblo y hay que trabajar con el pueblo. Esto es lo que surge desde unalectura atenta de los textos de Karl Marx.

Entonces tenemos una situación histórica que constituye una trampa for-midable. La Revolución Cubana que aprovecha una situación excepcional, teoríadel foco que se da en gran medida, como dice Hobsbawm, por el carácter erráticode Ernesto Guevara, el Congo, Praga, Bolivia… Y surgen así los movimientos de laguerrilla latinoamericana, uno de cuyos mayores problemas es no preguntarse jamás¿cuál es la fuerza del enemigo, contra quién peleamos? Ignoraban por completotodo esto de la doctrina francesa. Sabían algo de la Escuela de las Américas, peroignoraban que el Ejército, como decía un compañero mío en los setenta, todavía nose había puesto en serio con la guerrilla.

La idea de la insurgencia argentina no estuvo mal en principio, y esto vienede Cooke, porque la insurgencia argentina fue cookista. John William Cooke, unhombre muy inteligente que había leído completa La Crítica de la Razón Dialécticade Sartre –que para mí es el gran libro del siglo XX–, decía “tenemos aquí a las masasperonistas, si tenemos a las masas peronistas, hay que entrar en las masas pero-nistas y llevar a las masas peronistas a la revolución”. Tarea imposible. ¿Por qué?Porque las masas peronistas se habían formado bajo los dos gobiernos de Perón,y efectivamente ese gobierno de Perón fue muy generoso con esas masas, llevó suparticipación en el Producto Bruto Interno al 53%, subió la renta, la participaciónde la clase trabajadora en un 33%, y como todos sabemos brindó muchos derechosa los trabajadores. Esos trabajadores incorporaron la doctrina fundamental dePerón: “Del trabajo a casa, y de casa al trabajo”. No hay doctrina más reaccionariaque esa, o menos revolucionaria, porque si vamos del trabajo a casa y de casa altrabajo no sé en qué momento vamos a hacer la insurgencia, porque o la hacemosdesde el trabajo o la hacemos desde casa. Y cuando Perón mandaba al trabajo,mandaba a la producción nacional. Hoy la idea de Perón suena maravillosa porqueese país se destruyó. Perón era de un país productivo, un país que tenía industria,que producía. Y cuando un país produce tiene consumidores, porque la producciónnecesita consumidores. Ésta es la dialéctica entre la producción y el consumo queestá en Marx: la producción necesita consumidores, los consumidores necesitanproductores; es decir que entre la industria y los consumidores hay una dialécticaque se establece en la cual se alimentan mutuamente. Eso lo intentó desarrollarPerón, y eso fue aniquilado por los planes liberales posteriores. Pero ese puebloperonista que la guerrilla, los Montoneros sobre todo, invocaban tanto no era unpueblo guerrero. Y lo demostró, porque apenas estalló la violencia hubo un reflujode masas que muchos no entendieron, no acompañaron, y que muchos sí enten-dieron y dijeron “cuando las masas inician un reflujo hay que acompañarlas”.

En la película La Patagonia Rebelde, cuando los obreros se están equivo-cando, discuten dos anarquistas europeos, el alemán Schultz y el gallego Soto. Elgallego Soto le dice “Los compañeros están equivocados, los compañeros van adialogar con los militares y los militares los van a matar. Yo no soy carne para tirara los perros, así que me voy”. Y el alemán Schultz le dice “Yo no me voy, yo pre-fiero equivocarme con los compañeros a tener razón solo”. Bueno, ésta es unagran lección de lo que es un revolucionario. Un verdadero insurgente, honesto,entero, que quiere que sus trabajadores y compañeros mejoren sus condicionesde vida, va con ellos hasta el final. Y esto no lo entendió la guerrilla argentina.Tampoco lo entendió Perón, pero ésa es una historia tremendamente desdichadaque quizás no sea momento de tratar aquí.

Para sintetizar esto, voy a tomar otro caso tremendamente delicado peroque les pediría que lo pensaran profundamente. Yo escribí una novela que sellama Timote, secuestro y muerte del General Aramburu, en la cual Aramburu yFernando Abal Medina dialogan largamente. Por supuesto yo inventé los diálo-gos, porque no hay ningún documento veraz salvo algo que hizo publicarFirmenich en La Causa Peronista en el año 1974, y si lo hizo publicar Firmenichsu verosimilitud histórica es por lo menos devaluada, salvo que ustedes crean enla palabra de Firmenich, y yo no creo en la palabra de Firmenich.

Entonces estos dos personajes discuten durante horas y Aramburu le diceen un momento: “Ustedes están peleando por Perón y están peleando por un per-sonaje aborrecible. Yo, pibe, te podría contar cosas aborrecibles de Perón” yFernando Abal Medina le dice: “No se moleste mi General, yo me crié escuchandocosas aborrecibles de Perón. Ustedes me hicieron, yo soy el resultado perfecto delEstado gorila, ustedes me fabricaron, ahora jódase”.

Entonces, este primer acto de los Montoneros se monta sobre un vago deseode las masas argentinas, de tenerle bronca a Aramburu porque había sido el grangorila, porque fusiló a Valle, el tipo de los fusilamientos en León Suárez, el tipo queparticipó del bombardeo de 1955. En el primer operativo espectacular que hacen,los Montoneros se montan en eso y dicen actuar en nombre del pueblo. Aramburule dice a Abal Medina: “¿Usted me puede mostrar un acta donde el Pueblo le hayadelegado ese poder?”, a lo que Abal le responde: “No me diga tonterías, yo no puedotener un acta. Yo no puedo andar por las fábricas pidiendo un acta para matarloa usted, pero yo sé lo que siente el pueblo”. “Y ¿cómo lo sabe?”. “Yo lo sé, yo lo sé,pero usted también dese cuenta de que nosotros no tenemos modo de expresarnos.Este crimen que vamos a cometer lo cometemos bajo una dictadura encabezada porun Franco tardío, en medio de un país donde las mayorías no pueden expresarsey son terriblemente reprimidas. Este país necesariamente tenía que pelearnos”.

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JOSÉ PABLO FEINMANNCAPÍTULO VI Ilegitimidad democrática y violencia

Entonces, termino lo que quiero decir, diciendo lo siguiente: un país demo-crático, verdaderamente democrático, donde no haya hambre, que sea justo, queredistribuya su ingreso, donde no haya resentimiento, marginados, no va a generarnunca un movimiento insurreccional de relleno. Un país injusto, dictatorial,donde la riqueza se distribuye fenomenalmente de manera desigual, va a terminarpor generar, no sé qué generará hoy, pero nada bueno. Vale decir que nuestra luchaes, ante todo, por la democracia, pero una democracia inclusiva, para todos, sin ham-brientos ni marginados, con niños que no se desmayen en la escuela porque tienenhambre.

No estamos proponiendo el socialismo porque uno no está loco. El socia-lismo hoy no puede existir. El capitalismo triunfó. El capitalismo es un sistema quese basa en la desigualdad, desde ya, pero no necesariamente en la exclusión extremadel pobre. Adam Smith se horrorizaría si viera el mundo de hoy. Adam Smith era untremendo enemigo de los monopolios, de los oligopolios, porque decía que alte-raban el mercado, se concentraban y el mercado se alteraba.

Nuestra lucha de hoy es como siempre por la vida, por la democracia y paraque no surjan movimientos irracionales que arrojen a nueva gente joven al destinoerrático y frecuentemente desolador de las armas. Busquemos entre todos la formade tener un país más justo, porque no queremos tener más muertos. En un diálogoque estoy escribiendo entre Roca y un anarquista, Roca le dice al anarquista:“Mire, la diferencia entre ustedes y nosotros es que nosotros tenemos héroes yestatuas, y ustedes mártires y a lo sumo tumbas donde poder llorarlos”.

Que esa terrible dicotomía ya no sea posible, que tengamos un país para todos,sin excluidos, sin hambrientos.

Preguntas

José Pablo Feinmann: El golpe se dio por muchos motivos. Económicos,por ejemplo. En una reunión, Emilio Fermín Mignone (narra en su libro Iglesiay dictadura) estaba con el padre del economista Walter Klein. Llega de pronto elgeneral Alcides López Aufranc. Klein le dice: “Hay un problema grave con laComisión Interna de Acindar”. López Aufranc le dice que no se preocupe. Queél está ahora al frente de la empresa. Y que todos esos delegados ariscos “están yabajo tierra”. Luego, este mismo general cavernícola, confesará en el documentalde Marie-Monique Robin Escuadrones de la muerte que “Con la sangre se aprendemucho”. Lo dice sonriendo para colmo. Le decían “El Conde”. Era un tipo muyelegante, en efecto, pero el apelativo debió provenir de las oscuras semejanzas conel Conde Drácula, “el empalador”.

Es decir, yo creo que el golpe fue dado contra todo el progresismo de estasociedad argentina y con el objetivo de proyectar el terror para poder aplicar elneoliberalismo. Finalmente lo implementó Menem, en un contrato formidableque hizo con la oligarquía, y se desnacionalizó el país. Pero si no hubo resistencia,también fue porque el terror seguía, siguió mucho tiempo y no sé hasta qué puntono sigue presente, porque Menem cuando ve a los maestros hacer huelga dice “ahíestán los próximos desaparecidos” y después hubo muchos menos maestros queasistieron a esa huelga.

El golpe de 1976 es un golpe que está armado con la doctrina francesa ycon la Escuela de las Américas, y con un toque de una crueldad tan enorme quees típicamente perteneciente a los militares de ese momento, porque los francesesno empalaban. ¿Ustedes saben lo que es empalar? Drácula empalaba a sus enemigos.Cocinaban gente viva. Hay una crueldad que proviene de una venganza, de una con-cepción de un castigo, y está además el tema impresionante del campo de concen-tración. No hubo campos de concentración en otras dictaduras latinoamericanas.En la nuestra, según Pilar Calveiro, entre 1976 y 1983 funcionaron 340 camposde concentración.

Pregunta: Entre el 25 de mayo de 1973 y el 24 de marzo de 1976 huboun gobierno democrático legítimo, constitucional republicano, y sin embargo laviolencia siguió, ¿qué la justificaba?

José Pablo Feinmann: Es muy compleja la cuestión, pero acá tenemos queanalizar muchas cosas. Hay una conducción de Montoneros, hay un momentodonde esa enorme masa de jóvenes que formaban la Juventud Peronista pasa a serhegemonizada por Montoneros. En lugar de la Juventud Peronista le empiezan adecir Tendencia Revolucionaria de la Juventud Peronista. Hay a partir de esemomento en las bases juveniles una aceptación de época de la violencia. Ocurrelo de Ezeiza, que es una masacre, y Perón enfrenta a la Juventud Peronista conuna metodología muy frontal que no sirvió para integrarla bajo ningún aspecto,menos aun por la conducción con la que se enfrentaba. En esto la conducción deMontoneros tiene mucha responsabilidad, Firmenich, Vaca Narvaja, Perdía. Y elhecho definitivo de la violencia es el asesinato de Rucci. Perón gana con el 64%de los votos y dos días después asesinan a Rucci, y Montoneros asume ese asesi-nato, lo cual determina una furia en Perón que le hace dictar un DocumentoReservado que comienza a reflotar todas las leyes represivas. Mientras está vivoPerón, las bandas gubernamentales no actúan excesivamente, pero ya se está for-mando la Triple A. ¿Por qué se forma la Triple A? Porque Perón no contaba con

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JOSÉ PABLO FEINMANNCAPÍTULO VI Ilegitimidad democrática y violencia

el Ejército. Para responder a la guerrilla, Perón tenía que acudir a formar gruposclandestinos, porque el Ejército le hubiera dicho: “Ah, usted ahora nos quiere anosotros. ¿Y por qué los avaló, por qué les dio manija, por qué les enviaba cartas,les decía formaciones especiales, juventud maravillosa? No, ahora arréglese”.

Perón tiene que encarar una tarea poco agradable con personajes totalmentedesagradables, como Villar, el comisario Navarro en Córdoba, López Rega, etc.Villar y Margaride son los policías que Perón pone al frente de la Policía Federal,y lo sube a López Rega de cabo a comisario general. Y cuando muere Perón, se dauna guerra de aparatos. Montoneros pasa a la clandestinidad dejando en la super-ficie a un montón de gente que la Triple A mata, y la Triple A y Montonerosempiezan a enfrentarse. Y usted dirá ¿qué justifica la violencia? Lo que siemprejustifica la violencia, la ambición de poder. La violencia en la historia está, para mí,motivada porque el hombre es un animal cuya pulsión fundamental es el deseode dominación, entonces la violencia existió, existe y existirá. Hay un vacío de poderluego de la muerte de Perón, la conducción de Montoneros se transforma en unaparto militar y la Triple A en un aparato clandestino manejado desde el Ministeriode Desarrollo Social por López Rega, que importaba armas sutilísimas. Finalmentelos militares no intervienen, porque esperan que todo esto llegue a un estado en elcual el pueblo ya pida el golpe, y eso es lo que finalmente ocurre. Porque cuandose produce el golpe hay una semana, dos semanas de respiro, pensando que bueno,al menos habrá uno solo que concentre la violencia. Esa violencia es una violenciade aparatos, sin pueblo. El pueblo se ha retirado a su casa. La violencia no tienejustificación para mí, pero cuando no tiene al menos una base social importantecomo la tuvo la Revolución Francesa, que le dé legitimidad ante la injusticia, antela tiranía, la violencia es simplemente violencia, es simplemente matar al otro, nootra cosa.

Pregunta: Disiento un poco con el filósofo Feinmann, en cuanto a la orga-nización Montoneros. Ellos no buscan la justicia y el bien común, lo dicen ellosmismos en sus proclamas y lo revalidan a través de sus acciones, las cárceles delPueblo, los secuestros extorsivos como Born… Me parece que era una organizaciónemanada del peronismo y que en algún momento se descontroló. Por algo despuésPerón los echa de la Plaza de Mayo y todo eso que ya conocemos.

Puede ser que Montoneros haya tenido como enemigo interno al Ejército,porque era el opositor principal a sus planes netamente comunistas, lo dice inclusivetambién el “Che” Guevara en sus notas. Lo que sí me parece es que no se hacemención, como dice el doctor Moreno, al ataque indiscriminado que hicieron ala sociedad también, porque no fue solamente contra las fuerzas militares, sino

contra personas que no tenían nada que ver con su ideología o con la lucha de laque se estaba hablando. Así que me parece que Montoneros no estaba buscandoel bien común o estaba en contra de la anarquía, sino que estaba en contra de unsistema político, por la implantación –insisto, lo dice en sus proclamas– de unsistema comunista.

José Pablo Feinmann: Veamos: hay una etapa en que la organizaciónMontoneros surge en medio del gobierno de Onganía, en medio de una tiranía, deuna dictadura. Y esto es una buena lección, porque cuando no hay democracia,cuando hay sofocamiento, cuando no hay canales de expresión, surgen estos movi-mientos. Entonces yo había citado que Fernando Abal Medina le dice a Aramburu“Ustedes me crearon”, pero ocurre que la conducción de Montoneros primerotenía a Fernando Abal Medina, luego al “Negro” Sabino Navarro, y cae en manos deFirmenich, y cae en un delirio vanguardista y soberbio que le propone a Peróncompartir la conducción, porque hay una consigna muy célebre que es “Conducción,conducción, Montoneros y Perón”. Perón eso no lo iba a aceptar nunca, jamás,incluso se reúnen en Madrid y Montoneros le da una hoja con 500 nombres para elnuevo gobierno. Perón la mira y sin contestarle la tira. Habían logrado una acep-tación de masas por identificarse con el peronismo, por haber luchado por el regresode Perón, por no actuar como el ERP, sino que actuaban para lograr el regreso dePerón. Se produce lo de Ezeiza, se enfrentan con Perón y ahí se ve que el proyectode ellos es otro, y que el de Perón no es de ellos, entonces ahí colisionan con Perón.

El acto inaceptable que realizan es el asesinato de Rucci en 1973. Y algunasde las acciones que usted menciona corresponden al ERP, que es otra organiza-ción. Sí, es una organización troskista que comete lo de Monte Chingolo, la guar-nición de Azul, lo del coronel Larrabure, que nosotros repudiamos totalmente. Perotambién tenemos que pensar que Larrabure y el capitán Viola son dos casos delERP, lamentables, que por supuesto repudiamos en sí, y que también repudia-mos porque dieron lugar a una respuesta catastrófica. Se mató a demasiada gentepor esas dos personas que merecían vivir. De ningún modo nadie merece moriren la política. La política es el arte de entenderse, no el de matarse. Ahí muereninjustamente Larrabure y Viola, pero la respuesta es desmedida, es cruel, es tre-menda y se produce el sistema de la desaparición de personas. Hay algo terribleen la respuesta que dan estos militares, atacados por Lanusse. Lanusse le dice aVidela: “usted tiene que detener a la gente, no secuestrarla”, y Videla insiste enel sistema de desapariciones que injuria al Ejército. Y el mismo Lanusse se lo dice:“¿Cómo vamos a educar a nuestros oficiales, si ven salir con capucha a sus compa-ñeros todas las noches?”.

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JOSÉ PABLO FEINMANNCAPÍTULO VII Ilegitimidad democrática y violencia

Yo escribí un largo artículo, porque ustedes tienen su interna y yo la mía,y a mí los Montoneros no me quieren, para nada. Escribí un artículo a favor deLanusse, porque Lanusse se presenta en el Juicio a las Juntas y declara por ElenaHolmberg y por Edgardo Sajón, y declara algo extraordinario. Dice que en un lugarvan a buscar a Elena Holmberg él y Bignone. Y Bignone le dice: “General Lanusse,yo hace un año también pensaba como usted, ahora no”, entonces Lanusse le dice:“Entonces general Bignone, yo hace un año tenía de usted una opinión y ahoratengo otra”. Lanusse era un hombre que quería al Ejército, que quería al Ejércitolimpio de esas atrocidades a las que lo sometió la Junta, y cuando va a buscar aElena Holmberg con Suaréz Mason llegan a un río que hay por ahí. Y SuárezMason pregunta: “¿acá apareció el cadáver de Elena Holmberg?”. “Sí”, le dice elencargado, “encontré un dedo con un anillo”. “¿Y cómo no me entregó ese cadáver?”.Y el otro le contesta a Suaréz Mason, delante de Lanusse: “¿Y cómo le voy a entregarese cadáver si tiramos como 8 mil?”. Y esto lo dice Lanusse en el Juicio a las Juntas.Lanusse, un general de la Nación al que yo respeto mucho. No sé si eso le respondealgo, no es fácil pero tampoco imposible que nos acerquemos.

Pregunta: De esta historia trágica que todavía sangra, por un lado quierodecirle que los que más la sufrimos somos los que hoy vestimos el uniforme. Yen relación con eso, apuntando al filósofo Feinmann, ¿cree usted como filósofoque mucha gente siente que toda esa sangre derramada, todos esos muertosenterrados de uno y otro bando, tienen diferente precio, diferente valoración?Están tan muertos unos como otros, con balas de un lado y balas del otro, sinembargo muchos tenemos una sensación, si quiere, de que sufren muchas familiasde un lado y más que las otras. Y no se puede poner en la balanza la magnitud dela barbarie de un lado, que no se compara con la otra, lo cual ya lo entendimos.Lo entendemos y no lo justificamos, pero eso tampoco justifica ensañarse con unosmuertos que por una causa o por otra hoy siguen siendo defenestrados o desvalorados.

José Pablo Feinmann: Le agradezco mucho que podamos acercarnos y tenerun diálogo. Para usted quizás es una sorpresa que exista yo, y para mí una sorpresaque exista usted. Si miramos para adelante, lo que le queda a la Argentina es fun-damentar una ética de la vida, y en este sentido todas las muertes han sido errores,han sido equivocaciones, nadie merece ser asesinado, nadie merece morir.Ahora, hay condiciones históricas que hemos venido analizando. Creo que el dolorcubre a todos, pero a los militares, a los que llevan el uniforme como usted, creo queel dolor los cubre más porque usted posiblemente, sin duda alguna, es un militarsensible que siente que hay en el pasado de su institución cosas que usted no

puede aprobar, y que tampoco aprueba otras que se hicieron del otro lado, queno es el mismo, que es otro, que es otra historia, pero vamos a remitirnos a loque le pasa a usted. Usted siente el peso de la responsabilidad de vestir un uni-forme que fue mancillado en el pasado. Lo que yo le deseo es que eso no ocurramás y que usted pueda vestir su uniforme con dignidad, alegría y que cuandocamine por la calle la gente lo mire como a un ciudadano que está al servicio dela patria. Ojalá lleguemos a ese país. Yo le aseguro que de mi lado lo que voy ahacer es tratar de impedir que cualquier corriente política que se genere tenga lamás mínima idea de recurrir otra vez a la violencia. Es mi compromiso puntual.

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CAPÍTULO VII

1976-1983 La dictadura militar y el terrorismo de Estado.

La Doctrina de la Seguridad Nacional y el neoliberalismo

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CAPÍTULO VII

1976-1983 LA DICTADURA MILITAR Y EL TERRORISMO DE ESTADO.LA DOCTRINA DE LA SEGURIDAD NACIONAL Y EL NEOLIBERALISMO

1 El concepto de régimen o patrón de acumulación de capital exhibe un significativo nivel deabstracción y alude a la articulación de un determinado funcionamiento de las variables económicas,con una definida estructura económica, una peculiar forma de Estado y las luchas entre los bloquessociales existentes.

El nuevo funcionamiento de la economía a partir de ladictadura militar (1976-1982)

EDUARDO M. BASUALDOUBA / FLACSO / CONICET

Introducción

Las transformaciones impuestas por la última dictadura militar en la Argen-tina dieron origen a un nuevo régimen o patrón de acumulación de capital, equi-valente a lo que anteriormente fue el modelo agroexportador de principios desiglo o la industrialización por sustitución de importaciones que le sucedió en eltiempo.1 Ciertamente, durante esta etapa no sólo se aplicó el terrorismo de Estado,de por sí decisivo en términos de los impactos políticos, sociales de las políticasrepresivas, sino también de las modificaciones económicas, las cuales perdurarondurante los posteriores gobiernos constitucionales bajo otras modalidades internase internacionales.

En este contexto, las siguientes notas acerca de este período trágico de lahistoria argentina tienen como propósito realizar un somero análisis de la vincu-lación que mantiene la política económica y algunas de las transformacionesestructurales más relevantes que se desplegaron durante esos años, con el nuevocomportamiento de la economía argentina. En consecuencia, no se trata de encararun recuento detallado de ambos aspectos (la política económica y las transforma-ciones estructurales) sino de sus contenidos generales y su vinculación con elpatrón de acumulación de capital que rigió de allí en más hasta el año 2001.

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2 Al respecto Bernardo Kosacoff señala que: “-El análisis de los resultados económicos del Censo Industrialde 1974 nos brinda elementos muy valiosos para la determinación de algunos rasgos estructurales del sectormanufacturero anterior a 1976 [...]. En relación a la comparación intercensal 1974-64, los resultados indicanun comportamiento del sector industrial altamente positivo:-La producción manufacturera creció continuamente durante el período –sin ningún año de dis-minución– a una tasa anual cercana al 8%, lo que significa la expansión histórica más importantedel sector industrial;-el crecimiento de la producción estuvo acompañado por un mayor volumen de empleo. En esteperíodo se incorporaron 290.000 personas al sector industrial, que totaliza en 1974, 1.600.000 personasocupadas. La tasa anual de crecimiento intercensal del personal ocupado en la industria fue del 2%;-el mayor ritmo de crecimiento de la producción en comparación al registrado por el empleo, se traduce enun incremento de la productividad de la mano de obra, que creció entre los dos censos a una tasa anual del6%. Este crecimiento de la productividad está ligado al mayor dinamismo en el período de los sectores demayor productividad y del aumento significativo de los tamaños medios de los establecimientos;-el crecimiento del tamaño medio de los establecimientos –medido en términos de ocupación– fue superioral 25% para el total industrial de todo el período. Los que ocupan más de 100 personas son los que máscrecieron y en 1974 representaban la mitad de la ocupación y las dos terceras partes de la producción. Sutasa de crecimiento casi duplicó a la de los establecimientos de menor ocupación y originó casi las 4/5 partesdel crecimiento del producto y absorbió 250.000 de los 290.000 nuevos puestos de trabajo. En el períodointercensal se incorporaron más de 700 establecimientos nuevos de este tamaño;-Los sectores metalmecánicos, químicos y petroquímicos ya representaban en conjunto más del 50% delproducto industrial, privilegio que treinta años antes tenían las industrias textiles y alimenticias. Las industriasmetalmecánicas constituían una tercera parte de las actividades, habiendo acompañado el ritmo de creci-miento industrial. Los sectores químicos y petroquímicos resultaron ser los más dinámicos. Estos sectoresfueron además, los de mayor productividad y nivel salarial y los que han tenido menor crecimiento desus precios. -En síntesis, la comparación intercensal nos indica un fuerte incremento de la producción y el empleo,con un liderazgo de las industrias metalmecánicas, químicas y petroquímicas y una importancia crecientede los establecimientos de mayor tamaño, cuya productividad tuvo avances significativos y fue acompañadopositivamente por salarios medios más elevados y menores precios relativos” (“El proceso de industriali-zación en la Argentina en el período 1976/1983”, en Documento de trabajo, Nº 13, Buenos Aires, CEPAL,1984, pp. 7-8).

El nuevo funcionamiento de la economía a partirde la dictadura militar (1976-1982)

CAPÍTULO VII

Notas acerca de la política económica aplicada entre 1976 y 1982

Desde la perspectiva adoptada, es imprescindible comenzar señalando quela política económica dictatorial no se instauró en un contexto de agotamientode la sustitución de importaciones, tal como está inscripto en el sentido común.Por el contrario, la industrialización, aun con sus contradicciones y limitacioneshabía presentado en la década previa una evolución positiva.2 Este crecimiento

3 Al respecto, véase Eduardo M. Basualdo, Estudios de historia económica argentina. Deuda externay sectores dominantes desde mediados del siglo XX a la actualidad, Buenos Aires, FLACSO-Siglo XXI,2006, pp. 63 y ss.4 La misma, se instaura legalmente a comienzos de 1977 mediante la sanción de la ley 21.495–que norma la descentralización de los depósitos– y la ley 21.526 –que establece un nuevo régi-men para las entidades financieras–, las cuales se ponen en vigencia a partir de junio de 1977(Memoria del Banco Central de 1977).

EDUARDO M. BASUALDO

industrial se produjo gracias a la modificación de la naturaleza del ciclo corto sus-titutivo que a partir de 1964 ya no implicó una reducción del PBI en términosabsolutos durante la etapa declinante del mismo, debido a la creciente participaciónque exhibían las exportaciones industriales en las ventas totales al exterior las cuales,junto a la revitalización de las exportaciones agropecuarias. Este conjunto de trans-formaciones planteaba la posibilidad cierta de plasmar una industrialización conun significativo grado de sustentabilidad al disminuir la virulencia de las típicas crisisdel sector externo de la economía.3

La estrategia dictatorial tuvo el propósito de interrumpir esa expansiónindustrial para disolver las bases materiales de la alianza vigente entre la clase tra-bajadora y la burguesía nacional y, al mismo tiempo, restablecer las relaciones dedominación en función de los intereses de los sectores dominantes que constituíansu sustento económico y social.

El patrón de acumulación que impuso la dictadura militar mediante lapolítica económica, constituyó una variante particular del enfoque neoliberal quepredominó en la economía mundial. Siguiendo la tendencia predominante en elcapitalismo mundial, en la sociedad argentina se impuso un planteo donde lavalorización financiera del capital devino como el eje ordenador de las relacioneseconómicas. Esto no implicó únicamente una mayor importancia del sectorfinanciero en la absorción y asignación del excedente, sino que se vinculó con unproceso más amplio que estuvo caracterizado por la acumulación financiera querevolucionó el comportamiento microeconómico de las grandes firmas oligopó-licas, así como el de la economía en su conjunto.

Hay pleno consenso en que la Reforma Financiera4 fue el primer pasohacia esa modificación drástica de la estructura económico-social asociada a lasustitución de importaciones, ya que puso fin a tres rasgos centrales del funcio-namiento del sistema financiero hasta ese momento: la nacionalización de losdepósitos por parte del Banco Central, la vigencia de una tasa de interés contro-lada por dicha autoridad monetaria y las escasas posibilidades de contraer obliga-ciones financieras con el exterior por parte del sector privado. Así, el Estado le

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EDUARDO M. BASUALDOCAPÍTULO VII El nuevo funcionamiento de la economía a partirde la dictadura militar (1976-1982)

5 Respecto del concepto de bloque de poder, véase Nicos Poulantzas, Poder político y clases sociales,México, Siglo XXI, 1980.

transfirió a ese sector privado uno de los instrumentos más relevantes mediantelos cuales se concretaban las transferencias intersectoriales de recursos durante lasustitución de importaciones.

No obstante, sería un error interpretar que las modificaciones estructuralesderivadas de la aplicación de políticas monetaristas instalaron una contradicciónentre el sector financiero y la economía real (o el sector industrial), como antinomiacentral del proceso económico y social. Así como en la sustitución de importa-ciones la contradicción central no se desplegó entre el mundo urbano y rural,ahora tampoco se dirimió entre lo financiero y lo productivo. En realidad, enambos casos –en los que el papel central estuvo centrado en la pugna entre elcapital y el trabajo– se desplegaron dos tipos de alianzas diferentes entre las dis-tintas fracciones del capital que subsumieron tanto al espacio financiero como alproductivo –sea agropecuario o industrial–.

Igualmente, sería un error concebir que la Reforma Financiera, y el procesoque se inició con ella, estuvo basada en el libre juego del mercado sin las “perni-ciosas interferencias” del Estado. Éste siguió siendo central en la conformaciónde la tasa de interés interna, del costo del endeudamiento externo del sector pri-vado, y, por lo tanto, de la diferencia entre la tasa de interés interna e internacional.En el mismo sentido, su propio endeudamiento externo así como sus reservas dis-ponibles fueron vitales para la expansión de las fracciones dominantes internas yexternas, al igual que el hecho de haber estatizado una parte significativa de ladeuda externa e interna del sector privado. Al mismo tiempo que esto ocurría, elEstado concretó ingentes subsidios y transferencias hacia los integrantes delnuevo bloque de poder5 que se canalizaron en forma directa, mediante las com-pras de bienes y servicios, e indirecta, a través de los regímenes de promociónindustrial. En suma, se trata de un nuevo tipo de Estado que, además de dirimirla puja entre capital y trabajo, asumió un papel decisivo en las transferencias intrae intersectoriales del excedente y, en consecuencia, en la formulación del nuevobloque de poder dominante.

A partir de esa crucial reforma se desplegaron, siempre bajo la consigna dela lucha contra la inflación, varias políticas de corte monetarista, que fueron: lapolítica monetaria ortodoxa (entre junio de 1977 y abril de 1978) sustentada enla contracción de la base monetaria; aquella orientada a eliminar las expectativasde inflación (entre mayo y diciembre de 1978); y el enfoque monetario de balanza depagos (entre enero de 1979 y febrero de 1981) donde convergieron la Reforma

6 Un análisis de sus características y repercusiones se encuentra en Roberto Frenkel, “El desarrolloreciente del mercado de capitales en la Argentina”, en Desarrollo Económico, Buenos Aires, IDES, 1980. 7 Esta problemática es planteada con notable agudeza por Adolfo Canitrot al señalar que: “Cuandose habla de estabilización –de políticas de estabilización– se sugiere, implícitamente, la existenciabásica de un comportamiento normal aceptado. Se estabiliza lo que temporariamente se ha apartadodel equilibrio. Estabilizar es reencauzar las cosas a su estado previo, a su normalidad. Hay un inventarioamplio de experiencias económicas que caben dentro de este concepto de estabilización. Las de lospaíses europeos después de 1975, la aplicada en México últimamente. Éstos fueron proyectos deestabilización destinados a normalizar el funcionamiento económico alterado temporariamente porproblemas inflacionarios y de balance de pagos. Pero en esta definición no cabe ni el caso argentinode 1976 ni tampoco, permítase la extensión, los de Chile y Uruguay en 1973 y 1974, respectiva-mente. En estos tres casos el objetivo fue la transformación de la estructura económica. La soluciónde las cuestiones de corto plazo –la inflación, la crisis de balance de pagos– son requisitos impres-cindibles –o casi imprescindibles– para que el programa de largo plazo pueda tener efectiva vigencia,pero, finalmente, no son sino objetivos secundarios. Son desde el punto de vista de quienes diseñanla política, etapas por las cuales deben pasarse, pero no el punto final del recorrido” (“Teoría y prácticadel liberalismo. Política antiinflacionaria y apertura económica en la Argentina. 1976-1981”, enEstudios, Buenos Aires, CEDES, 1980, p. 455).

Financiera con la apertura externa en el mercado de bienes y de capitales.6 La pri-mera y la última fueron intentos orgánicos mientras que la segunda fue, única-mente, una transición entre las anteriores.

La primera de ellas provocó una crisis indiscriminada que impidió la con-solidación en la economía real de las fracciones del capital dominantes y la expul-sión del resto de los integrantes del mundo empresario, ya que la misma todavíaoperó en una economía prácticamente cerrada en términos de la competenciaimportada y, en consecuencia, el conjunto de los fracciones empresarias conservóla capacidad de fijar los precios de sus productos y neutralizar el efecto de la tasade interés y la modificación de los precios relativos en general. En otras palabras,la política monetaria ortodoxa fracasó porque fue incapaz de introducir discrimi-naciones contundentes que salvaguardaran a las fracciones empresarias que eran labase social y económica de la dictadura y expulsaran a la burguesía nacional, queeran condiciones innegociables para la conducción económica dictatorial.7

Por el contrario, la política que le sucedió entre mayo y diciembre de 1978impulsó una reactivación de la producción interna y una reducción de la infla-ción mediante una disminución relativa de las tarifas de los servicios públicos. Esindudable, que durante esa época la influencia del posible conflicto limítrofe conChile, afortunadamente coyuntural, impuso la necesidad de implementar medidasantirrecesivas generalizadas. La influencia de ese conflicto en la política económicatambién se corrobora si se tiene en cuenta que inmediatamente fue superado

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8 En una revisión general de la reestructuración económica sobre esta época, Hugo J. Nochteffseñala: “Entre 1976 y 1982 se desplegaron políticas aperturistas muy asimétricas, especialmente pro-fundas en los mercados menos oligopolizados y en los sectores más diseño y ‘skill’ intensivos; en otraspalabras, en aquellos que Pavitt y Dosi denominan ‘de base científica’ y ‘de proveedores especializados’.Si bien no existieron prácticamente políticas industriales explícitas, y las sucesivas administracioneseconómicas sostuvieron –con mayor o menor énfasis– que el mercado asignaría los recursos, las fuertesasimetrías de la apertura (en las que coincidieron bruscas y profundas caídas de la protección efectivacon el mantenimiento de cuasi-reserva de mercado), las formas de acceso al crédito local y externo,así como la orientación de los subsidios hacia algunos segmentos del empresariado y ramas indus-triales a través de políticas de precios, de promoción, de estatización de la deuda externa y de comprasdel Estado tuvieron impactos profundamente diferenciales sobre distintas ramas y tipos de empresasmanufactureras. Operaron sistemáticamente en contra de los sectores mencionados, y a favor de unpequeño grupo de conglomerados económicos y de ramas productoras de bienes intermedios de usodifundido, hasta el punto que se caracterizó a la política económica como la inversión del argumentode la industria infante. Los efectos más intensos de estas políticas se registran entre 1976 y 1982,pero sus consecuencias se extendieron a los años posteriores” (“Reestructuración industrial en laArgentina”, en Desarrollo Económico, Nº 123, Buenos Aires, IDES, 1991, p. 342).

(diciembre de 1978) se puso en marcha una política económica opuesta y sustentadaen el enfoque monetario de balanza de pagos, que retomó y perfeccionó ese primerintento basado en el enfoque monetario ortodoxo.

El enfoque monetario de balanza de pagos también se aplicó bajo la con-signa de la lucha antiinflacionaria pero, a diferencia de las políticas anteriores,contuvo los instrumentos necesarios para beneficiar a algunas fracciones del capitaly perjudicar acentuadamente a otras, al conjugar una tasa de cambio pautadasobre la base de una devaluación decreciente en el tiempo, con la apertura impor-tadora –disminución de la protección arancelaria y para-arancelaria– y el libreflujo de capitales al exterior.

Por otra parte, el adelantamiento de las modificaciones arancelarias fue unrecurso reiteradamente utilizado sobre la base de diversas justificaciones. Tal, porejemplo, las disminuciones arancelarias anticipadas –aduciendo aumentos de preciosno justificados por los costos– que se pusieron en marcha durante el mismo enero de1979, afectando, especialmente, a los bienes de consumo; o la eliminación de aran-celes para la importación de bienes de capital fundamentada en la necesidad deaumentar la productividades sectoriales. En síntesis, se implementó una reformaarancelaria profunda con notables sesgos derivados de la intencionalidad de preservara determinadas actividades/fracciones empresarias y de excluir a otras.8

La libre movilidad del capital fue un aspecto clave para definir el carácterde la reestructuración económica y social que trajo aparejada la nueva política

económica. La vigencia de una tasa de interés interna que sistemáticamente superóel costo de endeudamiento con el exterior –debido, entre otros motivos, a la reva-luación del peso que introdujo la tablita cambiaria– inició un acelerado endeuda-miento externo de las fracciones dominantes con el propósito de valorizar esa masade recursos en el mercado financiero interno y fugarlos al exterior.

Todos los elementos disponibles indican que, a partir de 1979, la políticaeconómica dictatorial encontró finalmente las claves para lograr la reestructuraciónbuscada, al conjugar una notoria expulsión de amplias franjas de la burguesíanacional –e incluso de numerosas empresas extranjeras industriales que no adscri-bieron a las nuevas pautas económicas–, con la expansión económica de las frac-ciones dominantes del capital que constituían su base económica y social. Así comola primera –el redimensionamiento industrial– se desplegó a partir de la confluenciade la reforma arancelaria con la revaluación del peso, la expansión de las fraccionesdominantes se concretó a través de las transferencias de capital fijo y la desapariciónde empresas en la economía real pero, especialmente, por la apropiación de unarenta financiera derivada de la diferencia entre la tasa interna e internacional deinterés, la cual les permitió ser los destinatarios fundamentales de la transferenciade ingresos proveniente de la pérdida de participación de los asalariados y de lasfracciones empresarias más endebles.

El nuevo funcionamiento de la economía argentina basado en la valorizaciónfinanciera del capital

En el nuevo patrón de acumulación de capital, la deuda externa, y especí-ficamente aquella parte contraída por el sector privado, cumplió un papel deci-sivo para la valorización financiera que realizó el capital oligopólico local –consti-tuido por los grupos económicos locales y conglomerados extranjeros radicadosen el país– a partir de la misma. Se trató de un proceso en el cual esas fraccionesdel capital contrajeron deuda externa para luego realizar, con esos recursos, colo-caciones en activos financieros en el mercado interno (títulos, bonos, depósitos,etc.) para valorizarlos a partir de la existencia de un diferencial positivo entre latasa de interés interna e internacional, y posteriormente fugarlos al exterior.

De esta manera, la fuga de capitales locales al exterior estuvo intrínseca-mente vinculada al endeudamiento externo porque este último ya no constituyó,en lo fundamental, una forma de financiamiento de la inversión o constituircapital de trabajo sino un instrumento para obtener renta financiera a partir de quela tasa de interés interna (a la cual se colocaba el dinero) era sistemáticamente superioral costo del endeudamiento externo vigente en el mercado internacional.

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externos representaron una proporción minoritaria respecto a la fuga de capitales alexterior que realizaron los residentes locales (el 37% y el 36% en 1979 y 1983,respectivamente). Esto significa que dentro del bloque de poder que sustentabaa la dictadura militar el predominio en términos de la apropiación del excedenteeconómico transferido al exterior fue ejercido por la fracción interna (gruposeconómicos y conglomerados extranjeros) y no por los acreedores internacionales(bancos transnacionales y organismos internacionales).

En términos monetarios, se desplegaron dos comportamientos opuestos conprofundas repercusiones en la economía interna. El primero de ellos fue la mencio-nada emergencia de una ingente renta financiera para las fracciones dominantesque se endeudaron con el exterior y valorizan esos recursos en el sistema finan-ciero local. El otro, fue la consolidación de una elevada tasa de interés interna realque debieron enfrentar las fracciones más débiles del empresariado que irremedia-blemente las colocó en una situación de insolvencia y crisis. Estas situaciones diame-tralmente opuestas entre unos y otros a partir de la misma tasa de interés nominal, sedebió a que mientras las fracciones dominantes colocaron a esa tasa los recursos queobtenían en el exterior a un costo sustancialmente menor, el resto del empresariado

EDUARDO M. BASUALDOCAPÍTULO VII El nuevo funcionamiento de la economía a partirde la dictadura militar (1976-1982)

Gráfico Nº 1 Evolución de la deuda externa, la fuga de capitales locales y losintereses pagados, 1975-1983 (miles de millones de dólares)

Fuente: Elaboración propia sobre la base de la información del BCRA y el Banco Mundial

Este comportamiento no hubiera sido factible sin una modificación en lanaturaleza del Estado que, desde este punto de vista, se expresó al menos en tresaspectos fundamentales. El primero de ellos, radicó en que gracias al endeuda-miento del sector público con el mercado financiero interno –donde era elmayor tomador de crédito en la economía local– la tasa de interés en dicho mer-cado superó sistemáticamente el costo del endeudamiento en el mercado inter-nacional. El segundo, consistió en que el endeudamiento externo estatal fue elque posibilitó la fuga de capitales locales al exterior, al proveer las divisas nece-sarias para que ello fuese posible. El tercero y último, radicó en que la subordi-nación estatal a la nueva lógica de la acumulación de capital por parte de las frac-ciones sociales dominantes posibilitó que se iniciara la estatización de la deudaexterna privada mediante los diversos regímenes de seguro de cambio que se pusieronen marcha a partir de 1981.

Al devenir la deuda externa en un instrumento para la obtención de rentafinanciera se produjo su escisión respecto a la evolución de la economía real. Ladeuda externa no solamente trajo aparejadas recurrentes crisis económicas que desen-cadenaron, tal como ocurrió en la economía internacional, la destrucción decapital ficticio sino que también provocó al menos dos efectos que restringieronseveramente el crecimiento económico. El primero de ellos, consistió en la salidade divisas al exterior por el pago de los intereses devengados a los acreedoresexternos (los organismos internacionales de crédito, los bancos transnacionalesy los tenedores de bonos o títulos emitidos tanto por el sector público como porel sector privado); mientras que el segundo, fue la fuga de capitales locales al exte-rior que llevaron a cabo los grupos económicos locales y una parte de los capi-tales extranjeros radicados en el país.

Al respecto, en el Gráfico Nº 1 se verifican empíricamente las principalescaracterísticas que, en términos del endeudamiento externo, adoptó la economíaargentina. En primer término, el aceleramiento de la deuda externa total y lafuga de capitales locales al exterior e incluso, aunque en menor medida, de losintereses pagados a los acreedores externos, a partir de la adopción del enfoquemonetario de balanza de pagos en 1979. En segundo lugar, la estrecha asociaciónentre la evolución de la deuda externa y la fuga de capitales locales al exterior, la cualfue creciente en el tiempo ya que la salida de capitales locales al exterior repre-sentó el 68% del endeudamiento total en 1979, elevándose al 81% en 1983. Enotras palabras, mientras que en el primero de los años mencionados por cada100 dólares de endeudamiento externo se fugaban al exterior 68 dólares, en 1983lo hacían 81 dólares. Finalmente, y no menos importante porque contradice lacreencia instalada en el sentido común, los intereses pagados a los acreedores

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9 La base de datos del BCRA sobre la deuda externa privada de diciembre de 1983 está compuesta por8.811 registros (operaciones de endeudamiento externo) que comprometen 21.278 millones de dólares.Dentro de las mismas, hay 433 operaciones (4,9% de las operaciones totales) que alcanzan a 9 o másmillones de dólares, las cuales en conjunto suman 16.690 millones de dólares, es decir, el 78,4% del totalde la deuda externa contraída por el sector privada hasta la fecha mencionada anteriormente. 10 Para evaluar cuantitativamente la importancia de las diferentes fracciones del capital en el endeu-damiento con el exterior, se consideran los siguientes tipos de capital: Se denominan conglomeradosextranjeros a las transnacionales que controlan el capital de 6 o más subsidiarias locales y empresas trans-nacionales a las que controlan menos de 6 subsidiarias en el país. En términos del capital local, se man-tienen las empresas estatales como categoría analítica y las controladas por la burguesía nacional sedenominan empresas locales independientes, en tanto se trata de grandes firmas que actúan por sí solasen las diversas actividades económicas consideradas, sin estar vinculadas por la propiedad con otrasempresas de la misma u otra rama económica. Por otra parte los grupos económicos locales comprendena los capitales locales que detentan la propiedad de 6 o más firmas en diversas actividades económicas.Finalmente, se agregan las asociaciones como un sexto tipo de empresa, que son los consorcios cuyocapital accionario está compartido por inversores del mismo o diferente origen.

se endeudó a una tasa interna cuya incidencia no pudo ser trasladada a los precios,porque el techo de estos últimos estaba determinado por el precio de los productosimportados, lo cual, debido a los sesgos de la desregulación comercial, afectó prin-cipalmente a la burguesía nacional y sólo en menor medida a los grupos económicoslocales y conglomerados extranjeros.

La carencia de información detallada sobre los agentes económicos quetransfirieron recursos al exterior implica una restricción relevante para identificara las fracciones del capital que fueron centrales en la valorización financiera. Pesea ello, la disponibilidad de información detallada –proveniente del BCRA– sobrela deuda externa para el año 1983, permite superarla. Esta posibilidad, se originaen las características que asume el proceso de valorización financiera en la Argentina,ya que, como se mencionó, lo sustancial de ese fenómeno estuvo vinculado concapitales internos (locales y extranjeros) que valorizaron internamente los recursosobtenidos de su endeudamiento con el exterior y, posteriormente, colocaron esosfondos en el mercado financiero internacional, desvinculándolos de las alternativasque se registran en la economía local.

Sobre la base de dicha información y considerando las operaciones de 9 omás millones de dólares,9 en el Cuadro N° 1 se puede apreciar su distribución deacuerdo a las diferentes fracciones del capital10 que participan en el endeudamientoy, en consecuencia, de la importancia que asumieron las mismas en el proceso devalorización financiera y fuga de capitales durante la dictadura militar.

Los datos indican que el predominio en el endeudamiento externo privadofue detentado por 38 grupos económicos locales al concentrar, prácticamente, el

49% del monto total (poco más de 8.000 millones de dólares) mediante las ope-raciones que realizaron alrededor de 180 de sus empresas controladas.

Tanto o más importante, es que estos datos permiten comprobar que elendeudamiento promedio de los grupos económicos locales (212,6 millones dedólares) fue equivalente a tres veces el promedio total (69,9 millones de dólares),y a casi cuatro veces del que alcanzaron los conglomerados extranjeros (56,6millones de dólares), que fue la forma de propiedad que le siguió en ordenimportancia y donde las entidades bancarias fueron mayoritarias. Este estado desituación se completa con la escasa participación de las empresas locales indepen-dientes (burguesía nacional) que tuvieron el promedio de endeudamiento exter-no más reducido de todas los tipos de capital considerados.

En términos generales, y pese a la nutrida presencia de bancos nacionalesy extranjeros, estas evidencias también indican que el 67% del monto del endeu-damiento externo privado (11.101,8 millones de dólares) respondió al endeuda-miento de empresas pertenecientes a capitales que tenían un papel protagónicoen la producción industrial local. Al realizarse un somero análisis de cada una delas formas de propiedad, se percibe que, nuevamente, los grupos económicoslocales –dejando de lado las asociaciones cuya incidencia en la deuda externa pri-vada es insignificante– fueron los que tuvieron el mayor porcentaje de la deudavinculada a capitales con implantación industrial (82,5% de su respectivo total),seguidos por las empresas locales independientes (72,6% de su total) y recién des-pués por las dos fracciones del capital extranjero debido a la influencia que ejercenlas entidades puramente bancarias dentro de los mismos.

En conjunto, las evidencias presentadas hasta el momento permiten extraeruna conclusión de vital importancia. Éstas indican que durante la dictadura militarel aspecto predominante del ciclo del endeudamiento externo que sustentó lavalorización financiera fue la fuga de capitales locales al exterior, y que dentro de lamisma el papel protagónico lo tuvieron, a partir de su incidencia en las políticasestatales de la época, los grupos económicos locales cuya base económica era fun-damentalmente industrial y no financiera.

La importancia de la conclusión anterior no debería oscurecer otro aspectodefinitorio de la naturaleza de la deuda externa y del proceso en que se insertó,como es el hecho de que la misma no genera renta por sí misma. Es decir, que dela deuda externa no surgió el excedente que se les transfirió a los acreedores externosen concepto del pago de los intereses y la amortización del capital, ni tampocolos recursos que los deudores externos privados transfirieron al exterior. Para estosúltimos, su endeudamiento externo fungió como una inmensa masa de recursospasible de ser valorizada en el mercado financiero interno, pero no generó la renta

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Cuadro Nº 1 Composición de la deuda externa privada según tipo de capital einserción industrial de los mismos, 1983 (cantidades y millones de dólares).

que dichos agentes económicos obtuvieron al endeudarse pagando la tasa de interésinternacional y percibiendo la tasa de interés interna.

Identificar el origen del excedente apropiado por la valorización financieray las transferencias de recursos a los acreedores externos es de una importanciavital para comprender la profunda revancha social que implicó el nuevo patrónde acumulación de capital. Ciertamente, el mismo no se originó en la expansióneconómica porque el crecimiento de las transferencias de recursos al exterior y delos intereses pagados lo superó largamente. Su origen se encuentra en la redistribu-ción del ingreso que comenzó con anterioridad al funcionamiento pleno de lavalorización financiera en 1979, cuando convergió la Reforma Financiera de 1977con la apertura discriminada en el mercado de bienes y en el mercado de capitales(Gráfico Nº 2).

En efecto, la condición previa que posibilitó la valorización financiera fuela inédita redistribución del ingreso en contra de los asalariados que la dictaduramilitar puso en marcha desde el mismo 24 de marzo de 1976. La misma adquirióuna magnitud desconocida hasta ese momento debido a que la abrupta disminucióndel salario real –superior al 40%, incluyendo el año 1977– provocó una notablereducción de la participación de los asalariados en el ingreso nacional (descendióen sólo dos años del 45% al 25% del mismo). Es insoslayable destacar que la par-ticipación de los trabajadores en el ingreso durante el último año de la dictadurarepresentó, prácticamente, a la mitad de la alcanzada en 1975. Asimismo, que entodos los años de la dictadura la misma, más allá de los altibajos, se ubicó muypor debajo de la registrada en el peor año (1969) de la segunda etapa de sustituciónde importaciones.

Desde este punto de vista, la instauración de la valorización financiera lepermitió al nuevo bloque de poder (grupos económicos locales y acreedoresexternos) darle un carácter estructural a las dos redistribuciones de ingresos quese sucedieron en el tiempo. La primera de ellas, volvió irreversible el nuevo nivelde la participación de los asalariados en el ingreso y la otra, excluyó como desti-natarias de esa redistribución a las fracciones más débiles de la burguesía local.

La redefinición regresiva de los términos de la relación, de por sí desigual,entre el capital y el trabajo fue inédita y por su magnitud debe entenderse comouna revancha sin precedentes históricos en el país. Desde el golpe de Estado enadelante, los trabajadores fueron perdiendo los derechos laborales más básicos yelementales que habían conquistado a través de las luchas sociales desarrolladasa lo largo de muchas décadas. En tanto la valorización financiera desplazó a laproducción de bienes industriales como el eje del proceso económico y de laexpansión del capital oligopólico, el salario perdió el atributo de ser un factor

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(*) En negrita y cursiva figuran los grupos con inserción industrial.Fuente: Elaboración propia sobre la base de la información del BCRA publicada por la revista El Periodista,4 de julio de 1985.

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(*) La participación de los asalariados en el PBI, no contiene los aportes jubilatorios.Fuente: elaboración propia sobre la base del FIDE y BCRA.

Gráfico Nº2 Evolución del PBI y de la participación de los asalariados en elPBI*, 1974-1982 (números índices y porcentajes)

indispensable para asegurar el nivel de la demanda y la realización del excedente.En consecuencia, de allí en más, incidió preponderantemente como un costo deproducción que debía ser reducido a su mínima expresión para garantizar unamayor ganancia empresarial.

Acerca de las modificaciones en la economía real

La profundidad y trascendencia de las transformaciones que introdujo lavalorización financiera en la estructura económica y social de la industrialización,supusieron una modificación abrupta de las relaciones básicas que caracterizabanla sociedad y la economía argentinas. Así es como cambió drásticamente la relaciónentre el capital y el trabajo y en consecuencia el carácter del Estado, adoptandoambos sesgos inéditos a favor del gran capital oligopólico. Pero también, influen-ciadas por esos mismos factores, se desplegaron alteraciones decisivas en la propiaesfera del capital, a partir de la destrucción y reasignación del capital. De allí en más,cambió la fisonomía, el comportamiento y las contradicciones de las propias fraccionesdominantes, al mismo tiempo que se redimensionó la presencia de la burguesía nacio-nal, especialmente la fracción industrial que era el núcleo central de la misma.

11 Un análisis general del proceso de desindustrialización de las últimas décadas se encuentra enDaniel Azpiazu, Eduardo M. Basualdo y Martín Schorr, “La reestructuración y el redimensiona-miento de la producción industrial argentina durante las últimas décadas”, Buenos Aires, Institutode Estudios y Formación de la CTA, 2002. 12 Respecto de la repatriación de capitales extranjeros durante la dictadura militar, consultar EduardoM. Basualdo, Edgardo Lifschitz y Emilia Roca, Las empresas multinacionales en la ocupación indus-trial argentina, 1973-1983, Ginebra, Organización Internacional del Trabajo (OIT), Oficina deEmpresas Multinacionales, 1987.

La alianza policlasista de la sustitución de importaciones terminó de des-estructurarse con la creciente marginación política y económica de la burguesíanacional. No se trató, como ocurrió durante la segunda etapa de sustitución deimportaciones, de su subordinación al capital extranjero y de su desplazamientohacia los tamaños de empresas con menor valor de producción y ocupación,sino de una creciente expulsión de este tipo de empresas a medida que avanzóla desindustrialización, pese a que se trató de una fracción del capital que, en tér-minos generales, adhirió inicialmente al golpe de Estado que derrocó al gobiernoconstitucional.

No menos trascendentes fueron las alteraciones que se desplegaron en lacomposición y el comportamiento de los propios sectores dominantes. En estesentido, cabe destacar que a medida que se fue consolidando un nuevo patrónde acumulación centrado en la valorización financiera, se fracturaron y realine-aron las firmas extranjeras industriales que habían sido el núcleo dinámico de lasegunda etapa de sustitución de importaciones. En otras palabras, el conjuntode las empresas extranjeras industriales no fue la fracción del capital que encarnóla dominación imperialista en la dictadura militar. La prueba palpable de ladisolución del poder que ostentaba el capital extranjero industrial es que estaactividad productiva perdió la centralidad económica que exhibía anteriormentepara entrar en un proceso de progresiva y sistemática desindustrialización, carac-terizada, entre otros rasgos regresivos, por una pérdida de incidencia en el valoragregado total, una acentuada reducción del espectro productivo y del grado deintegración local de la producción, la repatriación de capital extranjero industrial,un salto de la concentración de la producción sectorial en un reducido conjuntode firmas, etcétera.11

En consonancia con el proceso de desindustrialización se fracturó el bloqueindustrial extranjero, registrándose, por un lado, una acentuada repatriación decapital industrial durante la década de 198012 y, por otro, una modificación sus-tantiva del comportamiento de varios conglomerados extranjeros que asumieronlos parámetros vinculados al nuevo patrón de acumulación de capital. En otros

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cuando los grandes capitales se estaban diversificando rápidamente, mediantedistintas estrategias, hacia diferentes ramas de la actividad económica.

Debido al predominio de la centralización del capital durante esos años,una evaluación de las transformaciones en la economía real puede realizarse sobrela base del análisis de la cúpula empresarial, considerando como tal las doscien-tas empresas de mayores ventas en la economía argentina, cualquiera sea su sec-tor de actividad excepto la producción agropecuaria y la actividad financiera,debido a la carencia o incompatibilidad de la información disponible.

Al respecto, en el Cuadro N° 2 consta la evolución entre 1975 y 1983 dela composición de las ventas de las doscientas empresas de mayor facturación enlas diferentes actividades económicas –salvo la financiera y la agropecuaria– con-siderando los distintos tipos de capital que componen la tipología empresariamencionada precedentemente.

La evolución de las variables durante el período refleja transformacionestrascendentes y muy significativas en la economía real. En efecto, dejando delado las asociaciones por su escasa significación, es rápidamente comprobable quelos capitales que se sustentaban en una diversificación estructural (grupos econó-micos y conglomerados extranjeros) fueron los únicos que incrementaron su inci-dencia, mientras que el resto de los capitales la disminuyó tanto en la cantidadde empresas como en su participación en las ventas de la cúpula.

Aun más, estas mismas evidencias indican que fueron los grupos económicoslos que incrementaron en mayor medida la cantidad de firmas y su incidencia enlas ventas. Tan es así que fueron receptores de más del 80% de las firmas (25 delas 30 firmas) y de casi el 60% de las ventas (7,4% del 12,9%) que se reasignaronentre los diferentes capitales que participaron de la cúpula empresaria entre 1975y 1983, mientras que los conglomerados extranjeros absorbieron el resto de cada unade estas variables. En términos de su evolución, es importante reparar que su predo-minio en las ventas de la cúpula respecto a los conglomerados extranjeros se diri-mió a partir de 1981, momento en que se consolidó la valorización financiera yel proceso de desindustrialización.

Entre las formas de propiedad que disminuyeron su gravitación en lasvariables considerables, las empresas locales independientes fueron las más afectadas,indicando nuevamente el profundo deterioro que sufrieron las empresas inte-grantes de la burguesía nacional al quedar excluidas de la valorización financieray expuestas a la competencia de los productos importados que impulsó la políti-ca económica de ese momento. Su retracción fue especialmente significativa entérminos de cantidad de empresas, al perder más del 55% de las firmas que se rea-signaron dentro de la cúpula (17 de las 30) y menos intensa, aunque relevante, en

términos, se disgregó el bloque extranjero en tanto algunos de sus integrantesretiraron sus inversiones productivas en el país, mientras que otros confluyeroncon los grupos económicos locales incorporándose al nuevo bloque de poderdominante.13 En realidad, como fue mencionado, la contraparte extranjera fun-damental en el nuevo patrón de acumulación no es ese conjunto de conglomeradosextranjeros industriales, sino que ese papel es privativo del capital financiero inter-nacional, incluidos los organismos internacionales de crédito que fueron sus repre-sentantes políticos durante esa etapa.

Sin embargo, pese a la importancia que asumió la desindustrialización nopuede obviarse el hecho de que la misma fue un aspecto de un proceso más abar-cativo que consistió en la centralización del capital.14 De allí, que para poderapreciar las significativas modificaciones que se desplegaron en la economíadurante la dictadura militar sea necesario considerar otros sectores de actividadademás de la producción industrial, porque es la manera más idónea para captarel derrotero seguido por las fracciones dominantes en una etapa en que el grupoo el conglomerado económico era la unidad económica preponderante. Es decir,

13 De acuerdo con las evidencias disponibles, el apoyo de estos capitales extranjeros a la dictaduramilitar fue tan intenso como el brindado por los grupos económicos locales, llegando inclusive a permitire impulsar la represión a los trabajadores de sus plantas industriales. Al respecto cabe mencionar ladenuncia presentada por los dirigentes de la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA) ante elJuzgado número cinco de la Audiencia Nacional de Madrid, España en 1993 (mimeo). En la mismase denuncia la participación de las empresas Ingenio Ledesma, Astarsa, Mestrina, Acindar y FordMotors Argentina.14 La centralización del capital alude a los procesos económicos por los cuales unos pocos capita-listas acrecientan el control sobre la propiedad de los medios de producción con que cuenta unasociedad, mediante la expansión de su presencia en una o múltiples actividades económicas basán-dose en una reasignación del capital existente (compras de empresas, fusiones, asociaciones, etc.). Lacentralización del capital no se produce necesariamente en una rama de actividad, sino prioritaria-mente a través de la compra de empresas, fusiones o asociaciones que aumentan el control por unmismo capital de diversas actividades. En términos más precisos, Karl Marx indica que: “No se trataya de una simple concentración, idéntica a la acumulación, de los medios de producción y del poderde mando sobre el trabajo. Se trata de la concentración de los capitales ya existentes, de la acumulaciónde su autonomía individual, de la expropiación de unos capitalistas por otros, de la aglutinación demuchos capitales pequeños para formar unos cuantos capitales grandes. Este proceso se distingue delprimero en que sólo presupone una distinta distribución de los capitales ya existentes y en funciones,en que, por tanto, su radio de acción no está limitado por el incremento absoluto de la riqueza socialo por las fronteras absolutas de la acumulación. El capital adquiere, aquí, en una mano, grandes pro-porciones porque allí se desperdiga en muchas manos. Se trata de una verdadera centralización, queno debe confundirse con la acumulación y la concentración” (El capital. Crítica de la EconomíaPolítica, tomo I, México, FCE, 1971, p. 142).

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las ventas al perder el 27% de las reasignación de las mismas (3,4% sobre 12,8%).Esta asincronía en la retracción de las empresas locales independientes –entre laprofundidad de la disminución de sus empresas y su caída en las ventas de lacúpula– se debe a la severa disminución de la participación de las empresas trans-nacionales en la facturación de las doscientas empresas.

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Cuadro Nº 2 Evolución y composición de las ventas de las doscientas empresasde mayor facturación diferenciando los distintos tipos de capital(*), 1975-1983(cantidades y porcentajes)

(*) Las empresas estatales incluyen a YPF.Fuente: Elaboración propia sobre la base de la información de las revistas Mercado, Prensa Económicay el Área de Economía y Tecnología de la FLACSO.

Al igual que las empresas locales independientes, la retracción de esta fraccióndel capital extranjero no se originó únicamente en el menor dinamismo de susventas sino también –y de una manera significativa– en la pérdida de firmas endiferentes mercados (descienden de 52 a 42 durante el período) debido a la repa-triación de capital extranjero durante el período analizado. Finalmente, las empresasestatales disminuyeron su importancia en ambas variables pero con una intensidadrelativa menor a los capitales analizados previamente.

En términos de una conclusión general del trabajo, cabe señalar que lasevidencias disponibles indican que la reestructuración económica y social queimpuso la dictadura militar coincide con las tendencias que impuso el neolibera-lismo a nivel internacional, en tanto en ambos casos las mismas fueron la depresióneconómica y la concentración del ingreso. Sin embargo, estas coincidencias escondenuna diferencia decisiva para comprender el caso argentino que se relaciona con lasluchas específicas que se desarrollaron en el capital y el trabajo durante las déca-das anteriores. En efecto, la reestructuración económica y social en la Argentinano respondió a una adscripción ideológica a las reformas en la economía mundial,ni tampoco a un proceso digitado exclusivamente por las fracciones del capitalextranjero. Su peculiaridad no radicó únicamente en su imposición a sangre y fuegopor parte de la dictadura militar, sino también en que se trató de una revancha cla-sista sin precedentes contra los trabajadores, que implicaba necesariamente lainterrupción de la industrialización basada en la sustitución de importaciones, entanto esta última constituía la base estructural que permitía la notable movilizacióny organización popular vigente en esa época.

Esta revancha histórica fue llevada a cabo por un nuevo bloque de poderconstituido por la alianza entre la fracción del capital local (los grupos económicoslocales) con el capital financiero internacional. Ambas fueron los beneficiarios deeste proceso, pero la fracción interna fue la que condujo la implementación de lastransformaciones económicas y sociales a partir de su control sobre el Estado y laque adquirió el predominio en la estructura económica a través de liderar el pro-ceso de endeudamiento externo y de transferencia de capitales locales al exterior yconstituirse como la principal beneficiaria de la centralización del capital en laeconomía real.

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1 Sobre el tema véase Fabián Bosoer, Generales y embajadores. Una historia de las diplomacias para-lelas en la Argentina, Buenos Aires, Javier Vergara, 2005. También, textos de referencia ineludibleson los de Robert Potash, El ejército y la política en la Argentina, 1928-1945, Buenos Aires,Sudamericana, 1971 (dos tomos más se publicaron años más tarde); Alain Rouquié, Poder military sociedad política en la Argentina, 2 tomos, Buenos Aires, Emecé, 1982; Andrés Cisneros, Carlos

El Proceso, último eslabón de un sistema de poderantidemocrático en la Argentina del siglo XX

FABIÁN BOSOERUBA / PERIODITA / ESCRITOR

Las relaciones entre las elites civiles y militares en la conformación de laclase dirigente argentina ocuparon un lugar central a lo largo de gran parte denuestra historia, pero adquirieron entre 1930 y 1983 un carácter aun más deter-minante que afectó al país en sus hechos y rumbos fundamentales. También laorientación y el manejo de la política exterior se vieron influidos por la interac-ción entre estas dos esferas de poder, la civil y la militar, y entre quienes, prove-nientes de ambos campos de gravitación, se ubicaron en posiciones relevantes enla conducción del gobierno, en las estructuras de poder, en las instituciones polí-ticas y los círculos de influencia.

No es casual, por otro lado, que un ciclo de cuarenta años, dentro de esteperíodo central del siglo XX, dibuje una parábola entre 1942 y 1982, dos años quemarcan los dos momentos de más alta conflictividad del país en su ubicación enel contexto internacional, enfrentado a las potencias principales y conducido en amboscasos por gobernantes sin sustento de legitimidad democrática.

Esta presentación propone una descripción de la incidencia que tuvieronlas relaciones cívico-militares en el seno de la elite del poder y en la política exte-rior argentina. Asimismo, pretende plantear la relevancia que tuvo un determina-do sistema de creencias fraguado en esa socialización cívico-militar y su influenciaen el modo en que sus dirigentes enfrentaron los desafíos más importantes.1

CAPÍTULO VII

1976-1983 LA DICTADURA MILITAR Y EL TERRORISMO DE ESTADO.LA DOCTRINA DE LA SEGURIDAD NACIONAL Y EL NEOLIBERALISMOBIBLIOGRAFÍA

AZPIAZU, Daniel, Eduardo M. Basualdo y Martín Schorr, “La reestructuracióny el redimensionamiento de la producción industrial argentina durante las últimasdécadas”, Buenos Aires, Instituto de Estudios y Formación de la CTA, 2002. BASUALDO, Eduardo M., Edgardo Lifschitz y Emilia Roca, Las empresas multi-nacionales en la ocupación indus trial argentina, 1973-1983, Ginebra, Or ganizaciónInternacional del Trabajo (OIT), Oficina de Empresas Multina cionales, 1987.BASUALDO, Eduardo M., Estudios de historia económica argentina. Deuda externay sectores dominantes desde mediados del siglo XX a la actualidad, Buenos Aires,FLACSO-Siglo XXI, 2002.CANITROT, Adolfo, “Teoría y práctica del liberalismo. Política antiinflacionariay apertura económica en la Argentina. 1976-1981”, en Estudios, Nº 10, Buenos Aires,CEDES, 1980.FRENKEL, Roberto, “El desarrollo reciente del mercado de capitales en laArgentina”, en Desarrollo Económico, Buenos Aires, IDES, 1980.KOSACOFF, Bernardo, “El proceso de industrialización en la Argentina en el período1976/1983”, en Documento de trabajo, Nº 13, Buenos Aires, CEPAL, 1984.MARX, Karl, El Capital. Crítica de la Economía Política, tomo I, México, FCE, 1971.NOCHTEFF, Hugo J., “Reestructuración industrial en la Argentina”, en DesarrolloEconómico, Nº 123, Buenos Aires, IDES, 1991.POULANTZAS, Nicos, Poder político y clases sociales en el estado capitalista, México,Siglo XXI, 1980.

450 451CAPÍTULO VII El nuevo funcionamiento de la economía a partirde la dictadura militar (1976-1982)

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Este ciclo encuentra uno de sus episodios iniciales en la Conferencia deRío de Janeiro en enero de 1942, donde la Argentina defendió a capa y espada laneutralidad en la Segunda Guerra, frente a las presiones de Estados Unidos y lasposturas mayoritarias de los países americanos en respaldo de los Aliados. Y secierra en abril-mayo de 1982, cuando la dictadura del autodenominado Procesode Reorganización Nacional se embarca en la aventura de recuperar las islasMalvinas, declarando la guerra a Gran Bretaña y rompiendo su alineamiento conEstados Unidos, su principal aliado y sostén. El círculo se abre y se clausura, enalgunos casos emblemáticos, inclusive con los mismos personajes y familias políticas:Mario Amadeo, por ejemplo, joven asistente del canciller Enrique Ruiz Guiñazú enla Conferencia de Río de 1942 es quien, cuarenta años después, actúa como voceroinformal del canciller Nicanor Costa Méndez, el 1º de abril de 1982 por la noche,para anunciar a los periodistas acreditados en Cancillería, el comienzo de la ope-ración militar de desembarco en Malvinas.2

La hipótesis que se postula es la existencia de una alta correlación entre lacontinuidad de una misma elite de poder –de sus bases constitutivas, modos defuncionamiento y fuentes de inspiración ideológica– y la debilidad, discontinuidado erraticidad de las conductas gubernamentales y decisiones estratégicas adoptadasen materia de política exterior.

Hubo una clase política que permaneció, aun en medio de los más espec-taculares vuelcos político-institucionales.3 En otros países, como Estados Unidos,el Brasil o Chile, esta característica contribuyó a establecer una reconocible con-tinuidad de políticas de Estado y a la conducción de las burocracias estatales, quemoderó diferencias ideológicas o de orientación entre los sucesivos gobiernos. Enla Argentina, ello no fue así; más bien por el contrario, la permanencia de unmismo grupo dirigente fue precisamente de la mano de las más fuertes disputas,cambios de gobierno, operaciones conspirativas y rupturas institucionales.

El período 1976-1982, que culmina con la Argentina empeñada en el con-flicto bélico con Gran Bretaña en el Atlántico Sur, puede abordarse como unafase terminal de ese ciclo histórico, indicativa tanto de los fallidos intentos auto-ritarios por definir una política de Estado superadora de los vaivenes y conflictospolíticos internos, como de la particular relación que se estableció entre nuestropaís y las principales potencias y países de la región, sobre todo en los momentosde crisis o transición del sistema internacional.

Al interior de aquellas cuatro décadas, entre los años de 1940 y los años de1980, encontramos que la Argentina vivió sucesivos momentos de la alteración másprofunda en su vida institucional, política, económica y social. Al mismo tiempo,la relación del país con el mundo durante esos cuarenta años estuvo signada demanera traumática por los fantasmas de cuatro guerras: la Segunda Guerra Mundial,la Guerra Fría, la Guerra Contrarrevolucionaria y la Guerra de las Malvinas.

Esta suerte de hibernación cultural y geopolítica, en un ambiente condi-cionado –e inficionado– por la existencia real o supuesta de constantes acechanzasy peligros para la nación, podría explicar el por qué de la actuación protagónicade generales y embajadores en el manejo de las riendas del poder. Podía resultarnatural que en un escenario caracterizado por la distancia del país respecto de losepicentros de la política y el poder mundial y al mismo tiempo, la percepción deconstantes amenazas externas o internas derivadas de aquellos epicentros, y unescaso reconocimiento de la legitimidad democrática, fueran entonces los militaresy los diplomáticos quienes se colocaran al comando del gobierno nacional y tuvieranla batuta de la orquesta estatal.

Sin embargo, esta lógica no explica el hecho de que buscando acomodaral país al imperativo de adaptarse al contexto externo, los resultados fueran exac-tamente los inversos y esa orquesta que representaba a la Argentina en el exteriorsonara invariablemente desafinada y suscitara permanentes desconfianzas.Tampoco explicaría otra notable contradicción: a lo largo de esas cuatro décadas,pese a la inestabilidad y las grandes fluctuaciones políticas, es posible encontrar auna misma clase dirigente –los mismos nombres y apellidos– en el centro o enlas adyacencias inmediatas del poder. Es aquí donde se inician posibles recorridaspor algunos de los laberintos más o menos explorados de nuestra historia, conhallazgos curiosos y eslabones sorprendentes.

Escudé y otros, Historia General de las Relaciones Exteriores de la República Argentina, Buenos Aires,GEL-CARI, 1998; Juan Archibaldo Lanús, De Chapultepec al Beagle. Política exterior argentina:1945-1980, tomos 1 y 2, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986; José Paradiso, Debates y trayectorias dela política exterior argentina, Buenos Aires, GEL, 1993.

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CAPÍTULO VII

2 En Fabián Bosoer, Malvinas, capítulo final. Guerra y diplomacia en Argentina (1942-1982),tomos I y II, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2007. Sobre el período 1943-1955, véase MarioRapoport y Claudio Spiguel, Relaciones tumultuosas. Estados Unidos y el primer peronismo, BuenosAires, Emecé, 2009.3 Para un análisis sociológico de las elites políticas argentinas a lo largo del siglo veinte, véanselos trabajos clásicos de José Luis de Imaz, Los que mandan, Buenos Aires, Eudeba, 1964; y AlainRouquié, op.cit.,1982. También, los libros de Tulio Halperin Donghi, La Argentina y la tormentadel mundo. Ideas e ideologías entre 1930 y 1945, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003; La República impo-sible (1930-1945), Buenos Aires, Ariel Historia, colección Biblioteca del Pensamiento Argentino,2004; y de Carlos Altamirano, Bajo el signo de las masas (1943-1973), Buenos Aires, Ariel Historia,colección Biblioteca del Pensamiento Argentino (tomo VI), 2001, estudio preliminar.

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5 Véase Raúl José Romero, Fuerzas Armadas. La alternativa de la derecha para el acceso al poder(1930-1976), Buenos Aires, Editorial Centro de Estudios para la Nueva Mayoría, colección AnálisisPolítico (vol. 16), 1988.6 Véase, además de los citados libros de Alain Rouquié y Robert Potash, Carlos Florit, Las FuerzasArmadas y la guerra psicológica, Buenos Aires, Ediciones Arayú, 1963; Rosendo Fraga, El Ejército yFrondizi. 1958-1962, Buenos Aires, Emecé, 1992; Albino Gomez, Arturo Frondizi. El último estadista,Buenos Aires, Lumière, 2004.

4 Alain Rouquié remonta a la “Semana Trágica”, en 1919, este rasgo de la derecha argentina quele asigna un creciente rol tutelar a los militares en materia política y al que define como“anticomu-nismo sin comunistas”. Explica, asimismo, que la aparente contradicción entre el nacionalismoantiliberal y el liberalismo pro occidentalista, de los años de 1940 a los de 1960, se resolvería a partirdel recrudecimiento de la Guerra Fría y el conflicto Este-Oeste tomando como variable principaldicha constante ideológica (véase op. cit., p. 352).

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verbial pragmatismo de un grupo dirigente con capacidad para extraer beneficioso minimizar costos de cada crisis política.5

Hubo personalidades descollantes que se despegaron de ese pantanosojuego. El canciller más importante de la llamada “década infame”, durante losaños de la restauración conservadora y el “fraude patriótico”, fue Carlos SaavedraLamas, ganador del Premio Nobel de la Paz por su mediación en la Guerra delChaco entre Bolivia y Paraguay (1936). Durante el primer gobierno de Perón, elprimer canciller argentino que presidió el Consejo de Seguridad de las NacionesUnidas, y el primero, además, en llegar a ese cargo proviniendo de orígenes gre-miales y socialistas, Atilio Bramuglia, tenía debajo suyo a funcionarios que coor-dinaban el ingreso de fugitivos nazis y fascistas a nuestro país luego de la guerra,que simpatizaban con aquellas ideas y que conspiraban contra la propia gestiónde su ministro de Relaciones Exteriores. Otro eminente jurista del derecho inter-nacional, Luis Podestá Costa, fue canciller de la llamada Revolución Libertadora,el gobierno que más militares sin experiencia diplomática alguna ni conocimientode los asuntos internacionales, designó como embajadores.

La enumeración de algunas de estas grandes contradicciones y contrastestiene el solo propósito de señalar una manera de proceder en la cúspide del poderpor parte de quienes, civiles y militares, definían e implementaban las principalesdecisiones. En 1956, el almirante Isaac Rojas, jefe de la Armada, vicepresidente defacto y hombre fuerte del gobierno de la Revolución Libertadora, le ordenó a su subor-dinado, el contralmirante Aníbal Olivieri –que había sido secretario de Marina dePerón, participó luego en su derrocamiento y fue designado como embajador argen-tino en las Naciones Unidas– que solicitara ante la Asamblea General ni más ni menosque la expulsión de la Unión Soviética de la ONU. Olivieri no acató la extravaganteidea y terminó exiliándose en Estados Unidos, en su casa de San Diego, California.Otro caso es el del general Carlos Toranzo Montero, designado como embajador enVenezuela por el mismo régimen, que participa activamente en la conspiración quederroca al dictador Marcos Pérez Jiménez, quien había recibido y protegido algeneral Perón en el inicio de su exilio. Toranzo Montero sería uno de los líderesde la facción más dura del Ejército en sus planteos al presidente Arturo Frondizi.6

Entre 1930 y 1982, período signado por la inestabilidad política, la debi-lidad de las alternativas civiles de gobierno y la preponderancia del poder militarcomo factor decisivo en el proceso de toma de decisiones en la cúspide del gobierno,hubo en la Argentina 23 presidentes y 44 cancilleres. La duración media de laspresidencias fue de dos años y medio y la de los ministros de RelacionesExteriores, de poco más de un año. De los 23, catorce fueron militares y trece deellos alcanzaron el poder por un golpe de Estado o como consecuencia de cons-piraciones palaciegas. Estos 13 regímenes de facto tuvieron un total de 252 minis-tros. De haberse respetado la vigencia del régimen constitucional, habrían sidodurante ese período 8 los presidentes en lugar de 23. Suponiendo que cada unode ellos hubiera mantenido su elenco de ministros, estos hubieran sido alrededorde 64, en lugar de 252.

Sólo dos presidentes surgidos de las urnas, Agustín P. Justo (1932-1938) yJuan D. Perón (1946-1952), pudieron completar su mandato de seis años. Amboseran generales y difícilmente hubieran llegado al gobierno sin el antecedente de ungolpe militar que abrió un paréntesis para la desembocadura en un proceso electoralcon respaldo del Ejército.

Se puede comprobar, asimismo, que en medio de la inestabilidad guber-namental y las rupturas institucionales existe una singular continuidad de esaelite conservadora en la dirección política de la diplomacia y su predominio cul-tural en la formación de percepciones sobre la inserción internacional del país. Laconstante que se evidencia en su sistema de creencias, y que al mismo tiempoexplica las afinidades electivas con distintos interlocutores militares, es unasobrestimación del peligro revolucionario que, bajo diferentes formas, oficiará dejustificativo ideológico para las intervenciones de 1943, 1955, 1962 y 1966. Estasobrevaloración de la amenaza puede explicar, asimismo, la naturalidad con la quelos intereses sectoriales, económicos o corporativos de grupos de poder o sectoresde la elite tradicional que resultaban afectados fueron identificados con el interésnacional que debía ser salvaguardado.4

Si el primer aspecto permite definir esta constante desde su caracterizaciónideológica –un pensamiento de derecha autoritaria en sus más diversas variantes:conservadora, liberal, populista, nacionalista– el segundo aspecto remite al pro-

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Otro personaje singular, el general Juan Enrique Guglialmelli (1922-1983),publica en 1979 Geopolítica del Cono Sur, libro en el que postula la inserción sudame-ricana de la Argentina, el desarrollo patagónico, la integración regional interna y lavalorización del Cono Sur como “núcleo de poder regional frente a los grandescentros de poder mundial”.8 Se trataba de un militar que mientras sus pares seacomodaban a los dictados de la Doctrina de la Seguridad Nacional y las hipótesisde conflicto interno y externo, supo colocarse al frente de un programa políticointelectual de largo aliento, plasmado en el Instituto de Estudios Estratégicos y de lasRelaciones Internacionales y la revista Estrategia, durante los años de1970.

Se puede continuar con la cadena de contrastes y contradicciones. El ConsejoArgentino para las Relaciones Internacionales, el CARI, el más prestigioso ámbitode reunión y reflexión de políticos, diplomáticos y académicos abocados a la polí-tica exterior e internacional, se creó en 1978, uno de los momentos históricos demayor trastorno de la personalidad argentina en el mundo, mientras se realizabael Campeonato Mundial de Fútbol en nuestro país, la represión ilegal de la dic-tadura se cobraba miles de muertes y desapariciones, incluidos diplomáticos yembajadores en actividad como Héctor Hidalgo Solá y Elena Holmberg, y en elmismo momento en que los generales argentinos y chilenos se trenzaban en esca-ladas beligerantes por disputas territoriales, lo que llevó al borde de una guerraentre la Argentina y Chile por el Canal de Beagle, a fines de 1979, evitada a últimomomento por la intervención del papa Juan Pablo II.

Se fue conformando de tal manera un sistema muy particular de relaciones.Generales, almirantes y brigadieres buscaron inspiración intelectual en abogados,catedráticos, periodistas, historiadores y políticos. Estos recurrirían a aquelloscada vez con mayor naturalidad para alcanzar y mantener espacios de poder,influencia o pertenencia. Juntos, unos y otros, conformarían el tablero de la polí-tica y escribirían sus páginas más destacadas y también las más ominosas. Hastaque la vorágine llevará al extremo las fuerzas y contradicciones que ellos mismosalimentaron y los arrastrará al despeñadero en el que terminó el último intentode restaurar manu militari el legado de la Generación del 80 del siglo XIX, cienaños más tarde.

En la etapa final 1976-1982 se repite, en numerosos casos con los mismoselencos de personalidades jugando similares roles, un ciclo semejante de disputasintestinas, alternancias forzadas y rotaciones compulsivas dentro de un mismogran círculo de decisores y voces influyentes. Mientras todo el país y más allá, elCono Sur en su conjunto, se internaban en experiencias dictatoriales sin prece-

En la Conferencia extraordinaria de la OEA, realizada en Punta del Esteen enero de 1962, donde se aprueba la expulsión de Cuba del sistema interame-ricano, el veterano canciller Miguel Cárcano, prominente embajador argentinodurante los gobiernos que se habían sucedido en los pasados veinte años, deberálidiar con los servicios de inteligencia y Estados Mayores de las Fuerzas Armadasde su propio país, ante el desconcierto de los funcionarios del Departamento deEstado norteamericano. A su regreso, será forzado a renunciar y aquella reuniónes la que precipitará la caída de Frondizi semanas más tarde. Apuntemos que fuedurante los gobiernos de Frondizi y de Arturo Illia cuando nuestro país obtuvolos principales logros diplomáticos en su reivindicación de la soberanía sobre lasislas Malvinas, reconocimiento y respeto internacional.7 Y no hace falta recordarque ambos gobiernos tuvieron como principales factores de desestabilización alos jefes de las Fuerzas Armadas y adversarios políticos que, junto con aquellos,conspiraron para derrocarlos… y terminaron derrocándolos.

Hubo también, por cierto, militares que lograron sortear la politizaciónfacciosa; que acompañaron y apuntalaron los caminos de la racionalidad y elbuen entendimiento; que participaron de esa “gran diplomacia” en defensa delinterés nacional que no logró fructificar. El almirante Oscar Quihillalt fue untenaz defensor del desarrollo nuclear autónomo para uso pacífico, como presi-dente de la CoNEA entre 1955 y 1973. Era una base de poder interno para lasFuerzas Armadas –y para la Marina, sobre todo– pero a la vez una herramientade poder externo y de proyección internacional que el país tampoco supo apro-vechar. Hay muchos otros casos, como el del general Hernán Pujato, que instalala Base General San Martín en la Antártida, bajo el segundo mandato de Perón.O el del coronel Jorge Leal, fundador de la Base Esperanza y jefe de la primeraexpedición argentina que llegó al Polo Sur por tierra, lejos de las tensiones cuar-teleras y zozobras que se vivían en Buenos Aires.

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7 En relación con el reclamo por la soberanía de Malvinas, durante la presidencia de Frondizi, el14 de diciembre de 1960 se vota en la Asamblea General de la ONU la resolución 1.514 sobre desco-lonización, siendo Mario Amadeo el embajador argentino ante la organización. Cinco años después,es durante la gestión del presidente Illia que se aprueba el 16 de diciembre de 1965 la resolución2.065 que reconoce los derechos del país sobre las islas e insta a las partes a iniciar negociacionesdirectas. Quien expone la posición argentina en la Asamblea General, invitado por el cancillerMiguel Angel Zavala Ortíz es el ex canciller Bonifacio del Carril, un frontal adversario del gobiernoradical vinculado con el sector más antiperonista de las Fuerzas Armadas. Véase Fabián Bosoer, op.cit., tomo 1, p. 40; y además, Lucio García del Solar, “La política exterior del gobierno de ArturoIllia”, en Silvia Ruth Jalabe (comp.), La política exterior argentina y sus protagonistas 1880-1995,Buenos Aires, CARI-GEL, 1996. 8 Juan Enrique Guglialmelli, Geopolítica del Cono Sur, Buenos Aires, El Cid Editor, 1979.

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Hasta entonces, la aparición de nuevas camadas u orientaciones renovadorasen la política exterior argentina, incentivada por los momentos de ruptura o la aper-tura del sistema gubernamental como resultado de procesos electorales, algo queocurrió con la llegada del peronismo al gobierno en 1946 y luego en 1958, con lapresidencia interrumpida de Frondizi, había resultado absorbida o neutralizadapor los núcleos y actores tradicionales, que no llegan a perder el dominio de susfuentes y recursos de poder. Esta permanencia de una misma elite conservadora–que en algún sentido se expresa como alternancia entre sectores más liberales omás nacionalistas– contrasta nítidamente con la inestabilidad política, los cambiosde gobierno y de régimen, los antagonismos entre principios de legitimidad, ladebilidad de los gobiernos civiles y las contradicciones internas de los gobiernos defacto y las dictaduras militares que se sucedieron durante ese período.

Uno de los representantes de esa elite conservadora, el escritor y políticonacionalista Marcelo Sánchez Sorondo sintetizó de manera elocuente las respon-sabilidades civiles en las intervenciones militares:

Según esta sismología de la crisis, tras cuyos sacudimientos se estanca nues-tra decadencia, a partir de 1955 los gobiernos de las Fuerzas Armadas son laregla, y los civiles la intercalada excepción: cada vez más módica y penosa.Desde entonces hasta 1983, el macizo militar se extiende pesadamente sobrela vida pública. Son casi tres decenios –salvadas las tentativas de signo civil–cuya íntima debilidad contrasta con la aparatosa e insaciable exhibición deactos de fuerza. Pero, es claro, la ceguera política, el exagerado triunfalismode las Fuerzas Armadas no se explican si se omite incluir como dato previoal análisis el desmoronamiento de las convicciones cívicas y la consiguientepérdida de energía que ello acarrea al conjunto de la sociedad.10

Desde entonces, la Argentina se sigue preguntando –y muchos se hanlamentado– por la ausencia de una clase dirigente lúcida e ilustrada. Se tiende aaludir con ello a los tiempos de nuestra historia reciente, perdiendo de vista elcuadro en el que emergió la posibilidad de recuperar la democracia en 1983.

Por contraste, se reiteraron las visiones panegíricas de tiempos más lejanos,“edades de oro”, Arcadias y etapas doradas en las que habrían existido visiones precla-ras y proyectos de país, con estadistas en condiciones de llevarlos a cabo. Convendríano olvidar, de igual modo, los claroscuros y extravíos que condujeron en tantos

dentes por su grado de intensidad represiva y militarización del Estado y de lasociedad, los grupos de actuación preponderante vinculados a las elites conserva-doras tradicionales pretendieron participar de la misma como si se tratara de una“vuelta a la normalidad”, una restauración del orden no exenta de “excesos”,luego de una etapa de desorden y subversión. En ese canto del cisne de la elitediplomática y militar prohijada por cuarenta años de quiebre institucional y con-tinuidades fácticas se encontrarán, como dice el tango, “en un mismo lodo, todosmanoseados”, sin advertir que la mayor subversión institucional se había termi-nado de consumar con el llamado Proceso de Reorganización Nacional.

Tras el golpe del 24 de marzo de 1976, la política exterior y la diplomacia fue-ron colocadas bajo la supervisión de la Junta Militar integrada por los tres coman-dantes en jefe. Al frente de la Cancillería se sucederán los vicealmirantes CésarGuzzetti y Oscar Montes y el brigadier Carlos Washington Pastor, sin antecedentesni conocimientos en materia de política internacional. Lejos de unificar criterios,esta militarización de la política exterior reprodujo el faccionalismo y la comparti-mentación dentro del poder, con áreas de actuación autónoma y contradictoria.

En el seno de la elite tradicional, algunos seguían jugando el mismo juegoaprendido a lo largo de las pasadas cuatro décadas en un escenario que, sinembargo, se había deslizado al despeñadero interno y el ostracismo internacional.Otros se habían apartado, extrañados o espantados por el grado de brutalidadque había alcanzado la dictadura. Y otros, más comprometidos con ella, partici-parían con distintos tonos de entusiasmo en su camino de perdición, buscandoatenuar o precipitar la caída. Sólo un resultado externo catastrófico como la derrotaen la Guerra del Atlántico Sur, la única que a la postre libró aquel país asaltadopor los fantasmas de las guerras a lo largo del siglo XX, la última batalla de la TerceraGuerra Mundial que creían estar protagonizando los cruzados del Extremo Occidente,revierte sobre sus jefes y consejeros liquidando toda posibilidad de permanenciaen el poder.9

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9 Sobre los diversos aspectos político-militares y diplomáticos de la Guerra de Malvinas véaseMartín Balza, Malvinas: gesta e incompetencia, Buenos Aires, Atlántida, 2003; Horacio Verbitsky,Malvinas. La última batalla de la Tercera Guerra Mundial, Buenos Aires, Sudamericana, 2002; NicanorCosta Méndez, Malvinas: ésta es la historia, Buenos Aires, Sudamericana, 1993; Ricardo Kirchbaum,Oscar Cardoso y Eduardo Van der Kooy, Malvinas, la trama secreta, Buenos Aires, Planeta, 1984; RogelioGarcía Lupo, Diplomacia secreta y rendición incondicional, Buenos Aires, Legasa, 1984; Virginia Gambay Lawrence Freedman, Señales de guerra, Buenos Aires, Vergara, 1992. Otras perspectivas más recientes,Rubén Oscar Moro, La trampa de las Malvinas, Buenos Aires, Edivern, 2005; Federico Lorenz, Lasguerras por Malvinas, Buenos Aires, Edhasa, 2006. Para un análisis de la cuestión Malvinas en la culturapolítica argentina, véase Vicente Palermo, Sal en las heridas. Las Malvinas en la cultura argentina con-temporánea, Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 10 Marcelo Sánchez Sorondo, La Argentina por dentro, Buenos Aires, Sudamericana, 1987, p. 565.

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no es insular sino “peninsular”, sostenía, y en este sentido se definiría como “con-tinental, bioceánica y antártica”. La idea de una “Argentina peninsular” es la de un paísque dada su constitución morfológica, mantiene su condición marítima peroasume también su rol continental. Su territorio, al norte de la línea Cabo SanAntonio (Buenos Aires)-San Rafael (Mendoza) se articula con la masa terrestrecontinental “introduciéndose” en ella. Esta zona, además de las fronterizas peri-féricas, tiene un importante sector central, con epicentro en Córdoba. Al sur deaquella línea, el territorio se prolonga como una cuña entre los dos grandes océanos.En esta área patagónica, la franja al norte de Neuquén-San Antonio Oeste con-formaría una zona de sutura con el resto del país y en su extremo austral, incluyelos sectores insular y antártico. Debido a esta conformación, nuestro país recibela influencia del Pacífico y del Atlántico, en particular de este último, sobre parte decuyas aguas, plataforma y subsuelo, extiende su soberanía.

Esta caracterización no definía sólo una situación geográfica sino también lanecesidad de una economía integrada e independiente, un mercado interno en perma-nente expansión y una irrenunciable vertebración cultural con los países de Américadel Sur, en particular con los vecinos y el Perú. En esa visualización geopolítica, el ConoSur debía considerarse como el punto de partida para la ulterior unidad de AméricaLatina. ¿Pero cómo avanzar en esa dirección con países subsumidos en hipótesis de con-flicto interno, dilemas de seguridad y “fronteras calientes”, cuyas elites civiles y cúpulasmilitares se cultivaron durante un siglo en el recelo y la desconfianza permanentes?

En el mismo número de la revista Estrategia, Raúl Alfonsín trazaba el siguientediagnóstico sobre las responsabilidades de la elite dirigente:

Nuestro país ha carecido durante muchos años, décadas quizás, de una autén-tica dirección nacional. En Argentina ha habido uso y abuso del poder, perotambién una ausencia deletérea de autoridad. Quienes se hicieron cargo de losasuntos públicos, salvo contadísimas excepciones, con uno u otro argu-mento, con una u otra razón, con uno u otro mandato han gobernadocada vez más para el interés de un grupo que para el conjunto de la sociedad.El Estado, instrumento privilegiado para la transformación de la sociedad,ha sido degradado para convertirse en un instrumento para aumentar losprivilegios de los sectores que ocupaban el Gobierno. Así hemos llegado a ver que la Argentina, sus problemas, su gente, termina-ban siendo una cuestión accesoria para los gobiernos. Pero debe comprendersebien que a pesar de que el último período de facto exhibió como ningúnotro estos caracteres, ellos están presentes desde hace mucho más tiempo enla vida política argentina.

casos a aquellos hombres esclarecidos junto con otros sin méritos ni capacidadespara las responsabilidades frente a las que se encontraron, a participar en las másgraves frustraciones, desaciertos y tragedias de nuestra historia; sin dejar de dete-nernos en aquellos instantes o intervalos en los que las cosas podrían haber resul-tado de otro modo.

Precisamente el último número de la revista Estrategia dirigida por el generalGuglialmelli, publicado en junio de 1983 y dedicado a exponer una radiografíade la crisis argentina, sus causas, responsabilidades y soluciones, contiene lo que seríael artículo póstumo de su director, “La Argentina peninsular”, en los umbralesdel cambio de época que significaría el fin de la última dictadura y el inicio de latransición democrática.11 Escribían en esa publicación los principales dirigentesde un amplio representativo espectro político: Raúl Alfonsín, Antonio Cafiero,Italo Lúder, Oscar Alende, Rogelio Frigerio, Roque Carranza y Emilio Hardoy.Impresiona constatar la vigencia y actualidad de muchas de aquellas considera-ciones; entre ellas, una en especial: la necesidad de formular un nuevo modelo dedesarrollo basado en las capacidades y aspiraciones de las mayorías nacionales,superador de la alternativa de hierro entre el modelo agroexportador y el modeloautárquico de sustitución de importaciones, e integrado a la región sudamericana.

En aquel artículo explicaba Guglialmelli lo que sería su último aporte a esaempresa de reconstrucción: la invitación a trabajar por una geopolítica “de laintegración para la liberación” en la consolidación del poder nacional como ins-trumento de la política exterior. Aunque reconocía que existían divergencias conel Brasil, consideraba que estaban dadas las vías propicias para la búsqueda deacciones concertadas que contribuyeran a la adquisición de mayor capacidadautónoma de decisión, evitando confrontaciones en el Cono Sur que pudieranser aprovechadas por intereses extrarregionales. Proponía superar alternativas ana-crónicas, como la rivalidad argentino-brasileña y la actitud imperial-hegemónicabrasileña, y estimular la cooperación bilateral, “que permitiría a ambos paísesaumentar su capacidad de negociación frente a los organismos económicos y finan-cieros internacionales”.

El planteo cuestionaba la pretendida “insularidad” de la Argentina del modeloagroexportador de vinculación con el mundo, y sus implicancias: el menosprecioo simplificación del componente territorial, la falta de integración física, el olvidode las regiones fronterizas y la ausencia de una política demográfica. La Argentina

FABIÁN BOSOERCAPÍTULO VII El Proceso, último eslabón de un sistema de poder antidemocrático en laArgentina del siglo XX

11 Revista Estrategia, Nº 73-74, Buenos Aires, Instituto Argentino de Estudios Estratégicos y delas Relaciones Internacionales, junio de 1983.

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de paradigma. Mientras la geopolítica clásica observa a los Estados construyendoy organizando a las sociedades nacionales “de arriba hacia abajo” y de los centrosa las periferias, extrayendo recursos de ellas y tendiendo a observar los conflictosen su interior como una debilidad antes que como una fortaleza, y a sus fuerzasde cambio como una amenaza, antes que como una oportunidad de progreso, laactual debe colocar el centro de gravitación en las sociedades en movimiento y enprofunda transformación, y al Estado y sus instituciones como agentes organiza-dores de esas energías para el logro de objetivos nacionales democráticamentereconocidos.

En las puertas del Bicentenario argentino y latinoamericano, es una buenaoportunidad para revisar nuestra historia y rescatar de ella algunas ideas olvidadasy desafíos pendientes. Lo decía con visión de futuro el general Guglialmelli en1983, en aquel artículo póstumo sobre los desafíos de la “Argentina peninsular”:

América Latina vive su segunda revolución nacional. La primera fue la delmovimiento emancipador. La de ahora, la de nuestra generación, es la revo-lución por el desarrollo integral con independencia, y la del ascenso de los sec-tores nacionales al gobierno y al control efectivo de los resortes del poder […].En el marco de una democracia pluralista de profundo sentido social yparticipativo, hemos de tener como propósito fundamental vertebrar defi-nitivamente a la Argentina como nación independiente, de modo tal que elcentro de decisión soberana le pertenezca.14

Acaso una buena síntesis convocante para pensar el 2010 rastreando el pasado,interpretando el presente y construyendo el porvenir.

Lo que hoy vivimos es la suma condensada de todos nuestros errores, debili-dades y fracasos del pasado. Y si algún beneficio tiene haber decaído tanto,es que al mostrar la Argentina descarnadamente, sin velos, sin confusión,todas sus distorsiones, sus patologías, sus incapacidades, también dibuja elcontorno de lo que imperiosamente necesita, lo que ahora debe probar: lademocracia con poder.12

En el espejo de aquella etapa histórica, podemos reconocer lo mucho quese ha avanzado a partir de diciembre de 1983 en la reconstrucción institucionaldel Estado de Derecho y en el proceso de integración regional en los últimosveintiséis años de continuidad del régimen democrático. La reinserción de lasFuerzas Armadas como instituciones de la Nación encargadas de la defensa y elresguardo de la soberanía, en estricto cumplimiento de sus funciones y plena-mente subordinadas a la conducción del Estado democrático, forma parte en estecaso de una transformación cultural de envergadura, que involucra a militares yciviles. Es sólo sobre cimientos sanos que se puede construir políticas e institu-ciones consistentes, adaptadas a los cambios y preparadas también para participaren las genuinas transformaciones, que son aquellas que permiten alcanzar propó-sitos sociales compartidos y aspiraciones nacionales postergadas.

Entre estas aspiraciones y propósitos, la política exterior y la defensa nacionaldeben responder al desafío que supone la reaparición de los temas de la geopolí-tica como uno de los rasgos de esta primera década del siglo XXI.13 Esto no deberíaimplicar el regreso a la vieja geopolítica del siglo XX, fuente de inspiración de losnacionalismos territorialistas autoritarios que enfrentaron a los países de la regiónen disputas, conflictos y competencias especulares. La novedad que hoy tenemosse asienta en democracias conscientes de su interdependencia y parte de la nociónde que las condiciones geográficas y territoriales en las que se desenvuelven lavida de los pueblos, las disputas en torno a los recursos energéticos y las altera-ciones en el medio ambiente son asuntos de crucial importancia y por lo tanto,la construcción de capacidades políticas nacionales y regionales autónomas seplantea como condición ineludible de existencia en un contexto internacionalcambiante y complejo.

Esta nueva geopolítica del siglo XXI no supone solamente una adaptacióna otras condiciones estructurales y contextos históricos sino también un cambio

FABIÁN BOSOERCAPÍTULO VII El Proceso, último eslabón de un sistema de poder antidemocrático en laArgentina del siglo XX

12 Raúl Alfonsín, en Estrategia, op. cit. 13 Véase Fabián Bosoer y Fabián Calle, “Introducción”, en 2010. Una Agenda para la región,Buenos Aires, Taeda, 2008. 14 Revista Estrategia, op. cit.

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Fuerzas Armadas y organismos de derechos humanos,una relación impuesta

HORACIO VERBITSKYCELS / PERIODISTA / ESCRITOR

La relación de los organismos defensores de los derechos humanos con lasFuerzas Armadas no ha sido voluntaria sino impuesta por las más terribles cir-cunstancias: el secuestro por parte de personal militar de miles de jóvenes quenunca reaparecieron con vida. Éste es el caso del origen del CELS, fundado en1979 por Emilio Fermín Mignone y Augusto Conte. Ambos eran padres de jóvenesdetenidos-desaparecidos por la práctica represiva de la última dictadura y debie-ron hacer un proceso personal que los llevó a un compromiso absoluto y a unareflexión en profundidad, que se extendió por el lapso que les quedaba de vida yque fue asumido por quienes los sobrevivimos. Ese camino lo recorrieron juntocon sus compañeras de toda la vida, Angélica Sosa de Mignone y Laura Jordánde Conte, en compañía de los demás fundadores del CELS víctimas de la mismao similar tragedia, como Carmen Lapacó, Boris Pasik, Alfredo Galleti y José F.Westerkamp.

Durante los largos años de la dictadura, la tarea del CELS abarcó tanto lasgestiones ante quienes detentaban el poder como la denuncia nacional e interna-cional de sus crímenes y la documentación detallada de cada caso. Esta actividadresultó fundamental como apoyo para el trabajo de la Comisión Interamericanade Derechos Humanos (CIDH) que visitó el país en septiembre de 1979 con elfin de investigar la desaparición forzada de personas y sus responsables. Pero, ade-más, permitió llegar a una reconstrucción de la estructura y la lógica del Estadoterrorista de asombrosa precisión, como se vería después.

Mignone y Conte habían sido dirigentes políticos relevantes en la épocaprevia al terrorismo de Estado y eran conscientes de la fragilidad de la vida demo-crática en el país antes del golpe de 1976. Por ello, con el colapso del último ciclo

CAPÍTULO VII

1976-1983 LA DICTADURA MILITAR Y EL TERRORISMO DE ESTADO.LA DOCTRINA DE LA SEGURIDAD NACIONAL Y EL NEOLIBERALISMO

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La posibilidad de impugnar los ascensos militares depende tanto de queexista un mecanismo institucional, como de la calidad y tipo de información conque se cuenta. Las limitaciones para recabar dicha información han estado deter-minadas por la clandestinidad y negación propias del terrorismo de Estado. Deahí la importancia de las acciones que han realizado los organismos de derechoshumanos y las medidas posteriores para enfrentar los crímenes en el orden judicial,administrativo y político. Los organismos produjeron documentación sobre loscrímenes en base a las denuncias de las víctimas. Durante muchos años, estos tes-timonios y archivos fueron la única información disponible. Y sin duda fue sobrela base de la información recabada por las organizaciones de derechos humanosque se construyó el relato de lo que era el terrorismo de Estado, del repudio a ladictadura y, con posterioridad, de la valoración de la democracia.

Las impugnaciones llevadas adelante por el CELS contrastaban con la acti-tud de gobernantes elegidos por el voto popular que no se decidían a ejercer laconducción de las instituciones armadas que la Constitución Nacional confiereal poder legalmente constituido. Los años de 1980 pusieron de relieve la carenciade una política hacia las Fuerzas Armadas que separara de las filas castrenses a losoficiales consustanciados con prácticas de terrorismo de Estado. También mos-traron un gobierno presionado por sucesivos levantamientos militares, que pactócon los sectores que pugnaban para poner fin a la posibilidad de hacer justiciapor los crímenes de la dictadura. Además, ni el Poder Ejecutivo ni el Congresorealizaban consultas formales a los organismos de derechos humanos. Sólo algu-nos asesores parlamentarios lo hacían de manera informal. Sin embargo, como laprensa publicaba listados totales o parciales de los oficiales cuyos ascensos esta-ban en estudio, las organizaciones tomaban conocimiento de los nombres pro-puestos y enviaban los cuestionamientos al Congreso. Estas notas eran acompa-ñadas de material documental, por lo general párrafos de testimonios o testimo-nios completos de sobrevivientes, artículos periodísticos y copias de documentosjudiciales en caso de que estuvieran comprometidos con alguna causa. La debili-dad del control sobre los uniformados y la inexistencia de una voluntad políticapor parte del gobierno para exigir autocrítica y cambios institucionales fue lacaracterística central de esos años. Mientras que la CONADEP generaba pruebaspara el esclarecimiento de los crímenes a través del juicio a los comandantes de lasjuntas militares, el gobierno radical esperaba que las Fuerzas Armadas realizaran supropia “depuración”. Esto no sucedió.

La tarea de monitoreo de los ascensos militares fue necesaria pero incompleta,porque una parte fundamental de los procedimientos represivos fue mantener enel anonimato a sus autores, aun al precio de colocar bajo sospecha a las instituciones

militar, el CELS participó en la tentativa de construir una democracia más sólidaen comparación con ese período. Con esos fines, junto con los otros organismosde derechos humanos, aportó materiales que nutrieron a la labor de la ComisiónNacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) en 1984 y de la CámaraFederal, que a partir de abril de 1985 juzgó a las tres primeras juntas militares.El CELS se planteó entonces hacer realidad la consigna que dio título al informede la CONADEP y para ello se propuso incidir en la transformación de lasFuerzas Armadas y su forma de inserción en el aparato estatal. Por un lado exi-gió la separación de sus filas de quienes cometieron delitos de lesa humanidad,cuyo castigo procuró en los expedientes judiciales en que los abogados del CELSrepresentaron a las víctimas y sus familiares. Pero al mismo tiempo planteó uncambio imprescindible en la formación de las nuevas promociones de oficiales ysuboficiales.

Impugnaciones a los ascensos militares

Con estos objetivos, una de las tareas iniciales que asumió el CELS fueestudiar las listas de ascensos para sugerir a las autoridades políticas la no promo-ción de determinadas personas que tenían antecedentes de graves violaciones a losderechos humanos. El complejo mecanismo de ascenso de militares a los gradossuperiores articula a las Fuerzas Armadas, el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativoy la sociedad civil. La aprobación o desaprobación de los ascensos militares es unadecisión política de designación de funcionarios públicos.

Una práctica de la Comisión de Acuerdos a partir de 1993 es requeririnformación sobre el listado de militares propuestos para ascender al archivo dela ex CONADEP de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, al CELSy a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). La Comisiónsolicita a estas instituciones que le remitan toda la información que posean sobreel desempeño de dichos militares. Los organismos de derechos humanos han parti-cipado de sesiones y audiencias públicas y han logrado que la Comisión de Acuerdoscite a declarar a testigos y produzca su propia prueba. Asimismo, el Ministerio deDefensa incorporó la práctica de adjuntar a las propuestas enviadas al Senado ellegajo militar de los miembros propuestos. Esta información ha resultado de cabalimportancia frente a la inexistencia de documentación oficial. De esta manera, elmecanismo de impugnación de ascensos militares se ha complejizado gracias a laparticipación de la sociedad civil y a las reformas tanto del reglamento del Senadoen lo atinente a la difusión y participación pública como de la información enviadapor Defensa.

Fuerzas Armadas y organismos de derechos humanos,una relación impuesta

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Este hecho promovió que el 25 de abril de 1995 el entonces jefe del EstadoMayor del Ejército, general Martín Balza, hiciera pública una autocrítica conrelación a los crímenes de la dictadura, proseguida por otra similar del jefe delEstado Mayor de la Armada, Enrique Molina Pico. El caso de Rolón y Pernías, acasi diez años de vigencia del régimen constitucional, demostró que era posiblefrenar la carrera de los represores sin recibir como respuesta una sublevación military sin dañar con ello a las instituciones castrenses, sino todo lo contrario.

El agujero negro de la última dictadura necesitaba medidas de separacióncategóricas de una etapa histórica con respecto a otra. Era imprescindible librardel peso de las responsabilidades de quienes habían conducido las FuerzasArmadas en ese período a quienes comenzaban la carrera militar. Actualmentequedan muy pocas personas en actividad que lo hayan estado en ese momento.Las generaciones de los jefes de los Estados Mayores de cada una de las tres FuerzasArmadas, teniente general Luis Alberto Pozzi (Ejército), almirante Jorge OmarGodoy (Armada) y brigadier general Normando Constantino (Fuerza Aérea), sonprácticamente las últimas. Durante la dictadura eran muy jóvenes, recién egresabande sus estudios militares. Este hecho implica tomar conciencia de la distancia cro-nológica que separa una época de otra.

Los pedidos de hábeas data

Además de la tarea de análisis de los pliegos de ascenso militar, que se hacontinuado hasta el presente, el CELS también ha respondido a pedidos origina-dos en las Fuerzas Armadas. A comienzos de esta década, en marzo de 2001, 663oficiales del Ejército interpusieron solicitudes de hábeas data donde requeríanconocer qué información poseían la Secretaría de Derechos Humanos y los orga-nismos acerca de ellos. El CELS aclaró que la ley 23.326 (de Protección de DatosPersonales, comúnmente llamada Ley de Hábeas Data) no resultaba aplicable ala institución por no constituir un banco de datos destinado a dar informes. Sinembargo, fue la única organización que contestó, dentro de sus posibilidades, aese requerimiento, porque comprendió que efectuar esa solicitud implicaba unpaso adelante en el respeto a los procedimientos del Estado de Derecho y cons-tituía un derecho de integración de los ciudadanos soldados en la democracia.Hubo otras entidades que lo rechazaron como si se tratara de la misma realidadde la década de 1970.

El CELS entregó la información recabada, de la cual se desprendía quemenos del 1,5% del total de los militares que presentaron los pedidos estabanincriminados por graves violaciones a los derechos humanos: sólo nueve oficiales.

militares en su conjunto. Los testimonios de los sobrevivientes y las investigacio-nes de civiles pero también de militares (como los hermanos Federico y JorgeMittelbach y José Luis D’Andrea Mohr) permitieron un conocimiento extensopero parcial del mapa represivo. Algunos ascendieron por decisión de un lideraz-go político que no asumió la tragedia argentina en toda su dimensión y procuróconciliaciones inaceptables. Otros porque consiguieron pasar inadvertidos. Aunasí, los grandes debates de opinión pública que varios de esos casos motivaronfueron de gran utilidad para que porciones cada vez mayores de la sociedad asu-mieran esta problemática que alguna vez fue exclusividad de las personas directa-mente afectadas e incluso dieron lugar al repudio de lo sucedido por parte de lasnuevas conducciones castrenses.

Debates y confesiones

Uno de esos debates tuvo lugar en la década de 1990, cuando los procesosde ascensos militares muestran una mayor complejidad. Un cambio sustancial seprodujo a partir de los acontecimientos desencadenados por el tratamiento de lospliegos de ascensos de dos conocidos represores de la Escuela de Mecánica de laArmada (ESMA): los marinos Juan Carlos Rolón y Antonio Pernías. El 28 dediciembre de 1993 publiqué en el diario Página/12 la información brindada porlas víctimas y los familiares sobre la actuación de ambos.1 El gobierno de CarlosMenem los respaldó, pero cuando reconocieron en su descargo ante la Comisiónde Acuerdos del Senado los métodos que utilizó la Armada para torturar, desapa-recer y asesinar, se logró el freno de los ascensos. El caso desató un intenso deba-te en la opinión pública, que se prolongó hasta 1995, cuando el ex torturadorAdolfo Scilingo, en reacción frente a lo que calificó como la “injusta” situaciónde los marinos Rolón y Pernías, declaró públicamente sobre la metodología sis-temática de la Armada de arrojar prisioneros vivos al Río de la Plata. Scilingoconfesó que ese método atroz había sido consultado con la jerarquía eclesiástica,que lo aprobó por considerarlo “una forma cristiana y poco violenta” de muerte.Al regreso de cada misión, los capellanes calmaban el escrúpulo de los participan-tes con parábolas bíblicas sobre la separación de la cizaña del trigo,2 pasando poralto que en la teología católica ésa no es una tarea de los hombres en el mundosino de Dios en el Día del Juicio.

HORACIO VERBITSKYCAPÍTULO VII Fuerzas Armadas y organismos de derechos humanos,una relación impuesta

1 Horacio Verbitsky, “Premios y castigos”, en Página/12, 28 de diciembre de 1993.2 Horacio Verbitsky, El Vuelo, Buenos Aires, Sudamericana, 2005 (1995).

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policías federales estaban detenidos por la apropiación de una criatura, hija dedetenidos desaparecidos, pero no era posible procesarlos por el secuestro, torturay ejecución clandestina de sus padres. Con la autorización de las Abuelas de Plazade Mayo que llevaban el caso, el CELS se presentó en esa causa. Faltaba un añopara el 25° aniversario del golpe de 1976 y era previsible que la intensa moviliza-ción social equilibrara las presiones de los poderes fácticos y permitiera a los tri-bunales fallar de acuerdo a derecho. Así fue, y en marzo de 2001 el juez federalGabriel Cavallo fue el primero en declarar nulas esas leyes. Lo siguieron otrosmagistrados en el resto del país, varias cámaras federales y el Procurador Generalen un dictamen ante la Corte Suprema de Justicia. Ése era el cuadro de situación enmayo de 2003 cuando asumió el presidente Néstor Kirchner, el primero que no seopuso a ese proceso impulsado desde la sociedad civil. En 2005 la Corte Supremade Justicia confirmó el fallo de Cavallo.

Defensa Nacional y Seguridad Interior

Por supuesto, los juicios a los responsables de los crímenes de lesa humanidad,reactivados entonces, son una forma imprescindible para permitir esa escisión, esadistancia entre dos etapas, pero no son la única. Afortunadamente, tanto en elgobierno nacional presidido por Cristina Fernández de Kirchner, como específica-mente en el Ministerio de Defensa dirigido por Nilda Garré, hay conciencia res-pecto de este hecho. Asimismo, que se haya delimitado claramente la diferenciaentre defensa nacional y seguridad interior, por obra de distintas fuerzas políticasque coincidieron en el Parlamento para sancionar las Leyes de Defensa Nacional,3Seguridad Interior4 y de Inteligencia Nacional,5 implica que la confusión entreestos conceptos sea patrimonio del pasado. Estas leyes plasmaron un marco norma-tivo que buscaba “privilegiar la defensa nacional como ámbito exclusivo de organi-zación y funcionamiento de las Fuerzas Armadas, reformular sus misiones y fun-ciones institucionales, y desarticular el conjunto de prerrogativas legales e institu-cionales que detentaban en materia de seguridad interior”.6

Sin embargo, dentro de este porcentaje se encontraba el entonces jefe del Ejército,general Ricardo Brinzoni, debido a su responsabilidad por el fusilamiento de ungrupo de detenidos políticos en 1976 en la provincia del Chaco, conocida como“Masacre de Margarita Belén”.

Por otro lado, esa tarea permitió que el CELS descubriera que Brinzonihabía encomendado preparar los pedidos de hábeas data a un abogado que era unode los máximos dirigentes del partido neonazi “Nuevo Triunfo”, Juan EnriqueTorres Bande. Ese hallazgo no formaba parte del propósito inicial, pero contri-buyó a reflexiones como: ¿Qué quieren de sí mismas las Fuerzas Armadas? y¿cómo se insertan en una realidad nacional que va a ser durante muchos años desubordinación al poder civil y de democracia?

El CELS también participó en forma activa en el proceso que condujo ala nulidad de las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida. En 1996, luego dela confesión del capitán Scilingo, su presidente, Emilio Mignone, consiguió quela Justicia declarara el derecho de los familiares de las víctimas a conocer lo suce-dido a partir de la desaparición de sus seres queridos, por más que las leyes deimpunidad impidieran castigar a sus responsables. Los juicios por la verdad seextendieron así a todo el país. Cuando el gobierno del presidente Carlos Menemy su Corte Suprema de Justicia adicta intentaron cerrar este proceso, el CELSpatrocinó a su directiva Carmen Lapacó ante el sistema interamericano de pro-tección a los derechos humanos y consiguió que no se paralizaran esos juicios.También aportamos documentos y testimonios al proceso iniciado en España porel fiscal Carlos Castresana y el juez Baltasar Garzón, que redundó en la solicitudde extradición de un centenar y medio de represores. En 1998, año del cincuen-tenario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, la Justicia espa-ñola también detuvo en Londres al ex dictador chileno Augusto Pinochet.Devuelto a Chile, el Senado lo privó de su inmunidad y comenzó una causa judi-cial en la que fue procesado y que no concluyó por su muerte. Esto reactivó enla Argentina las causas por el saqueo de bienes y la apropiación de bebés de laspersonas detenidas desaparecidas, delitos que no habían perdonado las leyes deimpunidad. En 2000, ex miembros de las Fuerzas Armadas argentinas habíansido condenados en Italia, Francia y Estados Unidos, y había procesos abiertos enAlemania y España. Los juicios por la verdad se habían extendido a todo el paísy medio centenar de altos mandos estaban bajo arresto por saqueo de bienes yapropiación de bebés. El CELS consideró que no quedaban razones jurídicas, éticas,políticas, nacionales ni internacionales para que subsistieran las leyes de impuni-dad y ese año solicitó su nulidad a la Justicia en un caso paradigmático. Dos ex

3 Ley 23.554 de Defensa Nacional, publicada en el Boletín Oficial el 5 de mayo de 1988.4 Ley 24.059 de Seguridad Interior, publicada en el Boletín Oficial el 17 de enero de 1992.5 Ley 25.520 de Inteligencia Nacional, publicada en el Boletín Oficial el 6 de diciembre de 2001.6 Marcelo Saín y M. Valeria Barbuto, “Las Fuerzas Armadas y su espacio en la vida democrática”,en Centro de Estudios Legales y Sociales-CELS, Derechos Humanos en Argentina, Informe 2002,Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 499.

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CAPÍTULO VII

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propusieran involucrar a las Fuerzas Armadas en acciones de contención de la crisissocial.8 La propuesta de rever los límites de defensa y seguridad estuvo ligada alos intentos de otorgarle a las Fuerzas Armadas un rol de interlocutores políticos.Pretensión que se acrecentó entre los años 2001 y 2003 a medida que los juiciospor violaciones a los derechos humanos tomaron un nuevo impulso y los sectoresmás conservadores de las Fuerzas trataron de recuperar un rol que asegurara laimpunidad de los responsables.

El Partido Militar

La utilización de concepciones laxas y ambiguas de seguridad y de defensay la asignación de tareas sociales para las Fuerzas Armadas en democracia conllevanun alto riesgo de violación de derechos fundamentales y pueden alterar la subor-dinación al poder civil. En términos generales, porque la capacitación, la lógicade acción y de eficacia de las Fuerzas Armadas es la opuesta a la que se necesitaen seguridad. La indiferenciación de estas dos concepciones era para los militaresargentinos la conclusión normal de un proceso que abarcó prácticamente sesentaaños del siglo XX. A diferencia de lo sucedido en otros países de la región, los sec-tores económicos y sociales dominantes fueron incapaces de transformar su hege-monía y su prestigio social en poder político por medios democráticos. Esta inca-pacidad de las clases dominantes argentinas coincidió con el agotamiento delproceso de liberalismo político de fines del siglo XIX y con el fin del enfrenta-miento con la Iglesia católica iniciado en 1884 por su resistencia a la seculariza-ción de la sociedad.

A comienzos del siglo XX, ese liberalismo que exaltó los valores del laicismoy el constitucionalismo liberal y confrontó por ello con el antiguo régimen seencontró sin discurso para enfrentarse con las nuevas tendencias mundiales y conla gran crisis que se manifestó con la fallida revolución bolchevique de 1905 y laexitosa de 1917. Convergieron entonces la incapacidad de esa clase para expre-sarse democráticamente dentro de un sistema institucional y el rechazo que, porrazones dogmáticas, la Iglesia católica aún conservaba hacia la concepción desoberanía popular, que se oponía a aquélla del origen divino del poder. Por unlado, sectores económicos que no podían llegar al poder por la vía electoral y, porel otro, un discurso de legitimación y justificación que derivó en una visión paranoica,

Sin embargo, la ausencia de reglamentación de estas leyes otorgaba unmargen para diversos proyectos que intentaban avanzar sobre la distinción entreseguridad interior y defensa. Un caso notable fue el de la realización de activida-des de inteligencia interna en la Base Naval Almirante Zar en Trelew, provinciade Chubut, que involucró a altos funcionarios de la Armada, denunciado por elCELS en 2006. Este hecho promovió la reglamentación del Sistema de Inteligenciade la Defensa y del segundo párrafo del artículo 16º de la Ley de InteligenciaNacional, que colocó definitivamente bajo la órbita del Ministerio de Defensa lasactividades de inteligencia de las Fuerzas Armadas. Ese mismo año también fuereglamentada la Ley de Defensa Nacional, que significó un intento acertado derecorte de autonomía de cada una de las Fuerzas, al someter a la dirección delMinisterio de Defensa el sistema total de defensa y la regulación del Estado MayorConjunto, tanto en términos administrativos y técnicos como estratégicos. Losmecanismos propuestos en la reglamentación de la ley contribuyen a la instala-ción efectiva de un poder civil que supervisa un instrumento militar y que, ade-más, encara la definición de las funciones de un cuerpo que forma parte de la ins-titucionalidad democrática.

La sanción de la normativa que rige la diferencia entre roles de defensa yde seguridad interior planteó un nuevo ámbito de trabajo para el CELS. La sis-temática intervención de las Fuerzas Armadas en cuestiones de política interiordurante gran parte del siglo XX tuvo un alto costo en materia de violaciones a losderechos humanos y un legado de cultura autoritaria que penetró las institucio-nes del Estado. Por esta razón, se planteó un trabajo constante destinado a moni-torear el cumplimiento de las normas que vedan cualquier rol militar en cuestionesde seguridad o política interior. Este trabajo se volvió particularmente importantea partir de la segunda mitad de la década del 1990 y cobró fuerza luego de losatentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. Los cues-tionamientos más serios a la normativa sostuvieron que era ineficaz para enfrentarlas denominadas “nuevas amenazas” tanto a nivel global como regional. Éstas fuerondefinidas como el conjunto de riesgos y situaciones conflictivas no derivadas de losconflictos interestatales, limítrofes-territoriales o de competencias por el dominioestratégico. Esta “nueva agenda” incluiría desde el narcotráfico hasta el terrorismo,tomando también problemas de naturaleza social, política o ambiental.7 Elimpacto de este cambio de paradigma a nivel local llevó a que algunos sectores

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7 Sección II, párr. 4, inc. k y m de la Declaración sobre Seguridad de las Américas, Conferencia Especialsobre Seguridad, México, Organización de los Estados Americanos, 27 y 28 de octubre de 2003. Disponibleen línea : <http://www.wola.org/security/declaracion_seguridad_americas_espaniol.pdf>.

8 Gastón Chillier y Laura Freeman, “El nuevo concepto de seguridad hemisférica de la OEA: unaamenaza en potencia”, en WOLA, julio de 2005. Disponible en línea: <http://www.wola.org/publi-cations/seguridad_lowres.pdf>.

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La democratización de las Fuerzas Armadas

El remedio a estas consecuencias es el camino en el que la Argentina estáempeñada en este momento: el de promover reformas institucionales con sentidodemocrático en el ámbito castrense y el de respetar el rol militar pero con defini-ciones precisas sobre cuál es su función, bajo la conducción del poder civil. Es porello que otro eje de trabajo para el CELS es la demanda de un rol activo por partede las instituciones gubernamentales encargadas del control sobre las Fuerzas y laconcreción de reformas institucionales con sentido democrático. El CELS se hapronunciado a favor de realizar dichas reformas en temas como educación, meca-nismos de evaluación de cargos y libertad religiosa, y ha puesto especial énfasis enlos mecanismos de aplicación de sanciones, procedimientos de la justicia militar ytribunales de honor.

Por ejemplo, desde el CELS se contribuyó a la derogación del Código deJusticia Militar a través de la presentación del caso del capitán del EjércitoRodolfo Correa Belisle ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.Correa Belisle había sido sancionado por un tribunal militar en el que se violaronsus garantías al debido proceso, sin el amparo de sus derechos como ciudadanopor la vigencia de aquel código arcaico. El oficial había sido citado en calidad detestigo en la causa por el asesinato del conscripto Omar Carrasco en elRegimiento de Zapala, provincia de Neuquén, en 1994, que determinó el fin delservicio militar obligatorio. En su testimonio afirmó que el personal de inteligenciadel Ejército había realizado tareas vinculadas con el caso Carrasco y que se habíanalterado pruebas para encubrir el hecho. El Jefe del Estado Mayor le inició unproceso penal en la justicia militar por la conducta de “irrespetuosidad” a raíz delcual fue dado de baja y condenado a tres meses de arresto. Se trataba de una contra-dicción grave, pues al dar su testimonio el militar se encontraba cumpliendo conel deber civil de presentarse a declarar como testigo y la obligación de decir la ver-dad bajo juramento. El Estado argentino negó en todas sus respuestas ante laCIDH que se hayan violado garantías como imparcialidad e independencia (losjueces de la causa dependían jerárquicamente del Jefe del Estado Mayor), y quese haya lesionado el derecho a la defensa (el Código de Justicia Militar prohibíala asistencia letrada de un defensor de confianza civil, ya que sólo admitía la pre-sencia de defensores militares; los tribunales militares rechazaron sin fundamentodiferentes solicitudes de pruebas que podían establecer la inocencia del imputadoy la condena no pudo ser revisada por un tribunal ordinario pues no estaba con-templado en el Código). Sin embargo, en el año 2004, la Cancillería argentinaaceptó iniciar un proceso de solución amistosa que culminó con el compromiso

perfeccionada más adelante por la doctrina contrarrevolucionaria francesa que hatenido una influencia enorme en la Argentina, superior a la alcanzada en la mayoríade los lugares del mundo.

La Argentina vivió la formación de un nacional catolicismo que no pro-dujo una guerra civil como la española de 1936-1939, pero que marcó a fuegonuestra vida política social y cultural. Entre 1930 y 1990, hubo más gobiernosoriginados en las botas que en los votos, por lo menos un golpe militar por décaday golpes dentro de cada golpe. Esto ocurrió a partir de la utilización de las FuerzasArmadas y su constitución en Partido Militar por parte de los sectores dominantesy la jerarquía católica y se reforzó después del golpe de 1955 con un adoctrina-miento intensivo de las Fuerzas Armadas. Esa doctrina, forjada en la guerra deArgelia por el Ejército y la inteligencia franceses, fue rechazada en ese país por lajerarquía católica conducida por el arzobispo francés y obispo castrense cardenalMaurice Feltin, ya que consideraba anticristiana la tortura y el asesinato de oponentespolíticos. En cambio, en la Argentina esa doctrina fue introducida por el presi-dente del Episcopado y obispo castrense Antonio Caggiano y continuada por quienlo sucedió en ambos cargos, el arzobispo de Paraná, Adolfo Servando Tortolo.

En el prólogo del libro El Marxismo-Leninismo de Jean Ousset –el funda-dor de Cité Catholique, organización integrista que se importa en la Argentinabajo el nombre de Ciudad Católica–, Caggiano considera a esa obra como uninstrumento de formación para una “lucha a muerte” que, sin embargo, calificade “ideológica”. El marxismo, dice, nace de la negación de Cristo y de su Iglesia“por la Revolución”. La lucha entre la verdad y el error, el bien y el mal, existiósiempre, pero ahora está organizada a escala universal. Aunque los enemigostodavía “no han presionado las armas” hay que preparar “el combate decisivo”.9Esto es en 1961. Como corresponde a un país de importación, la doctrina delaniquilamiento llegó antes que el desafío revolucionario y ha tenido las conse-cuencias conocidas.10

HORACIO VERBITSKYCAPÍTULO VII Fuerzas Armadas y organismos de derechos humanos,una relación impuesta

9 Antonio Caggiano, “Prólogo”, en Jean Ousset, El Marxismo Leninismo, Buenos Aires, Iction,1963, pp. 9-17.10 Para profundizar, véase: Horacio Verbitsky, Cristo Vence: La Iglesia en la Argentina. Un siglo deHistoria Política (1884-1983), tomo I: De Roca a Perón, Buenos Aires, Sudamericana, 2007; Laviolencia evangélica: La Iglesia en la Argentina. Un siglo de Historia Política (1884-1983), tomo II:De Lonardi al Cordobazo, Buenos Aires, Sudamericana, 2008; Vigilia de armas: La Iglesia en laArgentina. Un siglo de Historia Política (1884-1983) tomo III: Del Cordobazo al 23 de marzo de1976, Buenos Aires, Sudamericana, 2009.

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del Estado argentino de eliminar esa reglamentación perimida, para lo cual se trabajóen el Ministerio de Defensa en una comisión que el CELS integró. Este hechopermitió que los oficiales de las Fuerzas Armadas estén sujetos a un régimen disci-plinario con todas las garantías y sean juzgados por cualquier delito que cometanante los mismos tribunales que el resto de los ciudadanos.

También el CELS tuvo una posición clara frente a dos episodios que hansido muy conmocionantes en los últimos años. Uno fue la propuesta realizada al expresidente Néstor Kirchner de retirar los cuadros de los represores Jorge RafaelVidela y Reynaldo Benito Bignone del Colegio Militar de la Nación. Si bien huboquienes recibieron esa propuesta en forma negativa, su intención era en beneficiode las Fuerzas Armadas, porque ese acto simbólico revestía una carga poderosapara marcar el deslinde entre un pasado inadmisible y un presente que debía serdistinto.

El otro episodio fue la construcción del Espacio para la Memoria y para laPromoción y Defensa de los Derechos Humanos donde funcionaba la ESMA. ElCELS fue el único organismo de derechos humanos que propuso que de esas die-cisiete hectáreas y cuarenta edificios sólo se tomaran el Edificio Central, lascolumnas y el altillo donde funcionaron los sectores conocidos como “Capucha”y “Capuchita”. En el resto del espacio, se consideró que se debía dar continuidada las actividades navales. La idea rectora de esta propuesta era que, de este modo,la Armada de hoy le rendiría homenaje a las víctimas de la Armada de ayer, y estono sólo sería una reivindicación para las víctimas de la dictadura sino que tam-bién implicaría un proceso formativo para los integrantes presentes y futuros dela Fuerza. Han pasado seis años de ese debate. Tal vez, si hoy se replanteara esadiscusión, la posición del CELS ya no quedaría en rotunda minoría, porque parecehaberse fortalecido la comprensión de la necesidad que los ciudadanos soldadossean incorporados a la sociedad de una manera distinta y que sus institucionespuedan librarse de ese peso heredado.

El indeclinable trabajo de los organismos defensores de los derechoshumanos y el pueblo argentino ha logrado que la impunidad y el olvido no tenganya lugar en nuestro país. Nos sentimos orgullosos de contribuir a juzgar las res-ponsabilidades del pasado porque esto permite enfrentar el desafío de construirinstituciones militares para la democracia. Pero esa democratización también implica,fundamentalmente, afirmar los derechos del presente y el futuro para quienes hoyintegran las Fuerzas Armadas de la Nación.

CAPÍTULO VII Fuerzas Armadas y organismos de derechos humanos,una relación impuesta

HORACIO VERBITSKY

BIBLIOGRAFÍA

CAGGIANO, Antonio, “Prólogo”, en Jean Ousset, El Marxismo Leninismo, BuenosAires, Iction, 1963. CHILLIER, Gastón y Laura Freeman, “El nuevo concepto de seguridad hemisféricade la OEA: una amenaza en potencia”, en WOLA, julio de 2005. Disponible enlínea: <http://www.wola.org/publications/seguridad_lowres.pdf>.SAÍN, Marcelo y Valeria Barbuto, “Las Fuerzas Armadas y su espacio en la vidademocrática”, en Centro de Estudios Legales y Sociales-CELS, Derechos Humanosen Argentina, Informe 2002, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.VERBITSKY, Horacio, “Premios y castigos”, en Página/12, 28 de diciembre de1993._____________________, El Vuelo, Buenos Aires, Sudamericana, 2005 (1995)._____________________, Cristo Vence: La Iglesia en la Argentina. Un siglo deHistoria Política (1884-1983), tomo I: De Roca a Perón, Buenos Aires, Sudame-ricana, 2007._____________________, La violencia evangélica: La Iglesia en la Argentina. Un siglode Historia Política (1884-1983), tomo II: De Lonardi al Cordobazo, Buenos Aires,Sudamericana, 2008._____________________, Vigilia de armas: La Iglesia en la Argentina. Un siglo deHistoria Política (1884-1983), tomo III: Del Cordobazo al 23 de marzo de 1976,Buenos Aires, Sudamericana, 2009.

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La Guerra de Malvinas

MARTÍN BALZATENIENTE GENERAL (R) / EMBAJADOR / ESCRITOR

La decisión

Antes de comenzar este artículo quisiera reafirmar que: las islas Malvinasson incuestionablemente argentinas desde el punto de vista histórico, geográfico yjurídico, y que la forma de recuperarlas es el diálogo entre las dos partes. La guerrano es una obra de Dios.

A principios de 1982 la Junta Militar tomó la decisión de ocupar las islasMalvinas, sobre la base de análisis y asesoramientos efectuados por personas incom-petentes que creían que nuestro país podría invocar y sostener, ante la comuni-dad internacional, la “teoría del hecho consumado”, como reiteradamente lo hizoIsrael en el Cercano Oriente. La Argentina contaba con la capacidad para ocuparlas islas pero nunca para mantenerlas; la operación, pues, no era ni factible ni acep-table. La obnubilada conducción política y militar superior basó sus decisiones endos supuestos:

• Gran Bretaña no reaccionaría por unas desoladas islas, pobladas pormenos de 2.000 súbditos, aceptaría la situación militar una vez consumadasu recuperación, y negociaría una solución definitiva sobre la soberanía.• Estados Unidos apoyaría a la Argentina o adoptaría una posición neutralen el conflicto. Algunos tontos hasta hablaban de “un guiño de los gringos”.

En marzo de 1982 ambos bandos habían alcanzado sus objetivos. Elgobierno británico logró:

CAPÍTULO VII

1976-1983 LA DICTADURA MILITAR Y EL TERRORISMO DE ESTADO.LA DOCTRINA DE LA SEGURIDAD NACIONAL Y EL NEOLIBERALISMO

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da; el aeropuerto –vital objetivo– fue habilitado, y el gobernador británico, RexHunt, detenido. Las tratativas para su evacuación y la del personal militar británicoa Montevideo se iniciaron de inmediato. El resto de los isleños permaneció en las islas.Pronto se completó el control de los establecimientos Darwin, Pradera del Gansoy otros.

Situación de las Fuerzas Armadas en 1982

No estábamos preparados para una guerra en Malvinas por las siguientes razones:

• Durante la década de 1970 las Fuerzas Armadas estuvieron afectadas a lalucha contra la subversión y alejadas de su adiestramiento para un conflic-to convencional. La incursión en gobiernos de facto las había alejado,desde 1955, del profesionalismo que todos deseábamos.• Nuestro enemigo era un miembro de la Organización de Tratado delAtlántico Norte (OTAN) y una potencia nuclear de segundo orden quecontaría –como contó– con el apoyo de una de las dos superpotencias delmundo –Estados Unidos– y de otros miembros de la citada alianza.• Se carecía de preparación y adiestramiento para la acción militar conjunta.• Soportábamos una grave crisis socioeconómica y política, y el gobiernonacional era sometido a durísimas críticas de los principales países del mundopor violación de los derechos humanos.• El equipamiento moderno de las Fuerzas Armadas no se había completado(armamento antiaéreo en el Ejército, material de aviones Super Etendart-Exocet para la Armada, etc.). • No se disponía del tiempo mínimo para preparar y adiestrar los mediosen forma aceptable, salvo en casos especiales y sólo en aquellas unidadesconformadas masivamente por oficiales y suboficiales. En el Ejército reciénse había incorporado la clase 1963 y sólo algunas unidades –entre ellas lamía– contaban con soldados adiestrados, como consecuencia de tener unsistema de incorporación cuatrimestral.• Era la peor época para permitir operar en forma adecuada a la Aviación,debido a las pocas horas de luz diurna, nieblas, lluvias, etcétera, en Malvinas.

En la aventura de 1982 nadie pensó que, en las grandes decisiones en que seinvolucró el poder militar, el éxito correspondió –en la mayoría de los casos–a losque respondieron como reacción frente a quien tomó la iniciativa en las acciones.Permitir que el adversario actúe y se manifieste para sólo después tomar la iniciativa,

• Romper las negociaciones sobre la soberanía de las Malvinas impuestaspor la ONU.• Levantar el prestigio de una gestión alicaída tratando de lograr la reelecciónde la Primer Ministro.• Impedir una reestructuración que disminuyera el poderío de la ArmadaReal, a fin de lograr mantener una flota integral por oposición a los planesde la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).• Satisfacer a los grupos de presión del lobby de los isleños en el Parlamento,principalmente el de la Falkland Islands Company.

El gobierno argentino, por su parte, intentó revitalizar y profundizar unaexhausta y desprestigiada dictadura, jugando bastardamente con una causa aglu-tinante de nuestro pueblo: el sentimiento Malvinas.

Recuperación de las islas

Ante el cariz de los acontecimientos se pusieron en ejecución, en formacasi simultánea, la Operación Georgias (ocupación de los puertos Grytviken yLeith) y la Operación Azul (ocupación de las Malvinas). Posteriormente, a estaúltima se le dio el nombre de Operación Rosario.

La Junta Militar había dispuesto poner en ejecución la Operación Rosarioel 26 de marzo; fijó como el “Día D” el 1° de abril, en horas de la noche, con laposibilidad de postergarlo veinticuatro horas. Para ello se constituyó la Fuerza deTareas Anfibia 40, a las órdenes del contraalmirante Walter O. Allara, integradabásicamente de la siguiente forma:

• Batallón de Infantería de Marina 2 (BIM 2), Agrupación de ComandosAnfibios, una sección de tiradores del Ejército pertenecientes al Regimientode Infantería 25 y una pequeña reserva.• Un grupo de transporte integrado por el buque de desembarco de tro-pas Cabo San Antonio, el rompehielos Almirante Irizar y el buque de trans-porte Isla de los Estados.• Un grupo de apoyo, escolta y desembarco, formado por las fragatas tipoT-42 Hércules y Santísima Trinidad y las corbetas Drumond y Granville.Un grupo de tareas especiales constituido por el submarino Santa Fe.

La recuperación de la capital de las islas se inició la noche del 1º al 2 deabril y se consolidó en pocas horas; la guarnición local fue rápidamente reduci-

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Por su parte, Chile obtuvo:

• Aviones de bombardeo Canberra, usados en operaciones secretas duran-te el conflicto. Al término de éste recibió, por lo menos, seis de ellos.• Un escuadrón de aviones de caza-bombardeo Hawker de la RAF, que fueronentregados una vez finalizada la guerra.• Parte del armamento argentino que quedó en Malvinas y el crucero livianoGlamorgan, de la Armada Británica.• La derogación de las restricciones británicas a la venta de armas a Chile,la provisión de uranio enriquecido y la oferta de un reactor nuclear ingléstipo Magnox.• El apoyo político y diplomático para neutralizar las investigaciones reali-zadas por las Naciones Unidas (ONU) con relación a la violación a losderechos humanos por parte del régimen dictatorial chileno, oponiéndose aun nuevo tratamiento de investigadores de la ONU.

Chile realizó una intensa campaña de acción psicológica, principalmenteradial, con comentarios adversos a nuestra recuperación de las islas, calificándolade “reivindicaciones territoriales argentinas en desmedro de intereses chilenos”.¿Lo hizo para cubrir las espaldas de la Argentina, como expresó el embajador chi-leno en Buenos Aires? Ciertamente que no.

Ayuda de Estados Unidos

Washington apoyó al Reino Unido, proporcionando amplia, actualizada yeficaz información satelital, permitiendo el uso de las islas Ascensión –vital e indis-pensable base de apoyo logístico para la flota y la aviación inglesas– y proveer lomisiles aire-aire Sidewinder y los misiles antirradar Shrike. Además, reemplazó enEuropa a los británicos encargados de operaciones de reabastecimiento aéreo decombustible en el marco de la OTAN.

Ayuda de Francia

El secretario de Defensa británico durante el conflicto, John Nott, en susmemorias, cuyos extractos fueron publicados por el diario londinense The DailyTelegraph el 13 de mayo de 2002 dijo:

requiere ágil concepción estratégica, inteligencia, liderazgo, voluntad y mediosdisponibles. El Reino Unido estaba habituado a responder de esa forma. La dic-tadura militar no apreció algunos aspectos muy simples:

• Aceptar la resolución 502 no era una decisión totalmente negativa, yaque se habría logrado llamar la atención internacional y podría habersenegociado tratando de optimizar los réditos.• De continuar con la ocupación, con seguridad se nos consideraría agre-sores ante la opinión pública mundial (como sucedió a la postre).• En caso de una confrontación contábamos con escasas o nulas posibili-dades de éxito.

Pacto secreto entre Gran Bretaña y Chile

Días después del 2 de abril, el embajador británico en Chile, John Heath,inició conversaciones para arribar a “entendimientos” con los chilenos y lograr suapoyo en el conflicto. Inicialmente intervino su Fuerza Aérea, cuyo comandante enjefe y miembro de la Junta Militar entre 1977 y 1989, general Fernando Matthei,recibió en Santiago al capitán de la Real Fuerza Aérea (RAF) David L. Edwards(jefe de Inteligencia en el cuartel de la RAF en High Wycombe, Gran Bretaña),quien le entregó una carta de su comandante en jefe, sir David Great, en la cual lesolicitaba apoyo. El general Matthei informó al entonces presidente AugustoPinochet, quien prestó su consentimiento y dispuso la más estricta confidencialidadsobre el tema. Sergio Onofre Jarpa, embajador chileno en nuestro país en 1982,declaró: “En lo que se refiere a Chile, la Argentina tiene las espaldas cubiertas”.¿Cubiertas? Veamos, bajo los términos del pacto, Gran Bretaña obtuvo:

• El uso de la base aérea chilena de Punta Arenas, en el extremo sur delpaís, para los aviones y acciones de inteligencia y espionaje de la RAF, queutilizó en sus máquinas colores y distintivos chilenos, cosa especialmenteprohibida por los usos y leyes de la guerra.• El uso de Punta Arenas y otras áreas para infiltrar fuerzas especiales(Special Air Service –SAS–y Special Boat Service –SBS–) dentro de nuestropaís, con fines de inteligencia y sabotaje de aviones y material argentino entierra, con prioridad sobre Río Grande y Río Gallegos.• Intercambio de información e inteligencia, incluyendo el monitoreo ydescriptado de códigos y señales argentinos, que les proporcionó el servciode Inteligencia de la Armada Chilena.

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• Comandante del Teatro de Operaciones Sur (general de división OsvaldoJ. García). • Comandante de la Fuerza Aérea Sur (brigadier Ernesto Crespo).• Comandante de la Guarnición Militar Malvinas (general Mario BenjamínMenéndez). De este Comando –el único instalado en las islas– dependían:

• Comandante Agrupación “Ejército” Malvinas (general Oscar Jofre).• Comandante Agrupación “Aérea” Malvinas (brigadier Luis Castellanos).• Comandante Agrupación “Armada” Malvinas (contraalmirante EdgardoOtero).

• Comandante de la Flota de Mar (contraalmirante Walter Allara).• Centro de Operaciones Conjuntas en Comodoro Rivadavia, a partir del24 de mayo (general García, vicealmirante Lombardo, brigadier HelmutWeber).• Comando de las Fuerzas Terrestres del Teatro de Operaciones (creado ydisuelto a los pocos días).• Centro de Operaciones Conjuntas.• Comando Aéreo de Defensa.• Comando Aéreo Estratégico.• Comando Aéreo de Transporte.• Comando de Defensa Aérea Sur.• Centro de Operaciones Conjuntas.

El principio estratégico, vigente a través de la historia de las guerras, el de“unidad de comando”, en este caso brilló por su ausencia.

Estrategia y táctica

La estrategia es el arte de la lucha de voluntades para resolver un conflicto,y, más precisamente, el arte y la ciencia de la conducción y el empleo del potencialnacional por el gobierno de la Nación, durante la paz y la guerra, para concretarla obtención de sus objetivos políticos. La táctica es la conducción que se realizaen los niveles de mando inferiores al nivel estratégico, que se sintetiza en las reglasy los procedimientos a los que deben ajustarse las operaciones de combate.

La estrategia implica disponer libremente de todas las fuerzas, en ampliodominio de espacio-tiempo, con miras a un fin lejano que es precisamente unasituación táctica. La táctica por su parte, presume que las tropas están en contacto,en una situación definida en el espacio y en el tiempo.

De muchas maneras [el presidente François Mitterrand y los franceses] fueronnuestros grandes aliados; cuando el Presidente de los Estados Unidos [RonaldReagan] presionaba a Thatcher a que resolviera la disputa a través de lanegociación, la Dama de Hierro se enfrentaba a Mitterrand por la futuradirección de Europa, pero el galo salió inmediatamente en ayuda de GranBretaña después de que las fuerzas argentinas ocuparon las islas, el 2 de abrilde 1982. […] Cuando comenzó el conflicto, Francia facilitó al ReinoUnido aeronaves Super Etendard y Mirage –que había suministrado antes ala Argentina– para que los pilotos británicos de los aviones Harrier pudieranentrenarse para luchar contra ellos.

Además, Francia canceló el envío de diez misiles Exocet que la Armadaargentina había comprado meses antes de la iniciación del conflicto.

Ayuda de la OTAN

Además de los Estados Unidos y Francia, el resto de los países de la OTANno tardaron en sumar su apoyo, y para obtenerlo la diplomacia británica actuó consu reconocida sagacidad:

En la OTAN había que convencer a los socios de Gran Bretaña de que elenvío de un considerable contingente naval al Atlántico Sur, con el inevitable debi-litamiento de las defensas de la OTAN en Europa, era, sin embargo, la reacciónesencial ante la agresión. El argumento no tardó en aceptarse y, a pesar de algunaspreocupaciones, en particular ante el aumento del tamaño del contingente naval,la OTAN nunca dudó en respaldar públicamente la campaña militar británica.1

Comandos operativos

Los principales Comandos que proliferaron durante todo el conflicto fueron:

• Comité Militar y Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas (Anaya,Galtieri y Lami Dozo).• Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas (vicealmiranteLeopoldo Suárez del Cerro).• Comandante del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (vicealmiran-te Juan José Lombardo).

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1 The Sunday Times Insight Team, Una cara de la moneda, Buenos Aires, Hyspamérica, 1983, p. 179.

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los Comandos subordinados confeccionaran planes superficiales, incompletos y,más aun, incumplibles.

La Inteligencia estratégica –nacional y militar– careció de solidez, puesdesde décadas anteriores, y particularmente a partir de la década de 1970, estuvoorientada al “caso Chile” en lo externo y, prioritariamente, a la subversión en elmarco interno. Los jefes de inteligencia de las Fuerzas Armadas sólo tomaronconocimiento de la Operación Rosario cuando ésta se inició. Un ejemplo de estoes que el jefe de inteligencia del Ejército, general Alfredo Sotera, que se encon-traba en Estados Unidos, fue alertado de los acontecimientos por nuestro agregadomilitar en Washington, general Miguel A. Mallea Gil.

La contrainteligencia –que es la acción que consiste en negar informaciónal enemigo– fue desatendida, lo que posibilitó que los británicos dispusieran deinformación útil y oportuna a sus propósitos durante todo el conflicto.

Consideraciones tácticas

• La batalla tuvo dos fases: la primera, predominantemente aeronaval, entreel 1° y el 20 de mayo; y la segunda, predominantemente terrestre, entre el21 de mayo y el 14 de junio. Durante la fase aeronaval los efectivos en tierrafuimos sometidos a un desgaste psicofísico en las húmedas y frías trincheras,esperando el desembarco británico. La fase terrestre la iniciamos conscientesde nuestras propias limitaciones, de haber cedido totalmente la iniciativa alenemigo y de la incapacidad de recibir apoyo del continente.• Nuestras Fuerzas fueron eliminadas por partes: primero, nuestra flota, quese automarginó del conflicto sin siquiera intentar disputar el espacio marí-timo; segundo, la Fuerza Aérea y la Aviación Naval, debido a las impor-tantes pérdidas sufridas, a pesar de los reconocidos éxitos iníciales y la exce-lente profesionalidad evidenciada; por último, los efectivos terrestres delEjército y de la Infantería de Marina, cuando el estrangulamiento terrestrecerró definitivamente el previsible cerco total que condujo a la inevitablerendición.• El primer conflicto de la era misilística. Así calificaron algunos autores a laguerra, pero es muy importante destacar que, pese a los adelantos tecnológicos,en el combate se puso de manifiesto el rol decisivo de la infantería de todos lostiempos.• La guerra tuvo casi la misma duración que la del Golfo, en 1991, en lacual la campaña aérea estadounidense duró 38 días y la terrestre sólo 4 días–en total, 42 días–, con un saldo de 144 estadounidenses muertos en combate.

Consideraciones estratégicas

La Operación Rosario podría haberse explotado de manera muy positiva sidespués del 2 de abril se hubiera mantenido una guarnición de alrededor de 400hombres, lo que habría evidenciado una seria actitud negociadora por parte de laArgentina. Difícilmente el Reino Unido hubiera movilizado la fuerza expedicionariamás importante desde la Segunda Guerra Mundial (28.000 hombres y más de 100buques) ni recibido el apoyo de otros países. Los principales países del mundohubieran conocido la legitimidad de nuestros derechos, y de este modo se habríanoriginado discusiones, publicaciones y –muy probablemente– pronunciamientosfavorables para terminar con un anacrónico colonialismo.

Hasta ese momento habíamos exhibido profesionalidad y eficiencia, sinderramamiento de sangre británica, pero, como dice el Talmud,2 “la ambicióndestruye a su poseedor” y, si bien destruyó la dictadura militar, lamentablementedejó en la turba malvinera y en las gélidas aguas del Atlántico Sur a jóvenes vidascuya pérdida podría haberse evitado.

El Planeamiento estratégico –en lo político y lo militar– no se basó seria-mente en lo que el Reino Unido se hallaba en capacidad de hacer como respuestaa la ocupación de las islas. En ningún documento se encontraron “los supuestos”3

para encarar la confección de un plan o una directiva. Sin embargo, resulta claroque la Junta Militar aceptó, erróneamente, dos suposiciones que afectaron todotipo de decisiones posteriores al 2 de abril. Éstas fueron:

• El Reino Unido sólo reaccionaría por la vía diplomática ante la ocupa-ción de las islas. En caso de recurrir al uso de su poder militar, lo haría enforma disuasiva, sin llegar a un empleo real.• Estados Unidos ayudaría a la Argentina o permanecería neutral. Nunca per-mitiría una escalada militar del conflicto y obligaría a las partes a negociar.

El proceder de la Junta marginó las más elementales normas de planificacióncontenidas en los reglamentos para el trabajo de los Estados Mayores; ello se pusoen evidencia antes, durante y después del conflicto, y fue condicionante para que

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2 Talmud: Recopilación de la tradición oral judía, que interpreta la Ley de Moisés y constituyeel código civil y religioso del pueblo de Israel. Explica y aclara la Torá (Pentateuco).3 Un supuesto es una condición, proposición o principio que es aceptado con el objeto de obtenersus secuencias lógicas o encauzar y/o facilitar el trabajo de un Estado Mayor, o por ese camino com-probar su acuerdo o desacuerdo con los hechos.

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menos que un huevo en una canasta”, antes de que las circunstancias lastornaran obsoletas. Se aprendió a trabajar en forma expeditiva, sin máquinasde escribir y con órdenes verbales, marginando lo superfluo y retardatario.Valoramos por qué el mariscal Von Manstein5 conducía Grupos de Ejércitos,durante la Segunda Guerra Mundial, con órdenes que no superaban unahoja de papel.

La Junta Militar

Los miembros de la Junta Militar y otros altos mandos que visitaron las islasy se fotografiaron en ellas antes de que se iniciara la guerra se “borraron” cuandocomenzó el ruido de combate y silbó la metralla. No asumieron su responsabilidadante la derrota, iniciaron un proceso de “desmalvinización” y no rescataron losvalores de la gesta. Buscaron chivos expiatorios entre los jefes que combatieron;muchos generales olvidaron que no podían justificarse y eludir sus responsabilidadespor la batalla perdida, e invocaron estériles argumentos, como decir que, contraria-mente a su voluntad, tuvieron que “cumplir órdenes” de Galtieri, En ese caso, lesquedaba el camino de la “desobediencia debida”, que no se produjo.

El Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas (EMC)

El EMC evidenció, tanto antes de las operaciones como durante ellas, serun organismo inoperante y burocrático. Tuvo la responsabilidad primaria de pla-nificar y coordinar los esfuerzos de las Fuerzas Armadas, así como la de instru-mentar el planeamiento, la dirección, la ejecución y la evaluación de la AcciónSicológica (AS); en ninguno de estos casos estuvo al margen de la incompetenciaque se evidenció en otros niveles.

Desconoció la importancia que tiene en la guerra moderna un sensiblerecurso de la conducción como es la AS, que incide no sólo sobre las tropas quecombaten, sino también sobre otros países y el propio enemigo, que, por el con-trario, hizo un por demás efectivo empleo del citado recurso. En tal sentido, elEstado Mayor no utilizó la aceptable organización y equipamiento de que disponíala Secretaría de Información Pública, a cargo del embajador Rodolfo Baltiérrez.Como en otras áreas, en ésta se trabajó en compartimientos estancos, lo que impidió

En Malvinas, la campaña aérea y naval británica duró alrededor de 20 díasy la terrestre 24 días –en total, 44–, con un saldo de alrededor de 300 inglesesmuertos en acciones bélicas, y 650 argentinos.El adversario empleó simultáneamente una estrategia de desgaste y deestrangulamiento. La primera, a partir del 7 de abril, consistió en la ame-naza marítima, sanciones económicas junto con sus aliados de la OTAN,gestiones diplomáticas y un efectivo empleo de la acción psicológica. Lasegunda buscó la batalla decisiva mediante un cerco completo. En una entre-vista en Londres con el general británico Jeremy Moore le pregunté porqué atacaron Pradera del Ganso (28 y 29 de mayo) y realizaron un segundodesembarco en Bahía Agradable (8 de junio) sin protección antiaérea,teniendo en ambos casos importantes bajas, cuando esas acciones no erannecesarias. Sin hesitarse me contestó: “Fue un gran error”.• La batalla de cerco que condujo al aniquilamiento perfecto se vio facili-tada por la ejecución de una defensa lineal carente de profundidad, movi-lidad y reservas. Ésta fracasó históricamente, aun en los casos de fortifica-ciones sólidas y consideradas infranqueables, como la famosa línea Maginot.4En junio de 1982 no disponíamos de nada para golpear seriamente a losingleses; a pesar de la amenaza que significó nuestra aviación, el agotamientode las fuerzas era más que evidente.• La organización para el combate de la Guarnición Militar Malvinas –a lasórdenes del general Mario B. Menéndez– evidenció dispersión de esfuerzos,unidades asignadas en forma no proporcional, poco correcto aprovecha-miento del terreno, superposición del mando e inadecuada acción conjuntade las Fuerzas. De los nueve regimientos de infantería disponibles en las islas,sólo cuatro combatieron en forma efectiva (RI 4, RI 7, RI 12 y BIM 5) yparcialmente sólo dos (RI 6 y RI 25); y no participaron en las acciones elRI 3, RI 5 y RI 8 (los dos últimos aislados en la isla Gran Malvina). Estofacilitó a los británicos aplicar su táctica metódica y doctrinaria: “concen-tración del ataque en el punto más débil”, aprovechando su mayor poderde combate, movilidad y libertad de acción.• El ritmo de las operaciones, durante la guerra demostró la inutilidad dela burocracia papelera a la cual son tan adictos algunos Estados Mayores.En el combate, muchas órdenes de operaciones y administrativas “duraban

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4 Sistema de fortificaciones construido por iniciativa de André Maginot (ministro de Guerrafrancés) entre 1927 y 1936, en la frontera franco-alemana (en territorio francés).

5 Erico von Leinski, conocido como Erich von Manstein (1887-1973). Militar alemán, partici-pó en la Primera y la Segunda Guerra Mundial; en esta última se destacó en la campaña de Francia(1940), la conquista de Crimea (1941) y la victoria de Charkow (1943).

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Estratégico-Militares en el conflicto del Atlántico Sur (CAERCAS) para evaluar elcomportamiento de los miembros de la Junta Militar y otros jefes militares y miem-bros del Gabinete Nacional durante la Guerra de Malvinas. Dicha Comisiónestuvo integrada por dos oficiales superiores de cada Fuerza, en situación de retiro:por el Ejército, el teniente general Benjamín Rattembach y el general de divisiónTomás A. Sánchez de Bustamante; por la Armada, el almirante Alberto P. Vago yel vicealmirante Jorge A. Boffi; por la Fuerza Aérea, el brigadier general Carlos A.Rey y el brigadier mayor Francisco Cabrera.

Opinión de la Comisión Rattembach sobre decisiones y responsabilidadesde la Junta Militar (Galtieri, Anaya y Lami Dozo)

• No realizó una apreciación completa y acertada de la reacción británica, deEstados Unidos, del Consejo de Seguridad de la ONU, de la ComunidadEconómica Europea y de la OEA. Máxime teniendo en cuenta que elgobierno estaba seriamente desprestigiado en la comunidad internacional,que Estados Unidos nos había embargado e impedido importar armamento,que no teníamos buena relación con los países No Alineados y que el con-flicto con Chile estaba vigente.• Trató de condicionar el acatamiento de la Resolución 502 –de la ONU–y con ello renunció a las negociaciones impuestas por el Consejo de Seguridad.• Como máximo órgano del Estado, condujo a la Nación a una guerra conGran Bretaña, sin estar debidamente preparada para un enfrentamiento desemejante magnitud, pues se trataba de una potencia del “Primer Mundo”que recibiría apoyo de los más importantes países. No logró el objetivo yllevó a nuestro país a una crítica situación política, social y económica.• Desaprovechó las contadas y concretas oportunidades que se tuvieronpara lograr una solución honorable del conflicto.• Confundió –con premeditada intencionalidad– un objetivo circunstancial,subalterno y bastardo, como la necesidad de revitalizar la alicaída dictaduramilitar, con una gesta aglutinadora y legítima de reivindicación de algo incues-tionablemente argentino.• Subestimó la reacción de Chile, que, al desplegar efectivos importantes ennuestra frontera sur, obligó a que las Brigadas de Montaña VI (Neuquén)y VIII (Mendoza) fueran a su vez desplazadas en el sector cordillerano centraly sur, lo que impidió que tropas especialmente aptas para el ambiente geo-gráfico de Malvinas concurrieran a las islas.

la coordinación entre los pocos especialistas existentes que, al igual que todos losorganismos a que pertenecían, habían acentuado la desnaturalización de su misióndesde el inicio de la dictadura, al priorizar todo lo relacionado con el marco interno.

La guerra moderna exige la integración a nivel conjunto de las FuerzasArmadas, para lo cual es necesario un desarrollo armónico, racional y balancea-do de dichas fuerzas. De nada sirve que alguna de ellas prevalezca sobre las otras.La cohesión se logrará eliminando disputas estériles, desarrollando una doctrinamilitar conjunta y un sistema logístico compatibilizado, delimitando ámbitos decompetencia y efectuando ejecuciones conjuntas en el gabinete y en el terreno.

Es imprescindible –para lograr esta transformación– modificar disposicioneslegales para dotar al EMC de facultades para comandar las Fuerzas Armadas, yprestigiarlo con la asignación de los medios humanos y materiales necesarios.

El Síndrome del estrés postraumático

Este síndrome es también conocido como “neurosis de guerra” o “fatiga decombate”. Se manifiesta en forma de psicosis, neurosis, ansiedad, depresión, aluci-naciones, angustia, insomnio, disfunciones sexuales y otros síntomas; puede aparecerdurante la guerra y después. Cientos de veteranos –oficiales, suboficiales y soldados–lo padecieron, y muchos aún hoy continúan sufriéndolo.

Alrededor de 250 ex combatientes en Malvinas han llegado al suicidio. Unnúmero similar se ha detectado entre los veteranos británicos del conflicto.

Como antecedente comparativo, Estados Unidos tuvo los siguientes índicesde afecciones psiquiátricas en sus Fuerzas Armadas: en la Segunda Guerra Mundial(1939-1945), 23%; en Corea (1950-1953), 6%; en Vietnam (1965-1975), 5%(que llegó al 60% al incrementarse la drogadicción entre sus soldados, en 1972).

En Malvinas, nosotros tuvimos aproximadamente el 3% –los ingleses, el2%– de combatientes afectados por traumas similares. En nuestro caso, ello guardadirecta relación con la ausencia de la correspondiente, e imprescindible, revisiónpsicosomática, que debió haberse practicado, sin excepción, a todos los comba-tientes a nuestro regreso al continente. También influyó la carencia de médicos psi-quiatras en la zona de operaciones.

La Comisión Rattembach

El 2 de diciembre de 1982 la nueva Junta Militar –general CristinoNicolaides, brigadier Omar R. Graffigna y almirante Rubén O. Franco– conformóuna Comisión de Análisis y Evaluación de las Responsabilidades Políticas y

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De todos los juzgados, los máximos responsables –la Junta Militar–fueronlos únicos condenados. El Consejo Supremo impuso al almirante Jorge I. Anayala pena de catorce años de reclusión con la accesoria de destitución y baja; algeneral Leopoldo Fortunato Galtieri, y al brigadier general Basilio Lami Dozo, lapena de ocho años de reclusión más la accesoria de destitución y baja.

La sentencia impuesta en primera instancia fue apelada ante la entoncesCámara Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal, que modificó par-cialmente la sentencia de CONSUFA y condenó a los tres ex comandantes a cumplirla misma pena: “doce años de reclusión, más la accesoria de destitución y baja”.

Ante esa decisión los causantes interpusieron un recurso extraordinarioante la Corte Suprema de Justicia de la Nación (CSJ), que fue concedido por laCámara Federal. En las circunstancias procesales aludidas, antes de que la CSJ seexpidiera, el Poder Ejecutivo Nacional, emitió el decreto 1.005, del 6 de octubrede 1989, que, entre otras cosas, disponía: “indultar al teniente general (retirado)Leopoldo Fortunato Galtieri, al almirante (retirado) Jorge Isaac Anaya y al brigadiergeneral (retirado) Basilio Ignacio Lami Dozo”. Entre otros “considerados”, el decretoexpresaba: “es menester adoptar aquellas medidas que, suavizando la rigurosidadlegal, generen las condiciones propicias que permitan la mayor colaboración delos habitantes en la reconstrucción y el progreso de la Nación”.

Todos ellos conservaron –indulto mediante– sus grados y su estado militar.Ello fue una bofetada para los veteranos de Malvinas.

Acciones meritorias de nuestras Fuerzas Armadas

• Ejército: “La Artillería de Campaña (Grupo de Artillería 3 y Grupo deArtillería 4) y de Defensa Antiaérea, las Compañías de Comandos, elEscuadrón de Exploración de Caballería 5, los elementos de la Aviación deEjército (helicópteros), algunos elementos de apoyo de combate y especial-mente elementos del Regimiento 25 de Infantería, demostraron un elevadogrado de adiestramiento y profesionalismo, así como una adecuada acciónde Comando, lo que fue puesto de manifiesto especialmente en la defensade Puerto Argentino, donde tuvieron un desempeño destacado”. (InformeRattembach)

• Armada: La Aviación Naval, con sus aviones Sky Hawk-A4Q y SuperEtendard de reciente incorporación, operando desde el continente, infligiódaños fuera de toda proporción con respecto a los análisis previos de poderde combate relativo (medios propios, medios británicos, influencia del

• No evaluó que tras la reacción británica y la amenaza de Chile nos encon-traríamos en una guerra de dos frentes, imposible de sostener. Lo sensatohubiera sido postergar cualquier enfrentamiento con Gran Bretaña, dejandouna pequeña guarnición de 300 a 400 hombres, y aceptar negociar, o haberresuelto con anterioridad el conflicto con Chile, sin subestimar o ignorar suprobable proceder en apoyo al Reino Unido.

Encuadramiento normativo de la Comisión Rattembach

La Comisión Rattembach evaluó que la conducta de los responsables erasusceptible de ser examinada en distintos campos: político, penal, penal militar,disciplinario militar y en el de honor.

• En lo político: porque la Junta Militar determinó, en un acta del 18 de juniode 1976, que “tomaba para sí la responsabilidad de considerar la conductade aquellas personas que hubieran ocasionado perjuicio a los superioresintereses de la Nación o lo hicieran en lo futuro”. Y todos conocemos el per-juicio que ocasionó la Junta a la Nación.• En lo penal, no se observó la existencia de conductas que pudieran con-figurar delito alguno contemplado en el Código Penal de la Nación.• En lo penal político, recomendó que los delitos tipificados en el Códigode Justicia Militar (ley 14.029) “deberán ser sometidos al órgano jurisdic-cional competente, a fin de que sea sustanciada la pertinente causa penal”.Este órgano era el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CONSUFA)–presidido por el general de división Horacio A. Rivera–, lo que se concretóen su oportunidad.• En lo disciplinario militar, se recomendó que las sanciones deberían serevaluadas y sancionadas por la Junta Militar. En el Ejército esto sólo se aplicóen algunos niveles medios e inferiores.• En lo relacionado con el honor, la Comisión no apreció transgresionespero dejó una vía abierta por si surgían en el futuro, con posterioridad a laintervención en los ámbitos penal y disciplinario militar. Nadie fue juzgadoen este aspecto.

La Comisión Rattembach evaluó, entre otros, el comportamiento de todos loscitados, con excepción de los generales Nicolaides y Trimarco (Juan Carlos); elevósu informe a distintas instancias y al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas(CONSUFA).

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“Nos encontramos con 300 prisioneros, incluidos el jefe del RI 4 y variosoficiales. Esto muestra las mentiras de las informaciones de la prensa según loscuales los oficiales huían dejando a sus soldados conscriptos para que fueranmasacrados o se rindieran como ovejas […]. Oficiales y suboficiales se batieronduramente” (General Julian Thompson, comandante de la Brigada 3 de Comandosbritánicos).7

“Las unidades argentinas que evidenciaron un alto grado de cohesión y sedestacaron por su excelente desempeño en combate fueron: el Batallón de Infanteríade Marina 5, el Regimiento de Infantería 25, las Compañías de Comandos 601y 602, el Regimiento de Infantería 7, así como el Grupo de Artillería 3” (Consignadopor la doctora Nora Kinzer Stewart).8

Conclusiones

Toda guerra es una desgracia para cualquiera de los adversarios. ¿Quiénpodrá reemplazar la vida de los soldados caídos para siempre y compensar el dolorde sus seres queridos? Un militar y político israelí, Yitzak Rabin (1922-1955),señaló claramente que “el sendero de la paz es mejor que el sendero de la guerra”.Años antes, Gandhi había expresado: “No hay caminos para la paz, la paz es el camino”.Sin duda, la guerra no es una obra de Dios.

Por mi parte, sigo pensando que la guerra es un renunciamiento a las escasaspretensiones de la humanidad.

Teatro de Operaciones, etcétera). El BIM 5, operando en el marco de lasfuerzas terrestres en Puerto Argentino, puso de manifiesto vocación por elaccionar conjunto, un excelente adiestramiento, un equipamiento adecuadoy un destacado desempeño en la defensa de Puerto Argentino.

• Fuerza Aérea: Desencadenado el conflicto de naturaleza aeronaval, elComandante decidió no sustraer a sus medios de la batalla aérea y aceptólas desventajas y riesgos. Infligió a los británicos significativas pérdidas. Laformación y adiestramiento de sus pilotos –de combate y de transporte–respondieron cabalmente a las exigencias impuestas. Junto con hombres delEjército y de la Armada, conformó un adecuado Centro de Información yControl (CIC) en las islas, que coordinó todo lo relacionado con la ate-nuación y neutralización del enemigo aéreo británico.

Finalmente, el Informe Rattembach sintetiza el comportamiento de lasFuerzas Armadas en su conjunto, en los siguientes términos:

Es importante señalar que hubo Comandos Operacionales y Unidades quefueron conducidas con eficiencia, valor y decisión. En esos casos, ya en laespera, en el combate o en sus pausas, el rendimiento fue siempre elevado.Tal el caso, por ejemplo, de la Fuerza Aérea Sur, la Aviación Naval, losmedios aéreos de las tres Fuerzas destacados en las islas, el Comando Aéreode Transporte; la Artillería de Ejército y de Infantería de Marina; laArtillería de Defensa Aérea de las tres Fuerzas Armadas, correcta y eficaz-mente integradas, al igual que el Batallón de Infantería de Marina 5, elEscuadrón de Caballería Blindada 10, las Compañías de Comandos 601y 602 y el Regimiento de Infantería 25. Como ha ocurrido siempre en lascircunstancias críticas, el comportamiento de las tropas en combate fuefunción directa de la calidad de sus mandos.

Comentarios británicos y norteamericanos

“No cabe duda de que los hombres que se nos opusieron eran soldados tenacesy competentes, y muchos han muerto en su puesto. Hemos perdido muchísimoshombres” (General Anthony Wilson, comandante de la Brigada 5 de Infantería).6

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6 The Sunday Times Insight Team, op. cit., p. 382.

7 Julian Thompson, No picnic, Buenos Aires, Atlántida, 1987, p. 168.8 Nora Kinzer Stewart, “South Atlantic Conflict of 1982: A Case Study in Military Cohesion”en ARI Research Report, Nº 1.469, abril de 1988.

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NOTAS BIOGRÁFICAS

MORENO, OSCAR (COORDINADOR)Abogado. Profesor de la UBA, la UNTREF y la UNSAM. Director de la

Licenciatura en Administración y Políticas Culturales de la UNTREF (modalidadvirtual). Publicó (coord.) Pensamiento contemporáneo (2008).

ANSALDI, WALDO

Doctor en Historia. Investigador del CONICET. Profesor titular y Directordel Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe, de la Facultad de CienciasSociales de la UBA. Es autor y/o compilador o editor de doce libros, el último de los cua-les es La democracia en América Latina, un barco a la deriva (2007).

BALZA, MARTÍN

Embajador argentino ante el gobierno de la República de Colombia. TenienteGeneral (R). Ex Jefe de Estado Mayor (1991-1999). Obtuvo innumerables con-decoraciones. Publicó el libro Malvinas. Gesta e incompetencia (2003).

BARRY, CAROLINA

Doctora en Ciencias Políticas. Coordinadora del Programa de estudios dehistoria del peronismo (UNTREF). Investigadora de la UNGSM. Escribió y publicónumerosos artículos relacionados con la mujer y la política durante el primer pero-nismo, su última publicación es Evita capitana. Formación y organización del PartidoPeronista Femenino (2008).

BASUALDO, EDUARDO

Licenciado en Economía (UCA) y Doctor en Historia (UBA). Investigadordel CONICET y de la FLACSO. Miembro del CELS. Publicó, entre otros, Estudiosde historia económica argentina; Modelo de acumulación y sistema político en la Argentina.Notas sobre el transformismo argentino durante la valorización financiera (2001).

BIANCHI, SUSANA

Profesora de la UNICEN (Tandil, provincia de Buenos Aires). Fue directoradel Anuario del IEHS. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadasnacionales y extranjeras. Su último libro es Historia de las Religiones en la Argentina.

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La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas ArmadasNOTAS BIOGRÁFICAS La construcción de la Nación Argentina.El rol de las Fuerzas Armadas 499498

FEINMANN, JOSÉ PABLO

Licenciado en Filosofía. Profesor de la UBA. Periodista. Publicó más deveinte libros, el último de ellos es Timote, secuestro y muerte del General Aramburu(2009). Es autor de numerosos guiones de films nacionales. El diario Página/12publicó Historia del peronismo.

FRADKIN, RAÚL

Licenciado en Historia. Enseña en la Universidad de Luján y en la UBA.Publicó numerosos artículos sobre la historia social rioplatense. Su último libroes ¡Fusilaron a Dorrego! (2008).

GALASSO, NORBERTO

Galasso dio vida a Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Manuel Ugarte,Hernández Arregui, entre otros, bautizándolos como los “malditos” de la historia,para describir a aquellas figuras que fueron intencionalmente silenciadas por lahistoria oficial. Integra la corriente ideológica denominada Izquierda Nacionalque hizo importantes aportes al pensamiento nacional y popular. Dicha corrientecontó con destacados intelectuales de la talla de Juan José Hernández Arregui,Jorge Abelardo Ramos, Jorge Eneas Spilimbergo, entre otros.

GELMAN, JORGE

Doctor en Historia. Investigador principal del CONICET y profesor dela UBA. Fue presidente de la Asociación Argentina de Historia Económica. Entresus numerosos trabajos se destacan, Rosas, Estanciero y Expansión Capitalista yTransformaciones Regionales.

LANTERI, SOL

Profesora, Magister y Doctora en Historia Iberoamericana. Investigadoradel CONICET. profesora en la Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Desde el año2001 hasta el presente ha publicado trabajos que versan sobre la situación de laprovincia de Buenos Aires en la primera mitad del siglo XIX.

LÓPEZ, ERNESTO

Sociólogo. Embajador Argentino en Guatemala. Profesor Titular Ordinariode la UNQ (en uso de licencia). Ha publicado diversos libros, entre otros, SeguridadNacional y Sedición Militar (1987); Ni la ceniza ni la gloria: actores, sistema políticoy cuestión militar en los años de Alfonsín (1994).

BOSOER, FABIÁN

Licenciado en Ciencia Política y Magister en Relaciones Internacionales.Profesor de la UBA, el ISEN y la FLACSO. Publicó Generales y embajadores,Malvinas, capítulo final, 2010: una agenda para la región en coautoría con FabiánCalle. Se desempeña como editorialista y editor del diario Clarín desde 1994.

BRAGONI, BEATRIZ

Doctora en Historia, profesora de la Universidad Nacional de Cuyo einvestigadora del CONICET. Publicó Los hijos de la revolución. Familia, negociosy poder en Mendoza en el siglo XIX (1999), La agonía de la Argentina criolla.Ensayo de historia política y social, ca.1870 (2002), Microanálisis. Ensayos de histo-riografía argentina (2004).

BROWN, FABIÁN EMILIO ALFREDO

Oficial del Estado Mayor egresado de la Escuela Superior de Guerra.Licenciado y Magister en Historia. Publicó Libro Riccheri, El Ejército del siglo XXy numerosos artículos referidos a la historia militar y del Ejército del siglo XX.En la actualidad es Director del Colegio Militar de la Nación.

DE MARCO, MIGUEL ÁNGEL

Doctor en Historia. Ex presidente de la Academia Nacional de la Historia.Sus obras La Armada Española en el Plata (1845-1900) y José María de Salazar yla Marina contrarrevolucionaria en el Plata fueron declaradas obras de interés en loscentros de estudios estratégicos y de formación de la Armada del Reino de España.

DE PRIVITELLIO, LUCIANO

Doctor en Historia. Profesor de la UBA y la UNSAM. Investigador delCONICET. Publicó Agustín P. Justo, las armas en la política (1997); y otros títulosen colaboración y artículos en revistas especializadas nacionales e internacionales,manuales de educación básica y polimodal.

DI TELLA, TORCUATO

Sociólogo formado en las Universidades de Columbia y de Londres. Fueprofesor de la UBA; es investigador del Instituto Di Tella, del que fue fundador.Publicó Sindicato y comunidad: dos tipos de estructura sindical latinoamericana yEstructuras sindicales en la Argentina y Brasil, Historia Argentina (dos volúmenes);Historia de los partidos políticos en América Latina, entre otros.

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La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas ArmadasNOTAS BIOGRÁFICAS La construcción de la Nación Argentina.El rol de las Fuerzas Armadas

MATA, SARA E.Profesora, licenciada y doctora en Historia. Investigadora del CONICET.

Enseña en la Universidad Nacional de Salta. Publicó varios libros sobre la historia delnorte argentino, entre ellos Los gauchos de Güemes (2009); Tierra y Poder en Salta.El noroeste argentino en vísperas de la Independencia (2000).

OLLIER, MARÍA MATILDE

Doctora en Ciencia Política. Profesora e investigadora de la UNSAM. PublicóEl fenómeno insurreccional y la cultura política. Argentina 1969-1973 (1986),Orden, poder y violencia (1989), Las coaliciones políticas en la Argentina. El caso dela Alianza (2001).

OYARZÁBAL, GUILLERMO A.Oficial del Estado Mayor y doctor en Historia. Profesor de la UCA. Publicó

varios libros entre los que se destaca Guillermo Brown (2006). Secretario del InstitutoNacional Browniano.

PAZ, GUSTAVO

Profesor de Historia de América de la UBA y la UNTREF. Investigadordel CONICET del Instituto Ravignani (UBA).

PERSELLO, ANA VIRGINIA

Profesora, licenciatura y doctora en Historia (UBA). Profesora de la UNR.Investigadora del Consejo de Investigaciones de la UNR (CIUNR). Publicó Elpartido radical. Gobierno y oposición, 1916-1943 (2004) e Historia del radicalismoargentino.

PLOTKIN, MARIANO BEN

Doctor en Historia por la Universidad de California, Berkeley. Enseñó enHarvard University y en Boston University. Actualmente es investigador del CONICETy profesor de la UNTREF. Entre sus libros se destacan Mañana es San Perón (2007)y El día que inventaron el peronismo (2007).

RATTO, SILVIA

Doctora en Historia. Investigadora del CONICET y Profesora de la UNQ.Autora de La frontera bonaerense (1810-1828); Espacio de conflicto, de negociación yde convivencia; Indios y cristianos. Entre la guerra y la paz en las fronteras; y coeditorade tres libros sobre el contacto fronterizo en el sur bonaerense.

RUIZ MORENO, ISIDORO J.Doctor en Derecho y Ciencias Sociales. Profesor de Historia Argentina en la

Escuela Superior de Guerra del Ejército. Autor, entre otros libros premiados, deLa lucha por la Constitución; Relaciones hispano-argentinas; Campañas militares argen-tinas. La política y la guerra (cuatro tomos publicados, el quinto en preparación).

SABATO, HILDA

Historiadora, profesora de la UBA e investigadora del CONICET. Trabajasobre temas de historia argentina y latinoamericana del siglo XIX y participa en losdebates culturales acerca de nuestro pasado. Su último libro publicado es Buenos Airesen armas. La revolución de 1880 (2008).

SAÍN, MARCELO FABIÁN

Licenciado, Magister y doctor en Ciencia Política. Profesor Titular Ordinariodel Área de Sociología, UNQ, desde 1992. Profesor de la Escuela de Defensa Na-cional y la Universidad Torcuato Di Tella. Publicó Política, Policía y Delito y Segu-ridad, Democracia y Reforma Policial de la Argentina.

TIBILETTI, LUIS EDUARDO

Capitán (R) del Ejército Argentino. Licenciado en Relaciones Laborales.Investigador del CONICET en el PIA “La cuestión militar en la prensa escrita entre1983/86”. Profesor de la Escuela de Defensa Nacional y de la UNTREF. Miembrofundador de la asociación civil Seguridad Estratégica Regional en el año 2000 ydirector de la revista homónima.

VERBITSKY, HORACIO

Presidente del CELS (Centro de estudios legales y sociales). Periodista.Trabajó en distintos medios y durante los últimos años es columnista de Página/12.Publicó entre otros libros: Malvinas. La última batalla de la Tercera Guerra Mundial;La posguerra sucia. Medio Siglo de Proclamas Militares; Robo para la Corona.

WASSERMAN, FABIO

Doctor en Historia (UBA). Profesor de la cátedra de Historia Argentina Ien la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Investigador del CONICET (InstitutoRavignani). Autor de varias publicaciones sobre historia argentina y latinoameri-cana. Actualmente está desarrollando una investigación sobre prensa y vida públicaen Buenos Aires entre 1852 y 1862.

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