la cenicienta

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LA CENICIENTA Hermanos Grimm Un hombre rico tenía a su mujer muy enferma, y cuando vio que se acercaba su fin, llamó a su hija única y le dijo: -Querida hija, sé piadosa y buena, Dios te protegerá desde el cielo y yo no me apartaré de tu lado y te bendeciré. Poco después cerró los ojos y espiró. La niña iba todos los días a llorar al sepulcro de su madre y continuó siendo siempre piadosa y buena. Llegó el invierno y la nieve cubrió el sepulcro con su blanco manto, llegó la primavera y el sol doró las flores del campo y el padre de la niña se casó de nuevo. La esposa trajo dos niñas que tenían un rostro muy hermoso, pero un corazón muy duro y cruel; entonces comenzaron muy malos tiempos para la pobre huérfana. -No queremos que esté ese pedazo de ganso sentada a nuestro lado, que gane el pan que coma, váyase a la cocina con la criada. Le quitaron sus vestidos buenos, le pusieron una basquiña remendada y vieja y le dieron unos zuecos. -¡Qué sucia está la orgullosa princesa! -decían riéndose, y la mandaron ir a la cocina: tenía que trabajar allí desde por la mañana hasta la noche, levantarse temprano, traer agua, encender lumbre, coser y lavar; sus hermanas le hacían además todo el daño posible, se burlaban de ella y le vertían la comida en la lumbre, de manera que tenía que bajarse a recogerla. Por la noche, cuando estaba cansada de tanto trabajar, no podía acostarse, pues no tenía cama, y la pasaba recostada al lado del fuego, y como siempre estaba llena de polvo y ceniza, le llamaban la Cenicienta. Sucedió que su padre fue en una ocasión a una feria y preguntó a sus hijastras lo que querían que les trajese. -Un bonito vestido -dijo la una. -Una buena sortija, -añadió la segunda. -Y tú, Cenicienta, ¿qué quieres? -le dijo. -Padre, tráeme la primera rama que encuentres en el camino. Compró a sus dos hijastras hermosos vestidos y sortijas adornadas de perlas y piedras preciosas, y a su regreso, al pasar por un bosque cubierto de verdor, tropezó con su sombrero en una rama de zarza, y la cortó. Cuando volvió a su casa dio a sus hijastras lo que le habían pedido y la rama a la Cenicienta, la cual se lo agradeció; corrió al sepulcro de su madre, plantó la rama en él y lloró tanto que, regada por sus lágrimas, no tardó la rama en crecer y convertirse en un hermoso árbol. La Cenicienta iba tres veces todos los días a ver el árbol, lloraba y oraba y siempre iba a descansar en él un pajarillo, y cuando sentía algún deseo, en el acto le concedía el pajarillo lo que deseaba. Celebró por entonces el rey unas grandes fiestas, que debían durar tres días, e invitó a ellas a todas las jóvenes del país para que su hijo eligiera la que más le agradase por esposa. Cuando supieron las dos hermanastras que debían asistir a aquellas fiestas, llamaron a la Cenicienta y la dijeron. -Péinanos, límpianos los zapatos y ponles bien las hebillas, pues vamos a una boda al palacio del Rey.

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Page 1: La Cenicienta

LA CENICIENTA Hermanos Grimm

Un hombre rico tenía a su mujer muy enferma, y cuando vio que se acercaba su fin, llamó a su hija única y le dijo: -Querida hija, sé piadosa y buena, Dios te protegerá desde el cielo y yo no me apartaré de tu lado y te bendeciré. Poco después cerró los ojos y espiró. La niña iba todos los días a llorar al sepulcro de su madre y continuó siendo siempre piadosa y buena. Llegó el invierno y la nieve cubrió el sepulcro con su blanco manto, llegó la primavera y el sol doró las flores del campo y el padre de la niña se casó de nuevo. La esposa trajo dos niñas que tenían un rostro muy hermoso, pero un corazón muy duro y cruel; entonces comenzaron muy malos tiempos para la pobre huérfana. -No queremos que esté ese pedazo de ganso sentada a nuestro lado, que gane el pan que coma, váyase a la cocina con la criada. Le quitaron sus vestidos buenos, le pusieron una basquiña remendada y vieja y le dieron unos zuecos. -¡Qué sucia está la orgullosa princesa! -decían riéndose, y la mandaron ir a la cocina: tenía que trabajar allí desde por la mañana hasta la noche, levantarse temprano, traer agua, encender lumbre, coser y lavar; sus hermanas le hacían además todo el daño posible, se burlaban de ella y le vertían la comida en la lumbre, de manera que tenía que bajarse a recogerla. Por la noche, cuando estaba cansada de tanto trabajar, no podía acostarse, pues no tenía cama, y la pasaba recostada al lado del fuego, y como siempre estaba llena de polvo y ceniza, le llamaban la Cenicienta. Sucedió que su padre fue en una ocasión a una feria y preguntó a sus hijastras lo que querían que les trajese. -Un bonito vestido -dijo la una. -Una buena sortija, -añadió la segunda. -Y tú, Cenicienta, ¿qué quieres? -le dijo. -Padre, tráeme la primera rama que encuentres en el camino. Compró a sus dos hijastras hermosos vestidos y sortijas adornadas de perlas y piedras preciosas, y a su regreso, al pasar por un bosque cubierto de verdor, tropezó con su sombrero en una rama de zarza, y la cortó. Cuando volvió a su casa dio a sus hijastras lo que le habían pedido y la rama a la Cenicienta, la cual se lo agradeció; corrió al sepulcro de su madre, plantó la rama en él y lloró tanto que, regada por sus lágrimas, no tardó la rama en crecer y convertirse en un hermoso árbol. La Cenicienta iba tres veces todos los días a ver el árbol, lloraba y oraba y siempre iba a descansar en él un pajarillo, y cuando sentía algún deseo, en el acto le concedía el pajarillo lo que deseaba. Celebró por entonces el rey unas grandes fiestas, que debían durar tres días, e invitó a ellas a todas las jóvenes del país para que su hijo eligiera la que más le agradase por esposa. Cuando supieron las dos hermanastras que debían asistir a aquellas fiestas, llamaron a la Cenicienta y la dijeron. -Péinanos, límpianos los zapatos y ponles bien las hebillas, pues vamos a una boda al palacio del Rey.

Page 2: La Cenicienta

La Cenicienta las escuchó llorando, pues las hubiera acompañado con mucho gusto al baile, y suplicó a su madrastra que se lo permitiese. -Cenicienta -le dijo-: estás llena de polvo y ceniza y ¿quieres ir a una boda? ¿No tienes vestidos ni zapatos y quieres bailar? Pero como insistiese en sus súplicas, le dijo por último: -Se ha caído un plato de lentejas en la ceniza, si las recoges antes de dos horas, vendrás con nosotras: -La joven salió al jardín por la puerta trasera y dijo: -Tiernas palomas, amables tórtolas, pájaros del cielo, vengan todos y ayúdenme a recoger. Las buenas en el puchero, las malas en el caldero. Entraron por la ventana de la cocina dos palomas blancas, y después dos tórtolas y por último comenzaron a revolotear alrededor del hogar todos los pájaros del cielo, que acabaron por bajarse a la ceniza, y las palomas picoteaban con sus piquitos diciendo pi, pi, y los restantes pájaros comenzaron también a decir pi, pi, y pusieron todos los granos buenos en el plato. Aun no había trascurrido una hora, y ya estaba todo concluido y se marcharon volando. Llevó entonces la niña llena de alegría el plato a su madrastra, creyendo que le permitiría ir a la boda, pero ésta le dijo: -No, Cenicienta, no tienes vestido y no sabes bailar, se reirían de nosotras. Le volvió entonces la espalda y se marchó con sus orgullosas hijas. En cuanto quedó sola en casa, fue la Cenicienta al sepulcro de su madre, debajo del árbol, y comenzó a decir: Arbolito pequeño, dame un vestido; que sea, de oro y plata, muy bien tejido. El pájaro le dio entonces un vestido de oro y plata y unos zapatos bordados de plata y seda; en seguida se puso el vestido y se marchó a la boda; sus hermanas y madrastra no la conocieron, creyendo que sería alguna princesa extranjera, pues les pareció muy hermosa con su vestido de oro, y ni aun se acordaban de la Cenicienta, creyendo que estaría mondando lentejas sentada en el hogar. Salió a su encuentro el hijo del Rey, la tomó de la mano y bailó con ella, no permitiéndole bailar con nadie, pues no la soltó de la mano, y si se acercaba algún otro a invitarla, le decía: -Es mi pareja. Bailó hasta el amanecer y entonces decidió marcharse; el príncipe le dijo: -Iré contigo y te acompañaré -pues deseaba saber quién era aquella joven, pero ella se despidió y saltó al palomar. Entonces aguardó el hijo del Rey a que fuera su padre y le dijo que la doncella extranjera había saltado al palomar. El anciano creyó que debía ser la Cenicienta; trajeron una piqueta y un martillo para derribar el palomar, pero no había nadie dentro, y cuando llegaron a la casa de la Cenicienta, la encontraron sentada en el hogar con sus sucios vestidos y un turbio candil ardía en la chimenea,

Page 3: La Cenicienta

pues la Cenicienta había entrado y salido muy ligera en el palomar y corrido hacia el sepulcro de su madre, donde se quitó los hermosos vestidos que se llevó el pájaro y después se fue a sentar con su basquiña gris a la cocina. Al día siguiente, cuando llegó la hora en que iba a principiar la fiesta y se marcharon sus padres y hermanas, corrió la Cenicienta junto al arbolito y dijo: Arbolito pequeño, dame un vestido; que sea, de oro y plata, muy bien tejido. Entonces el pájaro le dio un vestido mucho más hermoso que el del día anterior y cuando se presentó en la boda con aquel traje, dejó a todos admirados de su extraordinaria belleza; el príncipe que la estaba aguardando le cogió la mano y bailó toda la noche con ella; cuando iba algún otro a invitarla, decía: -Es mi pareja. Al amanecer manifestó deseos de marcharse, pero el hijo del Rey la siguió para ver la casa en que entraba, más de pronto se metió en el jardín de detrás de la casa. Había en él un hermoso árbol muy grande, del cuál colgaban hermosas peras; la Cenicienta trepó hasta sus ramas y el príncipe no pudo saber por dónde había ido, pero aguardó hasta que vino su padre y le dijo: -La doncella extranjera se me ha escapado; me parece que ha saltado el peral. El padre creyó que debía ser la Cenicienta; mandó traer una hacha y derribó el árbol, pero no había nadie en él, y cuando llegaron a la casa, estaba la Cenicienta sentada en el hogar, como la noche anterior, pues había saltado por el otro lado el árbol y fue corriendo al sepulcro de su madre, donde dejó al pájaro sus hermosos vestidos y tomó su basquiña gris. Al día siguiente, cuando se marcharon sus padres y hermanas, fue también la Cenicienta al sepulcro de su madre y dijo al arbolito: Arbolito pequeño, dame un vestido; que sea, de oro y plata, muy bien tejido. Entonces el pájaro le dio un vestido que era mucho más hermoso y magnífico que ninguno de los anteriores, y los zapatos eran todos de oro, y cuando se presentó en la boda con aquel vestido, nadie tenía palabras para expresar su asombro. El príncipe bailó toda la noche con ella y cuando se acercaba alguno a invitarla, le decía: -Es mi pareja. Al amanecer se empeñó en marcharse la Cenicienta, y el príncipe en acompañarla, mas se escapó con tal ligereza que no pudo seguirla, pero el hijo del Rey había mandado untar toda la escalera de pega y se quedó pegado en ella el zapato izquierdo de la joven; lo levantó el príncipe y vio que era muy pequeño, bonito y todo de oro. Al día siguiente fue a ver al padre de la Cenicienta y le dijo: -He decidido que sea mi esposa a la que venga bien este zapato de oro.

Page 4: La Cenicienta

Alegráronse mucho las dos hermanas porque tenían los pies muy bonitos; la mayor entró con el zapato en su cuarto para probárselo, su madre estaba a su lado, pero no se lo podía meter, porque sus dedos eran demasiado largos y el zapato muy pequeño. Al verlo le dijo su madre, alargándole un cuchillo: -Córtate los dedos, pues cuando seas reina no irás nunca a pie. La joven se cortó los dedos; metió el zapato en el pie, ocultó su dolor y salió a reunirse con el hijo del rey, que la subió a su caballo como si fuera su novia, y se marchó con ella, pero tenía que pasar por el lado del sepulcro de la primera mujer de su padrastro, en cuyo árbol había dos palomas, que comenzaron a decir. No sigas más adelante, detente a ver un instante , que el zapato es muy pequeño y esa novia no es su dueño. Se detuvo, le miró los pies y vio correr la sangre; volvió su caballo, condujo a su casa a la novia fingida y dijo que no era la que había pedido, que se probase el zapato la otra hermana. Entró ésta en su cuarto y se le metió bien por delante, pero el talón era demasiado grueso; entonces su madre le alargó un cuchillo y le dijo: -Córtate un pedazo del talón, pues cuando seas reina, no irás nunca a pie. La joven se cortó un pedazo de talón, metió un pie en el zapato, y ocultando el dolor, salió a ver al hijo del rey, que la subió en su caballo como si fuera su novia y se marchó con ella; cuando pasaron delante del árbol había dos palomas que comenzaron a decir: No sigas más adelante, detente a ver un instante , que el zapato es muy pequeño y esa novia no es su dueño. Se detuvo, le miró los pies, y vio correr la sangre, volvió su caballo y condujo a su casa a la novia fingida: -Tampoco es esta la que busco -dijo-. ¿Tienen otra hija? -No -contestó el marido- de mi primera mujer tuve una pobre chica, a la que llamamos la Cenicienta, porque está siempre en la cocina, pero esa no puede ser la novia que buscas. El hijo del rey insistió en verla, pero la madre le replicó: -No, no, está demasiado sucia para atreverme a enseñarla. Se empeñó sin embargo en que saliera y hubo que llamar a la Cenicienta. Se lavó primero la cara y las manos, y salió después a presencia del príncipe que le alargó el zapato de oro; se sentó en su banco, sacó de su pie el pesado zueco y se puso el zapato que le venía perfectamente, y cuando se levantó y le vio el príncipe la cara, reconoció a la hermosa doncella que había bailado con él, y dijo: -Esta es mi verdadera novia.

Page 5: La Cenicienta

La madrastra y las dos hermanas se pusieron pálidas de ira, pero él subió a la Cenicienta en su caballo y se marchó con ella, y cuando pasaban por delante del árbol, dijeron las dos palomas blancas. Sigue, príncipe, sigue adelante sin parar un solo instante ,pues ya encontraste el dueño del zapatito pequeño. Después de decir esto, echaron a volar y se pusieron en los hombros de la Cenicienta, una en el derecho y otra en el izquierdo. Cuando se verificó la boda, fueron las falsas hermanas a acompañarla y tomar parte en su felicidad, y al dirigirse los novios a la iglesia, iba la mayor a la derecha y la menor a la izquierda, y las palomas que llevaba la Cenicienta en sus hombros picaron a la mayor en el ojo derecho y a la menor en el izquierdo, de modo que picaron a cada una un ojo; a su regreso se puso la mayor a la izquierda y la menor a la derecha, y las palomas picaron a cada una en el otro ojo, quedando ciegas toda su vida por su falsedad y envidia.

FIN

Caperucita Roja

Había una vez una niña llamada Caperucita Roja. Su mama, que sabía coser muy bien, le había hecho una caperuza roja para que estuviera calentita y protegida del viento y como a la niña le gustaba mucho la llevaba a todos los dias, por lo que todo el mundo la llamaba así. Un día, la mamá de Caperucita la mandó a casa de su abuelita porque estaba enferma, para que le llevara en una cesta pan, chocolate, azúcar y dulces. Su mamá le dijo: no te apartes del camino de siempre, ya que en el bosque hay lobos y es muy peligroso. Caperucita iba cantando por el camino que su mamá le había dicho y , de repente, se encontró con el lobo y le dijo: -Caperucita, Caperucita, ¿dónde vas tu tan bonita? -A casa de mi abuelita a llevarle pan, chocolate, azúcar y dulces. -¡Vamos a hacer una carrera!- Le dijo el lobo -Te dejaré a ti el camino más corto y yo el más largo para darte ventaja. Caperucita aceptó pero ella no sabía que el lobo la había engañado. El lobo llegó antes a la casa de la abuelita y se comió a la pobre ancianita. Cuando Caperucita llegó, llamó a la puerta: -¿Quién es?, dijo el lobo vestido con las ropas de la abuelita. -Soy yo, dijo Caperucita. Pasa, pasa nietecita. Cuando Caperucita vio a su abuelita se sorprendió con su aspecto -Abuelita, qué ojos más grandes tienes, dijo la niña extrañada. -Son para verte mejor.

Page 6: La Cenicienta

-Abuelita, abuelita, qué orejas tan grandes tienes. -Son para oírte mejor. -Y qué nariz tan grande tienes. Es para olerte mejor. -Y qué boca tan grande tienes ¡Es para comerte mejor!. Caperucita empezó a correr por toda la habitación y el lobo tras ella. Pasaban por allí unos cazadores y al escuchar los gritos se acercaron con sus escopetas y sus cuchillos de caza. Uno de ellos le dió un golpe muy fuerte al lobo feroz en la cabeza y el lobo cayó al suelo desmayado. El cazador saco a la abuelita de l casa y caperucita. Después de esto se fueron apresuradamente de allí. Caperucita después de este susto aprendió la lección y núnca jamás volvió a desobedecer a su mamá. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

FIN

ALICIA

Sucedió una vez, durante una hermosa tarde de verano, que una niña rubia llamada Alicia, paseaba por el

campo junto a su hermana mayor, llamada Ana. Hacía calor y la mayor dijo:

¡uf...! No me apetece caminas más. Me sentaré a leer bajo la sombra de este árbol.

Ana empezó a leer en voz alta y Alicia, aburrida, optó por sentarse a su vez bajo la sombra fresca del árbol

próximo al de su hermana. Empezaba a amodorrarse, cuando vio pasar a un Conejo Blanco estrafalariamente

vestido que decía:

-¡Ah, caramba! ¡Llegaré tarde! ¡Siempre llego tarde!

Tendrá que darme más prisa...

Alicia pensó que aquel conejo era algo tonto. ¿Qué tenía que hacer un animal como él para preocuparse por la

puntualidad?

A su vez, Alicia hizo la tontería de seguirle.

¡Vaya cosa rara! ¡Pero si el conejo se había metido por el hueco del tronco de un árbol! Atolondradamente, ella

le siguió y, con toda facilidad, entró por el agujero. Entonces pensó si salir sería tan fácil como entrar.

A pesar de ello, obsesionada como estaba por las idas y venidas del Conejo, siguió gateando tras él.

Iba por un estrecho sendero que bajaba siempre y cuando el conejo pasó por el ojo de la cerradura de una

puerta, pensó que le sería imposible hacer lo mismo. Llegó el momento en que fue a dar en un pozo muy

profundo. El Conejo, por algún lado, seguía diciendo que iba a llegar tarde.

Por fin, su viaje continuó en una sala llena de mesitas repletas de manjares y destacaba una botella que decía

Bébeme..

Alicia tomó un poco de su contenido y sucedió un prodigio: se fue achicando y achicando. También descubrió

una llavecita sobre una mesa de cristal. La tomó, mirando a todas partes, pero le costó divisar una puerta.

Cuando la encontró, con aire de penetrar en un misterio, la abrió con aquella llave y se dijo contenta: -Menos

mal. Es la llave que necesitaba. ¡Qué aventura estoy viviendo!

Page 7: La Cenicienta

Detrás de aquella puerta sólo existía un pasadizo. El conejo se le había perdido de vista, pero ante sus ojos

aparecía un magnífico jardín con una casita al fondo.

Entro en ella...

Sobre la mesa del comedor encontró un apetitoso plato de guisado. En cuando lo probó, comenzó a crecer y

crecer. Tanto creció, que su cabeza rompió el techo, asustando a un ave que anidaba en el tejado y que

comenzó a gritar:

¡Auxilio! ¡Acabo de ver un monstruo!

- No soy un monstruo. Soy una niña -se defendió.

-¡Mentira! -volvió a chillar el ave- No hay ninguna niña que tenga un cuello, brazos y piernas tan enormes.

¡Fuera de aquí, si no quieres que te picotee la nariz!

Luego la niña vio otro plato con exquisitas setas guisadas y pensó que quizá tuvieran la virtud de hacerla

disminuir de estatura. Comió unas pocas y descubrió que, en efecto, se achicaba.

Entonces le fue posible atravesar una puertecilla y pasar a una coquetona salita de muebles diminutos. Pero,

viéndose tan pequeña, eso no la consoló.

¿No iba a ser más lo que fue?

Encima de una de las mesas descubrió una apetitosa tortita y decidió comerla, para ver qué sucedía. Entonces,

de nuevo empezó a crecer y crecer.

-Me estoy alargando otra vez como un telescopio -se dijo, sin saber ya qué iba a ser de ella.

Y tantas lágrimas derramó que la sala comenzó a inundarse. Hasta temió volverse loca.

De todas formas, como tenía que hacer algo para recobrar su verdadero tamaño, bebió de una botellita y al

instante empezó a encoger. Pensó: -Me he convertido en un sube y baja. Tanto he disminuido que el resto de la

tortita que conservo en la mano me parece una montaña. ¿Por qué se me ocurrió seguir al conejo?

¡Se había hecho del tamaño de una nuez!

De repente cayó y creyó que había caído al mar, pero no. ¡Se trataba de sus propias lágrimas! Para no

ahogarse, saltó a la barquita de papel de la torta y, navegando siempre, fue a parar a un extraño lago poblado

por una serie de seres pintorescos y también amenazadores. ¿Se estaban burlando de ella?

Mirándola, se hacían gestos unos a otros, como si Alicia fuera un bicho raro. ¿Pero es que no se habían mirado

a sí mismos? Había una coneja con una capota de lo más ridículo, una estrella de mar con cara de mico, un

pulpo que se le antojó lleno de ranos y una especie de pato con un pico que parecía la bolsa del mercado. ¿De

dónde habría salido?

Poniéndose muy seria, preguntó:

¿Podría alguien indicarme el modo de salir de este lago?

Por toda respuesta empezaron a reír de un modo grotesco y más que ninguno el pato o pájaro bobo o lo que

fuera. Lo estaban pasando en grande a su costa. Al fin, enfadada, estallo:

-¡Son ustedes unos grandísimos maleducados, ea!

Mientras se alejaba con gran trabajo por su propios medios de aquel charco, no lago, seguía oyendo las

risotadas de los estúpidos que dejaba a sus espaldas.

Al llegar a la orilla, agotada, se sentó a descansar sobre un hongo. Por suerte para ella acertó a pasar un

gusanito sonriente y se dirigió a él.

-¿Sabes tú de algún remedio que me ayude a crecer?

le preguntó con dulce voz para no ser rechazada.

¡Empezaba a hartarse de todo lo visto desde que penetró por el agujero del árbol!

Page 8: La Cenicienta

-¡Ciertamente, amiga mía. Ese hongo sobre el que estás sentada te hará crecer si lo comes por uno de los

lados: por el otro, te hará mermar.

Dio un mordisco pequeño por una parte. ¡Oh, crecía más! Y se apresuró a morder un gran trozo del otro lado.

Así consiguió Alicia recuperar la talla.

No lejos de allí, la pequeña aventurera vio una mesa muy bien puesta, con un exquisito servicio aunque los

comensales eran realmente extraños. Entre ellos se hallaba el conejo blanco. Debió reconocerla porque

amablemente, aunque con su aire de pícaro, le preguntó: -¿Quieres acompañarnos a comer, pequeña?

Alicia, que de nuevo sentía hambre, accedió. Mientras participaba del banquete, Alicia pensaba que por allí

todos estaban locos de atar.

Como ya se había quedado bien alimentada, la niña se levantó de la mesa, con un saludo general, pero sin

olvidar despedirse cariñosamente del gusanito, que tan amable había sido con ella.

Poco después tenía ocasión de contemplar algo realmente sorprendente: todo un ejército de cartas de baraja de

las que salían cabezas, brazos y piernas.

Algunos de ellos se dedicaban a pintar de rojo las rosas blancas.

-¿Qué estáis haciendo? -preguntó Alicia, muy sorprendida.

-¿No lo ves? Estamos pintando de rojo las rosas blancas porque hemos arrancado, sin darnos cuenta las rosas

rojas del jardín de la Reina y si ella se entera hará que nos corten la cabera -respondieron las extrañas figuras.

- ¿Quién es vuestra Reina? -preguntó la niña.

En ese momento apareció la Reina de la Baraja.

Uno de los pintores dijo muy por lo bajo que la Reina tenía un genio espantoso y castigaba a todo el mundo a la

menor falta, e incluso mandaba decapitar. En aquel momento, la mujer gritó:

¡Que le corten la cabeza a esa intrusa!

Como Alicia viera que los soldados carta se disponían a atacarla, soplo con fuerza y todos fueron por los

suelos. Luego dijo:

-Mi condición es superior a la vuestra, porque soy humana.

Entonces llegó el Conejo Blanco con otros animales y todos, con los soldados, se lanzaron sobre la niña,

esgrimiendo bastos y espadas.

¡La que se armó allí! Alicia, naturalmente, trató de escapar a base de correr e intentar marearlos, pero no le

sirvió de nada, porque los objetos más extraños caían sobre su cabeza.

Entonces sí que empezó a chillar, pero fue hecha prisionera y llevada ante el tribunal presidido por la terrible

Reina de la Baraja.

Sentada ante el tribunal sin posibilidad de escapatoria, Alicia quería responder a las acusaciones de la

presidenta de dicho tribunas, o sea, de la Reina. Pero ni le daban tiempo ni permitían que se la oyese.

La calificaron de criminal invasora, de ladrona del Reino de la Baraja, de querer usurpar el trono, en fin, de mil

tonterías por el estilo, pero que tenían a la muchacha al borde del terror.

Ella llegó a taparse los oídos con las manos.

De pronto, con un esfuerzo supremo, Alicia pudo levantarse de la silla y echar a correr. La Reina, bajando de su

sitial, corría tras ella, pero estaba tan gorda que no pudo seguirla y tuvo que desistir. Por el contrario, los

soldados carta volvían a perseguirla con sus espadas y garrotes. La niña, con espantosos chillidos, seguía

corriendo.

Y de pronto, sintió que caía rodeada de los objetos más variados de los que había visto en su recorrido por tan

extraño reino.

Page 9: La Cenicienta

El conejo blanco, sin perder su gesto burlón, caía también cerca de ella. Alicia chilló más fuerte y una voz

conocida y cariñosa, sonó a su lado:

-¿Por qué chillas así, Alicia?

Era su hermana Ana, todavía con el libro entre las manos. Aliviada, comprendió que había sufrido una terrible

pesadilla....

LA BELLA Y LA BESTIA Había una vez un hombre muy rico que tenía tres hijas. De pronto, de la noche a la mañana, perdió

casi toda su fortuna. La familia tuvo que vender su gran mansión y mudarse a una casita en el

campo.

Las dos hijas mayores se pasaban el día quejándose por tener que remendar sus vestidos y porque

ya no podían ir a las fiestas. En cambio la pequeña, a la que llamaban Bella por su dulce rostro y su

buen carácter, estaba siempre contenta.

Un día su padre se fue a la ciudad a ver si encontraba trabajo. Cuando montó en su caballo,

preguntó a sus hijas qué les gustaría tener, si él ganaba suficiente dinero para traerles un regalo a

cada una. Sin apenas pensarlo, las dos hijas mayores gritaron:

-Para mí un vestido precioso.

-Y un collar de plata para mí.

Con su candorosa voz, Bella murmuró:

-Yo solamente quiero que vuelvas a casa sano y salvo. Eso me basta.

Su padre insistió:

-¡Oh, Bella, debe de haber algo que te apetezca!

-Bueno, una rosa con pétalos rojos para ponérmela en el pelo. Pero como estamos en invierno,

comprenderé que no puedas encontrarme ninguna.

-Haré todo cuanto pueda por, complaceros a las tres, hijas mías.

Diciendo esto emprendió la marcha a todo galope.

En la ciudad, todo le fue mal. No encontró trabajo en ninguna parte. Los únicos regalos que pudo

comprar fueron frutas y chocolate para sus dos hijas mayores, pero no consiguió la flor para Bella.

Cuando regresaba a casa, su caballo se hizo daño en una pata y tuvo que desmontar.

De repente se desató una tormenta de nieve y el desgraciado hombre se encontró perdido en medio

de un oscuro bosque.

Entonces percibió, a través de la ventisca, un gran muro y unas puertas con rejas de hierro forjado

bien cerradas. Al fondo del jardín, se veía una gran mansión con luces tenues en las ventanas.

-Si pudiera cobijarme aquí… No había terminado de hablar cuando las puertas se abrieron. El viento

huracanado le empujó por el sendero hacia las escaleras de la casa. La puerta de entrada se abrió

con un chirrido y apareció una mesa con unos candelabros y los manjares más tentadores.

Miró atrás, a través de los remolinos de nieve, y vio que las puertas enrejadas se habían cerrado y su

caballo había desaparecido.

Page 10: La Cenicienta

Entró. La puerta chirrió de nuevo y se cerró a sus espaldas.

Mientras examinaba nerviosamente la estancia, una de las sillas se separó de la mesa, invitándole

claramente a sentarse. Pensaba…

“Bien, está visto que aquí soy bien recibido. Intentaré disfrutar de todo esto.”

Tras haber comido y bebido todo lo que quiso, se fijó en un gran sofá que había frente al fuego, con

una manta de piel extendida sobre el asiento. Una esquina de la manta aparecía levantada como

diciendo: “Ven y túmbate.” Y eso fue lo que hizo.

Cuando se dio cuenta, era ya por la mañana. Se levantó, sintiéndose maravillosamente bien, y se

sentó a la mesa, donde le esperaba el desayuno. Una rosa con pétalos rojos, puesta en un jarrón de

plata, adornaba la mesa. Con gran sorpresa exclamó:

-¡Una rosa roja! ¡Qué suerte! Al fin Bella tendrá su regalo.

Comió cuanto pudo, se levantó y tomó la rosa de su jarroncito.

Entonces, un rugido terrible llenó la estancia. El fuego de la chimenea pareció encogerse y las velas

temblaron. La puerta se abrió de golpe. El jardín nevado enmarcaba una espantosa visión.

¿Era un hombre o una bestia? Vestía ropas de caballero, pero tenía garras peludas en vez de manos

y su cabeza aparecía cubierta por una enmarañada pelambrera. Mostrando sus terribles colmillos

gruñó:

-Ibas a robarme mi rosa ¿eh? ¿Es ésa la clase de agradecimiento con que pagas mi hospitalidad?

El hombre casi se muere de miedo.

-Por favor, perdonadme, señor. Era para mi hija Bella. Pero la devolveré al instante, no os

preocupéis.

-Demasiado tarde. Ahora tienes que llevártela… y enviarme a tu hija en su lugar.

-¡No! ¡No! ¡No!

-Entonces te devoraré.

-Prefiero que me comas a mí que a mi maravillosa hija.

-Si me la envías, no tocaré un solo pelo de su cabeza. Tienes mi palabra.

Ahora, decide.

E1 padre de la chica accedió al horrible trato y la Bestia le entregó un anillo mágico. Cuando Bella

diera tres vueltas al anillo, se encontraría ya en la desolada mansión.

Fuera, en la nieve, esperaba el caballo, sorprendentemente curado de su cojera, ensillado y listo

para la marcha. La vuelta a casa fue un calvario para aquel hombre, pero aún peor fue la llegada

cuando les contó a sus hijas lo que había sucedido. Bella le preguntó…

-¿Dijo que no me haría ningún daño, de verdad, papá?

-Me dio su palabra, cariño.

-Entonces dame el anillo. Y por favor, no os olvidéis de mí.

Se despidió con un beso, se puso el anillo y le dio tres vueltas.

Al segundo, se encontró en la mansión de la Bestia.

Page 11: La Cenicienta

Nadie la recibió. No vio a la Bestia en muchos días. En la casa todo era sencillo y agradable. Las

puertas se abrían solas, los candelabros flotaban escaleras arriba para iluminarle el camino de su

habitación, la comida aparecía servida en la mesa y, misteriosamente, era recogida después…

Bella no tenía miedo en una casa tan acogedora, pero se sentía tan sola que empezó a desear que la

Bestia viniera y le hablara, por muy horrible que fuera.

Un día, mientras ella paseaba por el jardín, la Bestia salió de detrás de un árbol. Bella no pudo evitar

un grito, mientras se tapaba la cara con las manos. El extraño ser hablaba tratando de ocultar la

aspereza de su voz.

-¡No tengas miedo. Bella! Sólo he venido a desearte buenos días y a preguntarte si estás bien en mi

casa.

-Bueno… Preferiría estar en la mía. Pero estoy bien cuidada, gracias.

-Bien. ¿Te importaría si paseo un rato contigo?

Pasearon los dos por el jardín y a partir de entonces la Bestia fue a menudo a hablar con Bella. Pero

nunca se sentó a comer con ella en la gran mesa.

Una noche, Bella le vio arrastrándose por el césped, bajo el claro de luna. Impresionada, intuyó en

seguida que iba a la caza de comida. Cuando él levantó los ojos, la vio en la ventana. Se cubrió la

cara con las garras y lanzó un rugido de vergüenza.

A pesar de su fealdad. Bella se sentía tan sola y él era tan amable con ella que empezó a desear

verle.

Una tarde, mientras ella leía sentada junto al fuego, se le acercó por detrás.

-Cásate conmigo, Bella.

Parecía tan esperanzado que Bella sintió lástima.

-Realmente te aprecio mucho, Bestia, pero no, no quiero casarme contigo. No te quiero.

La Bestia repitió a menudo su cortés oferta de matrimonio. Pero ella siempre decía “no”, con suma

delicadeza.

Un día, él la encontró llorando junto a una fuente del jardín.

-¡Oh, Bestia! Me avergüenza llorar cuando tú has sido tan amable conmigo. Pero el invierno se

avecina. He estado aquí cerca de un año. Siento nostalgia de mi casa. Echo muchísimo de menos a

mi padre.

Con alegría oyó que la Bestia le respondía:

-Puedes ir a casa durante siete días si me prometes volver.

Bella se lo prometió al instante, dio tres vueltas al anillo de su dedo y… de pronto apareció en la

pequeña cocina de su casa a la hora del almuerzo. La alegría fue tan grande como la sorpresa.

Total, que pasaron una maravillosa semana juntos. Bella contó a su familia todas las cosas que le

habían sucedido con su extraño anfitrión y ellos le contaron a su vez todas las buenas nuevas. La feliz

semana pasó sin ninguna palabra o señal de la Bestia. Pensaba…”Quizá se ha olvidado de mí. Me

quedaré un poquito más.”

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Pasó otra semana y, para su alivio, nada ocurrió. La familia también respiró con tranquilidad. Pero

una noche, mientras se peinaba frente al espejo, su imagen se emborronó de repente y en su lugar

apareció la Bestia. Yacía bajo el claro de luna, cubierta casi completamente de hojas. Bella, llena de

compasión, exclamó:

-¡Oh, Bestia! Por favor, no te mueras. Volveré, querida Bestia.

Al instante dio vuelta al anillo tres veces y se encontró a su lado en el jardín. Acomodó la enorme

cabeza de la Bestia sobre su regazo y repitió: -Bestia, no quiero que te mueras. Bella intentó apartar

las hojas de su rostro. Las lágrimas brotaban de sus ojos y rociaban la cabeza de la Bestia.

De repente, una voz con timbre diferente se dirigió a Bella.

-Mírame, Bella. Seca tus lágrimas. Bella bajó la vista y observó que estaba acariciando una cabeza de

pelo dorado. La Bestia había desaparecido y en su lugar se encontraba el más hermoso de los seres

humanos.

El joven tomó su cabeza entre las manos y Bella preguntó: -¿Quién eres?

-Soy un príncipe. Una bruja me maldijo y me convirtió en una bestia para siempre. Sólo el verdadero

amor de una mujer me ha librado de la maldición. Oh, Bella, estoy tan contento de que hayas

regresado… Y ahora, dime, ¿te casarás conmigo?

-Pues claro que sí, mi príncipe. Desde aquel momento los dos vivieron llenos de felicidad.

Jack y los fríjoles mágicos Había una vez una viuda y su hijo Jack, que vivían en su pequeña granja en el campo. Cada día, Jack ayudaba a su madre con las tareas – cortaba leña, desherbaba la huerta y ordeñaba la vaca. Pero a pesar de todo su arduo trabajo, Jack y su madre eran muy pobres y apenas tenían el dinero suficiente para alimentarse. "¿Qué haremos, que haremos?" dijo la viuda un día de primavera. “¡No tenemos dinero suficiente para comprar las semillas para la granja este año! Tenemos que vender nuestra vaca Bess y con el dinero compraremos suficientes semillas para sembrar una buena cosecha.” "Está bien, madre," dijo Jack, "hoy es día de mercado. Iré al pueblo a vender a Bessy." Así que Jack tomó el cabestro de la vaca en su mano, caminó atravesando la reja de la huerta y se dirigió hacia el pueblo. No había ido muy lejos cuando se encontró con un anciano de apariencia un poco extraña que le dijo, "buenos días, Jack." "Buenos días a ti," dijo Jack, preguntándose como el anciano sabía su nombre. "¿A dónde vas esta hermosa mañana?" preguntó el hombre. "Voy al mercado a vender nuestra vaca Bessy." “¡Qué hijo tan colaborador eres!” exclamó el hombre, “tengo una oferta especial para un chico tan bueno como tú.” El pequeño anciano miró alrededor para asegurarse de que nadie estuviera mirando y luego abrió su mano para mostrarle a Jack lo que tenía.

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“¿Fríjoles?” preguntó Jack, luciendo un poco confundido. “Tres semillas de fríjoles mágicos para ser exactos, jovencito. ¡Una, dos, tres! Son tan mágicas que si las siembras por la noche, en la mañana crecen hasta el cielo,” prometió el extraño hombrecito, “y como eres tan buen chico, son todas tuyas a cambio de esa vieja vaca lechera.” "¿En serio?" dijo Jack, "y ¿estás bien seguro de que son mágicos?" "¡Claro que lo estoy! Y si no resulta ser verdad puedes volver a llevarte tu vaca." "Suena justo," dijo Jack. Mientras le entregaba el cabestro de Bessy, puso los fríjoles en su bolsillo y se dirigió a su casa para mostrarle a su madre. "¿Regresaste tan pronto, Jack?" preguntó su madre; "veo que no tienes a la vieja Bess – la vendiste tan rápido. ¿Cuánto te dieron por ella?" Jack sonrió y puso la mano en su bolsillo, "solo mira estos fríjoles, madre; son mágicos, siémbralos por la noche y----" "¡Qué!" gritó la madre de Jack. "¡Oh, chico tonto! Cómo pudiste regalar nuestra vaca lechera por tres míseros fríjoles.” Y luego hizo la peor cosa que Jack la había visto hacer – estalló en llanto. Jack subió corriendo las escaleras hacia su pequeña habitación en el ático, estaba tan triste, y lanzó los fríjoles con furia a través de la ventana pensando, “Cómo pude haber sido tan tonto – he roto el corazón de mi madre.” Después de dar muchas vueltas en la cama, Jack finalmente se quedó dormido. Cuando Jack se despertó la mañana siguiente, su habitación parecía extraña. El sol iluminaba parte de esta como lo hacía normalmente, pero el resto estaba muy oscuro y con sombras. Así que Jack se levantó de un salto, se vistió y caminó hacia la ventana. Y ¿Qué crees que vio? Los fríjoles que había lanzado por la ventana hacia la huerta habían brotado y se habían convertido en una gran planta de fríjoles que subía y subía hasta alcanzar el cielo. Usando las hojas y las enredaderas retorcidas como si fueran peldaños de una escalera, Jack trepó y trepó hasta que finalmente alcanzó el cielo. Y cuando llegó allí encontró un ondulado camino largo y ancho entre las nubes que llevaba a un alto castillo en la distancia. Jack corrió por el camino hacia el castillo y tan pronto llegó a él, la puerta se abrió para revelar una horrible giganta, con un inmenso ojo en medio de su frente. Tan pronto como Jack la vio, se volteó y salió corriendo, pero ella lo atrapó y lo arrastró dentro del castillo. "No estés tan apurado, estoy segura de que a un chico como tú que está creciendo le gustaría un desayuno grande y delicioso," dijo la mujer grande y alta, "hace tanto tiempo que no preparo un desayuno para un chico.” Bueno, la giganta no era mala después de todo – aun cuando era un poco extraña. Llevó a Jack a la cocina y le dio un pedazo de queso y un vaso de leche. Pero Jack solo había comido un poco cuando ¡pum! ¡pum! ¡pum! La casa entera comenzó a temblar con el ruido de alguien que se acercaba. "¡Por Dios! Es mi esposo," dijo la giganta retorciendo sus manos, "¿Qué voy a hacer por todos los cielos? No hay nada que más le guste que los chicos asados sobre tostadas y ya no me queda pan. Oh, querido, no debí haberte dejado quedar a desayunar. Ven rápido y métete allí." Y apuró a

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Jack para que entrara a una gran olla de cobre que estaba al lado de la estufa, justo entonces su esposo, el gigante, entró. Entró en la cocina y dijo, "estoy listo para el desayuno – tengo tanta hambre que podría comer tres vacas. Ah, ¿qué es ese olor?Fi-fa-fo-fum, Huelo la sangre de un niño inglés, Este vivo o este muerto Moleré sus huesos para hacer mi pan. "Tonterías, cariño," dijo su esposa, "no hemos tenido ningún niño desayunando hace años. Ahora ve y aséate y cuando regreses tu desayuno estará listo." Así que el gigante se fue a arreglarse -- Jack iba a salir a correr cuando la mujer lo detuvo. "Espera hasta que se duerma," le dijo, "siempre duerme la siesta después del desayuno." Jack se asomó desde la olla de cobre justo cuando el gigante regresó a la cocina cargando una canasta llena de huevos de oro y una gallina blanca de apariencia enfermiza. El gigante pinchó a la gallina y gruñó, “a poner” y luego la gallina puso un huevo de oro y el gigante lo metió en la canasta. Después de su desayuno, el gigante fue al closet y sacó un arpa de oro con el rostro de una joven triste. El gigante pinchó el arpa y gruñó, “a tocar” y el arpa comenzó a tocar una canción suave mientras su hermoso rostro cantaba una canción de cuna. Luego el gigante comenzó a cabecear y a roncar hasta que la casa se sacudió. Cuando estaba seguro de que el gigante estaba dormido, Jack trepó saliéndose de la olla de cobre y comenzó a caminar de puntillas saliendo de la cocina. Justo cuando estaba a punto de irse, escuchó el sonido del llanto de la joven arpa. Jack se mordió los labios, suspiró y regresó a la cocina. Tomó a la gallina enfermiza y al arpa cantante y comenzó a salir nuevamente caminando de puntillas. Pero esta vez la gallina cacareó, lo que despertó al gigante, y tan pronto como Jack salió de la casa escuchó que el gigante decía, "esposa, esposa, ¿qué has hecho con mi gallina blanca y mi arpa dorada?" Jack corrió tan rápido como pudo y el gigante, al darse cuenta de que lo habían engañado, se apuró a seguirlo – alejándose del castillo y bajando por el ancho y largo camino. Cuando llegó a la planta de fríjol, el gigante estaba solo a veinte yardas de distancia cuando de repente vio que Jack desapareció – confundido, el gigante echó un vistazo a través de las nubes y vio a Jack bajando para salvar su vida. El gigante pisoteó y rugió furioso.Fi-fa-fo-fum, Huelo la sangre de un niño inglés, Este vivo o este muerto Moleré sus huesos para hacer mi pan. El gigante se descolgó bajando por la planta de frijol, la cual tembló con su peso. Jack se escurrió, se deslizó y bajó por la planta de frijol tan rápido como pudo, y el gigante bajó tras él. Cuando se aproximaba al suelo, Jack gritó, "¡Madre! ¡Por favor! Apresúrate, tráeme un hacha, tráeme un hacha." Y su madre salió de la casa corriendo con el hacha de Jack de cortar madera en su mano, pero cuando llegó a la enorme planta de frijol se quedó paralizada del miedo.

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Jack bajó de un salto, tomó el hacha y comenzó a cortar la planta de fríjol. Por fortuna, y debido a todas las tareas que había realizado durante años, se había vuelto bastante bueno en cortar y no le tomó mucho tiempo cortar lo suficiente de la planta de frijol para que esta comenzara a tambalear. El gigante sintió como se sacudía y temblaba la planta de frijol así que se detuvo a ver qué era lo que sucedía. Luego Jack dio un último golpe con el hacha, y la planta de fríjol comenzó a venirse abajo. Luego el gigante cayó y se rompió la coronilla, y la planta de fríjol se derrumbó encima. El arpa cantante agradeció a Jack por rescatarla del gigante – odiaba estar encerrada en el closet todo el día y toda la noche y lo único que quería era sentarse en la ventana de la casa de la granja y cantar a los pájaros y a las mariposas bajo los rayos del sol. Con un poco de paciencia y la ayuda de su madre, no le tomó mucho tiempo a Jack lograr que la gallina enfermiza se recuperara y la agradecida gallina continuó poniendo un huevo de oro cada día. Jack usó el dinero que obtenía de vender los huevos de oro para volver a comprar a la vieja vaca Bess, comprar semillas para la cosecha de primavera y para arreglar la finca de su madre. Y hasta le sobró lo suficiente como para invitar a todos sus vecinos a compartir una buena cena, acompañada por la música del arpa cantante. Y Jack, su madre, la vieja vaca Bess, el arpa de oro y la gallina blanca vivieron felices para siempre.