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* Este trabajo no hubiera podido realizar- se de no haber contado con la inestimable ayuda del personal adscrito al Service His- torique de la Défense (S.H.D.) y muy espe- cialmente de Dña. Claude Ponnou. ** Departamento de Geografía, Universi- dad de Oviedo. *** Laboratoire SET-CNRS, UMR 5603. Université de Pau et des Pays de l’Adour. El éxito de muchas operaciones militares (trátese del orden en las marchas de los ejércitos, la búsqueda de posiciones para acampar y ordenar las tropas en el campo de batalla, o la conduc- ción de los movimientos de avance o de retirada), todo lo que en suma forma parte de la estra- tegia militar, se ve enormemente favorecido por la disponibilidad de mapas y de descripciones geográficas adecuadas que incluyan, de la forma más exhaustiva y ordenada posible, toda la información de interés militar. Se ha definido muchas veces al propio Napoleón como un gran consumidor de mapas, y no es azaroso el hecho de que una de las personas más próximas a él en el día a día de la vida militar fuese Bacler d’Albe, el jefe de su servicio cartográfico particular, de su Cabinet topographique. Pero los mapas y planos no solamente sirven a la estrategia y táctica militares, sino tam- bién a la dominación y administración del territorio conquistado. Desde ese punto de vista, uno de los objetivos que se planteaban los militares cartógrafos franceses en España era el de realizar un mapa que cubriese, con un tamaño abarcable pero proporcionando a la vez suficiente grado de detalle (como los de escala 1:100.000 o 1:200.000), la totalidad del te- rritorio nacional o, al menos, una parte significativa de él. Se trataba, en definitiva, de dar continuidad sobre el territorio ibérico a la Carte de l’Empereur, el mapa del territorio europeo bajo dominio imperial. A tal fin, se sucederán los proyectos durante la estancia de las tropas napoleónicas en la Península. Uno y otro tipo de objetivos se verán obstaculizados por la carencia de un mapa de España, o al menos de alguno regional de suficiente calidad; en definitiva, de una cartografía a pequeña escala válida como documento de base para la elaboración de un mapa moderno. El único do- cumento disponible a estos efectos era el atlas de Tomás López, de cuyas limitaciones y errores se hacen eco con frecuencia no sólo los pocos cartógrafos españoles cualificados de la época, como Felipe Bauzá, sino por supuesto los militares franceses, que intentan infructuosamente servirse de aquel atlas. El viejo proyecto de mapa de España atraviesa en definitiva las épocas e implica tanto a los cartógrafos españoles como a los extranjeros, frustrando a unos y a otros pero impulsando la realización de muchos mapas y planos que hoy podemos considerar como los que introducen la modernidad en la cartografía española en general, y madrileña en particular. Las necesidades cartográficas de los militares: elementos básicos Incluso en el caso de contar con un mapa «moderno», al estilo del de Francia realizado por Cassini, las necesidades cartográficas militares no se hubieran visto completamente satisfechas. Operaciones como la planificación de los movimientos sucesivos de las tropas, de las marchas, del emplazamiento de los campamentos, o la seguridad de las comunica- ciones, necesitaban de documentos específicos, con contenidos debidamente adecuados a los fines militares, y enriquecidos con descripciones realizadas ex profeso con ese mismo punto de vista. Con más razón aún, los contenidos de los mapas disponibles para la Península ibérica no podían sino defraudar a los militares franceses desde el mismo momento de su entrada en España en 1807. La cartografía realizada por el ejército napoleónico durante la guerra de la Independencia* JUAN CARLOS CASTAñóN** JEAN-YVES PUYO***

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Page 1: La cartografía realizada por el ejército napoleónico

* Este trabajo no hubiera podido realizar-se de no haber contado con la inestimable ayuda del personal adscrito al Service His-torique de la Défense (S.H.D.) y muy espe-cialmente de Dña. Claude Ponnou.** Departamento de Geografía, Universi-dad de Oviedo.*** Laboratoire SET-CNRS, UMR 5603. Université de Pau et des Pays de l’Adour.

El éxito de muchas operaciones militares (trátese del orden en las marchas de los ejércitos, la búsqueda de posiciones para acampar y ordenar las tropas en el campo de batalla, o la conduc-ción de los movimientos de avance o de retirada), todo lo que en suma forma parte de la estra-tegia militar, se ve enormemente favorecido por la disponibilidad de mapas y de descripciones geográficas adecuadas que incluyan, de la forma más exhaustiva y ordenada posible, toda la información de interés militar. Se ha definido muchas veces al propio Napoleón como un gran consumidor de mapas, y no es azaroso el hecho de que una de las personas más próximas a él en el día a día de la vida militar fuese Bacler d’Albe, el jefe de su servicio cartográfico particular, de su Cabinet topographique.

Pero los mapas y planos no solamente sirven a la estrategia y táctica militares, sino tam-bién a la dominación y administración del territorio conquistado. Desde ese punto de vista, uno de los objetivos que se planteaban los militares cartógrafos franceses en España era el de realizar un mapa que cubriese, con un tamaño abarcable pero proporcionando a la vez suficiente grado de detalle (como los de escala 1:100.000 o 1:200.000), la totalidad del te-rritorio nacional o, al menos, una parte significativa de él. Se trataba, en definitiva, de dar continuidad sobre el territorio ibérico a la Carte de l’Empereur, el mapa del territorio europeo bajo dominio imperial. A tal fin, se sucederán los proyectos durante la estancia de las tropas napoleónicas en la Península.

Uno y otro tipo de objetivos se verán obstaculizados por la carencia de un mapa de España, o al menos de alguno regional de suficiente calidad; en definitiva, de una cartografía a pequeña escala válida como documento de base para la elaboración de un mapa moderno. El único do-cumento disponible a estos efectos era el atlas de Tomás López, de cuyas limitaciones y errores se hacen eco con frecuencia no sólo los pocos cartógrafos españoles cualificados de la época, como Felipe Bauzá, sino por supuesto los militares franceses, que intentan infructuosamente servirse de aquel atlas.

El viejo proyecto de mapa de España atraviesa en definitiva las épocas e implica tanto a los cartógrafos españoles como a los extranjeros, frustrando a unos y a otros pero impulsando la realización de muchos mapas y planos que hoy podemos considerar como los que introducen la modernidad en la cartografía española en general, y madrileña en particular.

Las necesidades cartográficas de los militares: elementos básicos

Incluso en el caso de contar con un mapa «moderno», al estilo del de Francia realizado por Cassini, las necesidades cartográficas militares no se hubieran visto completamente satisfechas. Operaciones como la planificación de los movimientos sucesivos de las tropas, de las marchas, del emplazamiento de los campamentos, o la seguridad de las comunica-ciones, necesitaban de documentos específicos, con contenidos debidamente adecuados a los fines militares, y enriquecidos con descripciones realizadas ex profeso con ese mismo punto de vista.

Con más razón aún, los contenidos de los mapas disponibles para la Península ibérica no podían sino defraudar a los militares franceses desde el mismo momento de su entrada en España en 1807.

La cartografía realizada por el ejército napoleónico durante la guerra de la Independencia*JUAN CARLOS CASTAñóN**

JEAN-YvES PUYO***

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El relieve

Si hay un tipo de información cartográfica con la que frecuentemente los militares se sienten decepcionados al consultar sobre el terreno muchos de los mapas de finales del siglo xviii y comienzos del xix, éste es, sin duda, el relieve.

Tal decepción deriva en buena medida del procedimiento seguido por la mayor parte de los cartógrafos de la época al representar el relieve de las regiones menos conocidas. Se trata de un procedimiento de carácter deductivo, derivado de las ideas de Philippe Buache (1700-1773), y que consiste en dibujar primero la red fluvial y en rellenar después todos los espacios vacíos por alineaciones montañosas. Éstas, tan pronto son dibujadas a la manera de alineaciones de «toperas», montículos vistos en perspectiva y dispuestos de una forma más o menos arbitraria, como al modo de un sistema de divisorias de aguas de culminación más o menos aguda, perfectamente adaptados al trazado de los ríos prin-cipales y de sus afluentes.

El problema se hace especialmente grave cuando las divisorias de aguas adquieren en la naturaleza la forma de culminaciones llanas y más o menos extensas. Este tipo de relieve, tan frecuente en España en general, y en la Meseta en particular, estaba casi totalmente ausente de la representación cartográfica hasta la llegada de las tropas napoleónicas a España, con la única excepción de algunos mapas de detalle. Bory de Saint-Vincent se hará eco de ello al recordar en 1823 su experiencia durante la guerra de la Independencia:

«Es especialmente para separar las vertientes que se prolongan hacia el Mediterráneo y las que drenan hacia el Océano por lo que se multiplicaron las crestas, los picos, las anastomosis, los contrafuertes, y todo lo negro que el buril podía imaginar para ofrecer una fisonomía alpina de lo más áspera. Sin embargo, como pronto veremos, amplias llanuras donde las gotas de lluvia, indecisas en la elección de su camino, parecen quedar en suspenso entre dos mares opuestos, se extienden precisamente por donde deberían encontrarse esas supuestas montañas. Confundido por tales indicaciones, el militar hace sus cálculos sobre obstáculos o sobre puntos de defensa que no habrá de encontrar por ninguna parte, el naturalista sueña con un terreno cortado propicio a sus investigaciones, pero que se transformará en una árida y horizontal extensión [...]» (Bory de Saint-Vincent, 1823: 7).

En consecuencia, a cualquier escala, la fiel representación del relieve es esencial para los milita-res, como pone de manifiesto el oficial de ingeniería A. Allent en su Essai sur les reconnaissances militaires:

«[El estudio del mapa] muestra a los oficiales en qué direcciones, según sea el país llano o montañoso, deben encontrarse las series de posiciones naturales; qué genero de accidentes deben defender su acceso, pueden apoyar sus flancos, hacer más o menos segura su reta-guardia, impedir o permitir que un Ejército sea rodeado en su movimiento o cortado en su retirada» (Allent, 1802: 132).

En síntesis, la correcta representación del relieve permite anticipar, en función de su ma-yor o menor energía y otras características, cuáles serán las condiciones de movimiento de las tropas y, en función de la visibilidad, cuáles los lugares más adecuados para ocultarse y ejercer la vigilancia, así como cuáles los más susceptibles de facilitar ataques propios, o de hacer más difíciles los del enemigo, y en particular las frecuentes emboscadas de la guerrilla.

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1 Marchant, «Observations sur l’Espagne, rédigée d’après l’ordre de Monseigneur le duc de Feltre, ministre de la guerre», 6 de octubre de 1813, 20 p. (p. 4). Archivo del Archivo del Service Historique de la Défen-se, 1 M 1341.2 «He visto con mis propios ojos personas en situación desahogada, incluso ricas antes de la guerra, disputar a los perros trozos de mulas o de caballos muertos seis días antes. Una tarde, con varios oficiales, fuimos testigos de una escena horrible: un niño que acababa de morir de inanición fue comido por sus pequeños camaradas, que devoraban ante nosotros sus miembros descarnados» (Marcel, 2001: 130).

Finalmente, hay que tener presente que no sólo es importante la fidelidad en la representa-ción del relieve sobre el mapa, sino también la capacidad de lectura cartográfica de los militares sobre el terreno. En orden a facilitar esta operación, a comienzos del siglo xix se hace sentir la necesidad de expresar el relieve de un modo suficientemente claro y evocador, y a este fin esta-rán dedicados una parte importante de los esfuerzos de la llamada Commission Topographique de 1802, de la que hablaremos más adelante.

La vegetación y los cultivos

La vegetación constituye otro elemento muy importante a tener en cuenta en la cartografía militar. En primer lugar, juega un papel fundamental en la estrategia, ya que puede encu-brir movimientos de tropas, abrigar a la guerrilla o ralentizar el avance de las tropas. Así, por ejemplo, el general Sanson, jefe del Dépôt de la Guerre en la época, subraya en 1807 la necesidad de no omitir en el proceso de grabado de los nuevos mapas militares franceses «los matorrales y el monte bajo que forman parte igualmente de la clase de los obstáculos» (Berthaut, 1902: II, 30).

Por medio de símbolos especiales, la representación de la vegetación forestal puede dar una idea de la posibilidad de aprovisionarse de madera, necesaria tanto para calentarse como para la realización de fortificaciones de campaña, como, por ejemplo, los blockhaus construidos por las tropas napoleónicas, destinados a controlar las grandes vías de comunicación, especialmente las del norte del país (Navarra, Guipúzcoa).

Por último, se presta una particular atención a la localización y naturaleza de los culti-vos. En este aspecto, nos encontramos con las preocupaciones relacionadas con el problema siempre crucial, sobre todo en la Guerra de la Independencia, del aprovisionamiento de las tropas. Los ejércitos napoleónicos vivían de las requisiciones, fuesen éstas oficiales o des-controladas, por cuenta de los propios soldados. Estas operaciones de aprovisionamiento alimentaban por supuesto el descontento de la población local, lo que reconocían los propios militares franceses:

«El Ejército francés debe vivir en España; pero ha de abandonarse la idea de que las con-tribuciones, las confiscaciones, las requisas puedan conducir a este fin: mantener el empleo de estos medios es empeorar, si cabe, la desdichada situación del Ejército y del país; es asegurar que no se conseguirá jamás tener en él un asentamiento fijo y estable»1.

La capacidad que para alimentar las tropas napoleónicas tenían las diferentes regiones es-pañolas era muy variable, causando en ocasiones verdaderas hambrunas. Así, en mayo de 1812, el capitán Nicolas Marcel describe el hambre que reinaba en la provincia de Salamanca, citando incluso haber asistido a casos de canibalismo2. Esta falta de alimentos que de for-ma casi permanente sufrieron las tropas francesas no careció de consecuencias posteriores en su conducta, de tal modo que los testimonios de la época evocan cómo los soldados de contingentes extranjeros no dudan en ofrecer sus servicios «a quien les dé sustento» (Lucas-Bubreton, 1948: 84).

Así, los reconocimientos militares estaban obligados a incluir en sus correspondientes memorias información sobre los recursos agrícolas y a localizarlos sobre los mapas y cro-quis. De modo que ya en el propio momento de la entrada del ejército napoleónico en España, en marzo de 1808, el jefe de batallón Théviotte, que acompaña al general Sanson

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3 Archivo del S.H.D., 1 M 1340. Théviotte parece desconocer el cultivo de año y vez.

como ayudante de campo, subraya en su Reconocimiento de la carretera de Bayona a Valla-dolid que los alrededores de esta ciudad son muy ricos y susceptibles de producir mucho, lo que todavía no es el caso, pues los habitantes son «[...] indolentes a más no poder, des-precian la agricultura y por doquier no se encuentran más que campos que en su mayor parte están en barbecho»3. El autor prosigue con una descripción muy completa de las producciones agrícolas (trigo, centeno, cebada), ofreciendo la zona atravesada «más vino que [el necesario] para el consumo de los habitantes». En efecto, si bien ciertas regiones españolas resultan ser pobres en cereales, muchas de ellas tienen una gran abundancia de vino, para alegría de las tropas de invasión (equipadas de su correspondiente bota), pero también, en caso de exceso, para su perdición: «Intoxicado, embrutecido, [el soldado fran-cés] se convierte en presa fácil para los naturales, campesinos o guerrilleros, y las masacres se suceden» (Lucas-Bubreton, 1948: 70).

Pero es lógicamente sobre los propios mapas donde la información acerca de vegeta-ción y cultivos puede ser más útil a todos los efectos. Así, encontramos normalmente dos tipos de recursos expresivos, que pueden ser utilizados conjuntamente o por separado. En primer lugar, pueden aparecer señaladas directamente sobre la minuta cartográfica las denominaciones relativas a la fisonomía de las formaciones vegetales, bien mediante

Detalle del «Plano del desfiladero de Pancorbo», realizado entre mayo y julio de 1808 por Lerouge, a escala

1:10.000. Archivo del S.H.D., 6M L III 413 (2).

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4 Esta media corresponde al decreto militar del 19 de agosto de 1800, relativo a las etapas y que en efecto prevé una jorna-da de marcha comprendida teóricamente entre treinta y cuarenta kilómetros como máximo, esto es, de seis a ocho leguas. En la práctica, el capitán Marcel describe en julio de 1809 una marcha en la que, tras abandonar con urgencia La Coruña, se alcanzaron los alrededores de Madrid 17 días después, lo que supone una media de un poco más de siete leguas por día «en [terreno de] montaña, con una nutrida arti-llería» (Marcel, 2001: 62).5 J. Lucas-Bubreton (1948: 46) señala que en 1810 el general Foy hizo pesar la mo-chila, las fornituras, la cartuchera, el fusil, el sable, el capote y la ración de galletas para diez días, llegando a una media de en torno a treinta kilogramos por soldado.6 Muy probablemente, este mapa es el germen del Mapa militar de la Península a escala 1:1.000.000 del que hablaremos más adelante.

palabras completas o bien con su correspondiente abreviatura, como, por ejemplo, bos-que (bois, b.), monte bajo (taillis, t.), maleza (broussaille, br.). Del mismo modo puede aludirse incluso a los principales componentes de su composición florística (encinas, pinos, etc.), así como a los principales tipos de cultivos (v., viñedos; o., olivos; fr., friches, es decir, barbechos, etc.). Es éste un sistema especialmente frecuente en los reconocimientos rápidos y en las minutas de trabajo.

En segundo lugar, cuando se trata de documentos más elaborados, es frecuente el uso de colores planos y dibujos más o menos figurativos, que evocan el tipo de vegetación y su fisono-mía. Los colores suelen ser los establecidos en el Dépôt de la Guerre, que aparecen recogidos en los manuales más utilizados por los ingenieros geógrafos, como el de Puissant (1806).

Hay que hacer notar finalmente que en algunos mapas aparecen representados, de forma más o menos exacta según los casos, el parcelario y los límites de las diferentes formaciones vegetales y cultivos, pero en ocasiones los rótulos no van asociados a ninguna indicación acerca de la extensión de las formaciones o de las áreas cultivadas.

Las vías de comunicación y las líneas de etapas

La cartografía relacionada con esta cuestión comprende múltiples aspectos, entre los que cabe destacar en primer lugar los tiempos de marcha de las tropas y de los convoyes de avitualla-miento y, en lógica consecuencia, la definición de las etapas. En efecto, la progresión de las tropas se calcula según el número de etapas que separan una ciudad importante de otra. Y, teóricamente, al final de cada etapa, debe suministrarse a la tropa alojamiento y víveres, lo que estuvo lejos de ser el caso en España.

Según el relieve, la calidad de la carretera, las condiciones climáticas y el grado de urgen-cia imprimido a la marcha, las tropas napoléonicas que progresaban a pie lo hacían a razón de veinte a treinta kilómetros por día, incluso cuarenta con motivo de marchas forzadas4. La media horaria correspondía a una legua de postas, es decir, a 3,9 kilómetros, estando jalonada la andadura por una pausa de cinco minutos cada hora y, cada tres horas, por otra más prolon-gada, llamada halte des pipes (Blond, 1979: 48). Cabe aclarar que la marcha se hacía con calzado de calidad más que mediocre y que las tropas solían acabar andando con los pies descalzos. Además, cada soldado de infantería llevaba un equipaje muy pesado, que incluso podía sobre-pasar los treinta kilogramos5.

De ahí el interés de realizar «mapas de etapas», que presentan los tiempos de marcha entre las ciudades importantes. Es una de las tareas primordiales a la que se consagrarán los ingenieros geógrafos militares del Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne, del que hablaremos más tarde. Así, en junio de 1808, es decir, poco más de dos meses después de su entrada en España, el jefe de batallón Chabrier hace notar a su superior, el general Sanson, que trabaja en el trazado de una Carte des postes et étapes de l’Espagne6, empezando por el eje altamente estratégico representado por la carretera de la frontera francesa a Madrid por Burgos y Valladolid. Una vez terminado ese mapa, Chabrier se aseguró en persona de que fuera enviado al Dépôt général de la Guerre (París) en octubre de 1809, recibiendo con este motivo las felicitaciones de su superior por la calidad del conjunto de las realizaciones del Bureau topographique.

Al mismo tiempo, los mapas de etapas establecidos a escala provincial fueron a veces rea-lizados por los oficiales de Estado Mayor a consecuencia de las peticiones de sus superiores locales. Cabe destacar así, en los fondos cartográficos presentes en la plaza fuerte de Pamplona

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7 Carta del Dépôt de la Guerre (firma ilegi-ble) al mariscal Soult, 6 de agosto de 1813. Archivo del S.H.D., 3 M 355.8 Yon, jefe de batallón: «Routes dans les provinces du Léon, Palencia, Burgos, va-lladolid, Zamora, Ávila, Salamanca», sin fecha. Archivo del S.H.D., 1 M 1341.

en marzo de 1813, la existencia de un mapa de etapas de Navarra comenzado por Daguenet (capitán de Ingenieros)7.

En segundo lugar, la calidad de las carreteras constituye un apartado temático primordial: «Las buenas carreteras no eran numerosas, los mapas no las indicaban o lo hacían mal, la infor-mación disponible era con frecuencia contradictoria o de fecha muy antigua» (Berthaut, 1902: II, 12). Así, los reconocimientos militares, realizados tanto por los ingenieros geógrafos del Bureau como por los oficiales de Estado Mayor, deben proporcionar, en los mapas y croquis de itinerarios, indicaciones tan variadas como el grado de practicabilidad del eje de comunicación para los convoyes de artillería, la caballería, así como la calidad de los puentes o el emplaza-miento preciso de los principales vados, etc. Encontramos este mismo tipo de indicaciones en las memorias que acompañan a veces los reconocimientos, como la de la carretera que va de Valladolid a Alba de Tormes por Medina del Campo:

«Esta carretera es muy buena en verano, y es en consecuencia apta para la infantería y la caballería. Quizá sea incluso, por la naturaleza del terreno, la mejor de todas las descritas. El país es abierto y casi llano. Hay algunos pasos de arroyos no difíciles»8.

Esta actividad de reconocimiento de los ejes de comunicación, destinada a suplir la carencia de documentos cartográficos de calidad consagrados a la representación de la Península Ibérica, se prolongó a lo largo de todo el conflicto, marcando de modo especial, y muy peligrosamente, la vida de los oficiales de Estado Mayor.

Los núcleos de población y las plazas fuertes

Desde que se plantea la confrontación militar sobre suelo español de una forma abierta, los militares franceses adquieren conciencia de que no se puede ejercer un control suficientemente continuo y regular del territorio con las tropas disponibles. En definitiva, ya no se trata sólo de poner en funcionamiento la moderna estrategia napoleónica de la guerra de movimientos, sino de mantener también una serie de posiciones fuertes y resistir desde ellas los eventuales ataques enemigos.

De ahí el lógico interés por dominar los principales núcleos de población y las plazas fuer-tes, cuya utilidad tiene esa vertiente militar, consistente en mantener acantonadas las tropas, almacenar el material militar y resistir los eventuales asedios, pero también otra perspectiva de carácter político: asegurar el funcionamiento administrativo del país conquistado.

Para asegurar ese dominio de las ciudades y de las plazas fuertes, era importante contar con la representación de los conjuntos edificados, teniendo en cuenta su adecuación a las finali-dades militares citadas, el viario interno, muy importante en el mantenimiento del orden, así como las principales vías de entrada y salida y el emplazamiento en relación con los alrededores del núcleo urbano o de la fortificación, fundamentales para los fines defensivos.

A este respecto, los planos que se habían realizado en la segunda mitad del siglo xviii eran notoriamente insuficientes: en primer lugar porque sólo se correspondían en su mayor parte con las principales plazas fuertes y con los núcleos de población de suficiente importancia, dejando de lado la inmensa mayoría de las ciudades pequeñas y medias; pero también porque generalmente no representaban con suficiente detalle el viario y edificaciones internas, siendo frecuente que el casco urbano apareciese como un conjunto macizo sin distinciones internas, o incluso visto en perspectiva caballera.

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9 Rosas, Astorga, Lérida, Mequinenza, Fuengirola, Sagunto, Tarifa, Figueras, Ge-rona, Astorga, Cádiz, Tortosa, Fuengirola, Monserrat, Tarragona, Peñíscola, valencia, Castro-Urdiales, Santander, Burgos, Pam-plona, villena, etc.10 «El aire de esta ciudad estaba viciado por la gran cantidad de heridos de los dos bandos que allí habían sido abandonados y sobre todo por el olor infecto que exha-laban miles de cadáveres que no habían podido ser enterrados, porque estaban medio recubiertos por los escombros de las casas derruídas por las bombas. [El tifus] hizo grandes estragos en la guarnición y sobre todo entre los habitantes que, habién-dose librado de los horrores del asedio, se habían obstinado en quedarse, con el fin de conservar los despojos de su fortuna» (Marbot, 1894: II, 352).11 «Aún no hay indicios de que los habi-tantes de Rosas hayan tomado parte en los sucesos». Carta del Comisario general de Policía en Haute-Catalogne al Ministro de la Guerra, 11 de febrero de 1813. Archivo del S.H.D., C 8 106.

A estas carencias propiamente cartográficas, hay que añadir la escasez de descripciones de calidad referidas a las ciudades de tamaño medio o pequeño. De este modo, se desconocían datos de interés militar, como el número de habitantes, las posibilidades de aprovisionamiento, los trabajos de fortificación necesarios, etc.

Con la Guerra de la Independencia, esta cuestión de las fortificaciones va a adquirir una importancia hasta entonces desconocida en las otras campañas militares napoleónicas. Tres hechos importantes explican esto. En primer lugar, como ya hemos señalado, las ciudades y en-claves fortificados debían permitir a las tropas francesas, en constante movimiento, encontrar un refugio que les asegurase teóricamente el alojamiento y los víveres necesarios. En la prác-tica, como también hemos indicado, la intendencia del ejército francés resultó ser totalmente ineficaz, y las estancias en aquellos lugares fueron, en la mayor parte de los casos, sinónimo de penuria alimentaria y de incomodidad.

En segundo lugar, las ciudades y plazas fuertes jugaron un importante papel en los comba-tes, obstaculizando la marcha de los cuerpos de los ejércitos contendientes cuando esos enclaves rehusaban capitular sin resistencia. En realidad, si bien es la heroica defensa de Zaragoza la que ha pasado a la posteridad, pueden reseñarse más de cuarenta asedios importantes9, dejando de lado los episodios más modestos. Así, por ejemplo, Ciudad Rodrigo sufrió dos sangrientos asedios: el primero de ellos inmovilizó durante más de un mes el cuerpo del ejército del ma-riscal Masséna (30 de mayo-10 de julio de 1810)10, ofreciendo a Wellington el tiempo necesario para organizar la defensa de Portugal; el segundo fue protagonizado por las tropas británicas, al mando de las cuales estaba el propio Wellington, quien, tras un asedio de siete días (12-19 de enero de 1812), obtenía la capitulación de la plaza fuerte. Badajoz sufriría los mismos horrores con no menos de cuatro sangrientos asedios, de los que el último, concluido con la toma de la ciudad por las tropas inglesas el 19 de abril de 1812, se ha hecho tristemente célebre en la historia por los horrores que le sucedieron, a semejanza del saqueo de Salamanca o de Zaragoza por las tropas napoleónicas.

En tercer lugar, los enclaves fortificados adquirieron muy rápidamente una importancia capital en este conflicto marcado por la guerrilla, permitiendo asegurar, al menos durante el día, un control de las vías de comunicación. Desde ese momento, como destaca Jean-Marc Lafon (2002: 20), «todas las ciudades y pueblos ocupados por los franceses fueron fortificados». Así, por ejemplo, el convento de la Cartuja, en los alrededores de Sevilla, fue provisto de un recinto amurallado compuesto por bastiones de adobe y dotado de cañones y morteros. Algunos edificios medievales fueron igualmente equipados y reforzados, como el palacio de la Inquisición en Córdoba o el Alcázar de Sevilla (Lafon, 2002). En cualquier caso, los muros, bastiones y otras obras defensivas no impedían que los enclaves fortificados fueran dañados por la guerrilla o tomados después de combates o por traición. Es así como, por ejemplo, durante la noche del 9 al 10 de abril de 1811, una partida de seiscientos hombres a las órdenes de Don Francisco Rovira se hizo con el fuerte de Figueras gracias a complicida-des en el interior de la plaza. A continuación, les fue necesario a las tropas napoleónicas un asedio muy largo (10 de abril-19 de agosto de 1811) para recuperar el fuerte. Por el contrario, una tentativa similar de la guerrilla en Rosas fue rechazada en febrero de 181311. Por todas estas razones, los planos de las fortificaciones peninsulares, y también los planos de asedio, adquirieron una gran importancia. Es, por consiguiente, comprensible el gran interés que despertó la obtención por parte de Chabrier, desde el mismo comienzo de la contienda, de una serie de «180 pequeños planos manuscritos de las plazas fuertes y costas de España», acompañados de memorias históricas; planos y memorias que fueron a continuación respec-tivamente copiados y traducidos.

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Los militares cartógrafos franceses sobre el terreno español

La solidez de la cartografía francesa a comienzos del siglo xix

En el seno del Ejército francés, el Cuerpo de Ingenieros Geógrafos está encargado de las tareas de-rivadas del vasto dominio de la Geografía militar. Su génesis se remonta a la Edad Media, cuando aparecen Ingenieros militares encargados específicamente de la construcción de las fortificaciones y del ataque de las plazas fuertes. Pero no fue sino a partir del último tercio del siglo xvi, cuando se desarrolló con ímpetu el ejercicio del levantamiento topográfico, con la multiplicación de los «levantamientos de planos parciales o más bien la representación de los emplazamientos y de los trabajos de fortificación en perspectiva caballera» (Berthaut, 1902: I, 3).

Después, a lo largo del siglo xviii, fueron apareciendo distintos calificativos nuevos, como los de ingénieur géographe, ingénieur aux fortifications, ingénieur des camps et des armées, ingé-nieur ordinaire du roi, etc., sin que en ningún caso sus respectivas funciones fuesen nítidamente definidas. Así, las operaciones de levantamiento topográfico eran realizadas tanto por ingenie-ros militares como por oficiales del Génie (Cuerpo de Ingenieros). Y si en 1691 vio la luz una efímera categoría de ingénieur pour les camps et armées, destinada en exclusiva a los trabajos topográficos y cartográficos, de hecho, la definición de las funciones de los diferentes tipos de ingenieros militares tuvo lugar en Francia muy tardíamente. En 1748 era creado el Cuerpo especial del Génie y su Escuela de Aplicación. Más tarde, las Ordenanzas del 26 de febrero de

Ingénieurs géographes (detalle). Ilustración de Carle Vernet para

el Règlement sur l’habillement […] et l’armement des troupes de

terre françaises […], IV. Musée de l’Armée, París.

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1777 fijaban oficialmente el título de ingeniero geógrafo militar, así como sus misiones, a saber, conjuntamente con los oficiales del Génie, la realización de los levantamientos topográficos (en tiempo de paz, en las fronteras, y en tiempo de guerra, en los cuerpos del Ejército). Los docu-mentos así realizados eran centralizados a continuación en el Dépôt des cartes et plans, fundado en 1688 y que se fundió en 1743 con el Dépôt des Fortifications en el Dépôt général de la Guerre.

Paralelamente, el saber disciplinar de los ingenieros geógrafos militares se aprovechará de los considerables progresos experimentados por la Cartografía francesa durante todo el siglo xvii, gracias especialmente a los trabajos de los Cassini, familia de cartógrafos y astrónomos italianos al servicio del Reino de Francia. En 1744, Maraldi y Cassini de Thury (Cassini III) proponían un proyecto para un nuevo mapa de Francia basado en una triangulación geodésica de todo el terri-torio nacional, gracias a la determinación por el Observatorio de París (a partir de un meridiano astronómico de base, el meridiano de París) de un «chasis» geométrico de 440 puntos repartidos por todo el territorio nacional. Este proyecto, que recibió la aprobación de Luis XV, derivaba de la previa comprobación de su método con ocasión de la campaña topográfica de Flandes (1741). Ésta fue la ocasión para que ingenieros geógrafos militares y geodestas civiles trabajaran conjuntamente en el levantamiento de las fronteras. Con la publicación en 1756 de la primera hoja (la de París) del llamado mapa de Cassini, primer mapa «moderno» de Europa, Francia experimentaba un avance disciplinar considerable, que por supuesto fue de provecho para los in-genieros geógrafos militares (que no dejaron de colaborar a partir de entonces en la elaboración de un nuevo mapa de Francia), pero también para todos los oficiales llamados a realizar trabajos cartográficos (oficiales del Cuerpo de Ingeniería y oficiales del Estado Mayor).

Las técnicas de levantamiento topográfico

Así pues, desde la realización del mapa de Cassini, los trabajos de levantamiento topográfico han de basarse, siempre que sea posible, en la elaboración de un entramado geodésico. De forma un tanto literaria, pero que resume muy bien el conjunto del proceso cartográfico, el ingeniero A. Allent alude al lugar que dentro de la elaboración de los mapas tienen dichas ope-raciones geodésicas en particular y las técnicas de levantamiento topográfico en general:

«Unos ingenieros se distribuyen por el territorio e, intrumentos en mano, calculan las líneas imaginarias mediante las que unen los principales puntos del país: el cielo mismo es interrogado para aprender a conocer la tierra. Otros, en esa red de triángulos, inscriben trián-gulos más pequeños y, guiados por los numerosos puntos que éstos determinan, proyectan sobre un plano los contornos del terreno y de todos los objetos que éste ofrece en su superfi-cie. El dibujo de imitación, la propia pintura, acuden en ayuda de la geometría y, sobre este entramado riguroso, reproducen, con toda su magia, las formas y los colores: es la naturaleza misma reducida a las dimensiones de su imagen» (Allent, 1802: 27).

Las operaciones geodésicas ocupan, pues, el primer lugar, lo que Allent llama la fase de «inte-rrogación del cielo», es decir, el conjunto de operaciones necesarias para localizar ciertos puntos de la superficie terrestre en función de su posición con respecto a una serie de elementos de referencia externos a la tierra, astros a los cuales se apunta con un instrumento que permite medir ángulos horizontales y verticales y, gracias a los consiguientes cálculos trigonométricos, determinar dicha localización. Desde los años 70 del siglo xviii, se había perfeccionado un instrumento que, siendo relativamente ligero y sencillo de utilizar, permitía realizar medidas

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12 «A causa de un enojoso suceso, ha sido precipitado (a las 10 de la noche) desde una terraza de 22 pies de altura por unos criminales, que se equivocaron [al atacar-le]. No se sabe nada de los culpables y él se encuentra en un estado tal que quizá no pueda trabajar en un mes». Carta de Cha-brier al general Sanson, 1 de octubre de 1808. Archivo del S.H.D., 3 M 355.13 Por ejemplo, el Levé à vue d’une partie de la province de Madrid près d’Illescas et Cedillo, al que se hará referencia a propó-sito de la cartografía madrileña realizada en torno a 1809. Archivo del S.H.D., 6M L12 B3 345.14 Por ejemplo, el Plan topographique des bords du Tage à la hauteur du pont d’Almaraz. Archivo del S.H.D., 6M L12 B3 585.

angulares suficientemente precisas, el llamado círculo de reflexión de Borda. Los puntos así localizados, unidos entre sí por «líneas imaginarias», formarán parte de una red de triángulos de referencia, la denominada red geodésica. Una especie de casillero en el que inscribir debi-damente los resultados de las observaciones realizadas sobre el terreno y que, a su vez, se puede ensamblar con cualquier otro mapa dotado de su correspondiente base geodésica.

Así pues, la existencia de la red geodésica es imprescindible para poder encajar convenien-temente entre sí mapas y planos resultantes del levantamiento topográfico propiamente dicho. De este último deriva, en efecto, una red de triángulos de menor tamaño, resultante de las mediciones angulares efectuadas exclusivamente sobre puntos terrestres. Como veremos más adelante, un problema fundamental para los resultados cartográficos obtenidos por el ejército napoleónico en España deriva precisamente de la ausencia de esa red geodésica, lo que va a impedir ensamblar adecuadamente entre sí los planos y mapas. En efecto, dicha red, a falta de suficientes medidas disponibles a la entrada de las tropas napoleónicas, no llega a poder completarse durante la campaña militar por el clima de inseguridad e inestabilidad. Así, en septiembre de 1808, Delahaye, encargado por sus superiores de llevar a cabo una campaña de levantamientos geodésicos, es atacado y precipitado desde lo alto de un rellano de casi siete metros de altura sobre la cual había situado su instrumento de medición12.

Las técnicas de levantamiento topográfico se adaptan de un modo bastante flexible a las ne-cesidades y disponibilidades instrumentales del momento. La más expedita, aunque también la de resultados menos exactos, corresponde a los llamados levantamientos «a la vista». Desprovistos de instrumentos, apremiados por la urgencia de las operaciones propiamente militares, muchos oficiales debieron contentarse con llevar a cabo esta técnica, en la que «no se pueden emplear ins-trumentos, ni siquiera medir las distancias a paso de hombre o de caballo» y en la cual «se trata de levantar con una gran celeridad los alrededores, el emplazamiento» y cualquier otra información de interés militar. Para lograr este fin, se trata de encontrar los «signos, indicios, analogías [que puedan] servir de guía para completar un entramado, determinar las distancias, las dimensiones principales del terreno y proporcionar una base a la representación» (Allent, 1802: 101 y ss.).

Lo ideal es contar con una base cartográfica preexistente, grabada o no, que contenga sufi-cientes elementos de referencia (edificios, puntos culminantes, red fluvial o las principales vías de comunicación) como para situar otros objetos que a su vez puedan servir de nuevos puntos de referencia, de modo que se trabaja como en un rompecabezas, rellenando poco a poco la base del dibujo. «Este arte ingenioso, del que el propio pintor hace uso en ocasiones, consiste en inscribir, mentalmente, figuras regulares en todas la figuras compuestas: el encadenamiento de las figuras principales forma, para el observador, un entramado imaginario que le guía en su reconocimiento» (Allent, 1802: 101 y ss.). Este procedimiento puede dar lugar tanto a mapas de escala regional13, como a pequeños planos urbanos o de detalles aislados14.

Es ésta una técnica generalmente empleada por los oficiales de Estado Mayor, y en la que importa sobre todo la capacidad de lectura de los mapas sobre el terreno y la habilidad para el dibujo. En cualquier caso, para llevarla a cabo con eficacia, es muy útil manejarse con soltura en las leyes de la perspectiva y contar con una cierta experiencia en los levantamientos con instrumental, con el fin de evitar los errores en la apreciación del tamaño de los objetos y de las distancias existentes entre ellos.

Finalmente, hay que tener en cuenta que, en presencia del enemigo, muchos reconocimien-tos debían llevarse a cabo de noche o con poca luz. «El crepúsculo es el momento más favorable para las que se hacen en presencia del enemigo», pero durante el día mismo «la obliteración de los contornos, la degradación de los tonos, los juegos de luces y sombras, pero sobre todo el carácter novedoso de los objetos, confunden los ojos del observador» (Allent, 1802: 101).

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Los llamados «levantamientos al paso» requieren de poco más instrumental: sólo unos cuantos jalones y unas cuerdas o cadenas de agrimensor bastan para medir las distancias y elaborar un entramado triangular que sirva de fondo al mapa, jalonando y midiendo los lados de dichos triángulos. Incluso puede prescindirse de algunos vértices no accesibles gracias al empleo de cálculos trigonométricos elementales. Así concebida, esta técnica es de gran utilidad para el levantamiento del interior de las ciudades o para añadir pequeños detalles a los mapas a gran escala.

El uso de la brújula y, en su caso, de la plancheta, permite ya unos resultados suficientemen-te rigurosos, al suponer la obtención de medidas angulares suficientemente exactas. Cuando se realizan con la brújula, los resultados numéricos de dichas medidas, obtenidos con relativa rapidez, se anotan en un papel y se reelaboran más tarde de forma gráfica, utilizando un trans-portador de ángulos que permite trazar la red trigonométrica y obtener así el cañamazo del mapa.

Ese mismo entramado se puede trazar de forma directa sobre el papel utilizando un ins-trumento que, sin embargo, es más engorroso de transportar, la plancheta. Ésta permite ir dibujando las líneas correspondientes a las diferentes visuales dirigidas a los puntos elegidos. Al dibujo del entramado así obtenido se pueden añadir simultáneamente sobre el terreno la figuración del relieve y los demás detalles que se consideran necesarios para el mapa. Se trata, en suma, de un procedimiento más directo y completo, pero que implica mayores molestias en el transporte y manejo del material, ya que cada vez que era situada en una nueva estación de observación, la plancheta debía ser orientada con la ayuda de una brújula especial llamada «de-clinatorio». Por esa razón, y por las propias referencias indirectas de los ingenieros geógrafos,

Lámina del manual de topografía de Dupain (1804) que ilustra el uso del «círculo de reflexión de Borda»

(parte superior izquierda) y las partes y uso de la plancheta.

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15 Como ejemplo, son muy significativas las instrucciones que Martinel da a sus in-genieros a propósito de la representación del relieve: las «normales», o líneas de máxima pendiente, deben usarse con una doble finalidad: para expresar la mayor o menor inclinación de las pendientes pero también para poner de manifiesto, por su mayor o menor densidad, la relación de alturas. Estos dos principios parecen difíci-les, si es que no imposibles, de compaginar, como manifiesta Berthaut (1902: I, 414), pero algunos de los ingenieros formados en el Piamonte, como Simondi, adquirirán una valiosa experiencia y destacarán en esta técnica de dibujo, como tendremos oportunidad de comprobar a propósito de la Península. El propio Berthaut resume los progresos perceptibles a lo largo de 1807: «El dibujo, ya muy satisfactorio, había me-jorado aún más desde el año anterior, y los estudios hechos en común durante el invier-no tenían mucho que ver en ese progreso sensible. La figuración del terreno mantenía su vigor y su efecto sin caer demasiado en el ennegrecimiento; las formas destacaban, nítidamente acusadas por las líneas de máxima pendiente, trazadas de acuerdo con las instrucciones» (Berthaut, 1902: I, 426).

todo apunta a que esta técnica haya sido empleada durante la Guerra de la Independencia en menor medida que la del levantamiento con brújula.

Finalizado el proceso de levantamiento, queda todavía por realizar la figuración adecuada del terreno y de los demás detalles del mapa, el diseño cartográfico propiamente dicho, a lo largo del cual, tal como dice Allent, el «dibujo de imitación, la pintura misma, vienen en ayuda de la geometría». Es éste un aspecto en el que las innovaciones a comienzos del siglo xix son especialmente importantes, y en el que, por otro lado, las conexiones artísticas con el paisajis-mo son evidentes.

La profunda renovación en los modos de representación cartográfica

En efecto, si, como hemos visto a propósito del círculo de reflexión de Borda, los últimos años del siglo xviii y primeros del xix conocen un esfuerzo considerable de adaptación de los ins-trumentos geodésicos y topográficos, conducentes a su simplificación de uso y aligeramiento, tan trascendente o más resulta ser la profunda transformación experimentada por los métodos de representación cartográfica.

Estas novedades técnicas y metodológicas serán difundidas por dos medios. En primer lugar, hay que tener en cuenta el importante papel jugado por la formación de los ingenieros geógrafos y de los oficiales de Estado Mayor y del Cuerpo de Ingenieros, tanto en las escuelas específicas como con ocasión de los propios trabajos sobre el terreno, como sucede con la precoz campaña topográfica dedicada al levantamiento de los planos de los campos de batalla del Piamonte, en la que se formarán decisivamente varios de los ingenieros que trabajarán en España, y particularmente en la región de Madrid, como es el caso de Bentabole y Simondi: en el Piamonte, bajo la dirección del ingeniero geógrafo Martinel, se pusieron a punto diversos procedimientos que desde entonces emplearán los ingenieros geógrafos franceses, sobre todo a propósito del relieve15. Por otra parte, los textos escritos en la época participan de la propaga-ción de los avances registrados en los campos del levantamiento geodésico y topográfico, del di-bujo y de la reproducción de los mapas y planos. Es el caso de los nuevos tratados cartográficos, debidos a autores franceses (Puissant, 1807) o a extranjeros traducidos por y para los militares franceses (Hayne, 1806), pero también el de una revista fundada a estos efectos por el Dépôt de la Guerre, el Mémorial topographique et militaire.

Hasta entonces, los criterios de representación topográfica eran hasta tal punto variables y arbitrarios que los trabajos realizados apenas podían ensamblarse entre sí. Por esa razón, el general Sanson, director del Dépôt, propuso, en plena efervescencia social y política de los años del Consulado, la creación de una comisión que tenía por fin «simplificar y unificar los signos y convenciones en uso en los mapas, los planos y los dibujos topográficos». Entre septiembre y noviembre de 1802, la comisión, compuesta por una veintena de especialistas que represen-taban a los diferentes cuerpos del Estado francés (Génie militaire, Marine et colonies, Ponts et Chaussées, Forêts, Mines, entre otros), se reunió varias veces para discutir los nuevos criterios de representación. Sus conclusiones, publicadas en las páginas del Mémorial topographique, resultan fundamentales, pues tienen que ver con cuestiones de tanta trascendencia como la adopción de unidades métricas, de escalas decimales, la adecuación de éstas a los diferentes tipos de documentos, el establecimiento de las altitudes tomando como referencia el nivel del mar, la eliminación de la representación de objetos en visión perspectiva, la representación del relieve mediante líneas de máxima pendiente, la unificación de los estilos de rotulación o las convenciones en el uso del color.

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16 Empezando por Auguste Chabrier, jefe del Bureau, con estudios de lengua latina e italiana, pintura, arquitectura civil e hi-dráulica, y que, formado con un tío suyo, ingeniero-jefe del departamento de la vau-cluse, había trabajado en los años 1790 como dibujante, arquitecto y topógrafo. Dossier de Auguste Chabrier, en el archi-vo del S.H.D., Xem. En el extremo opuesto de la escala jerárquica dentro del Bureau, Bayard, que, para enojo de sus superio-res, antes de entrar en la Península había rehusado presentarse al examen de mate-máticas, fue hecho prisionero al poco de comenzar los trabajos topográficos en Es-paña, y se salvó de una muerte casi segura en cautiverio, ganándose el pan gracias a su talento como pintor. Cartas de Sanson a Chabrier, con fecha 9 de mayo de 1808, y de Chabrier a Sanson, con fecha 2 de junio de 1811.

En la práctica, la casi totalidad de los inge-nieros geógrafos franceses que trabajaron en Es-paña respetó lo esencial de las normas derivadas de los trabajos de la comisión. Por el contrario, su aceptación entre los oficiales de Estado Ma-yor o del Génie fue muy variable, como lo de-muestra, por ejemplo, el uso en ciertos mapas y planos de la representación en perspectiva de algunos elementos o el empleo de unidades no métricas.

Sea como fuere, para que la información contenida en los mapas resultase militarmente útil era necesario que los modos de representa-ción evocasen suficientemente la realidad y que el resultado fuese legible. Se trataba ante todo de lograr la capacidad evocadora de mapas que representaban una realidad bastante desconoci-da. Para lograrlo, la cartografía militar francesa de la época recurría, como ya se ha dicho, a la

pintura, y, en particular, a la pintura paisajista. Es con ese espíritu con el que la comisión topo-gráfica de 1802 manifiesta a propósito de la figuración del terreno sus preferencias por las líneas de máxima pendiente. De este modo, uno de sus miembros más señalados, Bacler d’Albe, dice a propósito del efecto de relieve que está convencido de «que se puede expresar en las líneas de máxima pendiente, por medio de los tonos; y por un empleo delicado de la luz, de las sombras y de los colores, hacer del dibujo de los mapas un arte de imitación, un nuevo género de pintu-ra geométrica» (Bacler d’Albe, 1802: 21). Así, por ejemplo, el dibujo cartográfico toma prestado de la pintura paisajista el principio de la perspectiva atmosférica o aérea, logrando el efecto de alejamiento de los objetos más bajos por medio de una suavización de los tonos.

Bajo ese mismo punto de vista, sorprenden las calidades estéticas de numerosos mapas ejecutados durante la Guerra de la Independencia, testimonio de un esfuerzo expresivo que hay que poner en relación con la sólida formación artística de la mayoría de los ingenieros geógrafos que trabajaron en España16.

La difusión de los mapas y planos: las técnicas de reproducción

Si, por falta de una red geodésica, la utilidad de los planos y mapas elaborados durante la Gue-rra de la Independencia se vio seriamente comprometida en su objeto político y administrativo de construir un mapa peninsular, su utilidad militar inmediata en plena campaña quedó seria-mente disminuida por la falta de un sistema de reproducción suficientemente eficaz.

En efecto, una vez producidos los mapas y planos, era esencial su difusión entre los mandos del ejército. En tiempos de guerra, estaba previsto en la época el grabado de los documentos cartográficos por medios relativamente rápidos (Bacler d’Albe, 1802: 65-90), pero en la práctica es la copia a mano, con ayuda de compases y otros instrumentos, o mediante calco, el medio más empleado por los ingenieros geógrafos del Bureau topographique, lo que, aparte de restar tiempo a sus trabajos de levantamiento y dibujo de documentos originales, resultó poco eficaz, sobre todo teniendo en cuenta que, a la copia de los propios planos y mapas producidos por el

Fragmento de la Lámina del Mémorial topographique et

militaire que acompaña las actas de la Commission topographique de 1802. Símbolos y medios de

representación propuestos para la representación a escala 1:500.000

de los núcleos de población y las fortificaciones.

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17 Archivo del S.H.D., 3 M 355.18 Esta carencia se manifestará hasta el final de la estancia de los ingenieros geó-grafos franceses en España. Por ejemplo, Chabrier pide en una carta dirigida a San-son el 1 de abril de 1811 el envío de un centenar de hojas de papel calco, porque desde la campaña de Extremadura «estaba en las últimas».19 «Acabo de saber que el correo del 29 de junio está entre los que han sido dego-llados por los insurgentes», dice Chabrier en un correo dirigido a Sanson el 19 de septiembre de 1808 (Archivo del S.H.D., 3 M 355).20 Carta de Bory a Muriel, 6 de septiembre de 1813. Archivo del S.H.D., 3 M 355. Fi-nalmente, el propio Bory acaba por confir-mar a Muriel la pérdida de buena parte del material cartográfico, en otra carta enviada desde San Juan de Luz el 22 de septiembre de 1813.

Bureau, se añadía la de los que se habían ido recogiendo en los archivos españoles, principal-mente en los primeros meses de la guerra. De todo ello ha quedado abundante constancia en la correspondencia mantenida entre Chabrier, jefe del Bureau, y Sanson, director del Dépôt. Es muy ilustrativo a este respecto que, mientras que, como veremos más adelante con deta-lle, el primero se queja de la falta de resultados, el segundo se hace eco de la falta de medios personales y materiales para los trabajos de los ingenieros del Bureau en general y para los de reproducción en particular. Así, por ejemplo, en una misiva datada el 21 de julio de 1808, Chabrier se queja de que las cincuenta hojas de papel de calco que se han hecho traer de París llegan a Madrid en un estado lamentable por no haber previsto un cilindro de madera para su transporte17. Por su lado, en una carta enviada a Sanson el 29 de noviembre de 1808, el general Guilleminot, jefe de Estado Mayor del mariscal Bessières, hace notar las dificultades en las que se desarrolla el trabajo cartográfico de su adjunto, debido a la inestabilidad permanente y «a la ausencia de papel de calco en este país»18.

No hay que olvidar, por otro lado, las difíciles condiciones en las que funcionaba el correo entre los diferentes jefes militares y entre éstos y París. Así, mientras que sobre ciertas vías de comunicación sorprende en ocasiones la rapidez de la comunicación, en muchas otras es fre-cuente la interceptación de los correos por el enemigo19.

De ahí el riesgo extremo que se corría cuando en bastantes casos, a falta de copias, eran los propios originales los que circulaban por España en plena guerra. Ésta es la causa de la desapa-rición de valiosos mapas como el que Bory de Saint-Vincent realizó sobre Galicia y del que hoy en día sólo se conservan algunos esbozos. Hacia el final de la guerra, el 6 de septiembre de 1806, dice el autor del mapa en un correo dirigido a Sanson que:

«Es seguro que, desde el comienzo de mi estancia en España, hace ahora mismo cinco años, dirigí al Dépôt de la Guerre, por amor al progreso de la topografía, diversos materiales sobre el Reino de León, Asturias y Galicia. Usted me asegura que no le han llegado, aunque yo los haya enviado por el mismo convoy en el que trasladé a M. de Laborde unas observa-ciones bastante extensas sobre su gran obra, observaciones que recibió y me agradeció. Estoy muy enfadado por una pérdida que privó al Dépôt de algunos detalles bastante valiosos, pero el mal no carece de remedio, buscaré entre mis materiales todo lo que yo posea»20.

A este mismo respecto es muy significativo que cuando Chabrier, en octubre de 1809, viaja a París para mostrar los resultados de los trabajos hasta entonces desarrollados en el Bureau, lo hace con los documentos originales. Entre ellos lleva el único ejemplar disponible de un mapa que representa «las cinco principales carreteras de España», que había sido hecho «a toda prisa», sin tiempo para realizar las copias. Cuando el 1 de marzo de 1810 Chabrier pide desde Sevilla a Sanson una copia de dicho mapa, necesario para completar su «Mapa militar de España», éste se la envía, ordenándole que dé acuse de recibo de la misma. Pero parece que el mapa nunca llegó a su destino, por lo que Sanson hace responsable a Chabrier de encontrar la copia en cuestión21. Este roce no es, por otro lado, más que una entre tantas muestras de la escasa fluidez en la comunicación entre el jefe del Bureau y sus superiores en el Dépôt de la Guerre.

La organización del Bureau topographique de l’Armée d’Espagne

La mayor parte de los documentos cartográficos elaborados con ocasión de la Guerra de la Independencia, y en particular los más conseguidos, fue realizada por los ingenieros geógrafos

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21 Carta del general Sanson a Chabrier, 19 de agosto de 1810. Archivo del S.H.D., 3 M 355.22 Nicolas Antoine Sanson, (1756-1824). Simple voluntario en 1792, terminó el pe-ríodo del Primer Imperio con el grado de General de División, después de haber sido nombrado Conde del Imperio en 1808 y de haber llevado la dirección del Dépôt de la Guerre de 1802 a 1812.23 Ibid.

franceses adscritos a l’Armée d’Espagne. En efecto, desde el mismo comienzo de la campaña militar, el Dépôt de la Guerre, por orden de Napoleón, destaca a una pequeña parte de sus miembros para constituir el Bureau topographique de l’Armée d’Espagne, que fue dirigido princi-palmente por el comandante Auguste Chabrier. En un primer momento, estos ingenieros geó-grafos convivieron con los miembros del gabinete topográfico privado del Emperador, enviado a Madrid en mayo de 1808.

Los servicios topográficos del Imperio y el gabinete topográfico privado de Napoleón

Durante el primer Imperio, los servicios topográficos se organizan en tres niveles distintos. Por un lado, como colofón de todos los servicios concernientes a la Geografía militar, se encuentra la institución del Dépôt général de la Guerre, al que está adscrito el Cuerpo de Ingenieros geó-grafos. El período que va de la Revolución al Consulado fue uno de los más caóticos para este último: suprimido en agosto de 1791 por la Asamblea Constituyente, fue restablecido dos años más tarde por el Comité de Salut Publique.

El Dépôt de la Guerre pasaría por análogas peripecias, con varias e importantes reorganiza-ciones sucesivas. Así, por ejemplo, en 1793, la elaboración del gran mapa de Francia de Cassini es transferida de los servicios del Observatorio de París al Dépôt, antes de que el Ministerio del Interior se haga cargo temporalmente de ella cuatro años más tarde. En 1794, sus colecciones de mapas, memorias y obras geográficas se enriquecían considerablemente gracias a la trans-ferencia de los fondos de la efímera Agence des Cartes, creada por el Comité de Salut Publique, que había sido encargado de recuperar este tipo de documentos en los fondos de los estable-cimientos suprimidos (instituciones religiosas principalmente) y en las bibliotecas de los emi-grados políticos. Y ese mismo año, el Dépôt creaba un taller de grabado, cuyo fin era recopilar y elaborar los materiales topográficos destinados a los diferentes servicios del Estado, y que en lo sucesivo sería suprimido y restablecido varias veces durante los revueltos años de la Primera República. Es este servicio el que se hará cargo de la reproducción de los documentos originales elaborados por los ingenieros geógrafos en campaña.

Cuando el general Sanson22 se hizo cargo de la dirección del Dépôt en 1802, este último reunía ya unas colecciones de reseñable riqueza, con una biblioteca de 8.000 títulos «donde se encuentra una valiosa colección de atlas» (Vallongue, 1802: 40), archivos antiguos y modernos que representan 3.600 volúmenes y carpetas, a las que se añadían cerca de 4.000 memorias descriptivas, 4.700 mapas grabados («de dos hasta 25 ejemplares»), así como 7.400 «mapas manuscritos, planos o valiosos dibujos de marchas y batallas»23. Paralelamente, los efectivos del Cuerpo de Ingenieros Geógrafos habían pasado de veintiuno en 1799 a noventa en 1802. Pero aún le hicieron falta a Sanson seis años de gestiones antes de obtener una verdadera organiza-ción «estable» del Cuerpo de los ingenieros geógrafos militares, decisión que tomó Napoleón en noviembre de 1808, desde Burgos.

En el escalón inferior del Dépôt, se encontraban las oficinas topográficas regionales, puestas en funcionamiento durante el Consulado para responder a las necesidades del Primer Cónsul en materia de documentos cartográficos. Como destaca Berthaut (1902: I, 231), «Napoleón otorgaba una capital importancia a los mapas topográficos y no configuraba ningún proyecto sin haber estudiado, no sólo un mapa, sino todos los mapas, todos los planos, todos los do-cumentos, con demasiada frecuencia contradictorios, que se le podían proporcionar sobre la región que tenía a la vista». Así, el año 1801 veían la luz dos oficinas topográficas regionales, la primera en Baviera, dirigida por Bonne, y la segunda en Italia, bajo la dirección de Brossier,

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24 Louis-Albert Ghislain Bacler d’Albe, 1761-1824. Simple voluntario en 1793, destacó muy pronto por su talento para el dibujo, sirviendo principalmente como in-geniero geógrafo durante la Campaña de Italia, en la que su suerte quedó unida a la del general Bonaparte. Nombrado jefe del Cuerpo de Ingenieros Geógrafos franceses en diciembre de 1799, experimentará un rápido ascenso, reflejo de sus innegables cualidades: coronel en 1807, es nombra-do barón del Imperio en 1810, General de Brigada en 1813 y director del Dépôt de la Guerre en 1814. La segunda Restaura-ción le resultará fatídica, como a muchos de los que se volvieron a unir al Emperador durante el período llamado de «los Cien Días». También fue un pintor y grabador de gran calidad, dedicándose principalmente a la representación de campos de batalla.25 Carta de Bacler d’Albe al general San-son, Bayona, 16 de mayo de 1808. Archi-vo del S.H.D., 3 M 355.26 Carta del general Sanson a Bacler d’Albe, París, 21 de mayo de 1808. Archi-vo del S.H.D., 3 M 355.

encargada esta última de levantar el mapa del Piamonte. A continuación, en 1803, una colabo-ración entre los dos países permitía la creación del Bureau topographique d’Helvétie, instalado en Estrasburgo (!), dirigido por Henry y encargado de realizar un mapa «moderno» de todo el país, cuyos trabajos se interrumpieron en 1815 (Rickenbacher, 2007).

Por último, al margen de esta organización, el general Bonaparte, futuro Primer Cónsul y más tarde Emperador, había conseguido durante la campaña de Italia de 1796 la puesta a su disposición de ingenieros geógrafos para formar un servicio topográfico distinto al del Ejército, esto es, el antecedente del futuro Cabinet topographique de l’Empereur. Puesto desde su creación bajo las órdenes de Bacler d’Albe24, este servicio topográfico «privado» acompañó a Napoleón Bonaparte durante todas sus campañas militares, manteniendo a su disposición importantes colecciones de memorias geográficas y de mapas topográficos salidos tanto de los fondos del Dépôt de la Guerre como del comercio, o incluso de «confiscaciones forzosas» realizadas en los depósitos y servicios enemigos. Es ésta precisamente la razón principal del envío de Bacler d’Albe a Madrid, donde permaneció todo el mes de abril de 1808, antes de volver a Francia el mes siguiente. A título anecdótico, habiéndose mostrado bastante decepcionantes los resulta-dos de la búsqueda emprendida en los fondos españoles, Bacler, con el fin de no volver con las manos vacías, recurriría al Dépôt de la Guerre: en mayo de 1808, en efecto, señala al general Sanson que el Emperador desearía tener algunos mapas de los presidios españoles, «al igual que todo lo que pudiera tener relación con las potencias berberiscas, Marruecos, Argelia, Túnez»25. En respuesta, Sanson no pudo dirigirle más que un plano de Argel, así como otro de la isla de Tabarca, en la costa de Berbería26. Bacler volvería de nuevo a España algunos meses más tarde, acompañando a Napoleón con ocasión de la breve campaña que éste hizo desde noviembre de 1808 a enero de 1809, y que tuvo como principal finalidad la reconquista de Madrid, de nuevo en manos francesas el 3 de diciembre de 1808.

Estas dos estancias de Bacler en España fueron ocasión para la elaboración de diversos croquis que más tarde estarían en el origen de varios de los grabados referidos a España que constituyen el segundo tomo de un libro titulado Souvenirs pittoresques, publicado por Bacler entre 1819 y 1822. En dichos grabados, con una visión marcadamente romántica, refleja algunos de los paisajes españoles y, con cierta frecuencia, escenas protagonizadas por las tropas napo-leónicas y por la guerrilla.

Los avatares del Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne

Constituido en Bayona el 27 de febrero de 1808 por orden directa de Napoleón, los trabajos de esta oficina topográfica regional se desarrollaron de hecho entre marzo de 1808 y julio de 1811, es decir, durante un período más corto que el correspondiente a la ocupación francesa. Entre esas dos fechas, la oficina topográfica conocería «buenos tiempos», pero sobre todo muchos «momentos bajos». Desde su toma de posesión, el jefe de batallón Chabrier se enfrentó en efecto a un gran número de problemas recurrentes.

En primer lugar, durante toda su estancia en la Península, los ingenieros geógrafos debieron atender a las demandas frecuentemente contradictorias de las diferentes autoridades militares. Por un lado, el general Sanson deseaba dirigir desde París los trabajos del Bureau e imponer la realización de un programa definido por él mismo. Se puede tomar como ejemplo el caso de los mapas de la vertiente sur de la frontera franco-española, que, como ya se ha dicho, fueron levantados por ingenieros españoles entre 1780 y 1792 con motivo de los trabajos de una co-misión bipartita de delimitación de la frontera pirenaica: entre junio de 1808 y marzo de 1810,

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27 «Esta obra fue remitida al Príncipe de la Paz en el año 1808, y en todas las oficinas ministeriales de Madrid se ignora lo que ha sido de ella». Carta de Chabrier al Dépôt de la Guerre, 1 de junio de 1809. Archivo del S.H.D., 3 M 355.28 «Por otro lado, no sé por qué su corres-pondencia tiene siempre el carácter de una correspondencia un tanto privada». Carta del general Sanson a Chabrier, 18 de sep-tiembre de 1809. Archivo del S.H.D., 3 M 355.29 Carta del general Sanson a Chabrier, 22 de septiembre de 1809. Archivo del S.H.D., 3 M 355.30 Bayard, Berlier, Darnaudin, Defransure, Delahaye, Guibert, Laignelot y Lerouge.31 Berlier, gravemente enfermo, vuelve a Francia en agosto de 1808. El mismo mes, Bayard es requerido por el mariscal Bessières para su Estado Mayor, y Laigne-lot, por el mariscal Jourdan. Delahaye, de edad avanzada, está muy disminuido por la enfermedad; y por último, Guibert ya no quiere servir en el Cuerpo de Ingenieros Geógrafos y en septiembre de 1808 diri-ge su dimisión al General Sanson, que la rechaza.32 Carta del general Sanson a Chabrier, 23 de junio de 1808. Archivo del S.H.D., 3 M 355.33 Carta de Chabrier al general Sanson, Madrid, 1 de mayo de 1808. Archivo del S.H.D., 3 M 355.34 «No tuve más que una hora para cargar a toda prisa mi coche con todos los mate-riales topográficos». Carta de Chabrier al general Sanson, Burgos, 10 de agosto de 1808. Archivo del S.H.D., 3 M 355.

Sanson no dejará de pedir a Chabrier que encuentre esos documentos de gran calidad que el Dépôt no poseía. Habiendo respondido Chabrier en junio de 1809 que, a pesar de sus múltiples investigaciones, esos mapas eran imposibles de encontrar y que seguramente se encontraban en manos del enemigo27, puede comprenderse que la insistencia de su superior a este respecto haya acabado por contrariarle un poco. De igual modo, Sanson se opuso constantemente al proyecto de Chabrier de levantar un nuevo mapa de España a escala 1:200.000, cuestión de la que nos volveremos a ocupar más adelante. Así, sólo con estos dos ejemplos puede comprenderse fá-cilmente que las relaciones entre estos dos hombres fueran permanentemente tensas, llegando incluso Sanson a reprochar el tono poco educado del contenido de las misivas enviadas a París por su subordinado28.

Por otro lado, Chabrier debe plegarse a los deseos diversos y variados de los diferentes oficiales superiores al mando de las tropas francesas. Se trata de la mayor parte de los generales y mariscales que deseaban que se les atribuyesen uno o varios ingenieros geógrafos del Bureau topographique con el fin de reforzar su propio Estado Mayor. Así, por ejemplo, en septiembre de 1810, Sanson señala a Chabrier que este último deberá prescindir desde ese momento de la ayuda de dos de sus ingenieros, Richoux y Laignelot, adscritos al Ejército de Portugal, y más concretamente al Estado Mayor del mariscal Masséna: «No he sido además advertido [...] y finalmente no hubiese podido hacer nada, siendo su S. el Príncipe de Neuchâtel [el mariscal Berthier] el único que tiene el derecho y la cualificación para regular el funcionamiento de todos los servicios en España»29. Los ingenieros geógrafos eran sometidos en consecuencia al vaivén incesante de las tropas o eran transferidos hacia otros destinos, incluso fuera de España, lo que perturbaba considerablemente su trabajo.

En tercer lugar, el Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne sufrió constantemente de lo reducido de sus efectivos, mientras que las demandas de que era objeto, principalmente por parte del Dépôt, eran muy importantes. En sus comienzos, Chabrier disponía de ocho oficiales30, pero a consecuencia de diversos sucesos, no le quedaban en actividad más que tres en septiembre de 180831, en tanto que el general Sanson se impacientaba de no haber visto todavía nada de los trabajos emprendidos: «No sé qué responder cuando el Ministro de la Guerra me pregunta si tengo resultados de su sección»32. Y si bien a partir de enero de 1809 Chabrier recibe unos refuerzos de personal considerables con la llegada de diez nuevos ingenieros geógrafos muy experimentados (venidos de las oficinas topográficas de Saboya, Piamonte e Italia), esta situación ideal no durará más que dos meses. En efecto, desde el mes de marzo siguiente, el Bureau topographique sufre una importante amputa-ción por la marcha de ocho de sus miembros, redirigidos hacia Estrasburgo primero, y hacia Alemania más tarde.

Por último, los ingenieros geógrafos se enfrentarán continuamente a condiciones materiales en extremo difíciles, que obstaculizarán constantemente su trabajo. Para empezar, la declarada hostilidad de la población local hacía muy peligrosas las operaciones sobre el terreno. Así, menos de dos meses después de su entrada en España, Chabrier señala desde Madrid, en una carta fecha-da el 1 de mayo de 1808, que sus oficiales han sido atacados a pedradas «por el pueblo español» con ocasión de las primeras operaciones de levantamiento topográfico emprendidas (las de Burgos y sus alrededores), lo que no presagiaba nada bueno: «Mucho me temo —seguía— que experimen-temos grandes dificultades para operar en medio de un pueblo en exceso supersticioso, siempre dispuesto a las insurrecciones»33. Como si hubiera sido una visión premonitoria, al día siguiente, a continuación del levantamiento del 2 de mayo, Chabrier abandonaba de forma precipitada la capital, consiguiendo salvar in extremis el fondo documental del Bureau topographique34.

Además, las emboscadas de la guerrilla se saldaban frecuentemente con la muerte de los co-rreos, interceptando así los trabajos realizados. Por ejemplo, en junio de 1810, el ingeniero geó-

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35 Como en la carta de Chabrier a Sanson del 4 de julio de 1810: «Temiendo que sus cartas o las mías no hayan sido intercep-tadas por los insurgentes, voy a hacer una relación de ellas. Desde aproximadamente mi salida de Madrid, he tenido el honor de escribirle el 1 de abril, el 5 del mismo mes, el 1 de mayo y el 2 de junio; y no he reci-bido ninguna de sus cartas». Archivo del S.H.D., 3 M 355.36 Carta de Chabrier al general Sanson, 19 de septiembre de 1808. Archivo del S.H.D., 3 M 355.

grafo Richoux, atacado durante un reconocimiento en Sierra Morena, pierde todos sus papeles e instrumentos… aunque salva su vida. Esta constante inseguridad de las vías de comunicación iba a hacer más complicados por añadidura los intercambios epistolares entre el Bureau y el Dépôt, de tal modo que en las misivas intercambiadas no se dejaba de hacer un resumen previo de las cartas recibidas o supuestamente perdidas35.

Así, por todas estas razones, y como destaca Chabrier desde septiembre de 1808, los inge-nieros geógrafos en funciones en la Península experimentaron muy rápidamente un profundo desánimo, intentando «todos cambiar de función o aprovechar las halagadoras oportunidades que se les prometen»36.

Otros militares cartógrafos: los oficiales de Estado Mayor y del Génie

Durante la Guerra de la Independencia, una parte no despreciable de las realizaciones carto-gráficas y de las memorias de los reconocimientos franceses son obra de los oficiales de Estado Mayor y del Cuerpo de Ingenieros (Génie), cuyas misiones y condiciones de trabajo diferían en buena medida de las propias de los ingenieros geógrafos.

En sentido amplio, un Estado Mayor corresponde a un grupo de oficiales especializados que, en número variable, son puestos a la disposición de un mando para ayudarle en su toma de decisiones, transmitir sus órdenes, cuidar de su aplicación y desempeñar otras misiones «de confianza». Si el Emperador posee su propio Estado Mayor, de nutrida composición y denomi-nado Quartier général imperial, en cada nivel de mando podemos encontrar un Estado Mayor: en los Cuerpos del Ejército, las divisiones, las brigadas, los regimientos, los batallones o los escuadrones, e incluso en el nivel de las compañías. Así, en el escalón del Cuerpo de Ejército, el Estado Mayor incluye en principio cinco ingenieros geógrafos (Pigeard, 2004: 249). Pero con ocasión de los combates en España y en Portugal, lejos de esto, los mariscales al mando de los diferentes Cuerpos del Ejército no dejaron de requerir a los ingenieros geógrafos del Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne. Es así como, por ejemplo, el capitán Laignelot pasó una

Cartografía realizada por un oficial de Estado Mayor. Detalle del mapa itinerario de Asturias realizado por

Bory de Saint-Vincent en 1809. Archivo del S.H.D., 6M L III 43.

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37 Carta de Muriel al general Sanson, París, 4 de enero de 1809. Archivo del S.H.D., 3 M 355.38 Carta del general Sanson a Muriel, Toulouse, 17 de enero de 1809. Archivo del S.H.D., 3 M 355.

buena parte parte de su estancia en la Península Ibérica en los estados mayores del mariscal Jourdan, primero, y del mariscal Masséna, más tarde, convirtiéndose así en un gran especialista de la geografía de Portugal. De manera que, a falta de ingenieros geógrafos, los mariscales y generales confiarán a sus oficiales de Estado Mayor (y principalmente a los que provienen del Cuerpo de Ingenieros, formados teóricamente en la representación cartográfica) la realización de las misiones «geográficas», y entre ellas, principalmente, los reconocimientos. Una cuestión importante a subrayar es que todos estos oficiales de Estado Mayor, cualquiera que fuese su especialidad, no trabajaban coordinados por el Bureau Topographique, sino bajo la dependencia jerárquica de sus superiores inmediatos, esto es, los comandantes de los diferentes cuerpos del Ejército que entonces luchaban a lo largo y ancho de la Península Ibérica: MacDonald en el Ejército de Cataluña, Suchet en el de Aragón, Masséna en el de Portugal, etc. De este modo, el número de los que estaban especialmente encargados de las cuestiones «geográficas» en el seno de sus estados mayores respectivos era variable según el interés que cada una de estas fi-guras militares daba a este asunto. Así, en sus memorias, el célebre general Marbot destaca que Masséna, «que no tenía más que una muy incompleta formación, tenía en gran consideración a los ingenieros geógrafos capaces de presentarle buenos planos [y que] había tomado a varios de ellos para su Estado Mayor» (Marbot, 1894: II, 336). Pasa lo mismo con el mariscal Soult, cuyo apoyo a Bory de Saint-Vincent permitió a éste realizar algunos pequeños reconocimien-tos cartográficos y científicos fuera del marco de las operaciones militares propiamente dichas (reconocimiento de Sierra Nevada, o incluso de los lugares citados en el Quijote, etc.).

En cuanto a los oficiales del Cuerpo de Ingenieros, se repartían principalmente, entre los estados mayores de los diferentes cuerpos del ejército, el mando de las compañías de zapado-res encargados principalmente de los asedios de las plazas fuertes (que tan numerosos fueron durante la Guerra de la Independencia) y las guarniciones de las ciudades fortificadas y plazas fuertes ocupadas por las tropas francesas. Es sobre todo por esta función por la que emprende-rán el levantamiento topográfico de las fortificaciones, de los que existen numerosos ejemplos en los archivos militares franceses (El Retiro, Ciudad Rodrigo, Badajoz, San Sebastián, Gerona, Pamplona, etc.).

El muy variable grado de formación de estos diferentes oficiales, añadido a la necesaria rapidez de ejecución de los trabajos, frecuentemente realizados en la vanguardia y a veces en contacto con el enemigo, explica la gran heterogeneidad de los resultados obtenidos. La calidad de los documentos realizados por los oficiales del Cuerpo de Ingenieros y por los oficiales de Estado Mayor no salidos del Cuerpo de Ingenieros Geógrafos, resulta ser en general inferior a la de los documentos elaborados por el Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne. En muchos casos, se trata de simples «levantamientos a la vista», realizados sin instrumental y sobre bases preexistentes poco fiables. En cualquier caso, existen notables excepciones, como las de los ofi-ciales experimentados en el trabajo cartográfico y geográfico; es el caso de Théviotte, Calmet-Beauvoisin, Pelet o Bory de Saint-Vincent. Por añadidura, hay que señalar que, a pesar de las innegables cualidades de una pequeña porción de entre ellos, los ingenieros geógrafos no los tenían en gran consideración. Así lo demuestra, por ejemplo, el resultado del levantamiento del plano de la batalla de Espinosa por el capitán de Estado Mayor Gentil, que fue inmediatamente grabado por el servicio de reproducción del Dépôt y pésimamente valorado por Muriel, el di-rector adjunto de este mismo organismo: «El plano de Gentil, que de tal sólo tiene el nombre, ha estado a punto de hacernos mirar para otro lado y el más flojo de nuestros ingenieros no ha-bría querido realizarlo»37. En cuanto al general Sanson, estima «vergonzoso para los ingenieros geógrafos que se encuentran en el Ejército que sea un ingeniero militar el que haya levantado y dibujado este plano»38.

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39 Como, por ejemplo, en el plano de Ur-gel que, fechado el 15 de julio de 1811, se encuentra en el fondo 1 M 341 del Archivo del S.H.D.40 «La originalidad de Mézières no consiste solamente en ser una escuela de instrucción y de formación militar. Pronto se convier-te en uno de los crisoles de la ciencia de su época. [...] De 1748 a 1792 (desde su creación hasta su desaparición), la escuela recibe 542 alumnos, de los que se sabe que han sido verdaderamente seleccionados desde el punto de vista intelectual» (Blan-chard, 1992: 141).41 Carta del barón de Guilleminot, jefe de Estado Mayor del Ejército de Cataluña, al general Sanson, Gerona, 3 de junio de 1810. Archivo del S.H.D., 3 M 355.42 Se trata de la tercera edición de una obra publicada por primera vez en 1820, y, por tanto, muy próxima a la práctica vigen-te durante la Guerra de la Independencia.

Es, sin embargo, en el levantamiento cartográfico de las fortificaciones donde los oficiales del Cuerpo de Ingenieros dieron la mejor prueba de su valía39; hay que destacar que desde los tiempos de Vauban, y a lo largo del siguiente siglo con la École du Génie de Mézières (fundada en 1748 y reemplazada en 1793 por la École Polytechnique), este tipo de ejercicio forma parte del propio núcleo formativo de esos oficiales, considerados como la élite intelectual y científica del Ejército francés40. Pero su trabajo en la Guerra de la Independencia sufrió las mismas dificul-tades que las encontradas por sus colegas ingenieros geógrafos en cuanto a la imposibilidad de satisfacer las exigencias de sus superiores por falta de efectivos. Así, por ejemplo, en junio de 1810, el general Guilleminot, después de haber señalado al Ministro de la Guerra que el Estado Mayor del Ejército de Cataluña estaba totalmente desprovisto de ingenieros geógrafos, pedía un importante refuerzo de oficiales del Cuerpo de Ingenieros; a consecuencia de lo reducido de sus efectivos, les era en la práctica «imposible dedicarse al levantamiento cartográfico»41. Estos mismos oficiales se encontraron a continuación en primera línea con ocasión de los asedios, dirigiendo tanto los trabajos de construcción (de paralelas y trincheras de aproximación, de localización de pozos para las minas, etc.) como de defensa.

En cualquier caso, puede verse también en la oposición entre ingenieros geógrafos dependien-tes del Dépôt y oficiales de Estado Mayor o del Cuerpo de Ingenieros la explicación de la retención de muchos de los mapas y planos ejecutados por estos últimos. En efecto, con frecuencia muchos de estos documentos no eran dirigidos hacia el Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne o hacia el Dépôt de la Guerre, sino que frecuentemente quedaban en manos de los citados oficiales o en las de sus superiores inmediatos. Por esta razón, al final de la campaña de España, Bory de Saint-Vincent aún estaba en posesión de un gran número de documentos que comunicó finalmente al Dépôt... en 1823, como consecuencia de la fundada petición de este último.

Pero, si se ponen a un lado estas particularidades de organización, hay que hacer notar que a lo largo de su estancia en España, el trabajo de los oficiales de Estado Mayor encargados de las misiones topográficas se desarrolló en condiciones extremadamente difíciles, similares a las que conocieron los ingenieros geógrafos integrantes del Bureau Topographique: «España fue el lugar donde el número de muertos y heridos entre los oficiales de Estado Mayor, los ‘oficiales de ordenanza’ y los Ayudantes de Campo fue más elevado» (Rolin, 2005: 23).

Los tipos de mapas realizados por las tropas napoleónicas en España

Los reconocimientos militares

Como señalaba en 185042 el general suizo Guillaume Henri Dufour, quien en su juventud había combatido en el seno de las tropas napoleónicas, los mejores mapas «disponibles en el comer-cio» no eran suficientes para la estrategia militar:

«Nunca podrá leerse en ellos el grado de inclinación de la pendiente de una montaña, la profundidad de una marisma, el espesor de un bosque, la fuerza de una corriente, la natura-leza del suelo, etc.; es necesario, pues, que las descripciones escritas suplan la imperfección de las descripciones dibujadas» (Dufour, 1850: 221).

En tiempo de paz, las operaciones de levantamiento de los mapas, realizadas por ingenieros geógrafos, son acompañadas, pues, por la redacción de memorias descriptivas que suministran en detalle

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43 Octave Levavasseur (1914): Souvenirs militaires d’Octave Levavasseur, officier d’Artillerie, aide de camp du Maréchal Ney, citado por Rolin (2005: 254).

«nociones recogidas con cuidado sobre las influencias del clima, la naturaleza del suelo, el estado de las carreteras, la población, el espíritu de los habitantes, los recursos del país; en una palabra, sobre todo lo que el dibujo no puede expresar».

Pero en el marco de un conflicto armado, por falta de tiempo y por la urgencia de facilitar la información solicitada, «los dibujos se convierten en esquemas y las descripciones no son más que reconocimientos» (Allent, 1802: 28). Podemos en cualquier caso señalar algunas excepcio-nes a la regla, como, por ejemplo, los reconocimientos realizados por el oficial de Estado Ma-yor Bory de Saint-Vincent. Una descripción de este último, realizada por Octave Levavasseur (que, como él, era ayudante de campo del mariscal Ney) ilustra bien las destacadas capacidades cartográficas de Bory:

«Bory de Saint-Vincent tenía una facilidad maravillosa para el levantamiento de planos a la vista. En un territorio tan ondulado como el de España, y donde las posiciones eran tan difíciles de determinar, esta facilidad era muy valiosa. Con frecuencia, Bory montaba a caballo y recorría un radio de dos o tres leguas; levantaba un plano con tal perfección que se hubiera creído que su trabajo estaba grabado»43.

Pero en el momento de desencadenarse el conflicto, la situación es todavía más acuciante para los jefes militares franceses en lo referente al conocimiento geográfico de la Península Ibérica. Los muy escasos mapas a disposición de aquéllos son principalmente los del Atlas de Tomás López. Como ha quedado dicho, se trata de documentos a pequeña escala y cuya mediocre calidad se hará rápidamente «legendaria» entre los militares franceses: la dirección de las carre-teras está mal indicada, el relieve imperfectamente representado, hay pueblos que faltan o están situados de forma imprecisa, el dibujo del curso de ciertos ríos se revela inexacto, etc. De modo que este hecho hace tanto más primordiales y valiosos los reconocimientos militares, realizados principalmente por los oficiales de Estado Mayor.

En la práctica, podemos distinguir varios tipos de reconocimientos que corresponden en sus grandes líneas a la tipología establecida por Dufour. Por un lado, los reconocimientos «de primer orden» se ciñen a la recolección de materiales necesarios para la redacción de monografías que tratan de territorios más o menos extensos: un valle, una comarca o una provincia, por ejemplo. Asocian generalmente un documento cartográfico a una memoria de volumen variable (de diez a treinta páginas) y de interés también cambiante según la capacidad de observación y redacción de su autor; reuniendo todo un conjunto de datos diversos, se encuentra en ellos por supuesto abundantemente descrita la topografía de los lugares atravesados, pero también largas descripcio-nes acerca del estado de las carreteras (carretera únicamente apta para las tropas de infantería, paso posible de la artillería, vados, etc.). La economía de los lugares atravesados concentra también toda la atención, pues, como ya hemos destacado, las tropas en campaña, cualquiera que sea su bando, se alojan con frecuencia en casas particulares. Cuando se hacen reconocimientos, se trata, pues, de realizar inventarios lo más precisos posible de los recursos suceptibles de ser requisados, como el agua y víveres disponibles a lo largo del recorrido, los edificios susceptibles de alojar a las tropas, el emplazamiento de los molinos y otras fábricas, etc., indicaciones que a veces se retoman en los mapas correspondientes. Sirva como ejemplo la descripción de las provincias de Málaga y Granada realizada en 1811 por el general Sébastiani, ayudado por el ingeniero geógrafo Richoux:

«Producen en gran abundancia todas las mercancías de Europa y todas las coloniales, especialmente el algodón, el azúcar, el índigo. Los almacenes de Motril, Vélez, Málaga, Mar-

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44 General Sebastiani: «Note sur les côtes des provinces de Malaga et de Grenade», 2 de septiembre de 1811. Archivo del S.H.D., 1 M 1341.

bella, Almuñecar, abundan en azúcar y algodón indígenas de primera calidad. [...] Las minas de hierro, de plomo y de azufre de la provincia de Granada están en plena explotación y son de una riqueza inmensa»44.

Si bien a partir de 1803 la práctica del reconocimiento está, al menos en teoría, codificada, encon-tramos, no obstante, en las memorias ciertos «tics» propios de las grandes narraciones de viajes de la segunda mitad del siglo xviii, como la reseña de las curiosidades y otras singularidades locales, que en cierto modo vienen a embarullar la puesta de manifiesto de los principales rasgos del espacio estudiado. Los militares construyen conocimiento, pero también transmiten imágenes.

Un ejemplo de mapa asociado a un reconocimiento militar «de primer

orden». Reconocimiento militar de una parte de Extremadura,

realizado a escala 1:200.000 por el ingeniero geógrafo Oppezzi en

1810. Archivo del S.H.D., 6M L III 214.

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45 Marchant: «Observations sur l’Espagne», 6 de octubre de 1813. Archivo del S.H.D., 1 M 1341.46 Página xxxiv del prólogo anónimo al «Essai sur les reconnaissances militaires de A. Allent» (Allent, 1802).47 Carta de Chabrier al general Sanson, 19 de septiembre de 1808. Archivo del S.H.D., 3 M 355.48 Carta del general Guilleminot, director provisional del Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne, al general Sanson, Madrid, 23 de enero de 1809. Archivo del S.H.D., 3 M 355.

Así, por ejemplo, los españoles son considerados «capaces de todos los sacrificios para satisfacer la sed ardiente de venganza que les consume; estos sentimientos apenas quedan disminuidos por la estima hacia algunos individuos y se les puede ver como casi indestructibles»45.

Aclaremos de todos modos que estos intentos, ciertamente torpes, de caracterización de la población local responden a las exigencias de ejercicio de reconocimiento militar tal y como fue codificado en 1803:

«A las nociones sobre el estado físico del país, el oficial encargado de recoger los datos se-gún los que han de establecerse las operaciones importantes, debe añadir también las relativas a los recursos de subsistencia, a los fenómenos propios del clima, al espíritu de los pueblos, a las circunstancias políticas, al carácter de los jefes y a la calidad de las tropas»46.

Por su parte, los reconocimientos «de segundo orden» afectan a espacios mucho más reducidos y, en consecuencia, dan lugar a descripciones más detalladas. Realizados casi siempre en con-tacto con el enemigo, los mapas son reemplazados por croquis sucintos, y las memorias, «por notas escritas apresuradamente o por un simple informe verbal» (Dufour, 1850: 223).

Por último, los reconocimientos «de tercer orden» consisten en penetrar en las líneas ene-migas con el fin de «adquirir una idea más clara de un terreno vagamente conocido a través de los mapas, los planos locales, las memorias o los informes de los lugareños» (Dufour, 1850: 223), misión que no carecía de peligro. Así, por ejemplo, en junio de 1808, el ingeniero geógrafo Le-rouge, con motivo de un reconocimiento «movido», se salvó de caer en manos de una partida enemiga después de media hora de combate, y «su celo y la bravura de su escolta le hicieron resultar vencedor, cumpliendo los fines de su misión»47.

Los itinerarios militares y el movimiento de las tropas

Cuando el reconocimiento tiene por objeto la descripción detallada del camino practicado y de sus inmediatos alrededores, se habla entonces de la realización de itinerarios. En el caso de la Guerra de la Independencia, las condiciones de levantamiento de estos itinerarios muestran variaciones: o bien se trata de un oficial de Estado Mayor situado en la vanguardia de las tropas, generalmente apoyado por un pelotón de caballería que forma la avanzadilla en un territorio considerado enemigo, o bien de un ingeniero geógrafo encargado de levantar los itinerarios una vez que el espacio considerado está teóricamente pacificado. En ambos casos, los riesgos corridos por sus autores eran similares, como muestra el ejemplo del ingeniero geógrafo Bayard, enviado a finales de noviembre de 1808 a levantar el itinerario de Aranda a Soria y capturado por una «partida insurgente» a pesar de la escolta de 25 hombres que se le había facilitado48.

Aunque no codificados en los textos militares de la época que hemos consultado, los nume-rosos itinerarios levantados por entonces presentan muchas características comunes: el oficial encargado de la realización de un itinerario debe anotar cuidadosamente los nombres de los diferentes lugares atravesados, las capacidades de alojamiento para la tropa, la calidad de la carretera, los puentes, los vados, los arroyos y torrentes atravesados, al igual que los puntos destacables situados a derecha e izquierda y visibles desde la carretera, tales como el relieve o los estrechos; estas notas son además completadas por la indicación del tiempo de recorrido que el soldado de infantería deberá emplear para efectuar el recorrido entre los lugares habitados (aldeas, pueblos, ciudades) en los que podrá descansar en «relativa seguridad».

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49 Como el destacable itinerario de Astor-ga a Lugo realizado por Chabrier en 1809, que tiene más de tres metros y medio de largo. Archivo del S.H.D., 6M L12 B3 59.

En cuanto a la cartografía, los itinerarios se presentan bajo la forma de bosquejos, realizados generalmente a escala 1:50.000, que retoman los signos convencionales propios de los mapas topográficos y representan el espacio comprendido entre las vertientes opuestas que enmarcan la carretera. Los originales constan de una banda de papel de anchura y longitud variables (de treinta a cincuenta centrímetros de ancho y entre 1,50 y más de tres metros de largo49), dando lugar posteriormente a reducciones a una escala más pequeña (que varía entre 1:150.000 y 1:330.000), de más fácil manejo.

En efecto, la posesión de itinerarios cuidadosamente levantados resulta ser crucial en la conducción de los ejércitos, complementando en ello valiosamente los reconocimientos mili-tares. Permiten planificar al máximo los avances y retrocesos de las tropas francesas, incesantes durante todo el conflicto, sin dejar por ello de prever con antelación los puntos susceptibles de ocultar a la guerrilla o favorables al establecimiento de fortificaciones de campaña capaces de ralentizar la progresión de las tropas beligerantes. Es por lo que la realización de los itinerarios, en su mayoría, fue confiada a los ingenieros geógrafos del Bureau Topographique, que consagra-ron un tiempo precioso a este trabajo de campo.

Los planos de ciudades y de fortificaciones

Es precisamente en buena parte de los itinerarios donde por primera vez aparecen representa-dos cartográficamente gran número de núcleos de población españoles. Pese a que la escala más frecuentemente utilizada, la 1:50.000, no es en principio la más apropiada para ello, el nivel de

Fragmento de un itinerario: reconocimiento de un tramo de la

carretera de Somosierra a Madrid, entre Buitrago y San Agustín,

realizado en 1809 por el ingeniero geógrafo Guibert, a escala

1:50.000. Archivo del S.H.D., 1M 1340 (1).

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50 Archivo del S.H.D., 6M L12 B3 295.

detalle del viario interno y de los sectores construidos es muy aceptable en la mayor parte de los casos, especialmente si el mapa es obra de los ingenieros geógrafos y el dibujo es limpio. Pode-mos citar a título de ejemplo los planos de Daimiel y de Consuegra incluidos en el itinerario de Los Yébenes a Saceruela50. Esta supeditación de muchas representaciones urbanas a los itinera-rios es lógica si tenemos en cuenta que una de las utilidades que tiene la representación de los

Fragmento del itinerario de Madrid a Segovia, realizado por el

ingeniero geógrafo D’Arnaudin en diciembre de 1808. Escala original 1: 50.000. Archivo del S.H.D., 6M

L12 B3 364.

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cascos de las poblaciones es mostrar claramente la forma en que un determinado recorrido los atraviesa y su relación con el resto de las vías de comunicación que confluyen hacia los núcleos principales.

Pero aparte de las representaciones supeditadas a los itinerarios, bastantes ciudades españolas, no solamente las grandes (que ya con-taban con representaciones anteriores), sino también las de tamaño medio y pequeño, aparecen, por primera vez en bastantes casos, en planos urbanos.

En los casos en los que ya se contaba con representaciones ante-riores de calidad aceptable, los planos son adaptaciones más o me-nos reelaboradas de aquéllas. En el caso de Madrid, los franceses no contaban con un plano propio durante los sucesos de mayo de 1808 y seguían sin tenerlo al abandonar la ciudad en julio del mismo año. Sólo después de la nueva toma de la ciudad, a comienzos del mes de diciembre, los ingenieros geógrafos del Bureau se pusieron a trabajar en la realización de un plano urbano a escala 1:20.000, trabajos que en primer lugar sirvieron como base a una representación conme-morativa del bombardeo que la capital sufrió entre el 3 y el 4 de diciembre de 1808. Por el escaso tiempo disponible, es lógico que di-cho plano no sea original en lo que se refiere a la representación del

caserío y del viario interno de la ciudad. La base empleada a este respecto es muy probablemen-te la del plano de Tomás López de 1785, aunque podemos señalar algunos detalles originales: en primer lugar, son añadidos edificios del perímetro urbano con gran importancia defensiva, como, por ejemplo, el cuartel de San Gil, situado al pie de la Montaña del Príncipe Pío, edificio que no estaba incluido en los planos urbanos anteriores; en segundo lugar, aparecen dibujadas con bastante precisión las obras que los españoles habían llevado a cabo con carácter urgente desde noviembre de 1808, a medida que el avance de las tropas francesas amenazaba la ciudad; tanto las de refuerzo de la cerca que había sido construida con fines fiscales por orden de Felipe IV en 1625, como las de fortificación del Retiro (Pinto, 2004: I, 344-345), dándose cuenta así mismo de la posición de las baterías de artillería de ambos bandos y del lugar de impacto de los proyectiles. Pero la mayor novedad es, como en tantos otros casos de ciudades españolas, la representación de los alrededores de Madrid en una extensión que hasta entonces no había sido abarcada por ninguno de los planos preexistentes, ni siquiera por los que más terreno pe-riférico incluían: el de Teixeira de 1656 y el de Chalmandrier de 1761, que había sido el primero en abarcar hasta algo más allá de las orillas del Manzanares (Molina Campuzano, 2002: 268). En el plano conmemorativo de los bombardeos, dibujado por Bentabole, se hace evidente la necesidad de incluir los alrededores urbanos para dar cuenta de la posición de las divisiones del Ejército napoleónico que rodearon la ciudad y forzaron su rendición.

Pero, aparte de este plano, del que nos volveremos a ocupar en el siguiente epígrafe, los ingenieros geógrafos realizaron paralelamente otro documento cartográfico, titulado Plan de Madrid et ses environs, en el que, cubriendo a la misma escala una extensión similar, se hace especial hincapié en el entorno y emplazamiento de la ciudad, cuyo casco urbano aparece muy simplificado para subrayar la relación de las principales arterias del viario interno con las vías de comunicación que confluyen hacia la capital. Este plano refleja igualmente la nueva fortifica-ción del Retiro y el «fuerte proyectado» en la Montaña del Príncipe Pío, obras y proyecto a los que hacen referencia igualmente diversos croquis, planos y perfiles realizados por los oficiales franceses del Cuerpo de Ingenieros.

Plano urbano de Consuegra, incluido en el itinerario de

Saceruela a Los Yébenes, realizado por los ingenieros geógrafos

franceses en 1810 (escala original, 1:50.000). Archivo del S.H.D.,

L12 B3 295 (1).

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En el supuesto de que las representaciones antiguas no existieran o no tuviesen suficiente calidad y los procesos de copia y adaptación no ofreciesen los frutos esperados, se hacía patente la necesidad de un levantamiento propio. Así sucedió con algunas poblaciones relativamente cercanas a Madrid e importantes para su defensa, como Toledo, que no contaba con represen-taciones anteriores de calidad, como muestran las adaptaciones realizadas por el ingeniero geó-grafo Brousseaud y para la que los ingenieros geógrafos franceses realizaron hacia comienzos de 1809 un levantamiento del que se han conservado algunos croquis preparatorios que permiten reconstruir parcialmente el proceso de trabajo. Todo indica que éste se efectuó combinando las mediciones angulares con brújula y las lineales «al paso». Este proceso se repite en Burgos, en Pancorbo, en Vitoria y en bastantes otros núcleos de similar importancia estratégica.

En cuanto al interior de las ciudades representadas, como era habitual en los planos an-teriores, con mucha frecuencia se señalan detalladamente los principales edificios mediante cifras o letras que remiten a la leyenda, haciendo especial hincapié en aquellos que por diversas razones pudiesen tener interés militar (vista dominante, lugares de almacenamiento de material bélico o de alojamiento para las tropas, etc.).

Pero, como se ha dicho, lo más novedoso en muchas de las representaciones, aparte de una escala bastante detallada (1:10.000 ó 1:20.000), es una concepción cartográfica que no se ciñe a los límites urbanos propiamente dichos, como hasta entonces era habitual, sino que incluye el entorno, de tal modo que el título refleja esta peculiaridad, aludiendo fre-cuentemente el nombre del plano a la ciudad «y sus alrededores». Éstos abarcan superficies

Detalle del plano de Estella y sus alrededores a escala 1:10.000 (septiembre de 1808), obra de

Lerouge. Archivo del S.H.D., 6M L12 B3 220.

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variables, que dependen del tamaño del núcleo urbano, pero también de las necesidades militares de control de las posiciciones de ataque y defensa en torno a él, así como de las vías de comunicación a su alrededor. Además, mediante colores y tramas, se representan casi siempre las áreas cultivadas y los principales tipos de vegetación, siendo en cualquier caso el relieve el aspecto primordial. Incluso puede suceder, como en los planos de Madrid o Toledo, que se intente reflejar gráficamente el relieve interior de la ciudad, mediante un sombreado de fondo.

Plano de Madrid y sus contornos a escala 1:20.000 (fragmento),

levantado por los ingenieros geógrafos franceses entre enero y julio de 1809 y dibujado por

Bentabole. Archivo del S.H.D., 6M LIII 347 (1).

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Esa representación urbana in extenso imponía lógicamente un trabajo suplementario, y así, en el levantamiento de los alrededores de Madrid, entre enero y julio de 1809, partici-paron un número considerable de ingenieros geógrafos (Brousseaud, Bentabole, Benedetti, Bertre, Lerouge, Simondi...), aun siendo responsabilidad exclusiva de Bentabole el dibujo de las minutas. Por su lado, el levantamiento de los alrededores de Burgos o de Vitoria empleó a equipos de tres o cuatro ingenieros geógrafos. Esto suponía un riesgo suplementario para el trabajo de los militares cartógrafos, cuyos trabajos sobre el terreno causaban conflictos con la población local, como ya ha quedado dicho a propósito del levantamiento de los alrededores de Burgos.

Siempre que era posible, los planos urbanos iban además acompañados de cortas memo-rias, que solían ser responsabilidad del jefe del Bureau, como en el caso de Pancorbo, Burgos o Madrid. En ellas se especificaban las informaciones de interés militar (puntos más aptos para la defensa, por ejemplo) y también algunas características sociales y políticas que permitían prever la mayor o menor conflictividad de la población.

Con respecto a las fortificaciones también había fondos preexistentes. Ya se ha dicho que los primeros meses de trabajo de los ingenieros geógrafos en España estuvieron dedicados a copiar la colección de 180 plazas fuertes de España, encontrada por Chabrier en junio de 1808.

Detalle del plano que representa el asedio de Badajoz (febrero de 1811), realizado a escala 1:10.000 por los ingenieros

geógrafos franceses. Archivo del S.H.D., 6M L III 64 (1).

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51 Section Historique de l’État-major de l’Armée, Mémoires sur la campagne de 1796 en Italie, capitaine G. Fabry (dir.), Paris, Libraire militaire R. Chapelot, 1905, 181 p.

Por lo demás, como en el caso de los mapas topográficos y de los planos de batallas o de asedios, los levantamientos de planos de fortificaciones, existentes o proyectadas, fueron obra tanto de los ingenieros geógrafos como de los oficiales del Cuerpo de Ingenieros, aunque ya ha sido destacada la primacía de estos últimos en tal ejercicio.

Los planos de campos de batalla

Con alguna excepción de menor calidad (como el ya citado plano de la batalla de Espinosa de los Monteros, realizado por el capitán Gentil, o el de La Coruña, realizado por el comandante Calmet-Beauvoisin, ambos oficiales de Ingenieros), durante la Guerra de la Independencia estos documentos son realizaciones de los ingenieros geógrafos, a los que se les encargan tales planos con una doble finalidad: táctica, por su utilidad en el análisis del movimiento de las tropas, pero también propagandística, ya que estos mapas pueden ser grabados y publicados para glorificar los acontecimientos bélicos pasados (por supuesto, siempre y cuando éstos sean favorables al ejército francés).

En lo referido al período napoleónico, es conocido el papel fundamental que jugó el Bureau Topographique francés basado en Turín, cuyos trabajos sobre el Piamonte inspiraron en buena medida las reformas cartográficas iniciadas por la comisión topográfica de 1802. Ese mismo año, el Primer Cónsul Napoleón Bonaparte ordenó al jefe del Dépôt de la Guerre emprender el levantamiento de los campos de batalla de las campañas italianas de 1796, 1799 y 1800, a las que se debe su fama como gran estratega. Como destaca Valeria Pansini (2006: 169), «el plano de batalla [debía] tener un nivel de precisión máximo». De ahí que la escala elegida fuese la 1:10.000 o la 1:20.000. Estos primeros levantamientos dieron lugar a una red geodésica restituida sobre un fondo cartográfico 1:250.000, que a continuación sirvió de base para una triangulación gráfica realizada con plancheta, lo que permitió a los ingenieros geógrafos una gran precisión en el dibujo. Entre los rasgos más característicos de estos planos del Piamonte, destacan entre otros el uso de «normales» para expresar la inclinación de las pendientes y el abandono de la perspectiva para representar la vegetación forestal.

Por último, a estos mapas les acompañaban largas memorias redactadas por el Bureau To-pographique y reeditadas como documentos históricos hasta comienzos del siglo xx51. Estos textos también servían de complemento a una colección de espléndidos cuadros de campos de batalla, acuarelas realzadas con gouache y firmadas en su mayoría por el «capitán ingeniero geógrafo artista» del Dépôt de la Guerre, Pier Giuseppe Bagetti. Esta serie artística respondía «a dos objetivos en apariencia opuestos: instruir a los oficiales enseñándoles táctica e historia militares, e impresionar a los franceses gracias a un trabajo artístico de calidad» (Brulle, Benoît, Frasca, 1996: 18).

Es notable la influencia que de modo directo o indirecto tendrá la campaña topográfica del Piamonte en los mapas y planos ejecutados durante la Guerra de la Independencia, y en particular en los de batallas. Por un lado, en lo tocante a Madrid, hay que tener en cuenta la re-lación de algunos de los protagonistas de dicha campaña con los trabajos llevados a cabo sobre esta ciudad durante 1809: recién llegados a España desde Italia en marzo de 1809, los ingenieros geógrafos Bentabole y Simondi jugaron un papel importante en los ya citados levantamientos de los alrededores de Madrid, cuya ejecución gráfica corresponde al primero de ellos. Sobre el plano de la ciudad y su entorno, con una definición del casco urbano bastante detallada y basada, como ya se ha dicho, en el plano de Tomás López, se construye la representación del bombardeo del 3 de diciembre de 1808, que precedió a la nueva entrada de las tropas napoléo-

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nicas. En relación con el mismo acontecimiento militar, Bagetti fue encargado, por su lado, de realizar una acuarela para ilustrar la orden de Napoleón a los representantes de la ciudad bombardeada «de lui apporter la soumission du peuple». Aunque hay que tener en cuenta que Bagetti sólo es responsable del fondo paisajístico, ya que las figuras presentes en la escena se deben a J. Parent, y que la obra no está a la altura de las acuarelas realizadas por el mismo autor en el Piamonte, cuya fidelidad topográfica es mayor, su asociación al plano de Madrid tiene un interés indudable. En efecto, ilustra a la perfección cómo se complementan los tres elementos habituales en la representación de los campos de batalla: el plano, ejecutado en este caso a la escala 1:20.000, la vista, que ilustra con la técnica habitual una escena asociada a los sucesos bélicos, y finalmente, la detallada memoria histórica, añadida a los márgenes de uno de los ejemplares del plano dibujado por Bentabole.

Pero, más allá de lo directamente relacionado con Madrid, la experiencia italiana tuvo una gran influencia. Primero, porque buena parte de los planos de campos de batalla levantados en España lo fueron por ingenieros geógrafos que se habían formado en la práctica cartográfica en Italia, como Richoux y los ya citados Bentabole y Simondi. Segundo, porque, por razones que ya se han expuesto, esta experiencia tiene mucho que ver con la gran calidad del conjunto de las representa-ciones cartográficas de todo tipo que los ingenieros geógrafos franceses llevaron a cabo en España.

Detalle del plano de la batalla de Somosierra (30 de noviembre de

1808), realizado por el ingeniero geógrafo De Fransure (o Defransure)

a escala 1:20.000. Archivo del S.H.D., 6M LIII 529 (1).

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52 El capitán Lerouge, aunque no había participado en el levantamiento de los campos de batalla de Italia, sí había sido autor de varios de los de Baviera (Berthaut, 1902: II, 149-152).53 Ternay (Ch.- G. d´Arsac Marquis de): Atlas du Traité de Tactique (Paris, Anselin, 1832). Esta obra incluye grabados de los campos de batalla de Almonacid (reducido a la escala 1:40.000), Ocaña (reducido a 1:40.000) y Medina de Rioseco (reducido a 1:20.000).

Ciñéndonos de nuevo a los planos de campos de batalla, cabe destacar los de aquellas que tuvieron un gran interés estratégico para la capital de España, bien por encontrarse en el cami-no desde la frontera, como Medina de Rioseco (Lerouge52, 1808, escala 1:10.000) o Somosierra (Defransure, 1809, 1:20.000) o bien por situarse sobre las principales vías de comunicación hacia y desde el sur peninsular (Ocaña, por Richoux y Simondi, 1809, escala 1:10.000; Talavera, por Bentabole, septiembre de 1809, 1:20.000; Almonacid, por Richoux y Simondi, 1: 20.000).

Con algunas excepciones, como el citado mapa de Somosierra, los planos de campos de batalla suelen incluir algún núcleo de población importante, así que en buena medida son asimilables a los planos de ciudades y sus alrededores. De este modo, encontramos casi siem-pre en ellos, pulcramente representada, la información característica de dichos planos (relieve, vegetación, cultivos, vías de comunicación), pero también la propiamente militar: posición de las tropas, trayectoria de los tiros de artillería. En los casos de batallas más prolongadas, se llegan a realizar sucesivas representaciones que, sobre un fondo común, reflejan las distintas posiciones ocupadas por las tropas en los momentos más significados, como sucede en los casos de Talavera o Badajoz (trabajo este último dirigido por Chabrier en 1811), dando de este modo una visión «dinámica» más próxima a la realidad.

Es esta vertiente más estrictamente militar la que explica que bastantes de estos mapas ha-yan sido grabados para incluirlos en obras históricas o de enseñanza táctica. De estos últimos tenemos ejemplos en la primera mitad del xix, como es el caso del Traité de Tactique del coronel marqués de Ternay53. En cuanto a los tratados históricos, aparte de las memorias de algunos de los militares participantes en las guerras del Imperio, el mejor ejemplo es sin duda el del atlas que acompaña a la Histoire du Consulat et de l’Empire, de Adolphe Thiers, que incluye, entre otros, el plano de la batalla de Talavera.

Cartografiar para dominar: el soñado proyecto de un mapa de España

Ni los reconocimientos militares (fuesen o no en forma de itinerario) ni los planos urbanos o de campos de batalla satisfacían por completo la necesidad estratégica militar ni la de dominar po-lítica y administrativamente el territorio peninsular. Esas funciones requerían el uso de mapas a una escala suficientemente pequeña como para abarcar un ámbito regional o nacional, pero a la vez suficientemente grande como para dar cuenta con suficiente detalle del relieve, las vías de comunicación, la red urbana, la hidrografía y, a ser posible, de la vegetación y los cultivos.

En tiempos de relativa tranquilidad, como los que siguen a la ocupación militar de Italia o de Alemania, los ingenieros geógrafos franceses completan y corrigen la cartografía preexistente mediante levantamientos regulares, asentados en una triangulación suficientemente densa, y así se hizo durante las campañas topográficas respectivas, entre los años 1796 y 180854, que en-tre otros dieron como resultado la Carte de l’Empereur. Su escala 1:100.000 respondía a varias razones: era en primer lugar la más próxima a la del mapa de Francia de Cassini, y, por tanto, fruto de su adaptación al sistema métrico decimal. Por otro lado, como tendremos ocasión de comprobar en algún ejemplo español, los mapas de esa escala compendiaban con detalle sufi-ciente la información interesante desde el punto de vista militar y civil.

Pero durante la contienda española, ni el ejército napoleónico ni el inglés, que eran los que tenían una mayor capacidad técnica, podían contar con la estabilidad necesaria para elaborar dichos levantamientos. De ahí que la necesidad de mapas regionales se satisfaga sobre la base de diversos reconocimientos militares o mediante trabajos algo mejor planificados, pero en los que una serie de levantamientos expeditivos, realizados con brújula, se combinen con los

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54 véanse, por ejemplo, las páginas que el coronel Berthaut dedica a la Carte de l’Empereur de Alemania (Berthaut, 1902: II, 71-124).55 Comentarios al margen de la Carte de la Galice. Archivo del S.H.D., 6M L12 B3 76.56 Este encargo queda reflejado en la carta enviada por Chabrier a Berthier desde va-lladolid el 3 de marzo de 1809. Archivo del S.H.D., 3 M 355.

efectuados «a la vista», dibujando sobre unas bases cartográficas preexistentes, de las que prin-cipalmente se retienen la red fluvial y de comunicaciones.

En España, las dificultades comenzaban precisamente ahí: como puede leerse en las múl-tiples referencias de los militares cartógrafos, sólo podían utilizarse como base los mapas de López o de Mentelle combinados con el dibujo de las costas de Tofiño y algunos otros docu-mentos de carácter regional, generalmente antiguos. Y estos documentos, aparte de los errores que pudieran contener, muy frecuentes en los dos primeros, eran frecuentemente difíciles de ensamblar entre sí y de hacer compatibles a su vez con lo observable sobre el terreno. Así, el procedimiento seguido por Bory de Saint-Vincent para elaborar su base para el mapa de Gali-cia refleja lo expeditivo y poco riguroso del método:

«Se había adoptado para unir entre sí todos estos reconocimientos las costas de Tofiño un poco acomodadas al mapa de López, y a fuerza de pequeños ajustes todo cuadraba; semejante trabajo nunca hubiera estado bien, pero hubiese valido más que todo lo hecho sobre Galicia y los detalles hubiesen quedado perfectos»55.

Ya en julio de 1808, vista la pobreza de los materiales cartográficos disponibles y la escasez de ejemplares de los mapas grabados, el Emperador ordenó la ejecución urgente de un mapa a escala 1:500.000 en 12 hojas. Se trataba de ajustar la información que contenían los mapas del Atlas de López, el mapa de España de Mentelle y el de postas de Bourgoing, tomando como referencia la que a todas luces se había visto como base cartográfica más fiable: la de las costas de Tofiño. El mapa encargado por Napoleón, terminado en noviembre de 1808 en el Dépôt de la Guerre tras tan sólo seis semanas de trabajo resultaba, como es lógico, muy insatisfactorio, ya que era solamente un ejercicio de síntesis a partir de materiales que en su mayor parte no eran fiables y encajaban mal entre sí.

Tras la nueva entrada en Madrid de las tropas napoleónicas, los ingenieros geógrafos recibirán otros dos encargos del Emperador cargados de simbolismo y que tendrán consecuencias impor-tantes en la cartografía madrileña: la elaboración del plano 1:20.000 de los alrededores de la ciudad al que ya nos hemos referido, con representación del bombardeo del 3 de diciembre de 1808, y la ejecución de un mapa a escala 1:50.000 que, tomando como centro la capital, habría de incluir las cinco residencias reales: El Pardo, El Escorial, La Granja de San Ildefonso, Rascafría y Aranjuez56.

Este encargo quedará incluido expresamente en un proyecto cartográfico mucho más am-bicioso que se plantea en marzo de 1809 y del que ya se ha hablado sucintamente a propósito del funcionamiento del Bureau. Según se desprende del texto de Berthaut (1902: II, 187-188), tal proyecto partiría de Berthier, del Emperador y de diversos mariscales, pero el examen de la co-rrespondencia entre Chabrier y el Dépôt de la Guerre sugiere más bien que la proposición inicial corresponde al jefe de los ingenieros geógrafos en España, quien, con el apoyo de José I, propone al mariscal Berthier, en una carta enviada a París el 3 de marzo de 1809, realizar un mapa general de la Península a escala 1:200.000, aprovechando la disponibilidad de los 17 ingenieros que en ese momento forman parte del Bureau (los siete ya presentes en diciembre y los diez que el general Guilleminot ha hecho venir de sus anteriores destinos, fundamentalmente de Italia). Se trataba de distribuirles por todo el país, asignando «una o dos provincias» a cada uno de ellos, con el fin de que «su trabajo [fuese] limitado». Así, Madrid y Toledo (incluyendo el citado levantamiento a escala 1:50.000 de Madrid y las cinco residencias reales) correponderían a Delahaye y Lerouge; Cataluña, a Benedetti; Aragón, a Oppezzi; el País Vasco, Navarra y Burgos, a Defransure; Astu-rias, Palencia y Santander, a Chauvet; Galicia, a Simondi; Portugal, a Laignelot y Berlier, etc. La coordinación de todo el trabajo desde Madrid estaría a cargo del propio Chabrier.

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57 «A continuación, [aunque] hubiese podi-do usted disponer de los levantamientos de los cursos de agua y de las carreteras, e in-cluso [aunque] hubiese estado en posesión de materiales [cartográficos] de conjunto para toda la región, sin una triangulación, siquiera hecha con pequeños instrumentos ligeros, como sextantes, no lo hubiese con-seguido nunca. Pensando en fin que estu-viese en su intención [hacer] este trabajo preliminar a todo mapa, le habrían sido necesarios, admitiendo una absoluta tran-quilidad en todo el Reino, unos medios muy considerables solamente para la triangula-ción, y no hubiese sido ciertamente con 17 ingenieros como hubiese podido alcanzar el objetivo. Por añadidura, ni es posible la cuestión ni lo podrá ser en algún tiempo, y le ruego no intentarlo». Carta enviada por el general Sanson a Chabrier el 24 de junio de 1809. Archivo del S.H.D., 3 M 355.58 «Habiendo dado cuenta de mi misión, S.M.C. [José] desea ardientemente las pri-meras hojas hacia Andalucía del mapa militar que usted proponía ejecutar a 1:200.000. Se han tomado disposiciones para dirigirse hacia Sierra Morena». Carta de Chabrier a Sanson, Madrid, 3 de enero de 1810. Archivo del S.H.D., 3 M 355.59 État des travaux exécutés par les officiers du Corps impérial des Ingénieurs Géogra-phes, composant le Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne, mois de Février 1810. Archivo del S.H.D., 3 M 355.60 État des travaux exécutés et mutations de MM. les officiers du Corps impérial des In-génieurs Géographes, composant le Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne, mois d’avril 1811. Archivo del S.H.D., 3 M 355.

Pero poco después este proyecto se ve comprometido, porque ocho de los ingenieros re-ciben la orden de trasladarse a Estrasburgo, con el fin de reforzar el Bureau Topographique de Alemania, en previsión de un futuro reinicio de las hostilidades. Sólo algunos otros (Benedetti, Berlier, Laignelot, Oppezzi, Richoux) llegan a ser enviados hacia sus destinos. Además, en una carta de Sanson a Chabrier fechada el 24 de junio de 1809, se comprueba la opinión poco favorable del jefe del Dépôt a la realización del mapa, que juzga «impracticable» por razones fundamentalmente técnicas: se hacía necesaria una triangulación de base para todo el país, que no hubiese podido llevarse a cabo con tan sólo 17 ingenieros, ni siquiera con instrumentos ligeros57.

Todo ello no impide que se inicie la parte del proyecto más importante para Madrid: Bentabole, Bertre y Simondi se quedan trabajando en la capital, donde el propio Chabrier acaba entre marzo y abril la base cartográfica a escala 1:50.000 de los alrededores de la ciudad. De la conservación de una de las hojas que probablemente sirvieron de base al trabajo (la que representa, al sur de Madrid, el terreno en torno a Illescas y Cedillo), podemos deducir que el método practicado es el que había propuesto Chabrier: sobre una base elaborada a partir de la cartografía de López y que comprende principalmente la red fluvial, los núcleos de población y la red de comunicaciones, se emprenden una serie de reconocimientos militares rápidos que tienen un doble objetivo: encajar «a la vista» los demás elementos del mapa (relieve, cultivos, vegetación) y, cuando es posible, rectificar y completar mediante levantamientos con instru-mental el conjunto de la representación.

Gracias a lo que ya estaba hecho antes del mes de marzo y a la participación a partir de ese momento de varios de los experimentados ingenieros llegados de fuera de España (principal-mente Bentabole y Simondi), estos trabajos constituirán la base para el primer mapa moderno de la provincia de Madrid, y ello pese a que los levantamientos deberán interrumpirse en el mes de julio siguiente a causa de la inseguridad reinante. Volveremos a hablar del mapa resultante, que está condicionado por el avance en los planes para el mapa peninsular.

Éste recibirá un nuevo impulso a partir de octubre de 1809, momento en que Chabrier visita París. Hasta allí traslada los trabajos cartográficos realizados en España por el Bureau, que son vistos con gran satisfacción tanto en el Dépôt como en el Ministerio de la Guerra. El proyecto del mapa de España 1:200.000 es finalmente aceptado por este último, y el Dépôt, aunque con la boca pequeña, da su visto bueno. A la vuelta de su misión, en enero de 1810, Chabrier comunica a París el interés de José I en comenzar el mapa por Andalucía58, y en el resumen mensual de los trabajos del Bureau se hace eco de otro trabajo complementario, un mapa militar de la Península (referido en ocasiones como «itinerario militar de la Península»)59.

A partir de ese momento, ambos proyectos estarán ligados entre sí y constituirán la aportación más sistemática de la cartografía militar francesa al conocimiento del territorio peninsular du-rante la Guerra de la Independencia.

A partir del mismo mes de enero, Chabrier, con la ayuda de Bentabole, Berlier y Simon-di, inicia desde Madrid el mapa militar de la Península a escala 1:1.000.000 que, por un lado, recopilará información esencial desde el punto de vista militar (distancias de marcha, calidad de las vías de comunicación, representación jerarquizada de las ciudades y de las plazas fuer-tes) y, por otro, reflejará la división administrativa y servirá de base a la cartografía de escala mayor. El meridiano central de este mapa, se encuentra a 5º 30’ al Oeste del de París y, a su vez, las dos mitades resultantes se encuentran divididas por el paralelo 39º 45’, de tal modo que el punto central del mapa no se encuentra en Madrid, sino unos pocos kilómetros más al Sureste. Por otro lado, el cruce de ambas líneas sirve para dividir el mapa en cuatro hojas, de las que la primera será terminada por Simondi un año más tarde, en abril de 181160. En esa

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61 Este mapa, fechado en 1812, figura como Carte de la Catalogne, de l’Aragon et d’une partie des provinces basques, y, aunque su signatura (6M L12 B2 55 2) hace pensar en la existencia separada de las otras tres hojas del mapa (55 1, 55 3 y 55 4), el título y el hecho de que, aparte de esta hoja, sólo se conserve el mapa comple-to, con las cuatro hojas ensambladas, indu-ce más bien a concluir que ninguna de las otras hojas se conserva individualmente.62 État des travaux... Archivo del S.H.D., 3 M 355.

hoja, que quizá sea la de Cataluña que hoy se conserva separadamente en el archivo de Vin-cennes, obra del mismo Simondi61, se plasma claramente una de sus principales novedades cartográficas: a diferencia de otros mapas de etapas anteriores, el relieve está representado de una forma moderna, combinando magistralmente tres principios en el uso del sombreado: las pendientes, el sombreado oblicuo (con un foco de luz dirigido desde el Noroeste) y el efecto de perspectiva atmosférica, que permite jerarquizar las distintas unidades montañosas en función de su elevación.

En cuanto al mapa 1:200.000, algunos ingenieros comenzarán a trabajar en él desde el mismo mes de enero, como muestran los resúmenes mensuales del trabajo del Bureau62: ya

Figura 15: Fragmento del mapa militar de la Península Ibérica a escala 1:1.000.000; hoja NE,

concluida por el ingeniero geógrafo Simondi en abril de 1811. Archivo

del S.H.D., 6M L12 B2 55 (2). Sobre la representación del relieve,

se indican las vías de comunicación, con tiempos de marcha, y aparecen

debidamente jerarquizadas las ciudades y fortificaciones, siguiendo

estrictamente la leyenda propuesta por la Comisión topográfica

de 1802.

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63 État des travaux...64 Ya ha quedado dicho que en abril de 1810, Richoux pierde buena parte de sus papeles y su instrumental (brújula, escua-dra, regla) al ser atacado en Sierra More-na por una partida de guerrilleros. État des travaux exécutés et mutations de MM. les officiers au Corps impérial des Ingénieurs Géographes, composant le Bureau Topogra-phique de l’Armée d’Espagne, mois d’avril 1811. Archivo del S.H.D., 3 M 355.

en ese momento, Laignelot y Richoux están en Sevilla adscritos al Estado Mayor de Soult, al que acompañarán hasta el mes de abril. El re-sultado de ese periplo es una serie de reconoci-mientos parcialmente recogidos en un cuader-no de campo y que Laignelot rectificará sobre un mapa a escala 1:100.000 que representa un tramo importante del valle del Guadalquivir, entre Úbeda y Aldea del Río.

Tal trabajo de rectificación es significativo de un cambio con respecto a la escala prevista: ya en el resumen de los trabajos realizados por el Bureau en el mes de mayo, puede verse que Chabrier ha terminado «los cálculos que de-ben servir para la constitución del mapa de la Península a escala 1:100.000 según las ordenes de Sa Majesté Catholique»63, esto es, José Bona-parte. Con ello es coherente la fecha que figura en el esquema de ensamblaje del sector corres-pondiente a Andalucía (27 de abril de 1810). En ese esquema, realizado sobre el mapa militar 1:1.000.000 y con su mismo meridiano central, ya está prevista la división de la Península y Ba-leares en 291 hojas de 50 por 80 centímetros, siendo la que forma el ángulo superior izquier-do del esquema de Andalucía la número 198.

Los trabajos están sistematizados desde un principio. Con el fin de completar y corregir la base cartográfica de trabajo, los ingenieros, individualmente o en grupos de dos, acompa-ñarán casi siempre desde este momento a las co-lumnas móviles que continuamente recorren los caminos de Andalucía, contrarrestando de este modo los posibles ataques de la guerrilla64. Los trabajos consisten en realizar reconocimientos militares rápidos, efectuando levantamientos «a la vista» o con brújula. Los croquis y minutas resultantes muestran también un grado de co-

dificación importante, y así, las anotaciones acerca de la vegetación se refieren sistemáticamen-te, mediante un sistema de letras iniciales, a su clasificación fisonómica en diversas categorías (matorral, monte alto, bosque...), apareciendo también designados por el mismo sistema los principales cultivos (olivares, viñedos, barbecho...). Algunos de los símbolos propuestos por la comisión de 1802, y relativos a las categorías de las vías de comunicación o a instalaciones di-versas (molinos, yeguadas, etc.) son también empleados de forma sistemática, todo lo cual hace presuponer unas instrucciones estrictas por parte de Chabrier a sus subordinados.

Los trabajos se reforzarán con la ocupación militar de Andalucía por las tropas del mariscal Soult y el traslado del Bureau a Sevilla en el mes de abril. En ese momento, según el resumen

Cuaderno de campo de Laignelot y Richoux (Andalucía, Sierra Morena,

La Mancha; enero-abril de 1810). Esta doble página representa un

tramo del valle del Guadalquivir en las inmediaciones de Córdoba, con

indicación (entre otros elementos) de un vado («practicable el 10 de

febrero de 1810»), una casa de postas, un molino, una yeguada (haras) y la carretera principal.

Todos estos elementos, así como el relieve y la vegetación, están representados o codificados de

acuerdo con las normas de la comisión topográfica de 1802.

Archivo del S.H.D., 6M L12 B3 38.

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65 Simondi: Reconnaissance d’une partie de la province de Seville, 1810. Archivo del S.H.D., 6M L12 B3 563. Laignelot: Carte des rives du Guadalquivir, 1810. Archivo del S.H.D., 6M L12 B3 276.

de trabajos correspondiente, Bentabole y Berlier están ya pasando a limpio las primeras hojas del mapa, que son, respectivamente, las del Estrecho de Gibraltar y San Roque, y las de Cádiz y Sanlúcar. No obstante, tanto éste como los demás trabajos acometidos se verán frenados por la escasez de personal y a causa de las bajas por enfermedad (en algunos meses, sólo uno o dos ingenieros están disponibles para el trabajo). Las demandas de aumento de personal que repetidamente dirige el jefe del Bureau en París no encuentran ningún eco y, a partir de la primavera de ese año, los trabajos se ralentizan de un modo importante, sobre todo a la llegada del caluroso verano. Más tarde, las misiones militares, especialmente el asedio de Badajoz, en el que participan todos los ingenieros menos Laignelot y Bentabole, contribuirán también a frenar la ejecución del mapa.

Esto explica que cuando un año más tarde, en agosto de 1811, los ingenieros geógrafos abandonan Sevilla, sólo se hayan concluido cuatro hojas del mapa 1:100.000 de la Penín-sula, de las que tres son costeras, con una importante superficie correspondiente al mar, y sólo una, la de Sevilla, resulta suficientemente representativa. No obstante, los trabajos para otras (como la de Guadalcanal-Constantina) estaban muy avanzados, como demues-tran los mapas de Simondi (reconocimiento entre Guadalcanal y Constantina y el valle del Guadalquivir) y Laignelot (valle del Guadalquivir, entre Úbeda y Aldea del Río)65. En cualquier caso, las hojas terminadas, y especialmente la de Sevilla, pueden ser consideradas como las muestras de la primera cartografía moderna proyectada para la Península y, en lo tocante a la cartografía napoleónica, como una aplicación de los principios de la Carte de l’Empereur a España.

Tomando como referencia la hoja de Sevilla, son varias las aportaciones que se pueden comprobar con respecto a la cartografía preexistente. Por primera vez se representa en un

Mapa de Andalucía a escala 1:100.000, hoja de Sevilla (nº 230,

de acuerdo con la división en hojas del proyectado mapa de la Península Ibérica). Levantado por

los ingenieros geógrafos franceses y dibujado por Bentabole en los

primeros meses de 1811. Archivo del S.H.D., 6M L12 B2 11.

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mapa que aspira a cubrir todo el territorio peninsular el relieve mediante una combina-ción de normales, dibujadas a pluma, y sombreado, conseguido mediante una aguada. El sombreado se emplea para representar un efecto de iluminación oblicua, suponiendo un foco de luz dirigido desde el Noroeste, y también para producir un efecto de «perspectiva atmosférica», con el fin de jerarquizar los relieves en función de su altitud. A este fondo de relieve se superponen, con una limpieza de ejecución admirable, la vegetación y los cultivos, figurados de forma pictórica, así como las vías de comunicación y los núcleos de población, en cuyo interior se representa el viario con un grado de detalle notable para la escala utilizada. De la combinación de estos elementos resulta un mapa de aspecto sopren-dentemente moderno.

Ya se ha dicho que el mapa de los alrededores de Madrid que había de incluir las cinco residencias reales debe considerarse en el marco de este mismo proyecto cartográfico. Y es que, aparte de una de las hojas de escala 1:50.000 (Illescas-Cedillo) que posiblemente sir-vieran de base cartográfica, lo que hasta nosotros ha llegado de ese encargo imperial es un mapa a escala 1:100.000 formado por tres hojas, cada una de las cuales cubre la mitad de las de Andalucía (50 por 40 centímetros) y que se disponen de Norte a Sur, constituyendo un conjunto de extraño formato vertical que, a nuestro juicio, responde a las exigencias del encargo. Sin embargo, hay indicios de que, pese a que el mapa está datado «hacia 1809» en las fichas del catálogo de mapas y planos de Vincennes, se trata de un dibujo algo poste-rior: la forma del casco urbano de Madrid denota las reformas urbanas de José I (apertura de la Plaza de Oriente) y la fortificación del Retiro ya no está presente, por lo que parece que el mapa pudiera haber sido dibujado a partir de 1813 en el Dépôt de la Guerre. Las re-ducciones de itinerarios que en ese mismo momento se acometen en el Dépôt (en el marco de un nuevo proyecto de mapa de España al que haremos referencia) tienen un estilo de

Detalle de la hoja de Sevilla, mapa de Andalucía a escala 1:100.000. Archivo del S.H.D., 6M L12 B2 11.

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66 Hay indicios de que el dibujante del mapa podría haber sido Simondi: el som-breado del relieve y la rotulación del mapa corresponden a su estilo y algunos topóni-mos como «Madona de los Ángeles» hacen pensar en un autor italoparlante.

dibujo parecido, sobre todo en lo referente al sombreado, por lo que, a falta de estudios más profundos, es muy verosímil que el dibujo del mapa esté realizado a partir de ese año, a la vista del plano de Madrid de Juan López, publicado en 1812 y que ya recoge las citadas transformaciones urbanas66.

Pero aunque sean los más sistemáticos, no constituyen éstos los únicos trabajos de carto-grafía regular acometidos. Podemos así señalar los mapas de escala 1:300.000 del sureste de Cataluña y de Extremadura, obra ambos de Bentabole, y, aparte de algunos otros esbozos que no llegaron a concluirse, el mapa de Galicia y el que representa los recorridos de las tropas dirigidas por el mariscal Ney en esta misma región y en Asturias, ambos obra de Bory de Saint-Vincent, así como los mapas de Extremadura del propio Bory y de Calmet-Beauvoisin, y, por último, diversos reconocimientos militares que más tarde serán de relativa utilidad a la hora de componer los mapas de la Península.

Ya en 1812, el Dépôt de la Guerre recibe un nuevo encargo imperial en este sentido: desde Moscú, Napoleón pide que se realice en un plazo de tres meses un nuevo mapa de la Península Ibérica, a una escala mayor que la del que se había ejecutado a finales de 1808 (Berthaut, 1902: II, 235-236). Se convino en que las dificultades eran muy grandes y

Detalle del mapa de los alrededores de Madrid a escala 1:100.000,

iniciado por los ingenieros geógrafos franceses en 1809. Archivo del

S.H.D., 6M L12 B3 343.

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67 Ya el 1 de marzo de 1812, Napoleón había pedido al Duque de Feltre que pu-siera en marcha un proyecto destinado a rectificar la frontera franco-española, con el fin de hacerla «lo más militar y fuerte po-sible. Debe haber en el Dépôt de la Guerre información sobre lo que hay que hacer para rectificar la frontera pirenaica; inves-tigue sobre ello. Mi intención es que toda la divisoria de aguas así como las buenas posiciones sean nuestras y que se constru-yan torres donde sea necesario». Carta de Napoleón al Duque de Feltre, 1 de marzo de 1812. Archivo del S.H.D., Article 4, Sec-tion 3, Sous-section 2.

el plazo dado resultaba a todas luces corto. La preparación de los materiales necesarios se prolongó durante una buena parte de 1813, realizándose en este año muchas reducciones de itinerarios y reconocimientos a escala 1:300.000, lo que parece indicar que la escala adoptada sería finalmente ésta. Pero, a pesar de la reiteración de este encargo por parte de Bacler d’Albe (Berthaut, 1902: II, 254), el cambio político en Francia deja en suspenso todos los proyectos cartográficos para la Península hasta la década de 1820, con la única excepción de los trabajos fronterizos67.

Balance de las realizaciones cartográficas

Así pues, pese a la experiencia de campañas pasadas, potenciada por la disponibilidad de técnicas de levantamiento bastante efectivas y de los nuevos métodos de representación derivados de la co-misión de 1802, buena parte de los trabajos cartográficos proyectados en España quedaron a mi-tad de camino debido a la inestabilidad en las condiciones de trabajo de los oficiales cartógrafos, y en especial de los ingenieros geógrafos adscritos al Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne.

Esto no es obstáculo para que, a la vista de los documentos conservados en los archivos de mapas y planos del Service Historique de la Défense y de los listados de las realizaciones de los ingenieros geógrafos franceses reflejados por el coronel Berthaut en 1902 (cuatro páginas de ta-

Reducción a escala 1:300.000 del itinerario de Los Yébenes a

Saceruela (fragmento), realizada en 1813 en relación con el encargo

por parte de Napoleón de un nuevo mapa de España. Archivo del S.H.D., 6M L12 B3 295 (2).

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maño cuarto en letra pequeña), uno no pueda sino sorprenderse del volumen de la producción cartográfica emprendida durante la Guerra de la Independencia por las tropas napoléonicas.

Una parte considerable de los trabajos consisten en reconocimientos realizados por oficiales de Estado Mayor o en planos de ciudades y de fortificaciones llevados a cabo por oficiales del Cuerpo de Ingenieros; pero, con pocas excepciones, los planos y mapas levantados y dibujados por los ingenieros geógrafos son sin duda los de mayor calidad técnica y estética.

Una somera comparación de la cartografía anterior con esos mapas y planos realizados por los ingenieros geógrafos durante la contienda permite comprobar que ésta, más allá del gran su-frimiento generado, supuso la llegada a España de las normas cartográficas modernas, con la in-troducción de las unidades métricas decimales, las nuevas formas de representación del relieve, la figuración (evocadora y suficientemente exacta a un tiempo) de la vegetación y los cultivos, la representación detallada de los alrededores de las ciudades (y, por tanto, de las condiciones de sus emplazamientos), así como de muchas de las vías de comunicación existentes entre ellas, para las que por primera vez se especifican sistemáticamente los tiempos de marcha.

Este volumen y calidad de los resultados cartográficos, impresionante para lo reducido de los efectivos del Bureau, se explica ante todo por un rendimiento que en general es muy alto. Pensemos, por ejemplo, que los planos de batalla de Almonacid y Talavera son levantados en los quince primeros días de septiembre de 180968 por Richoux y Simondi, el primero, y por Bentabole, el segundo, estando listo su dibujo a comienzos del mes siguiente. Lerouge, por su lado, lleva a cabo el levantamiento a escala 1:10.000 del desfiladero de Pancorbo, efectuado con brújula, en menos de un mes (mayo de 1808), estando listo el dibujo a lo largo del mes de julio, algo sorprendente si tenemos en cuenta la dificultad del terreno y la extraordinaria calidad del resultado.

Aparte del levantamiento y dibujo del mapa de Pancorbo, el currículo del propio capitán Lerouge es impresionante en calidad y en cantidad, pero no menos abultado que el de otros de sus colegas: a lo largo del año de su permanencia en España (marzo de 1808-marzo de 1809) es responsable del levantamiento y dibujo de una parte del plano de Burgos y sus alrededores (abril de 1808); de los reconocimientos de los caminos de Miranda a Logroño y de esta última ciudad a Estella, además de los planos de Estella y Logroño y alrededores (septiembre de 1808); de parte del levantamiento de los alrededores de Vitoria (octubre de 1808); del plano de Tordesi-llas, el del vado del Esla frente a Benavente, el del campo de batalla de Medina de Rioseco, del dibujo de los núcleos incluidos en el camino de Medina a Astorga y del reconocimiento de la carretera entre Valladolid y Benavente por Villalpando (entre noviembre y diciembre de 1808), así como de parte del levantamiento de los alrededores de Madrid (enero de 1809). A todo ello hay que añadir su participación en diversos trabajos ordenados por el mariscal Bessières, justo antes de su salida de la Península rumbo a Estrasburgo a comienzos de marzo de 1809.

Pero en el esfuerzo personal que daba lugar a esta gran eficacia radicaba también un efecto contrario: muchas de las indisposiciones de los ingenieros geógrafos, que mermaban con exce-siva frecuencia el rendimiento del Bureau, tenían su origen en el agotamiento. El propio capi-tán Lerouge fallecerá «literalmente de cansancio» en Istria, poco tiempo después de abandonar la Península (Berthaut, 1902: II, 390). En España, el director del Bureau, Chabrier, y otros oficiales también sufrieron con frecuencia de indisposiciones achacables al exceso de trabajo, y así, a lo largo del verano de 1810, hubo meses en que sólo estaban en condiciones de participar en las labores cartográficas uno o dos de los ingenieros del Bureau. En 1811, Bentabole pasó sus últimas semanas en Sevilla al borde de la muerte y sólo pudo emprender el penoso camino de vuelta a Francia varios meses después de que el resto de los integrantes del Bureau recibieran la orden de volver a su país.

68 État des travaux exécutés par MM. les officiers ingénieurs géographes compo-sant le Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne, mois de Septembre 1809. Ar-chivo del S.H.D., 3 M 355.

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69 La actividad de los ingenieros geógrafos «recibe con mucha frecuencia de parte de S.E. el general en jefe [Soult] los más elo-giosos juicios. [Los ingenieros] ya no desean más que la aprobación y el favor señalado de su general, Conde del Imperio, director del Depósito general de la Guerra». État des travaux exécutés par MM. les officiers du Corps impérial des Ingénieurs Géogra-phes, composant le Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne, mois de Novembre 1810. Archivo del S.H.D., 3 M 355.

Como ya se ha dicho en repetidas ocasiones, la rentabilidad del trabajo también quedó comprometida por la falta de una red geodésica suficientemente densa como para abordar con suficiente solvencia un proyecto de mapa de España, tanto a lo largo de la contienda como inmediatamente después de acabada ésta.

De todos modos, el proyecto cartográfico más coherente y serio para el conjunto peninsular durante la contienda, el que Chabrier pone en marcha a lo largo de 1809, tiene unos inicios muy prometedores, con la realización del mapa militar 1:1.000.000 y de las primeras hojas del 1:100.000. Esto demuestra que la idea no hubiera sido descabellada, de haber contado con los refuerzos de personal que Chabrier pidió y con unas condiciones de trabajo más seguras. Pero tal proyecto pronto se hará irrealizable, por la situación calamitosa del personal del Bureau y las continuas reclamaciones del director del Depôt de la Guerre, aparentemente más interesado en utilizar a los ingenieros geógrafos como copistas y documentalistas que como verdaderos cartógrafos. Esto repercutió a su vez en la desmoralización que afectó al equipo integrante del Bureau, que también tuvo influencia negativa en su rendimiento69.

Los intentos, entre 1812 y 1814, de cumplir con el nuevo encargo del Emperador de realizar un mapa peninsular a una escala 1:300.000 quedaron por su lado interrumpidos a causa de los sucesos políticos y militares que abren el paso a la Restauración de los Borbones en el trono de Francia. No obstante, tras un largo paréntesis de casi diez años, los materiales realizados du-rante la Guerra de la Independencia volverán a encontrar una nueva utilidad en los proyectos cartográficos iniciados en los años 1820.

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