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Julio Rubio Gómez

El parqueLa infancia entre cartones

La Neurosis o Las Barricadas Ed.

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El parque.La infancia entre cartones

Julio Rubio GómezLa Neurosis o Las Barricadas Ed.

Madrid2a edición

2019

ISBN 978-84-941614-8-3Depósito Legal M-29965-2018

Se recomienda encarecidamente la reproducción o copia de cualquier parte o la totalidad de este libro que tienes entre tus manos, siempre que sea sin

fines comerciales.

El precio de este libro incluye una aportación de 2 euros para la autogestión de Hortaleza Boxing Crew.

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ÍndiceLejos, muy Lejos, 9 Tres años más Tarde, 13 • El desahucio, 19 • El cole, 21 • Los juzgados, 23 •

Nico, 25 NabiL, 27 • El viaje, 29 • Llegada a Melilla, 30 • La valla, 32 • El «Riski», 33, La

calle, 34 • Madrid, 35 • Los papeles, 38 • ¿Irse o quedarse?, 40 • De compras, 41 • Nueva vida, 41 • «Une barre pen», 43 • La policía, 44 • El boxeo, 45 • La Nena, 48 • La cocina, 50 • Primera acogida, 53 • La Nena enferma, 54 • La Jessi, 56 • Se están pasando, 58 • Sara, 60 • La Nena empeora, 62 • Disolven-te, 63 • ¡Julio, corre!, 65 • Las Presillas, 69 • La reunión, 69 • Nabil se va, 72

agosTo, 75 • La linterna (Melilla), 77 • El viejo gordo, 78 • Rajarse, 79 • Los gatos malos, 79 • El puerto, 80 • Los farolillos, 82 • La valla, 84 • Fez, 86, «Maldito serás en la ciudad y maldito en el campo. Maldito al entrar y maldito al salir» Dt. 28: 16, 86 • «Payasos en rebeldía», 89

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sepTiembre, 93 • El cartel, 98 • 2o Encuentro, 101 • La entrega, 103 • Otra vez en la calle, 110 • El «Chili», 110 • Olor a disolvente, 111 • La pajarita, 114

ocTubre, 117 • El BOSA, 119 • Tengo hambre, 120 • La reunión, 120 • Está lloviendo, 123 • Hamed, 124 • A casa, 125 • El día con Bilal, 127 • La noche, 128 • Las fotos, 129 • La comprobación, 129 • La organización del apoyo, 132 • La organización del rechazo, 133 • El mensaje, 135 • La enfermedad, 136 • Entregarse, 139 • ET, 142 • La presión, 143 • El nido, 144 • La madre, 145 • La entrevista, 150

Noviembre, 163 • La gran noche, 165 • La paliza, 177 • El viernes, 181 • «Usted sabrá», 183 • El día siguiente, 186 • Los viernes, 187 • La foto, 188 • Otra vez, 190

diciembre, 193 • El templete, 195 • Empapado, 196 • La ambulancia, 198 • La visita, 199 • El colchón, 202 • Sustracción de menores, 203 • Tercera vez, 204 • Desaparición, 206 • Dejar en evidencia, 208 • A la calle, 210 • Nochebuena, 211

eNero, 213 • Uno de enero, 215 • La negación, 215 • «Voy a cambiar, cariño», 216 • Cena con espectáculo, 217 • Anouar, 218 • La Junta del Distrito (el Ayuntamiento), 222 • Paracetamol, 227 • Los profesionales, 228 • Borrar la dirección, 229 • El audio, 229 • La foto, 235 • El Alacrán, 236 • Ceuta, 237 • Cristina, 237

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Al abogado Nacho de la Mata1

1. Juan Ignacio de la Mata Gutiérrez, abogado de jóvenes y niñ@s, premio de Derechos Humanos 2009 del Consejo General de la Abogacía Española por parar las repatriaciones sin garantías de menores. Fallecido en 2012.

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Todo lo que aprendimos en la Universidadtuvimos que desaprenderlo en la calle

Rosa, educadora social de la Asociación Harraga (Melilla)

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LEJOS, MUY LEJOS

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— Julio, me quieren enviar a ese centro de menores, ese que es para locos, y yo no estoy loca. Dicen que si me sigo portando mal me envían allí. Todo el mundo habla fatal de ese centro... ¿Cómo se llama? «Picón», eso, «Picón», «Picón del Jarama». Dicen que te drogan, te encie-rran, no te dejan salir, los vigilantes te pegan... ¡Hasta dicen que un niño se ahorcó hace poco2!

El abogado, Nacho de la Mata, interviene:— Laura, ese centro es «terapéutico». Solo te pueden enviar allí

por dos razones: o porque tú voluntariamente accedas y aceptes ir, o porque tengas un informe médico-psiquiátrico que diga que tienes un trastorno de conducta.

— Pero yo no tengo nada de esos trastornos raros.— Por eso solo te pueden llevar a ese centro si tú accedes volunta-

riamente, por lo que tienes que decir en todo momento que no quieres ir. Vamos a dejarlo además todo por escrito. Mira: esto es la «designa-ción letrada». Si firmas esto me das poder para representarte y ser tu abogado. Y este otro papel es una declaración de tu negativa a ir a ese centro. Si lo firmas tenemos una prueba de tu negativa por escrito y, por lo tanto, si te encierran allí estarían cometiendo una ilegalidad.

En cuanto intervino Nacho, el centro de menores «reculó». Ya no la enviaron a Picón (un centro terapéutico), pues era ilegal. Pero sí a un centro (de «protección») lejos, muy lejos, de nuestro barrio. Tal vez como castigo por tener la osadía de haber dicho «no quiero».

Laura se había criado en un piso de acogida en el barrio. Aquí tenía su vida, sus raíces, amigas, el instituto, las asociaciones, actividades, nosotros... Todo el trabajo que llevábamos haciendo con ella durante años se cortó de raíz. Su única familia, sus únicos vínculos éramos noso-tros, nosotras, la gente del barrio. 2. El 2 de diciembre de 2008 apareció ahorcado Hamid el Amrani de 13 años. Estaba encerrado en aislamiento.

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De repente, Laura se vio en un pueblo, a las afueras de Madrid, sin conocer a nadie. Instituto nuevo, amigas nuevas, todo nuevo. Era como volver a empezar.

Para el Sistema de «Protección», Laura era como un geranio, que se trasplanta y se cambia de tiesto sin más. El afecto, el vínculo, el cariño, el tejido social, etc., todo eso no contaba.

Sola, sin amigas, sin familia, sin nada, jovencita, con la autoestima rota, aislada... era una presa perfecta para un maltratador. Y así fue. Laura se enamora de Manu, un maltratador. Y se queda embarazada de él a los 17 años. Bajo la tutela del Estado.

El maltratador tiende a aislar a la víctima, y Manu se había encon-trado todo el trabajo hecho. El Sistema de «Protección» se lo había puesto en bandeja.

Parecían dos maltratadores colaborando juntos.

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TRES AÑOS MÁS TARDE

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— Por favor Julio, ayúdame, es urgente.Recibo este mensaje de whatsapp de Laura por la noche. Algo está

pasando.La llamo enseguida. Se pone al teléfono pero la conversación es

imposible. No para de llorar y llorar angustiada, yo no la entiendo. Así que le digo:

— Solo dime SÍ o NO. ¿Voy a buscarte?— ¡SÍ!Llamo a Rubén (de una asociación del barrio, El Alacrán):— Es Laura. Me pide que vaya a buscarla. Algo ha pasado. ¿Estás

cerca? ¿Vienes conmigo? Manu es peligroso.— Estoy en el fútbol con los chavales. Tardo media hora.— No da tiempo. Voy yo, no te preocupes.La casa de Laura está muy cerca de la mía, (al cumplir 18 años Laura

había vuelto al barrio). «Voy a necesitar un coche», pienso, porque hay que sacar a Laura y su niño de 3 años. Cojo el coche de la asociación y salgo disparado. Me salto todos los semáforos, en 2 minutos estoy allí.

Me bajo del coche y voy directo a su portal, que en realidad es un soportal bajo, como el de una casa de una planta. Está todo oscuro, de ninguna ventana sale luz. Noto que las plantas de los pies pisan algo pegajoso. Enciendo el móvil para ver en la oscuridad. Es sangre, un charco enorme de sangre. Alumbro la entrada de la puerta. Es una puerta metálica con una ventana de cristal y barrotes. El cristal está roto y todo está lleno de sangre. Llamo al timbre de la casa, pero no contesta nadie.

Llamo por el móvil a Laura:— Soy yo. Estoy en la puerta.La ventana de la casa se ilumina de repente. Ha dado la luz. Se abre

la puerta con lentitud. A Laura le cuesta abrirla. Hay una barricada

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formada detrás de la puerta con la lavadora y los muebles. Laura está temblando.

— ¿Estás bien? ¿De quién es la sangre?— De él, se ha cortado con el cristal intentando entrar. Nos quería

matar —comienza a llorar.— ¿Dónde está?— No lo sé... Está por aquí cerca.— Venga, nos vamos. Coge al niño.Me tengo que llevar a Laura y al niño antes de que aparezca Manuel.— Venga, sube al coche, rápido.Laura coge al niño en brazos y se meten en el coche.Se me cruza uno de mis chavales del barrio:— Ten cuidado, le he visto por el locutorio —me dice.Arranco el coche y nos vamos casi derrapando. Nos vamos directos

a mi casa. El pequeño, Nico, tiene unos cochecitos en la mano. Juega con ellos.

No dice nada, no habla, no llora, no se queja. «¿Se estará dando cuenta de lo que está pasando?», pienso.

Subimos a casa. Laura se sienta en el sofá del salón. Está tremenda-mente nerviosa. Está temblando, llorando...

— ¿Quieres un vaso de agua? — Sí, por favor.Voy a la cocina. Estoy llenando el vaso con agua del grifo cuando de

repente oigo un ¡plof! Un golpe. Me dirijo al salón corriendo. Creía que se había caído algo: un bolso

o una silla. Sin embargo, veo a Laura tirada en el suelo. El niño, parali-zado, la mira sin soltar su cochecito. La agarro en brazos y la incorporo al sofá. Está inconsciente.

— Laura, Laura, ¿me oyes? Escúchame.

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El niño me mira. No llora, no ríe, solo nos mira a mí y a su madre. No quiero gritar, no quiero formar mucho escándalo, para que el niño no se alarme ni se asuste.

— Laura, Laura.Le pego pequeñas tortas en la cara.— Laura, despierta.¿Y si se ha tomado un bote de pastillas? Hay un momento en que no

sé si está muerta o viva. Intento tomarle el pulso, pero yo no entiendo de estas cosas. Llamo al SAMUR:

— Urgencias, dígame.— Mire, tengo a una chica de 21 años en casa que se acaba de des-

mayar. Ha sido agredida por su novio y estaba en un estado de nervios tremendo. Soy educador social, es violencia de género.

— Dígame la dirección y mando para allá una ambulancia y un coche patrulla.

El niño me oye hablar por teléfono, mira a la madre inconsciente, me mira a mí. «¿Entenderá lo que está pasando?» es algo que no paro de preguntarme.

Sigo con Laura. Se va despertando, va recuperando el sentido. Es curioso. El cerebro, la mente, cuando se ve totalmente sobrepasada, desbordada por la realidad, es como si diese al botón de «off» y se apa-gase. El ataque de nervios de Laura ha sido tal que le ha provocado un desmayo.

Al rato, van llegando la policía, los médicos, Rubén...La última en llegar es Nayara, mi novia, que al ver en la calle las

luces de la ambulancia, la policía... se asusta y entra corriendo en casa.— ¿Pero qué ha pasado?Le explico lo de Laura. Nayara mira el salón. Está lleno: la policía, los

médicos, Rubén, Laura, el niño...

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El médico mete a Laura en un cuarto para revisarla y hace el parte de lesiones.

El policía habla por la radio. Está en el pasillo de aquí para allá dando órdenes o algo así. Al rato viene y nos dice:

— Lo han detenido. Estaba en la calle Mar Negro, borracho y herido del brazo. Mañana lo pondrán a disposición judicial ¿Quiere denunciar, señorita?

Laura, ida, blanca, con ojeras... afirma con la cabeza.Rubén y Nayara están entreteniendo a Nico con los dibujos y los

cochecitos que tenía.Salimos del cuarto Laura y yo, con la policía y los médicos. Les digo

a Rubén y a Nayara:— Vamos a bajar a poner una denuncia en la comisaría.Nico se levanta y va hacia su madre.— Nos vamos a ir un momento, cariño, pero ahora volvemos. Tú te

quedas aquí un rato.— No, no —llora. Rubén se acerca:— Venga, vamos a ver los dibus.Laura lo acompaña, lo sientan en el sofá a ver los dibujos y, poco a

poco, el niño se va distrayendo y tranquilizando. Bajamos caminando a la comisaria. Sabiendo que Manu está dete-

nido ya podemos andar sin preocupación por el barrio. En la comisa-ría hemos quedado con Isa (educadora social de la Fundación Raíces3, donde trabajo por las mañanas). Lleva el tema de Laura y conoce las denuncias que hay y todos los procesos judiciales.

En comisaría decimos que venimos a poner una denuncia. Nos pasan a la sala de espera. Allí nos sentamos las tres. 3. Fundación dedicada a la defensa de derechos humanos y al apoyo de la infancia y la juventud en riesgo de exclusión.

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Pasa una policía, se queda mirando a Laura y le dice:— ¡¿Pero tú otra vez aquí?! ¿Qué? Hoy le denuncias y mañana

vuelves con él ¿no?Laura baja la cabeza. Miro a Isa y nos quedamos «a cuadros». Es

increíble «el tacto» que tienen los polis. Son tremendamente brutos.Después de que Laura pusiese la denuncia, volvemos a casa. Allí está

sola Nayara, mi novia, con el niño dormido.— Se ha dormido. Lo he acostado en el cuarto. Está en la litera de

abajo.Le enseño a Laura el cuarto donde se van a quedar a dormir. Tiene

una litera con dos camas, es un cuarto arreglado para cuando vengan chavales a casa. Arreglamos la cama de abajo y allí se acuesta con el niño.

Nayara y yo nos quedamos a solas. Le explico lo que ha pasado. Le pregunto si no le importa que se quede Laura hasta que se arregle este follón y le parece bien.el desahucio

Laura se levanta por la mañana y llama a la puerta de mi cuarto:— Dios, se me ha hecho tarde Julio, tengo que llevar a Nico al

cole. Por favor, llévame. Tengo miedo de cruzarme con la familia de Manu.

Nos vestimos, desayunamos, nos arreglamos. Nico parece desubi-cado, todo es nuevo.

— ¿Y papá? ¿No va a venir papá? —pregunta.Nos vamos en coche al cole. Dejamos a Nico. Laura tiene que traba-

jar por la tarde y no podrá ir a buscarlo. Me pregunta si puedo ir yo a las 16:00 y le digo que no hay problema.

Después de dejar al niño en el cole, Laura y yo nos vamos a su casa a recoger sus cosas. La casa está como ayer. La sangre más seca, pero

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todo igual: la barricada en la puerta, los cristales rotos. Tenemos que recoger sus cosas rápido antes que aparezca la familia de Manu. Laura se da prisa, comienza a recoger todo lo que puede, lo vamos subiendo al coche.

En esos momentos de tensión, de prisas, de supervivencia, de angus-tia... llega un joven de los juzgados y nos dice que trae una notificación de desahucio. «Éramos pocos y...» pienso. Yo le explico:

— Mire, soy educador social. Esta chica está recogiendo sus cosas porque se va a ir de aquí, es un asunto complicado.

— Sí, mire... aunque se vaya de aquí es necesario que firme esta notificación, porque los juzgados requieren...

— Mire, tenemos mucha prisa y esta chica no está para leer lo que le vas a dar. No va a entender nada. Está muy nerviosa.

— A mí me da igual. Tiene que firmar esto.Mientras tanto, Laura entra y sale de la casa con ropa y cosas, va

llenando el maletero y los asientos traseros del coche, va de la casa al coche y del coche a la casa. Lo hace a toda prisa y ni siquiera repara en el chico de los juzgados. Hasta que la paro un momento.

— Mira, Laura, este chico es de los juzgados. Viene por el desahu-cio. Dice que tienes que firmar no sé qué ¿Tú quieres firmar?

— No, no, que se lo diga a Manu. El alquiler está a nombre de él.El chico dice:— ¿Quién es Manu? No, no. Lo tiene que firmar quien lo recibe.— Ya la has oído. No va a firmar. Recogemos las cosas y nos vamos.— Pues yo tengo que llamar a la policía.Intento razonar con él, pero la cosa se va poniendo cada vez más

tensa. Sigue insistiendo en que tiene que firmar sí o sí. Hasta que ya me cabreo.

— Pero, ¿no ves que estamos recogiendo todo a toda hostia? ¿No ves que estamos huyendo? ¿No ves en qué estado de nervios está esta

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chica? Ayer a esta chica casi la mata su novio, y como venga la familia del novio y nos pille aquí no solo nos mata a ella y a mí, sino que a ti también, así que no te la juegues hablando con nosotros, protege tu vida y lárgate de aquí.

— No, no. Yo llamo a la policía. Además ¿qué clase de educador social eres tú que aconsejas a esta chica no firmar? ¿Cómo te llamas? Voy a poner además una queja al colegio oficial de educadores sociales.

— Nosotros nos vamos. Tú haz lo que tengas que hacer.Empieza a quejarse: «que tiene que firmar», «que tiene que firmar»...

llama por teléfono a los juzgados, luego a la policía...Delante de él nos metemos en el coche y nos vamos. Me grita, me

llama, se cabrea... Yo no le hago ni caso. el cole

La Fundación Raíces y la casa de mis padres están al lado, así que como siempre con ellos. Aquel día, durante la comida, les voy expli-

cando lo que ha pasado con Laura el día anterior. Y tras contarles todo le digo a mi padre:

— Papá... ¿Quieres una aventurilla hoy?.Mi padre se ríe, y yo digo lo de la «aventurilla» para intentar desdra-

matizar todo esto y que no se asuste.— Sí, sí, a ver, dime ¿Qué hay que hacer?— Mira, Laura me ha firmado una autorización para ir a recoger al

niño al colegio y ha pedido en la escuela que solo se me entregue a mí y a nadie más. Pero puede que aparezca la familia de Manu a por el niño y se puede liar una gorda. Ahora mismo, en esta situación, una autorización de la madre prevalece sobre los demás familiares, pero aun así puede que se líe.

He pensado que me lleves en coche al cole, aparques enfrente sin que tú te bajes, dejes el motor en marcha y nos esperes preparado para

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salir pitando. Yo recojo a Nico, me subo al coche y salimos de allí echando hostias. ¿Te parece?

Mi padre se queda callado y un poco asombrado. Pero acepta. Así que nos vamos para allá y actuamos según lo previsto.

Mi padre deja el coche en doble fila enfrente del cole. No se baja y deja el motor en marcha. Yo me bajo y espero en la entrada. La familia no está. Tengo miedo de cómo reaccione Nico. Siempre viene a reco-gerlo el padre, así que cuando me vea a mí, ¿cómo reaccionará? ¿Se querrá venir conmigo?

Al rato sale la profe al patio. Ella va delante y todos los niños detrás cogidos de la mano en fila uno detrás de otro. Les pone en la pared y uno por uno va entregándolos a los padres. Cuando le toca entregar a Nico, me acerco. Ella me mira y me reconoce por la autorización que ha dejado Laura.

— Venga —le dice a Nico y el niño sale disparado hacia mí y se me tira a los brazos mientras dice:

—¡Juliooooo!Yo me quedo a cuadros. Pensaba que lloraría, que no querría

venirse conmigo. Lo cojo en brazos y me lo llevo rápido al coche. Me meto en la parte de atrás y le digo a mi padre:

—¡Nos vamos! Corre.Salimos disparados del cole. Todo ha salido genial. La familia de

Manu no ha ido a buscarle. Más tarde me enteré de que sí fueron, pero minutos después de que nosotros nos marchásemos.

Nico está muy serio. Todo es nuevo. Observa a mi padre conduciendo.

— Mira, Nico, él es mi papá. Vamos a ir a buscar a tu mamá al bar donde trabaja. Ahora la vamos a ver.

Nico se ilusiona y se pone contento.

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Entramos en el bar y allí está trabajando Laura, poniendo mesas, sir-viendo comidas, sin parar un solo instante. Le da un achuchón a Nico. Me fijo en el tatuaje que Laura tiene en el brazo. Es una auténtica chica de barrio.

Nos sentamos en una mesa mi padre, Nico y yo. Mi padre, viendo las ojeras y la mala cara de Laura, me dice:

— Madre mía esta chica, después de toda la movida de ayer... hoy aquí trabajando como cualquier otro día.

Cuando Laura termina su jornada nos volvemos todos en coche. Mi padre conduce, el niño va atrás y comienza a decir:

— Le tienes que pedir perdón, papá, ¿a que sí? ¿A que a mamá no se la pega, a que no? Le tienes que pedir perdón.los Juzgados

Laura y yo esperamos sentados en unos bancos del pasillo de los Juzgados de Violencia sobre la Mujer. Si Laura se atreve a decla-

rar ante el juez, se emitirá una orden de alejamiento e irán a juicio. Si, como las veces pasadas, no lo hace, lo dejarán en libertad sin cargos ni orden de alejamiento y no habrá juicio. Para ella es un paso muy impor-tante. Siempre le ha acabado defendiendo, justificándolo, pero esta vez es diferente. Laura ha tenido miedo, no ya por su vida, sino por la de su hijo. Y esto le ha hecho reaccionar. Es la primera vez que ha temido de verdad por la vida de su hijo.

Laura está muy nerviosa. La sala, el pasillo, los jueces con toga, los fiscales con toga, los abogados con toga, «su señoría», «con la venia», «acérquese al estrado», «¿Sabe que está bajo juramento?», «solo con-teste sí o no», la mesa de roble, el cuadro del rey, serio, magnánimo, firme, como omnipresente, como si te mirase, la bandera de España... Es un lugar frío, sobrecogedor, intimidatorio, que te hace empequeñecer. No hay sonrisas ni caras humanas, todo es de hielo, te sientes pequeño

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ante la «grandeza» del Estado, de la Institución, de la Administración, como un bicho insignificante ante un gigante todopoderoso.

Pero, a pesar de todo y de todos, Laura declara, y lo hace muy bien, es contundente. Siento una ilusión enorme y pienso que ha declarado con tanta seguridad y tanta contundencia porque ya no tiene miedo a quedarse sola y a que los servicios sociales le quiten a Nico. Ahora sabe que nos tiene a nosotras, que tiene casa, un lugar donde dormir... y todo eso le ha hecho sentirse segura. Me da una alegría tremenda su declaración. El juez emite una«orden de alejamiento» de no sé cuántos metros. Manu no puede ni acercarse al barrio.

Una vez en los despachos de los juzgados con su abogada, esta le dice:— Bueno y ahora, ¿dónde vas a ir? Tenemos que pedir entrar en un

piso de protección. No vas a estar siempre en casa de Julio. Eso es una medida excepcional.

Me quedo a cuadros. E intervengo:— Bueno... lo de si puede o no estar en mi casa lo decidiré yo, ¿no?

Ja, ja. Se queda un poco cortada:— Aaaaah... Bueno, yo lo decía por...— Conozco a Laura desde los 14 años y ella sabe que estamos encan-

tados de que esté en casa. Laura, tú decide lo que quieras.— Yo quiero quedarme en tu casa, Julio.— Pues ya está. No hay más que hablar.La abogada se queda a cuadros. Y es que lo que ella no sabe es

que Laura tiene miedo al Estado, a la Institución, a esos programas de «protección», a esos «técnicos», a esos «profesionales», a los Servicios Sociales... Laura se ha criado en centros de menores, ha estado bajo su tutela, bajo un calvario, los conoce muy bien, sabe que los Servicios Sociales quitan las tutelas de los hijos a las madres preferentemente

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pobres y solas como ella, separan a madres e hijos. Laura tiene un miedo atroz a que le quiten a Nico. No se fía de ellos ni de sus programas ni de sus profesionales.

Laura sabe que puede ganar la guerra contra su marido, pero que no la va a ganar contra el Estado (las togas, el estrado, la foto del rey, la bandera de España...). Este es un maltratador mucho más poderoso y al que nadie va a poner una orden de alejamiento.Nico

Laura y Nico se quedaron en casa a vivir. Todos los días a las 16:00 yo iba a recogerlo al cole. Nos íbamos luego al parque y a los colum-

pios a jugar con otros niños y niñas. Y allí, en los parques, me empecé a meter en ese mundillo de los papás y las mamás: «¿por qué no duerme?», «¿qué le das de comer?», «estos dibujos le gustan, estos no», «no hay que darle Coca Cola», «se suelen ir sobre las 9 a la cama, es bueno que duer-man», «hay que ponerle los dibujos después de que coma, no durante la comida», «tose mucho, yo creo que está malo»...

Mis chavales empezaron a verme por el barrio siempre con un niño de tres años cogido de la mano o en brazos.

En el cole, con la orden de alejamiento, solo la madre y yo estábamos autorizados a recoger al niño. El niño ya no salía al patio en la entrega. Había que ir a buscarlo al despacho de la directora como medida de seguridad.

Cuando las profes se enteraron de la orden de alejamiento y demás, una de las profes dijo:

— Ahora me explico el comportamiento de Nico.«Ahora me explico el comportamiento de Nico», porque Nico se

portaba mal en clase. A veces estaba agresivo, pegaba a los compañeros o a la profe, reproducía fuera de casa lo que veía dentro.

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La profe, como muchos otros profes, a priori piensan que el único problema es el niño: «trastorno disocial de la personalidad», «psico-socialmente inadaptado», «trastorno negativista-desafiante», «tras-torno antisocial», «TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad)»... Pero cuando se molestan en ir más allá de los muros del aula, suelen tener ese «Eureka», ese «ahora me explico el compor-tamiento de...», que no es otra cosa que el descubrir que hay vida más allá del Sistema Educativo.

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NABIL

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el viaJe

Los chavales en casa siempre fueron como «aves de paso», así que después de Laura y Nico vino Nabil.

En verano, mi amiga Elena y yo decidimos hacer un viaje en moto. Con el libro «Decimocuarto Asalto» había hecho muchos amigos que me escribían de todas las partes de España. El libro me había abierto muchas puertas, en todos los sentidos. Así, con tantas amistades, idea-mos el plan de ir en moto por España de casa en casa, de ciudad en ciu-dad, de pueblo en pueblo. Con mis amigos y los de Elena ideamos esta ruta: Madrid-Cáceres, Cáceres-Cádiz, Cádiz-Ceuta, Ceuta-Alhucemas, Alhucemas-Melilla, Melilla-Málaga, Málaga-Jaén, Jaén-Madrid.

Así lo hicimos. Fuimos durmiendo en casa de amigos, amigas, por aquí y por allá, como auténticos nómadas. Cada día era distinto. La gente nos acogía en sus casas, nos presentaba a sus amigos, nos llevaban a comer, a cenar, a tomar algo, nos mostraban sus vidas, sus ciudades, sus historias... y por la mañana partíamos y reanudábamos el viaje los dos en la moto, una Kawasaki KLE de 500, con las maletas traseras, los macutos, las alforjas.... Así que cada día era un «película» distinta: hoy en casa de unos educadores sociales muy intelectuales, mañana en casa de una familia campesina en un pueblo, pasado mañana en casa de una chavala supermacarrilla, al otro en la de una abogada... ¡Cada día se nos abrían las puertas de una vida diferente!

Pero en realidad nuestro objetivo, el objetivo del viaje, era Melilla. Allí llevaban meses viviendo mis amigas Rosa, Sara y María. Ninguna era de Melilla, todas eran de la Península, de partes diferentes. Lo que tenían en común es que las tres eran educadoras y habían formado la asociación Harraga, desde la cual intervenían con los niños de la calle.

Había conocido a Rosa en unas jornadas en Palencia (presentando «Decimocuarto Asalto», como si este libro hubiese sido la llave de todas

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las puertas) y desde que estaba en Melilla siempre me escribía o me llamaba diciendo: «¡Julioooo, tienes que venir a Melilla, estamos con los niños de la calle, tienes que ver esto, es tremendo lo que pasa aquí!». Me invitó tantas veces y me contó historias tan tremendas de los cha-vales, que decidí que teníamos que visitar Melilla.llegada a melilla

Llegamos en el mes de julio. Hacía un calor tremendo y eso se sumaba al hecho de que teníamos que llevar las chupas de cuero, el casco, los

pantalones... El calor era insoportable. Habíamos salido de Alhucemas (Marruecos) y por la carretera que bordea la costa llegamos a Nador, que hace frontera con Melilla. El recorrido por Marruecos había sido precioso. Los paisajes eran tremendos: el mar, los acantilados, la carre-tera completamente sola, los paisajes desérticos, los pequeños pueblos... pero llevábamos muchos kilómetros encima y estábamos destrozados. En la frontera con Melilla había muchísimo tráfico, muchísima gente, y el sol abrasador de julio nos mataba. Lo estábamos pasando fatal. En estas fronteras no sabes muy bien dónde ir, qué papel sacar, en qué fila ponerte... Estábamos en las puertas de nuestro objetivo, pero no podíamos alcanzarlo.

Muchos chavales y personas mayores se buscan la vida ayudando a los turistas con los papeles. Un rifeño4 nos ayudó. Nos dijo dónde ponernos, dónde ir, qué papeles presentar y en un momento nos hizo pasar la frontera.

Ya en Melilla, Rosa nos recogió, nos llevó a casa y nos pudimos duchar y descansar. ¡6 días de viaje! Más de dos mil kilómetros. Yo estaba destrozado. 4. El Rif es una región del norte de Marruecos con zonas montañosas y verdes, con costa en el Mediterráneo, que abarca desde la región de Yebala hasta Kebdana (Nador) en la frontera con Argelia. Se trata de una región tradicionalmente aislada y desfavorecida.

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Nos llevaron a comer a una terraza ¡Estaba feliz! Duchado, comiendo... Después de aquel viaje mortal por Marruecos, el sol, el calor... aquello era...¡el paraíso!

Después de comer nos llevaron a la playa. Y allí tuve mi primer con-tacto con los niños de la calle. Empezaron a salir niños de todas partes, diciendo, con su acento marroquí: «Rosaaaa, Saraaaaa, Maríaaaa...». Eran supercercanos, abiertos, confiados con nosotras. Las chicas me los presentaban, hablábamos, nos contaban... hasta que varios niños me dijeron:

— Julio, vamos a tirarnos desde las rocas. ¡Vente!A lo que yo, ingenuo de mí, contesté:— ¡Vamos!Yo creía que se referían a unas rocas inocentes, de poca altura, para

dar un saltito y nada más. Los niños me empiezan a llevar entonces por un acantilado vertical, por el cual tenía que ir agarrado como si fuese un escalador. La cosa se empezaba a complicar mucho. Cuando empecé a subir, solo me decía a mí mismo: «Dios mío, pero qué hago yo aquí». Los niños eran como monos escalando, con una agilidad increíble. Yo, sin embargo, a su lado era un auténtico patoso. Me tuvieron que ayudar, pero al final subí. Cuando vi la altura desde donde tenía que saltar me quedé blanco. A los niños les hizo mucha gracia mi palidez y por ello no paraban de reírse.

Empezaron a saltar ¡Y cómo saltaban! De cabeza, haciendo mortales, piruetas... Me tocó mi turno y salté, ¡y lo hice genial! Así fue mi primer contacto con los niños de la calle. Nos caímos de maravilla.

Por la noche yo estaba destrozado: el viaje, el calor, la comida, la playa, los saltos... Les dije a las chicas que no me apetecía salir, que prefería irme a la cama directamente porque se me cerraban los ojos del sueño. Y así lo hice.

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Elena, Rosa, Sara y María sí salieron por la noche. Habían quedado con los niños para celebrar el cumpleaños de uno de ellos. Las chicas habían preparado todo: comida, bebida (sin alcohol), juegos... Habían quedado en el puerto. Y allí empezaron la fiestecilla, pero pronto apa-reció la policía.

Me desperté por la noche cuando llegaron. Solo recuerdo que Elena estaba muy impactada. Estaba como en shock. Me contó:

— Julio, es increíble. Vino la policía, no te imaginas cómo trató a los críos. No estábamos haciendo nada. Les pusieron a todos contra la pared con las manos en alto. ¡Había niños de diez años! Les insultaban, les empujaban... nunca había visto algo así.

Empezábamos a comprobar lo que me había contado Rosa: «Julio, vente para Melilla, esto es tremendo».la valla

La moto fue un éxito con los chavales. Todos querían que les diese una vuelta, nos hacíamos fotos, se ponían los cascos, los más peques

(8 años) querían subir y tocar todos los botones... Empecé una ronda de paseos: subía a los niños, muchos descalzos, y los llevaba a dar una vuelta, les encantaba. Tiraba con la moto todo recto desde el puerto y siempre llegaba a topar con la valla fronteriza, cambiaba de dirección y volvía a toparme con la valla... Fueses donde fueses acababas topando con la valla. Empecé a tomar conciencia de que Melilla era una autén-tica jaula.

Efectivamente, esta ciudad tiene una extensión de 12 km2 y el aero-puerto más pequeño de Europa. Era como estar enjaulados. Las chicas nos enseñaron la valla. Era impresionante. Daba la sensación de estar en un conflicto armado: alambres de espino, militares marroquíes con metralletas al otro lado, casetas para los soldados, un coche patrulla de la Policía Nacional pasando cada rato, cámaras de seguridad, triple

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valla (una parte en el lado español y otra en el marroquí)... Pero lo que más me impactó fue un lugar donde, a la par de la valla, ¡había un campo de golf! Era increíble, como surrealista, aquel paisaje era digno de ver. Pero había más: la valla, el campo de golf... y enfrente, el CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes), una especie de campo de refugiados donde viven familias enteras, niños, niñas, gente huyendo de la guerra, del hambre, de la miseria...

Poner un campo de golf de lujo enfrente de estos dos lugares, el CETI y la valla, hacía del paisaje una cruda metáfora de la desigualdad. Así lo plasmó José Palazón en la foto que se hizo famosa y ganó muchos premios, una foto donde se ve a unas personas jugando al golf en esos campos verdes y de fondo un montón de subsaharianos migrantes subi-dos a la valla (con miedo a bajar, a un lado y a otro rodeados por la policía).el «riski»

Rosa nos enseña el puerto comercial. Del puerto de Melilla salen y entran ferris constantemente. Muchos llevan pasajeros, otros mer-

cancías. Las conexiones son Melilla-Motril, Melilla-Málaga o Melilla-Almería, es decir, Melilla-Península. Este es el objetivo de los niños: la Península. Para conseguirlo llevan a cabo lo que Rosa nos dice que se llama riski, que no es otra cosa que todo el proceso previo antes de cruzar. Muchos niños viven en el puerto, esperando colarse y meterse en un barco.

Los niños duermen entre las rocas que rodean el puerto, entre la humedad y el frío. Por la noche se cuelan o saltan la valla para entrar en el puerto, que está fortificado y vigilado las 24 horas del día5. Rosa nos enseña desde dónde se cuelan: los niños tienen que bajar por una pared 5. El febrero de 2018 el Gobierno de Melilla puso concertinas (cuchillas afiladas) en la valla y alambrada que rodean al puerto.

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de una altura increíble, aproximadamente de 5 pisos. Rosa nos explica que uno o dos niños sujetan una cuerda desde arriba mientras otro se desliza hacia abajo para entrar en el puerto. Esto quiere decir que si los niños no aguantan el peso de la cuerda o se les escurre, su compañero cae y se mata.

Rosa nos sigue explicando que ya se han matado varios niños. En la última muerte, las chicas de Harraga hicieron un mural con los demás niños para recordar al chavalín muerto y se concentraron en el lugar desde donde cayó. La policía les desalojó y a ellas les pusieron una multa de 1 500 € acusándolas de «incitación a actos vandálicos y concen-tración ilegal».

El primer obstáculo es ese: acceder al puerto amurallado y vigilado. Una vez que pasan la primera prueba comienza la segunda: encontrar un escondite en el barco. Normalmente, se meten en el motor o entre los bajos de los camiones que entran en los ferris. También se meten entre la mercancía del camión: chatarra, ropa, muebles... Incluso dentro de las cementeras, con el peligro que conlleva que se rellene de cemento el lugar donde se esconden. Varios han muerto así.

Los más pequeños son los que más éxito tienen. Debido a su pequeño tamaño pueden esconderse mejor.la calle

El Estado está obligado a tutelar a cualquier menor en situación de abandono. Las Comunidades Autónomas tienen la competencia de

tutelar a estos niños, en este caso la Ciudad Autónoma de Melilla. Aquí existe un centro de menores que se llama La Purísima, del que todos los niños cuentan pestes: abusos, palizas, chantajes, robos, haci-namiento, educadores mafiosos, dicen: «papeles a cambio de...». Ante esta perspectiva, los niños, lógicamente, prefieren la calle a los cuidados de su tutor.

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Por lo que el riski se convierte no solo en la acción de acceder al barco, sino en todo lo que conlleva ese proceso: la calle. Y esta está directamente vinculada al pegamento o disolvente. Esta droga es la más barata, les quita el hambre, el frío, la sensación de humedad, les da valor para hacer el riski, para bajar el muro, para escalar el acantilado... Se consigue en los pequeños supermercados o tiendas de pintura. Vuelcan el bote en bolsitas pequeñas, donde echan una pequeña cantidad de disolvente o pegamento. Estas bolsitas se las ponen entre la boca y la nariz e inhalan. Inspiran y espiran y la bolsita se infla y se desinfla. Los niños, entonces, parecen ranitas que hinchan y deshinchan sus bolsas al respirar.

La calle implica también enfermedades. Las chicas de Harraga van a todas partes con un botiquín. Están siempre curando heridas: sarna, tiña, herpes, conjuntivitis, piojos, caídas, autolesiones... Cuando estuvi-mos allí había un chiquillo de 10 años, al que le di unas vueltas en moto, que llevaba siempre unas gafas de sol. Un día Rosa le dice:

— Yassine, quítate las gafas un momento.El niño tenía el ojo izquierdo hinchado como una bola de tenis y en

la parte de arriba del párpado un montón de puntos. Ni siquiera podía abrirlo. Rosa me explica que le han pegado. Muchos vecinos de Melilla se organizan y crean patrullas ciudadanas para bajar a pegarles y les dan auténticas palizas.

La calle, el pegamento, el riski, las agresiones, las enfermedades... Elena y yo estamos impactados de todo lo que nos muestran.madrid

Concluimos nuestro viaje en Madrid. Elena y yo nos lo habíamos pasado genial, una auténtica aventura. Pero volvimos a la rutina

del día a día. Yo pensé que la relación con las chicas de Harraga se

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quedaría ahí, en un viaje, una experiencia... Estábamos demasiado lejos como para tener proyectos y temas en común. Qué equivocado estaba.

El viaje fue en julio. Llegó octubre. Sara me llama al móvil:— Julio, mira... te tengo que pedir un favor ¿Te acuerdas de Nabil?— Nabil... Uf, no.— Hace dos días hizo riski, llegó a Motril, le detuvieron y le man-

daron a Granada, a un centro de menores. Allí va el muy tonto y da su identidad real, creyendo que no le iban a identificar. Claro, el educador lo identifica y descubren que tiene 18 años y dos días ¡Y dos días, Julio! Así que coge el centro ¡y lo denuncia a la policía! Le abren una carta de expulsión y, claro, Nabil se ha fugado. Lo tenemos en Málaga. Él quiere ir para Francia, pero tiene que pasar por Madrid. La policía lo está buscando estos días. En Málaga no se puede quedar, no conocemos a nadie ¿Tú le podrías acoger un día o dos?

— Mira, voy a hablar con mi novia y te digo.Lo consulto con Nayara y dice que sí, que adelante, que venga Nabil

a casa. Se lo comunico a Sara y me envían al chaval desde Málaga.— Mira, Julio, el contacto de Málaga envía al chaval en el autobús

de las 11:00. Llegará a Madrid a las 6:00 de la mañana a la estación de Méndez Álvaro. El chico va sin nada, solo con lo puesto, no habla casi nada de español, no tiene documentación...

— Ok. Lo recojo a esa hora en la estación y me lo llevo a casa.Ese día pongo el despertador muy temprano. Me despierto, me pre-

paro y salgo. Está lloviendo y tengo que ir en moto. Yo llevo toda la ropa impermeable, pero para el chico no tengo nada. Se va a mojar. Me voy a la estación de Méndez Álvaro, miro la pantalla de «llegadas», voy a la dársena donde llegará su autobús y lo espero.

Cuando llega el autobús comienza a bajarse todo el mundo y al rato sale un chaval que sé enseguida que es Nabil. ¡Como para no reco-nocerlo! Las pintas son tremendas: desaliñado, cara de desconfianza...

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pero no me acuerdo de haberlo visto en Melilla. Me acerco a él y me presento:

— Hola, yo soy Julio.— Hola.— ¿Te acuerdas de mí?— Sí, moto.— Sí, ja, ja, ja. La tengo ahí afuera. Mira, aquí, en esta estación,

mucha policía, nosotros irnos rápido.No me entiende mucho. Sara me había dicho que «no habla mucho

español» y, en realidad, no habla absolutamente nada. Nos entendemos por gestos. Al salir de la estación le enseño la moto, le hago el gesto de ponerse el casco, le dejo alguna ropa impermeable. Está lloviendo un poco, se sube y nos vamos.

No hay mucho tráfico. Nos metemos por la M30. Es todavía de noche. El chico va mirándolo todo. Creo que está flipando: los edificios, la carretera inmensa, los puentes... ¡Ha llegado a Madrid! Ya está en Europa. Para él es su segundo día en la península. Es todo nuevo.

Llegamos a casa. Nayara está durmiendo. Le enseño su cuarto con las literas, el mismo cuarto que fue de Laura y Nico, y antes fue de Maribel, y antes de Carlitos, y antes de Nadia...

— Este es tu cuarto. Cuarto... aquí tú dormir.Le veo que tiene una cara de cansado increíble.— Yo voy ahora a trabajar. Yo trabajo en una fundación ¿quieres

venirte o quedarte a dormir?Nayara se despierta y sale.— Hola, Nayara. Mira, este es Nabil. Nabil: Nayara; Nayara:

Nabil.Se dan dos besos. Nayara se queda impactada con «las pintas», la

cara de cansancio del chico, su agradecimiento... Lo único que se le ocurre decirme luego es «pobre chaval».

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Nabil, con gestos, nos dice que está muy cansado y que prefiere dormir. Le dejo durmiendo y me voy a trabajar. Aquel día, Nabil se pasó durmiendo todo el día. Estaba completamente agotado: el riski, el centro de menores, la fuga, la policía buscándolo... Estaba cansadísimo. Mi mensaje fue justamente ese: descansa, descansa todo lo que tengas que descansar. Ya pasó Melilla, ya pasó la calle... Descansa un día, dos, una semana... Todo lo que necesites.

Es curioso, porque en los centros de menores tienen la filosofía con-traria. El primer día es todo:

— Estas son las normas, estos los horarios, este el reglamento de régimen interno, estas las actividades, estas tus obligaciones...

El primer día es el día que se le deja al chico claro todo lo que tiene que hacer; el primer día es de presión, «dejándole las cosas claras; aquí mando yo».

Yo hago exactamente lo contrario que un centro de menores: el pri-mer día es de «descansa», no hay horarios, ni prisas, ni obligaciones... vamos a conocernos y, poco a poco, vamos organizándonos: poner la lavadora, empezar un curso...

Ellos (los centros) van de «más a menos» y yo de «menos a más». Son planteamientos distintos y contrarios.

Que un chavalín cumpla horarios, estudie, sea responsable, haga sus labores... debe ser el final del proceso, no el principio. Y mucho más para un chico de la calle.los PaPeles

En la Fundación cuento la situación de Nabil. Lourdes, la presidenta, me pregunta:

— ¿Dónde está ahora el chico?— Está en casa, durmiendo. Quería traerlo, pero estaba tan agotado

que le he dejado durmiendo.

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— Tenemos dos días para recurrir la orden de expulsión. Déjame el teléfono de Sara.

Lourdes, viendo la situación de que tengo un chaval en casa, de que solo hay dos días para recurrir, que no hay papeles (la orden de expul-sión la rompió el chico, en la lógica de «si la rompo no existe»), que es un chaval de la calle, que está hecho polvo y que lo más probable es que se quede en mi casa a vivir, decide poner todas las energías en el caso. Paraliza literalmente la Fundación, empieza a llamar aquí, a allá, habla con abogados, con extranjería... El abogado de la Fundación llama a Melilla, al centro de menores que en teoría lo tenía tutelado y acaba discutiendo con ellos.

Cuando le digo a Lourdes que la intención de Nabil es seguir hacia Francia, ella me contesta:

— Su intención es seguir hacia Francia dependiendo de lo que le ofrezcamos aquí.

Y tiene razón. Todos los chavales evalúan las oportunidades que tienen en cada país. Si les ofrecen papeles, estabilidad, arraigo... Si encuentran eso, se quedan. Si no, continúan el viaje. El Estado espa-ñol lo sabe. Por eso aplica la política de «cuanto peor, mejor»: cuanto peor los tratemos, menos papeles les demos... mejor, porque así irán a Francia. Y Francia lo sabe: «si los tratamos mal se irán a Alemania». Y Alemania lo sabe: «si los tratamos mal se irán a Suecia»... Así, el chaval va de país en país, de lugar en lugar perdido por Europa. Pero esto no ocurre solo entre países, sino también entre comunidades autónomas. En Andalucía los tratan mal para que suban a Madrid. En Madrid los tratan mal para que se vayan a Barcelona... Todo el mundo se quita «el marrón de encima». La orden es clara: «tratarlos mal para que no vengan, para que se vayan».

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¿irse o quedarse?

Por la mañana del día siguiente, como me dijo Lourdes, llevo a Nabil a la Fundación. Lourdes lo abraza, le trata con mucho cariño.

Enseguida se da cuenta de que no habla nada de español. Para que la comunicación sea posible llamamos a Tánger, a una asociación que cola-bora con nosotros. Lourdes pone el «manos libres» y Simo, el educador de Tánger, comienza a hacer de traductor.

— ¡Hola, Simo! Mira, tenemos aquí a Nabil, que habla muy poquito español. Yo te voy a ir diciendo y tú le traduces, ¿te parece?

— Sí, genial.— Mira, dile que él ahora mismo está en situación legal.Simo le traduce:— Tenemos un día para recurrir. Hemos hablado con el centro de

menores de Melilla donde estuviste tutelado. Ellos estaban obligados a tutelarte.

— ...— Te habían tutelado, aunque ellos no te dijeron nada ni te dieron

los papeles.— ...— Al estar tutelado, tenías una tarjeta de residencia que caducaba

al cumplir los 18.— ...— Por eso no te dijeron nada ni te dieron tus papeles, para que no

pudieses ampliar la residencia.— ...— Vamos a recurrir la orden de expulsión pidiendo una ampliación

de la residencia.— ...— Una vez pedida la ampliación, tienen tres meses para contestar.

En esos meses estarías de forma legal en el país, no te podrían detener.

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Nabil va escuchando todo y va evaluando la situación: «¿me quedo o me voy?».

Nabil vio el trato, al abogado, las posibilidades... Reflexionó, evaluó y se quedó.de comPras

Llamo a Elena:— ¡Elenaa! ¿Qué tal? ¿Te acuerdas de un chaval de Melilla,

Nabil?— Ah, sí.— Está en casa. No veas qué movida, ya te contaré.— Ostras, qué bueno. Ha hecho riski. ¿Qué tal está?— Muy bien. Vino muy cansado, jo, y es que no habla nada, y ha

venido con lo puesto. Por eso te llamaba, por si querías verlo y lle-vártelo de compras. Necesita ropa y yo sé que tú controlas mucho de tiendas y moda ¿Quieres?

— ¡Sí, claro! Y se lo digo a Laura.Laura y Elena se lo llevaron de compras, a cenar, le enseñaron su

casa, me envió las fotos. ¡Pasaron un día increíble! Me encantaba ver a Nabil así. Pasó de ser tratado como un perro en la calle por la gente, los vecinos... a encontrar apoyo, cariño, aceptación, un hogar, una pequeña familia. Es cierto que Rosa, Sara y María le habían tratado genial, pero ellas tienen muchos niños de la calle y Nabil era uno más (aunque para ellas era muy especial) y aquí en Madrid era el único. Se le veía feliz y contento con su nueva situación.Nueva vida

Como he dicho antes, mi filosofía es ir de menos a más: la primera semana que duerma, descanse, conozca la casa, el barrio. La

segunda semana vemos cómo poner una lavadora. La tercera vemos algún recurso para estudiar. Es decir, poco a poco y progresivamente.

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Como he dicho antes, los centros de menores hacen exactamente lo contrario: el primer día marcan el territorio para que el chaval sepa quién manda. Normas, obligaciones, horarios, consecuencias... con la intención de decirle «aquí no vas a hacer lo que te dé la gana».

Son muy importantes las obligaciones, la responsabilidad, colaborar en casa, pero esto, para un chaval que lleva años viviendo en la calle, debe ser el final del proceso, no el principio.

Es como si a una persona que no sabe leer le obligas a leer El Quijote. Esa novela es una maravilla, pero es el final de un proceso, nunca el principio.

Si a Nabil el primer día le hubiese dicho:«aquí los horarios son estos, mañana empiezas a estudiar, hay que poner la lavadora, hay que qui-tar la mesa...» se hubiese agobiado y hubiese seguido su camino hacia Francia.

Así que lo hicimos de esta manera. Poco a poco nos conoció a Nayara y a mí, a la Fundación, al barrio, a mis padres, a mis amigos, las activi-dades en las asociaciones, a la chavalada...

A las dos semanas le apuntamos a clases de español en el centro de adultos, también porque necesitábamos el certificado de que estaba yendo a clase para así tener más oportunidades de conseguir los pape-les, demostrando que estaba haciendo cosas de provecho. También le apuntamos a fútbol en la asociación Alacrán.

Como decía antes, mis padres viven en el barrio, justo encima de la fundación donde trabajo, así que muchos días Nabil y yo íbamos a comer a casa de mi madre. Pronto hizo migas con mis padres. Les cayó muy bien y era muy educado.

Pero lo que sí fue muy impresionante fue la aceptación que tuvo entre la chavalada del barrio. En las actividades de las asociaciones conoció a un montón de chicos y chicas del barrio. Pronto todos lo conocían,

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querían quedar con él, llevárselo por ahí... Él era muy sociable, muy buena persona, pícaro y gracioso, se llevaba bien con los peques y con los mayores. Como iba todos los días a actividades, pronto, conoció a todo el mundo.

Yo mandaba fotos suyas a las chicas de Melilla: jugando al fútbol, boxeando, con su nueva ropa, sus nuevos guantes de boxeo, con los nuevos amigos, en el barrio... y ¡ellas estaban superalegres viendo su nueva vida! Había pasado de la calle, los piojos, la sarna, el frío, el ham-bre, el pegamento... a, de repente, una nueva vida.«uNe barre PeN»

Una noche Nabil, en casa, me indica que no hay pan para cenar. Le doy un euro y le digo que vaya él a comprar. Me dice que no, que

solo no, que vaya yo con él. Yo le insisto:— Pero si te sabes el camino a «los chinos», te lo enseñó el otro día

Nayara.Pero su contestación es clara:— No, no. Solo, no.Supuse entonces que era por el idioma. Solo hablaba palabras sueltas

en castellano. Así que me animé, me puse la chaqueta y nos fuimos para «los chinos».

Justo al lado de esa tienda del barrio para siempre un grupo de «borra-chillos» que compra alcohol en «los chinos» y se queda al lado bebiendo. Uno de estos hombres está apoyado en la entrada de la tienda, bastante borracho. Mira a Nabil de arriba abajo y nos dice:

— No iréis a robar, ¿no?A mí me entra la risa. No sé cómo reaccionar, no entiendo por qué

nos hace ese comentario.— No, hombre ¿Cómo vamos a robar a esta gente? En nuestro pro-

pio barrio.

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Entramos en la tienda y el matrimonio chino se queda completa-mente quieto. Nabil se acerca al mostrador. El hombre le mira con terror, con cabreo... Nabil señala el pan y dice:

— Une barre pen.La dependienta se queda completamente bloqueada. Ella también,

que es china, habla y entiende mal el castellano. Y le contesta:— ¡¿Qué quieres?!— Une barre pen. Pen —y señala al pan.Nabil insiste:— Pen, pen.La tensión es tal que entro yo:— Está diciendo «una barra de pan». Solo eso —señalo al pan.El hombre me mira y se relaja un poco. Como si en todo momento

hubiesen creído que lo que estaba pasando era un atraco.Entonces entendí por qué Nabil no quería ir solo a por el pan.

la Policía

Un día, Nayara y él fueron al centro de Madrid de compras. Cuando llegué a casa, Nayara estaba entre triste y cabreada. Yo me asusté

un poco:— ¿Qué te pasa? ¿Qué ha pasado?— Julio... ir con Nabil por la calle es horroroso. En el metro, las

ancianas se agarran el bolso, no te imaginas cómo nos miraban, como si él fuera a robarlas. En las tiendas, el vigilante de seguridad no para de seguirnos, observarnos... Piensan que estamos robando. No te imaginas cómo nos miraban. Me he sentido fatal.

Pronto me empiezo a dar cuenta del estigma que lleva encima. Casi todos los días, al llegar a casa, me dice:

— Policía parar.

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Al no tener documentación, en la Fundación le hacemos un pequeño documento identificativo con nuestros teléfonos por si le paran, le deci-mos que lleve siempre el «recurso» (interpuesto por el abogado a la orden de expulsión) que le garantiza tres meses hasta que resuelva el juez. Le hacemos el abono transporte, el centro de adultos le hace un carnet de estudiante, le sacamos el carnet de la biblioteca y él va por la calle todo seguro con sus documentos. Cuando lo para la policía hincha el pecho orgulloso y les enseña toda esta documentación. Esa especie de carnet que firma una fundación de derechos humanos siempre frena a la policía, porque saben que detrás hay una organización fuerte y que ese chico no está solo. el boxeo

Desde 2008 tenemos un proyecto de boxeo muy chulo en el barrio. Lo hacemos en un local de una asociación vecinal que está situado

en el poblado del barrio. En este local se hacen muchas actividades: breakdance, baile, cajón flamenco, teatro... y boxeo.

Como el proyecto ha crecido con los años, ahora somos un grupo muy grande de monitores y monitoras del barrio. Muchos de estos monitores son chavales que comenzaron de alumnos a los 12 o 15 años y ahora son entrenadores y enseñan a otros chicos y chicas. A la hora de intervenir son mucho mejores que los «educadores sociales» recién salidos de la carrera, porque conocen la zona, hablan el mismo lenguaje que la chavalada, se mueven como pez en el agua por el barrio... Con el tiempo he ido creando así un grupo de «educadores» tremendamente valioso, de calle, de barrio, astutos, ágiles... Una auténtica joya.

El proyecto de boxeo tiene como intención crear espacios para la chavalería, un lugar donde puedan estar, encontrarse... porque poco a poco han ido acotando los espacios de los muchachos en el barrio: si

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hacen breakdance en el metro los echan los de seguridad; si se toman una cerveza en el parque les cae una multa de 600 € (a familias que no pueden pagar); si cantan rap en el parque viene la poli; si quieren darse un baño en la piscina en verano son unos 5 €; si se cuelan les detiene la poli; si se bañan en la fuente otros 600 € de multa; en cada patio hay un cartel de «prohibido jugar a la pelota»; el instituto de secundaria ha puesto vallas y vigilantes de seguridad para que los chicos no estén por la tarde allí metidos; el polideportivo del barrio tiene unas vallas de 3 metros; si quieren entrar tienen que hacerse socios, sacar un carnet, pagar tasas, cuotas... Del colegio los expulsan, del instituto los expulsan, de otras ONG los expulsan...

Ya en 2009 lo avisé: «Si seguimos acotando sus espacios, los niños se irán a las vías del tren a hacer botellón, que es donde los dejan en paz, y ese lugar es tremendamente peligroso». Y así fue. En 2011, Marina, que celebraba su 15o cumpleaños allí, murió atropellada por el tren.

Desde entonces se creó en mí una obsesión por crear espacios en el barrio, y eso hicimos con el proyecto «Hortaleza Boxing Crew», crear espacios para la chavalada donde el boxeo no era el objetivo sino la excusa. Una excusa para contactar con los muchachos y muchachas, para intentar apoyarles en sus problemas reales, que contactasen con el mundo adulto sin que este se les presentase en formato de policía. No expulsar a nadie. Si hay problemas, tratarlos. Aceptar a chavales que han sido expulsados de todos lados. Mezclarlos: chicos, chicas, chavales que están bien, chavales que están mal, unos con recursos, otros sin ellos, adultos, niños, jóvenes, del barrio, de fuera, de aquí, de allá... La mezcla equilibra y armoniza (si tuviésemos solo una clase de niños de 14 años con situaciones muy difíciles, la clase sería una bomba).

Y así, en este proyecto Nabil pronto consiguió hacer muchos amigos, se integró desde el primer día y fue acogido con mucho cariño tanto

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por los chavales como por los adultos. Aquí le aceptaban como no le aceptaban afuera.

Pronto dejó ver que tenía una capacidad inmensa para el boxeo, por lo que se hizo muy popular. Era extremadamente fuerte y ágil. Todos los niños le preguntaban:

— Pero, ¿tú vas al gimnasio? ¿Haces pesas? Estás cuadrado...Y Nabil siempre decía que NO. ¡Era natural! Nabil había sobrevi-

vido a la calle, a las peleas, al hambre, al frío, a la humedad, se había colado por la valla de Melilla corriendo ante la policía por el control fronterizo. ¡Imaginaos qué atleta era! Había escalado por los muros del puerto y una vez nos contó (confirmado por las chicas de Melilla) que se había caído del muro, como de una altura de un tercer piso, ¡y había sobrevivido a la caída! Se había contorsionado para meterse debajo de un camión en el motor, se había fugado de varios centros... ¡Era un auténtico superviviente! No solo era extremadamente fuerte, sino que también era extremadamente ágil. Por eso se convirtió en un boxeador increíble.

Por estas razones se hizo muy popular entre los chicos del barrio, y también porque era «el chico de Julio».

Era extrovertido, se llevaba fenomenal con los más peques, les hacía bromas, peleaban jugando... Los niños lo adoraban, para ellos era como pelear con Hércules. Los mayores también lo querían, pronto lo intro-dujeron en los grupos de amigos, se lo llevaron de marcha... Era querido por toda la chavalada. Y encima, como era muy guapo, le empezaron a salir novias, ligues, admiradoras...

Hasta las niñas venían a pedirme el teléfono de Nabil: — Julio, por favor, dame el número de teléfono de Nabil. ¡Está bue-

nísimo! —me decían algunas.

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Todos los chicos escuchaban las historias de Nabil como hipnotiza-dos. Él les contaba cómo sobrevivió en la calle, lo que hacía, las movi-das, les enseñaba sus cicatrices... y ellos flipaban.

Tod@s le querían.la NeNa

Por aquella época en casa estaba «la Nena», una pitbull que había-mos rescatado de la perrera. A mí me servía como excusa para

bajar a la calle o al parque y contactar con los chavales. Los chicos, cuando la veían, decían: «¡Un pitbull! ¡Qué guapo!». Y eso me permitía entrar a conversar con los muchachos de una forma natural y no for-zada. Me abría así la Nena las puertas de los grupos de adolescentes del barrio. Era una especie de perra-educadora; era completamente dócil, tranquila; tenía cicatrices de su vida pasada pero, a diferencia de Nabil, la Nena no podía hablar y contarnos sus historias.

Nabil estaba encantado con la Nena. La sacaba a pasear, a correr, a jugar, le daba de comer... Y como yo, él tenía también la excusa perfecta para bajar a la calle o al parque y encontrarse con nuevos amigos.

La Nena convivió con varios chavales y chavalas que vivieron en casa (antes de venir Nabil) y nos ocurrieron anécdotas muy graciosas. Recuerdo que en casa vivió una chica con su hijo de 2 años. La madre se llevaba al niño a la guarde a las 7 de la mañana. ¡Las 7 de la mañana! El niño siempre lloraba porque no quería levantarse de la cama ni irse de casa y mientras lloraba gritaba:

— ¡Nenaaaaaanenaaaaaa! ¡Aaaayyyyyy nenaaaaaaaaa!!La Nena le miraba desde su cama en el salón y el niño seguía llo-

rando mientras su madre le decía:— ¿Pero para qué llamas a la perra? Este niño está gilipollas. ¡Venga,

que llegamos tarde!— Noooo, no quiero. ¡Aaaayyyyy Nenaaaaaaaaaa!

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Cuando salían de casa y cerraban la puerta, la Nena se levantaba corriendo e iba a la entrada a olfatear por la rendija de la puerta mien-tras emitía pequeños lloros de perro.

Otro niño de 5 años que vivió en casa con su madre jugaba un montón con la Nena. Le llenaba la cama de juguetes y figuras mientras la Nena le observaba sin decir nada. ¡La Nena era increíble! De una docilidad impactante, como si su aspecto de ferocidad no se correspon-diese con su carácter.

El niño tenía muchos miedos y no estaba acostumbrado a dormir solo. Empezamos a enseñarle a hacerlo y como le daba miedo quedarse solo le dejábamos a la Nena en su habitación y esta se quedaba quie-tecita al lado de la cama como una santa. El niño se tranquilizaba y cuando se dormía la Nena salía. ¡Era increíble!

Años más tarde, cuando su madre y él vivían en otro sitio, la psicó-loga recomendó que se compraran o adoptaran un perrito para el niño por sus problemas psicológicos, derivados de una infancia extremada-mente dura. La madre adoptó una perrita y el niño no lo dudó: «Se llamará Nena».

Una vez me ocurrió una anécdota que siempre cuento en las charlas que doy sobre «educación social y chavales», sobre todo cuando estoy de invitado en alguna universidad (la Institución).

Una vez había desaparecido un chaval de 15 años, no había vuelto a casa. Desde servicios sociales me llamó una trabajadora social pregun-tando por este muchacho. Yo le dije que sí, que yo sabía dónde estaba. Ella, muy sorprendida, me preguntó cómo lo sabía, y le conté que yo tenía una pitbull, que había adoptado cuando dos chavalas vivían en casa, que la sacamos de la perrera, la recuperamos (estaba medio muerta, en los huesos, sucia, desnutrida...), que ese proceso les encantó a las chicas, que la pitbull me ayuda a contactar con los chavales porque

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les encantan los pitbulls, y que al bajarla al parque yo tenía un mon-tón de información: sabía dónde paraban los chicos, dónde quedaban, dónde pasaban porros, dónde jugaban al basket... Por eso sabía dónde estaba este chico.

Hubo un momento de silencio durante el que la trabajadora social se quedó un poco descolocada, pero después dijo:

— Es increíble. Usas a un perro para introducirte entre los mucha-chos y hacer una intervención de calle. ¡Es tremendo! Qué herramienta psicopedagógica para la interactuación psicosocial en contextos inter-culturales de conflicto en medio abierto...

Y cuando empezó a usar esas palabras técnicas ininteligibles, la paré:— A ver, a ver, que yo solo estoy sacando al perro.Con esto quiero decir que desde la Universidad y las carreras de

Educación Social, Trabajo Social, etc. se hace muy complejo y teórico lo que en realidad es natural y de sentido común.la cociNa

Nabil pronto empezó a dar muestras de ser un gran cocinero. Estaba obsesionado con cocinar. Hacía nuevas recetas, venía siempre a

comprar conmigo al súper, al mercado, íbamos alguna vez a tiendas árabes, nos hacía para comer o cenar unos platos marroquíes superchu-los con especias y salsas...

Viendo la afición y el interés por la cocina, desde la Fundación le conseguimos una UFIL (Unidad de Formación e Inserción Laboral) de cocina. El curso tenía muy buena pinta: la mitad de las clases eran prácticas (cocinar) y la otra mitad teóricas (formación básica, aprender a leer, a escribir, Matemáticas, un poco de Historia general, etc.) y era en un instituto público muy famoso.

La Fundación echó la instancia y esperamos contestación. El curso ya estaba empezado, así que yo no tenía muchas esperanzas en que lo

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cogieran. Sin embargo, ¡sí lo hicieron! Fue una alegría muy grande para él y para nosotros. Pero nos dijeron que antes de ser aceptado tenía que pasar una entrevista.

El día de la entrevista nos pusimos guapos, ensayamos preguntas, respuestas... Ya habían pasado algunos meses desde que Nabil vivía en casa y había ido todas las semanas a la escuela de adultos a aprender español, así que por aquella época se defendía bastante bien con el idioma.

Llegamos por la mañana al instituto y fuimos a la parte de la Formación Profesional y las UFIL. Yo me quedé prendado con las fotos, los cuadros, las instalaciones... Solo me decía a mí mismo: «Cómo molaría trabajar aquí como empleado público, de educador social, con un sueldo, trabajo estable, material...».

Estuvimos esperando en una sala a que nos llamasen para la entre-vista. Se presentó una chica y nos dijo que pasásemos los dos. Entramos en una cocina inmensa. Nabil estaba flipando y yo también. Se presentó un profe, nos invitó a los dos a que nos sentásemos y comenzó a rellenar una ficha con los datos de Nabil:

— Nabil Laboub. Vives en la calle...— No, no, yo ya no vivo en la calle, antes sí.El profesor se ríe:— No. Quiero decir, vives en la calle... ¿cuál?— Ah, eeehh.Nabil me mira a mí. Y yo respondo:— En la calle Azabra, número 4, 3o A, 28033.— ¿Qué es? ¿Un piso de acogida?— No. Es mi casa. El chico vive conmigo.El profesor se extraña, mira a Nabil:

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— ¿Qué normas tienes en casa? ¿Tienes que limpiar? ¿Haces tu cama?

Nabil no sabe qué contestar, porque en mi casa no hay normas, sino sentido común.

— Sí, yo hago todo eso.— Y, ¿a qué hora tienes que estar en casa?Nabil no sabe qué responder. En mi casa no hay hora de llegada.

Pero él, avispado, responde:— A las 11.— Y si llegas a las 12 un día, ¿qué pasa?— No sé, yo nunca he llegado a esa hora.Y así comienza una serie de preguntas incómodas. Nabil nunca

miente y, sin embargo, llevamos dos minutos con este profesor y ya está mintiendo. Su instinto de conservación le está diciendo que en esta entrevista debe mentir si quiere ser admitido. Porque el profesor pasa de la entrevista al interrogatorio comenzando así un intento, no de conocer al chaval, sino de medirlo. Quiere medir si admitirá las normas y esto no es un error en sí. El error es creer de antemano que no lo hará, porque así el profesor, inconscientemente, está provocando una situación de controlador-controlado, una relación de adulto-niño. Y si tratas a una persona como niño, se comportará como niño. Si lo tratas como adulto, se comportará como adulto. Es una paradoja: los chavales acaban convirtiéndose en todo lo que nosotros proyectamos sobre ellos. Esto en psicología se llama «efecto Pigmalion».

Después de aquella entrevista, toda esa ilusión de trabajar en un instituto público se me fue del todo y pensé que tal vez no fuese tan buena idea, que tal vez acabase teniendo problemas por mi forma de intervenir.

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A Nabil lo cogieron y fue una alegría enorme para todos. Las chicas de Melilla se pusieron supercontentas. Rosa me decía:

— Julio, tenemos muchos chavales que han pasado a la Península, están por Europa... Nabil es a quien mejor le ha ido. Muchos están pre-sos, los han deportado, han acabado viviendo en las calles... Incluso en París se ha matado uno de nuestros chavales. Estaba intentando robar en una casa escalando por las cornisas y se cayó desde el tercer piso.Primera acogida

En mi barrio, casualidades de la vida, están los dos centros de pri-mera acogida de Madrid. Son centros de «protección», donde ingre-

san chavales que son declarados por los servicios sociales en situación de desamparo y cuya tutela, por tanto es asumida por la Comunidad Autónoma de Madrid. Fijaos que he dicho «son declarados en situa-ción de desamparo» y NO «están en situación de desamparo» (porque hay madres y abuelas a las que les quitan la tutela de sus hijos y nietos porque un técnico piensa que el niño o la niña está en desamparo, no porque realmente lo esté. Es un técnico ajeno a nuestros barrios quien decide qué es el desamparo).

Por lo tanto, son centros donde entran chavales que no han come-tido ningún delito, sino porque, simplemente, lo ha ordenado un téc-nico o un juez.

Uno de estos centros es el «Isabel Clara Eugenia», para niños de 0 a 14 años. El otro, «Hortaleza», es para chavales de 15 a 18.

Entre medias de estos dos centros hay un parque, el parque «Isabel Clara Eugenia». Para diferenciarlo del centro lo llamaremos desde ahora como lo llamamos en el barrio: «el Claruji».

Centro de «primera acogida» significa que nada más se declara a un chaval en desamparo y la Comunidad de Madrid asume su tutela es

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llevado a uno de estos dos centros, no a otro. Es «la primera acogida». Después de unas semanas, que en la realidad se vuelven meses, la comi-sión de tutela decide a qué centro lo derivan definitivamente. Digamos que estos centros son temporales hasta que le encuentran un lugar defi-nitivo al chaval o chavala.

Los chicos que viven en la calle en Madrid, casi todos de origen marroquí, pasan al sistema de «protección» y son llevados a uno de estos dos centros. Estos chicos han encontrado en el parque que hay colindando con los dos centros, «el Claruji», un lugar de encuentro, de reunión.

Nabil pronto supo de este parque donde sus paisanos se reúnen y pronto comenzó a bajar. Allí se encontró con chicos con los que había vivido en la calle en Melilla y con otros que eran de su ciudad, Fez.

Allí iba Nabil siempre con la Nena. la NeNa eNferma

La Nena empezó a adelgazar. Se la veía más desganada. Se movía con lentitud. Yo no sabía por qué comía menos.

La cambiaba de pienso, de comida, para ver si era por eso por lo que estaba adelgazando. Nabil dijo que teníamos que darle alitas de pollo y que así se pondría fuerte. Me hacía mucha gracia su solución: ¡alitas de pollo! Él le cocinaba cosas, se inventaba recetas, le mezclaba carnes, me decía «con esto que le voy a dar ya verás, se va a recuperar». Pero la Nena no se recuperaba. 

Cada vez más flaca y yo cada vez más preocupado. La llevé al vete-rinario, la miraron, la auscultaron, pero no le encontraron nada. Le sacaron sangre para analizarla y me dijeron que en una semana me contestarían.

A la Nena se le notaban las costillas. Ya no tenía ganas de correr ni de jugar, ya no seguía el ritmo de Nabil. Solo quería estar tumbada. 

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A la semana fui al veterinario y me dio la noticia: había dado posi-tivo en leishmaniosis. Yo no tenía ni idea de qué era eso, así que el veterinario me lo explicó. Yo estaba un poco desconcertado porque me sonaba a algo grave y sus explicaciones me sonaban a chino. El veterinario me dijo que no me preocupase, que aunque esa enfermedad nunca se curase, con el tratamiento podría tener una vida normal. Era algo así como el SIDA de los perros. El problema que me planteaba el veterinario es que el tratamiento era muy caro. Con todos los gastos que tenía ya, esto me llegaba como un batacazo. 

En casa se lo comuniqué a Nayara y a Nabil. Nabil no lo entendió muy bien. Solo sabía que la Nena estaba mala y ahora había que cui-darla, inyectarle todos los días una medicina, unas pastillas, y ser muy delicado con ella.

Nabil la cuidaba mucho y siguió bajándola y dándole paseos. En el parque (el Claruji), los chiquillos del centro de menores amigos de Nabil la sacaban del comedor del centro galletas, flanes y postres para que la Nena engordase. Era increíble la solidaridad de los chiquillos con la Nena.

Los chavales a la hora de cenar se guardaban postres, comidas, sobras, y al salir del comedor se acercaban a la valla, llamaban a los otros chicos que estaban en el parque y por las rejas les pasaban la comida. Estos se la daban a la Nena: flanes, yogures, pollo, etc. Vieron lo que le gustaba y se lo decían a los otros críos: «Sacad flan, que es lo que le gusta» ¡Así trataban a la Nena los niños del parque!

Un día, como otro cualquiera, Nabil bajó a la Nena, y de camino al parque lo paró la policía. Hasta ahí todo era normal. A Nabil lo para-ban mucho. Lo llegaban a parar hasta dos veces el mismo día. Pero esta vez no le paraban a él, paraban a la Nena:

— ¿Este perro es tuyo? ¿Tienes su documentación?

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Nabil, Nayara y yo siempre bajábamos a la Nena con una correa corta, un bozal (que nunca le poníamos, era solo por si nos paraba la policía) y una riñonera donde estaba toda la documentación: seguro de responsabilidad civil, extracto del banco de haber pagado, cartilla de vacunas, licencia APP (Animales Potencialmente Peligrosos).

Estaba todo en regla menos un detalle: la licencia estaba a mi nombre y la ley dice que quien baje al perro considerado «potencialmente peli-groso» (pitbulls, rottweilers, etc.) tiene que tener esa licencia.

Los policías vieron los papeles:— ¿Quién es Julio Rubio?— Mi tutor.Nabil era muy gracioso. Él tenía 18 años, pero a todo el mundo le

decía con mucho orgullo que yo era su «tutor».— Pero no eres tú, ¿no? Tú no tienes licencia. Si tú no tienes licen-

cia no puedes sacar a este perro. Hoy te vamos a dejar marchar, pero la próxima vez que te veamos pasear con este perro a ti te llevamos a comisaría y al perro a la perrera.

Mientras Nabil me contaba todo esto que había pasado, yo solo me imaginaba la escena con la perra moribunda, en los huesos, cansada, y el policía diciendo que se la va a llevar a la perrera.

Me dio muchísima lástima. Con esta amenaza Nabil ya no pudo sacar a la Nena ¡Con lo bien que le hacía a Nabil sacar a la Nena! Con lo bien que le hacía a la Nena sacar a Nabil.la Jessi

Nabil tiene dos grupos de amigos: los chicos del parque (todos marroquíes) y los chicos del barrio (todos españoles, latinos, sub-

saharianos, gitanos, payos...). A veces se juntan en el parque los dos grupos (juntos pero no revueltos).

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Un día, en el parque, mezclados los del barrio y los del parque, uno de los chicos marroquíes juega con la Jessi. Se pelean suavemente, ji, ji, ja, ja. Nabil los observa detenidamente. Nabil se las sabe todas: en ese zarandeo, en esa peleílla inocente, el chico, al hacerle la zancadilla, con-sigue que el bolsillo delantero del pantalón se abra un poco, con lo que logra sacarle el móvil sin que la chica se dé cuenta. Nabil conoce esa técnica (y muchas más). En realidad son auténticos magos, auténticos ilusionistas, «lo ves y ahora no lo ves».

Los chicos del parque se meten más adentro del propio parque y los chicos del barrio se quedan en la entrada. Nabil, riéndose, le dice a la Jessi:

— ¿Y el móvil?La Jessi, inocente, se mete la mano en el bolsillo. ¡No está! Se le quita

la sonrisa de golpe y se da cuenta de que se lo han robado. Nabil se ríe, le hace mucha gracia la ingenuidad de la Jessi.

La Jessi se pone muy nerviosa. El móvil cuesta ¡400 €! La Jessi ni si quiera sabe quién ha sido. Solo sospecha que han sido los del parque (el Claruji). Nabil la tranquiliza y se despide de ella diciéndole:

— Ahora vuelvo.Nabil se introduce en el parque. Los chicos del barrio lo observan

desde la entrada. Nabil le dice al chico que ha sido que devuelva el móvil. El chico dice que él no tiene ningún móvil, que no sabe de qué está hablando. La cosa se pone tensa, hasta que el chico saca una navaja y se la pone enfrente a Nabil. Nabil, inmediatamente, le agarra de la mano, le retuerce el brazo, le hace tirar la navaja, le pega una hostia en el estómago, le coge del cuello y le saca el móvil del bolsillo.

Nabil, con el móvil en la mano, vuelve a la entrada del parque y se lo devuelve a la Jessi y vuelve a irse con los del parque para que no pien-

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sen que les ha traicionado por los chicos del barrio, para que no piensen que el «chico de la calle» se ha vuelto un «chico del barrio».

Al día siguiente, los chicos y chicas en boxeo no paraban de decirme:— ¡Julio, flipas ayer lo que hizo Nabil! ¡Qué hostia le dio al chico!

¡Le sacaron una navaja!Para Nabil se creó un conflicto: tenía amigos del barrio y amigos del

parque, pertenecía a los dos grupos. Y cuando hubo un conflicto entre ellos tuvo que posicionarse donde creyó que era lo más justo. Pero sin abandonar su identidad, sin dar de lado a sus paisanos.se estáN PasaNdo

Marlon, un chico del barrio y vecino mío, que conozco desde que él tenía 14 años, me llama por teléfono:

— Julio, me gustaría hablar contigo. ¿Podemos quedar en el parque?— Sí, claro.Marlon y yo concretamos hora y lugar. Y allí nos presentamos, en el

parque. Nos sentamos en un banco.— Mira, Julio, quiero que primero sepas que, porque tú eres quien

eres, no hemos pegado a esos chicos con los que se junta Nabil. He cal-mado los ánimos a mis colegas para evitar que les den una paliza, pen-sando que tú podrías intervenir y hablar con ellos. He ganado tiempo. Pero tienes que saber que la cosa se está poniendo muy jodida: han robado a una niña, la han acosado, están robando por el barrio, van en manada y arremeten contra todo el que se pone por medio, van colocadísimos de disolvente, están tan colocados que no saben ni lo que hacen. Son todos marroquís del centro de menores, los que se juntan en el parque. Nabil los conoce a todos. Me da pena por Nabil, pero como mis colegas bajen a pegarles no van a distinguir.

Me quedo pensando unos instantes.

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Marlon está siendo muy claro conmigo: «Si no frenas a estos muchachos tú, los frenaremos nosotros. He ganado tiempo para que intervengas».

— Ok, Marlon, voy a hablar con Nabil.Y en ese momento aparece Nabil en bici.— ¡Nabil! ¿Qué tal? ¿Cómo estás? Mira... a Marlon lo conoces,

¿verdad?Nabil me da la mano y se la da también a Marlon.— Sí, sí, nos conocemos.— Mira, siéntate aquí, anda, que estábamos hablando de una cosilla.Empiezo a explicarle todo a Nabil, todo lo que me ha dicho Marlon.

Nabil está muy serio. Afirma con la cabeza mientras yo hablo. Después de contarle todo le pido que me haga el favor de hacer de intermediario entre ellos (los chicos del parque) y nosotros (Marlon y yo) para evitar la violencia que está a punto de estallar.

Nabil lo entiende, nos dice que hablará con los chicos del parque, que no nos preocupemos.

Marlon queda satisfecho y nos despedimos. Al día siguiente Nabil me trae las noticias del parque. Cuando yo

«le nombro mediador» (para mediar con los chicos del parque) lo hago pensando en que lo hará con sutileza, apaciguando, con técnicas de mediación social, pedagogía, etc. ¡Cómo pude ser tan ingenuo! Nabil me cuenta lo que les ha dicho a los chicos:

— Julio, les he dicho que los gitanos les están buscando porque no paran de liarla y que esa gente tiene armas. Les he dicho: «¿Pero voso-tros sois gilipollas? ¿No veis los coches que tienen los gitanos? Eso es del narcotráfico, esa gente «pum, pum», no se lo piensan. Tenéis que liarla en otro lao, no aquí.

Me quedo totalmente flipado. Nabil se descojona y sigue:

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— Julio, ¡se han cagao! Ja, ja, ja, ja, estaban asustadísimos, ja, ja, ja.La verdad es que lo de los cochazos es cierto. Por el poblado del

barrio se ve cada Mercedes y cada deportivo que... En fin, no juzgo, pero se ven cochazos de alta gama. La teoría de Nabil era muy lógica: el día que toquen al niño o la niña de uno de los peces gordos del poblado iba a correr la sangre de verdad.

Y así la primera intervención de Nabil fue un éxito, los chavales dejaron de liarla y Marlon quedó satisfecho.sara

Sara (de Harraga, Melilla), me avisa de que viene a Madrid. Tiene que dar una conferencia o un curso. Se quedará en casa a dormir,

pero me pide que no le diga nada a Nabil para que sea una sorpresa.El cuarto de Nabil tiene una litera con dos camas. Ni Nayara ni yo

pasamos a su cuarto. Como Sara se va a quedar a dormir en una de las camas de la litera, tenemos que limpiar un poco o preparar la cama, así que Nayara le dice a Nabil que se va a quedar a dormir una amiga suya y que por favor recoja el cuarto y lo ventile. Nabil lo hace y lo deja todo arreglado.

Por la tarde llega Sara. Quedo con ella en el metro del barrio (sin que lo sepa Nabil). Al llegar a casa con Sara, abro la puerta, dejo pasar a Sara y le digo:

— Está en el salón.Sara pasa por el pasillo y yo detrás hasta la puerta del salón. En la

puerta del salón Sara se queda mirando a Nabil, que está en el ordena-dor. Nabil gira la cabeza y se queda como paralizado, como si hubiera visto una aparición. Rápidamente se levanta y va a darle un abrazo enorme:

— ¡Saraaaaa!

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Se abrazan, pero no un poco, sino un buen rato, los dos con los ojos rojos. Pasa el tiempo y yo no sé qué decir. Siguen abrazados. A mí me emociona inmensamente la escena. Enrique Martínez Reguera escribió un libro que se llamaba «De tanta rabia tanto cariño». Creo que esta escena representa a la perfección esa frase. De repente, dice Sara:

— ¡Pero bueno! Qué casa más chula, ¡oye! Pero tú aquí estás como Dios. A ver, enséñame tu cuarto. ¿Cómo te trata Julio?

Nabil, superilusionado enseña su cuarto a Sara, sus cosas, sus guantes de boxeo, sus cuadernos de las clases de español, de cocina... ¡también a la Nena! La abraza y le dice:

— Esta es la Nena.— ¡Ah, tú eres la famosa Nena!La Nena, como siempre, se deja acariciar y tocar y saluda a Sara con

entusiasmo.Nabil pregunta por sus amigos de Melilla:— ¿Qué tal Hamed, y Moha, Asis...?— Están bien. Moha hizo riski y ahora está ¡en Alemania! Asis

está en un centro de menores en Almería. Osama, Hamza, Ilyas... te mandan todos muchos recuerdos.

Nos toca irnos a boxeo, así que vamos los tres. Nabil está como un hijo que se reencuentra con su madre y le quiere enseñar todo: el barrio, sus nuevos amigos, «su instituto»...

Llegamos al local donde damos las clases de boxeo. Toda la chava-lada está esperando. Abro el local, entramos y pronto se ponen todos a calentar, saltar a la comba, música, gritos... Muchos, muchos chava-les y chavalas. Sara se queda en un lateral en las colchonetas, sentada con unas niñas gitanas muy pequeñas que no paran de observarla y preguntarle:

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— ¿Y tú quién eres? ¿Nabil es tu hijo? ¿Tu hermano? ¿Por qué no boxeas?

Me hacen mucha gracia las niñas gitanas. Se pasan toda la clase con Sara. Y Nabil entrenando muy orgulloso, como cuando de pequeño iba tu madre a verte jugar al futbol.

Después de clase vienen unos periodistas que están grabando un documental sobre centros de menores y que, como sabían que venía Sara, han aprovechado para entrevistarnos a los dos. Nos graban, nos preguntan... Después nos vamos con Nabil a ver el barrio, nos hacemos fotos, tomamos algo. Nabil está feliz. Y Sara también.

Pasamos un día genial. Al acabar el día, ya por la noche, cuando Sara y yo nos quedamos los dos solos en el salón, me vuelve a decir:

— Julio, a Nabil es al que mejor le ha ido. Los demás están fatal.la NeNa emPeora

Después de un mes inyectando a la Nena las medicinas contra la leishmaniosis no veo resultados. La Nena no solo no engorda,

sino que, al contrario, está muchísimo más flaca. Así que la llevo otra vez al veterinario. Ven que eso no es normal, que tendría que haber habido una mejoría. Le sacan sangre y me dicen que me llamarán con los resultados.

A la Nena ya le cuesta levantarse de su sitio, le cuesta caminar, está moribunda. Cuando levanta la cabeza de su cama le tiembla, como si el cuello no aguantase ya el peso. Mi angustia crece con su enfermedad. Me da una lástima inmensa verla así. A los días me llama el veterina-rio y me lo dice: la leishmaniosis ha ido a peor con el tratamiento. La enfermedad se ha agarrado a los riñones y se los está comiendo. No hay solución, es un caso atípico, casi todos los perros con la medicación sobreviven a la leishmaniosis. Lo único que me ofrece el veterinario son cuidados paliativos.

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Me derrumbo. Tengo que tomar la decisión del sacrificio. No paro de llorar y «venirme abajo».

Voy a casa. Nayara está allí y le doy la noticia. Es un momento muy duro.

Me acerco a la cama de la Nena. Y allí está ella. La acaricio en su cama:

— Vamos, Nena, nos tenemos que ir.La Nena me mira moribunda, sin fuerzas. Se levanta y camina un

poco. Nayara está en el salón seria:— Nos vamos, Nayara. Despídete.La Nena se acerca a Nayara, la acaricia, la abraza...Afuera está lloviendo. La Nena está tan débil que no puede caminar.

La llevo en brazos. Aunque está flaca pesa mucho. A veces me paro, intento que ande, le tiro de la correa para que avance, pero la Nena no quiere avanzar. No sé si es por la lluvia o porque sabe a dónde vamos:

— Vamos, Nena, tenemos que seguir.La agarro en brazos. Y después de caminar llegamos al veterinario. Al hablar de sacrificio el veterinario duda. Yo no. Lo que me ofrece

es prolongar la agonía. Yo no estoy dispuesto. Así que prepara las inyecciones. Pongo a la Nena sobre la mesa. El veterinario le pone la goma en la pata para tomar la vena. No paro de acariciar a la Nena y de llorar.

— Háblala —me dice.Hablo a la Nena mientras la acaricio, la susurro. Inyecta la jeringuilla

y se va quedando dormida en mis brazos hasta que se queda completa-mente quieta.disolveNte

Al llegar a casa, Nabil me encuentra en el sofá tumbado. Al ver mi cara y no encontrar ni rastro de la Nena, me dice:

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— ¿Y la Nena?Le explico todo lo que ha pasado. Se queda muy serio. Se mete en su

cuarto y no sale en todo el día.Tal vez tendría que haber dejado que Nabil y la Nena se despi-

diesen. Pero la Nena estaba sufriendo tanto que esperar también era prolongar la agonía de la Nena, porque cuando llegó Nabil a casa ya era tarde y el veterinario estaba cerrado. Tendríamos que haber pro-longado la agonía una noche más.

Pasaron varios días después de lo de la Nena. Nabil empezó a jun-tarse más con los chicos del parque. Un día, al llegar a casa, Nayara estaba cabreadísima:

— ¿Has visto qué olor hay a disolvente por toda la casa? Nabil ha llegado colocado. Dios, no soporto ese olor, sabes que no lo soporto, me recuerda a mi..., me recuerda a... No, no, no quiero recordar, no lo soporto, joder, tienes que hablar con él. Se está juntando con esos críos del centro. Está pasando mucho tiempo en ese parque. Mira si estaba colocado que se ha ido a dormir.

Al día siguiente hablo con Nabil. Está avergonzado.Me empieza a preocupar el tema del parque. Nabil es un chico de la

calle, un tipo duro, un guerrero... pero el hecho de estar en mi casa, ir a un instituto, llevar ropa limpia, no pasar hambre... hace que los otros chicos le vean como un «pijo», un niño mimado por su papá Julio que ahora tiene de todo. Nabil, para reafirmar su identidad ante ellos, para reafirmar que sigue siendo «de la calle», se ha colocado con ellos.

Unos días después, Nabil me enseña un vídeo. Me dice que los chi-cos del parque duermen allí y que lo vea en ese vídeo. Me pone delante su móvil y le da al «play»: hay unos niños en el parque. Es de noche. Los niños inhalan disolvente en unas bolsitas negras de esas que usan los dueños de los perros para recoger las cacas. Espiran e inspiran hasta

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que se les quedan los ojos en blanco. Hay una chica y unos 5 chicos. Todos son muy pequeños, de entre 11 y 14 años, cantan en árabe y se abrazan como si estuviesen borrachos.

Fue un vídeo que me impactó muchísimo. Recuerdo que esas imáge-nes no me parecían de Madrid, sino de Tánger, Medellín, Ciudad de México...

Nabil me cuenta que duermen en el parque, que consumen disol-vente, roban en los supermercados para comer, se lavan en la fuente, y que llevan así varios días. Y que todos pertenecen a los centros de primera acogida. Es decir, que están tutelados por la Comunidad de Madrid.¡Julio, corre!

Salgo de la asociación de dar las clases de boxeo y subo a casa. El local donde damos clases de boxeo está al lado de mi casa. En ese trayecto

recibo una llamada de uno de los monitores de boxeo, un chaval que lleva conmigo desde los 12 años y que ahora, a sus 25, es monitor y me ayuda con los chicos.

— ¡Julio, corre! Está aquí la policía, el SAMUR6... y Nabil está con-tra la pared detenido ¡Corre, que se lo llevan! Estamos en el parquecito del poblao.

Corro hacía allí. Está al lado de mi casa. Al llegar me encuentro con una marabunta de chavales del barrio como una jauría revuelta y muy cabreada. Un montón de esos chavales son «de los míos».

Llego a donde está la policía. Nabil y otros dos chicos marroquíes están con las manos contra la cristalera de la parada de metro. Hay 4 policías, 2 coches patrullas y un SAMUR. Voy directo a donde está uno de los policías: 6. SAMUR (ambulancia): Servicios de Asistencia Municipal de Urgencias y Rescate.

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— Hola, buenas tardes. Soy Julio, educador social de la Fundación Raíces. Trabajamos con estos tres chicos. Uno de ellos vive conmigo.

— Déjeme su documentación.Le doy mi DNI. Es increíble. Cuando dices la palabra mágica «educa-

dor social», «Fundación Raíces», es como si te diese acceso y te abriese las puertas de todos lados.

Se lleva mi DNI y se va hacia el coche patrulla, empieza a hablar por el walkie. Yo miro a Nabil contra la pared: tiene las manos en alto y las piernas separadas. Me fijo y me doy cuenta de que tiene puestas mis chancletas. Es verano y hace mucho calor.

El agente me trae el DNI, me lo devuelve y, con una agenda y un boli, me empieza a preguntar:

— ¿De qué fundación me ha dicho que viene?— De la Fundación Raíces.— ¿Conoce a estos tres chicos?— Sí.— Ese chico, el de la derecha. ¿Vive con usted? ¿Es usted su tutor?— Sí, bueno. Él tiene 18, no es menor, pero sí, soy el educador que

vive con él.— Mire. Han robado a una niña gitana dentro del metro. Todos

estos chavales que están aquí quieren pegarles. Ahora mismo los esta-mos protegiendo de que no los maten.

— ¿Los van a detener?— Si encontramos a un testigo que los reconozca, sí. Si no, los solta-

mos, pero no podemos soltarlos aquí porque los van a matar.Se va y habla con sus compañeros. Yo miro hacia atrás y es cierto.

Están todos los chavales revueltos: unos sin camisa, hay chicos de pan-dillas, están muy agresivos, como una manada de lobos mirando a su presa. Están esperando que se vaya la policía para ir a por ellos.

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Se me acerca el policía y me dice:— Los vamos a soltar.Me dice eso y se va. Yo me acerco a otro poli y le digo:— Mire, si los dejan un poco más arriba, ahí vivo yo. Ese chico

vive en mi casa, tiene llaves, se puede meter a casa con los otros dos y evitamos la paliza.

— ¡Sí hombre! Encima los dejamos en casa, no te jode. ¡Lo que faltaba!

Uno de los agentes se acerca a uno de mis chavales del barrio que está esperando para pegarles y le dice al oído:

— Los vamos a dejar en 5 minutos en el parque (en el Claruji).Este comentario de «en 5 minutos en el parque» dicho por un poli a

uno de mis chicos es una información que me dieron los propios chicos días más tarde. Y además es una información comprobada, porque los chicos bajaron como una jauría al parque y la poli dejó allí a Nabil y sus amigos.

Nabil vino a casa solo con unos pocos rasguños. Tan ágil y fuerte, había conseguido escapar, pero sus dos amigos no se libraron de la paliza.

La policía no podía soltarlos en medio de aquel «parquecito del poblao». Estaba lleno de niños con sus madres, viandantes, ancianos... Hubiese sido un escándalo. Por eso, dejarlos en el otro parque del Claruji donde no había casi gente era más discreto. La policía puso en la balanza:

— ¿Llevarlos detenidos tres días al calabozo o que estos chicos les den una paliza?

Cuando el poli susurra al oído a mi otro chaval: «Los vamos a dejar en 5 minutos en el parque» está cometiendo un delito de odio (artículo 510 del código penal).

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Al llegar Nabil a casa me cuenta que ellos tres no habían hecho nada. Había sido otro chico de su grupo, que había robado a la niña en el metro y se había ido corriendo.

Otro chaval del barrio me lo confirmó:— Nabil no hizo nada, hazme caso, Julio. Pero ya sabes cómo son

los chicos. Alguien tiene que pagar. Ellos solo saben que han sido «los moros del parque» y les da igual a qué moro pegan.

Sin embargo, yo estaba muy cabreado con Nabil. Llevaba semanas diciéndole que su relación con los chicos del parque tenía que ser como la de un monitor adulto, que su situación no era la misma, que Melilla ya había pasado, que la calle ya había pasado. Estaba cabreado también porque sus papeles dependían de un hilo y toda aquella historia se los podría haber complicado.

Y aquí, cuando tocaba el tema de los papeles, yo ya notaba que Nabil estaba desesperado:

— ¿Papeles cuándo? Abogado me dice «espera, espera», pero nunca papeles. Abogado dice «estudia, estudia», pero nunca papeles. Yo estu-dio, me porto bien, voy a clase... Pero nunca papeles. Han pasado 8 meses y no hay papeles.

Nabil tenía razón. Para los chavales esperar por los papeles es una desesperación. Sobre todo cuando están haciendo un esfuerzo por por-tarse bien. Ven que ese esfuerzo no es recompensado, que da igual lo que hagan, sienten que para el resto de la sociedad nunca dejarán de ser «unos moros de mierda».las Presillas

Aquella mañana de verano habíamos quedado para ir a la montaña con los chavales y bañarnos en Las Presillas, un lugar de la sierra

de Madrid muy bonito donde el río se ensancha y se hacen unas presi-

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llas naturales habilitadas para bañarse, con césped, chiringuito y todas esas cosas.

Estábamos todos los monis con varios coches y ya habían llegado los niños. Dos de ellos no habían venido al final, por lo que nos sobraban plazas en los coches. Nabil me preguntó si podía venir un amigo suyo. Yo le dije que sí y le pregunté dónde estaba, a dónde había que ir a buscarlo. Nabil me contestó:

— Al parque.Los cuatro coches, llenos de monis y niños bajamos al parque y apar-

camos. Bajamos varios monis con Nabil a buscar al niño.Nabil se metió entre los arbustos y despertó a un crío que estaba

durmiendo allí en el suelo. El niño y Nabil vinieron hacia nosotros. El crío tenía 13 años. Nabil nos lo presentó, no hablaba nada español. Yo le dije como pude que nos íbamos a ir a bañar al río. Nabil le traducía, a él le gustó la idea y se vino con nosotros.

Ver a ese niño salir de entre los arbustos recién levantado, habiendo pasado allí toda la noche solo, me impactó mucho. El vídeo que sema-nas antes me había mostrado Nabil se confirmaba con esto. Los niños estaban durmiendo en el parque.la reuNióN

Donde damos boxeo es un local situado en el poblado del barrio: la UVA (Unidades de Vivienda de Absorción). Este poblado está

formado por casas bajas de muy mala calidad que se construyeron en 1963 para realojar a todas las familias que vivían en chabolas. Muchas de estas familias fueron desalojadas de zonas donde se iba a construir y cuyos terrenos, por tanto, se habían revalorizado.

Pero el objetivo de estas casas era provisional. Desde que se cons-truyeron, el poblado lleva un proceso de remodelación: se construyen

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nuevas casas, se tiran las viejas y se realoja a las familias. En estas nue-vas casas tendrán que pagar un alquiler «social» que antes no pagaban.

En 1976 (yo no había ni nacido), un grupo de vecinos y vecinas, a través de la «Asociación Vecinal la Unión de Hortaleza», construyeron y reformaron un local en el poblado de la UVA. Pusieron el agua, la luz, los ladrillos, el suelo, etc. Comenzaban en los años setenta los movi-mientos vecinales reivindicativos y de organización popular. Lo que somos hoy se lo debemos a lo que fueron ayer. Quiere decir que este proyecto con la chavalada que tenemos hoy existe gracias a gente que en el pasado nos allanó el camino, nos construyó el local y nos dejó un montón de cosas hechas.

Hasta tal punto lucharon por lo que somos hoy que el abogado de la asociación (y también abogado laboralista), Luis Javier Benavides Orgaz, fue asesinado por la extrema derecha en los atentados de Atocha7 de 1977.

En este local, hoy en día conviven varias asociaciones vecinales y no solo se hace boxeo, también se hacen más cosas: breakdance, baile, cajón flamenco, teatro, en Navidades los niños y niñas preparan la cabal-gata de reyes, se dan talleres de género, derechos laborales, se reparte comida, ropa, etc.

La AVS (Agencia de la Vivienda Social de la Comunidad de Madrid) quiere que nos vayamos del local para tirar el edificio y que nos cambiemos a otro local nuevo que está «en hormigón», sin luz ni agua ni puertas, ni suelo, y que pasemos de no pagar nada a pagar 460€ mensuales, más gastos de agua, luz y comunidad.

7. La  matanza de Atocha de 1977  fue un  atentado cometido por terroristas de extrema derecha en el centro de Madrid la noche del 24 de enero de 1977, en el marco del llamado terrorismo tardofranquista. Cinco abogados fueron asesinados, lo que marcó la transición española iniciada tras la muerte del dictador Francisco Franco.

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Aquel agosto nos informaron: querían derribar el local ese mismo mes. Aprovechan estas fechas porque saben que los vecinos están de vacaciones y los movimientos sociales más inactivos.

Así que antes de entrar agosto nos reunimos gente de varias asocia-ciones que compartimos local: nosotros del boxeo («Hortaleza Boxing Crew»), otros del reparto de alimentos (BOSA: Banco Obrero Solidario de Alimentos), otros de aquí y de allá... para decidir qué hacer.

En esta reunión decidimos permanecer haciendo actividades todo agosto para no dejar el local solo. Pero antes de terminar esta reunión, una vez tomada la decisión de resistir en agosto, meto el tema de los niños del parque. Les cuento a los monis de boxeo y a las personas de la asociación de vecinos y otros colectivos del barrio que en el parque hay niños durmiendo y consumiendo disolvente y que debemos empezar a bajar allí a hacer algo con esos críos.

Pongo sobre la mesa el siguiente debate: hasta ahora, a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes del barrio los atendíamos desde las aso-ciaciones de vecinos, ONG, colectivos... pero, repito, a los y las jóvenes DEL BARRIO, y estos niños del parque no son del barrio, no son de ninguna familia (aquí), no son de la Institución, no son de España... Es decir, no son de nadie. Son como el título del libro de Enrique Martínez Reguera «Cachorros de nadie». Y mi propuesta es hacerlos nuestros. Si duermen en un parque en el barrio para mí son del barrio. Hasta ahora ninguna asociación del barrio se ha acercado a tratar con ellos. Las asociaciones consideran que esos niños no son del distrito y creo que tenemos que cambiar ese chip.

Todos están de acuerdo en que tenemos que intervenir, bajar o hacer algo con estos chicos. Así que decidimos que después de agosto y de las vacaciones (porque ahora está todo parado y no hay casi nadie), cuando empiece el curso, bajaremos al parque a hacer algo con estos chicos.

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Nabil se va

Nabil está desesperado con sus papeles. Lleva 9 meses en la Península y todavía nadie sabe nada, todo se alarga, la burocracia

paraliza su proceso de regularización. Entre los chavales del parque empiezan a pensar que sería mejor irse para Francia. Nabil piensa que en Francia todo irá mejor, así que deciden irse para el norte.

En teoría, cuando llegó Nabil a España, hace 9 meses, él tenía por destino Francia. Se había quedado porque le habíamos tratado muy bien, pero seguía con la duda en la cabeza: ¿En Francia sería todo mejor? La desmoralización de la espera por sus papeles le hizo explotar:

— Abogado siempre «espera, espera, espera». ¿Espera cuánto?En verdad tenía razón, era desesperante. Desde la Fundación se

hacía todo lo que se podía, pero Nabil tenía causas de menor y eso bloqueaba el proceso.

Para eliminar estas causas que le impedían su legalización ideó el plan de irse al norte, ya fuera a Francia, Alemania, Noruega... y cam-biarse de nombre y de pasado. Y así lo hizo.

Aunque le diésemos dinero para el viaje él lo repartiría entre sus amigos y compañeros de viaje. Los chicos de la calle son una piña, todo lo comparten, todo lo reparten, son como una familia, es pura super-vivencia: «juntos podemos, juntos sobrevivimos, por separado y solos estamos perdidos». Yo no sé cómo hicieron con tan poco dinero, pero a las semanas de irse Nabil de casa llegaron a París.

Recuerdo que estaba tomando algo en una terraza de verano en el centro de Madrid. Estaba con Marina, de Alacrán, y con Rosa y María, de Harraga, porque habían venido a dar una charla sobre los niños de la calle a Madrid. Rosa estaba mirando Facebook en su móvil y de repente me dice:

— ¡Está en París! ¡Ha llegado a París!

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Aquel día, Marina, Rosa, María y yo celebramos la llegada de Nabil a París. Acababan de producirse hacía poco unos atentados terroris-tas y toda la policía controlaba las estaciones de autobús y metro, las fronteras y las carreteras buscando sospechosos. Las personas con ras-gos árabes eran las primeras sospechosas, las primeras en ser paradas y detenidas. Y en medio de todo eso, Nabil y un par de amigos habían conseguido llegar a París. Nunca supe cómo lo hicieron, pero más tarde llegó a Alemania, luego a Dinamarca... y acabó en Suecia, donde le acogieron en un centro de adultos con nuevo nombre, nueva identidad y le va muy bien. Siguió allí con el boxeo, con estudios, cocina, algún trabajillo... Nos escribimos por Facebook y siempre me enseña los pai-sajes nevados y me dice que está muy bien allí. Me enseña sus guantes nuevos de boxeo, sus amigos, sus novias... Siempre nos escribe diciéndo-nos a Nayara y a mí que nos quiere mucho, que gracias por todo, que somos sus hermanos, su familia.

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AGOSTO

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la liNterNa (melilla)

Rosa me dice que me ocupe de la linterna. Es de noche y la zona en la que estamos es muy oscura. Apunto la luz de la linterna al pie del chico. Rosa le va quitando una venda muy sucia que

le rodea el pie. Al llegar a la piel, le cuesta tirar de la venda porque está pegada a la sangre seca, a la suciedad, al sudor, le duele. Rosa se pone unos guantes de látex y, con agua oxigenada, le va despegando la venda de la piel. Se queda la herida al descubierto y podemos ver un agujero rojo en la planta del pie. Entre la suciedad se ve una zona roja como un tomate, un agujero como una moneda de dos euros. Al chico le duele mucho.

Rosa mira en su botiquín. Se oyen las olas del puerto de Melilla, la valla de la escollera separa a los chicos de la calle del chico que está herido y que estamos curando. La gravedad de la herida nos hace plantearnos a Rosa y a mí: «¿Para qué estudié Educación Social y no Medicina o Enfermería?».

No podemos mandar al chico al hospital pues, o no le atenderán o le llevarán a la policía, quienes lo llevarán al otro lado de la valla para dejarlo en Marruecos. Al chico le duele mucho.

— Alúmbrame aquí —me dice Rosa.Yo alumbro a una especie de crema que saca del botiquín y cuya

etiqueta ella empieza a leer.— Esta es.Le lava la herida. Es una ampolla muy grande que le ha explotado y

se ha infectado por la suciedad, por la humedad. Al limpiarlo, el chico pone unas caras de sufrimiento horribles. Me cuesta mantener sujeta la linterna alumbrando a la herida. Después de lavarla le echa la crema, y lo venda con mucha delicadeza. Me da la impresión de que no es un vendaje improvisado, sino casi profesional. Las chicas de Harraga han

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aprendido de curas, de enfermedades, de vendajes, de infecciones, de medicamentos... ¡Son unas auténticas doctoras! A los chicos de la calle no los atienden en el hospital o los tratan fatal, o llaman a la policía y se los llevan. A pegarlos, a devolverlos al otro lado de la valla... Los niños nunca quieren ir a un centro de salud.

Rosa se levanta y va directa a la valla de la escollera que nos separan de los demás niños:

— Chicos, Moha no puede apoyar el pie. Tenéis que cuidarlo y evitar que corra y que haga mucho el bruto.

— Sí, Rosa. Nosotros cuidarlo.Rosa va a por el chico, que se apoya en ella para caminar. Lo ayuda

a pasar al otro lado de la escollera. Los niños se llevan al chico cojeando. el vieJo gordo

Estamos con los chicos en la playa, jugando al futbol, a las palas, con música. Cuando se hace de noche comenzamos a recoger. De

repente oigo gritos a lo lejos:— ¡Maricón! ¡Maricón! ¡Puto gordo!Son los gritos de uno de los peques de 10 años. Le está tirando cosas

a un hombre gordo de mediana edad mientras le insulta. Busca en la papelera y lo que encuentra se lo lanza al hombre. Se arma un revuelo entre los chicos. Sara sale corriendo para allá.

— ¡Maricón! ¡Hijo puta! —continúa el niño y, entre medias, dice palabras en árabe que no entiendo.

El niño está alteradísimo. Cuando llega Sara, el hombre le dice:— Llevaos de aquí a este enano porque voy a llamar a la policía.El hombre le ha pedido favores sexuales al niño a cambio de dinero. Es

un pedófilo, busca prostitución infantil, por ello el niño se ha cabreado. Pero, sin embargo, es el hombre quien dice que es ÉL quien va a llamar

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a la policía. En ese momento no puedo creérmelo. Es como el mundo al revés, pero es verdad, es cierto. Viendo las reacciones de Sara, que quiere llevarse al niño, entiendo enseguida que es verdad. Si viniera la policía, defenderían al hombre y se acabarían llevando detenido al niño. raJarse

Bajando de la escollera, en una plaza al lado de la playa, nos cruzamos con Hana. Tiene 14 años y es la única chica del grupo, la única chica

que está viviendo en la calle. El resto son solo chicos. Uno de sus brazos está sangrando. Rosa se acerca, le agarra el brazo,

lo observa y le dice:— Joder, Hana, pero ¿qué te has hecho?Hana no dice nada. Está triste, su cara está sucia, su pelo revuelto y

enmarañado. Rosa sigue:— Venga, siéntate aquí, te vamos a curar.Las chicas de Harraga, allá donde van, siempre llevan el botiquín.

Hana se ha rajado ella misma el brazo. Se autolesiona, tiene el brazo lleno de cicatrices de cortes de cuchillos y quemaduras de cigarrillos.

— ¿Por qué te haces esto, Hana? Luego cuando sois más mayores os arrepentís. Fíjate cómo tienes ya el brazo.

Hana sigue sin decir nada, como mirando al infinito, triste y ausente. A veces hace gestos de dolor cuando Rosa le desinfecta la herida.

Casi todos los niños de la calle se autolesionan, se rajan los brazos con navajas y cuchillos, es como si explotasen toda su rabia contra ellos mismos.los gatos malos

Ismail llama al telefonillo y sube a casa. Es alegre, dicharachero, espon-táneo... nos habla y nos habla en dariya8 como si nosotros enten-

8. Lengua árabe que se habla en Marruecos.

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diésemos, es muy gracioso. Señala la tablet y le dice algo a Sara. Ella, cariñosamente, le pone el vídeo que pide.

— Quiere ver Tom y Jerry. Claro, es que es un niño, solo tiene 8 años —me dice Sara.

Se queda tranquilo delante de la tablet y al rato empieza a sonreír y reírse. Me señala los dibujos, como diciendo: «¡Mira lo que hace este ratón!». Se ríe y se ríe con las persecuciones, los golpes, la picaresca del ratoncito, se emociona con esos dibujos. Como si esos dibujos fuesen una metáfora de su vida, donde los gatos fuesen la policía, los educa-dores, los vigilantes... y los ratoncitos fuesen ellos: los niños de la calle, pícaros, espabilados, rápidos, ágiles.el Puerto

Yassine, el chico que vive con Rosa, María y Sara, me lleva a ver el puerto donde viven los niños.

El puerto comercial, donde llegan los ferris, las mercancías, los barcos enormes... está dividido en dos partes. Una es esa: un puerto industrial enorme en continuo funcionamiento 24 horas al día. La otra es una zona superalargada de rocas que dan al mar. Estas dos zonas están sepa-radas por un muro.

Los niños viven en las rocas del puerto, separados por ese muro enorme que les impide el acceso a la zona comercial. Como una metá-fora del mundo: a un lado, la miseria; al otro, la abundancia.

Yassine y yo saltamos la valla de la escollera hacia el lado de las rocas donde viven los niños. Allí hay otros muchachos que se nos unen. Las rocas que rodean el muro son como un pasillo alargado de una longitud enorme y que al final tuerce a la derecha en forma de «L». Caminamos y caminamos. Entre las rocas hay agujeros con mucho fondo.

— Julio, tienes que tener cuidado con estos agujeros. De noche son muy peligrosos porque no ves nada y aquí los niños no tienen linter-

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nas. Más de uno se ha caído y se ha dado una buena hostia. Yo antes vivía aquí, ¿sabes? Sí, antes de ir a casa con Rosa y las chicas. Jo, qué recuerdos... Era una vida muy dura, con el pegamento, dormíamos por ahí entre las rocas, frío... Esta zona es muy segura porque no pasa nadie, solo la policía cuando hace redadas. Mira esa zona del muro: por ahí escalas por la noche y pasas al otro lado con una cuerda para hacer riski.

Yassine le hace un gesto a otro chico:— Mira, Julio, por aquí subíamos.Comienzan los dos a subir por el muro con una agilidad increíble,

con chancletas uno, descalzo el otro. Cuando llegan arriba, me dice:— Desde aquí unos agarran una cuerda y otro bajan a la otra parte

y allí, en los camiones, buscas un hueco para esconderte y pasar al ferri. Esto lo hacíamos todas las noches con Nabil.

Todos conocen a Nabil. Seguimos andando hasta el final de este pasi-llo de rocas entre el muro y el mar. Al llegar al final de la «L», vemos a todos los niños, como una imagen dantesca, como una escena de Oliver Twist, entre la suciedad, la humedad, el olor a sal y agua estancada. Hay niños de 8 años inhalando pegamento, descalzos, con camisetas rotas y sucias, colchones entre las rocas, unos chicos más mayores coci-nando algo en un fuego con una cacerola... Un pequeño campamento de niños de la calle esperando la noche para saltar al puerto y hacer riski.

Yassine me los va presentando uno a uno. Hay niños muy colocados. Ahora me explico eso de la sarna: dormir aquí entre la humedad, las olas, el viento, la desnutrición, el frío en invierno, el sol abrasador en verano, la sal pegada al cuerpo, el sudor...

Yassine les explica que yo soy amigo de Sara, Rosa y María, que soy el educador de Madrid que acogió a Nabil, el entrenador de boxeo. Todos me preguntan por Nabil: «¿Qué tal está?» «¿Dónde está viviendo?» «¿Era buen boxeador?».

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Yo sigo mirando alrededor. Este campamento de niños de la calle me impacta muchísimo: el muro, los cochones entre las rocas, la hume-dad, el olor a pegamento y suciedad, la fogata, las cacerolas oxidadas... Ahora empiezo a entender de verdad por todo lo que pasó Nabil antes de llegar a casa.los farolillos

La playa es pequeña. Los muros de rocas que la rodean, altos y ver-ticales. Con los niños nos subimos por esas rocas y nos tiramos

desde arriba. Son saltos tremendos, que asustan. Los chiquillos se lo pasan pipa. Suben y se lanzan, suben y se lanzan con nuevos saltos, con nuevas piruetas. Yo voy con ellos. Me enseñan.

Abajo en la playa jugamos con las paletas y con la pelota que llevan siempre las chicas de Harraga. Nos enterramos en la arena. Con el equipo de música que ha traído María me enseñan a bailar música árabe. Nos metemos en el agua con una colchoneta que les he com-prado y entre todos jugamos al «rey de la colchoneta»: todos intentamos ponernos en pie, nos tiramos unos a otros intentando conquistar la colchoneta ¡Cómo nos divertimos! ¡Cómo nos reímos!

Pasamos toda la tarde en la playa jugando, bailando, aplicando aque-llo que dijo Sara en una conferencia en Madrid:

— No se nos tiene que olvidar que son niños. Cuando llegamos a Melilla, nos dimos cuenta de que estos niños no jugaban. Y tenemos que hacer que la gente les vea jugar, porque la gente ya solo los ve como ladrones, violentos, peligrosos, ya no los ven como «niños».

Incluso a mí me pasó esto el otro día, cuando Ismail, en casa de las chicas me pidió ver Tom y Jerry. Me extrañó muchísimo, y luego me dije: «Joder, si es que solo tiene 8 años».

Al terminar el día vamos saliendo de la playa. En las duchas nos qui-tamos la sal. Las chicas llevan champú y jabón y se lo dan a los peques.

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Estos se lavan el pelo y el cuerpo. Es gracioso ver a los niños enjabona-dos en las duchas de la playa. Hay gente que nos mira con asco, como diciendo: «¿Pero, estos? ¿Vienen a ducharse aquí?».

Una vez limpios y recién salidos de la ducha, Sara y Rosa comienzan a limpiar y curar las heridas de los niños. Hay alguna herida grave que ellas desinfectan y vendan. Los más peques se acercan a ellas y con el dedo les señalan una parte de su cuerpo diciendo que les duele. En realidad no tienen nada. Solo quieren que Rosa y Sara les atiendan, les mimen, les pongan vendas... Ellas lo hacen encantadas y a veces dicen:

— ¡Pero, Osama! Si aquí no tienes nada. ¿Qué quieres que te vende?— Sí. A mí doler mucho.— Pero si ya te he vendado entero. Estás que das pena. Mira, si

te vas así al semáforo a pedir y encima te haces el cojo, te van a dar limosna de la pena que das, ja, ja, ja.

— Sí, ja, ja, ja. Voy a andar así.Osama comienza a andar haciéndose el cojo, con las vendas, con la

mano extendida para pedir:— Yo no papa, yo no mama. Ja, ja, ja, ja —y comienza a cantar—

Buscar la vida, buscar la vida...Una vez limpitos y curados, nos llevamos a los más peques a la pelu-

quería. Las chicas han conseguido un peluquero muy majete al que le da igual cortarle el pelo a los niños. Hay que tener en cuenta que a muchos de estos niños nos les dejan entrar a los locales, bares, panade-rías... Pero este peluquero es majo y sí les deja pasar y los atiende. Nos vamos allí con los niños y esperamos nuestro turno, unos dentro y otros fuera de la peluquería, hablando, charlando, gastando bromas...

De repente aparecen por la calle dos de los peques de 8 años, Ismail y Hamid. Vienen con una moto de plástico que han recogido de la basura, de esas que usan los niños de tres años como triciclo. Con ella

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se están tirando por la cuesta de la calle de la peluquería. Cuando nos ven nos saludan y vienen a vernos. Están completamente negros de suciedad, pero lo más gracioso es que Ismail (el de Tom y Jerry) lleva puesto un vestido de niña con farolillos y falda que ha encontrado en la basura. Las chicas y yo no podemos evitar que nos entre la risa. La situación es completamente cómica: una moto de plástico casi para bebés, Ismail en traje de farolillos, con un vestido que puede ser de sevi-llanas o de princesa con la parte de los hombros hinchados o salientes como Blancanieves, sin ser consciente de si eso es de niña o de niño, de princesa o de qué... Negros los dos de suciedad, jugando y pasándoselo pipa con la moto como dos locos tirándose por la cuesta. Las chicas y yo no paramos de reírnos ¡Cómo juegan con la moto! Cómo la lían por donde pasan. Son como dos locos. Nos reímos y jugamos con ellos. Les decimos que si se quieren cortar el pelo y dicen que sí, así que se quedan con nosotras y los demás niños.

Ismail me pide el móvil para poner vídeos. Se lo dejo y en Youtube pone un vídeo de rap. Me lo enseña. Me muestra al rapero todo duro cantando, como diciendo «yo soy así de duro» (en traje de farolillos pero así de duro). A mí me hace gracia la situación. Es todo como una locura. Le miro viendo el vídeo del rapero, cantando sus letras, pero en el fondo yo creo que lo que le gustaría ver es a Tom y Jerry.la valla

— Hoy te voy a llevar a un mercado muy chulo, Julio —me dice María por la mañana—. Es como un vertedero, porque el gobierno de Melilla se niega a limpiarlo. Dice que eso es solo para los moros y que se lo limpien ellos. Está todo más barato y puedes encontrar lo que quieras.

Efectivamente, entramos en una especie de zona descampada, llena de basura: zapatos viejos, bolsas de plástico, escombros... Allí la gente coloca sobre una manta lo poco que tiene para vender, casi todo cosas

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viejas y sin valor: zapatillas usadas, relojes de plástico de segunda mano... Un auténtico mercadillo de la supervivencia.

Hay unos árboles entre los escombros a los que me lleva María. Allí están descansando los niños de la calle. Todos saludan a María:

— ¡María! ¿Qué tal?— Hassam, ¿cómo estás? A ver esa herida. ¡Anda! Si ya se te ha

cicatrizado, está mucho mejor.Así saludamos a todos. A mí siempre me presentan como «Julio, es

con quien estuvo Nabil en Madrid», y como todos conocen a Nabil, me acogen genial enseguida.

Después de «los árboles» María me lleva a ver la aduana, el control fronterizo:

— Aquí es donde están las famosas porteadoras.Hay mujeres, casi todas mayores, con inmensas mochilas a la espalda

o en la cabeza. Llevan productos de Marruecos a España y de España a Marruecos. Hacen colas de horas y horas bajo el sol y el calor en un lugar donde no hay ni cuartos de baño ni agua, ni un lugar donde sentarte.

La cola para pasar a Marruecos es inmensa. Hay muchas de estas mujeres. Cuando toca el turno de pasar una tanda de gente por la fron-tera, la fila avanza y varios policías se ocupan de «mantener el orden» con porras extensibles, dando palos a todo aquel que se sale de la fila. Les gritan, los golpean, los empujan como si fuesen ganado. Hay una abuela con una niña, que supongo será su nieta. Miro a la anciana y a la niña allí medio aplastadas, empujadas por la policía y siento una tristeza e impotencia enormes.

Buscarse la vida, sobrevivir, vender, trapichear, sacar de aquí unos céntimos, hacer un encargo, vender lo viejo... Este lugar fronterizo es

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un «templo» de la supervivencia. En mis oídos sigue oyéndose esa can-ción que cantaba Osama:

— Buscar la vida, buscar la vida...fez

Las chicas y yo salimos hacia Fez (Marruecos) en coche para pasar el fin de semana allí. La madre y los hermanos de Nabil nos esperan.

Han insistido mucho en que vayamos. La madre nos va a hacer cuscús. Nabil les envió a sus hermanos muchas fotos de su vida en Madrid y los hermanos se las enseñaban a su madre. La madre está enormemente agradecida y quiere conocerme.

Comenzamos nuestro viaje. ¡Por fin vamos a salir de esta jaula de 12 km2!

Al atravesar en coche el control fronterizo y pasar al lado de Marruecos, comenzamos a rodear Melilla, es decir, «la jaula». Seguimos la valla. Yo siempre la había visto desde el lado español, pero nunca desde el marroquí. Este lado impresiona más. Aquí te das cuenta que en realidad no es una valla, sino tres: dos en el lado de España y una en el de Marruecos, llenas de concertinas (cuchillas afiladas) y alambres de espino enredados en círculo. La del lado marroquí, más pequeña pero con cuchillas igual y con un militar cada pocos metros, coches del ejército, tanquetas, casetas de vigilancia militar, da la sensación de estar en una zona de guerra. Parece que estuviesen esperando el ataque de un ejército bien armado, pero en realidad están esperando la llegada de migrantes hambrientos, débiles, descalzos, desnudos...«maldito serás eN la ciudad y maldito eN el camPo. maldito al

eNtrar y maldito al salir», dt. 28:16

Desde el coche grabo con mi móvil la valla hasta que Sara me dice:— Julio, eso es ilegal. Como te vea la policía te arresta y te

quita el móvil.

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Después de varias horas de viaje llegamos a Fez. Allí nos metemos en el barrio de Nabil: Sidi Boujida. Es el barrio más pobre de la ciudad. De aquí han salido casi todos los niños que viven en la calle en Melilla.

Quedamos con su hermano en el mercado. Hay puestos en las calles con mesas, palos, tela... Un auténtico mercadillo donde todo el mundo vende de todo. Son «los hacelotodo, los vendelotodo...», como decía Roque Dalton en su poesía.

Los hermanos de Nabil nos están esperando en la calle. Nos abrazan, se ponen muy contentos. A las chicas ya las conocen. A mí me han visto por fotos. Están muy alegres y emocionados ¡Es todo un acon-tecimiento! Los niños que rondan por allí se acercan a nosotras. Nos miran con interés y expectación, como diciendo: «¿Qué hacen unos extranjeros aquí, en este barrio?».

Nos llevan a la casa de Nabil, me hacen pasar y allí me presentan a la madre. Es un momento emocionante, tanto para ella como para mí. El hermano mayor, que chapurrea varios idiomas, hace de traductor:

— Mi madre dice que muchas gracias por todo lo que usted ha hecho por Nabil.

— Dile que hemos estado muy contentos de tenerlo en casa y que Nayara y yo lo hemos tratado como si fuera un hijo.

La madre se emociona mucho. Me abraza.Más tarde ponen la mesa: pastas, aceitunas, aperitivos y nos sacan

un tajín9 enorme. Al abrir la tapa, ahí está el cuscús. Es gigantesco, por-que en realidad somos un montón de gente, como diez personas entre hermanos, primos, tíos. Todos empezamos a comer del mismo plato, del tajín. ¡Está buenísimo!

Por la tarde, los hermanos y primos de Nabil nos llevan a dar una vuelta por el barrio. Nos presentan a un montón de chavales que cono- 9. Plato tradicional en la cocina de los países del norte de África, especialmen-te Marruecos, Túnez y Argelia.

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cían a Nabil de pequeño. Se nos junta un montón de chavalada que nos acompaña por las calles del barrio. Las chicas conocen a muchos chava-les que estuvieron viviendo en la calle en Melilla y fueron deportados y han vuelto al barrio.

A todos los chicos que estuvieron en Melilla, las chicas les dicen:— Te veo mucho mejor aquí. Tienes mejor cara.Las chicas me explican que esos chicos que vemos ahora, en Melilla

estaban delgados, pálidos, consumidos por el pegamento. Muchas veces quieren ir a Europa porque ven en el Facebook a sus amigos que están allí con ropas caras, casas grandes y cochazos. Pero no es verdad. Son fotos que cuelgan en las redes pero que no representan la realidad. En Europa les va muy mal, o por lo menos no tan bien como muestran en Facebook. Europa se convierte en un mito.

Al meterse el sol acaba ese calor abrasador y ya se puede pasear por las calles. Llega un frescor, un aire más respirable, una brisa. Y comien-zan, como un auténtico espectáculo de la naturaleza y de la vida, a salir niños y niñas y madres y ancianos a la calle. Todo se llena de gente, pero sobre todo de niños y niñas. Aquí, allá, jugando por todas partes, lo que antes estaba vacío por el sol abrasador ahora está lleno de vida, de juegos, de gritos, de risas. ¡La vida está en la calle!

Los chicos nos llevan a varias casas donde nos dan té y pastas, nos invitan a aperitivos, nos enseñan fotos, nos cuentan historias. Hay un momento en que, desde la terraza de una casa donde nos han invitado, vemos un montón de niños que, con curiosidad, quieren saber quiénes somos, qué hacemos allí. Entre ese grupo, Rosa reconoce a un niño. Es el hermano de Hamid, uno de los niños de Melilla que vive en la calle. Rosa baja a hablar con él. Tiene siete años. Unos chavales hacen de traductores. Rosa saca su móvil y le enseña unas fotos mientras le dice:

— Este es tu hermano. Está en Melilla.

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El niño mira con curiosidad el móvil y reconoce a su hermano de diez años. Se parece mucho a él. Le hace mucha ilusión ver las fotos porque no tenía noticias suyas.

Los chicos que hacen de traductores le explican a Rosa que son 5 hermanos, que hace años metieron a la madre en la cárcel y que todos se quedaron en la calle. «Payasos eN rebeldía»

A la ciudad de Melilla llega un grupo activista que se llama «Payasos en Rebeldía». Van a lugares del mundo en conflicto (campos de

refugiados, ciudades en guerra, etc.) y hacen actuaciones: payasos, humor, acrobacias y magia. Sobre todo para los más peques. Quieren actuar en el campo de refugiados de Melilla, que eufemísticamente lla-man CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes). Las chicas de Harraga se ponen en contacto con ellos y les piden que actúen tam-bién en la escollera con los niños de la calle y quedan con ellos en que a las 17:00 actuarán en el CETI y a las 20:00 en la escollera.

Delante del CETI está la valla y el campo de golf. Es un paisaje surrealista. También hay una explanada donde los payasos empiezan a montar sus cosas. Cuando empieza la actuación hay pocos niños, pero poco a poco empiezan a salir familias enteras del CETI, niños y más niños: negros, blancos, mulatos, morenos, con ropas árabes, con ropas occidentales, con peinados de aquí, de allá... Una auténtica mezcla de culturas. Todos miran ilusionados a los payasos.

Estos hacen actuaciones de todo tipo: magia, piruetas, comedia, inte-ractúan con el público, ponen música... Al acabar reparten narices rojas de payaso a los niños y se hacen fotos con ellos.

Después de la actuación del CETI le toca a la «escollera». Quedamos allí (el lugar donde los niños acceden al puerto). Está lleno de niños

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de la calle. Algunos con su bolsita de pegamento, otros reunidos y hablando, pero todos han ido para ver la actuación que las chicas les han dicho que iba a ver.

Llegan los payasos en una furgoneta. Se bajan. Hablamos con ellos. Se empiezan a vestir y a sacar cosas y, de repente, llega la policía con varios coches patrullas. «Se jodió la fiesta», pienso.

La policía empieza a interrogar a los niños, a buscar a unos, a pre-guntar a otros... Las chicas y yo nos quedamos observando por si a los polis «se les va la mano». La policía de Melilla no es como la de la Península. Son mucho más burros, tienen muchísima más impunidad, son más agresivos, más violentos.

Viendo las formas que tienen esos polis con los niños, los payasos se acojonan, empiezan a retirarse y nos dicen que ellos se van. Rosa coge un cabreo monumental: «¡Vaya payasos en rebeldía! ¡Ni rebeldía ni hostias! Estos son unos cagaos, la madre que los parió».

Los payasos nos dejan solos. Me acerco a uno de los policías, que es como un gigante. Está inte-

rrogando de forma muy violenta a un niño de unos 11 años. En un momento dado se cabrea y lo abofetea. Me meto en medio y le digo:

— Pero, ¿qué haces? ¿Estás loco? — Tú vete a tomar por culo de aquí, que yo conozco a este chaval

y tú no tienes ni puta idea.Nuestra presencia les corta un poco y les hace frenar. Lo más curioso

es que los polis ven a las 21:00 de la noche a niños de hasta 8 años con la bolsa de pegamento, completamente sucios, en estado de intoxicación, y su obligación, que es llevarlos ante su tutor legal (en este caso la Ciudad Autónoma de Melilla), no la cumplen.

Cuando le contamos lo que ha sucedido a José Palazón, fotógrafo y activista que vive en Melilla, nos dice que el Instituto de la Infancia de

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Melilla ha dado orden de encontrar a los más peques (hay un grupo de unos 10 niños entre 7 y 10 años por las calles de Melilla) y llevarlos al centro de menores, a un módulo aparte, y tratarlos bien (bueno, lo que para ellos es «bien»). Pero esto quiere decir que la policía, teniendo esta orden, no la está llevando a cabo, así que José Palazón nos recomienda que denunciemos.

Por la noche, con las chicas, decidimos que ellas, como Harraga, pondrán una denuncia y yo, como «turista», pondré otra. Así que yo comienzo la redacción de la mía:

«Sobre las 21:00 de ayer día 21 de agosto, observé a unos diez meno-res de entre 7 y 12 años en clara situación de desamparo, al no verse cerca de ellos ningún adulto tutor. Siendo visible su falta de higiene y un consumo reiterado de pegamento, se procedió a comunicárselo a la Policía Nacional allí presente con la intención de que los llevasen al sistema de protección. La policía se marchó dejando a los menores en la calle y su única intervención sobre ellos fue para abofetear a uno, insultarlos y tratarlos de una forma denigrante».

Por la mañana la presento en el «Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de guardia de Melilla». La funcionaria que está allí lo lee y me dice:

— Pero, ¿esto? ¿Qué es lo que quiere denunciar aquí? Si no sabe ni qué policías eran.

— Mire, está ciudad es pequeña. Las actuaciones policiales quedan registradas, así que es fácil que sepan qué policías estaban ayer a las 21:00 en la escollera. Yo denuncio la violación de un derecho y la fiscalía investiga, no yo. Yo solo soy un «turista» que está flipando con vuestra ciudad.

Este concepto, «yo soy solo un turista», es muy potente, porque el Gobierno de Melilla quiere turistas y «un turista» ha denunciado algo

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que avergüenza y deja en evidencia a esta ciudad. No es lo que ellos desprecian: no es un hippie, no es un activista, no es uno de izquierdas, no es un antisistema... No, es un turista, un turista que trae ingresos a la ciudad.

Así, mandamos mi denuncia (que al final fue admitida en los juzga-dos) a los medios de comunicación.

Al día siguiente sale en los periódicos, bajo el titular «Un turista denuncia».

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Después de tres semanas de agosto con las chicas de Harraga llego a Madrid, al barrio, a casa.

Comienza septiembre. Los monis de boxeo habíamos que-dado en que después del verano bajaríamos al parque, pero lo vamos dejando. Mucho lío con el boxeo, las clases, las visitas a la cárcel, follo-nes aquí, líos allá.

A mediados de septiembre me mandan un vídeo por las redes socia-les. Es una noticia de Telemadrid. Le doy a «play». Con titulares de «Hortaleza aterrorizada», sale una reportera en nuestro barrio diciendo que está habiendo una oleada de atracos, robos, tirones de bolso, agre-siones, quema de contenedores, etc., por parte de unos niños marro-quíes de los centros de menores, a los que llaman «La banda del disol-vente», que no atienden a normas, a los que se detiene y a los que se deja salir enseguida, que están fuera de control, que son superagresivos, violentos, peligrosos... Salen hablando personas mayores contando que los tiraron al suelo, les rompieron la cadena de oro arrancándosela del cuello. La policía sale diciendo que los detienen pero que la Ley del Menor es tan permisiva que los dejan enseguida en libertad y no les hacen nada.

Me cabreo enormemente. «Hasta aquí hemos llegado», me digo, ¿A qué estamos esperando para intervenir? La tele se nos ha adelan-tado. No podemos seguir esperando. Después de ver la noticia, llamo a Rubén, de la asociación Alacrán:

— Rubén, estoy bajando al parque. Voy a ver a estos chavales. He visto las noticias y ya no podemos seguir esperando.

— Sí, Julio, eso quería hablar contigo. Tenemos que hacer una reu-nión para ver...

— No, no, no. Yo no hago más reuniones. Yo bajo al parque a ver qué me encuentro.

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— Tienes razón. Bajo contigo. Espérame allí.Escribo un mensaje al grupo de whatsapp de boxeo:— Chicos, chicas, bajo al parque del Claruji a ver a los chavales, a

conocerles. Lo que hablamos antes del verano de bajar al parque y todo eso.

Nada más entrar en el parque, los veo al fondo, al lado de unos arbustos. Me voy acercando. Yo, en realidad, no los conozco. No sé cómo entrarles ¡Ay, si estuviese aquí la Nena! Qué fácil sería todo.

Me encuentro a un amigo, vecino del barrio y del Ateneo Libertario. Está sacando al perro y a su hija de meses. Le digo que he venido a conocer a los chavales pero que no sé cómo entrarles. Al rato llega Rubén al parque y se junta con nosotros.

— Venga —les digo— vamos a intentar acercarnos.Nos vamos acercando los tres hacia donde están los chicos y nos

sentamos enfrente, muy cerquita. Hablamos entre nosotros hasta que uno de los chicos me dice:

— ¡Julio! ¿Y Nabil? ¿Dónde está? Yo amigo suyo.— Hola. ¿En serio? ¿Lo conoces?Nos habla desde su grupo, en la distancia, y todos los chavales nos

miran, nos observan.— Sí, claro. Yo Youssef, amigo Nabil. ¿Dónde él?— Está en Alemania. Ha llegado a Hamburgo.— Ah, qué bien. Nabil buena gente. Todos conocen Nabil.Los chavales, como con unas ganas de hablar con nosotros, empiezan

a decir:— Sí, Nabil. ¿Dónde estar? Buena gente. Y Nena, ¿dónde Nena?

Nena perra buena.Nos acercamos los tres, nos presentamos, les damos la mano, nos

abrazan, hablamos. Son como unos ocho. La mitad están colocados por

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el disolvente. Hablamos de Nabil, de la Nena. Yo estoy muy contento. Creía que iba a ser mucho más difícil acceder a ellos, pero Nabil y la Nena ya han hecho la mitad del trabajo. La Nena ya no está y todavía me sigue abriendo «las puertas» de los chicos del barrio.

Nos cuentan que casi todos están durmiendo en el parque, que todos son menores, que están tutelados, tiene centros de menores asignados, pero que no quieren estar allí porque les pegan:

— Centro la ruina, la ruina, vigilante pega, pega mucho.Uno de los chicos me dice que conoció a Nabil en Melilla. Entonces

yo le pregunto:— ¿Conoces a Sara, María, Rosa...?— ¡Sí! ¡Rosaaaa! ¡María! Muy buenas, sí. ¡Saraaa! Yo hice riski en

Melilla, un año en la calle Melilla. Ellas muy buenas conmigo.— ¡Hala, qué bien que las conozcas! ¿Quieres hablar con ellas?

Vamos a enviarles un audio.Hay varios chicos que han pasado por Melilla. En realidad, solo hay

tres zonas de acceso, o por lo menos las más transitadas por los niños de la calle: el puerto de Melilla, el de Ceuta y el de Tánger. Y todos, absolutamente todos los que vienen de Melilla, conocen a las chicas de Harraga.

Mandamos audios al grupo de whatsapp que tengo con las chicas:— Rosaaaa, Saraaaa, Maríaaaaaa. Soy Hamid, yo Madrid Julio.— ¡Hamiiiiiiiiiid! ¡Qué ilusión! ¿Qué estás haciendo en Madrid?

¡Te queremooooos!Grabamos audios con todos los chicos que han pasado por Melilla.

Nos reímos, nos ilusionamos. Las chicas de Harraga están contentísimas.Les explicamos a los chavales que tenemos actividades de boxeo y

de fútbol, que yo soy el entrenador de boxeo y Rubén el de fútbol. Les hacen mucha ilusión nuestras propuestas. Les decimos que, si quieren,

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podemos venir un día con un balón y echar un partidito en el parque. La idea les encanta. Quedamos en que volveremos al día siguiente con un balón de futbol. Nos despedimos, nos damos la mano, algunos nos abrazan.

Javi, mi vecino del Ateneo, está con la niña y no tiene miedo de ellos ni de que le pase nada a ella. Al contrario, los chicos le preguntan:

— ¿Cómo se llama la niña?Es curioso, porque casi todo el mundo, como decía la noticia de

Telemadrid, está aterrado con estos niños. Pero a nosotros nos han acogido de maravilla.

Antes de salir del parque hago unas fotos a los botes de disolvente que hay en el suelo. Son muy grandes, son los que se utilizan para la pintura. Le mando la foto del bote al grupo de whatsapp de boxeo:

— Este es el disolvente que se meten los críos. Hoy, primer contacto con los chicos del parque. ¡Ha salido genial! Mañana bajamos otra vez. Había niños de 12 años muy colocados, casi todos muy deteriorados de vivir en la calle y del pegamento. Mañana, para quien se quiera venir, hemos quedado a las 18:00 en la entrada del parque. Vamos a bajar un balón de fútbol.el cartel

Si nos llevamos a casa a los niños, nos acusan de sustracción de meno-res. Si hacemos actividades para los chavales (como el boxeo) en un

local del barrio, nos desalojan. Si hacemos una paellada en el parque, la policía nos pedirá los permisos. Si hacemos un cine de verano en la calle, la policía nos pedirá la autorización municipal. Si me llevo a los niños a tomar un bocadillo al «bar Manolo», me pedirán las autorizaciones firmadas por los progenitores-tutores y el seguro de responsabilidad civil. Si en el local donde hacemos boxeo nos hiciesen una inspección,

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nos pedirían la licencia de centro deportivo. Según lo académico (la Universidad) tendría que hacer a los niños fichas con sus datos persona-les y llamarles «menores». A sus padres, «usuarios». Tendría que hacer análisis y estudios de necesidades, informes psicopedagógicos periódi-cos, mantener el «distanciamiento psicológico óptimo» y no crear vín-culos afectivos con ellos. Me tendría que colegiar en el «Colegio Oficial de Educadores Sociales» y pagar mi cuota de colegiado. A los monitores de boxeo que intervienen y a mí, como no cobramos, se nos acusaría de «intrusismo laboral»...

Es como si todo estuviese diseñado para eliminar el tejido social, vecinal.

El monopolio de la intervención lo tiene la Institución y nosotros, literalmente, no podemos hacer nada. Pero lo hacemos todo. Es decir, nos han reducido a la categoría de bandidos, piratas, delincuentes, ile-gales de la educación social y de la intervención.

Así que, para caricaturizar y ridiculizar esta situación, para reírnos de este absurdo, comienzo a imitar la voz de Pablo Escobar (jefe del cartel de Medellín), como si fuésemos eso: una organización criminal.

Con ese acento, le mando un audio a Rubén del Alacrán:— Buenas tardes. Le habla «el patrón». Nesesitamos a esa pajarita

volando sobre la madriguera. A ver si nos colabora un poco, mijo, y nos la despeja de labores para mandarla con estos ratonsitos. Espero su respuesta.

Con el mismo acento, me contesta:— Qué hubo «patrón». La pajarita ya está volando para esa

madriguera.Vamos a empezar a bajar al parque y a intervenir, por lo que me

tengo que rodear de un buen equipo. A los mejores monis del barrio los tengo yo en boxeo. El equipo ya está hecho («el cartel»), pero me

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falta una de las mejores educadoras: Marina (la pajarita). Y la tiene la asociación Alacrán.

Marina es una chica jovencísima que acaba de terminar la carrera de pedagogía. Hizo las prácticas en nuestro barrio con el Alacrán y le debió de gustar muchísimo, porque se vino a vivir aquí. Rápido me di cuenta de que Marina tenía una sensibilidad y una empatía extrema hacia los chavales. Tenía esa capacidad de «ir más allá» del aula, de los talleres, de las actividades... Se salía continuamente de sus funciones marcadas rígidamente por los programas, proyectos y planes y yo la quería en el parque (la madriguera) con los niños de la calle (los ratonsitos).

Avisé también a mis monis de boxeo, todos chavales y chavalas del barrio, de veintitantos años, con mucha calle, que hablan el mismo idioma que los críos, que se mueven por el barrio como «pez en el agua», con muchas experiencias vividas, casi todos marcados por su pasado:

El Zurdo había pasado toda su adolescencia y juventud odiando y conviviendo con la violencia extrema. Había tenido experiencias muy duras y ahora, como en un estado de redención, se había reconciliado con el mundo, con la especie humana y con la vida e intentaba que los chavales y chavalas, antes de caer en el pozo oscuro donde cayó él, pudiesen encontrar un apoyo.

A Lespe lo conozco desde los 12 años. Ahora tiene 25. Ha crecido conmigo y con las asociaciones del barrio. Con un pasado también tre-mendo que no contaré por prudencia, es un monitor con una empatía increíble hacia los problemas de la chavalada. Pero, sobre todo, es la ale-gría en persona. Cuando él llega todo se ilumina. Gasta bromas, vacila, juega con los peques, les hace reír, se convierte en un crío travieso y los niños lo adoran.

Laura, también de veintitantos, había crecido rodeada de oscuridad y embrutecimiento y, tal vez por ello, como rebeldía ante su entorno y

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su destino, se había convertido en todo lo contrario: en luz y empatía. Igual que Lespe, allá donde llegaba comenzaban las risas, las bromas, las canciones, los vaciles... Pero, sobre todo, es el artista del grupo: dibuja, pinta, crea, canta...

En el proyecto de boxeo teníamos muchos monitores más. Diez más, concretamente: Álvaro (profe del nivel II, conmigo desde los 12 años), Cristian, Eliasis, Fabián, Jancarlos, Jesús, Sara, Sergio, Sócrates y Urquiza. Pero estos tres, Zurdo, Laura y Lespe, fueron los que, por motivos de tiempo y horario, tuvieron más contacto con «el parque».

Marina no era del barrio ni de boxeo, como he dicho. Era monitora de la asociación Alacrán y yo siempre le pedía a Rubén (el presidente de la asociación) que le quitase reuniones y trabajo y me la mandase al parque. Algunos de los chavales de boxeo iban a talleres y apoyo con Marina, por lo que estábamos siempre coordinados y con ella me entendía de maravilla. Hablábamos el mismo idioma. Los profesionales-educadores que no son del barrio suelen estar en otra realidad diferente a la nuestra, pero Marina era diferente. Se había mudado al barrio, los chicos iban a llamarla al telefonillo, se los llevaba a tomar algo, tenía mucho contacto con las familias, es decir, estaba completamente desinstitucionalizada.2º eNcueNtro

Quedamos en el parque los monis de boxeo y Marina. Curiosamente, otros dos chicos de boxeo que se enteran de que vamos a bajar vie-

nen con nosotros y nos acompañan. Me sorprende mucho, porque uno de estos dos chicos es Marlon, el chaval que tuvo las movidas con «los del parque» y que medió con Nabil para evitar una paliza.

Al llegar a la entrada del parque hay dos muchachos de los mayo-res. Están sentados en el banco. Ayer no estaban, por lo que no los

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conocemos. Me da palo, porque hemos bajado muchos y a lo mejor los intimidamos.

Me acerco y les pregunto por Youssef (el chico de ayer que conocía a Nabil). Me dicen que no saben dónde está, que volverá por la tarde. Me presento y les digo que hemos quedado con ellos hoy para ir al boxeo.

Los monis empiezan a acercarse y a presentarse y la tensión del principio se va rompiendo. Marina saca un balón de futbol y empeza-mos a pasarnos la bola. A ellos les mola la idea y se unen a nosotros. Hacemos un círculo y todos jugamos a pasarnos la bola. ¡Es increíble qué fácil ha sido! Me sorprende, porque la televisión, mis vecinos, las noticias, etc., dicen que son peligrosísimos, violentos, agresivos, pero, sin embargo, con nosotros se han relacionado rápidamente, nos han aceptado encantados.

Pasa el tiempo y no vienen más chicos. Les decimos que tenemos clase de boxeo dentro de un rato y que si quieren subir. Les encanta la idea y suben con nosotros.

Por el camino vamos hablando con ellos. Están encantados de que les hagamos caso, los invitemos al fútbol, al boxeo. Me cuentan que ellos dos son mayores de edad y que viven en un piso de adultos y que los peques de 11 y 12 años están durmiendo en el parque, que están enganchadísimos al disolvente y que no quieren ir a los centros porque les pegan.

Los monitores de boxeo los tratan genial. Se hacen todos amigos. Les enseñamos el local donde entrenamos y, aunque no quieren entrenar porque no han traído chándal, se quedan con nosotros. Nos hacemos fotos, nos intercambiamos los números de teléfono.

El segundo encuentro ha sido otro éxito. Un recibimiento y acepta-ción total. Es el inicio de una gran amistad entre los chicos del parque

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y los monis de boxeo. Comenzamos a bajar todas las semanas, a cono-cerlos, a intentar jugar un poco al futbol. Nos aceptan en sus vidas y se crea un vínculo muy fuerte entre los chicos del parque y nosotros.La entrega

En el parque, casi todos son menores de edad. Y casi todos están tutelados por la Comunidad de Madrid, lo quiere decir que esta

les tiene que asignar un centro de protección de menores donde dormir y vivir.

Todos los días, cuando llega la noche, les preguntamos quién se va a quedar a dormir y quién vuelve a su centro asignado.

Un día, uno de los chicos, Abdelá, de 12 años, nos cuenta que lleva durmiendo en la calle tres días y que ya no puede más. Quiere ducharse, tiene mucha hambre y quiere volver al centro. Su centro es el Isabel Clara Eugenia (el de peques, de 0 a 14 años). Nosotros le decimos que ya está, que vuelva y que se quede allí que estará mejor que en la calle. Pero Abdelá nos explica que no le dejan entrar, que tiene que ir pri-mero a la policía.

Es cierto. El sistema de protección de menores tiene una forma de actuar particular con los niños MENA (Menor Extranjero No Acompañado), un protocolo especial:

Cuando un niño es encontrado en la calle en situación de desamparo o abandono, lo lógico sería que lo llevasen al Centro de Protección de Menores de Primera Acogida (los de nuestro barrio, los que rodean al parque: Hortaleza e Isabel Clara Eugenia), y allí un equipo de psi-cólogos y educadores evaluasen quién es ese niño, qué edad tiene, por qué está en la calle... Eso sería lo lógico. Pero el procedimiento y el protocolo es otro.

Al niño que se encuentra en la calle no hay que llevarlo al Centro de Primera Acogida (este no lo aceptará). ¡Hay que llevarlo a comisaría!

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A la GRUME (Grupo de Menores de la Policía Nacional), como si fuese un delincuente. Allí lo inscriben en el «Registro MENA». Este registro depende del Ministerio del Interior, por lo que sí o sí hay que llevarlo a la Policía Nacional. Es decir, para el Estado prevalece su con-dición de extranjero antes que la de menor.

Una vez hechos estos trámites, llevan al niño al Centro de Primera Acogida. Pero aquí surge otro problema: si el chico se va dos días del centro (como ellos dicen, «se fuga»), el centro le da «de baja». Ojo: ¡Le da de baja! ¿Te imaginas que tu hijo se va de casa y tú le das «de baja»?

Así que, cuando el niño quiere volver a «casa», el centro, en vez de alegrarse (como cualquier padre o madre o familiar o persona con un mínimo de sensibilidad y de preocupación por su niño), en vez de esto, le dice:

— No, no. Tú ya no tienes plaza aquí. Si quieres volver a entrar vete a la policía.

Pues esto es lo que le pasaba a Abdelá. No quiere estar en el centro, se escapa, pero cuando ya está muerto de hambre y sucio quiere volver. Y el centro le dice que no, que vaya a comisaría.

Pero hay otro problema que nos cuenta Abdelá:— Yo llegué a Madrid desde Huelva. Cuando entro en el centro

me dicen: «Mañana a Huelva» porque dicen que mi tutela está allí, en Huelva.

Por eso Abdelá no quiere estar en el centro, porque le amenazan con devolverlo a Huelva y él quiere seguir en Madrid. Por eso, antes de que lo envíen a Andalucía, se escapa.

Esa noche, Abdelá tiene claro que quiere volver al centro. Ya no puede más. Llamo a la Fundación donde trabajo y le explico el caso a Isa. Me dice que lo llevemos a comisaría para que lo metan en el centro y que luego, al día siguiente, el niño vaya por la mañana a la Fundación y

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con él emitirán un recurso a los juzgados para que se quede en Madrid. Abdelá sabe dónde está la Fundación, muy cerquita del parque y del centro Isabel Clara Eugenia. Así que el plan es bueno.

Aquella noche estaban Marina, Lespe y Laura. Marina ya conoce bastante al chico, le tiene mucho cariño y ha congeniado con él. Les explico a los tres la situación de Abdelá y que tenemos que llevarlo a la policía. Luego se lo explico a Abdelá, el cual está de acuerdo. Ya se sabe el procedimiento y sabe que tiene que ir a poner huellas a la GRUME si quiere entrar otra vez en el centro. Les parece bien a tod@s.

Por teléfono, Isa me dice que lo intentemos con la Policía Municipal, porque en realidad ellos son los agentes tutores y estarían obligados a llevar a los niños a la GRUME y luego al centro, es decir, el policía tutor (como su nombre indica) se tiene que encargar de que el niño llegue a su tutor.

Nos vamos con Abdelá a la comisaria de la Policía Municipal. Antes de abrir la puerta sale un poli y nos dice:

— ¿Qué queréis?Le explico el caso: «menor en desamparo», y me dice que no, que

eso a la comisaría de enfrente, Policía Nacional, que ellos con la nueva normativa interna del Ayuntamiento ya no llevan eso, que todo tiene que ser a través de la Policía Nacional.

Si os fijáis, todos los procedimientos para meter al niño MENA a un centro de protección de menores consisten en quitárselo todos de en medio. Nadie tiene la competencia. Lo dan de baja, lo derivan, le quie-ren enviar a otra comunidad autónoma, cuando llegue a la otra comu-nidad autónoma seguramente dirán que la tutela no la tiene Huelva sino Madrid... Literalmente, «se quitan al niño de encima» o, mejor dicho, «se quitan el marrón de encima», porque el niño para ellos es un «marrón».

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Sigo hablando con Isa por teléfono. Tiene muchísima experiencia y se sabe todas las leyes y todos los procedimientos. Me dice que no entremos en la comisaría de la Policía Nacional, que nos vayamos a la calle y llamemos al 112 y que digamos que hay un niño en desamparo, porque si entramos en la comisaría de la Nacional nos van a tener espe-rando toda la noche (a propósito, para jodernos).

Marina, Lespe, Laura y yo estamos con el niño hasta que Laura dice:— Oye, Julio, este niño está muerto de hambre. ¿Por qué no nos

vamos a tomar unas pizzas y luego que vaya para comisaría o donde sea la mierda esta que estamos haciendo? Que es que yo no me estoy enterando de nada.

¡La mejor idea de la noche! Nos vamos los 5 a la pizzería. El niño está encantado. Pedimos un par de pizzas y nos quedamos allí charlando y de buen rollo.

Por casualidad, tengo puesta la camiseta de Harraga. Nos hacemos fotos en la pizzería todas juntas y se las mandamos al grupo de what-sapp de las chicas de Melilla. Les decimos: «Somos Harraga-Madrid, ja, ja». Nos reímos, bromeamos, les decimos que ya estamos con las mismas movidas que ellas pero en Madrid, que tenemos que abrir una delegación de Harraga aquí en la capital.

El niño, entre broma y broma, risa y risa, se lo pasa pipa. Hay que tener en cuenta que está con Laura y Lespe, los monis más divertidos del barrio. Y con Marina, que lo trata con una ternura increíble.

Cuando vamos acabando la pizza les digo que tengo que ir llamando para que se lo lleven y que voy a llamar al 112 (emergencias) a ver si conseguimos que nos manden a un SAMUR social en vez de a la policía. Siempre será menos traumático que llegue un educador que un policía, aunque conociendo a los «educadores», no sé yo qué será mejor.

Llamo al 112 y les explico la situación:

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— Miren, soy educador social de una asociación del barrio. Estamos con un niño en situación de desamparo que lleva tres días durmiendo en la calle.

— ¿Qué edad tiene el niño?— 12 años.— De acuerdo, voy a mandar a alguien para allá.— ¿Podría ser el SAMUR social?— Sí, voy a intentarlo.Les digo a los monis que nos van a enviar a alguien a por el chico y

que ojalá no sea la policía. Marina me dice:— Pero Julio, si viene la policía, ¿cómo vamos a entregar al niño a la

policía? Vaya situación.Marina lo tiene claro: no quiere entregar al niño a la policía. Le

explico que no hay otra opción. Es el protocolo. No hay otra forma posible de meter al niño en el centro.

Tenemos la esperanza de que aparezcan los del SAMUR social, pero pronto se nos desvanece porque llega un coche patrulla de la Policía Nacional y aparca enfrente de la pizzería.

Salimos todas con el niño. Uno de los polis dice:— Pero si a este ya lo conozco. ¿Qué? ¿Otra vez en la calle? Nos

tenéis hasta los cojones. ¿Tú que te crees, que yo soy tu taxista?Con ese comentario, ahora sí que Marina se cabrea de verdad.La policía se lo tiene que llevar. Es su obligación, es el protocolo:

policía, GRUME, poner huellas, registro de MENA y derivación al centro de menores acompañado de la policía. Es el procedimiento ofi-cial, el policía lo sabe y sabe que es su obligación, pero no quieren hacerlo. Como ellos dicen: «No queremos hacer de taxistas. Además, ¿para qué? Si mañana el niño estará en la calle otra vez». Así que lo hacen con desgana, porque no les queda otra, porque estamos nosotras

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delante. Si no, le dirían al niño: «Anda, vete a tomar por culo de aquí» y el niño seguiría en la calle.

Marina tiene un cabreo enorme y una frustración tremenda. Me dice:

— ¿Pero cómo vamos a entregar al niño a estos gilipollas? — Marina, es el procedimiento. Si quiere dormir en el centro no

hay otra.— Julio, yo no entrego al niño a estos tipos. Yo le acompaño a

comisaría.Marina está casi llorando de la impotencia. Hablamos con los poli-

cías. Como siempre, hay un poli bueno y otro malo. El bueno es el que habla con nosotros mientras el otro está cabreado porque se lo tiene que llevar.

Marina le dice al poli:— Yo quiero acompañarle a comisaría. Somos educadores, tenemos

que ir con él. ¿Cómo se va a quedar solo con vosotros?— Señorita, pero eso no puede ser. Usted no puede acompañarnos.

No es su tutora ni un familiar directo. No puede ser.— Pero, señor agente, ¿cómo vamos a dejar a un niño solo de 12 años

a la policía? ¿Qué maneras son estas? Tendrá que haber un adulto de confianza con él.

— Pero si es que ustedes no son nada de él. Tiene que haber una relación jurídica: tutor, familia biológica... Ustedes, en realidad, no son nada de él.

— ¿Cómo que yo no soy nada de él? Soy su educadora. Este niño no conoce a ninguna persona adulta de confianza en este país. Nosotras somos ahora mismo la única referencia adulta. Este niño confía en noso-tros y ¿ahora lo vamos a entregar a la policía? Como si fuese un delin-

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cuente... ¿Cómo no vamos a poder acompañar a un niño de 12 años a la comisaría? Si es lo más lógico y lo más natural...

— Señorita, le repito que no hay otro procedimiento. Yo le puedo asegurar que no le vamos a pegar ni le vamos a hacer nada. Solo lo lle-vamos a la GRUME, pone las huellas y lo devolvemos al centro.

Los monis nos volvemos para hablar. Marina no lo ve, pero sabe que no hay otra forma de proceder si queremos que Abdelá duerma hoy en un centro.

Abdelá está de acuerdo:— No os preocupéis, yo estaré bien. No problema. Yo policía, luego

centro.Así que le digo a Marina:— Venga, Marina, es la única forma. Tenemos que entregarlo a la

policía.Nos despedimos todos de él. Marina le acompaña a donde están el

coche patrulla y los policías. Abdelá le dice:— No te preocupes. Yo estaré bien.Marina tiene los ojos rojos. Le da un abrazo muy fuerte y enorme

de despedida.— Cuídate, Abdelá. Cualquier cosa, nosotros seguiremos por aquí,

por el parque.otra vez a la calle

Al día siguiente me encuentro a Abdelá en el parque:— ¿Pero qué haces aquí otra vez?

— ¡No! Ellos decirme: «Mañana por la mañana a Huelva». Yo no quiero Huelva. Si me quedo en centro me llevan a Huelva.

Mando al chico a la Fundación para que ponga con Isa el recurso. Isa se pasa toda la mañana llamando aquí y allí, a Huelva, a Madrid, a un centro y al otro. Después de averiguar todo, explota y me dice:

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— ¡Qué hijos de puta! La tutela la tiene Madrid. ¿Pero serán cabro-nes? Le están diciendo lo de Huelva solo para joderle. Pero, ¿sabes lo más grave? Que hace 4 meses lo enviaron a Huelva, montaron al chaval solo en un autobús y lo mandaron para Huelva. ¡Solo! ¡Con 12 años! ¡Sin hablar el idioma! Claro, el chaval, cuando llegó allí, no sabía dónde ir y acabó en la calle otra vez. Es increíble, es tremendo.

Isa hace llamadas, pone recursos y una queja al defensor del pueblo. Hasta que el centro donde tiene plaza Adbelá adquiere conciencia de que detrás de este chico hay una fundación de derechos humanos, una abogada y, por lo tanto, dejan inmediatamente de joderle.el «chili»

Mientras estoy bajando al parque, me cruzo con el «Chili», uno de mis chavales del barrio de hace años y que ahora tiene veintitan-

tos. Después de saludarnos, me dice:— ¿Dónde vas?— Abajo, al parque.— ¿A ver a los moritos? Joder, macho. Cómo te molan estas movi-

das. Tú siempre con lo mejorcito del barrio.— ¡Ja, ja, ja! Si son muy majos...— ¡Joder, majos! Son telita. Oye, ¿no te los llevarás a boxeo?— ¿Y por qué no?— Pero chico, ¿tú estás loco? Que estos críos están dando el tirón

del bolso a las abuelas y robando en todos lados ¿Cómo les vas a ense-ñar a pegarse? Lo que les faltaba...

Me quedo mirando al «Chili» con ternura y lastima:— Chili... ¿Te acuerdas de cuando tú entraste en boxeo? ¿Te acuer-

das de aquella época?El Chili se queda serio de repente. — ¿No te acuerdas ya?

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— Bueno...— Ibas con el Yuflas en la moto. Tú te ponías atrás y les dabas el

tirón de bolso a las señoras. Te metías en el metro cuando iba lleno de gente y sacabas todas las carteras que podías. Te ponías hasta el culo de drogas. ¿Ya no te acuerdas de aquella época? ¿Qué pasó cuando entraste en boxeo?

El Chili se queda pensando y yo le insisto:— ¿Qué pasó?— Sí... El boxeo me sacó de todo aquello. La verdad es que... Conocí

a otra gente, me alejé de toda esa vida...olor a disolveNte

Decidimos entre todos y todas las monitoras de boxeo bajar a por los chavales al parque y subirlos al boxeo para que prueben una clase.

Así que vamos para allá. Una vez en el parque, los niños empiezan a salir de entre los arbus-

tos. El Zurdo se queda completamente impactado. Es la primera vez que baja al parque y su cara es la de «no dar crédito» a lo que está viendo. Es como estar en Tánger, en Ciudad de México o en las favelas de Brasil. Niños de 11 años sucios, con los pelos revueltos, con camisetas rotas, con una bolsita de pegamento inhalando, con los ojos idos.

Les preguntamos a los chicos que si quieren subir a boxeo y todos dicen que sí, así que los acompañamos. Les advertimos de que si suben a recibir una clase de boxeo no pueden estar con la bolsita de disol-vente. Les ponemos esa condición: boxeo, pero sin disolvente. Los chi-cos acceden y se guardan las bolsitas.

Salimos del parque. Enseguida me doy cuenta de que la gente nos mira. La situación es impactante: 5 monitores adultos con 10 niños de la calle. Claro que los niños, más de la mitad, están supercolocados,

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revoltosos, hablando alto, corriendo, subiendo, bajando, peleándose, discutiendo, riendo como niños que son, pero la gente nos mira muy asustada y se cambia de acera. Empiezo a notar la presión, el rechazo y la tensión. No hay persona de nuestra acera o de la otra o de la carre-tera o de cualquier parte que no se nos quede mirando perpleja.

Me preocupa la reacción de mis otros chavales de boxeo. Muchos han tenido problemas con ellos y no los aceptan. También me preo-cupan las madres que se quedan esperando en la entrada de boxeo a recoger a sus hijos. No sé cómo reaccionarán al verlos en una clase junto a sus hijos.

Llegamos antes de que empiece la clase. Los chicos son curiosos y lo observan todo: se ponen los guantes que hay en las estanterías, le pegan al saco, cogen combas, pesas, cascos, lo prueban todo. Muchos intentan sacar sus bolsitas de pegamento para inhalar. Están muy enganchados y continuamente les decimos que las guarden.

Empiezan a llegar nuestros chavales de boxeo. Se quedan sorprendi-dos al ver a los niños del parque en el local, pero no reaccionan mal. Les dan la mano y se presentan. Muchos han vivido la solidaridad desde las asociaciones y saben que los niños están ahí porque los hemos traído nosotros, los monis.

Los entrenadores de boxeo (los monis) comenzamos a dar la clase. Marina (la educadora del Alacrán) ha venido a echarnos una mano. Se queda por el local para estar pendiente de los chicos del parque. La verdad es que es un jaleo. Los niños empiezan a meterse en el baño para inhalar pegamento, Marina los saca, se los lleva fuera, habla con ellos.

El Zurdo se queda con unos cuantos en el espejo (donde comienzan los que no saben). Pronto se aburren y empiezan a salir y, como Marina está pendiente, los saca, los lleva y controla la situación. El Zurdo se queda solo con dos que no están colocados y tienen ganas de entrenar.

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Pronto, entre que salen y entran, empieza a haber un olor a disol-vente en la clase que me preocupa. Abro todas las puertas para ventilar.

Uno de los chicos de boxeo, que se ha pasado toda la vida en centros de menores, me coge y me dice:

— Joder, Julio. Yo a ese de ahí lo conozco. Estuvimos juntos en el centro de Hortaleza. ¡Menudo pieza! ¡Ja, ja! Telita...

Otra chica se agobia y le dice a Laura (la monitora):— Pero, ¿por qué traéis a estos chicos? Yo no quiero entrenar con

ellos, me dan miedo.Laura le explica la situación, la tranquiliza, le dice que «mien-

tras nosotras estemos aquí no va a pasar nada, tenemos la situación controlada». Y eso espero, «tener la situación controlada», porque yo en ese momento estoy muy agobiado. Es demasiado jaleo: los niños entrando y saliendo, colocados, el olor a disolvente... ¡Y faltan por venir las madres al final de la clase!

Las madres llegan y ven el percal. Estoy asustado porque me digan que no les parece que esos niños estén ahí. Sin embargo, reaccionan tre-mendamente bien. Les dan lástima los niños. Entienden nuestra labor y comprenden la situación. Es más, alguna madre luego me dirá:

— Me alegro de que mi hijo haya visto esto. Tiene que ser cons-ciente de que hay otras personas en situaciones así.

Al finalizar la clase, algún chaval me dice que está mareado por el olor del disolvente. Eso me agobia mucho. Hay niños de 12 años y ese olor, mezclado con el esfuerzo físico, no puede ser bueno.

Al día siguiente compro dos ventiladores enormes, casi industriales, para que si vuelven los chicos podamos ventilar el local y así los chicos puedan venir siempre que quieran.

Al terminar la clase, Manu, uno de mis chicos de boxeo de 13 años, se despide de los chicos del parque. Uno por uno les da la mano, diciendo:

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«Hasta luego, encantado». Me emociona mucho Manu. Me emociona mucho que en general todos los del boxeo los han aceptado, a pesar del olor a disolvente, a pesar del lío, a pesar de sus pintas. A pesar de todo, los han aceptado.

Acercar a los niños del barrio y a los niños del parque es una labor fundamental para evitar la guerra entre ellos.

Aun así, lo de subir a entrenar no funcionó. Los chicos no solo están colocados, sino que muchos llevan varios días sin comer, están débiles, no tienen ropa de deporte, no tienen dónde ducharse luego y, si ya están sucios, después de hacer deporte se quedarán más sucios todavía, sudados. Empiezo a ver que lo de subir a entrenar no es demasiado viable.la PaJarita

Mando un mensaje de audio a Rubén con el acento de Pablo Escobar:

— Señorito pedagogo Rubén: le habla «el patrón». Como así que esos gatos malos se nos están metiendo en la madriguera bien verra-cos y nos están molestando a los ratonsitos. Nesesitamos a esa pajarita revoloteando por acá ya.

Rubén responde en otro audio con el acento de Medellín:— Qué hubo Patrón. Mire como así mijo que ha llegado la prima-

vera y han salido nuevas flores y la pajarita está bien atareada Patrón. Hasemos lo que podemos.

Después de unas cuantas bromas entre Rubén y yo, me llama:— ¡Cabrón! ¡Me quieres robar a Marina! ¡Ja, ja, ja! No me la robes

¿eh? No me jodas, que te veo venir. ¡Marina es nuestra!— ¡Ja, ja, ja! Pero tío, mándamela al parque aunque sea unas horas.— Joder, macho, es que estamos a tope. Está empezando el curso

(la primavera) y estamos desbordados con los niños (las nuevas flores).

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Marina tenía muchísimo trabajo y no pudo seguir bajando al parque. Pero seguimos, como siempre, coordinados con ella, pues algunos de sus chavales de talleres eran y son nuestros también en el boxeo.

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OCTUBRE

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el bosa

En el local estamos en una situación de inminente desalojo. Nuestro proyecto con la chavalada y el boxeo podría morir en cualquier momento. En esta situación de debilidad frente a la

Institución surge algo inesperado.Se ponen en contacto conmigo unos y unas chavalillas superjóve-

nes. Son del BOSA (Banco Obrero Solidario de Alimentos) y repar-ten comida a la gente más necesitada del barrio. Me dicen que están teniendo problemas de espacio para almacenar la comida que reparten y me piden que intermedie para ver si pueden venirse al local donde hacemos boxeo, el cual es muy grande y tiene varios cuartos donde se podría almacenar comida.

Pero no solo eso. Los y las jóvenes del BOSA están superimplicadas políticamente, son muy organizados y tienen muchísima capacidad de movilización.

Por eso, enseguida me doy cuenta de que la idea es buenísima. Para la AVS (Agencia de la Vivienda Social de la Comunidad de Madrid) no es lo mismo desalojar y derribar un local donde se da boxeo y «acu-den todos esos macarras» del barrio, que desalojar y derribar un local desde donde se reparten alimentos, ropa, potitos para bebés, pañales, etc. La imagen que pueden dar es nefasta: derribar un local con cientos de kilos de comida dentro son palabras mayores.

Así que traernos al BOSA es meternos un as en la manga. Y no solo por los alimentos, sino porque sus miembros tienen capacidad de movilización y serían un apoyo enorme para resistir.

Por lo que rápidamente medio entre ell@s y las asociaciones de veci-nos que conviven en el local.

Se les da el espacio, mientras yo estoy siempre viéndolo desde el punto de vista estratégico. Lo que nunca me podría imaginar es que el

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BOSA se convertiría en el principal suministrador de alimentos y ropa para los niños de la calle.teNgo hambre

Pronto, como decía, nos damos cuenta de que los niños del parque, más que boxeo, lo que necesitan es comida, ropa, mantas y que los

lleven al médico.Desde el boxeo se toma una decisión entre los monitores: no bajar

por la tarde para que vengan al boxeo (si quieren subir ya saben dónde estamos y las horas), sino bajar por la noche para saber quién se va a quedar a dormir en el parque y qué necesitan y, si alguno quiere dormir en el centro, acompañarlo y conseguir que entre.

En estas salidas de por la noche, los niños empiezan a decirnos algo continuo y repetitivo:

— Tengo hambre.Como una auténtica casualidad del destino, el BOSA se acababa

de mudar a nuestro local y se les dejó un cuarto entero de almace-namiento. ¡Entrar en ese cuarto era como entrar en el Mercadona! Pronto empezamos a subir a los niños al local, no para boxear, sino para darles comida. Los muchachos y muchachas del BOSA, muy, muy jovencitos, muy organizados, con una conciencia social tremenda, empiezan también a bajar al parque a llevarles comida. Pero no queda aquí la cosa. Comienzan a bajarles ropa, mantas, abrigos, etc. Tenemos que recordar que estaba empezando el invierno y comenzaba a hacer un frío tremendo.la reuNióN

Me voy acercando al edificio del Ayuntamiento. Poco a poco me va absorbiendo su sombra. Es monstruoso, enorme, gigante,

magnánimo, descomunal, y pienso:

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— Con la Institución hemos topado, querido Sancho.He quedado allí con Lourdes e Isa. Yo había aceptado ir a esa reu-

nión. El día anterior, Lourdes, la presidenta de la Fundación Raíces, me había dicho:

— Julio, sé que no te gustan estas reuniones, pero esta vez tienes que venir. Eres quien nos está informando de lo que pasa en el parque. En realidad, eres el único que baja al parque. Ya sé que no lo haces como Fundación Raíces, sino como vecino, como perteneciente a asociaciones vecinales de barrio. Pero creo que deberías ir, porque tienes informa-ción que los demás desconocemos.

Y es cierto. Hasta tal punto que más adelante me convertiré en los ojos y oídos de Lourdes en el parque, en la calle, en el barrio. Lourdes tiene acceso al mundo de arriba: gente influyente, poderosa, perte-neciente a la Administración. Yo tengo acceso al mundo de abajo: el barrio, los niños de la calle, las movidas, las peleas, los follones, «lo mar-ginal». Pronto, nuestra coordinación será increíble. Yo le cuento todo, absolutamente todo, porque confío plenamente en ella y sé que con esa información va a negociar, a presionar, a denunciar.

Somos el hilo conductor entre arriba y abajo. Lourdes es mucho más diplomática que yo. Yo soy tal vez más bruto.

Ella sabe que no me siento a gusto en esas reuniones con la Institución, que nunca voy, pero me pide que a esta con el Ayuntamiento vaya. Sí, porque... el Ayuntamiento ha cambiado (Ahora Madrid)10, son nuevos, son de izquierdas, de movimientos sociales, nos entenderán, nos escu-charán, tomarán medidas, se podrá colaborar con ellos, estamos comen-zando una relación, una historia de amor entre la Institución y la calle y hay que ir a la cena romántica. «He cambiado», dice el Ayuntamiento de Madrid al ciudadano. «He cambiado», le dice el maltratador a su pareja. Y la pareja (nosotros), como siempre, ingenua, acaba creyéndoselo. 10. Partido político que gobernaba en ese momento el Ayuntamiento de Madrid.

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Hablamos un poco antes de entrar para concretar todo y pasamos para adentro. En la puerta, registro, nombre y apellidos, DNI... Nos ponen una chapita, un identificativo y nos dicen:

— Planta 2a, puerta 28.Yo voy mirándolo todo: las oficinas, los trabajadores, los ordenado-

res, papeles... Es la Institución, es como un hormiguero de oficinistas, burocracia, informes...

Entramos en la sala de la reunión, pero más que una sala de reu-nión parece el congreso de los diputados: mesas de madera maciza todas juntas haciendo un cuadrado gigante, micrófonos, botellitas de agua y toda las personas sentadas en sus puestos, esperando, serias, pensativas. Son técnicos, profesionales, coordinadores, asesores... Son como veinte. Veinte personas para hablar de los niños del parque que ninguna de ellas conoce. Nunca han estado en el parque. No saben nada de los niños, de sus vidas, de sus historias...

Se repite en mi cabeza la frase de Lourdes: «Julio, sé que no te gustan estas reuniones, pero esta vez tienes que venir».

Están los del CAD (Centro de Ayuda al Drogodependiente), poli-cías municipales, los técnicos de los servicios sociales, la concejala del distrito, los agentes tutores...

Yo, en todo momento, me digo: «Julio, si hablas ten cuidado con lo que vas a decir». Hay que tener en cuenta que no vengo a título perso-nal, sino en nombre de la Fundación Raíces. En general, cuando abro la boca soy contundente y directo, igual que Lourdes, pero yo soy más bruto. Ella habla mejor.

En la reunión se habla de muchas cosas, pero en realidad no se con-creta nada. No hay medidas, la única medida «viable» con esta gente es que los educadores del CAD bajen al parque para intervenir y tratar el tema de la adicción al disolvente. Esto es lo único que pueden aportar

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estos técnicos. Pero más tarde se dan cuenta de que estos educadores son de «medio abierto», ¡ojo! y no «de calle». Esto quiere decir que pueden salir de sus despachos, sí, pero a otros sitios oficiales: institutos, colegios, hospitales, residencias... pero nunca a la calle.

Es acojonante: 20 técnicos, todos con sueldos, todos superprofesio-nales y ninguno puede bajar al parque. Bueno, menos la policía. Es una reunión tan absurda y surrealista...

Cuando intervengo intento no meter la pata. Hasta que la meto (como era de esperar). En una de mis pocas intervenciones, digo:

— Los otros chicos del barrio bajan a pegarles en contestación a los robos. Por eso yo siempre les digo a los niños del parque que no roben en el barrio, que roben en otro sitio.

En ese momento la gente explota en risas y cuchicheos. Hasta que el presidente de la sala dice:

— Bueno... Voy a hacer como que no he escuchado eso. ¡Ja, ja!Lourdes me mira y se ríe también.En un primer momento no sé lo que he dicho que hace tanta gracia.

Hasta que caigo en la cuenta: he dicho en público, delante de la policía, los agentes tutores y el resto que yo digo a los niños que «roben fuera del barrio». Es decir, que les he dicho que «roben».

Toda esta reunión es absurda. Los educadores del CAD no pueden salir a la calle y yo no puedo hablar en las reuniones. No sé para qué nos hemos reunido. Otra vez tengo la sensación de estar perdiendo el tiempo con la Institución.está llovieNdo

Por la noche estoy en casa intranquilo. Llueve mucho y sé que los niños van a dormir en el parque. Llamo a los del BOSA (Banco

Obrero Solidario de Alimentos). Hablo con ellos para bajar y queda-mos en el parque.

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Al llegar al parque veo que los niños, para cubrirse de la lluvia, se han metido en el templete. Es una especie de tejado sujeto con cuatro columnas «griegas». Allí están los niños con los del BOSA.

Los chicos y las chicas del BOSA, como decía antes, son superjóve-nes: de 17 a 22 años. Han contado cuántos niños eran y les han prepa-rado a cada niño una bolsa con comida, pan, bebida, leche y galletas. Cuando veo aquello estoy flipando. Me deja completamente admirado ver a estos chicos y chicas tan jovencitas haciendo esto. Por la mañana estaba en una reunión con la Institución y ahora por la noche estoy con estos muchachos del BOSA. La Institución y la calle, la rigidez y la flexibilidad, la distancia y el acercamiento...

Algunos de los niños están supercolocados de disolvente. Van a pasar allí la noche, una noche helada y húmeda. El disolvente les quita la sensación de frío, de humedad. Es una escena tremenda. Menos mal que los del BOSA les han bajado mantas y ropa.hamed

Hamed y Bilal, que estaban ayer por la noche debajo del templete, llegan a la Fundación muy temprano por la mañana. Salgo a reci-

birlos y veo que Hamed tiene el ojo morado, la mano llena de sangre y completamente hinchada. Llamo a Isa y a Lourdes, nos sentamos en una sala y Hamed nos cuenta lo que ha pasado hace un momento:

Había llovido toda la noche. Los niños habían dormido resguardados en el templete. Por la mañana entra la Policía Municipal al parque. Se los encuentran a todos durmiendo. Los despiertan a patadas. Los ponen contra la pared. Hamed protesta. El policía no se lo piensa y le pega un puñetazo en la cara. Hamed se cabrea más y, de la rabia por no poder pegar al poli, pega a la pared otro puñetazo.

La poli llama por el walkie a los servicios de limpieza. Pronto se pre-senta el camión de la basura. Les dicen a los barrenderos que tiren todo:

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cartones, mantas, ropa, comida... ¡Todo! Todo lo que les había bajado el BOSA por la noche se lo tira la policía por la mañana.

Y una vez limpiado todo se van y los deja en la calle.Es decir, un día tenemos una reunión con el Ayuntamiento, con téc-

nicos, profesionales, agentes tutores... Todos con «buenísimas intencio-nes», analizando el problema, contextos, adicciones... y al día siguiente los servicios de limpieza de ese mismo Ayuntamiento les tiran la ropa, la comida y las mantas; la policía (también de ese mismo Ayuntamiento) les pega y, sabiendo que son menores tutelados, los dejan en la calle.

Es decir, no solo les despojan de lo poco que tienen, ropa, mantas, comida, sino que no se les da una alternativa, no se avisa a su tutor legal, no se los lleva a su centro. Dicho de otra manera, la policía está cometiendo tres delitos:

— Dejación de funciones.— Abandono.— Omisión de socorro.Isa se lleva a Hamed al hospital y allí lo atienden y le hacen un parte

de lesiones. Con eso, la Fundación interpone una denuncia contra la policía. Esta sería la primera denuncia de unas cuantas que acabarían llevando a las Instituciones de menores a juicio.a casa

Hamed y Bilal son los mayores del grupo. Los dos tienen 18 años. Mientras Isa se lleva a Hamed al hospital, Lourdes y yo nos que-

damos con Bilal. Nos queremos reunir con él para ver qué es lo que quiere y cómo podemos ayudarle.

Bilal nos cuenta que está harto del parque, que ellos no están robando a los vecinos como dice la gente, que los que roban son ami-gos que no se quedan a dormir allí, que roban y se van. Por eso está cabreado, porque luego bajan a pegarles a ellos, que no tienen la culpa.

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Nos cuenta que antes estaba en un piso de adultos, que le echaron a la calle y que no tiene dónde ir. Nos repite que está muy cansado de la calle.

Me enseña una foto de un carnet marroquí. No lo reconozco. En la foto sale un chico gordito y él está en los huesos, pero me dice que sí, que es él y que si su madre le viese así como está ahora se iba a llevar un disgusto. Su madre no sabe que vive en la calle.

Lourdes decide llamar al Ayuntamiento para conseguirle un recurso para dormir y sacarlo de la calle. Bilal tiene una ventaja con respecto a sus amigos: es mayor de edad y, por lo tanto, nadie tiene su tutela (es libre). Le podemos buscar un lugar donde dormir sin tener que avisar a su tutor (la Comunidad de Madrid). Es decir, Bilal puede elegir. Un menor de edad no puede hacerlo, su única opción es volver al centro que le corresponda.

Lourdes habla con sus contactos dentro del Ayuntamiento de Madrid. Le dicen que no puede ser, que ya tenía plaza en un albergue (de personas sin hogar) y que como dejó de ir dos noches le dieron de baja y que ahora tiene que esperar porque hay una lista de espera para entrar. Lourdes se cabrea. ¡Después de la reunión que tuvimos con el Ayuntamiento! Después de sus buenas palabras. Lourdes llega hasta la Alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. Se le informa de que tenemos un chico con la cara hinchada en el hospital porque la policía del Ayuntamiento le ha pegado, le ha tirado las mantas, la ropa, la comida... A él y a todos los niños. También se informa de que tenemos otro en la Fundación que no tiene dónde dormir, que se les ha dejado con lo puesto en la calle.

La Alcaldesa responde. Conseguimos el albergue, pero para el día siguiente. Le digo a Lourdes que no se preocupe, que esta noche me llevo al chico a dormir a casa.

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el día coN bilal

Así que Bilal y yo nos vamos para mi casa, pero antes pasamos por un centro comercial a comprar ropa para él. Su ropa está sucia y

rota, tiene agujeros en las zapatillas y en los pantalones.Nada más entrar en el centro comercial ya se nota la tensión. El

vigilante de seguridad nos mira, no nos pierde de vista, nos sigue por detrás intentando disimular. La gente también nos mira de reojo. Si nos ponemos al lado de alguien, este, prudentemente, se aleja de nosotros. Tienen miedo de Bilal. Me siento exactamente igual que cuando iba a comprar con Nabil.

Miramos zapatillas. Se prueba pantalones, sudaderas, abrigos... Compramos un montón de ropa y nos vamos a casa.

En casa se ducha, se cambia, se pone guapo. ¡Parece otro! Una vez que está arreglado, nos vamos al boxeo. Tengo que dar la clase de boxeo y me lo llevo al local de la asociación del barrio.

Al llegar, están todos los chavales y chavalas esperando en la puerta para empezar la clase. Les presento a Bilal. Todos lo acogen fenome-nal. Empezamos la clase. Todos empiezan a saltar a la comba, a hacer ejercicios...

Bilal, que está muy flaco y débil como para aguantar un entrena-miento de boxeo, se queda sentado en las colchonetas, donde llegan enseguida las niñas gitanas que están siempre en la puerta rondando por la asociación y mirando qué hacemos. Se sientan con él y empieza el interrogatorio:

— ¿Y tú quién eres?— ¿Eres el nuevo hijo de Julio?— ¿No tienes padres?— ¿Eres uno de los «moros del parque», uno de «la banda del

disolvente»?

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la Noche

Me despierto sobresaltado por unos gritos enormes:— ¡Aaaaaaahhhhh! ¡Aaaaaaaaaaaahhhhhh!

Medio dormido, no sé muy bien lo que pasa. Los gritos siguen, me levanto y salgo de mi cuarto corriendo. Los gritos vienen de la habita-ción de Bilal. Entro deprisa en su cuarto, enciendo la luz. Sigue gritando en la cama y me doy cuenta de que está dormido. Está soñando.

— Bilal, Bilal...Le zarandeo un poco. Se despierta sobresaltado, se incorpora y me

mira desconcertado, como sin saber quién soy:— Soy yo, Julio.Mira a su alrededor sobresaltado:— ¿Dónde estoy?— En casa, en mi casa. Era una pesadilla. ¿Estás bien?Sigue mirando a su alrededor. Le cuesta volver en sí.— Son las cuatro de la madrugada. Estabas gritando. Menudo susto

me has dado. Era solo una pesadilla.— Ah, perdona.— ¿Estás bien?— Sí...Poco a poco va siendo consciente de que no está en la calle. Se

va dando cuenta de que está en mi casa. Al verlo así, con la cara de pánico, sudando, con los ojos desorbitados... me es inevitable pregun-tarme: ¿Cuántos traumas tendrán estos chavales? ¿Cuánto sufrimiento a sus espaldas? ¿Cuánto abandono? ¿Cuánta violencia, cuánto rechazo, cuánto dolor...? Sus gritos lo decían todo.

El otro día, uno de los peques, de 11 años, se meó mientras dormía en el parque. Manchó el colchón y las mantas donde había estado dur-miendo. Los que según los medios de comunicación aterran el barrio

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y son peligrosísimos, «la banda del disolvente», son los mismos que se mean en la cama por la noche.las fotos

Por la mañana Bilal está mejor. Le digo:— Nos vamos a la Fundación y desayunamos. Antes nos pasa-

mos por el parque a ver si algún chaval quiere venirse, ¿quieres?— Sí, claro.Nos vestimos, nos arreglamos y nos vamos al parque. Al llegar

nos acercamos al templete y allí están todos durmiendo. Son siete. La escena es tremenda. Y ante aquello, lo primero que se me ocurre es fotografiarlo. Saco el móvil y hago tres fotos.

Después despertamos a alguno y nos los llevamos a desayunar.Por la tarde cuelgo las fotos en la red. Son imágenes impactantes:

niños descalzos debajo de cartones y bolsas de basura. No se les ve la cara, pero se ve el tamaño de sus cuerpos pequeños, se nota que son niños.

Como pie de foto, pongo: «No es Medellín, ni Río de Janeiro, ni Tanger... ni si quiera Melilla. Esto es Madrid. Y debajo de esos carto-nes hay niños. Niños de la calle, del pega, solos, abandonados...».

Las imágenes son tan impactantes que se hacen virales en las redes, corren por Internet y más tarde acabarán en los medios de comunicación.la comProbacióN

Los niños del parque me siguen diciendo que la policía les tira las mantas, la comida y la ropa. Más aun, que lo hacen todas las maña-

nas como rutina.Hablamos con el Ayuntamiento, nuestros «amigos» del nuevo

gobierno dispuestos a colaborar y dicen que ya han dado la orden de que esto no se haga.

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Quiero comprobar si lo que dicen los niños es cierto. Quiero espiar a la policía para saber cuál es su actuación.

Con esta intención, bajo un día al parque a las 7 de la mañana. La puerta de la entrada está cerrada con cadenas y candado. Salto la valla. Todavía es de noche. Está lloviendo un poco, como chispeando, todo está mojado. Sin embargo, los niños no están durmiendo debajo del tem-plete (único lugar que les resguarda de la lluvia). Así que sigo dando vueltas por el parque buscándolos y los encuentro al final del parque, en unas escaleras. Están durmiendo debajo de mantas y cartones. A ninguno se le ve la cara, ya que están completamente enrollados en sus mantas, pero estas están mojadas por la lluvia, así que no entiendo por qué no están debajo del templete.

Me quedo allí esperando a que llegue la policía a ver qué hace. Me escondo en un sitio estratégico para observar sin que nadie me vea. A las 8:30 llega la Policía Municipal (del Ayuntamiento, insisto), abre las puertas del parque, se acerca al templete, observa, ve que no hay niños y se va. Al rato se despiertan los niños, ven que las puertas del parque están abiertas, cogen sus mantas, sus bolsas y se meten debajo del tem-plete para protegerse de la lluvia.

Los niños saben que si duermen debajo del templete, por la mañana, exactamente a las 8:30, llegará la policía, los despertará, les pegará, les quitará las mantas, la ropa y la comida y se las tirará.

Por ello prefieren dormir en un lugar más escondido que el templete, aunque se mojen toda la noche. Y luego, más tarde de las 8:30, cuando se ha ido la policía, vuelven al templete.

Así que lo único que ha conseguido el Ayuntamiento con la inter-vención policial es que ahora los niños se mojen y pasen más frío.

De todo lo que pasa esa mañana voy informando al grupo de what-sapp que hemos creado los y las vecinas que bajamos al parque.

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Así, Laura decide no solo llamar al centro de menores de peques (Isabel Clara Eugenia), sino que graba la conversación:

— Buenos días, Centro de menores de Isabel Clara Eugenia.— Hola, buenos días. Mire, soy una vecina del barrio. He bajado

esta mañana al perro al parque que está a la par de su centro y me he encontrado un niño de 11 años que es vuestro.

— ¿Cómo que es nuestro?— Sí, que él es del centro.— ¡Ah! Pues vamos a comprobarlo. ¿Sabe cómo se llama?— No, solo sé que tiene 11 años y me ha dicho que es de vuestro

centro. Es que mire, lleva durmiendo toda la noche en el parque y ha estado lloviendo y el niño está empapado.

— Ya...— ¿Ustedes no saben si les falta un niño?— Pues... ahora mismo, no sé... es que aunque falte... Mire, es que

esto es un centro abierto, no les podemos obligar a que duerman dentro.— ¿Y no puede bajar nadie a por el niño? ¿Un educador? ¿Un

trabajador del centro?— Sí, mire... Ahora avisamos a la policía y que vayan a por él.— ¿Cómo a la policía? Oiga, que es un niño, no un delincuente.— Ya, pero es que yo no puedo hacer nada. Nosotros no podemos

salir del centro.— Ah, ustedes tienen un niño suyo durmiendo en la calle, al lado de

su centro, ¿y no pueden salir a buscarlo? Si es que está a dos pasos de la puerta del centro.

— Ya, ya, pero no puede ser. Yo no puedo abandonar el centro. Eso lo tenemos prohibido. Tiene que ir la policía, es el protocolo.

— Pero si es que la policía ya ha estado aquí y ellos saben que están durmiendo en el parque.

— Mire, yo no puedo hacer nada más, no es mi competencia.

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— ¿Cómo que no es su competencia? ¿Ustedes no tienen la tutela de ese niño? ¿No son responsables de él?

— Sí, pero no podemos actuar así. Es el protocolo. Aquí ningún educador puede salir a por el niño.

— Mire, es que si yo tengo a mi hijo durmiendo en la calle y no salgo a buscarlo estoy cometiendo un delito de abandono. ¿Ustedes en toda la noche no se han dado cuenta de que les faltaba un niño?

— Eh... No sé. Mire, yo solo puedo hacer lo que le estoy diciendo, llamar a la policía.

La conversación se pone tensa. La educadora acaba llamando a la policía. Y la policía, esta vez la nacional, va al parque, encuentra a los niños, les tira las cosas, los lleva a comisaría para registrarlos en el regis-tro de MENA y se los lleva al centro, a unos al Clara Eugenia, a otros al Hortaleza, a otros al que les corresponde.

Y aquí entra el dilema: nuestra intervención ha afectado a los niños. Se informa al centro, llaman a la poli, la poli los detiene, la poli les tira las cosas, los lleva a comisaría, después los devuelve al centro. En el centro (según dicen los chicos) los meten en aislamiento, les pegan y, al final, los niños se escapan otra vez. Es una rueda, un círculo.la orgaNizacióN del aPoyo

Por las calles de mi barrio y en las redes sociales, comienzan a verse unos carteles con las fotos que hice (niños descalzos durmiendo

debajo de cartones) pidiendo la colaboración de los vecinos para donar mantas, ropa y comida con los horarios y los lugares de recogida.

Ante la incapacidad de la Institución, de los centros de menores, del Sistema de «Protección», de la Policía Municipal, la Policía Nacional, los agentes tutores, los educadores de centro y los educadores de «medio abierto» surge la organización vecinal. Las asociaciones veci-nales comienzan una organización increíble. La OFIAM (Oficina de

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Apoyo Mutuo de Manoteras), el Ateneo Libertario de Hortaleza, El BOSA, etc. En una se recogen solo mantas y ropa. Otra se especializa en la recogida de alimentos. Otra en la defensa jurídica de los niños (Fundación Raíces). Por el grupo de whatsapp nos informamos de lo que pasa en el parque en tiempo real. Se hacen turnos para bajar a ver a los niños, preparar las noches...

Al salir de clase, las madres de mis chavales de boxeo me llevan bol-sas enteras de alimentos, ropa, mantas...

— Julio, yo soy madre y me cuesta mucho ver a los niños así. Seguro que allí en Marruecos tienen una madre, tan pobre y tan desgraciada como nosotras. Si mi hijo estuviese fuera en la calle en un lugar extraño, también me gustaría que otra madre le ayudase.la orgaNizacióN del rechazo

Si por un lado se organizan los y las vecinas para apoyar, por otro se organizan otros vecinos para darles palizas.La policía comienza (según cuentan los chicos) a ser la principal insti-

gadora, sobre todo con los más jovencitos. Les anima y apoya para que bajen a la «caza».

El «Clavi» viene un día y me cuenta lo que la poli les ha dicho:— Joder, Julio. Esos niños son unos cabrones. Robaron a una

anciana delante de su nieto. La pobre gritando, llorando, con taqui-cardia, se puso amarilla. Intervinimos y los chicos salieron corriendo. Luego viene la poli y nos pregunta, porque nosotros lo habíamos visto todo, ¿y sabes lo que nos dicen? Que ellos (la poli) no pueden hacer nada, que somos nosotros los que tenemos que ir a por los niños del parque a darles de hostias. Julio, ¡el hijo puta ese nos estaba animando a que bajásemos a pegarles! Y yo le dije a ese cabrón: «Quieres que yo mate a un moro para que me lleven preso y así te quitas dos problemas de encima, ¿verdad?».

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Según lo que me cuentan los chavales, el mensaje de la policía es claro:

— Nosotros no podemos hacer nada. La Ley del Menor les permite a estos niños hacer lo que quieran. Como son menores no se les puede tocar. Ante esto, organizaos y bajad a darles palizas al parque.

Pero a mis chavales no solo les incita la policía a la violencia11, sino también otros vecinos más mayores que por las redes sociales dejan mensajes bien claros:

— Hace años pasó lo mismo en el barrio. Nosotros éramos jóve-nes y nos organizamos para darles palizas. Ahora os toca a vosotros. ¡Limpiad el barrio de escoria!

— Gasolina, cerilla y problema resuelto.— Hay que matarlos.Chavales míos del barrio, que llevan conmigo desde pequeños, que

se han criado en las asociaciones del barrio, se ven recibiendo dos men-sajes contradictorios:

Por un lado, los vecinos (incluyendo sus propios padres) les dicen que hay que matarlos. Por otro me ven a mí bajándoles comida y lle-vándomelos a casa. Los chicos se ven en un dilema moral: ¿A quién hago caso? ¿Quién tiene razón?

Un día, un chaval de los míos se acerca a hablar conmigo:— Julio, tengo que hablar contigo. Mira... joder, macho, estuve

hace dos días en ese parque. Habían robado a un crío pequeño domi-nicano, así que bajamos todos los negros allí juntos a por ellos. Mis colegas pillaron a dos. Tío... esos marroquíes que pillaron eran unos putos críos. Seguro que no habían sido ellos. Mi colega le reventó una botella de cristal a uno en la cara. Si vieras cómo sangraba el chavalín...No paraba de llorar. Me dio mucha pena, Julio, mucha pena. Yo ya no soy como ellos, Julio. Yo no quiero ser así. En este puto barrio siempre 11. Según cuentan los chicos.

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tenemos que estar a hostias por todo. Yo... joder... tengo dos dedos de frente, siempre te he escuchado, desde pequeño, y no sé por qué pero me dan pena esos niños. No sé qué pasó al final. Yo me piré, no podía ver aquello. ¡Y son mis colegas! Pero estaban borrachos, de coca... Son unos animales... Yo no juzgo a esos niños, Julio, y tú lo sabes. Mis cole-gas son muy chungos, pero todos tienen una casa, una familia, aunque sea un caos de familia, pero tienen algo... Estos niños solo tienen la calle ¿Qué sabemos nosotros de ellos? No los conocemos, no sabemos lo que habrán pasado... ¿Quién soy yo para juzgarlos? Joder, Julio... si vieras cómo sangraba y cómo lloraba... Joder... No tendría ni 11 años.

Mientras me cuenta esto miro su tatuaje: «Only God can judge me»12.el meNsaJe

Desde las organizaciones vecinales decidimos hacer una rueda de prensa. Se decide poner mi número de teléfono para que los perio-

distas me llamen a mí y yo hable en nombre de las organizaciones. En el comunicado intentamos ser pedagógicos con nuestros vecinos y los periodistas, porque si nos hemos dado cuenta de algo a estas alturas es que el problema es complejo y la gente no sabe muy bien quiénes son estos niños, de dónde salen, por qué no vuelven a sus centros, quién es el tutor, si la Ley del Menor es permisiva o abusiva, si la policía puede hacer algo o no, si el Ayuntamiento, la Comunidad o el Sistema de Protección pueden hacer algo o no. La gente está completamente per-dida en este tema. Así que decidimos aclarar varios puntos:

Explicamos que estos niños son menores y están tutelados por la Comunidad de Madrid. Es decir: «Hay un tutor legal RESPONSABLE de los niños». Hacemos la comparativa con unos padres biológicos: «Si yo tengo a mi hijo durmiendo en la calle, sabiendo dónde está, moján-dose, hambriento y si cuando llega a casa no le abro la puerta; si cuando

12. «Solo Dios puede juzgarme».

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me lo trae la policía le pego palizas, le aíslo, le drogo... Yo, como padre biológico, voy directamente a la cárcel e inmediatamente me quitan la tutela de mi hijo. Si esto lo hace la Institución, el Estado, no pasa absolutamente nada».

Explicamos que los dos centros de menores del barrio no son de reforma, sino de protección. Los niños no han cometido delitos. Están allí porque no tienen familia ni hogar ni a nadie. Estar en esos centros no es sinónimo de delincuente, sino (en todo caso) de desamparado.

Informamos de que los centros de menores no son baratos. El coste por niño y mes sale a una media de unos 3 810,30 €13, dinero que paga el Estado, por lo que entendemos que no es un problema de falta de recursos.

Que los niños no están en la calle porque quieren (como dicen los vecinos), sino porque en los centros de menores (según cuentan los chicos y vemos en sus heridas) les pegan y les meten en aislamiento. Que esta situación de abusos (que ha llegado a tener casos de muertes en varios centros de protección y reforma, como los de Ramón Barrios, Saray G. M., Emanuel Gómez Patiño, Soufian Hnin, Mamadou Barry, Hamid A., etc.) se lleva denunciando durante años y que esta vez han dado con niños muy duros dispuestos a vivir en la calle antes que aguantar los abusos institucionales.

Que nuestra intención también es acabar con la delincuencia, pero por una vía más inteligente y poniendo soluciones racionales a los problemas.la eNfermedad

Cuando llegamos por la noche, todos los niños están debajo del tem-plete. Al vernos, esconden sus bolsitas de disolvente. Aun así, el

olor es muy fuerte y se nota en el aire. Unos están sentados, otros de 13. Según el último estudio e informe del Defensor del Pueblo sobre centros de menores.

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pie. Hay mantas y cartones en el suelo. Omar está siempre sentado o medio tumbado cubierto por una manta. Siempre tiene frío. Es como si el frío se le hubiese metido hasta los huesos de forma crónica. Tirita a veces, hasta que inhala el disolvente y se le quita esa sensación de congelamiento.

Tiene 14 años. Está muy flaco, más que sus amigos. Habla cansado, como si estuviese siempre agotado.

Pasados unos días, Lourdes lo dice en la reunión que tenemos todas las semanas en la Fundación:

— Omar tiene tuberculosis. Lo ha confirmado el centro de Málaga.Omar lleva un mes con tuberculosis viviendo en la calle. Antes de

llegar a Madrid había vivido en un centro de menores de Málaga. Este centro sabía lo de la tuberculosis y, una vez que el chaval se va de allí, no avisa a nadie, no se coordina con nadie, no informa a nadie, no lo buscan... Simplemente le dan de baja. Como si el centro y el tutor legal no tuviesen responsabilidad sobre nada ni nadie.

Desde la Fundación entendemos que Omar no puede seguir en la calle. Su vida corre peligro. Se avisa al centro de primera acogida de Madrid. Pero dicen que ellos no son responsables del niño. El niño «es de Málaga». Málaga dice que no es responsabilidad suya, que es cierto que tienen su tutela pero que el niño no está allí, sino en Madrid. Llamamos a un centro, al otro, a una Comunidad Autónoma, a la otra, a las instituciones de menores... El niño no es responsabilidad de nadie. Estos niños son, como decía Enrique Martínez Reguera, en el título del ese libro que decía antes, «Cachorros de Nadie».

Es un «Sistema de Desprotección Organizado».Lourdes monta en cólera. Llama aquí, allí, habla con unos, con otros... Si a algo tienen miedo las instituciones es a la prensa. Y fijaos el escán-

dalo que sería salir en los periódicos: «Niño tutelado viviendo en las

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calles de Madrid con tuberculosis». Lourdes maneja una información muy delicada y está muy cabreada. Así que las instituciones deciden colaborar.

Y aquí comienza algo muy curioso: la Institución pasa de no querer saber nada del chico a, de repente, montar un despliegue de búsqueda impresionante, digno de película.

Este comportamiento bipolar de la Institución ya se había visto en Melilla, Ciudad Autónoma que pasa olímpicamente de los niños de la calle y que los deja a su suerte, pero que una vez al año monta un des-pliegue policial al estilo Hollywood con helicópteros por aire, lanchas motoras por mar, todoterrenos 4x4 por tierra, es decir, una búsqueda de los niños de la calle por tierra, mar y aire literalmente. En las reda-das los detienen a todos, los encarcelan y los entregan a los centros. La noticia sale en todos los periódicos de la Península y, al día siguiente, todos a la calle otra vez.

También ocurre con los centros de primera acogida. Pasan de tener a su niño tutelado durmiendo en el parque al lado del centro sin que ningún educador salga a por él ni se preocupe, a meterlo, según cuen-tan los niños, en la sala de aislamiento durante cinco días cuando este llega al centro.

Los dos comportamientos son extremos: o todo o nada. Como si la Institución sufriese un trastorno de bipolaridad.

Así, en nuestro barrio se dio también esta bipolaridad institucional en el caso de la tuberculosis de Omar. Empieza un despliegue desco-munal. La policía consigue fotos del niño. Comienzan a entrar coches patrulla cada 5 minutos en el parque. Los agentes se ponen mascarillas en la cara para evitar el contagio. ¡Como si estuviésemos en la película de ET!

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Uno de mis chavales, llamémosle «El Chato», es el jefe de una pan-dilla de cuyo nombre no quiero acordarme y es el chaval más bus-cado del barrio, menos en estas semanas en las que Omar lo supera. Omar se convierte en objetivo de la policía, de los servicios sociales, del Ayuntamiento, del Centro de Menores de Primera Acogida, del SAMUR... y nadie da con él.

Agarrar a Omar es como intentar coger a un pajarillo con las manos. Es imposible. Los niños de la calle son astutos, rápidos, ágiles, están siempre alerta... Nadie sabe dónde está Omar.

Pero, tras unos días, Omar se siente tan acorralado y sin ningún sitio donde ir que acaba viniendo a boxeo a verme.eNtregarse

La clase de boxeo está llena. Niños, niñas, adolescentes... Aquí y allá jaleo, follón, el sonido de los golpes... Veo a Carlos, del BOSA, que

me hace una señal desde la puerta de la clase.Salgo y me dice Carlos:— Te están buscando.Carlos me lleva al pasillo y allí está Omar con dos niños más. Les

digo:— ¡Bueno, bueno! Señor Omar, el hombre más buscado de Madrid.

¿Cómo está usted?Omar y los chicos se ríen.— Parece usted Pablo Escobar. Solo nos faltan los helicópteros por

el barrio buscándote, ja, ja.— Julioooo, muy pesados. Todo día van a parque. Tienen foto mía.

Enseñan a todo el mundo. Yo no puedo volver parque. Policía parque siempre. Yo no tengo dónde ir.

— Ok. Esperad un momento, chicos, que tengo la clase llena. Ahora salgo y hablamos, ¿vale?

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Entro en la clase y le digo a uno de mis monitores de boxeo que siga la clase por mí, que salgo un momento. No me canso de repetir que hay un buen equipo de monitores y monitoras en este proyecto. Todos son del barrio y casi todos, antes de ser monitores, han sido chavales del proyecto. Son los mejores. Tengo el mejor equipo de educadores del barrio.

Salgo de clase y les digo:— Vamos a otro sitio a hablar. ¿Podemos entrar en el cuarto del

BOSA, Carlos?— Sí, claro. Pasad, vamos.Nos metemos Carlos, los tres chicos y yo en el cuarto. Nos sentamos.

Omar empieza:— Julio, mucha policía detrás de mí. Yo no hecho nada. ¡Viene

ambulancia! También secretas. Todos saben mi nombre. Tienen foto mía.

— Omar, saben que tienes tuberculosis.Carlos se queda sorprendido. Omar continúa:— ¿Qué tubercusososis? ¿Qué es eso? Yo malo antes, yo bien ahora.— Omar, estás delgado, pálido, siempre vas con esa manta encima,

siempre tienes frío, estás enfermo. Quieren llevarte a un hospital.— ¿Qué hospital? No, no, no. No hospital, ellos encerrarme.— Pero Omar, solo serían unos días y con la Fundación podríamos

pedirte la entrada en otro centro. Uno en el que estés mejor.— Pero abierto, no cerrado. Yo no quiero cerrado. Ellos me encie-

rran siempre.— ¿Pero estarías dispuesto a ir a un hospital?— Pero yo no quiero estar cerrado. Hospital abierto. Yo fumar,

salir, no encerrado.— ¿Si el hospital es abierto irías?— Si abierto, sí.

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Una de las técnicas que usan algunos centros de menores es ence-rrarlos en aislamiento nada más entrar en los centros para dejarles claro quién manda. De todos esos encierros que ha ido viviendo Omar ha desarrollado una claustrofobia tremenda. Tiene pánico a que lo vuel-van a encerrar.

— Ok. ¿Me dejas llamar a Lourdes y decirle?— Sí, tú llama.Salgo del cuarto y llamo a Lourdes:— Hola, Lourdes. Mira, estoy aquí en el local de boxeo. Ha venido

Omar. Estoy hablando con él. Está dispuesto a entregarse, pero solo si va a un hospital abierto. Dice que no quieren que lo encierren.

— ¿Cómo está?— Está muy delgado.— Mira... A ver... Déjame pensar... Solo se me ocurre hablar con

los del CAD (Centro de Ayuda al Drogodependiente). Nos dijeron en aquella reunión que tenían camas en el Centro de Salud. Podemos ofrecerle a Omar un recurso para desintoxicarle del disolvente. De esta forma no tendría que estar en el centro y el CAD sería un medio abierto. Es decir, la tutela la sigue teniendo la Comunidad pero dejarían la guarda al Ayuntamiento. Vale, Julio. Voy a hacer unas llamadas. Ahora te llamo. Por favor, que no se vaya Omar de allí.

— OK. Ahora hablamos.Le pido a Omar que espere un poco hasta que me llame Lourdes.

Omar se fía de la Fundación y de Lourdes, así que no hay problema.Al rato, me llama Lourdes:— Julio, por favor, pon el «manos libres» para hablar con Omar.Pongo el «manos libres»:— ¡Omaaaar, cariño! ¿Cómo estás?— Lourdeeees, bien. Policía no deja en paz.— Sí, Omar. ¿Tú sabes que estás muy malito?

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— Sí, pero yo bien. Yo no querer centro cerrado.— Pero Omar, tú sabes que si sigues en la calle, con el frío que está

haciendo, la humedad, la mala alimentación y el disolvente te vas a poner peor.

— Ya. Yo sé.— ¿Tú estarías dispuesto a ir a un hospital?— Pero no cerrado. Abierto, no cerrado.— Mira, podemos hacer una cosa. Que pases un día o dos en un

hospital en observación y después vayas a un Centro de Salud con camas, duermas allí, calentito, con comida, y estés unas semanas. Y eso sería abierto. ¿Quieres?

Omar se queda callado. Y al rato dice:— Pero, ¿abierto? ¿Yo poder salir? ¿No cerrojo? ¿No llave?— Sí. Ni cerrojos ni llaves ni aislamiento. Te lo prometo.— Bueno, vale. Yo voy con Julio. Pero mañana, hoy no.— ¿Quieres venir mañana por la mañana a la Fundación y hablamos

más tranquilamente?— Sí. Mañana voy.— Vale. Pues quédate con Julio y mañana nos vemos, ¿te parece?— Sí, me parece.

et

Omar, como siempre, con su manta rodeándole y tapándole, apa-rece por la Fundación. Lourdes y él hablan largo y tendido. Al

final decide entregarse. Acepta lo del hospital uno o dos días y luego un recurso abierto. Lourdes habla con sus contactos. Hay que tener en cuenta que Lourdes tiene ya acceso a altos cargos políticos de las instituciones.

Lourdes lo ata todo y, una vez atado todo, avisa de que el niño está en la Fundación dispuesto a colaborar y a entregarse.

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A partir de este punto, me parece una pérdida de tiempo describir la situación teniendo un recurso tan gráfico como la película de ET ¿Se acuerda, querido lector, de esta película? ¿El momento en que la NASA entra en la casa de Elliot porque sabe que el extraterrestre está allí? Pues con Omar se dio esa misma situación. Cambiemos la casa norteamericana por el local de la Fundación, las furgonetas de la NASA por ambulancia y a ET por Omar. Así fue la entrega de Omar: médicos, enfermeros, educadores, policías... Todos con mascarillas, con guantes de látex...

Y aquí está la reflexión que iniciaba antes sobre el trastorno bipolar de la Institución. Pasan de tener a un niño en la calle sin ocuparse ni preocuparse de él, de que en el parque le tiren las mantas, la ropa, la comida, de que desde Málaga lo manden a Madrid, de Madrid lo man-den a Málaga, de que nadie quiera asumir su tutela y ahí se produzca la tuberculosis, una enfermedad que el niño adquiere de vivir en la calle, la humedad, el frío, la mala alimentación... De esa dejadez institucional pasan al otro extremo: la película de ET, buscar al niño con ambulancia, movilizar coches patrullas día y noche, ponerse mascarillas, guantes de látex, alertar a todo el mundo...la PresióN

La presión y los contactos de Lourdes dieron sus frutos. Omar fue tratado muy bien en el hospital. Madrid asumió su tutela. En el

centro frenaron los malos tratos y las amenazas de mandarlo a Málaga.A los días nos enteramos de que estaba bien. Salió del centro y fue al

parque un momento. Allí me encontró, me saludó y estuvimos un rato hablando. Le vi más gordito, con mejor aspecto, y sin esa manta que siempre llevaba a cuestas a todos lados.

Sin embargo, cuando Isa llamaba al centro para hablar con él, las educadoras le decían que no le podían pasar a Omar por la Ley de

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Protección del Menor y la protección de datos. Ni siquiera informaban de su estado y evolución. Volvemos, como habrá visto el lector, al com-portamiento bipolar de la Institución. Pasan de tenerlo en la calle sin querer saber nada de él a no poder informar sobre su evolución porque «lo están protegiendo». Pero no es que no informen a una persona ajena que pasa ese día por la calle y es un curioso, sino a una educadora de la Fundación que le ha llevado al hospital, que le defiende jurídicamente, que lleva sus papeles de extranjería.el Nido

Una mañana paso por el parque y me llevo a varios a desayunar a un bar. El camarero y el de la barra del bar, como siempre, se

quedan en shock cuando entro con los niños de la calle y nos sentamos como clientes normales. Se quedan en shock pero por lo menos no nos tratan mal. Hay que tener en cuenta que, si hiciésemos esto en Melilla y no en Madrid, al educador y a los niños seguramente los echarían a la calle, como hacen con las chicas de Harraga y sus niños.

Pues ahí nos sentamos en una mesa del bar a comer churros y tomar café y Cola Cao. Los niños cuentan cómo han pasado la noche: el frío, el pega...

Yo, como educador, como vecino, como persona cercana intento per-suadirles de que vuelvan a sus centros, ya que, aunque estén mal, por lo menos podrán dormir calientes y comer algo.

Uno de los niños me dice:— No, no, no. Si volvemos a centro nos meten al «nido». Última

vez, cinco días encerrados con llave. No ventanas, barrotes, no nada, la ruina ¡Cinco días! Yo muero.

Me empiezan a contar que en el centro de Hortaleza (de 15 a 18 años) les encierran en una sala que llaman «el nido» y que han llegado a estar hasta 15 chavales allí metidos, y que lo hacen nada más entrar. Es

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decir, si el chico se entregase y volviese al centro, el recibimiento sería ir al nido.

Pero no solo eso. Me dicen lo mismo del centro Isabel Clara Eugenia (de 0 a 14 años), pero aquí, en vez de llamarse «el nido», lo llaman «la segunda planta».

Muchos niños como Omar han estado encerrados allí y en aisla-miento en otros centros, y eso les ha provocado una claustrofobia tre-menda. Tienen pavor, miedo, terror a volver al centro porque saben lo que les espera. Incluso prefieren morir de frío en la calle antes que pasar esos días encerrados.

Pero hay más. La Yoli (una chica) me decía:— Me encierran en ese «nido», el vigilante se va y me dejan a mí sola

rodeada de diez chicos ¡Yo me cago! ¿Cómo voy a volver allí?la madre

En la caja del súper la señora va recogiendo su compra y la mete en bolsas. Paga y sale del supermercado. Tres chavales jóvenes con

gorras y bastante tapados se acercan a la salida del súper. La mujer lo ve, pero no le da tiempo a reaccionar. Uno le tapa la boca por detrás. Otro tira del collar de oro. No se arranca, así que tira más fuerte hasta que lo consigue y del tirón la mujer cae al suelo. Antes de que la gente de alrededor reaccione ya han salido corriendo ¡A plena luz del día! En medio de la calle, delante de todos.

Uno de mis antiguos chavales es el hijo de la mujer. Se entera rápi-damente de lo que ha pasado. Entre los chicos del barrio la sentencia es clara: «Han sido los moros del parque: a por ellos».

Se prepara un grupo de chavales dirigidos por el hijo, Chechu, y salen en dirección al parque. De camino para allá se encuentran con Hamza.

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Hamza tiene 13 años. Va subiendo la calle. Nada más localizarlo con la vista, Chechu se lo queda mirando. Hamza se detiene en seco. Se cruzan las dos miradas. Hamza no ha hecho nada, no tiene nada que ver con el robo. Acaba de llegar al barrio, pero la mirada de Chechu le asusta. Los colegas que lleva Chechu detrás le asustan aún más. Todos son chavales de 18 años y Hamza solo tiene 13. Se asusta mucho y, como en un acto reflejo, sale corriendo.

Pero si él no ha hecho nada, ¿por qué sale huyendo? ¿Por qué su pri-mera reacción es huir? Porque lleva toda la vida huyendo. Huyó de la violencia de su casa en Marruecos, huyó del hambre, huyó de su barrio, llegó a Granada haciendo riski, lo metieron en un centro de menores del cual huyó, llegó a Ciudad Real y de allí huyó a Madrid, de Madrid huirá a Barcelona, de Barcelona huirá a París, de París a Bruselas... Inspira con todas sus fuerzas la bolsita de disolvente y huye así de la realidad, de su entorno, de su vida, de la sociedad adulta, de un mundo que lo mata poco a poco, mucho a mucho. A sus 13 años, la realidad le sobrepasa, le desborda, le supera. Solo quiere huir, huir, huir. Lejos, muy lejos. Huye, hombre, huye se llamaba aquel libro magistral de Xosé Tarrío. Huye, niño, huye podría llamarse este que tiene el lector entre sus manos, pues no es más que la historia de niños que huyen de una realidad horrorosa que hemos creado los adultos. «Huye, niño, huye», le susurran unas voces cuando ve a Chechu. «Huye, niño, huye», le susurra su instinto de supervivencia. «Huye, niño, huye», le susu-rra al oído su instinto de conservación. «Huye, niño, huye». Y Hamza comienza a correr como loco y, como en un documental de naturaleza donde el depredador se envalentona ante la presa que huye, Chechu sale detrás de él tan rápido y con tanta rabia que ni sus colegas le pue-den seguir. Comienza una persecución brutal hasta que rápidamente Chechu alcanza a su presa.

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Comienzan las hostias, un auténtico linchamiento. Hamza cae al suelo, Chechu le patea la cabeza. Lo quiere matar, literalmente. Matar.

Los colegas todavía no han llegado al lugar y corren hasta llegar donde está Chechu pegando a Hamza:

— ¡Que ese no ha sido! ¡Que no ha sido ese!Se oye al Tote gritar detrás, uno de los amigos de Chechu que vio

el robo. Los colegas agarran a Chechu nada más llegar y lo separan de Hamza.

— ¡Que no ha sido él!Entre tres neutralizan la ira de Chechu, que está fuera de sí. Hamza

está en el suelo, sangra por la boca, tiene la cara hinchada y no puede levantarse.

— ¡Es un niño, joder, Chechu! —los colegas intentan calmarle.La policía llega, aparca el coche patrulla y bajan dos agentes. Todos

los vecinos están mirando desde las aceras de la calle, desde los balco-nes, desde los coches, desde el tráfico que se ha detenido en mitad de la carretera.

Los policías van directos a por Hamza:— Levántate. Contra la pared. Saca todo lo que tengas en los

bolsillos.— A ver, ¿qué ha pasado?— Nada, agente. Que unos moros del parque han robado a la madre

de mi colega, la han tirado al suelo y estamos a ver si entre todos encon-tramos al cabrón.

— ¿Ha sido este moro?— No, no ha sido él. Yo vi el atraco y este no era. Mi colega se ha

confundido, pero entiéndale, está muy cabreado.— Da igual. Nos lo llevamos a comisaría. ¡A ver, tú! ¡Te he dicho

que contra la pared!

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Chechu ve al niño al que ha pegado. Tiene el ojo como una pelota de tenis, el labio hinchado, la boca llena de sangre. Chechu se da cuenta de que el policía ha visto una agresión en mitad de la calle y de que lo que ha hecho es detener al agredido en vez de al agresor. Todos los chavales pensaban que les iban a detener a ellos pero, sin embargo, han detenido al niño marroquí que estaba recibiendo la paliza.

— ¡Que te calles, coño! Siempre igual estos putos moros. Siempre jodiendo. Nos tenéis hasta los cojones —le grita el policía a Hamza—. ¿No os da vergüenza, robando a la gente?

Chechu se comienza a tranquilizar. Se da cuenta de que el niño no ha sido. Lo ve con la cara destrozada y comienza a sentir remordimientos por lo que ha hecho.

El policía habla por radio:— Tenemos aquí al atracador de la mujer del supermercado.Chechu se quiere acercar. Los amigos le agarran:— Soltad, coño, que ya estoy tranquilo —lo sueltan y Chechu se

acerca al policía—. Este chico no ha sido.— ¿Y cómo lo sabes?— Porque mi amigo Tato lo ha visto todo y este chico no ha sido.El Tato interviene:— Sí. Eran más mayores y tenían otra ropa.— Bueno, ya veremos. Además, da igual. Si no lo ha hecho hoy, lo

hará mañana. Qué más da.El Chechu se siente mal. Se le ha pasado esa enajenación men-

tal y siente una terrible lástima por el niño. Siente un tremendo remordimiento:

— ¿Cómo que qué más da? Yo quiero al atracador de mi madre, no a este crío.

— Mira, los moros del parque roban todos. Mañana este estará robando igual.

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— Pero, ¿qué es usted? ¿Futurólogo o qué? Este niño no ha sido y mis colegas van a declarar que no ha sido, así que, ¿para qué se lo va a llevar? No lo va a reconocer ningún testigo.

Después de una discusión tensa la policía recapacita, se dan cuenta de la situación y viendo que no le van a poder inculpar al chico se van y le dejan. Es decir, dejan solos al agredido y al agresor.

Hamza está todavía acojonado. Chechu se acerca a él:— Lo siento chico, me he equivocado ¿Estás bien? —Chechu se

siente fatal, se siente un abusador, un cobarde—. Perdona —le repite, le tiende la mano y Hamza se la coge y acepta las disculpas.

Chechu ya no tiene ganas de matar a nadie. Al caer al suelo Hamza se ha mojado, está helado de frío. Chechu se quita la chupa y se la da.

—¿Tienes hambre? —pregunta Chechu.Hamza dice sí con la cabeza.—Venga, vamos a tomar algo, invito yo.Los chavales acabaron llevándoselo a la hamburguesería. Le invita-

ron a comer, le dieron ropa, Chechu le dio 20 €...Días más tarde, uno de estos chavales, amigo de Chechu, me decía:— Joder, Julio, lo que más me impresionó de todo es con qué natura-

lidad el niño asumió la paliza. Como si fuese lo más normal del mundo, como si estuviese acostumbrado a ello, como si esa paliza solo fuese una más de tantas que le habrán dado. Y es lo que no entienden mis cole-gas ¿Qué van a hacer? ¿Bajar a pegarles? Si para ellos una paliza es lo más normal, estos chicos no tienen nada que perder, las habrán pasado canutas en la calle, les habrán pegado aquí y allá, están acostumbrados a todo, asumen la violencia como lo más normal del mundo. Luego baja-mos al parque y hablamos con otros chicos de la calle, y uno me decía «Mira, ayer el vigilante del centro me hizo esto» y te enseña una brecha con puntos como lo más normal del mundo, como el que se ha hecho un

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arañazo jugando. Otro te enseña una cicatriz de una pelea, otro de un navajazo... Joder, Julio, estos chicos son duros de cojones.la eNtrevista

Los martes y los jueves las clases de boxeo se llenan. Hay chavales dentro, chavales fuera, chavales que entran y salen, chavales que te

buscan, chavales que preguntan, chavales que llegan con sus problemas pidiendo ayuda... El desbordamiento es total, hasta cuando termina la clase muchos chicos y chicas se quedan guanteando (peleando con casco y bucal), otros haciendo manoplas, otros en el saco, otros grabando un vídeo, otros charlando, otros hablando con nosotros y nos cuentan sus historias, sus vidas, sus problemas... A veces, nos dan las tantas y la chavalada sigue en el local.

Cuando algún periodista quiere hablar conmigo le suelo citar en esas horas de jaleo, de chavalada, para que vean en su plenitud el proyecto de boxeo y a la muchachada.

Marta, una amiga, me había pedido que recibiese a dos estudiantes de Educación Social de primero, muy jovencitos, de 18 años. Yo accedí y quedé con ellos un día de boxeo. Les dije que se pasasen por allí a las horas de clase y que luego tendríamos un rato para charlar. Así verían el proyecto, la chavalada, el poblado, etc.

Y así fue. Llegaron a mitad de clase, como muy intimidados, muy tímidos, muy inseguros. Eran una chica y un chico. La gente que viene a hablar conmigo a esas horas se queda muy cortada porque me ven superliado con mil movidas, follones, incluso recuerdo que aquel día que vinieron ellos también vinieron dos amigas mías con una niña que se había fugado de un centro de menores y no quería volver. Estaba en busca, nadie sabía dónde estaba y tuvimos que mediar un buen rato entre el centro, la familia y la chica. Todo esto lo vieron los estudiantes,

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por lo que estaban completamente sorprendidos. Todo esto no tenía nada que ver con su facultad, sus clases, sus libros.

Después de atender a todo el mundo les tocó su turno y les dije:— Venga, vamos aquí atrás a esta mesa que estaremos más tranquilos.Nos sentamos en una mesa que hay al fondo del local. Estaban muy

avergonzados, así que rompí el hielo con alguna broma, les pregunté cómo iba la carrera y cosas así para que se relajasen un poco. Me expli-caron que estaban haciendo un trabajo de clase los dos juntos y que habían escrito una serie de preguntas para entrevistarme, y así empe-zamos. El chico, después de anotar mis datos y los de la asociación, y después de encender la grabadora, me preguntó la primera:

— ¿Qué te ha llevado a dedicarte a esto?— Yo soy de este barrio, he crecido aquí, he vivido aquí toda mi

vida, recuerdo mi adolescencia como una etapa... en fin... muy dura. Y cuando me hice mayor pensé que sería bueno apoyar a otros chavales del barrio, crear espacios para ellos.

— ¿Cuánto llevas dedicándote al ámbito social?— Ahora mismo, unos 12 años.— ¿Estás satisfecho con el trabajo en este centro?— Sí, pero la verdad es que yo trabajo con más «centros» o asocia-

ciones, estoy en todas partes; trabajo por las mañanas en una fundación de derechos humanos, tenemos un programa de radio, «Los Sonidos de mi Barrio», tenemos un coche que me dieron porque lo iban a tirar y ahora lo utilizo para ir a las cárceles a ver a los chavales, bajo también al parque para ver cómo están los niños que viven allí, en mi casa han vivido varios chicos y chicas, tenemos esto de boxeo... Yo no trabajo para alguien en concreto, no estoy metido en un «centro» en concreto.

— ¿Has tenido algún tipo de problema con algún usuario o en el centro?

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— Yo no trato con usuarios, trato con personas. Los usuarios son los clientes de Movistar, ja, ja.

El chico se queda cortado en este punto.— Ya... bueno... es que no sé cómo llamarles. En la universidad nos

dicen que debemos llamarles así.— La palabra «usuarios» es una palabra que se utiliza para hacer

informes, estadísticas, cuentas de resultados, cuentas anuales, etc. Es para usar datos. Es una palabra relacionada con los datos, no con las personas, por lo que tiene más que ver con la carrera de Empresariales que con la de «Educación Social». Lo que ocurre es que lo que llaman «Educación Social» es en realidad una carrera como la de Empresariales, pero en vez de estar destinada a gestionar empresas está destinada a gestionar ONG.

Yo he estudiado «Empresariales» y llevo las cuentas económicas de una fundación y ahí sí hablo de usuarios, voluntarios, ingresos y gastos, pero lo hago como «administrador» no como «educador social». No sé si me explico.

El chico y la chica se quedan a cuadros. Hay un silencio que deja ver el desconcierto que tienen ahora mismo.

— Ostras... pero... entonces ¿tú como les llamas?— Les llamo por su nombre.— Ya, pero... ¿en general?— Chavales, chavalas, la chavalada, la chavalería... no sé.— ¿Menores?— No, tampoco. Porque si «usuario» es para la carrera de

Empresariales, «menores» es para la de Derecho. Entiendo que el fiscal, el abogado, el juez... hablen de menores, porque lo hacen en referencia a si se les aplica la ley del menor o la del adulto. No es lo mismo aplicar una ley que otra, las consecuencias son diferentes. Pero a mí, si no me

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estoy refiriendo al ámbito jurídico del niño... ¿qué más me da que sea menor o mayor? Es un dato que no me es relevante.

Otro silencio. El chico no sabe cómo seguir, mira sus apuntes... hasta que me dice:

— Bueno... ya no sé si hacerte esta pregunta que teníamos.— Sí, mejor no se la hagas —dice la chica—, pasa a la siguiente.— No, no, no os preocupéis, preguntad. Siento si os desmonto un

poco las teorías de la universidad, pero eso es bueno. Hablad de estos temas que nunca se tratan en la facultad, no os preocupéis.

— Bueno... la siguiente pregunta era... ¿Qué tipo de contrato tienes? ¿Te gustaría tener otro?

— Yo aquí no tengo contrato. En el boxeo, quiero decir, es una aso-ciación vecinal, aquí nadie cobra. Somos simples vecinos y vecinas que nos juntamos para hacer algo por el barrio.

— Bueno... esta no te la pregunto.— Sí, sí. Tú pregunta, no te dé corte.— ¿Cuál es tu jornada?— Bufff, no sé, no tengo horarios fijos. Por la mañana trabajo en

la fundación de derechos humanos y por la tarde me dedico a esto: el boxeo, la radio, las cárceles, el barrio...

— Bueno... la siguiente era «¿Cuál es tu salario?», pero esta ya no te la hago.

— Oye, pero es una entrevista muy dirigida a lo laboral ¿no?— Sí... bueno... desde clase se ve todo como... no sé... como puestos

de trabajo. Sin embargo, cuando tú nos has dicho lo de «asociación veci-nal» nos ha desmontado un poco esto que teníamos pensado... fíjate que la siguiente pregunta es «¿Estás de acuerdo con tu salario?».

— Aquí yo bajo como vecino, no tengo sueldo, no hay una relación laboral, sino vecinal, ja, ja. Mirad... la carrera de «Educación Social»

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está muy orientada a lo laboral porque de eso se trata: crear puestos de trabajo, usar a los pobres para crear un mercado laboral, crear una «industria» de lo social. Cuando vas a entrar a la carrera de «Educación Social» lo primero que te dan es un panfleto, un tríptico donde te viene un listado de «salidas laborales» y luego el profesor te dice que «los voluntarios nos quitan puestos de trabajo» y el colegio oficial de educa-dores sociales dice: «esos puestos no son para trabajadores sociales sino para educadores sociales»... Todos se pelean por repartirse el pastel que genera esta industria. La clase media tiene unas necesidades de empleo y utiliza a la clase social más baja, más marginada y excluida para satis-facer esas necesidades. Podría llegar a entenderlo si por lo menos produ-jesen algo, se resolviese algún problema, pero no es así. Al contrario, un centro de menores gasta del Estado unos 3 810,30 € por niño al mes. De ahí cobran el psicólogo, el educador, el trabajador social, el terapeuta, el psiquiatra, el pedagogo, el psicopedagogo, el vigilante de seguridad, el coordinador de proyectos... y no tienen que dar cuentas a nadie de sus resultados como profesionales. Si algo sale bien se ponen medallas, si algo sale mal la culpa es del niño que es un psicópata y, como es un psicópata, «necesitamos más recursos, más dinero, más fondos, más puestos de trabajo...». ¡Es el negocio perfecto!

Cuantas veces habré oído eso de «yo no me juego el puesto de tra-bajo por ese niño», o «yo me debo a quien me paga, y quien me paga es la Comunidad de Madrid». Quiere decir que, al final, uno trabaja en esto para cubrir sus necesidades, no para cubrir las necesidades de los chavales. En la realidad, la Institución, el mercado laboral de los edu-cadores, las ONG... no están para cubrir las necesidades del niño, sino que es el niño quien está para cubrir las necesidades de la Institución, el mercado laboral de los educadores, las ONG...

Silencio. Pasa un rato.

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— Ya... bueno... no sé... nos has descolocado la entrevista, ja, ja. Es que tenemos un montón de esas preguntas, ahora tocaba «riesgos laborales» pero... claro, es que no tiene sentido. Entonces me salto estas preguntas, así que la siguiente sería: ¿Qué porcentaje de éxito tienes en la reinserción de los usuarios... bueno... de estos chicos, chicas...?

— Primero, yo no creo en la reinserción. Esta palabra se refiere solo a una de las partes, «el que viene defectuoso», «el que está equivocado», «el que tiene que hacer el esfuerzo». Sin embargo, en la realidad hay dos partes: la sociedad y el individuo, y si hay un excluido es porque hay otro que le está excluyendo. La palabra «reinsertar» carga toda la responsabilidad en una de las partes nada más. Mientras que yo creo que son las dos partes las que tienen que hacer un esfuerzo, por eso yo prefiero hablar de «encuentro», más que de «reinserción».

Otro silencio. Los chicos están como... pasmados, miran sus apuntes, hacen alguna anotación...

— Pero... los que están en la cárcel... esos sí, esos... ¿se tendrán que reinsertar?

El chico ya no está leyendo una pregunta de sus apuntes.— ¿Reinsertar en dónde?— En... no sé... en la sociedad.— Es que ellos ya están insertos en la sociedad. Porque parece que

cuando hablamos, damos por hecho que ellos no son «la sociedad»... y esta forma de hablar es una forma ya de excluir. Como he dicho antes, para que haya un excluido, tiene que haber otro que excluya.

Silencio total. Así que continúo:— Si un chaval está mal y comete un delito, un robo... incluso una

barbaridad, tenemos que trabajar en ambos lados, el esfuerzo debe ser en las dos direcciones. Debemos preguntarnos por qué ha cometido ese hecho, qué le ha llevado a ello, para poder aportar soluciones. Pero

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esta filosofía que nos dice que es el individuo un ente separado de su contexto no tiene sentido ni lógica. Ese chico se ha criado en unas con-diciones determinadas, influido por una cultura, un entorno... No es un ente aislado del mundo, no se ha criado en Marte.

La palabra «reinserción» nos dice que hay una «sociedad perfecta» y un ser que no es capaz de vivir en esa «sociedad maravillosa». Es una teoría demasiado ingenua.

Sigue el silencio. La chica mira en sus apuntes un rato hasta que dice:— Entonces... ¿qué opinas de poner límites?— Que es un auténtico peligro.Me río un poco, porque les veo completamente perdidos. Se quedan

en silencio esperando a que me explique.— Cuando un chaval entra en un centro de reforma, o bueno...

como se debería decir: una cárcel para adolescentes, se le aplica todos los límites habidos y por haber. El niño se convierte en un autómata, obedece como un robot. Si no obedezco, paliza; si obedezco, sobrevivo. Cuando el niño sale en libertad, ya no hay nadie para controlarle y nadie le ha enseñado a controlarse, a gestionar sus límites, a frenar... por eso es un peligro.

Hay dos tipos de límites: los externos y los internos. Los externos son los que te sancionan, te coartan, te contienen... desde fuera, es decir, otra persona. Los internos son los que se pone el propio chaval a sí mismo, lo que podríamos llamar el «autocontrol».

Yo los que trabajo son los internos, ese «autocontrol», que los cha-vales se autorregulen, aprendan a saber cuándo y cómo frenar. Cuando un chaval sale de la cárcel o de un centro de menores te dice: «Julio, necesito que me controles, porque si no volveré a las drogas, a cometer locuras, a liarla...». Te está pidiendo que le pongas esos límites exter-nos, porque en la cárcel los tenía y le contenían continuamente. Pero

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ellos no han aprendido a gestionarlos, nadie les ha enseñado, entonces no sirve de nada. Yo les digo: «No te puedo controlar, te tienes que controlar tú». ¿Por qué muchos de estos chicos encuentran un lugar en el ejército? Porque allí les controlan, se encuentran seguros. «Si no me controlan, yo soy incapaz de controlarme» y esto es un peligro. A los chicos, cuando están en la cárcel, les controlan total y absoluta-mente todo, hasta convertirse en robots, autómatas... Es lo que se llama la «prisionización», cuando el chaval sale en libertad no sabe vivir en libertad, no sabe cómo frenar, y esto es un peligro, no han aprendido a gestionar sus límites.

Esta frase que se dice ahora «¡Es que hay que poner límites!» no es verdad, el problema es ese, que les ponemos límites sin enseñarles a gestionárselos ellos mismos, como si fuesen perrillos o niños de 5 años.

¿Qué ocurre? Que en teoría esos límites externos son competencia de la policía, el juez, el fiscal, el legislador, etc., y los límites internos son competencia del profesor, el educador, el pedagogo, etc. Sin embargo, los papeles se invierten. El educador acaba haciendo de policía, de con-trolador, de espía, de interrogador... y deja de ser educador para ser un carcelero.

Sé que os hablan de límites (externos) en la universidad, pero de verdad... eso es para la policía, los jueces... A nosotros nos corresponde como educadores gestionar los otros límites: los internos, el autocontrol.

Y recordad siempre que la violencia, los problemas de conducta, las adicciones... no son el problema sino el síntoma del problema. Son las señales de que algo va mal. Nuestra función como educadores no es parar simplemente esa conducta, sino saber por qué se da, qué problema hay de fondo para ponerle una solución. Muchos niños nos comunican a través de la violencia que algo les pasa porque es su única forma o herramienta que tienen en ese momento. Nuestra función no puede ser

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acabar con la violencia y ya está, sino averiguar qué nos quiere comuni-car ese niño, qué le pasa. Una niña puede llegar violenta a clase porque la están violando y no se atreve a decirlo verbalmente, pero sí a través de la violencia. Tenemos que escuchar esa violencia.

Hace años, cuando trabajaba en un colegio, sabía que cuando Cristian venía violento, alterado, se subía encima de las mesas... Me estaba diciendo: «Mi papá vino borracho ayer, pegó a mi mamá, me levantó de la cama... la lio gorda».

Otro silencio.— Entonces... ¿Qué opinas de la cárcel?Esta pregunta ya está fuera de guion. Yo me alegro de que se salgan

del guion y respondo:— Que les destruye a ellos y a sus familias y que no arregla el pro-

blema. Al contrario, lo agranda, lo oculta, lo hace hereditario, pasa la problemática de padres a hijos.

— Pero... entonces ¿qué harías?— No sé... algo que funcione. Y punto. La gente dice que yo soy

idealista, pero es mentira. Yo tengo una mente completamente práctica, las cosas funcionan o no funcionan. La cárcel genera más delincuencia, y eso es un hecho matemático. Y si no funciona tu modelo, cámbialo. Yo estoy aplicando continuamente estrategias nuevas con los chavales. Veo una que no funciona y la cambio, voy probando hasta que doy con lo que funciona... Pues eso.

— Los presos pueden cambiar desde la cárcel. También es opción de ellos. ¿No?

— O también puedes ir generando un rencor hacia la sociedad y hacia el mundo muy peligroso y salir mucho peor de como has entrado.

Y cuando te refieres a «presos» en general, no te estás refiriendo a gente que haya hecho un mal y punto, sino a los «pobres». A la cárcel

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solo van los pobres, nadie más. Voy todas las semanas a ver chavales y solo veo miseria, pobreza, las clases sociales más bajas de esta sociedad... Y la cárcel no solo está condenando a la persona que ha recibido la sen-tencia: condena al hijo, a la madre, al padre, a los hermanos, a la mujer, al marido... a toda la familia. Una madre sin recursos para visitar a su hijo en la cárcel tiene que coger el metro, luego el tren, luego un auto-bús, luego ir andando un kilómetro... Echa todo el día para ir a ver a su hijo porque las cárceles están lejísimos de la ciudad. Eso si a los presos no les dan la «cunda» y les mandan como castigo a otras provincias.

— Jo, pues una de las opciones de trabajo de la carrera es ir a traba-jar a prisiones.

— Es que la carrera de «Educación Social» es una estafa. ¿Cómo un educador va a trabajar para la cárcel? El educador tiene que ser independiente. Si tú trabajas para la cárcel, quien te ordenará es el Ministerio del Interior y sus ordenes serán: contención, ni psicología, ni pedagogía... Contención. Quien paga manda y quien cobra calla, es una ley básica. Si trabajas para un centro de menores tu jefe será quien ha diseñado todo aquello. Su objetivo nunca será el chaval sino otros intereses. Los educadores o son independientes o no sirven. Y si no son independientes se convierten en carceleros.

Te puedo poner casos concretos: el Zepa se corta las venas en pri-sión. Se las corta para que le apliquen el PPS (Programa de Prevención de Suicidio) y así no le envíen a aislamiento. Llega la psicóloga, evalúa el corte y dice en su informe que «no es demasiado profundo y que se lo ha hecho a propósito para evitar el aislamiento y que, por lo tanto, pro-cedan al aislamiento». El aislamiento son 23 horas en una celda. Aquí la psicóloga es una perito de la cárcel, no está para que el chaval encuen-tre equilibrio psicológico, está para evaluar e informar a la Dirección de Centros Penitenciarios.

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Más ejemplos: Javi Ávila Navas, encerrado como FIES (Fichero Interno de Especial Seguimiento: aislamiento total), quiere protestar por las condiciones y el trato inhumano al que le someten. Cuando su forma de protesta y manifestación es violenta, liarse a hostias con los carceleros, hacer motines, secuestros, etc., le envían a la Guardia Civil, seguridad, policía... Cuando su forma de protesta y manifestación es pacífica: ponerse en huelga de hambre y coserse la boca con hilo... ¿a quién mandan? Al educador. ¿Para ver cómo está? No, para que este educador utilice sus conocimientos de psicología y le convenza de que abandone la huelga de hambre.

Es decir, en la cárcel el psicólogo, el educador... usa sus conocimien-tos para someter a los presos. Son incluso más perversos que el carce-lero (funcionario de prisiones).

Enrique Martínez Reguera tenía un chaval que le decía: «Cuando viene el de seguridad del centro me pega con la porra, pero yo (como soy un tipo duro) aguanto los golpes, me hago un ovillo y aguanto, pero cuando viene el psicólogo... me medica, me raya la cabeza, me habla de mi madre... me pone como una furia».

Un educador social tiene que ser independiente. Si la educación social no es independiente de la Institución, simplemente se convierte en un arma de esta.

Y el educador social, al final, tiene que acabar decidiendo para quién quiere trabajar: para la Institución o para la gente.

Charlamos largo y tendido y los estudiantes se quedaron muy con-tentos de haberme entrevistado. A las semanas me llamó su profesora y me invitó a dar una charla en la Universidad. También me dijo que ella se había dado cuenta de que estos estudiantes habían hablado con «alguien» porque la chica no paraba de levantar la mano en clase y

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poner pegas a todo. Que desde que había hablado conmigo ponía todo en tela de juicio. Qué alegría me dio saber esto.

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NOVIEMBRE

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la graN Noche

Aquella tarde los chicos del parque subieron a boxeo. No entre-naron, pero estaban por allí alrededor observando, sentados en la puerta, haciendo lo mismo que hacen las niñas pequeñas

gitanas que siempre están en la entrada, curioseando a ver qué hacemos los de boxeo.

En el follón de las clases Lourdes me llamaba al móvil. Cuando pude se lo cogí y me preguntó:

— ¿Sabes dónde están los niños?— Sí, están aquí conmigo en boxeo.— Por favor, Julio, que no se vayan. En cuanto acabes bájamelos al

centro Isabel Clara Eugenia, ha venido una persona del Ayuntamiento y les van a acoger en el centro sin tener que pasar por la policía. El que quiera quedarse a dormir, hoy va a poder quedarse.

Una de las grandes luchas de la Fundación es evitar que el niño sea llevado a comisaría para que entre en el centro a dormir. Como expli-caba antes, si al niño se le da de baja en el centro, el centro ya no lo admite. Cuando el chico llega a dormir, el centro le dice:

— Tú ya no estás aquí. Llama a la policía y que ellos te digan dónde tienes que ir.

Y si al niño se le ocurre hacer esto, en muchas ocasiones el poli le va a decir:

— Joder, otra vez tú ¿y qué quieres ahora? Déjame en paz, búscate la vida.

Y el niño acaba en la calle. Si entendemos que estamos ante un sis-tema de «protección de menores», «protección a la infancia», no se com-prende que la policía tenga competencias como «mediador social».

Intentando dar este salto de que el niño no tuviese que pasar por comisaría, Lourdes había conseguido el apoyo del Ayuntamiento, el

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cual había «dado un golpe en la mesa» diciendo «estos niños hoy van a dormir en el centro sin que pasen por comisaría», y quien había dicho esto no era otra que la ¡Primera Teniente de Alcalde de Madrid, Marta Higueras! La cual envió una representante del Ayuntamiento para comprobar que el niño que quisiese dormir esa noche en el centro pudiese hacerlo.

Les pedí a los chicos del parque que no se fueran del local de boxeo, que esperasen en la entrada de la asociación hasta que terminase de dar la clase. Y así lo hicieron. Cuando termina la clase todos los niños, niñas, adolescentes... comienzan unos a salir, otros a hacer manoplas por libre, llegan las madres a la puerta... ¡Un auténtico lío de gente! Mis monitores se quedaron por la asociación con los chavales que habían terminado (ya que el proyecto no consiste solo en dar la clase de boxeo y ya está, sino en tener tiempo para hablar con los chicos y las chicas, que tengan un espacio...). Al salir a la entrada, esta estaba llena. Así que dije en alto:

— ¡A ver, chicos! Los que vamos al parque, ¡todos los chicos del parque!, echaos a un lado que nos vamos para abajo.

Los chicos se apartaron e hicimos el grupo que iba a bajar, eran 12. Por el camino les fui diciendo que Lourdes estaba abajo y quería hablar con ellos.

Nos encontramos con Lourdes cerca del centro Isabel Clara Eugenia. Después de los saludos ella les reúne, les pide atención y les dice:

— Mirad, chicos, hoy nos van a abrir las puertas del centro Isabel Clara Eugenia y de Hortaleza. No hace falta ir a comisaría a poner hue-llas, podéis entrar directamente. El que quiera dormir hoy en centro que venga conmigo porque vamos a hablar con los directores y os van a dejar pasar.

Alguno de los chicos pregunta:

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— Pero yo no tengo centro, no Hortaleza, no Clara Eugenia, no nada, yo calle.

— Da igual, aunque no estés de alta, hoy todos los menores de 15 pueden dormir en el Clara Eugenia, y los de 15 a 18 en Hortaleza.

Otro desde el fondo dice:— Si entramos nos van a llevar a la «segunda planta».— ¿Qué es la «segunda planta»?— Allí nos encierran toda la noche.— ¿En el Clara Eugenia?— Sí, sí, y en Hortaleza en el «nido».— Bueno, vamos a intentar hablar con ellos.Hay niños que llevan muchos días en la calle y quieren dormir

caliente aunque les encierren. Hay que tener en cuenta que estamos en noviembre y hace un frío tremendo. Así que los niños aceptan. Pero sucede algo inesperado, los chicos comienzan a ponerse nerviosos, saben que si entran ya no podrán salir. Les meterán a la «segunda planta» o al «nido», se empiezan a agobiar y a sacar, por consiguiente, las bolsitas de disolvente, tabaco, y a intentar colocarse como locos antes de entrar para estar lo más colocado posible y aguantar el centro.

Yo les intento persuadir de que dejen eso, pero no hay forma, lo hacen mientras yo no miro, a escondidas.

Al llegar a la puerta del Isabel Clara Eugenia, está una señora del Ayuntamiento, saluda a Lourdes y me presenta. La saludo. Lourdes dice a los niños:

— A ver, los de diez a 14 años. ¿Quién va a dormir hoy aquí?— Yo.— Yo también.— Este y yo.

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Así se presentan como unos seis. Lourdes llama al telefonillo del centro, sale una educadora y se meten Lourdes y la señora del Ayuntamiento para dentro. El vigilante de seguridad se queda en la puerta con nosotros. Yo soy consciente de lo difícil que va a ser meter a los niños dentro, porque algunos ya se están agobiando y se quieren ir, así que pienso que si vamos entrando será mejor, poco a poco. Así que le digo al vigilante si podemos entrar:

— Sí, a ver... Id pasando.Los peques comienzan a pasar. Ese paso de la acera a traspasar la

valla del centro ya es un triunfo en sí, hasta que algún niño comienza a decirle al vigilante:

— Joder, Ernesto, qué cagao estás, eh. ¿A que ahora no te atreves a pegarnos delante de esta gente, eeeh?

— Sí, vaya cagao, que solo pega cuando está solo.El vigilante se empieza a poner nervioso. Los chicos siguen diciendo:— Mira, Julio, lo que me hizo este gordo, tengo la cicatriz todavía.El vigilante pierde el control:— Venga, fuera, a tomar por culo de aquí todos, encima que os dejo

pasar.Yo intervengo:— Bueno, pero vamos a esperar a la directora y a las mujeres que

están reunidas que ahora decidirán quién entra.— Que no, que no, que fuera todo el mundo, a la calle hombre,

cuando salgan que decidan.El vigilante nos acaba echando y la situación se pone más tensa toda-

vía porque los niños se cabrean:— ¿Has visto? Si es un cabrón este vigilante. ¿Qué? Ahora no te

atreves a darnos de hostias. ¡Pero que cagao que eres! Solo te atreves con niños pequeños.

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El rencor de los niños hacia el vigilante es increíble, la tensión en el centro se nota nada más traspasar esa línea que separa la calle del albergue. El vigilante acaba echándonos a todos.

Los niños, sabiendo que pueden entrar en el centro esa misma noche, que el vigilante está cabreado por lo que le han dicho y que lo más seguro es que les encierren en esa «segunda planta», comienzan a inha-lar pegamento como locos. Se meten detrás de los coches para que no les vea, quieren drogarse lo máximo posible.

Dentro, Lourdes mantiene una conversación con la educadora responsable:

— Los niños están hablando de una «segunda planta», dicen que se les aísla en unas habitaciones.

— Mire, aquí hay unas normas. Vamos a aceptar que los niños se queden por esta noche porque la situación es especial (refiriéndose al mandato del Ayuntamiento), pero no vamos a cambiar ahora las nor-mas. Tenemos que tener un control sobre los menores más conflictivos y violentos.

— ¿Pero qué se les hace exactamente en esa planta?— Mire, yo no tengo que dar explicaciones de protocolos internos.La cosa se pone entre tensa y diplomática. Se recibe una llamada del

director del centro que ordena la entrada de los niños.Lourdes sale a la calle:— ¿Pero qué hacéis aquí afuera todavía? Si habíais entrado —me

dice.— Nos ha echado el vigilante.— ¡Vamos, chicos! ¿Quién se queda a dormir hoy? ¿Quién quiere

entrar?— Yo.— Yo.

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— ¡Yo no! Yo me piro, que ese vigilante nos va a matar.— Sí, yo también me piro.— Venga pues vosotros cuatro para adentro —dice Lourdes.Entran esos cuatro y dos de los peques se quedan en la calle. Y la del

Ayuntamiento nos dice:— Miren, yo tengo orden de no dejar esta noche a ningún niño en la

calle, si no quieren entrar yo tengo que avisar a la policía.A lo que Lourdes responde:— Me parece correcto, pero debe entender que si llama a la policía

Julio y yo nos tenemos que ir, porque ellos nos van a asociar a la policía y nuestra función es otra. Si ellos piensan que nosotros hemos llamado a la policía «adiós confianza» y ya no podemos seguir trabajando desde lo pedagógico.

— Sí, sí, lo entiendo perfectamente, pero yo tengo esas órdenes.— De acuerdo, pues espere un momento.Lourdes se dirige a mí en bajo:— Habla con ellos.Me voy directamente a los chicos:— Chicos, ¡venid! A ver, van a llamar a la policía para que se lleven

al centro a los que no queréis entrar, así que los que no queréis entrar iros ya.

Los chavales me hacen caso y se van. Se quedan solo los que quieren entrar en el de mayores, el centro de Hortaleza.

La mujer llama a la policía y Lourdes le sigue hablando:— Fíjese el dilema que esto provoca: por un lado obligamos a niños

que nos están diciendo que les pegan y les aíslan a entrar al centro. Es decir, estamos obligando a la víctima a volver con su agresor, pero si no lo hacemos les dejamos durmiendo en la calle con el frío que hace, la lluvia, el disolvente...

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— Y si no aceptamos esas dos alternativas y nos los llevamos a casa a dormir, nos denuncian por sustracción de menores. Esto es una locura —añado yo.

Lourdes y yo, antes de que llegue la policía, decidimos irnos. Les decimos a los chicos que quieran entrar en el centro de Hortaleza que acompañen a la señora. Y así lo hacemos.

Llamo a varios vecinos que iban a bajar al parque:— Mirad, va a bajar una señora del Ayuntamiento con varios niños

para meterlos en el centro de Hortaleza, porfa, si estáis por ahí, estad pendientes a ver si los admiten. De momento a los peques les han admitido.

Así quedamos. La señora se los lleva, la policía busca a los peques «fugados», los mayores siguen a la señora para entrar en Hortaleza y varios vecinos se quedan vigilándolo todo.

Me voy a casa, ya es muy tarde. Nayara y yo cenamos. «Vaya día», pienso, y ya por fin el descanso. Paso un rato con Nayara, tranquilos.

Mientras estamos cenando me llaman al móvil. Lo cojo. Es Álvaro, el vecino del BOSA, me dice:

— Julio, esta tía del Ayuntamiento se ha ido y nos ha dejado a los críos. Nos han dicho que nos iban a abrir la puerta del centro y como estábamos esperando y esperando, la mujer ha dicho que se iba. Nos hemos quedado nosotros esperando con los chavales para que salga un educador y entren los chicos al centro, pero aquí no sale nadie.

— Espera, voy para allá.Me despido de Nayara. Bajo al parque.Los chicos del BOSA están esperando en la puerta del centro con los

chavales. Álvaro me explica lo que ha pasado:— El centro no les quiere abrir la puerta, no van a admitir a los

chicos que hoy quieren dormir allí. La mujer del Ayuntamiento me ha

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dado un móvil para llamarla en caso de que no nos abran, pero no sabía si usarlo.

— Sí, vamos a llamarla —le digo.Álvaro la llama. No lo coge. Yo por mi parte llamo a Lourdes.

Lourdes sí lo coge, le explico todo y me dice:— Espera allí con los chavales, que no se vayan, yo voy a hacer unas

llamadas y voy para allá.Al rato me vuelve a llamar Lourdes.— Julio, va para allá Marta Higueras, la Primera Teniente de

Alcalde de Madrid, la segunda después de Manuela Carmena, y tam-bién va para allá Alberto San Juan Llorente, Director General de la Familia y el Menor de la Comunidad de Madrid, que es el máximo responsable de los menores tutelados de todo Madrid.

Me quedo completamente a cuadros. «Vienen los peces gordos», me digo.

Al rato llega Alberto San Juan acompañado del director del centro Isabel Clara Eugenia (donde han entrado los peques). Al vernos, se quedan muy sorprendidos y nos preguntan:

— ¿Y vosotros quiénes sois? Me entran ganas de contestarles «¿Y vosotros?», porque ellos no se

presentan. Pero me contengo y digo:— Somos vecinos del barrio que estamos todas las noches con la

misma retahíla, con los niños durmiendo en el parque enfrente de sus centros.

— ¿Cuáles son los chicos que quieren entrar?— Son estos tres.Al momento llegan varios coches oficiales con la Teniente Alcalde,

se baja un montón de gente y al mismo momento llegan tres patru-

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llas de la Policía Nacional, seis agentes. Y al rato una ambulancia, el SAMUR social... ¡Yo estaba flipando!

También aparecen muchos vecinos que les bajan comida y mantas regularmente y que están con nosotros en el día a día con los niños.

Hablo con la Teniente Alcalde, le explico la situación, que es muy sencilla: «el centro de menores de Hortaleza donde residen los chicos no les abre la puerta».

La Teniente Alcalde decide llamar al telefonillo del centro, explica la situación y ¡se niegan a abrir! ¡A la Primera Teniente Alcalde de Madrid! Claro que ella se da cuenta enseguida de que lo que estamos diciendo es verdad. Pero eso no es todo. Alberto San Juan, jefe de todos los centros de menores de Madrid, jefe del director del centro de Hortaleza, máximo responsable, llama y ¡tampoco le abren! Yo a esas alturas de la película me estoy partiendo de risa y empiezo a creer que los del centro no se lo creen. Alberto San Juan hace unas llamadas y entonces sí. Bajan a la puerta el director del centro y dos guardias de seguridad. Y dice con una prepotencia y una chulería tremenda:

— ¡A ver! ¿Quién es el que quiere entrar? Y ahí intervengo yo:— ¿Pero usted cree que son maneras esas de recibir a los chavales?

¿Ustedes son los que les van a enseñar educación a estos chicos? Señalando a los muchachos dice:— Pero si es que nosotros no sabemos si estos chicos son mayores o

menores. Lo tendrá que decidir la policía, tendrán que ir a comisaría...— ¡Venga ya! Si hace dos días teníais a estos dos en el centro y los

tenéis durmiendo en el parque. ¿Pero qué coño nos estáis contando?El de seguridad hace un comentario y yo sigo interviniendo diri-

giéndome a Alberto San Juan y a la Teniente Alcalde, a la policía, al SAMUR...

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— ¿Habéis visto? ¿Pero qué cojones hace un vigilante de seguridad aquí? Si esto es una residencia para chavales. ¿Qué pinta un vigilante aquí? Si no sabe de pedagogía, ni de psicología...

— Ya, pero es necesario... —dice Alberto San Juan.— NO, NO, NO, no es necesario, yo en mi casa cuando tengo

chavales viviendo conmigo no tengo un vigilante de seguridad en la puerta. ¡Es un hogar! Y esto es lo que no entendéis. ¿Ustedes tienen vigilantes de seguridad para sus hijos?

El de seguridad pone a los chicos casi contra la pared mientras el director les pasa revisión... y dice:

— Que no, que no... que hay que llamar a la policía. Los chicos hablan entre ellos y de repente salen corriendo hacia

el parque (se dan el piro). Y vuelvo a intervenir delante de todo el mundo:

— ¡¿Lo veis? ¿Lo veis?! Tooooda la noche convenciendo a los cha-vales para que entren en el centro, para que no duerman en la calle, con el disolvente, el frío... y llegan estos y con su psicología les espan-tan en menos de cinco minutos. ¡Si es que es imposible! ¿Pero cómo se te ocurre decirles que vas a llamar a la policía? Además, que ya está aquí la policía... Si es que es absurdo, esto es una locura.

Me quedo flipando yo mismo, porque estoy gritando al director del centro y le estoy echando la bronca, una persona que es comple-tamente inaccesible, que no da explicaciones a nadie. ¡Y yo le estoy echando la bronca!

Hablo con la Teniente Alcalde, con Alberto San Juan... y quedamos en que voy a hablar con los chicos que se acaban de ir al parque para convencerles de que hoy duerman en el centro. Salgo con Carlos del BOSA a buscarles. Al entrar en el parque veo que nos siguen dos poli-cías nacionales. Inmediatamente me giro y vuelvo donde están todos:

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— ¡Es imposible! ¡Es que es imposible! Ahora me siguen dos poli-cías, pero de verdad ¿es que no entendéis lo que está pasando?

Si antes estaba gritando al director de un centro de menores ¡ahora estoy gritando a la Policía Nacional! Y la Teniente Alcalde me da la razón:

— Por favor, si este chico ha dicho que va a buscarles, dejadle hacer su trabajo.

— ¿Pero cómo voy a ir a buscar a los chavales con dos policías nacio-nales detrás de mí como si fueran mis guardaespaldas? Si acaban de salir huyendo porque se les ha amenazado con llamar a la policía.

Carlos, del BOSA, y yo volvemos al parque solos, sin los polis, pero los chicos ya no están. Al rato volvemos donde están todos:

— Pues muy bien, todo el trabajo de toda la noche preparándoles para entrar en el centro tirado a la basura por los profesionales de la psicología. Así funcionan los centros.

El director no sabe qué decir.— Pero no se les ha echado —dice Alberto San Juan.— ¿Que no se les ha echado? Mira —¡yo llamando de tú al Director

General de la Familia y el Menor!—, antes, en el Clara Eugenia, des-pués de hacer un esfuerzo tremendo con los muchachos para que entra-sen, conseguimos que se introdujeran en el centro, que pasaran esa línea que separa la calle del centro y ¡el vigilante de seguridad nos echa! ¡A mí incluido!

En ese momento, el director del centro de menores Isabel Clara Eugenia, que está presente, que no se ha separado de Alberto San Juan, se da por aludido y ¡se queda pálido, blanco!

—¿Cómo? Eso no es verdad.— ¡¿Que no es verdad?! De su centro nos han echado casi con porra

en mano. Y hay niños que no querían entrar porque dicen que se les

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mete en la «segunda planta» y les pegan. ¿Nos puede explicar usted qué es eso de la «segunda planta»?

El director se empieza a poner muy, pero que muy nervioso. No le salen las palabras y todo el mundo nos está escuchando:

— ¿Segunda planta? Eso es para... donde se les recibe la primera noche... un lugar...

— Un lugar donde les dais de hostias, pero vamos a hablar claro. Eso en tu centro, porque aquí en el de Hortaleza hablan del «nido» ¿Qué es el «nido» señor director? —Ahora me dirijo al director del centro de Hortaleza

— ¿Qué «nido»? Yo no sé lo que es eso.— ¡Venga ya!La Teniente Alcalde está escuchando todo, situación que hace que

los demás estén preocupados por lo que se está diciendo. Así que yo aprovecho y sigo metiendo caña:

— El otro día había niños de hasta 11 años aquí durmiendo debajo de la lluvia, llamamos al centro Clara Eugenia (el de peques) y decían que no podían salir sus educadores a por los niños y que tenían que llamar a la policía.

— ¡Eso es mentira! Eso no puede ser, mis educadores pueden salir a la calle —dice el director del Clara Eugenia.

Entonces, me acuerdo de la gran estrategia de Laura, que grabó la conversación.

— Eso, señor director, está grabado. Tenemos un audio donde está toda la conversación telefónica grabada, una educadora de su centro diciendo que no puede salir a por un niño de 11 años que está medio muerto por el disolvente, el frío, la humedad...

Y aquí interviene Alberto San Juan para defender a sus directores:— Bueno pero es que son situaciones muy complejas, son niños...

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— ¡Situaciones complejas! Usted tiene hijos ¿verdad, señor San Juan?

En ese momento se queda paralizado. «¿Cómo se yo que él tiene hijos?», se preguntará. Y yo sigo:

— Usted tiene a su hijo pequeño durmiendo en el parque de debajo de su casa completamente drogado, congelado, empapado... ¿y usted no baja a por él? ¿Eso es lo que nos quiere usted decir, señor San Juan? —Alberto San Juan se queda completamente cortado.

Seguimos la discusión; unos vecinos discutiendo aquí, otros allá, unos buscando a los chavales... Al final llega Lourdes, habla con la Teniente Alcalde, con Alberto San Juan...

La Teniente Alcalde, Marta Higueras, dice que tomará medidas inmediatas, que esa situación es insostenible.

Se empiezan a ir todos y nos quedamos Lourdes, los vecinos y yo. Hablamos y comentamos todo lo que ha pasado. Yo no puedo parar de partirme de risa:

— ¿Viste qué mal lo ha pasado el director? — ¿Viste qué blanco se puso...? — Y cuando le preguntabas, ja, ja, ja.— Y cuando empezaste a gritar a la policía y ellos ahí delante de

la Teniente Alcalde sin saber cómo actuar ja, ja, ja, ja. Me meo, ja, ja. — ¡¡Y Alberto San Juan sin saber qué decir!! Ja, ja, ja, ja, ja.

la Paliza

Lourdes baja frecuentemente al parque con su hija, o Isa. Les bajan a los chicos ropa y hablan con ellos. Pero Lourdes comienza a hacer

algo más. Para denunciar la situación se lleva al parque a gente con car-gos, con influencia: asesores del Defensor del Pueblo, ONG como Save The Children, diputados, políticos, etc.

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En una de esas visitas al parque, Lourdes va acompañada de dos edu-cadoras del Ayuntamiento. Ese día hablan con los niños que hay allí.

Lourdes se da cuenta de que uno tiene todo el cuello arañado.— ¿Qué te ha pasado aquí? — Aaaah, vigilante, la ruina, él pega.El chaval le empieza a enseñar más heridas: el brazo, la cabeza, la

espalda, moratones, costras... Otros dos chavales hacen lo mismo, empiezan a enseñar el cuerpo. Lourdes inmediatamente decide llevarse a tres a un centro de salud acompañada de las dos educadoras del Ayuntamiento.

El médico pediatra del centro de salud les chequea. Una vez observa-das las heridas habla con Lourdes:

— Veo posibles malos tratos. Debe llevarlos a un hospital.Lourdes y las educadoras del Ayuntamiento llevan a los niños a

urgencias infantiles del hospital. Desde allí Lourdes me llama. Voy de inmediato para allá con Olaya, una vecina del barrio que tiene un cha-val de los del parque en su casa.

Al rato de estar allí las educadoras del Ayuntamiento le dicen a Lourdes que se van, que su jornada laboral ya ha acabado:

— ¿Cómo que os vais? No, no, vosotras no os podéis ir, vosotras tenéis que dar parte de esto, tenéis que informar, tenéis que declarar, se les va a hacer un parte de lesiones que se va a enviar inmediatamente al juzgado de guardia. El hospital va a activar el protocolo de malos tratos.

Es curioso, el hospital siempre activa el «protocolo de malos tratos» cuando la familia es biológica, pobre y con aspecto marginal, pero nunca lo activa cuando se trata de un centro de menores, porque entre otras cosas el centro tiene su médico particular que nunca activa el protocolo ni redacta un parte de lesiones. Pero esta vez Lourdes se «ha colado»

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y se ha llevado a los niños a un hospital público. Pero comete un error (o tal vez no): decirles a las educadoras del Ayuntamiento que llamen a su superior.

Las educadoras llaman a su superior en el Ayuntamiento y avisan de la situación (ojo, por eso digo que «tal vez no» cometiera Lourdes un error, porque a partir de esa llamada el Ayuntamiento ya es cons-ciente, ya sabe por dos de sus trabajadoras,que existen malos tratos en los centros de menores, cosa que más tarde negarán en público). La cadena continúa, el Ayuntamiento llama a la Comunidad de Madrid, y la Comunidad al centro, y el centro manda al hospital tres educadores a por los niños. Tienen que ocultar lo que ha pasado como sea.

Los tres educadores se presentan en el hospital. La tensión entre ellos y nosotros es tremenda, ni nos hablamos. Los educadores están impacientes, quieren llevarse a los niños a toda costa, pero no pueden porque están pasando consulta y el médico les está preguntando:

— ¿Cómo te has hecho esto? ¿Quién te ha pegado? ¿De dónde han salido estos moratones? —y la educadora del Ayuntamiento traduce del árabe del niño al español del médico. ¡Ojo! La que traduce, repito, es la educadora del Ayuntamiento de Madrid, Ayuntamiento que más tarde negaría los malos tratos en los centros de menores.

Lourdes informa a los educadores del centro que la Fundación va a interponer una denuncia por malos tratos contra el mismo centro y que quiere que los niños vayan a los juzgados para que les manden esa misma noche a otro centro como medida cautelar. No puede volver la víctima a dormir con el agresor.

Los educadores (lógicamente) ponen pegas a este planteamiento de Lourdes: «los niños están muy cansados, es mejor que hoy duerman y mañana ya veremos, han sido muchas emociones por hoy...». Quieren ocultar los hechos como sea.

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Mientras los médicos atienden a uno de los chavales se dan cuenta de que este está en un estado de ansiedad tremendo, solo repite una cosa:

— No quiero volver al centro, si me devolvéis al centro me mato, me mato.

Los médicos deciden llamar al psicólogo infantil para que lo evalúe. En ese cambio de sala, vemos al niño, Hamed, de 12 años, por los pasi-llos, rodeado de educadores y enfermeros, y empieza a gritar en mitad del hospital:

— ¡No quiero voler! ¡Me quiero morir! ¡Noooooo!Y comienza a darse cabezazos contra la pared mientras grita:— ¡Quiero morirmeeeeeee! ¡Quiero morirmeeeeeeeeee!Los enfermeros lo sujetan y se lo llevan. Lourdes comienza a llorar,

se pone las manos en la boca.El hospital informa a Lourdes de que van a iniciar el protocolo de

malos tratos y le recomiendan que interponga denuncia.Los niños lo tienen claro: «en cuanto nos dejen estos médicos y hagan

esos partes de lesiones que quiere la Fundación para poner esa denun-cia que nos dicen, en cuanto tengan esos papeles, nosotros nos escapa-mos de aquí. Los educadores no nos van a devolver al centro (ni a este ni a ninguno)».

Lourdes les intenta convencer para declarar esa misma noche ante el juez de guardia para que les lleven a otro centro. Pero claro, ellos pen-sarán: «¿Otro centro? ¿Por qué este otro centro va a ser mejor? ¿Qué diferencia hay entre este centro y otro? Ese otro centro no es garantía».

Así que con ese instinto de conservación y supervivencia que tienen los chiquillos de la calle, en cuanto el médico les «deja en paz» salen corriendo y se escapan del hospital. El mundo de los adultos es dema-siado peligroso para ellos.

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el vierNes

—Julio... te teNgo que contar algo... mira... bueno... lo más impor-tante es que lo que te voy a decir lo trates con cuidado, sobre todo que no des mi nombre. Hay un grupo de mis amigos, que ya son mayores, todos de veintitantos, pues bien... están quedando con mucha peña, y muy chunga, sobre todo con nazis, para bajar este viernes al parque a «la caza». Es una macroquedada. Julio, es importante que mi nombre no salga, ya sospechan de mí. Habla con la gente, con los del barrio, haz lo que quieras, pero, por favor, que el viernes no estén los niños en el parque, esta gente va a saco.

Julio... si descubren que te estoy diciendo esto me matan, estoy un poco acojonado, bueno... La verdad es que estoy muy acojonado, ya sospechan de mí.

— No te preocupes, no va a salir tu nombre, yo me encargo de todo. Muchísimas gracias por esta información, cualquier cosa me dices, no tengas miedo. Mantenme informado de lo que van decidiendo y si hay cambio de planes me dices. Mil gracias...

Aviso al grupo de gente que está bajando al parque de lo que va a suceder el viernes. Todos se quedan inquietos.

También aviso a los niños del parque, pero entre que unos están colocados, otros que entienden mal el castellano y otros que dicen «aquí les esperamos, no hay miedo», hablo mejor con uno de los chicos más mayores y más estables:

— Hasam, el viernes van a bajar a pegaros, mucha gente, muy chunga. El viernes no puede haber aquí nadie. Díselo a los pequeños, a todos, llévatelos al centro de Madrid como vais a veces o por ahí, pero que a ninguno se le ocurra venir aquí a dormir. Si te dicen eso de que quieren venir al parque a esperarles y pegarse... convénceles de que eso

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no es posible, no hay posibilidad, esa guerra no la podéis ganar. Intenta llevártelos como sea de aquí.

Con el grupo de vecinos organizamos el viernes para bajar por tur-nos, vigilar el parque y si vemos niños pedirles que se vayan.

En la reunión de la Fundación transmito esta información y Lourdes dice:

— El viernes bajan varios periodistas y la televisión a grabar. Querían hablar con los niños y entrevistarles para denunciar lo que ocurrió el otro día en el hospital.

— Pues no habrá niños.— Bueno, entonces les digo que no vengan y les explico la situación.— No, pero solo diles que no vengan, no les des más explicaciones.— Pero algo habrá que decirles.— Es que esta información hay que tratarla con mucha delicadeza,

quien me la ha pasado está completamente acojonado y ya sospechan de él. Si se enteran los periodistas... son capaces de ir preguntando con las cámaras a los vecinos: «¿cuándo es la pelea nazi?»

— ¿Qué hacemos entonces?— No sé... a la gente que nos informa a escondidas hay que tratarla

muy bien, hay que cuidarla. Es algo muy preciado, a esta persona le prometí que lo trataría con mucha discreción. Decir esto a un perio-dista... yo no me fío de esa gente. Yo sería discreto.

— Madre mía, Julio... ¿Y qué les digo yo ahora a los periodistas? Van a ir con una furgoneta, las cámaras... Y si van y no están los niños van a decir que en ese parque no hay niños durmiendo y que nosotros exageramos.

— No sé, Lourdes, diles... que no puedes darles más datos, solo eso, que este viernes no va a haber niños, o que están en el centro de Madrid y solo vuelven de madrugada.

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Así quedamos. Llega el viernes y los vecinos, monitores de boxeo, los del BOSA, los del Ateneo... todos y todas nos preparamos para hacer turnos para bajar al parque. Desde las cinco de la tarde el parque está vigilado y no hay ni un solo niño. A veces aparecen uno o dos despis-tados e inmediatamente se les pide que se vayan, que va a ver «jaleo».

Yo bajé a las 11 y media de la noche, había unos chavales de botellón alejados por el parque, alguna pareja por allá... pero ningún rastro de nuestros críos. Aquella noche lo logramos, nos adelantamos a los nazis. Pero viendo aquel parque despejado, en silencio, sin niños... me quedé completamente admirado de nuestra capacidad de reacción, de organi-zación y de respuesta.«usted sabrá»

El perro, inocente, guiado por el olfato y el instinto salió corriendo hacia los niños del parque. Como loco empezó a olisquear la comida

que les habíamos bajado. Poseído por la ansiedad dio un mordisco y le quitó medio bocadillo a un niño. Al niño le dio igual, aunque tenía hambre le dio igual, y comenzó a acariciarle. El dueño del perro, una persona mayor, llegó con prisas donde estaba su perro y dirigiéndose a los niños les dijo:

— ¡¿Pero no os he dicho que no le deis de comer?! ¡Ostia puta ya con los mierdas estos!

Los cuatro adultos que estábamos allí nos quedamos a cuadros, como los niños. Y Lespe (como dije antes, uno de los monitores de boxeo) le contestó:

— ¡Pero señor! Que ha sido el perro el que le ha quitado el bocadillo al niño —el hombre no le hace caso, se va y Lespe le sigue un poco — ¡¿Me oye?! ¡que le estoy hablando a usted! ¡¿Qué le han hecho estos niños?!

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Voy hacia Lespe e intento traerlo de vuelta:— Es que estoy hasta los cojones, Julio. ¿Pero es que la gente no

ve a estos niños durmiendo entre cartones? Si el más pequeño tiene 11 años. Y todos los vecinos igual con que «hay que matarlos», «que son basura»... No entiendo. Pero tú lo has visto, ¡si ha sido el perro el que le ha quitado el bocadillo! Y encima el niño no dice nada y le hace gracia y le acaricia, y encima el puto viejo este le grita y le echa la bronca.

Voy tranquilizando a Lespe mientras veo que dos personas jóvenes y robustas se acercan a nosotros. Inmediatamente lo intuyo: «dos secre-tas». Y así es, cuando llegan a nuestra altura uno cierra el paso por un lado del templete donde están los niños y otro se pone en la otra salida, nos miran y dicen:

— Buenas tardes, Policía Nacional —enseña su placa, que se cuelga al cuello— ¿Quiénes son ustedes? ¿Los niños están con ustedes? ¿Les estabais dando comida?

— No, que va —miro al perro de Olaya, la vecina con la que hemos bajado—, solo somos vecinos que estamos paseando al perro y pasába-mos por aquí.

El poli ahora se dirige a los niños:— A ver, idme sacando todo lo que tengáis en los bolsillos y me lo

vais poniendo aquí en el suelo.Recuerdo aquella novela, Yo, Claudio, de Robert Graves. En la

dinastía de los emperadores romanos todos se van matando y envene-nando unos a otros por alcanzar el poder, como si el poder fuese un agu-jero negro que a todos atrapa y mata. Para sobrevivir, Claudio se hace el tonto, el disminuido, el tartamudo, el cojo... Los aspirantes al poder le ven tan tonto que no le consideran un competidor, no les supone una amenaza ni una competencia. Así, Claudio va sobreviviendo, todos van muriendo por traición, asesinatos, envenenamiento, destierro... todos

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menos Claudio. Me impactó mucho esta novela, y sobretodo esa estra-tegia, así que intento llevarla a cabo (hacerme el tonto):

— Tengan cuidado con estos niños, son muy peligrosos, no deberían bajar el perro por aquí y menos a estas horas —nos dice el policía.

— Aaah, no sabíamos nada. Les hemos visto y como querían acari-ciar al perro.

— Ya... pero es peligroso.Los niños dejan en el suelo todo lo que tienen en los bolsillos. No hay

navajas ni droga. Así que el poli les dice:— Recoged vuestras cosas —se acerca a nosotros—. Nos vamos, lo

dicho, tengan cuidado.— ¿No se los va a llevar? —le digo.Se crea un silencio, el poli me mira fijamente.— No. ¿Por qué me los tendría que llevar?— No sé, son las 12 de la noche, tiene siete menores, el más pequeño

tendrá 11 años y está en un estado de intoxicación de pegamento grave. Todos en situación de desamparo y sabiendo que van a dormir en la calle y a estas temperaturas. Estamos en noviembre.

El poli se queda callado, me mira, se nota la tensión.— ¿Y qué debería hacer según usted?— No sé, yo no sé de leyes, usted sabrá cuáles son sus obligaciones.El poli me sigue mirando fijamente, mira a su compañero, le hace un

gesto, se acerca a los niños y les dice:— Venga, chicos, uno por uno me vais a ir diciendo edad y centro

donde estáis acogidos.El compañero se acerca a nosotros:— Documentación.Los cuatro le enseñamos la documentación y va apuntando nuestros

datos. Mientras que el otro poli dice a los niños:

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— De acuerdo, ahora nos vais a acompañar que os vamos a llevar a vuestros centros.

Nosotros, los vecinos, nos quedamos en el parque y la poli se lleva a los niños a los centros. Pero una vez que están en la esquina y ya no les vemos, nos dijeron los niños que la policía les dijo:

— Venga, todos, iros de aquí a tomar por culo, a la puta calle.el día siguieNte

Sentados en un banco del parque aparecen cuatro policías municipa-les y los dos secretas de ayer. Acompañan a una mujer y su pareja.Los niños, sentados en el banco, al ver a la poli venir hacia ellos no

salen corriendo, se quedan sentados.— ¡Venga! Todos de pie —el poli municipal se dirige a la chica—.

¿Reconoce a alguno?La chica va mirando uno por uno.— ¡Las manos de frente! Descubiertas.La chica, uno por uno, les observa la cara y las manos.— Tenía un corte en la mano —dice la chica.Después de mirar y observar a los ocho niños le dice al policía:— No es ninguno.— ¿Está segura?— Sí.Los secretas me llevan a un lado. El más grande se pone enfrente de

mí para que yo no vea lo que está pasando, mientras el otro me dice:— Tú no eres un «simple vecino» como nos dijiste ayer, ¿verdad? — Bueno... yo me considero un «simple vecino».— Julio Rubio Gómez, educador social, autor de «Decimocuarto

Asalto», diriges el programa de radio ese... «Los sonidos de mi barrio», trabajador de Fundación Raíces, presidente de la asociación «Hortaleza

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Crew», entrenador de boxeo ahí en el poblao donde te van muchos chavales, visitas la cárcel de Meco muy a menudo...

— ¿Os vais a llevar a los niños?— No me voy a llevar a un solo niño. ¿Para qué? Les dejamos en

sus centros y a las dos horas estarán otra vez en la calle. Yo no soy el taxista de nadie.

Se van y allí me quedo con los niños.Al día siguiente interpongo en los juzgados una denuncia contra

los dos policías nacionales por dejación de funciones. De esta forma, cuando un niño venga a mi casa a dormir lo tendrán más difícil para acusarme de sustracción de menores, pues manifestaré con pruebas que se avisa regularmente a la policía y esta se niega a llevárselos ante su tutor legal. Y yo, basándome en el deber y el derecho de socorro, artí-culo 195 del código penal, me llevo a los niños a casa.los vierNes

Hoy es viernes. Los viernes son los días de permiso en la cárcel, cuando salen los presos para pasar el fin de semana fuera. Algunos

llevan meses o años sin salir.El Perita, un chico del barrio, sale de permiso de la cárcel por unos

días después de haber estado encerrado un año. Voy a buscarle en coche, pero voy media hora antes. Me siento en los asientos de la entrada de prisión. Me encanta sentarme aquí y ver las reacciones de los familiares y los presos cuando se encuentran.

Sale el primer preso, allí está la novia esperándole en la puerta, echan los dos a correr para encontrarse. ¡Cómo se abrazan! ¡Cómo se besan! Ahora sale otro, quien le espera es la madre, se le tira al cuello. ¡Cómo llora! ¡Cómo le besa! Sale otro ¡Y otro! ¡Y otro!

¡Cómo lloran! ¡Cómo ríen! Aquel agarra a su hija y la levanta, el otro abraza a sus hermanos y dan saltos de alegría a la vez. El niño

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mira a su padre y no le reconoce, el otro se queda atónito mirando el horizonte, aquella se queda abrazada a su hermano durante minutos. ¡Y los novios! ¡Y las novias! ¡Como se besan! ¡Cómo se acarician! ¡Como juntan sus frentes!... Y las madres... Siempre las madres... cómo se abrazan sin querer soltar a sus hijos...

Pero de repente, mi mente vuelve al parque, a los niños de la calle y una desolación se apodera de mí por un instante: cuando ellos cai-gan presos, en sus permisos, en sus primeras salidas... ¿Quién vendrá a buscarles?la foto

Llaman a la puerta de la Fundación. Abro la puerta. Son dos policías nacionales:

— Buenas tardes, ustedes trabajan con menores. ¿No es así?— Sí, así es.— Mire, hemos encontrado un cadáver calcinado en los descampa-

dos del barrio. Por la autopsia parece que era menor de edad. Tal vez pueda ser uno de los chavales que vienen a esta Fundación. ¿Habéis notado la ausencia de algún menor últimamente?

— No, bueno, no sé. Esperen un momento.No les dejo entrar. Los chicos no deben ver policías dentro de la

Fundación. Nunca entran.Hablo con Isa. Salimos a hablar con los policías.— Miren, tenemos unas fotos aquí, nos gustaría que les echaseis un

vistazo para ver si reconocéis el cadáver.— Sí, pasen, métanse en esta sala de aquí. Voy a llamar a las educa-

doras —dice Isa.Pasamos Isa, Ana y yo a la sala. Los policías están ya sentados en la

mesa redonda. Nos sentamos también nosotras. Uno de los polis saca

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varias fotos tamaño DIN A4. Las pone sobre la mesa. Se ve un chico calcinado, está chamuscado, los dientes sobresalen, como si al quemarse los labios se hubieran encogido.

— No le encontramos objetos personales, ni anillos, ni cadenas... ¿le reconocen?

Me quedo mirando fijamente esa imagen.— No sé, así... no podría deciros.Las demás tampoco le reconocen.— ¿Os ha faltado últimamente algún chico? ¿Alguno que veáis que

ha desaparecido? Bueno... tiene que ser de tres días para acá. El cadáver tiene tres días.

— Bueno, por aquí pasan muchos chicos y no de una forma regular. Son muy inestables, no tienen un horario, vienen cuando pueden o tienen un problema... No podría decirles —dice Isa.

Sigo mirando el cadáver de ese chaval.— ¿Qué vais a hacer con el cuerpo? —pregunto.— De momento dejarlo en el depósito hasta que se averigüe algo. Si

no se consigue averiguar nada, si nadie reclama el cadáver... irá a una fosa común.

Un niño muere y nadie reclama el cadáver. Si estuviese dado de alta en algún centro de menores será dado de baja en sus listas por no seguir yendo a dormir al centro. Nadie del centro preguntará, nadie le buscará, nadie le reclamará.

Sigo mirando las fotos del cadáver. ¿Tendrá madre? ¿Tendrá familia? ¿Alguien le echará de menos? ¿Alguien llorará su ausencia en alguna parte?

Cuando le entierren en la fosa común será como si nunca hubiese existido.

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otra vez

Nada más levantarme miro el whatsapp. Hay un mensaje de Olaya, la chica del barrio que tiene en su casa a uno de los chicos mayores

del parque:— Julio, ayer Anouar trajo a dos peques. Les han pegado una paliza

los vigilantes de seguridad del centro, tienen lesiones por todo el cuerpo. Se han quedado a dormir en mi casa, pero ¿sabes lo más acojonante? Que son los dos peques que llevamos al hospital la otra vez. ¡Les han vuelto a pegar!

Cojo el coche de la asociación. Me dirijo a casa de Olaya. Al llegar a la puerta me abre Anouar. Olaya no está, se ha ido a trabajar, paso y allí están los peques: 11 y 13 años.

— ¿Qué ha pasado, chicos?— Vigilante, la ruina, vigilante, mira... Chichones, moratones, arañazos, un labio hinchado... pero también

me cuenta lo que le han hecho a otro niño de 13 años que no está aquí. Anouar me traduce:

— Dice que a Hamid le dejaron en calzoncillos, le ataron a la cama con las esposas y lo dejaron allí todo el día. Él no se ha podido escapar porque sigue atado, pero que ellos se escaparon en cuanto pudieron.

Continúa:— Dice Ibrahim, este, el pequeño, que le pusieron las esposas con

las manos detrás de la espalda, le hicieron «un barrido» con la pierna y cayó de espaldas al suelo sobre sus manos esposadas, por eso no puede mover la mano. ¿Lo ves? Está hinchada y amoratada.

Llamo a Lourdes. Las órdenes son claras:— Llévatelos a Urgencias del Hospital Infantil La Paz, pregunta por

la trabajadora social Ana, ella hizo el informe social para los juzgados

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de estos mismos chicos que llevamos el otro día. Cuando le lleves otra vez a los mismos niños va a flipar.

Meto a los dos en el coche y me llevo a Anouar para que haga de tra-ductor. Me paso antes por el parque para ver si hay más niños a los que les hayan pegado ayer. Aparcamos, nos bajamos del coche y nos vamos hacia el templete. Allí están todos los niños, se acaban de despertar y, efectivamente, hay otro de los mayores (16 años) que afirma que en el centro de Hortaleza le han dado una paliza. Me enseña el ojo morado, un chichón y moratones por todo el cuerpo. Me explica:

— Tres vigilantes, poner uno la bota sobre mi cabeza en el suelo, apretar mi cabeza contra suelo y otros dos pegar patadas muchas. Luego arrastrar de mi pelo. Mira.

Me enseña el pelo y es cierto, hay una parte arrancada.Lourdes me llama:— Julio, ya está informado el abogado, en cuanto tengas los partes

de lesiones hazles una foto y me los envías por whatsapp. Que no se entere nadie de que te los has llevado porque si no, vuelven a aparecer los educadores del centro. En cuanto salgas del hospital tráetelos a la Fundación para que narren al abogado todo lo que ha pasado y redacte las denuncias. La trabajadora social del hospital ya sabe que vas para allá, les van a hacer también una evaluación psicológica.

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DICIEMBRE

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el temPlete

Por la mañana paso por el parque para buscar a los niños y ver qué tal están. Pero sin embargo, no encuentro a nadie, doy una vuelta entera y nada. Me acerco al templete donde siempre duer-

men y tampoco están allí. Cuando me voy a ir oigo:— Pssss, chsssss, eeehhh.Miro a mi alrededor y no veo nada.— Pssss, chsss, aquí, arriba.Miro arriba y veo una cabeza que sale del tejado del templete. ¡Están

arriba del templete! «¿Pero cómo han subido ahí?», me pregunto.— Julio, sube —se asoman varias cabezas de niño.— Ja, ja, ja, hostias. ¿Pero cómo habéis subido ahí arriba?Uno de los niños baja ¡cómo un auténtico mono! Con una agilidad

increíble.— Mira —me dice— apoya el pie aquí, la mano allí, agárrate así. Arriba sale uno que me espera para tenderme la mano y ayudarme

a subir.Lo consigo con la ayuda de los niños y subo al templete. Allí están

todos, como unos ocho, todo lleno de mantas, cartones, bolsas... ¡Han subido hasta un colchón!

— Aquí no nos ve la policía. Y si nos ven, policía gordo patoso no sube, ja, ja, ja, ja, ja.

Es cierto, desde abajo no se ve absolutamente nada de lo que hay en el tejado del templete. Y si un poli intentase subir, no podría, necesita-ría una escalera.

— Aquí ya no nos tiran las mantas, ni la comida, ni nos echan del parque, ni nos despiertan con patadas, ni nada.

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emPaPado

Ha llovido durante todo el día, por la noche se despeja un poco y bajo al parque. Están en un banco, enseguida me doy cuenta de

que están colocadísimos de disolvente. Son seis, el más peque tiene 11 años. Observo que sus ropas están empapadas, por eso hoy están tan colocados de disolvente, para no sentir la humedad y el frío.

Escribo al grupo de whatsapp que tenemos con los vecinos: «los niños están empapados y colocadísimos, por favor, si hay ropa en las asociaciones traedles algo, por lo menos para que se pongan algo seco».

El más peque, el de 11 años, está fatal. Le toco las manos, están con-geladas. Le toco las zapatillas, están empapadas.

— ¿Cuánto llevas con estas zapatillas? Sus ojos están idos, se le cae un hilillo de baba. — Annás, escúchame. ¿Cuánto llevas con estas zapatillas? Mírame. El niño está ido, yo le sigo diciendo:—Tú mucho frío, no puedes dormir aquí hoy. Vente a mi casa,

ducha caliente, ropa nueva...— No, yo bien, yo no frío.Es impresionante, el niño está congelado, pero él no se da cuenta, son

los efectos del pegamento.— Annás, tienes que venir a casa, estás muy mal.— No. ¿Pero y ellos? Ellos mis hermanos mayores, no dejarles solos.Enseguida me doy cuenta de que la razón por la que no quiere venir

a mi casa es porque está dejando en la calle a sus «hermanos», como si él fuera un privilegiado, como si les estuviese traicionando. Así que observando esta forma de pensar le propongo:

— Mira, Annás, vamos a hacer una cosa: hoy en casa duermes tú, y mañana otro, y pasado otro... y así vais rotando. Todos un día dormís

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en casa y así nadie es un privilegiado. ¿Te parece? —miro al resto— ¿Os parece? Cada día uno a mi casa, por turnos. ¿Sí?

— Aaaahh, sí, sí, vale, vale.Annás accede y me lo llevo a casa. Escribo a Lourdes al whatsapp:— Lourdes, los niños están fatal, están empapados, si les tocas las

manos las tienen congeladas, pero no se dan cuenta del colocón que tie-nen con el pegamento. Ni si quiera se dan cuenta de que están mojados, que sus ropas están empapadas.

— Joder, es que se va a morir un día alguno. No puede ser, Julio, voy a llamar al contacto del Ayuntamiento, que manden una ambulan-cia y les atiendan.

Annás llega a casa. Nayara se queda impactada de ver a un niño tan pequeño y de repente toma el mando de la situación: le saca un pijama, le prepara la cama, me dice qué hacer de cena, recogemos todo... El niño se ducha y empieza a entrar en calor. Nayara busca ropa suya para dársela al niño y la de Annás la metemos en la lavadora. Está sucísima y huele fatal.

Después de la ducha caliente aparece en el salón con el pijama. Le queda un poco grande, está muy gracioso, pero por lo menos ya ha entrado en calor. Se sienta con nosotros en el sofá y en la mesa pequeña nos ponemos los tres a cenar.

Cojo el mando de la tele y pongo el boxeo. Nayara inmediatamente me lo quita y me dice:

— Déjale al niño que elija. Toma, Annás, ¿qué quieres ver?Annás comienza a cambiar de canal hasta que encuentra una peli,

Iron Man, y la deja. Salen efectos especiales, es un superhéroe, o algo así, que vuela... Yo me quedo sorprendido, está viendo Iron Man como un niño pequeño. ¡¡Es que es un niño pequeño!!

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Me quedo pensando: de verle en la calle con un cigarrillo en la boca, porros, diciendo palabrotas, vacilando... se me había olvidado que solo es un niño.la ambulaNcia

La ambulancia que ha llamado Lourdes se queda en las puertas del parque. No se atreven a entrar, así que el médico llama al contacto

de Lourdes en el Ayuntamiento:— Si son menores no podemos intervenir solos, tiene que venir la

policía.En realidad esto no es así, imaginaos que hay un niño con sobredosis

tirado en el suelo, ¿tiene que venir la policía y si no, no le atienden? En realidad, lo que pasa realmente es que los de la ambulancia se han cagado, están en las puertas del parque: oscuridad, graffitis, un lugar marginal, niños con pegamento... ¡Se han cagado! Así de claro. Y le dicen al Ayuntamiento que no entran si no van acompañados de la policía.

Al rato aparecen dos coches patrulla con las luces de las sirenas... Imaginaos el espectáculo en la puerta del parque, las luces de la ambu-lancia sumada a las de los coches patrulla. Lógicamente los niños salen corriendo.

Y acaban llamando a Lourdes:— Lourdes, aquí no hay niños.Si se hubiesen acercado dos médicos discretamente, los niños hubie-

sen accedido a hablar con ellos. Si yo hubiese estado, incluso se podría negociar entrar en el hospital, hacerse unas pruebas, que pasen la noche allí... no sé... se podría haber hecho algo. Pero aparecer con la policía, como si fuesen delincuentes, como si les fuesen a detener, a llevarles a comisaría... no tiene sentido.

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la visita

Hace nueve años estuve con María en El Salvador. No nos vemos desde entonces. He quedado con ella en la entrada del parque por

la noche. Y allí está, ha traído ropa y mantas.— Maríaaaa. ¿Qué tal? ¿Cómo estás? ¡Cuánto tiempo!— Julitoooo, ¡madre mía!, estás igual. Pues aquí estoy, que iba a

entrar en el parque, pero me he cagao. Digo: «no entro aquí yo sola ni de coña».

— Que no pasa na, ya verás. Si son muy majos.Entramos. Están al final del parque. María se queda impactada de

la escena:— Madre mía, Julio, esto no lo hemos visto ni en El Salvador.Los niños enseguida se ponen contentos con la ropa y las mantas.

Se prueban los pantalones, las chaquetas, se las reparten... Ninguno acapara más de la cuenta, se dicen: esto para ti que te vale, esto es muy grande, para él, esto muy pequeño, pues para Annás. Son solidarios entre ellos, se cuidan, se protegen, son una auténtica «piña». Son una familia. En ausencia de una familia adulta, han hecho una familia de niños, todos son «hermanos», se reparten todo: la comida, la ropa, las mantas, la casa de Julio...

— A ver, chicos, hoy va a hacer muchísimo frío. ¿Alguien quiere ir al centro a dormir? —les digo.

Los más peques levantan la mano.— ¿En qué centro estáis?— En el Isabel Clara Eugenia.— ¿Queréis ir allí?— Sí, pero no «segunda planta».— Ya... no te lo puedo garantizar, no depende de mí. Pero bueno,

por lo menos puedes dormir caliente hoy.

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Nos llevamos a tres para el centro.— Y ahora... ¿qué vas a hacer? —me pregunta María.— Todas las noches les preguntamos si alguno quiere dormir en

el centro y, si quieren, lo intentamos. Ahora estos tres son del Clara Eugenia, que es el centro de peques de primera acogida. Están allí dados de alta, pero como llevan unos días en la calle puede que les hayan dado de baja y ya no les dejen entrar. Entonces te dicen que lla-mes a la policía para que los registren en la comisaría en el registro de (Menor Extranjero No Acompañado), allí ponen huella y se les mete en un registro. Ese registro depende del Ministerio del Interior, por lo que se hace en la GRUME, Grupo de Menores de la Policía Nacional. Y una vez hecho todo este proceso les envían al centro.

Llegamos con los tres peques a la puerta del centro de Isabel Clara Eugenia. Llamo al telefonillo:

— Sí, dígame.— Hola, buenas noches. Mire, me he encontrado a tres niños que

son de este centro y querían pasar a dormir. Les hemos convencido para que no duerman en la calle y vengan aquí a dormir.

— Sí, ahora salgo.Sale el vigilante de seguridad. Llama al coordinador y este baja. Sin

abrir la verja del centro nos dice:— Buenas noches, ¿qué ocurre aquí?Y tengo que explicar lo mismo otra vez:— Mire, estos niños están durmiendo en el parque con el frío que

hace. Les hemos convencido para que vuelvan al centro y aquí les tenemos.

Les observa y dice:— No les conozco, que llamen a la policía.— ¿Que llame a la policía? ¿Quién? ¿Los niños?

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— Sí, esto no es mi competencia.— Un niño de 11 años es competencia de cualquier adulto. Los niños intervienen:— Sí, nosotros te conocemos, nosotros aquí ayer.— Que no, que no, que si quieren entrar que se vayan a comisaría

o donde les dé la gana.— ¿Pero qué respuesta es esa? Llame usted a la policía, ustedes son

sus tutores.— Que yo no llamo a nadie. Llame usted.— ¿Yo? ¿Por qué yo? Yo solo soy un vecino. Usted es educador,

coordinador, representante de su tutela, de su guarda...— Que yo no tengo que llamar a nadie. Esos niños no son de aquí

y punto.María está flipando. Me reúno con los niños:— A ver, chicos, dicen que si queréis entrar a dormir tiene que venir

la policía, llevaros a la GRUME y luego os traerían aquí. ¿Queréis?— Sí, yo hambre, frío, yo hoy dormir dentro.— ¿Vosotros también queréis? ¿Llamo a la policía?— Sí.Llamo al 112 (urgencias) les explico la situación: tres niños en desam-

paro. Me mandan dos coches patrullas de la Policía Municipal.Al rato llegan, se bajan del coche. Uno de los polis se acerca a mí:— ¿Estos niños están con usted?— Sí, son tres niños en desamparo, no les admitían en el centro.— Estamos hasta los cojones, todas las noches el mismo rollo,

haciendo de taxistas.Después de quejarse empieza el interrogatorio:— ¿Usted quién es?— Soy un vecino que me los he encontrado.

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— ¿Y quién tiene la tutela? ¡Es que esto no puede ser! ¿Ahora me los llevo yo a comisaría? ¿Qué hacemos?

— ¡Y a mí qué me cuenta! Usted tiene tres menores en situación de desamparo. ¡Usted sabrá lo que hace! Ustedes saben el protocolo, sois policías, tiene a su tutor aquí enfrente. ¿A mí qué me estáis contando?

— ¡No puede ser! Porque ahora... Le corto:— Yo me voy, haga usted lo que quiera. Adiós.Me despido de los niños y les digo: «Estoy aquí abajo observando, si

pasa algo venid y decidme».Una de las policías les dice a los niños:— A ver, quien quiera entrar al centro que venga con nosotros y el

que no, a tomar por culo de aquí.«¿A tomar por culo de aquí?» ¿Una policía ve a un niño de 11 años

intoxicado de disolvente, en la calle, muerto de frío y le dice «A tomar por culo de aquí»? Y no lo lleva ante su tutor legal. La policía está cometiendo tres delitos: dejación de funciones, abandono y omisión de socorro.

María está completamente flipando. Y yo no sé qué decirle más que:— Así todas las noches.

el colchóN

Por la mañana bajo al parque. Debajo del templete hay un colchón quemado y calcinado. Me acerco. Los niños me ven y aparecen por

allí:— Juliooo, policía quemarnos todo.— ¿Cómo que «quemarnos todo»?— Venir con escalera, subir templete, tirar todo y quemarlo todo:

ropa, manta, colchón...

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Me quedo mirando aquella estampa. La policía no solo no les lleva ante su tutor, sino que les quema el lugar donde viven.sustraccióN de meNores

Por la noche estamos con los niños cuando llegan dos policías nacio-nales. Se los llevan aparte, les ponen contra la pared, les regis-

tran, les interrogan. Estamos tres vecinos sentados en el banco desde donde observamos todo. Uno de los policías viene hacia nosotros y nos pregunta:

— ¿Qué hacen ustedes aquí con estos niños?— Soy educador social de la asociación «Hortaleza Crew» y bajamos

aquí todas las noches para ver si los niños están bien. Mire, ¿ve al pequeño? ¿Le ve con la bolsita de disolvente inhalando a escondidas? Está completamente empapado, tiene las manos congeladas, pero no se entera porque está colocadísimo por el pegamento. Por favor, son las 12 de la noche, llévenselo a su tutor legal, hoy tiene que dormir en un sitio caliente. Un día se va a morir un niño aquí.

— Yo no estoy para eso.— Pues si usted no está para llevarse al niño ante su tutor legal, por

lo menos llame a su tutor legal. Infórmele de que están aquí los niños que están bajo su responsabilidad para que ellos vengan y se los lleven.

— Le repito que yo no estoy para eso.— Bueno, pues si usted no está para llevarse al niño ante su tutor

legal, si usted no está para avisar a su tutor legal, por favor, lléveselo por lo menos a un hospital, nosotros no le podemos obligar, ustedes sí. A nosotros nos va a decir que no quiere ir, pero ustedes le pueden obligar.

— ¿No entiende? Que no, que yo no estoy para esas cosas.— Pues si usted no está para llevarse al niño ante su tutor legal,

usted no está para avisar a su tutor legal, usted no está para llevárselo

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al hospital, por favor... llame por lo menos a una ambulancia, si la lla-mamos nosotros los médicos no van a querer intervenir sin la policía y, ahora mismo, ustedes están aquí.

— Que no, que no, que yo no estoy para estas cosas.— Pues mire señor agente, si usted no se lleva al niño ante su tutor

legal, si usted no avisa a su tutor legal, si usted no se lo lleva a un hos-pital, si usted no llama a una ambulancia... yo al niño me lo voy a llevar a mi casa porque esta noche se va a morir de frío.

— Usted no puede hacer eso porque ese niño tiene un tutor legal. Usted estaría cometiendo un delito de sustracción de menores.tercera vez

Quedo con un periodista. Estos días están los medios de comunica-ción sacando las noticias de los niños del parque en todos lados.

Yo solo quedo con periodistas de medios alternativos o de barrio. El de hoy es uno muy majo de Radio Vallekas.

Entramos los dos en el parque y vemos a los niños con varios vecinos del grupo que bajamos a acompañarles. Les saludo a todos. Dos vecinas se llevan a uno de los niños a su casa a dormir. Está muy cansado y agotado. Las vecinas me dicen:

— Quiere dormir. Le han echado del centro del Clara Eugenia, del de peques. Dicen que es un mentiroso que no tiene 13 años y que se vaya al otro, al de Hortaleza. Hemos ido con él al de Hortaleza y no le dejan pasar. Dicen que se vaya a la policía y el policía dice que está dado de alta en el de Clara Eugenia... ¡Es de locos, Julio! No sé... nos llevamos al niño a casa a que duerma algo.

Miro al niño, tiene cara de agotado, de repente observo que le sobre-sale una especie de «huevo» de la cabeza en la parte trasera. Me acerco a mirarle la cabeza:

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— ¿Qué te ha pasado aquí?— Vigilante. Yo no quería irme de centro Clara Eugenia y él me ha

echado pegándome. Espalda también.Me enseña la espalda, la tiene amoratada.— Esperad, chicos, un momento, no os vayáis, voy a hacer una

llamada.Llamo a Lourdes:— Lourdes, perdona que te llame tan tarde. Tengo aquí a Ibrahim,

tiene un chichón y la espalda amoratada. Dice que ha sido el de segu-ridad del Clara Eugenia. Lourdes... ya le hemos llevado dos veces al hospital, tiene dos partes de lesiones, una denuncia de malos tratos admitida a trámite y ¡le siguen pegando! Es increíble...

— Julio, llévatelo por favor al hospital, esto no puede ser, es dema-siado ya, es demasiado.

Me dirijo a las vecinas y al chaval:— Ibrahim... ¿Quieres venir al hospital para tener el parte de

lesiones?— Yo hospital ya dos veces, siempre hospital y ellos pegar, no parar.Se le ve cansado, agotado, no quiere ir. A mí me da cosa insistirle. En

realidad, tiene razón. Los niños se desesperan con denuncias, con prue-bas... Da igual, les siguen pegando. Ibrahim no cree ya en los jueces, en la «justicia», en el mundo adulto.

— Ibrahim... si vas tendríamos ya tres partes de lesiones, es muy grave.

Ibrahim me mira cansado, como diciéndome «no va a servir de nada». Yo insisto:

— Mira, si te vienes nos vamos luego a tomar una hamburguesa y te vienes a casa a dormir.

Me mira dudando hasta que me dice:

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— Venga, vale.Nos vamos en el coche de las vecinas, que nos llevan a urgencias del

hospital infantil. Entramos como a las 11 de la noche, damos los datos, nos meten en la sala de espera, compramos las hamburgesas y nos las comemos allí en el hospital. Después de cenar, Ibrahim está tan cansado que se queda dormido en las sillas de la sala de espera. Las vecinas se van. A la una de la noche o así le llaman a pasar consulta.

La doctora mira su expediente:— Pero este niño... es la tercera vez en dos semanas que viene aquí.

No me lo puedo creer. ¿Otra vez el centro? Es increíble.desaParicióN

Un día, como por arte de magia, los niños desaparecieron. Yo pasaba todas las noches por el parque, pero nada, estaba vacío, ya no se

oían las voces, el jaleo, los gritos, los «Juliooo» al llegar. El parque se había quedado desierto.

Nadie sabía nada. «¿Dónde estarán los niños?». Todos nos hacíamos la misma pregunta. Lourdes, desde la Fundación, llamaba a todos sus contactos, nadie sabía nada. ¿Cómo pueden desaparecer unos niños y que nadie sepa nada?

Hasta que a los cuatro días de su desaparición Lourdes dijo:— Ya los tengo localizados. Están en Rivas Vaciamadrid. Los acoge

una asociación que se llama Mundo Nuevo. Los niños están bien. Ha habido tanto bombo mediático que el que lleva esta asociación se dijo: «Voy a probar a ver si se quieren venir a mi piso», se bajó una furgo-neta, y les comentó a los niños si querían irse al piso que tiene en Rivas. Los chicos lo hablaron entre ellos, lo pensaron y dijeron que sí. Se mon-taron y se fueron para allá. ¡Así de fácil! Tiene a siete. Dice que están bien. No están consumiendo disolvente.

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Y así era. Pudimos verles a los días y ¡era increíble! Los niños ya no estaban sucios, ni colocados. Se les veía tranquilos, arreglados. ¡Eran como otros niños!

Estábamos completamente sorprendidos. Este hombre, Jaime, era una persona muy cercana, tenía un piso y una asociación. Estaba él solo, se había hecho con siete niños de la calle, con problemas de consumo, muy deteriorados. ¡Era increíble!

La idea había funcionado porque Jaime se había llevado a los siete juntos. Este grupo de niños son una familia y la Comunidad de Madrid, a los que no estaban ni en Hortaleza ni en el Clara Eugenia, les había mandado a centros diferentes. Los mandaban a pisos lejos de Madrid capital y los chiquillos acababan volviendo al parque a ver a sus «her-manos». No había forma de separarles. Eran una piña. Y Jaime se los había llevado a todos en grupo (en familia) y ese era el principal motivo por el cual había funcionado la idea.

En casa no había un «Reglamento de Régimen Interno» con nor-mas estrictas. Estaba aplicando el método que yo uso cuando los chicos vienen a casa: «de menos a más». ¡Era así de sencillo! Los críos allí se sentían seguros, cómodos, sin presiones, sin gritos, sin tensión. No había vigilantes de seguridad, no había amenazas de «mañana te man-damos a Ceuta», no había «nido», ni «segunda planta», ni aislamiento, ni contenciones...

Pronto comienzan a desengancharse del disolvente. En realidad lo estaban consumiendo para aguantar el frío, el hambre, la humedad.

Jaime les consigue una escuela para que sean escolarizados después de Navidad. Habla con los chicos y los chicos acceden a la idea del colegio y los estudios. Tenemos que tener en cuenta que estos niños no habían sido escolarizados en ningún momento. Es curioso porque si es una madre biológica la que no escolariza a los niños se la multa, se

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presenta la policía en el domicilio familiar, se la amenaza con retirarle la tutela, etc. Pero si es la propia Institución, no pasa absolutamente nada.

Un día, Jaime se pasa por la Fundación con dos de ellos. Al verles nos quedamos completamente impactados. De verles en la calle, consu-miendo, sucios, delgados, con hongos en la piel, atontados por el disol-vente... a verles limpios, más gorditos, sonrientes, con ropas nuevas, alegres, simpáticos. ¡Era una maravilla!deJar eN evideNcia

Todos estábamos contentos con esta solución. Yo pude descansar. Por fin podía tener un respiro. El parque durante los últimos

meses me había absorbido, no tenía vida y por fin respiraba un poco.Los niños estaban contentos, los vecinos del barrio que sufrían vién-

dolos en la calle estaban contentos, los vecinos que odiaban a los niños estaban contentos, la Fundación estaba contenta, yo estaba contento. Todos pudimos respirar y estar tranquilos sabiendo que por fin los niños estaban bien.

Sin embargo, la Administración no lo veía así. Jaime se había llevado a los niños al hogar de la asociación con el consentimiento verbal de Alberto San Juan Llorente, director del Instituto de la Familia y el Menor. Era una solución excepcional, pero ahora había que legalizar esa situación. Y aquí comienza el problema.

El Ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid, gobernado por la coalición Somos Rivas (Equo e Izquierda Unida) comienza a quejarse: «Estos niños están tutelados por la Comunidad de Madrid y es esta la que tiene que hacerse responsable y no dejar su responsabilidad en manos de ONG de la caridad».

El Ayuntamiento de Madrid, gobernado por Ahora Madrid, que acude a varias reuniones, respalda esta teoría: «Es la Comunidad de Madrid y no Mundo Nuevo quien debe hacerse responsable».

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Y la propia Comunidad de Madrid, gobernada por el PP dice lo mismo: «¿Qué es eso de que una ONG sin licencia se lleve a los niños?».

Y toda la Administración: Rivas, Madrid Ayuntamiento, Madrid Comunidad, PP, IU, Equo... coinciden en algo:

— Si Mundo Nuevo quiere hacerse cargo de los niños, que sea eva-luado y se dé «de alta» como centro de menores.

Así que Rivas manda unas inspectoras para evaluar el «recurso» (la casa donde viven los niños).

La primera pregunta de las inspectoras es:— ¿Por qué hay tres niños durmiendo en la misma habitación?A lo que Jaime responde:— Porque lo han pedido así, son una piña, eso les da seguridad. No

quieren ser separados, han creado un vínculo muy fuerte en la calle. Son una pequeña familia.

— Los niños tienen que tener una habitación para ellos solos para que puedan estudiar mejor.

Y el interrogatorio continúa:— ¿Por qué no hay un «Reglamento de Régimen Interno», unas

normas, unos límites claros...? ¿Por qué en la entrada no está el tablón de «derechos y deberes de los menores»? ¿Por qué...? ¿Por qué...? ¿Por qué...?

El piso de Mundo Nuevo es evaluado muy negativamente. Además, Jaime no puede acceder a las ayudas económicas que dan a los cen-tros de menores aunque cambiase su pedagogía, pusiese ese cartel de «derechos y deberes»... pues necesita unos recursos económicos previos que Mundo Nuevo no tiene. A las ayudas de centros de menores solo tienen acceso grandes entidades con capacidad financiera. La asociación Mundo Nuevo es tan pequeña como que solo son un piso y Jaime.

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Así, la Administración pide la inmediata devolución de los niños a su tutor legal (la Comunidad de Madrid). Si Jaime no devuelve a los niños, será acusado de sustracción de menores.a la calle

Jaime no sabe cómo decírselo a los niños. Está destrozado. Lleva un mes con ellos, han mejorado, están bien, van a ser escolarizados... y

tiene que decirles que se tienen que ir de casa. Que se tienen que ir a sus antiguos centros de menores. Jaime está destrozado. ¿Cómo se lo dice? ¿Cómo se lo explica?

Consigue decírselo: «Me obligan a devolveros a vuestros centros de menores, no me dejan teneros por más tiempo».

Los niños no entienden nada: «Ahora que no consumimos, ahora que nos portamos bien, ahora que íbamos a ir al colegio... ¿No quería la sociedad adulta esto de nosotros? ¿Entonces?».

Los niños dicen que no van a volver a los centros donde estaban antes, que prefieren la calle. Por mucho que insiste Jaime para que entren en sus centros, no lo consigue. Los intenta dejar en la puerta de sus centros, pero ni entran. Se escapan antes de llamar a la puerta.

Y así los niños vuelven a la calle, al disolvente, al frío, al hambre... al parque.

Cuando los niños viven en casa de Jaime se arma un revuelo impresio-nante. ¡Todos están superpreocupados! El Ayuntamiento de Rivas, el de Madrid, la Comunidad Autónoma, inspección, amenazas... Cuando los niños vuelven al parque, nadie de la Administración va a por ellos, nadie dice nada, nadie se preocupa, solo hay un silencio institucional.

A las semanas de estar en el parque veo a Annás, el mismo niño que estaba en casa de Jaime limpio, más gordito, sobrio, bien vestido... Ahora está colocado, sucio, más delgado... Da pena verle.

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NochebueNa

La Nochebuena se celebra siempre en casa de mi madre, en el barrio. Mis tíos, mis padres, Nayara y Nubia (una amiga) cenamos todos

juntos en Navidades.Aquella noche, después de cenar, mi madre prepara en táperes todo

lo que no nos hemos comido. ¡Es un montón! Hace bocadillos, prepara bebidas... y Nayara, Nubia y yo se lo bajamos a los niños del parque.

Llegamos a la una de la noche al parque y nos encontramos con la puerta del parque cerrada con candados y cadenas. El Ayuntamiento de Madrid (Ahora Madrid) encierra literalmente a los niños en el par-que. Es su política: todas las noches, a las 12 y media, cerrar el parque.

Y si les da una sobredosis, ¿cómo entra la ambulancia? Y cuando, como hoy, les llevamos comida, ¿cómo pasamos? Y los vecinos que les bajan mantas, ¿cómo les encuentran? Incluso desde la perspectiva legal: si la policía quiere llevárselos a su tutor legal, ¿cómo pasa a por ellos?

Que el Ayuntamiento de Madrid ponga estos candados y cadenas para encerrar a los niños en el parque es el ejemplo más evidente de que la Institución no quiere ver el problema, sino ocultarlo. «Si no se ve, no existe».

Los niños nos ven desde arriba del templete:— ¡Julioooo!Bajan todos, se dirigen a la puerta donde estamos nosotros sin poder

entrar al parque. Empiezan a llegar niños muy pequeños, 11 y 12 años. Nubia está flipando. Uno salta la valla, le damos las bolsas de comida y vuelve a saltar dentro. Reparte los bocatas entre los peques. Es increí-ble, siempre hacen repartos justos y empiezan por los más pequeños.

— Chicos, hoy hace muchísimo frío. ¿Quién se viene a dormir a casa?

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Todos los chicos ya han pasado alguna noche en mi casa. Empiezan a hablar entre ellos, y deciden que venga Reda, «el nuevo». Entre empu-jones cariñosos sacan a Reda del fondo del grupo. Le da vergüenza y está tímido. Hablan en dariya con él, le explican y le animan a que venga a casa a dormir. Salta por fin la valla al otro lado con nosotros, tímidamente se presenta, no habla casi nada de español.

Fijaos en la solidaridad de los niños: como todos han dormido alguna noche en mi casa, pero el nuevo (Reda) no, todos deciden que vaya él porque está asustado, porque es nuevo, acaba de llegar, en Madrid hace más frío que en Marruecos y no está acostumbrado.

Nubia está tan impactada que cuando llega a casa se pone a cocinarle la cena a Reda, le trata con un cariño increíble.

Reda se ducha, se cambia de ropa, yo le lavo la antigua, le preparo la cama. Para mí fue un día más o menos normal, pero para Reda fue un acontecimiento muy especial. Meses después, cuando le veía en el parque, siempre me recordaba:

— Yo dormí en tu casa, primer día en Madrid yo en tu casa.Y todas las veces que nos vimos siempre me lo recordó.

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eNero

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uNo de eNero

A primera hora me entero de la noticia. Es la primera noticia del año. A Estefanía, una chica del barrio que conozco desde hace mucho, a la cual hemos apoyado en varias ocasiones, su novio

la ha tirado por el balcón desde un cuarto piso.Ha muerto.Siempre pensé que a la que asesinarían sería a Laura. Si hubiese sido

Laura, en cierta manera me lo hubiese esperado Pero, ¿Estefanía? Estoy completamente desconcertado, descolocado. Ni siquiera sabía que su novio la pegaba.

Ojalá me hubiese llamado o escrito. Ojalá hubiese podido ir a bus-carla. Ojalá pudiese haber escrito este capítulo como escribí el de Laura, al principio de este libro.la NegacióN

El periodista Cake Minuesa, a través de OK Diario, entrevista a Marta Higueras, Primera Teniente de Alcalde del Ayuntamiento

de Madrid, y a la pregunta de si existen maltratos en los centros de menores de la Comunidad de Madrid, Marta Higeras responde que no, lo niega.

Todos nos quedamos a cuadros porque hace un mes estábamos en el hospital con dos educadoras del Ayuntamiento de Madrid y una de ellas traducía del dariya de los niños al castellano del doctor cómo se habían producido las lesiones que traían los chiquillos: «paliza, aisla-miento, esposarles, contenciones...».

Y no solo eso, sino que Lourdes les dijo a las educadoras del Ayuntamiento: «Avisad a vuestros superiores». Y ellas avisaron: «Estamos en el hospital con tres niños porque les han dado una paliza en el centro de menores».

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Y no solo eso, Lourdes llamó aquella noche a ¡Marta Higueras! y se lo comunicó.

Y no solo eso, aquel día Marta Higueras nos estuvo esperando en los juzgados para pedir una «cautelar» y que los niños fuesen enviados a otro centro.

Era imposible ser más testigo de los malos tratos de lo que había sido el Ayuntamiento de Madrid.

Pero una cosa es querer colaborar con nosotros y otra muy distinta enfrentarse a medios de comunicación, a la Comunidad de Madrid, a la Fiscalía de menores, a los centros, a los sindicatos que protegen a los vigilantes de seguridad y «educadores»...

Demasiada presión para defender solo a unos cuantos niños «de mierda».«voy a cambiar, cariño»

«Voy a cambiar, cariño», le dice el maltratador a su víctima, y la víctima ¡le quiere creer! Y le cree, y acaba volviendo con él.

«Voy a cambiar cariño», le decía Manu a Laura, y Laura ¡le quería creer! Y le creía y acababa volviendo con él.

«Voy a cambiar, cariño» nos decía el Ayuntamiento, «voy a cambiar, cariño» nos decía la Institución, «ahora soy otro», «todo será diferente», «empecemos de nuevo», y nosotros ¡queríamos creer!

Un maltratador pega a su víctima, es cruel con ella, y luego da una imagen ante la sociedad de persona enrollada, maja, con muchas cua-lidades, con muchas habilidades... Nadie sospecha que es un maltrata-dor, es algo que lo lleva en su privacidad. Las palizas, los abusos, los desprecios, los insultos... no salen de la esfera privada de la pareja.

La Institución hace lo mismo.El Ayuntamiento, al principio, con la llegada de Ahora Madrid y

el cambio de gobierno, nos dio todo su apoyo: «voy a cambiar, cariño».

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Pero no fue así. El Ayuntamiento fue consciente de los malos tratos en los centros de menores, no denunció, los negó en público y cuando los niños estaban en un hogar, por fin (Rivas), les obligó a abando-narlo. Y ante las cámaras, ante los votantes seguían no solo sonriendo, sino sacando nuevas estrategias (debido a la presión que nosotros ejercíamos):

— Vamos a poner ocho mediadores de calle con acceso a los cen-tros de menores: cuatro para el Clara Eugenia y cuatro para Hortaleza. Serán marroquíes para que hablen el idioma de los niños, mediarán para que los niños no duerman en la calle y vuelvan con su tutor. Tendrán acceso a los centros de menores de la Comunidad, así verán lo que está pasando y denunciarán si hay malos tratos, por lo que los malos tratos cesarán y los niños volverán a sus centros.

Esta nueva estrategia anunció el Ayuntamiento, pero en mi interior yo solo escuchaba eso de «voy a cambiar, cariño», «no volverá a pasar», «ahora soy diferente».ceNa coN esPectáculo

Siempre me llaman antes de bajar al parque:— Julio, ¿estás en el parque? Acabamos de hacer bocadillos y

tenemos Cola Cao caliente para los niños.Al rato aparece Diana, su hermano David, sus padres, el novio...

vienen con un carrito de la compra cargado de comida.Los niños se levantan, saludan, agradecen. La madre saca un termo

y vasos de plástico y comienza a servir. Es de noche y hace un frío tre-mendo. El humo del vaho del calor sale del termo cuando lo abre.

Yo miro a Diana. A veces todavía no me creo que tenga ya 25 años. Comenzó a venir a actividades con nosotros en una asociación del barrio cuando tenía 12 o 13.

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De recordarla de pequeña: rebelde, inquieta, tremenda... a verla ahora siendo solidaria con estos niños. Es algo que me impacta mucho. Me emociona profundamente.

Y es que Diana y su familia están viviendo lo que pasa en el parque de manera especial. Viven justo enfrente, en el piso más alto de un edifi-cio de cinco plantas. Tienen unas vistas privilegiadas. Desde su casa ven el parque y el interior del centro de Hortaleza. Siempre me informan de lo que está pasando: «Julio ha entrado una ambulancia», «hay tres coches patrulla», «se llevan a alguien detenido»...

David, su hermano, me dice:— Todas las noches tenemos cena con espectáculo. Si no es la poli-

cía, es una pelea, si no una ambulancia, si no chillidos que se oyen desde el centro de Hortaleza... ¿Qué les harán ahí dentro? A veces hasta se oyen gritos de socorro. Yo creo que les pegan muchísimo.aNouar

Anouar, de 14 años, es reducido violentamente por el vigilante de seguridad. Le retuerce el brazo hasta que se lo parte. Anouar

grita de dolor. Los niños que lo están viendo arden de rabia y comien-zan a gritar al vigilante:

— ¡Suéltalo! ¡Le vas a matar! ¡Asqueroso!Las educadoras rápidamente llaman a la policía. Se forma una espe-

cie de motín. Diana escucha los gritos desde su ventana y me llama:— ¡Julio!, algo gordo está pasando en el centro de Hortaleza, se

oyen gritos, jaleo, ha entrado la policía a saco, hay mucha gente, hay una niña gritando: «¡Soltadle, le vais a matar!»

A Anouar se lo llevan detenido. No a un hospital a que le curen, sino al calabozo de la GRUME. Y allí la policía interpone una denuncia contra el chico por «resistencia a la autoridad».

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Anouar tiene que dormir en los suelos del calabazo, pero el dolor del brazo es insoportable. Pide ayuda. Los polis empiezan a pensar que efec-tivamente tiene el brazo roto, así que deciden llamar a una ambulancia.

Le llevan al hospital y allí le escayolan. Después vuelta al calabozo, donde le dejan durmiendo en el suelo con el brazo roto y escayolado.

Por la tarde del día siguiente, Anouar lleva casi 24 horas retenido en la GRUME, en una celda. Después de ese tiempo, la policía le devuelve al centro y le da el parte de lesiones a los educadores.

— Quiero ese parte de lesiones —le dice Anouar al educador.— No. Este parte de lesiones lo tenemos que guardar nosotros.En ese momento, que ya la policía se ha ido, Anouar se escapa del

centro y va directamente a mi casa. Llama al telefonillo, le abro y sube. Me cuenta todo lo que ha pasado, me dice que no tiene el parte de

lesiones, pero con una sonrisa picaresca se saca una hoja de un bolsillo:— Pero esta cosa de la ambulancia sí la tengo.Anouar, vivo y espabilado, ¡ha conseguido esconder el parte de

lesiones que le hizo la ambulancia!Llamo a Lourdes:— Anouar está aquí, en mi casa. Tiene el brazo escayolado.— Hazle fotos y tómale declaración. Escribe todo lo ocurrido para

preparárselo al abogado.— ¿Y después? Dice que tiene que volver al centro. ¿Cómo lo llevo

yo otra vez al centro después de lo que ha pasado? Es como devolvér-selo al maltratador. ¿No podemos pedir una cautelar en los juzgados para que no vuelva al mismo centro?

— Julio, es viernes por la noche, ni de coña van a emitir una caute-lar. Los juzgados nos está negando todas las cautelares.

Cuando acabo de tomarle declaración, de anotar todo lo sucedido y hacerle fotos al brazo le pregunto:

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— ¿Tú ahora quieres volver al centro?— Sí. Si no vuelvo me dan de baja y no me dejan pasar.— Bueno... de todas formas tú sabes que cualquier cosa que pase te

puedes quedar aquí.— No. Mejor intento volver al centro, si no otra vez me dan de baja

y otra vez policía, comisaría...Acompaño a Anouar al centro para la «entrega». Al llegar a la

puerta del centro me los encuentro. Allí están los nuevos mediadores (marroquíes) del Ayuntamiento.14

Me cabreo bastante y al llegar a ellos les digo:— Buenas, ¿qué tal?— Hola, Julio, bien.— Bueno... ¿habéis visto a este chaval? —y señalo a Anoaur esca-

yolado del brazo—. ¿Vais a denunciar? ¿Vais a hacer algo? Es que esto no puede ser, lo que acordó el Ayuntamiento fue contrataros y que tuvieseis acceso a los centros para que denunciaseis estas cosas. Yo no lo entiendo. ¿Vais a poner denuncia? ¿Vais a decir algo?

— No, no, pero Anouar no te ha contado. Él ayer muy agresivo.— Claro, muy agresivo y para eso está la pedagogía, la psicología:

para mediar. ¿O la única pedagogía que saben es dar de hostias? — Pero no puede ser, aquí hay normas que ellos no quieren respetar.— Pero que no se trata de eso, hay muchas formas de gestionar las

normas. A vosotros se os ha contratado para denunciar lo que está pasando en los centros, evitar así los malos tratos y que los niños vuel-van a los centros a dormir y no pasen las noches en la calle. Pero digo yo que tendréis que denunciar.

— Sí, nosotros estamos poniendo muchas incidencias.

14. Los mediadores nuevos son del Ayuntamiento de Madrid (Ahora Madrid). Los centros de menores son de la Comunidad de Madrid (Partido Popular).

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— ¿Muchas incidencias a quién?— Al Ayuntamiento. — Pero es que no se trata de poner «incidencias» internas al

Ayuntamiento o a Cruz Roja15, se trata de que vayáis a los juzgados e interpongáis una denuncia por lo que estáis viendo, por la vía penal. Porque os recuerdo que si veis un delito y no lo denunciáis estáis come-tiendo otro delito de complicidad.

En este punto se asustan. Porque además Lourdes también se lo ha dicho, y Lourdes, presidenta de una Fundación de derechos humanos que ha denunciado y llevado a juicio a vigilantes de seguridad, acojona mucho más que yo. «Si ves un delito y no lo denuncias estás cometiendo otro delito de complicidad», estas palabras les acojonan (por lo menos un poco).

— Pero yo no puedo hacer eso, yo informo al Ayuntamiento y el Ayuntamiento debe denunciar. Yo, Julio, te aseguro que esta-mos poniendo un montón de quejas, de incidencias... Tenemos al Ayuntamiento informado de todo, de absolutamente todo. De verdad. Y de esto vamos a informar... Ahora bien... si el Ayuntamiento no hace nada, ¿qué puedo hacer yo?

— Pero si estáis poniendo incidencias es que estáis viendo cosas.— Sí, es una barbaridad lo que pasa en estos centros, el otro día a

un chiquillo le hicieron...Así, el nuevo mediador del Ayuntamiento me reconoce lo que está

pasando en los centros: malos tratos, palizas, asilamiento... e insiste una y otra vez en que ellos informan de todo a la Administración.

15. El Ayuntamiento no puede contratar educadores directamente, tiene que firmar un convenio con una entidad, en este caso Cruz Roja y ella contrata a los educadores. Los mediadores en realidad son de Cruz Roja pero trabajan para el Ayuntamiento.

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la JuNta del distrito (el ayuNtamieNto)

Los movimientos vecinales nos reunimos con la Junta del Distrito (el Ayuntamiento). No es una reunión como a la que me llevó

Lourdes con los «peces gordos». Esta reunión es con vocales de la Junta del Distrito, es decir, de nuestro barrio. Somos seis personas (todos y todas del barrio) reunidas en una sala enorme, delante de una mesa de madera maciza impresionante. Yo quiero saber si es cierto que los mediadores les están informando de los malos tratos y las palizas (como me ha asegurado el mediador). Y la respuesta es clara:

— No, Julio, los mediadores nos están diciendo que todo está bien en los centros. Que los niños ya no duermen en el parque.

— Mira —me saco el móvil y comienzo a enseñarles fotos—, esta es del viernes.

En la foto salen siete niños durmiendo encima de un colchón, meti-dos entre mantas, trapos y cartones.

— Esta es también de la semana pasada. La Policía Nacional.Enseño fotos de moratones, heridas, lesiones, brechas....— La Policía Municipal —voy pasando las fotos—, el Centro Isabel

Clara Eugenia, el centro de Hortaleza... Paso fotos y más fotos... niños escayolados, ojos morados, chichones...— Ya, Julio, pero si los mediadores nos dicen que todo va bien,

¿nosotros qué hacemos? Y además, eso que nos enseñas solo son fotos. A lo mejor puede que se lo hayan hecho entre ellos. Ya sabes que son niños muy violentos.

— Vamos a hacer una cosa. Voy a llamar al mediador y pongo el manos libres.

Llamo al mediador que me decía que informaba al Ayuntamiento:— Hola, ¿qué tal? Soy Julio, ¿cómo va todo?— Aaah, Julio, muy bien.

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— Oye, mira... ¿te acuerdas de lo que hablamos el otro día de las incidencias? Que nos decíais que poníais muchas.

— Sí, sí.— Mira, es que estoy aquí reunido con la gente del Ayuntamiento

y me dicen que no saben absolutamente nada de lo que está sucediendo en los centros. ¿Te importa si pongo el «manos libres»?

El mediador se queda supercortado:— Sí... bueno... Pongo el «manos libres».— Bueno, cuéntanos. ¿Te acuerdas que me decíais que ponías inci-

dencias e informabais al Ayuntamiento porque a los chicos les pegan y les aíslan en los centros?

— Bueno... yo, yo informo de lo que pasa.— ¿Pero lo que pasa es bueno o malo? ¿Pasa algo en esos centros?— No sé, yo... —se empieza a poner nervioso.— ¿No pasa nada en los centros de menores? ¿Todo va bien?— Sí... yo informo... yo hago mi trabajo... — ¿Pero les pegan o no les pegan?— Yo, es que...— ¿Te acuerdas de Anouar? Estaba escayolado ¿Nos puedes contar

por qué estaba escayolado?— No sé, yo no vi nada, yo no estaba presente.La gente ya se está riendo. Me doy cuenta de que ya es suficiente.

El mediador se ha puesto en evidencia delante del Ayuntamiento, ha dejado claro que él y los mediadores no están informando de nada a nadie.

Al terminar la conversación, uno de los vocales de Ahora Madrid (el Ayuntamiento) me dice:

— ¿Ves, Julio? ¿Cómo vamos a saber nada si no nos informan?

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— Ya, pero sois vosotros los que habéis contratado a esta gente. Habéis contratado a educadores que vienen de trabajar de otros cen-tros de menores, habéis puesto al zorro a vigilar el gallinero.

— Ya, pero...— La labor de esta gente era meterse dentro del centro y denunciar

al centro. Así el centro se ve presionado, cesan los malos tratos y los niños vuelven al centro. Era así de sencillo. Pero si contratáis a gente que no hace nada...

— Ya, pero eso es lo que dices tú, que les pegan, pero nosotros ¿qué podemos hacer? Es tu palabra contra la de ellos, no hay pruebas, no hay nada.

— ¿Queréis más pruebas de las que os he enseñado? Contratadme a mí, dadme acceso a los centros, ya veréis cómo os saco pruebas en dos días, meto hasta una cámara de vídeo. Tenéis que contratar a alguien que sepáis que va a sacar pruebas. ¿Cómo es posible que yo tenga todas estas fotos y los mediadores no? ¿Cómo es posible que yo me lleve a los niños al hospital y ellos no?

— Claro, pero es que lo que dicen los mediadores es que no se pue-den llevar al niño al hospital, es un menor tutelado, no pueden meterle en un coche y llevárselo. Ellos lo único que pueden hacer es llamar a la ambulancia.

— ¡Claro! Y si viene la ambulancia, viene la policía y los niños se piran.

— ¿Entonces qué quieres que hagan los mediadores? Meter a un niño tutelado en tu coche y llevártelo es ilegal.

— No es ilegal, es el derecho y el deber de socorro. E incluso si fuese ilegal hay mil fórmulas para hacerlo por otras vías. Incluso que nos informen a nosotros y nosotros nos los llevamos al hospital. Ya sabe-mos todos que estamos ante un sistema muy bien atado, un «sistema

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de desprotección organizado», pero hay fórmulas, vacíos, huecos por donde meternos. Lo que pasa es que ellos no quieren, los mediadores ya son una prolongación del centro. Quieren su estabilidad en su puesto de trabajo. Y os lo dije desde el principio: «No va a funcionar», «si no nos fiamos de los educadores de la Comunidad de Madrid, ¿por qué sí vamos a hacerlo con los del Ayuntamiento?»

— Ya, Julio, pero lo que vosotros no reconocéis es que son menores muy complicados.

— No son menores, son chavales. Y son complicados con ellos, no con nosotros. Aunque fuesen suuuuuuupercomplicados, ¿cuántos recursos necesitáis para controlar a un niño de 11 años? El niño sale a la Comunidad de Madrid mensualmente, ¡ojo, mensualmente!, por 3 810,30 € por plaza, ¡no por niño! Si el niño está fugado el centro de menores sigue cobrando. Tenéis ocho mediadores trabajando las veinti-cuatro horas del día, un CAD (Centro de Ayuda al Drogodependiente) con educadores de medio abierto, un convenio con Cruz Roja, la Policía Municipal, la Nacional, los agentes tutores... y ¿nos vais a decir que con todos esos recursos y medios no podéis controlar a un niño de 11 años?

— Pero es la problemática especial de estos niños, si no quieren dormir en el centro no les podemos obligar.

— Mira, estos niños me llaman todas las noches al telefonillo por-que quieren dormir caliente. He tenido que poner en el telefonillo de mi casa una pegatina con mi nombre para que no despierten a los veci-nos por la noche, porque a veces se confunden de botón. ¿Por qué a mi casa sí quieren venir y al centro no? ¿Por qué el centro necesita un vigilante de seguridad y yo no? No, no, no, esa teoría no me sirve. Los niños conmigo se portan bien y te aseguro que están deseando dormir en una cama.

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El diálogo con el Ayuntamiento es imposible, es la pura Institución, la burocracia, la rigidez.

Se niegan a denunciar en los juzgados. «No tienen pruebas», dicen. Mis fotos y los partes de lesiones muestran heridas que se las pueden haber hecho entre ellos. Tampoco se deciden a denunciar públicamente el protocolo (que un MENA tenga que ir antes a comisaría que al cen-tro), ni a quejarse porque los educadores de la Comunidad de Madrid no puedan salir a por sus niños al parque, ni que hagan educación de calle. También se niegan a denunciar el «nido», pero no a denunciarlo ya en los juzgados, sino a denunciarlo públicamente, a hacer un simple comunicado de desacuerdo.

Su postura es clara: «Nosotros no sabemos nada». Lo único que nos dicen que pueden hacer es:

• Cerrar con candados y cadenas el parque por las noches.• Dejar los setos muy, pero que muy bien podados para que los niños

no se metan a dormir entre los arbustos.• Reformar el templete para que los niños no puedan subirse a dor-

mir allí.No puedo más que decir:— ¿Pero de verdad creéis que un niño que ha saltado la valla de

Melilla no va a saltar la valla del parque? ¿De verdad creéis que un niño que ha encontrado un hueco en el motor de un camión para pasar el estrecho no va a encontrar un hueco en el parque para dormir? Si impedís que duerman en el templete se subirán al muro que está más alto todavía y es más peligroso. Entrar en esa dinámica es reproducir la película de Tom y Jerry, donde el gato sois vosotros, el Ayuntamiento, los mediadores, la policía... y los ratones son ellos, los niños de la calle. Y en esa película siempre, pero siempre, ganaba el ratón. Es una guerra que no podéis ganar.

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Paracetamol

Los chicos llaman al telefonillo. Es de noche. Bajo. Anouar está tumbado en el banco que hay enfrente del portal. Los chavales me

dicen que está muy mal. Me acerco a él:— Anouar, ¿cómo estás? ¿Qué te pasa?— No sé, duele mucho la cabeza.Le toco la frente. Tiene fiebre.— ¿No vas al centro?— No... me dicen que me devuelven a Melilla si vuelvo. Yo no

quiero volver a Melilla.— Ya... y ¿dónde estás durmiendo?— En la calle, en el parque.— ¿Quieres que te baje una pastilla para el dolor de cabeza?— Sí.Subo a casa y cojo una pastilla de paracetamol y un vaso de agua. Se

lo bajo. Anouar se incorpora un poco para tomársela. Está muy mal.Justo en ese momento pasa un vecino al portal y ve el percal: los

niños de la calle sentados en unas escalerillas, Anouar tendido en el banco, yo ahí sentado con él dándole el vaso de agua...

— Hola, Julio, ¿todo bien?— Sí, todo bien, no te preocupes. Gracias.Al momento viene Nayara del trabajo:— ¿Qué le pasa?— Mira Nayara, este es Anouar. Anouar esta es Nayara —les

presento.Nayara se le queda mirando con una cara de lástima tremenda. Hoy por la noche va a llover y Anouar tiene todavía la escayola. Si

se queda en la calle se le mojará.— Anouar, ¿quieres que vayamos al hospital?

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— No, no, hospital no. Yo solo quiero dormir.Miro a Nayara y me dice sí con la cabeza.— ¿Quieres quedarte en casa hoy?— Sí.Me acerco a los otros niños:— Chicos, Anouar está mal. Se va a quedar en casa a dormir. Ahora

escribo a unos vecinos a ver si os pueden bajar mantas al parque.los ProfesioNales

— Julio, Nos haN Pillado robando en Zara, nos llevaron a la GRUME y mi madre me ha echado de casa. Estoy en la calle. Podría volver al centro de Hortaleza pero no, no, no. Me van a meter en el «nido», prefiero la calle.

Una educadora de Hortaleza está delante. Intento mediar para que «la Jenny» no duerma en la calle:

— Si entra ahora, ¿la metéis en el «nido»?— Sí, bueno... aquí hay unas normas, el problema es que ellos no

aceptan normas.— A todo esto... ¿Qué es el «nido»?— Pues mira, es un apartamento cinco estrellas —la Jenny se des-

cojona e interrumpe:— Pero ¿qué dices profe? Pero si es una mierda de sala donde nos

encierran.— Jenny, no digas eso, hay camas, baño...— Pero ¿les encerráis con llave y no pueden salir? —interrumpo.— Bueno... es que hay unas normas.— Salimos si nos escapamos. Yo no me quedo sola con los vigilantes

ni de coña. ¡Te pegan como quieras irte! Son unos bestias. — Eso no es verdad, Jenny...

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— ¿Te enseño mi brazo, profe? ¿Te enseño los moratones?— Bueno, pero es que os contienen porque si no os autolesionáis y

os hacéis daño a vosotros mismos. Los vigilantes son profesionales.— ¡Joder, profe, yo también puedo ser un profesional! Un día les

voy a dar yo de hostias a ellos y luego voy a decir «es que yo soy una profesional».borrar la direccióN

La Fundación lo consigue, lleva a tres vigilantes a juicio. Los medios de comunicación lo sacan a la luz:

«A juicio tres vigilantes de seguridad del centro de menores de Hortaleza»

«Juzgan a tres vigilantes de seguridad por presuntas lesiones a menores»

«Tres vigilantes de seguridad del centro de acogida Hortaleza irán a juicio»

A partir de aquí, dos personas extrañas comienzan a llamar al tele-fonillo de la vivienda de Lourdes, a preguntar por sus hijas, a seguirlas a la escuela...

— Julio, tienes que borrar la dirección de mi domicilio de todos los archivos, escrituras, informes... de la Fundación. Han logrado dar con ella, hay que eliminar esta dirección donde quiera que esté.el audio

Bajamos al parque por la noche los monis de boxeo: Lespe, Laura, Jesús, Jancarlos y yo. Al llegar allí, Yassir, de 14 años, viene

corriendo hacia nosotros, nos enseña su oreja, está roja e hinchada. Con gestos nos explica que le han cogido de la oreja y le han levantado hasta que sus pies colgaban en el aire. Está nervioso, muy nervioso, casi llorando. Nos señala quiénes han sido y les grita. Dos hombres que

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se estaban subiendo a un coche se quedan escuchando a Yassir, este les grita en árabe y hace gestos con las manos. De repente, sacan unas porras y salen corriendo hacia él.

En ese momento cojo el móvil y comienzo a grabar un audio, me lo meto en el bolsillo. El chico sale corriendo pues las dos personas van hacia él con claras intenciones de pegarle. Cuando los dos hombres llegan a nuestra altura veo que llevan la chapa de policía colgando del cuello. Son secretas (Policía Nacional Judicial).

El chico que ve que los polis se quedan con nosotros (los monis de boxeo), deja de correr y se queda a una distancia prudente, temeroso de que los polis vayan a por él a pegarle.

Yassir está muy delgado, consumido por el disolvente, sucio... Los agentes que se han quedado con nosotros nos dicen:

— A las 12 y media voy a cerrar esto y no quiero ver a nadie aquí. ¿Entendido?

— ¿Se va a llevar al chico a algún centro? —mi intención es grabar a la policía negándose a llevar al chico al centro.

— Llévatelo tú que eres el de la asociación esa. ¿Tú no eres educa-dor? Pues llévatelo tú.

Todo lo estoy grabando en audio. Acabo de grabar al policía negán-dose a llevarse a un menor en desamparo ante su tutor legal. Ya tengo la prueba. Así discutimos un poco. Pero yo insisto para que quede más constancia en el audio:

— Tiene ahí al menor. ¿Va a ir a por él? ¿Lo va a llevar a un centro?— No, no, no puedo correr. ¿Qué quieres que haga? No puedo

correr detrás de él.Lógicamente el chico está a una distancia prudente y si ve que la

policía va a por él saldrá corriendo.— Si yo hablo con él, ¿ustedes se lo llevan?

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— No, te lo llevas tú.En ese momento intento abrir la apertura del pantalón para que se

oiga. El policía se da cuenta:— Como me estés grabando te digo que te llevo detenido.— Es un delito eso —dice el otro policía.— Deja las cosas que lleves aquí, no toques nada.Me saco el móvil y ven que estoy grabando. Uno de los agentes, el

más grande, me lleva hacia el coche. El otro se queda con los monis de boxeo.

— Esto es un delito, ¡somos policía judicial! Tú no puedes grabar a un policía judicial, ¿no entiendes que estamos en proceso de investiga-ción y que no podemos ser identificados? Es que eres gilipollas.

Los policías saben que les he grabado negándose a llevarse a un menor en desamparo al sistema de protección, por lo que están muy nerviosos. Les he grabado cometiendo un delito: Omisión de socorro, artículo 195 del Código Penal. Pero yo también sé que me pueden sancionar con una multa de 600 a 30 000 € (dependiendo del uso que haga de la grabación) artículo 36.23 de la «Ley de seguridad ciudadana» (Ley Mordaza).

Lespe no me pierde de vista, está impotente, cabreado... El policía, mientras me lleva al coche, va levantando la voz cada vez más cabreado:

— Sois unos mierdas, ahora voy a perder el tiempo con vosotros que vais de héroes. ¿Así es cómo queréis que funcionemos? ¿Por las malas? Sácate todo lo que tengas en los bolsillos y lo pones aquí —señala el capó del coche.

Me saco todo lo que tengo y lo dejo donde me dice:— Pon las manos contra el coche.Me quedo con las manos en alto contra el coche. Los monis de boxeo,

con el otro policía, son registrados más atrás. Me miran, no me pierden de vista. Lespe está muy nervioso.

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Y cuando estoy con las manos contra el coche empieza el bombardeo. El policía empieza a decirme de todo. Yo guardo silencio. Pero es como si mi silencio, mi tranquilidad, le enfureciese más:

— ¡Yo estoy aquí por tu seguridad! Para protegerte de estos delin-cuentes, para proteger a la anciana que el otro día robaron y voso-tros defendiendo a estos moros de mierda. Parecéis gilipollas, ¿cómo se puede ser tan imbécil? Niñatos que estáis jugando a ser héroes. Tenemos que estar haciendo cosas más importantes que estar aquí per-diendo el tiempo con vosotros, asquerosos de mierda.

Yo no digo nada, solo guardo silencio. Me convierto en un témpano de hielo. El policía parece querer provocarme para que salte, conteste o me ponga violento, así poder tener una excusa, un motivo, algo, porque en realidad no tiene nada con qué acusarme, pues grabar no es ilegal, solo su difusión (siempre que se identifique al agente). El policía está asustado, tengo una grabación que le puede hacer mucho daño.

Al rato viene el otro policía con los monis de boxeo. Me dice que vaya con él. Me acerco a él. Está muy cabreado. Me empieza a decir que lo sabe todo sobre mí, comienza a darme detalles de amigos, ruti-nas, lugares que frecuento, que siguen todo lo que publico en las redes, me quiere intimidar a través del conocimiento detallado de mi vida privada.

Con Jancarlos hacen lo mismo:— Tú te estás preparando unas oposiciones de bombero, ¿verdad?

Pues ten cuidado dónde te metes.¿Cómo saben nuestra vida privada? Parecen auténticos gansters. Después de un rato de presión psicológica y de llegar varios coches

patrulla más, los dos policías me dan a elegir:— O borras la grabación, o te llevamos detenido y el móvil lo inter-

viene un juez y no se te devuelve hasta dentro de un año.

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Me están retando y acepto el reto:— Llevadme detenido.Los polis se empiezan a dar cuenta de que les estoy echando un pulso

y que no tengo miedo. Uno de los monis, Jancarlos, que sabe mucha informática, les dice a los otros monis por lo bajo:

— Joder, que lo borre y lo recuperamos ahora. Es muy fácil de recu-perar, yo sé hacerlo. Decid a Julio que lo borre.

El poli me dice que me voy a complicar la vida y que qué necesidad tengo. Y de repente, entran los monis de boxeo:

— Julio, borra el audio y vámonos de aquí. Por favor, haznos caso, bórralo.

— Que no lo borro.— Julio, no seas cabezón, confía en nosotros, bórralo.Si hay algo a lo que doy un valor enorme es al grupo de monis del

boxeo, para mí es como la joya de la corona, algo que debo cuidar como un tesoro y por encima de todo. Y acepto.

— De acuerdo, lo borro.El policía se acerca. Me devuelve el móvil. Se lo pongo delante, lo

abro con la contraseña y borro el audio delante suya. Me dice:— Métete en los últimos whatsapp, en las últimas conversaciones.Me meto como me dice en los últimos whatsapp, ve que no lo he

enviado a nadie. Pero sigue insistiendo, me doy cuenta de que está acojonado, realmente preocupado por ese audio:

— Métete en esa conversación, en la otra y también en los últimos mensajes —ve que no lo he enviado.

Una vez convencido de que ya no existe el audio nos deja ir.Yo estoy cabreado. No quería borrarlo. Pero Jancarlos, uno de los

monis, se acerca por atrás y me dice:— Eso lo recuperamos ahora mismo, yo sé hacerlo.

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Me quedo a cuadros. ¡Hemos hecho una jugada perfecta! Recupero el móvil y a la vez el audio. ¡Es perfecto! ¡Vaya equipazo de monis que tenemos!

Sin embargo, noto que Lespe está muy nervioso. Se acerca y me dice:— Si te llega a tocar lo mato, Julio, te juro que lo mato. Quería saltar

sobre él. Pero ¿cómo pueden ser tan cabrones? Quería matarlo, quería matarlo, te lo juro. Quiero volver y darle de hostias.

Tengo que tranquilizar a Lespe, está muy nervioso, muy enfurecido. Él sigue:

— Es todo tan injusto, joder. ¡Pero es que no ven a esos niños medio muertos! No entiendo nada, Julio, no lo entiendo... Son unos hijos de puta, tenía que haberle dado de hostias, ¡joder!

Le tranquilizo, le digo que hemos ganado, que tenemos el audio, que tengo el móvil, que nos han dejado ir, que no me han detenido...

— ¡Pero han pegado a ese niño! ¿No le has visto la oreja roja? Joder... son unos hijos de puta.

— Pero si les hubieses pegado a los polis no habría servido de nada. El audio es como si les pegásemos y más fuerte. La guerra se gana con la cabeza.

«Menos mal que no le ha pegado» pienso, porque Lespe está muy, pero que muy fuerte y sabe mucho boxeo. No hubiese sido nada fácil para los policías reducirle.

Después de tranquilizar a Lespe me voy a casa de Jancarlos, que vive justo enfrente de la mía. Entramos en su cuarto, es como una nave espacial: la pantalla del ordenador es inmensa, tiene toda la habita-ción llena de aparatos electrónicos, cables, luces de neón, ordenadores, pantallas... es un auténtico friki de la informática. Le pone un cable al móvil, empieza a teclear, a usar el ratón... y en un momento, ¡tachán! Consigue el audio.

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Pero no solo eso, lo editamos haciendo un vídeo. Ponemos una foto de un coche patrulla de la Policía Nacional con la frase: «Policía Nacional se niega a llevarse a un niño de la calle al Sistema de Protección».

Al día siguiente lo difundo en las redes a través de una asociación (para tener más protección jurídica) y me voy a los juzgados e interpongo una denuncia contra los dos policías, añadiendo el audio de prueba.la foto

Bajo al parque por la tarde, los chicos no están. Me acerco al lugar donde duermen. Hay un colchón, una sabana sucia, y basura alre-

dedor. Hago una foto y se la mando por whatsapp a varias personas y grupos. Entre estas personas que reciben la foto está la diputada de la Asamblea de Madrid por Podemos16 Isabel Serra.

Ahí queda todo, no le doy más importancia. Es una foto más de tantas otras. Pero al día siguiente, alguien me manda un video diciendo: «Mira la que has liado, jajaja».

Le doy a play, sale una cámara de diputados, con asientos, micrófo-nos, banderas, una presidenta de sala... Es la Asamblea de Madrid.

Isabel Serra está levantada de su asiento y a través del micro pre-gunta al Gobierno:

— Señora Delegada del Gobierno ¿Cómo va a abordar el tema de menores no acompañados en la Comunidad de Madrid?

— Gracias señoría. Señora Consejera tiene la palabra —dice la Presidenta de la Asamblea dándole el turno al Gobierno (PP).

— Muchas gracias, Presidenta. Señoría, lo abordamos prestando una atención integral y especializada que garantice siempre el interés supe-rior del menor en todas las actuaciones que desarrollamos.

La consejera baja el micro y se sienta.

16. Partido en la oposición en ese momento en la Comunidad de Madrid.

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— Gracias, señora Consejera. Señora Serra: — Gracias, presidenta. Mire, señora Consejera —¡Y de repente

saca impresa en un tamaño enorme la foto que hice ayer!—, esta es una foto en la que hay un colchón en el suelo rodeado de basura, suciedad... Se ve un parque... Esta es la realidad para los menores extranjeros no acompañados en la Comunidad de Madrid porque es así como viven realmente.

La Consejera dice no con la cabeza. Isabel Serra sigue hablando y metiendo caña al Gobierno de la Comunidad:

— Si ha visitado el centro de primera acogida de Hortaleza verá que la situación es similar, niños hacinados en el suelo... El gobierno es responsable de la tutela legal de estos menores...

Lo que más me impacta es ese «no» de la consejera, como diciendo «todo es mentira», como si las Instituciones no parasen de repetir: «todo es mentira, todo es mentira, todo es mentira».

Escribo a Isabel y le doy las gracias. el alacráN

Bajo en moto al polideportivo del barrio. Aparco. Me pongo el casco en el codo y paso por la entrada. Dentro hay muchos campos de fút-

bol, con muchos chavales entrenando aquí y allá, unos de un equipo del barrio, otros de otros equipos, cada cual con sus camisetas, sus escudos.

Al fondo están los del Alacrán.Me meto en el campo y me siento en los banquillos. Observo cómo

entrenan los chicos del parque. Hemos conseguido que el Alacrán se los traiga en coche y entrenen. Hoy es su primer día. Yo pensaba que estarían cortados, tímidos, que no podrían jugar mucho por el colocón de disolvente y, sin embargo, les veo ahí jugar, divertirse, reírse...

Al momento se me acerca Marina y me dice:

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— ¡Qué! Te tratamos bien a los chicos, ¿eeeh?— Joder... ya te digo.— Se lo han pasado pipa. Al principio estaban un poco tímidos,

pero cuando se han visto con una pelota han empezado a jugar y como si fueran del equipo.

Me quedo mirando aquella estampa, los niños jugando en los cam-pos de futbol, jugando como... niños. No estoy acostumbrado a verles jugar. Todos estos meses hemos estado con follones: hospitales, calle, denuncias, bajar comida, mantas... pero en ningún momento les había visto jugar. Estoy incrédulo y sorprendido ante aquellas imágenes. Como si a mí también se me hubiese olvidado que son niños.ceuta

A los dos días bajan otra vez a entrenar al futbol. Rubén, presidente y entrenador del Alacrán, se da cuenta de que uno de los niños,

el que mejor juega, el que más interés tiene en el fútbol no ha ido a entrenar. Me pregunta por él. Y yo solo puedo responderle:

— Le han devuelto a Ceuta. Se lo llevaron anoche.Rubén se queda mal, pensativo. Y yo también. Ahora que le veía-

mos bien al chaval, ahora que le veíamos jugar y reír por primera vez. Es como si la Institución estuviese ahí para que no levanten cabeza.cristiNa

Recorro el barrio con mi moto hasta llegar al parque. Allí está Alicia, una vecina muy maja que siempre está con los niños. Les

baja comida, mantas y ropa. Hace unos meses, mientras la policía estaba pegando a un chico, protestó y le pusieron 600 € de multa por «aten-tado contra la autoridad».

Me bajo de la moto y voy a donde están todos los chavales. Todos me saludan, me preguntan. Al llegar a Alicia me dice:

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— Mira, esta es la chica de la que te he hablado.— Hola, ¿cómo estás? Yo soy Julio.— Hola, yo Cris.Su mirada es triste y cansada.— Mira, Cris, como te dije, Julio te puede ayudar. Él está en una

fundación y tienen abogados y todo eso. Cuéntale lo que te ha pasado.— Espera —interrumpo— vámonos un poco más allá, aquí hay

mucha gente y los «educadores» del centro nos pueden ver.Nos vamos detrás de unos arbustos del parque, en un banco, donde

no nos ve nadie. Y Cris empieza a contar:— Yo... estaba embarazada de 3 meses. El educador me pegó, me

dio una patada en el abdomen y caí al suelo. Ya me habían pegado más veces, una vez me arrastraron del pelo y el brazo por las escale-ras. Después de la patada, más tarde, cuando estaba en mi habitación empecé a sangrar. Les pedí que me llevaran al médico. Me llevaron al hospital y perdí al niño, tuve un aborto. Dije que quería denunciar, pero los partes de lesiones se los dieron a la educadora y no me los dan, no me los quieren dar, ni si quieran me dan ahora mi DNI.

— ¿Cuántos años tienes, Cris?— 16.Se crea un silencio. Me la quedo mirando sin saber qué decir. Cris

me mira triste, como apagada.— De acuerdo... Voy a llamar a la abogada. Me alejo, llamo a Almudena, abogada de la Fundación y tengo una

conversación larga con ella. Con el teléfono en la oreja me acerco a Cris:— Cris, ¿tú puedes quedar mañana a las diez de la mañana? Aquí

en el parque.— Sí.

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Sigo hablando con la abogada hasta que ya concretamos todo y cuelgo.

— Cris, es muy importante que no digas nada en el centro de tu intención de denunciar o de que vas a ver a una abogada. Si ellos se enteran, no te dejarán salir.

— De acuerdo.Después de hablar un rato, Alicia (la vecina del parque) la anima:— Ya verás como todo sale bien. Seguro que te mandarán a un piso,

la abogada lo pedirá, ya verás. Y no te preocupes, además, si hubieses tenido el niño, te lo hubiesen quitado.

Cris se queda pensativa.— ¿Cómo que me lo hubiesen quitado?— Claro, cariño. ¿Tú crees que te hubiesen dejado quedarte con tu

bebé? No... ellos los quitan y los entregan en adopción, a un centro, a una familia de acogida, a saber.

A mí me quitaron a uno, al mayor, hace cinco años que no le veo. No me dejan verle.

Cris sigue con su expresión de tristeza, como reflexionando. Y Alicia continúa:

— Pero no tengas miedo, cariño, ya verás como todo sale bien.Alicia abraza a Cris y esta pone su cabeza sobre su regazo. Le acari-

cia el pelo.— Ya verás, cariño, ya verás como todo sale bien. Y si te siguen

pegando en el centro, te vienes a mi casa. ¿No me han quitado a mí a un niño? Pues ahora les quito yo uno a ellos y te vienes a casa. Ya verás, ya verás como todo sale bien.

Por fin, Alicia consigue sacar media sonrisa a Cris mientras la abraza y su cabeza descansa en su regazo.

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AGRADECIMIENTOS

Este libro y la solidaridad que en él se refleja es posible gracias a la cons-tancia y dedicación de mucha gente y muchos colectivos sociales que crean día a día el tejido social de los barrios. Con ellos nos unen lazos

de complicidad. Afortunadamente, la lista es enorme: la Asociación Alacrán, la Asociación Vecinal la Unión de Hortaleza, el Banco Obrero Solidario de Alimentos (BOSA), los y las vecinas del barrio (en especial Diana, Ángel David y su familia que tanto bajó al parque a ayudar), Lola y la Oficina de Apoyo Mutuo de Manoteras (OFIAM), el Ateneo Libertario de Hortaleza, los y las monis de Hortaleza Boxing Crew, la Fundación Raíces, las Madres Unidas contra la Droga de Madrid, PRODEIN y José Palazón, Simo y la aso-ciación Wasata de Tánger (Marruecos), Saltando Charcos de Gamonal (Bur-gos), el Ágora Juan Andrés del Raval (Barcelona), Enrique Martínez Reguera y Enrique de Castro, Javi y Anchy (autores de los libros Un resquicio para levantarse y De la ilusión a la decadencia), la Asociación La Tavaya de Logro-ño, la Asociación Aldea Moret Existe y toda la gente de Cáceres. También tenemos que dar las gracias a la Asociación Harraga y a Rosa, Sara y María; a los periodistas Miguel Ezquiaga y Liana Bravo; a Santi y la diputada Isabel Serra; a Movimiento Extremeño por la Paz, a Silvia y Yuflas; a Radio Enlace por haber dado tanta voz a tanta chavalada; a la parroquia de Entrevías San Carlos Borromeo y a la Coordinadora de Barrios por abrirme las puertas de las cárceles; a los abogados penalistas, laboralistas, de derecho penitenciario, dere-chos humanos y civil: Carmen Moles, Marcelo Belgrano, Rafael Asuar, Jesús Gimeno, Jaime González, Jaime Sáenz, Javier Galán, Daniel Amelang, Laura Delgado, Eduardo Fernández, Carlos Castillo, Albert Parés, Cristina Puig-dengolas, Helena Rodilla, Almudena Escorial, Rosana Capella e Ignacio de la

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Mata; a Marea Turquesa y a todas las madres que luchan por recuperar a sus hijos de las Instituciones; a Consuelo García del Cid; al gimnás social Sant Pau (Barcelona) y a Zurdo; al Gimnás Popular Rukeli, de Sabadell; a Elena y las chicas del proyecto de Thai Boxing Orkasitas Gym; al antiguo gimnasio HK donde empezamos el proyecto de boxeo: A Hovik, a Cristian, a Paco, a Rex, a Nano...; al 24/7 Boxing Club y a Jesús; a la Escuela de Boxeo la Fábrika de Vallecas; al Club de Boxeo Suanzes y a la clínica dental Beydent que nos dejó gratis la asistencia dental de Nabil.

Por último, agradecer el trabajo de esta edición a La Neurosis o Las Ba-rricadas Ed. y a Francisco Salamanca que hizo la primera corrección del libro. También agradecer al fotógrafo Antonio Ruiz la imagen que abre este libro.

No puedo olvidarme de dar las gracias también a las pocas personas que desde dentro de las Instituciones nos han estado pasando información y cuyos nombres no puedo decir y, sobre todo, a mi madre, a mi padre y a mi novia por la paciencia y el cariño con que han acogido siempre a los y las chavalas que han pasado por casa.

Y en especial a todos los niños, niñas y adolescentes que salen en este libro y a los que se encuentran en situaciones parecidas.

¡Gracias a tod@s!

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La 2.a edición de El parque. La in-fancia entre cartones se terminó de imprimir en marzo de 2019 en Va-llekas, en los talleres de Imprenta De Diego. Impreso sobre papel off-set de 90 gramos con tipos Goudy

Bookletter de 11 puntos.

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