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1 Juan Benet y Javier Marías Sandra Navarro Gil Doctora en Filología Hispánica La especial relación de amistad y admiración que unía a principios de los años setenta a algunos incipientes narradores de la Generación del 68 con el veterano Juan Benet, quien fomentaba literarias reuniones en su casa madrileña, ha llevado a la crítica a hablar de la «generación Pisuerga» (Martínez Cachero, 504), por ser éste el nombre de la calle en donde vivía Benet. En 1988 el profesor Santos Sanz Villanueva lanzaba su «Manifiesto Generación del 68» en la revista literaria El Urogallo y proponía como mentor de la generación a Juan Benet, al observar «una especie de benetismo» en el ambiente cultural de la época (31). Eduardo Chamorro, Vicente Molina Foix, Félix de Azúa y Javier Marías figuran entre los asiduos contertulianos del maestro. Sin embargo, es difícil encasillar a Juan Benet (Madrid, 1927-1993), ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, en los límites de una generación literaria. Por la fecha de nacimiento y su experiencia de la Guerra Civil podría pertenecer a la Generación de 1950. Aún más: el peso de la guerra y la sensación de ruina y decadencia tras las batallas son constantes en la temática de las novelas de Benet 1 . Pero la aparición de su obra en la década de los sesenta, las características peculiares de su universo ficticio, la afiliación indisimulada a la narrativa anglosajona y norteamericana (Conrad, Melville y, especialmente, Faulkner) y su rechazo manifiesto al costumbrismo de la novela realista de postguerra hacen

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Juan Benet y Javier Marías Sandra Navarro Gil

Doctora en Filología Hispánica

La especial relación de amistad y admiración que unía a principios de los años setenta

a algunos incipientes narradores de la Generación del 68 con el veterano Juan Benet,

quien fomentaba literarias reuniones en su casa madrileña, ha llevado a la crítica a

hablar de la «generación Pisuerga» (Martínez Cachero, 504), por ser éste el nombre de

la calle en donde vivía Benet. En 1988 el profesor Santos Sanz Villanueva lanzaba su

«Manifiesto Generación del 68» en la revista literaria El Urogallo y proponía como

mentor de la generación a Juan Benet, al observar «una especie de benetismo» en el

ambiente cultural de la época (31). Eduardo Chamorro, Vicente Molina Foix, Félix de

Azúa y Javier Marías figuran entre los asiduos contertulianos del maestro. Sin embargo,

es difícil encasillar a Juan Benet (Madrid, 1927-1993), ingeniero de Caminos, Canales y

Puertos, en los límites de una generación literaria. Por la fecha de nacimiento y su

experiencia de la Guerra Civil podría pertenecer a la Generación de 1950. Aún más: el

peso de la guerra y la sensación de ruina y decadencia tras las batallas son constantes en

la temática de las novelas de Benet1. Pero la aparición de su obra en la década de los

sesenta, las características peculiares de su universo ficticio, la afiliación indisimulada a

la narrativa anglosajona y norteamericana (Conrad, Melville y, especialmente, Faulkner)

y su rechazo manifiesto al costumbrismo de la novela realista de postguerra hacen

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aconsejable, siguiendo a Gonzalo Soberano (401), su inclusión en un grupo

independiente.

El estudio de Francisco García Pérez Una meditación sobre Juan Benet ofrece una

valiosa visión de conjunto de la producción benetiana a la vez que aporta varias claves

sobre su peculiar concepción de la literatura. García Pérez nos recuerda que

curiosamente la primera obra que Benet publicó fue una obra de teatro, Max, en Revista

Española, una publicación fundada por Antonio Rodríguez Moñino de corta vida –seis

números fechados desde mayo de 1953 a la primavera de 1954– que contó con la

colaboración de las más tarde famosas firmas de Carmen Martín Gaite, Ignacio

Aldecoa, Sánchez Ferlosio y Alfonso Sastre, entre otros. A su primer volumen de

relatos, Nunca llegarás a nada (1961), que costeó el propio autor, le sigue una extensa

obra narrativa: Volverás a Región (1967), Una meditación (1970), Una tumba (1971), 5

narraciones y dos fábulas (1972), Un viaje de invierno (1972), La otra casa de Mazón

(1973), Sub rosa (1973), En el estado (1977), Cuentos completos (1977), Del pozo y del

Numa (1978), El aire de un crimen (1980), Saúl ante Samuel (1980), Trece fábulas y

media (1981), Una tumba y otros relatos (1981), En la penumbra (1982 y revisada en

1989), Herrumbrosas lanzas (1983-86) y El caballero de Sajonia (1991). Entre sus

ensayos pueden destacarse La inspiración y el estilo (1965), La moviola de Eurípides

(1982), Otoño en Madrid hacia 1950 (1981) y La construcción de la Torre de Babel

(1990). En 1969 obtuvo el Premio Biblioteca Breve por Una meditación y en 1984 el de

la Crítica por el primer volumen de Herrumbrosas lanzas. Además, en 1989 se le

concedió el Premio Comunidad de Madrid por el conjunto de su obra, un tipo de

reconocimiento oficial al que Benet nunca llegó a acostumbrarse.

Aunque son muy escasas las ocasiones en las que Juan Benet se dignó hablar

públicamente de su obra, contamos con unas palabras suyas pronunciadas en el coloquio

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«Ciclo sobre novela española» organizado en junio de 1975 por la Fundación Juan

March en Madrid que fueron reproducidas a modo de prefacio de su novela En el

estado, en su reedición de 1993, pocas fechas después de la muerte del escritor. En su

intervención Benet dividía su trayectoria en tres épocas, a las que denominaba con el

mismo nombre que la máquina de escribir que utilizaba. La «época Adler» coincide con

los años de estudiante y sus primeros años de ingeniero aunque de aquellos años, los de

los inicios y los de los fracasos, nunca dio nada a la imprenta. De la «época Halda», en

cambio, todo está publicado. Estamos hablando de los años en los que ven la luz

grandes obras benetianas como La inspiración y el estilo y Volverás a Región. De la

tercera época «Fácit», iniciada aproximadamente en 1973, no pensaba publicar nada

hasta la desaparición de la dictadura, que ocurrió sólo meses más tarde, en noviembre de

1975. En este coloquio también comenta el autor la existencia de un componente

fundamental de sus obras: el azar como catalizador de lo humano:

si algo me ha informado a lo largo de estos diez años de la época Halda, es la

idea de que el conocimiento del hombre es, y será siempre, insuficiente y que más

allá de él pero rodeándolo siempre, se extiende la sombra; tal sombra es el azar,

no una categoría temporal sino una categoría absoluta que no permite

compromisos: o existe el azar, y entonces existe absolutamente, o no existe (XI).

De esta consideración parte la idea de lo que es para el escritor la literatura y, por

ende, la ironía ante las limitaciones del conocimiento de los hombres:

La literatura, la filosofía o la ciencia no son más que algo así como el

disimulado acomodo del hombre al imperio del azar bajo la máscara del

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conocimiento. De esos acomodos hay uno que me interesa sobre todos y es aquél

mediante el cual el hombre, al no saber cómo tratar de otra manera los problemas

sobrenaturales que le circundan, se burla de un poder que en cualquier momento

le domina. El recurso es la ironía (íd.).

Novelista, ensayista, autor dramático y polémico articulista, Benet despertó con su

obra la aletargada literatura española desde la publicación de Volverás a Región que ya

le consolidó como el autor más inconformista del momento. Pero ¿por qué razón ha sido

Benet tan odiado por unos y tan admirado por otros? ¿Qué tiene de innovador? ¿Qué

hizo que aquellos jóvenes escritores que le visitaban de tanto en tanto en su casa

encontrasen en él su modelo? De entrada puede asegurarse que Juan Benet entendía de

otro modo la literatura –nada que ver con la literatura que en su época se estilaba en

nuestro país– y que por ello hay que leer desde otra perspectiva su obra literaria.

A pesar de ser poco dado a las teorías y a los postulados –y menos a aquello que

tuviera relación con lo académico: ya tenemos un punto de unión con su discípulo

Javier Marías– en algunos de sus escritos y especialmente en La inspiración y el estilo

se halla buena parte de su teoría literaria o, más bien, de su concepción sobre lo que es y

no es la verdadera literatura. En primer lugar, debe partirse de su rechazo absoluto a las

narraciones de corte costumbrista que pintan de forma plana la realidad o se dedican a

comprometerse con ella. De hecho, Benet siempre hizo gala de su defensa del «alto

estilo», el estilo noble que según el escritor se abandonó en las letras españolas a partir

del s. XVI con la entrada del realismo y la novela picaresca. Para Benet el objetivo

último del escritor es la calidad de su prosa, su particular estilo, el tratamiento del tema

sobre el que se escribe, muy por encima del tema en sí mismo. El autor nunca ocultó su

debilidad por la prosa anglosajona, una prosa que él entendía de estilo noble. De este

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modo describía el estilo de Joseph Conrad al prologar El espejo del mar según la

traducción de Javier Marías, en 1981:

Es un libro que no tiene desperdicio y, más que eso, que, escrito sin prisa,

provoca de manera indefectible esa clase de lectura mansa que sin ningún tipo de

avidez por lo que procederá se recrea en la lenta progresión de una sentencia o de

una imagen, tan armónica y rítmicamente trazada desde su inicio que su

conclusión casi roza la catástrofe (9).

Tampoco olvida Benet elogiar la labor del traductor y amigo:

...la mayor dificultad reside, naturalmente, en conseguir el equivalente de ese

estilo espiral, enrevesado, siempre alto de tono y escurridizo, tan escurridizo como

peligroso [...] yo creo que una traducción de éstas forma de tal manera que lo que

sale de ella es el estilo, bastante conforme con el de Conrad, de Javier Marías (11-

12).

Es el momento de repasar algunos rasgos principales de la prosa de Juan Benet. Es

característica inconfundible de su narrativa el tránsito de lo narrativo a lo reflexivo. Así,

la trama es interrumpida por la reflexión del narrador, figura de extraordinario poder en

sus novelas. La sintaxis laberíntica repleta de incisos interpolados y la escasez de

diálogos directos, los rasgos distintivos de la prosa de Benet, encuentran su razón de ser

también en la figura del narrador, según ha visto Francisco Rico en un comentario sobre

Herrumbrosas lanzas:

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los meandros de la sintaxis benetiana, deliberada y obviamente artificiosos,

realzan justamente este último dato: el narrador nos obliga a plegarnos a sus

propias exigencias, para que no descuidemos que no hay más realidad ni más

valor que la voz que cuenta [...] la escasez del diálogo es uno de los modos más

tajantes de promulgar el principio del narrador, el imperio del estilo sobre todas

las cosas. La singularidad estilística de la voz que cuenta se impone tan

ineludiblemente al lector como el destino se impone a los personajes. El estilo es

el destino (540).

A la escasez de diálogos directos entre los personajes hay que añadir la falta de

decorum en la representación de su habla: los personajes se expresan en el mismo

registro y de la misma forma que el narrador. Sus discursos son literarios y parece que

el narrador siga relatando a través de sus personajes, a los que presta momentáneamente

la voz. En definitiva, se trata de personajes deshumanizados, propios de la novela

posmoderna.

Otra característica de la narrativa benetiana, puesta de relieve por David K.

Herzberger, es la presencia de símbolos y motivos recurrentes en sus novelas, que

sirven para que el lector recuerde algo o para intensificar la significación asociada con

la experiencia o el objeto que reiteradamente se describe. El recurso metonímico (el

reloj que sustituye al tiempo, por ejemplo) es así una constante en la construcción de sus

obras. El uso repetido de símbolos y motivos exagera el efecto de ciertos

acontecimientos y temas, a la vez que ayuda a crear una atmósfera de incertidumbre y

ambigüedad, tan cara a la novelística benetiana.

Por su parte, los rasgos coincidentes entre la narrativa de Juan Benet y William

Faulkner han sido ampliamente analizados por Randolph D. Pope. En su artículo

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«Benet, Faulkner y la memoria según Bergson» el crítico se detiene en los puntos de

contacto de las escrituras de Faulkner y Benet2. En primer lugar, señala Pope la

creación, fijación topográfica y población de una comarca ficticia (Yoknapatawpha /

Región) que se percibe como un microcosmos de la realidad histórica que está

caracterizado por elementos reconocidos como típicos de ese mundo histórico. En

segundo lugar, indica la importancia fundamental de referencias míticas o bíblicas como

guías de lectura de los textos. La investigación de la subjetividad, llevada a cabo en

frases largas, complejas y serpentinas y el contrapunto de versiones y voces diferentes, a

menudo contradictorias, es el tercer factor de coincidencia entre los dos escritores, al

que le sigue el papel central de la guerra en las novelas de ambos autores. También

tienen en común la utilización de toda una serie de postulados teóricos como parte

esencial de la narración. A este respecto también se refiere Danubio Torres:

Juan quiso ser impávidamente fiel a una idea de la literatura en la que, sin

renunciar a un hiato radical entre una y otra, teoría y práctica literaria se

entrelazan, se comentan y se ilustran, en un sistema de vasos comunicantes, como

una forma de respetar tanto a las enigmáticas y a veces maléficas fuentes del

frenesí creador del artista como a la anatomía retórica y racional de su producto

(85).

Faulkner y Benet comparten también las meditaciones sobre el valor del tiempo, la

acción y la memoria. De esta última semejanza se desprende la admiración que los dos

novelistas profesaban al filósofo Henri Bergson: la importancia de la memoria en la

percepción de la realidad, la poderosa influencia del pasado en el presente y la

recurrencia a un lenguaje complejo que logra expresar la experiencia de una realidad

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heterogénea son rasgos de la teoría de Bergson que se reflejan según Pope en las

novelas de Faulkner y Benet. De este modo, el argumento narrativo de los textos

benetianos no se encuentra en la anécdota sino en el tratamiento de la percepción, el

tiempo, la duración y la memoria. La dificultad y las críticas más comunes a la

novelística de Benet –lentitud y deliberaciones extremas de sus novelas, argumentos

confusos, enigmáticos y truncados– no tienen sentido si se piensa en la anécdota como

una excusa para la construcción de las obras de ficción. Como acertó a señalar Javier

Goñi en 1989:

Las páginas de Benet chorrean literatura, ésta lo impregna todo, lo exuda (por

eso hay quien considera su literatura como un pestiño); en sus libros hay

argumento, ocurren cosas, pero, para ello, para describirlas, pero gozar con ellas

hay que saber sortear pacientemente los mil pesadizos de la divagación, los mil

laberintos de sus páginas, los mil círculos de sombras y los mil ventanales de luz –

las metáforas son de Gullón–, en que están divididos o –mejor– protegidos sus

libros (64).

En la primera novela de Benet, Volverás a Región, se encuentran sorprendentemente

bien afianzadas las claves que regirán el resto de su producción. García Pérez se une a la

opinión de críticos y escritores al afirmar que nos encontramos ante «una novela crucial

de las letras españolas posteriores a la Guerra Civil» (85). El brasileño Euclides da

Cunha y su novela Os sertôes (Los páramos) son un pilar firme para el desarrollo

definitivo de su primera novela3, aunque no hay que olvidar la innegable influencia

faulkneriana a la que ya se ha aludido. En la primera novela de Benet nos adentramos en

el espacio mítico en el que se desarrollarán buena parte de sus creaciones, la comarca de

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Región4. El argumento de la novela, según anota García Pérez, es un mero soporte para

levantar un discurso sobre la ruina, el tiempo y la lucha entre el instinto y la razón. La

trama, a cargo de desdibujados personajes como Daniel Sebastián, Marré o el guardián

Numa, se diluye ante la fuerza de las reflexiones y la opinión de un narrador

omnipotente que conforma un discurso de alta dicción y de alto pensamiento. La guerra,

como se ha señalado, definió buena parte de la biografía del escritor y es el asunto de

arranque de Volverás a Región, del que deriva la sensación de ruina y decadencia que se

desprende de cada página de la narración. Por su parte, el paso exterminador del tiempo

es otro de los pilares sobre el que se sustenta el peso de esta novela y el de buena parte

de la producción benetiana. Pablo Gil Casado desvela con acierto la clave de la primera

novela de Benet en su estudio La novela deshumanizada española (1958-1988):

La novedad de Volverás a Región consiste en la subordinación del tema a unos

procedimientos técnicos, de modo que el tema no brota del asunto, sino de los

procedimientos formales. La novela posee un asunto, pero lo que se cuenta no es

lo importante. Lo importante es el modo de contarlo. El relato posee las

características de un rompecabezas, cuyos componentes deberá relacionar el lector

(159).

Es hora ya de ocuparnos de la relación entre la narrativa de Juan Benet y la de su

discípulo Javier Marías. Francisco García Pérez señala el comienzo de la amistad entre

Juan Benet y Javier Marías en 1970, año en el que el maestro

presta su firma al escrito A la opinión pública contra las penas de muerte

impuestas por el Consejo de guerra celebrado en Burgos y contra la violencia, a

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raíz del secuestro del cónsul Beilh. Pere Gimferrer, Félix de Azúa, Vicente

Molina Foix, Javier Marías, Antonio Martínez Sarrión y Eduardo Chamorro

inician amistad con Benet, quien pasa a ejercer cierto magisterio sobre escritores

más jóvenes (30-31).

Benet confió tempranamente en la escritura de Javier Marías, al que apoyó en la

publicación de su primera novela Los dominios del lobo. Así lo cuenta Marías en el

prólogo a la reedición de su primer trabajo en 1987:

Durante el curso 1969-1970 di en acudir por las noches a un local madrileño en

el que se reunía la gente de letras y que por fortuna no era el café Gijón. Algunas

de esas noches, a la salida del local, un grupo de amigos nos desplazábamos hasta

el cercano Paseo de Recoletos y allí, sobre la dura acera, yo cometía la

imprudencia de dar algunos volatines y piruetas, arte en el que era bastante más

hábil que con la guitarra. La afición a ganar dinero en la calle hizo que Molina y

Benet se convirtieran en poco menos que en mis apoderados, y a partir de

entonces los volatines fueron efectuados sólo tras la colecta previa entre los

asistentes, que iban en aumento [...] Poco después mis improvisados managers

supieron que además de dar saltos, yo escribía, o al menos que había escrito una

novela. Los dos la leyeron y a los dos les gustó. Molina acabó por encontrarle el

título que le faltaba y Benet hizo gestiones para su publicación (10).

En 1989 Juan Benet decía lo siguiente sobre el papel de Marías en la narrativa

española del momento en un artículo publicado en Revista de Occidente:

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...es indudable que se ha incrementado la calidad y la variedad de la narración

en castellano. Los que más me interesan son Marías, Marsé, Mendoza, Merino,

Millás, Molina Foix –entre aquellos cuyos apellidos empiezan por M, los más

numerosos– y Ferlosio, Gándara, Guelbenzu, Lope y Pombo. Tomeo no está mal,

pero no cambia de sabor: su obra es como un plato de croquetas [...] La ciudad de

los prodigios, de Mendoza, y Todas las almas, de Marías, son dos novelas de una

vez, insuperables, lo que más me ha complacido de la narrativa castellana en

muchos años y tal vez decenios (11).

También Javier Marías se ha referido en varias ocasiones a su relación con Juan

Benet, una relación en la que se mezclaban la amistad personal y la admiración

profesional. En su ensayo «Desde una novela no necesariamente castiza» (1984),

Marías le concede el mérito de ser el «responsable» de la renovación de las letras

españolas tras el socialrealismo:

sus novelas supusieron tal innovación en el panorama cultural de lo que aún

había que llamar postguerra que a más de uno nos sirvieron de coartada, de

antecedente y de brecha abierta para escapar. No puedo extenderme aquí sobre la

importancia que la figura de Benet ha tenido para muchos escritores de mi

generación, pero me limitaré a señalar o recordar tan sólo un hecho significativo

que además es una coincidencia: Benet, al igual que los “venecianos”, había

tenido como modelo, siempre confesado, nunca ocultado ni disimulado por él, a

un autor extranjero, William Faulkner (53-54).

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En el artículo «El señor Benet recibe» (1989) Marías insiste en la influencia del autor

de Volverás a Región sobre su generación, influencia alimentada además por el trato

amistoso que mantenía con otros miembros de la promoción:

Por eso, para quienes lo hemos tratado, el Benet escritor sólo existe en el libro

impreso, y lo que en éste se lee es una prosa tan inimitable que –como la de

Kafka, Beckett o Bernhard– permite la admiración pero no el seguimiento. La

influencia de Benet sobre quien esto firma (como, creo yo, sobre otros

compañeros de generación y visita) es eminentemente personal y se produce

mientras recibe [...] En cuanto a lo demás –la imagen, el pensamiento, la metáfora,

la sintaxis (y la inconmensurable episteme de todos sus libros)–, hay que verlo

pero no tocarlo... (126)

Sin embargo, en una entrevista publicada en la revista Muface en 1995, Marías

reconoce deberle a su maestro el siguiente recurso estilístico:

Algo que yo aprendí de él y que he practicado es la conjunción de diálogo y

acción, poniendo una cosa u otra entre paréntesis (53).

En «Una invitación» (1993) el autor explica lo que hay que buscar en la prosa de un

escritor «misterioso» como Benet:

la pura hipnosis del estilo, que es lo que hace pasar las páginas sin métodos

fraudulentos ni recursos de barracón de feria; las ráfagas de un pensamiento

inquietante que, si no irracional, no necesita exponer razones para afirmarse y

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persuadir en el momento de manifestarse; las descripciones exactas como un

mapa o un cuadro, el largo aliento, el párrafo noble, el vigor de la prosa que

obliga a leer conteniendo la respiración, y no precisamente porque el lector ansíe

saber qué va a pasar o está ya pasando (lo que ansía es ver el paso); el pulso de la

decadencia, del que no se le hablará, sino que uno sentirá palpitando; la

representación de la espera, que es aquello en que consiste la vida de todos los

hombres, su esencia (136-137).

Las reflexiones sobre el tiempo, sobre su paso y sus nefastas consecuencias para el

hombre, abundan en la narrativa de Benet como van a poblar las páginas de Marías. En

Volverás a Región los soliloquios que protagoniza el doctor Sebastián ante la mujer que

le visita en su tierra ahondan en este asunto. Para el doctor, el tiempo es el único

responsable de la aniquilación del hombre:

Y me pregunto cómo es posible que persistamos en mantener tal abuso: en

habilitar al tiempo como depositario de nuestra esperanza cuando es él– y

solamente él– quien se encarga de defraudarla (252).

Y más adelante:

"Le voy a decir en pocas palabras lo que yo creo que es el tiempo" dijo el

doctor, aquella misma noche: "es la dimensión en la que la persona humana sólo

puede ser desgraciada, no puede ser de otra manera. El tiempo sólo asoma en la

desdicha y así la memoria sólo es el registro del dolor. Sólo sabe hablar del

destino, no lo que el hombre ha de ser sino lo distinto de lo que pretende ser. Por

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eso no existe el futuro y de todo el presente sólo una parte infinitesimal no es

pasado; es lo que no fue" (pp. 257-258).

La temática del tiempo y la vuelta al pasado como ámbito en el que se intenta

recuperar la identidad son rasgos coincidentes en ambas narrativas, así como el papel

fundamental del azar en la vida de los hombres. Las reflexiones de Javier Marías sobre

el tiempo y sus efectos aparecen tempranamente en su obra literaria, especialmente

desde la publicación de El monarca del tiempo en 1978, trabajo en el que se ensalza el

valor del presente como «monarca del tiempo». También en Mañana en la batalla

piensa en mí (1994) se encuentran repetidas alusiones a la sacudida devastadora que el

tiempo produce en los seres humanos. El meditativo narrador, por ejemplo, se detiene

en la percepción que los niños tienen del tiempo, que está centrada en el tiempo presente

y por esta razón:

no entienden lo que es el tiempo, no entienden que precisamente consiste en

que pase y se pierda (275).

Ya en 1998 aparece la falsa novela Negra espalda del tiempo, que puede entenderse

como una profunda investigación sobre el tiempo y su envés, el espacio en donde se

encuentra lo que ha dejado de pertenecer al ámbito de lo real y que también es el lugar

de las ficciones. El origen de este título se encuentra en la frase « la negra espalda de lo

no venido», que Marías considera una de las más sugerentes de la literatura española

como el autor desvela en un artículo del mismo título publicado en El País en 1996:

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Sin duda, mi atracción inicial por esta frase sin verbo procede de mi maestro

Juan Benet, que vio en esa imagen tan poética el resumen de casi toda la

investigación sobre el tiempo llevada a cabo por la ciencia (23).

Se ha destacado antes la presencia de un narrador muy especial en la narrativa

benetiana, aspecto que del mismo modo se encuentra en la prosa de Javier Marías. En

ambas producciones domina la peculiar voz narradora que controla totalmente el relato,

incluida la intervención de otros personajes. Se trata, además, de un narrador que a

veces duda al hacernos partícipes de una información de la que en otros momentos

posee un conocimiento total. Así, en su discurso son frecuentes los «tal vez», «quizá»,

«es posible», «acaso», «al parecer», con cuyo empleo se admite un conocimiento

incompleto de los hechos narrados: la narración, como la vida, sólo puede mostrarse

rodeada de incertidumbre y de sombras. Del narrador de Una meditación dice Juan

Benet en una entrevista firmada por Antonio Núñez en 1969:

este señor se equivoca, confunde y, sobre todo, como todo narrador de muchas

cosas, no dice la verdad y produce en su propio discurso sus insidias y, por lo

tanto, se contradice (22).

También Marías afirmó recientemente en una entrevista con Arantza Furundarena

para El Semanal:

Cualquier narrador en primera persona, si es verosímil, es un narrador

fragmentario, con sus dudas y sus disyuntivas (40).

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Para Javier Marías la duda en la que se instala el narrador es uno de los grandes

aciertos de la narrativa de Benet, según afirma en el citado artículo «Una invitación»:

... el pasar que interesa a Benet es el que más se asemeja al pasar de la vida en

la que nunca nadie tiene todos los datos o toda la memoria o toda la seguridad o

toda la interpretación de cómo fueron o son las cosas, aun las que más nos atañen

o más han condicionado nuestra existencia, teñidas todas de parcialidad e

incertidumbre (134-135).

La duda del narrador de Volverás a Región sobre el nombre de uno de los personajes

secundarios, un extravagante intelectual asentado en Región, al que denomina de

maneras diferentes al referirnos su historia5, sirve muy bien para ilustrar este importante

aspecto de la narrativa benetiana:

Se llamaba Rumbal o Rombal o algo así; Aurelio Rumbal; no tenía don, en

todas las partes se le conocía por el señor Rumbal (p.29).

No se sabe si el señor Rombal o Rembal llegó a resolverlo (p.30).

Una vez más el señor Robal supo hacer uso de su habilidad para convertir la

fórmula del interés.... (p.33)

... arrastrando de la mano al señor Rumbás (forzado a marchar a un paso

demasiado violento para su salud) (p.33).

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Las mismas lagunas memorísticas presenta el narrador de su gran novela Una

meditación (1970):

... y por si fuera poco tenía un nombre que yo no he conocido otro más solemne

aunque lo he olvidado; se llamaba Aurelia Carpetana o Augusta Superbia o algo

así (21).

Pero uno de nosotros –no recuerdo quién, era muy pequeño– había quedado

encepado por la cintura.... (24)

¿Cómo voy a saber de qué manera se inició aquella conversación? Acaso fueron

los libros, el propio Cayetano, Región o los países extranjeros o cualesquiera otros

tópicos con que arrancar aquel largo y sibilino diálogo.... (199)

Con las dudas propias del testigo por casualidad se muestra el narrador del relato, «La

herencia italiana» de Javier Marías (1991), recogido en la colección Cuando fui mortal,

un hombre que contempla cómo se entrecruzan las vidas amorosas de dos amigas

íntimas:

Tengo dos amigas italianas que viven en París. Hace un par de años no se

conocían, no se habían visto, yo las presenté un verano, yo fui el vínculo y me

temo que sigo siéndolo, aunque ellas no se han vuelto a ver. Desde que se

conocieron, o mejor, desde que se vieron y ambas saben que conozco a ambas, sus

vidas han cambiado demasiado rápido y no tanto paralelamente cuanto

consecutivamente. Yo no sé si debo cortar con la una para liberar a la otra o

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cambiar el sesgo de mi relación con la otra para que la una desaparezca de la vida

de aquélla. No sé qué hacer. No sé si hablar (31).

El arranque de «Figuras inacabadas» (1992), incluido en la misma recopilación, es

muy similar:

No sé si contar lo que le ocurrió recientemente a Custardoy. Es la única vez,

que yo sepa, que ha tenido escrúpulos, o quizá fue piedad. Venga, voy a hacerlo

(69).

Al comienzo de El hombre sentimental (1986) el narrador duda sobre la conveniencia

de transcribir sus sueños a unos lectores explícitos desde una acusada conciencia

autorial:

No sé si contaros mis sueños. Son sueños viejos, pasados de moda, más propios

de un adolescente que de un ciudadano (14).

Por su parte, el estilo digresivo que caracteriza la prosa de Benet también define la de

Marías. La reflexión entorpece intencionadamente el hilo de la trama para convertir el

relato en un discurso en espiral manejado a su antojo por la voz narradora. De aquí la

reflexión continua y sosegada, el apunte minucioso, el uso de paréntesis aclaradores, el

frecuentísimo empleo de comparaciones (son abundantes las oraciones que comienzan

con la construcción «como si»), el «tiempo parado» de la narración, que cede ante la

incansable voluntad narradora de una voz que nunca cesa de meditar y contar, acciones

ambas que parecen realizarse en el mismo acto de la escritura. Ante el poder de la voz

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narradora los personajes pierden su independencia y aparecen como seres brumosos e

irreales. De este modo, el lector debe seguir atentamente el transcurso de la historia

narrada en lo que algunos han entendido como «un acto creador» por parte del receptor,

mucho más dificultoso en la prosa benetiana que en la de su discípulo Marías, cuyos

narradores ofrecen de continuo pistas para el mejor seguimiento de su discurso. Así, la

importancia del «contar» cobra protagonismo en las narrativas de Benet y de Marías,

aunque ese contar nunca implique un conocimiento realmente certero y absoluto de la

historia narrada.

Los personajes de las obras de Benet –el Doctor Sebastián, Numa, el propio espacio

de Región–, como los de varias obras de Javier Marías –el León de Nápoles, Víctor

Francés, Ruibérriz de Torres– aparecen a lo largo de la producción de estos autores, no

consiguen consumarse en una sola narración. Parece no darse por finalizado el perfil de

un personaje o la narración de su historia aunque no se siga un orden lineal al relatar sus

respectivas historias.

Y, por supuesto, siempre hay lugar para la ironía, para el guiño humorístico, que

irrumpe aquí y allá en la narración y que debe entenderse como la entendía el maestro

Benet, como la única fórmula de que dispone el hombre para asimilar las limitaciones

de su conocimiento del mundo.

Por fin, en la narrativa de Marías subsiste la misma búsqueda del estilo propio, la

confianza en que en el devenir de las palabras se encuentra el principal sentido del

discurso, la razón misma de la novela. El argumento, instrumento imprescindible para

hilvanar el flujo del lenguaje, quedará relegado a un segundo plano: «Yo creo que el

argumento como pretexto que es puede desaparecer de una novela» llegó a afirmar Juan

Benet en un debate entre gente de letras publicado en El Urogallo (85). Lo que importa

en la narrativa de Benet, como en la de Marías, es el estilo, el cómo se cuenta muy por

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encima de qué se cuenta. En el mismo debate celebrado en 1987 reconocía el escritor

que

en Saúl ante Samuel y sobre todo en Una meditación, la novela está pensada no

en función del párrafo siguiente –no en función de lo que viene–, sino en función

del párrafo que se está leyendo que es el que hay que leer y detenerse en él, por

eso hay una técnica, la introducción de muchas subordinadas, muchos paréntesis,

para que el lector vuelva al párrafo que está leyendo. El párrafo siguiente es, por

decirlo así, otra pequeña pieza literaria (p.83).

La búsqueda de un estilo propio, que es la esencia del oficio de narrar para el gran

escritor, será también una preocupación constante en la obra de Javier Marías.

NOTAS

1 El padre del escritor, el abogado Tomás Benet Benet, fue fusilado cuando éste tenía nueve años: «A mi padre lo mataron al principio de la guerra, fue una de esas razzias absurdas y personales: un día lo sacaron de su casa, lo llevaron a una cuneta y lo fusilaron». «Juan Benet. Cronología» en El Urogallo, marzo de 1989, 32. No es de extrañar que la temática bélica definiera después la obra literaria de Benet. 2 Son muy interesantes también las reflexiones que sobre este aspecto incluye María Elena Bravo en su estudio Faulkner en España. Perspectivas de la narrativa de postguerra, Barcelona: Península, 1985, prologado por el propio Juan Benet. 3 «... Euclides me dio la pauta de cómo había que abordar el tratamiento de una historia que tenía que ser algo meta-personal, que no se limitaba a las aventuras de una pareja o de una cuadrilla de guerrilleros, sino que todo aquello había que explicarlo casi, casi, por las condiciones topográficas, geológicas, etc...Cuando leí a Euclides ya tenía escrito un primer manuscrito de Volverás a Región, que luego deseché». «Juan Benet. Cronología», 35. 4 El universo ficticio de sus más destacadas novelas, Región, es un espacio mítico que se ha identificado tradicionalmente con la comarca asturleonesa y que podría ser símbolo de España: «En ese lugar inventado (comarca en la que habitan odios, ignorancias, resentimientos, rivalidades y lealtades que son otros tantos rasgos de la Guerra Civil) transcurre casi toda su producción narrativa, huérfana de protagonistas y envuelta en una atmósfera densa de caracteres que se intercambian para, en última instancia, hacer resaltar la preeminencia del entorno –no encuentro, discúlpeseme, otra forma de decirlo– metapersonal». Véase Danubio Torres Fierro, 85. 5 El narrador protagonista de la última novela de Marías, Tu rostro mañana, cuya primera entrega apareció en el 2002, de apellido Deza, también atiende a diversos nombres: Jacobo, Jacques, Santiago, Yago y Jaime, entre otros.

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OBRAS CITADAS

Benet, Juan, Volverás a Región, Barcelona, Destino, 1967. _________, Una meditación, Barcelona, Seix Barral, 1970. _________, Constantino Bértolo, Rafael Conte y Alejandro Gándara, «Contra las novelas de la

Guerra», El Urogallo, nº -10, 1987, pp. 83-85. _________, «Cinco respuestas de Juan Benet», Revista de Occidente, nº98-99, 1989, pp. 8-12. _________, En el estado, Madrid, Alfaguara, 1993. _________, Herrumbrosas lanzas, Madrid, Alfaguara, 1998. Bravo, María Elena, Faulkner en España. Perspectivas de la narrativa de postguerra.

Barcelona, Península, 1985. Conrad, Joseph, El espejo del mar, Traducción de Javier Marías. Prólogo de Juan Benet.

Madrid, Hiperión, 1981. Furundarena, Arantza, «Entrevista con Javier Marías», El Semanal, 2/1/2000, pp. 37-42. García Pérez, Francisco, Una meditación sobre Juan Benet, Madrid, Alfaguara, 1998. Gil Casado, Pablo, La novela deshumanizada española (1958-1988), Barcelona, Anthropos,

1990. Goñi, Javier, «El barro del alfarero», El Urogallo, marzo de 1989,pp. 63-65. Herzberger, David K, «La aparición de Juan Benet: una nueva alternativa para la novela

española» (1975), Juan Benet, Katheleen M Vernon, ed. Madrid, Taurus, 1986, pp.24-44.

Marías, Javier, Los dominios del lobo. Barcelona, Anagrama, 1987. ___________,«Desde una novela no necesariamente castiza» (1984), Literatura y fantasma.

Madrid, Siruela, 1993, pp. 45-61. ___________, El hombre sentimental, Barcelona, Anagrama, 1986. ___________, «El señor Benet recibe» (1989), Literatura y fantasma, Madrid, Siruela, 1993,

pp. 125-126. ___________, «Una invitación» (1993), Literatura y fantasma, Madrid, Siruela, 1993, pp. 133-

137.

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___________, Mañana en la batalla piensa en mí, Barcelona, Anagrama, 1994. ___________, «La negra espalda de lo no venido», El País, 29/12/1996, p.23. ___________, Cuando fui mortal, Madrid, Alfaguara, 1996. __________, Tu rostro mañana I. Fiebre y lanza, Madrid, Alfaguara, 2002. Martínez Cachero, José María, La novela española entre 1936 y el fin de siglo. Historia de una

aventura, Madrid, Castalia, 1997. Núñez, Antonio, «Encuentro con Juan Benet» (1969). Juan Benet, Katheleen M Vernon, ed.

Madrid, Taurus, 1986, pp.17-23. Pope, Randolph D. y otros (1999), «Juan Benet» en Historia y Crítica de la literatura

española. Época contemporánea: 1939-1975.8/1, edición al cuidado de Francisco Rico, Santos Sanz Villanueva coord, Barcelona, Crítica, 1999, pp. 538-541.

_________, «Benet, Faulkner y la memoria según Bergson» (1984), Juan Benet, Katheleen M

Vernon, ed. Madrid, Taurus, 1986, pp.243-253. Sobejano, Gonzalo, Novela española de nuestro tiempo, Madrid, Ed. Prensa Española, 1975. Torres Fierro, Danubio, «Perfil de Juan Benet», Letras Libres, nº7, 1999, pp.84-85. Vivas, Ángel, «Entrevista con Javier Marías», Muface, nº159, 1995, pp. 52-53. VV. AA., «Juan Benet. Cronología», El Urogallo, marzo de 1989, pp. 32-38.