j.r. wilcock - sexto

53
Juan Rodolfo Wilcock SEXTO

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Page 1: J.R. Wilcock - Sexto

Juan Rodolfo Wilcock

S E X T O

Page 2: J.R. Wilcock - Sexto

Hae Puellae 3

ONCE SONETOS 5

1 6

2 (habla una paloma) 7

3 8

4 9

5 10

6 11

7 12

8 13

9 14

10 15

11 16

EL TRIUNFO DEL TIEMPO 17

TEMAS 23

Después de la traición 24

En la orilla 26

* 30

* 32

* 33

* 34

* 35

* 36

Habla Vicente Yáñez Pinzón 37

Artemisa en la fuente 39

Temas 41

EPITALAMIO 44

Proemio 45

1. Primer Encuentro 46

2. Pastoral 46

3. Ruego al Azar 48

4. Nocturno 48

5. Jardín Botánico 49

6. Uspallata 50

7. Final 51

Page 3: J.R. Wilcock - Sexto

HAE PUELLAE

Como un viajero persa cautivo en tierra escita,

más solo entre los bárbaros que Simeón Estilita,

escucho en la azotea de mi casa el llamado

lejano de unos pájaros sobre un cielo dorado

que buscan en los juncos del Nilo su alimento;

oigo hablar de las Cicladas y no sé si es el viento

o pies que huyen desnudos al sol sobre la arena

entre restos de espuma que el viento desordena.

Son ellas, sin embargo, las mujeres del mar

que en las calles del centro oigo a veces cantar

detrás de las dos Dársenas y de la Costanera,

cuando el invierno arrastra sus trapos por la acera;

las verdaderas dueñas del collar de Teodora,

las eternas sopranos, la familia escultora,

las santas que escribían Xristo en las catacumbas

y adornaban con peces las tapas de las tumbas,

las únicas personas que vivieron en Ur,

las alegres cretenses que no pisan el Sur;

hijas de la memoria con flautas y banderas

Page 4: J.R. Wilcock - Sexto

que en la noche sin término recorren las praderas

donde los unicornios fornican con leones

y las reinas con bestias de grandes proporciones,

anotando en cuadernos que la sombra pervierte

fragmentos del coloquio del hombre con la muerte;

cariátides sin manos de las quintas latinas,

musas que lame el humo del tiempo entre las ruinas.

Page 5: J.R. Wilcock - Sexto

O n c e S o n e t o s

Page 6: J.R. Wilcock - Sexto

1

Iban por el jardín, y él discernía

en la fosforescencia circunstante

los sentimientos de su acompañante;

iban por la avenida más sombría

bajo el vapor azul que descendía

desde el ramaje azul de la fluctuante

noche húmeda de enero sofocante

que un relámpago lejos encendía.

No sumaban treinta años, y el instinto

les dio a entender que era mejor sentarse

sobre el declive de un cantero oscuro.

Y se tocaron, y en el laberinto

entraron que no puede devanarse

de la repetición y de lo impuro.

Page 7: J.R. Wilcock - Sexto

2 (HABLA UNA PALOMA)

En la mañana fresca ambulativa

sobrevolé un islote cenagoso;

los olivos brillaban, y en un pozo

tres personas flotaban boca arriba.

Traje una rama a la nauseante estiba;

entré posada en un tapir o un oso

y con voz de animal clamé en el foso:

“El móvil ácueo al Ararat arriba”.

“Pronto saldremos bestias navegantes,

sin más recuerdos de esta sociedad

que nos produjo tantos ascos antes.”

Como en la cárcel, la promiscuidad

formó lazos que no han de mantenerse

cuando el establo en tierra se disperse.

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3

En ti pienso de noche, alma querida;

cierro los ojos en la sombra y siento

el constelado y fabuloso viento

del éter que me arrastra en su caída;

el éter sideral donde impelida

te uniste a mi arbitrario movimiento,

alma de tan virtuoso sentimiento,

y en todo instante de piedad vestida.

Pienso: el premio de haberte conocido

es por algo que aún no he cometido

y que un gran dios aguarda con orgullo;

un dios que remunera de antemano

al permitir que sea un mero humano

eternamente, eternamente tuyo.

Page 9: J.R. Wilcock - Sexto

4

¡Cómo tarda en llegar la primavera!

Quisiera descender por un camino

desierto en el silencio vespertino;

ir a un río, sentarme en su ribera.

Convaleciente en un jardín, quisiera

escuchar ese pájaro argentino

que repite su canto clandestino

bajo las sombras de la enredadera.

Reconocer entre los paraísos

palabras de olvidada seducción

que se alejan, aromas imprecisos;

y hundiendo el rostro en una flor dorada

sentir cómo renace la estación,

vacilante, amarilla, apasionada.

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5

Una párvula luna, un cielo raso

se hunden con lentitud al ras del viento,

mientras la niebla gris en movimiento

entre el mar de las frondas se abre paso.

Solo y tranquilo junto al fuego escaso

que ilumina de rosa el aposento,

miro subir la noche al firmamento

como un pájaro que huye del ocaso.

Y miro descender en mí la calma

en esta hora que habla a los sentidos

sólo de cosas que hacen bien al alma:

del gran silencio, y de mi amor distante

que es como el resplandor que a los perdidos

(el último verso falta en la edición impresa)

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6

Ramajes de la noche susurrante,

flores violetas del jacarandá,

palmeras, no desaparecerá

vuestra forma, ni el cielo de este instante.

Perduraréis, oh céspedes; radiante

vuestra imagen que el tiempo eludirá

será más verde; este paisaje está

en el ámbito inscripto de un diamante.

Plumaje de las dríades, morada

de diminutos pájaros dispersos,

para siempre os invocan estos versos:

“Permaneced, jardines, deleitad

ramas el aire, flores la mirada,

adornando esta altiva soledad.”

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7

Es el fondo del mar, es un cristal azulado

y fluctuante en cadenciosas

ondas oscuras de hojas y de rosas

que oscilan en el aire inmaterial.

Y la luna desciende a un manantial;

el rocío, las aves silenciosas,

las cintas olvidadas por las diosas

entre la hierba, ¡oh noche espiritual,

hondo techo de estrellas, firmamento

sobre la vaguedad del universo,

ámbito donde nace el pensamiento!

Confundido en las sombras soy un alma;

acostado en la tierra me disperso

en las ondulaciones de la calma.

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8

Casi no sé de quién son estas manos,

las manos que acarician tus mejillas;

¿son las que en otras tardes amarillas

arrancaban la flor de los manzanos,

las que en los mediodías suburbanos

se hundían en las húmedas gramillas,

las de un joven absorto en las orillas

del Tigre ante unos álamos, mis manos?

En este íntimo nimbo que es la espuma

de Venus verde y rosa entre la bruma

sé que éstas son las manos de tu amante;

pero no sé cómo uniré este instante

en que me siento agudamente vivo

con las horas de un Wilcock primitivo.

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9

En las llamas del sol las mariposas

rutilan sobre el agua iluminada

que fluye de la fuente a la explanada

bajo el ardor del cielo y de las rosas.

De las enredaderas luminosas

desdeñando la sombra delicada,

ves de una nube azul que se traslada

la forma diseñada en las baldosas.

Y entre las ondas del follaje infiero

oh ángel inaccesiblemente rosa

del jardín de la luz del mes de enero

que el laberinto de tus movimientos

y la tarde traslúcida y sinuosa

se esfuman al influjo de los vientos.

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10

Canta en el sol detrás de las persianas

un mirlo entre guirnaldas abstraído

como la intermitencia del sonido

del mar sobre las playas suburbanas.

Silenciosas, simétricas mañanas

y tardes de un calor desconocido,

¡con qué insidia después que alguien se ha ido

persisten las bellezas cotidianas!

Me exilaré en el rayo solitario

que penetra el cristal de tu retrato

con su fulgor de flor en un santuario,

junto al ángel ausente, prisionero

del furor exterior verde e insensato

del mar y el aire de oro de febrero.

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11

¿Dónde estarán las fuentes divergentes

de los verdes Jardines Suspendidos,

los cien puñales de metal perdidos

que usaron las Danaides impacientes?

¿Qué fue del rey Atila y sus sirvientes

en un mismo sepulcro sumergidos?

¿Dónde ruedan los mármoles roídos

de Atlántida, sus templos transparentes?

Las manzanas doradas de la Hesperia,

la cítara de Orfeo persuasiva,

¿no se han trocado en polvo y en miseria?

Todo se lleva el tiempo en su victoria;

y el pensamiento, como la materia,

se dispersa en el viento de la historia.

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E l t r i u n f o d e l t i e m p o

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El aire se llenó de hojas desiertas;

un vaho penetrante y conocido

vuelve más hondo y mórbido el sonido

del viento que desciende de las huertas,

el ruido de estos pasos apagados

en los viejos senderos mal cuidados.

Esta es la última vez, la última vez,

preciados laberintos de una quinta,

que ocultaréis nuestra pasión extinta

con ramas de eucalipto y de ciprés;

no lloraré en otro lugar: prometo

que mi dolor será vuestro secreto.

Luego dividiremos nuestras almas;

pero hoy, que todavía están reunidas,

discurramos por estas avenidas

oscuras en la sombra de las palmas;

antes de separarnos como extraños,

hablemos de este triunfo de los años.

Antes de ser dos almas solitarias

que guardan una flor desvanecida

en el libro inconcluso de su vida,

y que en las lentas tardes sedentarias

aspiran un perfume que no existe

sobre su texto oscuramente triste.

Hablemos de esos días custodiados

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por las estatuas de las galerías

y las primeras lilas; de esos días

con firmamentos aterciopelados

donde yo extático e inmortal veía

tu rostro semejante a la armonía.

¡Cómo me conmovía tu belleza

que hoy enciende el crepúsculo rosado!

¡Oh amor, mi amor, por qué habrás clausurado

mis ojos con un sello de tristeza

para que nunca vuelva a contemplarte,

ciego en la luz, frenético de amarte!

¿Por qué no se enlazaron nuestros pasos

como estas huellas dobles en la arena

que el pie de los amantes encadena

con imborrables, permanentes trazos;

por qué no fuimos en un mundo breve

lo único que nunca se conmueve?

No pasearemos más por las veredas

desiertas en la noche y perfumadas,

no se unirán las sombras alargadas

de nuestras manos en las alamedas

que un oscuro temblor estremecía.

¡Oh amor, qué hiriente es la melancolía!

El mundo pudo ser tan diferente

si me hubieras amado. Nunca más

Page 20: J.R. Wilcock - Sexto

en un jardín te reconocerás,

ni en el agua ondulada de una fuente;

no admirarás los días desiguales,

ni el rastro de la lluvia en los cristales.

yo no alzaré más la cara al cielo;

no podré contemplarlo, si no me amas;

inútilmente se unirán las ramas

y moverán sus sombras sobre el suelo.

No existirán sus sombras vacilantes

cuando tú estés besando a otros amantes.

Ves, la tarde me ofrece sus colores

para aureolar la imagen que me queda

de tu rostro a través de la arboleda;

así te evocaré junto a estas flores,

y así, donde te he amado tiernamente,

persistirás en tu esplendor presente.

Pero esta mano, al sol más luminosa

que el vivido follaje transparente,

nunca más sentirá lo que ahora siente

junto a la tuya; no, ni en una rosa

de pétalos abiertos, ni en un río

que fluye lentamente en el estío.

Y nunca más mis labios entreabiertos

ante las ruinas de mi adoración,

sabrán reproducir otra versión

Page 21: J.R. Wilcock - Sexto

de esos atardeceres inexpertos,

de esas conversaciones frente a un piano

en las noches tranquilas de verano.

La luna morirá y renacerá

tantas veces en vano ante mi puerta,

y una terraza encontrará desierta

donde tu nombre sin embargo está,

entre la hiedra, en un lugar oscuro,

escrito con un lápiz sobre el muro.

Sí, los amores no son nunca eternos,

son breves como vínculos mortales;

pero nosotros, tan espirituales,

debimos como el fénix desprendernos

de lo perecedero y renacer

con el mismo fervor y el mismo ser.

De los hombres el paso inmemorable

no dejará una huella que los vientos

no consigan borrar; sus movimientos

son la trama del aire inapresable;

no quedarán sus diarios pormenores,

sus retratos, sus voces, sus temores.

Apenas de esa furia soñolienta

donde ruedan los reinos y el honor,

a veces queda el rostro del amor

como un fantasma sobre la tormenta,

Page 22: J.R. Wilcock - Sexto

que nada material mueve ni apura

porque está hecho de algo que perdura.

Pero tú, que entre rayos irisados

me muestras tu belleza primordial,

no quisiste mirar ese cristal

donde alguien nos vería reflejados

sobre todas las ruinas de los hombres

uniendo en una cinta nuestros nombres.

Tú rechazaste la inmortalidad;

siempre serás, junto a esa balaustrada

la inspiración que pasa innominada

entre mis versos a la eternidad;

y en los ciclos del tiempo ignorarán

quién fuiste, las personas que vendrán.

Sólo yo que contemplo tu hermosura

en esta tarde rosa feneciente,

y que así me arrodillo, de repente,

como un antiguo amante en su escultura,

como Tristán cuando miraba el mar,

sólo yo podré verte sin cambiar.

Ven: ya se ha puesto el sol entre esas casas,

y la humedad desciende lentamente;

ven a evocar nuestra pasión ausente,

los diálogos pausados en las plazas,

la sombra de las hojas en tu cara.

Como si nada aún nos separara.

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T e m a s

Page 24: J.R. Wilcock - Sexto

DESPUÉS DE LA TRAICIÓN

¿Recuerdas, mi alma, ese árbol favorito?

Verdes eran las tardes a su lado;

míralo ahora en polvo trasformado

por los relámpagos de tu delito.

¿Recuerdas a tu amante en las perfectas

penumbras del jardín iridiscente?

Ya no murmurarás trémulamente

en sus labios tus frases predilectas.

¡Ah nunca más la voz con que cautivas

será veraz para el desposeído,

ni tu arrepentimiento fementido

lo enlazará en sus ondas persuasivas!

Lejos del aire de oro que respiras,

lejos del cielo que estarás creando,

morirá como un niño, preguntando

por qué lo traicionaron con mentiras.

Page 25: J.R. Wilcock - Sexto

¡Y se besaban en la boca, audaces!

¡Junto a mis libros, junto a mi retrato

celebraban su erótico contrato,

tal vez desnudos, y tal vez locuaces!

Quiero irme por cerúleas galerías

en un barco, entre ríos constelados,

quiero alejarme de esos depravados,

hundirme en grutas húmedas y umbrías;

y aprender a olvidar, mientras inscribo

en las arenas por el mar lavadas

o en paredes de conchas incrustadas

este falso epitafio acusativo:

“Aquí murió un amante traicionado;

aquí, donde la aurora tornasola

las piedras y la espuma de la ola,

en la entrada del antro, está enterrado.”

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EN LA ORILLA

Reclinando la cabeza

sobre una piedra amarilla

miras el agua que brilla,

y yo miro tu belleza,

mientras la sombra progresa

de una nube sobre el río;

yo soy el hombre sombrío

que siempre te adorará,

no en vano enlazado está

tu destino con el mío.

Como un rey enamorado

que admira el vuelo insumiso

de un ave del paraíso

en un parque abandonado,

como un dios que ha resignado

su poder por un diamante

donde el perfil de su amante

aparece en la penumbra,

Page 27: J.R. Wilcock - Sexto

así mi alma se deslumbra

frente a tu rostro cambiante.

Vírgenes transfiguradas,

princesas con aureolas

que viajan entre las olas,

relámpagos, llamaradas

de ciudades incendiadas,

ramajes de verde palma

dibujados en la calma

de los crepúsculos rojos,

es lo que veo en tus ojos

como una imagen de tu alma.

Esta soledad preciosa

que me otorga tu presencia

en toda su iridiscencia

infantil y luminosa,

como una única rosa

se despliega bajo el cielo;

yo estoy sentado en el suelo

mientras miro lentamente

tu mirada transparente,

tu frente pura y tu pelo.

¿Qué hacíamos separados

cuando no nos conocíamos

y en silencio discurríamos

por jardines clausurados?

Page 28: J.R. Wilcock - Sexto

Yo buscaba en todos lados

una voz como tu voz;

¿dónde estábamos los dos,

cuando todo nos reunía,

esperando la tardía

condescendencia de Dios?

¿Qué oscuras admiraciones

vertían en mi existencia

una ociosa somnolencia,

y calmaban mis pasiones

con erróneas seducciones?

Lejos de la verdadera

divinidad sólo era

feliz como un animal,

y la luz espiritual

no penetraba en mi esfera.

A esa región rutilante

que hay detrás de tu mirada,

mi exaltación me traslada:

déjame entrar, soy tu amante,

soy tu igual, tu semejante;

y tú eres firmamento,

en cuyo etéreo elemento

se confunde la armonía

de la antigua poesía

con la música del viento.

Page 29: J.R. Wilcock - Sexto

Dulces, dulces son tus manos

enlazadas con las mías;

dulces son las galerías

de los árboles urbanos,

el humo de los lejanos

barcos que salen del puerto;

pero es más dulce el concierto

de dos almas tan iguales

trémulas en los umbrales

del mundo que han descubierto.

¡Ah no permitan los dioses

con sus armas invisibles

que se vuelvan divisibles

nuestras mentes, nuestras voces

habituadas a los goces

del amor intelectual,

ni que se rompa el cristal

celeste y tornasolado

donde vivo enajenado

frente a tu rostro irreal!

Page 30: J.R. Wilcock - Sexto

*

Recuerdo en la penumbra, oh mercenaria,

las dóciles diademas de amatistas

que en la alcoba de Venus Tributaria

ceñían tus efímeras conquistas.

Hondamente requiero, íntimamente,

tu piel inscripta por antiguos besos,

y aquella lasitud indiferente

que ornaba tus eróticos procesos.

Avenidas del tiempo inextricables,

fiestas, presentaciones, despedidas,

¿qué resta de las horas memorables,

de esos hondos carbunclos de las vidas?

Es otro, no soy yo, quien hoy te abraza

y prodigiosamente se deslumbra

en las profundidades de tu casa

y en esta misma férvida penumbra.

Page 31: J.R. Wilcock - Sexto

¡Ah, cómo parecían fraudulentos

ante los rayos de tu erudición

los agrestes y grises sentimientos

que se cultivan en el corazón!

Mi pública doncella, mi adorada,

mi ausente, mi jardín adolescente,

¿dónde suscitarás con la mirada

las rosas del ardor concupiscente?

Como la luz eléctrica en las ondas

celestes de los lagos olvidados

te fuiste entre la sombra de las frondas

de la noche en los arces constelados.

¡En vano, y cuántas veces, un amante

creyó verte desnuda bajo un velo

surgir ante el recinto rutilante

de un prostíbulo en llamas sobre el cielo!

Page 32: J.R. Wilcock - Sexto

*

Nunca la voz de un ángel imitará tu voz

ni entre follajes trémulos repetirá mis versos,

y jamás en idénticos, cíclicos universos

volveremos a amarnos con este amor atroz.

Bajo extraños crepúsculos los otoños rosados

verán caer las hojas sobre las hojas muertas;

no nos verán pasar por las plazas desiertas:

como Corinto y Tebas seremos olvidados.

No quedará ni un signo de nuestra permanencia,

una carta, un anillo con nuestras iniciales;

nadie sabrá en las diáfanas noches equinocciales

que te amé y que me amaste con tanta vehemencia.

Page 33: J.R. Wilcock - Sexto

*

Tus ojos son el agua, son la luz que se interna

por las espumas verdes del agua entre las piedras,

el silencio del musgo de una antigua cisterna,

el reflejo traslúcido del sol sobre las hiedras.

O se abren en la noche con destellos celestes,

paisajes sublunares, crepúsculos tranquilos

y azules donde flotan las estrellas agrestes;

tus ojos son variables como crisoberilos.

Tus ojos transparentes son tan puros, tan suaves;

reconozco olvidados perfumes de azahares

y arpegios como el trémulo plumaje de las aves

cuando miro en la sombra tus ojos singulares.

Page 34: J.R. Wilcock - Sexto

*

A la luz de la luna me alejo entre nocturnas,

cadenciosas penumbras de acacias y palmeras;

reconozco la tierra, sus ondas taciturnas,

las invisibles flores grises de sus riberas.

Solitario en los ámbitos de vidrio del espacio

voy por los parques, cruzo la noche, enamorado

de alguien que duerme, lejos, en un vago palacio,

con el labio entreabierto y el pelo despeinado.

Page 35: J.R. Wilcock - Sexto

*

Mis pasos en la noche de mármol de Venecia

como un eco repiten pasos de otros amantes

sepultos bajo el piso desigual de una iglesia

entre damas adúlteras y duques navegantes.

De sus vastas pasiones no quedó nada, nada,

y quedaron en cambio su escudo y su palacio;

sin embargo una noche como esta innominada

se creyeron eternos y fuera del espacio,

y creyeron que el fuego y el mármol y el Ticiano

no durarían tanto como eso que sentían

ascender por las ondas marmóreas del verano

hacia un mosaico púrpura de nubes que se abrían.

Page 36: J.R. Wilcock - Sexto

*

La hacienda en la frescura del rocío

cruza inciertas praderas, silenciosa,

casi invisible entre la luz verdosa

y última de un crepúsculo de estío.

En el vidrio del tren veo al poeta

con un anillo de oro y una pluma;

vuelve de una metrópolis de espuma

hacia el fulgor de su ansiedad secreta.

Vuelve del mar hacia la capital;

y la lánguida luna le ilumina

los campos de una incógnita Argentina

inexpresablemente espiritual.

Page 37: J.R. Wilcock - Sexto

HABLA VICENTE YÁÑEZ PINZÓN

En esta zona la estación parece

similar al otoño mauritano;

llueve mucho, y el mar poco se mece

lo que hace el navegar confiado y llano.

De noche oigo cantar a los marinos

desnudos al calor de las estrellas,

y hay peces en el agua repentinos

que despiden fulgor como centellas.

Hay algas más extensas que ciudades,

y el sol se esconde inesperadamente

sin suscitar las rojas variedades

de los cielos de Europa en el poniente.

Todos los peces que en las redes caen

son monstruos, y los hay que vuelan fuera

con alas que se estiran y contraen

según salen o vuelven a su esfera.

Page 38: J.R. Wilcock - Sexto

Encontraron en otra de las naves

una gaviota muerta que flotaba;

¿qué son esos cadáveres de aves

sino anuncio de un mar que no se acaba?

Detrás de ese horizonte circulante

unos dicen que hay tierra, otros que no hay;

en la mirada azul del Almirante

no ven, cerúleo, el reino de Catay.

Y el mapamundi clama la falacia

de sus equivocadas longitudes;

no creo que lleguemos nunca al Asia,

sin brújula, sin agua, sin virtudes.

Page 39: J.R. Wilcock - Sexto

ARTEMISA EN LA FUENTE

Yo soy Diana. La Noche me obedece;

la Tierra ante mi rostro palidece,

y el Océano cóncavo consiente

la acción de mi dominio intermitente;

las verdes lluvias y los vegetales

dependen de mis órbitas mensuales

y mi aspecto oblitera la influencia

del dios que infunde la concupiscencia.

Ayer, entre los labios de un pastor

me mordió la serpiente del amor.

¡Oh desceñidme de estas vestiduras

náyades que veláis las espesuras!

Si marcaron los besos de un amante

mi cuerpo en las sicigias rutilante,

aún puedo hundirme en la álgida inocencia

de esta fuente de inmóvil transparencia,

cuyas ondas secretas y plateadas

no fueron, como Diana, profanadas.

Page 40: J.R. Wilcock - Sexto

En sus ojos profundos, mis doncellas,

se inspiran las erráticas estrellas

que persiguen la lenta variación

de mis noches; su nombre es Endimión.

Dorado sobre el oro de la avena,

abrió en mis senos blancos la azucena

marmórea de este amplexo interlunar

silente como el ámbito del mar.

Náyades, el crepúsculo declina,

y solitario el cielo me conmina.

Retornaré al jardín incandescente

del zodíaco azul tranquilamente

desnuda en mi visible resplandor.

Los dioses dominamos el amor;

cuando el éter crepite ante mis pasos

olvidaré la luz de sus abrazos.

Dormido entre los bosques de laurel

él me aguarda, mas yo no iré hacia él;

en mi diadema cíclica y mutable

las perlas de su nombre inmemorable

se abolirán. Soy Diana ante una fuente;

la penumbra me adora y me presiente.

Page 41: J.R. Wilcock - Sexto

TEMAS

I

Ves sol, girando, lo mudable; ves

inmutables los polos de tu esfera

y todo lo demás llegar a un término;

viste las Romas sucesivas, México,

las muertes de Antinoo y Gengis Kan,

y en su tumba la falsa Helena egipcia;

antes de haber historia viste a Andrómeda

ubicarse en el cielo, y la paloma

en los húmedos cedros de Ararat;

viste todas las cosas, viste el Álef.

Y yo te veo a ti; yo también duro,

soy el espíritu y contemplo en calma

tus días y tus noches rotatorios

que dependen de mí; tranquilos árboles

nos separan; yo pienso, y tú consientes

que en una quinta de Mariano Acosta

un inmortal afirme: Tengo tiempo.

Page 42: J.R. Wilcock - Sexto

II

Cuántas veces he visto un árbol seco

erguido en el crepúsculo imitar

la fronda de los árboles vivientes.

Tristes, ignoran el verano glauco

y gradualmente los destruye el viento.

III

Este silencio que de mí depende

también depende de infinitos seres;

hay diez mil mundos superpuestos donde

miro un árbol y un campo de altos cardos,

y una hoja que vuela ante mis ojos

puede matar a un hombre, destruir

un verso milenario, ser un sueño;

diez mil dioses contemplan ese campo

y no se ven, y no ven más que un mundo.

IV

Como esas rocas donde hay tierra escasa,

y el sol quema en verano la modesta

hierba que el equinoccio ha suscitado,

donde las alas secas del insecto

no son mordidas por el ave ausente,

es la mente del hombre hasta ese día

en que el amor con una gracia azul

desconocida y rosa en él se posa.

Page 43: J.R. Wilcock - Sexto

V

Nunca un poema inscribirá la forma

de un árbol admirable, ni las clases

de hojas, ni el diseño de las nubes

cuando son blancas sobre el cielo terso.

Nunca un poema inscribirá el relato

de nuestra unión de amor. Mas por el hálito

de ese primer encuentro, y de esos días

capitales del mapa de mi historia,

por el fervor siguiente y los tumultos

que conjuraban la paterna insidia,

por las transformaciones del afecto

y por las músicas que oímos juntos,

no olvides sus detalles minuciosos.

Yo los recordaré toda la vida.

Page 44: J.R. Wilcock - Sexto

E p i t a l a m i o

Page 45: J.R. Wilcock - Sexto

PROEMIO

Convoco arbustos y agua; con pirámides,

con leopardos, con versos latinos, con espejos

formo y exorno esta verbal glorieta;

hay helados, helechos enlazados,

y sombra y sol externo.

Aquí de grises tórtolas rodeados,

de invocadas quimeras teologales,

y en un círculo aislados

leyendo el Lancelote por deleite,

suspende tus usuales labores seculares,

y oye estos versos que hablan de nosotros.

Glicinas nos aroman;

los perales florecen en octubre,

los primeros manzanos, los membrillos,

los cerezos, las lilas y las lluvias.

Pero nosotros esta primavera

por idéntico amor tan refinados,

nos conocimos cuando hay nieve azul

en las montañas invisibles

y las cabras descienden a comer en el llano.

Como el halcón que mira desde el cielo

cuando te vi bajé a buscarte;

todo eso ya es histórico, y ahora

oye estos versos que hablan de nosotros.

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1. PRIMER ENCUENTRO

El dios en el instante oracular

urdió los hilos repentinamente,

y entre espumas nos vimos de repente

como al ver por primera vez el mar.

El mar que no me parecía hermoso

el primer día y que amé tanto luego;

el mar que infatigable como el fuego

cambia de forma y nunca está en reposo.

Himen, oh Himeneo,

cumplimos tu deseo.

Ulularon los reyes subterráneos

solvet saeclum in favilla,

fulguraron las grutas espaciosas,

fuegos artificiales, esplendores,

fuentes iluminadas en colores,

París otorga a Venus la manzana;

árboles surgen, geyseres, guirnaldas,

¡oh noche entre las noches distinguida,

noche de espadas, de agua, de monedas!

Un día era la edad del nuevo invierno.

2. PASTORAL

Hay un vidrio en el campo, una ventana

de vidrio opaco y resistente. El sol

señala en él la sombra de una planta

y el curso de una mosca

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en cíclicas posturas recurrentes;

contusos perros que huyen lo atraviesan.

Detrás del vidrio azul y verde, yo.

La otra pared muestra mampostería,

jambas, dintel, y el vano de una puerta

abierta hacia el jardín y el cielo intenso

surcado de eucaliptos, casuarinas,

nacientes paraísos, aeroplanos,

voces de pájaros y algunas lilas,

mi flor más fina, mi dedicación

y aquí en el campo tu representante.

El sol mueve las horas,

activa el crecimiento de las plantas,

arrastra sombras, origina tardes

y da curso a la noche.

Y a mediodía inunda el campo de agua.

Miro hacia Buenos Aires,

costumbre natural de los ausentes.

Un joven corta el pasto del jardín;

se oye un motor, arrullos de palomas,

ruedas, criaturas invisibles, perros,

y el segador; yo te amo

como las lentas nubes de este cielo

tranquilamente superiores.

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3. RUEGO AL AZAR

“Que todo cambie sin cambiarnos,

que nuestros cambios sean idénticos,

y que en el mismo instante fallezcamos.”

Debe de ser un fuego insostenible

la cesación de la felicidad.

4. NOCTURNO

Como en un sueño activo, las hormigas

transportan rotos pétalos,

hojas, semillas y acre ácido fórmico;

en impermeables, subterráneas cuevas

se imitan y se ignoran,

sufren tragedias, cuidan esperanzas,

dolores del tamaño de una hormiga.

Con arpa o flauta miceniana

¡quién cantará los éxitos de los cines del sábado

hebdomadariamente renovados!

Más alto sin embargo que las frases eléctricas

y el vapor rosa de la noche urbana

hay estrellas de hielo, agujas de aire,

doncellas asomadas a la verja del cielo,

planetas que ordenaban los destinos

cuando los hombres eran menos

y habitaban los bordes del Éufrates asirio.

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Vayámonos entonces, tú y yo,

pública y mutuamente desposados

a enriquecer los ritos saturnales.

Por aquí se entra en la ciudad moviente;

imaginemos, mi alma, que esto fue

hace diez siglos, y que el mundo ha muerto;

discurramos por tan serenas ruinas

que un tiempo han sido Itálica famosa.

Aquí fue el Rex, aquí el Politeama,

inminens regum mors in terra est;

cometamos el acto de las sombras

sobre las hiedras de los escenarios.

Hoy sábado a las once de la noche

tú, mi ternura,

tu mea cura

nuevamente iluminas lo deciduo

cuando me miras en los vacuos antros

de la íntima, analgésica cinematografía.

5. JARDÍN BOTÁNICO

¿Recuerdas, mi alma, ese árbol favorito?

Verdes eran las tardes a su vera;

era un ombú, era sagrado, y era

como un hotel variadamente escrito

por los paseantes de otra primavera.

Nosotros no grabamos nuestros nombres;

y sin embargo, cuando todo muera,

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¿no quedará un recuerdo de dos sombras

besándose las manos en la hierba,

aunque esas sombras no se nos parezcan?

Las preguntas retóricas no suscitan respuesta.

Me alejo para verte en la memoria:

tan joven y en el sol, como en un barco.

6. USPALLATA

¡Glorieta de Renoir que mira un lago!

Siempre la mera rememoración,

que inscribe el movimiento y no el impulso,

tiñe de amor lo inanimado,

como un diván, un verso, una pared,

o el hecho de tomar el té.

No hay más digno deleite

que recordar las épocas felices

en silenciosa intimidad;

horas que sin embargo son felices

en el recuerdo y no en la realidad,

importantes momentos literarios

donde invisiblemente cambiaban nuestras vidas

su curso impredecible.

Horas que habré pasado en la terraza

junto a las hojas de la enredadera

esperando el llamado del teléfono.

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Esa casa no existe:

no ha sido profanada sino modificada

por los ojos distintos que la miran;

y sin embargo la contemplación

de una sola baranda, o de una puerta,

que aún sean como entonces

podrían conmoverme hasta las lágrimas.

7. FINAL

En la florida falda

de seda al viento de una estatua huyente

inscribo esta guirnalda

de versos en tu honor cándidamente,

que piden, con ser serios,

ciencia a tus ojos y a tu voz misterios.

Sic est opus perfectum.

¡Oh tú que me mereces,

por la virtud de aquel primer encuentro

y de la tierna historia subsiguiente,

sé fiel como son fieles

esos cambios de invierno a primavera

y de verano a otoño,

esos pausados ciclos de Alfa

Centauro que adelanta un grado diario

como todo astro fijo, eternamente!

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En las portadillas de la edición Emecé original: Juan Rodolfo Wilcock nació en Buenos Aires en 1919. Poeta, narrador, crítico y traductor, fue el único hijo del matrimonio entre un inglés y una argentina de origen italiano. Su familia se trasladó a Suiza, lugar de residencia de sus abuelos maternos. Tras la muerte de su padre, Wilcock regresó al país y se recibió de ingeniero en 1943, profesión que abandonó al poco

tiempo. Publicó sus primeros libros en la Argentina: Libro de poemas y canciones, Persecución de las musas menores, Paseo sentimental, Sexto y el volumen que hoy reeditamos. Tradujo varias obras para Emecé, editó y dirigió revistas culturales, y puso su firma a mordaces críticas que aparecían en la revista Sur. Fue amigo íntimo de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, quienes, junto a Borges, tuvieron una gravitación fundamental en su obra. Con Silvina Ocampo escribió la pieza de teatro Los traidores, publicada en 1956. En 1953 Wilcock se va a Londres donde trabaja un tiempo como traductor y comentarista de la BBC. En 1954 regresa fugazmente al país para volver a partir, esta vez a Italia, sede definitiva de su exilio desde 1957. Allí adoptó el idioma italiano y publicó varios libros de narrativa, entre ellos, Il caos, Lo stereoscopio dei solitari, La sinagoga degli iconoclasti y L'ingeniere. Además escribió obras de teatro y poesía y tradujo al italiano a Beckett, Genet, Flaubert y Joyce. Fue Caifás en el film El evangelio según San Mateo, de Pasolini, de quien fue amigo, así como de Moravia, Elsa Morante y Vittorio Gassman. Murió de un síncope en 1978, a los cincuenta y ocho años de edad, mientras leía un libro sobre enfermedades cardíacas en su humilde casa de campo en Viterbo. «Escritor precoz y sin ambivalencias; neorromántico que prefirió el poema de tres cuartetos endecasílabos y el soneto; colaborador asiduo de la revista Sur, llamado por Francisco Luis Bernárdez 'el Shelley argentino', después de publicar seis libros de poesía un buen día partió a Italia y comenzó a escribir en italiano y a publicar relatos, novelas, poemas, obras teatrales y ensayos que constituyeron en aquellos años una obra aislada y provocativa.» (Guillermo Piro) «Una lección ejemplar en el arte de mirar lo ínfimo, hasta ver allí las innumerables facetas de esa falible especie llamada humana.» (Juan Forn) «Quien aprecie la poesía que [...] se cultivó intensivamente y adquirió predominancia en la Argentina durante los años cuarenta, encontrará aquí una de sus realizaciones sutiles e inteligentes, sostenida por un arte de la composición verbal que tuvo en Wilcock a un maestro.» (Daniel Freidemberg)

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La presente edición electrónica se ha hecho partiendo de un ejemplar de la reedición de Emecé de 1999. Se ha diseñado respetando la distribución original.