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JOSÉ MARTÍ Y SU PROYECTO REVOLUCIONARIO
Introducción, selección y notas: Dra. Francisca López Civeira
ÍNDICE
Introducción
I. La formación del pensamiento martiano: sus primeras expresiones
1. El Diablo Cojuelo (Fragmentos)
2. Abdala (Fragmentos)
¡10 de Octubre!
3. El Presidio Político en Cuba (Fragmentos)
4. La República Española ante la Revolución Cubana
5. La Solución (Fragmentos)
6. Las Reformas
II. El mundo americano en Martí
1. El Liceo Hidalgo.—Monumento.—Vuelta a las Escuelas.—Empresa
Patriótica.—Teatro Mexicano (Fragmentos)
2. La Polémica Económica.—A conflictos propios, soluciones propias.—La
cuestión de los rebozos.—Cuestiones que encierra (Fragmentos)
3. Los Códigos Nuevos
4. Carta a Valero Pujol
5. Un viaje a Venezuela (Fragmentos)
6. Prólogo a “El Poema del Niágara” (Fragmentos)
7. Cartas de Martí
8. Congreso Internacional de Washington
1
9. Discurso pronunciado en la velada artístico-literaria de la Sociedad
Literaria Hispanoamericana
10. Nuestra América
III. La construcción del proyecto revolucionario martiano: sus bases
fundamentales
1. Lectura en la reunión de emigrados cubanos, en Steck Hall, Nueva York,
1880 (Fragmentos)
2. El Comité Revolucionario Cubano de Nueva York, 1880
3. Al Pueblo Cubano, 1880
4. Carta al general Máximo Gómez (20 de julio de 1882)
5. Carta al general Antonio Maceo (20 de julio de 1882)
6. Carta al general Máximo Gómez (20 de octubre de 1884)
7. Carta a J. A. Lucena (9 de octubre de 1885)
8. Discurso en conmemoración del 10 de Octubre de 1868, en Masonic
Temple, Nueva York, 1887 (Fragmentos)
9. Carta al general Máximo Gómez (1887)
IV. El proyecto nacional liberador de José Martí: bases organizativas e
ideológicas
1. Carta a Gonzalo de Quesada (29 de octubre de 1889)
2. Carta a Gonzalo de Quesada (16 de noviembre de 1889)
3. Discurso en conmemoración del 10 de Octubre de 1868, en Hardman Hall,
Nueva York, 1889 (Fragmentos)
4. Discurso en conmemoración del 10 de Octubre de 1868, en Hardman Hall,
Nueva York, 1891 (Fragmentos)
5. Discurso en el Liceo Cubano de Tampa, 26 de noviembre de 1891
2
6. Resoluciones tomadas por la emigración cubana de Tampa, 28 de
noviembre de 1891
7. Bases del Partido Revolucionario Cubano
8. Estatutos Secretos del Partido Revolucionario Cubano
9. Nuestras Ideas. Patria, 14 de marzo de 1892
10. La agitación autonomista. Patria, 19 de marzo de 1892
11. El Partido Revolucionario Cubano. Patria, 3 de abril de 1892
12. El remedio anexionista. Patria, 2 de julio de 1892
13. Carta al general Máximo Gómez (13 de septiembre de 1892)
14. El Tercer Año del Partido Revolucionario Cubano. Patria, 17 de abril de
1894
15. Orden de alzamiento, 29 de enero de 1895
16. El Partido Revolucionario Cubano a Cuba, Montecristi, 25 de marzo de
1895
17. Carta a Federico Henríquez y Carvajal, (25 de marzo de 1895)
18. Carta al teniente coronel Félix Ruenes, (26 de abril de 1895)
19. CIRCULAR. Política de Guerra
20. Carta a Manuel Mercado, 18 de mayo de 1895
INTRODUCCIÓN
Estudiar a José Martí, desde cualquier ángulo que se tome, resulta siempre una tarea
apasionante, al tiempo que infinita. ¿Cómo abarcar el conjunto de la obra y el
pensamiento martianos? ¿Es posible separar sus distintas formas de expresión para el
análisis sin perder el conjunto? Una selección de textos que se hace a partir de un
objetivo específico tiene, inevitablemente, el riesgo de ofrecer sólo una parte y no el
3
todo, y la insuficiencia de la posible reducción de un pensamiento tan rico y
extraordinario y de su imbricación con la praxis revolucionaria. Este texto, por tanto,
asume tales retos.
Cuando se habla del proyecto revolucionario de Martí es indispensable tener en
cuenta que no se refiere sólo a su labor de preparación de la guerra que estallaría en
1895, es mucho más. Este hombre, a quien Mella calificó en 1926 de “orgánicamente
revolucionario”,1 debe verse en su total dimensión a partir de esa condición
definitoria: es, ante todo, un revolucionario, quiere decir que se plantea una
transformación revolucionaria a la altura de su tiempo y de su realidad concreta como
sentido de su vida. Por ello, no es posible asumir al Martí poeta, periodista, orador,
combatiente, Delegado del Partido Revolucionario Cubano y otras muchas facetas
por separado, en las que habría que incluir las familiares, como si se tratara de nichos
diversos y ajenos. Acercarse al estudio de Martí obliga a comprender a este hombre
tan especial en su unidad indisoluble, aun cuando se seleccione un aspecto particular
para el análisis.
De igual modo, para estudiar a Martí hay que leerlo, hay que ir a sus textos y
disfrutarlos, desmenuzarlos, buscar sus referentes, desentrañar sus intenciones. Esto
obliga a prestar atención a su modo peculiar de redactar, a su personal uso de la
lengua española que dominaba tan bien, a su manera de utilizar la adjetivación y los
signos de puntuación, entre otras cuestiones. Es decir, hay que atender la imbricación,
la correspondencia, entre el contenido y la forma en que aquel se expresa. En los
textos de Martí no hay palabra accidental, por el contrario, todo lleva un propósito
comunicativo, la búsqueda de un efecto, de una reacción. La palabra hablada o escrita
está en función de la comunicación con receptores diversos y esto también es
importante, pues el destinatario debe recibir el mensaje que se emite de la forma que
se desea, lo cual es parte indispensable de la obra martiana. La forma expresiva debe
servir a su propósito revolucionario y debe, por tanto, cumplir su función.
1 Ver las “Glosas al pensamiento de José Martí” escritas por Julio Antonio Mella en 1926 en las que hace un acercamiento metodológico a Martí en Centro de Estudios Martianos: Siete enfoques marxistas sobre José Martí. Editora Política, La Habana, 1978
4
Lo anterior implica que debe atenderse a quién va dirigido el documento que se
analiza, ya que no es lo mismo una carta personal, que un discurso ante diferentes
públicos, que un trabajo periodístico en distintos órganos de prensa; quiere decir que,
debe tenerse en cuenta quién es el destinatario para desentrañar la intención y las
características de la forma de comunicación. No se puede decir lo mismo a todo tipo
de receptor ni de igual manera.
Los textos de José Martí que aquí se reúnen abarcan diversas formas de expresión:
poemas, artículos periodísticos, ensayos, discursos, cartas personales, los que fueron
producidos en distintas etapas de su vida y tuvieron destinatarios diversos. Desde los
primeros periódicos clandestinos de su adolescencia en La Habana, hasta periódicos
continentales o el periódico Patria, que él mismo fundó; desde cartas personales a
amigos hasta cartas oficiales dentro de la estructura del movimiento revolucionario;
desde su primer discurso en Nueva York, en 1880, hasta algunas de sus piezas
oratorias cuando ya había entrado en la etapa definitiva de concreción de su proyecto
revolucionario. Estas características de diversidad en época, lugar de emisión y
receptores deben atenderse para el análisis.
Otro aspecto debe tenerse muy presente para estudiar a Martí: la complejidad de su
época. Martí vivió en la segunda mitad del siglo XIX, el siglo de la sociedad
industrial capitalista, el siglo que consolidó el predominio de la burguesía, el siglo del
triunfo liberal en sentido general; pero en su tiempo histórico, la evolución capitalista
entraba en un nuevo momento que alteraba principios básicos de los modelos
liberales. Estos rasgos corresponden fundamentalmente a los países que constituyeron
el centro, es decir, las potencias europeas y Estados Unidos, que no eran el escenario
de la transformación que se proponía Martí cuya tarea histórica estaba en función de
una región subalterna de ese sistema capitalista aunque, lógicamente, imbricada con
el acontecer de ese centro. Martí elaboró su proyecto revolucionario en aquel mundo
cambiante y muy desigual, cuando consideraba aún posible contener las fuerzas
expansionistas norteamericanas y propiciar el desarrollo de una América Latina
independiente y próspera, alterando así la tendencia que apreciaba como dominante
5
en su época, a partir de la independencia de Cuba _y Puerto Rico_ a la que asignaba
un lugar fundamental para lograr el equilibrio de aquel mundo.
Como toda selección, esta deja fuera muchos textos importantes _que están en las
Obras Completas de donde se extrajeron los que aquí aparecen y cuya ortografía y
puntuación se ha respetado_ y responde a un criterio de selección de la autora, en
función de agrupar un conjunto de trabajos fundamentales para estudiar el proceso de
formación del proyecto revolucionario martiano hasta su madurez, de ahí el orden
cronológico de su presentación. Por otra parte, se han agrupado en cuatro secciones
con sus respectivas introducciones, con vistas a facilitar una lectura ordenada, no sólo
por época sino también temáticamente. Debe aclararse que, en algunos documentos,
aparecen palabras entre corchetes, esto se debe a que en la edición de las Obras
Completas se incluyen esos textos a partir de originales de Martí, en los que se
conservan las tachaduras de la redacción original. Es interesante, pues, observar el
proceso de creación martiana de documentos fundamentales, tales como el conocido
Manifiesto de Montecristi, entre otros.
La sección II del libro, titulada “El mundo americano en Martí”, abarca un período
amplio que se corresponde con las etapas de las secciones III y IV, esto obedece al
criterio de evitar la fragmentación de la experiencia martiana en las repúblicas de la
Hispanoamérica independiente y en los Estados Unidos, que fue fundamental para la
concepción de su proyecto revolucionario. Por tanto, los textos de las dos últimas
secciones, aunque aparentemente solo referidos a Cuba, reflejan la progresiva
incorporación del resultado de esas experiencias y su profundo análisis crítico, como
parte esencial de su concepción de la revolución que tenía, en su proyección, alcance
continental y mundial. Estos textos evidencian el profundo sentido fundacional de la
obra martiana.
Como se ha expresado, esta selección es sólo una muy pequeña parte de la riquísima
obra de Martí, queda, por tanto, la invitación a los lectores para ir a la totalidad de esa
obra para lo cual esta es sólo una introducción.
6
I. LA FORMACIÓN DEL PENSAMIENTO MARTIANO: SUS PRIMERAS EXPRESIONES.
En 1868 estalló la primera guerra de independencia en Cuba. El adolescente José
Martí había bebido en sus experiencias infantiles habaneras y en su estancia en
Hanábana, junto a su padre, la vida de la sociedad colonial y esclavista y había
estado bajo la influencia de las ideas liberales y patrióticas de su maestro Rafael
María de Mendive, todo lo cual permitiría al Pepe de 16 años expresar su opción,
cuando en 1869 planteó la disyuntiva “O Yara o Madrid”: él optó por Yara. Sus
primeros trabajos publicados corresponden a ese año, se trata de periódicos
clandestinos con un solo número que Martí y Fermín Valdés Domínguez hicieron
publicar y circular entre los estudiantes bajo los títulos de La Patria Libre y El
Diablo Cojuelo. Martí se estrenaba en el periodismo con trabajos políticos. Aquí se
incluyen fragmentos de estas publicaciones que evidencian la temprana toma de
partido acerca del problema nacional cubano.
El año 1869 sería decisivo en la vida de Martí: no sólo estrenaba su periodismo
político y asumía la proyección independentista, sino que conocería la prisión a partir
de su encarcelamiento el 21 de octubre y su posterior entrada en el Presidio
Departamental de La Habana el 4 de abril de 1870, condenado a seis años de prisión
con trabajos forzados. Ese día escribía: Voy a una casa inmensa en que me han
dicho/Que la vida es expirar./La patria allí me lleva. Por la patria,/Morir es gozar
más.2 Su retrato de cuerpo entero como el presidiario 113 es muy conocido, así como
la dedicatoria a su madre en la que se declara “esclavo de mi edad y mis doctrinas”.
Interesa destacar estas primeras expresiones del pensamiento martiano a partir del
profundo sentimiento patriótico que las anima y de la honda vocación de servicio que
da sentido a su vida tempranamente.
Su precario estado de salud posibilitó que sus padres lograran la conmutación de la
pena por el destierro a España, con lo que comenzaría una nueva etapa en la
experiencia vital de Martí. La estancia en España se extendió desde 1871 hasta 1874,
tiempo que empleó en culminar el Bachillerato y hacer dos carreras universitarias: 2 José Martí: Obras Completas. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1973, 28 tomos, T 17, p. 27 (Todas las citas de Martí están tomadas de esta edición, por lo que en lo adelante sólo se consignará Tomo y página)
7
Derecho y Filosofía y Letras. Su período español se desarrolló entre Madrid y
Zaragoza. Allí observó los debates políticos de la metrópoli, conoció el liberalismo
español, vio la proclamación de la primera República y su caída y la rebelión del
pueblo aragonés, sus barricadas y sus muertos. También se familiarizó con los
debates en torno al tema cubano. En sus Versos Sencillos, escritos en 1890,
recordaría aquella estancia afirmando que tenía en su corazón “un lugar todo Aragón”
y su aprecio por los que luchaban por la libertad: Estimo a quien de un revés/Echa
por tierra a un tirano:/Lo estimo si es un cubano;/Lo estimo si aragonés.3
Durante estos años, Martí escribió y publicó dos relevantes ensayos: “El presidio
político en Cuba” y “La República española ante la Revolución cubana”. En el
primero hace una vívida descripción de los horrores del presidio con el objetivo de
dar a conocer aquella barbarie en España, apelando a la noción del bien, a la moral, al
sentido de la justicia, para buscar cambios; el segundo es una razonada exposición de
la contradicción entre la proclamación del régimen republicano en España y el
mantenimiento de la opresión colonial en Cuba. Es importante advertir el tratamiento
que da Martí al proceso que se desarrolla en Cuba: no habla de la guerra sino de la
revolución, es decir, que aprecia un contenido mucho más profundo que el
enfrentamiento bélico en los acontecimientos cubanos, al tiempo que contrapone el
derecho al sufragio enarbolado por los liberales españoles con la revolución como
fuente de derecho al argumentarlo para Cuba. Este ensayo plantea un conjunto de
ideas que tendrían posterior desarrollo y maduración en el pensamiento martiano,
entre las que también se incluyen la diferencia entre Cuba y España, a partir de
evoluciones históricas diferentes, y el inicial sentido de la autoctonía.
Durante estos años se desarrollaba en Cuba la “Guerra Grande” y tenían lugar hechos
terribles como el fusilamiento de los estudiantes de medicina, el 27 de noviembre de
1871; de ahí la hoja impresa que circuló en Madrid, escrita por Martí, en el primer
aniversario de aquel crimen y el poema “A mis hermanos muertos el 27 de
noviembre” en los que argumenta lo que representa el martirologio para la patria.
3 T. 16, p. 76
8
También publica en la prensa de inspiración cubana algunos trabajos muy
definitorios, como “La Solución” y “Las Reformas”, en los que fundamenta la
cualidad de revolución para el proceso que tiene lugar en Cuba y su imborrable
impronta en los acontecimientos futuros. En ellos Martí opone la revolución a las
reformas a partir de los cambios históricos que ya se habían producido. Desde ese
destierro buscó hacer contactos con la emigración en Nueva York, donde radicaba la
dirección de la representación cubana en el exterior, para contribuir a la lucha.
En noviembre de 1874, ya graduado de Derecho Civil y Canónico y de Filosofía y
Letras _aunque sin títulos por no tener dinero para pagarlos_ salió de España para
reunirse con su familia en México. En el trayecto pasó por París, Inglaterra y Nueva
York. El 8 de febrero de 1875 llegaba a México. Se cerraba una etapa en la cual Martí
había iniciado el camino que daría sentido a su vida y que le había aportado
experiencias vitales muy importantes para sus definiciones conceptuales y
programáticas.
EL DIABLO COJUELO (Fragmentos)
Nunca supe yo lo que era público, ni lo que era escribir para él, mas a fe de diablo
honrado, aseguro que ahora como antes, nunca tuve tampoco miedo de hacerlo. Poco
me importa que un tonto murmure, que un necio zahiera, que un estúpido me idolatre
y un sensato me deteste. Figúrese usted, público amigo, que nadie sabe quien soy:
¿qué me puede importar que digan o que no digan?
Diránme que en nada me ajusto a la costumbre de campear por mis respetos,—que
nada más significa esta comezón de publicar hojas anónimas con redactores
conocidos;—diránme que soy un mal caballero; amenazaránme con romperme los
brazos, ya que no tengo piernas, mas, a fe de osado y mordaz escribidor, prometo y
prometo con calma que a su tiempo se verá que este Diablo, no es un diablo, y que
este Cojo no es cojo.
Esta dichosa libertad de imprenta, que por lo esperada y negada y ahora concedida,
llueve sobre mojado, permite que hable usted por los codos de cuanto se le antoje,
menos de lo que pica; pero también permite que vaya usted al Juzgado o a la Fiscalía,
9
y de la Fiscalía o el Juzgado lo zambullan a usted en el Morro, por lo que dijo o quiso
decir. Y a Dios gracias, que en estos tiempos dulces hay distancia y no poca de su
casa al Morro. En los tiempos de don Paco era otra cosa. ¿Venía usted del interior, y
traía usted una escarapela?—¡al calabozo! ¿Habló usted y dijo que los insurrectos
ganaban o no ganaban?—¡a1calabozo!—¿Antojábasele a usted ir a ver a una prima
que tenía en Bayamo—¡al calabozo!—¿Contaba usted tal o cual comentario, cierto
episodio de la revolución?—¡al calabozo!—Y tanta gente había ya en los calabozos,
que a seguir así un mes más, hubiera sido la Habana de entonces el Morro de hoy, y
la Habana de hoy el Morro de entonces. Puede por esto colegirse lo que por acá
queremos a aquel buen señor de quien dirán las historias que se despedía a la
francesa.
Pero no hay sólo libertad de imprenta: hay también libertad de reunión. Quiere un
zángano ganarse prosélitos, y héteme aquí que junta al honrado fidalgo, dueño de
quinientos negros; al famoso jockey, dueño de otros cuantos; al mayordomo de cierta
señorona, y a un maestro que tiene un cerebro más pastelero que la mismísima
pastelería. Dícese allí que es una iniquidad la abolición, en lo cual yo no me meto; y
que la insurrección es la ruina del país, en lo cual por ahora tampoco tomo cartas; y
dícense otras muchas cosas que tal parecen salidas del cerebro de enfermo. Y en éstas
y otras se concluye la importante sesión, satisfechos los parlanchines de haber dicho
muy grandes cosas.
Otros de esos que llaman sensatos patricios, y que sólo tienen de sensato lo que
tienen de fría el alma, reúnen en sus casas a ciertos personajes de aquellos que han
fijado un ojo en Yara y otro en Madrid, según la feliz expresión de un poeta feliz, y
que con sólo este título pretenden imponer sus leyes a quien tiene muy pocas ganas
de sufrir tan ridícula imposición. A ser yo orador, o concurrente a Juntas, que no otra
cosa significa entre nosotros la tal palabra, no sentaría por base de mi política eso que
los franceses llamarían afrentosa hésitation. O Yara o Madrid.
Mas, volviendo a la cuestión de libertad de imprenta, debo recordar que no es tan
amplia que permita decir cuanto se quiere, ni publicar cuanto se oye. Un ejemplo al
canto. Si viniese a Cuba un Capitán general, que burlándose del país, de la nación y
10
de la vergüenza, les robase miserablemente dos millones de pesos; y corriesen
rumores de que este general se llamaba Paco o Pancho, Linsunde o Lersinde, a buen
seguro que mucho habría de medirse usted, lector amigo, antes de publicar noticia
que tanto ofende la nunca manchada reputación del respetable cuanto idóneo
representante del Gobierno Borbónico en esta Antilla. Y esto lo digo para que a mí
como a los demás nos sirva de norma en nuestros actos periodiquiles.
Conque al periódico, público amigo ¡al periódico, buen diablo! ¡al periódico, lector
discreto! ¡y lluevan pesetas como llueven diabluras!
—Amigo, ¡una buena noticia!
—Y ¿qué es ello?
—Se dice que las tropas españolas han tomado el puertecito de Bayamo, distante
cuatro leguas de Cuba.
—Buen provecho.
—Amigo, ¡otra noticia!
—Diga usted.
—Se dice que durante tres días habrá luminarias en celebración de la toma de
Bayamo.
—Según eso, ¿el tal puertecillo debe ser cosa importante?
—Importante, muy importante. Figúrese usted que tiene cerca de él nada menos que
los dos caseríos del Dátil y del Horno. . . de los cuales no sé más que el nombre.
—¿Señor Castañón?
—¿Qué hay?
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—Aquí lo busca a usted la señorita Cuba, que viene a reclamar su voz, que según
dice, ha tomado usted sin su licencia.
—¡Ay, cierra, cierra, amigo! Di que me he mudado de casa; que me he ido al
infierno, que. . . que qué sé yo.. . en fin.. . mira. . . como te atosigue mucho, le dices,
de mi parte, que pienso mudar de voz, ¿eh? Pero pronto, ¡pronto!
No sabemos a estas horas si la señorita Cuba entró o no entró, a tiempo avisaremos
este fausto acontecimiento.
El señor Zayas ha publicado un folleto que en la primera página decía: Cuba__Su
porvenir.__Por J. M. Zayas.
Pero se susurra que un iluso respondió al folleto con estas solas palabras: Cuba__Su
porvenir, independencia.
Sí yo fuera político discutiría el folleto y la respuesta; pero como no soy más que un
pobre diablo, me contento con decir al señor Zayas: —¿Quién le ha preguntado a
usted su opinión, ni para qué cree usted que la necesitaba Cuba?
......................................................................................................................................
(Impreso en La Habana, en la Imprenta y Librería “EL Iris”, Obispo 20 y 22, el 19 de
enero de 1869)
ABDALA (Fragmentos)
ESCRITO EXPRESAMENTE PARA “LA PATRIA”
PERSONAJES
ESPIRTA, madre de Abdala.
ELMIRA, hermana de Abdala.
ABDALA.
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UN SENADOR.
Consejeros, soldados, etc.
La escena pasa en Nubia.
ESCENA I
ABDALA, UN SENADOR Y CONSEJEROS
SEN. Noble caudillo: a nuestro pueblo llega
Feroz conquistador: necio amenaza,
Si a su fuerza y poder le resistimos,
En polvo convertir nuestras murallas:
Fiero pinta a su ejército, que monta
Nobles corceles de la raza arábiga;
Inmensa gente al opresor auxilia,
Y tan alto es el número de lanzas
Que el enemigo cuenta, que a su vista
La fuerza tiembla y el valor se espanta.
¡Tantas sus tiendas son, noble caudillo,
Que a la llanura llegan inmediata,
Y del rudo opresor ¡oh Abdala ilustre!
Es tanta la fiereza y arrogancia,
Que envió un emisario reclamando
¡Rindiese fuego y aire, tierra y agua!
ABD. Pues decid al tirano que en la Nubia
13
Hay un héroe por veinte de sus lanzas:
Que del aire se atreva a hacerse dueño:
Que el fuego a los hogares hace falta:
Que la tierra la compre con su sangre:
Que el agua ha de mezclarse con sus lágrimas.
SEN. Guerrero ilustre: ¡calma tu entusiasmo!
Del extraño a la impúdica arrogancia
Diole el pueblo el laurel que merecían
Tan necia presunción y audacia tanta;
Mas hoy no son sus bárbaras ofensas
Muestras de orgullo y simples amenazas:
¡Ya detiene a los nubios en el campo!
¡Ya en nuestras puertas nos coloca guardias!
ABD. ¿Qué dices, Senador?
SEN. —¡Te digo ¡oh jefe
Del ejército nubio! que las lanzas
Deben brillar, al aire desenvuelta
La sagrada bandera de la patria
Te digo que es preciso que la Nubia
Del opresor la lengua arranque osada,
Y la llanura con su sangre bañe,
Y luche Nubia cual luchaba Esparta!
¡Vengo en tus manos a dejar la empresa
14
De vengar las cobardes amenazas
Del bárbaro tirano que así llega
A despojar de vida nuestras almas!
Vengo a rogar al esforzado nubio
Que a la batalla con el pueblo parta.
ABD. Acepto, Senador. Alma de bronce
Tuviera si tu ruego no aceptara.
Que me sigan espero los valientes
Nobles caudillos que el valor realza,
¡Y si insulta a los libres un tirano
Veremos en el campo de batalla!
En la Nubia nacidos, por la Nubia
Morir sabremos: hijos de la patria,
Por ella moriremos, y el suspiro
Que de mis labios postrimeros salga,
Para Nubia será, que para Nubia
Nuestra fuerza y valor fueron creados.
Decid al pueblo que con él al campo
Cuando se ordene emprenderé la marcha;
Y decid al tirano que se apreste,—
Que prepare su gente,—y que a sus lanzas
Brillo dé y esplendor. ¡Más fuertes brillan
Robustas y valientes nuestras almas!
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SEN. ¡Feliz mil veces ¡oh valiente joven!
El pueblo que es tu patria!
TODOS —¡Viva Abdala!—
(Se van el Senador y consejeros.)
..................................................................
ESCENA V
ESPIRTA y ABDALA
ABD. Perdona ¡oh madre! que de ti me aleje
Para partir al campo. ¡Oh! Estas lágrimas
Testigos son de mi ansiedad terrible,
Y el huracán que ruge en mis entrañas.
(Espirta llora.)
¡No llores tú, que a mi dolor ¡oh madre!
Estas ardientes lágrimas le bastan!
El ¡ay! del moribundo, ni el crujido,
Ni el choque rudo de las fuertes armas,
¡No el llanto asoman a mis tristes ojos,
Ni a mi valiente corazón espantan!
Tal vez sin vida a mis hogares vuelva,
U oculto entre el fragor de la batalla
De la sangre y furor víctima sea.
Nada me importa. ¡Si supiera Abdala
Que con su sangre se salvaba Nubia
16
De las terribles extranjeras garras,
Esa veste que llevas, madre mía,
Con gotas de mi sangre la manchara!
Sólo tiemblo por ti; y aunque mi llanto
No muestro a los guerreros de mi patria,
¡Ve cómo corre por mi faz, ¡oh madre!
Ve cuál por mis mejillas se derrama!
ESP. ¿Y tanto amor a este rincón de tierra?
¿Acaso él te protegió en tu infancia?
¿Acaso amante te llevó en su seno?
¿Acaso él fue quien engendró tu audacia
Y tu fuerza? ¡Responde! ¿O fue tu madre?
¿Fue la Nubia?
ABD. El amor, madre, a la patria
No es el amor ridículo a la tierra,
Ni a la yerba que pisan nuestras plantas;
Es el odio invencible a quien la oprime,
Es el rencor eterno a quien la ataca;—
Y tal amor despierta en nuestro pecho
El mundo de recuerdos que nos llama
A la vida otra vez, cuando la sangre,
Herida brota con angustia el alma;—
¡La imagen del amor que nos consuela
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Y las memorias plácidas que guarda!
ESP. ¿Y es más grande ese amor que el que despierta
En tu pecho tu madre?
ABD. ¿Acaso crees
Que hay algo más sublime que la patria?
ESP. ¿Y aunque sublime fuera, acaso debes
Por ella abandonarme? ¿A la batalla
Así correr veloz? ¿Así olvidarte
De la que el ser te dio? ¿Y eso lo manda
la patria? ¡Di! ¿Tampoco te conmueven
La sangre ni la muerte que te aguardan?
ABD. Quien a su patria defender ansía
Ni en sangre ni en obstáculos repara;
Del tirano desprecia la soberbia;
En su pecho se estrella la amenaza;
¡Y si el cielo bastara a su deseo,
Al mismo cielo con valor llegara!
................................................
(Publicado en La Patria Libre, impreso en la Imprenta y Librería “El Iris”, 23 de
octubre de 1869)
¡10 DE OCTUBRE!
18
No es un sueño, es verdad: grito de guerra
Lanza el cubano pueblo, enfurecido;
El pueblo que tres siglos ha sufrido
Cuanto de negro la opresión encierra.
Del ancho Cauto a la Escambraica sierra,
Ruge el cañón, y al bélico estampido,
El bárbaro opresor, estremecido,
Gime, solloza, y tímido se aterra.
De su fuerza y heroica valentía
Tumbas los campos son, y su grandeza
Degrada y mancha horrible cobardía.
Gracias a Dios que ¡al fin con entereza
Rompe Cuba el dogal que la oprimía
Y altiva y libre yergue su cabeza!
(Publicado en Siboney, periódico manuscrito posiblemente de febrero de 1869)
EL PRESIDIO POLÍTICO EN CUBA (Fragmentos)
IDolor infinito debía ser el único nombre de estas páginas.
19
Dolor infinito, porque el dolor del presidio es el más rudo, el más devastador de los
dolores, el que mata la inteligencia, y seca el alma, y deja en ella huellas que no se
borrarán jamás.
Nace con un pedazo de hierro; arrastra consigo este mundo misterioso que agita cada
corazón; crece nutrido de todas las penas sombrías y rueda, al fin, aumentado con
todas las lágrimas abrasadoras.
Dante no estuvo en presidio.
Si hubiera sentido desplomarse sobre su cerebro las bóvedas oscuras de aquel
tormento de la vida, hubiera desistido de pintar su Infierno. Las hubiera copiado, y lo
hubiera pintado mejor.
........................................................................................................................................
¿Qué es aquello?
Nada.
Ser apaleado, ser pisoteado, ser arrastrado, ser abofeteado en la misma calle, junto a
la misma casa, en la misma ventana donde un mes antes recibíamos la bendición de
nuestra madre, ¿qué es?
Nada.
Pasar allí con el agua a la cintura, con el pico en la mano, con el grillo en los pies, las
horas que días atrás pasábamos en el seno del hogar, porque el sol molestaba nuestras
pupilas y el calor alteraba nuestra salud, ¿qué es?
Nada.
Volver ciego, cojo, magullado, herido, al son del palo y la blasfemia, del golpe y del
escarnio, por las calles aquéllas que meses antes me habían visto pasar sereno,
tranquilo, con la hermana de mi amor en los brazos y la paz de la ventura en el
corazón, ¿qué es esto?
Nada también.
20
¡Horrorosa, terrible, desgarradora nada!
Y vosotros los españoles la hicisteis.
Y vosotros la sancionasteis.
Y vosotros las aplaudisteis.
¡Oh, y qué espantoso debe ser el remordimiento de una nada criminal!
Los ojos atónitos lo ven; la razón escandalizada se espanta; pero la compasión se
resiste a creer lo que habéis hecho, lo que hacéis aún.
O sois bárbaros, o no sabéis lo que hacéis.
Dejadme, dejadme pensar que no lo sabéis aún.
Dejadme, dejadme pensar que en esta tierra hay honra todavía, y que aún puede
volver por ella esta España de acá tan injusta, tan indiferente, tan semejante ya a la
España repelente y desbordada de más allá del mar.
Volved, volved por vuestra honra: arrancad los grillos a los ancianos, a los idiotas, a
los niños; arrancad el palo al miserable apaleador; arrancad vuestra vergüenza al que
se embriaga insensato en brazos de la venganza y se olvida de Dios y de vosotros;
borrad, arrancad todo esto, y haréis olvidar algunos de sus días más amargos al que ni
al golpe del látigo, ni a la voz del insulto, ni al rumor de sus cadenas, ha aprendido
aún a odiar.
.....................................................................................................
Yo no os pido que firméis la independencia de un país que necesitáis conservar y que
os hiere perder, que sería torpe si os lo pidiera.
Yo no os pido para mi patria concesiones que no podéis darla, porque, o no las tenéis,
o si las tenéis os espantan, que sería necedad pedíroslas.
Pero yo os pido en nombre de ese honor de la Patria que invocáis, que reparéis
algunos de vuestros más lamentables errores, que en ello habría honra legítima y
verdadera; yo os pido que seáis humanos, que seáis justos, que no seáis criminales
21
sancionando un crimen constante, perpetuo, ebrio, acostumbrado a una cantidad de
sangre diaria que no le basta ya.
.......................................................................................................................................
Yo no os pido ya razón imparcial para deliberar.
Yo os pido latidos de dolor para los que lloran, latidos de compasión para los que
sufren por lo que quizás habéis sufrido vosotros ayer, por lo que quizás, si no sois aún
los escogidos del Evangelio, habréis de sufrir mañana.
No en nombre de esa integridad de tierra que no cabe en un cerebro bien organizado;
no en nombre de esa visión que se ha trocado en gigante; en nombre de la integridad
de la honra verdadera, la integridad de los lazos de protección y de amor que nunca
debisteis romper; en nombre del bien, supremo Dios; en nombre de la justicia,
suprema verdad, yo os exijo compasión para los que sufren en presidio, alivio para su
suerte inmerecida, escarnecida, ensangrentada, vilipendiada.
Si la aliviáis, sois justos.
Si no la aliviáis, sois infames.
Si la aliviáis, os respeto.
Si no la aliviáis, compadezco vuestro oprobio y vuestra desgarradora miseria.
IV
Vosotros, los que no habéis tenido un pensamiento de justicia en vuestro cerebro, ni
una palabra de verdad en vuestra boca para la raza más dolorosamente sacrificada,
más cruelmente triturada de la tierra;
Vosotros, los que habéis inmolado en el altar de las palabras seductoras los unos, y
las habéis escuchado con placer los otros, los principios del bien más sencillos, las
nociones del sentimiento más comunes, gemid por vuestra honra, llorad ante el
sacrificio, cubríos de polvo la frente, y partid con la rodilla desnuda a recoger los
pedazos de vuestra fama, que ruedan esparcidos por el suelo.
¿Qué venís haciendo tantos años hace?
22
¿Qué habéis hecho?
Un tiempo hubo en que la luz del sol no se ocultaba para vuestras tierras. Y hoy
apenas si un rayo las alumbra lejos de aquí, como si el mismo sol se avergonzara de
alumbrar posesiones que son vuestras.
México, Perú, Chile, Venezuela, Bolivia, Nueva Granada, las Antillas, todas vinieron
vestidas de gala, y besaron vuestros pies, y alfombraron de oro el ancho surco que en
el Atlántico dejaban vuestras naves. De todas quebrasteis la libertad; todas se unieron
para colocar una esfera más, un mundo más en vuestra monárquica corona.
España recordaba a Roma.
César había vuelto al mundo y se había repartido a pedazos en vuestros hombres, con
su sed de gloria y sus delirios de ambición.
Los siglos pasaron.
Las naciones subyugadas habían trazado a través del Atlántico del Norte camino de
oro para vuestros bajeles. Y vuestros capitanes trazaron a través del Atlántico del Sur
camino de sangre coagulada, en cuyos charcos pantanosos flotaban cabezas negras
como el ébano, y se elevaban brazos amenazadores como el trueno que preludia la
tormenta.
Y la tormenta estalló al fin; y así como lentamente fue preparada, así furiosa e
inexorablemente se desencadenó sobre vosotros.
Venezuela, Bolivia, Nueva Granada, México, Perú, Chile, mordieron vuestra mano,
que sujetaba crispada las riendas de su libertad, y abrieron en ella hondas heridas; y
débiles, y cansados y maltratados vuestros bríos, un ¡ay! se exhaló de vuestros labios,
un golpe tras otro resonaron lúgubremente en el tajo, y la cabeza de la dominación
española rodó por el continente americano, y atravesó sus llanuras, y holló sus
montes, y cruzó sus ríos, y cayó al fin en el fondo de un abismo para no volverse a
alzar en él jamás.
23
Las Antillas, las Antillas solas, Cuba sobre todo, se arrastraron a vuestros pies, y
posaron sus labios en vuestras llagas, y lamieron vuestras manos, y cariñosas y
solícitas fabricaron una cabeza nueva para vuestros maltratados hombros.
Y mientras ella reponía cuidadosa vuestras fuerzas, vosotros cruzabais vuestro brazo
debajo de su brazo, y la llegabais al corazón, y se lo desgarrabais, y rompíais en él las
arterias de la moral y de la ciencia.
Y cuando ella os pidió en premio a sus fatigas una mísera limosna, alargasteis la
mano, y le enseñasteis la masa informe de su triturado corazón, y os reísteis, y se lo
arrojasteis a la cara.
Ella se tocó en el pecho, y encontró otro corazón nuevo que latía vigorosamente, y,
roja de vergüenza, acalló sus latidos, y bajó la cabeza, y esperó.
Pero esta vez esperó en guardia, y la garra traidora sólo pudo hacer sangre en la férrea
muñeca de la mano que cubría el corazón.
Y cuando volvió a extender las manos en demanda de limosna nueva, alargasteis otra
vez la masa de carne y sangre, otra vez reísteis, otra vez se la lanzasteis a la cara. Y
ella sintió que la sangre subía a su garganta, y la ahogaba, y subía a su cerebro, y
necesitaba brotar, y se concentraba en su pecho que hallaba robusto, y bullía en todo
su cuerpo al calor de la burla y del ultraje. Y brotó al fin. Brotó, porque vosotros
mismos la impelisteis a que brotara, porque vuestra crueldad hizo necesario el
rompimiento de sus venas, porque muchas veces la habíais despedazado el corazón, y
no quería que se lo despedazarais una vez más.
Y si esto habéis querido, ¿qué os extraña?
Y si os parece cuestión de honra seguir escribiendo con páginas semejantes vuestra
historia colonial, ¿por qué no dulcificáis siquiera con la justicia vuestro esfuerzo
supremo para fijar eternamente en Cuba el jirón de vuestro manto conquistador?
Y si esto sabéis y conocéis, porque no podéis menos de conocerlo y de saberlo, y si
esto comprendéis, ¿por qué en la comprensión no empezáis siquiera a practicar esos
preceptos ineludibles de honra cuya elusión os hace sufrir tanto?
24
Cuando todo se olvida, cuando todo se pierde, cuando en el mar confuso de las
miserias humanas el Dios del Tiempo revuelve algunas veces las olas y halla las
vergüenzas de una nación, no encuentra nunca en ellas la compasión ni el
sentimiento.
La honra puede ser mancillada.
La justicia puede ser vendida
Todo puede ser desgarrado.
Pero la noción del bien flota sobre todo, y no naufraga jamás.
Salvadla en vuestra tierra, si no queréis que en la historia de este mundo la primera
que naufrague sea la vuestra.
Salvadla, ya que aún podría ser nación aquella, en que perdidos todos los
sentimientos, quedase al fin el sentimiento del dolor y el de la propia dignidad.
........................................................................................................................................
VI
Era el 5 de abril de 1870. Meses hacía que había yo cumplido diez y siete años.
Mi patria me había arrancado de los brazos de mi madre, y señalado un lugar en su
banquete. Yo besé sus manos y las mojé con el llanto de mi orgullo, y ella partió, y
me dejó abandonado a mí mismo.
Volvió el día 5 severa, rodeó con una cadena mi pie, me vistió con ropa extraña, cortó
mis cabellos y me alargó en la mano un corazón. Yo toqué mi pecho y lo hallé lleno;
toqué mi cerebro y lo hallé firme; abrí mis ojos, y los sentí soberbios, y rechacé altivo
aquella vida que me daban y que rebosaba en mí.
Mi patria me estrechó en sus brazos, y me besó en la frente, y partió de nuevo,
señalándome con la una mano el espacio y con la otra las canteras.
25
Presidio, Dios: ideas para mí tan cercanas como el inmenso sufrimiento y el eterno
bien. Sufrir es quizás gozar. Sufrir es morir para la torpe vida por nosotros creada, y
nacer para la vida de lo bueno, única vida verdadera.
¡Cuánto, cuánto pensamiento extraño agitó mi cabeza! Nunca como entonces supe
cuánto el alma es libre en las más amargas horas de la esclavitud. Nunca como
entonces, que gozaba en sufrir. Sufrir es más que gozar: es verdaderamente vivir.
Pero otros sufrían como yo, otros sufrían más que yo. Y yo no he venido aquí a cantar
el poema íntimo de mis luchas y mis horas de Dios. Yo no soy aquí más que un grillo
que no se rompe entre otros mil que no se han roto tampoco. Yo no soy aquí más que
una gota de sangre caliente en un montón de sangre coagulada. Si meses antes era mi
vida un beso de mi madre, y mi gloria mis sueños de colegio; si era mi vida entonces
el temor de no besarla nunca, y la angustia de haberlos perdido, ¿qué me importa? El
desprecio con que acallo estas angustias vale más que todas mis glorias pasadas. El
orgullo con que agito estas cadenas, valdrá más que todas mis glorias futuras; que el
que sufre por su patria y vive para Dios, en éste u otros mundos tiene verdadera
gloria. ¿A qué hablar de mí mismo, ahora que hablo de sufrimientos, si otros han
sufrido más que yo? Cuando otros lloran sangre, ¿qué derecho tengo yo para llorar
lágrimas?
........................................................................................................................................
Aquí viene la cantera. Es una mole inmensa. Muchos brazos con galones la empujan.
Y rueda, rueda, y a cada vuelta los ojos desesperados de una madre brillan en un
disco negro y desaparecen. Y los hombres de los brazos siguen riendo y empujando,
y la masa rodando, y a cada vuelta un cuerpo se tritura, y un grillo choca, y una
lágrima salta de la piedra y va a posarse en el cuello de los hombres que ríen, que
empujan. Y los ojos brillan, y los huesos se rompen, y la lágrima pesa en el cuello, y
la masa rueda. ¡Ay! Cuando la masa acabe de rodar, tan rudo cuerpo pesará sobre
vuestra cabeza, que no la podréis alzar jamás. ¡Jamás!
26
En nombre de la compasión, en nombre de la honra, en nombre de Dios, detened la
masa, detenedla, no sea que vuelva hacia vosotros, y os arrastre con su hórrido peso.
Detenedla, que va sembrando muchas lágrimas por la tierra, y las lágrimas de los
mártires suben en vapores hasta el cielo, y se condensan; y si no la detenéis, el cielo
se desplomará sobre vosotros.
El cólera terrible, la cabeza nevada, la viruela espantosa, la ancha boca negra, la masa
de piedra. Y todo, como el cadáver se destaca en el ataúd, como la tez blanca se
destaca en la túnica negra, todo pasa envuelto en una atmósfera densa, extensa,
sofocante, rojiza. ¡Sangre, siempre sangre!
¡Oh! Mirad, mirad.
España no puede ser libre.
España tiene todavía mucha sangre en la frente.
Ahora, aprobad la conducta del Gobierno en Cuba.
Ahora, los padres de la patria, decid en nombre de la patria que sancionáis la
violación más inicua de la moral, y el olvido más completo de todo sentimiento de
justicia.
Decidlo, sancionadlo, aprobadlo, si podéis.
(Madrid, imprenta de Ramón Ramírez, San Marcos, 32, 1871)
LA REPÚBLICA ESPAÑOLA ANTE LA REVOLUCIÓN CUBANA
La gloria y el triunfo no son más que un estímulo al cumplimiento del deber. En la
vida práctica de las ideas, el poder no es más que el respeto a todas las
manifestaciones de la justicia, la voluntad firme ante todos los consejos de la crueldad
27
o del orgullo. —Y cuando el acatamiento a la justicia desaparece, y el cumplimiento
del deber se desconoce, infamia envuelve el triunfo y la gloria, vida insensata y
odiosa vive el poder.
Hombre de buena voluntad, saludo a la República que triunfa, la saludo hoy como la
maldeciré mañana cuando una República ahogue a otra República, cuando un pueblo
libre al fin comprima las libertades de otro pueblo, cuando una nación que se explica
que lo es, subyugue y someta a otra nación que le ha de probar que quiere serlo. —Si
la libertad de 1a tiranía es tremenda, la tiranía de la libertad repugna, estremece,
espanta.
La libertad no puede ser fecunda para los pueblos que tienen la frente manchada de
sangre. La República española abre eras de felicidad para su patria: cuide de limpiar
su frente de todas las manchas, que la nublan,—que no se va tranquilo ni seguro por
sendas de remordimientos y opresiones, por sendas que entorpezcan la violación más
sencilla, la comprensión más pequeña del deseo popular.
No ha de ser respetada voluntad que comprime otra voluntad. Sobre el sufragio libre,
sobre el sufragio consciente e instruido, sobre el espíritu que anima el cuerpo
sacratísimo de los derechos, sobre el verbo engendrador de libertades álzase hoy la
República española. ¿Podrá imponer jamás su voluntad a quien la exprese por medio
del sufragio? ¿podrá rechazar jamás la voluntad unánime de un pueblo, cuando por
voluntad del pueblo, y libre y unánime voluntad se levanta?
No prejuzgo yo actos de la República española, ni entiendo yo que haya de ser la
República tímida o cobarde. Pero sí le advierto que el acto está siempre propenso a la
injusticia, sí le recuerdo que la injusticia es la muerte del respeto ajeno, sí le aviso
que ser injusto es la necesidad de ser maldito, sí la conjuro a que no infame nunca la
conciencia universal de la honra, que no excluye por cierto la honra patria, pero que
exige que la honra patria viva dentro de la honra universal.
Engendrado por las ideas republicanas entendió el pueblo cubano que su honra
andaba mal con el Gobierno que le negaba el derecho de tenerla. Y como no la tenía,
y como sentía potente su necesidad, fue a buscarla en el sacrificio y el martirio, allí
28
donde han solido ir a encontrarla los republicanos españoles. Yo apartaría con ira mis
ojos de los republicanos mezquinos y suicidas que negasen a aquel pueblo vejado,
agarrotado, oprimido, esquilmado, vendido, el derecho de insurrección por tantas
insurrecciones de la República española sancionado. Vendida estaba Cuba a la
ambición de sus dominadores; vendida estaba a la explotación de sus tiranos. Así lo
ha dicho muchas veces la República proclamada. De tiranos los ha acusado muchas
veces la República triunfante. Ella me oye: ella me defienda.
La lucha ha sido para Cuba muerte de sus hijos más queridos, pérdida de su
prosperidad que maldecía, porque era prosperidad esclava y deshonrada, porque el
Gobierno le permitía la riqueza a trueque de la infamia, y Cuba quería su pobreza a
trueque de aquella concesión maldita del Gobierno. ¡Pesar profundo por los que
condenen la explosión de la honra del esclavo, la voluntad enérgica de Cuba!
Pidió, rogó, gimió, esperó. ¿Cómo ha de tener derecho a condenarla quien contestó a
sus ruegos con la burla, con nuevas vejaciones a su esperanza?
Hable en buen hora el soberbio de la honra mancillada,—tristes que no entienden que
sólo hay honra en la satisfacción de la justicia:—defienda en buen hora el
comerciante el venero de riquezas que escapa a su deseo,—pretenda alguno en buen
hora que no conviene a España la separación de las Antillas. Entiendo, al fin, que el
amor de la mercancía turbe el espíritu, entiendo que la sinrazón viva en el cerebro,
entiendo que el orgullo desmedido condene lo que para sí mismo realza, y busca, y
adquiere; pero no entiendo que haya cieno allí donde debe haber corazón.
Bendijeron los ricos cubanos su miseria, fecundóse el campo de la lucha con sangre
de los mártires, y España sabe que los vivos no se han espantado de los muertos, que
la insurrección era consecuencia de una revolución, que la libertad había encontrado
una patria más, que hubiera sido española si España hubiera querido, pero que era
libre a pesar de la voluntad de España.
No ceden los insurrectos. Como la Península quemó a Sagunto, Cuba quemó a
Bayamo; la lucha que Cuba quiso humanizar, sigue tremenda por la voluntad de
España, que rechazó la humanización; cuatro años ha que sin demanda de tregua, sin
29
señal de ceder en su empeño, piden, y la piden muriendo, como los republicanos
españoles han pedido su libertad tantas veces, su independencia de la opresión, su
libertad del honor. ¿Cómo ha de haber republicano honrado que se atreva a negar
para un pueblo derecho que él usó para sí?
Mi patria escribe con sangre su resolución irrevocable. Sobre los cadáveres de sus
hijos se alza a decir que desea firmemente su independencia. Y luchan, y mueren. Y
mueren tanto los hijos de la Península como los hijos de mi patria. ¿No espantará a la
República española saber que los españoles mueren por combatir a otros
republicanos?
Ella ha querido que España respete su voluntad, que es la voluntad de los espíritus
honrados; ella ha de respetar la voluntad cubana que quiere lo mismo que ella quiere,
pero que lo quiere sola, porque sola ha estado para pedirlo, porque sola ha perdido
sus hijos muy amados, porque nadie ha tenido el valor de defenderla, porque
entiende a cuánto alcanza su vitalidad, porque sabe que una guerra llena de detalles
espantosos ha de ser siempre lazo sangriento, porque no puede amar a los que la han
tratado sin compasión, porque sobre cimientos de cadáveres recientes y de ruinas
humeantes no se levantan edificios de cordialidad y de paz. No la invoquen los que la
hollaron. No quieran paz sangrienta los que saben que lo ha de ser.
La República niega el derecho de conquista. Derecho de conquista hizo a Cuba de
España.
La República condena a los que oprimen. Derecho de opresión y de explotación
vergonzosa y de persecución encarnizada ha usado España perpetuamente sobre
Cuba.
La República no puede, pues, retener lo que fue adquirido por un derecho que ella
niega, y conservado por una serie de violaciones de derecho que anatematiza.
La República se levanta en hombros del sufragio universal, de la voluntad unánime
del pueblo.
30
Y Cuba se levanta así. Su plebiscito es su martirologio. Su sufragio es su revolución.
¿Cuándo expresa más firmemente un pueblo sus deseos que cuando se alza en armas
para conseguirlos?
Y si Cuba proclama su independencia por el mismo derecho que se proclama la
República, ¿cómo ha de negar la República a Cuba su derecho de ser libre, que es el
mismo que ella usó para serlo? ¿Cómo ha de negarse a sí misma la República?
¿Cómo ha de disponer de la suerte de un pueblo imponiéndole una vida en la que no
entra su completa y libre y evidentísima voluntad?
El Presidente del Gobierno republicano ha dicho que si las Cortes Constituyentes no
votaran la República, los republicanos abandonarían el poder, volverían a la
oposición, acatarían la voluntad popular. ¿Cómo el que así da poder omnímodo a la
voluntad de un pueblo, no ha de oír y respetar y acatar la voluntad de otro? Ante la
República ha cesado ya el delito de ser cubano, aquel tremendo pecado original de mi
patria amadísima de que sólo lavaba el bautismo de la degradación y de la infamia.
¡Viva Cuba española! dijo el que había de ser Presidente de la Asamblea, y la
Asamblea dijo con él.—Ellos, levantados al poder por el sufragio, niegan el derecho
de sufragio al instante de haber subido al poder, maltrataron la razón y la justicia,
maltrataron la gratitud los que dijeron como el señor Martos.—¡No!—En nombre de
la libertad, en nombre del respeto a la voluntad ajena, en nombre de la voluntad
soberana de los pueblos, en nombre del derecho, en nombre de la conciencia, en
nombre de la República, ¡no!—Viva Cuba española, si ella quiere, y si ella quiere
¡viva Cuba libre!
Si Cuba ha decidido su emancipación; si ha querido siempre su emancipación para
alzarse en República; si se arrojó a lograr sus derechos antes que España los lograse;
si ha sabido sacrificarse por su libertad, ¿querrá la República española sujetar a la
fuerza a aquella que el martirio ha erigido en República cubana?—¿Querrá la
República dominar en ella contra su voluntad?
Mas dirán ahora que puesto que España da a Cuba los derechos que pedía, su
insurrección no tiene ya razón de existir.—No pienso sin amargura en este pobre
31
argumento, y en verdad que de la dureza de mis razones habrá de culparse a aquellos
que 1a.s provocan.—España quiere ya hacer bien a Cuba. ¿Qué derecho tiene España
para ser benéfica después de haber sido tan cruel?—Y si es para recuperar su honra
¿qué derecho tiene para hacerse pagar con la libertad de un pueblo, honra que no
supo tener a tiempo, beneficios que el pueblo no le pide, porque ha sabido
conquistárselos ya?—¿Cómo quiere que se acepte ahora lo que tantas veces no ha
sabido dar?—¿Cómo ha de consentir la revolución cubana que España conceda como
dueña derechos que tanta sangre y tanto duelo ha costado a Cuba defender?—España
expía ahora terriblemente sus pecados coloniales, que en tal extremo la ponen que no
tiene ya derecho a remediarlos.—La ley de sus errores la condena a no aparecer
bondadosa. Tendría derecho para serlo si hubiera evitado aquella inmensa, aquella
innumerable serie de profundísimos males. Tendría para serlo si hubiera sido siquiera
humana en la prosecución de aquella guerra que ha hecho bárbara e impía.
Y yo olvido ahora que Cuba tiene formada la firme decisión de no pertenecer a
España: pienso sólo en que Cuba no puede ya pertenecerle. La sima que dividía a
España y Cuba se ha llenado, por la voluntad de España, de cadáveres.—No vive
sobre los cadáveres amor ni concordia;—no merece perdón el que no supo perdonar.
Cuba sabe que la República no viene vestida de muerte, pero no puede olvidar tantos
días de cadalso y de dolor. España ha llegado tarde; la ley del tiempo la condena.
La República conoce cómo la separa de la Isla sin ventura ancho espacio que llenan
los muertos;—la República oye como yo su voz aterradora;—la República sabe que
para conservar a Cuba, nuevos cadáveres se han de amontonar, sangre abundantísima
se ha de verter,—sabe que para subyugar, someter, violentar la voluntad de aquel
pueblo, han de morir sus mismos hijos.—¿Y consentirá que mueran para lo que, si no
fuera la muerte de la legalidad, sería el suicidio de su honra?—¡Espanto si lo
consiente!—¡Míseros los que se atrevan a verter la sangre de los que piden las
mismas libertades que pidieron ellos! ¡Míseros los que así abjuren de su derecho a la
felicidad, al honor, a la consideración de los humanos!
Y se habla de integridad del territorio.—El Océano Atlántico destruye este ridículo
argumento. A los que así abusan del patriotismo del pueblo, a los que así le arrastran
32
y le engañan, manos enemigas pudieran señalarle un punto inglés, manos severas la
Florida, manos necias la vasta Lusitania.
Y no constituye la tierra eso que llaman integridad de la patria. Patria es algo más que
opresión, algo más que pedazos de terreno sin libertad y sin vida, algo más que
derecho de posesión a la fuerza. Patria es comunidad de intereses, unidad de
tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas.
Y no viven los cubanos como los peninsulares viven; no es la historia de los cubanos
la historia de los peninsulares; lo que para España fue gloria inmarcesible, España
misma ha querido que sea para ellos desgracia profundísima. De distinto comercio se
alimentan, con distintos países se relacionan, con opuestas costumbres se regocijan.
No hay entre ellos aspiraciones comunes ni fines idénticos, ni recuerdos amados que
los unan. El espíritu cubano piensa con amargura en las tristezas que le ha traído el
espíritu español; lucha vigorosamente contra la dominación de España.—Y si faltan,
pues, todas las comunidades, todas las identidades que hacen la patria íntegra, se
invoca un fantasma que no ha de responder, se invoca una mentira engañadora
cuando se invoca la integridad de la patria.—Los pueblos no se unen sino con lazos
de fraternidad y amor.
Si España no ha querido ser nunca hermana de Cuba, ¿con qué razón ha de pretender
ahora que Cuba sea su hermana?—Sujetar a Cuba a la nación española sería ejercer
sobre ella un derecho de conquista hoy más que nunca vejatorio y repugnante. La
República no puede ejercerlo sin atraer sobre su cabeza culpable la execración de los
pueblos honrados.
Muchas veces pidió Cuba a España los derechos que hoy le querrá España conceder.
Y si muchas veces se negó España a otorgarlos, a otorgar los que ella tenía, ¿cómo ha
de atreverse a extrañar que Cuba se niegue a su vez a aceptar como don tardío, honor
que ha comprado con la sangre más generosa de sus hijos, honor que busca hoy
todavía con una voluntad inquebrantable y una firmeza que nadie ha de romper?
Por distintas necesidades apremiados, dotados de opuestísimos caracteres, rodeados
de distintos países, hondamente divididos por crueldades pasadas, sin razón para
33
amar a la Península, sin voluntad alguna en Cuba para pertenecer a ella, excitado por
los dolores que sobre Cuba ha acumulado España, ¿no es locura pretender que se
fundan en uno dos pueblos por naturaleza, por costumbres, por necesidades, por
tradiciones, por falta de amor separados, unidos sólo por recuerdos de luto y de
dolor?
Dicen que la separación de Cuba sería el fraccionamiento de la patria. Fuéralo así si
la patria fuese esa idea egoísta y sórdida de dominación y de avaricia. Pero, aun
siéndolo, la conservación de Cuba para España contra su más explícita y poderosa
voluntad, que siempre es poderosa la voluntad de un pueblo que lucha por su
independencia, sería el fraccionamiento de la honra de la patria que invocan.
Imponerse es de tiranos. Oprimir es de infames. No querrá nunca la República
española ser tiránica y cobarde. No ha de sacrificar así el bien patrio a que tras tantas
dificultades llega noblemente. No ha de manchar así honor que tanto le cuesta.
Si la lucha unánime y persistente de Cuba demuestra su deseo firmísimo de conseguir
su emancipación; si son de amargura y de dolor los recuerdos que la unen a España;
si cree que paga cara la sonoridad de la lengua española con las vidas ilustres que
España le ha hecho perder, ¿querrá esta España nueva, regenerada España, que se
llama República española, envolverse en la mengua de una más que toda injusta,
impía, irracional opresión? Tal error sería éste, que espero que no obrará jamás obra
tan llena de miseria.
Y en Cuba hay 400,000 negros esclavos, para los que, antes que España, decretaron
los revolucionarios libertad,—y hay negros bozales de 10 años, y niños de 11, y
ancianos venerables de 80, y negros idiotas de 100 en los presidios políticos del
Gobierno,—y son azotados por las calles, y mutilados por los golpes, y viven
muriendo así. Y en Cuba fusilan a los sospechosos, y a los comisionados del
Gobierno, y a las mujeres, y las violan, y las arrastran, y sufren muerte instantánea los
que pelean por la patria, y muerte lenta y sombría aquellos cuya muerte instantánea
no se ha podido disculpar. Y hay jefes sentenciados a presidio por cebarse en
cadáveres de insurrectos,—y los ha habido indultados por presentar en la mesa partes
de un cuerpo de insurrecto mutilado,—y tantos horrores hay que yo no los quiero
34
recordar a la República, ni quiero decirle que los estorbe,—que son tales y tan
tremendos, que indicarle que los ha de corregir es atentar a su honor.
Pero esto demuestra cómo es ya imposible la unión de Cuba a España, si ha de ser
unión fructífera, leal y cariñosa;—cómo es necesaria resolución justa y patriótica;—
que sólo obrando con razón perfecta se decide la suerte de los pueblos, y sólo
obedeciendo estrictamente a la justicia se honra a la patria, desfigurada por los
soberbios, envilecida por los ambiciosos, menguada por los necios, y por sus hechos
en Cuba tan poco merecedora de fortuna.
Cuba reclama la independencia a que tiene derecho por la vida propia que sabe que
posee, por la enérgica constancia de sus hijos, por la riqueza de su territorio, por la
natural independencia de éste, y, más que por todo, y esta razón está sobre todas las
razones, porque así es la voluntad firme y unánime del pueblo cubano.
Si la conservación de Cuba para España ha de ser, y no podrá conservarse sino
siéndolo, olvido de la razón, violaciones del derecho, imposición de la voluntad,
mancilla de la honra, indigno será quien quiera conservar la riqueza cubana a tanta
costa; indigno será quien deje pensar a las naciones que sacrifica su honra a la
riqueza.
Hoy que la virtud el sólo el cumplimiento del deber, no ya su exageración heroica, no
consienta su mengua la República, sepa cimentar sobre justicia sabia y generosa su
Gobierno, no rija a un pueblo contra su voluntad—ella que hace emanar de la
voluntad del pueblo todos los poderes;—no luche contra sí misma, no se infame, no
tema, no se plegue a exigencias de soberbia ridícula, ni de orgullo exagerado, ni de
disfrazadas ambiciones; reconozca, puesto que el derecho, y la necesidad, y las
Repúblicas, y la alteza de la idea republicana la reconocen, la independencia de Cuba;
firme así su dominación sobre esta que, no siendo más que la consecuencia legítima
de sus principios, el cumplimiento estricto de la justicia, será, sin embargo, la más
inmarcesible de las glorias.—Harto tiempo han oprimido a España la indecisión y los
temores;—tenga, al fin, España el valor de ser gloriosa.
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¿Temerá el Gobierno de la República que el pueblo no respete esta levantada
solución? Esto sería confesar que el pueblo español no es republicano.
¿No se atreverá a persuadir al pueblo de que esto es lo que le impone su honor
verdadero? Esto significaría que prefiere el poder a la satisfacción de la conciencia.
¿No pensará como pienso el Gobierno republicano? Esto querría decir que la
República española ni acata la voluntad del pueblo soberano, ni ha llegado a entender
el ideal de la República.
No pienso yo que cederá al temor. Pero si cediera, esta enajenación de su derecho
sería la señal primera de la pérdida de todos.
Si no obra como yo entiendo que debe obrar, porque no entiende como yo, esto
significa que tiene en más las reminiscencias de sus errores pasados que la extensión,
sublime, por lo ilimitada y por lo pura, de las nuevas ideas;—que turban aún su
espíritu orgullo irracional por glorias harto dolorosas, deseo de retener cosas que no
debió poseer jamás, porque nunca las supo poseer.
Y si como yo piensa, si encuentra resistencia, si la desafía, aunque no premiase su
esfuerzo la victoria,—si acepta la independencia de Cuba,—porque sus hijos declaran
que sólo por la fuerza pertenecerán a España, y la República no puede usar del
derecho de la fuerza para oprimir a la República,—no pierde nada, porque Cuba está
ya perdida para España;—no arranca nada al territorio, porque Cuba se ha arrancado
ya;—cumple en su legitima pureza el ideal republicano; decreta su vida, como si no
la acepta, decretará su suicidio;—confirma sus libertades, que no ha de merecer
gozarlas quien niega la libertad de gobernarse a un pueblo que ha sabido ser libre;—
evita el derramamiento de sangre republicana, y será, si no lo evitase, opresora y
fratricida;—reconoce que pierde, y la pérdida ha tenido lugar ya, la posesión de un
pueblo que no quiere pertenecer a ella, que ha demostrado que no necesita para vivir
en gloria y en firmeza su protección ni su Gobierno,—y trueca, en fin, por la sanción
de un derecho, trueca, evitando el derramamiento de una sangre virgen y preciosa, un
territorio que ha perdido, por el respeto de los hombres, por la admiración de los
pueblos, por la gloria inefable y eterna de los tiempos que vendrán.
36
Si el ideal republicano es el universo, si él cree que ha de vivir al fin como un solo
pueblo, como una provincia de Dios, ¿qué derecho tiene la República española para
arrebatar la vida a los que van adonde ella quiere ir?—Será más que injusta, será más
que cruel, será infame arrancando sangre de su cuerpo al cuerpo de la nacionalidad
universal.—Ante el derecho del mundo ¿qué es el derecho de España?—Ante la
divinidad futura ¿qué son el deseo violento de dominio, qué son derechos adquiridos
por conquista y ensangrentados con nunca interrumpida, siempre santificada,
opresión?
Cuba quiere ser libre.—Así lo escribe, con privaciones sin cuento, con sangre para la
República preciosa, porque es sangre joven, heroica y americana.—Cobarde ha de ser
quien por temor no satisfaga le necesidad de su conciencia.—Fratricida ha de ser la
República que ahogue a la República.
Cuba quiere ser libre.—Y como los pueblos de la América del Sur la lograron de los
gobiernos reaccionarios, y España la logró de los franceses, e Italia de Austria, y
Méjico de la ambición napoleónica, y los Estados Unidos de Inglaterra, y todos los
pueblos la han logrado de sus opresores, Cuba, por ley de su voluntad irrevocable,
por ley de necesidad histórica, ha de lograr su independencia.
Y se dirá que la República no será ya opresora de Cuba, y yo sé que tal vez no lo
será, pero Cuba ha llegado antes que España a la República.—¿Cómo ha de aceptar
de quien en son de dueño se la otorga, República que ha ido a buscar al campo de los
libres y los mártires?
No se infame la República española, no detenga su ideal triunfante, no asesine a sus
hermanos, no vierta le sangre de sus hijos sobre sus otros hijos, no se oponga a la
independencia de Cuba.—Que la República de España sería entonces República de
sinrazón y de ignominia, y el Gobierno de la libertad sería esta vez Gobierno
liberticida.
Madrid. 15 de febrero de 1873 (Publicado en forma de folleto en la imprenta de
Segundo Martínez, Travesía de San Mateo, 12)
37
LA SOLUCIÓN (Fragmentos)
El gobierno de la República es un gobierno nuevo; nueva, pues y lógicamente distinta
de las anteriores, ha de ser su política en los asuntos cubanos.
No he de andar aquí pródigo de comentarios. Tan rápidamente se precipitan los
sucesos; tanta luz de verdad los ilumina, que más que yo ellos han de decir lo que LA
CUESTIÓN CUBANA entiende, como yo lo entiendo, y lo entienden todos los que
inspiran su patriotismo en las necesidades de su patria y la razón.
Ni hemos de necesitar insistir en la exigencia de que el gobierno que promete al país
el planteamiento de un sistema regenerador, lo plantee en lo que a Cuba toca con toda
la lógica precisa y toda la honradez valerosa que el sistema que promete reclama.
Harto vacilante anda el gobierno, harto tímido en todo lo difícil, harto silencioso en la
cuestión de Cuba, para que no temamos que esta vez como tantas otras veces el
clamoreo de la honra de oro se imponga y apague la voz de la verdadera honra.
¡Tanto se ha extraviado la firmeza de sus convicciones! ¡Tanto olvidan siempre por
exigencias extrañas, convicciones propias los que en España disponen del poder!
¡Tanto tememos de quien hasta ahora vacila, de quien vacila todavía en dar a la
cuestión ensangrentada de la Antilla el carácter que necesariamente se desprende del
sistema nuevo que ha entrado a gobernar!
O es vigoroso, o está mal seguro de su vigor el Gobierno. Si sabe que es fuerte, si
sabe que él es el país, si sabe cómo los hombres enérgicos y honrados llevan en todas
las cuestiones el sistema a la práctica, si sabe que sólo así conquistan los gobernantes
respeto y gloria, si todo esto sabe, y autoriza todos los tremendos dolores de la Isla, y
los auxilia, y los prosigue—el Gobierno será entonces cobarde,—más que cobarde
será el Gobierno.
Si sabe lo que su deber le impone, y cree que debe cumplirlo, y no lo cumple—
confiesa así que vive vida mísera, sin fuerza y sin vigor.
38
¿No impone el sistema republicano, el sistema del respeto a las decisiones del
sufragio, deberes al Gobierno en la cuestión de Cuba, deber de reparar males
pasados?—Traidor a la República será el Gobierno, traidor al sentimiento de
humanidad, a las necesidades de su conciencia, traidor a la dignidad y a la honradez,
si no cumple todos los deberes que el sistema de la República le impone.
¿No es razón la República? ¿No es sufragio? ¿No es respeto a la decisión popular?
¿No es libertad para los que merecen ser libres? ¿No es manera patriótica—que no ha
de excluir para serlo lo justo ni lo recto—de resolver las cuestiones que las simpatías
de los pueblos republicanos acogen y secundan?—O así resuelve estas cuestiones el
Gobierno, o así respeta el sufragio, o así va a buscar sus determinaciones para el
pueblo en lo que el pueblo decida, o desmiente, si no lo hace, todos los derechos que
la alimentan, todos los principios que la fundan.
La honradez no es la debilidad, no es la cobardía, ni es el consejo pusilánime que se
pide a los adversarios, ni la resolución que se inspira en lo que los adversarios
quieren.
La honradez es el vigor en la defensa de lo que se cree, la serenidad ante las
exigencias de los equivocados, ante el clamoreo de los soberbios, ante las tormentas
que levanten los que entienden mejor su propio provecho que el provecho patrio.
Cuba se alzó, con más fe republicana que España, porque se alzó antes que ella, para
conquistar los mismos derechos que la República conquista. ¿Qué tiene entonces que
combatir España en Cuba?
Pero dicen que Cuba se alza, no por la República sólo, sino por la República contra
España.—¡Cómo!—Y ¿queréis, vosotros los hijos del sufragio y de la razón,
gobernar a Cuba contra la razón y contra el sufragio, dominar a Cuba por la
devastación y por la fuerza?
—¡Cómo!—Vosotros, hijos de la República, ¿ahogaréis en sangre la petición de
Cuba, petición de derechos y de libertades republicanas?—¡Fratricidas e infames si
por más tiempo la ahogáis!
39
Pero dicen que Cuba tuvo razón cuando se alzó contra España opresora y
monárquica, que Cuba no tiene razón ahora que se alza contra España liberal y
republicana. Y ¿por qué no os alzasteis al mismo tiempo que ella? ¿por qué no
defendisteis con ardor sus libertades? ¿por qué no tuvisteis siquiera el valor de decir
que tenía razón? ¿por qué fuisteis tan complacientes con la infamia? ¿por qué queréis
que un pueblo que sabe defender con tanta energía su independencia quede sujeto a la
suerte de un país cuya salvación ni vosotros mismos podéis conseguir, que un pueblo
tan decidido y tan firme se conserve contra su voluntad subyugado a un pueblo que
no tiene en sus mismas cuestiones decisión ni firmeza?
Y sobre todo: sobre estas razones de tiempos, sobre todos estos derechos adquiridos
por constancia y por los años que quiso Cuba adelantarse a vosotros ¿vale la posesión
de Cuba que la posean contra su voluntad, por derecho de sangre y por la fuerza, por
un nuevo derecho de conquista, si excecrable en todos los tiempos, doblemente en
vosotros execrable?
Si queréis poseerla así, si podéis seguirla poseyendo, poseedla.—Yo tendría un
remordimiento eterno en conservar aquello cuya conservación me costara verter
sangre noble y vigorosa de hermanos míos.
Y no podría tampoco el Gobierno evitar que al fin lograse Cuba la independencia
porque lucha.
Si la escasez de las desventuradas tropas no bastara, las cuestiones tenebrosas de
Hacienda bastarían.
Tropas desventuradas las que allí van a morir, tropas engañadas que, no combatirían
si supieran bien por qué combaten, como no os atreveríais a combatir vosotros, hijos
de la República que estáis en el poder —porque sería demasiado peso de infamia para
vuestra historia de mañana,— y enviáis sin embargo hermanos nuestros, enviáis
españoles a que luchen y a que mueran por lo que vuestra conciencia os dice que no
deben luchar ni morir, por lo que vosotros —yo os lo vuelvo a asegurar— no
tendríais decisión bastante para luchar jamás.
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40
JOSÉ MARTÍ
La Cuestión Cubana. Sevilla, 26 de abril de 1873
LAS REFORMAS
Cuando Cuba estaba en paz, cuando la crueldad no la había exasperado por completo,
cuando las divisiones no se habían ahondado, cuando los principios no se habían
ahogado en sangre; eran lógicas, necesarias, imprescindibles las reformas. —Así lo
reconocen hoy los que se arrepienten de no haberlo conocido antes.
Ahora que la opresión ha provocado la guerra, ahora que la exasperación es completa,
ahora que el cadalso ha sido la compasión, la crueldad el precepto único, la sangre la
única razón, todo se ha extremado, todo ha crecido, todo se ha precipitado; —ahora
es lógica, es necesaria, es imprescindible la independencia. —Reconózcanlo así los
que no creen, para que luego no se arrepientan por no haberlo reconocido antes.
Y es duro y es tremendo tener que arrepentirse de no haber sido justo, cuando la
justicia podía evitar la muerte de los hombres.
La independencia es necesaria, —no pasan en vano las revoluciones por los pueblos,
—no puede un pueblo enérgico ser igual a un pueblo al que falta la energía —no
puede ser el mismo el estado de un país devorado en silencio por la sinrazón, al país
potente y vigoroso que se ha lanzado a las armas, y las ha sostenido, y las ha
arrancado para pelear, de las manos de sus enemigos, —y fue generoso con ellos, y
vio que eran crueles para él —y dio libertad a los prisioneros, y vio —que mataban a
los suyos —y vio que le devolvían cadáver a aquel que habían mandado como
mensajero de paz, y supo luego que habían violado sus mujeres y asesinado a sus
hijos, y matado a sus ancianos y henchido de espanto todo aquello que había sido
para él felicidad y respeto y alegría.
Pues si las revoluciones no pasan en vano por los pueblos, si un pueblo antes de la
revolución no puede ser después de ella como era, si no puede olvidarse jamás una
41
revolución ensangrentada —¿cómo ha de ser ahora lógica —en situación distinta— la
solución que lo era entonces? —¿Cómo, si las reformas eran entonces necesarias, han
de ser bastante ahora?
Pasarían entonces en vano las revoluciones para los pueblos.
Cuba quería antes las reformas, avisaba a España de su necesidad, marcaba a España
la manera de conservarla todavía.—Cuba, antes de lanzarse a la lucha, avisó a España
que iba a luchar.
España creyó que podía burlarse aún de la exasperada Antilla; creyó que la necesidad
imprescindible puede vivir mucho tiempo de la prudencia, creyó que los dolores
desgarradores y supremos se curan con las promesas de esperanza, promesas crueles
que arrojaban de las Cortes los diputados, que hacían alarde culpable de fuerza
cubriendo con una contribución crecidísima la petición cariñosa de libertad, promesa
como aquella da abolir la esclavitud en las Antillas, cobardemente convertida en
Puerto Rico en la manera de eludir la promesa por tres años.
Entonces, para curar el despecho, para no irritar a los prudentes, para no exaltar a los
generosos, para dar al fin un tanto de ventura al que con tanta mansedumbre la pedía,
eran las reformas para Cuba sistema de imprescindible aplicación.—Entonces. . .
Pero el despecho fue irritado, la justicia fue olvidada, la mansedumbre escarnecida, la
Isla más vejada.—Y como consecuencia lógica, y como necesidad justificada, y
como razón única la insolencia de la crueldad, Cuba exigió por las armas lo que pidió
en vano por la paz, Cuba exaltó a sus hijos en la necesidad de su ventura; Cuba creyó
que la energía podría lograr del dueño aquel intento justísimo que la paz no había
logrado.
España llamó entonces a la justicia traición, a su ambición causa sagrada, a las
necesidades de Cuba infamia de sus hijos.
España no quiso reconocer nunca que para los hombres que nacen en la tierra en que
el cielo se parece tanto a la libertad, vida de libertad es la única que asegura la paz y
el amor.
42
Cuba tuvo que alzarse en armas para conseguir de España las reformas.
La España monárquica ahogó en sangre las peticiones de Cuba, como la España
republicana las ahoga ahora, y esto es vergüenza e indignidad para la República.
Lógico es que Cuba se alce ahora en armas para conseguir su independencia.
Lógico es que Cuba pida su independencia ahora alzada sobre los cadáveres a que
España ha arrebatado la vida porque combatían por la libertad.
Es lógica terrible para España, pero es lógica.
Y las reformas eran justas. Eran justas todas las que Cuba pedía, eran justas muchas
reformas más, porque Cuba no llegó a pedir nunca todas las reformas que hoy pide
para Cuba un ministro español.
Luego aquella causa era santa; luego el gobierno sabe que ha matado a unos mártires;
luego está cerca de la infamia el gobierno que lo sabe y los mata; luego los cubanos
que han muerto, han muerto asesinados; luego es espantoso que se les quiera seguir
asesinando.
¡Ah! El gobierno no tiene medios para evitarlo. —Triste gobierno que no tiene
potencia para evitar que se mate; que no tiene energía bastante para evitar su
vergüenza.
¿Acaso un gobierno puede dispensarse de ser honrado porque es gobierno?
¿Acaso hay consideración que valga más que la honra?
¿Acaso Salmerón no pide para Cuba lo mismo que Cuba ha pedido, casi todo lo que
Cuba pide hoy?
¿Acaso Salmerón no entiende que Cuba ha llegado a su período de emancipación,
como han llegado todas las colonias que saben morir durante cuatro años ante el
ejército numeroso de una potencia que no los vence ni los doblega, ni humilla, ni
altera su decisión?
¡Ah! Cuando se quiere ser libre, es infamia combatir a los que han merecido serlo, es
infamia combatir a la libertad.
43
Yo iba a decir que las reformas eran ya tardías.
Si antes de la revolución eran justas, si eran necesarias antes de que existiese la
revolución.—Después de la Revolución era necesario algo más que las reformas.
Y si el reconocimiento tardío de la necesidad ha traído la situación de mi patria a
extremo tan lamentable para España, ¿por qué se empeña en hacerlo más lamentable
todavía, no queriendo reconocer lo que ha de reconocer al fin?
¡Nación triste, condenada a verter siempre la sangre de sus hijos en empresas de
violencia y de opresión!
La República vive, y en Cuba se mata en su nombre.
¡República tenebrosa ésta que mata todavía por algo que no sea su propia
independencia, causa única para que una guerra republicana sea honrada y santa!
Cuba ha pensado así. Cuba cree ya que la independencia es su única ventura, su único
deseo, su única necesidad. ¿Qué va a hacer España ante esta enérgica resolución?
Comprendo que pretenda disuadirla, aunque sé yo que no la disuadirá, y
pretendiéndolo será honrada todavía.
Pero no comprendo que siga combatiendo en América a los que luchan por lo que ella
luchó en Europa.
No comprendo que la obstinación de una República valga la muerte de tantos
hombres.
No comprendo que ante la verdadera honra española, valga la posesión de Cuba para
España más que la vida de sus hijos, más que el acatamiento a la justicia, más que la
necesidad de no ser opresora, más que el triunfo de todas las augustas ideas
republicanas.
44
La tranquilidad es imposible: el silencio es criminal.
¿Quiere España conservar a Cuba? —Sólo podrá conservarla por derecho de
conquista, por derecho de fuerza, por el exterminio de sus hijos, por la devastación de
la comarca. — “Sólo así podrá conservarla”.
Y no —¡no!— no será tan infame la República que lo quiera.
.JOSÉ MARTÍ
La Cuestión Cubana, Sevilla, 26 de mayo de 1873
II. EL MUNDO AMERICANO EN MARTÍ
El primer contacto directo de Martí con la América hispana independiente se produjo
en México, quiere decir que es en la tierra azteca donde descubrió este nuevo mundo
con sus complejidades. A esta experiencia seguiría la de Guatemala y, después de un
año en Estados Unidos, Venezuela.
El México al que arriba en 1875 había vivido el período de la reforma liberal y la
guerra civil, con la inserción del conflicto religioso, y conservaba aún frescos en la
memoria los días de preeminencia conservadora con el Imperio de Maximiliano y la
lucha encabezada por Benito Juárez, quien había muerto tres años antes. Este período
mexicano coincide con la presidencia de Sebastián Lerdo de Tejada, el sucesor de
Juárez, hombre de la reforma. En este contexto Martí observó la lucha entre
conservadores y liberales, las pugnas dentro del liberalismo y vio el golpe de Estado
de Porfirio Díaz, lo que decidió su partida de la tierra mexicana. Era el primer
contacto con la Hispanoamérica independiente y con las reformas liberales que
buscaban la modernización de estos países donde no se había completado la
revolución anticolonial.
Martí siguió de cerca las luchas políticas con sentido analítico, y tomó partido por
Lerdo; atacó a la oposición por carecer de ética, por sus métodos, por no constituirse
45
en oposición razonada y no ofrecer nuevas soluciones a los problemas del país.
También descubrió el drama del indígena, de su exclusión, y sometió a crítica las
reformas liberales. México le abrió la perspectiva del nuevo mundo americano. Aquí
se deslumbró con el alma americana, lo que le permite decir que “la vida americana
no se desarrolla, brota”,4 pero también reclama formas propias para resolver los
problemas americanos: su sentido de la autoctonía, de la originalidad, se acendraba
con la experiencia mexicana.
En este contexto se le fue develando el gran problema de las repúblicas americanas
independientes: Un pueblo no es independiente cuando ha sacudido las cadenas de
sus amos; empieza a serlo cuando se ha arrancado de su ser los vicios de la vencida
esclavitud, y para patria y vivir nuevos, alza e informa conceptos de vida
radicalmente opuestos a la costumbre de servilismo pasado, a las memorias de
debilidad y de lisonja que las dominaciones despóticas usan como elementos de
dominio sobre los pueblos esclavos.5
El joven cubano iniciaba un camino de análisis de los problemas de lo que empezaba
a llamar “nuestra América” que iría madurando en los años siguientes. En esta
dirección tendría gran importancia su observación acerca de la necesidad de buscar
soluciones propias y no adoptar miméticamente los modelos ajenos, por ello puede
preguntar: “¿Por qué en la tierra nueva americana se ha de vivir la vieja vida
europea?” y afirmar: “A propia historia, soluciones propias. A vida nuestra, leyes
nuestras”.6
En 1877, después de una corta estancia clandestina en La Habana, salió de México
para dirigirse a Guatemala. Este país estaba en el tránsito de una economía señorial
cerrada hacia la expansión del café, enmarcado en la política del gobierno liberal de
Justo Rufino Barrios, quien desarrollaba un estilo duro de reforma liberal. Allí estaría
hasta julio de 1878. Era una experiencia diferente, pero también de la América
postcolonial.
4 Martí. T 6, p. 2005 Ibid. P. 2096 Ibid. pp. 227 y 312
46
En la tierra del Quetzal, Martí ahondó su visión sobre Hispanoamérica, a la que ya
identificaba como “madre América” y “nuestra América” _conceptos que serían
desarrollados en los años posteriores_, junto a la crítica a las reformas liberales que
tomaban modelos europeos o norteamericano, no aplicables a nuestras realidades.7 En
sus análisis guatemaltecos se aprecia el distanciamiento de Martí respecto a la
fórmula en boga entonces de “civilización contra barbarie”, en la que se identificaba
la civilización con el desarrollo alcanzado por las sociedades europeas, como modelo
de “progreso”, en el que se incluía a los Estados Unidos, mientras que lo indígena
constituía lo retardatario. La argumentación de la posición martiana descansa en la
evolución histórica diferente que da lugar a una “síntesis de pueblos” en estas
naciones jóvenes, a un proceso civilizatorio autóctono, cuyos problemas no se
resuelven con modelos ajenos, sino con fórmulas propias, nacidas de su propia
realidad.
En Guatemala aparece la idea martiana de la necesidad de la unidad de nuestros
pueblos y formula su decisión de trabajar para ello. En el folleto “Guatemala”,
publicado en México en 1778, se refiere reiteradamente a esta idea: “¡Por primera
vez me parece buena una cadena para atar, dentro de un cerco mismo, a todos los
pueblos de mi América!” y “Para unir vivo lo que la mala fortuna desunió”.8
Por otra parte, en su estrategia toma cuerpo la idea de la “revelación”, entendida en la
necesidad de revelar a América ante sí misma y ante los otros; se trata de que nuestra
América se conozca a sí misma, conozca sus fuerzas, sus potencialidades y las
conozca el otro o los otros como necesidad impostergable para su capacidad de
preservación y desarrollo independiente. Por tanto, es necesario seguir la elaboración
de estas concepciones y de su estrategia continental para entender el desarrollo
progresivo del pensamiento martiano.
La visión de la América nuestra completaría el ciclo con la estancia de un semestre en
Venezuela durante 1881. No puede olvidarse que, cuando va a Venezuela, ya había
vivido un año en Estados Unidos y había pasado por la experiencia de su labor de 7 Para un análisis medular acerca de las concepciones martianas sobre la identidad latinoamericana y la formación de conceptos esenciales ver Pedro Pablo Rodríguez: De las dos Américas. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 20028 Martí. T 7, pp. 118 y 119
47
dirección durante la Guerra Chiquita en Cuba. La nación venezolana, tierra de
Bolívar, estaba gobernada por la dictadura de Antonio Guzmán Blanco, quien había
desarrollado un conjunto de medidas dentro de las reformas liberales desde 1870. Allí
vio la modernización de Caracas y los grandes contrastes internos. Allí escribió su
extraordinario poemario “Ismaelillo”, allí maduró sus ideas respecto a la América de
origen hispano.
En el Club de Comercio pronunció un discurso el 21 de marzo, en el cual ya vincula
como proceso único la independencia de Cuba con la de la América hispana: “Se
sabe que al poema de 1810 falta una estrofa”.9 También avanza más aún en lo
referido a su estrategia continental, lo cual queda claramente expresado en la carta a
Fausto Teodoro de Aldrey de 27 de julio: De América soy hijo: a ella me debo. Y de
la América, a cuya revelación, sacudimiento y fundación urgente me consagro, ésta
es la cuna; ni hay para labios dulces, copa amarga; ni el áspid muerde en pechos
varoniles; ni de su cuna reniegan hijos fieles. Deme Venezuela en qué servirla: ella
tiene en mí un hijo.10 Nótese la reafirmación del propósito de revelación, pero esta
vez acompañado de otras dos acciones esenciales, el sacudimiento y la fundación. La
función creadora que se había planteado se va enriqueciendo y completando. Por otra
parte, produce una relación interna indisoluble entre la declaración de ser hijo de
Venezuela _y por tanto servirla_, la imagen de Venezuela como cuna de América y
la afirmación de deberse a esa América de la que es hijo.
En la comprensión martiana de “nuestra América” resulta fundamental su experiencia
vital y sus profundos análisis de la “otra” América, la que no es nuestra, la América
anglosajona. Sus casi quince años de vida en Estados Unidos serían decisivos en ello,
sin embargo, es importante tomar en consideración que Martí tenía ya ideas formadas
respecto a Estados Unidos que, por cierto, no eran nada comunes en una época en
que aquel país era visto como paradigma de progreso, democracia y libertad.
Durante su primer destierro a España, había escrito en sus Cuadernos de Apuntes:
Los norteamericanos posponen a la utilidad el sentimiento.—Nosotros posponemos
al sentimiento la utilidad (...)// (...) Las leyes americanas han dado al Norte alto 9 Ibid., p. 28410 Ibid. p. 267
48
grado de prosperidad, y lo han llevado también al más alto grado de corrupción. Lo
han metalificado para hacerlo próspero. ¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa!11
Nótese la contraposición que establece entre la prosperidad material y la espiritual,
asunto que sería recurrente en sus apreciaciones posteriores sobre Estados Unidos,
después de su experiencia personal como emigrado en aquel país al que somete a un
agudo análisis crítico. No se trata de un simple ejercicio intelectual, hay que insistir
en esto, se trata de una necesidad para la construcción de su proyecto revolucionario
para el cual era indispensable el conocimiento del modelo norteamericano y su
crítica, el conocimiento de los problemas continentales y lo que podía representar
Cuba independiente en ese contexto, y el papel de Estados Unidos como factor de
esta área del mundo.
El país norteño que Martí conoce desde 1880 hasta inicios de 1895 estaba viviendo el
momento de acelerado desarrollo económico _un desarrollo económico “colosal”
para decirlo con un adjetivo martiano_ que lo llevaría a convertirse a fines de la
centuria en una potencia mundial, con su gran crecimiento urbano y el hacinamiento
en las ciudades, con el apogeo de la revolución agrícola y, más aún, de la revolución
industrial, con los grandes avances científico técnicos y su aplicación a la producción,
con la aparición de las primeras formas de monopolios y sus tremendas
consecuencias sociales, con la entrada masiva de inmigrantes europeos y también de
otras latitudes y sus grandes contradicciones sociales; pero también con sus procesos
electorales corruptos, el asesinato de un presidente, los debates entre proteccionistas y
librecambistas, entre los expansionistas y sus oponentes y entre los impulsores del
monopolio y los propulsores de las leyes antitrusts. Era también los Estados Unidos
de las luchas feministas y los primeros actos de ejercicio del voto femenino, del
desarrollo de escuelas en función de la preparación técnica indispensable para las
demandas del país, de Walt Whitman, de Emerson.
Junto a su lucha por ganar el sustento para sí y su familia, y su labor intelectual en el
periodismo y como poeta _escribía sus Versos Libres_, Martí siguió de cerca
múltiples temas de la sociedad norteamericana, especialmente los problemas sociales,
11 T 22, pp. 15-16
49
el sistema político y su proyección exterior. Sobre estos asuntos, el mundo de los
negocios, la vida cotidiana, las importantes exposiciones de los avances técnicos o de
pintura, los grandes y pequeños acontecimientos escribió para la prensa continental,
con énfasis en periódicos de la América nuestra. En carta a Manuel Mercado de 1886
explica sus propósitos, más allá de la necesidad de trabajar para el sostén personal y
de su familia: (...) ¡qué falta hace allá, de mí y de todos, un estudio constante de
todas las cosas, vías y tendencias de este pueblo, capaz, a pesar de su fuerza, de ser
evitado, como se evita una estocada mortal (...)!12
En su larga estancia en Estados Unidos pueden destacarse dos momentos
especialmente significativos en la maduración y penetración del análisis martiano de
aquella sociedad y sus resortes: los sucesos de Chicago entre 1886 y 1887 _los que
conmemoran los obreros del mundo cada Primero de Mayo_ y la Conferencia
Internacional de Washington entre 1889 y 1890 que tendría seguimiento con la
Conferencia Monetaria Internacional de 1891. Estos son momentos esnciales dentro
del desarrollo progresivo de la percepción martiana acerca de aquel país, sus
problemas y su papel en el continente.
Estos análisis llevarían a Martí a la conclusión de que se trataba de un sistema en el
cual la magistratura, la representación nacional, la Iglesia, la prensa misma
corrompidas por la codicia, habían llegado en 25 años de consorcio a crear en la
democracia más libre del mundo, la más injusta y desvergonzada de las
oligarquías.13
La experiencia martiana en Estados Unidos completó su imagen de nuestro
continente y permitió madurar plenamente el concepto de “nuestra América”, clave
para su proyecto revolucionario continental de alcance mundial, a partir de la
convicción de que existían dos factores o dos nacionalidades en el continente y que
una de ellas constituía el peligro mayor para la otra. Le posibilitó entender en toda su
complejidad el momento de cambio acelerado que vivía el mundo y los peligros que
este planteaba para la independencia de Cuba y para la América de origen hispano.
12 T 20, pp. 88-8913 T 11, p. 437
50
A la par de sus análisis de la sociedad norteamericana, se propuso una labor
educacional dirigida a los niños de América: en 1889, cuando se incubaba y
comenzaba el Congreso Internacional de Washington, publicó los cuatro números de
La Edad de Oro, mientras que en el “invierno de angustia” que fue el de la
celebración del Congreso escribió sus Versos Sencillos. En enero de 1891 publicaría
un ensayo trascendente que evidencia la madurez del pensamiento martiano: “Nuestra
América”.
Las múltiples experiencias de vida en el continente permitieron a Martí el contacto
directo con tendencias diversas de pensamiento político, social, filosófico, en general,
con el mundo de las ideas de su tiempo, así como con realidades diversas y
contrastantes. La asimilación creadora le permitió someter a crítica todo aquel
universo y asumir lo que consideró útil, al tiempo que afirmó su sentido creador para
plantear su propio proyecto revolucionario para su tiempo y espacio.
EL LICEO HIDALGO.—MONUMENTO.—VUELTA A LAS ESCUELAS.—
EMPRESA PATRIÓTICA.—TEATRO MEXICANO (Fragmentos)
.........................................................................................................................................
El actor Zerecero tiene un proyecto que le honra, por cuanto quiere honrar con él la
literatura mexicana.
Este estudioso actor intenta reunir todas las obras dadas a la escena por escritores
mexicanos, hacerlas representar por la Compañía que dirige en Tampico, y una vez
acostumbrados los actores a interpretar las creaciones escénicas de los escritores
patrios, venir con ellos a México y dar aquí al público cuanto para el teatro han
producido nuestros poetas y literatos notables.
Este proyecto responde a una necesidad que ha tardado mucho en hacerse sensible.
Un pueblo nuevo necesita una nueva literatura. Esta vida exuberante debe
manifestarse de una manera propia. Estos caracteres nuevos necesitan un teatro
especial.
51
La vida americana no se desarrolla, brota. Los pueblos que habitan nuestro
Continente, los pueblos en que las debilidades inteligentes de la raza latina se han
mezclado con la vitalidad brillante de la raza de América, piensan de una manera que
tiene más luz, sienten de una manera que tiene más amor, y han menester en el teatro
—no de copias serviles de naturalezas agotadas—de brotación original de tipos
nuevos.
México necesita una literatura mexicana. Si anda México escaso en actores propios,
consecuencia justa es ésta de la escasez y apartamiento de propios autores. La
independencia del teatro es un paso más en el camino de la independencia de la
nación. El teatro derrama su influencia en los que, necesitados de esparcimiento,
acuden a él. ¿Cómo quiere tener vida propia y altiva, el pueblo que paga y sufre la
influencia de los decaimientos y desnudeces repugnantes de la gastada vida ajena?
La literatura es la bella forma de los pueblos. Con pueblos nuevos, ley es esencial que
una literatura nueva surja.
Toda clase de protección merece el actor modesto y estudioso que se esfuerza en
acostumbrar al pueblo mexicano al conocimiento, al estímulo, al aplauso de los que
sus hijos bien queridos forman y crean.
Las manos que han surgido de una tierra virgen, no han debido ser hechas para
aplaudir las postrimerías de una tierra cansada y moribunda.
El teatro es copia y consecuencia del pueblo. Un pueblo que quiere ser nuevo,
necesita producir un teatro original.
Revista Universal. México, 11 de mayo de 1875
LA POLÉMICA ECONÓMICA.—A CONFLICTOS PROPIOS, SOLUCIONES
PROPIAS.—LA CUESTIÓN DE LOS REBOZOS.—CUESTIONES QUE
ENCIERRA (Fragmentos)
La prensa está haciendo algo digno de ella: el país pregunta a sus hombres
inteligentes por qué se muere de miseria sobre su tierra riquísima, por qué la industria
extranjera vive en México mejor que la industria mexicana: escritores jóvenes y
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entusiastas toman a su cargo la respuesta, y de aquí ha nacido una polémica notable,
que, aunque no tuviera otro buen resultado, tendría el muy importante de haber
ocupado notablemente la inteligencia de nuestros escritores. Hace a la larga daño
hablar incesantemente de cosas vanas y fútiles. Se siente uno mejor cuando ha dicho
sinceramente un pensamiento que cree útil. Esta satisfacción del bien obrar, cabe a
los que briosamente han empeñado en la prensa de la capital esta cuestión.
No queremos añadir nada nuestro aún, a las prácticas verdades que se están diciendo.
La cuestión se ha hecho cuestión de apreciación, puesto que todos están conformes en
unos mismos hechos. Para apreciar con fruto, es necesario conocer con profundidad,
y aún no conocemos absolutamente bien los problemas a que se busca solución. A
esto debe sujetarse la polémica, no a encomiar determinada escuela económica; no a
sostener su aplicación en México porque se aplicó con éxito en otra nación; no a
ligarse imprudentemente con las exigencias de un sistema extraño:—debe la
polémica ceñirse—según nuestro entender humilde—a estudiar los conflictos de
nuestra industria; a estudiar cada ramo en su nacimiento, desarrollo y situación
actual; a buscar solución propia para nuestras propias dificultades. Es verdad que son
unos e invariables, o que deben serlo por lo menos, los preceptos económicos; pero es
también cierto que México tiene conflictos suyos a los que de una manera suya debe
juiciosa y originalmente atender.
La imitación servil extravía, en Economía, como en literatura y en política.
Un principio debe ser bueno en México, porque se aplicó con buen éxito en Francia.
Asiéntase esto a veces, sin pensar en que esto provoca una pregunta elocuente. ¿Es la
situación financiera de México igual a la francesa? ¿Se producen las mismas cosas?
¿Están los dos países en iguales condiciones industriales?
Debe haber en la aplicación del principio económico relación igual a la relación
diferencial que existe entre los dos países.
Así con los Estados Unidos, con Inglaterra y Alemania.
Bueno es que en el terreno de la ciencia se discutan los preceptos científicos. Pero
cuando el precepto va a aplicarse; cuando se discute la aplicación de dos sistemas
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contrarios; cuando la vida nacional va andando demasiado aprisa hacia la inactividad
y el letargo, es necesario que se planteen para la discusión, no el precepto absoluto,
sino cada uno de los conflictos prácticos, cuya solución se intenta de buena fe
buscar.
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No es buen sistema económico el inexorable e inflexible; el que, porque atiende al
bien de muchos, se cree dispensado de atender al mal de pocos. Es verdad que aquél
es preferible a éste, en último e irremediable extremo; pero es verdad también que
debe procurarse, en tanto que se pueda, la situación igualmente benéfica, igualmente
previsora para todos.
No terminamos aquí nuestras muy humildes observaciones; repetimos que nada
nuevo hemos querido añadir a lo que se está diciendo por muy notables escritores en
la prensa: para ello fuera preciso un conocimiento exacto de los problemas del trabajo
en México, que el boletinista Orestes no cree tener. Puesto que la solución es el
resultado del problema, es preciso conocer éste bien, para que sea respetada y
estudiada aquélla.
Regocijado por el ennoblecimiento diario de la prensa; contento porque comienzan a
discutirse cuestiones verdaderamente interesantes para el país; orgulloso de escribir al
lado de los que aspiran de buena fe, conocen lo que tratan, y escriben con buena
voluntad y con talento, el más oscuro de los que escriben envía a los contendientes en
la polémica económica su pláceme sincero, y deja para su boletín próximo la tarea
agradable de terminar las ligerísimas observaciones que ha comenzado a apuntar hoy.
Revista Universal. México, septiembre 23 de 1875
LOS CÓDIGOS NUEVOS
Interrumpida por la conquista la obra natural y majestuosa de la civilización
americana, se creó con el advenimiento de los europeos un pueblo extraño, no
español, porque la savia nueva rechaza el cuerpo viejo; no indígena, porque se ha
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sufrido la ingerencia de una civilización devastadora, dos palabras que, siendo un
antagonismo, constituyen un proceso; se creó un pueblo mestizo en la forma, que con
la reconquista de su libertad, desenvuelve y restaura su alma propia. Es una verdad
extraordinaria: el gran espíritu universal tiene una faz particular en cada continente.
Así nosotros, con todo el raquitismo de un infante mal herido en la cuna, tenemos
toda la fogosidad generosa, inquietud valiente y bravo vuelo de una raza original fiera
y artística.
Toda obra nuestra, de nuestra América robusta, tendrá, pues, inevitablemente el sello
de la civilización conquistadora; pero la mejorará adelantará y asombrará con la
energía y creador empuje de un pueblo en esencia distinto, superior en nobles
ambiciones, y si herido, no muerto. ¡Ya revive!
¡Y se asombran de que hayamos hecho tan poco en 50 años, los que tan hondamente
perturbaron durante 300 nuestros elementos para hacer! Dennos al menos para
resucitar todo el tiempo que nos dieron para morir. ¡Pero no necesitamos tanto!
Aun en los pueblos en que dejó más abierta herida la garra autocrática; aun en
aquellos pueblos tan bien conquistados, que lo parecían todavía, después de haber
escrito con la sangre de sus mártires, que ya no lo eran, el espíritu se desembaraza, el
hábito noble de examen destruye el hábito servil de creencia; la pregunta curiosa
sigue al dogma, y el dogma que vive de autoridad, muere de crítica.
La idea nueva se abre paso, y deja en el ara de la patria agradecida un libro inmortal;
hermoso, augusto: los Códigos patrios.
Se regían por distinciones nimias los más hondos afectos y los más grandes intereses;
se afligía a las inteligencias levantadas con clasificaciones mezquinas y vergonzosas;
se gobernaban nuestros tiempos originales con leyes de las edades caducadas, y se
hacían abogados romanos para pueblos americanos y europeos. Con lo cual,
embarazado el hombre del derecho, o huía de las estrecheces juristas que ahogaban su
grandeza, o empequeñecía o malograba ésta en el estudio de los casos de la ley.
Los nacimientos deben entre sí corresponderse, y los de nuevas nacionalidades
requieren nuevas legislaciones. Ni la obra de los monarcas de cascos redondos, ni la
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del amigo del astrólogo árabe, ni la buena voluntad de la gran reina, mal servida por
la impericia de Montalvo, ni la tendencia unificadora del rey sombrío y del rey
esclavo, respondían a este afán de claridad, a este espíritu exigente de investigación, a
esta pregunta permanente, desdeñosa, burlona; inquieta, educada en los labios de los
dudadores del siglo 17 para brillar después, hiriente y avara, en los de todos los hijos
de este siglo. Esa es nuestra grandeza: la del examen. Como la Grecia dueña del
espíritu del arte, quedará nuestra época dueña del espíritu de investigación. Se
continuará esta obra; pero no se excederá su empuje. Llegará el tiempo de las
afirmaciones incontestables; pero nosotros seremos siempre los que enseñamos, con
la manera de certificar, la de afirmar. No dudes, hombre joven. No niegues, hombre
terco. Estudia, y luego cree. Los hombres ignorantes necesitaron la voz de la Ninfa y
el credo de sus Dioses. En esta edad ilustre cada hombre tiene su credo. Y, extinguida
la monarquía, se va haciendo un universo de monarcas. Día lejano, pero cierto.
Los pueblos, que son agrupaciones de estos ánimos inquietos, expresan su propio
impulso, y le dan forma. Roto un estado social, se rompen sus leyes, puesto que ellas
constituyen el Estado. Expulsados unos gobernantes perniciosos, se destruyen sus
modos de gobierno. Mejor estudiados los afectos e intereses humanos, necesitan el
advenimiento de leyes posteriores, para las modificaciones posteriormente advenidas:
esta existencia que reemplazó a la conquista; esta nueva sociedad política; estos
clamores de las relaciones individuales legisladas por tiempos en que las relaciones
eran distintas; este amor a la claridad y sencillez, que distingue a las almas excelsas,
determinaron en Guatemala la formación de un nuevo Código Civil, que no podía
inventar un derecho, porque sobre todos existe el natural, ni aplicar éste puro, porque
había ya relaciones creadas.
Hija de su siglo, la Comisión ha escrito en él y para él. Ha cumplido con su libro de
leyes las condiciones de toda ley: la generalidad, la actualidad, la concreción; que
abarque mucho, que lo abarque todo, que defina breve; que cierre el paso a las
caprichosas volubilidades hermenéuticas.
Ha comparado con erudición, pero no ha obedecido con servilismo. Como hay
conceptos generales de Derecho, ha desentrañado sus gérmenes de las leyes antiguas,
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ha respetado las naturales, ha olvidado las inútiles, ha desdeñado las pueriles y ha
creado las necesarias: alto mérito.
¿Cómo habían de responder a nuestros desasosiegos, a nuestro afán de liberación
moral, a nuestra edad escrutadora y culta, las cruelezas primitivas del Fuero Juzgo,
las elegancias de lenguaje de las Partidas, las decisiones confusas y autoritarias de las
leyes de Toro?
¿Poder omnímodo del señor bestial sobre la esposa venerable? ¿Vinculaciones hoy,
que ya no existen mayorazgos? ¿Rebuscamientos en esta época de síntesis? ¿Dominio
absoluto del padre en esta edad de crecimientos y progresos? ¿Distinciones
señoriales, hoy que se han extinguido ya los señoríos? Tal pareciera un cráneo
coronado con el casco de los godos; tal una osamenta descamada envuelta en el civil
ropaje de esta época. Ya no se sentarán más en los Tribunales los esqueletos.
La Comisión ha obrado libremente; sin ataduras con el pasado, sin obediencia
perniciosa a las seducciones del porvenir. No se ha anticipado a su momento, sino
que se ha colocado en él. No ha hecho un Código ejemplar, porque no está en un país
ejemplar. Ha hecho un Código de transformación para un país que se está
transformando. Ha adelantado todo lo necesario, para que, siendo justo en la época
presente, continúe siéndolo todo el tiempo preciso para que llegue la nueva edad
social. No hay en él una palabra de retroceso, ni una sola de adelanto prematuro: con
entusiasmo y con respeto escribe el observador estas palabras.
A todo alcanza la obra reformadora del Código nuevo. Da la patria potestad a la
mujer, la capacita para atestiguar y, obligándola a la observancia de la ley, completa
su persona jurídica. ¿La que nos enseña la ley del cielo, no es capaz de conocer la de
la tierra? Niega su arbitraria fuerza a la costumbre, fija la mayor edad en 21 años,
reforma el Derecho español en su pueril doctrina sobre ausentes, establece con
prudente oportunidad, el matrimonio civil sin lastimar el dogma católico; echa sobre
la frente del padre, que la merece, la mancha de ilegitimidad con que la ley de España
aflige al hijo; y con hermosa arrogancia desconoce la restitución in integrum obra
enérgica de un ánimo brioso, atrevimiento que agrada y que cautiva. Fija luego
claramente los modos de adquirir; examina la testamentifacción en los solemnes
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tiempos hebreos cuya contemplación refresca y engrandece, los de literatura potente
y canosa, los de letras a modo de raíces. Ve el testamento en Roma, corrompido por
la invasión de sofistas; aquellos que sofocaron al fin la voz de Plinio, y estudiando
ora las Partidas, ora las colecciones posteriores, conserva lo justo, introduce lo
urgente, y adecúa con tacto a las necesidades actuales las ideas del Derecho Natural.
Y eso quiere, y es, la justicia; la acomodación del Derecho positivo al natural.
Ama la claridad, y desconoce las memorias testamentales.
Ama la libertad, y desconoce el retracto.
Quiere la seguridad y establece la ley hipotecaria; base probable de futuros
establecimientos de crédito, que tengan por cimiento, como en Francia y la España, la
propiedad territorial.
Reforma la fianza, aprieta los contratos, gradúa a los acreedores.
Limita, cuando no destruye, todo privilegio. Tiende a librar la tenencia de las cosas
de enojosos gravámenes, y el curso de la propiedad de accidentes difíciles. Sea todo
libre, a la par que justo. Y en aquello que no pueda ser cuanto amplio y justo debe,
séalo lo más que la condición del país permita.
Es pues, el código preciso; sus autores atendieron menos a su propia gloria de
legisladores adelantados, que a la utilidad de su país. Prefirieron esta utilidad
patriótica a aquel renombre personal, y desdeñando una gloria, otra mayor alcanzan:
sólo la negará quien se la envidie.
En el espíritu, el Código es moderno; en la definición, claro; en las reformas, sobrio;
en el estilo, enérgico y airoso. Ejemplo de legistas pensadores, y placer de hombres
de letras, será siempre el erudito, entusiasta y literario informe que explica la razón
de esas mudanzas.
Ni ha sido sólo el Código el acabamiento de una obra legal. Ha sido el cumplimiento
de una promesa que la revolución había hecho al pueblo: le había prometido volverle
su personalidad y se la devuelve. Ha sido una muestra de respeto del Poder que rige
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al pueblo que admira. Bien ha dicho el Sr. Montúfar: no quiere ser tirano el que da
armas para dominar la tiranía.
Ahora cada hombre sabe su derecho: sólo a su incuria debe culpar el que sea
engañado por las consecuencias de sus actos. El pueblo debe amar esos códigos,
porque le hablan lenguaje sencillo, porque lo libran de una servidumbre agobiadora:
porque se desamortizan las leyes.
Antes, éstas huían de los que las buscaban, y se contrataba con temor, como quien
recelaba en cada argucia del derecho un lazo. Ahora el derecho no es una red, sino
una claridad. Ahora todos saben qué acciones tienen; qué obligaciones contraen; qué
recursos les competen.
Con la publicación de estos códigos, se ha puesto en las manos del pueblo un arma
contra todos los abusos. Ya la ley no es un monopolio; ya es una augusta propiedad
común.
Las sentencias de los tribunales ganarán en firmeza; los debates en majestad. Los
abogados se ennoblecen; las garantías se publican y se afirman. En los pueblos libres,
el derecho ha de ser claro. En los pueblos dueños de sí mismos, el derecho ha de ser
popular.
No ha cumplido Guatemala, del año 21 acá, obra tan grande como ésta. ¡Al fin la
independencia ha tenido una forma! ¡Al fin el espíritu nuevo ha encarnado en la Ley!
¡Al fin se es lo que se quería ser! ¡Al fin se es americano en América, vive
republicanamente la República, y tras cincuenta años de barrer ruinas, se echan sobre
ellas los cimientos de una nacionalidad viva y gloriosa.
(Publicado en Guatemala, el 22 de abril de 1877 en el periódico El Progreso)
CARTA A VALERO PUJOL
27 de noviembre (1877)
Sr. Dn. Valero Pujol
Amigo mío:
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En un cariñoso párrafo, inserto en el último número de “El Progreso”:—Por las cosas
generosas que de mí dice, gracias. Para la observación con que termina, algunas
observaciones.
Rechazo absolutamente, no el consejo de mi amigo, sino el injusto rumor de que se
ha hecho eco. Yo analizo mis pequeños actos, y estoy contento de ellos. ¿Qué he
hecho, para merecer tanta atención? Amo la prensa, ese poder nobilísimo, y he escrito
un artículo de que dice V. sobrado bien, y una manifestación que me honra, porque
en ella expresé la gratitud ajena y la mía: ¡desventurado el que no sabe agradecer!
Amo la polémica viva, la juventud naciente, los esfuerzos literarios, y por temor de
parecer intruso, he rehuído los amenos centros donde los jóvenes hablan, y las
grandezas futuras se prometen. Manuel Acuña, el poeta pálido de México ¿qué fue
sino un discutidor modesto de la Sociedad Netzahualcóyotl?
Amo la tribuna, la amo ardientemente, no como expresión presuntuosa de una
locuacidad inútil, sino como una especie de apostolado, tenaz, humilde y amoroso,
donde la cantidad de canas que coronan la cabeza no es la medida de la cantidad de
amor que mueve el corazón. Si los años me han negado barbas, los sufrimientos me
las han puesto. Y éstas son mejores.
¿Qué he hecho yo en la tribuna?—Una vez, conmovido por la voz de un bardo joven,
saludé a Guatemala, que me da abrigo, y de quien aquí no digo bien, porque parecería
lisonja.—Otra vez, allá en familia, en las útiles pláticas que la Escuela Normal
sustenta, y el público favorece, encomié unos versos de Lainfiesta, medidos a la
manera de Meléndez, el dulce poeta.—Hablé luego sobre el influjo de la Oratoria:
¿qué he de hacer con las palabras, si se me salen del alma?—Una inteligente maestra
guatemalteca quiso ser anunciada por mí al público: ¿había yo de ser descortés?—Me
invitó “El Porvenir”,—honra que no olvidaré,—a hablar en su primera velada. Veo
yo desenvolverse los gérmenes tanto tiempo contenidos, cruzarse los alambres por el
aire, tenderse los carriles por la tierra, crearse una nueva generación en las escuelas,
llenarse de libros modernos las librerías, embellecerse la forma de las casas,
multiplicarse los maizales ricos, quejarse la caña en las centrífugas, reconocerse los
puertos y los ríos; era yo el orador de una fiesta de este renacimiento, y ¿no había de
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cantarlo? Ensalcé a la próspera Guatemala.— Mi mano agradecida sabe que se sentía
allí lo que yo decía. Los que la estrecharon, no serán olvidados. Aquella noche, no me
equivoqué. Mi cariño estaba pagado:—yo había alentado a los jóvenes, encomiado la
necesidad de la energía individual, censurado el respeto ciego, el continente sumiso,
la mano floja, la mirada opaca, el habla humilde, todo eso que V. ha llamado
circunstancias, y que ya—merced al libro, a los hombres de 1871, y a V. mismo—ya
no lo son. Canté a la Guatemala laboriosa, alba de limpieza, virgen robustísima,
pletórica de gérmenes; canté una estrofa del canto americano, que es preciso que se
entone como gran canto patriótico, desde el brillante México hasta el activo Chile.
Esa estrofa pugna por ser himno.—Aquella noche, corrió a mi lado aire de amor.
Luego, el 16 de setiembre, invitado por mi amigo Izaguirre, y por alguien más, hablé
de nuevo. Decir mal de España, con mis labios cubanos, hubiera parecido una pueril
venganza.—Son flojas las batallas de la lengua. Volví los ojos hacia los pobres
indios, tan aptos para todo y tan destituidos de todo, herederos de artistas y maestros,
de los trabajadores de estatuas, de los creadores de tablas astronómicas, de la gran
Xelahú, de la valerosa Utatlán. La manera de celebrar la independencia no es, a mi
juicio, engañarse sobre su significación, sino completarla. Enumeré las fuerzas de
Guatemala, y las excité al movimiento y al trabajo. Creo que me enojé un poco con
las perezas del Ser Supremo, vuelto de espaldas tantos siglos a la América.—He ahí
mi oscura campaña. Amar a un pueblo americano, y, por tanto, mío, tan mío como
aquel que el Cauto riega; celebrar una nueva época, censurar aquella en que un
Ministro reñía ásperamente a un maestro, porque enseñaba francés a sus discípulos,—
he ahí las circunstancias que he atacado; he ahí la inoportunidad que he cometido. La
verdad es que sólo aquel Ministro, y los suyos, tenían derecho a quejarse.—Cierto
que para ellos fui yo inoportuno.
Pero para otros, no: para ancianos respetables, que me estiman; para el afectuoso—e
impagable—círculo de jóvenes que me alienta; para los maestros entusiastas, de
mirada grave y ciencia sólida, que acaban de salir de la Escuela en que—yo también
—enseño; para el mundo nuevo, las circunstancias no están heridas, ni la oportunidad
lastimada.—Cuando una sociedad vive entre dos extremos, el uno audaz—que
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adelanta, y el otro tenaz—que no camina, no se puede ser oportuno para todos. El que
alienta a aquéllos, lastima a éstos. Aquéllos no se me quejan, amigo mío. Aquí, en mi
oscuridad, aquéllos me aman. Me vienen a ver, hablan conmigo largamente.—Yo,
tranquilo con mis actos, a éstos dejo mi justificación. Estos amigos míos son:
estudiantes desconocidos, adolescentes empeñosos, personalidades sencillas, pero
enérgicas.—Y otras gentes, que me enaltecen ante mí mismo con quererme.
Les hablo de lo que hablo siempre: de este gigante desconocido, de estas tierras que
balbucean, de nuestra América fabulosa. Yo nací en Cuba, y estaré en tierra de Cuba
aun cuando pise los no domados llanos del Arauco. El alma de Bolívar nos alienta; el
pensamiento americano me transporta. Me irrita que no se ande pronto. Temo que no
se quiera llegar. Rencillas personales, fronteras imposibles, mezquinas divisiones
¿cómo han de resistir, cuando esté bien compacto y enérgico, a un concierto de voces
amorosas que proclamen la unidad americana?—Ensalzando a la trabajadora
Guatemala, y excitándola a su auge y poderío,—¿habré obrado contra ella?—
Rogando a un hermana que sea próspera ¿habré obrado en mal de la familia?—
Impacientándome porque no se consigue pronto este fin gloriosísimo,—con
moderada impaciencia ¿qué falta podrá echarme en cara mi gran madre América?
¡Para ella trabajo!—De ella espero mi aplauso o mi censura.
Suyos, suyos son estos esfuerzos y dolores; a ella envío las rosas del camino; por ella
no me duelen las zarzas venenosas.
Obro bien, y estoy contento:—¿Que no halago las circunstancias? Un hombre nace
para vencer, no para halagar.—¡Ah, inoportuno! Si circunstancia es repulsión a toda
mejora, ira contra toda útil tentativa, odio contra toda energía, no, no la halago.—Ni
V. ni yo la halagamos.
¿Que soy vehemente en decir todo esto? ¿Culpa es mía sólo que sea América tierra de
pasión?
Por ahí me han mordido unas culebras. Hasta mi talón quiero yo conservar noble.
¡Ofrenda a la gran madre!
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Amo a Guatemala. Probárselo será mejor que decírselo. Nada intento enseñar, yo que
he tenido que admirar la elocuencia de un negro de Africa, y la penetración de un
ladino de Gualán. Los que me pinten soberbio, se equivocan. La inteligencia, dado
que se la tenga, es un don ajeno, y a mis ojos, mucho menos valioso que la dignidad
del carácter y la hidalguía del corazón. Estoy orgulloso, ciertamente, de mi amor a los
hombres, de mi apasionado afecto a todas estas tierras, preparadas a común destino
por iguales y cruentos dolores. Para ellas trabajo, y les hablaré siempre con el
entusiasmo y la rudeza—no de un Mentor ridículo, que Mecenas y Mentor tuvieron
canas,—ni de un Redentor cómico, que si amor me sobra, fuerzas me faltan; de un
hijo amantísimo, que no quiere que sus amigos llamen a la energía necesaria,
inoportunidad; a las resistencias sordas, circunstancias.
Vivir humilde, trabajar mucho, engrandecer a América, estudiar sus fuerzas y
revelárselas, pagar a los pueblos el bien que me hacen: éste es mi oficio. Nada me
abatirá; nadie me lo impedirá. Si tengo sangre ardiente, no me lo reproche V., que
tiene sangre aragonesa.
Vd. me ha hecho mucho bien:—hágame aún más. No diga V. de mí,—que eso vale
poco: “Escribió bien”, “habló bien”.—Diga V., en vez de esto: “Es un corazón
sincero, es un hombre ardiente, es un hombre honrado.”
Y así lo abrazaré.
Su amigo
JOSÉ MARTÍ
UN VIAJE A VENEZUELA (Fragmentos)
Los países de la América del Sur.—El viaje.—Una colonia holandesa.—Puerto
Cabello.—La Guaira.—Caracas.—La ciudad, sus habitantes y sus particularidades.
—El Carnaval.—La Semana Santa.—La Plaza Bolívar.—Ellos abandonan a Francia
y se vuelven hacia los Estados Unidos
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Mientras atravesábamos, como pueblo feliz, la tierra misteriosa, hay muy cerca de
nosotros pueblos nacientes que se trazan penosamente una vía en la historia humana,
que luchan valiente y oscuramente para abrirse un camino entre las ruinas que
obstruyen a sus viejas ciudades y a sus incultas campiñas.—La Biblia dijo la verdad:
son los hijos quienes pagan los pecados de los padres:—son las Repúblicas de la
América del Sur las que pagan los pecados de los españoles.
Cuando se ven a tantos hermosos países amenazados, como lo están siempre, por
naciones avaras, roídos por sus odios domésticos, buscando, con esfuerzos
desesperados, un modo de satisfacer su amor al lujo, entre sus indígenas que temen a
los blancos, sus aristócratas que aborrecen a los negros, sus aldeanos que no trabajan
por miedo de ver sus campos arrasados por las revoluciones, sus hombres brillantes
envilecidos por la necesidad de vender a los afortunados triunfadores su talento y su
honor;—cuando se ve, a pesar de todo, crecer a esos pueblos, y aspirar a la vida, y
pedir en su hermoso idioma español, con su fogosa e inagotable elocuencia, su puesto
en el concierto de los grandes pueblos,—se siente uno conmovido por la suerte de
esos valientes luchadores que no han recibido de sus padres más que la ignorancia,
los odios intestinos, el amor a la holganza, y las preocupaciones, madres fecundas de
toda guerra permanente y de toda incurable miseria.—Esos pueblos tienen una cabeza
de gigante y un corazón de héroes en un cuerpo de hormiga loca. Habrá que temerles,
por la abundancia y el vigor de sus talentos, cuando se hayan desarrollado, aunque se
nutren de ideas tan grandiosas, tan sencillas y tan humanas que no habrá motivo de
temor: es precisamente porque se han consagrado, confusa y aisladamente, a las
grandes ideas del próximo siglo, que no saben cómo vivir en el presente. Todo en
ellos es prematuro y precoz—tanto los frutos como los hombres.—Los ideales más
generosos, los sueños más puros ocupan en ellos sus largas noches de estudiante, sus
días de hombre maduro. Criados como parisienses, se ahogan en su país: no sabrían
vivir bien más que en París. Son plantas exóticas en su propio suelo: lo cual es una
desgracia. No es preciso haber comido la ensalada negra de los espartanos para
admirar a Leónidas. Cuando el pueblo en que se ha nacido no está al nivel de la época
en que vive, es preciso ser a la vez el hombre de su época y el de su pueblo, pero hay
que ser ante todo el hombre de su pueblo.
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Hemos tomado estos informes en el propio terreno; venimos de esa tierra que vio
nacer a Bolívar, aquel hombre a quien Washington amó, y que fue menos feliz que él,
pero tan grande como él: nuestros caballos han pastado la yerba que ya antes habían
comido los caballos de aquel formidable héroe, cuyas proezas deslumbran como
relámpagos, cuyos soldados sin más naves que sus inquietos corceles de guerra,
lanzáronse al mar, sitiaron y apresaron a los barcos españoles: venimos de esa tierra
en que nació el intrépido centauro, el hombre de la casaca roja, de ancho corazón, de
mirada centelleante, que murió entre nosotros hace algunos años,—José Antonio
Páez. Llegamos de Venezuela, aún maravillada la vista ante tantas obras maestras de
la Naturaleza, esperanzados de nuevo al ver los generosos esfuerzos que hace el país
para repoblar sus bosques, renovar sus ciudades, acreditar sus puertos y abrir sus ríos
al mundo;—y con el corazón entristecido por las razones históricas que harán
subsistir por algún tiempo aún, en esa tan hermosa región, los odios que la roen, la
pobreza que la debilita, la lucha pueril e indigna entre una casta desdeñosa y
dominadora que se opone al advenimiento a la vida de las clases inferiores,—y esas
clases inferiores que enturbian con sus excesos de pasiones y de apetitos la fuente
pura de sus derechos. La libertad no es una bandera a cuya sombra los vencedores
devoran a los vencidos y los abruman con su incansable rencor: la libertad es una loca
robusta que tiene un padre, el más dulce de los padres—el amor, y una madre, la más
rica de las madres—la paz. Sin mutuo amor, sin mutua ayuda, siempre será un país
raquítico. La dicha es el premio de los que crean,—y no de los que se destruyen.
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Para ir a Caracas, la capital de la República, la Jerusalén de los sudamericanos, la
cuna del continente libre, donde Andrés Bello, un Virgilio, estudió, donde Bolívar, un
Júpiter, nació,—donde crecen a la vez el mirto de los poetas y el laurel de los
guerreros, donde se ha pensado todo lo que es grande y se ha sufrido todo lo que es
terrible; donde la Libertad—de tanto haber luchado allí, se envuelve en un manto
teñido en su propia sangre,—hay que penetrar en el seno de esos colosos, costear
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abismos, cabalgar sobre sus crestas, trepar a los picos, saludar de cerca a las nubes.
(...)
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Esa tierra es como una madre adormecida que ha dado a luz durante el sueño una
cantidad enorme de hijos. Cuando el labrador la despierte, los hijos saldrán del seno
materno robustos y crecidos, y el mundo se asombrará de la abundancia de los frutos.
¡Pero la madre duerme aún, con el seno inútilmente lleno! El labrador del país, que
sólo ama a la mujer y a la libertad, no aspira a nada, y no hace nada, coge, al igual
que los hindúes, las frutas maduras que cuelgan de los árboles, y, cual un gitano,
canta, seduce, pelea, muere. En esa naturaleza virgen, los hombres de los campos
tienen todavía costumbres grandiosas y audaces. Es el desprecio a la vida, el amor al
placer, el recuerdo atrayente de una vida anterior de libertad feroz: son poetas,
centauros y músicos. Relatan sus proezas en largos trozos de versos que se llaman
galerones. Sus bailes tienen una dulce monotonía, la del céfiro en las ramas de los
árboles, todas las suaves melodías de la selva interrumpidas por terribles gritos del
huracán. Sus goces, como sus venganzas, son tormentosos. Beben agua en la tápara,
una ancha fruta vacía de corteza dura. Se sientan en sus chozas sobre cráneos de
caballos. Sus caballos, bajo sus espuelas, tienen alas. Con su garbo deleitan a las
mujeres; con su fuerza derriban a los toros.
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En la ciudad, una vida rara semipatriarcal, semiparisiense, espera a los forasteros. Las
comidas que en ella se sirven, exceptuando algunos platos del país, las sillas para
sentarse, los trajes que se usan, los libros que se leen, todo es europeo. La alta
literatura, la gran filosofía, las convulsiones humanas, les son del todo familiares. En
su inteligencia como en su suelo, cualquier semilla que se riegue fructifica
abundantemente. Son como grandes espejos que reflejan la imagen aumentándola:
verdaderas arpas eolias, sonoras a todos los ruidos. Sólo que se desdeña el estudio de
las cuestiones esenciales de la patria;—se sueña con soluciones extranjeras para
problemas originales;—se quiere aplicar sentimientos absolutamente genuinos,
fórmulas políticas y económicas nacidas de elementos completamente diferentes. Allí
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se conocen admirablemente las interioridades de Víctor Hugo, los chistes de
Proudhon, las hazañas de los Rougon Macquart y Naná. En materia de República,
después que imitaron a los Estados Unidos, quieren imitar a Suiza: van a ser
gobernados desde febrero próximo por un Consejo Federal nombrado por los
Estados. En literatura, tienen delirio por los españoles y los franceses. Aunque nadie
habla la lengua india del país, todo el mundo traduce a Gautier, admira a Janin,
conoce de memoria a Chateaubriand, a Quinet, a Lamartine. Resulta, pues, una
inconformidad absoluta entre la educación de la clase dirigente y las necesidades
reales y urgentes del pueblo que ha de ser dirigido. Las soluciones complicadas y
sofísticas a que se llega en los pueblos antiguos, nutridos de viejas serpientes, de
odios feudales, de impaciencias justas y terribles; las transacciones de una forma
brillante, pero de una base frágil, por medio de las cuales se prepara para el siglo
próximo el desenlace de problemas espantosos,—no pueden ser las leyes de la vida
para un país constituido excepcionalmente, habitado por razas originales cuya propia
mezcla ofrece caracteres de singularidad,—donde se sufre por la resistencia de las
clases laboriosas, como se sufre en el extranjero por su esparcimiento: donde se sufre
por la falta de población, como se sufre en el extranjero, por su exceso.—Las
soluciones socialistas, nacidas de los males europeos, no tienen nada que curar en la
selva del Amazonas, donde se adora todavía a las divinidades salvajes. Es allí donde
hay que estudiar, en el libro de la naturaleza, junto a esas míseras chozas. Un país
agrícola necesita una educación agrícola. El estudio exclusivo de la Literatura crea
en las inteligencias elementos morbosos, y puebla la mente de entidades falsas. Un
pueblo nuevo necesita pasiones sanas: los amores enfermizos, las ideas
convencionales, el mundo abstracto e imaginario que nace del abandono total de la
inteligencia por los estudios literarios, producen una generación enclenque e impura,
—mal preparada para el gobierno fructífero del país, apasionada por las bellezas, por
los deseos y las agitaciones de un orden personal y poético,—que no puede ayudar al
desarrollo serio, constante y uniforme de las fuerzas prácticas de un pueblo.—
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EL POEMA DEL NIAGARA (Fragmentos)
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Como para mayor ejercicio de la razón, aparece en la naturaleza contradictorio todo
lo que es lógico; por lo que viene a suceder que esta época de elaboración y
transformación espléndidas, en que los hombres se preparan, por entre los obstáculos
que preceden a toda grandeza, a entrar en el goce de sí mismos, y a ser reyes de reyes,
es para los poetas,—hombres magnos,—por la confusión que el cambio de estados, fe
y gobiernos acarrea, época de tumulto y de dolores, en que los ruidos de la batalla
apagan las melodiosas profecías de la buena ventura de tiempos venideros, y el
trasegar de los combatientes deja sin rosas los rosales, y los vapores de la lucha
opacan el brillo suave de las estrellas en el cielo. Pero en la fábrica universal no hay
cosa pequeña que no tenga en sí todos los gérmenes de las cosas grandes, y el cielo
gira y anda con sus tormentas, días y noches, y el hombre se revuelve y marcha con
sus pasiones, fe y amarguras; y cuando ya no ven sus ojos las estrellas del cielo, los
vuelve a las de su alma. De aquí esos poetas pálidos y gemebundos; de aquí esa
nueva poesía atormentada y dolorosa; de aquí esa poesía íntima, confidencial y
personal, necesaria consecuencia de los tiempos, ingenua y útil, como canto de
hermanos, cuando brota de una naturaleza sana y vigorosa, desmayada y ridícula
cuando la ensaya en sus cuerdas un sentidor flojo, dotado, como el pavón del plumaje
brillante, del don del canto.
Hembras, hembras débiles parecerían ahora los hombres, si se dieran a apurar,
coronados de guirnaldas de rosas, en brazos de Alejandro y de Cebetes, el falerno
meloso que sazonó los festines de Horacio. Por sensual queda en desuso la lírica
pagana; y la cristiana, que fue hermosa, por haber cambiado los humanos el ideal de
Cristo, mirado ayer como el más pequeño de los dioses, y amado hoy como el más
grande, acaso, de los hombres. Ni líricos ni épicos pueden ser hoy con naturalidad y
sosiego los poetas; ni cabe más lírica que la que saca cada uno de sí propio, como si
fuera su propio ser el asunto único de cuya existencia no tuviera dudas, o como si el
problema de la vida humana hubiera sido con tal valentía acometido y con tal ansia
investigado,—que no cabe motivo mejor, ni más estimulante, ni más ocasionado a
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profundidad y grandeza que el estudio de sí mismo. Nadie tiene hoy su fe segura. Los
mismos que lo creen, se engañan. Los mismos que escriben fe se muerden, acosados
de hermosas fieras interiores, los puños con que escriben. No hay pintor que acierte a
colorear con la novedad y transparencia de otros tiempos la aureola luminosa de las
vírgenes, ni cantor religioso o predicador que ponga unción y voz segura en sus
estrofas y anatemas. Todos son soldados del ejército en marcha. A todos besó la
misma maga. En todos está hirviendo la sangre nueva. Aunque se despedacen las
entrañas, en su rincón más callado están, airadas y hambrientas, la Intranquilidad, la
Inseguridad, la Vaga Esperanza, la Visión Secreta. ¡Un inmenso hombre pálido, de
rostro enjuto, ojos llorosos y boca seca, vestido de negro, anda con pasos graves, sin
reposar ni dormir, por toda la tierra,—y se ha sentado en todos los hogares, y ha
puesto su mano trémula en todas las cabeceras! ¡Qué golpeo en el cerebro! ¡qué susto
en el pecho! ¡qué demandar lo que no viene! ¡qué no saber lo que se desea ! ¡qué
sentir a la par deleite y náusea en el espíritu, náusea del día que muere, deleite del
alba!
No hay obra permanente, porque las obras de los tiempos de reenquiciamiento y
remolde son por esencia mudables e inquietas; no hay caminos constantes,
vislúmbranse apenas los altares nuevos, grandes y abiertos como bosques. De todas
partes solicitan la mente ideas diversas—y las ideas son como los pólipos, y como la
luz de las estrellas, y como las olas de la mar. Se anhela incesantemente saber algo
que confirme, o se teme saber algo que cambie las creencias actuales. La elaboración
del nuevo estado social hace insegura la batalla por la existencia personal y más
recios de cumplir los deberes diarios que, no hallando vías anchas, cambian a cada
instante de forma y vía, agitados del susto que produce la probabilidad o vecindad de
la miseria. (...)
Y hay ahora como un desmembramiento de la mente humana. Otros fueron los
tiempos de las vallas alzadas; éste es el tiempo de las vallas rotas. (...) Ahora los
árboles de la selva no tienen más hojas que lenguas las ciudades; las ideas se maduran
en la plaza en que se enseñan, y andando de mano en mano, y de pie en pie. El hablar
no es pecado, sino gala; el oír no es herejía, sino gusto y hábito, y moda. Se tiene el
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oído puesto a todo; los pensamientos, no bien germinan, ya están cargados de flores y
de frutos, y saltando en el papel, y entrándose, como polvillo sutil, por todas las
mentes: los ferrocarriles echan abajo la selva; los diarios la selva humana. Penetra el
sol por las hendiduras de los árboles viejos. Todo es expansión, comunicación,
florescencia, contagio, esparcimiento. El periódico desflora las ideas grandiosas. Las
ideas no hacen familia en la mente, como antes, ni casa, ni larga vida. Nacen a
caballo, montadas en relámpago, con alas. No crecen en una mente sola, sino por el
comercio de todas. No tardan en beneficiar, después de salida trabajosa, a número
escaso de lectores; sino que, apenas nacidas, benefician. Las estrujan, las ponen en
alto, se las ciñen como corona, las clavan en picota, las erigen en ídolo, las vuelcan,
las mantean. Las ideas de baja ley, aunque hayan comenzado por brillar como de ley
buena, no soportan el tráfico, el vapuleo, la marejada, el duro tratamiento. Las ideas
de ley buena surgen a la postre, magulladas, pero con virtud de cura espontánea, y
compactas y enteras. Con un problema nos levantamos; nos acostamos ya con otro
problema. Las imágenes se devoran en la mente. No alcanza el tiempo para dar forma
a lo que se piensa. Se pierden unas en otras las ideas en el mar mental, como cuando
una piedra hiere el agua azul, se pierden unos en otros los círculos del agua. Antes las
ideas se erguían en silencio en la mente como recias torres, por lo que, cuando
surgían, se las veía de lejos: hoy se salen en tropel de los labios, como semillas de
oro, que caen en suelo hirviente; se quiebran, se radifican, se evaporan, se malogran
—¡oh hermoso sacrificio!—para el que las crea: se deshacen en chispas encendidas;
se desmigajan. De aquí pequeñas obras fúlgidas, de aquí la ausencia de aquellas
grandes obras culminantes, sostenidas, majestuosas, concentradas.
Y acontece también, que con la gran labor común de los humanos, y el hábito
saludable de examinarse, y pedirse mutuas cuentas de sus vidas, y la necesidad
gloriosa de amasar por sí el pan que se ha de servir en los manteles, no estimula la
época, ni permite acaso la aparición aislada de entidades suprahumanas recogidas en
una única labor de índole tenida por maravillosa y suprema. Una gran montaña
parece menor cuando está rodeada de colinas. Y esta es la época en que las colinas se
están encimando a las montañas; en que las cumbres se van deshaciendo en llanuras;
época ya cercana de la otra en que todas las llanuras serán cumbres. Con el descenso
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de las eminencias suben de nivel los llanos, lo que hará más fácil el tránsito por la
tierra. Los genios individuales se señalan menos, porque les va faltando la pequeñez
de los contornos que realzaban antes tanto su estatura. Y como todos van aprendiendo
a cosechar los frutos de la naturaleza y a estimar sus flores, tocan los antiguos
maestros a menos flor y fruto, y a más las gentes nuevas que eran antes cohorte mera
de veneradores de los buenos cosecheros. Asístese como a una descentralización de la
inteligencia. Ha entrado a ser lo bello dominio de todos. Suspende el número de
buenos poetas secundarios y la escasez de poetas eminentes solitarios. El genio va
pasando de individual a colectivo. El hombre pierde en beneficio de los hombres. Se
diluyen, se expanden las cualidades de los privilegiados a la masa; lo que no placerá a
los privilegiados de alma baja, pero sí a los de corazón gallardo y generoso, que
saben que no es en la tierra, por grande criatura que se sea, más que arena de oro, que
volverá a la fuente hermosa de oro, y reflejo de la mirada del Creador.
(...) Dios anda confuso; la mujer como sacada de quicio y aturdida; pero la naturaleza
enciende siempre el sol solemne en medio del espacio; los dioses de los bosques
hablan todavía la lengua que no hablan ya las divinidades de los altares; el hombre
echa por los mares sus serpientes de cabeza parlante, que de un lado se prenden a las
breñas agrestes de Inglaterra, y de otro a la riente costa americana; y encierra la luz
de los astros en un juguete de cristal; y lanza por sobre las aguas y por sobre las
cordilleras sus humeantes y negros tritones;—y en el alma humana, cuando se apagan
los soles que alumbraron la tierra decenas de siglos, no se ha apagado el sol. No hay
occidente para el espíritu del hombre; no hay más que norte, coronado de luz. La
montaña acaba en pico; en cresta la ola empinada que la tempestad arremolina y echa
al cielo; en copa el árbol; y en cima ha de acabar la vida humana. En este cambio de
quicio a que asistimos, y en esta refacción del mundo de los hombres, en que la vida
nueva va, como los corceles briosos por los caminos, perseguida de canes ladradores;
en este cegamiento de las fuentes y en este anublamiento de los dioses,—la
naturaleza, el trabajo humano, y el espíritu del hombre se abren como inexhaustos
manantiales puros a los labios sedientos de los poetas:—¡vacíen de sus copas de
preciosas piedras el agrio vino viejo, y pónganlas a que se llenen de rayos de sol, de
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ecos de faena, de perlas buenas y sencillas, sacadas de lo hondo del alma,—y muevan
con sus manos febriles, a los ojos de los hombres asustados, la copa sonora!
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(Publicado como prólogo al Poema del Niágara del poeta venezolano Juan Antonio
Pérez Bonalde, en 1882 en Nueva York)
CARTAS DE MARTÍ
Movimiento social y político de los Estados Unidos.—Historia del último Congreso.
—Ojeada sobre la situación social y política.—Una humanidad nueva.—
Significación y alcance del partido nuevo.—El partido del “Trabajo Unido”.—Los
trabajadores, los políticos y los advenedizos.—La opinión y el Congreso.—Actos del
Senado y de la Casa de Representantes.—El Congreso desatiende la opinión.—
Peligros del problema social y modo de evitarlos.—El Congreso ante el partido
nuevo.—Resumen de los actos del Congreso.—Medidas que la opinión le ha pedido
en vano.—Proteccionistas y librecambistas.—El Congreso, las empresas y el pueblo.
—Medidas que interesan a los países hispanoamericanos.—La opinión censura al
Congreso.—Cleveland va venciendo a sus partidarios
Nueva York, Marzo 15 de 1887
Señor Director de La Nación:
Cuarenta y nueve Congresos han tenido ya los Estados Unidos, desde aquel de
Filadelfia, elocuente y bendito, de donde se destacan, con sus trágicas palabras y
nobles cabezas, el impetuoso Henry, el cuerdo Washington, el previsor Dickenson, el
elegante Lee. Ahora ha acabado sus tareas el último Congreso; pero de él, indeciso e
interesado, no puede decirse lo que el conde de Chatham dijo del que hizo a la
América del Norte libre: que “por su sagacidad genuina, por su sólida cordura, por su
moderación singular, brillaba sin rival, el Congreso de Filadelfia”.
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Los hombres son como los tiempos en que viven, y se adaptan con flexibilidad
maravillosa a su pequeñez o grandeza. Cuando se aprieta el corazón de angustia,
porque la patria padece; cuando nos la amenazan, cuando nos la invaden, cuando nos
la azotan, cuando nos la torturan, se ve a los hombres resplandecer y sublimarse, la
palabra se inflama y centellea, no hay distancia del brazo a las hazañas, y es palpable
la identidad del hombre y de los astros: se hacen cosas que van resonando por las
edades, y se dicen frases que se levantan en la sombra, como los ángeles de bronce
arrodillados en las gradas del altar antiguo. Pero cuando los tiempos se allanan y
reducen, el hombre cae con ellos, y da pena verle poner en ruines intentos, en
intereses impuros, en rencores de aldea, en celos y rivalidades femeniles, la fuerza del
corazón y la viveza de la mente.
Y no es porque se haya acabado la tarea,—que nadie tiene el derecho de dormir
tranquilo mientras haya un solo hombre infeliz; sino porque la virtud es costosa, y el
espíritu humano la demora y esquiva, aunque en las horas supremas sea capaz de ella.
Sucede también que el hombre es dramático, y los combates de la mera razón no le
deslumbran ni estimulan tanto como aquellos que la pasión alegra y magnifica con
sus fuegos. Los tiempos menores no favorecen la aparición de grandes caracteres; y
el hombre, como la naturaleza, es más hermoso cuando los rayos lo iluminan y se
desata la catástrofe.
En los Estados Unidos hierve ahora una humanidad nueva; lo que ha venido
amalgamándose durante el siglo, ya fermenta: ya los hombres se entienden en Babel.
Tal como de los retratos superpuestos de un grupo de individuos de sexo, edad y vida
análogos, va eliminando el fotógrafo las facciones desiguales e indecisas, hasta que
quedan en uno final los rasgos enérgicos y dominantes en el tipo, tal en esta hornada
grandiosa,—que estallará acaso por falta de levadura de bondad,—razas, credos y
lenguas se confunden, se mezclan los misteriosos ojos azules a los amenazantes ojos
negros, bullen juntos el plaid escocés y el pañuelo italiano, se deshacen, licúan, y
evaporan las diferencias falsas y tiránicas que han tenido apartados a los hombres, y
se acumula y acendra lo que hay en ellos de justicia.
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Por la ley o por el diente, aquí ha de haber justicia. Los que se quejan de falta de ella,
la clase desacomodada, suele pedirla mal, o tomarla por su mano, pero se les ve ya
moverse en la cosa pública como en morada propia; y los que quisieran resistirles, o
retardar su advenimiento, andan delante de ellos como Tartufos despedidos, que
vuelven la cara lívida y sonriente, saludando y ofreciéndose con exagerada solicitud,
cuando ya tienen la bota en los faldones.
Pero este trance nuevo del hombre, del cual saldrá, como de todos los suyos,
mejorado; esta entrada, probablemente violenta, en un estado social amable y
justiciero; esta eliminación de dejos turbios de edades y de pueblos, y acendramiento
de sus cualidades libres y puras; este adelanto en la libertad y en la dicha, no han
llegado aún, con correr ya tan cerca de la superficie que la tierra tiembla, a aquella
determinación e ímpetu que despertarán otra vez, como en las grandes épocas, la
naturaleza humana, y volverán a enseñarla en toda su estatura.
Los pensadores, los veedores, los escuchas del pensamiento, observan el cambio y lo
anuncian; pero los pueblos son como los convidados de Baltasar, que no se deciden a
abandonar el festín hasta que la cólera flamea en el muro.
El trabajador que es aquí el Atlas, se está cansando de llevar a cuestas el mundo, y
parece decidido a sacudírselo de los hombros, y buscar modo de andar sin tantos
sudores por la vida.
Los acaudalados, los que esperan serlo, los que prosperan a su sombra, no se ocupan
en atender a estas reclamaciones en justicia, sino en sobornar a los que dictan las
leyes, para que les pongan atadas a los pies, las libertades públicas. Hay hombres para
tales cosas: ¡para pervertir y vender las libertadas públicas!
Otros, fatigados de la batalla por la vida, esperan con ansia que un invierno benigno
se los lleve, sin fuerzas ya para sufrir por el dolor humano; los más, habituados al
ejercicio pacífico de su derecho, confían en que ese vuelco social, se hará sin sangre,
y que “Dios volverá a marchar”, como en los días de la guerra del Sur, pero sin más
armas que la ley. Mas, en lo visible y aparente no se nota aún este formidable
movimiento de entrañas.
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Los partidos políticos, aunque alarmados, atienden más a sus apetitos y rencores, que
a este elemento nuevo que amenaza su existencia. La prensa, que vive de las castas
creadas, teme perder su clientela, si les denuncia la verdad del riesgo; y el Congreso,
compuesto en su mayoría de hombres criados al favor de ellas, tiende a captarse con
leyes indirectas y menores la voluntad de esa masa nacional que crece, pero sirve en
las leyes reales e inmediatas a las empresas, a los bancos, a las corporaciones, a los
poderes de quienes dependen su elección y fortuna.
Este último Congreso no ha hablado con grandeza un solo día, ni obró con desinterés.
Lo que ha hecho, lo ha hecho de miedo, por cortejar el favor de la masa trabajadora a
quien ya teme. Lo que no ha hecho era precisamente lo que la república pedía. No ha
atacado los males públicos en su raíz, en el exceso de contribuciones; en la existencia
de un sobrante enorme que tienta a empresas innecesarias, a sueños de fuerza, a
intrigas de partido, a perennes abusos; en la tarifa proteccionista, que cierra el país al
comercio extranjero por favorecer una industria ambiciosa, y por sustentar los falsos
beneficios de un número reducido de empresarios mantiene la vida cara, las fábricas
sin trabajo suficiente, el comercio desigual y rastrero, y los ánimos en la exasperación
y el desasosiego que precede a las guerras.
En los Estados Unidos, como en todas partes, si bien se ve crecer la indignación y el
malestar, conforme van peligrando los derechos privados y las libertades nacionales,
la cólera no se condensa y estalla hasta que el efecto de estos abusos y abandono
lastima el interés o priva a los menesterosos de medios de subsistencia.
Se disfruta aquí de tanta libertad que sólo un ojo ejercitado puede ver lo que se va
perdiendo de ella, por la indiferencia o las pasiones de los extranjeros, por el manejo
interesado de los políticos de oficio, y por el descuido de los ciudadanos, absortos en
la fatiga de la fortuna.
Una de las salvaguardias de la libertad, aunque no la más eficaz, es la frecuencia,
grande en los Estados Unidos, de las ocasiones de ejercitarla. Las violaciones del
espíritu y letra de la república la perversión y sutil envenenamiento del sufragio, son
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ya sobrados para alarmar a los ciudadanos celosos; más no bastante visibles para que
se levanten a defender las libertades abatidas estas masas compuestas de extranjeros
naturalizados, que jamás las gozaron tan completas, y de hijos del país que en su
mayor parte ni las aman ni entienden su eficacia; un vaso de cerveza y una mujer
vencida parecen a estos mozos de ahora la más gustosa de las libertades.
Tampoco sería causa para ese levantamiento la soberbia ridícula de los neorricos, de
los advenedizos del caudal, de esta nobleza que se avergonzaría de ostentar en sus
cotas de armas las únicas insignias que la honran, el remo del pescador, el escoplo del
carpintero y la esteva del arado. En las bestezuelas de los circos se piensa
forzosamente al verlos remedar las brutales costumbres del señorío inglés; al ver a las
mujeres vanidosas echar al mercado de Londres su fortuna como cebo de lores
hambrientos, y entregarse fríamente al adulterio inevitable a cambio de un título; al
ver a estos primogénitos de artesanos montar con casaca roja en caballos de sangre
que no los respetan.
Pero esa cruda arrogancia de los enriquecidos es poco conocida aun de aquellos a
quienes pudiera lastimar, aunque perceptible para los que los tratan de cerca en sus
casas doradas.
La causa de esa rebelión de los espíritus, que les ha dado energía para protestar contra
su propia Iglesia; del fervor religioso y creciente con que en peregrinaciones ya
históricas acogen las ciudades a esos nuevos cruzados; de la aparición de setenta mil
votantes compactos en Nueva York cuando las elecciones de George en el otoño, de
la candidatura de representantes de los trabajadores para el corregimiento de las
ciudades más acaudaladas y famosas; del triunfo de los diputados de los obreros, o de
sus favorecidos en comarcas no disputadas antes a los republicanos y demócratas; del
crecimiento pasmoso de una asociación de trabajadores, dueña hoy de palacios, de
prensas, de gobernadores, de legislaturas, de la Iglesia misma que no osa ponérsele de
frente porque ve que se suicida; la causa de todos estos sucesos, que acaban de
culminar en la formación de un nuevo partido, el partido del Trabajo Unido, en la
fogosa convención de Cincinnati,—está en que el trabajo falta, en que la vida
encarece,—en que las compañías, enriquecidas por las concesiones de los derechos y
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bienes públicos, impiden la competencia libre y feliz del trabajador aislado,—en que
la tierra nacional está pasando a manos de señores extranjeros o corporaciones ricas
que compran con moneda contante o con papel de sus empresas el voto de los
diputados a quienes se entrega en depósito la patria.
¿Qué ha hecho para atajar esos males el Senado, donde los millonarios, los grandes
terratenientes, los grandes ferrocarrileros, los grandes mineros componen mayoría,
aunque los senadores son electos por las legislaturas, elegidas directamente por el
pueblo, que no tiene las minas, ni la tierra, ni los ferrocarriles? ¿Por qué mágico
tamiz sale filtrada la representación popular, de modo que al perfeccionarse en el
senador, que es su entidad más alta fuera de la Presidencia, resulta ser el Senado la
contradicción viva de las opiniones e intereses de los que, por medio de la legislatura,
los elige? ¡Los senadores compran las legislaturas!
¿Qué ha hecho la Casa de los Representantes, electos ya por tan viciados métodos
que, aunque el país vote por ellos directamente, no hay elección que no resulte
forzada por el uso de recias sumas de dinero, ni se ha alzado en la Casa una voz sola
que denuncie el peligro y clame por los necesitados?
A las ideas se las siente venir, como a las desdichas.
Cuando un problema impone una solución, viene ésta de todas partes más o menos
confusa, y ocurre vagamente a todos. Los cuerdos no deben desdeñar el instinto
público. Así las fieras cuando husmean el peligro, cambian de asilo, y buscan el más
seguro y apartado. Así se ve en el aire, que cuando quiere aquietarse la tormenta, los
átomos se agrupan lentamente, recógense en remolinos densos y estrechos, y bajan y
se posan.
El instinto público avisa esta vez el remedio inmediato de los desasosiegos
nacionales. ¿A qué cien millones de más en el tesoro, y tanta angustia, tanta
desigualdad, tanta tirantez en la existencia de los más meritorios, tanto pan de menos
en las casas? ¿A qué estar pagando las contribuciones creadas para sostener la guerra,
si hace veinticinco años que se vive en paz? ¿A qué gravar le entrada de frutos
indispensables para la vida del país, porque en un rincón de él se empeñen en
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producir los mismos frutos unos cuantos cultivadores privilegiados? ¿A qué impedir,
so pretexto de proteger las industrias nacionales, que entren libres de derechos las
materias primas necesarias para producirlas? ¿A qué hacer imposible con esa carestía
de la vida del trabajador y de la materia del trabajo, que las industrias nacionales,
funestamente protegidas, produzcan a precios que las permitan competir en los
mercados del mundo con los productos de las naciones manufactureras?
Todo, es cierto, no se logrará con eso. Los representantes han de ser hombres
honrados.
Las corporaciones deben devolver las tierras públicas adquiridas por soborno tácito o
expreso.
Los señores de afuera no pueden comprar tierra en los Estados Unidos. Los derechos
públicos, las vías públicas, las propiedades públicas, no deben ser cedidas en
propiedad a empresas privadas. La tierra americana debe ser para loa ciudadanos
americanos. Pero lo urgente es abaratar la vida, para que no falte el trabajo.
Urge devolver al país en obras útiles lo que se ha cobrado de él innecesariamente.
Urge reducir los gastos del gobierno a las expensas legítimas que requieren el decoro
y la seguridad de la nación. Urge, puesto que el malestar nacional es patente, quitarle
la principal razón, poniendo a las industrias, con la rebaja de los aranceles, en
capacidad de elaborar los productos de cuya venta necesita el país para que sus
habitantes puedan vivir con desahogo.
Acosado de cerca el Congreso por la reconvención unánime, no ha podido desatender
ni sus probabilidades de reelección, dependiente de las masas exasperadas, ni el
miedo de los que ven los movimientos de éstas con mal disimulado espanto. Lo más
remoto, lo menos eficaz, eso ha hecho el Congreso; pero basta para ver cuánto influjo
tiene desde su aparición, en este país de trabajo, el partido nuevo de los trabajadores.
¿Quién se le opondrá cuando, suavizadas las esquinas después de los choques
inevitables en las agrupaciones nacientes, adelante organizado y compacto? En las
decisiones del Congreso se ve el mismo afán de aquietar con dádivas y halagos el
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partido temible, a quien cortejan los candidatos en sus cartas, las legislaturas en sus
proyectos, y en sus mensajes los gobernadores.
Más que entre demócratas y republicanos, el Congreso estaba dividido entre
proteccionistas y librecambistas.
En los asuntos menores, cada miembro votaba con su partido; pero en los proyectos
de reforma de los aranceles, de empleo del sobrante, de las leyes del cuño de la plata,
las líneas de partido desaparecían, y los librecambistas, que son los menos, votaban
reunidos, lo mismo que los proteccionistas, bien fuesen demócratas o republicanos.
El Congreso no se decidió a afrontar la censura nacional, empleando, como quería, el
sobrante en enormes fortificaciones, en armada temible, en pensiones vergonzosas a
los soldados que ya recibieron paga cuando defendían la patria, y no quedaron
inválidos, en su servicio. Votó leyes que devuelven al dominio público cincuenta
millones de acres de tierras mal dadas. Decretó el examen de las concesiones de tierra
pendientes a los ferrocarriles. Satisfizo el clamor popular sujetando el manejo de los
ferrocarriles al examen e imperio de una junta del Estado. Prohibió que los
extranjeros posean tierras en los Estados Unidos. Prohibió en beneficio de los obreros
americanos, que se trajesen de afuera trabajadores por contrata, y que en las prisiones
públicas trabajasen los penados, para contratistas. Dictó medidas prudentes, tales
como la que establece por orden fijo la sucesión de la Presidencia entre sus
Secretarios, caso de que faltasen el Presidente y vicepresidente, y la que, para evitar
fraudes como el inicuo de Tilden, dispone el recuento de los votos de los electores
presidenciales en sesión pública del Senado y la Casa de Representantes. Aprobó la
concesión de garantía oficial—al canal de Nicaragua. Repelió un plan para llevar a
efecto el tratado de reciprocidad con México. Desatendió el proyecto, compuesto a
las claras para favorecer a determinada compañía de vapores, de subvencionar con
medio millón de pesos anuales el servicio de correos al Río de la Plata. Desechó
varios planes, pueriles todos e indiscretos, para traer a las repúblicas
hispanoamericanas a un congreso en Washington, que ninguna de ellas desea, ni aun
las que a cambio de una protección concedida como limosna, cuando no negada, se
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han manchado ofreciendo a los Estados Unidos pedazos de la tierra nacional, o ayuda
contra sus repúblicas hermanas. ¡Para todo hay en este mundo imbéciles y viles!
Todo eso ha hecho el Congreso; pero no ha devuelto al país en obras de utilidad
legítima el sobrante, ya que tampoco se decidió a emplearlo en las gigantescas obras
de defensa que proyecta contra enemigos soñados o invisibles. No ha levantado las
contribuciones de guerra. No ha rebajado los derechos de los artículos indispensables.
No ha permitido la entrada libre de las materias primas. No ha puesto a la masa
obrera en condiciones de vivir con baratura, ni de obtener sin miseria y humillaciones
el trabajo que requiere para su sustento.
Cuando trataban ambos partidos de deslucir a sus contrarios, para ir cada uno con
mejor historia a las nuevas elecciones; cuando los republicanos, disciplinados en la
oposición, echaban en cara a los demócratas, que componen la mayoría, su
incapacidad para resolver las cuestiones vivas, que ellos tampoco durante su gobierno
resolvieron; cuando los demócratas, airados contra Cleveland, porque no los reconoce
como dueños y les reparte los empleos públicos, acusaban a su Presidente de terco y
desleal, porque es virtuoso, o le clavaban con un voto enemigo la daga en el costado;
cuando, vencidos los representantes por la opinión unánime, acataban mordiendo los
vetos justos y sesudos que el Presidente ha opuesto a sus inexcusables despilfarros, a
sus abusos. de poder constitucional en pro del partido o de amigos personales, a sus
proyectos demagógicos de pensiones, que hubieran costado lo mismo que cuesta a los
pueblos monárquicos su ejército permanente, entonces sí era vivísima la esgrima de
los debates del Congreso, y la frase era ardiente, y fluía la elocuencia enemiga y
bastarda. Pero cuando como lacayos sumisos tenían que obedecer a las corporaciones
que los pagan, o los sobornan, o los ayudan a mantenerse en sus puestos; cuando en
las cuestiones vitales del país, turbado por el exceso de poder de las empresas, habían
de votar por abatírselo y preferían comer su pan a darlo a su pueblo; cuando azuzados
por el clamor público sacaban a debate las leyes vivas que han de reformar la
hacienda y devolver el sosiego a los espíritus, entonces las discusiones eran breves,
veladas y confusas.
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Si votaban por la patria, votaban contra su interés. Son siervos, a quienes se manda
con látigo de oro. La votación era vergonzante y sorda. Salían de ella con la cabeza
gacha, como canes apaleados.
Así acaba el Congreso, bajo la censura pública. En vez de alejar, facilitando el trabajo
y abaratando la vida, el problema social, lo ha agravado. Y el Presidente, seguro de
que obra bien limpiando los establos, ni baja la cabeza, ni se aturde porque se la
golpeen, porque está decidido a ser honrado.
Los mismos que lo abominan lo respetan. “Haz lo que debas, y suceda lo que quiera”,
dice él, como la casa de Borgoña. ¡Y ya dicen los mismos que le injurian que votarán
por él si el partido, como parece inevitable, lo declara otra vez su candidato!
Bien dice el árabe: “Señor: hazme ir por el camino recto”.
JOSÉ MARTÍ
La Nación, Buenos Aires, 4 de mayo de 1887
CONGRESO INTERNACIONAL DE WASHINGTON
Su historia, sus elementos y sus tendencias
I
Nueva York, 2 de noviembre de 1889
Señor Director de La Nación:
“Los panamericanos”, dice un diario, “El Sueño de Clay”, dice otro. Otro: “La justa
influencia”. Otro: “Todavía no”. Otro: “Vapores a Sudamérica”. Otro : “El destino
manifiesto”. Otro: “Ya es nuestro el golfo”. Y otros: “¡Ese congreso!”, “Los
cazadores de subvenciones”, “Hechos contra candidaturas”, “El Congreso de Blaine”,
“El paseo de los panes”, “El mito de Blaine”. Termina ya el paseo de los delegados, y
están al abrirse las sesiones del congreso internacional. Jamas hubo en América, de la
independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni
pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes,
81
repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en
América, hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio
libre y útil con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra Europa, y cerrar
tratos con el resto del mundo. De la tiranía de España supo salvarse la América
española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y
factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América
española la hora de declarar su segunda independencia.
En cosas de tanto interés, la alarma falsa fuera tan culpable como el disimulo. Ni se
ha de exagerar lo que se ve, ni de torcerlo, ni de callarlo. Los peligros no se han de
ver cuando se les tiene encima, sino cuando se los puede evitar. Lo primero en
política, es aclarar y prever. Sólo una respuesta unánime y viril, para la que todavía
hay tiempo sin riesgo, puede libertar de una vez a los pueblos españoles de América
de la inquietud y perturbación, fatales en su hora de desarrollo, en que les tendría sin
cesar, con la complicidad posible de las repúblicas venales o débiles, la política
secular y confesa de predominio de un vecino pujante y ambicioso, que no los ha
querido fomentar jamás, ni se ha dirigido a ellos sino para impedir su extensión,
como en Panamá, o apoderarse de su territorio, como en México, Nicaragua, Santo
Domingo, Haití y Cuba, o para cortar por la intimidación sus tratos con el resto del
universo, como en Colombia, o para obligarlos, como ahora, a comprar lo que no
puede vender, y confederarse para su dominio.
De raíz hay que ver a los pueblos, que llevan sus raíces donde no se las ve, para no
tener a maravilla estas mudanzas en apariencia súbitas, y esta cohabitación de las
virtudes eminentes y las dotes rapaces. No fue nunca la de Norteamérica, ni aun en
los descuidos generosos de la juventud, aquella libertad humana y comunicativa que
echa a los pueblos, por sobre montes de nieve, a redimir un pueblo hermano, o los
induce a morir en haces, sonriendo bajo la cuchilla, hasta que la especie se pueda
guiar por los caminos de la redención con la luz de la hecatombe. Del holandés
mercader, del alemán egoísta, y del inglés dominador se amasó con la levadura del
ayuntamiento señorial, el pueblo que no vio crimen en dejar a una masa de hombres,
82
so pretexto de la ignorancia en que la mantenían, bajo la esclavitud de los que se
resistían a ser esclavos.
No se le había secado la espuma al caballo francés de Yorktown cuando con excusas
de neutralidad continental se negaba a ayudar contra sus opresores a los que
acudieron a libertarlo de ellos, el pueblo que después, en el siglo más equitativo de la
historia, había de disputar a sus auxiliares de ayer, con la razón de su predominio
geográfico, el derecho de amparar en el continente de la libertad, una obra neutral de
beneficio humano. Sin tenderles los brazos, sino cuando ya no necesitaban de ellos,
vio a sus puertas la guerra conmovedora de una raza épica que combatía, cuando
estaba aún viva la mano que los escribió, por los principios de albedrío y decoro que
el norte levantó de pabellón contra el inglés: y cuando el sud, libre por sí, lo convidó
a la mesa de la amistad, no le puso los reparos que le hubiera podido poner, sino que
con los labios que acaban de proclamar que en América no debía tener siervos ningún
monarca de Europa, exigió que los ejércitos del Sur abandonasen su proyecto de ir a
redimir las islas americanas del golfo, de la servidumbre de una monarquía europea.
Acababan de unirse, con no menor dificultad que las colonias híbridas del Sur, los
trece Estados del Norte y ya prohibían que se fortaleciese, como se hubiera
fortalecido y puede fortalecerse aún, la unión necesaria de los pueblos meridionales,
la unión posible de objeto y espíritu, con la independencia de las islas que la
naturaleza les ha puesto de pórtico y guarda. Y cuando de la verdad de la vida, surgió,
con el candor de las selvas y la sagacidad y fuerza de las criaturas que por tener más
territorio para esclavos, se entraron de guerra por un pueblo vecino, y le sajaron de la
carne viva una comarca codiciada, aprovechándose del trastorno en que tenía al país
amigo la lucha empeñada por una cohorte de evangelistas para hacer imperar sobre
los restos envenenados de la colonia europea, los dogmas de libertad de los vecinos
que los atacaban. Y cuando de la verdad de la pobreza, con el candor del bosque y la
sagacidad y poder de las criaturas que lo habitan, surgió, en la hora del reajuste
nacional, el guía bueno y triste, el leñador Lincoln, pudo oír sin ira que un demagogo
le aconsejara comprar, para vertedero de los negros armados que le ayudaron a
asegurar la unión, el pueblo de niños fervientes y de entusiastas vírgenes que, en su
pasión por la libertad, había de ostentar poco después, sin miedo a los tenientes
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madrileños, el luto de Lincoln; pudo oír, y proveer de salvoconducto al mediador que
iba a proponerle al Sur torcer sus armas sobre México, donde estaba el francés
amenazante, y volver con crédito insigne a la República, con el botín de toda la tierra,
desde el Bravo hasta el istmo. Desde la cuna soñó en estos dominios el pueblo del
Norte, con el “nada sería más conveniente de Jefferson”; con “los trece gobiernos
destinados” de Adams; con “la visión profética” de Clay; con “la gran luz del Norte”
de Webster; con “‘el fin es cierto, y el comercio tributario” de Summer; con el verso
de Sewall, que va de boca en boca, “vuestro es el continente entero y sin limites”; con
“la unificación continental” de Everett; con la “unión comercial” de Douglas; con “el
resultado inevitable” de Ingalls, “hasta el istmo y el polo”; con la “necesidad de
extirpar en Cuba”, de Blaine, “el foco de la fiebre amarilla”; y cuando un pueblo
rapaz de raíz, criado en la esperanza y certidumbre de la posesión del continente,
llega a serlo, con la espuela de los celos de Europa y de su ambición de pueblo
universal, como la garantía indispensable de su poder futuro, y el mercado obligatorio
y único de la producción falsa que cree necesario mantener, y aumentar para que no
decaigan su influjo y su fausto, urge ponerle cuantos frenos se puedan fraguar, con el
pudor de las ideas, el aumento rápido y hábil de los intereses opuestos, el ajuste
franco y pronto de cuantos tengan la misma razón de temer, y la declaración de la
verdad. La simpatía por los pueblos libres dura hasta que hacen traición a la libertad;
o ponen en riesgo la de nuestra patria.
Pero si con esas conclusiones a que se llega, a pesar de hechos individuales y
episodios felices, luego de estudiar la relación de las dos nacionalidades de América
en su historia y elementos presentes, y en el carácter constante y renovado de los
Estados Unidos, no se ha de afirmar por eso que no hay en ellos sobre estas cosas
más opinión que la agresiva y temible, ni el caso concreto del congreso, en que entran
agentes contradictorios, se ha de ver como encarnación y prueba de ella, sino como
resultado de la acción conjunta de factores domésticos afines, personales y públicos,
en que han de influir resistiendo o sometiéndose los elementos hispanoamericanos de
nacionalidad e interés; los privilegios locales y la opinión de la prensa, que según su
bando o necesidad es atrevida en el deseo, o felina y cauta, o abyecta e incondicional,
o censoria y burlona. No hubo cuando el discurso inaugural de Blaine quien dijese
84
por el decoro con que conviene enseñarse al extranjero, que fue el discurso como un
pisto imperial, hecho de retazos de arengas, del marqués de Landowne, y de Henry
Clay; pero, vencida esta tregua de cortesía, mostró la prensa su variedad saludable, y
en ella se descubre que la resistencia que el poder y el interés imponen, frente a la
tentativa extemporánea y violenta de fusión, tiene como aliados naturales los
privilegios de la industria local que la fusión lastimará, y los diarios de más concepto,
y pensamiento del país. Así que yerra quien habla en redondo, al tratar del congreso,
de estas o aquellas ideas, de los Estados Unidos, donde impera, sin duda, la idea
continental y particularmente entre los que disponen hoy del mando, pero no sin la
flagelación continua de los que ven en el congreso, desde su asiento de los bastidores,
el empuje marcado de las compañías que solicitan subvención para sus buques, o el
instrumento de que se vale un político hábil y conocedor de sus huestes, para triunfar
sobre sus rivales por el agasajo doble a las industrias ricas, ofreciéndoles, sin el
trabajo lento de la preparación comercial, los mercados que apetecen, y a la
preocupación nacional, que ve en Inglaterra su enemigo nato, y se regocija con lo
mismo que complace a la masa irlandesa, potente en las urnas. Hay que ver, pues,
cómo nació el congreso, en qué manos ha caído, cuáles son sus relaciones ocasionales
de actualidad con las condiciones del país, y qué puede venir a ser en virtud de ellas,
y de los que influyen en el congreso y lo administran.
Nació en días culpables, cuando la política del secretario Blaine en Chile y el Perú
salía tachada del banco del reo donde la sentó Belmont, por la prueba patente de
haber hecho de baratero para con Chile en las cosas del Perú, cuya gestión libre
impedía con ofrecimiento que el juicio y el honor mandaban rechazar, como que en
forma eran la dependencia del extraño, más temible siempre que la querella con los
propios, y por base tuvo el interés privado de los negocios de Landreau a que servía
de agente confeso el ministro de los Estados Unidos, que de raíz deslucieron, por
manos del republicano Frelinghuysen, lo que “sin derecho ni prudencia” había
mandado hacer, encontrándose de voceador en la casa ajena, el republicano Blaine,
quién perturbaba y debilitaba a los vencidos, con promesas que no les había de
cumplir, o traían el veneno del interés, y a los vencedores les daba derecho a
desconocer una intervención que no tenía las defensas de la suya, y a la tacha de
85
mercenaria unía la de invasora de los derechos americanos. Los políticos puros viven
de la fama continua de su virtud y utilidad, que los excusa de escarceos
deslumbrantes o atrevimientos innecesarios, pero los que no tienen ante el país esta
autoridad y mérito recurren, para su preponderancia y brillo, a complicidades ocultas,
con los pudientes, y a novedades osadas y halagadoras. A esos cortejos del vulgo hay
que vigilar, porque por lo que les ve hacer se adivina lo que desea el vulgo. Las
industrias estaban ya protegidas en los apuros de la plétora, y pedían política que les
ayudase a vender y barcos donde llevar sus mercancías a costa de la nación. Las
compañías de vapores, que a condición de reembolso anticipan a los partidos en las
horas de aprieto, sumas recias, exigían, seguras de su presa, las subvenciones en lo
privado otorgadas. El canal de Panamá, daba ocasión para que los que no habían sido
capaces de abrirlo quisiesen impedir que “la caduca Europa” lo abriese, o remedar la
política de “la caduca Europa” en Suez, y esperar a que otros lo rematasen para
rodearlo. Los del guano de Landreau vieron que era posible convertir en su agencia
particular la Secretaría de Estado de la nación. Se unieron el interés privado y político
de un candidato sagaz, la necesidad exigente de los proveedores del partido, la
tradición de dominio continental perpetuada en la república, y el caso de ponerla a
prueba en un país revuelto y débil.
Surgió de la secretaría de Blaine el proyecto del congreso americano, con el crédito
de la leyenda, el estímulo oculto de los intereses y la magia que a los ojos del vulgo
tienen siempre la novedad y la osadía.
Y eran tan claras sus únicas razones que el país, que hubiera debido agradecerlo, lo
tachó de atentatorio e innecesario. Por la herida de Guiteau salió Blaine de la
secretaría. Su mismo partido, luego de repudiarle la intervención en el Perú, nombró,
no sin que pasasen tres años, una comisión de paz que fuera para la América, sin
muchos aires políticos, a estudiar las causas de que fuera tan desigual el comercio, y
tan poco animada la amistad entre las dos nacionalidades del continente. Hablaron del
congreso en el camino, y lo recomendaron a la casa y al senado a su vuelta.
Las causas de la poca amistad eran, según la comisión, la ignorancia y soberbia de los
industriales del Norte, que no estudiaban ni complacían a los mercados del Sur; la
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poca confianza que les mostraban en los créditos en que es Europa pródiga; la
falsificación europea de las marcas de los Estados Unidos; la falta de bancos y de
tipos comunes de pesas y medidas; los “derechos enormes” de importación que
“podrían removerse con concesiones recíprocas”; las muchas multas y trabas de
aduana, y “sobre todo, la falta de comunicación por vapores”.
Estas causas, y ninguna otra más. Estaba en el gobierno, a la vuelta de la comisión, el
partido demócrata, que apenas podía mantener contra la mayoría de sus parciales,
gracias a la bravura de su jefe, la tendencia a favorecer al comercio por el medio
natural de la rebaja del costo de la producción; y es de creer, por cuanto los de esta fe
dijeron entonces y hoy escriben, que no hubiera arrancado de los demócratas este
plan del congreso, nunca muy grato a sus ojos, por tener ellos en la mente, con la
reducción nacional del costo de la vida y de la manufactura, el modo franco y
legítimo de estrechar la amistad con los pueblos libres de América. Pero no puede
oponerse impunemente un partido político a los proyectos que tienden, en todo lo que
se ve, a robustecer el influjo y el tráfico del país; ni hubiera valido a los demócratas
poner en claro los intereses censurables que originaron el proyecto, porque en sus
mismas filas, ya muy trabajadas por la división de opiniones económicas,
encontraban apoyo decisivo los industriales necesitados de consumidores, y las
compañías de buques, que pagan con largueza en uno u otro partido, a quienes las
ayudan. La autoridad creciente de Cleveland, caudillo de las reformas, apretaba la
unión de los proteccionistas de ambos partidos, y preparaba la liga formidable de
intereses que derrotó en un esfuerzo postrero su candidatura. La angustia de los
industriales había crecido tanto desde 1881, cuando se tachó la idea del congreso de
osadía censurable, que en 1888, cuando aprobaron la convocatoria las dos casas, fue
recibida por la mucha necesidad de vender, más natural y provechosa que antes. Y de
este modo vino a parecer unánime, y como acordado por los dos bandos del país, el
proyecto nacido de la conjunción de los intereses proteccionistas con la necesidad
política de un candidato astuto. Cabe preguntar si, despejados estos dos elementos del
interés político del candidato, y el pecuniario de las empresas que lo mantienen,
hubiera surgido la idea de un nuevo interés, y por sucesos favorables a la ampliación
del plan, a un extremo político en que culminan, con la vehemencia de una
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candidatura desesperada, las leyendas de expansión y predominio a que han
comenzado a dar cuerpo y fuerza de plan político, la guerra civil de un pueblo
rudimentario, y los celos de repúblicas que debieran saber recatarlos de quien muestra
la intención y la capacidad de aprovecharse de ellos.
Los caudales proteccionistas echaron a Cleveland de la Presidencia. Los magnates
republicanos tienen parte confesa en las industrias amparadas por la protección. Los
de la lana contribuyeron a las elecciones con sumas cuantiosas, porque los
republicanos se obligaban a no rebajar los derechos de la lana. Los del plomo
contribuyeron para que los republicanos cerrasen la frontera al plomo de México. Y
los del azúcar. Y los del cobre. Y los de los cueros, que hicieron ofrecer la creación
de un derecho de entrada. El congreso estaba lejos. Se prometía a los manufactureros
el mercado de las Américas: se hablaba, como con antifaz, de derechos misteriosos y
de “resultados inevitables”: a los criadores y extractores se les prometió tener cerrado
a los productos de afuera el mercado doméstico: no se decía que la compra de las
manufacturas por los pueblos españoles habría de recompensarse comprándoles sus
productos primos, o se decía que habría otro modo de hacérselos comprar, “el
resultado inevitable”, “el sueño de Clay”, “el destino manifiesto”; el verso de Sewall,
corría de diario en diario, como lema del canal de Nicaragua: “o por Panamá, o por
Nicaragua, o por los dos, porque los dos serán nuestros”: “ya es nuestra la península
de San Nicolás, en Haití, que es la llave del golfo”, triunfó con la fuerza oculta de la
leyenda, redoblada con la necesidad inmediata del poder, el partido que venía
uniendo en sus promesas la una a la otra.
Y al realizarse el congreso, y chocar los intereses de los manufactureros con los de
los criadores y extractores, se ve de realce la imposibilidad de asegurar la venta al
fabricante proteccionista sin cerrar en cambio el mercado de la nación, por la entrada
libre de los frutos primos a los extractores y criadores proteccionistas; y la necesidad
de salir del dilema de perder el poder en las elecciones próximas por falta de su
apoyo, o conservar su apoyo por el prestigio de convenios artificiales, obtenidos a
fuerza de poder, viene a juntarse, reuniendo el interés general del partido, al constante
y creciente del candidato que busca programa a la ocasión de influjo excepcional que
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ofrece al pueblo que lo espera y prepara desde sus albores, el período de mudanza en
que, por desesperación de su esclavitud unos, y por el empuje de la vida los otros,
entran los pueblos más débiles e infelices de América, que son, fuera de México,
tierra de fuerza original, los pueblos más cercanos a los Estados Unidos. Así el que
comenzó por ser ardid prematuro de un aspirante diestro, viene a ser, por la
conjunción de los cambios, y aspiraciones a la vida de los pueblos del golfo, de la
necesidad urgente de los proteccionistas, y del interés de un candidato ágil que pone a
su servicio la leyenda, el planteamiento desembozado de la era del predominio de los
Estados Unidos sobre los pueblos de la América.
Y es lícito afirmar esto, a pesar de la aparente mansedumbre de la convocatoria,
porque a ésta, que versa sobre las relaciones de los Estados Unidos con los demás
pueblos americanos, no se la puede ver como desligada de las relaciones, y tentativas,
y atentados confesos, de los Estados Unidos en la América, en los instantes mismos
de la reunión de sus pueblos sino que por lo que son estas relaciones presentes se ha
de entender cómo serán, y para qué, las venideras; y luego de inducir la naturaleza y
objeto de las amistades proyectadas, habrá de estudiarse a cuál de las dos Américas
convienen, y si son absolutamente necesarias para su paz y vida común, o si estarán
mejor como amigas naturales sobre bases libres, que como coro sujeto a un pueblo de
intereses distintos, composición híbrida y problemas pavorosos, resuelto a entrar,
antes de tener arreglada su casa, en desafío arrogante, y acaso pueril, con el mundo. Y
cuando se determine si los pueblos que han sabido fundarse por sí, y mejor mientras
más lejos, deben abdicar su soberanía en favor del que con más obligación de
ayudarles no les ayudó jamás, o sí conviene poner clara, y donde el universo la vea, la
determinación de vivir en la salud de la verdad, sin alianzas innecesarias con un
pueblo agresivo de otra composición y fin, antes de que la demanda de alianza
forzosa se encone y haga caso de vanidad y punto de honra nacional,—lo que habrá
de estudiarse serán los elementos del congreso, en sí y en lo que de afuera influye él,
para augurar si son más las probabilidades de que se reconozcan, siquiera sea para
recomendación, los títulos de patrocinio y prominencia en el continente, de un pueblo
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que comienza a mirar como privilegio suyo la libertad, que es aspiración universal y
perenne del hombre, y a invocarla para privar a los pueblos de ella—,o de que en esta
primera tentativa de dominio, declarada en el exceso impropio de sus pretensiones, y
en los trabajos coetáneos de expansión territorial e influencia desmedida, sean más, si
no todos, como debieran ser los pueblos que, con la entereza de la razón y la
seguridad en que están aún, den noticia decisiva de su renuncia a tomar señor, que los
que por un miedo a que sólo habrá causa cuando hayan empezado a ceder y
reconocido la supremacía, se postren, en vez de esquivarlo con habilidad, al paso del
Juggernaut desdeñoso, que adelanta en triunfo entre turiferarios alquilones de la tierra
invasora aplastando cabezas de siervos.
El Sun de Nueva York, lo dijo ayer: “El que no quiera que lo aplaste el Juggernaut,
súbase en su carro”. Mejor será cerrarle al carro el camino
Para eso es el genio: para vencer la fuerza con la habilidad. Al carro se subieron los
tejanos, y con el incendio a la espalda, como zorros rabiosos, o con los muertos de la
casa a la grupa, tuvieron que salir, descalzos y hambrientos, de su tierra de Texas.
JOSÉ MARTÍ
La Nación. Buenos Aires, 19 de diciembre de 1889
II
Nueva York, 2 de noviembre de 1889
Señor Director de La Nación:
Y, a ver las cosas en la superficie, no habría causa para estas precauciones, porque de
las ocho proposiciones de la convocatoria, la primera y última manda tratar de todo lo
que en genera! sea para el bien de los pueblos de América, que es cosa que cada
pueblo nuestro ha buscado por sí, en cuanto se quitó el polvo de las ruinas en que
vino al mundo; y de las seis restantes, una es para criar vapores, que no han
necesitado en nuestra América de empolladura de congresos, porque Venezuela dio
sueldo a los cascos de los Estados Unidos en cuanto tuvo qué mandar, y cómo pagar;
y Centroamérica, con estar en pañales, lo mismo; y México ha puesto sobre sus pies
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con sus pesos mestizos a dos compañías rubias de vapores, cuando no pensaba en su
prole necesitada la superioridad rubia; y es patente que no hay por qué hacer con guía
de otros aquello de que se le ha dado al guía lección adelantada. Otra proposición es
recomendable; porque entre pueblos llanos y amigos no debe haber fórmulas nimias
ni diversas, y conviene a todos que sean unas las de los documentos mercantiles, y las
de despachos de aduana, así como lo de la propuesta que sigue, sobre uniformidad de
pesas y medidas, y leyes sobre marcas y privilegios, y sobre extradición de
criminales.
Ni la idea de la moneda común es de temer, porque cuanto ayude al trato de los
pueblos es un favor para su paz, y una causa menos de encono y recelo, y si se puede
acordar, con un sistema de descuentos fijos o con el reconocimiento de un valor
convencional, el valor relativo y constante de la plata de diversos cuños, no hay por
qué estorbar el comercio sano y apetecible con la fluctuación de la moneda, ni de
negar en un tanto al peso de menos plata, el crédito que entre pueblos amigos se
concede al peso nominal de papel. Ni sería menos que excelente la proposición del
arbitraje, caso de que no fuera con la reserva mental del Herald de Nueva York, que
no es diario que habla sin saber, y dice que todavía no es hora de pensar en el
protectorado sobre la América: sino que eso se ha de dejar para cuando estén las
cosas bien fortificadas; y sea tanta la marina que vuelva vencedora de una guerra
europea, y entonces, con el crédito del triunfo, será la ocasión de intentar “lo que ha
de ser, pero que por falta de fuerzas no se ha de intentar ahora”. Excelente cosa sería
el arbitraje, si en estos mismos meses hubiesen dado pruebas de quererlo realmente
los Estados Unidos en su vecindad, proponiéndolo a los dos bandos de Haití, en vez
de proveer de armas al bando que le ha ofrecido cederle la península de San Nicolás,
para echar del país al gobierno legítimo, que no se la quiso ceder. El arbitraje sería
cosa excelente, si no hubieran de estar sometidas las cuestiones principales de
América, que han de ser dentro de poco, si a tiempo no se ordenan, las de las
relaciones con el pueblo de Estados Unidos, de intereses distintos en el universo, y
contrarios en el continente, a los de los pueblos americanos, a un tribunal en que, por
aquellas maravillas que dieron en México el triunfo a Cortés, y en Guatemala a
Alvarado, no fuera de temer, y aun de asegurar que, con el poder de la bolsa, o el del
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deslumbramiento, tuviera el león más votos que los que pudieran oponer al coro de
ovejas, el potro valeroso o el gamo infeliz. Cosa excelente sería el arbitraje, si fuera
de esperar que en la plenitud de su pujanza sometiera a él sus apetitos la república
que, aún adolescente, mandaba a los hermanos generosos que dejasen al hermano sin
libertar, y que le respetasen su presa.
De una parte hay en América un pueblo que proclama su derecho de propia
coronación a regir, por moralidad geográfica, en el continente, y anuncia, por boca de
sus estadistas, en la prensa y en el púlpito, en el banquete y en el congreso, mientras
pone la mano sobre una isla y trata de comprar otra, que todo el norte de América ha
de ser suyo, y se le ha de reconocer derecho imperial del istmo abajo, y de otra están
los pueblos de origen y fines diversos, cada día más ocupados y menos recelosos, que
no tienen más enemigo real que su propia ambición, y la del vecino que los convida a
ahorrarle el trabajo de quitarles mañana por la fuerza lo que le pueden dar de grado
ahora. ¿Y han de poner sus negocios los pueblos de América en manos de su único
enemigo, o de ganarle tiempo, y poblarse, y unirse, y merecer definitivamente el
crédito y respeto de naciones, antes de que ose demandarles la sumisión el vecino a
quien, por las lecciones de adentro o las de afuera, se le puede moderar la voluntad, o
educar la moral política, antes de que se determine a incurrir en el riesgo y oprobio de
echarse, por la razón de estar en un mismo continente, sobre pueblos decorosos,
capaces, justos, y como él, prósperos y libres? .
Ni fuera para alarmar la propuesta de la unión aduanera, que permitiría la entrada
libre de lo de cada país en todos los de la unión; porque con enunciarla se viene
abajo, pues valdría tanto como ponerse a modelar de nuevo y aprisa quince pueblos
para buscar acomodo a los sobrantes de un amigo a quien le ha entrado con apremio
la necesidad, y quiere que en beneficio de él los vecinos se priven de todo, o de casi
todo, lo que tienen compuesto en una fábrica de años para los gastos de la casa:
porque tomar sin derechos lo de los Estados Unidos, que elaboran, en sus talleres
cosmopolitas, cuanto conoce y da el mundo, fuera como echar al mar de un puñado la
renta principal de las aduanas, mientras que los Estados Unidos seguirían cobrando
poco menos que todas las suyas, como de lo que les viene de América no pasan de
92
cinco los artículos valiosos y gravados al entrar: sobre que sería inmoral e ingrato,
caso de ser posible por las obligaciones previas, despojar del derecho de vender en
los países de América sus productos baratos a los pueblos que sin pedirles sumisión
política les adelantan caudales y les conceden créditos, para poner en condición de
vender sus productos caros e inferiores a un pueblo que no abre créditos ni adelanta
caudales, sino donde hay minas abiertas y provechos visibles, y exige además la
sumisión.
¿A qué ir de aliados, en lo mejor de la juventud, en la batalla que los Estados Unidos
se preparan a librar con el resto del mundo? ¿Por qué han de pelear sobre las
repúblicas de América sus batallas con Europa, y ensayar en pueblos libres su sistema
de colonización? ¿Por qué tan deseosos de entrar en la casa ajena, mientras los que
quieren echar de ella se les están entrando en la propia? ¿Por qué ajustar en la sala del
congreso proyectos de reciprocidad con todos los pueblos americanos cuando un
proyecto de reciprocidad, el de México, ajustado entre los dos gobiernos con ventajas
mutuas, espera en vano de años atrás la sanción del congreso, porque se oponen a él,
con detrimento del interés general de la Nación, los intereses especiales heridos en el
tratado?
En 1883, mientras iba la comisión convidando al congreso internacional ¿no se
cerraron las puertas, para contentar a los criadores nativos, a las lanas sudamericanas?
¿No quiere el senado aumentar hoy mismo, cara a cara del congreso internacional, el
gravamen de la lana de alfombras de los pueblos a quienes se invita a recibir sin
derechos, y a consumir de preferencia los productos de un país que le excluye los
suyos? ¿No acaba la Secretaría de Hacienda, mientras andan de convivialidades los
panamericanos en Kentucky, de confirmar el derecho prohibitivo del plomo de
México, a quien llama a tratar sobre la entrada libre de los productos del norte en la
república mexicana, que ya les tiene acordada la entrada libre, y sólo espera a que la
permita por su parte el congreso de los Estados Unidos? ¿No están levantando
protestas los estancieros del oeste contra las compañías de vapores, que quieren
valerse del partido que los estancieros ayudaron a vencer, para traer de venta de
Sudamérica al este, con el dinero nacional, reses vivas y carnes frescas más baratas
93
que las que pueden mandar del oeste por los ferrocarriles los estancieros de la
nación? ¿Y a qué se convida a Chile, que exporta cobre, si el cobre del país, que
ayudó tanto a los republicanos, les exige la condición, que fue cerrar la entrada al
cobre? ¿Y los azucareros, para qué trajeron a los republicanos al poder, sino para que
les cerraran las puertas al azúcar?
O se priva el gobierno republicano del apoyo de los proteccionistas que lo eligieron
para que los mantuviese en su granjería,—lo que fuera sacrificio inútil, porque el
congreso federal, que es de las empresas, reprobaría la deserción del gobierno. O se
convida a los pueblos americanos a sabiendas, con la esperanza vaga de recobrar
concesiones que los entraban para el porvenir, a formular tratados que de antemano
desechan los poderes a quienes cumpliría ejecutarlos, y los intereses que los
encumbraron al gobierno. O se espera reducir al congreso internacional, por artificios
de política, y componendas con los pueblos deslumbrados y temerosos, a
recomendaciones que funden el derecho eminente que se arrogan sobre América los
Estados Unidos. O se les usa con suave discreción, en esperanzas de tiempos más
propicios, de manera que sus acuerdos generales y admisiones corteses pasen ante los
proteccionistas ansiosos y ante el país engolosinado con la idea de crecer, como
premio de la obra mayor del protectorado decisivo sobre América, que no debe
realizar el estadista mágico desde su cárcel de la secretaría, sino en el poder y
autoridad de la presidencia. Eso dice el Herald.
“¡Como que nos parece que este congreso no viene a ser más que una jugada política,
una exhibición pirotécnica del estadista magnético, un movimiento brillante de
estrategia anticipada para las próximas elecciones a la presidencia!” “A las
compañías de vapores que ayudaron a ponerlo donde está es a quienes quiere
contentar Blaine,—dice el Evening Post,—si ese congreso acuerda algunas
recomendaciones vagas sobre la conveniencia de subvencionar líneas de vapores, y
junta su tanto correspondiente de luz de luna sobre la fraternidad de los pueblos y las
bellezas del arbitraje, a la horca se puede ir el congreso, que ya ha hecho lo que las
compañías querían que hiciese”. “Por cuanto se ve, va a parar este congreso en una
gran caza de subvenciones para vapores”, dice el Times. Toda esta fábrica pomposa
94
levantada por los Estados Unidos es una divertidísima paradoja nacional: “¿no pone
en riesgo”, dice el Herald de Filadelfia, “nuestra fama de pueblo sensato e
inteligente?” Y el Herald de Nueva York comenta así: “¡Magnífico anuncio para
Blaine!”
Pero el congreso comprenderá la propiedad de desvanecerse en cuanto le sea posible.
En tanto, el gobierno de Washington se prepara a declarar su posesión de la península
de San Nicolás, y acaso, si el ministro Douglas negocia con éxito, su protectorado
sobre Haití: Douglas lleva, según rumor no desmentido, el encargo de ver cómo
inclina a Santo Domingo al protectorado: el ministro Palmer negocia a la callada en
Madrid la adquisición de Cuba: el ministro Migner, con escándalo de México, azuza
a Costa Rica contra México de un lado y Colombia de otro: las empresas
norteamericanas se han adueñado de Honduras: y fuera de saber si los hondureños
tienen en la riqueza del país más parte que la necesaria para amparar a sus consocios
y si está bien a la cabeza de un diario del gobierno un anexionista reconocido: por los
provechos del canal, las visiones del progreso, están con las dos manos en
Washington, Nicaragua y Costa Rica; un pretendiente a la presidencia hay en Costa
Rica, que prefiere a la unión de Centroamérica la anexión a los Estados Unidos: no
hay amistad más ostensible que la del presidente de Colombia para el congreso y sus
planes: Venezuela aguarda entusiasta a que Washington saque de la Guayana a
Inglaterra, que Washington no se puede sacar del Canadá: a que confirme
gratuitamente en la posesión de un territorio a un pueblo de América, el país que en
ese mismo instante fomenta una guerra para quitarle la joya de su comarca y la llave
del golfo de México a otro pueblo americano; el país que rompe en aplausos en la
casa de representantes cuando un Chipman declara que es ya tiempo de que ondee la
bandera de las estrellas en Nicaragua como un Estado más del Norte.
Y el Sun dice así: “Compramos a Alaska ¡sépase de una vez! para notificar al mundo
que es nuestra determinación formar una unión de todo el norte del continente con la
bandera de las estrellas flotando desde los hielos hasta el istmo, y de océano a
océano”. Y el Herald dice: “La visión de un protectorado sobre las repúblicas del sur
llegó a ser idea principal y constante de Henry Clay”. El Mail and Express, amigo
95
íntimo de Harrison, por una razón, y de Blaine por otra, llama a Blaine “el sucesor de
Henry Clay, del gran campeón de las ideas americanas”. “No queremos más que
ayudar a la prosperidad de esos pueblos”, dice el Tribune. Y en otra parte dice
hablando de otro querer: “Esos pueden ser resultados definitivos y remotos de la
política general que deliberadamente adoptaron ambos partidos en el congreso”. “No
estamos listos todavía para ese movimiento”, dice el Herald: “Blaine se adelanta a los
sucesos como unos cincuenta años”. ¡A crecer, pues, pueblos de América, antes de
los cincuenta años!
Nótase, pues, en la opinión escrita, mirando a lo hondo, una como idea táctica e
imperante, visible en el mismo cuidado que ponen los más justos en no herirla de
frente, como que nadie tacha de inmoral, ni de trabajo de salteador, aunque lo sería, la
intentona de llevar por América en los tiempos modernos la civilización ferrocarrilera
como Pizarro llevó la fe de la cruz; y la censura está a lo más en no hablar de las
acciones por venir, ya porque, en lo real del caso de Haití, iniciaron los demócratas, a
pesar de su moderación, la misma política de conquista de los republicanos, y fueron
los demócratas en verdad los que con la compra de la Luisiana la inauguraron bajo
Jefferson, ya porque la prensa vive de oír, y de obedecer la opinión más que de
guiarla, por lo cual no osa condenar las alegaciones con que pudiera enriquecerse el
país, aunque luego de hechas no haya de faltar quien las tache de crimen, como a la
de Texas, que llaman crimen a secas Dana, y Janvier, y los biógrafos de Lincoln, por
más que fuera mejor impedirlas antes de ser, que lamentarlas cuando han sido. Pero si
ha de notarse, porque es, que en lo más estimable de la prensa se pone de realce la
imposibilidad de que el congreso venga a fines reales de comercio, por la oposición
de soberanía de cada país con el rendimiento de ella que el congreso exige, y la de la
política de las concesiones recíprocas que la convocatoria apunta, con la de
resistencia a la reciprocidad, a que de raíz están obligados los que reúnen a los
pueblos de América para fingir, por aparato eleccionario o fin oculto, que la violan.
El Times, el Post, el Luck, el Harper, el Advertiser, el Herald, tienen a bomba de
jabón y a escenografía ridícula, la junta de naciones congregadas para que entren en
liga contra el universo, en favor de un partido que no puede entrar en la liga a que
convida, ni hacer, sin morir, lo que insta a sus asociados que hagan.
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Blaine mismo, conoce que para el triunfo del mito en las elecciones, basta con que
una semejanza de éxito, excusada de no ir a más por estarse al principio de la obra,
alimente la fe que viene de Adams a Cutting, y estima que con el hecho del congreso,
por el poder de la luz sobre los ojos débiles, ha de quedar realmente favorecida; pero
muestra el temor de que se espere del congreso, por la mucha necesidad de las
industrias, más de lo que ha de dar, que nada puede ser en esto del comercio sobre las
bases proteccionistas de ahora, por lo que a tiempo hace saber, por un hijo hoy, y por
un diario mañana, que no espera de la junta, en lo que se vea, sino preliminares de la
fusión que ha de venir, y más resistencia que allegamiento, o allegamientos
preparatorios. La política de la dignidad tiene, pues, por aliados voluntarios y
valiosos, en el mismo país hostil, a los que por llevar la dignidad en sí, no conciben
que pueda faltar en aquellos en quienes se ataca. Ni el que sacaría más provecho de la
falta de ella, osa esperar que falte.
Y es voz unánime que el congreso no ha de ser más que junta nula, o bandera de la
campaña presidencial, o pretexto de una cacería de subvenciones. Esto aguardan de
los pueblos independientes de América los que, conocedores del bien de la
independencia, no conciben que se pueda, sin necesidad mortal, abdicar de él. ¿Se
entrarán, de rodillas, ante el amo nuevo, las islas del golfo? ¿Consentirá
Centroamérica en partirse en dos, con la cuchillada del canal en el corazón, o en
unirse por el sur, como enemiga de México, apoyada por el extranjero que pesa sobre
México en el norte, sobre un pueblo de los mismos intereses de Centroamérica, del
mismo destino, de la misma raza? ¿Empeñará, venderá Colombia su soberanía? ¿Le
limpiarán el istmo de obstáculos a Juggernaut, los pueblos libres, que moran en él, y
se subirán en su carro, como se subieron los mexicanos de Texas? ¿Por la esperanza
de apoyo contra el extranjero de Europa, que por un espejismo de progreso, excusable
sólo en mente aldeana, favorecerá Venezuela el predominio del extranjero más
temible, por más interesado y cercano, que anuncia que se ha de clavar, y se clava a
sus ojos, por toda la casa de América? ¿O debe llegar la admiración por los Estados
Unidos hasta prestar la mano al novillo apurado, como la campesina de “La Terre”?
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Eso de la admiración ciega, por pasión de novicio o por falta de estudio, es la fuerza
mayor con que cuenta en América la política que invoca, para dominar en ella, un
dogma que no necesita en los pueblos americanos de ajena invocación, porque de
siglos atrás, aún antes de entrar en la niñez libre, supieron rechazar con sus pechos al
pueblo más tenaz y poderoso de la tierra: y luego le han obligado al respeto por su
poder natural, y la prueba de su capacidad, solos. ¿A qué invocar, para extender el
dominio en América, la doctrina que nació tanto de Monroe como de Canning, para
impedir en América el dominio extranjero, para asegurar a la libertad un continente?
¿O se ha de invocar el dogma contra un extranjero para traer a otro? ¿O se quita la
extranjería, que está en el carácter distinto, en los distintos intereses, en los propósitos
distintos, por vestirse de libertad, y privar de ella con los hechos,—o porque viene
con el extranjero el veneno de los empréstitos, de los canales, de los ferrocarriles? ¿O
se ha de pujar la doctrina en toda su fuerza sobre los pueblos débiles de América, el
que tiene al Canadá por el Norte, y a las Guayanas y a Bélice por el Sur, y mandó
mantener, y mantuvo a España y le permitió volver, a sus propias puertas, al pueblo
americano de donde había salido?
¿A qué fingir miedos de España, que para todo lo que no sea exterminar a sus hijos
en las Antillas está fuera de América, y no la puede recobrar por el espíritu, porque la
hija se le adelanta a par del mundo nuevo, ni por el comercio, porque no vive la
América de pasas y aceitunas, ni tiene España en los pueblos americanos más influjo
que el que pudiera volver a darle, por causas de raza y de sentimientos, el temor o la
antipatía o la agresión norteamericana? ¿O los pueblos mayores de América, que
tienen la capacidad y la voluntad de resistirla, se verían abandonados y
comprometidos por las repúblicas de su propia familia que se les debían allegar, para
detener, con la fuerza del espíritu unificado, al adversario común, que pudo mostrar
su pasión por la libertad ayudando a Cuba a conquistarla de España, en vez de ayudar
contra la libertad a España, que le profanó sus barcos, y le tasó a doscientos pesos las
cabezas que quitó a balazos a sus hijos? ¿O son los pueblos de América estatuas de
ceguedad, y pasmos de inmundicia?
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La admiración justa por la prosperidad de los hombres liberales y enérgicos de todos
los pueblos, reunidos a gozar de la libertad, obra común del mundo, en una extensión
segura, varia y virgen, no ha de ir hasta excusar los crímenes que atenten contra la
libertad el pueblo que se sirve de su poder y de su crédito para crear en forma nueva
el despotismo. Ni necesitan ir de pajes de un pueblo los que en condiciones inferiores
a las suyas han sabido igualarlo y sobrepujarlo. Ni tienen los pueblos libres de
América razón para esperar que les quite de encima al extranjero molesto el pueblo
que acudió con su influjo a echar de México al francés, traído acaso por el deseo de
levantarle valla al poder sajón en el equilibrio descompuesto del mundo, cuando el
francés de México, le amenazaba por el sur con la alianza de los estados rebeldes, de
alma aún latina; el pueblo que por su interés echó al extranjero europeo de la
república libre a que arrancó en una guerra criminal una comarca que no le ha
restituido. Walker fue a Nicaragua por los Estados Unidos; por los Estados Unidos,
fue López a Cuba. Y ahora cuando ya no hay esclavitud con que excusarse, está en
pie la liga de Anexión; habla Allen de ayudar a la de Cuba; va Douglas a procurar la
de Haití y Santo Domingo; tantea Palmer la venta de Cuba en Madrid; fomentan en
las Antillas la anexión con raíces en Washington, los diarios vendidos de
Centroamérica; y en las Antillas menores, dan cuenta incesante los diarios del norte,
del progreso de la idea anexionista; insiste Washington en compeler a Colombia a
reconocerle en el istmo derecho dominante, y privarle de la facultad de tratar con los
pueblos sobre su territorio; y adquieren los Estados Unidos, en virtud de la guerra
civil que fomentaron, la península de San Nicolás en Haití. Unos dan “el sueño de
Clay” por cumplido. Otros creen que se debe esperar medio siglo más: otros, nacidos
en la América española, creen que se debe ayudarlo.
El congreso internacional será el recuento del honor, en que se vea quiénes defienden
con energía y mesura la independencia de la América española, donde está el
equilibrio del mundo; o si hay naciones capaces, por el miedo o el deslumbramiento,
o el hábito de servidumbre o el interés de consentir, sobre el continente ocupado por
dos pueblos de naturaleza y objeto distintos, en mermar con su deserción las fuerzas
indispensables, y ya pocas, con que podrá a la familia de una nacionalidad contener
con el respeto que imponga y la cordura que demuestre, la tentativa de predominio,
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confirmada por los hechos coetáneos, de un pueblo criado en la esperanza de la
dominación continental, a la hora en que se pintan, en apogeo común, el ansia de
mercados de sus industrias pletóricas, la ocasión de imponer a naciones lejanas y a
vecinos débiles el protectorado ofrecido en las profesías, la fuerza material necesaria
para el acometimiento, y la ambición de un político rapaz y atrevido.
JOSÉ MARTÍ
La Nación. Buenos Aires, 20 de diciembre de 1889
DISCURSO
Pronunciado en la velada artístico-literaria de la Sociedad Literaria Hispanoamericana
el 19 de diciembre de 1889, a la que asistieron los delegados a la Conferencia
Internacional Americana. (Conocido por “Madre América”)
Señoras y señores:
Apenas acierta el pensamiento, a la vez trémulo y desbordado, a poner, en la
brevedad que le manda la discreción, el júbilo que nos rebosa de las almas en esta
noche memorable. ¿Qué puede decir el hijo preso, que vuelve a ver a su madre por
entre las rejas de su prisión? Hablar es poco, y es casi imposible, más por el íntimo y
desordenado contento, por la muchedumbre de recuerdos, de esperanzas y de
temores, que por la certeza de no poder darles expresión digna. Indócil y mal
enfrenada ha de brotar la palabra de quien, al ver en torno suyo, en la persona de sus
delegados ilustres, los pueblos que amamos con pasión religiosa; al ver cómo, por
mandato de secreta voz, los hombres se han puesto como más altos para recibirlos, y
las mujeres como más bellas; al ver el aire tétrico y plomizo animado como de
sombras, sombras de águilas que echan a volar, de cabezas que pasan moviendo el
penacho consejero, de tierras que imploran, pálidas y acuchilladas, sin fuerzas para
sacarse el puñal del corazón, del guerrero magnánimo del Norte, que da su mano de
admirador, desde el pórtico de Mount Vernon, al héroe volcánico del Sur, intenta en
100
vano recoger, como quien se envuelve en una bandera, el tumulto de sentimientos que
se le agolpa al pecho, y sólo halla estrofas inacordes y odas indómitas para celebrar,
en la casa de nuestra América, la visita de la madre ausente,—para decirle, en nombre
de hombres y de mujeres, que el corazón no puede tener mejor empleo que darse,
todo, a los mensajeros de los pueblos americanos. ¿Cómo podremos pagar a nuestros
huéspedes ilustres esta hora de consuelo? ¿A qué hemos de esconder, con la falsía de
la ceremonia, lo que se nos está viendo en los rostros? Pongan otros florones y
cascabeles y franjas de oro a sus retóricas; nosotros tenemos esta noche la elocuencia
de la Biblia, que es la que mana, inquieta y regocijada como el arroyo natural, de la
abundancia del corazón. ¿Quién de nosotros ha de negar, en esta noche en que no se
miente, que por muchas raíces que tengan en esta tierra de libre hospedaje nuestra fe,
o nuestros afectos, o nuestros hábitos, o nuestros negocios, por tibia que nos haya
puesto el alma la magia infiel del hielo, hemos sentido, desde que supimos que estos
huéspedes nobles nos venían a ver, como que en nuestras casas había más claridad,
como que andábamos a paso más vivo, como que éramos más jóvenes y generosos,
como que nuestras ganancias eran mayores y seguras, como que en el vaso seco
volvía a nacer flor? Y si nuestras mujeres quieren decirnos la verdad, ¿no nos dicen,
no nos están diciendo con sus ojos leales, que nunca pisaron más contentos la nieve
ciertos pies de hadas; que algo que dormía en el corazón, en la ceguera de la tierra
extraña, se ha despertado de repente; que un canario alegre ha andado estos días
entrando y saliendo por las ventanas, sin temor al frío, con cintas y lazos en el pico,
yendo y viniendo sin cesar, porque para esta fiesta de nuestra América ninguna flor
parecía bastante fina y primorosa? Esta es la verdad. A unos nos ha echado aquí la
tormenta; a otros, la leyenda; a otros, el comercio; a otros, la determinación de
escribir, en una tierra que no es libre todavía, la última estrofa del poema de 1810; a
otros les mandan vivir aquí, como su grato imperio, dos ojos azules. Pero por grande
que esta tierra sea, y por ungida que esté para los hombres libres la América en que
nació Lincoln, para nosotros, en el secreto de nuestro pecho, sin que nadie ose
tachárnoslo ni nos lo pueda tener a mal, es más grande, porque es la nuestra y porque
ha sido más infeliz, la América en que nació Juárez.
101
De lo más vehemente de la libertad nació en días apostólicos la América del Norte.
No querían los hombres nuevos, coronados de luz, inclinar ante ninguna otra su
corona. De todas partes, al ímpetu de la frente, saltaba hecho pedazos, en las naciones
nacidas de la agrupación de pueblos pequeños, el yugo de la razón humana,
envilecida en los imperios creados a punta de lanza, o de diplomacia, por la gran
república que se alocó con el poder; nacieron los derechos modernos de las comarcas
pequeñas y autóctonas; que habían elaborado en el combate continuo su carácter
libre, y preferían las cuevas independientes a la prosperidad servil. A fundar la
república le dijo al rey que venía, uno que no se le quitaba el sombrero y le decía de
tú. Con mujeres y con hijos se fían al mar, y sobre la mesa de roble del camarín
fundan su comunidad, los cuarenta y uno de la “Flor de Mayo”. Cargan mosquetes,
para defender las siembras; el trigo que comen, lo aran; suelo sin tiranos es lo que
buscan, para el alma sin tiranos. Viene, de fieltro y blusón, el puritano intolerante e
integérrimo, que odia el lujo, porque por él prevarican los hombres; viene el
cuáquero, de calzas y chupa, y con los árboles que derriba, levanta la escuela; viene
el católico, perseguido por su fe, y funda un Estado donde no se puede perseguir por
su fe a nadie; viene el caballero, de fusta y sombrero de plumas, y su mismo hábito de
mandar esclavos le da altivez de rey para defender su libertad. Alguno trae en su
barco una negrada que vender, o un fanático que quema a las brujas, o un gobernador
que no quiere oír hablar de escuelas; lo que los barcos traen es gente de universidad y
de letras, suecos místicos, alemanes fervientes, hugonotes francos, escoceses altivos,
bátavos económicos; traen arados, semillas, telares, arpas, salmos, libros. En la casa
hecha por sus manos vivían, señores y siervos de sí propios; y de la fatiga de bregar
con la naturaleza se consolaba el colono valeroso al ver venir, de delantal y cofia, a la
anciana del hogar, con la bendición en los ojos, y en la mano la bandeja de los dulces
caseros, mientras una hija abría el libro de los himnos, y preludiaba otra en el salterio
o en el clavicordio. La escuela era de memoria y azotes; pero el ir a ella por la nieve
era la escuela mejor. Y cuando, de cara al viento, iban de dos en dos por los caminos,
ellos de cuero y escopeta, ellas de bayeta y devocionario, a oír iban al reverendo
nuevo, que le negaba al gobernador el poder en las cosas privadas de la religión; iban
a elegir sus jueces, o a residenciarlos. De afuera no venía la casta inmunda. La
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autoridad era de todos, y la daban a quien se la querían dar. Sus ediles elegían, y sus
gobernadores. Si le pesaba al gobernador convocar el consejo, por sobre él lo
convocaban los “hombres libres”. Allá, por los bosques, el aventurero taciturno caza
hombres y lobos, y no duerme bien sino cuando tiene de almohada un tronco recién
caído o un indio muerto. Y en las mansiones solariegas del Sur todo es minué y
bujías, y coro de negros cuando viene el coche del señor, y copa de plata para el buen
Madera. Pero no había acto de la vida que no fuera pábulo de la libertad en las
colonias republicanas que, más que cartas reales, recibieron del rey certificados de
independencia. Y cuando el inglés, por darla de amo, les impone un tributo que ellas
no se quieren imponer, el guante que le echaron al rostro las colonias fue el que el
inglés mismo había puesto en sus manos. A su héroe, le traen el caballo a la puerta.
El pueblo que luego había de negarse a ayudar, acepta ayuda. La libertad que triunfa
es como él, señorial y sectaria, de puño de encaje y de dosel de terciopelo, más de la
localidad que de la humanidad, una libertad que bambolea, egoísta e injusta, sobre los
hombros de una raza esclava, que antes de un siglo echa en tierra las andas de una
sacudida; ¡y surge, con un hacha en la mano, el leñador de ojos piadosos, entre el
estruendo y el polvo que levantan al caer las cadenas de un millón de hombres
emancipados! Por entre los cimientos desencajados en la estupenda convulsión se
pasea, codiciosa y soberbia, la victoria; reaparecen, acentuados por la guerra, los
factores que constituyeron la nación; y junto al cadáver del caballero, muerto sobre
sus esclavos, luchan por el predominio en la república, y en el universo, el peregrino
que no consentía señor sobre él, ni criado bajo él, ni más conquistas que la que hace
el grano en la tierra y el amor en los corazones,—y el aventurero sagaz y rapante,
hecho a adquirir y adelantar en la selva, sin más ley que su deseo, ni más límite que el
de su brazo, compañero solitario y temible del leopardo y el águila.
Y ¿cómo no recordar, para gloria de los que han sabido vencer a pesar de ellos, los
orígenes confusos, y manchados de sangre, de nuestra América, aunque al recuerdo
leal, y hoy más que nunca necesario, le pueda poner la tacha de vejez inoportuna
aquel a quien la luz de nuestra gloria, de la gloria de nuestra independencia, estorbase
para el oficio de comprometerla o rebajarla? Del arado nació la América del Norte, y
la Española, del perro de presa. Una guerra fanática sacó de la poesía de sus palacios
103
aéreos al moro debilitado en la riqueza, y la soldadesca sobrante, criada con el vino
crudo y el odio a los herejes, se echó, de coraza y arcabuz, sobre el indio de peto de
algodón. Llenos venían los barcos de caballeros de media loriga, de segundones
desheredados, de alféreces rebeldes, de licenciados y clérigos hambrones. Traen
culebrinas, rodelas, picas, quijotes, capacetes, espaldares, yelmos, perros. Ponen la
espada a los cuatro vientos, declaran la tierra del rey, y entran a saco en los templos
de oro. Cortés atrae a Moctezuma al palacio que debe a su generosidad o a su
prudencia, y en su propio palacio lo pone preso. La simple Anacaona convida a su
fiesta a Ovando, a que viera el jardín de su país, y sus danzas alegres, y sus doncellas;
y los soldados de Ovando se sacan de debajo del disfraz las espadas, y se quedan con
la tierra de Anacaona. Por entre las divisiones y celos de la gente india adelanta en
América el conquistador; por entre aztecas y tlascaltecas llega Cortés a la canoa de
Cuauhtémoc; por entre quichés y zutujiles vence Alvarado en Guatemala; por entre
tunjas y bogotáes adelanta Quesada en Colombia; por entre los de Atahualpa y los de
Huáscar pasa Pizarro en el Perú: en el pecho del último indio valeroso clavan, a la luz
de los templos incendiados, el estandarte rojo del Santo Oficio. Las mujeres, las
roban. De cantos tenía sus caminos el indio libre, y después del español no había más
caminos que el que abría la vaca husmeando el pasto, o el indio que iba llorando en
su treno la angustia de que se hubiesen vuelto hombres los lobos. Lo que come el
encomendero, el indio lo trabaja; como flores que se quedan sin aroma, caen muertos
los indios; con los indios que mueren se ciegan las minas. De los recortes de las
casullas se hace rico un sacristán. De paseo van los señores; o a quemar en el brasero
el estandarte del rey; o a cercenarse las cabezas por peleas de virreyes y oidores, o
celos de capitanes; y al pie del estribo lleva el amo dos indios de pajes, y dos mozos
de espuela. De España nombran el virrey, el regente, el cabildo. Los cabildos que
hacían, los firmaban con el hierro con que herraban las vacas. El alcalde manda que
no entre el gobernador en la villa, por los males que le tiene hechos a la república, y
que los regidores se persignen al entrar en el cabildo, y que al indio que eche el
caballo a galopar se le den veinticinco azotes. Los hijos que nacen, aprenden a leer en
carteles de toros y en décimas de salteadores. “Quimeras despreciables” les enseñan
en los colegios de entes y categorías. Y cuando la muchedumbre se junta en las
104
calles, es para ir de cola de las tarascas que llevan el pregón; o para hablar, muy
quedo, de las picanterías de la tapada y el oidor; o para ir a la quema del portugués;
cien picas y mosquetes van delante, y detrás los dominicos con la cruz blanca, y los
grandes de vara y espadín, con la capilla bordada de hilo de oro; y en hombros los
baúles de huesos, con llamas a los lados; y los culpables con la cuerda al cuello, y las
culpas escritas en la coraza de la cabeza; y los contumaces con el sambenito pintado
de imágenes del enemigo; y la prohombría, y el señor obispo, y el clero mayor; y en
la iglesia, entre dos tronos, a la luz vívida de los cirios, el altar negro; afuera, la
hoguera. Por la noche, baile. ¡El glorioso criollo cae bañado en sangre, cada vez
que .busca remedio a su vergüenza, sin más guía ni modelo que su honor, hoy en
Caracas, mañana en Quito, luego con los comuneros del Socorro; o compra, cuerpo a
cuerpo, en Cochabamba el derecho de tener regidores del país; o muere, como el
admirable Antequera, profesando su fe en el cadalso del Paraguay, iluminado el
rostro por la dicha; o al desfallecer al pie del Chimborazo, “exhorta a las razas a que
afiancen su dignidad”. El primer criollo que le nace al español, el hijo de la Malinche,
fue un rebelde. La hija de Juan de Mena, que lleva el luto de su padre, se viste de
fiesta con todas sus joyas, porque es día de honor para la humanidad, el día en que
Arteaga muere! ¿Qué sucede de pronto, que el mundo se para a oír, a maravillarse, a
venerar? ¡De debajo de la capucha de Torquemada sale, ensangrentado y acero en
mano, el continente redimido! Libres se declaran los pueblos todos de América a la
vez. Surge Bolívar, con su cohorte de astros. Los volcanes, sacudiendo los flancos
con estruendo, lo aclaman y publican. ¡A caballo, la América entera! Y resuenan en
la noche, con todas las estrellas encendidas, por llanos y por montes, los cascos
redentores. Hablándoles a sus indios va el clérigo de México. Con la lanza en la boca
pasan la corriente desnuda los indios venezolanos. Los rotos de Chile marchan juntos,
brazo en brazo, con los cholos del Perú. Con el gorro frigio del liberto van los negros
cantando, detrás del estandarte azul. De poncho y bota de potro, ondeando las bolas,
van, a escape de triunfo, los escuadrones de gauchos. Cabalgan, suelto el cabello, los
pehuenches resucitados, voleando sobre la cabeza la chuza emplumada. Pintados de
guerrear vienen tendidos sobre el cuello los araucos, con la lanza dc tacuarilla
coronada de plumas de colores; y al alba, cuando la luz virgen se derrama por los
105
despeñaderos, se ve a San Martín, allá sobre la nieve, cresta del monte y corona de la
revolución, que va, envuelto en su capa de batalla, cruzando los Andes. ¿Adónde va
la América, y quién la junta y guía? Sola, y como un solo pueblo, se levanta. Sola
pelea. Vencerá, sola.
¡Y todo ese veneno lo hemos trocado en savia! Nunca, de tanta oposición y desdicha,
nació un pueblo más precoz, más generoso, más firme. Sentina fuimos, y crisol
comenzamos a ser. Sobre las hidras, fundamos. Las picas de Alvarado, las hemos
echado abajo con nuestros ferrocarriles. En las plazas donde se quemaba a los
herejes, hemos levantado bibliotecas. Tantas escuelas tenemos como familiares del
Santo Oficio tuvimos antes. Lo que no hemos hecho, es porque no hemos tenido
tiempo para hacerlo, por andar ocupados en arrancarnos de la sangre las impurezas
que nos legaron nuestros padres. De las misiones, religiosas e inmorales, no quedan
ya más que paredes descascaradas, por donde asoma el búho el ojo, y pasea
melancólico el lagarto. Por entre las razas heladas y las ruinas de los conventos y los
caballos de los bárbaros se ha abierto paso el americano nuevo, y convida a la
juventud del mundo a que levante en sus campos la tienda. Ha triunfado el puñado de
apóstoles. ¿Qué importa que, por llevar el libro delante de los ojos, no viéramos, al
nacer como pueblos libres, que el gobierno de una tierra híbrida y original, amasada
con españoles retaceros y aborígenes torvos y aterrados, más sus salpicaduras de
africanos y menceyes, debía comprender, para ser natural y fecundo, los elementos
todos que, en maravilloso tropel y por la política superior escrita en la Naturaleza, se
levantaron a fundarla? ¿Qué importan las luchas entre la ciudad universitaria y los
campos feudales? ¿Qué importa el desdén, repleto de guerras, del marqués lacayo al
menestral mestizo? ¿Qué importa el duelo, sombrío y tenaz, de Antonio de Nariño y
San Ignacio de Loyola? Todo lo vence, y clava cada día su pabellón más alto, nuestra
América capaz e infatigable. Todo lo conquista, de sol en sol, por el poder del alma
de la tierra, armoniosa y artística, creada de la música y beldad de nuestra naturaleza,
que da su abundancia a nuestro corazón y a nuestra mente la serenidad y altura de sus
cumbres; por el influjo secular con que este orden y grandeza ambientes ha
compensado el desorden y mezcla alevosa de nuestros orígenes; y por la libertad
humanitaria y expansiva, no local, ni de raza, ni de secta, que fue a nuestras
106
repúblicas en su hora de flor, y ha ido después, depurada y cernida, de las cabezas del
orbe,—libertad que no tendrá, acaso, asiento más amplio en pueblo alguno—¡pusiera
en mis labios el porvenir el fuego que marca!—que el que se les prepara en nuestras
tierras sin límites para el esfuerzo honrado, la solicitud leal y la amistad sincera de los
hombres.
De aquella América enconada y turbia, que brotó con las espinas en la frente y las
palabras como lava, saliendo, junto con la sangre del pecho, por la mordaza mal rota,
hemos venido, a pujo de brazo, a nuestra América de hoy, heroica y trabajadora a la
vez, y franca y vigilante, con Bolívar de un brazo y Herbert Spencer de otro; una
América sin suspicacias pueriles, ni confianzas cándidas, que convida sin miedo a la
fortuna de su hogar a las razas todas, porque sabe que es la América de la defensa de
Buenos Aires y de la resistencia del Callao, la América del Cerro de las Campanas y
de la Nueva Troya. ¿Y preferiría a su porvenir, que es el de nivelar en la paz libre, sin
codicias de lobo ni prevenciones de sacristán, los apetitos y los odios del mundo;
preferiría a este oficio grandioso el de desmigajarse en las manos de sus propios
hijos, o desintegrarse en vez de unirse más, o por celos de vecindad mentir a lo que
está escrito por la fauna y los astros y la Historia, o andar de zaga de quien se le
ofreciese de zagal, o salir por el mundo de limosnera, a que le dejen caer en el plato
la riqueza temible? ¡Sólo perdura, y es para bien, la riqueza que se crea, y la libertad
que se conquista, con las propias manos! No conoce a nuestra América quien eso ose
temer. Rivadavia, el de la corbata siempre blanca, dijo que estos países se salvarían: y
estos países se han salvado. Se ha arado en la mar. También nuestra América levanta
palacios, y congrega el sobrante útil del universo oprimido; también doma la selva, y
le lleva el libro y el periódico, el municipio y el ferrocarril; también nuestra América,
con el Sol en la frente, surge sobre los desiertos coronada de ciudades. Y al
reaparecer en esta crisis de elaboración de nuestros pueblos los elementos que lo
constituyeron, el criollo independiente es el que domina y se asegura, no el indio de
espuela, marcado de la fusta, que sujeta el estribo y le pone adentro el pie, para que se
vea de más de alto a su señor.
107
Por eso vivimos aquí, orgullosos de nuestra América, para servirla y honrarla. No
vivimos, no, como siervos futuros ni como aldeanos deslumbrados, sino con la
determinación y la capacidad de contribuir a que se la estime por sus méritos, y se la
respete por sus sacrificios; porque las mismas guerras que de pura ignorancia le echan
en cara los que no la conocen, son el timbre de honor de nuestros pueblos, que no han
vacilado en acelerar con el abono de su sangre el camino del progreso, y pueden
ostentar en la frente sus guerras como una corona. En vano,—faltos del roce y
estímulo diario de nuestras luchas y de nuestras pasiones, que nos llegan ¡a mucha
distancia! del suelo donde no crecen nuestros hijos,—nos convida este país con su
magnificencia, y la vida con sus tentaciones, y con sus cobardías el corazón, a la
tibieza y al olvido. ¡Donde no se olvida, y donde no hay muerte, llevamos a nuestra
América, como luz y como hostia; y ni el interés corruptor, ni ciertas modas nuevas
de fanatismo, podrán arrancárnosla de allí! Enseñemos el alma como es a estos
mensajeros ilustres que han venido de nuestros pueblos, para que vean que la
tenemos honrada y leal, y que la admiración justa y el estudio útil y sincero de lo
ajeno, el estudio sin cristales de présbita ni de miope, no nos debilita el amor
ardiente, salvador y santo de lo propio; ni por el bien de nuestra persona, si en la
conciencia sin paz hay bien, hemos de ser traidores a lo que nos mandan hacer la
naturaleza y la humanidad. Y así, cuando cada uno de ellos vuelva a las playas que
acaso nunca volvamos a ver, podrá decir, contento de nuestro decoro, a la que es
nuestra dueña, nuestra esperanza y nuestra guía: “¡Madre América, allí encontramos
hermanos! ¡Madre América, allí tienes hijos!”
NUESTRA AMÉRICA
Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de
alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los
ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete
leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en
el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en
108
América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la
cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las
armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras
de piedra.
No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el
mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados.
Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van
a pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren
los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han
de encajar, de modo que sean una, las dos manos. Los que, al amparo de una
tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la
tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no
quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las
deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no
podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor,
restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las
tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las
siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en
cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.
A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son
hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No
les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el
brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar
los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si
son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de
sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea
carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal
indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la
dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre? ¿el que se
queda con la madre, a curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la
109
vean, y vive de su sustento en las tierras podridas, con el gusano de corbata,
maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la
casaca de papel? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y
va de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del
Norte, que ahoga en sangre a sus indios y va de más a menos! ¡Estos delicados, que
son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres! Pues el Washington que les
hizo esta tierra ¿se fue a vivir con los ingleses, a vivir con los ingleses en los años en
que los veía venir contra su tierra propia? ¡Estos “increíbles” del honor, que lo
arrastran por el suelo extranjero, como los increíbles de la Revolución francesa,
danzando y relamiéndose, arrastraban las erres!
Ni ¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas
dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea
del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De
factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado
naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para
servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de
incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas
modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y
derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas
que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales,
de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica
libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un
decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de
Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A 1o que es, allí donde se
gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es
el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué
elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por
métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada
hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso
110
para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El
gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma
del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más
que el equilibrio de los elementos naturales del país.
Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los
hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha
vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre
la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la
inteligencia superior, mientras ésta no se vale de su sumisión para dañarle, o le
ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto
a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el
interés. Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los
tiranos de América al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las
repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos
verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos.
Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador.
En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por
su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano: allí donde los cultos no
aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la
inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo
sacude y gobierna ella. ¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes, si no
hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno,
que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar
salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un
pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los
que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de
ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se
vive. En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio
de los factores reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages; porque el
que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la
111
verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella.
Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil que resolver el
problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la
justicia acumulada de los libros, porque no se la administra en acuerdo con las
necesidades patentes del país. Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo
conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad
europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas
acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia.
Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los
políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras
repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el
pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en
nuestras dolorosas repúblicas americanas.
Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo,
vinimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte de la Virgen
salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer
alzan en México la república, en hombros de los indios. Un canónigo español, a la
sombra de su capa, instruye en la libertad francesa a unos cuantos bachilleres
magníficos, que ponen de jefe de Centro América contra España al general de
España. Con los hábitos monárquicos, y el Sol por pecho, se echaron a levantar
pueblos los venezolanos por el Norte y los argentinos por el Sur. Cuando los dos
héroes chocaron, y el continente iba a temblar, uno, que no fue el menos grande,
volvió riendas. Y como el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos
glorioso que el de la guerra; como al hombre le es más fácil morir con honra que
pensar con orden; como gobernar con los sentimientos exaltados y unánimes es más
hacedero que dirigir, después de la pelea, los pensamientos diversos, arrogantes,
exóticos o ambiciosos; como los poderes arrollados en la arremetida épica zapaban,
con la cautela felina de la especie y el peso de lo real, el edificio que había izado, en
las comarcas burdas y singulares de nuestra América mestiza, en los pueblos de
112
pierna desnuda y casaca de París, la bandera de los pueblos nutridos de savia
gobernante en la práctica continua de la razón y de la libertad; como la constitución
jerárquica de las colonias resistía la organización democrática de la República, o las
capitales de corbatín dejaban en el zaguán al campo de bota de potro, o los redentores
bibliógenos no entendieron que la revolución que triunfó con el alma de la tierra,
desatada a la voz del salvador, con el alma de la tierra había de gobernar, y no contra
ella ni sin ella, entró a padecer América, y padece, de la fatiga de acomodación entre
los elementos discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y
avieso, y las ideas y formas importadas que han venido retardando, por su falta de
realidad local, el gobierno lógico. El continente descoyuntado durante tres siglos por
un mando que negaba el derecho del hombre al ejercicio de su razón, entró,
desatendiendo o desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse, en un
gobierno que tenía por base la razón; la razón de todos en las cosas de todos, y no la
razón universitaria de unos sobre la razón campestre de otros. El problema de la
independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu.
Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a
los intereses y hábitos de mando de los opresores. El tigre, espantado del fogonazo,
vuelve de noche al lugar de la presa. Muere echando llamas por los ojos y con las
zarpas al aire. No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la
presa despierta, tiene al tigre encima. La colonia continuó viviendo en la república; y
nuestra América se está salvando de sus grandes yerros—de la soberbia de las
ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación
excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítico de la raza
aborigen,—por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que
lucha contra la colonia. El tigre espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada
esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por los ojos.
Pero “estos países se salvarán”, como anunció Rivadavia el argentino, el que pecó de
finura en tiempos crudos; al machete no le va vaina de seda, ni en el país que se ganó
con lanzón se puede echar el lanzón atrás, porque se enoja y se pone en la puerta del
113
Congreso de Iturbide “a que le hagan emperador al rubio”. Estos países se salvarán
porque, con el genio de la moderación que parece imperar, por la armonía serena de
la Naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo de la lectura crítica que ha
sucedido en Europa a la lectura de tanteo y falansterio en que se empapó la
generación anterior, le está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hombre
real.
Eramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño.
Eramos una mascara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el
chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas
alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar sus hijos. El negro,
oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las
olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la
ciudad desdeñosa, contra su criatura. Eramos charreteras y togas, en países que
venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio
hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los
fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro
suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella.
Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el prebendado. La juventud angélica,
como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo, para caer con gloria estéril, la
cabeza, coronada de nubes. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba,
ciego del triunfo, los bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la
clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a
menos. Cansados del odio inútil, de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón
contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas
urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa o inerte, se empieza, como sin
saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. “¿Cómo
somos?” se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en
Cojímar un problema, no van a buscar la solución a Dantzig. Las levitas son todavía
de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América
se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la
levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en
114
crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale
agrio, ¡es nuestro vino! Se entiende que las formas de gobierno de un país han de
acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un
yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable,
tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos y adelanta
con todos, muere la república. El tigre de adentro se entra por la hendija, y el tigre de
afuera. El general sujeta en la marcha la caballería al paso de los infantes. O si deja a
la zaga a los infantes, le envuelve el enemigo la caballería. Estrategia es política. Los
pueblos han de vivir criticándose, porque la critica es la salud; pero con un solo
pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos! ¡Con el
fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando, por
las venas, la sangre natural del país! En pie, con los ojos alegres de los trabajadores,
se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos americanos. Surgen los
estadistas naturales del estudio directo de la Naturaleza. Leen para aplicar, pero no
para copiar. Los economistas estudian la dificultad en sus orígenes. Los oradores
empiezan a ser sobrios. Los dramaturgos traen los caracteres nativos a la escena. Las
academias discuten temas viables. La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga
del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada de
idea. Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio.
De todos sus peligros se va salvando América. Sobre algunas repúblicas está
durmiendo el pulpo. Otras, por la ley del equilibrio, se echan a pie a la mar, a
recobrar, con prisa loca y sublime, los .siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez
paseaba en un coche de mulas, ponen coche de viento y de cochero a una pompa de
jabón; el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la
puerta al extranjero. Otras acendran, con el espíritu épico de la independencia
amenazada, el carácter viril. Otras crían, en la guerra rapaz contra el vecino, la
soldadesca que puede devorarlas. Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que
no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos
factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando
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relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña.
Y como los pueblos viriles, que se han hecho de sí propios, con la escopeta y la ley,
aman, y sólo aman, a los pueblos viriles; como la hora del desenfreno y la ambición,
de que acaso se libre, por el predominio de lo más puro de su sangre, la América del
Norte, o en que pudieran lanzarla sus masas vengativas y sórdidas, la tradición de
conquista y el interés de un caudillo hábil, no está tan cercana aún a los ojos del más
espantadizo, que no dé tiempo a la prueba de altivez, continua y discreta, con que se
la pudiera encarar y desviarla; como su decoro de república pone a la América del
Norte, ante los pueblos atentos del Universo, un freno que no le ha de quitar la
provocación pueril o la arrogancia ostentosa, o la discordia parricida de nuestra
América, el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e
intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada sólo con la sangre de
abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos
dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce,
es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está
próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por
ignorancia llegaría, tal vez, a poner en ella la codicia. Por el respeto, luego que la
conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y
desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y
prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una
picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la
verdad.
No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de
lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el
observador cordial buscan en vano en la justicia de la Naturaleza, donde resalta en el
amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma
emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la
Humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas. Pero en el
amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos,
caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de
vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran,
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en un periodo de desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país,
trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas, aisladas y débiles, que el país
fuerte declara perecederas e inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por
antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque
no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en
sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los
hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura,
a los que, con menos favor de la Historia, suben a tramos heroicos la vía de las
repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede
resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y
urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime; la generación
actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América
trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran
Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la
semilla de la América nueva!
El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891
III. LA CONSTRUCCIÓN DEL PROYECTO REVOLUCIONARIO MARTIANO:
SUS BASES FUNDAMENTALES
El 27 de julio de 1878 Martí salía de Guatemala junto a su esposa, Carmen Zayas
Bazán, rumbo a Cuba. El 31 de agosto arribaban a La Habana. La guerra había
terminado y el proscripto podía regresar, decisión que tomó apremiado por su familia,
aunque con muchas reservas. Estaría en Cuba hasta septiembre de 1879, cuando fue
detenido por conspirador y desterrado nuevamente a España. Se vinculó a la labor
conspirativa, al trabajo clandestino y comenzó a ser conocido en los círculos
intelectuales cubanos y en los grupos de luchadores independentistas. Fue designado
vicepresidente del Club Central Revolucionario Cubano en la Isla y subdelegado del
Comité Revolucionario de Nueva York en Cuba. Estas designaciones evidencian el
peso que iba alcanzando dentro de los independentistas cubanos y, al mismo tiempo,
le permitieron estar en el corazón de las actividades conspirativas y, con ello,
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acumular una experiencia de gran valor y establecer relaciones importantes con los
luchadores cubanos.
Los alzamientos precipitados de agosto de 1879 dieron inicio a lo que se conoce
como la “Guerra Chiquita” y, en medio de la represión desatada, Martí fue arrestado
el 17 de septiembre y deportado el día 25. Llegaba a España en su segundo destierro
el 11 de octubre y en diciembre salía clandestinamente de la metrópoli rumbo a
Estados Unidos. El 3 de enero de 1880 estaba en Nueva York y el día 9 el Comité,
presidido por el mayor general Calixto García, lo nombró vocal. El 24 de enero se
estrenaba como orador con la “Lectura de Steck Hall” en un momento trascendente.
El recién llegado no solo exhortaba al combate sino que hacía una exposición
razonada y analítica en la cual se abordaban temas medulares como los problemas de
la pasada guerra, las causas de su final, la importancia de aprovechar el conocimiento
de aquellos errores _porque “los errores son una utilísima semilla”_ las condiciones
de Cuba y la necesidad de asumir la revolución como obra de reflexión, el papel de la
emigración en la guerra y, entre otros temas de gran importancia, la transformación
conceptual del Pacto del Zanjón en la “tregua de febrero”, en la “tregua fecunda”.
La salida de Calixto García para incorporarse a la guerra en Cuba marcó otro
momento trascendente: Martí asumía la presidencia del Comité interinamente, de ahí
que sostuviera correspondencia con diferentes jefes conspiradores o ya combatientes
en Cuba y que redactara las proclamas que se dieron a conocer con la firma del
general García. Debe observarse como Martí rebasa la concepción del conflicto como
hecho militar para darle una dimensión política y conceptualizarlo como revolución,
al tiempo que plantea su organización y legitimidad no solo en su aspecto militar.
Aunque la guerra no pudo sostenerse, esta coyuntura aportó una experiencia
fundamental a Martí para la elaboración de su proyecto revolucionario, especialmente
para definir los métodos que propiciaran la consecución de la revolución tal como él
la iba perfilando.
El período que va del fin de la Guerra Chiquita hasta 1887, cuando Martí comienza la
fase preparatoria de su gran proyecto revolucionario, está enriquecido con sus
experiencias continentales, lo que hay que tener presente para atender sus ideas
118
acerca de la revolución que concibe para Cuba y que pueden encontrarse en su
correspondencia privada, especialmente las cartas a Máximo Gómez y a Antonio
Maceo de 1882 y los documentos relativos a su ruptura con el plan encabezado por
Gómez en 1884. Su profundo estudio de la Revolución de 1868 y la experiencia
alcanzada acerca de los problemas de dirección del movimiento independentista
cubano, sumados a sus análisis de los problemas de la América postcolonial lo ponían
en capacidad de elaborar nuevas perspectivas.
En las cartas de 1882 a Gómez y Maceo, sin dudas las figuras más representativas del
independentismo en aquel momento, pueden verse los enunciados de esas ideas a
partir de un planteamiento medular: la necesidad de mostrar que la revolución es
“una obra detallada y previsora de pensamiento”. Aparece aquí ya el propósito de
“acreditar” la solución revolucionaria en el país, la necesidad de una guerra “rápida,
unánime y grandiosa” para hacerla viable, la búsqueda de la unidad, el rechazo a
cualquier forma de caudillismo, el llamado de alerta ante el peligro del anexionismo y
la importancia de la solución social en Cuba. Las respuestas de ambos generales
expresan la voluntad de participar en la obra en preparación, en el caso de Gómez con
el criterio de que aún no había llegado la hora, pero “necesitamos proceder con
bastante cordura, para ni detener ni precipitar los acontecimientos.” Mientras que
Maceo afirmaba que solo faltaba “que Vds., y sobre todo V., que están llamados a
hacer la revolución de las ideas, preparen el ánimo del pueblo para un
pronunciamiento general, (...)”14
La ruptura de Martí con el plan encabezado por Máximo Gómez en 1884, a raíz de
una conversación con aquel y Maceo en Nueva York, debe verse desde la perspectiva
de discrepancias en cuanto a métodos y la forma en que Martí concebía la
preparación de la revolución ya expresada en sus documentos de 1880 y 1882, por lo
que no se puede valorar la carta de 1884 sin vincularla con sus expresiones
anteriores.15
14 Luis García Pascual (compilación, ordenación cronológica y notas): Destinatario José Martí. Casa editora Abril, La Habana, 2005, 2da. ed., pp. 140-14315 Ver el análisis de esta etapa en Diana Abad: “La tregua fecunda: vigencia del ideal independentista” en Diana Abad, María del Carmen Barcia y Oscar Loyola: La Guerra de los Diez Años: la tregua fecunda. Ministerio de Educación Superior, La Habana, 1989
119
Martí no opuso reparo público al llamado plan Gómez-Maceo, no fue hasta después
de que su máxima dirección lo diera por concluido en 1886, ante la imposibilidad de
llevarlo a cabo, que asumió la preparación de su proyecto de manera pública, en lo
que tiene importancia especial su discurso del 10 de octubre de ese año y los
documentos emanados de la primera forma organizativa que propicia en esta etapa: la
Comisión Ejecutiva. En esos meses finales del año, Martí sostiene una abundante
correspondencia con muchos patriotas cubanos. Entre ellos está José Dolores Poyo,
figura insignia de la emigración independentista de Cayo Hueso, a quien expresa el
problema medular: En otro tiempo pudo ser nuestra guerra un arrebato heroico o
una explosión de sentimiento; pero aleccionados en veinte años de fatiga (...) no es
ya como antes la guerra cubana una simple campaña militar (...) sino un
complicadísimo problema político, fácil de resolver si nos damos cuenta de sus
diversos elementos y ajustamos a ella nuestra conducta revolucionaria (...).16 A Juan
Ruz le había escrito sobre “la hora que está acercándose, pero no parece llamarnos
todavía. Creo que tenemos tiempo.”17
Estas apreciaciones explican el tono de su discurso y de los documentos que envía de
manera oficial: está preparando la nueva etapa de la revolución, que debe pasar por
un período bélico necesario, y plantea las bases y objetivos esenciales a nombre de la
Comisión Ejecutiva. Obsérvese la importancia que se otorga a lo que constituye la
primera base, es decir, “acreditar en el país (...) la solución revolucionaria”, lo que
quiere decir, enfrentar las otras alternativas que se expresan como solución al
problema cubano _el anexionismo y el reformismo fundamentalmente_ dando crédito
a la vía revolucionaria, al tiempo que se insiste en la unidad y en los métodos y fines
democráticos. Comenzaba para Martí un proceso fundamental de carácter
organizativo, de preparación política e ideológica y de allegamiento de voluntades
para la revolución en una nueva etapa cualitativamente superior.
16 T I, p. 21117 Ibid. P. 203
120
LECTURA EN LA REUNIÓN DE EMIGRADOS CUBANOS, EN STECK
HALL, NUEVA YORK (Fragmentos)
24 DE ENERO DE 1880
Señoras y señores:
El deber debe cumplirse sencilla y naturalmente. No a un torneo literario, donde justen el
trabajado pensamiento y la cuidada frase,—no a recoger el premio de pasados y presentes
dolores, que por ser menos graves que los que otros sufrieron, más que enorgullecerme,
me avergüenzan;—no a hacer destemplada gala de entusiasmo y consecuencia personales
vengo,—sino a animar con la buena nueva la fe de los creyentes, a exaltar con el seguro
raciocinio la vacilante energía de los que dudan, a despertar con voces de amor a los que
—perezosos o cansados—duermen, a llamar al honor severamente a los que han
desertado su bandera. Y no cuido del aliño de mi obra, breve y raquítica muestra de la
que intento en beneficio de la patria,—porque no tiene derecho a los refinamientos de la
calma un lenguaje que no ha sabido conquistar aún para su pueblo la calma honrada y
libre; ni debe el buen guerrero, en la hora del combate, curar de su belleza, sino de
ofrecer el pecho ancho, como escudo del patrio pabellón, a las espadas enemigas.—Por
más que este enemigo a quien ahora combatimos, luche, más que con espadas, con
puñales.
A despecho de los tímidos, que gustan de achacar a una fatalidad inexorable los sucesos
que en gran parte de su timidez dependen,—sin lograr, ni de los que los oyen, ni de sí
mismos, ser creídos; a despecho de los agoreros, que, para librar del naufragio los
flotantes restos, anuncian con palabra calurosa la derrota de todos aquellos esfuerzos,
que, con una existencia definida y propia, trajeran, para establecerla mejor, la alteración
momentánea de la riqueza establecida; a despecho de humanas vanidades, que sin modo
de excusar su pereza, se duelen de ver que la actividad viril de los demás, les echa su
censurable calma en rostro; a despecho, en fin, de los que se alzaron sobre el pavés de la
revolución, no para afianzarlo o mantenerlo puro, sino para impedir que sus verdaderos
mantenedores lo libraran de su mancilla pasajera; a despecho de todos, y con aplauso y
admiración de muchos,—los cansados se fortalecen; las armas oxidadas salen de las
hendiduras donde sus dueños prudentes las dejaron, en olvido no, sino en reposo; las
121
pasiones humanas producen, excitadas de nuevo, sus naturales resultados; y aquella
década magnífica, llena de épicos arranques y necesarios extravíos, renace con sus
héroes, con sus hombres desnudos, con sus mujeres admirables, con sus astutos
campesinos, con sus sendas secretas, con sus expedicionarios valerosos. Ya las armas
están probadas, y lo inútil se desecha, y lo aprovechable se utiliza. Ya no se perderá el
tiempo en ensayar: se empleará en vencer. Los hijos de los bosques saben ya el árbol que
cura, el que alimenta y el que ampara. Las aves en las cuevas han aumentado sus
depósitos. La orilla en que se fracasó, se esquiva. Para los corceles, hay nueva yerba.
Para sus jinetes, nuevos frutos. Ya se conocen los peligros, y se desdeñan o se evitan. Ya
se ve venir a los estorbos. Ya fructifican nuestras miserias, que los errores son una
utilísima semilla. Ya ha cesado la infancia candorosa, para abrir paso a la juventud fuerte
y enérgica.—La intuición se ha convertido ya en inteligencia: los niños de la revolución
se han hecho hombres.
¡Ni era posible que muriesen, de tan oscura muerte, tales hombres y sucesos tales! ¡Ni
había de dejar de ser cierto, por la primera vez sobre la tierra, que, una vez gozada la
libertad, no se puede ya vivir sin ella! Las mejillas tenían que enardecerse con el calor de
los pasados combates; los guerreros tenían que preguntarse: ¿dónde están mis armas?; las
esposas se habían habituado al sublime dolor de ver partir cada día para la muerte a sus
maridos; los hijos, acostumbrados al lenguaje vigoroso de los padres, habían de mirar
con desprecio cómo sus padres acataban lo que en el campo escarnecían, y enseñaban a
sus hijos a que escarneciesen; las almas nuevas, venidas al mundo al resplandor de las
batallas, vigorizadas con el aire de los campamentos, habían de rebelarse contra la
bochornosa e hipócrita existencia de las poblaciones sometidas. La manada de cebras
rebeldes no podía convertirse en rebaño de mansas ovejas.—¿Y mis hijos?—se dirían las
madres. ¿Y mi esposo?—se diría la viuda. ¿Y mi amigo?—se diría el amigo. ¿Y mi
desventurada compañera?—se diría el que cavó la tierra con sus manos, y echó en el
hueco frío el cuerpo de su amada, o con los pies desnudos, y el pecho lleno de sollozos;
cruzó llorando por montes y por ríos con el cadáver a la espalda! Allá, en aquellos
campos, ¿qué árbol no ha sido una horca? ¿Qué casa no llora un muerto? ¿Qué caballo
no ha perdido a su jinete? ¡Y pacen ahora, en busca de jinetes nuevos!
122
Tales recuerdos no podían morir,—ni en las víctimas lastimadas, ni en los héroes
enorgullecidos ni en los que para admirarlos abrieron los ojos. No podían morir aun
cuando los héroes y las víctimas muriesen porque las tempestades que se apartan por
miedo de los ojos del tirano, se concentran y se preñan de ira en el silencio del hogar.—
El hijo odiará lo que odió el padre. El hambre pasa; del cansancio se vuelve; la traición
llega a ser conocida. Los que en comunidad vivieron, si por pasajero temor se huyen,—
por invencible solicitud se unen para disculparse unos a otros; para enorgullecerse de la
pasada gloria, y ponerla en frente, como excusa, de la actual miseria; para devorar
reunidos nuevas y comunes afrentas,—en comunidad vuelven a vivir. Y los muertos
entonces cobran forma. El que sepultó a su mujer quiere volver a llorar sobre la
abandonada sepultura. El padre no se decide a que su hijo se avergüence de él. El esposo
perdido reconviene en las sombras a la esposa. Todos los ojos se llenan de lágrimas. Se
cuentan las virtudes de los muertos. Como oscura venganza, se recuerda su modo de
morir,—y la crueldad del matador. Y exaltados y fieros, se dicen que aquel día
triunfaron, que aquella acción fue acción de gloria, que estos dueños se sentaron ante
ellos en el banquillo de los reos. Y flota sobre la comunidad aire de pólvora. Y los azotes
se oyen fuera. Y el azotador toca a las puertas. Y en las espaldas flageladas nacen alas.
¡Los que lo anduvieron una vez, no olvidan el camino de la gloria! La dignidad, los
terribles recuerdos y la cólera lavaron la culpa de la flaqueza y del engaño.—Y
entrándose en tropel por donde iban la utilidad y la razón, a par de ellas levantan,
luchando a la vez por el bienestar y por la honra, el estandarte de la guerra nueva.
Los que no vivieron de ese heroico modo, los que, desde el fondo de sus calabozos,
desde los buques que los llevaban al destierro, desde los tristes hogares, donde se
cumplían silenciosamente terribles deberes, no compartieron aquella vida nómada y
brillante, llena en la baja tierra, como en el alto cielo, de nubes y estrellas; los que no han
investigado con celo minucioso aquella pasmosa y súbita eminencia de un pueblo, poco
antes aparentemente vil, donde se hizo perdurable la hazaña, fiesta el hambre, común lo
extraordinario; los que, con bizantinas aficiones, o con teóricos instintos, o con serviles
hábitos aceptaron la grandiosa guerra, como sabroso halago a una vanidad ofendida sin
tasa por el áspero dueño, o como imprudente perturbación a un sueño blando, con la cual
era útil sin embargo, por lo que pueden los pueblos coléricos, parecer en el día del
123
probable triunfo, acreditado amigo; los que con los ojos empañados por la atmósfera
espesa de las ciudades españolas, ofuscan con el temor su inteligencia, y el hermoso
amor a los que padecen con el amor exagerado de sí propios,—leerán atónitos este para
ellos cuadro extraño, donde, con ser tan reales las figuras y tan vivos los poderosos
elementos, no se refleja en un solo punto su urbana y financiera manera de pensar,—y
hierven sobresaltos, y brillan heroísmos, y olean y se encrespan pasiones que no fueron
nunca datos para sus raquíticos problemas.
¡Pero vosotros, emigrados buenos, sufridores de hoy, triunfadores de mañana; vosotros
que bautizáis a vuestros hijos con el nombre de nuestros héroes más queridos, de
nuestros mártires, de nuestros inválidos; que habéis probado vuestra fe, donde la prueban
los amigos leales, en el abandono y en la desventura; que habéis preferido la labor
modesta, llena de fuerza digna, al placer de levantar casa sobre los cadáveres calientes,
sin más cimiento que la palabra movediza de un adversario inepto y alevoso; vosotros
que no creéis en la prosperidad de una tierra donde sobre la generación presente han
caído desatadas las culpas de las generaciones anteriores, y no hay interés en la hacienda,
ni recuerdo en la memoria, ni aspiración escondida que, aun en los más débiles e
hipócritas,—no batalle radical y esencialmente con los intentos e intereses de aquellos
con quienes se pretende una imposible y perniciosa concordia; vosotros que sentáis a
vuestra mesa a los gloriosos mutilados, a los veteranos de la independencia, mal avenidos
con la inútil paz; que al calor de la extranjera estufa, oísteis rodeados de los atentos hijos,
cuentos de victorias y derrotas, y llorásteis con los afligidos narradores, nobles lágrimas;
que habéis entrado en el práctico sentir que, con el quilate mayor de las desgracias,
despierta en los trabajadores este pueblo utilitario y reflexivo; que en presencia de este
pasmoso desenvolvimiento, y con la memoria de aquella vida mísera, no veis salud para
el espíritu, ni porvenir para la tierra, fuera de aquella solución, beneficiosa a la par que
gloriosa, que por ancha y nueva vía política lleve a la rica patria a la dueñez completa de
sí misma, y al íntimo contacto, jamás por nuestros dueños consentido, con los pueblos
hacia los que tradiciones viejas, intereses presentes, simpatías irresistibles, y supremas
afinidades económicas nos conducen; vosotros que resolvéis con cuerdo sentido—que
no todo ha de ser sombrío problema—las inquietudes de la dignidad, sin cuyo franco y
osado ejercicio a nadie se impone amor ni respeto,—a par de las solicitudes del bienestar
124
material, objeto imprescindible, aunque no objeto principal, de la existencia; vosotros los
ricos, que habéis tenido el enérgico valor de despreciar vuestra riqueza, y de haceros bajo
un techo decoroso, y sin que el látigo os alcance, otra riqueza nueva; vosotros los pobres,
que con la sagrada alegría de los creyentes, y con esa serena intuición de lo que es bueno,
no oscurecida por vanidades ni intereses, amásteis en sus horas de agonía a la santa idea
enferma, con tierna y melancólica lealtad; vosotros habéis sentido palpitar en torno
vuestro a esos guerreros impacientes, a esos engañados rencorosos, a esas madres que ya
no sonríen, a esos varones que no saben llorar, porque han aprendido que las fuerzas que
se pierden en lágrimas, hacen falta después para el ardimiento y empuje de la sangre!
Vosotros mismos sois esa comunidad que se levanta, entre vosotros andan los
arrepentidos; en vuestros ojos se ve relampaguear brillo de aceros.
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Ese es un hecho; contra conjuros, veleidades y anatemas; contra la traición de los unos, la
fatiga de los otros y la persecución de nuestros dueños, la guerra ruge en Cuba. Un mal
no existe nunca sin causa verdadera. Busca la naturaleza el placer, que por sí mismo se
mantiene; pero huye todo daño, a menos que invencibles causas no la obliguen a él.
Jamás tuvo un suceso, suma mayor ni más alborotada de enemigos. Los que de malgrado
habíanse resignado, sin conciencia de la grandiosa obra que empeñaban, a la pérdida
pasajera del esplendor de su fortuna,—imaginando equivocadamente que haciendo acto
de contrición volverán a disfrutarla, han hecho el acto. Los que empujados más allá tal
vez de donde pretendieron ir, no entraron en este duelo a muerte con la mano bastante
firme, con el objeto claro y definido, con el corazón dispuesto a todos los reveses,—
descansan sobre las ruinas de sí propios, en espera de que no habrá más convencidos, ni
tenaces, ni inteligentes luchadores que lleven a puerto la nave en que ellos zozobraron.
Los que capaces de aspiraciones sin cuento y enamorados de la fácil gloria, dejaron morir
a sus defensores para profanarlos luego alzándose sobre ellos, a enarbolar con mano
fratricida el estandarte enemigo de aquel sobre cuyos mártires se alzaban,—vieron con
ojos hostiles a los legítimos propietarios y a los valientes herederos de una victoria que
usurparon en un momento de confusión y de vergüenza, pero que no puede pertenecerles,
porque no han tenido virtudes suficientes para conquistarla. Ni ha de permitir un pueblo
125
que lo guíen los que desconocen sus verdaderos elementos, ignoran en absoluto el objeto
real y la vía útil del país en que nacieron, y en lugar de remover con mano fuerte, a fin de
conocerlas y encauzarlas, las entrañas hirvientes del volcán, a riesgo de morir en ellas
abrasados,—pretenden evitar la erupción sentándose en la cima, como si en las horas de
fuego y de lava fuera bastante a evitar el estrago tan pequeño estorbo: como si, cuando la
mejor y mayor parte de un pueblo se levanta, y de las tres comarcas de una tierra, dos
mueren por un intento, y la otra lo admira, pudiera ser el esfuerzo sofocado por la
algazara descompuesta de un grupo que sólo ha sabido señalar su nombre a merced de
conscientes engaños, de mantener promesas que sabía que no habían de ser cumplidas, y
de escarnecer y sonrojar a la revolución originaria de su poder ficticio, a la madre
gloriosa a quien habían debido la existencia.
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Esta no es sólo la revolución de la cólera. Es la revolución de la reflexión. Es la
conversión prudente a un objeto útil y honroso, de elementos inextinguibles, inquietos y
activos que, de ser desatendidos, nos llevarían de seguro a grave desasosiego
permanente, y a soluciones cuajadas de amenazas. Es la única vía por que podemos
atender a tiempo a intereses que están a punto de morir, que son nuestro único e1emento
de prosperidad económica, y que nada tienen que esperar de intereses absolutamente
contrarios. Y en este instante en que los mares amenazan de uno y otro lado del
Continente salirse de quicio, para llevar sobre su espalda corva y móvil a los pueblos
amarillos la artística riqueza de los pueblos blancos; en este punto de la historia humana
en que, por faena que pasma, parece que la tierra se va abriendo a una era de comunión y
de mayor ventura, estamos en gravísimo riesgo los cubanos de perder para siempre el
más cómodo, sencillo y provechoso medio de levantar la maltratada patria a inesperada
altura de fuerza y de opulencia. Porque ésta, que se mira por algunos como una época de
transición y de perturbaciones trabajosas para Cuba, es para ella un instante, irreparable y
decisivo, en el que, de no removerla enérgicamente, perderemos con la única mermada y
amenazada riqueza que nos resta, la posesión natural y probable de uno de los más
cuantiosos veneros de fortuna que el comercio en este tiempo ofrece. Y estos problemas,
por los que, como por todos los reales y premiosos, pasamos casi siempre sin volver a
ellos los ojos, entorpecidos a fuerza de mirar cadalso y yugo,—montan un poco más que
126
estos estrechos propósitos, aspiraciones imperfectas e insinuaciones tímidas con que
individual y dislocadamente lucha hoy la falseada e insegura representación cubana en
las Cortes españolas.—Y con ser el intento tan menguado, helos ahí, fusteados y
vencidos, mirados como a extraños, y no tan castigados como egregios varones en otros
tiempos fueron, porque con alguna excepción meritoria, no han tenido ni el esforzado
ánimo, ni la viril palabra, ni el seguro juicio que tuvieron ellos.
Debe hacerse en cada momento, lo que en cada momento es necesario. No debe perderse
el tiempo en intentar lo que hay fundamento harto para creer que no ha de ser logrado.
Aplazar no es nunca decidir,—sobre todo cuando ya, ni palpitantes memorias, ni
laboriosos rencores, ni materiales y cercanas catástrofes, permiten nuevo plazo. Adivinar
es un deber de los que pretenden dirigir. Para ir delante de los demás, se necesita ver
más que ellos.
Los pueblos no saben vivir en esa acomodaticia incertidumbre de los que al amparo de
las ventajas que la prudencia proporciona, no sienten en el abrigado hogar las
tempestades de los campos, ni en el adormecido corazón el real clamor de un país
lapidado y engañado.
Ignoran los déspotas que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las
revoluciones; y acarician a aquella masa brillante que, por parecer inteligente, parece la
influyente y directora. Y dirige, en verdad, con dirección necesaria y útil en tanto que
obedece,—en tanto que se inspira en los deseos enérgicos de los que con fe ciega y
confianza generosa pusieron en sus manos su destino. Pero en cuanto, por propia
debilidad, desoyen la encomienda de su pueblo, y asustados de su obra, la detienen;
cuando aquellos a quienes tuvo y eligió por buenos, con su pequeñez lo empequeñecen y
con su vacilación lo arrastran,—sacúdese el país altivo el peso de los hombros y continúa
impaciente su camino, dejando atrás a los que no tuvieron bastante valor para seguir con
él. La política oportunista, como ahora se llama, pretendiendo erigir en especial escuela
lo que no es más que el predominio del buen sentido en la gestión de los negocios
públicos; la política oportunista, que no consiste en esperar ciegamente, y a pesar de
todo, sino en no impacientarse cuando hay derecho a tener esperanza, no puede ser el
loco empeño de fingirlas allí donde no hay razón alguna que las alimente o autorice. La
127
libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a
comprarla por su precio.
De los elementos vibrantes y variados que palpitan en Cuba; de la impotencia para el
bien, y de la incapacidad para el gobierno, de la política española; de los hábitos
contraídos en la larga campaña, no equilibrados por posteriores beneficios, y favorecidos
por nuevas ofensas; de la costumbre de batallar que agita a unos, de la costumbre de ser
libres que inquieta a otros; de la vergüenza de haber contribuido al general desdoro; de la
ausencia absoluta de los caudales recelosos en la más necesitada y considerable porción
de la isla; de la abundancia irreflexiva y traidora de promesas, que hacía sentir luego en
mayor grado el engaño; de la miseria sin esperanza que a todos afligía; del patriótico
ardor que encendía a todos, alimentado por tan varias causas,—la revolución había de
surgir, a despecho de los que no sentían tan vivamente estos punzantes males; había de
surgir desatentada y fiera, como explosión de cólera y renacimiento tempestuoso de
aspiraciones varias e iracundas, que no necesitaban de previo acuerdo para lanzarse a la
batalla. Y como así había de surgir, y no había en el Gobierno español prudencia para
evitarla, ni fuerza para contenerla; ni en la política española había caminos, cualesquiera
que fueran sus accidentes, para dominarla, aprovechando el cansancio de muchos, por
urgentes y numerosas reparaciones; como la propaganda, estrecha y desoída, de
platónicos teorizantes, ni iba más allá de los en ella interesados, ni ofrecía digno alimento
a las pasiones, ni consolaba con su energía, ni aliviaba los males con su empeño, ni
convencía con su raciocinio,—en esta conflagración de hirvientes elementos, en este
amontonamiento de la ira, en este apresto incontrastable de los menesterosos y de los
batalladores, fue por todo concepto necesario, como única obra inmediata y oportuna,
dirigir y hacer entrar en borde, una revolución inevitable, que, entregada a sí misma, nos
hubiera llevado a graves riesgos en su desbordamiento torrentoso. Cuando un mal es
preciso, el mal se hace. Y cuando nada basta ya a evitarlo, lo oportuno es estudiarlo y
dirigirlo, para que no nos abrume y precipite con su exceso. De manera que cuando no
hubieran el valor y el decoro, y el sentimiento del honor, leyes primeras de la vida,
producido la actual revolución,—y ellas solas habían de ser fuerza bastante a producirla,
—un motivo vulgar de conveniencia, y un raciocinio lógico y cerrado, llevaban a
vigorizar y dar matiz y forma a un movimiento que no era posible ya impedir. Y por esto,
128
—como las mismas razones, fortalecidas por sucesos nuevos y por los acuerdos
esperados, militan ahora,—es ahora lo único oportuno auxiliar con energía a una
revolución que por sí propia toma cuerpo, y por la crueldad y la torpeza de sus enemigos.
Y por esto, con desdeñoso olvido de simpatías que no han menester, y con el aplauso en
junto de la razón y del decoro satisfechos, se enorgullecen de su obra los que alentaron
con toda su energía, y auxilian con todas sus fuerzas, la actual revolución.
Era natural aquella lamentable diferencia entre los sometidos de siempre, y los rebeldes
de siempre; era natural, dado lo raro de la grandeza y lo poco común del divino amor al
sacrificio, que pensaran de distinta manera los que durante los diez años habían vivido
peleando, y los que habían vivido los diez años en las poblaciones españolas.—Los que
por indiferencia o por flaqueza, no habían tomado parte en la revolución, hallaron en la
paz inesperada un pretexto con que justificar su retraimiento. Y se asieron a él, con la
tenacidad con que se asen los que unen a la vanidad la inteligencia, espoleada por el
miedo.
Era natural la división. No había ocupado de igual modo la revolución todo el territorio
de la Isla. Vieron los pueblos del extremo más occidental aquella década, no bajo la
forma de guerra activa y de derecho conquistado, sino bajo la de persecuciones, muertes
en patíbulos, lento martirio en los presidios, con todo el cortejo de increíbles crueldades,
de cuya remembranza no han menester para esforzar sus argumentos los hombres
pensadores. En el Oriente y Centro de la Isla, y en buena parte de Occidente, los niños
nacieron, las mujeres se casaron, los hombres vivieron y murieron, los criminales fueron
castigados, y erigidos pueblos enteros, y respetadas las autoridades, y desarrolladas y
premiadas las virtudes, y producidos especiales defectos, y pasados años largos, al tenor
de leyes propias, bajo techo de guano discutidas, con savia de los árboles escritas, y sobre
hojas de maya perpetuadas; al tenor de leyes generosas, que crearon estado, que se
erigieron en costumbres, que fueron dictadas en analogía con la naturaleza de los
hombres libres, y que, en su imperfecta forma y en su incompleta aplicación, dieron sin
embargo en tierra con todo lo existente, y despertaron en una gran parte de la Isla
aficiones, creencias, sentimientos, derechos y hábitos para la comarca occidental
absolutamente desconocidos.
129
En tanto, en Occidente,—descartando desde ahora de una vez por todas, de estas
consideraciones, la suma grande de habitantes de los pueblos que fue antes, y continúa
siendo hoy, fiel a la patria,—la revolución ejercía distinta influencia en las ciudades y en
los campos. Luego que fue segado en flor lo más bello y mejor de nuestras eras, pasados
los primeros años de la guerra, arrepentidos volvieron, o por rara fortuna o tristes artes se
salvaron buena suma de pacíficos cubanos. De los que merecieron el honor de ser
encarnizadamente perseguidos, porción valiosísima conserva su varonil manera de sentir,
y callada u ostensiblemente, en Cuba o en la emigración, cumple con su deber y honra a
la patria.
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Las seducciones de la riqueza, y los disfraces que la inteligencia proporciona a una
voluntad capaz de usarlos, no pervertían fuera del recinto de las poblaciones
occidentales, el puro sentido de los vigilados campesinos. Persecuciones severísimas
habían echado lejos a cuanto había en aquellos campos de bravo, inteligente y bueno.
Escrupuloso era el registro de conciencias. La memoria había de ser más fiel allí donde el
dolor había sido más vivo. Por eso, cuando no ha mucho peregrinaron por pueblos y
campiñas cercanas a la Habana, los oradores del grupo político que ha convertido hoy en
cuestión de finanzas azucareras todas las graves cuestiones de la Isla,—no una vez sola
saltaron los machetes en las vainas, y a calurosas peroraciones de español sentido, con
promesa abundante de reformas, de que las Cortes de España están dando en estos
instantes buena cuenta, respondieron los fieros montunos con vivas entusiastas, no a la
patria liberal, sino a la patria libre.
Consumada la tregua de febrero, por causas más individuales que generales, en no escasa
parte ya desaparecidas, y que a engaños y a celos se debieron, más que a cansancio y
flojedad de los cubanos, ¿cómo habían de sentir del mismo modo, traídos a la existencia
en común con tan diversos precedentes, dos pueblos de tan distinta manera preparados?
Sensible fue apenas el cambio para los habitantes de la comarca occidental, y si en algo
lo sintieron, con la mayor seguridad de la producción, fue en beneficio suyo:—radical
fue el cambio y absoluto en el Centro y en el Oriente de la Isla. Los unos, de la ciudad
esclava, quedaron en la ciudad esclava. Los otros, del campamento y de los bosques
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libres, vinieron a la esclavitud de la ciudad. Muchos, la veían por primera vez; otros, la
amaron de distinta manera a como ahora la veían. Y cuando una voz inolvidable, porque
hay gritos que resumen toda una época, dijo: “¿Y los muertos?” todos sintieron que su
cabeza se rompía, y se llevaron la mano al corazón.
Un secreto instinto, que va siempre delante de la reflexión, anunciaba al país que una paz
tan misteriosamente concertada, tan inesperadamente hecha, y por unos y otros tan
recelosamente recibida, no prestaba garantía alguna de durabilidad y solidez. En tanto
que los que nunca desearon la guerra, afectaban tener por decisiva una paz en que nadie
creía, los provocadores y mantenedores de la lucha, asombrados de sí mismos, volvían a
estimar la guerra necesaria, y se preparaban para ella. Un sistema de infantiles libertades
permitía en Occidente que patricios de todo punto inofensivos, divirtiesen la atención del
país en elementales entretenimientos políticos. Impotente el Gobierno para contener la
viril actitud del extremo oriental, que sólo a fuerza de especiales halagos, y a condición
de libertades amplísimas, cedió a la tregua,—consentía a los hombres de Santiago el
ejercicio de una libertad en cuyo empleo y propia dirección no estaban dispuestos a cejar.
Y los hombres de campo, como a las cédulas onerosas seguían las cédulas onerosas; y a
los Capitanes de partido los Capitanes de partido; y a la miseria heroica, deshonrosa
miseria, y al hambre y la libertad, coronadas de una esperanza gloriosa, el hambre y la
esclavitud sin esperanza,—no animaron con sus labores aquella calma lúgubre,
interrumpida sólo por la imprudente vuelta de alguna crédula familia que venía a sepultar
en una tierra ingrata los ahorros de una laboriosa emigración, o por el ruido de los pasos
de los vigilantes enemigos que seguros de la guerra nueva, porque conocían ya a los
combatientes, estudiaban el campo de batalla y empleaban en prepararse para ella las
sumas que recogían de los vencidos. No bien asomaba una cabeza, no bien se movía una
lengua, no bien se erguía un hombre severo a pedir cuenta del violento engaño, sentábale
el Gobierno a la mesa y clavaba en sus umbrales solícitos espías. Como una culpa
castigaba en los campos sometidos, los actos y palabras que en la ciudad aparentaba
proteger. Del seno de las urnas profanadas, surgieron nombres desconocidos o
manchados.—Y se vio el espectáculo insolente de que una revolución que había
estremecido durante diez años la tierra propia, y asombrado a las extrañas, durmiera con
un sueño tan profundo y se desvaneciera con rapidez tan increíble, que un instante
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después de su interrupción inesperada, unas elecciones que se suponían hechas por los
revolucionarios sometidos, no enviaran un solo representante al parlamento donde iban a
decidirse sus destinos.
¡Ah! Es que el cielo no puede permitir que los tiranos sean más de una vez cuerdos; es
que para ser bastante enérgicos necesitábamos ser todavía más engañados; es que las
rivalidades personales, que dividen las fuerzas e inhabilitan para la victoria, si pudieron
producir una tregua provechosa, porque lo es siempre todo lo que acarrea una lección; si
eran bastante a perturbar y a contener por un momento breve un empeño grandioso, no
podían sin embargo sofocar las hermosas pasiones y los vitales impulsos que
promovieron la guerra interrumpida.
Elecciones libres había garantizado el gobierno de España, y falseaba las elecciones.
Exoneración de tributos, y cobraba con mano recia los tributos. Libertad para los
esclavos, y para que una ley indigna de perpetuación de la esclavitud fuese intentada por
el gobierno español, fue necesario que la revolución amenazante asomase de nuevo el
brazo fiero, tan esperado y tan temido. Prosperidad para los campos fue ofrecida y se
empleaban en aprestos militares y en espías, las sumas que a la riqueza pública se había
prometido dedicar. Sedújose a los emigrados, anunciándoles que con sus bienes se les
devolverían las rentas de ellos nacidas desde el instante en que la tregua fue firmada,—y
cuando alguno de los muy contados que volvieron, enemigos tenaces de todo nuevo
movimiento armado, enviaron a un hombre cubierto de mancilla, y que por tanto priva, a
suplicar humildemente que se cumpliese lo anunciado y se les entregasen las rentas, se
negó el gobierno a devolverlas, aunque con algún otro más afortunado, lo hubiera hecho
ya trabajosamente, so pretexto de que no había él de aprontar sumas que estaban
destinadas a preparar la nueva revolución. Prometió el gobierno que cesando la guerra
cesarían las cargas por ella originadas,—y acabada la guerra continuaron las cargas, y
por ley del Parlamento continuarán ahora, a pesar de que había ya desaparecido la causa
que se les daba por excusa.—Y era, señores, que las cargas no podían desaparecer, ni la
guerra había cesado en realidad, porque la cesación de un hecho sólo se determina por la
cesación de las causas que lo produjeron; era que agravar las razones sin cuento que
habían dado origen al primer conflicto, no podía ser camino prudente para privar de
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razones al segundo; era que los que ofendían no podían suponer que el que sabía blandir
un arma, no la blandiese en venganza de la ofensa; era que los triunfadores conocían todo
lo transitorio y casual de su triunfo; y era, en fin, que la conciencia de los déspotas suele
ser más leal que el valor de los súbditos, y que los que habían medido sus armas con las
nuestras, sabían que nuestras armas están hechas con un hierro mejor templado que el
hierro de Vizcaya.
Y allá, en la sombra de cuyas entrañas tenebrosas amenazaba, y amenaza todavía, nacer
un monstruo, tan temido por algunos de sus honrados padres como por los que pudieran
llegar a ser sus víctimas; allá, al chasquido del látigo, que todavía chasquea; al rumor de
nuestros cañaverales, monótonos y melancólicos como los esclavos que los cuidan; al
resplandor de hogueras numerosas, que más que un incendio, anuncian una época, los
oídos atentos escucharon un concierto de ira y de esperanza, que no oyeron tal vez los
que sin ellas cuentan, aturdidos por el ruido de sus pasos en las escaleras del palacio del
gobierno. ¡Bueno es sentir venir la cólera!
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¡Oh! ¡Qué pobres pensadores los que creen que después de una conmoción tan honda y
ruda como la que ha sufrido nuestro pueblo, puedan ser bases duraderas para calmar su
agitación, el aplazamiento, la fuerza y el engaño! ¡Qué políticos son esos que intentan
elevar a la categoría de soluciones, que para ser salvadoras han de ser generales, y para
ser aceptadas han de satisfacer al mayor número,—aspiraciones acomodaticias sin
precedente y sin probabilidad de éxito;—que creen que los problemas de un grupo de
rezagados, de arrepentidos y de cándidos, son los problemas del país; que en vez de
poner la mano sobre las fibras reales de la patria, para sentirlas vibrar y gemir, cierran
airados los oídos y se cubren espantados los ojos, para no ver los problemas verdaderos,
como si el débil poder de la voluntad egoísta fuera bastante a apartar de nuestras cabezas
las nubes preñadas de rayos!
Cuando una aspiración es justa; cuando se la ha alimentado en silencio largo tiempo; y
cuando sólo se expone una existencia miserable para lograrla,—para evitar que triunfe
una solución que sólo tendría de aceptable la razón que la había engendrado, es necesario
favorecer y apresurar el logro del propósito justo. Y así tendremos derecho, como lo
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tenemos los que alentamos la revolución, a la gratitud de aquellos que podrían justamente
miramos con odio. ¡No todos los ofendidos tienen pasiones e intereses que les impidan el
logro de su intento! Sobre el placer de dar lo justo, ¿por qué no procurarse la utilidad de
haber evitado una catástrofe?
Se fingen miedos por los sucesos de nuestro país ya desautorizados. Se pasean a los ojos
de los timoratos lúgubres fantasmas. ¿Son acaso los hombres de color, los negros y los
mulatos,—porque no debe hacerse misterio de un hombre como todos los demás natural
y sencillo,—son acaso aquel rebaño manso que obedecía a la mano interesada del pastor,
y al son de la elegíaca marimba, consuelo único prohibido a las veces, esperaba en calma
la hora de una lejana redención? ¿Son acaso una cohorte sanguinaria, que habrá, con
soplos huracánicos, de arrancar de raíz cuanto hoy sustenta el suelo de la patria? ¡Ah!
¡esto decían los españoles de los indios, tan ofendidos, tan flagelados, tan anhelosos
como los negros de su inmediata emancipación; esta amenaza suspendían sobre las
frágiles cabezas, cuando el aliento de Bolívar, más grande que César, porque fue el César
de la libertad, inflamaba los pueblos y los bosques y levantaba contra los dueños
inclementes la orilla de los mares y el agua turbulenta de los ríos! Y la independencia de
América se hizo. Y con la faz radiante, aunque con el pecho devorado por el cortejo de
rencores y apetitos que dejó en lúgubre herencia la colonia, la tierra redimida se alzó
como una virgen, pura aun después de su tremenda violación, a ceñir sobre la frente de
los buenos la premiadora palma tinta en sangre.—Pero los fatídicos anuncios no se
realizaron; los indios no vinieron como torrentes desbordados de las selvas, ni cayeron
sobre las ciudades, ni quemaron con sus plantas vengativas las yerbas de los campos, ni
con huesos de blancos se empedraron los zaguanes de las casas solariegas. Ni una sola
tentativa, ni un solo rugido de cólera turbaron la paz de los difíciles albores. De viejos
males vinieron los males nuevos,—que no de la venganza ni de la impaciencia de los
indios. Y sea dicho de paso, desde esta tierra donde la conquista llegó de rodillas, y se
levantó de orar para poner la mano en el arado; sea dicho desde esta tierra de abolengo
puritano, para descargo de las culpas que injustamente se echan encima de los pueblos de
la América latina,—que los monstruos que enturbian las aguas han de responder de sus
revueltas ondas, no el mísero sediento que las bebe; que las culpas del esclavo, caen
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íntegra y exclusivamente sobre el dueño.—Que no es lo mismo abrir la tierra con la
punta de la lanza que con la punta del arado.
Mas, refrenando americanos ímpetus, volvamos a decir que ese temor de pavorosas
luchas no es, en los que pretenden ser su presa, más que un modo pueril de retardar el
cumplimiento de un deber. Los que se han acercado a los abismos y bajado a su fondo;
los que han buscado las fuentes del mal para cegarlas a tiempo, y han hallado en su
camino leales auxiliares; los que vieron por sí propios los senos en que se elabora la
tormenta, o se preparan los medios para conjurarla,—ni esperan locamente un bienestar
inmediato y seguro, en cuanto a esta faz del problema cubano se refiere, ni abrigan el
temor, disfraz de culpas, de que hombres en su mayor parte sumisos, en corta porción
inquietos, y en buena porción inteligentes, realicen bárbaros intentos, a cuya sola
sospecha se sonrojan honrados negros y honrados mulatos.
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¡Se necesita meditar tan poco para comprender que dos seres venidos a perpetua
vecindad, vivirán mejor en paz necesaria, aunque entre algunos no cordial, que en
perpetua y destructora riña! No sería cuerdo suponer que en pechos tan lacerados ha
desaparecido ya toda amargura, e inspiramos a los que hemos oprimido, una confianza,
no merecida aún en absoluto. Pero sería causar ofensa grave a la suma considerable de
hombres de color cubanos, tan sentidores de lo noble y tan capaces de lo intelectual como
nosotros, suponer en ellos intentos cavernosos, que con ánimo sereno, serían y han sido
ya, los primeros en encauzar y contener. Cierto que huyen, y con sobrada causa, de los
que desdeñan o afectan temerlos para seguir aún, en una u otra forma, en el goce de fácil
riqueza; posible es—y bien harían—que desdeñasen a su vez a los que buscan con no
dignas lisonjas sus aplausos. Pero a los que han estudiado en sus hogares su capacidad
para el sacrificio y la virtud; a los que han adivinado en sus corazones el perdón de todas
las ofensas y el olvido de todas las injurias; a los que en horas de común angustia han
sabido estrecharlos a su pecho; a los que han abierto sus heridas para poner, donde había
veneno, bálsamo; a los que han tenido amor bastante para afrontar a su lado sus
problemas, y virilidad sobrada para unir al blando consejo el severo raciocinio en la
represión de sus exaltaciones naturales; a éstos, los aman.—Ellos saben que hemos
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sufrido tanto como ellos y más que ellos; que el hombre ilustrado padece en la
servidumbre política más que el hombre ignorante en la servidumbre de la hacienda; que
el dolor es vivo a medida de las facultades del que ha de soportarlo; que ellos no hicieron
una revolución por nuestra libertad, y que nosotros la hemos hecho, y la continuamos
bravamente ahora, por nuestra libertad y por la suya. Y se cuenta la historia. Y se dice en
las fincas, y se repite en las ciudades. Y no han de ser los hombres de color libertados
infames que volvieran la mano loca contra sus esforzados libertadores. Al alborear
nuestra redención, y antes de organizar los medios de conquistarla,—organizamos
¡sublime hecho! la suya. Grandes males hubo que lamentar en la pasada guerra.
Apasionadas lecturas, e inevitables inexperiencias, trastornaron la mente y extraviaron la
mano de los héroes. Pero como ante un sol vivo reverdece en los campos toda grieta, y
truécanse en paisajes pintorescos los más hondos abismos,—ante esta vindicación de los
hombres ofendidos, siéntense amorosos deseos de perdonar todos aquellos extravíos.
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Así surgió la guerra; con estos elementos se mantien; viene a la historia con un hermoso
timbre, ya apuntado, y que no fuera prudente repetir. Cordura y cólera, razón y hambre,
honor y reflexión la engendran. ¡Esclavos que se adueñan de sí propios; ese dejo viviente
de soldados que viene siempre después de las revoluciones; esa brillante y numerosa
pléyade de hombres tenaces, hechos al rocío de la noche y al foguear y perseguir del día;
esos vivos que firmaron con los muertos un contrato que los que viven no han cumplido
todavía;—y vosotras, mujeres entusiastas;—vosotros, ricos del Camagüey, del Oriente y
de las Villas, que educáis a vuestros hijos en la labor modesta, y en el desdén de la
riqueza infame; vosotros, artesanos habaneros, que apartáis de vuestros jornales el noble
donativo, como anticipo que os ha de ser pagado con largueza por el sol de la patria
honrada y libre, que calienta de bien distinto modo que aquel pálido sol de los esclavos;
—vosotros no sois fantasmas errabundos, ni maléficos conjuros, ni sueños de una mente
visionaria, ni setas olvidadas que crecen melancólicamente en tierras frías. Sois un
pueblo real e inolvidable, hecho al dolor y a la fatiga;—que vive bajo la nieve,
enamorado siempre de su sol;—que tiene ya la frente demasiado alta, por el ejercicio de
sí propio, para entrar en la patria violada por puertas estrechas!
136
¡Oh! ¡qué terrible porvenir espera a nuestra patria, si todas las protestas pacíficas no se
convierten en protestas útiles; si en vez de marchar, en poderoso acuerdo, con la rapidez
de las cosas luminosas y la intimidad de las cosas fraternales, los hombres que pelean y
los hombres que socorren,—fuera donde muchos esa funesta creencia de que basta para
librar de males a la patria, enumerarlos removiendo el agradable fuego, o llorarlos
femenilmente sobre la cabeza de nuestros hijos y sobre el seno de nuestras mujeres!—
Los grandes derechos no se compran con lágrimas,—sino con sangre. Las piedras del
Morro son sobrado fuertes para que las derritamos con lamentos,—y sobrado flojas para
que resistan largo tiempo a nuestras balas.—¡Qué porvenir sombrío el de nuestra tierra si
abandonamos a su esfuerzo a los bravos que luchan, y no nos congregamos para auxiliar,
con la misma presteza y alientos con que se congregan ellos para combatir! ¡Qué adiós
tan largo a la patria, perdida entonces, por nuestro crimen propio, para siempre! ¡Qué
obra tan inútil aquella que hemos comenzado a realizar, y que consiste en dar un cauce
abierto a cóleras justas y terribles, concitadas por un engaño cruel y por una ley osada
contra nosotros y contra sí propios por nuestros enemigos! ¡Y cómo renacería tremendo
este peligro, si fuera posible—que no ha de ser posible—que cesase la actual revolución!
—¿Quién se atreve a esperar paz decisiva en una tierra donde todos los elementos están
librando una mortal batalla, y los batalladores han adquirido ya los hábitos de combatir?
Vagarán siempre por los campos familias miserables; los esclavos fugitivos, pobladores
de las selvas, las llenarán de caseríos inaccesibles, y contraerán en ellas propios hábitos,
que los alejarán mañana del comercial fragor de la ciudad, del cultivo afanoso de los
campos, y de toda tarea que no les sea urgente y exclusiva: ¡brava manera de unir,—
concitar divisiones duraderas entre las necesidades y costumbres de los nacidos a partir el
mismo pan!—Ni cesarán jamás los combatientes aguerridos—ni los que de la guerra
viven, mal inevitable, aflojarán en ella;—ni los que viven consagrados a lograr la libertad
definitiva de la patria, y a concertar su suerte futura con su admirable casual colocación,
los resultados de su historia, y la vivaz inteligencia de sus hijos, cederán jamás en la alta
empresa, ni se desalentarán por fracasos repetidos, ni sancionarán con su presencia su
ignominia, ni trocarán en incensario infame el puño de su espada. Que en este trueque, la
punta de la espada queda vuelta contra el mismo que mueve el incensario.
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Elementos permanentes producirán la guerra permanente. ¡Digan los arrepentidos;—
digan los que caen en pecado gravísimo, para el que después no habrá suficiente
penitencia, fingiéndose y alimentando esperanzas que osadamente, y brutalmente, les
devuelve el enemigo con la punta de la lengua en el Parlamento, y con la punta del puñal
en las haciendas y en los campos;—digan qué dique—sino ese mismo que provoca
contra sí la ira de las aguas, podrán oponer a los crecientes ríos;—cómo calmarán el fiero
empuje de una raza que expone sin temor en el combate todo lo que le es odioso,—para
lograr al fin lo que le es caro;—cómo convencerán a tantas criaturas de que es honrada y
amable una existencia inútilmente ignominiosa;—con qué pruebas de reales libertades
ahogarán las banderías armadas;—qué castigo merecerán los que no aprovechen la
ocasión de ennoblecerlas;—digan cómo conmoverán en nuestros pechos este sentimiento
altivo, hecho bueno con la severidad de la razón,—que hoy tiene sacerdotes numerosos, y
que aun cuando rodase en tierra, rota el ara, tendría siempre, enérgico y severo, al pie del
ara rota, un sacerdote!
¿Qué esperan esos hombres que afectan esperar todavía algo de sus dueños? ¡Oh! Yo no
he visto mejillas más abofeteadas; yo no he visto una ira más desafiada; yo no he visto
una provocación más atrevida. A tal punto se les rechaza y se les aterra, que no han
osado alzar en Cortes,—por creerla, según confesión de ellos mismos, irrealizable sueño,
—esa palabra culpable, disfraz de timideces y apetitos, con que pretendieron distraer la
atención y atar la voluntad de nuestro pueblo. ¿Qué afectan esperar, cuando con
desdeñosa complacencia, no perdonan sus dueños ocasión de repetirles que no cabe pedir
allí donde se ha de tener por entendido que no hay nada ya que conceder?—“No tiene
España en el orden político, nada que conceder, ni nada que cumplir”.—¿Creéis acaso
que es mía esta palabra de desesperación, este lema de soledad y desconsuelo?—¿Creéis
acaso que es augurio pesimista, imaginado al calor de exagerada exaltación patriótica?
Pues es la última declaración hecha en las Cortes españolas por el Ministro de Ultramar.
—España no tiene ya nada que conceder ni que cumplir. ¡Esperad ahora, mendigos!
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Nosotros hallaremos en todos los honrados corazones magnánima ayuda. Los
equivocados, se arrepentirán.—Los fugitivos, retornarán.—Los más culpables, lavarán al
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fin, viniendo, la grave culpa de haber venido tarde. Volverán a cruzar naves amigas los
mares que no ha mucho cruzaron con fortuna. Y no lucharán sólo los jinetes que en este
instante cabalgan por el llano, ni quedará sin asta la bandera que manos valerosas pasean,
saludada con triunfos, por campos no cansados todavía de recibir en su seno a muertos
nobles:—¡que abanderados, tiénelos de sobra! Y tocaremos a cada puerta. Y pediremos
limosna de pueblo en pueblo. Y nos la darán, porque la pediremos con honor. Y seremos
vencidos, y tornaremos a vencer. Y darán en tierra con nuestro actual empeño, y con
empeño nuevo caeremos sobre nuestra tierra. ¡Y nos ganarán esta batalla, y habrá aún
alguna alma fuerte y fiera que quedará batallando todavía!
¡Oh, no, pueblo magnífico!;—no eres aún bastante grande para que estén perdonadas ya
todas tus culpas;—¡pero no eres ya bastante pequeño para ofender los manes de tus
héroes!—Ni las pasiones ruines son tu único alimento, ni tus hijos malos podrán más que
tus hijos buenos, ni tus vicios más que tus virtudes, ni tu indignidad más que tu cólera, ni
el maléfico genio de tu ruina más que tus vehementes necesidades; ¡ni volverán a
marchar por vía distinta el guerrero que lucha por la libertad, y el trabajador que le envía
el arma!—El pueblo de auxiliares acompañará con su constancia al pueblo de
batalladores,—que lo animará con su valor. Lo que de ti espera en estos mismos instantes
tu enemigo,—¡de ti, pueblo decoroso,—lo tendrá! Llegue el valor del injuriado a donde
llega el pánico visible del enemigo que lo injuria. ¡Qué facilidad, vencer al débil! Y ¡que
larga caída, hacer para combatirlo menos de lo que el adversario espera de nosotros! ¡Oh,
no,—pueblo lloroso,—que en tierra ajena educas a hombres y a mujeres, que no tendrán
mañana el consuelo de distraer con los objetos nobles de la vida, las amarguras que
acarrean sus exigencias! ¡Oh, no,—pueblo de mártires, que ha sabido en un día, y en
largos años, más meritorios que el calor de un día, alzar en nuestros campos al esclavo
con aquella misma mano enseñada a ofenderlo y castigarlo, y comprar con la propia
labor en tierra extraña la cuna de sus hijos!—¡Oh, no,—voces sonoras, antes gusto y
regalo de salones, y hoy severo placer de las iglesias, en que a la vez entonan el himno
del trabajo, el treno acongojado de la viuda, y el canto sollozante de la patria!—¡Oh, no,
—muertos ilustres, al calor de nuestra alma revividos, y en el fondo del pecho
acariciados! ¡No durmáis todavía el sueño terrible de aquellos que han perdido ya toda
esperanza!—¡no nos echéis aún sobre el rostro, con vuestras manos frías y descarnadas,
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la sangre que vertisteis por ingratos!—¡no os alcéis en la noche silenciosa, con vuestro
cortejo de huesos deshonrados, a huir con ellos de un pueblo de mendigos, para darles
extraña sepultura en un lugar más digno de abrigarlos!—¡Movéos y contentaos, muertos
ilustres!—¡Antes que cejar en el empeño de hacer libre y próspera a la patria, se unirá el
mar del Sur al mar del Norte, y nacerá una serpiente de un huevo de águila!
EL COMITE REVOLUCIONARIO CUBANO DE NUEVA YORK
A los Cubanos:
Un suceso de extraordinaria importancia acaba de realizarse. Muchos argumentos han
venido con él a tierra; muchos disimulos carecerán desde hoy de pretexto; muchas
estudiadas desconfianzas perecerán por falta de razón. Lo imposible ha sido posible: el
general Calixto García está en Cuba.
Esta es, cubanos, aquella guerra que el enemigo astuto y el cubano arrepentido o cándido
pintaban como un exiguo movimiento, llamarada agonizante de un incendio vivo; aquella
guerra de razas, tan maligna y torpemente precipitada y anunciada por nuestros
enemigos; aquella intentona sin valía, como de ella dijeron, que ya no lo dicen, algunos
acomodaticios desdeñosos; aquella criminal locura, como en hora infeliz la llamaron
algunos timoratos; porque es ley que las frentes más altas y limpias atraigan sobre sí las
piedras que se mueven siempre en las manos débiles o envidiosas: ésta es, cubanos,
aquella guerra sin recursos sin importancia, sin jefe y sin gobierno.
Un animoso júbilo llena hoy todos los corazones. Nosotros tenemos el de haber
realizado, contra miserables obstáculos, contra censurables desvíos, contra taimados
desdenes, una empresa difícil; y los cubanos en masa tienen el de ver, en pie y con limpia
bandera, a los que en casos de honra y vida no han de admitir más transacciones que
aquellas que la humanidad y la clemencia aconsejen para con los vencidos, después de la
victoria. Entonces olvidaremos. Ahora, batallamos. Tienen los cubanos el júbilo de ver
burlado a un tenaz adversario; reanimado, con súbito impulso, el crédito de una idea
amadísima; vencida en lid de hechos esa cohorte de enemigos de todo acto que revele
140
valor, fuerza y grandeza en los demás; alzado en manos puras y briosas el estandarte
patrio; conducida la guerra por un hombre amado de los suyos, temido de sus enemigos,
penetrante, bravo y generoso. No era verdad que hubiese muerto el entusiasmo patrio en
los viriles corazones de estos honrados emigrados, vacilantes, por razones hartas, en
tanto que la guerra, con el movimiento perezoso de los resucitados, renacía, y hoy,
jubilosos y fervientes, celebrando con vivo regocijo esta nueva que viene a fortificar en
ello la esperanza. Para algunos, es la vuelta a la vida de un cadáver.
A deber suyo, a la general excitación, a la alegría pública, responde esta manifestación
del Comité, que si acepta agradecido las calurosas muestras de afecto que recibe, las
acepta por lo que le obligan, no por lo que le honran. Merecer la confianza no es más que
el deber de continuar mereciéndola. Si de la roca se ha hecho agua, del ancho río ¡qué no
podrá hacerse!
Si en aparente abandono y en soledad que por nuestro necesario sigilo y nuestra
sinceridad misma parecían mayores, hemos podido enviar a Cuba, con el jefe de la
guerra, de todos queridos y por todos llamado, número suficiente de recursos para
alimentar el animoso brío de los soldados de la Independencia, hoy que la confianza
surge, y no por cierto excitada por medios artificiales; hoy que las manos temerosas
comienzan a abrirse; hoy que las vulgares razones que apartaban de la guerra nueva a
gentes de valía, no pueden sin indecoro sustentarse; hoy que la guerra tiene un guía sin
tacha, que el desconcierto de nuestros enemigos anuncia la serenidad de nuestros
defensores, que el fracaso previsto se convierte en realidad brillante y venturosa; hoy,
que las aguas crecen, ¿qué no harán los cubanos?
Un hecho realizado nos da derecho para preparar, sin demora y sin rebozo, otro hecho
semejante. A una expedición, otra expedición. A un clamor allá, una respuesta aquí. A un
ejército de hombres que combaten, un ejército de hombres que auxilian. Simultánea y
enérgicamente hemos de hacer aquí y allá la guerra. Los que abandonen, serán culpables.
Los que peleen, héroes. Los que les ayuden, hombres honrados. ¡No cabe honor en dejar
morir, sin defensa, a aquellos cuyos triunfos nos preparamos, sin embargo, a aprovechar!
¿A qué hablar, cubanos, de los trabajos rudos, de las amargas pruebas, de las útiles
enseñanzas que precedieron a la salida del general García? ¿A qué hablar de los detalles
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que acompañaron al embarque y feliz arribo del valeroso jefe y de sus auxiliares,
abundantemente armados y equipados, con considerable refuerzo que ha de sustentar en
la lid oriental más de un recio combate? Olvídanse las penas por acerbas que hayan sido,
cuando se recoge su fruto generoso. Y si la publicación de determinados detalles, puede
halagar la vanidad de hombres hábiles, de los que los prepararon, no halagarían
ciertamente nuestra vanidad de hombres discretos. No ha de ser una satisfacción de amor
propio, cebo bastante para entregar nuestras armas a nuestros enemigos.
Admirando a los bravos quedamos los que sabíamos que partían; tras de ellos dejaron,
sin más amparo que ese misterio que acompaña al deber que se cumple, sus mujeres y
sus hijos; con placer de enamorados volvían a la guerra, hombres en ella curtidos, y por
sus balas más de una vez atravesados. Avergonzados presenciamos el espectáculo
magnífico, los que por diversos conceptos teníamos que quedar batallando en estas
tierras; y como de padres y hermanos se temiera, así temimos por la suerte de aquellos
nobles hombres, fiados a su arrojo. Iban entre ellos marciales caudillos, probados
caracteres, disciplinados servidores, jóvenes de mirada ardiente y brazo rudo.
Fácil nos fue ya, a muy pocos días, lisonjeamos con la probabilidad del éxito:
deducciones precisas, noticias particulares, y esa especie de vanguardia de anuncios que
precede a los acontecimientos importantes, nos daban derecho para comunicar a los
leales emigrados el suceso fausto. Pero no hubiera sido de prudentes crear, con
prematuro entusiasmo infantil, esperanzas que el éxito debilitara, o no justificara luego:
se hace preciso no perder batallas. De súbito, los rumores crecen; el adversario,
enmascarado, echa al suelo la máscara; donde sombra la promesa política, surge el
cadalso; sus primeras víctimas son, tal vez, las que favorecieron dos años hace su efímero
triunfo; los combates arrecian; las reclamaciones principian; telegramas candorosos y
desordenados crúzanse; las poblaciones son atacadas; Mayarí Abajo se quema; se quema
Palma Soriano; se quema San Luis; préndese en masa a los habitantes de los poblados; se
ocupa precipitadamente el Camagüey; y, en suma, el gobierno español anuncia por el
cable que el general Calixto García y seis expedicionarios han desembarcado cerca de
Santiago de Cuba. Nos lo habían anunciado ya nuestros telegramas.
142
Lamentablemente yerra el gobierno español en cuanto a la forma y entidad del
desembarco; no nos importa aclarar su error. Si la presencia del general García en los
campos de batalla no fuera hoy, con ser motivo de estremecimiento en las Cortes
españolas, un hecho en Cortes referido, bastante nos eran para confirmar su presencia en
Cuba, esa vigorización y empuje súbitos que en las operaciones del ejército cubano se
notaron. No a languidecer en estériles defensas, sino a no dar paz al acero, campo
adelante, va dispuesto el caudillo afortunado.
No necesita encomio nuestro el general García. Lleva su historia en su frente herida. El
que sabe desdeñar su vida, sabrá siempre honrarla. Pero es preciso que se sepa que ese
hombre de armas que triunfa hoy en Cuba no es sólo el jefe militar aclamado y solicitado
por sus antiguos compañeros; no es sólo uno de los iniciadores de la guerra nueva, a cuyo
lado se agrupan todos los que la sirven, de Occidente a Oriente, dando de mano a
divisiones viejas que tan funestas fueron ya una vez; no es sólo el prisionero avaro de
libros que completa en cuartillas húmedas la educación que debía a un alma generosa y a
señalados sufrimientos; no es sólo aquel audaz invasor de Las Auras, Melones y
Corralillo, el vencedor de Gómez Diéguez y de Esponda, el clemente guerrero, el
perseguidor infatigable.
Con el general García han ido a Cuba la organización militar y política que nuestra patria
en lucha requería; con el hombre de armas ha ido un hombre de deberes; con la espada
que vence, la ley que la modera; con el triunfo que autoriza, el espíritu de la voluntad
popular que enfrena al triunfador. A vencer y a constituir ha ido el caudillo, no sólo a
batallar. No a abarcar en sus manos un poder omnímodo, cualesquiera que puedan ser las
razones que para ello le dieren los amigos de semejantes soluciones. A prepararnos para
la paz, en medio de la guerra, sin debilitar la guerra: a esto ha ido. A convocar al país
para que se dicte su ley; a establecer, como ya ha establecido, un gobierno por todos
esperado, y para él por todos reservado; a ofrecer, y a cumplir, que no envainará la
espada sino luego de pasado el último umbral del enemigo, y que en sus manos no
volverá a lucir sino para romperla en el ara de las leyes. ¡Esta es, cubanos, aquella guerra
tremenda de razas coléricas: aquella guerra sin recursos, sin importancia, sin hombres y
sin armas; la intentona sin valía, la criminal locura!
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Minuciosa y detalladamente serán comunicados a la emigración todos los actos que se
refieran al establecimiento y organización del Gobierno cubano, y en grupo, y después de
un modo periódico, todas las noticias de la guerra. Importa hoy sólo responder al general
clamor; afirmar, para contento de las almas patrióticas, el alto hecho; señalar que, sin los
reacios y sin los hostiles, como se inició la guerra, se la sigue; como se le dio cauce, se le
han dado armas; como armas, jefe; y como jefe que la solemnice y agigante, se le darán
todos los recursos que para la victoria necesite. Los caudillos nuevos han aprendido de
los viejos a pertrecharse de recursos en las bandoleras enemigas.
¿Cómo se ha producido este acontecimiento?—se dirán los incrédulos.—¿Con qué
recursos se ha preparado esa expedición? ¿Qué han podido hacer los que no han sido
ayudados por nosotros? ¡Oh! Hacen mal los que desertan del deber; hay siempre tras de
cada idea, un ejército modesto, que los hombres sinceros saben encontrar y dar a luz. Son
pobres y ricos, tímidos y valerosos. Los unos, se recatan; los otros, se muestran. Pero,
sobre todas las transacciones del cansancio, sobre todas las humillaciones soberbias,
sobre todos los tenaces y cómodos retraimientos, sobre todas las sugestiones de la
vanidad, el interés, el amor propio y el miedo, es la de la honra una bandera que jamás
queda sin asta y sin abanderado.
Un pueblo muere y necesita vida: ¿quién lo guía? El instinto. ¿Quién lo salva? Su propia
angustia. ¿Con qué fuerzas lucha? Con las de la desesperación. No es la guerra de Cuba
un problema de clases, ni de comarcas, ni de grupos; es una guerra por la vida, donde no
hay más que dos términos: o mancillar una existencia oscura, preñada de males
venideros, o recabar una existencia libre, que abra camino para curarnos de estos males
La lid está empeñada; la crueldad del Gobierno de España deslinda los campos: a cada
acto enérgico de los cubanos, responderá un acto cruel del gobierno español; a nuestros
triunfos en los campos, las prisiones y sus consecuencias terribles en las ciudades.
Afectó al Gobierno español benevolencia para evitar que la guerra surgiera; y surgió la
guerra. Continuó luego en las ciudades—que en los campos cedía a sus hábitos de
muertes misteriosas y desapariciones de hombres que no vuelven—porque aspiraban aún
a detener la lucha: la lucha no se detiene. La razón de la conducta hipócrita esta cesando
de existir: ¡ay de los tímidos! A cada golpe nuestro, responderán sobre los muros de la
144
fortaleza descargas fúnebres:—el honor lo quiere: nosotros no dejaremos de dar golpes.
Vencer pronto ordena el buen sentido; los que así comenzamos, ¿no sabremos vencer?
No cabe ya aquella esperanza vergonzosa, por tantos en silencio alimentada, de que la
guerra se extinguiese. Se vigoriza, se legisla, invade las nuevas comarcas, reconoce un
jefe supremo, se gobierna. La artería ha sido impotente; impotente la astuta, pero
incompleta política española. El general García está en Cuba; manos pardas y negras
mueven también las armas redentoras; pero si en Oriente se mezclan a las blancas,
nacidas sobre la misma tierra, y a igual empleo y con derecho igual venidas, manos
blancas son las que blanden las armas de Cienfuegos; las que acaban de batir al
adversario en las puertas de Villaclara; las que se adueñan de los campos de Colón; las
que se avecinan bravamente a Matanzas. Los jefes de la primera guerra han ocupado su
lugar en la segunda: ¿con qué razón negarán ahora su apoyo a la lucha, los que de ella se
alejaban porque en ella no veían a sus antiguos mantenedores? En Holguín se alzó, en
1868, el que ahora la dirige; impacientes se mueven en sus vainas, ganosos de reflejar de
nuevo el sol libre, los aceros de los iniciadores del movimiento de Yara en las comarcas
más importantes de Oriente. Los viejos jefes, el antiguo espíritu, el mismo objeto mueven
esta admirable lucha, más difícil, en verdad, que la primera. No hay ya puerta por donde
escape el compromiso de honra. Si largo tiempo callamos, callamos en espera de sucesos.
Gastadas las palabras, ellos son la única enérgica elocuencia. Ellos vienen, altivos e
imponentes. La mano de la Patria está tendida: ¡quiera el cielo que sean pocos los que
continúen vueltos de espaldas a la Patria!
Pero todos estos problemas se resolverán; esos hombres ansiosos, silenciosos ayer, que
hoy se congregan, se visitan, comentan y preguntan, anuncian el despertamiento vigoroso
de un entusiasmo nunca muerto. La noticia fausta ha alegrado todos los rostros; las
manos se estrechaban ayer con más contento; una inesperada confianza, esperada
siempre por nosotros, muéstrase amorosa; parece que el decoro, dormido largo tiempo,
sacudido por los clarines del triunfo, de súbito despierta.
La revolución tiene ya en su seno a su jefe; la República cubana tiene ya su Gobierno;
los gobernantes españoles, pánico; los batalladores cubanos, indomable energía; la
emigración, fe y esperanza. La general nobleza, como abatida por recientes golpes,
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necesitaba por alimento nuevas glorias. Se ha hecho una fiesta de familia de la buena
nueva. La salvación de los expedicionarios, sus primeros hechos de armas y la
constitución de nuestro Gobierno se solemnizan hoy, con júbilo visible, en todos los
hogares.
Se presienten los sucesos definitivos, y se les honra de antemano. La primera batalla está
ganada; allá y aquí: allá, en los campos ásperos de Oriente; aquí, en los corazones
generosos.
No hemos querido fatigar a los cubanos con excitaciones prematuras: de medios
artificiales sólo nacen raquíticos productos. Hoy, la alegría nos mueve; el común regocijo
nos estrecha; la energía útil se anuncia. Comencemos ahora admirando los nombres de
los héroes. He aquí los compañeros del General García:
Coronel Pío Rosado, coronel Modesto Fonseca, coronel José Medina Prudente, Miguel
Barnet, teniente coronel David Johnson, comandante Federico Verbena, comandante
Ramón Gutiérrez, capitán N. Espinosa, Miguel Cautos, J. Santisteban, Angel García,
Carlos Pegudo, Natalio Argenta, Miguel Cicles, Juan Soto, Gerardo Polo, Enrique
Varona, Eugenio Carlota, Ramón Mola, Antonio Castillo, Francisco Marrero, Alberto
Hernández, Ramón Torres, Ricardo Machado, Ramón Illa, F. Cortés, M. Cestero,
Domingo Mesa, D. Moncallo, Carlos Sánchez, Francisco Banfo, Andrés Salas, Manuel
Corvalles, Ernesto Santa Maria, Manuel Brizuela, Santiago H. Echevarría, Nicolás
Fernández, Manuel García, P. Capmell, S. Brown, N. J. Dodging, R. F. Cornell, P.
Backock, Santiago Peralta, Manuel Suárez, Emiliano Betancourt, N. Castro, Francisco
Alegre, Jacinto Aguilar, Eugenio Piedra, Justo Solares, Gabriel Mantilla, José
Santisteban, Mariano Izquierdo, Anselmo Mangrat, Miguel Ledesmo, Loreto Campos,
José Antonio Sánchez, Nicolás García, Bernardino Chacón, Anastasio Infante, Manuel
Urdiales, Jacinto Durán, Ernesto Bribresca, Pedro Toledo, Nicolás Bestor, Augusto
Hernández, Marcos Palán, Santiago Méndez, Francisco Ferrer, Emilio Cabrera, Manuel
Ramírez, J. Díaz, José Anuchelena, Nicolás Peregrino, Francisco Pino, José María
García, Manuel Rodríguez, Francisco Fonseca, Carlos Sabater, Emiliano Terry, José
Francisco Sánchez.
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Y cuando, mezclados en el alma el fiero orgullo del libertador y la filial ternura del
proscripto, volvió sin mancha a un suelo que no lo vio jamás sin honra, he aquí las
enérgicas y elocuentes alocuciones del general García; he aquí lo que acaba de decir en
un momento envidiable y solemne, el que sabrá, sin duda, como guiar a la victoria,
obedecer a la Patria. He aquí sus sobrias proclamas:
AL PUEBLO CUBANO
Al volver a mi patria, esclava aún, con la mano puesta en la misma espada que empuñé
hace doce años, traigo a la santa guerra el mismo espíritu y la misma energía con que la
comencé. Sí razones sobradas hubo entonces para alzar la bandera de la Independencia
de Cuba, nuevo alevoso engaño y nuevos crímenes han venido a añadir nuevas razones.
Los árboles corrompidos han de arrancarse de raíz. Yo no he desconfiado un instante del
éxito de la lucha; he meditado y he aprendido; no he desconocido los poderosos y
constantes elementos que la guerra cuenta,—y vengo, con aquel estandarte glorioso que
en 1868 levantamos, decidido a rescatar con el brío de los combates y la prudencia de las
determinaciones, esa batalla perdida que no llegó a durar dos años.—Al pisar esta tierra,
consagrada por tanto héroe y tanto mártir, siento mi voluntad fortalecida y mi razón
asegurada; vuelvo estremecido los ojos a los que perecieron, y como ejemplo los señalo a
los que no saben honrar a los muertos, ni saben morir.
¡No! No es posible que améis, cubanos, vuestra terrible vida. Si combatisteis en la pasada
lucha, u os sentís inclinados a la nueva, asesinados en los bosques o arrojados al fondo
del mar purgáis vuestro valor. En las ciudades, el miedo y la lisonja han reemplazado a la
virilidad y entereza, y un ansia desmedida de fortuna y un arrepentimiento
incomprensible de haber sido grandes, extravía a probados caracteres. En los campos,
con la contribución que del pan de vuestros hijos os arrancan, compra nuestro enemigo,
no el arado que os ha de servir para labrar la tierra, sino el fusil con que ha de dar muerte
a vuestros hijos. La corrupción y la miseria están hiriendo mortalmente la dignidad de
nuestros hombres y la pureza de nuestras mujeres. El espectáculo del general
empequeñecimiento pervierte a la generación que nace. El interior de las ciudades es un
banquete bochornoso, y el interior de la Isla, un campamento. ¡Puesto que os tratan como
a vencidos, hora es ya de probar que no habéis olvidado todavía la manera de vencer!
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No es el odio el que a la guerra me conduce, aunque sería el odio tan justo, que bastaría
él sólo a mantenemos cuando la razón no nos guiase. El ansia de paz es lo que nos decide
a la guerra. La necesidad de asegurar nuestra prosperidad es lo que nos mueve a
amenazarla ahora. Y si la riqueza ficticia y bochornosa que aún resta en algunas
comarcas de la Isla, fuera, con mengua de sus poseedores, obstáculo a la Revolución, de
cuajo y sin misericordia arrancaremos, para hacerla renacer luego digna de hombres
libres, una riqueza que mancha a quien la mantiene, y avergüenza a los que
indirectamente la comparten.
No derramamos en vano nuestra sangre en la admirable lucha. Por la libertad de todos los
hombres, blancos y negros, combatimos; y no ha de haber cubano honrado que se atreva
injuriar a los que por su libertad y honor combaten. Libres hicimos a los hombres negros,
y es necesario que sean libres. Viles dejamos de ser los hombres blancos, y es necesario
que no volvamos a ser viles. La riqueza cubana, que será con poco esfuerzo en nuestras
manos segura y pasmosa, no puede estar sacrificada por más tiempo a la riqueza
española. Nuestros hijos han de vivir para algo más que para cebo de puñal y para fruta
de cadalso.
¡Cubanos! No hay más que un partido: ¡el de la honra! No hay más que una riqueza: ¡la
de la virtud! Sed más astutos que nuestros enemigos, que aparentan respetaros en las
ciudades mientras les queda una esperanza, para teneros cerca a todos en la hora del
exterminio cuando toda esperanza sea imposible. Las horas decisivas requieren campos
claros: o servidores de España, o servidores de la independencia de la patria; o viles, o
dignos. No creáis a los que para disculpar su debilidad, o justificar su arrepentimiento, os
pintan débil una guerra en que no tienen valor para combatir.
Nuestros hombres son los de ayer; nuestros soldados son los soldados de los diez años;
nuestra guerra, la de Yara; imitaremos a nuestros antecesores en bravura, y
recordaremos, para evitarlos, sus errores. Los hombres de armas que hoy luchamos, no
las envainaremos sino cuando en las fortalezas españolas ondee el pabellón libre; pero las
quebraremos de buena voluntad en el ara sagrada de las leyes; nos inspira el más alto de
los espíritus; nos anima el ansia de las obras grandes. Hacemos la guerra para salvar la
virtud, asegurar la riqueza y garantizar la paz.
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Nuestro enemigo entra en la lucha vencido de antemano: la Península no apoya su poder
sino con soldados imberbes y con leyes vejatorias, bastantes a segar cuellos de crédulos y
fortunas de contribuyentes, no a quebrantar un solo pecho nuestro. Los peninsulares,
airados contra su patria que los arruina, vuelven los ojos a nosotros, deseosos de morir en
paz en la tierra en que crearon su fortuna. El gobierno español no tiene más recurso que
lo que de vosotros a viva fuerza logre: ¡pagad de una vez, cubanos, para ser libres, una
contribución que desde hace tiempo estáis pagando para ser esclavos!
Los campos nos ayudan; millares de hombres nos acompañan; los pueblos se nos abrirán,
porque nos aman. ¡Pero si tímidos o ahogados en sangre se nos cerrasen, de los bosques
haremos el mampuesto de nuestra libertad y nuestra gloria, y en los bosques, con troncos
de árboles, trabajaremos armas nuevas para luchar por el honor!
¡Cubanos! La historia está escrita, y se continúa escribiendo. A morir vengo, y a morir
venimos todos, por nuestro decoro y por el vuestro. ¡No ha de decir la historia que
cuando pudisteis ser libres, injuriasteis a vuestros héroes, ensalzasteis a vuestros
matadores y permanecisteis voluntariamente infames!
CALIXTO GARCÍA ÍÑIGUEZ
Cuartel General del Ejército Libertador.
(Esta proclama firmada por Calixto García fue redactada por José Martí)
AL GENERAL MÁXIMO GÓMEZ
New York, 20 de julio de 1882
Sr. General Máximo Gómez
Sr. y amigo:
El aborrecimiento en que tengo las palabras que no van acompañadas de actos, y el
miedo de parecer un agitador vulgar, habrán hecho sin duda, que Vd. ignore el
nombre de quien con placer y afecto le escribe esta carta. Básteme decirle que aunque
joven, llevo muchos años de padecer y meditar en las cosas de mi patria; que ya
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después de urdida en New York la segunda guerra, vine a presidir,—más para salvar
de una mala memoria nuestros actos posteriores que porque tuviese fe en aquello—,
el Comité de New York; y que desde entonces me he ocupado en rechazar toda
tentativa de alardes inoficiosos y pueriles, y toda demostración ridícula de un poder y
entusiasmo ridículo, aguardando en calma aparente los sucesos que no habían de
tardar en presentarse, y que eran necesarios para producir al cabo en Cuba, con
elementos nuevos, y en acuerdo con los problemas nuevos, una revolución seria,
compacta e imponente, digna de que pongan mano en ella los hombres honrados. La
honradez de Vd., General, me parece igual a su discreción y a su bravura. Esto
explica esta carta.
Quería yo escribirle muy minuciosamente sobre los trabajos que llevo emprendidos,
la naturaleza y fin de ellos, los elementos varios y poderosos que trato ya de poner en
junto, y las impaciencias aisladas y bulliciosas y perjudiciales que hago por contener.
Porque Vd. sabe, General, que mover un país, por pequeño que sea, es obra de
gigantes. Y quien no se sienta gigante de amor, o de valor, o de pensamiento, o de
paciencia, no debe emprenderla. Pero mi buen amigo Flor Crombet sale de New York
inesperadamente, antes de lo que teníamos pensado que saliese: y yo le escribo, casi
de pie y en el vapor, estos renglones, para ponerle en conocimiento de todo lo
emprendido, para pedirle su cuerdo consejo, y para saber si en la obra de
aprovechamiento y dirección de las fuerzas nuevas que en Cuba surgen ahora sin el
apoyo de las cuales es imposible una revolución fructífera, y con las cuales será
posible pronto —piensa Vd. como sus amigos, y los míos, y los de nuestras ideas
piensan hoy—. Porque llevamos ya muchas caídas para no andar con tiento en esta
tarea nueva. El país vuelve aún los ojos confiados a aquel grupo escaso de hombres
que ha merecido su respeto y asombro por su lealtad y valor: importa mucho que el
país vea juntos, sensatos ahorradores de sangre inútil y prevedores de los problemas
venideros, a los que intentan sacarlo de su quicio, y ponerlo sobre quicio nuevo.
Por mi parte, General, he rechazado toda excitación a renovar aquellas perniciosas
camarillas de grupo de las guerras pasadas, ni aquellas Jefaturas espontáneas, tan
ocasionadas a rivalidades y rencores: sólo aspiro a que formando un cuerpo visible y
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apretado aparezcan unidas por un mismo deseo grave y juicioso de dar a Cuba
libertad verdadera y durable, todos aquellos hombres abnegados y fuertes, capaces de
reprimir su impaciencia en tanto que no tengan modo de remediar en Cuba con una
victoria probable los males de una guerra rápida, unánime y grandiosa, y de cambiar
en la hora precisa la palabra por la espada.
Yo estaba esperando, Sr. y amigo mío, a tener ya juntos y de la mano algunos de los
elementos de esta nueva empresa. El viaje de Crombet a Honduras, aunque
precipitado ahora, es una parte de nuestros trabajos, y tiene por objeto, como él le
explicará a Vd. largamente, decirle lo que llevamos hecho, la confianza que Vd.
inspira a sus antiguos Oficiales, lo dispuestos que están ellos —aun los que parecían
más reacios— a tomar parte en cualquier tentativa revolucionaria, aun cuando fuera
loca, y lo necesitados que estamos ya de responder de un modo oíble y visible a la
pregunta inquieta de los elementos más animosos de Cuba, de los cuales muchos nos
venían desestimando y ahora nos acatan y nos buscan. Antes de ahora, General, una
excitación revolucionaria hubiera parecido una pretensión ridícula, y acaso criminal,
de hombres tercos, apasionados e impotentes: hoy, la aparición en forma serena,
juiciosa, de todos los elementos unidos del bando revolucionario, es una respuesta a
la pregunta del país. Esperar es una manera de vencer. Haber esperado en esto, nos da
esta ocasión, y esta ventaja. Yo creo que no hay mayor prueba de vigor que reprimir
el vigor. Por mi parte, tengo esta demora como un verdadero triunfo.
Pero así como el callar hasta hoy ha sido cuerdo, el callar desde hoy sería imprudente.
Y sería también imprudente presentarse al país de otra manera que de aquella
moderada, racional y verdaderamente redentora que espera de nosotros. Ya llegó
Cuba, en su actual estado y problemas, al punto de entender de nuevo la incapacidad
de una política conciliadora, y la necesidad de una revolución violenta. Pero sería
suponer a nuestro país un país de locos, exigirle que se lanzase a la guerra en pos de
lo que ahora somos para nuestro país, en pos de un fantasma. Es necesario tomar
cuerpo y tomarlo pronto, y tal como se espera que nuestro cuerpo sea. Nuestro país
abunda en gente de pensamiento, y es necesario enseñarles que la revolución no es ya
un mero estallido de decoro, ni la satisfacción de una costumbre de pelear y mandar,
151
sino una obra detallada y previsora de pensamiento. Nuestro país vive muy apegado a
sus intereses, y es necesario que le demostremos hábil y brillantemente que la
Revolución es la solución única para sus muy amenguados intereses. Nuestro país no
se siente aún fuerte para la guerra, y es justo, y prudente, y a nosotros mismo útil,
halagar esta creencia suya, respetar este temor cierto e instintivo, y anunciarle que no
intentamos llevarle contra su voluntad a una guerra prematura, sino tenerlo todo
dispuesto para cuando él se sienta ya con fuerzas para la guerra. Por de contado,
General, que no perderemos medios de provocar naturalmente esta reacción.
Violentar el país sería inútil, y precipitarlo sería una mala acción. Puesto que viene a
nosotros, lo que hemos de hacer es ponernos de pie para recibirlo. Y no volver a
sentarnos.
Y aún hay otro peligro mayor, mayor tal vez que todos los demás peligros. En Cuba
ha habido siempre un grupo importante de hombres cautelosos, bastante soberbios
para abominar la dominación española, pero bastante tímidos para no exponer su
bienestar personal en combatirla. Esta clase de hombres, ayudados por los que
quisieran gozar de los beneficios de la libertad sin pagarlos en su sangriento precio,
favorecen vehementemente la anexión de Cuba a los Estados Unidos. Todos los
tímidos, todos los irresolutos, todos los observadores ligeros, todos los apegados a la
riqueza, tienen tentaciones marcadas de apoyar esta solución, que creen poco costosa
y fácil. Así halagan su conciencia de patriotas, y su miedo de serlo verdaderamente.
Pero como ésa es la naturaleza humana, no hemos de ver con desdén estoico sus
tentaciones, sino de atajarlas.
¿A quien se vuelve Cuba, en el instante definitivo, y ya cercano, de que pierda todas
las nuevas esperanzas que el término de la guerra, las promesas de España, y la
política de los liberales le han hecho concebir? Se vuelve a todos los que le hablan de
una solución fuera de España. Pero si no está en pie, elocuente y erguido, moderado,
profundo, un partido revolucionario que inspire, por la cohesión y modestia de sus
hombres, y la sensatez de sus propósitos, una confianza suficiente para acallar el
anhelo del país —¿a quién ha de volverse, sino a los hombres del partido anexionista
que surgirán entonces? ¿Cómo evitar que se vayan tras ellos tobos los aficionados a
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una libertad cómoda, que creen que con esa solución salvan a la par su fortuna y su
conciencia? Ese es el riesgo grave. Por eso es llegada la hora de ponemos en pie.
A eso iba, y va, Flor Crombet a Honduras. Querían hacerle picota de escándalo, y
base de operaciones ridículas. El tiene noble corazón, y juicio sano, y creo que piensa
como pienso. A eso va, sin tiempo de esperar al discreto comisionado que tengo en
estos instantes en La Habana, comenzando a tener en junto todos los hilos que andan
sueltos. Porque yo quería, General, enviar a Vd. más cosas hechas.
Va Crombet a decirle lo que ha visto, que es poco en lo presente visible, y mucho
más en lo invisible y en lo futuro. Va en nombre de los hombres juiciosos de La
Habana y el Príncipe y en el de Don S. Cisneros, y en mi nombre, a preguntarle si no
cree Vd. que esas que llevo precipitadamente escritas deben ser las ideas capitales de
la reaparición, en forma semejante a las anteriores, y adecuada a nuestras necesidades
prácticas, del partido revolucionario. Va a oír de Vd. si no cree que esos que le
apunto son los peligros reales de nuestra tierra y de sus buenos servidores. Va a saber
previamente, antes de hacer manifestación alguna pública, —que pudiera aparecer
luego presuntuosa, o desmentida por los sucesos— si Vd. cree oportuno y urgente
que el país vea surgir como un grupo compacto, cuerdo y activo a la par que
pensador, a todos aquellos hombres en cuya virtud tiene fe todavía. Va a saber de Vd.
si no piensa que ésa es la situación verdadera, ésa la necesidad ya inmediata, y ése, en
rasgos generales, el propósito que puede realzar, acelerar sin violencia, acreditar de
nuevo, y dejar en mano de sus guías naturales e ingenuos la Revolución. Ni debe ésta
ir a otro país, General, ni a hombres que la acepten de mal grado, o la comprometan
por precipitarla, o la acepten para impedirla, o para aprovecharla en beneficio de un
grupo o una sección de la Isla.
Ya se va el correo, y tengo que levantar la pluma que he dejado volar hasta aquí. Me
parece, General, por lo que le estimo, que le conozco desde hace mucho tiempo, y
que también me estima. Creo que lo merezco, y sé que pongo en un hombre no
común mi afecto. Sírvase no olvidar que espero con impaciencia su respuesta, porque
hasta recibirla todo lo demoro, y la aguardo, no para hacer arma de ella, sino con esta
seguridad y contento interiores, empezar a dar forma visible a estos trabajos, ya
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animados, tenaces y fructuosos. Jamás debe cederse a hacer lo pequeño por no
parecer tibio o desocupado; pero no debe perderse tiempo en hacer lo grande.
¿Cómo puede ser que Vd. que está hecho a hacerlo, no venga con toda su valía a esta
nueva obra? Ya me parece oír la respuesta de sus labios generosos y sinceros. En
tanto, queda respetando al que ha sabido ser grande en la guerra y digno en la paz,
su amigo y estimador
JOSÉ MARTÍ
AL GENERAL ANTONIO MACEO
New York, 20 de julio de 1882
Sr. General Antonio Maceo
Señor y amigo:
La súbita salida de mi amigo Flor Crombet no me deja tiempo para explicar a Vd. con
la claridad y minuciosidad que deseo, la importancia y estado actual de los trabajos
recientemente emprendidos para rehacer las fuerzas revolucionarias, mover en Cuba
de un modo unánime y seguro los ánimos en nuestro sentir, y preparar en el exterior,
con la unión cariñosa y conducta juiciosa de los bravos y buenos en quienes aún tiene
fe Cuba, una guerra rápida y brillante que pueda ser siempre tenida como un honor, y
no como un delito, por los que tienen parte en ella. —No conozco yo, General
Maceo, soldado más bravo ni cubano más tenaz que Vd. —Ni comprendería yo que
se tratase de hacer, —como ahora trato y tratan tantos otros—, obra alguna seria en
las cosas de Cuba, en que no figurase Vd. de la especial y prominente manera a que le
dan derecho sus merecimientos. No puedo entrar, mal que me pese, por falta de
tiempo, a explicar a Vd. cómo es forzoso —ya que a despecho nuestro se han creado
en Cuba después de la guerra elementos que no son nuestros— traerlos hábilmente a
nuestro lado, puesto que ahora muestran deseos de venir; y aprovechamos de ellos, ya
que prescindir fuera, sobre injusto, imposible. —No puedo entrar a explicarle cómo,
inquieto ya de nuevo el país, y vueltos sus ojos a los que hayan de ser sus salvadores,
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busca otra vez a sus constantes defensores, que andan hoy fuera de habla, tan grandes
como silenciosos, apartados, aislados, y por esto impotentes. Mientras no llamaba el
país, parecía un acto de insensatez y violencia forzarlo a verter una sangre que se
negaba a verter. Pero cuando el país llama, es necesario responderle, so pena de que
olvide —con justicia— a los que no le responden, y llame a otros que le parezcan
mejores. —No tengo tiempo de explicarle cómo ya se reúnen sin esfuerzo al grupo
revolucionario activo, los revolucionarios arrepentidos, y los nuevos hombres de
Cuba que creyeron que podían prescindir de la Revolución. Ni tengo tiempo de
decirle, General, cómo a mis ojos no está el problema cubano en la solución política,
sino en la social, y cómo ésta no puede lograrse sino con aquel amor y perdón mutuos
de una y otra raza, y aquella prudencia siempre digna y siempre generosa de que sé
que su altivo y noble corazón está animado. Para mí es un criminal el que promueva
en Cuba odios, o se aproveche de los que existen. Y otro criminal el que pretenda
sofocar las aspiraciones legítimas a la vida de una raza buena y prudente que ha sido
ya bastante desgraciada. —No puede Vd. imaginar, la especialísima ternura con que
pienso en estos males, y en la manera, no vociferadora, ni ostensible,—sino callada,
activa, amorosa, evangélica de remediarlos. Tendría, General Maceo, placer vivísimo
en que, en vez de escribirle yo estas cosas frías, las hablásemos. Estimo sus
extraordinarias condiciones, y adivino en Vd. un hombre capaz de conquistar una
gloria verdaderamente durable, grandiosa y sólida.
En carta siguiente le explicaré todo lo que llevamos hecho, y pensamos hacer, que
gira todo sobre eso que le llevo dicho, y en respuesta a lo cual, y a lo que Flor
Crombet tiene encargo de explicarle, espero que me diga si no aplaude y comparte
estas ideas, y esta reaparición de manera seria y ordenada,—de todos los hombres
importantes, y verdaderamente fieles, de nuestra causa, sincera y calurosamente
reunidos, sin necesidad de jurar obediencia ciega a un grupo aislado o a un hombre
solo, para aprovechar con cordura y sin demora los elementos ya hirvientes, y cada
día más imponentes, de la guerra en Cuba. Mucho va ya hecho. Mucho se desea esta
reaparición formal y pública. Pero yo he venido conteniendo, por mi parte, todo
trabajo aislado y pequeño que no responda a la obra grandiosa que esperan de
nosotros. Heroicos hemos de parecer, puesto que nos quieren heroicos. Si nos ven de
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menor tamaño que aquel de que esperan vemos—esto será como darnos muerte.—
Mas yo no estimo legal ni poderosa, por mucho que la soliciten y la apoyen,
manifestación alguna revolucionaria, que no lleve el asentimiento, y vaya aconsejada
y dirigida, de los hombres valerosos y buenos que han adquirido este especial
derecho con sus méritos. Imagine Vd. si aguardaré con impaciencia, teniendo que
enfrenar a los impacientes, y a los que creen que con callar se pierde ya tiempo
precioso,—la respuesta de Vd. acerca de estos pensamientos que le muestro, y de su
opinión sobre esta nueva forma de nuestra obra, encaminada hoy a preparar activa y
racionalmente, con toda la firmeza y habilidad que requiere problema tan grave y
cosa tan extraordinaria, el modo de crear, por una guerra pronta de triunfo posible, un
país en que, a pesar de estar muy trabajado de odios, entren desde su fundación a
gozar de verdaderos derechos, y en verdaderas condiciones de larga y quieta vida,
todos sus diversos elementos.—Yo sé que no está Vd. cansado de hacer cosas
difíciles. Y que su juicio claro no se ofusca como el de la gente vulgar, y abarca toda
la magnitud de nuestra tarea y de nuestra responsabilidad.
Tal vez, por mi odio a la publicidad inútil, ignore Vd. quien escribe esta carta. Flor
Crombet se lo dirá. Y yo le digo que se la escribe un hombre que sabe cuanto Vd.
vale, y lo tiene en tanto.
Con impaciencia espera su respuesta, y queda afectuosamente a sus órdenes,
su amigo y servidor,
JOSÉ MARTÍ
AL GENERAL MÁXIMO GÓMEZ
New York, 20 de octubre de 1884
Señor General Máximo Gómez
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New York
Distinguido General y amigo:
Salí en la mañana del sábado de la casa de Vd. con una impresión tan penosa, que he
querido dejarla reposar dos días, para que la resolución que ella, unida a otras
anteriores, me inspirase, no fuera resultado de una ofuscación pasajera, o excesivo
celo en la defensa de cosas que no quisiera ver yo jamás atacadas,—sino obra de
meditación madura:—¡qué pena me da tener que decir estas cosas a un hombre a
quien creo sincero y bueno, y en quien existen cualidades notables para llegar a ser
verdaderamente grande!—Pero hay algo que está por encima de toda la simpatía
personal que Vd. pueda inspirarme, y hasta de toda razón de oportunidad aparente; y
es mi determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que
me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que
sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más
grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes,
establecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo.
Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento; y cuando en los
trabajos preparativos de una revolución más delicada y compleja que otra alguna, no
se muestra el deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y
elementos que han de hacer posible la lucha armada, mera forma del espíritu de
independencia, sino la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal
disimulada, de hacer servir todos los recursos de fe y de guerra que levante el espíritu
a los propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente afamados que se
presentan a capitanear la guerra, ¿qué garantías puede haber de que las libertades
públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas
mañana? ¿Qué somos, General?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que
nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos
valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se
disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él? ¿La fama
que ganaron Vds. en una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia, van a
perderla en otra?—Si la guerra es posible, y los nobles y legítimos prestigios que
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vienen de ella, es porque antes existe, trabajado con mucho dolor, el espíritu que la
reclama y hace necesaria: y a ese espíritu hay que atender, y a ese espíritu hay que
mostrar, en todo acto público y privado, el más profundo respeto—porque tal como
es admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale
de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de poder, aunque
por ellas exponga la vida.—El dar la vida sólo constituye un derecho cuando se la da
desinteresadamente.
Ya lo veo a Vd. afligido, porque entiendo que Vd. procede de buena fe en todo lo que
emprende, y cree de veras, que lo que hace, como que se siente inspirado de un
motivo puro, es el único modo bueno de hacer que hay en sus empresas. Pero con la
mayor sinceridad se pueden cometer los más grandes errores; y es preciso que, a
despecho de toda consideración de orden secundario, la verdad adusta, que no debe
conocer amigos, salga al paso de todo lo que considere un peligro, y ponga en su
puesto las cosas graves, antes de que lleven ya un camino tan adelantado que no
tengan remedio. Domine Vd., General, esta pena, como dominé yo el sábado el
asombro y disgusto con que oí un importuno arranque de Vd. y una curiosa
conversación que provocó a propósito de él el General Maceo, en la que quiso,—
¡locura mayor!—darme a entender que debíamos considerar la guerra de Cuba como
una propiedad exclusiva de Vd., en la que nadie puede poner pensamiento ni obra sin
cometer profanación, y la cual ha de dejarse, si se la quiere ayudar, servil y
ciegamente en sus manos. ¡No: no, por Dios!:—¿pretender sofocar el pensamiento,
aun antes de verse, como se verán Vds. mañana, al frente de un pueblo entusiasmado
y agradecido, con todos los arreos de la victoria? La patria no es de nadie: y si es de
alguien, será, y esto sólo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e
inteligencia.
A una guerra, emprendida en obediencia a los mandatos del país, en consulta con los
representantes de sus intereses, en unión con la mayor cantidad de elementos amigos
que pueda lograrse; a una guerra así, que venía yo creyendo—porque así se la pinté
en una carta mía de hace tres años que tuvo de Vd. hermosa respuesta,—que era la
que Vd. ahora se ofrecía a dirigir;—a una guerra así el alma entera he dado, porque
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ella salvará a mi pueblo;—pero a lo que en aquella conversación se me dio a
entender, a una aventura personal, emprendida hábilmente en una hora oportuna, en
que los propósitos particulares de los caudillos pueden confundirse con las ideas
gloriosas que los hacen posibles; a una campaña emprendida como una empresa
privada, sin mostrar más respeto al espíritu patriótico que la permite, que aquel
indispensable, aunque muy sumiso a veces, que la astucia aconseja, para atraerse las
personas o los elementos que puedan ser de utilidad en un sentido u otro; a una
carrera de armas por más que fuese brillante y grandiosa; y haya de ser coronada por
el éxito, y sea personalmente honrado el que la capitanee;—a una campaña que no dé
desde su primer acto vivo, desde sus primeros movimientos de preparación, muestras
de que se la intenta como un servicio al país, y no como una invasión despótica;—a
una tentativa armada que no vaya pública, declarada, sincera y únicamente movida,
del propósito de poner a su remate en manos del país, agradecido de antemano a sus
servidores, las libertades públicas; a una guerra de baja raíz y temibles fines,
cualesquiera que sean su magnitud y condiciones de éxito—y no se me oculta que
tendría hoy muchas—no prestaré yo jamás mi apoyo—valga mi apoyo lo que valga,
—y yo sé que él, que viene de una decisión indomable de ser absolutamente honrado,
vale por eso oro puro,—yo no se lo prestaré jamás.
¿Cómo, General, emprender misiones, atraerme afectos, aprovechar los que ya tengo,
convencer a hombres eminentes, deshelar voluntades, con estos miedos y dudas en el
alma?—Desisto, pues, de todos los trabajos activos que había comenzado a echar
sobre mis hombros.
Y no me tenga a mal, General, que le haya escrito estas razones. Lo tengo por hombre
noble, y merece Vd. que se le haga pensar. Muy grande puede llegar a ser Vd.—y
puede no llegar a serlo. Respetar a un pueblo que nos ama y espera de nosotros, es la
mayor grandeza. Servirse de sus dolores y entusiasmos en provecho propio, sería la
mayor ignominia. Es verdad, General, que desde Honduras me habían dicho que
alrededor de Vd. se movían acaso intrigas, que envenenaban, sin que Vd. lo sintiese,
su corazón sencillo, que se aprovechaban de sus bondades, sus impresiones y sus
hábitos para apartar a Vd. de cuantos hallase en su camino que le acompañasen en sus
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labores con cariño, y le ayudaran a librarse de los obstáculos que se fueran ofreciendo
—a un engrandecimiento a que tiene Vd. derechos naturales. Pero yo confieso que no
tengo ni voluntad ni paciencia para andar husmeando intrigas ni deshaciéndolas. Yo
estoy por encima de todo eso. Yo no sirvo más que al deber, y con éste seré siempre
bastante poderoso.
¿Se ha acercado a Vd. alguien, General, con un afecto más caluroso que aquel con
que lo apreté en mis brazos desde el primer día en que le vi? ¿Ha sentido Vd. en
muchos esta fatal abundancia de corazón que me dañaría tanto en mi vida, si
necesitase yo de andar ocultando mis propósitos para favorecer ambicioncillas
femeniles de hoy o esperanzas de mañana?
Pues después de todo lo que he escrito, y releo cuidadosamente, y confirmo,—a Vd.,
lleno de méritos, creo que lo quiero:— a la guerra que en estos instantes me parece
que, por error de forma acaso, está Vd. representando,—no:—
Queda estimándole y sirviéndole
JOSÉ MARTÍ
A J. A. LUCENA
New York, 9 de octubre de 1885
Sr. J. A. Lucena
Filadelfia
Mi distinguido compatriota:
Acabo de recibir, con entrañable reconocimiento, y como el premio más dulce, la
invitación que a nombre de la lealísima emigración de Filadelfia se sirven Vds.
hacerme, para que comparta con ella, en su propia casa, la honra de llevar flores
tristes y lanzas enlutadas a los pies de nuestros héroes y de nuestros muertos, mañana,
10 de Octubre. Me estimo más a mí mismo por haber merecido de Vds. esta
invitación, y si de algo puede servir un alma consagrada sencillamente al deber, a los
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hombres admirables que recuerda el 10 de Octubre y a la emigración de Filadelfia
que sabe honrarlos, se la mando entera.
Pero, por desdicha, mi mismo amor a mi patria y a su independencia me impiden
acudir esta vez a conmemorar con Vds., como acá en mi propio altar interior
conmemoro, fervientemente, los esfuerzos de los que han perecido por asegurarla, y
escribieron una epopeya en tiempos en que ya no parece el mundo capaz de
escribirlas ni de entenderlas. Cada cubano que muere es un canto más; y cada cubano
que vive debe ser un templo donde honrarlo: así mi corazón lleno de estas memorias,
de manera que fuera de ellas no vive, y muere de ellas.
Ni un solo instante me arrepiento de haber estado con los vencidos desde la
terminación de nuestra guerra, y de seguir entre ellos, porque con ellos ha estado
hasta ahora no sólo el sentimiento que anima a las grandes empresas, sino la razón
que justifica los sacrificios que se hacen para lograrlas. Cuanto puedo dar he dado, y
he de dar, obrando activamente, ya en lo visible, ya con mi mismo silencio, para
obtener en mi país la cesación de un gobierno que lo maltrata y desafía, y sustituirle
otro que asegure el decoro y la hacienda de sus hijos; el decoro sobre todo, que vale
más que la hacienda. Cuanto puedo hacer he hecho por salvar a mi país de una
situación ahogada y odiosa, sin llevarlo con este pretexto a otra que pudiera ser aun
más temible; por inspirar en nuestros elementos revolucionarios, ya que la Isla parece
necesitar una revolución, un espíritu de grandeza y de concordia que atrajese las
simpatías y afirmase la fe de nuestra patria, que allegase sinceramente a los tibios y a
los adversarios, que hiciese posible una victoria grande e inmediata, a poco costo de
sangre de amigos y enemigos, no para abrir en Cuba una era de parcialidad y de
enconos, sino para levantar adonde ella puede subir, si sus malos defensores no la
echan abajo, a la altura de pueblo verdaderamente libre y dueño de sí mismo, no a la
condición infeliz de tierra invadida por fuerzas ciegas y rencorosas. Cuanto puedo
hacer he hecho—y hoy la emigración de Filadelfia, llamándome a su lado, me lo
premia—por preparar la guerra inevitable de manera que el país pudiese tener fe en
ella, y la victoria asegurase a sus hijos su independencia de extraños y de propios.
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Tal vez, a pesar de mi repugnancia a ocupar a los demás con mis opiniones y actos
personales, habrá llegado a Filadelfia el rumor de que de un año acá vienen siendo
muy grandes mis temores de que los trabajos emprendidos por llevar a nuestra patria
una nueva guerra, precisamente en los momentos en que Cuba parecía más necesitada
de ella y más dispuesta a recibirla, han sido enteramente distintos de los que a mi
juicio son indispensables para que la Isla acepte con confianza y siga con júbilo la
revolución que hubiese de salvarla. Sentí, sin exageraciones mujeriles, que comencé a
morir el día en que este miedo entró en mi alma. Y como creo, por lo que hace a mí,
que la tiranía es una misma en sus varias formas, aun cuando se vista en algunas de
ellas de nombres hermosos y de hechos grandes; como creo que la manera menos
eficaz de servir a la independencia de la patria es preparar la guerra necesaria para
conseguirla, de manera que alarme al país en vez de asegurarle su entusiasta
confianza, resolví —desde el primer instante en que creí desatendidos éstos que yo
estimo grandes deberes— no oponerme en el camino de los que piensan de manera
distinta de la mía, puesto que nadie debe impedir que se haga lo que no tiene medios
de hacer, ni ayudar las labores que a mi juicio han comprometido la suerte de la
revolución, y con ella la de la patria, en los instantes mismos en que, acorralados de
nuevo sus hijos y exhaustas sus esperanzas y sus arcas, parecía fácil llevar a la Isla
una guerra magnánima, corta y digna de ensangrentar a un pueblo por los beneficios
de libertad y bienestar que había de recoger de ella.
¿Qué había de hacer en este conflicto un hombre honrado y amigo de su patria? ¡Ah!
lo que hago ahora: decirlo en secreto, cuando me he visto forzado a decirlo, de modo
que mi resistencia pasiva aproveche, como yo creo que aprovecha, a la causa de la
independencia de mi país; no decirlo jamás en alta voz, para que ni los adversarios se
aperciban, porque es mejor dejarse morir de las heridas que permitir que las vea el
enemigo, ni se me puede culpar de haber entibiado, en una hora que pudo ser, y acaso
sea, decisiva, el entusiasmo tan necesario en las épocas críticas como la razón.
Un año entero he vivido en este tristísimo silencio. Crear una rebelión de palabras en
momentos en que todo silencio sería poco para la acción, y toda acción es poca, ni me
hubiera parecido digno de mí, ni mi pueblo sensato me lo hubiera soportado. Ya yo
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me preparaba a emprender camino ¡quién sabe a qué y hasta dónde! en servicio
activo de esta empresa; y cuando creí que el patriotismo me vedaba emprenderlo ¡qué
tristeza, qué tristeza mortal, de la que nunca podré ya reponerme! ¿Cómo serviré yo
mejor a mi tierra? me pregunté. Yo jamás me pregunto otra cosa. Y me respondí de
esta manera: “Ahoga todos tus ímpetus; sacrifica las esperanzas de toda tu vida; hazte
a un lado en esta hora posible del triunfo, antes de autorizar lo que crees funesto;
mantente atado, en esta hora de obrar, antes de obrar mal, antes de servir mal a tu
tierra so pretexto de servirla bien”. Y sin oponerme a los planes de nadie ni levantar
yo planes por mí mismo, me he quedado en el silencio, significando con él que no se
debe poner mano sobre la paz y la vida de un pueblo sino con un espíritu de
generosidad casi divina, en que los que se sacrifiquen por él garanticen de antemano
con actos y palabras el explícito intento de poner la tierra que se liberta en manos de
sus hijos, en vez de poner, como harían los malvados, sus propias manos en ella, so
capa de triunfadores. La independencia de un pueblo consiste en el respeto que los
poderes públicos demuestren a cada uno de sus hijos. En la hora de la victoria sólo
fructifican las semillas que se siembran en la hora de la guerra. Un pueblo, antes de
ser llamado a guerra, tiene que saber tras de qué va, y adónde va, y qué le ha de venir
después. Tan ultrajados hemos vivido los cubanos, que en mí es locura el deseo, y
roca la determinación, de ver guiadas las cosas de mi tierra de manera que se respete
como a persona sagrada la persona de cada cubano, y se reconozca que en las cosas
del país no hay más voluntad que la que exprese el país, ni ha de pensarse en más
interés que en el suyo.
Convencido yo de la necesidad de que en una guerra que va a mover tantas pasiones,
como llevada por caminos que no sean ésos moverá una guerra en Cuba, es
indispensable a la salud de la patria que alguien represente, sin vacilación y sin
cobardía, los principios esenciales, de tendencia y de método, que he creído yo ver en
peligro, y puesto por el curso de las cosas en ocasión de ayudar con gloria a
olvidarlos, o de representarlos en la oscuridad y el olvido, decidí representarlos.
Organizada en tanto la emigración, esta emigración, que impone respeto y amor por
sus virtudes, en acuerdo con las labores activas de las cuales había yo creído deber
apartarme para servir a mi patria mejor, resulta hoy, con un dolor penetrante para mí,
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que no puedo tomar en la conmemoración de ese día que ningún cubano debe traer
nunca a la memoria sin ponerse en pie y descubrirse la cabeza, porque reunidas en
una la conmemoración del 10 de Octubre y el acto político que en estas
circunstancias va envuelto en ella, parecería hoy y parecerá mañana que yo había
aprobado con mi presencia en él aquello mismo que por la salud de mí patria
condeno. O si tomase parte en él, tendría que explicar esta posición personal mía, lo
que sería indigno de la majestad del acto. ¿Qué pareceres de hombre vivo significan
nada ¡ay! al lado de tanta ruina que cae, de tanta sangre que humea, de tanto héroe
que está en pie después de muerto?
Me afligiré pues, acá a mis solas. Se me irá el alma adonde están Vds., y la palabra
encendida. Tiemblo de pensar en lo que sufrimos; como tiemblo de pensar en que por
errores de conducta o falta de grandeza pudiéramos perder la oportunidad de
redimirnos. Pero mi patria me manda vigilar por ella, y sacrificarle mi deseo, puesto
que así la sirvo, aunque diciéndole mi dolor a los que la quieren y se acuerdan de mí,
para que no piensen mal del que sólo vive para ella y para ellos.
Es mi deseo dejar escrita esta carta; pero no es mi deseo, antes sería para mi ocasión
de dolor y pecado, que se lea en la reunión de mañana. ¡No por Dios! La razón es
fría, y las cosas de la tierra no deben ir a perturbar en su día de fiesta a los que están
por sobre ella. Nada más que palmas y corazones encendidos haya para los héroes de
nuestro 10 de Octubre. Excusen Vds. mi ausencia, si alguien se fija en ella, con las
frases prudentes que esta carta les inspire. Pero de manera ¡oh sí! que no parezca, por
este sacrificio que hago, mermado el amor a la patria que me lo aconseja.
Y si después creen útil leerla, o pedirme más explicaciones de ella, léanla si les
parece bien, y ordénenme, que yo soy el esclavo de mis compatriotas; pero que no sea
la voz de mi juicio la que vaya, en estas horas de templo, a entibiar las esperanzas
patrióticas de aquellos que tienen en mí, reconocido y desconocido, el servidor más
apasionado que pueden tener entre los hombres.
De toda mi alma, si es digna de ello, hago una corona, y la pongo, por la mano de los
emigrados de Filadelfia, en el altar de los mártires del 10 de Octubre.
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Queda sirviéndoles, mis distinguidos compatriotas,
JOSÉ MARTÍ
DISCURSO EN CONMEMORACIÓN DEL 10 DE OCTUBRE DE 1868, EN
MASONIC TEMPLE, NUEVA YORK
10 DE OCTUDRE DE 1887 (Fragmentos)
Señoras y señores:
Más me embarazan que me ayudan estos aplausos cariñosos, porque en vez de
estímulos que la enardezcan, tiene mi alma, sacudida en este instante como por viento
de tormenta, necesidad de reducir su emoción a la estrechez de la palabra humana.
Esta fecha, este religioso entusiasmo, la presencia—porque yo siento en este instante
sobre todos nosotros la presencia de los que en un día como éste abandonaron el
bienestar para obedecer al honor—de los que cayeron sobre la tierra dando luz, como
caen siempre los héroes, exige de los labios del hombre palabras tales que cuando no
se puede hablar con rayos de sol, con los transportes de la victoria, con el júbilo santo
de los ejércitos de la libertad, el único lenguaje digno de ella es el silencio. No sé que
haya palabras dignas de este instante. “¡Demajagua!”, decía uno de nuestros oradores:
“¡plegaria!“, decía otro: ¡así es como debemos conmemorar aquella virtud, con los
acentos de la plegaria! Los misterios más puros del alma se cumplieron en aquella
mañana de la Demajagua, cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna, salieron
a pelear, sin odio a nadie, por el decoro, que vale más que ella; cuando los dueños de
hombres, al ir naciendo el día, dijeron a sus esclavos: “¡Ya sois libres!” ¿No sentís,
como estoy yo sintiendo, el frío de aquella sublime madrugada?. . . ¡Para ellos, para
ellos todos esos vítores que os arranca este recuerdo glorioso! ¡Gracias en nombre de
ellos, cubanas que no os avergonzáis de ser fieles a los que murieron por vosotras:
gracias en nombre de ellos, cubanos que no os cansáis de ser honrados!
¿Por qué estamos aquí? ¿Qué nos alienta, a más de nuestra gratitud, para reunirnos a
conmemorar a nuestros padres? ¿Qué pasa en nuestras huestes, que el dolor las
aumenta y se robustecen con los años? ¿Será que, equivocando los deseos con la
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realidad, desconociendo por la fuerza de la ilusión o de nuestra propia virtud las leyes
de naturaleza que alejan al hombre de la muerte y el sacrificio, queramos infundir con
este acto nuestro, con este ímpetu, con este anuncio, esperanzas que son culpas
cuando pueden costar la vida al que las concibe, y el que las pregona no puede
realizarlas? ¿Será que sometiendo como vulgares ambiciosos el amor patrio al
interés personal o la pasión de partido, estemos tramando con saña enfermiza el modo
de echar inoportunamente sobre nuestra tierra una barcada de héroes inútiles,
impotentes acaso para acelerar la agregación inevitable de las fuerzas patrias, aun
cuando llevasen, con la gloria de su intrepidez, el conocimiento político y la cordial
grandeza que han de sustentarla? No: ni la debilidad nos trae aquí, ni la temeridad.
¿No nos afligimos, no nos buscamos unos a otros, no nos adivinamos en los ojos un
llanto de sangre, no andamos con la mano impaciente, con el dolor de la carne herida
en nuestra carne, en cuanto sabemos de alguna nueva tristeza de la patria, de algún
peligro de los que allá viven, de alguna ofensa a los que allá nos desconocen, del
sacrificio estéril de algún valiente infortunado? ¿No nos regocijamos noblemente
cuando se espera de nuestros mismos dominadores una concesión de justicia, un bien
parcial, que aunque lastime nuestras aspiraciones grandiosas, aunque retarde nuestro
ideal absoluto y nuestra vuelta al país, le prometa sin embargo una calma relativa—
de que no queremos gozar nosotros? ¿No nos agitamos, no perdemos el interés en
nuestro quehacer usual, no sentimos, cuando sabemos que hemos de reunimos para
estos actos nobles, como más claridad, como más ternura, como más dicha, como
más elocuencia, como una verdadera resurrección en nuestras casas? ¡Pues por eso
estamos aquí: porque la prudencia puede refrenar, pero el fuego no sabe morir;
porque el amor a nuestro país se nos fortalece con los desengaños, y es superior a
todos ellos; porque el pesar de vernos ofendidos por los que no saben imitar nuestra
virtud, es menos poderoso que este impulso de los que morimos en silencio fuera del
suelo natal, para prolongar siquiera la vida recordándolo; porque tal vez divisamos el
peligro, y nos aparejamos a ser dignos de él!
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Así vivimos: ¿quién de nosotros no sabe cómo vivimos?: ¡allá, no queremos ir!: cruel
como es esta vida, aquélla es más cruel. ¡Nos trajo aquí la guerra, y aquí nos
mantiene el aborrecimiento a la tiranía, tan arraigado en nosotros, tan esencial a
nuestra naturaleza, que no podríamos arrancárnoslo sino con la carne viva! ¿A qué
hemos de ir allá, cuando no es posible vivir con decoro, ni parece aún llegada la hora
de volver a morir? ¿Pues no acabáis de oír esta noche una voz elocuente que nos
sacaba, recordando aquella vergüenza, las llamas a la cara? ¿A qué iríamos a Cuba?
¿A oír chasquear el látigo en espaldas de hombre, en espaldas cubanas, y no volar,
aunque no haya más armas que ramas de árboles, a clavar en un tronco, para ejemplo,
la mano que nos castiga? (...)
Pero no estamos aquí para censurar a nuestros hermanos en desdicha, a nuestros
hermanos mayores en desdicha, porque el valor que necesitan para soportarla es más
que el que para esquivarla demostramos nosotros: no estamos aquí para suponer en
ellos, con necia arrogancia, la falta de virtudes que sean nuestro patrimonio
exclusivo: (...) ¡por cada uno que cae en vileza. hay dos que se avergüenzan de él! Si
el reposo, que es también necesario en la historia, favorece el desarrollo del juicio, no
maldigamos del reposo,—que cesará por sobre cuantos lo estorben cuando tenga
fuerzas para cesar,—porque la catástrofe innecesaria de nuestra guerra demuestra que
el valor es estéril,—el mismo valor loco a cuyo recuerdo hierve la sangre y se dibuja
en la sombra un caballo ensillado que nos convida,—cuando la razón, que es otra
forma de valor, no lo preside. ¿Quién cuenta desde aquí las almas que allá acarician,
con el fervor creciente por la ofensa diaria, los mismos deseos de que sólo los
presuntuosos entre nosotros pueden suponerse únicos depositarios? ¿Quién no oye lo
que se dicen aquellos puños cerrados, aquellos labios mordidos, aquellas mejillas
encendidas? ¿Quién no se enorgullece, como si fueran suyas propias, de las virtudes,
de la inteligencia singular, de los hábitos de trabajo, de la facilidad magnífica para
todo lo bello y difícil de que nuestra patria da prueba pasmosa, surgiendo de aquella
llaga que se la come, como de los mismos cerdos muertos surgen con el azul más
puro, florones de luz? ¡Todos, todos son nuestros hermanos, nuestra carne, nuestra
sangre, lo mismo los que piensan con más tibieza que nosotros que los que han
pensado con ineficaz temeridad! Precipitar ¿cuándo fue salvar? Ni ¿qué valdrá, más
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que lo que valen las alas de un colibrí en una tormenta, que los de flojo corazón
levanten las manos pálidas al cielo el día en que, recobrada la salud, decrete el país
que no se contenta con dietas de honor ? ¡Las aves indecisas, para protegerse mejor,
se agregarán a la bandada! ¿Qué es ponerse a murmurar unos de otros, a recelarse, a
odiarse, a disputarse un triunfo que sería efímero si no fuera unánime, de todos, para
todos, porque unos han vivido acá y los otros allá? ¿Cómo los que han padecido
menos osan afectar desdén, que si fuera real sería fratricida e impolítico, hacia los
que han padecido más, hacia los que acaso les han permitido, con su silencioso
sacrificio, con la prudencia con que usan de su poder moral, intentar los remedios
parciales que en vano recomiendan, sin los obstáculos que con amor menos virtuoso a
la patria hubiéramos podido en todo instante oponerles, pero que guardamos
celosamente para su hora, no por agasajo a nadie, no por temor de nadie, sino por
aquel prudente amor al país, por aquel supremo amor al país, ante el que se deponen
todas las pasiones? Vacilen éstos, retráiganse aquéllos, condénennos otros: todos nos
juntaremos, del lado de la honra, en la hora de la vindicación y de la muerte.
Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros, porque como nosotros
piensan todos, aun cuando, como quien quiere sofocar el aire, quieran sofocar el
pensamiento; porque nosotros, como los persas que se refugiaron a adorar el fuego,
que era el símbolo de la patria sometida por el moro, a las cumbres solitarias adonde
no hallaba camino el opresor, ¡con el fuego sagrado nos refugiamos, orgullosos de
nuestra soledad, en las cumbres de nuestras conciencias! ¡Nosotros somos el deseo
escondido, la gloria que no se pone, el fin inevitable! Lo que se ha de preguntar no es
si piensan como nosotros; ¡sino si sirven a la patria con aquel filial gusto, con aquella
sabia indulgencia, con aquel dominio de las antipatías señoriales, con aquel
acatamiento del derecho del hombre ineducado a errar, con aquel estudio de los
componentes del país y el modo de allegarlos en vez de dividirlos, con aquel supremo
sentido de justicia que puede únicamente equilibrar en lo futuro tenebroso el
resultado natural de las injusticias supremas, con aquel ingenuo afecto a los humildes
que encadena las voluntades incultas en vez de agriarlas y llevarlas de la mano al
enemigo, con aquel respeto a la patria que prohibe agitarla inoportunamente en
provecho de la vanidad o el interés, con aquel incendio del alma ante la injusticia que
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muchos aventureros del pensamiento fingen con semejanza y arte tales que llegan a
ser caricaturas acabadas de la gloria! Lo que se ha de preguntar no es si piensan como
nosotros; sino si, divisando lo porvenir con la mirada segura que es dote esencial de
los que pongan manos en las cosas del Estado, dirigen sus actos de modo que, en vez
de levantar sin propósito y dirigir sin cordialidad pasiones que no se podrán apagar
luego sino con la acción, prevean y dispongan ésta, se conformen a la política real de
la Isla, y contribuyan a la conservación y reforma de sus fuerzas y al fortalecimiento
y pujanza de los caracteres. Lo que se ha de preguntar no es si piensan como
nosotros; sino si comprendiendo a tiempo el carácter fogoso y enérgico que el
padecimiento bajo la tiranía, el destierro en países de república y su natural
apasionado de la libertad han creado en el cubano, disponen la patria para acomodarla
a él, en vez de amenguarla con planes de mando exclusivos, o con soberbias de grupo
alucinado, o con esperanzas cobardes de ayudas extrañas,—peligrosas e imposibles.
Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros; ¡sino si familiarizados con
la grandeza, como han de estar los que pretenden influir en tiempos que la requieren,
en vez del odio raquítico a lo inferior en orden social, a lo que no comulga en el
propio templo, a lo que ha nacido en la propia tierra, demuestran la determinación
conocida de obrar sin odio, el día en que nos reconozca la historia nuestra autoridad
sobre la casa que recibimos de la naturaleza!
Con ese cuidado escrupuloso vivimos; todos esos problemas conocemos; nos
ocupamos firmemente, no en llevar a nuestra tierra invasiones ciegas, ni capitanías
militares, ni arrogancias de partido vencedor, sino en amasar la levadura de república
que hará falta mañana, que tal vez hará falta muy pronto, a un país cuya
independencia parece inmediata, pero que está compuesto de elementos tan varios,
tan suspicaces, de amalgama tan difícil, que los choques que ya se vislumbran, y que
han ayudado acaso a acelerar aquellos cuya única labor real era impedirlos, sólo
pueden evitarse con el exquisito tacto político que viene de la majestad del desinterés
y de la soberanía del amor. (...)
Esta no es hora de decir cómo no han sido inútiles para la emigración cubana veinte
años de experiencia, de manifestación y roce francos, de choque de ambiciones y
169
noblezas, de prueba y quilate de los caracteres, de lucha entre la pasión
desconsiderada y el juicio que desea someterla al desinterés de la virtud. No es hora
de decir, cuando se conmemoran hazañas a cuyo lado palidece el simple
cumplimiento del deber, cómo en la obscuridad, grata al verdadero patriotismo, se
procura con sagrada pureza librar de estorbos, no para todos visibles, el porvenir del
país, y en vez de trabajar sin fe y desconcertados en pro de una fórmula postiza,
condenada de antemano, por la fuerza de lo real, a corta duración, se atiende, con el
oído puesto al suelo, que no ha cesado todavía de hervir, al espíritu vivo de la patria;
a la recomposición de sus elementos históricos, más temibles mientras más
desatendidos, y más reales, en su descanso natural e inacción aparente, que las
sombras que sólo tienen aparato de cuerpo palpable porque se amparan de ellos y les
sirven de transitoria vestidura; a la preparación de la guerra posible,—puesto que
mientras sea la guerra un peligro, será siempre un deber prepararla,—de manera que
en el seno de ella vayan las semillas, ¡de no muy fácil siembra! que después de ella
han de dar fruto. Agitar, lo pueden todos: recordar glorias, es fácil y bello: poner el
pecho al deber inglorioso, ya es algo más difícil: prever es el deber de los verdaderos
estadistas: dejar de prever es un delito público: y un delito mayor no obrar, por
incapacidad o por miedo, en acuerdo con lo que se prevé. No es hora de decir que
puesto que la guerra es, por lo menos, probable en Cuba, serán políticos incapaces
todos los que no hayan pensado en el modo de evitar los males que pueden venir de
ella. ¡Pero todas las horas son buenas para declarar que aquí los corazones no son
urnas de devastación, prontas al menor empuje a volcarse sin miramiento sobre el
país, sino aras valientemente defendidas, donde se guardan sus últimas esperanzas de
manera que las pasiones interesadas no las pongan en manos del enemigo, ni la
traición disimulada las defraude!
¿Guerra? Pues si hubiese querido tenerla siempre encendida, ¿cuándo ha faltado una
montaña inexpugnable ni un brazo impaciente? Refrenar es lo que nos cuesta trabajo,
no empujar: lo que nos cuesta trabajo es convencer a los hombres decididos de que la
mayor prueba de valor es contenerlo: pues ¿qué cosa más fácil que la gloria a los que
han nacido para ella, ni qué deseo más impetuoso que el de la libertad en los que ya
han conocido, en el brío del combate y en la vela de armas, que es digna de sus
170
heraldos naturales, el sacrificio y la muerte? Las manos nos duelen de sujetar aquí el
valor inoportuno. Si no lleva la emigración la guerra a Cuba, acaso será porque cree
que no debe aún llevarla; acaso será porque hay en su seno mucho hombre sensato,
que prefiere dar tiempo a que los hechos históricos culminen por sí en toda su faena
natural, a precipitarlos por satisfacer impaciencias culpables, a comprometerlos con
una acción prematura, con una acción que, habiendo de conmover, de trastornar, de
ensangrentar el país, debe esperar para ejercerse a que, por todo lo visible y de
indudable manera, no sólo necesite el país la conmoción, sino que la desee, por el
extremo de su desdicha y lo irrevocable de su desengaño. ¡Aquí no somos jueces, sino
servidores! ¿Quién dice que aquí queremos llevar a nuestra patria en mala hora una
guerra que tuviese más probabilidades de ser vencida que de vencer en corto plazo?
¡Aún cuando la tuviéramos en nuestras manos, aún cuando sólo aguardase la señal de
partir, para el viaje santo y ligero, corazón a corazón iríamos llamando, afrontándolo
todo en la angustiosa súplica, para que no diesen rienda al valor impaciente hasta que
ya no hubiera modo de salvar sin esa desventura a la patria!
.........................................................................................................................................
Pero si, como anuncian los tiempos, fracasa el empeño de obtener de España para los
cubanos la suma de derechos que pudiese hacer llevadera la vida a un pueblo
visiblemente dispuesto a volver a arrostrarla por su libertad; si con invenciones
satánicas o ardides felices arrastra al país a una guerra, que no nos hallará
desprevenidos, aquella parte perniciosa del elemento español que lo perturba; si la ira
heroica o la palabra imprudente contribuyesen de parte nuestra a acelerar la lucha
armada por que suspira, procurando escoger la hora y lugar de la batalla, nuestro
astuto enemigo, ¡aquí habremos mantenido, sin avergonzarnos de ella, sin abatirla,
sin ondearla como mercancía temible, sin asustar con ella a los político flojos e
imprevisores, la bandera que nos adorna hoy nuestros muros porque mientras no
pueda conducirnos a la victoria, mejor está plegada! ¡Aquí, en el trato abierto y en el
estudio de nuestras pasiones, hemos robustecido, mientras nos acusaban y tenían en
poco, los hábitos que harán mañana imposible el establecimiento en Cuba de una
República incompleta, parcial en sus propósitos o métodos, encogida o injusta en su
171
espíritu! ¡Aquí hemos aprendido a conocer y a resistir los obstáculos con que pudiera
tropezar la patria nueva: el interés del hombre de guerra, la pasión del hombre de
raza, la soberbia de los letrados, la desvergüenza del intrigante político! ¡Aquí en el
conflicto diario con el pueblo de espíritu hostil donde nos retiene, por única causa la
cercanía a nuestro país, hemos amontonado, y son tantas que ya llegan al cielo, las
razones que harían odiosa e infecunda la sumisión a un pueblo áspero que necesita de
nuestro suelo y desdeña a sus habitantes! ¡Aquí hemos aprendido a amar aquella
patria sincera donde podrán vivir en paz los mismos que nos oprimen, si aprenden a
respetar los derechos que sus hijos hayan sabido conquistarse; donde podrán vivir en
amor los esclavos azotados, y los que los azotamos!
.........................................................................................................................................
Dicen que es bello vivir, que es grande y consoladora la naturaleza, que los días,
henchidos de trabajos dichosos, pueden levantarse al cielo como cantos dignos de él,
que la noche es algo más que una procesión de fantasmas que piden justicia, de
mejillas que chispean en la oscuridad, de hombres avergonzados y pálidos. Nosotros
no sabemos si es bella la vida. Nosotros no sabemos si el sueño es tranquilo.
¡Nosotros sólo sabemos sacarnos de un solo vuelco el corazón del pecho inútil, y
ponerlo a que lo guíe, a que lo aflija, a que lo muerda, a que lo desconozca la patria!
¿Con qué palabras, que no sean nuestras propias entrañas, podremos ofrecer otra vez
a la patria afligida nuestro amor, y decir adiós, adiós hasta mañana, a las sombras
ilustres que pueblan el aire que está ungiendo esta noche nuestras cabezas? ¡Con
velar por la patria sin violentar sus destinos con nuestras pasiones: con preparar la
libertad de modo que sea digna de ella!
AL GENERAL MÁXIMO GÓMEZ
New York, 16 de diciembre de 1887
General Máximo Gómez
Distinguido compatriota:
172
Con la fe de la honradez y la fuerza del patriotismo nos dirigimos a Vd. por encargo
de los cubanos de New York excitados y acompañados por los de Cayo Hueso y
Filadelfia, para tomar su parecer, y exponerle el de los cubanos de esta ciudad, sobre
el modo más rápido y certero de organizar por fin, dentro y fuera de Cuba, con la
cordialidad digna de las grandes causas, la guerra que ya mira el país con menos
miedo, y en que parece estar hoy su esperanza única.
El valor, el prestigio, la intención pura, el martirio ejemplar de los revolucionarios del
extranjero son inútiles, mientras no trabajen todos unidos, con la majestad y sensatez
que la magnitud del problema les impone, en una obra juiciosa y heroica a la vez, que
atraiga y satisfaga al país acostumbrado ya a examinar sus hombres y ejercitar su
pensamiento. Cuba no es ya el pueblo niño e ignorante que se echó a los campos en la
revolución de Yara, sagrada madre nuestra; sino un país donde lo que quedó de
aquella generación, con todas sus experiencias y pasiones, se ha mezclado con la
masa culta que trajo el conocimiento activo de la política de los países del destierro, y
con la generación nueva, tan dispuesta a pelear por la patria, pagando así su deuda a
los que por ellos murieron, como a resistirse a pelear por una solución oscura y
temible, en cuya preparación y fin no vean un plan grandioso, digno de su sacrificio.
La hora parece llegada. Los enemigos de la revolución se dividen y desordenan. El
país está a punto de perder su último pretexto para demorar la solución que
defendemos. Se están reuniendo de todas partes a la vez, y de un modo natural y
espontáneo, los elementos de la guerra en la Isla, con cuya actitud y voluntad hemos
de contar, y a los que tenemos a un tiempo el derecho de aconsejar y el deber de oír,
puesto que ellos nos permiten realizar nuestros ideales, y nosotros sin ellos somos
impotentes para realizarlos. Debemos, pues, organizar la guerra que se aproxima, en
acuerdo con el espíritu del país, puesto que sin él no podemos hacer la guerra. Es un
crimen valerse de la aspiración gloriosa de un pueblo para adelantar intereses o
satisfacer odios personales. Es una obligación,—por cuyo cumplimiento honrarán
mañana los nombres de nuestros hijos e irán los pueblos a retemplar su fe a nuestras
tumbas,—disponer con desinterés, que bien mirado es el modo mejor de servir el
interés, los elementos para el triunfo de la guerra inevitable. La revolución surge, y
173
nosotros podemos organizarla con nuestra honradez y prudencia, o ahogarla en
sangre inútil con nuestra torpeza y ambiciones.
Urgen los tiempos. El principio de nuestra campaña ha sido acogido con notable
favor en Cuba y en las emigraciones. No parece que la situación de Cuba dé ya más
espera que aquella a que nosotros mismos la invitemos, para que sea más completa la
conspiración de los espíritus,—más ordenado el movimiento militar,—y más capaces
de ayudarlo desde afuera las emigraciones. Todo a la vez:—la opinión sobre todo,—
los trabajos de organización y extensión en la Isla—los trabajos de unión, espíritu
republicano y ayuda constante de la guerra en el extranjero.
Estas ideas comenzaban ya a tomar forma en la emigración de New York, y tuvieron
su expresión primera en la reunión pública del 10 de Octubre. Sus ecos, y sobre todo
sus ecos en Cuba, coincidieron con las excitaciones de los cubanos de Cayo Hueso, y
con la reunión convocada por un cubano de New York para conocer del plan de un
jefe dispuesto a invadir la Isla. De esta reunión, compuesta de los cubanos cuyos
nombres figuran al pie de esta carta, surgió el acuerdo de recomenzar las labores
revolucionarias, con una política vasta, cordial y fija, la única que puede reanimar la
confianza lastimada del país. Y sin provocar por ahora reuniones públicas que
revelasen a nuestros adversarios el estado de principio de nuestras labores, cuando
nos suponen con mucha más actividad y fuerza moral;—sin asumir ante Vd. más
autoridad que la de su patriotismo, la del nuestro, la de los hombres que nos
comisionan para esta campaña, y la adhesión voluntaria de los Clubs revolucionarios
de Cayo Hueso y los cubanos de Cayo Hueso, únicos con los que hasta hoy nos ha
alcanzado el tiempo para comunicamos,—esta reunión de cubanos en que acaso por
primera vez se vieron reunidos con una tendencia clara y decidida los que antes
trabajaban en grupos dispersos y a veces hostiles, determinó nombrar de su seno una
comisión ejecutiva, inspeccionada y aconsejada por todos los miembros de la
reunión, para iniciar enérgicamente los trabajos preparatorios de organización
revolucionaria, con arreglo a las cuatro resoluciones de la junta primera que inclinan
la de la necesidad de aguardar a la preparación racional de la guerra para llevar la
invasión armada,—y estas cinco bases que han de inspirar nuestras palabras y actos:
174
1—Acreditar en el país, disipando temores y procediendo en virtud de un fin
democrático conocido, la solución revolucionaria.
2—Proceder sin demora a organizar, con la unión de los Jefes afuera,—y trabajos de
extensión, y no de una mera opinión, adentro,—la parte militar de la revolución.
3—Unir con espíritu democrático y en relaciones de igualdad todas las emigraciones.
4—Impedir que las simpatías revolucionarias en Cuba se tuerzan y esclavicen por
ningún interés de grupo, para la preponderancia de una clase social, o la autoridad
desmedida de una agrupación militar o civil, ni de una comarca determinada, ni de
una raza sobre otra.
5—Impedir que con la propaganda de las ideas anexionistas se debilite la fuerza que
vaya adquiriendo la solución revolucionaria.
Pero esta Comisión Ejecutiva, y esta reunión de cubanos de New York no se erige
por sí como árbitro de un poder que sólo puede venir, en el desorden del destierro, de
la autoridad y eficacia de los actos realizados, y de la confirmación pública de ellos.
Lo que los cubanos de New York ven es que hay un deber difícil e imperioso que
cumplir. Lo que ven es que la guerra no puede hacerse sin que el país tenga fe en ella,
y en los que la han de iniciar o figurar en ella principalmente. Lo que ven es que el
país se decide a la guerra, y es necesario desvanecer los temores que la guerra le
inspira, e impedir que el gobierno de España, como desea, haga estallar la lucha
prematuramente para sofocarla con mayor facilidad. Lo que ven es que la guerra se
acerca, y que los militares ilustres que la pueden dirigir, no se han puesto aún al
habla, ni se distribuyen el trabajo. Lo que ven es que cada día aumenta la necesidad
de realizar estos objetos esenciales:
—Unir, con un plan digno de la atención y respeto de los cubanos, el espíritu del país
y el de las emigraciones.
—Dar ocasión a los jefes militares de desvanecer en la Isla, con sus declaraciones de
desinterés, civismo y subordinación al bien patrio, los reparos,—injustos sin duda,—
que algunos de ellos inspiran, por suponérseles equivocadamente faltos de esas
175
condiciones, aun a los mismos dispuestos en Cuba a trabajar por la independencia de
la patria.
—Reunir en un trabajo común, preciso y ordenado a los jefes del extranjero entre sí,
y a éstos en junto con los de la Isla, a cada uno con sus amigos, a cada jefe de influjo
con su comarca,—todo con aquel mutuo respeto y grandeza que originan placeres
más vivos y autoridad más alta y durable que los proyectos privados e incompletos,
sin más fin que la alarma y la impotencia, que a patriotas menos probados que Vd.
pudiera aconsejar la ambición desordenada.
—Con este espíritu y concordia levantar ante el país, de una vez y en unión solemne,
con sus militares republicanos y su cuerpo de recursos, todas las emigraciones.
¿No ve Vd., como nosotros, la fuerza y eficacia de esta conducta? ¿No la cree Vd.
indispensable para que el país se decida a seguirnos? ¿Cree Vd. que con menos
nobleza, con menos sagacidad, con menos sentido práctico, con trabajos aislados,
rivales y de simple persona, pueden obtenerse en el país la confianza y entusiasmo, y
la organización y recursos naturales después de ellos, que podemos obtener con esa
exhibición imponente de fuerza moral, y fuerza de guerra para el bien público? ¿No
querrá Vd. con sus declaraciones, con su disposición a ponerse al habla con sus
compañeros de armas, con su autorización para ofrecer en su nombre al país esas
declaraciones de republicanismo y de respeto,—contribuir realzando así y asegurando
los lauros que su valor le conquistó en la guerra, a organizar por fin de un modo
glorioso y grato a Cuba la guerra nueva que nuestros enemigos desean provocar y
frustrar ahora, confiando en que nuestra torpeza, nuestras rivalidades, nuestra falta de
patriotismo, les ayudarán a matarla en flor y a desorganizarla? Vd. es, como nosotros,
y como cada cubano, responsable de la catástrofe que la falta de preparación
ordenada, entusiasta y unánime pudiera traer sobre el país, a quien las provocaciones
de adentro o la impaciencia mal aconsejada de afuera lanzasen a una guerra que desea
el enemigo, para empeñarla como le conviene, contra adversarios divididos, y
escogiendo la hora. La historia nos ofrece un puesto envidiable. Nos limitamos a
señalarlo.
176
Los cubanos reunidos en New York, y la Comisión Ejecutiva que trabaja
provisionalmente conforme a sus acuerdos, sólo desean, en privado y sin alarde de
autoridad, disponer los espíritus de las emigraciones de modo que por la declaración
autorizada de los jefes, y la fuerza unida e independiente de cada emigración por sí,
puedan en un día dado decir al país, sin mentira, cuál es el espíritu generoso y la
fuerza real de los que desde afuera intentamos servirlo;—dar cuenta de lo hecho en
una reunión de que no habrá que avergonzarse, y tendrá considerable resonancia e
influjo en Cuba, a la emigración de New York,—y dejar, por lo que hace a New
York, en las manos de la emigración, que es la única que la posee, la autorización
necesaria para continuar estos trabajos, hoy meramente privados y preparatorios.
Con júbilo,—porque el aplauso del país y el de la emigración nos dan ya derecho a él,
—cumplimos al dirigirnos a Vd. uno de los deberes que los cubanos reunidos aquí
nos han impuesto. El país va desordenadamente a la guerra, y la guerra corre gran
peligro si la dejamos estallar desordenada.
El país no tiene ya, como debiera tener estando la lucha ya tan cerca, un plan que lo
una y un programa político que lo tranquilice. La decisión del país por la guerra será
mucho mayor de lo que es hoy, y los trabajos revolucionarios mucho más fáciles,
cuando los enemigos de la revolución no puedan oponerle, como le oponen hoy por
falta de declaraciones expresas en contra, el argumento de que la guerra no será más
que el campo de los odios de jefes ambiciosos y rivales. Los jefes necesitan, para que
la guerra sea posible, para su mismo crédito y autoridad, demostrar por su unión en el
extranjero y su sumisión al bien público, que en vez de ser el azote de la patria son su
esperanza.
A lo más noble de su corazón llamamos, pues, y a lo más claro de su juicio, para
poder sin engaño decir al país:—“Que Vd., como nosotros, cree que la guerra de un
pueblo por su independencia, fruto de un siglo de trabajo patriótico y de la
cooperación de todos sus hijos, no puede ser la empresa privada ni la propiedad
personal de uno que debe a la obra de todo el país la parte que el heroísmo le dio en
la gloria común:—Que Vd., como nosotros, entiende que la guerra en Cuba debe
organizarse y llevarse a cabo en vista del estudio y conocimiento de su problema
177
actual y sus necesidades, y para el bien y paz de Cuba, no para el medro de los que
por haber ganado honor en su servicio pretendiesen valerse de él para explotarla en su
provecho, o servir sus pasiones, o extraviarla:—Que Vd., como nosotros, llevaría a la
guerra, con la energía que la guerra requiere, la indulgencia política y la sabia
generosidad que de antemano deben ser conocidas, y creídas, en un país formado de
elementos tan diversos, tan dispuestos al odio, tan temibles si nos ponen juntos de
frente, tan útiles si por nuestra grandeza y cordialidad nos son neutrales:—Que Vd.,
como nosotros, no ayudaría la guerra con el fin impuro de dar la victoria a un partido
vengativo y arrogante, sino para poner en posesión de su libertad a todo el pueblo
cubano”. Bien sabemos que todo eso debe estar en el espíritu de Vd.; pero los pueblos
no se cansan de ser tranquilizados. El corazón nos anuncia lo que Vd. ha de
contestarnos. ¡Qué gran día aquel en que, revelando al país en una aparición suprema
toda la virtud de sus servidores, presentemos de nuevo a Cuba, siempre ilustres por su
republicanismo, aquellos a quienes nuestros enemigos, y muchos de nuestros amigos,
presentan como el obstáculo al triunfo de la guerra, y el establecimiento de una
república durable!
Y no ya para el público, sino para adelantar la preparación de nuestra obra
organizada, cumplimos otro de nuestros encargos al preguntarle si no cree llegada la
hora, con la prudencia y miramiento mutuo que aconsejan los precedentes y la
naturaleza humana, de que—por medio acaso de un cuerpo en quien no pudiera
suponerse ansia de autoridad militar—se pongan al habla los jefes que en diversos
lugares se ocupan en preparar el modo de prestar a Cuba sus servicios, puesto que así
como sin el espíritu del país toda labor revolucionaria es vana, así serían imponentes
y de incalculables males para Cuba, los esfuerzos aislados de aquellos cuyos
esfuerzos unidos, distribuyendo la autoridad como nuestro territorio y organización
permiten, serán incontrastables.—La disposición benévola de Vd. a un plan como
éste es esencial a la eficacia de la obra revolucionaria. Y como en Cuba mira el
Gobierno de España, como su salvación única, la probabilidad de interrumpir en su
desarrollo espontáneo la nueva guerra, de forzarla a estallar antes de que tenga juntos
sus elementos, y de estimular a invasiones aisladas a los jefes cubanos, ¿qué nombre
mereceríamos los que contribuyésemos a esa temible y certera política, los que por
178
terquedad, por soberbia o por celos ayudásemos a impedir la formación natural y la
explosión vigorosa de las fuerzas revolucionarias, que no son sólo los valientes que
pelean sino el consentimiento del país, y el espíritu que las hace triunfar? ¿Cuándo, si
la asesinamos ahora sus propios hijos, renacerá nuestra patria?
Con esas observaciones deja cumplido su grato encargo respecto de Vd., la Comisión
Ejecutiva. Los hombres pueden errar, y los patriotas de buena fe pensar de distinto
modo sobre los modos de preparar y conducir la guerra; pero cuando se trata como
hoy de impedir con una campaña grandiosa y oportuna que se malogre el último
esfuerzo que parece capaz de hacer la patria, dudar de la actitud de Vd. no sería
cumplir un encargo sino ofenderle: lo que no harán ciertamente los que tienen fe en
su sensatez y en su patriotismo. Séanos dado,—ahora que podemos fundar o destruir,
—fundar.
Seguros de su noble respuesta, somos de Vd.—
Affmos. compatriotas:
JOSÉ MARTÍ
Félix Fuentes, Rafael de C. Palomino, Secretario Dr. J. M. Párraga.
Cuerpo Asesor: Dr. J. J. Luis. Pedro Irabla. Francisco Sellén. Un cubano. Un
camagüeyano. Eduardo Ester. José E. Sánchez. R B. Aday. Porfirio Ramos. Antonio
Saladrigas. Abelardo Peoli. Ramón Rubiera. Manuel Beraza. Enrique Trujillo.
Coronel Emilio Núñez. Comandante José Rodríguez V. J. J. Camino. Un cubano.
(Existen cartas iguales dirigidas a varios oficiales cubanos)
IV. EL PROYECTO NACIONAL LIBERADOR DE JOSÉ MARTÍ: BASES
ORGANIZATIVAS E IDEOLÓGICAS
El período que va de 1887 a 1895 es, sin dudas, el de mayor intensidad en la labor
revolucionaria de José Martí y, por tanto, el que evidencia más profundamente su
pensamiento y su acción en torno a la revolución que estaba preparando. Las
179
respuestas que había recibido a la comunicación de 1887 a nombre de la Comisión
Ejecutiva, incluyendo a Máximo Gómez y Antonio Maceo, avalaban el paso dado en
aquel año; quedaba entonces desarrollar el proyecto.
Los discursos pronunciados por Martí a partir de 1887, todos los 10 de octubre, hasta
1891, evidencian el grado de avance en los preparativos y la manera en que iban
madurando las condiciones para entrar en la fase definitiva de la revolución. Se
trataba de preparar todos los factores necesarios, incluyendo el ideológico, para
cuando llegara el momento de la acción concreta, de ahí que aliente a la lucha y al
mismo tiempo detenga cualquier arranque apresurado que podía ser fatal. Las bases y
objetivos que se trazó la Comisión Ejecutiva evidencian la forma que iba tomando el
nuevo esfuerzo y sus principios esenciales.
Especial atención merecen los pasos dados en Tampa y Cayo Hueso a fines de 1891 y
principios de 1892: se estructuraba el Partido Revolucionario Cubano, alma de la
nueva organización revolucionaria. Debe atenderse los escenarios en que se tomaron
los acuerdos fundamentales, es decir, las emigraciones de las dos localidades de
mayor homogeneidad dentro de las comunidades de emigrados cubanos en Estados
Unidos, ya que su composición estaba mayoritariamente marcada por obreros del
tabaco aunque también estaban los dueños de las tabaquerías, algunas de considerable
capacidad productiva. Estas comunidades no estaban exentas de contradicciones
sociales y, de hecho, existían organizaciones obreras que respondían a ello, pero la
militancia independentista y las formas organizativas que se habían dado marcaba
con especial relevancia a estas comunidades.18 No es casual que sea en Tampa donde
exponga las ideas cardinales contenidas en el discurso del 26 de noviembre, conocido
por su frase final “Con todos, y para el bien de todos”, que al día siguiente
pronunciara otro discurso emblemático conocido como “Los pinos nuevos” y que ese
fuera el escenario de la aprobación de las “Resoluciones”, preludio de lo que habría
de acontecer en Cayo Hueso, cuando la representación de esa localidad más tres
representantes de Tampa aprobaron las Bases del Partido Revolucionario Cubano y
sus Estatutos Secretos. 18 Para las características de la emigración independentista cubana y el proceso de fundación del Partido Revolucionario Cubano ver Diana Abad: De la Guerra Grande al Partido Revolucionario Cubano. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1995
180
Los documentos fundacionales del Partido recogen en síntesis apretada los conceptos
básicos de fines y métodos planteados por Martí, así como su percepción de los
peligros que la época histórica planteaba a la revolución cubana y su papel en el
continente, conceptos que serían ampliados en diversas oportunidades, especialmente
a través de sus trabajos en el periódico Patria. Precisamente, la fundación de Patria
permitía a Martí contar con un espacio para expresar sus ideas, para librar la “guerra
de pensamiento” indispensable, para acreditar la solución revolucionaria y la labor
del Partido sin que el periódico apareciera oficialmente representando a la
organización partidista. No es casual que la fundación de Patria se realizara el 14 de
marzo de 1892, poco menos de un mes antes de que se proclamara el Partido y que,
cuando en un periódico de Nueva York se le calificara como órgano del PRC, el
propio Martí escribiera su trabajo “<Patria>: no órgano” en el que desmentía esa
afirmación.
A través del periódico, Martí libró grandes batallas frente al anexionismo y el
autonomismo, alternativas que podían hacer peligrar la solución revolucionaria, es
decir, la absoluta independencia, la creación del Estado nacional cubano de sincera
democracia, la república popular, la revolución anticolonial. Estos fueron pilares
fundamentales de su combate ideológico, mientras daba los pasos organizativos
necesarios para allegar hombres y recursos y preparar las fuerzas, en lo cual fue
sumamente importante la designación de Máximo Gómez como General en Jefe. Esta
labor lo llevaría a recorrer los diferentes núcleos de emigrados en Estados Unidos,
América Central y el Caribe, a enviar emisarios a Cuba y a sostener continua
comunicación con los conspiradores en Cuba y en el exterior.
Un aspecto relevante en esta etapa es su comprensión de los problemas de su época y
sus proyecciones futuras. Entendía que el mundo atravesaba por un momento de
cambio acelerado; que las contradicciones entre las potencias europeas y Estados
Unidos actuaban a favor de la viabilidad de la independencia cubana, hasta tanto no
maduraran definitivamente las fuerzas expansionistas en el país del Norte; por tanto,
su proyecto era realizable si se hacía “a tiempo”. Tales análisis lo condujeron a
comprender la importancia estratégica que tenía, en aquel momento preciso, la
181
independencia antillana para su política de contención del expansionismo
norteamericano, lo que equivalía, en aquellas circunstancias, a lograr el “equilibrio
del mundo”.
Martí sabía que su estrategia respondía a un momento determinado del desarrollo
histórico, de ahí su urgencia para aprovechar el tiempo posible, la oportunidad que
todavía existía para hacer una guerra breve como una llamarada. A esto respondía
también su labor organizativa.
Para la preparación de la nueva etapa bélica de la revolución era imprescindible
atender a los métodos que aseguraran la “fundación” del pueblo nuevo que debía ser
“al día siguiente” del triunfo. Había que preparar una guerra “con métodos y espíritu
republicanos” que trajera la transformación colectiva de la sociedad y la del
individuo. En esta labor, el tema de los conflictos de clase debía subordinarse a la
prioridad de la liberación nacional, cuestión delicada que tuvo que abordar en función
de garantizar la imprescindible unidad dentro de un proceso que tenia que ser
incluyente de todos los componentes de la nación. Si en Estados Unidos veía que se
libraban batallas “colosales” entre capitalistas y obreros, la tarea histórica para Cuba
era diferente pues debía pasar por la independencia absoluta y resolver los problemas
heredados de una sociedad colonial, entre los que concedía especial importancia, en
el plano social, a la discriminación del negro emanada de la esclavitud. Se trataba de
un complicado problema político que debía resolverse desde la fase preparatoria.
El Delegado del Partido Revolucionario Cubano impulsaba un proyecto que tomaba
en cuenta los obstáculos externos e internos que debía enfrentar, trabajaba porque el
país entendiera y asumiera la solución revolucionaria que implicaba la
transformación de las estructuras creadas durante la vida colonial para “fundar en el
ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo nuevo y
de sincera democracia”.19 Establecía definiciones medulares, ya que los fines debían
ser públicos, en las que tenía lugar importante el contenido de la República que debía
ser en Cuba, en lo cual debe observarse, más allá de una forma de organización
estatal, el contenido de una nación nueva resultado de la revolución anticolonial y
19T 4, p. 279
182
democrática, transformadora de estructuras y de modos de ser. Tomaba en cuenta la
experiencia de la América hispana postcolonial para plantear el proyecto cubano.
Insistía en sumar, atraer a los españoles que podían convivir con la independencia de
Cuba y hasta auxiliarla, fundir los factores diversos que componían el pueblo cubano,
poner juntos a los veteranos de la guerra pasada y los “pinos nuevos” en la nueva
obra, establecer los vínculos orgánicos entre quienes combatirían en Cuba y la
emigración como “ejército de auxiliares”. Era una labor fundacional de la que
emergería el pueblo nuevo fruto de la revolución de raíz propia, que permitiría hacer
válida su afirmación a Juan Gualberto Gómez en carta de 29 de enero de 1895:
“Conquistaremos toda la justicia”.
A GONZALO DE QUESADA
New York, octubre 29,1889
Sr. Gonzalo de Quesada
Mi muy querido Gonzalo:
Por lo pequeño de la letra verá Vd. que el alma anda hoy muy triste, y acaso la causa
mayor sea, más que el cielo oscuro o la falta de salud, el pesar de ver como por el
interés acceden los hombres a falsear la verdad, y a comprometer, so capa de
defenderlos, los problemas más sagrados. De estas náuseas quisiera yo que no
sufriese Vd. nunca, porque son más crueles que las otras. Por eso no le he escrito en
estos días, porque cuando me cae ese desaliento estoy como ido de mí, y no puede
con la pluma la mano. Y porque quería hablarle largo, como a su buen padre le hablé,
sobre el peligro en que está Vd. de que, con el pretexto de amistad, se le acerquen
personas interesadas que quieran valerse de la posición de confianza de que goza,
cerca de una delegación importante a la que con la astucia se quisiera deslumbrar, o
confundir, o convertir, o traer a la estimación de personas que llevan el veneno donde
no se les ve. Lo han de querer usar, descaradamente unos, y otros sin que Vd. lo
sienta. Y yo quiero que todos le tengan a Vd., y a la persona que confía en Vd., el
respeto que les he tenido yo, que me guardé bien, ni de frente ni de soslayo, de
inculcar en Vd. mis ideas propias sobre estas cosas delicadas del Congreso, y sobre
183
los hombres que de dentro o de fuera intervienen en él, por más que ni Vd. ni yo
podamos tener duda de la pureza de mis intenciones, ni del fervor de mi cariño, y el
desinterés de mi vigilancia, por mi tierra, y por toda nuestra América. Vd. Es
discretísimo; pero no me ha de tener a mal que lo ponga en guardia sobre estas
asechanzas sutiles. Si entra en las funciones de Vd. poner delante al caballero a quien
acompaña las opiniones sobre este asunto, póngale por igual las del Tribune y el
Avisador, y las del Post, el Herald y el Times. Refrene, en cuanto a las personas, el
entusiasmo natural a su gallardo corazón; y estudie los móviles torcidos que a veces
se esconden bajo las más deslumbrantes prendas exteriores. No hable mal ni bien de
quien oiga hablar bien o mal, hasta saber si hay causa para el elogio o la censura, o si
lo que se ha querido es acreditar o desacreditar a una persona, por el medio indirecto
e involuntario de Vd. No hay encaje más fino que el que labran los hombres
decididos a intrigar, o necesitados de servir. Es necesario ser hábil y honrado, contra
los que son hábiles, y no honrados. Esto se lo digo a Vd., como me lo diría a mí
mismo,—porque preveo que no se ha de dejar sin intentar el propósito de llegar por
medio de Vd. al ánimo de la delegación, que es de tanto peso y juicio, y de pueblo tan
viril, que de nadie busca ni necesita consejo, pero pudiera, sobre todo en cuanto a los
hombres, formarse opinión errada y peligrosa de esta persona o aquella, por verlas—
en buen predicamento con los que tienen merecida su confianza: Vd. hará, para
empezar, un buen oficial de caballería, porque ve de lejos, lo que es igualmente
necesario en los tratos con los enemigos, y con los hombres. ¿Qué más tengo que
decirle, sino que me perdone en gracia de que son por su bien, estas vejeces?
184
Ahora le hablaré de lo que nos toca más de cerca que nuestras mismas personas: de lo
de nuestra tierra. Hay marea alta en todas estas cosas de anexión, y se ha llegado a
enviar a La Discusión de La Habana, desde Washington, una correspondencia sobre
una visita a Blaine, en favor de la anexión, en que la dan por prometida por Blaine, y
al calce están mis iniciales: ¡y en Cuba creen los náufragos, que se asen de todo, que
es mía la carta, a pesar de que es una especie de anti-vindicación, y que yo estoy en
tratos con Blaine, y los demás que en Cuba puede suponerse de que los
revolucionarios de los E. Unidos anden en arreglos con el gobierno norteamericano!:
hasta ofertas de agencias he recibido de personas de respeto, como primer resultado
de esta superchería. En instantes en que el cansancio extremo de la Isla empieza a
producir el espíritu y unión indispensables para intentar el único recurso, es
coincidencia infortunada ésta del Congreso, de donde nada práctico puede salir, a no
ser lo que convenga a los intereses norteamericanos, que no son, por de contado, los
nuestros. Y lo que Vd. me dice, y ha hecho muy bien en decirme, agrava esta
situación, con la única ventaja de que el tiempo perdido en estas esperanzas falsas, lo
emplearemos, los que estamos en lo real, en organizarnos mejor.
Pero no es por nuestras simpatías por lo que hemos de juzgar este caso. Es, y hay que
verlo como es. Creo, en redondo, peligroso para nuestra América o por lo menos
inútil, el Congreso Internacional. Y para Cuba, sólo una ventaja le veo, dadas las
relaciones amistosas de casi todas las Repúblicas con España, en lo oficial, y la
reticencia y deseos ocultos o mal reprimidos de este país sobre nuestra tierra:—la de
compeler a los Estados Unidos, si se dejan compeler, por una proposición moderada y
hábil, a reconocer que “Cuba debe ser independiente”. Por mi propia inclinación, y
por el recelo—a mi juicio justificado—con que veo el Congreso, y todo cuanto tienda
a acercar o identificar en lo político a este país y los nuestros, nunca hubiera pensado
yo en sentar el precedente de poner a debate nuestra fortuna, en un cuerpo donde, por
su influjo de pueblo mayor, y por el aire del país, han de tener los Estados Unidos
parte principal. Pero la predilección personal, que puede venir de las pasiones, debe
ceder el paso, en lo que no sea cosa de honor, a la predilección general: y pronto
entendí que era inevitable que el asunto de Cuba se presentase ante el
Congreso, de un modo o de otro, y en lo que había que pensar era en presentarlo de
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modo más útil. Para mí no lo es ninguno que no le garantice a Cuba su absoluta
independencia. Para que la Isla sea norteamericana no necesitamos hacer ningún
esfuerzo, porque, si no aprovechamos el poco tiempo que nos queda para impedir que
lo sea, por su propia descomposición vendrá a serlo. Eso espera este país, y a eso
debemos oponemos nosotros. Lo que del Congreso se había de obtener era, pues, una
recomendación que llevase aparejado el reconocimiento de nuestro derecho a la
independencia y de nuestra capacidad para ella, de parte del gobierno
norteamericano, que, en toda probabilidad, ni esto querrá hacer, ni decir cosa que en
lo menor ponga en duda para lo futuro, o comprometa por respetos expresos
anteriores, su título al dominio de la Isla. De los pueblos de Hispano América, ya lo
sabemos todo: allí están nuestras cajas y nuestra libertad. De quien necesitamos saber
es de los Estados Unidos; que está a nuestra puerta como un enigma, por lo menos. Y
un pueblo en la angustia del nuestro necesita despejar el enigma;—arrancar, de quien
pudiera desconocerlos, la promesa de respetar los derechos que supiésemos adquirir
con nuestro empuje,—saber cuál es la posición de este vecino codicioso, que
confesamente nos desea, antes de lanzarnos a una guerra que parece inevitable, y
pudiera ser inútil, por la determinación callada del vecino de oponerse a ella otra vez,
como medio de dejar la isla en estado de traerla más tarde a sus manos, ya que sin un
crimen político, a que sólo con la intriga se atrevería, no podría echarse sobre ella
cuando viviera ya ordenada y libre. Eso tenía pensado, contando con que en el
Congreso no nos han de faltar amigos que nos ayudasen a aclarar nuestro problema,
por simpatía o por piedad. Y como pensaba componer la exposición de manera que
en ella cupiesen todas las opiniones, en José Ignacio pensé, como pensé en Ponce y
en cuantos, con diferencia de métodos, quieren de veras a su país, para que acudiesen
al Congreso con sus firmas, en una solicitud que el Congreso no podía dejar de
recibir, y a la que los Estados Unidos, por la moderación y habilidad de la súplica, no
habría hallado acaso manera decorosa de negar una respuesta definitiva: y así, con
este poder, batallar con más autoridad y a campos claros. Del Congreso, pues, me
prometía yo sacar este resultado: la imposibilidad de que, en una nueva guerra de
Cuba, volviesen a ser los Estados Unidos, por su propio interés, los aliados de
España. Nada, en realidad, espero, porque, en cuestión abierta como ésta, que tiene la
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anexión de la Isla como uno de sus términos, no es probable que los Estados Unidos
den voto que en algún modo contraríe el término que más les favorece. Pero eso es lo
posible, y el deber político de este instante, en la situación revuelta, desesperada, y
casi de guerra, de la Isla. Y eso estaba yo decidido a hacer. Y aún no sé si será mi
deber hacerlo, acompañado, o solo.
En esto me llega su carta de V. De los móviles de José Ignacio Rodríguez no hay que
hablar. Ama a su patria con tanto fervor como el que más, y la sirve según su
entender, que en todo es singularmente claro, pero en estas cosas de Cuba y el Norte
va guiado de la fe, para mi imposible, en que la nación que por geografía, estrategia,
hacienda y política necesita de nosotros, nos saque con sus manos de las del gobierno
español, y luego nos dé, para conservarla, una libertad que no supimos adquirir, y que
podemos usar en daño de quien nos la ha dado. Esta fe es generosa; pero como
racional, no la puedo compartir. Lo que en todo el documento, tal como V. me lo
pinta, se demuestra, no es tanto la razón de que Cuba sea independiente, sino la
necesidad que la nación de más intereses y aspiraciones en América tiene de poseer la
Isla, el mal que le puede venir de que otro la posea. Aparte de lo histórico, en cuanto
al espantapájaros que mató de una vez Juárez, a la invasión de un poder europeo en
América: ¿no está Europa en las Antillas? ¿Francia? ¿Inglaterra?: ¿Pudieron, por
tener la Isla, reconquistar la América los españoles, ni cuando Barradas, ni cuando
Méndez Núñez? De esas alegaciones tomarán los Estados Unidos refuerzo para sus
propósitos, confesos o tácitos. La indemnización ¿quién la había de garantizar, sino la
única nación americana que puede hacerla efectiva? Y una vez en Cuba los Estados
Unidos ¿quién los saca de ella? Ni ¿por qué ha de quedar Cuba en América, como
según este precedente quedaría, a manera,—no del pueblo que es, propio y capaz,—
sino como una nacionalidad artificial, creada por razones estratégicas? Base más
segura quiero para mi pueblo. Ese plan, en sus resultados, sería un modo directo de
anexión. Y su simple presentación lo es. Lo anima en Rodríguez, el deseo puro de
obtener la libertad de su tierra por la paz. Pero no se obtendrá; o se obtendrá para
beneficio ajeno. El sacrificio oportuno es preferible a la aniquilación definitiva. Es
posible la paz de Cuba independiente con los Estados Unidos, y la existencia de Cuba
independiente, sin la pérdida, o una transformación que es como la pérdida, de
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nuestra nacionalidad. Sírvanos el Congreso, en lo poco que puede, pero sea para el
bien de Cuba, y para poner en claro su problema, no para perturbarla, por lo pronto,
con esperanzas que han de salir una vez más fallidas, o si no salen, no han de ser para
su beneficio.
Y ahora, los hombres. Dos cosas pueden ser, y sólo la parte de Rodríguez me impide
creer que sea una de ellas. O los capitalistas y políticos de la costa, con ayuda y
simpatía de quienes siempre ayudan estas cosas en Washington, han ido penetrando
sutilmente hasta hallar en Rodríguez un auxiliar desinteresado y valioso, y este plan
viene a ser la aparición de un propósito fijo de hombres del Norte, que es lo que me
inclino a creer; o por comunidad de las ideas limpias de Rodríguez, la pasión
constante del revolucionario González, y el interés confeso y probado de Moreno, se
han venido a producir un modo de pensar, que como todo lo que lleva esperanza a los
infelices, y libertad cómoda a los débiles, tendrá muchos adeptos, aquí y en Cuba,
pero en el que no quisiera yo ver persona como Rodríguez junto a un hombre del
descrédito de Moreno, y de la poca autoridad de Luna. No sé hablar mal de los
hombres. Pero Moreno no es buena compañía, aparte de lo ridículo de su persona,
que sólo por la idea simpática que le llevaba, y por el respeto de su puesto de
representante, pudo parecer bien, como Vd. me dice, al entusiasta González. De
González, nada sé, sino lo que se puede saber de la expedición de López, que Vd.,
recordando o preguntando, lo sabrá. Y por unas líneas suyas que leí en días pasados,
sé que es de los que aman con pasión a este país, y no verían con menos que júbilo la
anexión del nuestro. ¿Y si no es anexionista el plan de que me habla, qué hacen en él
Moreno y Luna, anexionistas confesos? Eso es lo que pienso, Gonzalo, va al vuelo de
la pluma, como quisiera yo ir, y escribir con mi sangre, para que se me viera la
verdad. ¿Pero a qué he de ir, caso de que pudiera yo, que por mi tierra todo lo
abandono, salir de este banco de la esclavitud? Si fuera útil, yo iría: pero ¿quién, por
oírme, va a cejar en sus pasiones de años, ni a creer que lo que habla en mí no es una
pasión opuesta a la suya? Otros me llaman de Washington, y por respetos no voy.
Mis ideas no las callo, aunque Vd. sólo hará uso de ellas donde puedan contribuir a la
concordia. Si estas cosas se transformasen, o llegasen a estado que requiriese acción,
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o pudiera mi presencia allí servir de veras ¿no daría este corto viaje por su patria, el
que se muere de ella?
No eche al cesto estos renglones, para volver a leerlos juntos. Me pidió dos, y vea.
Eso le dirá cómo le estima su amigo,
J. MARTÍ
(Gonzalo de Quesada estaba en la Conferencia Internacional Americana como
secretario de Roque Sáenz Peña, delegado de Argentina, lo que motiva la reflexiones
de Martí en esta carta)
A GONZALO DE QUESADA
New York, 16 de noviembre de 1889
Mi muy querido Gonzalo:
Tengo un hijo, y no hubiera querido que a sus años de Vd. y en nuestra situación me
escribiese sino lo que Vd. me escribe. No quería violentar su opinión; pero me tenía
apenado que por respetos, o por la culpa del aire, pudiese ser otra de la que es. Poco
vale este amigo infeliz e impotente; pero sabe donde está la virtud, y el modo de
conciliarla con las obligaciones de la vida, sin faltar a éstas ni a ella. Las almas
nacidas para la honradez no tienen conveniencia, ni viven tranquilas, fuera de la
honradez. Ancho campo hay en el mundo para vivir con decoro: aquí, o donde lo
haya. Vd. me da con su nobleza valor para decirle esto. Tanta fealdad de alma estoy
viendo a mi alrededor, que me siento tentado a darle gracias por ser Vd. como es;
porque las malas acciones me entristecen, como si las cometiera yo, y las buenas me
dan bríos para pelear. Aún se puede, Gonzalo. Son algunos los vendidos y muchos los
venales; pero de un bufido del honor puede echarse atrás a los que, por hábitos de
rebaño, o el apetito de las lentejas, se salen de las filas en cuanto oyen el látigo que
los convoca, o ven el plato puesto. El interés de lo que queda de honra en la América
Latina,—el respeto que impone un pueblo decoroso—la obligación en que esta tierra
está de no declararse aún ante el mundo pueblo conquistador—lo poco que queda
aquí de republicanismo sano—y la posibilidad de obtener nuestra independencia
antes de que le sea permitido a este pueblo por los nuestros extenderse sobre sus
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cercanías, y regirlos a todos:—he ahí nuestros aliados, y con ellos emprendo la lucha.
Con dinero, Gonzalo, a nada le temería. No son sueños. ¿De qué sirven un poco de
habilidad, y el desprecio de la vida que no se puede emplear en el bien común? Con
la energía de la honradez, se pueden cruzar aceros contra los fuertes arrogantes,
aunque les vayan levantando las manos los que, por su defensa y la nuestra, se debían
poner frente a ellos. Yo sé lo que yo haría, y lo que puedo hacer, y cuán pronto lo
haría. Y lo que pueda, lo haré. Ya estaría el periódico publicado, por Cuba y por
nuestra América que son unas en mi previsión y mi cariño, si pudiese decidirme yo a
aceptar ayuda de los que, en público o en secreto, no comparten por entero mi modo
de pensar. Y lo que me detiene es que ideas de esta dignidad no deben aparecer con
pobreza ante el público, porque es dañarlas más que defenderlas, y no veo claro el
modo de sacar el periódico a la luz con la frecuencia y holgura que en estos meses de
combate son necesarias. Lo haré, como pueda, porque es preciso. ¿Pero qué he de
poder hacer con $25, que es lo que puedo quitarles de la boca a los que reciben el pan
de mí, y $15 más que tres amigos redondos me tienen ofrecido? $5 le impongo a Vd.
de contribución, mensual, si el periódico se publica, por seis meses a lo menos. Y las
ideas saldrán a luz, en una forma u otra, y el periódico, aunque no fuese más que con
los $40. ¿No lo ofendería a Vd. si no aceptara su oferta? ¿Cómo dejar sin defensa a
aquello a quien no defiende nadie, y están tantos dispuestos a vender?
Tengo que celebrarle la inquietud en que me dice que está, porque no ha de ser sólo
la pena de no ver a su amiga y a sus padres, sino la desazón que los corazones limpios
sienten en la compañía forzosa y abominable de los hombres que en una u otra forma
venden su honor al interés. No se me cure nunca de esta noble enfermedad; aunque
no le oculto que lleva a lo que yo siento ahora, que son náuseas de muerte. Ni crea a
los tentadores que por obrar mal ellos andan buscando quien obrando como ellos les
sirva de excusa a sus propios ojos; y le dirán que esos de Vd. son escrúpulos de la
juventud, que se le acabarán cuando entre en años. Se le acabarán cuando se le acabe
la honradez. Se puede ser próspero y virtuoso. Piense como piensa, observe mucho,
calle más, elija buena compañera, y será a la vez bueno y feliz.
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Me es muy valioso lo que me dice, y le he de agradecer mucho que me tenga al tanto
de cuantas opiniones sobre Cuba lleguen a su noticia, salvo las que por su carácter
privado, y de la delegación de Vd., no le pertenezcan. Pero sí, de lo que ande de boca
en boca, cuanto nos ayude para ir guiándonos en esta campaña: ¡cuándo nos
deparaba, para empezar a1 fin, una ocasión tan propicia la fortuna! Hay que
levantarse, sacudirse el polvo y seguir andando. He leído su carta con júbilo de padre.
Su
JOSÉ MARTÍ
DISCURSO EN CONMEMORACIÓN DEL 10 DE OCTUBRE DE 1868, EN
HARDMAN HALL, NUEVA YORK
10 DE OCTUBRE DE 1889 (Fragmentos)
Cubanos:
Vence en mí el placer de lo que esta noche oigo y veo, al desagrado propio de
enseñar la persona inútil, que más que del frío extranjero, y del miedo de morir antes
de haber cumplido con todo su deber, padece del desorden y descomposición que,
con ayuda de nuestros mismos hermanos extraviados, fomenta el déspota hábil para
tener mejor sometida a la patria. Lo que veo y oigo no me convida a la elegía, sino al
himno. Pero éste es en mí el júbilo de la resurrección, y no el gusto infecundo de la
tribuna vocinglera. Con compunción, y no con arrogancia, se debe venir a hablar
aquí: que hay algo de vergüenza en la oratoria, en estos tiempos de sobra de palabras
y de falta de hechos. Cimientos a la vez que trincheras deben ser las palabras ahora,
no torneo literario, mientras nuestro país se desmigaja y se pudre, y los caracteres se
vician, y se pospone a la seguridad personal la de la patria. Tribunal somos nosotros
aquí, más que tribuna: tribunal que no ha de olvidar que cumple al juez dar el ejemplo
de la virtud cuya falta censura en los demás, y que los que fungen de jueces habrán en
su día de ser juzgados. El que tacha a los demás de no fundar, ha de fundar. Entre
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nosotros, que vivimos libres en el extranjero, el 10 de Octubre no puede ser, como no
es hoy, una fiesta amarga de conmemoración, donde vengamos con el rubor en la
mejilla y la ceniza en la frente: sino un recuento, y una promesa.
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Sí: aquellos tiempos fueron maravillosos. Hay tiempos de maravilla, en que para
restablecer el equilibrio interrumpido por la violación de los derechos esenciales a la
paz de los pueblos, aparece la guerra, que es un ahorro de tiempo y de desdicha, y
consume los obstáculos al bienestar del hombre en una conflagración purificadora y
necesaria. ¡Delante de nuestras mujeres se puede hablar de guerra; no así delante de
muchos hombres, que de todo se sobrecogen y espantan, y quieren ir en coche a la
libertad, sin ver que los problemas de composición de un pueblo que aprendió a leer,
sentado sobre el lomo de un siervo, a la sombra del cadalso, no se han de resolver con
el consejo del último diario inglés, ni con la tesis recién llegada de los alemanes, ni
con el agasajo interesado de un mesnadero de la política de Madrid que sale por las
minorías novicias y vanidosas a caza de lanzas, ni con las visiones apetecibles del
humo gustoso en que en la dicha de la librería ve el joven próspero desvanecerse su
fragante tabaco. A la mujer, para que se resigne, y al hombre, para que piense, se
debe hablar de guerra. La desigualdad tremenda con que estaba constituida la
sociedad cubana, necesitó de una convulsión para poner en condiciones de vida
común los elementos deformes y contradictorios que la componían. Tanta era la
desigualdad, que el primer sacudimiento no bastó para echar a tierra el edificio
abominable, y levantar la casa nueva con las ruinas. El observador juicioso estudia el
conflicto; se reconoce deudor a la patria de la existencia a que en ella nació; y
cuando, por la ineficacia patente y continua de los recursos cuyo ensayo no quiso ni
debió turbar, ve comprobada la necesidad de pagar, en cambio de la vida decorosa y
el trabajo libre, el tributo de sangre; cuando con el tributo de sangre de una
generación, se salvará la patria del exterminio lento; cuando con las virtudes
evocadas por la grandeza de la rebelión pueden apagarse, y acaso borrarse, los odios
y diferencias que amenazan, tal vez para siglos, al país; cuando el sacrificio es
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indispensable y útil, marcha sereno al sacrificio, como los héroes del 10 de Octubre, a
la luz del incendio de la casa paterna, con sus hijos de la mano.
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¡En pie está el templo, con las palmas por columnas y el cielo de estrellas por
techumbre; y los sacerdotes gigantes que vagan, creciendo al andar, nos mandan que
no lo consintamos! Lo que nos ordenan aquellos brazos alzados, lo que nos suplican
aquellos ojos vigilantes, lo que se nos impone como legado ineludible, de aquellos
campos en donde a todas horas, por la virtud de los que cayeron en ellos, esplende,
como aclarando el camino a los que han de venir, una luz de astros, es que no
perpetuemos los odios, ni pongamos más de los que hay, ni convirtamos al neutral en
enemigo, ni dejemos ir de la mano a un amigo posible, ni ofendamos más a quienes
hemos ofendido ya bastante, ni esperemos para intentar la salvación a que no haya ya
fuerzas con que salvarse; sino que nos empeñemos en juntar, para la catástrofe
inevitable, los elementos refrenados o desunidos por los que no tienen manera de
evitar la catástrofe; que creemos cátedras de despreocupar, en vez de olimpos de
entresuelo y de sillas de odio; que enseñemos al ignorante infeliz, en vez de llevarlo
detrás de nuestras pasiones y envidias, a modo de rebaño; que completemos la obra
de la revolución con el espíritu heroico y evangélico con que la iniciaron nuestros
padres, con todos, para el bien de todos; que desechemos, como funesta e indigna de
hombres, la libertad ficticia y alevosa que pudiera venirnos, por arreglos o ventas, del
comerciante extranjero, que con sus manos se conquistó la libertad, y no podría tratar
como a iguales, ni como dignos de ella, a los que no supiesen conquistarla. ¿Cuándo
se ha levantado una nación con limosneros de derechos? ¡Aquí estamos para cumplir
lo que nos mandan, de entre los árboles que nos esperan con nuevos frutos, los ojos
que no se cierran, las voces que no se oyen, los brazos alzados!
No es esta noche propicia, cuando la mano se nos está yendo sola a la cintura, para
disertar como en academia política sobre las razones, dobladas y notorias, de no
quitar ya de la cintura la mano: ni hay que refutar, porque de sí misma anda
escondida, la idea pretenciosa que en la isla se propala, la cual manda tener por
crimen o necedad toda opinión de cubano sobre asuntos de Cuba que no .alcance la
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fortuna de ajustarse, como el zapato del zapatero al pie del señor, a la política que,
con aplauso y satisfacción profunda de sí misma, se ha puesto ¡delante de los que
llevan la frente coronada de heridas! la corona. Todo lo de la patria es propiedad
común, y objeto libre e inalienable de la acción y el pensamiento de todo el que haya
nacido en Cuba. La patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos, y no
feudo ni capellanía de nadie; y las cosas públicas en que un grupo o partido de
cubanos ponga las manos con el mismo derecho indiscutible con que nosotros las
ponemos, no son suyas sólo, y de privilegiada propiedad, por virtud sutil y contraria a
la naturaleza, sino tan nuestras como suyas; por lo que, cuando las manos no están
bien puestas, hay derecho pleno para quitarles de sobre la patria las manos. No hay
que refutar ya, arrogancias semejantes. Ya se están cayendo las estatuas de polvo: ya
se van apagando de sí propias las escorias brillantes que quedaron, vestidas como de
oro por la luz del gran incendio, después de la guerra: ya no hay espacio en las
mejillas de los pedigüeños para las bofetadas: ya están cumplidas nuestras profecías,
y vencidos por su impotencia y por sus yerros los que osaban tachar de usurpación la
tarea nuestra de preparar el país de acuerdo con sus antecedentes y sus elementos,
para la acción desesperada que según ellos mismos habría de seguir inevitablemente a
la catástrofe de su política. De ningún modo es necesario responder con ira desde
aquí,—porque si son cubanos que yerran, jamás hemos de olvidar que son cubanos,—
a los que nos censuran el amor tenaz a nuestras glorias, que aun cuando no pasara de
amor de contemplación no sería censurable, sino vital y fecundo, por más que sea
preferible acompañarlo de una parte activa en la reedificación de la hermosura cuyo
desastre se lamenta (...).
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Honra y respeto merece el cubano que crea sinceramente que de España nos puede
venir un remedio durable y esencial,—porque hay uno, o dos, cubanos que lo creen:
honra y respeto al que, en la certidumbre de que un pueblo no ha de disponerse a los
horrores de la guerra por el convite romántico de un héroe frustrado, dirija su política
¡si hay algún previsor ignorado que la dirija! de modo que las fuerzas que
garantizarían la paz, más amable que la muerte, caso de que cupiera la paz sana y
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libre, diesen de sí en la hora de la última necesidad la guerra cordial y breve a que la
miseria, y el recuerdo de lo que pudo, y la ira de haber confiado en vano, han de
llevar forzosamente, por el mismo exceso y extremo de la sumisión, a un pueblo
hambriento y desesperanzado que conoce la enredadera silvestre que calma la sed, y
el pedernal de los ríos con que se enciende el fuego, y la miel generosa de la abeja,
que aplaca el hambre y dispone a pelear, y los farallones inexpugnables de la
serranía, donde puede hacer cejar al sitiador numeroso un riflero bien arrodillado. Al
que se engañe de buena fe, y al que se prepare, sin traición a la política de paz
insegura, para atender con el menor desconcierto posible a las consecuencias
naturales, en un pueblo empobrecido e infeliz, del fracaso de una tentativa de paz tan
inútil como sincera,—honra y respeto. Pero al que finja, blanqueando el corazón,
aquella creencia en el remedio imposible que afloja las fuerzas indispensables para el
remedio final; al que prefiere su bien inseguro, impuro, al servicio franco de la patria,
o contribuye con su silencio y su favor, o con la hábil atenuación de sus censuras
ostentosas, a prolongar, sin que el remordimiento le muerda, este descanso, ya
temible, que el gobernante aprovecha, astuto, para quebrar los últimos huesos al
pueblo enviciado, y beberle, con anuencia de los letrados, la última sangre: al que
oculta a sabiendas la verdad, y promete lo que no cree, con labios prostituidos, y
pretende demorar la obra sana de la indignación, como si la cólera de un pueblo fuera
un dócil criado de mano, hasta que crezca su persona aspirante, o duerman las arcas a
buen recaudo, a esos enemigos de la república, a esos aliados convictos del gobierno
opresor, ¡ni honra ni respeto!
Pero ¿a qué insistir sobre el engaño, loable en algunos, y criminal en los más; sobre la
tibieza, que es culpa de carácter en unos, y en otros de juicio; sobre el interés
personal, que ha de ser siempre, por fortuna, entre los cubanos el pecado de los
menos,—de aquellos que por sus propios errores, o por equivocación de fe, o por
consejo extemporáneo de una pacífica nobleza, están hoy ante el país sin crédito ni
valimiento, ni más influjo que el que les ha de dar, por algún tiempo aún, la
certidumbre, patente entre sus parciales, de que la confesión de derrota que implicaría
su abandono de la política nominal, precipitaría las soluciones de la política real,—el
desconsuelo, temible en los pueblos pobres,—la guerra, a que no están personalmente
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preparados? Por eso viven, y nada más que por eso. ¡Hablen con honradez, y digan si
viven por más! Al mal que han hecho es a lo que hay que atender, para remediarlo, y
no a los que por error excusable o por dilatada cobardía lo hicieron.
Los tiempos se han cumplido, y cuanto les predijimos, acontece. El miedo no ha
resuelto una situación que sólo podía resolver el valor. El amo insolente ha empleado
en fortificarse los años que el siervo tímido empleaba en desunir sus huestes y en
destruir sus fortalezas. Una jefatura de policía es nuestra patria, con un sargento
atrevido a la cabeza. Lo único que ha logrado el partido autonomista de veras, porque
es lo único que con tesón procuró, ha sido el trastorno de los elementos que a haber
estado unidos, como debieran, pudiesen precipitarlos, como fin natural de su política,
a la guerra a que sólo tienen derecho a resistirse mientras presenten prueba plena de
su capacidad para evitarla. Ya están frente a frente el amo preparado, y el siervo sin
preparación. Jamás podré olvidar cierta conversación que tuve en mi último destierro
a España con uno de los prohombres en quienes más esperanzas tuvieron puestas por
largo tiempo los caudillos autonomistas; jamás podré olvidar que luego de haber
analizado los factores de nuestra población, y los hábitos y agentes políticos de
España, y la urgencia de nuestra necesidad de remedio, y lo que tarda el pueblo
español en mudar de hábitos, y de haber deducido, en vista de todo, los sucesos y
estado a que habíamos de venir, y hemos venido, “¡Oh, sí!” me dijo: “Usted tiene
razón. Es triste, pero es cierto. Podremos aplazar el resultado; pero el resultado tiene
que venir. Allí no cabemos los dos juntos. O ustedes o nosotros”. Y este es el
problema después de diez años: o ellos, o nosotros. Esto me lo decía el prohombre
español tendido en su cama, como símbolo de su nación, en pleno mediodía.
Y no es que se nos ocurra negar que en una situación de paz, aunque aparente, haya
debido existir un partido de paz, que debió ser aparente también, para ser real y
fecundo, y estar en correspondencia con la situación que lo creaba. Ni es que
caigamos en el extremo de pedir que el partido autonomista, basado en la suficiencia
de la paz, tenga una mano puesta en el parlamento de Madrid, y otra en el parlamento
silencioso, por más que anden a cada paso aceptando la posibilidad de que el país, en
fuerza de la desesperación, haya de parar en la guerra. Si adelantasen con ánimo igual
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y determinado, y atención vigilante a la variedad de elementos y delicadeza de los
problemas vivos del país, tratando al adversario como auxiliar en lo que lo es
naturalmente, y como hermano o como amigo al menos al liberto que ha padecido
tanto de nosotros, y en nosotros está, y ni por su voluntad ni por la nuestra puede
arrancarse de nosotros; si no se valiesen para la revolución de su error natural, de las
fuerzas mismas de la revolución,—que no es más, en la ciencia política verdadera,
que una forma de la evolución, indispensable a veces, por la desemejanza u oposición
de loa factores que se desenvuelven en común, para que el desenvolvimiento se
consuma; si la guerra que como recurso inevitable, y por razones confusas de
patriotismo, interés y habito de autoridad, podría suceder, con los más amenazados y
los más impacientes del partido, a la confesión, ya poco lejana, de su derrota, fuese
aquella guerra de raíz, entera y generosa, que Cuba, criada en odios y desigualdades,
necesita; y si sintiésemos palpitar, bajo los actos necesarios y loables de prudencia,
aquel espíritu redentor que llevó a la contienda épica a nuestros mártires, e hizo de
ellos a la vez héroes y apóstoles,—con paciencia, y hasta con júbilo, porque al
hombre honrado no le asusta morir esperando en la oscuridad en el servicio de la
patria, veríamos adelantar a los que más ilusorios o menos decididos, tardasen en
venir a nuestras vías, sin echarles en cara el venir lentamente porque venían
fundando.
¿Qué culpa no será la de los que, para cuando haya llegado la hora de la guerra, en
vez de haber conducido su política en previsión de un resultado que son incapaces de
evitar y ellos mismos reconocen como posible, tengan al país revuelto y enconado,
sin que los de allá, por aquel alejamiento vecino al odio que se les predica para con
los de acá, se hayan puesto al habla; sin la simpatía, precursora del acuerdo, con los
peninsulares liberales, que ya son muchos más de los que eran, y en esta como en
otras partes pudieran ver la independencia con buenos ojos; sin el interés fraternal de
nuestros libertos que, a no ser tan nobles como son, y hombres de tanto fuego y
libertad como nosotros, pudieran seguir con más agradecimiento, en su afán legítimo
de mejora, al español aleccionado que se la ofrece que a los conterráneos incapaces
que los desdeñan, por más que todavía palpiten a miles bajo su pecho oscuro los
corazones generosos que sostuvieron en sus horas de agonía la guerra pasada, y están
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hoy, como siempre, con el pie en el estribo, prontos a partir de nuevo a la conquista
de la libertad plena de la patria! No es que no debió existir el partido de la paz, sino
que no existe como debe, ni para lo que debe. Es que jamás ha cumplido con su
misión, por el error de su nacimiento híbrido, por falta de grandeza en las miras. Es
que no abarca, en la lucha del país contra sus opresores, todos los elementos del país.
Es que no ha podido allegarse las fuerzas indispensables para el triunfo, ni para el
goce pacífico de él, ni para la vida sana de la patria, aun dentro de la libertad
incompleta, o desdeña el trato veraz con todos aquellos que se hubieran puesto del
lado de la libertad contra España, si hubiese citado a guerra común por la libertad,
como debió citar, a los que por culpa de España padecen como nosotros de falta de
libertad, y la hubieran defendido, y la defenderán tal vez en el suelo en que nacen sus
hijos y en que viven—al andaluz descontento, al isleño oprimido, al gallego liberal, al
catalán independiente—¡somos hombres, además de cubanos, y peleamos por el
decoro y la felicidad de los hombres! Es que el partido autonomista, por su debilidad,
su estrechez y su imprevisión, ha hecho mayores los peligros de la patria.
Y está la patria así, buscando con los ojos el estandarte de las sombras, piafando, sin
fe en los que la han aconsejado mal, sin divisar de lejos la luz que le puede ir de
nosotros; y a sus puertas el sable del sargento atrevido, que necesita, a fin de salvar su
fama, que la guerra surja sin orden ni preparación, para vencerla fácilmente, antes
que estalle la guerra definitiva e invencible de la dignidad y la miseria. ¡Y para eso
estamos aquí; para evitar con nuestra vigilancia, y con la confianza que a nuestra
patria inspiramos, el estallido de la guerra desordenada, aunque siempre santa; para
preparar, con todos, para el bien de todos, la guerra definitiva e invencible; para que
si estalla la guerra, por la vehemencia del dolor cubano o la habilidad del español que
la provoca, no nos la ahoguen al nacer, ni se adueñen de ella los aventureros de
espada o de tribuna que espían esas ocasiones de revuelta para salir, sin más riesgo
que el de la vida, a !a conquista del renombre y del botín; ni se convierta por nuestra
incapacidad y desidia en una revolución de clases, para la preponderancia de un
cenáculo de amigos, o la liga, henchida de guerras futuras, de los políticos débiles y
autoritarios con los déspotas que le salen a la libertad, aquella revolución de amor y
198
de fuego que de su primer abrazo con el hombre echó por tierra, rotas para siempre,
las barreras inicuas y las prisiones de los esclavos!
Lo que hacemos, el silencio lo sabe. Pero eso es lo que debemos hacer todos juntos,
los de mañana y los de ayer, los convencidos de siempre y los que se vayan
convenciendo; los que preparan y los que rematan, los trabajadores del libro y los
trabajadores del tabaco: ¡juntos, pues, de una vez, para hoy y para el porvenir, todos
los trabajadores! El tiempo falta. El deber es mucho. El peligro es grande. Es hábil el
provocador. Son tenaces, y vigilan y dividen, los ambiciosos. ¡Pues vigilemos
nosotros, y anunciemos a la patria agonizante la buena nueva, que ya tarda mucho, de
que sus hijos que viven libres en el extranjero han juntado las manos en unión
poderosa, y han decidido salvarla!
Un himno siento en mi alma, tan bello que sólo pudiera ser el de la muerte, si no
fuese el que me anuncia, con hermosura inefable y deleitosa, que ya vuelven los
tiempos de sacrificio grato y de dolor fecundo en que al pie de las palmas que
renacen, para dar sombra a los héroes, batallen, luzcan, asombren, expiren, los que
creen, por la verdad del cielo descendida sobre sus cabezas, que en el ser continuo
que puebla en formas varias el universo, y en la serie de existencias y de edades,
asciende antes a la cúspide de la luz, donde el alma plena se embriaga de dicha, el
que da su vida en beneficio de los hombres. Muramos los unos, y prepárense, los que
no tengan el derecho de morir, a poner el arma al brazo de los soldados nuevos de
nuestra libertad. De pie, como en el borde de una tumba, renovemos el juramento de
los héroes.
DISCURSO EN CONMEMORACIÓN DEL 10 DE OCTUBRE DE 1868, EN
HARDIMAN HALL, NUEVA YORK
10 DE OCTUBRE DE 1891(Fragmentos)
Cubanos:
No venimos aquí como gusanos, a empinarnos sobre el sauce heroico; ni a cantar en
sus ramas lindamente, como sinsontes vocingleros; ni a fiar, como bonzos, la suerte
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del país de nuestras entrañas al buitre que acecha ya la gangrena que corroe; ni a
proclamar, con el reloj de arena sobre nuestras cabezas, que llegó la hora de la
descomposición y del espanto, ni a tañer en la mandolina patrióticas serenatas a
balcones que no se quieren abrir. Venimos a caballo como el año pasado, a anunciar
que al caballo le ha ido bien; que las jornadas que se andan en la sombra son también
jornadas; que con las orejas caídas y los belfos al pesebre no se fundan pueblos; que
no es la hora todavía de soltarle el freno a la cabalgadura, pero que la cincha se la
hemos puesto ya, y la venda se la hemos quitado ya, y la silla se la vamos a poner, y
los jinetes. . . ¡los corazones están llenos de jinetes! La miseria cría magníficos
jinetes. La visión del padre glorioso hace jinete al hijo. Lo que pudo una generación
muelle y ofendida, que desconocía el poder que mostró, lo podrá una generación
trabajadora y ofendida, que conoce su poder. ¡A caballo venimos este año, lo mismo
que el pasado, sólo que esta caballería anda por donde se vence, y por donde no la
oye andar el enemigo!
........................................................................................................................................
Aquí hemos estudiado las causas reales y complejas de la derrota de la Revolución;
hemos desentrañado los elementos que en ella se crearon, y continuaron de ella, y
podrían entorpecer o ayudar la pelea definitiva; hemos compuesto en un alma sola,—
sin más excepción que uno u otro pedrusco, o uno u otro veneno,—los factores que
dejó en hostilidad la dirección diversa y tibia de la guerra anterior; hemos ajustado
nuestra acción, que pudimos muchas veces precipitar o extraviar, a los periodos de
aquella convalecencia dolorosa por donde, en cuanto le acaben de crecer los cabellos,
ha de volver a nuestra patria la salud; hemos reunido en la obra de todos los días, con
la proporción debida al derecho humano y a su importancia real, los componentes sin
cuya colaboración afectuosa no puede aunarse en la libertad durable nuestra tierra
heterogénea; hemos inspirado en los pueblos de nuestra familia aquel cariño y
estimación profundos que convienen para que no tropiece en su enemistad o en su
indiferencia la obra de nuestra redención, por donde la familia se completa y asegura;
hemos cerrado el paso de la patria, sin ira y sin temor, a las correrías que por su
origen, o por sus métodos, o por su resultados, fueran indignas de ella: y cuando ya
no queda de una política imprevisora más que el escarmiento saludable y la cólera
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útil, cuando la liga floja y temporal del alma cubana con un sistema extraño a su
constitución y a los que lo habían de permitir, sólo deja tras sí al desvanecerse, un
silencio desordenado y sombrío, o la demanda de una nueva esclavitud, ni blandimos
el marchamo para señalar las frentes culpables del terrible desorden espiritual, ni les
señalamos con mano rencorosa la agonía de un pueblo que pudo mantenerse, y se
debió mantener, en la campaña de la prudencia, disciplinado para la de la resolución;
sino que abrimos los brazos, pensando sólo en que somos pocos, aun cuando
fuésemos todos, para reparar el tiempo perdido, para encender en la fe nueva los
ánimos vibrantes, para correr el hilo misterioso por los corazones; y a cuantos sufren
como nosotros del dolor del país, y aspiran como nosotros a levantarlo de él, a todos
les decimos, con los brazos abiertos: Aquí velábamos; aquí aguardábamos; aquí
anticipábamos; aquí ordenábamos nuestras fuerzas; aquí nos ganábamos los
corazones; aquí recogíamos y fundíamos y sublimábamos, y atraíamos para el bien de
todos, el alma que se desmigajaba en el país!
Con el dolor de toda la patria padecemos, y para el bien de toda la patria edificamos,
y no queremos revolución de exclusiones ni de banderías, ni caeremos otra vez en el
peligro del entusiasmo desordenado ni de las emulaciones criminales. Todo lo
sabemos y todo lo evitaremos. Razón y corazón nos llevan juntos. Ni nos ofuscamos,
ni nos acobardamos. Ni compelemos, ni excluimos. ¿Qué es la mejor libertad sino el
deber de emplearla en bien de los que tienen menos libertad que nosotros? ¿Para qué
es la fe, sino para enardecer a los que no la tienen? ¿A qué somos, fuera de Cuba, una
legión hecha a la tempestad, sino para amparar con nuestros cuerpos a los que sufren
de miedo de mujer? ¡El hábito de ceder embota la capacidad de osar! ¡Cedan el paso
los tímidos estériles a los prudentes que han sabido respetarlo...! ¿A qué vivimos,
unidos al fin con alma igual para el rescate juicioso y cruento; a qué vivimos, los que
hemos fundado en la arena y dejado señales en la roca, sino para mostrar que el
patriotismo cubano sacó de la derrota la ciencia política necesaria para no caer otra
vez en ella? ¿Qué somos, sino práctica viva, sin aquel funesto divorcio de antes entre
los indecisos acá y los arremetedores allá, de aquella patria sana venidera en que no
ha de haber ¡porque no los ha de haber! ni soberbias de capital, ni recelos de terruño?
¿Qué somos ya, fuera de Cuba, sino un pueblo hecho, trabajador y susceptible, como
201
han de ser los pueblos destinados a la felicidad en las repúblicas? ¡Pero es cierto que
el hombre vanidoso niega o censura las virtudes difíciles que no se atreve a cultivar:
es cierto que las primeras señales de los pueblos nacientes, no las saben discernir, ni
las saben obedecer, sino las almas republicanas!
¿Y esto hacemos aquí, y labramos aquí sin alarde un porvenir en que quepamos
todos, y tendremos aquí la mansedumbre de mirar como nuestros a los que nos
desoyen, y amar a los que nos desaman? ¿Qué somos aquí, cubanos o enemigos de
Cuba? ¿Aventureros, o patriotas? ¿Merodeadores, o redentores? ¿Y qué sabemos
nosotros si eso es desamor, o si es que ya nos buscan en silencio, acaso sin sentir
cómo el corazón se les va oreando, y no han hallado aún el modo de decirnos que nos
aman? ¡Vayan alzando el pecho a la callada, que de aquí iremos poniendo a su
compás nuestro ímpetu! ¿No se viene la tierra por nuestro camino? (...)
¡Cunda allá, de alma en alma, este fuego domado que nos nutre y enciende; medite,
cada uno a solas, en esta fe tranquila y vigilancia seria y ternura de nuestro cariño
fraternal; sepan que, en la agonía en que los ha puesto el triunfo aniquilador de un
dueño incorregible, y la confianza desordenada en una política fantástica y artificial,
vela por ellos, sangra con ellos, purifica para ellos, funda para ellos, con precisión de
problema científico y conocimiento entero de la realidad, un pueblo ausente en que se
han llegado a fundir, en diez años de estudio y de sacrificio, en diez años de equidad
y de precisión, el más puro anhelo heroico y la más severa disciplina pública!
¡Ni esperen, para tener noticias nuestras, aquellos infantiles organismos
revolucionarios de antes que fueron grandes en su día, y hoy, cubiertos por el
espionaje, no serían más que semilleros para el cadalso! ¡Amamos mucho a los
cubanos nuevos para ponerlos en peligro así! Lo que es, es, y lo sabemos acá; pero es
preferible que, por falta de obra patente nos crean inactivos, a que caiga una sola
cabeza de cubano, por el prurito de alardear de organizadores. Busquemos, uno a uno,
quien nos desee; mándenos ayuda el que pueda, fe el que no pueda más, que no hay
cosa que valga más que la fe: veamos aquí, como lo estamos viendo, que el alma de
la isla, renovada en la espera, se encrespa y se decide: venga a nosotros, por sí y
como le parezca bien, el alma de allá que se nos quiera venir; ¡clubs de espíritus es lo
202
que queremos, y los nombramientos que firma el valor, y los compromisos que se le
juran a solas a la conciencia, y aquella determinación cauta y viril con la que no
puede traficar el espía, y en la que no tiene dónde asir el asesino! ¡Esté el alma en pie,
para cuando le llevemos la mitad del alma!
Peligros, es claro que los tenemos, y ni uno solo nos es extraño, y los hay grandes;
pero, ¿conocer los peligros, no es el primer paso ya para vencerlos? Y la
determinación de ajustar nuestros métodos a nuestros componentes ¿no es prenda de
que los factores del país, satisfechos en su justa relación, no se alzarán, como la vez
pasada, contra la falta de ella? En este estudio asiduo, en esta indulgencia constante,
en este apego a toda la realidad, está el espíritu, y ha de estar la salvación de nuestra
guerra nueva. Nada nos es desconocido de los obstáculos de afuera o de adentro, ni
nada de lo que nos puede ayudar. Amamos, con todos sus pecados posibles, a los que,
en la hora de arriesgarse o de temer, se fueron tras el honor, yarey al aire. Estimamos
con afectuosa cautela aquel mismo talento timorato,—pero útil en lo futuro por su
preparación crítica y estudio sosegado del arte de gobierno,—de los que en Cuba han
vivido con aquel exceso de mente, sin válvula de acción, que vicia y desequilibra el
carácter. Observamos, con júbilo como de cosa propia, en los cubanos de todas
condiciones y colores, aquella laboriosidad tenaz, aquella crítica vehemente, aquel
ejercicio de sí propio, aquel decoro inquieto por donde se preservan y salvan las
repúblicas. Reconocemos—¿cómo no hemos de reconocer, recordando a Mina en
México, a Gainza en Guatemala, a Villamil en Cuba, al gallego Insua en New York?
—reconocemos el valor político del español amigo de la libertad, que le deja franco
el paso, sin oponerse a su triunfo, o sale a defenderla a la luz del día: ¡y nuestra
estimación por el español bueno, sólo iguala a nuestra determinación de arrancar de
raíz, aunque se queje la tierra, los vicios y las vergüenzas con que el español malo
nos pudre! Y en nosotros mismos sentimos la fuerza serena que da el hábito del
sacrificio. Ni a nosotros mismos nos tememos, porque sabemos que nuestro error es
menos que nuestra virtud; ni tememos a esos peligros de América tan decantados:
porque venimos después de ellos,—y ni la América ni nosotros hemos vivido en
vano,—¡y estamos al quite!
203
Ni sueño pueril, ni evocación retórica, es lo que tengo ahora delante de mis ojos, sino
visión de lo que ha de ser, y escena de verdadera profecía. ¡Ah, los días buenos, los
días de trabajo después de la redención, los días de la reedificación, en el contento de
un derecho igual, los días de aquella ardiente labor de paz que ha de seguir a la labor
de guerra, en que allá en el palacio de nuestra ley, con las palmas de mármol que le
vamos a poner de pórtico, nos contemos, paseando entre las estatuas de los héroes,—
los sagaces junto a los fanáticos, que son tan útiles como el sagaz, los buenos junto a
los viles, que son tan necesarios, como los buenos, para indignarlos, y levantarlos y
sacarles las chispas,—nos contemos los errores de ambas Américas, de la nuestra y
de la otra, para no caer en ellos,—ajustemos las leyes de nuestra tierra original a su
composición histórica, y a sus defectos, y a su naturaleza,—fundamos en el concepto
uno y superior del país común,—que unió con el sacrificio lo que el déspota procuró
apartar con la astucia,—las quejas de vecindad y las pequeñas lealtades regionales!—
¡Ah, los días buenos, del trabajo después de la redención, del trabajo continuo, y de
buena fe, para evitar el exceso de política de los desocupados ambiciosos, o de los
aspirantes soberbios, o de los logreros de la palabra y del valor,—y para reparar,
estando como estamos a las puertas de un crítico goloso e impaciente, la época larga
de desigualdad y languidez que pudiera darle razón para echarse sobre el pueblo
incapaz, o darnos razón para desconfiar de nosotros mismos! ¡Ah, los días buenos...!
¡ya me parece ver brillar el sol sobre las estatuas de los héroes, y sobre el pórtico de
palmas de mármol!
¡De veras que se nos habla demasiado de peligros! ¿Pues esta tierra que pisamos, qué
fue hace tres siglos, sino un barquichuelo, cargado de cañones y de mujeres, que
vino, en el hambre y en la tormenta, más pobre que nuestra pobreza mayor, huyendo
de donde no se podía amar la libertad? Y la protesta religiosa, que lo puso en la vía de
la política, y dan los cuentos eruditos como la única semilla de libertad viable; ¿qué
fue sino obra de un monje guitarrero, con ríos de sangre por venas, y naciones
frenéticas y convulsas por pedestal, y hecatombes humeantes por antorchas? ¡Esos
cómodos, y esos liberales de aguamiel! ¡Sangre, el que aspire! ¿Para qué somos
hombres, sino para mirar cara a cara a la verdad? ¡Dése lo justo, y no se nos pedirá lo
injusto! El que a ser hombre tenga miedo, póngase de alquiler, con el ambicioso que
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lo use y lo pague, y le defienda la casta o la mala propiedad. ¡Para otros no hay goce
mayor que el de ver cómo el hombre se redime y crece...! Lo que no se puede
cambiar, ha de tomarse como es. ¿Quién teme al juego natural y necesario de las
pasiones y virtudes de los hombres, ni al conflicto inevitable de sus aspiraciones y
cobardías, y de sus ímpetus e intereses? Vea el que desconfíe a la Naturaleza
equilibrada y triunfante. Nace el guao en el campo del hombre laborioso, y silba la
serpiente desde sus agujeros escondidos, y pestañea la lechuza desde la torre de los
campanarios; pero el sol sigue alumbrando los ámbitos del mundo, y la verdad
continúa incólume su marcha por la tierra.
Y si nos preguntan dónde está la forma visible de esta energía y política nuestra,
dónde el alarde infantil que desagrada a los sensatos, dónde la autoridad ostentosa
que levanta recelos y pone en lucha las localidades, dónde la fogata imprudente que
descubre el campo al enemigo,—responderemos con el recuerdo de una maravilla
que anda escrita en un libro de victorias. Cuentan de un coronel que, en la hora
fantástica de la alborada, venía a escape, sable en mano, sobre las filas de los
invasores, cuando una bala de cañón le cercenó, como de un tajo, la cabeza. Ni el
jinete cayó de su montura ni bajó su brazo el sable: ¡y se entró por los enemigos en
espanto y en fuga el coronel descabezado! Pues así somos nosotros amigos de la
humildad y del sacrificio. ¡Éntrese nuestro caballo por el invasor y espántelo y
derrótelo, aunque no se les vean a los jefes la cabeza!
DISCURSO EN EL LICEO CUBANO, TAMPA
26 DE NOVIEMBRE DE 1891
Cubanos :
Para Cuba que sufre, la primera palabra. De altar se ha de tomar a Cuba, para
ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal, para levantamos sobre ella. Y ahora,
después de evocado su amadísimo nombre, derramaré la ternura de mi alma sobre
estas manos generosas que ¡no a deshora por cierto! acuden a dármele fuerzas para la
205
agonía de la edificación; ahora, puestos los ojos más arriba de nuestras cabezas y el
corazón entero sacado de mi mismo, no daré gracias egoístas a los que creen ver en
mí las virtudes que de mí y de cada cubano desean; ni al cordial Carbonell, ni al
bravo Rivero, daré gracias por la hospitalidad magnífica de sus palabras, y el fuego
de su cariño generoso; sino que todas las gracias de mi alma les daré, y en ellos a
cuantos tienen aquí las manos puestas a la faena de fundar, por este pueblo de amor
que han levantado cara a cara del dueño codicioso que nos acecha y nos divide; por
este pueblo de virtud, en donde se aprueba la fuerza libre de nuestra patria
trabajadora; por este pueblo culto, con la mesa de pensar al lado de la de ganar el pan,
y truenos de Mirabeau junto a artes de Roland, que es respuesta de sobra a los
desdeñosos de este mundo; por este templo orlado de héroes, y alzado sobre
corazones. Yo abrazo a todos los que saben amar. Yo traigo la estrella, y traigo la
paloma, en mi corazón.
No nos reúne aquí, de puro esfuerzo y como a regañadientes, el respeto periódico a
una idea de que no se puede abjurar sin deshonor; ni la respuesta siempre pronta, y a
veces demasiado pronta, de los corazones patrios a un solicitante de fama, o a un
alocado de poder, o a un héroe que no corona el ansia inoportuna de morir con el
heroísmo superior de reprimirla, o a un menesteroso que bajo la capa de la patria
anda sacando la mano limosnera. Ni el que viene se afeará jamás con la lisonja, ni es
este noble pueblo que lo reciba pueblo de gente servi1 y llevadiza. Se me hincha el
pecho de orgullo, y amo aún más a mi patria desde ahora, y creo aún más desde ahora
en su porvenir ordenado y sereno, en el porvenir, redimido del peligro grave de seguir
a ciegas, en nombre de la libertad, a los que se valen del anhelo de ella para desviarla
en beneficio propio; creo aún más en la república de ojos abiertos, ni insensata ni
tímida, ni togada ni descuellada, ni sobreculta ni inculta, desde que veo, por los
avisos sagrados del corazón, juntos en esta noche de fuerza y pensamiento, juntos
para ahora y para después, juntos para mientras impere el patriotismo, a los cubanos
que ponen su opinión franca y libre por sobre todas las cosas,—y a un cubano que se
las respeta.
206
Porque si en las cosas de mi patria me fuera dado preferir un bien a todos los demás,
un bien fundamental que de todos los del país fuera base y principio, y sin el que los
demás bienes serían falaces e inseguros, ese sería el bien que yo prefiriera: yo quiero
que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena
del hombre. En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba
cualquier mejilla de hombre: envilece a los pueblos desde la cuna el hábito de recurrir
a camarillas personales, fomentadas por un interés notorio o encubierto, para la
defensa de las libertades: sáquese a lucir, y a incendiar las almas, y a vibrar como el
rayo, a la verdad, y síganla, libres, los hombres honrados. Levántese por sobre todas
las cosas esta tierna consideración, este viril tributo de cada cubano a otro. Ni
misterios, ni calumnias, ni tesón en desacreditar, ni largas y astutas preparaciones
para el día funesto de la ambición. O la República tiene por base el carácter entero de
cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el
ejercicio integro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de
los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre,—o la república no vale una
lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos. Para
verdades trabajamos, y no para sueños. Para libertar a los cubanos trabajamos, y no
para acorralarlos. ¡Para ajustar en la paz y en la equidad los intereses y derechos de
los habitantes leales de Cuba trabajamos, y no para erigir, a la boca del continente, de
la república, la mayordomía espantada de Veintimilla, o la hacienda sangrienta de
Rosas, o el Paraguay lúgubre de Francia! ¡Mejor caer bajo los excesos del carácter
imperfecto de nuestros compatriotas, que valerse del crédito adquirido con las armas
de la guerra o las de la palabra que rebajarles el carácter! Este es mi único título a
estos cariños, que han venido a tiempo a robustecer mis manos incansables en el
servicio de la verdadera libertad. ¡Muérdanmelas los mismos a quienes anhelase yo
levantar más, y ¡no miento! amaré la mordida, porque me viene de la furia de mi
propia tierra, y porque por ella veré bravo y rebelde a un corazón cubano!
¡Unámonos, ante todo en esta fe; juntemos las manos, en prenda de esa decisión,
donde todos las vean, y donde no se olvida sin castigo; cerrémosle el paso a la
república que no venga preparada por medios dignos del decoro del hombre, para el
bien y la prosperidad de todos los cubanos!
207
¡De todos los cubanos! ¡Yo no sé qué misterio de ternura tiene esta dulcísima palabra,
ni qué sabor tan puro sobre el de la palabra misma de hombre, que es ya tan bella,
que si se la pronuncia como se debe, parece que es el aire como nimbo de oro, y es
trono o cumbre de monte la naturaleza! ¡Se dice cubano, y una dulzura como de
suave hermandad se esparce por nuestras entrañas, y se abre sola la caja de nuestros
ahorros, y nos apretamos para hacer un puesto más en la mesa, y echa las alas el
corazón enamorado para amparar al que nació en la misma tierra que nosotros,
aunque el pecado lo trastorne, o la ignorancia lo extravíe, o la ira lo enfurezca, o lo
ensangriente el crimen! ¡Como que unos brazos divinos que no vemos nos aprietan a
todos sobre un pecho en que todavía corre la sangre y se oye todavía sollozar el
corazón! ¡Créese allá en nuestra patria, para darnos luego trabajo de piedad, créese,
donde el dueño corrompido pudre cuanto mira, un alma cubana nueva, erizada y
hostil, un alma hosca, distinta de aquella alma casera y magnánima de nuestros
padres e hija natural de la miseria que ve triunfar al vicio impune, y de la cultura
inútil, que sólo halla empleo en la contemplación sorda de sí misma! ¡Acá, donde
vigilamos por los ausentes, donde reponemos la casa que allá se nos cae encima,
donde creamos lo que ha de reemplazar a lo que allí se nos destruye, acá no hay
palabra que se asemeje más a la luz del amanecer, ni consuelo que se entre con más
dicha por nuestro corazón, que esta palabra inefable y ardiente de cubano!
¡Porque eso es esta ciudad; eso es la emigración cubana entera; eso es lo que venimos
haciendo en estos años de trabajo sin ahorro, de familia sin gusto, de vida sin sabor,
de muerte disimulada! ¡A la patria que allí se cae a pedazos y se ha quedado ciega de
la podre, hay que llevar la patria piadosa y previsora que aquí se levanta! ¡A lo que
queda de patria allí, mordido de todas partes por la gangrena que empieza a roer el
corazón, hay que juntar la patria amiga donde hemos ido, acá en la soledad,
acomodando el alma, con las manos firmes que pide el buen cariño, a las realidades
todas, de afuera y de adentro, tan bien veladas allí en unos por la desesperación y en
otros por el goce babilónico, que con ser grandes cortezas y grandes esperanzas y
grandes peligros, son, aun para los expertos, poco menos que desconocidas! ¿Pues
qué saben allá de esta noche gloriosa de resurrección, de la fe determinada y
metódica de nuestros espíritus, del acercamiento continuo y creciente de los cubanos
208
de afuera, que los errores de los diez años y las veleidades naturales de Cuba, y otras
causas maléficas no han logrado por fin dividir, sino allegar tan íntima y
cariñosamente, que no se ve sino un águila que sube, y un sol que va naciendo, y un
ejército que avanza? ¿Qué saben allá de estos tratos sutiles, que nadie prepara ni
puede detener, entre el país desesperado y los emigrados que esperan? ¿Qué saben de
este carácter nuestro fortalecido, de tierra en tierra, por la prueba cruenta y el
ejercicio diario? ¿Qué saben del pueblo liberal, y fiero, y trabajador, que vamos a
llevarles? ¿Qué sabe el que agoniza en la noche, del que le espera con los brazos
abiertos en la aurora? Cargar barcos puede cualquier cargador; y poner mecha al
cañón cualquier artillero puede; pero no ha sido esa tarea menor, y de mero resultado
y oportunidad, la tarea única de nuestro deber, sino la de evitar las consecuencias
dañinas, y acelerar las felices, de la guerra próxima, e inevitable,—e irla limpiando,
como cabe en lo humano, del desamor y del descuido y de los celos que la pudiesen
poner donde sin necesidad ni excusa nos pusieron la anterior, y disciplinar nuestras
almas libres en el conocimiento y orden de los elementos reales de nuestro país, y en
el trabajo que es el aire y el sol de la libertad, para que quepan en ella sin peligro,
junto a las fuerzas creadoras de una situación nueva, aquellos residuos inevitables de
las crisis revueltas que son necesarias para constituirlas. ¡Y las manos nos dolerán
más de una vez en la faena sublime, pero los muertos están mandando, y
aconsejando, y vigilando, y los vivos los oyen, y los obedecen, y se oye en el viento
ruido de ayudantes que pasan llevando órdenes, y de pabellones que se despliegan!
¡Unámonos, cubanos en esta otra fe: con todos, y para todos: la guerra inevitable, de
modo que la respete y la desee y la ayude la patria, y no nos la mate, en flor, por local
o por personal o por incompleta, el enemigo: la revolución de justicia y de realidad,
para el reconocimiento y la práctica franca de las libertades verdaderas.
¡Ni los bravos de la guerra que me oyen tienen paces con estos análisis menudos de
las cosas públicas, porque al entusiasta le parece crimen la tardanza misma de la
sensatez en poner por obra el entusiasmo; ni nuestra mujer, que aquí oye atenta,
sueña más que en volver a pisar la tierra propia, donde no ha de vivir su compañero,
agrio como aquí vive y taciturno; ni el niño, hermano o hijo de mártires y de héroes,
209
nutrido en sus leyendas, piensa en más que en lo hermoso de morir a caballo,
peleando por el país, al pie de una palma!
¡Es el sueño mío, es el sueño de todos; las palmas son novias que esperan: y hemos
de poner la justicia tan alta como las palmas! Eso es lo que queríamos decir. A la
guerra del arranque, que cayó en el desorden, ha de suceder, por insistencia de los
males públicos, la guerra de la necesidad, que vendría floja y sin probabilidad de
vencer, si no le diese su pujanza aquel amor inteligente y fuerte del derecho por
donde las almas más ansiosas de él recogen de la sepultura el pabellón que dejaron
caer, cansados del primer esfuerzo, los menos necesitados de justicia. Su derecho de
hombres es lo que buscan los cubanos en su independencia; y la independencia se ha
de buscar con alma entera de hombre. ¡Que Cuba, desolada, vuelve a nosotros los
ojos! ¡Que los niños ensayan en los troncos de los caminos la fuerza de sus brazos
nuevos! ¡Que las guerras estallan, cuando hay causas para ella, de la impaciencia de
un valiente o de un grano de maíz! ¡Que el alma cubana se está poniendo en fila, y se
ven ya, como al alba, las masas confusas! ¡Que el enemigo, menos sorprendido hoy,
menos interesado, no tiene en la tierra los caudales que hubo de defender la vez
pasada, ni hemos de entretenernos tanto como entonces en dimes y diretes de
localidad, ni en competencias de mando, ni en envidias de pueblo, ni en esperanzas
locas! ¡Que afuera tenemos el amor en el corazón, los ojos en la costa, la mano en la
América, y el arma al cinto! ¿Pues quién no lee en el aire todo eso con letras de luz?
Y con letras de luz se ha de leer que no buscamos, en este nuevo sacrificio, meras
formas, ni la perpetuación del alma colonial en nuestra vida, con novedades de
uniforme yanqui, sino la esencia y realidad de un país republicano nuestro, sin miedo
canijo de unos a la expresión saludable de todas las ideas y el empleo honrado de
todas las energías,—ni de parte de otros aquel robo al hombre que consiste en
pretender imperar en nombre de la libertad por violencias en que se prescinde del
derecho de los demás a las garantías y los métodos de ella. Por supuesto que se nos
echarán atrás los petimetres de la política, que olvidan cómo es necesario contar con
lo que no se puede suprimir,—y que se pondrá a refunfuñar el patriotismo de polvos
de arroz, so pretexto de que los pueblos, en el sudor de la creación, no dan siempre
olor de clavellina. ¿Y qué le hemos de hacer? ¡Sin los gusanos que fabrican la tierra
210
no podrían hacerse palacios suntuosos! En la verdad hay que entrar con la camisa al
codo, como entra en la res el carnicero. Todo lo verdadero es santo, aunque no huela
a clavellina. ¡Todo tiene la entraña fea y sangrienta; es fango en las artesas el oro en
que el artista talla luego sus joyas maravillosas; de lo fétido de la vida saca almíbar la
fruta y colores la flor; nace el hombre del dolor y la tiniebla del seno maternal, y del
alarido y el desgarramiento sublime; y las fuerzas magníficas y corrientes de fuego
que en el horno del sol se precipitan y confunden, no parecen de lejos a los ojos
humanos sino manchas! ¡Paso a los que no tienen miedo a la luz: caridad para los que
tiemblan de sus rayos!
Ni vería yo esa bandera con cariño, hecho como estoy a saber que lo más santo se
toma como instrumento del interés por los triunfadores audaces de este mundo, si no
creyera que en sus pliegues ha de venir la libertad entera, cuando el reconocimiento
cordial del decoro de cada cubano, y de los modos equitativos de ajustar los
conflictos de sus intereses, quite razón a aquellos consejeros de métodos confusos
que sólo tienen de terribles lo que tiene de terca la pasión que se niega a reconocer
cuanto hay en sus demandas de equitativo y justiciero ¡Clávese la lengua del adulador
popular, y cuélguese al viento como banderola de ignominia, donde sea castigo de los
que adelantan sus ambiciones azuzando en vano la pena de los que padecen, u
ocultándoles verdades esenciales de su problema, o levantándoles la ira:—y al lado
de la lengua de los aduladores, clávese la de los que se niegan a la justicia!
¡La lengua del adulador se clave donde todos la vean,—y la de los que toman por
pretexto las exageraciones a que tiene derecho la ignorancia, y que no puede acusar
quien no ponga todos los medios de hacer cesar la ignorancia, para negarse a acatar lo
que hay de dolor de hombre y de agonía sagrada en las exageraciones que es más
cómodo excomulgar, de toga y birrete, que estudiar, lloroso el corazón, con el dolor
humano hasta los codos! En el presidio de la vida es necesario poner, para que
aprendan justicia, a los jueces de la vida. El que juzgue de todo, que lo conozca todo.
No juzgue de prisa el de arriba, ni por un lado: no juzgue el de abajo por un lado ni de
prisa. No censure el celoso el bienestar que envidia en secreto. ¡No desconozca el
pudiente el poema conmovedor, y el sacrificio cruento, del que se tiene que cavar el
211
pan que come; de su sufrida compañera, coronada de corona que el injusto no ve; de
los hijos que no tienen lo que tienen los hijos de los otros por el mundo! ¡Valiera más
que no se desplegara esa bandera de su mástil, si no hubiera de amparar por igual a
todas las cabezas!
Muy mal conoce nuestra patria, la conoce muy mal, quien no sepa que hay en ella,
como alma de lo presente y garantía de lo futuro, una enérgica suma de aquella
libertad original que cría el hombre en si, del jugo de la tierra y de las penas que ve, y
de su idea propia y de su naturaleza altiva. Con esta libertad real y pujante, que sólo
puede pecar por la falta de la cultura que es fácil poner en ella, han de contar más los
políticos de carne y hueso que con esa libertad de aficionados que aprenden en los
catecismos de Francia o de Inglaterra, los políticos de papel. Hombres somos, y no
vamos a querer gobiernos de tijeras y de figurines, sino trabajo de nuestras cabezas,
sacado del molde de nuestro país. Muy mal conoce a nuestro pueblo quien no observe
en él como a la par de este ímpetu nativo que lo levanta para la guerra y no lo dejará
dormir en la paz, se ha criado con la experiencia y el estudio, y cierta ciencia clara
que da nuestra tierra hermosa, un cumulo de fuerzas de orden, humanas y cultas,—
una falange de inteligencias plenas, fecundadas por el amor al hombre, sin el cual la
inteligencia no es más que azote y crimen,—una concordia tan intima, venida del
dolor común, entre los cubanos de derecho natural, sin historia y sin libros, y los
cubanos que han puesto en el estudio la pasión que no podían poner en la elaboración
de la patria nueva,—una hermandad tan ferviente entre los esclavos ínfimos de la
vida y los esclavos de una tiranía aniquiladora,—que por este amor unánime y
abrasante de justicia de los de un oficio y los de otro; por este ardor de humanidad
igualmente sincero en los que llevan el cuello alto, porque tienen alta la nuca natural,
y los que lo llevan bajo, porque la moda manda lucir el cuello hermoso; por esta
patria vehemente en que se reúnen con iguales sueños, y con igual honradez, aquéllos
a quienes pudiese divorciar el diverso estado de cultura—sujetará nuestra Cuba, libre
en la armonía de la equidad, la mano de la colonia que no dejará a su hora de
venírsenos encima, disfrazada con el guante de la república. ¡Y cuidado, cubanos,
que hay guantes tan bien imitados que no se diferencian de la mano natural! A todo el
que venga a pedir poder, cubanos, hay que decirle a la luz, donde se vea la mano
212
bien: ¿mano o guante?—Pero no hay que temer en verdad, ni hay que regañar. Eso
mismo que hemos de combatir, eso mismo nos es necesario. Tan necesario es a los
pueblos lo que sujeta como lo que empuja: tan necesario es en la casa de familia el
padre, siempre activo, como la madre, siempre temerosa. Hay política hombre y
política mujer. ¿Locomotora con caldera que la haga andar, y sin freno que la detenga
a tiempo? Es preciso, en cosas de pueblos, llevar el freno en una mano, y la caldera
en la otra. Y por ahí padecen los pueblos: por el exceso de freno, y por el exceso de
caldera.
¿A qué es, pues, a lo que habremos de temer? ¿Al decaimiento de nuestro
entusiasmo, a lo ilusorio de nuestra fe, al poco número de los infatigables, al
desorden de nuestras esperanzas? Pues miro yo a esta sala, y siento firme y estable la
tierra bajo mis pies, y digo: “Mienten”. Y miro a mi corazón, que no es más que un
corazón cubano, y digo: —“Mienten”.
¿Tendremos miedo a los hábitos de autoridad contraídos en la guerra, y en cierto
modo ungidos por el desdén diario de la muerte? Pues no conozco yo lo que tiene de
brava el alma cubana, y de sagaz y experimentado el juicio de Cuba, y lo que habrían
de contar las autoridades viejas con las autoridades vírgenes, y aquel admirable
concierto de pensamiento republicano y la acción heroica que honra, sin excepciones
apenas, a los cubanos que cargaron armas; o, como que conozco todo eso, al que diga
que de nuestros veteranos hay que esperar ese amor criminal de sí, ese
postergamiento de la patria a su interés, esa traición inicua a su país, le digo:
—“¡Mienten!”
¿O nos ha de echar atrás el miedo a las tribulaciones de la guerra, azuzado por gente
impura que está a paga del gobierno español, el miedo a andar descalzo, que es un
modo de andar ya muy común en Cuba, porque entre los ladrones y los que los
ayudan, ya no tienen en Cuba zapatos sino los cómplices y los ladrones? ¡Pues como
yo sé que el mismo que escribe un libro para atizar el miedo a la guerra, dijo en
versos, muy buenos por cierto, que la jutía basta a todas las necesidades del campo en
Cuba, y sé que Cuba está otra vez llena de jutías, me vuelvo a los que nos quieren
asustar con el sacrificio mismo que apetecemos, y les digo:—“Mienten”.
213
¿Al que más ha sufrido en Cuba por la privación de la libertad le tendremos miedo,
en el país donde la sangre que derramó por ella se la hecho amar demasiado para
amenazarla? ¿Le tendremos miedo al negro, al negro generoso, al hermano negro,
que en los cubanos que murieron por él ha perdonado para siempre a los cubanos que
todavía lo maltratan? Pues yo sé de manos de negro que están más dentro de la virtud
que las de blanco alguno que conozco: yo sé del amor negro a la libertad sensata, que
sólo en la intensidad mayor y natural y útil se diferencia del amor a la libertad del
cubano blanco: yo sé que el negro ha erguido el cuerpo noble, y está poniéndose de
columna firme de las libertades patrias. Otros le teman: yo lo amo: a quien diga mal
de él, me lo desconozca, le digo a boca llena:—“Mienten”.
¿Al español en Cuba habremos de temer? ¿Al español armado, que no nos pudo
vencer por su valor, sino por nuestras envidias, nada más que por nuestras envidias?
¿Al español que tiene en el Sardinero o en la Rambla su caudal y se irá con su caudal,
que es su única patria; o al que lo tiene en Cuba, por apego a la tierra o por la raíz de
los hijos, y por miedo al castigo opondrá poca resistencia, y por sus hijos? ¿Al
español llano, que ama la libertad como la amamos nosotros, y busca con nosotros
una patria en la justicia, superior al apego a una patria incapaz e injusta, al españo1
que padece, junto a su mujer cubana, del desamparo irremediable y el mísero
porvenir de los hijos que le nacieron con el estigma de hambre y persecución, con el
decreto de destierro en su propio país, con la sentencia de muerte en vida con que
vienen al mundo los cubanos? ¿Temer al español liberal y bueno, a mi padre
valenciano, a mi fiador montañés, al gaditano que me velaba el sueño febril, al
catalán que juraba y votaba porque no quería el criollo huir con sus vestidos, al
malagueño que saca en sus espaldas del hospital al cubano impotente, al gallego que
muere en la nieve extranjera, al volver de dejar el pan del mes en la casa del general
en jefe de la guerra cubana? ¡Por la libertad del hombre se pelea en Cuba, y hay
muchos españoles que aman la libertad! ¡A estos españoles los atacarán otros: yo los
ampararé toda mi vida! A los que no saben que esos españoles son otros tantos
cubanos, les decimos:—“¡Mienten!”
214
¿Y temeremos a la nieve extranjera? Los que no saben bregar con sus manos en la
vida, o miden el corazón de los demás por su corazón espantadizo, o creen que los
pueblos son meros tableros de ajedrez, o están tan criados en la esclavitud que
necesitan quien les sujete el estribo para salir de ella, esos buscarán en un pueblo de
componentes extraños y hostiles la república que sólo asegura el bienestar cuando se
le administra en acuerdo con el carácter propio, y de modo que se acendre y realce. A
quien crea que falta a los cubanos coraje y capacidad para vivir por sí en la tierra
creada por su valor, le decimos:—“Mienten”.
Y a los lindoros que desdeñan hoy esta revolución santa cuyos guías y mártires
primeros fueron hombres nacidos en el mármol y seda de la fortuna, esta santa
revolución que en el espacio más breve hermanó, por la virtud redentora de las
guerras justas, al primogénito heroico y al campesino sin heredad, al dueño de
hombres y a sus esclavos; a los olimpos de pisapapel que bajan de la trípode
calumniosa para preguntar aterrados, y ya con ánimos de sumisión, si ha puesto el pie
en tierra este peleador o el otro, a fin de poner en paz el alma con quien puede
mañana distribuir el poder; a los alzacolas que fomentan, a sabiendas, el engaño de
los que creen que este magnifico movimiento de almas, esta idea encendida de la
redención decorosa, este deseo triste y firme de la guerra inevitable, no es más que el
tesón de un rezagado indómito, o la correría de un general sin empleo, o la algazara
de los que no gozan de una riqueza que sólo se puede mantener por la complicidad
con el deshonor o la amenaza de una turba obrera, con odio por corazón y papeluchos
por sesos, que irá, como del cabestro, por donde la quiera llevar el primer ambicioso
que la adule, o el primer déspota encubierto que le pase por los ojos la bandera,—a
lindoros, o a olimpos, y a alzacolas—les diremos:—“Mienten”. ¡Esta es la turba
obrera, el arca de nuestra alianza, el tahalí, bordado de mano de mujer, donde se ha
guardado la espada de Cuba, el arenal redentor donde se edifica, y se perdona, y se
prevé y se ama!
¡Basta, basta de meras palabras! Para lisonjearnos no estamos aquí sino para
palparnos los corazones y ver que viven sanos, y que pueden; para irnos enseñando a
los desesperanzados, a los desbandados, a los melancólicos, en nuestra fuerza de idea
215
y de acción, en la virtud probada que asegura la dicha por venir, en nuestro tamaño
real, que no es de presuntuoso, ni de teorizante, ni de salmodista, ni de melómano, ni
de cazanubes, ni de pordiosero. Ya somos uno, y podemos ir al fin: conocemos el
mal, y veremos de no recaer; a puro amor y paciencia hemos congregado lo que
quedó disperso, y convertido en orden entusiasta lo que era, después de la catástrofe,
desconcierto receloso; hemos procurado la buena fe, y creemos haber logrado
suprimir o reprimir los vicios que causaron nuestra derrota, y allegar con modos
sinceros y para fin durable, los elementos conocidos o esbozados, con cuya unión se
puede llevar la guerra inminente al triunfo. ¡Ahora, a formar filas! ¡Con esperar, allá
en lo hondo del alma, no se fundan pueblos! Delante de mí vuelvo a ver los
pabellones, dando órdenes; y me parece que el mar que de allá viene, cargado de
esperanza y de dolor, rompe la valla de la tierra ajena en que vivimos y revienta
contra esas puertas sus olas alborotadas. . . ¡Allá está, sofocada en los brazos que nos
la estrujan y corrompen! ¡Allá está, herida en la frente, herida en el corazón,
presidiendo, atada a la silla de tortura, el banquete donde las bocamangas de galón de
oro ponen el vino del veneno en los labios de los hijos que se han olvidado de sus
padres! ¡Y el padre murió cara a cara al alférez, y el hijo va, de brazo con el alférez, a
pudrirse a la orgía! ¡Basta de meras palabras! De las entrañas desgarradas levantemos
un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno ni
el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos
la gangrenan a nuestros ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro
corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones,
alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o
por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república
verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo
sabremos mantenerla; alcémonos para darles tumba a los héroes cuyo espíritu vaga
por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba
nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta
fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.
216
RESOLUCIONES TOMADAS POR LA EMIGRACIÓN CUBANA DE TAMPA
EL 28 DE NOVIEMBRE DE 1891
Congregados ya, después de los diez años de unificación que debían seguir a los
primeros diez años de escarmiento, todos los elementos de resolución y prudencia,
cuya obra discreta y generosa se requiere para fundar, con los restos de una colonia
de esclavos sobre esclavos, un pueblo útil y pacífico de hombres verdaderamente
libres;
Conocidas ya todas las causas que contribuyeron a la suspensión de la guerra
indispensable para conquistar a un país la libertad que destruiría los privilegios
arraigados de los que se hubieran de conceder;
Unánimes ya, por su propio impulso, y aparte de todo dictamen personal, o móvil de
vergüenza estéril, o mera tentación de fanatismo, los factores de acción que hubieran
podido dejarse deslumbrar por la impaciencia heroica, o el deseo prematuro, o la guía
interesada;
Vencido ya, después de la espera vigilante y generosa, el término de prueba, que la
diseminación de los factores revolucionarios hacía inevitable, y aconsejaba la
sagacidad y la justicia, de la política inútil y disolvente de reformas locales bajo el
poder que ve su desaparición gradual en ellas;
Extremadas ya bajo un gobierno incorregible la obra de empobrecimiento y
corrupción del carácter nacional, y el ansia justa de las emigraciones, capaces y
ordenadas, de acudir en tiempo con su ayuda a la reconstrucción y salvación de un
país que no tiene establecido recurso alguno viable o probable para salvarse;
Los emigrados de Tampa, unidos en el calor de su corazón y en la independencia de
su pensamiento, proclaman las siguientes
RESOLUCIONES
1ra. Es urgente la necesidad de reunir en acción común republicana y libre, todos los
elementos revolucionarios honrados.
217
2da. La acción revolucionaria común no ha de tener propósitos embozados, ni ha de
emprenderse sin el acomodo a las realidades y derechos y alma democrática del país
que la justicia y la experiencia aconsejan, ni ha de propagarse o realizarse de manera
que justifique, por omisión o por confusión, el temor del país a una guerra que no se
haga como mero instrumento del gobierno popular y preparación franca y
desinteresada de la Republica.
3ra. La organización revolucionaria no ha de desconocer las necesidades prácticas
derivadas de la constitución e historia del país, ni ha de trabajar directamente por el
predominio actual o venidero de clase alguna; sino por la agrupación, conforme a
métodos democráticos, de todas las fuerzas vivas de la patria; por la hermandad y
acción común de los cubanos residentes en el extranjero; por el respeto y auxilio de
las repúblicas del mundo, y por la creación de una República justa y abierta, una en el
territorio, en el derecho, en el trabajo y en la cordialidad, levantada con todos y para
bien de todos.
4ta. La organización revolucionaria respetará y fomentará la constitución original y
libre de las emigraciones locales.
BASES DEL PARTIDO REVOLUCIONARIO CUBANO
Artículo 1° El Partido Revolucionario Cubano se constituye para lograr con los
esfuerzos reunidos de todos los hombres de buena voluntad, la independencia
absoluta de la Isla de Cuba, y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico.
Artículo 2° El Partido Revolucionario Cubano no tiene por objeto precipitar
inconsideradamente la guerra en Cuba, ni lanzar a toda costa al país a un movimiento
mal dispuesto y discorde, sino ordenar, de acuerdo con cuantos elementos vivos y
honrados se le unan, una guerra generosa y breve, encaminada a asegurar en la paz y
el trabajo la felicidad de los habitantes de la Isla.
218
Articulo 3° El Partido Revolucionario Cubano reunirá los elementos de revolución
hoy existentes y allegará, sin compromisos inmorales con pueblo u hombre alguno,
cuantos elementos nuevos pueda, a fin de fundar en Cuba por una guerra de espíritu y
métodos republicanos, una nación capaz de asegurar la dicha durable de sus hijos y
de cumplir, en la vida histórica del continente, los deberes difíciles que su situación
geográfica le señala.
Articulo 4° El Partido Revolucionario Cubano no se propone perpetuar en la
República Cubana, con formas nuevas o con alteraciones más aparentes que
esenciales, el espíritu autoritario y la composición burocrática de la colonia, sino
fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un
pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real
y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una
sociedad compuesta para la esclavitud.
Articulo 5° El Partido Revolucionario Cubano no tiene por objeto llevar a Cuba una
agrupación victoriosa que considere la Isla como su presa y dominio, sino preparar,
con cuantos medios eficaces le permita la libertad del extranjero, la guerra que se ha
de hacer para el decoro y bien de todos los cubanos, y entregar a todo el país la patria
libre.
Artículo 6° El Partido Revolucionario Cubano se establece para fundar la patria una,
cordial y sagaz, que desde sus trabajos de preparación, y en cada uno de ellos, vaya
disponiéndose para salvarse de los peligros internos y externos que la amenacen, y
sustituir al desorden económico en que agoniza con un sistema de hacienda pública
que abra el país inmediatamente a la actividad diversa de sus habitantes.
Artículo 7° El Partido Revolucionario Cubano cuidará de no atraerse, con hecho o
declaración alguna indiscreta durante su propaganda, la malevolencia o suspicacia de
los pueblos con quienes la prudencia o el afecto aconseja o impone el mantenimiento
de relaciones cordiales.
Articulo 8° El Partido Revolucionario Cubano tiene por propósitos concretos los
siguientes:
219
I. Unir en un esfuerzo continuo y común la acción de todos los cubanos
residentes en el extranjero.
II. Fomentar relaciones sinceras entre los factores históricos y políticos de
dentro y fuera de la Isla que puedan contribuir al triunfo rápido de la guerra
y a la mayor fuerza y eficacia de las instituciones que después de ella se
funden, y deben ir en germen en ella.
III. Propagar en Cuba el conocimiento del espíritu y los métodos de la
revolución, y congregar a los habitantes de la Isla en un ánimo favorable a
su victoria, por medios que no pongan innecesariamente en riesgo las vidas
cubanas.
IV. Allegar fondos de acción para la realización de su programa, a la vez que
abrir recursos continuos y numerosos para la guerra.
V. Establecer discretamente con los pueblos amigos relaciones que tiendan a
acelerar, con la menor sangre y sacrificios posibles, el éxito de la guerra y
la fundación de la nueva República indispensable al equilibrio americano.
Articulo 9° El Partido Revolucionario Cubano se regirá conforme a los estatutos
secretos que acuerden las organizaciones que lo fundan.
ESTATUTOS SECRETOS DEL PARTIDO
§ 1
El Partido Revolucionario Cubano se compone de todas las asociaciones organizadas
de cubanos independientes que acepten su programa y cumplan con los deberes
impuestos en él.
220
§ 2
El Partido Revolucionario Cubano funcionará por medio de las Asociaciones
independientes, que son las bases de su autoridad, de un Cuerpo de Consejo
constituido en cada localidad con los Presidentes de todas las Asociaciones de ella, y
de un Delegado y Tesorero, electos anualmente por las Asociaciones.
§ 3
Los deberes de las Asociaciones son:
1. Adelantar, por toda especie de trabajos, los fines generales del programa del
Partido, y realizar las tareas especiales que la ocasión, o los recursos y situación de
cada localidad hiciesen necesarios, y de las cuales serán instruidos por sus
Presidentes.
2. Allegar, y tener bajo su custodia, los fondos de guerra.
3. Contribuir, por la cuota fijada que las necesidades corrientes impongan, y por los
medios extraordinarios que sean posibles, a los fondos de acción.
4. Unir y disponer para la acción, dentro del pensamiento general, por la atracción y
la cordialidad, cuantos elementos de toda especie le sean allegables.
5. Impedir que se desvíen de la obra común los elementos revolucionarios.
6. Recoger y poner en conocimiento del Delegado por medio del Cuerpo de Consejo
todos los datos que le puedan ser útiles para la organización revolucionaria dentro y
fuera de la Isla.
§ 4
Los deberes del Cuerpo de Consejo son:
1. Fungir de intermediario continuo entre las Asociaciones y el Delegado.
2. Aconsejar y promover cuanto conduzca a la obra unida de las Asociaciones de la
localidad.
221
3. Aconsejar al Delegado los recursos y métodos que las Asociaciones sugieran, o
sugieran los Presidentes reunidos en el Cuerpo de Consejo.
4. Examinar y autorizar las elecciones de cada localidad.
5. Dar noticia quincenal al Delegado de los trabajos de las Asociaciones e
indicaciones del Cuerpo de Consejo, y exigir del Delegado cuantas explicaciones se
requieran para el mejor conocimiento del espíritu y métodos con que el Delegado
cumpla con su encargo.
§ 5
Los deberes del Delegado son:
1. Procurar, por cuantos medios quepa, la realización, sin atenuación de demora, de
los fines del programa.
2. Extender la organización revolucionaria en el exterior, y muy principalmente en el
interior, y procurar el aumento de los fondos de guerra y de acción.
3. Comunicar a los Cuerpos de Consejo cuantas noticias o encargos se requieran a su
juicio para la eficacia de su cooperación en la obra general.
4. Disponer económicamente de los fondos de acción que se alleguen.
5. Hacer visar por el Tesorero todos los pagos de su fondo de acción, y en caso de
guerra todos los pagos que se hubieran de hacer por los servicios que por su
naturaleza general recayesen en sus manos.
6. Arbitrar todos los recursos posibles de propaganda y publicación y de defensa de
las ideas revolucionarias, y mantener los elementos de que disponga en la condición
más favorable a la guerra inmediata que sea posible.
7. Rendir cuenta anual, con un mes por lo menos de anticipación a las elecciones, de
los fondos de acción que hubiese recibido y de su empleo, y caso de guerra, de los
fondos que hubiere cumplido emplear.
§ 6
222
Los deberes del Tesorero son:
1. Visar todos los pagos que el Delegado autorice.
2. Llevar las cuentas de los fondos recibidos y de su distribución.
3. Responder de los fondos que por el Delegado se le entreguen en depósito.
4. Rendir, en unión del Delegado, cuenta anual de la inversión y estado de los fondos.
§ 7
Cada Cuerpo de Consejo elegirá un Presidente y un Secretario, que recibirán y
distribuirán entre los Presidentes de las Asociaciones las comunicaciones del
Delegado, y autorizarán las comunicaciones que los Presidentes de las Asociaciones
deseen dirigir al Delegado.
§ 8
Caso de vacante de una Presidencia de organización, entrará a llenarla el que resulte
electo Presidente.
§ 9
Caso de muerte o desaparición del Delegado, el Tesorero lo pondrá inmediatamente
en conocimiento de los Cuerpos de Consejo, para proceder sin demora a nueva
elección.
§ 10
Caso de que un Cuerpo de Consejo creyera por mayoría de votos inconveniente la
permanencia del Delegado en su cargo, tendrá derecho de dirigirse a los demás
Cuerpos de Consejo exponiéndoles su opinión fundamentada, y el Delegado se
considerará depuesto si así lo declaran los votos de todos los Cuerpos de Consejo.
§ 11
Caso de creer un Consejo por mayoría de votos conveniente alguna reforma a las
Bases y Estatutos, pedirá al Delegado que proponga la reforma a los demás Cuerpos;
y el Delegado, una vez acordada, estará a ella
223
§ 12
No podrá votar en las elecciones anuales de Delegado y Tesorero sino la Asociación
que cumpla con los deberes de las Bases y los Estatutos y cuente, por lo menos,
veinte socios conocidos y activos.
§ 13
Cada Asociación tendrá un voto por cada grupo de veinte a cien miembros.
NUESTRAS IDEAS. PATRIA, 14 de marzo de 1892
Nace este periódico, por la voluntad y con los recursos de los cubanos y
puertorriqueños independientes de New York, para contribuir, sin premura y sin
descanso, a la organización de los hombres libres de Cuba y Puerto Rico, en acuerdo
con las condiciones y necesidades actuales de las Islas, y su constitución republicana
venidera; para mantener la amistad entrañable que une, y debe unir, a las
agrupaciones independientes entre sí, y a los hombres buenos y útiles de todas las
procedencias, que persistan en el sacrificio de la emancipación, o se inicien
sinceramente en él; para explicar y fijar las fuerzas vivas y reales del país, y sus
gérmenes de composición y descomposición, a fin de que el conocimiento de nuestras
deficiencias y errores, y de nuestros peligros, asegure la obra a que no bastaría la fe
romántica y desordenada de nuestro patriotismo; y para fomentar y proclamar la
virtud donde quiera que se la encuentre. Para juntar y amar, y para vivir en la pasión
de la verdad, nace este periódico. Deja a la puerta—porque afean el propósito más
puro—la preocupación personal por donde el juicio oscurecido rebaja al deseo propio
las cosas santas de la humanidad y la justicia, y el fanatismo que aconseja a los
hombres un sacrificio cuya utilidad y posibilidad no demuestra la razón.
Es criminal quien promueve en un país la guerra que se le puede evitar; y quien deja
de promover la guerra inevitable. Es criminal quien ve ir al país a un conflicto que la
provocación fomenta y la desesperación favorece, y no prepara, o ayuda a preparar, el
224
país para el conflicto. Y el crimen es mayor cuando se conoce, por la experiencia
previa, que el desorden de la preparación puede acarrear la derrota del patriotismo
más glorioso, o poner en la patria triunfante los gérmenes de su disolución definitiva.
El que no ayuda hoy a preparar la guerra, ayuda ya a disolver el país. La simple
creencia en la probabilidad de la guerra es ya una obligación, en quien se tenga por
honrado y juicioso, de coadyuvar a que se purifique, o impedir que se malee, la
guerra probable. Los fuertes, prevén; los hombres de segunda mano esperan la
tormenta con los brazos en cruz.
La guerra, en un país que se mantuvo diez años en ella, y ve vivos y fieles a sus
héroes, es la consecuencia inevitable de la negación continua, disimulada o
descarada, de las condiciones necesarias para la felicidad a un pueblo que se resiste a
corromperse y desordenarse en la miseria. Y no es del caso preguntarse si la guerra es
apetecible o no, puesto que ninguna alma piadosa la puede apetecer, sino ordenarla de
modo que con ella venga la paz republicana, y después de ella no sean justificables ni
necesarios los trastornos a que han tenido que acudir, para adelantar, los pueblos de
América que vinieron al mundo en años en que no estaban en manos de todos, como
hoy están, la pericia política y el empleo de la fuerza nacional en el trabajo. Ni la
guerra asusta sino a las almas mediocres, incapaces de preferir la dignidad peligrosa a
la vida inútil.
En lo presente y relativo es la guerra desdicha espantosa, en cuyos dolores no se ha
de detener un estadista previsor; como es el oro preciado metal, y no se lamenta la
moneda de oro si se la da en cambio de lo que vale más que ella. Cuando los
componentes de un país viven en un estado de batalla sorda, que amarga las
relaciones más naturales, y perturba y tiene como sin raíces la existencia, la
precipitación de ese estado de guerra indeciso en la guerra decisiva es un ahorro
recomendable de la fuerza pública. Cuando las dos entidades hostiles de un país
viven en él con la aspiración, confesa o callada, al predominio, la convivencia de las
dos sólo puede resultar en el abatimiento irremediable de una. Cuando un pueblo
compuesto por la mano infausta de sus propietarios con elementos de odio y de
disociación, salió de la primer prueba de guerra, por sobre las disensiones que la
225
acabaron, más unido que cuando entró en ella, la guerra vendría a ser, en vez de un
retardo de su civilización, un período nuevo de la amalgama indispensable para juntar
sus factores diversos en una república segura y útil. Cuando la guerra no se ha de
hacer, en un país de españoles y criollos, contra los españoles que viven en el país,
sino contra la dependencia de una nación incapaz de gobernar un pueblo que sólo
puede ser feliz sin ella, la guerra tiene de aliados naturales a todos los españoles que
quieran ser felices.
La guerra es un procedimiento político, y este procedimiento de la guerra es
conveniente en Cuba, porque con ella se resolverá definitivamente una situación que
mantiene y continuará manteniendo perturbada el temor de ella; porque por la guerra,
en el conflicto de los propietarios del país, ya pobres y desacreditados entre los suyos,
con los hijos del país, amigos naturales de la libertad, triunfará la libertad
indispensable al logro y disfrute del bienestar legítimo; porque la guerra rematará la
amistad y fusión de las comarcas y entidades sociales sin cuyo trato cercano y cordial
hubiera sido la misma independencia un semillero de graves discordias; porque la
guerra dará ocasión a los españoles laboriosos de hacer olvidar, con su neutralidad o
con su ayuda, la crueldad y ceguera con que en la lucha pasada sofocaron la virtud de
sus hijos; porque por la guerra se obtendrá un estado de felicidad superior a los
esfuerzos que se han de hacer por ella.
La guerra es, allá en el fondo de los corazones, allá en las horas en que la vida pesa
menos que la ignominia en que se arrastra, la forma más bella y respetable del
sacrificio humano. Unos hombres piensan en sí más que en sus semejantes, y
aborrecen los procedimientos de justicia de que les pueden venir incomodidades o
riesgos. Otros hombres aman a sus semejantes más que a sí propios, a sus hijos más
que la misma vida, al bien seguro de la libertad más que al bien siempre dudoso de
una tiranía incorregible, y se exponen a la muerte por dar vida a la patria. Así, cuando
los elementos contendientes en las Islas demuestran la imposibilidad de avenirse en la
justicia y el honor, y el avenimiento siempre parcial que pudiesen pretender no sería
sancionado por la nación de que ambos dependen, ni sería más que una loable e
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insuficiente moratoria,—proclaman la guerra los que son capaces del sacrificio, y
sólo la rehúyen los que son incapaces de él.
Pero si la guerra hubiese de ser el principio de una era de revueltas y de celos, que
después de una victoria inmerecida e improbable, convirtiese el país, sazonado con
nuestra sangre pura, en arena de disputas locales o escenario de ambiciosas correrías;
si la guerra hubiese de ser el consorcio apresurado y desleal de los hombres cultos de
más necesidades que empuje, y la autoridad impaciente y desdeñosa que por causas
naturales, y en parte nobles, suele crear la milicia, si hubiese la guerra de ser el
predominio de una entidad cualquiera de nuestra población, con merma y desasosiego
de las demás, y no el modo de ajustar en el respeto común las preocupaciones dc la
susceptibilidad y las de la arrogancia,—como parricidas se habría de acusar a los que
fomentaran y aconsejasen la guerra. Y en la lucha misma que no viniera por
aconsejada, sino por inevitable, el honor sólo sería para los que hubiesen extirpado, o
procurado extirpar, sus gérmenes temibles; y el oprobio sería de cuantos, por la
intriga o el miedo, hubiesen contribuido a impedir que las fuerzas todas de la lucha se
combinasen, sin exclusiones injustas e imprudentes, en tal relación que desde los
arranques pusiera a la gloria fuera del peligro del deslumbramiento, y a la libertad
donde no la pudiera alcanzar la tiranía. Pero este periódico viene a mantener la guerra
que anhelan juntos los héroes de mañana, que aconsejan del juicio su fervor, y los
héroes de ayer, que sacaron ilesa de la lección de los diez años su fe en el triunfo; la
guerra única que el cubano, libre y reflexivo por naturaleza, pide y apoya, y es la que,
en acuerdo con la voluntad y necesidades del país, y con las enseñanzas de los
esfuerzos anteriores, junte en sí, en la proporción natural, los factores todos,
deseables o irremediables, de la lucha inminente; y los conduzca, con esfuerzo
grandioso y ordenado, a una victoria que no hayan de deslucir un día después los
conatos del vencedor o la aspiración de las parcialidades descontentas, ni estorbe con
la política verbosa y femenil el empleo de la fuerza nacional en las labores urgentes
del trabajo.
Ama y admira el cubano sensato, que conoce las causas y excusas de los yerros, a
aquellos hombres valerosos que rindieron las armas a la ocasión funesta, no al
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enemigo; y brilla en ellos aún el alma desinteresada que los héroes nuevos, en la
impaciencia de la juventud, les envidian con celos fíliales. Crían las guerras, por el
exceso de las mismas condiciones que dan para ellas especial capacidad, o por el
poder legítimo que conserva sobre el corazón el que estuvo cerca de él a la hora de
morir, hábitos de autoridad y de compañerismo cuyos errores, graves a veces, no han
de entibiar, en los que distinguen en ellos lo esencial de la virtud, el agradecimiento
de hijo. Pero la pureza patriótica de aquellos hombres que salieron del lujo a la pelea,
el roce continuo de caracteres y méritos a que la guerra dilatada dio ocasión, y el
decoro natural de quien lleva en el pecho un corazón probado en lo sublime, dio a
Cuba una milicia que no pone, como otras, la gloria militar por encima de la patria.
Arando en los campos, contando en los bancos, enseñando en los colegios,
comerciando en las tiendas, trabajando con sus manos de héroe en los talleres, están
hoy los que ayer, ebrios de gloria, peleaban por la independencia del país. Y aguardan
impacientes a la generación que ha de emularlos.
Late apresurado el corazón al saludar, desde el seguro extranjero, a los que bajo el
poder de un dueño implacable se disponen en silencio a sacudirlo. Ha de saberse, allá
donde no queremos nutrir con las artes inútiles de la conspiración el cadalso
amenazante, que los cubanos que sólo quieren de la libertad ajena el modo de
asegurar la propia, aman a su tierra demasiado para trastornarla sin su
consentimiento; y antes perecerían en el destierro ansiosos, que fomentar una guerra
en que cubano alguno, o habitante neutral de Cuba, tuviera que padecer como
vencido. La lucha que se empeña para acabar una disensión, no ha de levantar otra.
Por las puertas que abramos los desterrados, por más libres mucho menos meritorios,
entrarán con el alma radical de la patria nueva los cubanos que con la prolongada
servidumbre sentirán más vivamente la necesidad de sustituir a un gobierno de
preocupación y señorío, otro por donde corran, francas y generosas, todas las fuerzas
del país. El cambio de mera forma no merecería el sacrificio a que nos aprestamos; ni
bastaría una sola guerra para completar una revolución cuyo primer triunfo sólo diese
por resultado la mudanza de sitio de una autoridad injusta. Se habrá de defender, en la
patria redimida, la política popular en que se acomoden por el mutuo reconocimiento,
las entidades que el puntillo o el interés pudiera traer a choque; y ha de levantarse, en
228
la tierra revuelta que nos lega un gobierno incapaz, un pueblo real y de métodos
nuevos, donde la vida emancipada, sin amenazar derecho alguno, goce en paz de
todos. Habrá de defenderse con prudencia y amor esta novedad victoriosa de los que
en la revolución no vieran más que el poder de continuar rigiendo el país con el
ánimo que censuraban en sus enemigos. Pero esta misma tendencia excesiva hacia lo
pasado, tiene en las repúblicas igual derecho al respeto y a la representación que la
tendencia excesiva al porvenir. Y la determinación de mantener la patria libre en
condiciones en que el hombre pueda aspirar por su pleno ejercicio a la ventura, jamás
se convertirá, mientras no nazcan cubanos hasta hoy desconocidos, o no ande la idea
de guerra en manos diversas, en pelea de exclusión y desdén de aquellos con quienes
en lo íntimo del alma tenemos ajustada, sin palabras, una gloriosa cita. La guerra se
dispone fuera de Cuba, de manera que, por la misma amplitud que pudiera alarmar a
los asustadizos, asegure la paz que les trastornaría una guerra incompleta. La guerra
se prepara en el extranjero para la redención y beneficio de todos los cubanos. Crece
la yerba espesa en los campos inútiles: cunden las ideas postizas entre los industriales
impacientes; entra el pánico de la necesidad en los oficios desiertos del
entendimiento, puesto hasta hoy principalmente en el estudio literario e improductivo
de las civilizaciones extranjeras, y en la disputa de derechos casi siempre inmorales.
La revolución cortará la yerba; reducirá a lo natural las ideas industriales postizas;
abrirá a los entendimientos pordioseros empleos reales que aseguren, por la
independencia de los hombres, la independencia de la patria. Revienta allí ya la gloria
madura, y es la hora de dar la cuchillada.
Para todos será el beneficio de la revolución a que hayan contribuido todos, y por una
ley que no está en mano de hombre evitar, los que se excluyan de la revolución, por
arrogancia de señorío o por reparos sociales, serán, en lo que no choque con el
derecho humano, excluidos del honor e influjo de ella. El honor veda al hombre pedir
su parte en el triunfo a que se niega a contribuir; y pervierte ya mucho noble corazón
la creencia, justa a cierta luz, en la inutilidad del patriotismo. El patriotismo es
censurable cuando se le invoca para impedir la amistad entre todos los hombres de
buena fe del universo, que ven crecer el mal innecesario, y le procuran honradamente
alivio. El patriotismo es un deber santo, cuando se lucha por poner la patria en
229
condición de que vivan en ella más felices los hombres. Apena ver insistir en sus
propios derechos a quien se niega a luchar por el derecho ajeno. Apena ver a
hermanos de nuestro corazón negándose, por defender aspiraciones pecuniarias, a
defender la aspiración primera de la dignidad. Apena ver a los hombres reducirse, por
el mote exclusivo de obreros, a una estrechez más dañosa que benigna; porque este
aislamiento de los hombres de una ocupación, o de determinado círculo social, fuera
de los acuerdos propios y juiciosos entre personas del mismo interés, provocan la
agrupación y resistencia de los hombres de otras ocupaciones y otros círculos; y los
turnos violentos en el mando, y la inquietud continua que en la misma república
vendría de estas parcialidades, serían menos beneficiosos a sus hijos que un estado de
pleno decoro en que, una vez guardados los útiles de la labor de cada día, sólo se
distinguiera un hombre de otro por el calor del corazón o por el fuego de la frente.
Para todos los cubanos, bien procedan del continente donde se calcina la piel, bien
vengan de pueblos de una luz más mansa, será igualmente justa la revolución en que
han caído, sin mirarse los colores, todos los cubanos. Si por igualdad social hubiera
de entenderse, en el sistema democrático de igualdades, la desigualdad, injusta a
todas luces, de forzar a una parte de la población, por ser de un color diferente de la
otra, a prescindir en el trato de la población de otro color de los derechos de simpatía
y conveniencia que ella misma ejercita, con aspereza a veces, entre sus propios
miembros, la “igualdad social” sería injusta para quien la hubiese de sufrir, e
indecorosa para los que quisiesen imponerla. Y mal conoce el alma fuerte del cubano
de color, quien crea que un hombre culto y bueno, por ser negro, ha de entrometerse
en la amistad de quienes, por negársela, demostrarían serle inferiores. Pero si
igualdad social quiere decir el trato respetuoso y equitativo, sin limitaciones de
estimación no justificada por limitaciones correspondientes de capacidad o de virtud,
de los hombres, de un color o de otro, que pueden honrar y honran el linaje humano,
la igualdad social no es más que el reconocimiento de la equidad visible de la
naturaleza.
Y como es ley que los hijos perdonen los errores de los padres, y que los amigos de la
libertad abran su casa a cuantos la amen y respeten, no sólo a los cubanos será
230
beneficiosa la revolución en Cuba, y a los puertorriqueños la de Puerto Rico, sino a
cuantos acaten sus designios y ahorren su sangre. No es el nacimiento en la tierra de
España lo que abomina en el español el antillano oprimido; sino la ocupación
agresiva e insolente del país donde amarga y atrofia la vida de sus propios hijos.
Contra el mal padre es la guerra, no contra el buen padre; contra el esposo aventurero,
no contra el esposo leal; contra el transeúnte arrogante e ingrato, no contra el
trabajador liberal y agradecido. La guerra no es contra el español, sino contra la
codicia e incapacidad de España. El hijo ha recibido en Cuba de su padre español el
primer consejo de altivez e independencia: el padre se ha despojado de las insignias
de su empleo en las armas para que sus hijos no se tuviesen que ver un día frente a él:
un español ilustre murió por Cuba en el patíbulo: los españoles han muerto en la
guerra al lado de los cubanos. Los españoles que aborrecen el país de sus hijos, serán
extirpados por la guerra que han hecho necesaria. Los españoles que aman a sus
hijos, y prefieren las víctimas de la libertad a sus verdugos, vivirán seguros en la
república que ayuden a fundar. La guerra no ha de ser para el exterminio de los
hombres buenos, sino para el triunfo necesario sobre los que se oponen a su dicha.
Es el hijo de las Antillas, por favor patente de su naturaleza, hombre en quien la
moderación del juicio iguala a la pasión por la libertad; y hoy que sale el país, con el
mismo desorden con que salió hace veinticuatro años, de una política de paz inútil
que sólo ha sido popular cuando se ha acercado a la guerra, y no ha llevado la unión
de los elementos allegables más lejos al menos de donde estuvieron hace veinticuatro
años, álzanse a la vez a remediar el desorden, con prudencia de estadistas y fuego
apostólico, los hijos vigilantes que han empleado la tregua en desentrañar y remediar
las causas accidentales de la tristísima derrota, y en juntar a sus elementos aún útiles
las fuerzas nacientes, a fin de que no caiga la mano enemiga, perita en la persecución,
sobre los que sin esta levadura de realidad pudieran volver al desconcierto e
inexperiencia por donde vino a desangrarse y morir la robusta gloria de la guerra
pasada. Se encienden los fuegos, y vuelve a cundir la voz; en el mismo hogar tímido,
cansado de la miseria, restalla la amenaza; va en silencio la juventud a venerar la
sepultura de los héroes: y el clarín resuena a la vez en las asambleas de los emigrados
y en las de los colonos. Nace este periódico, a la hora del peligro, para velar por la
231
libertad, para contribuir a que sus fuerzas sean invencibles por la unión, y para evitar
que el enemigo nos vuelva a vencer por nuestro desorden.
LA AGITACIÓN AUTONOMISTA. PATRIA, 19 de marzo de 1892
Los sucesos recientes en la política de Cuba son ya conocidos de todos. Un político
de mera intriga y atrevimiento, tipo esmerado de cuanto tiene la política de
censurable, ha aprovechado el poder que debe a su habilidad para revelar desde él,
como ministro de las colonias, el odio con que los españoles autoritarios castigan en
sus últimos súbditos de América la rebelión que expulsó su poder del nuevo mundo.
Y el partido autonomista, única expresión lícita en el país del alma cubana,
compelido por la provocación o movido por el decoro, decidió protestar del ministro
con un manifiesto de tono desusado donde el partido reconoce su ineficacia, y la
reunión pública en que confirmó la amenaza de dejar al país sin la expresión política
que le es ya familiar, frente al gobierno débil que lo esquilma y provoca.
En los pueblos, como en las familias, mucho se olvida, porque mucho se debe
olvidar, cuando, por algún suceso de gravedad inesperada o prevista, llega para todos
la hora suprema de la obligación común: aunque el olvido sería inmoral si por su
exceso, o por falta de proporción a la realidad, pusiese en peligro los ideales que a
tanta costa y en confusión tanta se defienden.
El patriotismo purifica y sublima a los hombres, y por una ley de reacción natural,
suele en las horas críticas lucir con fuego intenso en aquellos a quienes estimula el
arrepentimiento de los años culpables de patriotismo cómodo; o en los que, enojados
de su crédula e inútil fe, ponen en la doctrina nueva el justo deseo de castigar a
quienes los defraudaron; o en los que en el bautizo del patriotismo puro anhelan lavar
sus culpas grandes. El pecado continuaría, en unos por soberbia, o por política
literaria y señorial en otros, si los que saliesen vencidos, sin una sola conquista real,
de una época estéril, en que el mero permiso de vivir no ha de confundirse con la
vida, trajeran a la época nueva, preparada contra su voluntad y sin su ayuda, una
arrogancia que se avendría mal con la demostración plena y anterior de la inutilidad
de sus consejos. La continuación de la revolución no puede ser la continuación de los
232
métodos y el espíritu de la autonomía; porque la autonomía no nació en Cuba como
hija de la revolución, sino contra ella. Pero los factores del autonomismo, conscientes
o inconscientes, entrarán con raras excepciones, los unos por conversión, los otros
por simple continuación, en la época revolucionaria definitiva, donde, en asunto que
toca a todo el país, ni es lícito negar a una entidad real la parte proporcionada a su
significación verdadera, ni es lícito concederle, sin trastornos presentes y futuros, sin
conflictos de hoy y sin sangre de mañana, sin entorpecimiento de ahora en la
preparación y sin inseguridad después en el triunfo, una parte superior al poder de
ayudar e impedir que cada entidad tenga. De todas las entidades políticas es esto
verdad, no de una sola. La política es una resolución de ecuaciones. Y la solución
falla cuando la ecuación ha sido mal propuesta.
Si la revolución tuviese por objeto mudar de manos el poder habitual en Cuba, o
cambiar las formas más que las esencias, caería naturalmente la obra revolucionaria
en los que, por profesión o simpatía o liga de intereses, están, entre los habitantes de
la Isla, abocados al ejercicio del poder. Pero esta revolución sólo sería posible por
sorpresa y acarrearía después del triunfo un estado escandaloso e inquieto de
desconfianza, o una guerra civil. La guerra se ha de hacer para evitar las guerras.
Rudo como es el refrán de los esclavos de Luisiana, es toda una lección de Estado, y
pudiera ser el lema de una revolución: “Con recortarle las orejas a un mulo, no se le
hace caballo”. Si la revolución es la creación de un pueblo libre y justo con los
elementos descompuestos y aun entre sí mal conocidos de una colonia señorial, la
obra revolucionaria consiste en fundir y guiar todos estos elementos sin que ninguno
de ellos adquiera un predominio desproporcionado, que afloje por los recelos la
simpatía de los demás, o por falta de equidad de los ignorantes o de los cultos, ponga
la obra revolucionaria en peligro.
No es hora de ver con ojos maliciosos en lo profundo de las intenciones; ni de
escatimar el mérito dondequiera que esté; ni de preguntarse si los actos recientes del
partido autonomista son debidos al deseo unánime de volver, con noble contrición, a
la verdad del país, o si no son más que un desahogo permitido a los más vivaces del
partido, para asegurar por él precisamente, con una concesión metropolitana tan inútil
233
a la larga como las demás, la continuación de la política segura y letárgica que en el
partido autonomista parece ser la política dominante. Ni ha de ponerse esperanza
mayor en la significación revolucionaria del partido autonomista, como contingente
espontáneo del partido a la revolución; porque por su continua fidelidad al programa
de paz bajo el gobierno, por sus métodos antirrevolucionarios e imprevisores, y por el
choque de espíritus patente en el manifiesto mismo, y con más viveza en la junta de
Tacón, se ve que aun llegando a su extremo la situación de protesta en que su derrota
penosa lo coloca, y el desdén del enemigo, sólo por la eficacia involuntaria e
inevitable del reconocimiento final de su incapacidad vendría a contribuir a la
revolución el partido que vive, cualesquiera que sean sus escarceos, para hacerla
imposible. Ni por su espíritu, ni por su constitución, ni por sus prácticas y relaciones,
ni por la fe en la paz española de algunos de sus miembros, ni por la lealtad de unos y
el miedo de otros, se ha puesto el partido autonomista en condición de convertir de
una mano a la otra sus fuerzas a la guerra. Evitarla fue su objeto continuo, y está en
actitud más ventajosa para evitarla que para servirla. Ni dentro de la ley, ni dentro de
su esperanza agonizante, ni dentro de su composición real, podría más el partido
autonomista, ni insinúa más, que reconocer la ineficacia de impetrar de España, con
la sumisión que convida al desdén, una suma de libertades incompatibles con el
carácter, los hábitos y las necesidades de la política española.
Los elementos del partido recobrarían la libertad perdida durante la tentativa inútil, y
el sentimiento público, fiel a la revolución, volverá a ella con el desorden de que
serían responsables cuantos no acudiesen a recuperar los años perdidos por su
imprevisión o tibieza, o con el orden de que han de beneficiar todos los que en
componerlo pongan a tiempo la mano.
De represa ha venido sirviendo el partido autonomista a la revolución, y la revolución
se saldrá de madre en cuanto la fuerza de las aguas rompa la represa. Cada cual sabrá
si sigue con el torrente, o le da la cara, o se le pone de lado.
Es grato esperar, por el ardimiento propio del corazón del hombre y por los consejos
de un justo interés, que estén juntos en la hora definitiva de crear la república, los
confesos de la política pacífica y los preparadores de la guerra inevitable.
234
Pero esperarían probablemente en vano los que, por los calores del momento,
pudiesen ver más cercana la guerra indispensable, en virtud de la agitación actual, ya
porque de sobra se ve su espíritu y alcance verdaderos en la misma apacible
composición de la asamblea del teatro, que era el contraste patente del ánimo que en
ella se apresuró al ver un pueblo ansioso, ya porque los elementos hostiles de que el
partido está compuesto impiden la concurrencia eficaz de su grupo director, decidido
por mayoría de opiniones a prolongar la paz inútil con esperas pomposas y
entremeses revolucionarios, y el sentimiento del país, que ha sido la fuerza única viva
del partido autonómico, y sólo se le allega sinceramente cuando lo ve en camino de
romper la paz. El país no cede a los que lo quieren detener, y saltará por sobre ellos.
Es preciso que los que lo quieren contener cedan al país.
De esos dos elementos opuestos se compuso siempre el partido autonomista, cuya
caquexia viene del empeño fantástico de aprovechar para la continuación del dominio
español, las fuerzas que sólo se ponen al lado de sus mantenedores por la fe secreta
en que ellos las conducirán a volcarlo. Con fuerzas revolucionarias, criadas en la
guerra y mantenidas en la fe de ella por la inutilidad y el oprobio de la paz, sólo
puede hacerse la política de la revolución. Y no hay, en honra, el derecho de emplear
las fuerzas de la revolución para oponerse a ella.
Ni enojo ni suspicacia se ha de poner en el estudio de los problemas políticos de un
país, ni es lícito llevar a ellos la misma fuerza angélica del apostolado, si no se la
administra y disciplina con la serenidad de la razón. La suspicacia excesiva malea el
juicio, y se ha de suponer en los demás tanta virtud como aquella de que nosotros
mismos seamos capaces. Pudiera el partido autonomista, con viril reconocimiento de
sus yerros, y su precipitado empleo en una organización de cuyo desorden es
responsable, iniciar la tarea de reunir en un espíritu común de resistencia definitiva,
las fuerzas que después de la guerra ha permitido desordenarse en la resistencia
mansa. Pero es lícito dudar de que fomente el espíritu innegable de rebelión en que se
agita el número del partido, el grupo director que con prisa poco astuta se prevale de
su primer tardío acto de viveza para ofrecerse como la garantía más preciosa de paz
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La agitación autonomista no es, probablemente, el deseo de poner fin a una paz falsa
y corruptora que no asegura la riqueza ni promueve el trabajo ni respeta el cuerpo o el
alma del hombre; sino el aprovechamiento de un deber de dignidad ya ineludible,
para continuar demorando los peligros de encararse con la dominación española. Pero
de esta agitación involuntaria del partido autonomista resultan dos lecciones que el
partido no podrá desoír, y saludará con júbilo la patria. Una es la prueba evidente de
que el país conserva entera el alma heroica que prefiere los peligros del valor a las
vergüenzas de la paz; y otra es la certidumbre de que en la hora grandiosa de la
protesta se juntarán, sin reparos ni iras, todos los que hayan lavado su corazón en el
bautismo del sacrificio.
EL PARTIDO REVOLUCIONARIO CUBANO. PATRIA, 3 de abril de 1892
Y lo primero que se ha de decir, es que los cubanos independientes, y los puertorriqueños
que se les hermanan, abominarían de la palabra de partido si significase mero bando o
secta, o reducto donde unos criollos se defendiesen de otros: y a la palabra partido se
amparan, para decir que se unen en esfuerzo ordenado, con disciplina franca y fin común,
los cubanos que han entendido ya que, para vencer a un adversario deshecho, lo único
que necesitan es unirse.
Por adversario entienden los cubanos libres, no el cubano que vive en agonía bajo un
régimen que no puede sacudir, no el forastero arraigado que ama y desea la libertad, no el
criollo medroso que se vindicará de la flojedad de hoy con el patriotismo de mañana, sino
el gobierno ajeno que ahoga y corrompe las fuerzas del país, y la constitución colonial
que impediría en la patria libre la práctica pacífica de la independencia. El adversario es
el gobierno ajeno que en nombre de España niega el derecho de hombres a los hijos de
los españoles, y atiza el odio entre los hijos y los padres; que esquilma una porción de sus
dominios, la porción antillana, para pagar las deudas de toda la nación, y la guerra con
que empapó en sangre el país a que provocó con su injusticia; que pudre con la incursión
continua de empleados rapaces y viciosos un pueblo que necesita ya buscar en la
inmoralidad el sustento que no halla en el trabajo; que en las ciudades de algún viso, con
la venia delincuente de los criollos apasionados de su seguridad, permite una función de
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libertades que en el campo verdadero, y en la ciudad menor, castiga con el látigo, o con
el puñal nocturno, o con el destierro sigiloso. ¡Y la que no lo sienta, no diga que es
espalda cubana! ¡A la mesa del castigador no puede sentarse con honra, sino sin honra,
ningún hermano del castigado! El adversario es la constitución colonial, que en la
independencia misma avivase los gérmenes de discordia, por regiones y colores, que la
república trae en sí, y perpetuase la primacía leguleya en un país que debe entrar
inmediatamente al trabajo y equilibrio de sus potencias reales. Con el espíritu
magnánimo y cierto y con sus métodos rápidos y seguros, ha de combatir el Partido
Revolucionario Cubano, no con la magia perdida de los nombres, el gobierno ajeno y la
constitución colonial.
Los partidos suelen nacer, en momentos propicios, ya de una mesa de medias voluntades,
aprovechada por un astuto aventurero, ya de un cónclave de intereses más arrastrados y
regañones que espontáneos y unánimes, ya de un pecho encendido que inflama en pasión
volátil a un gentío apagadizo, ya de la terca ambición de un hombre hecho a la lisonja y
complicidad por donde se asegura el mando. Puede ser un partido mera hoja de papel,
que la fe escribe, y con sus manos invisibles borra el desamor. Puede ser la obra ardiente
y precipitada de un veedor que en el ansia confusa del peligro patrio, congrega las
huestes juradas, en su corazón flojo, al estéril cansancio. Pero el Partido Revolucionario
Cubano, nacido con responsabilidades sumas en los instantes de descomposición del
país, no surgió de la vehemencia pasajera, ni del deseo vociferador e incapaz, ni de la
ambición temible; sino del empuje de un pueblo aleccionado, que por el mismo Partido
proclama, antes de la república, su redención de los vicios que afean al nacer la vida
republicana. Nació uno, de todas partes a la vez. Y erraría, de afuera o de adentro, quien
lo creyese extinguible o deleznable. Lo que un grupo ambiciona, cae. Perdura, lo que un
pueblo quiere. El Partido Revolucionario Cubano, es el pueblo cubano.
Ni hubiera podido precipitar su formación sin arriesgar su éxito por falta de madurez; ni
habría podido, sin peligro mortal de honor, demorarla en el instante en que el corazón
público lo hacía posible, y el desmembramiento de la isla lo hace necesario.—No hubiera
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podido precipitar su formación por falta de madurez. Puede el genio avizor, cuando
concuerda con el alma pública, congregar las fuerzas que sin el ímpetu pujante se
desvanecerían tal vez en el descontento inerte, o en efímeros chispazos. Pero el genio
mismo, que sólo es lícito y útil cuando condensa y acelera el alma humana, tentará en
vano el logro del ideal político, que ha de ser la composición justa de los factores
públicos verdaderos, hasta que no estén en trance de composición los factores públicos.
Antes dañaría que ayudaría a la obra nacional el genio incauto al perturbar con su
arremetida los elementos que no estuviesen aún en condiciones amigables. El genio de
una época está en acometer; y en esperar, que es lo superior, está el genio de otra.
Por razones de afuera y de adentro murió la guerra en Cuba; y tan loable y necesario fue,
desde el principio de la tregua, trabajar por el remedio de las causas incidentales que
deslucieron y pusieron en barbecho el espíritu de independencia inextinguible, como
insensato hubiera sido pretender que desapareciesen en un día los celos y desconfianzas
que tras años de labor habían podido más que una década de unión en la gloría. Ni el
tiempo admite reducción, ni la ley del hombre, y la ola tarda en pujar lo que tarda en
alejarse de la playa. En divertimientos canadienses, que al cabo de catorce años vienen a
caer en un ensayo tímido de política real, se ocupaban en Cuba, juntos por mero artificio
con los que les servían de pasaporte revolucionario, los que cuando perecieron, con
divina belleza, los héroes cubanos, o cargaban al sombrero el hule de los matadores, o
celebraban en la metrópoli las glorias de la infantería. En viajes corteses al país de la
medianoche empleábase el tiempo que se pudo poner en apretar las huestes, por si los
viajes no daban resultado: y los años pasaban en pedir a la política de caló leyes inglesas,
y en picarle el punto a los catedráticos verbosos. Pero durante este entremés que no debió
inquietarse, porque con la plena libertad se probara mejor su ineficacia, brillan dentro y
fuera del país los elementos vivos que han de sacar de sus asientos, suspensos y
respetuosos, a los amables convidados de la Plaza de Armas. De la guerra quedaron, para
crecer o para mermar, los factores que, por causa personal más que pública, y por el
desmayo de esperar de la emigración mal conducida una ayuda enérgica, rindieron la
bandera al enemigo que al salir a buscarla confesó su temor de verla antes de un año
ondear en el Morro.
238
La impericia de afuera fatigó, y la intriga de afuera desordenó, el campo heroico a que no
debió dejarse ocasión de entretener los ocios agrios en las disputas que crían, en lo
militar y en lo civil, el ejercicio prolongado y disperso de la autoridad. Ejército que se
sienta, se desmigaja. Afuera, el entusiasta sacrificio rendía en balde sangre y joyas, a los
que mostraban menos impaciencia que la de los que acudían a ser de ellos guiados. Fue
el combate entre los pechos coloniales, metidos de sorpresa en la libertad, y los pechos
libres: y se comió el gusano al águila. Quedaron de la guerra los campeones desdeñosos
de la emigración incapaz: los caudillos, fuera de habla, o con poca relación, hasta que el
pesar de la caída volvió a unirlos en el deseo de alzarse de ella; y las emigraciones
aturdidas, recelosas entre sí y tan descontentas de los guías letrados, vueltos harto pronto
a la bandera roja y amarilla, que sólo vieron salud en los que querían volver de rifleros a
la patria. Y la política real, que no se había de ver, fue la de atajar en la milicia, viva y
viril, el desprecio de los “líteros”, indignos cuando con su señorío medroso paran a los
valientes el coraje, y santos cuando con puro amor del país salvan al valor del peligro
grave de ofender a la libertad. La política real fue la de unir, por la nobleza despejada y
continua, las emigraciones que con el abuso o desuso de la autoridad, o el deseo tácito de
ella, quedaron de la guerra como cera propicia a la mano del espía azuzador, o del
renegado que no quiere que los demás vuelvan a la fe, o del celoso que estorba cuanta
grandeza no puede él encabezar, o de la ambición que del aislamiento y de la discordia se
aprovecha. La política real fue la de restaurar en la emigración la fe perdida en los
consejos del pensamiento; la de proteger a los héroes de su impaciencia, y a la patria de
las invasiones parciales fomentadas por sus enemigos; la de impedir entre los emigrados
la batalla de clases que los políticos dormidos, por escasez de previsión y justicia, han
permitido que en la Isla se apasione; la de renovar el alma de Yara, para cuando la tierra
descompuesta tendiese otra vez los brazos a sus hijos; la de salvar a la república
inevitable de los males que se le asomaron en la primera guerra; la de unir la milicia
recelosa, la emigración que le ha de dar pie, y el espíritu de la patria.
La fuerza de esta labor se había de ver cuando convergiesen la angustia desordenada de
la Isla, y la capacidad de la emigración de ordenarse para salvarla. Si al desmoronarse,
239
como valla floja que es, la política de represa, no tenía el agua rota cauce por donde
echar la nueva pujanza, vana habría sido la labor sutil, por pobreza incurable de los
materiales de trabajo, o por desidia o incapacidad de los trabajadores. Si al asomar el
peligro, se erguían las emigraciones a arrostrarlo, si se erguían confiadas y fuertes, la
labor no había sido vana.
¡Y en un día se irguieron, sin más mando ni voz que los de su espíritu unificado! Unos
hoy, y otros enseguida, y otros a la vez, disputándose todos la primacía del entusiasmo,
proclaman, con aquel fuego que sólo arde cuando se va a vencer, su determinación de ir,
detrás de la persona de la libertad, a la guerra sin odio por donde se ha de conseguir la
república laboriosa y justiciera; proclaman, ante el pabellón que cobija en sus pliegues al
maestro de la idea y al héroe de la batalla, su poder de fundir la voluntad y el corazón en
el empeño de poner en la vida cuanto aspira en vano en ella a la paz, al decoro y al
trabajo. No con el ceño del conquistador proclama la guerra, sino con los brazos abiertos
para sus hermanos. Así, de la obra de doce años callada e incesante, salió, saneado por
las pruebas, el Partido Revolucionario Cubano.
El es, de espontáneo nacimiento, la grande obra pública. El es, sin más mano personal
que la que echa el hierro hirviente al molde, la revelación de cuanto tiene de sagaz y
generosa el alma cubana. El es, sin el indecoro de la solicitud ni los repartos de la intriga,
la unión visible y conmovedora de cuantos han aprendido a depurar sus pasiones en el
amor piadoso de la libertad. El es la prueba magnífica de que, al mover al sacrificio útil
a la patria que en el sacrificio inútil perece, ni desconoce ni permite el cubano previsor
aquellos peligros por donde la pasión de los nombres o de las personas conturba o
desangra las repúblicas nacientes. El es el ímpetu tierno, de heroico amor, por donde los
corazones abrasados, bajo la guía de la mente fuerte y justa, vuelven, con la lección
sabida, a los días de aurora de nuestra redención. El es el fruto visible de la prudencia y
justicia de la labor de doce años. Y salvará, si se conforma en sus métodos a sus orígenes
y fines, y se pone entero y con cuanto es en su acción: sólo perecerá, y dejará de salvar, si
tuerce o reduce su sublime espíritu.
240
EL REMEDIO ANEXIONISTA. PATRIA, 2 de julio de 1892
Un buen oído oye en la sombra los pasos de los tejedores silenciosos, y podría ahora
un buen oído, en las cosas cubanas, notar como un esforzado aleteo, y como una
empeñosa consulta, del lado de los tejedores. Lo cual es un excelente augurio para los
partidarios de la independencia cubana. Cuando los mantenedores de la dominación
española en Cuba, sean nacidos en Cuba o en España, acuden con tesón estéril,
renovando en pequeño los trabajos anexionistas que nunca volverán a tener las
proporciones que un día por otras causas tuvieron,—a reanimar, y tratar de cerca la
solución de la anexión; cuando, con el desmayo de una política que no ha podido
descubrir los medios de realizar lo que se propone, que está gravada con su origen
esclavista y que no cuenta con el poder del sentimiento público, procuran por
gestiones parciales,—sin garantía ni probabilidad de que la gestión pudiera llegar a
comprender los elementos enconados que habrían de unirse en ella,—la alianza del
poder extranjero anexador, que ni por su política interna, ni por el origen esclavista
de la idea de anexión, ni por el mero estado de deseo en que flota en él la idea, puede
condensarla en proyectos prácticos y medios viables antes de que estalle por su
exceso la angustia de la Isla; cuando los enemigos de la guerra de independencia en
Cuba, por el horror y trastornos económicos de la guerra vuelven los ojos a un aliado
extranjero que no ha hallado mas medios hasta hoy para adelantar las vagas
pretensiones de anexión que aconsejarnos el empezar por hacer por la guerra nuestra
independencia; cuando se acude con más viveza que la usual a la política de anexión,
aunque sea por meros tanteos de cautela, de importancia y fuerza totalmente
inferiores a la pasión y urgencia de los problemas de la Isla,—la señal es segura de
que la Isla, aun en lo que tiene de más prudente y tibio, está convencida de la
imposibilidad de hallar acomodo con España, y busca salida de ella. Esta disposición
de ánimo en el país es la que conoce y declara el Partido Revolucionario Cubano; y
puesto que la idea de anexión, como remedio político, no pasa, ni de parte de Cuba ni
de parte de los Estados Unidos, de meros acercamientos, más o menos misteriosos,
entre una decena de personas que la ven con simpatía,—acercamientos que no parece
que puedan llegar, por las hostilidades de la política interna y la vaguedad actual de la
idea en el Norte, y por la resistencia que a su hora se organizaría sin duda dentro y
241
fuera de Cuba,—a la realidad compleja y laboriosa de solución política en el término
necesariamente breve en que la Isla, por conservación propia, ha de tentar alguna
solución:—puesto que el remedio anexionista no está,—cuenta aparte de sus muchos
obstáculos,—en el grado de precisión, y madurez necesario para acudir como
solución inmediata al problema inmediato de la Isla,—el deber patente e ineludible de
los cubanos, y del alma de ellos que se mueve hoy con el nombre de Partido
Revolucionario Cubano, es acudir a la solución más preparada y posible, a la solución
popular e histórica, a la solución natural e inevitable a que acude el país a falta de
otra cercana, a la solución que el mismo poder anexador, con frialdad dolorosa,
considera fatal e ineludible para iniciarse en su gracia,—la guerra preliminar de la
independencia. Parece natural hacerla de una vez, si de todos modos tenemos que
hacerla. Luego veremos, con el hecho de habernos levantado en armas en la misma
generación en que sucumbimos, y de haber triunfado si esta prueba plena de
capacidad nacional no altera las únicas bases firmes de la idea anexionista: la
creencia honrada de muchos cubanos en la ineptitud de Cuba para su propia
redención, y la opinión de ruindad constitucional e irredimible incompetencia en que
nos tiene el pueblo de los Estados Unidos, por ignorancia y preocupación, por la
propaganda maligna de los políticos ambiciosos, y por el justo desdén del hombre
libre al esclavo.
De dos fuentes vino en Cuba, limpia una y otra envenenada, la idea de la anexión,
que no ha desaparecido aún, porque al temor piadoso de la guerra se junta en muchos
cubanos la incredulidad en nuestra actitud, fomentada por el fracaso aparente, y no
verdadero, de la guerra; ni está para desaparecer, porque, en la agitación natural y
sana con que se entregará a la libertad, hasta calmar el primer hervor, nuestro pueblo
nuevo, y en el miedo y disgusto con que los hombres autoritarios y los acaudalados
verán el bullicioso bautismo político de una república sincera, la intriga de la anexión
será el recurso continuo de los que prefieran la unión desigual con un vecino que no
cesará de codiciarnos al riesgo de su propiedad o a la mortificación de su soberbia.
Obraría muy de ligero quien creyese que la idea de la anexión, irrealizable e
innecesaria como es, desaparecerá de nuestros problemas por su flojedad esencial,
por la fuerza de nuestros desdenes, o por el brío de nuestra censura. La naturaleza
242
impalpable de los fantasmas les permite flotar vagamente, y escapar a la persecución.
La idea de la anexión, por causas naturales y constantes, es un factor grave y continuo
de la política cubana. Hoy con la mejor voluntad de muchos anexionistas sinceros,
demora la independencia;—con lo que sin querer la sirve, como sirve todo lo natural,
porque le da más tiempo a apretar y robustecer sus factores—y entre otras cosas—a
limpiar el debate político del encono innecesario entre hombres que buscan con igual
buena fe, aunque con caracteres de temple diverso, el bien de la patria. Mañana, por
causas menos atendibles de nuestra política interior, perturbará nuestra república,—
con lo que la servirá también, porque el miedo de dar razón a los timoratos o
ambiciosos que nos acusen de ineptitud para el gobierno, moderará los ímpetus de un
país que, en el alboroto de su mayoría, pudiera tratar de ejercitarla con exceso. La
idea de la anexión es un factor político, menos potente hoy que nunca, y destinado a
impotencia permanente; pero como a factor político se le ha de tratar a la vez que se
demuestre su ineficacia, y con el respeto que toda opinión franca merece, porque la
sustenta de buena fe más de un cubano sincero, temeroso de la ineptitud radical en
que a su juicio nos deja la colonia, y confiado por raciocinio singular sin duda, en que
los que hemos de saber gobernarnos como nación, en Estado libre de la Unión
Americana, no sabremos, por el simple hecho de no estar unidos a un pueblo de
carácter y hábitos diversos, gobernamos como nación. Mas el raciocinio, no por
singular deja de ser libre. No inspira respeto ciertamente, sino coraje, el hábito de
servidumbre en algunos hombres tan arraigado que les quita toda confianza en sí, y,
aliado a la soberbia, llévales hasta suponer en los demás la impotencia que en sí
propios reconocen Mueve a impaciencia, y no a respeto, la ignorancia dorada que
niega a nuestra propia familia de pueblos la virtud que por sus mismas culpas se
comprueba; y admira desde el libro impasible la organización y carácter de un país
cuya naturaleza verdadera desconoce. Pero el único modo de quitar razón a los
cubanos, y a los españoles, que de buena fe creen en nuestra incapacidad para el
gobierno propio,—aunque creen en la capacidad tan luego como nos liguemos con un
pueblo diverso del nuestro, y que tiene sobre nuestro país miras distintas de las
nuestras, miras de factoría y de pontón estratégico,—es demostrarles, con nuestra
organización y victoria, que no todos los cubanos se contentan con fiar a Cuba al
243
capricho del azar, o a la política de espera de una república que se declara ya
agresiva, y nos comprende, como puesto de defensa necesaria, en su plan de agresión:
que los cubanos saben disponer a tiempo el remedio inmediato a un mal inmediato,—
la guerra generosa de independencia en un país que está abocado a ella en todos los
instantes, y cuya angustia urgente no le da tiempo a esperar que se pongan de
acuerdo, en Cuba y en los Estados Unidos, los elementos anexionistas cuya energía
ha llegado solamente, en medio siglo de trabajo, a enviar a Cuba una expedición
infeliz en los días en que la mayoría esclavista de los Estados Unidos necesitaba un
Estado más que asegurase el poder político vacilante de los mantenedores de la
esclavitud.
AL GENERAL MÁXIMO CÓMEZ
Santiago de los Caballeros, Santo Domingo
13 de Septiembre de 1892
Sr. Mayor General del Ejército
Libertador de Cuba
Máximo Gómez
Señor Mayor General:
El Partido Revolucionario Cubano, que continúa, con su mismo espíritu de creación
[redención] y equidad, la República donde acreditó Vd. su pericia y su valor, y es la
opinión unánime de cuanto hay de visible del pueblo libre cubano, viene hoy a rogar
a Vd., previa meditación y consejos suficientes, que repitiendo [renovando] su [el]
sacrificio ayude a la revolución como encargado supremo del ramo de la guerra, a
organizar dentro y fuera de la Isla el ejército libertador que ha de poner a Cuba, y a
Puerto Rico con ella, en condición de realizar, con métodos ejecutivos y espíritu
republicano, el [su] deseo manifiesto y legítimo de su independencia.
244
Si el Partido Revolucionario Cubano fuese una mera intentona, o serie de ellas, que
desatase sobre el sagrado suelo de la patria una guerra tenebrosa, sin composición
bastante ni fines de desinterés, o una campaña rudimentaria que pretendiese resolver
con las ideas vagas y el valor ensoberbecido los problemas complicados de ciencia
política de un pueblo donde se reunen, entre vecinos codiciados o peligrosos, todas
las crudezas de la civilización y todas las capacidades y perfecciones;—si fuese una
revolución incompleta, de más adorno [palabras] que alma, que en el roce natural y
sano con los elementos burdos que ha de redimir, vacilara o se echase atrás, por
miedo a las consecuencias naturales y necesarias de la redención, o por el puntillo
desdeñoso de una inhumana y punible superioridad;—si fuese una revolución
falseada, que por el deseo de predominio o el temor a la sana novedad o trabajo
directo de una república naciente, se disimulase bajo el lema santo de la
independencia, a fin de torcer, con el influjo ganado por él, las fuerzas reales de la
revolución, y contrariar, con una política sinuosa y parcial, sin libertad y sin fe, la
voluntad democrática y composición equitativa de los elementos confusos e
impetuosos del país;—si fuese un ensayo imperfecto, o una recaída histórica, o el
empeño novel del apetito de renombre, o la empresa inoportuna del hervismo
fanático,—no tendría derecho el Partido Revolucionario Cubano a solicitar el
concurso de un hombre cuya gloria merecida, en la prueba larga y real de las virtudes
más difíciles, no puede contribuir a llevar al país más conflictos que remedios, ni a
arrojarlo en una guerra de mero sentimiento o destrucción, ni a estorbar y corromper,
como en otras y muy tristes ocasiones históricas, la revolución piadosa y radical que
animó a los héroes de la guerra de Yara, y le anima a Vd., hoy como ayer, la idea y el
brazo.
245
Pero como el Partido Revolucionario Cubano, arrancando del conocimiento sereno de
los elementos varios y alterados de la situación de Cuba, y del deseo de equilibrarlos
en la cordialidad y la justicia, es aquella misma revolución decisiva, que al deseo de
constituir un pueblo próspero con el carácter libre, une ya, por las lecciones [pruebas]
de la experiencia, la pericia requerida para su ordenación y gobernación;—corno el
Partido Revolucionario Cubano, en vez de fomentar la idea culpable de caer con una
porción de cubanos contra la voluntad declarada de los demás, y la odiosa ingratitud
de desconocer la abnegación conmovedora, y el derecho de padres de los fundadores
de la primera república, es la unión, sentida e invencible, de los hijos de la guerra con
sus héroes, de los cubanos de la Isla con los que viven fuera de ella, de todos los
necesitados de justicia en la Isla, hayan nacido en ella o no, de todos los elementos
revolucionarios del pueblo cubano, sin distingos peligrosos ni reparos mediocres, sin
alardes de amo ni prisas de liberto, sin castas ni comarcas,—puede el Partido
Revolucionario Cubano confiar en la aceptación de Vd., porque es digno de sus
consejos y de su renombre. [su consejo y renombre.]
La situación confusa del país, y su respuesta bastante a nuestras preguntas, allí donde
no ha surgido la solicitud vehemente de nuestro auxilio; nos dan derecho, como
cubanos que vivimos en libertad, a reunir enseguida, y mantener dispuestos, en
acuerdo con los de la Isla, los elementos con que podamos favorecer la decisión del
país. Entiende el Partido que está ya en guerra, así como que estamos ya en república,
y procura sin ostentación ni intransigencia innecesaria, ser fiel a la una y a la otra.
Entiende que debe reunir, y reune, los medios necesarios para la campaña inevitable,
y para sostenerla con empuje; y que,—luego que tenemos la honrada convicción de
que el país nos desea y nos necesita, y de que la opinión pública aprueba los
propósitos a que no podríamos faltar sin delito, y que no debemos propagar si no los
hemos de cumplir,—es el deber del Partido tener en pie de combate su organización,
reducir a un plan seguro y único todos sus factores, levantar sin demora todos los
recursos necesarios para su acometimiento, y reforzarlos sin cesar, y por todas partes,
después de la acometida.—Y al solicitar su concurso, señor Mayor General, esta es la
obra viril que el Partido le ofrece.
246
Yo ofrezco [invito] a Vd., sin temor de negativa, [a] este nuevo trabajo, hoy que no
tengo más remuneración que brindarle [para ofrecerle] que el placer del sacrificio y la
ingratitud probable de los hombres. El tesón con que un militar de su pericia,—una
vez que a las causas pasadas de la tregua sustituyen las causas constantes de la
revolución, y el conocimiento de sus yerros remediables,—mantiene la posibilidad de
triunfar allí donde se fue ayer vencido; y la fe inquebrantable de Vd. en la capacidad
del cubano para la conquista de su libertad y la práctica de las virtudes con que se le
ha de mantener en la victoria, son prueba sobrada [pruebas suficientes] de que no nos
faltan los medios de combate, ni la grandeza de corazón, sin la cual cae, derribada o
desacreditada, la guerra más justa. Vd. conoció, hombre a hombre a aquellos héroes
incansables. [inmortales.] Vd. vio nublarse la libertad, sin perder por eso la fe en la
luz del sol. Vd. conoció y practicó aquellas virtudes que fingen desdeñar, [afectan
ignorar] o afean de propósito, los que así creen que alejan el peligro de verse
obligados, de nuevo o por segunda vez, a [o] imitarlas, y que sólo niegan los que en
la estrechez de su corazón no pueden concebir mayor anchura, o los soberbios que
desconocen en los demás el mérito de que ellos mismos no se sienten capaces. Vd.,
que vive y cría a los suyos en la pasión de la libertad cubana, ni puede, por un amor
insensato de la destrucción y de la muerte, abandonar el retiro respetado y el amor de
su ejemplar familia, ni puede negar la luz de su consejo, y su enérgico trabajo, a los
cubanos que, con su misma alma de raíz, quieren asegurar la independencia
amenazada de las Antillas y el equilibrio y porvenir de la familia de nuestros pueblos
en América.
Los tiempos grandes requieren grandes sacrificios; y yo vengo confiado a pedir
[rogar] a Vd. que deje en manos de sus hijos nacientes y de su compañera
abandonada la fortuna que les está levantando con rudo trabajo, para ayudar a Cuba a
conquistar su libertad, con riesgo de la muerte: vengo a pedirle que cambie el orgullo
de su bienestar y la paz gloriosa de su descanso por los azares de la revolución, y la
amargura de la vida consagrada al servicio de los hombres. Y yo no dudo, señor
Mayor General, que el Partido Revolucionario Cubano, que es hoy cuanto hay de
visible de la revolución en que Vd. sangró y triunfó, obtendrá sus servicios en el ramo
que le ofrece, a fin de ordenar, con el ejemplo de su abnegación y su pericia
247
reconocida, la guerra republicana que el Partido está en la obligación de preparar, de
acuerdo con la Isla, para la libertad y el bienestar de todos sus habitantes, y la
independencia definitiva de las Antillas.
Y en cuanto a mí, Señor Mayor General, por el término en que esté sobre mí la
obligación que me ha impuesto el sufragio cubano, no tendré mayor orgullo que la
compañía y el consejo de un hombre que no se ha cansado de la noble desdicha, y se
vio día a día durante diez años en frente de la muerte, por defender la redención del
hombre en la libertad de la patria.
Patria y Libertad.
El Delegado
JOSÉ MARTÍ
EL TERCER AÑO DEL PARTIDO REVOLUCIONARIO CUBAN0
EL ALMA DE LA REVOLUCIÓN, Y EL DEBER DE CUBA EN AMÉRICA.
Patria, 17 de abril de 1894
Por el voto individual y directo de todos sus miembros entra, con sus funcionarios
electos, en su tercer año de labor la empresa, americana por su alcance y espíritu, de
fomentar con orden y auxiliar con todos sus elementos reales—por formas que con el
desembarazo de la energía ejecutiva combinan la plenitud de la libertad individual—
la revolución de Cuba y Puerto Rico para su independencia absoluta. Bello es, en el
desorden consiguiente a una larga e infortunada emigración, ver unirse en una obra
voluntaria y disciplinada de pensamiento activo a los hombres, de todas condiciones
y grados de fortuna, de la guerra y del destierro, de los países lejanos y del Norte
triunfante sobre la desidia y desaliento que le vienen del continuo trato con la
infelicidad de Cuba: y todos, de Jamaica a Chicago, reiterar a su patria, con su
confirmación libre del partido de la independencia, la promesa de preparar por ella en
el destierro la redención que ella no puede preparar en el miedo, el desmayo y la
248
pasión de su esclavitud. Bello es ver confundirse en el ejercicio de un santo derecho a
los elementos diversos de un pueblo del que sus propios hijos, por ignorancia o
soberbia, a veces injustamente desconfían; y levantar, ante los corazones caídos, esta
prueba de la eficacia del trabajo constante y del trato justiciero en las almas que deja
inseguras y torvas la parricida tiranía. Pero sería complacencia vana la de ese
espectáculo indudablemente hermoso, y funesta fatiga la de ordenar un entusiasmo
ciego y temible, si no fuesen raíz y poder del organismo revolucionario el
conocimiento sereno de la realidad de la patria, en cuanto tiene de vicio y de virtud, y
la disposición sensata a acomodar las formas del pueblo naciente a los estados
graduales, y la verdad actual y local, de la libertad que trabaja y triunfa. Bella es la
acción unida del Partido Revolucionario Cubano, por la dignidad, jamás lastimada
con intrigas ni lisonjas ni súplicas, de los miembros que lo componen y las
autoridades que se han dado,—por la equidad de sus propósitos confesos, que no ven
la dicha del país en el predominio de una clase sobre otra en un país nuevo, sin el
veneno y rebajamiento voluntario que va en la idea de clases, sino en el pleno goce
individual de los derechos legítimos del hombre, que sólo pueden mermarse con la
desidia o exceso de los que los ejerciten,—y por la oportunidad, ya a punto de
perderse, con que las Antillas esclavas acuden a ocupar su puesto de nación en el
mundo americano, antes de que el desarrollo desproporcionado de la sección más
poderosa de América convierta en teatro de la codicia universal las tierras que pueden
ser aún el jardín de sus moradores, y como el fiel del mundo.
A su pueblo se ha de ajustar todo partido público, y no es la política más, o no ha de
ser, que el arte de guiar, con sacrificio propio, los factores diversos u opuestos de un
país de modo que, sin indebido favor a la impaciencia de los unos ni negación
culpable de la necesidad del orden en las sociedades—sólo seguro con la abundancia
del derecho—vivan sin choque, y en libertad de aspirar o de resistir, en la paz
continua del derecho reconocido, los elementos varios que en la patria tienen título
igual a la representación y la felicidad. Un pueblo no es la voluntad de un hombre
solo, por pura que ella sea, ni el empeño pueril de realizar en una agrupación humana
249
el ideal candoroso de un espíritu celeste, ciego graduado de la universidad
bamboleante de las nubes. De odio y de amor, y de más odio que amor, están hechos
los pueblos; sólo que el amor, como sol que es, todo lo abrasa y funde; y lo que por
siglos enteros van la codicia y el privilegio acumulando, de una sacudida lo echa
abajo, con su séquito natural de almas oprimidas, la indignación de un alma piadosa.
Con esas dos fuerzas: el amor expansivo y el odio represor—cuyas formas públicas
son el interés y el privilegio—se van edificando las nacionalidades. La piedad hacia
los infortunados, hacia los ignorantes y desposeídos, no puede ir tan lejos que
encabece o fomente sus errores. El reconocimiento de las fuerzas sordas y malignas
de la sociedad, que con el nombre de orden encubren la rabia de ver erguirse a los
que ayer tuvieron a sus pies, no puede ir hasta juntar manos con la soberbia
impotente, para provocar la ira segura de la libertad poderosa. Un pueblo es
composición de muchas voluntades, viles o puras, francas o torvas, impedidas por la
timidez o precipitadas por la ignorancia. Hay que deponer mucho, que atar mucho,
que sacrificar mucho, que apearse de la fantasía, que echar pie a tierra con la patria
revuelta, alzando por el cuello a los pecadores, vista el pecado paño o rusia: hay que
sacar de lo profundo las virtudes, sin caer en el error de desconocerlas porque vengan
en ropaje humilde, ni de negarlas porque se acompañen de la riqueza y la cultura. El
peligro de nuestra sociedad estaría en conceder demasiado al empedernido espíritu
colonial, que quedará hoceando en las raíces mismas de la república, como si el
gobierno de la patria fuese propiedad natural de los que menos sacrifican por servirla,
y más cerca están de ofrecerla al extranjero, de comprometer con la entrega de Cuba a
un interés hostil y desdeñoso, la independencia de las naciones americanas:—y otro
peligro social pudiera haber en Cuba: adular, cobarde, los rencores y confusiones que
en las almas heridas o menesterosas deja la colonia arrogante tras sí, y levantar un
poder infame sobre el odio o desprecio de la sociedad democrática naciente a los que,
en uso de su sagrada libertad, la desamen o se le opongan. A quien merme un
derecho, córtesele la mano, bien sea el soberbio quien se lo merme al inculto, bien
sea el inculto quien se lo merme al soberbio. Pero esa labor será en Cuba menos
peligrosa, por la fusión de los factores adversos del país en la guerra saneadora; por la
dignidad que en las amistades de la muerte adquirió el liberto ante su señor de ayer;
250
por la peculiar levadura social que, aparte de la obra natural del país, llevarán a la
república las masas de campesinos y esclavos emigrados, que, a mano con doctores y
ricos de otros días y próceres de la revolución, han vivido, tras veinticinco años de
trabajar y de leer, y de hablar y oír hablar, como en ejercicio continuo y consciente de
la capacidad del hombre en la república. Y mientras una porción reacia e ineficaz, la
porción menos eficaz, del señorío cubano antiguo, se acorrala, injusta y repulsiva,
contra este pueblo nuevo de cultura y virtud, de mentes libres y manos creadoras, otra
porción del señorío cubano, mucho más poderosa que aquélla, ha vivido dentro de la
masa revuelta, ha conocido y guiado su capacidad, ha trabajado mano a mano con
ella, se ha hecho amar de la masa, y es amado: ¡y hoy rodaría por tierra, mente a
mente, mucho menguado leguleyo que le negase la palabra superior a mucho hijo de
esta alma-madre del trabajo y la naturaleza! En Cuba no hay duelo entre un señorío
desdentado y napolitano y el país, de suyo tan moderado como desigual, en que, con
la pura esperanza de la libertad suficiente, se reúnen por el respeto del esfuerzo
común, los hombres del campo y de la esclavitud y del oficio pobre, conscientes ya
de sus derechos y del riesgo de exagerarlos, con todo lo que hay de útil y viril, de
fundador y de piadoso, en el antiguo señorío cubano. Del alma cubana arranca,
decisivo, el deseo puro de entrar en una vida justa, y de trabajo útil, sobre la tierra
saneada con sus muertos, amparada por las sombras de sus héroes, regada con los
caudales de su llanto. La esperanza de una vida cordial y decorosa anima hoy por
igual a los prudentes del señorío de ayer, que ven peligro en el privilegio inmerecido
de los hombres nulos,—y a los cubanos de humilde estirpe, que en la creación de sí
propios se han descubierto una invencible nobleza. Nada espera el pueblo cubano de
la revolución que la revolución no pueda darle. Si desde la sombra entrase en ligas,
con los humildes o con los soberbios, sería criminal la revolución, e indigna de que
muriésemos por ella. Franca y posible, la revolución tiene hoy la fuerza de todos los
hombres previsores, del señorío útil y de la masa cultivada, de generales y abogados,
de tabaqueros y guajiros, de médicos y comerciantes, de amos y de libertos. Triunfará
con esa alma, y perecerá sin ella. Esa esperanza, justa y serena, es el alma de la
revolución. Con equidad para todos los derechos, con piedad para todas las ofensas,
con vigilancia contra todas las zapas, con fidelidad al alma rebelde y esperanzada que
251
la inspira, la revolución no tiene enemigos, porque España no tiene más poder que el
que le dan, con la duda que quieren llevar a los espíritus, con la adulación ofensiva e
insolente a las preocupaciones que suponen o halagan en nuestros hombres de
desinterés y grandeza, los que, so capa de amar la independencia de su país,
aborrecen a cuantos la intentan, y procuran, para cuando no la puedan evitar, ponerse
de cabeza, dañina y estéril, de los sacrificios que ni respetan ni comparten. Para andar
por un terreno, lo primero es conocerlo. Conocemos el terreno en que andamos. Nos
sacarán a salvo por él la lealtad a la patria que en nosotros ha puesto su esperanza de
libertad y de orden,—y la indulgencia vigilante, para los que han demostrado ser
incapaces de dar a la rebelión de su patria energía y orden. Sea nuestro lema: libertad
sin ira.
Nulo sería, además, el espectáculo de nuestra unión, la junta de voluntades libres del
Partido Revolucionario Cubano, si, aunque entendiese los problemas internos del
país, y lo llagado de él y el modo con que se le cura, no se diera cuenta de la misión,
aún mayor, a que lo obliga la época en que nace y su posición en el crucero universal.
Cuba y Puerto Rico entrarán a la libertad con composición muy diferente y en época
muy distinta, y con responsabilidades mucho mayores que los demás pueblos
hispanoamericanos. Es necesario tener el valor de la grandeza: y estar a sus deberes.
De frailes que le niegan a Colón la posibilidad de descubrir el paso nuevo está lleno
el mundo, repleto de frailes. Lo que importa no es sentarse con los frailes, sino
embarcarse en las carabelas con Colón. Y ya se sabe del que salió con la banderuca a
avisar que le tuviesen miedo a la locomotora,—que la locomotora llegó, y el de la
banderuca se quedó resoplando por el camino: o hecho pulpa, si se le puso en frente.
Hay que prever, y marchar con el mundo. La gloria no es de los que ven para atrás,
sino para adelante.—No son meramente dos islas floridas, de elementos aún
disociados, lo que vamos a sacar a luz, sino a salvarlas y servirlas de manera que la
composición hábil y viril de sus factores presentes, menos apartados que los de las
sociedades rencorosas y hambrientas europeas, asegure, frente a la codicia posible de
un vecino fuerte y desigual, la independencia del archipiélago feliz que la naturaleza
252
puso en el nudo del mundo, y que la historia abre a la libertad en el instante en que
los continentes se preparan, por la tierra abierta, a la entrevista y al abrazo. En el fiel
de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de
una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle
el poder,—mero fortín de la Roma americana;—y si libres—y dignas de serlo por el
orden de la libertad equitativa y trabajadora—serían en el continente la garantía del
equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada y la del
honor para la gran república del Norte, que en el desarrollo de su territorio—por
desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles—hallará más segura grandeza
que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con
la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo.
—No a mano ligera, sino como con conciencia de siglos, se ha de componer la vida
nueva de las Antillas redimidas. Con augusto temor se ha de entrar en esa grande
responsabilidad humana. Se llegará a muy alto, por la nobleza del fin; o se caerá muy
bajo, por no haber sabido comprenderlo. Es un mundo lo que estamos equilibrando:
no son sólo dos islas las que vamos a libertar. ¡Cuán pequeño todo, cuán pequeños los
comadrazgos de aldea, y los alfilerazos de la vanidad femenil, y la nula intriga de
acusar de demagogia, y de lisonja a la muchedumbre, esta obra de previsión
continental, ante la verdadera grandeza de asegurar, con la dicha de los hombres
laboriosos en la independencia de su pueblo, la amistad entre las secciones adversas
de un continente, y evitar, con la vida libre de las Antillas prósperas, el conflicto
innecesario entre un pueblo tiranizador de América y el mundo coaligado contra su
ambición! Sabremos hacer escalera hasta la altura con la inmundicia de la vida. Con
la mirada en lo alto, amasaremos, a sangre sana, a nuestra propia sangre, esta vida de
los pueblos, hecha de la gloria de la virtud, de la rabia de los privilegios caídos, del
exceso de las aspiraciones justas. La responsabilidad del fin dará asiento al pueblo
cubano para recabar la libertad sin odio, y dirigir sus ímpetus con la moderación. Un
error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien
se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos. Ella, la santa patria,
impone singular reflexión; y su servicio, en hora tan gloriosa y difícil, llena de
dignidad y majestad. Este deber insigne, con fuerza de corazón nos fortalece, como
253
perenne astro nos guía, y como luz de permanente aviso saldrá de nuestras tumbas.
Con reverencia singular se ha de poner mano en problema de tanto alcance, y honor
tanto. Con esa reverencia entra en su tercer año de vida, compasiva y segura, el
Partido Revolucionario Cubano, convencido de que la independencia de Cuba y
Puerto Rico no es sólo el medio único de asegurar el bienestar decoroso del hombre
libre en el trabajo justo a los habitantes de ambas islas, sino el suceso histórico
indispensable para salvar la independencia amenazada de las Antillas libres, la
independencia amenazada de la América libre, y la dignidad de la república
norteamericana. ¡Los flojos, respeten: los grandes, adelante! Esta es tarea de grandes.
ORDEN DE ALZAMIENTO
AL CIUDADANO JUAN GUALBEBTO COMEZ, Y EN EL
A TODOS LOS GRUPOS DE OCCIDENTE (29 de enero de 1895)
En vista de la situación propicia y ordenada de los elementos revolucionarios de
Cuba,—de la demanda perentoria de algunos de ellos, y el aviso reiterado de peligro
de la mayoría de ellos,—y de las medidas tomadas por el exterior para su
concurrencia inmediata y ayuda suficiente:—y luego de pesar los detalles todos de la
situación, a fin de no provocar por una parte con esperanzas engañosas o ánimo débil
una rebelión que después fuera abandonada o mal servida, ni contribuir por la otra
con resoluciones tardías a la explosión desordenada de la rebelión inevitable,—los
que suscriben, en representación el uno del Partido Revolucionario Cubano, y el otro
con autoridad y poder expresos del General en Jefe electo, General Máximo Gómez,
para acordar y comunicar en su nombre desde New York todas las medidas
necesarias, de cuyo poder y autoridad da fe el Comandante Enrique Collazo, que
también suscribe,—acuerdan comunicar a Vd. las resoluciones siguientes:
I.—Se autoriza el alzamiento simultáneo, o con la mayor simultaneidad posible, de
las regiones comprometidas, para la fecha en que la conjunción con la acción del
exterior será ya fácil y favorable, que es durante la segunda quincena, no antes, del
mes de febrero.
254
II.—Se considera peligroso, y de ningún modo recomendable, todo alzamiento en
Occidente que no se efectúe a la vez que los de Oriente, y con los mayores acuerdos
posibles en Camagüey y las Villas.
III.—Se asegura el concurso inmediato de los valiosos recursos ya adquiridos, y la
ayuda continua e incansable del exterior, de que los firmantes son actores o testigos,
y de que con su honor dan fe, en la certidumbre de que la emigración entusiasta y
compacta tiene hoy la voluntad y capacidad de contribuir a que la guerra sea activa y
breve.
Actuando desde este instante en acuerdo con estas resoluciones, tomadas en virtud de
las demandas expresas y urgentes de la Isla, del conocimiento de las condiciones
revolucionarias de adentro y fuera del país, y de la determinación de no consentir
engaño o ilusión en medidas a que ha de presidir la más desinteresada vigilancia por
las vidas de nuestros compatriotas y la oportunidad de su sacrificio, firmamos
reunidos estas resoluciones en New York, a 29 de enero de 1895.
En nombre del Gral. Gómez
JOSÉ MARÍA RODRÍGUEZ
El Delegado del P.R.C.
JOSÉ MARTÍ
ENRIQUE COLLAZO
EL MANIFIESTO DE MONTECRISTI
EL PARTIDO REVOLUCIONARIO CUBANO
A CUBA
La revolución de independencia, iniciada en Yara después de [s] preparación gloriosa
y cruenta, ha entrado en Cuba en un nuevo período de guerra, en virtud del orden y
acuerdos del Partido Revolucionario en el extranjero y en la Isla, y de la ejemplar
congregación en él de todos los elementos consagrados al saneamiento y
255
emancipación del país, para bien de América y del mundo; y los representantes
electos de la revolución que hoy se confirma, [sus títulos] reconocen y acatan su
deber,—sin usurpar el acento y las declaraciones sólo propias de la majestad de la
república constituida,—de repetir ante la patria, que no se [debe] ha de ensangrentar
sin razón, ni sin justa esperanza de triunfo los propósitos precisos, hijos del juicio y
ajenos a la venganza, con que se ha compuesto, y llegará a su victoria racional, la
guerra inextinguible que hoy lleva a los combates, en conmovedora y prudente
democracia, los elementos todos de la sociedad de Cuba.
La guerra no es, en el concepto sereno de los que aún hoy la representan, y de la
revolución pública y responsable que los eligió el insano triunfo de un partido cubano
sobre otro, o la humillación siquiera de un grupo equivocado de cubanos; sino la
demostración solemne de la voluntad de un país harto probado [para lanzarse a la
ligera, viva aún la herida de] en la guerra anterior [,] para lanzarse a la ligera en m
conflicto sólo [enca] terminable por la victoria o el sepulcro, sin causas bastante
profundas para sobreponerse a las cobardías humanas y a sus [hábiles] varios
disfraces, y sin determinación tan respetable [,]—por ir firmada por la muerte [,]—
que debe imponer silencio a aquellos cubanos menos venturosos que no se sienten
poseídos de igual fe en las capacidades de su pueblo ni de valor igual con que
emanciparlo de su [infamia] servidumbre.
La guerra no es la tentativa caprichosa de una independencia más temible que útil,
que sólo tendrían derecho a demorar o condenar los que mostrasen la virtud y el
propósito de conducirla a otra más viable y segura, y que no debe en verdad apetecer
un pueblo que no la pueda sustentar; sino el producto disciplinado de la resolución de
hombres enteros que en el reposo de la experiencia se han decidido a encarar otra vez
los peligros que conocen, y de la congregación cordial de los cubanos de más diverso
origen, convencidos de que en la conquista de la libertad se adquieren mejor que en el
abyecto abatimiento las virtudes necesarias para mantenerla.
La guerra no es contra el español, que, en el seguro de sus hijos y en el acatamiento a
la patria que se ganen podrá[n] gozar respetado [s], y aun amado[s], de la libertad que
sólo arrollará a los que le salgan, imprevisores, al camino. Ni del desorden, ajeno a la
256
moderación probada del espíritu de Cuba, será cuna la guerra; ni de la tiranía.—Los
que la fomentaron, y pueden aún llevar su voz, declaran en nombre de ella ante la
patria su limpieza de todo odio,—su indulgencia fraternal para con los cubanos
tímidos o equivocados, su [respeto] radical respeto al decoro del hombre, nervio del
combate y [sostén de] cimiento de la república,—su certidumbre de la aptitud de la
guerra para ordenarse de modo que contenga [a la vez] la redención que la inspira, la
relación en que un pueblo debe vivir con los demás, y la realidad que la guerra es,—y
su terminante voluntad de respetar, y hacer que se respete, al español neutral y
honrado, en la guerra y después de ella, y de ser piadosa con el arrepentimiento, e
inflexible sólo con el vicio, el crimen y la inhumanidad.—En la guerra que se ha
reanudado en Cuba no ve la revolución las causas del júbilo que pudiera embargar al
heroísmo irreflexivo, sino las responsabilidades que deben preocupar a los
fundadores de pueblos.
Éntre Cuba en la guerra con la plena seguridad, inaceptable sólo a los cubanos
sedentarios y parciales, de la competencia de sus hijos para obtener el triunfo, por la
energía de la revolución pensadora y magnánima, y de la capacidad de los cubanos,
cultivada en diez años primeros de fusión sublime, y en las prácticas modernas del
gobierno y el trabajo, [de los pueblos,] para salvar la patria desde su raíz de los
desacomodos y tanteos, necesarios al principio del siglo, sin comunicaciones y sin
preparación en las repúblicas feudales o teóricas de Hispano-América. Punible
ignorancia o alevosía fuera desconocer las causas a menudo gloriosas [,] y ya
generalmente redimidas, de los trastornos americanos, venidos del [anhelo] error de
ajustar a moldes extranjeros; de [extrema idea o] [teoría incierta, teoría o ] [teoría de
mera] dogma incierto o mera relación [local, accidental en] a su lugar de origen, la
realidad ingenua de los países que [sólo conocían] conocían sólo de las libertades el
ansia que las conquista y la soberanía que se gana por pelear por ellas. La
concentración de la cultura meramente literaria en las capitales; el erróneo apego de
las repúblicas [a] a las [rango] costumbres señoriales de la colonia; la creación de
caudillos rivales consiguiente al trato receloso e imperfecto de las [regiones]
comarcas apartadas; la condición rudimentaria de la única industria, agrícola o
ganadera; y el abandono y desdén [punible] de la [s] fecunda [s] raza [s] indígena [s]
257
en las disputas de [dogma] credo o localidad [nacidas de] que esas causas [nacían del
de] de los trastornos en los pueblos de América mantenían,—no son, de ningún modo
los problemas de la [nacional] sociedad cubana. Cuba vuelve a la guerra con un
pueblo democrático y culto, conocedor celoso de su derecho y del ajeno; o de cultura
mucho mayor, en lo más [bisoño de sus huestes] humilde de él, que las masas llaneras
o indias con que, a la voz de los héroes primados de la emancipación, se mudaron de
hatos en naciones las silenciosas colonias de América; y en el crucero del mundo, al
servicio de [a] la guerra, y a la fundación de [a] la nacionalidad le vienen a Cuba, del
trabajo creador y conservador en los pueblos más hábiles del orbe, [los] y del propio
esfuerzo en la persecución y miseria del país, los hijos lúcidos, magnates o siervos,
que de la época primera de acomodo, ya vencida, entre los componentes
heterogéneos de la nación cubana, salieron a preparar, o—en la misma Isla
continuaron preparando, con su propio perfeccionamiento, el de la nacionalidad a que
concurren hoy con la [inmediata utilidad] firmeza de sus personas [útiles] laboriosas,
y [la] el seguro de su educación republicana. El civismo de sus guerreros; [la pericia
práctica de sus pensadores] [realidad] [la aspiración y la cultura] el cultivo y
benignidad de sus artesanos; [y sus hábitos políticos] el empleo real y moderno de un
número vasto de sus inteligencias y riquezas; la peculiar moderación del campesino
sazonado en el destierro y en la guerra; el trato íntimo y diario, y rápida e inevitable
unificación de las diversas secciones del país; [el] la [recip] admiración recíproca de
las virtudes [comu] iguales entre los cubanos que de las [diferencia] [distinciones]
diferencias de la esclavitud pasaron a la hermandad del sacrificio; y la benevolencia y
aptitud crecientes del liberto, superiores a [ese] los raros ejemplos de su desvío o
encono,—aseguran a Cuba, sin lícita ilusión, un porvenir en que las condiciones de
asiento, y del trabajo [feraz] inmediato de un pueblo feraz en la [nacionalidad]
república justa, excederán a las de disociación y parcialidad provenientes de la pereza
o arrogancia que la guerra a veces cría, del rencor [provocativo] [agresivo] ofensivo
de una minoría de amos caída de sus privilegios; de la censurable premura con que
una minoría aún invisible de libertos descontentos pudiera aspirar, con violación
funesta del [la naturaleza y] albedrío y [de los demás hombres, y de la] naturaleza
humanos, al respeto social que sola y seguramente ha de venirles de la igualdad
258
probada en [la virtud y la cultura] las [sentimientos] virtudes y talentos; y de la súbita
desposesión, en gran parte de los pobladores letrados de [los] las ciudades, de la
suntuosidad o abundancia relativa [que les venía viene venía] [hoy] que hoy les viene
de las gabelas inmorales y fáciles de la colonia, y de los oficios que habrán de
desaparecer con la libertad.—Un pueblo libre, en el trabajo abierto a todos, enclavado
a las bocas del [mundo] universo rico e industrial, sustituirá sin [dificultad] obstáculo,
y con ventaja, después de una guerra inspirada en la más pura [ideal de] abnegación,
y mantenida conforme a ella, al pueblo avergonzado [y miserable] donde el bienestar
sólo se obtiene a cambio de la complicidad expresa o tácita con la tiranía de los
extranjeros [famélicos] menesterosos que los desangran y corrompen. No dudan de
Cuba, ni de sus aptitudes para obtener y gobernar su [la] independencia, los que en el
heroísmo de la muerte y en el de la fundación [silenciosa] callada de la patria, [han
visto] ven resplandecer de continuo, en grandes y en pequeños, las dotes de concordia
y sensatez sólo [imperceptibles] inadvertibles para los que, fuera del alma real [de
Cuba, juzga de su patria, en la] de su país, lo juzgan, en el arrogante concepto de sí
propios, sin más poder de rebeldía y creación que el que asoma tímidamente en la
servidumbre [y culpa] de sus quehaceres coloniales.
De otro temor quisiera acaso valerse hoy, [en Cuba] so pretexto de [alta] prudencia,
la cobardía: el temor insensato; y jamás en Cuba justificado, a la raza negra. La
revolución, con su carga de mártires, y de guerreros subordinados y generosos,
desmiente indignada, como desmiente la larga prueba de la emigración y de la tregua
en [Cuba] la isla, la tacha de amenaza de la raza negra con que se quisiese
inicuamente levantar, [en Cuba] por los beneficiarios del régimen de España, el
miedo a la [consecuencias desordenadas de la] revolución. Cubanos hay ya en Cuba
[olvidados] de uno y otro color, olvidados para siempre—con la guerra [de la
libertad] emancipadora y el trabajo [en que) donde unidos se gradúan—del odio en
que los pudo dividir la esclavitud. La novedad y aspereza [tropiezo] de las relaciones
sociales, consiguientes a la mudanza súbita del hombre ajeno en propio, son menores
que la sincera estimación del cubano blanco por el alma igual, la afanosa cultura, [el
evangélico amor de libertad] el fervor de hombre libre, y el amable carácter de su
compatriota negro. Y si a la raza le naciesen demagogos inmundos, o almas
259
[vehementes] ávidas cuya impaciencia propia azuzase la de su color, o en quienes se
convirtiera en injusticia con los demás la piedad por los suyos,—con su
agradecimiento y su cordura, y su amor a la patria, con su convicción de la necesidad
de desautorizar por la prueba patente de la inteligencia y la virtud del cubano negro la
opinión que aún reine de su [ineptitud] incapacidad para ellas, y con la posesión de
todo lo real del derecho humano, y el consuelo y la fuerza de la [ferviente] estimación
cuanto en los cubanos blancos hay de justo y generoso, la misma raza extirparía en
Cuba el peligro negro, sin que tuviera que [temblar de miedo con su] alzarse a él una
sola mano blanca. La revolución lo sabe, y lo proclama: la emigración lo proclama
también. Allí no tiene el cubano negro escuelas de ira, como no tuvo en la guerra una
sola culpa de ensoberbecimiento indebido o de insubordinación. En sus hombros
anduvo segura la república a que no atentó jamás. Sólo los que odian al negro ven en
el negro odio; y los que con [ese] semejante miedo injusto traficasen, para sujetar,
con [negro] inapetecible oficio, las manos que pudieran erguirse a expulsar de la
tierra cubana al ocupante corruptor. [e inútil de la tierra cubana].
En los habitantes españoles de Cuba, en vez de la deshonrosa ira de la primer guerra,
espera hallar la revolución, que ni lisonjea ni teme, tan [justa] afectuosa neutralidad o
tan veraz ayuda, que por ellas vendrán a ser [no la] la guerra más breve, [menos] sus
desastres menores, y más fácil y amiga la paz en que han de vivir juntos padres e
hijos. Los cubanos empezamos la guerra, y los cubanos y los españoles la
terminaremos. No [los] nos maltraten, y no se les maltratará. Respeten, y se les
respetará. Al acero responda el acero, y la amistad a la amistad. En el pecho antillano
no hay odio; y el cubano saluda en la muerte al [bravo] español a quien la crueldad
del ejercicio forzoso arrancó de su [hogar] casa y su terruño para venir a asesinar en
pechos de hombre la libertad que él mismo ansía. Más que saludarlo en la muerte,
quisiera la revolución acogerlo en vida; y la república será tranquilo hogar para
cuantos españoles de trabajo y honor gocen en ella de la libertad y [beneficios] bienes
que no han de hallar [ían] aún por largo tiempo en la [confusión] lentitud, desidia, y
vicios políticos de la tierra propia. Este es [nuestro] el corazón [y así] de Cuba, y así
será la guerra. ¿Qué enemigos españoles [combatirán sin ser de veras contra] [se han
de oponer eficazmente a] tendrá verdaderamente la revolución? ¿Será el ejército,
260
republicano en mucha parte, que ha aprendido a respetar nuestro valor, como
nosotros respetamos el suyo, y más sienten impulsos a veces de unírsenos que de
combatirnos? ¿Serán los quintos, educados ya en las ideas de humanidad, contrarias a
[la] derramar [la] sangre de [hombres buenos los hombrea oprimidos] sus semejantes
en provecho de [una monarquía trono] un cetro inútil [o de un la] o una patria [cruel]
codiciosa, los quintos segados en la flor de [la] su juventud para venir a defender,
contra un pueblo que los acogería [gustoso] alegre como ciudadanos libres, un trono
[atado mantenido] mal sujeto, sobre la nación vendida por sus guías, con la
complicidad de [los] sus privilegios y [los] sus logros? [que crecen a su sombra?]
[cría y favorece] ¿Será la masa, hoy humana y culta, de artesanos y dependientes, a
quienes, [arra] so pretexto de patria, arrastró ayer a la ferocidad y al crimen el interés
de los españoles acaudalados que hoy, con lo más de sus fortunas salvas en España,
muestran menos celo que aquel con que ensangrentaron la tierra de su riqueza cuando
los sorprendió en ella la guerra con toda su fortuna? ¿O serán los fundadores de
familias [cubanas, fatigadas ya] y de industrias cubanas, fatigados ya del fraude de
España y de su desgobierno, y como el cubano vejados y oprimidos, los que, ingratos
e imprudentes, sin miramiento por la paz de sus casas y la conservación de [su for]
una riqueza que el régimen de España amenaza más que la revolución, se revuelvan
contra la tierra que de tristes rústicos los ha hecho esposos [de cubanas] felices, [de la
mujer de Cuba, y padres felices y autores de hijos] y dueños de una prole capaz de
morir sin odio por asegurar al padre [cruel] sangriento un [pueblo donde] suelo libre
[del] al fin de la discordia permanente entre el criollo y el peninsular; donde la
[fortuna] honrada fortuna pueda mantenerse sin cohecho y desarrollarse sin zozobra,
y el hijo no vea entre el beso de sus labios y la mano de su padre la sombra [del o]
aborrecida del opresor? ¿Qué suerte elegirán los españoles: la guerra sin tregua,
confesa o disimulada, que amenaza y perturba las relaciones siempre inquietas y
violentas del país, o la [única] paz definitiva, que jamás se conseguirá en Cuba sino
con la independencia? [¿Con Ni con qué derecho?] ¿Enconarán y ensangrentarán los
españoles arraigados en Cuba la guerra en que puedan quedar vencidos? ¿Ni con qué
derecho nos odiarán los españoles, si los cubanos no los odiamos? La revolución [lo]
emplea sin miedo este lenguaje, porque [la] el decreto de emancipar de una vez a
261
Cuba de la ineptitud y corrupción irremediables del gobierno de España, y abrirla
[libre] franca para todos los hombres al mundo nuevo, es tan terminante como la
voluntad de mirar como a cubanos, sin tibio corazón ni amargas memorias, a los
españoles que por su pasión de libertad [nos] ayuden a conquistarla en Cuba, [o amen
a los que la conquistaran] y a los que con su respeto a la guerra de hoy rescaten la
sangre que en la de ayer manó a sus golpes del pecho de sus hijos.
En las formas que se dé la revolución, conocedora [del]de su desinterés, [de sus hijos]
no hallará sin duda pretexto de reproche la vigilante [timidez] cobardía, que en los
errores formales del [la patria] [república] país naciente, o en [la] su poca suma
visible de república, [buscase] pudiese procurar razón [para] con que negarle la
sangre que le adeuda. No tendrá el patriotismo puro [y sus mayores extremos respeto]
causa de temor por la dignidad y suerte futura de la patria.—La dificultad de las
guerras de independencia en América, y la de sus primeras nacionalidades, ha estado,
más que en la [falta de mutua estimación] discordia de sus [próceres] héroes y en la
emulación y recelo inherentes [a la] al hombre, en la falta oportuna de forma que a la
vez contenga el espíritu de redención que, con apoyo de ímpetus menores, promueve
y [alimenta mantiene] nutre la guerra,—y las prácticas necesarias, a la guerra, y que
ésta debe [desatar] desembarazar y sostener. En la guerra inicial se ha de hallar [la
patria ] el país maneras tales de gobierno que a un tiempo satisfagan la inteligencia
madura y suspicaz de sus hijos cultos, y las condiciones requeridas [en] para la ayuda
y [relación con] respeto de los demás pueblos,—y permitan—en vez de entrabar—el
desarrollo pleno y [triunfo rápido veloz] término rápido de la guerra [necesar]
fatalmente necesaria a la [conquista de] felicidad pública. [Y] Desde [las] sus raíces
se ha de constituir la patria con formas viables, y de sí propia nacidas, de modo que
un gobierno [artificial] sin realidad ni sanción no la conduzca a las parcialidades o a
la tiranía.—Sin atentar, con desordenado concepto de su deber, al uso de las
facultades íntegras de constitución, [en] con que se ordenen y acomoden, [con] en su
responsabilidad [especial] peculiar ante el mundo [moderno] contemporáneo, liberal
e impaciente, los elementos expertos y novicios, por igual movidos de ímpetu
ejecutivo y pureza ideal, que con [abnegación] nobleza idéntica, y el título
inexpugnable de su sangre, se lanzan [en con] tras el alma y [la] guía de los primeros
262
héroes, a abrir a la humanidad [con la independencia de Cuba] una república
trabajadora; [y pacífica, segura, levantada,] sólo es lícito al Partido Revolucionario
Cubano declarar su fe en que la revolución [sabrá] ha de hallar [modos tales de
ordenación] formas que le aseguren, en la unidad y vigor indispensables a una guerra
[humana, benéfica y ] culta, el entusiasmo de los [propi] cubanos, la confianza de los
españoles y la amistad del mundo. Conocer y fijar la realidad; componer en molde
[ví] natural, la realidad de las ideas que producen o [rechazan detienen] apagan los
hechos, y la de los hechos [en con] que [se represan] nacen de las ideas; ordenar la
revolución del decoro, el sacrificio y la cultura que modo que no quede el decoro de
un solo hombre lastimado, ni el sacrificio parezca inútil a un solo cubano, ni la
revolución inferior a la cultura del país, no a la extranjeriza y desautorizada cultura
que se enajena el respeto de los hombres viriles por la ineficacia de sus resultados y
el contraste lastimoso entre la poquedad real y la arrogancia de sus estériles
poseedores, sino al profundo conocimiento de la labor del hombre [por] en [la
conquista] el rescate y [mante] sostén de su dignidad:—ésos son los deberes, y los
intentos, de la revolución. Ella se regirá de modo que [el corazón de los cubanos
palpe el coraz] la guerra pujante y capaz dé pronto casa firme a la nueva república.
La guerra sana y [robusta] vigorosa desde el nacer con que hoy reanuda Cuba, con
todas las ventajas de su experiencia, y la victoria asegurada a las determinaciones
finales, el esfuerzo excelso, jamás recordado sin unción, de [los primeros] sus
inmarcesibles héroes, no es sólo hoy el piadoso anhelo de dar vida plena al pueblo
que, [en] bajo la inmoralidad y [opre] ocupación crecientes de un amo inepto, [y
codicioso] desmigaja o pierde su[s] fuerza [s] superior [es] en la patria sofocada o en
[el] los destierros esparcidos. Ni es la guerra el [mero] insuficiente prurito de [ganar,
por el poder] conquistar a Cuba con el sacrificio tentador, la [indep emancip]
independencia política, que sin derecho pediría a los cubanos su brazo si con ella no
fuese la esperanza de crear una patria más a la libertad del pensamiento, la equidad de
las costumbres, y la paz del trabajo. La guerra de [la] independencia de Cuba, [un
país donde, como en Cuba, donde va a cruzarse] nudo del haz de islas donde se ha de
cruzar, en [el] plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran
alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a
263
la firmeza y [justo] trato justo de las naciones [de] americanas, y al equilibrio aún
vacilante del [orbe] mundo. Honra y conmueve [meditar] pensar que cuando cae en
tierra de Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos
incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la
[firmeza aún vaga todavía insegura] confirmación de la república moral en América,
y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las
riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero [universal] del mundo. ¡Apenas
podría creerse que con semejantes [hombres] mártires, y tal porvenir, hubiera
cubanos que atasen a Cuba a la monarquía podrida y aldeana de España, y a su
miseria [estéril avara] inerte y viciosa!—A la revolución cumplirá mañana el deber
de explicar de nuevo al país y a las naciones las causas locales, y de idea e interés
[humano] universal, con que para el adelanto y servicio de la humanidad reanuda el
pueblo emancipador de Yara y de Guáimaro una guerra digna del respeto de sus
enemigos y el apoyo de los pueblos, por su rígido concepto del derecho del hombre, y
su aborrecimiento de la venganza estéril y la devastación inútil. Hoy, al proclamar
desde el umbral de la tierra veneranda el espíritu y doctrinas que produjeron [y e
inspiran] y alientan la guerra entera y humanitaria en que se une aún más el pueblo de
Cuba, invencible e indivisible, séanos lícito invocar, como guía y ayuda de nuestro
pueblo, a los [sublimes ejemplares] magnánimos fundadores, cuya [obra] labor
renueva el país agradecido,—y al honor, que ha de impedir a los cubanos [mancillar
o] herir, de palabra o de obra, a los que mueren por ellos.—Y al declarar así en
nombre de la patria, y deponer ante ella y ante su libre facultad de constitución, la
obra idéntica de dos generaciones, suscriben juntos la declaración, por la
responsabilidad común de su representación, y en muestra de la unidad y solidez de la
revolución cubana, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano, creado para
ordenar y auxiliar la guerra actual, y el General en Jefe electo en él por todos los
miembros activos del Ejército Libertador.
Montecristi, 25 de marzo de 1895.
JOSÉ MARTÍ M. GÓMEZ
264
A FEDERICO HENRÍQUEZ Y CARVAJAL
Montecristi, 25 de marzo, 1895
Sr. Federico Henríquez y Carvajal
Amigo y hermano:
Tales responsabilidades suelen caer sobre los hombres que no niegan su poca fuerza
al mundo, y viven para aumentarle el albedrío y decoro, que la expresión queda como
velada e infantil, y apenas se puede poner en una enjuta frase lo que se diría al tierno
amigo en un abrazo. Así yo ahora, al contestar, en el pórtico de un gran deber, su
generosa carta. Con ella me hizo el bien supremo, y me dio la única fuerza que las
grandes cosas necesitan, y es saber que nos las ve con fuego un hombre cordial y
honrado. Escasos, como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos, y
sienten con entrañas de nación, o de humanidad. Y queda, después de cambiar manos
con uno de ellos, la interior limpieza que debe quedar después de ganar, en causa
justa, una buena batalla. De la preocupación real de mi espíritu, porque Vd. me la
adivina entera, no le hablo de propósito: escribo, conmovido, en el silencio de un
hogar que por el bien de mi patria va a quedar, hoy mismo acaso, abandonado. Lo
menos que, en agradecimiento de esa virtud puedo yo hacer, puesto que así más ligo
que quebranto deberes, es encarar la muerte, si nos espera en la tierra o en la mar, en
compañía del que, por la obra de mis manos, y el respeto de la propia suya, y la
pasión del alma común de nuestras tierras, sale de su casa enamorada y feliz a pisar,
con una mano de valientes, la patria cuajada de enemigos. De vergüenza me iba
muriendo—aparte de la convicción mía de que mi presencia hoy en Cuba es tan útil
por lo menos como afuera,—cuando creí que en tamaño riesgo pudiera llegar a
convencerme de que era mi obligación dejarlo ir solo, y de que un pueblo se deja
servir, sin cierto desdén y despego, de quien predicó la necesidad de morir y no
empezó por poner en riesgo su vida. Donde esté mi deber mayor, adentro o afuera,
allí estaré yo. Acaso me sea dable u obligatorio, según hasta hoy parece, cumplir
ambos. Acaso pueda contribuir a la necesidad primaria de dar a nuestra guerra
renaciente forma tal, que lleve en germen visible, sin minuciosidades inútiles, todos
los principios indispensables al crédito de la revolución y a la seguridad de la
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república. La dificultad de nuestras guerras de independencia y la razón de lo lento e
imperfecto de su eficacia, ha estado, más que en la falta de estimación mutua de sus
fundadores y en la emulación inherente a la naturaleza humana, en la falta de forma
que a la vez contuviese el espíritu de redención y decoro que, con suma activa de
ímpetus de pureza menor, promueven y mantienen la guerra,—y las prácticas y
personas de la guerra. La otra dificultad, de que nuestros pueblos amos y literarios no
han salido aún, es la de combinar, después de la emancipación, tales maneras de
gobierno que sin descontentar a la inteligencia primada del país, contengan—y
permitan el desarrollo natural y ascendente—a los elementos más numerosos e
incultos, a quienes un gobierno artificial, aun cuando fuera bello y generoso, llevara a
la anarquía o a la tiranía. Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella,
en vez de acabar. Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya
arde la sangre. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable, al sacrificio;
hay que hacer viable, e inexpugnable, la guerra; si ella me manda, conforme a mi
deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda, clavándome el alma, irme
lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor. Quien piensa
en sí, no ama a la patria; y está el mal de los pueblos, por más que a veces se lo
disimulen sutilmente, en los estorbos o prisas que el interés de sus representantes
ponen al curso natural de los sucesos. De mí espere la deposición absoluta y continua.
Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al
último peleador: morir callado. Para mí, ya es hora. Pero aún puedo servir a este
único corazón de nuestras repúblicas. Las Antillas libres salvarán la independencia
de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso
acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo. Vea lo que hacemos, Vd. con sus canas
juveniles,—y yo, a rastras, con mi corazón roto.
De Santo Domingo ¿por qué le he de hablar? ¿Es eso cosa distinta de Cuba? ¿Vd. no
es cubano, y hay quien lo sea mejor que Vd? ¿Y Gómez, no es cubano? ¿Y yo, qué
soy, y quién me fija suelo? ¿No fue mía, y orgullo mío, el alma que me envolvió, y
alrededor mío palpitó, a la voz de Vd., en la noche inolvidable y viril de la Sociedad
de Amigos? Esto es aquello, y va con aquello. Yo obedezco, y aun diré que acato
como superior dispensación, y como ley americana, la necesidad feliz de partir, al
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amparo de Santo Domingo, para la guerra de libertad de Cuba. Hagamos por sobre la
mar, a sangre y a cariño, lo que por el fondo de la mar hace la cordillera de fuego
andino.
Me arranco de Vd., y le dejo, con mi abrazo entrañable, el ruego de que en mi
nombre, que sólo vale por ser hoy el de mi patria, agradezca, por hoy y para mañana,
cuanta justicia y caridad reciba Cuba. A quien me la ama, le digo en un gran grito:
hermano. Y no tengo más hermanos que los que me la aman.
Adiós, y a mis nobles e indulgentes amigos. Debo a Vd. un goce de altura y de
limpieza, en lo áspero y feo de este universo humano. Levante bien la voz: que si
caigo, será también por la independencia de su patria.
Su
JOSÉ MARTÍ
A FÉLIX RUENES
CUARTEL GENERAL DEL EJÉRCITO LIBERTADOR
26 de abril de 1895
C. Teniente Coronel Félix Ruenes
Jefe de Operaciones de la Jurisdicción de Baracoa
C. Teniente Coronel:
La revolución, ya vigorosa y potente, requiere para desenvolver toda su energía, que
sin demora decidan los cubanos que la componen tal cual debe ser la representación
que con toda autoridad legal pueda hablar en su nombre, y acordar, y empezar a
ejecutar inmediatamente, los planes que han de conducir, con el tacto y la energía a la
victoria.
Los poderes creados por el Partido Revolucionario Cubano, al entrar éste en las
condiciones más vastas y distintas en que le pone la guerra en el país, deben acudir al
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país y demandarle, como lo hace, que dé al gobierno que lo ha de regir formas
adecuadas a las nuevas condiciones.
El Partido Revolucionario Cubano, acude, pues, a todo el pueblo cubano
revolucionario visible, y con derecho a elección, que en el pueblo alzado en armas, y
a cada comarca de él pide un representante, para que reunidos, sin pérdidas de
tiempo, los de las comarcas todas acuerden la forma hábil y solemne de gobierno que
en sus actuales condiciones debe darse la revolución.
Invitamos a Ud., pues, formalmente a cumplir este deber supremo, enviando desde
ahí enseguida a Manzanillo, donde a la fecha se halle el General Bartolomé Masó, el
representante que los cubanos revolucionarios de Baracoa envíen a la Asamblea de
Delegados que allí se reunirá; y en caso de ser imposible o difícil el viaje inmediato
de un representante que hubiese de salir de ahí, nombre de allí su fuerza, persona de
su confianza en estas jurisdicciones que acuda a la Asamblea a representar a Baracoa.
En la seguridad de que el representante de Baracoa contribuirá al mayor acierto y a la
feliz armonía de la Asamblea, saludan a Uds., y en Ud.
El Delegado El General en Jefe
CIRCULAR
POLÍTICA DE LA GUERRA
CUARTEL GENERAL DEL
EJÉRCITO LIBERTADOR
Abril 28 de 1895
La guerra debe ser sinceramente generosa, libre de todo acto de violencia innecesaria
contra personas y propiedades, y de toda demostración o indicación de odio al
español.
Con quien ha de ser inexorable la guerra, luego de probarse inútilmente la tentativa
de atraerlo, es con el enemigo, español o cubano, que preste servicio activo contra la
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Revolución. Al español neutral, se le tratará con benignidad, aun cuando no sea
efectivo su servicio a la Revolución.
Todos los actos y palabras de ésta deben ir inspirados en el pensamiento de dar al
español la confianza de que podrá vivir tranquilo en Cuba, después de la paz.
A los cubanos tímidos y a los que más por cobardía que por maldad, protesten contra
la Revolución, se les responderá con energía a las ideas, pero no se les lastimarán las
personas, a fin de tenerles siempre abierto el camino hacia la Revolución, de la que
de otro modo huirían, por el temor de ser castigados por ella.
A los soldados quintos se les ha de atraer, mostrándoles compasión verdadera por
haber de atacarlos, cuando los más de ellos son liberales como nosotros y pueden ser
recibidos en nuestras fuerzas con cariño.
A los prisioneros, en términos de prudencia, se les devolverá vivos y agradecidos.
A nuestras fuerzas se las tratará de manera que se vaya fomentando en ellas, a la vez,
la disciplina estricta y el decoro de hombres, que es el que da fuerza y razón al
soldado de la Libertad para pelear; no se perderá ocasión de explicarles en arengas y
conversaciones, el espíritu fraternal de la guerra; los beneficios que el cubano
obtendrá con la Independencia, y la incapacidad de España para mejorar la condición
de Cuba y para vencernos.
En cuanto a las propiedades, se respetarán todas aquellas que nos respeten, y sólo se
destruirán, después de anuncios reiterados y de la prueba completa de su hostilidad,
aquellas de que se sirva o asile habitualmente el enemigo: o alberguen al cubano que
hace armas contra la Revolución.
El desarrollo de la guerra irá precisando más en este punto, la benevolencia o el rigor:
por hoy, la regla ha de ser servirse de los auxilios de los propietarios, para las
necesidades legítimas de la Guerra, de alimentación, vestuario, y en casos posibles,
de armas y parque.
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La guerra se debe mantener del país; pero no debe exigirle más de lo necesario para
mantenerse, salvo en los casos probados de que se preste mayor o igual auxilio al
enemigo, del prestado a la Revolución.
El Delegado El General en Jefe
JOSÉ MARTÍ MÁXIMO GÓMEZ
A MANUEL MERCADO
Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895
Sr. Manuel Mercado
Mi hermano queridísimo: Ya puedo escribir, ya puedo decirle con qué ternura y
agradecimiento y respeto lo quiero, y a esa casa que es mía y mi orgullo y obligación;
ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber—puesto
que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo—de impedir a tiempo con la
independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan,
con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré,
es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas
que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían
dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.
Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos—como ése de Vd. y
mío,—más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión de
los Imperialistas de allá y los españoles, el camino que se ha de cegar, y con nuestra
sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América, al Norte
revuelto y brutal que los desprecia,—les habían impedido la adhesión ostensible y
ayuda patente a este sacrificio, que se hace en bien inmediato y de ellos.
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Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas:—y mi honda es la de David. Ahora
mismo, pues días hace, al pie de la victoria con que los cubanos saludaron nuestra
salida libre de las sierras en que anduvimos los seis hombres de la expedición catorce
días, el corresponsal del Herald, que me sacó de la hamaca en mi rancho, me habla de
la actividad anexionista, menos temible por la poca realidad de los aspirantes, de la
especie curial, sin cintura ni creación, que por disfraz cómodo de su complacencia o
sumisión a España, le pide sin fe la autonomía de Cuba, contenta sólo de que haya un
amo, yanqui o español, que les mantenga, o les cree, en premio de oficios de
celestinos, la posición de prohombres, desdeñosos de la masa pujante,—la masa
mestiza, hábil y conmovedora, del país,—la masa inteligente y creadora de blancos y
de negros.
Y de más me habla el corresponsal del Herald, Eugenio Bryson:—de un sindicato
yanqui—que no será—con garantía de las aduanas, harto empeñadas con los rapaces
bancos españoles, para que quede asidero a los del Norte;—incapacitado
afortunadamente, por su entrabada y compleja constitución política, para emprender o
apoyar la idea como obra de gobierno. Y de más me habló Bryson,—aunque la
certeza de la conversación que me refería, sólo la puede comprender quien conozca
de cerca el brío con que hemos levantado la Revolución,—el desorden, desgano y
mala paga del ejército novicio español,—y la incapacidad de España para allegar en
Cuba o afuera los recursos contra la guerra, que en la vez anterior sólo sacó de Cuba.
—Bryson me contó su conversación con Martínez Campos, al fin de la cual le dio a
entender éste que sin duda, llegada la hora, España preferiría entenderse con los
Estados Unidos a rendir la Isla a los cubanos.—Y aun me habló Bryson más: de un
conocido nuestro y de lo que en el Norte se le cuida, como candidato de los Estados
Unidos, para cuando el actual Presidente desaparezca, a la Presidencia de México.
Por acá yo hago mi deber. La guerra de Cuba, realidad superior a los vagos y
dispersos deseos de los cubanos y españoles anexionistas, a que solo daría relativo
poder su alianza con el gobierno de España, ha venido a su hora en América, para
evitar, aun contra el empleo franco de todas esas fuerzas, la anexión de Cuba a los
Estados Unidos, que jamás la aceptarán de un país en guerra, ni pueden contraer,
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puesto que la guerra no aceptará la anexión, el compromiso odioso y absurdo de
abatir por su cuenta y con sus armas una guerra de independencia americana.
Y México, ¿no hallará modo sagaz, efectivo e inmediato, de auxiliar, a tiempo, a
quien lo defiende? Sí lo hallará,—o yo se lo hallaré.—Esto es muerte o vida, y no
cabe errar. El modo discreto es lo único que se ha de ver. Ya yo lo habría hallado y
propuesto. Pero he de tener más autoridad en mí, o de saber quién la tiene, antes de
obrar o aconsejar. Acabo de llegar. Puede aún tardar dos meses, si ha de ser real y
estable, la constitución de nuestro gobierno, útil y sencillo. Nuestra alma es una, y la
sé, y la voluntad del país; pero estas cosas son siempre obra de relación, momento y
acomodos. Con la representación que tengo, no quiero hacer nada que parezca
extensión caprichosa de ella. Llegué, con el General Máximo Gómez y cuatro más,
en un bote en que llevé el remo de proa bajo el temporal, a una pedrera desconocida
de nuestras playas; cargué, catorce días, a pie por espinas y alturas, mi morral y mi
rifle;—alzamos gente a nuestro paso;—siento en la benevolencia de las almas la raíz
de este cariño mío a la pena del hombre y a la justicia de remediarla; los campos son
nuestros sin disputa, a tal punto, que en un mes sólo he podido oír un fuego; y a las
puertas de las ciudades, o ganamos una victoria, o pasamos revista, ante entusiasmo
parecido al fuego religioso, a tres mil armas; seguimos camino, al centro de la Isla, a
deponer yo, ante la revolución que he hecho alzar, la autoridad que la emigración me
dio, y se acató adentro, y debe renovar conforme a su estado nuevo, una asamblea de
delegados del pueblo cubano visible, de los revolucionarios en armas. La revolución
desea plena libertad en el ejército, sin las trabas que antes le opuso una Cámara sin
sanción real, o la suspicacia de una juventud celosa de su republicanismo, o los celos,
y temores de excesiva prominencia futura, de un caudillo puntilloso o previsor; pero
quiere la revolución a la vez sucinta y respetable representación republicana,—la
misma alma de humanidad y decoro, llena del anhelo de la dignidad individual, en la
representación de la república, que la que empuja y mantiene en la guerra a los
revolucionarios. Por mí, entiendo que no se puede guiar a un pueblo contra el alma
que lo mueve, o sin ella, y sé cómo se encienden los corazones, y cómo se aprovecha
para el revuelo incesante y la acometida el estado fogoso y satisfecho de los
corazones. Pero en cuanto a formas, caben muchas ideas, y las cosas de hombres,
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hombres son quienes las hacen. Me conoce. En mí, sólo defenderé lo que tengo yo
por garantía o servicio de la Revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi
pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. Y en cuanto tengamos forma, obraremos,
cúmplame esto a mí, o a otros.
Y ahora, puesto delante lo de interés público, le hablaré de mí, ya que sólo la
emoción de este deber pudo alzar de la muerte apetecida al hombre que, ahora que
Nájera no vive donde se le vea, mejor lo conoce y acaricia como un tesoro en su
corazón la amistad con que Vd. lo enorgullece.
Ya sé sus regaños, callados, después de mi viaje. ¡Y tanto que le dimos, de toda
nuestra alma, y callado él! ¡Qué engaño es éste y qué alma tan encallecida la suya,
que el tributo y la honra de nuestro afecto no ha podido hacerle escribir una carta más
sobre el papel de carta y de periódico que llena al día!
Hay afectos de tan delicada honestidad. . .
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