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Page 1: Isla de Pascua y Archipiélago Juan Fernández

Isla de Pascua y Archipiélago Juan Fernández

Rutas centenarias del mar y del viento

Atlas Cultural de Chile (extracto)

Unidad de Estudios. División de Cultura, MINEDUC.

Entrando a Chile en perpendicular por el Océano Pacífico, sobre la vastedad de aguas azules que se mecen y lo

anuncian por el vuelo esporádico del manutara, asoma el primer espacio territorial como un estandarte que desde la

mitad de la región se desmembra hacia el este para antecederla, marcando el centro del Océano Pacífico Sur entre

América y Polinesia, a suficiente distancia de ambos puertos para alzarse como la isla habitada más aislada del mundo.

Rapa Nui, Te Pito o Te He’nua o Pascua, existe gracias a una plataforma triangular que se alza seiscientos metros por

sobre el mar, por un espacio de alrededor de 164 kilómetros cuadrados. Hija de tres volcanes, que como pies

equidistantes la sostienen, mientras la elevan con sus ojos que conversan al cielo, Mata-ki-Te-Rangi lleva en su carne

surcada las huellas del paso de la lava caliente expulsada por estos y otros volcanes menores; pendientes que conviven

con planicies que repiten la ondulación del mar, en una isla menguada en arenas soleadas por la fuerza del viento que

azota sus costas y dibuja a su paso erosivos acantilados en constante transformación.

Agua, viento y fuego dan y quitan a esta tierra de atmósfera cálidamente mojada, conformando siempre paisajes

distintos, por arriba pero también por abajo del terreno, donde perviven innumerables cavernas con largos y estrechos

túneles recorriendo distancias de suelo, que abren de vez en cuando su cabeza al cielo blanco para recordar su luz o

sus lluvias constantes que no parecen respetar estaciones; o para permitir el asomo del mar que convida su humedad y

manipula el clima con sus ciclones. La densidad boscosa de ayer ha sido suplantada por tierras áridas pobladas de

pastizales, mientras en el suelo oceánico reinan peces, crustáceos, algas y corales, que hoy se utilizan en artesanía, y

ayer se incrustaban como ojos en los moai.

En dirección al sudoeste, pasando este ombligo en el cuerpo del mar, nuevamente se imponen las aguas por largos

kilómetros, hasta que los cardúmenes de diversas especies y los lobos de mar alertan la vista que se sorprende de

nuevo, fijándose en otras tierras compuestas por distintos tonos de verde. Son tres islas más pequeñas que nacieron

cada una a su tiempo por la acción volcánica. De bordes acantilados y macizos perfiles cortantes, penetra-dos por

surcos largos y angostos que como venas al descubierto fijan en la tierra los dibujos de la lava y la acción corrosiva del

viento, dejando entrever a veces pequeñas bahías solitarias y agrestes: Robinson Crusoe, Santa Clara y Alejandro

Selkirk, nombres franceses, españoles, escoceses. Personajes devotos del cielo y la aventura, señalan que en nuestra

reproducción, aquí al sur del mundo en estas manchas de tierra chilena sobre el mar, lograron llegar siglos atrás sangre

y pueblos de otros hemisferios, sea en carne propia o a través de la imaginación literaria.

Reserva de naturaleza, la maraña de helechos y lumas componen, con otras especies, una vegetación particular

que se regenera constantemente, apreciable desde las cumbres cuando las caprichosas nubes anidadas entre picachos

dan permiso a la vista luego de su retirada. Vegetación peculiar no sólo porque Chile contiene y protege en este

territorio irregular y montuoso especies endémicas preciadas, sino porque habla, al igual que su suelo, del paso de esos

hombres de aquí y de más lejos que, con sus costumbres alimentarias y ecosistémicas, implantaron vidas de sus patrias

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en estas islas y también abusaron de sus suelos ahora carcomidos.

Como queriendo hacer de puente entre Rapa Nui y el continente, el clima impredecible en el archipiélago Juan

Fernández, aunque menos húmedo y también menos seco que el de Pascua, remeda al del puerto de San Antonio que

crece frente a él.

Después de 667 kilómetros líquidos y salados, surge del mar, que se revuelve en sus oleajes de espuma, el territorio

continental de la región central de Chile, alcanzando más altura a medida que se aleja de él, como si le tuviera respeto.

Comenzando con las planicies costeras, la franja de tierra más preciada por la bruma espesa y las lluvias invernales —

que, cuando insisten, desbordan la ciudad—, donde la suavidad de la arena y el viento parecen extenderse a la escasa

oscilación de las temperaturas durante todo el año, que generosamente regalan las frías corrientes marinas. Por todo

este litoral soleado, desde San Antonio y Cartagena hasta Valparaíso; desde Viña del Mar hasta Zapallar y Papudo, se

alternan balnearios y playas de arenas doradas y rocas acantiladas, donde el vaivén del mar coordina su sonido con el de

gaviotas, pelícanos, piqueros, patos y guanayes. Al atardecer, aquí el sol se esconde en el horizonte, y asciende el

planetario lunar o estelar, infinito, entre mar y viento.

Rapa Nui:

la aculturación del ombligo del mundo

Según testimonios orales, en el siglo IV de la era cristiana, el rey Hotu Matu’a migró junto a su tribu hacia una isla

aparecida en los sueños de uno de sus súbditos, por problemas climáticos o bien por conflictos tribales en Hiva: nombre

legendario que utiliza la tradición Rapa Nui para denominar su tierra de procedencia.1 En el nuevo lugar, construyeron

una organización social sustentada en las relaciones de parentesco y descendencia, levantaron los primeros

asentamientos, cultivaron la tierra y se adentraron al mar, elevando también ofrendas monumentales. Fue un primer

período fundacional “caracterizado por su paz, desarrollo cultural y prosperidad”,2 que, en los siglos XVI y XVII, fue

removido por una crisis social que generó profundos conflictos intertribales expresados en un estado de guerra

permanente. De esta forma, se piensa que la cultura antigua declinó con anterioridad al descubrimiento de la isla por

parte del navegante holandés Jacob Roggeveen, el día de Pascua de Resurrección de 1722.3

Durante los siglos XVIII y XIX, la comunidad isleña tradicional fue asolada sucesivamente por navegantes,

expedicionarios y piratas, en su mayoría europeos. Pero el suceso que puso en jaque la perduración de la cultura rapa

nui, se produjo entre 1862 y 1863, cuando una “operación de piratería peruana logró capturar a no menos de

seiscientos habitantes de Rapa Nui (y tal vez el doble)”,4 llevándolos a su muerte en calidad de esclavos para trabajar

guaneras y tierras agrícolas. Como consecuencia, la población disminuyó drásticamente, se descompuso tanto el orden

social con sus numerosos linajes, como el económico, al perderse el conocimiento sobre la propiedad de la tierra,

truncándose además la capacidad de transmisión de la propia historia.5

Con la llegada de misioneros franceses desde Tahiti y Chile, en 1864, se inició una nueva etapa en Rapa Nui. Estos

asumieron la protección de los isleños y velaron por su bienestar general, contribuyendo a su refundación.6 Por medio

de la evangelización, los rapa nui reemplazaron parcialmente sus antiguos cultos por la religión católica, su idioma por

el tahitiano, abandonaron ciertas costumbres y empezaron su compleja relación con la cultura occidental.7 Al mismo

tiempo, se estableció en la isla el empresario francés Dutrou-Bornier, transformándola en una hacienda agrícola y

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ganadera, y a su población, en inquilinos de su propia tierra. En 1871 los misioneros hicieron abandono de la isla,

resurgiendo entonces, “algunos aspectos de la antigua religión, especialmente ceremonias y ritos relacionados con el

culto al hombre-pájaro (Tangata-manu)”.8

En 1888 se estableció soberanía chilena en la isla.9 Sin embargo el territorio fue arrendado a otra compañía,

quedando nuevamente como una gran hacienda ovejera. En este período, los isleños perdieron sus tierras y animales y

fueron recluidos físicamente, obligándoseles a vivir en cien metros cuadrados.10 No sólo la forma de asentamiento

cambió, también lo hizo el trabajo. Sumidos en la pobreza, abandono y aislamiento, debieron convertirse en ganaderos

y pastores, aprender una nueva tecnología y abandonar los modos de vida ligados a la pesca y agricultura tradicional,

efectos que deterioraron más todavía su autoridad ancestral y sus instituciones.

Más adelante, desde 1917, la Armada chilena inició lentamente la administración de la isla. En 1935, la población

era de 454 habitantes, los que ocupaban 1.950 hectáreas en Hanga Roa, de las cuales el cuarenta por ciento era

pedregosa e incultivable. Los isleños, que en su mayoría comprendían el castellano, empezaron a orientar su quehacer

hacia el turismo, elaborando los primeros souvenirs para trocar por productos básicos con la tripulación de la compañía.

Otros sembraron maíz para venderlo a la empresa, convirtiéndolo en un bien-dinero.11

En 1954, la compañía ganadera hizo abandono de la isla. Las normas pasaron a ser definidas por el subdelegado

marítimo de turno, si bien la aplicación de justicia seguía en manos de los isleños. Al mismo tiempo, la Armada

permitió una mayor movilidad de la población, lo que se tradujo en que algunos fueran llevados al continente,

capacitándolos en el ejercicio de funciones públicas.12 Llegaron los primeros turistas y se iniciaron expediciones

arqueológicas, generándose nuevas fuentes de empleo,13 aunque también numerosos sitios fueron saqueados con

objetivos comerciales.

En 1965, por intervención de Alfonso Rapu, la isla pasó a depender de la administración civil. “Esta época se

caracterizó por un conglomerado de cambios y obras de infraestructura que tenía como fundamento la idea de

‘modernizar’ Pascua”,14 generando nuevamente grandes cambios en la forma de vida del rapa nui. La isla se abrió al

país y al mundo. El flujo de visitantes reorientó la actividad económica de los habitantes hacia el turismo y los servicios,

disminuyendo las áreas cultivadas. Se masificó el trabajo asalariado, la artesanía original, como también la que

falsificaba “antigüedades” y el exótico folklore polinésico.15 Algunos emigraron definitivamente al continente o a Tahiti,

mientras en Rapa Nui, la capacidad y actividad asociativa de la comunidad tradicional comenzó a disminuir.16

En las últimas tres décadas, los cambios sociales, económicos y culturales han sido intensos. Así como en tiempos

anteriores los isleños sostuvieron el peso de piratas, corsarios, misioneros y empresarios franceses, hoy el vínculo

principal que los impele a formar parte de un proyecto más allá de sus fronteras físicas es con el Estado chileno.

Además, la redirección de su actividad económica hacia el turismo y la apertura de canales de comunicación y

transporte constantes con otros lugares del mundo, comienzan a revertir la restricción original de Pascua.

Por su calidad de provincia de la Quinta Región, la isla ha debido crear instancias que den soporte a la instalación

del Estado, homologándola con otros territorios de Chile. Arribaron funcionarios, sistemas y normativas administrativas

desde el continente, instalándose como instituciones oficiales. Sin embargo, los isleños siguen manteniendo como

referente cultural, refugio, figura del intercambio económico y de la satisfacción de necesidades cotidianas a Tahiti. Por

sobre este proceso organizacional, los rapa nui han debido aprehender qué significa ser chileno, replicar los ritos de la

nación, celebrar el 18 de Septiembre o el 21 de Mayo en medio de un océano sin espejos que reflejen a los

compatriotas, más allá de la potente televisión. La pertenencia al país implica asimismo reconocer al español como

idioma oficial, aunque la vida cotidiana de muchos transcurra en una lengua rapa nui enfrentada a la vulnerabilidad de

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su solo resguardo en la transmisión oral. Contra el olvido, resiste aún la memoria de los ancianos, mientras en sus

silencios infieles empiezan a penetrar las reestructuraciones de los más jóvenes.17

La apertura y el establecimiento de medios de comunicación y transporte convirtieron a la isla en un atractivo

destino turístico, transformando el modo de vida tradicional de sus habitantes. Por una parte, los ha hecho depender

de “este monstruo pez-pájaro (el avión) que trae parientes, turistas, amigos, comida, encargos y noticias para una

población que no mantiene contactos regulares con otras culturas sino a través de Papeete, en Tahiti, o de las

ciudades de Santiago y Valparaíso”,18 apenas desde hace poco más de dos décadas. Por otra, los isleños cambiaron

sus hábitos alimentarios, aprendieron el uso del dinero, incorporaron bienes de consumo, artículos suntuarios

occidentales y comenzaron a manejar la noción de propiedad privada. Buscaron “la ‘continentalización’, adhiriendo a

todas las formas externas de la cultura occidental”.19

Además, el turismo ha provocado cierto distanciamiento social entre aquellos que sustentan los recursos de tal

actividad como la administración de hoteles, paseos turísticos, locales de artesanía, comercios y restaurantes típicos, y

quienes no tienen alcance a esos medios.20

La contracara de la apertura es la salida. De vez en cuando, aterrizan en la isla jóvenes rapa nui que vuelven luego

de estudiar su educación media y a veces superior en el continente. Como portadores de una cultura occidental,

moderna, las nuevas costumbres, códigos, orientaciones y proyectos difieren del de la propia familia de origen, a veces

produciendo confrontaciones con la cultura polinésica, comunitaria de la isla, que los traslada a los bordes de la

integración social. Otros logran entrar, cumpliendo el sueño de volver portando las herramientas para labrar un proyecto

de desarrollo que no borre los rastros de su identidad.

El archipiélago, parque nacional

El archipiélago Juan Fernández lleva el nombre del navegante lusitano que, el 22 de noviembre de 1574, lo

descubrió al alejarse de las costas para evitar corrientes y vientos, pese a que él lo nombró Santa Cecilia. Así como en

Pascua, durante los siglos XVII y XVIII, piratas, guerreros y corsarios anclaron en sus islas, dejando para la posteridad

sus huellas en los nombres de las bahías donde fondearon sus embarcaciones: Puerto Francés y Puerto Inglés. Más

tarde visitaron sus costas escuadras extranjeras, como la inglesa, que en 1741 bautizó a la ensenada denominada por

los españoles San Juan Bautista como Puerto Cumberland: tierra de obstrucción. Sin embargo, quien le dio renombre

fue Alejandro Selkirk, marino escocés abandonado allí por cuatro años y cuatro meses hasta que, en 1709, lo recogiera

la expedición del capitán Rogers, publicando al regreso narraciones de la travesía que, traducidas a otros idiomas,

alcanzaron gran difusión, hasta llegar a manos del novelista Daniel Defoe, quien se basó en ellas para crear su

personaje Robinson Crusoe.21

Otro hecho crucial, esta vez porque conectó al archipiélago con la historia patria, está ligado al carácter de colonia

penal que se le impuso, aprovechando su aislamiento. Es así como en el período de la Reconquista, numerosos

patriotas fueron desterrados y confinados a vivir en cuevas cavadas en los cerros, tras el incendio de la prisión. Entre

ellos, Manuel de Salas, Juan Enrique Rosales, José Portales, Juan Egaña, José María Argomedo y Pedro Nolasco,

quien prefirió el suicidio a las tormentosas condiciones del presidio.

El arribo del barón suizo Alfredo de Rodt en 1877, impulsó las bases de la actual población. Luego, el único

sobreviviente del velero francés Telegraph, amotinado y náufrago, el pasajero Desiderio Charpentier, hizo de la isla su

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hogar y se asoció con de Rodt para la explotación de la langosta, fundamental en la economía del archipiélago. Desde

entonces una corriente inmigratoria del más diverso origen constituye la base de su población. De forma

complementaria, durante el presente siglo se han impulsado en el archipiélago labores de urbanización, comunicación y

transporte: muelle, pistas de aterrizaje, recepción de canales de televisión, entre otros. Mientras, desde 1935, Juan

Fernández en su conjunto es preservado como parque nacional.

Actualmente los habitantes de Juan Fernández se agrupan en el pueblo de San Juan Bautista, entre el mar y el

bosque de vegetación endémica que se reproduce solitariamente a sus espaldas, entre otras causas, gracias a la

restricción del libre tránsito de habitantes y turistas en algunos de sus sectores. Las casas contiguas y coloridas esperan

con cada atardecer a los pescadores, tras su visita diaria a la captura de langostas, el principal sustento económico del

isleño. El cementerio, el museo y los objetos que aún permanecen bajo el mar, recuerdan en la forma de saqueo,

presidio, novela o navegante las diversas penetraciones intermitentes con que ha convivido una geografía en esencia

solitaria y reafirman que sus historias reales, secretas o imaginadas, son capaces de contar centurias desde el mar.

Mientras, a partir de este siglo, comienzan a esbozarse líneas de continuidad humana, huellas de familias que han

optado por el archipiélago, herederas de los Charpentier y también de pescadores continentales que un día encallaron.

Es el incipiente trazo de la comunidad establecida, que ahora acompaña a la naturaleza en la recepción de turistas y

botánicos que intentan descifrar la pertenencia familiar de la vegetación que aquí crece.

notas

1 Huke 1995.

2 Grebe 1998.

3 Desde esa fecha, se distinguen siete fases en la historia de la isla: 1722-1864: la

protohistórica de misioneros, colonizadores y primeros establecimientos europeos;

1864-1872: estado inicial del proceso de aculturación; 1872-1888: de explotadores y

colonizadores; 1888-1895: colonización chilena; 1895-1953: dominada por la hacienda

ovejera; 1953-1965: administración de la Armada de Chile; y 1965-1973: dominio de la

sociedad abierta. Cristino et al. 1984.

4 Mc Call 1986. En Grebe 1998.

5 A comienzos del siglo XIX, la población de la isla aún estaba dividida en distritos, y su

cantidad de habitantes se estima entre cuatro y cinco mil. Con las guerras intertribales

había disminuido, pero con las incursiones de los esclavistas peruanos se calcula una

cifra del veinte por ciento del total. A través de los repatriados se introduce la viruela, la

tuberculosis y otras enfermedades, “rompiéndose así en forma definitiva el antiguo orden

social, el sistema de división jerárquico y en general, todos los aspectos que unen a la

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tribu, desapareciendo además, los Maori Rongo-Rongo, sabios que guardan las llaves del

conocimiento y la sabiduría de la isla”. Huke 1995.

6 Grebe, 1998.

7 La conversión no fue fácil porque les obligaba a desprenderse de sus mujeres y de todo

poder, quedando sometidos a la voluntad de los misioneros. Además se estableció la

prohibición de que los isleños anduviesen desnudos, como también la de tatuarse.

Cristino et al. 1984.

8 Cristino et al. 1984.

9 Los rapa nui “ceden su territorio a la soberanía chilena, pero bajo un acuerdo y como

gesto simbólico cogen un trozo de pasto y se lo entregan a los comisarios, quedándose

ellos con la tierra, queriendo decir con esto que otorgan la soberanía al gobierno chileno,

pero se reservan el derecho inalienable y ancestral de la tierra”. Huke 1995.

10 Huke 1995.

11 Ramírez 1935. En Cristino et al. 1984.

12 En 1956 regresa con título de profesor normalista Alfonso Rapu, quien organizó cursos

de alfabetización de adultos en las noches. Rapu se transformó rápidamente en un líder

local, dados sus conocimientos sobre el funcionamiento del Gobierno. Cristino et al. 1984.

13 La restauración del Ahu A Kivi tiene profundas repercusiones en la política de

desarrollo turístico de fines de la década y crea conciencia, a nivel de las autoridades, de

la importancia y valor del patrimonio arqueológico de la isla. Ibídem.

14 Cristino et al. 1984.

15 La llegada de los turistas tiene como consecuencia la creación de grupos folklóricos

que imitan bailes tahitianos, samoanos o hawaianos. Los isleños los recibían con

vestimentas inventadas y coronas de flores absolutamente ajenas a la tradición de

Pascua en cuanto a su contexto folklórico y cultural. Huke 1995.

16 “Los drásticos cambios involucran modificaciones importantes en los hábitos isleños en

lo que se refiere, por ejemplo, a uso del espacio, tipo de vivienda, mobiliario, ropa, la

construcción de baños, alcohol y el comienzo de la polución ambiental derivada del

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cambio en el tipo de desechos (...). Con la iluminación de las calles y casas, el día se

alarga y las actividades que se desa-rrollaban al atardecer desaparecen, siendo

reemplazadas por la música importada y las discotecas y, a partir de 1975, por el

tremendo impacto de la televisión”. Ibídem.

17 “Los isleños se han visto obligados a comunicarse en español (...); sus modelos

lingüísticos son los funcionarios y los profesores continentales (...); otra fuente de

imitación lingüística es la televisión envasada. En la práctica, el dominio que alcanza el

isleño en relación con la lengua española es, de hecho, insuficiente (...) y resulta

particularmente limitante si se pretende realizar estudios de carácter universitario o de

enseñanza superior”. Gómez 1986.

18 Gómez 1986.

19 Cristino et al. 1984.

20 Huke 1995.-

21 La novela no sólo se detuvo en los ojos del mundo. En 1966, la isla de Más a Tierra

cambia su nombre por el de Robinson Crusoe y la de Más Afuera por el del marinero

Alejandro Selkirk.

Referencias Bibliográficas

Cristino, Claudio; Andrés Recas; Patricia Vargas; Lilian González; Edmundo Edwar. 1984.

Isla de Pascua: proceso, alcances y efectos de la aculturación. Instituto de Estudios de la

Isla de Pascua. Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Universidad de Chile.

Gómez, Luis. 1986. “Bilingüismo y biculturalismo en Isla de Pascua”. En Revista de

Lenguas Modernas n° 13, Universidad de Chile, Santiago.

Grebe, María Ester. 1998. Culturas indígenas de Chile: un estudio preliminar. Pehuén

Editores, Santiago.

Huke, Paloma. 1995. Mata Tu’u Hoto Iti. Editorial Tiempo Nuevo, Santiago.