is that a fish in your ear

5
Is That a Fish in Your Ear? By David Bellos Translation and the meaning of everything La teoría de la traducción es muy raramente —¿Cómo decirlo?— cómica. Su modo es la elegía y la severa amonestación. En el siglo XX, sus grandes representantes fueron Vladimir Nabokov, en el exilio de la Rusia soviética, quien atacaba libertinos como Robert Lowell por sus infidelidades para con el sentido literal; o Walter Benjamin, judío en una Berlín protonazi, quien describía la Tarea del Traductor como un imposible ideal de exégesis. No es posible, así lo dicta el razonamiento elegíaco, reproducir una línea de poesía en otro idioma. ¡Poesía! Apenas si se puede traducir “maman”… Y este razonamiento elegíaco tiene su mito elegíaco: la Torre de Babel, donde la multiplicidad de lenguas del mundo es visto como un castigo a la humanidad — condenada a las metidas de pata, a los faux amis, a las aplicaciones con menús extranjeros. Mientras el estado lingüístico ideal sería el perdido idioma universal del Edén. Es raramente poco seria, o alegre —la teoría de la traducción. El nuevo libro acerca de la traducción de David Bello al principio elude esta filosofía. Describe los dragomanes de la Turquía otomana, la invención de la traducción simultánea en los juicios de Nuremberg, los cables de noticias, las burbujas de diálogo de Astérix, los subtítulos de Bergman… Ofrece una antropología de los actos de traducción. Pero a través de esta antropología surge un proyecto mucho más grandioso. Las viejas teorías eran elegíacas, majestuosas; eran muy severas. Bellos es práctico, y ágil/vivo. No lo seduce la elegía. Y esto se debe a que está detrás de algo nuevo. Bellos es profesor de francés y de literatura comparada en la Universidad de Princeton, y también el director del Programa/Curso de Traducción y Comunicación Intercultural allí (donde, debo agregar, una vez hablé/di un discurso). Pero para mí él es más interesante como el traductor de dos novelistas peculiarmente geniales y problemáticos: el francés Georges Perec, cuyo trabajo está caracterizado por un interés maníaco por la forma, el albano Ismail Kadare, cuyo trabajo Bellos traduce no del albano original, sino de las traducciones al francés supervisadas por Kadare. La experiencia melliza de

Upload: tomas-roman

Post on 28-Oct-2015

22 views

Category:

Documents


1 download

TRANSCRIPT

Page 1: Is That a Fish in Your Ear

Is That a Fish in Your Ear? By David Bellos Translation and the meaning of everything

La teoría de la traducción es muy raramente —¿Cómo decirlo?— cómica. Su modo es la elegía y la severa amonestación. En el siglo XX, sus grandes representantes fueron Vladimir Nabokov, en el exilio de la Rusia soviética, quien atacaba libertinos como Robert Lowell por sus infidelidades para con el sentido literal; o Walter Benjamin, judío en una Berlín protonazi, quien describía la Tarea del Traductor como un imposible ideal de exégesis. No es posible, así lo dicta el razonamiento elegíaco, reproducir una línea de poesía en otro idioma. ¡Poesía! Apenas si se puede traducir “maman”… Y este razonamiento elegíaco tiene su mito elegíaco: la Torre de Babel, donde la multiplicidad de lenguas del mundo es visto como un castigo a la humanidad —condenada a las metidas de pata, a los faux amis, a las aplicaciones con menús extranjeros. Mientras el estado lingüístico ideal sería el perdido idioma universal del Edén. Es raramente poco seria, o alegre —la teoría de la traducción.

El nuevo libro acerca de la traducción de David Bello al principio elude esta filosofía. Describe los dragomanes de la Turquía otomana, la invención de la traducción simultánea en los juicios de Nuremberg, los cables de noticias, las burbujas de diálogo de Astérix, los subtítulos de Bergman… Ofrece una antropología de los actos de traducción. Pero a través de esta antropología surge un proyecto mucho más grandioso. Las viejas teorías eran elegíacas, majestuosas; eran muy severas. Bellos es práctico, y ágil/vivo. No lo seduce la elegía. Y esto se debe a que está detrás de algo nuevo.

Bellos es profesor de francés y de literatura comparada en la Universidad de Princeton, y también el director del Programa/Curso de Traducción y Comunicación Intercultural allí (donde, debo agregar, una vez hablé/di un discurso). Pero para mí él es más interesante como el traductor de dos novelistas peculiarmente geniales y problemáticos: el francés Georges Perec, cuyo trabajo está caracterizado por un interés maníaco por la forma, el albano Ismail Kadare, cuyo trabajo Bellos traduce no del albano original, sino de las traducciones al francés supervisadas por Kadare. La experiencia melliza de Bellos con estos novelistas constituye, creo yo, la raíz de su nuevo libro, ya que estas experiencias con la traducción prueban dos cosas: todavía es posible encontrar equivalentes adecuados para incluso una prosa maniáticamente formal; y es también posible encontrar dichos equivalentes a través de un idioma que no es el original de la obra. Mientras de acuerdo con las tristes y ortodoxas teorías de la traducción, ninguna de estas verdades debería ser verdad. En un momento dado, Bellos cita con merecido orgullo un pequeño ejemplo de su propia inventiva. En la novela de Perec La vida: un manual de usuario, un personaje camina por una galería parisina y se detiene a mirar las “cómicas tarjetas de visita en la vidriera de un local de bromas”. En el francés original de Perec, una de estas tarjetas dice: “Adolf Hitler/Fourreur”. Un fourreur es un peletero, pero la broma del local de bromas de Perec es que también se parece a la pronunciación francesa de Führer. Entonces, Bellos en su versión inglesa, debidamente traduce “fourreur” no como “furrier” (peletero en inglés), sino así: “Adolf Hitler/German Lieder” (“Adolf Hitler/Lied Alemán”). El nuevo y multiforme juego de palabras de Bellos es una parodia, no hay dudas sobre esto —y es también la traducción más precisa posible—.

Page 2: Is That a Fish in Your Ear

Las conclusiones que esta paradoja demanda son, digamos, desconcertantes para el lector anticuado. Estamos acostumbrados a pensar que cada persona habla un idioma individual —su lengua materna— y que esta lengua materna es una entidad separada, con un vocabulario manipulado por una gramática fija. Pero esta visión, sostiene Bellos, no concuerda con los cambios diarios de nuestros múltiples idiomas, ni con el desorden de nuestro uso del idioma. El gran enemigo filosófico de Bellos es lo que él llama “nomenclaturismo”, “la noción de que las palabras son esencialmente nombres” —una noción que ha sido magnificada en nuestra moderna era de la escritura: una conspiración de lexicógrafos. Esto lo irrita porque este concepto erróneo es frecuentemente usado para respaldar la idea de que la traducción es imposible, ya que todos los idiomas están compuestos de palabras sin ningún equivalente exhaustivo en otros idiomas. Sin embargo, Bellos dice: “Un término simple como puede ser ‘cabeza’, por ejemplo, no puede ser tomado en cuenta como el ‘nombre’ de ninguna cosa en particular ya que figura en todo tipo de expresiones”. Y mientras que ninguna palabra en francés, digamos, cubre todas las connotaciones de la palabra “cabeza”, su significado “en cualquier uso particular puede ser fácilmente representado en otro idioma.

La concepción errónea, sin embargo, tiene una larga historia. Desde que San Jerónimo tradujo la Biblia al latín, el debate sobre la traducción se convirtió en algo inefable —la famosa idea de que cada idioma crea un mundo mental diferente en esencia, y por lo tanto todos los traductores están condenados a la incompetencia filosófica. Según la nueva propuesta de Bellos, la traducción, en cambio, “presupone/supone… la irrelevancia de lo inefable en los actos de comunicación”. Yendo y viniendo a través de estudios sobre Biblias misioneras y máquinas de idiomas de la guerra fría, Bellos desecha con calma esta antigua idea de lo inefable y sus efectos desafortunados.

Se dice a menudo, por ejemplo, que una traducción nunca puede ser un substituto adecuado del original. Pero una traducción, dice Bellos, no intenta ser lo mismo que el original, sino algo similar. Esta es la razón por la cual el acostumbrado dúo conceptual de la traducción —fidelidad y literalidad— es demasiado burdo/torpe. Estas ideas simplemente derivan de la equivocada preocupación por que una traducción intente ser un substituto. Adolf Hitler/Fourreur! Una traducción al inglés como “furrier” sería literalmente correcta/precisa; sería, sin embargo, de un parecido insuficiente.

En la literatura, existe un subtipo de esta preocupación: la idea de que el estilo —ya que establece una relación tan intrincada entre la forma y el contenido— hace que una obra de arte sea intraducible. Pero nuevamente, esta melancolía es melodramática. En una traducción siempre será posible encontrar nuevas relaciones entre sonido y sentido que sean interesantes de manera equivalente, si es que no son fonéticamente idénticas. El estilo, como sucede con las bromas, simplemente requiere del descubrimiento talentoso de equivalentes. “Encontrar un equivalente para una broma y un equivalente para un estilo” dice Bellos, “son dos ejemplos de una habilidad más general que puede más correctamente llamada de correspondencia de patrones”.

La traducción, plantea Bellos en una declaración altamente explosiva, más que proporcionar un substituto, en realidad “le proporciona a una comunidad un equivalente aceptable de un enunciado en una lengua extranjera”. Lo que hace que un equivalente sea aceptable varía de

Page 3: Is That a Fish in Your Ear

acuerdo con la idea que dicha comunidad tiene sobre qué aspectos de un enunciado necesitan ser igualados con su traducción. Al fin y al cabo, “no se puede esperar que una traducción sea como su texto de origen en más de unas pocas maneras seleccionadas”. Por lo tanto una traducción no puede ser correcta o incorrecta “en la forma en que lo es un examen escolar o un extracto de cuenta bancaria. Una traducción es más parecida a un retrato al óleo. En una traducción como en cualquier forma de arte, se busca un signo equivalente.

Y para los habitantes de Londres o Los Angeles, este desmantelamiento de los mitos que rodean a la traducción repercusiones peculiares. Tal como Bellos señala, aquellos nacidos como hablantes de inglés son ahora una minoría de hablantes de inglés: la mayoría lo hablan como una segunda lengua. El inglés es la interlengua más usada en el mundo.

Por lo tanto dos futuros, creo yo, pueden ser trazados a partir de este libro deslumbrantemente inventivo, y éstos son gratificantemente amplios. El primero es para todo hablante de inglés. Google Translate, sin lugar a dudas, es un dispositivo con un futuro exuberante. Es ya tan exitoso debido a que, a diferencia de los traductores automáticos anteriores, pero en similitud con otras invenciones de Google, es un aparto de reconocimiento de patrones. Analiza el corpus de las traducciones existentes, y encuentra equivalencias estadísticas. Las implicaciones de esto, creo yo, todavía no han sido suficientemente exploradas: de diarios mundiales a novelas mundiales… Lo cual me hizo imaginar una segunda posibilidad —limitada a un hipersubconjunto más pequeño de hablantes ingleses, los novelistas. Yo mismo soy un novelista de habla inglesa, después de todo. No había motivo, me dije a mí mismo, para que las traducciones de ficción no pudieran ser hechas mucho más ampliamente desde y hacia idiomas que no fueran el original de una obra. Sí, comencé a apreciar una historia futura de la novela que sería temerariamente internacional. En otras palabras: no habría nada malo, seguí pensando, en convertir la traducción en algo más alegre.

La novela más reciente de Adam Thirwell es El Escape.