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Investigaciones recientes sobre

la lítica arqueológica en México

COLECCIÓN CIENTÍFICASErIE ArquEOLOgÍA

INSTITuTO NACIONAL DE ANTrOPOLOgÍA E HISTOrIA

Investigaciones recientes sobrela lítica arqueológica en México

Lorena MirambellLeticia González Arratia

Coordinadoras

Primera edición: 2009

D.R. © Instituto Nacional de Antropología e Historia Córdoba 45, col. Roma, C.P. 06700, México, D.F. [email protected]

ISBN: 978-607-484-573-0

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los titulares de los derechos de esta edición.

Impreso y hecho en México.

Investigaciones recientes sobre la lítica arqueológica en México / coordinadoras, Lorena Mirambell, Leticia González Arratia. – México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2010.

160 p.: il.; 23 cm. – (Colección Científica; 561. Serie Arqueología). ISBN: 978-607-484-573-0

1. Lítica – Tipología. 2. Raspadores de maguey (Lítica) – Metztitlán, Hidalgo. 3. Obsidiana, objetos de. I. Mirambell, Lorena, coord. II. González Arratia, Leticia, coord. III. ser.

LC: CC79.5 S7 I58

Índice

IntroducciónLorena Mirambell y Leticia González Arratia 9

La industria lítica Clovis sonorense del Pleistoceno tardío/Holoceno temprano: una mirada desde el sitio Clovis de El BajíoGuadalupe Sánchez y John P. Carpenter 19

La lítica chalchihuiteña del norte de DurangoFernando Berrojalbiz Cenigaonaindia 37

La cadena operativa en la fabricación de máscaras en los talleres de lapidaria de La Ventilla, TeotihuacanJulie Gazzola 61

Obsidian Lapidary without PolishingJohn E. Clark and Phil C. Weigand 79

Los raspadores de maguey de la región de Metztitlán. un enfoque tecnológicoGianfranco Cassiano y Ana María Álvarez Palma 95

La comunidad de producción y el intercambio de instrumentos de obsidiana en Huapalcalco, HidalgoMargarita Gaxiola González 111

Aproximación a una clasificación del material de moliendaMaría Elena Ruiz Aguilar 133

Aprovechamiento de la sílice en las culturas mesoamericanasAdolphus Langenscheidt 147

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El marco teórico de referencia de la mayoría de los autores que participan en este libro es la cadena operativa en su sentido más amplio, la cual considera en el estudio de la lítica1 las características de la materia prima y su yaci-miento, los diferentes estadios de manufactura del artefacto, las modificaciones que sufre por el uso que se le dio, y su desecho. En general, los trabajos presentados destacan el aspecto tecnológico de la manufactura, lo que da cierta homogeneidad a las obser vaciones y al vocabu-lario y permite la comparación entre ellos.

Excepto tres, los textos se refieren al estudio de artefactos característicos de la arqueología mexicana, como son las manos y metates (ruiz Aguilar); el espejo de obsidiana (Clark y Weigand); el raspador de maguey (Cassiano y Álvarez); la punta tipo Clovis (Sánchez y Carpenter); la máscara teotihuacana (gazzo-la), mientras que Margarita gaxiola aborda el conjunto de artefactos y derivados de manu-factura característicos del Posclásico del Alti-plano Central, particularmente en Huapalcalco, Hidalgo, que incluye bifaciales, raspadores de maguey y navajillas prismáticas de obsidiana. Fernando Berrojalbiz, por su parte, realiza una

* Subdirección de Apoyo Académico, inah.** Centro inah Coahuila.1 Y en el estudio de otros materiales y técnicas como

la cerámica, cestería, etcétera.

primera aproximación al estudio de la totalidad de artefactos líticos arqueológicos (núcleos, so-portes, productos y desechos de talla) presentes en los sitios Chalchihuites, en Durango, exca-vados por él. Adolphus Langescheidt, desde una pers pectiva geológica, presenta una selec-ción de piezas individuales de museo sin con-siderar su contexto, con el objetivo de ejempli-ficar la amplia selección de rocas con contenido de sílice que la po blación mesoamericana uti-lizó para elaborar artefactos, sobre todo obje-tos suntuarios.

La utilización de términos semejantes por los autores al referirse a los desechos de talla, a los productos terminados o a los diferentes tipos de lascas típicas de las secuencias de re-ducción, facilita al lector la comparación entre sitios y materiales. De esta forma, a la lasca característica de ciertas secuencias de reduc-ción, como es el caso de la “lasca pasada” (o puente), en dos de los artículos que la men-cionan se le asignan dos interpretaciones di-ferentes: cuando se trata de la manufactura de la punta Clovis se ha interpretado como un error2 (Sánchez y Carpenter, en este volumen), mientras que cuando se trata del raspador de maguey es evidencia de que se logró el sopor-te adecuado (Casiano y Álvarez, en este volu-

2 Comunicación personal con Dennis Stanfford, octubre, 2008, Washington, D. C.

Introducción

Lorena Mirambell*Leticia González Arratia**

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men). resulta ilustrativo que en este caso una lasca tipo no necesariamente puede ser inter-pretada de la misma manera, sino en términos de la secuencia de reducción y de la cadena operativa correspondiente.

El concepto de cadena operativa surgió en Europa en el siglo xx y se popularizó a partir de la década de 1960. Si bien en Europa ha tenido su mayor aplicación y desarrollo en el estudio de la lítica tallada de sociedades caza-doras-recolectoras, particularmente del Paleo-lítico europeo, en México se ha aplicado más al estudio de la lítica de las sociedades meso-americanas que a la de los cazadores-recolec-tores del Cenolítico mesoamericano o de Aridoamérica, o sea, se ha estudiado más in-tensamente la lítica de las sociedades que muestran el nivel de estado, y no sólo la tallada sino también otras técnicas en que se privilegia el desgaste, por ejemplo. Y su aplicación ha resultado muy fructífera, como puede obser-varse en los trabajos que se refieren a esta área y periodo histórico en el presente volumen.

Otro punto que destaca de los artículos aquí incluidos es que mientras en la manufac-tura de los instrumentos líticos tallados se aplican una, dos o tres técnicas (percusión directa, percusión indirecta, presión) según el caso, la elaboración de un objeto suntuario, como las máscaras teotihuacanas de piedra, estudiadas por July gazzola, implica el uso de una gran variedad de técnicas de manufactura y acabado: el desgaste, el vaciado, la perfora-ción en sus dos modalidades, bicónica y cilín-drica, la incisión, el pulido, todo ello precedi-do seguramente por el trazo de los rasgos faciales que ubicaría los puntos que se deben vaciar o resaltar. Destacar la variedad de ins-trumentos utilizados, como son percutores, fibras para cortar, cinceles, gubias, leznas, pulidores y bruñidores (de cuero, tela y hueso humano), perforadores y punzones, revela la complejidad tecnológica y el grado de espe-cialización contenido en este tipo de objetos suntuarios. Pero al objeto suntuario per se no necesariamente se le aplica esta diversidad de

técnicas, como es evidente en el caso del es-pejo de obsidiana, el cual, de acuerdo con el experimento de Clark y Weigand, en una de sus modalidades requiere sobre todo tres técnicas: la percusión directa con un percutor grande y blando, la presión y la perforación, y también de una estrategia y control de la fuerza para desprender por percusión grandes lascas bulbares.

La calidad y el enfoque de los trabajos que aparecen en esta obra permiten una lectura individual y enriquecedora de cada artículo por sí mismo, y alientan a realizar a su vez una lectura comparativa.

LOS AuTOrES Y Su CONTrIBuCIÓN

Inicia este libro con el artículo “La industria lítica Clovis sonorensedel Pleistoceno tardío/Holoceno temprano: una mirada desde el sitio Clovis de El Bajío”, de guadalupe Sánchez y John, P. Carpenter. Si bien la punta Clovis no representa el artefacto más antiguo reconoci-do como tal en el Continente Americano, se puede decir que es el más antiguo con carac-terísticas distintivas (la acanaladura, la lasca pasada, el pulido de sus bordes, entre otros) y sistematización en las técnicas utilizadas en su manufactura, lo que permite su identifica-ción y fechamiento aproximado aun en super-ficie, o sea, que tiene una presencia original en la arqueología y una larga tradición de estudio en Estados unidos.

Pocos son los estudiosos en México dedi-cados al Cenolítico inferior (Paleoindio en Estados unidos), en particular al análisis de artefactos específicos como las puntas Clovis, Folsom y Plainview, que presentan una anti-güedad má xima para Estados unidos de 11 600 a.p. Por lo general, se han reportado en Mé-xico sólo puntas Clovis aisladas en superficie y podrían contarse con los dedos de una mano los casos en que se menciona su asociación con algún otro tipo de artefacto de la misma tradición. gianfranco Cassiano es uno de los

Lorena Mirambell y Leticia González Arratia

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pocos estudiosos que a lo largo de los años ha insistido en el tema a partir de los materiales arqueológicos de Hidalgo, como se puede observar en su bibliografía,3 en la que destaca el estudio tecnológico y la contextualización de la punta Clovis.

En la actualidad se puede agregar el interés de Sánchez y Carpenter, autores de este ca pí-tulo, por llevar a cabo un proyecto a largo plazo que pretende el conocimiento de la industria Clovis a partir tanto de la sistematización del análisis de los artefactos derivados de esta tecnología, como de la búsqueda, prospección, registro sistemático y excavación de sitios de este tipo en Sonora, en el área conocida como El Bajío, identificada localmente por la canti-dad de puntas acanaladas tipo Clovis que se han encontrado en ella a lo largo del tiempo, así como de otro tipo de artefactos pertene-cientes a la misma industria. La ausencia de sitios de este tipo en México y/o el desinterés por estudiarlos o buscarlos añade importancia al presente trabajo.

En la mencionada región sonorense se ha recolectado en el pasado, sobre todo por sa-queadores (o aplicando técnicas propias del saqueo, lo que significa ausencia de informa-ción detallada y/o confiable), una buena cantidad de puntas Clovis en superficie y/o desecho de talla asociado con su manufactura, como son las lascas pasadas o puente y otros artefactos indicadores como los pequeños raspadores sobre lasca.

Los autores del artículo se dieron a la tarea de localizarlos y estudiarlos bajo una misma óptica, logrando reconocer siete de los tipos hasta ahora identificados en Estados unidos, que actualmente se aceptan como parte de esta industria. gracias al desarrollo que ha tenido el estudio de la etapa Paleoindia, en

3 gianfranco Cassiano, “Cambios en la tecnología lítica entre el Pleistoceno tardío y el Holoceno tempra-no en el área de Meztitlán-Mezquititlán, Hidalgo”, en Leticia gonzález Arratia y Lorena Mirambell, Reflexiones sobre la industria lítica, inah, Colección Científica 475, México, pp. 49-82.

particular en el estado de Arizona, región que colinda con Sonora, les ha sido posible esta-blecer el grado de semejanza o los aspectos en que radica la diferencia entre las dos zonas.

A este trabajo de recuperación de materia-les e información que se encuentra tanto en museos como en colecciones particulares de Sonora y Arizona, Sánchez y Carpenter han sumado un proyecto profesional arqueológico al realizar trabajo de prospección y excavación, lo que ha aumentado la cantidad de artefactos y datos específicos sobre su contexto. Si bien una fase del estudio de esta industria radica en identificar el proceso tecnológico, el avan ce en este sentido permitirá desarrollar otros aspectos relacionados con la organización social y estrategias de movimiento de la socie-dad Clovis, como lo exponen los autores en su introducción al tema.

El capítulo “La lítica chalchihuiteña del norte de Durango”, de Fernando Berrojalbiz muestra los resultados del estudio de los ma-teriales líticos excavados en el valle del alto río ramos, en Durango y Zacatecas, región que forma parte de la importante expansión me-soamericana hacia el norte de México, cono-cida como cultura Chalchihuites. Se trata de una primera aproximación a la lítica que Be-rrojalbiz obtiene por excavación en dos sitios conocidos como La Tutuveida y El Ángel, que datan de entre 600 y 1 300 d.C. Esto implica la presencia de diferentes tipos de artefactos que incluyen una amplia variedad de desechos de talla. A partir de la cadena operativa como referencia teórica el autor aborda el primer problema que plantea esta perspectiva: la clasificación de los materiales con base en el análisis tecnológico, y menciona, cuando puede ubicarla, la procedencia de la materia prima.

La heterogeneidad de los artefactos repre-sentados mostrará a la larga un cierto número de cadenas operativas, pero la histórica ausencia de estudios de la lítica arqueológica en Duran-go y Zacatecas no proporciona elementos para avanzar en este sentido (a diferencia de la

Introducción

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industria Clovis, por ejemplo, o de los raspa-dores de maguey en la Mesoamérica nuclear). Se tiene que establecer el lugar que ocupa cada uno de los artefactos en términos de una se-cuencia de reducción, al desconocer los carac-terísticos de la región. Su detallado estudio permite al autor identificar más de seis dife-rentes lascas tipo y el lugar que ocupan de manera general en torno a la manufactura de artefactos de forma definida, repetida y sancionada por la sociedad, como son las lascas de adelgazamiento, de prueba, de decorti ca-do, de decalotado, de corrección de cara, de reavivado de margen, de reavivado de plata-forma, etcétera.

Es un hecho que la aplicación de la cadena operativa ha mostrado su mayor desarrollo en el análisis de tipos específicos de artefactos cuya morfología se repite de manera constan-te en largos periodos. Aislar nuevos tipos que pudieran considerarse característicos de una región específica y poco estudiada, como es la de Durango, implica un largo y acumulativo estudio que tiene como eje central las caracte-rísticas de su manufactura, que es el punto de partida del autor. Si bien la investigación que presenta Berrojal biz es sólo un segmento de la cadena operativa, como puede ser la secuencia de reducción, se perfila como una contribución pionera al análisis de la lítica en una región que prác ticamente carecía de este tipo de es-tudios. Podría decirse que se trata de una re-flexión preliminar y necesaria para avanzar en el futuro sobre esta misma línea teórica.

En otra ubicación geográfica, y plenamen-te en la Mesoamérica nuclear, el artículo “La cadena operativa en la fabricación de máscaras en los talleres de lapidaria de La Ventilla, Teotihuacan”, de Julie gazzola, como su título lo indica, toma también como punto de par-tida el enfoque de Leroi-gourhan, en particu-lar el eslabón de la cadena operativa dedicado a la manufactura de piezas características de la cultura teotihuacana, como son las máscaras de piedra, y se dedica a identificar las técnicas utilizadas en su elaboración. El tema que pre-

senta forma parte de un estudio mayor que la autora ha venido desarrollando con materiales procedentes del barrio de La Ventilla, fechado entre el 200-250 d.C. (fase Tlamimilolpa temprana), hasta el 650 d.C. (fase Metepec).

La observación y análisis que ha realizado de los materiales encontrados en distintos contextos funcionales (y que incluyen otros barrios o áreas en Teotihuacan) relacionados tanto con la manufactura como con la utiliza-ción (y desecho en algunos casos) de la más-cara, le permiten reconstruir la manera como fue elaborado este objeto suntuario. Siguiendo la sistematización y orden en el análisis que propone su enfoque teórico, gazzola presen-ta los resultados de una observación minucio-sa que incluye las huellas de ma nufactura plasmadas en las propias máscaras en diferen-tes estadios de elaboración y acabado; los dese-chos de manufactura presentes en los talleres, y las herramientas (incluyendo los abrasivos) con que se elaboraron.

Esta combinación de observaciones (meto-dología) le permite identificar la utilización de una gran diversidad de instrumentos de trabajo (como más arriba describimos), así como la variedad de técnicas aplicadas para lograr este producto. Logra distinguir secuen-cias en la aplicación de las técnicas, el orden de éstas y la correlación entre técnica e instru-mento utilizado. Incluso cuando no tiene la evidencia del instrumento de trabajo especí-fico, lo deduce a partir de la huella de manu-factura, ya que la sistematización propuesta por Leroi-gourhan, citado por la autora, hace posible identificar las secuencias “lo mismo si han sido efectuadas fuera del sitio o si faltan sus productos”.

Así, el meollo del artículo de gazzola radi-ca en la reconstrucción minuciosa de las téc-nicas de trabajo lapidario y las diferentes etapas que implica la elaboración tanto del anverso como del reverso de la máscara, y destaca el hecho de que la técnica principal aplicada fue el desgaste en sus diferentes modalidades, como el corte, perforación,

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pulido y bruñido. Se podría decir que uno de los métodos que aplica a partir de las observa-ciones mencionadas es el ensamblaje mental al utilizar la evidencia material, lo que le ha per-mitido re construir el proceso de manufactura de prin cipio a fin, además de identificar el complejo equipo de herramientas utilizadas.

Otra forma de aproximarse al artefacto arqueológico de tipo suntuario es por medio de la experimentación, lo que hacen John E. Clark y Phil C. Weigand en su contribución titulada “Obsidian Lapidary without Polishing” (“Lapidaria de obsidiana sin pulimento”). Los autores dividen su trabajo en dos partes. La primera describe una especie de aventura in-telectual y práctica cuyo punto de partida es obtener resultados que permitan afirmar o desechar la hipótesis propuesta por Weigand de que en el yacimiento de obsidiana en San Juan de los Arcos, Jalisco, que data aproxima-damente del Formativo tardío y del Clásico, se elaboraron objetos de “lapidaria” del tipo de espejos de obsidiana. Se complementa con la observación de este tipo de objetos en el Sitio de Ciénega de los Patos, a pocos kilómetros del mencionado yacimiento.

La enumeración sistemática, por parte de los autores, de las equivocaciones y aciertos típicos del trabajo de investigación y de experimenta-ción es muy ilustrativa. Se inicia con el malen-tendido que existió de entrada entre ellos, al observar el objeto lapidario desde diferentes ángulos asumiendo que ambos hablaban de lo mismo. Como queda establecido, el primer paso tiene que ver con la definición del objeto, más allá de su nomenclatura general. Pero el espejo de obsidiana de su interés es un objeto lapida-rio al que, en este caso, no se le aplicó pulimen-to como es característico de otras piezas seme-jantes, sino que prevalece la percusión directa para obtener el soporte y la presión para darle la forma deseada. Para intentar validar esta hi-pótesis, Clark se apoya en la experimentación para reproducir el objeto suntuario.

El estilo narrativo de los autores permite al lector participar de la dinámica y de las restric-

ciones que implicó la observación insuficiente del dato arqueológico, el intento de la repro-ducción del artefacto y de sus desechos, pasan-do por la reflexión, la elaboración de hipótesis, la prueba y desecho de las mismas y la creación de nuevas hipótesis cuya pauta la proporciona la experimentación. Al respecto, una de las grandes limitantes para avanzar en la solución de este problema, según lo dejan asentado los autores, es la lejanía del contexto arqueológico en el caso de Clark, que no le permite compa-rar de manera inmediata sus resultados de experimentación con la realidad arqueológica. Muestra cómo las limitantes en la observación del contexto arqueológico restringen y/o equivocan el experimento tendiente a repro-ducir la secuencia de reducción que da cuenta de la tecnología aplicada en la elaboración del objeto bajo estudio. Los autores están cons-cientes de este hecho y describen los errores en metodología que se presentan para dejar en claro la diferencia que existe entre repro-ducir un artefacto semejante al arqueológico y reproducir todo el proceso de manufactura, que incluye la selección de la materia prima adecuada, la elaboración del soporte, el arte-facto y el desecho de talla de éste.

La segunda parte relata la experiencia de Clark al reproducir espejos de obsidiana de una colección del Museum of Peoples and Cultures de la universidad de Brighton Young en utah, que aprovecha para sistematizar su experimento y ordenarlo en una secuencia de reducción dividida en tres pasos. Las caracte-rísticas del artefacto conocido como “espejo de obsidiana” son, por una parte, la presencia de una superficie lustrosa lisa, carente de las tí-picas ondas y líneas de fisura producidas por la fuerza de la percusión aplicada a la materia prima para obtener un soporte adecuado en la fabricación de esta pieza. La forma final es va-riada, pues existieron diferentes opciones, pero una particularidad de toda la colección es que los espejos muestran una o varias perforaciones por donde se introducía un cordón para colgar-se posiblemente al cuello.

Introducción

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El trabajo de experimentación se orientó a: 1) la preparación de un soporte; 2) darle la forma adecuada, y 3) hacer las perforaciones. Clark recurre a la experimentación y experien-cia personal en los dos primeros puntos, y a la de gene Tithmus para explicar la manera en que se pudo haber logrado el tercero. Sus con-clusiones son múltiples e interesantes, pero la principal es que el soporte para la elaboración de los espejos de obsidiana podría haberse obtenido a partir del desprendimiento de la lasca bulbar de una macrolasca.

Clark y Weigand presentan en la primera parte lo que podría considerarse un experi-mento fallido y lo utilizan para fortalecer la premisa de que es necesario experimentar observando permanentemente el contexto y el objeto arqueológico. Desde esta perspectiva, el hecho de que la primera observación in situ no fuera suficiente se convierte en una limi-tante de la experi mentación en sus diferentes niveles. En la segunda parte demuestran que el trabajo de experimentación, aunque no soluciona el problema inicial, sí proporciona alternativas sobre la manera en que se pudo haber manufacturado el soporte de un “espejo de obsidiana”.

El siguiente artículo es de gianfranco Cas-siano y Ana María Álvarez Palma, intitulado “Los raspadores de maguey de la región de Metztitlán, Hidalgo. un enfoque tecnológico”. En él se refieren particularmente a materiales de dos sitios del Posclásico tardío: la Feria de los raspadores y la Mesa del Pixtli, donde se ha obtenido una serie de artefactos de obsidiana del tipo de raspadores de maguey. Incluyen una muy útil distribución geográfica del mismo en el territorio mexicano, la época en que hace su aparición y una hipótesis respecto al motivo por el cual en un momento dado su presencia se vuelve im portante en el contexto arqueoló-gico, o sea “cuándo y por qué se empieza a estandarizar su manufactura”. Antes de entrar de lleno en el tema de la tecnología de los raspadores, los autores hacen una reflexión sobre el problema del “tipo” en arqueología.

Explican la diferencia entre aislar un artefacto como “tipo” basándose únicamente en su forma, y la metodología que aplican, que consisten sobre todo en dar seguimiento a la historia de vida del artefacto (con la referencia teórica implícita de la cadena operativa) y destacan cómo el uso origina modificaciones que necesariamente afectan a la forma y el tamaño originales.

Esto pone en tela de juicio la validez de una tipología basada en lo que se supone una morfología estática del instrumento: la que muestra al momento en que el arqueólogo lo incorpora a su estudio. un análisis dinámico que vincula los diferentes eslabones de la ca-dena entre sí sirve para cuestionarla, ya que la forma original del instrumento no necesaria-mente es la misma cuando se termina de ela-borar, que cuando el arqueólogo lo convierte en su objeto de investigación. Esto último es relevante sobre todo cuando fue utilizado intensamente, ya que contiene nuevos proce-sos de modificación causados por su función, lo que a la vez implica la modificación del mismo, en particular de sus márgenes funcio-nales, lo cual conlleva cambios físicos que afectan a su tamaño, forma, etcétera.

La segunda parte se refiere al tema del títu-lo, esto es, la aplicación de un enfoque tecno-lógico para explicar la producción y utilización de raspadores de maguey. Inicia con la descrip-ción de las particularidades del yacimiento de obsidiana de Zacualtipan, de donde se obtuvo la materia prima utilizada en Metztitlán para la elaboración de los raspadores de maguey; continúa con el tipo de núcleo del que se ob-tiene el soporte y las características del mismo (lasca “pasada” con pronunciada forma curva en su extremo distal); la modificación del so-porte hasta obtener el raspador magueyero, y finaliza con su utilización y su eventual rea-condicionamiento cuando el desgaste de sus partes funcionales lo requirieron. Los autores abarcan así toda la secuencia clásica de la ca-dena operativa: adquisición de la materia pri-ma, manufactura del artefacto (que actualmen-

Lorena Mirambell y Leticia González Arratia

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te implica la iden tificación y descripción del soporte), utilización, reacondicionamiento y abandono. una conclusión del enfoque tecno-lógico que aplican los autores a este artefacto es que la complejidad tecnológica recae más en la elaboración del soporte que en la del objeto final en sí.

Tanto la obtención de la materia prima como la elaboración del soporte y del artefacto final denotan un proceso bien regulado logra-do a partir de la práctica y transmisión del co-nocimiento entre generaciones de artesanos y que se refleja en el tamaño, forma, distribución del retoque y otras características del artefacto final, de tal manera que hoy en día los raspa-dores de maguey arqueológicos que atravesa-ron todo el proceso de manufactura planeado de antemano pueden ser identificados como tales sin mayores complicaciones.

Si recordamos, la cadena operativa promue-ve llegar en el análisis hasta el individuo mismo que manufactura y/o utiliza el tipo de artefac-to bajo estudio. “Le geste”, el término popula-rizado por Leroi-gourhan, se refiere práctica-mente al “acto” o gesto mismo realizado por el artesano al elaborar los instrumentos y que debería de vislumbrarse desde el artefacto en sí, o en el área de actividad, y deducirse a partir de un enfoque de investigación conse-cuente que logre aprehender el estilo del in-dividuo que le dio una forma determinada a la piedra. O, en palabras del prehistoriador francés, “retrouver l’homme derrière le caillou” (“encontrar al hombre tras el guijarro”). Tal vez bajo la influencia de esta premisa, los auto res intentan rebasar el mero hecho tecnológico contenido en el artefacto al buscar caminos para alcanzar, utilizando herramientas de aná-lisis tecnológico y conceptual, “la acción indi-vidual [del artesano o tallador] en su capacidad de interpretar la normatividad social con rela-ción a la manufactura y uso de los artefactos”.

La presencia del raspador de maguey de obsidiana analizado desde la perspectiva de las actividades laborales en torno a su manufactu-ra, y el efecto que éstas debieron haber tenido

en las relaciones de producción de la comuni-dad de artesanos de la obsidiana en sitios de Hidalgo, es el tema que presenta Margarita gaxiola gonzález, quien busca rebasar los lími-tes que presenta el concepto de la cadena operativa. A partir de la información derivada de las cadenas operativas, previamente estu-diadas por la autora, de varios artefactos de obsidiana claves como indicadores de activi-dades tecnológicas, explora la interacción entre las primeras y otros componentes de la sociedad de artesanos encargados de su ma-nufactura, en particular respecto al factor económico y sus relaciones de producción.

El yacimiento de obsidiana local, El Pizarrín, y los talleres adyacentes al mismo, constituyeron la principal fuente de abastecimiento de la ma-teria prima y productos de obsidiana de la cercana ciudad prehispánica de Huapalcalco. Ambos se localizan al noreste del Altiplano Central en el valle de Tulancingo, Hidalgo. En El Pizarrín se manufacturaron tanto productos preliminares en la forma de soportes y núcleos, como terminados y listos para su uso, como los raspadores de maguey, las navajillas de obsidiana y bifaciales cuyo destino en su mayor parte se-rían los talleres y unidades habitacionales de la mencionada ciudad prehispánica.

La autora destaca el raspador de maguey, característico de la industria lítica de la ciudad y de El Pizarrín, y su asociación con los mague-yales cultivados en los alrededores, lugar de utilización intensiva de éste y la posible moti-vación económica de su manufactura. Intro-duce la relación manufactura/uso o consumo que puede derivarse de la presencia del arte-facto al insertarse éste en el proceso de trabajo conocido como “raspado del maguey”. En el estudio: “La comunidad de producción y el intercambio de instrumentos de obsidiana en Huapalcalco, Hidalgo”, gaxiola organiza sus datos a partir de planteamientos teóricos que le permiten exponer cómo las relaciones de producción y del trabajo articulan a los agentes de la producción, y propone a la vez la presen-cia de una red de intercambio, circulación y

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consumo que vincularía el trabajo realizado en el yacimiento de El Pizarrín con la ciudad, que crea así, entre los artesanos, una comunidad de producción.

Otra de sus propuestas es que el medio por el que se realizó la circulación del producto desde los talleres de manufacura especializada fue el mercado, reinsertándose así a la econo-mía regional a partir del consumo productivo de núcleos y soportes para obtener un instru-mento mejor acabado en las unidades domés-ticas o, en el caso de la adquisición de raspado-res de maguey, al utilizarlos directamente en otra industria, como podría ser la del maguey pues, como arriba se mencionó, este cultivo formó parte importante de la agricultura inten siva local, al grado que parece haber ge-nerado una manufactura masiva del raspador.

Para manejar el tema de las relaciones de producción generadas entre los productores de uno y otro ámbito, gaxiola introduce una serie de categorías, como “industria” (las di-ferentes secuencias de reducción que dan como resultado artefactos identificables y sis-tematizados en cuanto a su forma y acabado), “talleres”, “comunidad de producción” y “plaza de mercado”. La presencia o ausencia de las industrias y/o la combinación de las mismas en una región, así como la intensidad y siste-matización con que se manufacturaron los artefactos en diferentes espacios habitaciona-les y de trabajo, le da características distintivas a las relaciones de producción. una de las conclusiones de la autora es que en torno a la producción de artefactos que utiliza la obsi-diana de El Pizarrín el sector productivo logró organizarse como un grupo artesanal inde-pendiente, pues deduce que tenía un libre acceso a la obsidiana local.

En la parte final de su estudio, gaxiola ex-plora el fenómeno del intercambio de obsidia-na y sus productos en el ámbito mesoamerica-no, sugerido en particular por la presencia de obsidiana de cinco regiones que aparecen en Huapalcalco, lo que le permite apoyar su hipó-tesis de la existencia en este sitio de un impor-

tante mercado interregional de obsidiana. Este trabajo es un excelente ejemplo de cómo los datos derivados del análisis tecnológico de artefactos líticos, desde la perspectiva de un proceso (que es el enfoque que subyace a la cadena operativa), pueden manejarse con mayor complejidad mediante conceptos que abarcan aspectos medulares y generales de la sociedad humana, como son la economía y las relaciones de producción y consumo.

Poco se estudian en México los instrumen-tos de molienda, artefactos básicos para la alimentación a partir del maíz, el cultivo central en la dieta mesoamericana, por lo que destaca en este volumen el artículo de María Elena ruiz Aguilar, “Aproximación a una clasificación del material de molienda”, en el cual reflexio-na en torno a la diversidad de formas tanto de metates como de manos presentes en la ar-queología mesoamericana. Su contenido se divide en dos partes: un preámbulo en el que la autora hace observacio nes sobre el material de molienda, relacionadas tanto con la materia prima como con la variedad de desgaste de la superficie funcional de los ar tefactos, y otras variables. Aun cuando a estos instrumentos se les conoce como de “mo lienda”, en realidad, nos informa la autora, se trata de artefactos multifuncionales que también sirven para ma-chacar y triturar y gracias a su utiliza ción se ob-tiene una diversidad de productos.

La segunda parte está dedicada a proponer una tipología de este instrumento de trabajo, el cual tiene dos componentes: la mano y el metate. De acuerdo con la manera en que se les utiliza, la mano es considerada como el “elemento activo” y el metate como el “elemen-to pasivo”, y a los dos juntos los designa la au-tora como “unidad integral”. La elaboración de la unidad integral requiere de la aplicación de una técnica que comprende tres variantes: la percusión directa, el picoteado y el desgaste por fricción, lo que habla de la evolución del proceso que se inicia con la selección de la materia prima y su transformación en preforma y termina en el producto aca bado.

Lorena Mirambell y Leticia González Arratia

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Las características de la materia prima selec-cionada, la secuencia de la aplicación de las técnicas y la formación del producto señalan que los artesanos encargados de su elaboración tenían ya una forma premeditada del objeto a manufacturar. Si bien la función del artefacto sería la variable más importante a considerar, las características específicas de los diferentes grupos de metates que estudia ruiz Aguilar podrían señalar aspectos de estatus social, particularmente cuando se añaden elementos que pudieran pensarse como decorativos y que implican mayor trabajo y habilidad. La meto-dología que aplica la autora para desarrollar una tipología se basa en cinco categorías: grupo, subgrupo, tipo, subtipo y variantes a partir de la observación de variables como la presencia o ausencia de ciertos atributos como los sopor-tes y la forma de los mismos, los lados y el ex-tremo distal. Con la aplicación de estas catego-rías a los metates y manos se logra un primer ordenamiento de tales materiales.

En el artículo “Aprovechamiento de la síli-ce en las culturas mesoamericanas”, Adolphus Langenscheidt aborda el lugar que ocuparon las rocas con contenido silíceo durante la épo ca prehispánica mesoamericana en la elaboración

de diferentes artefactos tanto utilitarios como de adorno. El autor realiza una revisión desde el punto de vista geológico de algunas piezas en exhibición en el Museo Nacional de Antro-pología elaboradas con este tipo de rocas, y muestra cómo la población prehispánica mesoamericana realizó una amplia selección de las mismas para manufacturar tanto arte-factos prácticos como las puntas de proyectil y cuchillos bifaciales (también convertidos en objetos rituales), joyería, escultura y lapidaria. Incluye un cuadro sinóptico con las diez va-riedades de rocas silíceas representadas en las piezas arqueológicas por él observadas, una somera y práctica descripción del sílice en cada caso, su dureza, el aspecto visual, la localización de probables yacimientos en Mesoamérica y observaciones generales sobre las variables geológicas de estos materiales. Considerando que los estudios de la lítica mesoamericana han privilegiado a la obsidia-na y opacado, por así decirlo, la importancia de otras rocas en la vida cotidiana y ritual de la población mesoamericana, el enfoque de este trabajo es interesante en la medida en que subraya las cualidades y el potencial de otras rocas.

Introducción

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IntroducciónEl poblamiento de América es uno de los temas más fascinantes de la arqueología del Conti-nente Americano (Stanford, 1991; Tankersley, 2000). Aunque han pasado 75 años desde que el descubrimiento del Sitio Folsom demostró que en Norteamérica existían humanos simul-táneamente con megafauna ya extinta, la co-munidad arqueológica está muy dividida res-pecto a la antigüedad de muchos de los sitios declarados tempranos y la fecha de la entrada de los grupos humanos en el Nuevo Mundo (Bryan, 1991; Dillehay, 1989, 1997; Dillehay et al. 1999; Frison, 2000; Fiedel, 1999b, 2000; Haynes, 1999; Kelly y Todd, 1988; Meltzer, 1989, 1995; Owen, 1984; Stanford, 1991; Waters, 2000). Actualmente, el único con senso entre los investigadores es que los primeros americanos ya eran Homo sapiens, y que ya es-taban en el continente por lo menos hace 13 000 años (Metzler, 1995: 1).

Los grupos cazadores-recolectores conocidos como Clovis pueden ser considerados como el primer horizonte cultural de escala continental, con una edad de radiocarbono de 11 600 años antes del presente [13 350 cal AP] (Fiedel, 1999;

Haynes, 1993, 2000a; Taylor et al., 1996). Varios artefactos han sido identificados como perte-necientes a la tradición lítica Clovis, pero el artefacto diagnóstico es la punta de proyectil Clovis, caracterizada por su forma lanceolada y su distintiva acanaladura basal (Krieger, 1947; Sellards, 1952; Wormington, 1957). Especíme-nes de esta singular punta Clovis han sido en-contrados en la superficie de toda Norteamé-rica, exceptuando las áreas donde la masa de hielo del Wisconsin tardío estaba presente (Anderson et al., 1998; Collins, 1999; Faught, 1997). Alrededor de 11 000 años antes del presente grupos de cazadores-recolectores Clovis se encontraban diseminados o por lo menos visitaron diversas áreas de Norteamérica, incluyendo algunas regiones de México, y se puede decir que los grupos Clovis formaron un complejo cultural de nivel suprarregional. Posteriormente a la época Clovis, las tradiciones culturales que la precedieron se vuelven menos universales y surge una gran variedad de tradi-ciones regionales; entre las tradiciones de puntas de proyectil mejor conocidas que pre-ceden a la Clovis en el sur de Norteamérica están la goshen-Plainview, Folsom, Agate Basin, los complejos Cody y Dalton (Frison, 1974, 1991, 1996; Haynes, 1964; Waldorf, 1987; Wheat, 1972; Wilmsen y roberts, 1978).

La gran mayoría de los materiales Clovis se limitan a distribuciones discretas de superficie

La industria lítica Clovis sonorense del Pleistoceno tardío/Holoceno temprano: una mirada desde el sitio Clovis de El Bajío

Guadalupe Sánchez*John P. Carpenter**

* Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico, inah.

** Subdirección de Investigación y Conservación del Patrimonio Arqueológico, inah.

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y hallazgos de puntas Clovis aisladas; sitios Clovis con depósitos estratificados son extrema-damente raros (Metzler, 1993). La escasez de sitios Clovis con depósitos estratificados hace nuestro conocimiento de la población Clovis muy limitado; sólo ocho sitios tienen fechas absolutas y sabemos muy poco sobre su subsis-tencia, dieta, territorialidad y organización social.

La gran diversidad de herramientas líticas (bifaciales, unifaciales, cuchillos, navajas, varios tipos de raspadores, buriles y lascas utilizadas) que conforman el conjunto de herramientas Clovis parece indicar que estos grupos realiza-ban una gran variedad de actividades (Collins, 1999a; Hofman, 2000; Stanford, 1991). Análisis recientes de huellas de uso en puntas Clovis han demostrado que estos bifaciales fueron utilizados para realizar una gran variedad de actividades, y no sólo como proyectiles (Co-llins, 1999a; Hofman, 2000). Además, las re-cientes exploraciones arqueológicas en el sitio gault en el centro sur de Texas han documen-tado que se trata de un sitio habitacional de grandes dimensiones, notable por la evidencia de ocupaciones múltiples, áreas extensas de ocupación con vastas cantidades de restos culturales, un extenso y diverso conjunto de herramientas y desechos de la talla de navajas y bifaciales, junto con una gran diversidad de restos botánicos y de fauna; todo en depósitos sepultados que se extienden sobre un área de 1.5 km2. Este complejo sitio está situado en los alrededores de una fuente permanente de agua y de un yacimiento de calcedonia cafe-tosa de alta calidad, y existen evidencias de que algunos campamentos base fueron ocu-pados durante mucho más tiempo que el que se pensaba con anterioridad (Collins, 1999b; Collins y Hester, 2001; Waters y Shafer, 2001).

Aunque poco divulgada, la tradición Clovis está bien representada en el estado de Sonora, con una amplia distribución de sitios y hallaz-gos aislados de puntas Clovis. Hace más de 30 años, robles y Manzo (1972) reportaron 11 localidades con un total de 25 puntas Clovis,

todas representaron hallazgos de superficie en la mitad norte del estado de Sonora; robles y Manzo registraron seis lugares cerca del golfo de California, y cinco en los valles inte-riores (1972). Desde 2002 iniciamos un pro-yecto a largo plazo enfocado en visitar, estudiar y revisar las localidades descritas por robles y sus colegas, junto con la revisión de varias co-lecciones privadas y materiales almacenados en el Centro-inah Sonora y en el Museo uni ver si-tario de la universidad de Sonora en Hermo-sillo, para tener un mejor conocimiento de las localidades y determinar cuáles sitios contie-nen contextos preservados para ser estudiados en detalle. Después de cinco años de investi-gaciones sabemos que tres de estas localidades representan complejos o conjuntos de sitios paleoindios que miden más de 3 km2 y las otras 21 localidades son hallazgos aislados, sitios pequeños o sitios que no se han encontrado. El estudio lítico que aquí se presenta está ba-sado en las colecciones del sitio Clovis de El Bajío (figura 1).

MetodologíaLas herramientas y desechos líticos son virtual-mente los únicos restos arqueológicos que se preservan de las sociedades forrajeras prehis-tóricas (Bamforth, 1991; Shott, 1986). Para poder conocer la variabilidad de la industria lítica Clovis es necesario considerar los varios componentes de la tecnología lítica, las estra-tegias de obtención de la materia prima y de producción de herramientas, y el uso/reuso de implementos. Este enfoque también nos permitirá identificar los atributos funcionales del conjunto lítico, así como determinar la variabilidad local de estilos, y examinar la di-versidad de las actividades e intensidad del patrón habitacional Clovis (Hayden et al., 1996; Kooyman, 2000; Bamforth, 1991).

El estudio del proceso de manufactura y de la obtención de la materia prima utilizada en la elaboración de las herramientas está relacio-nado directamente con el patrón de asenta-miento, la territorialidad y movilidad, y de

Guadalupe Sánchez y John P. Carpenter

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manera indirecta con la obtención de comida de un grupo humano determinado. El acceso a materia prima de buena calidad para la pro-ducción de herramientas es un recurso ele-mental de los grupos cazadores-recolectores, y es una actividad a considerar dentro de las estrategias de subsistencia de un grupo. Aun-que esta actividad no está del todo relacionada con la procuración de comida, el tiempo y la energía invertidos en agenciarse la materia prima se reflejarán directamente en el tiempo y la energía disponibles para realizar las activi-dades de subsistencia (Kuhn, 1991: 250).

Algunos modelos teóricos intentan explicar la movilidad y el patrón de asentamiento de los

cazadores-recolectores por medio de la forma en que organizaron sus tecnologías líticas. Cuando un grupo de cazadores-recolectores tiene una alta movilidad se ve expresada en su conjunto de artefactos líticos, con herramien-tas fácilmente transportables y versátiles que pueden reafilarse y modificarse muchas veces, y en preformas susceptibles de ser modificadas en diversos tipos de herramientas cuando sea necesario (Bamforth, 1991; Binford, 1979; Hayden et al., 1996; Kelley, 1988; Odell, 1996; Shott, 1986; Torrence, 1986). Además, los estudios de los materiales líticos deben pro-porcionar información sobre las actividades que se realizaron en el sitio, ayudar a definir

Figura 1. Localización del Sitio de El Bajío.

La industria lítica Clovis sonorense del Pleistoceno tardío/Holoceno temprano

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el patrón de asentamiento y la intensidad de ocupación. Los sitios habitacionales contienen una gran diversidad de herramientas ya que una amplia variedad de actividades se realizan en los lugares de vivienda; también es muy probable que la manufactura de herramientas, su mantenimiento y reparación se llevarán a cabo en las áreas de vivienda (Binford, 1979; Kooyman, 2000: 129). En cambio, los sitios de actividades especializadas quizá reflejen más un rango restringido de herramientas (Bam-forth, 1991; Kooyman, 2000).

Como rara vez se encuentra un sitio Clovis con una colección relevante de artefactos, existen muy pocos análisis de tecnología lítica de colecciones de artefactos Clovis. La meto-dología usada para estudiar los artefactos de El Bajío se basa en los análisis líticos de Huckell (2007) y Collins (1999) y utiliza el manual de Sliva (1997) para la clasificación. Siguiendo a Huckell (2007: 185-186), en términos generales, la organización de la industria Clovis está com-puesta de cuatro procesos tecnológicos dife-rentes: la técnica bifacial, la técnica de lasca, la técnica expedita y la técnica de navajas. Cada una de ellas se caracteriza por una secuencia de reducción específica que concluye en la elaboración de herramientas específicas.

Estudio de las herramientas diagnósticas Clovis del sitio SON k:3:1 (El Bajío)El sitio Clovis de El Bajío está constituido por una extensa distribución de materiales arqueo-lógicos líticos sobre un área de 4 km2. En su-perficie se pueden distinguir 22 localidades distintas, incluyendo un yacimiento de basalto vitrificado –localidad 20 en el Cerro la Vuelta (figura 2)–. Este yacimiento se encuentra en la ladera alta del cerro más prominente y consta de bloques poliédricos de material que salen de una veta horizontal de por lo menos 700 m de largo y diez m de ancho. Junto a la veta se observan por lo menos diez tiraderos de material que se extienden sobre la ladera, constituyendo el yacimiento Paleoindio y Ar-caico más gran de que se conoce hasta la fecha

en el norte de México. La mayoría de las he-rramientas en el sitio (98 por ciento) están elaboradas con materia prima del yacimiento local, incluyendo el taller de talla para elabo-rar herramientas bifaciales denominado loca-lidad 12 (figura 2). El componente del sitio mejor representado es la ocupación Clovis, aunque en la superficie del sitio se advierten artefactos de diferentes ocupaciones arcaicas del Holoceno medio y tardío. En este estudio presentamos las herramientas que conside-ramos diagnósticas de la industria Clovis, aunque estamos conscientes de que no se puede entender la tecnología lítica en su to-talidad sin tomar en cuenta todos los procesos y aspectos de la reducción lítica, desde la ob-tención de la materia prima hasta el uso de las herramientas elaboradas. Aquí ofrecemos un panorama general de las herramientas anali-zadas hasta la fecha de las diferentes coleccio-nes. Dos colecciones han sido analizadas: las herramientas diagnósticas recuperadas de la superficie en 2003 y las herramientas diagnós-ticas recolectadas por Julio Montané (1978-1981).

Figura 2. ubicación de las localidades en el Sitio de El Bajío (mapa inegi La Poza 1:50.000).

Se considera que el juego de herramientas diagnósticas de filiación Clovis incluye la punta de proyectil lanceolada Clovis con su distintiva acanaladura basal, navajas prismáti-

Guadalupe Sánchez y John P. Carpenter

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cas y semiprismáticas, núcleos cónicos y polié-dricos, delicados raspadores terminales, mu-chos con espolón, y una variedad de raspadores laterales y compuestos hechos en lascas, y navajas, punzones y bifaciales grandes que parecen reflejar preformas de puntas de proyectil (Haynes, 1980, 1987; Stanford, 1991). Lascas de acanaladura, lascas de adelga-zamiento de bifacial y lascas puente (overshots) son parte del conjunto diagnóstico de herra-mientas Clovis (Collins y Hester, 2001).

La textura del basalto vitrificado que se observa en el yacimiento del sitio es poco uniforme, hay fragmentos con muchos crista-les, mientras que otros son sumamente finos; los colores también presentan una gran variabili-dad, de negro a amarillo. Muchos artefactos exhiben una pátina de tono amarillo, atributo diagnóstico que puede significar antigüedad o el tiempo que estuvo la herramienta expues-ta a procesos de intemperismo. Sin embargo, nos dimos cuenta de que la pátina puede utilizarse como atributo diagnóstico de Clovis sólo hasta cierto punto, ya que en las herra-mientas varía enormemente; por ejemplo, en las puntas Clovis que hemos recolectado en la

superficie, varía de la mucha o poca pátina, por esta razón fue utilizada sólo como un atributo complementario para incluir artefac-tos que sospechamos que son Clovis, pero al presentar pátina fueron considerados como parte del complejo Clovis.

La muestra de diagnósticos presentada contiene un total de 383 artefactos; 124 reco-lectados en la temporada 2003, y aunque todos son de superficie (con excepción de los bifa-ciales de base cuadrangular excavados en la localidad 12) sabemos su procedencia apro-ximada; 215 especímenes son de la colección Montané (incluyendo cinco puntas Clovis re-colectadas durante dos visitas en 1998-1999), de los cuales no sabemos nada sobre su proce-dencia, si bien muchas parecen ser de recolec-ciones indiscriminadas de superficie; 31 ejemplares son de la colección McIntyre y 30 de la colección robles conservada en el Museo de la universidad de Sonora, sin procedencia específica. Aunque en la siguiente tabla se in-cluyen las herramientas de las colecciones McIntyre y robles, en los conteos individuales de los grupos de herramientas éstas no están ya que no contamos con su análisis detallado.

Tabla 1ArTEFACTOS DIAgNÓSTICOS CLOVIS

Bifa

cial

es g

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es-C

lovi

s

Pref

orm

as C

lovi

s

Punt

as C

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Bifa

cial

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pado

res

term

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es C

lovi

s

Ras

pado

res

mis

celá

neos

Tota

l

AArF 2003 18 7 3 17 33 6 1 3 6 13 107

Colección Montané 48 10 9 14 35 3 3 7 45 41 215

Colección McIntyre 5 2 2 15 6 1 31

Colección robles 2 5 6 2 15 30

Total 71 21 19 31 89 11 4 10 72 55 383

La industria lítica Clovis sonorense del Pleistoceno tardío/Holoceno temprano

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Herramientas bifaciales formalesSon herramientas que tienen forma de hoja de laurel o lanceoladas, las cuales presentan cla-ramente filos laterales rectos. un total de 121 herramientas bifaciales están incluidas en este estudio preliminar. De la colección Montané 78, y 43 de la colección reunida en 2003. Los bifacia-les formales se clasificaron en cinco categorías.

Tabla 2INDuSTrIA BIFACIAL DE EL BAJÍO

Bifa

cial

es fo

rmal

es p

rim

ario

s

Bifa

cial

es fo

rmal

es s

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os

Bifa

cial

es c

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Pref

orm

a C

lovi

s

Punt

as C

lovi

s

Aislados 1 4 2

Localidad 6 1

Localidad 2 1

Localidad 7 1 1

Localidad 10 2 2

Localidad 4-5 5 6 1 2

Localidad 8 1 1

Localidad 12 2 12

Montané 17 31 14 10 6

Total 26 40 31 17 9

Bifaciales formales primarios. Los bifaciales cla-sificados en esta categoría muestran cicatrices de lascas largas expansivas en una forma se-lectiva, la reducción se realiza por medio de la remoción de lascas grandes, con algunas irregularidades en forma y espesor; pueden tener córtex y tienen una forma oval con poca diferenciación entre el extremo distal y proximal (Huckell, 2007:189; gramly, 1990). Contamos en la muestra 26 bifaciales formales primarios, 17 de la colección Montané y nueve de la colección 2003. Si tomamos en cuenta la información de procedencia, pode-

mos ver que las localidades 4 y 5 son las que mayor número de bifaciales de este tipo con-tienen, algunos (como se observa en la figura 3) lucen un lasqueo sobrepasado o de puente (overshot), un atributo característico de la in-dustria Clovis. Por alguna razón las industrias que preceden a las Clovis no se vuelven a obser-var. El lasqueo sobrepasado o de puente puede definirse como la remoción de una lasca delgada, superficial y cubriente que va casi de un filo lateral hasta el otro. El objetivo general es remover la mayor cantidad de material de la superficie para hacer el bifacial lo más delgado posible. Estas lascas son remo-vidas por medio de percusión directa utilizando como punto de apoyo plataformas auxiliares formadas en el borde lateral. Se puede decir que el propósito de este lasqueo de puente es el mismo que el de la acanaladura: remover una gran cantidad de material con un solo golpe directo. Al igual que en las lascas de acanala-dura, es necesario ser un experto lasqueador para lograr una lasca de puente y hay una alta probabilidad de que se rompa el producto.

Figura 3. Bifaciales formales primarios, con lasqueos de puente o sobrepasados.

Bifaciales formales secundarios. Los bifaciales secundarios son mucho más delgados que los primarios y presentan una diferenciación entre el extremo proximal y el distal (Huckell, 2007:191). un total de 43 bifaciales formales secundarios han sido analizados; nueve de la colección 2003, 31 de la colección Montané y

Guadalupe Sánchez y John P. Carpenter

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tres de la colección McIntyre. Algunos de estos bifaciales podrían ser preformas Clovis antes de que se prepare la base para sacar la acanala-dura, o también pueden ser preformas bifacia-les generales susceptibles de transformarse en muchas herramientas y son fácilmente trans-portables. En las localidades 2 y 3 se recolec-taron seis bifaciales secundarios, tres de éstos estaban juntos formando un conjunto de bi-faciales que parecen estarse erosionando en un contexto enterrado (figura 4).

Figura 4. Conjunto de bifaciales secundarios de la localidad 4.

Preformas Clovis. En este grupo clasificamos los bifaciales formales que tienen el extremo basal plano y preparado para formar una plataforma y poder sacar lascas (probablemente acanala-das) y adelgazar la base del bifacial. En total

contamos con 17 preformas Clovis, 10 de la colección Montané y siete de la colección 2003. En el bifacial del centro de la figura 5 se ve la plataforma que se preparó para sacar por medio de percusión directa o indirecta la lasca en forma de canal.

Puntas Clovis. En esta categoría se clasificaron todos los fragmentos bifaciales con acanala-dura, que es el atributo más caracterís tico de las puntas lanceoladas Clovis. En esta categoría agrupamos 16 especímenes, seis de la colec-ción Montané (en realidad todos estos frag-mentos se encontraron entre 1998-2000) y tres recolectados en la temporada 2003, cinco puntas Clovis de la colección robles en el Museo universitario y dos fragmentos acana-lados de los McIntyre (figura 6). Sabemos de por lo menos 40 puntas Clovis procedentes de este sitio que se encuentran repartidas en di-ferentes colecciones. En los ejemplares de El Bajío que hemos analizado observamos que en la mayoría de las veces la acanaladura se realizó en una etapa muy temprana de reduc-ción bi facial (figuras 8 y 9), aunque hay algu-nos casos en los que la acanaladura es una de las últimas acciones que se lleva a cabo antes de terminar la punta Clovis. Catalogamos como Clovis todos los bifaciales con acanala-duras, aunque a muchos de ellos les falte mayor reducción para que estén terminados.

Figura 5. Preformas Clovis (los puntos en el bifacial de enmedio tienen una plataforma preparada para extraer la lasca de canal).

La industria lítica Clovis sonorense del Pleistoceno tardío/Holoceno temprano

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Figura 9. Dibujo de la punta Clovis 6 de la figura 7.

Figura 6. Fragmentos acanalados recolectados en 2003.

Figura 7. Puntas Clovis recolectadas entre 1998-2000.

Figura 8. Dibujo de la punta 4 de la figura 7.

Guadalupe Sánchez y John P. Carpenter

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En general, las puntas Clovis de El Bajío parecen presentar grandes acanaladuras para adelgazar la base en grandes preformas no terminadas, y en algunos ejemplares las bases comienzan a transformarse en convexas tam-bién muy temprano en el proceso de talla (véanse puntas 4 y 6 de las figuras 7, 8 y 9). Muchas de las puntas Clovis de Sonora presen-tan acanaladura sólo en un lado y en el otro un adelgazamiento basal. Otra de las características específicas de las puntas Clovis de Sonora es que el eje medial siempre está cargado hacia uno de los filos, lo que parece ser consecuen-cia de que los lasqueos de puente a menudo abarcan las tres cuartas partes de la superficie y el eje medial no es simétrico.

Bifaciales lanceolados/triangulares con bases cua-dradas. Bifaciales lanceo-triangulares con base cuadrada se encontraron en muchas localida-des del sitio, y en total tenemos 31 en las co-lecciones: 12 de la colección Montané y 17 de la colección 2003. Estos bifaciales no son parte de los artefactos diagnósticos tradicio-nales Clovis, pero podrían describirse como puntas Clovis sin acanaladura a la manera del tipo Plainview. Tenemos una gran cantidad de bifaciales de este estilo, la técnica de manufac-tura es muy similar a la de Clovis y podemos estudiar su proceso de talla ya que en la loca-lidad 12 se encontró un taller de lasqueo en una superficie de 5×5 m y a 10 cm de la super-ficie. En este taller los únicos productos ma-nufacturados fueron los bifaciales lanceo-triangulares con base cuadrada. Se decidió incluir estos bifaciales como parte de los arte-factos diagnósticos Clovis porque tienen ca-racterísticas similares, aunque es probable que sean bifaciales del Paleoindio tardío.

Podemos describirlos como bifaciales lan-ceolados triangulares con bases cuadradas que van de rectas a cóncavas, y presentan adelgaza-miento basal y lascas de puente o sobrepasadas (overshots) de las industrias Clovis. Aunque estos bifaciales parecen puntas Clovis listas para hacer acanaladas, es posible que la del-

gadez, la forma semitriangular del bifacial, el extenso adelgazamiento basal por medio de lascas pequeñas y el hecho de que por lo menos dos ejemplos presentan pulido en la base y en los bordes cerca de la base indiquen que se trata de herramientas terminadas (fi-gura 10, bifacial 9). Es probable que estos bi-faciales triangulares de base cuadrada sean parte de una industria lítica posterior a Clovis del Paleoindio tardío y podrían ser una varian-te de las puntas Plainview.

Hasta ahora desconocemos las característi-cas de los conjuntos de herramientas de piedra pertenecientes al periodo Paleoindio tardío en las regiones del norte de México y el su-roeste de Estados unidos. Por ahora no pode-mos saber cuáles son los artefactos diagnósticos del periodo Paleoindio tardío. Sin embargo, en el Sitio Badger Springs de Arizona central se han encontrado puntas lanceoladas sin acanaladura semejantes a las que se describie-ron anteriormente. Estas puntas tienen una fecha de 9 000 años antes del presente (Hess et al., 1999).

La industria de navajasEn estudios recientes de la lítica Clovis ha quedado establecido que estos grupos de ca-zadores-recolectores tempranos desarrollaban una tecnología especializada en la elaboración de navajas prismáticas derivadas de núcleos poliédricos o por lo menos núcleos con caras subprismáticas. Por medio de análisis líticos y estudios experimentales, Collins y sus colegas (1999: 57-59) proponen que las navajas Clovis se hacían por medio de una técnica de percu-sión directa o percusión indirecta, dando como resultado navajas con una o dos aristas, esto a diferencia de las navajas prismáticas mesoamericanas.

En el Sitio de El Bajío la industria de nava-jas está bien representada por muchos pro-ductos y subproductos; los bloques en bruto que se obtienen del yacimiento son poliédricos y uno de los planos rectos se utiliza como plataforma natural. En el Sitio gault, cerca de

La industria lítica Clovis sonorense del Pleistoceno tardío/Holoceno temprano

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Figura 10. Bifaciales de base cuadrangular, excavados en la localidad 12.

Figura 11. Dibujos de algunos de los bifaciales.

Guadalupe Sánchez y John P. Carpenter

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Austin, Texas, la materia prima in situ la con-forman núcleos naturalmente poliédricos. En un estudio reciente, Williams Dickens (2005) sugiere que muchos de los bifaciales en el sitio se manufacturan con lascas primarias de pre-paración, provenientes de los núcleos polié-dricos naturales, y que del mismo proceso se obtienen las navajas prismáticas, arguyendo que se trata de un mismo proceso de talla con productos y subproductos utilizados para hacer herramientas diferentes. Es muy posible que lo mismo pasara en el Sitio de El Bajío, aunque la falta de estudios en el yacimiento hace im-posible comprobarlo por ahora.

Los núcleos agotados para obtener navajas observados en el Sitio de El Bajío son en forma de cuña y poliédricos. Los núcleos de cuña son núcleos triangulares de los que sólo se remue-ven navajas de un lado, y seguramente el núcleo fue detenido con un pie mientras se removían las lascas por percusión directa, como ha sido demostrado en estudios experimentales (Co-llins, 1999: 57-59). Aparentemente las navajas son el producto principal de esta industria y sus filos son utilizados tal cuales o en algunas ocasiones las navajas son transformadas en raspadores laterales y terminales. Los subpro-ductos observados en el sitio de esta industria están constituidos por las tabletas de núcleo, lascas de cresta y de preparación de plataforma.

En total se analizaron 91 artefactos relacio-nados con la industria de navajas. De la colec-ción Montané, 48, y 43 de la colección 2003. Además de estos artefactos, muchas navajas fueron modificadas para hacer raspadores terminales, que serán descritos en el próximo apartado. Nueve núcleos tenemos en la colec-ción, junto con cuatro tabletas de núcleo; 14 navajas primarias, 17 navajas secundarias y 28 navajas prismáticas. Los subproductos con que contamos son nueve navajas de cresta (la cresta se logra por medio de lasqueos bifacia-les laterales que adelgazan la cara exterior y crean una cresta que puede desprenderse) y diez lascas de rejuvenecimiento de plataforma de núcleo (figura 12).

Tabla 3INDuSTrIA DE NAVAJAS

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aja

1

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2

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3

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To

Tal

Aislados 1 1 2 1 5

Localidad 6 1 1 3 1 6

Localidad 7 1 1 6 3 1 2 14

Localidad 10 1 1 4 1 7

Localidades 4-5 1 1 5 2 1 1 11

Montané 9 12 8 6 3 3 7 48

Total 14 17 28 9 9 4 10 91

La localidad 7 es la que tiene mayor núme-ro de artefactos relacionados con la industria de navajas en el sitio (n=14). Navajas, núcleos y subproductos muestran que la industria de navajas fue muy importante en esta localidad. En las localidades 4 y 5 esta actividad también fue importante (n=11) y por lo menos dos núcleos fueron recolectados en la superficie. Creemos que cuando podamos regresar al sitio tendremos que investigar con más detalle la localidad 7 para saber si se trata de una lo-calidad de especialización.

Herramientas unifaciales (raspadores)En total tenemos 126 herramientas para raspar que pueden considerarse como diagnósticas de Clovis. La herramienta para raspar más conocida perteneciente a Clovis es el raspador terminal Clovis; es un pequeño raspador ter-minal muy fino casi siempre hecho en navaja o lascas delgadas y que muchas veces presenta espolón (figura 13). La muestra que recolec-tamos en 2003 cuenta con 51 raspadores Clovis, 45 de la colección Montané. Según

La industria lítica Clovis sonorense del Pleistoceno tardío/Holoceno temprano

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Figura 12. La industria de navajas de El Bajío.

Montané, él recolectó muchos de estos raspa-dores en superficie en las inmediaciones del Cerro rojo (figura 2). En la localidad 10 reco-lectamos cuatro de estos raspadores que se encontraban muy maltratados.

Llama la atención que muchos raspadores terminales Clovis están elaborados en pedernal no local, de diferentes procedencias. En la localidad 6 se encontró un raspador en navaja de calcedonia/pedernal rojo que parece ser una copia fiel de un raspador encontrado en el sitio Clovis de Murray Spring en el sur de Arizona (figura 14). No sabemos por qué los Clovis de El Bajío buscaron otras materias primas para elaborar los raspadores, pero posiblemente se deba a que el basalto vitrifi-cado del El Bajío es demasiado duro. La pre-sencia de espolones individuales o múltiples en los raspadores parece indicar que el raspa-do fino junto con el puncionado fueron tareas

comunes entre los grupos Clovis. un tipo de herramienta para raspar muy común en la muestra es el raspador lateral, algunos elabo-rados en lascas de grandes dimensiones. En la figura 15 se puede ver un raspador con retoque lateral hecho en una gran lasca de cristal de roca. No sabemos si cristales de roca tan transparente y de este tamaño (20 cm) puedan hallarse en las inmediaciones del sitio.

No cabe de duda de que los raspadores fueron parte importante de la vida cotidiana Clovis y muy abundantes. La terminación fina y los lasqueos con que fueron hechos es sor-prendente y son reveladores del tipo de acti-vidades artesanales que se estaban realizando en el sitio. El hecho de que muchos raspadores se hayan elaborado utilizando pedernales fo-ráneos y exóticos parece indicar que estas herramientas recorrieron grandes distancias con los grupos de cazadores y recolectores.

Guadalupe Sánchez y John P. Carpenter

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Figura 13. Ejemplo de raspadores finos terminales del estilo Clovis, algunos con espolón.

Tabla 4rASPADOrES

Ras

pado

r te

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lovi

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Ras

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Ras

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l

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Cep

illo

To

Tal

Aislados 1 1 2

Localidad 6 1 1 2

Localidad 2

Localidad 7 1 2 1 1 5

Localidad 10 4 4

Localidad 4-5 3 1 4

Localidad 8 1 1

Localidad 12 1 1

Montané 45 2 20 19 21 107

Total 51 3 26 21 25 126

Consideraciones finalesEl estado de Sonora es un espacio que fue habitado por muchos grupos de cazadores-recolectores Clovis que habitaron tanto en la planicie costera como en los valles paralelos inte riores de la provincia de valles y sierras sonorenses. El sitio Clovis de El Bajío es uno de los más grandes y más impresionantes del estado, con un yacimiento de basalto vitrifica-do que seguramente atrajo a los grupos de cazadores-recolectores. El estudio de las he-rramientas diagnósticas Clovis recolectadas en el sitio indica que los grupos Clovis acampaban temporalmente y regresaban al sitio, y sin duda el yacimiento de materia prima fue la mayor atracción para los grupos nómadas. Sin em-bargo, la distribución de las localidades, algu-nas a casi 2 km de distancia del yacimiento, y la variedad y reutilización de las herramientas líticas sugieren que existieron campamentos semipermanentes en este sitio.

Las industrias líticas representadas en el Sitio El Bajío, a grandes rasgos, son tres. una industria bifacial representada por las puntas Clovis y las preformas bifaciales de extremos indiferencia-dos que seguramente se elaboraron para ser transportadas con facilidad, ya que se pue den transformar en una gran variedad de herra-mientas. La versatilidad de estos bifaciales ha sido estudiada por Kelly y Todd (1988). Los

Figura 14. raspadores recolectados en 2003 (el cuarto es idéntico a uno encontrado en el sur de Arizona).

Figura 15. raspador lateral en lasca grande de cristal de roca.

La industria lítica Clovis sonorense del Pleistoceno tardío/Holoceno temprano

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bifaciales muchas veces se transforman en cu-chillos, taladros y punzones. una de las carac-terísticas diagnósticas de la industria Clovis bifacial, aparte de la acanaladura basal, son las lascas de puente o lasqueos overshot. Este tipo de lasqueo utilizado por los grupos Clovis puede usarse como marcador temporal y cultural. Los grupos humanos que preceden a Clovis no realizan este tipo de lasqueos, difícil de lograr y con una gran posibilidad de romper la pieza.

La industria de navajas está representada por los núcleos poliédricos y de cuña, tabletas obtenidas al preparar la plataforma, navajas de cresta, navajas utilizadas sin ser modificadas y navajas transformadas en herramientas unifaciales. La industria de navajas es muy similar a la observada en el Sitio gault, cerca de Austin, Texas, y aunque hasta ahora no tenemos alguna prueba de las relaciones entre estos dos sitios, las similitudes entre las dos industrias es de considerarse, ya que se piensa que los grupos Clovis se desplazaban a enor-mes distancias.

La otra industria representada es la de nú-cleo-lasca. Ésta es la más simple y con ella se obtienen lascas de núcleos poco preparados, posteriormente las lascas y los núcleos se transforman en raspadores, cepillos, tajadores bifaciales y unifaciales. Es posible que los gru-pos Clovis de El Bajío también hayan utilizado la técnica expedita para hacer algunas herra-mientas. Aunque en el sitio existe una conside-rable industria expedita, en este análisis no se tomó en cuenta ya que es im posible distinguir-la de las industrias líticas arcaicas, y como toda nuestra muestra es de superficie no pode mos saber a cuál de los periodos pertenece.

Los productos obtenidos de estas industrias Clovis indican que los grupos de cazadores y recolectores Clovis tenían campamentos esta-bles y probablemente de larga duración en el sitio, donde realizaban una gran cantidad de actividades cotidianas domésticas, artesanales (raspadores terminales muy finos con espolón) y especializadas (puntas Clovis). Algunos de los conjuntos de herramientas pueden ser

comparables a las herramientas que se encuen-tran en sitios habitacionales permanentes.

Hasta la fecha se desconoce la relación de los grupos de El Bajío con los otros grupos que habitaron en el norte de México y el suroeste de Estados unidos, si bien hemos observado puntas Clovis hechas con el basalto de El Bajío en sitios de la costa central de Hermosillo, y además un raspador terminal muy fino en pedernal rojo parece ser una copia fiel de uno encontrado en el sitio de Murray Spring, en el valle San Pedro, al sur de Arizona (Vance Haynes, comunicación personal, 2003).

El futuro de los estudios de la tecnología lítica Clovis sonorense es muy prometedor. Seguimos investigando los otros sitios paleoin-dios reportados en Sonora y también las co-lecciones que existen en el centro inah Sono-ra, en el Museo de la universidad de So nora y en colecciones privadas. Desafortunadamente, desde la temporada 2003 no hemos podido regresar al Sitio El Bajío, ya que el dueño del rancho donde se localiza nos ha impedido entrar en su terreno y no hemos podido convencerlo de la importancia del sitio para el conocimiento de los primeros pobladores. Esperamos que en el futuro podamos conti-nuar nuestras investigaciones en el Sitio El Bajío y que una vez finalizados nuestros estu-dios podamos tener un panorama completo de la industria Clovis sonorense.

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La industria lítica Clovis sonorense del Pleistoceno tardío/Holoceno temprano

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ResumenEn este trabajo se analiza el complejo lítico chalchihuiteño, se estudian todas las piezas, desde los núcleos hasta los instrumentos utili-zados o los artefactos facetados bifaciales, y se contemplan todos los desechos, desde los más pequeños hasta los más grandes, por medio de la reconstrucción de las cadenas operativas. Se estudia la gestión de la diversidad de materias primas que usaban. En los sitios analizados se constataron todas las etapas de la manufactura. Se registró una variedad de métodos de talla, aunque para la lítica pulida se hallaron pocas evidencias de su manufactura. La mayoría de la lítica corresponde a una talla poco elabora-da para instrumentos sobre lascas de riolita, pero también se encuentra el facetado bifacial para los cuchillos y puntas de flecha. Se exa-minan los distintos métodos de talla hallados y las técnicas de retoque empleadas.

IntroducciónEl presente texto está basado en el estudio que realicé de un valle al norte de Durango, el valle del alto río ramos (figura 1), en el marco del Proyecto Hervideros del Instituto de Investi-gaciones Estéticas de la universidad Nacional

Autónoma de México.1 En este valle localicé por lo menos tres ocupaciones diferentes du-rante la época prehispánica: una anterior a la presencia mesoamericana; otra que correspon-de a la cultura chalchihuiteña, la colonización mesoamericana de la región, y la tercera re-lativa a la ocupación tepehuana procedente del norte y con una tradición distinta de la mesoamericana.

En esta ocasión mi propósito es hacer una caracterización de la lítica chalchihuiteña del norte de Durango basada en el análisis que realicé de la industria lítica hallada en los sitios de dicha cultura en el área de estudio. Para este análisis fue muy útil la comparación con la lítica de las otras dos ocupaciones del valle que he mencionado más arriba, una anterior y otra posterior. El estudio de la lítica de estas otras dos culturas se expondrá en otra oportunidad.

El valle del alto río ramos se localiza al norte de Durango (figura 1). Inicia en la con-fluencia de los ríos Santiago y Tepehuanes, en la cuenca del alto río Nazas, y tras dicha con-fluencia el río adopta el nombre de ramos. Termina 8 km al norte al entrar el río en el cañón de Pichagua. El alto río ramos se halla encua-drado en el final del valle del río Santiago por

1 Este estudio dio origen a mi tesis doctoral, presen-tada en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam en enero de 2005 (Berrojalbiz, F., 2005).

La lítica chalchihuiteña del norte de Durango

Fernando Berrojalbiz Cenigaonaindia*

* Instituto de Investigaciones Estéticas, unam.

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Figura 1. Mapa en el que se señalan las áreas que ocupó la cultura chalchihuiteña, y la ubicación del valle del alto río ramos en el norte de Durango.

su lado noreste, valle más grande y amplio, y que sirvió como un gran corredor norte-sur.

Este espacio tuvo ocupación chalchihuiteña en las dos épocas que los mesoamericanos colonizaron Durango: fase Ayala-Las Joyas (600-1000 d.C.), y fase Tunal-Calera (1000-1300 d.C.). Los materiales líticos analizados pueden corresponder a las dos épocas. El

patrón de asentamiento y el paisaje construido corresponden a una sociedad mesoamericana norteña, en donde la agricultura y el control estratégico y defensivo tenían una gran impor-tancia. El paisaje simbólico construido expre-sa la dualidad y la cosmovisión mesoamericana (Berrojalbiz, F., 2007).

Fernando Berrojalbiz Cenigaonaindia

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Enfoque del análisis líticoEl estudio de la lítica chalchihuiteña se planteó como un análisis de las técnicas y los compor-tamientos técnicos empleados en su manufac-tura.2 Creo que el estudio de la tradición técnica es la mejor aproximación para caracte-rizar a la industria lítica de una cultura y poder dis tinguirla de la de otras sociedades.

Para acercarnos a estos comportamientos técnicos sigo a Marie-Louise Inizan et al., que, al explicar las actividades de talla de las pie-dras, dicen:

Las actividades de talla son sustentadas por proyectos más o menos elaborados identificables a partir de la reconstitución de las cadenas operativas. En las operaciones de talla el pro-yecto está formado a partir de un esquema conceptual, de orden intelectual, que es puesto en aplicación según una sucesión de operacio-nes que se le nombra es que ma(s) ope rativo(s) de talla(s) (Inizan et al., 1995: 15).

Esas actividades humanas, esas técnicas, están regidas por un esquema conceptual de orden intelectual, el cual está totalmente im-pregnado de la cultura de esa comunidad. Por tanto, al estudiar las técnicas, los comporta-mientos técnicos, nos acercamos a la cultura de una comunidad. En el estudio de los comportamientos técnicos es posible detectar elecciones culturales, como pueden ser las diferentes maneras de seleccionar la materia

2 A continuación explico la definición de técnica que utilizo, para la cual sigo a Inizan et al.: “un gesto, un golpe de mano, el empleo de un percutor duro o suave, la interposición de un cincel son ejemplos de técnicas” (Inizan et al., 1995: 30). “Los procedimientos técnicos son cortas secuencias sistematizadas de gestos asegu-rando una preparación: la abrasión de una cornisa, la preparación de un borde antes de la extracción por un golpe de buril, el facetado de un plano de percusión o de presión…” (Inizan et al., 1995: 30). Es necesario se-ñalar que fue Mauss (1947, citado en Inizan et al., 1995: 15) quien estableció la noción de técnica sin objeto material, ya que consideraba las actividades del cuerpo como técnicas, como es el caso de la danza. En este con-cepto de técnica está incluido el gesto, como acción liga-da a la psicomotricidad.

prima para realizar el complejo lítico, el mayor o menor grado de descortezamiento de las piezas, distintas técnicas de percusión o de realizar retoques. Estas elecciones llevan a diferenciar tradiciones técnicas y, por tanto, tradiciones culturales.

Para estudiar esos comportamientos técni-cos, para llegar a conocerlos, he utilizado el concepto de cadena operativa creado por André Leroi-gourhan, que ha servido de fundamento para muchas investigaciones hasta la fecha. Según Inizan:

La cadena operativa, en el estudio de una indus-tria lítica, toma en cuenta todos los procesos, yendo del aprovisionamiento de la materia prima hasta su abandono, pasando por todas las etapas de fabricación y de utilización de un útil. Ella permite estructurar la utilización de los materia-les por el hombre, resituando cada pieza que va resultando en el proceso en un contexto técnico, y ofrece un cuadro metodológico para cada nivel de interpretación (Inizan et al., 1995: 14).

Cada uno de los procesos tiene métodos y técnicas, y están todos interrelacionados o conectados por el esquema operativo, el cual depende del esquema conceptual, como se ha indicado más arriba.

Selección de materialesPara el análisis de la lítica se escogieron las colecciones del estudio del valle del alto río ramos que tuvieran los indicios de menor posibilidad de mezcla y mayor uniformidad, a la vez que ofrecieran las características más diferenciadas entre sí para poder detectar tradiciones distintas. Para la ocupación chal-chihuiteña se pensó que las colecciones más apropiadas eran las de excavación de los sitios La Tutuveida y El Ángel.

La Tutuveida es el sitio de mayor rango del valle, mientras que El Ángel es un pequeño sitio agrícola. Ambas colecciones corresponden a la excavación de una estructura en cada sitio: una plataforma sobre la cual se encontraba un edificio rectangular de dos cuartos contiguos.

La lítica chalchihuiteña del norte de Durango

40

Estudio de los complejos líticosEn este trabajo no me ocuparé de las cadenas operativas de la piedra pulida, que son dife-rentes de las de la piedra tallada, desde la materia prima y su adquisición hasta las técni-cas y los métodos de fabricación. Simplemen-te mencionaré que los instrumentos de mo-lienda como metates y manos, morteros y manos son abundantes. También se encuen-tran en este complejo lítico pulidores y hachas pulidas de garganta (figura 2a).

Cadenas operativas de la lítica talladaLa parte principal del estudio de las coleccio-nes se centró en el análisis de las cadenas operati vas de la lítica tallada. Para el conoci-miento de estas cadenas operativas se orga nizó el estudio en tres apartados principales: 1) estrategias de adquisición de la materia prima: formas de aprovisionamiento; 2) métodos de talla; 3) estu dio de la combinación de bordes útiles en un instrumento. Este último apartado, que se acerca a la acción de uso de las herra-mientas, no se tratará en este trabajo por falta de espacio.

Estrategias de adquisición de la materia prima: formas de aprovisionamiento. El estudio de los aspectos relacionados con la adquisición de la materia prima fue organizado en tres apartados: 1) condiciones físicas del sitio, origen de las ma-terias primas y disponibilidad cerca del sitio; 2) conducción al sitio; 3) procesos y etapas de las cadenas operativas realizadas en el sitio.

Siguiendo a Inizan (Inizan et al., 1995: 27-28), se analizaron ciertas categorías de piezas bien definidas técnicamente que nos pueden ayudar a conocer las etapas de la cadena operativa que se llevaron a cabo en el sitio, con lo cual tam-bién podemos saber cómo llegó la materia prima al mismo, o si llegaron los instrumentos en preformas o como herramientas ya termi-nadas. Esto nos aproxima a conocer las pecu-liaridades de las cadenas operativas de cada grupo, ya que cada uno tiene una forma propia de gestionar la adquisición y transporte de

materia prima, que puede cambiar a lo largo del tiempo, pero que siempre tendrá carac-terísticas propias que singularicen a dicho grupo. Las categorías son las siguientes: ins-trumentos nodulares, núcleos, productos de talla, instrumentos, desechos de talla, lascas de decalotado,3 lascas de decorticado, lascas de corrección de cara de lascado, lascas de reavi-vado de plataformas, instrumentos de faceta-do, desecho de facetado, lascas de adelgaza-miento, lascas extraídas por presión, lascas de reavivado del borde.

La identificación y estudio de las lascas de los procesos de talla, tanto para manufacturar soportes de instrumentos, como de facetado, en toda su variedad, de cara a conocer los pro ce-sos de talla, presentan varios problemas, como lo señala William Jr. Andrefsky (Andrefsky, 1998: 85). En esta investigación se ha tratado de aplicar las definiciones, la terminología que produzca menos confusión y que sea más clara.

El facetado, según Inizan (Inizan et al., 1995: 43-44), se trata de una serie de operaciones de talla cuya finalidad es fabricar un objeto y sólo uno, tallando la materia prima según la forma deseada. En este tipo de talla se encuentra el

3 Merino explica de la siguiente manera las lascas de decalotado y las de descortezamiento: “En el caso de los guijarros el trabajo comienza por la preparación de un plano de percusión, mediante la eliminación de una primera lasca de decapitado o decalotado, sin talón, redondeada, poco saliente, que muestra bulbo y a veces cono de percusión […] A veces las lascas de decalotado se hacen a partir de un plano de percusión preexisten-te, prestado por la presencia de algún plano natural del propio guijarro o alguna irregularidad de su superficie y que por tanto conservará el córtex. Más tarde el traba-jo sigue con la extirpación más o menos extensa del córtex por eliminación de las lascas de decorticado, que también se expulsan por percusión, primero sobre el plano que deja la lasca de decalotado que partió, y posteriormente apoyándose en las sucesivas plataformas que crean las nuevas lascas de decorticado extirpadas. Todas ellas conservan el córtex en mayor o menor proporción, pero no en el talón, como las de decalota-do” (Merino, 1980: 33). He considerado como lascas de decorticado aquellas que tienen entre 75 y 100 por ciento de córtex en la cara dorsal, pero el talón no está totalmente cubierto por córtex.

Fernando Berrojalbiz Cenigaonaindia

41

Figura 2. a) Hacha de garganta, encontrada en el Sitio La Tutuveida. Colección particular en Atotonilco. Dibujo de Anne Leyniers. b) Núcleo: El Ángel. c) Núcleo: La Tutuveida. Dibujos de Françoise Bagot.

La lítica chalchihuiteña del norte de Durango

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facetado bifacial, que se caracteriza por tener dos fases principales: el esbozo y la terminación, en las cuales se conforman las superficies y el objeto en relación a dos planos imaginarios perpendiculares que atraviesan la pieza.

Las lascas correspondientes al proceso de facetado o talla bifacial, especialmente los dese chos de talla, han sido objeto de una cui-dada atención, tanto en las llamadas “lascas de adelgazamiento”, como en las lascas extraídas por presión.4 Se han diferenciado las lascas de adelgazamiento y las extraídas por presión, clasificándolas por su tamaño y materia prima, e incluso algunas de ellas se han identificado como de corrección de cara en este proceso de facetado. Hice una primera distinción por ta-maño formando dos grupos: las que tienen una longitud mayor de 1 cm, y las que tienen 1 cm o menos. Se realizó esta clasificación solamente según la longitud, ya que la anchura y el espesor no incluían mucha variabilidad en la forma. También se analizaron lascas de reavivado del borde de más de 1 cm y menores de 1 cm.

Condiciones físicas del sitio, origen de la materia prima y disponibilidad cerca del sitioLos mesoamericanos utilizaban la variedad de materias primas que encontraban en su entor-no. Las que usaron corresponden sobre todo a rocas volcánicas; la mayor parte son artefactos en riolita, en diferentes etapas de silicifica-ción, y de diferente tipo de grano. También emplearon: pedernal, andesita, calcedonia, arenisca, cuarcita y obsidiana (cuadro 1).

En el alto ramos sólo se hallaron aflora-mientos de riolita, casi todos de grano medio o grueso, y uno de arenisca. Sin embargo, creo que las principales fuentes de abastecimiento eran el lecho del río y los arroyos, por la proporción de piezas elaboradas con cantos de río, incluso con riolita; por la presencia y

4 He analizado características de las definiciones de estas piezas establecidas por los siguientes autores: ro-dríguez, F., 1985, A-28: 58; gaxiola, M., 1989: 34; Kerley, J., 1989: 165; Andrefsky, W., 1998: 118, 115.

proporción de artefactos en pedernal, andesita o calcedonia, materias de las que no he detec-tado afloramientos en el valle y, en cambio, se encuentran en cantos en el río o arroyos; y por la cercanía a estos lechos o arroyos. La Tutu-veida se ubica al borde de la confluencia de dos ríos, y El Ángel al borde de un arroyo importante y a 500 m del río. Numerosos ins trumentos están fabricados en canto de río. Algunos afloramientos se localizan cerca de los sitios o en los mismos sitios, de los que pueden provenir algunas piezas de riolita.

Además, obtenían rocas, como la obsidiana, de yacimientos más o menos cercanos a la Sierra Madre Occidental (40 km aproximada-mente), haciendo pequeños viajes en su busca o mediante intercambio o comercio a una escala de pequeña región. En los yacimientos de obsidiana había campos de nódulos redon-deados de tamaño no mayor a una pelota de tenis, que se extienden por terrenos de una a varias hectáreas o a veces dentro de cuevas. Se trata de depósitos secundarios, que aparecen al azar en varios lugares de la sierra. En los trabajos del Proyecto Hervideros se han detec-tado tres yacimientos de este tipo en la sierra, cercanos al valle del alto río ramos (Berrojal-biz, 2005: 156-158).

El tamaño de los productos de obsidiana, entre 2.6 y 0.6 cm, algunas de ellas lascas de decorticado, confirma que provienen de nódu-los pequeños.

Conducción al sitio en las colecciones analizadasLos pocos instrumentos nodulares recogidos en La Tutuveida (8) y El Ángel (2) son de pedernal, riolita de grano fino y uno de an-desita; varios de ellos son cantos rodados.

De los 17 núcleos de La Tutuveida (figura 2c), creo que 10 fueron descartados, cinco se en cuentran en la etapa de terminación, uno en la de configuración y uno en la de inicialización de la explotación. Esto dificulta también cono-cer del estado en que llegaron al sitio. De los 17 núcleos sabemos que cinco corresponden a cantos de río, y del resto no podemos conocer

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el estado que presentaban al ser recogidos ya que no conservan córtex. Creo que en gran parte la materia prima era transportada hasta el sitio en forma de cantos, recogidos en los dos ríos inmediatos al sitio. Éstos se corresponden con las informaciones de los productos de talla. En El Ángel, de las piezas halladas en excava-ción sólo existen dos núcleos (figura 2b), uno de riolita de grano medio y otro de calcedonia. Estos núcleos son amorfos, parecen haber sido descartados. Por su estado de explotación, es difícil determinar cómo llegaron al sitio.

Analizando los productos de talla de La Tutuveida que están completos, tanto los so-portes de instrumentos como los desechos, observamos que de un total de 714 piezas, 167 presentan córtex, 22.81 por ciento. De los instrumentos específicamente, de 379 piezas, 101 presentan córtex, 26.64 por ciento. De las 167 piezas con córtex, ocho son de decalotado y 39 son de decorticado (figuras 3a y b), la ma-yoría de ellas de riolita. La poca elaboración de los talones y el tamaño más grande de estas piezas parece corroborar que se trata de lascas extraídas en la comprobación del estado del bloque y en la conformación.

En El Ángel, de 165 soportes de instrumen-tos de lasca, 67 tienen córtex. De estas piezas con córtex, 20 son de decorticado y cinco parecen ser de decalotado. Además, hay que añadir tres de decorticado y una de decalo-tado, lascas que no son instrumentos, sino desechos de talla. Corresponden aproximada-mente a 16 por ciento del total de lascas y son en su mayoría de riolita. Los talones de estas lascas de decorticado y decalotado no tienen una preparación muy elaborada.

Junto con las herramientas se hallaron tam-bién 29 lascas que son desechos de talla y 33 fragmentos de desechos de talla. De estos dese-chos 25 son de pedernal de grano fino, 16 son de riolita de grano fino, 17 son de rio lita de grano medio y cuatro de riolita de grano grueso.

En estos dos sitios podemos observar, más por las lascas de decalotado y decorticado que por los núcleos, que había una tendencia a

que la riolita llegara en estado bruto, casi sin verificar, mientras que en el caso del pedernal parece que la tendencia era a que llegara ya verificada la roca. La materia prima llegaba de diferentes ma neras, pero se puede decir que esto indica poca preparación. Llegaba en forma bruta, bloques o cantos de río, con unas pocas extracciones de verificación, o con una puesta en forma muy mínima; incluso cabe la posibilidad de que llegara en forma de grandes lascas. Los bloques de pedernal eran más veri-ficados o más preparados que los de riolita. La obsidiana llegaba en forma de nódulos de pequeño tamaño, o como lascas sin mucha preparación, extraídas de estos nódulos.

Procesos y etapas de las cadenas operativas realizadas en el sitioSobre las primeras etapas de comprobación del estado del bloque de materia prima y conformación de la talla de soportes no cuen to con datos definitivos. Por una parte, existen pocos núcleos y en estado avanzado de explo-tación. Por otra, es difícil hacer conclusiones a partir de la presencia y ausencia de córtex en los productos, y a partir de lascas de deca-lotado y de decorticado. La cantidad de córtex en la cara dorsal de las lascas presenta proble-mas como indicador del estadio o etapa del proceso de manufactura (Andrefsky, 1998: 112, 114). No se debe analizar lascas indivi-dualmente sino las tendencias del conjunto de piezas.

También se hizo un aná lisis para establecer las etapas de la talla en la producción de so-portes en el sitio. A este respecto, las lascas de corrección de cara evidencian la realización en el sitio de la etapa de creación de la super-ficie de tallado y del plano de percusión. La variedad del tamaño de estas lascas y las huellas en la cara dorsal muestran que corres-ponden a la iniciación de la creación de la cara de lascado como sucesivas correcciones y reavivados durante la explotación. De la plataforma de percusión, solamente tenemos cuatro lascas de reavivado de la misma en las

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Figura 3. a) y b) Lascas de decorticado. La Tutuveida. Dibujo del autor. c), d), e) y f) Lascas de adelgazamiento de facetado bifacial. Desecho de facetado. La Tutuveida. c) y d) Dibujos de Françoise Bagot. e) y f) Dibujos del autor. g) e i) Lascas de reavivado de plataforma, utilizadas como instrumentos. La Tutuveida. En g) se aprecia en la cara dorsal la preparación de la plataforma y en la vista inferior los inicios de extracciones a partir de la plataforma. Dibujos de Françoise Bagot. h) Lasca de corrección de cara. Desecho de talla. La Tutuveida. j) y k) Lascas de obsidiana “de forma de concha”. Lascas de desecho. La Tutuveida. Estas tres últimas piezas dibujos del autor.

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dos colecciones. Estas últimas y las lascas de corrección y reavivado de cara corresponden más bien a la fase de explotación plena.

La TutuveidaDe las lascas de corrección de cara de lascado del núcleo, algunas no sirvieron para soporte de instrumento y se consideran como desecho de talla, y otras fueron además utilizadas como instrumento, con o sin modificaciones poste-riores (figura 3h). En total suman 206 piezas, 28.96 por ciento del total de productos de talla.5 De todos los productos de talla, se observaron tres lascas de reavivado de plataforma de per-cusión (figuras 3g, i). Dos fueron utilizadas como instrumentos. una es de riolita de grano fino y las otras de pedernal de grano fino.

Dentro del total de piezas recuperadas se hallaron 31 instrumentos realizados mediante facetado y 12 fragmentos. Se detectaron 293 lascas de desecho de facetado o de talla bifacial (figuras 3c, d, e y f). También se recogieron 10 lascas de reavivado del borde de más de 1 cm, y tres menores de 1 cm, todas de pedernal. Se hallaron 28 instrumentos de una talla poco elaborada para la manufactura de puntas y nueve fragmentos de este tipo de instru-mentos. Las piezas de obsidiana fueron anali-zadas por separado. En el cuadro 3 se detallan las categorías de piezas halladas.

Cuadro 3INSTruMENTOS DE OBSIDIANA.

LA TuTuVEIDA

Núcleos 1

Instrumentos sobre soporte de lasca 8

Lascas de corrección de cara 7

Desechos de talla 39

Instrumentos facetados 8

Puntas de proyectil método poco elaborado 2

Desechos de facetado 8

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5 Para consultar más ampliamente la clasificación de estas lascas y sus propósitos, véase Berrojalbiz, F., 2005, pp. 161-162.

Entre los productos de talla para soportes so bre lasca de obsidiana destacan unas piezas que en la literatura sobre lítica se han llamado “de forma de concha” (figuras 3j y k). Tienen una plataforma grande, un bulbo prominente, ondas de percusión muy marcadas, son más anchas que largas, tienen terminación en charnela y forma general que se asemeja a una concha. Según John E. Clark, son lascas ex-traídas mediante una técnica de percusión muy simple, poco desarrollada, extraídas de la manera más conveniente en cada oportuni-dad (Clark, 1981: 271, 274 y 280).

Se hallaron tres piezas entre los artefactos de obsidiana que parecen corresponder a una técnica de extracción distinta. No tienen una plataforma obvia, sino que presentan un borde o filo como de cuchillo. No tienen un bulbo de percusión, sino una superficie plana, pero presentan las ondas concéntricas bien marcadas (figuras 4a y b). Estos elementos parecen indicar que se trata de la producción de lascas mediante la técnica bipolar. Esta técni ca consiste en colocar una pieza (un pequeño bloque de materia prima, una lasca, etc…) sobre un yunque, el cual es otra piedra, y golpearla con un percutor, también de pie-dra. La dirección del golpe forma un ángulo de 90° con la superficie plana del yunque. Cuando la lasca extraída tiene la misma lon-gitud que el núcleo golpeado, aquélla presen-ta señales de estrellamiento o machacamiento en los extremos proximal y distal (Clark, 1981: 271; Andrefsky, 1998: 120).

En tres lascas halladas el extremo distal está fragmentado, por lo que no se puede observar si había melladuras, desconchados o señales de golpe, como es habitual en estas piezas debido al golpe con el yunque. una de las piezas tiene córtex en toda su cara dorsal, por lo que creemos que aplicaron esta técnica a un nódulo pequeño. En las otras dos hay muy poca cantidad de córtex o no está presente, por lo que aplicaron esta técnica a lascas. Existe una cuarta pieza sobre la que tenemos dudas si pertenece a este tipo de técnica.

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Según los autores citados, esta técnica bi-polar era adecuada para conseguir más instru-mentos de núcleos u otras piezas normalmen-te descartadas por su pequeño tamaño u otras características. Se trataba de aprovechar al máximo la materia prima (Clark, 1981: 274, 279; Andrefsky, 1998: 119).

El ÁngelEn esta colección se hallaron 165 soportes de instrumentos en lasca y se encontraron 36 lascas de corrección de cara. Siete de ellas, las que fueron utilizadas como herramientas, tienen un volumen que tiende a piramidal, de gran espesor. De las que son desecho de talla, 21 fueron extraídas para corregir irregulari-dades en general, y las demás tienen una cla-sificación más específica.

Entre los artefactos de este sitio existen siete instrumentos realizados mediante face-tado, y un fragmento. Se hallaron 34 piezas que son desecho de facetado bifacial. También se detectaron tres lascas de rejuvenecimiento del borde útil, dos de riolita de grano fino y una de pedernal de grano fino. En las piezas de obsidiana, aparte de las herramientas rea-lizadas mediante facetado en este material, que suman tres piezas, se encontraron dos instrumentos en lasca, ambos con retoque, y dos fragmentos de instrumentos.

También se descubrieron cuatro fragmen-tos de nódulos de pequeño tamaño que pre-sentaban córtex por uno de los lados y por el otro evidencias de extracciones. Es posible que estas lascas hayan sido extraídas con una téc-nica bipolar, pero debido a que tienen extrac-ciones posteriores que no permiten observar los rasgos definitorios de este tipo de técnica no se puede asegurar el empleo de dicha téc-nica. Además de los instrumentos y de los nódulos de obsidiana, se recogieron lascas que no sirvieron como soporte de herramienta. Se hallaron dos lascas de corrección de cara de lascado, una lasca de reavivado de plataforma de lascado, dos lascas de desecho de talla y una lasca de rejuvenecimiento de borde útil.

FacetadoAcerca del facetado en general de todas las materias primas en ambos sitios no tengo indicios de las primeras etapas de este tipo de talla. No se puede saber muy bien si se tallaban bloques brutos desde el principio con este tipo de talla o si se usaban productos extraídos de un núcleo, aunque por el tipo de piezas con que se cuenta casi podemos asegurar que la segunda opción es la que se practicaba.

Los desechos que he recuperado no perte-necen a las primeras etapas de la secuencia de reducción. Solamente alguna de las lascas de decalotado y de descortezamiento, que se han comentado más arriba, pueden ser de estas primeras etapas. Los desechos recuperados pertenecen a etapas medias y finales del face-tado, lascas de adelgazamiento y de adelgaza-miento por presión, que corresponden a la cuarta y quinta etapas, según gaxiola (1989: 33-36). En nuestro caso no todas las lascas de adelgazamiento presentan plataforma facetada, como lo señala esta auto ra. Varias de las piezas facetadas son preformas, lo que nos indica que en muchos casos la mayor parte del proceso se realizaba en el sitio. Sobre las piezas de obsidia-na, las conclusiones son muy similares. Creemos que las lascas de adelga zamiento por presión y las que son menores a 1 cm corresponden a la última etapa de ter minación de la pieza.

Después de analizar los diferentes tipos de artefactos de las colecciones de estos dos sitios, he encontrado evidencias de casi todas las etapas o procesos de la talla y el facetado, desde el descortezamiento de los bloques hasta el reto que y reavivado de las herramien-tas, que demuestran que en el sitio se realiza-ban dichas actividades, aunque para el faceta-do no he hallado muchas evidencias de las primeras etapas.

Métodos de tallaTalla de instrumentos nodularesSe analizaron los pocos ejemplares de estos artefactos siguiendo el mismo método que a continuación se explicará para la producción

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Figura 4. a) y b) Lascas de obsidiana extraídas mediante la técnica bipolar. Lascas de desecho. La Tutuveida. c) y d) Lascas con fractura tipo Siret. Lascas de desecho. La Tutuveida. e) y f) Instrumentos sobre lasca realizados mediante retoque con técnica golpe de buril. La Tutuveida. Todos dibujos de Françoise Bagot.

La lítica chalchihuiteña del norte de Durango

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de soportes de instrumentos, si bien se com-probó al final que en las dos colecciones estos instrumentos no tienen un método o técnica de talla especializados.

Talla para la producción de soportes de instrumentosDe los 17 núcleos hallados en La Tutuveida, en 10 de ellos se pueden distinguir las pla-taformas de percusión, la mayor parte de las cuales cuenta con una o dos plataformas (fi-gura 2c). De todas las plataformas obser vadas (16), la mayoría son lisas (13), una es facetada y otras dos se ubican en una superficie con córtex. En cuatro núcleos se observaron huellas de abrasión de cornisa.

Por otra parte, en sólo dos núcleos se de-tectaron extracciones de láminas pequeñas, pero con una técnica no muy buena ya que la curvatura de la cara de lascado no es la ade-cuada, y existen accidentes de talla que no se corrigieron. Las extracciones observadas en los núcleos no demuestran un orden o un esquema elaborado. Estas informaciones nos indican que los métodos de talla usados en estos núcleos no eran muy especializados.

En este conjunto de núcleos predominan los de pedernal sobre los de riolita, pero en ambas materias primas la mayoría de las piezas son de grano fino. A esto se añade que todos, salvo dos, fueron descartados o están en la etapa de terminación, casi agotamiento. De estos aspectos parece desprenderse la tenden-cia de que el pedernal era trabajado hasta el agotamiento y aprovechando al máximo la materia prima, a juzgar por el tamaño peque-ño de la mayoría de los núcleos recuperados.

En El Ángel se hallaron dos núcleos que presentan indicios de haber sido descartados (figura 2b). Las extracciones no tienen ningún orden aparente, y la mayor parte de las plata-formas no están presentes, salvo dos, las cuales no tienen ninguna preparación.

Técnicas de tallaPara la determinación de la técnica de percu-sión hay que conocer los elementos físicos del

lascado: entre ellos destacan el tipo de percutor y la forma de aplicación de la fuerza. Existe una controversia entre los investigadores sobre si se puede llegar a conocer estos elementos por medio tanto de las huellas macroscópicas como de las microscópicas (gonzalez e Ibáñez, 1992: 202). Sin embargo, para poder contar con unas primeras informaciones sobre las técnicas de estos complejos líticos vamos a es-tudiar las huellas macroscópicas, a pesar de que no ofrecen una total seguridad, tomando los resultados como primeros indicios que habrá que verificar posteriormente en estudios más especializados sobre huellas microscópi-cas, etc. (Merino, 1980: 42).

En la determinación de las técnicas de percusión se puede decir que en los dos sitios predomina la percusión directa con percutor de piedra. En las dos colecciones, aproxima-damente en 60 por ciento de los casos no se pudo identificar el tipo de percusión porque el talón está modificado. Del resto, la mayoría de los instrumentos, sobre 95 por ciento, presentan los atributos propios de esta técnica: bulbo abultado, punto de percusión que se adentra bastante en el plano de percusión, siendo el impacto puntiforme. Existe una gran cantidad de piezas bastante gruesas y en los casos que se ha podido detectar cornisa, ésta es generalmente pronunciada. Se observaron unas pocas piezas en las que se aplicó la técni-ca de percusión indirecta. En otras se utilizó la percusión directa con percutor blando para hacer los retoques, y en algunos pocos casos también la presión.

En la talla de soportes de instrumentos y en la talla de instrumentos nodulares co mo per-cutores sólo se hallaron algunos núcleos con evidencias de haber sido utilizados en dicha labor. Aunque existieron muchos más, en estos materiales de excavación no se observaron.

Preparación de plataformasrespecto a la preparación de plataformas, lo primero que destaca es que en más de la mitad de las piezas no se puede identificar el talón

Fernando Berrojalbiz Cenigaonaindia

51

por diversos motivos. Los talones identificables se pueden dividir en formales y casuales.

LA TuTuVEIDA

Formales Casuales

Formales lisos: 86 Casuales sobre córtex: 17

Formales facetados: 2 Casuales puntuales: 11

Formales facetados en ángulo diedro: 3

Casuales sobre plataforma lisa: 32

EL ÁNgEL

Formales Casuales

Formales lisos: 19 Casuales sobre córtex: 13

Formales lisos pulidos: 2

Formales facetados: 5 Casuales sobre plataforma lisa: 16

Las que son sobre córtex o casuales pun-tuales corresponden generalmente a las pri-meras etapas de la explotación del núcleo. El estudio de las plataformas indica que no se utilizaban técnicas complejas en la elaboración de las mismas, lo que deja ver que la talla de los nú cleos no se hacía siguiendo esquemas elaborados. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en la mayoría de las piezas no se puede identificar el talón, por lo que cabe la posibilidad de que hubiera mayor proporción de talones elaborados.

Fractura Siret o retoque apoyadoDentro del conjunto de las piezas estudiadas existen unas con ciertas características espe-ciales halladas en La Tutuveida. Se trata de 23 lascas, de las cuales 14 son instrumentos y nueve son lascas de desecho y que representan 3.22 por ciento del total de productos de talla completos. Estas lascas están partidas siguien-do el eje de percusión, en el punto de impac-to, como si se hubieran partido en dos frag-mentos casi similares (figuras 4c y d). La faceta o cara de esta fractura longitudinal es plana, no presenta bulbo, pero en algunas piezas hay una pequeña depresión junto al punto de impacto. En esta cara, en la mayoría de las piezas observadas, 14 de 23, se distinguen

unas pequeñas estrías que parten del punto de impacto. Otro aspecto que destaca en estas piezas es que todas son de riolita, 14 de grano medio, cinco de grano fino y cuatro de gra-no grueso; es decir, la mayoría no son de grano fino. En mi opinión, se trata de un tipo de accidente de talla llamado “fractura Siret”:

casssure franche d’un eclat en deux fragments suivant l’axe de percussion, qui a longtemps été prise por un burin, ne laisse sur le nucléus qu’une nervure partielle (quand elle est decelable) sur la partie distale du négatif(Inizan, 1995: 36).

Este tipo de accidente es frecuente en las lascas talladas con percutor duro, que son la mayoría en esta colección. Su frecuencia también está relacionada con la calidad de la materia prima (Inizan et al., 1995: 161). En las rocas de grano grueso y poco homogéneo es más frecuente, y, como se ha indicado más arriba, en la colección aparecen en piezas de grano medio y grueso mayoritariamente. Por este motivo, estas piezas tienen el talón mo-dificado. En alguna de ellas esta fractura ha servido para formar un borde puntiforme. En El Ángel se observaron diez piezas que muestran las características que acabo de describir.

Preparación de carasLas lascas de corrección de cara de las dos colecciones representan una proporción bastante importante, alrededor de 25 por ciento de los productos de talla. Corresponden tanto a las etapas de iniciación como a sucesi-vas correcciones y a reavivados durante las si-guientes etapas de explotación. Esto indica que existe cierto cuidado y elaboración para preparar las caras de lascado en los métodos de talla utilizados en el sitio (figura 3h).

En estas piezas de corrección de cara des-taca el hecho de que la gran mayoría son de pedernal de grano fino, 60.67 por ciento. En principio, esto parece señalar que se ponía más cuidado en la explotación, en los métodos de talla de piezas de pedernal fino, que en

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piezas de otras materias primas como riolitas, tanto de grano medio como fino. Las lascas de reavivado de plataforma muestran que existieron algunos métodos de talla con cierta elaboración y cuidado en la explotación de los núcleos.

retoquePara el análisis del retoque Inizan definen siete caracteres (Inizan et al., 1995: 83-84). Los ca-racteres son un conjunto coherente de términos que sirven para describir cada retoque o línea de retoque. Estos siete caracteres, con sus combinaciones posibles, son necesarios para una descripción fiel, pero en cada análisis se puede determinar si todos son necesarios o sólo algunos de ellos. He analizado sólo ciertos as-pectos del retoque, los que, por mi experiencia en estos materiales, parece que podían dar mayor información. Los caracteres que he es-tudiado son: la extensión, la inclinación, la forma o delineación y la morfología.6

En las piezas de las colecciones de los dos sitios destaca la importante proporción de bordes útiles no retocados en relación con los elaborados mediante retoque. En principio, en la colección de La Tutuveida, 44.07 por ciento de los instrumentos no presenta reto-que, y en El Ángel la proporción desciende a 21.82 por ciento. Sin embargo, si se realiza el cómputo de los bordes útiles no retocados, sumando los de las piezas que no tienen reto-que y los bordes sin retoque que se encuentran en piezas con otros bordes retocados (hay que recordar que bastantes artefactos tienen varios bordes), éstos representan 55.13 y 42.24 por ciento de todos los bordes útiles en La Tutu-veida y El Ángel, respectivamente. La gran

6 Las definiciones de estos caracteres están tomadas de Inizan et al. (1995: 146, 148 y 143) y son las siguientes: extensión: es el desarrollo o extensión de los retoques sobre la cara de un objeto; inclinación: designa el ángu-lo que forman los retoques en relación a la cara de donde parten; delineación: designa el diseño que forma un borde creado por una línea de retoques; morfología: forma del retoque.

mayoría de estos bordes sin retoque son filosos (cuadros 3 y 4).

Para realizar los retoques en ambas colec-ciones la técnica principal utilizada fue la percusión directa con percutor duro. En unas pocas piezas se utilizaron otras técnicas, como la percusión directa con percutor blando, y téc-nicas especiales, como el golpe de buril (figu-ras 4e y f) y otro tipo de retoque especial para fa bricar una especie de perforadores diminu-tas de las que hablaré más adelante.

Observando el carácter de extensión en primer lugar, se puede notar que la gran ma-yoría de los retoques son marginales en los instrumentos de los dos sitios, por una mino-ría de retoques invadientes (cuadros 3 y 4 ).

En los cuadros 3 y 4 se pueden observar las relaciones entre los caracteres de extensión, inclinación, morfología y delineación.

Algunos de los retoques hechos con la técnica golpe de buril no se pueden distinguir muy bien de otros retoques singulares utiliza-dos para formar puntas, para despejar las puntas (figuras 5g y h).

Se trata de unos retoques que forman una especie de canto pequeño y estrecho, por lo que no aparecen en ninguna de las dos caras y tienen un perfil cóncavo. Sin embargo, en ocasiones este perfil es casi recto, por lo que se confunde con la faceta de un golpe de buril. Estos retoques se utilizan sólo en los bordes puntiformes, 26 piezas en La Tutuveida y 11 en El Ángel. Con este retoque se consiguen unos bordes puntiformes estrechos y muy finos, en la mayoría de los casos, penetrantes. En muchas ocasiones las piezas son de tamaño muy pequeño, algunas parecen ser lascas de adelgazamiento de facetado, pero se logran unos bordes puntiformes fuertes y efectivos. Algunos se asemejan a lo que en la literatura arqueológica se ha llamado perforadores, pero de un tamaño muy reducido. En ciertos casos este tipo de bordes también se logran median-te dos muescas pequeñas contiguas que dan una forma muy similar al borde de los retoques que acabo de comentar.

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Figura 5. a) Punta de flecha facetada, forma IV.D. Dibujo del autor. b) Punta facetada, forma IV.A. Dibujo del autor. c) y d) Puntas realizadas mediante método poco elaborado, forma IV.C. Dibujos del autor. e) Punta facetada, forma V. Dibujo de Françoise Bagot. f) Punta realizada con método poco elaborado, forma VI. B. Dibujo de Françoise Bagot. g) y h) Pequeñas puntas realizadas con retoque que forma cantos a la manera de pequeñas facetas de buril o por medio de dos muescas contiguas. Estas piezas semejan pequeños perforadores. Dibujos de Françoise Bagot. Todos estos instrumentos provienen de La Tutuveida.

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Cuadro 4LA TuTuVEIDA. CArACTErÍSTICAS DE LOS BOrDES DE LOS INSTruMENTOS

SOBrE SOPOrTE DE LASCA CON rETOquE Y SIN rETOquE*

sr

r

cc gb

m in

pu fi ro me pu fi ro me pu fi ro me

Forma de bordes Es La Esc Es ToTal

Puntiforme 7 26 3 85 8 129

recto 85 6 12 8 3 1 10 1 126

Convexo 108 3 6 5 2 6 1 3 134

Muesca 1 16 12 5 1 35

recto corto 32 3 8 1 2 5 6 57

Convexo corto 20 2 7 3 10 5 1 48

Denticular 6 4 9 1 1 1 22

Cóncavo 13 2 4 4 23

Cuchara 2 2

Bisel 1 1 2 7 5 1 1 18

Convexo-Cuchara 1 1

Convexo- Cóncavo 7 1 1 9

* Los significados de las siglas utilizadas en el cuadro son los siguientes: sr: sin retoque; r: con retoque; pu: pun-tiforme; fi: filoso; ro: romo; me: medio; Cc: retoque que forma una especie de canto pequeño y estrecho y con un perfil cóncavo; gb: golpe de buril; Es: escaleriforme; La: laminar; m: marginal; in: invadiente.

En la relación entre las formas de bordes de los instrumentos en general y el retoque existen algunas diferencias: en la formas recto, convexo, convexo-cóncavo y recto-corto la gran mayoría de los bordes no tienen retoque. En las formas convexo-corto y cóncavo hay más bordes sin retoque, pero no hay mucha dife-rencia respecto a los bordes con retoque. En cambio, en los bordes puntiforme, muesca, denticulado y bisel la gran mayoría de los bordes tienen retoque. Los bordes puntifor-mes destacan por ser los que tienen más varie-dad en cuanto al retoque tanto en la extensión, como en los reto ques especiales: golpe de buril o los retoques singulares para despejar puntas en forma de perforadores.

Al relacionar aspectos del retoque con los métodos de talla se ha observado que los arte-factos que tienen una gran cantidad de córtex, piezas de decalotado y de decorticado, en la

gran mayoría de sus bordes no tienen retoque. En estas piezas los bordes más abundantes, con diferencia, son los convexos y los rectos. Pare-ce que estas piezas de decorticado y de deca-lotado se utilizaban con los bordes según re-sultaban de la extracción, en su gran mayoría filosos, sin necesidad de retoques.

FacetadoEn muchas investigaciones arqueológicas para el estudio de la lítica sólo se toman en cuenta las piezas más formales, generalmente las realizadas mediante facetado. En mi investiga-ción he hecho un estudio del complejo lítico completo, y analizándolo todo en conjunto es como voy a caracterizar cada complejo.7 De cara

7 No estoy de acuerdo en estudiar únicamente o con mayor cuidado las piezas realizadas mediante facetado, puntas cuchillos, etc., y sacar conclusiones culturales y

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al análisis de las piezas facetadas, mi intención ha sido fijarme no sólo en la forma, sino tam-bién en las técnicas de manufactura y en los aspectos estudiados en el resto de los instru-mentos. De esta manera se han relacionado estas informaciones de las herramientas hechas mediante facetado con las del resto de instru-mentos de la colección para comprender en conjunto los métodos, los esquemas operativos y el sistema técnico de la lítica.

realicé el análisis de la forma y de otros elementos de cada instrumento, como son: el

temporales a través de una clasificación casi exclusiva-mente formal, comparándola con otras tipologías, como la tipología de puntas de flecha de Texas, en el caso de los estudios del norte de México y sur de Estados unidos. Para consultar críticas a las tipologías formales como la tipología de puntas de flecha de Texas, sobre el carácter estático de estas tipologías frente al dinámico del conjun-to de los restos líticos, y al hecho de tomarlo como mo-delo para el estudio lítico del norte de México véase: rodríguez Loubet, 1985: 68; Niederberger, 1976: 67 y 68; y Andrefsky, 1998: 29 y 37.

soporte sobre el que se elaboró, si fue sólo facetado o facetado bifacial, el tipo de retoques en su manufactura, las huellas de uso, si se trata de una preforma o instrumento termina-do, el tipo de sujeción y las dimensiones. Para la des cripción formal seguimos la nomencla-tura de rodríguez Loubet (1985: 102 y A-26) y de Bagolini (citado en Merino, 1980).

He realizado una ordenación simple de estos instrumentos según la forma únicamente para fines de una mejor organización del trabajo, sin afán de emprender una verdadera tipología. Incluyo aquí la lista de las categorías generales de la tipología analítica que realicé de los ins-trumentos facetados (figuras 5a, b y e).8

8 Para conocer la tipología al completo, con las subdivisiones de las categorías generales, así como todas las características de las piezas, se puede consultar mi tesis doctoral (Berrojalbiz, F., 2005) o el libro de próxi-ma aparición (Berrojalbiz, F., en prensa).

Cuadro 5EL ÁNgEL. CArACTErÍSTICAS DE LOS BOrDES DE LOS INSTruMENTOS

SOBrE SOPOrTE DE LASCA CON rETOquE Y SIN rETOquE

sr r

sr

si cc gb

m in

pu fi ro me pu fi ro me pu fi ro me

Forma de bordes Es La ToTal

Puntiforme 17 3 10 7 43 3 2 85

recto 53 5 4 3 8 4 4 81

Convexo 35 10 10 1 2 2 60

Muesca 35 1 36

recto Cort 12 1 9 6 5 33

Convexo C. 8 3 3 2 1 17

Denticular 1 5 2 5 1 14

Cóncavo 2 3 5

Cuchara 3 1 4

Bisel 1 1

* Los significados de las siglas utilizadas en el cuadro son los siguientes: sr: sin retoque; r: con retoque; pu: punti-forme; fi: filoso; ro: romo; me: medio; Si: fractura Siret; Cc: retoque que forma una especie de canto pequeño y estrecho y con un perfil cóncavo; gb: golpe de buril; Es: escaleriforme; La: laminar; m: marginal; in: invadiente.

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PuNTAS1. Puntas con pedúnculo2. Puntas con pedúnculo en un lado de la base3. Puntas con base cóncava4. Puntas con base cóncava y muescas5. Puntas con base recta y muescas6. Puntas triangulares de base recta7. Puntas de forma foliácea8. Puntas de forma amigdaloide9. Puntas triangulares alargadas

10. Punta con zona de sujeción o enmangue ancho11. Bifaciales 12. Puntas con bordes denticulados

Talla poco elaborada para la manufactura de puntasSe trata de un método de talla que utiliza como soportes lascas para fabricar puntas. Consiste en una talla muy simple, en la que no se persi-gue que existan dos caras convexas simétricas, ni tampoco los márgenes son simétricos, como en el caso del facetado bifacial. No se regula-riza la cara dorsal, ni se quitan las imperfec-ciones ni las aristas prominentes. Los retoques no cubren la totalidad de ninguna de las dos caras y tampoco son invadientes. En muchas ocasiones no se hace un trabajo fino de termi-nación de los márgenes y el filo queda muy irregular (figuras 5c, d y f).

Esta talla imita las formas de los instrumentos realizados mediante facetado bifacial que se encuentran en el sitio. Tal imitación también se produce en cuanto a la forma de sujeción, pero con una elaboración mucho menos cuidada. Se puede decir que no es una talla especializada, sino que puede practicarla cualquier persona sin muchos conocimientos de talla. Al parecer, la intención es crear instrumentos que tengan una función parecida a la de las puntas con facetado pero con el mínimo trabajo posible o sin una especialización en la talla de instru-mentos, por lo que resultan unas herramientas de factura tosca. Se ha seguido la misma nu-meración para la clasificación de la forma de estos instrumentos que la empleada en los instrumentos facetados.

El facetado en las colecciones analizadasLos instrumentos manufacturados mediante facetado se elaboraron con rocas de mejor calidad, como riolita de grano fino, pedernal de grano fino y obsidiana (figuras 5a, b, e). Por el tamaño de las herramientas y porque en algunas no se borraron los elementos que las identifican como lascas, se puede decir que en muchos casos las piezas origen sobre las cuales se realiza el facetado son lascas. En el caso de los instrumentos de obsidiana, las lascas extraídas por percusión directa o por la técnica bipolar son más adecuadas que los nó-dulos seudoesféricos para la manufactura de instrumentos mediante facetado.

una cuarta parte de las piezas con trabajo de facetado en La Tutuveida y una séptima parte en El Ángel, tanto de obsidiana como de otras materias primas, son preformas en las que los bordes no están acabados, no se ha realizado la parte final de una terminación fina, tampoco se ha definido si su modo de sujeción va a ser con enmangue o no, y no parecen tener huellas de uso. Entre estas preformas hay algunas que están en un estadio más definido como instrumentos y otras en un estadio de menor definición. En estas piezas se puede observar que el soporte sobre el que están hechas son lascas.

La presencia de estas preformas en distintos estadios, junto con la abundancia de desechos de facetado, indica que casi todo el proceso de facetado se realizaba en el sitio, aunque no tengamos muchas evidencias de las primeras etapas. Todos los instrumentos realizados mediante facetado, salvo tres, corresponden a puntas. De las 40 piezas, en 28 casos se puede decir que se manufacturaron para ser enmangadas, en cuatro casos existe la duda y en ocho no presentan elementos para ser enmangadas. Esto indica que la mayoría de los instrumentos elaborados mediante faceta-do, que corresponden a puntas, fueron reali-zados para ser enmangados.

He comparado estas piezas de facetado con las estudiadas por Spence (1971) y Foster

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(1978). En esta comparación no se puede ir mucho más allá de la forma, y tampoco muy adecuadamente ya que en mi opinión estos trabajos presentan varios problemas (Berro-jalbiz, 2005: 191-194). Al comparar las piezas que se pueden observar en los estudios de Foster y de Spence (las fotografías en el traba-jo de Spence y los dibujos en el de Foster no permiten hacer una comparación adecuada) con las piezas de la colección que he estudia-do, y enfatizando que casi exclusivamente el único aspecto que se puede comparar es la forma, se han detectado similitudes entre al-gunas piezas.9 En El Ángel no se han encon-trado piezas manufacturadas con la talla poco elaborada para la manufactura de puntas.

Caracterización de la lítica chalchihuiteña del norte de DurangoLas dos colecciones de La Tutuveida y El Ángel, en mi opinión, ofrecen una representación suficiente de todo el complejo lítico de la cultura chalchihuiteña en esa área, de mane-ra que se puede caracterizar dicho complejo. Estas dos colecciones presentan un gran nú-mero de similitudes en los diferentes ámbitos de la cadena operativa que he analizado, como se comprobó en todo el trabajo, por lo que se puede afirmar que pertenecen a la misma tradición de manufactura, la industria lítica chalchihuiteña. Aunque no está suficiente-mente representada, las evidencias permiten conocer en cierta manera cómo era la industria de la lítica pulida. Se manufacturaban metates y sus manos, morteros y sus manos, pulidores, y hachas de garganta típicas del norte, entre otros artefactos pulidos. Eran parte importan-te de sus instrumentos líticos.

En la obtención de la materia prima desta-ca la variedad de rocas que utilizaban. Los chalchihuiteños se procuraban esta materia prima sobre todo en el entorno inmediato, en

9 Para consultar más detalladamente la comparación con los trabajos de Spence y Foster se puede consultar mi tesis doctoral (Berrojalbiz, 2005: 191-194, 223).

los lechos de ríos, arroyos y en afloramientos rocosos, con un buen conocimiento de la va-riabilidad de rocas existentes. Además, obte-nían otras materias primas, obsidiana y basal-to, de una región circundante más amplia pero no muy alejada, como la parte alta de la Sierra Madre Occidental, por medio de pequeños viajes o comercio a pequeña escala.

Los chalchihuiteños trataban de diferente manera las distintas materias primas y les daban un uso diferente (cuadros 1 y 2). Las rocas con una mejor calidad para la talla, el pedernal, la riolita de grano fino y la obsidiana eran traba-jadas con métodos y esquemas operativos más elaborados que las otras materias primas. La mayoría de los bloques de pedernal eran conducidos al sitio una vez que habían sido verificados y puestos en forma levemente, al contrario que los de riolita de grano medio y grueso, que eran descortezados en el sitio. En el proceso de talla se ponía más cuidado en los núcleos de pedernal a la hora de la creación de las superficies de lascado, como en el rea-vivado de plataformas. Los núcleos de esta materia prima generalmente se explotan hasta el agotamiento. También la obsidiana se aprovecha al máximo, aunque en este caso se relaciona con su tamaño y su mayor escasez.

Los instrumentos con una mejor factura: el facetado bifacial, son realizados en estas tres rocas de mejor calidad, riolita de grano fino, pedernal y obsidiana, aunque resalta que las herramientas en obsidiana no sean las más elaboradas, sino que en las otras dos materias primas la manufactura es de la misma alta calidad. Todo lo anterior indica que buscaban combinar las propiedades de diferentes ma-terias primas con diversas funciones de las herramientas que querían construir (cuadros 1 y 2). En los sitios El Ángel y La Tutuveida hemos encontrado evidencias de casi todas las etapas o procesos de la talla y el facetado, desde el descortezamiento de los bloques hasta el retoque y reavivado de las herramientas, que demuestran que en el sitio se realizaban dichas actividades.

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En El Ángel y La Tutuveida se han detecta-do varios métodos de talla utilizados por los chalchihuiteños. Además de la talla de instru-mentos nodulares, existía un método poco elaborado para la fabricación de instrumentos sobre lasca, un método poco elaborado para la manufactura de puntas, algo de talla laminar muy poco desarrollada, el facetado bifacial para la creación de puntas de proyectil y cu-chillos principalmente, e indicios de una po-sible extracción bipolar en el caso de los nó-dulos de obsidiana. Esto indica que los mesoamericanos dentro de su tradición técni-ca utilizaban una variedad de métodos y téc-nicas para la talla de sus diversas herramientas (cuadros 1 y 2). Había métodos simples que podían ser empleados por la mayoría de los miembros de la comunidad sin un gran entre-namiento, y métodos que requerían especia-lización, que sólo personas adentradas en el conocimiento de los mismos podían llevarlos a cabo. Teniendo en cuenta esta idea, se puede pensar que existían especialistas en ciertos métodos de talla, como por ejemplo en el fa-cetado bifacial.

En la lítica chalchihuiteña destaca la propor-ción de instrumentos sin retoque y de bordes útiles sin retoque en la totalidad de los artefac-tos, entre 42 y 55 por ciento de los bor des de los instrumentos no tienen retoque (cuadros 4 y 5). En muchos casos utilizaban las lascas con los bordes tal y como resultaban de la talla, mayoritariamente bordes filosos de formas convexas y rectas, que ofrecían los mejores filos. Para los instrumentos y bordes con retoque se puede encontrar una variedad de técnicas; además de la percusión con percutor duro y con percutor blando, existe la presión, sobre todo en instrumentos facetados, y el golpe de buril, como también otros tipos de retoque, como el que se describió para la fabricación de las pe-queñas puntas fuertes y penetrantes. En el análisis de la lítica también se realizó un estu-dio sobre la combinación de bordes útiles en los instrumentos, ya que una buena parte de ellos presentan varias zonas útiles, en relación

con ciertos aspectos de su utilización, como el gesto de uso y la sujeción de las piezas. Este estudio se está completando y será presentado próximamente.

En los dos sitios chalchihuiteños se registra la misma tradición técnica de manufactura, las mismas cadenas operativas y los mismos métodos. Sin embargo, se han observado al-gunas diferencias entre los dos sitios en cuanto al retoque y al tipo de instrumentos. En El Ángel existe una mayor proporción de instrumentos con golpe de buril, y asimismo una mayor proporción de bordes puntiformes, realizados con una gran variedad de técnicas. En Tutuveida, por su parte, la proporción de instrumentos sin retoque es sensiblemente mayor, y en este sitio el grueso de los instru-mentos con gran proporción de córtex no tienen retoque, al contrario que en El Ángel, donde la mayoría de estos instrumentos sí lo tienen. Estas diferencias quizá pueden estar reflejando que se realizaban algunas activida-des distintas en El Ángel y en La Tutuveida.

Con base en los trabajos del Proyecto Hervi-deros, es necesario señalar que uno de los ins-trumentos formales que se presentan como tí-picos de la industria lítica chalchihuiteña del sur de Durango, que es el raspador frontal de forma circular con pedúnculo alargado, no se ha hallado en el norte de Durango.

Para esta caracterización de la lítica chal-chihuiteña ayudó mucho la comparación con las otras dos tradiciones líticas detectadas en el valle. una anterior, que a grandes rasgos se caracteriza por usar sólo materia prima de un cerro, no tener artefactos de piedra pulida, como metates y hachas, por tener únicamente dos métodos de talla poco elaborados para instrumentos nodulares o sobre soporte de lasca, no tener instrumentos formales ni face-tado, es decir, puntas de proyectil, por presen-tar los instrumentos una gran proporción de córtex, y tener casi todos retoque aunque irregular. La otra tradición lítica es posterior y tiene características intermedias entre las dos anteriores. utiliza poca variedad de materia

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prima, la mayor parte de la cual es de riolita. Se encontraron pocos instrumentos de mo-lienda, no se hallaron instrumentos facetados, y escasos formales. Existe un alto porcentaje de piezas que provienen de cantos de río, así como de córtex presente. Hay una tendencia hacia una presencia alta de retoque, aunque no elaborados, más bien irregulares

Finalmente, en la comparación de esta líti-ca chalchihuiteña con los estudios sobre los materiales líticos tallados de tres sitios del área de Tula (Hidalgo) (rees y Jackson, 1990), que corresponden a la cultura Coyotlatelco, se observaron varias semejanzas, entre ellas las más importantes son:

Mismas estrategias: de adquisición de la materia prima, sobre todo en el aprovecha-miento de los afloramientos rocosos en los sitios o cercanos a ellos; y en la gestión dife-rencial de la materia prima.

Tallaban en el sitio: evidencias de casi todas las etapas de la manufactura.

Los núcleos no tienen una preparación elaborada de la forma ni preparación sistemá-tica de la plataforma.

Existen piezas que tienen el talón grande y el ángulo del talón con la cara ventral es oblicuo.

Existe una proporción alta de instrumentos o de bordes útiles que no han sido retocados, que se utilizan con los filos tal y como salieron de la extracción del núcleo.

La gran mayoría de los retoques son por percusión directa. En general no son muy cuidados ni regulares, y la mayor parte son marginales. Existen unas pocas piezas que tienen golpe de buril. Muy pocos ejemplares tienen retoques por presión.

Muchas de las piezas son instrumentos con varios bordes.

No quiero dejar de señalar también las diferencias más importantes:

La materia prima local disponible en el área de Tula es el basalto.

La obsidiana llega ya procesada en forma de navajas prismáticas en el área de Tula.

En las industrias Coyotlatelco existen muy pocos instrumentos en materias primas, que no son obsidiana, que han sido trabajados mediante el facetado.

A pesar de estas diferencias, en general destaca la existencia en ambas culturas de varios métodos de talla a la vez: 1) método poco ela-borado para talla de instrumentos nodulares, 2) método poco elaborado para talla de instru-mentos sobre soporte de lasca, y 3) facetado para puntas y cuchillos. Los sitios analizados en Durango y los de Tula coexistieron en el perio-do 600-900 d.C. (para conocer más ampliamen-te esta comparación consúltese Berrojalbiz, 2005: 307-311). Esta comparación aporta más elementos a la idea que señalan Mastache g. y Cobean r. (Mastache et al., 1990: 19), Braniff (1992) y Hers (1989), de que una buena parte de la composición de la cultura Coyotlatelco procede del norte, entre otras, del área chal-chihuiteña, que después contribuirá de mane-ra importante en la formación de Tula.

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IntroducciónLa gran metrópoli de Teotihuacan fue la mayor entidad económica y política del Altiplano Central que existió entre 200 a.C. y 650 d.C. Su fulgurante expansión y poderío económico fueron resultado de las estrategias programadas por el Estado teotihuacano para que la ciudad se consolidara como el principal y más impor-tante centro productor de una gran diversidad de bienes artesanales de su tiempo. El siste-ma de producción generó y contó durante varios siglos con las condiciones necesarias para el desarrollo y sostén de la manufactura a gran escala, en tanto que el Estado teotihua-cano promovió el intercambio de diversos productos en el ámbito regional. De esta ma-nera, la pro ducción artesanal y el intercambio regional se constituyeron como los sectores más prominentes de la economía de la ciudad. La producción de otra clase de bienes destina-dos a las elites de muchos sitios bajo el control del Estado, o intercambiados como presentes con los gobernantes de sitios en regiones leja-nas, llevaba impresos los símbolos del poder y la ideología de Teotihuacan, si bien, su pro-ducción no tuvo el mismo impacto económico que aquella destinada a satisfacer la enorme demanda del mercado regional.

A lo largo de este escrito intentaremos re-construir la cadena operativa, que básicamen-te consiste en identificar las herramientas, el orden de los diferentes momentos de la acción y las técnicas utilizadas en la manufactura de las máscaras en los talleres de lapidaria de La Ventilla, en Teotihuacan.

GeneralidadesLa mayoría de las máscaras teotihuacanas conocidas, pertenecientes a colecciones pri-vadas o expuestas en museos de México y el extranjero, carecen de datos sobre el contex-to de su hallazgo, pues casi todas han sido producto de saqueos. Situación que dificulta inferir la función y los usos específicos que pudieron tener esta clase de objetos. Por el contrario, son pocas las máscaras de las que se tiene más información sobre el contexto en el que se localizaron. Entre estos casos, pode-mos mencionar una máscara en piedra verde (elemento 30), de 25 cm de largo, localizada por Jesús Sánchez (1999) sobre el último piso de ocupación (fase Metepec 550-650 d.C.) del Conjunto Noroeste del río San Juan, durante los trabajos del Proyecto Arqueológico Teo-tihuacan 1980-1982. A decir del autor, esta máscara pudo probablemente haber estado en un nicho del templo principal del conjun-to (Jesús Sánchez, comunicación personal 1999, en Lara, 1991) (figura 1). Otra máscara * Dirección de Estudios Arqueológicas, inah.

La cadena operativa en la fabricación de máscaras en los talleres de lapidaria

de La Ventilla, Teotihuacan

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de pie dra verde, cubierta con estuco pintado de negro y cina brio, fue encontrada al condu-cir la exploración de la Estructura 52 (Con-junto Noroeste del río San Juan). Otra más fue hallada sobre el piso de la habitación 5 del Conjunto 1D, en el complejo de La Ciudade-la, también durante los trabajos del mismo proyecto.

En el barrio de La Ventilla se localizaron tres máscaras completas. una fue registrada sobre el piso de la plaza principal del Templo del Barrio, la cual pudo ser extraída y olvidada por los mismos teotihuacanos que intentaban recuperar la ofrenda depo sitada en el núcleo del altar central (Sergio gómez, comunicación personal, 2007). Sin embargo, dada la asocia-ción que mantenía con el altar al momento del hallazgo, es probable que este elemento hubiese sido resguardado en el interior del mismo (de manera semejante al elemento 30 antes mencionado) para ser usado en ocasio-nes específicas, desde luego, antes de que el conjunto fuera abandonado y destruido en parte por los propios teotihuacanos.

Otra máscara completa pero aún en proceso de manufactura (elemento 59) fue descubierta sobre el piso de la unidad 18 del Conjunto Ar-quitectónico A, conformado por varias unidades domésticas y talleres dedicados a la producción lapidaria. En otras unidades del mismo conjun-

to fueron localizados fragmentos de máscaras, lo que indica que en este lugar se producían ésta y otra clase de objetos lapidarios.

La tercera de las máscaras (elemento 73) fue elaborada en piedra verde, pero en un formato más pequeño que las anteriores. Se localizó en un relleno de la fase Xolalpan tardía, en el Conjunto Arquitectónico B, residencial, ocupado por grupos de elite (gómez, 2000).

En la colección de la ceramoteca y en el Mu seo de Sitio de la Zona Arqueológica de Teotihuacan se resguardan fragmentos de otras máscaras, pero en ningún caso se tiene información suficientemente precisa sobre su contexto.

MetodologíaPara la reconstrucción de la cadena operativa seguida en la manufactura de máscaras en los talleres de La Ventilla se ha partido de la defi-nición y reconocimiento de los espacios de trabajo como talleres de producción lapidarios. Se han considerado diferentes niveles de análi-sis que van desde la descripción y reconocimien-to de las características formales de los espacios de producción, hasta la inferencia de aspectos complejos del sistema económico y social, pa-sando por la reconstrucción de la cadena ope-rativa; es decir, de la identificación de cada uno de los pasos seguidos en la elaboración de los objetos, desde su concepción en la mente del artesano hasta llegar al producto final.

Tomando en consideración lo postulado por J. Clark (1989) sobre los elementos nece-sarios para identificar un taller de producción, se concluyó que varias de las unidades domés-ticas de uno de los conjuntos habitacionales explorados en La Ventilla cumplen con una serie de criterios y por tanto que funcionaban como talleres. Según Clark, los talleres son:

lugares delimitados donde los artesanos regular-mente llevaban a cabo algunas actividades, para hacer productos, también especializados, desti-nados a venta o intercambio. La variación entre los talleres se basa en la materia prima, la forma de la materia prima, las técnicas de manufactura,

Figura 1. Máscara de piedra verde con cinabrio, localizada en el Conjunto Noroeste, Teotihuacán, por Jesús Sánchez. Foto M. Morales.

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los instrumentos de trabajo, los productos, el tamaño del lugar de actividad, el nivel de pro-ducción, o sea la cantidad o calidad de productos fabricados, el número de artesanos y su ubicación y/o relación con el resto del sitio y del yacimien-to de la materia prima, es decir su papel en la economía del sitio. El estudio de los talleres requiere la diferenciación entre estas variables (1989: 213).

En otro estudio que realizamos sobre la producción lapidaria (gazzola, 2005b) y la ela-boración de cuentas en los mismos talleres (gazzola, 2005a) se consideraron estas varia-bles. Sin embargo, también se contempló que la descripción de un taller debe precisar la ubicación del lugar o lugares de producción, su relación entre sí y otras actividades, estable-cer la cronología del lugar de trabajo, especi-ficar no sólo cuáles eran las materias primas trabajadas, sino también su procedencia. Pos-teriormente, planteamos que el análisis de los materiales debe establecer la categorización de las herramientas y el reconocimiento de las técnicas empleadas en la producción y, en la medida de lo posible, definir la clase, tipo y variedad de objetos elaborados.

En concreto, es necesario partir de la ca-racterización de los centros de manufactura como talleres de producción, continuar con la identificación de las herramientas y las técnicas y con la distinción de los diferentes procesos de la cadena operativa, para finalizar infiriendo algunas particularidades sobre la organización técnica y social del trabajo, la especialización y dedicación a actividades concretas de un individuo, un grupo domés-tico o de todos los ocupantes de un conjunto o una comunidad; determinar el volumen de la producción, el estatus social y origen étnico de los artesanos, las formas de control y pro-piedad de los instrumentos de trabajo, y final-mente, el destino de la producción y su inci-dencia en la economía de la sociedad.

En este sentido, debo señalar que varios autores dedicados al estudio de la producción artesanal en Teotihuacan han presentado sus

deducciones sin haber explorado nunca ningún taller, algo que resulta esencial para conocer cómo y de qué manera se organizaba la producción y la economía de Teotihuacan, pues como señalé antes la producción artesa-nal y la distribución debieron ser la base del sistema económico. Hay autores que incluso han mencionado la presencia de talleres sin contar con los elementos suficientes para dar sustento a sus hipótesis (Turner, 1987, 1992; Widmer, 1987, 1991). Por lo anterior, consi-dero pertinente la necesidad de describir y caracterizar con rigor los espacios estudiados y tratar de distinguir el contexto y nivel de una actividad productiva. Esto es imprescin-dible para definir, por ejemplo, si la produc-ción estaba destinada al autoconsumo o al intercambio.

A propósito de la cadena operativa, Leroi-gourhan (et al., 2005) dice:

En la ejecución de todo acto técnico intervienen una o varias materias, objetos-herramientas, gestos o fuentes de energía así como factores humanos complejos. una acción sobre la mate-ria se divide en cadenas operativas, término que designa la sucesión efectivamente realizada –o una fracción coherente de aquélla– de todos los gestos y lo que las sustenta para conducir de una materia prima a uno u varios productos. En una cadena operativa se pueden distinguir secuencias marcadas por un cambio de operación (prepa-ración, producción propiamente dicha, reaco-modamiento, etc.), o de técnica (cambio de herramienta o de gesto). Estas secuencias pue-den ser ellas mismas separadas en unidades más finas, hasta la última, que es el gesto. Postu lable para estudiar toda actividad técnica, porque fundada sobre una lógica físico-química, la no-ción de cadena operativa sirve para poner en orden en la lectura y/o en la clasificación, en sus tiempos y lugar, los diferentes momentos de una acción técnica. De las secuencias mismas pueden ser identificadas si han sido efectuadas fuera del sitio, o si faltan sus productos.

Los factores humanos complejos que intervie-nen en la realización de la cadena operativa son:

un rico conjunto de conocimientos que com-prenden un registro de modalidades de acciones,

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o “maneras de hacer”, así como las representa-ciones mentales, o “maneras de ver”, que guían al actor en su enfoque, ambos organizándose en un “esquema conceptual” subyacente a toda ca dena operativa.

un saber-hacer que permite combinar y adap -tar al buen momento los diversos conocimien-tos (saber-hacer imaginado) y de ejecutar co-rrec tamente los gestos necesarios (saber-hacer motor).

La suma de las cadenas operativas realizadas, cuyos restos conforman un conjunto arqueoló-gico, permite al observador construir una o algu-nas cadenas operativas “tipo”, o bien “esquemas operativos”, que le permiten caracterizar su conjunto en términos tecnológicos (métodos y técnicas, de talla, de fabricación de cerámica o de metalurgia por ejemplo) y emprender una clasificación de los rasgos técnicos según criterios funcionales. El conjunto coherente de las cadenas operativas de tratamiento de un mismo material se organiza en un “proceso técnico”. La interac-ción de diferentes procesos remite a la noción de sistema técnico de un grupo humano, y porque toda actividad técnica es portadora de significados sociales, el análisis de las actividades técnicas a través el estudio de las cadenas operativas obser-vadas y restituidas permite enriquecer nuestros conocimientos sobre las culturas prehistóricas.1

El Conjunto Arquitectónico A de La VentillaLos trabajos de excavación emprendidos en La Ventilla entre 1992 y 1994 permitieron la liberación de varios conjuntos asociados cada uno con funciones y actividades diferentes. El identificado como Templo del Barrio y el Conjunto de Los glifos fueron relacionados con funciones y actividades de carácter insti-tucional, en tanto que otros con juntos, con la residencia de los grupos domésticos de elite, y otros más con la vivienda de los grupos de la clase trabajadora.

El estudio comparativo de los materiales recuperados en cada uno de los conjuntos y

1 El término “gesto” ha sido traducido textualmente de la definición en francés de Leroi-gourhan y en este escrito se emplea como sinónimo de acción o acto.

el procesamiento integral de la información generada luego de más de una década de in-vestigación han permitido plantear algunas hipótesis sobre la organización económica y social de los barrios de la ciudad, así como proponer que la principal actividad económi-ca del barrio fue la producción lapidaria y objetos de concha (gómez, 2000).

uno de los conjuntos habitacionales explo-rados casi completamente fue denominado como el Conjunto Arquitectónico A, espacio ocupado por grupos domésticos probablemen-te emparentados y relacionados por la actividad que desarrollaban en cada una de las unida-des que lo componen. Con diversas materias primas, los ocupantes del conjunto fabricaban una gran variedad de objetos lapidarios y obje-tos de concha destinados para el intercambio.

El Conjunto Arquitectónico A de La Ventilla funcionó como un importante centro de pro-ducción, desde la fase Tlamimilolpa temprana (200-250 d.C.), hasta finales de la fase Metepec (650 d.C.), cuando el conjunto fue abandona-do de manera súbita, dejando sus ocupantes sobre los pisos muchos de los utensilios emplea-dos cotidianamente. Múltiples evidencias indi-can que los grupos domésticos que ocuparon este conjunto estuvieron involucrados en una o varias actividades relacionadas con el trabajo artesanal (gómez, 1996, 2000).

El Conjunto A se compone al menos de 20 unidades que se distinguen entre sí por tener cada una características arquitectónicas espe-cíficas. En la mayoría de las unidades se desa-rrollaban actividades domésticas y artesanales, mientras en otras se llevaban a cabo actividades domésticas, administrativas y rituales. Los ocupantes de estas últimas tenían un mayor estatus al interior del conjunto y controlaban la producción de algunas herramientas de hueso y obsidiana.

El descubrimiento de numerosos entierros, instrumentos de molienda (muchos de ellos lo-calizados directamente sobre los pisos, algunos con huellas de exposición al fuego) y cerámica doméstica, empleados tanto en la preparación

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como en el consumo de alimentos, así como grandes recipientes empotrados en los pisos utilizados para almacenamiento, y estructuras para la cocción de alimentos, confirmaron la función habitacional del conjunto.

El descubrimiento de diversas materias primas, objetos en proceso de manufactura, desechos de la producción, algunos objetos acabados, así como herramientas de hueso y de piedra indicó que cada una de las unidades domésticas funcionaban a la vez como talleres dedicados a la producción de objetos lapida-rios y objetos de concha (gazzola, 2005b).

Las características de las máscaras teotihuacanasLas materias primas con que fueron elaboradas las máscaras en Teotihuacan son serpentina, travertino, calizas y otras piedras metamórficas grises y verdes. La serpentina podía proceder de los estados de guerrero y Puebla, mientras que el travertino, de Puebla (Jiménez, Sánchez y robles, 2000), materiales empleados también en la manufactura de otra clase y variedad de objetos. La diversidad de materiales con que fueron manufacturadas las máscaras indica el estatus del grupo social, el cual podría acceder a cierta clase de objetos. Desafortunadamente son pocas las máscaras que cuentan con datos sobre su contexto y no podemos por el mo-mento establecer una generalización.

Las dimensiones de las máscaras teotihua-canas son variables, pero en promedio tienen entre 15 y 22 cm de ancho y de 16 a 28 cm de largo. Algunas alcanzan un espesor de 9 cm. Las máscaras más pequeñas tienen aproxima-damente 10 cm de ancho por 10 cm de altura y evidentemente son más delgadas.

Todas las máscaras teotihuacanas son repre-sentaciones naturalistas del rostro humano. De manera general, tienen la forma de un trapecio invertido, en ocasiones son ligeramente redon-deadas en la parte baja que define el mentón. Presentan una frente amplia y recta que recuer-da la deformación craneal tabular, destacando de manera realista la nariz, la boca y los ojos.

Las orejas sobresalen notablemente a ambos lados del rostro y son representadas a manera de un prisma rectangular.

En muchos casos, las orejas tienen incisio-nes para representar la forma del oído externo, así como una perforación para colgar algún ornamento. En la cavidad de los ojos se colo-caban incrustaciones de concha y otros mate-riales. La boca siempre se representa semi-abierta, mostrando los dientes que eran hechos con pequeñas placas de concha.

Los labios pueden exhibir distintas formas, algunas veces apenas son insinuados, mientras que en otras son abultados. La nariz es corta, casi siempre recta, aunque en algunas ocasio-nes es chata. Los rasgos del rostro son refor-zados con líneas que definen la expresión de la frente, al igual que las incisiones a ambos lados de la nariz, lo que indudablemente da mayor fuerza expresiva.

Elementos para la reconstrucción de la cadena operativaLas herramientasLas operaciones necesarias para producir las máscaras requerían de herramientas específi-cas para cada fase del proceso. Los instrumen-tos eran hechos de distintas piedras, hueso y asta de venado utilizados por el grueso del grano y su dureza. Cada herramienta emplea-da en el proceso de manufactura habría sido diseñada para una función específica, de tal forma que un mismo tipo de herramienta podría tener diferentes tamaños.

Los percutores, cortadores, pulidores, bru-ñidores y perforadores fueron hechos de pe-dernal, basalto, tezontle, obsidiana –de las mismas piedras verdes con que se hacían las más caras– y piedras calizas. Los huesos para fabricar herramientas fue ron cocidos para darles mayor dureza. Es importante destacar que muchas de éstas se fabricaban con huesos de animal, principalmente de perro, venado y guajolote, si bien, la mayoría fueron hechas con huesos humanos, utilizando preferentemente el fémur y el húmero para elaborar cinceles,

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gubias, leznas, punzones y otras herramientas. Algunas partes del cráneo (sobre todo el occi-pital) se empleaban como pulidores.

Debieron utilizarse materiales orgánicos (madera, fibras vegetales, tallos), que en ocasiones sólo se pueden inferir por las huellas de su uso impresas en los objetos, pues hasta ahora no se ha logrado recuperar ninguno de estos materiales. Podemos inferir el uso de fibras para realizar distintos cortes lineales y carrizos para hacer perforaciones tubulares. Igualmente es posible suponer el uso de cuero y telas para el pulido, el bruñido y quizá tam-bién como prenda de protección, ya que las máscaras debieron trabajarse sobre las pier-nas del artesano.

Los abrasivosA lo largo de casi toda la cadena operativa in-tervienen los abrasivos, que constituyen un ele-mento fundamental para realizar distintos tipos de cortes y perforaciones, o incluso en las etapas finales como el pulido y el bruñido. Para el corte de las piedras verdes, general-mente con una dureza inferior a 7 en la esca-la de Mohs, debieron emplearse abrasivos con una dureza semejante o incluso mayor.2

Los abrasivos utilizados e identificados en los talleres de lapidaria de La Ventilla son arenas de cuarzo (con dureza de 7 en la esca-la de Mohs), obsidiana triturada y hematita (dureza de 5 a 6), aunque seguramente el polvo obtenido del corte de las piedras verdes era recuperado para ser utilizado también co mo abrasivo.3 gómez y gendron (1999) hacen referencia al análisis de un polvo azul procedente de los talleres de La Ventilla, compuesto de varios minerales como albita,

2 Para que un abrasivo sea eficaz debe tener una dureza igual o mayor a la piedra trabajada.

3 Schubnel (1993) indica que en los talleres impe-riales de China durante el proceso de corte del bloque de jade estaban dispuestos de cada lado recipientes que recuperaban el agua y el material trabajado. Este lodo residual era generalmente reciclado como abrasivo para el pulido final de los objetos.

cuarzo, mica moscovita, labradorita, anortosa, arcilla y un anfíbol, que podría servir como abrasivo. En Kaminaljuyu, Kidder (et al., 1946) localizó dos pequeños cúmulos de polvo mi-neral que, en un caso, fue identificado como arena de cuarzo, y en el otro, como una mezcla de jade-jadeíta, hematita especular, feldespato, cuarzo, augita, hornablenda, oli-venita, moscovita, biotita, magnetita, andesita y micaesquito, por lo que en La Ventilla pudo haberse empleado una mezcla de minerales como abrasivo.

Indudablemente los abrasivos más duros o con granos más gruesos debieron utilizarse en los primeros pasos de la cadena operativa, en tanto que los más finos, en el acabado final de los objetos.

En China, esta diferencia está indicada en un grabado de principios del siglo xx. Al res-pecto, Thierry Zarcone ha mencionado que:

El trabajo del jade se hace con numerosas herra-mientas pero aquéllas, solas, no bastan para tallar esta piedra extremadamente dura sin la ayuda de arenas de piedra, como abrasivos. Estas arenas de piedra son obtenidas después de haber moli-do las piedras en un mortero hasta que los fragmentos producidos hayan alcanzado el grosor de un grano de arroz. Luego son filtrados en un tamiz muy fino, lavados para quitar las impurezas a los cuales se agrega agua para su uso.

El mismo autor señala:

en la parte baja del grabado se observan reci-pientes conteniendo las diferentes arenas: la arena negra, descrita como extremadamente dura; la arena roja, un poco más blanda; y la arena amarilla siempre más suave que la roja. El recipiente ubicado a la izquierda contiene una cuarta especie de arena llamada polvo de piedra preciosa, empleado únicamente para la rueda de piel que dará al jade su pulido final (Zarcone, 2001: 48).

Las técnicasSegún Leroi-gourhan (1971): “C’est la matière qui conditionne toute technique et non pas

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les moyens ou les forces”,4 sin embargo, hemos observado que los teotihuacanos no lograron un desarrollo de la tecnología, ya que duran-te siglos utilizaron prácticamente las mismas técnicas conocidas en culturas anteriores, sustituyendo las limitaciones del desarrollo técnico por la habilidad de los artesanos, las estrategias para organizar el trabajo y aprove-char eficientemente la fuerza de trabajo. El estudio de las herramientas, las huellas que quedaron impresas sobre los desechos, objetos en proceso de manufactura y aquellos acaba-dos permiten conocer las técnicas empleadas en el trabajo lapidario, que incluyen básica-mente la percusión y el desgaste.

La técnica de percusión (directa o indirecta) es “la aplicación sucesiva de golpes controla-dos sobre puntos elegidos cuidadosamente a fin de fracturar, desprender y eliminar partes de un nódulo de materia prima para producir una preforma” (Mirambell, 1968). Estas ac-ciones incluían desbaste, picoteamiento y escarificación.

La percusión directa no fue usada en el trabajo lapidario de rocas compactas, en tanto que la percusión indirecta pudo emplearse sólo para ciertos detalles o incluso determina-das materias primas. Esto se debe, por ejemplo, a que en materiales como la serpentina o las calizas las ondas de choque se amortiguan, mientras en una roca más cristalina, como la jadeíta, el efecto expansivo podría generar numerosas fracturas. Aunque el corte por desgaste es mucho más lento y laborioso, permite concentrar la fuerza y atención del artesano en el proceso.

Por el contrario, el corte por desgaste es la técnica más adecuada usada por los artesanos, ya que permite un trabajo minucioso que evita desperdicios innecesarios o inesperados durante el proceso de trabajo de distintas piedras. A lo largo del estudio sobre la pro-ducción lapidaria, hemos observado que casi

4 “Es la materia que condiciona cualquier técnica y no los medios o las fuerzas”.

cualquier fragmento desprendido del núcleo original, ya sea por corte, percusión o por errores cometidos en el proceso, era aprove-chado reintegrándolo al ciclo de producción para elaborar objetos más pequeños como cuentas, pendientes, placas e incrustaciones. El desgaste es un “proceso al que se somete la materia prima durante el cual se le quitan o consumen las partes sobrantes poco a poco y con esfuerzo continuo, hasta llegar a la forma deseada” (Lorenzo, 1965), comprende incisio-nes, cortes lineales, perforaciones, la abrasión, el pulido y el bruñido final que se daba a los objetos.

Algunos autores han mencionado el uso de placas de arenisca para cortar las piedras verdes, incluso se ha señalado el empleo de navaji llas prismáticas de obsidiana en estudios experi-mentales (Melgar, 2006). Sin lugar a dudas, el análisis experimental es indispensable para entender la sucesión de actos técnicos ejecu-tados por el individuo en un proceso de ma-nufactura, pero, considero que es insuficiente para entender el proceso si no se confrontan los resultados con los datos arqueológicos constituidos por el corpus de las herramientas, el estudio específico de los desechos y las hue llas impresas en los objetos terminados.

Por nuestra parte, contamos con las eviden-cias que indican que las piedras de diferentes tamaños trabajadas en los talleres de La Ven-tilla eran cortadas con fibras vegetales, pues independientemente de la dureza de la mate-ria, el corte era producido por el abrasivo empleado. Vale señalar que los cortes con fi-bras seguían realizándose en los talleres impe-riales de Pekín, en China, a principios del siglo pasado (Schubnel, 1993,5 Zarcone, 2001).

Mediciones realizadas a diferentes cortes en materiales de La Ventilla permitieron reco-nocer incisiones y cortes de 0.1 cm de ancho y

5 Este autor indica que bloques hasta de 100 kg estaban cortados mediante esta técnica, la cual permi-tía también realizar trabajos muy precisos, como piezas caladas.

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en algunos casos menores, lo cual es indicativo del grosor de la herramienta y del proceso se-guido para cortar. Hasta el momento no se han localizado en Teotihuacan na vajillas pris máticas que tuvieran este grosor y que hubieran servido para realizar cortes, además de que un objeto de tales dimensiones resultaría extremadamen-te frágil e incómodo de manipular. Tampoco se han recuperado placas o alguna otra herra-mienta de obsidiana o de otro material con huellas de uso que indiquen que fueron em-pleadas como instrumentos de corte.

Hemos observado que los cortes dejaban, en el material trabajado, paredes laterales casi rectas aunque también en ocasiones se produ-cían cortes irregulares seguramente por el uso de diferentes cordeles hechos de fibras, pues al sufrir un desgaste continuo debieron ser sustituidas regularmente y, por tanto, el diáme-tro del cordel debió ser diferente. Además, como producto del movimiento continuo de vaivén de las cuerdas y la fuerza transmitida a los extremos, se ha visto que la parte más pro-funda del corte es cóncava, siguiendo precisa-mente la forma del cordel.

La mayoría de los cortes se realizaban desde dos lados, dejando una especie de talón semielíptico en la parte media. Esta sección era lo suficientemente delgada para despren-derse con un golpe de cincel o mediante la introducción de una cuña de madera. Luego de ser mojada, la madera se expandía, provo-cando la separación de ambos lados, con lo que se obtenía un ahorro de tiempo y esfuer-zo. La forma del talón indica que la cuerda era manejada de forma manual, seguramente atada en ambos extremos a mangos de made-ra para facilitar el movimiento continuo de vaivén, y aplicar la fuerza suficiente para que el abrasivo cumpliera su función.

El proceso de manufactura de una máscaraOperación 1. Obtención de la preformaLa preforma para realizar una máscara se ob-tenía por desgaste a partir de un bloque de la

materia prima elegida, dándole la forma prismática o trapezoidal mediante distintos cortes. Las partes angulosas debieron elimi-narse secuencialmente mediante cortes suce-sivos o abrasión. Es factible suponer que en el proceso de elaborar la preforma el artesano debió realizar algunos trazos que guiaran el proceso (figuras 12a, 12b y 12c).

Operación 2. Vaciado de la parte posterioruna vez obtenida la preforma deseada de la parte anterior, se comenzaba el vaciado de la par te posterior de la máscara. El vaciado se lograba mediante la realización de distintas perforaciones tubulares que dejaban un nú-cleo cilíndrico adherido a la masa del objeto. Posteriormente, este núcleo cilíndrico se des-prendía mediante un golpe de cincel (figuras 12d, 12e y 12f).

En otros casos, parece haberse combinado la realización de las perforaciones cilíndricas con múltiples incisiones realizadas con un pun-zón, con el cual se producían ranuras paralelas (figura 12g). De cualquier forma, y en ambos casos, el objetivo era eliminar poco a poco partes del núcleo de la máscara, para lograr el vaciado característico de la parte posterior.

una vez desprendidos todos los núcleos sobrantes de las perforaciones tubulares o las partes altas dejadas por las incisiones, la super-ficie se emparejaba por percusión indirecta. En esta acción se utilizaba un punzón, dejan-do en ocasiones la superficie con una aparien-cia ligeramente picoteada (figura 3). La su-perficie irregular pudo también emparejarse por abrasión usando un pulidor y abrasivos de grano grueso.

Finalmente, los artesanos debieron emplear bruñidores y abrasivos finos para dejar com-pletamente lisa la superficie de la parte pos-terior. resulta extraño, sin embargo, que mientras algunas máscaras presentan la parte posterior con un acabado bruñido, otras se dejaron con las huellas del proceso de vaciado, es decir, con restos de los núcleos cilíndricos o de las incisiones.

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del rostro, apenas comenzaba a trabajarse, cuando por alguna razón la máscara fue des-echada. Éste es un caso por demás singular, pues podemos observar las líneas que marcan los rasgos del rostro y ubicación proyectada de los ojos y la boca, mismos que pueden consi-derarse como indicios del diseño preconcebi-do de la máscara en la mente del artesano.

Operación 3. Rasgos de la carauna vez terminada la parte posterior de la máscara, el artesano trazaba una serie de inci-siones lineales que servían para establecer la ubicación de los rasgos del rostro y guiar la hechura de la boca, nariz y ojos (figuras 4, 12h y 12i). Por medio de perforadores cilíndricos de diferentes diámetros (Blanc, 2002), se horadaban los extremos de la boca y los ojos (figuras 5 y 7).

Figura 2. Vista posterior de una máscara de piedra verde, 2.4 × 12.8 cm. Museo de Sitio. Proyecto Arqueológico 1962-1964. Foto M. Morales.

Figura 3. Vista posterior de una máscara de piedra café, 15 × 18 × 9 cm. Elemento 37, Frente 1, La Ventilla. Cortesía rubén Cabrera, Proyecto La Ventilla. Foto M. Morales.

Se cuenta con varios ejemplos de máscaras en las cuales es posible observar aún las huellas impresas del uso de perforadores tubulares hechos de carrizos, o por medio de incisiones que servían para eliminar partes del núcleo (figura 2). Sin embargo, uno de los casos más significativos con que contamos y a partir del cual fue inferida esta operación es el de un fragmento desechado procedente de los talle-res de La Ventilla. En éste es posible observar que la parte posterior había sido terminada y pulida, en tanto que la parte anterior, es decir,

Figura 4. Máscara con la parte frontal no acabada. La Ciudadela, Conjunto 1D, grupo E, habitación 5, PAT 1980-1982. Foto M. Morales.

Figura 5. Detalle de la boca de una máscara de piedra verde, hecha a base de perforaciones tubulares.

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Las perforaciones se realizaban en diagonal al plano horizontal de la máscara (figura 12j), aunque en un caso hemos podido observar que se realizó introduciendo el per forador de manera horizontal al mismo plano. Descono-cemos la razón por la que las perforaciones en los extremos de los ojos y de la boca eran más profundas, ya que en el caso de los ojos éstas quedaban completamente cubiertas por las incrustaciones que se colocaban, mientras que en la boca quizá servían para dar mayor realismo y acentuar el efecto de profundidad (figura 8).

Para lograr los huecos de la boca y de los ojos se practicaban varias perforaciones continuas, quedando pequeños núcleos cilíndricos que posteriormente se desprendían con un ligero golpe de cincel o por presión. En algunas máscaras no se siguió el proceso de realizar perforaciones continuas, sino que se efectuó el vaciado por medio de incisiones producidas en primer lugar con fibras y luego con una lezna o un punzón (figura 6). La elección de cualquie-ra de las dos técnicas o incluso la combinación de ambas (perforaciones continuas e incisión) pudo depender de la materia prima (figura 6). Vale insistir en que en todos los casos donde se practicaron perforaciones tubulares se emplea-ron otates con algún abrasivo, mientras las inci-siones se elaboraban con un punzón.

una vez definido el cuerpo de la nariz, se hacían los orificios nasales, que en la mayoría de los casos se representaron mediante ligeras perforaciones cónicas, aunque también las hay cilíndricas.6 Algunas máscaras no tienen repre-sentados los orificios nasales sino que apenas están insinuados por ligeras depresiones.

6 El uso de perforadores cilíndricos hechos de hueso de ave ha sido mencionado por gendron (1998). Holmes (1919) habla de un perforador tubular que se rompió y quedó atorado en una plaqueta de piedra verde de Xochicalco. En la colección de herramientas de hueso estudiada por romero (2003, 2004) no se identificó ningún perforador de este tipo, además de que algunas perforaciones presentan un diámetro que difícilmente podría resultar del uso de huesos, razón por la cual pensamos que se utilizaban carrizos.

Figura 6. Detalle de la boca de una máscara de piedra verde, hecha a base de perforaciones tubulares e incisiones.

Figura 7. Detalle del ojo realizado por perforaciones e incisiones. Máscara de piedra gris. Elemento 37, Frente 1, La Ventilla. Foto M. Morales.

Figura 8. Detalle de la boca, con interior pulido, de una máscara de piedra verde. Foto M. Morales.

Otras perforaciones que se realizaban en los laterales (en general dos en cada lado) y otra en la parte superior servían para atar la máscara al bulto mortuorio (figura 9). Las perforaciones que se hacían en las orejas ser-vían para colgar ornamentos (figura 12k). Esta

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clase de perforaciones podían ser bicónicas o cilíndricas, y se iniciaban marcando el punto de la perforación con un punzón de hueso para evitar el desplazamiento de la broca (en el caso de las perforaciones cónicas) o del perforador tubular. En varios casos se ha ob-servado que las perforaciones bicónicas no se-guían la misma trayectoria desde ambos lados, por lo que en ocasiones tuvieron que realizar-se otras adicionales para unirlas.

Operación 4. Decoración con incisionesuna vez terminado el proceso mediante el cual quedaban definidos los rasgos del rostro, en algunas máscaras se realizaban incisiones y perforaciones que ornamentaban el objeto (figura 10). Este trabajo generalmente se ejecutaba en el área de las mejillas o alrededor

de la boca. Pueden ser perforaciones cilíndri-cas o incluir diseños geométricos o fitomorfos que representen algún tatuaje o escarificación (figuras 11 y 12l). Es posible que algunas perforaciones hubiesen servido para colocar incrustaciones, pero en ningún caso conocido se han conservado.

Operación 5. Acabado de la pieza: pulido y bruñidoDefinidos los rasgos del rostro, la máscara era pulida con abrasivos finos con el fin de elimi-nar las huellas de los diferentes procesos de trabajo. El bruñido se efectuaba posteriormen-te para darle brillo a la piedra.

Operación 6. Decoración: incrustación y pinturauna vez que la forma general de la boca y los ojos había sido terminada y se habían elimi-nado los residuos cónicos de las perforaciones cilíndricas emparejando la parte más profun-da de las cavidades, se procedía a colocar in-crustaciones hechas de diversos materiales que representaban las partes de los ojos y los

Figura 11. Máscara en piedra gris. Frente 3, La Ventilla. Cortesía Sergio gómez, La Ventilla.

Figura 10. Máscara en piedra café claro. Museo de sitio. Foto M. Morales.

La cadena operativa en la fabricación de máscaras

Figura 9. Perforaciones bicónicas de la máscara de piedra verde, Museo del sitio. Foto M. Morales.

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Figura 12. Dibujo de la cadena operativa de producción de máscaras en los talleres lapidarios de La Ventilla.

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a b c

d e f

g h i

j k l

m n

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dientes. La esclerótica se lograba con incrus-taciones de concha, en tanto que un material oscuro (obsidiana o algún mineral como la pirita) era usado para semejar la pupila. Los dientes eran formados por pequeñas placas de conchas (figuras 11 y 12m).

Las incrustaciones acentuaban el realismo de la pieza, al representar el rostro de un personaje vivo. Entre los tarascos (Arqueología Mexicana, 2000) como en ciertos lugares del Perú (2006), las máscaras se representan con los ojos cerrados, personificando el rostro de un individuo muerto. Si bien, como antes se-ñalamos, las máscaras eran utilizadas en las ceremonias y rituales funerarios, la intención del artesano teotihuacano era representar el rostro de un individuo vivo.7

Se han encontrado máscaras que alguna vez estuvieron pintadas o fueron cubiertas con polvo de cinabrio. El pigmento rojo se colo-caba directamente sobre la piedra con algún aglutinante o sobre una delgada capa de estuco hecho de cal (gazzola, 2000). Las máscaras que tienen recubrimiento de estuco general-mente estaban pintadas con otros pigmentos como el verde y el negro (figura 12n).

A propósito de la famosa máscara de estilo teotihuacano decorada con mosaicos de tur-quesa, descubierta por Porfirio Aguirre en 1921, adquirida en la década de 1960 para formar parte de las colecciones del Museo Nacional de Antropología, cabe señalar que se desconoce el contexto de su hallazgo y sólo se sabe que procede de Malinaltepec, estado de guerrero. Por sus características formales es indudable que mantiene el más puro estilo teotihuacano, aunque las incrustaciones pu-dieron ser colocadas en otra época.8

7 No en todos los ámbitos donde se conoce el uso de máscaras están asociadas con el ceremonial funerario, sino con otro tipo de rituales. En Shang, China, se han localizado máscaras de tamaño inferior al de un cráneo humano, que habrían estado colocadas sobre un escudo y utilizadas en ciertos rituales (Mackenzie, 2000).

8 Hasta el momento no se ha recuperado un solo fragmento de turquesa en Teotihuacan.

Comentarios en torno a la organización técnica y social de los talleres de La VentillaEl estudio general del Conjunto Arquitectó-nico A ha permitido conocer aspectos de la organización técnica y social del trabajo en los talleres de lapidaria de La Ventilla (gómez, 2000). El conjunto fue ocupado por grupos domésticos pertenecientes a la misma clase social, pero se reconoce que al interior pudie-ron existir dos grupos que poseían un estatus social diferente. Los grupos con mayor estatus ocupaban las unidades ligadas a la conducción de las actividades rituales y religiosas, en tanto que los grupos con menor estatus ocupaban la mayoría de las unidades domésticas del conjunto (figura 13).

Las unidades religiosasLas unidades 5, 6 y 11, así como la Subestruc-tura 8 del Conjunto Arquitectónico A, se de-finen por la presencia de uno o varios templos y aposentos alrededor de una plaza, y por tener mejores acabados y ocupar un mayor espacio (entre 229 y 340 m2), denotando que sus ocupantes tenían un mayor acceso a determi-nados recursos que los de las unidades, que sólo sirvieron para la vivienda de la mayoría de los grupos domésticos.

La presencia de templos, altares y aposentos ha permitido suponer que los individuos que ocuparon estas unidades tenían a su cargo la conducción de las actividades religiosas y el culto a las deidades patronas de los lapidarios. Se cuenta con evidencias que indican que los individuos que ejercían como ministros del culto también se encargaban de la manufac-tura de las herramientas en hueso y obsidiana, indispensables en el trabajo lapidario. Esta condición les daba no sólo un mayor estatus social sino que les permitía un control sobre los grupos domésticos.

Los individuos con mayor estatus social cumplían además la función de recibir, alma-cenar y administrar las materias primas que entraban en el conjunto, distribuyéndolas a cada

La cadena operativa en la fabricación de máscaras

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grupo doméstico que se especializaba en el tra-bajo de determinados materiales. Estos mismos individuos se encargaban de recuperar gran parte de la producción generada en cada uni-dad doméstica, y canalizarla a los grupos que abastecían las materias primas, o directamente a los representantes del gobierno ubicados en el Templo del Barrio, bajo la forma de tributo.

Las unidades domésticas y artesanalesLas unidades 1, 2, 3, 4, 7 a 17 identificadas como viviendas de grupos domésticos, se caracterizan por tener menores dimensiones que las otras, y espacios acabados más austeros. Al interior

de cada unidad doméstica, algunos espacios servían para llevar a cabo la producción y como talleres, en tanto que otros, para la preparación y consumo de alimentos y como dormitorios. La presencia de materias primas, objetos en proceso de manufactura, otros acabados, dese-chos y herramientas, ya sea como ofrenda en los entierros o recuperadas directamente sobre los pisos del último nivel de ocupación, permi-tió identificar actividades relacionadas con el trabajo lapidario y de concha.

Cada unidad doméstica alojaba a una fami-lia de artesanos. Seguramente los miembros que componían el grupo intervenían de algu-

Figura 13. Plano de los talleres lapidarios de La Ventilla, Conjunto Arquitectónico A, Frente 3 (tomado de gómez, 2000).

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na manera en cada una de las distintas opera-ciones relacionadas con la manufactura de objetos lapidarios. Es probable que por sus habilidades técnicas o edad algunos individuos fueran reconocidos como maestros-artesanos y estuvieran al frente de cada familia.

La división técnica y social del trabajo favo-reció la especialización de cada grupo domés-tico en el manejo de una materia prima en particular, y/o en la producción de determi-nada clase de objetos. En otro estudio realiza-do sobre la producción de cuentas en piedras verdes se concluyó que éstas se manufactura-ban principalmente en la unidad 8, mientras que la unidad 17 se especializaba en la elabo-ración de placas. De la misma manera, la ubicación de una máscara y fragmentos de otras en el contexto de los talleres permitió identificar que se manufacturaban en las unidades 7, 8 y 18, aunque existe la posibilidad de que los ocupantes de esta última se dedica-ran no a la fabricación de máscaras, sino sólo a la colocación de las incrustaciones.

un fragmento de máscara de piedra verde se recuperó en la unidad 8, una de las unida-des artesanales más grandes que se especiali-zaba en el trabajo de las piedras verdes; en la unidad 7, donde se descubrió otro de los fragmentos, se trabajaban distintos materiales aunque hay indicios de que la producción pudo ser menor que en otras unidades.

ConclusionesLa máscara de piedra es uno de los objetos más singulares de la cultura teotihuacana. Existen varias hipótesis sobre su función y uso. una de las más aceptadas reconoce su uso en el ritual funerario, colocándose como rostro del bulto mortuorio. Según Munera (1991), el descubrimiento de una máscara de cerámi-ca colocada sobre una representación de un bulto hecho también en cerámica confirma el uso funerario de las mismas.9 Otro caso signi-

9 Este elemento se halló asociado a un entierro ex-plorado en el Cuadrángulo Norte de La Ciudadela.

ficativo que apoya la idea de su uso en contex-tos funerarios fue reportado por gómez (2000), quien, al conducir la exploración de la unidad 9 del Conjunto Arquitectónico A de La Ventilla, localizó la cabeza de una figurilla antropomorfa colocada sobre el cráneo de un perinato, a manera de máscara. Con excepción de este singular caso, hasta el momento nin-guna máscara de piedra ha sido localizada en asociación directa con los restos de algún in-dividuo, lo que indica que probablemente una misma máscara podía emplearse en múltiples ocasiones en estas ceremonias.

En la zona maya se han localizado máscaras formadas con pequeños mosaicos que cubren el rostro de los gobernantes fallecidos. Es el caso de Pakal y la reina roja en Palenque, así como de otros dignatarios de Calakmul, Dzi-banché y Oxkintok, por citar sólo algunos si-tios. Es posible que algunas máscaras elabora-das en formatos más pequeños pudieran usarse como parte de la indumentaria, ya sea como pendientes colgando del cuello de sa-cerdotes o individuos de mayor estatus social, o inclusive como adornos de su vestimenta.

El descubrimiento y estudio de los talleres lapidarios del barrio de La Ventilla en Teoti-huacan ha permitido reconstruir la cadena operativa implícita en la producción de más-caras y destacar algunos aspectos de la organi-zación técnica y social del trabajo. No tengo duda de que en el proceso de producción a gran escala fue clave la especialización de los artesanos, la existencia de condiciones espe-cíficas para una eficiente división técnica y social del trabajo y un control estricto de la producción y la riqueza generada en cada barrio por parte de distintas instancias del gobierno.

Este estudio, junto con otro sobre la pro-ducción lapidaria y las cuentas realizado por la autora, además del análisis sobre los talleres, nos aporta elementos y cada vez más informa-ción sobre un grupo de la sociedad teotihua-cana: el de los artesanos especializados de un barrio de la antigua ciudad, sus características,

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formas de organización y relación con otros grupos sociales.

Agradezco a la arqueóloga Claudia López y a roberto rojas, encargados de la ceramoteca, por la información proporcionada, así como a Miguel Morales por las fotografías.

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La cadena operativa en la fabricación de máscaras

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Our joint interest in the pre-Hispanic manufac-ture of obsidian jewelry dates to January 25, 1996, and a pair of questionable observations made at the San Juan de los Arcos quarry in Jalisco. It is appropriate we start by describing the generative errors that got us interested in the topic in the first place, followed by a descrip-tion of what we have learned since. Our observa-tions are based on examinations of artifacts in the field and in the lab. We limit discussion here to manufacturing techniques and do not des-cribe the variety of items made anciently with these techniques. Many hard stones in Meso-america were made into fine jewelry through processes that required shaping, grinding, and polishing to achieve brilliant mirror finishes. Obsidian is unique among these materials be-cause its natural fracture produces a brilliant, mirror surface, and any grinding and polishing diminishes its natural luster. If the fracture plane of an obsidian flake is smooth and free of ripples and impurities, it is a natural mirror. Ancient artisans in West Mexico produced natural mi-rror surfaces on thin flakes, and they subse-quently chipped these mirror blanks into a va-riety of shapes for personal adornments, some of which we illustrate here.

Observations at the San Juan de los Arcos Obsidian QuarryWe begin with John Clark’s trip to Jalisco be-cause the sequence of events, observations, and unwarranted inferences from this venture were critical for coming to our current under-standing of an ancient manufacturing tech-nique. In 1996, Clark, ronald Lowe, and Warren Hill drove from Chiapas to western Mexico with the dual purpose of visiting sites in Michoacan and Jalisco and obtaining obsi dian for experimental purposes. On the Jalisco leg of the trip, Phil Weigand took them to many sites and quarries. He was particu-larly keen on visiting the San Juan de los Arcos quarry and hearing Clark’s opinion of it be-cause he surmised that it was a quarry where obsidian jewelry had been produced an-ciently. Jalisco has more obsidian sources than any other region in Mesoamerica (figure 1), and it is a particularly interesting area because many of its quarries appear to have been used for specialized production, depending on the qualities of the obsidian at each source (Espar-za, 2003, 2005; Weigand and Weigand, 1994; Weigand et al., 2004). Production of obsidian goods in Jalisco, at least for the Late Formative and Classic periods, may have been a rationa-lized system where many obsidian outcrops were utilized in a special and efficient manner, with some quarries being devoted to the pro-

Obsidian Lapidary without Polishing

John E. Clark* and Phil C. Weigand**

* Brigham Young university.** El Colegio de Michoacán.

80

a b

Oconahua

MarcosEtzatlan

Juanito

Tequila

Amatitan

Arenal

Tala

Teuchitlán

San Juan de los Arcos

Mercado

Ameca

de

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San

San

Huitzilapa

Ciénaga de los Patos

N

W E

S

0 5 10 km

a. San Marcosb. Guadalupec. Llano Granded. San Sebastián Oestee. San Sebastián Casco f. Ostotero/Las Fuentesg. La Providencia h. La Joyai. Huitzilapaj. Tequila

k. Santa Teresa l. La Mora/Teuchitlánm. Huaxtlan. Boquillas0. San Juan de los Arcosp. Ahuisculco q. Navajas r. Lupita #3 s. La Pila t. La Quemada

Town

Site

Water

Obsidian outcrop with clearevidence of ancient use

Obsidian outcrop

Figure 1

Magdalena

Figure 1. Map showing the locations of towns, obsidian sources, and some archaeological sites in Jalisco.

John E. Clark and Phil C. Weigand

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duction of obsidian blade cores and pressure blades (Soto de Arechavaleta, 1982, 1990), others to preforming flake cores, and others possibly to obsidian jewelry. Based on the wide variety of colors represented, bifaces appear to have been made at a number of different quarries, and to date, no quarry is known to have specia lized only in their production.

Our touring group spent most of an after-noon at the San Juan de los Arcos obsidian quarry because of Weigand conjecture, based on four lines of evidence, that it had been a place for making lapidary products: 1) broken pieces of lapidary had been found at the quarry, 2) finished pieces found in private collections were made from the lustrous, black obsidian characteristic of this source; 3) many small obsidian chips are found in anthills at the base of the quarry, and 4) the highest fre-quency of obsidian jewelry in the region comes from nearby habitation sites. The number of obsidian jewelry pieces from sites and graves in the region immediate to San Juan de los Arcos is overwhelming, and their frequency diminishes as a function of distance from this quarry. Looting has been so generalized within the overall region that this observation has a basis in fact, even though precise fre-quencies are not available. While burials (both elite and non-elite) in the general Tala area, which includes San Juan de los Arcos, have large quantities of obsidian jewelry, burials in the more distant areas of Teuchitlán and the guachimontones have far fewer examples (Cach, 2003; Weigand, fieldnotes). At Huitzi-lapa, at the opposite end of the nuclear area of the Teuchitlán Tradition, no obsidian je-welry was found in the monumental shaft-tomb excavated there by Lorenza López and Jorge ramos (2006). One fragment of obsidian jewelry has since been found in a recent bull-dozer cut. Shell artifacts were recovered at Huitzilapa in great numbers. The distribution of shell and obsidian jewelry in this larger region thus constitutes a complementary pattern. Shell artifacts are most frequent at

the western edge of the nuclear area and de-crease in frequency towards the eastern edge, the area of the San Juan de los Arcos obsidian quarry.

The San Juan de los Arcos obsidian outcrops on a low hill. We started our reconnaissance at the base of this hill with an examination of small chips found in the anthills. Clark dismissed these as evidence of specialized production because they were a random assortment of chips and small angular chunks such as found in any obsidian quarry, the size and frequency of the chips being determined by what the ants can haul up from underground. It is worth pointing out that Clark’s initial assessment was logically precipitous and had no basis in perso-nal experience or predicted manufacturing outcomes. Weigand talked of “lapidary” pro-duction, so Clark imagined techniques of chi-pping, grinding, and polishing but had no idea what the chippage from such a technique would look like because he was unfamiliar with the specific techniques and goods produced. His mental image of obsidian lapidary was the fa-mous obsidian Monkey on display in the Aztec room of the National Museum of Anthropolo-gy in Mexico City –obviously an unfair standard. In reality, Weigand had been referring to very different and well-known artifacts in West Mexico archaeology. The term “lapidary” pre-vented clear communication. With these mis-communications in play, we climbed the obsi-dian hill looking for evidence of ancient lapidary, not knowing beforehand what it should look like. About 150 m upslope, we examined the debris from another anthill, but there were no obvious differences in the types of flakes and flake fragments there from those observed at the bottom of the hill. Farther ups-lope we found evidence of ancient mining.

The obsidian at San Juan de los Arcos is a homogenous, fine-grained, jet black volcanic glass ideally suited for making dark mirrors. Obsidian nodules there are flattish rather than blocky. Pits were dug to extract obsidian from its original matrix and layers. Mining

Obsidian Lapidary without Polishing

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pits were 1 to 2 m deep and about 3-15 m in diameter. unuseable obsidian nodules and percussion byproducts ring each pit. The biggest pits are near the crest of the hill and the top of the ridge; they are also surrounded by dense debris.

As Warren Hill was walking upslope, he found an exhausted percussion core. It was the first evidence Clark had seen up to that point of formal products or byproducts. Much of the debris seen prior to this looked like unspecial-ized production of flakes. The exhausted cores at the quarry are unusual because they are unifacial and rather flat-faced (figure 2). The platform-to-face angles are about 70 degrees. The discarded cores we saw at San Juan de los Arcos all showed that the final macroblade removal had been down the center of the worked face, analogous to a flute on a Clovis point. The cores were of similar shape and size and evinced the same flaking sequence from the two corners to the middle. The final, ex-hausted core forms appear to have been dic-tated by the tabular shape of the obsidian nodules. The raw material does not easily lend itself to the production of macrocores. No ne-

theless, many nodules are large enough that they could have served to make unifacial cores from which prismatic blades could have been removed, but we found no evidence of failed attempts to make such cores at this quarry. We had seen some a few days earlier at an obsid-ian quarry in Michoacán.

In discussing this possibility with Weigand, Clark finally realized that he and Weigand had been talking at cross-purposes. Weigand had used the term “lapidary” to describe a class of finished forms of obsidian jewelry but not the technique of polishing them. Clark thought of “lapidary” as a technological process for making a wide variety of forms through polishing with abrasives. This central ambiguity between techniques and forms is expressed in our title, “lapidary without polishing”, referring to the natural mirror finish of West México obsidian jewelry achieved by percussion knapping rather than by grinding and polishing with abrasives. Once Clark had the correct artifact forms in mind, he linked them to the flat cores at the quarry and proposed that the cores had been used to extract blanks for making the various pendant forms known for West México.

a b

0 10 cm

Figure 2Figure 2. Front and side views of two cores from the San Juan de los Arcos quarry.

John E. Clark and Phil C. Weigand

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One implication of Clark’s hypothesis is that the cores at the quarry do not relate to the export of either cores or macroblades. Many of the macroblades and large flakes left at the quarry would have made excellent tools or have been serviceable blanks from which to chip bifaces, but they were discarded rather than used or transformed in these ways. The obvious conclusion is that all the artifacts discarded at the quarry were considered waste, so the analytical problem confronting us on the slopes of the San Juan de los Arcos quarry was how to account for the unusual shape and size of abandoned cores and the presence of so much usable raw material and serviceable product. We did not see any broken pieces of obsidian “lapidary” or jewelry at the quarry or at the hypothesized workshops adjacent to the quarry at the foot of the hill. Nonetheless, Weigand appears to have been correct that the quarry was connected to lapidary production. Artisans at this quarry appear to have produced blanks with mirror surfaces for making je welry that did not require grinding and polishing. If so, the final stages of production took place elsewhere, with quarry production dedicated to making preforms.

Coming to this conclusion while at the quarry was satisfying, but observations made since call Clark’s hypothesis into question, so additional study of quarry debris is needed. Clark considered his hypothesis the most parsimonious explanation at the time for the following observations:

One of the most noteworthy things about the San Juan de los Arcos quarry is that the technology was extremely wasteful. Most of the talus refuse is composed of unflaked, untested nodules of obsidian. Most of these would serve well for making large bifaces. No evidence of biface production was seen at this quarry, either broken bifaces or bifacial thinning flakes.

Many of the discarded nodules could have been used to make small blade cores for pressure blades. Most of these cores would

have to have been unifacial, and such cores are common at other obsidian quarries, but not at this quarry. The original form of obsi-dian nodules is no more challenging at this quarry than those at the ucareo source in Michoacán, but no unifacial, pressure blade cores were found at San Juan de los Arcos in our brief visit there.

The large, flat cores seen at the quarry (figure 2) were discarded after taking off about five to seven percussion blades or flakes, and most of these flakes were discarded at the quarry.

Clark proposed that the objective of quarry production was one, or two at most, mirror blanks per core. These required at least three or more large blade or flake removals to pre-pare the flat face of the core, as diagramed in figure 3. The target of the preforming was to create a broad, smooth, brilliant surface with no ripples on the core, and then remove this surface with a thin flake that had these same characteristics on its ventral surface, thus producing a mirror surface on both faces, front and back. The natural shape and size of the nodules at the San Juan de los Arcos source were ideal for making these blanks. To create a mirror with parallel flat faces, one would have to remove the curved bulb of percussion on the ventral face of this flake and the dorsal ridges near its edges. Once these curved and ridged parts of the flake had been removed, one could chip the flat blank into sundry sil-houette shapes. The final step was to drill holes in the piece in the appropriate place(s) for its suspension. It is worth pointing out that the production of a mirror surface on only one face of a flake is much less difficult and only requires a flake with a smooth ventral surface and unifacial chipping to the desired form.

On his return to Chiapas, Clark replicated the process he envisioned at the Jalisco quarry and produced a circular mirror 10 cm in dia-meter and 3-4 mm thick, with opposed mirror faces and right-angle edges around the peri-meter of the disk. The object took about an hour to make, start to finish. Clark did not

Obsidian Lapidary without Polishing

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replicate the perforation, which would have taken more time –and requires skills he does not possess. At this point he considered his main task completed, and he sent Weigand the replica mirror as proof of the plausibility of the hypothesized production process. The weakness of Clark’s hypothesis, and one that remains as of this writing, is that archaeologi-cal examples of the final products thought to have been produced at the quarry or its workshops were not examined for evidence of the production process, so critical information was unavailable for evaluating his idea. It was not until 2003 and 2006 that Clark was able to view collections of obsidian jewelry objects from West México. These examinations re-vealed a different production sequence than the one hypothesized above and call into question his reconstruction. We describe both the hypothesized technique and an alternative here to put them on record for future evalu-ation. The pieces of obsidian jewelry Clark examined are from other obsidian sources (red obsidian and clear obsidian with black bands) and made by a simpler technique. His reconstruction of the technique for San Juan de los Arcos remains unconfirmed with objects made from obsidian from that source, so we would not be surprised or disappointed if his hypothesis is wrong. The one small piece of obsidian “lapidary” examined by Clark from this quarry was made by a different method (see below).

By happenstance, West México artifacts that Clark examined are similar to obsidian jewelry recovered from the site of Ciénega de los Patos near the San Juan de los Arcos quarry, illus-trated in figures 4-5. These artifacts date to the Late Formative to Early Classic periods (350 bc to ad 350, the late Arenal and Ahualulco phases). Evidently, a wide variety of forms were made as pendants and beads. Figure 5 shows the only obsidian necklace found and carefully reconstructed archaeologically, and it illustrates how some of these forms were put together to comprise a larger and very impressive artifact.

This necklace was from an excavated burial and was put together painstakingly in the field based on the location of each piece. The other representative artifacts shown in figure 4 come from different burials, some of them looted. These data provide information on the chro-nology and social uses of the items in question. There are several different kinds of obsidian represented, but most of the objects appear, on visual inspection, to have been made from the shiny, opaque black obsidian from the nearby San Juan de los Arcos quarry. These artifacts are from graves of lesser elites and possibly commoners.

With the retrospective of some simple replication experiments behind us, and study of finished artifacts from West México, we now notice that the central scars of the exhausted cores at the San Juan de los Arcos quarry (figure 2) are not as far apart as should be expected for the production of large mirror blanks and that blank production on these cores would have been more difficult than imagined. Also, we do not recall any thin macroflakes at this quarry that would also be expected if any attempts at producing mirror blanks had failed –a virtual certainty. Thus, we need to return to this quarry with better ex-pectations of different techniques for the production of mirror blanks and the final products recovered from Ciénega de los Patos in mind. Furthermore, it would be appropriate to conduct some experiments with raw mate-rial from this quarry and with hammerstones of similar size, shape, weight, and raw mate-rial as those seen there. Finally, part of the experiment would be to replicate the same sorts of flake byproducts seen at the quarry, and in similar frequencies, as a necessary step for determining what was made and exported from this quarry –most importantly, to deter-mine whether or not mirror blanks had been made there. Based on observations of finished goods, obsidian pendants with mirror surfaces, and of various shapes, were produced at se-veral different obsidian quarries in Jalisco.

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Figure 3

useablemirrorblank

c

a

32 1

4 42 1

b d

e

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42 13

5

0 5 cma

bc d

e

hi

f g

Figure 4

Figure 3. Hypothetical reduction sequence for making mirror blanks. a) Plan of the top of the core showing the sequence of flake removals. b) Face of the core showing the scars left by the removal of the first three flakes. c) Face of the core showing the central scar left by the removal of flake 4. d) Dorsal and side views of flake 4. e) View of flake 4 showing the portion of the flake used to make a mirror blank. f) Dorsal and side views of mirror blank made from flake 4.

Figure 4. Artifacts from looted burials at the Ciénega de los Patos Site. a) Crescents. b) Long pendants that mimic the form of pressure blades. c) Elongated rectangles. d) Disks. e) Serrated and tanged crescents. f) Anthropomophs. g) Notched disks. h) Crosses. i) Large mirrors and triangular pendants.

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0 5 cm

Figure 5

Figure 5. Necklace from Ciénega de los Patos showing the disposition and arrangement of knapped obsidian pendants and beads.

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Knapping Obsidian JewelryThe following observations were made from a collection of artifacts donated to the Museum of Peoples and Cultures at Brigham Young university (byu), Provo, utah. representative examples of the forms are shown in figures 6 and 7. Manufacture of these forms required three steps and three different knapping techniques, each with their challenges. In their reduction sequence, these steps are preparation of the mirror blank, cutting it to shape, and drill-punching suspension holes.

The technique illustrated in figure 3 that Clark reconstructed for making mirror blanks needs to be rethought because it does not fit with the manufacturing details seen on the finished specimens examined thus far. No systematic study was made at San Juan de los Arcos of quarry debris, the size and frequency of various forms, or any search made for confirming or falsifying information of Clark’s hypothesis. A different technique, and one attested in all the finished pieces seen in the byu museum collection, was to produce blanks from large flakes after they were removed from cores rather than removing a flat flake from the primary core that would serve this purpose. This latter technique is illustrated in figure 8. Mirror blanks were made by remov-ing large, rounded bulbs of percussion from macroflakes with a blow perpendicular to the long axis of the macroflake. The maximum size of such blanks was limited by the size and prominence of the bulbs of percussion on the macroflakes used as cores. As apparent in figure 6, some of the crescents made by this technique are about 15 cm wide, meaning that the bulbs of percussion they were flaked from must have been greater than this, and the macroflakes even wider. Some of the mirror blanks needed to make the crescents shown in figure 6 were made from flakes that were larger than the discarded cores observed at San Juan de los Arcos. It is important to em-phasize that these mirror blanks could have been produced as an integral part of a differ-

ent manufacturing process, such as the pro-duction of large bifaces or blade cores. Only one mirror blank could be produced per macroflake, or more accurately stated, only one attempt at producing a mirror blank from the bulb of a macroflake was feasible. Failed attempts ruin the possibilities of second chances with this technique.

The possibilities of producing a mirror blank from large flakes depend on the curva-ture and smoothness of their bulbs of percus-sion and not the overall shapes of the flakes. Desirable qualities are those of a mirror: a smooth surface without ripples, fissures, or impurities and with a rounded, symmetrical curve in both transverse and longitudinal cross-section. Preliminary attempts to replicate bulbar mirror blanks shows that flat bulbs of percussion do not serve well. Erraillure scars are another problem. Erraillure flakes remove part of the mirror surface on the bulb and thus on one intended mirror face. To produce a smooth, rounded bulb of percussion requires a slow blow with a large, soft hammerstone. Clark’s experiments showed that he could not use excessive force, speed, or hard hammer-stones because each of these techniques re-sulted in too many ripples, fissures, and/or large erraillure scars.

The percussion blow used anciently to make macroflake cores was to an acute angle platform. An unavoidable consequence of this is that the platform-to-bulb angle on the belly of the removed macroflake was obtuse because it was the supplementary angle to the acute platform-to-face angle. It follows that ancient artisans could not remove the bulb of percus-sion from the macroflake by using the original platform because the angle was obtuse. The best way to remove the bulb was to come in from either side, similar to removing a biface thinning flake. Artisans removed bulbs of percussion with a lateral, flat flake, so the mirror blanks produced were plano-convex in both long and short cross-sections, thickest in the middle and feathering near their edges,

Obsidian Lapidary without Polishing

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with a slight bulb of percussion on one ventral edge. Even with good control, there are subtle or obvious traces on each face of the blank of the direction of the percussion blows involved in their removal, with the blows for opposite faces being perpendicular to one another (figures 6 and 7). In the technique imagined by Clark, the percussion blows come from the same direction on the core platform, as evident in ripple marks and fissures. One can deter-mine which technique was used by reconstruct-ing the direction of force used to remove each face of the mirror blank (looking at ripples, fissures, and their relation to thick and thin parts of the blank).

Mirror blanks produced from bulbs of percussion are extremely fragile at their edges. The second step of the process of making a piece of jewelry was to cut the mirror blank to the desired form. This was done by pressure flaking and edge retouch. The objects exa-mined in the byu collection show that ancient artisans preserved the very thin edges of these blanks for drilling holes, presumably to mini-mize the labor involved in the partial drilling of the perforations during the final step of the process (see below). The mirror blanks are so thin at their margins that chipping them to shape was more difficult than it would appear at first glance. These blanks snap in two easily if pressure-flaked in the hand, a common problem in flaking thin bifaces. Consequently, mirror blanks needed a stiff anvil support with some padding, such as a piece of flat wood with a piece of soft leather on it, so that the pressure flakes could be removed cleanly but not overshoot the desired termination and run onto the flat face of the mirror, and also so the blank would not be subjected to bending stress during the removal of pressure flakes along its margins. Artisans wanted to preserve the original mirror finish of both surfaces, so they used a retouch technique that resulted in vertical margins and prevented flakes from invading the open surface. This is most easily done by using the padded, stiff support men-

tioned. Margins were pressure-flaked to a 90 degree angle. Most of the specimens in the byu collection were retouched from only one face, but the thicker examples were flaked bifacially from opposing faces to maintain the squared edge.

We have not replicated the final step of the process, but its general features are clearly evident in the objects in the byu collection. Small conical holes were drilled in the thin edges of the shaped forms about one-third to one-half way through the piece. Then a fine-tipped punch with straight edges was seated in the bottom of this hole, and the remaining obsidian was punched out as a small cone flake. These flakes are very diagnostic but would be virtually invisible to normal archaeological recovery techniques because they are so small. The conical flakes removed were slightly bigger than the size of the semi-drilled holes, but usually less regular, and they left a scar with a mirror surface characteristic of all percussion flakes that contrasts markedly the dull, frosted surface of the drilled side of the holes (figure 7b). The biconical perforations created with the indirect percussion removal of the small conical flakes are less than a millimeter wide, so the tip of the punch must have been this fine. The finished holes show a very regular, frosted negative cone on one face and a less regular, mirror-finish, negative cone on the opposite face. The drill-and-punch technique has long been replicated by gene Titmus (personal communication and observation), but until now we lacked the archaeological observations to confirm it. We do not know what was used to drill the conical, partial holes or to punch them out, but punches had to have been of hard, fine-pointed materials with straight sides. Drilling and lapidary techniques are currently being explored and replicated by a research team at the Templo Mayor in México City, the site of the largest collection of worked shell and polished obsidian objects in Mesoamérica (Velázquez Castro, 2006; Ve-lázquez Castro and Lowe, 2007). In particular,

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2nd flake

0 5 cm

Emiliano Melgar Tísoc (2004) is making great progress, and we hope he can determine the materials used for drills and abrasives, as well as the likely means of supporting the chipped forms during drilling and punching. Some of the same techniques were used to work obsid-ian and shell (Emiliano Melgar Tísoc, per-sonal communication, 2007).

The plano-convex cross-section of mirror blanks made from bulbs of percussion makes them more stable on their flat face. Ancient artisans took advantage of this property and rested this face on a flat surface in stabilizing these pieces for drilling and perhaps flaking. They drilled through the convex surface, and the punch flakes came out on the flat surface. The same stiff anvil support mentioned for trimming the edges of each piece could have served for the final step of seating a fine punch in the bottom of a conical hole drilled in the

convex surface. In his experiments, Titmus uses a piece of flat wood with a small cavity over which he places the partially-drilled hole. This cavity provides an exit strategy and allows the punch flake to come off cleanly without putting any stress on the rest of the piece being worked, thus preventing breakage. Perhaps ancient ar-tisans used a simple procedure such as this. Several of the pieces in the byu collection show failed attempts to punch holes that broke off the end of the piece (figure 6, notched crescent in the middle), but a perforation was subse-quently made just down from the broken ones. This suggests that the technique of drilling and punching was not as risky as it would seem –indicating among other things that we still have little idea of the specifics of the techniques used. The reconstruction of this drill-punch tech-nique is an area of ancient technology badly in need of study and replication experiments.

Figure 6. Dorsal and ventral views of three obsidian crescents from Western México in the Museum of Peoples and Cultures of Brigham Young university.

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a

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0 5 cm

b

d

Figure 7. Obsidian artifacts from West México. a) Broken anthropomorphic pendant or bead found at San Juan de los Arcos. b) Circular bead. c) and d) Elongated pendants or pressure blade skeuomorphs.

ConclusionsWhat we report here is only the beginning of the story, and we hope others can complete the picture through a combination of studies of quarries, quarry byproducts, finished products, and replication experiments. Our experience suggests that the items in question required moderate skill to make, but not much time for those with the requisite skill born of years of experience. Mirror blanks could be made with two or more blows once a core or large flake with the desired properties had been produced. Because such cores and blanks are infrequent in normal knapping, the most efficient way to make these items would have been as byproducts of other techniques. We think the products illustrated here probably

fall into that category. If true, mirror blanks would have been an infrequent byproduct in quarries specialized in other goods. It would follow, then, that evidence of their production could be rare and difficult to identify. The descriptions provided here should help in identifying possible waste byproducts and techniques. We need to return to San Juan de los Arcos with a new set of expectations to determine whether or not the technique postulated for it holds. If not, we need a new hypothesis for the quarry production there. The one piece of chipped obsidian jewelry from San Juan de los Arcos that Weigand showed Clark (figure 7a) was made from the removed bulb of a flake. It did not occur to us at the quarry to examine the bulbs of percus-

John E. Clark and Phil C. Weigand

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sion of the large blades and flakes there to see whether or not they had been removed for blanks. They would leave clear traces, as evi-dent in figure 8. The macroflakes we remem-ber were not used for harvesting bulbs of percussion for mirror blanks.

There are many ways to produce mirror blanks with both faces lacking ridges, with the number of options decreasing with the increas-ing size and decreasing thickness of the desired blank. As appropriate for conchodial fracture,

any flat surface will yield a primary flake of conch shape that will lack ridges on its dorsal and ventral surfaces. For larger blanks, a slightly curved surface is needed to produce longer flakes, and bulbs of percussion serve very well. Pronounced, positive ripples on a flake’s ventral face or the ends of hinged ter-minations on large flakes also serve. Each of these types of cores would be evident in the surface characteristics of the mirror blanks. The different kinds of blanks can be identified

Figure 8. Hypothetical manufacturing sequence for making a crescent from the bulb of a macroflake. a) Ventral and side views of a macroflake showing the bulbar scar, undulations, and lateral fissures. b) Ventral surface of the macroblade showing the direction of the blow to remove the bulb of percussion. c) Ventral and side views of the macroflake after the removal of the bulb of percussion to make a mirror blank. d) Dorsal view of the mirror blank. e) Ventral view of the mirror blank. f) Mirror blank showing how a crescent could be produced that avoided the bulbar scar area but was constrained and defined by the shape of the terminal edge of the bulb of percussion. g) Crescent made from the mirror blank. h) Ventral face of the macroblade showing the relative location of the mirror blank and the crescent made from it.

0 10 cm

a b c

d

e

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by normal surface features of flakes, such as rippling and fissures. Some of the jewelry forms may have been favored or predicated on the forms of blanks. For example, large circular mirrors with two reflective surfaces, and of uniform thickness (figures 4i and 5), are best made from the large flake blanks Clark imagines with the technique illustrated in figure 3. Some mirrors from Jalisco have a mirror surface on only one face, and they could have been made more simply from large flakes. In contrast, crescent forms are ideally made on bulbar mirror blanks because the arcing shape of bulbs of percussion result in flakes with one curved margin that conforms to the distal margin of the bulb of percussion where it dissipates and blends into the flat belly of the flake (figure 8f).

The bulbar areas of large flakes are analo-gous to the curved or ridged faces of blade cores, with the ridges guiding blade removal. In like manner, the raised topography of a bulb guides and limits where the shallow flake which removes them will run (figure 8b). On some finished pieces, it is clear that the edge of the flake was an arc determined by the lower edge of the bulb of percussion –or marked by a pronounced ripple line in this bulb. The lower edge of some crescents exam-ined follow these natural lines or junctures. The likely presence of large erraillure scars on the upper half of bulbs of percussion which interrupt the smooth, continuous mirror surface could explain the upper margins of crescents, as illustrated in figure 8h. removing a flake with a bulb of percussion over 15 cm wide will more often than not be accompanied by a large erraillure or bulbar flake that pops off the upper part of the bulb, thus effectively ruining the mirror finish of the upper half of this surface. In the crescent form, the errail-lure scar areas are chipped away (figure 8f). The unusual characteristics of the upper margin of the serrated crescent shown in figure 6b may be due to the remnants of an erraillure scar that was not completely removed. The

lozenge shape forms (figures 4b, c and 7c, d) show features we cannot account for or dupli-cate yet. They appear to have been made on large blanks and snapped into their rectangu-lar forms –some of them being copies of prismatic blades, with a suspension hole being drill-punched at their squared rather than pointed end. These snapped edges broke with a 90 degree fracture, the same margin achieved with marginal retouch in other pieces. Each form of obsidian jewelry needs to be studied in detail to determine the original form of the mirror blank and how it was modified to make the finished form.

One task for future analyses will be to identify the different final products of flaked obsidian jewelry, their manufacturing tech-niques, and the sources of obsidian involved. A next step will be to visit the obsidian quarries from which this obsidian jewelry is known to have originated and identify the byproducts of mirror blank production at each. Other features apparent at quarries should provide insight into the limitations or reasons for different techniques, their efficiencies, and perhaps eventually even the level of produc-tion and degree of specialized production. There is much to do to understand this ancient technology.

Acknowledgments: We thank glenna Nielson and Paul Stavast of the Museum of Peoples and Cultures of Brigham Young university for allowing us to study and illustrate artifacts in their collections. These were donated by Jay Krenusz. We appreciate the illustrations pro-duced by Arlene Colman and Kisslan Chan, and comments offered by gene Titmus, Christopher Beekman, and Arlene Colman.

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Obsidian Lapidary without Polishing

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introduccionEn los contextos del Posclásico tardío en las subcuencas de Metztitlán-Mezquititlán, en el noreste del estado de Hidalgo (figura 1), abunda un tipo de raspador definido como raspador de maguey,1 cuya forma en planta y tamaño mues tran pocas variaciones entre un sitio y otro. Este trabajo se propone una aproximación a esta herramienta desde el punto de vista tipológico y tecnológico: trata-remos de reconstruir algunos pasos del pro-ceso de manufactura en su relación espacial y temporal y en la naturaleza de la mano de obra involucrada. Ya se ha realizado un estudio funcional (Elizalde y Mandujano, 2000) y está en preparación otro basado en propuestas de la arqueología cognitiva, que trata de aislar elementos relacionados con conductas socia-les, modelos mentales y análisis semánticos y semióticos de la forma de estas herramientas, vistas como el producto de una construcción tecnológica históricamente determinada.

* Este trabajo se desarrolló con base en una ponen-cia presentada en la 3a. reunión de Lítica, Subdirección de Laboratorios, inah, México, 2005.

** Investigadores de tiempo completo comisionados al Centro inah-Veracruz, unidad Xalapa.

1 El análisis fino de atributos de la herramienta ter-minada será objeto de otro trabajo y se basará aproxi-madamente en 350 piezas, completas y fragmentos.

Premisas tipológicasAl clasificar materiales arqueológicos no po-demos soslayar el hecho de que los artefac-tos, cuya forma inicial se llevó a cabo sobre cánones socialmente establecidos, llegan a nosotros con una diversificación morfológica que es consecuencia en primer lugar de fac-tores sincrónicos, como estilos específicos de manufactura, intensidad y calidad de uso, preferencias de los usuarios, accidentes y pérdidas. También contribuyen, a veces de manera importante, agentes posdeposiciona-les, tanto naturales como ligados a actividades humanas, incluyendo el reciclaje y hasta las consecuencias de las labores arqueológicas. Así, en muchos tipos de herramientas, a partir de un diseño inicial compartido, diferentes historias de vida tuvieron como resultado final formas diferentes que fueron interpretadas como variantes tipológicas iniciales.2 Si el in-vestigador no percibe este hecho, puede tender a generar tipologías sobre criterios disímbolos e incompatibles.

Otro factor a considerar es la fabricación de las herramientas que denominamos com-puestas. De éstas la más famosa en México es

2 Por ejemplo, los llamados raspadores de hombro o de hocico (Bordes, 1961) podrían ser el resultado de un desgaste diferencial por uso del extremo distal.

Los raspadores de maguey de la región de Metztitlán.

Un enfoque tecnológico*

Gianfranco Cassiano y Ana María Álvarez Palma**

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Figura 1. Mapa general del área de estudio.

quizá el macahuitl.3 Las piezas destinadas a ser ensambladas pueden llegar a tener diferentes significados si se consideran aisladamente o en grupo. Por ejemplo, en el Mesolítico euro-peo, los microlitos geométricos encontrados por millares son objeto de fácil clasificación por sus formas geométricas repetitivas, pero cada uno por sí solo carecía de un sentido funcional, mientras que en grupos ordenados podían formar puntas, cuchillos, arpones, hoces y muchas otras herramientas.

El trabajo del tipólogo consiste en jerarqui-zar, agrupar y segregar conjuntos de atributos,

3 Información sobre este implemento se puede consultar en Hernández (1959), quien, entre otras cosas, menciona el reciclaje de los segmentos dañados para manufacturar puntas; y en Hassig (1988), quien, a par-tir de diferentes fuentes, plantea tipología y función de esta arma.

marcando las fronteras de cada tipo y tratando de explicar las desviaciones de las tendencias centrales. Para ello selecciona los materiales donde abundan las recurrencias y discrimina todos aquellos que no tienen cabida en su esquema clasificatorio, y que a veces son la mayoría de las piezas. En la lítica tallada del Posclásico tardío de la altiplanicie central de México, las navajas,4 las puntas, los cuchillos5 y los raspadores6 fueron las categorías tipoló-

4 Hemos evitado el adjetivo “prismática” porque es redundante en la definición de la geometría de la pieza.

5 Ponemos estas dos categorías juntas por la dificul-tad de separarlas en ausencia de trabajos específicos funcionales. Por otro lado, guardan similitudes en la morfología general.

6 Además de éstas, había otras formas, como los perfo-radores, que sin embargo no parecen haber sido objetos de producción y consumo socialmente regulados.

Cabeceras municipales

Pueblos

Sitios arqueológicos

Laguna deMetztitlán

Itztayatla

Metztitlán

Mezquititlán

Zacualtipan

Atopixco

querétaro

Hidalgo

Estado de México

Pachuca

Veracruz

Puebla

Tlaxcala

Gianfranco Cassiano y Ana María Álvarez Palma

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gicas generales cuya forma y manufactura eran sancionadas socialmente. Claramente muchas más herramientas intervenían en las diferentes dimensiones de la existencia, pero la mayoría de éstas eran fabricadas en el momento y mu-chas veces eran desechadas después del uso, perteneciendo a la categoría de herramientas improvisadas,7 propuesta por Binford (1989).

En el caso de las navajas, como hemos seña-lado en trabajos anteriores (Cassiano y Álva rez, 2007, en prensa), el área de dispersión se ex-tiende hacia el occidente y sureste del país, con algunas variantes tipológicas y morfológicas, aunque en principio existen dos tipos por técnica y tamaño: las navajas propiamente dichas y las micronavajas. Su notable profun-didad cronológica, mayor a los 4 000 años, habla de una tradición que probablemente tuvo su lugar de origen8 en regiones cercanas a los yacimientos de obsidiana, ya que éste es el material más apto para su fabricación. Su posterior difusión y popularización está ligada en primer término a un consumo suntuario por parte de grupos de elite.

una ventaja de este proceso de fabricación era que el producto final, la navaja, contaba con todos los atributos formales para entrar en el proceso de consumo que, se ha especulado, fue tanto ritual como doméstico. Este último pare-ce improbable en el caso de las micronavajas, mientras las navajas grandes fueron transforma-das en puntas de proyectil, perforadores, hojas de rasurar y escarificadores o, sin transforma-ción, simplemente sirvieron de instrumentos cortantes, como lo atestiguan la gran cantidad de segmentos con fuertes huellas de uso encon-trados en los contextos del Posclásico tardío y

7 En inglés es denominada expedient technology y es enunciada originalmente por Binford (1989); sin em-bargo, en México su significado se ha deformado, dándole una connotación evolutiva por la asociación con formas más “primitivas” de tecnología.

8 A la fecha no se puede definir si este tipo fue intro-ducido o es una invención independiente. Sin embargo, el que no haya navajas en el norte sugiere la posibilidad de una “invención mesoamericana”.

de la Colonia.9 Creemos que el ámbito de su elaboración fue el masculino, mientras su consumo pudo darse en ambos sexos.

Las puntas y cuchillos pertenecen a una tradición que tiene sus raíces en la larga etapa cazadora-recolectora. A diferencia de las na-vajas, que tienen un breve florecimiento con la llamada cultura Clovis y, aparentemente, dejan de fabricarse en México durante el Holoceno temprano y medio, los instrumentos bifaciales siguen utilizándose hasta la Colonia, con una gran continuidad formal en algunos tipos y varias innovaciones, tanto técnicas como tipológicas.10 Estos instrumentos, más que las navajas, tienen una connotación bá-sicamente masculina, ya que hacia fines del Pleistoceno y comienzos del Holoceno se erigieron como el símbolo del hombre, pri-mero el cazador y luego el guerrero. Pensamos que estas implicaciones de género se mantu-vieron a lo largo de toda la época prehispáni-ca, resignificándose con otras funciones ritua-les, como las vinculadas al sacrificio humano. Esta tecnología recibió un impulso particular en el área maya, donde se procesaba princi-palmente pedernal, llegando a niveles técnicos que se enriquecen de contenidos estéticos.

Los raspadores se cuentan entre las herra-mientas más antiguas en la historia de la huma-nidad, ya que se conocen desde el Olduvaiense,11 con una antigüedad supuesta de 2 millones de años y siguen durante el Paleolítico, con

9 La escasez de instrumentos de metal hizo que el consumo de navajas se prolongara durante la Colonia, ya despojado de sus contenidos rituales. La descripción de su proceso de fabricación asombró a varios cronistas, lo que además hizo que las descripciones fueran muy aproximativas, afectando nuestra posibilidad de recons-truir el proceso (cfr. Motolinía, 1979).

10 Sobresale el uso de soportes especializados del tipo de navajas y macronavajas, y la diferenciación en dos grandes clases de tamaño, a partir de la introducción del arco, que fomentó la microlitización y el uso, siempre más intenso y especializado, de la técnica por presión.

11 Bajo esta denominación, acuñada por la arqueó-loga Mary Leakey, se agrupan las industrias líticas que se asocian con los Australopithecus, el Homo habilis y los primeros H. erectus.

Los raspadores de maguey de la región de Metztitlán

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una gran variabilidad tipológica en lo que se refiere al material empleado, a la geometría en planta, a la forma del área de sujeción y de la porción considerada como activa, al espesor y al tamaño y a las implicaciones funcionales.

En México los raspadores están presentes en muchísimos sitios dentro y fuera del Alti-plano Central desde la etapa cazadora-reco-lectora, pero todavía existe mucha confusión sobre sus rasgos característicos, así que nos parece oportuno referir la definición más antigua, planteada por primera vez por Bordes (1961) y que reportamos no literalmente:12 raspador es aquella lasca o navaja que presen-ta en uno o dos extremos un retoque continuo directo13 no abrupto14 que forma un frente plano o redondeado. En nuestra opinión, en primera instancia Bordes quería marcar la diferencia entre raspador y raedera que, para él, radicaba sobre todo en el tipo y posición del retoque. Éste, en las raederas, era más plano y se ubicaba de preferencia en los filos más que en los extremos, salvo en el caso de las varias raederas transversales.

Como es costumbre entre los arqueólogos, esta propuesta tipológica tuvo mucho éxito y se popularizó, adquiriendo con el tiempo connotaciones funcionales que estaban fuera de las intenciones de la definición original. Por otro lado, se empleó de manera vaga y super-ficial para clasificar objetos que no tenían re-lación entre sí y que pertenecían a áreas geo-gráficas, culturas y cronologías diferentes. También queda poco clara la diferencia entre los raspadores propiamente y los cepillos, y carecen de precisión tipológica los scraper

12 La definición originaria de raspador es tan amplia que permitía incluir una gran variedad de piezas, por lo que no tenía un sentido funcional explícito. Así, es posible que las piezas que definimos raspadores en di-ferentes épocas y/o culturas no guarden ningún pare-cido funcional.

13 retoque directo es aquel cuyas cicatrices se ubican en la cara dorsal.

14 El ángulo entre el frente retocado y la cara dorsal debe ser menor de 90º.

planes.15 En otro trabajo hemos planteado nuestra opinión en torno a los raspadores sobre extremidad de navajilla, comunes en el Posclá-sico tardío, donde la modificación del extremo distal parecía corresponder a estrategias de distribución (Cassiano, 1993).

En el ámbito de la organización del trabajo, en el Posclásico los procedimientos de fabrica-ción de bifaciales, raspadores y navajas parecen haber sido autónomos, teniendo en común una concepción tecnológica general que desplaza la complejidad del proceso de la fabricación de la herramienta en sí, a la manufactura del soporte. Esta tendencia se había empezado a manifestar en las industrias microlíticas de finales del Pa-leolítico superior, pero ya estaba contenida conceptualmente en la llamada “técnica Leva-llois” del Paleolítico medio en Europa.

una última anotación: así como los proce-sos de manufactura son inde pendientes en términos de la organización del trabajo, los productos al contrario tienen propiedades transferibles; por ejemplo, con las navajas se podían hacer puntas, así como raspadores; asimismo, la tecnología de puntas y cuchillos po día enfocarse a la fabricación de elementos del macahuitl y estos últimos a su vez podían ser transformados en puntas. El que a partir del Clásico se manufacturaran puntas sobre navaja tiene implicaciones más profundas, ya que las navajas involucraban el autosacrificio, mientras las puntas y cuchillos se vinculaban al sacrificio del “otro”. La dualidad simbólica está también ejemplificada por ciertos núcleos en forma de lengua agotados, que en una cara tienen los desprendimientos de navajas y en la otra muestran retoques por presión, carac-terísticos de los cuchillos bifaciales.

AntecedentesEs en este marco donde se inserta la discusión sobre los raspadores de maguey. Para este tipo

15 Podría traducirse como “plano de raspar” y, al parecer, identifica lascas de talón muy ancho, con reto-que en la cara dorsal adyacente al talón.

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contamos con información de las fuentes, ya que en el Códice Florentino (apud Clark, 1989) hay una ilustración en planta que correspon de, en la forma, a las piezas arqueológicas (figura 2). Por otro lado, Sahagún (1975) habla de varios tipos de navajas, de los que unas son “para raer los meollos de maguey para que manen”, en referencia probable a los raspa-dores. Es interesante notar que la denomina-ción de navaja es aplicada por este autor de manera indiferenciada tanto a instrumentos para cortar como navajillas, cuchillos y ele-mentos de macanas, como para raer, lo que nos remonta a la hermenéutica analógica de las fuentes.

Arqueológicamente, ya se ha empezado a prestar cierta atención a esta herramienta para fines de identificación tipológica y de análisis tecnológico. Entre los trabajos más puntuales están los de gaxiola (2005), Elizalde y Mandu-jano (2000) y Pastrana (1998).

En el primero se hace una relación bastan-te minuciosa y crítica de los antecedentes de estudio, por lo que no creemos necesario volver a mencionarlos: tenemos varias coinci-dencias en la apreciación de la estructura del proceso de trabajo, sobre todo en lo que con-cierne a la fabricación de los soportes, aunque falta un poco de especificidad sobre la manu-factura de los raspadores y los cambios de la forma durante el proceso de uso.

La tesis profesional de Elizalde y Mandujano (2000) empieza a explorar el terreno funcional y debe ser considerada como un trabajo pio-nero, propositivo pero no concluyente; aunque

toca varios temas tipológicos y tecnológicos, lo hace de manera general y sin profundizar en las consecuencias en lo arqueológico.

Las investigaciones de Pastrana (1998) en la Sierra de las Navajas aportan los primeros datos de excavación de la que fue quizá el área de extracción más importante de todo México. En cuanto a sus propuestas de reconstrucción de los procesos de fabricación, compartimos con gaxiola algunas dudas sobre si la forma de los núcleos que ilustra es congruente con la de las lascas-soporte de los raspadores.16 Por otro lado, no coincidimos en lo que respecta a la morfología de las lascas de reducción y re-toque que, como veremos más adelante, po-seen ciertos rasgos peculiares y reconocibles. Lo que muestran estos trabajos es que el pro-cedimiento de manufactura, cuando menos en las tres áreas, tiene más similitudes que dife-rencias. En visitas realizadas tanto a la Sierra de las Navajas como a Otumba hemos obser-vado evidencias de este proceso, especialmente en los núcleos, que son inconfundibles. Asimis-mo, éstos están presentes en los materiales de Oyameles-Zaragoza (Lara, 2003).

Primero vamos a tratar de describir los atributos principales de la herramienta cono-cida como raspador de maguey, aclarando que no pretendemos abarcar la diversidad de for-mas que se consideran en esta cate goría tipo-lógica, sino sólo la que se exhibe en la región de Metztitlán,17 aunque tomamos otros ejem-plos a nivel comparativo. El soporte es una lasca alargada con una o dos aristas regulares; la forma en planta es almendrada; la sección longitudinal es cóncavo-convexa, con una curva pronunciada en el extremo distal; éste, que es denominado frente, muestra un retoque continuo, con un ángulo que va de plano a semiabrupto. El retoque de los filos, obtenido

16 De hecho, el uso de dos plataformas, cada una en un extremo, parece haber tenido por objetivo seguir obteniendo lascas rectas.

17 gaxiola (2005) propone por lo menos dos varian-tes, con y sin espiga, siendo la primera más común en la cuenca de México y en el valle poblano.

Figura 2. Códice Florentino. representación de un raspador de maguey (modificado de Clark, 1989).

Los raspadores de maguey de la región de Metztitlán

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por percusión directa y generalmente conti-nuo, se ubica en la cara dorsal y puede ser marginal, invadiente o cubriente. La longitud varía entre 8 y 14 cm, aunque es muy probable que en una etapa inicial de uso se sitúe entre 12 y 14 cm.

La distribución espacial todavía es incierta. El área donde tiene mayor presencia es el centro de la república, específicamente la cuenca de México, Puebla, Oaxaca, Hidalgo, Tlaxcala, Michoacán y guanajuato. Posible-mente esté presente en querétaro y en la porción seca de Veracruz. Su ausencia en el noreste de México y en el noroeste-suroeste y, en general, en las tierras bajas tropicales, pro-bablemente se deba a la asociación especializa-da de esta herramienta con grupos, recursos y actividades no existentes en estas zonas.

Su distribución temporal es más problemá-tica por la falta de secuencias confiables y fe-chadas. Está ausente en los sitios de cazadores-recolectores prehistóricos, por lo menos en la forma en que lo conocemos durante el Pos-clásico.18 Evidentemente no se puede descar-tar que, antes de su aparición, existiera alguna herramienta para la misma función, pero el enfoque de la relación forma-función es ne-cesario para la discusión de cuándo y por qué se empieza a estandarizar19 el procedimiento de manufactura. Es en el Preclásico cuando se identifica una herramienta de este tipo, aunque sólo a finales del Clásico la podemos reconocer con seguridad. Tanto en Cholula como en El Tajín hay representaciones pictó-ricas relacionadas con el consumo del pulque, y en Cantona hay abundancia de raspadores. Durante el Epi clásico éstos se vuelven comunes y en el Posclásico el consumo del pulque se generaliza, aunque por las menciones de las

18 Desde la etapa Clovis hay piezas parecidas en planta pero que no muestran la característica curvatura en perfil.

19 referimos el término estandarizar a la existencia de una serie de rasgos repetitivos en el proceso que conducen a la obtención de productos que comparten similitudes formales.

fuentes se destina a eventos especiales, como bodas, ritos propiciatorios, funerarios y sacri-ficios humanos.

Proceso productivoLa fabricación se rige por modalidades prede-terminadas. La estructura espacial del proceso de trabajo, por lo menos durante el Posclásico, estaría articulada en cuatro fases: extracción de la materia prima, manufactura de las lascas, fabricación del raspador y adecuación de éste por parte del usuario. Cada paso puede tener actores diferentes o iguales, aunque es más factible pensar que los primeros dos hayan sido realizados por un mismo conjunto de personas.20 El tercero, aunque espacialmente disociado de las áreas de extracción de obsi-diana, también pudo haber sido efectuado por los mismos artesanos.

Extracción de la materia primaTodos los raspadores analizados fueron manu-facturados con la obsidiana del yacimiento denominado de Zacualtipan.21 Desde el punto de vista geológico se trata de un domo riolítico con depósitos complejos, donde se conjuntan flujos riolíticos e ignimbríticos. Entre los con-tados estudios cabe mencionar un recorrido efectuado por Abascal (1981) y las prospeccio-

20 En las minas de Zacualtipan hay otros dos procesos claramente manifiestos: la fabricación de bifaciales y de núcleos de navajillas, siendo que estos dos con frecuen-cia se encuentran en porciones más alejadas de las áreas de extracción, aunque igualmente se pueden hallar junto a éstas.

21 El yacimiento cubre un área de por lo menos 100 km2 entre los pueblos de Atopixco y Tlahuelompa, sin abarcar la ciudad que le dio nombre. La extensión real es difícil de determinar porque el componente ignim-brítico produce la existencia de nódulos siempre más pequeños conforme nos alejamos del centro de emisión. Además hay que considerar la quebrada configuración topográfica de la sierra, cuyos plegamientos y disección provocan su lejano desplazamiento de la fuente original, sobre todo a tierras bajas. Actualmente podemos agregar un intenso factor de disgregación “en masa” ligado a su uso como material para “engravar” caminos, lo que desde luego está contribuyendo a la destrucción de los contextos arqueológicos.

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nes de robert Cobean (2002) en la década de 1970.

La obsidiana se encuentra tanto en depó-sitos primarios como secundarios. No hallamos evidencia de la explotación de los primarios, que están entremezclados con flujos riolíticos y son de baja calidad (figura 3). Los depósitos secundarios consisten en bloques subangula-res de diferentes dimensiones en una matriz de toba amarilla redepositada no consolidada, que se distribuyen desde la superficie hasta por lo menos 10 m de profundidad.

Es muy probable que desde la etapa caza-dora-recolectora hasta el Epiclásico se explo-taran los depósitos más superficiales con una técnica que consistía en descabezar el hori-zonte superficial del suelo para extraer nódu-los y bloques, seleccionando los de mayor ta-maño y de mejor calidad (Álvarez y Cassiano, 2007). Indicadores de este tipo de extracción son los “campos de nódulos” de pequeñas dimensiones que cubren la superficie del suelo (figura 4), en asociación espacial con talleres donde se presentan las primeras fases de los procesos de fabricación, sobre todo de bifaciales.

Otra técnica muy común es por medio de socavones a cielo abierto, de diferente tamaño y forma, predominando los alargados cuya profundidad variaba entre 1 y 3 m, dependien-do del espesor y profundidad de la veta,

mientras la longitud podía llegar hasta 10 m22 (figura 5). Ésta es la explotación que más se aso cia con los desechos de manufactura de soportes de raspadores, por lo que es necesa-rio describir someramente la primera fase del proceso.

Primera etapa de transformación: manufactura de las lascasÉsta se realizaba prácticamente junto al socavón, lo que sugiere que se trata de áreas de trabajo temporal, sin la formación de campamentos estables. Los bloques extraídos eran objeto de

22 Se trata sólo de aproximaciones, ya que la mayoría de estas depresiones están siendo utilizadas como depó-sitos de basura y se están azolvando muy rápidamente.

Figura 3. Yacimiento de Zacualtipan. Flujo riolítico con obsidiana.

Figura 4. Yacimiento de Zacualtipan. Campo de nódulos.

Figura 5. Yacimiento de Zacualtipan. Socavón.

Los raspadores de maguey de la región de Metztitlán

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una primera selección, por tamaño y por calidad del material, ya que alrededor de los socavones hay cierta cantidad de material sin trabajar, aunque no muy grande, lo que podría implicar que éstos eran retirados en determinados mo-mentos hacia áreas de desecho definitivo; hay evidencias de grandes amontonamientos de desechos in situ que han modificado la topo-grafía original del área y son difícilmente observables desde la superficie, salvo en el caso de alguna afectación reciente (figura 6).

Los depósitos están formados por una gran cantidad de núcleos en diferentes etapas, y de lascas, entre las que prevalecen las alargadas, con o sin córtex, con una o dos aristas en la cara dorsal y de tamaño grande, que pueden ser mayores que 20 cm; el extremo distal fre-cuentemente está curvado y es “pasado”.23 Este rasgo en la literatura se ha asociado con errores, pero en el caso de la fabricación de soportes para raspadores es posible que responda a una estrategia de lasqueo dirigida a obtener una mayor curvatura distal, a “acucharar” la pieza. También son frecuentes las lascas “en cresta” para la preparación y corrección del plano de desprendimiento. Mucho más escasas son las

23 Con este término nos referimos a las lascas cuyo extremo es más espeso que el resto de la pieza por la sustracción de una porción distal del núcleo mayor de lo normal, que produce su acortamiento.

de preparación de plataforma, probablemente porque en la mayoría de los casos ésta se for-maba simplemente fracturando el bloque y obteniendo superficies planas.

La técnica empleada fue la percusión di-recta con percutores de riolita, de los que hay por lo menos dos tipos, unos redondeados y pequeños, de 5 a 10 cm de diámetro, y otros más grandes y alargados, de 30 cm de longitud; estos últimos se utilizaban para fracturar los bloques más grandes y fabricar plataformas, mientras los más pequeños servían para la extracción de las lascas. Su materia prima no era de procedencia local, aunque sí regional.24

El objetivo de este procedimiento fue la obtención de lascas de entre 12 y 14 cm de longitud y 6 a 10 cm de anchura, con los már-genes divergentes desde el talón y con acentua-da curvatura distal, que funcionalmente es el rasgo quizá más importante de este raspador25 (figura 7). De éstas casi no hemos encontrado

24 En este punto queremos remitirnos a algunas ob-servaciones etnográficas procedentes del pueblo de No-palillo, Hgo. Es ésta una pequeña comunidad cercana a la ciudad de Pachuca y a los pies del cerro Cruz del Mi-lagro, en la denominada Sierra de las Navajas, donde algunos de los pobladores se dedican a la minería de obsidiana y a la manufactura de piezas tanto talladas como pulidas. La técnica de lasqueo preferida es la percusión directa con percutores de toba riolítica, que obtienen en un sector específico del área de minas. Aquí pudimos observar que los percutores están sujetos no sólo al des-gaste granular normal, sino también a fracturas que re-ducen su tamaño mucho más rápidamente. Por tanto, en general aquí los percutores pequeños son el resultado de la reducción de tamaño de los grandes y su forma redon-deada es producto del uso. El consumo y desecho de tales herramientas es tan alto que en la actualidad, aun con cuatro horas de trabajo diario, duran entre 15 días y un mes. A este propósito hay que aclarar que la materia prima de los percutores actuales es menos resistente que la de los arqueológicos, que son de riolita.

25 Esta curvatura le da a la pieza propiedades parecidas a las de un cucharón para recoger y desechar el bagazo producto del raspado de la piña del maguey, localmente denominado mexal. Esta forma también tiene que ver con la ergonomía del trabajo de raspado, con la forma de la piña y la curvatura que toma cuando se desprende el quiote y se van ensanchando. La forma curva, que ade-más es la forma natural del cajete, es la ideal para favo-recer el raspado y hacerlo sin desperdicio.

Figura 6. Atopixco. Desechos con núcleos junto a un socavón.

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especímenes completos en los talleres porque eran llevados a otros lugares para su transfor-mación definitiva, pero quedan sus negativos en los núcleos hallados en gran cantidad alre-dedor de los socavones y los resultados de ex-tracciones fallidas, como piezas deformadas o fracturadas.

Los núcleos son aplanados y, por lo general, fueron trabajados en una sola cara, en la que se conserva un solo desprendimiento comple-to, es decir que cada nueva lasca se extraía de manera adyacente a la anterior. Esta estrategia “monofacial” tiene por objetivo mantener una baja curvatura en el plano de desprendimien-to y permitir la extracción continua de lascas anchas y delgadas. La plataforma normalmente es inclinada, lo que indica el uso de la percu-sión directa.26 La porción distal muestra una fuerte curvatura en el último tercio y el extre-mo casi siempre es plano, ambos atributos relacionados con la técnica de extracción “pasada”, que produce el acortamiento siem-pre mayor del núcleo, hasta su abandono, cuando la longitud de las lascas, más que la

26 La plataforma inclinada, en ausencia de la prepa-ración puntual del talón para sostener el punzón, no permite el uso de la percusión indirecta.

anchura, se vuelve inadecuada para la fabrica-ción de los raspadores (figura 8).

Lo anterior redunda en una gran abundan-cia, en las minas, de núcleos agotados aunque, a primera vista, todavía tienen mucho poten-cial de producción. Esto indica que la mayor parte de las lascas-soporte fueron manufactu-radas en el yacimiento y establece una clara relación, ya mencionada, con la técnica de extracción por socavones. Por otro lado, los centenares de núcleos desechados atestiguan la importancia de esta producción, mientras su ausencia en los talleres de manufactura de raspadores indica una relación de complemen-tariedad entre ambas áreas de trabajo.

El que se trate de una gran producción de núcleos y lascas especializados también hace improbable el reciclaje de lascas de prepara-ción de núcleos de navajas prismáticas. En el Sitio de Mesa del Pixtli de hecho tenemos re-presentados los dos procesos y hay lascas de última preparación de núcleos de navajillas, pero éstas por lo general no sirven para fabri-car este tipo de raspador porque son más an-gostas, puntiagudas y casi rectas. En este caso es factible pensar que los núcleos llegaran de los yacimientos en etapas avanzadas de prepa-ración, dada la relativa escasez de lascas corti-cadas. Como ya se señaló antes, hay muchas similitudes en el proceso de manufactura entre este yacimiento y los de Pachuca y Otumba, donde encontramos núcleos, lascas y raspadores muy parecidos.

Figura 7. Lasca-soporte.

Figura 8. Núcleo desechado.

Los raspadores de maguey de la región de Metztitlán

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Segunda etapa de transformación. Fabricación del raspadorEn la región de Metztitlán-Mezquititlán hemos detectado por lo menos dos sitios con evidencias de producción especializada y masiva de raspa-dores: el ya mencionado de la Mesa del Pixtli y el de la Feria de los raspadores, frente al sitio monumental de La Fortaleza.27 Hay ciertas di-ferencias entre estos sitios: en primer lugar se encuentran en contextos ambientales diferen-tes, ya que Mesa del Pixtli está sobre una terraza entre las calizas y las tobas volcánicas recientes, a una altura de 1 700 msnm, en un microam-biente sumamente árido en la actualidad, mientras la Feria de los raspadores está a 1 200 m de altitud, cerca de un cauce permanente. El primero es mucho más grande y diversifica-do y contiene cierta cantidad de herramientas terminadas y utilizadas, delatando así su natu-raleza habitacional. En ninguno de los dos sitios hemos encontrado percutores, pero es proba-ble que éstos fueran de riolita, que son los característicos del área y, en general, los pre-feridos para trabajar la obsidiana.28

El proceso general de manufactura fue se-mejante, aun en la forma específica y especia-lizada de desprender las lascas de reducción. un rasgo interesante es que, a juzgar por los soportes rotos en etapas iniciales, éstos llegaban a los talleres sin modificaciones.29 Al parecer, primero se modificaba el extremo distal (figura 9), a veces se trabajaba de forma menor el proximal, para eliminar el talón y/o el bulbo,30

27 En otros más, como en La Loma Seca, Oyapa y Ocuicalco, entre otros, hemos reconocido lascas que proceden de la manufactura o del reacondicionamien-to de estas herramientas.

28 Percutores de este material son comunes por ejemplo en los yacimientos de Otumba y de la Sierra de las Navajas.

29 Esto marca una diferencia por ejemplo con la Sierra de las Navajas, donde por lo menos una parte de los so-portes eran modificados en los asentamientos adyacentes a las minas, es decir que las primeras tres fases del proce-so se realizaban en el mismo lugar (Pastrana, op. cit.).

30 Hay muchos raspadores que conservan el talón, por lo que su eliminación pudo haber sido una prefe-

luego se retocaban los lados, empezando por lo común por el izquierdo, en caso de que el lasqueador fuera derecho (figura 10). La mayor probabilidad de error se daba en el retoque del extremo distal, aunque desgraciadamente no tenemos muchas de estas por ciones. Es probable que si la fractura distal abarcaba una sección pequeña, la lasca se reutilizara fabri-cando un raspador más corto. Las lascas de fabricación poseen un talón ancho que corres-ponde a una porción de la cara ventral del raspador, es decir que cada lasqueo se lleva una porción de entre 1 y 2 mm de la cara ventral, por lo que la manufactura puede implicar una cierta reducción de la anchura.

En este sentido tenemos dos diferentes estilos de manufactura, uno que implica reto-ques marginales y otro que muestra retoques invadientes o cubrientes. Podría ser que esta diferencia también tenga que ver con la an-

rencia del artesano más que una manera de mejorar la ergonomía de la herramienta.

Figura 9. Fragmento distal modificado.

Figura 10. Fragmento proximal modificado.

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chura, el espesor y la regularidad del soporte (figura 11). A veces, el raspador se fabrica en sen tido opuesto al del eje técnico de la lasca, pero sólo cuando las proporciones de ésta están invertidas. El extremo distal era una porción delicada de la herramienta ya que en ella se encontraba una parte del borde funcio-nal, así que aquí el retoque inicial era plano, probablemente para dejar al usuario de la herramienta la posibilidad de modificarlo según su preferencia.

Las lascas de reducción y retoque, como se ha señalado antes, muestran rasgos caracterís-ticos que nos han permitido identificar áreas de manufactura o de reavivamiento de raspa-dores sin contar con su presencia. Sus formas en planta son variadas, predominan la rectan-gular y la triangular. En la cara dorsal muestran dos aristas paralelas o convergentes, raramen-te sólo una, lo que también permite diferen-ciarlas de las de retoque de puntas y cuchillos. También en la mayoría de los casos tienen una línea de microrretoques adyacentes a la zona del talón. Este último es asimismo un rasgo sobresaliente ya que es relativamente angosto y está entre esta zona de microrre toques y un plano ancho e inclinado que forma con la cara ventral un ángulo siempre mayor de 90º. Este plano es parte de la cara ventral del soporte que se elimina en el momento del re toque.

Otro elemento importante es la fuerte curva-tura en sección transversal, que rompe entre la sección medial y la distal31 (figura 12).

Curiosamente, entre las muchas piezas dese-chadas hay más porciones proximales que distales, aunque esto puede deberse a que éstas no fueron reconocidas. La escasez de retoques parece indicar que los accidentes de fabri-cación se daban generalmente en las primeras fases del trabajo.

Adecuación inicial y reacondicionamiento por parte del usuarioLa función de estos raspadores no ha sido plenamente demostrada, pero es probable que fueran herramientas vinculadas a la produc-ción de aguamiel y, por extensión, a la del pulque (Álvarez, Cassiano y Villa, 1988; Durán, 1984). Su abundancia en la región de Metzti-tlán, sobre todo en las laderas intermedias, parece tener relación con la distribución an-tigua del cultivo del maguey. Los análisis de huellas de uso no han permitido aislar rasgos específicos vinculados al medio pulquero, pero tampoco han llevado a desechar tal po-sibilidad (Elizalde y Mandujano, 2000).

Esta implicación funcional conlleva moda-lidades específicas de consumo de la herra-mienta. Para empezar, su sujeción fue manual,32

31 Experimentalmente hemos logrado reproducir este tipo de lasca por percusión directa tangencial, aplicando un vector de fuerza inclinado y utilizando la cara ventral como plataforma.

32 Durante el Posclásico tardío también son frecuen-tes los llamados raspadores de espiga (garcía Cook)que

Figura 11. Tipos de retoque: 1) marginal; 2) cubriente.

Figura 12. Lasca de reducción.

Los raspadores de maguey de la región de Metztitlán

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conforme los cambios morfológicos ocasiona-dos por el uso la iban alejando de la forma inicial y la iban individualizando.

El frente funcional evidentemente sufrió más las consecuencias de la utilización. Su mor fología cambiaba de convexa a recto-convexa (figura 14) y el ángulo de trabajo se volvía progresivamente más abrupto, lo que hacía necesaria la aplicación de retoques para reavivar el filo, normalmente en la cara dorsal pero, a veces, en la ventral (figura 15). Las consecuencias más serias fueron la progresiva reducción de la anchura, de la longitud y de la curvatura. Este último rasgo, como ya se dijo, fue muy importante funcionalmente, ya que se relacionaba con el uso del raspador como cucharón para extraer el mexal,33 tal como se observa en los instrumentos de metal introdu-cidos después de la Conquista (Parsons y Par-sons, 1990). Así, los raspadores se acortaban constantemente y es probable que, llegando a la mitad de su tamaño original, fueran desecha-dos o reinser tados en otro proceso de consumo, ambas acciones probablemente ligadas a la unidad doméstica, porque allí es donde los

33 Con este término otomí se designa el tejido cica-tricial que se raspa en el interior de la piña del maguey para que produzca aguamiel. Puede además ser utiliza-do para el lavado de trastes de cocina, gracias a su consistencia fibrosa y contenido de saponinas.

a juzgar por la recurrencia, en la cara ventral cerca del extremo proximal y en la porción medial, de huellas de abrasión que suponemos fueron producidas por el roce de la mano so bre la pieza con el intermedio de abrasivos natu-rales (figura 13). Por otro lado, y un poco en contra de la definición tradicional de raspador, en el proceso de uso intervenía sólo una fracción del llamado frente útil y la mayor parte de uno de los filos, el derecho o el izquier-do si el usua rio era zurdo o derecho. Esto también explicaría el adelgazamiento basal dorsal y/o ventral de la mayoría de las piezas.

La primera acción del usuario fue el retoque del frente y del filo para obtener el ángulo de trabajo preferido; para facilitar esta adecuación las piezas en proceso que circulaban debieron tener el frente plano. También se adaptaba la porción de sujeción eliminando asperezas y, a veces, redondeando el margen por abrasión. Estas pequeñas modificaciones permitían in-sertar la herramienta en el proceso de consumo y además particularizaba su relación con el usuario de una manera mucho más estricta que en el caso de los raspadores de metal. Esta apropiación de la relación se volvía más fuerte

tienen un pedúnculo que probablemente era el soporte de un mango. En caso de ser raspadores de maguey, su ergonomía seguramente era diferente, ya que sólo se podían usar de frente.

Figura 14. Deformación por uso del frente y de los filos.Figura 13. Abrasión en cara ventral.

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encontramos.34 Hoy día, en las casas de los campesinos que aún raspan el maguey, se puede ver cómo los raspadores metálicos inu-tilizados por el uso todavía permanecen en el ámbito inmediato de la unidad doméstica, en el patio o en el área de fermentación. Esto pudo haber sucedido también en el pasado. Hay otros agentes que ocasionan modificacio-nes en las piezas, por ejemplo, accidentes en diferentes momentos del proceso de produc-ción y uso, aunque son muy difíciles de detec-tar arqueológicamente.

Los raspadores se usaron hasta bien entra-da la Colonia, pues el metal al principio era un material escaso, tanto que los propios es-pañoles echaron mano de la obsidiana para la confección de herramientas. Los principales consumidores de estas herramientas fueron las haciendas pulqueras que procesaban grandes volúmenes de maguey, hasta 15 000 al mismo tiempo y, probablemente, gastaban gran cantidad de raspadores, entre otros implemen-tos. En esta perspectiva sería lógico suponer que muchos talleres de raspadores pertenez-can a la época posconquista y que no puedan ser distinguidos de los prehispánicos porque

34 En el material hay por lo menos dos categorías de raspadores, los denominados de maguey y otro de ta-maño mucho menor y de sección longitudinal recta, que podrían ser el resultado de la refuncionalización de los primeros.

Figura 15. reavivamiento del filo en cara ventral.

el procedimiento de manufactura continuó sin muchas variaciones.

Consideraciones finalesEl estudio de las herramientas líticas tiene que tomar en cuenta el género, el sector social, la región y tradición cultural, la temporalidad y las interacciones interculturales económicas, políticas e ideológicas. Asimismo, se debe con-siderar la acción individual en su capacidad de interpretar la normatividad social en relación a la manufactura y uso de herramientas. Como se señaló al principio, el manejo de estos fac-tores, sean aislados o interactuantes, es más productivo cuando se trata de herramientas con procedimientos de fabricación y formas estandarizados, como las navajas, puntas y cu-chillos. Las relaciones forma-función, por ejemplo, son más evidentes en instrumentos fabricados “en serie”. Éste es un rasgo social que permea todos los sectores de una sociedad, cada uno de los cuales se puede identificar con determinados procedimientos. Por ejemplo, mientras las puntas y las navajas tienen que ver con una ritualidad de elite, ligada a la guerra y al sacrificio, el raspador de maguey se relaciona con un estrato campesino, aunque en realidad en las fuentes no se hacen menciones explícitas sobre los actores sociales de la producción.

En este sentido, los raspadores en general habían sido clasificados básicamente como herramientas femeninas, con poca relación directa con el ámbito ritual; sin embargo, por lo menos en el caso del raspador de maguey, estas valoraciones parecen ser incorrectas, ya que su fabricación y uso prehispánicos fueron masculinos, su empleo se dio fuera de la uni-dad doméstica y, por su función esencial en la fabricación del pulque, tenían un sentido y un objetivo último rituales. El que en la actualidad también las mujeres desempeñen la función de tlachiqueras35 puede haberse originado por

35 Los tlachiqueros son las personas, hombres o mujeres, encargadas de la preparación del maguey, de su raspado y de la extracción y acarreo del aguamiel.

Los raspadores de maguey de la región de Metztitlán

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la pérdida de implicaciones simbólicas del pulque.

En la Feria de los raspadores y en la Mesa del Pixtli, los dos sitios que reconocimos como talleres de raspadores y de raspadores y navajas, respectivamente, aparecen áreas de trabajo especializadas y segregadas y la cerámica aso-ciada puede referirse a actividades de man-tenimiento de los artesanos. En el caso de las navajas, esto se hace aún más evidente con el abrigo de la Caparrosa, cerca de Zacualtipan, donde se fabricaron grandes cantidades de piezas en una pequeña oquedad formada entre grandes bloques caídos de basalto, lejos de cualquier sitio habitacional (figura 16). Pero la evidencia más impresionante se relaciona con los grandes bifaciales, de los que encontramos por lo menos tres áreas de manufactura: una, un taller en mina en las cercanías del pueblo de Atopixco, otra en una terraza sobre el río Panotlan, abajo del Sitio de La Fortaleza y la tercera en el Sitio de La Mesa, adyacente al centro ceremonial (figura 17).

Las menciones anteriores están orientadas al reconocimiento de una relación entre el espa cio y su función que, entre otras cosas, es resultado de la necesidad de la apropiación del conocimiento en ciertas áreas de la tecnología por parte de sectores sociales que ejercen la política. El control del entorno tecnológico como ejercicio de poder se manifiesta no sólo en el aislamiento cognoscitivo de los procedi-mientos técnicos, sino también en el acota-miento de los ámbitos funcionales. El que en la arqueología se abuse de las explicaciones rituales e ideológicas de hecho puede corres-ponder a una percepción, mal conceptualizada y peor argumentada, de indicadores materiales de la “supremacía”, en determinados momen-tos, de estos ámbitos menos tangibles sobre los de las actividades de subsistencia básica.

Como ya se señaló en otro trabajo (Cassiano y Álvarez, 2007), las navajas, que durante el Formativo y parte del Clásico tienen una distri-bución más focalizada y cuya manufactura pa-rece limitarse a algunos centros de producción

Figura 17. Atopixco. Taller de bifaciales.

Figura 16. Zacualtipan. Abrigo de la Caparrosa.

cercanos a los yacimientos a finales del Clásico y durante el Posclásico, alcanzan una distribu-ción más amplia, encontrándose en porciones del occidente, donde antes estaban ausentes o en la costa del golfo, donde eran muy escasas. Asimismo, llegan hasta el noroeste-suroeste, en el centro-sur de Sonora. un hecho más relevante que el anterior es el surgimiento de nuevos centros de producción, por ejemplo Cantona, a finales del Clásico, Huapalcalco y Metztitlán en el Epiclásico y Tula en el Posclá-sico temprano, donde se tiene un control pleno de la tecnología y se empiezan a generar varian-tes de manufactura.

Los raspadores que son el tema de este trabajo también están geográficamente res-tringidos y numéricamente reducidos durante

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el Formativo, siendo probable que en el Clá-sico cuando se empiece a generar el modelo de raspador de maguey como herramienta socialmente sancionada, fisonomía que se generalizará en el Posclásico. La escasez de tales elementos en los sitios del Epiclásico de Metztitlán puede a su vez ayudarnos a plantear la filiación de los grupos en este momento, con la posibilidad de que lleguen de áreas donde no se da la producción de pulque. Por otro lado, la continuidad de la tecnología de navajillas y la virtual desaparición de la de cuchillos bifaciales plantea la posibilidad de la entrada de poblaciones que traen elementos tecnológicos diferentes.

Podríamos estar frente a una tecnología con rasgos étnicos, quizá relacionada con los oto-míes, quienes se han caracterizado histórica-mente por el consumo de pulque y el procesa-miento del maguey (Álvarez y Cassiano, op. cit.). Asimismo, podría haberse dado la difusión tardía, posterior a la Conquista, de este rasgo en vinculación con el desarrollo de las hacien-das pulqueras y la necesidad de abastecerlas de

herramientas de trabajo elaboradas con mate-rias primas locales, en vista de la limitada dis-ponibilidad de metal.

Suponemos que el empleo de la obsidiana continuó hasta mucho después, llegando hasta el umbral de la revolución mexicana. Sin embargo, en el caso de los raspadores esto pudo haber sucedido antes, puesto que su función estaba específicamente ligada al procesamiento del pulque, bebida que fue “satanizada” ya que se asociaba con los efectos nocivos del alcohol y con sus connotaciones rituales, como se puede ver por ejemplo en la pintura mural de la capilla agustina del pueblo de Santa María Xoxoteco, en el municipio de Mezquititlán (Artigas, 1978) (figura 18). Hay indicios de que esto se dio a mediados del siglo xix y que la producción de pulque sólo se reemprendió en algún momento del siglo xx, pero ya con el uso de raspadores de metal.

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Gianfranco Cassiano y Ana María Álvarez Palma

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IntroducciónEn el valle de Tulancingo existió desde el periodo Arcaico una tradición local de ma-nufactura de instrumentos de obsidiana de talla bifacial (Irwing Williams, 1963) y a partir del Preclásico medio instrumentos producidos con la obsidiana de Tulancingo fueron objeto de intercambio a larga distancia.1 Durante el Epiclásico, esta obsidiana fue explotada y trabajada con intensidad en torno a una co-munidad de producción que abarcó diversos ámbitos urbanos de Huapalcalco, asentamiento dominante de la región durante esta época.

En este trabajo presento una visión de conjunto sobre las características que tuvo la organización de la producción de instrumen-tos de obsidiana de Huapalcalco a partir de

* Dirección de Estudios Arqueológicos, Subdirec-ción de Investigación y Conservación del Patrimonio Arqueológico, inah.

1 La obsidiana de Tulancingo fue intercambiada a larga distancia desde el Preclásico medio con aldeas de la cuenca de México, la Mixteca Alta y los valles centra-les de Oaxaca (Pires-Ferreira, 1975; Boksenbaum et al., 1987). En Teotihuacan fue la tercera obsidiana en im-portancia utilizada (Spence, 1987). En el ámbito del intercambio de larga distancia, en el área maya con el Petén guatemalteco (Moholy Nagy y Nelson, 1990; rice et al., 1985). Durante el Epiclásico, Xochicalco fue una de las ciudades que se abastecía de obsidiana de Tulan-cingo para la obtención de puntas de proyectil (Hirth, 2006). Al parecer hasta el Posclásico tardío se seguía consumiendo (Cruz, 2000; Neff et al., 2000).

las categorías de comunidad de producción y de plaza de mercado. En el enfoque que utilizo para esbozar esta interpretación, la producción, la circulación y el consumo de instrumentos de obsidiana son procesos interrela cionados en el espacio y en el tiempo. La interrelación entre manufactura e inter-cambio se establece en la medida en que este último nace de la división social del trabajo y es un fenómeno intermediario entre la pro-ducción y la distribución. Su intensidad, ex-tensión y forma están determinados por las relaciones de producción.

Lo que crea las relaciones de intercambio no son las propiedades físicas de las mercancías sino las relaciones sociales, históricamente específicas que suscriben esta forma particular de circula-ción (Patterson, 2005: 317-318).

Esta interpretación general se basa en el análisis de datos empíricos procedentes de una diversidad de contextos arqueológicos investi-gados y obtenidos a partir del estudio de: a) la materia prima, que estuvo orientado a la loca-lización y caracterización química de las fuentes de abastecimiento de obsidiana en el sur de Hidalgo, que se sitúan en el entorno geográfi-co regional de Huapalcalco, y b) los contextos ar queológicos con evidencia de manufactura de instrumentos, tanto aquellos de tipo inten-sivo –los talleres– como los de tipo doméstico,

La comunidad de producción y el intercambiode instrumentos de obsidiana en Huapalcalco, Hidalgo

Margarita Gaxiola González*

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todos ellos situados en el espacio urbano de Huapalcalco.

Huapalcalco: una próspera zona productiva y una zona de extracción de materia primaLa zona arqueológica de Huapalcalco se loca-liza en el valle de Tulancingo, cuenca lacustre del Eje Neovolcánico que se sitúa en el extremo nororiental del Altiplano Central. La ciudad fue el sitio dominante de la región de Tulan-cingo durante el Epiclásico y su ocupación ha sido fechada por radiocarbono entre 650 y 900 años d.C. (gaxiola, 1999).2 El asentamiento, con una superficie aproximada de 5 km2, se sitúa sobre la ladera surponiente del cerro del Tecolote, macizo que cierra el valle en su extre-mo suroeste, por donde cruza el camino prin-cipal que comunica el centro de México con el centro-norte de la costa del golfo. La planicie, conformada por sedimentos aluviales cuater-narios, fue muy propicia para su explotación agrícola, y el emplazamiento de Huapalcalco fue especialmente favorable para la agricultura intensiva, por su asociación geográfica con dos de los distritos de riego más ricos y fértiles del valle: el de Zupitlán y el del río grande de Tulancingo. Su práctica está documentada ar-queológicamente, ya que entre los restos botá-nicos recuperados de excavaciones de unidades habitacionales destaca una variedad de plantas de hábitat herbáceo que crecen dentro de áreas de cultivo, sobre todo en las que tienen riego,

2 El espacio geográfico de esta zona arqueológica no fue ocupado exclusivamente en esta época. En los abri-gos rocosos que se encuentran en los acantilados de riolita y que flanquean su centro ceremonial se ha estu-diado una ocupación antigua del Arcaico, fechada alre-dedor de 5 000 años a.C. A la ocupación del Epiclásico le precede una del Preclásico tardío (ca. 150 d.C.), cuya extensión y características aún no han sido estudiadas. En épocas posteriores, una vez abandonada la ciudad epiclásica, entre los años 1250 y 1521 d.C., el antiguo espacio urbano fue reocupado, en forma dispersa, por población de carácter rural de los calpolli pertenecientes a Tollantzinco, asentamiento central del altépetl, situa-do a 2 km al poniente de Huapalcalco.

o bien en zonas húmedas o con suelos saturados de agua (gaxiola, 2001). Además del maíz y del nopal de grana, el cultivo del maguey sobresale por la intensidad con que se practicó esta ac-tividad agrícola, la cual estuvo en estrecha relación con la industria de obsidiana debido a que la manufactura de raspadores de maguey fue una industria especializada en la antigua ciudad (gaxiola, 2005a).

Otro recurso natural importante en la re-gión fue la obsidiana, explotada intensivamen-te como materia prima para la fabricación de herramientas de trabajo. Las elevaciones que limitan el valle hacia el sur, oriente y poniente, con alturas que oscilan entre 2 250 y 3 000 msnm, corresponden en su mayoría a depósi-tos volcánicos de varias edades. Especialmente en las montañas al sureste del valle se han re-gistrado varias localidades con obsidiana, entre ellas destacan El Pizarrín, situada a 2 km al sureste del centro ceremonial de Huapalcalco, así como Tepalzingo, rancho Tenango y El Encinal (gaxiola, 1981; Cobean, 2002). Estas cuatro localidades forman dos grupos quími-cos e integran el sistema de yacimientos de Tulancingo (gaxiola y Nelson, 2005). De todas ellas, El Pizarrín es la localidad con evidencia de explotación más intensiva y, bajo la jurisdic-ción de Huapalcalco, fue la fuente principal de abastecimiento de obsidiana durante el Epiclásico en el valle de Tulancingo.

El sistema de yacimientos de Tulancingo forma parte, a su vez, de una zona más amplia de extracción de obsidiana en el centro de México, caracterizada por Berdan y Smith (2004: 54-55) como una zona clave en el in-tercambio mesoamericano de larga distancia (zocm). Huapalcalco se sitúa en una posición geográfica nodal que favoreció e impulsó el intercambio interregional de obsidiana.

Estas características del medio natural de Huapalcalco, a saber, la cercanía entre la pla-nicie aluvial del valle de Tulancingo y los depó-sitos de obsidiana, propició que en su territorio convergieran dos tipos de áreas de importancia en la interacción económica macrorregional:

Margarita Gaxiola González

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la próspera zona productiva y la zona de extrac-ción de materia prima. Esta circunstancia favo-reció el desarrollo de un sector manufacturero incorporado al espacio urbano y de una plaza de mercado donde confluía una red de caminos que articularon tres medios naturales diversos: el altiplano, la sierra y la costa.

Huapalcalco, una ciudad artesanalHuapalcalco fue un centro artesanal especia-lizado en el trabajo de talla de obsidiana para la manufactura de instrumentos. Su produc-ción, especializada en puntas de proyectil y raspadores de maguey, se centraba en la explo-tación intensiva del yacimiento de obsidiana de El Pizarrín y en el control completo de su proceso productivo. El trabajo manufacturero, cuya evidencia arqueológica está atestiguada por la abundancia de desecho de talla disper-so en toda la extensión de la zona arqueológi-ca, fue una actividad que se realizó en forma intensiva y en una diversidad de contextos dentro de la ciudad. Los resultados del análisis tecnológico de las industrias líticas y su repre-sentación en los contextos en que operaban sus cadenas de trabajo nos han permitido proponer que la producción artesanal en Huapalcalco fue un factor dinámico de su economía, que representó una importante fuente de riqueza. La estrategia de producción que se desarrolló en esta ciudad-Estado tuvo como finalidad la intensificación productiva ligada al intercambio mercantil.

La utilización de la categoría de comunidad de producción tiene como objetivo recons-truir la organización laboral en el ámbito co-munitario, tratando de reconocer formas de articula ción y cooperación más allá de la or-ganización del trabajo individual en cada uno de los talleres o de otras unidades de manu-factura. La actividad manufacturera estuvo organizada en torno a una comunidad de producción centrada en la explotación inten-siva del yacimiento de obsidiana de El Pizarrín, cuyos talleres tuvieron el control completo del proceso productivo. En esta comunidad par-

ticiparon tres tipos de unidades de producción, articuladas por cadenas de cooperación del trabajo de talla: los talleres que representan la producción especializada y las unidades domésticas de consumo productivo. Estos tipos de actividades manufactureras se desarrollaron en el entorno doméstico, pero las unidades productivas especializadas tienen la particula-ridad de estar asentadas sobre la fuente de abastecimiento de materia prima y de incor-porarse espacialmente al ámbito urbano de Huapalcalco como un sector productivo orga-nizado. Por otro lado, las unidades domésticas participaron activamente en la producción, conformando un sector de la comunidad de producción que participaba como consumo productivo.

La división técnica del trabajo: industrias y cadenas operativasAbordo la división técnica del trabajo utilizan-do dos categorías principales: las industrias, que nos permiten clasificar los sistemas técnicos globales, y las cadenas operativas, que facilitan la ubicación de cada contexto arqueológico en un marco general de organización de la ma-nufactura y del uso de los instrumentos (Dobres, 2000:164-182). La reconstrucción de las se-cuencias de reducción en cada unidad manu-facturera, mediante el análisis tecnológico del desecho de talla, permitió enfocar el estudio de la organización laboral en términos de operaciones secuenciales-técnicas de la trans-formación de la materia prima. Los resultados obtenidos son la base para la reconstrucción de la división técnica de la manufactura repre-sentada en las unidades de producción de Huapalcalco.

En el trabajo de análisis lítico considero que las industrias representan una actividad pro-ductiva organizada en torno a un conjunto de operaciones técnicas representativas de una forma común de procesar o transformar un determinado tipo de materia prima en instru-mento de trabajo. Son dos los elementos que tomé en consideración para definir una indus-

La comunidad de producción y el intercambio de instrumentos de obsidiana

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tria de obsidiana tallada: el tipo de materia prima y los instrumentos y conjunto de téc nicas utilizados para su fabricación.

La obsidiana fue la única materia prima usada en la fabricación de instrumentos tallados en Huapalcalco. Este tipo de material permite que el estudio de su explotación y aprovecha-miento como materia prima pueda llevarse a cabo con cierta precisión, ya que mediante análisis químicos de caracterización es posible identificar los yacimientos de obsidiana que fueron fuentes de suministro de materia prima (glascock, Braswell y Cobean, 1998). En el caso de Huapalcalco, este factor es de importancia, dada la diversidad de yacimientos de los que se abasteció su población, por lo que, en relación al origen de la obsidiana, las industrias se agruparon en locales y alóctonas. El estudio de las industrias de obsidiana locales permitió re-conocer la existencia de un sector productivo interno que alcanzó niveles de espe cialización artesanal, mientras que las industrias alóctonas hicieron posible investigar las estrategias de abastecimiento de la materia prima y el inter-cambio de obsidiana.

Identifiqué cinco industrias de obsidiana tallada, cada una de ellas está representada por un tipo de instrumento, por su propia secuencia de reducción y conjunto de técnicas de talla, en la que en forma combinada se utilizaron técnicas de percusión y de presión. Las cinco categorías de industrias son: bifacial (puntas de proyectil y cuchillos), monofacial (raspador de maguey), laminar chico, indus-tria de lascas (raspadores terminales chicos) y navajas prismáticas.

Las industrias de obsidiana local. De estas cinco industrias líticas identificadas, cuatro se utili-zaban en la transformación de la materia prima local: dos de ellas especializadas –bifacial y monofacial– y las otras dos de tipo doméstico –laminar y de lascas–. Las industrias especiali-zadas están tecnológicamente diferenciadas en dos ramas: la industria monofacial destinada a la fabricación de raspadores de maguey y la

bifacial para la manufactura de puntas de proyectil. Se distinguen por tener procesos de trabajo estandarizados, representados por instrumentos con una gran homogeneidad tanto en sus características tecnológicas como formales. La distribución espacial del desecho de talla de estas industrias presenta en super-ficie una distribución diferenciada en altas concentraciones, asociadas a conjuntos habi-tacionales localizados sobre la localidad de obsidiana de El Pizarrín.

La industria de bifaciales presenta una se-cuencia de manufactura que se inicia con el desbaste de nódulos para obtener un artefac-to-base. Se han distinguido tres tipos: la lasca obtenida de nódulos o bloques, que es la más frecuente, la macronavajas de percusión de núcleos cónicos o cilíndricos, o bien, en oca-siones, un bloque o nódulo en bruto. A partir de la reducción del artefacto-base se inicia la segunda etapa de reducción en la que se ob-tiene, mediante el desbaste por percusión directa en ambas caras, una preforma bifacial. Hemos definido tres tipos de preforma de acuerdo con el avance en su reducción. En la última etapa, representada por la preforma 3, se trabaja mediante retoques por presión para dar la forma definitiva a la punta de proyectil; se forma el filo y el área de enmangue median-te la elaboración del pedúnculo y las muescas (figura 1) (gaxiola et al., 1987).

Los instrumentos monofaciales fabricados en los talleres de obsidiana de Huapalcalco presentan gran homogeneidad en sus caracte-rísticas morfológicas y tecnológicas. Se trata de raspadores terminales de forma ojival y tamaño que varía entre 7.5 y 10 cm de longitud, entre 5 y 3 cm de ancho en la extremidad distal, y 2 cm en promedio de espesor. El proceso de manufactura que caracteriza a la industria monofacial de raspadores de maguey está tecnológicamente diferenciado del proceso utilizado para la fabricación de herramientas bifaciales. La secuencia de reducción se carac-teriza por la preparación, por percusión direc-ta, de un núcleo en general de forma cónica

Margarita Gaxiola González

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con plataforma lisa, amplios planos de des-prendimiento y aristas rectas. De este tipo de núcleos se obtenían macronavajas, con la porción distal curva y abultada. una vez obte-nida la macronavaja, se procedía a darle forma al instrumento monofacial mediante un traba-jo inicial de desbaste marginal de la cara dorsal; posteriormente, en la última fase de la secuen-cia, la talla se continuaba con el trabajo sobre la cara dorsal, eliminando el talón liso original para obtener una forma algo puntiaguda en el extremo proximal, porción del instrumento que se enmangaba o por donde se sujetaba. La extremidad distal de la preforma, que es la parte activa del instrumento, se trabajaba hasta obtener una curvatura pronunciada y forma redondeada (figura 2). Estas herramientas de talla monofacial son productos especializados fabricados en las diversas unidades de produc-ción de Huapalcalco y utilizados muy proba-blemente para raspar maguey, uno de los cul-tivos más importantes del valle de Tulancingo en la época prehispánica (gaxiola et al., 1987; gaxiola, 2005b).

He documentado las industrias que considero como domésticas en unidades habitacionales, y los procesos de trabajo que las caracterizan son menos estandarizados. Los materiales es-tudiados permitieron identificar una industria

laminar de núcleos cónicos medianos y una industria de lascas. A partir de nódulos media-nos y pequeños, que por su tamaño no eran utilizados en los talleres, se elaboraron dife-rentes tipos de raspadores más pequeños, así como herramientas informales sobre navajas y lascas (figura 3) (gaxiola y del razo, 2006).

Las unidades de producciónComo resultado del trabajo arqueológico, he definido tres tipos de unidades de producción: a) talleres de manufactura completa especiali-zados (gaxiola et al., 1987; gaxiola y guevara, 1989), b) talleres de manufactura secundaria especializados (gaxiola, 2005b), y c) unidades domésticas manufactureras (gaxiola y del razo, 2006). En este trabajo propongo que estas unidades funcionaron organizadas en dos grandes sectores: el sector productivo especia-lizado y el sector de consumo productivo.

El sector productivo especializado. Los talleres, que se localizan sobre una superficie 1.5 km2 en el extremo sur de la antigua ciudad de Huapal-calco conforman un distrito manufacturero, pues están organizados espacialmente en torno al yacimiento de obsidiana de El Pizarrín. En este sector del sito, el desecho de talla en su-perficie se intensifica y deja de presentarse en

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Figura 1. Preformas.

La comunidad de producción y el intercambio de instrumentos de obsidiana

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Figura 2. raspadores de maguey procedentes de diversos contextos arqueológicos de Huapalcalco.

Figura 3. Secuencia de reducción de las industrias laminar y de lascas de la unidad habitacional B de Huapalcalco. Dibujo de Carlo del razo.

Margarita Gaxiola González

Nódulo

Núcleo cónico

Navaja base

Preforma de raspador terminal

Raspador circular Raspadores espigados

Nódulos vírgenes

Prenúcleos completos con plataforma

Módulos partidosen dos partes

Núcleos multidireccionales

Preformas de raspadoresespigado y circular

Preforma de raspador espigado

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forma generalizada; su dispersión muestra un patrón particular, representado por concen-traciones discretas, asociadas a conjuntos ha-bitacionales. Se registraron seis conjuntos habitacionales-talleres y en dos de ellos se realizaron investigaciones arqueológicas más detalladas (figura 4). Estos conjuntos habita-cionales-talleres eran viviendas domésticas de estructura múltiple con una configuración interna distintiva. Las características arquitec-tónicas, arreglo espacial, forma, cantidad y tamaño de las unidades habitacionales que las integran son diferentes entre sí; también se observa variabilidad en su ubicación y en la densidad de sus concentraciones de desecho de talla (gaxiola, 2006).

El conjunto habitacional-taller de El Piza-rrín presentaba en superficie la mayor cantidad de unidades habitacionales, así como las con-

centraciones más densas de desecho de talla, por lo que se asumió que ahí podía estar repre-sentada la forma más compleja de la organi-zación del trabajo. Por esta razón, se excavó en forma extensiva una unidad habitacional en la esquina sur del conjunto arquitectónico. El conjunto se compone de ocho unidades habitacionales construidas sobre plataformas. Hacia el sur se encuentran dos montículos grandes formados por desecho de talla bifacial, los que a principios del siglo xx ocupaban, cada uno, una superficie de 8 m y una altura de 3 m (Breton, 1978:4) (figura 5). La explo-ración de la unidad habitacional permitió identificar tres tipos de espacios diferenciados: el espacio propiamente habitacional integrado por cuar tos con pisos de estuco y cimientos de piedra, construidos sobre una plataforma. Adyacente a la plataforma y a todo su largo,

Figura 4. Localización de las unidades de producción de obsidiana de Huapalcalco.

Sector OesteSector Este

Cerro del Tecolote

Gran Río de Tulancingo

Zona Arqueológica de Huapalcalco1. Área cívico-ceremonial y habitacional

nucleada. e • Unidad doméstica del Área B2. Área habitacional con alta concentración

de desecho de talla d • Rancho La Cañada3. Yacimiento de obsidiana de El Pizarrín a • El Pizarrín b • La Escondida c • Rancho El Pizarrín

0 500 1000 m

N

La comunidad de producción y el intercambio de instrumentos de obsidiana

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Figura 5. Basureros comunales del conjunto habitacional-taller de El Pizarrín.

se registró un espacio abierto con restos de un piso enlajado y con evidencias de explotación intensiva de vetas de obsidiana. Las huellas de su extracción dejaron ahuecamientos en la roca madre, que fueron rellenados con dese-cho de talla y depósitos de basura especiales.3 En el extremo opuesto al patio se encontró un temazcal, integrado arquitectónicamente al acceso de la unidad habitacional, el que probablemente constituyó una instalación colectiva para la práctica terapeútica (gaxiola, 2001) (figura 6).

En los talleres de El Pizarrín se llevaba a cabo en forma completa el proceso de manu-factura de las industrias especializadas, desde la extracción de la materia prima hasta la ela bo-ración final de los instrumentos. Por las carac-

3 El desecho de talla también fue utilizado intensi-vamente como material de relleno arquitectónico, pero asimismo fue depositado en lugares especiales en la plataforma habitacional.

terísticas de su desecho de talla se ha conside-rado como el taller más productivo de este sector. De la porción excavada se recuperaron de los basureros de desecho de talla 80 838 nódulos. De obsidiana en bruto equivalentes a 1 872 kg de desecho de materia prima.

La Escondida es otra zona de habitación y de trabajo situada sobre la ladera alta de la loma, hacia el noreste del yacimiento y del conjunto de El Pizarrín. Esta unidad está integrada por dos montículos y una vasta zona de dispersión de desecho de talla. una característica distinti-va es su estructura arquitectónica principal que mide 45 por 30 m de lado y tiene una altura de 4 m; está compuesta por una plataforma o ba-samento en cuya parte superior se encuentran dos cuartos construidos en la esquina suroeste y una construcción ubicada en la parte baja de la plataforma. Por su localización, características arquitectónicas y dimensiones, puede conside-rarse un montículo único en su clase, en relación a los de los otros conjuntos habitacionales en

Margarita Gaxiola González

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la zona de talladores; es muy probable que no haya tenido funciones de habitación sino más bien de índole administrativa o ritual. El segun-do montículo es pequeño, de un metro de al-tura, se encuentra en asociación directa con la zona de dispersión de desecho de talla y en su aspecto formal es muy parecido a los montícu-los habitacionales que conforman el conjunto de rancho La Cañada. El área de dispersión de desecho de talla abarca una amplia superfi-cie desde la barranca, la ladera y un extremo de la cima de la loma, con dos concentraciones discretas de acumulación que forman montícu-los con alturas mayores a 1 m. Los desechos de talla indican que ahí se realizaban las dos se-cuencias de reducción de las industrias espe-cializadas, ya que entre los productos desecha-

dos se identificaron tanto preformas bifaciales como raspadores fracturados durante las dis-tintas etapas de su reducción.

El conjunto rancho La Cañada está integra-do por cinco estructuras arquitectónicas, muy probablemente de carácter residencial, y por cuatro concentraciones discretas de desecho de talla de obsidiana. El análisis tecnológico del desecho de talla recolectado sistemáticamente en superficie ha permitido establecer que esta unidad productiva la fabricación de instrumen-tos se especializaba en las dos últimas etapas de manufactura. La producción dominante era la de los cuchillos y puntas de proyectil y la secun-daria era la de raspadores de maguey (gaxiola, 2005b). El hecho de que la manufactura se iniciara a partir de la segunda etapa de las se-

Figura 6. Conjunto habitacional-taller de El Pizarrín.

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cuencias de reducción indica que su funciona-miento dependía de otras unidades productivas del sitio donde se iniciaba el trabajo. Es muy probable que los talleres establecidos sobre el yacimiento de El Pizarrín hayan proveído de núcleos y preformas bifaciales a los artesanos que habitaban en rancho La Cañada, pues se ha determinado que en esos talleres se llevaba a cabo en forma intensiva tanto la extracción de la materia prima como la fabricación de preformas bifaciales y núcleos.

En los talleres, la división técnica por indus-trias especializadas es extensiva a todas las unidades de producción; es decir, en una misma unidad manufacturera se producían tres tipos de productos mediante dos tecnologías diferentes. Se observa, sin embargo, una dife-renciación en relación a la segmentación de la secuencia de reducción, por lo que los talleres asentados sobre el yacimiento en donde la se-cuencia se realizaba en forma completa se han caracterizado como talleres cabecera, que ejercieron el control completo del proceso productivo, mientras que los talleres como el de rancho La Cañada se ubicaron en la cate-goría de talleres secundarios. La producción conjunta de estos dos tipos de unidades era excedentaria, y estaba destinada a satisfacer las necesidades de consumo de la población me-diante el intercambio mercantil.

El sector de consumo productivo: la manufactura en unidades habitacionales. El tercer tipo de uni-dad de producción se estudió en dos viviendas domésticas de estructura simple, localizadas en la periferia del sector urbano nucleado de Huapalcalco, muy cerca de la planicie aluvial, espacialmente fuera del distrito manufactu rero. En superficie no había evidencia de concentra-ciones densas y discretas de desecho de talla, como en el caso de los talleres. Sin embargo, de su excavación se recuperó una gran cantidad de material de este tipo (figura 7). Su estudio ha permitido conocer que un amplio sector de la población campesina que residía en el centro urbano también formaba parte de la comunidad

Figura 7. Desecho de talla característico del sector habitacional de Huapalcalco. a) Nódulo virgen de obsidiana. b) Nódulo con retoque monofacial. c) Preforma bifacial pequeña. d) Lascas de adelgazamiento. e) Fragmento de punta de proyectil. f) Navaja prismática de obsidiana de la Sierra de las Navajas.

de producción y tenía los conocimientos tecno-lógicos y las habilidades indispensables para fa-bricar, usar y reparar sus propios instrumentos.

En este tipo de viviendas tenían lugar procesos de manufactura primaria en indus-trias que denominamos domésticas, como la laminar y la de lascas; se abastecían de nódulos medianos y pequeños, que no eran útiles para la manufactura de los instrumentos especiali-zados, y que eran aprovechados para la fabri-cación de instrumentos más pequeños, de uso doméstico, como pequeños raspadores, nava-jas de percusión y lascas (gaxiola y del razo, 2006). En la unidad habitacional del Área B se encontraron 25 nódulos de obsidiana vír-genes desechados, lo que contrasta notable-mente con la cantidad de 80 838 encontrada en una unidad habitacional de artesanos es-pecialistas en los talleres de El Pizarrín. Otra característica interesante es la presencia de procesos de manufactura secundaria relativos a las industrias especializadas, pues se deter-minó que se abastecían de productos primarios producidos en los talleres como preformas de raspadores de maguey y de puntas de proyec-til. Estos productos primaros eran transforma-

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dos en instrumentos y reparados en las unida-des habitacionales. A esta forma de suministro la llamo consumo productivo.

La comunidad de producciónEn los contextos arqueológicos estudiados detectamos dos tipos de secuencias de reduc-ción: los procesos de trabajo completos y los segmentados, que se dividen en manufactura primaria y manufactura secundaria.4 Esto in-dica que los centros de manufactura no fueron autónomos, sino que estaban articulados mediante cadenas de cooperación del trabajo. Estas formas de articulación constituyen la segunda forma de la división técnica del tra-bajo. Las formas de cooperación del trabajo en que se organizaba han permitido delinear los sectores productivos que integran la comu-nidad artesanal de Huapalcalco.

Creo que es posible reconocer dos niveles de cooperación, el primero de ellos se basaría en el parentesco ya que cada unidad de produc-ción está asociada a un determinado tipo de vivienda, ya sea del tipo múltiple o simple, por lo que el trabajo productivo era proporcionado por las unidades habitacionales donde residían los artesanos, como es común en Mesoamérica. una característica particular de Huapalcalco es que una gran mayoría de las unidades domés-ticas de la ciudad tenían los conocimientos y habilidades para la manufactura de la diversidad de herramientas de obsidiana que se utilizaron en el sitio. Es esta característica la que nos permite en primer término considerar a Huapalcalco como una ciudad artesanal.

El segundo nivel de cooperación operaría sólo como una forma particular de articulación entre los talleres, representados por los con-juntos habitacionales del distrito manufactu-rero. Los talleres como El Pizarrín, que tenían el control sobre la fuente de abastecimiento

4 La primera incluye las actividades que abarcan desde la extracción de la materia prima hasta la reducción de los nódulos a núcleos o preformas, y la segunda corres-ponde a la reducción a partir de núcleos, artefactos-base o preformas para la fabricación de instrumentos finales.

de materia prima y el proceso productivo completo, eran las unidades de producción cabecera, que permitían el funcionamiento de otras unidades de producción donde se realizaba la manufactura secundaria de las industrias bifaciales y monofaciales. El hecho de que cada conjunto habitacional-taller tenga una configuración interna distintiva, es decir, que no compartan patrones residencia-les, sugiere que cada uno de ellos tuvo una identidad particular, e indicaría la presencia de una organización de la fuerza de trabajo en unidades mayores y distinta a la de la familia. Esta organización más amplia de la fuerza de trabajo podría ser similar a la que en la época colonial se conocía como cuadrillas, y que en el Posclásico tardío solía integrarse en grupos de uno a cinco veintenas de trabajadores. Esta forma de organización tenía funcionarios llamados tepixque, “vigilantes de la gente”, que siendo los más conocedores tenían a su cargo el reclutamiento y la distribución de las car-gas de trabajo, bajo el principio de rotación (rojas, 1977:9-18).

Lo que le da un carácter distintivo a la co-munidad de producción de Huapalcalco es, por una parte, la presencia de talleres con procesos de trabajo completos, característica poco usual en la organización laboral de las industrias líticas mesoamericanas; por otra, que el sector consumidor fuera productivo e incluyera a un amplio sector de la población campesina. Características que indicarían además que la producción era una actividad especializada, pero no un monopolio.

En su ensayo sobre la economía prehispá-nica, Carrasco señala que hubo campos de la producción en los que la actividad mercantil pudo desarrollarse y en los que la distribución de la riqueza habría sido el resultado de la ac-tividad mercantil, por lo que:

…la aplicabilidad de distintos conceptos de mercado se tiene que discutir sólo en el caso de algunas materias escasas, como obsidiana y cobre, [y] pensar en la importancia de ahondar en lo

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poco que se sabe de su adquisición y uso, para poder establecer su peso como factor determinan-te para el dominio de la producción y de la eco-nomía en su totalidad (Carrasco 1978:44-45).

En el caso de la comunidad de producción especializada de Huapalcalco, hay varios ele-mentos que permiten caracterizarla como una organización artesanal independiente del sector político de la economía. El primero es la localización de los talleres dentro del espa-cio urbano. Se ha señalado que una de las características de la manifestación arqueoló-gica de una organización artesanal indepen-diente es justamente su disociación espacial con la arquitectura de la elite (Costin, 1991:4-25). Su ubicación, no sólo no guarda ninguna asociación espacial con el sector de la elite, sino que tiene una organización espacial propia e independiente que denota un control directo de la fuente local de abastecimiento de materia prima. El segundo elemento es el relativo al control que los talleres de obsidiana ejercieron sobre el proceso de trabajo com-pleto, como lo indica el estudio de la división técnica del trabajo y de la organización de la producción. El tercer factor sería la presencia de una comunidad de consumo productivo representada por la pro ducción doméstica, cuya amplia y generalizada dispersión espacial indica la participación en el proceso produc-tivo de un importante sector de la población campesina que residía en el centro urbano.

En las formas de propiedad de los bienes producidos por trabajadores manuales especia-lizados organizados como productores inde-pendientes, los artesanos retienen los derechos de transferencia de su producción (Clark y Parry, 1990:297-303). Cuando se trata de pro-ducción de bienes utilitarios destinada para un consumo amplio de la población, su distribu-ción se realizaba a través el mercado; de hecho, su presencia ha sido considerada a menudo como evidencia indirecta del surgimiento de las instituciones de mercado (Costin, 1991). De modo que es muy probable que el mecanismo mediante el cual se distribuía la producción

tanto de productos primarios consumidos por las unidades domésticas como la de los instru-mentos terminados que se fabricaban en los talleres, es decir la producción de esta comu-nidad artesanal independiente, haya sido el intercambio mercantil. La producción espe-cializada de Huapalcalco circulaba probable-mente en tres ámbitos mercantiles: para el consumo interno del área bajo su dominio territorial, para el intercambio interregional y también para el intercambio a larga distancia. una hipótesis es que la principal demanda del consumo interno haya sido la de raspadores de maguey, mientras que las puntas de proyectil fueron los productos principales de expor-tación, cuya presencia ha sido documentada en Xochicalco y Tula (Hirth, 2006; Mastache y Cobean, 1990).

Como hipótesis propongo que el sector de producción especializada de la comunidad artesanal constituía, a su vez, una corporación artesanal, mercantil y tributaria. Se sabe que en épocas más tardías los artesanos especialis-tas agrupados por cadenas de cooperación del trabajo también eran organizaciones tributa-rias, pues se les tasaba colectivamente conforme a su oficio, por lo que en algunos casos estaban organizados en cuadrillas de especialistas para la aportación de tributos en especie y servicios personales (Carrasco, op. cit.: 34). También en el Posclásico tardío los artesanos especialistas vendían ellos mismos sus productos en los mercados y como corporación artesanal-mer-cantil pagaban anualmente tributo al tlatoani (Lockhart, 1999: 265).

Se puede concluir que la reproducción de esta comunidad artesanal no dependía del sector político de la economía debido a que ella era poseedora de sus medios de produc-ción y su producción era distribuida median-te el intercambio mercantil. La intensificación de la producción artesanal, que se manifiesta en formas de cooperación de trabajo articula-das en un sistema productivo, sería evidencia también de una intensificación mercantil y de la producción de riqueza.

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El mercado de obsidiana en HuapalcalcoDesde la época tolteca, de acuerdo con Ixtlil-xóchitl, hubo en Tulancingo un tianguis perió-dico que se celebraba cada 20 días, al que acudían mercaderes de diversas provincias. Menciona que fue una de las inmensas plazas de intercambio, “contada entre las cinco o seis más grandes” del centro de México, entre las que menciona a Tula, Teotihuacan, Cuauh-nauac, Tultitlán y Cholula (Ixtlilxóchitl, 1975: 56-57). El mercado de Huapalcalco tuvo una función relevante en el intercambio de obsidia-na, fue un punto nodal como plaza exportado-ra e importadora dentro de un sistema regional de mercados periódicos interconectados en el centro de México; su carácter de centro artesa-nal sentó las bases para el desarrollo de un mercado especializado en el intercambio de obsidiana. Propongo que este sistema regional comienza a conformarse en el Epiclásico en el marco de un sistema político descentralizado.

El estudio del intercambio de obsidiana en Huapalcalco se basa en la reconstrucción de las industrias de origen foráneo presentes en los diversos contextos arqueológicos estudia-dos. He mencionado ya que además de explo-tar intensivamente el yacimiento local de El Pizarrín, lo que favoreció el desarrollo de un sector de mercado interno, los habitantes de Huapalcalco se proveyeron de obsidiana pro cedente de una gran diversidad de yaci-mientos geológicos, en especial de aquellos que integran la zona de obsidiana del centro de México. Se distinguen tres ámbitos territo-riales de suministro: local-regional, interregio-nal y de larga distancia. En los ámbitos local-regional e interregional, Huapalcalco ocupa una posición geográfica estratégica, lo que favoreció la creación de una red de caminos e impulsó el intercambio mercantil. El merca-do de Huapalcalco articulaba las esferas de intercambio que operaban en el sector central y oriental del centro de México durante el Epi clásico, representadas por tres industrias líticas –navajas prismáticas, puntas de proyec-til y raspadores de maguey– procedentes de

ocho fuentes de abastecimiento diferentes (gaxiola y Nelson, 2005).

Industrias y cadenas operativas de obsidiana alóctonaLa población de Huapalcalco tuvo la necesidad de abastecerse de navajas prismáticas fabrica-das con obsidiana de calidad, ya que la obsi-diana local carecía de las cualidades físicas necesarias para su manufactura. Para cubrir esta necesidad, Huapalcalco se abasteció en seis sistemas de yacimientos, y la obsidiana fue utilizada como materia prima de dos indus-trias: navajas prismáticas y puntas de proyectil. Esta obsidiana llega a Huapalcalco de dos maneras: como ma teria prima procesada o bien como instrumentos terminados. De los sistemas de yacimientos más cercanos, la Sierra de las Navajas y El Paredón, la recibe en forma de productos primarios, mientras que de los más lejanos, como Zacualtipan, Otumba y Zaragoza-Oyameles los recibe como productos terminados (gaxiola y Nelson, 2005). Estas dos modalidades de abasto se presentan en las dos industrias utilizadas: navajas prismáticas y puntas de proyectil, de lo que puede deducir-se que las estrategias de abastecimiento de obsidiana en Huapalcalco están organizadas en torno a una racionalidad bien adaptada a su medio natu ral, en la que se combina la si-tuación geográfica –posición central en la zocm y cercanía de los yacimientos– con la calidad de la materia prima.

En el caso de las navajas prismáticas sólo se observan procesos de manufactura secun-daria con la obsidiana de la Sierra de las Na-vajas y están representados por desechos de talla y nú cleos abandonados en diferentes momentos de la secuencia de reducción (fi-gura 8). Los núcleos prismáticos fueron utili-zados hasta agotarse y posteriormente fueron renovados para la obtención de micronavajas con las que se fabricaron tres tipos de punzo-nes utilizados para sangrías terapéuticas y ri-tuales (gaxiola, 2001). Navajas prismáticas como instrumentos terminados llegaban

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principalmente de Za cualtipan, y en menor cantidad de El Paredón, Otumba y Zaragoza-Oyameles (figura 9).

En cuanto a las industrias de puntas de proyectil, la manufactura secundaria está re-presentada por los nódulos y preformas bifa-ciales de El Paredón y por las preformas bifa-ciales de la Sierra de las Navajas. En cambio, las puntas de proyectil de Otumba, Malpaís y Zaragoza-Oyameles, que corresponden a ámbitos territoriales de suministro más aleja-dos de Huapalcalco, llegaron como instrumen-tos terminados (figura 10).

Esta diversidad de obsidianas foráneas está presente en los distintos contextos habitacio-nales estudiados en Huapalcalco; su inciden-cia, tanto en términos de industrias como de cadenas operativas, tiene un patrón similar. Esto significa que el sector dedicado a la producción especializada no intervino unila-teralmente en estas cadenas productivas, y que el comportamiento de su abasto es similar al del resto de la población. La distribución homogénea de productos foráneos en unida-des habitacionales ha sido considerada como indicador de una circulación que se efectua-ba en el ámbito del intercambio mercantil (Hirth, 1998: 458, 461). Bajo este supuesto podría concluirse entonces que toda la comu-nidad de consumo productivo de Huapalcalco se abastecía de obsidiana en el mercado; es decir, el intercambio mercantil fue el meca-

Figura 8. Núcleos de obsidiana de la Sierra de las Navajas en diferentes etapas de reducción, procedentes de diversos contextos habitacionales de Huapalcalco.

nismo responsable de su distribución tanto de los productos primarios como de los instru-mentos terminados.5 El intercambio mercan-til articula en Huapalcalco la producción es-pecializada y el consumo ya sea del tipo productivo o utilitario, tanto en el sector in-terno como en el externo.

En términos de una racionalidad formalis-ta de la economía, sorprende la gran diversidad de materias primas utilizadas en Huapalcalco para la manufactura y utilización de puntas de proyectil, en vista de la existencia de un sector productivo especializado en esta indus-tria. Esta circunstancia apunta a una ausencia de actividad monopólica de este sector de la producción en el campo mercantil. Este tipo de instrumentos formaba parte importante del armamento ofensivo utilizado en el Epiclásico, como puede apreciarse en los murales de La Batalla en Cacaxtla (figura 11); los dos tipos de puntas ahí representados, tanto las de lanza de átlatl como las de lanza, pueden identificarse arqueológicamente. De hecho, en Huapalcalco se producían ambos tipos. La diversidad de materias primas presente en Huapalcalco indica una vocación mercantil: en este mercado podía satisfacerse cualquier

5 Este mismo patrón de distribución homogénea de obsidiana ha sido documentado en Xochicalco (Hirth, 1998), así como en Chichén Itzá (Braswell y glascock, 2002:41) y ha servido de base para interpretar la moda-lidad del intercambio como mercantil.

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Figura 9. Navajas prismáticas procedentes de la unidad habitacional B de Huapalcalco. a) Navajas. b) Punzones de obsidiana de la Sierra de las Navajas. c) Navajas procedentes de Zacualtipan.

Figura 10. Puntas de proyectil de obsidiana alóctona procedentes de las unidades habitacionales A y B. a) Preforma bifacial. b) Puntas de proyectil de la Sierra de las Navajas. c) Preforma bifaciales. d) Puntas de proyectil de El Paredón. e) y f) Punta de proyectil de Otumba.

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necesidad de armamento, cubriendo una diver-sidad de pre ferencias tanto simbólicas como materiales de las corporaciones militares.

El sistema interregional y las zonas de mercado de obsidianauna de las características de los sistemas de mercado organizados a partir de plazas cen-trales y de instituciones comerciales como la moneda y los mercaderes profesionales es la presencia de zonas de traslape entre las esfe-ras de intercambio, lo que indica que la escala espacial del intercambio excede al de la unidad política (Minc, 2006: 83-86; Smith, 2004: 78-80). En el intercambio de obsidiana, Huapalcalco destaca como un nodo que articula cuatro zonas de mercado de las cinco más importan-tes en esta época, por lo que propongo que durante el Epiclásico y en el marco del sistema político descentralizado que caracteriza a este periodo se inicia el desarrollo de un sistema interregional de mercados (figura 12).

En este trabajo considero que las esferas de intercambio de obsidiana (cf. Braswell, 2003) representan zonas de mercado. En un sentido básico, en torno a cada yacimiento de obsidiana es posible definir una esfera de distribución que le es particular; sin embargo, para demarcar zonas de mercado es necesario considerar adi-cionalmente los factores de la producción me-diante el estudio de sus cadenas operativas.

Con la información que se tiene en la ac-tualidad se puede decir que Huapalcalco es el sitio epiclásico del centro de México que tiene la mayor diversificación en su abastecimiento de obsidiana; sólo Xochicalco rivaliza con él, pues en esta ciudad se utilizaban herramientas hechas con cinco materias primas de obsidia-na diferentes para el consumo interno de la ciudad (Hirth, 1998: 292-294). Aun cuando estos dos sitios tengan en común ser plazas de mercado con diversidad de materias primas, hay que destacar que tanto sus patrones de abasto como la organización de su producción son muy diferentes. La estrategia de abasteci-miento de Huapalcalco se basa en la explota-

Figura 11. Armas ofensivas representadas en los murales de La Batalla en Cacaxtla (tomado de Foncerrada de Molina, 1993: figura 25).

ción directa de su medio natural, ya que se sustenta en un sistema de suministro local-regional cuya producción se destinaba al in-tercambio; proveía para el consumo produc tivo, dado que la obsidiana circulaba como materia prima, como productos primarios y como ins-tru mentos terminados para el consumo utili-tario. En cambio, el abasto de Xochicalco –al igual que el de los sitios de la esfera Coyotla-tleco– tiene un carácter de larga distancia, pues no procede de los yacimientos más cercanos, sino que se utilizaron fuentes de abastecimien-to lejanas, siendo la obsidiana de ucareo en Mi choacán la dominante. La manufactura en sus talleres es secundaria y su producción estaba destinada sólo al consumo interno utilitario.

Algunas investigaciones sobre el intercam-bio de obsidiana durante el Epiclásico con una perspectiva internacional han desatendido el factor de la manufactura, lo que ha conducido a interpretaciones imprecisas sobre las estrate-gias de abastecimiento de puntas de proyectil y raspadores de sitios del centro de México.

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Por ejemplo, Braswell (2003: 139), al analizar el intercambio de obsidiana en Azcapotzalco, interpreta que 30 por ciento de obsidiana de Otumba presente en el sitio significa un des-plome drástico de su utilización en relación al periodo anterior. Sin embargo, si este dato se ana liza considerando las industrias bifa cia les y monofaciales, concluiríamos que en realidad la obsidiana de Otumba se utilizó con inten-sidad en Azcapotzalco, pues consti tuye 60.7 por ciento de la industria bifacial y 85.1 por ciento de la industria monofacial (garcía et al., 1990). Es decir, no se puede hablar de un desplome en su utilización; todo lo contrario, Azcapotzalco se abasteció predominantemen-te de las obsidianas de Otumba-Sierra de las Navajas para las puntas de proyectil y raspado-res. Los datos procedentes de Teotihuacan indican una continuidad del trabajo artesanal especializado en la manufactura de puntas de proyectil; talleres como el de Hacienda Mete-pec (rattray, 1989) fueron los que se encarga-ron de su circulación en las plazas de mercado del centro de México. El patrón de suministro descrito para Azcapotzalco es similar al del valle de Teotihuacan, representado en el sitio de Xometla (Santley et al., 1995), al de las

regiones de Tula (Jackson, 2000a, 2000b) y de Toluca (Benítez, 2002), Xochicalco (Hirth, 2006), Huapalcalco y probablemente en Xo-chitecatl-Cacaxtla (Blanco, 1998). Conocemos su límite noroccidental, que se localiza en la región de Tula, ya que en Chapantongo, al norte de Tula Chico, los instrumentos bifaciales de Otumba-Sierra de las Navajas están ausentes (Fournier y Martínez, en prensa). En los talle-res epiclásicos de bifaciales de Hacienda Me-tepec en Teotihuacan se manufacturaban puntas de proyectil con dos tipos de obsidiana: Otumba, que era la predominante, con 70 por ciento, mientras que para el 30 por ciento restante de la producción se utilizaba obsidia-na de la Sierra de las Navajas (Nelson, 2000). El hecho de que las cadenas operativas de estas industrias confluyan en estos talleres indica que su distribución se realizaba en forma conjunta, por lo que es probable que circula-ran en una misma zona de mercado.

La segunda zona de mercado está integra-da por las industrias bifaciales y monofaciales de obsidiana de Tulancingo y El Paredón. Puntas de proyectil fabricadas en Huapalcalco han sido encontradas en Xochicalco y Tula; aun cuando su distribución espacial coincide

Figura 12. Sistema interregional de intercambio de obsidiana durante el Epiclásico.

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con la zona de mercado de Otumba-Sierra de las Navajas, se considera que forma parte de otra zona de mercado puesto que Huapalcalco es el punto nodal de su manufactura y distri-bución.6 Estas dos zonas de mercado articulan casi en su totalidad la región simbiótica del centro de México.

Las otras zonas de mercado que funciona-ban en el centro de México corresponden a las industrias de navajas prismáticas. La zona de mercado de navajas prismáticas de la Sie-rra de las Navajas, que durante el Clásico fue la dominante en el centro de México, se rees-tructura, presentando patrones heterogéneos de distribución espacial. En el sector occiden-tal del centro de México su consumo se redu-ce sustancialmente al caer de 85-65 a 6-10 por ciento, y es reemplazada por la obsidiana de ucareo procedente de Michoacán. En el sector oriental –en los valles de Teotihuacan y Tulan-cingo–, en cambio, se observa un patrón dife-rente, pues las navajas prismáticas de la Sierra de las Navajas son la industria que predomina en Xometla (53 por ciento) (Santley et al., 1995) y en Huapalcalco representa 30 por ciento (gaxiola y Nelson, 2005).

Otra zona de mercado que cobra impulso durante este periodo es la de Zacualtipan en la sierra al norte, situada en una posición estraté-gica dentro de una amplia zona del nororiente de Mesoamérica, debida a “su doble exposición tanto a la vertiente oceánica como continental” (Fernández Christlieb et al., 2006:479).7 Su

6 La obsidiana de Tulancingo no ha sido todavía identificada en Cerro Portezuelo ni en Azcapotzalco; sin embargo, su ausencia no puede descartarse debido a que el análisis de caracterización química de instru-mentos ha sido aplicado casi exclusivamente a la indus-tria de navajas prismáticas. Desde que se iniciaron estos estudios en Mesoamérica (cf. Pires Ferreira, 1975), se introdujo un sesgo en el muestreo de los artefactos, ya que las muestras examinadas consistían casi sólo en navajas prismáticas, por lo que las otras industrias que-daron excluidas del análisis. Además, todavía se cuenta con pocos estudios sobre las industrias de obsidiana en el centro de México.

7 Braswell (2003: 139) considera que el sistema de yacimientos de Zacualtipán se sitúa en la región Huas-

distribución muestra un patrón oeste-este ar-ticulando justamente el altiplano, la sierra y la costa; abarca desde Toluquilla en la Sierra gorda (Herrera y Mejía, 2006) hasta El Tajín en el centro norte de la costa del golfo (Cruz, 2002). En el centro de México es una obsidiana abundante en Huapalcalco, y en Xochicalco es de segunda importancia (Hirth, op. cit.); su presencia se ha documentado mediante identificación visual en Tula Chico (Mastache et al., 2002:71-72).

un rasgo distintivo del intercambio de ob-sidiana del Epiclásico en el centro de México es la penetración de dos nuevas zonas de mercado, externas a la zocm, las que progresi-vamente van adquiriendo una escala interna-cional en Mesoamérica. ucareo en Michoacán (Healan, 1997) y Zaragoza-Oyameles en el oriente de Puebla (Braswell, 2003) son los ya-cimientos que dan forma a estas zonas de mercado internacionales. Después de la deses-tabilización de Teotihuacan, la obsidiana de ucareo fluyó nuevamente hacia el centro de México y fue la fuente primaria de obsidiana en Tula, Xochicalco y Azcapotzalco en el centro de México; también continuó siendo comercia-da en el occidente de Oaxaca, las tierras bajas mayas y el Soconusco (Healan, 1997). En el centro de México se sitúan los límites de su expansión nororiental y forman un eje norte-sur que corre desde la Sierra gorda, pasa por Tula y llega hasta Xochicalco, incorporando el occidente de la cuenca de México.

La zona de mercado de Zaragoza-Oyameles se sitúa hacia el oriente, fuera de la cuenca. Contaba con una impresionante comunidad de producción integrada por una diversidad de

teca; sin embargo, de acuerdo con la demarcación es-pacial para esta región, propuesta por Zaragoza (2007), esta zona serrana, aunque colindante con el sur, queda-ría fuera ella. Durante el siglo xvi, en esta región fun-cionó una confederación de altepeme de carácter pluriétnico en donde el componente metzca (nahua con elementos otomíes) era el dominante, pero también había población otomí, pame, tepehua y huasteca (Fer-nández Christlieb et al., 2006: 506).

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talleres localizados en torno a los 10 km que separan el yacimiento de obsidiana de la ciu-dad de Cantona, en donde finalizaba el pro-ceso de manufactura (garcía Cook, 2003; gazzola, 2005). La producción de Cantona suministraba navajas prismáticas a la población de la costa del golfo de México, era el princi-pal abastecedor de El Tajín, del oriente del Altiplano central y de la región oaxaqueña (Braswell, 2003; Stark et al., 1992), por lo que esta ciudad puede considerarse como el prin-cipal centro manufacturero de obsidiana del Epiclásico. En el centro de México su demar-cación forma un eje norte-sur desde Huapal-calco hasta Cacaxtla-Xochitécatl y Cholula, su extensión más occidental.

Como se desprende de la distribución espa-cial descrita, las zonas de mercado de ucareo y Zaragoza-Oyameles no se traslapan en el centro de México; el hecho de que ninguna de ellas esté presente en el valle de Teotihuacan indica que esta región forma una frontera entre ellas. La clara demarcación espacial y ausencia de contacto directo que exhiben estas dos zonas internacionales de mercado en el centro de México no significa, sin embargo, que estuvieran desarticuladas del todo. En la región simbiótica del centro de México están articuladas por las zonas de mercado de Otumba-Sierra de las Navajas y de Tulancingo-El Paredón. El traslape con ucareo puede tra-zarse desde el valle de Tula en el norte hasta Xochicalco en el sur; mientras que la articula-ción con Zaragoza-Oyameles se observa desde Huapalcalco en el norte hasta Cacaxtla en el sur. Los dos puntos nodales son Xochicalco en el sur-occidente y Huapalcalco en el nororiente.

Otra dinámica mercantil de importancia se observa en el norte de la región simbiótica, y corresponde a la zona de mercado de Za cual-tipan; conforma un ámbito mercantil inde-pendiente donde se articulan las zonas inter-nacionales de ucareo y Zaragoza-Oyameles. El traslape con ucareo en el occidente se presen-ta en la Sierra gorda y probablemente incluya a Tula, mientras que el traslape entre Zacualti-

pan y Zaragoza-Oyameles se sitúa entre la región de Tulancingo y la de El Tajín, en el centro norte de la costa del golfo.

En el marco internacional y hacia finales del periodo Epiclásico, alrededor del 800 d.C., el intercambio internacional de obsidiana adquiere una escala espacial sin precedentes. El centro más diversificado fue Chichén Itzá, ciudad que en el ámbito mesoamericano ocupa el primer rango como centro de inter-cambio de navajas prismáticas de obsidiana. De las navajas prismáticas que llegaban a Chichén Itzá, 75 por ciento procedía de yaci-mientos geológicos localizados en el centro y occidente de México; en contraste, las tres fuentes más cercanas, en los altos de gua-temala, constituyen la otra cuarta parte del material. Chichén Itzá se abastece de obsidia-na que circula en todas las zonas de mercado del centro de México. La obsidiana mexicana empezó a llegar vía importantes puertos de intercambio localizados en las costas oeste y norte de Yucatán. Por su presencia en Comal-calco (17 por ciento), la obsidiana de Zarago-za aparentemente fue la primera en circular; sin embargo, en el periodo entre 800 y 1 050 d.C., la que predomina es la de ucareo y la de Sierra de las Navajas; pero también hay de Zaragoza, del Pico de Orizaba, El Paredón y Zacualtipan (Braswell, 2003: 140-141; Braswell, y glascock, 2002).

Chichén Itzá reproduce, a una escala geo-gráfica impresionante, la estrategia de abaste-cimiento de larga distancia que se instrumentó en el sector occidental del centro de México, ya que ucareo, la fuente representada con más frecuencia en su colección, es también la más distante, localizada a más de 1 200 km al oeste de Chichén Itzá. Aunque Braswell observa que ninguna entidad política del Epiclásico en el centro u occidente de México pudo ser res-ponsable única del abasto de esta gran diver-sidad de fuentes, todas ellas circulaban, como ya hemos descrito, dentro del sistema interre-gional de mercado del centro de México. La conformación de esta red de intercambio in-

La comunidad de producción y el intercambio de instrumentos de obsidiana

130

terregional de obsidiana durante el Epiclásico sentó las bases, sin duda, para el desarrollo de un fenómeno mercantil distintivo en el inter-cambio internacional de obsidiana que crista-liza en el Posclásico temprano y en el que Huapalcalco tuvo un papel destacado.

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Margarita Gaxiola González

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Hasta ahora pocas son las publicaciones que han propuesto un método para la clasificación sistemática del material de molienda. Para hacer esta aproximación fue necesario revisar algunos criterios utilizados para catalogar ese material. Los primeros trabajos que abordaron el tema estaban enfocados a la presentación de piezas individuales o en conjuntos; a veces en breves reportes en los que, en la muy amplia denominación de “artefactos”, entraba todo género de industrias en concha, asta, hueso, madera y otros (ruiz Aguilar, 1986:116). La mayoría de esos estudios son descriptivos, algu-nos de ellos con datos relevantes, lo que en un momento dado permite comparar los materia-les con los de otros sitios.

Por lo general dichos estudios no explican el método utilizado en su análisis, sino que lo dan por hecho y sin preámbulo alguno plan-tean una taxonomía más avanzada dirigida a la búsqueda de secuencias culturales o sistemas de clasificación temporales y formales de los artefactos (garcía Cook, 1982:36), incurriendo nuevamente en la descripción somera de rasgos distintivos de los artefactos. Otro problema estriba en el empleo de diferentes terminolo-gías tecnológicas, lo que provoca serias confu-siones en la interpretación de los utensilios, y dificulta comprender cualquier relación de las

actividades socioculturales del sitio, región o área.

una propuesta concreta y práctica para fa-cilitar el manejo del material parte primordial-mente de cuatro aspectos básicos relacionados entre sí: materia prima, técnica de trabajo, forma y función. Cada uno de ellos presenta características y atributos diferentes, por lo que es necesario ordenar, medir y describir para finalmente interpretar el conjunto de artefac-tos. No obstante, hay que hacer énfasis en continuar con la misma secuencia, porque de ella se desprenderán varias perspectivas para lograr un estudio sistemático e integral de los utensilios de molienda.

No cabe duda de que entre las actividades económicas preponderantes en la antigua Mesoamérica estaban indagar, explorar y co-nocer los materiales disponibles en el sitio o región, con el propósito de seleccionar la materia prima adecuada para obtener un mayor provecho. De ello dependerá la técnica de manufactura empleada, la forma y el ren-dimiento de la función del artefacto. Por tanto, el punto de partida es la materia prima con que fueron elaborados los instrumentos, lo cual grosso modo los separa en grupos (análisis macroscópico) de acuerdo con las diferentes clases de rocas, tales como: basalto, andesita, toba, arenisca-calcárea, caliza y granito, entre otras. Este simple hecho crea de inmediato un

Aproximación a una clasificación del material de molienda

María Elena Ruiz Aguilar*

* Instituto de Investigaciones Antropológicas, unam.

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primer nivel jerárquico en la clasificación al dar la debida importancia a la materia prima correspondiente, esto a su vez permitirá cono-cer la procedencia de los recursos, es decir, si son originarios de la región o foráneos, si fueron transportados o acarreados al lugar de trabajo y describir sus cualidades mecánicas como dureza, consistencia, textura, etcétera. Por otro lado, el hecho de seleccionar la ma-teria prima adecuada ofrece la posibilidad de producir herramientas más eficaces y durade-ras con el paso del tiempo, lo que aumenta la producción y el cambio de las condiciones socioeconómicas de un grupo social.

En un segundo paso se advertirán las téc-nicas de manufactura empleadas; los instru-mentos que fueron o son utilizados en su elabora ción, lo cual conlleva una forma pre-meditada o intencional del utensilio, depen-diendo del tamaño del bloque, la laja o el canto.

Se sabe que todo artefacto atraviesa, técni-camente, por varios procesos formativos. En principio se desbasta un bloque con la finali-dad de obtener una preforma, la cual podrá seguirse trabajando con la misma técnica u otra distinta para darle la forma y el acabado requeridos. La técnica de talla prevaleciente en los metates es la percusión directa por pi-coteo y desgaste por fricción, cada una de ellas con variantes de acuerdo con el acabado. Estas técnicas de acabado o modos serán aplicados dependiendo del recurso utilizado para su factura (ruiz Aguilar, 1989:572).

Datos etnográficos actuales sobre los uten-silios de molienda confirman que son elabo-rados y acabados con la técnica de percusión directa y picoteo, tal como lo reporta Pozas (1959:99) en el paraje de Tzajalchén, corres-pondiente a Chamula, un pueblo de los Altos de Chiapas. En guatemala se observa la misma técnica de trabajo en las canteras y talleres do-mésticos de Malacatancito, en el departamen to de Huehuetenango (Hayden y Nelson, 1981); Nahualá, en el departamento de Sololá; Pa-lencia, en el departamento de guatemala y

San Luis Jilotepeque, en el departamento de Jalapa (ruiz Aguilar, s/f).

Estos enseres se utilizan en la transforma-ción de materiales, comestibles o no, al ser machacados, triturados y molidos finamente, con la intención de producir productos varia-dos que se aprovechan en diversas formas. Como señala Castañeda (1976: 29), las huellas de uso que se observan en las piedras de moler son producidas por un movimiento constante en vaivén, y que son fácilmente identificadas por las estrías que se marcan en la piedra en el sentido longitudinal del artefacto, además del pulimento o alisado de la superficie utili-zada para moler, la cual aumenta de acuerdo con el tiempo en que se empleó. Es decir, a mayor uso, mayor desgaste.

una generalización errónea ha sido consi-derar lo mismo función que técnica de factura. un ejemplo claro lo da el material de molienda –piedras de moler, manos de metate, mor teros y manos de mortero–, cuyo desgaste común-mente se atribuye a la manufactura ori ginal, sin tomar en cuenta el desgaste propio del uso. Es decir que el empleo continuo tiende a alterar la forma original del utensilio (ruiz Aguilar, 2004: 700). A propósito de esto, pocos son los estudios que se han realizado en la actualidad para observar los diversos patrones de altera-ción sufridos en estos utensilios. un trabajo pionero fue llevado a cabo por Nelken (1968: 59), quien estudió varias colecciones de meta-tes en diferentes museos, basándose en índices numéricos con el propósito de valorar el grado de desgaste. Melken comenta:

Parece difícil, en realidad, calcular una fórmula de pérdida de sustancia, en función del desgas-te que ofrecen las caras del trabajo de unas piedras de moler, pero sería interesante descu-brir –faltando la razón matemática–, una fórmula empírica, multiplicando observaciones y análisis morfométricos.

En este punto es pertinente señalar que, más que difícil, es prácticamente imposible elabo-rar patrones que “midan” la superficie de

María Elena Ruiz Aguilar

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trabajo de unas piedras de moler a través de fórmulas matemáticas, plantillas, esquemas o modelos únicos debido a que el desgaste que presentan algunos ejemplares completos no es comparable con el universo de utensilios recuperados en distintas áreas geográfico-cul-turales, ni con su tradición y modo de operar.

Por otro lado, es importante aclarar que el arqueólogo a menudo trabaja con fragmen-tos dispersos y no con la unidad integral: piedra de moler y mano, uno actúa de mane-ra pasiva y otro de manera activa (figura 1), lo que dificulta apreciar el grado de desgaste pasivo y activo de los instrumentos. Además, habría que agregar otros factores del medio ambiente que influyen en el deterioro de las piezas. Por consiguiente, dentro de esta rela-ción metate-mano la función debe ser recípro-ca, de tal modo que los de lados abiertos se asocien con manos alargadas, y los de lados cerrados y semicerrados con cortas, pudiendo haber variantes en formas particulares de las manos, lo que puede estar relacionado con el modo de operar.

Con base en la primera clasificación y de acuerdo con la forma genérica de los utensi-lios, primero se integran los grupos, subgrupos y después los tipos, subtipos y variantes, en caso de que los haya. Así, tendremos que los metates pueden ser agrupados en: abiertos y cerrados, dependiendo de la forma que afecte sus lados y bordes. Los primeros pre-

sentan una superficie de molienda abierta, ofreciendo toda el área dorsal para ser utiliza-da, mientras que los segundos tienen sus lados limitados con un borde que abarca todo el perímetro, encerrando así la superficie de molienda. Puede haber un tercer grupo inter-medio, de lados semicerrados, que no está del todo restringido, ya que en uno o ambos ex-tremos permanece abierto. De esta manera, el grupo de lados abiertos se divide en dos subgrupos: ápodos y con soportes, cada uno con diferentes características morfológicas que definen tipos.

Grupo de metates con lados abiertos Subgrupo ápodosCon este término se indica claramente que son los que carecen de soportes y que se sos-tienen directamente sobre la parte ventral, base o apoyo del utensilio (figuras 2a, b, c). Se puede advertir la forma que presentan, vistos en planta, la cual puede ser variable: cuadrangular, rectangular u ovalada (figuras 3a, b, c). No obstante, existen especímenes de planta irregular, utilizados sobre lajas natura-les que no fueron trabajados ex profeso, pero que fueron empleados de igual manera (figura 3d). En este sentido, resulta interesante el comentario que hace Bonfil (1962: 62), en su ensayo sobre el hombre de Sudzal, Yucatán:

Hay también, una piedra de moler, que a veces sólo es un bloque irregular pulido por uno de sus lados y a veces es un artefacto bien tallado con tres patas.

En cuanto a los tipos de este subgrupo en particular se deberán tomar en cuenta varios rasgos distintivos presentes tanto en la base como en la superficie de molienda, entre ellos: tamaño, grosor, forma, bordes, ángulos o es-quinas y concavidad en la cara dorsal. De acuerdo con estos datos se obtendrán los di-ferentes tipos, subtipos y variantes. Por ejem-plo, entre los de planta ovalada se encuentran el tipo ovalado de superficie plana con esqui-Figura 1. unidad integral metate y mano.

Aproximación a una clasificación del material de molienda

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Figura 2. grupo de metates lados abiertos. a), b) y c) Sub grupo de ápocos, superficie plana. d), e) y f) Subgrupo con soportes, superficie plana con pendiente o inclinada. g) y h) Superficie plana inclinada con efigie.

Figura 3. Subgrupo de ápodos vistos en planta. a) rectangular con un extremo abierto. b) rectangular esquinas definidas. c) Ovalado con esquinas redondeadas. d) Irregular sobre laja.

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nas redondeadas, y un subtipo es el de super-ficie cóncava con esquinas redondeadas.

Los de planta rectangular son de tipo rec-tangular de superficie plana con esquinas de-finidas o en ángulo; el subtipo está conformado por los de superficie inclinada y con los mismos rasgos anteriores. Lo mismo sucede con los de planta cuadrangular, cuyo tipo es cuadrangular de superficie plana y con soportes efigie. Cada uno de ellos puede tener variantes por el tama-ño y grosor e incluso en estos últimos puede haber variantes de acuerdo con el diseño de la efigie que puede ser: zoomorfa, antropomorfa, geométrica, etcétera.

Subgrupo con soportes Está integrado por los metates provistos de soportes para sostenerse (figuras 2 d, e, f). Varios autores (Kidder, 1947: 33, Castañeda, 1976: 36, garcía Cook, 1982: 106) han clasifi-cado estos utensilios por la presencia y núme-ro de soportes, pero ocasionalmente especifi-can la forma y el tamaño. Sin embargo, hasta el momento no se ha hecho un estudio deta-llado de las diferentes formas que afectan los soportes. Esto en parte puede deberse a la escasez de ejemplares completos recuperados arqueológicamente. Es oportuno comentar que en la mayoría de los casos son fragmentos en los que se advierte un solo soporte o vesti-gios de él, por lo que no se puede generalizar si fueron bípedos, trípodes o tetrápodos y en ocasiones es difícil apreciar la forma original del soporte. Castañeda (1976: 37) opina que la forma del soporte, así como su colocación y tamaño, pueden ser características que indi-quen diferencias de estilo o moda en la ma-nufactura, además es probable que dichos rasgos distintivos pudieran marcar diferencias temporales. No cabe duda de que estos argu-mentos pueden ser válidos, pero habría que reflexionar sobre otros aspectos, tanto técnicos como funcionales, que permitieran hacer más eficaz la labor de molienda.

Por lo pronto, se puede decir que existe una gran variedad de formas y tamaños de los

soportes que van desde los sólidos más simples y comunes, en forma de conos truncados (cortos y altos); de botón, cilíndricos, “mami-formes” o globulares, tabulares o almenados (sólidos y calados), hasta los más complejos de estribo y base pedestal.

En ocasiones presentan una efigie zoomor-fa o antropomorfa, como el metate con efigie de tortuga (figura 4) procedente de Tajumul-co, gua temala (Dutton y Hobbs, 1943: figura 26). En la región de Motozintla, Chiapas, se encontró un fragmento de metate con efigie antropomorfa (figura 5) muy semejante a los que son comunes durante el Clásico en la costa del Soconusco (Navarrete, 1978: 31, lá-mina 5c).También se presentan en las Tierras Altas de guatemala (figura 6). Para el occidente de Mé xico, en Carapan, Michoacán, Cabrera Castro (1995: 69, figuras 8 y 9) reporta meta-tes con soportes de figuras antropomorfas colocadas en cada esquina.

En Jalisco se tiene información de otras formas de molienda similares (Williams, 1992: figuras 161-169). Cabrera Castro (1995: 70) también refiere que “estas […] figuras repre-sentan metates zoomorfos geométricos y na-turalistas cuya plataforma de molienda es ge-neralmente plana y poco profunda”. El mismo autor comenta:

En su mayoría muestran las huellas de desgaste en el área de moler, pero algunas, al parecer, sólo fueron empleadas como recipientes en ceremonias funerarias. Todas, sin embargo, fueron elaboradas con el mismo concepto de representar animales en cuyo cuerpo o lomo se ubica el área donde se lleva a cabo la acción de moler o de contener.

No obstante, este tipo de metates con efigie sumamente elaborados recuerdan ejemplares semejantes a los hallados en Centroamérica, principalmente a los de la costa norte de Honduras, en el valle de Aguán y Piedra Paya (figuras 7 y 8). Ambos lugares presentan efigies zoomorfas de posibles reptiles estilizados, tal como lo reporta Stone (1943: figuras 34b, 99).

Aproximación a una clasificación del material de molienda

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Figura 4. Metate con efigie zoomorfa que representa una tortuga, Tajumulco, guatemala.

Figura 5. Fragmento de metate con efigie antropomorfa, región de Motozintla, Chiapas.

Figura 6. Metate con efigie antropomorfa de las Tierras Altas de guatemala.

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Por lo anterior, es probable que debido a su tamaño, forma, estilo y sobre todo a que la superficie de moler es plana y en ocasiones muy delgada y sin huellas de desgaste, estas piezas tuvieran una función ceremonial, más que doméstica. Es factible también que algunas fueran destinadas para cumplir con propósitos especiales, como el de moler productos alta-mente cotizados, entre ellos el cacao, o en la preparación de alimentos rituales y medicina-les. Asimismo, fueron empleadas en ceremo-nias funerarias de elite, e incluso depositadas como ofrendas en tumbas, como lo mencionan Woodbury (1965: 166), para Kaminaljuyu y Zaculeu, guatemala, y Tejada (1990: 38), en guajilar, Chiapas.

Grupo de metates con lados cerrados y semicerradosAnteriormente se mencionó que estas piedras de moler tienen los lados limitados por un borde que abarca todo el perímetro, encerrando así la superficie de molienda, tal como se obser-va en corte transversal o sección (figura 9).

Hasta ahora, en este grupo, el subgrupo más numeroso es el de ápodos, aunque tam-bién aparece de manera menos frecuente el subgrupo con soportes. Tanto en uno como en otro existe una gran variedad de formas y tamaños, así como de grosor y peso. En algunos casos presentan un reborde o “ribete” en ambos extremos (proximal y distal); en otros, el reborde se observa como una ceja perimetral

Figura 7. Metate con efigie zoomorfa del valle de Aguán en la costa norte de Honduras.

Figura 8. Metate con efigie zoomorfa de Piedra Paya en la costa norte de Honduras.

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cuya posible función fue la de evitar que los pro ductos molidos se desparramaran (figura 3a). Algunos ejemplares tienen un extremo abierto; otros, los dos, y por lo general son ápodos. Por ejemplo, para el occidente de México, en el valle de Atemajac, Jalisco, se les ha denominado localmente metates de “caja” o huilanches (galván Villegas, 1991: 86, lámi-na 34). Piezas seme jantes han sido reporta-das por Kelly (1947: 135), en Apatzingán, Michoacán.

En las Tierras Bajas mayas, Willey (1978: 57) ha encontrado que la forma más común de metates es la llamada basin-shaped, en forma de palangana o batea, mejor conocida en la lite-ratura arqueológica como turtleback, metate en forma de caparazón de tortuga, que varían de dimensiones y sus características principa-

les son: ápodos de planta ovalada y superficie ventral burda; el borde es perimetral, presen-tan en su interior una cavidad de profundidad variable que suele estar pulida por el uso. Es probable que algunos especímenes con con-cavidad profunda fueran empleados para otros propósitos, como contenedores de agua o “pilas”(Stromsvik, 1931: 147).

Por otro lado, en Xochipala, guerrero, se halló un metate similar a los mencionados, pero con la salvedad de que presenta un orifi-cio central muy peculiar, trabajado ex profeso. La abertura tiene una forma semicircular irregular en la parte basal (ruiz Aguilar, 1993: 428). respecto a este tipo de orificios, grove ha contemplado la posibilidad de que corres-pondan a “metates-matados”, pues en Chalca-tzingo, Morelos, se encontró una pieza seme-jante del Preclásico medio (grove, 1987: 62).

Como se ha podido advertir, este grupo de metates tienen una amplia distribución en diferentes épocas, lo que permite inferir que los metates cerrados ápodos fueran un tipo de enseres utilitarios, característicos de las áreas de actividad doméstica. No obstante, habrá que esperar a encontrar nuevas variantes que permitan definir tipos diversos.

Manos de metate Estos elementos comprenden los agentes ac-tivos en la función de molienda (garcía Cook, 1982: 112). La forma general del contorno total del cuerpo de estos utensilios responde a figuras geométricas; es decir, que el diseño original posiblemente fue cilíndrico y/o cir-cular, tal como se observó en algunos centros productores actuales en las Tierras Altas de guatemala, Chiapas y en San Salvador el Seco, Puebla. Aquí es conveniente comentar que las formas de los cuerpos deben estar relacionadas con la curvatura transversal de los metates en que fueron empleados.

En cualquier clasificación se puede advertir que la mayoría de las formas de las manos suelen ser heterogéneas. Esta diversidad mor-fológica se atribuye a tres factores externos di-

Figura 9. grupo de metates cerrados y semicerrados, vistos en corte transversal; subgrupo ápodos. a) Semicerrado con reborde o metate de “cajón”. b) y c) Cerrados superficie restringida, metates de caparazón de tortuga.

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Figura 10. Contorno de formas comunes en las manos de metate. a) Elíptica. b) Ovalada. c) Circular. d) rectangular. e) Cuadrada. f) Triangular. g) Extremos “colgantes”, “perilla” (dog-bone).

Aproximación a una clasificación del material de molienda

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Figura 11. Sección transversal de manos de metate. a) Elipsoidal. b) Ovalada. c) Circular. d) rectangular. e) Cuadrada. f) Triangular. g) Trapezoidal. h) Pentagonal.

María Elena Ruiz Aguilar

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rectamente vinculados con la materia prima, el modo de empleo y el uso. Es decir, la ma teria prima con la cual fueron elaborados influye de manera notable en el desgaste de los uten-silios, además del modo o modos de empleo en que operó la molendera y el tiempo en que fueron utilizados y reutilizados.

En la figura 10 se describe el contorno de las formas más comunes, aunque pueden hallarse otras variantes. Sin embargo, es oportuno aclarar que el contorno total del cuerpo no siempre corresponde a la sección o corte longitudinal y transversal de los arte-factos. Esto se debe a que en ambos cortes es donde se evidencia con claridad la zona de mayor desgaste que tuvieron los utensilios. Por ello es recomendable tomar las mediciones pertinentes en ambas secciones, lo que con-ducirá a definir tipos, subtipos y variantes. En general, esta categoría se divide en tres grandes grupos diferentes entre sí: manos alargadas, manos cortas y manos de uso mixto.

Grupo de manos alargadas Se agrupan las manos de metate que tienen por lo menos una longitud del ancho del metate en que se usaron y en algunos casos lo sobrepasan. Estos elementos se usaron en metates de lados abiertos y su tamaño implica el uso de ambas manos para realizar la tarea de molienda. Es importante señalar que las estrías que se marcan por el uso se encuentran en sentido transversal al eje longitudinal del artefacto. De esta manera, la zona de mayor desgaste corresponde a la que entró en contac-to con la superficie de molienda. De acuerdo con la forma que afecta la sección transversal de la mano, se pueden advertir los diferentes tipos que resultan solamente del desgaste por su utilización. En la figura 11 se observan en sección transversal algunas de las formas que pueden presentarse.

Grupo de manos cortas Son las que por su tamaño sólo permiten ser manipuladas con una mano. De la misma

forma que las anteriores, muestran huellas lineares de uso en sentido transversal al eje longitudinal del artefacto. Es probable que estos enseres se emplearan en metates de lados limitados o restringidos. Aunque también cabe la posibilidad de que se usaran en los metates de lados abiertos que presentan una curvatu-ra transversal escasamente pronunciada. En este grupo se incluyen los cantos de río, cuya forma natural –ovalada u oblonga– fue selec-cionada y aprovechada como manos de meta-te; es decir, que no fueron manufacturados ex profeso.

Estos ejemplares pueden presentar golpes por percusión y picoteo en los extremos, con la intención de corregir o enderezar el instru-mento para facilitar su empleo. Al igual que en el grupo anterior, los tipos se obtendrán de acuerdo con la forma que presente el corte transversal del espécimen. Sin embargo, en ciertas ocasiones se dificulta apreciar dicha sección debido al tamaño, desgaste y deterio-ro que sufrieron las piezas.

Grupo de manos de uso mixto Con este término se ha designado a las manos que además de haber servido como agentes activos fueron reutilizadas para llevar a cabo otras funciones. De esta manera pueden surgir diversos ejemplos, entre los más comunes: mano/percutor, mano/alisador, mano/afila-dor, mano/hacha, etc. Por lo general, en estos artefactos siempre predominará en su mayor parte la función del instrumento premeditado y la segunda o tercera función la ocupará en menor proporción el resto del instrumento.

Por último, hay que tomar en cuenta una serie de rasgos comunes de los materiales re-cuperados, a pesar de que en algunos casos sean limitados. Ello permitirá establecer bases y pistas a seguir respecto a la variabilidad de los recursos, la productividad y el aprovecha-miento de los mismos, ya que de los análisis practicados se desprenderán las relaciones inmediatas entre las comunidades de la misma región o área de estudio.

Aproximación a una clasificación del material de molienda

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Consideraciones finalesEste trabajo tiene como principal objetivo sim-plificar el estudio de los utensilios de molienda recuperados en diferentes contextos arqueo-lógicos. Como se ha podido observar en el transcurso de esta investigación, los puntos a los que me he referido tienen una propuesta metodológica sencilla que sin mayores preten-siones cubre los cuatro aspectos que conside-ramos básicos en la cadena operativa: materia prima, técnica de trabajo, forma y función.

En lo que se refiere a la primera, indagar sobre los diversos recursos pétreos en una muestra conducirá a conocer la procedencia de la materia prima, lo que a su vez permitirá plantear posibles conexiones de intercambio o comercio a corta o larga distancia. Al mismo tiempo, se ha considerado necesario valorar con cierto detalle las propiedades físicas del re-curso empleado, tales como: el tamaño del grano y sus ángulos, la cohesión o enlace de los mismos, su dureza, fragilidad y textura. Dichas cualidades facilitarán evaluar la resistencia al desgaste de la roca, su durabilidad, así como apreciar claramente las huellas de uso presen-tes en los utensilios. Tales características son significativas en los aspectos técnico y funcio-nal, porque de ellas se desprenderá un mayor conocimiento para la descripción e interpre-tación de los artefactos en términos relevantes del comportamiento. Además, estos atributos de las piedras de moler influyen sustancialmen-te para obtener mejores resultados en la efi-ciencia del proceso de molienda.

En cuanto al segundo aspecto, queda claro que los procesos de transformación de los ins-trumentos de molienda abarcan la selección del recurso, la extracción o adquisición del bloque, la reducción del mismo y el acabado. En dicho proceso se emplean por lo general las mismas herramientas y técnicas de trabajo, aunque ambas pueden variar de un sistema cultural a otro. Lo mismo puede ocurrir en la variación morfológica y funcional de estos enseres.

De acuerdo con los estudios realizados en diversas colecciones, nos inclinamos a propo-

ner que las formas de las piedras de moler no han variado considerablemente desde la anti-güedad hasta nuestros días. Es pertinente agregar la importancia que tienen los estudios etnográficos actuales sobre información “viva” de sistemas de trabajo, técnicas contemporá-neas en la cadena operativa, herramientas antiguas en contraposición con las actuales, mercadeo de la producción, su distribución, etc. Es decir, si se pretende explicar modelos reales sobre el comportamiento del pasado y llevar a cabo interpretaciones de los conjuntos de artefactos prehispánicos, es indispensable contemplar el mundo real de manera detalla-da y sistemática.

Con lo anterior podemos resumir que los cuatro puntos anteriormente sustentados no deben ser considerados rígidamente por se-parado, sino entendiéndolos en su calidad unitaria e integral. Por último, si tuviéramos que concluir con una frase, ésta sería: no puede entenderse el artefacto sin compenetrarse en la materia prima, técnica(s) de trabajo, forma(s) y función(es).

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María Elena Ruiz Aguilar

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Aproximación a una clasificación del material de molienda

147

Los minerales de sílice (SiO2), por lo general, siempre han sido atractivos visualmente y su utilización muy popular desde hace milenios. Sin embargo, aún no se ha llevado a cabo para los arqueólogos un estudio completo de labo-ratorio del gran legado de obras lapidarias de estos materiales en el área cultural de Mesoa-mérica. Ante esta realidad, considero útil di-fundir algunos aspectos mineralógicos y geo-gráficos de los elementos silíceos, desde la perspectiva arqueológica actual, para explicar mejor su uso en las culturas prehispánicas de México.

Los minerales de sílice tienen características de dureza y de aspecto visual que los hacen atractivos al ser humano desde que éste los viera por primera vez. Así, en la prehistoria el hombre decidió recogerlos, atesorarlos y después aprovecharlos para adorno personal y para algunas de sus herramientas e instru-mentos utilitarios. Al cabo de algunos siglos en todas las culturas se desarrollaron las téc-nicas para forjar, desbastar, esculpir, perforar y pulir la superficie de los objetos que se producían con tan apreciada materia prima. En todas las culturas del mundo se dio el aprovechamiento de tales minerales y el área mesoamericana no fue la excepción. En el Viejo Mundo se han estudiado instrumentos

milenarios producidos en lugares que ahora son de Alemania, del Medio y del Lejano Oriente, del Sureste Asiático, la India, etc., donde dichos minerales silíceos fueron utili-zados. resultan admirables diversas obras realizadas por los lapidarios de las culturas prehispánicas, si se toma en cuenta que ellos solamente atisbaron algunos de los conoci-mientos científicos y técnicos, y que no obs-tante, a su propio nivel tecnológico, desarro-llaron algunas de las técnicas y herramientas necesarias para ese oficio.

En Mesoamérica se han registrado cuentas perforadas desde el periodo Formativo tempra-no, aparentemente elaboradas con materia prima recogida de arroyos y ríos o de superficie de terrenos donde se encontraban a flor de tierra. Alfonso Caso (1965: 897, citando a Saha-gún) indicó que además del jade los zapotecas y mixtecas trabajaron cristal de roca (cuarzo), ágata, amatista y que probablemente también conocieron la “piedra de sangre”, que es una calcedonia verde con inclusiones de óxidos de fierro. También menciona el ópalo (ídem).

Desde el punto de vista de la mineralogía ahora sabemos que la sílice en su estado natu-ral sólido ha estado disponible en tres formas principales: a) cristales visibles a simple vista, de diversos tamaños y colores, b) como calcedonia o sílice microcristalina, y c) como esferoides microscópicos dispuestos en retículas tridi-

Aprovechamiento de la sílice en las culturas mesoamericanas

Adolphus Langenscheidt*

* Investigador independiente.

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mensionales en el mineral llamado ópalo. Mediante estudios de microscopía electrónica se sabe que los esferoides están constituidos por tridimia-cristobalita, dos minerales que en este caso son el resultado de la diagénesis del ópalo. Como rareza en la naturaleza se cono-ce sílice amorfo natural producto de los rayos cuya energía eléctrica la funde y la deja enfriar rápidamente. También se conoce la sílice como gel producida en la industria moderna.

Todas las variedades de sílice generalmente han sido producidas y aprovechadas en peque-ñas cantidades, lo cual se debe, entre otras razones, a que se encuentran en yacimientos minerales relativamente pequeños, si bien muy dispersos a lo largo y ancho del mundo, inclu-yendo el territorio de Mesoamérica. Por lo que toca a su naturaleza mineralógica, se puede decir que estas variedades son químicamente semejantes entre sí, pues están constituidas por moléculas de óxido de silicio con pequeñas cantidades de impurezas; los ópalos tienen además agua en proporción no fija. Aunque la sílice se puede hallar pura en la na turaleza, es frecuente encontrarla acompañada de otros minerales, mismos que se hallan como impu-rezas, por lo común en pequeña pro por ción. Las impurezas resultan importantes, pues conjuntamente con la cristalización apor tan los atractivos visuales que caracterizan a cada una de las variedades de sílice.

La cristalización o su ausencia y las impu-rezas han dado pie, desde la antigüedad hasta el tiempo actual, a nombres muy diversos y a la asignación, no científica, de supuestas vir-tudes a las variedades silíceas. Ante este hecho nos parece un tanto irrelevante la subdivisión detallada en muchas variedades que lleva a nombres pintorescos o comerciales y no a di-ferenciaciones científicas de las mismas.

En la época prehispánica no existían las ciencias y las técnicas como las conocemos ahora, tampoco se habían desarrollado teorías científicas para explicar y caracterizar a las es-pecies silíceas más allá de lo que permiten las tres cualidades más relevantes, que son: el as-

pecto visual (colores y su disposición, así como la forma de los microcristales en su caso), la du-reza y la tenacidad. Estas tres cualidades son las más notables que se perciben y han valorado.

Los sencillos dispositivos y herramientas manuales que conocieron los antiguos lapida-rios prehispánicos de la América Media son los percutores y cinceles líticos, las astas de venado, huesos diversos, taladros giratorios (como malacate y otros diseños), los portaobjetos y algunos abrasivos. Todos estos dispositivos y herramientas en diversos pesos, tamaños, durezas y granulometrías, en el caso de los abrasivos. Con fines prácticos, describo en el cuadro 1 los minerales de sílice utilizados por los lapidarios prehispánicos de Mesoamérica.

Cabe mencionar que en la actualidad se ha podido explicar lo que ocurre con el tratamien-to térmico al que pudieron ser sometidos trozos de sílice o algunos instrumentos líticos ya producidos para cambiar o mejorar sus cuali-dades en contextos culturales antiguos de Mesoamérica. Los efectos del calentamiento de la sílice pueden ser el cambio sutil de color o el mejoramiento en la resistencia mecánica. Del tratamiento térmico se exceptúa el ópalo, puesto que se revienta al ser calentado para dejar escapar como vapor el agua que contiene. Considero que mejorar la resistencia de la materia prima bien pudo ser un efecto buscado por el antiguo usuario, pero sólo el lapidario moderno es capaz de interesarse en realidad en el cambio de color al tratar de mejorar el aspecto de algunas gemas.

Punta de proyectil tallada tipo Clovis en cuarzo y calcedonia. Sala Poblamiento de América, mna.

Adolphus Langenscheidt

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Punta de proyectil tallada en calcedonia. Sala Poblamiento de América, mna.

Punta de proyectil tallada en cuarzo débilmente rosado, tipo Clovis. Sala Poblamiento de América, mna.

La pieza de mayor tamaño es de pedernal negruzco. La pieza blanca es uno de los llamados “bruñidores”, tallado en cuarzo lechoso. El otro “bruñidor” es de calcedonia. Sala Altiplano Central, mna.

Pequeña calavera tallada y pulida muy finamente, en cristal de roca, y con acabado brillante. Sala Mexica, mna.

Pequeña escultura de un felino tallada y pulida en cristal de roca, acabado mate. Sala Los Mexica, mna.

Pequeña orejera tallada y pulida en cristal de roca con acabado brillante. Sala Culturas de los Mexica, mna.

Aprovechamiento de la sílice en las culturas mesoamericanas

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La pieza es un componente hemisférico de una orejera tallada, muy finamente pulida con diámetro exterior de aproximadamente 24 mm, paredes de 1 mm y con una perforación lateral con diámetro inferior a 1 mm. Cultura olmeca, en crisoprasa. Sala Culturas del golfo, mna.

Cuentas talladas y pulidas en cristal de roca con una cuenta central esférica pulida y perforada, en amatista. Sala Culturas del golfo, mna.

Conjunto de ocho cuentas de collar talladas, perforadas y pulidas en amatista color púrpura débil. Vitrina Tarascos. Sala Occidente, mna.

Punta de proyectil tallada en jaspe color marrón rojizo. Sala Poblamiento de América, mna.

Punta de proyectil tallada en calcedonia color ámbar translúcido a transparente. Sala Poblamiento de América, mna.

raspador oval de gran tamaño, tallado en pedernal gris oscuro. Sala Poblamiento de América, mna.

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Conjunto de hojas de cuchillos para sacrificio talladas en pedernal de diversos colores, que van del blanco puro al marrón rojizo y al gris. Sala Los Mexica, mna.

Hoja de cuchillo “personificada” con aplicaciones de otros materiales, para sacrificio, tallado a perfección en cuarzo rosado débil. Sala Los Mexica, mna.

Hoja de cuchillo “personificado” con aplicaciones de otros materiales, para sacrificio, tallado a perfección, en jaspe color coral débil. Sala Los Mexica, mna.

Pequeñas esculturas talladas y perfectamente pulidas, en cristal de roca de excelente calidad (cuarzo hialino). Sala Los Mexica, mna.

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Pequeñas geodas de ágata multicolor, cortadas y pulidas artesanalmente, colectadas y trabajadas en tiempos modernos, procedentes de Chihuahua.

rebanada de geoda, en calcedonia bandeada (ágata), en diversos tonos de gris, colectada, cortada y pulida artesanalmente en tiempos modernos, procedente de Zacatecas.

Ejemplar de un cristal de roca o cuarzo hialino individual, incoloro, que procede de Zacatecas.

geoda doble, cortada por mitad en tiempos modernos, que muestra calcedonia en tonos grises en las orillas y depósito de cristal de roca en los huecos centrales, procedente de Zacatecas.

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Aprovechamiento de la sílice en las culturas mesoamericanas

154

Vari

edad

si

lícea

Des

crip

ción

Dur

eza

Asp

ecto

vis

ual

Apl

icac

ione

s en

cul

tura

sm

esoa

mer

ican

asL

ocal

izac

ione

s en

áre

a m

esoa

mer

ican

aO

tras

obs

erva

cion

es

Cua

rzo

rosa

doE

s un

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cris

talin

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ros

ado,

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inte

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. N

orm

alm

ente

es

neb

ulos

o, y

nun

ca e

s di

áfan

o. A

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colo

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e a

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nio

y

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erro

.

<7.0

Asp

ecto

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cuen

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men

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ansl

úcid

o.

Cue

nte

cilla

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de

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illos

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s pa

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fici

o.

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ajá,

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o.

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ique

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men

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. Yac

imie

nto

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te

calid

ad s

e lo

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an e

n B

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l (r

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ran

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o Su

l), y

en

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a (M

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e y

Dak

ota

del S

ur).

Cal

cedo

nia

SiO

2, e

n

mic

rocr

ista

les.

Col

ores

bile

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sde

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co

a gr

is o

scur

o, s

egún

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zas

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<7.0

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rar

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arró

n

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.

Cue

nte

cilla

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, so

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.

Ága

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O2,

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muy

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a.

+-7.

0B

anda

s de

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ores

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slúc

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Cue

nte

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lusi

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(Mn

O2)

que

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crip

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C

omún

men

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o,

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illo,

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perfi

cie

opac

a.

5.0-

6.0

Col

or r

ojo

hem

atít

ico

por

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lto

con

ten

ido

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xido

s de

fier

ro

com

o h

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ita

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l col

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unif

orm

e. A

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pu

lido

pued

e ad

quir

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rillo

.

Cue

nta

s, d

ijes

y es

cult

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.M

uy a

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ia d

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ión

en

los

esta

dos

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anos

, en

yac

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nto

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a m

edia

nos

.

Es

una

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síli

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rela

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dan

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n

yaci

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nto

s di

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sos.

Cu

AD

rO

CO

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rA

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O D

E L

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VAr

IED

AD

ES

DE

SÍL

ICE

(co

nti

nua

ción

)Adolphus Langenscheidt

155

Vari

edad

si

lícea

Des

crip

ción

Dur

eza

Asp

ecto

vis

ual

Apl

icac

ione

s en

cul

tura

sm

esoa

mer

ican

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izac

ione

s en

áre

a m

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mer

ican

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obs

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cion

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Cri

sopr

asa

SiO

2, e

n

mic

rocr

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les.

Ton

os

verd

es h

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l.

+-7.

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tier

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di

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Es

sílic

e cr

ipto

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talin

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alce

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tran

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ido,

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uel

que

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pán

ico.

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aSi

O2,

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ansl

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+-7.

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esen

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ccid

ente

.

Su c

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ació

n s

e de

be a

de

lgad

os c

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de

hor

nbl

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lori

ta. P

udo

ser

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side

rado

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“cor

rien

te”

en la

an

tigü

edad

pr

ehis

pán

ica.

Ópa

loSi

O2-n

H20

5.5-

6.5

Bri

llos

inte

rnos

o

irid

isce

nci

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Dije

sq

ueré

taro

, Hid

algo

, g

uerr

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Jal

isco

, San

L

uis

Poto

sí, M

ich

oacá

n,

gua

naj

uato

, Nay

arit

, C

hih

uah

ua, g

uate

mal

a

y H

ondu

ras.

Los

yac

imie

nto

s de

que

réta

ro

se e

xplo

taro

n m

ayor

men

te

desd

e 18

35, i

nte

nsi

fica

ndo

su

prod

ucci

ón a

par

tir

de 1

870.

Se

pro

duce

en

muc

has

par

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com

o A

ustr

alia

. Los

“óp

alos

de

fueg

o” s

on p

ropi

os d

e q

ueré

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y s

e es

tim

a qu

e se

fo

rmar

on p

or g

eles

de

sílic

e a

160°

C y

con

tien

en in

clus

ion

es

de h

orn

blen

da, l

imon

ita,

go

eth

ita,

fluo

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, cua

rzo,

cr

isto

balit

a, k

aolin

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y pi

rita

. L

os ó

palo

s se

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lan

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muc

has

n

acio

nes

, en

par

ticu

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don

de

hay

roc

as v

olcá

nic

as á

cida

s y

en

ocas

ion

es e

n r

ocas

bas

álti

cas.

No

tas:

1. L

a du

reza

del

cua

rzo

hia

lino

es 7

per

o se

ve

afec

tada

por

la d

irec

ción

en

que

se

hag

a la

pru

eba.

2. L

a du

reza

de

la c

alce

don

ia e

s 7,

per

o se

afe

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por

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reza

s in

clui

das

en c

ada

vari

edad

o p

or la

form

ació

n d

e óp

alo

entr

e lo

s m

icro

cris

tale

s. 3

. La

“pie

dra

de s

angr

e” o

hel

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opo

no

se h

a re

port

ado

en e

l áre

a m

esoa

mer

ican

a en

con

text

o ar

queo

lógi

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aun

que

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e es

pera

rse

dado

su

atra

ctiv

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pect

o, q

ue le

impi

de p

asar

des

aper

cibi

da. E

s un

a cr

isop

rasa

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des

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llo d

e h

emat

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den

tro

de s

u m

asa

de m

icro

cris

tale

s de

síli

ce.

Cu

AD

rO

CO

MPA

rA

TIV

O D

E L

AS

VAr

IED

AD

ES

DE

SÍL

ICE

(co

nti

nua

ción

)Aprovechamiento de la sílice en las culturas mesoamericanas

156

Colofón Las variedades silíceas que se aprovecharon en las culturas antiguas de Mesoamérica no fueron todas las que existen según la mineralogía mo-derna, pero sí fueron las más atractivas visual-mente. Es evidente que la taxonomía indígena obedecía a criterios diferentes a los actuales.

De acuerdo con los criterios mineralógicos contemporáneos, fueron tres las variedades básicas de sílice aprovechadas en tiempo prehispánico: el óxido de silicio cristalino, el óxido de silicio microcristalino y el ópalo.

Al tomar en cuenta la dureza de la materia prima aprovechada, de 5 a 7 en la escala de Mohs, asombra que los rasgos de muchos instrumentos presenten gran soltura y perfec-ción en las formas escultóricas y en los acaba-dos de las superficies, aun tratándose del cuarzo hialino. Ello confirma que el lapidario prehispánico trabajaba con gran paciencia y con gran sensibilidad artística, probablemen-te utilizando como abrasivo arena diamantífe-ra (Langenscheidt, en prensa).

AgradecimientosDejo constancia de mi agradecimiento a la maestra Leticia gonzález Arratia por sus obser-vaciones a la primera versión de mi escrito, a la maestra Lorena Mirambell por sus orientadores comentarios sobre el tema, a mi amigo el inge-niero Elías Ojeda por su valiosa información geológico-minera, al señor rogelio Sánchez por información de primera mano sobre algunas localizaciones específicas de sílice, a Felipe y Juan Manuel ruiz Langenscheidt por las foto-grafías, a Amalia Langenscheidt S. por asesorías en la presentación digital y a las muchas otras personas que me apoyaron de diversas formas en mi investigación. A. L.

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Adolphus Langenscheidt

Investigaciones recientes sobre la lítica arqueológica en México

se terminó de imprimir en julio de 2010en los talleres gráficos del Instituto

Nacional de Antropología e Historia. Producción: Dirección de Publicaciones

de la Coordinación Nacional de Difusión.