intimidades
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NOTA DE LA AUTORANOTA DE LA AUTORANOTA DE LA AUTORANOTA DE LA AUTORA
Desnudo ante ti, querido lector, algunas de mis
“Intimidades” para compartirlas; que no sigan estando
encerradas en la tranquila oscuridad de un cajón lleno
de ideas, las cuales pueden llevarte por diferentes
caminos: desde el amor o desamor, hasta el sarcasmo,
el romanticismo, la pasión, la reflexión, la crítica
constructiva, y más allá. Te doy gracias por volar
conmigo sobre la explanada de mis poemas, cánticos,
sainetes y elegías.
GGGGLORIA M. AGUILAR C.LORIA M. AGUILAR C.LORIA M. AGUILAR C.LORIA M. AGUILAR C.
FEBRERO DFEBRERO DFEBRERO DFEBRERO DE 2012E 2012E 2012E 2012
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ÍNDICE PÁGINA
DRAMA EGIPCIO ………………………………………. 4
NO APAGUES LA LUZ ……………………………………… 39
CELOS ……………………………………………………… 41
CADUCO PADECER ……………………………………… 42
ODA PARA EL LICOR ……………………………… 43
SEÑORES: LES REGALO… ……………………………… 45
AJUAR PARA UN CIEMPIÉS ………………………………. 46
NOSTALGIA ………………………………………………… 48
TE PERDÍ ……………………………………………….. 49
MI CUATRO VIAJERO ……………………………….. 50
ALMAS GEMELAS ……………………………………….. 52
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DRAMA EGIPCIO
ACTO I
Mirando al mar como tonta
aparece una niña en escena:
Cleopatra, blonda, pequeña,
princesa todavía de poca monta.
–Tengo diez años,
y el ejemplo perfecto
de una familia inficionada
con su colección de muertos.
Casi todos los Ptolomeos
han sido asesinados
por parientes muy cercanos;
tal vez por ser tan feos.
Yo tan rubia, tan blanquita,
coqueta, tan bonita,
no correré con tal suerte,
aunque a otros la vida cueste.
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Arsinoe, una de mis hermanas,
no tiene parangón conmigo;
la otra, Berenice, horrible de la cabeza al ombligo,
es una miserable enana.
Mi progenitor, Auletes,
tocador de flauta,
borrachín empedernido,
pellizcando los pechos a las damas
en las calles es sorprendido;
lo agarran por ello a patadas;
es jugador; atrevido.
Cada dos años mi padre
debe barras de oro entregar a los romanos;
mientras más les vendemos
más les debemos y más les pagamos.
Se comportó tan mal el señor
que debió ser destituido;
lo reemplazó Berenice:
prostituta con un cargo no merecido.
Me dijo Demetrio, mi maestro:
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“Alma vale más que corona”;
poco me importa, y lo demuestro
jurando: la tiara, aunque más barata sea,
en la cabeza de mi hermana
no durará muchas horas;
en la mía se verá menos fea.
En casi trescientos años
veneno, puñal, machete,
han sido repartidos
entre la familia, y por ellos mismos,
a toda nuestra noble gente.
Es por derecho mi turno ahora:
pensar cómo enveneno
a la mayor de las hijas
de mi progenitora;
la diadema con sierpe real será
la que mi testa ceñirá.
Con un padre delincuente
pedir ayuda no necesité a los sirvientes;
me hizo el mandado completo:
a mi hermanita mandó decapitar
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logrando así de nuevo
el reinado alcanzar;
vi su cabeza como pelota de fútbol
sobre ardiente arena rodar.
ACTO II
Se levanta el telón;
¿qué vemos?...
un comedor con platos llenos
de arepas rellenas
con fríjoles y chicharrón.
–Esta es mi hija: Cleopatra;
con usted me gustaría…
metiera profundamente la pata.
–Yo, Marco Antonio, capitán de caballería,
el mismo que tomó a Pelusio,
con carajita de casi tres lustros
no me comprometería
ni que me golpeen en el occipucio.
Su flaca escuálida no me da nota;
suspiro por rollizas; ¡jamonas!;
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como aquellas que deambulan
por las calles de mi querida Roma.
ACTO III
Unos cuantos romanos leen el testamento
que Auletes dejó en sus manos;
explican en tal momento
que deben casarse los hermanos.
–¿Que me case yo con este
pelagatos de diez años?;
¡idiotas!, tengo diecisiete;
prefiero alguien mayor,
aunque sea tremendo extraño.
–Eso no se puede hacer,
hermana reina de mi Egipto;
debemos cumplir los deseos
de nuestro inteligente papito.
Se cumple la orden patriarcal;
en los cuatro años siguientes,
de su vida matrimonial
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poco y nada se supo;
pero bien sabido era
que al cuarto de la reina
no entraba un rey tan enjuto.
ACTO IV
Llega en un barco romano
un joven más guapo que Antonio;
para vencer a César
quiere que la reina le dé una mano.
–Junior, Cneo Pompeyo:
por esas piernas que tienes,
por ser tan extremadamente bello,
cincuenta barcos con soldados fieles
para la guerra contra César te entrego.
–¡Oh!, reina querida, cuánto te lo agradezco.
Esto no gustó a Ptolomeo
rey flaco empedernido;
con solo trece años de edad,
sin importarle un bejuco,
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se las arregló como pudo
para contra ella levantar
tres mentores comprometidos:
un filósofo, un general y un eunuco.
–Debo huir; ni modos;
agarro mis corotos;
al mar Negro escapo
lejos de mi hermano,
reyezuelo y loco.
ACTO V
En el delta del Nilo
la reina egipcia espera noticias
con el alma en vilo.
–No puedo con eufemismos
expresar lo que siente mi corazón;
César en Farsalia
a Pompeyo padre, venció;
el eunuco Potino
por la espalda lo apuñaleó;
¡qué terrible occisión!
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Cornelia, su mujer, vio cómo
la cabeza le cortaron;
hasta sin anillo lo dejaron.
ACTO VI
Echada de bruces, bajo su tienda,
espera Cleopatra noticias nuevas;
llegan muchas: increíbles, raudas,
a su improvisada cueva.
–De mis hermanos, el rey…
batallando en el Nilo se ahogó;
Arsinoe… como prisionera al palacio regresó.
Tremendos regalos el destino me dio.
¡Vaya, vaya!
El César Julito tiene afán de conocerme;
no han pasado tres días desde la batalla,
y delira; muere ya por verme.
Ya está César en mi capital;
es un tanto extraño el señor:
ágil, elegante, misterioso, seductor.
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Casado estuvo con Pompeya
no de todas la más bella;
esta señorona cachos le montó
con un disfrazado de mujer que le gustó;
en las fiestas dionisíacas ocurrió;
luego de ella se divorció.
Él tuvo amores, según se decía,
cuando joven con el rey Nicomedes;
como buen pederasta,
con otros cuantos jóvenes
de su grande cofradía.
Un hijo la julia Servilia le parió;
Décimo Bruto, se llamó;
también su hijastra cayó bajo su seducción
no perdiendo de un buen relajo la ocasión.
ACTO VII
Se ve un magnífico esclavo
en el umbral de la puerta
del cuarto de César, parado,
cargando sobre sus hombros
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un tapiz enrollado.
–Este, un regalo del rey Ptolomeo;
pesa tanto…; ya tengo mareo.
–¡Ponlo en el piso!, y deshaz el paquete,
pedazo de zoquete.
Al desenrollar la grande alfombra
quedó al descubierto
Cleopatra, con sus dorados rizos revueltos
y una sonrisota que a él… asombra.
–Heme aquí, querido César:
admirada estoy de veros;
nunca te imaginé con esos ojos
tan negros; tan extraordinariamente bellos.
Apolodoro me trajo
remando a través del delta;
después a través de un atajo;
quedo convertida en tu sirvienta.
–Con esa boca, vida mía,
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qué sirvienta ni ocho cuartos;
podrás ser mi reina
por tantos y dulces encantos.
–Tus labios finos, sensuales,
tus mejillas bronceadas por el sol,
ese cuello que parece
en vez de cabeza sostener un melón,
hacen que por ti sienta ingente amor,
mi César; mi señor.
Olvidé lo planeado:
mis gestos al verte,
mi discurso, mis posturas…
embelesada en tu cuerpo perfumado;
por la mano fina que me ofreces,
Julio, por toda tu hermosura.
Siguen vadeando el río de la seducción
hasta caer en el regato de la pasión.
Vienen después más guerras;
embarazada queda ella;
tres meses antes del parto
se van en el buque real:
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el Talameyos; descansarán
mecidos en las aguas del Nilo
con miles de soldados detrás.
–Nació Cesarión; mi Julio César
ahora de mí se alejará;
un año de separación,
y Roma en su seno nos recibirá.
ACTO VIII
En los jardines del palacio romano
está Cleopatra con su retoño en brazos
esperando a Julito
que tiene media hora de retraso;
César queda prendado de su bebé
que le sonríe; demuestra
que su carita es de la suya
una copia maestra.
–Los romanos me han recibido con mucho cariño;
todos, con algunas excepciones, me han aplaudido;
a sus pomposas fiestas con regocijo he asistido.
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–Me dejas perplejo; sorprendido.
–Recuerdo aquellas parrandas alborotadas;
en una de ellas desfiló Arsinoe, mi hermana,
sin ningún glamur, y encadenada
como cualquier vulgar esclava;
satisfizo mis ingentes ansias de verla humillada.
–Me aterro ahora; ¡gran canallada!
–No me gustó el aojar que Bruto, hijo tuyo, César,
a mi vástago sin ningún disimulo lanzó;
me pareció ¡tan infesto!; me puso a cavilar
redoblando vigilancia sobre mi nene; más na’.
–¡Tremenda percepción! ¡Cuán inteligente mamá!
ACTO IX
La reina se lamenta
como una triste sirvienta;
su situación en Roma
más y más empeora.
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–¡Infame destino cochino!
me ha unido a este anciano;
en unos cuantos meses
guerra civil hemos soportado;
menos mal que mi amor por él
es grande como un venado.
Unos me quieren, otros me odian;
amiga me hice de Antonio, Fulvia,
Octavio (el sobrino) y de Octavia.
Para conquistar el mundo
nuevos viajes emprende;
aquí me deja sola nuevamente
mi amadísimo vejete.
ACTO X
De regreso… el César está;
su arribo triunfante se celebra;
con Marco Antonio se reconcilia,
y en el Senado se presenta.
“¡Al Senado no vuelvas, hombre!”;
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su esposa Calpurnia le aconsejó;
un esclavo en el camino
de compartir un secreto trató;
a él le importó un comino;
también el sabio Artemio lo previno
dándole un rollo con la lista de los nombres
de los seres en conspiración.
De veintitrés puñaladas asesinaron a Julio:
Décimo Bruto su hijo, Címber, Casca,
Casio, otros cuantos más, y Tulio.
No lo incineraron en el campo de Marte;
en una pira de madera fue cremado;
pira que se volvió gigante,
pues muchos ciudadanos le arrojaron
sus joyas y objetos apreciados;
con él se quemaron.
ACTO XI
Fulvia, Cleopatra y Antonio
se reúnen, confabulan, conversan;
cambian el testamento, nada obvio,
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dejado por Julio César.
–¡Cuán ingrata esta vida!
Es triste lo que sucedió;
a mi niñito y a mí
aquel viejo nos desheredó.
Fulvia, esposa de Marco,
es una dama singular;
con su escribiente pudo todo falsificar;
de Marco Antonio… ni hablar;
puso bajo su resguardo el tesoro del Estado
en veinticinco millones de francos oro, avaluado,
papeles y dinero por mi occiso cónsul dejados.
ACTO XII
Se ve flotar en el bello mar
un barco con su amargada reina;
ella quiere a Egipto regresar.
–De nuevo estoy en mi tierra
sola como una lombriz;
sin hermanos, sin padre, sin familia
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ni la madre que nunca conocí.
–Mami, estoy aquí.
–Hijo de mis amores,
me quedas tú para ser feliz.
Cleopatra nunca lloró en este mundo;
en aquel momento sublime
de llorar estuvo a punto.
ACTO XIII
Antonio… vilipendiado, acosado,
finalmente fue deportado;
luego se forma un triunvirato:
Lépido, Marco Antonio y Octavio,
del cual queda como vencedor
Antonio en la batalla de Filipos
contra Bruto y Casio.
–Hagamos una justa repartición:
Lépido, quédate con occidente;
para bonchar me quedo con oriente.
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–Perfecto, amigo inclemente.
ACTO XIV
La emperatriz arma maletas,
pues acepta la invitación de Marco Antonio
para visitarlo en Sicilia;
con gran pompa acudiendo ella,
se arman lujosas fiestas;
las mejores de aquella bella isla.
ACTO XV
Doce trirremes llegaron
con la reina gentil a bordo
para visitar a Marco;
por ella está loco.
–Te regalo mi oro, plata, mármol,
piedras preciosas,
ojos, boca, piernas deliciosas.
–De ti todo quiero, reina poderosa;
de mí entrego las mejores cosas;
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iré a tu patria para pasar vacaciones,
y el tiempo perder contigo, mi diosa.
ACTO XVI
Alegrías van, vagabundería viene;
Fulvia se las arregla
armando una guerra civil;
hace que Antonio vuelva
pronto a su querida tierra;
su dicha pronto será gris;
la muerte la espera en Atenas.
ACTO XVII
Sintiendo ganas de mandarlo al demonio,
nuevamente la reina sola,
cavila sobre la buena broma
echada por Marco Antonio.
–¡Qué se ha creído este cretino!
¿Que puede dejarme sola con mi destino?;
se largó dejándome aquí embarazada
de mellizos: niño y niña; ¡casi nada!
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Cuatro años han pasado;
ni sombra del caballero;
no escribe; no me llama;
no hay señales de humo ni desespero;
ni siquiera un “mail” o un telegrama.
Por mi parte hago lo mismo:
no hay misivas ni palomas mensajeras
llevándole mis angustias en el pico.
Mientras tanto, él se divierte
casándose de nuevo; con Octavia;
la deja embarazada; ¡qué rabia!
Organiza viaje para Persia conquistar;
como necesita oro, mucho, brillante,
en mí vuelve interesado a pensar.
Me manda invitación con Sapito
para visitarlo en Siria;
importándome un pito
a su encuentro me dirijo
bravía como toro de lidia.
¿Un encuentro arrebatado?
¡No, señor!;
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dos noches lo tengo esperando
sentir de mis flores el olor;
con tal truco cayó:
matrimonio se acordó,
y un nuevo embarazo me sorprendió.
Lo acompañé por el Éufrates;
en Zeugma nos despedimos;
más batallas en nuestros caminos.
Regresé por el Líbano hacia Damasco;
bajé por el Jordán hasta Jericó;
allí conocí a un tal Herodes;
se quiso pasar de bribón;
de asesinarme finalmente se arrepintió,
pero inventó sobre mí calumnias que dan asco,
acerca de querer con él una exquisita seducción.
ACTO XVIII
Se fue Antonio para Persia;
derrotado pide auxilio a sus esposas;
Cleopatra y Octavia no lo dudan, y osan
lanzarse al mar mediterráneo
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con soldados, dinero, zapatos, trajes, botas.
ACTO XIX
Marco entra en Alejandría triunfante;
se arma un jolgorio de gran talante;
se presentan los prisioneros;
la vida perdonan al rey armenio, primero.
Al siguiente día cuatro reyes son coronados:
los hijos de Cleopatra con respectivos dominios heredados;
ser rey, por Antonio nunca fue deseado.
ACTO XX
Hacia Éfeso con Cleopatra
debe Marco ahora viajar;
desde allí pide a Octavia,
con sus hijos el palacio abandonar.
Octavio continúa las intrigas como loco;
roba de Antonio el testamento suscrito;
en él heredó sus provincias a Cesarión
y pide que al morir, su cuerpo sea llevado a Egipto;
todo esto los romanos lo ven como gran traición;
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declarado es oficialmente un nuevo zaperoco.
ACTO XXI
De que la guerra sea naval
Cleopatra convence a Marco.
–Es tu culpa que todo salga mal.
–¿Por qué lo dices, mi amado?
–Por tu fantástica idea de la batalla naval;
mis hombres me traicionan; con Octavio se van.
–Ten cuidado, cariño: vas a pisar mi collar.
– Tus baratos zafiros… ¡mira como los pisoteo!
–¡Lástima!; tengo ahora una galera de menos;
ese collar costaba un realero;
lárgate con tu Octavia; déjame tranquila;
sal de mi tienda inmediatamente, chiquillo,
si no quieres ver cómo te clavo mi cuchillo.
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Marco toma su espada,
pero al observar de ella el puñal
que en dirección al suelo apuntaba,
sale de la tienda sonriente
diciendo unos cuantos insultos hirientes;
regresa en la noche, amoroso y caliente;
ninguno recordó la mala escena;
allí estaba ella con sus miradas elocuentes;
entre sus manos… la cadena.
ACTO XXII
Para celebrar el inicio de la guerra
se prepara una cena;
Antonio recuerda lo sucedido con el collar;
desconfía en demasía; quiere
que los platos ella primero pruebe;
teme que lo quiera matar;
Cleopatra, enterándose, hace
las flores de su cabello envenenar;
en el vino las arroja sin dudar
ofreciéndoselo para con él brindar;
cuando de beberlo a punto está,
lo previene haciéndole notar
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lo fácil que lo podría fulminar;
da de beber el licor a un criminal;
cae moribundo como un pobre animal.
–Me voy con mi vademécum;
me largo para mi Egipto viejo;
dejo prendido el chispero;
escapo con mis sesenta veleros.
ACTO XXIII
De Grecia regresó Marco vencido;
ella frente al pueblo lo disimuló
con fiestas y un montón de vino;
poco tiempo después Herodes los visitó.
–Vengo a proponerte
que mates a tu reina
¡cortándole su gollete!
–¡A ti te lo corto yo!
si no te largas inmediatamente.
Por tanto, debió partir Herodes;
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pronto fue a contar a Octavio,
de Antonio los secretos y pasiones.
ACTO XXIV
Ante la inminente llegada de Octavio
a las nobles tierras egipcias,
se prepara la reina para salvar a Cesarión
mandándolo lejos; a la India.
ACTO XXV
Entra sin dificultad Octavio en Egipto;
ocupa raudo a Pelusio;
a Tirso envía donde Cleopatra
con un mensaje bastante sucio:
–¡Oh!, reina: Octavio te manda soldados;
te ama desde lo lejos;
por ti anda hecho un pendejo;
respeta tu corona, tus tierras, tus hijos,
pero pide la cabeza de Antonio; eso dijo.
–Si quiere su cabeza,
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pasará sobre la mía;
que venga; puede hacerlo si cree tenerla
en bandeja de plata, servida.
ACTO XXVI
Se ve a Cleopatra en ardua tarea
llevando sus tesoros para una cueva,
mientras planea cómo morir en ella.
–Podría en mi mausoleo
producir un incendio bastante feo,
¿pero quién prenderá la hoguera?;
mis esclavas son tan flojas…;
por toda orden que les doy arman un peo.
Dime, querido, fiel Olimpo:
¿Cuál es la mejor manera
para estirar la pata?
–La mejor y más decente
sería: mordedura de serpiente.
– Me parece perfecto:
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que no duela;
rápido, sin defecto;
sin mancillar mi silueta
ni quedar con cara de chancleta;
¡tráiganme algunas fieras sierpes!
para probarlas con criminales indecentes.
Traen a un esclavo, y al ser mordido
cae al piso muriendo demasiado adolorido;
al otro día prueban con otro;
tampoco la convence, porque su muerte
demoró una hora: más de un poco;
llega el tercero; muere rápidamente
con una sonrisa resplandeciente.
–Es un ofidio con pedigrí;
ese áspid sí me gusta;
el mejor para mí.
ACTO XXVII
Los soldados romanos a Marco traicionaron;
a las filas de Octavio se pasaron;
alguien informó al hombre desesperado:
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–Vuestra reina se ha suicidado.
–Eros, ¡mátame ya!; es mi turno.
–¡Primero me mato yo! (Y así lo hizo, el bruto).
Se lanza Marco Antonio sobre su espada,
la cual queda en su barrigota clavada
como tenedor en fresca empanada.
–¡Por favor! que venga pronto alguien;
conmigo de una vez acaben;
sin ella… todo me sabe a casabe.
–Falsas alarmas, mi señor:
la reina está con vida;
con dos esclavas
en el mausoleo escondida
probándose un camisón.
–¡Enorme pendejada!
¡¡Qué noticia tan tardía!!
¡¡¡Tremendo mojón!!!
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ACTO XXVIII
En la puerta del Mausoleo
está Marco en una litera;
espera por un hoyo
ser metido en la caldera.
–¡Traigan las escaleras!
Grita del otro lado la reina.
–¡Busquen un cordel!
Grita por ahí no sé quien;
lo suben, y entre las tres
bajan por el hoyo al moribundo aquel.
–¡Oh!, mi amado. ¿Qué habéis hecho?
–Por ti he sido capaz de atravesar mi pecho.
–Y hasta llegar a mí descendiendo por el techo.
–¡Ayayay! Quiero… necesito vino.
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–Espera, cariño; ya te lo sirvo.
– Confía en Procúleo; por favor: huye de Octavio.
–No te preocupes: jamás besará mis labios.
–Nunca llores por mi triste fin;
recuerda los días en que poderoso fui.
–¡Marco Antonio!, ¡no te vayas!
¡¡Chico, no seas tan canalla!!
–Adiós… mi amor;
hasta aquí me trajo el río
con mi gran poderío;
¡tiro la toalla!
ACTO XXIX
Aparece la cabeza de Procúleo
asomándose por el hoyo;
hueco por el que entró el hercúleo.
–Octavio dice que no se asuste;
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nada les pasará.
–Abriré si promete, a mi hijo
la corona egipcia dar.
Se descuelga el romano por el cordel;
la puerta de piedras abren puños de hombre.
Aún no tiene Cleopatra su serpiente,
pero encuentra un puñal hiriente.
–¡Deme acá, señora!;
usted no se me mata;
no le ha llegado su hora.
–Rufián de porquería:
no te metas conmigo;
métete con tu tía.
Seis manos de plebeyos,
como pulpos buscan armas
en su cuerpo esbelto.
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ACTO XXX
Cleopatra pide, a Marco Antonio
en forma real sepultar;
Octavio no duda en aceptar;
la reina en el funeral,
y para que todos la oigan,
grita que su esposo
se queda en Egipto,
y en Roma ella
su fin debe buscar.
ACTO XXXI
Se queda en el mausoleo por resabio;
enferma, tendida en su cama,
recibe la visita de Octavio
arrojándose luego a sus pies en piyama.
– Cleopatra, confía en mi bondad.
–Aquí tienes todos mis tesoros.
–Dice tu administrador que completos no están.
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–Si guardé algunas joyas,
son para tu hermana Octavia
y para tu esposa Livia;
¡qué horror!, ¡cuánta ignominia!
ACTO XXXII
Se ve por fin apareciendo ante la guardia,
un campesino con una cesta;
unos cuantos higos cubren la culebra;
esperado regalo para la enferma reina.
–Preparen mi baño;
adórnenme con mis joyas;
traigan mi grande y doble corona;
sobre mi cabeza la quiero hoy;
también una copiosa comilona;
de mi mundo no me voy
sin la barriga tener llena
como una buena reina;
como emperatriz glotona.
Bebiendo este vino dulce como mi matrimonio,
escribo a Octavio mi última misiva:
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“Permíteme reposar junto a mi Antonio,
y olvidar toda esta cruel lavativa”.
Ven acá, víbora mía;
¡muerde con energía!
ACTO XXXIII
Todos los tesoros Octavio se llevó;
a Cesarión por cielo y tierra buscó;
un buen día en Berenice apareció;
llegando a Egipto, lo asesinó;
a los otros tres hermanitos
Octavia los educó; colorín, coloró…
este cuento se acabó.
Oye, querido lector:
¿Te parece que Shakespeare
el drama de Romeo y Julieta inventó?;
claro que sí; perspicaz y socarronamente creo
que esta melodramática historia… lo inspiró.
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NO APAGUES LA LUZ
Esta noche la luz no apagues;
en la oscuridad no vería tus ojos;
quiero recordar lo que dicen
cuando presa soy de tus antojos.
Sembrar en mi memoria
con las luces encendidas
la expresión de tu lujuria
y pasiones desmedidas.
Esconderme en tus rincones;
quedarme allí un buen rato;
enredarme en los mechones
de tu cabello hermoso y claro.
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Encendiendo así las luces,
contemplar tus ojos quiero;
quemarme en los destellos
que despiden tus luceros.
Recorrer tu cuerpo
sin olvidar ni un detalle;
no apagues la luz, mi cielo;
esta noche… así he de amarte.
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CELOS
Tengo celos…
no lo puedo evitar;
celos tengo…
de la luna y del mar.
Porque el mar
te canta canciones de amor
para que te duermas,
y al dormirte un rayo de luna
en la boca siempre te besa.
Si estuviera contigo
el cantar lo haría yo;
te besaría al dormirte
cada noche, dulce amor.
Tengo celos de tu almohada,
del agua y del sol también;
del mundo que te rodea
si no estoy en él.
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CADUCO PADECER
En noches de insomnio voy
a mi ventana para mirar
si al fin mi sol llega, y quiere
tristes lágrimas de amor secar.
Como la vida de la noche
no es de inmensa eternidad,
esperándolo me quedo
hasta que empiece a brillar.
Amanece, y el sol sale
para calmar mi pesar;
con su luz y calor él sabe
limpiar mi alma;
en sombras está.
A mi ventana regreso
al fin del atardecer;
el sol y los arreboles
aniquilan mi padecer.
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ODA PARA EL LICOR
Licor para celebrar;
licor para sollozar;
algunos en el licor
¡todo quieren ahogar!
Licor para bien amar;
sirve para no amar más;
olvido trayendo a las penas
que si bebes, renacerán.
Suscitando la elocuencia,
entumeciendo la lengua,
cerveza, vino, lo que sea…
el licor no te da tregua.
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Se apodera de tu ser;
con efervescencia en tu sangre
llevas un enemigo alegre
sin querer de él librarte.
Dale la espalda del todo al licor;
aléjate de tan sucio hedor;
pestilente hace tu vida;
¡será tu perdición!
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SEÑORES: LES REGALO…
Voy a sentarme en la calle,
en un parque o en un bulevar
para donar a quien pase
lo dejado por ti al marchar.
Señores: les regalo...
¡Dios santo! ¿Qué les puedo ceder
si al alejarte no me dejaste
ni un adiós ni un hasta ayer?
Hasta ayer, pues ya urdías
desde tiempo atrás la huida,
y por desalmado subterfugio
no me queda ni tu despedida.
Señores: les regalo…
los recuerdos que me restan,
y no quiero poseer.
¡Dios mío! ¿Qué estoy haciendo?;
nadie los querrá tener.
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AJUAR PARA UN CIEMPIÉS
Media hora le llevó
a un ciempiés recién nacido…
contar todas sus patitas,
y quedar muy afligido.
Afligido… claro está,
de pensar en lo muy duro
que tendría que trabajar
para poder comprar:
cien zapatos de vestir,
cien zapatos deportivos,
cien zapatitos de playa
y cien botas de cuero puro.
Como tendría trajes
de diferentes colores,
debía comprar también
zapatos negros, azules,
blancos, vino tinto y marrones.
Cien zapatitos negros,
cien zapatitos azules,
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cien vino tinto
y cien marrones.
Como gran deportista
que un día podría ser…
cien zapatos de alpinista,
cien para jugar béisbol,
cien para submarinistas,
cien para patinador,
cien para un buen ciclista,
cien para el fútbol.
Quiso pensar en las medias,
pero como todo buen bebé…
se quedó dormido el pobre,
y en sus sueños pudo ver:
más de mil medias para los trajes,
mil y más piernas en sus pantalones;
vio bicicletas de mil pedales;
lo llevaban a todas partes.
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NOSTALGIA
De la dulce sensación
que siento al acariciarme…
de la ternura y la pasión
de sus labios al besarme
tengo nostalgia hoy.
Tengo de luna nostalgia;
de luna llena de amor
escondida detrás de la magia
de las nubes de mi corazón.
Nostalgia de amor…
nostalgia de ti;
nostalgia de aquello
que me hacía feliz.
49
TE PERDÍ
Te perdí…
no te pude enamorar;
como el agua entre las manos
de mi vida te vas.
Te perdí…
sin saber cómo ni cuándo;
perdí todos tus encantos;
sola me quedé sin ti.
Te perdí…
en poco tiempo sucedió;
nunca en tus ojos vi el amor;
por eso ya no estás aquí.
Te perdí…
porque tenías un amor
cuando llegaste a mí,
y ni cuenta me di.
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MI CUATRO VIAJERO
Porque tengo alas me voy a volar;
viajo feliz por el mundo…
siempre con el pensamiento.
Mi antojado cuatro me quiso imitar;
alitas le puse; con ellas se fue
sin mi consentimiento.
Partió entonces para Rusia;
ningún ruso tocarlo supo;
emigró, y llegó a Escocia;
luego fue al río Danubio.
Ni en África ni en Catar,
Canadá ni en ningún mongol
mi cuatro pudo encontrar
quien lo amara como yo.
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Cansado de andar por otros lares
regresó a contarme sus pesares;
a pedirme que con él
fuéramos a otras ciudades,
y por siempre; así el mundo
conocería nuestros cantares.
Mi patria no abandono
cuatrito de mis amores;
prometo llevarte
de vez en cuando por ahí…
pero de vacaciones.
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ALMAS GEMELAS
Ascendí con paso firme
por tibios y peligrosos riscos
cubiertos de rojo amor;
descendí rodando
por gríseos precipicios
de cruel desilusión.
Segura de saber nadar
me lancé en las aguas
de tu tempestuoso mar;
sentí que me ahogaría;
sin importarme nunca
me sumergí profundamente…
cada vez más y más.
Esperando frutos poder cosechar
he labrado estériles arenas;
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recogí mustias miserias:
solamente llanto que anega;
de mis ojos… sal.
Busqué entre las lúgubres tinieblas de la soledad;
encontré tu querido rostro como de cristal
en un frío papel; te puse ilusionada en un pedestal;
es lo único que tengo: una foto; nada más.
Cerré todas mis puertas
para que nadie pudiera entrar;
las del alma, las del cuerpo,
las de mi espiritualidad;
nadie me profanaría;
solo tú, enamorado, podrías
por ellas a tu arribo penetrar.
Quedó mi apacible vida suspendida
colgando del hilo del amor,
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del deseo, la pasión, de tu desamor;
se sintió tan llena y tan vacía…;
¡dio hasta miedo!; ¡dio dolor!
Me quedé esperando conocerte;
que vinieras; seducirte, enamorarte;
dejarte hacer conmigo lo que quisieras;
perdí además, la fe de que
tal maravilla un día ocurriera,
pero con la enorme certeza
de que un más allá nos uniera
por toda la eternidad,
y por ser… almas gemelas.
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