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El hombre mediocre José Ingenieros

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El hombre mediocre

José Ingenieros

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El hombre mediocre

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INTRODUCCIÓN: LA MORAL DE LOS

IDEALISTAS

1. La Emoción del Ideal

Cuando pones la proa visionaria hacia una estrel la y t iendes el ala hacia

tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, l levas

en ti el resorte misterioso de un Ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para

grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella

muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana. Sólo vives por esa partícula de

ensueño que te sobrepone a lo real. Ella es el l is de tu blasón, el penacho de tu

temperamento. Innumerables signos la revelan: cuando se te anuda la garganta al

recordar la c icuta impuesta a Sócrates, la cruz izada para Cristo y la hoguera

encend ida a Bruno ; cuando te abst raes en lo in f in i to l eyendo un d iá logo de

Platón, un ensayo de Montaigne o un discurso de Helvecio; cuando el corazón se

te estremece pensando en la desigual fortuna de esas pasiones en que fuiste ,

alternativamente, el Romeo de tal Julieta y el Werther de tal Carlota; cuando tus

sienes se hielan de emoción al declamar una estrofa de Musset que rima acorde

con tu sentir ; y cuando, en suma, admiras la mente preclara de los genios, la

sub l ime v i r tud de los santos , l a magna gesta de los héroes , inc l inándote con

igual veneración ante los creadores de Verdad o de Belleza.

Todos no se extasían, como tú, ante un crepúsculo, no sueñan frente a una

aurora o c imbran en una tempestad ; n i gustan de pasear con Dante , re í r con

Mol iére , temblar con Shakespeare , cru j i r con Wagner ; n i enmudecer ante e l

David, la Cena o el Partenón. Es de pocos esa inquietud de perseguir ávidamente

alguna quimera, venerando a f i lósofos, artistas y pensadores que fundieron en

síntesis supremas sus visiones del ser y de la eternidad, volando más al lá de lo

rea l . Los se res de tu es t i rpe , cuya imag inac ión se pueb la de idea les y cuyo

sentimiento polariza hacia ellos la personalidad entera, forman raza aparte en la

humanidad: son idealistas.

Definiendo su propia emoción, podría decir quien se sintiera poeta: el Ideal

es un gesto del espíritu hacia alguna perfección.

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2. De un Idealismo Fundado en la Experiencia

Los filósofos del porvenir, para aproximarse a formas de expresión cada vez

menos inexactas, dejarán a los poetas el hermoso privilegio del lenguaje figurado;

y l o s s i s t e m a s f u t u r o s , d e s p r e n d i é n d o s e d e a ñ e j o s r e s i d u o s m í s t i c o s y

dia léct icos, i rán poniendo la Experiencia como fundamento de toda hipótesis

legítima.

No es arr iesgado pensar que en la ét ica venidera f lorecerá un ideal ismo

mora l , independiente de dogmas re l ig iosos y de apr ior ismos metaf í s icos : los

ideales de perfección, fundados en la experiencia social y evolutivos como el la

misma, const i tu i rán la ínt ima trabazón de una doctr ina de la per fect ib i l idad

indefinida, propicia a todas las posibilidades de enaltecimiento humano.

Un ideal no es una fórmula muerta , s ino una hipótesis perfect ib le ; para

que s i rva , debe ser conceb ido as í , actuante en func ión de la v ida soc ia l que

incesantemente deviene. La imaginación, partiendo de la experiencia, anticipa

j u i c i o s a ce r ca de f u tu ro s pe r f e cc i onamien to s : l o s i d ea l e s , en t r e t oda s l a s

creencias, representan el resultado más alto de la función de pensar.

La evolución humana es un esfuerzo continuo del hombre para adaptarse a

la naturaleza, que evoluciona a su vez. Para e l lo necesita conocer la rea l idad

ambiente y prever e l sent ido de las propias adaptac iones : los caminos de su

perfección. Sus etapas refléjanse en la mente humana como ideales. Un hombre,

un grupo o una raza son ideal istas porque circunstancias propicias determinan

su imaginación a concebir perfeccionamientos posibles.

L o s i d e a l e s s o n f o r m a c i o n e s n a t u r a l e s . A p a r e c e n c u a n d o l a p o r q u e

c i rcunstanc ias p rop ic ias dete rminan su imag inac ión puede ant ic iparse a l a

experiencia. No son entidades mister iosamente infundidas en los hombres, ni

nacen de l a za r . Se f o rman como todos l o s f enómenos acce s i b l e s a nues t r a

o b s e r v a c i ó n . S o n e f e c t o s d e c a u s a s , a c c i d e n t e s e n l a e v o l u c i ó n u n i v e r s a l

investigada por las ciencias y resumidas por las filosofías. Y es fácil explicarlo, si

se comprende. Nuestro sistema solar es un punto en el cosmos; en ese punto es

u n s i m p l e d e t a l l e e l p l a n e t a q u e h a b i t a m o s ; e n e s e d e t a l l e l a v i d a e s u n

transitorio equil ibrio químico de la superficie; entre las complicaciones de ese

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equilibrio viviente la especie humana data de un período brevísimo; en el hombre

se desarrolla la función de pensar como un perfeccionamiento de la adaptación al

medio; uno de sus modos es la imaginación que permite generalizar los datos de

la experiencia, anticipando sus resultados posibles y abstrayendo de ella idea les

de perfección.

As í l a f i l o so f í a de l po rven i r , en vez de negar los , pe rmi t i r á a f i rmar su

realidad como aspectos legítimos de la función de pensar y los reintegrará en la

concepción natural del universo. Un ideal es un punto y un momento entre los

infinitos posibles que pueblan el espacio y el tiempo.

Evo luc i ona r e s v a r i a r . En l a e vo luc i ón humana e l p ensamien to va r í a

incesantemente. Toda variación es adquirida por temperamentos predispuestos;

l a s v a r i a c i one s ú t i l e s t i enden a conse r va r s e . L a e xpe r i enc i a d e t e rm ina l a

f o r m a c i ó n n a t u r a l d e c o n c e p t o s g e n é r i c o s , c a d a v e z m á s s i n t é t i c o s ; l a

imag inac ión abs t rae de és tos c ie r tos ca racte res comunes , e l aborando ideas

generales que pueden ser hipótesis acerca del incesante devenir: así se forman

los ideales que, para el hombre, son normativos de la conducta en consonancia

con sus h ipó te s i s . E l l o s no son ap r i o r í s t i co s , s i no induc idos de una va s t a

experiencia; sobre el la se empina la imaginación para prever el sentido en que

varía la humanidad. Todo ideal representa un nuevo estado de equilibrio entre el

pasado y el porvenir.

Los ideales pueden no ser verdades; son creencias . Su fuerza estr iba en

sus elementos efectivos: influyen sobre nuestra conducta en la medida en que lo

creemos. Por eso la representación abstracta de las variaciones futuras adquiere

u n v a l o r m o r a l : l a s m á s p r o v e c h o s a s a l a e s p e c i e s o n c o n c e b i d a s c o m o

perfeccionamientos. Lo futuro se identifica con lo perfecto. Y los ideales, por ser

v i s i o n e s a n t i c i p a d a s d e l o v e n i d e r o , i n f l u y e n s o b r e l a c o n d u c t a y c o n e l

instrumento natural de todo progreso humano.

Mientras la instrucción se limita a extender las nociones que la experiencia

actual considera más exactas, la educación consiste en sugerir los ideales que se

presumen propicios a la perfección.

El concepto de lo mejor es un resultado natural de la evolución misma. La

vida tiende naturalmente a perfeccionarse. Aristóteles enseñaba que la actividad

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es un movimiento del ser hacia la propia «entelequia»: su estado de perfección.

Todo lo que existe persigue su entelequia, y esa tendencia se refleja en todas las

o t r a s f u n c i o n e s d e l e s p í r i t u ; l a f o r m a c i ó n d e i d e a l e s e s t á s o m e t i d a a u n

determinismo, que, por ser complejo, no es menos absoluto. No son obra de una

l ibertad que escapa a las leyes de todo lo universal , ni productos de una razón

pura que nadie conoce . Son creencias aproximat ivas acerca de la per fecc ión

ven idera . Lo fu turo es lo me jor de lo p resente , puesto que sobrev iene en l a

selección natura l : los ideales son un «é lan» hacia lo mejor , en cuanto s imples

anticipaciones del devenir.

A medida que la experiencia humana se amplía, observando la realidad, los

ideales son modificados por la imaginación, que es plástica y no reposa jamás.

Expe r i enc i a e imag inac ión s i guen v í a s pa ra l e l a s , aunque va muy r e ta rdada

aquél la respecto de ésta . La h ipótes is vue la , e l hecho camina; a veces e l a la

rumbea ma l , e l p i e p i sa s i empre en f i rme ; pe ro e l vue lo puede rec t i f i ca r se ,

mientras el paso no puede volar nunca.

La imaginación es madre de toda originalidad; deformando lo real hacia su

perfección, ella crea los ideales y les da impulso con el ilusorio sentimiento de la

libertad: el libre albedrío es un error útil para la gestación de los ideales. Por eso

tiene , práct icamente , e l va lor de una rea l idad . Demostrar que es una s imple

i l u s i ó n , d e b i d a a l a i g n o r a n c i a d e c a u s a s i n n ú m e r a s , n o i m p l i c a n e g a r s u

e f icac ia . Las i lus iones t ienen tanto va lor para d i r ig i r l a conducta , como las

verdades más exactas; puede tener más que ellas, si son intensamente pensadas

o s e n t i d a s . E l d e s e o d e s e r l i b r e n a c e d e l c o n t r a s t e e n t r e d o s m ó v i l e s

irreductibles: la tendencia a perseverar en el ser, implicada en la herencia, y la

tendencia a aumentar el ser, implicada en la variación. La una es pr incipio de

estabilidad, la otra de progreso.

En todo ideal, sea cual fuere el orden a cuyo perfeccionamiento tienda, hay

un principio de síntesis y de continuidad: «es una idea fi ja o una emoción fi ja».

C o m o p r o p u l s o r e s d e l a a c t i v i d a d h u m a n a , s e e q u i v a l e n y s e i m p l i c a n

r ec íp rocamente , aunque en . l a p r imera p redomina e l r a zonamiento y en l a

segunda la pasión. “Ese principio de unidad, centro de atracción y punto de apoyo

de todo trabajo de la imaginación creadora, es decir, de una síntesis subjetiva que

tiende a objetivarse, es el ideal” dijo Ribot. La imaginación despoja a la realidad

de t odo l o ma l o y l a ado rna con t odo l o bueno , d epu r ando l a e xpe r i enc i a ,

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cristalizándola en los moldes de perfección que concibe más puros. Los ideales

son, por ende, reconstrucciones imaginativas de la realidad que deviene.

Son siempre individuales. Un ideal colectivo es la coincidencia de muchos

individuos en un mismo afán de perfección. No es que una « idea» los acomune,

sino que análoga manera de sentir y de pensar convergen hacia un «ideal» común

a t odos e l l o s . Cada e r a , s i g l o o gene rac i ón puede t ene r su i dea l ; sue l e s e r

pat r imonio de una se lec ta minor ía , cuyo es fuerzo cons igue imponer lo a l a s

generaciones siguientes. Cada ideal puede encarnarse en un genio; al principio,

mientras él lo define o lo plasma, sólo es comprendido por el pequeño núcleo de

espíritus sensibles al ritmo de la nueva creencia.

E l concepto abs t rac to de una pe r f ecc ión pos ib l e toma su fue rza de l a

Verdad que los hombres l e a t r ibuyen : todo idea l e s una f e en l a pos ib i l i dad

misma de la per fección. En su protesta involuntar ia contra lo malo se revela

s i empre una indest ruct ib le esperanza de lo me jor ; en su agres ión a l pasado

fermenta una sana levadura de porvenir.

No es un fin, sino un camino. Es relativo siempre, como toda creencia. La

intensidad con que tiende a realizarse no depende de su verdad efectiva sino de

la que se le atribuye. Aun cuando interpreta erróneamente la perfección venidera,

es ideal para quien cree sinceramente en su verdad o su excelsitud.

Reducir el idealismo a un dogma de escuela metafísica equivale a castrarlo;

l lamar ideal ismo a las fantasías de mentes enfermizas o ignorantes, que creen

sublimizar así su incapacidad de vivir y de ilustrarse, es una de tantas ligerezas

alentadas por los espíritus palabristas. Los más vulgares diccionarios filosóficos

sospechan este embrollo deliberado: “Ideal ismo: palabra muy vaga que no debe

emplearse sin explicarla”.

Hay tantos ideal ismos como ideales ; y tantos ideales como ideal istas y

tantos ideal istas como hombres aptos para concebir perfecciones y capaces de

v i v i r hac i a e l l a s . Debe r ehusa r s e e l monopo l i o de l o s i d ea l e s y cuan tos l o

reclaman en nombre de escuelas filosóficas, sistema de moral, credos de religión,

fanatismo de secta o dogma de estética

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E l « i d e a l i s m o » n o e s p r i v i l e g i o d e l a s d o c t r i n a s e s p i r i t u a l i s t a s q u e

desearían oponerlo al "materialismo", llamando así, despectivamente, a todas las

demás; ese equívoco, tan explotado por los enemigos de las Ciencias — tenidas

justamente como hontanares de Verdad y de Libertad— , se duplica al sugerir que

la materia es la antítesis de la idea, después de confundir al ideal con la idea y a

ésta con el espíritu, como entidad trascendente y ajena al mundo real. Se trata,

v i s i b l e m e n t e , d e u n j u e g o d e p a l a b r a s , s e c u l a r m e n t e r e p e t i d o p o r s u s

beneficiarios, que transportan a las doctrinas filosóficas el sentido que tienen los

vocablos idealismo y materialismo en el orden moral. El anhelo de perfección en

el conocimiento de la Verdad puede animar con igual ímpetu al filósofo monista y

al dualista, al teólogo y al ateo, al estoico y al pragmatista. El particular ideal de

cada uno concurre a l r i tmo total de la perfección posible , antes que obstar a l

esfuerzo similar de los demás.

Y es más es t recha , aún , l a t endenc ia a con fund i r e l i dea l i smo , que se

refiere a los ideales, con las tendencias metafísicos que así se denominan porque

consideran a las « ideas» más rea les que la rea l idad misma, o presuponen que

e l l a s son l a r ea l i dad ún i ca , f o r j ada po r nues t ra mente , como en e l s i s tema

hegeliano. «Ideólogos» no puede ser sinónimo de «idealistas», aunque el mal uso

induzca a creerlo.

No podr íamos res t r ing i r lo a l p re tend ido idea l i smo de c ie r tas escue las

e s té t i cas , po rque todas l a s maneras de l na tu ra l i smo y de l rea l i smo pueden

constituir un ideal de arte , cuando sus sacerdotes son Miguel Ángel , Ticiano,

F l aube r t o Wagner ; e l e s fue rzo imag ina t i vo de l o s que pe r s i guen una i dea l

armonía de ritmos, de colores, de l íneas o de sonidos, se equivale, siempre que

su obra transparente un modo de belleza o una original personalidad.

No l e con fund i r emos , en f i n , con c i e r to i dea l i smo é t i co que t i ende a

monopo l i za r e l cu l to de l a pe r f ecc ión en f avor de a l guno de l o s f anat i smos

re l i g iosos p redominantes en cada época , pues sobr e n o e x i s t i r u n ú n i c o e

inevitable. Bien ideal, difícilmente cabría en los catecismos para mentes obtusas.

El esfuerzo individual hacia la virtud puede ser tan magníficamente concebido y

realizado por el peripatético como por el cirenaico, por el cristiano como por el

ana rqu i s t a , po r e l f i l án t ropo como po r e l ep i cú r eo , pue s t oda s l a s t eo r í a s

f i losóf icas son igualmente incompatibles con la aspiración individual hacia el

p e r f e c c i o n a m i e n t o h u m a n o . T o d o s e l l o s p u e d e n s e r i d e a l i s t a s , s i s a b e n

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i luminarse en su doctrina; y en todas las doctrinas pueden cobi jarse dignos y

buscavidas, virtuosos y sin vergüenza. El anhelo y la posibilidad de la perfección

no es patrimonio de ningún. credo: recuerda el agua de aquella fuente, citada por

Platón, que no podía contenerse en ningún vaso.

La experiencia, sólo ella, decide sobre la legitimidad de los ideales, en cada

t i empo y l uga r . En e l cu r so de l a v ida soc i a l s e s e l ecc ionan na tu ra lmente ;

sobreviven los más adaptados, los que mejor prevén el sentido de la evolución; es

decir, los coincidentes con el perfeccionamiento efectivo. Mientras la experiencia

no da su fallo, todo ideal es respetable, aunque parezca absurdo. Y es útil por su

fuerza de contraste ; s i es fa l so muere so lo , no daña. Todo idea l , por ser una

creencia, puede contener una parte de error, o serlo totalmente; es una visión

remota y , por lo tanto , expuesta a ser inexacta . Lo único malo es carecer de

i d e a l e s y e s c l a v i z a r s e a l a s c o n t i n g e n c i a s d e l a v i d a p r á c t i c a i n m e d i a t a ,

renunciando a la posibilidad de la perfección moral.

Cuando un fi lósofo enuncia ideales, para el hombre o para la sociedad, su

comprens ión inmedia ta es tanto más d i f í c i l cuanto más se e l evan sobre los

prejuicios y el palabrismo convencionales en el ambiente que le rodea; lo mismo

ocurre con la verdad del sabio y con el estilo del poeta. La sanción ajena es fácil

para lo que concuerda con rutinas secularmente practicadas; es difícil cuando la

imaginación no pone mayor originalidad en el concepto o en la forma.

Ese desequilibrio entre la perfección concebible y la realidad practicable,

estriba en la naturaleza misma de la imaginación, rebelde al tiempo y al espacio.

De ese contraste legítimo no se infiere que los ideales lógicos, estéticos o morales

deban ser contradictorios entre sí, aunque sean heterogéneos y marquen el paso

a desigual compás, según los t iempos: no hay una Verdad amoral o fea, ni fue

nunca la Be l leza absurda o nociva , n i tuvo e l B ien sus ra íces en e l error o la

desarmonía. De otro modo concebiríamos perfecciones imperfectas.

Los caminos de perfección son convergentes. Las formas infinitas del ideal

son complementarias: jamás contradictorias, aunque lo parezca. Si el ideal de la

c i e n c i a e s l a V e r d a d , d e l a m o r a l e l B i e n y d e l a r t e l a B e l l e z a , f o r m a s

preeminentes de toda excelsitud, no se concibe que puedan ser antagonistas.

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Los ideales están en perpetuo devenir, como las formas de la realidad a que

se anticipan. La imaginación los construye observando la naturaleza, como un

resu l tado de la exper iencia ; pero una vez formados ya no e s t án en e l l a , s on

ant ic ipac iones de e l l a , v iven sobre e l l a para seña la r su fu turo . Y cuando l a

rea l idad evo luc iona hac ia un idea l antes p rev i s to , l a imag inac ión se apar ta

nuevamente de la realidad, aleja de ella al ideal, proporcionalmente. La realidad

nunca puede igualar al ensueño en esa perpetua persecución de la quimera. El

i d e a l e s u n « l í m i t e » : t o d a r e a l i d a d e s u n a « d i m e n s i ó n v a r i a b l e » q u e p u e d e

acercársele indefinidamente, sin alcanzarlo nunca. Por mucho que lo «variable» se

acerque a su «límite», se concibe que podría acercársele más; sólo se confunden

en el infinito.

Todo ideal es siempre relativo a una imperfecta realidad presente. No los

hay abso lutos . Af i rmar lo impl icar ía ab jurar de su esencia misma, negando la

posibilidad infinita de la perfección. Erraban los viejos moralistas al creer que en

el punto donde estaba su espíritu en ese momento, convergían todo el espacio y

todo el tiempo; para la ética moderna, libre de esa grave falacia, la relatividad de

los ideales es un postulado fundamental . Só lo poseen un carácter común: su

permanente transformación hacia perfeccionamientos ilimitados.

Es propia de gentes primitivas toda moral cimentada en supersticiones y

dogmatismos. Y es contraria a todo idealismo, excluyente de todo ideal. En cada

momento y lugar la rea l idad var ía ; con esa var iac ión se desp laza e l punto de

referencia de los ideales. Nacen y mueren, convergen o se excluyen, palidecen o

se acentúan; son, también ellos, vivientes como los cerebros en que germinan o

arraigan, en un proceso sin f in. No habiendo un esquema final e insuperable de

pe r f ecc ión , t ampoco l o hay de l o s i dea l e s humanos . Se f o rman po r camb io

incesante; evolucionan siempre; su palingenesia es eterna.

Esa evolución de los ideales no sigue un ritmo uniforme en el curso de la

vida social o individual. Hay climas morales, horas, momentos, en que toda una

raza, un pueblo, una clase, un partido, una secta concibe un ideal y se esfuerza

p o r r e a l i z a r l o . Y l o s h a y e n l a e v o l u c i ó n d e c a d a h o m b r e , a i s l a d a m e n t e

considerado.

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Hay también c l imas, horas y momentos en que los idea les se murmuran

apenas o se callan: la realidad ofrece inmediatas satisfacciones a los apetitos y la

tentación del hartazgo ahoga todo afán de perfección.

C a d a é p o c a t i e n e c i e r t o s i d e a l e s q u e p r e s i e n t e n m e j o r e l porven i r ,

entrevistos por pocos, seguidos por el pueblo o ahogados por su indiferencia, ora

predestinados a orientarlo como polos magnéticos, ora a quedar latentes hasta

encontrar la gloria en momento y clima propicio. Y otros ideales mueren, porque

s o n c reenc ias f a l sas : i lus iones que e l hombre se fo r j a acerca de s i mismo o

quimeras verbales que los ignorantes persiguen dando manotadas en la sombra.

Sin ideales sería inexplicable la evolución humana. Los hubo y los habrá

siempre. Palpitan detrás de todo esfuerzo magnífico realizado por un hombre o

por un pueblo. Son faros sucesivos en la evolución mental de los individuos y de

l a s r a z a s . L a i m a g i n a c i ó n l o s e n c i e n d e s o b r e p a s a n d o c o n t i n u a m e n t e a l a

experiencia, anticipándose a sus resultados. Esa es la ley del devenir humano:

los acontecimientos, yermos de suyo para la mente humana, reciben vida y calor

de los ideales, sin cuya influencia yacerían inertes y los siglos serían mudos. Los

hechos son puntos de partida; los ideales son faros luminosos que de trecho en

t recho a lumbran l a ruta . La h i s tor ia de l a c iv i l i zac ión muest ra una in f in i ta

i n q u i e t u d d e p e r f e c c i o n e s , q u e g r a n d e s h o m b r e s p r e s i e n t e n , a n u n c i a n o

simbolizan. Frente a esos heraldos, en cada momento de la peregrinación humana

se advierte una fuerza que obstruye todos los senderos: la mediocridad, que es

una incapacidad de ideales.

Así concebido, conviene re integrar e l ideal ismo en toda futura f i losof ía

científica. Acaso parezca extraño a los que usan palabras sin definir su sentido y

a los que temen complicarse en las logomaquias de los verbalistas.

Definido con claridad, separado de sus malezas seculares, será siempre el

pr ivi legio de cuantos hombres honran, por sus virtudes, a la especie humana.

Como doctr ina de la per fect ib i l idad, super ior a toda afirmación dogmática, el

idealismo ganará, ciertamente. Tergiversado por los miopes y los fanáticos, se

reba ja . Yer ran los que mi ran a l pasado , pon iendo e l rumbo hac ia p re ju ic ios

muertos y vist iendo al ideal ismo con andrajos que son su mortaja ; los ideales

v i ven de l a Ve rdad , que s e v a hac i endo ; n i puede s e r v i t a l n inguno que l o

contradiga en su punto del tiempo. Es ceguera oponer la imaginación de lo futuro

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a la experiencia de lo presente, el Ideal a la Verdad, como si conviniera apagar

las luces del camino para no desviarse de la meta. Es falso; la imaginación y la

experiencia van de la mano. Solas, no andan.

Al idealismo dogmático que los antiguos metafísicos pusieron en las «ideas»

absolutas y apriorísticas, oponemos un idealismo experimental que se refiere a

los «ideales» de perfección, incesantemente renovados, plásticos, evolutivos como

la vida misma.

3. Los Temperamentos Idealistas

Ningún Dante podría elevar a Gil Bles. Sancho y Tartufo hasta el rincón de

su paraíso donde moran Cyrano, Quijote y Stockmann. Son dos mundos morales,

dos razas, dos temperamentos: Sombras y Hombres. Seres desiguales no pueden

pensar de igual manera. Siempre habrá evidente contraste entre el servilismo y la

dignidad, la torpeza y el genio, la hipocresía y la virtud. La imaginación dará a

unos el impulso original hacia lo perfecto; la imitación organizará en otros los

hábitos colectivos. Siempre habrá, por fuerza, idealistas y mediocres.

E l p e r f e c c i o n a m i e n t o h u m a n o s e e f e c t ú a c o n r i t m o d i v e r s o e n l a s

soc i edades y en l o s ind iv i duos . Lo s más poseen una expe r i enc i a sumisa a l

pasado: rutinas, prejuicios, domesticidades. Pocos elegidos varían, avanzando

sobre e l porven i r ; a l r evés de Anteo , que tocando e l sue lo cobraba a l i entos

nuevos , l o s t oman c l avando sus pup i l a s en l a s cons te l ac iones l e j anas y de

apariencia inaccesible. Esos hombres, predispuestos a emanciparse de su rebaño,

buscando alguna perfección más allá de lo actual, son los «idealistas». La unidad

de l g éne ro no depende de l c on t en ido i n t r í n s eco de su s i d ea l e s s i no de su

temperamento: se es ideal ista persiguiendo las quimeras más contradictorias,

siempre que ellas impliquen un sincero afán de enaltecimiento. Cualquiera. Los

espíritus afiebrados por algún ideal son adversarios de la mediocridad: soñadores

contra los ut i l i tar ios , entus ias tas cont ra los apát icos , generosos cont ra los

calculistas, indisciplinados contra los dogmáticos. Son alguien o algo contra los

que no son nadie n i nada . Todo idea l i s ta es un hombre cua l i tat ivo : posee un

sentido de las diferencias que le permite distinguir entre lo malo que observa, y

lo mejor que imagina. Los hombres sin ideales son cuantitativos; pueden apreciar

el más y el menos, pero nunca distinguen lo mejor de lo peor.

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Sin ideales sería inconcebible el progreso. El culto del «hombre práctico»,

l imitado a las contingencias del presente, importa un renunciamiento. a toda

imperfección. El hábito organiza la rutina y nada crea hacia el porvenir; sólo de

los imaginativos espera la ciencia sus hipótesis , e l arte su vuelo, la moral sus

ejemplos, la historia sus páginas luminosas. Son la parte viva y dinámica de la

humanidad; los práct icos no han hecho más que aprovecharse de su esfuerzo,

vegetando en la sombra . Todo porveni r ha s ido una creac ión de los hombres

capaces de presentirlo, concretándolo en infinita sucesión de ideales. Más ha h

echo la imaginación construyendo s in tregua, que e l cá lculo destruyendo s in

descanso . La exces iva prudencia de los mediocres ha para l i zado s iempre las

iniciativas más fecundas. Y no quiere esto decir que la imaginación excluya la

exper iencia : ésta es út i l , pero s in aquél la es estér i l . Los idea l istas aspiran a

conjugar en su mente la inspiración y la sabiduría; por eso, con frecuencia, viven

trabados por su espíritu crítico cuando los caldea una emoción l írica y ésta les

nubla la vista cuando observan la realidad. Del equilibrio entre la inspiración y

la sabiduría nace el genio. En las grandes horas de una raza o de un hombre, la

inspiración es indispensable para crear; esa chispa se enciende en la imaginación

y la experiencia la convierte en hoguera. Todo idealismo es, por eso, un afán de

c u l t u r a i n t e n s a : c u e n t a e n t r e s u s e n e m i g o s m á s a u d a c e s a l a i g n o r a n c i a ,

madrastra de obstinadas rutinas.

L a h u m a n i d a d n o l l e g a h a s t a d o n d e q u i e r e n l o s i d e a l i s t a s e n c a d a

perfección part icu lar ; pero s iempre l lega más a l lá de donde habr ía ido s in su

esfuerzo. Un objetivo que huye ante ellos conviértese en estímulo para perseguir

nuevas quimeras. Lo poco que pueden todos, depende de lo mucho que algunos

anhelan. La humanidad no poseería sus bienes presentes si algunos idealistas no

los hubieran conquistado viviendo con la obsesiva aspiración de otros mejores.

En la evolución humana, los ideales mantiénense en equil ibrio inestable.

Todo me jo ramiento r ea l e s p reced ido po r cona tos y t an teos de pensado res

a u d a c e s , p u e s t o s e n t e n s i ó n h a c i a é l , r e b e l d e s a l p a s a d o , a u n q u e s i n l a

intensidad necesaria para violentarlo; esa lucha es un reflujo perpetuo entre lo

más concebido y lo menos rea l izado. Por eso los idea l istas son forzosamente

inquietos, como todo l o que v i ve , como l a v i da m i sma ; con t r a l a t endenc i a

apac i b l e de l o s ru t ina r i o s , cuya e s t ab i l i dad pa rece ine rc i a de muer t e . E sa

inquietud se exacerba en los grandes hombres, en los genios mismos si el medio

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El Hombre Mediocre

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es hostil a sus quimeras, como es frecuente. No agita a los hombres sin ideales,

informe argamasa de humanidad.

Toda juventud es inquieta. El impulso hacia lo mejor sólo puede esperarse

de ella: jamás de los enmohecidos y de los seniles. Y sólo es juventud la sana e

iluminada, la que mira al frente y no a la espalda; nunca los decrépitos de pocos

años, prematuramente domesticados por las supersticiones del pasado: lo que en

e l l o s p a r e c e p r i m a v e r a e s t i b i e z a o t o ñ a l , i l u s i ó n d e a u r o r a q u e e s y a u n

a p a g a m i e n t o d e c r e p ú s c u l o . S ó l o h a y j u v e n t u d e n l o s q u e t r a b a j a n c o n

entusiasmo para el porvenir; por eso en los caracteres excelentes puede persistir

sobre el apeñuscarse de los años.

Nada cabe esperar de los hombres que entran a la vida sin af iebrarse por

algún ideal; a los que nunca fueron jóvenes, paréceles descarriado todo ensueño.

Y no se nace joven: hay que adquirir la juventud. Y sin un ideal no se adquiere.

Los ideal istas suelen ser esquivos o rebeldes a los dogmatismos sociales

que los opr imen. Res is ten la t i ran ía de l engrana je n ive lador , aborrecen toda

coacc ión, s ienten e l peso de los honores con que se intenta domest icar los y

hacer los cómpl ices de los intereses c reados , dóc i l es , ma leab les , so l idar ios ,

uniformes en la común mediocridad. Las fuerzas conservadoras que componen el

subsuelo social pretenden amalgamar a los individuos, decapitándolos; detestan

las d i ferencias , aborrecen las excepciones , anatematizan a l que se aparta en

busca de su propia personalidad. El original, el imaginativo, el creador no teme

sus odios: los desafía, aun sabiéndolos terribles porque son irresponsables. Por

eso todo idealista es una viviente afirmación del individualismo, aunque persiga

u n a q u i m e r a s o c i a l ; p u e d e v i v i r p a r a l o s d e m á s , n u n c a d e l o s d e m á s . S u

independenc ia es una reacc ión host i l a todos los dogmát icos. Concibiéndose

incesantemente perfectibles, los temperamentos idealistas quieren decir en todos

los momentos de su vida, como Don Quijote: “yo sé quién soy”. Viven animados

de ese afán afirmativo. En sus ideales cifran su ventura suprema y su perpetua

desdicha. En ellos caldean la pasión. que anima su fe; ésta, al estrellarse contra

la realidad social, puede parecer desprecio, aislamiento, misantropía: la clásica

« tor re de mar f i l » reprochada a cuantos se er izan a l contacto de los obtusos .

Diríase que de ellos dejó escrita una eterna imagen Teresa de Ávila: “Gusanos de

seda somos, gusanillos que hilamos la seda de nuestras vidas y en el capullito de

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la seda nos encerramos para que el gusano muera y del capullo salga volando la

mariposa”.

Todo idealismo es exagerado, necesita serlo. Y debe ser cálido su idioma,

como si desbordara la personalidad sobre lo impersonal; el pensamiento sin calor

es muerto, frío, carece de estilo, no tiene firma. Jamás fueron tibios los genios,

l os santos y los héroes . Para c rea r una pa r t í cu l a de Ve rdad , de V i r tud o de

Be l l eza , s e r equ ie re un e s fue rzo o r i g ina l y v io l ento cont ra a l guna ru t ina o

p re ju i c i o ; como pa ra da r una l ecc ión de d i gn idad hay que desgoznar a l gún

servilismo. Todo ideal es, instintivamente, extremoso; debe serlo a sabiendas, s i

es menester, pues pronto se rebaja al refractarse en la mediocridad de los más.

Frente a los hipócritas que mienten con vi les objet ivos, la exageración de los

idealistas es, apenas, una verdad apasionada. La pasión es su atributo necesario,

aun cuando parezca desviar de la verdad; l leva a la hipérbole, al error mismo; a

la mentira nunca. Ningún ideal es falso para quien lo profesa: lo cree verdadero y

coopera a su advenimiento, con fe, con desinterés. El sabio busca la Verdad por

buscarla y goza arrancando a la naturaleza secretos para él inútiles o peligrosos.

Y el artista busca también la suya, porque la Belleza es una verdad animada por

la imaginación, más que por la experiencia. Y el moralista la persigue en el Bien,

que e s una r ec ta l e a l t ad de l a conducta pa ra cons igo mismo y pa ra con l os

demás. Tener un ideal es servir a su propia Verdad. Siempre.

Algunos ideales se revelan como pasión combativa y otros como pertinaz

obsesión; de igual manera distínguense dos tipos de idealistas, según predomine

en e l l o s e l co razón o e l ce reb ro . E l i dea l i smo sent imenta l e s románt ico : l a

imaginación no es inhibida por la crítica y los ideales viven de sentimiento. En el

idealismo experimental los ritmos afectivos son encarrilados por la experiencia y

la cr í t ica coordina la imaginación: los idea les tórnanse re f lex ivos y serenos .

C o r r e s p o n d e e l u n o a l a j u v e n t u d y e l o t r o a l a m a d u r e z . E l p r i m e r o e s

adolescente, crece, puja y lucha; el segundo es adulto, se fija, resiste, vence.

El ideal ista perfecto ser ía r ománt i co a l o s ve in te años y e s to i co a l o s

cincuenta; es tan anormal el estoicismo en la juventud como el romanticismo en

l a edad madura . Lo que a l p r inc ip io enc i ende su pas ión , debe c r i s t a l i za r se

después en suprema dignidad: ésa es la lógica de su temperamento.

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4. El Idealismo Romántico

Los idealistas románticos son exagerados porque son insaciables. Sueñan

lo más para realizar lo menos; comprenden que todos los ideales contienen una

partícula de utopía y pierden algo al realizarse: de razas o de individuos, nunca

se integran como se piensan. En pocas cosas el hombre puede llegar al Ideal que

la imaginación señala: su gloria está en marchar hacia él, siempre inalcanzado e

inalcanzable.

Después de i luminar su espíritu con todos los resplandores de la cultura

humana, Goethe muere pidiendo más luz; y Musset quiere amar incesantemente

después de haber amado, ofreciendo su vida por una caricia y su genio por un

beso. Tonos los románticos parecen preguntarse, con el poeta: “¿Por qué no es

infinito el poder humano, como el deseo?” T ienen una cur ios idad de mi l o jos ,

siempre atenta para no perder la más imperceptible titi lación del mundo que la

solicita. Su sensibilidad es aguda, plural, caprichosa, artista, como si los nervios

hubieran centupl icado su impresionabi l idad . Su ge s to s i gue p ron tamente e l

camino de las nativas inclinaciones: entre diez partidos adoptan aquel subrayado

por e l l a t i r más intenso de su corazón. Son d ionis iacos . Sus asp i rac iones se

traducen por esfuerzos activos sobre el medio social o por una hostilidad contra

todo lo que se opone a sus corazonadas y ensueños. Construyen sus ideales sin

c o n c e d e r n a d a a l a r e a l i d a d , r e h u s á n d o s e a l c o n t r a l o r d e l a e x p e r i e n c i a ,

a g r e d i é n d o l a s i e l l a l o s c o n t r a r í a . S o n i n g e n u o s y s e n s i b l e s , f á c i l e s d e

conmoverse, acces ib les a l entus iasmo y a l a te rnura ; con esa ingenuidad s in

doblez que los hombres prácticos ignoran. Un minuto les basta para decidir de

toda una vida. Su idea cristaliza en firmezas inequívocas cuando la realidad los

hiere con más saña.

Todo romántico está por Don Qui jote contra Sancho, por Cyrano contra

T a r t u f o , p o r S t o c k m a n n c o n t r a G i l B l a s ; p o r c u a l q u i e r i d e a l c o n t r a t o d a

mediocr idad. Pref iere la f lor a l f ruto, pres int iendo que éste no podría exist i r

jamás sin aquélla. Los temperamentos acomodaticios saben que la v ida gu iada

por el interés brinda provechos materiales; los románticos creen que la suprema

dignidad se incuba en e l ensueño y la pasión. Para e l los un beso de ta l mujer

vale más que cien tesoros de Golconda.

Su elocuencia está en su corazón: disponen de esas «razones que la razón

ignora», que decía Pascal. En ellas estriba el encanto irresistible de los Musset y

los Byron: su estuosidad apas ionada nos estremece, ahoga como s i una garra

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apretara e l cuel lo , sobresalta las venas, humedece los párpados, entrecorta el

aliento. Sus heroínas y sus protagonistas pueblan los insomnios juveniles, como

s i los descr ib ieran con una vara mágica ent intada en e l cá l iz de una poet isa

g r i ega : Sa fo , por caso , l a más l í r i ca . Su es t i l o es de luz y de co lo r , s i empre

e n c e n d i d o , a r d i e n t e a v e c e s . E s c r i b e n c o m o h a b l a n l o s t e m p e r a m e n t o s

apasionados, con esa elocuencia de las voces enronquecidas por un deseo o por

un exceso , esa «voce ca lda» que enloquece a las mujeres f inas y hace un Don

Juan de cada amador romántico. Son el los los aristócratas del amor, con el los

sueñan todas l as Ju l ie tas e I so ldas . En vano se confabu lan en su contra l as

embozadas hipocresías mundanas; los espír i tus zaf ios desear ían inventar una

ba l anza pa ra pe sa r l a u t i l i d ad inmed i a t a de sus i nc l i nac iones . Como no l a

poseen, renuncian a seguirlas.

E l hombre incapaz de a lentar nob les pas iones esquiva e l amor como s i

fuera un abismo; ignora que él acrisola todas las virtudes y es el más eficaz de

los mora l i s tas . V ive y muere s in haber aprendido a amar . Caricaturiza a este

sentimiento guiándose por las sugestiones de sórdidas conveniencias. Los demás

le eligen primero las queridas y le imponen después la esposa. Poco le importa la

fidelidad de las primeras, mientras le sirvan de adorno; nunca exige inteligencia

e n l a o t r a , s i e s u n e s c a l ó n e n s u m u n d o . M u s s e t l e p a r e c e p o c o s e r i o y

encuentra infernal a Byron; habría quemado a Jorge Sand y la misma Teresa de

Ávi la resúlta le un poco exagerada. Se persigna s i a lguien sospecha que Cristo

pudo amar a l a pecadora de Magdala . Cree f i rmemente que Werther , Joselyn,

Mimí, Rolla y Manón son símbolos del mal, creados por la imaginación de artistas

en f e rmos . Abo r r e ce l a p a s i ón honda y s en t i d a , d e t e s t a l o s r omant i c i smos

sent imenta l e s . P re f i e re l a compra t r anqu i l a a l a conquista comprometedora.

Ignora las supremas virtudes del amor, que es ensueño, anhelo, peligro, toda la

imaginación convergiendo al embellecimiento del instinto, y no simple vértigo

brutal de los sentidos.

En las eras de rebajamiento, cuando está en su apogeo la mediocridad, los

idealistas se alinean contra los dogmatismos sociales, sea cual fuere el régimen

dominante. Algunas veces, en nombre del romanticismo político, agitan un ideal

democrático y humano. Su amor a todos los que sufren es justo encono contra los

que op r imen su p rop i a i nd i v idua l i dad . D i r í a se que l l e gan has t a amar a l a s

víctimas para protestar contra el verdugo indigno; pero siempre quedan fuera de

toda hueste, sabiendo que en ella puede incubarse una coyunda para el porvenir.

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En todo lo perfectible cabe un romanticismo; su orientación varía con los

t iempos y con las inc l inaciones . Hay épocas en que más f lorece , como en las

horas de reacc ión que s igu ie ron a l sacud imiento l i ber tar io de l a revo luc ión

francesa. Algunos románticos se creen providenciales y su imaginación se revela

por un misticismo constructivo, como en Fourier y Lamennais, precedidos por

Rousseau, que fue un Marx calvinista, y seguidos por Marx, que fue un Rousseau

jud ío . En otros , e l l i r i smo t iende , como en Byron y Ruskin , a convertirse en

re l i g ión es tá t i ca . En Mazz in i y Kossouth toma co lo r po l í t i co . Hab la entono

profético y trascendente por boca de Lamartine y de Hugo. En Stendhal acosa con

ironía los dogmatismos sociales y en Vigny los desdeña amargamente. Se duele en

Musset y desespera en Amiel . Fust iga a la mediocr idad con Flaubert y Barbey

d'Aurevilly. Y en otros conviértese en rebelión abierta contra todo lo que amengua

y domestica al individuo, como en Émerson, Stirner, Guyau, lbsen o Nietzsche.

5. El Idealismo Estoico

Las rebeldías románticas son embotadas por la experiencia: e l la enfrena

muchas impe tuos i dade s f a l a ce s y da a l o s i d ea l e s más s ó l i d a f i rmeza . L a s

lecciones de la realidad no matan al idealista: lo educan. Su afán de perfección

tórnase más centrípeto y digno, busca los caminos propicios, aprende a salvar las

a sechanzas que l a med ioc r idad l e t i ende . Cuando l a f ue r za de l a s cosas s e

sob repone a su pe r sona l inqu ie tud y l o s dogmat i smos soc i a l e s coh íben sus

esfuerzos por enderezarlos, su idealismo tórnase experimental . No puede doblar

la realidad a sus ideales, pero los defiende de ella, procurando salvarlos de toda

mengua o envilecimiento. Lo que antes se proyectaba hacia afuera, polarizase en

el propio esfuerzo, se interioriza. “Una gran vida — escribió Vigny— es un ideal de

la juventud realizado en la edad madura”. Es inherente a la primera i lusión de

imponer sus ensueños, rompiendo las barreras que les opone la realidad; cuando

l a exper ienc ia adv ie r te que l a mo le no cae , e l i dea l i s ta a t r incherándose en

virtudes intrínsecas, custodiando sus ideales, real izándolos en alguna medida,

s i n que l a s o l i d a r i d ad pueda conduc i r l e nunca a t o rpe s comp l i c i d ade s . E l

ideal ismo sentimental y romántico se transforma en ideal ismo experimental y

estoico; la experiencia regula la imaginación haciéndolo ponderado y reflexivo. La

serena armonía clásica reemplaza a la pujanza impetuosa: el Idealismo dionisiaco

se convierte en Idealismo apolíneo.

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Es natura l que as í sea . Los romant ic ismos no res isten a la exper iencia

crítica: si duran hasta pasados los límites de la juventud, su ardor no equivale a

su e f i c i enc ia . Fue e r ro r de Cervantes l a avanzada edad en que Don Qu i j o te

emprende la persecución de su quimera. Es más lógico Don Juan, casándose a la

misma altura en que Cristo muere; los personajes que Mürger creó en la v ida

bohemia, detiénense en ese l imbo de la madurez. No puede ser de otra manera.

L a a c u m u l a c i ó n d e l o s c o n t r a s t e s a c a b a p o r c o o r d i n a r l a i m a g i n a c i ó n ,

orientándola sin rebajarla.

Y si el idealista es una mente superior, su ideal asume formas definitivas:

plasma la Verdad, la Belleza o la Virtud en crisoles más perennes, tiende a fijarse

y dura r en ob ras . E l t i empo lo consag ra y su e s fue rzo tó rnase e j emp la r . La

posteridad lo juzga clásico. Toda clasicidad proviene de una selección natural

entre ideales que fueron en su tiempo románticos y que han sobrevivido a través

de los siglos.

Pocos soñadores encuentran tal clima y tal ocasión que les encumbren a la

g e n i a l i d a d . L o s m á s r e s u l t a n e x ó t i c o s e i n o p o r t u n o s ; l o s s u c e s o s c u y o

determini s m o n o p u e d e n m o d i f i c a r , e s t e r i l i z a s u s e s f u e r z o s . D e a h í c i e r t a

aquiescencia a las cosas que no dependen del propio mérito, la tolerancia de toda

i n d e s v a r i a b l e f a t a l i d a d . A l s e n t i r l a c o e r c i ó n e x t e r i o r n o s e r e b a j a n n i

contaminan: se apartan, se refugian en sí mismos para encumbrarse en la ori l la

desde donde mi ran e l f angoso a r royo que co r re murmurando , s in que en su

murmullo se oiga un grito. Son los jueces de su época: ven de dónde viene y cómo

corre el turbión encenagado. Descubren a los omisos que se dejan opacar por el

l imo, a los que persiguen esos encumbramientos falaces reñidos con el mérito y

con la justicia.

E l i d e a l i s t a e s t o i c o m a n t i é n e s e h o s t i l a s u m e d i o , l o m i s m o q u e e l

romántico . Su act i tud es de ab ierta res istencia a la mediocr idad organizada,

resignación desdeñosa o renunciamiento altivo, sin compromisos. Impórtale poco

agredir el mal que consienten los otros; más le sirve estar libre para realizar toda

perfección que sólo depende de su propio esfuerzo. Adquiere una «sensibi l idad

individualista» que no es egoísmo vulgar ni desinterés por los ideales que agitan

a la sociedad en que vive. Son notorias las diferencias entre el individualismo

doctrinario y el sentimiento individualista; el uno es teoría y el otro es actitud.

En Spencer , la doctr ina individual ista se acompaña de sensibi l idad social ; en

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Bakunin , l a doctr ina soc ia l coex is te con una sens ib i l idad ind iv idua l i s ta . Es

cuest ión de temperamento y no de ideas ; aquél es la base de l carácter . Todo

individualismo, como actitud, es una revuelta contra los dogmas y los va lores

falsos respetados en las mediocracias; revela energías anhelosas de esparcirse,

contenidas por mil obstáculos opuestos por el espíritu gregario. El temperamento

i n d i v i d u a l i s t a l l e g a a n e g a r e l p r i n c i p i o d e a u t o r i d a d , s e s u b s t r a e a l o s

p r e j u i c i o s , d e s a c a t a c u a l q u i e r a i m p o s i c i ó n , d e s d e ñ a l a s j e r a r q u í a s

independientes del mérito. Los partidos, sectas y facciones le son indiferentes

por i gua l , mient ras no descubre en e l l os idea les consonantes con los suyos

propios. Cree más en las virtudes firmes de los hombres que en la mentira escrita

de los principios teóricos; mientras no se reflejan en las costumbres las mejores

leyes de papel no modifican la tontería de quienes las admiran ni el sufrimiento

de quienes las aguantan.

La ética del idealista estoico difiere radicalmente de esos individualismos

sórdidos que reclutan las simpatías de los egoístas. Dos morales esencialmente

distintas pueden nacer de la estimación de sí mismo. El digno elige la elevada, la

de Zenón o la de Epicuro; el mediocre opta siempre por la inferior y se encuentra

con Ar i s t ipo . Aqué l se re fug ia en s í para acr i so la rse ; és te se ausenta de los

demás para zambull irse en la sombra. El individualismo es noble si un ideal lo

a l ienta y lo e leva; s in ideal , es una caída a más bajo nivel que la mediocridad

misma.

En l a C i rena ica g r i ega , cuat ro s i g los antes de l evo c r i s t i ano , Ar i s t ipo

anunció que la única regla de la vida era el placer máximo, buscado por todos los

medios, como si la naturaleza dictara al hombre el hartazgo de los sentidos y la

a u s e n c i a d e i d e a l . L a s e n s u a l i d a d e r i g i d a e n s i s t e m a , l l e v a b a a l p l a c e r

tumultuoso, sin seleccionarlo. Llegaron los cirenaicos a despreciar la vida misma;

s u s ú l t i m o s p r e g o n e r o s e n c o m i a r o n e l s u i c i d i o . T a l é t i c a , p r a c t i c a d a

instintivamente por los escépticos y los depravados de todos los tiempos, no fue

l ea lmente e r i g ida en s i s tema después de entonces . E l p l ace r — como simple

sensualidad cuantitativa— e s ab su rdo e imprev i so r ; no puede su s t en ta r una

moral. Sería erigir a los sentidos en jueces. Deben ser otros. ¿Estaría la felicidad

en perseguir un interés bien ponderado? Un egoísmo prudente y cualitativo, que

e l i j a y ca l cu l e , r eemp laza r í a a l o s ape t i to s c i egos . En vez de l p l ace r bas to

t end r í a s e e l d e l e i t e r e f i nado , que p r evé , coo rd i n a , p r e p a r a , g o z a a n t e s e

infinitamente más, pues la inteligencia gusta de centuplicar los goces futuros con

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sabias a lquimias de preparación. Los epicúreos se apartan ya del c i renaísmo.

Aristipo refugiaba la dicha en los burdos goces materiales; Epicuro la encumbra

a la mente, la idealiza por la imaginación. Para aquél valen todos los placeres y

s e b u s c a n d e c u a l q u i e r m a n e r a , d e s a t a d o s s i n f r e n o ; p a r a é s t e , d e b e n s e r

elegidos y dignificados por un sello de armonía. La originaria moral de Epicuro es

toda refinamiento: su creador vivió una vida honorable y pura. Su ley fue buscar

la dicha y huir del dolor, prefiriendo las cosas que dejan un saldo a favor de la

primera. Esa aritmética de las emociones no es incompatible con la dignidad, el

ingenio y la virtud, que son perfecciones ideales; permite cultivarlas, si en ellas

puede encontrarse una fuente de placer.

Es en o t r a mora l he l én i ca , s in embargo , donde encuent ra sus mo ldes

per fectos e l idea l i smo exper imenta l . Zenón d io a la humanidad una suprema

doctrina de virtud heroica. La dignidad se identif ica con el ideal ; no conoce la

historia más bel los ejemplos de conducta. Séneca, digno de la corte del propio

Nerón, además de predicar con arte exquis ito su doctr ina, la apl icó con bel lo

coraje en la hora extrema. Solamente Sócrates murió mejor que él, y ambos más

dignamente que Jesús. Son las tres grandes muertes de la historia.

L a d i g n i d a d e s t o i c a t u v o s u a p ó s t o l e n E p i c t e t o . U n a c o n v i n c e n t e

elocuencia de sofista caldeaba su palabra de liberto. Vivió como el más humilde,

satisfecho con lo que tenía, durmiendo en casa sin puertas, entregado a meditar

y educar , hasta e l decreto que proscr ib ió de Roma a los f i l óso fos . Enseñó a

d ist inguir , en toda cosa, lo que depende y lo que no depende de nosotros . Lo

primero nadie puede cohibir lo ; lo demás está subordinado a fuerzas extrañas.

Colocar el Ideal en lo que depende de nosotros y ser indiferente a lo demás: he

ahí una fórmula para el idealismo experimental.

E s d e s d e ñ a b l e t o d o l o q u e s u e l e d e s e a r o t e m e r e l e g o í s t a . S i l a s

resistencias en el camino de la perfección dependen de otros, conviene hacer de

e l l as caso omiso , como s i no ex is t iesen , y redob lar e l es fuerzo ena l tecedor .

Ningún contratiempo material desvía al idealista. Si deseara influir de inmediato

s ob r e co s a s que de é l no dependen, encontrar ía obstácu los en todas partes ;

contra esa hosti l idad de su ambiente sólo puede rebelarse con la imaginación,

mirando cada vez más hacia su interior. El que sirve a un ideal, vive de él; nadie

le forzará a soñar lo que no quiere ni le impedirá ascender hacia su sueño.

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El Hombre Mediocre

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E s t a m o r a l n o e s u n a c o n t e m p l a c i ó n p a s i v a ; r e n u n c i a s o l a m e n t e a

part ic ipar de l a lma. Su asent imiento a lo inev i tab le no es apat ía n i inerc ia .

Apa r t a r s e no e s mor i r ; e s , s imp l emente , e spe r a r l a po s i b l e ho r a de hace r ,

apresurándola con la predicación o con el e jemplo. Si la hora l lega, puede ser

a f i rmac ión sub l ime , como lo fue en Marco Aure l i o , nunca i gua lado en reg i r

destinos de pueblos: sólo él pudo inspirar las páginas más hondas de Renán y las

más líricas de Paul de Saint-Victor. Delicado y penetrante, su estoicismo fue más

propicio para templar caracteres que para consolar corazones. Con él alcanzó el

pensamiento antiguo su más tranquila nobleza. Entre perversos e ingratos que la

c ircuían, enseñó a dar sus racimos, como la viña, s in reclamar precio a lguno,

preparándose para cargar otros en la vendimia futura. Los idealistas estoicos son

hombres de su es t i rpe : d i r í a se que i gnoran e l b i en que hacen a sus p rop ios

enemigos. Cuando arrecia el encanallamiento de los domesticados, cuando más

sofocante tórnase el cl ima de las mediocracias, el los crean un nuevo ambiente

mora l sembrando idea les : una nueva generac ión , aprend iendo a amar los , se

ennoblece. Frente a las burguesías afiebradas por remontar el nivel del bienestar

material ignorando que su mayor miseria es la falta de cultura, ellos concentran

sus es fuerzos para aqui latar e l respeto de las cosas de l espír i tu y e l culto de

todas las originalidades descollantes. Mientras la vulgaridad obstruye las vías del

genio, de la santidad y del heroísmo, ellos concurren a restituirlas, mediante la

sugest ión de ideales , preparando e l advenimiento de esas horas fecundas que

caracterizan la resurrección de las razas: el clima del genio.

Toda ética idealista transmuta los valores y eleva el rango del mérito; las

virtudes y los vicios trocan sus matices, en más o en menos, creando equilibrios

nuevos. Ésa es , en e l fondo, la obra de los moral istas : su or ig inal idad está en

cambios de tono que modifican las perspectivas de un cuadro cuyo fondo es casi

impe r tu rbab l e . F r en te a l a cha tu r a común , que empu j a a s e r vu l g a r e s , l o s

caracteres dignos afirman con vehemencia su ideal. Una mediocracia sin ideales

— como un individuo o un grupo— es vil y escéptica, cobarde: contra ella cultivan

hondos anhelos de perfección. Frente a la ciencia hecho oficio, la Verdad como

un culto; frente a la honestidad de conveniencia, la Virtud desinteresada; frente

al arte lucrativo de los funcionarios, la Armonía inmarcesible de la l ínea, de la

forma y del color ; f rente a las compl ic idades de la po l í t ica mediocrát ica , las

máximas expansiones del Individuo dentro de cada sociedad. Cuando los pueblos

se domestican y cal lan, los grandes forjadores de ideales levantan su voz. Una

ciencia, un arte, un país, una raza, estremecidos por su eco, pueden salir de su

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El hombre mediocre

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cauce habitual. El Genio es un guión que pone el destino entre dos párrafos de la

h i s tor ia . S i aparece en los or ígenes , c rea o funda ; s i en los resurg imientos ,

transmuta o desorbita . En ese instante remontan su vuelo todos los espír itus

superiores, templándose en pensamientos altos y para obras perennes.

6. Símbolo

En el vaivén eterno de las eras, el porvenir es siempre de los visionarios.

La interminable contienda entre el idealismo y la mediocridad tiene su símbolo:

no pudo Cellini clavarlo en más digno sitio que la maravillosa plaza de Florencia.

Nunca mano de orfebre plasmó un concepto más sublime. Perseo exhibiendo la

cabeza de Medusa, cuyo cuerpo agitase en contorsiones de repti l bajo sus pies

a lados . Cuando los temperamentos idea l istas se det ienen ante e l prodig io de

Benvenuto, anímase el metal, revive su f isonomía, sus labios parecen articular

palabras perceptibles.

Y d ice a l o s j óvenes que toda b rega por un Idea l e s santa , aunque sea

i lusor io e l resu l tado ; que es loab le segu i r su temperamento y pensar con e l

corazón, si el lo contribuirá a crear una personalidad firme; que todo germen de

romanticismo debe a lentarse, para enguirnaldar de aurora la única pr imavera

que no vuelve jamás.

Y a l o s m a d u r o s , c u y a s p r i m e r a s c a n a s s a l p i c a n d e o t o ñ o s u s m á s

vehementes quimeras, instígalos a custodiar sus ideales bajo el palio de la más

severa dignidad, frente a las tentaciones que conspiran para encenagarlos en la

Estigia donde se abisman los mediocres.

Y e n e l g e s t o d e l b r o n c e p a r e c e q u e e l I d e a l i s m o d e c a p i t a r a a l a

Mediocridad, entregando su cabeza al juicio de los siglos.

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El Hombre Mediocre

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CAPITULO I: EL HOMBRE

MEDIOCRE

“ C a c c i a r l i i c i e l p e r

non e s se r men be l l i , n é l o

profondo Inferno li riceve...”

Dante, Inferno, Canto III.

1. ¿«Áurea Mediocritas»?

Hay cierta hora en que el pastor ingenuo se asombra ante la naturaleza que

le envuelve. La penumbra se espesa, el color de las cosas se uniforma en el gris

homogéneo de las siluetas, la primera humedad crepuscular levanta de todas las

h ierbas un vaho de pe r fume , aqu i é ta se e l r ebaño pa ra echa r se a do rmi r , l a

r e m o t a c a m p a n a t a ñ e s u a v i s o v e s p e r a l . L a i m p a l p a b l e c l a r i d a d l u n a r s e

emblanquece al caer sobre las cosas; algunas estrellas inquietan con su titilación

e l f i r m a m e n t o y u n l e j a n o r u m o r d e a r royo b r incante en l a s b reñas parece

c o n v e r s a r d e m i s t e r i o s o s t e m a s . S e n t a d o e n l a p i e d r a m e n o s á s p e r a q u e

encuentra al borde del camino, el pastor contempla y enmudece, invitado en vano

a meditar por la convergencia del sitio y de la hora. Su admiración primitiva es

simple estupor:. La poesía natural que le rodea, al reflejarse en su imaginación,

no se convierte en poema. Él es, apenas, un objeto en el cuadro, una pincelada;

un acc idente en la penumbra . Para é l todas las cosas han s ido s iempre as í y

seguirán siéndolo, desde la tierra que pisa hasta el rebaño que apacienta.

La inmensa masa de l os hombres p iensa con l a cabeza de ese ingenuo

pastor; no entendería el idioma de quien le explicara algún misterio del universo

o d e l a v i d a , l a e v o l u c i ó n e t e r n a d e t odo l o conoc ido , l a po s i b i l i d ad de

perfeccionamiento humano en la continua adaptación del hombre a la naturaleza.

Para concebir una perfección se requiere cierto nivel ét ico y es indispensable

a l g u n a e d u c a c i ó n i n t e l e c t u a l . S i n e l l o s p u e d e n t e n e r s e f a n a t i s m o s y

supersticiones; ideales, jamás.

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Los que viven debajo de ese nivel y no adquieren esa educación permanecen

sujetos a dogmas que otros les imponen, esclavos de fórmulas paralizadas por la

he r rumbre de l t i empo . Sus ru t inas y sus p re ju i c i o s pa récen l e s e ternamente

invariables; su obtusa imaginación no concibe perfecciones pasadas ni venideras;

el estrecho horizonte de su experiencia constituye el límite forzoso de su mente

No pueden formarse un idea l . Encontraran en los a jeno: una chispa capaz de

encender sus pasiones; serán sectarios pueden serlo. Y no advertirán siquiera la

i ron ía de cuanto les inv i tan a ar rebañarse en nombre de idea les que pueden

s e r v i r , n o c o m p r e n d e r . T o d o e n s u e ñ o s e g u i d o p o r m u c h e d u m b r e s , s ó l o e s

pensado por pocos visionarios que sor sus amos.

L a d e s i g u a l d a d h u m a n a n o e s u n d e s c u b r i m i e n t o m o d e r n o . P l u t a r c o

escribió, ha siglos, que “los animales de una misma especie difieren menos entre

si que unos hombres de otros” (Obras morales, vol . 3 ) . Montaigne suscribió esa

opinión: “Hay más d istancia entre tal y tal hombre, que entre tal hombre y tal

bestia: es decir, que el más excelente animal está más próximo del hombre menos

inteligente, que este último de otro hombre grande y excelente” (Ensayos, vol . I ,

cap . XLI I ) . No p re tenden dec i r más l os que s iguen a f i rmando la des igua ldad

humana: ella será en el porvenir tan absoluta como en tiempos de Plutarco o de

Montaigne.

Hay hombres mentalmente inferiores al término asedio de su raza, de su

t iempo y de su c lase soc ia l ; también los hay super iores . Ent re unos y o t ros

fluctúa una gran masa imposible de caracterizar por inferioridades o excelencias.

Los p s i có l ogos no han que r ido ocupa r se de e s to s ú l t imos ; e l a r t e l o s

desdeña por incoloros; la historia no sabe sus nombres. Son poco interesantes;

e n v ano busca r í a se en e l l o s l a a r i s t a de f in ida , l a p ince l ada f i rme , e l r a sgo

caracter íst ico. De igual desdén les cubren los moral istas ; individualmente no

merecen el desprecio, que fustiga a los perversos, ni la apología, reservada a los

virtuosos.

Su existencia es, sin embargo, natural y necesaria. En todo lo que ofrece

grados hay mediocridad; en la escala de la inteligencia humana ella representa el

claroscuro entre el talento y la estulticia.

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N o d i r e m o s , p o r e s o , q u e s i e m p r e e s l o a b l e . H o r a c i o n o d i j o a u r e a

mediocr i tas en e l sent ido genera l y absurdo que proc laman los incapaces de

sobresalir por su ingenio, por sus virtudes o por sus obras. Otro fue el parecer

del poeta: poniendo en la tranquilidad y en la independencia el mayor bienestar

del hombre, enaltec ió los goces de un v iv i r senc i l lo que d is ta por igua l de la

opulencia y la miser ia , l lamando áurea a esa mediocr idad mater ia l . En c ierto

sentido epicúreo, su sentencia es verdadera y confirma el remoto proverbio árabe:

“ U n m e d i a n o b i e n e s t a r t r a n q u i l o e s pr e f e r i b l e a l a o p u l e n c i a l l e n a d e

preocupaciones”.

Inferir de ello que la mediocridad moral, intelectual y de carácter es digna

de respetuoso homenaje, implica torcer la intención misma de Horacio: en versos

memorables (Ad Pis., 472) menospreció a los poetas mediocres.

Mediocribus esse poetis Non di, non homines, non concessere columnae.

Y es lícito extender su dicterio a cuantos hombres lo son de espíritu. ¿Por

qué subvertiríamos el sentido de áurea mediocritas clásico? ¿Por qué suprimir

desniveles entre los hombres y l as sombras , como s i reba jando un poco a los

exce l en tes y pu l i endo un poco a l o s bas tos se a tenuaran l a s des i gua ldades

creadas por la naturaleza?

N o c o n c e b i m o s e l p e r f e c c i o n a m i e n t o s o c i a l c o m o u n p r o d u c t o d e l a

un i formidad de todos los ind iv iduos , s ino como la combinación armónica de

o r i g i n a l i d a d e s i n c e s a n t e m e n t e m u l t i p l i c a d a s , T o d o s l o s e n e m i g o s d e l a

diferenciación vienen a serlo del progreso; es natural, por ende, que consideren

la originalidad como un defecto imperdonable.

Los que tal sentencian inclínanse a confundir el sentido común con el buen

s e n t i d o , c o m o s i e n m a r a ñ a n d o l a s i g n i f i c a c i ó n d e l o s v o c a b l o s q u i s i e r a n

emparentar l as ideas cor respondientes . A f i rmemos que son antagonis tas . E l

sentido común es colectivo, eminentemente retrógrado y dogmat i s ta ; e l buen

sentido es individual, siempre innovador y libertario. Por la obsecuencia al uno o

al otro se reconocen la servidumbre y la aristocracia naturales. De esa insalvable

heterogeneidad nace la intolerancia de los rutinarios frente a cualquier destello

o r i g ina l ; e s t r echan sus f i l a s pa ra de f ende r se , como s i f ue ran c r ímenes l a s

diferencias. Esos desniveles son un postulado fundamental de la psicología. Las

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costumbres y las leyes pueden establecer derechos y deberes comunes a todos los

hombres; pero éstos serán s iempre tan desiguales como las o las que er izan la

superficie de un océano.

2. Los Hombres sin Personalidad.

Indiv idualmente considerada, la mediocr idad podrá def in i rse como una

ausencia de características personales que permitan distinguir al individuo en su

s o c i e d a d . É s t a o f r e c e a t o d o s u n m i s m o f a r d o d e r u t i n a s , p r e j u i c i o s y

domes t i c i dades ; b a s t a r eun i r c i en hombres pa r a que e l l o s co inc idan en l o

impersonal: “Juntad mil genios en un Concilio y tendréis el alma de un mediocre”.

Esas palabras denuncian lo que en cada hombre no pertenece a él mismo y que,

al sumarse muchos, se revela por el bajo nivel de las opiniones colectivas.

La personalidad individual comienza en el punto preciso donde cada uno se

d i f e r e n c i a d e l o s d e m á s ; e n m u c h o s h o m b r e s e s e p u n t o e s s i m p l e m e n t e

i m a g i n a r i o . P o r e s e m o t i v o , a l c l a s i f i c a r l o s c a r a c t e r e s h u m a n o s , s e h a

comprendido la necesidad de separar a los que carecen de rasgos característicos:

productos adventicios del medio, de las circunstancias, de la educación que se

les suminist ra , de las personas que los tute lan , de las cosas que los rodean.

“Indiferentes” ha llamado Ribot a los que viven sin que se advierta su existencia.

La sociedad piensa y quiere por e l los . No t ienen voz , s ino eco. No hay l íneas

definidas ni en su propia sombra, que es, apenas, una penumbra.

C r u z a n e l m u n d o a h u r t a d i l l a s , t e m e r o s o s d e q u e a l g u i e n p u e d a

reprocharles esa osadía de existir en vano, como contrabandistas de la vida.

Y lo son. Aunque los hombres carecemos de misión trascendental sobre la

t ierra, en cuya superf icie vivimos tan naturalmente como la rosa y el gusano,

nuestra vida no es digna de ser vivida sino cuando la ennoblece algún ideal: los

más altos placeres son inherentes a proponerse una perfección y perseguirla. Las

existencias vegetativas no tienen biografía: en la historia de su sociedad sólo vive

el que deja rastros en las cosas o en los espíritus. La vida vale por el uso que de

ella hacemos, por las obras que realizamos. No ha vivido más el que cuenta más

años, sino el que ha sentido mejor un ideal; las canas d enuncian la vejez, pero

no dicen cuánta juventud la precedió. La medida socia l del hombre está en la

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durac ión de sus obras : l a inmorta l idad es e l p r iv i l eg io de qu ienes l as hacen

sobrevivientes a los siglos, y por ellas se mide.

E l poder que se mane ja , los favores que se mendigan , e l d inero que se

amasa, las dignidades que se consiguen, t ienen cierto valor ef ímero que puede

satisfacer los apetitos del que no lleva en sí mismo, en sus virtudes intrínsecas,

las fuerzas morales que embellecen y califican la vida; la afirmación de la propia

personalidad y la cantidad de hombría puesta en la dignificación de nuestro yo.

Viv ir es aprender , para ignorar menos; es amar, para v incularnos a una parte

mayor de humanidad; es admirar, para compartir las excelencias de la naturaleza

y de los hombres; es un esfuerzo por mejorarse, un incesante afán de elevación

hacia ideales definidos.

M u c h o s n a c e n ; p o c o s v i v e n . L o s h o m b r e s s i n p e r s o n a l i d a d s o n

innumerables y vegetan moldeados por el medio, como cera fundida en el cuño

social. Su moralidad de catecismo y su inteligencia cuadriculada los constriñen a

una perpetua discipl ina del pensar y de la conducta; su existencia es negativa

como unidades sociales.

El hombre de fino carácter es capaz de mostrar encrespamientos sublimes,

c o m o e l o c é a n o ; e n l o s t e m p e r a m e n t o s d o m e s t i c a d o s t o d o p a r e c e q u i e t a

s u p e r f i c i e , c o m o e n l a s c i é n a g a s . L a f a l t a d e p e r s o n a l i d a d h a c e , a é s t o s ,

incapaces de iniciativa y de resistencia. Desfilan inadvertidos, s in aprender ni

enseñar, diluyendo en tedio su insipidez, vegetando en la sociedad que ignora su

existencia: ceros a la izquierda que nada califican y para nada cuentan. Su falta

d e r o b u s t e z m o r a l h á c e l e s c e d e r a l a m á s l e v e p r e s i ó n , s u f r i r t o d a s l a s

influencias, altas y bajas, grandes y pequeñas, transitoriamente arrastrados a la

a l tura por e l más leve céf i ro o revolcados por la o la menuda de un arroyuelo.

Barcos de ampl io ve lamen, pero s in t imón, no saben adiv inar su propia ruta :

ignoran si irán a varar en una playa arenosa o a quedarse estrel lados contra un

escollo.

E s t á n e n t o d a s p a r t e s , a u n q u e e n v a n o b u s c a r í a m o s u n o s o l o q u e s e

reconociera; si lo halláramos sería un original, por el simple hecho de enrolarse

en la mediocridad. ¿Quién no se atribuye alguna virtud, cierto talento o un firme

carácter? Muchos cerebros torpes se envanecen de su testarudez, confundiendo

la parálisis con la f irmeza, que es don de pocos elegidos; los bribones se jactan

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de su bigardía y desvergüenza, equivocándolas con el ingenio; los serviles y los

parapoco pavonéanse de honestas , como s i la incapacidad del mal pudiera en

caso alguno confundirse con la virtud.

Si hubiera de tenerse en cuenta la buena opinión que todos los hombres

tienen de sí mismos, sería imposible discurrir de los que se caracterizan por la

ausencia de personalidad. Todos creen tener una; y muy suya. Ninguno advierte

que la sociedad le ha sometido a esa operación aritmética que consiste en reducir

muchas cantidades a un denominador común: la mediocridad.

Estudiemos, pues, a los enemigos de toda perfección, ciegos a los astros.

Existe una vastísima bibliografía acerca de los inferiores e insuficientes desde el

c r imina l y e l de l i rante has ta e l r e ta rdado y e l id io ta ; hay también una r i ca

literatura consagrada a estudiar el genio y el talento, amén de que la historia y el

arte convergen a mantener su culto. Unos y otros son, empero, excepciones. Lo

habitual no es el genio ni el idiota, no es el talento ni el imbécil. El hombre que

nos r odea a m i l l a r e s , e l que p rospe ra y s e r ep roduce en e l s i l enc io y en l a

tiniebla, es el mediocre.

T o c a a l p s i c ó l o g o d i s e c a r s u m e n t e c o n f i r m e e s c a l p e l o , c o m o a l o s

cadáveres el profesor eternizado por Rembrandt en la Lección de anatomía: sus

o jos parecen i luminarse a l contemplar l as ent rañas mismas de l a natura leza

humana y sus labios palpitan de elocuencia serena al decir su verdad a cuantos

le rodean.

¿ P o r q u é n o t e n d e m o s a l h o m b r e s i n i d e a l e s s o b r e n u e s t r a m e s a d e

autopsias, hasta saber qué es, cómo es, qué hace, qué piensa, para qué sirve?

Su etopeya constituirá un capítulo básico de la psicología y de la moral.

3. En Torno del Hombre Mediocre.

Con diversas denominaciones, y desde puntos de vista heterogéneos, se ha

in tentado a lgunas veces de f in i r a l hombre s in persona l idad . La f i loso f ía , l a

estadística, la antropología, la psicología. la estética y la moral han contribuido a

la determinación de tipos más o menos exactos; no se ha advertido, sin embargo,

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El Hombre Mediocre

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el valor esencialmente social de la mediocridad. El hombre mediocre — como,

en genera l , l a persona l idad humana— só l o puede de f i n i r s e en r e l a c i ón a l a

sociedad en que vive, y por su función social.

Si pudiéramos medir los valores individuales, graduaríanse ellos en escala

continua, de lo bajo a lo alto. Entre los tipos extremos y escasos, observaríamos

una masa abundante de sujetos, más o menos equivalentes, acumulados en los

grados centrales de la serie. Vana i lusión sería la de quien pretendiera buscar

all í el hipotético arquetipo de la humanidad, el Hombre normal que buscara ya

A r i s t ó t e l e s ; s i g l o s m á s t a r d e l a p e r e g r i n a o c u r r e n c i a r e a p a r e c i ó e n e l

t o r b e l l i n e s c o e s p í r i t u d e P a s c a l . M e d i a n í a , e n e f e c t o , n o e s s i n ó n i m o d e

normalidad. El hombre normal no existe; no puede existir. La humanidad, como

todas l a s e spec ies v i v i entes , e v o l u c i o n a s i n c e s a r ; s u s c a m b i o s o p é r a n s e

desigualmente en numerosos agregados sociales, dist intos entre sí . El hombre

normal en una sociedad no lo es en otra; el de ha mil años no lo sería hoy, ni en

el porvenir.

Morel se equivocaba, por olvidar eso, al concebirlo como un ejemplar de la

“edición princeps” de l a Humanidad , l anzada a l a c i r cu lac ión por e l Supremo

Hacedor. Partiendo de esa premisa definía la degeneración, en todas sus formas,

como una divergencia patológica del perfecto ejemplar originario. De eso al culto

por el hombre primitivo había un paso; alejáronse, felizmente, de tal prejuicio los

antropólogos contemporáneos. El hombre — decimos ahora— e s un an ima l que

evoluciona en las más recientes edades geológicas del planeta; no fue perfecto en

su origen, ni consiste su perfección en volver a las formas ancestrales, surgidas

de la animal idad s imiesca. De no creer lo así , renovaríamos las divert idís imas

leyendas del ángel caído, del árbol del bien y del mal, de la tentadora serpiente,

de la manzana aceptada por Adán y del paraíso perdido...

Quételet pretendió formular una doctrina antropológica o social acerca del

H o m b r e m e d i o : s u e n s a y o e s u n a i n q u i s i c i ó n e s t a d í s t i c a c o m p l i c a d a p o r

inocentes aplicaciones del abusado in medio stat virtus . No incurriremos en el

yerro de admitir que los hombres mediocres pueden reconocerse por atr ibutos

f í s icos o mora les que representen un término medio de los observados en la

especie humana. En ese sentido sería un producto abstracto, sin corresponder a

ningún individuo de existencia real.

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El hombre mediocre

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E l c o n c e p t o d e l a n o r m a l i d a d h u m a n a s ó l o p o d r í a s e r r e l a t i v o a

determinado ambiente social; ¿serían normales los que mejor «marcan el paso»,

los que se alinean con más exactitud en las filas de un convencionalismo social?

En este sentido, hombre normal no sería sinónimo de hombre equilibrado, sino de

H o m b r e d o m e s t i c a d o ; l a p a s i v i d a d n o e s u n e q u i l i b r i o , n o e s c o m p l i c a d a

r e s u l t a n t e d e e n e r g í a s , s i n o s u a u s e n c i a . ¿ C ó m o c o n f u n d i r a l o s g r a n d e s

equi l ibrados , a Leonardo y a Goethe, con los amorfos? El equi l ibrio entre dos

plati l los cargados no puede compararse con la quietud de una balanza vacía. El

hombre sin personalidad no es un modelo, sino una sombra; si hay peligros en la

idolatría de los héroes y los hombres representativos, a la manera de Carlyle o

Émerson, más los hay en repetir esas fábulas que permitir ían mirar como una

aberración toda excelencia del carácter , de la virtud y del intelecto. Bovio ha

señalado este grave yerro, p intando a l hombre medio con rasgos psicológicos

preci s o s : “E s d ó c i l , a c o m o d a t i c i o a t o d a s l a s p e q u e ñ a s o p o r t u n i d a d e s ,

adaptab i l í s imo a todas las temperaturas de un d ía var iab le , av isado para los

negocios , res istente a las combinaciones de los astutos; pero dis locado de su

mediocre esfera y ungido por una feliz combinación de intrigas, él se derrumba

siempre, en seguida, precisamente porque es un equilibrista y no l leva en sí las

fuerzas del equilibrio. Equilibrista no significa equilibrado. Ése es el prejuicio más

grave, del hombre mediocre equilibrado y del genio desequilibrado”.

E n s u s m á s i n d u l g e n t e s c o m e n t a r i s t a s , e s e p r e t e n d i d o e q u i l i b r i o s e

establece entre cualidades poco dignas de admiración, cuya resultante provoca

m á s l á s t i m a q u e e n v i d i a . A l g u n a v e z r e c i b i ó L o m b r o s o u n t e l e g r a m a

decididamente norteamericano. Era, en efecto, de un gran diario, y solicitaba una

e x t e n s a r e s p u e s t a t e l e g r á f i c a a l a p r e g u n t a p r e s e n t a d a c o n l a s u g e r e n t e

r e c o m e n d a c i ó n d e u n c h e q u e : “¿Cuá l es e l hombre normal?” L a r e s p u e s t a

desconcertó, sin duda, a los lectores. Lejos de alabar sus v irtudes, t razaba un

cuadro de caracteres negativos y estériles: “Buen apetito, trabajador, ordenado,

egoísta , a ferrado a sus costumbres , misoneísta , paciente, respetuoso de toda

autoridad, animal doméstico”. O , e n m á s b r e v e s p a l a b r a s , “ruges consumere

natus”, que dijo el poeta latino.

Con ligeras variantes, esa definición evoca la del Filisteo: “Producto de la

c o s t u m b r e , d e s p r o v i s t o d e f a n t a s í a , o r n a d o p o r t o d a s l a s v i r t u d e s d e l a

m e d i o c r i d a d , l l e v a n d o u n a v i d a h o n e s t a g r a c i a s a l a m o d e r a c i ó n d e s u s

ex igenc ias , pe rezoso en sus concepc iones in te l ec tua les , sob re l l evando con

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El Hombre Mediocre

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p a c i e n c i a c o n m o v e d o r a t o d o e l f a r d o d e p r e j u i c i o s q u e h e r e d ó d e s u s

antepasados”. En estas l íneas re f lé janse las invect ivas , ya c lás icas , de Heine

contra la mentalidad que él creía corriente entre sus compatriotas. Por su parte,

Schopenhauer, en sus Aforismos, definió el perfecto fi l isteo como un ser que se

deja engañar por las apariencias y toma en serio todos los dogmatismos sociales:

constantemente ocupado de someterse a las farsas mundanas.

A esas definiciones del hombre medio pueden aproximarse otras de carácter

intelectual o estético, no exentas de interés, aunque unilaterales. Para algunos,

la mediocridad consistiría en la ineptitud para ejercitar las más altas cualidades

del ingenio; para otros, sería la incl inación a pensar a ras de t ierra. Mediocre

correspondería a Burgués, por contraposición a Artista. Flaubert lo definió como

“un hombre que piensa bajamente”. Juzgado con ese criterio, le parece detestable.

Tal resulta en la magnífica silueta de Hello, traspapelado prosista católico

que nos enseñó a admirar Rubén Darío. Distingue al mediocre del imbécil ; éste

ocupa un extremo del mundo y e l genio ocupa e l otro ; e l mediocre está en e l

centro. ¿Será, entonces, lo que en filosofía, en política o en literatura, se l lama

un ec léct ico , un justo medio? De n inguna manera , contesta . E l que es justo

medio, lo sabe, tiene la intención de serlo; el hombre mediocre es justo medio sin

sospecharlo. Lo es por naturaleza, no por opinión; por carácter, no por accidente.

E n t o d o m i n u t o d e s u v i d a , y e n c u a l q u i e r e s t a d o d e á n i m o , s e r á s i e m p r e

mediocre. Su rasgo característico, absolutamente inequívoco, es su deferencia

p o r l a o p i n i ó n d e l o s d e m á s . N o h a b l a n u n c a ; r e p i t e s i e m p r e . J u z g a a l o s

hombres como los oye juzgar. Reverenciará a su más cruel adversario, si éste se

encumbra; desdeñará a su mejor amigo si nadie lo elogia. Su criterio carece de

iniciativas. Sus admiraciones son prudentes. Sus entusiasmos son oficiales. Esa

definición descriptiva — análoga a las que repit iera Barbey D'Aurevi l ly— , posee

muy sugest iva e locuenc ia , aunque par te de premisas es tét icas para l l egar a

conclusiones morales.

El «hombre normal» de Bovio y Lombroso, corresponde al «filisteo» de Heine

y de Schopenhauer, aproximándose ambos al «burgués» antiartístico de Flaubert

y Barbey D'Aurevilly. Pero, fuerza es reconocerlo, tales definiciones son inseguras

desde el punto de vista de la psicología social; conviene buscar una más exacta e

inequívoca, abordando el problema por otros caminos.

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El hombre mediocre

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4. Concepto Social de la Mediocridad.

Ningún hombre es excepc iona l en todas sus apt i tudes ; pe ro no podr ía

af irmarse que son mediocres, a carta cabal , los que no descuel lan en ninguna.

Desfi lan ante nosotros como simples ejemplares de historia natural , con tanto

de r echo como l o s g en i o s y l o s imbéc i l e s . Ex i s t en : hay que e s tud i a r l o s . E l

mora l ista d i rá , después , s i la mediocr idad es buena o mala ; a l ps icó logo, por

ahora, le es indiferente; observalos caracteres en el medio social en que viven,

los describe, los compara y los clasif ica de igual manera que otras naturalistas

observan fósiles en un lecho de río o mariposas en la corola de una flor.

No obs t an te l a s i n f in i t a s d i f e r enc i a s i nd i v idua l e s , e x i s t en g rupos de

hombres que pueden englobarse dentro de tipos comunes; tales clasificaciones,

simplemente aproximativas, constituyen la ciencia de los caracteres humanos, la

E t o l o g í a , q u e r e c o n o c e e n T e o f r a s t o s u l e g í t i m o p r o g e n i t o r . L o s a n t i g u o s

fundábanla sobre los temperamentos ; los modernos buscan s u s b a s e s e n l a

p r e p o n d e r a n c i a d e c i e r t a s f u n c i o n e s p s i c o l ó g i c a s . E s a s c l a s i f i c a c i o n e s ,

admisibles desde algún punto de vista especial, son insuficientes para el nuestro.

Si observamos cualquier sociedad humana, e l va lor de sus componentes

resulta siempre relativo al conjunto: el hombre es un valor social.

Cada individuo es el producto de dos factores: la herencia y la educación.

La pr imera t iende a proveer le de los órganos y las funciones mentales que le

t ransmiten las generaciones precedentes ; la segu n d a e s e l r e s u l t a d o d e l a s

múltiples influencias del medio social en que el individuo está obligado a vivir.

Esta acción educativa es , por consiguiente, una adaptación de las tendencias

hereditarias a la mentalidad colectiva: una continua aclimatación del individuo

en la sociedad.

E l n iño desar ró l l a se como un an ima l de l a e spec ie humana , has ta que

empieza a distinguir las cosas inertes de los seres vivos y a reconocer entre éstos

a sus semejantes. Los comienzos de su educación son, entonces, dirigidos por las

personas que l e rodean , to rnándose cada vez más dec i s iva l a in f luenc ia de l

medio; desde que ésta predomina, evoluciona como un miembro de su sociedad

y sus hábitos se organizan mediante la imitac ión. Más tarde , las var iac iones

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El Hombre Mediocre

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adquiridas en el curso de su experiencia individual pueden hacer que el hombre

se caracterice como una persona diferenciada dentro de la sociedad en que vive.

L a i m i t a c i ó n d e s e m p e ñ a u n p a p e l a m p l í s i m o , c a s i e x c l u s i v o , e n l a

f o rmac ión de l a pe r sona l i dad soc i a l ; l a i nvenc ión p rod u c e , e n c a m b i o , l a s

variaciones individuales. Aquélla es conservadora y actúa creando hábitos; ésta

es evolutiva y se desarrol la mediante la imaginación. La diversa adaptación de

cada indiv iduo a su medio depende de l equi l ibr io entre lo que imita y lo que

inventa . Todos no pueden inventar o imi ta r de l a misma manera , pues esas

aptitudes se ejercitan sobre la base de cierta capacidad congénita, inicialmente

desigual, recibida mediante la herencia psicológica.

E l p redominio de l a var iac ión determina l a o r ig ina l idad . Var i a r e s se r

a l g u i e n , d i f e r e n c i a r s e e s t e n e r u n c a r á c t e r p r o p i o , u n p e n a c h o , g r a n d e o

pequeño: emblema, al fin, de que no se vive como simple reflejo de los demás. La

función capita l de l hombre mediocre es la paciencia imitat iva ; la del hombre

superior es la imaginación creadora. El mediocre aspira a. confundirse en los que

le rodean; el original tiende a diferenciarse de ellos. Mientras el uno se concreta

a pensar con la cabeza de la sociedad, el otro aspira a pensar con la propia. En

ello estriba la desconf ianza que suele rodear a los caracteres or ig inales : nada

parece tan peligroso como un hombre que aspira a pensar con su cabeza.

Podemos recap i tu lar . Cons iderando a cada ind iv iduo con re lac ión a su

medio, tres elementos concurren a formar su personalidad: la herencia biológica,

la imitación social y la variación individual.

Todos, a l nacer, reciben como herencia de la especie los elementos para

adquirir una personalidad específica.

El hombre inferior es un animal humano; en su mental idad enseñoréanse

las tendencias instintivas condensadas por la herencia y que constituyen el «alma

de la especie». Su ineptitud para la imitación le impide adaptarse al medio social

en que vive; su personalidad no se desarrolla hasta el nivel corriente, viviendo

por debajo de la moral o de la cultura dominantes, y en muchos casos fuera de la

lega l idad. Esa insuf ic iente adaptación determina su incapacidad para pensar

como los demás y compartir las rutinas comunes.

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El hombre mediocre

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Los más, mediante la educación imitativa, copian de las personas que los

rodean una personalidad social perfectamente adaptada.

E l hombre mediocre es una sombra proyectada por l a soc iedad ; es por

esencia imitativo y está perfectamente adaptado para vivir en rebaño, reflejando

l a s r u t i n a s , p r e j u i c i o s y d o g m a t i s m o s r e c o n o c i d a m e n t e ú t i l e s p a r a l a

domesticidad. Así como el inferior hereda el «a lma de la especie» , e l mediocre

adquiere el «alma de la sociedad». Su característica es imitar a cuantos le rodean:

pensar con cabeza ajena y ser incapaz de formarse ideales propios.

Una minoría, además de imitar la mentalidad social, adquiere variaciones

propias, una personalidad individual, netamente diferenciada.

El hombre superior es un accidente provechoso para la evolución humana.

Es original e imaginativo, desadaptándose del medio social en la medida de su

prop ia var iac ión . Ésta se sobrepone a a t r ibutos hered i tar ios de l «a lma de la

especie» y a las adquisiciones imitativas del «alma de la sociedad», constituyendo

l as a r i s tas s ingu la res de l « a lma ind iv idua l » , que l e d i s t i nguen den t ro de l a

soc iedad . Es precursor de nuevas formas de per fecc ión , p iensa mejor que e l

medio en que vive y puede sobreponer ideales suyos a las rutinas de los demás.

5. El Espíritu Conservador.

Todo lo que existe es necesario. Cada hombre posee un valor de contraste,

si no lo tiene de afirmación; es un detalle necesario en la infinita evolución del

proto- hombre al super-hombre. Sin la sombra ignoraríamos el valor de la luz. La

infamia nos induce a respetar la v i rtud; la miel no ser ía dulce s i e l acíbar no

e n s e ñ a r a a p a l a d e a r l a a m a r g u r a ; a d m i r a m o s e l v u e l o d e l á g u i l a p o r q u e

conocemos e l arrastramiento de la oruga; encanta más e l gor jeo de l ru iseñor

cuando se ha escuchado e l s i lb ido de la serpiente. El mediocre representa un

progreso, comparado con e l imbéci l , aunque ocupa su rango s i lo comparamos

con el genio: sus idiosincrasias sociales son relativas al medio y al momento en

que ac túa . De o t ra manera , s i fue ra in t r ínsecamente inút i l , no ex i s t i r í a : l a

selección natural habríale exterminado. Es necesario para la sociedad, como las

palabras lo son para el esti lo. Pero no bastaría, para crearlo, a l inear todos los

vocab lo s que yacen en e l d i cc i ona r i o ; e l e s t i l o comienza donde apa rece l a

originalidad individual.

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El Hombre Mediocre

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Todos los hombres de personal idad f i rme y de mente creadora , sea cua l

fuere su escuela f i losóf ica o su credo l i terar io, son hosti les a la mediocridad.

Toda creación es un esfuerzo original ; la historia conserva el nombre de pocos

in ic iadores y o lv ida a innúmeros secuaces que los imitan. Los v isionarios de

verdades nuevas , l os apósto les de mora l , l os innovadores de be l l eza — desde

Renán y Hugo hasta Guyau y Flaubert— , la miran como un obstáculo con que el

pasado obstruye el advenimiento de su labor renovadora.

A n t e l a m o r a l s o c i a l , s i n e m b a r g o , l o s m e d i o c r e s e n c u e n t r a n u n a

justificación, como todo lo que existe por necesidad. El eterno contraste de las

fuerzas que pujan en las sociedades humanas, se traduce por la lucha entre dos

grandes actitudes, que agitan la mentalidad colectiva: el espíritu conservador o

rutinario y el espíritu original o de rebeldía.

Bellas páginas le consagró Dorado. Cree imposible dividir la humanidad en

d o s c a t e g o r í a s d e h o m b r e s , l o s u n o s r e b e l d e s e n t o d o y l o s o t r o s e n t o d o

rutinarios; si así fuera, no sabría decirse cuáles interpretan mejor la vida. No es

fact ib le un vivir inmóvi l de gentes todas conservadoras, ni lo es un inestable

ajetreo de rebeldes e insumisos, para quienes nada existente sea bueno y ningún

sendero d i gno de segu i r se . Es ve ros ími l que ambas fue rzas sean igualmente

i m p r e s c i n d i b l e s . O b l i g a d o s a e l e g i r , ¿ d a r í a m o s p r e f e r e n c i a a u n a a c t i t u d

conservadora? La originalidad necesita un contrapeso robusto que prevenga sus

excesos; habría ligereza en fustigar a los hombres metódicos y de paso tardío, si

el los constituyeran los tejidos sociales más resistentes, soporte de los otros. Lo

m i s m o q u e e n l o s o r g a n i s m o s , l o s d i s t i n t o s e l e m e n t o s s o c i a l e s s e s i r v e n

mutuamente de sostén; en vez de mirarse como enemigos debieran considerarse

cooperadores de una, obra única, pero compl icada. Si en e l mundo no hubiera

más que rebeldes, no podría marchar; tornárase imposible la rebeldía si faltara

contra quien rebelarse. Y, sin los innovadores, ¿quién empujaría el carro de la

v ida sobre e l que van aquel los tan sat is fechos? En vez de combatirse , ambas

partes debieran entender que ninguna tendría motivo de existir como la otra no

existiese. El conservador sagaz puede bendecir al revolucionario, tanto como éste

a é l . He aquí una nueva base para la to lerancia : cada hombre neces i ta de s u

enemigo.

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El hombre mediocre

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Si tuvieran igual razón de ser los imitadores y los originales, como arguye

e l pensador españo l , su just i f i cac ión estar ía hecha . Ser mediocre no es una

culpa; s iéndolo, su conducta es legít ima. ¿Aciertan los que sacan a su vida el

mayor jugo y procuran pasar lo mejor posible sus cortos días sobre la tierra, sin

consagrar una hora a su propio perfeccionamiento moral, sin preocuparse de sus

pró j imos ni de las generaciones poster iores? ¿Es pecado obrar de ese modo?

¿Pecan, tal vez, los que piensan en sí y viven para los demás: los abnegados y los

altruistas, los que sacrifican sus goces y fuerzas en beneficio ajeno, renunciando

a sus comodidades y aun a su vida, como suele ocurrir? Por indefectible que sea

pensar en el mañana y dedicarle cierta parte de nuestros esfuerzos, es imposible

dejar de vivir en el presente, pensando en él , s iquiera en parte. Antes que las

generaciones venideras están las actuales ; otrora fueron futuras y para e l las

trabajaron las pasadas.

E s t e r a z o n a m i e n t o , a u n q u e u n t a n to s anchesco , s e r í a r e spe t ab l e , s i

colocáramos el problema en el terreno abstracto del hombre extrasocial, es decir,

fuera de toda sanción presente y futura. Evidentemente, cada hombre es como es

y no podría ser de otra manera; haciendo abstracción de toda moralidad, tendría

tan poca culpa de su delito el asesino como de su creación el genio. El original y

el rutinario, el holgazán y el laborioso, el malo y el bueno, el generoso y el avaro,

todos lo son a pesar suyo; no lo serían si el equilibrio entre su temperamento y la

sociedad lo impidiesen.¿Por qué, entonces, la humanidad admira a los santos, a

los genios y a los héroes, a todos los que inventan, enseñan o plasman, a los que

piensan en el porvenir, lo encarnan en un ideal o forjan un imperio,a Sócrates y

a Crislo, a Aristóteles y a Bacon, a César y a Washington? Los aplaude, porque

toda la sociedad t iene, impl íc i ta , una moral , una tab la propia de va lores que

aplica para juzgar a cada uno de sus componentes, no ya según las conveniencias

individuales, sino según su ut i l idad socia l . En cada pueblo y en cada época la

medida de lo excelso está en los ideales de perfección que se denominan genio,

heroísmo y santidad.

La im i tac ión conse rvadora debe , pues , s e r j uzgada po r su func ión de

resistencia, destinada a contener el impulso creador de los hombres superiores y

las tendencias destructivas de los sujetos antisociales. En el prolegómeno de su

ensayo sobre el genio y el talento, Nordau hace su elogio irónico; para toda mente

e l e v a d a e l f i l i s t e o e s l a b e s t i a n e g r a y e n e s a h o s t i l i d a d v e u n a e v i d e n t e

ingratitud. Le parece útil; con un poco de benevolencia llegaría a concederle esa

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relativa belleza de las cosas perfectamente adaptadas a su objeto. Es el fondo de

perspectiva en el paisaje social. De su exigüidad estética depende todo el relieve

adquirido por las figuras que ocupan el primer plano. Los ideales de los hombres

supe r i o r e s pe rmanece r í an en e s t ado de qu imera s s i no f ue r en r e cog ido s y

r e a l i z ados po r f i l i s t eo s , d e sp rov i s t o s de i n i c i a t i v a s pe r sona l e s , que v iven

esperando — con encantadora ausencia de ideas propias— l o s i m p u l s o s y l a s

suges t i ones de l o s ce reb ros l uminosos . Es ve rdad que e l ru t ina r i o no cede

f ác i lmente a l a s in s t i gac iones de l o s o r i g ina l e s ; pe ro . su misma ine rc i a e s

garantía de que sólo recoge las ideas de probada conveniencia para el bienestar

social. Su gran culpa consiste en que se le encuentra sin necesidad de buscarlo;

su número es inmenso. A pesar de todo, es necesario; constituye el público de

e s t a c o m e d i a h u m a n a e n q u e l o s h o m b r e s s u p e r i o r e s a v a n z a n h a s t a l a s

candilejas, buscando su aplauso y su sanción. Nordau l lega hasta decir con fina

ironía: “Cada vez que algunos hombres de genio se encuentren reunidos en torno

de una mesa de cervecería, su primer brindis, en virtud del derecho y de la moral,

debiera ser para el filisteo”.

Es tan exagerado ese criterio irónico que proclama su conspicuidad, como

el criterio estético que lo relega a la más baja esfera mental, confundiéndolo con

el hombre inferior. Individualmente considerado a través del lente moral estético,

es una ent idad negat iva ; pero tomados los mediocres en su con junto , puede

r econocé r se l e s func iones de l a s t r e , i nd i spensab l e s pa ra e l equ i l i b r i o de l a

sociedad.

Merecen esa justicia. ¿La continuidad de la vida social sería posible sin esa

compacta masa de hombres puramente imi tat ivos , capaces de conservar los

háb i tos rut inar ios que la soc iedad les t rans funde mediante la educac ión? E l

mediocre no inventa nada, no crea, no empuja, no rompe, no engendra; pero, en

cambio, custodia celosamente la armazón de automatismos, prejuicios y dogmas

acumulados durante siglos, defendiendo ese capital común contra la asechanza

de los inadaptables. Su rencor a los creadores compénsase por su resistencia a

los destructores. Los hombres sin ideales desempeñan en la historia humana el

mismo papel que la herencia en la evolución biológica: conservan y transmiten

las var iac iones út i les para la cont inuidad de l g rupo soc ia l . Const i tuyen una

fuerza destinada a contrastar el poder disolvente de los inferiores y a contener

las ant ic ipaciones atrev idas de los v is ionar ios . La cohes ión de l conjunto los

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El hombre mediocre

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necesita, como un mosaico bizantino al cemento que lo sostiene. Pero — hay que

decirlo— el cemento no es el mosaico.

Su acción sería nula sin el esfuerzo fecundo de los originales, que inventan

lo imitado después por e l los . S in los mediocres no habr ía es tab i l idad en las

soc iedades ; pero s in los super iores no puede concebi rse e l progreso , pues la

civilización sería inexplicable en una raza constituida por hombres sin iniciativa.

Evolucionar es variar ; solamente se varía mediante la invención. Los hombres

imitativos l imítanse a atesorar las conquistas de los originales; la uti l idad del

rutinario está subordinada a la existencia del idealista, como la fortuna de los

libreros estriba en el ingenio de los escritores. El «alma social» es una empresa

a n ó n i m a q u e e x p l o t a l a s c r e a c i o n e s d e l a s m e j o r e s « a l m a s i n d i v i d u a l e s » ,

resumiendo las experiencias adquiridas y enseñadas por los innovadores.

Son l a m ino r í a , é s to s ; pe ro son l evaduras de mayor ías ven ideras . Las

ru t inas de f end idas hoy po r l o s med ioc res son s imp les g l o sas co l ec t i vas de

ideales, concebidos ayer por hombres originales. El grueso del rebaño social va

ocupando, a paso de tortuga, las posiciones atrevidamente conquistadas mucho

antes por sus cent inelas perdidos en la d istancia ; y éstos ya están muy le jos

cuando l a masa c ree asentar e l paso a su re taguard ia . Lo que ayer fue idea l

c o n t r a u n a r u t i n a , s e r á m a ñ a n a r u t i n a , a s u v e z , c o n t r a o t r o i d e a l .

Indefinidamente, porque la perfectibilidad es indefinida.

S i los hábi tos resumen la exper iencia pasada de pueblos y de hombres ,

dándo les un idad , l o s i dea l e s o r i entan su exper i enc ia ven ide ra y marcan su

p r o b a b l e d e s t i n o . L o s i d e a l i s t a s y l o s r u t i n a r i o s s o n f a c t o r e s i g u a l m e n t e

indispensables , aunque los unos rece len de los otros . Se complementan en la

evolución socia l , magüer se miren con obl icuidad. S i los pr imeros hacen más

para el porvenir, los segundos interpretan mejor el pasado. La evolución de una

s o c i e d a d , e s p o l e a d a p o r e l a f án de pe r f ecc ión y conten ida po r t r ad ic iones

d i f í c i l m e n t e r e m o v i b l e s , d e t e n d r í a s e p a r a s i e m p r e s i n e l u n o y s u f r i r í a

sobresaltos bruscos sin las otras.

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El Hombre Mediocre

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6. Peligros Sociales de la Mediocridad.

La psicología de los hombres mediocres caracterizase por un riesgo común:

la incapacidad de concebir una perfección, de formarse un ideal.

Son rutinarios , honestos y mansos; piensan con la cabeza de los demás,

comparten la ajena hipocresía moral y ajustan su carácter a las domesticidades

convencionales.

Están fuera de su órbita el ingenio, la virtud y la dignidad, privilegios de

los caracteres excelentes ; sufren de e l los y los desdeñan. Son ciegos para las

auroras ; i gnoran la qu imera de l a r t i s ta , e l ensueño de l sab io y la pas ión de l

apóstol. Condenados a vegetar, no sospechan que existe el infinito más al lá de

sus horizontes.

El horror de lo desconocido los ata a mil prejuicios, tornándolos timoratos

e indecisos: nada aguijonea su curiosidad; carecen de iniciativa y miran siempre

al pasado, como si tuvieran los ojos en la nuca.

Son incapaces de virtud; no la conciben o les exige demasiado esfuerzo.

Ningún afán de santidad alborota la sangre en su corazón; a veces no delinquen

por cobardía ante el remordimiento.

N o v i b r a n a l a s t e n s i o n e s m á s a l t a s d e l a e n e r g í a ; s o n f r íos , aunque

ignoren la serenidad; apáticos sin ser previsores; acomodaticios siempre, nunca

equi l ibrados . No saben estremecerse de esca lofr ío ba jo una t ierna car ic ia , n i

abalanzarse de indignación ante una ofensa.

No viven su vida para sí mismos, sino para el fantasma que proyectan en la

opinión de sus s imi lares . Carecen de l ínea; su personal idad se borra como un

trazo de carbón bajo el esfumino, hasta desaparecer. Trocan su honor por una

prebenda y echan llave a su dignidad por evitarse un peligro; renunciarían a vivir

antes que gr itar la verdad frente a l error de muchos. Su cerebro y su corazón

están entorpecidos por igual, como los polos de un imán gastado.

Cuando se a r r ebañan son pe l i g ro sos . La f ue r za de l número sup l e a l a

febledad individual: acomúnanse por mil lares para oprimir a cuantos desdeñan

encadenar su mente con los eslabones de la rutina.

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El hombre mediocre

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Substraídos a la curiosidad del sabio por la coraza de su insignif icancia,

fo r t i f í canse en l a cohes ión de l to ta l ; por eso l a mediocr idad es mora lmente

peligrosa y su conjunto es nocivo en ciertos momentos de la histor ia : cuando

reina el clima de la mediocridad.

Épocas hay en que el equil ibrio social se rompe en su favor. El ambiente

tórnase refractario a todo afán de perfección; los ideales se agostan y la dignidad

se ausenta; los hombres acomodaticios tienen su primavera florida. Los estados

conviértense en mediocracias ; la fa l ta de aspiraciones que mantengan a lto e l

nivel de moral y de cultura, ahonda la ciénaga constantemente.

Aunque a i s l ado s no me rezcan a t e n c i ó n , e n c o n j u n t o c o n s t i t u y e n u n

régimen, representan un sistema especial de intereses inconmovibles. Subvierten

la tab la de los va lores mora les , fa l seando nombres , desv i r tuando conceptos :

pensar es un desvar ío , l a d ign idad es i r reverenc ia , es l i r i smo l a j u s t i c i a , l a

sinceridad es tontera, la admiración una imprudencia, la pasión ingenuidad, la

virtud una estupidez.

En la lucha de las conveniencias presentes contra los ideales futuros, de lo

vulgar contra lo excelente, suele verse mezclado el elogio de lo subalterno con la

difamación de lo conspicuo, sabiendo que el uno y la otra conmueven por igual a

los espíritus arrocinados. Los dogmatistas y los serviles aguzan sus si logismos

para falsear los valores en la conciencia social ; viven en la mentira, comen de

e l l a , l a s i embran , l a r i egan , l a podan , l a cosechan . As í c r ean un mundo de

valores f icticios que favorece la culminación de los obtusos; así tejen su sorda

te la raña en torno de los gen ios , los santos y los héroes , obst ruyendo en los

pueblos la admiración de la gloria. Cierran el corral cada vez que cimbra en las

cercanías el aletazo inequívoco de un águila.

Ningún idealismo es respetado. Si un fi lósofo estudia la verdad, tiene que

luchar contra los dogmatistas momif icados ; s i un santo pers igue la v i r tud se

astilla contra los prejuicios morales del hombre acomodaticio; si el artista sueña

nuevas f o rmas , r i tmos o a rmon ía s , c i é r r an l e e l p a so l a s r e g l amentac i ones

oficiales de la bel leza; si el enamorado quiere amar escuchando su corazón, se

estrella contra las hipocresías del convencional ismo; s i un juveni l impulso de

energía l leva a inventar , a crear , a regenerar , la vejez conservadora atája le e l

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paso; si alguien, con gesto decisivo, enseña la dignidad, la turba de los serviles

l e l adra ; a l que toma e l camino de las cumbres, los envidiosos le carcomen la

reputación con saña malévola; si el destino l lama a un genio, a un santo o a un

héroe para reconst i tu i r una raza o un pueb lo , l as mediocrac ias tác i tamente

regimentadas le resisten para encumbrar sus propios arquetipos. Todo idealismo

encuentra en esos climas su Tribunal del Santo Oficio.

7. La Vulgaridad

La vulgaridad es el aguafuerte de la mediocridad. En la ostentación de lo

mediocre reside la psicología de lo vulgar; basta insistir en los rasgos suaves de

la acuarela para tener el aguafuerte.

Dir íase que es una reviviscencia de antiguos atavismos. Los hombres se

vu l ga r i z an cuando r eapa rece en su c a r ác t e r l o que f ue med ioc r i dad en l a s

generaciones ancestrales: los vulgares son mediocres de razas primitivas: habrían

s i d o p e r f e c t a m e n t e a d a p t a d o s e n s o c i e d a d e s s a l v a j e s , p e r o c a r e c e n d e l a

domest icación que los confundir ía con sus contemporáneos . S i conserva una

dóc i l ac l imatac ión en su rebaño, e l mediocre puede ser rut inar io , honesto y

manso, s in ser decididamente vulgar. La vulgaridad es una acentuación de los

est igmas comunes a todo ser gregar io ; só lo f lorece cuando las soc iedades se

desequi l ibran en desfavor de l idea l ismo. Es e l renunciamiento a l pudor de lo

innob le . N ingún a jet reo or ig ina l la conmueve . Desdeña e l v e rbo a l t i vo y l o s

romanticismos comprometedores. Su mueca es fofa, su palabra muda, su mirar

opaco. Ignora el perfume de la f lor, la inquietud de las estrellas, la gracia de la

sonrisa, el rumor de las alas. Es la inviolable trinchera opuesta al florecimiento

del ingenio y del buen gusto; es el altar donde oficia Panurgo y cifra su ensueño

Bertoldo en servirle de monaguillo.

La vulgaridad es el blasón nobiliario de los hombres ensoberbecidos de su

mediocridad; la custodian como al tesoro el avaro. Ponen su mayor jactancia en

exhibirla, sin sospechar que es su afrenta. Estalla inoportuna en la palabra o en

e l ges to , rompe en un so lo segundo e l encanto p reparado en muchas horas ,

aplasta bajo su zarpa toda eclosión luminosa del espíritu. Incolora, sorda, ciega,

insensible, nos rodea y nos acecha; deléitase en lo grotesco, vive en lo turbio, se

agita en las tinieblas. Es a la mente lo que son al cuerpo los defectos físicos, la

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cojera o el estrabismo: es incapacidad de pensar y de amar, incomprensión de lo

bello, desperdicio de la vida, toda la sordidez. La conducta, en sí misma, no es

distinguida ni vulgar; la intención ennoblece los actos, los eleva, los idealiza y,

en otros casos, determina su vulgaridad. Ciertos gestos, que en circunstancias

ordinarias serían sórdidos, pueden resultar poéticos, épicos; cuando Cambronne,

invitado por el enemigo a rendirse, responde su palabra memorable, se eleva a un

escenario homérico y es sublime.

L o s h o m b r e s v u l g a r e s q u e r r í a n p e d i r a C i r c e l o s b r e b a j e s c o n q u e

transformó en cerdos a los compañeros de Ulises, para recetárselos a todos los

q u e p o s e e n u n i d e a l . L o s h a y e n t o d a s p a r t e s y s i e m p r e q u e o c u r r e u n

rec rudec imiento de l a med iocr idad : ent re l a púrpura lo mismo que ent re l a

escoria, en la avenida y en el suburbio, en los parlamentos y en las cárceles, en

las universidades y en los pesebres. En ciertos momentos osan l lamar ideales a

s u s a p e t i t o s , c o m o s i l a u r g e n c i a d e s a t i s f a c c i o n e s i n m e d i a t a s p u d i e r a

confundirse con el afán de perfecciones inf initas. Los apetitos s e ha r tan ; l o s

ideales nunca.

Repudian las cosas l í r icas porque obl igan a pensamientos muy a ltos y a

gestos demasiado d ignos . Son incapaces de esto ic ismos : su f ruga l idad es un

cálculo para gozar más tiempo de los placeres, reservando mayor perspectiva de

goces para la vejez impotente. Su generosidad es siempre dinero dado a usura.

Su amistad es una complacenc ia serv i l o una adu lac ión provechosa . Cuando

creen practicar alguna virtud, degradan la honestidad misma, afeándola con algo

de miserable o bajo que la macula.

Admiran el utilitarismo egoísta, inmediato, menudo, al contado. Puestos a

elegir , nunca seguirán el camino que les indique su propia incl inación, sino el

que les marcaría el cálculo de sus iguales. Ignoran que toda grandeza de espíritu

exige la complicidad del corazón. Los ideales irradian siempre un gran calor; sus

p r e j u i c i o s , e n c a m b i o , s o n f r í o s , p o r q u e s o n a j e n o s . U n p e n s a m i e n t o n o

fecundado por la pasión es como los soles de invierno; alumbran pero, bajo sus

rayos se puede morir helado. La bajeza del propósito rebaja e l mérito de todo

esfuerzo y aniquila las cosas elevadas. Excluyendo el ideal queda suprimida la

posibi l idad de lo sublime. La vulgaridad es un cierzo que hiela todo germen de

poesía capaz de embellecer la vida.

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El hombre sin ideales hace del arte un oficio, de la ciencia un comercio, de

la f i losofía un instrumento, de la virtud una empresa, de la caridad una f iesta,

de l p l ace r un sensua l i smo . La vu l ga r idad t r ans fo rma e l amor de l a v ida en

pusi lanimidad, la prudencia en cobardía , e l orgu l lo en vanidad , e l respeto en

servi l ismo. Lleva a la ostentación. a la avaricia, a la falsedad, a la avidez, a la

s i m u l a c i ó n ; d e t r á s d e l h o m b r e m e d i o c r e a s o m a e l a n t e p a s a d o s a l v a j e q u e

conspira en su interior acosado por el hambre de atávicos instintos y sin otra

aspiración que el hartazgo.

En esas crisis , mientras la mediocridad tórnase atrevida y mil itante, los

idea l i s tas v iven desorb i tados , esperando ot ro c l ima. Enseñan a pur i f icar l a

conducta en e l f i l t r o de un i dea l ; imponen su r e spe to a l o s que no pueden

concebir lo . En el culto de los genios, de los santos y de los héroes, t ienen su

arma; despertándolo, señalando ejemplos a las intel igencias y a los corazones,

puede amenguarse la omnipotencia de la vulgaridad, porque en toda larva sueña,

acaso, una mariposa . Los hombres que v iv ieron en perpetuo f lorecimiento de

virtud, revelan con su ejemplo que la vida puede ser intensa y conservarse digna;

d ir ig irse a la cumbre, s in encharcarse en lodazales tortuosos; encresparse de

pasión, tempestuosamente, como e l océano, s in que la vulgar idad enturbie las

aguas cristal inas de la ola, sin que el ruti lar de sus fuentes sea opacado por el

limo.

En la medi tac ión de v ia je , oyendo s i lbar e l v iento entre l as j a rc ias , l a

humanidad nos pareció como un velero que cruza el tiempo infinito, ignorando su

punto de part ida y su dest ino remoto . S in ve las , ser ía estér i l l a pu janza de l

viento; sin viento, de nada servirían las lonas más amplias. La mediocridad es el

complejo velamen de las sociedades, las resistencias que éstas oponen al viento

pa ra u t i l i za r su pu janza ; l a ene rg í a que in f l a l a s ve l a s , y a r ras t ra e l buque

entero , y lo conduce , y lo or ienta , son los idea l i s tas : s iempre res ist idos por

a q u é l l a . A s í — r e s i s t i é n d o l o s , c o m o l a s v e l a s a l v i e n t o — , l o s r u t i n a r i o s

aprovechan el empuje de los creadores. El progreso humano es la resultante de

ese contraste perpetuo entre masas inertes y energías propulsoras.

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CAPÍTULO II: LA MEDIOCRIDAD

INTELECTUAL

1. El Hombre Rutinario

La Rutina es un esqueleto fósil cuyas piezas resisten a la carcoma de los

s i g l o s . No e s h i j a de l a expe r i enc i a ; e s su c a r i c a tu ra . L a una e s f e cunda y

engendra verdades; estéril la otra y las mata.

En su órbita g iran los espír i tus mediocres . Evitan sa l i r de e l la y cruzar

espac ios nuevos ; rep i ten que es pre fe r i b l e l o ma lo conoc ido a l o bueno po r

conocer. Ocupados en disfrutar lo existente, cobran horror a toda innovación que

turbe su tranquilidad y les procure desasosiegos. Las ciencias, el heroísmo, las

originalidades, los inventos, la virtud misma, parécenles instrumentos del mal,

en cuanto desarticulan los resortes de sus errores: como en los salvajes, en los

niños y en las clases incultas.

Acostumbrados a copiar escrupulosamente los prejuicios del medio en que

viven, aceptan sin contralor las ideas desti ladas en el laboratorio social : como

esos en fe rmos de es tómago inse rv ib l e que se a l imentan con subs tanc ias ya

d ige r idas en lo f r ascos de l a s f a rmac ias . Su impotenc ia pa ra as imi l a r ideas

nuevas los constriñe a frecuentar las antiguas.

La Rutina, síntesis de todos los renunciamientos, es el hábito de renunciar

a pensar . En los rut inar ios todo es menor es fuerzo ; l a ac id ia aherrumbra su

inteligencia. Cada hábito es un riesgo, porque la familiaridad aviene a las cosas

detestab les y a l as personas ind ignas . Los actos que a l pr incipio provocaban

pudor , acaban por parecen natura les ; e l o jo percibe los tonos v io lentos como

simples matices, el oído escucha las mentiras con igual respeto que las verdades,

el corazón aprende a no agitarse por torpes acciones.

Los p re ju i c i o s son c r eenc i a s an te r i o r e s a l a obse rvac ión ; l o s j u i c i o s ,

exactos o erróneos, son consecutivos a ella. Todos los individuos poseen hábitos

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menta les ; l os conoc imientos adqui r idos fac i l i tan los ven ideros y marcan su

rumbo. En cierta medida nadie puede substraérseles. No son exclusivos de los

hombres mediocres; pero en ellos representan siempre una pasiva obsecuencia al

error ajeno. Los hábitos adquiridos por los hombres originales son genuinamente

suyos, le son intrínsecos: constituyen su criterio cuando piensan y su carácter

cuando actúan; son individuales e inconfundibles. Difieren substancialmente de

la Rutina, que es colectiva y siempre perniciosa, extrínseca al individuo, común

al rebaño: consiste en contagiarse los prejuicios que infestan la cabeza de los

demás . Aque l los ca racte r i zan a l os hombres ; é s ta empaña a l a s sombras . E l

individuo se plasma los primeros; la sociedad impone la segunda. La educación

oficial involucra ese peligro: intenta borrar toda originalidad poniendo iguales

prejuicios en cerebros dist intos . La acechanza pers iste en e l inevitable trato

mundano con hombres rut inar ios . E l contagio menta l f lota en la atmósfera y

acosa por todas partes; nunca se ha visto un tonto originalizado por contigüidad

y es frecuente que un ingenio se amodorre entre pazguatos. Es más contagiosa la

mediocridad que el talento.

Los rut inar ios razonan con la lóg ica de los demás. Disc ip l inados por e l

deseo ajeno, encalónanse en su casil lero social y se catalogan como reclutas en

las fi las de un regimiento. Son dóciles a la presión del conjunto, maleables bajo

e l peso de l a op in ión púb l i ca que l o s achata como un in f l ex ib l e l aminador .

Reduc idos a vanas sombras , v iven de l ju ic io a j eno ; se i gnoran a s í mismos ,

l imitándose a creerse como los creen los demás . Los hombres excelentes, en

cambio , desdeñan la opin ión a jena en la justa proporc ión en que respetan la

propia, siempre más severa, o la de sus iguales.

S o n z a f i o s , s i n c r e e r s e p o r e l l o d e s g r a c i a d o s . S i n o p r e s u m i e r a n d e

razonables, su absurdidad enternecería. Oyéndoles hablar una hora parece que

ésta tuviese mil minutos. La ignorancia es su verdugo, como lo fue otrora del

siervo y lo es aún del salvaje; ella los hace instrumentos de todos los fanatismos,

dispuestos a la domesticidad, incapaces de gestos dignos. Enviarían en comisión

a un lobo y un cordero, sorprendiéndose sinceramente si el lobo volviera solo.

Carecen de buen gusto y de aptitud para adquirirlo. Si el humilde guía de museo

no l o s de t i ene con ins i s t enc i a , pasan ind i f e r entes j un to a una madona de l

Angél i co o un re t ra to de Rembrandt ; a l a sa l ida se asombran ante cua lqu ie r

escaparate donde haya oleografías de toreros españoles o generales americanos.

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Ignoran que el hombre vale por su saber; niegan que la cultura es la más

honda fuente de la virtud. No intentan estudiar; sospechan, acaso, la esterilidad

de su esfuerzo, como esas mulas que por la costumbre de marchar al paso han

perdido el uso del galope. Su incapacidad de meditar acaba por convencerles de

que no hay prob lemas d i f íc i les y cua lquier re f lex ión paréce les un sarcasmo;

prefieren confiar en su ignorancia para adivinarlo todo. Basta que un prejuicio

sea inverosímil para que lo acepten y lo di fundan; cuando creen equivocarse,

podemos j u r a r que han comet i do l a imprudenc i a de pensa r . L a l e c tu r a l e s

produce efectos de envenenamiento. Sus pupilas se deslizan frívolamente sobre

centones absurdos; gustan de los más superficiales, de esos en que nada podría

aprender un espíritu claro, aunque resultan bastante profundos para empantanar

al torpe. Tragan sin digerir, hasta el empacho mental: ignoran que el hombre no

vive de lo que engulle, sino de lo que asimila. El atascamiento puede convertirlos

en eruditos y la repetición darles hábitos de rumiante. Pero, apiñar datos no es

ap rende r ; t r aga r no e s d i ge r i r . L a m á s i n t r é p i d a p a c i e n c i a n o h a c e d e u n

rutinario un pensador; la verdad hay que saber la amar y sentir . Las nociones

mal digeridas sólo sirven para atorar el entendimiento.

Pueblan su memoria con máximas de almanaque y las resucitan de tiempo

en t i empo , como s i fue ran sentenc ias . Su ce reb rac ión p reca r i a t a r tamudea

p e n s a m i e n t o s a d o c e n a d o s , h a c i e n d o g a l a d e s i m p l e z a s q u e s o n l a e s p u m a

inocente de su tonter ía . Incapaces de espolear su propia cabeza, renuncian a

cualquier sacri f ic io, a legando la inseguridad del resu l tado ; no sospechan que

“hay más placer en marchar hacia la verdad que en llegar a ella”.

Sus creencias, amojonadas por los fanatismos de todos los credos, abarcan

z o n a s c i r c u n s c r i t a s p o r s u p e r s t i c i o n e s p r e t é r i t a s . L l a m a n i d e a l e s a s u s

preocupaciones , s in adver t i r que son s imple rut ina embote l l ada , parod ias de

razón, opiniones sin juicio. Representan el sentido común desbocado, sin el freno

del buen sentido.

S o n p r o s a i c o s . N o t i e n e n a f á n d e p e r f e c c i ó n : l a a u s e n c i a d e i d e a l e s

impídeles poner en sus actos el grano de sal que poetiza la vida. Satúrales esa

humana tontería que obsesionaba a Flaubert insoportablemente. La ha descrito

en muchos personajes, tanta parte tiene en la vida real. Homais y Gournisieu son

sus prototipos; es imposible juzgar si es más tonto el racionalismo acometivo del

boticario librepensador o la casuística untuosa del eclesiástico profesional. Por

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eso los hizo felices, de acuerdo con su doctrina: “Ser tonto, egoísta, y tener una

buena salud, he ahí las tres condiciones para ser feliz. Pero si os falta la primera

todo está perdido”.

S ancho Panza e s l a enca rnac i ón pe r f e c t a de e s a an ima l i dad humana :

resume en su persona las más conspicuas proporciones de tontería, egoísmo y

sa lud. En hora para é l fat ídica l lega a maltratar a su amo, en una escena que

s imbo l i za e l desbordamiento v i l l ano de l a mediocr idad sobre e l . idea l i smo.

Horroriza pensar que escritores españoles, creyendo mitigar con ello los estragos

de la qu i joter ía , hanse tornado apo log is tas de l g rosero Panza . oponiendo su

bastardo sentido práctico a los quiméricos ensueños del caballero; hubo quien lo

encontró cordial, fiel, crédulo, iluso, en grado que lo hiciera un símbolo ejemplar

de pueblos. ¿Cómo no distinguir que el uno tiene ideales y el otro apetitos, el uno

dignidad y e l o t ro se rv i l i smo, e l uno fe y e l o t ro c redu l idad , e l uno de l i r ios

or ig ina les de su cabeza y e l ot ro absurdas creencias imitadas de la a jena? A

todos respondió con honda emoción el autor de la Vida de Don Quijote y Sancho,

donde el conflicto espiritual entre el señor y el lacayo se resuelve en la evocación

de las palabras memorables pronunciadas por el primero: “asno eres y asno has

de ser y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida”; dicen los

b ióg ra fos que Sancho l l o ró , has ta convencers e d e q u e p a r a s e r l o f a l t á b a l e

solamente la cola. El símbolo es cristiano. La moraleja no lo es menor: frente a

cada forjador de ideales se alinean impávidos mil Sanchos, como si para contener

e l advenimiento de la verdad hubieran de complotarse todas las huestes de la

estulticia.

E l r e s o l d e l a o r i g i n a l i d a d c i e g a a l h o m b r e r u t i n a r i o . H u y e d e l o s

pensadores alados, albino ante su luminosa reverberación. Teme embriagarse con

e l pe r fume de su e s t i l o . S i e s tuv i e se en su pode r l o s p rosc r i b i r í a en masa ,

restaurando la Inquisición o el Terror: aspectos equivalentes de un mismo celo

dogmatista.

Todos los rut inar ios son into lerantes ; su ex igua cu l tura los condena a

ser lo . De f ienden lo anacrón ico y lo absurdo ; no permiten que sus op in iones

sufran el contralor de la experiencia. Llaman hereje al que busca una verdad o

pers igue un idea l ; los negros queman a Bruno y Servet , los ro jos decapitan a

Lavoisier y Chenier. Ignoran la sentencia de Shakespeare: “El hereje no es el que

arde en la hoguera, sino el que la enciende”. La tolerancia de los ideales ajenos es

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virtud suprema en los que piensan. Es dif íci l para los semicultos; inaccesible.

Exige un perpetuo esfuerzo de equi l ibrio ante el error, de los demás; enseña a

soportar esa consecuencia legítima de la falibilidad de todo juicio humano. El que

se ha fatigado mucho para formar sus creencias, sabe respetar las de los demás.

La tolerancia es el respeto en los otros de una virtud propia; la f irmeza de las

convicciones, reflexivamente adquiridas, hace estimar en los mismos adversarios

un mérito cuyo precio se conoce.

Los hombres ru t ina r i o s descon f í an de su imag inac ión , s an t i guándose

cuando ésta les atribula con heréticas tentaciones. Reniegan de la verdad y de la

virtud si el las demuestran el error de sus prejuicios; muestran grave inquietud

cuando a lgu ien se a t reve a per turbar los . Ast rónomos hubo que se negaron a

mirar el cielo a través del telescopio, temiendo ver desbaratados sus errores más

firmes.

En toda nueva idea presienten un peligro; si les dijeran que sus prejuicios

son ideas nuevas , l l egar ían a c reer los pe l ig rosos . Esa i lus ión les hace dec i r

papa r ruchas con l a so l emne p rudenc i a de augures que t emen deso rb i t a r a l

mundo con sus profecías. Prefieren el silencio y la inercia; no pensar es su única

manera de no equivocarse. Sus cerebros son casas de hospedaje, pero sin dueño;

los demás piensan por ellos, que agradecen en lo íntimo ese favor.

E n t o d o l o q u e n o h a y p r e j u i c i o s d e f i n i t i v a m e n t e c o n s o l i d a d o s , l o s

rutinarios carecen de opinión. Sus ojos no saben distinguir la luz de la sombra,

coro los palurdos no distinguen el oro del dublé: confunden la, tolerancia con la

cobardía, la discreción con el servil ismo, la complacencia con la indignidad, la

simulación con el mérito. Llaman insensatos a los que suscriben mansamente los

e r ro re s consag rados y conc i l i ado res a l o s que r enunc i an a t ene r c r eenc i a s

propias: la originalidad en el pensar les produce escalofríos. Comulgan en todos

los altares, apelmazando creencias incompatibles y l lamando eclecticismo a sus

chafarrinadas; creen, por eso, descubrir una agudeza particular en el arte de no

comprometerse con ju ic ios dec i s ivos . No sospechan que l a duda de l hombre

superior fue siempre de otra especie, antes ya de que lo explicara Descartes: es

afán de rectificar los propios errores hasta aprender que toda creencia es falible

y que los idea les admiten per feccionamientos indef inidos . Los rut inar ios , en

cambio, no se corrigen ni se desconvencen nunca; sus prejuicios son como los

clavos: cuanto más se golpean más se adentran. Se tedian con los escritores que

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dejan rastro donde ponen la mano, denunciando una personalidad en cada frase,

máxime s i intentan subordinar e l est i lo de las ideas; pref ieren las desteñidas

lucubraciones de los autores apampanados, exentas de las aristas que dan relieve

a toda fo rma y cuyo mér i to cons i s te en t rans f i gura r vu lga r idades med iante

barrocos adjetivos. Si un ideal parpadea en las páginas, si la verdad hace crujir

el pensamiento en las frases, los l ibros parécenles material de hoguera; cuando

e l los pueden ser un punto luminoso en e l porvenir o hacia la per fecc ión, los

rutinarios les desconfían.

La ca ja cerebra l de l hombre rut inar io es un a lha je ro vac ío . No pueden

razonar por sí mismos, como si el seso les faltara. Una antigua leyenda cuenta

que cuando e l c reador pobló e l mundo de hombres , comenzó por fabr icar los

cuerpos a guisa de maniquíes . Antes de lanzar los a la c irculación levantó sus

ca lotas craneanas y l lenó las cavidades con pastas d iv inas , amalgamando las

ap t i tudes y cua l idades de l e sp í r i tu , buenas y m a l a s . F u e r a i m p r e v i s i ó n a l

calcular las cantidades, o desal iento al ver los primeros ejemplares de su obra

maest ra , quedaron muchos s in mezc la y fueron env iados a l mundo s in nada

dentro. Tal legendario or igen expl icar ía la existencia de hombres cuya cabeza

tiene una significación puramente ornamental.

Viven de una vida que no es vivir . Crecen y mueren como las plantas. No

necesitan ser curiosos ni observadores. Son prudentes, por def inición, de una

prudencia desesperante: si uno de ellos pasara junto al campanario inclinado de

Pisa, se alejaría de él, temiendo ser aplastado. El hombre original, imprudente,

se detiene a contemplarlo; un genio va más lejos; trepa al campanario, observa,

medita, ensaya, hasta descubrir las leyes más altas de la física. Galileo.

Si la humanidad hubiera contado solamente con los rutinarios, nuestros

conocimientos no excederían de los que tuvo el ancestral hominidio. La cultura

es e l f ruto de la curiosidad, de esa inquietud mister iosa que invita a mirar e l

fondo de todos los ab ismos. E l ignorante no es cur ioso ; nunca interroga a la

naturaleza. Observa Ardigó que las personas vulgares pasan la vida entera viendo

la luna en su sitio, arriba, sin preguntarse por qué está siempre allí , sin caerse;

más bien creerán que el preguntárselo no es propio de un hombre cuerdo. Dirían

q u e e s t á a l l í p o r q u e e s s u s i t i o y e n c o n t r a r á n e x t r a ñ o q u e s e b u s q u e l a

explicación de cosa tan natural. Sólo el hombre de buen sentido, que cometa la

incorrección de oponerse al sentido común, es decir, un original o un genio — que

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en esto se homologan— , puede formular la pregunta sacrí lega: ¿por qué la luna

está a l l í y no cae? Ese hombre que osa desconfiar de la rutina es Newton, .un

a u d a z a q u i e n i n c u m b e a d i v i n a r a l g ú n p a r e c i d o e n t r e l a p á l i d a l á m p a r a

suspendida en e l c i e l o y l a manzana que cae de l á r bo l mec ido po r l a b r i s a .

Ningún rut inar io habr ía descubierto que una misma fuerza hace g i rar la luna

hacia arriba y caer la manzana hacia abajo.

En esos hombres, inmunes a la pasión de la verdad, supremo ideal a que

sacrifican su vida pensadores y fi lósofos, no caben impulsos de perfección. Sus

inte l igencias son como las aguas muertas ; se pueblan de gérmenes nocivos y

a c a b a n p o r d e s c o m p o n e r s e . E l q u e n o c u l t i v a s u m e n t e , v a d e r e c h o a l a

disgregación de su personalidad. No desbaratar la propia ignorancia es perecer

en vida. Las tierras fértiles se enmalezan cuando no son cultivadas; los espíritus

rutinarios se pueblan de prejuicios, que los esclavizan.

2. Los Estigmas de la Mediocridad Intelectual.

En el verdadero hombre mediocre la cabeza es un simple adorno del cuerpo.

S i nos oye dec i r que s i rve para pensar , c ree que estamos locos . D i r ía que lo

estuvo Pascal s i leyera sus palabras decis ivas : “Puedo concebir un hombre sin

manos, sin pies; l legaría hasta concebir lo sin cabeza , s i l a exper ienc ia no me

enseñara que por ella se piensa. Es el pensamiento lo que caracteriza al hombre;

sin él no podemos concebirlo” (Pensées; XXIII). Si de esto dedujéramos que quien

no piensa no existe, la conclusión le desternillaría de risa.

Nac ido s in « e spr i t de f inesse » , desespera r í a se en vano por adqu i r i r l o .

Carece de perspicacia adivinadora; está condenado a no adentrarse en las cosas o

en las personas. Su tontería no presenta soluciones de continuidad. Cuando la

envidia le corroe, puede atornasolarse de agridulces perversidades; fuera de tal

c a s o , d i r í a s e q u e e l a r m i ñ o d e s u c a n d o r n o p r e s e n t a u n a s o l a m a n c h a d e

ingenio.

El mediocre es so lemne. En la pompa grandí locua de las exter ior idades

b u s c a u n d i s f r a z p a r a s u í n t i m a o q u e d a d ; a c o m p a ñ a c o n f o f a r e t ó r i c a l o s

mín imos actos y pronunc ia pa labras insubstanc ia les , como s i l a Humanidad

entera quisiese oír las . Las mediocracias exigen de sus actores cierta seriedad

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convencional, que da importancia en la fantasmagoría colectiva. Los exitistas lo

saben; se adaptan a ser esas vacuas «personalidades de respeto», certeramente

a c r i b i l l a d a s p o r S t i r n e r y e x p u e s t a s p o r N i e t z s c h e a l a b u r l a d e t o d a s l a s

posteridades. Nada hacen por dignificar su yo verdadero, afanándose tan sólo por

i n f l a r s u f a n t a s m a s o c i a l . E s c l a v o s d e l a s o m b r a q u e s u s a p a r i e n c i a s h a n

proyectado en la opinión de los demás, acaban por preferir la a s í mismos. Ese

culto de la sombra obl ígalos a vivir en continua alarma; suponen que basta un

momento de distracción para comprometer la obra pacientemente elaborada en

muchos años. Detestan la r isa, temerosos de que el gas pueda escaparse por la

comisura de los labios y el globo se desinfle. Destituirían a un funcionario del

Estado si le sorprendieran leyendo a Boccaccio, Quevedo o Rabelais; creen que el

buen humor compromete la respetuosidad y estimula el hábito anarquista de reír.

Constreñidos a vegetar en horizontes estrechos, l legan hasta desdeñar todo lo

ideal y todo lo agradable, en nombre de lo inmediatamente provechoso. Su miopía

mental impídeles comprender el equilibrio supremo entre la elegancia y la fuerza,

l a b e l l e z a y l a s a b i d u r í a . “Donde creen descubr i r l as g rac ias de l cuerpo , l a

agilidad, la destreza, la flexibilidad, rehúsan los dones del alma: la profundidad,

la reflexión, la sabiduría. Borran de la historia que el más sabio y el más virtuoso

de los hombres — Sócrates— bailaba”. Esta aguda advertencia de Montaigne, en

l o s E n s a y o s , m e r e c i ó u n a c o r r o b o r a c i ó n d e P a s c a l e n s u s P e n s a m i e n t o s :

“Ordinariamente suele imaginarse a Platón y Aristóteles con grandes togas y como

personajes graves y serios. Eran buenos sujetos, que jaraneaban, como los demás,

en el seno de la amistad. Escribieron sus leyes y sus retratos de pol ít ica para

distraerse y divert irse ; ésa era la parte menos f i losóf ica d e s u v i d a . L a m á s

filosófica era vivir sencilla y tranquilamente”. El hombre mediocre que renunciara

a su solemnidad, quedaría desorbitado; no podría vivir.

Son modestos, por principio. Pretenden que todos lo sean, exigencia tanto

más fácil por cuanto en ellos sobra la modestia, desde que están desprovistos de

m é r i t o s v e r d a d e r o s . C o n s i d e r a n t a n n o c i v o a l q u e a f i r m a l a s p r o p i a s

superioridades en voz alta como al que ríe de sus convencionalismos suntuosos.

Llaman modestia a la prohibición de reclamar los derechos naturales del genio,

de la santidad o del heroísmo. Las únicas víct imas de esa fa lsa virtud son los

hombre s exce l en t e s , c ons t r eñ idos a no pe s t añea r m ien t r a s l o s env id i o so s

empañan su gloria. Para los tontos nada más fácil que ser modestos: lo son por

necesidad irrevocable; los más inflados lo f ingen por cálculo, considerando que

esa actitud es e l complemento necesario de la solemnidad y deja sospechar la

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existencia de méritos pudibundos. Heine di jo: “Los charlatanes de la modestia

s o n l o s p e o r e s d e todos”. Y Goe the s en tenc ió : “Solamente los br ibones son

modestos”. E l l o n o o b s t a p a r a q u e e s a r e p u t a c i ó n s e a u n t e s o r o e n l a s

mediocracias. Se presume que el modesto nunca pretenderá ser original, ni alzará

su palabra, ni tendrá opiniones peligrosas, ni desaprobará a los que gobiernan,

n i b l a s f e m a r á d e l o s d o g m a s s o c i a l e s : e l h o m b r e q u e a c e p t a e s a m á s c a r a

hipócrita renuncia a vivir más de lo que permiten sus cómplices. Hay, es cierto,

otra forma de modestia, estimable como virtud legítima: es el afán decoroso de no

gravitar sobre los que nos rodean, sin declinar por ello la más leve partícula de

nuestra dignidad. Tal modestía es un simple respeto de sí mismo y de los demás.

Esos hombres son ra ros ; comparados con los f a l sos modestos , son como los

tréboles de cuatro hojas. Fracasados hay que se creen genios no comprendidos y

s e r e s i g n a n a s e r m o d e s t o s p a r a c o m p l a c e r a l a m e d i o c r a c i a q u e p u e d e

transformarlos en funcionarios; y son mediocres, lo mismo que los otros, con más

la cataplasma de la modestia sobre las úlceras de su mediocridad. En ellos, como

sentenció La Bruyére, “la falsa modestia es el último refinamiento de la vanidad”.

La mentira de Tartarín es ridícula; pero la de Tartufo es ignominiosa.

A d o r a n e l s e n t i d o c o m ú n , s i n s a b e r d e s e g u r o e n q u é c o n s i s te;

confúndenlo con el buen sentido, que es su s íntesis . Dudan cuando las demás

resuelven dudar y son eclécticos cuando los otros lo son: llaman eclecticismo al

sistema de los que, no atreviéndose a tener ninguna opinión, se apropian de todo

un poco y logran encender una ve la en e l a l tar de cada santo . Temerosos de

pensar, como si fincasen en ello el pecado mayor de los siete capitales, pierden la

aptitud para todo juicio; por eso cuando un mediocre es juez, aunque comprenda

que su deber es hacer justicia, se somete a la rutina y cumple el triste oficio de

no hacerla nunca y embrollarla con frecuencia.

E l t e m o r d e c o m p r o m e t e r s e l e s l l e v a a s i m p a t i z a r c o n u n p r e c a v i d o

escepticismo. Bueno es desconfiar del hipócrita que elogia todo y del fracasado

que todo lo encuentra detestable; pero es cien veces menos estimable el hombre

incapaz de un s í y de un no, e l que vac i la para admirar lo d igno y execrar lo

miserable. En el pr imer capítulo de los Caracteres parece refer irse a e l los , La

Bruyére, en un párrafo copiado por Hello: “Pueden llegar a sentir la belleza de un

manuscrito que se les lee, pero no osan declarar en su favor hasta que hayan visto

su curso en el mundo y escuchado la opinión de los presuntos competentes; no

arriesgan su voto, quieren ser l levados por la multitud. Entonces dicen que han

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sido los primeros en aprobar la obra y cacarean que el público es de su opinión”.

Temerosos de juzgar por s í mismos , se cons ideran ob l i gados a dudar de l os

j ó v e n e s ; e l l o n o l e s i m p i d e , d e s p u é s d e s u t r i u n f o , d e c i r q u e f u e r o n s u s

de scub r ido re s . En tonces p rod í gan l e s j u r amentos de e sc l av i tud que l l aman

palabras de estímulo: son el homenaje de su pavor inconfesable. Su protección a

toda superioridad ya irresistible, es un anticipo usuario sobre la gloria segura:

prefieren tenerla propicia a sentirla hostil.

Hacen mal por imprevisión o por inconsciencia, como los niños que matan

gorriones a pedradas. Traicionan por descuido. Comprometen por distracción.

Son incapaces de guardar un secreto; confiárselo equivale a ocultar un tesoro en

caja de vidrio. Si la vanidad no les tienta, suelen atravesar la penumbra sin herir

n i ser her idos , l levando a cuestas c ierto opt imismo de Pangloss . A fuerza de

pac i enc i a pueden adqu i r i r a l guna hab i l i d ad pa r c i a l , c omo e so s au tómata s

perfeccionados que honran a la jugueter ía moderna: podr ía concedérse les una

e spec i e de v i v eza , qu i s i co sa de l s e r y de l no s e r , i n t e rmed i a r i a en t r e una

estupidez complicada y una travesura inocente. Juzgan las palabras sin advertir

que ellas se refieren a cosas; se convencen de lo que ya tiene un sitio marcado en

s u m o l l e r a y m u é s t r a n s e e s q u i v o s a l o q u e n o e n c a j a e n s u e s p í r i t u . S o n

fe l igreses de la palabra; no ascienden a la idea ni conciben el ideal . Su mayor

i n g e n i o e s s i e m p r e v e r b a l y s ó l o l l e g a n a l c h a s c a r r i l l o , q u e e s u n a

prestidigitación de palabras; tiemblan ante los que pueden jugar con las ideas y

producir esa gracia del espíritu que es la paradoja. Mediante ésta se descubren

los puntos de vista que permiten concil iar los contrarios y se enseña que toda

creencia es relativa al que la cree pudiendo sus contrarias ser creídas por otros

al mismo tiempo.

La mediocridad intelectual hace al hombre solemne, modesto, indeciso y

obtuso. Cuando no le envenenan la vanidad y la envidia, diríase que duerme sin

soñar. Pasea su vida por las l lanuras; evita mirar desde las cumbres que escalan

los videntes y asomarse a los precipicios que sondan los elegidos. Vive entre los

engranajes de la rutina.

3. La Maledicencia: Una Alegoría de Bottlcelli.

Si se l imitaran a vegetar, agobiados como car iát ides ba jo e l peso de sus

atributos, los hombres sin ideales escaparían a la reprobación y a la alabanza.

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Circunscritos a su órbita, serían tan respetables como los demás objetos que nos

rodean. No hay culpa en nacer sin dotes excepcionales; no podría exigírseles que

t r epa r an l a s cue s t a s r i s co sa s po r donde a s c i enden l o s i ngen io s p r ec l a ro s .

Merecerían la indulgencia de los espíritus privilegiados, que no la rehúsan a los

imbéciles inofensivos. Estos últimos, con ser más indigentes, pueden justificarse

ante un optimismo risueño: zurdos en todo, rompen el tedio y hacen parecer la

vida menos larga, divirtiendo a los ingeniosos y ayudándolos a andar el camino.

Son buenos compañeros y depositan e l . , bazo durante la marcha: habr ía que

agradecerles los servicios que prestan sin sospecharlo. Los mediocres, lo mismo

q u e l o s i m b é c i l e s , s e r í a n a c r e e d o r e s a e s a a m a b l e t o l e r a n c i a m i e n t r a s s e

mantuvieran a la capa; cuando renuncian a imponer sus rut inas son senci l los

e jemplares de l rebaño humano, s iempre d ispuest o s a o f r e c e r s u l a n a a l o s

pastores.

Desgraciadamente, suelen olvidar su inferior jerarquía y pretenden tocar la

zampoña, con la irrisoria pretensión de sus desafinamientos. Tórnanse entonces

pel igrosos y nocivos . Detestan a los que no pueden igualar , como s i con só lo

existir los ofendieran. Sin alas para elevarse hasta el los, deciden rebajarlos: la

exigüidad del propio val imiento les induce a roer e l mérito a jeno. Clavan sus

dientes en toda reputación que les humilla, sin sospechar que nunca es más vil

la conducta humana. Basta ese rasgo para distinguir al doméstico del digno, al

ignorante del sabio, al hipócrita del virtuoso, al vi l lano del genti l hombre. Los

lacayos pueden hozar en la fama; los hombres excelentes no saben envenenar la

vida ajena.

Ningun a e s c e n a a l e g ó r i c a p o s e e m á s h o n d a e l o c u e n c i a q u e e l c u a d r o

f a m o s o d e S a n d r o B o t t i c e l l i . L a c a l u m n i a i n v i t a a m e d i t a r c o n d o l o r o s o

recogimiento; en toda la Galería de los Oficios parecen resonar las palabras que

el artista — no lo dudamos— quiso poner en labios de la Verdad, para consuelo de

la víctima: en su encono está la medida de su mérito...

La Inocencia yace, en el centro del cuadro, acoquinada bajo el infame gesto

de la Calumnia. La Envidia la precede; el Engaño y la Hipocresía la acompañan.

Todas las pasiones viles y traidoras suman su esfuerzo implacable para el triunfo

del mal. El Arrepentimiento mira de través hacia el opuesto extremo, donde está,

como siempre sola y desnuda, la Verdad; contrastando con el salvaje ademán de

sus enemigas , e l la levanta su índ ice a l c ie lo en una t ranqui la ape lac ión a l a

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justicia divina. Y mientras la víctima junta sus manos y las tiende hacia ella, en

una súplica infinita y conmovedora, el juez Midas presta sus vastas orejas a la

Ignorancia y la Sospecha.

En esta apasionada reconstrucción de un cuadro de Apeles, descrito por

Luc iano , pa rece adqu i r i r d ramát icas f i rmezas e l suave p ince l que desborda

dulzuras en la Virgen del granado y el San Sebastián, invita al remordimiento con

La abandonada, sant i f ica la v ida y e l amor en la A legr ía de la pr imavera y e l

Nacimiento de Venus.

Los mediocres , más inc l inados a la h ipocres ía que a l odio , pre f ieren la

ma led icenc ia sorda a l a ca lumnia v io lenta . Sab iendo que és ta es c r imina l y

arriesgada, optan por la primera, cuya infamia es subrepticia y suti l . La una es

a u d a z ; l a o t r a c o b a r d e . E l c a l u m n i a d o r d e s a f í a e l c a s t i g o , s e e x p o n e ; e l

maldiciente lo esquiva. El uno se aparta de la mediocridad, es antisocial, tiene el

valor de ser delincuente; el otro es cobarde y se encubre con la complicidad de

sus iguales, manteniéndose en la penumbra.

Los maldicientes f lorecen doquiera: en los cenáculos, en los clubs, en las

academias, en las familias, en las profesiones, acosando a todos los que perfilan

alguna original idad. Hablan a media voz, con recato, constantes en su afán de

ta ladrar l a d icha a jena , sombrando a puñados l a semi l l a de todas l as yerbas

venenosas. La maledicencia es una serpiente que se insinúa en la conversación

de los envilecidos; sus vértebras son nombres propios, articuladas por los verbos

más equ ívocos de l d i cc ionar io pa ra a r ras t ra r un cuerpo cuyas e scamas son

calificativas pavorosos.

V ier ten la in famia en todas l as copas t ransparentes , con seren idad de

Borgias; las manos que la manejan parecen de prestidigitadores, diestras en l a

manera y amables en la forma. Una sonrisa, un levantar de espaldas, un fruncir

la f rente como subscr ib iendo a la posib i l idad del mal , bastan para macular la

probidad de un hombre o el honor de una mujer. El maldiciente, cobarde entre

todos los envenenadores, está seguro de la impunidad; por eso es despreciable.

No a f i rma, pero ins inúa; l lega hasta desmentir imputaciones que nadie hace,

c o n t a n d o c o n l a i r r e s p o n s a b i l i d a d d e h a c e r l a s e n e s a f o r m a . M i e n t e c o n

espontaneidad, como respira. Sabe seleccionar lo que converge a la detracción.

Dice distraídamente todo el mal de que no está seguro y calla con prudencia todo

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el bien que sabe. No respeta las virtudes íntimas ni los secretos del hogar, nada;

inyecta la gota de ponzoña que asoma como una irrupción en sus labios irritados,

hasta que por toda la boca, hecha una pústula, el interlocutor espera ver salir ,

en vez de lengua, un estilete.

S in cobardía , no hay maledicencia . E l que puede gr i tar cara a cara una

injuria, el que denuncia a voces un vicio ajeno, el que acepta los riesgos de sus

decires, no es un maldiciente. Para serlo es menester temblar ante la idea del

castigo posible y cubrirse con las máscaras menos sospechosas. Los peores son

los que maldicen elogiando: templan su aplauso con arremangadas reservas, más

graves que las peores imputaciones . Ta l ba jeza en e l pensar es una ins id iosa

manera de pract icar e l mal , de e fectuar lo potencia lmente . s in e l va lor de la

acción rectilínea.

Si estos bas i l i scos par lantes poseen a lgún barniz de cultura , pretenden

encubrir su infamia con el pabellón de la espiritualidad. Vana esperanza; están

condenados a pe r segu i r l a g rac ia y t ropezar con l a pe r f id i a . Su bur l a no es

sonrisa, es mueca. El ejercicio puede tornarles fácil la malignidad zumbona, pero

e l la no se confunde con la i ronía sagaz y justa. La i ronía es la perfección del

ingenio, una convergencia de intención y de sonrisa aguda en la oportunidad y

justa en la medida; es un cronómetro, no anda mucho, sino con precisión. Eso lo

ignora el mediocre. Lees más fácil ridiculizar una sublime acción que imitarla. En

las sobremesas suba l ternas su d icac idad urt icante puede confundi rse con la

gracia, mientras le ampara la complicidad maldiciente; pero fáltale el aticismo

sano de l que todo perdona en fuerza de comprender lo todo y esa intel igencia

cristalina que permite descifrar la verdad en la entraña misma de las cosas que

e l v a i v é n m u n d a n o s o m e t e a n u e s t r a e x p e r i e n c i a . E s o s o f i c i o s t i e n e n

malignidades perversas por su misma falta de hidalguía; disfrazan de mesurada

cond o l e n c i a e l e n c o n o d e s u i n f e r i o r i d a d h u m i l l a d a . L o s c a l u m n i a d o r e s

minúscu los son más te r r ib l es , como l as fuerzas mo lecu la res que nad ie ve y

ca rcomen los meta les más nob les . Nada teme e l ma ld ic iente a l sembrar sus

añagazas de esterquilinio; sabe que tiene a su espalda un innumerable jabardil lo

de cómplices, regoci jados cada vez que un espíritu omiso los confabula contra

una estrella.

E l e sc r i to r med ioc re e s peo r po r su e s t i l o que po r su mora l . Rasguña

t ímidamente a los que envid ia ; en sus co l lonadas se nota la temperancia del

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miedo, como si le erizaran los peligros de la responsabil idad. Abunda entre los

malos escr i tores , aunque no todos los mediocres consiguen ser lo ; muchos se

l imitan a ser terriblemente aburridos, acosándonos con volúmenes que podrían

term i n a r e n e l p r i m e r p á r r a f o . S u s p á g i n a s e s t á n e m b a l u m a d a s d e l u g a r e s

comunes, como los ejercicios de las guías políglotas. Describen dando tropiezos

cont ra l a r ea l i dad ; son ob j e t i vos que ope ran y no r e to r tas que des t i l an ; s e

desesperan pensando que l a ca lcoman ía no f i gu ra en t re l a s be l l a s a r t e s . S i

acometen la l iteratura, diríase que Vasco da Gama emprende el descubrimiento

de todos los lugares comunes, sin vislumbrar el cabo de una buena esperanza; si

chapalean la ciencia, su andar es de mula montañesa, deteniéndose a rumiar el

pienso pastado medio siglo antes por sus predecesores. Esos fieles de la rapsodia

y d e l a p a r á f r a s i s p r a c t i c a n e s a p u d i b u n d a m o d e s t i a q u e e s s u m e n t i r a

convencional; se admiran entre sí, como solidaridad de logia, execrando cualquier

soplo de ciclón o revoloteo de águila. Palidecen ante el orgullo desdeñoso de los

hombres cuyos ideales no sufren inflexiones; fingen no comprender esa virtud de

santos y de sabios, supremo desprecio de todas las mentiras por ellos veneradas.

El escritor mediocre, tímido y prudente, resulta inofensivo. Solamente la envidia

puede encelarle; entonces prefiere hacerse crítico.

E l mediocre par lante es peor por su mora l que por su est i lo ; su lengua

centuplícase en copiosidades acicaladas y las palabras ruedan sin la traba de la

ulterioridad. La maledicencia oral tiene eficacias inmediatas, pavorosas. Está en

t o d a s p a r t e s , a g r e d e e n c u a l q u i e r m o m e n t o . C u a n d o s e r e ú n e n e s p í r i t u s

pazguatos , para turnarse en dec i r pavadas s in interés para qu ien las oye , e l

terreno es propicio para que el más alevoso comience a maldecir de algún ilustre,

reba jándolo hasta su propio n ive l . La e f icac ia de la d i famación arra iga en la

complacencia tácita de quienes la escuchan, en la cobardía colectiva de cuantos

pueden escucharla sin indignarse; moriría si el los no le hicieran una atmósfera

vital. Ése es su secreto. Semejante a la moneda falsa, es circulada sin escrúpulos

por muchos que no tendrían el valor de acuñarla.

L a s l e n g u a s m á s a c i b a r a d a s s o n l a s d e a q u e l l o s q u e t i e n e n m e n o s

autoridad moral, como enseña Moliere desde la primera escena de Tartufo:

"Ceut de qui la conduite of f re le p lus á v ire , sont toujours sur autr i les

prentiers a médire"1

1 “Aquéllos en quienes la conducta se presta más a risa, son siempre, los primeros en hablar mal de los demás”

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Diríase que empañan la reputación ajena para disminuir el contraste con la

p rop i a . Eso no exc luye que ex istan casquivanos cuya cu lpa es inconsc iente ;

maldicen por ociosidad o por, diversión, sin sospechar donde conduce el camino

en que se aventuran. Al contar una falta ajena ponen cierto amor propio en ser

interesantes, aumentándola, adornándola, pasando insensiblemente de la verdad

a la mentira, de la torpeza a la infamia, de la maledicencia a la calumnia. ¿Para

qué evocar las palabras memorables de la comedia de Beaunlarchais?

4. El Sendero de la Gloria.

E l h o m b r e m e d i o c r e q u e s e a v e n t u r a e n l a l i za soc ia l t i ene apet i tos

urgentes : e l éx i to . No sospecha que ex is te ot ra cosa , l a g lor ia , ambic ionada

solamente por los caracteres superiores. Aquél es un triunfo efímero, al contado;

és ta es de f in i t iva , inmarces ib le en los s ig los . E l uno se mendiga ; l a o t r a s e

conquista.

Es desprec iab le todo cor tesano de l a mediocrac ia en que v ive ; t r iun fa

humillándose, reptando, a hurtadil las, en la sombra, disfrazado, apuntalándose

en la complicidad de innumerables similares. El hombre de mérito se adelanta a

su t i empo, l a pup i la puesta en un idea l ; se impone dominando , i luminando ,

fustigando, en plena luz, a cara des cubierta, sin humil larse, ajeno a todos los

embozamientos del servilismo y de la intriga.

La popularidad tiene pel igros. Cuando la multitud clava sus o jos por vez

p r imera en un hombre y l e ap laude , l a lucha empieza : desgrac iado qu ien se

olvida de sí mismo para pensar solamente en los demás. Hay que poner más lejos

la intención y la esperanza, resistiendo las tentaciones del aplauso inmediato; la

gloria es más difícil, pero más digna.

La vanidad empuja al hombre vulgar a perseguir un empleo expectable en

la administración del Estado, indignamente si es necesario; sabe que su sombra

lo necesita. El hombre excelente se reconoce porque es capaz de renunciar a toda

prebenda que tenga por precio una partícula de su dignidad. El genio se mueve

en su órbita propia, sin esperar sanciones ficticias de orden político, académico o

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mundano; se revela por la perennidad de su irradiación, como si fuera su vida un

perpetuo amanecer.

El que f lota en la atmósfera como una nube, sostenido por el viento de la

complicidad ajena, puede abocadar por la adulación lo que otros deberían recibir

por sus aptitudes; pero quien obtiene favores sin tener méritos, debe temblar:

fracasará después, cien veces, en cada cambio de viento. Los nobles ingenios sólo

confían en sí mismos, luchan, salvan los obstáculos, se imponen. Sus caminos

son propiamente suyos; mientras el mediocre se entrega al error colectivo que le

arrastra , e l super ior va contra é l con energías inagotables , hasta despejar su

ruta.

Merecido o no, el éxito es el alcohol de los que combaten. La primera vez

embriaga; e l espír i tu se aviene a é l insensib lemente; después se convierte en

imprescindib le necesidad. El pr imero, grande o pequeño , e s pe r tu rbador . Se

s iente una indec is ión ext raña , un cosqu i l l eo mora l que de le i ta y molesta a l

mismo tiempo, como la emoción del adolescente que se encuentra a solas por vez

primera con una mujer amada: emoción tierna y violenta, estimula e inhibe a la

vez, instiga y amilana.

Mirar de frente al éxito, equivale a asomarse a un precipicio: se retrocede a

t iempo o se cae en é l para s iempre. Es un abismo irres ist ib le , como una boca

juvenil que invita al beso; pocos retroceden. Inmerecido, es un castigo, un filtro

que envenena la vanidad y hace in fe l iz para s iempre ; e l hombre super ior , en

cambio, acepta como simple anticipación de la gloria ese pequeño tributo de la

mediocridad, vasalla de sus méritos.

Se p r e s en t a b a j o c i en a spec to s , t i en t a de m i l m a n e r a s . N a c e p o r u n

accidente inesperado, llega por senderos invisibles. Basta el simple elogio de un

maestro est imado, e l aplauso ocasional de una mult itud, la conquista fáci l de

una he rmosa mu je r ; t odos se equ iva l en , embr i agan l o mi smo . Co r r i endo e l

tiempo, tórnase imposible eludir el hábito de esta embriaguez; lo único difícil es

iniciar la costumbre, como para todos los vicios. Después no se puede vivir sin el

tósigo vivif icador y esa ansiedad atormenta la existencia del que no tiene alas

p a r a a s c e n d e r s i n l a a y u d a d e c ó m p l i c e s y d e p i l o t o s . P a r a e l h o m b r e

acomodaticio hay una certidumbre absoluta: sus éxitos son i lusorios y fugaces,

por humil lante que le haya s ido obtener los . Ignorando que e l árbol espir i tual

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t i e n e f r u t o s , s e p r e o c u p a p o r c o s e c h a r l a h o j a r a s c a ; v i v e d e l o a l e a t o r i o ,

acechando las ocasiones propicias.

Los grandes cerebros ascienden por la senda exclusiva del mérito; o por

ninguna. Saben que en las mediocracias se suelen seguir otros caminos; por eso

no se sienten nunca vencidos, ni sufren de un contraste más de lo que gozan de

un éxito ; ambos son obra de los demás. La g lor ia depende de e l los mimos. E l

é x i t o l e s pa r ece un s imp l e r e conoc imien to de su de r echo , un impues to de

admiración que se les paga en vida. Taine conoció en su juventud el goce del

maes t ro que ve concur r i r a sus l e cc iones un t rope l de a lumnos ; Moza r t ha

nar rado l as de l i c ias de l compos i to r cuyas me lod ías vue lven a los l ab ios de l

t ranseúnte que s i lba para darse va lor a l a t ravesar de noche una encruc i jada

solitaria; Musset conf iesa que fue una de sus grandes voluptuosidades o í r sus

versos recitados por mujeres bellas; Castelar comentó la emoción del orador que

escucha e l aplauso f renét ico tr ibutado por mi les de hombres . El fenómeno es

c o m ú n , s i n s e r n u e v o . J u l i o C é s a r , a l h i s to r i a r sus campañas , t r a sunta l a

ebriedad salvaje del que conquista pueblos y aniqui la hordas; los biógrafos de

Beethoven nar ran su impres ión pro funda cuando se vo lv ió a contemplar l as

ovaciones que su sordera le impedía oír, al estrenar la Novena sinfonía; Stendhal

ha dicho, con su ática gracia original, las fruiciones del amador afortunado que

ve sucesivamente a sus pies, temblorosas de fiebre y ansiedad, a cien mujeres.

El éxito es benéf ico s i es merecido; exalta la personal idad, la est imula.

Tiene otr a v i r tud : de s t i e r r a l a env id i a , ponzoña incu rab l e en l o s e sp í r i tu s

mediocres . Tr iunfar a t iempo, merecidamente, es e l más favorable rocío para

c u a l q u i e r g e r m e n d e s u p e r i o r i d a d m o r a l . E l t r i u n f o e s u n b á l s a m o d e l o s

sentimientos, una l ima eficaz contra las asperezas de l carácter . E l éx ito es e l

mejor lubricante del corazón; el fracaso es su más urticante corrosivo.

La popu la r idad o l a f ama sue len da r t r ans i to r i amente l a i l u s ión de l a

g lo r i a . Son sus fo rmas espur i as y suba l te rnas , ex tensas pe ro no p ro fundas ,

esplendorosas pero fugaces. Son más que el simple éxito, accesible al común de

los morta les ; pe ro son menos que l a g lo r i a , exc lus ivamente rese rvada a l os

hombres superiores. Son oropel , piedra falsa, luz de arti f icio. Manifestaciones

d i rectas de l entus ias m o g r e g a r i o y , p o r e s o m i s m o , i n f e r i o r e s : a p l a u s o d e

mul t i tud , con a lgo de f renes í inconsc iente y comunicat ivo . La g lo r ia de los

pensadores, fi lósofos y artistas. que traducen su genialidad mediante la palabra

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escrita, es lenta, pero estable; sus admiradores están dispersos, ninguno aplaude

a solas. En el teatro y en la asamblea la admiración es rápida y barata, aunque

i lusor ia ; los oyentes se sugest ionan rec íprocamente , suman su entus iasmo y

tallan en ovaciones. Por eso cualquier histrión de tres al cuarto puede conocer el

triunfo más cerca que Aristóteles o Spinoza; la intensidad, que es el éxito, este

en razón inversa de la duración, que es la gloria. Tales aspectos caricaturescos

de la celebr idad dependen de una aptitud secundaria del actor o de un estado

accidental de la mental idad colect iva. Amenguada la aptitud o transpuesta la

circunstancia, vuelven ala sombra y asisten en vida a sus propios funerales.

Entonces pagan ca ra su noto r i edad ; v i v i r en pe rpe tua nos ta l g i a e s su

martirio. Los hijos del éxito pasajero deberían morir al caer en la orfandad. Algún

poeta melancólico escribió que es hermoso vivir de los recuerdos: frase absurda.

El lo equivale a agonizar . Es la dicha del pintor maniatado por la ceguera, del

jugador que mira el tapete y no puede arriesgar una sola ficha.

En la vida se es actor o público, timonel o galeote. Es tan doloroso pasar

del timón al remo, como salir del escenario para ocupar una butaca, aunque ésta

s ea de p r imera f i l a . E l que ha conoc ido e l ap l auso no s abe r e s i gna r s e a l a

oscuridad; ésa es la parte más cruel de toda preeminencia fundada en el capricho

ajeno o en aptitudes físicas transitorias. El público oscila con la moda; el físico

se gasta. La fama de un orador, de un esgrimista o de un comediante, sólo dura

l o que una j uventud; la voz, las estocadas y los gestos se acaban a lguna vez,

dejando lo que en el bello decir dantesco representa el dolor sumo: recordar en la

miseria el tiempo feliz.

Para estos triunfadores accidentales, el instante en que se disipa su error

debería ser e l ú l t imo de la v ida. Volver a la rea l idad es una suprema tr isteza.

P r e f e r i b l e e s q u e u n O t e l o e x c e s i v o m a t e d e v e r a s s o b r e e l t a b l a d o a u n a

Desdémona próxima a envejecer, o desnucarse el acróbata en un salto prodigioso,

o rompérse le un aneur i sma a l orador mientras hab la a c ien mi l hombres que

aplauden, o ser apuñalado un Don Juan por la amante más hermosa y sensual .

Ya que se mide la v ida por sus horas de d icha convendr ía despedi rse de e l la

sonriendo, mirándola de f rente, con dignidad, con la sensació n d e q u e s e h a

merecido vivirla hasta el último instante. Toda ilusión que se desvanece deja tras

de sí una sombra indisipable. La fama y la celebridad no son la gloria: nada más

falaz que la sanción de los contemporáneos y de las muchedumbres.

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Compartiendo las ruinas y las debilidades de la mediocridad ambiente, fácil

es convertirse en arquetipos de la masa y ser prohombres entre sus iguales, pero

quien así culmina, muere con ellos. Los genios, los santos y los héroes desdeñan

toda sumis ión a l p r e sente , pue s t a l a p roa hac i a un r emoto i d ea l : r e su l t an

prohombres en la historia.

La integridad moral y la excelencia de carácter son virtudes estériles en los

ambientes reba jados , más asequ ib les a l os apet i tos de l domést ico que a l a s

alt iveces del digno: en el los se incuba e l éx i to fa laz . La g lor ia nunca c iñe de

laureles la s ien del que se ha complicado en las ruinas de su t iempo; tardía a

menudo, póstuma a veces , aunque s iempre segura , sue le ornar las f rentes de

cuantos miraron el porvenir y sirvieron a un ideal, practicando aquel lema que

fue la noble divisa de Rousseau: “vitam impendere vero”.

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CAPÍTULO III: LOS VALORES

MORALES:

1. La Moral de Tartufo

La hipocresía es el arte de amordazar la dignidad; ella hace enmudecer los

escrúpulos en los hombres incapaces de resistir la tentación del mal. Es falta de

virtud para renunciar a éste y de coraje para asumir su responsabi l idad. Es el

gusano que fecundiza los temperamentos vulgares, permitiéndoles prosperar en la

ment i r a : como e sos á rbo l e s cuyo r ama je e s más f r ondoso c u a n d o c r e c e n a

inmediaciones de las ciénagas.

H i e l a , d o n d e e l l a p a s a , t o d o n o b l e g e r m e n d e i d e a l : z a r z a g á n d e l

e n t u s i a s m o . L o s h o m b r e s r e b a j a d o s p o r l a h i p o c r e s í a v i v e n s i n e n s u e ñ o ,

ocultando sus intenciones, enmascarando sus sentimientos, dando saltos como el

esl izón; t ienen la certidumbre íntima, aunque inconfesa, de que sus actos son

indignos, vergonzosos, nocivos, arrufianados, irredimibles. Por eso es insolvente

su moral: implica siempre una simulación.

Ninguna fe impulsa a los hipócritas; no sospechan el valor de las creencias

rect i l íneas . Esqu ivan l a responsab i l idad de sus acc iones , son audaces en l a

traición y tímidos en la lealtad. Conspiran y agreden en la sombra, escamotean

vocablos ambiguos, a laban con reticencias ponzoñosas y di faman con afelpada

suavidad. Nunca lucen un galardón inconfundible: cierran todas las rendijas de

su esp í r i tu por donde podr ía asomar desnuda su persona l idad , s in e l ropa je

social de la mentira.

En su anhelo simulan las aptitudes y cualidades que consideran ventajosas

para acrecentar la sombra que proyectan en su escenario. Así como los ingenios

exiguos mimetizan el talento intelectual, embalumándose de refinados artilugios

y d e f e n s a s , l o s s u j e t o s d e m o r a l i d a d i n d e c i s a p a r o d i a n e l t a l e n t o m o r a l ,

orope lando de v i r tud su honest idad ins íp ida . Ignoran e l veredicto de l propio

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tribunal interior; persiguen el salvoconducto otorgado por los cómplices de sus

prejuicios convencionales.

E l h ipócr i ta sue le aventa ja rse de su v i r tud f ing ida , mucho más que e l

verdadero virtuoso. Pululan hombres respetados en fuerza de no descubrírseles

bajo el disfraz; bastaría penetrar en la intimidad de sus sentimientos, un solo

minuto, para advertir su doblez y trocar en desprecio la estimación. El psicólogo

reconoce al hipócrita; rasgos hay que distinguen al virtuoso del simulador, pues

mientras éste es un cómplice de los prejuicios que fermentan en su medio, aquél

posee algún talento que le permite sobreponerse a ellos.

Todo apetito numulario despierta su acucia y le empuja a descubrirse. No

retrocede ante las arterías, es fácil a los besamanos femeninos, saber oliscar el

deseo de los amos, se da al mejor oferente, prospera a fuerza de marañas. Triunfa

sobre los sinceros, toda vez que el éxito estriba en aptitudes viles: el hombre leal

es con frecuencia su víctima. Cada Sócrates encuentra su Mélitos y cada Cristo

su Judas.

La hipocresía tiene matices. Si el mediocre moral se aviene a vegetar en la

penumbra, no cabe bajo el escalpelo del psicólogo: su vicio es un simple reflejo

de mentiras que infestan la moral colectiva. Su culpa comienza cuando intenta

agitarse dentro de su basta condición, pretendiendo igualarse a los virtuosos.

Chapa leando en los muladares de l a in t r i ga , su honest idad se manc i l l a y se

encanal la en pas iones innoblemente desatadas . T ó r n a s e c a p a z d e t o d o s l o s

rencores . Supone s implemente honesto , como é l , a todo santo o v i r tuoso; no

descansa en amenguar sus méritos. Intenta igualar abajo, no pudiendo hacerlo

arriba. Persigue a los caracteres superiores, pretende confundir sus excelencias

c o n l a s p r o p i a s m e d i o c r i d a d e s , d e s a h o g a s o r d a m e n t e u n a e n v i d i a q u e n o

conf iesa , en l a penumbra , ensa lobrándose , babeando s in morder , mint iendo

sumi s i ón y amor a l o s m i smos que de t e s t a y c a r come . Su ma l s i n i dad e s t á

inquietada con escrúpulos que le obligan a avergonzarse en secreto; descubrirle

es el más cruel de los suplicios. Es su castigo.

El odio es loable si lo comparamos con la hipocresía. En ello se distinguen

la subrept ic ia medros idad de l h ipócr i ta y l a adamant ina l ea l tad de l hombre

digno. Alguna vez éste se encrespa y pronuncia palabras que son un estigma o un

ep i ta f io ; su rug ido es l a luz de un re lámpago fugaz y no de ja escor ias en su

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corazón, se desahoga por un gesto vio lento, s in envenenar le . Las naturalezas

v i r i l e s poseen un exceso de fue rza p lást ica cuya func ión regeneradora cura

prontamente las hondas heridas y trae e l perdón. La juventud t iene entre sus

p rec iosos a t r ibutos l a incapac idad de d ramat iza r l a rgo t i empo l as pas iones

malignas; el hombre que ha perdido la aptitud de borrar sus odios está ya viejo,

i r reparab lemente . Sus her idas son tan imborrab les como sus canas . Y como

éstas, puede teñirse el odio: la hipocresía es la tintura de esas canas morales.

S in f e en c r eenc i a a l guna , e l h i póc r i t a p ro f e s a l a s más p rovechosa s .

Atafagado por preceptos que entiende mal, su moralidad parece un pelele hueco;

por eso, para conducirse, necesita la muleta de alguna religión. Prefiere las que

afirman la existencia del purgatorio y ofrecen redimir las culpas por dinero. Esa

aritmética de ultratumba le permite disfrutar más tranquilamente los beneficios

de su hipocresía; su rel igión es una actitud y no un sentimiento. Por eso suele

exagerarla: es fanático. En los santos y en los virtuosos, la rel igión y la moral

pueden correr parejas; en los hipócritas, la conducta baila en compás distinto del

que marcan los mandamientos.

Las mejores máximas teóricas pueden convertirse en acciones abominables;

c u a n t o m á s s e p u d r e l a m o r a l p r á c t i c a , t a n t o m a y o r e s e l e s f u e r z o p o r

rejuvenecerla con harapos de dogmatismo. Por eso es declamatoria y suntuosa la

retórica de Tartufo, arquetipo del género, cuya creación pone a Moliére entre los

más geniales psicólogos de todos los t iempos. No olvidemos la historia de ese

oblicuo devoto a quien el sincero Orgon recoge piadosamente y que sugestiona a

toda su familia. Cleanto, un joven, se atreve a desconfiar de él; Tartufo consigue

que Orgon expulse de su hogar a ese mal hi jo y se hace legar sus bienes. Y no

basta: intenta seducir a la consorte de su huésped. Para desenmascarar tanta

infamia , su esposa se res igna a ce lebrar con Tartufo una entrevista , a la que

Orgon asiste oculto. El hipócrita, creyéndose solo, expone los principios de su

casuística perversa; hay acciones prohibidas por el cielo, pero es fácil arreglar

con él estas contabilidades; según convenga pueden aflojarse las ligaduras de la

conciencia, rectificando la maldad de los actos con la pureza de las doctrinas. Y

para retratarse de una vez, agrega:

“En fin, votre scrupule est facile á détruire: Vous étes

assurée ici d'un plein secret, et le anal n'est jamais que dans

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l'éclat qu'on fait; le scandale du monde est ce que fait l'offenre

et ce n'est pas pécher que pécher en silence.”2

Ésa es la moral de la hipocresía jesuítica, sintetizada en cinco versos, que

son su pentateuco.

La de l hombre v i r tuoso es o t ra : es tá en l a intenc ión y en e l f in de l as

acciones, en los hechos mejor que en las palabras, en la conducta ejemplar y no

en la oratoria untuosa. Sócrates y Cristo fueron virtuoso, contra la religión de su

tiempo; los dos murieron a planos de fanatismos que estaban ya divorciados de

t oda mora l . L a s an t i d ad e s t á s i empre f u e r a d e l a h i poc r e s í a c o l e c t i v a . L a

exageración materialista de las ceremonias suele coincidir con la aniquilación de

todos los idealismos en las naciones y en las razas; la histor ia la señala en la

decadencia de las castas gobernantes y dice que el loyolismo apuntala siempre su

degenerac ión mora l . En esas horas de c r i s i s , l a f e agon iza en , e l f anat i smo

decrépito y a l ienta formidablemente en los idea l e s que r enacen f r en te a é l ,

i r respetuosos , demoledores , aunque predest inados con f recuenc ia a caer en

nuevos fanatismos y a oponerse a ideales venideros.

E l h ipócr i ta está constreñido a guardar las apar iencias , con tanto a fán

como pone e l v i r tuoso en cuidar sus idea les . Conoce de memoria los pasa jes

pertinentes del Sartor Resartus; por ellos admira a Carlyle, tanto como otros por

su culto a Los héroes. El respeto de las formas hace que los hipócritas de cada

época y país adquieran rasgos comunes; hay una «manera» peculiar que trasunta

el tartufismo en todos sus adeptos, como hay «algo» que denuncia el parentesco

entre los a f i l iados a una tendencia art í s t ica o escue la l i terar ia . Ese est igma

común a l o s h i póc r i t a s , que pe rm i t e r e conoce r l o s no ob s t an t e l o s ma tices

individuales impuestos por el rango o la fortuna, es su profunda animadversión a

la verdad.

La h ipocres ía es más honda que la ment i ra : és ta puede ser acc identa l ,

aquél la es permanente. El hipócrita transforma su vida entera en una mentira

metódicamente organizada. Hace lo contrario de lo que dice, toda vez que ello le

reporte un beneficio inmediato; vive traicionando con sus palabras, como esos

poetas que disfrazan con largas crenchas la cortedad de su inspiración. El hábito

2 “Finalmente, vuestro escrúpulo es fácil de destruir: Estáis asegurada aquí de, un pleno secreto, y el mal no está más que, en el ruido que se hace; el escándalo del mundo es lo que hace la ofensa y no es pecar, pecar en silencio.”

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de la mentira paraliza los labios del hipócrita cuando llega la hora de pronunciar

una verdad.

A s í c o m o l a p e r e z a e s l a c l a v e d e l a r u t i n a y l a a v i d e z e s m ó v i l d e l

servi l ismo, la mentira es el prodigioso instrumento de la hipocresía. Nunca ha

e scuchado l a Human idad pa l ab ra s más nob les que a l gunas de Tar tu fo ; pe ro

jamás un hombre ha producido acciones más disconformes con el las . Sea cual

fuere su rango social, en la privanza o en la proscripción, en la opulencia o en la

miseria, el hipócrita está siempre dispuesto a adular a los poderosos y a engañar

a l o s humi ldes , mint iendo a ent rambos . E l que se acos tumbra a p ronunc ia r

pa labras fa l sas , acaba por fa l tar a la propia s in repugnancia , perd iendo toda

noc ión de lea l tad cons igo mismo. Los h ipócr i tas ignoran que la verdad es la

condición f u n d a m e n t a l d e l a v i r t u d . O l v i d a n l a s e n t e n c i a m u l t i s e c u l a r d e

Apolonio: “De siervos es mentir, de libres decir verdad”. Por eso el hipócrita está

predispuesto a adquirir sentimientos serviles. Es el lacayo de los que le rodean,

e l esc lavo de mi l amos , de un mi l l ón de amos , de todos los cómpl ices de su

mediocridad.

El que miente es traidor: sus víctimas le escuchan suponiendo que dice la

verdad. El mentiroso conspira contra la quietud ajena, falta al respeto a todos,

s iembra l a insegur idad y l a desconf ianza . Con mi ra r o j i za ino pers i gue a l os

sinceros, creyéndolos sus enemigos naturales. Aborrece la sinceridad. Dice que

el la es la fuente de escándalo y anarquía, como si pudiera culparse a la escoba

de que exista la suciedad.

En e l f ondo sospecha que e l hombre s incero es fuerte e individual ista .

f incando en ello su altivez inquebrantable, pues su oposición a la hipocresía es

una act i tud de res is tencia a l mal que le acosa por todas partes . Se de f iende

contra la domest icac ión v e l descenso común. Y d ice su verdad como puede,

cuando puede , donde puede . Pero l a sabe dec i r . Muchos santos enseñaron a

morir por ella.

El disfraz sirve al débil ; sólo se finge lo que se cree no tener. Hablan más

d e l a n o b l e z a l o s n i e t o s d e t r u h a n e s ; l a v i r t u d s u e l e d a n z a r e n l a b i o s

desvergonzados; la altivez sirve de estribillo a los envilecidos; la caballerosidad

es la ganzúa de los esta fadores ; la temperancia f igura en e l catecismo de los

viciosos. Suponen que de tanto oropel se adherirá alguna partícula a su sombra.

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El hombre mediocre

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Y, en efecto, ésta se va modificando en la constante labor; la máscara es benéfica

en l a s med i oc r ac i a s con t empo ránea s , magüe r l o s que l a u s en c a r e zcan de

a u t o r i d a d m o r a l a n t e l o s h o m b r e s v i r t u o s o s . É s t o s n o c r e e n a l h i p ó c r i t a ,

de scub i e r to una vez ; no l e c r een nunca . n i pueden de jar de creer le cuando

sospechan que miente: quien es desleal con la verdad no tiene por qué ser leal

con la mentira.

E l h á b i t o d e l a f i c c i ó n d e s m o r o n a a l o s c a r a c t e r e s h i p ó c r i t a s ,

vertiginosamente, como si cada nueva mentira los empujara hacia el precipicio;

nada detiene a una avalancha en la pendiente. Su vida se polariza en esa abyecta

honest idad por cá lcu lo que es s imp le sub l imac ión de l v i c io . E l cu l to de l a s

apariencias l leva a desdeñar la real idad. El hipócrita no aspira a ser virtuoso,

s ino a parecerlo; no admira intrínsecamente la virtud, quiere ser contado entre

los virtuosos por las prebendas y honores que ta l condición puede reportar le .

Faltándole la osadía de practicar e l mal , a que está incl inado, conténtase con

suger i r que ocu l ta sus v i r tudes por modest ia ; pero jamás cons igue usar con

desenvoltura el antifaz. Sus manejos asoman por alguna parte, como las clásicas

orejas bajo la corona de Midas. La virtud y el mérito son incompatibles con el

tartufismo; la observación induce a desconfiar de las virtudes mister iosas. Ya

enseñaba Horacio que " la virtud oculta dif iere poco de la oscura holgazanería"

(Od. IV, 9, 29).

No teniendo valor para la verdad es imposible tenerlo para la justicia. En

vano los h ipócr i tas v iven j actándose de una g ran ecuanimidad y procurando

prestigios catonianos: su prudente cobardía les impide ser jueces toda vez que

puedan comprometerse con un fallo. Prefieren tartajear sentencias bilaterales y

amb i guas , d i c i endo que hay l u z y s ombra en t oda s l a s co sa s ; no l o hacen ,

empero, por f i losofía, sino por incapacidad de responsabil izarse de sus juicios.

Dicen que éstos deben ser re lat ivos, aunque en lo ínt imo de su mol lera creen

in fa l ib les sus op in iones . No osan proc lamar su prop ia su f ic ienc ia ; pre f ie ren

a v a n z a r e n l a v i d a s i n m á s b r ú j u l a q u e e l é x i t o , o f r e c i e n d o e l f l a n c o y

bordejeando, esquivos a poner la proa hacia el más leve obstáculo. Los hombres

rectos son objeto de su acendrado rencor, pues con su rectitud humil lan a los

oblicuos; pero éstos no confiesan su cobardía y sonríen servilmente a las miradas

que los torturan, aunque sienten el vejamen: se contraen a estudiar los defectos

de los hombres virtuosos para filtrar pérfidos venenos en el homenaje que a todas

horas están obl igados a tr ibutar les . Di faman sordamente; tra ic ionan siempre,

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como los esclavos, como los híbridos que traen en las venas sangre servi l . Hay

que temblar cuando sonríen: vienen tanteando la empuñadura de algún esti lete

oculto bajo su capa.

El hipócrita entibia toda amistad con sus dobleces: nadie puede confiar en

su ambigüedad recalcitrante. Día por día afloja sus anastomosis con las personas

que le rodean; su sensibilidad escasa impídele caldearse en la ternura ajena y. su

a fec t iv idad va pa l idec iendo como una p lanta que no rec ibe so l , agos tado e l

corazón en un invierno prematuro. Sólo piensa en sí mismo, y ésa es su pobreza

suprema. Sus sentimientos se marchitan en los invernáculos de la mentira y de

la vanidad. Mientras los caracteres dignos crecen en un perpetuo olvido de su

ayer y piensan en cosas nobles para su mañana, los hipócritas se repliegan sobre

s i m i smos , s in da r se , s in gas ta r se , r e t r ayéndose , a t ro f i ándose . Su f a l t a de

int imidades les impide toda expans ión, obses ionados por e l temor de que su

conciencia moral asome a la superficie. Saben que bastaría una leve brisa para

descorrer su l iv ianís imo ve lo de v i r tud. No pudiendo conf iar en nadie , v iven

cegando las fuentes de su propio corazón: no sienten la raza, la patria, la clase,

la familia, ni la amistad, aunque saben mentirlas para explotarlas mejor. Ajenos

a todo y a todos, pierden el sentimiento de la solidaridad social , hasta caer en

só rd idas ca r i ca turas de l ego í smo . E l h ipócr i t a mide su generos idad por l a s

v e n t a j a s q u e d e e l l a o b t i e n e ; c o n c i b e l a b e n e f i c e n c i a c o m o u n a i n d u s t r i a

lucrativa para su reputac ión. Antes de dar , invest iga s i tendrá notor iedad su

donativo; f igura en primera l ínea en todas las suscripciones públ icas, pero no

abriría su mano en la sombra. Invierte su dinero en un bazar de caridad, como si

comprara acciones de una empresa; eso no le impide ejercer la usura en privado

o sacar provecho del hambre ajena.

Su ind i f e renc ia a l ma l de l p ró j imo puede a r ra s t ra r l e a comp l i c idades

indignas. Para satisfacer alguno de sus apetitos no vacilará ante grises intrigas,

sin preocuparse de que ellas tengan consecuencias imprevistas. Una palabra del

hipócrita basta para enemistar a dos amigos o para distanciar a dos amante. Sus

armas son poderosas por lo invisibles; con una sospecha falsa puede envenenar

una fel icidad, destruir una armonía, quebrar ,una concordancia . Su apego a la

mentira le hace acoger benévolamente cualquier infamia, desenvolviéndola hasta

l o i n f i n i t o , s ub t e r r áneamente , s i n v e r e l r umbo n i med i r cuán hondo , t an

irresponsable como esas al imañas que cavan al azar sus madrigueras, cortando

las raíces de las flores más delicadas. Indigno de la confianza ajena, el hipócrita

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v i v e d e s c o n f i a n d o d e t o d o s , h a s t a c a e r e n e l s u p r e m o i n f o r t u n i o d e l a

suscept ib i l idad. Un terror ansioso le acoquina f rente a los hombres s inceros ,

creyendo escu c h a r e n c a d a p a l a b r a u n r e p r o c h e m e r e c i d o ; n o h a y e n e l l o

d i gn idad , s ino r emord imiento . En vano p re tende r í a engaña r se a s í m i smo ,

confundiendo la susceptibilidad con la delicadeza; aquélla nace del miedo y ésta

es hija del orgullo.

Difieren como la cobardía y la prudencia, como el cinismo y la sinceridad.

La desconfianza del hipócrita es una caricatura de la del icadeza del orgul loso.

Este sentimiento puede tornar susceptible al hombre de méritos excelente toda

vez que desdeña d ignidades cuyo prec io es e l servi l ismo y cuyo camino es la

adulación; el hombre digno exige entonces respeto para ese valor moral que no

manifiesta por los modos vulgares de la protesta estéril, pero ello le aparta para

s iempre de los hipócritas domesticados. Es raro e l caso. Frecuentísima es, en

cambio, la susceptibilidad del hipócrita, que teme verse desenmascarado por los

sinceros.

Se r í a e x t r año que conse r va r a e s a d e l i c adeza , ún i c a s ob r ev i v i en t e a l

naufragio de las demás. El hábito de fingir es incompatible con esos matices del

orgullo; la mentira es opaca a cualquier resplandor de dignidad. La conducta de

los tartufos no puede conservarse adamant ina ; los expedientes equívocos se

encadenan hasta ahogar los últ imos escrúpulos. A fuerza de pedir a los demás

sus prejuicios, endeudándose moralmente con la sociedad, pierden el temor de

pedir otros favores y bienes materia les , o lvidando que las deudas torpemente

acumu ladas e sc l av i zan a l hombre . Cada p ré s tamo no devue l to e s un nuevo

eslabón remachado a su cadena; se les hace imposible vivir dignamente en una

ciudad donde hay calles que no pueden cruzar y entre personas cuya mirada no

sabrían sostener. La mentira y la hipocresía convergena estos renunciamientos,

quitando al hombre su independencia. Las deudas contraídas por vanidad o por

vicio obligan a fingir y engañar; el que las acumula renuncia a toda dignidad.

Hay otras consecuencias del tartufismo. El hombre dúctil a la intriga se

p r i v a de l c a r iño i ngenuo . Sue l e t ene r cómp l i c e s , p e ro no t i ene amigos ; l a

hipocresía no ata por el corazón, sino por el interés. Los hipócritas, forzosamente

utilitarios y oportunistas, están siempre dispuestos a traicionar sus principios en

homena j e a un bene f i c i o i nmed i a to ; e so l e s v eda l a am i s t ad con e sp í r i t u s

supe r i o r e s . E l g en t i l hombre t i ene s i empre un e n e m i g o e n e l l o s , p u e s l a

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reciprocidad de sentimientos sólo es posible entre iguales; no puede entregarse

nunca a su ami s t ad , pues acecha rán l a ocas i ón pa ra a f r en ta r l o con a l guna

in f amia , vengando su p rop i a in f e r i o r idad . La B ruyé re e sc r i b i ó una máx ima

imperecedera: “En la amistad desinteresada hay placeres que no pueden alcanzar

los que nacieron mediocres”; éstos necesitan cómplices, buscándolos entre los que

conocen esos secretos resortes descritos como una simple solidaridad en el mal.

S i e l h o m b r e s i n c e r o s e e n t r e g a , e l l o s a g u a r d a n l a h o r a p r o p i c i a p a r a

traicionarlo; por eso la amistad es dif íci l para los grandes espíritus y éstos no

prodigan su int imidad cuando se e levan demasiado sobre e l n ive l común. Los

hombres eminentes necesitan disponer de infinita sensibilidad y tolerancia para

entregarse; cuando lo hacen, nada pone l ímites a su ternura y devoción. Entre

nobles caracteres la amistad crece despacio y prospera mejor cuando arraiga en

e l r econoc imiento de l os mér i tos rec íp rocos ; ent re hombres vu lga res c rece

i n m o t i v a d a m e n t e , p e r o p e r m a n e c e r a q u í t i c a , f u n d á n d o s e a m e n u d o e n l a

complicidad del vicio o de la intriga. Por eso la política puede crear cómplices,

pero nunca amigos; muchas veces l leva a cambiar éstos por aquellos, olvidando

que cambiarlos con frecuencia equivale a no tenerlos. Mientras en los hipócritas

las complicidades se extinguen con el interés que las determina, en los caracteres

leales la amistad dura tanto como los méritos que la inspiran.

Siendo desleal , el hipócrita es también ingrato. Invierte las fórmulas del

reconocimiento: aspira a la divulgación de los favores que hace, sin ser por ello

sensible a los que recibe. Multiplica por mil lo que da y divide por un millón lo

que acepta. Ignora la gratitud — virtud de elegidos— , inquebrantable cadena

remachada para s i empre en los corazones sens ib les por l os que saben dar a

tiempo y cerrando los ojos. A veces resulta ingrato sin saberlo, por simple error

de su contabilidad sentimental. Para evitar la ingratitud ajena sólo se le ocurre

no hacer el bien: cumple su decisión sin esfuerzo, l imitándose a practicar sus

f o rmas o s t ens i b l e s , en l a p ropo rc ión que puede conven i r a su sombra . Sus

sent imientos son o t ros : e l h ipóc r i t a sabe que puede segu i r s i endo hones to

aunque practique el mal con disimulo y con desenfado la ingratitud.

La psicología de Tartufo sería incompleta si olvidáramos que coloca en lo

más hermético de sus tabernáculos todo lo que anuncia el f lorecer de pasiones

i n h e r e n t e s a l a c o n d i c i ó n h u m a n a . F r e n t e a l p u d o r i n s t i n t i v o , c a s t o p o r

def inic ión, los hipócr itas han organizado un pudor convencional , impúdico y

corrosivo. La capacidad de amar, cuyas efervescencias santifican la vida misma,

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eternizándola, les parece inconfesable, como si el contacto de dos bocas amantes

fuera menos natural que el beso del sol cuando enciende las corolas de las flores.

M a n t i e n e n o c u l t o y m i s t e r i o s o t o d o l o c o n c e r n i e n t e a l a m o r , c o m o s i e l

c o n v e r t i r l o e n d e l i t o n o a c i c a t e a r a l a t e n t a c i ó n d e l o s c a s t o s ; p e r o e s a

pudibundez vis ib le no les prohíbe ensayar invisiblemente las abyecciones más

t o rpe s . Se e s canda l i z an de l a pa s i ón s in r enunc i a r a l v i c i o , l im i t ándose a

d is f razar lo o encubr ir lo . Encuentran que e l mal no está en las cosas mismas,

s ino en las apar iencias , formándose una mora l para s í y otra para los demás,

como esas casadas que presumen de honestas aunque tengan t res amantes y

repudian a la doncella que ama a un solo hombre sin tener marido.

No tiene límites esta escabrosa frontera de la hipocresía. Celosos catones

de las costumbres , pers iguen las más puras exhibiciones de bel leza art íst ica.

P o n d r í a n u n a h o j a d e p a r r a e n l a m a n o d e l a V e n u s M e d i c e a , c o m o o t r o r a

injuriaron telas y estatuas para velar las más divinas desnudeces de Grecia y del

Renac imiento . Confunden la cast í s ima armonía de la be l leza p lás t i ca con l a

intención obscena que los asalta al contemplarla. No advierten que la perversidad

está siempre en ellos, nunca en la obra de arte.

El pudor de los hipócritas es la peluca de su calvicie moral.

2. El Hombre Honesto

La mediocridad moral es impotencia para la virtud la cobardía para el vicio.

S i h a y m e n t e s q u e p a r e c e n m a n i q u í e s a r t i c u l a d o s c o n r u t i n a s , a b u n d a n

corazones semejantes a mongolfieras infladas de prejuicios. El hombre honesto

puede temer e l c r imen s in admirar la sant idad : es incapaz de iniciativa para

entrambos. La garra del pasado ásele e l corazón, estrujándole en germen todo

a n h e l o d e p e r f e c c i o n a m i e n t o f u t u r o . S u s p r e j u i c i o s s o n l o s d o c u m e n t o s

a rqueo l óg i co s de l a p s i co l og í a s oc i a l : r e s i duos de v i r tudes c r epuscu l a r e s ,

supervivencias de morales extinguidas.

Las mediocracias de todos los tiempos son enemigas del hombre virtuoso:

prefieren al honesto y lo encumbran como ejemplo. Hay en ello implícito un error,

o mentira, que conviene disipar. Honestidad no es virtud, aunque tampoco sea

vicio. Se puede ser honesto sin sentir un afán de perfección; sobra para ello con

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no ostentar el mal, lo que no basta para ser virtuoso. Entre el vicio, que es una

lacra, y la virtud, que es una excelencia, fluctúa la honestidad.

La v i r tud e l eva sobre l a moral corriente: implica cierta aristocracia del

corazón, prop ia de l ta lento mora l ; e l v i r tuoso se ant ic ipa a a lguna forma de

perfección futura y le sacrifica los automatismos consolidados por el hábito.

El honesto , en cambio, es pas ivo, c i rcunstancia que l e a s i gna un n ive l

mora l supe r i o r a l v i c i o so , aunque pe rmanece po r deba jo de qu i en p rac t i ca

act ivamente a lguna virtud y or ienta su v ida hacia a lgún ideal . L imitándose a

respetar los prejuicios que le asfixian, mide la moral con el doble decímetro que

usan s u s i g u a l e s , a c u y a s f r a c c i o n e s r e s u l t a n i r r e d u c i b l e s l a s t e n d e n c i a s

inferiores de los encanallados y las aspiraciones conspicuas de los virtuosos.

Si no llegara a asimilar los prejuicios, hasta saturarse de ellos, la sociedad

l e c a s t i g a r í a c o m o d e l i n c u e n t e p o r s u c o n d u c t a d e s h o n e s t a : s i p u d i e r a

sob reponérse l e s , su t a l en to mora l ahondar í a su rcos d i gnos de imi ta r se . La

mediocridad está en no dar escándalo ni servir de ejemplo.

El hombre honesto puede pract icar acciones cuya indignidad sospecha,

toda vez que a ello se sienta constreñido por la fuerza de los prejuicios, que son

obstáculos con que los hábitos adquiridos estorban a las variaciones nuevas. Los

actos que ya son malos en e l ju ic io or ig ina l de los v i r tuosos , pueden segu i r

siendo buenos ante la opinión colectiva. El hombre superior practica la virtud tal

como la juzga , e ludiendo los pre ju ic ios que acoyundan a la masa honesta ; e l

mediocre sigue llamando bien a lo que ya ha dejado de serlo, por incapacidad de

entrever e l b ien de l porvenir . Sent i r con e l corazón de los demás equ iva le a

pensar con cabeza ajena.

La virtud suele ser un gesto audaz, como todo lo original; la honestidad es

un un i fo rme que se endosa r e s i gnadamente . E l med ioc re t eme a l a op in ión

pública con la misma obsecuencia con que el zascandil teme al infierno; nunca

tiene la osadía de ponerse en contra de el la, y menos cuando la apariencia del

vicio es un peligro ínsito en toda virtud no comprendida. Renuncia a ella por los

sacrificios que implica.

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Olvida que no hay per fección s in es fuerzo : só lo pueden mirar a l so l de

f r e n t e l o s q u e o s a n c l a v a r s u p u p i l a s i n t e m e r l a c e g u e r a . L o s c o r a z o n e s

m e n g u a d o s n o c o s e c h a n r o s a s e n s u h u e r t o , p o r t e m o r a l a s e s p i n a s ; l o s

virtuosos saben que es necesario exponerse a ellas para recoger las flores mejor

perfumadas.

El honesto es enemigo del santo, como el rutinario lo es del genio; a éste le

l lama « loco» y a l otro lo juzga «amora l » . Y se expl ica : los mide con su propia

medida, en que e l los no caben. En su diccionario , «cordura» y «moral » son los

nombres que él reserva a sus propias cual idades. Para su moral de sombras, e l

hipócrita es honesto; el virtuoso y el santo, que la exceden, parécenle «amorales»,

y con esta calificación les endosa veladamente cierta inmoralidad...

Hombres de pacoti l la , dir íanse hechos con retazos de catec ismos y con

sobras de ve rgüenza : e l p r imer o fe rente los puede comprar a ba jo p rec io . A

menudo mantiénense honestos por conveniencia; algunas veces por simplicidad,

si el prurito de la tentación no inquieta su tontería. Enseñan que es necesario

s e r como l o s demás ; i gno ran que só l o e s v i r tuoso e l que anhe l a s e r me jo r .

Cuando nos dicen al oído que renunciemos al ensueño e imitemos al rebaño, no

t ienen valor de aconsejarnos derechamente la apostasía del propio ideal para

sentarnos a rumiar la merienda común.

La sociedad predica: “no hagas mal y serás honesto”. El talento moral tiene

otras exigencias: “persigue una perfección y serás virtuoso”. La honestidad está al

alcance de todos; la virtud es de pocos elegidos. El hombre honesto aguanta el

yugo a que le uncen sus cómplices; el hombre virtuoso se eleva sobre el los con

un golpe de ala.

L a hones t i d ad e s una i ndus t r i a ; l a v i r t ud exc l uye e l c á l cu l o . No hay

di ferencia entre el cobarde que modera sus acciones por miedo al castigo y el

codicioso que las activa por la esperanza de una recompensa; ambos l levan en

partida doble sus cuentas corrientes con los prejuicios sociales. El que tiembla

ante un pel igro o pers igue una prebenda es indigno de nombrar la v irtud: por

é s t a s e a r r i e s g a n a l a p roscr ipc ión o l a miser ia . No d i remos por eso que e l

v i rtuoso es infa l ib le . Pero la v i rtud impl ica una capacidad de rect i f icaciones

espontáneas, el reconocimiento leal de los propios errores como una lección para

sí mismo y para los demás, la firme rectitud de la conducta ulterior. El que paga

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una culpa con muchos años de virtud, es como si no hubiera pecado: se purifica.

En camb io , e l med ioc r e no r e conoce su s ye r r o s n i s e ave r güenza de e l l o s ,

agravándolos con el impudor, subrayándolos con la reincidencia, duplicándolos

con el aprovechamiento de los resultados.

Predicar la honestidad sería excelente si ella no fuera un renunciamiento a

la virtud, cuyo norte es la perfección incesante. Su elogio empaña el culto de la

d i g n i d a d y e s l a p r u e b a m á s s e g u r a d e l d e s c e n s o m o r a l d e u n p u e b l o .

Encumbrando a l in té r lope se a f renta a l severo ; por e l to le rab le se o lv ida a l

ejemplar. Los espíritus acomodaticios llegan a aborrecer la firmeza y la lealtad a

fuerza de medrar con el servilismo y la hipocresía.

Admirar al hombre honesto es rebajarse; adorarlo es envilecerse. Stendhal

reducía la honestidad a una simple forma de miedo; conviene agregar que no es

un miedo a l mal en s í mismo, s ino a la reprobac ión de los demás ; por eso es

compatible con una total ausencia de escrúpulos para todo acto que no tenga

sanción expresa o pueda permanecer ignorado. “J'ai vu le fond de ce qu'on appelle

les honnétes gens: c'est hideux”, decía Tal leyrand, preguntándose qué sería de

tales sujetos si el interés o la pasión entraran en juego. Su temor del vicio y su

i m p o t e n c i a p a r a l a v i r t u d s e e q u i v a l e n . S o n s i m p l e s b e n e f i c i a r i o s d e l a

mediocridad moral que les rodea. No son asesinos, pero no son héroes; no roban,

pero no dan media capa a l desval ido; no son traidores , pero no son leales ; no

asaltan en descubierto, pero no defienden al asaltado; no violan vírgenes, pero no

redimen caídas ; no conspiran contra la sociedad, pero no cooperan a l común

engrandecimiento.

F r en te a l a hones t i dad h i póc r i t a — p r o p i a d e m e n t e s r u t i n a r i a s y d e

caracteres domesticados— , ex i s te una herá ld i ca mora l cuyos b l a sones son l a

virtud y la santidad. Es la antítesis de la tímida obsecuencia a los prejuicios que

paraliza el corazón de los temperamentos vulgares y degenera en esa apoteosis de

la frialdad sentimental que caracteriza la irrupción de todas las burguesías. La

v i r tud qu ie re f e , entus iasmo, pas ión , a r ro jo : de e l los v ive . Los qu ie re en l a

intención y en las obras. No hay virtud cuando los actos desmienten las palabras,

ni cabe nobleza donde la intención se arrastra. Por eso la mediocridad moral es

más nociva en los hombres conspicuos y en las clases privilegiadas. El sabio que

t r a i c i o n a s u v e r d a d , e l f i l ó s o f o q u e v i v e f u e r a d e s u m o r a l y e l n o b l e q u e

deshonra su cuna, descienden a la más ignominiosa de las vil lanías; son menos

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disculpables que, el truhán encenagado en el delito. Los privilegios de la cultura

y del nacimiento imponen al que los disfruta una lealtad ejemplar para consigo

mismo . La nob leza que no es tá en nues t ro a f án de pe r f ecc ión es inút i l que

perdure en ridículos abolengos y pergaminos; noble es el que revela en sus actos

un r e spe to po r su r ango y no e l que a l ega su a l cu rn ia pa ra j u s t i f i ca r ac tos

innob les . Por l a v i r tud , nunca por l a honest idad , se miden los va lores de l a

aristocracia moral.

3. Los Tránsfugas de la Honestidad

Mientras el hipócrita merodea en la penumbra, el inválido moral se refugia

en la tiniebla. En el crepúsculo medra el vicio, que la mediocridad ampara; en la

noche i r rumpe e l de l i to , repr imido por l eyes que la soc iedad for ja . Desde la

hipocresía consentida hasta el crimen castigado, la transición es insensible; la

noche se incuba en e l crepúsculo. De la honest idad convencional se pasa a la

infamia gradualmente, por matices leves y concesiones suti les. En eso está el

peligro de la conducta acomodaticia y vacilante.

Los tránsfugas de la moral son rebeldes a la domesticación; desprecian la

p ruden te coba rd í a de Ta r tu f o . I gno r an su equ i l i b r i smo , no s aben s imu l a r ,

agreden los principios consagrados; y como la sociedad no puede tolerarlos sin

comprometer su propia existencia, ellos tienden sus guerrillas contra ese mismo

orden de cosas cuya custodia obsesiona a los mediocres.

Comparado con e l invál ido moral , e l hombre honesto parece una a lhaja .

Esa dist inción es necesaria ; hay que hacerla en su favor , seguros de que é l la

reputará honrosa. Si es incapaz de ideal, también lo es de crimen desembozado;

sabe d is f razar sus inst intos , encubre e l v ic io , e lude e l de l i to penado por las

leyes. En los otros, en cambio, toda perversidad brota a f lor de piel , como una

e rupc ión pustu losa ; son incapaces de sostenerse en l a h ipocres ía , como los

idiotas lo son de embalsarse en la rutina. Los honestos se esfuerzan por merecer

el purgatorio; los delincuentes se han decidido por el infierno embistiendo sin

escrúpulos n i remordimientos contra la armazón de pre ju ic ios y leyes que la

sociedad les opone.

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El Hombre Mediocre

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C a d a a g r e g a d o h u m a n o c r e e q u e « l a » v e r d a d e r a m o r a l e s « s u m o r a l » ,

o l v idando que hay tantas como rebaños de hombres . Se e s in fame , v i c ioso ,

honesto o virtuoso, en el t iempo y en e l espacio . Cada «moral » es una medida

oportuna y convencional de los actos que constituyen la conducta humana; no

t iene ex is tenc ia esotér ica , como no la tendr ía l a « soc iedad» abst ractamente

considerada.

Sus cánones son re lat ivos y se transforman obedeciendo a l enmarañado

determinismo de la evolución social. En cada ambiente y en cada época existe un

c r i t e r io med io que sanc iona como buenos o ma los , hones tos o de l i c tuosos ,

permitidos o inadmisibles, los actos individuales que son úti les o nocivos a l a

vida colectiva. En cada momento histórico ese criterio es la subestructura de la

moral, variable siempre.

Los de l incuentes son indiv iduos incapaces de adaptar su conducta a la

moralidad media de la sociedad en que viven. Son inferiores; tienen el «alma de la

especie», pero no adquieren el «alma social». Divergen de la mediocridad, pero en

s e n t i d o o p u e s t o a l o s h o m b r e s e x c e l e n t e s , c u y a s v a r i a c i o n e s o r i g i n a l e s

determinan una desadaptación evolutiva en el sentido de la perfección.

Son innúmeros. Todas las formas corrosivas de la degeneración desfilan en

ese calidoscopio, como si al conjuro de un maléfico exorcismo se convirtieran en

pavorosa realidad los más sórdidos ciclos de un infierno dantesco: parásitos de la

escoria social, fronterizos de la infamia, comensales del vicio y de la deshonra,

tr istes que se mueven acicateados por sentimientos anormales , espír i tus que

sobrellevan la fatalidad de herencias enfermizas y sufren la carcoma inexorable

de las miserias ambientes.

Irreductibles e indomesticables, aceptan como un duelo permanente la vida

en sociedad. Pasan por nuestro lado impertérritos y sombríos, llevando sobre sus

frentes fugitivas el estigma de su destino involuntario y en los mudos labios la

mueca oblicua del que escruta a sus semejantes con ojo enemigo. Parecen ignorar

que son las víctimas de un complejo determinismo, superior a todo freno ético;

súmanse en ellos los desequilibrios transfundidos por una herencia malsana, las

d e f o rmes con f i gu r ac i ones mora l e s p l a smadas en e l med io s oc i a l y l a s m i l

circunstancias ineludibles que atraviésanse al azar en su existencia. La ciénaga

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en que chapa lean su conducta as f ix ia los gérmenes pos ib les de todo sent ido

mora l , d e sa r t i cu l ando l o s ú l t imos p r e j u i c i o s que l o s v incu l an a l s o l i d a r i o

consocio de los mediocres. Viven adaptados a una moral aparte, con panoramas

de sombrías perspectivas, esquivando los valores luminosos y escurriéndose entre

las penumbras más densas; fermentan en el agitado aturdimiento de la grandes

ciudades modernas, retoñan en todas las grietas del edificio social y conspiran

s o r d a m e n t e c o n t r a s u e s t a b i l i d a d , a j e n o s a l a s n o r m a s e d e c o n d u c t a

características del hombre mediocre, eminentemente conservador y disciplinado.

La imaginación nos permite alinear sus torvas siluetas sobre un lejano horizonte

donde la lobreguez crepuscular vuelca sus tonos violentos de oro y de púrpura,

d e i n c e n d i o y d e h e m o r r a g i a : d e s f i l e d e m a c a b r a l e g i ó n q u e m a r c h a

atropelladamente hacia la ignominia.

En esa pléyade anormal culminan los fronterizos del delito, cuya virulencia

crece por su impunidad ante la ley.

Su débi l sentido moral les impide conservar intachable su conducta, s in

caer por ello en plena delincuencia: son los imbéciles de la honestidad, distintos

del idiota moral que rueda a la cárcel . No son delincuentes. pero son incapaces

de mantenerse honestos ; pobres espír i tus de carácter c laudicante y voluntad

r e l a j a d a , n o s a b e n p o n e r v a l l a s s e g u r a s a l o s f a c t o r e s o c a s i o n a l e s , a l a s

sugestiones del medio, a la tentación del lucro fácil, al contagio imitativo. Viven

sol icitados por tendencias opuestas, osci lando entre el bien y el mal , como el

asno de Buridán. Son caracteres conformados minuto por minuto en e l molde

inestable de las circunstancias. Ora son auxiliares a medias por incapacidad de

ejecutar un plan completo de conducta antisocial, ora tienen suficiente astucia y

previsión para llegar al borde mismo del manicomio y de la cárcel, sin caer. Estos

sujetos de moralidad incompleta, larvada, accidental o alternante, representan

las etapas de la transición entre la honestidad y el delito. la zona de interferencia

ent re e l b i en y e l ma l , soc ia lmente cons ide rados . Carecen de l equ i l i b r i smo

oportunista que salva del naufragio a otros mediocres.

Un estigma irrevocable impídeles conformar sus sentimientos a los criterios

mora l e s de su soc i edad . En a l gunos e s p roduc to de l t emperamento na t i vo ;

pulu lan en las cárce les y v iven como enemigos dentro de la sociedad que los

hospeda. En muchos la degeneración moral es adquirida, fruto de la educación;

en ciertos casos deriva de la lucha por la vida en un medio social desfavorable a

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su esfuerzo; son mediocres desorganizados, caídos en la c iénaga por obra del

azar, capaces de comprender su desventura y avergonzarse de ella, como la fiera

que ha er rado e l sa l to . En ot ros hay una inversión de los valores ét icos, una

pe r tu rbac i ón de l j u i c i o que imp ide med i r e l b i en y e l ma l con e l c a r t abón

aceptado po r l a soc i edad : son inve r t idos mora l e s ; , i neptos pa ra e s t imar l a

honestidad y el vicio. Inestables hay, por fin. cuyo carácter revela una ausencia

de sólidos cimientos que los aseguren contra el oscilante vaivén de los apremios

mater ia les y la a l ternat iva inquietante de las tentac iones deshonestas . Esos

inválidos no sienten la coerción social; su moralidad inferior bordejea en el vicio

hasta el momento de encallar en el delito.

Estos inadaptab les son mora lmente infer iores a l hombre mediocre . Sus

mat ices son var iados : actúan en la soc iedad como los insectos dañinos en la

naturaleza.

El rebaño teme a esos violadores de su hipocresía . Los prudentes no les

pe rdonan e l impudo r de su i n f amia y o r gan i z an con t r a e l l o s una comp l e j a

armazón defensiva de códigos, jueces y prestigios; a través de siglos y de siglos

su esfuerzo ha sido ineficaz. Constituyen una horda extranjera y hostil dentro de

su p rop i o t e r ruño , audaz en l a a s echanza , embozada en e l p r oced im ien to ,

infatigable en la tramitación aleve de sus programas trágicos. Algunos confían su

van idad a l f i l o de l a cuch i l l a subrept ic ia , s i empre a le r ta para b land i r l a con

fulgurante presteza contra el corazón o la espalda; otros deslizan furtivamente su

á g i l g a r r a s ob r e e l o ro o l a l ema que e s t imu l an su av idez con s educc i ones

irresistibles; éstos violentan, como infantiles juguetes, los obstáculos con que la

prudencia del burgués custodia el tesoro acumulado en interminables etapas de

a h o r r o y d e s a c r i f i c i o ; a q u e l l o s d e n i g r a n v í r g e n e s i n o c e n t e s p a r a l u c r a r ,

ofreciendo los encantos de su cuerpo venusto a la insaciable lujuria de sensuales

y l i b e r t i n o s ; m u c h o s s u c c i o n a n l a e n t r a ñ a d e l a m i s e r i a , e n i n verosímiles

a r i t m é t i c a s d e u s u r a , c o m o t e n i a s s o l i t a r i a s q u e n u t r e n s u i n e x t i n g u i b l e

vo rac idad en l o s j ugos i co rosos de l i n te s t ino soc i a l en f e rmo ; o t ros cap tan

conciencias inexpertas para explotar los riquísimos filones de la ignorancia y el

fanatismo. Todos son equiva lentes en e l desempeño de su paras itar ia función

antisocial , idénticos en la inadaptación de sus sentimientos más elementales.

Converge en ellos una inveterada promiscuación de instintos y de perversiones

que hace de cada conciencia una pústula, arrastrándolos a malvivir del vicio y

del delito.

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Sea cual fuere, sin embargo, la orientación de su inferioridad biológica o

social, encontramos una pincelada común en todos los hombres que están bajo el

nivel de la mediocridad: la ineptitud constante para adaptarse a las condiciones

que, en cada colect ividad humana, l imitan la lucha por la v ida. Carecen de la

aptitud que permite al hombre mediocre imitar los prejuicios y las hipocresías de

la sociedad en que vegeta.

4. Función Social de la Virtud

La honestidad es una irritación; la virtud es una originalidad. Solamente

los v i r tuosos poseen ta lento mora l y es obra suya cualquier ascenso hacia la

perfección; el rebaño se limita a seguir sus huellas, incorporando a la honestidad

trivial lo que fue antes virtud de pocos. Y siempre rebajándola.

Hemos d i s t i ngu ido a l d e l i n cuen te de l hones to . I n s i s t imos en que su

honest idad no es l a v i r tud ; é l se es fuerza por confundi r las , sab iendo que l a

segunda le es inaccesible. La virtud es otra cosa. Es activa; excede infinitamente

en variedad, en derechez, en coraje, a las prácticas rutinarias que l ibran de la

infamia o de la cárcel.

Ser honesto implica someterse a las convenciones corrientes; ser virtuoso

significa a menudo ir contra ellas, exponiéndose a pasar como enemigo de toda

mora l e l que l o e s so l amente de c i e r to s p r e ju i c i o s i n f e r i o r e s . S i e l s e r eno

ateniense hubiera adulado a sus conciudadanos, la historia helénica no estaría

manchada por su condena y e l sabio no habr ía bebido la c icuta; pero no ser ía

S ó c r a t e s . S u v i r t u d c o n s i s t i ó e n r e s i s t i r l o s p r e j u i c i o s d e l o s d e m á s . S i

pud i é r amos v i v i r en t r e d i gnos y s an to s , l a op in i ón a j ena pod r í a ev i t a rnos

tropiezos y caídas ; pero es cobardía , v iv iendo entre atartufados, rebajarse a l

c omún n i ve l po r m i edo a a t r a e r su s i r a s . Hacer como todos puede impl icar

avenirse a lo indigno; el proceso moral t iene como condición resistir al común

descanso y adelantarse a su tiempo, como cualquier otro progreso.

S i e x i s t i e r a una mora l e t e rna — y n o t a n t a s m o r a l e s c u a n t o s s o n l o s

pueblos— podría tomarse en serio la leyenda bíblica del árbol cargado de frutos

del bien y del mal. Sólo tendríamos dos tipos de hombres: el bueno y el malo, el

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honesto y el deshonesto, el normal y el inferior, el moral y el inmoral. Pero no es

así. Los juicios del valor se transforman: el bien de hoy puede haber sido el mal

de ayer, el mal de hoy puede ser el bien de mañana. Y viceversa.

No es el hombre moralmente mediocre — el honesto— quien determina las

transformaciones de la moral.

S o n l o s v i r t u o s o s y l o s s a n t o s , i n con fund i b l e s con é l . P r e cu r so r e s ,

após to l e s , már t i r e s , i nventan f o rmas supe r i o re s de l b i en , l a s enseñan , l a s

p r e d i c a n , l a s i m p o n e n . T o d a m o r a l f u t u r a e s u n p r o d u c t o d e e s f u e r z o s

individuales, obra de caracteres excelentes que conciben y practican perfecciones

inacces ib les a l hombre común. En eso consiste e l ta lento mora l , que for ja la

virtud, y el genio moral, que implica la santidad. Sin estos hombres originales no

s e c o n c e b i r í a l a t r a n s f o r m a c i ó n d e l a s c o s t u m b r e s : c o n s e r v a r í a m o s l o s

sentimientos y pasiones de los primitivos seres humanos. Todo ascenso moral es

u n e s f u e r z o d e l t a l e n t o v i r t u o s o h a c i a l a p e r f e c c i ó n f u t u r a ; n u n c a i n e r t e

condescendencia para con el pasado, ni simple acomodación al presente.

La evo luc i ón de l a s v i r t ude s depende de t odos l o s factores morales e

intelectuales. El cerebro suele anticiparse al corazón; pero nuestros sentimientos

inf luyen más intensamente que nuestras ideas en la formación de los criterios

morales . El hecho es más notor io en las sociedades que en los individuos. Ha

p o d i d o a f i r m a r s e q u e , s i r e s u c i t a s e u n g r i e g o o u n r o m a n o , s u c e r e b r o

permanecería atónito ante nuestra cultura intelectual , pero su corazón podría

l a t i r a l un í sono con muchos co razones contemporáneos . Sus ideas sob re e l

u n i v e r s o , e l h o m b r e y l a s c o s a s c on t r a s t a r í an con l a s nues t r a s , p e ro su s

sentimientos ajustaríanse en gran parte a las palpitaciones del sentir moderno.

En un s igo cambian las ideas fundamenta les de la c ienc ia y la f i loso f ía : los

sent imientos cent ra l e s de l a mora l co l ec t i va só lo su f ren l eves oscilaciones,

porque los atr ibutos b io lógicos de la especie humana var ían lentamente. Nos

f u e r z a n a s o n r e í r l o s c o n o c i m i e n t o s i n f a n t i l e s d e l o s c l á s i c o s ; p e r o s u s

sent imientos nos conmueven, sus v i r tudes nos entus iasman, sus héroes nos

admiran y nos parecen honrados por los mismos atr ibutos que hoy nos harían

honrar los . Entonces , como ahora , l o s hombres e j empla res , aunque de ideas

opuestas, practicaban análogas virtudes frente a los hipócritas de su tiempo. El

fondo varía poco; lo que se transmuta incesantemente es la forma, el juicio de

valor que le confiere fuerza ética.

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Hay, sin embargo, un progreso moral colectivo. Muchos dogmatismos, que

antes fueron virtudes, son juzgados más tarde como prejuicios. En cada momento

histórico coexisten virtudes y prejuicios; el talento moral practica las primeras;

la honest idad se a ferra a los segundos . Los grandes v i r tuosos , cada uno a su

modo, combaten por lo mismo, en la forma que su cultura y su temperamento les

sug ieren . Aunque por d is t intos caminos . y part iendo de premisas rac iona les

antagónicas, todos se proponen mejorar al hombre: son igualmente enemigos de

los vicios de su tiempo.

Los v i r tuosos no i gua l an a l o s s an tos ; l a s oc i edad opone demas i ados

o b s t á c u l o s a s u s e s f u e r z o s . P e n s a r l a p e r f e c c i ó n n o i m p l i c a practicarla

totalmente; basta el firme propósito de marchar hacia ella. Los que piensan como

profetas pueden verse ob l igados a proceder como f i l i s teos en muchos de sus

actos . La v i rtud es una tensión rea l hacia lo que se concibe como per fección

ideal.

E l progreso ét ico es lento, pero seguro. La virtud arrastra y enseña; los

honestos se resignan a imitar alguna parte de las excelencias que practican los

v i r tuosos . Cuando se a f i rma que somos me jores que nuest ros abue los , . só lo

quiere expresarse que lo somos ante nuestra moral contemporánea. Fuera más

exacto decir que diferimos de ellos. Sobre las necesidades perennes de la especie,

organízanse conceptos de perfección que varían a través de los tiempos; sobre las

necesidades transitorias de cada sociedad se elabora el arquetipo de virtud más

út i l a su progreso . Mientras e l idea l abso luto permanece indef in ido y o f rece

escasas osci laciones en el curso de siglos enteros, el concepto concreto de las

virtudes se va plasmando en las variaciones reales de la vida social; los virtuosos

asc ienden por mi l senderos hac ia cumbres que se a le jan , s in cesar , hac ia e l

infinito.

Cada uno de los sent imientos út i les para la v ida humana engendra una

virtud, una norma de talento moral . Hay f i lósofos que meditan durante largas

noches insomnes, sabios que sacrifican su vida en los laboratorios, patriotas que

mueren por la l ibertad de sus conciudadanos, alt ivos que renuncian todo favor

que tenga por precio su dignidad, madres que sufren la miseria custodiando el

honor de sus hijos. El hombre mediocre ignora esas virtudes; se limita a cumplir

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las leyes por temor a las penas que amenazan a quien las v io la , guardando la

honra por no arrastrar las consecuencias de perderla.

5. La Pequeña Virtud y el Talento Moral

Así como hay una gama de intelectos, cuyos tonos fundamentales son la

inferioridad, la mediocridad y el talento — aparte del idiotismo y el genio,

que ocupan sus extremos— , hay también una jerarquía moral representada por

términos equiva lentes . En e l fondo de esas des igua ldade s hay una p ro funda

heterogeneidad de temperamentos . La conformación a los catec ismos a jenos

resulta fácil para los hombres débiles, crédulos, timoratos, sin grandes deseos,

sin pasiones vehementes, sin necesidad de independencia, sin irradiación de su

personalidad; es inconcebible, en cambio, en las naturalezas idealistas y fuertes,

capaces de pasiones vivas, bastante intelectuales para no dejarse engañar por la

mentira de los demás. Aquellos no sufren por la coacción moral del rebaño, pues

la hipocresía es su clima propicio; éstos sufren, luchando entre sus inclinaciones

superiores y el falseado concepto del deber que impone la sociedad. Se ajustan a

é l l o s hombres hones tos , pe ro nunca se l e e sc l av i za e l hombre mora lmente

superior. “Puede acordársele — dice Remy de Gourmont— el valor de una moda a

la que uno se resigna por no llamar la atención, pero sin interesar el ser íntimo y

sin hacerle ningún sacrificio profundo”. En esa disconformidad con la hipocresía

colectivamente organizada consiste la virtud, que es indiv idual , a la contra de

sus ca r i ca tu ras co l ec t i vas : en l a ca r idad y en l a bene f i cenc ia mundanas l a

miseria de los corazones tristes alimenta la vanidad de los cerebros vacíos.

Los temperamentos capaces de virtud difieren por su intensidad. El primer

germen de perfección moral se manifiesta en una decidida preferencia por el bien:

haciéndolo, enseñándolo, admirándolo. La bondad es el primer esfuerzo hacia la

v i r tud ; e l hombre bueno , esquivo a l as condescendencias permit idas por los

hipócritas, lleva en sí una partícula de santidad. El «buenismo» es la moral de los

pequeños v i r tuosos ; su préd ica es p laus ib le , s i empre que enseñe a ev i ta r l a

cobardía, que es su peligro. Algunos excesos de bondad no podrían distinguirse

del envilecimiento; hay falta de justicia en la moral del perdón sistemático. Está

bien perdonar una vez y sería inicuo no perdonar ninguna; pero el que perdona

dos veces se hace cómpl ice de los malvados . No sabemos qué hub iera hecho

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C r i s t o s i l e h u b i e s e n a b o f e t e a d o l a s e g u n d a m e j i l l a q u e o f r e c i ó a l q u e l e

afrentaba la primera: los escolásticos prefieren no discutir este problema.

Enseñemos a perdonar; pero enseñemos también a no ofender. Sería más

eficiente. Enseñémoslo con el ejemplo, no ofendiendo. Aditamos que la primera

vez se ofende por ignorancia; pero creamos que la segunda suele ser por villanía.

El mal no se corrige con la complacencia o la complicidad; es nocivo como los

venenos y debe oponérsele antídotos eficaces: la reprobación y el desprecio.

Mientras los hipócritas recetan la austeridad, reservando la indulgencia

pa ra s í m i smos , l o s pequeños v i r tuosos p re f i e r en l a p r ác t i ca de l b i en a su

prédica; evitan los sermones y enaltecen su propia conducta. Para e l prój imo

encuentran una disculpa, en la debi l idad humana o en la tentación del medio:

"tout comprendre c'est tout pardonner"; sólo son severos consigo mismos. Nunca

olvidan sus propias culpas y errores; y s i no just i f ican las a jenas, tampoco se

preocupan de atormentarlas con su odio, pues saben que el t iempo las castiga

fatalmente, por esa gravitación que abisma a los perversos como si fueran globos

desinflados. Su corazón es sensible a las pulsaciones de los demás, abriéndose a

t o d a h o r a p a r a a d u l c i r l a s p e n a s d e u n d e s v e n t u r a d o y p r e v i n i e n d o s u s

necesidades para ahorrarle la humillación de pedir ayuda; hacen siempre todo lo

que pueden, poniendo en ello tal afán que trasluce el deseo de haber hecho más y

mejor. Aprueban y estimulan cualquier germen de cultura, prodigando su aplauso

a toda idea original y compadeciendo a los ignorantes sin reproches inoportunos:

s u c o r d i a l i d a d s i n c e r a c o n l o s e s p í r i t u s h u m i l d e s n o e s t á c o r r o í d a p o r l a

urbanidad convencional.

Esas pequeñas virtudes son usuales , de apl icación frecuente, cot idiana;

s irven para dist inguir a l bueno del mediocre y di f ieren tanto de la honestidad

como el buen sentido difiere del sentido común. Importan una elevación sobre la

m e d i o c r i d a d ; l o s q u e s a b e n p r a c t i c a r l a s m e r e c e n l o s e l o g i o s q u e t a n

pródigamente se les tr ibutan. Desde Platón y Plutarco está hecha su apología;

ello no impide su asidua reiteración por escritores que glosan en esti lo menos

decisivo la socorrida frase de Hugo: "Il se fait beaucoup de grandes actions dans

les petites luttes. Il y a des bravoures opiniatres et ignorées qui se défendent pied

á p i e d d a n s l ' ombre cont re l ' envah i s sement f a t a l des nécess i t é s . Nob le e t

mistér ieux t r iomphe qu 'aucun regard ne vo i t , qu 'aucune renommée en paye ,

qu ' aucune f an f a r e ne s a l ue . La v i e , l e ma lheu r , l ' i s o l ement , l ' a bandon , l a

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pauvreté, sont des champs de batai l le que ont leurs héros; héros obscurs plus

grands parfois que les héros ilustres".3

No olvidemos, sin embargo, que esas virtudes son pequeñas; es grave error

oponer las a l as g randes . E l las reve lan una loab le tendencia , pero no pueden

compararse con el asiduo celo de perfección que convierte la bondad en virtud.

Para esto se requiere c ier ta inte lectua l idad super ior ; l as mentes ex iguas no

pueden concebir un gesto trascendente y noble, ni sabría ejecutarlo un carácter

a m o r f o . A l o s q u e d i c e n : "no hay tonto malo" , podr ía respondérse les que l a

incapacidad de mal no es bondad. Aún está por resolverse el antiguo litigio que

p r o p o n í a e l e g i r e n t r e u n i m b é c i l b u e n o y u n i n t e l i g e n t e m a l o ; p e r o e s t á

seguramente resuelto que la imbeci l idad no es una presunción de virtud, ni la

intel igencia lo es de perversidad. El lo no impide que muchos necios protesten

contra el ingenio y la ilustración, glosando la paradoja de Rousseau, hasta inferir

de ella que la escuela puebla las cárceles y que los hombres más buenos son los

torpes e ignorantes.

Mentira. Burda patraña esgrimida contra la dignificación humana mediante

la instrucción pública, requisito básico para el enaltecimiento moral.

Sócrates enseñó — hace de esto algunos años— que la Ciencia y la Virtud se

con funden en una so l a y misma resultante : la Sabidur ía . Para hacer e l b ien.

b a s t a v e r l o c l a r a m e n t e ; n o l o h a c e n l o s q u e n o l o v e n ; n a d i e s e r í a m a l o

sabiéndolo. El hombre más inteligente y más i lustrado puede ser el más bueno;

«puede» serlo, aunque no siempre lo sea. En cambio, el torpe y el ignorante no

pueden serlo nunca, irremisiblemente.

La moral idad es tan importante como la inte l igencia en la composic ión

global del carácter. Los más grandes espíritus son los que asocian las luces del

intelecto con las magnificencias del corazón. La «grandeza del alma» es bilateral.

Son raros esos talentos completos; son excepcionales esos genios. Los hombres

exce lentes br i l lan por esta o aquel la apt i tud, s in resp landecer en todas ; hay

asimismo talentos en algún género intelectual, que no lo son en virtud alguna, y

hombres virtuosos que no asombran por sus dotes intelectuales.

3 "Se hacen muchas grandes acciones en las pequeñas luchas, hay muchas intrepideces obstinadas e ignoradas que se defienden palmo a palmo en la sombra contra la invasión fatal de las necesidades. Noble y misterioso triunfo que ninguna mirada ve, que ninguna fama paga, que ninguna fanfarria saluda. La vida, la desgracia, la soledad, el abandono, la pobreza, son campos de batalla que tienen sus héroe; héroes oscuros algunas veces más grandes que los ilustres".

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Ambas formas de ta lento , aunque d ist intas y cada una mult i forme, son

i g u a l m e n t e n e c e s a r i a s y m e r e c e n e l m i s m o h o m e n a j e . P u e d e n o b s e r v a r s e

aisladas; suelen germinar al unísono en hombres extraordinarios. Aisladas valen

menos. La virtud es inconcebible en el imbéci l y el ingenio es infecundo en el

d e s v e r g o n z a d o . L a s u b o r d i n a c i ó n d e l a m o r a l i d a d a l a i n t e l i g e n c i a e s u n

r e n u n c i a m i e n t o d e t o d a d i g n i d a d ; e l m á s i n g e n i o s o d e l o s h o m b r e s s e r í a

detestable cuando pusiera su ingenio al servicio de la rutina, del prejuicio o del

servilismo; sus triunfos serían su vergüenza, no su gloria. Por eso dijo Cicerón,

ha muchos siglos: “Cuanto más fino y culto es un hombre, tanto más repulsivo y

sospechoso se vuelve si pierde su reputación le honesto”. (De offic., II, 9). Verdad

es que el tiempo perdona algunas culpas a los genios y a los héroes, capaces de

exceder con e l b ien que hacen e l mal que no dejaren de hacer ; pero e l los son

excepciones raras y en vida habría que medirlos con el criterio de la posteridad:

la trascendente magnitud de su obra.

Esas nociones suprimen algunos problemas inocentes. como el de fallar si

son preferibles los que crean. inventan y perfeccionan en las ciencias y en las

artes, o los que poseen un admirable conjunto de energías morales que impulsan

a jugar e l porvenir y la v ida en defensa de la dignidad y la just ic ia . Entre los

talentos intelectuales y los talentos morales, estos últimos suelen ser preferidos

con razón, conceptuándolos más necesarios. “El talento superior es el talento

moral”, ha e sc r i to Smi l e s , g l o sando a l inagotab l e Mr . de l a Pa l i s se . De e s te

parangón está excluido a priori el hombre mediocre, pues sólo tiene rutinas en el

cerebro y prejuicios en el corazón.

La apoteosis del tonto bueno encamínase, evidentemente, a protestar, como

lo hac ía C icerón . cont ra los que pre tenden consent i r a l ingen io un absurdo

de recho a l a inmora l idad . E l s i s tema es equ ívoco ; i gua lmente in jus to se r í a

desacreditar a los santos más ejemplares fundándose en que existen simuladores

de la virtud.

Es capcioso oponer e l ingenio y la moral , como términos inconci l iables.

¿Sólo podría ser virtuoso el rutinario o el imbécil? ¿Sólo podría ser ingenioso el

d e s h o n e s t o o e l d e g e n e r a d o ? L a h u m an idad deb i e r a son ro j a r s e an te e s t a s

preguntas. Sin embargo, e l las son insinuadas por catequistas que adulan a los

tontos ; buscando e l éx ito ante su número inf inito . E l sof isma es senci l lo . De

muchos grandes hombres se cuentan anomalías morales o de carácter , que no

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suelen contarse del mediocre o del imbécil; luego, aquellos son inmorales y éstos

son virtuosos.

Aunque las premisas fuesen exactas, la conclusión ser ía i legít ima. Si se

concediera — y es mentira— que los grandes ingenios son forzosamente inmorales,

no habría por qué otorgar a los imbéciles el privilegio de la virtud, reservado al

talento moral.

Pero la premisa es falsa. Si se cuentan desequilibrios de los genios y no de

los papanatas, no es porque éstos sean faros de virtud, sino por una razón muy

s e n c i l l a : l a h i s t o r i a s o l a m e n t e s e o c u p a d e l o s p r i m e r o s i g n o r a n d o a l o s

segundos. Por un poeta alcoholista hay diez millonesa de lechuguinos que beben

como él ; por un f i lósofo uxorcida hay cien mil uxoricidas que no son f i lósofos;

por un sabio experimentador, cruel con un perro o una rana, hay una incontable

cohorte de cazadores que le aventajan en impiedad. ¿Y qué dirá la historia? Hubo

un poeta a lcohol i s ta , un f i lóso fo uxor ic ida y un sab io crue l ; los mi l lones de

anónimos no tienen biografía. Moreau de Tours equivocó el rumbo; Lombroso se

e x t r a v i ó ; N o r d a u h i z o d e l a c u e s t i ó n u n a s i m p l e p o l é m i c a l i t e r a r i a . N o

comulguemos con ruedas de molino; la premisa es falsa. Los que hemos visitado

c ien cárce les podemos asegurar que había en e l las c incuenta mi l hombres de

inteligencia inferior, junto a cinco o veinte hombres de talento. No hemos visto

un solo hombre de genio.

Volvamos al sano concepto socrático, hermanando la virtud y el ingenio,

a l iados antes que adversarios. Una elevada intel igencia es s iempre propicia al

talento moral y éste es la condición misma de la virtud. Sólo hay una cosa más

vasta, ejemplar, magnífica, el golpe de ala que eleva hacia lo desconocido hasta

entonces, remontándonos a las cimas eternas de esta aristocracia moral: son los

genios que enseñan virtudes no practicadas hasta la hora de sus profecías o que

practican las conocidas con intensidad extraordinaria. Si un hombre encarrila en

absoluto su vida hacia un ideal, eludiendo o constatando todas las contingencias

materiales que contra él conspiran, ese hombre se eleva sobre el nivel mismo de

las más altas virtudes. Entra en la santidad.

6. El Genio Moral: La Santidad

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La santidad existe: los genios morales son los santos de la humanidad. La

evolución de los sentimientos colectivos, representados por los conceptos de bien

y de v i r tud, se opera por intermedio de hombres extraordinar ios . En e l los se

resume o po la r i za a l guna tendenc ia inmanente de l cont inuo deven i r mora l .

Algunos legislan y fundan rel igiones, como Manú, Confucio, Moisés y Buda , en

civi l izaciones primitivas, cuando los Estados son teocracias; otros predican y

viven su moral, como Sócrates, Zenón o Cristo, confiando la suerte de sus nuevos

valores a la eficacia del ejemplo; los hay, en fin, que transmutan racionalmente

las doctrinas, como Antistenes, Epicuro o Spinoza. Sea cual fuere el juicio que a

l a poster idad merezcan sus enseñanzas , todos e l los son inventores , fuerzas

originales en la evolución del bien y del mal, en la metamorfosis de las virtudes.

Son s iempre hombres de excepción, genios , los que la enseñan. Los ta lentos

morales perfeccionan o practican de manera excelente esas virtudes por e l los

creadas; los mediocres morales se concretan a imitarlas tímidamente.

T o d a s a n t i d a d e s e x c e s i v a , d e s b o r d a n t e , o b s e s i o n a d o r a , o b e diente,

incontrastable : es genio. Se es santo por temperamento y no por cálculo , por

corazonadas f i rmes más que por doctr inar ismos racionales : as í lo fueron casi

todos. La inf lexible r igidez del profeta o del apóstol , es s imbólica; s in el la no

tendríamos la i luminada f irmeza del virtuoso ni la obediencia discipl inada del

honesto . Los santos no son los factores práct icos de la v ida soc ia l , s ino las

masas que imitan débilmente su fórmula. No fue Francisco un instrumento eficaz

de la beneficencia, virtud cristiana que el tiempo reemplazará por la solidaridad

social: sus efectos útiles son producidos por innumerables individuos que serían

incapaces de practicarla por iniciativa propia, pero que del exaltado arquetipo

reciben sugest iones, tendencias y e jemplos , graduándolos, di fundiéndolos. El

santo de Asís muere de consunción, obsesionado por su virtud. sin cuidarse de si

mismo, y entrega su vida a su ideal; los mediocres que practican la beneficencia

p o r é l p r a c t i c a d a c u m p l e n u n a o b l i g a c i ó n , t i b i a m e n t e , s i n p e r t u r b a r s u

tranquilidad en holocausto a los demás.

L a s a n t i d a d c r e a o r e n u e v a . “L a e x t e n s i ó n y e l d e s a r r o l l o d e l o s

sentimientos sociales y morales — dijo Eibot— se han producido lentamente y por

obra de c iertos hombres que merecen ser l lamados inventores en mora l . Esta

expres ión puede sonar ext rañamente a c ie r tos o ídos de gente imbuida de l a

hipótesis de un conocimiento del bien y del mal innato, universal, distribuido a

todos los hombres y en todos los tiempos. Si en cambio se admite una moral que se

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va hac iendo , es necesar io que e l l a sea l a c reac ión , e l descubr imiento de un

individuo o de un grupo. Todo el mundo admite inventores en geometría, en música,

en las artes plásticas. o mecánicas; pero también ha habido hombres que por sus

disposiciones naturales eran muy super iores a sus contemporáneos y han s ido

promotores, iniciadores. Es importante observar que la concepción teórica de un

ideal moral más elevado, de una etapa a pasar, no basta; se necesita una emoción

poderosa que haga obrar y, por contagio, comunique a los otros su propio élan. El

avance es proporcional a lo que se siente y no a lo que se piensa”.

Por eso el genio moral es incompleto mientras, no actúa; la simple visión

de ideales magníf icos no implica la santidad, que está en el ejemplo, más bien

que en la doctrina, siempre que implique creación original. Los titulados santos

de ciertas religiones rara vez son creadores son simples virtuosos o alucinados, a

quienes el interés del culto y la política eclesiástica han atribuido una santidad

nominal. En la historia del sentimiento religioso sólo son genios los que fundan o

t ransmutan , pero de n inguna manera los que organ izan órdenes , es tab lecen

reg l as , r ep i ten un c redo , p rac t i can una norma o d i funden un ca tec i smo . E l

santoral católico es irrisorio. Junto a pocas vidas que merecen la hagiografía de

un Fray Domenico Cava lca , muchas hay que no in te resan a l mora l i s ta n i a l

psicólogo; numerosas tientan la curiosidad de los alienistas y otras sólo revelan

el interesado homenaje de los concilios al fanatismo localista de ciertos rebaños

industrioso.

P o n g a m o s m á s a l t a l a s a n t i d a d : d o n d e s e ñ a l e u n a o r i e n t a c i ó n

inconfundible en la histor ia de la moral . Cada hora de la humanidad t iene un

c l ima, una atmósfera y una temperatura , que s in cesar var ían. Cada c l ima e s

p r o p i c i o a l f l o r e c i m i e n t o d e c i e r t a s v i r t u d e s ; c a d a a t m ó s f e r a s e c a r g a d e

creencias que señalan su orientación intelectual ; cada temperatura marca los

g rados de f e con que se acentúan dete rminados idea les y asp i rac iones . Una

h u m a n i d a d q u e e v o l u c i o n a n o p u e d e t e n e r i d e a l e s i n m u t a b l e s , s i n o

incesantemente perfectibles, cuyo poder de transformación sea infinito como la

v ida . Las v i r tudes de l pasado no son las v i r tudes de l presente ; los santos de

mañana no se rán los mismos de ayer . Cada momento de l a h i s to r ia requiere

cierta forma de santidad que sería estéril si no fuera oportuna, pues las virtudes

se van plasmando en las variaciones de la vida social.

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En el amanecer de los pueblos, cuando los hombres viven luchando a brazo

part ido con la naturaleza avara, es indispensable ser fuertes y va l ientes para

imponer la hegemonía o asegurar la l ibertad de l g rupo; entonces la cua l idad

suprema es la excelencia f ísica y la virtud del coraje se transforma en culto de

héroes, equiparados a los dioses. La santidad está en el heroísmo.

E n l a s g r a n d e s c r i s i s d e r e n o v a c i ó n m o r a l , c u a n d o l a a p a t í a o l a

decadencia amenazan disolver un pueblo o una raza, la virtud excelente entre

todas es la integridad del carácter, que permite vivir o morir por un ideal fecundo

para el común engrandecimiento. La santidad está en el apostolado.

En las plenas civilizaciones más sirve a la humanidad el que descubre una

nueva ley de la naturaleza, o enseña a dominar alguna de sus fuerzas, que quien

culmina por su temperamento de héroe o de apóstol. Por eso el prestigio rodea a

las virtudes intelectuales: la santidad está en la sabiduría.

Los ideales éticos no son exclusivos del sentimiento religioso; no lo es la

virtud; ni la santidad. Sobre cada sentimiento pueden ellos florecer. Cada época

tiene sus ideales y sus santos: héroes, apóstoles o sabios.

Las naciones l legadas a cierto nivel de cultura santif ican en sus grandes

pensadores a los portaluces y heraldos de su grandeza espiritual. Si el ejemplo

supremo pa ra l o s que combaten l o dan l o s hé roes y pa ra l o s que c reen l o s

a p ó s t o l e s , p a r a l o s q u e p i e n s a n l o d a n l o s f i l ó s o f o s . E n l a m o r a l d e l a s

sociedades que se forman, culminan Alejandro, César o Napoleón; y cuando se

renuevan, Sócrates. Cristo o Bruno; pero llega un momento en que los santos se

llaman Aristóteles, Bacon y Goethe. La santidad varía a compás del ideal.

Los espíritus cultos conciben la santidad en los pensadores, tan luminosa

como en los héroes y en los apóstoles; en las sociedades modernas el «santo» es

un anticipo visionario de teoría o profeta de hechos que la posteridad confirma,

apl ica o real iza . Se comprende que, a sus horas , haya santidad en servir a un

ideal en los campos de batalla o desafiando la hipocresía como en los supremos

protagonistas de una I l íada o de un Evangelio; pero también es santo, de otros

ideales, el poeta, el sabio o el filósofo que viven eternos en su Divina comedia, en

su Novum organum o en su Origen de las especies. Si es difícil mirar un instante

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la cara de la muerte que amenaza paralizar nuestro brazo, lo es más resistir toda

una vida los principios y rutinas que amenazan asfixiar nuestra inteligencia.

Entre nieblas que alternativamente se espesan y se disipan, la humanidad

asciende sin reposo hacia remotas cumbres. Los más las ignoran; pocos elegidos

pueden verlas y poner al l í su ideal, aspirando aproximársele. Orientadas por la

exigua constelación de visionarios, las generaciones remontan desde la rutina

hacia Verdades cada vez menos inexactas y desde el prejuicio hacia las Virtudes

cada vez menos imperfectas. Todos los caminos de la santidad conducen hacia el

punto infinito que marca su imaginaria convergencia.

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CAPÍTULO IV: LOS CARACTERES

MEDIOCRES

1. Hombres y Sombras

Desprovistos de alas y de penacho, los caracteres mediocres son incapaces

de volar hasta una cumbre o de bat irse contra un rebaño. Su vida es perpetua

complicidad con la ajena. Son hueste mercenaria del primer hombre f irme que

sepa uncirlos a su yugo. Atraviesan el mundo cuidando su sombra e ignorando su

personalidad. Nunca l legan a individualizarse: ignoran el placer de exclamar «yo

soy» , f rente a los demás. No ex isten so los . Su amorfa estructura los ob l iga a

b o r r a r s e e n u n a r a z a , e n u n p u e b l o , e n u n p a r t i d o , e n u n a s e c t a , e n u n a

bander ía : s iempre a embadurnarse de otros . Apunta lan todas l a s doct r inas y

prejuicios, consolidados a través de siglos. Así medran. Siguen el camino de las

menores resistencias, nadando a favor de toda corriente y variando con ella; en

su r oda r aguas aba j o no hay mér i to : e s s imp le incapac idad de nada r aguas

arriba. Crecen porque saben adaptarse a la hipocresía social, como las lombrices

a la entraña.

Son refractarios a todo gesto digno; le son hostiles. Conquistan «honores» y

alcanzan «dignidades», en plural; han inventado el inconcebible plural del honor

y d e la dignidad, por def inición singulares e inf lexibles. Viven de los demás y

para los demás: sombras de una grey, su existencia es el accesorio de focos que

la proyectan. Carecen de luz, de arrojo, de fuego, de emoción. Todo es, en ellos,

prestado.

Los caracteres excelentes ascienden a la propia dignidad nadando contra

todas las corrientes rebajadoras, cuyo ref lujo resisten con tesón. Frente a los

otros se les reconoce de inmediato, nunca borrados por esa brumazón moral en

que aquellos se destiñen. Su personalidad es todo brillo y arista:

“Firmeza y luz, como cristal de roca”,

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El Hombre Mediocre

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breves palabras que sintetizan su definición perfecta. No la dieron mejor

Teofrasto o Bruyére. Han creado su vida y servido un Ideal, perseverando en la

ruta, s int iéndose dueños de sus acciones, templándose por grandes esfuerzos:

seguros en sus c reenc ias , l ea les a sus a fectos . f i e les a su pa labra . Nunca se

obstinan en el error, ni traicionan jamás a la verdad. Ignoran el impudor de la

inconstancia y la inso lenc ia de la ingrat i tud . Pu jan cont ra l o s obs tácu los y

afrontan las di f icultades. Son respetuosos en la v ictor ia y se digni f ican en la

derrota como s i para e l los la be l leza estuviera en la l id y no en su resultado.

Siempre, invariablemente, ponen la mirada alto y le jos; tras lo actual fugitivo

d i v i s an un Idea l más r e spe tab l e cuanto más d i s t an te . Es tos op t imates son

contados; cada uno vive por un millón. Poseen una firme línea moral que les sirve

de esqueleto o armadura. Son alguien. Su fisonomía es la propia y no puede ser

de nadie más; son inconfundibles, capaces de imprimir su sello indeleble en mil

i n i c i a t i va s f e cundas . La s g en te s domes t i cadas l o s t emen , como l a l l a ga a l

cauterio; sin advertir lo, empero, los adoran con su desdén. Son los verdaderos

amos de la sociedad, los que agreden el pasado y preparan el porvenir , los que

destruyen y plasman. Son los actores del drama social , con energía inagotable.

Poseen el don de resistir a la rutina y pueden librarse de su tiranía niveladora.

Por el los la Humanidad vive y progresa. Son siempre excesivos; centuplican las

cualidades que los demás sólo poseen en germen. La hipertrofia de una idea o de

una pasión los hace inadaptables d su medio, exagerando su pujanza; mas, para

la sociedad, realizan una función armónica y vital . Sin el los se inmovilizaría el

p rogreso humano, es tancándose como ve le ro sorprendido en a l ta mar por l a

bonanza . De e l los , so lamente de e l los , sue len ocuparse la h is tor ia y e l a r te ,

interpretándolos como arquetipos de la Humanidad.

E l hombre que p iensa con su prop ia cabeza y la sombra que re f le ja los

p e n s a m i e n t o s a j e n o s , p a r e c e n p e r t e n e c e r a m u n d o s d i s t i n t o s . H o m b r e s y

sombras: difieren como el cristal y la arcilla.

E l c r i s t a l t i e n e u n a f o r m a p r e e s t a b l e c i d a e n s u p r o p i a c o m p o s i c i ó n

química; cristaliza en ella o no, según los casos; pero nunca tomará otra forma

que la propia. Al verlo sabemos que lo es, inconfundiblemente. De igual manera

que el hombre superior es siempre uno, en sí, aparte de los demás. Si el clima le

es propic io conviértese en núc leo de energ ías soc ia les , proyectando sobre e l

medio sus características propias, a la manera del cristal que en una solución

saturada provoca nuevas cristalizaciones semejantes a sí mismo, creando formas

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de su propio sistema geométrico. La arcilla, en cambio, carece de forma propia y

toma la que le imprimen las circunstancias exteriores, los seres que la presionan

o las cosas que la rodean; conserva e l rastro de todos los surcos y e l hoyo de

todos los dedos, como la cera, como la masilla; será cúbica, esférica o piramidal,

s egún l a modelen. Así los caracteres mediocres: sensibles a las coerciones del

medio en que viven, incapaces de servir una fe o una pasión.

Las creencias son el soporte del carácter; el hombre que las posee firmes y

e levadas , lo t iene exce lente . Las sombras no creen . La persona l idad es tá en

perpetua evolución y el carácter individual es su delicado instrumento; hay que

templarlo sin descanso en las fuentes de la cultura y del amor. Lo que heredamos

implica cierta fatalidad, que la educación corrige y orienta. Los hombres están

predestinados a conservar su l ínea propia entre las presiones coercitivas de la

soc i edad ; l a s sombras no t i enen r e s i s t enc i a , s e adap tan a l a s demás has ta

d e s f i gu r a r s e , domes t i c ándose . E l c a r á c t e r s e e xp r e s a po r a c t i v i d ade s que

cons t i tuyen l a co n d u c t a . C a d a s e r h u m a n o t i e n e e l c o r r e s p o n d i e n t e a s u s

creencias; si es “firmeza y luz”, como dijo el poeta, la firmeza está en los sólidos

cimientos, de su cultura y la luz en su elevación moral.

Los elementos intelectuales no bastan para determinar su orientación; la

febledad del carácter depende tanto de la consistencia moral como de aquellos, o

más. Sin algún ingenio, es imposible ascender por los senderos de la virtud; sin

alguna virtud son inaccesibles los del ingenio. En la acción van de consuno. La

fuerza de las creencias está en no ser puramente racionales; pensamos con el

co razón y con l a cabeza . E l l a s no imp l i can un conoc imiento exac to a de l a

rea l idad ; son s imples ju ic ios a su respecto , suscept ib les de ser correg idos o

r eemplazados . Son ins t rume n t o s a c t u a l e s ; c a d a c r e e n c i a e s u n a o p i n i ó n

contingente y provisional. Todo juicio implica una afirmación. Toda negación es,

en sí mismo, afirmativa; negar es afirmar una negación. La actitud es idéntica: se

cree lo que se afirma o se niega. Lo contrario de la afirmación no es la negación,

es la duda . Para a f i rmar o negar es indispensab le creer . Ser a lgu ien es creer

intensamente; pensar es creer; amar es creer; odiar es creer; vivir es creer.

Las creencias son los móviles de toda actividad humana. No necesitan ser

verdades: creemos con anterioridad a todo razonamiento y cada nueva noción es

adquirida a través de creencias ya preformadas. La duda debiera ser más común,

escaseando los criterios de certidumbre lógica; la primera actitud, sin embargo,

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es una adhesión a lo que se presenta a nuestra experiencia. La manera primitiva

de pensar las cosas consiste en creerlas tales como las sentimos; los niños, los

salvajes, los ignorantes y los espíritus débiles son accesibles a todos los errores,

juguetes fr ívolos de l as personas , l a s cosas y l as c i rcunstanc ias . Cua lqu ie ra

desvía los bajeles sin gobierno. Esas creencias son como los clavos que se meten

de un solo golpe; las convicciones firmes entran como los tornillos, poco a poco,

a f u e r za de ob se rvac i ón y de e s tud io . Cuesta más t raba jo adqu i r i r l a s ; pe ro

mientras los clavos ceden al primer estrujón vigoroso, los torni l los resisten y

mantienen de pie la personal idad. El ingenio y la cultura corr igen las fác i les

i lus iones pr imit ivas y las rut inas impuestas por la soc iedad a l ind iv iduo : l a

a m p l i t u d d e l s a b e r p e r m i t e a l o s h o m b r e s f o r m a r s e i d e a s p r o p i a s . V i v i r

a r rast rado por l as a jenas equ iva le a no v iv i r . Los mediocres son obra de los

demás y están en todas partes: manera de no ser nadie y no estar en ninguna.

Sin unidad no se concibe un carácter. Cuando falta, el hombre es amorfo o

inestable; vive zozobrando como frági l barquichuelo en un océano. Esa unidad

debe ser efectiva en el tiempo; depende, en gran parte, de la coordinación de las

c r e e n c i a s . E l l a s s o n f u e r z a s d i n a m ó g e n a s y a c t i v a s , s i n t e t i z a d o r a s d e l a

p e r s o n a l i d a d . L a h i s t o r i a n a t u r a l d e l p e n s a m i e n t o h u m a n o s ó l o e s t u d i a

creencias, no certidumbres. La especie, las razas, las naciones, los partidos, los

g rupos , son an imados por neces idades mater ia les que los engendran , más o

menos conformes a la realidad, pero siempre determinantes de su acción. Creer

es la forma natural de pensar para vivir.

La unidad de las creencias permite a los hombres obrar de acuerdo con el

propio pasado: es un hábito de independencia y la condición del hombre libre, en

e l s en t ido r e l a t i vo que e l de te rmin i smo cons i en te . Sus ac tos son ág i l e s y

recti l íneos, pueden preverse en cada circunstancia; siguen sin vacilaciones un

camino trazado: todo concurre a que custodien su dignidad y se formen un ideal.

Siempre están prontos para el esfuerzo y lo realizan sin zozobra. Se sienten libres

cuando rectif ican sus yerros y más l ibres aún al manejar sus pasiones. Quieren

ser independientes de, todos, sin que ello les impida ser tolerantes: el precio de

su l i be r tad no l o ponen en l a sumis ión de l o s demás . S i empre hacen lo que

quieren, pues só lo quieren lo que está en sus fuerzas rea l izar . Saben pul i r la

obra de sus educadores y nunca creen terminada la propia cultura. Diríase que

el los mismos se han hecho como son, v iéndoles recalcar en todos los actos e l

propósito de asumir su responsabilidad.

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Las creencias del Hombre son hondas, arraigadas en vasto saber; le sirven

de t imón seguro pa ra marchar por una ru ta que é l conoce y no ocu l ta a l o s

demás ; cuando camb ia de rumbo e s po rque su s c r eenc i a s de l a Sombra son

surcos arados en el agua; cualquier ventisca las desvía; su opinión es tornadiza

como veleta y sus cambios obedecen a solicitaciones groseras de conveniencias

inmediatas . Los Hombres evo luc ionan según v a r í a n s u s c r e e n c i a s y p u e d e n

cambiar las mientras s iguen aprendiendo; las Sombras acomodan las propias a

sus apetitos y pretenden encubrir la indignidad con el nombre de evolución. Si

dependiera de e l l as , es ta ú l t ima equ iva ldr ía a desequi l ib r io o desvergüenza;

muchas veces a traición.

C reenc i a s f i rmes , conduc ta f i rme . Ése e s e l c r i t e r i o pa ra ap rec i a r e l

ca rác te r : l a s ob ras . Lo d i ce e l b í b l i co poema : ludicaberis ex operibusvestris ,

seré is juzgados por vuestras obras . ¡Cuántos hay que parecen hombres y só lo

valen por las posiciones alcanzadas en las piaras mediocráticas! Vistos de cerca,

examinadas sus obras, son menos que nada, valores negativos. Sombras.

2. La Domesticación de los Mediocres

G i l B l a s d e S a n t i l l a n a e s u n a s o m b r a : s u v i d a e n t e r a e s u n p r o c e s o

continuo de domesticación social. Si alguna línea propia permitía diferenciarle de

s u r e b a ñ o , t o d o e l e s t e r c o l e r o s o c i a l s e v u e l c a s o b r e é l p a r a b o r r a r l a ,

comp l i cando su in segu ra un idad en una c i f r a i nmensa . E l r ebaño l e o f r ece

i n f i n i t a s v e n t a j a s . N o s o r p r e n d e q u e é l l a a c e p t e a c a m b i o d e c i e r t o s

r e n u n c i a m i e n t o s c o m p a t i b l e s c o n s u e s t r u c t u r a m o r a l . N o l e e x i g e c o s a s

inverosímiles; bástale su condescendencia pasiva, su alma de siervo.

Mientras los hombres resisten las tentaciones, las sombras resbalan por la

pend iente ; s i a l guna par t í cu la de o r ig ina l idad l es es torba , l a e l iminan para

confundirse mejor en los demás. Parecen só l idas y se ab landan, ásperas y se

suavizan, ariscas y se amansan, calurosas y se entibian, resplandecientes y se

opacan, ardientes y se apaciguan, viri les y se afeminan, erguidas y se achatan.

M i l s ó rd idos l a zos l a s a cechan desde que t oman contac to con sus s ím i l e s :

a p r e n d e n a m e d i r s u s v i r t u d e s y a p r a c t i c a r l a s c o n p a r s i m o n i a . C a d a

apartamiento les cuesta un desengaño, cada desvío les vale una desconfianza.

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A m o l d a n s u c o r a z ó n a l o s p r e j u i c i o s y s u i n t e l i g e n c i a a l a s r u t i n a s : l a

domesticación les facilita la lucha por la vida.

La med ioc r i dad t eme a l d i gno y ado ra a l l a cayo . G i l B l a s l e encan ta ;

simboliza al hombre práctico que de toda situación saca partido y en toda villanía

tiene provecho. Persigue a Stockmann, el enemigo del pueblo, con todo afán como

pone en admirar a Gi l Blas: le recoge en la cueva de bandoleros y le encumbra

f a v o r i t o e n l a s c o r t e s . E s u n h o m b r e d e c o r c h o : f l o t a . H a s i do sa lteador ,

alcahuete, ratero, prestamista, asesino, estafador, fementido, ingrato, hipócrita,

traidor, político; tan varios encenagamientos no le impiden ascender y otorgar

sonrisas desde su comedero. Es perfecto en su género. Su secreto es simple: es

un animal doméstico. Entra al mundo como siervo y sigue siendo servil hasta la

muerte, en todas las circunstancias y situaciones: nunca tiene un gesto altivo,

jamás acomete de frente un obstáculo.

El buen lenguaje clásico llamaba doméstico a todo hombre que servía. Y era

justo. El hábito de la servidumbre trae consigo sentimientos de domesticidad, en

los cortesanos lo mismo que en los pueb los . Habr ía que copiar por entero e l

elocuente Discurso sobre la servidumbre voluntaria, escrito por La Boetie en su

adolescencia y cubierto de gloria por el admirativo elogio de Montaigne. Desde él

m i l e s de pág inas f u s t i g an l a subo rd inac i ón a l o s dogmat i smos soc i a l e s . a l

a c a t a m i e n t o i n c o n d i c i o n a l d e l o s p r e j u i c i o s a d m i t i d o s . e l r e s p e t o d e l a s

jerarquías adventicias. la disciplina ciega a la imposición colectiva, el homenaje

decidido a todo lo que representa el orden vigente. La sumisión sistemática a la

voluntad de los poderosos: todo lo que; refuerza la domesticación y t iene por

consecuencia inevitable el servilismo.

Los caracteres excelentes son indomesticables: tienen su norte puesto en

su Ideal . Su « f i rmeza» los sost iene; su « luz» los guía . Las sombras, en cambio,

degeneran. Fáci lmente se l icua la cera ; jamás e l cr ista l p ierde su ar ista . Los

mediocres encharcan su sombra cuando el medio los inst iga; los superiores se

encumbran en la misma proporción en que se rebaja su ambiente. En la dicha y

en l a advers idad , amando y deprec iando , ent re r i sas y ent re l ág r imas , cada

hombre f i rme t iene un modo pecul iar decomportarse , que e s s u s í n t e s i s : s u

carácter. Las sombras no t ienen esa unidad de conducta que permite prever el

gesto en todas las ocasiones.

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Para Zenón, el estoico, el carácter es fuente de la vida y manan de él todas

nues t r a s a cc i ones . E s buen dec i r , p e ro imprec i so . En su s de f i n i c i ones l o s

m o r a l i s t a s n o c o n c u e r d a n c o n l o s p s i c ó l o g o s : a q u e l l o s c a t o n i z a n c o m o

predicadores. c y éstos describen como naturalistas. El carácter es una síntesis:

hay que insistir en ello. Es un exponente de toda la personalidad y no de algún

elemento aislado. En los mismos filósofos, que desarrollan sus aptitudes de modo

p a r c i a l , e l c a r á c t e r p a r e c e r í a d e p e n d e r e x c l u s i v a m e n t e d e c o n d i c i o n e s

intelectuales; vano error, pues su conducta es el trasunto de cien otros factores.

Pensar es v iv i r . Todo idea l humano impl ica una asociac ión s istemática de la

mora l y de l a vo luntad , hac iendo converger a su ob je to los más vehementes

anhelos de perfección. El investigador de una verdad se sobrepone a la sociedad

en que vive: trabaja para ésta y piensa por todos, anticipándose, contrariando

sus rutinas. Tiene una personalidad social , adaptada para las funciones que no

puede e jerc i tar en una ermita ; pero sus sent imientos socia les no le imponen

complicidad en lo turbio. En su anastomosis con los demás conserva l ibres e l

corazón y el cerebro mediante algo propio que nunca se desorienta: el que posee

un carácter no se domestica.

G i l B las medra ent re l os hombres desde que l a humanidad ex i s te ; han

p r o t e s t a d o c o n t r a é l l o s i d e a l i s t a s d e t o d o s l o s t i e m p o s . L o s r o m á n t i c o s ,

envueltos en sublime desdén, han enfestado contra los temperamentos serviles:

Musset, por boca de Lorenzaccio, estruja con palabras i levantables la cobardía

de los pueblos avenidos a la servidumbre. Y no le van en zaga los individualistas,

cuyo más alto vuelo lírico alcanzara Nietzsche: sus más hermosas páginas son un

código de moral antimediocre, una exaltación de cualidades inconciliables con la

discipl ina socia l . El espír i tu gregar io , por é l acerbamente fust igado, t iene ya

directores elocuentísimos, que exhiben las solidarias complicaciones con que los

medrosos resisten las iniciativas de las audaces, ágrupándose en modos diversos

según sus intereses de clase, jerarquía o funciones.

Donde hubo esclavos y siervos se plasmaron caracteres serviles. Vencido el

hombre, no lo mataban: lo hacían trabajar en provecho propio. Sujeto al yugo.

tembloroso ante el látigo, el esclavo doblábase bajo coyundas que grababan en su

c a r á c t e r l a d o m e s t i c i d a d . A l g u n o s — d i c e l a h i s t o r i a — f u e r o n r e b e l d e s o

alcanzaron dignidades: su rebeldía fue siempre un gesto de animal hambriento y

su éx i to fue e l p rec io de comp l i c idades en v i c i o s de sus amos . L l egados a l

ejercicio de alguna autoridad, tornáronse despóticos, desprovistos de ideales que

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l e s detuv ie ran ante l a in famia , como s i qu i s i e ran con sus abusos o lv ida r l a

servidumbre sufrida anteriormente. Gil Blas fue el más bajo de los favoritos.

El t iempo y el e jercicio adaptan a la vida servi l . El hábito de resignarse

para medrar crea resortes cada vez más sólidos, automatismos que destiñen para

s iempre todo rasgo individual . El quitamotas. Gi l Blas se mancha de est igmas

que lo hacen inconfundib le con e l hombre d igno . Aunque emancipado , s igue

siendo lacayo y da rienda suelta a bajos instintos.

La costumbre de obedecer engendra una mentalidad doméstica. El que nace

de siervos la trae en la sangre, según Aristóteles. Hereda hábitos servi les y no

encuentra ambiente propicio para formarse un carácter. Las vidas iniciadas en la

servidumbre no adquieren dignidad. Los antiguos tenían mayor desprecio por los

hijos de los siervos, reputándolos moralmente peores que los adultos reducidos al

yugo por deudas o en las batal las; suponían que heredaban la domesticidad de

sus padres, intensif icándola en la ulterior servidumbre. Eran despreciados por

sus amos.

Esto se repi te en cuantos pa íses tuvieron una raza esc lava in fer ior . Es

legítimo. Con humillante desprecio suele mirarse a los mulatos, descendientes de

ant i guos e sc l avos , en todas l a s nac iones de r aza b l anca que han abo l ido l a

esclavitud; su afán por disimular su ascendencia servil demuestra que reconocen

la indignidad hereditaria condensada en el los. Ese menosprecio es natural . Así

como el antiguo esclavo tornábase vanidoso e insolente si trepaba a cualquier

posición donde pudiera mandar, los mulatos se ensoberbecen en las inorgánicas

mediocracias sudamericanas, captando funciones y honores con que hartan sus

apetitos acumulados en domesticidades seculares.

La clase crea idénticas desigualdades que la raza. Los siervos fueron tan

doméstico.; como lo; esclavos; la revolución francesa dio l ibertad política a sus

descendientes , mas no supo dar les esa l ibertad mora l que es e l resorte de la

dignidad. El burgués enriquecido merece el desprecio del aristócrata más que el

odio del proletario, que es un aspirante a la burguesía; no hay peor jefe que el

antiguo asistente ni peor amo que el antiguo lacayo. Las aristocracias son lógicas

a l d e s d e ñ a r a l o s a d v e n e d i z o s : l o s c o n s i d e r a n d e s c e n d i e n t e s d e c r i a d o s

enriquecidos y suponen que han heredado su domesticidad al mismo tiempo que

las talegas.

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Esas incl inaciones servi les, arraigadas en el fondo mismo de la herencia

étnica o social, son bien vistas en las mediocracias contemporáneas, que nivelan

políticamente al servil y al digno. Ha variado el nombre pero la cosa subsiste: la

domesticidad es corriente en las sociedades modernas.

Lleva muchas décadas la abolición legal de la esclavitud o la servidumbre;

los países no se creer ían c iv i l izados s i las conservaran en su códigos. Eso no

tuerce las costumbres; el esclavo y el siervo siguen existiendo; por temperamento

o por fa l ta de carácter . No son propiedad de sus amos, pero buscan la tute la

ajena, como van a la querencia los animales extraviados. Su psicología gregaria

no se transmutó, declarando los derechos del hombre; la l ibertad, la igualdad y

la fraternidad son f icciones que los halagan, sin redimirlos. Hay incl inaciones

que sobreviven a todas las leyes igualitarias y hacen amar el yugo o el látigo. Las

l e y e s n o p u e d e n d a r h o m b r í a a l a s o m b r a , c a r á c t e r a l a m o r f o , d i gn idad a l

envilecido, iniciativa a los imitadores, virtud al honesto, intrepidez al manso,

afán de libertad al servil. Por eso, en plena democracia, los caracteres mediocres

buscan naturalmente su bajo nivel: se domestican.

En ciertos sujetos, sin carácter desde el cáliz materno hasta la tumba, la

conducta no puede seguir normas constantes. Son peligrosos porque su ayer no

dice nada sobre su mañana; obran a merced de impulsos accidentales, s iempre

aleatorios. Si poseen algunos elementos válidos, ellos están dispersos, incapaces

de s í n t e s i s ; l a meno r s a cud ida pone a f l o t e su s a t av i smos de s a l v a j e y d e

pr imit ivo , depos i tados en los surcos más pro fundos de su persona l idad . Sus

imitaciones son frágiles y poco arraigadas. Por eso son antisociales, incapaces de

elevarse a la honesta condición de animales de rebaño.

A o t r o s de sg r ac i ados , s i n i r r epa r ab l e s l a gunas de l t empe ramento , l a

soc iedad les mezquina su educac ión . Las g randes c iudades pu lu lan de n iños

moralmente desamparados, presas de la miseria, s in hogar, s in escuela. Viven

tanteando el vicio y cosechando la corrupción, sin el hábito de la honestidad y

sin el ejemplo luminoso de la virtud. Embotada su inteligencia y coartadas sus

mejores inclinaciones, tienen la voluntad errante, incapaz de sobreponerse a las

convergencias fatales que pugnan por hundirlos. Y si pasan su infancia sin rodar

a la charca, tropiezan después con nuevos obstáculos.

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El t r aba jo , c r eando e l háb i to de l e s fue rzo , s e r í a l a me jo r e scue l a de l

carácter; pero la sociedad enseña a odiarlo, imponiéndole precozmente, como una

ignominia desagradable o un envilecimiento infame, bajo la esclavitud de yugos y

de horarios, ejecutado por hambre o por avaricia, hasta que el hombre huye de él

como de un castigo: sólo podrá amarlo cuando sea una gimnasia espontánea de

sus gustos y de sus apt i tudes . As í l a soc iedad completa su obra ; l os que no

naufragan por la educación malsana escollan en el trabajo embrutecedor. En la

comple ja ac t iv idad moderna l a s vo luntades c l aud icantes son to le radas ; sus

incongruen c i a s q u e d a n o c u l t a s m i e n t r a s l o s a c t o s s e r e f i e r e n a v u l g a r e s

automatismos de la vida diaria; pero cuando una circunstancia nueva los obliga a

b u s c a r u n a s o l u c i ó n , l a p e r s o n a l i d a d s e a g i t a a l a z a r y r e v e l a s u s v i c i o s

intrínsecos.

Esos degenerados son indomesticables.

Los otros, como Gil Blas, carecen de contralor sobre su propia conducta y

olvidan que la más leve caída puede ser e l paso inicia l hacia una degradación

completa . Ignoran que cada es fuerzo de d ignidad conso l ida nuestra f i rmeza :

cuanto más peligrosa es la verdad que hoy decimos, tanto más fácil será mañana

pronunciar otras a voz en cuello. En los mundos minados por la hipocresía todo

conspira contra las v irtudes c iv i les : los hombres se corrompen los unos a los

o t r o s , s e i m i t a n e n l o i n t é r l o p e , s e e s t i m u l a n e n l o t u r b i o , s e j u s t i f i c a n

recíprocamente. Una atmósfera tibia entorpece al que cede por primera vez a la

tentación de lo injusto; las consecuencias de la primera falta pueden ir hasta lo

infinito. Los mediocres no saben evitarla; en vano harían el propósito de volver al

buen sendero y enmendarse. Para las sombras no hay rehabi l itación; pref ieren

excusar las desviaciones leves, sin advertir que ellas preparan las hondas. Todos

los hombres conocen esas pequeñas flaquezas, que de otro modo fueran perfectos

desde su origen; pero mientras en los caracteres firmes pasan como un roce que

no deja rastro, en los blandos aran un surco por donde se facilita la recidiva. Ésa

es la v ía de l envi lec imiento . Los v i r tuosos la ignoran; los honestos se de jan

tentar. Como a Gil Blas, sólo les cuesta la primera caída; después siguen cayendo

como el agua en las cascadas, a saltitos, de pequeñez en pequeñez, de f laqueza

en flaqueza, de curiosidad en curiosidad. Los remordimientos de la primera culpa

ceden a la necesidad de ocultarla con otras ante las cuales ya no se amedrentan.

S u c a r á c t e r s e d i s o c i a y e l l o s s e t u e r c e n , a n d a n a c i e g a s , t r o p i e z a n , d a n

ba rqu inazos , adoptan exped i en tes , d i s f r a zan sus in tenc iones , a cceden po r

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senderos to r tuosos , buscan cómpl i ces d i e s t ro p a r a a v a n z a r e n l a t i n i e b l a .

Después de l o s p r imeros t anteos se marchan de p r i s a , has ta que l a s r a í ces

mismas de su moral se aniquilan. Así resbalan por la pendiente, aumentando la

cohorte de lacayos y parásitos: centenares de Gil Blas carcomen las bases de la

sociedad que ha pretendido modelarlos a su imagen y semejanza.

Lo s hombre s s i n i d ea l e s s on i ncapace s d e r e s i s t i r l a s a s echanza s de

hartazgos materiales sembrados en su camino Cuando han cedido a la tentación

quedan cebados, como las fieras que conocen el sabor de la sangre humana.

Por la c i rcunstancia de pensar s iempre con la cabeza de la sociedad, e l

doméstico es el puntal más seguro de todos los prejuicios políticos, rel igiosos,

morales y socia les Gi l Blas está s iempre con las manos congest ionadas por el

aplauso a los ungidos y con el arma afi lada para agredir al rebelde que anuncia

una herejía. El panurguismo y la intolerancia son los colores de su escarapela,

cuyo respeto exige de todos.

Es inca lcu lab le l a in f in idad de gentes domést icas que nos rodea . Cada

funcionario tiene un rebaño voraz, sumiso a sus caprichos, como los hambrientos

al de quien los harta. Si fuesen capaces de vergüenza, los adulones vivirían más

enro jec idos que l as amapo las ; l e jos de eso , pasean su domest ic idad y es tán

orgullosos d e e l l a , e x h i b i é n d o l a c o n d o n a i r e , c o m o l u c e l a p a n t e r a l a s

aterciopeladas manchas de su piel. La domesticación realizase de cien maneras,

t entando sus apet i tos . En los l ími tes de l a in f luenc ia o f i c i a l l o s med ios de

ac l imatac ión se mu l t ip l i can , e spec i a lme n t e e n l o s p a í s e s a p e s t a d o s d e

funcionarismo. Los pobres de carácter no resisten; ceden a esa hipnotización. La

pérdida de su dignidad iníciase cuando abren el ojo a la prebenda que estremece

su estómago o nubla su vanidad, inclinándose ante las manos que hoy le otorgan

el favor y mañana le manejarán la rienda. Aunque ya no hay servidumbre legal,

m u c h o s s u j e t o s , l i b r e s d e l a d o m e s t i c i d a d f o r z o s a , s e a v i e n e n a e l l a

voluntariamente, por vocación implícita en su flaqueza. Están mancillados desde

l a cuna ; aun no habiendo menester de beneficios, son instintivamente serviles.

Los hay en todas las c lases soc ia les . E l prec io de su ind ignidad var ía con e l

rango y se traduce en formas tan diversas como las personas que la ejercitan.

Alentando a Gil Blas, rebájase el nivel moral de los pueblos y de las razas;

no es tolerancia estimular el abellacamiento. La cotización del mérito decae. La

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mansedumbre silenciosa es preferida a la dignidad altiva. La piel se cubre de más

afeites cuando es menos sól ida la columna vertebra l ; l as buenas maneras son

más apreciadas que las buenas acciones. S i e l de Santi l lana se enguanta para

robar, merece la admiración de todos; si Stockmann se desnuda para salvar a un

náu f rago , l o condenan por escánda lo . En los pueb los domest icados l l ega un

momento en que la virtud parece un ultraje a las costumbres.

La s sombras v i ven con e l anhe lo de ca s t r a r a l o s ca r ac te re s f i rmes y

decapitar a los pensadores alados, no perdonándoles el lujo de ser viriles o tener

cerebro. La falta de viril idades es elogiada como un refinamiento, lo mismo que

en los caba l los de paseo . La ignorancia parece una coqueter ía , como la duda

elegante que inquieta a ciertos fanáticos sin ideales. Los méritos conviértense en

contrabando peligroso, obligados a disculparse y ocultarse, como si ofendieran

por su sola existencia. Cuando el hombre digno empieza a despertar recelos, el

env i l ec imiento co l ec t i vo e s g r ave ; cuando l a d i gn idad pa rece absu rda y e s

c u b i e r t a d e r i d í c u l o , l a d o m e s t i c a c i ó n d e l o s m e d i o c r e s h a l l e g a d o a s u s

extremos.

3. La Vanidad

El hombre es , l a sombra parece . E l hombre pone su honor en e l mér i to

propio y es juez supremo de sí mismo; asciende a la dignidad. La sombra pone el

suyo en la estimación ajena y renuncia a juzgarse; desciende a la vanidad. Hay

una moral del honor y otra de su caricatura: ser o parecer. Cuando un ideal de

perfección impulsa a ser mejores, ese culto de los propios méritos consolida en

l o s h o m b r e s l a d i g n i d a d ; c u a n d o e l a f á n d e p a r e c e r a r r a s t r a a c u a l q u i e r

abajamiento, el culto de la sombra enciende la vanidad.

Del amor propio nacen las dos: hermanas por su origen, como Abel y Caín.

Y más enemigas que ellos, irreconciliables. Son formas diversas de amor propio.

Siguen caminos divergentes. La una f lorece sobre e l orgul lo , celo escrupuloso

puesto e n e l r e s p e t o d e s í m i s m o ; l a o t r a n a c e d e l a s o b e r b i a , a p e t i t o d e

culminación ante los dermis. El orgullo es una arrogancia originaria por nobles

motivos y quiere aquilatar el mérito; la soberbia es una desmedida presunción y

b u s c a a l a r g a r l a s o m b r a . C a t e c i s m o s y d i c c i o n a r i o s h a n c o l a b o r a d o a l a

inediocr ización moral , subvirt iendo los términos que designan lo eximio y lo

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vu l ga r . Donde l o s pad res de l a I g l e s i a dec í an supe rb i a , como l o s an t i guos ,

fust igándo la , t radu jeron los zascandi les orgu l lo , confundiendo sentimientos

distintos. De ahí el equivocar la vanidad con la dignidad, que es su antítesis, y el

intento tasar a igua l prec io los hombres y las sombras , con desmedro de los

primeros.

En su forma embrionaria revélase el amor propio como deseo de elogios y

t e m o r d e c e n s u r a s : u n a e x a g e r a d a s e n s i b i l i d a d a l a o p i n i ó n a j e n a . E n l o s

caracteres conformados a la rut ina y a los pre ju ic ios corr ientes , e l deseo de

bril lar en su medio y el juicio que sugieren al pequeño grupo que los rodea, son

e s t í m u l o s p a r a l a a c c i ó n . L a s i m p l e c i r c u n s t a n c i a d e v i v i r a r r e b a ñ a d o s

predispone a perseguir la aquiescencia ajena; la estima propia es favorecida por

e l c o n t r a s t e o l a c o m p a r a c i ó n c o n l o s d e m á s . T r á t a s e h a s t a a q u í d e u n

sentimiento normal.

Pero los caminos divergen. En los dignos el propio juicio antepónese a la

aprobac ión a jena ; en los mediocres se poste rgan los mér i tos y se cu l t iva l a

sombra. Los primeros viven para s í ; los segundos vegetan para los otros. Si e l

hombre no viviera en sociedad, el amor propio sería dignidad en todos; viviendo

en grupos, lo es solamente en los caracteres firmes.

C i e r t a s p reocupac iones , r e inantes en l a s med ioc rac i a s , exa l t an a l o s

domést icos . E l b r i l l o de l a g lo r ia sobre l as f rentes e leg idas des lumbra a los

ineptos, como el hartazgo del rico encela al miserable. El elogio del mérito es un

estímulo para su simulación. Obsesionados por el éxito, e incapaces de soñar la

gloria, muchos impotentes se envanecen de méritos ilusorios y virtudes secretas

que los demás no reconocen; créense actores de la comedia humana; entran en la

vida construyéndose un escenario, grande o pequeño, bajo o culminante, sombrío

o luminoso; viven con perpetua preocupación del juicio ajeno sobre su sombra.

Consumen su existencia sedientos de distinguirse en su órbita, de preocupar a

su mundo , de cu l t ivar l a a tenc ión a jena por cua lqu ie r medio y de cua lqu ie r

manera. La diferencia, si la hay, es puramente cuantitativa entre la vanidad del

escolar que persigue diez puntos en los exámenes, la del político que sueña verse

aclamado ministro o presidente, la del novelista que aspira a ediciones de cien

mil ejemplares y la del asesino que desea ver su retrato en los periódicos.

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La exaltación del amor propio, peligrosa en los espíritus vulgares, es útil al

hombre que sirve un Ideal. Éste le cristaliza en dignidad; aquellos le degeneran

en vanidad. El éxito envanece al tonto, nunca al excelente. Esa anticipación de la

g lor ia hipertrof ia la personal idad en los hombres super iores : es su condición

natura l . ¿E l a t l e ta no t iene , acaso , b íceps exces ivos hasta la de formidad La

función hace el órgano. El «yo» es el órgano propio de la originalidad: absoluta en

el genio. Lo que es absurdo en el mediocre, en el hombre superior es un adorno:

simple exponente de fuerza. El músculo abultado no es ridículo en el atleta; lo

e s , en camb io , t oda ad ipos idad exces i va , po r mons t ruosa e inú t i l , como l a

vanidad del insignificante. Ciertos hombres de genio, Sarmiento, pongamos por

caso, habrían sido incompletos sin su megalomanía.

S u o r g u l l o n u n c a e x c e d e a l a v a n idad de l o s imbéc i l e s . L a apa r en te

diferencia guarda proporción con el mérito. A un metro y a simple vista nadie ve

la pata de una hormiga, pero todos perciben la garra de un león: lo propio ocurre

con e l ego t i smo ru idoso de l o s hombres y l a desaperc ib ida s o b e r b i a d e l a s

sombras. No pueden confundirse. El vanidoso vive comparándose con los que le

rodean, envidiando toda excelencia ajena y carcomiendo toda reputación que no

puede igualar; el orgulloso no se compara con los que juzga inferiores y pone su

mira d a e n t i p o s i d e a l e s d e p e r f e c c i ó n q u e e s t á n m u y a l t o y e n c i e n d e n s u

entusiasmo.

El orgullo, subsuelo indispensable de la dignidad, imprime a los hombres

cierto bello gesto que las sombras censuran. Para el lo el babélico idioma de los

vulgares ha enmarañado la significación del vocablo, acabando por ignorarse si

designa un vicio o una virtud. Todo es relativo. Si hay méritos, el orgullo es un

derecho; si no los hay, se trata de vanidad. El hombre que afirma un Ideal y se

perfecciona hacia él, desprecia, con eso, la atmósfera inferior que le asfixia; es

un sentimiento natural , c imentado por una desigualdad efect iva y constante.

P a r a l o s m e d i o c r e s , s e r í a m á s g r a t o q u e n o l e s e n r o s t r a r a e s a h u m i l l a n t e

d i ferencia ; pero o lv idan que e l los son sus enemigos , constr iñendo su t ronco

robusto como la hiedra a la encina, para ahogarle en el número infinito. El digno

está obligado a burlarse de las mil rutinas que el servil adora bajo el nombre de

principios; su conflicto es perpetuo. La dignidad es un rompeolas opuesto por el

individuo a la marea que le acosa. Es aislamiento de los domésticos y desprecio

de sus pastores, casi siempre esclavos del propio rebaño.

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4. La Dignidad

El que asp i ra a pa rece r r enunc ia a se r . En pocos hombres súmanse e l

ingenio y la v i r tud en un tota l de dignidad: forman una ar istocracia natural ,

siempre exigua frente al número infinito de espíritus omisos. Credo supremo de

todo idealismo, la dignidad es unívoca, intangible, intransmutable. Es síntesis de

todas las virtudes que acercan al hombre y borran la sombra: donde ella falta no

existe el sentimiento del honor. Y así como los pueblos sin dignidad son rebaños,

los individuos sin ella son esclavos. Los temperamentos adamantinos — firmeza y

luz— apártanse de toda complicidad, desafían la opinión ajena si con ello han de

sa lva r l a p rop ia , dec l inan todo b i en mundano que requ ie ra una abd icac ión ,

entregan su vida misma antes que traicionar sus ideales. Van rectos, solos, sin

c o n t a m i n a r s e e n f a c c i o n e s , c o n v e r t i d o s e n v i v i e n t e p r o t e s t a c o n t r a t o d o

abellacam i e n t o o s e r v i l i s m o . L a s s o m b r a s v a n i d o s a s s e m a n c o r n a n p a r a

d isculparse en e l número, rehuyendo las ínt imas sanciones de la conciencia ;

domesticadas, son incapaces de gestos viriles, fáltales coraje. La dignidad implica

va lor mora l . Los pus i l ámines son importantes , como los aturd idos ; los unos

reflexionan cuándo conviene obrar, y los otros obran sin haber reflexionado. La

insuficiencia del esfuerzo equivale a la desorientación del impulso: el mérito de

las acciones se mide por el afán que cuestan y no por sus resultados. Sin coraje

no hay honor. Todas sus formas impl ican dignidad y v irtud. Con su ayuda los

sabios acometen la exploración de lo ignoto, los moralistas minan las sórdidas

fuentes del mal, los osados se arriesgan para violar la altura y la extensión, los

justos se adiamantan en la fortuna adversa, los firmes resisten la tentación y los

severos el vicio, los mártires van a la hoguera por desenmascarar una hipocresía,

los santos mueren por un Ideal . Para anhelar una perfección es indispensable.

“El c o r a j e — sentenció Lamartine— es la pr imera de las e locuencias , es la

elocuencia del carácter”. Noble decir. El que aspira a ser águila debe mirar lejos y

volar alto; el que se resigna a arrastrarse como un gusano renuncia al derecho de

protestar si lo aplastan.

La f lebedad y la ignorancia favorecen la domesticación de los caracteres

med i oc r e s adap t ándo l o s a l a v i d a mansa ; e l c o r a j e y l a cu l t u r a e xa l t an l a

personalidad de los excelentes, floreciéndola de dignidad. El lacayo pide; el digno

merece. Aquél solicita del favor lo que éste espera del mérito. Ser digno significa

no pedir lo que se merece, ni aceptarlo inmerecido. Mientras los serviles trepan

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entre las malezas del favoritismo, los austeros ascienden por la escalinata de sus

virtudes. O no ascienden por ninguna.

La d ign idad es t imula toda per fecc ión de l hombre ; l a van idad ac ica tea

cualquier éxito de la sombra. El digno ha escrito un lema en su blasón: lo que

tiene por precio una partícula de honor, es caro. El pan sopado en la adulación,

que engorda a l serv i l , envenena a l d igno. Pre f iere , éste , perder un derecho a

o b t e n e r u n f a v o r ; m i l a ñ o s l e s e r á n m á s l e v e s q u e m e d r a r i n d i g n a m e n t e .

C u a l q u i e r a h e r i d a e s t r a n s i t o r i a y p u e d e d o l e r l e u n a h o r a ; l a m á s l e v e

domesticidad le remordería toda la vida.

Cuando e l éxito no depende de los propios méritos , básta le conservarse

erguido, incólume, irrevocable en la propia dignidad. En las bregas domésticas,

l a obs t inada s in razón sue le t r iun fa r de l mér i to sonr iente ; l a pe r t inac ia de l

indigno es proporcional a su acorchamiento. Los hombres ejemplares desdeñan

cualquier favor; se estiman superiores a lo que puede darse sin mérito. Prefieren

vivir cruci f icados sobre su orgul lo a prosperar arrastrándose; querr ían que a l

morir su Ideal les acompañase b lanquivest ido y s in manchas de abajamientos,

como si fueran a desposarlo más allá de la muerte.

Los caracteres dignos permanecen solitarios, sin lucir en el anca ninguna

marca de hierro; son como el ganado levantisco que hociquea los tiernos tréboles

de la campiña virgen, sin aceptar la fácil ración de los pesebres. Si su pradera es

árida no importa; en libre oxigeno aprovechan más que en cebadas copiosas, con

la ventaja de que aquél se toma y éstas se reciben de a lguien. Pref ieren estar

solos, mientras no puedan juntarse con sus iguales. Cada f lor englobada en un

ramillete pierde su perfume propio. Obligado a vivir entre desemejantes, el digno

mantiénese ajeno a todo lo que estima inferior . Descartes di jo que se paseaba

entre los hombres como si el los fueran árboles; y Banvil le escribió de Gautier:

“Era de aquellos que bajo todos los regímenes, son necesaria e invenciblemente

l ibres: cumplía su obra con desdeñosa altivez y con la f irme designación de un

dios desterrado”.

I gnora e l hombre d igno l as cobard ías que dormitan en e l f ondo de l o s

caracteres servi les; no sabe desarticular su cerviz. Su respeto por el mérito le

ob l i g a a de sca r t a r t oda sombra que c a r ece de é l , a a g r ed i r l a s i n amenaza ,

castigarla si hiere. Cuando la muchedumbre que obstruye sus anhelos es anodina

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y no tiene adversarios que fazferir, el digno se refugia en sí mismo, se atrinchera

en sus ideales y cal la, temiendo estorbar con sus palabras a las sombras que lo

escuchan. Y mientras cambia e l c l ima, como es fata l en la a l ternat iva de las

estaciones, espera anclado en su orgullo, como si éste fuera el puerto natural y

más seguro para su dignidad.

Vive con la obsesión de no depender de nadie; sabe que sin independencia

material el honor está expuesto a mil mancillas, y para adquirirla soportará los

más rudos trabajos, cuyo fruto será su libertad en el porvenir. Todo parásito es

un siervo; todo mendigo es un doméstico. El hambriento puede ser rebelde; pero

nunca un hombre libre. Enemiga poderosa de la dignidad es la miseria; ella hace

trizas los caracteres vacilantes e incuba las peores servidumbres. El que no ha

atravesado dignamente una pobreza es un heroico ejemplar de carácter.

E l p o b r e n o p u e d e v i v i r s u v i d a , t a n t o s s o n l o s c o m p r o m i s o s d e l a

indigencia; redimirse de ella es comenzar a vivir. Todos los hombres altivos viven

soñando una modesta independencia material; la miseria es mordaza que traba la

lengua y paraliza el corazón. Hay que escapar de sus garras para elegirse el Ideal

más alto, e l trabajo más agradable, la mujer más santa, los amigos más leales,

los horizontes más risueños, el aislamiento más tranquilo. La pobreza impone el

e n r o l a m i e n t o s o c i a l ; e l i n d i v i d u o s e i n s c r i b e e n u n g r e m i o , m á s o m e n o s

jornalero, más o menos funcionario, contrayendo deberes y sufriendo presiones

denigrantes que le empujan a domesticarse. Enseñaban los estoicos los secretos

de l a d i gn idad : con ten ta r s e con l o que s e t i ene , r e s t r i ng i endo l a s p rop i a s

neces idades . Un hombre l ibre no espera nada de otros , no neces i ta pedir . La

felicidad que da el dinero está en no tener que preocuparse de él; por ignorar ese

precepto no es libre el avaro, ni es feliz. Los bienes que tenemos son la base de

nuestra independencia; los que deseamos son la cadena remachada sobre nuestra

esclavitud. La fortuna aumenta la l ibertad de los espír itus cult ivados y torna

vergonzosa la r id icu lez de los pa lurdos . Suprema es la indignidad de los que

adu lan ten iendo fo r tuna ; és ta l es red imir ía todas l as domest ic idades , s i no

fuesen esclavos de la vanidad.

Los únicos bienes intangibles son los que acumulamos en el cerebro y en el

corazón; cuando ellos faltan ningún tesoro los sustituye.

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Los orgullosos tienen el culto de su dignidad: quieren poseerla inmaculada,

l i b re de remord imientos , s in f l aquezas que l a env i lezcano la reba jen . A e l l a

sacrifican bienes; honores, éxitos: todo lo que es propicio al crecimiento de la

sombra. Para conservar la estima propia no vacilan en afrontar la opinión de los

mansos y embestir sus prejuicios; pasan por indisciplinados y peligrosos entre

los que en vano intentan malear su altivez. Son raros en las mediocracias, cuya

cha tu ra mora l l o s expone a l a m i sant rop í a ; t i enen c i e r to a i r e desdeñoso y

aristocrático que desagrada a los vanidosos más culminantes, pues los humilla y

avergüenza. Inflexibles y tenaces porque l levan en el corazón una fe s in dudas,

una convicción que no trepida, una energía indómita que a nada cede ni teme,

suelen tener asperezas urticantes para los hombres amorfos. En algunos casos

pueden ser altruistas, o porque cristianos es la más alta acepción del vocablo o

porque profundamente afectivos: presentan entonces uno de los caracteres más

sub l imes , más e sp l énd idamente b e l l o s y que t an to hon ran a l a na tu r a l e z a

humana. Son los santos de l honor , los poetas de la d ignidad . S iendo héroes ,

p e rdonan l a s coba rd í a s d e l o s d emás ; v i c to r i o sos s i empre ante s í m i smos ,

compadecen a los que en la batalla de la vida siembran, hecha jirones, su propia

dignidad. Si la estadíst ica pudiera decirnos el número de hombres que poseen

este carácter en cada nac ión , esa c i f ra bastar ía , por s í so la , me jor que ot ra

cualquiera, para indicarnos el valor moral de un pueblo.

La dignidad, afán de autonomía, l leva a reducir la dependencia de otros a

l a medida de lo ind ispensab le , s i empre enorme. La Bruyére , que v iv ió como

intruso en la domesticidad cortesana de su siglo, supo medir el altísimo precepto

que encabeza el Manual de Epicteto, a punto de apropiárselo textualmente sin

amengua r con e l l o su p rop i a g l o r i a : “Se f a i r e va l o i r pa r de s choses qu i ne

dependet point des autres, mais de sois seul, ou renoncer a se faire valoir”4. Esa

máxima le parece inest imable y de recursos inf initos en la v ida, út i l para los

virtuosos y los que tienen ingenio, tesoro intrínseco de los caracteres excelentes;

es , en cambio, proscr ita donde re ina la mediocr idad, “pues desterrar ía de las

Cortes las tretas , los cabi ldeos, los malos of ic ios , la bajeza, la adulación y la

intriga”. Las naciones no se l lenarían de serviles domesticados, sino de varones

exce lentes que legar ían a sus h i jos menos vanidades y más nob les e jemplos .

Amando los propios méritos más que la prosperidad indecorosa, crecería el amor

a la virtud, el deseo de la gloria, el culto por ideales de perfección incesante: en

4“Hacerse valer por cosas que no dependen de los demás, sino de uno mismo, o renunciar a

hacerse valer”.

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la admiración por los genios, los santos y los héroes. Esa dignificación moral de

los hombres señalaría en la historia el ocaso de las sombras.

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CAPÍTULO V: LA ENVIDIA.

1. La Pasión de los Mediocres

La envidia es una adoración de los hombres por las sombras, del mérito por

la mediocridad. Es el rubor de la meji l la sonoramente abofeteada por la g loria

ajena. Es el gri l lete que arrastran los fracasados. Es el acíbar que paladean los

impotentes . Es un venenoso humor que mana de l a s her idas ab ie r tas por e l

desengaño de la insignif icancia propia. Por sus horcas caudinas pasan, tarde o

temprano, los que viven esc lavos de la vanidad: des f i lan l ív idos de angust ia ,

torvos, avergonzados de su propia tristura, sin sospechar que su ladrido envuelve

una consagración inequívoca del mérito ajeno. La inextinguible hostilidad de los

necios fue siempre el pedestal de un monumento.

Es la más innoble de las torpes lacras que afean a los caracteres vulgares.

El que envidia se rebaja s in saber lo , se conf iesa subalterno; esta pasión es e l

estigma psicológico de una humillante inferioridad, sentida, reconocida. No basta

ser inferior para envidiar, pues todo hombre lo es de alguien en algún sentido; es

necesar io sufr i r de l b ien a jeno, de la d icha a jena, de cualquiera culminación

ajena. En ese sufrimiento está el núcleo moral de la envidia: muerde el corazón

como un ác ido , l o carcome como una pol i l la , lo corroe como la herrumbre a l

metal.

Entre las malas pasiones ninguna la aventaja. Plutarco decía — y lo repite

La Rochefoucauld— que ex i s t en a lmas co r romp idas has ta j a c ta r se de v i c i o s

infames; pero ninguna ha tenido el coraje de confesarse envidiosa. Reconocer la

propia envidia implicaría, a la vez, declararse inferior al envidiado; trátase de

pasión tan abominable, y tan universalmente detestada, que avergüenza al más

impúdico y se hace lo indecible por ocultarla.

Sorprende que los psicólogos la olviden en sus estudios sobre las pasiones,

l imitándose a mencionar la como un caso part icular de los ce los . Fue s iempre

tanta su d i fus ión y su v i ru lencia , que ya la mito logía grecolat ina le atr ibuye

or igen sobrehumano, haciéndola nacer de l as t in ieb las nocturnas . E l mi to l e

asigna cara de vieja horriblemente flaca y exangüe, cubierta de cabeza de víboras

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en vez de cabellos. Su mirada es hosca y los ojos hundidos; los dientes negros y

la lengua untada con tósigos fatales; con una mano ase ,tres serpientes, y con la

otra una hidra o una tea; incuba en su seno un monstruoso reptil que la devora

continuamente y le instila su veneno; está agitada; no ríe; el sueño nunca cierra

l o s pá rpados sob re sus o jo s i r r i t ados . Todo suceso f e l i z l e a f l i ge o at iza su

congoja; destinada a sufrir, es el verdugo implacable de sí misma.

Es pasión traidora y propicia alas hipocresías. Es al odio como la ganzúa a

la espada; la emplean los que no pueden compet i r con los envid iados . En los

ímpetus de l od io puede pa lp i t a r e l g e s to de l a ga r r a que en un desespe rado

estremecimiento destroza y aniquila; en la subrepticia reptación de la envidia

sólo se percibe el arrastramiento tímido del que busca morder el talón.

Teofrasto creyó que la envidia se confunde con el odio o nace de él, opinión

y a e n u n c i a d a p o r A r i s t ó t e l e s , s u m a e s t r o . P l u t a r c o a b o r d ó l a c u e s t i ó n ,

preocupándose de establecer diferencias entre las dos pasiones (Obras morales,

II). Dice que a primera vista se confunden; parecen brotar de la maldad, y cuando

s e asoc ian tórnanse más fuer tes , como las en fermedades que se compl ican .

Ambas sufren del bien y gustan del mal ajeno; pero esta semejanza no basta para

confundirlas, si atendemos a sus diferencias. Sólo se odia lo que se cree malo o

nocivo; en cambio, toda prosperidad excita la envidia, como cualquier resplandor

i r r i ta los o jos enfermos. Se puede odiar a las cosas y a los animales ; só lo se

puede envidiar a los hombres. El odio puede ser justo, motivado; la envidia es

siempre injusta, pues la prosperidad no daña a nadie. Estas dos pasiones, como

plantas de una misma especie, se nutren y fortifican por causas equivalentes: se

od ia más a los más perversos y se envid ia más a los más mer i tor ios . Por eso

Temís toc l e s dec í a , en su juventud , que aún no hab ía r ea l i zado ningún acto

bri l lante, porque todavía nadie le envidiaba. Así como las cantáridas prosperan

sobre los trigales más rubios y los rosales más florecientes, la envidia alcanza a

l o s h o m b r e s m á s f a m o s o s p o r s u c a r á c t e r y p o r s u v i r t u d . E l o d i o n o e s

desarmado por l a buena o l a ma la fo r tuna ; l a env id ia s í . Un so l que i lumina

perpendicularmente desde el más alto punto del cielo reduce a nada o muy poco

la sombra de los objetos que están debajo: así , observa Plutarco, el bri l lo de la

gloria achica la sombra de la envidia y la hace desaparecer.

El odio que injuria y ofende es temible; la envidia que calla y conspira es

repugnante. Algún libro admirable dice que ella es como las caries de los huesos;

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ese l ibro es la Bibl ia, casi de seguro, o debiera serlo. Las palabras más crueles

que un insensato arro ja a la cara no o fenden la centés ima para de las que e l

envidioso va sembrando constantemente a la espalda; éste ignora las reacciones

del odio y expresa su inquina tartajeando, incapaz de encresparse en ímpetus

viriles: dir íase que su boca está amargada por una hiel que no consigue arrojar

n i t r aga r . As í como e l ace i te apaga l a ca l y av iva é l fuego , e l b i en rec ib ido

contiene el odio en los nobles espíritus y exaspera la envidia en los indignos. El

envidioso es ingrato, como luminoso el sol , la nube opaca y la nieve fr ía : lo es

naturalmente.

El odio es rectilíneo y no time la verdad: la envidia es torcida y trabaja la

mentira. Envidiando se sufre más que odiando: como esos tormentos enfermizos

que tórnanse terroríficos de noche, amplificados por el horror de las tinieblas.

El odio puede hervir en los grandes corazones; puede ser justo y santo; lo

es muchas veces, cuando quiere borrar la t iranía, la infamia, la indignidad. La

envidia es de corazones pequeños. La conciencia del propio mérito suprime toda

menguada v i l l an í a ; e l hombre que se s i en te supe r io r no puede env id i a r , n i

envidia nunca el loco feliz que vive con delirio de las grandezas. Su odio está de

pie y ataca de frente. César aniquiló a Pompeyo, sin rastrerías; Doriatello venció

con su «Cristo» al de Brunelleschi, sin abajamientos; Nietzsche fulminó a Wagner,

sin envidiarlo. Así como la genialidad presiente la gloria y da a sus predestinados

cierto ademán apocalíptico, la certidumbre de un oscuro porvenir vuelve miopes y

r e p t i l e s a l o s m e d i o c r e s . P o r e s o l o s h o m b r e s s i n m é r i t o s s i g u e n s i e n d o

envidiosos a pesar de los éxitos obtenidos por su sombra mundana, como si un

remordimiento interior les gritara que los usurpan sin merecerlos. Esa conciencia

de su mediocridad es un tormento; comprenden que sólo pueden permanecer en

la cumbre impidiendo que otros lleguen hasta ellos y los descubran. La envidia es

una defensa de las sombras contra los hombres.

Con los distingos enunciados, los clásicos aceptan el parentesco entre la

envidia y el odio, sin confundir ambas pasiones. Conviene sutil izar el problema

distinguiendo otras que se le parecen: la emulación y los celos.

La envidia, s in duda, arraiga como el las en una tendencia efectiva, pero

posee caracteres propios que permiten diferenciarla. Se envidia lo que otros ya

tienen y se desearía tener, sintiendo que el propio es un deseo sin esperanza; se

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ce la lo que ya se posee y se teme perder ; se emula en pos de a lgo que ot ros

también anhelan, teniendo la posibilidad de alcanzarlo.

Un e j emplo tomado en l a s fuentes más noto r i a s i l u s t ra rá l a cues t ión .

Envidiamos la mujer que el prójimo posee y nosotros deseamos, cuando sentimos

la imposibi l idad de disputársela. Celamos la mujer que nos pertenece, cuando

j u z g a m o s i n c i e r t a s u p o s e s i ó n y t e m e m o s q u e o t r o p u e d a c o m p a r t i r l a o

qu i tá rnos l a . Compet imos sus f avores en nob le emulac ión , cuando vemos l a

pos ib i l idad de consegu i r los en igua ldad de condic iones con ot ro que a e l los

aspira . La envidia nace, pues , de l sent imiento de infer ior idad respecto de su

objeto; los celos derivan del sentimiento de posesión comprometido; la emulación

surge del sentimiento de potencia que acompaña a toda noble af irmación de la

personalidad.

P o r d e f o r m a c i ó n d e l a t e n d e n c i a e g o í s t a a l g u n o s h o m b r e s e s t á n

naturalmente incl inados a envidiar a los que poseen tal superioridad por el los

anhelada en vano; la envid ia es mayor cuando más imposib le se cons idera la

adquisición del bien codiciado. Es el reverso de la emulación; ésta es una fuerza

propu lsora y fecunda , s iendo aqué l l a una r émora que t r aba y e s t e r i l i z a l o s

esfuerzos del envidioso. Bien lo comprendió Bartrina, en su admirable quintilla:

L a e n v i d i a y l a e m u l a c i ó n p a r i e n t e s d i c e n q u e s o n ; a u n q u e e n t o d o

diferentes al fin también son parientes el diamante y el carbón.

La emulación es siempre noble: el odio mismo puede serlo algunas veces.

L a e n v i d i a e s u n a c o b a r d í a p r o p i a d e l o s d é b i l e s , u n o d i o i m p o t e n t e , u n a

incapacidad manifiesta de competir o de odiar.

El talento, la bel leza, la energía, quisieran verse ref le jados en todas las

cosas e intensif icados en proyecciones innúmeras; la estulticia, la fealdad y la

impotencia sufren tanto o más por el bien ajeno que por la propia desdicha. Por

eso toda superioridad es admirativa y toda subyacencia es envidiosa. Admirar es

sentirse creer en la emulación con los más grandes.

Un ideal preserva de la envidia. El que escucha ecos de voces proféticas al

leer los escritos de los grandes pensadores; el que siente grabarse en su corazón,

con caracteres profundos como cicatrices, su clamor visionario y divino; el que se

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extasía contemplando las supremas creaciones plásticas; el que goza de íntimos

escalofríos frente a las obras maestras accesibles a sus sentidos, y se entrega a

la vida que palpita en ellas, y se conmueve hasta cuajársele de lágrimas los ojos,

y el corazón bul l icioso se le arrebata en f iebre de emoción; ése t iene un noble

espíritu y puede incubar el deseo de crear tan grandes cosas como las que sabe

admirar . El que no se inmuta leyendo a Dante, mirando a Leonardo, oyendo a

Beethoven , puede ju ra r que l a Natura leza no ha encend ido en su ce rebro l a

antorcha suprema, ni paseará jamás sin velos ante sus ojos miopes que no saben

admirarla en las obras de los genios.

La emulación presume un afán de equivalencia, implica la posibi l idad de

un nivelamiento; saluda a los fuertes que van camino de la g lor ia , marchando

e l l a también . Só lo e l impotente , conv icto y confeso , emponzoña su esp í r i tu

hostilizando la marcha de los que no puede seguir.

Toda la psicología de la envidia está s intetizada en una fábula, digna de

inc lu i r se en los l i b ros de l ectura in fant i l . Un ventrudo sapo g raznaba en su

pantano cuando vio resplandecer en lo más alto de las toscas a una luciérnaga.

Pensó que ningún ser tenía derecho de lucir cualidades que él mismo no poseería

jamás. Mortificado por su propia impotencia, saltó hasta ella y la cubrió con su

vientre helado. La inocente luciérnaga osó preguntarle: ¿Por qué me tapas? Y el

sapo, congestionado por la envidia, sólo acertó a interrogar a su vez: ¿Por qué

brillas?

2. Psicología de los Envidiosos

Siendo la envidia un culto involuntario del mérito, los envidiosos son, a

pesar suyo, sus naturales sacerdotes.

E l propio Hornero encarnó ya , en Ters i tes , a l envid ioso de los t iempos

hero icos ; como s i sus lacras f í s icas fuesen ex iguas para exponer lo a l ba ldón

e te rno , en un s imp le ve rso nos da l a l ínea sombr ía de su mora l , d i c i éndo lo

e n e m i g o d e A q u i l e s y d e U l i s e s : p u e d e m e d i r s e p o r l a s e x c e l e n c i a s d e l a s

personas que envidia.

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El hombre mediocre

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Shakespeare trazó una s i lueta def ini t iva en su Yago feroz , a lmácigo de

infamias y cobardías, capaz de todas las traiciones y de todas las falsedades. El

env i d i o so pe r t enenece a una e spec i e mora l r aqu í t i c a , mezqu ina , d i gna de

compas ión o de desprec io . S in cora je para se r ases ino , se res igna a se r v i l .

Rebaja a los otros, desesperado de la propia elevación.

La familia ofrece variedades infinitas, por la combinación de otros estigmas

con el fundamental. El envidioso pasivo es solemne y sentencioso; el activo es un

escorpión atrabiliario. Pero, lúgubre o bilioso, nunca sabe reír de risa inteligente

y sana. Su mueca es falsa: ríe a contrapelo.

¿Quién no los codea en su mundo intelectual? El envidioso pasivo es de

cepa servil . Si intenta practicar el bien, se equivoca hasta el asesinato: diríase

que es un miope cirujano predestinado a herir los órganos vitales y respetar la

víscera cancerosa. No retrocede ante ninguna bajeza cuando un astro se levanta

en su hor izonte : pers igue a l mér i to hasta dentro de su tumba . Es ser io , por

incapacidad de reírse; le atormenta la a legr ía de los sat is fechos . Proc lama la

importancia de la solemnidad y la practica; sabe que sus congéneres aprueban

tácitamente esa hipocresía que escuda la irremediable inferioridad: no vacila en

sacri f icar les la vida de sus propios hi jos, empujándoles, s i es necesario, en el

mismo borde de la tumba.

E l env id ioso ac t i vo posee una e l ocuenc ia in t rép ida , d i s imu lando con

niágaras de palabras su est ipt iquez de ideas. Pretende sondar los abismos del

espír itu ajeno, s in haber podido nunca desenredar el propio. Parece tener mil

l e n g u a s , c o m o e l c l á s i c o m o n s t r u o r a b e l e s i a n o . P o r t o d a s e l l a d e s t i l a s u

ins id io s idad de v i bo rezno en f o rma de e l og io r e t i cente , pues l a v i s cos idad

urt icante de su fa lso loar es e l máximum de su va lent ía mora l . Se mult ip lica

hasta lo infinito; tiene mil piernas y se insinúa doquier; siembra la intriga entre

sus propios cómplices, y, l legado el caso, los traiciona. Sabiéndose de antemano

repudiado por la g lor ia , se re fugia en esas academias donde los mediocres se

empampanan de vanidad si alguna inexplicable paternidad complica la quietud de

su madurez estér i l , podéis jurar que su obra es f ruto del es fuerzo a jeno. Y es

cobarde para ser completo; se arrastra ante los que turban sus noches con la

aureola del ingenio luminoso, besa la mano del que le conoce y le desprecia, se

humil la ante é l . Se sabe infer ior ; su vanidad sólo aspira a desquitarse con las

frágiles compensaciones de la zangamanga a ras de tierra.

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A pesar de sus temperamentos heterogéneos, el destino suele agrupar a los

env id iosos en camar i l l a s o en c í r cu los , s i r v i éndo le s de a rgamasa e l común

sufrimiento por la dicha ajena. Al l í desahogan su pena íntima difamando a los

env id iados y vert iendo toda su h ie l como un homenaje a la super ior idad de l

talento que los humilla. Son capaces de envidiar a los grandes muertos, como si

los detestaran personalmente. Hay quien envidia a Sócrates y quién a Napoleón,

creyendo igualarse a el los rebajándolos; para eso endiosarán a un Brunetiére o

un Boulanger. Pero esos placeres malignos poco amenguan su desventura, que

es tá en su f r i r de toda f e l i c idad y en mar t i r i za r se de toda g lo r i a . Rubens l o

pres int ió a l p intar la envid ia , en un cuadro de la Ga ler ía Medicea , suf r iendo

entre la pompa luminosa de la inolvidable regencia.

El envidioso cree marchar al calvario cuando observa que otros escalan la

cumbre. Muere en el tormento de envidiar al que le ignora o desprecia, gusano

que se arrastra sobre el zócalo de la estatua.

Todo rumor de a las parece estremecer lo , como s i fuera una bur la a sus

vue los ga l l ináceos . Ma ld ice l a luz , sab iendo que en sus prop ias t in ieb las no

amanecerá un solo día de gloria. ¡Si pudiera organizar una cacería de águilas o

decretar un apagamiento de astros!

Lo que es para otros causa de fe l ic idad, puede ser ob jeto de envidia. La

ineptitud para satisfacer un deseo o hartar un apetito determina esta pasión que

hace sufr i r del b ien a jeno. El cr i ter io para valorar lo envidiado es puramente

subjetivo: cada hombre se cree la medida de los demás, según el juicio que tiene

de sí mismo.

Se sufre la envidia apropiada a las inferioridades que se sienten, sea cual

fuere su va lor objet ivo. El r ico puede sent ir emulación o ce los por la r iqueza

ajena; pero envidiará el talento. La mujer. bella tendrá celos de otra hermosura;

pero envidiará a las ricas. Es posible sentirse superior en cien cosas e inferior en

una sola; éste es el punto frágil por donde tienta su asalto la envidia.

El sujeto descol lante encuentra su cohorte de envidiosos en la esfera de

sus co legas más inmed ia tos , ent re l o s que de sea r í an de sco l l a r d e i d én t i c a

manera . Es un acc idente inev i tab le de toda cu lminac ión , aunque en a lgunas

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profesiones es más célebre; los hombres de letras no se quedan atrás, pero los

cómicos y las rameras tendrían el pr ivi legio, s i no exist iesen los médicos . La

envidia medicorum es memorable desde la Antigüedad: la conoció Hipócrates. El

arte la ha descrito con frecuencia, para deleite de los enfermos sobrevientes a las

drogas.

El motivo de la envidia se confunde con el de la admiración, siendo ambas

dos aspectos de un mismo fenómeno. Sólo que la admiración nace en el fuerte y

la envidia en el subalterno. Envidiar es una forma aberrante de rendir homenaje

a la super ior idad. E l gemido que la insuf ic iencia arranca a la vanidad es una

forma especial de alabanza.

Toda cu lminac ión es env id iada . En l a mujer l a be l l eza . E l ta lento y l a

fortuna en el hombre. En ambos la fama y la gloria, cualquiera que sea su forma.

La env id i a f emen ina sue l e se r a f i l i g ranada y pe rve r sa ; l a mu je r da su

arañazo con uña af i lada y lustrosa, muerde con dientecil los orif icados, estruja

con dedos pálidos y f inos. Toda maledicencia le parece escasa para traducir su

despecho; en el la debió pensar Apeles cuando representó a la Envidia guiando

con mano felina a la Calumnia.

La que h a n a c i d o b e l l a — y la Bel leza para ser completa requiere , entre

otros dones, la gracia, la pasión y la inteligencia— tiene asegurado el culto de la

envidia . Sus más nobles superior idades serán adoradas por las envidiosas ; en

ellas clavarán sus incisivos, como sobre una lima, sin advertir que la pasión las

conv ier te en vesta les . Mi l l enguas v iper inas l e quemarán e l inc ienso de sus

c r í t i c a s ; l a s m i r adas ob l i cuas de l a s su f r i en te s f u s i l a r án su be l l e za po r l a

espalda; las almas tristes le elevarán sus plegarias en forma de calumnias, torvas

como el remordimiento que las atosiga, pero no las detiene.

Quien haya leído la séptima metamorfosis, en el l ibro segundo de Ovidio,

no olvidará jamás que a instancia de Minerva, fue Aglaura transfigurada en roca,

castigando así su envidia de Hersea, la amada de Mercurio. Al l í está escrita la

más perfecta alegoría de la envidia devorando víboras para alimentar sus furores,

como no la perfiló ningún otro poeta de la era pagana.

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El hombre vulgar envidia las fortunas y las posiciones burocráticas. Cree

que ser adinerado y funcionario es el supremo ideal de los demás, partiendo de

que lo es suyo . E l d inero permite a l med iocre sa t i s f acer sus van idades más

inmediatas; el destino burocrático le asigna un sitio en el escalafón del Estado y

le prepara ulteriores jubilaciones. De ahí que el proletario envidie al burgués, sin

r e n u n c i a r a s u b s t i t u i r l o ; p o r e s o m i s m o l a e s c a l a d e l p r e s u p u e s t o e s u n a

jerarquía de envidias, perfectamente graduadas por las cifras de las prebendas.

El talento — en todas sus formas intelectuales y morales: como dignidad,

como carácter, como energía— es el tesoro más envidiado entre los hombres. Hay

e n e l d o m é s t i c o u n s ó r d i d o a f á n d e n i v e l a r l o t o d o , u n o b t u s o h o r r o r a l a

indiv idual izac ión exces iva ; perdona a l por t ado r de cua lqu i e r sombra mora l ,

perdona la cobardía, el servilismo, la mentira, la hipocresía, la esterilidad, pero

no perdona al que sale de las fi las dando un paso adelante. Basta que el talento

p e r m i t a d e s c o l l a r e n l a s c i e n c i a s , e n l a s a r t e s o e n e l a m o r , p a r a q u e l o s

mediocres se estremezcan de envidia. Así se : forma en torno de cada astro una

nebulosa grande o pequeña, camaril la de maldicientes o legión de difamadores:

los envidiosos necesitan aunar esfuerzos contra su ídolo, de igual manera que

para afear una belleza venusina aparecen por millares las pústulas de la viruela.

La dicha de los fecundos martiriza a los eunucos vertiendo en su corazón

gotas de h ie l que l os amargan por toda l a ex i s tenc ia ; e s te do lo res l a g lo r i a

involuntaria de los otros, la sanción más indestructible de su talento en la acción

o e l pensar . Las palabras y las muecas del envidioso se pierden en la c iénaga

donde se ar rastra , como s i lb idos de rept i les que sa ludan e l vue lo sereno de l

águila que pasa en la altura. Sin oírlos.

3. Los Roedores de la Gloria

Todo el que se siente capaz de crearse un destino con su talento y con su

esfuerzo está inclinado a admirar el esfuerzo y el talento en los demás; el deseo

de la propia gloria no puede sentirse cohibido por el legít imo encumbramiento

ajeno. El que tiene méritos, sabe lo que le cuestan y los respeta; estima en los

o t r o s l o q u e d e s e a r í a s e l e e s t i m a r a a é l m i s m o . E l m e d i o c r e i g n o r a e s t a

admiración abierta: muchas veces se resigna a aceptar el tr iunfo que desborda

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improbidad. En todo encuentran motivo para maldecir y envidiar, revelando su

interna angustia. Lo que les hace sufrir, en suma, es que otros sean admirados y

ellos no.

El criticastro mediocre es incapaz de enhilar tres ideas fuera del hilo que la

rutina le enhebra; su oronda ignorancia le obl iga a confundir el mármol con la

chiscarra y la voz con el falsete, inclinándose a suponer que todo escritor original

es un heres iarca . Los pa lurdos dar ían lo que no t ienen por saber escr ib i r un

poquito, como para incorporarse a la crítica profesional. Es el sueño de los que

no pueden crear. Permite una maledicencia medrosa y que no compromete, hecha

de mendacidad prudente, restringiendo las perversidades para que resulten más

agudas, sacando aquí una migaja y dando al l í un arañazo, velando todo lo que

puede ser objeto de admiración, rebajando siempre con la oculta esperanza de

que puedan aparecer a un mismo nivel los críticos y los criticados. El escritor

original sabe que atormenta a los mediocres, aguijoneándoles esa pasión que los

enferma ante el bril lo ajeno; la desesperación de los fracasados es el laurel que

mejor premia su luminosa labor. A la gloria de un Homero llega siempre apareada

la ridiculez de un Zoilo.

F e r m e n t a n e n c a d a g é n e r o d e a c t i v i d a d i n t e l e c t u a l , c o m o p l a g a s

pediculares de la originalidad: no perdonan al que incuba en su cerebro esa larva

sedic iosa . Viven para manci l lar lo , sueñan su ex te rmin io , consp i ran con una

intemperancia de terroristas y esgrimen sórdidas calumnias que harían sonrojar

a un paquidermo. Ven un pe l igro en cada acto y una amenaza en cada gesto ;

t i e m b l a n p e n s a n d o q u e e x i s t e n h o m b r e s c a p a c e s d e s u b v e r t i r r u t i n a s y

prejuicios, de encender nuevos planetas en el cielo, de arrancar su fuerza a los

rayos y a las cataratas, de inf i l trar nuevos ideales a las razas envejecidas, de

suprimir la distancia, de violar la gravedad, de estremecer a los gobiernos...

Cuando se e leva un astro, e l los asoman por todos los puntos cardinales

para entonar el coro involuntario de su difamación. Aparecen por docenas, por

millares, como liliputienses en torno de un gigante. Los contrabajistas de arrabal

o p r o b i a r á n l a g l o r i a d e l o s s u p r e m o s s in fon i s ta s . Gace t i l l e ros anod inos ,

consumarán biografías sobre algún lejano pensador que los ignora. Muchos que

en vano han intentado acertar una mancha de color, dejarán caer su chorro de

prosa como si un robinete de pus se abriera sobre telas que vivirán en los siglos.

C u a l q u i e r p r o m i s c u a d o r d e p a l a b r a s e n f e s t a r á c o n t r a e l q u e e s c r i b a

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p e n s a m i e n t o s d u r a d e r o s . L a s m u j e r e s f e a s d e m o s t r a r á n q u e l a b e l l e z a e s

repu ls iva y l as v ie jas sos tendrán que l a juventud es insensata ; vengarán su

de sg r ac i a en e l amor d i c i e n d o q u e l a c a s t i d a d e s s u p r e m a e n t r e t o d a s l a s

v irtudes, cuando ya en vano se har ían vi l t roteras para ofrecer la propia a los

transeúntes. Y los demás, todos en coro, repetirán que el genio, la santidad y el

h e r o í s m o s o n a b e r r a c i o n e s , l o c u r a s , e p i l e p s i a , d e g e n e r a c i ó n n e g a r á n l a

excelencia del ingenio, la virtud y la dignidad; pondrán esos valores por debajo

de su propia penumbra, sin advertir que donde el genio se resobra el mediocre no

l lega. Si a éste le d ieran a e legir entre Shakespeare o Sarcey, no vaci lar ía un

minuto: murmuraría del primero con la firma del segundo.

Los esp í r i tus rut inar ios son rebe ldes a la admirac ión : no reconocen e l

fuego de los astros porque nunca han tenido en sí una chispa. Jamás se entregan

de buena fe a los idea les o a l as pasiones que le toman del corazón; prefieren

oponerles mil razonamientos para privarse del placer de admirarlos. Confundirán

s i e m p r e l o e q u í v o c o y l o e r í s t a l i n o , r e b a j a n d o t o d o i d e a l h a s t a l a s b a j a s

intenciones que supuran en sus cerebros. Desmenuzarán todo lo bello, olvidando

que el trigo molido en harina no puede ya germinar en áureas espigas. frente al

s o l . “E s u n g r a n s i g n o d e m e d i o c r i d a d — d i jo Le ibn iz— elogiar s iempre

moderadamente”.

Pascal decía que los espíritus vulgares no encuentran diferencias entre los

hombre s : s e d e s cub r en más t i po s o r i g i na l e s a med ida que s e po see mayo r

ingenio. El criticastro es parvificente; admira un poco todas las cosas, pero nada

le merece una admiración decidida. El que no admira lo mejor, no puede mejorar.

E l q u e v e l o s d e f e c t o s y n o l a s b e l l e z a s l a s c u l p a s y n o l o s m é r i t o s , l a s

d iscordancias y no las armonías , muere en un ba jo nive l donde vegeta con la

i lus ión de ser un cr ít ico. Los que no saben admirar no t ienen porvenir , están

i n h a b i l i t a d o s p a r a a s c e n d e r h a c i a u n a p e r f e c c i ó n i d e a l . E s u n a c o b a r d í a

aplacarla admiración; hay que cultivarla como un fuego sagrado, evitando que la

envidia la cubra con su pátina ignominiosa.

L a m a l e d i c e n c i a e s c r i t a e s i n o f e n s i v a . E l t i e m p o e s u n s e p u l t u r e r o

ecuánime: entierra en una misma fosa a los cr it icastros y a los malos autores.

Mientras los envidiosos murmuran, e l genio crece; a la larga aquel los quedan

op r im idos y é s t e s i en t e de s eo s de compadece r l o s , p a r a imped i r que s i g an

muriendo a fuego lento.

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El verdadero castigo de estos parásitos e s t á en l a muda son r i s a de l o s

pensadores . E l que c r i t i ca a un a l to esp í r i tu t i ende l a mano esperando una

limosna de celebridad; basta ignorarle y dejarle con la mano tendida, negándole

la notoriedad que le conferiría la réplica. El silencio del autor mata al postulante;

su indiferencia lo asfixia. Algunas veces supone que le han tomado en cuenta y

que se advierte su presencia : sueña que le han nombrado, a ludido , re futado,

in jur iado . Pero todo es un s imple sueño; debe res ignarse a envid iar desde la

penumbra, de donde no consigue que le saquen. El que t iene conciencia de su

mérito, no se presta a inflar la vanidad del primer indigente que le sale al paso

pretendiendo distraerle, obl igándole a perder su t iempo; el ige sus adversarios

e n t r e s u s i g u a l e s , e n t r e s u s c o n d i g n o s . L o s h o m b r e s s u p e r i o r e s p u e d e n

inmortalizar con una palabra a sus lacayos o a sus sicarios. Hay que evitar esa

palabra; de a lgunos cr it icastros sólo tenemos notic ias porque a lgún genio los

honró con su puntapié.

4. Una Escena Dantesca: Su Castigo

El castigo de los envidiosos estaría en cubrirlos de favores, para hacerles

sentir que su envidia es recibida como un homenaje y no como un estiletazo. Es

más generoso, más humanitario. Los bienes que el envidioso recibe constituyen

su más desesperante humi l l a c i ón ; s i no e s pos i b l e agasa j a r l e , e s necesa r i o

ignorarle. Ningún enfermo es responsable de su dolencia, no podríamos prohibirle

que emit iera acentos quejumbrosos; la envidia es una enfermedad y nada hay

más respetable que el derecho de lamentarse cuando se padecen congestiones de

la vanidad.

El envidioso es la única víctima de su propio veneno; la envidia le devora

como el cáncer a la víscera; le ahoga como la hiedra a la encina. Por eso Poussin,

e n u n a t e l a a d m i r a b l e , p i n t ó a e s t e m o n s t r u o m o r d i é n d o s e l o s b r a z o s y

sacudiendo la cabellera de serpientes que le amenazan sin cesar.

D a n t e c o n s i d e r ó a l o s e n v i d i o s o s i n d i g n o s d e l i n f i e r n o . E n l a s a b i a

distribución de penas y castigos los recluyó en el purgatorio, lo que se aviene a

su condición mediocre.

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Yacen acoquinados en un círculo de piedra cenicienta, sentados junto a un

p a r e d ó n l í v i d o c o m o s u s c a r a s l l o r o s a s , c u b i e r t o s p o r c i l i c i o s , f o r m a n d o

panorama de cementerio viviente. El sol les niega su luz; tienen los ojos cosidos

con alambres, porque nunca pudieron ver el bien del prójimo. Habla por ellos la

noble Sapía, desterrada por sus conciudadanos; fue tal su envidia que sintió loco

regocijo cuando ellos fueron derrotados por los f lorentinos. Y hablan otros, con

voces trágicas, mientras lejanos fragores de t ruenos recuerdan la pa labra que

Caín pronunció después de matar a Abel. Porque el primer asesino de la leyenda

bíblica tenía que ser un envidioso.

Llevan todos el castigo en su culpa. El espartano Antistenes, al saber que

le envidiaban, contestó con acierto: peor para el los, tendrán que sufrir el doble

t o r m e n t o d e s u s m a l e s y d e m i s b i e n e s . L o s ú n i c o s g a n a n c i o s o s s o n l o s

envidiados; es grato sentirse adorar de rodillas.

La mayor satisfacción del hombre excelente está en provocar la envidia,

estimu l á n d o l a c o n l o s p r o p i o s m é r i t o s , a c o s á n d o l a c a d a d í a c o n m a y o r e s

virtudes, para tener la dicha de escuchar sus plegarias. No ser envidiado es una

garantía inequívoca de mediocridad.

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CAPÍTULO VI: LA VEJEZ

NIVELADORA

1. Las Canas

E n c a n e c e r e s u n a c o s a m u y t r i s t e ; l a s c a n a s s o n u n m e n s a j e d e l a

Naturaleza que nos advierte la proximidad. del crepúsculo. Y no hay remedio.

Ar rancarse l a pr imera — ¿quién no lo hace?— e s c o m o q u i t a r e l b a d a j o a l a

campana que toca el Angeius, pretendiendo con ello prolongar el día.

Las canas v i s i b l e s co r r e sponden a o t r a s más g raves que no vemos : e l

cerebro y e l corazón, todo e l espí r i tu y toda la ternura , encanecen a l mismo

t i empo que l a cabe l l e ra . E l a lma de fuego ba jo l a cen iza de l os años es una

metáfora l iteraria, desgraciadamen t e i n c i e r t a . L a c e n i z a a h o g a a l a l l a m a y

protege a la brasa. El ingenio es la llama; la brasa es la mediocridad.

La s ve rdades gene ra l e s no son i r r e spe tuosa s ; de j an en t r eab i e r t a una

rendi ja por donde escapan las excepciones part iculares . ¿Por qué no decir l a

conclusión desconsoladora? Ser vie jo es ser mediocre, con rara excepción. La

máxima desdicha de un hombre superior es sobrevivirse a sí mismo, nivelándose

con los demás. ¡Cuántos se suicidarían si pudieran advertir ese pasaje terrible

d e l h o m b r e q u e p i e n s a a l h o m b r e q u e v e g e t a , d e l q u e e m p u j a a l q u e e s

arrastrado, de l que ara surcos nuevos a l que se esc laviza en las huel las de la

rutina! Vejez y mediocridad suelen ser desdichas paralelas.

El “genio y f igura hasta la sepultura”, es una excepción muy rara en los

hombres de ingenio excelentes, si son longevos: suele confirmarse cuando mueren

a tiempo, anotes de que la fatal opacidad crepuscular empañe los resplandores

del espíritu. En general, si mueren tarde, una pausada neblina comienza a velar

su mente con los achaques de la vejez; si la muerte se empeña en no venir, los

gen ios tó rnanse ext raños a s í mismos , superv ivenc ia que los l l eva hasta no

comprender su propia obra . Les sucede como a un astrónomo que perdiera su

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t e l e s c o p i o y a c a b a r a p o r d u d a r d e s u s anter iores descubr imientos , a l verse

imposibilitado para confirmarlos a simple vista.

La decadencia del hombre que envejece está representada por una regresión

sistemática de la intelectualidad. Al principio, la vejez mediocriza a todo hombre

superior; más tarde, la decrepitud inferioriza al viejo ya mediocre.

T a l a f i r m a c i ó n e s u n s i m p l e c o r o l a r i o d e v e r d a d e s b i o l ó g i c a s . L a

personalidad humana es una formación continua, no una entidad fija; se organiza

y se desorganiza, evoluciona e involuciona, crece y se amengua, se intensifica y

se agota. Hay un momento en que alcanza su máxima plenitud; después de esa

época e s i ncapaz de a c r ecen ta r s e y p ron to sue l en adve r t i r s e l o s s í n tomas

iniciales del descenso, los parpadeos de la llama interior que se apaga.

Cuando el cuerpo se niega a servir todas nuestras intenciones y deseos, o

cuando éstos son medidos en previsión de fracasos posibles, podemos afirmar que

ha comenzado la vejez. Detenerse a meditar una intención noble, es matarla; el

hielo invade traidoramente e l corazón y la personal idad más l ibre se amansa y

domestica. La rutina es el estigma mental de la vejez; e l ahorro es su estigma

socia l . El hombre envejece cuando e l cá lculo ut i l i tar io reemplaza a la a legr ía

juveni l . Quien se pone a mirar s i lo que t iene le bastará para todo su porvenir

posible, ya no es joven; cuando opina que es preferible tener de más a tener de

menos, está viejo; cuando su afán de poseer excede su posibi l idad de vivir , ya

está mora lmente decrépito . La avar ic ia es una exa l tac ión de los sentimientos

egoístas propios de la vejez. Muchos s ig los antes de estudiar la los psicólogos

modernos, el propio Cicerón escribió palabras definitivas: “Nunca he oído decir

que un viejo haya olvidado el sitio en que había ocultado su tesoro” (De Senectute,

c . 7 . ) . Y debe se r ve rdad , s i t a l d i j o qu ien se p ropuso de fender l os fue ros y

encantos de la vejez.

L a s c ana s s on ava r a s y l a a v a r i c i a e s un á r bo l e s t é r i l : l a human idad

perecería si tuviese que alimentarse de sus frutos. La moral burguesa del ahorro

ha envilecido a generaciones y pueblos enteros; hay graves peligros en predicarla,

pues , como enseñó Maquiave lo , “ m á s d a ñ a a l o s p u e b l o s l a a v a r i c i a d e s u s

ciudadanos que la rapacidad de sus enemigos”.

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Esa pasión de coleccionar bienes que no se disfrutan se acrecienta con los

años, a l revés de las otras . El que es maniestrecho en la juventud l lega hasta

asesinar por dinero en la vejez. La avaricia seca el corazón, lo cierra a la fe, al

amor, a la esperanza, al ideal. Si un avaro poseyera el sol, dejaría el universo a

oscuras para evitar que su tesoro se gastase. Además de aferrarse a lo que tiene,

e l avaro se desespera por tener más, s in l ímite ; es más miserable cuanto más

t i e n e : p a r a s o t e r r a r t a l e g a s q u e n o d i s f r u t a , r e n u n c i a a l a d i g n i d a d o a l

b ienestar ; ese a f án de pe r s egu i r l o que no goza r á nunca cons t i tuye l a más

siniestra de las miserias.

La avar ic ia como pasión envi lecedora, iguala a la envidia . Es la pústula

moral de los corazones envejecidos.

2. Etapas de Decadencia

La personalidad individual se constituye por sobreposiciones sucesivas de

la experiencia. Se ha señalado una «estrati f icación» del carácter; la palabra es

exacta y merece conservarse para ulteriores desenvolvimientos.

En sus capas primitivas y fundamentales yacen las inclinaciones recibidas

hereditariamente de los antepasados: la «mentalidad de la especie». En las capas

medianas encuéntranse las sugestiones educativas de la sociedad: la «mentalidad

social » . En las capas superiores f lorecen las variaciones y perfeccionamientos

recientes de cada uno, los rasgos personales que no son patrimonio colectivo: la

«mentalidad individual».

Así como en las formaciones geológicas las sedimentaciones más profundas

cont ienen los fós i l e s más ant iguos , l a s p r imi t ivas bases de l a pe rsona l idad

individual guardan celosamente e l capita l común a la especie y a la sociedad.

Cuando los estratos recientemente constituidos van desapareciendo por obra de

la vejez, el psicólogo descubre, poco a poco, la mentalidad del mediocre, del niño

y del salvaje, cuyas vulgaridades, simplezas y atavismos reaparecen a medida que

las canas van reemplazando a los cabellos.

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Infer ior , mediocre o super ior , todo hombre adulto atraviesa un per íodo

es tac ionar io , durante e l cua l per fecc iona sus apt i tudes adqu i r idas , pero no

adquiere otras nuevas. Más tarde la inteligencia entra en su ocaso.

L a s f u n c i o n e s d e l o r g a n i s m o e m p i e z a n a d e c a e r a c i e r t a e d a d . E s a s

decl inaciones corresponden a inevitables procesos de regresión orgánica. Las

f u n c i o n e s m e n t a l e s , l o m i s m o q u e l a s o t r a s , d e c a e n c u a n d o c o m i e n z a n a

enmohecerse los engranajes celulares de nuestros centros nerviosos.

Es ev idente que e l indiv iduo ignora su propio crepúsculo ; n ingún v ie jo

admite que su inte l igencia haya disminuido. E l que esto escr ibe hoy, creerá ,

p r o b a b l e m e n t e , l o c o n t r a r i o c u a n d o t e n g a m á s d e s e s e n t a a ñ o s . P e r o

o b j e t i v a m e n t e c o n s i d e r a d o , e l h e c h o e s i n d i s c u t i b l e , a u n q u e p o d r á h a b e r

discrepancia para señalar l ímites generales a la edad en que la vejez desvencija

nuestros resortes . Se comprende que para esta función, como para todas l a s

demás del organismo, la edad de envejecer difiere de individuo a individuo; los

sistemas orgánicos en que se inicia la involución son distintos en cada uno. Hay

quien envejece antes por sus órganos digestivos, circulatorios o psíquicos; y hay

quien conserva íntegras algunas de sus funciones hasta más al lá de los l ímites

comunes. La longevidad mental es un accidente; no es la regla.

La ve jez inequívoca es la que pone más arrugas en e l espír i tu que en la

f rente. La juventud no es s imple cuest ión de estado civi l y puede sobrevivir a

a l g u n a c a n a : e s u n d o n d e v i d a i n t e n s a , e x p r e s i v a y o p t i m i s t a . M u c h o s

adolescentes no lo t ienen y a lgunos v ie jos desbordan de é l . Hay hombres que

nunca han s i do j óvenes ; en su s co r azones , p r ematu ramente a gos t ados , no

encontr a r o n c a l o r l a s o p i n i o n e s e x t r e m a s n i a l i e n t o l a s e x a g e r a c i o n e s

románticas. En ellos, la única precocidad es la vejez. Hay, en cambio, espíritus

de excepc ión que gua rdan , a l gunas o r i g ina l i dades ha s t a su s años ú l t imos ,

envejecidos tardíamente. Pero, en unos antes y en otros después, despacio o de

pr isa , e l t iempo consuma su obra y t ransforma nuestras ideas , sent imientos ,

pasiones, energías.

E l proceso de involuc ión inte lectua l s igue e l mismo curso que e l de su

organización, pero invertido. Primero desaparece la «mentalidad individual», más

tarde la «mentalidad social», y, por último, la «mentalidad de la especie».

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La ve jez comienza por hacer de todo indiv iduo un hombre mediocre . La

mengua mental puede, sin embargo, no detenerse al l í . Los engranajes celulares

del cerebro siguen enmoheciéndose, la actividad de las asociaciones neuronales

se atenúa cada vez más y la obra destructora de la decrepitud es más profunda.

Los achaques s i guen desmante l ando suces i vamente l a s capas de l ca rác te r ,

desapareciendo una tras otra sus adquisiciones secundarias, las que reflejan la

experiencia social . El anciano se inferioriza, es decir , vuelve poco a poco a su

primitiva mentalidad infantil, conservando las adquisiciones más antiguas de su

pe r sona l i dad , que son , po r ende , l a s me jor conso l idadas . Es notor io que l a

infancia y la senectud se tocan; todos los idiomas consagran esta observación en

refranes harto conocidos. Ello explica las profundas transformaciones psíquicas

de los viejos: el cambio total de sus sentimientos (especialmente los sociales y

a ltruistas ) , la pereza progresiva para acometer empresas nuevas (con discreta

conservación de los hábitos consolidados por antiguos automatismos) y la duda o

l a a p o s t a s í a d e l a s i d e a s m á s p e r s o n a l e s ( p a r a v o l v e r p r i m e r o a l a s i d e a s

com u n e s e n s u m e d i o y l u e g o a l a s p r o f e s a d a s e n l a i n f a n c i a o p o r l o s

antepasados).

L a m e j o r p r u e b a d e e l l o — que l o s i gnorantes sue len d i c ta r cont ra l a

ciencia— la encontramos en los hombres de más elevada mentalidad y de cultura

mejor disciplinada; es frecuente en el los, al entrar en la ancianidad, un cambio

radical de opiniones acerca de los más altos problemas filosóficos, a medida que

decaen las aptitudes originariamente definidas durante la edad viril.

3. La Bancarrota de los Ingenios

Es te cuad ro no e s exagerado ni esquemático. La marcha progresiva del

proceso impide advertir esa evolución en las personas que nos rodean; es como si

una c l a r i d ad s e apaga r a t an de a poco que pud i e r a l l e g a r s e a l a o s cu r i dad

absoluta sin advertir en momento alguno la transición.

A la natural lentitud del fenómeno agréganse las diferencias que él reviste

e n c a d a i n d i v i d u o . L o s q u e s ó l o h a b í a n l o g r a d o a d q u i r i r u n r e f l e j o d e l a

mental idad social , poco t ienen que perder en esta inevitable bancarrota: es el

emprobrec imiento de un pobre . Y cuando , en p lena senectud , su menta l idad

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s o c i a l s e r e d u c e a l a m e n t a l i d a d d e l a e s p e c i e , i n f e r i o r i z á n d o s e , a n a d i e

sorprende ese pasaje de la pobreza a la miseria.

En el hombre. superior , en el talento o en el genio, se notan claramente

esos estragos. ¿Cómo no l lamaría nuestra atención un antiguo mil lonario que

paseara a nuestro lado sus postreros andrajos? El hombre superior deja de serlo,

se nivela. Sus ideas propias, organizadas en el período del perfeccionamiento,

tienden a ser reemplazadas por ideas comunes o inferiores. El genio —

entiéndase bien— nunca es tardío, aunque pueda revelarse tardíamente su fruto;

las obras pensadas en la juventud y escritas en la madurez, pueden no mostrar

decadenc ia , pero s iempre l a reve lan l as obras p ensada s en l a v e j e z m i sma .

Leemos l a s egunda pa r t e de l Faus to po r r e spe to a l au to r de l a p r imera ; no

podemos sal ir de el lo sin recordar que “nunca segundas partes fueron buenas”,

adagio inapelable si la primera fue obra de juventud y la segunda es fruto de la

vejez.

S e h a s e ñ a l a d o e n K a n t u n e j e m p l o a c a b a d o d e e s t a m e t a m o r f o s i s

psicológica. El joven Kant, verdaderamente «crítico», había llegado a la convicción

de que los tres grandes baluartes del misticismo: Dios, l ibertad e inmortalidad

d e l a l m a , e r a n i n s o s t e n i b l e s a n t e l a « r a z ó n p u r a » ; e l K a n t e n v e j e c i d o ,

«dogmático», encontró, en cambio, que esos tres fantasmas son postulados de la

“razón práctica”, y, por lo tanto, indispensables. Cuanto más se predica la vuelta

d e K a n t , e n e l c o n t e m p o r á n e o a r r e c i a r n e o k a n t i s t a , t a n t o m á s r u i d o s a e

irreparable preséntase la contradicción entre el joven y el viejo Kant. El mismo

Spencer, monista como el que más, acabó por entreabrir una puerta al dualismo

con su «incognoscible». Virchow creó en plena juventud la patología celular, sin

sospechar que terminaría renegando sus ideas de naturalista fi lósofo. Lo mismo

que él decayeron otros.

Para citar tan sólo a muertos de ayer, hase visto a Lombroso caer en sus

últimos años en ingenuidades infantiles explicables por su debilitamiento mental,

a punto de llorar conversando con el alma de su madre en un trípode espiritista.

James, que en su juventud fue portavoz de la psicología evolucionista y biológica,

acabó por enmarañarse en especulaciones morales que sólo él comprendió. Y, por

fin, Tolstóy, cuya juventud fue pródiga de admirables novelas y escritos, que le

h i c i e ron c l a s i f i c a r como e sc r i t o r ana rqu i s t a , en l o s ú l t imos años e sc r i b i ó

artículos adocenados que no firmaría un gacetil lero vulgar, para extinguirse en

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una peregrinac ión míst ica que puso en r id ícu lo l as horas ú l t imas de su v ida

física. La mental había terminado mucho antes.

4. Psicología de la Vejez

L a s e n s i b i l i d a d s e a t e n ú a e n l o s v i e j o s y s e e m b o t a n s u s v í a s d e

comunicación con el mundo que les rodea; los tej idos se endurecen y tórnanse

menos sens ib les a l do lor f í s i co . E l v ie jo t i ende a l a inerc ia , busca e l menor

esfuerzo; así como la pereza es una vejez anticipada, la vejez es una pereza que

llega fatalmente en cierta hora de la vida. Su característica es una atrofia de los

elementos nobles del organismo, con desarrollo de los inferiores; una parte de los

capi lares se obstruye y amengua el af lujo sanguíneo a los tej idos; e l peso y el

volumen del s istema nervioso central se reducen, como el de todos los tej idos

propiamente vitales; la musculatura f láccida impide mantener el cuerpo erecto;

los movimientos pierden su agilidad y su precisión. En el cerebro disminuyen las

p e rmuta s nu t r i t i v a s , s e a l t e r an l a s t r ans f o rmac i ones qu ím ica s y e l t e j i do

conjunt ivo pro l i fera , haciendo d e g e n e r a r l a s c é l u l a s m á s n o b l e s . R o t o e l

equi l ibr io de los órganos, no puede subsist ir e l equi l ibr io de las funciones: la

disolución de la vida intelectual y afectiva sigue ese curso fatal perfectamente

estudiado por Ribot en el capítulo final de su psicología de los sentimientos.

A medida que envejece, tórnase el hombre infantil , tanto por su ineptitud

creadora como por su achicamiento moral . A l per íodo expansivo sucede e l de

c o n c e n t r a c i ó n ; l a i n c a p a c i d a d p a r a e l a s a l t o p e r f e c c i o n a l a d e f e n s a . L a

insensibi l idad f ís ica se acompaña de analgesia moral ; en vez de part icipar del

dolor ajeno, el viejo acaba por no sentir ni el propio; la ansiedad de prolongar su

v i d a p a r e c e a d v e r t i r l e q u e u n a f u e r t e e m o c i ó n p u e d e g a s t a r e n e r g í a , y s e

endurece cont ra e l do lo r como l a t o r tuga s e r e t r ae deba jo de su capa razón

cuando pres iente un pe l i g ro . As í l l ega a sent i r un od io ocu l to por todas l as

fuerzas vivas que crecen y avanzan, un sordo rencor contra todas las primaveras.

La psicología de la vejez denuncia ideas obsesivas absorbentes. Todo viejo

cree que los jóvenes le desprecian y desean su muerte para suplantarle. Traduce

tal manía por hosti l idad a la juventud, considerándola muy inferior a la de su

t i e m p o , j u i c i o q u e e x t i e n d e a l a s n u e v a s c o s t u m b r e s c u a n d o y a n o p u e d e

a d a p t a r s e a e l l a s . A u n e n l a c o s a s p e q u e ñ a s e x i g e l a p a r t e m á s g r a n d e ,

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contrariando toda iniciat iva, desdeñando las corazonadas y escarneciendo los

ideales, sin recordar que en otro tiempo pensó, sintió e hizo todo lo que ahora

considera comprometedor y detestable.

Ésa es la verdadera psicología del hombre que envejece. La edad “atenúa o

anula el celo, el ardor, la aptitud para crear, descubrir o simplemente saborear el

arte , para tener la cur iosidad despierta . Omito las rar ís imas excepciones que

exigirían, cada una, un examen part icular . Para la mayor ía de los hombres , e l

deb i l i t amiento v i t a l sup r ime de segu ida e l gus to de e sas cosas supe r f l uas .

Señalemos, también, con la vejez, la hostilidad decidida contra las innovaciones:

nuevas formas artísticas, nuevos descubrimientos, nuevas maneras de plantear o

t ratar prob lemas c ient í f icos . E l hecho es tan notor io , que no ex ige pruebas .

Ordinariamente, en estética sobre todo, cada generación reniega a la que le sigue.

La explicación común de ese misoneísmo, es la existencia de hábitos intelectuales

ya o rgan izados” , que s e r í an conmov idos po r un con t r a s t e v i o l en to , s i aún

existiera una capacidad de emoción o de pasión. Esto último es lo que falta en

los viejos, por la modorra de su vida afectiva. Agrega Ribot que a esa disolución

de los sentimientos superiores sigue la de todos los sentimientos altruistas y la

de los egoaltruistas, perdurando hasta el fin los egoístas, cada vez más aislados y

p r edominante s en l a pe r sona l i dad de l v i e j o . E l l o s m i smos nau f r agan en l a

ulterior senilidad.

Los diversos elementos del carácter disuélvense en orden inverso al de su

.formación. Los que se han adquirido al fin son menos activos, dejan surcos poco

persistentes, son adventicios, incoordinados. Esto revélase en la regresión de la

memor ia sen i l ; l o s f antasmas de l a s p r imeras impres iones juven i l e s s i guen

rodando en la mente, cuando ya han desaparecido los recuerdos más cercanos,

l o s d e l d í a an t e r i o r . L a f a l t a d e p l a s t i c i d ad hace que l o s nuevos p r oce so s

psíquicos no dejen rastros, o muy débiles, mientras los antiguos se han grabado

hondamente en materia más sensible y sólo se borran con la destrucción de los

órganos.

Con el crecimiento de las neuronas en el hombre joven, y su poder de crear

nuevas asociaciones, explicaría Cajal la capacidad de adaptación del hombre y su

aptitud para cambiar sus sistemas ideológicos; la detención de esas funciones en

los ancianos, o en los adultos de cerebro atrofiado por la falta de i lustración u

otra causa, permite comprender las convicciones inmutables, la inadaptación al

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medio moral y las aberraciones misoneístas. Se concibe, igualmente, que la falta

de asoc iac ión de ideas , l a to rpeza in te lec tua l , l a imbec i l idad , l a demenc ia ,

puedan producirse cuando — por causas más o menos mórbidas— la articulación

entre los neurones l lega a ser f loja, es decir, cuando se debil itan y se dejan de

e s ta r en contac to , o cuando l a memor ia se deso rgan i za pa rc i a lmente . Pa ra

formular esta hipótesis, Cajal ha tenido en cuenta la conservación mayor de las

memor ias juveni les ; l as v í a s d e a s o c i a c i ó n c r e a d a s h a c e m u c h o t i e m p o y

e je rc i tadas durante a lgunos años , han adqui r ido indudab lemente una fuerza

mayor por haber s ido organizadas en la época en que el cerebro poseía su más

alto grado de plasticidad.

Sin conocer esos datos modernos, observó Lucrecio (III, 452) que la ciencia

y la experiencia pueden crecer andando la vida, pero la vivacidad, la prontitud, la

f irmeza, y otras loables cualidades se marchitan y languidecen al sobrevenir la

vejez:

“Ubi jam validis quassatum est viribus aebi corpus, el obtusis cecciderunt

vibus artus, claudicat ingenium, d elirat linguaque mensque.”

M o n t a i g n e , v i e j o , e s t i m a b a q u e a l o s v e i n t e a ñ o s c a d a i n d i v i d u o h a

anunciado lo que de él puede esperarse y afirmó que ningún alma oscura — hasta

esa edad se ha vuelto luminosa después: “Si l 'epine no pique pas en naissant, a

peine piqueratt elle jamais”5, agrega que cas i todas las grandes acciones de la

historia han sido realizadas antes de los treinta años (Essais, libr. 1, cap. LVII).

A distancia de siglos un espíritu absolutamente diverso llega a las mismas

conclusiones. “El descubrimiento del segundo principio de la energética moderna

fue hecho por un joven: Carnot tenía veintiocho años al publ icar su memoria.

M e y e r , J o u l e y H e l m o t z t e m a n v e i n t i c i n c o , v e i n t i s é i s y v e i n t i c i n c o ,

respectivamente; ninguno de estos grandes innovadores había llegado a los treinta

años cuando se d io a conocer . Las épocas en que sus trabajos aparecieron no

representan el inomento en que fueron concebidos; hubieron de pasar algunos

arios antes de que tuviesen desarrollo suficiente para ser expuestos y de que ellos

encontraran medios de publicarlos. Asombra la juventud de estos maestros de la

ciencia; estamos acostumbrados a considerar que ésta es privilegio de una edad

avanzada, y nos parece que todos e l los han fa l tado a l respeto a sus mayores ,

5 “Si la espina no pica naciendo, apenas picará el la jamás. (N. del E. )”

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permitiéndoles abrir nuevos caminos a la verdad. Se dirá que la solución de esos

problemas por verdaderos muchachos fue una singular y excepcional casualidad;

fácil es comprobar que ocurre lo mismo en todos los dominios de la ciencia: la gran

mayoría de los trabajos que señalaron horizontes nuevos fueron la obra de jóvenes

que acababan de transponer los veinte años. No es éste el sit io para buscar las

c a u s a s y c o n s e c u e n c i a s d e e s e h e c h o p e r o es ú t i l r ecordar lo , pues aunque

señalado más de una vez, está muy lejos de ser reconocido por los que se dedican

a e d u c a r l a j u v e n t u d . L o s t r a b a j o s d e h o m b r e s j ó v e n e s s o n d e c a r á c t e r

principalmente innovador; el mecanismo de la instrucción pública no debe ser

obstáculo a ellos [ . . . ] , permitiéndoles desde temprano desarrollar libremente sus

aptitudes en los institutos superiores, en vez de agotar prematuramente, como

ocurre ahora, un gran número de talentos científicos originales”. Y para que sus

conclusiones no parezcan improvisadas , W. Ostwald las ha desenvue l to en su

último libro sobre los grandes hombres, donde el problema del genio juvenil está

analizado con criterio experimental.

Por eso l a s academias sue len se r cementer ios donde se g lo r i f i ca a l os

hombres que ya han dejado de existir para su ciencia o para su arte. Es natural

que a e l l a s l l e guen l o s mue r t o s o l o s a gon i z an t e s ; d a r en t r ada a un j o ven

significaría enterrar a un vivo.

5. La Virtud de la Impotencia

Será verdad lo que se a f i rma desde Lucrecio y Montaigne hasta Ribot y

Ostwald; pero los vie jos no renunciarán a sus protestas contra los jóvenes, ni

éstos acatarán en silencio la hegemonía de las canas.

Los viejos olvidan que fueron jóvenes y éstos parecen ignorar que serán

v i e j o s : e l c a m i n o a r e c o r r e r e s s i e m p r e e l m i s m o , d e l a o r i g i n a l i d a d a l a

mediocridad, y de ésta a la inferioridad mental.

¿ C ó m o s o r p r e n d e r n o s , e n t o n c e s , d e q u e l o s j ó v e n e s r e v o l u c i o n a r i o s

t e rminen s i endo v i e jo s conse rvadores? ¿Y qué de ex t raño es l a convers ión

re l ig iosa de los a teos l l egados a l a ve jez? ¿Cómo podr ía e l hombre ac t ivo y

ermprendedor a los treinta años, no ser apático y prudente a los ochenta? ¿Cómo

asombrarnos de que la vejez nos haga avaros, misántropos, regañones, cuando

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nos va entorpeciendo paulatinamente los sentidos y la inteligencia, como si una

mano mister iosa fuera cerrando una por una todas las ventanas entreabiertas

frente a la realidad que nos rodea?

La ley es dura, pero es ley. Nacer y morir son los términos inviolables de la

v ida ; e l l a nos d ice con voz f i rme que lo anorma l no es nacer n i mor i r en l a

plenitud de nuestras funciones. Nacemos para crecer; envejecemos para morir.

Todo l o que l a Na tu r a l e z a no s o f r e ce pa r a e l c r e c im ien to , no s l o sub s t r a e

preparando la muerte.

S in embargo , l os v ie jos p rotes t a n d e q u e n o s e l e s r e s p e t e b a s t a n t e ,

mientras los jóvenes se desesperan por lo excesivo de ese respeto. La historia es

de todos los tiempos. Cicerón escribió su De Senectute con el mismo espíritu que

hoy Faguet escr ibe c ie r tas pág inas de su ensayo sobre La Viei l lese. Aquél se

quejaba de que los viejos eran poco respetados en el imperio; éste se queja de

que lo sean menos en la democracia . Asombran las palabras de Faguet cuando

afirma que los viejos no son escuchados, pretendiendo ver en ello la negación de

una competencia más. Alega que en los pueblos primitivos, como hoy entre los

salvajes, son los viejos los que gobiernan: la gerontocracia se explica allí, donde

no hay más ciencia que la experiencia y los viejos lo saben todo, pues cualquier

caso nuevo les resulta conocido por haber visto muchos similares. Dice Faguet

que el libro puesto en manos de los jóvenes, es el enemigo de la experiencia que

monopol izan los v ie jos . Y se desespera porque e l v ie jo ha ca ído en r id ícu lo ,

aunque comete la imprudencia de juzgarle con verdad: “convenons de bonne gráce

qu'il préte á cela; il est entété, il est maniaque, il est verbeux, il est conteur, il est

ennuyeux, i l est grondeur , et son aspect est désagréab le”6: n ingún j oven ha

escrito una silueta más sintética que esa, incluida en su volumen sobre el culto

de la incompetencia.

F a g u e t o p i n a q u e e l v i e j o e s t á d e s t e r r a d o d e l a s m e d i o c r a c i a s

contemporáneas. Grave error, que sólo prueba su vejez.

Toda sociedad en decadencia es propicia a la mediocr idad y enemiga de

cualquier excelencia individual; por eso a los jóvenes originales se les cierra el

acceso al Gobierno hasta que hayan perdido su arista propia, esperando que la

6“Convengamos de buena fe que se presta a eso: es obstinado, es maniático, es verboso, es

cuentista, es fastidioso, es regañón, y su aspecto es desagradable.”

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ve j e z l o s n i v e l e , r e ba j ándo l o s ha s t a l o s modos de pensa r y s en t i r que son

comunes a su grupo social. Por eso las funciones directivas suelen ser patrimonio

de la edad madura ; la «opinión públ ica» de los pueblos , de las c lases o de los

partidos, suele encontrar en los hombres que fueron superiores y empiezan ya a

d e c a e r , e l e x p o n e n t e n a t u r a l d e s u m e d i o c r i d a d . E n l a j u v e n t u d , s o n

cons ide r ados pe l i g r o so s ; s ó l o en l a s época s r evo luc i ona r i a s gob i e rnan l o s

j ó v e n e s ; l a R e v o l u c i ó n F r a n c e s a f u e e j e c u t a d a p o r e l l o s , l o m i s m o q u e l a

emancipación de ambas Américas. El progreso es obra de minorías i lustradas y

atrevidas. Mientras el individuo superior piensa con su propia cabeza, no puede

pensar con la cabeza de las mayorías conservadoras.

No hay, pues, la falta de respeto que, en sus vejeces respectivas, señalaron

Platón, Aristóteles y Montesquieu, antes que Faguet. Afirmar que por el camino

de la vejez se l lega a la mediocridad, es la aplicación simple de una ley general

q u e r i g e t o d o s l o s o r g a n i s m o s v i v o s y l o s p r e p a r a a l a m u e r t e . ¿ P o r q u é

e x t r a ñ a r n o s d e e s a d e c a d e n c i a m e n t a l s i e s t a m o s a c o s t u m b r a d o s a v e r

desteñirse las hojas y deshojarse los árboles cuando el otoño llega perseguido por

el invierno?

Admiremos a los v ie jos por las super ior idades que hayan pose ído en la

juventud. No incurramos en la s impleza de esperar una vejez santa, heroica o

genial tras una juventud equívoca, mansa y opaca; la vejez no pone flores donde

sólo había malezas, antes bien, siega las excelencias con su hoz niveladora. Los

viejos representativos que ascienden al gobierno y a las dignidades, después de

haber pasado sus mejores años en la inercia o en orgías , en e l tapete verde o

entre rameras, en la expectativa apática o en la resignación humillada, sin una

palabra vil y sin un gesto altivo, esquivando la lucha, temiendo a los adversarios

y renunciando los peligros, no merecen la confianza de sus contemporáneos ni

tienen derecho a catonizar. Sus palabras grandilocuentes parecen pronunciadas

en falsete y mueven a risa. Los hombres de carácter elevado no hacen a la vida la

injuria de malgastar su juventud, ni confían a la incertidumbre de las canas la

iniciación de grandes empresas que sólo pueden concebir las mentes frescas y

realizar los brazos viriles.

La exper ienc ia v i r i l compl ica la tonter ía de los mediocres , pero puede

convertir los en genios; la madurez ablanda al perverso, lo torna inúti l para e l

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mal. El diablo no sabe más por viejo que por diablo. Si se arrepiente no es por

santidad; sino por impotencia. (N. del E.)

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CAPÍTULO VII: LA MEDIOCRACIA

1. El Clima de la Mediocridad

En raros momentos la pasión caldea la historia y los idealismos se exaltan:

cuando las naciones se constituyen y cuando se renuevan. Pr imero es secreta

a n s i a d e l i b e r t a d , l u c h a p o r l a i n d e p e n d e n c i a m á s t a r d e , l u e g o c r i s i s d e

conso l idac ión inst i tuc iona l , después vehemencia de expans ión o pu janza de

energías. Los genios pronuncian palabras definitivas; plasman los estadistas sus

planes visionarios; ponen los héroes su corazón en la balanza del destino.

E s , e m p e r o , f a t a l q u e l o s p u e b l o s t e n g a n l a r g a s i n t e r c a d e n c i a s d e

encebadamiento. La historia no conoce un solo caso en que altos ideales trabajen

con ritmo continuo la evolución de una raza. Hay horas de palingenesia y las hay

de apat ía , con vig i l ias y sueños, d ías y noches, pr imaveras y otoños, en cuyo

alternarse infinito se divide la continuidad del tiempo.

En ciertos per íodos la nación se aduerme dentro de l pa ís . E l organismo

vegeta; e l espír itu se amodorra. Los apetitos acosan a los ideales, tornándose

dominadores y ag res ivos . No hay as t ros en e l hor i zonte n i o r i f l amas en l os

campanarios. Ningún clamor de pueblo se percibe; no resuena el eco de grandes

voces an imadoras . Todos se ap iñan en to rno de l o s mante les o f i c i a l e s pa ra

a l canza r a l guna miga j a de l a mer i enda . Es e l c l ima de l a med ioc r idad . Los

E s t ados t ó rnanse med ioc r ac i a s , que l o s f i l ó l o go s i nexp r e s i vo s p r e f e r i r í an

denominar «mesocracias».

Entra en la penumbra el culto por la verdad, el afán de admiración, la fe en

creencias f irmes, la exaltación de ideales, el desinterés, la abnegación, todo lo

que es tá en e l camino de l a v i r tud y de l a d ign idad . , En un mismo d iapasón

uti l itario se templan todos los espíritus. Se habla por refranes, como discurría

Panza; se cree por catecismos, como predicaba Tartufo; se vive de expedientes,

como enseñó Gi l Blas. Todo lo vulgar encuentra fervorosos adeptos en los que

representan los intereses militantes; sus más encumbrados portavoces resultan

esclavos en su clima. Son actores a quienes les está prohibido improvisar: de otro

modo romperían el molde a que se ajustan las demás piezas del mosaico.

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Platón, sin quererlo, al decir de la democracia: “es el peor de los buenos

gob i e rnos , pe ro e s e l me jo r en t r e l o s ma lo s” , d e f i n i ó l a m e d i o c r a c i a . H a n

transcurrido siglos; la sentencia conserva su verdad. En la primera década del

siglo XX se ha acentuado la decadencia moral de las clases gobernantes. En cada

comarca, una facción de vividores detenta los engranajes del mecanismo oficial,

excluyendo de su seno a cuantos desdeñan tener complicidad en sus empresas.

Aquí son castas advenedizas , a l l í s indicatos industr ia les , acul lá facciones de

parlaembalde. Son gavillas y se titulan partidos. Intentan disfrazar con ideas su

monopol io del Estado. Son bandoleros que buscan la encruci jada más impune

para expoliar a la sociedad.

P o l í t i c o s s i n v e r g ü e n z a h u b o e n t o d o s l o s t i e m p o s y b a j o t o d o s l o s

regímenes ; pero encuentran mejor c l ima en las burgues ías s in idea les . Donde

todos pueden hablar, callan los ilustrados; los enriquecidos prefieren escuchar a

los más viles embaidores. Cuando el ignorante se cree igualado al estudioso, el

bribón al apóstol, el boquirroto al elocuente y el burdégano al digno, la escala del

mérito desaparece en una oprobiosa nivelación de villanía. Eso es la mediocracia:

los que nada saben creen decir lo que piensan, aunque cada uno sólo acierta a

repetir dogmas o auspiciar voracidades. Esa chatura moral es más grave que la

a c l i m a t a c i ó n d e l a t i r a n í a ; n a d i e p u e d e v o l a r d o n d e t o d o s s e a r r a s t r a n .

Conviénese en l lamar urbanidad a la hipocresía, dist inción al amaneramiento,

cultura a la t imidez, tolerancia a la complicidad; la mentira proporciona estas

denominaciones equívocas. Y los que así mienten son enemigos de sí mismos y de

l a p a t r i a , d e s h o n r a n d o e n e l l a a s u s p a d r e s y a s u s h i j o s , c a r c o m i e n d o l a

dignidad común.

En esos paréntesis de alcornocamiento aventúranse las mediocracias por

senderos innobles. La obsesión de acumular tesoros materiales, o el torpe afán de

u su f ruc tua r l o s en l a ho l g anza , bo r r a de l e sp í r i t u co l e c t i vo t odo r a s t r o de

ensueño. Los países dejan de ser patrias, cualquier ideal parece sospechoso. Los

f i lósofos, los sabios y l o s a r t i s t a s e s tán de más ; l a pesadez de l a a tmós fe ra

estorba a sus alas, y dejan de volar. Su presencia mortif ica a los traficantes, a

todos los que trabajan por lucro, a los esclavos del ahorro o de la avaricia. Las

cosas del espíritu son despreciadas; no siéndole propicio el cl ima, sus cultores

son contados; no l legan a inquietar a las mediocracias; están proscritos dentro

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del país , que mata a fuego lento sus ideales , s in necesitar desterrar los . Cada

hombre queda preso entre mil sombras que lo rodean y lo paralizan.

Siempre hay mediocres . Son perennes. Lo que var ía es su prest ig io y su

inf luencia . En las épocas de exaltación renovadora muéstranse humildes, son

tolerados; nadie los nota, no osan inmiscuirse en nada. Cuando se entibian los

ideales y se reemplaza lo cualitativo por lo cuantitativo, se empieza a contar con

e l l o s . A p e r c í b e n s e e n t o n c e s d e s u n ú m e r o , s e m a n c o r n a n e n g r u p o s , s e

arrebañan en partidos. Crece su influencia en la justa medida en que el clima se

atempera ; e l sabio es igualado a l anal fabeto , e l rebe lde a l lacayo, e l poeta a l

p r e s t a m i s t a . L a m e d i o c r i d a d s e c o n d e n s a , c o n v i é r t e s e e n s i s t e m a , e s

incontrastable.

Encúmbranse g añanes , pue s no f l o r e cen g en i o s : l a s c r e ac i one s y l a s

profecías son imposibles si no están en el alma de la época. La aspiración de lo

mejor no es privi legio de todas las generaciones. Tras una que ha real izado un

gran esfuerzo, arrastrada o conmovida por un genio, la siguiente descansa y se

d e d i c a a v i v i r d e g l o r i a s p a s a d a s , c o n m e m o r á n d o s e s i n f e ; l a s f a c c i o n e s

dispútanse los manejos administ rat ivos , compit iendo en manosear todos los

ensueños. La mengua de éstos se disfraza con exceso de pompa y de palabras;

acállase cualquier protesta dando participación en los festines; se proclaman las

mejores intenciones y se practican bajezas abominables; se miente e l arte; se

miente la just ic ia ; se miente e l carácter . Todo se miente con la anuencia de

todos; cada hombre pone precio a su complicidad, un precio razonable que oscila

entre un empleo y una decoración.

Los gobe rnant e s n o c r e a n t a l e s t a d o d e c o s a s y d e e s p í r i t u s : l o

representan. Cuando las naciones dan en baj íos, alguna facción se apodera del

engranaje constituido o reformado por hombres geniales. Florecen legisladores,

pu lu lan arch iv i s tas , cuéntanse los func ionar ios p o r l e g i o n e s : l a s l e y e s s e

mul t ip l i can , s in re fo rza r por e l l o su e f i cac ia . Las c i enc ias conv ié r tense en

mecanismos oficiales, en institutos y academias donde jamás brota el genio y al

talento mismo se le impide que bril le: su presencia humillaría con la fuerza del

contraste. Las artes tórnanse industrias patrocinadas por el Estado, reaccionario

en sus gustos y adverso a toda previsión de nuevos ritmos o de nuevas formas; la

imaginación de art istas y poetas parece aguzarse en descubrir las gr ietas del

presupuesto y fi ltrarse por ellas. En tales épocas los astros no surgen. Huelgan:

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la sociedad no los necesita; bástale su cohorte de funcionarios. El nivel de los

gobernantes desciende hasta marcar el cero; la mediocracia es una confabulación

de los ceros contra l a s un idades . C ien po l í t i cos to rpes juntos , no va l en un

estadista genial. Sumad diez ceros, cien, mil, todos los de las matemáticas y no

tendréis cantidad alguna, siquiera negativa. Los políticos sin ideal marcan el cero

absoluto en el termómetro de la historia, conservándose limpios de infamia y de

virtud, equidistantes de Nerón y de Marco Aurelio.

Una apatía conservadora caracteriza a esos períodos; entibiase la ansiedad

d e l a s c o s a s e l e v a d a s , p r o s p e r a n d o a s u c o n t r a e l a f á n d e l o s s u n t u o s o s

formulismos. Los gobernantes que no piensan parecen prudentes; los que nada

hacen titúlanse reposados; los que no roban resultan ejemplares. El concepto del

mérito se torna negativo: las sombras son preferibles a los hombres. Se busca lo

originariamente mediocre o lo mediocrizado por la senil idad. En vez de héroes,

gen ios o santos , se rec lama d iscretos adminis t radores . Pero e l es tad is ta , e l

f i lósofo, el poeta, los que real izan, predican y cantan alguna parte de un ideal

están ausentes. Nada tienen que hacer.

La t iranía de l c l ima es abso luta : n ive larse o sucumbir . La reg la conoce

pocas expresiones en la historia. Las mediocracias negaron siempre las virtudes,

las bellezas, las grandezas, dieron el veneno a Sócrates, el leño a Cristo, el puñal

a César , e l dest ierro a Dante, la cárcel a Gal i leo, e l fuego a Bruno; y mientras

escarnecían a esos hombres e jemplares, aplastándolos con su saña o armando

contra e l los a lgún brazo enloquecido, o f rec ían su serv idumbre a gobernantes

imbéciles o ponían su hombro para sostener las más torpes tiranías. A un precio:

q u e é s t a s g a r a n t i z a r a n a l a s c l a s e s h a r t a s l a t r a n q u i l i d a d n e c e s a r i a p a r a

usufructuar sus privilegios.

En esas épocas del lenocinio la autoridad es fácil de ejercitar: las cortes se

pueblan de servi les , de retór icos que par lotean panelucrando, de aspirantes a

a lgún baja lato, de pulchinelas en cuyas conciencias está s iempre colgando e l

a lbarán ignominioso. Las mediocracias apuntálanse en los apetitos de los que

an s í an v i v i r d e e l l a s y en e l m i edo de l o s que t emen pe rde r l a p i tanza. La

indignidad civi l es ley en esos cl imas. Todo hombre declina su personalidad al

convertirse en funcionario: no lleva visible la cadena al pie, como el esclavo, pero

la arrastra ocultamente, amarrada en su intestino. Ciudadanos de una patria son

los capaces de v i v i r po r su e s fue r zo , s in l a c ebada o f i c i a l . Cuando todo s e

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sacrifica a ésta, sobreponiendo los apetitos a las aspiraciones, el sentido moral

s e d e g r a d a y l a d e c a d e n c i a s e a p r o x i m a . E n v a n o s e b u s c a r e m e d i o s e n l a

glorificación del pasado. De ese atafagamiento los pueblos no despiertan loando

lo que fue, sino sembrando el porvenir.

2. La Patria

L o s p a í s e s s o n e x p r e s i o n e s g e o g r á f i c a s y l o s E s t a d o s s o n f o r m a s d e

equi l ib r io po l í t ico . Una patr ia es mucho más y es ot ra cosa : s incronismo de

espíritus y d e c o r a z o n e s , t e m p l e u n i f o r m e p a r a e l e s f u e r z o y h o m o g é n e a

disposición para el sacrificio, simultaneidad en la aspiración de la grandeza, en

el pudor de la humillación y en el deseo de la gloria. Cuando falta esa comunidad

d e e s p e r a n z a s , n o h a y p a t r i a , n o p u e d e h a b e r l a : h a y q u e t e n e r e n s u e ñ o s

comunes, anhelar juntos grandes cosas y sentirse decididos a realizarlas, con la

seguridad de que a l marchar todos en pos de un ideal , n inguno se quedará en

mitad del camino contando sus talegas. La patria está implícita en la solidaridad

sentimental de una raza y no en la confabulación de los politiquistas que medran

a su sombra.

No basta acumular r iquezas para crear una patria: Cartago no lo fue. Era

una empresa. Las áureas minas, las industrias afiebradas y las l luvias generosas

hacen de cualquier país un rico emporio: se necesitan ideales de cultura para que

en él haya una patria. Se rebaja el valor de este concepto cuando se lo aplica a

pa í se s que ca recen de un idad mora l , más pa rec idos a f ac to r í a s de l og re ros

autóctonos o exóticos que a legiones de soñadores cuyo ideal parezca un arco

tendido hacia un objetivo de dignificación común.

La pat r ia t i ene intermitenc ias : su un idad mora l desaparece en c ie r tas

épocas de rebajamiento, cuando se eclipsa todo afán de cultura y se enseñorean

viles apetitos de mando y de enriquecimiento. Y el remedio contra esa crisis de

chatura no está en e l fet ichismo del pasado, s ino en la s iembra del porvenir ,

concurriendo a crear un nuevo ambiente moral propicio a toda culminación de la

virtud, del ingenio y del carácter.

C u a n d o n o h a y p a t r i a n o p u e d e h a b e r s e n t i m i e n t o c o l e c t i v o d e l a

nacionalidad — inconfundible con la mentira patr iót ica explotada en todos los

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países por los mercaderes y los militaristas— . Sólo es posible en la medida que

marca e l r i tmo unísono de los corazones para un nob le per fecc ionamiento y

nunca para una innoble agres iv idad que hiera e l mismo sent imiento de otras

nacionalidades.

No hay manera más baja de amar a la patria que odiando a las patrias de

los otros hombres, como si todas no fuesen igualmente dignas de engendrar en

sus hijos iguales sentimientos. El patriotismo debe ser emulación colectiva para

que la propia nación ascienda a las virtudes de que dan ejemplo otras mejores;

nunca debe ser envid ia co lect iva que haga su f r i r de l a a j ena supe r i o r i dad y

mueva a desear el alejamiento de los otros hasta el propio nivel. Cada Patria es

un elemento de la Humanidad; el anhelo de la dignificación nacional debe ser un

aspecto de nuestra fe en la dignificación humana. Asciende cada raza a su más

a l to n ive l , como Pat r i a , y por e l e s fuerzo de todos remontará e l n ive l de l a

especie, como Humanidad.

Mientras un país no es patria, sus habitantes no constituyen una nación.

E l ce lo de la nacional idad só lo ex iste en los que se s ienten acomunados para

p e r s e g u i r e l m i s m o i d e a l . P o r e s o e s m á s h o n d o y p u j a n t e e n l a s m e n t e s

conspicuas; las naciones más homogéneas son las que cuentan hombres capaces

de sent i r lo y serv i r lo . La ex igua capac idad de idea les impide a los esp í r i tus

bastos ver en el patrimonio un alto ideal: los tránsfugas de la moral, ajenos a la

sociedad en que viven, no pueden concebirlo; los esclavos y los siervos tienen,

apenas, un país natal. Sólo el hombre digno y libre puede tener una patria.

Puede tenerla; no la tiene siempre, pues tiempos hay en que sólo existe en

la imaginación de pocos: uno, diez, acaso algún centenar de elegidos. Ella está

entonces en ese punto idea l donde converge la aspirac ión de los mejores , de

cuantos la sienten sin medrar de oficio a horcajadas de la política. En esos pocos

está la nacionalidad y vibra en ellos; mantiénense ajenos a su afán los millones

de habitantes que comen y lucran en el país.

E l s en t im ien to ena l t e cedo r nace en muchos soñado re s j óvenes , p e ro

permanece rudimentario o se distrae en la apetencia común; en pocos elegidos

l lega a ser dominante , anteponiéndose a pequeñas tentac iones de p iara o de

cofradía . Cuando los intereses venales se sobreponen al ideal de los espír itus

cultos, que constituyen el alma de una nación, el sentimiento nacional degenera

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y s e co r r ompe : l a p a t r i a e s e xp l o t ada como una i ndus t r i a . Cuando s e v i v e

har tando g rose ros apet i tos y nad ie p iensa que en e l canto de un poeta o l a

reflexión de un fi lósofo puede estar una partícula de la gloria común, la nación

se abisma. Los ciudadanos vuelven a la, condición de habitantes. La patria a la

de país.

Eso ocurre periódicamente: como si la nación necesitara parpadear en su

mirada hac ia e l porveni r . Todo se tuerce y aba ja , desaparec iendo la mol ic ie

i n d i v i d u a l e n l a c o m ú n : d i r í a s e q u e e n l a c u l p a c o l e c t i v a s e e s f u m a l a

r e s p o n s a b i l i d a d d e c a d a u n o . C u a n d o e l c o n j u n t o s e d o b l a , c o m o e n e l

harquinazo de un buque, parece, por relatividad, que ninguna cosa se doblará.

Só lo e l que se levanta y mira desde otro p lano a los que navegan, advierte su

descenso, como si frente a ellos fuese un punto inmóvil: un faro en la costa.

Cuando las miser ias morales asolan a un país , culpa es de todos los que

por fa lta de cultura y de ideal no han sabido amarlo como patria: de todos los

que vivieron de ella sin trabajar para ella.

3. La Política de las Piaras

C a u s a h o n d a d e e s a c o n t a m i n a c i ó n g e n e r a l e s , e n n u e s t r a é p o c a , l a

d e g e n e r a c i ó n d e l s i s t e m a p a r l a m e n t a r i o : t o d a s l a s f o r m a s a d o c e n a d a s d e

parlamentarismo. Antes presumíase que para gobernar se requería cierta ciencia

y arte de aplicarla; ahora se ha convenido que Gil Blas. Tartufo y Sancho son los

árbitros inapelables de esa ciencia y de ese arte.

La política se degrada, conviértese en profesión. En los pueblos sin ideales,

l os esp í r i tus suba l t e rnos medran con to rpes i n t r i g a s de an tecámara . En l a

bajamar sube lo rahez y se acorchan los traficantes. Toda excelencia desaparece,

ec l i p sada po r l a domes t i c idad . Se in s tau ra una mora l hos t i l a l a f i rmeza y

propicia a l re la jamiento. El gobierno va a manos de gentua l la que abocada e l

presupuesto. Abájanse los adarves y álzanse los muladares. El lauredal se agosta

y los cardizales se mult ipl ican. Los palaciegos se f rotan con los malandrines.

Progresan funámbulos y volatineros.

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Nadie piensa, donde todos lucran; nadie sueña, donde todos tragan. Lo que

antes era signo de infamia o cobardía, tórnase t ítulo de astucia; lo que otrora

mataba, ahora vivi f ica, como si hubiera una acl imatación al r idículo; sombras

envilecidas se levantan y parecen hombres; la improbidad se pavonea y ostenta,

e n v e z d e s e r v e r g o n z a n t e y p u d o r o s a . L o q u e e n l a s p a t r i a s s e c u b r í a d e

vergüenza, en los países cúbrese de honore.

Las jornadas electorales conviértense en burdos enjuagues de mercenarios

o e n p u g i l a t o s d e a v e n t u r e r o s . S u j u s t i f i c ac ión e s tá a ca rgo de e l ec to res

inocentes, que van a la parodia cono a una fiesta.

Las facc iones de profes iona les son adversas a todas las or ig ina l idades .

Hombres i lustres pueden ser víctimas del voto: los partidos adornan sus l istas

con ciertos nombres respetados, s intiendo la necesidad de parapetarse tras e l

blasón intelectual de algunos selectos. Cada piara se forma un estado mayor que

disculpa su pretensión de gobernar al país, encubriendo osadas piraterías con el

pretexto de sostener intereses de partidos. Las excepciones no son toleradas en

homenaje a las virtudes: las piaras no admiran ninguna superioridad; explotan el

prestigio del pabellón para dar paso a su mercancía de contrabando; descuentan

en el banco del éxito merced a la firma prestigiosa. Para cada hombre de mérito

hay decenas de sombras insignificantes.

Aparte esas excepciones, que existen en todas partes, la masa de «elegidos

del pueblo» es subalterna, pelma de vanidosos, deshonestos y serviles.

Los p r imeros de r rochan su fo r tuna por ascender a l Par l amento . R icos

t e r r a t e n i e n t e s o p o d e r o s o s i n d u s t r i a l e s p a g a n a p e s o d e o r o l o s v o t o s

c o l e c c i o n a d o s p o r a g e n t e s i m p ú d i c o s ; s e ñ o r z u e l o s a d v e n e d i z o s a b r e n s u s

a lcancías para comprarse e l único dip loma accesib le a su mental idad amorfa ;

asnos enr iquec idos asp i ran a ser tutores de pueb los , s in más cap i ta l que su

c o n s t a n c i a y s u s m i l l o n e s . N e c e s i t a n s e r a l g u i e n ; c r e e n c o n s e g u i r l o

incorporándose a las piaras.

Los de shones to s son l e g i ón ; a s a l t an e l Pa r l amento pa ra en t r ega r se a

especulaciones lucrativas. Venden su voto a empresas que muerden las arcas del

Estado; prest ig ian proyectos de grandes negocios con e l erar io , cobrando sus

d i scursos a t anto por minuto ; pagan con des t inos y dád ivas o f i c i a l e s a sus

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El hombre mediocre

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electores , comercian su inf luencia para obtener conce s i ones en f a vo r de su

c l ientela . Su gest ión pol ít ica suele ser tranqui la : un hombre de negocios está

siempre con la mayoría. Apoya a todos los Gobiernos.

Los serviles merodean por los Congresos en virtud de la flexibilidad de sus

espinazos. Lacayos de un grande hombre, o instrumentos ciegos de su piara, no

o san d i s cu t i r l a j e f a tu ra de l uno o l a s cons i gnas de l a o t r a . No s e l e s p ide

talento, elocuencia o probidad: basta con la certeza de su panurguismo. Viven de

luz ajena, satélites sin color y sin pensamientos, uncidos al carro de su cacique,

dispuestos siempre a batir palmas cuando él habla y a ponerse de pie l legada la

hora de una votación.

En c ie r tas democrac ias nov ic ias , que parecen l l amarse repúb l i cas por

b u r l a , l o s C o n g r e s o s h o r m i g u e a n d e m a n s os p ro t eg i do s de l a s o l i g a rqu í a s

dominantes. Medran piaras sumisas, servi les, incondicionales, afeminadas: las

mayor ías miran a l porquero esperando una gu iñada o una seña . S i a lguno se

aparta está perdido; los que se rebelan están proscritos sin apelación.

Hay casos aislados de ingenio y de carácter, soñadores de algún apostolado

o representantes de anhelos indomables ; s i e l t iempo no los domest ica , e l los

sirven a los demás, justificándolos con su presencia, aquilatándolos.

E s de i l u so s c r e e r que e l mé r i t o ab r e l a s pue r t a s de l o s Pa r l amentos

envilecidos. Los partidos — o e l Gobierno en su nombre— operan una selección

entre sus miembros, a expensas del mérito o en favor de la intriga. Un soberano

cuantitativo y sin ideales prefiere candidatos que tengan su misma complexión

moral: por simpatía y por conveniencia.

Las más abs t rusas fó rmulas de l a qu ímica o rgán ica parecen ba lbuceos

infantiles frente a las vueltacaras del Parlamento mediocre. El desprecio de los

h o m b r e s p r o b o s n o l o a m e d r e n t a j a m á s . C o n f í a e n q u e e l b a j o n i v e l d e l

representante apruebe la insensatez del representado. Por eso ciertos hombres

inservibles se adaptan maravillosamente a los desiderata del sufragio universal;

la grey se prosterna ante los fetiches más huecos y los rellena con su alambicada

tontería.

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Los cómplices, grandes o pequeños, aspiran a convertirse en funcionarios.

La burocrac ia e s una convergenc ia de vo rac idades en acecho . Desde que se

inventaron los Derechos de l hombre todo imbéc i l l o s sabe de memor ia para

explotar los , como s i l a i g u a l d a d a n t e l a l e y i m p l i c a r a u n a e q u i v a l e n c i a d e

apt i tudes . Ese a fán de v iv i r a expensas de l Es tado reba ja l a d ign idad . Cada

elector que cruza las calles, de prisa, preocupado, a pie, en automóvil, de blusa,

e n g u a n t a d o , j o v e n , m a d u r o , a c u a l q u i e r h o r a , p o d é i s a s e g u r a r q u e e s t á

domest i cándose , env i l ec iéndose : busca una recomendac ión o l a l l eva en su

faltriquera.

E l func ionar io c rece en l a s modernas burocrac ias . Ot ro ra , cuando fue

necesar io delegar parte de sus funciones, los monarcas e legían a hombres d e

mér i to , exper iencia y f ide l idad. Pertenecían cas i todos a la casta feudal ; los

g randes ca rgos l a v incu laban a l a causa de l señor . Junto a ésa , f o rmábanse

p e q u e ñ a s b u r o c r a c i a s l o c a l e s . C r e c i e n d o l a s i n s t i t u c i o n e s d e g o b i e r n o e l

funcionar ismo creció , l leg a n d o a s e r u n a c l a s e , u n a r a m a n u e v a d e l a s

o l i g a r q u í a s d o m i n a n t e s . P a r a i m p e d i r q u e f u e s e a l t i v a , l a r e g l a m e n t a r o n ,

qu i tándole toda in ic iat iva y ahogándola en la rut ina . A su a fán de mando se

opuso una sumisión exagerada. La pequeña burocracia no varía; la grande, que

es su llave, cambia con la piara que gobierna. Con el sistema parlamentario se la

e s c l a v i z ó p o r p a r t i d a d o b l e : d e l e j e c u t i v o y d e l l e g i s l a t i v o . E s e j u e g o d e

influencias bilaterales converge a empequeñecer la dignidad de los funcionarios.

E l mérito queda excluido en absoluto; basta la influencia. Con el la se asciende

por caminos equívocos. La característica del zafio es creerse apto para todo, como

si la buena intención salvara la incompetencia. Flaubert ha contado en páginas

e te rnas l a h i s tor i a d e d o s m e d i o c r e s q u e e n s a y a n l o e n s a y a b l e : B u v a r d y

P é c u c h e t . N a d a h a c e n b i e n , p e r o a n a d a r e n u n c i a n . E l l o s p u e b l a n l a s

med i oc r ac i a s ; s on f unc i ona r i o s d e cua l qu i e r f unc i ón , c r eyéndose ó r g anos

valederos para las más contradictorias fisiologías.

Consecuen c i a s i n m e d i a t a s d e l f u n c i o n a r i s m o s o n l a s e r v i l i d a d y l a

adulación. Existen desde que hubo poderosos y favoritos.

B a j o c i e n f o r m a s s e o b s e r v a l a p r i m e r a , i m p l í c i t a e n l a d e s i g u a l d a d

h u m a n a : d o n d e h u b o h o m b r e s d i f e r e n t e s a l g u n o s f u e r o n d i g n o s y o t r o s

domésticos.

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El excesivo comedimiento y la afectación de agradar al amo engendran esas

carcomas del carácter. No son delitos ante las leyes, ni vicios para la moral de

c iertas épocas : son compatib les con la «honest idad» . Pero no con la «v i r tud» .

Nunca.

La sens ib i l idad a los e log ios es leg í t ima en sus or ígenes . E l los son una

medida indirecta del mérito; se fundan en la estimación, el reconocimiento, la

amistad, la s impat ía o e l amor . E l e log io s incero y des interesado no rebaja a

quien lo otorga ni ofende a quien lo recibe, aun cuando es injusto; puede ser un

error, no es una indignidad. La adulación .lo es siempre: es desleal e interesada.

E l deseo de la pr ivanza induce a complacer a los poderosos ; l a conducta de l

adu lón mira a eso y todo le sacr i f i ca su án imo servi l . Su intel igencia sólo se

aguza para o l i scar e l deseo de l amo. Subordina sus gustos a los de su dueño,

pensando y sintiendo como él lo ordena: su personalidad no está abolida, pero

poco falta. Pertenece a la raza de los «cobardes felices», como los bautizó Leconte

de Lisle.

La adulación es una injusticia. Engaña, Es despreciable siempre el adulón,

aun cuando lo hace por una especie de benevolencia vulgar o por e l deseo de

agradar a cualquier precio. Racine, en Fedra, lo creyó un castigo divino:

“Détéstables f latteurs, présent le plus funeste. Que puisse aire aux rois la

cólere celeste”7

No só lo se adu la a reyes y poderosos ; también se adu la a l pueb lo . Hay

mise rab l e s a f anes de popu la r idad , más den ig rantes que e l s e rv i l i smo . Pa ra

obtener el favor cuantitat ivo de las turbas, puede mentírseles bajas a labanzas

d is f razadas de idea l ; más cobardes porque se d i r igen a p le ibes que no saben

descubrir el embuste. Halagar a los ignorantes y merecer su aplauso, hablándoles

s in cesar de sus derechos , jamás de sus deberes, es el postrer renunciamiento

ala propia dignidad.

En los climas mediocres, mientras las masas siguen a los charlatanes, los

gobernantes prestan oídos a los quitamotas. Los vanidosos viven fascinados por

7 Detestables aduladores, presente el más funesto que pueda hacer a los reyes la cólera celeste. (N.

del E.)

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la sirena que los arrulla sin cesar, acariciando su sombra; pierden todo criterio

para juzgar sus propios actos y los ajenos; la intriga los aprisiona; la adulación

d e l o s s e r v i l e s l o s a r r a s t r a a c o m e t e r i g n o m i n i a s , c o m o e s a s m u j e r e s q u e

a l a rdean su he rmosura y acaban po r p re s ta r l a a qu i enes l a s co r rompen con

elogios desmedidos. El verdadero mérito es desconcertado por la adulación: tiene

su o rgu l l o y su pudor , como l a ca s t i dad . Los g r andes hombres d i cen de s í ,

na tura lmente , e log ios que en l ab ios a j enos los har ían sonro ja r ; l a s g randes

sombras gozan oyendo las alabanzas que temen no merecer.

Las mediocracias fomentan ese vic io de s iervos. Todo e l que piensa con

cabeza propia, o tiene un corazón altivo, se aparta del tremedal donde prosperan

los envilecidos. “E l hombre exce l en t e — escr ib ió La Bruyére— no puede

adular ; cree que su presencia importuna en las cortes , como si su virtud o su

ta lento fuesen un reproche a los que gob ie rnan”. Y d e s u a p a r t a m i e n t o s e

aprovechan los que pal idecen ante sus méritos como si exist iera una perfecta

compensación ent re l a inep t i tud y e l r ango , en t re l a s domest i c idades y l o s

avanzamientos.

De tiempo en tiempo alguno de los mejores se yergue entre todos y dice la

v e r d a d , c o m o s a b e y c o m o p u e d e , p a r a q u e n o s e e x t i n g a n i s e s u b v i e r t a ,

t ransmit iéndola a l porvenir . Es la v i r tud c ív ica : lo innoble es ca l i f icado con

justeza; a fuerza de velar los nombres acabaría por perderse en los espíritus la

noción de las cosas indignas. Los Tartufos, enemigos de toda luz estelar y de toda

palabra sonora, pers ígnanse ante e l herét ico que devue lve sus nombres a l as

cosas . S i depend ie ra de e l l o s l a soc iedad se t rans fo rmar ía en una cueva de

mudos, cuyo silencio no interrumpiese ningún clamor vehemente y cuya sombra

no rasgara el resplandor de ningún astro.

Todo idealista ha leído con lírica emoción las tres historias admirables que

cuenta V i gny en su S te l l o imperecede ro . Tene r un i dea l e s c r imen que v i o

perdonan las mediocrac ias . Muere G i lber t , muere Chatter ton , muere Andrés

Chenier. Los tres son asesinados por los Gobiernos, con arma distinta según los

regímenes. El idealista es inmolado en los imperios absolutos lo mismo que en

las monarquías constitucionales y en las repúblicas burguesas.

Quien v ive para un idea l no puede serv i r a n inguna mediocrac ia . Todo

conspira en e l la para que e l pensador, el f i lósofo y el artista se desvíen de su

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ruta; y ¡guay! cuando se apartan de ésta la pierden para siempre. Temen por eso

la politiquería, sabiendo que es el Walhalla de los mediocres. En su red pueden

caer prisioneros.

Pero cuando re ina otro c l ima y e l dest ino los l l eva a l poder , gob iernan

contra los serv i les y los rut inar ios ; rompen la monotonía de la h istor ia . Sus

enemigos lo saben; nunca un genio ha sido encumbrado por una mediocracia.

Llegan contra el la , a pesar suyo, a desmantelar la , cuando se prepara un

porvenir.

4. Los Arquetipos de la Mediocracia

Los prohombres de las mediocracias equidistan del bárbaro legendario —

Tiberio o Facundo— y del genio transmutador — Marco Aurelio o Sarmiento— . El

g en io c r ea in s t i tuc iones y e l b á rba ro l a s v i o l a : los mediocres las respetan,

impotentes para forjar o destruir. Esquivos a la gloria y rebeldes a la infamia, se

l e s r e c o n o c e p o r u n a c i r c u n s t a n c i a i n e q u í v o c a : s u s c u b i c u l a r i o s n o o s a n

llamarlos genios por temor al ridículo y sus adversarios no podrían sentarlos en

c á n c a n a d e i m b é c i l e s s i n f l a g r a n t e i n j u s t i c i a . S o n p e r f e c t o s e n s u c l i m a :

sos l áyanse en l a h i s to r i a a merced de c i en compl i c idades y con jugan en su

pe r sona todos l o s a t r i bu tos de l amb ien te que l o s r epu j a . Amerengados po r

equívocas jerarquías mi l i ta r e s , p o r o p a c o s t í t u l o s u n i v e r s i t a r i o s o p o r l a

almidonada improvisación de alcurnias advenedizas, acicalan en su espíritu las

rutinas y prejuicios que acorchan las creederas de la mediocridad dominante.

Son pasicortos siempre; su marcha no puede en momento alguno compararse al

vuelo de un cóndor ni a la reptación de una serpiente.

T o d a s l a s p i a r a s i n f l a n a l g ú n e j e m p l a r p r e d e s t i n a d o a p o s i b l e s

culminaciones. Seleccionan el acabado prototipo entre los que comparten sus

pasiones o sus voracidades, sus fanatismos o sus v ic ios , sus prudencias o sus

hipocresías. No son privilegio de tal casta o partido: su liviandad alcornocal flota

en todas las ciénagas políticas. Piensan con la cabeza de algún rebaño y sienten

con su corazón. Productos de su clima, son irresponsables: ayer de su oquedad,

hoy de su p reeminenc ia , mañana de su ocaso . Juguetes , s i empre , de a j enas

voluntades. Entre ellos eligen las repúblicas sus presidentes, buscan los tiranos

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sus favoritos, nombran los reyes sus ministros, entresacan los par lamentarios

sus gabinetes. Bajo todos los regímenes: en las monarquías absolutas y en las

repúblicas oligárquicas. Siempre que desciende la temperatura espiritual de una

raza, de un pueblo o de una clase, encuentran propicio cl ima los obtusos y los

seniles. Las mediocracias evitan las cumbres de los abismos. Intranquilas bajo el

sol meridiano y t imoratas en la noche, buscan sus arquetipos en la penumbra.

Temen la o r ig ina l idad y l a juventud ; adoran a los que nunca podrán vo la r o

tienen ya las alas enmohecidas.

Advent ic ias jaur ías de mediocres , v inculadas por la t ra í l la de comunes

apet i tos , osan l lamarse part idos . Rumian un credo, f ingen un idea l , ata la jan

fantasmas consulares y reclutan una hueste de lacayos. Eso basta para disputar

a codo l impio el acaparamiento de las prebendas gubernamenta les . Cada grey

elabora su mentira, erigiéndola en dogma infalible. Los tunantes suman esfuerzos

para ena l tecer la prohombr ía de su fantasma: l l amase l i r i smo a su inept i tud ,

deco ro a su van idad , ponde rac ión a su pe reza , p rudenc i a a su impotenc i a ,

distracción a sus vicios, liberalidad a su briba, sazón a su marchitez. La hora los

favorece : las sombras se a largan cuanto más avanza e l crepúsculo . En c ierto

momento la ilusión ciega a muchos, acallando toda veraz disidencia.

La irresponsabilidad colectiva borra la cuota individual del yerro: nadie se

sonro ja cuando todas l as mej i l l as pueden rec lamar su par te en la vergüenza

común.

D e e s a s b a r a ú n d a s s a l e n a f l o t e u n o s u o t r o s a r q u e t i p o s , a u n q u e n o

siempre los menos inservibles.

Viven d u r a n t e a ñ o s e n a c e c h o ; e s c ú d a n s e e n r e n c o r e s p o l í t i c o s o e n

prestigios mundanos, echándolos como agraz en el ojo de los inexpertos. Mientras

y a c e n a l e t a r g a d o s p o r i r r e d i m i b l e s i n e p t i t u d e s , s i m ú l a n s e p r o s c r i t o s p o r

misteriosos méritos. Claman contra los abusos del poder, aspirando a cometerlos

e n b e n e f i c i o p r o p i o . E n l a m a l a r a c h a , l o s f a c c i o s o s s i g u e n o r o p e l á n d o s e

mutuamente , s in que l a res ignac ión a l ayuno d i sminuya l a magni tud de sus

apetitos. Esperan su turno, mansos bajo el torniquete. Se repiten la máxima de

De Maistre: “Savoir attendre et le grand moyen de parvenir”8.

8 “Saber esperar es el gran medio para llegar”. (N. del E.)

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L a p a c i e n t e e x p e c t a t i v a c o n v e r g e a l a c u l m i n a c i ó n d e l o s m e n o s

inquietantes. Rara vez un hombre superior los apandil la con muñeca vigorosa,

c onv i r t i éndo l o s en compa r s a que med ra a su s ombra ; cuando l e s f a l t a e s e

denominador absoluto, desorbítanse como asteroides de un sistema planetario

cuyo so l s e ex t ingue . Todos se con fabu lan entonces en t ác i t a t r ansacc ión ,

p r e s t a n d o s u h o m b r o a l o s q u e p u e d e n a g u a n t a r m á s a l a b a n z a s e n j u s t a

equivalencia de méritos antiguos. El grupo los infla con solidaridad de logia; cada

cómplice conviértese en una hebra de la telaraña tendida para captar el gobierno.

Compréndese la arrevesada se lección de las facciones o l igárquicas y e l

pomposo envanecimiento del mediocre que e l las consagran. Sus encomiastas ,

empeñados en pur i f i ca r lo de toda mancha pecaminosa , in tentan obs t ru i r l a

ve rdad l l amando romant ic i smo a su re i te rada incompetenc ia para todas l a s

empresas . Otros l l aman orgu l lo a su vanidad e idea l i smo a su ac idia ; pero e l

tiempo disipa el equívoco, devolviendo su nombre a esos dos vicios arracimados

en un mismo tronco: el orgullo es compatible con el idealismo, pero el primero es

la síntesis de la vanidad y el segundo lo es de la acidia.

Repu j ados l o s p rohombr e s d e h o j a l a t e r í a , s u s c ó m p l i c e s a c a b a n d e

azogarles con demulcentes crisopeyas. Sus lacras l legan a parecer coqueterías,

como l a s a r rugas de l a s co r tesanas . Ung iéndo los á rb i t ros de l o rden y de l a

virtud, declaran prescritas sus viejas pústulas; incondicionalismo para con los

regímenes más turbios, intérlopes pasiones de garito, r idículos infortunios de

donjuanismo epigramático. Los labios de los adulones abrévanse en aquella agua

d e l , L e t e o q u e b o r r a l a m e m o r i a d e l p a s a d o ; n o a d v i e r t e n q u e d e s p u é s d e

chapalear una vida entera en el vicio, todo puritanismo huele a bencina, como los

guantes que pasan por el limpiador.

Donde medran o l i ga rqu ías ba jo d i s f races democrát icos prosperan esos

pavorreales apampanados, tensos por la vanidad: un travieso los desinf lar ía s i

los pinchase al pasar, descubriendo la nada absoluta que retoza en su interior.

Vacuo no s i gn i f i ca a l í ge ro . Nunca fue l a tonte r í a ca r tabón de sant idad . S in

sangre de hienas, que han menester los t i ranos, tampoco t iénenla de águi las ,

propia de i luminados; corre en sus venas una l infa tontivana, propia en estirpe

de pavos y quintaesenciada en el real, simbólica ave que suma candorosamente la

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zoncer ía y l a fa tu idad . Son termómetros mora les de c ie r ta época : cuando la

mediocracia encuba pollipavos no tienen atmósfera los aguiluchos.

La r e s i gnada pas i v idad exp l i ca c i e r t a s cu lminac iones : e l po rven i r de

a lgunos arquet ipos est r iba en ser admirados en contra de ot ros . Huyen para

agrandarse. Con muchos lustros de andar a la birlonga no borran sus culpas; en

s u paso descúbrese una inveterada pusi lanimidad que rehúye escaramuzas con

enemigos que l e s han humi l l ado ha s t a s ang r a r . No puede habe r v i r t ud s i n

gallardía; no la demuestra quien esquiva con temblorosos alejamientos la batalla

por tantos años ofrecida a su dignidad. Ese acoquinamiento no es, por cierto, el

clásico valor gauchesco de los coroneles americanos; ni se parece al estómago del

l eón agazapado pa ra pegar me jo r e l s a l to . E l l o s vagamundean con e l “donde

espera del batracio oportunista”, d e que hab l a Ramos Mej ía . E l hombre d igno

puede enmudecer cuando rec ibe una he r ida , t emiendo acaso que su desdén

exceda a la ofensa; pero l lega su sentencia, y l lega en esti lo nunca usado para

adular ni para pedir , más hir iente que cien espadas. Cada verbo es una f lecha

cuyo alcance finca en la elasticidad del arco: la tensión moral de la dignidad. Y el

tiempo no borra una sílaba de lo que así se habla.

Los arquetipos suelen interrumpir sus humillados si lencios con innocuas

pirotecnias verbales; de tarde en tarde los cómplices pregonan alguna misteriosa

l u c u b r a c i ó n t a r t a m u d e a d a , o n o , a n t e a s a m b l e a s q u e c i e r t a m e n t e n o l a

e scucharon . E l l o s no a t inan a sos tene r l a r eputac ión con que l o s exo rnan :

desertan el Parlamento el día mismo en que los eligen, como si temieran ponerse

en descubierto y comprometer a los empresarios de su fama.

Comp lé t a se l a i n f l a zón de e s to s a e ró s t a to s con f i ándo l e s suba l t e rnas

diplomacias de fest ival , en cuya aparatosidad suntuaria pavonean sus huecas

vanidades. Sus cómpl ices adivínanles a lgún ta lento diplomático o perspicacia

internacionalista, hasta complicarles en lustrosas canonjías donde se apagan en

t ib ias penumbras , junto a l resp landecer de sus co laboradores más ant iguos .

Nunca desalentadas, las ol igarquías siguen mimando a estos engendros, con la

esperanza de que acertarán un golpe en el c lavo después de af irmar cien en la

h e r r a d u r a . U n g i d o s e m i s a r i o s a n t e u n a n a c i ó n h e r m a n a , s u c a s u í s t i c a d e

s a c r i s t í a e n v e n e n a h o n d o s a f e c t o s , c o m o s i p o r a r t e d e e n c a n t a m i e n t o

germinaran cizañas inextinguibles en los corazones de los pueblos.

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El hombre mediocre

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A r c h i v e r o s y p a p e l i s t a s s e c o n f a b u l a n p a r a e n c e l a r e l f e r v o r d e l o s

ingenuos y captar la conf ianza de los rut inar ios . P lutarqui l los b ien rentados

transforman en miel su acíbar, quintaesenciando en alabanzas sus vinagres más

cr ón i co s , c omo s i h i po t eca r an su i ngen io de scon tando p r ebendas f u tu r a s .

Rellenan con vanos artilugios la oquedad del tonto, sin sospechar la insuficiencia

de la tramoya. Ni el pavo parece águila ni corcel la nula: se les reconoce al pasar,

viendo su moco eréctil u oyendo el chacoloteo de su herradura.

Su gravitación negativa seduce a los caracteres domesticados: no piensan,

no roban , no opr imen, no sueñan, no ases inan , no fa l tan a misa , ¿qué más?

Cuando las facciones for jan a l Fénix, lo encumbran como su s ímbolo perfecto.

Poseen cosméticos para sus f isonomías arrugadas: la grandí locua rancidez de

programas a cuyo pie buscaríase de inmediato la firma de Bertoldo, si los vastos

soponcios no tras lucieran prudentes ret icencias de Tartufo. Es prefer ib le que

estén cua jados de vu lgar idades y esc r i tos en pés imo es t i l o ; gus tan más a l a

cl ientela. Un programa abstracto es perfecto: parece ideal ista y no lastima las

ideas que cree tener cada cómplice. De cada cien, noventa y nueve mienten lo

mismo: la grandeza del país, los sagrados principios democráticos, los intereses

del pueblo, los derechos del ciudadano, la moralidad administrativa. Todo ello, si

no es desvergüenza consuetudinar ia , resu l ta de una tonter ía enternecedora :

simula decir mucho y no significa nada. El miedo a las ideas concretas ocúltase

bajo el antifaz de las vaguedades cívicas.

No se avergüenzan de esca lar e l poder a horca jadas sobre la ignominia .

Obtemperan a toda vil lanía que converja a su objeto: cuando hablan de civismo

su aliento apesta al pantano originario. Su moral encubre el vicio, por el simple

hecho de usufructuarlo. Empujados por torcidos caminos, siguen sembrando en

los mismos surcos. Para aprovechar a los indignos han tenido que humillárseles

m a n s a m e n t e ; l o s h o n o r e s q u e n o s e c o n q u i s t a n h a y q u e p a g a r l o s c o n

abajamientos. “No puede ser virtuoso el engendrado en un vientre impuro”, dicen

las Escrituras; los que se encumbran cerrando los ojos e implicándose en mañas

de esterco lero , suf r iendo los manoseos de los majagranzas , mint iéndose a s í

mismos para hartar la acucia de toda una vida, no pueden redimirse del pecado

original aunque, Faustos insubordinados, pretendan escapar al maleficio de sus

Mefistófeles.

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El Hombre Mediocre

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El pueblo los ignora; está separado de el los por e l celo de las facciones.

Para prevenirse de achaques indiscretos retráense de la circulación: como si de

c e r ca no r e s i s t i e r an a l c a t eo e l l e l o s cu r i o so s . Mant i énense a j enos a t odo

estremecimiento de raza. En ciertas horas las turbas pueden ser sus cómplices:

e l pueblo nunca. No podría ser lo ; en las mediocracias desaparece. Dir íase que

consiente porque no existe, substituido por cohortes que medran.

D e p o s i t a r i o s d e l a l m a d e l a s n a c i o n e s , l o s p u e b l o s s o n e n t i d a d e s

esp i r i tua les inconfundib les con los part idos . No basta ser mult i tud para ser

pueblo: no lo sería la unanimidad de los servilos.

E l pueb lo encarna l a conc ienc ia misma de los dest inos futuros de una

nación o de una raza. Aparece en los países que un ideal convierte en naciones y

reside en la convergencia moral de los que s ienten la patr ia más a l ta que l as

o l i ga rqu ía s y l a s s ec tas . E l pueb lo — ant ítes is de todos los part idos— n o s e

c u e n t a p o r n ú m e r o s . E s t á d o n d e u n s o l o h o m b r e n o s e c o m p l i c a e n e l

abellacamiento común; frente a las huestes domesticadas o fanáticas ese único

hombre libre, él solo, es todo: Pueblo y Nación y Raza y Humanidad.

Los a rque t i pos de l a med ioc r ac i a pa san po r l a h i s t o r i a con l a pompa

superficial de fugitivas sombras chinescas. Jamás llega a sus oídos un insulto o

una loa, nunca se les dice «héroes» o «tiranos»; en la fantasía popular despiertan

un eco uniforme, que en todas partes se repite: « ¡el pavo!», en una síntesis más

definitiva que una lápida. Su trinomio psicológico es simple: vanidad, impotencia

y favoritismo.

Viven de aspavientos, que sólo atañen a las formas. La austera sobriedad

de l g e s to e s a t r i bu to de l o s hombres ; l a sun tuos idad de l a s apa r i enc i a s e s

g a l a r d ó n d e l a s s o m b r a s . D e s p u é s d e i n c u b a r s u s a n s i a s , t e m b l o r o s o s d e

h u m i l d a d a n t e s u s c ó m p l i c e s , n u b l á n d o s e d e h u m o s y e m p a v é s a n s e d e

defatuidades; olvidan que envanecerse de un rango es confesarse infer ior a é l .

Acumulan rumbosos a r t i f i c i o s pa ra a luc ina r l a s imag inac iones domést i cas ;

r odéanse de l acayos , adoptan p l eonás t i cas nomenc la tu ras , centup l i can l o s

expedientes, pavonéanse en trenes lujoso:, navegan en complicados bucentauros,

sueñan con recepciones allende los océanos. Ofrecen ambos flancos a la risueña

ironía de los burlones, poniendo en todo cierta fastuosidad de segunda mano, que

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recuerda las cortes y señorías de opereta. Su énfasis melodramático cuadraría a

personajes de Hugo y haría cosquillas al egotismo volteriano de Stendhal.

En su adon i smo con temp l a t i vo no c abe l a amb i c i ón , que e s ené r g i co

e s fue r zo po r ac r ecenta r en ob ra s l o s p rop io s mér i t o s . E l amb ic i o so qu i e r e

ascender , has ta donde sus p rop ias a l as puedan l evantar lo ; e l van idoso c ree

encontrarse ya en las supremas cumbres codiciadas por los demás. La ambición

es bella entre todas las pasiones, mientras la vanidad no la envilece; por eso es

respetable en los genios y ridícula en los tontos.

Empavónanse de permanentes altisonancias. Sospechan que existen ideales

y se f ingen sus sostenedores; incurren en los más conformes a la moral de su

mediocracia. Sospechan la verdad, a veces, porque el la entra en todas partes,

más su t i l que l a adu l ac i ón ; pe ro l a mut i l an , l a a tenúan , l a cor rompen , con

acomodaciones, con muletas, con remiendos que disfrazan. En ciertos casos, la

verdad puede más que e l los ; sa l ta a la v is ta a pesar suyo y es su cast igo . Se

paramentan de buenas intenc iones cuando menos fuerzas van ten iendo para

convertir las en actos; la innata pavada se trasunta en sus parloteos puritanos.

Tórnase cómica la ineptitud en su disfraz de idealismo; son deleznables los vagos

p r inc ip io s que ap l i can a compás de opo r tun i s t a s conven ienc i a s . E l t i empo

descubre a los que tienen la moral en piezas, para mostrarla, aunque de su paño

jamás corten un traje para cubrir su mediocridad.

Son tributarios del séptimo pecado capital : en su impotencia hay pereza.

Renuncian la autoridad y conservan la pompa; aquél la podría bruñir el mérito,

ésta adorna la vanidad. Gustan de holgar ; des isten de hacer lo muy poco que

podrían; evitan toda firme labor; se apartan de cualquier combate, declarándose

espectadores. Pueden practicar el mal por inercia y el bien por equivocación; se

entregan a los acontecimientos por incapacidad de orientarlos. “Les paresseux —

decía Voltaire— ne sont jamais que des gents médiocres, en quelque genre que ce

soit”9. Por detestables que sean los gobernantes, nunca son peores que cuando no

gobiernan. El mal que hacen los tiranos es un enemigo visible; la inercia de los

po l t rones , en cambio , imp l i ca un mis te r ioso abandono de l a func ión por e l

órgano, la acefalía, la muerte de la autoridad por una caquexia inaccesible a los

remedios. Gran inconsciencia es gobernar pueb los cuando la en fermedad o l a

vejez quitan al hombre el gobierno de sí mismo.

9 “Los perezoso — decía Voltaire— no son más que gente mediocre, de cualquier clase que sea.” (N. del E.)

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La falta de inspiraciones intrínsecas tórnales sensibles a la coacción de los

conspiradores, a la intriga de los domésticos, a la adulación de los palaciegos, a

los apremios de los cotahures , a las int imidaciones de los gacet i l leros , a las

in f luenc ias de las sacr i s t ías . Su conducta t ras luce feb ledad con cuantos les

acechan; ni basta para ocultarla su aparatoso enfestar contra molinos de viento.

Cuando l legan a l poder lo renuncian de hecho, convencidos de su impotencia

para usar lo ; se ent regan a l curso de l a r í a , como los nadadores inc ip ientes .

Jinetes de potros cuyo voltijeo ignoran, cierran los ojos y abandonan las riendas:

e sa inept i tud pa ra a s i r l a s con sus manos inexpertas l l ámanla sumis ión a l a

democracia.

E l favor i t i smo es su esc lav i tud f rente a c ien intereses que los acosan;

ignoran el sentimiento de la justicia y el respeto del mérito. El verdadero justo

resiste a la tentación de no serlo cuando en ello tiene un beneficio; el mediocre

cede s i empre . P ro f e sa una abs t rac ta equ idad en l o s casos que no h i e ren e l

valimiento de sus cómplices; pero se complica de hecho en todas sus zirigañas.

Nunca, abso lutamente , puede haber just ic ia en prefer i r e l lacayo a l d igno, el

ob l icuo a l recto , e l i gnorante a l es tud ioso , e l int r igante a l gent i lhombre , e l

medroso al valiente. Ésa es la corruptela moral de las mediocracias: anteponer el

val imiento a l mérito. En e l favorit ismo se empantanan los que pisan f i rmes y

avanzan los que se ar rast ran b landos : como en los tembladera les . Cuando e l

mérito enrostra sus yerros a los arquetipos, arguyen éstos humildemente que no

s on i n f a l i b l e s ; p e ro e s t á su v i l e z a en sub r aya r l a d i s cu l pa con t en t ado r e s

ofrecimientos, acostumbrados a comerciar e l hono r . No puede s e r j uez qu i en

confunde e l d iamante con la bazof ia ; cuando se acepta la responsabi l idad de

g o b e r n a r , “ e q u i v o c a r s e e s u n a c u l p a ”, c o m o s e n t e n c i ó E p i c t e t o . E n l a s

mediocracias se ignora que la dignidad nunca l lega de hinojos a los estrados de

los que mandan.

Repiten con frecuencia el legendario juicio de Midas. Pan osó comparar su

flauta de siete carrizos con la lira de Apolo. Propuso una lid al dios de la armonía

y fue árbitro el anciano rey frigio. Resonaron de Pan los acordes rústicos y Apolo

cantó a compás de sus melopeas d iv inas . Dec id ie ron todos que la f l auta e ra

incomparable a la l ira, un ánimes todos, menos el rey, que reclamó la victoria

para aquélla. De pronto crecieron entre sus cabellos dos milagrosas orejas: Apolo

quedó vengado y Pan se refugió en la sombra. El juez, confuso, quiso ocultarlas

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bajo su corona. Las descubrió a un cubiculario; corrió a un lejano valle, cavó un

pozo y contó al l í su secreto. Pero la verdad no se entierra: f lorecieron rosales

que, agitados por las brisas, repiten eternamente que Midas tuvo orejas de asno.

La histor ia cast iga con tanta sever idad como la leyenda: una página de

crónica dura más que un rosal. Nadie pregunta si los crucificadores de Cristo, los

ustores de Bruno y los burladores de Colón fueron bribones o reblandecidos. Su

condena es la misma e ilevantable. La justicia es el respeto del mérito. Un Marco

Aurelio sabe que en cada generación hay diez o veinte espíritus privilegiados, y

su gen io cons i s te en fomentar los todos ; un Panza los exc luye de su í n su l a ,

usando solamente a los que se domestican, es decir, a los peores como carácter y

mora l idad . S iempre son in justos los que escuchan a l serv i l s in interrogar a l

digno. Nunca piden favor los que merecen just ic ia . Ni lo aceptan. Encuentran

natural que los pravos pref ieran a sus s imi lares ; es exacto que “la torpeza del

burgués, mortificado por la natural soberbia de la superioridad, busca consagrar a

su igual, cuyo acceso le es fácil y en cuya psicología encuentra los medios de ser

satisfecho y comprendido”. Hora l lega en que las injusticias de los gobernadores

se pagan con foridables intereses compuestos, irremisiblemente. Hechas a uno

so lo , amenazan a todos l o s me jo re s ; de j a r l a s impunes s i gn i f i ca hace r se su

cómplice. Pronto o tarde se saldan sus trabacuentas, aunque sus errores no se

f iniquiten jamás; los arquetipos de las mediocracias aprenden en carne propia

que por un clavo se pierde una herradura.

Como a Midas el divino Apolo, los dignes castigan a los sin vergüenza con

l a pe renn idad de su pa labra ; pueden equivocarse , porque es humano; pero s i

dicen la verdad ella dura en el tiempo. Ésa es su espada; rara vez la sacan, pues

pronto se gasta un arma que se desenvaina con frecuencia: si lo hacen, va recta

al corazón, como la del romance famoso.

Y el rencor de los lacayos evidencia la seguridad de la punta que toca al

amo.

Para ser completos, son sensibles a todos los fanatismos. Los más rezan

c o n l o s m i s m o s l a b i o s q u e u s a n p a r a m e n t i r , c o m o T a r t u f o ; i n s e g u r o s d e

ar rostrar en la t ie r ra la sanción de los d ignos , desear ían postergar la para e l

cielo. Si en su poder estuviera, cortarían la lengua a los sofistas y las manos a

los escritores; cerrarían las bibliotecas para que en ellas no conspirasen ingenios

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orig inales . Pref ieren la adulación del ignorante a l conse jo sab io . Subyacen a

todos los dogmas. Si coroneles, usan escapulario en vez de espada; si políticos,

consultan la Monita para interpretar las Magnas Cartas de las naciones. Bajo su

impe r i o l a h ipoc re s í a — m á s f u n e s t a q u e l a d e s v e r g ü e n z a m i s m a — t ó rna se

sistema. En ese combate incesante, renovado en tantos dramas ibsenianos, los

amorfos conviértense en columnas de la sociedad, y el que desnuda una sombra

parece un sedicioso enemigo del pueblo. Todos los avisados golpéanse el pecho

para medrar . Las huestes de sacrist ía crecen y crecen, absorbiendo, minando,

ensanchándose: como un herpes moral que se agranda en silencio hasta manchar

ignominiosamente la fisonomía de toda una época.

L a s m e d i o c r a c i a s n i e g a n a s u s a r q u e t i p o s e l d e r e c h o d e e l e g i r s u

oportunidad. Los atalajan en el gobierno cuando su organismo vacila y su cerebro

se apaga: quieren al inservible o a l romo. Hombres repudiados en la juventud,

son consagrados en la vejez: a esa edad en que las buenas intenciones son un

cansancio de las malas costumbres. El igen a los que usaron esclavizarse de su

v ientre , comiendo hasta hartarse y beb iendo hasta aturd i rse , devastando su

salud en noches blancas, rebajando su dignidad en la insolvencia de los tapetes

v e r d e s , t o r n á n d o s e i m p r o p i o s p a r a t o d o e s f u e r z o c o n t i n u a d o y f e c u n d o ,

preparando esas decrepitudes en que el riñón se fosiliza y el hígado se almibara.

Ésa es la mejor garantía para e l rebaño rut inar io ; su odio a la or ig inal idad lo

impele hacia los hombres que empiezan a momificarse en vida.

Mientr a s l a v e j e z v a b o r r a n d o l o s ú l t i m o s r a s g o s p e r s o n a l e s d e l o s

a r q u e t i p o s , s u s c ó m p l i c e s s e c o n f a b u l a n p a r a o c u l t a r s u p r o g r e s i v o

reb landecimiento , ex imiéndole de toda faena y adminiculándole de ingenuas

ficciones. Poco a poco el carcamal huye de sus residencias naturales y se aísla;

regatea l as ocas iones de most rarse en p lena luz , exh ib iéndose en reduc idas

vidrieras, donde los pavorreales pueden lucir, desde lejos, los cien ojos de Argos

p lantados en su co la . Inc ie r tos ya para pensar , neces i tan más que nunca e l

sahumer io de todos l os incensar ios : l a adu loner ía acaba por encubr i r l os de

lubricantes. Las apologías se redoblan a medida que el los van desapareciendo,

minado el cerebro por vergonzosas enfermedades contraídas en el trato lupanario

de las cortesanas.

El crepúsculo sobreviene implacable, a fuego lento, gota a gota, como si el

destino quisiera desnudar su vaciedad, pieza por pieza, demostrándola a los más

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empecinados , a los que podr ían dudar s i mur ieran de go lpe , s in ese pausado

desteñimiento.

Son sombras al servicio de sus huestes contiguas. Aunque no vivan para sí

tienen que vivir para el las, mostrándose de lejos para atestiguar que existen, y

ev i t ando has ta l a r á f aga de a i r e que podr í a dob l a r l o s como a l a ho j a de un

catálogo abandonado a la intemperie.

A u n q u e d e s f a l l e z c a n n o p u e d e n a b a n d o n a r l a c a r g a ; e n v a n o e l

remord imiento repet i rá en sus o ídos l as c lás icas pa labras de Properc io : “Es

vergonzoso cargarse la cabeza con un fardo que no puede l levarse : pronto se

dob lan las rod i l las , esquivas a l peso” ( I I I , IX , 5 ) . Los a rquet ipos s ienten su

e s c l a v i t u d ; p e r o d e b e n m o r i r e n e l l a , c u s t o d i a d o s p o r l o s c ó m p l i c e s q u e

alimentaron su vanidad.

Las casas de gobierno pueden ser su féretro; las facciones lo saben y se

disputan sus vices, que aguaitan en acecho. Sus nombres quedan enumerados en

las cronologías; desaparecen de la historia . Sus descendientes y benef iciar ios

esfuérzanse en vano por alargar su sombra y vivir de ella.

B a s t a q u e u n h o m b r e l i b r e l o s d e n u n c i e p a r a q u e l a p o s t e r i d a d l o s

amortaje; sobra una sola palabra — si es virtuosa, estoica, incorruptible, decidida

a sacrificarse sin mirar atrás con tal de ser leal a su dignidad— , sobra una sola

palabra para borrar las adulaciones de los palaciegos, en vano acendrados en la

hora fúnebre. Algunos hartos comensales, no pudiendo referirse a lo que fueron,

atrévense a elogiar lo que pudieron ser.. . ; creen que muere una esperanza como

si ésta fuera posible en organismos minados por las carcomas de la juventud y

los almibaramientos de la vejez.

Es natural que muera con cada uno su piara: túrnanse muchas en cada era

de penumbra. La mediocracia las tira como viejos naipes cuyas cartas ya están

marcadas por los tahúres , entrando a ta l l a r con ot ros nuevos , n i mejores n i

peores . Los dignos, a jenos a la part ida cuyas t rampas ignoran, se apartan de

todas las camaril las que medran a la sombra de la patria; cultivan sus ideales y

enc ienden una ch i spa de e l l os como pueden . , e sperando o t ro c l ima mora l o

preparándolo. Y no manchan sus labios nombrando a los arquetipos: sería, acaso,

inmortalizarlos.

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5. La Aristocracia del Mérito

El progresivo advenimiento de la democracia, permitiendo la igualdad de

los demás, ¿ha dificultado la culminación de los mejores? Es indiferente que se

trate de monarquíaso de repúblicas; el siglo XIX comenzó a unificar la esencia de

los regímenes políticos, nivelando todos los sistemas, aburguesándolos.

Un pensador eminente g losó es ta ve rdad : l a med iocrac ia no to le ra l a s

excepc iones i l u s t r e s . S i e l g en io e s un so l i l oqu io magn í f i co , una voz de l a

natur a l e z a e n q u e h a b l a t o d a u n a n a c i ó n o u n a r a z a , ¿ n o e s u n p r i v i l e g i o

excesivo — se pregunta— q u e u n o a h u e q u e l a v o z e n n o m b r e d e t o d o s ? L a

democracia reniega de ta les soberanos que se encumbran s in plebiscitos y no

aducen derechos d iv inos . Lo que antes fue Verbo en e l gen io , tórnase ahora

palabra y es distribuida entre todos, que, juntos, creen razonar mejor que uno

so lo . La c iv i l i zac ión parece concurr i r a ese l ento y progres ivo dest ie r ro de l

hombre extraordinar io , ensanchando e i luminando las medianías . Cuando los

más no sabían pensar, era justo que uno lo hiciese por todos: facultad expuesta a

peligrosos excesos. Pero el hombre providencial va siendo innecesario a medida

q u e l o s m á s p i e n s a n y q u i e r e n . " E n t a n t a d i f u s i ó n d e l a s o b e r a n í a : ¿ q u é

necesidad hay de grandes epopeyas pensadas, realizadas o escritas? Ésa parece,

t rans i tor iamente , la fórmula de l n ive lamiento , y podr ía t raducirse as í : en la

medida en que se difunde el régimen democrático restríngese la función de los

hombres superiores.

Sería una verdad inconcusa, definitiva, si el devenir igualitario fuese una

orientación natural de la historia y si , en caso de serlo, se efectuase con ritmo

permanente, s in tropiezos. Y no es así . No lo ha s ido nunca; ni lo será, según

pa r ece . L a na tu r a l e za s e opone a t oda n ive l ac ión , v i endo en l a i gua ldad l a

muerte; las sociedades humanas, para su progreso moral y estructural, necesitan

de l gen io más que de l imbéc i l y de l t a l en to más que de l a med ioc r idad . La

h i s to r i a no con f i rma l a p resunc ión i gua l i t a r i a : no supr ime a Leonardo para

endiosar a Panza ni aplasta a Bertoldo para adorar a Goethe. Unos y otros tienen

s u r a z ó n d e v i v i r , n i p r o s p e r a e l u n o e n e l c l i m a d e l o t r o . E l g e n i o e n s u

oportunidad, es tan ¡reemplazable como el mediocre en la propia; mil, cien mil

mediocres no harían entonces lo que un genio. Cooperan a su obra los idealistas

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que l e s p receden o s i guen ; nunca l o s conse rvadores , que son sus enemigos

naturales, ni las masas rutinarias, que pueden ser su instrumento, pero no su

guía.

Es irónico repetir que los Estados no necesitan nunca el gobernante genial.

El culto del gobernante adocenado, pero honesto, es propio de mercaderes que

temen al malo, sin concebir al superior. ¿Por qué la historia renegaría del genio,

del santo y del héroe? En las horas solemnes los pueblos todo lo esperan de los

grandes hombres; en las épocas decadentes bastan los vulgares. Hay un cl ima

que excluye al genio y busca al fatuo; en la chatura crepuscular , mientras las

academias se pueb lan de miopes y de func ionar ios , gob ie rnan e l Es tado l o s

charlatanes o los pollipavos. Pero hay otro clima en que ellos no sirven; entonces

cuá jase de astros e l hor izonte . En la borrasca toma e l t imón un Sarmiento y

pilotea un pueblo hacia su Ideal; en la aurora mira lejos un Ameghino y descubre

fragmentos de a lguna Verdad en formación . Y todav ía var ía en sus dominios ;

f ó rmase en su r ededor , como e l ha lo en to rno de l o s a s t ros , una pa r t i cu la r

atmósfera donde su palabra resuena y su chispa ilumina: es el clima del genio. Y

uno solo piensa y hace: marca un evo.

Al que dice « Igualdad o muerte» , repl ica la natura leza « la igualdad es la

muerte». Aquel dilema es absurdo. Si fuera posible una constante nivelación, si

hubieran sucumbido alguna vez todos los, individuos diferenciales, los originales,

la humanidad no existiría. No habría podido existir como término culminante de

la serie biológica. Nuestra especie ha salido de las precedentes como resultado de

l a s e l e c c i ó n n a t u r a l ; s ó l o h a y e v o l u c i ó n d o n d e p u e d e n s e l e c c i o n a r s e l a s

variaciones de los individuos. Igualar todos los hombres sería negar el progreso

de la especie humana. Negar la civilización misma.

Queda e l hecho ac tua l y cont ingente : e l adven imiento p rog res i vo de l

régimen democrático, en las monarquías y en las repúblicas, ¿ha favorecido su

descenso público durante el último siglo?

Práct icamente l a democrac ia ha s ido una f i cc ión , hasta ahora . Es una

mentira de algunos que pretenden representar a todos. Aunque en ella creyeran

p o r m o m e n t o s L a m a r t i n e , H e i n e y H u g o , n a d i e m á s i n f i e l q u e l o s p o e t a s

idealista s a l v e r b o d e l a e q u i v a l e n c i a u n i v e r s a l ; l o s m á s s o n a b i e r t a m e n t e

hostiles. Otra es la posición del problema. Es sencilla.

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El Hombre Mediocre

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Hasta ahora no ha exist ido una democracia efect iva. Los regímenes que

adoptaron tal nombre fueron ficciones. Las pretendidas democracias de todos los

t iempos han s ido confabulac iones de pro fes iona les para aprovecharse de las

masas y excluir a los hombres eminentes . Han s ido s iempre mediocracias . La

p remisa de su ment i r a f ue l a ex i s t enc i a de un «pueb lo » c apaz de a sumi r l a

soberanía del E s t ado . No hay t a l : l a s masa s d e pob r e s e i gno r an t e s no han

tenido, hasta hoy, aptitud para gobernarse: cambiaron de pastores.

L o s m á s g r a n d e s t e ó r i c o s d e l i d e a l d e m o c r á t i c o h a n s i d o d e h e c h o

individualistas y partidarios de la selección natural: perseguían la aristocracia

del mérito contra los privilegios de las castas . La igualdad es un equívoco o una

paradoja, según los casos. La democracia ha sido un espejismo, como todas las

abstracciones que pueblan la fantasía de los i lusos o forman e l capita l de los

mendaces. El pueblo ha estado ausente de ella.

Las castas aristocráticas no son mejores; en el las hay, también, crisis de

mediocridad y tórnanse mediocracias, Los demócratas persiguen la justicia para

t o d o y s e e q u i v o c a n b u s c á n d o l a e n l a i g u a l d a d ; l o s a r i s tóc ra ta s buscan e l

privi legio para los mejores y acaban por reservarlo a los más ineptos. Aquellos

borran el mérito en la nivelación; éstos lo burlan atribuyéndolo a una clase. Unos

y otros son, de hecho, enemigos de toda selección natural. Tanto da que el pueblo

sea domesticado por banderías de blasonados o de advenedizos: en ambas están

i g u a l m e n t e p r o s c r i t o s l a d i g n i d a d y l o s i d e a l e s . A s í c o m o l a s t i t u l a d a s

democracias no lo son, las pretendidas aristocracias no pueden serlo. El mérito

estorba en las Cortes lo mismo que en las Tabernas.

Toda aristocracia pudo ser selectiva en su origen, suele serlo; es respetable

e l q u e i n i c i a c o n s u s m é r i t o s u n a a l c u r n i a o u n a b o l e n g o . E s e v i d e n t e l a

desigualdad humana en cada t iempo y lugar ; hay s iempre hombres y sombras.

Los hombres que guían a las sombras son la aristocracia natural de su tiempo y

su derecho es indiscutible. Es justo, porque es natural. En cambio, es ridículo el

concepto de las aristocracias tradicionales: conciben la sociedad como un botín

reservado a una casta, que usufructúa sus beneficios sin estar compuesta por los

mejores hombres de su tiempo. ¿Por qué los deudos, familiares y lacayos de los

que fueron otrora los más aptos seguirán participando de un poder que no han

contribuido a crear? ¿En nombre de la herencia?

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El hombre mediocre

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Si l as apt i tudes se heredan , ese pr iv i l eg io l es resu l ta inút i l y podr ían

r enunc ia r l o ; s i no se he reda , e s in jus to y deben pe rde r l o . Conv iene que l o

pierdan. Toda nobleza hereditaria es la antítesis de una aristocracia natural; con

el andar del tiempo resulta su más vigoroso obstáculo.

E l de recho d iv ino que invocan los unos , e s ment i ra ; l o mismo que los

derechos , de l hombre , invocados por l os o t ros . Ar i s ta rcos y demagogos son

i gua lmente med ioc r e s y ob s t an a l a s e l e cc i ón de l a s ap t i tudes superiores,

nivelando toda originalidad, cohibiendo todo ideal.

Una concesión podría hacerse. Los países sin castas aristocráticas son más

propicios a la mediocrización; en ellos se constituyen oligarquías de advenedizos,

que tienen todos los defectos y las presunciones de la nobleza, s in poseer sus

cualidades. En su improvisación fáltales la mentalidad del gran señor, compuesta

por a t r i butos que f incan en una cu l tu ra de s i g los : hay , s in duda , gentes de

ca l idad y hombres que t i enen c l a se , como los caba l l o s de ca r re ra . Son más

esquivos al rebajamiento. En sus prejuicios la dignidad puede tener más parte

q u e e n l o s d e l a d v e n e d i z o . E s u n a d i f e r e n c i a q u e l o s p r e s e r v a d e m u c h o s

envilecimientos. ¿Es preferible obedecer a castas que tienen la rutina del mando

o a pandillas minadas por hábitos de servidumbre?

El privilegio tradicional de la sangre irrita a los demócratas y el privilegio

numérico del voto repugna a los aristócratas. La cuna dorada no da aptitudes;

t a m p o c o l a s d a l a u r n a e l e c t o r a l . L a p e o r m a n e ra de comba t i r l a ment i r a

democrática sería aceptar la mentira aristocrática; en los dos casos trátase de

idénticas ineptitudes con distinta escarapela. Las masas inferiores — que podrían

se r e l « pueb lo »— y l o s h o m b r e s e x c e l e n t e s d e c a d a s o c i e d a d — q u e s o n l a

«aristocracia natural»— suelen permanecer ajenos a su estrategia.

Entre los demócratas embalumados de igualdad caben audaces lacayos que

pretenden suplantar a sus amos con la ayuda de turbas fanatizadas; entre los

aristócratas enmohecidos de tradición caben vanidosos que ansían reducir a sus

sirvientes con la ayuda de los hombres de mérito. La historia se repite siempre:

las masas y los idea l istas son v íct imas propic iator ias en esas d isputas entre

señores feudales y burgueses de levita.

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La degeneración mediocrática, que caracteriza Faguet como un «culto de la

incompetencia» , no depende del régimen pol í t ico, s ino del c l ima moral de las

épocas decadentes . Cura cuando desaparecen sus causas ; nunca por re formas

legis lat ivas , que es absurdo esperar de los propios beneficiarios. En vano son

ensayadas por los tontos o s imuladas por los br ibones : las leyes no crean un

clima. El derecho efectivo es una resultante concreta de la moral.

La apas ionada protesta de los idea l i s tas puede ser un gr i to de a la rma,

lanzado en l a sombra ; pe ro e l ensueño de ena l tecer una democrac ia resu l ta

i l u so r i o en l a s épocas de domes t i c idad mora l y de ha r t azgo . La s f acc iones

pref ieren escuchar e l fa lso ideal ismo de sus fet iches envejecidos, como s i en

viejos odres pudiera contenerse el vino nuevo. Hay que esperar mejores tiempos,

s i n p e s i m i s m o s e x c e s i v o s , c o n l a c e r t i d u m b r e d e q u e l a r e a c c i ó n l l e g a

inevitablemente a cierta hora: los hombres superiores la esperan custodiando su

dignidad y trabajando para su ideal . Cuando la mediocridad agota los ú lt imos

recursos de su incompetenc ia , nau f raga . La catás t ro fe devue lve su rango a l

mérito y reclama la intervención del genio.

El mismo encallamiento mediocrático contribuye a restaurar, de tiempo en

tiempo, las fuerzas vitales de cada civilización. Hay una vis medicatrix naturae

que corr ige e l abe l lacamiento de las nac iones : l a formación intermitente de

sucesivas aristocracias del mérito.

El privi legio desaparece y la dirección moral de la sociedad vuelve a las

manos mejores. Se respeta su legit imidad, se enaltecen esas raras cual idades

individuales que implican la orientación original hacia ideales nuevos y fecundos.

Todo renacimiento se anuncia por el respeto de las diferencias, por su culto. La

mediocridad calla, impotente; su hostilidad tórnase feble , aunque innúmera. Si

tuviera voz rebajaría el mérito mismo, otorgándolo a ras, de tierra. De lo útil a

todos, no saben decidir los más; nunca fue el rutinario juez del idealista, ni el

ignorante del sabio, ni el deshonesto del virtuoso, ni el servil del digno.

Toda excelencia encuentra su juez en sí misma. El mérito de cada uno se

aquilata en la opinión de sus iguales.

Hay a r i s toc rac i a na tu ra l cuando e l e s fue rzo de l a s mentes más ap ta s

convergen a guiar los comunes destinos de la nación. No es prerrogativa de los

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ingenios más agudos, como querrían algunos, en cuyo oído resuena como un eco

esa «aristocracia intelectual», que fue la quimera de Renán. En la aristocracia del

mé r i t o co r r e sponde t an t a pa r t e a l a v i r t ud y a l c a r á c t e r c omo a l a m i sma

inteligencia; de otro modo sería incompleta y su esfuerzo ineficaz.

Un régimen donde el mérito individual fuese estimado por sobre todas las

cosas, sería perfecto. Excluir ía cualquier inf luencia numérica u ol igarquía. No

habr ía intereses c reados . E l voto anónimo tendr ía tan ex iguo va lor como e l

blasón fortuito. Los hombres se esforzarían por ser cada vez más desiguales entre

s í , p r e f i r i endo cua l qu i e r o r i g ina l i dad c r eado ra a l a más t r ad i c i ona l de l a s

rutinas.

Sería posible la selección natural y los méritos de cada uno aprovecharían

a la sociedad entera . El agradecimiento de los menos út i les est imular ía a los

f a v o r e c i d o s p o r l a n a t u r a l e z a . L a s s o m b r a s r e s p e t a r í a n a l o s h o m b r e s . E l

privilegio se mediría por la eficacia de las aptitudes y se perdería con ellas.

Trans p a r e n t e e s , p u e s , e l c r e d o q u e e n p o l í t i c a p o d r í a s u g e r i r n o s e l

idealismo fundado en la experiencia.

Se opone a la democracia cuantitativa que busca la justicia en la igualdad:

afirmando el privilegio en favor del mérito.

Y a la aristocracia ol igárquica, que asienta el pr ivi legio en los intereses

creados, se opone también: afirmando el mérito como base natural del privilegio.

La aristocracia del mérito es el régimen ideal, frente a las dos mediocracias

que ensombrecen l a h i s to r i a . T i ene su f ó rmu la abso lu t a : « l a j u s t i c i a e n l a

desigualdad».

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CAPÍTULO VIII: LOS

FORJADORES DE IDEALES

1. El Clima del Genio

La desigualdad es la fuerza y la esencia de toda selección. No hay dos lirios

i gua l e s , n i dos águ i l a s , n i dos o rugas , n i dos hombres : t odo l o que v i ve e s

incesantemente des igual . En cada pr imavera f lorecen unos árboles antes que

otros, como si fueran preferidos por la Naturaleza que sonríe al sol fecundante;

en ciertas etapas de la historia humana, cuando se plasma un pueblo, se crea un

est i lo ose formula una doctr ina, a lgunos hombres excepcionales ant ic ipan su

vis ión a la de todos, la concretan en un Ideal y la expresan de tal manera que

perdura en los siglos.

Hera ldos , l a humanidad los escucha ; p ro fe tas , l os c ree ; cap i tanes , l os

sigue; santos, los imita. Llenan una era o seña lan una ruta ; sembrando a lgún

germen fecundo de nuevas verdades , poniendo su f i rma en dest inos de razas ,

creando armonías, for jando bel lezas. La genial idad es una coincidencia. Surge

como ch i spa l uminosa en e l punto donde se encuent ran las más exce lentes

aptitudes de un hombre y la necesidad social de aplicarlas al desempeño de una

misión trascendental. El hombre extraordinario sólo asciende a la genialidad si

encuentra clima propicio: la semilla mejor necesita de la tierra más fecunda. La

función reclama el órgano: el genio hace actual lo que en su clima es potencial.

Ningún filósofo, estadista, sabio o poeta alcanza la genialidad mientras en

su medio se s iente exót ico o inoportuno; neces i ta condic iones favorab les de

t iempo y de lugar para que su apt i tud se convierta en función y marque una

época en la historia. El ambiente constituye el «clima» del genio y la oportunidad

marca su «ho ra » . S in e l l o s , n ingún ce reb ro excepc iona l puede e l eva r se a l a

genialidad; pero el uno y la otra no bastan para crearla.

Nacen muchos ingenios excelentes en cada siglo. Uno entre cien, encuentra

ta l c l ima y ta l hora que lo dest ina fata lmente a la culminación: es como si la

buena semilla cayera en terreno fértil y en vísperas de lluvias. Ése es el secreto

d e su g lor ia : co incid ir con la oportunidad que neces i ta de é l . Se entreabre y

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c rece , s in t e t i z ando un I dea l imp l í c i t o en e l po rven i r i nminente o r emoto :

presintiéndolo, imponiéndolo.

La obra de gen io no es f ruto exc lus ivo de l a insp i rac ión ind iv idua l , n i

puede m i r a r s e c o m o u n f e l i z a c c i d e n t e q u e t u e r c e e l c u r s o d e l a h i s t o r i a ;

convergen a ello las aptitudes personales y circunstancias infinitas. Cuando una

raza, un arte, una ciencia o un credo preparan su advenimiento o pasan por una

renovac ión fundamenta l , e l hombre ex t rao rd ina r io apa rece , pe r son i f i cando

nuevas orientaciones de los pueblos o de las ideas. Las anuncia como artista o

profeta, las desentraña como inventor o filósofo, las emprende como conquistador

o estadista. Sus obras le sobreviven y permiten reconocer su huella, a través del

t i empo . Es r ec t i l í neo e incont ra s tab l e : vue l a y vue l a , supe r i o r a t odos l o s

obstáculos, hasta alcanzar la genialidad. Llegando a deshora ese hombre viviría

inquieto, luctuante, desorientado; ser ía s iempre intr ínsecamente un ingenio ,

podría l legar al talento si se acomodara a alguna de sus vocaciones adventicias,

pero no ser ía un genio, mientras no le correspondiera ese nombre por la obra

realizada. No podría serlo desde que le falta la oportunidad en su ambiente.

Otorgar ese título a cuantos descuellan por determinada aptitud, significa

mirar como idénticos a todos los que se elevan sobre la medianía; es tan inexacto

como l lamar idiotas a todos los hombres inferiores. El genio y el idiota son los

términos extremos de la escala infinita. Por haberlo olvidado mueven a reír las

estadísticas y las conclusiones de algunos antropólogos. Reservemos el título a

pocos elegidos. Son animadores de una época, transfundiéndose algunas veces en

su generación y con más frecuencia en las sucesivas, herederas legítimas de sus

ideas o de su impulso.

La adulac ión prodiga a manos l lenas e l rango de genio a los poderosos ;

imbéciles hay que se lo otorgan a sí mismos. Hay, sin embargo, una medida para

apreciar la genia l idad: s i es leg í t ima, se recon o c e p o r s u o b r a , h o n d a e n s u

raigambre y vasta en su floración. Si poeta, canta un ideal; si sabio, lo define; si

santo, lo enseña; si héroe, lo ejecuta.

Pueden adivinarse en un hombre joven las más conspicuas aptitudes para

a l c a n z a r l a g e n i a l i d a d ; p e r o e s d i f í c i l p r o n o s t i c a r s i l a s c i r c u n s t a n c i a s

convergerán a que el las se conviertan en obras. Y, mientras no las vemos, toda

apreciación es caprichosa. Por eso, y porque ciertas obras geniales no se realizan

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en minutos, s ino en años, un hombre de genio puede pasar desconocido en su

tiempo y ser consagrado por la posteridad. Los contemporáneos no suelen marcar

e l paso a compás de l gen io ; pero s i és te ha cumpl ido su dest ino , una nueva

generación estará habilitada para comprenderlo.

En vida, muchos hombres de genio son ignorados, proscritos, desestimados

o escarnecidos. En la lucha por el éxito pueden triunfar los mediocres, pues se

adaptan mejor a las modas ideológicas reinantes; para la gloria sólo cuentan las

o b r a s i n s p i r a d a s p o r u n i d e a l y c o n s o l i d a d a s p o r e l t i empo . que e s donde

triunfan los genios. Su victoria no depende del homenaje transitorio que pueden

otorgar le o negar le los demás , s ino de su prop ia capac idad . para cumpl i r su

misión. Duran a pesar de todo, aunque Sócrates beba cicuta, Cristo muera en la

c ruz o Bruno agonice en la hoguera : fueron los órganos v i ta les de func iones

necesarias en la historia de los pueblos o de las doctrinas. Y el genio se conoce

por l a remota e f i cac ia de su es fuerzo o de su e j emplo , más que por f rág i l e s

sanciones de los contemporáneos.

La magnitud de la obra genial se calcula por la vastedad de su horizonte y

la extensión de sus aplicaciones. En ello se ha querido fundar cierta jerarquía de

l o s d i v e r s o s ó r d e n e s d e l g e n i o , c o n s i d e r a d o s c o m o p e r f e c c i o n a m i e n t o s

extraordinarios del intelecto y de la voluntad.

Ninguna clasificación es justa. Variando el clima y la hora puede ocurrir la

aparición de uno u otro orden de genialidad, de acuerdo con la función social que

l a susc i t a ; y , s i endo l a más opor tuna , e s s i empre l a más f ecunda. Conviene

renunciar a toda estratificación jerárquica de los genios, afirmando su diferencia

y a d m i r á n d o l o s p o r i g u a l : m á s a l l á d e c i e r t o n i v e l t o d a s l a s c u m b r e s s o n

exce l s a s . Nad i e , s i no f ue ran e l l o s m i smos , pod r í a c r ee r se hab i l i t ado pa ra

decretarles rangos y desniveles. El los se despreocupan de estas pequeñeces; el

problema es insoluble por definición.

Ni jerarquía ni especies : la genia l idad no se c las i f ica . E l hombre que la

a lcanza es e l abanderado de un idea l . S iempre es def in i t ivo : es un hito en la

evolución de su pueblo o de su arte. Las historias adocenadas suelen ser crónicas

de capitanes y conquistadores; las otras formas de genia l idad entran en e l las

como s imples acc identes . Y no es jus to . Homero , Migue l Ánge l , Cervantes y

Goethe vivieron en sus s ig los más a l tos que los emperadores ; por cada uno de

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e l l o s s e m i d e l a g r a n d e z a d e s u t i e m p o . M a r c a n f e c h a s m e m o r a b l e s ,

personificando aspiraciones inmanentes de su clima intelectual. El golpe de ala

es tan necesario para sentir o pensar un credo como para predicarlo o ejecutarlo:

todo Ideal es una síntesis. Las grandes transmutaciones históricas nacen como

videncias l í r icas de los genios art íst icos, se transfunden en la doctrina de los

pensadores y se realizan por el esfuerzo de los estadistas; la genialidad deviene

función en los pueblos y florece en circunstancias irremovibles, fatalmente.

La exégesis del genio sería enigmática si se limitara a estudiar la biología

de los hombres genia les . Ésta sólo revela a lgunos resortes de su apt itud y no

siempre evidentes. Algunos pesquisan sus antepasados, remontando si pueden en

los s ig los , por muchas generac iones , hasta ape lmazar un puñado de locos y

degenerados, como s i en la conjunción de los s iete pecados capita les pudiera

e s t a l l a r l a ch i spa que enc i ende e l I d ea l d e una época . E so e s conve r t i r en

doctrina una superchería, dar visos de ciencia a falaces sofismas. Ni, por esto,

v e r e m o s e n e l l o s s i m p l e s p r o d u c t o s d e l m e d i o , o l v i d a n d o s u s s i n g u l a r e s

atributos. Ni lo uno ni lo otro. Si tal hombre nace en tal clima y llega en tal hora

oportuna, su aptitud preexistente, apropiada a entrambos, se desenvuelve hasta

la genialidad.

El genio es una fuerza que actúa en función del medio.

Probarlo es fácil.

D o s v e c e s l a m u e r t e y l a g l o r i a s e d i e r o n l a m a n o s o b r e u n c a d á v e r

a rgent ino . Fue l a p r imera cuando Sarmiento se apagó en e l hor i zonte de l a

cu l tura cont inenta l ; fue l a segunda a l cegarse en Ameghino las fuentes más

hondas de la ciencia nuestra. Pocas tumbas, como las suyas, han visto florecer y

entrelazarse a un tiempo mismo e l c iprés y e l l aure l , como s i en e l parpadeo

crepuscular de sus vidas se hubieran encendido lámparas votivas consagradas a

la glorificación eterna de su genio.

Me recen t a l nombre ; cump l i e ron una f unc i ón soc i a l , r e a l i z ando ob r a

decisiva y fecunda. Nadie podrá pensar en la educación ni en la cultura de este

continente sin evocar el nombre de Sarmiento, su apóstol y sembrador; ni pudo

mente alguna comparársele, entre los que le sucedieron en el Gobierno y en la

enseñanza. En el desarrol lo de las doctrinas evolucionistas marcan un hito las

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concepciones de Ameghino; será imposible no advertir la huella de sus pasos y

quien lo olvide renunciará a conocer muchos dominios de la ciencia explorados

por él.

Sarmiento fue el genio pragmático. Ameghino fue el genio revelador.

2. Sarmiento

S u s p e n s a m i e n t o s f u e r o n t a j o s d e l u z e n l a p e n u m b r a d e l a b a r b a r i e

americana, entreabriendo la visión de cosas futuras. Pensaba en tan alto esti lo

que parec ía tener , como Sócrates , a lgún demonio fami l ia r que a luc inara su

inspiración. Cíc lope en su faena, v iv ía obsesionado por e l a fán de educar ; esa

idea g rav i taba en su esp í r i tu como l a s g randes mo les incandescentes en e l

equil ibrio celeste, subordinando a su influencia todas las masas menores de su

sistema cósmico.

Ten ía l a c l a r i v idenc ia de l i dea l y hab ía e l eg ido sus med ios : o rgan iza r

civilizando, elevar educando. Todas las fuentes fueron escasas para saciar su sed

de aprender ; todas las inquinas fueron ex iguas para cohib i r s i , inquietud de

enseñar. Erguido y viril siempre, asta- bandera de sus propios ideales, siguió las

rutas por donde le guiara el destino, previendo que la gloria se incuba en auroras

fecundadas por los sueños de los que miran más l e jos . Amér ica l e esperaba .

Cuando urge construir o transmutar, fórmase el clima del genio; su hora suena

como fatídica invitación a llenar una página de luz. El hombre extraordinario se

revela auroralmente, como si obedeciera a una predestinación irrevocable.

Facundo es el c lamor de la cultura moderna contra el crepúsculo feudal .

Crear una doct r ina jus ta va l e ganar una ba ta l l a pa ra l a ve rdad ; más cues ta

presentir un ritmo de civil ización que acometer una conquista. Un libro es más

que una intención: es un gesto. Todo ideal puede servirse con el verbo profético.

La palabra de Sarmiento parece bajar de un Sinaí. Proscrito en Chile, cl hombre

ex t rao rd ina r io encuadra , po r entonces , su e sp í r i tu en e l dob le marco de l a

cordillera muda y del mar clamoroso.

Llegan hasta él gemidos de pueblos que hinchan de angustia su corazón:

parece ensombrecer e l c i c l o t a c i t u r n o d e s u f r e n t e , i n q u i e t a d a p o r u n

re lampagueo de profecías . La pasión enciende las dantescas hornal las en que

forja sus páginas y ellas retumban con sonoridad plutoniana en todos los ámbitos

de su patria. Para medirse busca al más grande enemigo, Rosas, que era también

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g e n i a l e n l a b a r b a r i e d e s u m e d i o y d e s u t i e m p o : p o r e s o h a y r i t m o s

apocalípticos en los apóstrofes de Facundo, asombroso enquiridión que parece un

reto de águila, lanzado por sobre las cumbres más conspicuas del planeta.

Su verbo es anatema: tan fuerte es el grito que por momentos, la prosa se

enronquece . La vehemencia c rea su es t i lo , tan suyo que , s iendo cast izo , no

parece español . Sacude a todo un cont inente con la so la fuerza de su p luma,

adiamantada por la santificación del peligro y del destierro. Cuando un ideal se

p l a s m a e n u n a l t o e s p í r i t u , b a s t a n g o t a s d e t i n t a p a r a f i j a r l o e n p á g i n a s

d e c i s i v a s ; y e l l a s , c o m o s i e n c a d a l í n e a l l e v a s e n u n a c h i s p a d e i n c e n d i o

devas tador , l l egan a l corazón de mi les de hombres , desorb i t an sus ru t inas ,

encienden sus pasiones, polarizan su aptitud hacia el ensueño naciente. La prosa

del visionario vive: palpita, agrede, conmueve, derrumba, aniquila. En sus frases

diríase que se vuelca el alma de la nación entera, como un alud. Un libro, fruto

de imperceptibles vibraciones cerebrales del genio, tórnase tan decisivo para la

civilización de una raza como la irrupción tumultuosa de infinitos ejércitos.

Y su verbo es sentencia: queda herida mortalmente una era de barbarie ,

s i m b o l i z a d a e n u n n o m b r e p r o p i o . E l g e n i o s e e n c u m b r a a s í p a r a h a b l a r ,

intérprete de la historia. Sus palabras no admiten recti f icación y escapan a la

crítica. Los poetas debieran pedir sus ritmos a las mareas del Océano para loar

líricamente la perennidad del gesto magnífico: ¡Facundo!

Dijo primero. Hizo después...

La política puso a prueba su firmeza: gran hora fue aquella en que su Ideal

se convirtió en acción.

P r e s i d i ó l a R e p ú b l i c a c o n t r a l a i n t e n c i ó n d e t o d o s : o b r a d e u n l a d o

bené f i co . A r r i ba v i v i ó ba ta l l ando como aba jo , s i e m p r e a g r e s o r y a g r e d i d o .

Cumplía una función histórica. Por eso, como el héroe del romance, su trabajo

fue la lucha, su descanso pelear.

Se mantuvo ajeno y superior a todos los partidos, incapaces de contenerlo.

T o d o s l o r e c l a m a b a n y l o r e p u d i a b a n a l ternat ivamente : n inguno, grande o

pequeño , pod í a s e r t oda una gene rac i ón , t odo un pueb l o , t oda una r a za , y

Sarmiento sintetizaba una era en nuestra latinidad americana. Su acercamiento a

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El Hombre Mediocre

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l a s f acc iones , compues tas po r ama lgamas de suba l t e rnos , t en ía r e se rva s y

r e t i c e n c i a s , s i m p l e s t a n t e o s h a c i a u n f i n c l a r a m e n t e p r e v i s t o , p a r a c u y a

consecuc ión neces i t ó ensaya r t odos l o s med io s . Gen io e j e cu to r , e l mundo

parecíale pequeño para abarcarlo entre sus brazos; sólo pudo ser el suyo el lema

inequívoco: “Las cosas hay que hacerlas; mal, pero hacerlas”.

Ninguna empresa le pareció indigna de su esfuerzo; en todas l levó como

única antorcha su Ideal. Habría preferido morirse de sed antes de abrevarse en el

manantial de la rutina. Miguelangelesco escultor de una nueva civilización, tuvo

siempre libres las manos para modelar instituciones e ideas, libres de cenáculos

y de partidos, l ibres para golpear tiranías, para aplaudir virtudes, para sembrar

verdades a puñados. Entusiasta por la patria, cuya grandeza supo mirar como la

de una propia hija, fue también despiadado con sus vicios, cauterizándolos con la

benéfica crueldad de un cirujano.

La unidad de su obra es profunda y abso luta , no obstante las múlt ip les

contradicc iones nacidas por e l contraste de su conducta con las oscilaciones

circunstanciales de su medio. Entre alternativas extremas, Sarmiento conservó la

l ínea de su carácter hasta la muerte . Su madurez s iguió la or ientación de su

juventud; l legó a los ochenta años perfeccionando las originalidades que había

adquirido a los treinta. Se equivocó innumerables veces, tantas como sólo puede

conceb i r se en un hombre que v iv ió pensando s i empre . Cambió mi l veces de

opinión en los detalles, porque nunca dejó de vivir; pero jamás desvió la pupila

de lo que e ra esenc ia l en su función. Su espír itu salvaje y divino parpadeaba

como un faro, con alternativas perturbadoras. Era un mundo que se oscurecía y

se a lumbraba s in sosiego: incesante sucesión de amaneceres y de crepúsculos

fundidos en e l todo uni forme del t iempo. En c iertas épocas parec ió nacer de

nuevo con cada aurora; pero supo oscilar hasta lo infinito sin dejar nunca de ser

el mismo.

Miró s iempre hac ia e l porvenir , como s i e l pasado hubiera muerto a su

espalda; el ayer no existía, para él, frente al mañana. Los hombres y pueblos en

decadenc ia v iven acordándose de dónde v i enen ; l o s hombres gen ia l e s y l o s

pueblos fuertes sólo necesitan saber dónde van. Vivió inventando doctr inas o

forjando instituciones, creando siempre, en continuo derroche de imaginación

creadora. Nunca tuvo paciencias resignadas, ni esa imitativa mansedumbre del

que se acomoda a las circunstancias para vegetar tranquilamente. La adaptación

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es mediocrizadora; rebaja al individuo a los modos de pensar y sentir — que son

comunes a la masa, borrando sus rasgos propiamente personales. Pocos hombres,

al f inalizar su vida, se l ibran de el la; muchos suelen ceder cuando los resortes

del espíritu sienten la herrumbre de la vejez. Sarmiento fue una excepción. Había

nacido «así» y quiso vivir como era, sin desteñirse en el semitono de los demás.

A los setenta años tocóle ser abanderado en la última guerra civil movida

por e l espír i tu co lonia l contra la a f i rmación de los idea les argent inos : en La

escuela ultrapampeana, escr ita a zarpazos, se c ierra e l c ic lo del pensamiento

civil izador iniciado con Facundo. En esas horas crueles, cuando los fanáticos y

l o s m e r c a d e r e s l e a g r e d í a n p a r a d e s b a r a t a r s u s i d e a l e s d e c u l t u r a l a i c a y

c i ent í f i ca , en vano habr í a in tentado Sarmiento rebe la r se a su des t ino . Una

fatalidad incontrastable le había elegido portavoz de su tiempo, hostigándole a

perseverar sin tregua hasta el borde mismo de la tumba. En pleno arreciar de la

vejez siguió pensando por sí mismo, siempre alerta para abalanzarse contra los

que desplumaban e l a la de sus grandes ensueños: habría osado desmantelar la

tumba más gloriosa si hubiera entrevisto la esperanza de que algo resucitaría de

entre las cenizas.

Había gestos de águila prisionera en los desequil ibrios de Sarmiento. Fue

« i n a c t u a l » e n s u m e d i o ; e l g e n i o i m p o r t a s i e m p r e u n a a n t i c i p a c i ó n . S u

o r i g i n a l i d a d p a r e c i ó r a y a n a e n d e s v a r í o . H u b o , c i e r t a m e n t e , e n é l u n

desequil ibrio: mas no era intrínseco en su personalidad, sino extrínseco, entre

ella y su medio. Su inquietud no era inconstancia, su labor no era agitación. Su

genio era una suprema cordura en todo lo que a sus ideales tocaba; parecía lo

contrario por contraste con la niebla de mediocridad que le circuía.

Tenía los descompaginamientos que la vida moderna hace sufrir a todos los

caracteres militares; pero la revelación más indudable de su genialidad está en la

ef icacia de su obra, a pesar de los aparentes desequil ibrios. Personif icó la más

grande lucha entre el pasado y el porvenir del continente, asumiendo con exceso

la responsabilidad de su destino. Nada le perdonaron los enemigos del Ideal que

él representaba; todo le exigieron los partidarios. El mayor equilibrio posible en

el hombre común es exiguo comparado con el que necesita tener el genio: aquél

soporta un trabajo igual a uno y éste lo emprende equivalente a mil . Para el lo

necesita una rara firmeza y una absoluta precisión. ejecutiva. Donde los otros se

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apunan, los genios trepan; cobran mayor pujanza cuando arrecian las borrascas;

parecen águilas planeantes en su atmósfera natural.

La incomprens ión de e s tos de t a l l e s h a h e c h o q u e e n t o d o t i e m p o s e

a t r ibuyera a insan ia l a gen ia l idad de ta les hombres , concretándose a l f in l a

consabida hipótesis de su parentesco con la locura, cómoda de aplicar a cuantos

se e levan sobre los comunes procesos de l rac ioc inio rut inar io y l a ac t i v idad

doméstica. Pero se olvida que inadaptado no quiere decir al ienado; el genio no

podría consistir en adaptarse a la mediocridad.

El culto de lo acomodaticio y lo convencional, halagador para los sujetos

insignificantes, implica presentar a los grandes creadores como predestinados a

l a generac ión o a l manicomio . Es fa l so que e l ta lento y e l gen io pueb len los

asilos; si enloquecen, por acaso, diez hombres excelentes, encuéntrase a su lado

un millón de espíritus vulgares: los alienistas estudiarán la biografía de los diez

e ignorarán la del mil lón. Y para enriquecer sus catálogos de genios enfermos

i n c l u i r á n e n s u s l i s t a s a h o m b r e s i n g e n i o s o s , c u a n d o n o a s i m p l e s

desequilibrados intelectuales que son “imbéciles con la librea del genio”.

Los hombres como Sarmiento pueden caldearse por la excesiva función que

desempeñan; los ignorantes confunden su pasión con la locura. Pero juzgados en

la evolución de las razas y de los grupos sociales, ellos culminan como casos de

perfeccionamiento activo, en bene f i c io de l a c i v i l i zac ión y de l a e spec ie . E l

devenir humano sólo aprovecha de los or ig inales . El desenvolvimiento de una

personalidad genial importa una variación sobre los caracteres adquiridos por el

grupo; ella incuba nuevas y distintas energías, que son el comienzo de líneas de

divergencia, fuerzas de selección natural. La desarmonía de un Sarmiento es un

progreso, sus discordancias son rebeliones a las rutinas, a los prejuicios, a las

domesticidades.

L o c u r a i m p l i c a s i e m p r e d i s g r e g a c i ó n , d e s e q u i l i b r i o , s o l u c i ó n d e

continuidad; con breve razonamiento, refutó Bovio el celebrado sofisma. El genio

se abs t r ae ; e l a l i enado se d i s t r ae . La abs t r acc ión ausenta de l o s demás , l a

distracción ausenta de s í mismo. Cada proceso ideat ivo es una ser ie ; en cada

serie hay un término medio y un proceso lógico; entre las diversas ser ies hay

saltos y faltan los términos medios. El genio, moviéndose recto y rápido dentro de

una misma serie, abrevia los términos medios y descubre la reacción lejana; el

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loco, saltando de una serie a otra, privado de términos medios, disparata en vez

de razonar. Ésa es la aparente analogía entre genio y locura; parece que en el

movimiento de ambos faltaran los términos medios; pero, en rigor, el genio vuela,

e l l o c o s a l t a . E l u n o s o b r e n t i e n d e m u c hos t é rminos med io s , e l o t r o no ve

n inguno . En e l g en io , e l e sp í r i tu s e ausenta de l o s demás ; en l a l ocu ra , s e

ausenta de sí mismo. “La sublime locura del genio es, pues, relativa al vulgo; éste,

frente al genio, no es cuerdo ni loco: es simplemente la mediocridad, es decir, la

media lógica, la media alma, el medio carácter, la religiosidad convencional, la

moralidad acomodaticia, la politiquería menuda, el idioma usual, la nulidad de

estilo”.

La ingenuidad de los ignorantes tiene parte decisiva en la confusión. Ellos

acogen con facilidad la insidia de los envidiosos y proclaman locos a los hombres

mejores de su t iempo. A lgunos se l i b ran de es te marbete : son aque l los cuya

genialidad es discutible, concediéndoseles apenas algún talento especial en grado

excelso. No así los indiscutidos, que viven en brega perpetua, como Sarmiento.

Cuando empezó a envejecer , sus propios adversar ios aprendieron a to lerar lo ,

aunque s in e l ges to magnánimo de una admirac ión agradec ida . Le s igu ie ron

llamando «el loco Sarmiento».

¡E l loco Sarmiento! Esas pa labras enseñan más que c ien l ibros sobre la

fragil idad del juicio social . Cabe desconfiar de los diagnósticos formuladas por

los contemporáneos sobre los hombres que no se avienen a marcar el paso en las

f i las ; las medianías , sorprendidas por resp landores inus i tados , só lo at inan a

justificarse, frente a ellos, recurriendo a epítetos despectivos. Conviene confesar

e s a g r a n c u l p a : n i n g ú n a m e r i c a n o i l u s t r e s u f r i ó m á s b u r l a s d e s u s

conciudadanos. No hay vocablo injurioso que no haya sido empleado contra él ;

e r a t a n g r a n d e q u e n o b a s t ó e l d i c c i o n a r i o e n t e r o p a r a d i f a m a r l e a n t e l a

p o s t e r i d a d . L a s r e t o r t a s d e l a e n v i d i a d e s t i l a r o n l a s m á s e x q u i s i t a s

quintaesencias; conoció todas las oblicuidades de los astutos y todos los soslayos

de los impotentes. La caricatura le mordió hasta sangrar, como a ningún otro: el

lápiz tuvo, vuelta a vuelta, f irmeza de esti lete y matices de ponzoña. Como las

serpientes que estrangulan a Laocoonte en la obra maestra de l Be ldever , mi l

t e n t á c u l o s s u b a l t e r n o s y a n ó n i m o s a c o s a r o n s u t i t á n i c a p e r s o n a l i d a d ,

robustecida por la brega.

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Los espíritus vulgares ceñían a Sarmiento por todas partes, con la fuerza

de l número , i r r e sponsab l e s an te e l po rven i r . Y é l ma rchaba s in con ta r l o s

enemigos, desbordante y hosti l , ebrio de bata l lar en una atmósfera grávida de

tempestades, sembrando a todos los v ientos , en todas las horas , en todos los

surco. Despreciaba el motejo de los que no le comprendían; la videncia del juicio

p ó s t u m o e r a e l ú n i c o l e n i t i v o a l a s h e r i d a s q u e s u s c o n t e m poráneos l e

prodigaban. Su vida fue un perpetuo florecimiento de esperanzas en un matorral

de espinas.

Pa r a conse rva r i n t ac to s su s a t r i bu to s , e l g en i o nece s i t a pe r í odos de

recogimiento; e l contacto pro longado con la mediocr idad despunta. las ideas

originales y corroe los caracteres más adamantinos. Por eso, con frecuencia, toda

supe r i o r i dad e s un de s t i e r r o . Lo s g r andes pensado re s t ó rnanse so l i t a r i o s ;

a p a r e c e n p r o s c r i t o s e n s u p r o p i o m e d i o . S e m e z c l a n a é l p a r a c o m b a t i r o

p r ed i c a r , un t an to e xcén t r i co s cuand o n o h o s t i l e s , s i n e n t r e g a r s e n u n c a

totalmente a gobernantes ni a multitudes. Muchos ingenios eminentes arrollados

por la marea co lect iva , p ierden o atenúan su or ig ina l idad , empañados por la

sugestión del medio; los prejuicios, más arraigados en el individuo, subsisten y

p ro spe ran ; l a s i d ea s nuevas , po r s e r adqu i s i c i ones pe r sona l e s de r e c i en te

formación, se marchitan. Para defender sus frondas más tiernas el genio busca

a i s l amientos pa rc i a l e s en sus inve rnácu los p rop ios . S i no qu ie re n ive l a r se

demasiado neces i ta , de t i empo en t i empo , mi ra r se por dent ro , s in que es ta

de f ensa de su o r i g ina l i dad equ i va l g a a una m i san t rop í a . L l eva cons i go l a s

pa lp i t ac iones de una época o de una gene rac ión , que son su f ina l i dad y su

fuerza: cuando se retira se encumbra. Desde su cima formula con firme claridad

aquel sentimiento, doctrina o esperanza que en todos se incuba sordamente. En

é l adqu ie ren c l a r idad mer id iana los con fusos rumores que se rpentean en l a

inconsciencia de sus contemporáneos. Tal , más que en ningún otro genio de la

historia, se plasmó en Sarmiento el concepto de la civilización de su raza, en la

ho ra que p re lud i aba e l su rg i r de nac iona l i dades nuevas en t re e l c aos de l a

barbarie. Para pensar mejor, Sarmiento vivió solo entre muchos, ora expatriado,

ora proscrito dent ro de su pa í s , eu ropeo ent re a rgent inos y a rgent ino en e l

ex t r an j e ro , p rov inc i ano en t re po r teños y po r teño ent re p rov inc i anos . D i j o

Leonardo que es destino de los hombres de genio estar ausentes en todas partes.

V i v e n m á s a l t o y f u e r a d e l t o r b e l l i n o común , desconce r tando a sus

contemporáneos. Son inquietos: la gloria y el reposo nunca fueron compatibles.

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Son apasionados: disipan los obstáculos como los primeros rayos del sol licuan la

nieve caída en una noche primaveral. En la adversidad no flaquean: redoblan su

pujanza, se aleccionan. Y siguen tras su Ideal, afligiendo a unos, compadeciendo

a otros, adelantándose a todos, sin rendirse, tenaces como si fuera lema suyo el

viejo adagio: sólo está vencido el que confiesa estarlo. En eso finca su genialidad.

Ésa es la locura d iv ina que Erasmo e log ió en páginas imperecederas y que la

mediocridad enrostró al gran varón que honra a todo un continente. Sarmiento

parecía agigantarse bajo el filo de las hachas.

3. Ameghino

S u p u p i l a s u p o v e r e n l a n o c h e , a n t e s d e que amaneciera para todos .

Reveló y creó: fue su mis ión. Lo mismo que Sarmiento, l legó Ameghino en su

clima y a su hora. Por singular coincidencia ambos fueron maestros de escuela,

autodidactos, sin título universitario, formados fuera de la urbe metropolitana,

en contacto inmediato con la naturaleza, a jenos a todos los a lambicamientos

ex te r io res de l a ment i ra mundana , con l a s manos l i b res , l a cabeza l i b re , e l

corazón libre, las alas l ibres. Diríase que el genio f lorece mejor en las regiones

solitarias, acariciado por las tormentas, que son su atmósfera propia; se agosta

en l o s inve rnácu los de l Es tado , en sus un ive r s idades domest i cadas , en sus

laborator ios b ien rentados , en sus academias fós i les y en su funcionamiento

jerárquico. Fáltale al l í el aire l ibre y la p lena luz que sólo da la naturaleza: e l

encebadamiento precoz enmohece los resor tes de l a imag inac ión creadora y

despunta las mejores or ig ina l idades . E l genio nunca ha s ido una inst i tuc ión

oficial.

La vasta obra de Ameghino , en nuestro cont inente y en nuestra época,

tiene los caracteres de un fenómeno natural. ¿Por qué un hombre, en Luján, da

p o r j u n t a r h u e s o s d e f ó s i l e s y l o s b a r a j a e n t r e s u s d e d o s , c o m o u n n a i p e

compuesto con mil lares de s ig los , y acaba por pedir a esos mudos test igo. ; la

historia de la tierra, de la vida, del hombre. como si obrara por predestinación o

por fatalidad?

T e n í a q u e s e r u n g e n i o a r g e n t i n o , p o r q u e n i n g ú n o t r o p u n t o d e l a

superficie terrestre contiene una fauna fósil comparable a la nuestra; tenía que

s e r e n n u e s t r o s i g l o , p o r q u e l e h a b r í a f a l t a d o e l a s i d e r o d e l a s d o c t r i n a s

evolucionistas que sirven de fundamento; no podía ser antes de ahora, porque el

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c l i m a i n t e l e c t u a l d e l p a í s n o f u e p r o p i c i o a e l l o h a s t a q u e l o f e c u n d ó e l

apostolado de Sarmiento y tenía que ser Ameghino, y ningún otro hombre de su

tiempo. ¿Cuál otro reunía en tal alto grado su aptitud para la observación y la

h ipótes is , su res istencia para e l enorme es fuerzo pro longado durante tantos

a ñ o s , s u d e s i n t e r é s p o r t o d a s l a s v a n i d a d e s q u e h a c e n d e l h o m b r e u n

funcionamiento, pero matan al pensador?

N inguna convergenc ia de ru t inas de t i ene a l gen io en su opor tun idad .

Aunque son fuerzas todopoderosas, porque obran continua y sordamente, el genio

las domina: antes o después, pero en dominarlas radica la realización de su obra.

Las resistencias, que desalientan al mediocre, son su estímulo; crece a la sombra

de la envidia a jena. La sociedad puede conspirar contra é l , acumulando en su

c o n t r a l a d e t r a c c i ó n y e l s i l e n c i o . S i g u e s u c a m i n o , l u c h a , s i n c a e r , s i n

extraviarse, d ion is iacamente seguro . E l gen io , por su de f in ic ión , no f racasa

nunca. El que ha creado no es genio, no l legó a serlo, fue una i lusión disipada.

No quiere esto decir que viva del éxito , s ino que su marcha hacia la g lor ia es

fatal, a pesar de todos los contrastes. El que se detiene prueba impotencia para

marchar . A lgunas veces e l hombre genia l vac i la y se interroga ans iosamente

sobre su propio dest ino: cuando muerden su ta lón los envidiosos o cuando le

adulan los hipócritas. Pero en dos circunstancias se i lumina o se desencadena:

en la hora de la inspiración y en la hora de la d iatr iba . Cuando descubre una

verdad parece que en sus pupilas bril lara una luz eterna; cuando amonesta a los

envilecidos diríase que refulge en su frente la soberanía de una generación.

Firme y serena voluntad necesitó Ameghino para cumplir su función genial.

Sin saberlo y sin quererlo nadie crea cosas que valgan o duren. La imaginación

no basta para dar vida a la obra: la voluntad la engendra. En este sentido — y en

ningún otro— e l d e sarrol lo de la aptitud nativa requiere «una larga paciencia»

para que el ingenio se convierta en talento o se encumbre en genialidad. Por eso

los hombres excepcionales tienen un valor moral y son algo más que objetos de

curiosidad: «merecen» la admiración que se les profesa. Si su aptitud es un don

de la naturaleza, desarrol lar la impl ica un esfuerzo e jemplar . Por más que sus

gérmenes sean instintivos e inconscientes, las obras no se hacen solas. El tiempo

es aliado del genio; el trabajo completa las iniciativas de la inspiración. Los que

han sentido el esfuerzo de crear, saben lo que cuesta. Determinado el Ideal, hay

que realizarlo: en la raza, en la ley, en el mármol, en el libro. La magnitud de la

tarea expl ica por qué , habiendo tantos ingenios , es tan escaso e l número de

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ob ra s maes t r a s . S i l a imag inac ión c r eado ra e s necesa r i a pa r a conceb i r l a s ,

requiérese para ejecutarlas otra rara virtud: la virtud tenaz que Newton bautizó

como simple paciencia, sin medir los absurdos corolarios de su apotegma.

No d i r emos , p u e s , q u e l a i m a g i n a c i ó n e s s u p e r f l u a y s e c u n d a r i a ,

atribuyendo el genio a lo que fue virtud de bueyes en el simbolismo mitológico.

No . S in apt i tudes extraord inar ias , l a pac iencia no produce un Ameghino . Un

i m b é c i l , e n c i n c u e n t a a ñ o s d e c o n s t a n c i a , s ó l o c onsegu i r á f o s i l i z a r su

imbecilidad. El hombre de genio, en el tiempo que dura un relámpago, define su

Ideal; después, toda su vida, marcha tras él, persiguiendo la quimera entrevista.

La s ap t i tudes e senc i a l e s son na t i va s y e spontáneas ; en Amegh ino s e

revelaron por una precocidad de « ingenio» anter ior a toda experiencia . Eso no

s igni f ica que todos los precoces puedan l legar a la genia l idad , n i s iquiera a l

talento. Muchos son desequilibrados y suelen agotarse en plena primavera; pocos

perfeccionan sus aptitudes hasta convertirlas en talento; rara vez coinciden con

la hora propicia y ascienden a la genialidad. Sólo es genio quien las convierte en

obra luminosa, con esa fecundidad superior que implica alguna madurez; los más

bel los dones requieren ser cult ivados, como las t ierras más fért i les necesitan

ararse. Estériles resultan los espíritus brillantes que desdeñan todo esfuerzo, tan

absolutamente estéri les como los imbéciles laboriosos; no da cosecha el campo

fértil no trabajado, ni las da el campo estéril por más que se are.

Ése es el profundo sentido moral de la paradoja que identifica el genio con

l a pac i enc i a , aunque s ean inadmis i b l e s sus co ro l a r i o s ab su rdos . La m i sma

significación originaria de la palabra genio presupone algo como una inspiración

trascendental. Todo lo que huele a cansancio, no siendo fatiga de vuelo alígero,

es la antítesis del genio. Solamente puede acordarse el supremo homenaje de este

título a aquel cuyas obras denuncian menos el esfuerzo del amanuense que una

especie de don imprevisto y gratuito , a lgo que opera s in que é l lo sepa, por lo

menos con una fuerza y un resultado que exceden a sus intenciones o fat igas.

Para gr iegos y lat inos , «genio» quer ía decir «dominio» ; era aquel espír i tu que

acompaña, guía o inspira a cada hombre desde la cuna hasta la tumba. Sócrates

tuvo el más famoso. Con la acepción que hoy se da, universalmente, a la palabra

« g e n i o » l o s a n t i g u o s n o t u v i e r o n n i n g u n a ; p a r a e x p r e s a r l a a n t e p o n í a n a l

sustantivo «ingenio» un adjetivo que expresara su grandeza o culminación.

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No es l íc ito denominar genios a todos los hombres superiores. Hay t ipos

intermediar ios . Los modernos d i s t inguen a l hombre de gen io de l hombre de

ta lento , pero o lv idan la apt i tud in ic ia l de ambos : e l « ingenio» , es dec i r , una

capacidad superior a la mediana. Presenta una gradación infinita, y cada uno de

sus g rados es suscept ib l e de educarse i l imi tadamente . Pe rmanece es té r i l y

desorganizado en los más , s in impl icar s iqu iera ta lento . Este ú l t imo es una

per fección a lcanzada por pocos , una or ig ina l idad part icu la r , una s ín tes i s de

coordinación, culminante y excelsa, sin ser por eso equivalente al genio. Rara vez

la máxima intens i f icac ión de l ingenio crea , presag ia , rea l iza o inventa ; só lo

entonces adquiere significación social y asciende a la genialidad, como en el caso

de Ameghino. La especie, con ser exigua, representa infinitas variedades: tantas,

casi, como ejemplares.

Habría ligereza de método y de doctrina en no distinguir entre las mentes

superiores, a punto de catalogar como genios a muchos hombres de talento y aun

a c iertos ingenios desequi l ibrados, que son su car icatura. Ensayó Nordau una

discreta diferenciación de tipos. Llama genio al hombre que crea nuevas formas

d e a c t i v i d a d n o e m p r e n d i d a s a n t e s p o r o t r o s o d e s a r r o l l a d e u n m o d o

enteramente propio y personal actividades ya conocidas; y talento al que practica

formas de actividad, general o frecuentemente practicadas por otros, mejor que la

mayoría de los que cult ivan esas mismas aptitudes. Este juic io di ferencia l es

discreto, pues toma en cuenta la obra realizada y la aptitud del que la realiza. El

hombre de ingenio implica un desarrol lo orgánico primitivamente superior ; e l

hombre de talento adquiere por el e jercicio una integral excelencia de ciertas

d ispos ic iones que en su ambiente posee la mayor ía de los su je tos normales .

¿Entre la inteligencia y el talento sólo hay una diferencia cuantitativa, que es

cualitativa entre el talento y el genio?

No es as í , aunque parezca . E l ta lento impl ica , en a lgún sent ido , c ier ta

aptitud inicial verdaderamente superior , que la educación hace culminar en su

propio género. De entre esas mentes preclaras, algunas llegarán a la genialidad si

lo determinan circunstancias extrínsecas: su obra revelará si tuvieron funciones

decisivas en la vida o en la cultura de su pueblo.

Gen io y t a l en to co l abo ran po r i gua l a l p r og r e so humano . Su l a bo r s e

integra . Se complementan como la hé l i ce y e l t imón: e l ta lento t repana s in

sosiego las olas inquietas y el genio marca el rumbo hacia imprevistos horizontes.

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La obra de Ameghino es creadora: eso la caracteriza. Una inmensa fauna

paleontológica permanecía en el misterio antes de que él la revelara a la ciencia

moderna y formulase una teoría general para expl icar sus emigraciones en los

siglos remotos. Crear es inventar, como lo expresó Voltaire. El genio revélase por

una aptitud inventiva o creadora aplicada a cosas vastas o dif íci les. En la vida

social, en las ciencias, en las artes, en las virtudes, en todo, se manifiesta con

anticipaciones audaces, con una facilidad espontánea para salvar los obstáculos

entre las cosas y las ideas , con una f i rme segur idad para no desv iarse de su

camino. En ciertos caos descubre lo nuevo; en otros acerca lo remoto y percibe

r e l ac iones ent re l a s cosas d i s t antes , s egún l o de f in ió Ampére . No cons i s te

simplemente en inventa r o de scub r i r : l a s i nvenc iones que s e p roducen po r

casualidad, sin ser expresamente pensadas, no requieren aptitudes geniales. El

genio descubre lo que escapa a la reflexión de siglos o generaciones, induce leyes

que expresan una relación inesperada entre las cosas, señala puntos que sirven

de cent ro a mi l desa r ro l l o s y ab re caminos en l a in f in i t a exp lo rac ión de l a

naturaleza.

¿En qué consiste , entonces? ¿No es soplo div ino, no es demonio, no es

enfermedad? Nunca. Es más senci l lo y más excepcional a la vez. Más sencil lo,

porque depende de una compl icada est ructura de l cerebro y no de ent idades

fantásticas; más excepcional, porque el mundo pulula de enfermos y rara vez se

anuncia un Ameghino.

Cuanto mejor cerebrado está el hombre, tanto más alta y significativa es su

f unc i ón de pensa r . I gnó r a s e t odav í a e l mecan i smo í n t imo de l o s p r oce so s

intelectuales superiores. Los acompañan, sin duda, modificaciones de las células

nerv iosas : cambios de pos ic ión y permutas qu ímicas muy compl icadas . Para

comprenderlas deberían conocerse las actividades moleculares y sus variables

relaciones, además de la histología exacta y completa de los centros cerebrales.

E s t o n o b a s t a : s o n e n i g m a s l a n a t u r a l e z a d e l a a c t i v i d a d n e r v i o s a , l a s

transformaciones de energía que determina en el momento que nace, durante el

tiempo que se propaga y mientras se producen los fenómenos que acompañan la

comple j ís ima función de pensar . Los conocimientos c ient í f icos d istan de ese

límite. Sin embargo, mientras la química y la fisiología permitan acercarse al fin,

existe ya la certidumbre de que ésa, y ninguna otra, es la vía para explicar las

aptitudes supremas de un genio en función de su medio.

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Nacemos di ferentes; hay una var iadís ima escala desde e l id iota hasta e l

gen io . Se nace en una zona de ese espectro , con apt i tudes subordinadas a la

estructura y la coordinación de las células que intervienen en la elaboración del

pensamiento; la herencia concurre a dar un sistema nervioso, agudo u obtuso,

según los casos. La educación puede perfeccionar esas capacidades o aptitudes

cuando existen; no puede crearlas cuando faltan: Salamanca no las presta.

Cada uno tiene la sensibilidad propia de su perfeccionamiento nervioso; los

sentidos son la base de la memoria, de la asociación, de la imaginación; de todo.

E s e l o í do l o que hace e l mús i co ; e l o j o l l e va l a mano de l p in to r . E l pode r

concebi r está subordinado a l de perc ib i r : cada hombre t iene la memoria y la

imaginación que corresponde a sus percepciones predominantes. La memoria no

hace al genio, aunque no le estorba; pero ella, y el razonamiento a sus datos, no

crean nada superior a lo real que percibimos. La fecundidad creadora requiere el

concurso de la imaginación, e lemento necesario para sobreponer a la real idad

a l gún Idea l . Cuando , pues , s e d e f i n e e l g e n i o c o m o “un grado exquis i to de

sensibilidad nerviosa”, se enuncia la más importante de sus condiciones; pero la

definición es incompleta. La sensibi l idad es el complejo instrumento puesto al

servicio de las aptitudes imaginativas, aunque éstas, en último análisis, no han

podido formarse sino sobre datos de la misma sensibilidad.

En los genios estéticos es evidente la superintendencia de la imaginación

sobre los sentidos: no lo es menos en los genios especulativos como Ameghino, y

en l o s gen io s p ragmát i cos , como Sa rmiento . Grac i a s a e l l a s e conc iben l o s

problemas, se adivinan las soluciones, se inventan las hipótesis, se plantean las

e x p e r i e n c i a s , s e m u l t i p l i c a n l a s c o m b i n a c i o n e s . H a y i m a g i n a c i ó n e n l a

paleontología de Ameghino, como la hay en la física de Ampére y en la cosmología

de Laplace; y la hay en la visión civilizadora de Sarmiento, corno en la política de

César o en la de Richel ieu. Todo lo que l leva la marca del genio es obra de la

imag inac ión , ya sea un cap í tu lo de l Qui jote o un pararrayos de Frankl in ; no

digamos de los s istemas f i losóf icos, tan absolutamente imaginativos como las

creaciones artísticas. Más aún: muchos son poemas, y su valor suele medirse por

la imaginación de sus creadores.

En toda la gestión de su doctrina, la genialidad de Ameghino se traduce por

una absoluta unidad y continuidad del esfuerzo, que es la antítesis de la locura.

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También a é l l e , supus ie ron loco , sobre todo en su juventud . Con bonhomía

r isueña recordaba las burlas de vecinos y niños de su escuela, cuando le veían

d i r i g i r se , azada a l hombro , hac ia l a s márgenes de l Lu ján ; pa ra esas mentes

senci l las tenía que estar loco ese maestro que pasaba días enteros cavando la

t ierra y desenterrando huesos de animales extraños, como s i a lgún del i r io le

transformara en sepulturero de edades extinguidas. Cambiando de ambientes sin

asimilarse a ninguno, consiguió pasar más desapercibido y atenuar su reputación

de inadaptado.

Bas ta l e e r su inmensa ob ra — centenares de monograf ías y volúmenes—

p a r a c o m p r e n d e r q u e s ó l o p r e s e n t a l o s d e s e q u i l i b r i o s i n h e r e n t e s a s u

exuberancia. Sus descubrimientos, grandes y útiles, nunca fueron adivinados al

acaso ni en la inconsciencia, sino por ,una vasta elaboración; no fueron frutos de

u n c e r e b r o c a r c o m i d o p o r l a h e r e n c i a o l o s t ó x i c o s , s i n o d e e n g r a n a j e s

perfectamente entrenados; no ocurrencias, s ino cosechas de siembras previas;

jamás casualidades, sino claramente previstos y anunciados.

El genio es una a lta armonía; necesita ser lo . Es absurdo suponer caídos

ba jo e l n ive l común a esos mismos que la admiración de los s ig los coloca por

enc ima de todos . Las obras genia les só lo pueden ser rea l izadas por cerebros

m e j o r e s q u e l o s d e m á s ; e l p r o c e s o d e l a c r e a c i ó n , a u n q u e t e n g a f a s e s

inconscientes, sería imposible sin una clarividencia de su f inalidad. Antes que

improvisarse en horas de ocio, opérase tras largas meditaciones y es oportuno,

l l e g ando a t i empo de s e r v i r como p r emi sa o pun to de pa r t i da pa r a nuevas

doctrinas y corolarios. Nunca tal equil ibrio de la obra genial será más evidente

q u e e n l a d e A m e g h i n o : s i h u b i é r a m o s d e j u z g a r p o r e l l a , e l g e n i o s e n o s

presentaría como una tendencia al sistemático equilibrio entre las partes de un

nuevo estilo arquitectónico.

Esto no excluye que la degeneración y la locura puedan coexist ir con la

imaginación creadora, afectando especiales dominios de la mente humana; pero

l a c a p a c i d a d p a r a l a s í n t e s i s m á s v a s t a n o n e c e s i t a s e r d e s e q u i l i b r i o n i

enfermedad. Ningún genio lo fue por su locura; algunos como Rousseau, lo fueron

a pesar de ella; muchos, como Nietzsche, fueron por la enfermedad sumergidos en

la sombra.

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Ameghino, a la par de todos los que p iensan mucho e intensamente , se

contradijo muchas veces en los detalles, aunque sin perder nunca el sentido de

su or ientac ión g loba l . Cuando las c i rcunstanc ias convengan a e l lo , e l gen io

especulativo nace recto desde su origen, como un rayo de luz que nada tuerce o

apaga. Basta oírlo para reconocerlo: todas sus palabras concurren a explicar un

mismo pensamiento, a través de cien contradicciones en los detal les y de mil

alternativas en la trayectoria; parecen tanteos para cerciorarse mejor del camino,

sin romper la coherencia de la obra total; esa armonía de la síntesis que escapa a

los espír itus subalternos. Ameghino converge a un f in por todos los senderos;

nada le desvía. Mira alto y lejos, va derechamente, sin las prudencias que traban

el paso a las medianías, s in detenerse ante los mil interrogantes que de todas

partes la acosan para distraerle de la Verdad que le entreabre algún pliegue de

sus velos.

La verdadera contradicción, la que esteriliza el esfuerzo y el pensamiento,

r e s i d e e n l a d e s h i l v a n a d a h e t e r o g e n e i d a d q u e e m p a l a g a l a s o b r a s d e l o s

mediocres. Viven éstos con la pesadilla del juicio ajeno y hablan con énfasis para

que muchos les escuchen aunque no les entiendan; en su cerebro anidan todas

l a s o r todox i a s , no a t r ev i éndose a bos teza r s in met rónomo . Se cont rad i cen

forzados por las c i rcunstancias : los rut inar ios ser ían supremas lumbreras s i

é s t a s s e j u z g a r a n p o r l a s i m p l e i n c o n g r u e n c i a . P a r a s e ñ a l a r e l p u n t o d e

intersección entre dos teorías , dos creencias , dos épocas o dos generaciones,

requ iérese un supremo equ i l i b r io . En las pequeñas cont ingenc ias de l a v ida

ordinaria , e l hombre vulgar puede ser más astuto y hábi l ; pero en las grandes

h o r a s d e l a e v o l u c ión inte lec tua l y soc ia l todo debe esperarse de l gen io . Y

solamente de él.

Sería absurdo decir que la genialidad es infalible, no existiendo verdades

imperfectibles; cien recti f icaciones Podrán hacerse en la obra de Ameghino, y

muy e spec i a lmente en sus h i pó t e s i s s ob r e e l s i t i o de o r i g en de l a e spec i e

humana. Los genios pueden equivocarse. Suelen equivocarse, conviene que se

equivoquen. Sus creaciones falsas resultan uti l ís imas por las correcciones que

provocan. las invest igaciones que est imulan, las pasiones que enc ienden, l as

inercias que remueven. Los hombres mediocres se equivocan de vulgar manera; el

g e n i o , a u n c u a n d o s e d e s p l o m a , e n c i e n d e u n a c h i s p a , y e n s u f u g a z

a lumbramiento se ent revé a lguna cosa o verdad no sospechada antes . No es

menos grande Platón por sus errores ni lo son por el lo Shakespeare o Kant. En

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los genios que se equivocan hay una vir i l f irmeza que a todos impone respeto.

Mientras los contemporizadores ambiguos no despiertan grandes admiraciones,

los hombres f i rmes ob l igan e l homenaje de sus propios adversar ios . Hay más

valor moral en creer f irmemente una i lusión propia, que en aceptar tibiamente

una mentira ajena.

4. La Moral del Genio

El genio es excelente por su moral , o no es genio. Pero su moral idad no

puede medi rse con preceptos corr ientes en los catec ismos ; nadie medir ía la

a l tura del Himalaya con cintas métr icas de bols i l lo . La conducta del genio es

inflexible respecto de sus ideales. Si busca la Verdad, todo lo sacrifica a ella. Si

l a Be l l eza , nada l e desv ía . S i e l B ien , va recto y seguro po r sob re todas l a s

tentaciones. Y s i es un genio universal , pol iédrico, lo verdadero, lo bel lo y lo

bueno se unifican en su ética ejemplar, que es un culto simultáneo por todas las

excelencias, por todas las idealidades. Como fue en Leonardo y en Goethe.

P o r e s o e s r a r o . E x c l u y e t o d a i n c o n s e c u e n c i a r e s p e c t o d e l i d e a l : l a

moralidad para consigo mismo es la negación del genio. Por ella se descubren los

desequi l ibrados, los exit istas y los s imuladores . E l genio ignora las artes del

escalamiento y las industrias de la prosperidad material . En la ciencia busca la

verdad, ta l como la concibe; ese afán le basta para vivir . Nunca t iene alma de

funcionario. Sobrelleva, sin vender sus libros a los Gobiernos, sin vivir de favores

ni de prebendas, ignorando esa técnica de los falsos genios oficiales que simulan

el mérito para medrar a la sombra del Estado. Vive como es, buscando la Verdad

y d e c i d i d o a n o t o r c e r u n m i l é s i m o d e e l l a . E l q u e p u e d a d o m e s t i c a r s u s

convicciones no es, no puede ser, nunca, absolutamente, un hombre genial.

Ni lo es tampoco el que concibe un bien y no lo practica. Sin unidad moral

no hay genio. El que predica la verdad y transige con la mentira, el que predica

la just ic ia y no es justo, e l que predica la piedad y es cruel , e l que predica la

lealtad y traiciona, el que predica el patriotismo y lo explota, el que predica el

carácter y es serv i l , e l que predica la d ignidad y se arrastra , todo e l que usa

dobleces, intrigas, humil laciones, esos mil instrumentos incompatibles con la

visión de un ideal, ése no es genio, está fuera de la santidad: su voz se apaga sin

eco, no repercute en el tiempo, como si resonara en el vacío.

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E l p o r t a d o r d e u n i d e a l v a p o r c a m i n o s r e c t o s , s i n r e p a r a r q u e s e a n

ásperos y abruptos . No transige nunca movido por v i l interés ; repudia e l mal

cuando conc ibe e l b i en ; i gno ra l a dup l i c i dad ; ama en l a Pa t r i a a t odos sus

conciudadanos y siente vibrar en la propia el alma de toda la Humanidad; tiene

sinceridades que dan escalofríos a los hipócritas de su tiempo y dice la verdad en

tal personal esti lo que sólo puede ser palabra suya; tolera en los demás errores

s inceros , recordando los propios ; se encrespa ante las ba jezas , pronunciando

pa labras que t ienen r i tmos de Apocal ips is y e f icac ia de catapulta ; cree en s í

mismo y en sus ideales, sin pactar con los prejuicios y los dogmas de cuántos le

acosan con furor , de todos los costados . Ta l es l a cu lminante mora l idad de l

genio. Cultiva en grado sumo las más altas virtudes, sin preocuparse de carpir en

la selva magníf ica las malezas que concentran la preocupación de los espíritus

vulgares.

L o s g e n i o s a m p l í a n s u s e n s i b i l i d a d e n l a p r o p o r c i ó n q u e e l e v a n s u

inte l igencia ; pueden subordinar los pequeños sentimientos a los grandes, los

cercanos a los remotos, los concretos a los abstractos. Entonces los hombres de

miras estrechas los suponen desamorizados, apáticos, escépticos. Y se equivocan.

Sienten, mejor que todos, lo humano. El mediocre limita su horizonte afectivo a

s í mismo, a su fami l ia , a su camar i l l a , a su facc ión ; pero no sabe extenderlo

hasta la Verdad o la Humanidad, que só lo pueden apasionar a l genio . Muchos

h o m b r e s d a r í a n s u v i d a p o r d e f e n d e r a s u s e c t a ; s o n r a r o s l o s q u e s e h a n

inmolado conscientemente por una doctrina o por un ideal.

La fe es la fuerza del genio. Para imantar a una era necesita amar su Ideal

y transformarlo en pasión; “Golpea tu corazón, que en él está tu genio”, escribió

Stuart Mill, antes que Nietzsche. La intensa cultura no entibia a los visionarios:

su vida entera es una fe en acción. Saben que los caminos más escarpados llevan

más alto. Nada emprenden que no estén decididos a concluir . Las resistencias

son espolazos que los incitan a perseverar; aunque nubarrones de escepticismo

ensombrezcan su c i e l o , s on , en de f in i t i va , op t imi s ta s y c r eyentes : cuando

sonríen, fáci lmente se adivina e l ascua crepitante bajo su i ronía . Mientras e l

hombre s in ideales r índese en la pr imera escaramuza, e l genio se apodera del

obstáculo, lo provoca, lo cultiva, como si en él pusiera su orgullo y su gloria: con

igual vehemencia la llama acosa al objeto que la obstruye, hasta encenderlo, para

agrandarse a sí misma.

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La fe es la antítesis del fanatismo. La f i rmeza del genio es una suprema

dignidad del propio Ideal; la falta de creencias sólidamente cimentadas convierte

a l medioc r e en f aná t i co . L a f e s e con f i rma en e l choque con l a s op in i ones

contrarias ; e l fanatismo teme vaci lar ante e l las e intenta ahogarlas . Mientras

a g o n i z a n s u s v i e j a s c r e e n c i a s , S a ú l p e r s i g u e a l o s c r i s t i a n o s , c o n s a ñ a

proporcionada a su fanatismo; pero cuando el nuevo credo se afirma en Pablo, la

fe le alienta, infinita: enseña y no persigue, predica y no amordaza. Muere él por

su f e , pe ro no mata ; f anát i co , habr í a v iv ido para matar . La f e e s to l e rante :

respeta las creencias propias en las ajenas. Es simple confianza en un Ideal y en

l a s u f i c i e n c i a d e l a s p r o p i a s f u e r z a s ; l o s h o m b r e s d e g e n i o s e m a n t i e n e n

c r e y e n t e s y f i r m e s e n s u s d o c t r i n a s , m e j o r q u e s i é s t a s f u e r a n d o g m a s o

mandamientos. Permanecen libres de las supersticiones vulgares y con frecuencia

l a s combaten: por eso los fanát icos les suponen incrédulos , confundiendo su

horror a la común mentira con falta de entusiasmo por el propio Ideal. Todas las

religiones reveladas pueden permanecer ajenas a la fe del hombre virtuoso. Nada

hay más extraño a la fe que el fanatismo. La fe es de visionarios y el fanatismo de

siervos. La fe es llama que enciende y el fanatismo es ceniza que apaga. La fe es

una d ign idad y e l f anat i smo es un renunc iamiento . La f e es una a f i rmac ión

individual de alguna verdad propia y el fanatismo es una conjura de huestes para

ahogar la verdad de los demás.

Frente a la domest icac ión de l carácter que reba ja e l n ive l mora l de las

s o c i e d a d e s c o n t e m p o r á n e a s , t o d o h o m e n a j e a l o s h o m b r e s d e g e n i o q u e

impendieron su vida por la L ibertad y por l a C i enc i a , e s un ac to de f e en su

Porvenir : só lo en e l los pueden tomarse e jemplos mora les que contr ibuyan a l

p e r f e cc i onamien to de l a Human idad . Cuando a l guna g ene r ac i ón s i en t e un

hartazgo de chatura, de doblez, de servilismo, tiene que buscar en los genios de

su raza los s ímbolos de pensamiento y de acción que la templen para nuevos

esfuerzos.

Todo hombre de genio es la personificación suprema de un Ideal. Contra la

mediocridad, que asedia a los espíritus originales, conviene fomentar su culto;

robustece las alas nacientes. Los más altos destinos se templan en la fragua de

la admiración. Poner la propia fe en algún ensueño, apasionadamente, con la irás

honda emoción, es ascender hacia las cumbres donde aletea la gloria. Enseñando

a admirar e l genio , la santidad y e l heroísmo, prepáranse c l imas propios a su

advenimiento.

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Los ídolos de cien fanatismos han muerto en el curso de los siglos, y fuerza

es que mueran otros venideros, implacablemente segados por el tiempo.

Hay algo humano, más duradero que la supersticiosa fantasmagoria de lo

divino: el ejemplo de las altas virtudes. Los santos de la moral idealista no hacen

m i l a g r o s : r e a l i z a n m a g n a s o b r a s , c o n c i b e n s u p r e m a s b e l l e z a s . i n v e s t i g a n

p r o f u n d a s v e r d a d e s . M i e n t r a s e x i s t a n c o r a z o n e s q u e a l i e n t e n u n a f á n d e

perfección, serán conmovidos por todo lo que revela fe en un Ideal: por el canto

de los poetas , por e l ges to de los héroes , por l a v i r tud de los santos , por l a

doctrina de los sabios, por la filosofía de los pensadores.

Libros Tauro

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