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Segundo Boletin de Arte de Inverarts - 2010

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No. 2 - DICIEMBRE 2010

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El rey Carlos I (1600-1649) de Inglaterra, fue el primero en perder la cabeza (coronada) en una ejecución pública, pero también fue el primero en organizar una suerte de subasta con su esplendida colección de arte. Invitó a algunas personalidades que pudieran estar interesadas y que, claro está, tuvieran el dinero suficiente como para hacerse con una pieza de la colección privada del monarca. Entonces no había, como ahora, la adrenalina y la emoción desbordada (aunque controlada) de las subastas. La puja por un Van Gogh o un Klimt, de seguro, no se podría comparar con la oferta que algún Lord inglés hiciera por una pintura de la cámara real.

No obstante, mucha agua ha corrido bajo el puente del valor económico del arte. En el siglo XVII, Europa entera se peleaba por un bucólico paisaje veneciano de los pinceles de Canaletto, pero ya en el siglo XIX las subastas de colecciones privadas se hicieron bastante comunes, paralelamente a la labor incansable de los marchants que vivían a la caza del talento de los artistas vivos.

La novedad de ciertas tendencias artísticas para la clase media europea que, paulatinamente, se hacía con un poder adquisitivo más amplio, marcó una pauta esencial para el mercado más contemporáneo del arte. La llamada burguesía quería diferenciarse de la vieja aristocracia y dirigió su mirada a esas formas artísticas que molestaban en suma el añejo gusto. Así fue posible que las obras de un Edgar Degas, un Claude Monet o un Auguste Renoir comenzaran a abrirse paso en el mundo comercial del arte. El gusto, evidentemente, signa en mucho las tendencias del mercado y hace que el precio de una obra suba o baje.

Pero el siglo XX, en su lento caminar, introdujo elementos que ya el siglo anterior había introducido como factor de peso en la cotización de una obra: el estudio del arte. A comienzos del siglo pasado, cuando las obras de artistas como Henri Matisse, Pablo Picasso, George Braque, Ernst Ludwing Kirchner, Otto Dix y George Grosz se hacía cada vez más popular entre los art dealers, los historiadores de arte desempolvaron al viejo maestro de Toledo, El Greco, porque su estética encajaba muy bien en ese gusto moderno por la deformación y la estridencia en los colores. ¿Consecuencias? Pues el precio de un Greco se multiplicó y los afortunados dueños de alguna pieza de este artista vieron como aumentaba el valor de eso que creyeron, quizás, viejo y tan sólo digno de un desván. Súbitamente, tener una obra de un antiguo maestro era una inversión.

Más allá de las cualidades estéticas y artísticas de una obra de arte, en ella incide esa extraña conexión que somos capaces de establecer con ellas en un instante. Esto, por supuesto, hace que quien tenga la posibilidad económica se desviva por poseer ese objeto que le

EDITORIAL

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ha atrapado inexplicablemente. Un coleccionista no se detendrá ante nada para obtener lo que quiere, al menos que su chequera le indique un límite imposible de traspasar y, aun así, hallará maneras, se armará de paciencia y esperará otro momento en el cual ese infinito afán de poseer pueda concretarse.

Invertir en una obra de arte no es lo mismo que invertir en bienes raíces o en la bolsa de valores, porque –en la mayoría de los casos- el gusto está de por medio y hace que el valor del arte no pueda ser precisado con exactitud matemática. Las subastas y, en ellas, la participación de ávidos y acaudalados coleccionistas contribuyen también a la distorsión del mercado. Existen factores que deben ser considerados fríamente a la hora de invertir en una obra de arte y que, más allá, de la belleza incuestionable que ésta pudiera tener o del atractivo personal que nos secuestra el gusto, inciden directamente en el valor real de obra y, por supuesto, en su precio en el mercado.

Por hacer una mención sucinta de los elementos a considerar cuando invertir en arte es de nuestro interés, es capital dar respuesta a las siguientes preguntas:

Aunque pudieran parecerlo, no son preguntas de sencilla respuesta.

Por ello, es recomendable acudir a expertos en la materia y no confiar en estatus de connaisseur que nos adjudiquemos. Bien podemos ser aficionados a un estilo artístico o a un artista en especial, pero no es nuestra profesión y sería arriesgado confiar a nuestro pasatiempo (por más en serio que lo tomemos) una cuantiosa inversión monetaria. Empero, el conocer sobre lo que nos gusta es una actitud positiva y digna de ejemplo, porque tampoco podemos confiar ciegamente en los consejos de otros. Debemos ejercitar nuestro sentido común con algo de conocimiento, así las decisiones serán más que acertadas.

Después de conocer la obra, nos toca conocer el mercado. Es decir, una vez que tenemos el valor debemos determinar su precio. Esta es, quizás, la labor más engañosa, porque, como vimos, el mercado puede ser distorsionado y modificado con rapidez y a través de muchos factores. No obstante, es posible determinar el precio de una obra de arte y sus proyecciones hacia el futuro, a partir del propio conocimiento sobre la obra y del conocimiento de las actividades institucionales y de mercado que podrían afectarle. No es labor sencilla y requiere de un monitoreo constante del mercado, por lo que no es recomendable que confiemos sólo en la información que, como aficionados, podríamos manejar.

Invertir en arte es una actividad interesante, seductora y rentable si se realiza con el conocimiento apropiado de eso que nos ha gustado, del contexto en el que se encuentra y la prospectiva económica adecuada. Si logramos separar el cuánto vale del cuánto cuesta y comprender que aunque están muy vinculados no son lo mismo, con bastante seguridad podríamos realizar una inversión satisfactoria y, adicionalmente, complacer nuestra pasión estética.

En InverArts consideramos todos los elementos aquí expuestos y más. Entendemos que invertir en arte puede llegar a ser una actividad gratificante para el espíritu, pero que involucra también aspectos financieros de alta complejidad. Incluso esa satisfacción espiritual puede llegar a brindar créditos económicos y eso no debe perderse de vista. En este sentido, apostamos por una asesoría integral que le permita realizar una inversión positiva en el ámbito artístico, reduciendo los riesgos de “perder la cabeza”, no importa si es Ud. de la realeza o no.

¿Quién es el artista?

¿Cuál es el tema (si alguno)?

¿Cuál es la técnica de la obra y cuáles sus dimensiones?

¿Cuál es su estado de conservación?

¿Tiene alguna exigencia particular su ambiente de preservación?

¿Cuál es su procedencia?

¿Qué importancia tienen el artista y su obra en su contexto?

¿Tiene la obra de interés alguna particularidad (perteneció a alguien reconocido, sufrió daños alguna vez, fue parte de algún hecho histórico, etc.)? Ma. Magdalena Ziegler D.

[email protected]@ZiZiChan

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n 2009 vimos cómo el mercado del arte se

“depuró”. Básicamente la especulación de la cual era víctima salió por la ventana como un fantasma exorcizado.

¿Es esto bueno? La caída de los índices de arte existentes reflejan simplemente dos hechos: por una parte cómo la crisis financiera ha dotado de “racionalidad” al mercado demandante y por otra cómo producto del ascenso vertiginoso de los precios del arte contemporáneo y en lo específico del arte conceptual, se habían distorsionado las valoraciones.

Sin embargo, pese a este “descenso sano” de las ventas mundiales en términos monetarios, han sucedido hechos muy interesantes. En este especial queremos hacer hincapié en ese balance del 2009, donde Estados Unidos y Reino Unido son protagonistas.

Hubo un claro descenso en las ventas de las grandes casas de subasta, esto trajo consigo la reducción de costos para ellos; por ejemplo Christies’s redujo su nómina en un 20%, la baja en

los precios de reserva sobre un 10%, y los precios de garantías también bajaron.

Pero no podemos olvidar de dónde venimos. Para 2007 el índice global de ArtPrice estaba sobre el 15% respecto de 1990 y países como Estados Unidos presentaban 87,7% por encima de 1990.

Así, en 2008, comenzó la depuración de los precios, en parte por la crisis financiera, la cual probó que el arte conceptual y gran parte del arte contemporáneo no puede concebirse como una inversión segura. Básicamente este tipo de arte responde fácilmente a

las especulaciones del mercado y ello se debe a que más allá de las apreciaciones que críticos o público tengan en un momento dado, el arte conceptual suele ser efímero en tanto que responde a un momento, época, moda que le permite posicionarse. Todo arte es hijo de su tiempo, claro está, pero el arte conceptual tiende a no explicarse por sí solo y a no resolver problemas propios de la estética, de la técnica, ni a brindar mayores aportes a la plástica.

Con esto no queremos decir que el arte conceptual no sea

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m a r a v i l l o s o como arte, sólo que es susceptible de verse afectado por las indiscreciones del mercado en lo relativo a los precios de una forma mucho más sencilla que otros tipos de arte, como el realista, hiperrealista, moderno y el arte contemporáneo de escuelas que tienen un valor estético e histórico que los posiciona de forma más sólida.

¿Y ahora qué?

Si bien el 2009 fue una continuación de las tendencias del 2008, no es menos cierto que el repunte ha estado abriéndose camino, entre los

más

aficionados a la estética y los más aventajados

en inversión; así lo muestran las últimas grandes subastas donde, por ejemplo, Warhol volvió a ser record con su “Coca-Cola 4” (1961-1962) que se convirtió en la pieza más cara al ser adjudicada por 31,5 millones de dólares, muy por encima del precio estimado entre 20 a 25 millones. Francis Bacon (1909-1992) con “Figure in movement” (1985) alcanzó los 12,7 millones, con un estimado de 7 a 10 millones de dólares.

Otro clásico del Pop Art, Roy Lichtenstein (1923-1997) se llevó el banderín de record con “Ice Cream Soda” (1962), que fuera exhibida en 1963 en el

museo Guggenheim de Nueva York, y ahora vendida por 12,5 millones de dólares.Por su parte, Willem de Kooning (1904-1997) vendió por 8,8 millones de dólares “Montauk III” (1969), (con un estimado entre 5 y 8 millones de dólares).Gerhard Richter, con “Abstraktes Bild” (1992) y “Matrosen” (1966) alcanzó 10 y 11,7 millones.

¿Nada mal ser el propietario de alguna buena obra que fuese llevada a subasta verdad?

Como ya se ha hablado en el número anterior, el arte es una inversión sólida; siempre y cuando usted sepa qué comprar y dónde hacerlo. Por esta razón los coleccionistas aventajados no han dejado de lado la oportunidad que el mercado del arte ofrece para la protección de su patrimonio.

Nancy [email protected]@nancyarellano

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Maddy Ló[email protected]@mandefua

ECONOMía dE la CUlTURa

Cuando hablamos de arte y cultura, generalmente lo hacemos deteniéndonos mucho en detalles de tiempo -perspectiva histórica- o criticando para bien o para mal y abundando el tema de una manera exuberante -perspectiva estética- sin pensar mucho en el abarque económico de la cuestión, y dejándolo, de alguna manera, aislado. Sin embargo, éste es un instrumento esencial y de suma importancia para la comprensión de la relación artístico-cultural.

Por lo tanto, vale la pena hacer mención a un título que despierta curiosidades, como lo es “La Economía del Arte”. Juntar los términos no es nada novedoso, Adam Smith y David Ricardo ya referían algunos de sus estudios a la inversión en arte, afirmando que ésta no contribuía a la riqueza de las naciones. Por otro lado, encontramos también un amplio análisis sobre este ámbito por parte del economista suizo y profesor de la Universidad de Zurich, Bruno Frey, quien señala que el término por más novedoso que suene, puede fecharse con exactitud con el libro de Baumol y Bowen publicado en 1976 titulado Performing Arts – The Economic Dilemma, «El dilema económico de las artes escénicas»1.

Desde un enfoque más racional podemos referirnos al término comoo “Economía de la Cultura” pero de inmediato sería imprescindible definirlo. En su ensayo, “La Economía de la Cultura (y de la comunicación) como objeto de estudio”, Ramón Zallo2 se refiere a la cultura en un sentido antropológico, es decir, como percepción, conocimiento, saber y valores que tienen alguna expresión económica, y que por lo tanto son objeto de estudio para la ciencia de la economía. Por otra parte, del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Valladolid en España, Luis César

Herrero Prieto señala la existencia de una especificidad analítica3 de los bienes culturales, con la cual establece las bases analíticas de la Economía de la Cultura, enfocándose en los factores que le dan a la misma un debido reconocimiento institucional y académico,

entre los cuales vale la pena mencionar: La fuente de flujos económicos, la

utilidad o beneficios y los empleos que las actividades relacionadas a la cultura son capaces de generar.La cultura como un instrumento

capaz de identificar o retribuirle a ciertos lugares un papel importante dentro de la

sociedad mundial.

Estos enfoques ayudan a sustentar la idea de que el sector económico cultural debe ser tomado en consideración al momento de abordar conceptos como el PIB cuando se trata del desarrollo económico de un país. El Vice-rector de la Universidad más grande de España (UNED) afirma lo siguiente:

“…en los Estados Unidos, el sector cultural -eso sí, un

sector cuyo concepto se ensancha hasta la duda al incluir

elentertainment- aparece hoy como el primer sector

de exportación por delante de la industria pesada,

de la industria militar o del sector aeronáutico.

¡Cómo podíamos imaginar algo así!”

De este modo, parecería fácil, dentro de un mundo globalizado como el de hoy,

asumir la idea de que el binomio cultura/economía ha adquirido una relevancia

novedosa, y que más allá de que la cultura constituya mensajes y valores que contribuyan a la permanencia de las identidades culturales, puede también ser parte de los factores de producción de una “nueva economía”.

ADAM SMITH Y

DAVID RICARDO YA REFERÍAN SUS

ESTUDIOS A LA INVERSIÓN EN

ARTE

LA CULTURA

ENTENDIDA COMO SAbER Y

VALORES, ES ObjETO DE ESTUDIO ECONÓMICO

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Pero todo ello da lugar a dos dimensiones interesantes de análisis; Por un lado la visión de la cultura como factor productivo del entretenimiento que la hace quedar subordinada a las reglas del comercio internacional si se compara con el resto de los productos “de ocio”. Y por otra parte, la cultura como bienes que transmiten ciertos valores e ideas y que efectivamente contribuyen al establecimiento de una identidad y patrimonio cultural, por lo cual debería quedar excluida de cualquier ámbito comercial.

Llegado a este punto, vale la pena citar unas reflexiones del economista uruguayo Luis Stolovich:

“La Cultura, con sus innovaciones y con sus

especificidades, no sólo exige elaborar un instrumental

teórico y metodológico específico, lo cual ya de por sí es

un desafío. Exige crecientemente un replanteamiento del

pensamiento económico. Si estamos transitando hacia

una “economía de la información” o hacia una “economía

de la creatividad”, desplazando al viejo mundo industrial

de bienes tangibles por la producción de intangibles ¿no

habrá que replantearse muchas de las teorías y enfoques

del pensamiento económico? En tal sentido, la Cultura es

un desafío para la Economía. Más aún, cabe plantearse

si la Economía, como ciencia, es capaz, por si misma, de

responder a estos desafíos” (STOLOVICH, 2002).

La Economía de la Cultura puede servir también como herramienta para la evaluación de resultados de inversión, programas y políticas culturales, con el fin de proponer nuevas estrategias factibles tanto en el sector privado como el público.

Por lo tanto, abordar el tema cultural con parámetros económicos no es tarea fácil. Algo que debe quedar claro al enfrentarnos a todas estas reflexiones es que, si bien al hablar de arte y cultura no debemos olvidarnos del punto de vista económico; desde un punto de vista meramente cultural no sería apropiado limitarnos únicamente al enfoque de la economía. Debería, por el contrario y necesariamente, tomarse en cuenta ambas dimensiones al momento de interrelacionarlas para poder lograr fines concretos y satisfactorios.

1 Bruno Frey - La Economía del Arte2 Economista y profesor vizcaino3 Luis H. Prieto - Economía del Patrimonio Jistórico

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on seguridad, todos hemos sentido esa

extraña atracción por las pinturas que, sin querer ser “fotográficas” nos muestran una realidad que resulta demasiado real. El asombro nos invade y, más allá de atender al tema, por ejemplo, nuestra atención queda atrapada en el acabado. El Nacimiento de Venus de Alexander Cabanel fue apreciada en el Salón Oficial

de 1863 y comprada por el gobierno francés, no por la bellísima figura de la diosa griega adormecida entre las olas, sino porque el acabado de la pintura era la mejor garantía de su gran calidad.

Cabanel y William-Adolphe Bouguereau, profesores ambos de la École des Beaux-Arts, impedirían que las obras de los llamados impresionistas, encabezados por Eduard Manet, pudieran

exhibirse en el citado Salón. ¿Su razón fundamental? Las obras presentadas no estaban acabadas como corresponde. Como académicos, tanto Cabannel como Bouguereau, tenían el deber de custodiar los valores tradicionales del arte y, en consecuencia, sus exigencias no eran bien vistas por quienes aspiraban a una renovación de estilo. Entre las exigencia académicas se hallaba el acabado o también llamado

Alexander Cabanel | El Nacimiento de Venus, 1863 | Óleo sobre lienzo, 130 x 225 cm | Museé D’Orsay, París

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Ma. Magdalena Ziegler [email protected]@ZiZiChan

Edouard Manet | Desayuno en la hierba, 1863 | Óleo sobre lienzo, 208 × 264 cm Museé D’Orsay, París

fini, que no era más que la obtención de una superficie completamente pulida en la cual no se evidenciaran rasgos del trabajo del pintor (sus pinceladas, trazos, etc.). El fini podría parecer a primera vista la máxima aproximación al realismo pictórico, cuando en verdad era todo lo contrario.

Esta manera de acabar una pintura constituía una forma de alejamiento, de alienación diríamos. El fini era así asociado con al expresión de honradez, constancia, verdadero compromiso profesional e incluso, elegancia. En cierto sentido, el fini vino a ser una especie de aval sobre el trabajo del

pintor, pues lograr su estado más perfecto requería –o por lo menos se tenía la noción de que esto era así- un gran esfuerzo por parte del artista. El destinatario –en este caso mayormente el Estado, la oficialidad o los ricos burgueses-, ante el miedo a ser estafado, exigía este sello de garantía que le hablaba de un trabajo cuidadoso y responsable de parte del pintor. El fini se convirtió entonces en uno de los requisitos indispensables para la aceptación y el triunfo.

El fini ha causado no pocas controversias por parte de los críticos e historiadores del arte del siglo XIX.

La mayoría de ellas ha desembocado en una noción peyorativa de este modo de acabar los cuadros, acusándosele de borrar toda huella del trabajo pictórico y virtuoso del artista. En verdad, esta era la misión del fini y su evocación de un mundo imaginario y no real, era el objetivo principal. La superficie bien acabada (en fini), deja de evocar una superficie pintada (real) para hacer una transposición hacia una sustancia preciosa (imaginada). Los cuadros así acabados no pretendieron nunca competir con la fotografía, sino potenciar el arte de la pintura ante las recientes posibilidades que la Revolución Industrial brindaba a la infinita reproductibilidad de la imagen. Buscaban el asombro en el espectador así como el aval del trabajo talentoso del pintor. Valores que hoy no son bien comprendidos, pero que deben considerarse al valorar una obra de arte de la Academia del siglo XIX.

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Deterioro progresivo, de las obras plasmadas al óleo, con blanco de plata

Como es notorio, desde hace varios años, en los Museos de Arte existe una gran

preocupación sobre las obras al óleo pintadas con el blanco de plata -también conocido con

el nombre blanco de plomo (por contener carbonato de plomo básico)- pues las mismas

plasmadas con este blanco, al contacto con ambientes donde se presentan lluvias sulfurosas,

aceleran el deterioro del color, haciéndolo mas amarillento, en forma progresiva, alterando

por completo la fidelidad y calidad de la obra, y el deterioro de la misma.

El blanco de plata al óleo, (hoy en día totalmente prohibido

por el alto grado de toxicidad de sus componentes químicos) usado

comúnmente por grandes maestros como Francisco de Goya,

es más opaco, es más cubriente y seca más rápido, nos permitirá

pintar de una manera más texturizada pero tiene la desventaja de

provocar en algunas circunstancias, agrietamientos o cuarteamientos.

Hoy en día, es sustituido el mismo color, por el blanco de titanio, reuniendo

las mismas cualidades de cubrimiento y texturizado, y sin producirse

agrietamientos en periodos tempranos, pues los avances tecnológicos

y las nuevos componentes químicos mejoraron sus cualidades, para

mayor resistencia a los cambios térmicos

ambientales y a los luz ultravioleta.

Juan Carlos Gayoso.

[email protected]

TIPS DEL MAESTRO GAYOSO

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Nacido en Caracas, el 23 de septiembre de 1989, Juan Miguel De Sousa se destaca como artista aerógrafo desde sus 17 años de edad, época en la cual asegura haber encontrado su pasión. Inicialmente, se dedicó a la pintura al frío, realizando obras de diversas tendencias, hasta encontrar en la aerografía una forma de canalizar su creatividad, representando por lo general temas oscuros, característicos de tendencias modernas como el Dark Art. Sin embargo, De Sousa se cataloga a sí mismo como un artista de estilo libre. Desde la casa de su abuela, la Sra.. Soraya, espacios en los que goza de total libertad para la creación de nuevas piezas, el novel artista asegura que su inspiración no se basa en hechos concretos, sino en lo que siente y percibe al momento de enfrentarse al reto de un lienzo en blanco. Asegura que “de una línea pueden nacer mil cosas…”, dejándonos ver el universo de posibilidades con las que su mano creativa puede deleitarnos.

En principio trabajó sobre superficies de madera, lienzo y concreto revestido, sin embargo, nos asegura que sus pasos están encaminados hacia la aerografía en metales, lo cual amplía la atractiva gama de creaciones artísticas que este jóven talento puede llegar a ofrecernos.

Confiesa ser admirador de Salvador Dalí, a pesar de alejarse completamente de la técnica del surrealismo, la más comúnmente representada por el famoso artista. y con la humildad que caracteriza a este talentoso joven de 23 años, cálido y sencillo, nos

asegura que aún es mucho lo que le falta por aprender, pero que cada día que pasa reúne más ganas y deseos de exprimir al máximo su creatividad y deleitarnos con nuevas propuestas.

De Sousa, al igual que muchos otros artistas amateur en Venezuela, especializados en diversas áreas de las

artes plásticas, cuenta con las inquietudes naturales de un artista en nacimiento, con la motivación suficiente para aprender, y el talento necesario para alcanzar el triunfo.

Adaira Story@ADK_STORY

Juan Miguel De Sousa

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MERCAD´

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