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La impronta que dejan los hombres en sus contempo- ráneos no está necesariamente ligada a los esfuerzos re- alizados en vida por adquirir lo que se conoce como no- toriedad. Más bien al contrario. En muchas ocasiones los que mayor huella dejan en nosotros son los que me- nos se preocuparon por dejarla, porque el objetivo bási- co de estos seres privilegiados no es demostrar cosa al- guna, sino mostrar una trayectoria vital armónica y consecuente con sus ideas. Tal es el caso de Antonio Lobo Barrero, de cuya ca- rrera profesional podríamos decir que fue como una certera saeta dirigida a un blanco muy concreto: la lu- cha contra la tuberculosis. Examinando sus datos bio- gráficos es fácil darse cuenta de ello. Tras licenciarse en Medicina y Cirugía en la Universidad de Valladolid, su tierra natal, en 1964 ingresó en el Patronato Nacional Antituberculoso (PNA), organismo que por aquel en- tonces centralizaba a nivel estatal la campaña contra la tuberculosis. Su primer destino fue el Sanatorio de Pos- ta Coeli (Valencia). Al año siguiente se trasladó, por concurso, al Sanatorio Antituberculoso Victoria Euge- nia de Madrid y en 1966 aceptó el encargo de dirigir tres equipos móviles, dentro de la campaña de erradica- ción de la tuberculosis, ubicados en Cádiz y en Jerez de la Frontera. En 1972 fue nombrado Director del Dis- pensario Antituberculoso de Ledo Arteche, en Bilbao, cargo del que no pudo tomar posesión por sufrir ese mismo año el primer zarpazo de la enfermedad que treinta años más tarde consiguió vencerle. Después de algunos avatares, en 1977 se incorporó al Dispensario Antituberculoso de Jerez de la Frontera, donde se desa- rrolló la etapa más importante de su actividad profesio- nal y del que fue nombrado Director en 1987. A lo largo de los treinta y ocho años dedicados al diag- nóstico, prevención y tratamiento de la tuberculosis, reci- bió diversas distinciones de las que destacan la Enco- mienda de la Orden Civil de Sanidad, concedida por el Ministerio de Gobernación por los trabajos realizados en el campo de la tuberculosis, y el Premio «Verdes Monte- negro» otorgado por la Real Academia de Medicina. Mi relación personal con Antonio comenzó hacia 1990, como miembros activos ambos del Área TIR, en la que colaboró con entusiasmo y generosidad organi- zando en 1992 la V Reunión en Jerez, y como integran- te del Comité Ejecutivo entre 1993 y 1997, del que fue Secretario en el último período, compaginando estas ta- reas con una fructífera labor realizada en Neumosur. Durante todos esos años tuve la suerte de conocer y ad- mirar al médico honrado que sin alardes ni aspavientos sabía transmitirnos el amplio caudal de su experiencia, y al hombre sencillo, afable y cordial que me honró con su amistad. Pero el impacto verdadero de la obra de un médico no se halla en las publicaciones, ni en los reconocimien- tos oficiales, ni en el buen recuerdo que pueda dejar en los compañeros, sino en el dolor por la pérdida en la memoria de sus enfermos, y en este aspecto podemos decir, en un sentido cariñoso, que Antonio arrasó. Me consta que el pueblo jerezano se ha volcado en las ex- presiones de duelo a María José, su viuda, y a sus hijos. La petición del Diario de Jerez de que el nombre de nuestro querido amigo quede inscrito para siempre en una calle de la ciudad así lo demuestra; y lo corrobora aún más la propuesta del Servicio Andaluz de la Salud para que el centro donde trabajó incansablemente en be- neficio de sus conciudadanos sea denominado a partir de ahora Dr. Antonio Lobo Barrero: «En homenaje a quien dedicó toda su vida al estudio de la tuberculosis». Jesús Sauret Valet 61 Arch Bronconeumol 2002;38(7):343 343 NECROLÓGICA Antonio Lobo Barrero (1940-2002) III Congreso de ALAT XXIX Congreso ULAST-ER Punta del Este (Uruguay), 12 al 14 de diciembre de 2002 Fecha límite para la recepción de comunicaciones: 31 de julio de 2002 Información: Dirección postal: Avda. 8 de octubre, 2323. Ap. 305. Montevideo (Uruguay). Correo electrónico: [email protected] INFORMACIÓN

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La impronta que dejan los hombres en sus contempo-ráneos no está necesariamente ligada a los esfuerzos re-alizados en vida por adquirir lo que se conoce como no-toriedad. Más bien al contrario. En muchas ocasioneslos que mayor huella dejan en nosotros son los que me-nos se preocuparon por dejarla, porque el objetivo bási-co de estos seres privilegiados no es demostrar cosa al-guna, sino mostrar una trayectoria vital armónica yconsecuente con sus ideas.

Tal es el caso de Antonio Lobo Barrero, de cuya ca-rrera profesional podríamos decir que fue como unacertera saeta dirigida a un blanco muy concreto: la lu-cha contra la tuberculosis. Examinando sus datos bio-gráficos es fácil darse cuenta de ello. Tras licenciarse enMedicina y Cirugía en la Universidad de Valladolid, sutierra natal, en 1964 ingresó en el Patronato NacionalAntituberculoso (PNA), organismo que por aquel en-tonces centralizaba a nivel estatal la campaña contra latuberculosis. Su primer destino fue el Sanatorio de Pos-ta Coeli (Valencia). Al año siguiente se trasladó, porconcurso, al Sanatorio Antituberculoso Victoria Euge-nia de Madrid y en 1966 aceptó el encargo de dirigirtres equipos móviles, dentro de la campaña de erradica-ción de la tuberculosis, ubicados en Cádiz y en Jerez dela Frontera. En 1972 fue nombrado Director del Dis-pensario Antituberculoso de Ledo Arteche, en Bilbao,cargo del que no pudo tomar posesión por sufrir esemismo año el primer zarpazo de la enfermedad quetreinta años más tarde consiguió vencerle. Después dealgunos avatares, en 1977 se incorporó al DispensarioAntituberculoso de Jerez de la Frontera, donde se desa-rrolló la etapa más importante de su actividad profesio-nal y del que fue nombrado Director en 1987.

A lo largo de los treinta y ocho años dedicados al diag-nóstico, prevención y tratamiento de la tuberculosis, reci-

bió diversas distinciones de las que destacan la Enco-mienda de la Orden Civil de Sanidad, concedida por elMinisterio de Gobernación por los trabajos realizados enel campo de la tuberculosis, y el Premio «Verdes Monte-negro» otorgado por la Real Academia de Medicina.

Mi relación personal con Antonio comenzó hacia1990, como miembros activos ambos del Área TIR, enla que colaboró con entusiasmo y generosidad organi-zando en 1992 la V Reunión en Jerez, y como integran-te del Comité Ejecutivo entre 1993 y 1997, del que fueSecretario en el último período, compaginando estas ta-reas con una fructífera labor realizada en Neumosur.Durante todos esos años tuve la suerte de conocer y ad-mirar al médico honrado que sin alardes ni aspavientossabía transmitirnos el amplio caudal de su experiencia,y al hombre sencillo, afable y cordial que me honró consu amistad.

Pero el impacto verdadero de la obra de un médicono se halla en las publicaciones, ni en los reconocimien-tos oficiales, ni en el buen recuerdo que pueda dejar enlos compañeros, sino en el dolor por la pérdida en lamemoria de sus enfermos, y en este aspecto podemosdecir, en un sentido cariñoso, que Antonio arrasó. Meconsta que el pueblo jerezano se ha volcado en las ex-presiones de duelo a María José, su viuda, y a sus hijos.La petición del Diario de Jerez de que el nombre denuestro querido amigo quede inscrito para siempre enuna calle de la ciudad así lo demuestra; y lo corroboraaún más la propuesta del Servicio Andaluz de la Saludpara que el centro donde trabajó incansablemente en be-neficio de sus conciudadanos sea denominado a partirde ahora Dr. Antonio Lobo Barrero: «En homenaje aquien dedicó toda su vida al estudio de la tuberculosis».

Jesús Sauret Valet

61 Arch Bronconeumol 2002;38(7):343 343

NECROLÓGICA

Antonio Lobo Barrero (1940-2002)

III Congreso de ALATXXIX Congreso ULAST-ER

Punta del Este (Uruguay),12 al 14 de diciembre de 2002

Fecha límite para la recepción de comunicaciones: 31 de julio de 2002

Información:Dirección postal:

Avda. 8 de octubre, 2323. Ap. 305. Montevideo (Uruguay).Correo electrónico:

[email protected]

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