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LUIS SEPÚLVEDA HISTORIA DE UNA GAVIOTA Y DEL GATO QUE LE ENSEÑÓ A VOLAR Ilustraciones de Miles Hyman

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LUIS SEPÚLVEDAHISTORIA DE UNA

GAVIOTA Y DEL GATO QUE LE ENSEÑÓ A VOLAR

Ilustraciones de Miles Hyman

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1.ª edición en colección Andanzas: octubre de 1996

© Luis Sepúlveda, 1996Ilustración de la cubierta: Miles Hyman, especialmente realizada para esta edición, al igual que las que acompañan este texto. © Miles Hymany Éditions Anne Marie Métaillé, 1996.

Fotografía del autor: © Louis Monier

Diseño de la colección: FERRATERCAMPINSMORALES

Re ser va dos to dos los de re chos de es ta edi ción pa raTusquets Editores, S.A. - Av. Independencia 1682 - (C1100ABQ) Buenos Aires © Editorial Planeta Chilena S.A. Av. Andrés Bello Nº 2115, piso 8Providencia, Santiago de Chile www.planetadelibros.clISBN: 978-956-360-185-5Impreso en el mes de enero de 2018Impreso en China - Printed in China

Queda rigurosamente prohibida cualquier forma de reproducción, distri-bución, comunicación pública o transformación total o parcial de esta obra sin el permiso escrito de los titulares de los derechos de explotación.

1.ª edición chilena en colección Maxi: octubre de 20162.ª edición chilena en colección Maxi: septiembre de 20173.ª edición chilena en colección Maxi: enero de 2018

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Índice

Primera parte

1. Mar del Norte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112. Un gato grande, negro y gordo . . . . . 173. Hamburgo a la vista . . . . . . . . . . . . . 254. El fin de un vuelo . . . . . . . . . . . . . . . 315. En busca de consejo . . . . . . . . . . . . . . 376. Un lugar curioso . . . . . . . . . . . . . . . . . 437. Un gato que lo sabe todo . . . . . . . . . 498. Zorbas empieza a cumplir lo

prometido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 579. Una noche triste . . . . . . . . . . . . . . . . . 61

Segunda parte

1. Gato empollando . . . . . . . . . . . . . . . 672. No es fácil ser mami . . . . . . . . . . . . . 713. El peligro acecha . . . . . . . . . . . . . . . . 774. El peligro no descansa . . . . . . . . . . . . 835. ¿Pollito o pollita? . . . . . . . . . . . . . . . 91

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6. Afortunada, de verdad afortunada . . . 97 7. Aprendiendo a volar . . . . . . . . . . . . . 103 8. Los gatos deciden romper el tabú . . . 1119. La elección del humano . . . . . . . . . . . 115

10.Una gata, un gato y un poeta . . . . . . 11911.El vuelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127

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A mis hijos Sebastián, Max y León, los mejores tripulantes de mis sueños;

al puerto de Hamburgo, porque allí subieron a bordo;

y al gato Zorbas, por supuesto.

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Primera parte

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acuáticos esperando turno para salir a marabierto y orientar allí sus rumbos hacia todoslos puertos del planeta.

A Kengah, una gaviota de plumas colorplata, le gustaba especialmente observar lasbanderas de los barcos, pues sabía que cadauna de ellas representaba una forma de hablar,de nombrar las mismas cosas con palabras di-ferentes.

–Qué difícil lo tienen los humanos. Lasgaviotas, en cambio, graznamos igual en todoel mundo –comentó una vez Kengah a una desus compañeras de vuelo.

–Así es. Y lo más notable es que a veces has-ta consiguen entenderse –graznó la aludida.

Más allá de la línea de la costa, el paisaje setornaba de un verde intenso. Era un enormeprado en el que destacaban los rebaños de ove-jas pastando al amparo de los diques y las pe-rezosas aspas de los molinos de viento.

Siguiendo las instrucciones de las gaviotaspiloto, la bandada del Faro de la Arena Rojatomó una corriente de aire frío y se lanzó enpicado sobre el cardumen de arenques. Cientoveinte cuerpos perforaron el agua como saetasy, al salir a la superficie, cada gaviota sosteníaun arenque en el pico.

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Sabrosos arenques. Sabrosos y gordos. Jus-tamente lo que necesitaban para recuperarenergías antes de continuar el vuelo hasta DenHelder, donde se les uniría la bandada de lasislas Frisias.

El plan de vuelo tenía previsto seguir luegohasta el paso de Calais y el canal de la Man-cha, donde serían recibidas por las bandadasde la bahía del Sena y Saint Malo, con las quevolarían juntas hasta alcanzar el cielo de Viz-caya.

Para entonces serían unas mil gaviotas que,como una rápida nube de color plata, irían enaumento con la incorporación de las bandadasde Belle Îlle, Oléron, los cabos de Machi-chaco, del Ajo y de Peñas. Cuando todas lasgaviotas autorizadas por la ley del mar y de losvientos volaran sobre Vizcaya, podría comen-zar la gran convención de las gaviotas de losmares Báltico, del Norte y Atlántico.

Sería un bello encuentro. En eso pensabaKengah mientras daba cuenta de su tercerarenque. Como todos los años, se escucharíaninteresantes historias, especialmente las narra-das por las gaviotas del cabo de Peñas, infati-gables viajeras que a veces volaban hasta lasislas Canarias o las de Cabo Verde.

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Las hembras como ella se entregarían agrandes festines de sardinas y calamares mien-tras los machos acomodarían los nidos alborde de un acantilado. En ellos pondrían loshuevos, los empollarían a salvo de cualquieramenaza y, cuando a los polluelos les crecie-ran las primeras plumas resistentes, llegaría laparte más hermosa del viaje: enseñarles a volaren el cielo de Vizcaya.

Kengah hundió la cabeza para atrapar elcuarto arenque, y por eso no escuchó el graz-nido de alarma que estremeció el aire:

–¡Peligro a estribor! ¡Despegue de emer-gencia!

Cuando Kengah sacó la cabeza del agua sevio sola en la inmensidad del océano.

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2Un gato grande, negro y gordo

–Me da mucha pena dejarte solo –dijo elniño acariciando el lomo del gato grande, ne-gro y gordo.

Luego continuó con la tarea de meter cosasen la mochila. Tomaba un casete del grupoPur, uno de sus favoritos, lo guardaba, dudaba,lo sacaba, y no sabía si volver a meterlo en lamochila o dejarlo sobre la mesilla. Era difícildecidir qué llevarse para las vacaciones y quédejar en casa.

El gato grande, negro y gordo lo mirabaatento, sentado en el alféizar de la ventana, sulugar favorito.

–¿Guardé las gafas de nadar? Zorbas, ¿has

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visto mis gafas de nadar? No. No las conocesporque no te gusta el agua. No sabes lo que tepierdes. Nadar es uno de los deportes más di-vertidos. ¿Unas galletitas? –ofreció el niño to-mando la caja de galletas para gatos.

Le sirvió una porción más que generosa, yel gato grande, negro y gordo empezó a mas-ticar lentamente para prolongar el placer. ¡Quégalletas tan deliciosas, crujientes y con sabor apescado!

«Es un gran chico», pensó el gato con laboca llena. «¿Cómo que un gran chico? ¡Es elmejor!», se corrigió al tragar.

Zorbas, el gato grande, negro y gordo, te-nía muy buenas razones para pensar así deaquel niño que no sólo gastaba el dinero de sumesada en esas deliciosas galletas, sino que lemantenía siempre limpia la caja con gravilladonde aliviaba el cuerpo y lo instruía hablán-dole de cosas importantes.

Solían pasar muchas horas juntos en el bal-cón, mirando el incesante ajetreo del puertode Hamburgo, y allí, por ejemplo, el niño ledecía:

–¿Ves ese barco, Zorbas? ¿Sabes de dóndeviene? Pues de Liberia, que es un país africanomuy interesante porque lo fundaron personas

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que antes eran esclavos. Cuando crezca, serécapitán de un gran velero e iré a Liberia. Y túvendrás conmigo, Zorbas. Serás un buen gatode mar. Estoy seguro.

Como todos los chicos de puerto, aquéltambién soñaba con viajes a países lejanos. Elgato grande, negro y gordo lo escuchaba ron-roneando, y también se veía a bordo de unvelero surcando los mares.

Sí. El gato grande, negro y gordo sentía ungran cariño por el niño, y no olvidaba que ledebía la vida.

Zorbas contrajo aquella deuda precisa-mente el día en que abandonó el canasto quele servía de morada junto a sus siete hermanos.

La leche de su madre era tibia y dulce, peroél quería probar una de esas cabezas de pes-cado que las gentes del mercado daban a losgatos grandes. Y no pensaba comérsela entera,no, su idea era arrastrarla hasta el canasto y allímaullar a sus hermanos:

–¡Basta ya de chupar a nuestra pobre ma-dre! ¿Es que no ven cómo se ha puesto deflaca? Coman pescado, que es el alimento de los gatos de puerto.

Pocos días antes de abandonar el canastosu madre le había maullado muy seriamente:

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–Eres ágil y despierto, eso está muy bien,pero debes cuidar tus movimientos y no salirdel canasto. Mañana o pasado vendrán los hu-manos y decidirán sobre tu destino y el de tushermanos. Con seguridad les llamarán connombres simpáticos y tendrán la comida ase-gurada. Es una gran suerte que hayan nacidoen un puerto, pues en los puertos quieren yprotegen a los gatos. Lo único que los huma-nos esperan de nosotros es que mantengamosalejadas a las ratas. Sí, hijo. Ser un gato depuerto es una gran suerte, pero tú debes tenercuidado porque en ti hay algo que puede ha-certe desdichado. Hijo, si miras a tus herma-nos verás que todos son grises y tienen la pielrayada como los tigres. Tú, en cambio, has na-cido enteramente negro, salvo ese pequeñomechón blanco que luces bajo la barbilla. Hayhumanos que creen que los gatos negros traenmala suerte, por eso, hijo, no salgas del ca-nasto.

Pero Zorbas, que por entonces era comouna pequeña bola de carbón, abandonó el ca-nasto. Quería probar una de esas cabezas de pescado. Y también quería ver un poco demundo.

No llegó muy lejos. Trotando hacia un

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puesto de pescado con el rabo muy erguido yvibrante, pasó frente a un gran pájaro que dor-mitaba con la cabeza ladeada. Era un pájaromuy feo y con un buche enorme bajo el pico.De pronto, el pequeño gato negro sintió que el suelo se alejaba de sus patas, y sin compren-der lo que ocurría se encontró dando voltere-tas en el aire. Recordando una de las primerasenseñanzas de su madre, buscó un lugar don-de caer sobre las cuatro patas, pero abajo loesperaba el pájaro con el pico abierto. Cayó en el buche, que estaba muy oscuro y olíahorrible.

–¡Déjame salir! ¡Déjame salir! –maulló de-sesperado.

–Vaya. Puedes hablar –graznó el pájaro sinabrir el pico–. ¿Qué bicho eres?

–¡O me dejas salir o te rasguño! –maullóamenazante.

–Sospecho que eres una rana. ¿Eres unarana? –preguntó el pájaro siempre con el picocerrado.

–¡Me ahogo, pájaro idiota! –gritó el pe-queño gato.

–Sí. Eres una rana. Una rana negra. Quécurioso.

–¡Soy un gato y estoy furioso! ¡Déjame sa-

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lir o lo lamentarás! –maulló el pequeño Zor-bas buscando dónde clavar sus garras en el os-curo buche.

–¿Crees que no sé distinguir un gato deuna rana? Los gatos son peludos, veloces yhuelen a pantufla. Tú eres una rana. Una vezme comí varias ranas y no estaban mal, peroeran verdes. Oye, ¿no serás una rana vene-nosa? –graznó preocupado el pájaro.

–¡Sí! ¡Soy una rana venenosa y además traigo mala suerte!

–¡Qué dilema! Una vez me tragué un erizovenenoso y no me pasó nada. ¡Qué dilema!¿Te trago o te escupo? –meditó el pájaro, perono graznó nada más porque se agitó, batió lasalas y finalmente abrió el pico.

El pequeño Zorbas, enteramente mojadode babas, asomó la cabeza y saltó a tierra. En-tonces vio al niño, que tenía al pájaro agarradopor el cogote y lo sacudía.

–¡Debes de estar ciego, pelícano imbécil!Ven, gatito. Casi terminas en la panza de estepajarraco –dijo el niño, y lo tomó en brazos.

Así había comenzado aquella amistad queya duraba cinco años.

El beso del niño en su cabeza lo alejó delos recuerdos. Lo vio acomodarse la mochila,

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