ilíada y odisea 2015

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Homero: Ilíada Canto I 2.- Petición de Crises y castigo de Apolo. (vv. 8-67) 8 ¿Cúal de los dioses promovió entre ellos la contienda para que pelearan? El hijo de Leto y de Zeus. Airado con el rey, suscitó en el ejército maligna peste, y los hombres perecían por el ultraje que el Atrida infiriera al sacerdote Crises. Este, deseando redimir a su hija, se había presentado en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el que hiere de lejos, que pendían del áureo cetro, en las mano; y a todos los aqueos, y particularmente a los dos Atridas, caudillos de pueblos, así les suplicaba: 17 Crises.- ¡Atridas y demás aqueos 2 de hermosas grebas! Los dioses, que poseen olímpicos palacios, os permitan destruir la ciudad de Príamo y regresar felizmente a la patria. Poned en libertad a mi hija y recibid el rescate, venerando al hijo de Zeus, a Apolo, el que hiere de lejos. 22 Todos los aqueos aprobaron a voces que se respetara al sacerdote y se admitiera el espléndido rescate; mas el Atrida Agamenón, a quien no plugo el acuerdo, le despidió de mal modo y con altaneras voces: 26 Agamenón.- No de yo contigo, anciano, cerca de las cóncavas naves, ya porque ahora demores tu partida, ya porque vuelvas luego; pues quizá no te valgan el cetro y las ínfulas del dios. A aquella no la soltaré, antes le sobrevendrá la vejez en mi casa, en Argos, lejos de su patria, trabajando en el telar y aderezando mi lecho. Pero vete; no me irrites, para que puedas irte más sano y salvo. 33 Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció el mandato. Fuese en silencio por la orilla del estruendoso mar; y mientras se alejaba, dirigía muchos ruegos al soberano Apolo, a quien parió Leto, la de hermosa cabellera: 37 Crises.- ¡Óyeme, tu que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila 3 , e imperas en Ténedos 4 poderosamente! ¡Oh Esminteo! 5 Si alguna vez adorné tu gracioso templo o quemé en tu honor 2 Crises se dirige a la asamblea, ya que ésta es quien toma todas las decisiones importantes -como distribuir el botín de guerra-, y puede ser convocada por cualquiera de los comandantes (en el v. 54 por Aquiles). 3 Ciudades cercanas a Troya, sedes del culto de Apolo. 4 Pequeña isla frente a la Troade. 5 "Destructor de ratones", es uno de sus epítetos como divinidad protectora de la agricultura, sin embargo en la Troade la ciudad de Sminthe tenía un templo de Apolo, llamado

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fragmentos Iliada y Odisea

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Homero: Ilíada

Canto I

2.- Petición de Crises y castigo de Apolo. (vv. 8-67)

8 ¿Cúal de los dioses promovió entre ellos la contienda para que pelearan? El hijo de Leto y de Zeus. Airado con el rey, suscitó en el ejército maligna peste, y los hombres perecían por el ultraje que el Atrida infiriera al sacerdote Crises. Este, deseando redimir a su hija, se había presentado en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el que hiere de lejos, que pendían del áureo cetro, en las mano; y a todos los aqueos, y particularmente a los dos Atridas, caudillos de pueblos, así les suplicaba:

17 Crises.- ¡Atridas y demás aqueos2 de hermosas grebas! Los dioses, que poseen olímpicos palacios, os permitan destruir la ciudad de Príamo y regresar felizmente a la patria. Poned en libertad a mi hija y recibid el rescate, venerando al hijo de Zeus, a Apolo, el que hiere de lejos.

22 Todos los aqueos aprobaron a voces que se respetara al sacerdote y se admitiera el espléndido rescate; mas el Atrida Agamenón, a quien no plugo el acuerdo, le despidió de mal modo y con altaneras voces:

26 Agamenón.- No de yo contigo, anciano, cerca de las cóncavas naves, ya porque ahora demores tu partida, ya porque vuelvas luego; pues quizá no te valgan el cetro y las ínfulas del dios. A aquella no la soltaré, antes le sobrevendrá la vejez en mi casa, en Argos, lejos de su patria, trabajando en el telar y aderezando mi lecho. Pero vete; no me irrites, para que puedas irte más sano y salvo.

33 Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció el mandato. Fuese en silencio por la orilla del estruendoso mar; y mientras se alejaba, dirigía muchos ruegos al soberano Apolo, a quien parió Leto, la de hermosa cabellera:

37 Crises.- ¡Óyeme, tu que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila3, e imperas en Ténedos4 poderosamente! ¡Oh Esminteo!5 Si alguna vez adorné tu gracioso templo o quemé en tu honor pingues muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen los dánaos mis lágrimas con tus flechas!

43 Así dijo rogando. Oyóle Febo Apolo, e irritado en su corazón, descendió de las cumbres del Olimpo con el arco y el cerrado carcaj en los hombros; las saetas resonaron sobre la espalda del enojado dios, cuando comenzó a moverse. Iba parecido a la noche. Sentóse lejos de las naves, tiró una flecha, y el arco de plata dió un terrible chasquido. Al principio el dios disparaba contra los mulos y los ágiles perros; mas luego dirigió sus amargas saetas a los hombres, y continuamente ardían muchas piras de cadáveres.

53 Durante nueve días volaron por el ejército las flechas del dios.

El ejército griego es diezmado y Aquiles convoca a una asamblea en la cual el adivino Calcante revela la razón de la venganza divina: la única forma de calmar la cólera del dios es devolviendo la hija a su padre, sin rescate. Agamenón responde airadamente declarando que devolverá a Criseida sólo si es adecuadamente recompensado; después de una violenta discusión con Aquiles, exige para sí a Briseida, esclava de éste. Intento pacificador de Atenea. Aquiles jura que no volverá a intervenir en la guerra.

3.- La explicación de Calcante y la contienda entre Aquiles y Agamenón (vv. 93-260)

2 Crises se dirige a la asamblea, ya que ésta es quien toma todas las decisiones importantes -como distribuir el botín de guerra-, y puede ser convocada por cualquiera de los comandantes (en el v. 54 por Aquiles).3 Ciudades cercanas a Troya, sedes del culto de Apolo.4 Pequeña isla frente a la Troade.5 "Destructor de ratones", es uno de sus epítetos como divinidad protectora de la agricultura, sin embargo en la Troade la ciudad de Sminthe tenía un templo de Apolo, llamado naturalmente Esminteo.

93 Calcante.- No está el dios quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, sino a causa del ultraje que Agamenón ha inferido al sacerdote, a quien no devolvió la hija ni admitió el rescate. Por esto el que hiere de lejos nos causó males y todavía nos causará otros. Y no librará a los dánaos de la odiosa peste, hasta que sea restituida a su padre, sin premio ni rescate, la joven de ojos vivos, y llevemos a Crisa una sagrada hecatombe. Cuando así le hayamos aplacado, renacerá nuestra esperanza.

101 Dichas estas palabras, se sentó. Levantóse al punto el poderoso héroe Agamenón Atrida, afligido, con las negras entrañas llenas de cólera y los ojos parecidos al relumbrante fuego; y encarando a Calcante la torva vista, exclamó:

106 Agamenón.- ¡Adivino de males! Jamás me has anunciado nada grato. Siempre te complaces en profetizar desgracias6 y nunca dijiste ni ejecutaste nada bueno. Y ahora, vaticinando ante los dánaos, afirmas que el que hiere de lejos les envía calamidades, porque no quise admitir el espléndido rescate de la joven Criseida, a quien anhelaba tener en mi casa. La prefiero, ciertamente, a Clitemnestra, mi legítima esposa, porque no le es inferior ni en el talle, ni en el natural, ni en inteligencia, ni en destreza. Pero, aun así y todo, consiento en devolverla, si esto es lo mejor; quiero que el pueblo se salve, no que perezca. Pero preparadme pronto otra recompensa, para que no sea yo el único argivo que sin ella se quede; lo cual no parecería decoroso. Ved todos que se va a otra parte la que me había correspondido.

121 Replicóle en seguida el celerípede divino Aquiles: 122 Aquiles.- ¡Atrida gloriosísimo, el más codicioso de todos! ¿Cómo pueden darte otra

recompensa los magnánimos aqueos? No sabemos que existan en parte alguna cosas de la comunidad, pues las del saqueo de las ciudades están repartidas, y no es conveniente obligar a los hombres a que nuevamente las junten. Entrega ahora esa joven al dios, y los aqueos te pagaremos el triple o el cuádruplo, si Zeus nos permite algún día tomar la bien murada ciudad de Troya.

130 Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:131 Agamenón.- Aunque seas valiente, deiforme Aquiles, no ocultes así tu pensamiento, pues no

podrás burlarme ni persuadirme. ¿Acaso quieres, para conservar tu recompensa, que me quede sin la mía, y por esto me aconsejas que la devuelva? Pues, si los magnánimos aqueos me dan otra conforme a mi deseo para que sea equivalente... Y si no me la dieren, yo mismo me apoderaré de la tuya o de la de Ayax, o me llevaré la de Odiseo, y montará en cólera aquel a quien me llegue7. Más sobre esto deliberaremos otro día. Ahora, ea, echemos una negra nave al mar divino, reunamos los convenientes remeros, embarquemos víctimas para una hecatombe y a la misma Criseida, la de hermosas mejillas, y sea capitán cualquiera de los jefes: Ayax, Idomeneo, el divino Odiseo o tú, Pélida, el más portentoso de todos los hombres, para que nos aplaques con sacrificios al que hiere de lejos.

148 Mirándole con torva faz, exclamó Aquiles, el de los pies ligeros:149 Aquiles.- ¡Ah, impudente y codicioso! ¿Cómo puede estar dispuesto a obedecer tus órdenes

ni un aqueo siquiera, para emprender la marcha o para combatir valerosamente con otros hombres? No he venido a pelear obligado por los belicosos teucros, pues en nada se me hicieron culpables -no se llevaron nunca mis vacas ni mis caballos, ni destruyeron jamás la cosecha en la fértil Ptía8, criadora de hombres, porque muchas umbrías montañas y el ruidoso mar nos separan-, sino que te seguimos a ti, grandísimo insolente, para darte el gusto de vengaros de los troyanos a Menelao y a ti, ojos de perro. No fijas en esto la atención, ni por ello te tomas ningún cuidado, y aun me amenazas con quitarme la recompensa que por mis grandes fatigas me dieron los aqueos. Jamás el botín que obtengo iguala al tuyo cuando éstos entran a saco una populosa ciudad de los troyanos: aunque la parte más pesada de la impetuosa guerra la sostienen mis manos, tu recompensa, al hacerse el reparto, es mucho mayor; y yo vuelvo a mis naves, teniéndola pequeña, aunque grata, después de haberme cansado en el combate. Ahora me iré a Ptía, pues lo mejor es regresar a la patria en las cóncavas naves: no pienso permanecer aquí sin honra para procurarte ganancias y riqueza.

6 Ciertos comentaristas antiguos veían en este verso una alusión al rol representado por Calcante en el sacrificio de Ifigenia; y algunos críticos más modernos han creído encontrar otros recuerdos de esa leyenda en el mismo canto (vv. 71-72; 113-115). Aristarco, por el contrario, estimaba que el autor de la Ilíada ignoraba completamente la leyenda de Ifigenia.7 A partir de aquí se ve que la contienda difícilmente podrá ser dirimida: los dones de que se discute son el reconocimiento que cada uno recibe por las acciones realizadas; son el géras , la parte privilegiada del botín del héroe, que pasa a formar parte de su timé , de su honor.8 Región del norte de Grecia, en Tesalia meridional, donde dominaba Aquiles y habitaban los mirmidones.

172 Contestó en seguida el rey de hombres Agamenón:173 Agamenón.- Huye, pues, si tu ánimo a ello te incita; no te ruego que por mí te quedes9; otros

hay a mi lado que me honrarán, y especialmente el próvido Zeus. Me eres más odioso que ningún otro de los reyes, alumnos de Zeus, porque siempre te han gustado las riñas, luchas y peleas. Si es grande tu fuerza, un dios te la dio. Vete a la patria, llevándote las naves y los compañeros, y reina sobre los mirmidones; no me importa que estés irritado, ni por ello me preocupo, pero te haré una amenaza: Puesto que Febo Apolo me quita a Criseida, la mandaré en mi nave con mis amigos; y encaminándome yo mismo a tu tienda, me llevaré a Briseida, la de hermosas mejillas, tu recompensa, para que sepas bien cuanto más poderoso soy y otro tema decir que es mi igual y compararse conmigo.

188 Así dijo. Acongojose el Pelida, y dentro del velludo pecho su corazón discurrió dos cosas: o, desnudándo la aguda espada que llevaba junto al muslo, abrirse paso y matar al Atrida, o calmar su cólera y reprimir su furor. Mientras tales pensamientos resolvía en su mente y en su corazón y sacaba de

la vaina la gran espada, vino Atenea10 del cielo: envíela Hera, la diosa de los níveos brazos, que amaba cordialmente a entrambos y por ellos se interesaba. Púsose detrás del Pelida y le tiró de la blonda cabellera, apareciéndose a él tan sólo; de los demás, ninguno la veía. Aquiles, sorprendido, se volvió y al instante conoció a Palas Atenea. Sus ojos centellearon de un modo terrible y hablando con ella, pronunció estas aladas palabras:

202 Aquiles.- ¿Por qué nuevamente, oh hija de Zeus, que lleva la égida11, has venido? ¿Acaso para presenciar el ultraje que me infiere Agamenón Atrida? Pues te diré lo que me figuro que va a ocurrir: por su insolencia perderá pronto la vida.

206 Díjole a su vez Atenea, la diosa de ojos de lechuza:207 Atenea.- Vengo del cielo para apaciguar tu cólera, si obedecieres; y me envía Hera, la diosa

de los níveos brazos, que os ama cordialmente a entrambos y por vosotros se interesa. Ea, cesa de disputar, no desenvaines la espada e injúriale de palabra como te parezca. Lo que voy a decir se cumplirá: Por este ultraje se te ofrecerán un día triples y espléndidos presentes. Domínate y obedécenos.

215 Y, contestándole, Aquiles, el de los pies ligeros, le dijo:216 Aquiles.- Preciso es, oh diosa, hacer lo que me mandáis, aunque el corazón esté muy irritado.

Proceder así es lo mejor. Quien a los dioses obedece, es por ellos muy atendido.219 Dijo; y puesta la robusta mano en el argénteo puño, envainó la enorme espada y no

desobedeció la orden de Atenea. La diosa regresó al Olimpo, al palacio en que mora Zeus, que lleva la

égida11, entre las demás deidades.223 El Pelida, no amainando en su cólera, denostó nuevamente al Atrida con injuriosas voces:225 Aquiles.- ¡Ebrioso, que tienes ojos de perro y corazón de ciervo! Jamás te atreviste a tomar

las armas con la gente del pueblo para combatir, ni a ponerte en emboscada con los más valientes aqueos: ambas cosas te parecen la muerte. Es, sin duda, mucho mejor arrebatar los dones, en el vasto campamento de los aqueos, a quien te contradiga. Rey devorador de tu pueblo, porque mandas a hombres abyectos...; en otro caso, Atrida, éste fuera tu último ultraje. Otra cosa voy a decirte y sobre ella prestaré un gran juramento: Sí, por este cetro que ya no producirá hojas ni ramos, pues dejó el tronco en la montaña; ni reverdecerá, porque el bronce lo despojó de las hojas y de la corteza, y ahora lo empuñan los aqueos que administran justicia y guardan las leyes de Zeus (grande será para ti este juramento): algún día los aqueos todos echarán de menos a Aquiles, y tú, aunque te aflijas, no podrás socorrerles cuando muchos sucumban y perezcan a manos de Héctor, matador de hombres. Entonces desgarrarás tu corazón,

9 Los reyes que siguen a Agamenón están unidos a él en virtud de una libre alianza, no de una relación de vasallaje; y pueden retirarse de la empresa si lo desean.10 Hera y Atenea quieren la destrucción de Troya por odio a Paris, que en el famoso certamen de belleza había preferido a Afrodita. Hay una sola mención del hecho en la Ilíada ( canto XXIV, vv. 25-30): (Hera y Atenea) " odiaban como antes a la sagrada Ilión, a Príamo y a su pueblo por la injuria que Paris había inferido a las diosas cuando fueron a su cabaña y declaró vencedora a la que le había ofrecido funesta liviandad". Críticos antiguos y modernos consideran estos versos una interpolación tardía, y es muy posible. Pero es un débil argumento sostener que si la leyenda fuese antigua, la Ilíada la mencionaría con más frecuencia. Por su forma, la leyenda parece ser antigua (por la figura del rey pastor) y si es así, indudablemente es de gran interés para el poema. Con una limitación, sin embargo: estando vigente en la ética homérica el concepto de responsabilidad colectiva, del juicio de Paris y del subsiguiente rapto de Helena es culpable toda la comunidad troyana (como se repite algunas veces: por ej. en el canto XIII, vv. 620 ss., donde todos los troyanos son acusados de haber ofendido a Zeus Xenios, haber raptado a Helena, etc.), condenados por esto a una ruina sin honor.11 Egida es el infrangible escudo de Zeus que lanza relámpagos y deslumbra y aterroriza a quien lo ve; había sido fabricado por Hefesto. De él deriva el apelativo de Zeus "egíaco". Sucesivamente fue atribuida una égida a Atenea y, a veces, también a Apolo, Hera y Ares.

pesaroso por no haber honrado al mejor de los aqueos.245 Así dijo e Pelida; y tirando a tierra el cetro tachonado con clavos de oro, tomó asiento. El

Atrida, en el opuesto lado, iba enfureciéndose. Pero levantóse Néstor, suave en el hablar, elocuente orador de los pilios, de cuya boca las palabras fluían más dulces que la miel -había visto perecer dos generaciones de hombres de voz articulada que nacieron y se criaron con él en la divina Pilos y reinaba sobre la tercera-, y benévolo les arengó diciendo:

254 Néstor.- ¡Oh dioses! ¡Qué motivo de pesar tan grande le ha llegado a la tierra aquea! Alegraríanse Príamo y sus hijos, y regocijaríanse los demás troyanos en su corazón, si oyeran las palabras con que disputáis vosotros, los primeros de los dánaos así en el consejo como en el combate.

Después de la vana mediación de Néstor, rey de Pilos, Aquiles se retira y la asamblea se disuelve. Agamenón devuelve Criseida a su padre y ordena a los heraldos que le traigan a Briseida. Aquiles ruega a su madre, la diosa marina Tetis, que obtenga de Zeus la derrota de los griegos hasta que éstos reparen la ofensa que le ha sido infligida; Tetis consigue de Zeus tal promesa, a pesar de la violenta oposición de Hera.

CANTO II

1.- Agamenón obedeciendo las órdenes recibidas en su sueño ordena la retirada ( vv. 79-123)

79 Néstor.- ¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Si algún otro aqueo nos refiriese el sueño, lo creeríamos falso y desconfiaríamos aún más; pero lo ha tenido quien se gloria de ser el más poderoso de los aqueos. Ea, veamos cómo podremos conseguir que los aqueos tomen las armas.

84 Habiendo hablado así, fué el primero en salir del consejo12. Los reyes portadores de cetro se levantaron, obedeciendo al pastor de hombres, y la gente del pueblo acudió presurosa. Como de la hendedura de un peñasco salen sin cesar enjambres copiosos de abejas que vuelan arracimadas sobre las flores primaverales y unas revolotean a este lado y otras a aquél; así las numerosas familias de guerreros marchaban en grupos, por la baja ribera, desde las naves y tiendas al ágora. En medio, la Fama, mensajera de Zeus, enardecida, les instigaba a que acudieran, y ellos se iban reuniendo. Agítese el ágora, gimió la tierra y se produjo tumulto, mientras los hombres tomaron sitio. Nueve heraldos daban voces para que callaran y oyeran a los reyes, alumnos de Zeus. Sentáronse al fin, aunque con dificultad, y enmudecieron tan pronto como ocuparon los asientos. Entonces se levantó el rey Agamenón, empuñando el cetro que Hefesto hizo para el soberano Zeus Cronión -éste lo dio al mensajero Argifontes; Hermes lo regaló al excelente jinete Pélope, quien, a su vez, lo entregó a Atreo, pastor de hombres; Atreo al morir lo legó a Triestes, rico en ganado, y Triestes lo dejó a Agamenón para que reinara en muchas islas y en todo el país de Argos-, y descansando el rey sobre el arrimo del cetro, habló así a los argivos:

110 Agamenón.- ¡Oh amigos, héroes dánaos, ministros de Ares! En grave infortunio envolvióme Zeus Cronida. ¡Cruel! Me prometió y aseguró que no me iría sin destruir la bien murada Ilión, y todo ha sido funesto engaño; pues ahora me ordena regresar a Argos, sin gloria, después de haber perdido tantos hombres. Así debe de ser grato al prepotente Zeus, que ha destruido las fortalezas de muchas ciudades y aun destruirá otras porque su poder es inmenso. Vergonzoso será para nosotros que lleguen a saberlo los hombres de mañana. ¡Un ejército aqueo tal y tan grande hacer una guerra vana e ineficaz! ¡Combatir contra un número menor de hombres y no saberse aun cuando la contienda tendrá fin! Pues si aqueos y troyanos, jurando la paz, quisiéramos contarnos, y reunidos cuantos troyanos hay en sus hogares y agrupados nosotros los aqueos en décadas, cada una de éstas eligiera un troyano para que escanciara el vino, muchas décadas se quedarían sin escanciador. ¡En tanto digo que superan los aqueos a los troyanos

12 En la Ilíada, la única reunión regular es la asamblea; no existe un estado mayor y las raras juntas de comandantes se efectúan en circunstancias ocasionales: un banquete en honor de Ayax, una intriga nocturna (canto VII, vv. 313 ss.; XIV, vv. 27 ss. ; X, vv. 53 ss.). El órgano clásico de la Bulé o Consejo es extraño a la Ilíada.

que en la ciudad moran! Pero han venido en su ayuda hombres de muchas ciudades, que saben blandir la lanza, me apartan de mi intento, y no me permiten, como quisiera, tomar la populosa ciudad de Ilión. Nueve años del gran Zeus transcurrieron ya; los maderos de las naves se han podrido y las cuerdas están

deshechas13; nuestras esposas e hijitos nos aguardan en los palacios; y aún no hemos dado cima a la empresa para la cual vinimos. Ea, procedamos todos como voy a decir: Huyamos en las naves a nuestra patria tierra, pues ya no tomaremos a Troya, la de anchas calles.

2.- Odiseo, por consejo de Atenea, exhorta a los griegos a continuar con la guerra (vv. 182-210)

182 Así dijo. Odiseo conoció la voz de la diosa en cuanto le habló; tiró el manto, que recogió el

heraldo Euríbates de Itaca, que le acompañaba; corrió hacia el Atrida Agamenón14, para que le diera el imperecedero cetro paterno; y con éste en la mano, enderezó a las naves de los aqueos, de broncíneas corazas.

188 Cuando encontraba a un rey o a un capitán eximio, parábase y le detenía con suaves palabras:190 Odiseo.- ¡Ilustre! No es digno de ti temblar como un cobarde. Deténte y haz que los demás

se detengan también. Aún no conoces claramente la intención del Atrida: ahora nos prueba, y pronto castigará a los aqueos. En el consejo no todos comprendimos lo que dijo. No sea que irritándose, maltrate a los aqueos; la cólera de los reyes, alumnos de Zeus, es terrible, porque su dignidad procede del próvido Zeus y éste los ama.

198 Cuando encontraba a un hombre del pueblo gritando, dábale con el cetro y le increpaba de esta manera:

200 Odiseo.- ¡Desdichado! Estáte quieto y escucha a los que te aventajan en bravura; tu, débil e inepto para la guerra, no eres estimado ni en el combate ni en el consejo. Aquí no todos los aqueos podemos ser reyes; no es un bien la soberanía de muchos; uno solo sea príncipe, uno solo rey: aquel a quien el hijo del artero Cronos ha dado cetro y leyes para que reine sobre nosotros.

207 Así Odiseo, actuando como supremo jefe, imponía su voluntad al ejército; y ellos se apresuraban a volver de las tiendas y naves al ágora, con gran vocerío, como cuando el oleaje del estruendoso mar brama en la playa anchurosa y pronto resuena.

3.- Odiseo y Tersites (vv. 211-277)

211 Todos se sentaron y permanecieron quietos en su sitio, a excepción de Tersites15, que, sin poner freno a la lengua, alborotaba. Ese sabía muchas palabras groseras para disputar temerariamente, no de un modo decoroso, con los reyes; y lo que a él le pareciera, hacerlo ridículo para los argivos. Fue el hombre más feo que llegó a Troya, pues era bizco y cojo de un pie; sus hombros corcovados se contraían sobre el pecho, y tenía la cabeza puntiaguda y cubierta por rala cabellera. Aborrecíanle de un modo especial Aquiles y Odiseo, a quienes zahería; y entonces, dando estridentes voces, decía oprobios al divino Agamenón. Y por más que los aqueos se indignaban e irritaban mucho contra él, seguía increpándole a voz en grito:

225 Tersites.- ¡Atrida! ¿De qué te quejas o de qué careces? Tus tiendas están repletas de bronce y en ellas tienes muchas y escogidas mujeres que los aqueos te ofrecemos antes que a nadie cuando tomamos alguna ciudad. ¿Necesitas, acaso, el oro que alguno de los teucros, domadores de caballos, te traiga de Ilión para redimir al hijo que yo u otro aqueo haya hecho prisionero? ¿O, por ventura, una joven con quien te junte el amor y que tu sólo poseas? No es justo que, siendo el caudillo, ocasiones tantos males a los aqueos. ¡Oh cobardes, hombres sin dignidad, aqueas más bien que aqueos! Volvamos en las naves a la patria y dejémosle aquí, en Troya, para que devore el botín y sepa si le sirve o no nuestra ayuda; ya que ha ofendido a Aquiles, varón muy superior, arrebatándole la recompensa que todavía

13 Las cuerdas de las que se habla son probablemente -según inscripciones del siglo IV- un armazón que ciñe horizontalmente el barco y asegura la solidez del maderamen; especialmente en los casos en que debe soportar esfuerzos prolongados que amenazan desarticularlo, particularmente cuando hay que remolcar o halar la nave.14 Agamenón no tiene instrumentos de disciplina o de represión: la asamblea puede ser retenida sólo con palabras (canto II vv. 75, 164, 180, 189)... o a golpes de cetro.15 En griego: "desvergonzado", "descarado".

retiene. Poca cólera siente Aquiles en su pecho y es grande su indolencia; si no fuera así, Atrida, éste sería tu último ultraje.

243 Tales palabras dijo Tersites, zahiriendo a Agamenón, pastor de hombres. En seguida el divino Odiseo se detuvo a su lado; y mirándole con torva faz, le increpó duramente:

246 Odiseo.- ¡Tersites parlero! Aunque seas orador facundo, calla y no quieras tú solo disputar con los reyes. No creo que haya un hombre peor que tu entre cuantos han venido a Ilión con los Atridas. Por tanto, no tomes en boca a los reyes, ni los injuries, ni pienses en el regreso. No sabemos aún con certeza cómo esto acabará y si la vuelta de los aqueos será feliz o desgraciada. Mas tú denuestas al Atrida Agamenón, porque los héroes dánaos le dan muchas cosas; por esto le zahieres. Lo que voy a decir se cumplirá: Si vuelvo a encontrarte delirando como ahora, no conserve Odiseo la cabeza sobre los

hombros, ni sea llamado padre de Telémaco16, si no te echo mano, te despojo del vestido (el manto y la túnica que cubren tus partes verendas) y te envío lloroso del ágora a las veleras naves después de castigarte con afrentosos azotes.

265 Así, pues, dijo, y con el cetro dióle un golpe en la espalda y los hombros. Tersites se encorvó, mientras una gruesa lágrima caía de sus ojos y un cruento cardenal aparecía en su espalda debajo del

áureo cetro. Sentóse, turbado y dolorido; miró a todos con aire de simple, y se enjugó las lágrimas17. Ellos, aunque afligidos, rieron con gusto y no faltó quien dijera a su vecino:

272 Una voz.- ¡Oh dioses! Muchas cosas buenas hizo Odiseo, ya dando consejos saludables, ya preparando la guerra; pero esto es lo mejor que ha ejecutado entre los argivos: hacer callar al insolente charlatán, cuyo ánimo osado no le impulsará en lo sucesivo a zaherir con injuriosas palabras a los reyes.

El ejército se despliega a orillas del Escamandro; sigue a este punto el llamado "catálogo de las naves", esto es la reseña de todos los pueblos que constituyen las fuerzas griegas con sus respectivos

comandantes y el número de naves que componen cada flota 18.Mientras esto acontece, los troyanos están reunidos en asamblea presidida por el rey Príamo, cuando se presenta Iris, mensajera de Zeus, bajo la figura de Polites, hijo de Príamo; anuncia los preparativos de guerra enemigos y exhorta a Héctor a formar sus fuerzas. Sigue, correspondientemente a la griega, la reseña de los contingentes troyanos propiamente tales, así como los de los distintos pueblos aliados provenientes de Asia Menor y de regiones europeas cercanas.

Canto VI

4.- Héctor y Andrómaca (vv. 406-502)

Andrómaca, llorosa, se detuvo a su lado, y asiéndole de la mano le dijo:407 Andrómaca.- ¡Desgraciado! Tu valor te perderá. No te apiadas del tierno infante ni de mí,

infortunada, que pronto seré tu viuda; pues los aqueos te acometerán todos a una y acabarán contigo. Preferible sería que, al perderte, la tierra me tragara, porque si mueres no habrá consuelo para mí, sino pesares; que ya no tengo padre ni venerable madre. A mi padre matóle el divino Aquiles cuando tomó la populosa ciudad de los cilicios, Tebas, la de altas puertas: dio muerte a Eetión, y sin despojarle, por el religioso temor que le entró en el ánimo, quemó el cadáver con las labradas armas y le erigió un túmulo, a cuyo alrededor plantaron álamos las ninfas monteses, hijas de Zeus, que lleva la égida. Mis siete

16 Es decir: "que yo pierda a Telémaco". En las imprecaciones es frecuente que los protagonistas mencionen la muerte de sus propios hijos. Algo así como "que yo no sea llamado padre de Telémaco" si no cumplo tal cosa, como sería este caso para Odiseo.17 El episodio de Tersites introduce en la Ilíada la expresión más fuerte de la polémica social, e indica a qué extremos podía llegar el contraste en una democracia primitiva pero ya muy diferenciada. Tersites no es aun un excluido, un súbdito: participa en la asamblea, puede hablar, tiene incluso la costumbre de vituperar a los jefes (canto II, vv. 220-221), de los cuales no lo separan ni leyes ni poderes públicos. Su inferioridad es más bien personal que social: el castigo es aprobado por toda la asamblea. El poeta, si bien lo representa como una caricatura, le hace decir contra Agamenón lo mismo que le ha dicho Aquiles en el canto primero.18 Los "catálogos" que siguen son una compilación tardía, derivada en gran parte de los de los mismos poemas homéricos, y en parte de otras fuentes; y reflejan una situación político-geográfica muy posterior a la edad micénica. Las cifras atribuidas a los contingentes son exageradas para cualquier ejército de Grecia arcaica y aun para la Ilíada, que a su vez también exagera. El catálogo de las naves aqueas -casi mil doscientas- sigue aproximadamente un criterio geográfico: Beocia (donde se encuentra Aulis, tradicional puerto de embarque), regiones circundantes, Peloponeso, Grecia occidental, islas orientales, norte, etc. El catálogo de las fuerzas troyanas con que concluye el canto, está ordenado así: troyanos y dárdanos, aliados de la Tróade, otros aliados.

hermanos, que habitaban en el palacio, descendieron al Hades el mismo día; pues a todos los mató el divino Aquiles, el de los pies ligeros, ente los flexípedes bueyes y las cándidas ovejas. A mi madre, que reinaba al pie del selvoso Placo, trájola aquél con otras riquezas y la puso en libertad por un inmenso rescate; pero Artemis, que se complace en tirar flechas, hirióla en el palacio de mi padre. Héctor, tú eres ahora mi padre, mi venerable madre y mi hermano; tú, mi floreciente esposo. Pues, ea, se compasivo, quédate aquí en la torre -¡no hagas a un niño huérfano y a una mujer viuda- y pon el ejército junto al cabrahigo, que por allí la ciudad es accesible y el muro más fácil de escalar. Los más valientes -los dos Ayaces, el célebre Idomeneo, los Atridas y el fuerte hijo de Tideo con los suyos respectivos- ya por tres veces se han encaminado a aquel sitio para intentar el asalto: alguien que conoce los oráculos se lo indicó, o su mismo arrojo los impele y anima.

440 Contestóle el gran Héctor, el de tremolante casco:441 Héctor.- Todo esto me da cuidado, mujer, pero mucho me sonrojaría ante los troyanos y las

troyanas de rozagantes peplos, si como un cobarde huyera del combate; y tampoco mi corazón me incita a ello, que siempre supe ser valiente y pelear en primera fila entre los teucros, manteniendo la inmensa gloria de mi padre y de mi mismo. Bien lo conoce mi inteligencia y lo presiente mi corazón; día vendrá en que perezcan la sagrada Ilión, Príamo y el pueblo de Príamo, armado con lanzas de fresno. Pero la futura desgracia de los troyanos, de la misma Hécabe, del rey Príamo y de muchos de mis valientes hermanos que caerán en el polvo a manos de los enemigos, no me importa tanto como la que padecerás tú cuando alguno de los aqueos de broncíneas corazas, te lleve llorosa, privándote de libertad, y luego

tejas tela en Argos, a las órdenes de otra mujer, o vayas por agua a la fuente Meseída o Hiperea 38, muy contrariada porque la dura necesidad pesará sobre ti. Y quizás alguien exclame, al verte derramar lágrimas: "Esta fue la esposa de Héctor, el guerrero que más se señalaba entre los teucros, domadores de caballos, cuando en torno de Ilión peleaban." Así dirán, y sentirás un nuevo pesar al verte sin el hombre que pudiera librarte de la esclavitud. Pero ojalá un montón de tierra cubra mi cadáver, antes que oiga tus clamores o presencie tu rapto.

466 Así diciendo, el esclarecido Héctor tendió los brazos a su hijo, y éste se recostó, gritando, en el seno de la nodriza de bella cintura, por el terror que el aspecto de su padre le causaba: dábanle miedo el bronce y el terrible penacho de crines de caballo, que veía ondear en lo alto del yelmo. Sonriéronse el padre amoroso y la veneranda madre. Héctor se apresuró a dejar el refulgente casco en el suelo, besó y meció en sus manos al hijo amado, y rogó así a Zeus y a los demás dioses:

476 Héctor.- ¡Zeus y demás dioses! Concededme que este hijo mío sea, como yo, ilustre ente los teucros e igualmente esforzado; que reine poderosamente en Ilión; que digan de él cuando vuelva de la batalla: "¡Es mucho más valiente que su padre", y que, cargado de cruentos despojos del enemigo a quien

haya muerto, regocije el alma de su madre39.482 Esto dicho, puso el niño en brazos de la esposa amada, que al recibirlo en el perfumado seno

sonreía con el rostro todavía bañado en lágrimas. Notólo el esposo y compadecido, acaricióla con la mano y le dijo:

486 Héctor.- ¡Desdichada! No en demasía tu corazón se acongoje, que nadie me enviará al Hades antes de lo dispuesto por el destino; y de su suerte ningún hombre, sea cobarde o valiente, puede librarse una vez nacido. Vuelve a casa, ocúpate en las labores del telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen al trabajo, y de la guerra nos cuidaremos cuantos varones nacimos en Ilión, y yo el primero.

494 Dichas estas palabras, el preclaro Héctor se puso el yelmo adornado con crines de caballo, y la esposa amada regresó a su casa, volviendo la cabeza de cuando en cuando y vertiendo copiosas lágrimas. Pronto llegó Andrómaca al palacio, lleno de gente, de Héctor, matador de hombres; halló en el

a muchos esclavas, ya todas las movió a lágrimas40. Lloraban en el palacio a Héctor vivo aún, porque no

38 El manantial de Hiperea estaba en Tesalia; sobre el de Meseída no hay referencias.39 Astianacte -nombre del hijo de Héctor y Andrómaca- significa "defensor de la ciudad". 40Hay críticos que consideran que el encuentro de Héctor y Andrómaca existía con anterioridad e independientemente de la Ilíada, y que había sido insertado en este punto sin advertir la contradicción provocada por este lamento fúnebre, demasiado anticipado, por un Héctor que aun está vivo. En la misma Ilíada Héctor tendrá otras ocasiones de volver a ver a Andrómaca.

esperaban que volviera del combate librándose del valor y de las manos de los aqueos.

CANTO VIII

1.- El poder de Zeus. (vv. 1-29; 66-77)

La Aurora, de azafranado velo, se esparcía por toda la tierra, cuando Zeus, que se complace en lanzar rayos, reunió el ágora de los dioses en la más alta de las muchas cumbres del Olimpo. Y así les habló, mientras ellos atentamente le escuchaban:

5 Zeus.- ¡Oídme todos, dioses y diosas, para que os manifieste lo que en el pecho mi corazón me dicta! Ninguno de vosotros, sea varón o hembra, se atreva a transgredir mi mandato; antes bien asentid todos, a fin de que cuanto antes lleve al cabo lo que pretendo. El dios que intente separarse de los demás y socorrer a los teucros o a los dánaos, como yo le vea, volverá afrentosamente golpeado al Olimpo; o cogiéndole, lo arrojaré al tenebroso Tártaro, muy lejos, en lo más profundo del báratro debajo de la tierra -sus puertas son de hierro, y el umbral, de bronce, y su profundidad desde el Hades como del cielo a la tierra-, y conocerá en seguida cuánto aventaja mi poder al de las demás deidades. Y si queréis; haced esta prueba, oh dioses, para que os convenzáis. Suspended del cielo áurea cadena, asíos todos, dioses y diosas, de la misma, y no os será posible arrastrar del cielo a la tierra a Zeus, árbitro supremo, por mucho que os fatiguéis; mas si yo me resolviese a tirar de aquella, os levantaría con la tierra y el mar, ataría un cabo de la cadena en la cumbre del Olimpo, y todo quedaría en el aire. Tan superior soy a los dioses y a los hombres.

28 Así habló, y todos callaron, asombrados de sus palabras, pues fue mucha la vehemencia con que se expresó.

.........................66 Al amanecer y mientras iba aumentando la luz del sagrado día, los dardos alcanzaban por igual

a unos y a otros, y los hombres caían. Cuando el sol hubo recorrido la mitad del cielo, el padre Zeus tomó la balanza de oro, puso en ella dos destinos de la muerte que tiende a lo largo -el de los teucros, domadores de caballos, y el de los aqueos, de broncíneas lorigas-; cogió por el medio la balanza, la desplegó y tuvo más peso el día fatal de los aqueos. Los destinos de éstos bajaron hasta llegar a la fértil tierra, mientras los de los teucros subían al espacioso cielo. Zeus, entonces, tronó fuerte desde el Ida y envió una ardiente centella a los aqueos, quienes, al verla, se pasmaron, sobrecogidos de pálido temor.

CANTO XII

1.- Ideal del Guerrero Micénico, 290-328

Mas los troyanos y el esclarecido Héctor no habrían roto aún las puertas de la muralla y el gran cerrojo, si el próvido Zeus no hubiese incitado a su hijo Sarpedón contra los argivos, como a un león contra bueyes de retorcidos cuernos. Sarpedón levantó en seguida el escudo liso, hermoso, protegido por planchas de bronce, obra de un broncista que sujetó muchas pieles de buey con varitas de oro prolongadas por ambos lados hasta el borde circular; alzando, pues, la rodela y blandiendo un par de lanzas, se puso en marcha como el montaraz león que en mucho tiempo no ha probado la carne y su ánimo audaz le impele a acometer un rebaño de ovejas yendo a la alquería sólidamente construida; y, aunque en ella encuentre pastores que, armados con venablos y provistos de perros, guardan las ovejas, no quiere que lo echen del establo sin intentar el ataque, hasta que, saltando dentro, o consigue hacer presa o es herido por un venablo que ágil mano le arroja; del mismo modo, el deiforme Sarpedón se sentía impulsado por su ánimo a asaltar el muro y destruir los parapetos. Y en seguida dijo a Glauco, hijo de Hipóloco:

¡Glauco! ¿Por qué a nosotros nos honran en la Licia con asientos preferentes, manjares y copas de vino, y todos nos miran como a dioses, y poseemos campos grandes y magníficos a orillas

del Janto, con viñas y tierras de pan llevar? Preciso es que ahora nos sostengamos entre los más avanzados y nos lancemos a la ardiente pelea, para que diga alguno de los licios, armados de fuertes corazas: «No sin gloria imperan nuestros reyes en la Licia; y si comen pingües ovejas y beben exquisito vino, dulce como la miel, también son esforzados, pues combaten al frente de los licios». ¡Oh amigo! Ojalá que, huyendo de esta batalla, nos libráramos para siempre de la vejez y de la muerte, pues ni yo me batiría en primera fila, ni te llevaría a la lid, donde los varones adquieren gloria; pero, como son muchas las clases de muerte que penden sobre los mortales, sin que éstos puedan huir de ellas ni evitarlas, vayamos y daremos gloria a alguien, o alguien nos la dará a nosotros.

Canto XIV

2.- Los amores de Zeus (vv. 313-329)

313 Zeus.- ¡Hera! Allá se puede ir más tarde. Ea, acostémonos y gocemos del amor. Jamás la pasión por una diosa o por una mujer se difundió por mi pecho, ni me avasalló como ahora: nunca he

amado así, ni a la esposa de Ixión61 que parió a Piritoo, consejero igual a los dioses; ni a Dánae Acrisione, la de bellos talones, que dio a luz a Perseo, el más ilustre de los hombres; ni a la celebrada hija

de Fenix62 que fue madre de Minos y de Radamantis igual a un dios; ni a Semele, ni a Alcmena en Tebas, de la que tuve a Heracles, de ánimo valeroso, y de Semele a Baco, alegría de los mortales; ni a

Deméter63, la soberana de hermosas trenzas; ni a la gloriosa Leto; ni a ti misma: con tal ansia te amo en

este momento y tan dulce es el deseo que de mí se apodera64.

Canto XVIII

5.- El escudo de Aquiles

a) El trabajo de Hefesto. (vv. 468-481)b) Esculturas del escudo: primera zona. (vv. 482-489)c) Esculturas del escudo: segunda zona. (vv. 490-540)d) Esculturas del escudo: tercera zona. (vv. 541-572)e) Esculturas del escudo: cuarta y quinta zona. (vv. 573-608)

a) El trabajo de Hefesto

Encaminóse a los fuelles, los volvió hacia la llama y les mandó que trabajasen 80. Estos soplaban en veinte hornos, despidiendo un aire que avivaba el fuego y era de varias clases: unas veces fuerte, como lo necesita el que trabaja de prisa, y otras al contrario, que según Hefesto lo deseaba y la obra lo quería. El dios puso al fuego duro bronce, estaño, oro precioso y plata; colocó en el tajo el gran yunque, y cogió con una mano el pesado martillo y con la otra las tenazas.

61 Se debe entender como: "Esa que más tarde sería esposa de Ixión".62 Se refiere a Europa, hija de Fénix, el epónimo del pueblo fenicio.63 ( Se refiere a Deméter). Perséfone es hija de Zeus (cfr. Odisea XI, 217).64 Este catálogo de las amantes de Zeus pertenece al género de poesía que enumera hechos y personajes con fines didascálicos o morales, como el catálogo de las Nereidas del canto XVIII, 39 - 49. Estos catálogos se explican por el gusto de los aedos por las enumeraciones de nombres, sobre todo cuando estos evocan leyendas muy conocidas por su público. Aristófanes y Aristarco concuerdan en condenar todo el fragmento; lo consideran "desubicado", apropiado más para "indisponer a Hera que para seducirla" y creen que Zeus, por estar bajo el influjo mágico de la cinta de Afrodita, habla demasiado.80 Hefesto fabricará un escudo taraceado con metales de varios colores, como las hojas de puñal que se han encontrado en las tumbas micénicas; sus preparativos sin embargo corresponden a la técnica, contemporánea al poeta, de la elaboración del hierro.

478 Hizo lo primero de todo un escudo grande y fuerte, de variada labor, con triple cenefa brillante y reluciente, provisto de una abrazadera de plata. Cinco capas tenía el escudo.

b) Esculturas del escudo: primera zonaEn la superior grabó el dios muchas artísticas figuras, con sabia inteligencia.483 Allí puso la tierra, el cielo, el mar, el sol infatigable y la luna llena; allá las estrellas que el

cielo coronan, las Pléyades, las Híades, el robusto Orión y la Osa, llamada por sobrenombre el Carro, la

cual gira siempre en el mismo sitio, mira a Orión y es la única que deja de bañarse en el Océano81.

c) Esculturas del escudo: segunda zona490 Allí representó también dos ciudades de hombres dotados de palabra. En la una se celebraban

bodas y festines: las novias salían de sus habitaciones y eran acompañadas por la ciudad, a la luz de antorchas encendidas, oíanse repetidos cantos de himeneo, jóvenes danzantes formaban ruedos, dentro de los cuales sonaban flautas y citaras, y las matronas admiraban el espectáculo desde los vestíbulos de las casas. Los hombres estaban reunidos en el ágora, pues se había suscitado una contienda entre dos varones

acerca de la multa que debía pagarse por un homicidio82: el uno, declarando ante el pueblo, afirmaba que ya la tenía satisfecha; el otro, negaba haberla recibido, y ambos deseaban terminar el pleito- presentando testigos. El pueblo se hallaba dividido en dos bandos que aplaudían sucesivamente a cada litigante; los heraldos aquietaban a la muchedumbre, y los ancianos, sentados sobre pulimentadas piedras en sagrado círculo, tenían en las manos los cetros de los heraldos, de voz potente y levantándose uno tras otro publicaban el juicio que habían formado. En el centro estaban los dos talentos de oro que debían darse al que mejor demostraba la justicia de su causa.

509 La otra ciudad aparecía cercada por dos ejércitos83 cuyos individuos, revestidos de lucientes armaduras, no estaban acordes: los del primero deseaban arruinar la plaza, y los otros querían dividir en dos partes cuantas riquezas encerraba la agradable población. Pero los ciudadanos aún no se reían, y preparaban secretamente una emboscada. Mujeres, niños y ancianos, subidos en la muralla, la defendían. Los sitiados marchaban, llevando al frente a Ares y a Palas Atenea, ambos de oro y con áureas vestiduras, hermosos, grandes, armados y distinguidos, como dioses; pues los hombres eran de estatura menor. Luego, en el lugar escogido para la emboscada, que era a orillas de un río y cerca de un abrevadero que utilizaba todo el ganado, sentábanse, cubiertos de reluciente bronce, y ponían dos centinelas avanzados para que les avisaran la llegada de las ovejas y de los bueyes de retorcidos cuernos. Pronto se presentaban los rebaños con dos pastores que se recreaban tocando la zampoña, sin presentir la asechanza. Cuando los emboscados los veían venir, corrían a su encuentro y al punto se apoderaban de los rebaños de los bueyes y de los magníficos hatos de blancas ovejas y mataban a los guardianes. Los sitiadores, que se hallaban reunidos en junta, oían el vocerío que se alzaba en torno de los bueyes, y montando ágiles corceles, acudían presurosos. Pronto se trababa a orillas del río una batalla en la cual heríanse unos a otros con broncíneas lanzas. Allí se agitaban la Discordia, el Tumulto y la funesta Parca, que a un tiempo cogía a un guerrero vivo y recientemente herido y a otro ileso y arrastraba asiéndolo de los pies, por el campo de batalla a un tercero que ya había muerto; y el ropaje que cubría su espalda estaba teñido de sangre humana. Movíanse todos como hombres vivos, peleaban y retiraban los muertos.

d) Esculturas del escudo: tercera zonaRepresentó también una blanda tierra noval, un campo fértil y vasto que se labraba por tercera

vez: acá y acullá muchos labradores guiaban las yuntas, y al llegar al confín del campo, un hombre les daba una copa de dulce vino; y ellos volvían atrás, abriendo nuevos surcos, y deseaban llegar al otro extremo del noval profundo. Y la tierra que dejaban a su espalda negreaba y parecía labrada, siendo toda

81 Es decir: que no desaparece nunca de nuestro horizonte.82 El primero debe haber muerto a un pariente del segundo; se discute sobre la multa que sustituye a la venganza de sangre.83 No se trata de dos ejércitos adversarios, sino de un sólo ejército atacante que parece estar dividido en dos cuerpos porque sobre el escudo está representado a los dos lados de la ciudad.

de oro; lo cual constituía una singular maravilla.550 Grabó asimismo un campo real donde los jóvenes segaban las mieses con hoces afiladas:

muchos manojos caían al suelo a lo largo del surco, y con ellos formaban gavillas los atadores. Tres eran estos, y unos rapaces cogían los manojos y se los llevaban abrazados. En medio, de pie en un surco, estaba el rey sin desplegar los labios, con el corazón alegre y el cetro en la mano. Debajo de una encina, los heraldos preparaban para el banquete un corpulento buey que habían matado. Y las mujeres

aparejaban la comida de los trabajadores, haciendo abundantes puches de blanca harina84.561 También entalló una hermosa viña de oro cuyas cepas, cargadas de negros racimos, estaban

sostenidas por rodrigones de plata. Rodeábanla un foso de negruzco acero y un seto de estaño, y conducía a ella un solo camino por donde pasaban los acarreadores ocupados en la vendimia. Doncellas y mancebos, pensando en cosas tiernas, llevaban el dulce fruto en cestos de mimbre; un muchacho tañía suavemente la armoniosa cítara y entonaba con tenue voz un hermoso lino, y todos le acompañaban cantando, profiriendo voces de júbilo y golpeando con los pies el suelo.

e) Esculturas del escudo: cuarta y quinta zona573 Puso luego un rebaño de vacas de erguida cornamenta: los animales eran de oro y estaño, y

salían del establo, mugiendo, para pastar a orillas de un sonoro río, junto a un flexible cañaveral. Cuatro pastores de oro guiaban a las vacas y nueve canes de pies ligeros los seguían. Entre las primeras vacas, dos terribles leones habían sujetado y conducían a un toro que daba fuertes mugidos. Perseguíanlo mancebos y perros. Pero los leones lograban desgarrar la piel del corpulento toro y tragaban los intestinos y la negra sangre; mientras los pastores intentaban, aunque inútilmente, estorbarlo, y azuzaban a los ágiles canes: éstos se apartaban de los leones sin morderlos, ladraban desde cerca y rehuían el encuentro de las fieras.

587 Hizo también el ilustre cojo de ambos pies un gran prado en hermoso valle, donde pacían las cándidas ovejas, con establos, chozas techadas y apriscos.

590 El ilustre cojo de ambos pies puso luego una danza como la que Dédalo concertó en la vasta Cnnosos en obsequio de Ariadna, la de lindas trenzas. Mancebos y doncellas de rico dote, cogidos de las manos, se divertían bailando: éstas llevaban vestidos de sutil lino y bonitas guirnaldas, y aquellos, túnicas bien tejidas y algo lustrosas, como frotadas con aceite, y sables de oro suspendidos de argénteos tahalíes. Unas veces, moviendo los diestros pies, daban vueltas a la redonda con la misma facilidad con que el alfarero, sentándose, aplica su mano al torno y lo prueba para ver si corre, y en otras ocasiones se colocaban por hileras y bailaban separadamente. Gentío inmenso rodeaba el baile y se holgaba en contemplarlo. Entre ellos un divino aedo cantaba, acompañándose con la cítara; y así que se oía el preludio, dos saltadores hacían cabriolas en medio de la muchedumbre.

606 En la orla del sólido escudo representó la poderosa corriente del río Océano.

Canto XIX

2.- Agamenón culpa a Ate (vv. 76-144)

Y el rey de hombres Agamenón les dijo desde su asiento, sin levantarse en medio del concurso:78 Agamenón.- ¡Oh amigos, héroes dánaos, servidores de Ares! Bueno será que escuchéis sin

interrumpirme, pues lo contrario molesta hasta al que está ejercitado en hablar. ¿Cómo se podría oír o decir algo en medio del tumulto producido por muchos hombres? Turbaríase el orador aunque fuese elocuente. Yo me dirigiré al Pelida; pero vosotros, los demás argivos, prestadme atención y cada uno penetre bien mis palabras. Muchas veces los aqueos han dirigido las mismas palabras, increpándome por lo ocurrido, y yo no soy el culpable, sino Zeus, la Parca y Erinis, que vaga en las tinieblas; los cuales hicieron padecer a mi alma, durante el ágora, cruel ofuscación el día en que le arrebaté a Aquiles la

84 Puede querer decir, tanto aquí como en Hesíodo (Trabajos, 590) "harina diluida en leche".

recompensa. Más, ¿qué podía hacer? La divinidad es quien lo dispone todo. Hija venerada de Zeus es la

perniciosa Ate86, a todos tan funesta: sus pies son delicados y no los acerca al suelo, sino que anda sobre las cabezas de los hombres, a quienes causa daño, y se apodera de uno, por lo menos, de los que contienden. En otro tiempo fue aciaga para el mismo Zeus, que es tenido por el más poderoso de los hombres y de los dioses; pues Hera, no obstante ser hembra, le engañó cuando Alcmena había de parir al fornido Heracles en Tebas, ceñida de hermosas murallas. El dios gloriándose dijo así ante todas las deidades: "Oídme todos, dioses y diosas para que os manifieste lo que en el pecho mi corazón me dicta. Hoy Ilitia, la que preside los partos, sacará a luz un varón que, perteneciendo a la familia de los hombres engendrados de mi sangre, reinará sobre todos sus vecinos" Y hablándole con astucia le replicó la venerable Hera: "Mientes, y no llevarás al cabo lo que dices. Y si no, ea, Olímpico, jura solemnemente que reinará sobre todos sus vecinos el niño que, perteneciendo a la familia de los hombres engendrados de tu sangre, caiga hoy entre los pies de una mujer. "Así dijo; Zeus, no sospechando el dolo, prestó el gran juramento que tan funesto le había de ser. Pues Hera dejó en raudo vuelo la cima del Olimpo, y pronto llegó a Argos de Acaya, donde vivía la esposa ilustre de Esténelo Perseiada; y como ésta se hallara encinta de siete meses cumplidos, la diosa sacó a luz el niño, aunque era prematuro, y retardó el parto de Alcmena, deteniendo a las Ilitias. Y en seguida participóselo a Zeus Cronida, diciendo: "¡Padre Zeus, fulminador! Una noticia tengo que darte. Ya nació el noble varón que reinará sobre, los argivos:

Euristeo, hijo de Esténelo Perseíada, descendiente tuyo87. No es indigno de reinar sobre aquellos". Así dijo, y un agudo dolor penetró el alma del dios, que irritado en su corazón, cogió a Ate por los nítidos cabellos y prestó solemne juramento de que Ate, tan funesta a todos, jamás volvería al Olimpo y al cielo estrellado. Y volteándola con la mano, la arrojó del cielo. En seguida llego Ate a los campos cultivados por los hombres. Y Zeus gemía por causa de ella, siempre que contemplaba a su hijo realizando los penosos trabajos que Euristeo le iba imponiendo. Por esto, cuando el gran Héctor, el de tremolante casco, mataba a los argivos junto a las popas de las naves, yo no podía olvidarme de Ate, cuyo funesto influjo había experimentado. Pero ya que faltó y Zeus me hizo perder el juicio, quiero aplacarte y hacerte muchos regalos, y tu ve al combate y anima a los demás guerreros. Voy a darte cuanto ayer te ofreció en tu tienda el divino Odiseo. Y si quieres, aguarda, aunque estés impaciente por combatir, y mis servidores traerán de la nave los presentes para que veas si son capaces de apaciguar tu ánimo los que te brindo.

Canto XXIV

2.- Lamento por Héctor y sus honras fúnebres (vv. 719-804)

Dentro ya del magnífico palacio, pusieron, el cadáver en torneado lecho e hicieron sentar a su alrededor cantores que preludiaran el treno: éstos cantaban dolientes querellas, y las mujeres respondían con gemidos. Y en medio de ellas Andrómaca, la de níveos brazos, que sostenía con las manos la cabeza de Héctor, matador de hombres, dio comienzo a las lamentaciones, exclamando:

725, Andrómaca.- ¡Marido! Saliste de la vida cuando aun eras joven, y me dejas viuda en el palacio. El hijo que nosotros ¡infelices! hemos engendrado, es todavía infante y no creo que llegue a la mocedad; antes será la ciudad arruinada desde su cumbre, porque has muerto tú que eras su defensor, el que la salvaba, el que protegía a las venerables matronas y a los tiernos infantes. Pronto se las llevarán en las cóncavas naves y a mí con ellas. Y tú hijo mío, o me seguirás y tendrás que ocuparte en oficios viles, trabajando en provecho de un amo cruel; o algún aqueo te cogerá de la mano y te arrojará de lo alto de una torre, ¡muerte horrenda!, irritado porque Héctor le matara el hermano, el padre o el hijo; pues muchos aqueos mordieron la vasta tierra a manos de Héctor. No era blando tu padre en la funesta batalla, y por esto le lloran todos en la ciudad. ¡Oh Héctor! Has causado a tus padres llanto y dolor indecibles, pero a mi me aguardan las penas más graves. Ni siquiera pudiste, antes de morir, tenderme los brazos desde el lecho, ni hacerme saludables advertencias que hubiera recordado siempre, de noche y de día, con

86 Ate, que aquí es el sujeto de la alegoría más compleja de la Ilíada, es la culpa del canto IX, 504, el ciego error.87 Perseo es hijo de Zeus y de Danae; Euristeo es por lo tanto un bisnieto de Zeus.

lágrimas en los ojos.746 Así dijo llorando, y las mujeres gimieron. Y entre ellas, Hécabe empezó a su vez el funeral

lamento: 748 Hécabe.- ¡Héctor, el hijo más amado de mi corazón! No puede dudarse de que en vida fueras

caro a los dioses, pues no se olvidaron de ti en el fatal trance de la muerte. Aquiles, el de los pies ligeros, a los demás hijos míos que logró coger, vendiéndolos al otro lado del mar estéril, en Samos, Imbros o Lemnos, de escarpada costa; a ti, después de arrancarte el alma con el bronce de larga punta, te arrastraba muchas veces en torno del sepulcro de su compañero Patroclo, a quien mataste, mas no por esto resucitó a su amigo. Y ahora yaces en el palacio, tan fresco como si acabaras de morir y semejante al que Apolo, el del argénteo arco, mata con sus suaves flechas.

760 Así habló derramando lágrimas, y excitó en todos vehemente llanto. Y Helena fue la tercera en dar principio al funeral lamento:

762 Helena.- ¡Héctor, el cuñado más querido de mi corazón! Mi marido, el deiforme Alejandro

me trajo a Troya, ¡ojala me hubiera muerto antes!; y en los veinte años107 que van transcurridos desde que vine y abandoné la patria, jamás he oído de tu boca una palabra ofensiva o grosera; y si en el palacio me increpaba alguno de los cuñados, de las cuñadas o de las esposas de aquéllos, o la suegra -pues el suegro fue siempre cariñoso como un padre-, contenías su enojo aquietándolos con tu afabilidad y tus suaves palabras. Con el corazón afligido lloro a la vez por ti y por mí desgraciada; que ya no habrá en la vasta Troya quien me sea benévolo ni amigo, pues todos me detestan.

776 Así dijo llorando, y la inmensa muchedumbre prorrumpió en gemidos. Y el anciano Príamo dijo al pueblo:

778 Príamo.- Ahora, troyanos, traed leña a la ciudad y no temais ninguna emboscada por parte de los argivos; pues Aquiles, al despedirme en las negras naves, me prometió no causarnos daño hasta que llegue la duodécima aurora.

782 Así dijo. Pronto la gente del pueblo, unciendo a los carros bueyes y mulas, se reunió fuera de la ciudad. Por espacio de nueve días acarrearon abundante leña; y cuando por décima vez apuntó la aurora, que trae la luz a los mortales, sacaron llorando el cadáver del audaz Héctor, lo pusieron en lo alto de la pira, y le prendieron fuego.

788 Mas, así que se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, congregóse el pueblo en torno de la pira del ilustre Héctor. Y cuando todos acudieron y se hubieron reunido, apagaron con negro vino la parte de la pira a que la violencia del fuego había alcanzado; y seguidamente los hermanos y los amigos, gimiendo y corriéndoles las lágrimas por las mejillas, recogieron los blancos huesos y los colocaron en una urna de oro, envueltos en fino velo de púrpura. Depositaron la urna en el hoyo, que cubrieron con muchas y grandes piedras, y erigieron el túmulo. Habían puesto centinelas por todos lados, para no ser sorprendidos si los aqueos, de hermosas grebas, los acometían. Levantado el túmulo, volviéronse; y, reunidos después en el palacio del rey Príamo, alumno de Zeus, celebraron un espléndido banquete fúnebre.

804 Asi hicieron las honras de Héctor, domador de caballos.

Homero: Odisea

Canto I

107 Esto no concuerda con otras indicaciones de la Ilíada (por ej. II, 134); no es necesario pensar que transcurrieron diez años entre el rapto de Helena y el comienzo de la guerra. Por lo demás todas estas cifras son fantásticas.

1.- Conversación entre Atenea y Telémaco: los abusos de los pretendientes (vv. 144-170)

144 Ya en esto, entraron los orgullosos pretendientes. Apenas se hubieron sentado por orden en sillas y sillones, los heraldos diéronles aguamanos, las esclavas amontonaron el pan en los canastillos, los mancebos coronaron de bebida las cráteras, y todos los comensales echaron manos a las viandas que les habían servido. Satisfechas las ganas de comer y de beber, ocupáronles el pensamiento otras cosas: el canto y el baile, que son los ornamentos del convite. Un heraldo puso la bellísima cítara en las manos de Femio, a quien obligaban a cantar ante los pretendientes. Y mientras Femio comenzaba al son de la cítara un hermoso canto, Telémaco dijo estas razónes a Atenea, la de ojos de lechuza, después de aproximar su cabeza a la deidad para que los demás no se enteraran:

158 Telémaco.- ¡Caro huésped5 ¿Te enojarás conmigo por lo que voy a decir? Estos sólo se ocupan en cosas tales como la cítara y el canto; y nada les cuesta, pues devoran impunemente la hacienda6 de otro, la de un varón cuyos blancos huesos se pudren en el continente por la acción de la lluvia o los revuelven las olas en el seno del mar. Si le vieran regresar a Itaca, todos preferirían tener los pies ligeros a ser ricos de oro y de vestidos. Mas aquel ya murió, a causa de su aciago destino, y ninguna esperanza nos resta, aunque alguno de los hombres terrestres afirme que aún ha de volver: el día de su regreso no amanecerá jamás.

2.- Reprensión de Telémaco a su madre y a los pretendientes (vv. 337-398; 420-442)

337 Penélope.- ¡Femio! Pues que sabes otras muchas hazañas de hombres y de dioses, que recrean a los mortales y son celebradas por los aedos, cántales alguna de las mismas sentado ahí en el centro y óiganla todos silenciosamente y bebiendo vino; pero deja ese canto triste que constantemente me angustia el corazón en el pecho y que se apodera de mí un pesar grandísimo que no puedo olvidar ¡Tal es la persona de quien padezco soledad, por acordarme siempre de aquel varón cuya fama es grande en la Hélade y en el centro de Argos!

345 Replicóle el prudente Telémaco:346 Telémaco.- ¡Madre mía! ¿Por qué quieres prohibir al amable aedo que nos divierta como su

mente se lo sugiera? No son los aedos los culpables, sino Zeus que distribuye sus presentes a los varones de ingenio del modo que le place. No ha de increparse a Femio porque canta la suerte aciaga de los dánaos, pues los hombres alaban con preferencia el canto más nuevo que llega a sus oídos. Resígnate en tu corazón y en tu ánimo a oir ese canto, que ya no fué Odiseo el único que perdió en Troya la esperanza de volver; hubo otros muchos que también perecieron. Mas, vuelve ya a tu habitación, ocúpate en las labores que te son propias, el telar y la rueca y ordena a las esclavas que se apliquen al trabajo; y de hablar nos cuidaremos los hombres y principalmente yo, cuyo es el mando en esta casa.

360 Volvióse Penélope, muy asombrada, a su habitación, revolviendo en el ánimo las discretas palabras de su hijo. Y así que hubo subído con las esclavas a lo alto de la casa, lloró a Odiseo, su caro consorte, hasta que Atenea, la de ojos de lechuza, le infundió en los párpados el dulce sueño.

365 Los pretendientes movían alboroto en la oscura sala7 y todos deseaban acostarse con Penélope en su mismo lecho. Más el prudente Telémaco comenzó a decirles:

368.- Telémaco.- ¡Pretendientes de mi madre, que os portais con orgullosa insolencia! Gocemos ahora del festín y cesen vuestros gritos; pues es hermoso escuchar a un aedo como éste, tan parecido por su voz a las propias deidades. Al romper el alba, nos reuniremos en el ágora para que yo os diga sin rebozo que salgáis del palacio: disponed otros festines y comeos vuestros bienes, convidándoos sucesiva

5 A falta de protección legal, el extranjero en Grecia era considerado protegido por Zeus: en las comunidades civiles era recibido con deferencia y sólo en un segundo tiempo se le invitaba a presentarse. En ocasiones podían establecerse relaciones de hospitalidad hereditaria, por eso Telémaco pregunta al desconocido si es ya huésped de Odiseo y Mentes-Atenea contesta que tal vínculo es aún más antiguo, como sabe Laertes.6 Como hacienda debemos entender los bienes o recursos que poseía el oikos de Odiseo: aceite, vino, granos, ganado, metales, tejidos y también los esclavos; no hay que olvidar que estas grandes casas de campo contaban con talleres, forjas, molinos, y un número importante de trabajadores (ya sean libres o esclavos).7 La sala no tenía grandes fuentes de iluminación, sólo le llegaba luz por la antesala y la puerta principal; en invierno debía ser iluminada desde temprano y para eso se contaba con el hogar del centro que también aportaba calor.

y recíprocamente en vuestras casas. Mas si os pareciere mejor y más acertado destruir impunemente los bienes de un solo hombre, seguid consumiéndolos; que yo invocaré a los sempiternos dioses, por si algún día nos concede Zeus que vuestras obras sean castigadas, y quizá muráis en este palacio sin que nadie os vengue.

381 Así dijo; y todos se mordieron los labios, admirándose de que Telémaco les hablase con tanta audacia.

383 Pero Antínoo, hijo de Eupites, le repuso diciendo:384 Antínoo.- ¡Telémaco! Son ciertamente los mismos dioses quienes te enseñan a ser

grandílocuo y a arengar con audacia; más no quiera el Cronión que llegues a ser rey de Itaca, rodeada por el mar, como te corresponde por el linaje de su padre.

388 Contestóle el prudente Telémaco:389 Telémaco.- ¡Antínoo! ¿Te enojarás acaso por lo que voy a decir? Es verdad que me gustaría

serlo, si Zeus me lo consediera. ¿Crees por ventura que el reinar es la peor desgracia para los hombres? No es malo ser rey, porque su casa se enriquece pronto y su persona se ve más honrada. Pero muchos príncipes aqueos, entre jóvenes y ancianos, viven en Itaca, rodeada por el mar8 reine cualquiera de ellos, ya que murió el divinal Odiseo, y yo seré señor de mi casa y de los esclavos que éste adquirió para mí como botín de guerra.

.........................420 Así habló Telémaco. Volvieron los pretendientes a solazarse con la danza y el delicioso

canto, y así esperaban que llegase la oscura noche. Sobrevino ésta cuando aún se divertían, y entonces partieron a acostarse en sus respectivas casas. Telémaco subíó al elevado aposento que para él se había construído dentro del hermoso patio, en un lugar visible por todas partes; y se fué derecho a la cama, meditando en su ánimo muchas cosas. Acompañábale, con teas encendidas en la mano, Euriclea, hija de Ops Pisenórida, la de castos pensamientos a la cual había comprado Laertes con sus bienes en otro tiempo apenas llegada a la pubertad, por el precio de veinte bueyes y en el palacio la honró como a una casta esposa, pero jamás se acostó con ella a fin de que su mujer no se irritase. Aquélla, pues, alumbraba a Telémaco con teas encendidas, por ser la esclava que más le amaba y la que le había criado desde niño; y, en llegando, abrió la puerta de la habitación sólidamente construida. Telémaco se sentó en la cama, desnudóse la delicada túnica9 y diósela en las manos a la prudente anciana; la cual, después de componer los pliegues, la colgó de un clavo que había junto al torneado lecho, y al punto salió de la estancia,

entornó la puerta, tirando del anillo de plata y echó cerrojo por medio de una correa10. Y Telémaco, bien cubierto de un vellón de oveja, pasó toda la noche revolviendo en su mente el viaje que Atenea le había aconsejado.

Canto II

a) Las palabras de Telémaco a la asamblea (vv. 25-35; 40-84)

25 Egiptio.- Oíd, itacenses, lo que os voy a decir. Ni una sola vez fue convocada nuestra ágora, ni en ella tuvimos sesión, desde que el divinal Odiseo partió en las cóncavas naves. ¿Quién al presente nos reune? ¿Es joven o anciano aquel a quien le apremia necesidad tan grande? ¿Recibió alguna noticia de que el ejército vuelve y desea manifestarnos públicamente lo que supo antes que otros? ¿O quiere decir algo que interesa al pueblo? Paréceme que debe ser un varón honrado y proficuo. Cúmplale Zeus, llevándolo a feliz término, lo que en su ánimo revuelve.

.........................

8 La ubicación geográfica de la ciudad de Itaca le confería fácil acceso a los dos mares (del este y del oeste), y en período homérico su puerto principal se situaba sobre el mar oeste.9 La vestimenta de este período la componían dos piezas principales: el manto o capa y la túnica (al parecer de procedencia semita), que eran usados indistintamente por hombres y mujeres.10 La forma de cerrar las puertas era a través de barras de madera y correas, tanto por fuera como por dentro de una habitación, ya que no tenían ni llaves ni cerraduras.

40 Telémaco.- ¡Oh anciano! No está lejos ese hombre y ahora sabrás que quien ha reunido el pueblo soy yo, que me hallo sumamente afligido. Ninguna noticia recibí de la vuelta del ejército, para que pueda manifestaros públicamente lo que haya sabido antes que otros, y tampoco quiero exponer ni decir cosa alguna que interese al pueblo: trátase de un asunto particular mio, de la doble cuita que se entró por mi casa. La una es que perdí a mi excelente progenitor, el cual reinaba sobre vosotros con blandura de padre; la otra, la otra actual, de más importancia todavía, pronto destruirá mi casa y acabará con toda mi hacienda. Los pretendientes de mi madre, hijos queridos de los varones más señalados de

este país11 la asedian a pesar suyo y no se atreven a encaminarse a la casa de Icario, su padre, para que la

dote y la entregue al que él quiera y a ella le plazca12 sino que, viniendo todos los días a nuestra morada, nos degüellan los bueyes, las ovejas y las pingües cabras, celebran banquetes, beben locamente el vino tinto y así se consumen muchas cosas, porque no tenemos un hombre como Odiseo, que sea capaz de librar a nuestra casa de tal ruina. No me hallo yo en disposición de llevarlo a efecto -sin duda debo de ser en adelante débil y ha de faltarme el valor marcial- que ya arrojaría esta calamidad si tuviera bríos

suficientes13, porque se han cometido acciones intolerables y mi casa se pierde de la peor manera. Participad vosotros de mi indignación, sentid vergüenza ante los vecinos circunstantes y temed que os persiga la cólera de los dioses, irritados por las malas obras. Os lo ruego por Zeus Olímpico y por Temis, la cual disuelve y reúne las ágoras de los hombres: no prosigáis, amigos; dejad que padezca a solas la triste pena; a no ser que mi padre, el excelente Odiseo, haya querido mal y causado daño a los aqueos de hermosas grebas y vosotros ahora, para vengaros en mi, me queráis mal y me causes daño, incitando a estos. Mejor fuera que todos juntos devorarais mis inmuebles y mis rebaños, que si tal hicierais quizá algún dia se pagarán, pues iría por la ciudad reconviniéndoos con palabras y reclamándoos los bienes hasta que todos me fuesen devueltos. Mas ahora las penas que a mi corazón inferís son incurables.

80 Así dijo encolerizado; y, rezumándole las lágrimas, arrojó el cetro en tierra. Movióse a piedad el pueblo entero, y todos callaron; sin que nadie se atreviese a contestar a Telémaco con ásperas palabras, salvo Antínoo, que respondió diciendo:

b) La contestación de Antínoo (vv. 85-128.)

85Antínoo.- ¡Telémaco altilocuo incapaz de moderar tus ímpetus! ¿Qué has dicho para ultrajarnos? Tu deseas cubrirnos de baldón. Mas la culpa no la tienen los aqueos que pretenden a tu madre sino ella, que sabe proceder con gran astucia. Tres años van con este, y pronto llegará el cuarto que contrista el ánimo que los aquivos tienen en su pecho. A todos les da esperanzas, y a cada uno en particular le hace promesas y le envía mensajes; pero son muy diferentes los pensamientos que en su

inteligencia revuelve. Y aun discurrió su espíritu este otro engaño: se puso a tejer 14 en el palacio una gran tela sutil e interminable, y a la hora nos habló de esta guisa: ¡Jóvenes, pretendientes míos! Ya que ha muerto el divinal Odiseo, aguardad, para instar mis bodas, que acabe este lienzo -no sea que se me pierdan inútilmente los hilos- a fin de que tenga sudario el héroe Laertes cuando le sorprenda la Parca de la aterradora muerte. ¡No se me vaya a indignar alguna de las aqueas del pueblo, si ve enterrar sin mortaja a un hombre que ha poseído tantos bienes! Así dijo, y nuestro ánimo generoso se dejo persuadir. Desde aquel instante pasaba el día labrando la gran tela, y por la noche, tan luego como se alumbraba con las antorchas, deshacía lo tejido. De esta suerte logró ocultar el engaño y que sus palabras fueran

11 En el texto original los pretendientes no eran muy numerosos, alrededor de cuarenta, y casi todos eran de Itaca; pero interpolaciones posteriores aumentaron su número considerablemente y ampliaron su procedencia a las islas cercanas.12 El matrimonio en tiempos homéricos transitaba entre la compra y la dote, y si bien eran los padres quienes concertaban tales compromisos esta frase revela una especie de reserva sobre el consentimiento que la novia pareciera tener. Esta idea vuelve a repetirse en el caso de Nausícaa.13 Aunque una decisión de la asamblea sea considerada posible para resolver el conflicto en Itaca, no se ve realmente otra solución, aquí y en todo el poema, que el recurso a la violencia. La trama, por todos conocida, la prevee y por eso Odiseo no tomará en consideración la propuesta conciliatoria de Eurímaco, en el canto XXII, 45 ss.14 El tejido es parte de la vida de las mujeres de este tiempo, así vemos que no sólo Penélope se dedica a él sino también las divinales Circe y Calipso. El hilado y el tejido podían hacerse con materiales como el lino, más refinado, o el algodón, de uso más común.

creídas por los aqueos durante un trienio; mas, así que vino el cuarto año y volvieron a sucederse las estaciones, nos lo reveló una de las mujeres que conocía muy bien lo que pasaba, y sorprendímosla cuando destejía la espléndida tela. Así fue como mal de su grado, se vió en la necesidad de acabarla. Oye, pues, lo que te responden los pretendientes, para que lo alcance tu ingenio y lo sepan también los aqueos todos. Haz que tu madre vuelva a su casa, y ordénale que tome por esposo a quien su padre le aconseje y a ella le plazca. Y si atormentare largo tiempo a los aqueos, confiando en las dotes que Atenea le otorgó en tal abundancia -ser diestra en labores primorosas, gozar de un buen juicio, y valerse de astucias que jamás hemos oído decir que conocieran las anteriores aqueas Tiro, Alcmena y Micene, la de hermosa diadema, pues ninguna concibió pensamientos semejantes a los de Penélope- no se habrá decidido por lo más conveniente, ya que tus bienes y riquezas serán devorados mientras siga con las trazas que los dioses le infundieron en el pecho. Ella ganará ciertamente mucha fama, pero a ti te quedará tan solo la añoranza de los copiosos bienes que hayas poseído; y nosotros ni volveremos a nuestros negocios, ni nos llegaremos a otra parte, hasta que Penélope no se haya casado con alguno de los aqueos.

Canto III

1.- Telémaco en la junta de los pilios (vv. 69-101)

69 Néstor.- Esta es la ocasión más oportuna para interrogar a los huéspedes e inquirir quiénes son, ahora que se han saciado de comida: "¡Forasteros! ¿Quiénes sois? ¿De dónde llegasteis, navegando

por húmedos caminos? ¿Venís por algún negocio o andáis por el mar, a la ventura, como los piratas 18

que divagan, exponiendo su vida y produciendo daño a los hombres de extrañas tierras?"75 Respondióle el prudente Telémaco, muy alentado, pues la misma Atenea le infundió audacia

en el pecho para que preguntara por el ausente padre y adquiriera gloriosa fama entre los hombres: 79 Telémaco.- ¡Néstor Nelida, gloria insigne de los aqueos! Preguntas de donde somos. Pues yo

te lo diré, Venimos de Itaca, situada al pie del Neyo, y el negocio que nos trae no es público, sino particular. Ando en pos de la gran fama de mi padre, por si oyere hablar del divino y paciente Odiseo; el cual, según afirman, destruyó la ciudad troyana, combatiendo contigo. De todos los que guerrearon contra los teucros sabemos donde padecieron deplorable muerte; pero el Cronion ha querido que la de aquél sea ignorada: nadie puede indicarnos claramente donde pereció, ni si ha sucumbido en el continente por mano de enemigos, o en el piélago, entre las ondas de Anfitrite. Por esto he venido a abrazar tus rodillas, por si quisieras contarme la triste muerte de aquel, ora la hayas visto con tus ojos, ora te la haya relatado algún peregrino, que muy sin ventura le parió su madre. Y nada atenúes por respeto o compasión que me tengas; al contrario, entérame bien de lo que hayas visto. Yo te lo ruego: si mi padre, el noble Odiseo, te cumplió algún día la palabra que te hubiese dado; o llevó a su término una acción que te hubiera prometido, allá en el pueblo de los troyanos donde tantos males padecisteis los aqueos; acuérdate de ello y dime la verdad de los que te pregunto.

CANTO V

1.- Odiseo y Calipso

“Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo, rico en ardides, ¿así que quieres marcharte enseguida a tu casa y a tu tierra patria? Vete enhorabuena. Pero si supieras cuántas tristezas te deparará el destino antes de que arribes a tu patria, te quedarías aquí conmigo para guardar esta morada y serías inmortal por más

18 En Homero la piratería no es considerada una actividad forzosamente reprobable. Más adelante el mismo Néstor dirá que durante la exploración troyana los aqueos se daban a la rapiña. Tucídides (I, 5), dirá que "el sueño de los pueblos todavía bárbaros es vivir de guerra y de botín". Cfr. Heródoto V, 6 y Jenofonte, Anábasis VII, 2.

deseoso que estuvieras de ver a tu esposa, a la que continuamente deseas todos los días. Yo en verdad me precio de no ser inferior a aquélla ni en el porte ni en el natural, que no conviene a las mortales jamás competir con las inmortales ni en porte ni en figura.”

Y le dijo el muy astuto Odiseo: “Venerable diosa, no te enfades conmigo, que sé muy bien cuánto te es

inferior la discreta Penélope en figura y en estatura al verla de frente, pues ella es mortal y tú inmortal sin vejez. Pero aun así quiero y deseo todos los días marcharme a mi casa y ver el día del regreso. Si alguno de los dioses me maltratara en el ponto rojo como el vino, lo soportaré en mi pecho con ánimo paciente; pues ya soporté muy mucho sufriendo en el mar y en la guerra. Que venga esto después de aquello.”

Así dijo. El sol se puso y llegó el crepúsculo. Así que se dirigieron al interior de la cóncava cueva a deleitarse con el amor en mutua compañía.

Y cuando se mostró Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa, Odiseo se vistió de túnica y manto, y ella, la ninfa, vistió una gran túnica blanca, fina y graciosa, colocó alrededor de su talle hermoso cinturón de oro y un velo sobre la cabeza, y a continuación se ocupó de la partida del magnánimo Odiseo. Le dio una gran hacha de bronce bien manejable, aguzada por ambos lados y con un hermoso mango de madera de olivo bien ajustado. A continuación le dio una azuela bien pulimentada, y emprendió el camino hacia un extremo de la isla donde habían crecido grandes árboles, alisos y álamos negros y abetos que suben hasta el cielo, secos desde hace tiempo, resecos, que podían flotar ligeros. Luego que le hubo mostrado dónde crecían los árboles, marchó hacia el palacio Calipso, divina entre las diosas, y él empezó a cortar troncos y llevó a cabo rápidamente su trabajo. Derribó veinte en total y los cortó con el bronce, los pulió diestramente y los enderezó con una plomada mientras Calipso, divina entre las diosas, le llevaba un berbiquí. Después perforó todos, los unió unos con otros y los ajustó con clavos y junturas. Cuanto un hombre buen conocedor del arte de construir redondearía el fondo de una amplia nave de carga, así de grande hizo Odiseo la balsa. Plantó luego postes, los ajustó con vigas apiñadas y construyó una cubierta rematándola con grandes tablas. Hizo un mástil y una antena adaptada a él y construyó el timón para gobernarla. Cubrióla después con cañizos de mimbre a uno y otro lado para que fuera defensa contra el oleaje y puso encima mucha madera. Entre tanto, le trajo Calipso, divina entre las diosas, tela para hacer las velas, y él las fabricó con habilidad. Ató en ellas cuerdas, cables y bolinas y con estacas la echó al divino mar.

Canto VII

1.- Alcínoo acoge a Odiseo (vv. 309-329)

309 Alcínoo.- ¡Huésped! No encierra mi pecho corazón de tal índole que se irrite sin motivo, y lo mejor es siempre lo más justo. Ojala, ¡por el padre Zeus, Atenea y Apolo!, que siendo cual eres y pensando como yo pienso, tomases a mi hija por mujer y fueras llamado yerno mío, permaneciendo con

nosotros35. Diérate casa y riquezas, si de buen grado te quedaras; que contra tu voluntad ningún feacio te ha de detener, pues eso disgustaría al padre Zeus. Y desde ahora decido, para que lo sepas bien, que tu viaje se haga mañana: en durmiéndote, vencido del sueño, los compañeros remarán por el mar en calma hasta que llegues a tu patria y a tu casa o donde te fuere grato, aunque esté mucho más lejos que

35 Ha provocado sorpresa la prisa y generosidad con que Alcinoo ofrece su hija en matrimonio. Pero por otros casos que aparecen mencionados, como el de Belerofonte y Tideo entre otros, es posible pensar que estos enlaces forman parte de la leyenda.

Eubea36, la cual dicen que se halla muy distante los ciudadanos que la vieron cuando llevaron al rubio Radamantis a visitar a Titio, hijo de la Tierra: fueron allá y en un solo día sin cansarse terminaron el viaje y se restituyeron a sus casas. Tu mismo apreciarás cuan excelentes son mis naves y cuán hábiles los jóvenes en batir el mar con los remos.

Canto VIII

2.- Demódoco: los amores de Ares y Afrodita (vv. 256-411)46

256 Así dijo el deiforme Alcínoo. Levantóse el heraldo y fue a traer del palacio del rey la hueca

cítara. Alzáronse también nueve jueces47que habían sido elegidos entre los ciudadanos y cuidaban de todo lo relativo a los juegos; y al instante allanaron el piso y formaron un ancho y hermoso corro. Volvió el heraldo y trajo la melodiosa cítara a Demódoco; éste se puso en medio, y los adolescentes hábiles en la danza, habiéndose colocado a su alrededor, hirieron con los pies el divinal circo. Y Odiseo contemplaba con gran admiración los rápidos y deslumbradores movimientos que con los pies hacían.

266 Mas el aedo, pulsando la cítara, empezó a cantar hermosamente los amores de Ares y Afrodita, la de bella corona: cómo se unieron a hurto y por vez primera en casa de Hefesto, y cómo aquél hizo muchos regalos e infamó el lecho marital del soberano dios. El Sol, que vio el amoroso acceso, fue en seguida a contárselo a Hefesto; y éste al oir la punzante nueva, se encaminó a su fragua, agitando en lo íntimo de su alma ardides siniestros, puso encima del tajo el enorme yunque, y fabricó unos hilos inquebrantables para que permanecieran firmes donde los dejara. Después que, poseído de cólera contra Ares, construyó esta trampa fuese a la habitación en que tenía el lecho y extendió los hilos en círculo y por todas partes alrededor de los pies de la cama y colgando de las vigas; como tenues hilos de araña que nadie hubiese podido ver, aunque fuera alguno de los bienaventurados dioses, por haberlos labrado aquel con gran artificio. Y no bien acabó de sujetar la trampa en torno de la cama, fingió que se encaminaba a Lemnos, ciudad bien construida, que es para el la más agradable de todas las tierras. No en balde estaba al acecho Ares, que usa áureas riendas; y cuando vio que Hefesto, el ilustre artífice, se alejaba, fuese al palacio de este ínclito dios, ávido del amor de Citerea, la de hermosa corona. Afrodita, recién venida de junto a su padre, el prepotente Cronión, se hallaba sentada; y Ares, entrando en la casa, tomóla de la mano y así le dijo: "Ven al lecho, amada mía, y acostémonos; que ya Hefesto no está entre nosotros, pues partió sin duda hacia Lemnos y los sinties de bárbaro lenguaje". Así se expresó; y a ella parecióle grato acostarse. Metiéronse ambos en la cama, y se extendieron a su alrededor los lazos artificiosos del prudente Hefesto, de tal suerte que aquellos no podían mover ni levantar ninguno de sus miembros; y entonces comprendieron que no había medio de escapar. No tardo en presentárseles el ínclito Cojo de ambos pies, que se volvió antes de llegar a la tierra de Lemnos, porque el Sol estaba en acecho y fué a avisarle. Encaminose a su casa con el corazón triste, detúvose en el umbral y, poseído de feroz cólera, gritó de un modo tan horrible que le oyeron todos los dioses: ¡Padre Zeus, bienaventurados y sempiternos dioses! Venid a presenciar estas cosas ridículas e intolerables: Afrodita, hija de Zeus, me infama de continuo, a mi, que soy cojo, queriendo al pernicioso Ares porque es gallardo y tiene los pies sanos, mientras que yo nací débil; mas de ello nadie tiene la culpa sino mis padres que no debieron haberme engendrado. Vereis cómo se han acostado en mi lecho y duermen, amorosamente unidos, y yo me angustio al contemplarlo. Mas no espero que les dure el yacer de este modo ni siquiera breves instantes, aunque mucho se amen: pronto querrán entrambos no dormir, pero los engañosos lazos los sujetaran hasta que el padre me restituya íntegra la dote que le entregué por su hija desvergonzada. Que

36 El que se considere a Eubea una isla muy lejana implica que está siendo vista desde la costa asiática mas que desde la costa europea, lo que habla de la procedencia del autor.46 Siempre ha existido duda sobre este fragmento; ya en época alejandrina se le consideraba como la menos homérica de las interpolaciones de la Odisea. Uno de los motivos de este juicio es que en la Iliada la esposa de Hefesto es Charis (Il. XVII, 380 ss.). Pero la razón más importante es el tono irónico inusual en el poeta, la descripción irreverentemente realista; ya sabemos que Homero no es piadoso con sus dioses pero nunca había sido tan despectivo.47 La idea de jueces públicos elegidos nos vuelve a llevar a la Grecia democrática.

ésta es hermosa, pero no sabe contenerse. Así dijo; y los dioses se juntaron en la morada de pavimento de bronce. Compareció Posidón, que ciñe la tierra; presentóse también el benéfico Hermes; llegó asimismo el soberano Apolo, que hiere de lejos. Las diosas quedáronse, por pudor, cada una en su casa. Detuviéronse los dioses, dadores de los bienes, en el umbral, y una risa inextinguible se alzó entre los bienaventurados númenes al ver el artificio del ingenioso Hefesto. Y uno de ellos dijo al que tenía más cerca: No prosperan las malas acciones y el más tardo alcanza al más ágil; como ahora Hefesto, que es cojo y lento, aprisionó con su artificio a Ares, el más veloz de los dioses que posee el Olimpo; quien tendrá que pagarle la multa del adulterio. Así estos conversaban. Mas el soberano Apolo, hijo de Zeus, hab1ó a Hermes de esta manera: ¡Hermes, hijo de Zeus, mensajero, dador de bienes! ¿Querrías, preso en fuertes vínculos, dormir en la cama con la Áurea Afrodita? Respondióle el mensajero Argifontes: ¡Ojala sucediera lo que has dicho, oh soberano Apolo, que hieres de lejos! ¡Envolviéranme triple número de inextricables vínculos, y vosotros los dioses y aun las diosas todas me estuvierais mirando, con tal que yo durmiese con la aurea Afrodita! Así se expresó; y alzóse nueva risa entre los inmortales dioses. Pero Posidón no se reía, sino que suplicaba continuamente a Hefesto, el ilustre artífice, que pusiera en libertad a Ares. Y, hablándole, estas aladas palabras le decía: Desátale, que yo te prometo que pagará como lo mandas, cuanto sea justo entre los inmortales dioses. Replicóle entonces el ínclito Cojo de ambos pies: No me ordenes semejante cosa, oh Posidón que ciñes la tierra, pues son malas las cauciones que por los malos se prestan. ¿Como te podría apremiar yo ante los inmortales dioses, si Ares se fuera suelto y, libre ya de los vínculos, rehusara satisfacer la deuda? Contestoóe Posidón, que sacude la tierra: Si Ares huyere, rehusando satisfacer la deuda, yo mismo te lo pagaré todo. Respondióle el ínclito Cojo de ambos pies: No es posible, ni sería conveniente, negarte lo que pides. Dicho esto, la fuerza de Hefesto les quitó los lazos. Ellos, al verse libres de los mismos, que tan recios eran, se levantaron sin tardanza y fuéronse él a Tracia y la risueña Afrodita a Chipre y Pafos, donde tiene un bosque y un perfumado altar: allí las Gracias la lavaron, la ungieron con el aceite divino que hermosea a los sempiternos dioses y le pusieron lindas vestiduras que dejaban admirado a quien las contemplaba.

367 Tal era lo que cantaba el ínclito aedo, y holgábanse de oirlo Odiseo y los feacios, que usan largos remos y son ilustres navegantes.

370 Alcínoo mandó entonces que Halio y Laodamante bailaran solos, pues con ellos no competía nadie. Al momento tomaron en sus manos una linda pelota de color púrpura, que les había hecho el habilidoso Pólibo; y el uno, echábase hacia atrás, la arrojaba a las sombrías nubes, y el otro, dando un salto, la cogía fácilmente antes de volver a tocar con sus pies el suelo. Tan pronto como se probaron en tirar la pelota rectamente, pusiéronse a bailar en la fértil tierra, alternando con frecuencia. Aplaudieron los demás jóvenes que estaban en el circo, y se promovió una recia gritería. Y entonces el divinal Odiseo habló a Alcínoo de esta manera:

382 Odiseo.- ¡Rey Alcínoo, el más esclarecido de todos los ciudadanos! Prometiste demostrar que vuestros danzadores son excelentes y lo has cumplido. Atónito me quedo al contemplarlos.

385 Así dijo. Alegróse la sacra potestad de Alcínoo y al punto habló así a los feacios, amantes de manejar los remos:

387 Alcínoo.- ¡Oid, caudillos y príncipes de los feacios! Paréceme el huésped muy sensato. Ea, pues, ofrescámosle los dones de la hospitalidad que esto es lo que cumple. Doce preclaros reyes gobernáis como príncipes la población y yo soy el treceno: traiga cada uno un manto bien lavado, una túnica y un talento de precioso oro; y vayamos todos juntos a llevárselo al huésped para que, al verlo en sus manos, asista a la cena con el corazón alegre. Y apacígüelo Euríalo con palabras y un regalo, porque no habló de conveniente modo.

398 Así les arengó. Todos lo aplaudieron y, poniéndolo por obra enviaron a sus respectivos heraldos para que les trajeran los presentes. Y Euríalo respondió de esta suerte:

401 Eurialo.- ¡Rey Alcínoo, el más esclarecido de todos los ciudadanos! Yo apaciguaré al huésped, como lo mandas, y le daré esta espada de bronce, que tiene la empuñadura de plata y en torno suyo una vaina de marfil recién cortado. Será un presente muy digno de tal persona.

406 Diciendo así, puso en las manos de Odiseo la espada guarnecida de argenteos clavos y pronunció estas aladas palabras:

408 Euríalo.- ¡Salud, padre huésped! Si alguna de mis palabras te ha molestado, llévensela cuanto antes los impetuosos torbellinos. Y las deidades te permitan ver nuevamente a tu esposa y llegar a tu patria, ya que hace tanto tiempo que padeces trabajos lejos de los tuyos.

Canto IX

1.- En la isla de los Cíclopes (vv. 172-195; 216-536)

Desde allí proseguimos navegando con el corazón acongojado, y llegamos a la tierra de 1os Cíclopes, los soberbios, los sin ley; los que, obedientes a los inmortales, no plantan con sus manos frutos ni labran la tierra, sino que todo les nace sin sembrar y sin arar: trigo y cebada y viñas que producen vino de gordos racimos; la lluvia de Zeus se los hace crecer. No tienen ni ágoras donde se emite consejo ni leyes; habitan las cumbres de elevadas montañas en profundas cuevas y cada uno es legislador de sus hijos y esposas, y no se preocupan unos de otros.

172 "Odiseo.- Quedaos aquí mis fieles amigos49, y yo con mi nave y mis compañeros iré allá y procuraré averiguar qué hombres son aquellos: si son violentos, salvajes e injustos, u hospitalarios y temerosos de las deidades.

177 "Cuando así hube hablado, subí a la nave y ordené a los compañeros que me siguieran y desataran las amarras. Ellos se embarcaron al instante y, sentándose por orden en los bancos, comenzaron a batir con los remos el espumoso mar. Y tan luego como llegamos a dicha tierra, que estaba próxima, vimos en uno de los extremos y casi tocando al mar una excelsa gruta, a la cual daban sombra algunos laureles: en ella reposaban muchos hatos de ovejas y de cabras, y en contorno había una alta cerca labrada con piedras profundamente hundidas, grandes pinos y encinas de elevada copa. Allí moraba un varón gigantesco, solitario, que entendía en apacentar rebaños lejos de los demás hombres, sin tratarse con nadie; y apartado de todos, ocupaba su ánimo en cosas inicuas. Era un monstruo horrible y no se asemejaba a los hombres que viven de pan, sino a una selvosa cima que entre altos montes se presentase aislada de las demás cumbres.

193 Entonces ordené a mis fieles compañeros que se quedasen, a guardar la nave; escogí los doce mejores y juntos echamos a andar, con un pellejo de cabra lleno de negro y dulce vino.

.........................216 Pronto llegamos a la gruta; mas no dimos con el, porque estaba apacentando las pingues

ovejas. Entramos y nos pusimos a contemplar con admiración y una por una todas las cosas: había zarzos cargados de quesos; los establos rebosaban de corderos y cabritos, hallándose encerrados separadamente los mayores, los medianos y los recentales; y goteaba el suero de todas las vasijas, tarros y barreños, de que se servía para ordeñar. Los compañeros empezaron a suplicarme que nos apoderásemos de algunos quesos y nos fuéramos; y que luego, sacando prestamente de los establos los cabritos y los corderos, y conduciéndolos a la velera nave, surcáramos de nuevo el salobre mar. Mas yo no me dejé persuadir -mucho mejor hubiera sido seguir su consejo- con el propósito de ver a aquél y probar si me ofrecería los dones de la hospitalidad. Pero su venida no había de serles grata a mis compañeros.

231 Encendimos fuego, ofrecimos un sacrificio a los dioses, tomamos algunos quesos, comimos, y le aguardamos, sentados en la gruta, hasta que volvió con el ganado. Traía una gran carga de leña seca para preparar su comida y descargola dentro de la cueva con tal estruendo que nosotros, llenos de temor, nos refugiamos apresuradamente en lo más hondo de la misma. Luego metió en el espacioso antro todas las pingues ovejas que tenía que ordeñar, dejando a la puerta, dentro del recinto de altas paredes, los carneros y los bucos. Después cerró la puerta con un pedrejón grande y pesado que llevó a pulso y que no hubiesen podido mover del suelo veintidós sólidos carros de cuatro ruedas. ¡Tan inmenso era el peñasco que colocó en la entrada! Sentóse en seguida, ordeñó las ovejas y las baladoras cabras,

49 También aquí, como en el episodio de Circe, el día decisivo comienza con una asamblea.

todo como debe hacerse, y a cada una le puso su hijito. A la hora, haciendo cuajar la mitad de la blanca leche, la amontonó en canastillos de mimbre, y vertió la restante en unos vasos para bebérsela y así le, serviría de cena. Acabadas con prontitud tales faenas, encendió fuego y, al vernos, nos hizo estas preguntas:

252 Polifemo.- ¡Oh forasteros! ¿Quiénes sois? ¿De dónde llegasteis navegando por húmedos caminos? ¿Venís, por algún negocio o andáis por el mar, a la ventura, como los piratas que divagan, exponiendo su vida y produciendo daño a los hombres de extrañas tierras?

256 Así dijo. Nos quebraba el corazón el temor que nos produjo su voz grave y su aspecto monstruoso. Mas, con todo eso, le respondí de esta manera:

259 Odiseo.- Somos aqueos a quienes extraviaron, al salir de Troya, vientos de toda clase que nos llevan por el gran abismo del mar: deseosos de volver a nuestra patria, llegamos aquí por otra ruta, por otros caminos, porque de tal suerte debió ordenarlo Zeus. Nos preciamos de ser guerreros de Agamenón Atrida cuya gloria es inmensa debajo del cielo -¡tan grande ciudad ha destruido y a tantos hombres ha hecho perecer! y venimos a abrazar tus rodillas por si quisieras presentarnos los dones de la hospitalidad o hacernos algún otro regalo, como es costumbre entre los huéspedes. Respeta, pues, a los dioses, varón excelente; que nosotros somos ahora tus suplicantes. Y a suplicantes y forasteras los venga Zeus hospitalario, el cual acompaña a los venerados huéspedes.

272 Así le hablé; y respondióme en seguida con ánimo cruel:273 Polifemo.- ¡Oh forastero! Eres un simple o vienes de lejas tierras cuando me exhortas a

temer a los dioses y a guardarme de su cólera; que los Cíclopes no se cuidan de Zeus, que lleva la égida, ni de los bienaventurados númenes, porque aun les ganan en ser poderosos; y yo no te perdonaría ni a ti ni a tus compañeros por temor a la enemistad de Zeus, si mi ánimo no me lo ordenase. Pero dime en que sitio, al venir, dejaste la bien construida embarcación: si fue, por ventura, en lo más apartado de la playa o en un paraje cercano, a fin de que yo lo sepa.

281 Así dijo para tentarme. Pero su intención no me pasó inadvertida a mí, que sé tanto, y de nuevo le hablé con engañosas palabras:

283 Odiseo.- Posidón, que sacude la tierra, rompió mi nave llevándosela a un promontorio y estrellándola contra las rocas, en los confines de vuestra tierra; el viento que soplaba del ponto se la llevó y pude librarme, junto con estos, de una muerte terrible.

287 Así le dije. El Cíclope, con ánimo cruel, no me dio respuesta; pero, levantándose de súbito, echó mano a los compañeros, agarró a dos y, cual si fuesen cachorrillos, arrojólos a tierra con tamaña violencia que el encéfalo fluyó al suelo y mojó el piso. De contado despedazó los miembros, se aparejó una cena y se puso a comer como montaraz león, no dejando ni los intestinos, ni la carne, ni los medulosos huesos. Nosotros contemplábamos aquel horrible espectáculo con lágrimas en los ojos, alzando nuestras manos a Zeus; pues la desesperación se había señoreado de nuestro ánimo. El Cíclope, tan luego como hubo llenado su enorme vientre, devorando carne humana y bebiendo encima leche sola, se acostó en la gruta tendiéndose en medio de las ovejas. Entonces formé en mi magnánimo corazón el propósito de acercarme a él y, sacando la aguda espada que colgaba de mi muslo, herirle el pecho donde las entrañas rodean el hígado, palpándolo previamente; mas otra consideración me contuvo. Habríamos, en efecto, perecido allí de espantosa muerte, a causa de no poder apartar con nuestras manos el grave pedrejón que el Cíclope colocó en la alta entrada. Y así, dando suspiros, aguardamos que apareciera la divina Aurora.

307 Cuando se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, el Cíclope encendió fuego y ordeñó las gordas ovejas, todo como debe hacerse, y a cada una le puso su hijito. Acabadas con prontitud tales faenas, echó mano a otros dos de los míos, y con ellos se aparejó el almuerzo. En acabando de comer, sacó de la cueva los pingues ganados, removiendo con facilidad el enorme pedrejón de la puerta; pero al instante lo volvió a colocar, del mismo modo que si a un carcaj le pusiera su tapa. Mientras el Cíclope aguijaba con gran estrépito sus pingues rebaños hacia el monte, yo me quedé meditando siniestras trazas, por si de algún modo pudiese vengarme y Atenea me otorgara la victoria. Al fin parecióme que la mejor resolución sería la siguiente. Echada en el suelo del establo vetase una gran clava de olivo verde, que el Cíclope había cortado para llevarla cuando se secase. Nosotros, al contemplarla, la comparábamos con el mástil de un negro y ancho bajel de transporte que tiene veinte

remos y atraviesa el dilatado abismo del mar: tan larga y tan gruesa se nos presentó a la vista 50. Acerquéme a ella y corté una estaca como de una braza, que di a los compañeros mandándoles que la puliesen. No bien la dejaron lisa, agucé uno de sus cabos, la endurecí, pasándola por el ardiente fuego, y la oculté cuidadosamente debajo del abundante estiércol esparcido por la gruta. Ordené entonces que se eligieran por suerte los que, uniéndose conmigo, deberían atreverse a levantar la estaca y clavarla en el ojo del Cíclope cuando el dulce sueño le rindiese.Cayóles la suerte a los cuatro que yo mismo hubiera escogido en tal ocasión, y me junté con ellos formando el quinto. Por la tarde volvió el Cíclope con el rebaño de hermoso vellón, que venía de pacer, e hizo entrar en la espaciosa gruta a todas las pingues reses, sin dejar a ninguna dentro del recinto; ya porque sospechase algo, ya porque algún dios así se lo ordenara. Cerró la puerta con el pedrejón, que llevó a pulso; sentóse, ordeñó las ovejas y las baladoras cabras, todo como debe hacerse, y a cada una le puso su hijito. Acabadas con prontitud tales cosas, agarró a otros dos de mis amigos y con ellos se aparejó la cena. Entonces lleguéme al Cíclope y, teniendo en la mano una copa de negro vino, le hablé de esta manera:

347 Odiseo.- Toma, Cíclope, bebe vino, ya que comiste carne humana, a fin de que sepas qué bebida se guardaba en nuestro buque. Te lo traía para ofrecer una libación en el caso de que te apiadases de mí y me enviaras a mi casa, pero tú te enfureces de tal modo. ¡Cruel! ¿Cómo vendrá en lo sucesivo ninguno de los hombres que existen, si no te portas como debieras?

353 Así le dije. Tomó el vino y bebióselo. Y gustóle tanto el dulce licor que me pidió más.355 Polifemo.- Dame de buen grado mas vino y hazme saber inmediatamente tu nombre para

que te ofrezca un don hospitalario con el cual te huelgues. Pues también a los Cíclopes la fertil tierra les produce vino en gruesos racimos, que crecen con la lluvia envíada por Zeus; mas esto se compone de ambrosia y néctar.

360 Así le hablé; y volví a servirle el negro vino: tres veces se lo presenté y tres veces bebió incautamente. Y cuando los vapores del vino envolvieron la mente del Cíclope, díjele con suaves palabras:

364 Odiseo.- ¡Cíclope! Preguntas cuál es mi nombre ilustre, y voy a decírtelo; pero dame el presente de hospitalidad que me has prometido. Mi nombre es Nadie; y Nadie me llaman mi madre, mi padre y mis compañeros todos.

368 Así le hablé; y en seguida me respondió, con ánimo cruel: 369 Polifemo.- A Nadie me lo comeré el último, después de sus compañeros, y a todos los

demás antes que a él: tal será el don hospitalario que te ofrezca.371 Dijo, tiróse hacia atrás y cayó de espaldas. Así echado, dobló la gruesa cerviz y vencióle ce

sueño, que todo lo rinde: salíale de la garganta el vino con pedazos de carne humana, y eructaba por estar cargado de vino. Entonces metí la estaca debajo del abundante rescoldo, para calentarla, y animé con mis palabras a todos los compañeros; no fuera que alguno, poseído de miedo, se retirase. Mas cuando la estaca de olivo, con ser verde, estaba a punto de arder y relumbraba intensamente, fui y la saqué del fuego; rodeáronme mis compañeros, y una deidad nos infundió gran audacia. Ellos, tomando la estaca de olivo, hincáronla por la aguzada punta en el ojo del Cíclope; y yo, alzándome, hacíala girar por arriba. De la suerte que cuando un hombre taladra con el barreno el mástil de un navío, otros lo mueven por debajo con una correa que asen por ambas extremidades, y aquél da vueltas continuamente: Así nosotros, asiendo la estaca de ígnea punta, la hacíamos girar en el ojo del Cíclope y la sangre brotaba alrededor del caliente palo. Quemóle el ardoroso vapor párpados y cejas, en cuanto la pupila estaba ardiendo y sus raíces crepitaban por la acción del fuego.

Así como el broncista, para dar el temple que es la fuerza del hierro51 sumerge en agua fría una gran segur o un hacha que rechina grandemente: de igual manera rechinaba el ojo del Cíclope en torno de la estaca de olivo. Dio el Cíclope un fuerte y horrendo gemido, retumbó la roca, y nosotros, amedrentados, huímos prestamente; mas sé se arrancó la estaca, toda manchada de sangre, arrojóla

50 Nuevamente se habla aquí del tipo de embarcación pesada, que debe tener un velamen apropiado para que en sus largos viajes pueda aprovechar mejor el viento, ya que su estructura no permite un gran número de remeros, como si los tiene la nave de cabotaje.51 Aquí puede apreciarse una de las anacronías de las que se hablaba en el capítulo sobre Historicidad del Epos; si en la edad homérica se hubiese conocido el temple del hierro no se habrían usado herramientas de bronce, sobretodo las hachas de este metal.

furioso lejos de sí y se puso a llamar con altos gritos a los Cíclopes que habitaban a su alrededor, dentro de cuevas, en los ventosos promontorios. En oyendo sus voces acudieron muchos, quien por un lado y quien por otro, y parándose junto a la cueva, le preguntaron que le angustiaba:

403 Los cíclopes.- ¿Por qué tan enojado, oh Polifemo, gritas de semejante modo en la divina noche, despertándonos a todos? ¿Acaso algún hombre se lleva tus ovejas mal de tu grado? ¿O, por ventura, te matan con engaño o con fuerza?

407 Respondióles desde la cueva el robusto Polifemo:408 Polifemo.- ¡Oh amigos! Nadie me mata con engaño, no con fuerza.409 Y ellos le contestaron con estas aladas palabras:410 Los cíclopes.- Pues si nadie te hace fuerza; ya que estás solo, no es posible evitar la

enfermedad que envía el gran Zeus; pero ruega a tu padre, el soberano Posidón. 413 Apenas acabaron de hablar, se fueron todos; y yo me reí en mi corazón de cómo mi nombre

y mi excelente artificio les habían engañado. El Cíclope, gimiendo por los grandes dolores que padecía, anduvo a tientas, quitó el peñasco de la puerta y se sentó en la entrada, tendiendo los brazos por si lograba echar mano a alguien que saliera con las ovejas; ¡tan mentecato esperaba que yo fuese! Mas yo meditaba cómo pudiera aquel lance acabar mejor, y si hallaría algún arbitrio para librar de la muerte a mis compañeros y a mi mismo. Revolví toda clase de engaños y de artificios, como que se trataba de la vida y un gran mal era inminente, y al fin parecióme la mejor resolución la que voy a decir: Había unos carneros bien alimentados, hermosos, grandes, de espesa y oscura lana; y, sin desplegar los labios, los até de tres en tres, entrelazando mimbres de aquellos sobre los cuales dormía el monstruoso e injusto Cíclope: y así el del centro llevaba a un hombre y los otros dos iban a entrambados lados para que salvaran a mis compañeros. Tres carneros llevaban, por tanto, a cada varón; mas yo, viendo que había otro carnero que sobresalía entre todas las reses, lo así por la espalda, me deslicé al vedijudo vientre y me quedé agarrado con ambas manos a la abundantísima lana, manteniéndome en esta postura con ánimo paciente. Así, profiriendo suspiros, aguardamos la aparición de la divina Aurora.

437 Cuando se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, los machos salieron presurosos a pacer, y las hembras, como no se las había ordeñado, balaban en el corral con las ubres retesadas. Su amo, afligido por los dolores, palpaba el lomo a todas las reses, que estaban de pie y el simple no advirtió que mis compañeros iban atados a los pechos de los vedijudos animales. El último en tomar el camino de la puerta fue mi carnero, cargado de su lana y de mi mismo que pensaba en muchas

cosas52. Y el robusto Polifemo lo palpó y así le dijo:447 Polifemo.- ¡Carnero querido! ¿Por qué sales de la gruta el postrero del rebaño? Nunca te

quedaste detrás de las ovejas, sino que, andando a buen paso, pacías el primero las tiernas flores de la hierba, llegabas el primero a las corrientes de los ríos y eras quien primero deseaba volver al establo al caer de la tarde; mas ahora vienes, por el contrario, el último de todos. Sin duda echarás de menos el ojo de tu señor, a quien cegó un hombre malvado con sus perniciosos compañeros, perturbándole las mientes con el vino. Nadie, pero me figuro que aun no se ha librado de una terrible muerte. ¡Si tuvieras mis sentimientos y pudieses hablar, para indicarme dónde evita mi furor! Pronto su cerebro, molido a golpes, se esparciría aquí y acullá por el suelo de la gruta, y mi corazón se aliviaría de los daños que me ha causado ese despreciable Nadie.

461 Diciendo así, dejó el carnero y lo echó fuera. Cuando estuvimos algo apartados de la cueva y del corral, soltéme del carnero y desaté a los amigos. Al punto antecogimos aquellas gordas reses de gráciles piernas y, dando muchos rodeos, llegamos por fin a la nave. Nuestros compañeros se alegraron de vernos a nosotros, que nos habíamos librado de la muerte, y empezaron a gemir y a sollozar por los demás. Pero yo, haciéndoles una señal con las cejas, les prohibí el llanto y les mandé que cargaran presto en la nave muchas de aquellas reses de hermoso vellón y volviéramos a surcar el agua salobre. Embarcáronse en seguida y, sentándose por orden en los bancos, tornaron a batir con los remos el espumoso mar. Y, en estando tan lejos cuanto se deja oir un hombre que grita, hablé al Cíclope con estas mordaces palabras:

52 Muchos de los comentaristas antiguos pensaban que en estos versos el poeta quería dar una lección sobre el comportamiento que debían mantener los jefes en situaciones de riesgo o de peligro: la actitud correcta era la que había asumido Odiseo al salir último, después de haber salvado a sus compañeros.

475 Odiseo.- ¡Cíclope! No debías emplear tu gran fuerza para comerte en la honda gruta a los amigos de un varón indefenso. Las consecuencias de tus malas acciones habían de alcanzarte, oh cruel, ya que no temiste devorar a tus huéspedes en tu misma morada: por esto Zeus y los demás dioses te han castigado.

480 Así le dije; y el, airándose más en su corazón, arrancó la cumbre de una gran montaña, arrojóla delante de nuestra embarcación de azulada proa, y poco faltó para que no diese en la extremidad del gobernalle. Agitóse el mar por la caída del peñasco, y las olas, al refluir desde el ponto, empujaron la nave hacia el continente y la llevaron a tierra firme. Pero yo, asiendo con ambas manos un largísimo botador, echéla al mar y ordené a mis compañeros, haciéndoles con la cabeza silenciosa señal, que apretaran con los remos a fin de librarnos de aquel peligro. Encorváronse todos y empezaron a remar. Mas, al hallarnos dentro del mar, a una distancia doble de la de antes, hablé al Cíclope, a pesar de que mis compañeros me rodeaban y pretendían disuadirme con suaves palabras unos por un lado y otros por el opuesto:

494 Los compañeros.- ¡Desgraciado! ¿Por qué quieres irritar a ese hombre feroz que con lo que tiró al ponto hizo volver la nave a tierra firme donde creímos encontrar la muerte? Si oyera que alguien da voces o habla, nos aplastaría la cabeza y el maderamen del barco, arrojándonos áspero peñón. Tan lejos llegan sus tiros!

500 Así se expresaban. Mas no lograron quebrantar la firmeza de mi corazón magnánimo; y, con el corazón irritado, le hablé otra vez con estas palabras:

502 Odiseo.- ¡Cíclope! Si alguno de los mortales hombres te pregunta la causa de tu vergonzosa ceguera, dile que quien te privó del ojo fue Odiseo, el asolador de ciudades, hijo de Laertes, que tiene su casa en Itaca.

506 Así dije; y él, dando un suspiro, respondió:507 Polifemo.- ¡Oh dioses! Cumpliéronse los antiguos pronósticos. Hubo aquí un adivino

excelente y grande, Telemo Eurímida, el cual descollaba en el arte adivinatoria y llegó a la senectud profetizando entre los Cíclopes: éste, pues, me vaticinó lo que hoy sucede: que sería privado de la vista por mano de Odiseo. Mas esperaba yo que llegase un varón de gran estatura, gallardo, de mucha fuerza; y es un hombre pequeño, despreciable y menguado quien me cegó el ojo, subyugándome con el vino. Pero, ea, vuelve, Odiseo, para que te ofrezca los dones de la hospitalidad y exhorte al ínclito dios que bate la tierra, a que te conduzca a la patria; que soy su hijo y él se gloria de ser mi padre. Y será él, si le place, quien me curara y no otro alguno de los bienaventurados dioses ni de los mortales hombres.

522 Habló, pues, de esta suerte; y le contesté diciendo:523 Odiseo.- ¡Así pudiera quitarte el alma y, la vida, y enviarte a la morada de Hades, como ni

el mismo dios que sacude la tierra te curaraáel ojo!526 Así dije. Y el Cíclope oró en seguida al soberano Posidón, alzando las manos al estrellado

cielo:528 Polifemo.- ¡Oyeme, Posidón, que ciñes la tierra, dios de cerúlea cabellera! Si en verdad soy

hijo tuyo y tu te glorias de ser mi padre, concédeme que Odiseo, el asolador de ciudades, hijo de Laertes, que tiene su casa en Itaca, no vuelva nunca a su palacio. Mas si le está destinado que ha de ver a los

suyos y volver a su bien construida casa53 y a su patria, sea tarde y mal, en nave ajena, después de perder todos los compañeros, y se encuentre con nuevas cuitas en su morada.

536 Así dijo rogando, y le oyó el dios de cerúlea cabellera.

CANTO XI

Odiseo y Aquiles en el Hades, XI.

53 Ha sido observado (V. Bérard) que si estos versos puestos en labios de Polifemo no son una interpolación, hacen superflua la predicción de Tiresias, de la que repiten la parte final. No tiene mayor sentido que Odiseo reciba por tres veces la misma información: primero por el Cíclope, en seguida por Tiresias y finalmente por Circe. Por coherencia textual, por claridad y por oportunidad la más auténtica parece ser la de Tiresias (canto XI) quien en términos precisos dice a Odiseo "tu volverás a tu casa".

Así nos contestábamos con palabras tristes y estábamos en pie acongojados, derramando gruesas lágrimas. Llegó después el alma del Pelida Aquiles y la de Patroclo, y la del irreprochable Antíloco y la de Ayax, el más hermoso de aspecto y cuerpo entre los dánaos después del irreprochable hijo de Peleo. Reconocióme el alma del Eacida de pies veloces y, lamentándose, me dijo aladas palabras:

“Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides, desdichado, ¿qué acción todavía más grande preparas en tu mente? ¿Cómo te has atrevido a descender a Hades, donde habitan los muertos, los que carecen de sentidos, los fantasmas de los mortales que han perecido?”Así habló, y yo, respondiéndole, dije:

“Aquiles, hijo de Peleo, el más excelente de los aqueos, he venido en busca de un vaticinio de Tiresias, por si me revelaba algún plan para poder llegar a la escarpada Itaca; que aún no he llegado cerca de Acaya ni he desembarcado en mi tierra, sino que tengo desgracias continuamente. En cambio, Aquiles, ningún hombre es más feliz que tú, ni de los de antes ni de los que vengan; pues antes, cuando vivo, te honrábamos los argivos igual que a los dioses, y ahora de nuevo imperas poderosamente sobre los muertos aquí abajo. Conque no te entristezcas de haber muerto, Aquiles.”

Así hablé, y él, respondiéndome, dijo: “No intentes consolarme de la muerte, noble Odiseo. Preferiría estar sobre la tierra y servir en casa de un hombre pobre, aunque no tuviera gran hacienda, que ser el soberano de todos los cadáveres, de los muertos. Pero, vamos, dime si mi hijo ha marchado a la guerra para ser el primer guerrero o no. Dime también si sabes algo del irreprochable Peleo, si aún conserva sus prerrogativas entre los numerosos mirmidones, o lo desprecian en la Hélade y en Ptía porque la vejez le sujeta las manos y los pies, pues ya no puedo servirle de ayuda bajo los rayos del sol, aunque tuviera el mismo vigor que en otro tiempo, cuando en la amplia Troya mataba a los mejores del ejército defendiendo a los argivos. Si me presentara de tal guisa, aunque fuera por poco tiempo, en casa de mi padre, haría odiosas mis poderosas e invencibles manos a cualquiera de aquellos que le hacen violencia y lo excluyen de sus honores.”

CANTO XIV

1.- Los bienes de Odiseo en Itaca (vv. 5-20; 97-105)

5 Hallóle sentado en el vestíbulo de la majada excelsa, hermosa y grande, construida en lugar descubierto, que se andaba toda ella alrededor; la cual había labrado el mismo porquerizo para los cerdos del ausente rey, sin ayuda de su ama ni del anciano Laertes, empleando piedras de acarreo y cercándola con un seto espinoso. Puso fuera de la majada, acá y acullá, una larga serie de espesas estacas, que había cortado del corazón de unas encinas; y construyó dentro doce pocilgas muy juntas en que se echaban los puercos. En cada tina tenía encerradas cincuenta hembras paridas de puercos, que se acuestan en el suelo; y los machos pasaban la noche fuera, siendo su número mucho menor porque los pretendientes, iguales a los dioses, los disminuían comiéndose siempre el mejor de los puercos gordos, que les enviaba el porquerizo.

.........................Pues la hacienda de mi amo era cuantiosísima, tanto como la de ninguno de los héroes que viven

en el negro continente o en la propia Itaca y ni juntando veinte hombres la suya pudieran igualarla. Te la

voy a especificar. Doce vacadas hay en el continente79; y otros tantos ganados de ovejas, otras tantas piaras de cerdos, y otras tantas copiosas manadas de cabras apacientan allá sus pastores y gente asalariada. Aquí pacen once hatos numerosos de cabras en la extremidad del campo, y los vigilan buenos pastores.

79 En esta descripción se confirma que la fortuna o el capital de esos tiempos eran los metales y el ganado; pero debido a la configuración topográfica de la isla este último estaba repartido según sus necesidades alimenticias: los cerdos en una planicie boscosa al sur; las cabras en los montes del norte y tanto las ovejas como los bueyes son enviados a pastar a tierras vecinas y trasportados en barca para su consumo en la isla.

2.- La cena de los pastores (vv. 418-437; 446-456)

Cortó leña con el despiadado bronce, mientras los pastores introducían un gordísimo puerco de cinco años que dejaron junto al hogar; y el porquerizo no se olvidó de los inmortales, pues tenía buenos sentimientos: ofrecióles las primicias, arrojando en el fuego algunas cerdas de la cabeza del puerco de blanca dentadura, y pidió a todos los dioses que el prudente Odiseo volviera a su casa. Después alzó el brazo y con un tronco de encina que había dejado al cortar leña hirió al puerco, que cayó exánime. Ellos lo degollaron, lo chamuscaron y seguidamente lo partieron en pedazos. El porquerizo empezó tomando una parte de cada miembro del animal, envolvió en pingüe grasa los trozos crudos y, polvoreándolos de blanca harina, los echó en el fuego. Dividieron lo restante en pedazos más chicos que espetaron en los asadores, los asaron cuidadosamente y, retirándolos del fuego, los colocaron todos juntos encima de la mesa. Levantóse a hacer partes el porquerizo, cuya mente tanto apreciaba la justicia, y, dividiendo los trozos, formó siete porciones: ofreció una a las Ninfas y a Hermes, hijo de Maya, a quienes dirigió votos, y distribuyó las demás a los comensales.

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Sacrificó las primicias a los sempiternos dioses y, libando el negro vino, puso la copa en manos de Odiseo, asolador de ciudades, que junto a su porción estaba sentado. Repartióles el pan Mesaulio, a quien el porquerizo había adquirido por sí solo, en la ausencia de su amo y sin ayuda de su dueña ni del anciano Laertes, comprándolo a unos tafios con sus propios bienes. Todos metieron mano en las viandas que tenían delante. Y así que hubieron satisfecho el deseo de comer y de beber, Mesaulio quitó el pan, y ellos, hartos de pan y de carne, fuéronse sin dilación a la cama.

CANTO XXIII

1.- Penélope reconoce a Odiseo (vv. 177-242)

Penélope.- Ve, Euriclea, y ponle la fuerte cama en el exterior de la sólida habitación que construyó él mismo: sácale allí la fuerte cama y aderézale el lecho con pieles, mantas y colchas espléndidas.

181 Habló de semejante modo para probar a su marido; pero Odiseo, irritado, díjole a la honesta esposa:

183 Odiseo.- ¡Oh mujer! En verdad que me da gran pena lo que has dicho. ¿Quién me habrá trasladado el lecho? Difícil le fuera hasta al más hábil, si no viniese un dios a cambiarlo fácilmente de sitio; mas ninguno de los mortales que hoy viven, ni aun de los más jóvenes, lo movería con facilidad, pues hay una gran señal en el labrado lecho que hice yo mismo y no otro alguno. Creció dentro del patio un olivo de alargadas hojas, robusto y floreciente, que tenía el grosor de una columna. En torno suyo labré las paredes de mi cámara, empleando multitud de piedras; la cubrí con excelente techo y la cerré con puertas sólidas, firmemente ajustadas. Después corté el ramaje de aquel olivo de alargadas hojas; pulí con el bronce su tronco desde la raíz, haciéndolo diestra y hábilmente; lo enderecé por medio de un nivel para convertirlo en pie de la cama, y lo taladré todo con un barreno. Comenzando por este pie, fui haciendo y pulimentando la cama hasta terminarla; la adorné con oro, plata y marfil; y extendí en su parte interior unas vistosas correas de piel de buey, teñidas de púrpura. Tal es la señal que te doy; pero ignoro, oh mujer, si mi lecho sigue incólume o ya lo trasladó alguno, habiendo cortado el pie de olivo.

205 Así le dijo; y Penélope sintió desfallecer sus rodillas y su corazón, al reconocer las señales que Odiseo daba con tal certidumbre. Al punto corrió a su encuentro, derramando lágrimas; echóle los brazos alrededor del cuello, le besó en la cabeza y le dijo:

209 Penélope.- No te enojes conmigo, Odiseo, ya que eres en todo el más circunspecto de los hombres; y las deidades nos enviaron la desgracia y no quisieron que gozásemos juntos de nuestra

mocedad, ni que juntos llegáramos al umbral de la vejez. Pero no te enfades conmigo, ni te irrites si no te abracé, como ahora, tan luego como estuviste en mi presencia; que mi ánimo, aca dentro del pecho, temía horrorizado que viniese algún hombre a engañarme con sus palabras, pues son muchos los que traman perversas astucias. Ahora, como acabas de referirme las señales evidentes de nuestra cama, que no vio mortal alguno sino solos tu y yo, y una esclava, Actoris, que me había dado mi padre al venirme acá y custodiaba la puerta de nuestra sólida estancia, has logrado dar el convencimiento a mi ánimo, con tenerlo yo tan obstinado.

231 Diciendo de esta guisa, acrecentóle el deseo de sollozar; y Odiseo lloraba, abrazado a su dulce y honesta esposa. Así como la tierra aparece grata a los que vienen nadando porque Posidón les hundió en el ponto la bien construida embarcación, haciéndola juguete del viento y del gran oleaje; y unos pocos, que consiguieron salir nadando del espumoso mar al continente, lleno el cuerpo de sarro, pisan la tierra muy alegres porque se ven libres de aquel infortunio: pues de igual manera le era agradable a Penélope la vista del esposo y no le quitaba del cuello los níveos brazos.