il; · que decir: «solamente voy a pasear al perro.» ... -cómo te diviertes, ... «tú y tu ropa...

10
____ il; ---------------- LA HOGUERA DE LAS VANIDADES* Tom Wol EL AMO DEL UNIVERSO P recisamente en este momento, en uno de esos elegantes pisos de propiedad si- tuados en Park Avenue y que tanto ob- sesionaban al alcalde... techos de cuatro metros... dos alas, una para los protestantes-an- glosajones-blancos y otra para el servicio... Sher- man McCoy estaba en cuclillas, en mitad del gran vestíbulo, tratando de ponerle la correa a un dachshund. El piso de mármol verde oscuro se extendía interminablemente a su alrededor. Por un lado conducía a una escalera de nogal que descendía en una suntuosa curva desde el piso superior. Era esa clase de piso cuya sola ide asta para encender hogueras de envidia y codicia a la gente de todo Nueva York o, si va- mos a eso, de todo el mundo. Pero Sherman só- lo ardía en deseos de salir de este buloso pisa- za durante al menos treinta minutos. De modo que ahí estaba, en cuclillas, pelean- do con un perro. El dachshund era, a su modo de ver, su visado de salida. V endo a She_rman McCoy así agachado, y vestido �on camisa a cuadros, pantalones caqui y mocasmes de yate, nadie podría adivinar el im- presionante aspecto que suele tener. Joven aún... treinta y ocho años... alto... casi metro ochenta y cinco... tremendamente apuesto... tre- mendo hasta lo imperioso... tan imperioso como su papá, el León de Dunning Sponget... una es- pesa melena rubio rojizo... nariz larga... mentón prominente... Estaba orgulloso de su mentón. El mentón McCoy; como el del León. Un mentón viril, un mentón grande y redondeado como el que tenían antaño los hombres de Yale retrata- dos por Gibson y Leyendecker, un mentón aris- tocrático, pensaba Sherman. Que también era ex alumno de Yale, un hombre de Yale. Pero en este momento todo su aspecto tenía que decir: «Solamente voy a pasear al perro.» El dachshund parecía saber lo que le aguarda- ba. Se escabullía una y otra vez. Las torcidas pa- tas del animal eran engañosas. En cuanto uno trataba de agarrarle, el bicho se convertía en un musculoso tubo montado sobre dos piernas rtísimas. Intentando atraparle Sherman se lanzó hacia él. Pero se dio con ua rótula en el piso de mármol. El dolor le enreció. -iVenga, Marshall! -murmuraba entre dien- tes-. Quédate quieto, maldita sea. El perro volvió a escabullirse, y Sherman vol- * Novela de próxima publicación en Editorial Anagrama. 4 vió a darse un rodillazo. Ahora no estaba sola- mente cabreado con el bicho sino también con su mujer. Eran las ntasías de su mujer, que se las daba de decoradora de interiores lo que ha- bía producido como resultado esta �norme ex- tensión de mármol. La diminuta puntera de se- da del zapato de una mujer: ahí estaba ella. -Cómo te diviertes, Sherman. lQué demo- nios estás haciendo? -Me voy con Marshall, a dar una vueltaaaa -sin alzar la cabeza. Vuelta había sonado, sin embargo más bien como un rugido, pues el dachshund había inten- tado llevar a cabo una maniobra serpenteante y Sherman le había rodeado el tronco con el brazo. -lSabes que está lloviendo? -Sí -sin mirar aún hacia arriba-, lo sé. Finalmente consiguió enganchar la correa con el collar del perro. -Parece que le hayas tomado repentinamente acto a Marshall. Alto ahí. lQué era eso? llronía? lAcaso ella sospechaba algo? Alzó la vista. Pero la sonrisa del rostro de su esposa era sin duda auténtica, agradabilísima... una sonrisa en- cantadora, sí... Sigue siendo una mujer muy atrac- tiva... con sus rasgos delgados y finos sus gran- des ojos de ese azul tan transparente' su espesa melena castaña... iPero ya tiene cuare�ta años... ! Un dato insoslayable... Hoy, atractiva... Mañana la gente sólo dirá que está bien conservada... Ella no tiene la culpa... iPero yo tampoco! -Se me ocurre una idea -dijo ella-. lPor qué no dejas que saque yo a Marshall? O podría de- cirle a Eddie que lo hiciera. Mira, tú subes y le lees un cuento a Campbell antes de que se duer- ma. Le encantará. No es ecuente que estés de regreso en casa tan temprano. lPor qué no su- bes con Campbell? Sherman la miró fijamente. iNo era una tram- pa! iEstaba siendo sincera! Sin embargo, zip zip zi ip zip zip zip zip, con unos cuantos golpes habiles, unas cuantas ases... ile hab atado de pies y manos! iCon clavos de culpa y de lógica! Y sin proponérselo siquiera. Por un lado, que Campbell estuviera tendida en su camita -imi única hija! ita absoluta inocen- cia e una niña de seis años!- esperando a que él subiera a leerle un cuento antes de dormirse... Mientras, él.... se dedicaba a lo que ese... iCul- pa! Y que Sherman siempre regresara tan tarde que casi nunca tuviese ocasión de verla... iOtra culpa! iY cómo quería a Campbell! iLa quería más que a nada en el mundo...! Y, para empeo- rar aún más las cosas: iqué lógica! El dulce rostro de esposa que Sherman miraba en este momen- to acababa de hacer una sugerencia amable y re- flexiva, lógica..., itan lógica que Sherman se ha- bía quedado sin habla! iNo había en el mundo entero mentiras suficientes para sortear tanta ló- gica! iY ella sólo pretendía ser amable! -Anda -le dijo ella-. A Campbell le encanta- rá. Ya me encargo yo de Marshall.

Upload: others

Post on 02-Jun-2020

5 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: il; · que decir: «Solamente voy a pasear al perro.» ... -Cómo te diviertes, ... «Tú y tu ropa y tu perro sois un insulto para nuestro ascensor de caoba». Sherman estaba furioso

____ il; ----------------

LA HOGUERA DE LAS

VANIDADES*

Tom Wolfe

EL AMO DEL UNIVERSO

Precisamente en este momento, en uno de esos elegantes pisos de propiedad si­tuados en Park Avenue y que tanto ob­sesionaban al alcalde ... techos de cuatro

metros ... dos alas, una para los protestantes-an­glosajones-blancos y otra para el servicio ... Sher­man McCoy estaba en cuclillas, en mitad del gran vestíbulo, tratando de ponerle la correa a un dachshund. El piso de mármol verde oscuro se extendía interminablemente a su alrededor. Por un lado conducía a una escalera de nogal que descendía en una suntuosa curva desde el piso superior. Era esa clase de piso cuya sola ide� �asta para encender hogueras de envidia y codicia a la gente de todo Nueva York o, si va­mos a eso, de todo el mundo. Pero Sherman só­lo ardía en deseos de salir de este fabuloso pisa­za durante al menos treinta minutos.

De modo que ahí estaba, en cuclillas, pelean­do con un perro. El dachshund era, a su modo de ver, su visado de salida.

V�endo a She_rman McCoy así agachado, y vestido �on camisa a cuadros, pantalones caqui y mocasmes de yate, nadie podría adivinar el im­presionante aspecto que suele tener. Joven aún ... treinta y ocho años ... alto ... casi metro ochenta y cinco ... tremendamente apuesto ... tre­mendo hasta lo imperioso ... tan imperioso como su papá, el León de Dunning Sponget... una es­pesa melena rubio rojizo ... nariz larga ... mentón prominente ... Estaba orgulloso de su mentón. El mentón McCoy; como el del León. Un mentón viril, un mentón grande y redondeado como el que tenían antaño los hombres de Yale retrata­dos por Gibson y Leyendecker, un mentón aris­tocrático, pensaba Sherman. Que también era ex alumno de Y ale, un hombre de Y ale.

Pero en este momento todo su aspecto tenía que decir: «Solamente voy a pasear al perro.»

El dachshund parecía saber lo que le aguarda­ba. Se escabullía una y otra vez. Las torcidas pa­tas del animal eran engañosas. En cuanto uno trataba de agarrarle, el bicho se convertía en un musculoso tubo montado sobre dos piernas fortísimas. Intentando atraparle Sherman se lanzó hacia él. Pero se dio con uiia rótula en el piso de mármol. El dolor le enfureció.

-iVenga, Marshall! -murmuraba entre dien­tes-. Quédate quieto, maldita sea.

El perro volvió a escabullirse, y Sherman vol-

* Novela de próxima publicación en Editorial Anagrama.

4

vió a darse un rodillazo. Ahora no estaba sola­mente cabreado con el bicho sino también con su mujer. Eran las fantasías de su mujer, que se las daba de decoradora de interiores lo que ha­bía producido como resultado esta �norme ex­tensión de mármol. La diminuta puntera de se­da del zapato de una mujer: ahí estaba ella.

-Cómo te diviertes, Sherman. lQué demo­nios estás haciendo?

-Me voy con Marshall, a dar una vueltaaaa-sin alzar la cabeza.

Vuelta había sonado, sin embargo más bien como un rugido, pues el dachshund había inten­tado llevar a cabo una maniobra serpenteante y Sherman le había rodeado el tronco con el brazo.

-lSabes que está lloviendo?-Sí -sin mirar aún hacia arriba-, lo sé.Finalmente consiguió enganchar la correa con

el collar del perro. -Parece que le hayas tomado repentinamente

afecto a Marshall. Alto ahí. lQué era eso? llronía? lAcaso ella

sospechaba algo? Alzó la vista. Pero la sonrisa del rostro de su esposa era sin

duda auténtica, agradabilísima ... una sonrisa en­cantadora, sí... Sigue siendo una mujer muy atrac­tiva ... con sus rasgos delgados y finos sus gran­des ojos de ese azul tan transparente' su espesa melena castaña ... iPero ya tiene cuare�ta años ... ! Un dato insoslayable ... Hoy, atractiva ... Mañana la gente sólo dirá que está bien conservada ... Ella no tiene la culpa... iPero yo tampoco!

-Se me ocurre una idea -dijo ella-. lPor quéno dejas que saque yo a Marshall? O podría de­cirle a Eddie que lo hiciera. Mira, tú subes y le lees un cuento a Campbell antes de que se duer­ma. Le encantará. No es frecuente que estés de regreso en casa tan temprano. lPor qué no su­bes con Campbell?

Sherman la miró fijamente. iNo era una tram­pa! iEstaba siendo sincera! Sin embargo, zip zip ziJ? �ip zip zip zip zip, con unos cuantos golpes habiles, unas cuantas frases ... ile había atado de pies y manos! iCon clavos de culpa y de lógica! Y sin proponérselo siquiera.

Por un lado, que Campbell estuviera tendida en su camita -imi única hija! ita absoluta inocen­cia �e una niña de seis años!- esperando a que él subiera a leerle un cuento antes de dormirse ... Mientras, él.... se dedicaba a lo que fuese ... iCul­pa! Y que Sherman siempre regresara tan tarde que casi nunca tuviese ocasión de verla ... iOtra culpa! iY cómo quería a Campbell! iLa quería más que a nada en el mundo ... ! Y, para empeo­rar aún más las cosas: iqué lógica! El dulce rostro de esposa que Sherman miraba en este momen­to acababa de hacer una sugerencia amable y re­flexiva, lógica ... , itan lógica que Sherman se ha­bía quedado sin habla! iNo había en el mundo entero mentiras suficientes para sortear tanta ló­gica! iY ella sólo pretendía ser amable!

-Anda -le dijo ella-. A Campbell le encanta­rá. Y a me encargo yo de Marshall.

Page 2: il; · que decir: «Solamente voy a pasear al perro.» ... -Cómo te diviertes, ... «Tú y tu ropa y tu perro sois un insulto para nuestro ascensor de caoba». Sherman estaba furioso

----�I; ___ _

5

El mundo estaba de patas arriba. lQué estaba haciendo él, el Amo del Universo, en el suelo, reducido a rebuscar en su cerebro alguna menti­rijilla que le permitiese sortear el obstáculo de la lógica de su esposa? Los Amos del Universo eran unos espeluznantes y rapaces muñecos de plástico con los que le gustaba jugar a su hija, que, aparte de eso, era perfecta. Tenían aspecto de dioses noruegos que fuesen al mismo tiempo levantadores de pesas, y se llamaban cosas como Dracon, Ahor, Mangelred y Blutong. Incluso dentro del campo de los juguetes de plástico, su vulgaridad era extraordinaria. Pero un día, en un arranque de euforia, después de haber descolga­do el teléfono para aceptar un pedido de bonos que habían supuesto para él una comisión de 50.000 dólares, así de sencillo, aquellas palabras habían brotado en su mente. En Wall Street, él y unos pocos más, lcuántos?, trescientos, cua­trocientos, quinientos a lo sumo... se habían convertido precisamente en eso, en Amos del Universo. iSin limitación alguna ... ! Naturalmen­te, jamás se le había ocurrido a Sherman pro­nunciar esta frase ante nadie. No era tonto. Pero no conseguía arrancarla de sus pensamientos. Y aquí estaba el Amo del Universo, de rodillas, con un perro, maniatado por la dulzura, la culpa y la lógica ... lPor qué no podía (siendo como era un Amo del Universo) explicárselo a su mujer, simplemente? Mira, Judy, todavía te quiero y quiero a nuestra hija y me gusta nuestra casa y me gusta nuestra vida y no quiero que cambie absolutamente nada; lo único que pasa es que yo, como Amo del Universo, un hombre aún jo­ven en el que hierve la savia, me merezco algo más de vez en cuando, cada vez que siento el impulso ... Pero sabía que jamás llegaría a expre­sar una idea así con palabras. De modo que em­pezó a bullir en su mente el resentimiento ... En cierto sentido, ella misma había sido la causante de su propia desgracia ... Esas mujeres cuya com­pañía tanto parece apreciar ella ahora ... esas ... esas ... La frase brinca hasta el centro de sus pen­samientos justo en este momento: Rayos X so­ciales ... Se mantienen tan delgadísimas que pa­recen placas de rayos X ... Sus huesos transpa­rentan la luz de las lámparas ... mientras hablan de interiores y de jardinería... y cuando meten sus descarnados miembros en esas medias tubu­lares de lycra para ir a su gimnasio ... iY tanto ejercicio no le sirve de nada, en absoluto ... ! Mira qué cara tan gastada, qué cuello tan arrugado ... Sherman se concentró en el rostro y el cuello de su mujer ... qué chupada ... Sí, seguro ... gimnasios y ejercicios ... que la convertirán en una de esas ...

Consiguió fabricar el suficiente resentimiento como para poner en marcha la famosa furia de los McCoy.

Notó que se le acaloraba el rostro. Bajó la ca­beza y gritó:

-Juuuuuuudy ...Un grito sofocado entre dientes. Unió el pul­

gar de su mano izquierda con el índice y el cora-

Page 3: il; · que decir: «Solamente voy a pasear al perro.» ... -Cómo te diviertes, ... «Tú y tu ropa y tu perro sois un insulto para nuestro ascensor de caoba». Sherman estaba furioso

____ il�----zón, alzó esos dedos apretados hasta situarlos delante de sus ojos entrecerrados y de sus firme­mente apretadas mandíbulas, y dijo:

-Mira ... estoy-a-punto-de-sacar-el-perro-a-pa­sear. .. De manera que voy-a-sacarle-a-pasear. .. ¿De acuerdo?

A mitad de la frase, comprendió que aquello era absolutamente desproporcionado en rela­ción con ... con ... Pero no pudo parar a tiempo. Ese era, al fin y al cabo, el secreto de las furias de los McCoy ... en Wall Street... en donde fue­ra... imperiosos excesos.

Judy apretó los labios. Sacudió la cabeza. - Haz lo que gustes, desde luego -dijo sin en­

tonación. Luego dio media vuelta, atravesó el vestíbulo y comenzó a subir la suntuosa escalera.

Aún de rodillas, Sherman la miró, pero ella no se volvió a mirarle a él. Haz lo que gustes. Ha­bía conseguido aplastarla. Victoria completa. Pe­ro también, victoria vacía.

Otro espasmo de culpa ... El Amo del l¡niverso se levantó y consiguió,

sin soltar la correa ponerse la trinchera. Era una gastada pero magnífica trinchera de algodón fo­rrada de caucho, una prenda inglesa, con mon­tones de hebillas y pliegues y piezas superpues­tas. Se la había comprado en Knoud, de Madi­son Avenue. En tiempos, su aspecto ajado le ha­bía parecido a Sherman justo lo que él buscaba, a juego con los zapatones Boston de gruesa piel agrietada. Ahora ya no estaba tan seguro. Tiró del dachshund con la correa y pasó del vestíbulo al rellano que daba al otro vestíbulo, el del as­censor, y pulsó el botón.

En lugar de seguir pagando a irlandeses de Queens y a portorriqueños del Bronx los 200.000 dólares anuales que se llevaban los tres turnos de ascensoristas, los dueños de los pisos habían decidido dos años atrás poner ascensores automáticos. Lo cual le convenía especialmente a Sherman en esta ocasión. Con esa vestimenta, con el perro tironeando de. la correa, no se sen­tía con ganas de permanecer en un ascensor jun­to a un ascensorista disfrazado de coronel aus­tríaco de allá por 1870. El ascensor descendió, y se detuvo un par de pisos más abajo. Browning. La puerta se abrió, y la masa mejilluda de Pollard Browning se coló en el ascensor. Browning con­templó a Sherman, su ropa campestre, y su perro, de arriba abajo, y, sin rastro de sonrisa, le dijo:

-Hola, Sherman.«Hola, Sherman» no era más que la punta del

bate con el que le había propinado un golpe, pues esas pocas sílabas significaban en realidad: «Tú y tu ropa y tu perro sois un insulto para nuestro ascensor de caoba».

Sherman estaba furioso y, sin embargo, se sorprendió a sí mismo agachándose para coger al perro en brazos. Browning era el presidente de la asociación de propietarios. Un muchacho neoyorquino que cuando salió de entre las pier­nas de su madre ya era un cincuentón, socio de Davis Polk y presidente de la Asociación Down-

6

town. Sólo tenía cuarenta años, pero desde ha­cía veinte ya parecía que tuviese cincuenta. Lle­vaba el pelo uniformemente peinado hacia atrás sobre su redondo cráneo, y vestía un inmacula­do traje azul marino, camisa blanca, corbata a cuadritos blancos y negros, e iba sin gabardina. Permaneció de cara a la puerta del ascensor, y luego volvió la cabeza, le echó otra ojeada a Sherman, siguió en silencio, y le dio la espalda.

Sherman le conocía desde que ambos eran alumnos del colegio Buckley. Browning había sido un chico gordo, enérgico y snob que, a los nueve años, ya demostró ser capaz de enterarse de la asombrosa noticia según la cual McCoy era un apellido de palurdos (y de una familia de pa­lurdos) mientras que él, Browning, era un au­téntico Knickerbocker*. Tenía por costumbre llamar a Sherman «McCoy, el muchacho de las montañas.»

Dijo Browning cuando llegaron a la planta baja: -lSabes que está lloviendo?-Sí.Browning miró al dachshund y sacudió la ca­

beza: -Sherman McCoy. El amigo del mejor amigo

del hombre. Sherman notó que volvía a sonrojarse de

furia. -lEra eso? -dijo.-lEl qué?-Te has pasado todo el rato que hemos tarda-

do en bajar desde el octavo piso tratando de en­contrar una frase brillante, ly sólo se te ha ocu­rrido eso? -Sherman quería que sonase a sar­casmo amable, pero sabía que su rabia había ro­to las compuertas.

-No sé de qué hablas -dijo Browning, y seadelantó. El portero sonrió, le saludó con la ca­beza y le abrió la puerta. Browning salió y, cami­nando bajo la marquesina, llegó hasta su coche. Su chófer le había abierto la puerta. Ni una sola gota de lluvia había mancillado su lustrosa figu­ra, y enseguida partió, suave, inmaculadamente, hacia el enjambre de rojas luces de posición que bajaban por Park Avenue. Ninguna gastada ga­bardina estorbaba la elegante y gruesa espalda de Pollard Browning.

En realidad sólo caía una lluvia fina, sin vien­to, pero al dachshund no le interesaba aceptar ni siquiera eso, y empezaba a revolverse en los bra­zos de Sherman. i Qué fuerza tiene el muy bas­tardo! Dejó al perro en el suelo, bajo la marque­sina, y salió con paso apresurado hacia la lluvia, tirando de la correa. En medio de la oscuridad, los edificios residenciales del otro lado de la avenida eran un sereno muro negro que parecía sostener el cielo, rojizo y vaporoso, de la ciudad. Un cielo bañado de fulgor, como si tuviera fiebre.

* Un knickerbocker es el descendiente de los antiguos co­lonos holandeses, los primeros europeos que ocuparon el territorio del actual Nueva York (N. del T.).

Page 4: il; · que decir: «Solamente voy a pasear al perro.» ... -Cómo te diviertes, ... «Tú y tu ropa y tu perro sois un insulto para nuestro ascensor de caoba». Sherman estaba furioso

• • ..... • • •

• • • • •

• • •• •

• • • • •

• • •

-----�I; ____ _

. . . . . • • •• •

• • • • • •• • • • • •

. . . .-:¡ l

1

. . "'

• • • • •

• • •

• • • • • • •

• • • •• • • • •

• • • • .. , .... • • • • • • •. . . ....

• • •• • • • •

• • • • • • • • • • •

7

Qué diablos, aquí afuera no se está tan mal. Sherman tiró, pero el perro se agarró con las uñas al suelo.

-Vamos, Marshall.El portero esperaba junto a la puerta, mirán­

dole. -Me parece que no tiene muchas ganas, Mr.

McCoy. -Ni yo las tengo de tirar, Eddie. -Ni me inte­

resan tus comentarios, pensó Sherman-. Va­mos, vamos, vamos, Marshall.

A estas alturas Sherman ya estaba bajo la llu­via, tirando con fuerza considerable de la correa, pero el perro no se movía ni un centímetro. De modo que le cogió en brazos, le sacó de la al­fombra de caucho y lo depositó en la acera. El perro intentó regresar hacia la puerta. Sherman no podía soltar la correa, pues eso equivaldría a volver a empezar por el principio. De modo que él estaba inclinado hacia afuera y el perro se in­clinaba hacia adentro, unidos ambos por la tensa correa. Era un tira y afloja entre un hombre y un perro ... en Park Avenue. lPor qué diablos no se volvía el portero al interior del edificio, que era el lugar que le correspondía?

Sherman le pegó un tirón de verdad a la co­rrea. El dachshund patinó unos cuantos centí­metros hacia delante hasta salir a la acera. Se oían los arañazos de sus uñas. Bueno, quizá, si lo arrastraba un poco más, el bicho acabaría ce­diendo y comenzaría a caminar, aunque sólo fuera para que no le tironeasen de aquella ma­nera.

-iVamos, Marshall! iSólo te llevaré hasta laesquina!

Sherman le dio otra sacudida a las correas, y luego siguió tirando con todas sus fuerzas. El perro patinó un par de palmos. iEstaba patinan­do! Se negaba a caminar. Se negaba a ceder. El centro de gravedad de aquel mal bicho parecía estar situado en las profundidades de la tierra. Era como arrastrar un trineo cargado de ladri­llos. Joder, si al menos consiguiera llegar a la es­quina. Sólo quería eso. lPor qué las cosas más

sencillas ... ? Le dio otra sacudida a la correa, y luego mantuvo el tirón. Estaba inclinado como un marinero al viento. Empezaba a sudar bajo su trinchera forrada de caucho. La lluvia le res­balaba por la cara. El dachshund había abierto sus patas sobre la acera. Sherman tenía hincha­dos los músculos de los hombros. Tiraba hacia un lado, hacia el otro. Tenía el cuello en ten­sión. Gracias a Dios, como mínimo aquella bes­tia no se había puesto a ladrar. El perro patinó otra vez. Joder, icómo se oía el ruido de las uñas contra la acera! No tenía intención de ceder ni un centímetro. Ahora Sherman mantenía la ca­beza gacha, los hombros encorvados, e iba arras­trando al animal por la acera de Park Avenue. Notaba la lluvia colándosele por la nuca.

Se agachó, recogió al dachshund y, mientras lo hacía, vio por el rabillo del ojo a Eddie. i Se­guía vigilándole! El perro comenzó a revolverse

Page 5: il; · que decir: «Solamente voy a pasear al perro.» ... -Cómo te diviertes, ... «Tú y tu ropa y tu perro sois un insulto para nuestro ascensor de caoba». Sherman estaba furioso

____ il; ___ _ y agitarse. Sherman tropezó. Bajó la vista. La co­rrea se le había enroscado en las piernas. Co­jeando, avanzó unos metros más. Finalmente dobló la esquina y se dirigió a la cabina de telé­fono. Dejó al perro en la acera.

iJoder! iCasi se escapa! Agarra la correa en el último momento. Suda. Su cabeza está empapa­da de lluvia. Le late con fuerza el corazón. Pasa un brazo por el lazo de la correa. El perro no ce­ja. La correa vuelve a anudarse en tomo a las piernas de Sherman. Descuelga el teléfono y lo apoya entre el hombro y la oreja. Busca una mo­neda en el bolsillo, la introduce en la ranura y marca.

Tres timbrazos, y una voz de mujer: -lDiga?Pero no era la voz de María. Supuso que se

trataba de Germaine, la amiga que le realquila el apartamento. De modo que dijo:

-lPuedo hablar con María, por favor?-lSherman? -dijo la mujer-. lEres tú?-iJoder! iEs Judy! iHabía marcado el número

de su casa! iSe queda aterrorizado, paralizado! -lSherman?Cuelga. Santo Cielo. lQué puede hacer? Me

haré el loco. Cuando ella le pregunte por esa lla­mada, le diré que no sabe de qué le habla. Al fin y al cabo, no había llegado a pronunciar más que cinco o seis palabras. lCómo puede estar Judy tan segura?

Pero era inútil. Ella estaría completamente se­gura. Además, Sherman no era un especialista en echarse faroles. Judy adivinaría la verdad. Por otro lado, lqué otra cosa podía hacer?

Permaneció bajo la lluvia, en medio de la os­curidad, junto al teléfono. El agua se había abierto paso hasta colocarse por debajo del cue­llo de su camisa. Respiraba pesadamente. Trata­ba de imaginar hasta qué punto podía ser grave la situación. lQué haría Judy? lQué le diría? lEstaría fuera de sí? Esta vez le había dado pie. Si quería montarle una escena, tenía una base sobre la que actuar. Sherman había actuado co­mo un auténtico imbécil. lCómo había hecho una cosa así? Se enfureció consigo mismo. Aho­ra ya no estaba enfadado con Judy. lSería capaz de colocarle una mentira y aguantar firme, o es­ta vez había metido la pata hasta el fondo? lEs­taría Judy imperdonablemente ofendida?

De repente Sherman se fijó en alguien que caminaba por la acera en dirección al lugar en donde él se encontraba, bajo la húmeda sombra de las casas y los árboles. Incluso a cincuenta metros de distancia, en plena tiniebla, supo la amenaza que esa figúra suponía. Había comen­zado a sentir esa tremenda preocupación que ocupa la base misma del cerebro de todos los ve­cinos de Park Avenue sur y de la calle Noventa y seis: la amenaza que supone para cada uno de ellos un joven negro, un chico alto, fuerte, cal­zado con zapatillas deportivas de color blanco. Se encontraba ahora a quince metros, diez. Sherman le miró fijamente. iMuy bien, que ven-

8

ga! iEstoy preparado! iNo pienso huir! iEste es mi territorio! iNo pienso ceder, por muchos punks callejeros que me amenacen!

Súbitamente, el negro giró noventa grados, cruzó la calzada y siguió caminando por la acera de enfrente. El débil amarillo de una farola de vapor de sodio iluminó por un instante su rostro cuando se volvía para echarle una ojeada a Sher­man.

iHabía cruzado la calle! iUn golpe de suerte! Ni por un solo instante se le ocurrió a Sher­

man que lo que el chico había visto era a un blanco de treinta y ocho años, hecho una sopa por la lluvia, vestido con una extraña gabardina de estilo paramilitar, con montones de correas y hebillas, con un animal inquieto en sus brazos, con los ojos desorbitados, hablando solo.

Sherman siguió junto al teléfono, respirando agitadamente, casi jadeando. lQué podía hacer ahora? Se sentía tan derrotado que casi daba igual que regresara inmediatamente a su casa. Pero si volvía enseguida, la cosa sería clarísima, sí. En realidad, no había bajado para pasear al perro, sino a llamar por teléfono. Además, no estaba preparado para oír a Judy, dijera ésta lo que dijera. Necesitaba pensar. Necesitaba conse­jo. Necesitaba sacar otra vez a la lluvia a esa bes­tia inquieta.

De modo que introdujo otra moneda y trató de recordar el número de María. Se concentró en el número. Lo localizó, lo repitió varias ve­ces. Y luego lo marcó con lenta deliberación, co­mo si estuviese utilizando aquel invento, el telé­fono, por vez primera en su vida.

-lDiga?-lMaría?-lSí?-Soy yo -dijo, evitando toda clase de riesgos.-lSherman? -En realidad, la voz dijo algo así

como Shuhhh-mun. Esto le tranquilizó. Era Ma­ría, seguro. Hablaba con una variedad de acento sureño caracterizada por el hecho de que la mi­tad de las vocales se transforman en ues, y la otra mitad en ies breves. Así, los birds [pájaros] eran buds, las pens [plumas] eran pins, las bombs [bombas] eran bums, mientras que los envelopes [sobres] se convertían en invilups.

-Escúchame -dijo Sherman-. Ahora mismovoy para ahí. Estoy en una cabina. Son sólo un par de manzanas.

Hubo una pausa, que él entendió como señal de que María se había enfadado. Finalmente:

-lDónde diablos has estado?Sherman rió malhumoradamente:-Mira, ahora voy para allá.Los peldaños del edificio se combaban y emi­

tían gruñidos a medida que Sherman iba subien­do. En cada uno de los pisos, un solitario y des­nudo halo fluorescente de 22 vatios en forma circular, conocido con el nombre de «el halo del casero», irradiaba un débil fulgor de tono azul tubérculo sobre las paredes, pintadas del típico verde de las casas baratas de alquiler. Sherman

Page 6: il; · que decir: «Solamente voy a pasear al perro.» ... -Cómo te diviertes, ... «Tú y tu ropa y tu perro sois un insulto para nuestro ascensor de caoba». Sherman estaba furioso

----�I; ___ _ fue pasando junto a puertas de apartamentos, todas ellas provistas de innumerables cerrojos puestos los unos encima de los otros, en colum­nas aparentemente trazadas por algún borracho. Además, los cerrojos estaban protegidos contra el uso de ganzúas, y las jambas contra el uso de palanquetas, y los entrepaños contra todo inten­to de forzar la puerta a empujones.

En los momentos más alegres de su vida, bajo el reinado de Príapo, libre de crisis y amenazas, Sherman solía llevar a cabo esta escalada hasta el piso de María de forma románticamente go­zosa, iQué bohemio ... ! iQué ... real era este lu­gar! iQué perfectamente adecuado para esos momentos en los que el Amo del Universo se escapaba de las carilargas propiedades de Park Avenue y Wall Street para dar rienda suelta a sus retozonas hormonas! La solitaria habitación de María, con su cocina metida en un armario y su baño metido en otro, el así llamado aparta­mento de María, un cuarto piso con vistas al pa­tio de la manzana, y que le realquilaba a su ami­ga Germaine era, en una palabra, perfecto. Ger­maine también era muy especial. Sherman la había visto un par de veces. Tenía tipo de boca de incendios. Un feroz seto peludo encima del labio superior, prácticamente todo un bigote. Sherman estaba convencido de que era lesbiana. Pero, lqué importaba? iEra todo tan real! iMise­rable! iNueva York! iUna llamarada en la entre­pierna!

Pero esta noche Príapo no estaba en el poder. Esta noche, el sombrío aspecto de la vieja casa de piedra arenisca era un peso insoportable so­bre las espaldas del Amo del Universo.

Sólo el dachshund estaba contento. Subía las escaleras rozando con su larga tripa los pelda­ños, alegremente. Era un lugar seco y cálido, un lugar conocido.

Cuando Sherman llegó ante la puerta de Ma­ría, le sorprendió encontrarse casi sin aliento. Sudaba. Tenía todo el cuerpo sofocado, incen­diado, bajo la trinchera, la camisa a cuadros, la camiseta.

Antes de que llegase a llamar a la puerta, ésta se abrió apenas un palmo, y allí estaba ella. No abrió más. Se quedó allí plantada, mirando a Sherman de los pies a la cabeza, como si estu­viese enfadada. Le brillaban los ojos justo enci­ma de aquellos extraordinariamente marcados pómulos. Su pelo a lo chico parecía una capucha negra que le cubriera la cabeza. Sus labios dibu­jaban una O. De repente se puso a sonreír y sol­tar leves bufidos por la nariz.

-Bueno -dijo Sherman-. Venga, déjame en­trar. Espera a que te cuente lo que ha pasado.

María abrió la puerta del todo, pero en lugar de invitarle a pasar, se apoyó en la jamba, cruzó los tobillos, entrelazó los brazos bajo sus pe­chos, y siguió mirándole y sonriendo. Llevaba zapatos de tacón altísimo, con un dibujo a cua­dros repujado en el cuero. Sherman no estaba muy enterado de las novedades del calzado, pe-

9

ro dedujo que ésta era la moda del momento. Iba vestida con una falda de gabardina, ajustada, muy corta, casi quince centímetros por encima de las rodillas, que revelaba sus piernas, inmejo­rables en opinión de Sherman, y marcaba la del­gadez de su cintura. Y una blusa de seda blanca, abierta hasta el inicio de sus pechos. La ilumina­ción del diminuto zaguán ponía en relieve pro­nunciadísimo el conjunto de aquel regalo para la vista: el pelo negro, esos pómulos, los finos ras­gos de su rostro, la hinchada curva de sus labios, la blusa tan delicada, aquellos cremosos pechos, aquellas magníficas piernas, cruzadas despreo­cupadamente.

-Sherman ... -Shuhhh-mun. lSabes una co­sa? Eres guapísimo. Me recuerdas a mi hermano pequeño.

El Amo del Universo se sintió algo fastidiado, pero entró, la dejó atrás, y dijo:

-Caray. Espera a que te cuente lo que ha ocu­rrido.

Sin alterar su posición en la puerta, María mi­ró al perro, que olisqueaba la alfombra.

-Hola, Marshall -Muhshull-. Marshall pare-ce un trozo de salami remojado.

-Espera a que te cuente ...María se puso a reír, y cerró la puerta.Sherman ... tienes el mismo aspecto que si al-

guien acabase de hacer una bola contigo -hizo una bola con una imaginaria hoja de papel- y te hubiese tirado a la papelera.

-Así es como me siento. Déjame que tecuente lo que ha ocurrido.

-Igual que mi hermanito. Cada día, al volverde la escuela, venía con el ombligo al aire.

Sherman bajó la vista. Era cierto. Llevaba los faldones de su camisa a cuadros por fuera de los pantalones, y el ombligo al aire. Se remetió la camisa, pero no se quitó la trinchera. No podía quedarse mucho rato. Y no sabía cómo explicár­selo a María.

-Cada día mi hermanito se metía en algunapelea en el colegio ...

Sherman dejó de escuchar. Estaba harto del hermanito de María, no tanto porque la idea que ella pretendía transmitirle fuese que él, Sher­man, era un crío, sino porque María estaba em­peñada en repetir interminablemente la misma broma. A primera vista, María no era, según la opinión de Sherman, la típica mujer del Sur. Pa­recía italiana, o griega. Pero hablaba como las mujeres del Sur. Su parloteo no cesaba. Seguía hablando cuando Sherman la interrumpió para decir:

-Sabes, acabo de llamarte desde una cabina.lQuieres saber lo que ha pasado?

María dio media vuelta, avanzó hasta el cen­tro del apartamento, giró sobre sus talones y se quedó con la cabeza inclinada hacia un lado, las manos en jarras, uno de sus pies distentidamen­te adelantado y torcido sobre el alto tacón, los hombros hacia atrás y la espalda levemente ar­queada, para hacer que destacaran más sus pechos.

Page 7: il; · que decir: «Solamente voy a pasear al perro.» ... -Cómo te diviertes, ... «Tú y tu ropa y tu perro sois un insulto para nuestro ascensor de caoba». Sherman estaba furioso

----�I; ___ _ -lNo ves nada nuevo? -le dijo a Sherman.lDe qué diablos estaba hablando? Sherman

no estaba de humor para novedades. Pero, obe­dientemente, la estudió. lEra el peinado? lAlgu­na joya? Joder, su marido la cargaba de tantísi­mas joyas que no había modo de estar al día. No, debía de ser algún detalle de la habitación. Los ojos de Sherman pasaron revista. Probable­mente, aquella habitación fue construida, hacía cien años, para ser utilizada como cuarto de los niños. Tenía un pequeño saledizo, con tres ven­tanas emplomadas y un banco seguido al pie. Estudió el mobiliario ... las mismas tres sillas ba­ratas de siempre, la misma vieja mesa de roble con patas como pedestales de todos los días, el mismo colchón de muelles cubierto por la mis­ma colcha de pana y con los tres o cuatro almo­hadones a cuadros escoceses que pretendían darle a la cama aspecto de diván. Tan espantoso como de costumbre, tan improvisado como siempre. En cualquier caso, estaba todo igual.

Sherman dijo que no con la cabeza. -lDe verdad que no lo ves? -dijo María, se­

ñalando hacia la cama con el mentón. Ahora Sherman se fijó en la presencia, sobre la

cama, de un pequeño cuadro con un sencillo mar­co de madera de pino. Se aproximó un poco. Era el retrato de un hombre desnudo, visto desde la espalda, perfilado con toscas pinceladas negras, co­mo si lo hubiese pintado un niño de ocho años, suponiendo que un niño de ocho años tuviera idea de cómo pintar un hombre desnudo. Daba la sen­sación de que el hombre estuviera duchándose, o, como mínimo, encima de su cabeza parecía haber un surtidor de ducha, del cual salían unos trazos negros más o menos finos. Como si estuviera du­chándose con gas oil. La piel del modelo era de color tostado, con unos chafarrinchones de color rosa espliego repartidos por toda su superficie, co­mo si tuviese quemaduras de segundo grado. Me­nuda porquería ... Vomitivo... pero desprendía el aroma santificado de las obras de Arte, de modo que Sherman no se atrevió a sincerarse.

-lDe dónde lo has sacado?-lTe gusta? lConoces su obra?-lLa de quién?-Filippo Chirazzi.-No, no conozco su obra.-Salió un artículo hablando de él -María son-

rió-, en el New York Times.

Como no quería quedar como el típico patán de W all Street, Sherman volvió a estudiar aque­lla obra maestra.

-Bueno, tiene cierto ... No sé cómo decirlo ...Un tratamiento muy directo. -Reprimió las ga­nas de ironizar-. lCómo lo has conseguido?

-Es un regalo del propio Filippo. -Sonabamuy animada.

-Qué generoso por su parte.-Arthur le ha comprado cuatro cuadros, de

los más grandes. -Pero éste no se lo ha regalado a Arthur, sino

a ti.

10

-Quería uno para mí. Los grandes son deArthur. Además, Arthur no distinguiría un Fi­lippo de un, de un yo qué sé, y todo me lo debe a mí, que le informé al respecto.

-Ah.-Así que no te gusta, leh?-Me gusta. Para serte sincero, estoy aturdido.

Acabo de cometer una estupidez. María abandonó su pose y se sentó al borde

de la cama, el supuesto diván, como diciéndole, «De acuerdo. Te escucharé.» Cruzó las piernas. La falda le subía ahora hasta medio muslo. A pesar de que aquellas piernas, aquellos exquisi­tos flancos, estaban en ese momento fuera de lugar, Sherman no pudo apartar los ojos de ellas. Con las medias, la piel brillaba. Refulgía. Rever­beraba. Cada vez que movía las piernas.

Sherman se quedó en pie. No tenía mucho tiempo, tal como pretendía explicar a continua­ción.

-He sacado a pasear a Marshall. -Marshall sehabía tendido en la alfombra-. Y estaba llovien­do. Y Marshall se ha puesto muy pesado.

Cuando llegó al asunto de la llamada telefóni­ca, el simple hecho de explicar lo ocurrido hizo que volviera a ponerse nerviosísimo. Notó que María lograba contener su preocupación, supo­niendo que estuviese preocupada, mientras que él, por su parte, era incapaz de calmarse. Se lanzó de cabeza a lo esencial de la cuestión, todo lo que sintió inmediatamente después de haber colgado, pero María le interrumpió con un encogimiento de hombros, y un leve ademán de su mano.

-Pero si eso no es nada, Sherman.El se quedó mirándola perplejo.-Solamente has llamado por teléfono. No en-

tiendo por qué no le dijiste algo así como, «Lo siento. Estaba llamando a mi amiga María Rus­kin.» Eso es lo que hubiese hecho yo. Nunca me tomo la molestia de mentirle a Arthur. No se lo cuento absolutamente todo, pero tampoco le miento.

lHabría sido capaz él de utilizar una táctica tan cínica? Se imaginó a sí mismo llevándola a la práctica. «Uhmmmmmmmmm.» Terminó con un gruñido.

-No entiendo cómo puedo salir de casa a lasnueve y media de la noche, decir que voy a pa­sear al perro, telefonear, y luego decir, «Oh, lo siento, en realidad he salido a la calle para tele­fonear a María Ruskin.»

-lSabes cuál es la diferencia entre tú y yo,Sherman? Que tú sientes compasión por tu mu­jer, y yo no siento compasión por Arthur. Arthur cumplirá setenta y dos años el próximo agosto. Cuando se casó conmigo ya sabía que yo tenía mis propios amigos, y sabía que no le gus­taban, y que él tenía sus propios amigos, y que amí no me gustaban. Toda esa pandilla de judíos viejos ... iNo me mires como si hubiese dicho al­guna cosa horrible! Así es como habla Arthur. Los Yiddim. Y los goyim, y de mí dice que soy una shiksa.

Page 8: il; · que decir: «Solamente voy a pasear al perro.» ... -Cómo te diviertes, ... «Tú y tu ropa y tu perro sois un insulto para nuestro ascensor de caoba». Sherman estaba furioso

----�,�----

11

Antes de conocer a Arthur jamás había oído hablar de nada de eso. Soy yo la que está casada con un judío, no tú, y durante los cinco últimos años he tenido que tragar tan a menudo toda esa basura que puedo usarla justificadamente yo también siempre que me venga en gana.

-lLe has contado que tienes este aparta­mento?

-Claro que no. Ya te lo he dicho. No le mien­to, pero tampoco le cuento hasta los detalles más insignificantes.

-l Y esto es un detalle insignificante?-No es tan significativo como tú crees. Es un

fastidio. El casero vuelve a dar la bronca. María se puso en pie, se dirigió a la mesa, co­

gio un papel, se lo dio a Sherman y regresó a sentarse al borde de la cama. Era una carta con membrete del bufete de abogados Golan, Shander, Morgan y Greenbaum, dirigida a Ms. Germaine Boll y relativa a su apartamento de al­quiler controlado, propiedad de Winter Real Properties Inc. Sherman era incapaz de concen­trarse en el contenido de la carta. Ni quería tam­poco pensar en esa carta. Se estaba haciendo tar­de. María estaba empeñada en salirse por la tan­gente. Se estaba haciendo tarde.

-No sé, María. Es Germaine la que tiene quehacer algo.

-lSherman? -María le sonreía con los labiosentreabiertos. Se puso en pie.

-Sherman, ven aquí.Se acercó dos pasos hacia ella, pero se negó a

aproximarse del todo. Por la expresión de María, era obvio que quería tenerle pegado a ella.

-lCómo puedes creer que tienes problemascon tu mujer? Si sólo te ha pillado haciendo una llamada por teléfono ...

-No es que crea que tengo problemas. Sé quelos tengo.

-Bueno, pues si ya los tienes, y no has hechonada, aprovéchalo y haz algo. En el fondo todo quedará igual.

Y le tocó. El rey Príapo, el que estaba muerto de miedo,

comenzó a levantarse de entre los muertos. Desde la cama, Sherman entrevistó un mo­

mento al dachshund. El bicho había abandona­do la alfombra y ahora estaba junto a la cama, meneando la cola.

iJoder! lPodían los perros indicar de algún modo ... ? lPodrían hacer algo que señalase que habían visto ... ? Judy entendía a los animales. Armaba grandes alborotos ante los más míni­mos cambios de humor por parte de Marshall, y hasta extremos nauseabundos. lHabía quizá al­guna cosa especial que solían hacer los dachs­hunds después de ver...? Pero pronto su sistema nervioso comenzó a disolverse, y todo aquello dejó de preocuparle.

Su Majestad, el rey más antiguo, Príapo, Amo del Universo, perdió toda conciencia.

Page 9: il; · que decir: «Solamente voy a pasear al perro.» ... -Cómo te diviertes, ... «Tú y tu ropa y tu perro sois un insulto para nuestro ascensor de caoba». Sherman estaba furioso

____ il�----Sherman entró en su casa y se empeño en am­

plificar sus demostraciones de cariño perruno. -Muy bien, Marshall, buen chico, buen chico.Se sacó la trinchera haciendo el mayor ruido po­

sible con la tela forrada de caucho, con las hebi­llas, y soltando muchos resoplidos.

Ni rastro de Judy. El comedor, la sala de estar y una pequeña bi­

blioteca daban a la galería de mármol de la entra­da. En cada una de esas habitaciones la madera la­brada, el cristal tallado, los relucientes lacados, las pantallas de seda natural, y todo el resto de pasmo­sos y carísimos detalles ideados por su esposa, as­pirante a decoradora, le respondieron con sus bri­llos y destellos acostumbrados. Hasta que lo notó: el gran sillón de cuero que generalmente estaba si­tuado de cara a la puerta de la biblioteca, se encon­traba ahora vuelto de espaldas. Desde detrás, Sher­man alcanzó a ver la punta del cabello de Judy. Había una lámpara junto al sillón. Parecía estar leyendo algún libro.

Sherman se aproximó. -iBueno! iYa estamos de regreso!No hubo respuesta.-Tenías razón. Estoy empapado, y a Marshall

no le ha gustado mojarse. Judy no se volvió. Sólo le llegó su voz, desde el

otro lado del sillón: -Sherman, si lo que quieres es hablar con al­

guien que se llama María, lpor qué me llamas a mí?

Sherman dio un paso adelante. -lCómo dices? lSi quiero hablar con quién?-Oh, por Dios -dijo la voz-. No te tomes la

molestia de mentir. -lMentir? lAcerca de qué?En ese momento Judy sacó la cabeza por uno

de los laterales del sillón de cuero. i Qué mirada le lanzó!

Acongojado, Sherman llegó junto al sillón. El rostro de su esposa, enmarcado por una corona de pelo castaño, mostraba una expresión atormentada.

-No entiendo de qué me hablas, Judy.Al principio, Judy estaba tan transtornada que

no encontraba las palabras: -Ojalá pudieses ver tu expresión... i Qué ba­

rata! -iNo entiendo de qué me hablas!El tono de Sherman era tan aflautado que

Judy tuvo que reír: -Vamos a ver, Sherman, lpiensas decirme

que no has telefoneado aquí y has pedido por al­guien que se llama María?

-lPor quién?-Alguna putuela, supongo, que se llama

María. -iJudy, te juro ante Dios que no sé de qué

me hablas! iHe estado dando una vuelta con Marshall! iNi siquiera conozco a nadie que se llame María! lDices que hubo alguien que tele­foneó aquí pidiendo por una tal María?

-iUhhh! -Fue un breve gruñido de increduli­dad. Judy se puso en pie y le miró a los ojos-.

12

iY sigues ahí! lCrees que no conozco tu voz por teléfono?

-Es posible que la conozcas, pero esta nocheno has podido escucharla. Te lo juro.

-iMientes! -Le lanzó una mirada espanto­sa-. Y eres un mentiroso repugnante. Una per­sona repugnante. Te crees un gran hombre. Y eres barato. Mientes.

-No miento. Te lo juro. Salgo a dar una vuel­ta con Marshall, y luego regreso a casa y me en­cuentro con esto: la verdad, casi no sé qué decir, porque te aseguro que no sé de qué me hablas, estás pidiendo que demuestre una proposición negativa.

-Proposición negativa. -De aquellas palabrasrebuscadas goteó ahora la repugnancia-. Te has pasado un buen rato por ahí. ¿ Te ha dado tiem­po a darle el beso de buenas noches y ponerle bien las mantas?

-Judy ...-Di la verdad.Sherman apartó a un lado la cabeza para evi­

tar aquella mirada llameante, volvió las palmas hacia arriba, y suspiró.

-Escúchame, Judy, te equivocas ... , te equivo­cas por completo. Te lo juro ante Dios.

Judy le miró fijamente. Las lágrimas habían aparecido de golpe en sus ojos.

-Oh, Sherman. Oh, y lo juras ante Dios ... -Ju-dy trataba de contener el llanto-. No pienso ... Me voy arriba. Ahí tienes el teléfono. lPor qué no la llamas desde aquí? -Con esfuerzo, iba tratando de pronunciar las palabras a través de las lágrimas-. Me da igual. En serio, no me importa.

Y salió de la habitación. Sherman oyó su taco­neo por el piso de mármol, camino de la esca­lera.

Luego se acercó al escritorio y se sentó en su silla Hepplewhite. Se dejó caer contra el respal­do. Sus ojos aterrizaron en el friso que circunda­ba el techo de la pequeña estancia. Era de made­ra de secoya, con altorelieves que representaban figuras caminando apresuradamente por la acera de una ciudad. Judy lo había encargado a un ta­ller de Hong Kong, y el friso había costado una tremenda cantidad de dinero ... imío! Se endere­zó. Maldita Judy. Intentó desesperadamente en­cender de nuevo las brazas de indignación bien­pensante. Sí, sus padres tuvieron razón. Sher­man se merecía algo mejor. Judy era dos años mayor que él, y su madre le dijo que esta clase de detalles podían llegar a tener su importancia, lo cual, dicho en el tono en que ella se lo dijo, significaba que acabarían teniéndola. Pero, lqui­so escucharla él? No. Su padre, fingiendo refe­rirse a Cowles Wilton, que tuvo un breve y liado matrimonio con una chica judía de oscura fami­lia, le dijo: «lNo sería igual de fácil enamorarse de una chica rica de buena familia?» lAcaso Sherman le escuchó? No. Mientras que, durante los años de su matrimonio, Judy, sólo porque era hija de un catedrático de historia de una uni-

Page 10: il; · que decir: «Solamente voy a pasear al perro.» ... -Cómo te diviertes, ... «Tú y tu ropa y tu perro sois un insulto para nuestro ascensor de caoba». Sherman estaba furioso

----�I; ___ _

13

versidad del Medio Oeste -Un catedrático dehistoria de una universidad del Medio Oeste!-, se había comportado como si fuese una aristócrata intelectual. Y no le había importado utilizar el dinero de Sherman y de su familia para relacio­narse con esa pandilla de petulantes con los que tan a gusto se sentía ella, ni empezar toda esa historia, de la decoración de interiores, ni que saliera su apellido y su apartamento en las pági­nas de esas revistas tan vulgares, W y Architectu­ral Digest y todas las demás. No, no le había importado. iEn absoluto! ¿y qué clase de es­posa tenía él ahora? Una cuarentona que se largaba a todas horas a su gimnasio ...

Y, de repente, Sherman la ve tal como la vio aquella noche de hacía catorce años, en el Vi­llage, en el apartamento de Hal Thorndike, con sus paredes pintadas de color chocolate y su mesa enorme cubierta de obeliscos, y aque­lla gente que ni siquiera llegaba al nivel de los bohemios, o su idea de lo que eran los bohe­mios, y aquella chica del pelo castaño claro y los rasgos finos, finísimos, con aquel vestido corto, brevísimo, que permitía estudiar con detalle buena parte de su magnífico cuerpo. Y de repente Sherman vuelve a sentir lo inefable del momento a partir del cual se encerraron ambos dentro de una crisálida, en su propio apartamentito de Charles Street o en el que ella tenía en la calle Diecinueve Oeste, inmu­ne a todo lo que sus padres y Buckley y St. Paul's y Yale le habían inculcado. Y Sherman recuerda lo que le dijo a Judy -iprácticamente con estas palabras!-: que su amor mutuo «lo trascendería todo.»

Y ahora Judy, con cuarenta años, alcanzada casi la perfección a base de pasar hambre y se­guir con sus horas de gimnasio, ahora se va llo­rando a la cama.

Volvió a recostarse en el respaldo de la silla giratoria. Como muchos hombres antes que él, era incapaz de vencer el llanto de una esposa. Dejó caer su mentón sobre el pecho. Se dobló.

Distraídamente, pulsó un botón del escritorio. la puerta de un gabinete faux-Sheraton se desli­zó lateralmente, dejando al descubierto la panta­lla de un televisor. Otro de los espantosos deta­lles decorativos de Judy. Abrió un cajón del es­critorio, sacó el mando a distancia y conectó el receptor. Las noticias. El alcalde de Nueva York. Un escenario. Una muchedumbre de negros fu­riosos. El alcalde se escabulle. Gritos ... escenas caóticas ... una trifulca. Inútil. Para Sherman, todo aquello era tan importante como que �soplara una ráfaga de viento. No podía �­concentrarse en nada. Desconectó. ..,.