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Cuentos de la selva Horacio Quiroga

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En Cuentos de la selva nos sorprende el mundo palpitante quecomponen, junto a la espesura vegetal y el suelo intensamenterojo, esa gran diversidad de animales que Horacio Quirogaaprendió a conocer hasta el punto de convertirlos en personajestan dotados de vida que parecen desprenderse de las páginas dellibro para llegar a nosotros y cobijarse en nuestra memoria.

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    HORACIO QUIROGA CUENTOS DE LA SELVA

    ' Pehun Editores, 2001.

    Cuentos de la selvaHoracio Quiroga

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    HORACIO QUIROGA CUENTOS DE LA SELVA

    ' Pehun Editores, 2001.

    PROLOGO

    CMO PODRA UN NIO hacer un viaje a la selva, entrar en su mundodonde todo es aventura? Qu mejor que llevado de la mano deun gran escritor, conocedor de la selva como pocos, de la manode Horacio Quiroga?Vivir en plena naturaleza selvtica, como l vivi, en la zonamisionera de la Argentina, le signific un vasto conocimiento desu fauna, tan rica, y asimismo una cotidiana aventura que l quisocompartir no slo con los grandes, en sus cuentos: tambin conlos nios que algo o mucho tienen de exploradores.En el transcurso de estas lecturas es como si ellos lo acompaarana travs del monte y de su literatura donde la fauna muestra suvariada manera de ser, sobre todo cuando hablan los animales,que esto en los cuentos infantiles es tan natural que nadie seasombra de que as sea. O es que slo los escritores y los niosoyen lo que dicen tantos hocicos, bocas de peces, picos de aves?Horacio Quiroga naci en Salto, ciudad del Uruguay; vivi enBuenos Aires, y desde all viaj junto al gran poeta argentinoLeopoldo Lugones hasta el Alto Paranal con el propsito de

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    HORACIO QUIROGA CUENTOS DE LA SELVA

    ' Pehun Editores, 2001.

    conocer lo que perdura de las misiones jesuticas. Y no regressino aos despus: impresionado por el paisaje de la provincia deMisiones, por su selva, se qued all, decidido a vivir entre susrboles y sus matorrales, y los eleros donde el sol entra en el montecomo si quisiera explorarlo, descubrir a sus criaturas que tanvivamente aparecen en este bello libro.En Cuentos de la selva nos sorprende el mundo palpitante quecomponen, junto a la espesura vegetal y el suelo intensamenterojo, esa gran diversidad de animales que Horacio Quirogaaprendi a conocer hasta el punto de convertirlos en personajestan dotados de vida que parecen desprenderse de las pginas dellibro para llegar a nosotros y cobijarse en nuestra memoria.Y como en la selva la quietud es slo una apariencia porque allsiempre suceden infinidad de cosas y al mismo tiempo, lassituaciones protagonizadas por estos inolvidables seres que habitanpor igual la realidad y la ficcin, son muy variadas, conmovedoras,inquietantes, animadas de diversin y de expectativa. La preguntaY ahora qu suceder? nos tiene en vilo desde el comienzo decada cuento.Adems, por este libro pasa un ro, el Yabebir. Pronunciamos sunombre y es como si lo cantramos. Un ro poblado de rayas, nolas de la geometra sino las de la ictiologa, que son aplastadas ybastante movedizas, es decir, las rayas que son peces.Y ms de una vez, en estas pginas acecha un tigre y es cuando enellas el aire se vuelve amenazante como una tormenta. Y menosmal que existe el valor para defender a los ms dbiles del ataquede los que han acumulado tanta fuerza que se les sale del cuerpo.Y tambin hay vboras pero no reptando entre los pastizales sinodanzando vestidas de bailarinas y que adems han invitado a mediomundo, a las ranas, a los sapos, a los flamencos, tan hermosos, alos yacars y hasta a los peces. Es que el monte, por ms cerradoque sea, se abre siempre en algunos de sus lugares para que lequepa una fiesta larga, y no a pedazos sino entera.

    Una tortuga, esa especie de piedra con cuatro patas que camina,dos coats, una esbelta y pequea gama, un loro temerario, unaabeja que se olvid que las abejas son laboriosas, completan elconjunto de estos personajes que nos entrega la selva misioneracomo un regalo incesante, a travs de uno de los ms grandesescritores iberoamericanos, un regalo que no cesa porque continaofrendado en la memoria y la emocin de quienes tenemos lafortuna de haber entrado en la selva de la mano de HoracioQuiroga.

    Mara Granata

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    ' Pehun Editores, 2001.

    LA TORTUGA GIGANTE

    ABA UNA VEZ UN HOMBRE que viva en Buenos Aires, yestaba muy contento porque era un hombre sano ytrabajador. Pero un da se enferm, y los mdicos le

    dijeron que solamente yndose al campo podra curarse. El noquera ir, porque tena hermanos chicos a quienes daba de comer;y se enfermaba cada da ms. Hasta que un amigo suyo, que eradirector del Zoolgico, le dijo un da:-Usted es amigo mo, y es un hombre bueno y trabajador. Por esoquiero que se vaya a vivir al monte, a hacer mucho ejercicio al airelibre para curarse. Y como usted tiene mucha puntera con laescopeta, cace bichos del monte para traerme los cueros, y yo ledar plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.El hombre enfermo acept, y se fue a vivir al monte, lejos, mslejos que Misiones todava. Haca all mucho calor, y eso le hacabien.Viva solo en el bosque, y el mismo se cocinaba. Coma pjaros ybichos del monte, que cazaba con la escopeta, y despus coma

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    HORACIO QUIROGA CUENTOS DE LA SELVA

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    frutas. Dorma bajo los rboles, y cuando haca mal tiempoconstrua en cinco minutos una ramada con hojas de palmera, yall pasaba sentado y fumando, muy contento en medio del bosqueque bramaba con el viento y la lluvia.Haba hecho un atado con los cueros de los animales, y lo llevabaal hombro. Haba tambin agarrado, vivas, muchas vborasvenenosas, y las llevaba dentro de un gran mate, porque all haymates tan grandes como una lata de querosene.El hombre tena otra vez buen color, estaba fuerte y tena apetito.Precisamente un da en que tena mucha hambre, porque hacados das que no cazaba nada, vio a la orilla de una gran laguna untigre enorme que quera comer dentro una pata y sacar la carnecon las uas. Al ver al hombre el tigre lanz un rugido espantosoy se lanz de un salto sobre l. Pero el cazador, que tena una granpuntera, le apunt entre los ojos, y le rompi la cabeza. Despusle sac el cuero, tan grande que el solo podra servir de alfombrapara un cuarto.-Ahora -se dijo el hombre- voy a comer tortuga, que es una carnemuy rica.Pero cuando se acerc a la tortuga, vio que estaba ya herida, ytena la cabeza casi separada del cuello, y la cabeza colgaba casi dedos o tres hilos de carne.A pesar del hambre que senta, el hombre tuvo lstima de la pobretortuga, y la llev arrastrando con una soga hasta su ramada y levend la cabeza con tiras de gnero que sac de su camisa, porqueno tena ms que una sola camisa, y no tena trapos. La haballevado arrastrando porque la tortuga era inmensa, tan alta comouna silla, y pesaba como un hombre.La tortuga qued arrimada a un rincn, y all pas das y das sinmoverse.El hombre la curaba todos los das y despus le daba golpecitoscon la mano sobre el lomo.La tortuga san por fin. Pero entonces fue el hombre quien se

    enferm. Tuvo fiebre y le dola todo el cuerpo.Despus no pudo levantarse ms. La fiebre aumentaba siempre, yla garganta le quemaba de tanta sed. El hombre comprendi queestaba gravemente enfermo, y habl en voz alta, aunque estabasolo, porque tena mucha fiebre.-Voy a morir -dijo el hombre-. Estoy solo, ya no puedo levantarmems, y no tengo quin me de agua, siquiera. Voy a morir aqu dehambre y de sed.Y al poco rato la fiebre subi an ms, y perdi el conocimiento.Pero la tortuga lo haba odo, y entendi lo que el cazador deca.Y ella pens entonces:-El hombre no me comi la otra vez, aunque tena mucha hambre,y me cur. Yo lo voy a curar a l ahora.Fue entonces a la laguna, busc una cscara de tortuga chiquita, ydespus de limpiarla bien con arena y ceniza la llen de agua y ledio de beber al hombre, que estaba tendido sobre su manta y semora de sed. Se puso a buscar enseguida races ricas y yuyitostiernos, que le llev al hombre para que comiera. El hombre comasin darse cuenta de quin le daba la comida, porque tena deliriocon la fiebre y no conoca a nadie.Todas las maanas, la tortuga recorra el monte buscando racescada vez ms ricas para darle al hombre, y senta no poder subirsea los rboles para llevarle frutas.El cazador comi as das y das sin saber quin le daba la comida,y un da recobr el conocimiento. Mir a todos lados, y vio queestaba solo, pues all no haba ms que l y la tortuga, que era unanimal. Y dijo otra vez en voz alta:-Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de nuevo, y voy amorir aqu, porque solamente en Buenos Aires hay remedios paracurarme. Pero nunca podr ir, y voy a morir aqu.Y como l lo haba dicho, la fiebre volvi esa tarde, ms fuerteque antes, y perdi de nuevo el conocimiento.Pero tambin esta vez la tortuga lo haba odo, y se dijo: -Si queda

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    aqu en el monte se va a morir, porque no hay remedios, y tengoque llevarlo a Buenos Aires.Dicho esto, cort enredaderas finas y fuertes, que son como piolas,acost con mucho cuidado al hombre encima de su lomo, y losujet bien con las enredaderas para que no se cayese. Hizo muchaspruebas para acomodar bien la escopeta, los cueros y el mate convboras, y al fin consigui lo que quera, sin molestar al cazador, yemprendi entonces el viaje.La tortuga, cargada as, camin, camin y camin de da y de noche.Atraves montes, campos, cruz a nado ros de una legua de ancho,y atraves pantanos en que quedaba casi enterrada, siempre conel hombre moribundo encima. Despus de ocho o diez horas decaminar se detena, deshaca los nudos y acostaba al hombre conmucho cuidado en un lugar donde hubiera pasto bien seco.iba entonces a buscar agua y races tiernas, y le daba al hombreenfermo. Ella coma tambin, aunque estaba tan cansada queprefera dormir.A veces tena que caminar al sol; y como era verano, el cazadortena tanta fiebre que deliraba y se mora de sed. Gritaba: agua!agua! a cada rato. Y cada vez la tortuga tena que darle de beber.As anduvo das y das, semana tras semana. Cada vez estaban mscerca de Buenos Aires, pero tambin cada da la tortuga se ibadebilitando, cada da tena menos fuerza, aunque ella no se quejaba.A veces quedaba tendida, completamente sin fuerzas, y el hombrerecobraba a medias el conocimiento. Y deca, en voz alta:-Voy a morir, estoy cada vez ms enfermo, y slo en Buenos Airesme podra curar. Pero voy a morir aqu, solo en el monte.l crea que estaba siempre en la ramada, porque no se daba cuentade nada. La tortuga se levantaba entonces, y emprenda de nuevoel camino.Pero lleg un da, un atardecer, en que la pobre tortuga no pudoms. Haba llegado al lmite de sus fuerzas, y no poda ms. Nohaba comido desde haca una semana para llegar ms pronto. No

    tena ms fuerza para nada.Cuando cay del todo la noche, vio una luz lejana en el horizonte,un resplandor que iluminaba el cielo, y no supo que era. Se sentacada vez ms dbil, y cerr entonces los ojos para morir juntocon el cazador, pensando con tristeza que no haba podido salvaral hombre que haba sido bueno con ella.Y, sin embargo, estaba ya en Buenos Aires, y ella no lo saba.Aquella luz que vea en el cielo era el resplandor de la ciudad, eiba a morir cuando estaba ya al fin de su heroico viaje.Pero un ratn de la ciudad -posiblemente el ratoncito Prez-encontr a los dos viajeros moribundos.- Qu tortuga! -dijo el ratn-. Nunca he visto una tortuga tangrande. Y eso que llevas en el lomo, que es? Es lea?-No -le respondi con tristeza la tortuga-. Es un hombre.-Y dnde vas con ese hombre? -aadi el curioso ratn.-Voy... voy... Quera ir a Buenos Aires -respondi la pobre tortugaen una voz tan baja que apenas se oa-. Pero vamos a morir aquporque nunca llegar...-Ah, zonza, zonza! -dijo riendo el ratoncito-. Nunca vi una tortugams zonza! Si ya has llegado a Buenos Aires! Esa luz que ves alles Buenos Aires.Al or esto, la tortuga se sinti con una fuerza inmensa porquean tena tiempo de salvar al cazador, y emprendi la marcha.Y cuando era de madrugada todava, el director del JardnZoolgico vio llegar a una tortuga embarrada y sumamente flaca,que traa acostado en su lomo y atado con enredaderas, para queno se cayera, a un hombre que se estaba muriendo. El directorreconoci a su amigo, y l mismo fue corriendo a buscar remedios,con los que el cazador se cur enseguida.Cuando el cazador supo cmo lo haba salvado la tortuga, comohaba hecho un viaje de trescientas leguas para que tomararemedios, no quiso separarse de ella. Y como l no poda tenerlaen su casa, que era muy chica, el director del Zoolgico se

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    comprometi a tenerla en el Jardn, y a cuidarla como si fuera supropia hija.Y as pas. La tortuga, feliz y contenta con el cario que le tienen,pasea por todo el Jardn, y es la misma gran tortuga que vemostodos los das comiendo el pastito alrededor de las jaulas de losmonos.El cazador la va a ver todas las tardes y ella conoce desde lejos asu amigo, por los pasos. Pasan un par de horas juntos, y ella noquiere nunca que l se vaya sin que le d una palmadita de carioen el lomo.

    LAS MEDIAS DE LOS FLAMENCOS

    IERTA VEZ LAS VBORAS dieron un gran baile. Invitaron alas ranas y a los sapos, a los flamencos, y a los yacars ya los pescados. Los pescados, como no caminan, no

    pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del ro los pescadosestaban asomados a la arena, y aplaudan con la cola.Los yacars, para adornarse bien, se haban puesto en el pescuezoun collar de bananas, y fumaban cigarros paraguayos. Los saposse haban pegado escamas de pescado en todo el cuerpo, ycaminaban menendose, como si nadaran. Y cada vez que pasabanmuy serios por la orilla del ro, los pescados les gritabanhacindoles burla.Las ranas se haban perfumado todo el cuerpo, y caminaban endos pies. Adems, cada una llevaba colgada, como un farolito, unalucirnaga que se balanceaba.Pero las que estaban hermossimas eran las vboras. Todas, sinexcepcin, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo colorde cada vbora. Las vboras coloradas llevaban una pollerita le tul

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    colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tulamarillo; y las yarars, una pollerita de tul gris pintada con rayasde polvo de ladrillo y ceniza, porque as es el color de as yarars.Y las ms esplndidas de todas eran las vboras de coral, queestaban vestidas con largusimas gasas rojas, blancas y negras, ybailaban como serpentinas. Cuando las vboras danzaban y dabanvueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitadosaplaudan como locos.Slo los flamencos, que entonces tenan las patas blancas, y tienenahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, slo los flamencosestaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia nohaban sabido cmo adornarse. Envidiaban el traje de todos, ysobre todo el de las vboras de coral. Cada vez que una vborapasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular lasgasas de serpentinas, los flamencos se moran de envidia.Un flamenco dijo entonces:-Yo s lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas,blancas y negras, y las vboras de coral se van a enamorar denosotros.Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el ro y fueron agolpear en un almacn del pueblo.-Tan-tan! -Pegaron con las patas.-Quin es? -respondi el almacenero.-Somos los flamencos. Tienes medias coloradas, blancas y negras?-No, no hay -contest el almacenero-. Estn locos? En ningunaparte van a encontrar medias as.Los flamencos fueron entonces a otro almacn.-Tan-tan! Tienes medias coloradas, blancas y negras?El almacenero contest:-Cmo dice? Coloradas, blancas y negras? No hay medias as enninguna parte. Ustedes estn locos. Quines son?-Somos los flamencos -respondieron ellos.Y el hombre dijo:

    -Entonces son con seguridad flamencos locos.Fueron a otro almacn.

    -Tan-tan! Tienes medias coloradas, blancas y negras?El almacenero grit:-De qu color? Coloradas, blancas y negras?. Solamente a pjarosnarigudos como ustedes se les ocurre pedir medias as. Vyanseenseguida!

    Y el hombre los ech con la escoba.Los flamencos recorrieron as todos los almacenes, y de todaspartes los echaban por locos.Entonces un tat, que haba ido a tomar agua al ro, se quiso burlarde los flamencos y les dijo, hacindoles un gran saludo:Buenas noches, seores flamencos! Yo s lo que ustedes buscan.No van a encontrar medias as en ningn almacn. Tal vez hayaen Buenos Aires, pero tendrn que pedirlas por encomienda postal.Mi cuada, la lechuza, tiene medias as. Pdanselas, y ella les va adar las medias coloradas, blancas y negras.Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cuevade la lechuza. Y le dijeron:-Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirte las medias coloradas,blancas y negras. Hoy es el gran baile de las vboras, y si nosponemos esas medias, las vboras de coral se van a enamorar denosotros. -Con mucho gusto! -respondi la lechuza-. Esperen un segundo,y vuelvo enseguida.Y echando a volar, dej solos a los flamencos; y al rato volvi conlas medias. Pero no eran medias, sino cueros de vboras de coral,lindsimos cueros recin sacados a las vboras que la lechuza habacazado.-Aqu estn las medias -les dijo la lechuza-. No se preocupen denada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin pararun momento, bailen de costado, de pico, de cabeza, como ustedesquieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van

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    entonces a llorar.Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendan bienqu gran peligro haba para ellos en eso, y locos de alegra sepusieron los cueros de las vboras de coral, como medias, metiendolas patas dentro de los cueros, que eran como tubos. Y muycontentos se fueron volando al baile.Cuando vieron a los flamencos con sus hermossimas medias,todos les tuvieron envidia. Las vboras queran bailar con ellos,nicamente, y como los flamencos no dejaban un instante de moverlas patas, las vboras no podan ver bien de que estaban hechasaquellas preciosas medias.Pero poco a poco, sin embargo, las vboras comenzaron adesconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado deella se agachaban hasta el suelo para ver bien.Las vboras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. Noapartaban la vista de las medias, y se agachaban tambin tratandode tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lenguade las vboras es como la mano de las personas. Pero los flamencosbailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadsimos y yano podan ms.Las vboras de coral, que conocieron esto, pidieron enseguida alas ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todasjuntas a que los flamencos se cayeran de cansados.Efectivamente, un minuto despus, un flamenco, que ya no podams, tropez con el cigarro de un yacar, se tambale y cay decostado. Enseguida las vboras de coral corrieron con sus farolitos,y alumbraron bien las patas del flamenco. Y vieron qu eranaquellas medias, y lanzaron un silbido que se oy desde la otraorilla del Paran.-No son medias! -gritaron las vboras-. Sabemos lo que es! Noshan engaado! Los flamencos han matado a nuestras hermanas yse han puesto sus cueros como medias! Las medias que tienenson de vboras de coral!

    Al or esto, los flamencos, llenos de miedo porque estabandescubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que nopudieron levantar una sola pata. Entonces las vboras de coral selanzaron sobre ellos, y enroscndose en sus patas les deshicierona mordiscos las medias. Les arrancaron las medias a pedazos,enfurecidas, y les mordan tambin las patas, para que murieran.Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro, sinque las vboras de coral se desenroscaran de sus patas. Hasta queal fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de media, lasvboras los dejaron libres, cansadas y arreglndose las gasas desus trajes de baile.Adems, las vboras de coral estaban seguras de que los flamencosiban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las vboras decoral que los haban mordido eran venenosas.Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua,sintiendo un grandsimo dolor. Gritaban de dolor, y sus patas,que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de lasvboras. Pasaron das y das y siempre sentan terrible ardor en laspatas, y las tenan siempre de color de sangre, porque estabanenvenenadas.Hace de esto muchsimo tiempo. Y ahora todava estn losflamencos casi todo el da con sus patas coloradas metidas en elagua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas.A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, paraver cmo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven enseguida,y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tangrande, que encogen una pata y quedan as horas enteras, porqueno pueden estirarla.Esta es la historia de los flamencos, que antes tenan las patasblancas y ahora las tienen coloradas. Todos los pescados sabenpor qu es, y se burlan de ellos. Pero los flamencos, mientras securan en el agua, no pierden ocasin de vengarse, comiendo acuanto pescadito se acerca demasiado a burlarse de ellos.

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    EL LORO PELADO

    ABA UNA VEZ UNA BANDA de loros que viva en el monte.De maana temprano iban a comer choclos a la chacra,y de tarde coman naranjas. Hacan gran barullo con

    sus gritos, y tenan siempre un loro de centinela en los rbolesms altos, para ver si vena alguien.Los loros son tan dainos como la langosta, porque abren loschoclos para picotearlos, los cuales, despus, se pudren con lalluvia. Y como al mismo tiempo los loros son ricos para comerguisados, los peones los cazaban a tiros.Un da un hombre baj de un tiro a un loro centinela, el que cayherido y pele un buen rato antes de dejarse agarrar. El pen lollev a la casa, para los hijos del patrn, los chicos lo curaronporque no tena ms que un ala rota. El loro se cur muy bien, yse amans completamente. Se llamaba Pedrito. Aprendi a dar lapata; le gustaba estar en el hombro de las personas y con el picoles haca cosquillas en la oreja.Viva suelto y pasaba casi todo el da en los naranjos y eucaliptosdel jardn. Le gustaba tambin burlarse de las gallinas. A las cuatro

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    o cinco de la tarde, que era la hora en que tomaban el t en lacasa, el loro entraba tambin en el comedor, y se suba con el picoy las patas por el mantel, a comer pan mojado en leche. Tenalocura por el t con leche.Tanto se daba Pedrito con los chicos y tantas cosas le decan lascriaturas, que el loro aprendi a hablar. Deca: Buen da, lorito!...Rica la papa!... Papa para Pedrito!... Deca otras cosas msque no se pueden decir, porque los loros, como los chicos,aprenden con gran facilidad malas palabras.Cuando llova. Pedrito se encrespaba y se contaba a s mismo unaporcin de cosas, muy bajito. Cuando el tiempo se compona,volaba entonces gritando como un loco.Era, como se ve, un loro bien feliz, que adems de ser libre, comolo desean todos los pjaros, tena tambin, como las personas ricas,su five oclock tea.Ahora bien: en medio de esta felicidad, sucedi que una tarde delluvia sali por fin el sol despus de cinco das de temporal, yPedrito se puso a volar gritando:-Que lindo da, lorito!... Rica, papa!... La pata, Pedrito! - y novolaba lejos, hasta que vio debajo de l, muy abajo, el ro Paran,que pareca una lejana y ancha cinta blanca. Y sigui, siguivolando, hasta que se asent por fin en un rbol a descansar.Y he aqu que de pronto vio brillar en el suelo, a travs de lasramas, dos luces verdes, como enormes bichos de luz.-Que ser? -se dijo el loro-. Rica, papa!, Que ser eso? Buenda, Pedrito!...El loro hablaba siempre as, como todos los loros, mezclando laspalabras sin ton ni son, y a veces costaba entenderlo. Y como eramuy curioso, fue bajando de rama en rama, hasta acercarse.Entonces vio que aquellas dos luces verdes eran los ojos de untigre que estaba agachado, mirndolo fijamente.Pero Pedrito estaba tan contento con el lindo da, que no tuvoningn miedo.

    -Buen da, tigre! -le dijo-. La pata, Pedrito!Y el tigre, con esa voz terriblemente ronca que tiene, le respondi:-Bu-en da!-Buen da, tigre! -repiti el loro-. Rica papa!... rica, papa!... rica,papa!...Y deca tantas veces rica papa! porque ya eran las cuatro de latarde, y tena muchas ganas de tomar t con leche. El loro sehaba olvidado de que los bichos del monte no toman t con leche,y por esto lo convid al tigre.- Rico t con leche! -le dijo-. Buen da, Pedrito!... Quieres tomart con leche conmigo, amigo tigre?Pero el tigre se puso furioso porque crey que el loro se rea de l,y adems, como tena a su vez hambre, se quiso comer al pjarohablador. As que le contest:-Bue-no! Acrca-te un po-co que soy sor-do!El tigre no era sordo; lo que quera era que Pedrito se acercaramucho para agarrarlo de un zarpazo. Pero el loro no pensaba sinoen el gusto que tendran en la casa cuando l se presentara a tomart con leche con aquel magnfico amigo. Y vol hasta otra ramams cerca del suelo.-Rica, papa, en casa! -repiti gritando cuanto poda.-Ms cer-ca! No oi-go! -respondi el tigre con su voz ronca.El loro se acerc un poco ms y dijo: -Rico, t con leche!-Ms cer-ca to-da-va! -repiti el tigre.El pobre loro se acerc an ms, y en ese momento el tigre dio unterrible salto, tan alto como una casa, y alcanz con la punta delas uas a Pedrito. No alcanz a matarlo, pero le arranc todas lasplumas del lomo y la cola entera. No le qued una sola pluma enla cola.-Toma! -rugi el tigre-. Anda a tomar t con leche...El loro, gritando de dolor y de miedo, se fue volando, pero nopoda volar bien, porque le faltaba la cola que es como el timnde los pjaros. Volaba cayndose en el aire de un lado para otro, y

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    todos los pjaros que lo encontraban se alejaban asustados deaquel bicho raro.Por fin pudo llegar a la casa, y lo primero que hizo fue mirarse enel espejo de la cocinera. Pobre Pedrito! Era el pjaro ms raro yms feo que puede darse, todo pelado, todo rabn, y temblandode fro. Cmo iba a presentarse en el comedor, con esa figura?Vol entonces hasta el hueco que haba en el tronco de un eucaliptoy que era como una cueva, y se escondi en el fondo, tiritando defro y de vergenza.Pero entretanto, en el comedor todos extraaban su ausencia: -Dnde estar Pedrito? -decan. Y llamaban-: Pedrito! Rica, papa,Pedrito! T con leche, Pedrito!Pero Pedrito no se mova de su cueva, ni responda nada, mudo yquieto. Lo buscaron por todas partes, pero el loro no apareci.Todos creyeron entonces que Pedrito haba muerto, y los chicosse echaron a llorar.Todas las tardes, a la hora del t, se acordaban siempre del loro, yrecordaban tambin cuanto le gustaba comer pan mojado en tcon leche. Pobre Pedrito! Nunca ms lo veran porque habamuerto.Pero Pedrito no haba muerto, sino que continuaba en su cuevasin dejarse ver por nadie, porque senta mucha vergenza de versepelado como un ratn. De noche bajaba a comer y suba enseguida.De madrugada descenda de nuevo, muy ligero, e iba a mirarse enel espejo de la cocinera, siempre muy triste porque las plumastardaban mucho en crecer.Hasta que por fin un da, o una tarde, la familia sentada a la mesaa la hora del t vio entrar a Pedrito muy tranquilo, balancendosecomo si nada hubiera pasado. Todos se queran morir, morir degusto cuando lo vieron bien vivo y con lindsimas plumas.-Pedrito, lorito! -le decan-. Qu te pas, Pedrito! Qu plumasbrillantes que tiene el lorito!Pero no saban que eran plumas nuevas, y Pedrito, muy serio, nodeca tampoco una palabra. No haca sino comer pan mojado en

    t con leche. Pero lo que es hablar, ni una sola palabra.Por eso, el dueo de casa se sorprendi mucho cuando a la maanasiguiente el loro fue volando a pararse en su hombro, charlandocomo un loco. En dos minutos le cont lo que le haba pasado: unpaseo al Paraguay, su encuentro con el tigre, y lo dems; y concluacada evento, cantando:-Ni una pluma en la cola de Pedrito! Ni una pluma! Ni una pluma!Y lo invit a ir a cazar al tigre entre los dos.El dueo de la casa, que precisamente iba en ese momento acomprar una piel de tigre que le haca falta para la estufa, quedmuy contento de poderla tener gratis. Y volviendo a entrar en lacasa para tomar la escopeta, emprendi junto con Pedrito el viajeal Paraguay. Convinieron en que cuando Pedrito viera al tigre, lodistraera charlando, para que el hombre pudiera acercarsedespacito con la escopeta.Y as pas. El loro, sentado en una rama del rbol, charlaba ycharlaba, mirando al mismo tiempo a todos lados, para ver si veaal tigre. Y por fin sinti un ruido de ramas partidas, y vio derepente debajo del rbol dos luces verdes fijas en l: eran los ojosdel tigre.Entonces el loro se puso a gritar:- Lindo da!... Rica, papa!... Rico t con leche!... Quieres t conleche?...El tigre enojadsimo al reconocer a aquel loro pelado que l creahaber muerto, y que tena otra vez lindsimas plumas, jur que esavez no se le escapara, y de sus ojos brotaron dos rayos de iracuando respondi con su voz ronca:-Acr-ca-te ms! Soy sor-do!El loro vol a otra rama ms prxima, siempre charlando: -Rico,pan con leche!... ESTA AL PlE DE ESTE ARBOL!...Al or estas ltimas palabras, el tigre lanz un rugido y se levantde un salto.-Con quin ests hablando? -bram-. A quin le has dicho queestoy al pie de este rbol?

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    -A nadie, a nadie! -grit el loro-. Buen da, Pedrito!... La pata,lorito!...Y segua charlando y saltando de rama en rama, y acercndose.Pero l haba dicho: est al pie de este rbol para avisarle al hombre,que se iba arrimando bien agachado y con la escopeta al hombro.Y lleg un momento en que el loro no pudo acercarse ms, porquesi no, caa en la boca del tigre, y entonces grit:-Rica, papa!... ATENClON!-Ms cer-ca an! -rugi el tigre, agachndose para saltar.-Rico, t con leche!... CUlDADO, VA A SALTAR!Y el tigre salt, en efecto. Dio un enorme salto, que el loro evitlanzndose al mismo tiempo como una flecha en el aire. Perotambin en ese mismo instante el hombre, que tena el can dela escopeta recostado contra un tronco para hacer bien la puntera,apret el gatillo, y nueve balines del tamao de un garbanzo cadauno entraron como un rayo en el corazn del tigre, que lanzandoun bramido que hizo temblar el monte entero, cay muerto.Pero el loro, qu gritos de alegra daba! Estaba loco de contento,porque se haba vengado -y bien vengado!- del fesimo animalque le haba sacado las plumas!El hombre estaba tambin muy contento, porque matar a un tigrees cosa difcil, y, adems, tena la piel para la estufa del comedor.Cuando llegaron a la casa, todos supieron por qu Pedrito habaestado tanto tiempo oculto en el hueco del rbol, y todos lofelicitaron por la hazaa que haba hecho.Vivieron en adelante muy contentos. Pero el loro no se olvidabade lo que le haba hecho el tigre, y todas las tardes, cuando entrabaen el comedor para tomar el t, se acercaba siempre a la piel deltigre, tendida delante de la estufa, y lo invitaba a tomar t conleche.-Rica, papa!... -le deca-. Quieres t con leche?... La papa para eltigre!Y todos se moran de risa. Y Pedrito tambin.

    LA GUERRA DE LOS YACARS

    N UN RO MUY GRANDE, en un pas desierto donde nuncahaba estado el hombre, vivan muchos yacars. Eran msde cien o ms de mil. Coman pescados, bichos que iban

    a tomar agua al ro, pero sobre todo pescados. Dorman la siestaen la arena de la orilla, y a veces jugaban sobre el agua cuandohaba noches de luna.Todos vivan muy tranquilos y contentos. Pero una tarde, mientrasdorman la siesta, un yacar se despert de golpe y levant lacabeza porque crea haber sentido ruido. Prest odos, y lejos,muy lejos, oy efectivamente un ruido sordo y profundo. Entoncesllam al yacar que dorma a su lado.-Despirtate! -le dijo-. Hay peligro.-Qu cosa? -respondi el otro, alarmado.-No s -contest el yacar que se haba despertado primero- Sientoun ruido desconocido.El segundo yacar oy el ruido a su vez, y en un momentodespertaron a los otros. Todos se asustaron y corran de un ladopara otro con la cola levantada.

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    Y no era para menos su inquietud, porque el ruido creca, creca.Pronto vieron como una nubecita de humo a lo lejos, y oyeron unruido de chas-chas en el ro como si golpearan el agua muy lejos.Los yacars se miraban unos a otros: qu poda ser aquello?Pero un yacar viejo y sabio, el ms sabio y viejo de todos, unviejo yacar a quien no quedaban sino dos dientes sanos en loscostados de la boca, y que haba hecho una vez un viaje hasta elmar, dijo de repente:- Yo s lo que es! Es una ballena! Son grandes y echan aguablanca por la nariz! El agua cae para atrs.Al or esto, los yacars chiquitos comenzaron a gritar como locosde miedo, zambullendo la cabeza. Y gritaban:-Es una ballena! Ah viene la ballena!Pero el viejo yacar sacudi de la cola al yacarecito que tena mscerca.-No tengan miedo! -les grit-. Yo s lo que es la ballena! Ellatiene miedo de nosotros! Siempre tiene miedo!Con lo cual los yacars chicos se tranquilizaron. Pero enseguidavolvieron a asustarse, porque el humo gris se cambi de repenteen humo negro, y todos sintieron bien fuerte ahora el chas-chas-chas en el agua. Los yacars, espantados, se hundieron en el ro,dejando solamente fuera los ojos y la punta de la nariz. Y as vieronpasar delante de ellos aquella cosa inmensa, llena de humo ygolpeando el agua, que era un vapor de ruedas que navegaba porprimera vez por aquel ro. El vapor pas, se alej y desapareci.Los yacars entonces fueron saliendo del agua, muy enojados conel viejo yacar, porque los haba engaado, dicindoles que esoera una ballena.-Eso no es una ballena! -le gritaron en las orejas, porque era unpoco sordo-. Qu es eso que pas?El viejo yacar les explic entonces que era un vapor, lleno defuego, y que los yacars se iban a morir todos si el buque seguapasando.Pero los yacars se echaron a rer, porque creyeron que el viejo se

    haba vuelto loco. Por qu se iban a morir ellos si el vapor seguapasando? Estaba bien loco, el pobre yacar viejo!Y como tenan hambre, se pusieron a buscar pescados.Pero no haba ni un pescado. No encontraron un solo pescado.Todos se haban ido, asustados por el ruido del vapor. No habams pescados.-No les deca yo? -dijo entonces el viejo yacar-. Ya no tenemosnada que comer. Todos los pescados se han ido. Esperemos hastamaana. Puede ser que el vapor no vuelva ms, y los pescadosvolvern cuando no tengan ms miedo.Pero al da siguiente sintieron de nuevo el ruido en el agua, yvieron pasar de nuevo al vapor, haciendo mucho ruido y largandotanto humo que oscureca el cielo.-Bueno -dijeron entonces los yacars-; el buque pas ayer, pashoy, y pasar maana. Ya no habr ms pescados ni bichos quevengan a tomar agua, y nos moriremos de hambre. Hagamosentonces un dique.-S, un dique! Un dique! -gritaron todos, nadando a toda fuerzahaca la orilla- hagamos un dique!Enseguida se pusieron a hacer el dique. Fueron todos al bosque yecharon abajo ms de diez mil rboles, sobre todo lapachos yquebrachos, porque tienen la madera muy dura... Los cortaroncon la especie de serrucho que los yacars tienen encima de lacola; los empujaron hasta el agua, y los clavaron a todo lo anchodel ro, a un metro uno del otro. Ningn buque poda pasar porall, ni grande ni chico. Estaban seguros de que nadie vendra aespantar los pescados. Y como estaban muy cansados, se acostarona dormir en la playa.Al otro da dorman todava cuando oyeron el chas-chas-chas delvapor. Todos oyeron, pero ninguno se levant ni abri los ojossiquiera. Qu les importaba el buque? Poda hacer todo el ruidoque quisiera, por all no iba a pasar.En efecto: el vapor estaba muy lejos todava cuando se detuvo.Los hombres que iban adentro miraron con anteojos aquella cosa

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    atravesada en el ro y mandaron un bote a ver qu era aquello queles impeda pasar. Entonces los yacars se levantaron y fueron aldique, y miraron por entre los palos, rindose del chasco que sehaba llevado el vapor.El bote se acerc, vio el formidable dique que haban levantadolos yacars y se volvi al vapor. Pero despus volvi otra vez aldique, y los hombres del bote gritaron:-Eh, yacars!-Qu hay! -respondieron los yacars, sacando la cabeza por entrelos troncos del dique.-Nos est estorbando eso -continuaron los hombres.-Ya lo sabemos!-No podemos pasar!-Es lo que queremos!-Saquen el dique!-No lo sacamos!Los hombres del bote hablaron un rato en voz baja entre ellos ygritaron despus:-Yacars!-Qu hay? -contestaron ellos.-No lo sacan?-No!-Hasta maana, entonces!-Hasta cuando quieran!Y el bote volvi al vapor, mientras los yacars, locos de contento,daban tremendos colazos en el agua. Ningn vapor iba a pasarpor all y siempre, siempre, habra pescados.Pero al da siguiente volvi el vapor, y cuando los yacars miraronel buque, quedaron mudos de asombro: ya no era el mismo buque.Era otro, un buque de color ratn, mucho ms grande que el otro.Qu nuevo vapor era ese? Ese tambin quera pasar? No iba apasar, no. Ni se, ni otro, ni ningn otro!-No, no va a pasar! -gritaron los yacars, lanzndose al dique,cada cual a su puesto entre los troncos.

    El nuevo buque, como el otro, se detuvo lejos, y tambin como elotro baj un bote que se acerc al dique.Dentro venan un oficial y ocho marineros. El oficial grit: -Eh,yacars!-Qu hay! -respondieron stos.-No sacan el dique?-No.-No?-No!-Est bien -dijo el oficial-. Entonces lo vamos a echar a pique acaonazos.-Echen! -contestaron los yacars.Y el bote regres al buque.Ahora bien, ese buque de color ratn era un buque de guerra, unacorazado con terribles caones. El viejo yacar sabio, que habaido una vez hasta el mar, se acord de repente, y apenas tuvotiempo de gritar a los otros yacars:-Escndanse bajo el agua! Ligero! Es un buque de guerra!.Cuidado! Escndanse!Los yacars desaparecieron en un instante bajo el agua y nadaronhacia la orilla, donde quedaron hundidos, con la nariz y los ojosnicamente fuera del agua. En ese mismo momento, del buquesali una gran nube blanca de humo, son un terrible estampido,y una enorme bala de can cay en pleno dique, justo en el medio.Dos o tres troncos volaron hechos pedazos, y en seguida cayotra bala, y otra y otra ms, y cada una hacia saltar por el aire enastillas un pedazo de dique, hasta que no qued nada del dique.Ni un tronco, ni una astilla, ni una cscara. Todo haba sidodeshecho a caonazos por el acorazado. Y los yacars, hundidosen el agua, con los ojos y la nariz solamente fuera, vieron pasar elbuque de guerra, silbando a toda fuerza.Entonces los yacars salieron del agua y dijeron: -Hagamos otrodique mucho ms grande que el otro.Y en esa misma tarde y esa noche hicieron otro dique, con troncos

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    inmensos. Despus se acostaron a dormir, cansadsimos, y estabandurmiendo todava al da siguiente cuando el buque de guerralleg otra vez, y el bote se acerc al dique.-Eh, yacars! -grit el oficial.-Qu hay! -respondieron los yacars.-Saquen ese otro dique!-No lo sacamos!-Lo vamos a deshacer a caonazos como al otro!-Deshagan..., si pueden!Y hablaban as con orgullo porque estaban seguros de que su nuevodique no podra ser deshecho ni por todos los caones del mundo.Pero un rato despus el buque volvi a llenarse de humo, y conun horrible estampido la bala revent en el medio del dique, porqueesta vez haban tirado con granada. La granada revent contra lostroncos, hizo saltar, despedaz, redujo a astillas las enormes vigas.La segunda revent al lado de la primera y otro pedazo de diquevol por el aire. Y as fueron deshaciendo el dique. Y no quednada del dique; nada, nada. El buque de guerra pas entoncesdelante de los yacars, y los hombres les hacan burlas tapndosela boca.-Bueno -dijeron entonces los yacars, saliendo del agua-. Vamos amorir todos, porque el buque va a pasar siempre y los pescadosno volvern.Y estaban tristes, porque los yacars chiquitos se quejaban dehambre.El viejo yacar dijo entonces:-Todava tenemos una esperanza de salvarnos. Vamos a ver alSURUBl. Yo hice un viaje con l cuando fui hasta el mar, y tieneun torpedo. El vio un combate entre dos buques de guerra, ytrajo hasta aqu un torpedo que no revent. Vamos a pedrselo, yaunque est muy enojado con nosotros los yacars, tiene buencorazn y no querr que muramos todos.El hecho es que antes, muchos aos antes, los yacars se habancomido a un sobrinito del Surub, y ste no haba querido tener

    ms relaciones con los yacars. Pero a pesar de todo fueroncorriendo a ver al Surub, que viva en una gruta grandsima en laorilla del ro Paran, y que dorma siempre al lado de su torpedo.Hay surubes que tienen hasta dos metros de largo y el dueo deltorpedo era uno de sos.-Eh, Surub! -gritaron todos los yacars desde la entrada de lagruta, sin atreverse a entrar por aquel asunto del sobrinito.-Quin me llama? -contest el Surub.-Somos nosotros, los yacars!-No tengo ni quiero tener relacin con ustedes -respondi elSurub, de mal humor.Entonces el viejo yacar se adelant un poco en la gruta y dijo:-Soy yo, Surub! Soy tu amigo el yacar que hizo contigo el viajehasta el mar!Al or esa voz conocida, el Surub sali de la gruta.- Ah, no te haba conocido! -le dijo cariosamente a su viejoamigo-. Qu quieres?-Venimos a pedirte el torpedo. Hay un buque de guerra que pasapor nuestro ro y espanta a los pescados. Es un buque de guerra,un acorazado. Hicimos un dique, y lo ech a pique. Hicimos otro,y lo ech tambin a pique. Los pescados se han ido, y nosmoriremos de hambre. Danos el torpedo, y lo echaremos a piquea l.El Surub, al or esto, pens un largo rato, y despus dijo:-Est bien; les prestar el torpedo, aunque me acuerdo siemprede lo que hicieron con el hijo de mi hermano. Quin sabe hacerreventar el torpedo?Ninguno saba, y todos callaron.-Est bien -dijo el Surub, con orgullo-, yo lo har reventar. Yo shacer eso.Organizaron entonces el viaje. Los yacars se ataron todos unoscon otros; de la cola de uno al cuello del otro; de la cola de ste alcuello de aqul, formando as una larga cadena de yacars quetena ms de una cuadra. El inmenso Surub empuj el torpedo

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    hacia la corriente y se coloc bajo l, sostenindolo sobre el lomopara que flotara. Y como las lianas con que estaban atados losyacars uno detrs del otro se haban concluido, el Surub seprendi con los dientes de la cola del ltimo yacar, y asemprendieron la marcha. El Surub sostena el torpedo, y losyacars tiraban, corriendo por la costa. Suban, bajaban, saltabanpor sobre las piedras, corriendo siempre y arrastrando al torpedo,que levantaba olas como un buque por la velocidad de la corrida.Pero a la maana siguiente, bien temprano, llegaban al lugar dondehaban construido su ltimo dique, y comenzaron enseguida otro,pero mucho ms fuerte que los anteriores, porque por consejodel Surub colocaron los troncos bien juntos, uno al lado de otro.Era un dique realmente formidable.Haca apenas una hora que acababan de colocar el ltimo troncodel dique, cuando el buque de guerra apareci otra vez, y el botecon el oficial y ocho marineros se acerc de nuevo al dique. Losyacars se treparon entonces por los troncos y asomaron la cabezadel otro lado.-Eh, yacars! -grit el oficial.-Qu hay! -respondieron los yacars.-Otra vez el dique?-S, otra vez!-Saquen ese dique!-Nunca!-No lo sacan?-No!-Bueno; entonces, oigan -dijo el oficial-. Vamos a deshacer estedique, y para que no quieran hacer otro los vamos a deshacerdespus a ustedes, a caonazos. No va a quedar ni uno solo vivo;ni grandes, ni chicos, ni gordos, ni flacos, ni jvenes, ni viejos,como ese viejsimo yacar que veo all, y que no tiene sino dosdientes en los costados de la boca.El viejo y sabio yacar, al ver que el oficial hablaba de l y seburlaba, le dijo:

    -Es cierto que no me quedan sino pocos dientes, y algunos rotos.Pero usted sabe qu van a comer maana estos dientes? -aadi,abriendo su inmensa boca.-Qu van a comer, a ver? -respondieron los marineros.-A ese oficialito -dijo el yacar y se baj rpidamente de su tronco.Entretanto, el Surub haba colocado su torpedo bien en mediodel dique, ordenando a cuatro yacars que lo aseguraran concuidado y lo hundieran en el agua hasta que l les avisara. As lohicieron. Enseguida, los dems yacars se hundieron a su vez cercade la orilla, dejando nicamente la nariz y los ojos fuera del agua.El Surub se hundi al lado de su torpedo.De repente el buque de guerra se llen de humo y lanz el primercaonazo contra el dique. La granada revent justo en el centrodel dique, e hizo volar en mil pedazos diez o doce troncos.Pero el Surub estaba alerta y apenas qued abierto el agujero enel dique, grit a los yacars que estaban bajo el agua sujetando eltorpedo:-Suelten el torpedo, ligero, suelten!Los yacars soltaron, y el torpedo vino a flor de agua.En menos del tiempo que se necesita para contarlo, el Surubcoloc el torpedo bien en el centro del boquete abierto, apuntandocon un solo ojo, y poniendo en movimiento el mecanismo deltorpedo, lo lanz contra el buque.Ya era tiempo! En ese instante el acorazado lanzaba su segundocaonazo y la granada iba a reventar entre los palos, haciendosaltar en astillas otro pedazo del dique.Pero el torpedo llegaba al buque, y los hombres que estaban en llo vieron: es decir, vieron el remolino que hace en el agua untorpedo. Dieron todos un gran grito de miedo y quisieron moverel acorazado para que el torpedo no lo tocara.Pero era tarde; el torpedo lleg, choc con el inmenso buque bienen el centro, y revent.No es posible darse cuenta del terrible ruido con que revent eltorpedo. Revent, y parti el buque en quince mil pedazos; lanz

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    por el aire, a cuadras y cuadras de distancia, chimeneas, mquinas,caones, lanchas, todo.Los yacars dieron un grito de triunfo y corrieron como locos aldique. Desde all vieron pasar por el agujero abierto por la granadaa los hombres muertos, heridos y algunos vivos que la corrientedel ro arrastraba.Se treparon amontonados en los dos troncos que quedaban aambos lados del boquete y cuando los hombres pasaban por all,se burlaban tapndose la boca con las patas.No quisieron comer a ningn hombre, aunque bien lo merecan.Slo cuando pas uno que tena galones de oro en el traje y queestaba vivo, el viejo yacar se lanz de un salto al agua, y tac! endos golpes de boca se lo comi.-Quin es se? -pregunt un yacarecito ignorante.-Es el oficial -le respondi el Surub-. Mi viejo amigo le habaprometido que lo iba a comer, y se lo ha comido.Los yacars sacaron el resto del dique, que para nada serva ya,puesto que ningn buque volvera a pasar por all. El Surub, quese haba enamorado del cinturn y los cordones del oficial, pidique se los regalaran, y tuvo que sacrselos de entre los dientes alviejo yacar, pues haban quedado enredados all. El Surub sepuso el cinturn, abrochndolo por bajo las aletas, y del extremode sus grandes bigotes prendi los cordones de la espada. Comola piel del Surub es muy bonita, y las manchas oscuras que tienese parecen a las de una vbora, el Surub nad una hora pasando yrepasando ante los yacars, que lo admiraban con la boca abierta.Los yacars lo acompaaron luego hasta su gruta, y le dieron lasgracias infinidad de veces. Volvieron despus a su paraje. Lospescados volvieron tambin, los yacars vivieron y viven todavamuy felices, porque se han acostumbrado al fin a ver pasar vaporesy buques que llevan naranjas.Pero no quieren saber nada de buques de guerra.

    HLA GAMA CIEGA

    ABA UNA VEZ UN VENADO -una gama- que tuvo doshijos mellizos, cosa rara entre los venados. Un gatomonts se comi a uno de ellos, y qued slo la hembra.

    Las otras gamas, que la queran mucho, le hacan siempre cosquillasen los costados.Su madre le haca repetir todas las maanas, al rayar el da, laoracin de los venados. Y dice as:I. Hay que oler bien primero las hojas antes de comerlas, porque

    algunas son venenosas.II. Hay que mirar bien el ro y quedarse quieto antes de bajar a

    beber, para estar seguro de que no hay yacars.III. Cada media hora hay que levantar bien alta la cabeza y oler el

    viento, para sentir el olor del tigre.IV. Cuando se come pasto del suelo, hay que mirar siempre antes

    los yuyos para ver si hay vboras.Este es el padrenuestro de los venados chicos. Cuando la gamitalo hubo aprendido bien, su madre la dej andar sola.

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    Una tarde, sin embargo, mientras la gamita recorra el montecomiendo las hojitas tiernas, vio de pronto ante ella, en el huecode un rbol que estaba podrido, muchas bolitas juntas quecolgaban. Tenan un color oscuro, como el de las pizarras.Qu sera? Ella tena tambin un poco de miedo pero como eramuy traviesa, dio un cabezazo a aquellas cosas, y dispar.Vio entonces que las bolitas se haban rajado, y que caan gotas.Haban salido tambin muchas mosquitas rubias de cintura muyfina, que caminaban apresuradas por encima.La gama se acerco, y las mosquitas no la picaron. Despacito,entonces, muy despacito, prob una gota con la punta de la lengua,y se relami con gran placer aquellas gotas eran miel, y mielriqusima, porque las bolas de color pizarra eran una colmena deabejitas que no picaban porque no tenan aguijn. Hay abejas as.En dos minutos la gamita se tom toda la miel, y loca de contentafue a contarle a su mam. Pero la mam la reprendi seriamente.-Ten mucho cuidado, mi hija -le dijo- con los nidos de abejas. Lamiel es una cosa muy rica, pero es muy peligroso ir a sacarla.Nunca te metas con los nidos que veas.La gamita grit contenta:-Pero no pican, mam! Los tbanos y las uras si pican; las abejas no.-Ests equivocada, mi hija -continu la madre-. Hoy has tenidosuerte, nada ms. Hay abejas y avispas muy malas. Cuidado, mihija; porque me vas a dar un gran disgusto.-S, mam! !S, mam! -respondi la gamita. Pero lo primero quehizo a la maana siguiente fue seguir los senderos que habanabierto los hombres en el monte, para ver con ms facilidad losnidos de abejas.Hasta que al fin hall uno. Esta vez el nido tena abejas oscuras,con una fajita amarilla en la cintura, que caminaban por encimadel nido. El nido tambin era distinto; pero la gamita pens que,puesto que estas abejas eran ms grandes, la miel deba ser ms rica.Se acord asimismo de la recomendacin de su mam; mas crey

    que su mam exageraba, como exageran siempre las madres de lasgamitas. Entonces le dio un gran cabezazo al nido.Ojal nunca lo hubiera hecho! Salieron enseguida cientos deavispas, miles de avispas que la picaron en todo el cuerpo, lellenaron todo el cuerpo de picaduras, en la cabeza, en la barriga,en la cola; y lo que es mucho peor, en los mismos ojos. La picaronms de diez en los ojos.La gamita, loca de dolor, corri y corri gritando, hasta que derepente tuvo que pararse porque no vea ms; estaba ciega, ciegadel todo.Los ojos se le haban hinchado enormemente, y no vea ms. Sequed quieta entonces, temblando de dolor y de miedo, y slopoda llorar desesperadamente.-Mam!... Mam!...Su madre, que haba salido a buscarla, porque tardaba mucho, lahall al fin, y se desesper tambin con su gamita que estaba ciega.La llev paso a paso hasta su cubil, con la cabeza de su hijarecostada en su pescuezo, y los bichos del monte que encontrabanen el camino se acercaban todos a mirar los ojos de la infelizgama.La madre no saba qu hacer. Qu remedios poda hacerle ella?Ella saba bien que en el pueblo que estaba del otro lado del monteviva un hombre que tena remedios. El hombre era cazador, -ycazaba tambin venados, pero era un hombre bueno.La madre tena miedo, sin embargo, de llevar a su hija a un hombreque cazaba gamas. Como estaba desesperada se decidi a hacerlo.Pero antes quiso ir a pedir una carta de recomendacin al OSOHORMlGUERO, que era un gran amigo del hombre.Sali, pues, despus de dejar a la gamita bien oculta, y atravescorriendo el monte, donde el tigre casi la alcanza. Cuando lleg ala guarida de su amigo, no poda dar un paso ms de cansancio.Este amigo era, como se ha dicho, un oso hormiguero; pero erade una especie pequea, cuyos individuos tienen un color amarillo,

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    y por encima del color amarillo una especie de camiseta negrasujeta por dos cintas que pasan por encima de los hombros. Tienentambin la cola prensil, porque siempre viven en los rboles, y secuelgan de la cola.De dnde provena la amistad estrecha entre el oso hormigueroy el cazador? Nadie lo saba en el monte; pero alguna vez ha dellegar el motivo a nuestros odos.La pobre madre, pues, lleg hasta el cubil del oso hormiguero.-Tan! tan! tan! -llam jadeante.-Quin es? -respondi el oso hormiguero.-Soy yo, la gama!-Ah, bueno! Qu quiere la gama?-Vengo a pedirle una tarjeta de recomendacin para el cazador.La gamita, mi hija, est ciega.-Ah, la gamita? -le respondi el oso hormiguero-. Es una buenapersona. Si es por ella, si le doy lo que quiere. Pero no necesitanada escrito... Mustrele esto, y la atender.Y con el extremo de la cola, el oso hormiguero le extendi a lagama una cabeza seca de vbora, completamente seca, que tenaan los colmillos venenosos.-Mustrele esto -dijo an el comedor de hormigas-. No se precisams.-Gracias, oso hormiguero! -respondi contenta la gama-. Ustedtambin es una buena persona.Y sali corriendo, porque era muy tarde y pronto iba a amanecer.Al pasar por su cubil recogi a su hija, que se quejaba siempre, yjuntas llegaron por fin al pueblo, donde tuvieron que caminar muydespacito y arrimarse a las paredes, para que los perros no lassintieran. Ya estaban ante la puerta del cazador.-Tan! tan! tan! -golpearon.-Que hay? -respondi una voz de hombre, desde adentro.-Somos las gamas!... TENEMOS LA CABEZA DE VlBORA!La madre se apur a decir esto, para que el hombre supiera bien

    que ellas eran amigas del oso hormiguero.-Ah, ah! -dijo el hombre, abriendo la puerta-. Que pasa?-Venimos para que cure a mi hija, la gamita, que est ciega.Y cont al cazador toda la historia de las abejas.-Hum!... Vamos a ver qu tiene esta seorita -dijo el cazador. Yvolviendo a entrar en la casa, sali de nuevo con una silla alta, ehizo sentar en ella a la gamita para poderle ver bien los ojos sinagacharse mucho. Le examin as los ojos, bien de cerca con unvidrio muy redondo muy grande, mientras la mam alumbrabacon el farol de viento colgado de su cuello.-Esto no es gran cosa -dijo por fin el cazador, ayudando a bajar ala gamita-. Pero hay que tener mucha paciencia. Pngale estapomada en los ojos todas las noches, y tngale veinte das en laoscuridad. Despus pngale estos lentes amarillos, y se curar.-Muchas gracias, cazador! -respondi la madre, muy contenta yagradecida-. Cunto le debo?-No es nada -respondi sonriendo el cazador-. Pero tenga muchocuidado con los perros, porque en la otra cuadra vive precisamenteun hombre que tiene perros para seguir el rastro de los venados.Las gamas tuvieron gran miedo; apenas pisaban, y se detenan acada momento. Y con todo, los perros las olfatearon y las corrieronmedia legua dentro del monte. Corran por una picada muy ancha,y delante la gamita iba balando.Tal como lo dijo el cazador se efectu la curacin. Pero slo lagama supo cunto le cost tener encerrada a la gamita en el huecode un gran rbol, durante veinte das interminables. Adentro nose vea nada. Por fin una maana la madre apart con la cabeza elgran montn de ramas que haba arrimado al hueco del rbol paraque no entrara luz, y la gamita, con sus lentes amarillos, salicorriendo y gritando:-Veo, mam! Ya veo todo!Y la gama, recostando la cabeza en una rama, lloraba tambin dealegra, al ver curada a su gamita.

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    Y se cur del todo. Pero aunque curada, y sana y contenta, lagamita tena un secreto que la entristeca. Y el secreto era ste:ella quera a toda costa pagarle al hombre que tan bueno habasido con ella y no saba cmo.Hasta que un da crey haber encontrado el medio. Se puso arecorrer la orilla de las lagunas y baados, buscando plumas degarza para llevarle al cazador. El cazador, por su parte, se acordabaa veces de aquella gamita ciega que l haba curado.Y una noche de lluvia estaba el hombre leyendo en su cuarto,muy contento porque acababan de componer el techo de paja,que ahora no se llova ms; estaba leyendo cuando oy quellamaban. Abri la puerta, y vio a la gamita que le traa un atadito,un plumerito todo mojado de plumas de garza.El cazador se puso a rer, y la gamita, avergonzada porque creaque el cazador se rea de su pobre regalo, se fue muy triste. Buscentonces plumas muy grandes, bien secas y limpias, y una semanadespus volvi con ellas; y esta vez el hombre, que se haba redola vez anterior de cario, no se ri esta vez porque la gamita nocomprenda la risa. Pero en cambio le regal un tubo de tacuaralleno de miel, que la gamita tom loca de contento.Desde entonces la gamita y el cazador fueron grandes amigos.Ella se empeaba siempre en llevarle plumas de garza que valenmucho dinero, y se quedaba horas charlando con el hombre. Elpona siempre en la mesa un jarro enlozado lleno de miel, y,arrimaba la sillita alta para su amiga. A veces le daba tambincigarros que las gamas comen con gran gusto, y no les hacen mal.Pasaban as el tiempo, mirando la llama, porque el hombre tenauna estufa a lea mientras afuera el viento y la lluvia sacuda elalero de paja del rancho.Por temor a los perros, la gamita no iba sino en las noches detormenta. Y cuando caa la tarde y empezaba a llover, el cazadorcolocaba en la mesa el jarrito de miel y la servilleta, mientrastomaba caf y lea, esperando en la puerta el tan-tan! bien conocidode su amiga la gamita.

    HISTORIA DE DOS CACHORROSDE COAT Y DE DOS CACHORROS

    DE HOMBRE

    ABA UNA VEZ UN COAT que tena tres hijos. Vivan enel monte comiendo frutas, races y huevos de pajaritos.Cuando estaban arriba de los rboles y sentan un gran

    ruido, se tiraban al suelo de cabeza y salan corriendo con la colalevantada.Una vez que los coaticitos fueron un poco grandes, su madre losreuni un da arriba de un naranjo y les habl as:Coaticitos: ustedes son bastante grandes para buscarse la comidasolos. Deben aprenderlo, porque cuando sean viejos andarnsiempre solos, como todos los coats. El mayor de ustedes, que esmuy amigo de cazar cascarudos, puede encontrarlos entre los palospodridos, porque all hay muchos cascarudos y cucarachas. Elsegundo, que es gran comedor de frutas, puede encontrarlas eneste naranjal; hasta diciembre habr naranjas. El tercero, que noquiere comer sino huevos de pjaros, puede ir a todas partes,

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    porque en todas partes hay nidos de pjaros. Pero que no vayanunca a buscar nidos al campo, porque es peligroso.Coaticitos: hay una sola cosa a la cual deben tener gran miedo.Son los perros. Yo pele una vez con ellos, y s lo que les digo;por eso tengo un diente roto. Detrs de los perros vienen siemprelos hombres con un gran ruido, que mata. Cuando oigan cercaeste ruido, trense de cabeza al suelo, por alto que sea el rbol.Si no lo hacen as los mataran con seguridad de un tiro.As habl la madre. Todos se bajaron entonces y se separaron,caminando de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, comosi hubieran perdido algo, porque as caminan los coats.El mayor, que quera comer cascarudos, busc entre los palospodridos y las hojas de los yuyos, y encontr tantos, que comihasta quedarse dormido. El segundo, que prefera las frutas acualquier cosa, comi cuantas naranjas quiso, porque aquel naranjalestaba dentro del monte, como pasa en el Paraguay y Misiones, yningn hombre vino a incomodarlo. El tercero, que era loco porlos huevos de pjaros, tuvo que andar todo el da para encontrarnicamente dos nidos; uno de tucn, que tena tres huevos, y unode trtolas, que tena slo dos. Total, cinco huevos chiquitos, queera muy poca comida; de modo que al caer la tarde el coaticitotena tanta hambre como de maana, y se sent muy triste a laorilla del monte. Desde all vea el campo, y pens en larecomendacin de su madre.-Por qu no querr mam -se dijo- que vaya a buscar nidos en elcampo?Estaba pensando as cuando oy, muy lejos, el canto de un pjaro.-Qu canto tan fuerte! -dijo admirado- Qu huevos tan grandesdebe tener ese pjaro!El canto se repiti. Y entonces el coat se puso a correr por entreel monte, cortando camino, porque el canto haba soado muy asu derecha. El sol caa ya, pero el coat volaba con la cola levantada.Lleg a la orilla del monte, por fin, y mir al campo. Lejos vio la

    casa de los hombres, y vio a un hombre con botas que llevaba uncaballo de la soga. Vio tambin un pjaro muy grande que cantabay entonces el coaticito se golpe la frente y dijo:-Qu zonzo soy! Ahora ya s qu pjaro es se. Es un gallo; mamme lo mostr un da de arriba de un rbol. Los gallos tienen uncanto lindsimo, y tienen muchas gallinas que ponen huevos. Siyo pudiera comer huevos de gallina!...Es sabido que nada gusta tanto a los bichos chicos del montecomo los huevos de gallina. Durante un rato el coaticito se acordde la recomendacin de su madre. Pero el deseo pudo ms, y sesent a la orilla del monte, esperando que cerrara bien la nochepara ir al gallinero.La noche cerr por fin, y entonces, en puntas de pie y paso apaso, se encamin a la casa. Lleg all y escuch atentamente: nose senta el menor ruido. El coaticito, loco de alegra porque iba acomer cien, mil, dos mil huevos de gallina, entr en el gallinero, ylo primero que vio bien en la entrada fue un huevo que estabasolo en el suelo. Pens un instante en dejarlo para el final, comopostre, porque era un huevo muy grande; pero la boca se le hizoagua, y clav los dientes en el huevo.Apenas lo mordi, TRAC!, un terrible golpe en la cara y uninmenso dolor en el hocico.-Mam, mam! -grit, loco de dolor, saltando a todos lados. Peroestaba sujeto, y en ese momento oy el ronco ladrido de un perro.Mientras el coat esperaba en la orilla del monte que cerrara bienla noche para ir al gallinero, el hombre de la casa jugaba sobre lagramilla con sus hijos, dos criaturas rubias de cinco y seis aos,que corran riendo, se caan, se levantaban riendo otra vez, y volvana caerse. El padre se caa tambin, con gran alegra de los chicos.Dejaron por fin de jugar porque ya era de noche, y el hombre dijoentonces:-Voy a poner la trampa para cazar a la comadreja que viene amatar los pollos y robar los huevos.

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    Y fue y arm la trampa. Despus comieron y se acostaron. Perolas criaturas no tenan sueo, y saltaban de la cama del uno a la delotro y se enredaban en el camisn. El padre, que lea en el comedor,los dejaba hacer. Pero los chicos de repente se detuvieron en sussaltos y gritaron:-Pap! Ha cado la comadreja en la trampa!, Tuk est ladrando!Nosotros tambin queremos ir, pap!El padre consinti, pero no sin que las criaturas se pusieran lassandalias, pues nunca los dejaba andar descalzos de noche, portemor a las vboras.Fueron. Qu vieron all? Vieron a su padre que se agachaba,teniendo al perro con una mano, mientras con la otra levantabapor la cola a un coat, un coaticito chico an, que gritaba con unchillido rapidsimo y estridente, como un grillo.-Pap, no lo mates! -dijeron las criaturas-. Es muy chiquito!Dnoslo para nosotros!-Bueno, se lo voy a dar -respondi el padre-. Pero cudenlo bien,y sobre todo no se olviden de que los coats toman agua comoustedes.Esto lo deca porque los chicos haban tenido una vez un gatitomonts al cual a cada rato le llevaban carne, que sacaban de lafiambrera, pero nunca le dieron agua, y se muri.En consecuencia, pusieron al coat en la misma jaula del gatomonts, que estaba cerca del gallinero, y se acostaron todos otra vez.Y cuando era ms de medianoche y haba un gran silencio, elcoaticito, que sufra mucho por los dientes de la trampa, vio, a laluz de la luna, tres sombras que se acercaban con gran sigilo. Elcorazn le dio un vuelco al pobre coaticito al reconocer a su madrey sus dos hermanos que lo estaban buscando.-Mam, mam! -murmur el prisionero en voz muy baja para nohacer ruido-. Estoy aqu! Squenme de aqu! No quiero quedarme,ma ... m! -y lloraba desconsolado.Pero a pesar de todo estaban contentos porque se habanencontrado, y se hacan mil caricias en el hocico.

    Se trat enseguida de hacer salir al prisionero. Probaron primeroa cortar el alambre tejido, y los cuatro se pusieron a trabajar conlos dientes; mas no conseguan nada. Entonces a la madre se leocurri de repente una idea, y dijo:-Vamos a buscar las herramientas del hombre! Los hombres tienenherramientas para cortar fierro. Se llaman limas. Tienen tres ladoscomo las vboras de cascabel. Se empuja y se retira. Vamos abuscarla!Fueron al taller del hombre y volvieron con la lima. Creyendoque uno solo no tendra fuerzas bastantes, sujetaron la lima entrelos tres y empezaron el trabajo. Y se entusiasmaron tanto, que alrato la jaula entera temblaba con las sacudidas y haca un terribleruido. Tal ruido haca, que el perro se despert, lanzando un roncoladrido. Mas los coats no esperaron a que el perro les pidieracuenta de ese escndalo y dispararon al monte, dejando la limatirada.Al da siguiente, los chicos fueron temprano a ver a su nuevohusped, que estaba muy triste.-Qu nombre le pondremos? -pregunt la nena a su hermano.-Ya s! -respondi el varoncito-. Le pondremos Diecisiete!Por qu Diecisiete? Nunca hubo bicho del monte con nombrems raro. Pero el varoncito estaba aprendiendo a contar, y tal vezle haba llamado la atencin aquel nmero.El caso es que se llam Diecisiete. Le dieron pan, uvas, chocolate,carne, langostas, huevos, riqusimos huevos de gallina.Lograron que en un solo da se dejara rascar la cabeza; y tan grandees la sinceridad del cario de las criaturas, que al llegar la noche elcoat estaba casi resignado con su cautiverio. Pensaba a cadamomento en las cosas ricas que haba para comer all, y pensabaen aquellos rubios cachorritos de hombre que tan alegres y buenoseran.Durante dos noches seguidas, el perro durmi tan cerca de lajaula, que la familia del prisionero no se atrevi a acercarse, con

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    gran sentimiento. Cuando a la tercera noche llegaron de nuevo abuscar la lima para dar libertad al coaticito, ste les dijo:-Mam: yo no quiero irme ms de aqu. Me dan huevos y son muybuenos conmigo. Hoy me dijeron que si me portaba bien me ibana dejar suelto muy pronto. Son como nosotros. Son cachorritostambin y jugamos juntos.Los coats salvajes quedaron muy tristes, pero se resignaron,prometiendo al coaticito venir todas las noches a visitarlo.Efectivamente, todas las noches, lloviera o no, su madre y sushermanos iban a pasar un rato con l. El coaticito les daba panpor entre el tejido de alambre, y los coats salvajes se sentaban acomer frente a la jaula.Al cabo de quince das, el coaticito andaba suelto y l mismo seiba de noche a su jaula. Salvo algunos tirones de orejas que sellevaba por andar cerca del gallinero, todo marchaba bien. El y lascriaturas se queran mucho, y los mismos coats salvajes, al ver lobuenos que eran aquellos cachorritos de hombre, haban concluidopor tomar cario a las dos criaturas.Hasta que una noche muy oscura, en que haca mucho calor ytronaba, los coats salvajes llamaron al coaticito y nadie lesrespondi. Se acercaron muy inquietos y vieron entonces, en elmomento en que casi la pisaban, una enorme vbora que estabaenroscada a la entrada de la jaula. Los coats comprendieron enseguida que el coaticito haba sido mordido al entrar, y no habarespondido a su llamado porque acaso estaba ya muerto. Pero loiban a vengar bien. En un segundo, entre los tres, enloquecieron ala serpiente de cascabel, saltando de aqu para all, y en otrosegundo cayeron sobre ella, deshacindole la cabeza a mordiscones.Corrieron entonces adentro, y all estaba en efecto el coaticito,tendido, hinchado, con las patas temblando y murindose. En baldelos coats salvajes lo movieron; lo lamieron en balde por todo elcuerpo durante un cuarto de hora. El coaticito abri por fin laboca y dej de respirar, porque estaba muerto.Los coats son casi refractarios, como se dice, al veneno de las

    vboras. No les hace casi nada el veneno, y hay otros animales,como la mangosta, que resisten muy bien el veneno de las vboras.Con toda seguridad el coaticito haba sido mordido en una arteriao una vena, porque entonces la sangre se envenena enseguida, y elanimal muere. Esto le haba pasado al coaticito.Al verlo as, su madre y sus hermanos lloraron un largo rato.Despus, como nada ms tenan que hacer all, salieron de la jaula,se dieron vuelta: para mirar por ltima vez la casa donde tan felizhaba sido el coaticito, y se fueron otra vez al monte.Pero los tres coats, sin embargo, iban muy preocupados, y supreocupacin era sta: qu iban a decir los chicos, cuando al dasiguiente, vieran muerto a su querido coaticito? Los chicos lequeran muchsimo, y ellos, los coats, queran tambin a loscachorritos rubios. As es que los tres coats tenan el mismopensamiento, y era evitarles ese gran dolor a los chicos.Hablaron un largo rato y al fin decidieron lo siguiente: el segundode los coats, que se pareca muchsimo al menor en cuerpo y enmodo de ser iba a quedarse en la jaula, en vez del difunto. Comoestaban enterados de muchos secretos de la casa, por los cuentosdel coaticito, los chicos no conoceran nada; extraaran un pocoalgunas cosas, pero nada ms.Y as pas en efecto. Volvieron a la casa, y un nuevo coaticitoreemplaz al primero, mientras la madre y el otro hermano sellevaban sujetos a los dientes el cadver del menor. Lo llevarondespacio al monte, y la cabeza colgaba, balancendose, y la colaiba arrastrando por el suelo.Al da siguiente los chicos extraaron, efectivamente, algunascostumbres raras del coaticito. Pero como ste era tan bueno ycarioso como el otro, las criaturas no tuvieron la menor sospecha.Formaron la misma familia de cachorritos de antes, y, como antes,los coats salvajes venan noche a noche a visitar al coaticitocivilizado, y se sentaban a su lado a comer pedacitos de huevosduros que l les guardaba, mientras ellos le contaban la vida de laselva.

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    EL PASO DEL YABEBIR

    N EL RO YABEBIR, que est en Misiones, hay muchasrayas, porque Yabebir quiere decir precisamente Rio-de-las-rayas. Hay tantas, que a veces es peligroso meterun solo

    pie en el agua. Yo conoc un, hombre a quien lo pic una raya enel taln y que tuvo que caminar renqueando media legua parallegar a su casa: el hombre iba llorando y cayndose de dolor. Esuno de los dolores ms fuertes que se puede sentir.Como en el Yabebir hay tambin muchos otros pescados, algunoshombres van a cazarlos con bombas de dinamita. Tiran una bombaal ro, matando millones de pescados. Todos los pescados queestn cerca mueren, aunque sean grandes como una casa. Y muerentambin todos los chiquitos, que no sirven para nada.Ahora bien; una vez un hombre fue a vivir all, y no quiso quetiraran bombas de dinamita, porque tena Lstima de los pescaditos.El no se opona a que pescaran en el ro para comer; pero noquera que mataran intilmente a millones de pescaditos. Los

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    hombres que tiraban bombas se enojaron al principio, pero comoel hombre tena un carcter serio, aunque era muy bueno, los otrosse fueron a cazar a otra parte, y todos los pescados quedaron muycontentos. Tan contentos y agradecidos, que lo conocan apenasse acercaba a la orilla. Y cuando l andaba por la costa fumando,las rayas lo seguan arrastrndose por el barro, muy contentas deacompaar a su amigo. El no saba nada, y viva feliz en aquellugar. Y sucedi que una vez, una tarde, un zorro lleg corriendohasta el Yabebir, y meti las patas en el agua, gritando: -Eh, rayas!ligero! Ah viene el amigo de ustedes, herido. Las rayas, que looyeron, corrieron ansiosas a la orilla. Y le preguntaron al zorro:-Qu pasa? Dnde est el hombre?-Ah viene! -grit el zorro de nuevo-. Ha peleado con un tigre!El tigre viene corriendo! Seguramente va a cruzar a la isla! Denlepaso, porque es un hombre bueno!-Ya lo creo! Ya lo creo que le vamos a dar paso! -contestaron lasrayas-. Pero lo que es el tigre, se no va a pasar!-Cuidado con l! -grit an el zorro-. No se olviden de que es eltigre!Y pegando un brinco, el zorro entr de nuevo en el monte.Apenas acababa de hacer esto, cuando el hombre apart las ramasy apareci todo ensangrentado y la camisa rota. La sangre le caapor la cara y el pecho hasta el pantaln, y desde las arrugas delpantaln, la sangre caa a la arena. Avanz tambaleando hacia laorilla, porque estaba muy herido, y entr en el ro. Pero apenaspuso un pie en el agua, las rayas que estaban amontonadas seapartaron de su paso; y el hombre lleg con el agua al pecho hastala isla, sin que una raya lo picara. Y conforme lleg, cay desmayadoen la misma arena, por la gran cantidad de sangre que habaperdido.Las rayas no haban an tenido tiempo de compadecer del todo asu amigo moribundo, cuando un terrible rugido les hizo dar unbrinco en el agua.

    -El tigre! El tigre! -gritaron todas, lanzndose como una flecha ala orilla.En efecto, el tigre que haba peleado con el hombre y que lo venapersiguiendo haba llegado a la costa del Yabebir. El animal estabatambin muy herido, y la sangre le corra por todo el cuerpo. Vioal hombre cado como muerto en la isla, y lanzando un rugido derabia, se ech al agua, para acabar de matarlo.Pero apenas hubo metido una pata en el agua, sinti como si lehubieran clavado ocho o diez terribles clavos en las patas, y dioun salto atrs: eran las rayas, que defendan el paso del ro, y lehaban clavado con toda su fuerza el aguijn de la cola.El tigre qued roncando de dolor, con la pata en el aire; y al vertoda el agua de la orilla turbia como si removieran el barro delfondo, comprendi que eran las rayas que no lo queran dejarpasar. Y entonces grit enfurecido:-Ah, ya s lo que es! Son ustedes, malditas rayas! Salgan delcamino!-No salimos! -respondieron las rayas.-Salgan!-No salimos! l es un hombre bueno! No hay derecho paramatarlo!-l me ha herido a m!-Los dos se han herido! Esos son asuntos de ustedes en el monte!Aqu abajo est bajo nuestra proteccin! ... No se pasa!-Paso! -rugi por ltima vez el tigre.-NI NUNCA! -respondieron las rayas.(Ellas dijeron ni nunca porque as dicen los que hablan guaran,como en Misiones.)-Vamos a ver! -bram an el tigre. Y retrocedi para tomar impulsoy dar un enorme salto.El tigre saba que las rayas estn casi siempre en la orilla; y pensabaque si lograba dar un salto muy grande acaso no hallara ms rayasen el medio del ro, y podra as comer al hombre moribundo.

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    Pero las rayas lo haban adivinado y corrieron todas al medio delro, pasndose la voz:-Fuera de la orilla! -gritaban bajo el agua-. Adentro! A la canal!A la canal!Y en un segundo el ejrcito de rayas se precipit ro adentro, adefender el paso, al tiempo que el tigre daba su enorme salto ycaa en medio del agua. Cay loco de alegra, porque en el primermomento no sinti ninguna picadura, y crey que las rayas habanquedado todas en la orilla, engaadas...Pero apenas dio un paso, una verdadera lluvia de aguijonazos, comopualadas de dolor, lo detuvieron en seco: eran otra vez las rayas,que le acribillaban las patas a picaduras.El tigre quiso continuar, sin embargo; pero el dolor era tan atroz,que lanz un alarido y retrocedi corriendo como loco a la orilla.Y se ech en la arena de costado, porque no poda ms desufrimiento; y la barriga suba y bajaba como si estuvieracansadsimo.Lo que pasaba es que el tigre estaba envenenado con el veneno delas rayas.Pero aunque haban vencido al tigre las rayas no estaban tranquilasporque tenan miedo de que viniera la tigra y otros tigres, y otrosmuchos ms... Y ellas no podran defender ms el paso.En efecto, el monte bram de nuevo, y apareci la tigra, que sepuso loca de furor al ver al tigre tirado de costado en la arena.Ella vio tambin el agua turbia por el movimiento de las rayas y seacerc al ro. Y tocando casi el agua con la boca, grit:-Rayas! Quiero paso!-No va a quedar una sola raya con cola, si no dan paso! -rugi latigra.-Aunque quedemos sin cola, no se pasa! -respondieron ellas.-Por ltima vez, paso!-NI NUNCA! -gritaron las rayas.La tigra, enfurecida, haba metido sin querer una pata en el agua,

    y una raya, acercndose despacio, acababa de clavarle todo elaguijn entre los dedos. Al bramido de dolor del animal, las rayasrespondieron, sonrindose:-Parece que todava tenemos cola!Pero la tigra haba tenido una idea, y con esa idea entre las cejasse alejaba de all, costeando el ro aguas arriba, y sin decir unapalabra.Mas las rayas comprendieron tambin esta vez cul era el plan desu enemigo. El plan de su enemigo era ste: pasar el ro por laotra parte, donde las rayas no saban que haba que defender elpaso. Y una inmensa ansiedad se apoder entonces de las rayas. -Va a pasar el ro aguas ms arriba! -gritaron-. No queremos quemate al hombre! Tenemos que defender a nuestro amigo!Y se revolvan desesperadas entre el barro, hasta enturbiar el ro.-Pero qu hacemos! -decan-. Nosotras no sabemos nadar ligero...La tigra va a pasar antes que las rayas de all sepan que hay quedefender el paso a toda costa!Y no saban qu hacer. Hasta que una rayita muy inteligente, dijode pronto:-Ya est! Qu vayan los dorados! Los dorados son amigosnuestros! Ellos nadan ms ligero que nadie!-Eso es! -gritaron todas-. Que vayan los dorados!Y en un instante la voz pas y en otro instante se vieron ocho odiez filas de dorados, un verdadero ejrcito de dorados quenadaban a toda velocidad aguas arriba, y que iban dejando surcosen el agua, como los torpedos.A pesar de todo, apenas tuvieron tiempo de dar la orden de cerrarel paso a los tigres; la tigra ya haba nadado, y estaba ya por llegara la isla.Pero las rayas haban corrido ya a la otra orilla, y en cuanto latigra hizo pie, las rayas se abalanzaron contra sus patas,deshacindoselas a aguijonazos. El animal, enfurecido y loco dedolor, bramaba, saltaba en el agua, haca volar nubes de agua a

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    manotones. Pero las rayas continuaban precipitndose contra suspatas, cerrndole el paso de tal modo, que la tigra dio vuelta, nadde nuevo y fue a echarse a su vez a la orilla, con las cuatro patasmonstruosamente hinchadas; por all tampoco se poda ir a comeral hombre.Mas las rayas estaban tambin muy cansadas. Y lo que es peor, eltigre y la tigra haban acabado por levantarse y entrar en el monte.Qu iban a hacer? Esto tena muy inquietas a las rayas, y tuvieronuna larga conferencia. Al fin dijeron:-Ya sabemos lo que es. Van a ir a buscar a los otros tigres y van avenir todos. Van a venir todos los tigres y van a pasar!-NI NUNCA! -gritaron las rayas ms jvenes y que no tenantanta experiencia.-Si, pasarn, compaeritas! -respondieron tristemente las msviejas-. Si son muchos acabarn por pasar... Vamos a consultar anuestro amigo.Y fueron todas a ver al hombre, pues no haban tenido tiempoan de hacerlo, por defender el paso del ro.El hombre estaba siempre tendido, porque haba perdido muchasangre, pero poda hablar y moverse un poquito. En un instantelas rayas le contaron lo que haba pasado, y cmo haban defendidoel paso de los tigres que lo queran comer. El hombre herido seenterneci mucho con la amistad de las rayas que le haban salvadola vida, y dio la mano con verdadero cario a las rayas que estabanms cerca de l. Y dijo entonces: -No hay remedio! Si los tigresson muchos, y quieren pasar, pasarn...- No pasarn! -dijeron las rayas chicas-. Usted es nuestro amigoy no van a pasar!-Si, pasarn, compaeritas! -dijo el hombre hablando en voz baja:-El nico modo sera mandar a alguien a casa a buscar el winchestercon muchas balas... pero yo no tengo ningn amigo en el ro, fuerade los pescados... y ninguno de ustedes sabe andar por la tierra.-Qu hacemos entonces? -dijeron las rayas ansiosas.

    -A ver, a ver... -dijo entonces el hombre, pasndose la mano porla frente, como si recordara algo-. Yo tuve un amigo... uncarpinchito que se cri en casa y que jugaba con mis hijos... Unda volvi otra vez al monte y creo que viva aqu, en el Yabebir...pero no s dnde estar...Las rayas dieron entonces un grito de alegra:-Ya sabemos! nosotros lo conocemos! Tiene su guarida en lapunta de la isla! l nos habl una vez de usted! Lo vamos a mandara buscar enseguida!Y dicho y hecho: un dorado muy grande vol ro abajo a buscar alcarpinchito; mientras el hombre disolva una gota de sangre secaen la palma de la mano, para hacer tinta, y con una espina depescado, que era la pluma, escribi en una hoja seca, que era elpapel. Y escribi esta carta: Mndenme con el carpinchito elwinchester y una caja entera de veinticinco balas.Apenas acab el hombre de escribir, el monte entero tembl conun sordo rugido: eran todos los tigres que se acercaban a entablarla lucha. Las rayas llevaban la carta con la cabeza afuera del aguapara que no se mojara, y se la dieron al carpinchito, el cual salicorriendo por entre el pajonal a llevarla a la casa del hombre.Y ya era tiempo, porque los rugidos, aunque lejanos an, seacercaban velozmente. Las rayas reunieron entonces a los doradosque estaban esperando rdenes, y les gritaron:Ligero, compaeros! Recorran todo el ro y den la voz de alarma!Que todas las rayas estn prontas en todo el ro! Que seencuentren todas alrededor de la isla! Veremos si van a pasar!Y el ejrcito de dorados vol enseguida, ro arriba y ro abajo,haciendo rayas en el agua con la velocidad que llevaban.No qued raya en todo el Yabebir que no recibiera orden deconcentrarse en las orillas del ro, alrededor de la isla. De todaspartes, de entre piedras, de entre el barro, de la boca de losarroyitos, de todo el Yabebir entero, las rayas acudan a defenderel paso contra los tigres. Y por delante de la isla, los dorados

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    cruzaban y recruzaban a toda velocidad.Ya era tiempo, otra vez; un inmenso rugido hizo temblar el aguamisma de la orilla, y los tigres desembocaron en la costa.Eran muchos; pareca que todos los tigres de Misiones estuvieranall. Pero el Yabebir entero herva tambin de rayas, que selanzaron a la orilla, dispuestas a defender a todo trance el paso.-Paso a los tigres!-No hay paso! -respondieron las rayas.-Paso, de nuevo!-No se pasa!-No va a quedar raya, ni hijo de raya, ni nieto de raya, si no danpaso!-Es posible! -respondieron las rayas-. Pero ni los tigres, ni loshijos de tigres, ni los nietos de tigres, ni todos los tigres del mundovan a pasar por aqu!As respondieron las rayas. Entonces los tigres rugieron por ltimavez:-Paso pedimos!-Nl NUNCA!Y la batalla comenz entonces. Con un enorme salto los tigres selanzaron al agua. Y cayeron todos sobre un verdadero piso derayas. Las rayas les acribillaron las patas a aguijonazos, y a cadaherida los tigres lanzaban un rugido de dolor. Pero ellos sedefendan a zarpazos, manoteando como locos en el agua. Y lasrayas volaban por el aire con el vientre abierto por las uas de lostigres.El Yabebir pareca un ro de sangre. Las rayas moran acentenares... pero los tigres reciban tambin terribles heridas, yse retiraban a tenderse y bramar en la playa, horriblementehinchados. Las rayas, pisoteadas, deshechas por las patas de lostigres, no desistan; acudan sin cesar a defender el paso. Algunasvolaban por el aire, volvan a caer al ro, y se precipitaban de nuevocontra los tigres.

    Media hora dur esta lucha terrible. Al cabo de esa media hora,todos los tigres estaban otra vez en la playa, sentados de fatiga yrugiendo de dolor; ni uno solo haba pasado.Pero las rayas estaban tambin deshechas de cansancio. Muchas,muchsimas haban muerto. Y las que quedaban vivas dijeron:-No podemos resistir dos ataques como ste. Que los doradosvayan a buscar refuerzos! Que vengan enseguida todas las rayasque haya en el Yabebir!Y los dorados volaron otra vez ro arriba y ro abajo, e iban tanligeros que dejaban surcos en el agua, como los torpedos. Lasrayas fueron entonces a ver al hombre.-No podremos resistir ms! -le dijeron tristemente las rayas. Yan algunas rayas lloraban, porque vean que no podran salvar asu amigo.-Vyanse, rayas! -respondi el hombre herido-. Djenme solo!Ustedes han hecho ya demasiado por m! Dejen que los tigrespasen!-Nl NUNCA! -gritaron las rayas en un solo clamor-. Mientrashaya una sola raya viva en el Yabebir, que es nuestro ro,defenderemos al hombre bueno que nos defendi antes a nosotras!El hombre herido exclam entonces, contento:-Rayas! Yo estoy casi por morir, y apenas puedo hablar; pero yoles aseguro que en cuanto llegue el winchester, vamos a tener farrapara largo rato; esto yo se lo aseguro a ustedes!-Si, ya lo sabemos! -contestaron las rayas entusiasmadas.Pero no pudieron concluir de hablar, porque la batal larecomenzaba. En efecto: los tigres, que ya haban descansado, sepusieron bruscamente en pie, y agachndose como quien va a saltar,rugieron:-Por ltima vez, y de una vez por todas: paso!-Nl NUNCA! -respondieron las rayas lanzndose a la orilla. Perolos tigres haban saltado a su vez al agua y recomenz la terriblelucha. Todo el Yabebir, ahora de orilla a orilla, estaba rojo de

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    sangre, y la sangre haca espuma en la arena de la playa. Las rayasvolaban deshechas por el aire y los tigres bramaban de dolor; peronadie retroceda un paso.Y los tigres no slo no retrocedan, sino que avanzaban. En baldeel ejrcito de dorados pasaba a toda velocidad ro arriba y roabajo, llamando a las rayas: las rayas se haban concluido; todasestaban luchando frente a la isla y la mitad haba muerto ya. Y lasque quedaban estaban todas heridas y sin fuerza.-A la isla! vamos todas a la otra orilla!.Pero tambin esto era tarde: dos tigres ms se haban echado anado, y en un instante todos los tigres estuvieron en medio delro, y no se vea ms que sus cabezas.Pero tambin en ese momento un animalito, un pobre animalitocolorado y peludo cruzaba nadando a toda fuerza el Yabebir: erael carpinchito, que llegaba a la isla llevando el winchester y lasbalas en la cabeza para que no se mojaran.El hombre dio un gran grito de alegra, porque le quedaba tiempopara entrar en defensa de las rayas. Le pidi al carpinchito que loempujara con la cabeza para colocarse de costado, porque l slono poda; y ya en esta posicin carg el winchester con la rapidezde un rayo.Y en el preciso momento en que las rayas, desgarradas, aplastadas,ensangrentadas, vean con desesperacin que haban perdido labatalla y que los tigres iban a devorar a su pobre amigo herido, enese momento oyeron un estampido, y vieron que el tigre que ibadelante y pisaba ya la arena, daba un gran salto y caa muerto, conla frente agujereada de un tiro.-Bravo, bravo! -clamaron las rayas, locas de contento-. El hombretiene el winchester! Ya estamos salvadas!Y enturbiaban toda el agua verdaderamente locas de alegra. Peroel hombre prosegua tranquilo tirando, y cada tiro era un nuevotigre muerto. Y a cada tigre que caa muerto lanzando un rugido,las rayas respondan con grandes sacudidas de la cola.

    Uno tras otro, como si el rayo cayera entre sus cabezas, los tigresfueron muriendo a tiros. Aquello dur solamente dos minutos.Uno tras otro se fueron al fondo del ro, y all las palometas loscomieron. Algunos boyaron despus, y entonces los dorados losacompaaran hasta el Paran, comindolos, y haciendo saltar elagua de contentos.En poco tiempo las rayas, que tienen muchos hijos, volvieron aser tan numerosas como antes. El hombre se cur, y qued tanagradecido a las rayas que le haban salvado la vida, que se fue avivir a la isla. Y all, en las noches de verano le gustaba tenderseen la playa y fumar a la luz de la luna, mientras las rayas, hablandodespacito, se lo mostraban a los pescados, que no le conocan,contndoles la gran batalla que, aliadas a ese hombre, haban tenidouna vez contra los tigres.

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    LA ABEJA HARAGANA

    ABA UNA VEZ EN UNA COLMENA una abeja que no queratrabajar, es decir, recorra los rboles uno por uno paratomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo

    para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.Era, pues, una abeja haragana. Todas las maanas, apenas el solcalentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena,vea que haca buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacenlas moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo da.Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena,volva a salir, y as se le pasaba todo el da mientras las otras abejasse mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque lamiel es el alimento de las abejas recin nacidas.Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con elproceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenashay siempre unas cuantas abejas que estn de guardia para cuidarque no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muyviejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo peladoporque han perdido todos los pelos de rozar contra la puerta de

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    HORACIO QUIROGA CUENTOS DE LA SELVA

    ' Pehun Editores, 2001.

    la colmena.Un da, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar,dicindole:-Compaera: es necesario que trabajes, porque las abejas debemostrabajar.La abejita contest:-Yo ando todo el da volando, y me canso mucho.-No es cuestin de