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HOMILIA XXIV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO – 2016 CICLO “C” SED MISERICORDIOSOS COMO VUESTRO PADRE ES MISERICORDIOSO *Libro del Éxodo 32,7-11. 13-14. Dios, rico en misericordia, hace brillar su amor compasivo por encima de la justicia. El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo. *Salmo Responsorial 50. ¡Dios mío! Ten misericordia de todos según tu inmensa bondad y compasión. Perdona nuestros pecados. Crea en nosotros un corazón nuevo. *Primera Carta de San Pablo a Timoteo 1,12-17. Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores. Confiemos en Él. Esperamos alcanzar de Él la misericordia y el perdón. *Evangelio según San Lucas 15,1-32. Jesús pone de relieve la misericordia divina y la alegría por recuperar lo que se había perdido. Habrá una gran alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. .-.-.-.-.-.-.-

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HOMILIA XXIV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO – 2016

CICLO “C”

SED MISERICORDIOSOS COMO VUESTRO PADRE

ES MISERICORDIOSO

*Libro del Éxodo 32,7-11. 13-14. Dios, rico en misericordia, hace

brillar su amor compasivo por encima de la justicia. El Señor se arrepintió

de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

*Salmo Responsorial 50. ¡Dios mío! Ten misericordia de todos

según tu inmensa bondad y compasión. Perdona nuestros pecados. Crea en

nosotros un corazón nuevo.

*Primera Carta de San Pablo a Timoteo 1,12-17. Jesucristo vino

al mundo para salvar a los pecadores. Confiemos en Él. Esperamos

alcanzar de Él la misericordia y el perdón.

*Evangelio según San Lucas 15,1-32. Jesús pone de relieve la

misericordia divina y la alegría por recuperar lo que se había perdido.

Habrá una gran alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que

por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

.-.-.-.-.-.-.-

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EN EL AÑO JUBILAR

DE LA MISERICORDIA Teniendo en cuenta que el Año Santo se abrió el 8 de diciembre de

2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción, y que se concluirá,

Dios mediante, en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del

Universo, el 20 de noviembre de 2016…,

Considerando que el contenido de las lecturas de este Domingo

tienen como tema central la misericordia, nos ha parecido bien

exponer el contenido central del Jubileo de la Misericordia.

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

“He pensado con frecuencia de qué forma la Iglesia puede hacer

más evidente su misión de ser testigo de la misericordia. Es un camino

que se inicia con una conversión espiritual; tenemos que recorrer este

camino” (Papa Francisco, Homilía. 13-III-2015).

“Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo.

Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre

misericordioso que tiene tanta paciencia... Recordemos al profeta Isaías

cuando afirma que, aunque nuestros pecados fueran rojo escarlata, el amor

de Dios los volverá blancos como la nieve. Es hermoso, esto de la

misericordia” (Papa Francisco. “Ángelus”, 17-III-2013).

“Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la

misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para

nuestra salvación” (MV 2).

Os invito a vivir este Año Jubilar de la misericordia como un tiempo

de gracia y de salvación que el Señor nos regala y que debemos acoger y

aprovechar para crecer en santidad y para ser signos visibles e

instrumentos de misericordia para todos.

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BIBLIOGRAFÍA SOBRE LA MISERICORDIA

San Juan Pablo II: “Dives in misericordia”. Papa Francisco: “La alegría del Evangelio”, Edibesa. Madrid. 2013

Papa Francisco: Bula “Misericordiae Vultus”. San Pablo. Madrid. 2015

Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización:

“Misericordiosos como el Padre”(BAC Madrid. 2015.

Comisión Episcopal del Clero-CEE. “Ministros de la misericordia divina.

Edice. Madrid. 2011

Conferencia Episcopal Española: “Iglesia en misión al servicio de nuestro

pueblo”. Plan pastoral 2016-2020.

Mons. Amadeo Rodríguez Magro: “El sacramento de la reconciliación”.

Plasencia, 2014

Mons. Gerardo Melgar Viciosa: “La familia, hogar de misericordia”.

Burgo de Osma. 2015.

Mons. José Ángel Saiz Meneses: “·Una Iglesia samaritana para un

tiempo de crisis”. Terrasa. 2015.

Mons. Juan A.Reig Pla: “Misericordia con todos, también con los

embriones”. Alcalá de Henares. 2016

Mons. Juan Antonio Menéndez Fernández: “Nos basta su misericordia”.

Astorga 2016.

Marcelino Legido: “Misericordia entrañable”. Sígueme. Salamanca. 1987

Hans Urs von Balthasar: “Solo el amor es digno de fe”. Sígueme.

Salamanca. 2011.

Card. Christoph Schonborn: “Hemos encontrado Misericordia. El

misterio de la Divina Misericordia”. Ed. Palabra. Madrid. 2011.

W. Kasper: la misericordia. Clave del Evangelio y de la vida cristiana”.

2012. Sal Terrae. Santander.

Pedro Fraile Yécora: “Entrañas de misericordia. Jesús, ternura de Dios”.

PPC Madrid. 2015.

Raniero Cantalamessa: “El Rostro de la misericordia. Pequeño tratado

sobre la misericordia divina y humana”. Edicep. Valencia.2015

Ed. Paulinas. Madrid. “La misericordia. Un pensamiento para cada día

con el Papa Francisco”, Madrid. 2015.

J.R.Flecha Andrés: “La Misericordia”. Ed. CCS. Madrid.201

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Documentos publicados por Mons. D. Francisco Cerro Chaves, obispo de

la Diócesis de Coria-Cáceres con motivo del Año Jubilar de la

Misericordia:

“El Obispo de Coria-Cáceres abre la puerta santa de la catedral: 4-I-

2016

“Tres propuestas para el Año de la misericordia”; 5-I-2016

“Año de la Misericordia”: 31-I-2016

“Claves para vivir un Año de Misericordia con corazón”: 6-IV-2016

“La revolución de la misericordia”; Edibesa

“La Eucaristía y los pobres”

“Misericordia, alegría y perdón”

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I.- Dios es compasivo y misericordioso

* En el Antiguo Testamento: “Señor, Señor, Dios

misericordioso y compasivo, paciente, rico en clemencia” (Ex.34,6).

Dios se ha revelado y manifestado como “compasivo y

misericordioso”, “paciente y misericordioso” (MV 6).

“Misericordia es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es

condición para nuestra salvación. Misericordia es la palabra que revela el

misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia es el acto último y

supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro (…) Misericordia es la

vía que une a Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de

ser amados sin tener en cuenta el límite de nuestro pecado” (MV 2). “La

misericordia de Dios es su responsabilidad con nosotros. Él se siente

responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados

de alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda por donde se

debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre,

así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros

llamados a ser misericordioso los unos con los otros” (MV 9).

No debe extrañarnos, por tanto, que el Papa diga: “ante la gravedad

del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón” (MV 3) ya que “la

misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá

poner un límite al amor de Dios que perdona” (MV 3).

El salmista ya proclamó que: “Dios perdona todas tus culpas, y cura

todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de

misericordia” (103,3-4).

En esta misma línea el profeta Miqueas dice: “Tú, oh Señor, eres un

Dios que cancelas la iniquidad y perdonas el pecado, que no mantienes para

siempre tu cólera, pues amas la misericordia. Tú, Señor, volverás a

compadecerte de nosotros y a tener piedad de tu pueblo. Destruirás nuestras

culpas y arrojarás al fondo del mar todos nuestros pecados” (7,18-19). De

igual modo el profeta Nehemías manifiesta: “Tú eres un Dios del perdón,

compasivo y misericordioso, paciente y rico en clemencia; por eso no los

abandonaste” (9,17).

Desde esta convicción nace y brota la súplica y oración del salmista:

“Recuerda, Señor, que tu ternura y tu clemencia son eternas. No te acuerdes

de los pecados ni de las maldades de mi juventud. Acuérdate de mí con

clemencia, por tu bondad, Señor” (Sal.25,6-7)

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Recordemos con emoción y agradecimiento el salmo 136 que narra la

historia de la revelación de Dios y que acompaña cada verso con estas

palabras: “eterna es su misericordia”. Hacemos nuestro el salmo 50 que

dice: “misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión

borra mi culpa” (Sal. 50,3). Realmente nos dirigimos a Dios con confianza

de hijos porque es “cariñoso con todas sus criaturas” (Sal.144,9), “siente

ternura por sus fieles” (Sal. 102,13) “no nos trata como merecen nuestros

pecados, ni nos paga según nuestras culpas” (Sal.102,8.10). Dios se

comporta como un padre fiel e inmenso: “si mi padre y mi madre me

abandonan, el Señor me recogerá” (Sal.26,10). Por eso hacemos nuestras

las palabras del salmista hablando de la misericordia de Dios: “firme es su

misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre” (Sal.116,2).

¡Señor! que durante todo el tiempo que me quede vida yo te diga

siempre: ¡Gracias, Señor, por tu misericordia y tu bondad! ¡Cantaré

eternamente las misericordias del Señor!

Os invito a:

* rezar los diez salmos de la misericordia: 25, 41, 42, 43, 51,57, 92,

103,119 y 136.

* meditar los textos del profeta Oseas que es el profeta de la ternura

de Dios (2,116-18. 21-22.25, 11,8-9).

* En el Nuevo Testamento, encontramos también unos textos

inmensos en los que se nos revela Dios como misericordioso, lleno ternura

y de amor, pronto al perdón…

-San Juan dijo que “Dios es amor” (IJn.4,8.16). En su evangelio

nos dice San Juan que “Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo

unigénito para que quien crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”

(Jn.3,16).

-San Pablo nos dice que “Dios, nuestro Salvador, al manifestar

su bondad y su amor por los hombres, nos ha salvado, no por la justicia que

hayamos practicado, sino por puro amor, mediante el bautismo regenerador

y la renovación del Espíritu Santo” (Tit. 3,4-5). “Bendito sea Dios, Padre

de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo”

(IICort.1,3).

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-Las parábolas de la misericordia

Os invito a todos a leer y a meditar las tres grandes parábolas de la

misericordia de Dios, recogidas en el relato evangélico de este domingo

por Lucas: la oveja perdida, la moneda extraviada y la del padre y los dos

hijos (Lc.15,1-32).

Jesús revela y manifiesta la naturaleza de Dios como la de un Padre

que “jamás se da por vencido hasta que no haya disuelto el pecado y

superado el rechazo con la compasión y la misericordia (…) Dios es

presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas

encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe” (MV 9).

El Papa Francisco nos dice a todos que Dios nos acoge y nos perdona:

*Dios es “un Padre amoroso que siempre perdona, que tiene ese

corazón misericordioso con todos nosotros. Aprendamos también nosotros

a ser misericordiosos con todos” (“Ángelus, 17-III-2013).

*“Dios piensa siempre con misericordia: ¡es el Padre misericordioso!

Dios piensa como el padre que espera el regreso del hijo y va a su

encuentro, lo ve venir cuando todavía está lejos…¿Qué significa esto? Que

todos los días iba a ver si el hijo volvía a casa: este es nuestro Padre

misericordioso” (Papa Francisco, Audiencia general, 27-III-2013).

Digamos también que Dios no nos deja solos ni nos abandona en el

sufrimiento, en el dolor, en la marginación, en la exclusión: “es verdad,

incluso en el sufrimiento, nadie está jamás solo, porque Dios en su amor

misericordioso al hombre y al mundo abraza también las situaciones más

inhumanas, en las que la imagen del Creador presente en cada persona

aparece ofuscada o desfigurada. Así fue para Jesús en su Pasión” (Ibd.

Discurso, 24-III-2014).

Acudamos a Dios en cualquier circunstancia de nuestra vida. Hallaremos

en Él acogida y ternura, misericordia y perdón ya que “la misericordia en la

Sagrada Escritura es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia

nosotros (…) La misericordia de Dios es su responsabilidad hacia

nosotros” (MV 9).

Terminamos este apartado con estas palabras del Santo Padre: “desde el

corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de

Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia. Esta fuente

nunca podrá agotarse, sin importar cuántos sean los que a ella se acerquen.

Cada vez que alguien tenga necesidad podrá venir a ella, porque la

misericordia de Dios no tiene fin” (MV 25).

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II.- Jesús es el rostro de la misericordia del Padre En la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo nacido de la

Virgen Maria por obra del Espíritu Santo para revelarnos de manera

definitiva su amor y su misericordia (cf. Gál.4,4). San Juan nos dice: “tanto

amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo” (Jn.3,16).

El propio Jesús dijo un día a Felipe: “El que me ha visto a mí ha

visto al Padre” (Jn.14,9). “Jesús es la imagen del Padre” (Col.1,15). “Con

la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el

amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre

ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud” (MV 8).

Como consecuencia de lo que acabamos de manifestar decimos que

Jesús es “el rostro de la misericordia del Padre” (MV 1), el signo visible e

histórico de la bondad y de la misericordia del Padre que “se ha vuelto

viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús” (MV 1). Jesús ha venido a

traernos la misericordia de Dios.

“Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su

persona revela la misericordia de Dios” (MV 1), una misericordia

entrañable que ha llegado a sus fieles de generación en generación

(Lc.1,50), como proclamó la Virgen María en el Magnificat en casa de

Isabel.

Jesús no solo nos muestra el rostro misericordioso de Dios, sino que

Él mismo es “la misericordia encarnada” (MV 8) de Dios. Esto quiere decir

que en Jesús vemos y tocamos el corazón compasivo y misericordioso del

Padre. En Jesús de Nazaret todos somos alcanzados por la infinita ternura,

bondad y amor del Padre. ¡Una maravilla de la gracia de Dios que debemos

reconocer y agradecer toda nuestra vida!

Volvamos a Jesús para decirle y suplicarle: ¡Escucha nuestra humilde

súplica hoy y siempre! ¡Señor, ten misericordia de nosotros!

Esta misericordia de Jesús no es un simple sentimiento, ni una idea

abstracta; es una realidad honda y rica de contenido ya que “¡es una fuerza

que da vida, que resucita al hombre!...La misericordia de Dios da vida al

hombre, lo resucita de la muerte” (Papa Francisco, “Ángelus”, 9-VI-2013).

Jesús muestra su misericordia y compasión a los pobres y enfermos, a

los pecadores y a los sufrientes, a los marginados y a los hambrientos (cf.

Mt.14,14; Mt.15,37). “Lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no

era sino la misericordia, con la cual leía el corazón de sus interlocutores y

respondía a sus necesidades más reales” (MV 8). “A través de los relatos

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evangélicos podemos captar la cercanía, la bondad, la ternura con que Jesús

se acercaba a las personas que sufrían y las consolaba, las aliviaba y, a

menudo, las curaba” (Discurso, 14-VI-2014).

La compasión del samaritano (Lc.10,25-37). Digamos unas palabras

sobre este texto tan impresionante y tan interpelante para todos:

El sacerdote y el levita pasan de largo ante el herido que está tirado

en el camino. Se muestran indiferentes ante el dolor ajeno.

El samaritano escucha el grito de dolor, se acerca al herido, cura las

heridas, las venda, carga con el herido y se encarga de él.

Jesús es “el Buen Samaritano” que se ha acercado a nuestra orilla,

nos ha encontrado y ha curado nuestras heridas, ha perdonado nuestros

pecados, nos ha renovado…

Jesús anuncia y concede el perdón de Dios a los hombres y a las

mujeres: dijo al paralítico: “ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados”

(Mt.9,2.7); perdonó a la mujer adúltera (Jn.8,2-11), y perdonó a Zaqueo

(Lc. 19,1-10). Todos entraron en la corriente de la misericordia de Dios

manifestada en Jesús. Todos ellos cambiaron e iniciaron una vida nueva.

Así Cristo nos ha revelado y manifestado la misericordia de Dios.

Jesús “mientras instituía la Eucaristía, como memorial perenne de su

persona y de su Pascua, puso simbólicamente este acto supremo de la

Revelación a la luz de la misericordia. En este horizonte de la misericordia,

Jesús vivió su pasión y muerte, consciente del gran misterio del amor de

Dios que se habría de cumplir en la cruz” (MV 7).

En este contexto, digamos unas palabras sobre la resurrección de Jesús

ya que si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe (cf. ICort.15,17).

Raniero Cantalamessa escribe a este respecto: “La resurrección es escuela

de misericordia, invita a la reconciliación y al perdón de los enemigos (…).

La resurrección de Jesucristo es el triunfo de la misericordia de Dios” (“El

rostro de la misericordia”. Edicep; pp.111-112)

En el Jubileo de la Misericordia, que estamos celebrando, quiero

recordar a los hermanos sacerdotes las palabras del autor de la Carta a los

Hebreos hablando de Jesús: “por eso, Jesús tuvo que hacerse semejante en

todo -“excepto en el pecado” Heb.4,15- a sus hermanos para ser

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misericordioso y Sumo Sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a

expiar los pecados del pueblo” (Heb. 2,17).

No olvidemos que el sacerdote es “sacramento de Cristo mediador”,

“sacramento de Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia” (San Juan

Pablo II, “Pastores dabo vobis”). Por eso, hemos de manifestar la

misericordia y la ternura de Jesucristo con nuestras palabras, con nuestros

gestos….

Terminamos este apartado con unas palabras de Mateo hablándonos

de la misericordia y compasión de Jesús:

*“Jesús, al ver a la gente se compadeció de ellos, porque estaban

cansados y desorientados, como ovejas que no tienen pastor” (9,36). No

nos quedemos insensibles ante la realidad del dolor, del sufrimiento, del

hambre, de la exclusión…

*”Jesús, al desembarcar vio mucha gente y se compadeció de ellos y

curó a los enfermos que traían” (14,14).

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III.- La Iglesia, oasis de la misericordia

“La Iglesia sabe que la primera tarea que tiene es introducir a

todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de

Cristo” (MV 25).

El gran deseo del Papa Francisco es que la Iglesia sea siempre un

“oasis de misericordia” para todo aquel que se acerque a ella. “En nuestras

parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin,

dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un

oasis de misericordia” (MV 12). Por eso afirma el Papa: “la Iglesia tiene

que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda

sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena

del Evangelio” (EG 114). La razón de estas afirmaciones es clara: “La

Iglesia vive un deseo inagotable de brindar misericordia” (MV 10) pues “la

Iglesia es una mama misericordiosa, que comprende, que busca siempre

ayudar, alentar también ante sus hijos que se han equivocado y que se

equivocan, no cierra jamás las puertas de la Casa; no juzga, sino que ofrece

el perdón de Dios, ofrece su amor que invita a retomar el camino también a

aquellos de sus hijos que han caído en un abismo profundo” (Audiencia

general, 18-IX-2013)..

Por todo ello el Papa afirma con claridad que “la misericordia es la

viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” (MV 10). Por eso afirma el

Santo Padre que “todo en su acción pastoral debería estar revestido por la

ternura con la que se dirige a los creyentes” (MV 10). “La Iglesia tiene la

misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del

Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda

persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de

Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir a ninguno. En nuestro tiempo,

en el que la Iglesia está comprometida en la nueva evangelización, el tema

de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y

con una renovada acción pastoral. Es determinante para la Iglesia y para la

credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la

misericordia” (MV 12).

La acción pastoral de la Iglesia se despliega, se concreta y se realiza

en diversas acciones:

*El anuncio del Evangelio y su testimonio: “Nada en su anuncio y en

su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia (MV 10). “En

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nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida en la nueva

evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más

con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral” (MV 12)

*La celebración de la Eucaristía. ”En la Eucaristía el Señor nos hace

recorrer su camino, el del servicio, el de compartir, el del don, y lo poco

que tenemos, lo poco que somos, si se comparte, se convierte en riqueza,

porque el poder de Dios, que es el del amor, desciende sobre nuestra

pobreza para transformarla” (Papa Francisco, Homilía, 30-V-2013).

*El servicio a los pobres y necesitados: “la Iglesia no tiene otro sentido

y finalidad que vivir y dar testimonio de Jesús: Él que ha sido enviado por

el Padre “a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad,

y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el

año de gracia del Señor” (Lc.4,18-19) (Carta, 11-IX-2013).

* El perdón: “Sin el testimonio del perdón queda solo una vida

infecunda y estéril, como si viviese en un desierto desolado. Ha llegado de

nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón

Así Cristo nos ha revelado y manifestado la misericordia de Dios. (..) El

perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para

mirar el futuro con esperanza” (MV 10)

* No olvidemos que la credibilidad de la Iglesia “pasa a través del

camino del amor misericordioso y compasivo” (MV 10). “Es determinante

para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que viva y testimonie en

primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir

misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a

reencontrar el camino de vuelta al Padre” (MV 12).

Al dirigirse a los Voluntarios, el Santo Padre les dice: “La

credibilidad de la Iglesia pasa también de manera convincente a través de

vuestro servicio a los niños abandonados, los enfermos, los pobres sin

comida ni trabajo, los ancianos, los sintecho, los prisioneros, los refugiados

y los emigrantes, así como a todos aquellos que han sido golpeados por las

catástrofes naturales… En definitiva, dondequiera que haya una petición de

auxilio, allí llega vuestro testimonio activo y desinteresado. Vosotros

hacéis visible la ley de Cristo, la de llevar los unos los pesos de los otros

(cf. Ga 6,2; Jn 13,24). El mundo tiene necesidad de signos concretos de

solidaridad, sobre todo ante la tentación de la indiferencia, y requiere

personas capaces de contrarrestar con su vida el individualismo, el pensar

sólo en sí mismo y desinteresarse de los hermanos necesitados”

(Catequesis- Jubileo de los voluntarios; 3-IX-2016).

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Terminamos este apartado con estas palabras del Santo Padre:

*“La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la

misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de

Jesucristo” (MV 25).

*”Que la Iglesia nunca se canse de ofrecer misericordia y sea siempre

paciente en el confortar y perdonar” (MV 25).

*”Que la Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita con

confianza y sin descanso: “acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu

amor; que son eternos” (Sal.25,6) (MV 25).

*”La Iglesia es la casa de los pobres, de los afligidos, de los excluidos y

perseguidos, de quienes tienen hambre y sed de justicia” (Discurso, 9-V-

2014).

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IV.- El sacramento de la Reconciliación, sacramento de

la misericordia.

El pecado.

“Sabemos que estanos llamados a la perfección (Mt.5,12), pero

sentimos el fuerte peso del pecado. Mientras percibimos la potencia de la

gracia que nos transforma, experimentamos también la fuerza del pecado

que nos condiciona. No obstante el perdón, llevamos en nuestra vida las

contradicciones que son consecuencia de nuestros pecados” (MV 22; cf.

EG 2). No ignoremos el pecado (cf. CATIC n.386), aunque se esté

perdiendo hoy la conciencia de pecado. Con sinceridad y humildad

reconozcamos y confesemos nuestro pecado poniéndole nombre. No

olvidemos que al pecado le gusta la oscuridad en la domina y reina.

Como David volvamos a Dios para decirle: “reconozco mi culpa; mi

pecado está siempre ante mí. Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la

maldad que aborreces” (Sal.50,5). Reconocer el pecado, reconocerse

pecadores es el principio para volver a Dios, como el hijo pródigo: “me

levantaré y volveré a mi Padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y

contra ti; y no soy digno de llamarme hijo tuyo” (Lc.15,18-19). En efecto.

“si decimos que estamos sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y

la verdad no está con nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, Él que es

fuel y justo nos perdonará los pecados” (IJn.1,8ss).

La llamada a la conversión.

El Señor nos llama a la conversión: “El Reino de Dios está cerca.

Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc.1,15).

Un gesto inmenso de la misericordia del corazón de Jesucristo es la

llamada que nos hace hoy y siempre para, sostenidos por la gracia divina,

adentrarnos por el camino de la conversión que lleva consigo una triple

experiencia:

Experiencia de filiación: volvamos a ser hijos de Dios en Jesucristo,

el Hijo eterno del Padre.

Experiencia de fraternidad: volvamos a ser hermanos en el Hermano

Universal Jesucristo

Experiencia de servicio: volvamos a ser servidores en el Servidor

Jesucristo que dio su vida por nosotros.

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Los confesores, ministros de la misericordia divina.

Es verdad que la mentalidad actual, quizá en mayor medida que la

del hombre del pasado, “parece oponerse al Dios de la misericordia y

tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea

misma de la misericordia” (San Juan Pablo II, “Dives in misericordia”,9).

Os invito a reavivar y fortalecer nuestra fe en Dios que es compasivo y

misericordioso, que sale a buscar al hombre como el buen Pastor a la oveja

extraviada, que no se cansa de llamar a la puerta de nuestro corazón hasta

que le abramos…

A todos los hermanos sacerdotes os recuerdo estas palabras de la

Congregación para el Clero que debemos guardar siempre: “Redescubrir el

sacramento de la Reconciliación, como penitentes y como ministros, es la

medida de la auténtica fe en la acción salvífica de Dios, que se manifiesta

con más eficacia en el poder de la gracia que en las estrategias humanas

organizadoras de iniciativas, incluidas las pastorales, que a veces olvidan lo

esencial” (“El sacerdote, confesor y director espiritual. Ministro de la

misericordia divina” (Vaticano. 9-III-2011). Que seamos verdaderos

dispensadores de la misericordia de Jesucristo en este sacramento.

El Papa Francisco, por su parte, nos dice:

* “Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean un

verdadero signo de la misericordia del Padre (…) Nunca olvidemos que ser

confesores significa participar de la misma misión de Jesús y ser signo

concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y que salva”

(MV 17).

* “Los confesores están llamados a abrazar a ese hijo arrepentido que

vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado. No se

cansarán de salir al encuentro también del otro hijo que se quedó afuera,

incapaz de alegrarse, para explicarle que su juicio severo es injusto y no

tiene ningún sentido delante de la misericordia del Padre que no conoce

confines” (MV 17)

* “Los confesores están llamados a ser siempre, en todas partes, en

cada situación y a pesar de todo, el signo del primado de la misericordia”

(MV17).

* “El servicio que el sacerdote presta como ministro de parte de Dios

para perdonar los pecados es muy delicado y exige que su corazón esté en

paz, que el sacerdote tenga el corazón en paz, que no maltrate a los fieles,

sino que sea apacible, benévolo y misericordioso; que sepa sembrar

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esperanza en los corazones y, sobre todo, que sea consciente de que el

hermano o la hermana que se acerca al sacramento de la reconciliación

busca el perdón y lo hace como se acercaban tantas personas a Jesús para

que los curase” (Audiencia general.20-XI-2013).

Los “Misioneros de la misericordia”:

Una de las realidades gozosas del Año Jubilar de la misericordia es la

institución y envío de “los misioneros de la misericordia” por parte del

Santo Padre Francisco, que les ha dado como misión lo siguiente:

- “sean anunciadores de la alegría del perdón”, y

- “se les pida celebrar el sacramento de la reconciliación para los

fieles, para que el tiempo de gracia donado en el Año Jubilar permita a

tantos hijos alejados encontrar el camino de regreso hacia la casa paterna”

(MV 18).

El sacramento de la Reconciliación.

Jesucristo dio a la Iglesia en la persona de sus ministros el poder de

perdonar los pecados cometidos después del bautismo.

Recordemos con gozo y agradecimiento sus palabras: “todo lo que

atéis en la tierra quedará atado en el cielo y todo lo que desatéis en la tierra

quedará desatado en el cielo” (Mt.18,18). Los sacerdotes han recibido el

sacramento del Orden Sagrado y han sido investidos del Espíritu Santo:

“recibid el Espíritu Santo a quienes perdonéis los pecados, les serán

perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos” (Jn.20,22-23).

En fidelidad al Señor, el Santo Padre Francisco afirma: “ponemos en

el centro el sacramento de la reconciliación, porque nos permite

experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia. Será para cada

penitente fuente de verdadera paz interior” (MV 13). ¡Una nueva maravilla

de la gracia de Dios que agradecemos!

¿Qué experiencia tenemos del sacramento de la reconciliación? Por si

acaso la rutina, el cansancio han hecho mella en nosotros ante este

sacramento, es bueno leer sin prisas y meditar con sinceridad estas

palabras que nos ha dejado el Papa Francisco: “Celebrar el sacramento de

la reconciliación significa ser envueltos en un abrazo caluroso: es el abrazo

de la infinita misericordia del Padre…Yo os digo: cada vez que nos

confesamos, Dios hace fiesta” (Audiencia general; 19-II-2014). Por eso en

este sacramento de la Reconciliación experimentamos el perdón y la

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misericordia de Dios a la vez que nos sentimos llamados y enviados a ser

misericordiosos con todos.

El Card. Joaquin Meisner escribe: “la pérdida del Sacramento de la

Penitencia es la raíz de muchos males en la vida de la Iglesia y en la vida

del Sacerdote. Y así la llamada crisis del sacramento de la penitencia no se

debe solo a que la gente no vaya a confesarse, sino a que nosotros,

sacerdotes, ya no estamos presentes en el confesonario. Un confesonario en

el que está presente un sacerdote, en una Iglesia vacía, es el símbolo más

conmovedor de la paciencia de Dios que espera. Así es Dios. Él nos espera

toda la vida” ((Discurso en la clausura del Año Sacerdotal).

“Dios no se cansa nunca de perdonar; somos nosotros los que nos

cansamos de acudir a su misericordia” (EG 3).

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V.- Sed misericordiosos como vuestro Padre

Acojamos la misericordia que Dios nos ofrece como Padre

misericordioso y compasivo para ofrecer esa misma misericordia a los

demás.

1.- El clamor de los pobres y de los sufrientes

¡Cuántos seres humanos viven en las más dolorosas periferias

existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea! ¡Cuántas situaciones de miseria, de precariedad, de dolor y de

sufrimiento sufren nuestros hermanos en el mundo hoy!

¡Cuántas heridas del cuerpo y del alma desangran a muchas

personas que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a

causa de la indiferencia de los pueblos ricos y desarrollados!

Dios nos sigue preguntando todos los días a cada uno de nosotros

lo mismo que preguntó a Caín: “¿Dónde está tu hermano?”.

A ti y a mí nos pregunta el Señor: ¿Qué estás haciendo de tu

hermano pobre, sediento, enfermo, marginado, excluido, preso, refugiado,

exiliado, “sin papeles”?

2.- Abrir los oídos y el corazón para escuchar y acoger los

gritos de dolor

No nos dejemos llevar por la globalización de la indiferencia ante

el pobre, ante el enfermo, ante el refugiado. No fomentemos la cultura del

descarte del ser humano. No miremos hacia otro sitio al ver a los

abandonados, a los sedientos, a los heridos… No cerremos nuestros ojos

para no ver a los marginados, excluidos…

“No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que

anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que

destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las

heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y

sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio” (MV 15).

“No se puede mirar para otro lado y dar la espalda para no ver

muchas formas de pobreza que piden misericordia. Y este mirar para otro

lado para no ver el hambre, la enfermedad, y a las personas explotadas, esto

es un pecado grave. Y también es un pecado moderno, es un pecado de

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hoy. Nosotros cristianos no podemos permitirnos esto. No sería digno de la

Iglesia ni de un cristiano «pasar de largo» y pretender tener la conciencia

tranquila solo porque se ha rezado o porque he ido a misa el domingo. No.

El Calvario es siempre actual; no ha desaparecido ni permanece solo como

un hermoso cuadro en nuestras iglesias” (Papa Francisco: “Catequesis.

Jubileo de los voluntarios”. 3-IX-2016).

Nuestros Obispos Españoles nos han propuesto esta acción al servicio

de la caridad: “reavivar en nosotros y en las comunidades cristianas el

ejercicio de la caridad como mano tendida de la Iglesia a las necesidades,

sufrimientos y esperanzas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo,

especialmente de los más pobres, material, espiritual y moralmente:

enfermos, ancianos, sordos, los privados de libertad y los excluidos de la

sociedad, etc” (“Iglesia en misión al servicio de nuestro pueblo”; Edice.

Madrid.2015; p.47). No echemos en olvido esta llamada.

3.- En los pobres y sufrientes está presente Jesucristo

Recordemos las palabras de Jesucristo: “Tuve hambre y me disteis

de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui emigrante y me acogisteis,

estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, preso y fuisteis a

verme” (Mt.25,35-36).

Estas palabras de Jesucristo están en el fondo y en la forma de las

enseñanzas del Santo Padre Francisco, que ofrecemos a continuación: “No olvidéis la Carne de Cristo que está en la carne de los

refugiados: su carne es la carne de Cristo. Os incumbe también a vosotros

orientar hacia nuevas formas de corresponsabilidad a todos los organismos

comprometidos en el campo de las migraciones forzadas” (Discurso , 24-V-

2013).

“Queridos hermanos y hermanos, vosotros tocáis la carne de Cristo

con vuestras manos, no lo olvidéis. Vosotros tocáis la carne de Cristo con

vuestras manos. Sed siempre diligentes en la solidaridad, fuertes en la

cercanía, solícitos en generar alegría y convincentes en el consuelo (…)

Estad siempre contentos y llenos de alegría por vuestro servicio, pero no

dejéis que nunca sea motivo de presunción que lleva a sentirse mejores que

los demás. Por el contrario, vuestra obra de misericordia sea la humilde y

elocuente prolongación de Jesucristo que sigue inclinándose y haciéndose

cargo de quien sufre. De hecho, el amor «edifica» (1 Co 8,1) y, día tras día,

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permite a nuestras comunidades ser signo de la comunión fraterna (…) En

las distintas condiciones de indigencia y necesidad de muchas

personas, vuestra presencia es la mano tendida de Cristo que llega a todos.

Vosotros sois la mano tendida de Cristo. ¿Habéis pensando esto?” (Papa

Francisco, Catequesis jubileo de los voluntarios; 3-IX-2016).

Ofrecemos a continuación unos textos interpelantes de la homilía

que el Papa Francisco pronunció en la Misa de canonización de la Madre

Teresa de Calcuta (Roma, 4 de septiembre de 2016):

“Cada vez que nos hemos inclinado ante las necesidades de los

hermanos, hemos dado de comer y de beber a Jesús; hemos vestido,

ayudado y visitado al Hijo de Dios (cf. Mt 25,40).

“El seguimiento de Jesús es un compromiso serio y al mismo tiempo

gozoso; requiere radicalidad y esfuerzo para reconocer al divino Maestro

en los más pobres y ponerse a su servicio. Por esto, los voluntarios que

sirven a los últimos y a los necesitados por amor a Jesús no esperan ningún

agradecimiento ni gratificación, sino que renuncian a todo esto porque han

descubierto el verdadero amor.

Igual que el Señor ha venido a mi encuentro y se ha inclinado

sobre mí en el momento de necesidad, así también yo salgo al encuentro de

él y me inclino sobre quienes han perdido la fe o viven como si Dios no

existiera, sobre los jóvenes sin valores e ideales, sobre las familias en crisis,

sobre los enfermos y los encarcelados, sobre los refugiados e inmigrantes,

sobre los débiles e indefensos en el cuerpo y en el espíritu, sobre los

menores abandonados a sí mismos, como también sobre los ancianos

dejados solos. Dondequiera que haya una mano extendida que pide ayuda

para ponerse en pie, allí debe estar nuestra presencia y la presencia de la

Iglesia que sostiene y da esperanza”.

4.- Ayudemos a los necesitados

Como el buen samaritano curemos y vendemos las heridas,

aliviemos el dolor, consolemos a los tristes y desanimados. Estemos

siempre dispuestos a ser solidarios con los abandonados y desechados.

Estrechemos con amor y misericordia las manos que nos piden

ayuda. No nos mostremos indiferentes ante quienes llaman a nuestra

puerta pidiéndonos ayuda…

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Y cuando soltemos nuestras manos de las manos de un ser humano

que muere o que ha muerto de hambre, en un naufragio, en el desierto, en

la guerra…no las dejamos caer en el abismo de la nada, sino que las

confiamos con profundo amor en el corazón bondadoso y en las manos

misericordiosas del Padre. Esta es nuestra fe y nuestra esperanza.

De nuevo necesitamos recordar las palabras del Papa Francisco:

“Veo con claridad que lo que hoy la Iglesia necesita más es la

capacidad de curar las heridas y de dar calor al corazón de los fieles,

cercanía, proximidad. Veo la Iglesia como un hospital de campaña tras una

batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el

azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar

las heridas, curar las heridas…y hay que comenzar por lo más elemental”

(Entrevista del P. A.Spadaro al Papa Francisco en Civilta Cattolica; IX-

2013).

“Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la

carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos

cobertizos personales o comunitarios que nos permitan mantenernos a

distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad

entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la

fuerza de la ternura” (EG 270).

“No me cansaré nunca de decir que la misericordia de Dios no es

una idea bonita, sino una acción concreta; no hay misericordia sin

concreción, la misericordia no es un hacer un bien de paso, es implicarse

donde está el mal, donde hay enfermedad, hambre, explotaciones humanas.

También la misericordia humana no será auténtica, es decir, humana y

misericordia, hasta que no se concrete en el actuar diario. La admonición

del apóstol Juan sigue siendo válida: «Hijitos míos, no amemos solamente

con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad» (1 Jn 3,18). De

hecho, la verdad de la misericordia se comprueba en nuestros gestos

cotidianos que hacen visible la acción de Dios en medio de nosotros”

(Catequesis – Jubileo de los Voluntarios; 3.IX-2016)..

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5.- Las entrañas de misericordia

Antes de hablar de las obras de misericordia, os invito a

redescubrir “las entrañas” de misericordia que se llaman “disposiciones

interiores” y que han de acompañar a la realización de “las obras de

misericordia”.

San Pablo presenta estas disposiciones de la siguiente forma:

“Revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad,

mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando

alguno tenga quejas contra otro” (Col.3,12-13).

6.- Las obras de misericordia

El Santo Padre nos urge a redescubrir y realizar las obras de

misericordia:

“La Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales.

Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y

cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el

espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y

educarlo. Por eso, expresé mi deseo de que el pueblo cristiano reflexione

durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales.

En el pobre, en efecto, la carne de Cristo “se hace de nuevo visible como

cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga…para que

nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado”

(Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2016).

*Las obras de misericordia corporales son: dar de comer al

hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero,

asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos.

*Las obras de misericordia espirituales son: dar consejo al que

lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste,

perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a

Dios por los vivos y por los difuntos.

Unas reflexiones del Papa Francisco sobre las obras de misericordia:

*“Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces

aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el

corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la

misericordia divina.

*No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas

seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento.

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Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para

acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45).

Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer

en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de

vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los

niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si

fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si

perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o

de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el

ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si

encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas.

*En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo.

Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado,

flagelado, desnutrido, en fuga...para que nosotros lo reconozcamos, lo

toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san

Juan de la Cruz: « En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el

amor » (MV 15).

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6.- María, Reina y Madre de misericordia

“Que la dulzura de la mirada de María nos acompañe en este Año

Santo, para que podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios.

Ninguno como María ha conocido la profundidad del misterio de Dios

hecho hombre. Todo en la vida de la Stma. Virgen María fue plasmado por

la presencia de la misericordia hecha carne. María, la Madre del

Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina

porque participó íntimamente en el misterio de su amor” (MV 24).

¡Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra! con todos los

cristianos, te invocamos hoy y siempre: “Reina y Madre de misericordia”,

“vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”.

Los cristianos nos dirigimos a Ti, Santa María, y te invocamos en

las letanías lauretanas del Santo Rosario como “Madre de la divina gracia”,

“Salud de los enfermos”, “Consuelo de los afligidos” y “Auxilio de los

cristianos”. De este modo ponemos nuestra confianza en Ti, Madre nuestra.

¡No nos desampares!

María se mostró como madre misericordiosa en Casa de Isabel donde

fue para ayudarla apenas se enteró de que esperaba un hijo y era ya mayor

(Lc.1,46-55).

María se mostró misericordiosa en Caná de Galilea cuando dijo a su

Hijo: “no tienen vino” ( cf. Jn.2,23). Es la hora de la misericordia.

María se mostró misericordiosa al pie de la Cruz de Jesús, su Hijo

(Jn.19,26s).

Terminamos. Unidos en el Señor.

Cáceres. 5 de septiembre de 2016

Florentino Muñoz Muñoz

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JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA

CATEQUESIS DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LOS OPERADORES DE MISERICORDIA

Plaza de San Pedro

Sábado 3 de septiembre de 2016

[Multimedia]

Hemos escuchado el himno de la caridad que el apóstol Pablo escribió a la comunidad

de Corinto, y que constituye una de las páginas más hermosas y más exigentes para el

testimonio de nuestra fe (cf. 1 Co 13,1-13). San Pablo ha hablado muchas veces del

amor y de la fe en sus escritos; sin embargo, en este texto se nos ofrece algo

extraordinariamente grande y original. Él afirma que el amor, a diferencia de la fe y de

la esperanza, «no pasará jamás» (v. 8): es para siempre. Esta enseñanza debe ser

para nosotros una certeza inquebrantable; el amor de Dios no cesará nunca, ni en

nuestra vida ni en la historia del mundo. Es un amor que permanece

siemprejoven, activo y dinámico, y que atrae hacia sí de un modo incomparable. Es un

amor fiel que no traiciona, a pesar de nuestras contradicciones. Es un

amor fecundo que genera y va más allá de nuestra pereza. En efecto, de este amor

todos somos testigos. El amor de Dios nos sale al encuentro, como un río en crecida

que nos arrolla pero sin aniquilarnos; más bien, es condición de vida: «Si no tengo

amor, no soy nada», dice san Pablo (v. 2). Cuanto más nos dejamos involucrar por

este amor, tanto más se regenera nuestra vida. Verdaderamente deberíamos decir con

toda nuestra fuerza: soy amado, luego existo.

El amor del que nos habla el Apóstol no es algo abstracto ni vago; al contrario, es un

amor que se ve, se toca y se experimenta en primera persona. La forma más grande y

expresiva de este amor es Jesús. Toda su persona y su vida no es otra cosa que una

manifestación concreta del amor del Padre, hasta llegar al momento culminante: «la

prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos

pecadores» (Rm 5,8). Esto es amor. No son palabras, es amor. Del Calvario, donde el

sufrimiento del Hijo de Dios alcanza su culmen, brota el manantial de amor que

cancela todo pecado y que todo recrea en una vida nueva. Llevemos siempre con

nosotros, de modo indeleble, esta certeza de la fe: Cristo «me amó y se entregó por

mí» (Ga 2,20). Esta es la gran verdad: Cristo me ha amado, y se ha entregado a sí

mismo por mí, por ti, por ti, por ti, por todos, por cada uno de nosotros. Nada ni nadie

podrá separarnos del amor de Dios (cf. Rm 8,35-39). Por tanto, el amor es la

expresión más alta de toda la vida y nos permite existir.

Ante este contenido tan esencial de la fe, la Iglesia no puede permitirse actuar como lo

hicieron el sacerdote y el levita con el hombre abandonado medio muerto en el camino

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(cf. Lc 10,25-36). No se puede mirar para otro lado y dar la espalda para no ver

muchas formas de pobreza que piden misericordia. Dar la espalda para no ver el

hambre, la enfermedad, las personas explotadas…, es un pecado grave; es también un

pecado moderno, un pecado actual. Nosotros cristianos no nos lo podemos permitir.

No sería digno de la Iglesia ni de un cristiano «pasar de largo» y pretender tener la

conciencia tranquila sólo porque se ha rezado o porque se ha ido el domingo a Misa. El

Calvario es siempre actual; no ha desaparecido ni permanece sólo como un hermoso

cuadro en nuestras iglesias. Ese vértice de com-pasión, del que brota el amor de Dios

hacia la miseria humana, nos sigue hablando hoy, animándonos a ofrecer nuevos

signos de misericordia. No me cansaré nunca de decir que la misericordia de Dios no

es una idea bonita, sino una acción concreta. No hay misericordia sin obras concretas.

La misericordia no es hacer un bien «de paso», es implicarse allí donde está el mal, la

enfermedad, el hambre, tanta explotación humana. Y, además, la misericordia humana

no será auténtica —humana y misericordia— hasta que no se concrete en el actuar

diario. La admonición del apóstol Juan sigue siendo válida: «Hijitos míos, no amemos

solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad» (1 Jn 3,18). De

hecho, la verdad de la misericordia se comprueba en nuestros gestos cotidianos que

hacen visible la acción de Dios en medio de nosotros.

Hermanos y hermanas, vosotros representáis el gran y variado mundo del

voluntariado. Entre las realidades más hermosas de la Iglesia os encontráis vosotros

que cada día, casi siempre de forma silenciosa y escondida, dais forma y visibilidad a la

misericordia. Vosotros sois artesanos de misericordia: con vuestras manos, con

vuestros ojos, con vuestro oído atento, con vuestra cercanía, con vuestras caricias…

artesanos. Vosotros manifestáis uno de los deseos más hermosos del corazón del

hombre: hacer que una persona que sufre se sienta amada. En las distintas

condiciones de indigencia y necesidad de muchas personas, vuestra presencia es la

mano tendida de Cristo que llega a todos. Vosotros sois la mano tendida de Cristo: ¿Lo

habéis pensado? La credibilidad de la Iglesia pasa también de manera convincente a

través de vuestro servicio a los niños abandonados, los enfermos, los pobres sin

comida ni trabajo, los ancianos, los sintecho, los prisioneros, los refugiados y los

emigrantes, así como a todos aquellos que han sido golpeados por las catástrofes

naturales... En definitiva, dondequiera que haya una petición de auxilio, allí llega

vuestro testimonio activo y desinteresado. Vosotros hacéis visible la ley de Cristo, la de

llevar los unos los pesos de los otros (cf. Ga 6,2; Jn 13,24). Queridos hermanos y

hermanas: vosotros tocáis la carne de Cristo con vuestras manos, no lo olvidéis. Tocáis

la carne de Cristo con vuestras manos. Sed siempre diligentes en la solidaridad, fuertes

en la cercanía, solícitos en generar alegría y convincentes en el consuelo. El mundo

tiene necesidad de signos concretos de solidaridad, sobre todo ante la tentación de la

indiferencia, y requiere personas capaces de contrarrestar con su vida el

individualismo, el pensar sólo en sí mismo y desinteresarse de los hermanos

necesitados. Estad siempre contentos y llenos de alegría por vuestro servicio, pero no

dejéis que nunca sea motivo de presunción que lleva a sentirse mejores que los

demás. Por el contrario, vuestra obra de misericordia sea humilde y elocuente

prolongación de Jesucristo que sigue inclinándose y haciéndose cargo de quien sufre.

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De hecho, el amor «edifica» (1 Co 8,1) y, día tras día, permite a nuestras comunidades

ser signo de la comunión fraterna.

Hablad al Señor de esto. Llamadlo. Haced como ha hecho la hermana Preyma, como

nos ha contado la hermana: ha tocado a la puerta del sagrario. Qué valiente. El Señor

nos escucha: llamadlo. Señor, mira esto. Mira cuánta pobreza, cuánta indiferencia,

cuánto se mira para otro lado. «Esto, no me concierne a mí, no me importa». Hablad

con el Señor: «Señor, ¿por qué? Señor, ¿por qué? ¿Por qué soy tan débil y tú me has

llamado a este servicio? Ayúdame, dame fuerza y humildad». El núcleo de la

misericordia es este diálogo con el corazón misericordioso de Jesús.

Mañana, tendremos la alegría de ver a Madre Teresa proclamada santa. Lo merece.

Este testimonio de misericordia de nuestro tiempo se añade a la innumerable lista de

hombres y mujeres que han hecho visible con su santidad el amor de Cristo. Imitemos

también nosotros su ejemplo, y pidamos ser instrumentos humildes en las manos de

Dios para aliviar el sufrimiento del mundo, y dar la alegría y la esperanza de la

resurrección. Gracias.

Antes de daros la bendición, os invito a todos a rezar en silencio por tantas, tantas

personas que sufren; por tanto sufrimiento, por todos los que viven excluidos de la

sociedad. Rezad también por tantos voluntarios como vosotros, que salen al encuentro

de la carne de Cristo para tocarla, curarla, experimentarla cercana. Y rezad también

por tantos, tantos que ante la miseria miran para otra parte y en el corazón sienten

una voz que les dice: «No me concierne, no me importa». Recemos en silencio.

Y recemos también a la Virgen: Dios te salve…

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Francisco canoniza a Madre Teresa, "incansable trabajadora de la misericordia"

Fórmula de la canonización de Teresa de Calcuta que pronunció el Papa Francisco:

«En honor de la Santísima e Indivisible Trinidad, para exaltación de la Fe

católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de Nuestro

Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y la Nuestra, después

de la debida reflexión y la oración frecuente implorando la asistencia divina, y

después de haber oído el parecer de muchos de nuestros hermanos en el

episcopado, declaramos y definimos Santa a la Beata Teresa de Calcuta y la

inscribimos en el Libro de los Santos, decretando que en toda la Iglesia ella

sea venerada entre los Santos. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del

Espíritu Santo».

Homilía del Papa Francisco:

«¿Quién comprende lo que Dios quiere?» (Sb 9,13). Este interrogante del libro

de la Sabiduría, que hemos escuchado en la primera lectura, nos presenta

nuestra vida como un misterio, cuya clave de interpretación no poseemos. Los

protagonistas de la historia son siempre dos: por un lado, Dios, y por otro, los

hombres. Nuestra tarea es la de escuchar la llamada de Dios y luego aceptar su

voluntad. Pero para cumplirla sin vacilación debemos ponernos esta pregunta.

¿Cuál es la voluntad de Dios en mi vida?

La respuesta la encontramos en el mismo texto sapiencial: «Los hombres

aprendieron lo que te agrada» (v. 18). Para reconocer la llamada de Dios,

debemos preguntarnos y comprender qué es lo que le gusta. En muchas

ocasiones, los profetas anunciaron lo que le agrada al Señor. Su mensaje

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encuentra una síntesis admirable en la expresión: «Misericordia quiero y no

sacrificios» (Os 6,6; Mt 9,13). A Dios le agrada toda obra de misericordia,

porque en el hermano que ayudamos reconocemos el rostro de Dios que nadie

puede ver (cf. Jn 1,18). Cada vez que nos hemos inclinado ante las necesidades

de los hermanos, hemos dado de comer y de beber a Jesús; hemos vestido,

ayudado y visitado al Hijo de Dios (cf. Mt 25,40).

Estamos llamados a concretar en la realidad lo que invocamos en la oración y

profesamos en la fe. No hay alternativa a la caridad: quienes se ponen al

servicio de los hermanos, aunque no lo sepan, son quienes aman a Dios (cf. 1

Jn 3,16-18; St 2,14-18). Sin embargo, la vida cristiana no es una simple ayuda

que se presta en un momento de necesidad. Si fuera así, sería sin duda un

hermoso sentimiento de humana solidaridad que produce un beneficio

inmediato, pero sería estéril porque no tiene raíz. Por el contrario, el

compromiso que el Señor pide es el de una vocación a la caridad con la que

cada discípulo de Cristo lo sirve con su propia vida, para crecer cada día en el

amor.

Hemos escuchado en el Evangelio que «mucha gente acompañaba a Jesús» (Lc

14,25). Hoy aquella «gente» está representada por el amplio mundo del

voluntariado, presente aquí con ocasión del Jubileo de la Misericordia.

Vosotros sois esa gente que sigue al Maestro y que hace visible su amor

concreto hacia cada persona. Os repito las palabras del apóstol Pablo: «He

experimentado gran gozo y consuelo por tu amor, ya que, gracias a ti, los

corazones de los creyentes han encontrado alivio» (Flm 1,7). Cuántos

corazones confortan los voluntarios. Cuántas manos sostienen; cuántas

lágrimas secan; cuánto amor derramo en el servicio escondido, humilde y

desinteresado. Este loable servicio da voz a la fe y expresa la misericordia del

Padre que está cerca de quien pasa necesidad.

El seguimiento de Jesús es un compromiso serio y al mismo tiempo gozoso;

requiere radicalidad y esfuerzo para reconocer al divino Maestro en los más

pobres y ponerse a su servicio. Por esto, los voluntarios que sirven a los

últimos y a los necesitados por amor a Jesús no esperan ningún agradecimiento

ni gratificación, sino que renuncian a todo esto porque han descubierto el

verdadero amor. Igual que el Señor ha venido a mi encuentro y se ha inclinado

sobre mí en el momento de necesidad, así también yo salgo al encuentro de él

y me inclino sobre quienes han perdido la fe o viven como si Dios no existiera,

sobre los jóvenes sin valores e ideales, sobre las familias en crisis, sobre los

enfermos y los encarcelados, sobre los refugiados e inmigrantes, sobre los

débiles e indefensos en el cuerpo y en el espíritu, sobre los menores

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abandonados a sí mismos, como también sobre los ancianos dejados solos.

Dondequiera que haya una mano extendida que pide ayuda para ponerse en

pie, allí debe estar nuestra presencia y la presencia de la Iglesia que sostiene

y da esperanza.

Madre Teresa, a lo largo de toda su existencia, ha sido una generosa

dispensadora de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos por

medio de la acogida y la defensa de la vida humana, tanto la no nacida como

la abandonada y descartada. Se ha comprometido en la defensa de la vida

proclamando incesantemente que «el no nacido es el más débil, el más

pequeño, el más pobre». Se ha inclinado sobre las personas desfallecidas, que

mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios

les había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que

reconocieran sus culpas ante los crímenes de la pobreza creada por ellos

mismos. La misericordia ha sido para ella la «sal» que daba sabor a cada obra

suya, y la «luz» que iluminaba las tinieblas de los que no tenían ni siquiera

lágrimas para llorar su pobreza y sufrimiento.

Su misión en las periferias de las ciudades y en las periferias existenciales

permanece en nuestros días como testimonio elocuente de la cercanía de Dios

hacia los más pobres entre los pobres. Hoy entrego esta emblemática figura de

mujer y de consagrada a todo el mundo del voluntariado: que ella sea vuestro

modelo de santidad. Esta incansable trabajadora de la misericordia nos ayude

a comprender cada vez más que nuestro único criterio de acción es el amor

gratuito, libre de toda ideología y de todo vínculo y derramado sobre todos sin

distinción de lengua, cultura, raza o religión. Madre Teresa amaba decir: «Tal

vez no hablo su idioma, pero puedo sonreír». Llevemos en el corazón su

sonrisa y entreguémosla a todos los que encontremos en nuestro camino,

especialmente a los que sufren. Abriremos así horizontes de alegría y

esperanza a toda esa humanidad desanimada y necesitada de comprensión y

ternura”.