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HOMILÍA VIº DOMINGO DE PASCUA – 2017
CICLO “A”
I.- LAS LECTURAS
* Libro de los Hechos de los Apóstoles 8,5-8.14-17. Los apóstoles
imponían las manos a los ya bautizados y recibían el Espíritu Santo. La
Iniciación Cristiana se completa con la imposición de las manos de los
apóstoles por la que recibían el Espíritu Santo los que ya habían sido
bautizados. Es el sacramento de la Confirmación.
* Salmo Responsorial 65. “Aclamad al Señor, tierra entera. Servid al
Señor con alegría. Pueblos todos bendecid a nuestro Dios. Dios me ha
escuchado, atento a la voz de mi oración. Venid, oíd, los que teméis a Dios;
contaré lo que ha hecho por mi alma. ¡Bendito sea Dios que no ha apartado
mi oración ni su amor lejos de mí!.
* Primera Carta de San Pedro 3,15-18. Cristo, para llevarnos a Dios,
murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la
carne, vivificado en el espíritu. Jesucristo murió en la cruz por nuestros
pecados, pero resucitó por nuestra salvación. “Estemos siempre dispuestos
a dar respuesta a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza. Pero
hacedlo con dulzura y respeto (…) Más vale padecer por obrar el bien, si
esa es la voluntad de Dios, que por obrar el mal”.
* Evangelio según San Juan 14,15-21. Cristo dice a sus discípulos: “si
me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre que os dé
otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con vosotros.
No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. El que me ama, será amado de
mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él”.
II.- SUGERENCIAS PARA LA HOMILÍA
Las lecturas de este domingo nos invitan a recordar nuestra propia
Iniciación Cristiana para reavivarla en nosotros y para ser coherentes con
sus exigencias. Acojamos la llamada de Dios a través de la Iglesia. No nos
mostremos indiferentes cuando escuchamos la llamada del Señor que nos
invita a renovar nuestra Iniciación Cristiana. Os recuerdo tres libros
litúrgicos: “Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos” (RICA); “La
Iniciación Cristiana” (CEE); “Directorio para la Iniciación Cristiana”
(Diócesis de Coria-Cáceres).
Les ofrezco una sencilla y breve síntesis de la Iniciación
Cristiana con la esperanza de que les haga mucho bien.
1.-¿Qué es la Iniciación Cristiana?
La Iniciación cristiana “tiene su origen en la iniciativa divina y
supone la decisión libre de la persona que se convierte al Dios vivo y
verdadero, por la gracia del Espíritu, y pide ser introducida en la Iglesia.
Por otra parte, la Iniciación cristiana no se puede reducir a un simple
proceso de enseñanza y de formación doctrinal, sino que ha de ser
considerada una realidad que implica a todo la persona, la cual ha de
asumir existencialmente su condición de hijo de Dios en el Hijo Jesucristo,
abandonando su anterior modo de vivir, mientras realiza el aprendizaje de
la vida cristiana y entra gozosamente en la comunión de la Iglesia, para ser
en ella adorador del Padre y testigo del Dios vivo” (IC 18).
“La Iniciación cristiana es la inserción de un candidato en el misterio
de Cristo, muerto y resucitado, y en la Iglesia por medio de la fe y de los
sacramentos: el Bautismo, que es el comienzo de la vida nueva; la
Confirmación, que es su afianzamiento; y la Eucaristía, que alimenta al
discípulo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para ser transformado en Él”
(IC 19; cf. IC 28).
“La Iniciación cristiana es un don de Dios que recibe la persona
humana por la mediación de la Madre Iglesia” (IC 9; cf. IC 31a).
Elementos propios de la Iniciación Cristiana
*”La iniciativa eficaz y gratuita de Dios: el que se inicia lo hace llamado
por Dios Padre en Jesucristo y el Espíritu Santo, a través del anuncio del
Evangelio” (IC 31a; cf. IC 11).
*”La respuesta de la fe que se realiza en la escucha y en la acogida
interior del Evangelio: el iniciado responde libremente y se entrega y se
adhiere a Dios” (Ibd.b).
*”La acogida de la Iglesia que recibe en su seno maternal a los que han
aceptado el anuncio y los inserta en el misterio de Cristo y en la propia vida
eclesial, verdadera participación en la comunión trinitaria” (Ibd.c).
*”Esta acción de la Iglesia integra básicamente:
- la predicación de la Palabra de Dios y su explicación;
- la catequesis que introduce en el conocimiento de los misterios de la
fe e inicia en otros aspectos de la vida de la Iglesia;
-la celebración de los sacramentos de la iniciación: bautismo,
confirmación y Eucaristía; y
- el acompañamiento posterior de los bautizados en orden a su
perseverancia y profundización en los misterios celebrados” (Ibd. d).
*Ahora bien, como la debilidad humanan puede inducir a los
bautizados a apartarse de la fidelidad bautismal, la Iniciación Cristiana
tiene una continuidad especial en el sacramento de la Penitencia, que es
conocido también como “segundo bautismo” o “bautismo de lágrimas”
(Ibd. 31).
2.- El Catecumenado
El catecumenado es “un tiempo prolongado en el que la Iglesia
transmite su fe y el conocimiento íntegro y vivo del misterio de la salvación
mediante una catequesis apropiada, gradual e íntegra, teniendo como
referencia el sagrado recuerdo de los misterios de Cristo y de la historia de
la salvación en el año litúrgico, y acompañada de celebraciones de la
Palabra de Dios y de otros ritos y plegarias, llamados escrutinios” (IC 26).
Su objetivo es claro:
*ayudar a los catecúmenos a alcanzar una auténtica conversión y
una fe personalizada así como una verdadera experiencia del Misterio de
Dios y de la salvación,
*ayudar a los catecúmenos a integrarse y participar desde el don
recibido del Espíritu Santo en la vida y misión de la Iglesia.
3.- El sacramento de la Confirmación
*El sacramento de la confirmación es uno de los tres sacramentos de
la Iniciación cristiana. En consecuencia “todos los bautizados deberían ser
convocados a recibir este sacramento que no puede entenderse como un
sacramento de élites o solo para grupos selectos” (IC 90, 1).
* “El rito esencial del sacramento de la Confirmación: “En el rito
latino, el sacramento de la Confirmación es conferido por la unción del
santo crisma en la frente, hecha imponiendo la mano, y con estas palabras:
“N. recibe por esta señal el don del Espíritu Santo” (Catecismo de la Iglesia
Católica, n.1300).
*Este sacramento ha de entenderse como un don gratuito de Dios,
sin reducirlo a una pura y simple ratificación personal del Bautismo
recibido y de la fe y compromisos bautismales (…) La confirmación,
aunque implica necesariamente la libre respuesta del creyente que tiene
uso de razón es, ante todo, un don gratuito de la iniciativa salvadora de
Dios (IC 90,2).
*Con el sacramento de la Confirmación los renacidos en el
Bautismo reciben el don inefable, el Espíritu Santo, por el cual son
enriquecidos con una fuerza especial y, marcados por el carácter del mismo
sacramento, quedan vinculados más perfectamente a la Iglesia mientras
son más estrictamente obligados a difundir y defender con la palabra y las
obras la propia fe, como auténticos testigos de Cristo” (Ritual de la
Confirmación, 11).
Los confirmados son “piedras vivas de la Iglesia y testigos de Jesucristo
en el mundo.
Ayudemos a todos los confirmandos a que entren espiritualmente en
la celebración de la Confirmación lo cual significa: recibir el don del
Espíritu Santo que Dios nos da por medio de Jesucristo en su Iglesia, y
acogerlo de verdad, con fe y gratitud, conociendo y aceptando las
consecuencias de este inmenso don.
4.- La mistagogía: a la celebración de los sacramentos de la Iniciación
cristiana sigue el tiempo de la profundización en los misterios recibidos, o
de la mistagogía (cf. IC nn 29-30).
5.- Transmitir la fe a otros.
El confirmado recibe la misión de evangelizar, de transmitir la fe, de
ayudar a otros a creer en Dios, de dar razón de la fe y de la esperanza a
quienes se la pidan.
Tengamos presente que “lo que el mundo necesita hoy de manera
especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el
corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la
mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, esa que no tiene
fin” (Benedicto XVI: “Porta Fidei, 15).
Con la ayuda del Señor y siempre en comunión eclesial renovemos y
fortalezcamos la fe para transmitirla y comunicarla a los demás respetando
el modo que empleó Jesús con los discípulos de Emaús: diálogo, relación y
conocimiento, comunión e Iglesia, conversión y sacramentos.
6.- La fe del cristiano
“Cuando Dios revela hay que prestarle la obediencia de la fe
(Rm.16,26)), por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios,
prestando “a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la
voluntad”, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por Él. Para
profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios que reviene y ayuda, y los
auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte
a Dios, abre los ojos de la mente y da “a todos la suavidad en el aceptar y
creer la verdad”. Y para que la inteligencia de la revelación sea más
profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por
medio de sus dones” (DV 5).
Recordemos una vez más el lema de nuestro XIV Sínodo Diocesano
que estamos celebrando por gracia de Dios: “caminar juntos con Cristo
para buscar, renovar y fortalecer la fe”, a fin de transmitirla.
Esta fe ha de ser:
-personal, libre y convencida que nos lleve a una vida conforme al
Evangelio de Jesucristo.
-eclesial, confesada y celebrada en la comunión de la Iglesia;
-orante, madurada en la experiencia de comunión con Dios;
-fraterna, comprometida al servicio a los pobres y a las nobles
causas de la humanidad: paz, justicia, solidaridad (Santiago 2,17).
7.- Evangelizar con la fuerza del Espíritu Santo.
Al iniciar la explicación de este nuevo tema os ofrecemos unas
enseñanzas que nos han dado el Beato Pablo VI en su Exhortación
Apostólica “Evangelii Nuntiandi” (EN), San Juan Pablo II en su Carta
Encíclica “Redemptoris Missio” (RM), y el Papa Francisco en su
Exhortación Apostólica: “Evangelii gaudium” (EG).
Debemos conocerlas y tenerlas en cuenta a la hora de evangelizar. Os
invito a leer y meditar los textos siguientes.
A. El Espíritu Santo y la evangelización
“No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu
Santo (…) Puede decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la
evangelización” (EN 75).
“El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión
eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la misión “ad gentes”
(RM 21; cf. RM 24).
“Una evangelización con espíritu es una evangelización con Espíritu
Santo, ya que Él es el alma de la Iglesia evangelizadora!” (EG 261; cf.
280).
B. Las técnicas de evangelización
“Las técnicas de evangelización son buenas, pero ni las más
perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu” (EN 75)
C.- La preparación del evangelizador
”La preparación más refinada del evangelizador no consigue
absolutamente nada sin el Espíritu Santo” (EN 75).
D.- La dialéctica y los esquemas
”Sin el Espíritu Santo, la dialéctica más convincente es impotente
sobre el espíritu de los hombres” (EN 75)
”Sin el Espíritu Santo, los esquemas más elaborados sobre bases
sociológicas o psicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor”
(EN 75).
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
Meditemos estas enseñanzas ya que no son afirmaciones retóricas.
Acojámoslas con lucidez y responsabilidad. Si no nos dejamos iluminar y
guiar por el Espíritu Santo en la evangelización no evangelizaremos.
Sin perder de vista esta dimensión sobrenatural, que pone de relieve la
iniciativa y generosidad de Dios, es claro que todos debemos preparar la
tarea evangelizadora con sinceridad y autenticidad.
Terminamos. Unidos en el Señor
Cáceres. 14 de mayo de 2017.
Florentino Muñoz Muñoz
ESTAMOS CELEBRANDO EL XIV SÍNODO DIOCESANO
EL DIÁLOGO
I
EL CONCILIO VATICANO II: “GAUDIUM ET SPES”
El diálogo entre todos los hombres
“La Iglesia, en virtud de la misión que tiene de iluminar a todo el orbe
con el mensaje evangélico y de reunir en un solo Espíritu a todos los
hombres de cualquier nación, raza o cultura, se convierte en señal de la
fraternidad que permite y consolida el diálogo sincero.
Lo cual requiere, en primer lugar, que se promueva en el seno de la
Iglesia la mutua estima, respeto y concordia, reconociendo todas las
legítimas diversidades, para abrir, con fecundidad siempre creciente, el
diálogo entre todos los que integran el único Pueblo de Dios, tanto los
pastores como los demás fieles. Los lazos de unión de los fieles son mucho
más fuertes que los motivos de división entre ellos. Haya unidad en lo
necesario, libertad en lo dudoso, caridad en todo.
Nuestro espíritu abraza al mismo tiempo a los hermanos que todavía no
viven unidos a nosotros en la plenitud de comunión y abraza también a sus
comunidades. Con todos ellos nos sentimos unidos por la confesión del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y por el vínculo de la caridad,
conscientes de que la unidad de los cristianos es objeto de esperanzas y de
deseos hoy incluso por muchos que no creen en Cristo. Los avances que
esta unidad realice en la verdad y en la caridad bajo la poderosa virtud y la
paz para el universo mundo. Por ello, con unión de energías y en formas
cada vez más adecuadas para lograr hoy con eficacia este importante
propósito, procuremos que, ajustándonos cada vez más al Evangelio,
cooperemos fraternalmente para servir a la familia humana, que está
llamada en Cristo Jesús a ser la familia de los hijos de Dios.
Nos dirigimos también por la misma razón a todos los que creen en Dios
y conservan en el legado de sus tradiciones preciados elementos religiosos
y humanos, deseando que el coloquio abierto nos mueva a todos a recibir
fielmente los impulsos del Espíritu y a ejecutarlos con ánimo álacre.
El deseo de este coloquio, que se siente movido hacia la verdad por
impulso exclusivo de la caridad, salvando siempre la necesaria prudencia,
no excluye a nadie por parte nuestra, ni siquiera a los que cultivan los
bienes esclarecidos del espíritu humano, pero no reconocen todavía al
Autor de todos ellos. Ni tampoco excluye a aquellos que se oponen a la
Iglesia y la persiguen de varias maneras. Dios Padre es el principio y el fin
de todos. Por ello, todos estamos llamados a ser hermanos. En
consecuencia, con esta común vocación humana y divina, podemos y
debemos cooperar, sin violencias, sin engaños, en verdadera paz, a la
edificación del mundo” (n.92).
II
ENSEÑANZAS DEL PAPA FRANCISCO
Audiencia con los miembros del “Teléfono Amigo”
«A través del diálogo podemos aprender a ver que el otro no es una
amenaza, sino un don de Dios, que nos interpela y pide ser reconocido.
Dialogar ayuda a las personas a humanizar las relaciones y a superar las
incomprensiones.
¡Si hubiera más diálogo – diálogo verdadero – en las familias, en los
ambientes de trabajo, en la política, se solucionarían más fácilmente
muchas cuestiones!
Si no hay diálogo aumentan los problemas, los malentendidos, las
divisiones».
El diálogo requiere “capacidad de escucha”, señaló también el Papa,
destacando que “el que sabe escuchar, escucha a Dios y a los hermanos
necesitados, crea puentes de comunicación”.
«La actitud de la escucha, de la que Dios es modelo, nos impulsa a
derribar los muros de las incomprensiones, a crear puentes de
comunicación, superando el aislamiento y la cerrazón en nuestro mundo
pequeño».
«Queridos amigos, a través del diálogo y de la escucha podemos ayudar a
construir un mundo mejor, haciendo que sea lugar de acogida y respeto,
contrarrestando así las divisiones y los conflictos. Los aliento a proseguir
con entusiasmo renovado su valioso servicio a la sociedad, para que nadie
quede aislado, para que no se quiebren los lazos del diálogo y para que
nunca falte la escucha, que es la manifestación más simple de la caridad
hacia los hermanos”.
Al tiempo que cuento con sus oraciones, “los encomiendo a la
protección de la Virgen María, Mujer del silencio y de la escucha”, y los
bendigo de corazón a ustedes, a sus colaboradores y a todos los que
‘encuentran’ telefónicamente en su trabajo de cada día» (Marzo, 11-2017).
EL PAPA FRANCISCO EN EL SANTUARIO DE FÁTIMA
I
Rosario del Papa en Fátima
12 de mayo de 2017
Texto completo de la catequesis del Papa
Queridos peregrinos de María y con María.
Gracias por recibirme entre vosotros y uniros a mí en esta peregrinación vivida en la
esperanza y en la paz. Desde ahora, deseo asegurar a los que os habéis unidos a mí, aquí
o en cualquier otro lugar, que os llevo en mi corazón. Siento que Jesús os ha confiado a mí
(cf. Jn 21,15-17), y a todos os abrazo y os confío a Jesús, «especialmente a los más
necesitados» -como la Virgen nos enseñó a pedir (Aparición, julio de 1917)-.
Que ella, madre tierna y solícita con todos los necesitados, les obtenga la bendición del
Señor. Que, sobre cada uno de los desheredados e infelices, a los que se les ha robado el
presente, de los excluidos y abandonados a los que se les niega el futuro, de los huérfanos
y las víctimas de la injusticia a los que no se les permite tener un pasado, descienda la
bendición de Dios encarnada en Jesucristo: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su
rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz»
(Nm 6,24-26).
Esta bendición se cumplió plenamente en la Virgen María, puesto que ninguna otra
criatura ha visto brillar sobre sí el rostro de Dios como ella, que dio un rostro humano al
Hijo del Padre eterno; a quien podemos ahora contemplar en los sucesivos momentos
gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos de su vida, como recordamos en el rezo del
Rosario. Con Cristo y María, permanezcamos en Dios. En efecto, «si queremos ser
cristianos, tenemos que ser marianos, es decir, hay que reconocer la relación esencial,
vital y providencial que une a la Virgen con Jesús, y que nos abre el camino que nos lleva
a él» (Pablo VI, Homilía en el Santuario de Nuestra Señora de
Bonaria, Cagliari, 24 abril 1970). De este modo, cada vez que recitamos el Rosario, en
este lugar bendito o en cualquier otro lugar, el Evangelio prosigue su camino en la vida de
cada uno, de las familias, de los pueblos y del mundo.
Peregrinos con María... ¿Qué María? ¿Una maestra de vida espiritual, la primera que
siguió a Cristo por el «camino estrecho» de la cruz dándonos ejemplo, o más bien una
Señora «inalcanzable» y por tanto inimitable? ¿La «Bienaventurada porque ha creído»
siempre y en todo momento en la palabra divina (cf. Lc 1,45), o más bien una «santita», a
la que se acude para conseguir gracias baratas? ¿La Virgen María del Evangelio,
venerada por la Iglesia orante, o más bien una María retratada por sensibilidades
subjetivas, como deteniendo el brazo justiciero de Dios listo para castigar: una María mejor
que Cristo, considerado como juez implacable; más misericordiosa que el Cordero que se
ha inmolado por nosotros?
Cometemos una gran injusticia contra Dios y su gracia cuando afirmamos en primer lugar
que los pecados son castigados por su juicio, sin anteponer -como enseña el Evangelio-
que son perdonados por su misericordia. Hay que anteponer la misericordia al juicio y, en
cualquier caso, el juicio de Dios siempre se realiza a la luz de su misericordia. Por
supuesto, la misericordia de Dios no niega la justicia, porque Jesús cargó sobre sí las
consecuencias de nuestro pecado junto con su castigo conveniente.
Él no negó el pecado, pero pagó por nosotros en la cruz. Y así, por la fe que nos une a la
cruz de Cristo, quedamos libres de nuestros pecados; dejemos de lado cualquier clase de
miedo y temor, porque eso no es propio de quien se siente amado (cf. 1 Jn 4,18). «Cada
vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño.
En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los
fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes. [...] Esta dinámica de
justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un
modelo eclesial para la evangelización» (Exhort. Ap. Evangelii gaudium, 288). Que
seamos, con María, signo y sacramento de la misericordia de Dios que siempre perdona,
perdona todo.
Llevados de la mano de la Virgen Madre y ante su mirada, podemos cantar con alegría las
misericordias del Señor. Podemos decir: Mi alma te canta, oh Señor. La misericordia que
tuviste con todos tus santos y con todo tu pueblo fiel la tuviste también conmigo. Oh Señor,
por culpa del orgullo de mi corazón, he vivido distraído siguiendo mis ambiciones e
intereses, pero sin conseguir ocupar ningún trono. La única manera de ser exaltado es que
tu Madre me tome en brazos, me cubra con su manto y me ponga junto a tu corazón. Que
así sea.
II
PEREGRINACIÓN DEL PAPA FRANCISCO AL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA con ocasión del centenario de las apariciones de la Virgen María en la Cova da Iria (12-13 de mayo de 2017; 20,04)
BENDICIÓN DE LAS VELAS
SALUDO DEL SANTO PADRE
Capilla de las Apariciones, Fátima
Viernes 12 de mayo de 2017apa Francisco
Texto íntegro de la oración del Santo Padre a la Virgen de Fátima El Santo Padre:
Salve Reina,
Bienaventurada Virgen de Fátima,
Señora del Corazón Inmaculado,
refugio y camino que conduce a Dios.
Peregrino de la Luz que procede de tus manos,
doy gracias a Dios Padre que, siempre y en todo lugar, interviene en la historia del
hombre;
peregrino de la Paz que tú anuncias en este lugar,
alabo a Cristo, nuestra paz, y le imploro para el mundo la concordia entre todos los
pueblos;
peregrino de la Esperanza que el Espíritu anima,
vengo como profeta y mensajero para lavar los pies a todos, en torno a la misma mesa
que nos une.
Estribillo cantado por la asamblea
Ave o clemens, ave o pia!
Salve Regina Rosarii Fatimæ.
Ave o clemens, ave o pia!
Ave o dulcis Virgo Maria.
El Santo Padre:
¡Salve, Madre de Misericordia,
Señora de la blanca túnica!
En este lugar, desde el que hace cien años
manifestaste a todo el mundo los designios de la misericordia de nuestro Dios,
miro tu túnica de luz
y, como obispo vestido de blanco,
tengo presente a todos aquellos que,
vestidos con la blancura bautismal,
quieren vivir en Dios
y recitan los misterios de Cristo para obtener la paz.
Estribillo...
El Santo Padre:
¡Salve, vida y dulzura,
salve, esperanza nuestra,
Oh Virgen Peregrina, oh Reina Universal!
Desde lo más profundo de tu ser,
desde tu Inmaculado Corazón,
mira los gozos del ser humano
cuando peregrina hacia la Patria Celeste.
Desde lo más profundo de tu ser,
desde tu Inmaculado Corazón,
mira los dolores de la familia humana
que gime y llora en este valle de lágrimas.
Desde lo más íntimo de tu ser,
desde tu Inmaculado Corazón,
adórnanos con el fulgor de las joyas de tu corona
y haznos peregrinos como tú fuiste peregrina.
Con tu sonrisa virginal,
acrecienta la alegría de la Iglesia de Cristo.
Con tu mirada de dulzura,
fortalece la esperanza de los hijos de Dios.
Con tus manos orantes que elevas al Señor,
une a todos en una única familia humana.
Estribillo ...
El Santo Padre:
¡Oh clemente, oh piadosa,
Oh dulce Virgen María,
Reina del Rosario de Fátima!
Haz que sigamos el ejemplo de los beatos Francisco y Jacinta,
y de todos los que se entregan al anuncio del Evangelio.
Recorreremos, así, todas las rutas,
seremos peregrinos de todos los caminos,
derribaremos todos los muros
y superaremos todas las fronteras,
yendo a todas las periferias,
para revelar allí la justicia y la paz de Dios.
Seremos, con la alegría del Evangelio, la Iglesia vestida de blanco,
de un candor blanqueado en la sangre del Cordero
derramada también hoy en todas las guerras que destruyen el mundo en que vivimos.
Y así seremos, como tú, imagen de la columna refulgente
que ilumina los caminos del mundo,
manifestando a todos que Dios existe,
que Dios está,
que Dios habita en medio de su pueblo,
ayer, hoy y por toda la eternidad.
Estribillo...
El Santo Padre junto con todos los fieles:
¡Salve, Madre del Señor,
Virgen María, Reina del Rosario de Fátima!
Bendita entre todas las mujeres,
eres la imagen de la Iglesia vestida de luz pascual,
eres el orgullo de nuestro pueblo,
eres el triunfo frente a los ataques del mal.
Profecía del Amor misericordioso del Padre,
Maestra del Anuncio de la Buena Noticia del Hijo,
Signo del Fuego ardiente del Espíritu Santo,
enséñanos, en este valle de alegrías y de dolores,
las verdades eternas que el Padre revela a los pequeños.
Muéstranos la fuerza de tu manto protector.
En tu Corazón Inmaculado,
sé el refugio de los pecadores
y el camino que conduce a Dios.
Unido a mis hermanos,
en la Fe, la Esperanza y el Amor,
me entrego a Ti.
Unido a mis hermanos, por ti, me consagro a Dios,
Oh Virgen del Rosario de Fátima.
Y cuando al final me veré envuelto por la Luz que nos viene de tus manos,
daré gloria al Señor por los siglos de los siglos.
Amén.
Estribillo...
III
PEREGRINACIÓN DEL PAPA FRANCISCO AL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA con ocasión del centenario de las apariciones de la Virgen María en la Cova da Iria (12-13 de mayo de 2017)
SANTA MISA CON EL RITO DE CANONIZACIÓN DE LOS BEATOS FRANCISCO MARTO Y JACINTA MARTO
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Atrio del Santuario de Fátima Sábado 13 de mayo de 2017
«Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol», dice el vidente de Patmos en el Apocalipsis (12,1), señalando además que ella estaba a punto de dar a luz a un hijo. Después, en el Evangelio, hemos escuchado cómo Jesús le dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,27). Tenemos una Madre, una «Señora muy bella», comentaban entre ellos los videntes de Fátima mientras regresaban a casa, en aquel bendito 13 de mayo de hace cien años. Y, por la noche, Jacinta no pudo contenerse y reveló el secreto a su madre: «Hoy he visto a la Virgen». Habían visto a la Madre del cielo. En la estela de luz que seguían con sus ojos, se posaron los ojos de muchos, pero…estos no la vieron. La Virgen Madre no vino aquí para que nosotros la viéramos: para esto tendremos toda la eternidad, a condición de que vayamos al cielo, por supuesto.
Pero ella, previendo y advirtiéndonos sobre el peligro del infierno al que nos lleva una vida ―a menudo propuesta e impuesta― sin Dios y que profana a Dios en sus criaturas, vino a recordarnos la Luz de Dios que mora en nosotros y nos cubre, porque, como hemos escuchado en la primera lectura, «fue arrebatado su hijo junto a Dios» (Ap 12,5). Y, según las palabras de Lucía, los tres privilegiados se encontraban dentro de la Luz de Dios que la Virgen irradiaba. Ella los rodeaba con el manto de Luz que Dios le había dado. Según el creer y el sentir de muchos peregrinos —por no decir de todos—, Fátima es sobre todo este manto de Luz que nos cubre, tanto aquí como en cualquier otra parte de la tierra, cuando nos refugiamos bajo la protección de la Virgen Madre para pedirle, como enseña la Salve Regina, «muéstranos a Jesús».
Queridos Peregrinos, tenemos una Madre, tenemos una Madre! Aferrándonos a ella como hijos, vivamos de la esperanza que se apoya en Jesús, porque, como hemos escuchado en la segunda lectura, «los que reciben a raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo» (Rm 5,17). Cuando Jesús subió al cielo, llevó junto al Padre celeste a la humanidad ―nuestra humanidad― que había asumido en el seno de la Virgen Madre, y que nunca dejará. Como un ancla, fijemos nuestra esperanza en esa humanidad colocada en el cielo a la derecha del Padre (cf. Ef 2,6). Que esta esperanza sea el impulso de nuestra vida. Una esperanza que nos sostenga siempre, hasta el último suspiro.
Con esta esperanza, nos hemos reunido aquí para dar gracias por las innumerables bendiciones que el Cielo ha derramado en estos cien años, y que han transcurrido bajo el manto de Luz que la Virgen, desde este Portugal rico en esperanza, ha extendido hasta los cuatro ángulos de la tierra. Como un ejemplo para nosotros, tenemos ante los ojos a san Francisco Marto y a santa Jacinta, a quienes la Virgen María introdujo en el mar inmenso de la Luz de Dios, para que lo adoraran. De ahí recibían ellos la fuerza para superar las contrariedades y los sufrimientos. La presencia divina se fue haciendo cada vez más constante en sus vidas, como se manifiesta claramente en la insistente oración por los pecadores y en el deseo permanente de estar junto a «Jesús oculto» en el Sagrario.
En sus Memorias (III, n.6), sor Lucía da la palabra a Jacinta, que había recibido una visión: «¿No ves muchas carreteras, muchos caminos y campos llenos de gente que lloran de hambre por no tener nada para comer? ¿Y el Santo Padre en una iglesia, rezando delante del Inmaculado Corazón de María? ¿Y tanta gente rezando con él?». Gracias por haberme acompañado. No podía dejar de venir aquí para venerar a la Virgen Madre, y para confiarle a sus hijos e hijas. Bajo su manto, no se pierden; de sus brazos vendrá la esperanza y la paz que necesitan y que yo suplico para todos mis hermanos en el bautismo y en la humanidad, en particular para los enfermos y los discapacitados, los encarcelados y los desocupados, los pobres y los abandonados. Queridos hermanos: pidamos a Dios, con la esperanza de que nos escuchen los hombres, y dirijámonos a los hombres, con la certeza de que Dios nos ayuda.
En efecto, él nos ha creado como una esperanza para los demás, una esperanza real y realizable en el estado de vida de cada uno. Al «pedir» y «exigir» de cada uno de nosotros el cumplimiento de los compromisos del propio estado (Carta de sor Lucía, 28 de febrero de 1943), el cielo activa aquí una auténtica y precisa movilización general contra esa indiferencia que nos enfría el corazón y agrava nuestra miopía. No queremos ser una esperanza abortada. La vida sólo puede sobrevivir gracias a la generosidad de otra vida. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24): lo ha dicho y lo ha hecho el Señor, que siempre nos precede. Cuando pasamos por alguna cruz, él ya ha pasado antes. De este modo, no subimos a la cruz para encontrar a Jesús, sino que ha sido él el que se ha humillado y ha bajado hasta la cruz para encontrarnos a nosotros y, en nosotros, vencer las tinieblas del mal y llevarnos a la luz.
Que, con la protección de María, seamos en el mundo centinelas que sepan contemplar el verdadero rostro de Jesús Salvador, que brilla en la Pascua, y descubramos de nuevo el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es misionera, acogedora, libre, fiel, pobre de medios y rica de amor.
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IV
La oración íntegra del Papa en la bendición de los enfermos
Queridos hermanos y hermanas enfermos.
Como dije en la homilía, el Señor nos precede siempre: cuando atravesamos por alguna
cruz, él ya ha pasado antes. En su Pasión, cargó con nuestros sufrimientos. Jesús sabe lo
que significa el sufrimiento, nos comprende, nos consuela y nos da fuerza, como hizo con
san Francisco Marto y santa Jacinta, y con los santos de todas las épocas y lugares.
Pienso en el apóstol Pedro, en cómo la Iglesia entera rezaba por él mientras estaba
encadenado en la prisión de Jerusalén. Y el Señor lo consoló. Este es el misterio de la
Iglesia: la Iglesia pide al Señor que consuele a los afligidos y él os consuela, incluso de
manera oculta; os consuela en la intimidad del corazón y os consuela dándoos fortaleza.
Queridos peregrinos, ante nuestros ojos tenemos a Jesús invisible pero presente en la
Eucaristía, así como tenemos a Jesús oculto pero presente en las llagas de nuestros
hermanos y hermanas enfermos y atribulados. En el altar, adoramos la carne de Jesús; en
ellos, descubrimos las llagas de Jesús. El cristiano adora a Jesús, el cristiano busca a
Jesús, el cristiano sabe reconocer las llagas de Jesús. Hoy, la Virgen María nos repite a
todos nosotros la pregunta que hizo, hace cien años, a los pastorcillos: «¿Queréis
ofreceros a Dios?». La respuesta: «¡Sí, queremos!», nos ofrece la oportunidad de entender
e imitar su vida. Ellos la vivieron con todo lo que conlleva de alegría y sufrimiento, en una
actitud de ofrecimiento al Señor.
Queridos enfermos, vivid vuestra vida como una gracia y decidle a Nuestra Señora, como
los pastorcillos, que queréis ofreceros a Dios con todo el corazón. No os consideréis
solamente como unos destinatarios de la solidaridad caritativa, sino sentíos partícipes a
pleno título de la vida y misión de la Iglesia. Vuestra presencia silenciosa, pero más
elocuente que muchas palabras, vuestra oración, el ofrecimiento diario de vuestros
sufrimientos, en unión con los de Jesús crucificado por la salvación del mundo, la
aceptación paciente y hasta alegre de vuestra condición son un recurso espiritual, un
patrimonio para toda comunidad cristiana. No tengáis vergüenza de ser un tesoro valioso
de la Iglesia.
Jesús va a pasar cerca de vosotros en el Santísimo Sacramento para manifestaros su
cercanía y su amor. Confiadle vuestro dolor, vuestros sufrimientos, vuestro cansancio.
Contad con la oración de la Iglesia que, por vosotros y con vosotros, se eleva al cielo
desde todas partes. Dios es Padre y nunca os olvida.
Y el Papa se suma a la procesión del Santísimo y bendice con la custodia a los
enfermos. Tras la bendición, el canto del 'Tantum ergo'.
El Papa bendice a la multitud con la custodia en forma de sol de Fátima y la gente reza el
'Bendito sea el nombre de Jesús'.
.-.-.-.-.-.-.-.-.
Tras la bendición, el obispo de Fátima, da las gracias al Papa, por "el don de vuestra
presencia en medio de nosotros"
"Con usted queremos exclamar: ¡Bendito sea Dios!"
"Salve, Santo Padre, bienvenido a Fátima. Está en su casa"
"Os traigo el abrazo y el afecto de todo el pueblo católico de Portugal,con todo el
episcopado aquí presente"
"De todos los paregrinos, procedentes de 55 países de todo el mundo"
"Todos tienen los ojos fijos en el Papa Francisco, como voz prpofética, audible en el
panorama mundial...voz de los pobres, de los desheredados, de abrir caminos de
esperanza y de paz, de llevar la alegría del Evangelio. Gracias por vuestro testimonio que
nos llega profundamente"
"Gracias, porque nos trajiste dos santos, los dos pastorcillos de Fátima"
"Un día histórico y memorable y lleno de belleza"
"Estaremos siempre unidos a usted"
"Que el Señor le conceda salud, fortaleza, coraje y fecundidad en su ministerio apostólico"
"Gracias, Santo Padre"
Y el Papa le regala un cáliz para el santuario y, después, unido a todos los peregrinos, se
pone en pie y con el pañuelo en la mano despide a la Virgen de Fátima, que es
conducida de nuevo a la capilla de las apariciones.
Y, antes de dar por concluido el acto, se sube al papamovil y se pasea por entre la multitud
de peregrinos que los aclaman.