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Historia económica colonial tardía. El panorama bibliográfico de una década: los años 80 Susana Aldana Rivera Si seguimos esta simple revisión bibliográfica de los trabajos más importan- tes en historia económica colonial tardía -siglo XVIII en especial y del área de lo que en ese momento comprendía el virreinato del Perú- en la década que acaba de terminar, debemos tener en mente dos supuestos bastante generales que sirven sin embargo de lineamiento a este escrito. De un lado, que la producción historiográfica se inscribe dentro de un contexto muy amplio en el que se distinguen tendencias que ejercen influencia sobre tal producción; y, del otro, que las líneas de investigación, la temática, aunque refleja también en cierto modo tal influencia, gira en tomo al eje de la economía de mercado, su imposición. Pero, ¿qué hubo en ese contexto que determinó que durante la década del '70 "la" perspectiva en los estudios históricos -o al menos, el tema que sirvió de telón de fondo- fuera lo económico? Aunque no es del caso citar todos los elementos que confluyeron, cabe destacar que la influencia decisiva la ejerció la teoría de la dependencia. Desde fines de los 60 hasta mediados de la siguiente década, la tendencia en las ciencias sociales estuvo signada por el análisis dependentista que resaltaba la naturaleza explotadora del mercado mundial caracterizado por susten- tarse en mecanismos monopolfsticos que facilitaban la extracción de excedentes y, por tanto, el drenaje de los recursos de la periferia (Latinoamérica incluida) hacia el No. 1, Julio 1991 221

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Historia económica colonial tardía. El panorama bibliográfico de una

década: los años 80

Susana Aldana Rivera

Si seguimos esta simple revisión bibliográfica de los trabajos más importan­tes en historia económica colonial tardía -siglo XVIII en especial y del área de lo que en ese momento comprendía el virreinato del Perú- en la década que acaba de terminar, debemos tener en mente dos supuestos bastante generales que sirven sin embargo de lineamiento a este escrito. De un lado, que la producción historiográfica se inscribe dentro de un contexto muy amplio en el que se distinguen tendencias que ejercen influencia sobre tal producción; y, del otro, que las líneas de investigación, la temática, aunque refleja también en cierto modo tal influencia, gira en tomo al eje de la economía de mercado, su imposición.

Pero, ¿qué hubo en ese contexto que determinó que durante la década del '70 "la" perspectiva en los estudios históricos -o al menos, el tema que sirvió de telón de fondo- fuera lo económico? Aunque no es del caso citar todos los elementos que confluyeron, cabe destacar que la influencia decisiva la ejerció la teoría de la dependencia. Desde fines de los 60 hasta mediados de la siguiente década, la tendencia en las ciencias sociales estuvo signada por el análisis dependentista que resaltaba la naturaleza explotadora del mercado mundial caracterizado por susten­tarse en mecanismos monopolfsticos que facilitaban la extracción de excedentes y, por tanto, el drenaje de los recursos de la periferia (Latinoamérica incluida) hacia el

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centro(!). En la aceptación de este análisis incidieron igualmente las coyunturas por las que atravesó cada país. En el caso del Perú -por ejemplo- el proyecto militar que supuso el fin del orden oligárquico, llegaría a su término en los afios 70 y habría marcado dos direcciones para la investigación: los estudios de historia económica y los que se ocupaban de los movimientos sociales. Los primeros, pretendidamente académicos, rigurosos, trabajados en su mayoría en lengua inglesa, se contraponían a los segundos, cuyos protagonistas eran los sectores populares, trabajados en el Perú, bastante más provincianos(2). En todo caso, tal situación reactualizó en los historiadores el interés por nuevos temas y por nuevos interrogantes, bien como reacción a la tendencia economicista o dentro de ella. De ningún modo puede negarse que el corpus historiográfico que nos legó la década del 70 sentó las pautas y las bases para la investigación que se desarrollaría luego. Trabajos como el de Fisher o el de Carmagnani para el virreinato del Perú(3), el de Brading( 4) para el de México o los de Bakewell(5) para ambos dejaron su huella indeleble en el campo de la historia económica de los países andinos(6).

El énfasis en la perspectiva económica habría sido, entonces, el colofón natural a la influencia del análisis dependentista en la historia; casualmente, el período de auge de aquella, la historia económica, habría sido desde la segunda mitad de esa década, la del setenta, hasta mediados de la del ochenta. Sin embargo, a lo largo de esta última se fue dando un lento proceso de cambio en los temas de estudio de los científicos sociales: el interés se comenzó a centrar cada vez más en lo social y en lo político. Aunque determinados aspectos no habían sido olvidados sí habían sido opacados por lo económico, lo cual convertía a los resultados en trabajos aislados dentro de un mundo académico sometido al monopolio de la historia económica. La etapa colonial tardía, el marco cronológico preferido en los trabajos de los setenta, pierde su preeminencia frente al siglo XIX. La razón: el creciente interés, de un lado, por el Estado, por las conformaciones republicanas y por la cuestión nacional y, de otro, también vinculado con lo anterior, la formación de la elite dominante, el rol de la aristocracia y de la oligarquía y sus vinculaciones dialécticas con las nuevas formas sociales generadas por la puesta en ejecución de un nuevo modo de producción, el capitalismo(?).

En muchos casos, los trabajos por mencionar reflejan una trayectoria muy antigua y parecerían romper las tendencias sef'ialadas. En ciertos casos, se trata de artículos que -publicados aisladamente- tan sólo toman cuerpo y ocupan un lugar marcado en el mundo historiográfico tras aparecer reunidos en forma de libro. En el útil balance que sobre historia económica colonial preparó Trelles ( 1986) se disculpaba si éste parecía estar saturado de nombres anglosajones, sin darse cuenta de que era lo menos que se podía esperar si se revisaba la producción en este campo; aquella era la historiografía que llegaba a los congresos internacionales y a las revistas especializadas(&). El problema real que se presenta es el de la accesibilidad y difusión de los trabajos de historia; en especial, los de los peruanistas o de aquellos que estudian el espacio andino en general. Los aportes que un libro de historia puede dar en su momento se descontextualizan y se minimizan fuera de él pues rápida­mente se crean los espacios comunes donde lo novedoso de una línea de trabajo se

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pierde ante el interés por las nuevas(9). En esta revisión no solo abundarán los títulos en inglés -y otros- sino que también me referiré a lo publicado en esta década -así las versiones originales no correspondan cabalmente a ella- y a trabajos que, sin ser totalmente de historia económica, presentan un análisis y aportes que le incumben.

En estos afias, los ochenta, el trabajo empírico se ve apabullado por la teorización histórica, indiscutiblemente necesaria, pero que en algunos historia­dores llega a convertirse en una suerte de meta casi escatológica de la labor del historiador. Son claros los esfuerzos por interpretar y periodizar la historia -sobre todo la económica- a la luz de categorías teóricas de corte marxista u otro en la búsqueda de una conceptualización de la historia. Chiaramonte (1984), aunque no se refiere específicamente al Perú sino más bien al conjunto de Hispanoamérica, en cuyo marco enfatiza el caso de México, constituye un excelente logro en esta línea. Con una obra cuyas partes -como él mismo sefiala- guardan cierta independencia entre sí (de modo tal que no se pierde la claridad y concisión del artículo bajo la lógica general de un libro) resalta que el trabajo histórico no es el simple esfuerzo por encontrar una verdad, oculta y con errores, sino la construcción de un modo de acceder a la realidad a través de la recolección y manipulación de datos. A partir de una armazón teórica marxista y sin intentar establecer nuevos "diagnósticos" para la historia de Latinoamérica, intenta comprender cómo puede considerarse feudal o capitalista o cualquier otra categoría a una misma realidad recapitulando el deba­te( 1 O) generado por la teoría de la dependencia sobre el modo de producción imperante. El análisis del sentido original de algunos conceptos marxistas (modo de producción, formación social, etc.) no resisten una confrontación con la realidad, lo cual resulta evidente, por ejemplo, en la preeminencia del capital comercial y no del modo interno de producción. Confirma lo que hoy es un espacio común: lo artificioso que resulta aplicar categorías esquemáticamente a la periodización histórica. Por su parte, dedicado al análisis de la formación y el funcionamiento del mercado interno y de la región como espacio definido sobre la base de él, Assadourian (1982) se sirve de la teoría económica para plantear a partir del período colonial temprano y el siglo XVII, una temática -con un marco conceptual provi­sional- puesta una y otra vez sobre el tapete: el mercado y la región. En esta línea, Garavaglia (1983) estudia el mercado interno, centrándose en los cambios en los tipos de relaciones productivas y en las formas de circulación. Su interés por aplicar el modelo wallersteiniano de la economía mundo y verificar si efectivamente los espacios dominados iberoamericanos cumplieron la función asignada bajo la división del trabajo que tal teoría sustenta es uno de los puntos más interesantes de su trabajo. Sin lugar a dudas, estos libros son notorios ejemplos de los avances que se logran en el trabajo histórico con la equilibrada elaboración teórica ... sustentada en lo empírico.

La producción de historia económica colonial de los últimos afias cuenta con una buena parte de títulos sobre el Perú. No se debe esto solo a que en general su historiografía está más desarrollada sino a que quizás su condición de virreinato haya captado m'ás la imaginación de los estudiosos. El útulo del libro de Jacobsen/ Puhle (1986) resulta de por sí significativo; en una serie de artículos en los que se

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pasa revista a diversos aspectos de la etapa virreinal, la sociedad (Flores Galindo y la plebe limeña), la circulación (Hünefeldt y el tabaco de Jaén de·Bracamoros), el mercado (Haitin argumentando sobre el urbano limeño), entre otros, engloban la realidad de un vasto número de regiones bajo dos términos tan generales como sus nombres: México y Perú. De igual modo, Malamud (1986) -aunque presta más atención a los problemas de relación mercantil entre los comerciantes de España y Francia (y la intervención subsecuente -directa o camuflada- de ambos gobiernos)­trabaja las vinculaciones del comercio metropolitano y el directo -o de contrabando­europeo no español (principalmente el francés) con el "peruano", refiriéndose al te­rritorio que tal virreinato comprendía. Otros trabajos son, por cierto, bastante más focalizados; en ellos el componente social es uno de los aspectos que más resalta. Tal es el caso, por la incidencia en un tema, del libro de O 'Phelan ( 1988) -cuya línea de argumentación si bien es social se fundamenta en lo económico- o el trabajo de Ramos (1984 ); si se considera el énfasis en lea -y sus alrededores, el de Pérez Cantó (1985) para Lima, el de Brown (1986) para Arequipa o el de Urrutia (1984) para Huamanga -aunque éste incide más en la dinámica general de la región y menos en lo económico(ll); y, finalmente, cubriendo una gama muy amplia de temas pero centrado principalmente en lo que ahora es el Perú, Tord y Lazo (1980).

Referirse, sin embargo, a la historiografía económica colonial de otros países andinos supone referirse algunas veces a un historiador y la mayoría de ellas a un número de artículos; pocas son las referencias a libros. Para el caso de Colombia, por ejemplo, Colmenares (1979) es uno de los autores más representativos aunque en los últimos años se interesó por los problemas del Estado decimonónico (Colmenares 1985). Si nos centramos en el caso del Ecuador, la presencia de artículos es lo más saltante. Existen desde luego obras de conjunto que no son, sin embargo, las mayoritarias; el balance de Borchart de Moreno y Moreno (1990) -cronológica y temáticamente más amplio que esta revisión- ofrece una buena visión del estado de la cuestión al respecto. Fuera de Cushner (1982) y de Tyrer (1988) y muy recientemente el trabajo de Contreras (1990), el artículo de Mills y Ortiz ( 1980), por la síntesis que intenta, es uno de los trabajos más consistentes sobre la historia económica colonial tardía-republicana inicial del Ecuador. Ellos inaugu­raron una década bajo una excelente perspectiva que no ha sido defraudada. Son importantes los aportes de Miño Grijalva -sea con la publicación de relaciones de viajeros ( 1984) o con su trabajo sobre los obrajes (1988)- e incluso, los de la Nueva Historia del Ecuador. Esta colección de muy heterogéneo nivel busca tal vez emular el Manual de Historia de Colombia (Procultura, 1982) -trabajo bastante más consistente y hómogéneo en la visión que presenta- y que mantiene la tónica del artículo breve y busca, a la vez, difundir un panorama general sobre la historia ecuatoriana y presentar visiones sintéticas sobre aspectos específicos de la · tal historia. De manera desigual parecería lograr al menos lo primero, el panorama general sobre su historia (y de paso, quizás más sobre sus historiadores). Sin embargo, hay algunos aportes interesantes a la historia económica colonial, tales como los de Miño Grijalva (1989) y Marchan (1989) y sus síntesis de la economía de la Audiencia en los siglos XVII y XVIII respectivamente; Borchart de Moreno

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( 1989) con su interés en la hacienda colonial inicial o el de Milis ( 1989) sobre la situación socioeconómica anterior a la independencia y posteior a ella. En esta línea, debe resaltarse la labor de la Revista Ecuatoriana de Historia Económica que, además de contar con nuevos estudios, divulga trabajos importantes en el área a los que no es fácil acceder porque están publicados en otra lengua o en revistas de poca difusión en nuestro medio.

Finalmente, si tocamos el caso de la historiografía económica colonial de Bolivia, la carencia de trabajos -pues son muy pocos los libros con los que se cuenta­se soslaya con la calidad de los existentes. La pequeña compilación de artículos de Larson (1984) se corona con la publicación de una versión corregida y aumentada de su tesis doctoral, un libro de largo aliento sobre Cochabamba (Larson 1989). Tandeter es también persona clave para la historiografía económica boliviana; Potosí es el centro de su atención y fue el objeto de su tesis doctoral (1980) -desafortunadamente inédita y de muy difícil acceso. Este interés lo ha llevado a publicar con Wachtel (1983) series de precios de productos comercializados en esa zona minera; paliando -aunque sea un poco- la carencia generalizada de este tipo de trabajo para Latinoamérica y el área andina en especial. B.uechler (1981) y Bakewell (1984) se ocupan también de la actividad de este centro minero aunque con temas y en períodos cronológicos bastante distintos.

Algunos trabajos en historia económica colonial cubren un espectro muy amplio de tiempo; otros se ocupan del mediano plazo y la mayoría suele encuadrarse en un marco temporal específico. Es importante resaltar esto no solo porque a pesar de querer tocar en esta revisión los trabajos pertinentes al siglo XVIII -como se ha dicho-, tenemos que referimos constantemente a libros que caen fuera de tal siglo sino, sobre todo, porque la lógica de cada historiador y su percepción del proceso histórico se reflejan en la elección del espacio temporal a cuyo marco se remite su trabajo. Los trabajos de largo aliento, por ejemplo, estudian procesos que suelen hundir sus raíces en los mismos inicios de la conquista (y antes), se desenvuelven a lo largo del período virreinal y, por ser los cimientos sobre los que se construye el nuevo orden, se proyectan hacia la etapa republicana. Los de corto aliento, por el contrario, se centran en un momento medianamente definido por algún aconteci­miento e intentan investigarlo exhaustivamente. Cada enfoque es interesante; mien­tras que los primeros, los que cubren un amplio espectro temporal, presentan una visión completa de los mecanismos que condicionaron el desarrollar de determinada situación, aquellos que enmarcan su trabajo en un período de tiempo permiten un conocimiento cabal y cercano de uno de esos mismos mecanismos o de un segmento de ellos. Así, los avatares de una elite -la lambayecana para Ramfrez (1986)-, su formación, su consolidación y las diferentes renovaciones de sangre en su seno se explican en buena parte por los diferentes cambios que se produjeron en la base económica de la región a lo largo del período colonial. La elite hacendada-industrial­comercial se encontraba supeditada a las contingencias ecológicas, la pobreza técnica y, portapto, a la precariedad de sus actividades. Glave/Remy (1983) y Larson (1989), aunque con perspectivas muy distintas e incidiendo más en lo regional los primeros, y más en lo político la segunda, tienen en común el interés por estudiar una

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actividad específica a lo largo de la etapa colonial y de la republicana, aun cuando concedan mayor peso a la primera, la estructura agraria de Ollantaytambo y Cochabamba, graneros de la región del Cusco y Alto Perú respectivamente, y su hinterland, permitió un número de actividades conexas, convirtiéndose en el hilo conductor de la lógica económica de la zona. Delimitar esta lógica pero para otro espacio, aquel que constituye el extremo opuesto, es el interés de Deler (1987): conocer las reglas de juego que progresivamente se establecieron en la base de lo que es ahora la república ecuatoriana. Si bien su estudio no pertenece al terreno de la historia económica -aunque linde con él- incide en el período nacional y trabaja la etapa colonial como un bloque; establece que durante tal período se definieron las diferentes relaciones implantadas entre los diversos grupos socioeconómicos que fueron encauzadas por esas reglas de juego. Nos encontramos aquí, entonces, con grandes bloques de tiempo bajo estudio. Los análisis coinciden en señalar que el XVIII marca el momento culminante del período colonial y que durante tal siglo incuban, a su vez, las situaciones que determinarían los sucesos decimonónicos.

Por su parte, los trabajos más puntuales cronológicamente responden a coyunturas específicas que permiten aquel estudio exhaustivo del que hemos hablado. Para Contreras (1990) en pocos pafses se verificaron tan nítidamente los cambios económicos del siglo XVIII como en el actual Ecuador; el primer auge de la exportación del cacao es el tema de su interés pues significó el salto a un primer plano económico de Guayaquil, región periférica y pobremente desarrollada de la audiencia de Quito hasta mediados del siglo XVIII. En el polo opuesto -con todas las connotaciones que tal término vehiculiza- sea en el nivel temático, cronológico o de fecha de publicación. B uechler (1981) se fija en una crisis, la más severa, en el abastecimiento de azogue a Potosí y, a partir de ella, delinea el tipo de sociedad que se generará tras la recuperación y posterior declive -final- de ese centro minero (de la que en realidad solo se ocupa en uno de los capítulos). Si seguimos en la lfnea de la actividad minera, Chocano (1982) se interesa en Cerro de Paseo a fines del siglo XVIII, momento de auge del yacimiento que ejerce entonces influencia sensible sobre el mercado interno. Algo más amplio en su espectro temporal, tanto Pérez Cantó (1985) como Brown (1986) y Laviana Cuetos (1987) focalizan su interés en un siglo, el borbónico, mientras que, algo antes, Contreras (1982) ocupado en hablamos de la génesis y trayectoria de la producción de mercurio, cubre también alrededor de un siglo pero hace coincidir el fin de su período de estudio con el ascenso de la nueva dinasúa; es decir, trabaja la situación de Huancavelica previa a las reformas borbónicas. Libros todos que, bajo una perspectiva económica, desmontan más de un mecanismo de los variados aspectos de una sociedad.

Si pasamos a referimos a temas que nos permitan englobar los libros revisados, hay que resaltar -antes que nada- que uno de aquellos temas, el de comunidades, no ha perdido nunca su vigencia. Quizás lo anterior se debe a que se asume la importancia de éstas como grupos organizados con una lógica vital propia y distinta, mal insertos en una sociedad dominante, étnicamente diferenciada, o a que, por esta misma condición, resultan el caballito de batalla más aprovechable para una historiografía ideologizante. En todo caso, el nombre de Spalding (1984) no

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pierde su preeminencia en lo relativo al estudio serio y consistente sobre indígenas durante el período colonial. Su último trabajo, focalizado siempre en Huarochirí, cuenta con un análisis que incide fuertemente en lo económico. Sugiere la autora que la base material y las constantes influencias, injerencias y alteraciones del orden circundante propiciaron la configuración específica de esa sociedad andina. Pero tampoco sería justo decir que se trata de un trabajo aislado. Urrutia (1985) y Manrique (1986), se interesaron también por la conformación y evolución de las sociedades indígenas. El primero trabajó siglo a siglo (hasta el XVIII) la situación de los diferentes grupos étnicos huamanguinos y el impacto, en su mundo, de las diferentes instituciones españolas, la predominancia de la minería -y la mita que ella suponía-, el establecimiento de los obrajes y la presencia de la hacienda. Por su parte, el segundo se ocupa de un área distinta, Caylloma -el territorio histórico de los Callaguas y Cabanas- y aunque trabaja también la significación de los mecanismos económicos en la zona -incluso hasta nuestros días-, busca entender las contradic­ciones sociales generadas por las relaciones cambiantes con el gobierno -primero colonial y luego republicano- y sus agentes. Este es el punto en tomo al cual se articulan los autores mencionados, el interés por analizar la evolución de las formas de organización del poder y su incidencia en las sociedades subordinadas. Que dicho proceso venga a ser el medio más adecuado para entender la naturaleza de las condiciones de desarrollo de las comunidades es también, anotemos, la posición que sostiene Larson (1989) pues para ella la formación del campesinado que desem­peñaría luego un papel protagónico en la sociedad respondió a las presiones del colonialismo mercantil y a las divisiones de clase.

En relación con lo anterior, no se puede dejar de hacer aunque sea breve mención a la demografía histórica. De uno u otro modo, su análisis le incumbe a la historia económica. Aunque con un trabajo que escapa al marco cronológico que nos hemos impuesto, Cook (1981) nos interesa en especial; no solo porque es casi el único investigador que ha logrado sustentar las investigaciones en una base numérica que refleja la población/despoblación indígena de prácticamente cada región del virreinato peruano sino también porque poder delinear tal base lo obligó a establecer algunas líneas sobre el tipo de economía que podría servir de base a tal esquema poblacional. Y es en este sentido que Tyrer ( 1988) intenta ofrecer un panorama demográfico-económico de la audiencia de Quito, centrándose en el impacto de la economía obrajera en la población indígena quiteña.

Inscrito dentro de la tendencia de la década anterior, el tema de la actividad minera fue objeto de un buen número de trabajos, sobre todo durante los primeros años de esta década. Tengamos en cuenta que la formación del mercado interno virreinal estuvo determinada en buena parte por la gran variedad de producciones complementarias que ese sector económico requería para funcionar (Assadourian 1982). Potosí -como se ha visto- fue un fuerte eje de atracción, bien para conocer la lógica de su industria minera a fines del período colonial e inicios de la etapa republicana (Tandeter 1980, a); bien para contar con series de precios de algunos de los productos que circulaban en su hinterland -lo que permitió establecer que los ciclos económicos americanos no marchaban necesariamente a la inversa de los

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europeos (Tandeter y Wachtel 1983)-; bien para delimitar el tipo de tecnología utilizada, contextualizada en el aparato jurídico que sirvió de marcó a la explotación minera (B uechler 1981) bien, finalmente, para analizar la mano de obra en relación con el trabajo forzado -prácticamente el mecanismo más importante en el fun­cionamiento del núcleo minero en el momento del auge potosino, Bakewell (1984) 12 y a fines del período colonial, Tandeter (1980, b). Potosí no fue en vano el área motora de la economía virreinal y, tal como precisa Barnadas (1987), estudiar la Charcas colonial implica referirse al grado de "potosificación", a la función polarizadora y regionalizadora de ese centro minero(l3).

Si nos detenemos un momento en este último tema, el de la mano de obra, hallamos que éste constituye el gran vacío en la historiografía económica colonial tardía. En casi todos los trabajos se encuentran referencias y hasta acápites de variada consistencia sobre su presencia y su participación en el mercado o sobre ambas. Pero, salvo las obras mencionadas, solo se cuenta con una más (que no es una de conjunto sino una serie de artículos). El libro editado por Harris, Larson y Tandeter (1987) contempla, en el largo plazo, el papel desempeñado por la población nativa en la economía de mercado y, por tanto, hay trabajos referidos a su condición de mano de obra. Por su parte, la población negra, pese a su importancia como componente cultural de nuestra realidad, permanece totalmente huérfana de estudios, excepción hecha de la contundente tesis de Aguirre ( 1990) que no es de corte económico sino más bien social y cuyo período de estudio se inicia con el primer año de nuestra vida republicana y abarca las décadas sucesivas.

Si nos referimos específicamente a la producción, pocos son los trabajos sobre las industrias coloniales(14). Arrancando la década, Cushner publica dos libros, uno sobre la producción y las haciendas cañeras de la costa norte de la audiencia de Lima (1980) y otro sobre los obrajes, los textiles y su relación con las haciendas serranas de la audiencia de Quito (1982). Su interés central en ambos casos fue conocer la lógica de la administración jesuita que permitía sustentar a la orden e instituciones dependientes tales como los colegios gracias a la articulación exitosa de las haciendas con industrias rurales localizadas en su interior, los ingenios y los obrajes respectivamente. Si bien los jesuitas no fueron los únicos en articular actividades productivas, fueron al parecer los únicos cuyo éxito no fluctuó. La complementariedad llevaba a la especialización o al menos así ocurrió en el caso de Macacona, la hacienda vidriería iqueña estudiada por Ramos (1984, 1989)(15). Bastante más al norte, en Piura y Lambayeque, se daba lo primero, la complemen­tariedad, pero no necesariamente lo segundo, la especialización. La industria linera procesaba para obtener jabón sebo traído de las haciendas serranas y costeñas, haciendas ganaderas que arrojaban también una producción medianamente signifi­cativa de granos (trigo, cebada) o panllevar y las propias tinas eran utilizadas como almacenes y cárceles, entre otras finalidades. (Aldana 1989). Esta complementarie­dad, no resulta entonces tan extraña; los obrajes, al igual que las industrias anteriores, conformaban una unidad de producción. La articulación directa a la hacienda es lo que pudo dar cierta seguridad -según Miño Grijalva (1988)- a los obrajes andinos, situación de seguridad clara para el caso de los novohispanos. En el caso quiteño

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específicamente, la industria textil fue un fenómeno predominantemente rural, con obrajes de hacienda localizados justamente en las haciendas espafiolas y los de comunidad, ubicados en los pueblos de indios (Tyrer 1988). Es quizás la desarticu­lación de este sistema de producción textil lo que explica su declive (Borchart de Moreno 1986).

El éxito o fracaso de esta lógica empresarial se encontraba supeditado, en cierto modo, al movimiento de los productos y a su posterior distribución para el consumo. Para poder afirmarlo con certeza, hace falta contar con series estadísticas de precios (u otros) que permitan sustentarnuméricamente esas afirmaciones intui­tivamente construidas sobre la base del material empírico y posibiliten el análisis cuantitativo. Salvo los esfuerzos aislados de Macera, quien publicó a mediados de la década del setenta series de precios de Lima y Arequipa, y los de Huertas, Carnero y Carnero/Pinto( 16) que en la última década dieron a conocer series de diezmos de diversos lugares, no se cuenta mayormente con trabajos en esta línea. La gran excepción (que desafortunadamente confirma la regla) es la compilación y publica­ción de las diferentes cuentas de las Cajas Reales del virreinato del Perú, libro con el que contamos gracias al titánico esfuerzo de Klein y TePaske (1982). Las posi­bilidades que su trabajo abren para una historia económica comparada hacen pensar en lo que Trelles (1986) sefialó sobre la necesidad de contar con series estadísticas, homogéneas y de largo plazo, para un número de ciudades andinas que permitieran un análisis cuantitativo que sustentase una discusión sobre los movimientos de precios y los ciclos de producción de cada realidad dentro del conjunto y de éste en sí mismo.

La vitalidad del mercado interno estuvo y está ligada a la actividad comercial, actividad económica a la que siempre se alude de una u otra manera en los libros. El reparto de mercancías, una de las principales causas del descontento indígena y de la rebelión de 1780 (Gol te 1980) ¿no formó acaso parte de una política económica colonial específica en virtud de la cual se garantizaba el funcionamiento de los centros productivos, se estimulaba el crecimiento de las actividades comer­ciales internas y se fomentaba un mercado interno capaz de apoyar la expansión minera? (O'Phelan 1988). Comercio obligado pero comercio al fin y al cabo. Sin embargo, la población indígena no siempre fue forzada a participar en el mercado aunque queda claro que el sistema colonial que se configuró en definitiva a fines del siglo XVI y principios del XVII modificó el modo de producción indígena y configuró las relaciones campo-ciudad (Mifio Grijalva 1989).

Pero los indígenas desarrollaron un número de estrategias que garantizaron su reproducción social dentro del nuevo orden impuesto. Al interior de su grupo, mantenían la lógica económica que les era propia mientras que, hacia el exterior, se insertaban en el nuevo sistema y obtenían beneficios (Harris/Larson/f andeter 1987). Una de esas estrategias la suponen los trajines( 17). Si bien fueron la "otra forma del desarrollo mercantil forzado", también se generaron trajines propiamente indígenas (Glave 1989) y quien trabaja algo de comercio en el marco del siglo XVIII conoce las tribulaciones de los mercaderes supeditados a la volubilidad de los arrieros. Así, analizar la estructura comercial nos lleva a definir los circuitos internos

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por los que traficaban esos arrieros y el tipo de vinculaciones generadas en las zonas productivas implicadas, sobre todo si éstas se involucraban en la producción mercantil destinada a abastecer centros mineros tales como el de Cerro de Paseo (Chocano 1982) o si a través de esa producción mercantil y su circulación se logra rastrear los efectos fundamentalmente económicos aunque también sociales que la ejecución de ciertas medidas imperiales pudo tener en una región. Arequipa, por ejemplo, se mostró muy reticente a la puesta en ejecución de las reformas borbóni­cas, sobre todo a la aplicación efectiva de las medidas fiscales, situación que se reflejó en el malestar interno de dicha sociedad (Browm 1986)(18).

Surge aquí la cuestión del espacio físico sobre el que se realizaba todo este movimiento y cuya importancia -por incidirse en la base misma de la soberanía de un país, su territorio- ha quedado demostrada en la conformación de los posteriores Estados nacionales (Deler 1987); el tema de las regiones. Las divisiones político­administrativas delimitaron grandes espacios económicos en los que se generaron subsistemas regionales; el tipo de intercambio y las posibilidades productivas establecieron el tipo de partid pación y desarrollo de cada región dentro del conjunto regional (Assadourian 1982) o macrorregiones, término que se utiliza en el momen­to(l 9). Pero tengamos en cuenta la advertencia de Urrutia (1984) que señala que el uso de este concepto como unidad de análisis para una micro o macrovisión de estudio no se realizaba jo una misma percepción del espacio y que aplicar el concepto requiere necesariamente de la presencia del capital y sus leyes, aunque este último careciese, como en la etapa colonial, de la movilidad internacional que la distinguió en el siglo XIX (Contreras 1990). Con todo, es importante -aunque problemático­intentar delimitar los espacios geográficos en los que incidió un determinado ordenamiento social basado en las interrelaciones generadas por la organización de la producción y su circulación/consumo (Urrutia 1984), primero porque ha sido práctica común extender la realidad económica de la región predominante de una división administrativa -en la mayoría de los casos actuales repúblicas- al resto del territorio, distorsionando así el panorama real del conjunto, y luego, más importante, porque establecido el pulso económico de cada región -y su evolución procesal- se pueden distinguir las modificaciones en la dinámica de los ejes económicos, los desplazamientos regionales. Un buen ejemplo de lo dicho es Ecuador: los estudios sobre la sierra centro-norte son los que predominan e incluso los estudios compara­tivos con las zonas meridionales se incluyen solamente cuando existen factores en común con las zonas de interés primordial (Tyrer 1988)(20). La situación económica de esa región "primordial" ha sido, por lo común generalizada al sur, más a la sierra -aunque Palomeque (1979) en su trabajo pionero y prácticamente único sobre esa zona, remarcará las diferencias(21)- que a la costa (el ritmo de esta región, signado por la creciente exportación de cacao, volvía demasiado obvias las mismas). Recojamos la puntualización de Mills y Ortiz ( 1980) sobre que la realidad económica colonial(22), se sustentaban en un mundo comercial basado en un sistema de relaciones bilaterales entre Quito-Guayaquil y Guayaquil-Cuenca, en el cual el vínculo entre la ciudad sureña y la capital de la audiencia era puramente administra­tivo. Se trata de un caso bastante claro de desplazamiento regional sin integración

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(Contreras 1990). El predominio económico de una zona resultaba más contundente si se le

aunaba el político. Salvo en el caso de Potosí -quizás la excepción que confirma la regla, los puntos articuladores de las regiones eran también los núcleos de poder y los mercados polos. Hasta fines del siglo XVIII, Lima fue el centro neurálgico del virreinato, pues siendo a la vez sede del poder político, acopiaba y distribuía mercancía de y hacia todo el virreinato (Haitin 1986). Los efectos de la implemen­tación progresiva de las Reformas borbónicas darían pie al surgimiento de otros centros, mercados de importancia como Guayaquil (Laviana Cuetos 1987), y a sentar las bases de lo que luego serían reductos de poder regional como Arequipa (Brown 1986) o Cochabamba (Larson 1989).

Hecha esta revisión podemos aventurar unas lf neas más a manera de conclusión, sobre lo que podría ser el derrotero de la historia económica colonial.

A lo largo de los ochenta se comenzaron a romper los lfmites de los compartimentos en que se había tenido por costumbre dividir la historia en los años anteriores. Aunque la argumentación de los trabajos incida (y seguirá haciéndolo) en un aspecto en particular "lo social", "lo económico", "lo político", a medida que uno se adentra en la década resulta cada vez más difícil ubicarun libro en el "estanco" apropiado. Constantemente se ha tenido que hacer referencia a trabajos que podían señalarse como aportes dentro de la historia económica colonial tardía, a pesar de tener una temática distinta a la que se buscaba revisar. A la vez, quien explore los libros mencionados, encontrará una riqueza de información que rebasa, de lejos, los límites de lo económico. Parecería entonces que la tendencia es llevar, dejar de investigar una historia netamente económica para estudiar con una perspectiva en que esa esfera es tan importante como las otras. El eje de argumentación de los trabajos futuros estará en la declarada interrelación de perspectivas.

Si, como se ha dicho, la temática de investigación ha ido variando a lo largo de la década, es probable que las últimas líneas de interés se impongan con fuerza . Redescubierto el siglo XIX y estando en boga la cuestión de los Estados nacionales y el rol de las elites en él, la etapa republicana atrae cada vez más a los historiadores peruanos y peruanistas. Es lógico pensar que en los próximos años, contemos con muchos trabajos planteados en esta dirección, el estudio del Estado-nación -y sus diversas expresiones como la burocracia o las instituciones políticas- y el de la elite, llámesela aristocracia u oligarquía. Es más, la búsqueda de las bases, de los orígenes de las conformaciones nacionales, quizás hagan de la etapa transicional entre el orden colonial y el republicano -asf como de los primeros decenios de este nuevo orden- el marco preferencial de las futuras investigaciones. Parecería que casi sin damos cuenta hemos vivido un proceso de asimilación de las modas historiográficas -europeas al momento- pero que ha hecho que la historia económica "pura" o como tema principal de la investigación, haya cedido su puesto a nuevos intereses.

Por últi.mo, se puede recurrir al viejo dicho que ni son todos los que están ni están todos los que son. Sin embargo, los libros revisados son lo suficientemente representativos como para sustentar el panorama de una década en la historia

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económica colonial tardía. Los años ochenta fueron, sin lugar a dudas, años de efervescente producción y trabajo historiográfico, años de transición en la metodo­logía y en la temática. Finalmente, años de crecimiento y desarrollo de la historia.

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Susana Aldana CIPCA

Apartado 305 Plura,Perú

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NOTAS

(1) Un balance de la perspectiva dependentista y de su influencia en la historia social en Larson, B: "Shifting Views of Colonialism and Resistance". Radical History Revlew 27 (1983), pp.3-20.

(2) Flores Gal indo señalaba que tal división se profundizaría con el tiempo. Cfr. Flores Galindo, A: "La imagen y el espejo: la historiografía peruana (1910-1986). Márgenes 4 (1988), Lima (pp. 55-84).

(3) FISHER, J: Minas y Mineros en el Perú Colonial (1776-1824). (Lima, IEP, 1977) y CARMAGNANI, M.: Les mécanismes de la vie économique daos une société coloniale: le Chill (1680-1830), Sepven. París. 1973.

(4) BRADING, J: Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810), FCE. México. 1975

(5) BAKEWELL, P.: Minería y sociedad en el México colonial Zacatecas 1546-1700), FCE. México, 1976; "Registered Silver Production in the Potosí district 1550-1735" en JBLA XIl (1975), Colonia.

(6) Un excelente balance historiográfico sobre la hacienda colonial mexicana es el de Eric Van Young: "La historia rural de México desde Chevalier: historiografía de la hacienda colonial" Historias, 12 (1986), México.

(7) Cfr. por ejemplo: Deler/Saint-Geours: Estados y Naciones en los Andes. Hacia una historia comparativ~. Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú (IEP/IFEA, Lima. 1986) o lo referido a los países andinos de Aorescano (coord.) Orígenes y desarrollo de la burguesía en América Latina 1700-1955 (México, Edit. Nueva Imagen, 1985).

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(8) Cfr. la nota 2 y las afirmaciones que la motivan.

(9) Un ejemplo, Tyrer (1988): entre la fecha de publicación en castellano y la versión original en inglés, su tesis de 197 6, pasaron casi diez años. Quizás en esos años sus aportes hubieran sido mejor aprovechados que ahora

(1 O) Una síntesis de las principales posiciones en Puiggros, Gunder Frank, Laclau: América Latina: ¿Feudalismo o Capitalismo? (Bogotá, La Oveja Negra, 1972). Ver también, Gunder Frank, A: Capitalismo y subdesarrollo en América Latina (México, Siglo XXI, 1976).

(11) Referencias más cuidadosas al libro en la reseña que se le hiciera en esta revista (II(l) 1984).

(12) En Revista Andina -4(1)1986- se encuentra la reseña a este libro, hecha conjuntamente con la de Cole (The Potosi Mita 1573-1700. Compulsory Indlan Labor In the Andes); ambos libros estudian el trabajo indígena durante el período de auge de este centro minero.

(13) Para una revisión general de los estudios históricos sobre la Bolivia colonial, ver Bamadas, J. : "Panorama historiográfico de estudios recientes sobre Charcas colonial". Revista Andina vol. 1 (2) 1983.

(14) No quiero entrar aquí en la cuestión de la propiedad -o no- del uso del término industria. Un balance sobre este punto, en Torres, J.: "La 'protoindustrialización'. Hacia un planteamiento nuevo de los orígenes de la industria capitalista". Revista Ecuatoriana de Historia Económica 3 (1988), Quito.

(15) La tesis se mantiene inédita y sólo contamos con un artículo. Ramos, G.: "Las manufacturas en el Perú colonial. Los obrajes de vidrios en los siglos XVII y XVIII". Histórica 13 (1) 1989.

(16) La referencia exacta de cada título y su año de publicación se encuentra en la bibliografía de Trelles (1986). Sin embargo, hay que resaltar que son prácticamente inubicables y, por tanto, conocidos pero no trabajados.

(17) Escapándonos una vez más al marco cronológico de esta revisión, mencionamos a Glave (1989) pues es prácticamente el único que trabaja específicamente el tema.

(18) La reseña al libro en Revista Andina 7 (2) 1989.

(19) Es un espacio cada vez más común, el estudio de vastas áreas geográficas debido a la maraña de redes sociales, circuitos y otras articulaciones económicas que se entrecruzan en ellas. Regiones y macrorregiones que comúnmente rebasan las actuales fronteras republicanas, fronteras que antes también Jo eran de las investigaciones. Cfr. Coloquio, Estado y reglón en los Andes, (Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de Las Casas, Cusco, 1987).

(20) Aunque siendo justa, Tyrerpone esto como advertencia pues su interés es trabajar la sierracentro­norte, que fue en su opinión el "c0raz6n" de la audiencia de Quito.

(21) Diferencias que posteriormente ha definido mejor aunque centrándose específicamente en el siglo XIX. Cfr. Palomeque, S.: Cuenca en el siglo XIX. La articulación de una reglón. (Flacso/Abya Ayala, Quito 1990).

(22) Denominan así al período comprendido entre 17 59 y 1859. En él, encuentran mayores elementos de continuidad que de discontinuidad; la independencia habría afectado solamente a la cúpula en el liderazgo político más que a las estructuras y tendencias socio-económicas que por el contrario, se habrían profundizado (Milis y Ortiz 1980).

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