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HISTORIA DE LA PATRIA PATRIA-O-COLONIA FEDERALES-O-UNITARIOS BARBARIE-O-CIVILIZACIÓN FEDERALES-O-PARTIDO LIBERAL FEDERALES-O-PARTIDO NACIONAL PATRIA-O-IMPERIO PUEBLO-O-ANTIPUEBLO PERÓN-O-BRADEN PERONISMO-O-ANTIPERONISMO LIBERACIÓN-O-DEPENDENCIA DEMOCRACIA-O-GENOCIDIO RESISTENCIA-O-NEOLIBERALISMO "PATRIA-O-BUITRES" PATRIA-O-CORPORACIONES NACIONALES E INTERNACIONALES “LA PATRIA ES EL OTRO” ARGENTINO Y LATINOAMERICANO LA PATRIA SOS VOS, SOY YO, SOMOS TODOS. ---------------------------------------------------------------------------- “Necesitamos que los distintos dirigentes responsables de las organizaciones, también organicen cursos de formación sobre política internacional, sobre historia internacional”. “Ustedes se dieron cuenta que prácticamente, salvo cuestiones catastróficas o muy evidentes, parece como que la Argentina fuera un planeta solo en el mundo, que no existiera el resto, porque no hay una sola noticia internacional de nada, de las económicas ni hablemos”. “Tenemos que prepararnos, tenemos que saber, porque al que no estudia, al que no sabe lo que pasa y cómo se fueron produciendo los acontecimientos, lo llevan de la nariz. Sobre todo, en un mundo, donde los medios de comunicación y, fundamentalmente también, las redes sociales han adquirido una gran importancia, el problema es la selectividad de la información” (Militante peronista, ex Presidenta de la República Argentina por 2 períodos consecutivos 2007-2015, Cristina Fernández de Kirchner

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HISTORIA DE LA PATRIA

PATRIA-O-COLONIA

FEDERALES-O-UNITARIOS

BARBARIE-O-CIVILIZACIÓN

FEDERALES-O-PARTIDO LIBERAL

FEDERALES-O-PARTIDO NACIONAL

PATRIA-O-IMPERIO

PUEBLO-O-ANTIPUEBLO

PERÓN-O-BRADEN

PERONISMO-O-ANTIPERONISMO

LIBERACIÓN-O-DEPENDENCIA

DEMOCRACIA-O-GENOCIDIO

RESISTENCIA-O-NEOLIBERALISMO

"PATRIA-O-BUITRES"

PATRIA-O-CORPORACIONES NACIONALES E

INTERNACIONALES

“LA PATRIA ES EL OTRO” ARGENTINO Y LATINOAMERICANO

LA PATRIA SOS VOS, SOY YO, SOMOS TODOS.

---------------------------------------------------------------------------- “Necesitamos que los distintos dirigentes responsables de las organizaciones,

también organicen cursos de formación sobre política internacional, sobre historia internacional”.

“Ustedes se dieron cuenta que prácticamente, salvo cuestiones catastróficas o muy

evidentes, parece como que la Argentina fuera un planeta solo en el mundo, que no

existiera el resto, porque no hay una sola noticia internacional de nada, de las

económicas ni hablemos”.

“Tenemos que prepararnos, tenemos que saber, porque al que no estudia, al que no

sabe lo que pasa y cómo se fueron produciendo los acontecimientos, lo llevan de la

nariz. Sobre todo, en un mundo, donde los medios de comunicación y,

fundamentalmente también, las redes sociales han adquirido una gran importancia,

el problema es la selectividad de la información” (Militante peronista, ex Presidenta de la

República Argentina por 2 períodos consecutivos 2007-2015, Cristina Fernández de Kirchner

1806-1880

DE LA DEFENSA DE BUENOS AIRES

A LA ARGENTINA OLIGÁRQUICA

Contenidos

Introducción: Ejes de Formación (1806-1880).

Línea de Tiempo (1806-1880).

1810 Revolución.

Camilo Rojas: Las masas populares en la era de Rosas

EJE INTERNACIONAL..

León Pomer: La Guerra del Paraguay: Estado, Política y Negocios"Gran Bretaña: Un nuevo Siglo

XVI".

Eric J. Hobsbawm: Industria e Imperio

Capítulo 3: "La Revolución industrial, 17801840".

EJE ECONÓMICO.

Aldo Ferrer: Economía Argentina

Capítulo 2: "La Etapa de Transición".

Raúl Scalabrini Ortiz: Política Británica en el Río de la Plata "El primer empréstito".

Rodrigo López: "Las ideas económicas de Manuel Belgrano y Mariano Moreno"

EJE POLÍTICO

Mariano Moreno: Plan Revolucionario de Operaciones.

Jorge Abelardo Ramos: Las masas y las lanzas" Artigas y la nación en armas"

Domingo Faustino Sarmiento: Facundo o Civilización y Barbarie en las pampas argentinas

Capítulo 1 .

Norberto Galasso: "La deuda histórica con Felipe Várela"

Felipe Várela: Proclama ¡Viva la Unión Latinoamericana!

DISCURSOS CFK

Bicentenario: Segunda Independencia de América del Sur.

Vuelta de Obligado Día de la Soberanía Nacional.

Reivindicación de Felipe Várela.

Introducción: Ejes de Formación (18061880)

PREGUNTAS PARA LA DISCUSIÓN Y EL DEBATE : INTERNACIONAL

1. ¿Cuáles son las principales consecuencias de la Revolución Industrial inglesa y de qué

manera se reconfigura el mapa mundial a partir de ellas?

2. ¿Qué cambios se producen, en términos políticos, a partir de la Revolución Francesa?

3. ¿Cuál es el rol de los Estados Unidos luego de la declaración de independencia y la posterior

guerra de secesión en el marco del ordenamiento mundial?

4. ¿De qué manera influyen/condicionan las disputas entre las potencias hegemónicas de la

época en el continente latinoamericano?

5. ¿Cuáles son las principales vertientes hacia el interior de los proyectos independentistas en

América Latina? ¿Cuáles son sus principales figuras?

6. ¿Cuál es el modo en el que el Imperialismo penetra en la Latinoamérica postcolonial?

7. ¿Cuáles son las formas de dominación y dependencia entre América Latina y las metrópolis

hegemónicas del período?

8. ¿Cuáles son los principales intereses (recursos) sobre los que depositan sus intereses las

potencias imperiales?

PREGUNTAS PARA LA DISCUSIÓN Y EL DE BATE: ECONOMÍA.

1. ¿En qué se basaba la economía del Virreinato del Río de la Plata al momento de la

Revolución de Mayo?

2. ¿Qué procesos económicos estaban desarrollándose a nivel mundial en ese momento y en

qué se basaban en términos teóricos?

3. ¿Cuál era el proyecto económico de los "Hombres de Mayo"?

4. ¿Cuál fue el conflicto o disyuntiva económica fundamental durante el período y cómo se

manifestó?

PREGUNTAS PARA LA DISCUSIÓN Y EL DEBATE: POLÍTICA

1. Composición social. ¿Cuáles son los sectores populares y cuales los sectores dominantes

durante la colonia y el proceso revolucionario?

2. ¿Cuál crees que es el proyecto nacional popular de dicha coyuntura y quienes lo encarnan?

3. Definir proyecto político social económico de la facción antinacional (partido

directorial/unitario/liberal)

4. ¿Por qué crees que Cristina dice: "A Artigas no lo dejaron ser argentino" ?

5. Política interior y exterior durante el gobierno de Rosas. Marco de alianzas a nivel local e

internacional. El conflicto civil durante el periodo rosista puede enmarcase a un nivel solo local

(cuenca del plata) o es internacional? ¿Por qué?

6. ¿Qué es La Unión Americana? ¿Cuál es su proyecto? Situación de los sectores populares del

interior durante el mitrismo y durante la guerra de la triple alianza.

1 8 1 0 - - Revolución

"Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo

que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún

tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruirla tiranía"

Mariano Moreno (1810)

¿Qué empieza el 25 de mayo de 1810? ¿Fue una "revolución" en el sentido que la entendemos

hoy? ¿Quiénes se movilizaron y por qué? ¿Qué intereses había en disputa? ¿Cómo fue contada

la historia de la revolución?

Una revolución siempre es un proceso complejo, difícil de explicar y es aún más difícil definir

sus contornos, límites, objetivos. Cuando, además, se trata de la fecha fundacional de un país,

la cosa se complica aún más, porque en estos doscientos años de historia, la revolución de

mayo fue contada muchas veces, desde distintos ángulos, con distintos intereses. La escuela,

durante años, contribuyó a un relato sencillo que busca crear identidad, pero también ayuda a

crear estereotipos engañosos, útiles para crear un sentido nacional de impronta oligárquica,

vinculada al comercio portuario de Buenos Aires. Dicho brevemente, la "historia oficial",

escrita por primera vez por Bartolomé Mitre y luego reproducida en escuelas, universidades y

medios de comunicación, suele reducir la Revolución de Mayo a una lucha por la libertad de

comercio de algunos criollos, frente al poder colonial español. Inglaterra, que quería lo mismo

se convierte así en una aliada natural de los intereses patrios. Las intenciones ideológicas detrás

de este relato son obvias. Pero la historia de la revolución de mayo no puede reducirse a eso: se

trata de un proceso de liberación, donde distintos estamentos sociales (entre ellos también los

comerciantes) se alzaron contra un poder opresivo, donde por primera vez los sectores

populares intervinieron en los asuntos públicos, donde las reformas sociales y económicas iban

mucho más allá de la libertad comercial, como lo demuestran los documentos escritos por

líderes como Mariano Moreno.

Para comprender mejor esta historia, empecemos por comprender a la revolución de Mayo en

su contexto mundial.

En primer lugar, lo que debe entenderse es que la revolución fue hija de una etapa

revolucionaria por la que atravesaba buena parte del "mundo".

En aquel entonces, para un habitante promedio de Buenos Aires el "mundo" era, básicamente,

Europa y sus territorios coloniales.

Aquella era revolucionaria tenía como origen la revolución francesa de 1789, y en menor

medida la revolución norteamericana de 1776. En ambos casos, los "programas" de estos

movimientos eran contra las monarquías absolutistas, buscaban distintas formas de

representación popular, y la instalación de una "libertad" individual que rigiera tanto para el

comercio y la propiedad privada, como para el derecho a la participación en los asuntos

públicos.

En términos teóricos, se puede entender como el ascenso de la burguesía, que ya había

conquistado el poder económico, pero aún no conseguía desplazar a la aristocracia del poder

político.

En este sentido, cabe la primera aclaración: en general se comprende a la revolución de mayo

como una revolución contra los "españoles" y en buena parte fue así, sobre todo cuando estalló

la guerra frontal entre el ejército patriota y el realista, pero se debe agregar que en aquel

momento lo "español" era sinónimo de monarquía totalitaria, de imposición imperial para los

territorios coloniales, de tomar las decisiones que afectaban al Río de la Plata en la lejana

Madrid. En definitiva, antes que una discusión de "nacionalidades" lo que se discutía era el

carácter absolutista que tenía españa y que intentaba, desde esa lógica, dominar a sus colonias.

De hecho, en la propia España, cuando el rey absolutista Fernando VII fue apresado por

Napoleón, después de la invasión francesa, surgieron movimientos constitucionalistas que

proponían otra relación con los territorios coloniales, dándoles voz y voto en las decisiones. Es

decir que también en España existían grupos con intereses similares a los de los

revolucionarios de Buenos Aires.

Además de estas ideas compartidas en Europa y América, vinculadas con las revoluciones

burguesas, el sistema colonial en América, particularmente opresivo, terminaba de dibujar un

escenario ideal para la revuelta social y política.

La reducción de la revolución de mayo a su carácter anti "español" fue una construcción para

nada inocente por parte de la historiografía liberal. El objetivo era quitarle a la revolución su

carácter democrático, rupturista, y su perfil popular, para convertirla en una discusión de

"nacionalidades". Sin embargo, como ocurre siempre, lo que llevó a la generación de mayo a

levantarse contra el orden establecido no fue una mera cuestión de banderas y escudos, sino

una puja de intereses.

En aquel entonces se dividía a la sociedad en castas según el color de la piel y el origen social,

lo que impedía, incluso a sectores criollos adinerados, acceder a cargos públicos por no haber

nacido en España.

Sencillamente, se privilegiaba un español analfabeto por sobre un criollo ilustrado. Ese era el

lema de los hijos de españoles que reclamaban a la Corona un trato más igualitario.

Cada vez más la metrópoli española era vista como un lugar al que se debía tributar mediante

impuestos y limitaciones al comercio (las colonias sólo podían comerciar con España, ni

siquiera estaba permitido el comercio intra colonial) y que a cambio sólo devolvía mayores

niveles de imposición y sojuzgamiento.

Este era el marco general en toda la América española. Desde México, pasando por Colombia,

Perú y el Río de la Plata los alzamientos contra el orden colonial serían simultáneos (entre

1810 y 1811 prácticamente todos los territorios se sublevaron, en una época donde las

comunicaciones demoraban meses). Pero a este marco regional cabe agregarle uno local.

Las invasiones ingleses de 1806 y 1807, el pueblo de Buenos Aires en armas.

A comienzos del siglo XIX, Inglaterra era la "reina de los mares" y había logrado una

hegemonía mundial en ese campo, frente a los demás imperios. Esa superioridad marítima era

clave para poder llevar sus mercancías y ampliar sus mercados a miles de kilómetros de donde

tenía lugar la revolución industrial que estaba comenzando en su isla. En ese contexto, el

puerto de Buenos Aires bajo dominio español, era una plaza interesante para poder introducir

sus productos.

Cuando tuvo lugar la primera invasión, la débil protección de la ciudad por parte de la corona

española fue vencida rápidamente. Sin embargo, este hecho desencadenó la toma de las armas

por parte de vecinos de la ciudad para su defensa. Esta militarización, conllevó que grupos

sociales que hasta ese momento estaban completamente al margen de la carrera militar y, por

supuesto, de cualquier intervención política, accedieran a ambas. Las milicias porteñas se

constituyeron de españoles, pero también de criollos, e incluso se formaron compañías de

"pardos y morenos libres".

El regimiento más numeroso fue el de Patricios, comandado por Cornelio Saavedra, hasta ese

entonces un civil, y en el que se presentaron voluntariamente 1400 hombres, de distintas

condiciones sociales. En total, se calcula que unos 7000 hombres fueron armados para

defender la ciudad. Para ese entonces, Buenos Aires tenía una población total de 40.000

personas, lo que da una idea del impacto social que tuvo este reclutamiento en una sociedad

donde la regla era una estricta separación por castas. En las dos invasiones, las fuerzas porteñas

lograron superar a las inglesas, impidiendo el asentamiento del poder británico.

Superadas las invasiones inglesas con éxito, el poder colonial aparecía nuevamente, pero la

sociedad ya había cambiado. De ser un ambiente cerrado, con claras divisiones sociales, donde

"lo público" era restringido a los españoles y altos comerciantes, la experiencia de la guerra

sembró la semilla de la participación y la erosión de la legitimidad colonial.

Cuando las noticias de España confirmen el apresamiento del rey y la ausencia, por lo tanto, de

poder sobre las colonias, esa sociedad civil y militar porteña que había nacido en 1806 decidirá

tomar el poder.

Los actores de la revolución

A diferencia de los otros centros coloniales (México y Perú) el Río de la Plata no se consolidó

como un lugar económico relevante para la relación comercial oficial con España. El

contrabando, en un marco de disputa con otras potencias marítimas como Gran Bretaña, le dio

a la región una mayor distancia respecto al poder imperial. La principal riqueza de la región, a

diferencia del oro y la plata de los otros centros, era el cuero extraído del ganado silvestre. El

puerto también servía para la introducción de esclavos cuyo destino era, generalmente, Brasil.

El comercio informal, desde el cual muchos funcionarios coloniales lograban amasar fortunas

importantes, era la norma. Estos elementos, que ya habían jugado su rol explicando por qué

Inglaterra intentó dos veces invadir la ciudad, también son importantes para entender qué tipo

de actores sociales existían.

¿Qué grupos de poder podríamos identificar? Sin dudas, el centro del conflicto sería el comercio,

sus formas, sus fronteras y límites, y quién estaría al frente de esos negocios.

Por un lado, los comerciantes españoles, asociados al comercio legal vía puerto de Cádiz y con

amplio control del aparato burocrático colonial. Son quienes más jugo sacan del poder

absolutista español que impide comerciar en igualdad de condiciones a los criollos y sólo

permite hacerlo con los puertos de España. Por el otro, los comerciantes y hacendados de origen

criollo asociados al contrabando y con enormes ansias de implantar el librecambio con Gran

Bretaña para integrarse al mercado mundial sin las molestas trabas impuestas por el monopolio

comercial, que de ninguna manera lograba frenar el contrabando pero igualmente dificultaba

las jugosas ganancias que permitía el intercambio de cueros por las manufacturas británicas. A

estos sectores, se les suman también jóvenes ilustrados como Mariano Moreno, French y

Beruti, quienes propugnaban un cambio político que los acercara a los aires revolucionarios

franceses.

Pero además, también tenían lugar aquellos hombres de armas, que se habían organizado con

las invasiones inglesas y que tampoco querían volver a su antiguo lugar de súbditos reales sin

voz ni voto. Saavedra representaba, en parte, a estos sectores.

Todo este frente social y político estaba constituido, entonces, por quienes serían los actores

clave de la revolución de mayo. Éste incluía tanto a los intereses comerciales ligados a Gran

Bretaña como a los sectores populares de la ciudad que habían tenido una experiencia armada

y tenían intereses concretos para defender su libertad política y terminar con las prácticas

opresivas de la colonia.

El documento que mejor expresa estos intereses es el Plan de Operaciones de Mariano

Moreno, por mucho tiempo cuestionado por la historiografía liberal (en tanto no respondía a

sus intereses, porque mostraba un costado radical de la revolución, no atada solamente a

intereses comerciales). Ese documento, además de disposiciones de control militar y logístico,

contiene un programa económico, donde el actor central es el Estado. La razón de ello no es

sólo "ideológica": la revolución de mayo no contaba con una burguesía desarrollada como en

Francia, y sólo tenía comerciantes que habían sabido sacar provecho del contrabando. Dice

Moreno en el Plan de Operaciones: "las fortunas agigantadas en pocos individuos ...no sólo

son perniciosas sino que sirven de ruina a la sociedad civil, cuando no solamente con su poder

absorben el jugo de todos los ramos de un Estado, sino cuando también en nada remedian las

grandes necesidades de los infinitos miembros de la sociedad, demostrándose como una

reunión de aguas estancadas, que no ofrecen otras producciones sino para el terreno que

ocupan, pero que si corriendo rápidamente su curso bañasen todas las partes, no habría un solo

individuo que no las disfrutase..."

En el mismo Plan de Operaciones también se evaluaba enviar una fuerza militar hacia

Montevideo para derrotar militarmente a un Cabildo que no se había sumado a la experiencia

de la Revolución en Buenos Aires, sino que se referenciaba en un Consejo de Regencia de

España, que supuestamente cuidaba los intereses de un rey preso que no tenía control alguno

sobre el territorio español. Esta situación de vacío de poder, en donde no se sabía si se

respondía al rey José Bonaparte (puesto por Napoleón en España) a un Consejo de Regencia

que no tenía ninguna autoridad real (había sido derrotado el ejército español) generó una

situación en la cual se comenzó a difundir una nueva teoría del poder que había sido desarrollada

por Jean acques Rousseau. Esta teoría planteaba que el poder emanaba del pueblo reunido y era

transferido mediante un pacto al soberano, y cuando éste se ausentaba por alguna razón, el poder

retornaba al pueblo para decidir nuevamente que hacía con su organización.

El germen de la independencia comenzaba a crecer.

La consolidación de la Revolución

La Junta de gobierno de Buenos Aires, con Cornelio Saavedra a la cabeza, se opuso

claramente a los deseos del Consejo de Regencia, pero no impidió que en su seno se

expresaran al menos dos proyectos diferentes de lo que había que hacer con este territorio. Los

intereses económicos vinculados al puerto de Buenos Aires comenzaban a pesar y seducían a los

actores políticos con la posibilidad de obtener protección y recursos por parte de las grandes

potencias mundiales de la época.

Saavedra, que intentó equilibrar entre estos intereses y la propuesta más radical de Moreno no

logró su cometido y las intenciones moderadas sucumbieron ante los intereses económicos que

estaban aposentados en el puerto. Moreno había escrito en el plan de operaciones: la

moderación en tiempos de revolución no es cordura ni virtud, sino que se transforma en una

debilidad.

Es en El plan de operaciones de Mariano Moreno donde se vislumbra un proyecto de país para el fin de

la contienda bélica. La idea del desarrollo y expropiación de las minas del alto Perú, a la par del

desarrollo del comercio garantizando una acumulación propia a partir de la prohibición de

llevarse el metal afuera, daba la idea de que la forma buscada era la del desarrollo de los

sectores productivos, en favor de la mayoría de la población. Minería y comercio eran los

lemas, a los que Manuel Belgrano sumó el desarrollo agrícola y la producción de una empresa

maderera que pudiera llegar a ser la precursora de la construcción de barcos propios que

permitieran vincular al nuevo país con el resto del mundo. Ambos proyectos fueron subsumidos

por los sectores comerciales porteños que se impusieron de la mano de Bernardino Rivadavia en la

década del 20.

En ese sentido, la dinámica política ligada a los intereses comerciales del puerto de Buenos

Aires, llevó a la autonomía de Bolivia, que había sido el centro de la riqueza de la época

colonial. Esto garantizaba que el eje del poder económico de la nueva República giraría

alrededor del puerto de Buenos Aires y sus comerciantes y sus banqueros serían los

beneficiarios de este proyecto que no incluía ni a los sectores populares ni a los grupos

dominantes de cada una de las provincias. Se iba conformando un país "independiente" pero

inmerso en una dinámica económica que lo llevaría a la dependencia de las grandes potencias

comerciales.

En aquel Plan de Operaciones, figuraba también la necesidad de extender la ola revolucionaria

hacia las costas de la ciudad-puerto de Montevideo, donde aparecía una posible consolidación

de las fuerzas realistas. En definitiva, toda la Banda Oriental aparecía como un complejo

campo de batalla, donde se cruzaban los intereses españoles y la pretensión portuguesa de

incorporar esos territorios. Fue allí mismo donde surgió uno de los liderazgos más interesantes

de la revolución rioplatense: José Gervasio Artigas, un militar vinculado al mundo rural, tuvo

posiciones de avanzada en temas sociales, particularmente en lo relacionado con la

distribución de la tierra. Si bien en un comienzo tuvo el apoyo financiero y militar de Buenos

Aires, cuando las tendencias unitarias se impusieron, Artigas fue alejándose, hasta el quiebre

definitivo cuando en 1813 los porteños rechazaron a los diputados del caudillo oriental, que

debían integrar la Asamblea del año XIII. Artigas conformó un año después la Liga Federal,

donde fue nucleando a las regiones con las cuales compartía el rechazo a Buenos Aires: en su

momento de mayor esplendor llegó a influir a Corrientes, Entre Ríos y partes de lo que hoy es

Santa Fé. Ese recorrido llevó a que se lo considere el primer caudillo federal. El dato más

relevante es que la lucha de Artigas deja al descubierto la operación "nacional" que vendría

después: en 18101820, la lucha por la libertad no tenía los límites de los países que se

terminarían conformando después, la identidad era la americana, y no las "patrias chicas"

construidas por los intereses oligárquicos, años después.

San Martín, quien había cumplido un papel militar y político fundamental durante los

momentos más duros de la guerra por la independencia (1814

1817), fue perseguido y vituperado por las fuerzas porteñas enemigas de la integración

americana, porque ésta era vista como un impedimento a los negocios directos que hacían con

las potencias coloniales del momento, Inglaterra y Francia. Fue en el Congreso de Tucumán de

1816, que declaró la independencia de las Provincias Unidas del Sud, en donde se pudo ver

cuáles eran las orientaciones para la política interna de este gran estratega militar. Junto con

Manuel Belgrano barajaron el nombre de un familiar del asesinado Tupac Amaru para que ocupara el

trono de una monarquía. De esta forma se le quitaba el poder centralista a Buenos Aires. La historia es

conocida, la posición republicana de los comerciantes del puerto primó con el objetivo de

oponerse a la posibilidad de un poder que los sometiera. San Martín, por el contrario, cuando

estuvo al frente de los gobiernos en Cuyo, primero, y luego en Perú, tuvo un notable

acercamiento a los sectores populares indígenas, mestizos y esclavizados, a través de medidas

puntuales y de la creación de un ejército popular.

Sin embargo Rivadavia, quien presidía el país en los años 20, le puso precio a la cabeza de San

Martín por haber desobedecido una orden porteña que buscaba reprimir a las fuerzas federales

artiguistas. El libertador, que en ese momento se había reunido con Simón Bolívar en

Guayaquil, mostrando un punto de inflexión en la victoria militar sobre España y también las

posibilidades de articulación política entre los dos grandes caudillos de la independencia

americana, terminó partiendo al exilio, cuando advirtió que la puja política en Buenos Aires se

había definido en favor de otros intereses.

Una economía que se transforma. El inicio de la puja entre el puerto y el interior

Como ya se dijo, una de las claves para comprender a la revolución de mayo (aunque no la

única) es el alineamiento de distintos sectores comerciantes, conforme a sus intereses. El

triunfo de la revolución fue, también, el triunfo de los comerciantes criollos de Buenos Aires,

quienes tenían como premisa la apertura comercial, con el fin de ser ellos los articuladores

entre la producción local (tanto de la pampa como el resto del interior) y los agentes

comerciales ingleses y demás potencias europeas.

Así, la apertura comercial de los años posteriores a la revolución, provocó un cambio de poder

en la geografía económica de todo el Río de la Plata: el interior, las zonas ligadas a la

producción de plata en el Alto Perú, las distintas producciones artesanales de las localidades,

fueron doblegadas por la cada vez más poderosa Buenos Aires que ahora, sin las trabas de la

estructura colonial, podía aprovechar al máximo su rol de ser entrada y salida de exportaciones

e importaciones. Las manufacturas inglesas, velozmente, fueron ganando espacio en todo el

territorio de las ex colonias. Los gauchos comenzaron a usar ponchos fabricados en la lejana e

industrial ciudad de Manchester. La ruina económica del interior profundo es una de las claves

para comprender las razones de la larga y penosa guerra civil entre los caudillos que al frente

de sus montoneras chocaron una y otra vez con las fuerzas porteñas que protegían la llave de la

economía rioplatense, la Aduana del puerto de Buenos Aires.

El resumen de esta realidad quedó descripta inmejorablemente por las palabras de un

comerciante inglés, Sir Woodbine Parish. Citado por el historiador José María Rosa: "El Río

de la Plata debe considerarse como el más rico mercado que se nos ha abierto desde la

emancipación de las colonias españolas, si consideramos no sólo la cantidad de nuestras

manufacturas que aquel país consume, sino también las grandes cantidades de materias primas

de retorno, proveyendo a nuestras manufacturas de nuevos medios de producción y provecho".

Este creciente conflicto entre el interior y el puerto, terminó cristalizándose en la conformación

de dos sectores políticos y sociales, conocidos como "unitarios" y "federales". La visión

unitaria, se correspondió con las ideas liberales, más en términos económicos que políticos,

con asiento en Buenos Aires y los territorios circundantes que eran clave para la producción

primaria con destino a la exportación. Se trata además, de sectores ilustrados, vinculados

culturalmente a Europa, que mirarán al resto de la enorme geografía argentina, como un

espacio "vacío", apenas habitado por pueblos y tradiciones "atrasadas", vinculadas al pasado

español, decadente y reaccionario. Era, por lo tanto, un espacio a conquistar.

Por el contrario, las fuerzas federales, no presentaban tanta unidad de criterio. A grandes

rasgos, habría que anotar que para fines de la década del 20, el espíritu federal tenía

representantes bien distintos. Por un lado, los caudillos del interior profundo, representando a

los territorios donde más se había sentido la apertura comercial y la pérdida de las

producciones locales. Por el otro, las fuerzas federales vinculadas a los territorios del litoral y

Buenos Aires, donde la pujanza de las producciones agropecuarias con destino al puerto, hacía

a estos liderazgos mucho más proclives a posiciones librecambistas.

Esta "interna" se vio reflejada durante las discusiones entre representantes de distintas

provincias para firmar el "Pacto Federal" en 1831. En ese debate, el gobernador de Corrientes,

Pedro Ferré, sostuvo a "la libre concurrencia como una fatalidad para la nación. Los pocos

artículos industriales que produce nuestro país no pueden soportar la competencia extranjera".

Y proponía: "El objeto principal del Congreso Nacional en proyecto debía ser alejar cuanto

pudiese constituir estorbo al desarrollo de la industrial territorial, por medio de la prohibición

de importar artículos producidos en el país". En ese momento, Corrientes era una provincia

productora de tabaco y yerba mate, y tenía una respetable industria naval en diversos astilleros,

producción que tenía como destino el mercado interno del país. Sin embargo, esta

argumentación chocó con la del representante del gobierno de Buenos Aires, ya a cargo de

Juan Manuel de Rosas, quien sostuvo que "la protección, al restringir el comercio externo,

habría de producir necesariamente la merma de la riqueza ganadera, la mayor del país y la

preponderante en las provincias federales", y que "los sustitutos locales de los productos

extranjeros serían caros y malos, no bastando para satisfacer necesidades que hacen parte ya de

la vida". Quién puede dudar que semejante debate no siga siendo hoy parte de los dilemas

argentinos.

Sin embargo, esta "interna" del federalismo se producía en un marco de avance político

mayúsculo. Después de años de guerra civil y de Buenos Aires aislada en su propio proyecto

autista, la llegada de Rosas a la gobernación y la posterior creación de la Confederación

Argentina (donde Buenos Aires volvía a vincularse al resto de las provincias) generó una

nueva dinámica en el federalismo.

La Confederación Argentina (18351852)

La historia oficial suele obviar este ciclo histórico, incorporándolo a los años de la "guerra

civil" o el caos organizativo. Recién con la derrota de Rosas en 1852 y la firma de la

Constitución en 1853 comenzaría la "historia nacional", según la norma impuesta por los

historiadores liberales.

Elección nada inocente, pero por sobre todas las cosas, completamente injusta.

La Confederación Argentina fue un esfuerzo organizativo de los gobiernos federales, que

tomó fuerza cuando Juan Manuel de Rosas comenzó su segundo mandato como gobernador

de Buenos Aires. A partir de ese ímpetu político, Rosas se encaminó como representante de

esa Confederación, asumiendo el manejo de las relaciones exteriores, como primer paso para

la constitución de un poder político nacional.

Desde ese lugar, Rosas inició la ardua tarea de recuperar la soberanía económica y la vieja

riqueza industrial del virreinato. El instrumento para lograr dicho objetivo fue una Ley de

Aduanas de neto corte proteccionista, casi una repetición de las propuestas que Pedro Ferré

había efectuado cuatro años antes. ¿Qué habrá llevado a un rico hacendado de Buenos Aires,

que hasta hace poco tiempo era proclive a la apertura comercial, a construir una ley que con el

tiempo demostraría que beneficiaba a la totalidad de las provincias? Son muchas las preguntas

que podemos hacernos en torno a esta decisión de Rosas que implicaba una vuelta de página

con respecto a la política económica que se había aplicado a partir de 1809, pero lo concreto es

que la Confederación Argentina fue un instrumento para discutir el modelo de beneficio

exclusivo del puerto.

Se prohibió la importación de aquellos artículos o manufacturas de los que existía una versión

nacional que satisfacía la necesidad de consumo local y que no tuviera un precio mayor. Otras

producciones, que todavía no tenían un igual local, pero ya existía un comienzo de sustitución,

tenían un 25% de gravamen. Los artículos de lujo, que no se producían localmente, pero

tampoco eran imprescindibles en el consumo popular, tenían un 50%.

La aplicación efectiva de la ley de aduanas, se dio en el marco de dos intervenciones

extranjeras, el bloqueo francés de 18381840 y la guerra del Paraná contra la flota

anglo-francesa en 18451846, a lo que hay que agregar las conspiraciones de los unitarios

refugiados en Montevideo y la disputa con el gobernador de entre Ríos, Justo José de Urquiza,

quien terminaría traicionando a Rosas, al convertirse en el jefe militar de las fuerzas liberales

en la batalla de Caseros.

Una evaluación de la política económica del rosismo en el marco de la Confederación

Argentina, arroja estos números: para 1852 existían en Buenos Aires unos 1065

establecimientos fabriles y 2008 casas comerciales. Córdoba, Tucumán y Salta se habían

transformado en importantes centros manufactureros abarcando rubros como los tejidos, la cal,

el calzado, los ingenios azucareros y los cigarrillos. En Mendoza se recuperaron los viñedos

llegando a abarcar más de 500 hectáreas. Más allá de todos estos datos, quizás lo más

destacable de la ley fue que revirtió el endémico déficit de la balanza comercial generado por el

librecambio. Para 1852, la Confederación exportaba por un valor 1.672.932 pesos fuertes e

importaba por unos 497.853 de la misma moneda. Lamentablemente, la derrota en Caseros

determinaría el regreso del liberalismo económico y con ello se pondría fin al experimento

político y económico del federalismo, que podría haber construido una Argentina sobre otras

bases.

El país de la oligarquía

A partir de la derrota del rosismo en 1852, si bien la Confederación Argentina se mantuvo

como esqueleto político durante diez años y se sancionó una Constitución Nacional, el

proyecto federal estaba en franco retroceso. La provincia de Buenos Aires se aisló del resto del

país, funcionando como un Estado autónomo, asegurándose para sí el provecho de los ingresos

aduaneros originados por la producción agrícola-ganadera.

En 1861, otra batalla definió el ingreso definitivo de Buenos Aires al orden constitucional

nacional. José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos, que durante esos diez años había

liderado la Confederación después de derrotar a Rosas, abandonó el campo de batalla,

permitiendo que Bartolomé Mitre, al frente de las fuerzas de Buenos Aires, se adjudique la

victoria. Se confirmaba la victoria conservadora que había comenzado en 1852.

A partir de este momento, el país tuvo un orden político más uniforme, bajo los intereses de

Buenos Aires. El gobierno de Mitre se puso un objetivo claro: lograr el control de todas las

provincias, combatir a los caudillos del interior que intentaban defender la causa federal,

subordinar el proyecto de país a las necesidades de Buenos Aires, estrechar los vínculos con

Inglaterra.

Ni bien Mitre tomó control sobre el gobierno nacional, comenzó una "guerra de policía" en

todo el interior del país: las provincias donde los caudillos federales tenían el poder fueron

intervenidas, y en las que el conflicto ya era armado, se realizaron incursiones sangrientas con

el fin de terminar con los líderes federales. El propio Faustino Sarmiento dirigió uno de esos

comandos, en las provincias de San Luis, Mendoza y San Juan.

En La Rioja, el Chacho Peñaloza y sus montoneras lograría frenar el embate por un tiempo

más, pero finalmente, en 1863 sería capturado y asesinado. Las palabras del propio Mitre

resumen bien el comportamiento de los sectores dominantes en momentos de disputa, no sólo

para esta etapa antigua de la historia argentina: "Mi idea se resume en dos palabras.

Quiero hacer en La Rioja una guerra de policía. La Rioja se ha vuelto una cueva de ladrones

que amenaza a los vecinos y donde no hay gobierno que haga ni policía de la provincia.

Declarando a los montoneros sin hacerles el honor de de considerarlos como partidarios

políticos, ni elevar sus depredaciones al rango de reacción, lo que hay que hacer es muy

sencillo".

De esta manera, para mediados de la década del sesenta fue tomando forma un bloque

oligárquico, tanto en sentido político como económico.

Por el contrario, la apertura revolucionaria y democrática que se había abierto en 1810, y que

había sido retomada en los proyectos federales del interior y del rosismo, quedaba clausurada.

Pero la tensión entre el interior y Buenos Aires aún no había cicatrizado.

La conducción política del país durante el mitrismo quedó de forma muy obvia bajo un

formato centralista, donde mandaban los ingresos de la aduana de Buenos Aires y el vínculo

económico establecido con Gran Bretaña. Las provincias incluso contando a los sectores

dominantes en cada una de ellas quedaron al margen de toda decisión relevante. Pero las

oligarquías del interior no querían dejar pasar el tren imperialista de la historia y encontraron

en la figura de Julio Argentino Roca (de origen tucumano) al político que podía unir a los

poderes provinciales con el proyecto oligárquico porteño.

Roca, a diferencia de las posturas cerradamente porteñas de Mitre, levantó las banderas de la

nacionalización de la aduana y la federalización de Buenos Aires. Logró armar un frente con

las oligarquías del interior, las cuales formaron la Liga de los Gobernadores, obligando a

Buenos Aires a ceder parte de su hegemonía ante el peso político y militar de las provincias,

respondiendo a la necesidad de éstas últimas de sostener una conducción férrea que les

permitiera garantizar la paz interior en cada una de ellas.

Al nacionalizar la aduana, al menos una parte de esos ingresos pasaban a ser distribuidos en el

interior. En tanto, la "federalización" de Buenos Aires, es decir, convertir a la Ciudad de

Buenos Aires en un territorio federal separada de la provincia donde se asienta, garantizaba

que el centro del poder político de la Argentina no sería al mismo tiempo capital de una de

ellas.

Comenzaba un período donde las oligarquías nacionales repartían sus tareas: Buenos Aires era

la encargada de introducir capitales y colocar deuda sin abandonar su rol de intermediario a la

hora de exportar materias primas e importar manufacturas vinculadas con Inglaterra, las

oligarquías del interior eran así beneficiarías secundarias de este mismo esquema que, por otro

lado, les aseguraba gobernabilidad en sus territorios.

Esta consolidación de un proyecto de nación oligárquico estaba inserto en un contexto mundial

propicio para la alianza entre una clase dominante local con uno de los centros económicos

mundiales: Inglaterra. El auge del imperialismo durante la segunda parte del siglo XIX bajo la

forma de grandes capitales de inversión, provocó la llegada de inversiones financieras a países

periféricos como la Argentina. Este nuevo tipo de capital el financiero se materializaba a

fuerza de empréstitos (deuda externa) generando una estructura económica dependiente del

flujo de divisas.

A nivel continental también asistimos al fin y al comienzo de un ciclo, donde las oligarquías

portuarias habían sepultado los sueños de Patria Grande que las luchas por la independencia

habían hecho surgir cincuenta años antes. Conforme se consolidaron espacios nacionales

fragmentados, surgió la necesidad por parte de las oligarquías locales de generar rápidamente

un sentimiento "nacional" en la población. Es la época de la "argentinidad", la "peruanidad", la

"bolivianidad", en la que los países latinoamericanos elaboran formas jurídicas estables luego

de años de guerra civil pero que, a la vez, estuvo acompañada de una entrega casi total de los

resortes económicos y financieros a las naciones europeas a lo que se sumaría, con el correr de

los años, el nuevo imperio ascendente, Estados Unidos.

Para completar el cuadro, durante esta etapa de consolidación de los estados nacionales, en su

forma oligárquica y de dependencia externa, las dirigencias políticas adscribieron a las

corrientes cientificistas y positivistas que estaban en boga en Europa. Tal vez allí resida el

aspecto "progresista"

de estos elencos gobernantes: en muchos casos propugnaron una separación relevante de la

Iglesia de los asuntos públicos, apoyaron la masificación de la educación pública y ejercieron

cierta ampliación del debate intelectual, posibilitaron un conocimiento más extenso y profundo

de las poblaciones y las riquezas nacionales mediante censos, expediciones, institutos de

investigación, etc.

Sin embargo, siempre es importante entender la matriz conceptual: esta visión liberal y

progresista, al estar vinculada a un esquema de dominación elitista, anclada en los intereses de

las clases dominantes, estuvo al servicio de políticas con ese mismo tamiz ideológico. La

"campaña al desierto" como se nombró en su momento a la conquista de los territorios

indígenas en la patagonia fue hecha bajo el ideal cientificista, del "progreso" y sin embargo

implicó el despojo y la reducción a la servidumbre de los pueblos que habitaban esas tierras.

LAS MASAS POPULARES

EN LA ERA DE ROSAS

Camilo Rojas

"Un argentinismo criollo, popular, un nacionalismo 'desde abajo' impuso su tónica general, venciendo

en muchas oportunidades las corrientes extranjerizantes, las desviaciones españolistas, afrancesadas y

pro

inglesas que impregnaban los sentimientos y las ideas de los sectores dirigentes de entonces. En los

momentos en que la lucha alcanzó la agudización propia de la guerra, ese nacionalismo del Pueblo

llego al odio militante contra los sectores nativos partidarios de la revolución a la europea".

Eduardo Artesano

"La Confederación Argentina de Rosas con su sufragio universal, igualdad de clases, fuerte

nacionalismo y equitativa distribución de la riqueza, será tenida como una verdadera y sólida

República Socialista (de aquel socialismo 'socia' de 1848 tan diferente al individulismo ursurpador del

nombre), adelantada al tiempo y nacida lejos de Europa. --"Revista del Instituto Juan Manuel de

Rosas.

Los sectores subalternos penetran en la historia de nuestro país, así como en la mayor parte de

nuestro continente, en forma violenta y pasional en medio de las guerras nacionales por la

independencia: Frente a la amenaza externa en una primera instancia; frente a la violencia

interna ejercida por las fuerzas de la antipatria después.

La revolución popular conducida por Juan Manuel de Rosas se desarrolla en medio de la

consolidación del sistema capitalista de producción a nivel universal, así como la hegemonía

cultural del liberalismo europeo, el cual define los lugares que ocuparían las clases sociales en

dicho sistema: la burguesía labra la historia, mientras que el proletariado queda relegado

meramente a la producción. La pirámide de relaciones de poder en su sustancia misma.

En el proceso capitalista nacional conducido por Rosas, la hegemonía del poder se subvierte.

El gobierno de Rosas otorga a las masas subalternas un papel fundamental. No son solo

productores, alfareros, artesanos, mineros; no son solo tejedores, agricultores... No. Las masas

subalternas pasan a ser la fuerza social que conducirá, en su condición de "Pueblo en Armas" a

la Nación a su destino de grandeza. Poblados enteros, familias y tribus, desposeídas de todas

las horas, verían en Rosas y su política plebeya, la garantía de su supervivencia en un mundo

en que el "tren de la historia" occidental arrasaba con todas las naciones del tercer mundo,

sometiendo a sus pueblos e imponiendo su lógica imperial.

Mientras el capitalismo europeo relega a la clase trabajadora en mero instrumento de

producción, reservando la defensa nacional a los ejércitos institucionales, Rosas otorga a las

masas subalternas las herramientas materiales y espirituales necesarias para la defensa, tanto

en el plano externo frente a las agresiones foráneas como en el plano interno frente a la

violencia institucional de los dueños de las tierras y el capital, los cuales acorralaron y cercaron

a los desposeídos desde su consolidación como clase .

Las primeras expresiones de un intento de organización popular se produce en reacción a la

amenaza exterior en 1807, de los Ingleses en Buenos Aires; con la consolidación de nuestra

primera independencia frente al yugo español; y nace allí, en aquellas gestas gloriosas de

nuestra historia, la idea de las barriadas armadas en defensa del territorio, de la población toda

en defensa de lo propio, en rechazo de las imposiciones del "progreso" extranjero que todo lo

arrasaba, que todo lo consumía en "pos del avance de la civilización occidental".

La era de las luchas nacionales parió en su seno conflictivo y contradictorio aquella raza que

sería perseguida, torturada y exterminada a lo largo de todo el siglo XIX: las masas plebeyas.

Estos sectores, diversos en sus orígenes y completamente desorganizados, fueron quienes

darían cuerpo, como factor central de poder, al proyecto federal y continentalista de Rosas.

Rosas expone físicamente, en las calles, en las festividades, en todas partes, a las masas

subalternas. Las cuerdas de tambores retumbaban en las calles del Palermo antiguo. Las

montoneras poblaban las pulperías, los almacenes, rodeaban los edificios públicos en las

fiestas patrias, alzando tacuaras y gorros colorados. El gobernador se reunía abiertamente con

caciques de frontera, vacunaba a sus poblaciones, cometía el enorme pecado histórico de

comunicarse en las lenguas originarias de cada comunidad. El personaje entero era un

escándalo.

Era "indio rubio" para los Ranqueles, y "gaucho" para los poblados criollos que clamaban su

presencia.

Con un inmenso talento y desmedida destreza política para interpretar las necesidades de los

excluidos de su tiempo, el Brigadier supo interpelar a cada uno de los sectores plebeyos.

¿Cuáles son los sectores que conforman el núcleo original de nuestra nacionalidad? Son tres

los cuerpos culturales quienes, en un principio, conforman al ser nacional liderado por Rosas:

los Criollos (personificados centralmente en el Gaucho como figura social predominante), los

Indios (fracciones de las poblaciones originarias más constituidas y desarrolladas

militarmente), y los negros (quienes, hasta la era de Rosas, no poseían derechos reales, más allá

de la presunta libertad obtenida pos independencia).

Estos sectores --completamente distantes en sus orígenes culturales, así como en sus

necesidades y objetivos como grupo-- serán conducidos por el Restaurador hacia la

conformación de un cuerpo orgánico, que permanecería indivisible durante todo su gobierno.

Rosas representa, frente a los pensadores liberales de su época, la idea de la "democracia pura".

Para los apóstoles del liberalismo extranjerizante, un "gobierno de la democrático", es el

"gobierno de las clases plebeyas", por tanto, una tiranía, una amenaza para los privilegios.

Rosas personificó así, en los textos liberales, la figura de "apóstol de la democracia".

En palabras del General Paz:

"Esa gran facción de la República que formaba el Partido Federal no combatía solamente por la mera

forma de gobierno, pues otros intereses y sentimientos se refundían en uno solo para hacerlo triunfar:

primero, era la lucha de la parte más ilustrada contra la porción más ignorante; en segundo lugar, la

gente del campo se oponía a la de las ciudades; en tercer lugar, la Plebe se quería sobreponer a la

gente principal. (...) Las tendencias democráticas se oponían a las miras aristocráticas (...) Debe

agregarse el espíritu de democracia que se agitaba en todas partes. Era un ejemplo muy seductor vera

esos Gauchos de la Banda Oriental, Entre Rios y Santa Fe, dando la ley a las otras clases de la

sociedad.

(...) Ver a Artigas, Ramírez y Lúpez, entronizados por el votode esos mismos gauchos legislando a su

antojo".

Para el liberalismo imperante en la era de la Revolución Nacional rosista, "Democracia" era

asociado directamente al libre accionar de las masas populares, así como al sistema que

entronizaba, mediante la desición de las mayorías, a los caudillos en posiciones de poder. Ellos

elegían a sus generales, a sus comandantes. Eran ellos quienes conformaban poblaciones

enteras alzadas en armas frente al invasor foráneo, o a las fuerzas de la antipatria, empecinadas

en el exterminio de las clases populares, en pos de entronizar la tan mentada civilización

occidental, la razón europea, el orden del progreso frente a la anarquía federal.

Rosas representa así, la expresión más acabada del imperio de las masas plebeyas de las

provincias frente al proyecto aristócrata de las clases privilegiadas de Buenos Aires.

Dirá Eduardo Astesano:

"El federalismo significó, en concreto, la alianza, en el poder o en el laño, de 'los de abajo' con

un sector de la burguesía argentina de entonces, con la burguesía federal de las ciudades y

campañas. (...) El ejemplo de las Invasiones, las Montoneras, los Colorados de Rosas,

demostrarán como los sectores populares alcanzan la categoría de 'Pueblo en Armas' y

cumplen las tareas nacionales y populares que su época histórica les plantea".

Las distintas escuelas de pensamiento, de izquierda a derecha, no discutirían la figura de

Rosas... la negarían. "Tiranía, y nada más", dirá José María Rosa, refiriéndose irónicamente al

trato que recibe aquella etapa histórica. Rosas representó, a la luz de los acontecimientos, la

alianza de las distintas facciones de la clase plebeya, interpretada por la política nacionalista y

popular de Rosas. En él se encarnan todos los anhelos de los "nadies" y el odio de los "cultos".

Repudiado por los sectores intelectuales de todas las horas, sólo los "de abajo", como a Perón

en el siglo XX, supieron interpretar la premisa revolucionaria del Brigadier, su proyecto

emancipador y americanista. No hay perdón, ni lo habrá para quien supo formar de las

poblaciones, barriadas armadas en defensa de la soberanía. En sus palabras, "los que entienden

al país no son leídos. Y los leídos, no entienden al país".

EJE INTERNACIONAL

LEÓN POMER

La Guerra del Paraguay:

Estado, Política y Negocios

Capítulo 1: GRAN BRETAÑA: UN NUEVO SIGLO XVI

1.- Comienzo con piratas

Primero fue el asalto y la rapiña. Los piratas se trocarán en caballeros y estos devendrán

piratas. En los siglos XIV y XV es enorme el desarrollo de la industria europea. El comercio

reclama más medios de pago de los que puede proveer Alemania, la gran productora de plata

en la centuria que va de 1450 a 1550. Hay sed de metal precioso. En el mes de septiembre de

1549 William Damsell, agente financiero de la corona inglesa, logra contratar un empréstito

con los banqueros Fúcar (1) de Alemania. Ha penado varios meses en Amberes hasta

conseguir finalmente £ 54.000 a pagar al cabo de un año. Al terminar el período, la corona se

ve obligada a renovar el crédito y en 1552 Thomas Gresham, que ha sucedido a Damsel,

encuentra que se debe a los Fúcar £ 123.047'.

Es indispensable hacerse de metal precioso; y acaso Gresham haya tenido que recordar a su

soberano que en el siglo XIV, los mercaderes de la liga hanseática aviniéronse a prestar a la

corona a cambio de retener como garantía las insignias del poder real (2). En consecuencia,

vayan los piratas y ejerzan la rapiña. Con la bendición de Su Majestad.

En 1577 parte Francis Drake. A su retorno, tres años más tarde, trae un botín valuado en £

150.000 en oro y plata robados a los españoles.

Mejor negocio que pedir prestado a los alemanes. Sobre todo si se considera que esa suma

representa un beneficio de 4700% sobre el gasto demandado para equipar al pirata, en el que

ha tenido parte Su Majestad la reina (3).

En 1586 zarpa nuevamente Drake. Esta vez saqueará Santo Domingo, Cartagena, San Antonio

y Santa Elena. Invariablemente, obliga a los habitantes de las ciudades saqueadas a pagarle

gruesas sumas en calidad de rescate. Simultáneamente el pirata Cavendish, estacionado en las

proximidades de las costas españolas, ocúpase de asaltar los navios que retornan de Indias y de

Asia.

El asalto y la rapiña se encarnizan contra los más ricos centros del comercio español en Indias.

Portobelo, reputada como "mercado de las mayores Ferias que se han visto en el mundo" (4),

es atacada por Drake en 1596, por Juan Morgan en 1668, por Juan Spring en 1670, por la

escuadra inglesa de Jamaica en 1702, por Eduardo Vernon en 1740 y por G. Kinhilsel (de

Jamaica) en 1744. Y paremos de contar, que la lista de depredadores y depredaciones sigue

para largo. Incluye corsarios franceses, holandeses, daneses, etc. El capital comercial que por

entonces predomina exige imperiosamente más y más medios de cambio.

Los piratas están concurriendo a la acumulación primitiva del capital. Mas no se quedan ahí,

puesto que entre la riqueza que traen a la metrópoli se cuentan materias primas que comienza a

demandar la creciente industria.

Sábese que destruida Amberes en 1585 fugan de ella los individuos que fundarán la industria

textil en la Gran Bretaña. En 1621 llegan a Inglaterra las primeras partidas de algodón, desde

las colonias en el norte de América. Y junto con la fibra vendrán en naves piratas índigo y

cochinillas, dos materias tintóreas de origen vegetal que se dan en la América española.

Para responder a la demanda que va creciendo nacen en distintos sitios del planeta

plantaciones que cultivan las materias primas demandadas. Se instaura la esclavitud.

Embozada o abierta, ella se constituye en una de las categorías fundamentales del capitalismo

hasta pasada la mitad del siglo XIX. Los plantadores, legal o clandestinamente, extraen sus

producciones, que marchan generalmente en dirección de los mercados que desarrollan su

industria. Entre tanto Francis Bacon (1561-1626) alude a sus coterráneos en estos términos:

"En intelecto, ángeles brillantes: en codicia, reptiles rastreros".

Estamos en la edad de la manufactura. Su base técnica es primitiva y la producción depende en

ella de la utilización masiva de la fuerza humana. El artesanado de los burgos y la producción

casera aldeana constituyen su base económica. El obrero se vale de la herramienta: después de

1750 comenzará a servir a la máquina. La demanda de materias primas crece. Las tintóreas

que produce América son más codiciadas que nunca. Carolina del Sur, Santo Domingo y

algunas regiones meridionales de América constitúyense en los principales exportadores

mundiales de cochinilla e índigo. Desplazan a la India. En 1773 América del Sur exporta

índigo por valor de £ 1.000.000; pero antes, en 1736, México ya enviaba a Europa £ 800.000

de cochinillas (5). Mas las cifras lejos están de reflejar la realidad. El contrabando que realizan

los ingleses por Jamaica, al que concurren los plantadores y otros productores de las colonias

españolas, les procura ingentes cantidades de metal precioso y materias primas. En su Teoría y

práctica de comercio y marina, Uztáriz cita un libro inglés que relata las hazañas del contrabando

jamaiqueño. Los beneficios que procura a la Gran Bretaña son estimados para comienzos del

siglo XVIII en seis millones de pesos al año, suma mayor que la que obtiene por su

participación en el tráfico por Cádiz (6).

Piratería y contrabando andan del brazo. Sus inspiradores son descriptos de la siguiente

manera en 1707: "Aquí en Inglaterra, reina entre los hombres de comercio un espíritu de

crueldad tal como no se encuentra en ninguna otra sociedad humana ni en ningún otro reino

del mundo" (7).

Inglaterra toma la delantera sobre sus rivales, Francia y Holanda en primer término. Obsérvese

el siguiente cuadro:

Cuadro 1. Desarrollo de las flotas mercantes entre 1650 y 1794

Año Tonelaje de los navíos ingleses Tonelaje de los navíos de las demás potencias

1650 49.409 57.260

1663 95.266 47.634

1700 273.693 43.635

1728 432.832 23.635

1738 476.941 26.627

1750 609.798 51.386

1770 703.495 57.476

1785 951.855 103.398

1790 1.260.828 144.132

1792 1.396.000 169.151

1794 1.589.162

Las cifras muestran la creciente ventaja hasta ser abrumadora, de la Gran Bretaña sobre las

demás potencias comerciales de la tierra. Y si en la centuria que va de 1650 a 1750 el tonelaje

inglés crece en 560.389 toneladas, en los próximos cuarenta y cuatro años el ascenso será de

979.364 toneladas. La tasa de crecimiento ha subido en el segundo lapso de manera

extraordinaria. La razón se llama "revolución industrial", fruto de múltiples inventos, pero

principalmente del motor universal que Watt patenta en 1769 y de la introducción de las

máquinas en la industria del algodón. Ha llegado el momento en que la fuerza humana de

trabajo ya no es lo fundamental en la producción; será reemplazada por la máquina y el motor

a vapor. La productividad crece vertiginosamente; por algo consume Inglaterra 2.000. 000 de

libras de algodón en 1750 y treinta años más tarde 15.000.000 (8). La industria textil británica

lanza sus telas sobre el mundo entero; necesita la provisión fluida y permanente de materias

primas y mercados de consumo. La revolución industrial instaura definitivamente el mercado

mundial. Sin él es inconcebible la gran industria.

2.- El período único.

Vengamos al siglo XIX, al momento en que poco falta para llegar a la mitad de la centuria.

Entre 1848 y 1864 acaece en la Gran Bretaña "un período único en los anales de la historia por

el desarrollo de su industria y el florecimiento de su comercio...". En paradoja más aparente

que real, "...la muerte por hambre llegó a instaurarse en la capital del imperio británico"9.

Federico Engels describirá en 1845 la situación de la clase obrera en Inglaterra. Lo hará con

trazos más que sombríos. No lo son menos los dibujos de Dante Gabriel Rosetti que hoy

cuelgan en el Museo Británico: allí se exhibe la miseria espantosa en que vive el pueblo.

También Dickens la describirá en sus novelas. En Hard Times, de 1854, la crítica deviene sátira

al sistema manchesteriano de "laissez faire"; de él afirma Dickens que "el culto interés que

evidencian por sí mismos [sus sostenedores, L. P.] no pasa de ser una inculta crueldad". Mas la

inculta crueldad da buenos dividendos.

Cuadro 2. Ganancias que produce el obrero inglés en las hilanderías de algodón

(1819-1882) Año Producción de hilo por Ganancia media anual

obrero (en libras) por obrero

1819-1821 968 £ 26 y 13 chelines

1829-1831 1546 £ 27 y 6 chelines

1844-1846 2754 £ 28 y 12 chelines

1859-1861 3671 £ 32 y 10 chelines

1880-1882 5520 £ 44 y 4 chelines

Cuadro 3. Ganancias que produce el obrero inglés en las tejedurías de algodón (18191882)

Año Rendimiento por

obrero (en libras) Ingreso anual por obrero

1819-1821 322 £ 20 y 18 chelines

1829-1831 521 £ 19 y 8 chelines

1844-1846 1658 £ 24 y 10 chelines

1859-1861 3206 £ 30 y 15 chelines

1880-1882 4039 £ 39

FUENTE: Werner Sombart

La plusvalía va en aumento en la rama fundamental de la industria británica; como la sombra

la persigue la miseria. Mas no es solo la del pueblo inglés y el de Irlanda, diezmado este último

en términos equiparables al de los trabajadores de las plantaciones tropicales. Es la miseria de

todos aquellos países y territorios sometidos a dominio colonial.

Obsérvese qué sucede en la India. En los años del 30 nómbrase en Inglaterra una comisión que

deberá dictaminar sobre un problema que inquieta a los industriales textiles: ¿cómo hacer para

que la India absorba parte considerable del producto de la industria algodonera británica? El

cónclave de aburguesados lores pronunciará un dictamen escasamente salomónico: destruir la

industria textil vernácula de la India Oriental.

Acatará el gobierno el consejo y puesto a la obra llegará a buen fin, con solo medidas fiscales y

aduaneras. El gobernador de la India escribe en su Informe para los años 1835-36: "La miseria

encuentra apenas un paralelo en la historia del comercio. Los huesos de los indios tejedores de

algodón blanquean en las llanuras de la India.

G. K. Chesterton jamás se reprochó el haber escrito: "...Su gloria no data de las grandes

cruzadas, sino de los grandes saqueos"11. No se refiere a los piratas, sino a la burguesía inglesa

del siglo XIX.

El crecimiento extraordinario de la productividad, la provisión fluida y permanente de materias

primas y la destrucción de la competencia representada por las industrias artesanales de los

pueblos sometidos a dominio colonial se traducen en significativos guarismos.

Cuadro 4.- Exportación de la Gran Bretaña de 1846 a 1866

Año Valor en £ Año Valor en £

1846 58.842.377 1860 135.842.817

1849 63.596.052 1865 165.862.402

1856 115.826.948 1866 188.917.563

FUENTE: Carlos Marx

Detrás de los guarismos fríos existe una múltiple acción política y militar, económica y

diplomática que abarca todos los rumbos del orbe. En 1860 las colonias de Su Majestad cubren

2.500.000 kilómetros cuadrados que habitan 145.000.000 de seres humanos. En 1880 la

superficie es de 7.700.000 kilómetros cuadrados y la población de 267.900.000 habitantes.

Y debe advertirse que aquí no está sumada la Argentina, que al igual que todos o casi todos los

pueblos de la América española es para ese tiempo una colonia sin las formalidades coloniales:

gobernador británico, funcionarios y tropas venidas de Albión para mantener a raya a los

nativos...

Florecen la industria y el comercio en "ese período único" y ya vamos viendo el cómo y el

porqué. Y si otras primeras potencias de la época no pueden exhibir tan brillantes resultados,

en la práctica rapiñesca no le van a la zaga a la Gran Bretaña. Vaya aquí mismo un muestrario

de agresiones y conquistas que está muy lejos de agotar la enumeración.

• En 1830 Francia conquista Argelia.

• En 1839 el gobierno chino prohibe la importación de opio; Inglaterra responde

bombardeando Cantón y ocupando Shanghai.

• Ocupación de Aden.

• En 1840, anexión de Nueva Zelanda.

•En 1842 Inglaterra obliga a la dinastía manchú a firmar un tratado de comercio; Cantón y

cuatro puertos más quedan abiertos a la libre introducción de las mercancías inglesas.

•Anexión de Hong Kong.

• En 1849, anexión de Pendjab por Inglaterra.

•En 1853 los EE UU envían al Japón al almirante Perry para exigir la apertura de los puertos al

comercio.

• En 1855 el Zar de Rusia envía al Japón una flota de guerra bajo el mando del almirante

Putiatin.

• En 1856, bombardeo de Cantón por barcos de guerra británicos.

• En 1857 estalla en la India la sublevación de los cipayos; terminará dos años más tarde en la

derrota. Al mismo tiempo que se los fusila en masa atados a la boca de los cañones, Inglaterra

comienza a construir el primer ferrocarril.

•En 1860 un cuerpo expedicionario franco-británico desembarca en China y saquea el Palacio

de Verano de Pekín.

•En 1861 comienza la aventura mexicana de Luis Napoleón Bonaparte, que se prolongará

hasta 1867.

• En 1862 Francia se apodera de la península de Indochina.

• En 1863, rebelión en Japón contra la intervención extranjera. Naves de guerra de los EE.

UU., Francia y Holanda bombardean Kagoshima; luego desembarcan, participando en la

represión del movimiento popular.

• En 1864 Maximiliano de Austria es coronado Emperador de México.

La resultante de estas y muchas otras acciones colonialistas se traduce de la siguiente manera:

Cuadro 5 Expansión colonial de las grandes potencias (1862-1912)

Potencia colonial Millones de millas cuadradas inglesas Habitantes de las colonias en 1910 (en

millones)

En 1862 En 1912

Gran Bretaña 5,3 11,5 421

Rusia 7,6 10,2 167

EE. UU. 1,5 3,7 103

Francia 0,4 4,8 86

Alemania 0,24 1,2 78

Japón 0,15 0,26 70

Italia 0,1 0,7 36

Totales 15,29 32,36 961

FUENTE: Werner Sombart

El cuadro 5 puede ser expresado también así: en 1862 el 29,4% del planeta es dominio

colonial; en 1912 el porcentaje asciende al 62,3%.

Entre tanto, en 1910 el 60% de los seres humanos viven bajo la opresión colonial: 961

millones sobre 1600 millones. Gran Bretaña tiene bajo su yugo directo (repito: no se considera

la sujeción indirecta y disimulada) nada menos que a 421 millones de individuos (12).

Observemos ahora en qué medida los distintos continentes, excluida Europa, son víctimas del

colonialismo.

América es el único lugar del globo que muestra un retroceso. No nos llena de orgullo. No

tuvimos gobernador inglés ni tropas de ocupación, pero ¿quién podría afirmar que nuestra

voluntad fue libre y soberana?

Gran Bretaña no siempre abrió los mercados a cañonazos; hábilmente combinó caricias y

palos. Aquí los cómplices vernáculos le evitaron el gasto de la administración colonial y los

soldados. La "inculta crueldad del laissez/aire" fue practicada con singular eficacia. En América

y en todo el orbe. La verdad definitiva fue la succión de las riquezas indígenas. Se traducirán

en un portentoso crecimiento de la renta nacional de Gran Bretaña. (Nacional por así decirlo:

renta que fue a parar sustancialmente a las clases dominantes). Obsérvese el cuadro siguiente:

Cuadro 7.- Crecimiento de la renta nacional de Gran Bretaña (1812-1885)

Año Monto en libras Año Monto en libras

1812 2,7 mil millones 1865 6 mil millones

1833 3,6 mil millones 1875 8,5 mil millones

1845 4 mil millones 1885 10 mil millones

FUENTE: Werner Sombart

Los números dicen que en la primera mitad del siglo XIX la renta nacional crece en la Gran

Bretaña a un promedio anual del 1,5%; en la segunda mitad de la centuria el promedio se eleva

a 3,3%. Esto indica que en la década del 50 comienza un tiempo en que la acción combinada

de distintos factores determina un vertiginoso crecimiento de los beneficios.

Los cuadros 5, 6 y 7 nos introducen en la "etapa superior del capitalismo: el imperialismo",

cuyos comienzos en Europa occidental ubica Lenin en 1876 (13). Los cuadros 5 y 6 señalan

que el "imperialismo" trae un aumento de la usurpación colonial: se ha multiplicado la

voracidad y la agresividad del capitalismo. Los guarismos del cuadro 7 muestran los

resultados.

3. ¿Qué significa el ferrocarril?

La revolución industrial del siglo XVIII comenzó en Inglaterra en la industria del algodón, más

de inmediato se comunicó al transporte por tierra y por agua. Aquí el revolucionario fue el

vapor. El primer cruce del Atlántico EE. UU. a Inglaterra por barco a vapor se verifica en

1819.

Significativamente se trata del "Savannah", que transporta algodón. La línea férrea

Manchester-Liverpool se construye en 1830 y tiene la misión de trasladar del gran puerto

materias primas. El mercado mundial necesita estar perfectamente intercomunicado; necesita

también una velocidad y una capacidad de carga que el barco a vela y el transporte a tracción a

sangre no pueden darle.

Pero el ferrocarril aquí nos interesa solo él es más que un medio de transporte: es un gran

negocio en sí mismo, del que dependen fuertes industrias y sectores de la actividad minera.

Para equipar una vía férrea en la Inglaterra de la década de 1830 a 1840 hacen falta 701

toneladas de fundición. La cifra incluye rieles, durmientes (que por cierto no serán de

quebracho, como en la Argentina), locomotoras, vagones, filtros de agua, curvas y agujas,

puentes, galpones, talleres y otros rubros de menor importancia. Esto permite hacerse una idea

del complejo industrial que existe detrás de una vía férrea instalada y funcionando. Pero

también incluye la actividad extractiva (el primer paso) y su ulterior elaboración hasta ingresar

en los talleres que la transformarán en locomotoras, etc. Los 10.000 kilómetros de caminos de

hierro que se construyen en Gran Bretaña entre 1830 y 1850 demandan 7 millones de

toneladas de fundición. Solo los rieles han consumido 317,5 toneladas del total de 701 por

milla; los durmientes, otras 125 toneladas, etc., etc. (14).

La revolución en los transportes suscita una reacción en cadena. Por lo demás, si nacida de las

necesidades de unificar el mercado mundial, revierte sobre su causa hasta devenir un

formidable impulsor del progreso capitalista.

Otra consecuencia de los caminos de hierro se llama valoración de los campos que atraviesan.

Eso es tan válido en la metrópoli como en la colonia. ¡Si habrán multiplicado el valor de sus

campos nuestros oligarcas vernáculos! ¡Si habrán ganado las compañías inglesas haciéndose

regalar inmensas extensiones a ambos lados de la vía férrea!

Finalmente, el ferrocarril permite audaces y rapiñescas especulaciones de bolsa a quienes

dirigen las compañías ferroviarias.

Permite el tráfico de concesiones obtenidas a favor de la buena voluntad de tal o cual ministro

o presidente. En suma: el mundo moderno es impensable tal como lo conocemos sin la

revolución en los transportes que comenzó modestamente con el motor a vapor de Watt.

4.- Algunas circunstancias transitorias

Nuestra limitadísima y escueta descripción de algunos aspectos que hacen al desarrollo del

capitalismo en la Gran Bretaña en un determinado momento histórico puede dar la falsa

sensación de un crecimiento sin crisis ni excesivos problemas. Esta impresión debe ser

desechada y nos importa señalarlo porque es imprescindible delinear claramente un proceso

cuya trascendencia es mundial. Cuando allí tosen aquí nos resfriamos. Y esas que llamamos

"circunstancias transitorias", que afectan a Gran Bretaña, tienen su proyección en la Argentina

y países vecinos. Más adelante observaremos que con motivo de la guerra civil en los EE. UU

fuimos materia de sumo interés para la Gran Bretaña como campo de cultivo algodonero.

También lo fue Paraguay. Pero antes conviene conocer con más precisión qué significación

tenía la industria algodonera dentro del conjunto de la industria inglesa.

A inicios de la decimonona centuria, Inglaterra consume 108 millones de kilogramos de la

fibra textil; en 1880 consumirá 2000 millones de kilogramos. En el mismo lapso la absorción

de lana por la industria crece de 222 a 850 millones de kilogramos (15).

Desde temprano son los EE. UU. el principal productor mundial (proporciona en líneas

generales el 50% de las cifras que se dan en el cuadro 8) y principalísimo proveedor de la Gran

Bretaña.

Cuadro 8. Producción mundial de algodón (1826-1890)

Año Tonelaje

1826-1830 67.900

1846-1850 503.800

1866-1870 911.300

FUENTE: Werner Sombart, ob. cit. Pág. 273

Cuadro 9. Importación inglesa de algodón de los EE.UU. (1824-1861)

Año Tonelaje

18261830 67.900

18461850 503.800

18661870 911.300

18861890 1.869.100

FUENTE: Werner Sombart, ob. cit. Pág. 50

En 1860 Inglaterra exporta por un valor de £ 135.842.817; los hilados y tejidos de algodón

representan algo más del 38% de esta cifra: £ 9.

870.874 y £ 42.141.505 respectivamente16. Cinco años después la exportación monta £

165.862.402 y la parte de hilados y tejidos de algodón casi el 35%: £ 10.351.049 y £

46.903.790 (17).

El algodón constituye la rama vital de la industria británica y del comercio de exportación, y el

que en el 60 tenga Inglaterra 30 millones de husos, contra 6 de Francia, otro tanto de los EE.

UU., un millón y medio de Alemania e igual cifra de Rusia, le permite a aquella duplicar ese

mismo año el comercio exterior de Francia y casi triplicar el de Alemania. El algodón es el

corazón mismo del sistema capitalista británico.

Ya sabemos que en 1880 la línea férrea de Liverpool a Manchester se inaugura con un fin

expreso: trasladar algodón norteamericano desde el gran puerto a la gran ciudad industrial.

Pero tres décadas más tarde el camino de hierro se ve amenazado con el paro forzado, puesto

que la guerra civil en los EE. UU. acarrea una crisis catastrófica a la industria inglesa. Anotan

Marx y Engels: "Francia, que por esta causa (la guerra civil en los EE. UU.) pierde un mercado

(los EE. UU.) para sus productos, e Inglaterra, cuya industria está amenazada con la ruina

parcial ocasionada por la paralización de la exportación de algodón procedente de los estados

esclavistas, siguen el desarrollo de la guerra civil en los EE. UU. con ferviente intensidad"

(18). Más tarde agregarán: "Inglaterra hace frente hoy (1861), como hace quince años (19) a

una catástrofe que amenaza sacudir la raíz misma de todo su sistema económico". Siendo que

el algodón es la materia prima de la rama dominante de la industria inglesa, "de su manufactura

depende la subsistencia de una masa de gente mayor que el total de la población de Escocia y los dos

tercios del actual número de habitantes de Irlanda"20.

Entre enero y septiembre de 1861 el comercio exterior de Inglaterra da un quebranto de ocho

millones de libras esterlinas, de las cuales, cinco millones seiscientas mil corresponden al

comercio con los EE. UU. Por añadidura, en el mismo lapso las importaciones de trigo

aumentan en relación con igual período de un año atrás. Y de los quince millones trescientos

ochenta mil trescientas libras esterlinas que en 1861 gasta Inglaterra para comprar cereales en

el exterior, casi seis millones corresponden a adquisiciones en los EE. UU. Por eso, "Inglaterra

sufriría más por la imposibilidad de comprar cereal norteamericano, de lo que sufriría la Unión

por la imposibilidad de venderlo"21.

A las razones permanentes que tiene la Gran Bretaña para luchar por la conquista de nuevos

mercados, acrecentar la penetración en los que ya posee y asegurarse la provisión fluida y

creciente de materias primas y alimentos, se agregan razones circunstanciales que no cesarán

hasta 1865, cuando finaliza la guerra civil en los EE. UU. Entre tanto, había que reemplazar el

algodón y los cereales de origen norteamericano; pero al mismo tiempo buscar mercados

capaces de absorber la hasta ese momento gigantesca demanda por los EE. UU. de productos

manufacturados. Y esto hasta que cesara una guerra civil que no llevaba traza de resolverse en

breve tiempo22. Inglaterra debía encontrar en otros sitios del globo lo que transitoriamente no

podía hallar en Norteamérica. Y era el problema de tal magnitud, que en algún momento

fueron puestas en duda las bases mismas del sistema. Finalmente todo será resuelto. Y si por

un instante los beneficios se habían resentido, más tarde retomarían vuelo hasta resarcirse

ampliamente. Pero lo cierto es que, si en 1859 la prosperidad era muy grande y las fábricas

iban en aumento, y un año después la industria algodonera llegaba a su cénit, en 18621863

producíase un derrumbe casi total y soberanamente estrepitoso.

Alguien debería pagar ese quebranto de la burguesía inglesa. No es posible olvidar que la

guerra contra el Paraguay se inscribe en este contexto, el de "un período único en los anales de la

historia [no solo de Inglaterra, L. P.J por el desarrollo de su industria y el fortalecimiento de su

comercio...", cuando la extracción de plusvalía a la clase obrera inglesa crece de año a año y la

agresividad del capitalismo se traduce en asombrosa usurpación colonial, sometiendo a la

mayor parte del planeta y sus hombres a su dominio y elevando la renta nacional en términos

que no tenían precedentes. Un periodo que se ve bruscamente interrumpido por una crisis

desgarradora de la que habrá de recuperarse la poderosa Albión. La recuperación se hará con

métodos que justifiquen una vez más a Chesterton cuando anota que el honor de la burguesía

de su tierra se funda en la deshonra, como el honor "de cualquier galanteador y gracioso". Lo

que no debe extrañar explica, porque esos burgueses agresivos, altaneros y ensoberbecidos

traen desde la cuna la mala semilla, como que sus padres fueron "usureros y ladrones"23. Lo

que es decir algo.

Y decirlo quien lo veía en su propia casa y con ojos de una agudeza poco frecuente.

A esa burguesía no le era indiferente nada de lo que pasara en cualquier sitio de la tierra, sobre

todo si ello implicaba alguna limitación a su sed de mercados, de materias primas y de

alimentos. Su política era mundial porque lo era el mercado que abarcaba. No reparará en

medios para ejercerla. Cuando deba recurrir a la agresión armada sin salvar apariencias no

trepidará en hacerlo, salvo cuando su propio pueblo se lo impida... Pero a veces lograba que

otros pusieran la cara, gobernados esos otros ¡desde luego! por el guante ora blanco, ora de

hierro de la diplomacia inglesa. Naturalmente, ocurría que a veces no hacía falta disparar

siquiera unos pocos tiros: ya antes de Quevedo los mercaderes británicos sabían qué poderoso

caballero es Don Dinero.

En eso de dominar ellos tenían artes varias; y hete aquí que se encuentran con un Estado

sudamericano que escapa a su manaza de hierro y anda queriendo construir su destino con su

sola voluntad. Se trata del Paraguay, con el que han tenido sus más y sus menos. Un país

pequeño, selvático y caluroso, que busca y parece haber encontrado un camino propio de

desarrollo sin burgueses ingleses. Vale la pena ver de cerca ese fenómeno que tanto escuece a

ciertas gentes de las lejanas y brumosas islas y a otras de la pretensiosa Atenas del Plata. Que

aquí también había unos cuantos que andaban codiciando al Paraguay y teniéndole miedo por

el mal ejemplo que ostentaba ante los pueblos de esta y de otras partes de América. Veamos de

qué se trata.

1. Ernesto Hering. Los Fúcar. México. Fondo de Cultura Económica. 1944. págs, 315316.

2. Ibid.. pág. 17.William Miller, Historia de los Estados Unidos. México. Novaro, 1963, pág.

73.

3. Dionisio de Alcedo y Herrera, Piraterías y agresiones de los ingleses y otros pueblos de

Europa en la América Española, desde el siglo XVI al XVIII. deducidas de las obras de... por J.

Zaragoza. Madrid, Imprenta Manuel G. Hernández. 1883, pág. XXIV.

4. V. Danilevsky, Historia de la Técnica, Buenos Aires. Editorial Lautaro. 1946, pág. 71.

5. Documentos. La libertad de comercio en la Nueva España en la segunda década del siglo

XIX.

introducción de Luis Chávez Orozco, México. 1943, pág. 6.

6. Carlos Marx, El Capital. Buenos Aires, Biblioteca Nueva. 1946. pág. 95.

7. V. Danilevsky. op. cit. pág. 74.

8. Franz Mehring. Carlos Marx. Buenos Aires. Claridad. 1943. págs. 284285.

9. Werner Sombart. op. cit., t. I. pág. 508.

10. G. K. Chesterton. Pequeña historia de Inglaterra, Buenos Aires. EspasaCalpe Argentina,

1946.

pág. 189.

12. Werner Sombart. op. cit. pág. 79.

13. V. I. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo. Buenos Aires, Editorial

Problemas, 1946, t. II. pág. 497.

14. V. Danilevsky, op. cit.. pág. 175.

15. Werner Sombart, op. cit, pág. 272.

16. Carlos Marx. op. cit.. pág. 475.

17. Ibid.. pág. 475.

18. Carlos Marx y Federico Engels. La guerra civil en los EE. UU., Buenos Aires. Lautaro,

1946. pág.

83.

19. Marx y Engels se refieren a la crisis de las patatas. A partir de 1845 una enfermedad de la

planta arruinó varias cosechas y ello dio como consecuencia la muerte de hambre de un millón

doscientos cincuenta mil campesinos irlandeses, de quienes era el principal alimento. Los

hacendados, al no percibir las rentas habituales y no poder cumplir con los compromisos

contraídos con la City de Londres, agravaron el problema expulsando de la tierra a los

campesinos, con el fin de aprovecharla de manera más conveniente a sus intereses. A los tres

años del hambre un cuarto de la población de Irlanda fue desposeída de la tierra y

posteriormente la proporción llegó a las tres cuartas partes de la población (Hilaire Belloc.

Historia de Inglaterra. Madrid, La Nave, 1934, pág. 579).

20. Carlos Marx y Federico Engels. op. cit, págs. 108112.

21. Carlos Marx y Federico Engels. op. cit. pág. 161.

22. No es indiferente a este trabajo anotar que en 1860, cuando los Estados del sur de los EE.

UU.

anunciaron su intención de separarse de los del norte. Inglaterra también se dividió en

opiniones...

Algunos radicales y las iglesias disidentes se asociaron a los que luchaban contra la esclavitud:

la sociedad. Londres, la aristocracia que guiaba la política inglesa estuvo con el sur. "Allí, en

efecto, los modales eran mejores, el acento más refinado: de allí venía también el algodón que

tanto necesitaba Inglaterra" (André Maurois. Historia de Inglaterra. Santiago de Chile.

Ediciones Ercilla. 1945, pág. 432).

Y allí, agreguemos, no existía la pretensión de erigir una industria capaz de competir con

Inglaterra.

Por otra parte, el que la Gran Bretaña no haya entrado en la guerra tomando partido por los del

sur se debe, en opinión de Marx, al "mitin monstruo de St. James Hall, celebrado bajo la

presidencia de Bright". que incapacitó a Palmerston para declarar la guerra a los EE. UU.

"como se disponía a hacerlo". Finalmente, los organizadores del magro mitin eran los vocales

ingleses de la recién fundada Primera Internacional (Franz Mehring. Carlos Marx. op. cit.. pág.

283).

23. G. K. Chesterton, op. cit. pág. 189.

Eric J. Hobsbawm:

INDUSTRIA E IMPERIO

CAPÍTULO 3:

"LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL,

1780-1840"

HOBSBAWM, Eric J. (1968; 1977): "La Revolución industrial, 1780-1840" Capítulo 3 (pp. 55-76)

de: Industria e Imperio : Una historia económica de Gran Bretaña desde 1750 / Traducción de Gonzalo

Pontón Barcelona : Ariel, 1977 -- 375 p. -- ISBN: 84-344-6520-5 --

Hay una ed. más reciente: Barcelona : Crítica, 2001 [Traducción de: Industry and Empire: An

Economic History of Britain since 1750 Harmondsworth; London: Penguin Books ; Weidenfeld and

Nicolson, 1968]

Capítulo 3

LA REVOLUCION INDUSTRIAL, 1780-1840 (1)

Hablar de Revolución industrial, es hablar del algodón. Con él asociamos inmediatamente, al igual que

los visitantes extranjeros que por entonces acudían a Inglaterra, a la revolucionaria ciudad de

Manchester, que multiplicó por diez su tamaño entre 1760 y 1830 (de 17.000 a 180.000 habitantes). Allí

"se observan cientos de fábricas de cinco o seis pisos, cada una con una elevada chimenea que exhala

negro vapor de carbón"; Manchester, la que proverbialmente "pensaba hoy lo que Inglaterra pensaría

mañana" y había de dar su nombre a la escuela de economía liberal famosa en todo el mundo. No hay

duda de que esta perspectiva es correcta. La Revolución industrial británica no fue de ningún modo sólo

algodón, o el Lancashire, ni siquiera sólo tejidos, y además el algodón perdió su primacía al cabo de un

par de generaciones. Sin embargo, el algodón fue el iniciador del cambio industrial y la base de las

primeras regiones que no hubieran existido a no ser por la industrialización, y que determinaron una

nueva forma de sociedad, el capitalismo industrial, basada en una nueva forma de producción, la

"fábrica".

En 1830 existían otras ciudades llenas de humo y de máquinas de vapor, aunque no como las ciudades

algodoneras (en 1838 Manchester y Salford contaban por lo menos con el triple de energía de vapor de

Birmingham) (2), pero las fábricas no las colmaron hasta la segunda mitad del siglo. En otras regiones

industriales existían empresas a gran escala, en las que trabajaban masas proletarias, rodeadas por una

maquinaria impresionante, minas de carbón y fundiciones de hierro, pero su ubicación rural,

frecuentemente aislada, el respaldo tradicional de su fuerza de trabajo y su distinto ambiente social las

hizo menos típicas de la nueva época, excepto en su capacidad para transformar edificios y paisajes en

un inédito escenario de fuego, escorias y máquinas de hierro. Los mineros eran y lo son en su mayoría

aldeanos, y sus sistemas de vida y trabajo eran extraños para los no mineros, con quienes tenían pocos

contactos. Los dueños de las herrerías o forjas, como los Crawshays de Cyfartha, podían reclamar y a

menudo recibir lealtad política de "sus" hombres, hecho que más recuerda la relación entre

terratenientes y campesinos que la esperable entre patronos industriales y sus obreros. El nuevo mundo

de la industrialización, en su forma más palmaria, no estaba aquí, sino en Manchester y sus alrededores.

La manufactura del algodón fue un típico producto secundario derivado de la dinámica corriente de

comercio internacional, sobre todo colonial, sin la que, como hemos visto, la Revolución industrial no

puede explicarse. El algodón en bruto que se usó en Europa mezclado con lino para producir una

versión más económica de aquel tejido (el fustán) era casi enteramente colonial. La única industria de

algodón puro conocida por Europa a principios del siglo XVIII era la de la India, cuyos productos

(indianas o calicoes) vendían las compañías de comercio con Oriente en el extranjero y su mercado

nacional, donde debían enfrentarse con la oposición de los manufactureros de la lana, el lino y la seda.

La industria lanera inglesa logró que en 1700 se prohibiera su importación, consiguiendo así

accidentalmente para los futuros manufactureros nacionales del algodón una suerte de vía libre en el

mercado interior. Sin embargo, éstos estaban aún demasiado atrasados para abastecerlo, aunque la

primera forma de la moderna industria algodonera, la estampación de indianas, se estableciera como

sustitución parcial para las importaciones en varios países europeos. Los modestos manufactureros

locales se establecieron en la zona interior de los grandes puertos coloniales y del comercio de esclavos,

Bristol, Glasgow y Liverpool, aunque finalmente la nueva industria se asentó en las cercanías de esta

última ciudad. Esta industria fabricó un sustitutivo para la lana, el lino o las medias de seda, con destino

al mercado interior, mientras destinaba al exterior, en grandes cantidades, una alternativa a los superiores

productos indios, sobre todo cuando las guerras u otras crisis desconectaban temporalmente el

suministro indio a los mercados exteriores. Hasta el año 1770 más del 90 por ciento de las exportaciones

británicas de algodón fueron a los mercados coloniales, especialmente a África. La notabilísima

expansión de las exportaciones a partir de 1750 dio su ímpetu a esta industria: entre entonces y 1770 las

exportaciones de algodón se multiplicaron por diez.

Fue así como el algodón adquirió su característica vinculación con el mundo subdesarrollado, que

retuvo y estrechó pese a las distintas fluctuaciones a que se vio sometido. Las plantaciones de esclavos

de las Indias occidentales proporcionaron materia prima hasta que en la década de 1790 el algodón

obtuvo una nueva fuente, virtualmente ilimitada, en las plantaciones de esclavos del sur de los Estados

Unidos, zona que se convirtió fundamentalmente en una economía dependiente del Lancashire.

El centro de producción más moderno conservó y amplió, de este modo, la forma de explotación más

primitiva. De vez en cuando la industria del algodón tenía que resguardarse en el mercado interior

británico, donde ganaba puestos como sustituto del lino, pero a partir de la década de 1790 exportó la

mayor parte de su producción: hacia fines del siglo XIX exportaba alrededor del 90 por ciento. El

algodón fue esencialmente y de modo duradero una industria de exportación. Ocasionalmente irrumpió

en los rentables mercados de Europa y de los Estados Unidos, pero las guerras y el alza de la

competición nativa frenó esta expansión y la industria regresó a determinadas zonas, viejas o nuevas, del

mundo no desarrollado.

Después de mediado el siglo XIX encontró su mercado principal en la India y en el Extremo Oriente.

La industria algodonera británica era, en esta época, la mejor del mundo, pero acabó como había

empezado al apoyarse no en su superioridad competitiva, sino en el monopolio de los mercados

coloniales subdesarrollados que el imperio británico, la flota y su supremacía comercial le otorgaban.

Tras la primera guerra mundial, cuando indios, chinos y japoneses fabricaban o incluso exportaban sus

propios productos algodoneros y la interferencia política de Gran Bretaña ya no podía impedirles que lo

hicieran, la industria algodonera británica tenía los días contados.

Como sabe cualquier escolar, el problema técnico que determinó la naturaleza de la mecanización en la

industria algodonera fue el desequilibrio entre la eficiencia del hilado y la del tejido. El torno de hilar, un

instrumento mucho menos productivo que el telar manual (especialmente al ser acelerado por la

"lanzadera volante" inventada en los años 30 y difundida, en los 60 del siglo XVIII), no daba abasto a

los tejedores. Tres invenciones conocidas equilibraron la balanza: la spinning jenny de la década de

1760, que permitía a un hilador "a manos" hilar a la vez varias mechas; la waterframe de 1768 que

utilizó la idea original de la spinning con una combinación de rodillos y husos; y la fusión de las dos

anteriores, la mulé de 1780 (3), a la que se aplicó en seguida el vapor. Las dos últimas innovaciones

llevaban implícita la producción en fábrica. Las factorías algodoneras de la Revolución industrial fueron

esencialmente hilanderías (y establecimientos donde se cardaba el algodón para hilarlo).

El tejido se mantuvo a la par de esas innovaciones multiplicando los telares y tejedores manuales.

Aunque en los años 80 se había inventado un telar mecánico, ese sector de la manufactura no fue

mecanizado hasta pasadas las guerras napoleónicas, mientras que los tejedores que habían sido atraídos

con anterioridad a tal industria, fueron eliminados de ella recurriendo al puro expediente de sumirlos en

la indigencia y sustituirlos en las fábricas por mujeres y niños. Entretanto, sus salarios de hambre

retrasaban la mecanización del tejido. Así pues, los años comprendidos entre 1815 y la década del 40

conocieron la difusión de la producción fabril por toda la industria, y su perfeccionamiento por la

introducción de las máquinas automáticas (selfacting ) y otras mejores en la década de 1820.

Sin embargo, no se produjeron nuevas revoluciones técnicas. La mulé siguió siendo la base de la

hilatura británica en tanto que la continua de anillos (ringspinning ) —inventada hacia 1840 y

generalizada actualmente— se dejó a los extranjeros. El telar mecánico dominó el tejido. La aplastante

superioridad mundial conseguida en esta época por el Lancashire había empezado a hacerlo

técnicamente conservador aunque sin llegar al estancamiento.

La tecnología de la manufactura algodonera fue pues muy sencilla, como también lo fueron, como

veremos, la mayor parte del resto de los cambios que colectivamente produjeron la Revolución

industrial. Esa tecnología requería pocos conocimientos científicos o una especialización técnica

superior a la mecánica práctica de principios del siglo XVIII. Apenas si necesitó la potencia de vapor

con rapidez y en mayor extensión que otras industrias (excepto la minería y la metalurgia), en 1838 una

cuarta parte de su energía procedía aún del agua. Esto no significa ausencia de capacidades científicas o

falta de interés de los nuevos industriales en la revolución técnica; por el contrario, abundaba la

innovación científica, que se aplicó rápidamente a cuestiones prácticas por científicos que aún se

negaban a hacer distinción entre pensamiento "puro" y "aplicado". Los industriales aplicaron estas

innovaciones con gran rapidez, donde fue necesario o ventajoso, y, sobre todo, elaboraron sus métodos

de producción a partir de un racionalismo riguroso, hecho señaladamente característico de una época

científica. Los algodoneros pronto aprendieron a construir sus edificios con una finalidad puramente

funcional (un observador extranjero reñido con la modernidad sostuvo que "a menudo a costa de

sacrificar la belleza externa") (4) y a partir de 1805 alargaron la jornada laboral iluminando sus fábricas

con gas. (Los primeros experimentos de iluminación con gas no se remontan a más allá de 1792).

Blanquearon y tiñeron los tejidos echando mano de las invenciones más recientes de la química, ciencia

que puede decirse cristalizó entre 1770 y 1780, con el advenimiento de la Revolución industrial. No

obstante, la industria química que floreció en Escocia hacia 1800 sobre esta base se remonta a

Berthollet, quien en 1786 había sugerido a James Watt el uso del cloro para blanquear los tejidos.

La primera etapa de la Revolución industrial fue técnicamente un tanto primitiva no porque no se

dispusiera de mejor ciencia y tecnología, o porque la gente no tuviera interés en ellas, o no se les

convenciera de aceptar su concurso. Lo fue tan sólo porque, en conjunto, la aplicación de ideas y

recursos sencillos (a menudo ideas viejas de siglos), normalmente nada caras, podía producir resultados

sorprendentes. La novedad no radicaba en las innovaciones, sino en la disposición mental de la gente

práctica para utilizar la ciencia y la tecnología que durante tanto tiempo habían estado a su alcance y en

el amplio mercado que se abría a los productos, con la rápida caída de costos y precios. No radicaba en

el florecímiento del genio inventivo individual, sino en la situación política que encaminaba el

pensamiento de los hombres hacia problemas solubles.

Esta situación fue muy afortunada ya que dio a la Revolución industrial inicial un impulso inmenso,

quizás esencial, y la puso al alcance de un cuerpo de empresarios y artesanos cualificados, no

especialmente ilustrados o sutiles, ni ricos en demasía que se movían en una economía floreciente y en

expansión cuyas oportunidades podían aprovechar con facilidad. En otras palabras, esta situación

minimizó los requisitos básicos de especialización, de capital, de finanzas a gran escala o de

organización y planificación gubernamentales sin lo cual ninguna industrialización es posible.

Consideremos, por vía de contraste, la situación del país "en vías de desarrollo" que se apresta a realizar

su propia revolución industrial. La andadura más elemental —digamos, por ejemplo, la construcción de

un adecuado sistema de transporte— precisa un dominio de la ciencia y la tecnología impensable hasta

hace cuatro días para las capacidades habituales de no más de una pequeña parte de la población. Los

aspectos más característicos de la producción moderna —por ejemplo la fabricación de vehículos a

motor— son de unas dimensiones y una complejidad desconocidas para la experiencia de la mayoría

de la pequeña clase de negociantes locales aparecida hasta ese momento, y requieren una inversión

inicial muy alejada de sus posibilidades independientes de acumulación de capital. Aun las menores

capacidades y hábitos que damos por descontados en las sociedades desarrolladas, pero cuya ausencia

las desarticularía, son escasos en tales países: alfabetismo, sentido de la puntualidad y la regularidad,

canalización de las rutinas, etc. Por poner un solo ejemplo: en el siglo XVIII aún era posible desarrollar

una industria minera del carbón socavando pozos relativamente superficiales y galerías laterales,

utilizando para ello hombres con zapapicos y transportando el carbón a la superficie por medio de

vagonetas a mano o tiradas por jamelgos y elevando el mineral en cestos (5). Hoy en día sería

completamente imposible explotar de este modo los pozos petrolíferos, en competencia con la

gigantesca y compleja industria petrolera internacional.

De modo similar, el problema crucial para el desarrollo económico de un país atrasado hoy en día es,

con frecuencia, el que expresaba Stalin, gran conocedor de esta cuestión: "Los cuadros son quienes lo

deciden todo". Es mucho más fácil encontrar el capital para la construcción de una industria moderna

que dirigirla; mucho más fácil montar una comisión central de planificación con el puñado de titulados

universitarios que pueden proporcionar la mayoría de los países, que adquirir la gente con capacidades

intermedias, competencia técnica y administrativa, etc., sin las que cualquier economía moderna se

arriesga a diluirse en la ineficacia.

Las economías atrasadas que han logrado industrializarse han sido aquellas que han hallado el modo de

multiplicar esos cuadros, y de utilizarlos en el contexto de una población general que aún carecía de las

capacidades y hábitos de la industria moderna. En este aspecto, la historia de la industrialización de Gran

Bretaña ha sido irrelevante para sus necesidades, porque a Gran Bretaña el problema apenas la afectó.

En ninguna etapa conoció la escasez de gentes competentes para trabajar los metales, y tal como se

infiere del uso inglés de la palabra "ingeniero" (engineer = maquinista) los técnicos más cualificados

podían reclutarse rápidamente de entre los hombres con experiencia práctica de taller (6).

Gran Bretaña se las arregló incluso sin un sistema de enseñanza elemental estatal hasta 1870, ni de

enseñanza media estatal hasta después de 1902.

La vía británica puede ilustrarse mejor con un ejemplo. El más grande de los primeros industriales del

algodón fue sir Robert Peel (17501830), quien a su muerte dejó una fortuna de casi millón y medio de

libras —una gran suma para aquellos días— y un hijo a punto de ser nombrado primer ministro. Los

Peel eran una familia de campesinos yeomen de mediana condición quienes, como muchos otros en las

colinas de Lancashire, combinaron la agricultura con la producción textil doméstica desde mediados del

siglo XVII. El padre de sir Robert (17231795) vendía aún sus mercancías en el campo, y no se fue a

vivir a la ciudad de Blackburn hasta 1750, fecha en que todavía no había abandonado por completo las

tareas agrícolas. Tenía algunos conocimientos no técnicos, cierto ingenio para los proyectos sencillos y

para la invención (o, por lo menos, el buen sentido de apreciar las invenciones de hombres como su

paisano James Hargreaves, tejedor, carpintero e inventor de la spinningjenny), y tierras por un valor

aproximado de 2.000 a 4.000 libras esterlinas, que hipotecó a principios de la década de 1760 para

construir una empresa dedicada a la estampación de indianas con su cuñado Haworth y un tal Yates,

quien aportó los ahorros acumulados de sus negocios familiares como fondista en el Black Bull. La

familia tenía experiencia: varios de sus miembros trabajaban en el ramo textil, y el futuro de la

estampación de indianas, hasta entonces especialidad londinense, parecía excelente. Y, en efecto, lo fue.

Tres años después —a mediados de la década de 1760— sus necesidades de algodón para estampar

fueron tales que la firma se dedicó ya a la fabricación de sus propios tejidos; hecho que, como

observaría un historiador local, "es buena prueba de la facilidad con que se hacía dinero en aquellos

tiempos" (7) Los negocios prosperaron y se dividieron: Peel permaneció en Blackburn, mientras que

sus dos socios se trasladaron a Bury donde se les asociaría en 1772 el futuro sir Robert con algún

respaldo inicial, aunque modesto, de su padre.

Al joven Peel apenas le hacía falta esta ayuda. Empresario de notable energía, sir Robert no tuvo

dificultades para obtener capital adicional asociándose con prohombres locales ansiosos de invertir en la

creciente industria, o simplemente deseosos de colocar su dinero en nuevas ciudades y sectores de la

actividad industrial. Sólo la sección de estampados de la empresa iba a obtener rápidos beneficios del

orden de unas 70.000 libras al año durante largos períodos, por lo que nunca hubo escasez de capital.

Hacia mediados de la década de 1780 era ya un negocio muy sustancioso, dispuesto a adoptar

cualesquiera innovaciones provechosas y útiles, como las máquinas de vapor. Hacia 1790 —a la edad

de cuarenta años y sólo dieciocho después de haberse iniciado en los negocios— Robert Peel era

"baronet", miembro del Parlamento y reconocido representante de una nueva clase: los industriales (8).

Peel difería de otros esforzados empresarios del Lancashire, incluyendo algunos de sus socios,

principalmente en que no se dejó mecer en la cómoda opulencia —cosa que podía haber hecho

perfectamente hacia 1785—, sino que se lanzó a empresas cada vez más atrevidas como capitán de

industria. Cualquier miembro de la clase media rural del Lancashire dotado de modestos talento y

energía comerciales que se metiera en los negocios de algodón cuando lo hizo Peel, difícilmente hubiera

esperado conseguir mucho dinero con rapidez. Es quizá característico del sencillo concepto de los

negocios de Peel el hecho de que durante muchos años después de que su empresa iniciase la

estampación de indianas, no dispusiera de un "taller de dibujo"; es decir, Peel se contentó con el mínimo

imprescindible para diseñar los patrones sobre los que se asentaba su fortuna. Cierto es que en aquella

época se vendía prácticamente todo, especialmente al cliente nada sofisticado nacional y extranjero.

Entre los lluviosos campos y aldeas del Lancashire apareció así, con notable rapidez y facilidad, un

nuevo sistema industrial basado en una nueva tecnología, aunque, como hemos visto, surgió por una

combinación de la nueva y de la antigua. Aquélla prevaleció sobre ésta. El capital acumulado en la

industria sustituyó a las hipotecas rurales y a los ahorros de los posaderos, los ingenieros a los inventivos

constructores de telares, los telares mecánicos a los manuales, y un proletariado fabril a la combinación

de unos pocos establecimientos mecanizados con una masa de trabajadores domésticos dependientes.

En las décadas posteriores a las guerras napoleónicas los viejos elementos de la nueva industrialización

fueron retrocediendo gradualmente y la industria moderna pasó a ser, de conquista de una minoría

pionera, a la norma de vida del Lancashire. El número de telares mecánicos de Inglaterra pasó de 2.400

en 1813 a 55.000 en 1829, 85.000 en 1833 y 224.000 en 1850, mientras que el número de tejedores

manuales, que llegó a alcanzar un máximo de 250.000 hacia 1820, disminuyó hasta unos 100.000 hacia

1840 y a poco más de 50.000 a mediados de la década de 1850. No obstante, sería desatinado

despreciar el carácter aún relativamente primitivo de esta segunda fase de transforma ción y la herencia

de arcaísmo que dejaba atrás.

Hay que mencionar dos consecuencias de lo que antecede. La primera hace referencia a la

descentralizada y desintegrada estructura comercial de la industria algodonera (al igual que la mayoría

de las otras industrias decimonónicas británicas), producto de su emergencia a partir de las actividades

no planificadas de unos pocos. Surgió, y así se mantuvo durante mucho tiempo, como un complejo de

empresas de tamaño medio altamente especializadas (con frecuencia muy localizadas): comerciantes de

varias clases, hiladores, tejedores, tintoreros, acabadores, blanqueadores, estampadores, etc., con

frecuencia especializados incluso dentro de sus ramos, vinculados entre sí por una compleja red de

transacciones comerciales individuales en "el mercado". Semejante forma de estructura comercial tiene

la ventaja de la flexibilidad y se presta a una rápida expansión inicial, pero en fases posteriores del

desarrollo industrial, cuando las ventajas técnicas y económicas de planificación e integración son

mucho mayores, genera rigideces e ineficacias considerables. La segunda consecuencia fue el desarrollo

de un fuerte movimiento de asociación obrera en una industria caracterizada normalmente por una

organización laboral inestable o extremadamente débil, ya que empleaba una fuerza de trabajo

consistente sobre todo en mujeres y niños, inmigrantes no cualificados, etc. Las sociedades obreras de la

industria algodonera del Lancashire se apoyaban en una minoría de hiladores (de mulé ) cualificados

masculinos que no fueron, o no pudieron ser, desalojados de su fuerte posición para negociar con los

patronos por fases de mecanización más avanzadas —los intentos de 1830 fracasaron— y que con el

tiempo consiguieron organizar a la mayoría no cualificada que les rodeaba en asociaciones

subordinadas, principalmente porque éstas estaban formadas por sus mujeres e hijos. Así pues el

algodón evolucionó como industria fabril organizada a partir de una suerte de métodos gremiales de

artesanos, métodos que triunfaron porque en su fase crucial de desarrollo la industria algodonera fue un

tipo de industria fabril muy arcaico.

Sin embargo, en el contexto del siglo XVIII fue una industria revolucionaria, hecho que no debe

olvidarse una vez aceptadas sus características transicionales y persistente arcaísmo. Supuso una nueva

relación económica entre las gentes, un nuevo sistema de producción, un nuevo ritmo de vida, una

nueva sociedad, una nueva era histórica. Los contemporáneos eran conscientes de ello casi desde el

mismo punto de partida:

Como arrastradas por súbita corriente, desaparecieron las constitildones y limitaciones medievales

que pesaban sobre la industria, y los estadistas se maravillaron del grandioso fenómeno que no podían

comprender ni seguir. La maquina obediente servía la voluntad del hombre. Pero como la maquinaria

redujo el potencial humano, el capital triunfó sobre el trabajo y creó una nueva forma de esclavitud [...]

La mecanización y la minuciosa división del trabajo disminuyen la fuerza e inteligencia que deben

tener las masas, y la concurrencia reduce sus salarios al mínimo necesario para subsistir. En tiempos

de crisis acarreadas por la saturación de los mercados, que cada vez se dan con más frecuencia, los

salarios descienden por debajo de este mínimo de subsistencia. A menudo el trabajo cesa totalmente

durante algún tiempo [...] y una masa de hombres miserables queda expuesta al hambre y a las

torturas de la penuria (9).

Estas palabras —curiosamente similares a las de revolucionarios socialistas tales como Friedrich

Engels— son las de un negociante liberal alemán que escribía hacia 1840. Pero aun una generación

antes otro industrial algodonero había subrayado el carácter revoracionario del cambio en sus

Observations on the Effect of the Manufacturing System (1815):

La difusión general de manufacturas a través de un país [escribió Robert Owen] engendra un nuevo

carácter en sus habitantes; y como que este carácter está basado en un principio completamente

desfavorable para la felicidad individual o general, acarreará los males más lamentables y

permanentes, a no ser que su tendencia sea contrarrestada por la ingerencia y orientación legislativas.

El sistema manufacturero ya ha extendido tanto su influencia sobre el Imperio británico como para

efectuar un cambio esencial en el carácter general de la masa del pueblo.

El nuevo sistema que sus contemporáneos veían ejemplificado sobre todo en el Lancashire, se

componía, o eso les parecía a ellos, de tres elementos. El primero era la división de la población

industrial entre empresarios capitalistas y obreros que no tenían más que su fuerza de trabajo, que

vendían a cambio de un salario. El segundo era la producción en la "fábrica", una combinación de

máquinas especializadas con trabajo humano especializado, o, como su primitivo teórico, el doctor

Andrew Ure, las llamó, "un gigantesco autómata compuesto de varios órganos mecánicos e

intelectuales, que actúan en ininterrumpido concierto [...] y todos ellos subordinados a una fuerza motriz

que se regula por sí misma" (10). El tercero era la sujeción de toda la economía —en realidad de toda la

vida— a los fines de los capitalistas y la acumulación de beneficios. Algunos de ellos —aquellos que no

veían nada fundamentalmente erróneo en el nuevo sistema— no se cuidaron de distinguir entre sus

aspectos técnicos y sociales. Otros —aquellos que se veían atrapados en el nuevo sistema contra su

voluntad y no obtenían de él otra cosa que la pobreza, como aquel tercio de la población de Blackburn

que en 1833 vivía con unos ingresos familiares de cinco chelines y seis peniques semanales (o una cifra

media de alrededor de un chelín por persona)— (11) estaban tentados de rechazar ambos. Un tercer

grupo —Robert Owen fue su portavoz más caracterizado— separaba la industrialización del

capitalismo. Aceptaba la Revolución industrial y el progreso técnico como portadores de saberes y

abundancia para todos. Rechazaba su forma capitalista como generadora de la explotación y la pobreza

extrema.

Es fácil, y corriente, criticar en detalle la opinión contemporánea, porque la estructura del industrialismo

no era de ningún modo tan "moderna" como sugería incluso en vísperas de la era del ferrocarril, por no

hablar ya del año de Waterloo. Ni el "patrono capitalista" ni el "proletario" eran corrientes en estado

puro. Las "capas medias de la sociedad" (no comenzaron a llamarse a sí mismas "clase media" hasta el

primer tercio del siglo XIX) estaban compuestas por gentes deseosas de hacer beneficios, pero sólo

había una minoría dispuesta a aplicar a la obtención de beneficios toda la insensible lógica del progreso

técnico y el mandamiento de "comprar en el mercado más barato y vender en el más caro". Estaban

llenas de gentes que vivían tan sólo del trabajo asalariado, a pesar de un nutrido grupo compuesto aún

por versiones degeneradas de artesanos antiguamente independientes, pegujaleros en busca de trabajo

para sus horas libres, minúsculos empresarios que disponían de tiempo, etc. Pero había pocos operarios

auténticos. Entre 1778 y 1830 se produjeron constantes revueltas contra la expansión de la maquinaria.

Que esas revueltas fueran con frecuencia apoyadas cuando no instigadas por los negociantes y

agricultores locales, muestra lo restringido que era aún el sector "moderno" de la economía, ya que

quienes estaban dentro de él tendían a aceptar, cuando no a saludar con alborozo, el advenimiento de la

máquina. Los que trataron de detenerlo fueron precisamente los que no estaban dentro de él. El hecho

de que en conjunto fracasaran demuestra que el sector "moderno" estaba dominando en la economía.

Había que esperar a la tecnología de mediados del presente siglo para que fueran viables los sistemas

semiautomáticos en la producción fabril que los filósofos del "talento del vapor" de la primera mitad del

siglo XIX habían previsto con tanta satisfacción y que columbraban en los imperfectos y arcaicos

obradores de algodón de su tiempo. Antes de la llegada del ferrocarril, probablemente no existió

ninguna empresa (excepto quizá fábricas de gas o plantas químicas) que un ingeniero de producción

moderno pudiera considerar con algún interés más allá del puramente arqueológico. Sin embargo, el

hecho de que los obradores de algodón inspiraran visiones de obreros hacinados y deshumanizados,

convertidos en "operarios" o "mano de obra" antes de ser eximidos en todas partes por la maquinaria

automática, es igualmente significativo. La "fábrica", con su lógica dinámica de procesos cada máquina

especializada atendida por un "brazo" especializado, vinculados todos por el inhumano y constante

ritmo de la "máquina" y la disciplina de la mecanización—, iluminada por gas, rodeada de hierros y

humeante, era una forma revolucionaria de trabajar. Aunque los salarios de las fábricas tendían a ser

más altos que los que se conseguían con las industrias domésticas (excepto aquellas de obreros muy

cualificados y versátiles), los obreros recelaban de trabajar en ellas, porque al hacerlo perderían su más

caro patrimonio: la independencia. Esta es una razón que explica la captación de mujeres y niños —más

manejables— para trabajar en las fábricas: en 1838 sólo un 23 por ciento de los obreros textiles eran

adultos.

Ninguna otra industria podía compararse con la del algodón en esta primera fase de la industrialización

británica. Su proporción en la renta nacional quizá no era impresionante —alrededor del siete o el ocho

por ciento hacia el final de las guerras napoleónicas— pero sí mayor que la de otras industrias. La

industria algodonera comenzó su expansión y siguió creciendo más rápidamente que el resto, y en cierto

sentido su andadura midió la de la economía (12). Cuando el algodón se desarrolló a la notable

proporción del seis al siete por ciento anual, en los veinticinco años siguientes a Waterloo, la expansión

industrial británica estaba en su apogeo.

Cuando el algodón dejó de expansionarse —como sucedió en el último cuarto de siglo XIX al bajar su

tasa de crecimiento al 0,7 por ciento anual— toda la industria británica se tambaleó. La contribución de

la industria algodonera a la economía internacional de Gran Bretaña fue todavía más singular. En las

décadas postnapoleónicas los productos de algodón constituían aproximadamente la mitad del valor de

todas las exportaciones inglesas y cuando éstas alcanzaron su cúspide (a mediados de la década de

1830) la importación de algodón en bruto alcanzó el 20 por ciento de las importaciones netas totales. La

balanza de pagos británica dependía propiamente de los azares de esta única industria, así como también

del transporte marítimo y del comercio ultramarino en general. Es casi seguro que la industria

algodonera contribuyó más a la acumulación de capital que otras industrias, aunque sólo fuera porque

su rápida mecanización y el uso masivo de mano de obra barata (mujeres y niños) permitió una

afortunada transferencia de ingresos del trabajo al capital. En los veinticinco años que siguieron a 1820

la producción neta de la industria creció alrededor del 40 por ciento (en valores), mientras que su

nómina sólo lo hizo en un cinco por ciento.

Difícilmente hace falta poner de relieve que el algodón estimuló la industrialización y la revolución

tecnológica en general. Tanto la industria química como la construcción de máquinas le son deudoras:

hacia 1830 sólo los londinenses disputaban la superioridad de los constructores de máquinas de

Lancashire. En este aspecto la industria algodonera no fue singular y careció de la capacidad directa de

estimular lo que, como analistas de la industrialización, sabemos más necesitaba del estímulo, es decir,

las industrias pesadas de base como carbón, hierro y acero, a las que no proporcionó un mercado

excepcionalmente grande. Por fortuna el proceso general de urbanización aportó un estímulo sustancial

para el carbón a principios del siglo XIX como había hecho en el XVIII. En 1842 los hogares británicos

aún consumían dos tercios de los recursos internos de carbón, que se elevaban entonces a unos 30

millones de toneladas, más o menos dos tercios de la producción total del mundo occidental. La

producción de carbón de la época seguía siendo primitiva: su base inicial había sido un hombre en

cuclillas que picaba mineral en un corredor subterráneo, pero la dimensión misma de esa producción

forzó a la minería a emprender el cambio técnico: bombear las minas cada vez más profundas y sobre

todo transportar el mineral desde las vetas carboníferas hasta la bocamina y desde aquí a los puertos y

mercados. De este modo la minería abrió el camino a la máquina de vapor mucho antes de James Watt,

utilizó sus versiones mejoradas para caballetes de cabria a partir de 1790 y sobre todo inventó y

desarrolló el ferrocarril. No fue accidental que los constructores, maquinistas y conductores de los

primeros ferrocarriles procedieran con tanta frecuencia de las riberas del Tyne: empezando por George

Stephenson. Sin embargo, el barco de vapor, cuyo desarrollo es anterior al del ferrocarril, aunque su uso

generalizado llegará más tarde, nada debe a la minería.

El hierro tuvo que afrontar dificultades mayores. Antes de la Revolución industrial, Gran Bretaña no

producía hierro ni en grandes cantidades ni de calidad notable, y en la década de 1780 su demanda total

difícilmente debió haber superado las 100.000 toneladas (13). La guerra en general y la flota en

particular proporcionaron a la industria del hierro constantes estímulos y un mercado intermitente; el

ahorro de combustible le dio un incentivo permanente para la mejora técnica. Por estas razones, la

capacidad de la industria del hierro —hasta la época del ferrocarril— tendió a ir por delante del

mercado, y sus rápidas eclosiones se vieron seguidas por prolongadas depresiones que los industriales

del hierro trataron de resolver buscando desesperadamente nuevos usos para su metal, y de paliar por

medio de cárteles de precios y reducciones en la producción (la Revolución industrial apenas si afectó al

acero). Tres importantes innovaciones aumentaron su capacidad: la fundición de hierro con carbón de

coque (en lugar de carbón vegetal), las invenciones del pudelaje y laminado, que se hicieron de uso

común hacia 1780, y el horno con inyección de aire caliente de James Neilson a partir de 1829.

Asimismo estas innovaciones fijaron la localización de la industria junto a las carboneras. Después de

las guerras napoleónicas, cuando la industrialización comenzó a desarrollarse en otros países, el hierro

adquirió un importante mercado de exportación: entre el quince y el veinte por ciento de la producción

ya podía venderse al extranjero. La industrialización británica produjo una variada demanda interior de

este metal, no sólo para máquinas y herramientas, sino también para construir puentes, tuberías,

materiales de construcción y utensilios domésticos, pero aun así la producción total siguió estando muy

por debajo en lo que hoy consideraríamos necesario para una economía industrial, especialmente si

pensamos que los metales no ferrosos eran entonces de poca importancia. Probablemente nunca llegó a

medio millón de toneladas antes de 1820, y difícilmente a 700.000 en su apogeo previo al ferrocarril, en

1828.

El hierro sirvió de estimulante no sólo para todas las industrias que lo consumían sino también para el

carbón (del que consumía alrededor de una cuarta parte de la producción en 1842), la máquina de vapor

y, por las mismas razones que el carbón, el transporte. No obstante, al igual que el carbón, el hierro no

experimentó su revolución industrial real hasta las décadas centrales del siglo XIX, o sea unos 50 años

después del algodón; mientras que las industrias de productos para el consumo poseen un mercado de

masas incluso en las economías preindustriales, las industrias de productos básicos sólo adquieren un

mercado semejante en economías ya industrializadas o en vías de industrialización. La era del ferrocarril

fue la que triplicó la producción de carbón y de hierro en veinte años y la que creó virtualmente una

industria del acero (14).

Es evidente que tuvo lugar un notable crecimiento económico generalizado y ciertas transformaciones

industriales, pero todavía no una revolución industrial. Un gran número de industrias, como las del

vestido (excepto géneros de punto), calzado, construcción y enseres domésticos, siguieron trabajando

según las pautas tradicionales, aunque utilizando esporádicamente los nuevos materiaIes. Trataron de

satisfacer la creciente demanda recurriendo a un sistema similar al "doméstico", que convirtió a

artesanos independientes en mano de obra sudorosa, empobrecida y cada vez más especializada,

luchando por la supervivencia en los sótanos y buhardillas de las ciudades. La industrialización no creó

fábricas de vestidos y ajuares, sino que produjo la conversión de artesanos especializados y organizados

en obreros míseros, y levantó aquellos ejércitos de costureras y camiseras tuberculosas e indigentes que

llegaron a conmover la opinión de la clase media, incluso en aquellos tiempos tan insensibles.

Otras industrias mecanizaron sumariamente sus pequeños talleres y los dotaron de algún tipo de energía

elemental, como el vapor, sobre todo en la multitud de pequeñas industrias del metal tan características

de Sheffield y de las Midlands, pero sin cambiar el carácter artesanal o doméstico de su producción.

Algunos de estos complejos de pequeños talleres relacionados entre sí eran urbanos, como sucedía en

Sheffield y Birmingham, otros rurales, como en las aldeas perdidas de "Black Country"; algunos de sus

obreros eran viejos artesanos especializados, organizados y orgullosos de su gremio (como sucedía en

las cuchillerías de Sheffield) (15). Hubo pueblos que degeneraron progresivamente hasta convertirse en

lugares atroces e insanos de hombres y mujeres que se pasaban el día elaborando clavos, cadenas y

otros artículos de metal sencillos. (En Dudley, Worcestershire, la esperanza media de vida al nacer era,

en 18411850, de dieciocho años y medio). Otros productos, como la alfarería, desarrollaron algo

parecido a un primitivo sistema fabril o unos establecimientos a gran escala —relativa— basados en

una cuidados división interior del trabajo. En conjunto, sin embargo, y a excepción del algodón y de los

grandes establecimientos característicos del hierro y del carbón, el desarrollo de la producción en

fábricas mecanizadas o en establecimiento análogos tuvo que esperar hasta la segunda mitad del siglo

XIX, y aun entonces el tamaño medio de la planta o de la empresa fue pequeño. En 1851, 1.670

industriales del algodón disponían de más establecímientos (en los que trabajaban cien hombres o más)

que el total conjunto de los 41.000 sastres, zapateros, constructores de máquinas, constructores de

edificios, constructores de carreteras, curtidores, manufactureros de lana, estambre y seda, molineros,

encajeros y alfareros que indicaron al censo del tamaño de sus establecimientos.

Una industrialización así limitada, y basada esencialmente en un sector de la industria textil, no era ni

estable ni segura. Nosotros, que podemos contemplar el período que va de 1780 a 1840 a la luz de

evoluciones posteriores, la vemos simplemente como fase inicial del capitalismo industrial. ¿Pero no

podía haber sido también su fase final? La pregunta parece absurda porque es evidente que no lo fue,

pero no hay que subestimar la inestabilidad y tensión de esta fase inicial —especialmente en las tres

décadas después de Waterloo— y el malestar de la economía y de aquellos que creían seriamente en su

futuro. La Gran Bretaña industrial primeriza atravesó una crisis, que alcanzó su punto culminante en la

década de 1830 y primeros años de 1840. El hecho de que no fuera en absoluto una crisis "final" sino

tan sólo una crisis de crecimiento, no debe llevarnos a subestimar su gravedad, como han hecho con

frecuencia los historiadores de la economía (no los de la sociedad) (16).

La prueba más clara de esta crisis fue la marea de descontento social que se abatió sobre Gran Bretaña

en oleadas sucesivas entre los últimos años de las guerras y la década de 1840: luditas y radicales,

sindicalistas y socialistas utópicos, demócratas y cartistas. En ningún otro período de la historia moderna

de Gran Bretaña, experimentó el pueblo llano una insatisfacción tan duradera, profunda y, a menudo,

desesperada. En ningún otro período desde el siglo XVII podemos calificar de revolucionarias a

grandes masas del pueblo, o descubrir tan sólo un momento de crisis política (entre 1830 y la Ley de

Reforma de 1832) en que hubiera podido surgir algo semejante a una situación revolucionaria. Algunos

historiadores han tratado de explicar este descontento argumentando que simplemente las condiciones

de vida de los obreros (excepción hecha de una minoría deprimida) mejoraban menos de prisa de lo que

les había hecho esperar las doradas perspectivas de la industrialización. Pero la "revolución de las

expectativas crecientes" es más libresca que real.

Conocemos numerosos ejemplos de gentes dispuestas a levantar barricadas porque aún no han podido

pasar de la bicicleta al automóvil (aunque es probable que su grado de militancia aumente si, una vez

han conocido la bicicleta, se empobrecen hasta el extremo de no poder ya comprarla). Otros

historiadores han sostenido, más convincentemente, que el descontento procede tan sólo de las

dificultades de adaptación a un nuevo tipo de sociedad. Pero incluso para esto se requiere una

excepcional situación de penuria económica —como pueden demostrar los archivos de emigración a

Estados Unidos— para que las gentes comprendan que no ganan nada a cambio de lo que dan. Este

descontento, que fue endémico en Gran Bretaña en estas décadas, no se da sin la desesperanza y el

hambre. Por aquel entonces, había bastante de ambas.

La pobreza de los ingleses fue en sí misma un factor importante en las dificultades económicas del

capitalismo, ya que fijó límites reducidos en el tamaño y expansión del mercado interior para los

productos británicos.

Esto se hace evidente cuando contrastamos el elevado aumento del consumo per capita de

determinados productos de uso general después de 1840 (durante los "años dorados" de los Victorianos)

con el estancamiento de su consumo anterior. El inglés medio consumía entre 1815 y 1844 menos de 9

kg de azúcar al año; en la década de 1830 y primeros años de los cuarenta, alrededor de 7 kg pero en los

diez años que siguieron a 1844 su consumo se elevó a 15 kg anuales; en los treinta años siguientes a

1844 a 24 kg y hacia 1890 consumía entre 36 y 40 kg. Sin embargo, ni la teoría económica, ni la

práctica económica de la primera fase de la Revolución industrial se cimentaban en el poder adquisitivo

de la población obreras, cuyos salarios, según el consenso general, no debían estar muy alejados del

nivel de subsistencia. Si por algún azar (durante los "booms" económicos) un sector de los obreros

ganaba lo suficiente para gastar su dinero en el mismo tipo de productos que sus "mejores", la opinión

de clase media se encargaba de deplorar o ridiculizar aquella presuntuosa falta de sobriedad. Las

ventajas económicas de los salarios altos, ya como incentivos para una mayor productividad ya como

adiciones al poder adquisitivo, no fueron descubiertas hasta después de mediado el siglo, y aun entonces

sólo por una minoría de empresarios adelantados e ilustrados como el contratista de ferrocarriles

Thomas Brassey. Hasta 1869 John Stuart Mili, cancerbero de la ortodoxia económica, no abandonó la

teoría del "fondo de salarios", es decir una teoría de salarios de subsistencia (17).

Por el contrario, tanto la teoría como la práctica económicas hicieron hincapié en la crucial importancia

de la acumulación de capital por los capitalistas, es decir del máximo porcentaje de beneficios y la

máxima transferencia de ingresos de los obreros (que no acumulaban) a los patronos. Los beneficios,

que hacían funcionar la economía, permitían su expansión al ser reinvertidos: por lo tanto, debían

incrementarse a toda costa (18). Esta opinión descansaba en dos supuestos: a) que el progreso industrial

requería grandes inversiones y b) que sólo se obtendrían ahorros insuficientes si no se mantenían bajos

los ingresos de las masas no capitalistas. El primero de ellos era más cierto a largo plazo que en aquellos

momentos. Las primeras fases de la Revolución industrial (digamos que de 1780 a 1815) fueron, como

hemos visto, limitadas y relativamente baratas.

La formación de capital bruto puede haber llegado a no más del siete por ciento de la renta nacional a

principios del siglo XIX, lo que está por debajo del índice del 10 por ciento que algunos economistas

consideran como esencial para la industrialización hoy en día, y muy por debajo de las tasas de más del

30 por ciento que han podido hallarse en las rápidas industrializaciones de algunos países o en la

modernización de los ya adelantados. Hasta las décadas de 1830 y 1840 la formación de capital bruto en

Gran Bretaña no pasó del umbral del 10 por ciento, y por entonces la era de la industrialización (barata)

basada en artículos como los tejidos hacía cedido el paso a la era del ferrocarril, del carbón, del hierro y

del acero. El segundo supuesto de que los salarios debían mantenerse bajos era completamente erróneo,

pero tenía alguna plausibilidad inicial dado que las clases más ricas y los mayores inversores potenciales

del período —los grandes terratenientes y los intereses mercantiles y financieros— no invertían de

modo sustancial en las nuevas industrias. Los industriales del algodón y otros industriales en ciernes se

vieron pues obligados a reunir un pequeño capital inicial y a ampliarlo reinvirtiendo los beneficios, no

por falta de capitales disponibles, sino tan sólo porque tenían poco acceso al dinero en grande. Hacia

1830, seguía sin haber escasez de capital en ningún sitio (19).

Dos cosas, sin embargo, traían de cabeza a los negociantes y economistas del siglo XIX: el monto de

sus beneficios y el índice de expansión de sus mercados. Ambas les preocupaban por igual aunque hoy

en día nos sintamos inclinados a prestar más atención a la segunda que a la primera. Con la

industrialización la producción se multiplicó y el precio de los artículos acabados cayó

espectacularmente. (Dada la tenaz competencia entre productores pequeños y a media escala, rara vez

podían mantenerse artificialmente altos por cárteles o acuerdos similares para fijar precios o restringir la

producción). Los costos de producción no se redujeron —la mayoría no se podían— en la misma

proporción. Cuando el clima económico general pasó de una inflación de precios a largo término a una

deflación subsiguiente a las guerras aumentó la presión sobre los márgenes de beneficio, ya que con la

inflación los beneficios disfrutaron de un alza extra (20) y con la deflación experimentaron un ligero

retroceso.

Al algodón le afectó sensiblemente esta compresión de su tasa de beneficios:

Costo y precio de venta de una libra de algodón hilado (21) Año Materias primas Precio de venta Margen para otros costos y beneficios

1784 2 s. 10 s. 11 d. 8 s. 11 d.

1812 1 s. 6 d. 2 s. 6 d. 1 s.

1832 7,5 d. 11, 25 d. 3,75 d.

Nota: £ = libra esterlina, s. = chelines, d. = peniques.

Por supuesto, cien veces cuatro peniques era más dinero que sólo once chelines, pero ¿qué pasaba

cuando el índice de beneficios caía hasta cero, llevando así el vehículo de la expansión económica al

paro a través del fracaso de su máquina y creando aquel "estado estacionario" que tanto temían los

economistas?

Si se parte de una rápida expansión de los mercados, la perspectiva nos parece irreal, como también se

lo pareció cada vez más (quizá a partir de 1830) a los economistas. Pero los mercados no estaban

creciendo con la rapidez suficiente como para absorber la producción al nivel de crecimiento a que la

economía estaba acostumbrada. En el interior crecían lentamente, lentitud que se agudizó, con toda

probabilidad, en los hambrientos años treinta y principios de los cuarenta. En el extranjero los países en

vías de desarrollo no estaban dispuestos a importar tejidos británicos (el proteccionismo británico aún les

ayudó), y los no desarrollados, sobre los que se apoyaba la industria algodonera, o no eran lo bastante

grandes o no crecían con la rapidez suficiente como mercados capaces de absorber la producción

británica. En las décadas postnapoleónicas, las cifras de la balanza de pagos nos ofrecen un

extraordinario espectáculo: la única economía industrial del mundo, y el único exportador importante de

productos manufacturados, es incapaz de soportar un excedente para la exportación en su comercio de

mercaderías (véase infra , cap. 7). Después de 1826 el país experimentó un déficit no sólo en el

comercio, sino también en los servicios (transporte marítimo, comisiones de seguros, beneficios en

comercio y servicios extranjeros, etc.) (22).

Ningún período de la historia británica ha sido tan tenso ni ha experimentado tantas conmociones

políticas y sociales como los años 30 y principios del 40 del siglo pasado, cuando tanto la clase obrera

como la clase media, por separado o unidas, exigieron la realización de cambios fundamentales. Entre

1829 y 1832 sus descontentos se coaligaron en la demanda de reforma parlamentaria, tras la cual las

masas recurrieron a disturbios y algaradas y los hombres de negocios al poder del boicot económico.

Después de 1832, una vez que los radicales de la clase media hubieron conseguido algunas de sus

demandas, el movimiento obrero luchó y fracasó en solitario. A partir de la crisis de 1837, la agitación

de clase media renació bajo la bandera de la liga contra la ley de cereales y la de las masas trabajadoras

estalló en el gigantesco movimiento por la Carta del Pueblo, aunque ahora ambas corrientes actuaban

con independencia y en oposición. En los dos bandos rivales, y especialmente durante la peor de las

depresiones decimonónicas, entre 1841 y 1842, se alimentaba el extremismo: los cartistas iban tras la

huelga general; los extremistas de clase media en pos de un lockout nacional que, al llenar las calles de

trabajadores hambrientos, obligaría al gobierno a pronunciarse. Las tensiones del período comprendido

entre 1829 y 1846 se debieron en gran parte a esta combinación de clases obreras desesperadas porque

no tenían lo suficiente para comer y fabricantes desesperados porque creían sinceramente que las

medidas políticas y fiscales del país estaban asfixiando poco a poco la economía. Tenían motivo de

alarma. En la década de 1830 el índice más tosco del progreso económico, la renta per capita real (que

no hay que confundir con el nivel de vida medio) estaba descendiendo por primera vez desde 1700. De

no hacer algo ¿no quedaría destruida la economía capitalista? ¿Y no estallaría la revuelta entre las masas

de obreros empobrecidas y desheredadas, como empezaba a temerse hacia 1840 en toda Europa? En

1840 el espectro del comunismo se cernía sobre Europa, como señalaron Marx y Engels atinadamente.

Aunque a este espectro se le temiera relativamente menos en Gran Bretaña, el de la quiebra económica

aterraba por igual a la clase media.

N o t a s

1. Ver "lecturas complementarias" y la nota I del capítulo 2. La obra de * P. Mantoux, The Industrial

Revolution in the 18th Century (hay traducción castellana: La Revolución industrial en el siglo XVIII,

Madrid, 1962) es todavía útil; la de T.S. Ashton, The Industrial Revolution (1948), breve y muy clara

(hay traducción castellana: La Revolución industrial, 1760-1830 , México, 1964). Para el algodón la

obra de A.P. Wadsworth y J.L. Mann, The Cotton Trade and Industrial Lancashire (1931), es básica,

pero termina en 1780. El libro de N. Smelser, Social Change in the Industrial Revolution (1959), toca el

tema del algodón, pero analiza otros muchos. Sobre empresarios e ingeniería son indispensables las

obras de Samuel Smiles, Lives of the Engineers , Industrial Biography , sobre el sistema de fábrica y El

Capital , de K. Marx. Ver también A. Redford, Labour Migration in England 18001850 (1926) y S.

Pollard, The Génesis of Modern Management (1965). Ver también las figuras 13, 7, 13, 1516, 22,

2728, 37.

2. Las poblaciones de las dos áreas urbanas en 1841 eran de unos 280.000 y 180.000 habitantes,

respectivamente.

3. No fue idea original del que la patentó, Richard Arkwright (17321792), un operario falto de

escrúpulos que se hizo muy rico a diferencia de la mayoría de los auténticos inventores de la época.

4. Fabriken Kommissarius, mayo de 1814, citado en J. Kuczynski, Geschichte der Lage der Arbeiter

unterKapitalismus (1964), vol. 23, p. 178.

5. No estoy diciendo con esto que para realizar tales trabajos no se requiriesen determinados

conocimientos y algunas técnicas concretas, o que la industria británica del carbón no poseyera o

desarrollase equipos más complicados y potentes, como la máquina de vapor 6. Esto vale tanto para el

obrero metalúrgico cualificado como para el técnico superior especializado, como por ejemplo el

ingeniero "industrial".

7. T. Barton, History of the Borough ofBury (1874), p. 59.

8. "Fue un afortunado ejemplar de una clase de hombres que, en el Lancashire se aprovecharon de los

descubrimientos de otros cerebros y de su propio ingenio y superior sacar partido de las peculiares

facilidades locales para fabricar y estampar artículos de algodón y de las necesidades y demandas que,

desde hacía medio siglo o quizá más, se producían por artículos manufacturados, consiguiendo llegar a

la opulencia sin poseer maneras refinadas, ni cultura, ni más allá de conocimientos comunes." P.A.

Whittle, Blackburn as ítis (1852), p. 262.

9. F. Harkort, Bemerkungen über die Híndemisse der Civilisation und Emancipation der unieren

Klassen (1844), citado en J. Kuczynski, op. cit., vol. 9, p. 127.

10. Andrew Ure, The Philosophy of Manufactures (1835) citado en K. Marx, El Capital , p. 419

(edición británica de 1938).

11. "En 1833 se llevó a cabo un cálculo singular sobre la renta de determinadas familias: la renta total de

1.778 familias (todas obreras) de Blackburn, que comprendía a 9.779 individuos, llegaba sólo a 828 £

19s. 7d." (P.A. Whittle, op. cit. , p. 223). Ver también el próximo capítulo 4.

12. Tasa de crecimiento de la producción industrial británica (aumento porcentual por década):

1800 a 1810 22,9

1810 a 1820 38,6

1820 a 1830 47,2

1830 a 1840 37,4

1840 a 1850 39,3

1850 a 1860 27,8

1860 a 1870 33,2

1870 a 1880 20,8

1880 a 1890 17,4

1890 a 1900 17,9

La caída entre 1850 y 1860 se debe en buena parte al "hambre de algodón" ocasionado por la guerra de

Secesión americana.

13. Pero el consumo británico per capita fue mucho más alto que el de los otros países comparables.

Era, por ejemplo, unas tres veces y media el consumo francés de 1720 a 1740.

14. Producción (en miles de toneladas): Año Carbón Hierro

1830 16000 600

1850 49000 2000

EJE ECONÓMICO

ALDO FERRER

LA ECONOMÍA ARGENTINA

DESDE SUS ORÍGENES HASTA PRINCIPIOS

DEL SIGLO XXI

LA ETAPA DE LA TRANSICION (FINES DEL SIGLO XVIII HASTA 1860)

EL PUERTO DE BUENOS AIRES COMO INTERMEDIARIO COMERCIAL

EL CARÁCTER semicerrado y relativamente autosuficiente de las regiones comprendidas en

el actual territorio argentino y el equilibrio entre ellas comenzó a ser conmovido en la segunda

mitad del siglo XVII por el surgimiento concurrente de dos factores. El primero es la apertura

del Río de la Plata para el comercio colonial; el puerto de Buenos Aires surge de este modo

como el intermediario natural para el comercio de las regiones meridionales del imperio

sudamericano de España. El segundo consiste en la importancia creciente que la ganadería del

Litoral fue adquiriendo como actividad orientada hacia la exportación.

Estos territorios reciben así, por primera vez en su historia de manera directa, la influencia del

elemento dinámico fundamental del desarrollo en la época: el comercio exterior. Al mismo

tiempo, en el mundo, se estaban registrando avances tecnológicos que comenzaban a

transformar el contexto externo y la significación internacional de estos territorios. En Gran

Bretaña, en primer lugar, surgieron las innovaciones en la generación de energía y las técnicas

de producción, posteriormente conocidas como la Revolución Industrial. Los primeros

avances se registraron en el uso del vapor como fuerza motriz, la fabricación de hilados y

tejidos y, en la actividad agropecuaria, por la introducción de la rotación de cultivos, la

selección de semillas y cría de animales, la mejora de los arados y la sustitución de la tracción

del buey por el caballo. Estas innovaciones pioneras anticiparon los cambios revolucionarios

posteriores de las nuevas tecnologías fundadas en los avances del conocimiento científico de la

electricidad y el magnetismo, la termodinámica, la química y la microbiología.

La Revolución Industrial inauguró una nueva etapa en la formación del orden mundial y de la

globalización, que he denominado el Segundo Orden Mundial. Comenzó entonces un proceso

de largo plazo de aumento de la productividad, fundado en la incorporación del cambio técnico

a la producción de bienes y servicios. El desarrollo económico pasó a depender cada vez más

de la capacidad de cada sociedad de asimilar, generar e incorporar tecnología en el conjunto de

su actividad económica y social. Con el paso del tiempo, el centro dinámico del cambio

tecnológico se fue desplazando de unos sectores a otros, en un proceso de creciente

complejidad por la continua diversificación de la composición de la producción y la demanda.

De la primera, por el surgimiento de nuevas actividades y el desplazamiento de recursos de

unas actividades a otras. De la segunda, por el aumento del ingreso y de los niveles de vida y la

creciente incorporación en el gasto de la demanda de manufacturas y servicios.

El escenario internacional planteó, de este modo, desafíos y oportunidades para el desarrollo

de cada país. Como, por ejemplo, si el comercio internacional favorecía o no la formación de

una economía diversificada y compleja capaz de incorporar las actividades dinámicas de cada

período y difundir el progreso técnico en toda la estructura productiva.

El desarrollo quedó entonces crecientemente ligado a la calidad de las respuestas dirigidas al

contexto externo, es decir, el establecimiento de vínculos con el exterior propicios para

satisfacer el requisito esencial del desarrollo: asimilar, generar e incorporar tecnología en el

tejido económico y social.

El escenario político y la organización social de los países que lideraban la transformación, es

decir, Gran Bretaña y las naciones avanzadas de la Europa continental, registraban también la

influencia de semejantes mutaciones. Desde el siglo anterior, los filósofos y politólogos

europeos, como John Locke y Charles Montesquieu, sentaron las bases de las nuevas formas

de organización política que limitaban la autoridad de la monarquía y permitían la

participación en el poder de los grupos sociales emergentes del desarrollo económico

registrado en el Primer Orden Mundial. En el Nuevo Mundo, la nueva república emergente de

la independencia de las colonias británicas de América del Norte ponía a prueba la posibilidad

de organizar una democracia representativa y federal que, sin embargo, abrigaba en varios de

sus Estados miembros el estigma de la esclavitud.

La época fundacional de la Revolución Industrial acontece cuando comenzaba a tener lugar la

etapa de transición del actual territorio argentino. Convergieron entonces los cambios del

orden mundial con la instalación de Buenos Aires como el centro hegemónico de un espacio

que comenzaba a desarrollar, en escala importante, la ganadería como una actividad vinculada

al creciente comercio internacional. Esta segunda parte explora la incidencia de estos hechos

sobre las condiciones de desarrollo de cada región, del equilibrio hasta entonces existente entre

ellas y cómo se fueron gestando las respuestas de la nación emergente a los desafíos y

oportunidades del Segundo Orden Mundial. Comencemos por observar las características de

Buenos Aires y su puerto.

1.- LA VENTAJA LOCACIONAL DEL PUERTO.

El Río de la Plata poseía una ubicación geográfica que lo constituía en la mejor vía de acceso al

corazón del Imperio colonial español al sur del Perú. De Buenos Aires a Potosí, la distancia era

de 1.750 km de caminos llanos que demoraban entre dos y tres meses en recorrerse. De Lima a

Potosí, en cambio, la distancia era de 2.500 km de caminos de montaña que insumían cuatro

meses para cubrirse. De esta manera, las mercaderías importadas ubicadas en Potosí tenían

precios muy distintos, según fuese su puerto de entrada Lima o Buenos Aires. Una vara de

paño en Potosí costaba 6 o 7 veces más si procedía de Lima que si tenía puerto de entrada en

Buenos Aires. Las muías, elemento de trabajo fundamental en la economía minera, tenían en

Potosí un precio aproximadamente cuatro veces superior si provenían de Lima que si tenían su

origen en el Litoral o en Córdoba.

Esta diferencia vocacional de Lima y Buenos Aires frente a Potosí como mercado consumidor

tenía lógicamente vigencia para la totalidad de las economías regionales de Cuyo, el Centro, el

Noroeste, el Litoral y para el Paraguay. Sin embargo, Buenos Aires logró hacer valer

plenamente su ventaja competitiva frente a Lima recién en el último cuarto del siglo XVII en

virtud de las reformas liberales de los reyes borbones.

Las razones para que, durante prácticamente doscientos cincuenta años de vida colonial, el Río

de la Plata y, particularmente Buenos Aires, no cumpliese el papel que naturalmente le

correspondía como centro de intermediación de la América colonial española al sur del Perú

pueden sintetizarse en las siguientes:

Primero, el insignificante desarrollo del hinterland del Río de la Plata, es decir, la región

pampeana, y el carácter relativamente cerrado de las economías regionales del interior, que no

producían excedentes exportables de significación en ninguno de los rubros principales que

componían el comercio colonial.

Segundo, alternativamente al punto anterior, el hecho de que el centro de gravedad del imperio

colonial español estuviese en el Mar Caribe. Allí se concentraba el intercambio originado por

la producción de México, las Antillas y Nueva Granada. Constituía, además, el punto de

intercambio de la producción minera del Perú. El Caribe fue, particularmente durante los

siglos XVI y XVII, el centro de gravedad de todo el mundo colonial americano.

Tercero, como consecuencia de los dos puntos anteriores, las reglamentaciones económicas de

la corona española que excluían al Río de la Plata de los cauces comerciales de la colonia,

limitándolos exclusivamente a la América Central. El aislamiento del Río de la Plata de las

regiones del interior fue reforzado con el establecimiento de la Aduana Seca de Córdoba en

1622 y disposiciones que prohibían las importaciones de metales preciosos al Río de la Plata

con el objeto de excluir la exportación por esta vía de la producción minera del Alto Perú.

Las excepciones admitidas por España a la prohibición de todo tráfico exterior por el Río de la

Plata tuvieron por objeto posibilitar la subsistencia de Buenos Aires y los miserables poblados

de la zona. Excluida cualquier posibilidad de desarrollo por la falta de producción exportable,

para asegurar la permanencia de estas poblaciones debía permitírseles aprovechar, aunque

fuera en parte, su ventaja locacional. Si bien esas autorizaciones fueron restringidas, la

limitación fundamental a la expansión del intercambio a través del Río de la Plata estaba dada,

por un lado, por la falta de producción exportable ya apuntada y, como contrapartida, por la

escasísima capacidad de importar de estas poblaciones.

El contrabando realizado, violando las disposiciones reales, si bien alivió la rigidez de éstas, no

alcanzó, por la razón objetiva del escaso desarrollo de estos territorios, volúmenes cuantiosos.

El comercio exterior a través del Río de la Plata, incluyendo el contrabando, fue siempre

insignificante dentro del comercio exterior de la América colonial.

2.- LA IMPORTANCIA ESTRATÉGICA DEL RÍO DE LA PLATA Y EL CAMBIO DE

LA POLÍTICA ESPAÑOLA.

La modificación radical de la política española frente al Río de la Plata, concretada

fundamentalmente a partir de la creación del virreinato del Río de la Plata en 1776 y del

Reglamento de Comercio Libre de 1778, obedeció principalmente a cambios en la estrategia

global de la corona.

La presión ejercida por los incipientes grupos comerciales y ganaderos del Río de la Plata no

parece haber sido la causa determinante de la solución, en favor de los puertos del estuario, del

conflicto frente a Lima.

La descentralización del poder administrativo, político y militar respondió a necesidades

estratégicas de defensa de estos territorios frente a la creciente penetración portuguesa e inglesa

en la región. La autorización acordada a Buenos Aires y Montevideo de comerciar en igualdad

de condiciones con los otros puertos de la América española proporcionó la base material del

desarrollo indispensable para esta zona, que continuaba dependiendo, en gran medida, de su

papel de intermediaria para su desenvolvimiento.

El elemento desencadenante del cambio de política fue la penetración creciente de los

portugueses e ingleses. En el Brasil, a partir de la segunda mitad del siglo XVII, los

bandeirantes comenzaron a incursionar, partiendo de San Pablo hacia el Sur. Penetraron así en

Río Grande, en el Uruguay, y en varios puntos de la Mesopotamia argentina. El

descubrimiento de metales y piedras preciosas, a fines del siglo XVIII, en una amplia zona de

contacto entre los Estados de Minas Gerais, Matto Grosso y Goias, produjo un desplazamiento

masivo del centro de gravedad de la economía colonial brasileña hacia el Sur. Por otro lado, la

dependencia de Portugal y su colonia de Inglaterra, cristalizada en el Tratado de Methuen en

1703, asoció estrechamente a los ingleses con la expansión portuguesa hacia el Sur.

La penetración luso inglesa tuvo dos puntos de apoyo en el Río de la Plata: la Colonia del

Sacramento, establecida por los portugueses en 1680 y el asiento para la trata de esclavos en

Buenos Aires, concedido a los ingleses por la corona española por el acuerdo de Utrecht de

1713. La Colonia y el asiento fueron, durante la mayor parte del siglo XVIII, los pilares de

apoyo del contrabando en la zona del Plata. De hecho, la lucha contra el contrabando y la

penetración extranjera sólo se concretó de manera efectiva cada vez que, por los conflictos

entre las potencias metropolitanas, las autoridades del Río de la Plata ocupaban la Colonia e

interrumpían el asiento.

3. EL SIGNIFICADO DE LA CRECIENTE IMPORTANCIA COMERCIAL DEL

PUERTO

De cualquier modo, las reformas liberales de los borbones sentaron las bases de cambios

profundos en el funcionamiento dinámico de las economías regionales del actual territorio

argentino. Potosí, Salta, Mendoza y Asunción pasaron a formar parte de una entidad

administrativa encabezada por Buenos Aires. El puerto del Plata se convierte en el

intermediario natural de la producción exportable del interior y en particular de la plata

potosina y en el centro de abastecimiento de los productos importados del extranjero. El

incremento del tráfico comercial por medio de naves españolas y extranjeras y el desarrollo de

un mercado interno propio, que atrajo la producción de las regiones vecinas, darían nuevo

impulso a las actividades de esa ciudad puerto. La Revolución de la Independencia a

comienzos del siglo xix consolida el papel de Buenos Aires, y el libre cambio se constituye en

el objetivo y la filosofía política de los núcleos comerciales.

Jonathan Brown ha destacado la existencia de una breve edad de oro de la economía colonial

en la región del Río de la Plata a partir de las reformas borbónicas y de la apertura del comercio

por Buenos Aires. Las pocas fuentes disponibles permiten a este autor señalar no sólo una

actividad creciente, sino también la existencia de una balanza mercantil favorable durante el

resto del período colonial, siendo la plata de Potosí el artículo más importante (entre el 50% y

el 80%) dentro del valor total de los embarques salidos de Buenos Aires y Montevideo. En

relación con las importaciones, los textiles europeos constituían los principales artículos, junto

con el hierro de Vizcaya y otros productos suntuarios que previamente se habían canalizado en

gran medida desde Lima.

Sin embargo, el escaso desarrollo del hinterland del puerto, esto es, la zona pampeana, y la

ausencia de una actividad fuertemente integrada en el mercado colonial, de manera conjunta

con la escasa capacidad de exportación de las regiones del interior, habrían mantenido dentro

de límites muy estrechos las posibilidades de expansión de Buenos Aires como centro de

intermediación. Tenía poco que exportar y, consecuentemente, poca capacidad de importar. Se

necesitaría la expansión de una actividad orientada hacia la exportación, en la propia zona de

influencia del puerto, para consolidar las bases de su desarrollo y afirmar la preponderancia de

su posición en el país. La producción ganadera del Litoral pronto habría de dar respuesta a ese

problema.

El nuevo papel de Buenos Aires influyó decididamente en la etapa de transición a la economía

primaria exportadora. Por un lado, permitió el crecimiento de un sector comercial, encargado

del intercambio de la producción del interior con el exterior, que fue ganando fuerza paulatina

y acumulando capital e influencia. Desde un principio, los mercaderes europeos, en especial

ingleses y franceses, participaron en la intermediación comercial y su financiamiento,

inaugurando el predominio de intereses foráneos en la cadena de agregación de valor y

comercialización de la producción, que sería una característica de largo plazo en la evolución

posterior de la economía argentina. La élite comercial no tenía inicialmente mayores intereses

en la explotación agropecuaria, sólo con el tiempo comenzaría a diversificar sus inversiones en

algunas actividades financieras y en menor medida en explotaciones rurales. Por el otro,

enfrentó de manera creciente a las economías regionales prácticamente autosuficientes del

interior, con la competencia de la producción importada del exterior. Este conflicto entre el

puerto y las economías regionales nutre todo el proceso de desarrollo económico y político del

país desde fines del siglo XIX hasta la segunda mitad del XIX. Sin embargo, según veremos

luego, el conflicto no se solucionaría por la sola apertura del puerto ni tampoco por la

expansión ganadera incipiente en el Litoral.

4.- LA DIFÍCIL CONSTRUCCIÓN DE UN ESTADO NACIONAL

La centralización administrativa, resultado de las reformas borbónicas, terminó por agudizar

las tensiones en el interior de las élites locales. El estallido se produjo en 1810, pero existían

importantes antecedentes que anunciaban los nuevos tiempos políticos. Luego de la

Revolución, se abrió un proceso histórico que puede extenderse hasta la década de 1860 o

incluso hasta la de 1880, signado por la construcción de un Estado nacional. La región se vio

envuelta en numerosos conflictos armados y en una profunda disgregación e inestabilidad

institucional; durante toda la primera mitad del siglo xix, no existía ni un Estado, ni un

gobierno ni tampoco una economía que pudiera denominarse "nacional".

Las guerras de independencia primero (que trajeron como consecuencia la separación de

vastos territorios del antiguo virreinato) y las cruentas guerras civiles luego imposibilitaron la

consolidación de una organización estatal que controlara efectivamente a la población, las

actividades económicas y el conjunto de los aspectos sociales de la nueva nación.

Sólo a partir de la década de 1820 surgieron nuevos Estados provinciales y alianzas entre ellos

que fueron configurando las normas básicas de jurisprudencia y la organización de las finanzas

públicas y de un mercado interno.

Aun después de sancionada la constitución de 1853 y con el avance hacia la unificación

definitiva de las provincias bajo un Estado nacional, la Argentina era un país dividido, no

integrado. Como destacó José Panettieri: "Una era la república delineada en los mapas, con sus

límites, reconocidos internacionalmente, y otra la Argentina real, sobre la cual el Estado ejercía

efectivamente su autoridad y soberanía". A las grandes extensiones aún en poder de los

pueblos originarios, se sumaban las grandes distancias, el aislamiento y la escasez de medios

de transporte como reflejo de la falta de integración económica del país. En muchos aspectos,

hacia el final del período de transición, la economía y la sociedad argentina habían cambiado

poco desde la época virreinal.

LA EXPANSIÓN DE LA GANADERÍA

1.- LAS CONDICIONES FAVORABLES AL DESARROLLO PECUARIO.

LA PRODUCCIÓN ganadera es la primera actividad en la historia económica de estos

territorios que, en escala significativa y en medida creciente, se orienta hacia la exportación. Su

desarrollo en el Litoral desde fines del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX constituye,

conjuntamente con la actividad comercial del puerto de Buenos Aires, el factor dinámico del

crecimiento económico en el período de transición.

Las exportaciones de cueros, que constituyen el rubro ampliamente preponderante del

comercio en el período, pasan de un promedio de 20 mil unidades anuales en el siglo XVII a

150 mil a mediados del XVIII y superan, a fines de este último, el millón; esas exportaciones

alcanzan los 2 millones y medio de unidades hacia 1850, al mismo tiempo que comienzan a

surgir otros rubros de exportaciones ganaderas, particularmente el tasajo y la lana. El primero,

que comienza a aparecer en los datos disponibles sobre exportaciones a fines del siglo XVIII

representa, a mediados del siguiente, alrededor del 10% del valor total de las exportaciones.

Las de lana crecen también rápidamente, pero su impacto se verifica principalmente en la

segunda mitad del siglo XIX.

Las condiciones que facilitaron el desarrollo de la ganadería fueron básicamente las siguientes:

abundancia de tierras fértiles en la zona pampeana; expansión de la demanda mundial y

liberalización del régimen comercial; baja complejidad de la empresa ganadera y, finalmente,

la escasa demanda de mano de obra de la producción pecuaria. Analicemos brevemente cada

uno de estos aspectos por separado.

Abundancia de tierras fértiles en la región pampeana. Las características ecológicas de la

región ofrecían condiciones inmejorables para el desarrollo de las haciendas. Los pastos y las

aguadas naturales permitían el crecimiento de los animales prácticamente sin costo para el

ganadero.

Sólo la presencia de los pueblos originarios, en la frontera de la zona productiva, y la

inmensidad de la distancia, con las dificultades de transportes consiguientes, limitaban las

posibilidades de aprovechamiento de las tierras pampeanas. De todos modos, por primera vez

en la historia colonial, los "territorios inútiles" de la pampa eran susceptibles de una

explotación lucrativa en escala apreciable.

Expansión de la demanda mundial y liberalización del régimen comercial.

La mejora paulatina de los medios de transporte marítimos y el crecimiento de la demanda de

productos ganaderos en Europa y América abrieron nuevos mercados para ciertos productos

pecuarios y expandieron los ya existentes. El incipiente proceso de industrialización de las

economías europeas estimuló el comercio mundial de productos tales como los cueros y las

lanas. Además, la producción de tasajo para el consumo de la mano de obra esclava de las

economías de agricultura tropical constituyó otro factor de expansión estimulado por la

demanda externa. Por el otro lado, la mayor libertad de comercio a partir del Reglamento de

Comercio Libre de 1778 permitió aprovechar las posibilidades que ofrecía el comercio

internacional.

Escasa complejidad de la empresa ganadera. La economía pecuaria permitía la producción en

gran escala a los bajos niveles tecnológicos, organizativos y de disponibilidad de capital

productivo imperantes en el Litoral a fines del siglo XVIII. La cría, matanza y faena de ganado

podían organizarse con muy precarios elementos técnicos y los problemas organizativos que

planteaban eran de características simples. Es probable que el capital por hombre ocupado en

la producción pecuaria no superara sustancialmente los niveles imperantes en el conjunto de la

economía. Estos elementos distinguen la producción ganadera de las otras actividades

exportadoras que se desarrollaron en otros puntos de la América colonial, como la agricultura

tropical y la minería de metales preciosos, cuya densidad de capital y complejidad técnica y

organizativa superaban sustancialmente las prevalecientes en la ganadería del Litoral.

Baja demanda de mano de obra de la producción pecuaria. A fines del siglo XVIII, según el

viajero Félix de Azara, un capataz y diez peones podían atender una estancia con 10 mil

cabezas de ganado. La superficie de tal explotación no sería seguramente inferior a las 15 o 20

mil hectáreas. La importancia práctica de este hecho resulta evidente si se recuerda que a fines

de aquel siglo la densidad de población en las zonas rurales ocupadas de la región pampeana

debía ser de alrededor de un habitante cada 500 hectáreas. En la época del Censo Nacional de

1869, la población de las zonas rurales de la provincia de Buenos Aires era todavía de sólo un

habitante cada 100 hectáreas. Resulta evidente que si la explotación ganadera hubiera

requerido una gran cantidad de mano de obra, su desarrollo hubiera sido imposible o habría

exigido la entrada masiva de inmigrantes del exterior. Decimos exterior porque, dada la baja

densidad de población en las otras regiones del territorio nacional y la relativamente escasa

movilidad de la mano de obra en la época, era imposible concebir un traslado masivo de

población del resto del país hacia el Litoral. Aunque sin obstaculizar radicalmente el incipiente

desarrollo ganadero, la escasez de mano de obra para la producción pecuaria se hizo sentir

durante toda la etapa de la transición. Hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XIX, la

legislación abunda en medidas destinadas a afincar a los trabajadores en las empresas en que

trabajan y en perseguir la mano de obra potencial que vagaba por la campaña: el gaucho. Pero

también es cierto que el trabajo coercitivo impuesto por gobiernos fuertes frente a reclamos de

los estancieros tendió a fracasar reiteradas veces como consecuencia de la movilización y

politización de amplios sectores populares en la etapa, lo que también se tradujo en una relativa

mejora en la distribución del ingreso.

Todos los factores apuntados determinaban una alta productividad del trabajo empleado en la

producción pecuaria, que superaba con exceso las necesidades de subsistencia de los

productores. Esto posibilitó una alta rentabilidad de las inversiones realizadas en la producción

ganadera.

Por un lado, la abundancia de tierras y el escaso empleo de mano de obra reducían los costos

en comparación con los existentes en los países importadores; por el otro, la demanda externa

creciente y, paulatinamente, la expansión del mercado interno apoyada básicamente en la

ciudad de Buenos Aires permitían obtener altos precios por los productos ganaderos. En los

años inmediatos a la liberación comercial en la década de 1770, los precios de los cueros, por

ejemplo, aumentaron entre tres y cuatro veces. Los márgenes de ganancia de la actividad

ganadera se fueron acrecentando y sentando las bases de una de las principales fuentes

conjuntamente con las actividades comerciales del puerto de la acumulación de capital en el

Litoral.

Para aprovechar las nuevas oportunidades ofrecidas por el desarrollo pecuario, debían

solucionarse dos problemas básicos: la expansión de la frontera y la apropiación territorial, por

un lado, y la elevación de la productividad en la producción ganadera, por el otro. A estos

puntos se refieren los dos apartados siguientes.

2.- LA EXPANSIÓN DE LA FRONTERA Y LA APROPIACIÓN TERRITORIAL

Durante el siglo XVIII, la mayor parte de las tierras de la zona pampeana se encontraba

ocupada por los pueblos originarios y no era aprovechada económicamente por la población

colonial. El carácter incipiente de la producción ganadera no había planteado, hasta fines del

siglo, la necesidad de expandir las tierras disponibles para la crianza de hacienda.

La utilización de la res hasta entonces era muy precaria: sólo cueros y sebo para una

exportación limitada y el uso interno, y carne para el consumo local. La "técnica" productiva

consistía en la caza de la hacienda cimarrona a campo abierto y el desuello in situ.

Concluida la libertad para vaquear a principios del siglo XVII, los permisos otorgados por la

autoridad local constituyeron la forma de apropiación privada de la hacienda cimarrona, que se

había reproducido espontáneamente en la pradera pampeana. En estas condiciones, la posesión

de tierras para criar y engordar hacienda era un factor secundario.

A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, sin embargo, la expansión de las exportaciones

de cueros llevó inevitablemente a la necesidad de racionalizar la explotación pecuaria. No

había ya suficiente hacienda cimarrona para vaquear y la matanza incrementada la había

alejado más y más de los centros poblados. Según Emilio A. Coni, hacia 1720 ya no quedaba

prácticamente ganado cimarrón y toda la hacienda tenía dueño.

Surge entonces el rodeo como una forma básica de la crianza de hacienda y la estancia se

consolida como unidad de producción.

De este modo, se plantea sistemáticamente, por vez primera, la necesidad de aumentar la

extensión de las tierras disponibles. Al mismo tiempo, la formación de unidades de producción

estancias para criar ganado y la necesidad de ejercer el derecho de propiedad sobre los rebaños

llevaron obligadamente a la apropiación privada de la tierra. La expansión ganadera

transforma la puja inicial por obtener "acciones de vaquería" en la expansión de la frontera y la

apropiación territorial.

Este proceso paralelo de expansión de la frontera en la zona pampeana y de apropiación

privada de las nuevas tierras ocupadas es el más importante en la etapa de transición y habría

de ejercer una profunda influencia en el desarrollo posterior de la producción rural y del país en

su conjunto.

El proceso de ocupación territorial en la zona pampeana se desenvuelve ininterrumpidamente

durante todo el siglo xix hasta culminar con la campaña de Roca de 1879 y la derrota definitiva

de los pueblos originarios. A fines del siglo XVIII, cuando se cierra la etapa de las economías

regionales de subsistencia, la frontera sur de la zona pampeana estaba dada por una línea que

pasaba por el río Salado, Carmen de Areco, Salto y Rojas en la provincia de Buenos Aires. De

sus 300 mil km" de superficie, sólo alrededor del 10% estaba integrado en la economía

colonial.

A comienzos del siglo xix, las élites urbanas, en muchos casos sin abandonar sus antiguas

ocupaciones mercantiles, presionaron sobre aquellas tierras antiguas, hasta entonces

explotadas por numerosas familias modestas y en muchos casos no poseedoras de títulos de

propiedad. De esta forma, el eje de las actividades económicas de la élite pronto estará

conformado por las actividades en el sector agrario exportador sobre la base de grandes

propiedades rurales y en la comercialización de sus derivados en el mercado local, aun cuando

siguieron conservando inversiones inmobiliarias importantes en el sector urbano.

La ocupación territorial continuó ininterrumpidamente durante la primera mitad del siglo xix y

hacia 1840, como resultado de las campañas de Martín Rodríguez y de Juan Manuel de Rosas,

el espacio disponible para los pobladores de Buenos Aires en la zona rural se había

prácticamente triplicado; la frontera se había corrido hacia una línea que pasa por las

localidades bonaerenses de Junín, Bragado, 25 de Mayo, Tapalqué, Azul, Tandil y la costa del

Atlántico a la altura aproximada de Mar del Plata.

Según Ramos Mejía, las estancias de la provincia de Buenos Aires cubrían hacia esa época una

superficie superior a los 100 mil kilómetros cuadrados.

Las campañas contra los pueblos originarios de 1876 empujaron la frontera hacia el sur y el

oeste, abarcando el territorio comprendido por la línea que pasa por Trenque Lauquen,

Guaminí, Carhué, Puán, Bahía Blanca y Carmen de Patagones. Esta línea de frontera abarcaba

prácticamente la totalidad de la zona pampeana húmeda, con una superficie de 35 millones de

hectáreas. La campaña de Roca durante 1879 completó definitivamente el proceso de

ocupación territorial y la expulsión del indio.

Según se señaló, la apropiación privada de las tierras ocurrió de manera paralela al proceso de

ocupación territorial. La política de distribución de las tierras públicas, particularmente en la

provincia de Buenos Aires, llevó a una rápida concentración de la mayor parte de las tierras de

la región pampeana entre reducidos grupos de personas. Hacia 1840, las ventas a particulares

de las tierras arrendadas bajo el régimen de enfiteusis, durante los gobiernos de Martín

Rodríguez y Rivadavia, en la década de 1820, había sido la causa principal de la apropiación

privada de 8.600.000 hectáreas. El número de titulares de estas tierras ascendía a 293 personas,

lo que arroja un promedio de casi 30 mil hectáreas por propietario. El usufructo gratis de las

tierras ubicadas más allá de la línea de frontera en virtud de disposiciones legales de 1857 y su

posterior entrega en propiedad enajenó del dominio público otras 3 millones de hectáreas de la

provincia, que fueron adquiridas por poco más de 300 personas. Si se suman a estas ventas de

tierra pública las distintas concesiones gratuitas, otorgadas principalmente en premio a los

méritos militares en la lucha contra los pueblos originarios, la apropiación territorial privada en

la provincia de Buenos Aires alcanzó cerca de 12 millones de hectáreas.

La existencia de la gran propiedad en las zonas de reciente incorporación resulta un dato

incontrastable. No obstante, las investigaciones más recientes destacan una importante

heterogeneidad en la campaña bonaerense que atempera las interpretaciones más tradicionales

que enfatizaban la preeminencia indisputada de la gran propiedad terrateniente y la mono

producción ganadera. Junto a la ganadería vacuna, orientada a las exportaciones, el

crecimiento de los mercados locales impulsó también la producción agrícola, que se extendió

por un vasto territorio cercano a la ciudad de Buenos Aires. Una gran cantidad de pobladores

continuaron habitando la campaña dedicados a las actividades agrícolas o como pastores; en

muchos casos eran arrendatarios, y, en otros, propietarios o usufructuaban tierras estatales o

privadas en zonas de frontera sin pagar ningún canon. En las zonas de antigua ocupación y

más cercanas a la ciudad de Buenos Aires, la propiedad, de mayor valor que en las nuevas

tierras, tendió a la fragmentación.

Entre 1810 y 1860, en la provincia de Buenos Aires, al crecer el valor de la tierra y la

producción, antiguas estancias de vacas se transformaron en numerosos establecimientos

menores de cría de ovinos, que se dividieron a su vez en tambos lecheros y chacras aún

menores. A cada paso del proceso se intensificó el uso de la tierra y aumentó la producción

rural.

Era en la frontera que la propiedad cobraba la forma de parcelas gigantescas trabajadas como

enormes unidades productivas.

En las otras provincias de la región pampeana, particularmente en Córdoba, Santa Fe y Entre

Ríos, la distribución de la tierra pública, en general, no fue en extensiones tan grandes ni tan

rápida como en la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, las grandes propiedades

territoriales existentes en esas provincias, como consecuencia de las distribuciones de las

tierras de la corona durante la época colonial sumadas a la disposición de la tierra pública

después de la independencia, llevaron en ellas a una concentración marcada de la propiedad

territorial en pocas manos. Sólo hacia el final de la etapa, en Santa Fe principalmente, aunque

también en Entre Ríos, surgirá una pequeña explotación agrícola, en especial de tierras

públicas, en manos de campesinos inmigrantes, como resultado de los proyectos de

colonización del gobierno de la Confederación.

Hacia mediados del siglo xix se había consumado el proceso de apropiación privada de las

tierras más fértiles y mejor ubicadas de la región pampeana. De las tierras que componen la

zona pampeana húmeda, la mayor parte estaba en manos de grandes propietarios territoriales.

La ocupación jurídica de esas tierras se había consumado en gran medida hacia 1860, cuando

la economía del país se entronca decididamente en la economía mundial y comienza la etapa

de la economía primaria exportadora.

3. LA CAPITALIZACIÓN Y LAS MEJORAS TÉCNICAS DEL SECTOR.

La escasez de capitales, de mano de obra y de medios de transporte hizo de la ganadería la

principal actividad que, sin mayores inversiones, permitía obtener importantes ganancias. Para

consolidar su proceso de desarrollo, el sector pecuario debía introducir las mejoras

organizativas y técnicas básicas para elevar su rentabilidad. Esto llevaba aparejado la

necesidad de asegurar un flujo adecuado de recursos para la capitalización de las empresas

ganaderas.

La mejora organizativa fundamental consistió en la consolidación del sistema de la

explotación en una gran propiedad territorial, con unidad de administración y empleando

trabajo asalariado. Las antiguas vaquerías fueron reemplazadas por las estancias que

permitieron la organización de la producción ganadera, una necesidad surgida del incremento

de las exportaciones. La estancia es la primera empresa capitalista, en gran escala y expansiva,

que surge en la economía del país.

En el nivel de las técnicas productivas se desarrolló el sistema de la crianza de animales en

rodeo, un método tradicional hispano que reunía y domesticaba a los animales en torno a

pasturas fijas. El control de la reproducción del ganado se completaba con la yerra, consistente

en marcar las reses para evitar las pérdidas y el robo en los campos abiertos. Pronto

comenzaron a introducirse los primeros reproductores importados para mejorar la calidad de la

hacienda criolla.

Pero los avances técnicos fueron muy escasos: en la década de 1820 se difundió el uso del

balde sin fondo y más tarde el "volcador" destinado al riego y a dar de beber al ganado. Esta

práctica permitirá el acceso a algunos propietarios de extensiones relativamente menores de

tierra alejadas de los cursos de agua y, por lo tanto, de bajos costos, que en muchos casos se

dedicarán a la cría de ovinos. La introducción del alambrado, a partir de 1855, constituyó otra

mejora técnica de importancia que permitió la elevación de la rentabilidad de la estancia al

consolidar los derechos jurídicos de propiedad, permitir al productor un aprovechamiento más

racional de su tierra y reducir la necesidad de mano de obra al evitar las pesadas "rondas

nocturnas" para vigilar la hacienda en campo abierto. La introducción de la prensa mecánica

entre quienes se dedicaban a acopiar cueros permitió, por su parte, el incremento de la cantidad

de unidades que se enviaban al exterior.

La importancia creciente de la producción de tasajo permitió una cierta integración de la

economía del sector pecuario mediante la complementación de la cría de hacienda con su

industrialización y el abastecimiento de la sal necesaria para el salado. La producción de tasajo

fue la única de las especialidades de la economía ganadera que permitió tal tipo de integración,

superando los moldes sencillos de la producción de carne para el consumo local y cueros y

sebo para la exportación y el uso interno.

Los primeros saladeros se establecieron a fines del siglo XVIII en la Banda Oriental. Después

de 1820, esta industria experimentó un notable desarrollo en las cercanías de la ciudad de

Buenos Aires, con más de veinte establecimientos que procesaban unas 70 mil cabezas de

ganado al año; más tarde, Entre Ríos se sumaría a esta actividad productiva, aunque su

participación en el comercio exterior no superará el 10% del total. Desde el punto de vista

técnico, las mejoras fueron ínfimas durante todo el período de transición, pero al parecer

suficientes para mantener una actividad competitiva hacia el final de éste: corrales adecuados,

utilización de roldanas para elevar al ganado, el uso de vagonetas para trasladar la res muerta y

la construcción de galpones donde se cuereaba al animal. De todos modos, la incorporación de

tecnología más importante parece haber sido el uso de equipos de vapor para separar la grasa

de los huesos y la carne, que se difundió en la década de 1830 y permitió el incremento de la

exportación de sebo a Liverpool, principal puerto comprador, desplazando al sebo ruso.

La propia capacidad expansiva del sector ganadero permitió asegurar el flujo de fondos

necesarios para su crecimiento a los niveles modestos imperantes en la época. Si bien los

costos de inversión en las estancias fueron creciendo y las ganancias eran casi inmediatas y

tendían a seguir la tasa de reproducción de los rebaños, en un plazo de tres años los estancieros

alcanzaban rendimientos anuales sobre la inversión cercanos al 30%. La reinversión de las

utilidades de los productores fue la principal fuente de financiamiento de la expansión del

capital productivo del sector.

Los núcleos comerciales de Buenos Aires volcaron también parte de sus capitales en el sector

pecuario, vinculando estrechamente los intereses de los grupos comerciales porteños con la

economía ganadera. La cadena de agregación de valor, desde la faena del ganado hasta la

extracción del cuero, el sebo, las pezuñas, la carne para el consumo interno y el tasajo, estaba

en manos de estancieros y empresarios locales. La fase de comercialización y financiamiento,

en cambio, comenzó a contar con la creciente participación de intermediarios extranjeros,

británicos y franceses, en su mayor parte, que desplazaron a los de origen criollo. Lo mismo

sucedió con el comercio de importación, que se acrecentó impulsado por el aumento de la

capacidad de pagos externos derivados de las mayores exportaciones. Desde temprano, pues,

los excedentes generados en etapas fundamentales de la cadena de agregación de valor, como

el comercio y su financiamiento, pasaron a ser controlados por intereses extranjeros.

Las inversiones de infraestructura particularmente caminos fueron insignificantes durante todo

el período. Las inversiones realizadas en este campo por el sector privado se limitaron al

ámbito de la estancia, y el sector público volcó su ahorro en los gastos necesarios para asegurar

la expansión de la frontera y la lucha contra el indio.

En cuanto a los cambios en la composición interna de la producción y las exportaciones

ganaderas, respondieron básicamente a los cambios en los precios relativos de los distintos

productos exportados y, en menor medida, a la apertura de nuevas líneas de producción, como

el tasajo.

Las exportaciones de cueros, que representaban más del 60% del total hasta 1840, aumentaron

a lo largo de todo el período, aun cuando tuvieron fuertes oscilaciones. Por ejemplo, en la

década de 1810 se exportaron en promedio unos 650 mil cueros anuales, en la década siguiente

la cifra bajó a 500 mil (en parte, por los años del bloqueo brasileño al puerto de Buenos Aires)

y recuperó el nivel anterior en los años treinta. Será recién en la década de 1840, luego del

bloqueo francés, que se produce un enorme salto en las exportaciones con un promedio anual

de 1.500.000 cueros. Esta notable expansión fue acompañada por una caída de los precios de

esta materia prima, producto de los cambios técnicos que acompañaban el proceso de

revolución industrial. Después del pico alcanzado en 1815, los precios de los cueros y sebos

cayeron en forma sostenida hasta mediados de siglo.

La excepción a ese proceso fue la lana.

CUADRO 1. Distribución porcentual del valor de las exportaciones de Buenos Aires, 1825-1859

Artículo 1825 1837 1848 1859

Cueros vacunos 47,2 58,4 50,4 31,5

Carne salada 9,4 7,9 7,7 13,7

Lana bruta Sin datos 5,8 12,5 33,7

Metálico 27,9 12 Sin datos Sin datos

Sebo, grasa 0,3 2,7 22,2 9,6

Cueros equinos 6,1 0,7 1,1 1,6

Pieles de carnero Sin datos 2,5 1,3 1,4

Pieles de nutria Sin datos 2,3 Sin datos 1,4

Cerda 2,4 3,7 3,4 1,4

Otras Sin datos 4 Sin datos Sin datos

Fuente: Jonathan Brown, Historia socioeconómica argentina, Buenos Aires, Siglo xxi, p. 154.

Un cambio notable en este sentido se produjo con la expansión de la producción y exportación

de lana a partir de la década de 1830, como consecuencia de innovaciones tecnológicas en el

hilado de ese producto en Inglaterra y Estados Unidos. Pero el verdadero auge del "ciclo lanar"

comenzaría recién después de 1850. Para ese entonces, el valor de la lana exportada equivalía a

la cuarta parte del de los productos vacunos.

Una década más tarde, esos valores se habían igualado, y los superarían tiempo después.

La explotación ovina, de características más intensivas que la de ganado vacuno, supuso

algunas mejoras técnicas y procesos de trabajo particulares. En primer lugar, los campos

nuevos, con pajonales y pastos duros, debían ser preparados introduciendo primero, por algún

tiempo, ganado vacuno. También la estancia sufrió modificaciones derivadas de la producción

de ganado ovino; en particular, la incorporación del alambrado fue consecuencia de esos

cambios productivos y modificó la forma de realizar numerosas tareas en el interior de las

estancias.

Paralelamente, se produjo un creciente proceso de mestización de las razas con la

incorporación del merino de mejor adaptación a la demanda internacional. Finalmente, el auge

de la exportación de lanas provocó la aparición de unidades de producción más pequeñas, de

200 a 500 hectáreas, que utilizaban básicamente el trabajo familiar y que convivían con

aquellas más extensas y tradicionales de 30 mil hectáreas o más. La tierra y el ganado

constituían la parte más importante del capital invertido en estas empresas, y si bien ambos

aumentaron su valor a lo largo del período, la tierra, que representaba hacia 1850 el 20% del

capital invertido, lo hizo a un ritmo mucho mayor que los animales. El precio promedio por

hectárea en la provincia de Buenos Aires en la zona más antigua de explotación (al norte del

río Salado) era de 0,68 pesos oro en 1843, de 1,11 pesos oro en 1850, de 5,76 pesos oro en

1855 y se elevaría a 12,04 pesos oro en 1860. De todos modos, habrá que esperar algunas

décadas más para que la presión demográfica y la expansión económica conviertan a la tierra

en el principal valor del sector rural.

Las modificaciones de la importancia relativa del vacuno y el lanar provocaron

desplazamientos en la utilización de las tierras de la provincia de Buenos Aires, llegando a

adquirir la cría de ovejas una posición preponderante dentro de la ocupación de tierras de la

región en la época del auge de la lana. Hacia 1866, el principal producto de exportación del

país era la lana, y muchos productores habían decididamente desplazado al vacuno a un rol

marginal; no obstante, ese año comenzó una crisis en esta explotación como consecuencia de

una serie de factores combinados, pero donde la caída de la demanda externa tuvo el rol más

destacado. Los productores afectados constituyeron ese año la Sociedad

Rural Argentina, destinada a promover y estimular los intereses rurales.

Sin embargo, los cambios más espectaculares en la composición de la producción pecuaria y

en la distribución por actividades de la utilización de la tierra se produjeron en la etapa

siguiente, cuando las modificaciones de precios relativos y el progreso técnico acentuaron su

influencia como consecuencia de la integración del mercado mundial. El cambio principal en

este sentido fue el del surgimiento masivo de la producción agrícola, que hacia 1850 era una

actividad eminentemente destinada a abastecer el mercado local y apenas ocupaba los

cinturones verdes en torno a los núcleos poblados, para pasar hacia fines del siglo a

proporcionar no menos de la mitad de las exportaciones del país, que alcanzaron niveles sin

precedentes.

VII. EL DESARROLLO DEL LITORAL

DURANTE la etapa de transición, subsistieron el aislamiento de las economías regionales y el

escaso flujo entre ellas de capitales, mano de obra y productos. Sin embargo, el

comportamiento de cada una de las regiones no respondió a las mismas pautas, como ocurrió

en la etapa anterior. En el Litoral, la expansión de las actividades comerciales y ganaderas

incorporó a su economía elementos que la distinguen de la de otras regiones. Por lo tanto, el

análisis debe diferenciar la situación correspondiente al Litoral y al resto de las regiones

argentinas. Asimismo, esto resulta indispensable para comprender cómo las nuevas

condiciones fueron rompiendo el equilibrio entre las economías regionales del actual territorio

nacional.

La región del Litoral reunía las mejores condiciones para aprovechar decididamente las nuevas

demandas del mercado mundial, pero la prosperidad no tuvo lugar para todas las provincias

por igual o en el mismo momento. Algunas provincias como, por ejemplo, Santa Fe o la

Banda Oriental, quedarían relegadas en la primera mitad del siglo xix como consecuencia de

las guerras de independencia y las luchas civiles que diezmaron su stock de ganado vacuno.

Por el contrario, Buenos Aires, Entre Ríos y Corrientes tuvieron desarrollos diferentes y

exitosos en el mismo período.

A partir de 1820, al calor de una relativa tranquilidad política, Buenos Aires inició un ciclo de

crecimiento significativo sobre la base de una economía ganadera orientada hacia el Atlántico.

Será esta provincia la que aporte la mayor parte de los productos de exportación. La expansión

y la diversificación de los saldos exportables prosiguieron con mayor fuerza luego de 1832,

aunque con grandes fluctuaciones debido a los conflictos políticos y militares, que

acompañaron el progresivo poblamiento de las tierras que se van incorporando. La fuerza de la

expansión ganadera puede medirse en el stock de vacunos existente a fines de la época

colonial, estimado en algo más de un millón de cabezas, respecto al existente hacia 1840, que

rondaba en los tres millones; para ese entonces también se había incrementado notablemente el

stock de ganado ovino, que ascendía a dos millones.

Junto a la cría de vacunos destinada a la exportación de cueros se incrementó también la cría

para abasto de carne a los mercados locales y la producción agrícola, principalmente de trigo.

La pequeña propiedad predominaba en la campaña porteña a diferencia de lo que ocurría en la

Banda Oriental, donde la gran estancia productora de cueros para la exportación tuvo desde los

inicios de esta actividad una destacada presencia.

En Entre Ríos también se produjo una expansión significativa de la frontera hacia el nordeste

entre 1830 y 1840, impulsada indirectamente por la explotación ganadera. Las grandes

estancias se consolidaron y expandieron en las viejas zonas de colonización y las familias

campesinas se trasladaron a las zonas nuevas.

Corrientes representa un caso particular. La provincia había gozado de cierta prosperidad en

los últimos años de la colonia sobre la base de la producción artesanal y, en particular, de

actividades de gran escala como la construcción de navios para el tráfico litoraleño. Luego de

las luchas civiles que afectaron la economía provincial, las autoridades impusieron una política

proteccionista que permitió sostener el crecimiento económico. A partir de 1820, la zona sur,

inicialmente menos poblada, tuvo una fuerte expansión ganadera que trastocó la composición

de las exportaciones correntinas en favor de los cueros y en detrimento de los productos

tradicionales (suelas, tabacos, yerba).

Fuente: Elaboración propia sobre la base de Miguel Rosal, "La exportación de cueros, lana y tasajo a

través del puerto de Buenos Aires entre 1835 y 1854", en .XV Jomadas de Historia Económica, Tandil,

1996.

GRÁFICO 1. Aporte regional al comercio de cueros vacunos del mercado atlántico (en unidades).

Después de la Independencia, la centralización del comercio exterior por Buenos Aires y las

restricciones a la navegación de los ríos Paraná y Uruguay enfrentaron los intereses de la

provincia de Buenos Aires y los de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. La apropiación de los

derechos de aduana por Buenos Aires y la intermediación obligada de todo el comercio

exterior por su puerto concentraban en ella los recursos fiscales y los ingresos generados en la

actividad comercial. Estas restricciones limitaron el impacto que la expansión ganadera podía

ejercer sobre Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. Sin embargo, también en estas provincias

operaron los factores que diferenciaron su experiencia de la registrada en las regiones del

interior. Por eso, este capítulo se refiere al desarrollo del Litoral en su conjunto, aunque, a

menudo, deba hacerse referencia a la especial situación de la provincia de Buenos Aires dentro

de la región.

1. EL AUMENTO DE LA POBLACIÓN

A comienzos del siglo xix, la población del actual territorio argentino mantenía una

distribución regional muy desigual, concentrada principalmente en el Centro y el Noroeste. La

fuerte gravitación de estas regiones se debía aún a la existencia de una numerosa población

indígena y al peso de la economía minera del Alto Perú; no obstante, la creciente actividad

comercial del Litoral pronto se constituiría en un polo de atracción para los habitantes de otras

comarcas.

La población de las provincias del Litoral creció sostenidamente durante toda la etapa de

transición, particularmente en Buenos Aires, ciudad y campaña. Entre 1800 y 1869, fecha del

primer censo nacional, la población de las provincias del Litoral Buenos Aires, Santa Fe, Entre

Ríos y Corrientes pasó de aproximadamente 100 mil a 850 mil habitantes. Esto implica una

tasa de crecimiento anual acumulativo ligeramente superior al 3%. Este crecimiento

demográfico fue resultado en gran medida de la migración proveniente del interior

(particularmente de Santiago, San Luis, Córdoba y Misiones) que se incorporaba como mano

de obra en las estancias ganaderas u ocupaban tierras en las zonas de frontera. En 1854, luego

de décadas de iniciada la expansión ganadera, el 12% de la población de la campaña de

Buenos Aires había nacido en otras provincias y la proporción de europeos era de 1 a 5

respecto de los nativos. Dentro del Litoral, Buenos Aires, ciudad y campaña, fue la provincia

que, junto con Entre Ríos, creció más sostenidamente. Hacia 1800, su población debía

representar alrededor del 50% del total del Litoral, y en 1869 la proporción se había elevado a

casi el 60%. Esto daría una tasa de crecimiento demográfico para la provincia vecina del 3,5%

anual entre esos años. El dato puede resultar exagerado, debido a la precariedad de la

información disponible, pero ilustra claramente acerca de la tendencia en el período.

Asimismo, se produjo un proceso de ruralización de la población; en efecto, hasta los años

veinte del siglo xix, la población de la provincia era fundamentalmente urbana, lo que refleja

cabalmente las características de las actividades económicas. Sólo tiempo después el grueso de

la población se asentaría en el agro, en la medida en que las actividades rurales se expandían.

El aumento poblacional en el Litoral fue simultáneo con la expansión de la frontera. De tal

modo, la densidad demográfica en las tierras efectivamente ocupadas aumentó en mucha

menor proporción de lo que podría deducirse de las cifras sobre evolución de la población de la

región en la etapa de la transición.

CUADRO 2. La población en el territorio argentino, 18001869 Año Interior Litoral Cuyo Total

1800 165.000 116.000 36.000 317.000

1869 710.000 848.000 179.000 1.737.000

Fuente: Elaboración propia sobre la base de Ernesto Maeder, Evolución demográfica argentina de 1810

a 1869, Buenos Aires, 1969.

2. LA EXPANSIÓN DE LAS EXPORTACIONES Y LA EVOLUCIÓN DE LA

ESTRUCTURA PRODUCTIVA

La apertura de los puertos del Río de la Plata en la segunda mitad del siglo XVIII, la

liberalización total del intercambio después de la independencia y la expansión ganadera en el

Litoral se reflejan en el aumento de las exportaciones y en el cambio de contenido de los bienes

exportados. Mientras que, al final del período colonial, la exportación de plata representaba

más del 50% del total, desde los años veinte los derivados pecuarios lideran las exportaciones,

provenientes en su mayor parte de la campaña de Buenos Aires. Hacia 1850, las exportaciones

ascendían a alrededor de 10 millones de pesos fuertes, que equivalen a más de 600 millones de

dólares de poder adquisitivo del año 2000. A fines del siglo XVIII, las exportaciones ascendían

a alrededor de 5 millones de pesos fuertes, o sea, aproximadamente 300 millones de dólares.

En consecuencia, en un plazo de cincuenta años, con fuertes fluctuaciones intermedias, las

exportaciones del país casi se duplicaron.

Si se estima que hacia 1850 las exportaciones representaban alrededor del 15% del producto

bruto, se concluye que éste ascendía en ese año a alrededor de 4.200 millones de dólares.5

Como la población del país ascendía a 1.200.000 habitantes, el producto bruto por habitante

era de alrededor de 350 dólares. No existe información confiable para estimar la evolución del

producto bruto en la etapa; no obstante, algunos cálculos recientes que han utilizado distintas

metodologías permiten distinguir dos etapas claramente diferenciadas en cuanto al ritmo de

crecimiento: entre 1810 y 1840, la tasa anual de crecimiento del producto bruto habría sido del

1,5%, y entre 1840 y 1860, del 3%, aunque con importantes fluctuaciones en algunos años.

Estas estimaciones, aunque precarias por la insuficiencia de datos, dan cuenta de una economía

que, superadas las etapas más agudas de las luchas de independencia y civiles, alcanzó niveles

de crecimiento no desdeñables dadas las características de la producción y su inserción

internacional.

Veremos más adelante que en toda la etapa de la transición se produjo un desplazamiento del

origen de las exportaciones desde las regiones del interior hacia el Litoral y que fue éste el que

asimiló la mayor parte de los efectos expansivos del crecimiento del comercio exterior. Al

mismo tiempo, la población del Litoral se fue integrando paulatinamente en la economía del

mercado abandonando las actividades de subsistencia, que continuaron preponderando en el

interior. Estos factores permiten suponer que, en el Litoral, el producto por habitante era

superior al del resto del país.

El crecimiento de las exportaciones estimuló la expansión del producto y del ingreso conforme

a mecanismos que analizaremos con algún detenimiento al referirnos a la etapa de la economía

primaria exportadora.

Lo que nos interesa señalar ahora es la medida en que la expansión de la exportación y del

ingreso del Litoral repercutió en la conformación de su estructura productiva.

En el Litoral, el consumo, en la medida en que superaba los niveles de subsistencia, se

satisfacía en gran parte con productos importados desde fuera de la región y que, hasta fines

del siglo XVIII, habían provenido en alta proporción de las regiones del interior, como paños,

vinos, fruta seca, yerba mate y tabaco. La expansión del ingreso en el Litoral durante la etapa

de transición provocó naturalmente una elevación de la demanda y una mayor diversificación

de ésta, como sucede cuando se elevan las condiciones de vida y de manera paulatina pierde

importancia relativa el consumo de los artículos esenciales para la subsistencia y la adquirían

los artículos manufacturados, los servicios y las maquinarias, equipos y otros bienes de capital

componentes de la inversión interna.

Los sectores comerciantes y ganaderos del Litoral tenían sus intereses estrechamente

vinculados a la expansión de las exportaciones. El libre cambio se convirtió, pues, en la

filosofía y la práctica política de estos grupos y, de hecho, el objetivo económico de la

Revolución de la Independencia fue eliminar definitivamente las trabas al comercio que aún

subsistían en la reglamentación colonial, a pesar de la liberalización de 1778. Exportaciones

libres implicaban importaciones libres. El Litoral carecía de actividades desarrolladas para

satisfacer la demanda expansiva, y la producción del interior también se encontraba

escasamente desarrollada y a grandes distancias, de modo que los productos importados

conquistaron rápidamente el mercado de la región.

La proporción del ingreso bruto del Litoral gastado en importaciones debe haber sido

semejante al del coeficiente de exportaciones, esto es, que debe haber fluctuado entre el 15% y

el 20%. El hecho de que la casi totalidad de los artículos manufacturados de cierta complejidad

(textiles, artículos metalúrgicos) fueran adquiridos en el exterior determinó la ausencia de

producción interna de tal tipo de bienes. Ya hacia mediados del siglo XIX, cuchillos, aperos,

ponchos e instrumentos de trabajo, empleados por la población rural, eran importados y en su

mayor parte de origen inglés. La libertad de importación o la aplicación de derechos de aduana

con objeto de recaudar fondos y no de promover la instalación de tal tipo de industrias impidió

el desarrollo interno de éstas. Es natural que este proceso haya mantenido la diversificación de

la estructura productiva del Litoral en moldes limitados.

Los sectores que se desarrollaron en la etapa de transición fueron, en consecuencia, la

producción ganadera fuertemente orientada a la exportación, las manufacturas y artesanías

atraídas en su localización por la demanda (como la industria de la construcción y los talleres

de reparación de vehículos y elementos mecánicos) y ciertos servicios. Entre estos últimos, el

aumento de los ingresos de los gobiernos de las provincias del Litoral, particularmente la de

Buenos Aires, apoyado en las crecientes recaudaciones de aduanas, cuando no en la emisión

monetaria, provocó una expansión del gasto público en los servicios prestados por el gobierno

y, en consecuencia, de la ocupación de mano de obra en el sector. La expansión de las

actividades comerciales en Buenos Aires y otras localidades del Litoral, vinculadas al aumento

del comercio exterior y al crecimiento de la población y del nivel interno de ingresos, fueron

también un factor expansivo de la ocupación de mano de obra en el sector de servicios.

La elevación del nivel de ingresos y la importancia que iban adquiriendo las ocupaciones

comerciales y urbanas provocaron el crecimiento de la población de las ciudades del Litoral.

Tal es el caso principalmente de la ciudad de Buenos Aires, que, hacia 1850, tenía una

población cercana a los 100 mil habitantes, representando alrededor del 50% de la población

total de la provincia de Buenos Aires. Considerando el Litoral en su conjunto, es posible que la

población urbana representara alrededor del 25%, mientras que el 75% del total viviera en las

zonas rurales. El proceso de urbanización fue también particularmente manifiesto en las

ciudades vinculadas al creciente tráfico fluvial de los ríos Paraná y Uruguay; especialmente

Rosario, Santa Fe, Gualeguaychú y Concepción del Uruguay.

3. LA DISTRIBUCIÓN DEL INGRESO Y LA ACUMULACIÓN DE CAPITAL

El hecho de que el sector pecuario generara alrededor de la tercera parte del producto del

Litoral y que la producción ganadera se realizara básicamente en grandes propiedades

constituyó el principal factor determinante de la concentración del ingreso en una reducida

parte de la población. La actividad comercial se encontraba también en gran medida

concentrada en los círculos ligados al comercio exterior, incluyendo los intermediarios

extranjeros. Esto contribuyó a la concentración del ingreso del Litoral en un grupo reducido de

la población.

Por otro lado, las depreciaciones del papel moneda registradas después de la Independencia,

particularmente en la provincia de Buenos Aires, debidas básicamente a los fuertes déficit

fiscales y a la emisión de moneda para conjugarlos, contribuyeron a acentuar la concentración

del ingreso en los grupos de ganaderos y comerciantes. La retribución de los trabajadores del

campo y las ciudades crecía en menor proporción que la devaluación del peso y que el nivel

general de precios internos, que estaba condicionado por los precios de las exportaciones y por

los de los bienes importados que satisfacían la demanda interna.7 Debido a que los precios de

exportación y, con ellos, los ingresos de los ganaderos y comerciantes aumentaban en la

misma proporción que la devaluación del peso papel, se producía una transferencia interna de

unos sectores sociales a otros, lo cual agudizaba la concentración de la riqueza en pocas

manos.

La composición del consumo de los sectores pudientes y de los grupos populares difería

sustancialmente. El de aquéllos estaba compuesto en mayor proporción por artículos de

manufactura más compleja (incluyendo bienes suntuarios) que el de estos últimos. El hecho de

que el primer tipo de bienes se importase casi en su totalidad del exterior, mientras que los

alimentos y productos más baratos se produjesen en buena proporción en el país, permite

suponer que la desigualdad en la distribución del ingreso estimuló la importación de artículos

suntuarios. En relación con las importaciones totales, estos bienes tenían una participación

importante.

Este factor, unido a la ausencia de una política arancelaria restrictiva para la importación de tal

tipo de bienes, contribuyó a mantener la diversificación de la estructura productiva interna en

los límites modestos que imperaron durante la etapa de transición.

La mayor parte del ahorro de los sectores pudientes se destinaba a financiar la expansión del

sector ganadero y del comercio y, también, en medida importante, las construcciones urbanas,

particularmente en Buenos Aires. Las precarias actividades manufactureras destinadas al

consumo interno absorbieron proporciones menores de la inversión.

La expansión de los ingresos y el ahorro en el Litoral, particularmente en la provincia de

Buenos Aires, concurrentemente con la aparición de espacios de rentabilidad en la producción

ganadera, el comercio y las construcciones urbanas, provocaron una relativa movilidad de los

fondos disponibles para inversión entre éstas. Estos factores sentaron la base incipiente de la

actividad bancaria y del mercado financiero y de capitales del Litoral, particularmente en la

ciudad de Buenos Aires, que habría de desarrollarse más intensamente en la etapa de la

economía primaria exportadora. Desde un inicio, intermediarios y financistas extranjeros

ocuparon posiciones influyentes en el emergente sistema financiero y de comercio

internacional, del mismo modo en que sucedería más tarde con la transformación de la

producción primaria, principalmente en los frigoríficos.

A medida que transcurría la etapa de transición, la población del Litoral se iba integrando más

y más en la economía del mercado. Hacia mediados del siglo xix, prácticamente ya no existían

núcleos importantes de población que no produjesen para vender o que no tuviesen una parte

significativa de su consumo compuesto por productos adquiridos del exterior o del resto de la

economía nacional. Progresivamente se fue desarrollando una fuerza de trabajo asalariada en

las actividades urbanas y las rurales y, en esta última, con una proporción del pago en especie.

La relativa movilidad de la mano de obra dentro del Litoral y las ocupaciones urbanas creadas

por el aumento del comercio y los servicios del gobierno probablemente evitaron la aparición

de grandes desigualdades en los salarios de las diversas ocupaciones en condiciones

semejantes de capacitación. Un estudio reciente destaca que un segmento de propietarios en la

campaña concentraba un alto grado de riqueza; no obstante, también muestra que los pequeños

propietarios no sólo no habían desaparecido, sino que habían aumentado significativamente en

cifras absolutas. En todo caso, aquellas zonas en donde predominaba la ganadería vacuna, por

ejemplo en el sur de la provincia de Buenos Aires, eran más desiguales que aquellas en las que

predominaba la agricultura o la ganadería ovina.

La ausencia de un contexto propicio para el desarrollo de las actividades manufactureras

impidieron la aparición de espacios de rentabilidad en la industria que atrajeran iniciativas

empresarias y capital. La modernización de la estructura económica del Litoral fue, por lo

tanto, limitada, pero, aun así, surgieron oportunidades en ocupaciones diversas ligadas a la

actividad ganadera en expansión y al aumento de las poblaciones urbanas. El impulso al

crecimiento disparado por las exportaciones primarias fue de esta manera absorbiendo el

incremento de la población activa sin diferencias abismales entre sectores sociales vinculados

a la economía de mercado y la mayor parte de la población marginada de éste, como sucedía

en otros países de América Latina.

4. EL COMPORTAMIENTO DEL SECTOR PÚBLICO

Luego de 1810, la disgregación política y económica afectó notablemente los recursos fiscales

de los sucesivos gobiernos "revolucionarios". En particular, la separación del Alto Perú

significó la pérdida de los recursos financieros que proveía la actividad minera de esa región.

La Aduana se transformó en la principal fuente de recursos, aunque no logró compensar los

ingresos que anteriormente se recibían desde Potosí. Entre 1810y 1819, es decir, durante el

período de la guerra de independencia, los impuestos al comercio exterior varían alrededor del

40% de los ingresos y creación de recursos fiscales. Ésa es la razón por la que, en los primeros

años de la independencia, los gobiernos recurriesen a contribuciones forzosas para cubrir el

déficit permanente. Sólo después de 1820, los Estados provinciales configurarían, por

separado, una serie de normas más estables de recaudación impositiva y de emisión monetaria.

Los gobiernos provinciales, particularmente el de la provincia de Buenos Aires, cumplieron

durante la etapa de transición un papel que tendió a consolidar la situación de los sectores

ganaderos y comerciales y, con ello, los factores del crecimiento del Litoral.

Los gastos públicos alcanzaron altos niveles en toda la etapa, estimulados por las guerras de

independencia, las luchas internas y las campañas contra los pueblos originarios. No menos del

60% de los gastos totales de los gobiernos del Litoral correspondían a los gastos militares. El

resto era prácticamente absorbido por las erogaciones para mantener o expandir la maquinaria

administrativa del Estado.

Por otro lado, los ingresos corrientes de los gobiernos del Litoral con la excepción de Santa Fe

provenían en alrededor del 60% al 90% de los impuestos al comercio. En el caso de Buenos

Aires, excepto durante la etapa en que el puerto estuvo bloqueado por potencias extranjeras,

los ingresos aduaneros cubrieron entre el 70% y el 80% de lo recaudado. Las reformas de

1836, durante el gobierno de Rosas, no modificaron fundamentalmente la orientación

librecambista de la provincia, y sólo las tarifas a las importaciones constituyeron entre el 15%

y el 30% de la recaudación. La dependencia de los ingresos fiscales corrientes de los derechos

aplicados sobre el comercio exterior otorgaba una gran inestabilidad a los ingresos públicos.

Toda contracción de las exportaciones repercutía sobre las importaciones y la reducción de

ambas disminuía proporcionalmente las recaudaciones fiscales. La incidencia de los derechos

de aduana era tan alta en el total de las recaudaciones, que los efectos indirectos de la

contracción de las exportaciones sobre la actividad económica interna y, a través de ésta, sobre

la recaudación de los otros impuestos, era prácticamente insignificante.

Otras fuentes de recursos, como la colocación de títulos públicos en el exterior y la venta de

tierras fiscales, fueron de escasa significación. La primera, con la excepción del empréstito

tomado por Baring de Londres en 1824, porque aún no se había abierto para el país la vía de

acceso a los mercados internacionales de capitales, como ocurrirá a partir de 1870.

La segunda, porque, más que como forma de recaudar fondos, fue utilizada para facilitar la

apropiación privada de los nuevos territorios ocupados en la frontera pampeana por los grupos

influyentes de la época.

Pero hubo otras dos fuentes significativas de obtención de recursos para el fisco,

particularmente el de la provincia de Buenos Aires, que completaban los derechos de aduana y

puertos. Ellas fueron la colocación de empréstitos internos y la emisión de papel moneda."

Los empréstitos internos adoptaron a menudo el carácter de contribuciones forzosas aplicadas

a los grupos que disponían de recursos en la época, esto es, comerciantes y terratenientes.

También se colocaban empréstitos tomados voluntariamente por el público y éste es el caso

principalmente de las provincias de Buenos Aires y de Entre Ríos, donde los créditos llegaron

a equivaler a la mitad de los ingresos provinciales. Pero en estos casos, los títulos se colocaban

con grandes descuentos, generalmente no inferiores al 40%. Esto es que por un papel de 100

pesos, el gobierno obtenía, con ese descuento, 60 pesos y debía pagar los intereses y las

amortizaciones correspondientes a los 100. Es claro que la depreciación del peso, provocada

básicamente por la política monetaria, reducía el valor efectivo de la deuda pública interna. Y

esto permite introducir la otra fuente de recursos fiscales: la emisión de papel moneda.

Hasta años después de la Revolución de Mayo, continuaron circulando en el país las monedas

metálicas de oro y plata españolas. Poco después de 1810, varias provincias, principalmente

las del Litoral y dentro de éstas la de Buenos Aires, organizaron sus sistemas monetarios

creando bancos con el poder de emisión de papel moneda. Los billetes papel emitidos por el

Banco de la Provincia de Buenos Aires en 1822 constituyen la primera oportunidad en que ello

ocurre.

La emisión lisa y llana de papel moneda para pagar los gastos públicos presentaba varias

ventajas para el fisco: recibía dinero sin necesidad de devolverlo y se evitaba el trabajo de

vender los títulos públicos. Pero ésta era una razón circunstancial y secundaria; el respaldo y

estímulo de la política de expansión monetaria frente a la de colocación de empréstitos internos

lo constituían los ganaderos y los comerciantes.

Esos grupos eran los que debían tomar los empréstitos cada vez que se emitían, ya que eran los

únicos con los recursos suficientes para poder hacerlo. La emisión monetaria, en cambio, los

eximía de la responsabilidad. Pero, además, la inflación interna desencadenada por la emisión

también los favorecía porque, conforme al mecanismo antes descrito, mientras los precios de

los productos que esos grupos vendían aumentaban al compás de la devaluación de la moneda

nacional, los salarios y otros costos pagados crecían en menor proporción y con posterioridad a

la depreciación del peso.

Burguin analiza la posición adoptada en la Legislatura de la provincia de Buenos Aires, en el

debate financiero de 1837, por los legisladores más representativos de las clases ganaderas y

comerciales de la provincia en favor de la política de emisión monetaria y de conjugación del

déficit fiscal por ese medio.

Durante el gobierno de Rosas, entre 1836 y 1851, la guerra con Bolivia, los bloqueos y los

conflictos internos condujeron a las finanzas provinciales hacia una situación crítica. Los

déficit de la tesorería fueron cubiertos por emisiones de la Casa de Moneda, que ascendieron a

más de 125 millones de pesos papel. En sólo dos años, entre 1838 y 1840, el total del circulante

se triplicó. La expansión monetaria repercutió en el poder adquisitivo interno de la moneda y

en su tipo de cambio externo. La depreciación del papel moneda de la provincia con respecto

al peso oro fue pronunciada. Entre enero de 1826 y 1836, la depreciación fue del 594% para

alcanzar, con respecto al mismo año base de 1826, un punto máximo del 2.100% en 1840. El

nivel de precios interno sufrió el impacto de la depreciación externa de la moneda.

En la medida en que la política fiscal tendió a conjugar los déficit con emisión y no con

empréstitos internos, se trasladó el peso de la financiación de aquellos pertenecientes a los

sectores de terratenientes y comerciantes a los sectores de ingresos reducidos de la población.

Estos últimos realizaron, así, un verdadero ahorro forzoso por la caída de sus ingresos reales

frente al aumento del nivel de precios.

Un caso parcialmente diferente entre las provincias del Litoral fue el de Corrientes; en las

décadas del veinte y treinta los gobiernos de esa provincia lograron equilibrar los gastos y la

recaudación fiscal. El gobierno desarrolló una política proteccionista para su producción de

tabaco, aguardiente y textiles que trató de conciliar con sus intereses fiscales. Los impuestos

indirectos evitaron que el sector propietario pagara los costos de mantener al Estado. La

provincia tampoco utilizó de manera sistemática el endeudamiento y en contadas ocasiones

colocó empréstitos públicos de emergencia. Sólo a partir de las derrotas militares en la década

de 1840, Corrientes también caería en un sostenido proceso inflacionario y de déficit fiscal.

La Constitución de 1853 concedió a la Nación los derechos de aduana, suprimió las aduanas

interiores y otorgó a las provincias los impuestos directos. Pero esta disposición resultó difícil

de cumplir por parte de las provincias, independientemente de que el país se mantuvo dividido

durante una década más entre la Confederación (que estableció una aduana nacional en

Rosario) y el Estado de Buenos Aires, que conservó la tradicional aduana pero que también

debió recurrir a la emisión para costear los gastos de guerra con el resto del Litoral y el interior,

por ese entonces unidos.

La emisión monetaria agotó sus efectos sobre la economía con la traslación interna de ingresos

de unos sectores a otros. Cuando fue aplicada frente a contracciones del comercio exterior, su

efecto compensatorio sobre el nivel de actividad interna fue escaso. Al contraerse las

exportaciones, el consumo interno no podía absorber los excedentes de productos ganaderos.

Tampoco se producía un desplazamiento de factores productivos, capital y mano de obra,

ocupados en la producción ganadera hacia la producción de otros bienes destinados a satisfacer

el consumo interno insatisfecho por la contracción de las importaciones derivadas de la caída

de ingresos de exportación.

En una economía tan poco diversificada y sin base industrial, como la del Litoral, resultaba

imposible provocar en el corto plazo un desplazamiento apreciable de factores productivos del

sector exportador al sector destinado a satisfacer el consumo interno, o sea, sustituir

importaciones.

Esa experiencia recién se viviría en ocasión de la Primera Guerra Mundial (19141918) y, sobre

todo, a partir de la gran crisis internacional de la década de 1930. El aumento de los precios

internos de los artículos tradicionalmente importados era, en consecuencia, incapaz de atraer

iniciativas empresarias y capitales hacia la instalación de empresas destinadas a producirlos en

el país. Esto hubiera requerido una política simultánea de restricción de las importaciones que

se buscaban sustituir; sin embargo, esta posibilidad contradecía la política y los objetivos de

largo plazo de los grupos dominantes del Litoral.

El ahorro del sector público esto es, la diferencia entre ingresos y gastos fue prácticamente

insignificante durante toda la etapa de transición. De hecho, el déficit prácticamente

permanente de los fiscos provinciales indicaba su incapacidad de conseguir suficientes fondos

para financiar sus gastos corrientes. La escasez del ahorro del sector público determinó la

ausencia casi total de obra pública durante la etapa, particularmente en inversiones de

infraestructura, especialmente la mejora de caminos. Sin embargo, los gastos en defensa de la

provincia de Buenos Aires, en cuanto financiaban las campañas contra el indio y provocaban

la expansión de la frontera, constituyeron verdaderas inversiones del sector público que

ampliaban la capacidad productiva provincial al incorporar nuevas tierras al proceso

económico. La apropiación privada posterior de las nuevas tierras determinó una transferencia,

prácticamente sin costo, al sector privado de las inversiones realizadas por el gobierno.

Fue en este aspecto de la expansión de la frontera y en la consolidación de la maquinaria

política y administrativa en que el comportamiento del sector público, particularmente el

gobierno bonaerense, contribuyó a consolidar más decididamente las bases de la expansión

ganadera y comercial en la etapa y a dar a los grupos dominantes el control del recurso natural

básico del Litoral: la pradera pampeana.

5. LAS LIMITACIONES AL DESARROLLO DEL LITORAL EN LA ETAPA

El proceso de transformación y de crecimiento de la economía del Litoral, a pesar de ser

notable, se mantuvo limitado en toda la etapa de transición. A tal punto que la región

permaneció escasamente poblada y las condiciones de vida, en forma particular las de las

poblaciones más alejadas de los centros urbanos, continuaron siendo muy primitivas. El

desierto y la "civilización del cuero" predominaban en las zonas rurales del Litoral al

promediar el siglo xix. La densidad de población en la campaña bonaerense núcleo de la

región pampeana era, aún en 1896, apenas de un habitante por km". El testimonio de

observadores de la época, como Moussy y Parish, refleja esta situación. La "barbarie", en el

sentido sarmientino, seguía imperando en amplias zonas del Litoral.

Estos hechos no eran propicios para nuevos emprendimientos y actividades que incorporaran

la tecnología disponible en la época en los países más avanzados. Faltaban empresarios, mano

de obra capacitada y espacios de rentabilidad que estimularan la inversión privada más allá de

la producción ganadera. Faltaba, asimismo, la integración de la Nación dentro de un orden

institucional que garantizara la seguridad jurídica.

Después de la independencia, la etapa de transición abarcó el período de las luchas federales

desatadas esencialmente por la posición de la provincia de Buenos Aires en el seno de la

Confederación. La consecuente inestabilidad política e institucional recién concluye en los

años transcurridos entre la presidencia del general Bartolomé Mitre (1862

1868) y la federalización de la ciudad de Buenos Aires en 1880, año en el cual comienza su

primera presidencia el general Julio A. Roca. Ese período es conocido como el de la

Organización Nacional.

Un mercado interno formado por economías regionales de bajo desarrollo y poblamiento,

separadas entre sí por la distancia en un inmenso territorio, no proporcionaba incentivos para la

inversión y el cambio tecnológico. La concentración de la propiedad del recurso principal, las

tierras fértiles de la pradera pampeana, limitaba también las oportunidades de amplios

segmentos sociales de acceder a la propiedad, establecer unidades productivas viables,

incentivar la imaginación e innovar. A su vez, la excesiva concentración del ingreso y del gasto

distorsionaba la composición de la demanda, estimulaba las importaciones de bienes

suntuarios y deprimía el consumo de los sectores mayoritarios de la población.

Los productos locales y los costos de transportes limitaban el mercado para los bienes

extranjeros en el interior del país. Hacia 1800, los costos de las mercaderías importadas

superaban a las divisas obtenidas por la venta de productos ganaderos, y el déficit era cubierto

con la salida de plata. No obstante, hacia el fin del período que estamos considerando, los

mercados de exportación para el Litoral habían crecido mucho más rápidamente que las

importaciones, por lo que la balanza de pagos comenzó a favorecer a la región del Río de la

Plata. 15

En tales condiciones, las respuestas al proceso de globalización de la época comenzaron a

articularse en torno al crecimiento de una actividad primaria productora de excedentes

exportables (cuero, grasa, tasajo y lanas), concentrada en la región pampeana, con un bajo

nivel de incorporación de valor agregado a su producción y diversificación. Los intereses

extranjeros, principalmente de origen británico, que se instalaron en estos territorios

adquirieron posiciones dominantes en las etapas de la cadena de agregación de valor

vinculadas al comercio internacional y, también, en el financiamiento del sector público, cuya

primera operación de envergadura es el préstamo de la Casa Baring de Londres, en 1824.

Desde un comienzo, el estilo de inserción en la división internacional del trabajo del Segundo

Orden Mundial fue configurando la condición periférica de la economía de estos territorios en

el sistema internacional.

A medida que avanzaba la integración del orden mundial, la Argentina comenzaba a dar

respuestas inadecuadas a los desafíos y las oportunidades de la globalización, abriendo la

brecha que diferenciaría su experiencia de la de los otros espacios abiertos, como Canadá y

Australia y, también, de Estados Unidos.

El Litoral y el puerto de Buenos Aires fueron protagonistas principales de los cambios

registrados en la etapa de transición. Pero aun allí, diversos factores limitaron el crecimiento

económico fundado en la especialización de la producción exportable de la ganadería.

Los principales factores de limitación al desarrollo del Litoral eran básicamente los siguientes.

En primer lugar, hasta la primera mitad del siglo xix, no se había consumado aún la integración

y formación del mercado mundial con las características que adquiriría a partir de la segunda

mitad del siglo. La Revolución Industrial no había transformado aún en profundidad las

estructuras económicas de los países europeos. A su vez, los sistemas de transporte marítimo

no habían recibido el impacto de las mejoras técnicas de la utilización del acero y del vapor en

los buques de ultramar, manteniendo los fletes excesivamente altos para la competitividad de

numerosos productos agropecuarios, ni había comenzado la revolución en las comunicaciones

del telégrafo y los cables submarinos. Tampoco se habían producido aún innovaciones

técnicas, como la refrigeración de carnes, que abrirían más tarde horizontes revolucionarios a

la producción ganadera.

En segundo lugar, como consecuencia del hecho anterior, no se habían incorporado al país

cantidades suficientes de capital y mano de obra como para poblar la región pampeana y

aprovechar racionalmente la tierra disponible. La utilización de la tierra en todo el período de

transición fue sumamente precaria y extensiva, el nivel tecnológico de las actividades

pecuarias sustancialmente bajo, la producción agrícola limitada a producir para el mercado

interno, la población rural muy reducida. El capital de infraestructura para integrar la economía

del Litoral particularmente transportes y comunicaciones se encontraba prácticamente en el

mismo estado que en la etapa de la economía primaria de subsistencia. El pésimo estado de los

caminos, las largas distancias y los rudimentarios medios de transporte terrestre (tropas de

carretas tiradas por bueyes y recuas de muías) inhibieron un mayor desarrollo de los mercados.

Estos factores básicos limitaron el desarrollo y la transformación de la estructura de la

economía del Litoral en el período. Sin embargo, por primera vez en la historia económica del

país, se incorpora a su proceso de crecimiento la expansión de la demanda externa. La etapa de

la economía primaria exportadora presenciaría la multiplicación de ese factor dinámico y la

incorporación masiva de innovaciones técnicas y de capital productivo que habrían de

impulsar mucho más vigorosamente el crecimiento del país.

En la etapa de transición cristalizó el régimen de propiedad de la tierra que influiría

sensiblemente en la evolución posterior. El crecimiento del sector agropecuario, que adquiriría

un papel dinámico revolucionario de la estructura y del desarrollo del país en la etapa de la

economía primaria exportadora, estuvo condicionado por este hecho.

La disposición de la tierra pública en la etapa de transición y su venta en grandes propiedades

en las zonas más fértiles de la región pampeana, particularmente en la provincia de Buenos

Aires, sentó algunas de las bases fundamentales para el comportamiento de la economía

nacional en la etapa siguiente. La concentración de la propiedad territorial se constituyó en uno

de los factores de la concentración del ingreso del sector agropecuario en pocas manos;

proporcionó el marco jurídico para el asentamiento de las futuras corrientes inmigratorias; fijó

el tipo de organización de la empresa rural, particularmente en el sector ganadero, en grandes

unidades de producción, y la distribución de la utilización de la tierra entre la ganadería y la

agricultura; y, finalmente, configuró una estructura social y política en la realidad argentina

que condicionó de manera fundamental el desarrollo posterior del país.

EL ESTANCAMIENTO DEL INTERIOR

1.- LA EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN

AGOTADO el efecto de la declinación de la población indígena sobre la evolución

demográfica, la población de las regiones del interior creció durante la etapa de transición. Este

aumento tuvo su origen básicamente en el crecimiento vegetativo, ya que aquéllas no

recibieron corrientes inmigratorias. Por el contrario, durante esta etapa se produjo un cierto

desplazamiento poblacional del interior hacia el Litoral, como reflejo del desarrollo de éste en

contraste con el estancamiento de aquél. Estudios sobre la estructura demográfica de principios

del siglo xix reflejan este proceso. Mientras que en algunas regiones del interior la mayoría de

la población era femenina (debido a la emigración de varones y a la guerras), en el Litoral se

registraba una mayoría de varones y un predominio de familias pequeñas, como resultado de la

posibilidad de independizarse tempranamente que tenían las parejas jóvenes, debido a las

oportunidades económicas que ofrecía la región.

En el Noroeste, la población pasó de aproximadamente 150 mil habitantes en 1800 a 450 mil

hacia fines de la década de 1860; en tanto que la población cuyana creció de 36 mil a 180 mil

y, en el Centro, de 60 mil a 264 mil habitantes para ese mismo período. La población total de

las regiones del interior pasó, pues, de 250 mil habitantes en 1800 a 900 mil en 1869. La tasa

de crecimiento anual fue así del 1,9%. Si bien la población registró un crecimiento no

desdeñable, el interior en conjunto se encontraba prácticamente despoblado.

Si se compara la relación que existe entre la población del interior con la del total del país, se

observa que, mientras en 1800 ésta ascendía al 63%, en 1869 había descendido a poco más del

50%. La declinación obedece a la disminución de la participación del Noroeste en la población

total, que disminuyó del 43% al 26% entre los años citados. Esta región, que fue la de mayor

población e importancia relativa en el período colonial, continuó encerrada, más que ninguna

de las otras regiones del interior, en los compartimentos estancos de su desarrollo, y ello

explica la pérdida acelerada de su significación relativa.

Por el otro lado, el Litoral concentró la mayor parte del aumento demográfico del país, y su

participación en el total de la población pasó del 37% al 50% entre 1800 y 1869.

2.- EL ESTRANGULAMIENTO DEL SECTOR EXTERNO

Durante la etapa de transición, las exportaciones realizadas por el puerto de Buenos Aires

sufrieron un cambio radical, tanto en lo que se refiere a su composición como a su origen

regional.

Hacia 1750, las exportaciones estaban compuestas en el 80% por plata del Alto Perú y en el

20% por "productos de la tierra", esto es, cueros casi en su totalidad. Según las estimaciones de

Coni, a mediados del siglo XVIII las exportaciones de plata ascendían a 1.600.000 pesos

fuertes, o sea, aproximadamente 12 millones de dólares. Las exportaciones de cueros debían

ascender, pues, a alrededor de 300 mil pesos fuertes, es decir, más de 3 millones de dólares.

La composición de las exportaciones revela que la gran mayoría d ellas, incluyendo las de

plata del Alto Perú, tenían su origen en el interior. Es casi seguro que una proporción sustancial

de la plata exportada fue propiedad de empresarios del Noroeste y Córdoba que la habían

recibí en pago por sus ventas de muías, tejidos y otros artículos a Potosí. De 10 exportaciones

de cueros, por lo menos el 50% debía provenir del interior el resto del Litoral. De tal modo que

si la totalidad de las exportaciones plata y la mitad de las de cueros provenían del interior, el

90% de las exportaciones tenían su origen en esta parte del actual territorio nacional y s' el 10%

en el Litoral. En consecuencia, sobre una exportación total por puerto de Buenos Aires de 15

millones de dólares anuales a mediados siglo XVIII, el 90% provenía del interior y el resto del

Litoral.

La situación se modificó totalmente un siglo más tarde. Las exportaciones de plata

prácticamente habían desaparecido por la caída de la producción del Alto Perú y los

"productos de la tierra" representaban la totalidad de las exportaciones. Los cueros seguían

ocupando un lugar preponderante, entre el 60% y el 70% del total exportado; sin embargo, en

las estadísticas de comercio exterior, otros rubros como lanas, tasajo y sebo alcanzaban un

lugar significativo.

Hacia mediados del siglo xix, las estadísticas existentes sobre las "importaciones terrestres" de

productos ganaderos de la provincia de Buenos Aires, esto es, productos provenientes del resto

del país, revelan que esas importaciones representaban alrededor del 30% de las exportaciones

al exterior, del mismo tipo de productos, desde el puerto de Buenos Aires. Ya que por lo

menos la mitad de ese 30% debía provenir de las otras provincias del Litoral (Entre Ríos, Santa

Fe y Corrientes), ello indica que sólo el 15% de las exportaciones desde el puerto de Buenos

Aires tenían su origen en las provincias del interior. Si las exportaciones de ultramar ascendían

en 1850 a cerca de 70 millones de dólares, es probable que de este total sólo 10 millones de

dólares haya correspondido a las provincias del interior. Es claro que los altos costos de

transporte en la época y los márgenes de comercialización de los intermediarios del puerto

deben haber reducido, en buena parte, el ingreso efectivamente recibido por los empresarios

del interior.

La entrada de productos del interior en la provincia de Buenos Aires incluía también productos

destinados al consumo de su población. Esos productos eran yerba mate, tabaco, bebidas,

ponchos y otros bienes no especificados. Hacia fines de la década de 1830, estas entradas

ascendían a alrededor de 4 millones de dólares y es casi seguro que ellas no superaron

sustancialmente esos niveles hasta el final de la etapa de transición. Por el otro lado, es muy

probable que el comercio entre las distintas regiones del interior entre sí haya sido

relativamente pequeño.

Probablemente, las exportaciones totales del interior, incluyendo las de ultramar a través de

Buenos Aires y las destinadas al consumo interno de las distintas regiones, deben haber estado

hacia mediados del siglo xix en torno a los 15 a 20 millones anuales de dólares. El aumento

sobre las exportaciones de un siglo antes fue, pues, muy pequeño. En el caso especial del

Noroeste, que suministraba una gran parte de las exportaciones totales a mediados del siglo

XVIII, la desaparición del mercado del Alto Perú debe haber producido, en efecto, una

disminución del valor del comercio exterior de la región en el lapso de los cien años

transcurridos desde 1750.

Un hecho fundamental para el desarrollo de las exportaciones del interior fue la apertura del

mercado interno después de la Independencia. El mercado del Litoral era el único cuya

demanda interna crecía al influjo de la expansión de las exportaciones. Pero esta demanda

interna se satisfacía fundamentalmente con bienes importados del exterior. El interior pudo

haber recibido por vía indirecta los beneficios de esa expansión de las exportaciones, a través

del incremento de sus propias ventas para satisfacer la demanda creciente del Litoral. Buenos

Aires se convirtió pronto en el mayor y más dinámico mercado de la región y estimuló la

producción de algunas regiones del interior. Las telas rústicas producidas en Tucumán y

Santiago encontraron su mayor mercado en Buenos Aires, que también importaba telas

extranjeras de mayor calidad; lo mismo sucedía con la industria del cuero cordobesa. No

obstante, la apertura del mercado interno a través del puerto de Buenos Aires terminaría por

frustrar la posibilidad de difundir los impulsos dinámicos generados por la expansión de las

exportaciones del Litoral.

Inicialmente, las guerras de independencia provocaron la ruptura de la lógica de intercambios

del período colonial; en efecto, la separación del Alto Perú, de Chile, del Paraguay de la Banda

Oriental, provocó modificaciones importantes en la dinámica de los circuitos mercantiles

previos. Sumado ello, muchas regiones pagaron altísimos costos derivados de la guerra y los

traslados de ejércitos que requisaban ganado para su alimentación.

Además, las provincias del Noroeste sufrieron fuertemente los problemas derivados de las

guerras de independencia al cerrarse los vínculos con los mercados altoperuanos. El Noroeste

perdió su carácter de intermediario entre la región andina y un Litoral cada vez más orientado

hacia el exterior. En Jujuy, los grandes hacendados abandonaron la producción directa y

arrendaron los campos a pequeños campesinos a cambio de rentas en moneda boliviana, el

principal circulante en toda la región del Norte. Otras provincias, como Salta, Tucumán o La

Rioja, fueron más exitosas en dirigir su producción hacia los mercados trasandinos luego de

los años más difíciles de las guerras de independencia y luchas civiles. Salta continuó siendo

un centro mercantil de importancia en el Noroeste: el 60% de sus exportaciones eran colocadas

en los mercados del Norte (Bolivia, Perú y la Puna de Jujuy). El resto de las exportaciones,

consistente en cueros, pieles y suelas, se enviaba a Buenos Aires. El comercio con Bolivia o el

norte de Chile otorgaba saldos positivos con los que se podían luego importar productos de

ultramar llegados al puerto de Buenos Aires. La apertura de los puertos del Pacífico invirtió el

tráfico comercial y, hacia 1840, el 90% de los efectos importados por los sáltenos procedía del

puerto de Cobija.

En el caso de Catamarca, los tejidos de algodón para los sectores más pobres encontraban

salida hasta las primeras décadas del siglo xix en varias regiones, incluso en el Litoral; más

tarde, la economía quedó vinculada al área del Pacífico.

La región de Cuyo también perdió el mercado chileno por las guerras y reorientó su

producción hacia el Litoral. Después de 1817, la producción cuyana, así como también parte

de la proveniente del Centro y el Noroeste, se revitaliza por la demanda de los ciclos mineros

trasandinos; no obstante, los vinos cuyanos comienzan a sufrir la competencia europea.

Mendoza transforma su economía hacia la producción ganadera para abastecer a un mercado

chileno estimulado después de 1840 por su propia producción minera y, luego del

descubrimiento de oro en California, por la demanda de productos locales desde esa región.

Hacia 1860, sólo el 14% de las exportaciones de esa provincia procedían de la actividad

vitivinícola. En cambio, la provincia de San Juan fue menos exitosa en aprovechar las ventajas

del mercado trasandino y sufrió un período de decadencia. De este modo, muchas provincias

del interior financiaron sus balanzas comerciales negativas con Buenos Aires a través de los

saldos favorables que obtenían con los viejos circuitos exteriores y otros renovados por

circunstancias específicas. Es ésta la razón que explicaría por qué las monedas metálicas

chilenas y bolivianas circularan con gran asiduidad en el mercado porteño.

El Centro del país se reorientó cada vez en mayor medida hacia el Atlántico; Córdoba había

sufrido la crisis de la producción mular y el sur de la provincia producía cada vez más ganado

vacuno, cuyos cueros hallan colocación en el puerto de Buenos Aires y menos en los mercados

bolivianos o chilenos. Santiago del Estero, por su parte, sólo comenzó una etapa de expansión

ganadera a partir de la década de 1830, cuando las luchas civiles y los ataques indígenas se

tornaron menos frecuentes.

No obstante, la apropiación de las mejores tierras por algunas familias poderosas alentaron el

proceso de emigración ya presente en tiempos coloniales.

Las cifras disponibles sobre las importaciones efectuadas por el puerto de Buenos Aires

revelan que, hacia mediados del siglo xix, alrededor del 50% de las importaciones totales

consistía en textiles, bebidas, azúcar, yerba mate y tabaco, productos todos que competían

dilectamente con la producción del interior. Dos terceras partes de los bienes introducidos por

el puerto de Buenos Aires eran consumidos fuera de los límites de esa provincia. Muchos de

estos rubros, particularmente textiles, tenían un grado de refinamiento y un nivel de precios

contra los cuales no podían competir las precarias e ineficientes artesanías del resto del país.

Cuando la Revolución Industrial británica hizo sentir en mayor medida sus efectos sobre las

importaciones argentinas, los tejidos baratos procedentes de Lancashire comenzaron a inundar

el Litoral reemplazando el lugar que anteriormente tenían las telas peruanas, que además

escaseaban como consecuencia del aislamiento que provocó la guerra. Mejor subsistían los

tejidos de lana cuyo abaratamiento será posterior. La expansión notable del consumo de telas

importadas en la primera mitad del siglo xix no parece haber dado un golpe decisivo a la

producción artesanal del interior, que aún conservaba una parte sustancial de la estructura

ocupacional hacia fines de la década de 1860. Los vinos europeos también desalojaron a los

procedentes de Mendoza, aunque los productores provinciales continuaron enviando

aguardiente al Litoral; harina, azúcar y tabaco llegaban a Buenos Aires procedentes de Cuba,

el Brasil, Estados Unidos y muchas veces continuaban su viaje a las ciudades del Litoral o

incluso del interior.

La crisis del interior como consecuencia de la liberalización comercial no fue inmediata ni

abarcadora. El comercio y la producción de las regiones del interior se recuperaron a partir de

la década de 1830. La expansión de la actividad económica del Litoral creó mercados

alternativos para los productos provenientes del interior, y algunas regiones lograron

vincularse con éxito a los circuitos comerciales dinámicos como el del Pacífico, a la vez que

remozaron las viejas relaciones con un mundo andino debilitado. En algunas provincias del

interior, ciertas actividades destinadas al comercio interregional subsistieron e incluso se

consolidaron durante la etapa de transición. Las provincias más cercanas a Buenos Aires

muchas veces se beneficiaron de las nuevas posibilidades creadas; incluso otras más alejadas y

que habían sufrido notablemente el cierre de los vínculos con Potosí lograban dar salida a su

producción en Buenos Aires o Montevideo, como por ejemplo las industrias textiles de

Córdoba, Santiago del Estero y Catamarca.

Tucumán también tuvo cierta recuperación económica sobre la base de la producción de

carretas y otros artículos en madera para el dinámico mercado consumidor del Litoral. La

modesta industria azucarera sólo abastecía a algunas provincias vecinas y la producción no

competía aún en Buenos Aires con el azúcar importado.

Buenos Aires cobró cada vez mayor importancia para el interior no sólo como punto de salida

de algunos productos, sino especialmente como el principal mercado para una variedad

importante de artículos elaborados en sus provincias; en otras palabras, las posibilidades

abiertas por la expansión ganadera del Litoral le permitió al interior recuperar el comercio

interprovincial y beneficiarse parcialmente de esa prosperidad. De todos modos, estas

excepciones no varían el marco general de relativo estancamiento en el que se desenvolvió el

sector exportador de las economías del interior.

La situación del Litoral era bien distinta. Las exportaciones de ultramar que tenían su origen en

la región pasaron de menos de 2 millones de dólares a mediados del siglo XVIII a alrededor de

60 millones en 1850.

3. LA PERMANENCIA DE LAS CONDICIONES DEL ESTANCAMIENTO

El comportamiento de las exportaciones del interior impidió su transformación en la etapa de

transición. Ausente toda perspectiva de crecimiento dentro de cada frontera regional, mediante

la aplicación de innovaciones técnicas y el aumento consecuente de la productividad, el

ingreso y la demanda efectiva, el estrangulamiento del sector externo impidió la ruptura del

estancamiento.

Los productos importados en Buenos Aires y distribuidos desde allí hacia las provincias

mediterráneas compitieron con la producción local dentro de cada región y afectaron las

corrientes tradicionales de intercambio de las regiones del interior entre sí. Sin embargo, no

debe exagerarse la importancia de este hecho. El aspecto fundamental de la política de Buenos

Aires con respecto a las otras regiones se refiere a la apertura del propio mercado del Litoral a

la producción extranjera. Este mercado era el único de carácter expansivo en todo el país que

podía permitir volúmenes crecientes de intercambio. La importancia real de la introducción de

productos extranjeros en los mercados del interior era muy limitada, porque la capacidad de

absorción de productos foráneos por parte de las provincias mediterráneas era muy reducida

debido a su baja capacidad de importar (consecuencia lógica de sus reducidas exportaciones),

a las tarifas y restricciones aplicadas por los gobiernos provinciales para defender su propia

producción y a las grandes distancias que elevaban enormemente los precios de los bienes

importados puestos en los mercados mediterráneos.

La concentración de las exportaciones ganaderas en el Litoral y la apertura de su mercado a la

producción extranjera sella, pues, el esquema de estancamiento de las provincias del interior.

El aumento de población puede haber compensado, en parte, el estrangulamiento del sector

externo de sus economías. Sin embargo, en ausencia del impulso dinámico expansivo de

exportaciones crecientes, los incrementos de mano de obra derivados del crecimiento

demográfico fueron absorbidos dentro de los moldes tradicionales con su alta proporción de

ocupaciones de subsistencia fuera de la economía y del mercado. De este modo, el aumento

poblacional se esterilizó en su mayor parte, sin provocar el aumento de los ingresos y la

demanda interna.

De acuerdo con los factores condicionantes de su desarrollo, la naturaleza de las economías del

interior no se modificó durante la etapa de transición. La producción de cada región continuó

utilizándose fundamentalmente dentro de cada mercado interno, y una parte sustancial de la

población activa permaneció ocupada en actividades de subsistencia, fuera de la economía del

mercado. En el Noroeste, donde las exportaciones declinaron en el curso de la etapa,

seguramente se produjo un retroceso desde los niveles alcanzados a mediados del siglo XVIII

y un aumento de la proporción de la fuerza de trabajo ocupada en actividades de subsistencia.

Ante este conjunto de factores, los niveles de ingreso por habitante deben haberse mantenido o

declinado en la etapa de transición, salvo, quizás, en aquellas provincias que desarrollaron

algunas actividades orientadas hacia el mercado expansivo del Litoral.

Ante la ausencia de todo impulso dinámico externo y el estancamiento del nivel de ingresos y

de demanda interna, la estructura productiva del interior mantuvo las mismas características

básicas de la etapa anterior.

La producción agropecuaria debía ocupar el 70% o el 80% de la población activa y los

servicios, las artesanías y las manufacturas el 20% o el 30% restante. El grado de urbanización

respondía a esta estructura básica y, en promedio, más del 80% de la población continuaba

viviendo en las zonas rurales.

La distribución del ingreso y la acumulación de capital se desenvolvieron dentro de los

mismos moldes que analizamos en la etapa de las economías regionales de subsistencia.

Conviene señalar solamente que la desaparición paulatina de los pueblos originarios,

particularmente en el Noroeste, anticipó el fin de las relaciones de sujeción personal de parte de

la mano de obra que caracterizaron la época colonial.

4. LA INCAPACIDAD FINANCIERA DE LOS FISCOS DEL INTERIOR

El papel que los gobiernos de las provincias mediterráneas jugaron en el proceso de desarrollo

fue muy limitado durante toda la etapa. En ausencia de toda actividad expansiva y frente a los

bajos niveles de ingresos imperantes, poco era lo que podían hacer los gobiernos para

reorientar la utilización de los recursos económicos o impulsar el crecimiento. Esta situación

difería notoriamente del papel jugado por el sector público de las provincias del Litoral,

particularmente la de Buenos Aires.

Los ingresos fiscales se encontraban fuertemente limitados. La razón principal radicaba en el

bajo nivel de exportaciones e importaciones que impedía recaudar tributos sustanciales sobre

éstos. Así se explica que mientras en el Litoral los derechos de aduana proporcionaban la

mayor parte de los ingresos corrientes del fisco, en el interior la proporción no superaba el 40%

o el 50%. Por el otro lado, el bajo nivel de ingresos y de transacciones comerciales impedía que

los otros tributos principalmente los derechos de sellados y de patentes proporcionaran

recaudaciones apreciables.

Los casos de las provincias de Córdoba y Jujuy pueden servir de ejemplo.

En Córdoba, los recursos del Estado provinieron también básicamente de los impuestos al

comercio, principalmente los cobrados al ingreso de las mercaderías importadas, y sólo de

manera excepcional se aplicaron "contribuciones directas" a los patrimonios. El 20% restante

de los ingresos provenía de empréstitos externos y de créditos públicos.

También en Jujuy los ingresos principales devenían de los impuestos sobre el tránsito de

mercancías, ganados y personas. Los continuos desbalances fiscales de la provincia obligaron

a los gobiernos a recurrir al financiamiento interno y externo a través de empréstitos.

Al parecer, las provincias del interior no tuvieron mayor acceso al finacimiento inflacionario,

en parte por la carencia de numerario (en muchos casos sólo existían monedas de plata

boliviana resultado de los saldos positivos del comercio con esa región), y en parte por los

fracasos de los gobiernos para hacer aceptar las monedas que acuñaban; la situación obligó a

algunos gobiernos del interior que no podían recurrir al financiamiento externo a una mayor

disciplina fiscal.

Finalmente, dada la alta proporción de la población que permanecía fuera de la economía del

mercado y ocupada en actividades de subsistencia, la posibilidad del gobierno de adquirir

ingresos a través de la emisión de papel moneda era muy limitada. En efecto, lo que podía

obtenerse por esta vía de comunidades empobrecidas era muy escaso. El gobierno podía

obtener pesos emitiendo, pero con ellos era muy poco lo que podía comprar en términos de

bienes o de sueldos puestos en manos de los servidores públicos. Para que la inflación

generada por la expansión monetaria provoque una transferencia real de recursos de la

comunidad al gobierno, es necesario un nivel mínimo de ingresos que posibilite esa

transferencia. En el caso extremo de una comunidad que vive totalmente al nivel de

subsistencia, esa posibilidad resulta nula y a esta situación se acercaban las provincias más

pobres del interior. De hecho, el sistema monetario de estas provincias continuó operando

durante toda la etapa de transición con la utilización de las monedas metálicas de oro y plata.

Pese a esta precariedad de ingresos impositivos y de recursos de tipo inflacionario, los gastos

de los gobiernos mediterráneos eran estimulados por los mismos factores que operaron en el

Litoral: las guerras de independencia, primero; las luchas federales y las "campañas contra el

indio", después. La penuria financiera es historia común de todas las provincias del interior. El

recurso a que se apeló en las ocasiones extremas fueron los empréstitos forzados aplicados a la

población y dentro de ésta a los únicos que podían pagarlos, comerciantes y propietarios

territoriales. A los sectores sociales más pobres lo más que podía pedírseles era la prestación de

servicios personales en la milicia.

Pero, obviamente, las posibilidades de hacerse de recursos por aquella vía resultaban muy

limitadas debido a la pobreza del medio, y existen referencias a numerosos casos en la época

de "empréstitos" de mil o dos mil pesos fuertes. La única solución posible consistía en

comprimir al máximo las actividades del sector público. El caso de Jujuy, una de las provincias

más pobres de la Confederación, proporciona un buen ejemplo. En 1839 su presupuesto

ascendía a 9.040 pesos, de los cuales 2.860 correspondían al Ministerio de Gobierno y dentro

de éste, 1.500 pesos al sueldo del gobernador. ¡La instrucción pública insumía 480 pesos

anuales!

Las remuneraciones de los servicios públicos debían ser necesariamente muy bajas. En el

plano militar, la montonera era la expresión típica del bajo nivel organizativo y técnico que la

escasez de recursos de los Estados provinciales imponía sobre las fuerzas armadas. El

caudillismo de los propietarios territoriales debía suplantar necesariamente la organización de

las fuerzas a los niveles de los gobiernos provinciales. El desenlace de las guerras federales

estaba predeterminado por esta penuria de recursos del interior que era, a su vez, simple

expresión de su pobreza generalizada.

La situación de la provincia de Buenos Aires y del Litoral en su conjunto era distinta. Radicada

en esta región la actividad dinámica fundamental

la ganadería orientada hacia las exportaciones, los gobiernos podían contar con recursos

relativamente cuantiosos, tanto por la vía de recaudaciones de aduanas y otros tributos, como

por la colocación de empréstitos internos o la emisión monetaria. El monopolio del comercio

exterior por Buenos Aires constituía un factor complementario, pero de segunda importancia,

en la determinación de la situación privilegiada de la provincia. Si se recuerda que alrededor

del 90% de las exportaciones se generaban en la provincia y en el Litoral y que la región

absorbía una proporción por lo menos igual de las importaciones, se concluye que las

recaudaciones de aduana que Buenos Aires podía obtener sobre derechos gravados a

productos procedentes del o destinados al interior componían una parte minoritaria del total de

las recaudaciones, seguramente no mucho mayor del 10 por ciento.

Los gobiernos de las provincias del interior trataron de proteger sus mercados internos de la

competencia de los productos extranjeros ingresados por Buenos Aires. Cada provincia tenía

su tarifa de aduana que restringía severamente la posibilidad de importar bienes que

compitieran con los producidos internamente en cada región. Pero la importancia práctica de

esta política proteccionista era necesariamente limitada. Las compras de cada región de

productos provenientes del extranjero estaban comprimidas básicamente por sus escasas

exportaciones y la consecuente escasa capacidad de importar. En segundo lugar, las distancias

a Buenos Aires elevaban a tal precio los productos provenientes del exterior en cada mercado

local, que colocaba a muchos de ellos fuera de competencia con la producción interna por

ineficiente que ésta fuere.

5. EL CRECIENTE DESEQUILIBRIO INTERREGIONAL

Las provincias comprendieron muy bien que la solución de sus problemas económicos no

radicaba dentro de sus fronteras sino que dependían básicamente de la provincia de Buenos

Aires. La lucha del interior por imponer una política proteccionista a dicha provincia era la

única forma de asegurar el expansivo mercado del Litoral para la producción mediterránea.

Por el otro lado, los reclamos por conseguir participación en la recaudación de aduanas de

Buenos Aires consistía en otra forma de difundir los beneficios de la expansión del comercio

exterior bonaerense y del Litoral entre todas las provincias argentinas.

La Independencia creó la "cuestión" de la provincia de Buenos Aires el seno del país y con ello

rompió el equilibrio tradicional que existió durante la colonia. La autonomía de la provincia le

permitía beneficiarse elusivamente de su posición privilegiada frente a los mercados de ultra y

del hecho que la zona pampeana húmeda, asiento natural de la producción ganadera, estuviera

contenida en su mayor parte dentro de sus límites territoriales. Frente a esta situación, la

provincia se abrazó firmemente a defensa de su autonomía bajo la bandera del federalismo.

El "federalismo" de Buenos Aires a partir de la Independencia fue la manera de mantener la

posición de privilegio de la provincia y de evitar la adopción de una política de alcances

nacionales que hubiese permitido una integración paulatina de la economía nacional y una

distribución más equitativa de los ingresos fiscales. Los sectores dominantes de la provincia

apoyaron este federalismo mientras les faltaron fuerzas para imponer una solución nacional a

su manera. Las condiciones para ello se abrirían recién en la etapa de la economía primaria

exportadora, en que efectivamente se integran la economía y el mercado nacionales, pero

dentro de moldes que subordinan definitivamente al interior a la posición de Buenos Aires y

del Litoral, o más precisamente, de la economía agropecuaria de la zona pampeana.

La posición de Buenos Aires durante la etapa de la transición se expresó no solamente en la

defensa de la política de libre cambio y el uso exclusivo de las rentas de aduanas, sino también

en la exclusión de otras provincias del Litoral del libre uso de los ríos para traficar directamente

con el exterior. Las posiciones de Ferré, en representación de la provincia de Corrientes,

constituyen una de las manifestaciones de la lucha por extender los beneficios del comercio

libre a todo el Litoral, en contra de los privilegios de los comerciantes porteños.

Durante toda la etapa de transición, sin embargo, no llegó a quebrantarse definitivamente el

equilibrio entre las distintas regiones imperante desde la época de la colonia. Las enormes

distancias seguían constituyendo la mejor barrera proteccionista y el desarrollo del Litoral no

había alcanzado hasta 1860 el impulso arrollador que adquiriría más tarde.

El crecimiento de la región había alcanzado límites precisos hacia 1860. Las instalaciones

portuarias y los métodos de transporte eran sumamente precarios y onerosos; debido a los altos

costos del transporte tradicional, el interior sólo podía participar marginalmente en el mercado

del Litoral o en el del exterior. Incluso la explotación agrícola en una región dinámica, como

era la campaña bonaerense, se veía detenida por cuestiones tecnológicas. Sólo el arribo de los

ferrocarriles permitiría romper con las limitaciones espaciales y de diversificación de la

producción rural; también terminaría con las distancias, última línea de defensa del aislamiento

del interior.

La subordinación definitiva del interior se produciría recién en la etapa de la economía

primaria exportadora, cuando las corrientes inmigratorias y la vigorosa expansión de las

exportaciones agropecuarias de la zona pampeana convirtieron el Litoral en el centro dinámico

indiscutido del desarrollo del país.

POLITICA BRITANICA

EN EL RIO DE LA PLATA RAUL SCALBRINI ORTIZ

HISTORIA DEL PRIMER EMPRÉSTITO

Los técnicos —doctores en jurisprudencia y doctores en ciencias económicas— creen, porque

así se les ha enseñado, que la casa Baring Brothers nos concedió en 1824 un empréstito de un

millón de libras esterlinas y que ese cargamento de oro fue la semilla en que fructificó nuestro

progreso.

Otros saben que ese empréstito se colocó al 70% y que la casa Baring descontó, por

anticipado, el servicio de dos anualidades, de manera que el país sólo percibió, en su creencia,

570.000 libras. Esa suma se prestó a los comerciantes locales e ingresó como contribución

estadual al Banco Nacional. Ningún texto, ningún profesor olvida subrayar el reconocimiento

a que ese empréstito nos sujeta.

Vamos a demostrar fehacientemente que el primer empréstito argentino no fue más que un

empréstito de desbloqueo, un modo de transportar en forma permanente las ganancias

logradas por los comerciantes ingleses en las orillas del Río de la Plata. Es decir, que ese

primer empréstito representa una riqueza que se llevó de la Argentina a Inglaterra, no una

riqueza inglesa que se trajo a la Argentina. Esta es la interpretación más favorable a Inglaterra

que se puede enhebrar entre los hechos comprobables. La más desfavorable colinda con la

brutal denominación de coacción y aun de estafa internacional.

Tracemos ante todo los grandes delineamientos que perfilan la época de la independencia

americana. Inglaterra ha atizado la independencia porque un viejo ideal británico es conseguir

la libertad de comercio con el nuevo mundo. Ya en 1654 «Cromwell, además de importantes

sumas de dinero, exigía que la inquisición respetase a los comerciantes ingleses que llevasen la

Biblia y que el gobierno español permitiese la libertad de comercio con las colonias españolas

de América». Cita de Guillermo Oncken en su Historia Universal Tomo 25, pág. 185.

En las proximidades de 1810 Inglaterra es aliada de España en su lucha contra Napoleón. Pero

es arteramente enemiga de España en la tentación de su codicia de comerciar con las colonias

americanas. Y así, se alía a Fernando VII para combatir a Bonaparte y ayuda secretamente a

los sublevados que se alzan contra Fernando, porque los revolucionarios le ofrecen la tentación

del libre comercio, que ni el almirante Vernon, ni Beresford, ni Pophan, pudieron conseguir

con las armas. No critiquemos demasiado esa doblez, porque nos fue útil. No la agradezcamos

demasiado, porque no fue dictada por generosidad de ideales, sino por mezquindad comercial.

Al fin del segundo decenio del siglo XIX, la revolución americana es un hecho cumplido.

España, invadida por Napoleón, no ha podido sofocarla.

Napoleón resulta así el protector indirecto e involuntario de la emancipación sudamericana. A

él le debemos tanto agradecimiento como a Inglaterra, en todo caso.

Los ejércitos emancipadores triunfan. Nuevos Estados se fundan. Esos Estados adoptan para

su gobierno la forma republicana implantada por la revolución norteamericana y los ideales

democráticos e igualitarios que nacieron y prosperaron en Francia. Y de esta manera,

Inglaterra ve su obra a punto de frustrarse por la influencia e intromisión de Estados Unidos y

de Francia, y toda su inteligencia política se propondrá neutralizarlas, primero, eliminarlas

totalmente, más tarde. «La disposición de los nuevos Estados americanos es altamente

favorable para Inglaterra», escribía Canning, según Harold Temperley. «Si nosotros sacamos

ventaja en esta disposición, podremos establecer por medio de nuestra influencia un eficiente

contrapeso contra los poderes combinados de Estados Unidos y de Francia, con quienes tarde

o temprano tendremos contienda. No dejemos, pues, perder la dorada oportunidad».

Los historiadores oficiales no cuentan los detalles de esa lucha diplomática que se desarrolló al

margen de la historia visible, sigilosamente, pero con una determinación y ferocidad que

asombra. Es que estaba en juego la grandeza y la estabilidad de Inglaterra misma. El 8 de

diciembre de 1824, lord Liverpool escribía al duque de Wellington:

«Estoy profundamente convencido de que si permitimos a esos nuevos Estados americanos

consolidar su sistema y su política con los Estados Unidos de América, resultará fatal para

nuestra grandeza en los próximos años, si no llega también a hacer peligrar nuestra

civilización».

Los norteamericanos fueron desalojados de Sud América en forma brutal. La terrible tragedia

de los hermanos Carrera, patriotas chilenos sin tacha, es buena prueba de la ferocidad de los

métodos que la diplomacia británica puso en juego, en aquella época. Eran tres hermanos de la

major sociedad chilena. Su prestigio local era tan grande que sin ayuda exterior alguna

conquistaron el poder, desalojando transitoriamente a los españoles, mucho antes de las

expediciones de San Martín. Pero fueron amigos del cónsul americano Poínsett. Lograron el

apoyo del gobierno de los Estados Unidos que les dio armas, dinero, barcos. Los tres cayeron

en el banquillo de los ajusticiados como malhechores. Habían amenazado la grandeza de Gran

Bretaña y aun su civilización, según los términos de lord Liverpool.

Los norteamericanos tenían relativamente poco dinero, pero sí lo suficiente para abastecer

todas las necesidades de estas sociedades rudimentarias. Tenían, además, abundancia de

armas, alimentos y mercaderías que se adquieren con empréstitos, cuando los gobiernos las

requieren y no tienen fondos u otros artículos que intercambiar. Pero los norteamericanos no

pudieron extender empréstitos. La inteligencia británica lo impidió. «En el asunto de las

inversiones de capital» —escribe el profesor Rippy, en Riualry ofthe United States and Great

Britain over Latín America— «la competencia anglo americana era de escasa importancia. Los

ciudadanos norteamericanos tenían poco que invertir fuera de su propio país. Colocaron algún

capital en las minas de Méjico, lograron una concesión de canal en Centro América e hicieron

dos o tres tentativas, que fracasaron, para suscribir empréstitos gubernativos de Chile, Méjico y

el Río de la Plata. Los británicos eran los dueños de este campo de acción».

Esta anotación del profesor Rippy es digna de subrayarse, primero, porque demuestra que en

caso de verdadera necesidad los gobiernos locales hubieran tenido mercado franco para

proveerse de dinero colocando empréstitos en Norte América, y segundo porque la hostilidad

y obstrucción que Gran Bretaña hizo a los empréstitos norteamericanos está demostrando que

el empréstito es un arma política muy favorable para el acreedor.

Examinemos cuál fue la conducta del segundo enemigo del predominio británico en la

América latina, con referencia al tema que aquí tratamos: los empréstitos exteriores. En un

libro casi desconocido entre nosotros, titulado Congrés de Verane, cuya edición hecha en

Leipzig en 1838 hemos anotado, el vizconde Chateaubriand, ministro de Negocios Extranjeros

de Francia bajo el reinado de Luis XVIII, denuncia la dual política inglesa respecto a las

colonias españolas, acusa a Canning de «faltar penosamente a la verdad» en sus discursos, y

establece con la aguda precisión digna de tan fino espíritu, los procedimientos de penetración y

dominación puestos en juego por Inglaterra en esta parte del mundo. En la página 198 del

tomo II, se lee: «En las instrucciones secretas que el gabinete de Saint James impartió a sus

cónsules destinados a la America Meridional —instrucciones que nosotros nos procuramos se

lee este parágrafo: "...Es deber de los cónsules británicos favorecer los intereses comerciales, y

a este respecto deben rivalizar con dos naciones: la Francia y Norte América. Y es sobre la

primera que la atención debe estar perfectamente atenta, porque ella reúne al mismo tiempo

una oposición commercial y una oposición política, y sus agentes son, no solamente hábiles,

sino infatigables. El éxito dependerá, ante todo, del secreto. La ayuda que se proporcionará a

los diferentes Estados para realizer su independencia no les será acordada si ellos se relacionan

con Francia. Los cónsules les tomarán un cuidado particular en que las ventajas comerciales

que les sean acordadas sean tales que en el caso de que Inglaterra estuviera complicada en una

guerra, ellas aseguraran a los ministros de S.M.B. el sostén del interés comercial del reino"».

«De 1822 a 1826» —continúa escribiendo Chateaubriand « Diez empréstitos han sido hechos

en Inglaterra en nombre de las colonias españolas. Montaban esos empréstitos a la suma de

20.978.000 libras.

Estos empréstitos —el uno llevaba al otro— habían sido contratados al 75%. Después se

descontó dos años de intereses al 6%. En seguida se retuvo 7.000.000 libras de gastos varios

inespecificados. Al fin de cuentas Inglaterra ha desembolsado una suma real de 7.000.000 de

libras, pero las prepublicas españolas han quedado hipotecadas en una deuda de 20.978.000

libras.

»A estos empréstitos ya excesivos, fueron a unirse esa multitud de asociaciones destinadas a

explotar minas, pescar perlas, dragar canales, explotar tierras en ese nuevo mundo que parecía

descubierto por primera vez. Estas compañías se elevaban al número de 29. El capital nominal

empleado por todas ellas era de £ 14.767.500. Los suscriptores no proporcionaron en realidad

más que la cuarta parte de esa suma, es decir, £3.000.000, que es necesario agregar a las £

7.000.000 de los empréstitos. En total £ 10.000.000 adelantados a las colonias españolas.

E Inglaterra queda como acreedora de £ 35.745.000, tanto sobre los gobiernos como sobre los

particulares... Resulta de estos hechos que en el momento de emancipación, las colonias

españolas se volvieron una especie de colonias inglesas. Los nuevos patrones no eran queridos,

porque nadie quiere a sus amos. El orgullo británico humilla a los que protege. La supremacía

extranjera comprime en las nuevas repúblicas el impulso del genio nacional».

¿Qué medios arguye la habilidad de Chateaubriand, que es ducho en la técnica inglesa por

haber pasado entre ellos sus años de destierro?

Concibe un plan, digno por su maquiavelismo de la imaginación y de la inteligencia

diplomática británica. Chateaubriand, que como ministro de Francia, mediante la campaña del

duque de Angoulema ha repuesto a Fernando VII con sus plenos poderes, presiona para que se

reconozca la independencia de los nuevos estados americanos como un hecho consumado y

para que se les conceda empréstitos que contrarresten la influencia de los empréstitos

británicos. Copiemos sus palabras textuales:

«Para obligar a Inglaterra a escuchar los reclamos de España, nosotros presionamos al gabinete

de Madrid para que concediera empréstitos a los americanos, como un medio de dividir y de

inquietar en Londres el lucro comercial comprometido en las cuentas abiertas en Méjico, Perú,

Colombia y el Río de la Plata». «...Los empréstitos españoles, contrabalanceando los

empréstitos ingleses, gravando como hipotecas las rentas y las minas del Nuevo Mundo,

hubieran desinteresado a la Gran Bretaña».

Pero ya Inglaterra se había adelantado a la maniobra. Hizo aceptar el reconocimiento de la

independencia y votar de inmediato una ley autorizando un empréstito de veinte millones para

apoyar a los enemigos de Fernando VII, para apoyar a los constitucionalistas liberales

españoles, es decir, a los enemigos de Francia. El ex ministro de Hacienda, don Emilio

Hansen, en su historia de La moneda argentina, describe este momento en los siguientes

términos: «El 4 de julio de 1823 los comisionados del rey de España firmaron en Buenos

Aires, con el ministro de Relaciones Exteriores de la República, la convención preliminar de

paz con la antigua metrópoli»... «El 22 del mismo mes la legislatura sanciona una ley...», ella

«comienza por establecer que la guerra que el rey Luis XVIII de Francia se prepara a llevar a

España va directa y principalmente contra el principio salvador...» y que en caso de «llevar

adelante Francia esa acción injustificada... el gobierno argentino quedaba facultado para

negociar un empréstito que se votaría entre todos los Estados cuya independencia fuese

reconocida por tal tratado, de veinte millones de pesos para sostén de la independencia de

España».

Si los fondos del empréstito debían destinarse a la ayuda del partido liberal enemigo de

Femando VII y de Francia que lo apoyaba, por lo tanto, no era Francia quien podía suscribirlo

y menos aún Femando VII, en consecuencia. La maniobra de Chateaubriand quedaba

frustrada. Como ese empréstito votado no tenía otro objeto, no se lo ejecutó nunca. No

debemos olvidar, por otra parte, que los ejércitos americanos aún luchaban en tierra americana

contra los ejércitos españoles. La batalla de Ayacucho ocurrió un año y medio después: el 9 de

diciembre de 1824.

Aquellos paladines asombrosos resultan así algo títeres que la diplomacia mueve a su antojo.

Si Fernando VII no apoya la base de su reinado en Francia, la batalla de Ayacucho no hubiera

tenido lugar. Pero lo importante para nuestro estudio es destacar el carácter político del

empréstito como procedimiento para conseguir influencias, por una parte, y por otra mostrar

que en caso de necesidad, Londres no era un mercado de dinero exclusivo y que pudimos

contar, también, con el dinero francés, sea por empréstitos directos, sea con la intervención de

España, después del reconocimiento de la independencia de julio de 1823.

Conseguir empréstitos de varias naciones rivales hubiera sentado la base de una política

efectivamente nacional. Las naciones débiles deben deducir su independencia práctica de la

mutua rivalidad de los fuertes. Pero eso era justamente la probabilidad que Inglaterra evitó a

toda costa. Pero no deja de ser altamente instructiva esta lucha, hasta ahora inédita, por

prestarnos dinero.

Inglaterra no podía dejar de ser nuestra acreedora a riesgo de ver peligrar su grandeza. La

grandeza inglesa se asentaba ya en el manejo de la economía y las finanzas. Todos los

imperios de la tierra se han afirmado en la guerra. Avasallando pueblos más débiles para

someterlos a tributo de riquezas, de productos, de trabajo. El imperio británico usará métodos

nuevos en el transcurso del siglo XIX. Conseguirá tributos de riquezas, de productos, de

trabajo, merced a la habilidad. Sólo usará la fuerza para destruir unidades muy resistentes o

conductores muy precavidos. Y aun en esos casos, usara de preferencia la fuerza de los otros,

la fuerza de los pueblos circunvecinos, las fuerzas internas de los mismos pueblos, donde hay

siempre descontentos y ambiciosos. La primer arma de la dominación económica es el

empréstito. La segunda es el dominio de las vías marítimas comerciales. En ambas Inglaterra

descuella. Por su inteligencia, su disciplina y su seguridad de acción en un caso. Por su

imbatible escuadra en el otro. Y por eso el siglo XIX es el siglo de la Gran Bretaña. Y ahora ya

vamos estando en condiciones de reducir el perímetro de nuestra visión para escudriñar los

detalles de las operaciones.

La primer tentativa de endeudarnos a Inglaterra parece haber ocurrido en los alrededores de

1818, según un comentario que a pedido del general Mitre expide el doctor Norberto de la

Riestra en una carta que corre agregada a un folleto anónimo y sin fecha, editado en Londres,

que se conserva en la Biblioteca Mitre bajo el número 19-6-68 y que se titula en inglés

«Empréstito de £ 1.200.000 emitido en conjunto por Chile y Buenos Aires para libertar a Perú

y equipar una flota». Dice De la Riestra que el folleto no tiene fecha, pero indudablemente se

refiere al año 18 o 19...

«Las condiciones eran como precio de negociación el 50% y de este 50% sólo el 85% debía

recibir el gobierno (es decir, el 42 1/2%), afectándose sin duda el resto» dice De la Riestra,

«para atender el pago del primer dividendo. Libre de extras y gastos el gobierno recibiría £ 40

por cada obligación de £ 100, y éstas debían ser rescatadas, a la par, por un fondo amortizante

que extinguiría la deuda en su totalidad en el término de 15 años...» «...El gravamen era

equivalente a un interés de 33 3/4% anual...»

«En cuanto a las garantías ellas eran igualmente monstruosas y vejatorias. Todas las rentas,

todas las tierras públicas de ambas repúblicas quedaban especialmente afectadas al pago de los

intereses y del principal». Éstos son los comentarios del doctor De la Riestra, que en buena

lógica no tenía derecho a expresarse en esos términos, puesto que las cláusulas eran idénticas al

empréstito de 1824, cuya reanudación de pagos él mismo gestionó en 1857, según veremos.

Este primer empréstito no se concertó. Los gastos de la expedición libertadora se costearon con

arbitrios de orden interno. Quizá a último momento Inglaterra consideró que ese empréstito era

prematuro y que no estaban preparadas las operaciones conexas que debían acompañarlo para

que rindiera toda su capacidad de sujeción y predominio.

Entramos ahora a historiar lo que se llama oficialmente el empréstito inglés de 1824. La

presentación paulatina y el encadenamiento de motivos realmente necesarios, dan a la

preparación de este empréstito un carácter de inconfundible sabor británico. El criollo es más

expeditivo y derecho en sus procedimientos. El 22 de agosto de 1821 la gala de representantes

de la provincia de Buenos Aires facultó al ejecutivo para estudiar las posibilidades de construir

un puerto en la ciudad de Buenos Aires. Construir un puerto de atraque directo parecía una

utopía a los porteños. Las imaginaciones se encendieron. Quizá los hacendadas y propietarios

rurales comprendieron que las cargas a que la construcción del puerto obligaría iban a caer

sobre ellos. Para embarcarlos en la ofuscación general la ley del 19 de agosto de 1822, que

autorizaba al ejecutivo a contratar un empréstito de tres millones de pesos, valor real, agregó

otro objetivo: el establecimiento de pueblos en la frontera. La frontera defendida del avance de

los indios por tres ciudades, ¿qué más podían pedir los hacendados de la provincia? Su

resistencia estaba quebrada de antemano. Así, la ley de 1822 que autoriza la contratación de un

empréstito interior o exterior, indeterminadamente, dice que los fondos obtenidos de él se

aplicarán: 1o) A la construcción del puerto de que hablaba la ley de 1821. De esta manera

quedaban contentos los comerciantes, importadores y exportadores. 2o) Al establecimiento de

pueblos en la frontera y de tres ciudades sobre la costa, entre la capital y el pueblo de

Patagonia. Quedaban satisfechos los hacendados de más allá del Salado. 3o) A dar aguas

corrientes a la capital. Así todos los habitantes de Buenos Aires, incluso las dueñas de casa

estarían a favor del empréstito. Sólo faltó que se les ofreciera la paz y el bienestar eternos.

El círculo se cierra poco después. Tres meses más tarde, el 2 de noviembre de 1822, se vota

una ley ya ajustada a los ocultos requerimientos británicos. Debemos anotar, de paso, que

todas las leyes fundamentales para aumentar y consolidar la hegemonía británica entre

nosotros, han sido votadas apresuradamente en las últimas sesiones del año, como si todo el

resto de la actividad legislativa fuese mero relleno, espacio para la intriga y el desahogo de la

pasión política interna. La ley del 28 de noviembre de 1822 es una ley de concepción

técnicamente perfecta, para la utilidad inglesa, redactada con un tono notablemente solemne.

Sus dos artículos fundamentales dicen:

«Art. 1º — La Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires, usando de la

soberanía ordinaria y extraordinaria que reviste, reconoce el capital de cinco millones por

fondo público, bajo las garantías del libro de fondos y rentas públicas; y bajo las mismas

seguridades instituye la renta del 6% sobre dicho fondo; asigna la suma de trescientos mil

pesos sobre las rentas generales de la provincia para el pago de los réditos; y para cancelar el

capital, adscribe de las mismas rentas la suma anual de veinticinco mil pesos, que hace su

duocentésima, hasta su entera extinción.

»Art. 2º — Los fondos que establece el artículo anterior, no podrán circular sino en los

mercados extranjeros».

La indeterminación de la ley anterior ha desaparecido. Aquí ya se dice con toda exactitud que

el empréstito debe circular en el extranjero, es decir en Londres. ¡Maravillosa prestidigitación!

A cambio de la ilusión de un puerto, de pueblos y de aguas corrientes, aparece la obligación de

enfeudarse al extranjero, inexcusablemente, por imperativo legal. De más está decir que ni se

construyó el puerto, ni se fundaron los pueblos, ni se surtió de aguas corrientes a la población.

Se suele afirmar en los textos que la guerra con Brasil impidió esos trabajos al consumir los

fondos en armas. Veremos que eso es falso y que los fondos fueron tan ilusorios como el

puerto, los pueblos y el agua corriente.

La discusión a que dio lugar en la legislatura la ley del 28 de noviembre es, en escala reducida,

exactamente igual a la discusión de todas las leyes beneficiosas para los intereses ingleses. En

esquema y trocadas las palabras es idéntica a la discusión del Banco Central y de la

Coordinación de Transportes. De un lado están los hombres honrados, que presienten más que

saben que la ley es nociva para la salud nacional. Argumentan con franqueza y pobremente sin

alcanzar a asir el punto esencial de la materia. Del otro, están los dialécticos diestros en la

mentira, en la afirmación inconsistente, pero rotunda, que están seguros de contar con la

aprobación de la mayoría parlamentaria. Son los tribunos venales que Inglaterra selecciona

con minuciosa dedicación. En 1822 estaban Gazcón, Castex y Passo. Del otro, Lezica,

Agüero, Valentín Gómez y el ministro de Hacienda, doctor Manuel J. García, el más

incondicional servidor que ha tenido Inglaterra entre nosotros, el «perfecto caballero

británico», según la descripción de lord Ponsomby.

El doctor Gazcón, entre otras oposiciones, dijo que el presupuesto de 1823 ascendía a un poco

más de un millón de pesos y que las rentas no alcanzarían para cubrir los trescientos

veinticinco mil pesos anuales que el servicio del empréstito exige. El doctor Agüero replicó

que según los cálculos realizados por la comisión de hacienda, en 1823 resultaría un sobrante

de seiscientos mil pesos. Nadie le respondió que en ese caso no valía la pena endeudarse con el

extranjero, porque el ahorro de cinco años de sobrantes daría una suma igual a la que iba a

obtenerse con el empréstito. El ministro García afirmó que el sobrante de seiscientos mil pesos

era el producto de un cálculo serio. El doctor Castex dijo muy razonablemente, que las obras

podían construirse con esos sobrantes. El doctor Agüero tomó entonces la palabra y habló de

generalidades durante dos sesiones seguidas. Agustín de Vedia en su Historia Financiera de la

República, titulada Banco Nacional, anota esta observación aguda: «Es curioso observar una

táctica empleada en estos largos debates. Cuando se trató la primera ley que autorizó el

empréstito, sin determinar condiciones... se dijo, para vencer resistencias, que cuando llegara el

caso de presentarse las bases del empréstito, la sala podría negar su aprobación, si lo creyera

conveniente. Al presentarse las bases se argüía, como lo hizo el doctor Agüero, con que la

legislatura había ya juzgado de la bondad de la operación».

Cuando la comisión de hacienda se sintió acorralada por su propia falacia, recurrió al

argumento de que «cada día se hacía más sensible la falta de numerario en la circulación y que

la introducción de un nuevo capital, aplicado a fines tan útiles, satisfacía también aquella

necesidad».

La falta de numerario era una verdad irrefutable y ella tenía por causa principal la exportación

que del oro realizaban desde los primeros tiempos de la revolución los comerciantes ingleses.

El ayuntamiento de Buenos Aires decía que los barcos ingleses al zarpar con el precioso metal

«desempeñan el mismo oficio que los galeones de las antiguas flotas españolas, con daño

irreparable para el comercio nacional». William

Manning, en su libro Correspondencia diplomática de Estados Unidos, cita una comunicación del

cónsul Poinsett en que éste calcula que desde 1810 a 1818 las fragatas inglesas sacaron de

Chile y del Río de la Plata una cantidad de oro equivalente a diez millones de dólares. El

argumento de la comisión de hacienda era de gran eficacia persuasiva. Es cierto que para

remediar esa falta de circulante metálico se había creado el Banco de Descuento, que emitía

papeles, pero el oro contante y sonante que este empréstito prometía traer de Londres

alucinaba aún más que el puerto y las aguas corrientes. Alucinaba a los mismos directores del

Banco. El prometido aluvión de oro fue tan falso como el puerto, los pueblos y el agua

corriente.

El único resultado visible y comprobable del empréstito fue el de detener el desarrollo de los

pueblos, que es posiblemente el objetivo primordial de la diplomacia inglesa: detener el

progreso de los pueblos, por lo menos mientras ese progreso no está bajo el control británico y

sirve a su grandeza imperial. Tal es la anotación amarga que al empréstito de 1824 hace el

presidente del Crédito Público, don Pedro Agote, en su brillante estudio y comentario de 1881.

«Si la emisión de estos títulos de crédito», escribe, «no se emplean de modo prudente y

económico, ellos imponen obligaciones que pesan de un modo terrible sobre las generaciones

venideras, deteniendo el progreso de los pueblos.»

Replanteemos la situación económica y financiera de las Provincias Unidas para destacar cuan

superfluo fue el endeudamiento autorizado por la ley del 28 de noviembre de 1822 y

demostrar, de esta manera, que el empréstito fue concertado exclusivamente por sumisión a la

voluntad británica de sojuzgamiento.

De 1810 a 1818 los comerciantes ingleses extrajeron más de diez millones de dólares en oro

metálico, según el cónsul Poinsett. Era una sangría excesiva, capaz de aletargar a cualquier

nación, pero éstos eran países ricos, y en 1822 aún continuaba exportándose el oro en

cantidades apreciables. En 1822 se embarcó para Inglaterra oro y plata por valor de $f.

258.814... y la succión continuó sin solución de continuidad. En 1825, año en que debieron

arribar los productos del empréstito, se exportaron a Inglaterra metales preciosos por valor de

$f. 1.151.921, según los valores exactos que da el cónsul británico Woodbine Parish en su libro

Los Estados del Rio de la Plata, traducción de Maeso, edición de 1852. Si el oro y la plata eran

indispensables para la vida económica interna, ¿no era política aduanera ineludible la de

prohibir su exportación, como lo hizo Mariano Moreno en los primeros meses de la

revolución? ¿Por qué empeñarse con el extranjero para recuperar parte de la riqueza que

anualmente se extraía de aquí mismo? ¿No es éste un absurdo que revela que aquellos

conductores obraban animados por inspiraciones distintas de las que provienen de una sana

apreciación del bien público?

Financieramente, tampoco se justificaba el empréstito. Las rentas cubrían las necesidades

fiscales y dejaban superávits algo más que apreciables, según puede observarse en este cuadro

que reproduzco del libro de Woodbine Parish.

1822 1823 1824 1825

$f $f $f

Total de entradas 2.519.095 2.869.266 2.648.845 3.196.430

Salidas:

Deuda consolidada y sus Dividendos 643.791,30 452.038 547.107

Ministerio de Gobierno... 446.140 513.993 679.585

Ministerio de Hacienda... 264.187 323.663 290.696

Ministerio de Guerra 843.935 1.249.258 1.111.976

Total de salidas 2.198.054 2.538.954 2.629.365 2.698.231

Es decir, que los superávits fiscales, cuyo destino se ignora, fueron:

En 1822 de $f. 321.041

En 1823 de $£ 330.312

En 1824 de $f. 19.480

En 1925 de $f. 498.199

Estos excedentes líquidos pudieron ser fuertemente acrecidos con sólo aumentar un poco los

derechos de aduana, de donde provenían en su mayor parte las rentas. Este aumento de los

derechos de aduana habría favorecido, por otra parte, al interior del país, que lo reclamaba en

todos los tonos para impedir que la competencia no siempre leal de la mercadería británica

aniquilara, como aniquiló, a las industrias lugareñas de hilandería y talabartería.

El mismo cónsul Parish dice en su libro citado, refiriéndose a esta época:

«Jamás presentaron los asuntos financieros de la República un aspecto más honorífico y

halagüeño... En estas circunstancias y con la mira de llevar a efecto algunas de las mejoras

proyectadas, el Gobierno de Buenos Aires fue inducido a contraer un empréstito en Inglaterra,

que no fue difícil obtener dadas las condiciones que se estipulaban...» Era éste, pues, un país

próspero que se hipotecaba voluntariamente, traicionado por la dialéctica algo más que

sospechosa de sus dirigentes.

Los ocultos designios ingleses comienzan a ser cumplidos y recién entonces Canning acepta

reconocer de hecho la existencia de estos estados, cuya independencia ya había sido

reconocida de hecho y de derecho por Estados Unidos en 1822 y por España en 1823. La

credencial que Woodbine Parish presenta al gobierno no es de cortesía merecedora de

agradecimiento. «El rey, mi amo», reza la credencial que firma Canning, «habiendo resuelto

tomar medidas para la protección efectiva del comercio de los subditos de S. M. en Buenos

Aires y para conseguir informaciones exactas del estado de los negocios de ese país, que

puedan conducir eventualmente al establecimiento de relaciones amistosas con el gobierno de

Buenos Aires, se ha servido nombrar y designar cónsul al señor W. Parish..., etc. Parish llega a

Buenos Aires en diciembre de 1823. Ese mismo mes la legislatura vuelve a ratificar la ley

autorizante del empréstito, y un mes y medio más tarde, el 13 de enero de 1824, el ministro de

Hacienda, doctor García, confiere poder para negociarlo en Londres, a los señores John Parish

Robertson y Félix Castro. Un británido unido por vínculos familiares al cónsul de su país, va a

firmar una obligación en nombre de los estados del Río de la Plata. No hay por qué no suponer

que el señor Parish Robertson no fuese un patriota. Pero su patriotismo beneficiaría a Inglaterra

y no a Buenos Aires. ¿Serían éstos los negocios que conducirían eventualmente al

establecimiento de «relaciones amistosas»

con Gran Bretaña? ¿No constituiría la obligación de contraer una deuda con Inglaterra en las

condiciones que analizaremos, el precio secreto que Inglaterra cobraba por el reconocimiento

de hecho.

Este señor John Parish Robertson lleva, además del poder acordado por Buenos Aires, otro

poder extraordinario otorgado por la República del Perú. Parish Robertson debía administrar el

empréstito que por un millón de libras había contraído el Perú, y que se disipó totalmente en

pagos por supuestas indemnizaciones, según lo refiere la nota oficial de los enviados J. García

del Río y Diego Paroissién, del 23 de mayo de 1825, incluida en el tomo 12 del Archivo de

San Martín. El Perú quedó con una obligación de valor de £ 1.200.000 que dio al final un saldo

en contra de 28.009 libras. John Parish Robertson adquiere con estas constancias la fisonomía

de un agente británico de orden internacional. En él, el gobierno de Buenos Aires había

depositado la plena confianza de los plenos poderes. El asunto va tomando una fisonomía

peligrosa. Darle carta blanca a un inglés en asuntos de negocios, es como darle carta blanca al

demonio en asuntos espirituales.

El 1º de julio de 1824, ante el escribano William R. Newton, los señores Parish Robertson y

Castro firman el bono general del primer empréstito argentino, cuya colocación en el público

ha sido convenida con los banqueros londinenses Baring Brothers. En este bono general, que

transcribe Juan B. Peña en su libro documental La deuda argentina, se expresa el origen de las

autorizaciones y poderes de los que van a suscribirlo. Se manifiesta que el millón de libras se

ha dividido en 2.000 títulos de £ 500 cada uno. Se deja constancia de la obligación contraída

por el gobierno de remitir semestral mente los fondos necesarios para el servicio de los

mismos. «Y en fin» —termina diciendo el bono— «en virtud de los poderes expresados,

obligamos a dicho estado de Buenos Aires con sus bienes. Rentas, Tierras y Territorios al

debido y fiel pago de dicha suma de £ 1.000.000 y de sus intereses, como arriba queda

expresado».

¿No son éstas las mismas garantías que el doctor De la Riestra encontraba monstruosas y

vejatorias en el frustrado empréstito de 1819?

Repitamos la lectura de su comentario: «En cuanto a las garantías ellas son igualmente

monstruosas y vejatorias. Todas las rentas, todas las tierras públicas de ambas repúblicas

quedaban especialmente afectadas al pago de los intereses y del principal».

Monstruosas y vejatorias, tal es efectivamente la adjetivación que merecen las garantías del

empréstito de 1824, cuyos términos no estaban autorizados ni por la ley de agosto de 1822, ni

por la ley del 28 de noviembre del mismo año. El poder otorgado a John Parish Robertson

comienza a dar sus frutos. La provincia de Buenos Aires ha quedado hipotecada en su

totalidad. Todos sus bienes, sus rentas, sus tierras quedan afectados, es decir hipotecados, es

decir, sometidos en un todo a la voluntad del acreedor.

La condición intrínseca de la soberanía de un pueblo de disponer de su patrimonio, ha sido

anulada de un plumazo. Desde ese momento Inglaterra tiene un derecho real para intervenir en

la fijación de los aranceles aduaneros y en la administración de las tierras públicas. Las tierras

públicas no podrán ser dispuestas sin consentimiento expreso de los acreedores. E Inglaterra

tiene medios suficientes para hacer valer sus derechos.

Ignoramos la influencia directa que Inglaterra haya ejercido en el manejo de las rentas, aunque

no es aventurado suponer que la imposición de derechos aduaneros prohibitivos a las

mercaderías norteamericanas, de que se quejan los cónsules en las notas transcriptas por

Manning, haya sido una consecuencia de los privilegios conferidos a los acreedores. Inglaterra

desalojaba a sus competidores.

Las tierras públicas han quedado hipotecadas, es decir afectadas, por el mismo acto. Y las

tierras hipotecadas no se pueden enajenar. A Inglaterra no le conviene que las tierras públicas

pasen a manos de particulares argentinos con títulos perfectos e irrevocables. Inglaterra ya

planea, evidentemente, la torrentosa inmigración de irlandeses y de escoceses pobres que

volcará después de la caída de Rosas y que se apropiarán de las más fructíferas y extensas

regiones del país, a partir de 1853.

Mientras tanto» la tierra pública se concedió en arrendamiento a largo plazo. A esa operación

se le llamó pomposamente enfiteusis, y la ley correspondiente fue votada por el Congreso

Nacional Constituyente, en 1826. Hasta el mismo Levene, tan adicto intérprete de los deseos

ingleses que a la historia se refieren, se ve conminado a decir en sus libros elementales que

«Para garantir el pago de los intereses y amortización de este empréstito se afectó la tierra

pública. Pero para no dejarla en la esterilidad y el abandono, el gobierno ideó el sistema

enfitéutico, en virtud del cual se daba dicha tierra en arrendamiento a largo plazo». «Una larga

experiencia ha demostrado que no es por la enfiteusis como se enriquece un país, porque

mantiene la despoblación y está calculada para aumentar más el número de las bestias que el

de los hombres», dirá en 1857 (16 de septiembre) el general Mitre. Pero ésa era justamente la

época en que —una vez desalojados los criollos con el pretexto de que fueron en su mayor

parte rosistas— la tierra pública comienza a entregarse a los ingleses. Desde el 1 ° de julio de

1824 la tierra pública argentina sólo era argentina en cuanto a su ubicación geográfica.

Este hipotecamiento de la tierra pública argentina a favor de Gran Bretaña fue concertado de a

poco, solapadamente, con verdadera artería, lo mismo que el empréstito en general. Nicolás

Avellaneda, personaje de fuertes inclinaciones por las conveniencias inglesas, refiere este

asunto en los siguientes términos textuales: «El decreto del 17 de abril de 1822 marca una de

las fechas más importantes en nuestra legislación agraria.

Rompe inopinadamente con la tradición, y lanzándose por un camino desconocido, decreta la

inmovilidad de la tierra pública bajo el dominio del Estado, prohibiendo que se extendiera

título alguno de propiedad a favor de los particulares. ¿Con qué objeto se introducía una

innovación tan trascendental? El decreto no lo dice... el decreto del 21 de julio del mismo año

reiteró la prohibición en términos aún más explícitos. Uno y otro decreto guardaban silencio

sobre el designio que los había inspirado, pero éste no tardó en ser revelado. Un mes después,

el Gobierno solicitaba la autorización de la Legislatura para negociar un empréstito en

Londres. Al prohibir la enajenación de las tierras se había tenido por objeto el ofrecimiento en

garantía a los prestamistas. Se inmovilizaba la tierra bajo el dominio del Estado para que

sirviera de base al crédito público...» (Nicolás Avellaneda, Tierras Públicas).

Estudiemos ahora los beneficios logrados en tan onerosa operación.

Todos los que se han detenido sobre este tema están de acuerdo en dar los fondos por

recibidos. Así lo aseguran implícitamente Agote, De Vedia, Garrigós, Hansen y con ellos

todos los textos habituales de enseñanza y hasta el doctor Guillermo Leguizamón, director de

compañías ferroviarias inglesas, que se dio el lujo de publicar un folleto sobre este asunto. El

mismo gobernador de la provincia de Buenos Aires, general Las Heras, en su mensaje de

mayo 18 de 1825, asegura textualmente que «El producto del empréstito realizado en Londres

se ha transportado a esta plaza con ventaja...» Demostraremos inmediatamente que todo eso es

falso. Pero quiero detenerme un instante en el mensaje de Las Heras, de 1825, porque contiene

un párrafo que es una irrisión. La ilusión del puerto ha cumplido su función de

encandilamiento y Las Heras propone que sea construido por particulares. Oigamos: «El

producto del empréstito realizado en Londres se ha transportado a esta plaza con ventaja y sin

causar alteración en el cambio. El gobierno espera que las obras del puerto, a que era destinado

principalmente, podrán realizarse por sociedades particulares y con sus propios capitales,

dejando en tal caso libres aquellos fondos para destinarlos a otros objetos; mientras tanto se

entretienen productivamente y fomentan nuestra industria».

La provincia se ha empeñado, pues, sin urgencia alguna, puesto que los fondos que el

gobernador dice haber recibido, no tienen posibilidad

alguna de colocación. «Entretener productivamente» los fondos, significa en la jerga de Las

Heras, en que se presume la habilidad del doctor Garda, concederlos en préstamo a los

comerciantes locales, mediante el descuento de letras de comercio, tal como lo había

aconsejado una anónima Junta de Inspección y Economía, con fecha 11 de abril de 1825.

Transcribamos, ahora, in extenso la nota del 2 de julio de 1824 en que la casa Baring comunica

al gobierno argentino la concertación del empréstito, y que se halla en el Archivo de La Nación

en el legajo que lleva el número A71825 y el extraño título de «Partidas de Campaña».

La nota de Baring Brothers dice: «Señor: Tenemos el honor de dirigirnos a Ud. sobre el asunto

del empréstito que Ud. ha contratado para el gobierno de Buenos Aires con los señores Juan

Parish Robertson y Félix Castro y que estos señores por medio nuestro hicieron circular en este

país y cuyos productos por orden de Ud. hicieron poner en nuestras manos a disposición de ese

gobierno.

«Nosotros debemos, señor, asegurar cuánto nos ha lisonjeado la preferencia que Ud. se ha

servido dar a nuestra casa, poniendo en nuestras manos los negocios de su nueva y naciente

república. Sintiendo en todo el tiempo el más vivo interés por su destino y futura prosperidad

hemos observado aproximarse primero la independencia y después el orden y buen gobierno

con el mayor anhelo; y el proyecto de una conexión futura con los intereses de la Europa es

muy agradable para nosotros. Hemos tenido la satisfacción de ser encargados de los negocios

del gobierno y bancos de E. U. de Norte América desde el primer establecimiento de la

independencia de aquel gran país y pronosticamos con confianza que el estado de Buenos

Aires seguirá una misma marcha y obtendrá el mismo grado de felicidad y de crédito y

confianza exterior.

»Los señores Robertson y Castro nos comunicaron varios documentos relativos a ese

empréstito: la autorización de la legislatura y el posterior contrato con Ud. y esa oportunidad de

información de su buen estado para llevarlo a ejecución. Ellos, en efecto, a virtud de sus

amplios poderes, han firmado por ese gobierno una obligación (bond) general y después sus

correspondientes subdivisiones de las cuales adjuntamos una copia y Ud. se servirá notar

distintamente las varias obligaciones que han contraído con el pueblo británico.

»Lo principal de estas obligaciones es que se ha contraído la deuda de £ 1.000.000 con los

tenedores de estas obligaciones al interés del 6%, pagaderos en nuestra casa por semestres el

1o de enero y de julio de cada año, hasta la extinción de la deuda. Que el ministerio de

Hacienda nos proveerá puntualmente de los medios de hacer estos pagos por medio de

remesas oportunas. Se ha convenido además que la suma de £5.000 se nos remita anualmente

como fondo de amortización para redimir el capital comprándolo en el mercado. Ud. se

dignará observar que estas obligaciones lo comprometen a poner en nuestras manos antes del

Io de enero y de Julio de cada año la suma de £ 32.500 por semestre y estamos bien

persuadidos de que Ud. sentirá la importancia del crédito público de su gobierno en Europa y

que pondrá todo cuidado para obviar por precauciones oportunas cualquier posibilidad de

inexactitud. Por plena satisfacción de esta deuda los señores Robertson y Castro se han

obligado a poner en nuestras manos a disposición de ese gobierno la suma de £ 700.000 en los

plazos siguientes:

£ 82.500 el 12 del corriente

£ 165.000 el 12 de agosto

£ 82.500 el 15 de septiembre

£ 165.000 el 14 de octubre

£ 123.000 el 15 de noviembre

£ 82.000 el 15 de diciembre

£ 700.000

»E1 primer pago el 12 del corriente (julio de 1824) se nos ha hecho en el mismo día y lo hemos

llevado al crédito del gobierno, y creemos que Ud. puede contar con el puntual cumplimiento

de los demás plazos, tanto que no dudamos en que Ud. confíe en ello y disponga de las

expresadas cantidades. Los próximos períodos de estos pagos deben seguir la conveniencia y

circunstancias locales de nuestra plaza. Ud. percibirá que todos ellos se vencen en el presente

año.

»En cumplimiento de sus órdenes hemos pagado £ 6.000 el 15 del corriente a los señores

Hullet hermanos que cargamos a la cuenta de ese gobierno, como también la suma de libras

64.044.11.10, que remitimos ahora, como ve por la nota inclusa.

«Considerando las órdenes de Ud. para hacer nuestras remesas en letras o en oro no

trepidamos en preferir aquéllas, y Ud. percibirá el motivo por un cálculo de los diferentes

precios. Remitimos una pequeña suma de doblones principalmente como una prueba práctica

de nuestro cálculo.

Estos doblones han costado 7319 Y 741.

»Los acuñados en España son escasos a 751 y como ellos corren en ese país a $17,10 lo que a

46 es igual a 6512 sufren una pérdida de 9110 por cada doblón comparado con letras al 46.

Cada peso fuerte cuesta aquí 412 es decir 50 y por consecuencia da una pérdida de 8% en

comparación con letras al 46. Esperamos poder remitir en el próximo paquete otra suma de £

70.000 en letras, pero los demás plazos los llenaremos descontando letras de Ud. contra

nosotros, pues no podemos contar aquí con manos seguras para girar letras y no pensamos

exponerle a la pérdida que padecerá en las remesas de oro y plata desde esta plaza.

»Para evitar equivocaciones creemos propio presentar a usted el estado de la suma que

tenemos a su disposición:

Remitimos en esta oportunidad 70.000

Remitiremos en el próximo paquete 70.000

Interés de dos años, que según las instrucciones

de usted detenemos del empréstito 120.000

Poner de amortización de dos años 10.000

TOTAL 270.000

Lo que he deducido del total del Empréstito de... 700.000

Tenemos a disposición de usted cerca de. . . 430.000

»Y entonces no tendrá Ud. necesidad de proveer los intereses y fondo ortizante hasta el 1º de

enero de 1827.

»Esta reserva de interés y fondo de amortización la hacemos como "d. nos previno, de las

últimas sumas, y así puede Ud. girar libremente tra nosotros por las anteriores cantidades,

según el expresado orden.

»En sus instrucciones Ud. demuestra deseos de que el dinero que tengamos en nuestro poder

produzca el mismo interés que si fuera empleado en billetes de Tesorería. Puede decirse que

esto no excederá del 2% porque estos billetes que ahora tienen un interés de solo 1 1/2, están a

un premio de 2%. Ud. se expondría también a perder en la venta de billetes de Tesorería,

porque podría variar su valor. Para obviar estas dificultades hemos convenido con los señores

Robertson y Castro en dar a Ud. en una cuenta corriente un interés de 3% que es todo lo que

podemos dar, teniendo siempre sus fondos a su disposición. Al gobierno de E.

U. de N. A., no estamos acostumbrados a ceder interés, pero en el presente caso queremos

compensar a Ud. de algún modo la pérdida que sufrirá Ud. necesariamente dejando sin

producir una parte de sus fondos.

Añadiremos sin embargo que si Ud. prefiere que su alcance sea invertido en billetes de

Tesorería se hará luego que se reciba su orden al efecto.

«Tendremos gran placer en saber por su contestación que sus órdenes han sido cumplidas a su

satisfacción y que estamos convenidos en los varios objetos de cuentas arriba mencionado y

suplicamos a Ud. disponga libremente en toda ocasión de nuestros servicios». Firmado Baring

Brothers.

Resumamos las operaciones para mayor claridad. El gobierno de Buenos Aires ha concertado

un empréstito de £ 1.000.000 que gana 6% annual de interés con más de 1/2 por ciento de

amortización, que se coloca, aparentemente, en la plaza londinense al 70% de su valor escrito.

El gobierno de Buenos Aires debió recibir £ 700.000 líquidas en oro contante y sonante, o sea

$f. 3.500.000. Pero la casa intermediaría dice retener el servicio de dos anualidades, es decir en

total £ 130.000, o sea $f. 650.000. Verdaderamente y dada la impunidad con que se estaba

actuando, bien pudo la casa emisora haber reservado el servicio de 9 anualidades más,

anticipadas, con lo cual el gobierno a pesar de quedar debiendo £ 1.000.000 no hubiera

percibido ni un centavo. No hagamos suposiciones y aceptemos los hechos tal cual son.

Retenidas en Londres esas £ 130.000, el gobierno de Buenos Aires debió recibir el resto, o

sean £ 570.000, equivalente a $f. 2.750.000. No era mucho percibir, por cierto.

Apenas un poco más de la mitad de la deuda contraída. La operación va adquiriendo un aire

fastidioso de usura. Pero la comunicación de Baring —cuyo análisis completo nos llevaría

muy lejos, aunque es inexcusable subrayar la forma en que la casa Baring se libra de

responsabilidades al dar por emisores directos a los señores Robertson y Castro y al colocarse

ella en calidad de simple depositaría— contiene una novedad que han pasado por alto todos los

analizadores de este empréstito. La casa Baring dice que los fondos que el gobierno obtiene de

la colocación del empréstito no serán remitidos a Buenos Aires en oro contante y sonante.

Por una sutil razón de cambio que no entramos a analizar, la casa Baring afirma que no

remitirá oro, remitirá letras. ¿Qué es una letra? Es una simple orden de pago a cargo de un

tercero. En el legajo del Archivo Nacional se conserva una de las letras que fue enviando

Baring. Está fechada el 20 de octubre de 1824 y dirigida a John Parish Robertson y dice

traducida: «A los sesenta días vista páguese a la orden de don Manuel José García, ministro de

Finanzas del estado de Buenos Aires, la suma de 461 dólares (sean pesos fuertes) valor que

Ud. cargará en cuenta de Baring Brothers». En una palabra, en lugar de remitir oro contante y

sonante, Baring enviaba órdenes a los comerciantes ingleses radicados en Buenos Aires para

que éstos pagaran las sumas indicadas al gobierno provincial. Ahora bien, si los comerciantes

ingleses locales hubieran poseído oro suficiente para abonar esas órdenes o letras, nada hubiera

que objetar. Pero la misión de esos comerciantes británicos había consistido hasta ese

momento en exportar todo el oro posible y bailable en la plaza de Buenos Aires, y la plaza de

Buenos Aires estaba justamente ahogada por la falta de oro circulante, según hemos narrado en

la historia del Banco de Descuentos y según se comprueba en la discusión que en la legislatura

precedió a la fundación de dicho banco. Es absolutamente imposible que los comerciantes

ingleses locales hayan podido, pues, abonar en oro las letras que como producto del empréstito

remitía Baring Brothers. ¿No decía acaso la comisión de hacienda que tan tenazmente

propugnó la autorización del empréstito que «cada día se hacía más sensible la ausencia de

numerario» —es decir de oro metálico— «y que la introducción del nuevo capital... satisfaría

una necesidad»? Como el puerto, los pueblos y las aguas corrientes, el oro metálico se

desvanecía por arte de encantamiento. Después de hipotecar todos los bienes, el gobierno de

Buenos Aires en sus manos órdenes de pago contra los comerciantes ingleses locales, es decir

papeles de comercio, no oro efectivo. ¿Qué podía hacer con ellos el gobierno? Ya

examinaremos todas las probabilidades.

Veamos ahora cómo Baring dio cumplimiento a sus obligaciones. En el legajo del Archivo

Nacional citado, hay una nota de Baring, fechada el de octubre de 1824 en que precisa el

estado de su cuenta con el gobierno Buenos Aires. Según la obligación contraída por Baring en

su nota del de julio de 1824, el 20 de octubre ya debía haber remitido al gobierno suma de £

495.000, (£ 82.500 el 15 de julio; libras 165.000 el 12 de agosto; libras 82.500 el 15 de

septiembre y libras 165.000 el 14 de octubre), es bien, según la nota de Baring del 20 de

octubre, hasta esa fecha sólo había girado al gobierno menos de la tercera parte; en total, lo

girado ascendía a £ 140.000, en su inmensa mayoría en letras de cambio contra los

comerciantes ingleses locales. Damos a continuación el resumen de la cuenta fielmente

traducida:

15 de julio pago a Hullet Brothers £ 6.000

20 de julio remitido en letras " 62.000

20 de julio remitido en oro por S.M. S.

Plover...

2.044 /11/10

24 de julio flete pagado p/la remisión

anterior...

" 40 /13/2

30 de julio remitido en letras " 10.000

21 de agosto remitido en letras " 4.500

23 de agosto remitido en letras " 10.000

25 de septiembre Envió de doblones por Lady

Louisc

" 14.519/18/1

25 de septiembre Remitido en letras 21.855

29 de septiembre Envoi de doblones por Lady

Louisc

4.155/9/11

29 de septiembre remitido en letras " 1.000

flete de 3 cajas de oro en L Louisc

...

" 285 / 9/ 6

flete de 1 caja de oro en L Louisc

...

" 80/18

Total £ 140.000

El 20 de octubre de 1824, fecha en que debía haber llegado £ 305.000 en oro metálico, la casa

Baring ha remitido solamente £ 140.000, menos de la tercera parte, y de esa suma, en oro tan

sólo £ 20.678. Es decir que el gobierno ha percibido en oro contante hasta el 20 de octubre de

1824 apenas el 4% de lo que debió haber recibido, de acuerdo con los convenios.

¿Qué sucedió después de esa fecha? Imposible saberlo. Los documentos de asunto tan

primordial para el país se han extraviado o han sido hurtados por los interesados en que estos

manejos permanecieran ignorados. En el legajo del Archivo Nacional no hay más que una nota

de Baring del 20 de julio de 1825, por la que se sabe que el 30 de junio de 1825, es decir mes y

medio después de la afirmación del gobernador Las Heras, el gobierno tiene un saldo a su

favor a percibir de £ 117.317. Es de suponer, sin embargo, que la casa Baring dio

cumplimiento poco a poco a sus obligaciones y que al final remitió al gobierno las £ 570.000

que debía girarle. No es menos razonable suponer que la inmensa mayoría de las sumas

restantes fueron saldadas con letras y que la proporción de oro remitida no sobrepasó la que se

deduce del estado de cuentas del 20 de octubre de 1824.

Que el oro no vino en cantidades mayores lo demuestra la angustia de metálico por qué pasaba

la plaza de Buenos Aires y, ante todo, el Banco de Descuentos. Si Baring hubiera remitido oro

metálico, las gestiones directas para conseguirlo en el exterior hubieran sido superfluas. En su

documentada y desconocida historia de El Banco de la Provincia, escrita en 1922 con las actas

originales a la vista, el señor Nicolás Casarino, que fue presidente de esa institución, revela

algunos de los entretelones y circunstancias a que dio origen el escamoteo del oro por Baring

Brothers. Parece que alguno de los miembros del directorio del banco creyeron seriamente que

vendría oro de Londres, como producto del empréstito y trataron de conseguir que un poco del

metálico vigorizara sus arcas exhaustas. Se nombró al efecto una comisión de cinco miembros

que debía proponer los «remedios más convenientes con la brevedad posible», según expresan

las actas.

Tras varias alternativas, la Comisión opinó que el único remedio para la carencia de metálico

era «hacer venir de Inglaterra onzas de oro». Y proponía que el Banco tomara a su cargo una

parte del empréstito que el gobierno negociaba con Baring. La comisión mantuvo varias

entrevistas con el ministro de Hacienda, quien al final accedió a subrogar órdenes a favor del

Banco por valor de $f. 500.000. El metálico correspondiente ingresaría al Banco y esa

institución serviría la alícuota proporcional del empréstito.

«Quedó aprobado el procedimiento» —escribe Casarino—. «Las órdenes debían expedirse

por triplicado, endosadas a favor del señor Guillermo Parish Robertson, a quien se comisionó

para que la girara al destino en que debían ser cumplidas, previniéndose que los fondos

resultantes debían invertirse en monedas de oro sellado, prefiriéndose las monedas de octavos

y cuartos de onzas». Causa gracia la ingenua prolijidad de los directores del Banco. ¡Quieren

que Baring les remita el oro en moneda manuable! Esto ocurría a fines de septiembre de 1824,

cuando ya debían haber llegado a la plaza de Buenos Aires 247.000 libras esterlinas de oro.

En la sesión del 12 de octubre de 1824 el señor Parish Robertson tronchó definitivamente las

esperanzas de los banqueros: de Londres no saldría ni una moneda de oro para estos países

elementales, cuyo dominio económico y político la diplomacia inglesa iba ajusfando

rápidamente. «El señor Parish Robertson» —escribe Casarino— «comunicó su parecer de que

sería difícil conseguir onzas de oro en Londres, dados los términos de la carta que había

recibido de los señores Baring; y proponía que se trajeran de Río de Janeiro... comprándolas en

la casa inglesa de Miller y Cía.».

La proposición de Parish Roberbon adquiere ya el perfil de una burla. El gobierno de Buenos

Aires ha comprado, justamente, un millón de libras en Londres, pagándolas con títulos que

ganan 6 por ciento de interés anual y que se redimirán con un fondo formado con un medio por

ciento anual, pero el Banco oficial no puede tomar posesión ni siquiera de una parte de ese oro.

Si el Banco oficial necesita oro, tiene que comprarlo en Río de Janeiro. La historia de este

empréstito toma así un notable parecido con esos cuentos mediante los cuales los estafadores

hábiles escamotean sus ahorros a las personas ingenuas que dan fe a sus afirmaciones.

La situación del Banco era y continuó siendo angustiosa, a tal punto que poco después sus

billetes debieron ser declarados inconvertibles y de circulación forzosa. Lo único que aumentó

fue el número y monto de las letras descontadas, en su mayor parte refrendadas por los

comerciantes ingleses. La crítica angustia de oro metálico se revela en los balances que se

resumen a continuación:

Fecha de los

balances

Reseña de oro metálico del Banco Cartera

Líquida

3 Septiembre 1823 216.977 705.284

3 Septiembre 1824 128.975 2.565.525

3 Septiembre 1825 253.035 2.594.532

4 Febrero 1826' 1.642 3.280.536

Nicolás Casarino: El Banco de la Provincia.

Existen detalles extraordinariamente reveladores que las actas del Banco conservan. El 10 de

abril de 1825, por el bergantín Wolvelpar, el Banco recibió 5.678 onzas de oro que había

comprado en el extranjero. «Este oro alivió la caja del Banco y permitió abonar al Gobierno

una deuda pendiente, cuyo pago era urgente», anota Casarino con las actas a la vista. Si el

Banco en plena catástrofe pagó en metálico una deuda urgente del Gobierno, que protegió al

Banco por todos los medios a su alcance, era porque el Gobierno carecía a su vez de metálico.

Y en el mes de abril de 1825 el Gobierno ya debía ser tenedor de 570.000 libras en oro sellado.

Todo lo cual viene una vez más a corroborar: 1o que las remisiones de Baring no se efectuaron

en los plazos convenidos; 2o que la afirmación del gobernador Las Heras que daba los fondos

por percibidos, era falsa; 3o que las remisiones de Baring se efectuaron en su casi totalidad en

letras contra los comerciantes ingleses locales, y 4o que en el caso más favorable para la casa

Baring, la remisión de oro no sobrepasó la miserable proporción que se deduce de la nota del

20 de octubre de 1824.

Como resultado final, tenemos que el gobierno ha hipotecado todos sus bienes y rentas, ha

recibido una cantidad máxima probable £ 85.500 en oro metálico, un poco más apenas de los

que debe pagar anualmente por servicio y amortización durante 40 años, y tiene en su poder

letras contra los comerciantes ingleses, que ascienden a $f. 2.656.464, exactamente, según las

cuentas que para el traspaso al Banco Nacional se cerraron en enero de 1826.

¿Qué podría hacer el gobierno nacional con esa montaña de papeles? Don Pedro Agote, que

como presidente del Crédito Público tuvo a su alcance todos los documentos, afirma su

creencia de que la mayor parte de los créditos constituidos por esos papeles no han sido

reembolsados.

«No encuentro al menos —asegura textualmente— documento alguno que acredite el pago al

gobierno, y es seguro que el reembolso de las letras se haya verificado con tardanza y pérdida.»

¿Qué decía la opinión pública porteña de este juego de prestidigitación que había costado la

pérdida de la soberanía económica de sus bienes, que exigía un servido equivalente a la tercera

parte de las rentas totales de la provincia y que no había producido ningún beneficio visible?

Era impostergable llenar ciertas apariencias, y entonces una junta ad hoc, que se denominaba

Junta de Inspección y Economía, aconsejó y el gobierno aceptó con fecha 11 de abril

«entretener productivamente el capital del empréstito, mientras se empleaba en los objetos a

que la ley lo destinaba, prestándolo a interés a capitalistas industriosos»; a cuyo efecto se

nombró una comisión administradora, cuya constitución es desconocida y sobre cuya

actuación no quedan en los archivos más que algunos recibos de alquiler del local que

ocupaba. Naturalmente, esa comisión era sólo una pantalla, disimuladora de la ausencia del

oro. Porque, ¿qué «entretenimiento» más seguro y firme podía ser que d de letras firmadas por

Baring, endosadas por los más fuertes comerciantes locales, que eran también firmas inglesas,

únicos valores que Baring había remitido a Buenos Aires? Pero esa comisión permitía simular

ante la opinión pública y ante la historia que Baring había remitido oro contante y sonante y

que ese oro se había prestado al comercio y a la industria locales, fundón que ya estaba

desempeñando el Banco de Descuentos, desde el cual los comerciantes ingleses manejaban la

economía nacional con sus préstamos en moneda papel.

Condensemos las operaciones y las líneas primordiales que caracterizan a esta primera

operación financiera internacional argentina. Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia luchan

por afirmar su influencia en el Río de la Plata, para lo cual, ante todo, pretenden endeudarnos

con el acuerdo de empréstitos. Gran Bretaña, más hábil y decidida, consigue desplazar a sus

rivales y concierta la cesión de un empréstito por un millón de libras.

El metálico que como producto de esa obligación debió llegar a Buenos Aires, fue sustituido

por las ganancias y el crédito local de los comerciantes ingleses establecidos en esta plaza. En

el mejor de los casos, pues, d gobierno de Buenos Aires recibió papel moneda emitido por el

Banco de Descuentos y comprometió sus finanzas, presentes y futuras, en una deuda a oro al

extranjero. El gobierno recibió papel de circulación interna y lo transformó en una deuda

exterior de oro.

Pero según todos los indicios, las letras o valores dados al gobierno de Buenos Aires a cambio

del oro metálico que debió entregársele como producto del empréstito, no fueron ni siquiera

efectivamente abonadas por los comerciantes ingleses locales, es decir que el gobierno de

Buenos Aires enriqueció la economía inglesa con un millón de libras gratuitamente cedidas,

pagaderas en 40 años de plazo, con un interés del 6% anual.

¿Habrá sido el empréstito de 1824 el precio pagado por el gobierno de Buenos Aires para

obtener el reconocimiento de la independencia por Gran Bretaña, implícito en el Tratado de

Paz y de Amistad firmado el 2 de febrero de 1825, poco después de la concertación del

empréstito, y toda la operación restante que hemos resumido, el disimulo de tan cínico trato?

Los cónsules norteamericanos de aquella época manifiestan su asombro porque dicho Tratado

no estipula ninguna concesión especial al comercio inglés. La concertación del empréstito

¿habrá sido exigida en un tratado secreto, previo al tratado público? El estado argentino

iniciaba, así, su marcha hipotecado por Gran Bretaña.

Es interesante informar cómo este empréstito fue empleado de inmediato como un

instrumento psicológico favorable a todas las pretensiones inglesas, tal cual lo hemos visto

empleado en nuestros días en los debates del Banco Central y de la Coordinación de

Transportes. En sus Memorias, el gobernador de Corrientes, general Pedro Ferré, nos relata

una entrevista que él sostuvo por esos años con el ministro de Hacienda, doctor García. Dice

Ferré: «Trataba yo en visita particular con el señor don Manuel José García, en Buenos Aires,

sobre el arreglo de la importación de frutos extranjeros, que produce nuestro país en

abundancia, y sobre el fomento de la industria en todo aquello que el mismo país nos lo está

brindando, que ha sido siempre mi tema. El señor García procuraba eludir mis razones con

otras puramente especiosas, pero que les daba alguna importancia la natural persuasiva del que

las vertía. Entonces le dije que prometía callarme y no hablar jamás de la materia, si me

presentaba, por ejemplo, alguna nación del mundo que en infancia o en mediocridad, hubiese

conseguido su engrandecimiento sin adoptar los medios que yo pretendía se adoptasen en la

nuestra. El señor García confesó que no tenía noticia alguna, pero que nosotros no estábamos

en circunstancias de tomar medidas contra el comercio extranjero, particularmente inglés,

porque hallándonos empeñados en grandes deudas con aquella nación, nos exponíamos a un

rompimiento que causaría grandes males...» De tal manera usado, el empréstito de 1824 era un

arma eficaz para ahogar las industrias del interior.

Otra notable utilización de este empréstito ocurrió en 1828. La guerra con el Brasil dejó en

poder del gobierno algunas flotillas de barcos mercantes armados especialmente, que podían

desarmarse y destinarse al transporte de nuestros frutos a los mercados de ultramar. Las dos

fragatas principales, Asia y Congreso, fueron entregadas a Inglaterra en pagos de servicios

atrasados. Inglaterra impedía, de esta manera, desde el primer momento, que los argentinos

tuvieran una flota mercante propia. De los resultados de la venta y de la parte servida y

amortizada del empréstito no se sabe nada. En el resumen de Parish no se tiene en cuenta,

siquiera, estos valores, pero las fragatas desaparecieron. Hoy, 115 años más tarde, se vuelve a

hablar de la posibilidad de que la Argentina posea una flota mercante, pero esta flota es

altamente sospechosa. ¿No será un mero pretexto para una provocación futura que nos arrastre

a la contienda de las grandes naciones europeas?

No es menos interesante hacer notar, aunque sea angustiosamente resumido, que la habilidad

de don Juan Manuel de Rosas supo volver contra las pretensiones inglesas el arma del

empréstito, interesando a los tenedores de bonos y banqueros ingleses en el levantamiento del

bloqueo establecido en el Río de la Plata por la flota de Gran Bretaña. El detalle de esta

maniobra genuinamente argentina nos llevaría muy lejos, pero en esta cadena de

humillaciones es un pequeño punto luminoso, cuya perspectiva puede aclarar nuestro futuro.

Los servicios de este empréstito se cumplieron hasta el 1o de julio de 1827 y permanecieron

suspendidos hasta 1857, con excepción de varias mensualidades pagadas por Rosas en los

años 1846, 1850 y 1851 y que en total sumaron según las cuentas de Woodbine Parish £

43.965.

Para saldar los intereses atrasados, el doctor Norberto de la Riestra como enviado especial

primero, como ministro de Hacienda después, entregó a la casa Baring, gratuitamente, un

nuevo empréstito de f 1.641.000 equivalente a $f. 8.205.000, que se llamó Empréstito de los

Bonos Diferidos. El empréstito de 1824 y el de los Bonos Diferidos, dado en pago de los

intereses atrasados del primero, se terminaron de pagar íntegramente en 1901 y exigieron al

país, según el cálculo de Agote, un desembolso total de 23.734.766 pesos fuertes.

Nos parece que en el transcurso de este estudio ha quedado comprobada la superfluidad de los

motivos dados como pretextos para contraer el empréstito. Los 27 años que transcurrieron

desde 1824 a 1852 en que el país vivió, progresó, sostuvo ejércitos en la Banda Oriental,

resistió largos bloqueos y hasta combatió con Francia e Inglaterra, demuestran que el

empréstito de 1824 no era necesario y que su concertación fue una maniobra coercitiva de la

diplomacia inglesa.

Si el ejemplo de esos 27 años argentinos no fuera suficiente, la República del Paraguay nos

ofrece otro modelo brillante. Bajo el gobierno de los López, el Paraguay progresó. Construyó

la primera línea férrea de Sud

América. Erigió altos hornos y talleres metalúrgicos. Construyó astilleros y barcos de ultramar

sin demandar un solo centavo al exterior. El primer empréstito paraguayo, por un millón de

libras, se contrajo en Londres cuando el gobierno de los López cayó en 1870 bajo la acción de

las armas argentinas, brasileñas y uruguayas movilizadas en una acción fratricida por la intriga

de la diplomacia inglesa. Del millón de libras contratadas en Londres en 1870 por el Paraguay

tampoco llegó ni un centavo a esa república, según lo ha demostrado en un sesudo estudio el

escritor paraguayo Natalicio González.

"LAS IDEAS ECONÓMICAS DE

MANUEL BELGRANO Y MARIANO

MORENO"

RODRIGO LÓPEZ

La revista del CCC [en línea]. Enero / Agosto 2009, n° 5 / 6. [citado 20141008]. Disponible en Internet:

http://www.centrocultural.coop/revista/articulo/124/. ISSN 1851-3263.

A meses del Bicentenario de la Revolución de Mayo el aparato cultural se encuentra rebozado con todo

tipo de dispositivos historiográficos sobre la epopeya y sus protagonistas. La oportunidad comercial es

aprovechada por las editoriales a través de las cadenas de librerías que exponen en la vidriera

compulsivamente decenas de ejemplares del mismo libro sobre algún procer, como si fueran latas de

tomate o cajas de jabón en polvo. Se trata de las reiteradas bajadas comerciales de la historia oficial. Del

método mítico mitómano de Mitre (crea personajes épicos con grandes olvidos y extravíos) a la

historiografía académica (supuestamente desapasionada, objetiva y científica) la historia de los grandes

hombres ha dejado lugar a los procesos sociales y actores colectivos, cuando no cae en el estudio de la

vida cotidiana, así se ha perdido en el camino la vida política de los próceres argentinos, quedando de

ellos sólo los bronces y nombres de calles, fundidos en el paño conciliador de un presente que los quiere

a todos sonriendo en el mismo darregotipo, dialogando y llegando a consensos. Para concretar esta

operación los próceres van perdiendo su pensamiento. Como el siniestro Jorge de El nombre de la rosa

de Eco (que con mayor justicia debería referir no a nuestro Jorge Luis sino a nuestro Jorge Rafael), las

universidades han cumplido la funesta tarea de bloquear la difusión del pensamiento político, social y

económico de los próceres, seguramente porque allí aparecen elementos que contradicen al relato

liberal. En estas líneas nos ocuparemos de problematizar la tesis del liberalismo económico en las

figuras de Mariano Moreno y Manuel Belgrano.

El polémico Moreno Al abordar el pensamiento de Mariano Moreno debe enfrentarse el problema

de la supuesta incompatibilidad entre dos de sus textos canónicos "La Representación de los

Hacendados" (Moreno, 1809) de 1809 y el "Plan de Operaciones" (Moreno, 1810) de 1810. El primero

sería un Moreno liberal, probritánico y ferviente animador del libre comercio, mientras el segundo sería

un personaje jacobino, nacionalista y estatista. De allí se dio lugar a la famosa controversia sobre el

carácter apócrifo del "Plan de Operaciones", siendo los representantes más destacados Paul Groussac y

Ricardo Levene, por un bando, y José María Rosa y Rodolfo Puiggros por el otro. En verdad, la tesis

del carácter apócrifo del Plan no ganó sustento. Estaba basada en prejuicios sobre estilos literarios y en

una supuesta incoherencia política sobre trabajos posteriores. Finalmente pesaron más las indicaciones

historiográficas, donde recae en Moreno, como miembro de la junta, la redacción del documento, hasta

aceptar un cambio radical en la persona de Moreno a partir de un suceso notable que tuvo lugar entre la

redacción de uno y otro texto, esto es, la Revolución de Mayo de 1810. Adhiriendo a la autenticidad del

Plan en la figura de Moreno, podemos agregar que una lectura atenta de la Representación, lejos de

separarnos, nos acerca sigilosamente al Plan que escribirá unos meses después.

Para ello es necesario no caer en las rimbombantes frases con las que calurosamente trata de convencer

a Cisneros destinatario del texto donde se vitorea el libre comercio, la ciencia económica de Adam

Smith y la grandeza de la Inglaterra, y atender a su discurso, un discurso político que intenta dirigir el

sentido de las políticas económicas en función del interés que representa los labradores y hacendados de

ambos bandos del Río de la Plata en una coyuntura particular: una economía colonial en recesión con la

Metrópoli jaqueada por las guerras y un contrabando inglés como norma en el Plata. Más allá del

carácter progresista que significa el libre comercio entre naciones soberanas en contraposición de un

comercio monopolista signado por una dominación colonial debemos agregar el análisis que expone

Moreno de la situación en que se encontraban las colonias. Destaca una serie de hechos fácticos como

ser la imposibilidad de la Metrópoli de mantener la dinámica y volumen comercial que las Provincias

del Plata necesitaban, y el grado de inserción de las importaciones británicas a través de un abierto

contrabando. Moreno argumenta que en tales circunstancias los únicos que se ven beneficiados son un

puñado de comerciantes españoles que manejaban el comercio, mientras se perjudicaban los

productores locales que no podían colocar las exportaciones a través de contrabando, el fisco que se

perdía de recaudar sobre las importaciones ilegales, y la Corona que en consecuencia recibía menos

giros.

Moreno destaca constantemente el carácter oportuno de sacar ventaja de una desventaja, ante el hecho

consumado y a la vista irreversible en el corto plazo lo más inteligente era cobrarles impuesto a las

mercancías inglesas. Ya que entran, por lo menos que paguen, era el argumento.

Debieran cubrirse de ignominia los que creen que abrir el comercio a los ingleses en estas

circunstancias es un mal para la Nación y para la Providencia; pero, cuando concediéramos esta

calidad al indicado arbitrio, debe reconocérsele como un mal necesario, que siendo imposible evitar,

se dirige por lo menos al bien general, procurando sacar provecho de él, haciéndolo servir a la

seguridad del Estado. (Moreno, 1810, p 119)

En lo que a la acuciante situación fiscal respecta, Moreno no cree justo cobrarle más impuestos a los

trabajadores, reduciendo sus sueldos, sino que pide que se le saque a los mercaderes.

Fue una pobreza de ideas autorizar aquellos gravámenes sobre los comestibles y demás subsistencias

del pueblo, cuando el estado actual del comercio y circunstancias de la Nación presentaban ventajosas

proporciones de enriquecer el erario, formando al mismo tiempo la opulencia de la Provincia.

(Moreno, 1810, p 125)

Tampoco era partidario de la solución del problema fiscal a través del endeudamiento el cual

desaconseja tajantemente, para lo cual valen las siguientes citas:

Se dice generalmente que un empréstito bajo las seguridades que están a disposición del Gobierno,

sería capaz de remediar los presentes apuros; pero V.E. puede estar seguro de que jamás encontrará

esos socorros que se figuran tan asequibles y que a su consecución se seguirían consecuencias tan

perniciosas, que quedaría arrepentido de haberlos encontrado. Todas las naciones en el apuro de sus

rentas han probado el arbitrio de los empréstitos, y todas han conocido a su propia costa que es un

recurso miserable con que se consuman los males que se intentaban remediar. Esto es consiguiente a

su propia naturaleza, pues debiendo satisfacerse con las primeras entradas, o se sufrirá entonces un

doble déficit, o faltarán prestamistas por el descrédito de los fondos sujetos a la satisfacción. (Moreno,

1810, pp. 122123)

Como le pasará pocos años después a Pueyrredón, cuando en vano tratará de conseguir préstamos de

Inglaterra y de los Estados Unidos para la causa americana, Moreno ya advertía dicho orden de

dificultades: "¿Acaso ha creído V.E. queencontrará empréstitos suficientes si llegase a pedirlos?"

(Moreno, 1810)

A su vez, advertía la dependencia que el endeudamiento podía significar en tanto los acreedores pasen a

exigir nuevas condicionalidades ante nuevos empréstitos:

Engreídos prestamistas por haber salvado al Gobierno de tan peligrosa situación, se contendrán

difícilmente en los límites de una situación respetuosa; la obligación en que contemplan al jefe, los

alentará a injustas pretensiones y la más leve repulsa producirá quejosos y descontentos que acusen de

ingratitud y pretendan castigar con el cobro de sus créditos y negociación de nuevos auxilios, la poca

consideración con unos hombres que salvan el Estado con sus caudales. (...) La elevada autoridad de

V.E. no ha de mendigar de sus súbditos los medios de sostenerse; estos deben depender de ella sin que

ella dependa de nadie, y si la conservación del estado ha de vincularse a los voluntarios préstamos de

comerciantes poderosos, lloraremos las resultas de un gobierno débil, pues no puede haber energía

con acreedores de que se necesita. (...) Deberíamos temer las más tristes resultas, si no se arbitrase otro

medio de sostener el Estado que los empréstitos de una voluntaria erogación. (Moreno, 1810)

El Moreno de la Representación no es conservador, advierte los cambios que estaban ocurriendo en el

régimen colonial, los acepta y los profundiza. Es por ello que puede presionar al virrey en nombre de

nada más y nada menos 20.000 hacendados (como le hace saber al final del texto) para que modifique

la política económica del comercio colonial, que en tales circunstancias no era otra que un letal bloqueo

económico. Moreno despliega un revolucionario pragmatismo que le permite plantearle abiertamente al

representante del Rey la independencia económica de las Provincias respecto a los mercaderes de

España. Y no en vano lo hace invocando la necesidad del mantenimiento del fisco:

Decir que el real erario está sin fondos es decir que los vínculos de la seguridad interior están disueltos,

que los peligros exteriores son irresistibles y que el gobiernos débil por falta de recursos efectivos, no

puede oponer a la ruina del pueblo sino esfuerzos impotentes. (Moreno, 1810, p 117)

Este elemento es central, y es absolutamente compatible con el Moreno del Plan pues en su discurso no

se lee ni una sola vez la infaltable queja en todo discurso liberal sobre la nefasta intromisión del Estado

en los asuntos del mercado. Al contrario, hay una interpelación a su fortalecimiento, el fortalecimiento

de un Estado que así como un par de años atrás había ejercido exitosamente su independencia militar

ante las invasiones inglesas ahora estaba experimentando una independencia económica de hecho para

lo cual exigía el ajuste de las instituciones a la nueva realidad. Esa nueva realidad alcanzaría su culmine

en la revolución que tendría lugar meses después, para entonces a Moreno no le costará mucho ponerse

a la altura de los acontecimientos y volver a representar a los sujetos de la historia. De allí saldrá el "Plan

de Operaciones", un texto propio de tiempos de revolución pero que en definitiva no contradice lo

apuntado en la Representación: independencia económica dirigida por el Estado nacional.

Belgrano economista de la periferia

El pensamiento económico de Belgrano es poco conocido cuando no mal comprendido. (Belgrano,

1963) Rápidamente lo etiquetan como "fisiócrata", o mero reproductor de los autores europeos de la

época. Pero en realidad abordó una gran amplitud de materias económicas que la historia oficial ha

buscado callar debido a su crítica al liberalismo. No podemos decir que era un mero "fisiócrata" porque

reconocía que la agricultura era apenas una de las tres fuentes de riqueza. Tampoco era un "metalista",

pues sostenía que los metales eran una riqueza de convención. La verdadera riqueza, la "riqueza real"

encontraba en la producción. A su vez, tampoco era un "mercantilista", si bien busca por todos los

medios favorecer la situación externa del país favoreciendo las exportaciones y limitando las

importaciones el desarrollo principal lo veía en el mercado interno.

Uno de los puntos más reveladores de la obra de Belgrano es haber sido un precursor de la "demanda

efectiva", corazón del pensamiento de John Keynes:

"Los precios de todas las especies vendibles se arreglan por sí mismos en todas partes, siguiendo en

ello la regla de la demanda efectiva, o lo que es lo mismo, según la mayor o menor copia de

compradores" (Belgrano, 1963, p. 106). En el mismo sentido señala, "La superioridad de los progresos

en el trabajo industrioso entre las naciones depende de la superioridad de sus consumos, sean

interiores sean exteriores" (Belgrano, 1963, p. 259).

La industria debía ser alentada y guiada por el gobierno. Él sostenía que estaba en "la cuna" para la cual

había que hacer política industrial, dice: "(...) tomar otras medidas para llevarlas por la senda recta y no

dejarlas caminar al antojo y capricho, sin principio ni regla fija" (Belgrano, 1963, p. 129). Como vemos,

tampoco era un liberal sino que creía conveniente la intervención del estado en la economía. El propio

Belgrano nos aclara su idea de libertad:

Las restricciones que el interés político trae al comercio no pueden llamarse dañinas. Esta libertad tan

continuamente citada, y tan raramente entendida, consiste sólo en hacer fácil el comercio que permite

el interés general de la sociedad bien entendida. Lo demás es una licencia destructiva del mismo

comercio. (Belgrano, 1963, p. 223)

El proteccionismo de Belgrano es claro "El modo más ventajoso de exportar las producciones

superfluas de la tierra es ponerlas antes a obra o manufacturarlas"; "La importación de mercancías que

impide el consumo de las del país, o que perjudican al progreso de sus manufacturas y de su cultivo

lleva tras sí necesariamente la ruina de una nación"; "La importación de las mercaderías extranjeras de

puro lujo en cambio de dinero, cuando este no es un fruto del país, como es el nuestro, es una verdadera

pérdida para el estado" (Belgrano, 1963, p. 208).

Un elemento a destacar es la crítica que se podría hacer desde Belgrano a las tesis de David Ricardo,

sobre todo teniendo en cuenta que fue escrita en 1810, siete años antes de que el autor inglés publicara

sus Principios de Economía Política y tributación con el cual se pretendió condenar a los países según

una división internacional del trabajo. Belgrano se discurre con erudición sobre las leyes de granos en

Inglaterra, el mismo tema que motivara a Ricardo, pero a diferencia de este, Belgrano no trabaja con

unidades "horas hombre" sino atendiendo a las particularidades de una encomia monetaria, donde hay

movilidad de capitales entre los países, tipos de cambio y tasas de interés. De este modo, Belgrano

puede ver lo que Ricardo no vio, y lo hace recurriendo a un ajuste "keynesiano". Cuando dos países

comercian lo hacen a través de dinero, esa entrada de dinero repercute en el alza o la baja de la tasa de

interés, la cual termina determinando el nivel de actividad del país. Así, un país que tiene una posición

superavitaria del comercio exterior tendrá más dinero y su tasa de interés descenderá, lo que favorece

aún más su producción.

En cambio, un país deficitario en el comercio exterior tendrá menos dinero y su tasa de interés subirá,

desalentando aún más la producción. Pero a su vez incorpora las consecuencias del pago de deuda de

los déficit comerciales, concluyendo que no hacen más que atrapar al país deudor en una

desindustrialización:

El pueblo deudor de una balanza pierde en el cambio que se hace de los deudores una parte del

beneficio, que había podido hacer sobre las ventas, además del dinero que está obligado a transportar

para el exceso de las deudas recíprocas, y el pueblo acreedor gana, además de este dinero, una parte

de su deuda recíproca en el cambio, que se hace de los deudores. Así, el pueblo deudor de la balanza

ha vendido sus mercaderías menos caro y ha comprado más caro las del pueblo acreedor, de donde

resulta que en el uno la industria es desalentada, en tanto que está animada en el otro. (Belgrano, 1963,

p. 328)

La teoría monetaria de Belgrano es esclarecedora respecto a la circulación del dinero en tanto facilita el

comercio. El esquema es como el MDM de Marx, y se funda en la división del trabajo de Smith.

Belgrano advierte una propiedad del dinero que la hace más poderosa frente a las mercancías, en tanto

no está expuesto al deterioro de las mismas, o una preferencia por la liquidez (Keynes) que lleva a que

algunos atesoren en vez de consumir, provocando una crisis. Según Belgrano, allí reside "el origen de la

usura o del interés del dinero", y entre las consecuencias podemos destacar:

(...) la circulación natural está interrumpida a medida que el dinero que circula en el comercio está

parado; cuando menos natural es la circulación, menos está el pueblo industrioso en estado de

consumir, menos igualmente repartida está la facultad de consumir; en este caso serán más fáciles los

acopios de dinero y será más raro el dinero en el comercio; cuanto más raro es el dinero en el

comercio, más distante está su función de signo para venir a ser la medida de las mercaderías; el

medio de volver el dinero al comercio es añadirle un interés relativo a su función natural de signo y a

su cualidad usurpada de medida; todo interés asignado al dinero es una disminución de valor sobre las

mercancías; cuanto más distante esté el dinero de su función natural de signo, más alto estará el

interés; es evidente que la disminución de los intereses del dinero en un estado no pueden obrarse

útilmente, sino volviendo a traer la circulación al orden natural. (Belgrano, 1963, pp. 338-339)

Belgrano advierte que en materia de deuda, no es la misma naturaleza la de un Estado que la del sector

privado. Nos dice socarronamente: "Estos cálculos apurados hasta el exceso por algunos escritores

ingleses, no son propios sino para entretener las imaginaciones ociosas y pueden introducir principios

viciosos en una nación" (Belgrano, 1963, p. 359). El estado tiene como seguridades reales la suma de

los tributos que puede levantar sobre su pueblo.

Otra diferencia es que cuando los particulares contraen una deuda, tienen dos ventajas: pueden limitar su

gasto personal hasta que haya dado cumplimiento; la otra, de poder sacar del empréstito una utilidad

mayor que el interés, que están a obligados a pagar. En cambio,

(...) un Estado aumenta su gasto anual contrayendo sus deudas, sin ser dueño de disminuir los gastos

necesarios a su manutención, porque está siempre en una posición forzada relativamente a su seguridad

interior. Él no se empeña más sino para gastar, así la seguridad que saca de sus empeños, no puede

acrecer las seguridades reales que ofrece a sus acreedores. (...) El uso el Estado hace de su crédito puede

dañar al de los súbditos; en lugar de que jamás el crédito multiplicado de los súbditos puede ser útil

al del Estado. (Belgrano, 1963, pp. 361-362)

El mecanismo señalado por Belgrano es similar al argumento de la "equivalencia ricardiana" a la hora

de elegir financiar a un gobierno a través de impuestos en vez de deuda: "(...) la pesadez de las cargas

que acumulan o perpetúa, donde es evidente concluir que toda enajenación de las rentas públicas es más

onerosa al pueblo que un aumento de impuestos que fuese pasajero". (Belgrano, 1963, p. 362)

También señala que el endeudamiento establece medios para subsistir sin trabajo, descuidando así el

cultivo de las tierras haciendo que los fondos salgan del comercio, desvaneciendo las manufacturas, y a

su vez, la facilidad del recobro de las rentas públicas, siendo un círculo vicioso de desfinanciamiento

público y dependencia de nuevas deudas. A su vez, al ser más los que piden de los que prestan, el interés

del dinero sube, y este inconveniente "viene a ser un nuevo obstáculo al acrecentamiento del comercio y

la abundancia".

En definitiva, al igual que Moreno la condena de Belgrano al endeudamiento de nuestro país es tajante,

vasta para concluir las siguientes palabras:

El grueso interés del dinero convida a los extranjeros a hacer pasar el suyo para venir a ser acreedores

del Estado. No nos detengamos sobre la preocupación pueril, que mira la arribada de este dinero

como una ventaja: ya se ha referido algo tratando de la circulación del dinero. Los rivales de un pueblo

no tienen medio más cierto de arruinar su comercio, que el tomar interés en sus deudas públicas.

Como hemos expuesto, tanto en Moreno como en Belgrano encontramos elementos que difícilmente

puedan circunscribirlos a un liberalismo económico. El esfuerzo por fortalecer el estado y hacerlo

intervenir en la economía de suerte de poder garantizar la independencia fue pensado por ambos

próceres. Será San Martín el primero en llevar tales ideas a la práctica en su gestión como Gobernador

de Cuyo.

Bibliografía

• Belgrano, Manuel. (1963) Escritos Económicos. Buenos Aires, Circulo Militar.

• Moreno, Mariano. (1809) "La representación de los Hacendados", en Moreno, Mariano. Escritos

Políticos y Económicos, Buenos Aires, La cultura argentina, 1915.

•---- "El Plan de Operaciones, Que el Gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata

debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra Libertad e Independencia", en Escritos

Políticos y Económicos, La Cultura Argentina, 1915.

EJE POLÍTICO

PLAN REVOLUCIONARIO DE

OPERACIONES, ENCARGADO POR LA

PRIMERA JUNTA A MARIANO MORENO.

30 de agosto de 1810

Mariano Moreno

Señores de la Excelentísima Junta Gubernativa de las Provincias Unidas del Río de la Plata:

Volar a la esfera de la alta y digna protección de V. E. los pensamientos de este Plan, en

cumplimiento de la honorable comisión con que me ha honrado, si no es ambición del deseo,

es a lo menos un reconocimiento de gratitud a la Patria; ella solamente es el objeto que debe

ocupar las ideas de todo buen ciudadano, cuya sagrada causa es la que me ha estimulado a

sacrificar mis conocimientos en obsequio de su libertad, y desempeño de mi encargo. Tales

son los justos motivos que al prestar el más solemne juramento ante ese Superior Gobierno

hice presente a V. E., cuando, en atención a las objeciones que expuse, convencido de las

honras, protestó V. E. que nunca podrían desconceptuarse mis conocimientos, si ellos no

llegaban a llenar el hueco de la grande obra.

En esta atención y cumplimiento de mi deber, sería un reo de lesa patria, digno de la mayor

execración de mis conciudadanos, indigno de la protección y gracias que ella dispensa a sus

defensores, si habiéndose hecho por sus representantes en mi persona, la confianza de un

asunto en que sus ideas han de servir para regir en parte móvil de las operaciones que han de

poner a cubierto el sistema continental de nuestra gloriosa insurrección, no me desprendiese de

toda consideración aun para con la Patria misma, por lisonjear sus esperanzas con la vil

hipocresía y servil adulación de unos pensamientos contrarios, que en lugar de conducirla a los

grandes fines de la obra comenzada, solo fuesen causa de desmoronar los débiles cimientos de

ella; y en esta virtud, el carácter de la comisión y el mío, combinando un torrente de razones,

las más sólidas y poderosas, uniformando sus ideas, me estrechan indispensablemente a

manifestarme con toda la integridad propia de un verdadero patriota.

La verdad es el signo más característico del hombre de bien; la resignación, el honor y la

grandeza de ánimo en las arduas empresas, son las señales más evidentes de un corazón

virtuoso, verdadero amante de la libertad de su patria; tales son los principios que me he

propuesto seguir para desenvolver el cúmulo de reflexiones que me han parecido más

conducentes para la salvación de la Patria, en el presente plan, sin que preocupación alguna

política sea capaz de trastornar ni torcer la rectitud de mi carácter y responsabilidad.

El emprendimiento de la obra de nuestra libertad, a la verdad, es tan grande, que por su aspecto

tiene una similitud con los palacios de Siam, que con tan magníficas entradas, no presentan en

su interior sino edificios bajos y débiles; pero la Providencia que desde lo alto examina la

justicia de nuestra causa, la protegerá, sin duda, permitiendo que de los desastres saquemos

lecciones las más importantes. Porque aunque algunos años antes de la instalación del nuevo

gobierno se pensó, se habló, y se hicieron algunas combinaciones para realizar la obra de

nuestra independencia; ¿diremos que fueron medios capaces y suficientes para realizar la obra

de la independencia del Sud, pensarlo, hablarlo y prevenirlo? ¿Qué sacrificios hemos hecho,

en qué emprendimientos, que sean suficientes para que podamos tributarnos loores perpetuos

por la preferencia de la primacía? ¿Qué planos y combinaciones han formado más laboriosas

áreas, para evitar que se desplome un edificio que sin pensar en la solidez que debe estribar sus

cimientos, queremos levantar con tanta precipitación?

Permítaseme decir aquí, que a veces la casualidad es la madre de los acontecimientos, pues si

no se dirige bien una revolución, si el espíritu de intriga y ambición sofoca el espíritu público,

entonces vuelve otra vez el estado a caer en la más horrible anarquía. Patria mía, ¡cuántas

mutaciones tienes que sufrir! ¿Dónde están, noble y grande Washington, las lecciones de tu

política? ¿Dónde las reglas laboriosas de la arquitectura de tu grande obra? Tus principios y tu

régimen serían capaces de conducirnos, proporcionándonos tus luces, a conseguir los fines que

nos hemos propuesto.

En esta verdad las historias antiguas y modernas de las revoluciones nos instruyen muy

completamente de sus hechos, y debemos seguirlos para consolidar nuestro sistema, pues yo

me pasmo al ver lo que llevamos hecho hasta aquí, pero temo, a la verdad, que si no dirigimos

el orden de los sucesos con la energía que es propia (y que tantas veces he hablado de ella) se

nos desplome el edificio; pues el hombre en ciertos casos es hijo del rigor, y nada hemos de

conseguir con la benevolencia y la moderación; estas son buenas, pero no para cimentar los

principios de nuestra obra; conozco al hombre, le observo sus pasiones, y combinando sus

circunstancias, sus talentos, sus principios y su clima, deduzco, por sus antecedentes, que no

conviene sino atemorizarle y obscurecerle aquellas luces que en otro tiempo será lícito

iluminarle; mi discurso sería muy vasto sobre esta materia, y no creyéndolo aquí necesario, no

trato de extenderlo, pero deduciendo la consecuencia tendamos la vista a nuestros tiempos

pasados y veremos que tres millones de habitantes que la América del Sud abriga en sus

entrañas han sido manejados y subyugados sin más fuerza que la del rigor y capricho de unos

pocos hombres; véase pueblo por pueblo de nuestro vasto continente, y se notará que una

nueva orden, un mero mandato de los antiguos mandones, ha sido suficiente para manejar

miles de hombres, como una máquina que compuesta de inmensas partes, con el toque de un

solo resorte tiene a todos en un continuo movimiento, haciendo ejercer a cada una sus

funciones para que fue destinada.

La moderación fuera de tiempo no es cordura, ni es una verdad; al contrario, es una debilidad

cuando se adopta un sistema que sus circunstancias no lo requieren; jamás en ningún tiempo

de revolución, se vio adoptada por los gobernantes la moderación ni la tolerancia; el menor

pensamiento de un hombre que sea contrario a un nuevo sistema, es un delito por la influencia

y por el estrago que puede causar con su ejemplo, y su castigo es irremediable.

Los cimientos de una nueva república nunca se han cimentado sino con el rigor y el castigo,

mezclado con la sangre derramada de todos aquellos miembros que pudieran impedir sus

progresos; pudiera citar los principios de la política y resultados que consiguieron los

principales maestros de las revoluciones, que omito el hacerlo por ser notorias sus historias y

por no diferir algunas reflexiones que se me ofrecen "acerca de la justicia de nuestra causa, de

la confianza que debemos tener en realizar nuestra obra, de la conducta que nos es más

propicia observar, como igualmente de las demás máximas que podrán garantizar nuestros

emprendimientos".

En esta atención, ya que la América del Sud ha proclamado su independencia, para gozar de

una justa y completa libertad, no carezca por más tiempo de las luces que se le han encubierto

hasta ahora y que pueden conducirla en su gloriosa insurrección. Si no se dirige bien una

revolución, si el espíritu de intriga, ambición y egoísmo sofoca el de la defensa de la patria, en

una palabra: si el interés privado se prefiere al bien general, el noble sacudimiento de una

nación es la fuente más fecunda de todos los excesos y del trastorno del orden social. Lejos de

conseguirse entonces el nuevo establecimiento y la tranquilidad interior del estado, que es en

todos tiempos el objeto de los buenos, se cae en la más horrenda anarquía, de que se siguen los

asesinatos, las venganzas personales y el predominio de los malvados sobre el virtuoso y

pacífico ciudadano.

El caso y la fatalidad son las disculpas de la indiscreción y la flaqueza. El hombre animoso

hace salir a luz los ocasos para utilizarlos, y sus enemigos son los que se rinden al yugo de la

fatalidad. El que tiene gran corazón, espíritu y alma elevada, manda a la fortuna, o más bien la

fortuna no es sino la reunión de estas cualidades poderosas, pero como su brillo amedrenta al

vulgo y excita la envidia, será feliz quien pueda hermanarlas con la moderación que las hace

excusables.

No admiremos la Providencia ni desconfiemos de ella, recordando que de las fatalidades más

desastradas, saca las grandes e importantísimas lecciones que determinan el destino del

mundo. La mano dio luz al sol y a los astros, y hace girar los cielos, humilla a veces los tronos,

borra los imperios, así como desde el polvo encumbra a lo sumo de la grandeza a un mortal

desconocido, demostrando al Universo que los mortales, los imperios, los tronos, los cielos y

los astros, son nada en comparación de su poder.

Sentemos ante todo un principio: la filosofía que reina en este siglo demuestra la ridiculez de la

grandeza y las contingencias a que está expuesta. La insubsistencia perpetua y continuada de la

corona de España, lo está evidenciando; la familia real envilecida, había ya dejado de serlo y

perdido sus derechos; el 25 de mayo de 1810, que hará célebre la memoria de los anales de

América, nos ha demostrado esto, pues hace veinte años, que los delitos y las tramas de sus

inicuos mandones y favoritos le iban ya preparando este vuelco.

Por mejor decir, no se la ha destronado ni derribado del solio, sino que se la ha hundido debajo

de las plantas; y jamás pudo presentarse a la América del Sud oportunidad más adecuada para

establecer una réplica sobre el cimiento de la moderación y la virtud.

La familia de los Borbones estaba en el suelo, y ninguno de sus cobardes amigos acudió a

tiempo a darle la mano; no era menester más que dejarla dormir y olvidarla.

Así, pues, cuando las pasiones del hombre andan sueltas, ¡cuan horrible, pero cuan interesante,

es el observarle! Entonces sale a lo claro lo más escondido de su corazón, entonces la vista

puede seguir por las vueltas y revueltas de aquel laberinto inescrutable los estragos del odio,

los arrebatos de la ambición, el desenfreno de la codicia, los ímpetus de vanagloria y los

proyectos de engrandecimiento.

Hay hombres de bien (si cabe en los ambiciosos el serlo) que detestan verdaderamente todas

las ideas de los gobiernos monárquicos, cuyo carácter se les hace terrible, y que quisieran, sin

derramamiento de sangre, sancionar las verdaderas libertades de la patria; no profesan los

principios abominables de los turbulentos, pero como tienen talento, algunas virtudes políticas,

y buen crédito, son otro tanto más de temer; y a éstos sin agraviarlos (porque algún día serán

útiles) debe separárselos; porque, unos por medrar, otros por mantenerse, cuáles por

inclinación a las tramas, cuáles por la ambición de los honores, y el menor número por el deseo

de la gloria, o para hablar con más propiedad, por la vanidad de la nombradía, no son propios

por su carácter para realizar la grande obra de la libertad americana, en los primeros pasos de

su infancia.

A la verdad, me rebajaría de mi carácter y del concepto que se tiene formado hacia mi persona

si negase los obstáculos e inconvenientes que atrepellando mis deseos desconsolaban mi

ánimo, aunque concebía algunas veces medios para allanarlos. Otros, en mi lugar, lejos de

confundirse transformarían, como hace la verdadera destreza, los obstáculos en medios,

hollarían los estorbos, y aun los procurarían para complacerse en superarlos; en fin, yo titubeé

en medio de las mayores dificultades, temiendo el empezar, y ansiando el acabar, excitado por

mi adhesión a la Patria, contenido por los escrúpulos y agitado entre la esperanza del éxito y el

temor del malogro.

En esta virtud, habiéndome hecho cargo de todo, resolví entregarme a la marea de los

acontecimientos, porque las empresas arduas siempre presentan grandes dificultades, y, por

consiguiente, grandes remedios; pues huir cuando se va a dar la batalla, no solo es cobardía

sino aun traición; y en este estado me puse en manos de la Providencia, a fin de que dirigiese

mis conocimientos acerca de la causa más justa y más santa, pues si se malograse el fruto de

mis intentos, la recompensa, creo, quedaría cifrada en la gloria de haberlos emprendido.

En cuya atención y consecuencia, la sensibilidad y una extremada energía son los elementos

más grandes de la naturaleza y los más propios para realizar una grande obra, porque entonces

los ánimos generosos se desenvuelven en medio de las más horrorosas tempestades,

aumentando sus fuerzas a proporción de los peligros que los amenazan, y consiguientemente

unos hombres de este corazón son capaces de las acciones más heroicas, y aun de conducir con

su política las tramas más largas y formales, donde se cifre la vida de un hombre y el destino de

un estado.

No se me podrá negar que en la tormenta se maniobra fuera de regla, y que el piloto que salva

el bajel, sea como fuere, es acreedor a las alabanzas y a los premios; este principio es

indudable, máxime cuando se ciñe a la necesidad absoluta como único medio para la

consecución de lo que se solicita.

Las máximas que realizan este plan y hago presentes son, no digo las únicas practicables, sino

las mejores y más admisibles, en cuanto se encaminen al desempeño y gloria de la lid en que

estamos tan empeñados.

¿Quién dudará que a las tramas políticas, puestas en ejecución por los grandes talentos, han

debido muchas naciones la obtención de su poder y de su libertad? Muy poco instruido estaría

en los principios de la política, las reglas de la moral, y la teoría de las revoluciones, quien

ignorase de sus anales las intrigas que secretamente han tocado los gabinetes en iguales casos:

y, ¿diremos por esto que han perdido algo de su dignidad, decoro y opinión pública en lo más

principal? Nada de eso: los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni

oyen más que lo que se les dice.

En el orden moral, hay ciertas verdades matemáticas en que todos convienen, así como todos

admiten los hechos incontestables de la física.

Pregúntesenos a cada uno qué figura tiene el sol, y responderemos unánimes que redonda;

pregúntesenos también sobre los bienes de la esclavitud y males de la libertad, y nos parecerán

éstos preferibles a aquéllos, porque siendo poco numerosos unos y otros, queremos

naturalmente la mayor suma de bienes, de la cual solo hay que separar una cantidad pequeña

de males.

Pero cuando vengamos a los medios de formar la mayor suma de estos bienes, y la

segregación más considerable de estos males, entonces falta la unanimidad, el problema divide

las opiniones y los debates comienzan.

Tal sería el estado en que nos encontraríamos, si no nos uniesen generalmente los intereses de

la Patria; ¿y quién de vosotros, señores, sería capaz de poner en cuestión la libertad y felicidad

de ella, no teniendo sino unos conocimientos superficiales de las causas secretas de la

revolución? ¿Acaso se necesitó más fortaleza el 25 de mayo de 1810, para derribar los colosos

de la tiranía y despotismo; que se necesita para erigir los cimientos de nuestro nuevo edificio?

Desembarácese el suelo de los escombros, quiero decir; concluyamos con nuestros enemigos,

reformemos los abusos corrompidos y póngase en circulación la sangre del cuerpo social

extenuado por los antiguos déspotas, y de este modo se establecerá la santa libertad de la

Patria.

Y en consecuencia creería no haber cumplido, tanto con la comisión con que se me ha

honrado, como con la gratitud que debo a la Patria, si no manifestase mis ideas según y como

las siente el corazón más propias, y los conocimientos que me han franqueado veinticinco años

de estudio constante sobre el corazón humano, en cuyo, sin que me domine la vanidad, creo

tener algún voto en sus funciones intelectuales; y por lo contrario, si moderando mis

reflexiones no mostrase los pasos verdaderos de la felicidad, sería un reo digno de la mayor

execración; y así no debe escandalizar el sentido de mis voces, de cortar cabezas, verter sangre

y sacrificar a toda costa, aun cuando tengan semejanza con las costumbres de los antropófagos

y caribes. Y si no, ¿por qué nos pintan a la libertad ciega y armada de un puñal? Porque ningún

estado envejecido o provincias, pueden regenerarse ni cortar sus corrompidos abusos, sin

verter arroyos de sangre.

Hablemos con franqueza: hasta ahora solo hemos conocido la especulativa de las

conspiraciones, y como tal cuando tratamos de pasar a la práctica nos amilanamos. Pues no; no

son estas las lecciones que nos han enseñado y dado a conocer los maestros de las grandes

revoluciones; fíjese la vista sobre los anales de las historias del Norte, de la Francia, etc., y aun

de la misma España, y se observará las tramas y astucias políticas, únicamente dirigidas a

conseguir por todo camino aquellos fines a que han aspirado.

Se ha repetido muchas veces, que la necesidad es madre de la industria, y que su carácter

halagüeño, pintado con los bellos colores de una filosofía sutil, invierte su estudio y destreza

por medio de la seducción y la intriga, teniendo a veces su origen más o menos noble, según

las circunstancias.

Últimamente, demos un carácter más solemne a nuestro edificio, miremos solo a la Patria, y

cuando la Constitución del Estado afiance a todos el goce legítimo de los derechos de la

verdadera libertad, en práctica y quieta posesión, sin consentir abusos, entonces resolvería el

Estado Americano el verdadero y grande problema del contrato social; pues establecer leyes

cuando han de desmoronarse al menor ímpetu de un blando céfiro, depositándolas dentro de

un edificio, cuyos cimientos tan poco sólidos no presentan aún más que vanas y quiméricas

esperanzas, exponiendo la libertad de la Patria, la impotencia, que quizá al menor impulso de

nuestros enemigos, envolviéndonos en arroyos de sangre, tremolen otra vez sobre nuestras

ruinas el estandarte antiguo de la tiranía y despotismo; y por la debilidad de un gobierno se

malograría entonces las circunstancias presentes, y más favorables a una atrevida empresa, que

se inmortalizaría en los anales de América, y desvanecidas nuestras esperanzas seríamos

víctimas del furor y de la rabia.

Y en consecuencia de todo lo expuesto, pasando ya a la exposición de los artículos que

contiene la comisión de mi cargo, por el orden y según instruye su contenido, dice:

Artículo 1º.- En cuanto a la conducta gubernativa más conveniente a las opiniones públicas, y

conducente a las operaciones de la dignidad de este Gobierno, debe ser las que instruyen las

siguientes reflexiones:

1ª.- Sentado el principio que en toda revolución hay tres clases de individuos: la primera, los

adictos al sistema que se defienden; la segunda, los enemigos declarados y conocidos; la

tercera, los silenciosos espectadores, que manteniendo una neutralidad, son realmente los

verdaderos egoístas; bajo esta suposición, la conducta del Gobierno en todas las relaciones

exteriores e interiores, con los puertos extranjeros y sus agentes o enviados públicos y secretos,

y de las estratagemas, proposiciones, sacrificios, regalos, intrigas, franquicias y demás medios

que sean menester poner en práctica, debe ser silenciosa y reservada, con el público, sin que

nuestros enemigos, ni aun la parte sana del pueblo, lleguen a comprender nada de sus

enemigos exteriores e interiores podrían rebatirnos las más veces nuestras diligencias; lo

segundo, porque además de comprometer a muchos de aquellos instrumentos de quienes fuese

preciso valemos ocasionándoles su ruina, también perderíamos la protección de tales resortes

para en lo sucesivo, y lo que es más, la opinión pública; y lo tercero, porque mostrando solo los

buenos efectos de los resultados de nuestras especulaciones y tramas, sin que los pueblos

penetren los medios ni resortes de que nos hemos valido, atribuyendo éstos sus buenos efectos

a nuestras sabias disposiciones, afianzaremos más el concepto público, y su adhesión a la

causa, haciendo que tributen cada día mayor respeto y holocausto a sus representantes; y así

obviaremos quizá las diferentes mutaciones a que está expuesto el Gobierno.

2ª.- A todos los verdaderos patriotas, cuya conducta sea satisfactoria, y tengan dado de ella

pruebas relevantes, si en algo delinquiesen, que no sea concerniente al sistema, débese siempre

tener con éstos una consideración, extremada bondad: en una palabra, en tiempo de

revolución, ningún otro debe castigarse, sino el de incidencia y rebelión contra los sagrados

derechos de la causa que se establece; y todo lo demás debe disimularse.

3ª.- En todos los empleos medios, después que se hallen ocupados por éstos, la carrera de sus

ascensos debe ser muy lenta, porque conceptuando que el establecimiento radicado de nuestro

sistema, es obra de algunos años, todos aspirarían a generales y magistrados; y para obviar esto

deben establecerse premios, como escudos, columnas, pirámides, etc., para premiar las

acciones de los guerreros, y adormecer con estos engaños a aquellos descontentos que nunca

faltan, y exigen por su avaricia más de lo que merecen. ¿Pues en qué se perjudica a la Patria

que un ciudadano lleve el brazo lleno de escudos, ni que su nombre esté escrito en un paraje

público, cuando de ello no resulta gravamen al erario? Y así con éstos debe ser la conducta

según y como llevo referido.

4ª.- Con los segundos debe observar el Gobierno una conducta muy distinta, y es la más cruel

y sanguinaria; la menor especie debe ser castigada, y aun en los juicios extraordinarios y

asuntos particulares debe siempre preferirse el patriota, porque, siendo una verdad el ser

amante a su patria, es digno a que se le anteponga, y se forme de él no solo el mejor concepto,

sino que también se le proporcione la mejor comodidad y ventajas: es lo primero; y lo

segundo, porque aprisionando más su voluntad, se gana un partidario y orador que forma con

su adhesión una parte sólida de su cimiento.

5ª.- Igualmente con los segundos, a la menor semiprueba de hechos, palabras, etc., contra la

causa, debe castigarse con pena capital, principalmente cuando concurran las circunstancias de

recaer en sujetos de talento, riqueza, carácter, y de alguna opinión; pero cuando recaiga en

quienes no concurran estas, puede tenerse alguna consideración moderando el castigo; pero

nunca haciendo de éstos la más mínima confianza, aun cuando diesen las pruebas más

relevantes y aun cuando se desprendiesen de la mitad de sus intereses, hasta tanto no

consolidar nuestro sistema sobre bases fijas y estables; que entonces sí, a los que se hubiesen

distinguido con servicios particulares se les debe atender, y, formando de ellos el concepto a

que son acreedores, participarles el premio.

6ª.- En los mismos términos, como la conducta de estos segundos y su adhesión contraria a

nuestra causa es radicalmente conocida, sin embargo, el Gobierno debe, tanto en la Capital

como en todos los pueblos, a proporción de su extensión, conservar unos espías no de los de

primer ni segundo orden, en talentos y circunstancias, pero de una adhesión conocida a la

causa, a quienes indistintamente se les instruya bajo de secreto, comisionándolos para que

introduciéndose con aquellas personas de más sospecha, entablando comunicaciones, y

manifestándose siempre de un modo contrario de pensar a la causa que se defiende, traten de

descubrir por este medio los pensamientos de nuestros enemigos y cualesquiera tramas que se

pudieran intentar; y a estos débese agraciarlos con un corto sueldo mensual, instruyéndolos

como he referido, bajo de ciertas restricciones que se les debe imponer; éstos no han de obtener

ningún empleo o cargo alguno, ni aun el de soldado, pues este solo carácter sería suficiente

para frustrar los intentos de este fin.

7ª.- Consiguientemente cuantos caigan en poder de la Patria de estos segundos exteriores e

interiores, como gobernadores, capitanes generales, mariscales de campo, coroneles,

brigadieres, y cualesquiera otros de los sujetos que obtienen los primeros empleos de los

pueblos que aún no nos han obedecido, y cualesquiera otra clase de personas de talento,

riqueza, opinión y concepto, principalmente las que tienen un conocimiento completo del país,

situaciones, caracteres de sus habitantes, noticias exactas de los principios de la revolución y

demás circunstancias de esta América, debe decapitárselos lo primero, porque son unos

antemurales que rompemos de los principales que se opondrían a nuestro sistema por todas

caminos; lo segundo, porque el ejemplo de estos castigos es una valla para nuestra defensa, y

además nos atraemos el concepto público; y lo tercero, porque la Patria es digna de que se le

sacrifique estas víctimas como triunfo de la mayor consideración e importancia para su

libertad, no solo por lo mucho que pueden influir en alguna parte de los pueblos, sino que

dejándolos escapar podría la uniformidad de informes perjudicarnos mucho en las miras de las

relaciones que debemos entablar.

8ª.- Últimamente la más mera sospecha denunciada por un patriota contra cualquier individuo

de los que presentan un carácter enemigo, debe ser oída y aún debe dársele alguna satisfacción,

suponiendo que sea totalmente infundada, por solo un celo patriótico mal entendido, ya

desterrándolo por algún tiempo, más o menos lejos del pueblo donde resida, o apropiándole

otra pena, según la entidad del caso, por un sinnúmero de razones que omito, pero una de ellas

es para que el denunciante no enerve el celo de su comisión, vea que se tiene confianza, y se

forma concepto de su persona.

9ª.- En cuanto a los terceros individuos, también será de la obligación del Gobierno hacer celar

su conducta, y los que se conozcan de talento y más circunstancias, llamarlos, ofrecerles,

proponerles y franquearles la protección que tenga a bien el Gobierno dispensarles, a

proporción de empleos, negocios y demás, sin dejar de atender a la clase de bienes que gozan y

la cantidad de sus caudales y trabas que los liguen, sin hacer nunca una manifiesta confianza

hasta penetrar sus intenciones y su adhesión, practicándose esto por aquellos medios que son

más propios y conducentes.

10ª.- Asimismo la doctrina del Gobierno debe ser con relación a los papeles públicos muy

halagüeña, lisonjera y atractiva, reservando en la parte posible, todos aquellos pasos adversos y

desastrados, porque aun cuando alguna parte los sepa y comprenda, a lo menos la mayor no los

conozca y los ignore, pintando siempre éstos con aquel colorido y disimulo más aparente; y

para coadyuvar a este fin debe disponerse que la semana que haya de darse al público alguna

noticia adversa, además de las circunstancias dichas, ordenar que el número de Gacetas que

hayan de imprimirse, sea muy escaso, de lo que resulta que siendo su número muy corto,

podrán extenderse menos, tanto en lo interior de nuestras provincias, como fuera de ellas, no

debiéndose dar cuidado alguno al Gobierno que nuestros enemigos repitan y contradigan en

sus periódicos lo contrario, cuando ya tenemos prevenido un juicio con apariencias más

favorables; además, cuando también la situación topográfica de nuestro continente nos asegura

que la introducción de papeles perjudiciales debe ser muy difícil, en atención a que por todos

caminos, con las disposiciones del Gobierno debe privarse su introducción.

11ª.- Los bandos y mandatos públicos deben ser muy sanguinarios y sus castigos al que

infringiere sus deliberaciones muy ejecutivos, cuando sean sobre asuntos en que se

comprometan los adelantamientos de la Patria, para ejemplo de los demás.

12ª.- Luego que algunos pueblos, tanto del Perú, como de la Banda Oriental hayan sucumbido,

se deben ocupar aquellos primeros empleos por sujetos que, considerando en ellos alguna

reputación y talento, podría servir de mucha extorsión su asistencia en esta Capital; y por lo

tanto debe separárselos con esta política, a fin de obviar algunas convulsiones populares y

mutaciones de gobierno, a que está expuesta la Patria, por el partido de la ambición.

13ª.- También deben darse los grandes empleos, como generales, etc., a sujetos en quienes

puedan concurrir las mismas circunstancias explicadas ya en la reflexión antecedente.

14ª.- Asimismo, cuando los sujetos que empleados en los primeros cargos, como gobernadores

de los pueblos, jefes de divisiones, o generales, llegasen a obtener una grande opinión y

concepto, máxime los que gobiernan fuerzas, debe precisarse con disimulo mandarlos de unos

a otros o con cualquier otro pretexto, llamándolos a la Capital, separarlos de sus encargos por

algún tiempo, haciendo variar sus comisiones después, a fin de que como son los que manejan

las fuerzas, ayudados de la opinión y concepto, no puedan cometer atentados que

comprometan la felicidad pública, de lo que causarían disensiones intestinas y guerras civiles;

lo mismo debe ejecutarse cuando la opinión y concepto de los primeros empleados en todo

ramo claudique en los pareceres públicos, aunque sea sin causa verdadera, dándoles luego el

Gobierno una satisfacción secreta de las causas que han dado margen a retirarlos de sus

empleos; y, sin perjudicar su mérito, emplearlos en oportunidad con variación de destino.

15ª.- Siendo los magistrados, justicia, tribunales y demás autoridades, el antemural y sostén de

los respetos públicos, donde algunas veces, cuando son ocupados por hombres corrompidos, y

llenos de vicios, se acogen los tumultuosos, prevaliéndose de la protección y respecto para

alguna trama, o deliberaciones; se debe precaver que dichos tribunales, justicias, magistrados y

demás empleos sean ocupados por personas de nuestra entera satisfacción, quienes instruidos

de nuestras ideas en la parte que les toque, nos sean adictos para estorbar el apoyo de los

ambiciosos y perturbadores del orden público, y además prever cualquiera atentación contra

las autoridades del Gobierno, que resulte en perjuicio de la causa, observándose siempre la

política que debe guardarse con respecto a la reclamación pública, por opinión y concepto;

adoptándose, cuando no haya otro, el medio del mal el menos.

16ª.- A todos los oficiales y militares (no siendo de aquellos muy conocidos que tengan

acreditado ya su patriotismo), no debe despreciárselos y acomodándolos despacharlos fuera de

la Capital, a las campañas del Perú, o la Banda Oriental.

17ª.- En los mismos términos, débese sin recelo dar empleos a todos los extranjeros, según el

mérito o talento de cada uno, pues es creíble que éstos si no por patriotismo, a lo menos por el

interés que les resulte, serán fidedignos en la confianza que de ellos se haga.

18ª.- Por consiguiente, el Gobierno debe tratar, y hacer publicar con la mayor brevedad

posible, el reglamento de igualdad y libertad entre las distintas castas que tiene el Estado, en

aquellos términos que las circunstancias exigen, a fin de, con este paso político, excitar más los

ánimos; pues a la verdad siendo por un principio innegable que todos los hombres

descendientes de una familia están adornados de unas mismas cualidades, es contra todo

principio o derecho de gentes querer hacer una distinción por la variedad de colores, cuando

son unos efectos puramente adquiridos por la influencia de los climas; este reglamento y

demás medidas son muy del caso en las actualidades presentes.

19ª.- En la misma forma debe tratarse sobre el reglamento de la prohibición de la

introducción de la esclavatura, como asimismo de su libertad, con las circunstancias que tenga

a bien establecerla, pero siempre protegiendo a cuantos se acojan a nuestras banderas,

declarándolos libres, a los unos, si sus amos fueren del partido contrario, y a los otros,

rescatándolos con un tanto mensual de los sueldos que adquieran en la milicia, para de esta

forma no descontentar a sus amos, pues es evidente que tocando al hombre en sus intereses

claudica no solo el patriotismo sino la buena fe y demás circunstancias que lo adornan; lo que

me franquea decir que si los fondos del erario fueran suficientes para los gastos del Estado,

hasta radicar su establecimiento, yo respondería con mi cabeza de la seguridad de nuestra

libertad, en la mitad del tiempo que de otra manera necesitaremos.

20ª.- Últimamente, el misterio de Fernando es una circunstancia de las más importantes para

llevarla siempre por delante, tanto en la boca como en los papeles públicos y decretos, pues es

un ayudante a nuestra causa el más soberbio; porque aun cuando nuestras obras y conducta

desmientan esta apariencia en muchas provincias, nos es muy del caso para con las extranjeras,

así para contenerlas ayudados de muchas relaciones y exposiciones políticas, como igualmente

para con la misma España, por algún tiempo, proporcionándonos, con la demora de los

auxilios que debe prestar, si resistiese, el que vamos consolidando nuestro sistema, y

consiguientemente nos da un margen absoluto para fundar ciertas gestiones y argumentos, así

con las cortes extranjeras, como con la España, que podremos hacerles dudar cuál de ambos

partidos sea el verdadero realista; estas circunstancias no admiten aquí otra explicación, por ser

muy extensa, y fuera del orden a que se propone este plan, cuyas máximas daré por separado

en otras instrucciones, luego que concluya la obra que trata de estas y otras, titulada: Intereses

generales de la Patria y del Estado Americano; además, que aun para atraernos las voluntades

de los pueblos, tampoco no sería oportuno una declaración contraria y tan fuera de tiempo,

hasta que radicalmente no sentemos nuestros principios sobre bases fijas y estables y veamos

los sucesos de la España la suerte que corren.

Artículo 2°.- En cuanto al medio más adecuado y propio a la sublevación de la Banda Oriental

del Río de la Plata, rendición de la plaza de Montevideo y demás operaciones a este fin, son las

siguientes:

1ª.- En cuanto a los principios de esta empresa, son muy vastos y dilatados, no los principios ni

los medios, sino los fines de sus operaciones, porque, a la verdad, es la plaza de Montevideo el

único baluarte que considero se opondrá en gran parte a nuestros designios, mediante a que no

se logró ya el golpe premeditado, conforme se proyectó el día 12 de agosto del presente año,

bajo la dirección del comandante de infantería ligera de aquella plaza, don Prudencio

Murgiondo, y máxime cuando no tenemos una marina capaz y superior a la que tiene la plaza

de Montevideo, que entonces bloqueándola por mar y estrechándola por tierra con una fuerza

suficiente, evidentemente aseguro que no necesitaríamos, en caso semejante, más planes y

combinaciones para su rendición; pero, como la suerte no cuadra completa, es preciso no

abandonándonos, premeditar los medios más conducentes.

2ª.- En esta inteligencia, sentado por principio innegable que una grande obra nunca se

comenzó por sus extremidades, y que cuanto más sólido es su cimiento, más perfecta es su

conclusión: en esta virtud, no es el golpe el que debe dirigirse primero a la plaza de

Montevideo, es realmente a los pueblos de su campaña, y en esta suposición, es más fácil

disuadir y persuadir a diez que a ciento, y batir a veinte mil individuos detallados que a diez mil

en masa; en consecuencia de estas exposiciones, habiéndose comunicado ya a los

Comandantes militares y Alcaldes de los pueblos de la Banda Oriental el anuncio de la

instalación de la junta Gubernativa, a nombre del señor don Fernando VII, en esta Capital, es

preciso que se capte la voluntad de aquéllos y de los eclesiásticos de todos los pueblos,

ofreciéndoles la beneficencia, favor y protección, encargándoles comisiones y honrándolos

con confianza y aun con algunos meros atractivos de interés, para que, como padres de

aquellos pequeños establecimientos, donde se han dado a estimar, hecho obedecer y obtenido

opinión, sean los resortes principales e instrumentos de que nos valgamos, para que la

instrucción de nuestra doctrina sea proclamada por ellos, tenga la atención y el justo fruto que

se solicita.

3ª.- Además, debe pedirse a los alcaldes, comandantes y curas de los pueblos, unas listas de los

sujetos más capaces y de más probidad, talento y respeto, con las demás circunstancias de sus

caudales y clases de ellos, que sean capaces de poderlos ocupar en asuntos del servicio, y en la

misma forma a éstos se les debe agasajar y atraer, despachándoles títulos de oficiales, y

proveyendo en ellos algunos cargos de los que se supriman a aquellos que no sean de la

opinión de los pueblos, pidiéndose al mismo tiempo a dichas justicias una relación de todos los

europeos, y sus circunstancias, los que obtienen encargos o no, y los que son o dejan de ser del

concepto y opinión pública.

4ª.- Luego, inmediatamente, debe determinarse que los alcaldes, partidarios y demás jueces de

la campaña publiquen por bando, con toda forma la más solemne, que se les remitirá de este

Gobierno, la disposiciónde que todos los desertores, de cualquier regimiento, tiempo y

cualesquiera circunstancias que hayan precedido al tiempo de su deserción, presentándose

dentro de un término fijado, serán indultados y perdonados, abonándoles su tiempo y

borrándoles de sus filiaciones toda nota, si quisieren continuar en el servicio; y para el efecto

serán despachados a esta Capital, con una papeleta, por el juez del partido donde se hubieren

presentado, costeándoles su viaje de los fondos de arbitrios de los mismos pueblos.

5ª.- En la misma forma, como he referido, debe irse haciendo publicar las demás providencias

con alguna lentitud, sin mostrar de golpe el veneno a los pueblos envejecidos en sus

costumbres antiguas; y así, luego deben de hacerse fijar edictos en todos los pueblos y su

campaña, para que cualquiera delincuente de cualquiera clase y condición que haya sido su

delito, y que hubieren causas abiertas en los respectivos tribunales, presentándose y

empleándose en servicio del Rey, quedarán exentos de culpa, pena y nota, entregándoseles las

mismas causas para que no quede indicio alguno, bajo el concepto de que a cada uno se le

empleará conforme a sus talentos y circunstancias; y en este caso, se previene a los alcaldes y

demás jueces remitan una información del concepto que entre la gente vaga y ociosa tiene cada

individuo de éstos, igualmente de su valor, influencia que tienen, talento y conocimientos

campestres, para distinguirlos en los puestos de oficiales y otros cargos; que a éstos y otros

muchos de quienes es preciso valemos, luego que el Estado se consolide se apartan como

miembros corrompidos que han merecido la aceptación por la necesidad.

6ª.- Al mismo tiempo de darse estos pases, deben mandarse algunos agentes a cada pueblo, de

conocimiento y con las instrucciones necesarias que sean del caso, sin que propaguen de golpe

las especies de su misión, mandándolos recomendados a las casas más principales, y de los

jueces, tanto para observar la conducta de éstos, como para sembrar la benevolencia y buenas

disposiciones del nuevo gobierno, lo justo de él, su actividad en los negocios, los fines santos

de conservar a nuestro Soberano el preciso destino de la América del Sud, la felicidad que nos

promete, la igualdad y demás beneficios de un gobierno sabio y benéfico; pero al mismo

tiempo pintándoles la lucha de nuestra España, el gran poder de Napoleón, las pocas

disposiciones y recursos y la ninguna esperanza que le quedan a la infeliz España, de cuyos

resultados será indispensable su total exterminio; y que los debates de algunos pueblos de lo

interior con la Capital, son solo procedidos de la avaricia y ambición al mando, queriendo

negarle un derecho tan antiguo y de preferencia; suponiendo al mismo tiempo que se dirigían

las miras de aquellos antiguos gobernantes hacia la entrega a Napoleón, y esto siempre con

Fernando en la boca, que igualmente el haber quitado algunos jefes y castigándolos, es porque

habiéndoseles encontrado contestaciones con la Francia, trataban de intrigar y adherir hacia las

miras inicuas de Napoleón: y que relativo a estas consecuencias, se había descubierto que las

tropas que se habían desarmado en el año de 809, fue ya con designio de apocar las fuerzas y

extenuar el Estado, con relación a las miras de entrega, cuyas tropas trataba el nuevo gobierno

de volver a armar bajo de mejor pie y disciplina; estas y otras disposiciones políticas daré por

separado en la obra anunciada, pues este solo es un bosquejo de lo que debe observarse, y a

estos agentes debe señalárseles un sueldo competente para la subsistencia, con la esperanza de

atender sus servicios oportunamente.

7ª.- Puesta la campaña en este estado, y surtiendo el efecto que se promete por el régimen de

estas operaciones, llenándola de papeles públicos, seductivos y lisonjeros, que deben remitirse

todas las semanas, y captados los ánimos de sus habitantes, sería muy del caso atraerse a dos

sujetos por cualquier interés y promesas, así por sus conocimientos, que nos consta son muy

extensos en la campaña, como por sus talentos, opinión, concepto y respeto, como son los del

capitán de dragones don José Rondeau y los del capitán de blandengues don José Artigas;

quienes, puesta la campaña en este tono, y concediéndoseles facultades amplias, concesiones,

gracias y prerrogativas, harán en poco tiempo progresos tan rápidos, que antes de seis meses

podría tratarse de formalizar el sitio de la plaza, pues al presente, para emprender estas ideas,

no deben hacerse con una fuerza armada, por lo que puede argüir la maldad de algunos genios,

cuando esta empresa no ofrece ningún riesgo y nos consta muy bien que las fuerzas de

Montevideo no pasan de ochocientos hombres, y que todavía allí no se han tomado

providencias para armar a sus habitantes, y que su gobernador es tan inepto, que ni aun es para

gobernarse a sí mismo, y que dicha guarnición no es ni suficiente para guardar la plaza de los

atentados que nuestro partido pudiera emprender, por los recelos que deben causarle nuestras

observaciones.

8ª.- Además, teniendo, como he dicho, espías en los pueblos, comunicando éstos todas las

noticias particulares y verdaderas que ocurran de cualquiera clase que sean, debe también tener

el Gobierno en esta Capital seis u ocho sujetos que se empleen en escribir cartas anónimas, ya

fingiendo o suplantando nombres y firmas supuestas, tanto para la plaza de Montevideo, como

para la campaña, en que su contenido, v. gr., sea el siguiente:

Debe suponerse, en su sentido, que se ha recibido cartas de alguien, a quien se contesta; en

ellas se ha de expresar el acuse de recibo de aquellas noticias que se han tenido verdaderas, por

los agentes, para dar un colorsargentos, cabos y demás, para que sirviendo de apoyo se vayan

organizando en los mismos pueblos algunos escuadrones de caballería y cuerpos de infantería,

teniéndose presente el haberse atraído ya a nuestro partido honrándolos con los primeros

cargos, a un Barde, negro, a un Baltasar Bargas, o a los hermanos y primos de Artigas, a un

Benavídez, a un Vázquez, de San José, y a un Baltasar Ojeda, etc., sujetos que, por lo conocido

de sus vicios, son capaces para todo, que es lo que conviene en las circunstancias, por los

talentos y opiniones populares que han adquirido por sus hechos temerarios: y después de éstos

aquellos de quienes se tenga informe por los jueces, y lo que éstos mismos propongan, para

que yéndose formando algunos cuerpos de tropas e instruyéndose en el arte militar,

mandándoles de aquí todo lo que fuera menester, se alisten y comiencen a hacer algunas

correrías, y a hacerse obedecer a la fuerza, y no a las consideraciones.

10ª.- Ya alarmados los pueblos y unidas las fuerzas en masa, mandando de aquí los jefes y una

mitad de oficiales, a lo menos, de los más instruidos, que se hallan agregados en los tercios de

esta Capital, uniformándolos y pagándoles sus sueldos corrientes, se podrá comenzar a invadir

y adelantar terreno hacia la plaza de Montevideo, para ir alarmando, y protegiendo el sistema

de aquellos pueblos inmediatos que están bajo la garantía de aquélla, proveyéndoles al mismo

tiempo de trenes, tiendas de campaña y demás necesario.

11ª.- Ya en este caso, ningunos podrán ser más útiles para los adelantamientos de esta empresa,

que don José Rondeau, por sus conocimientos militares adquiridos en Europa, como por las

demás circunstancias expresadas, y este para general en jefe de toda la infantería; y para la

caballería, don José Artigas, por las mismas circunstancias que obtiene con relación a la

campaña; y verificándose estas ideas, luego inmediatamente debe de mandarse de esta Capital

el número de tres a cuatro mil hombres de tropa arreglada, con la correspondiente plana mayor

de oficiales para el ejército, de conocimientos, talentos y adhesión a la Patria, con el plan de

combinaciones y operaciones militares que deben observar, con las amplias facultades de

obrar en todo lo demás según les pareciere más adecuado a sus conocimientos y

circunstancias.

Nota. Queda de mi cargo presentar un plan de las instrucciones militares que deben regir las

operaciones de la campaña que se haga para la rendición de Montevideo, con todas las

circunstancias más posibles para asegurar toda su campaña a nuestro favor en poco tiempo.

12ª.- Los hacendados que por seguir el partido contrario abandonasen sus casas, criados y

haciendas, se les llamará por edictos públicos, y si a los terceros no compareciesen, se

considerarán sus haciendas, ganados, caballadas y demás que sean de su pertenencia, como

bienes legítimos de la patria y servirán para la manutención del ejército en la dicha campaña.

13ª.- Además, con las proclamas seductivas, halagüeñas y lisonjeras con las frases de Libertad,

Igualdad y Felicidad, se les estimulará a que concurran los vecinos de la Banda Oriental con

aquellos auxilios de carros, carretas, caballadas, boyadas y otros que sean menester para el

tránsito y conducción de las divisiones del ejército en sus marchas, entusiasmándolos con

papeles y certificados de buenos servidores, que se les dará por los jefes de destacamentos y

demás oficiales a quienes auxiliasen, a nombre del Gobierno Superior, mandándose de aquí en

medios pliegos de papel, documentos impresos, dejándose los correspondientes blancos para

llenarlos con las correspondientes circunstancias que sean del caso, y si se denegasen a prestar

aquellos auxilios correspondientes, se les hará comprender que se les tendrá por malos

servidores y sospechosos a la causa que se defiende.

14ª.- Luego, en el acto de rendirse la plaza de Montevideo, todo buque grande y pequeño, y

cualquier flotante de cualquier clase y condición que sea, no siendo inglés, portugués,

americano, o de otra cualquier nación de las amigas o neutrales, o de individuos que tengan

dadas pruebas de adhesión a la causa, por hechos u otras circunstancias, aun cuando existan

dentro de la plaza de Montevideo, todos los demás serán confiscados a beneficio del Estado,

comprendiéndose asimismo todo buque español que se halle en la bahía de dicho puerto, con

sus cargamentos y resultados, aun cuando sean sus dueños individuos que justifiquen no haber

intervenido en favor ni en contra, mediante a que son los principales enemigos contra quienes

hacemos la guerra, en defensa de nuestra libertad.

15ª.- Todas las fincas, bienes raíces y demás de cualquiera clase, de los que han seguido la

causa contraria, serán secuestrados a favor del erario público; igualmente los bienes de los

españoles en quienes concurran las circunstancias expresadas en la reflexión antecedente.

16ª.- Igualmente deben ser secuestrados todos los bienes de todos los individuos de cualquiera

clase y condición que sean, que se hayan hallado dentro de la plaza de Montevideo, al tiempo

de su asalto o evacuación, exceptuando los de aquellos que dejo explicados ya en la reflexión

número 14; y en la misma forma será exceptuada la parte de bienes que toque a los hijos o

herederos forzosos de los individuos que se hayan encontrado dentro de la plaza y que les

quepa la fuerza de la ley, si aquéllos han seguido nuestra causa, en servicio o no, habiéndose

hallado fuera de la plaza, dándoles y poniéndolos en posesión de la parte que les toque, se

confiscará la parte paterna o materna, y si madre o padre se hubiesen hallado también fuera de

la plaza, solo se confiscará la parte que pertenezca a aquella persona que teniendo derecho

forzoso, se hubiese hallado dentro de la plaza, y consiguientemente se deja entender que no

podrán ser decomisados ningunos bienes que estando dentro de la plaza pertenezcan a alguien

que no exista en ella, y los que hubiesen sido vendidos o embargados por el gobierno de

Montevideo, será nula y de ningún valor su venta, y serán devueltos a sus legítimos dueños,

sufriendo este quebranto el que hubiese comprado.

17ª.- Serán desterrados todos los españoles y patricios y demás individuos que no hayan dado

alguna prueba de adhesión a la causa con antelación, y los extranjeros, si estando avecindados

no justificasen haberse mantenido neutrales, y serán conducidos a los destierros de Malvinas,

Patagones, y demás destinos que se paliasen por conveniente.

18ª.- Todos los que después de sufrir la pena de secuestro en la parte que le toque no quisiesen

sufrir la de destierro, que será de quince años, y fuesen aptos para servir a la Patria en los

ejércitos, se les alistará, si voluntariamente quisieren, teniéndose esta consideración con

aquellos en quienes hayan concurrido algunas circunstancias de atención, que con aquellos, en

quienes no concurran ningunos miramientos ni hayan concurrido, se les alistará en los

ejércitos, detallándolos en diferentes regimientos, y será por el término de quince años el

tiempo de su empeño. Los que no queriendo alistarse voluntariamente de los ya referidos,

siendo aptos, sin achaques, ni imposibilidad alguna por edad ni otras circunstancias, serán

destinados a los trabajos públicos; y los que por imposibilidad, achaques o edad no fuesen

aptos, éstos serán conducidos a los referidos destierros para que cumplan únicamente su

tiempo, sin agobiarles con prisiones ni trabajo alguno y manteniéndolos con la ración

competente y demás necesario a las circunstancias que han concurrido en sus personas, por

cuenta de los fondos públicos.

19ª.- Consiguientemente, con los gobernadores, jefes de la plaza, plana mayor y demás

magistrados y sujetos en quienes concurran las circunstancias expresadas en la reflexión 7o,

artículo 1a, mediante a las causas que dicha reflexión instruye, se procederá con arreglo a ella

en todas sus partes.

20ª.- Después de tomar este orden los acontecimientos, se pasará a tratar sobre las órdenes que

sean concernientes para aunar y tripular los buques que fueren aptos para respeto, defensa y

demás operaciones que fueren necesarias, no tripulándolos con marina española, para precaver

cualquier accidente; e igualmente se procederá por comisiones, que se nombrarán por el

Superior Gobierno, a la realización de los remates de bienes, fincas, raíces, despachándose

para el efecto noticias a lo interior de los pueblos, de sus cantidades o especies, para los que

quisieren entrar a los remates, por pequeñas o grandes partes, exceptuándose esta cláusula con

los bienes que no sean movibles.

En la obra anunciada daré más pormenores, otras máximas de las que pueden ser conducentes

a este artículo.

Artículo 3º.- En cuanto al método de las relaciones que las Provincias Unidas deben entablar

secretamente en la España para el régimen de nuestra inteligencia y gobierno, es el siguiente:

1ª.- Deben de recogerse por la Excelentísima Junta, tanto del Cabildo de esta Capital, como de

todos los de la Banda Oriental y demás interiores del Virreinato, actas o representaciones que

los dichos pueblos hagan a la autoridad que actualmente manda en los restos de la España, en

cuyas deben expresar las resoluciones y firmeza con que, poniendo todos los medios posibles,

se desvelan para conservar los dominios de esta América para el señor don Fernando VII y sus

sucesores, a quienes reconocen y reconocerán fiel y verdaderamente en vista de la peligrosa

lucha, y que sus intenciones y fines legítimos no son ni serán otros; que cualquier especie o

informes dados por algunos jefes, será una impostura que harán por fines privados; que el

haberlos suspendido de sus encargos ha sido por demasiado celo de los pueblos, a cuya voz

han tenido que sucumbir, considerándolos a éstos como miembros creados por el antiguo

gobierno corrompido, llenos de vicios y traidores, además de otros justos motivos que les han

asistido por incidentes y pruebas de infidelidad e intrigas, de cuyos acontecimientos reservan,

para su debido tiempo, documentos justificativos y originales; que la América nunca se halló

en tanta decadencia como en el presente, por la poca energía y mal gobierno: que el haber

desarmado las autoridades de la Capital el año antecedente los cuerpos o tercios que se

hallaban sobre las armas de los europeos, bajo de otros pretextos que entonces se fingieron, y

retirado la mayor parte de las milicias que igualmente se hallaban en servicio, ha sido

descubierta esta trama, que no fue sino con concepto hacia las miras capciosas que la autoridad

reservaba, de entregar estos países a Francia, según las correspondencias que se han

descubierto con esta; que desde el gobierno del último virrey se han arruinado y destruido

todos los canales de la felicidad pública, por la concesión de la franquicia del comercio libre

con los ingleses, el que ha ocasionado muchos quebrantos y perjuicios; que igualmente

disensiones populares en algunos pueblos son únicamente la causa de que dividiéndose las

opiniones quieren negar no solamente la obediencia a la Capital, sino aun a los mismos

magistrados de sus pueblos, por cuya circunstancia se han tomado las precauciones del envío

de algunas tropas a ellos para castigar a los rebeldes que, queriendo formar partidos a la capa

de los antiguos magistrados, siembran especies seductoras, para perpetuar en el mando a sus

favoritos; también debe hacerse presente cuantos vicios y tachas hayan tenido los antiguos

magistrados, exagerándolas en la más debida forma.

2ª.- En esta inteligencia, todas las representaciones de los cabildos, bajo estas y otras

circunstancias de las cuales se les instruirá, deben ser todas unánimes y conformes en el

sentido literal de sus contenidos, con la diferencia de las circunstancias que cada una de ellas

tengan que añadir con respecto a la conducta privada de sus gobernantes, sin omitir de instruir

igualmente a todos los cabildos de los papeles públicos que Liniers y Cisneros dieron a luz, en

los cuales se contenían aquellas proclamas que causaron tantas agitaciones; como de todas las

referidas tramas del referido Liniers, cuando la capitulación con los ingleses, de las

circunstancias precedidas con el emisario francés que mandó Napoleón, y su correspondencia

con este por medio de don Juan Perichón. En fin, debe ponerse en práctica cuanto sea

concerniente a entretener y dividir las opiniones en la misma España y haciendo titubear y

aparentar por algún tiempo hasta que nuestras disposiciones nos vayan poniendo a cubierto.

3ª.- En los mismos términos, deben todos los cabildos hacer presente la energía y lo justo del

nuevo gobierno, el que se esmera en fomentar las artes, agricultura e industria, para cuyo

efecto se toman con la mayor actividad las providencias, de cuyas se esperan sean muy felices

sus resultados; que igualmente se va creando un número suficiente de tropas bajo la exacta

disciplina, a fin de poner a cubierto estos preciosos países de alguna tentativa por el tirano de la

Europa, cuyo número de ellas no bajará de veinte a veinticinco mil hombres; que asimismo se

trata del fomento de los minerales de oro y plata, cuyos resultados serán pruebas fidedignas,

luego que se cubran los gastos que la mutación del gobierno ha causado, mandando los

socorros que sean posibles para ayuda de la lucha contra el tirano de la Nación.

4ª.- Estas y otras clases de exposiciones por diferentes estilos, de los varios acontecimientos y

casos que favorezcan nuestras ideas, deben ser pintadas y expuestas con viveza y energía,

doradas al mismo tiempo con el sublime don de la elocuencia, acompañadas con algunos datos

y documentos positivos, que reunidas con la unión de votos e informes de unas tan vastas

provincias, ¿qué carácter no deben imprimir y qué fuerza no deben de hacer un cúmulo de

combinaciones con todas las formalidades del derecho?

5ª.- En la misma forma y dirigidas al mismo fin, en iguales términos, deben acompañar

expedientes de cada pueblo, informados por treinta, cincuenta o cien de los sujetos más

conocidos y condecorados, ya por sus negocios, riqueza u otras circunstancias, a que ninguno

será capaz de negarse, cuando no hay un principio conocido y radical de nuestro fin, cuando

además el terror les obligará a estas declaraciones, y reuniéndose todas estas circunstancias en

la forma expresada, deben mandarse por una comisión secreta de tres hasta cinco individuos

que sean de talento, que atesoren el don de la palabra, y últimamente que sean adornados de

todas las cualidades necesarias para que presentados a la autoridad suprema que en la

actualidad gobierna, representen con el mayor sigilo los fines de su comisión y documentos

que acompañen, y, sorprendiéndola de esta suerte, conseguiremos que nuestros enemigos no

antepongan sus influjos y gestiones hasta que a lo menos hayamos sido oídos, entreteniendo

asimismo alguna parte del tiempo con la diversidad de opiniones y conceptos que formarán.

6ª.- Estas mismas negociaciones deben entablarse con el mismo fin, por diferentes

diputaciones, en el gabinete inglés y portugués, para que como aliados de la España y

enemigos de la Francia, vean que llevamos por delante el nombre de Fernando y el odio a

Napoleón, para que, junto con otras relaciones que debemos entablar en estos gabinetes, no se

nos niegue los auxilios que necesitemos sacar de sus estados por nuestro dinero, como armas,

municiones, etc., y a lo menos que, suspendiendo el juicio mantengan una neutralidad, cuando

además, a unas distancias inmensas poco o nada podrán labrar, ni asegurar los papeles públicos

de nuestros enemigos, compareciendo igualmente los nuestros; y viendo que todos

aborrecemos a Napoleón y confesamos a Fernando, careciendo precisamente de

conocimientos interiores en la materia, resulta que no pueden perjudicarnos sus juicios,

respirando todos un mismo lenguaje, y hasta podrán dudar por algún tiempo cuál sea el partido

realista; no diré que estas tramas no puedan descubrirse, pero poco cuidado debe dársele a la

Patria, si se le franquea tiempo para ir realizando sus miras, y estorbando que la España pueda

remitir algunas tropas en la infancia de nuestro establecimiento.

7ª.- También será muy del caso que nuestra diputación, con la mayor reserva, seduzca y atraiga

de la España, algunos oficiales extranjeros o nacionales, que sean de talento, o facultades en

alguno de los ramos militares, fundidores o que posean algún arte de los que carecemos y nos

son muy del caso, ofreciéndoles premios y distinciones e igualmente el viaje hasta esta

América.

En la obra anunciada también se comprenderán algunas reflexiones acerca de las relaciones

que estos diputados deben entablar en una clase de negociación, ya explicada en este último

artículo.

Artículo 4º.- En cuanto a la conducta que debemos mantener con Portugal y la Inglaterra,

como más propia, es la siguiente:

1ª.- Nuestra conducta con Inglaterra y Portugal debe ser benéfica, debemos proteger su

comercio, aminorarles los derechos, tolerarlos y preferirlos, aunque suframos algunas

extorsiones; debemos hacerles toda clase de proposiciones benéficas y admitir las que nos

hagan; igualmente debemos proponerle a la Inglaterra un plan secreto, que daré por separado,

con consulta del Gobierno Provisional, sobre algunas ideas, las cuales proporcionan

verdaderamente ventajas que su comercio puede sacar de estos preciosos países, las que no

puede dejar de admitir, siendo ventajosas a las conocidas ideas de un sistema actual y a las que

propenderán nuestros medios y esfuerzos, para que mire la justicia de nuestra causa, los fines

de ella, que son los que los papeles públicos relacionan y manifiestan, las causales que nos han

movido, cuyas son las mismas que presentan los cabildos, gobiernos e informes de los

pueblos; asimismo los bienes de la Inglaterra y Portugal que giran en nuestras provincias

deben ser sagrados, se les debe dejar internar en lo interior de las provincias, pagando los

derechos como nacionales, después de aquellos que se graduasen más cómodas por la

introducción; últimamente, haciendo sacrificios, debemos atraernos y ganar las voluntades de

los ministros de las cortes aunque sea a costa del oro y de la plata, que es quien todo lo facilita.

2ª.- Persuadidos de que Portugal, por los distintos intereses que le ligan con la Corona de

España, tanto por la unión y alianza presente, el parentesco con Fernando, y los derechos que

tienen sus sucesores a aquella corona, cuyas gestiones a esta América son bien notorias por la

señora princesa Su alteza Real Doña Carlota Joaquina de Borbón, hechas por su agente o

enviado don Felipe Contucci, es consiguiente que empeñada la plaza de Montevideo y puesta

en apuros, se den, a esfuerzos de dicha señora, los socorros de tropas y demás necesario, y a

pesar de las disposiciones que podamos poner en práctica para estorbarlo, no debemos dudar

se den aquellos auxilios; y en este caso es preciso usar de toda la fuerza de la estratagema y el

ardid para los diferentes fines, y antes que las tropas lleguen, no debemos omitir tocar todos los

resortes que sean posibles en la corte de Brasil, con los primeros magistrados y principalmente

con el embajador inglés.

3ª.- En esta suposición, en primer lugar, debemos ganarnos las voluntades con dádivas, ofertas

y promesas de los primeros resortes inmediatos al gobierno de Montevideo, porque, como

legos que son sus gobernantes, y que en nada proceden, ni deliberan sin asesores, secretarios, y

consultores, éstos con su influjo, pareceres y consejos, empleando toda su fuerza con una

política refinada, le harán concebir al gobierno con las instrucciones que reservadamente le

enviemos, luego de asegurar su influjo: que Portugal procede de mala fe, que se mire a los

antecedentes de las reclamaciones que la señora princesa tiene hechas, no solo a la Capital de

Buenos Aires, sino a la corte de España con relación a sus derechos; que asimismo se

premediten a fondo los autos y antecedentes remitidos por el embajador Casa Irujo; de suerte

que, reunidas todas estas circunstancias unas con otras y demás datos que al mismo tiempo

daremos nosotros por separado, le inclinamos, cuando la plaza no se hubiese rendido ya, y los

portugueses nos apurasen, a que tratemos de un armisticio o composición; y últimamente el fin

es que nuestros influjos, exposiciones y dinero proporcionen enredar al gobierno de

Montevideo con el gabinete de Portugal, por medio de sus mismos alegatos, indisponiendo los

ánimos de ambos con las tramas e intrigas, que estas aquí no pueden figurarse, porque además

que son suceptibles de variar con los acontecimientos que vayan sucediendo, sería excusado

exponer algunas de ellas; pues el resultado es que a costa de proposiciones ventajosas y

sacrificios del oro y la plata, no dudemos que guiadas las cosas por el embajador inglés, que es

el resorte más esencial y principal que gobierna y dirige, por sus respetos, las operaciones del

gabinete del Brasil, alcancemos cuanto queramos.

4ª.- Los movimientos de las tropas, que según tenemos noticias extensas, han de moverse de

San Pablo, Río Pardo, y demás del Río Grande, en principios o fines de octubre, bajo la

dirección del Capitán General de la Capitanía de Río Grande del Sud, don Diego de Souza, nos

aseguran que tienen algunos fines, y que nuestros cálculos por los informes no pueden fallar, y,

cuando llegasen probablemente a verificarse, debemos también con antelación tomar todas las

medidas conducentes a lo menos para entretener la morosidad de sus jornadas, valiéndonos de

quitarles todo auxilio de caballadas, ganados, carretas y demás que puedan ayudarles a la

rapidez de sus marchas.

Consiguientemente, según las noticias radicadas que tenemos por los agentes, y sujetos de

nuestra parcialidad, en aquellos destinos de Río Grande, sobre la conducta corrompida del tal

Souza, según cada uno la pinta indistintamente, como si todos de mancomún acuerdo hubieran

uniformado sus pareceres, nos dan margen a darles el mayor ascenso, que el dicho Souza es,

como nos dicen, lleno de vicios, mal visto de todos, adusto y de poco concepto público, venal

escandaloso, apegado al interés y al negocio; de suerte que un hombre de estos principios no

sirve sino para descontentar los ánimos y hacer infructuosas las más de las veces las diligencias

de sus tareas, y por de contado un carácter como este, es para todo y capaz de todo; por el oro y

otras consideraciones que se tengan con él, cuando no en el todo de nuestras intenciones, lo

podemos atraer, a lo menos en alguna parte que nos sea ventajosa, concurriendo igualmente las

circunstancias del crédito que tiene y goza en la corte con los primeros ejes de aquella

monarquía, cuyos motivos le amplían y franquean todo procedimiento que pueda usar bajo la

garantía que disfruta, por la que y con sus informes como jefe del ejército, los que deben ser

atendidos, por la confianza que de él se haga, pueden ser causales, y de las más principales,

para coadyuvar a las miras de nuestros intentos, cerca de nuestras reflexiones.

5ª.- Últimamente, cuando hay poca esperanza de éxito de un negocio es máxima de los más

grandes talentos arrojarse a una deliberación la más arriesgada; y en esta inteligencia debemos

proponer a la Inglaterra que, para que mantenga su neutralidad y la corte del Brasil abandone la

causa de Montevideo, la persuada con pretextos que se hacen a su autoridad y respetos, por

algún gobierno de Montevideo (que un gran talento acompañado de dignidad y concepto, es

capaz de hacerse concebir semejantes ideas) que igualmente, con reserva y sigilo, se nos

franquee por la corte de Inglaterra los auxilios de armamentos, y demás necesarios por los

justos precios; que bajo el respeto de su bandera se conduzcan nuestros diputados a los parajes

de ultramar donde se les destine; asimismo siempre que por el Río de la Plata tengan nuestros

diputados o comisionados que desempeñar algunos encargos o conducciones de municiones,

armamentos o caudales de esta Capital a la Banda Oriental; y en la misma forma cuando

necesitemos sean conducidos bajo su bandera diputados nuestros, que se dirijan a la plaza de

Montevideo con algunas proposiciones o avenencias, mediante a que nosotros no tenemos

marina alguna, y nuestros enemigos tienen inundado todo el Río de la Plata y sus canales

infinidad de buques, los que pudieran las más de las veces interceptarnos nuestros recursos; y

esta bajo la protección de un disimulo político.

6ª.- En la misma forma debemos solicitar de la Inglaterra, transando la cuestión por principios

combinados, que declare públicamente aquel gabinete que por ningún pretexto se halla

obligado a aquella corte, a pesar de la liga ofensiva y defensiva, contra el tirano de la Europa, a

sostener en las disensiones domésticas una parte, o partes de la monarquía española, contra

otras de la misma, por diferencias de opiniones, del modo cómo deben ser reglados sus

respectivos gobiernos, siempre que no desconozcan a Fernando, y al mismo tiempo acrediten

por obras y palabras el odio al tirano de la Francia.

7ª.- Y en consecuencia de las varias exposiciones propuestas, benéficas y ventajosas, que

nuestros agentes deben entablar en aquel gabinete, como un tratado reservado debemos

proponerle también, y obligándonos en toda forma, a que siempre que la España quedase

subyugada por la Francia, y aun cuando no la subyugase (cuyo caso está muy remoto por las

apariencias) y aquel gabinete nos protegiese reservadamente, con los auxilios y demás

circunstancias que graduemos, para el efecto de realizar nuestra independencia, haremos

entonces una alianza ofensiva y defensiva, protegiéndonos mutuamente en aquellas

circunstancias con toda clase de auxilios, y esta a lo menos por el término de veinte a

veinticinco años; por condiciones que entonces se tratarán entre ambos gabinetes, bajo un

acomodamiento o proposiciones más adecuadas, propias y benéficas a los intereses de ambas

naciones, haciéndole al mismo tiempo señor de la isla de Martín García, cuyo plano debe

mandarse sacar con todas las circunstancias de su magnitud interior, extensiones, aguas, frutos

y calidad de su temperamento y puerto; para que, poblándola como una pequeña colonia y

puerto franco a su comercio, disfrute de ella como reconocimiento de gratitud a la alianza y

protección que nos hubiese dispensado en los apuros de nuestras necesidades y conflictos.

Artículo 5º.- En cuanto a las comisiones que deben entablarse por nuestros agentes en lo

interior y demás provincias dependientes de este gobierno, para consolidación de nuestro

sistema, son las siguientes:

1ª.- En cuanto a este artículo, creo que tengo dado ya algunas ideas de los fines y comisiones

que nuestros agentes deben desempeñar en lo interior de las provincias del Virreinato, pero

añadiré que, como sus comisiones en los pueblos que estén a nuestra devoción no necesitan ser

ocultas, aun cuando algunos de sus fines lo sean, deben observar éstos, con particularidad y

atención, la conducta de los nuevos gobernantes y empleados, como la opinión del público,

con lo demás que sea del caso poner en la noticia del Gobierno, para su inteligencia y

deliberaciones, reservando aquellos puntos en que se les instruya por separado en las

instrucciones secretas o públicas; al mismo tiempo supliendo con su energía y talento la falta

de imprentas en aquellos pueblos, circulando por papeles manuscritos algunos periódicos

alusivos al sistema, a fin de que con esta política se atraiga con la nueva doctrina, y se excite a

sus habitantes a abrazar deliberadamente la causa de la libertad de la Patria; estos agentes

necesitan ser hombres de algún talento, ilustración e instruidos en las historias, y que

juntamente atesoren el sublime y raro don de la elocuencia y persuasiva, y además adornados

de cualidades y circunstancias que los caractericen, para que se forme concepto y respeto de su

persona; y a éstos se les debe pasar estas especulaciones.

2ª.- En los pueblos enemigos que aún no hubieren sucumbido, donde tengan que mantenerse

bajo el pie de unos simples comerciantes, será de su conato, siempre que haya ocasión,

participar todos los resultados (sin comprometerse a sí ni a ninguno) de aquellas comisiones

ocultas que se les confiera por medio de las instrucciones que se les dé, pero como los acasos

son derivados unos de otros, después de algunas reflexiones generales que tengo ya hechas, no

me es posible proponer los que las ocasiones deben facilitar.

Artículo 6º.-En cuanto a los arbitrios que deben adoptarse para fomentar los fondos públicos

luego que el Perú y demás interior del Virreinato sucumban, para los gastos de nuestra guerra,

y demás emprendimientos, como igualmente para la creación de fábricas e ingenios, y otras

cualesquiera industrias, navegación, agricultura, y demás, son los siguientes:

1ª.- Entremos por principios combinados, para desenvolver que el mejor gobierno, forma y

costumbre de una nación es aquel que hace feliz mayor número de individuos; y que la mejor

forma y costumbres son aquellas que adopta el mismo número, formando el mejor concepto

de su sistema; igualmente es máxima aprobada, y discutida por los mejores filósofos y grandes

políticos, que las fortunas agigantadas en pocos individuos, a proporción de lo grande de un

estado, no solo son perniciosas, sino que sirven de ruina a la sociedad civil, cuando no

solamente con su poder absorben el jugo de todos los ramos de un estado, sino cuando también

en nada remedian las grandes necesidades de los infinitos miembros de la sociedad;

demostrándose con una reunión de aguas estancadas, cuyas no ofrecen otras producciones sino

para algún terreno que ocupan, pero si corriendo rápidamente su curso bañasen todas las partes

de una a otra, no habría un solo individuo que no las disfrutase, sacando la utilidad que le

proporcionase la subsistencia política, sin menoscabo y perjuicio.

2ª.- También sentaré el principio, para después deducir, que cuando se proyecta una

negociación reflexionando su origen, medios y fines, e igualmente combinando sus resultados

bajo de datos positivos comprobados, de cuyos cálculos resulta evidentemente una cierta y

segura utilidad, sería un entendimiento animado de la torpeza, aquel a quien

proporcionándosele todos los recursos necesarios para una empresa semejante, no la

emprendiese por falta de ánimo y nimiedad de espíritu, y en consecuencia de ambos axiomas,

contestando a la primera proposición digo:

¿Qué obstáculos deben impedir al Gobierno, luego de consolidarse el Estado sobre bases fijas

y estables, para no adoptar unas providencias que aun cuando parecen duras en una pequeña

parte de individuos, por la extorsión, que pueda causarse a cinco o seis mil mineros, aparecen

después las ventajas públicas que resultan con la fomentación de las fábricas, artes, ingenios y

demás establecimientos en favor del Estado y de los individuos que las ocupan en sus trabajos?

3ª.- Consiguientemente deduzco, que aunque en unas provincias tan vastas como estas, hayan

de desentenderse por lo pronto cinco o seis milindividuos, resulta que como recaen las ventajas

particulares en ochenta o cien mil habitantes, después de las generales, ni la opinión del

Gobierno claudicaría ni perdería nada en el concepto público cuando también después de

conseguidos los fines, se les recompense aquellos a quienes se gradúe agraviados, con algunas

gracias o prerrogativas.

Igualmente deduzco también de qué sirven, verbigracia, quinientos o seiscientos millones de

pesos en poder de otros tantos individuos, si aunque giren, no pueden dar el fruto ni fomento a

un estado, que darían puestos en diferentes giros en el medio de su centro, facilitando fábricas,

ingenios, aumento de agricultura, etc., porque a la verdad los caudales agigantados nunca giran

ni en el todo, ni siempre y, aun cuando alguna parte gire, no tiene comparación con el escaso

estipendio que de otra manera podría producir el del corto derecho nacional, y tal vez se halla

expuesto a quiebras, lo que en la circulación del centro mismo del estado no está mayormente

expuesto a ellas; y resulta asimismo, además de lo expuesto, que haciéndose laboriosos e

instruidos los pueblos de una república, apartándolos del ocio y dirigiéndolos a la virtud,

prestan una utilidad con el remedio de las necesidades que socorren a los artesanos,

fomentando al mismo tiempo cada país.

4ª.- En esta virtud, luego de hacerse entender más claramente mi proyecto, se verá que una

cantidad de doscientos o trescientos millones de pesos, puestos en el centro del Estado para la

fomentación de las artes, agricultura, navegación, etc., producirá en pocos años un continente

laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite

para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que, siendo

como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil, que deben evitarse principalmente

porque son extranjeras y se venden a más oro de lo que pesan; pero como esta materia no sea

de este tratado, paso a exponer los medios que deben adoptarse para el aumento de los fondos

públicos.

5ª.- En consecuencia, después de limpiar nuestros territorios totalmente de los enemigos

interiores y asegurar nuestra independencia, tanto para cubrir los empeños del Estado, como

para nuestros emprendimientos y demás que sean necesarios, débese, tomando las

providencias por bandos, papeles públicos y beneplácito de todos los pueblos por sus

representantes, proponiendo los fines de tal emprendimiento, manifestando las ventajas

públicas que van a resultar tanto al pobre ciudadano como al poderoso, y en general a todos,

poniendo la máquina del Estado en un orden de industria que facilitará la subsistencia a tantos

miles de individuos, y es que después de estas precauciones políticas, se prohiba

absolutamente que ningún particular trabaje minas de plata u oro, quedando el arbitrio de

beneficiarla y sacar sus tesoros por cuenta de la Nación, y esto por el término de diez años (más

o menos) imponiendo pena capital y confiscación de bienes, con perjuicios de acreedores y de

cualquier otro que hubiere derecho a los bienes de alguno que infringiese la citada

determinación o mandato, para que con este medio no se saque, ni trabaje ocultamente en

algunos destinos ninguna mina de plata u oro, y además los habilitadores, herederos y

acreedores que tengan derecho a los bienes de algún individuo, lo estorben, celen, y no lo

permitan, pues sin otra pena más, les cabrá la de solo perder la acción que hubieren a ellos por

haber infringido aquéllos esta ley, incurriendo en un delito de lesa patria; pues quien tal

intentase, robará a todos los miembros del Estado, por cuanto queda reservado este ramo para

adelantamientos de los fondos públicos y bienes de la sociedad.

6ª.- Además, para este efecto, tanto en el Perú, como en los demás parajes de minas concedidas

que se han trabajado hasta aquí, debe obligarse a todos los mineros a que se deshagan de todas

los instrumentos, vendiéndolos al Estado por sus justas tasaciones, igualmente los repuestos de

azogues y demás utensilios.

7ª.- En este estado ya, y habiéndose con antelación tomado las medidas capaces para

proveernos de azogues, por mano de alguna nación extranjera, débese asimismo tratar de la

creación de las casas de ingenios, creando todas las oficinas que sean necesarias, como

laboratorios, casa de moneda y demás que sea del caso, donde no las hubiese; omitiendo toda

explicación por no ser de mi conato, y proveyéndolas de buenos ingenios mineros,

trabajadores, directores, etc.

8ª.- Asimismo debe tratarse por comisiones de hacer nuevos descubrimientos minerales,

mandando al mismo tiempo a todos los dichos de plata y oro comisiones para acoplar todo el

tesoro posible; y en menos de cuatro años podremos, sin duda, adquirir fondos para la

realización de los nuevos establecimientos.

9ª.- A la nueva moneda, dadas tales circunstancias, con arreglo al valor que ahora tiene, se le

debe mezclar una parte, tanto al oro como a la plata, que le rebaje de su ley un 15 o 20 por

ciento, con cuya utilidad debemos contar anualmente, pues siendo la moneda, como es en

todas partes, un signo o señal del premio a que por su trabajo e industria se hace acreedor un

vasallo, como igualmente un ramo de comercio, que probablemente se creó para el cambio

interior con las demás producciones de un estado, es arbitraria su alteración cuando las

circunstancias la requieran, y cuando se combine por un sistema ventajoso; véanse las historias

antiguas de la Grecia, y se encontrará que en una de sus épocas, no solo desterró Licurgo en

Lacedemonia (uno de sus establecimientos) toda moneda de oro y plata, para refrenar la

codicia y ambición, sino que introdujo monedas de fierro, que para llevar una sola necesitaban

un carro (que son cien pesos nuestros). Estos calcularon mejor que nosotros los principios de la

política sobre esta materia; cuando es notorio y evidente que el rey más poderoso tiene más

enemigos, que por todos modos acechan para su ruina y que solo la exportación y el cambio de

los frutos es la única necesidad que tiene un estado para su completa felicidad, bien claro

manifiesta esta máxima el buen régimen y costumbre del grande Imperio de la China. Trato de

cortar este punto, porque siendo por otros principios más dilatado, nada diríamos, aun cuando

dijésemos algo que sea capaz de iluminar las razones que hay para adoptar este sistema; y

también son de las que hablaré por más extenso en la obra anunciada.

10ª.- Además, es susceptible que, muchos europeos, cuya estirpe es la que en todas estas

provincias obtienen los gruesos caudales, no adaptándoles el sistema, traten de emigrar

llevándoselos al mismo tiempo o remitiéndolos por otros conductos que los pongan a salvo,

vendiendo asimismo sus fincas y establecimientos, lo que causaría una grande merma a la

circulación del Estado este grande cúmulo de exportaciones tan poderosas. En esta virtud debe

nombrarse, en cada pueblo, una comisión de cuatro a cinco sujetos, a proporción de la

población de cada uno, para que, en un término fijado, formen un estado de todos los caudales,

bienes, fincas, raíces y demás establecimientos, con especificación particular de los de cada

uno y lo presenten en dicho término al Superior Gobierno, quien inteligenciado de todos sus

pormenores, debe mandar se publique por bando con la mayor solemnidad, irrevocable en

todas sus partes, sin admisión de recurso alguno en la materia, constituyéndolos al mismo

tiempo no solo por sospechosos, sino por reos del Estado; y es que, en término de quince o

veinte años, ningunos establecimientos, fincas, haciendas de campo, u otra clase de raíces

puedan ser enajenadas, esto es, vendidas a ninguno, cuando no concurra la circunstancia

evidente y comprobada que se deshace de alguna parte de sus bienes o del todo por una

absoluta necesidad que le comprometa, pues en tal caso el que comprase dichos bienes sin el

conocimiento del Gobierno y verificase la emigración de aquel que vendió y exportación de

sus valores, aunque sea pasado cualquier término, les serán decomisados para los fondos

nacionales los mismos establecimientos, o sus justos valores; sobre este punto instruirán las

restricciones o artículos que deben estipularse hasta fenecido el término de este mandato, sobre

las ventas, compras y demás concernientes a la materia.

11ª.- Que igualmente todo negociante europeo, por el mismo término no podrá emprender

negocios a países extranjeros, con el todo de su caudal, ni hipotecando establecimientos o

raíces algunos, en cambio de otros frutos movibles, sin el completo conocimiento del

Gobierno adonde competa su jurisdicción, pero si de hecho resultase algún fraude será nula y

de ningúnvalor la referida hipoteca; pues cuando más, y eso con las imposiciones que hubiere

a bien establecer el Gobierno, solo podrá girar con la mitad de su referido caudal que

obtuviese, para que circulando la otra mitad en el centro del Estado, sea responsable y fiadora

de aquella parte que extraiga con semejante fin.

12ª.- En los mismos términos, no podrá hacer habilitación o préstamos a nacionales, ni

extranjeros si no es en la misma forma, y bajo las condiciones que para ello se impondrán, para

que bajo de fraude alguno no puedan trasponer sus caudales a reinos extranjeros, ni disminuir

de este modo el giro del centro del Estado.

13ª.- En la misma forma, si de alguna negociación en reinos extranjeros resultase alguna

grande o total pérdida de aquellos fondos que extrajo, deben con todos los requisitos que se les

obligue en las instrucciones que para estos fines se establecerán, probarlo ratificadamente y en

la más debida forma, para levantar la responsabilidad a que estén sujetas las demás partes de

bienes que quedaron a su fianza. Sobre estos puntos ya referidos hablaré extensamente en la

obra anunciada, como sobre los medios que deben adoptarse en el establecimiento de la casa

de seguros nacionales, que debe crearse para las negociaciones a países extranjeros, de que

podrán resultar grandes ingresos a los fondos públicos; como igualmente los casos en que el

Estado será acreedor a heredar y recuperar las riquezas que salieron de su centro, de los que

murieron sin herederos en la América, aunque en otros reinos los tengan; circunstancias y

demás requisitos que deberán concurrir que, sujetados a ellos, podrán también forzarlos aun

cuando sean extranjeros.

14ª.- Puestas las cosas a la práctica con la eficacia y energía que requiere la causa, hallándose

con fondos el Estado, debe procurar todos los recursos que sea menester introducir, como

semillas, fabricantes e instrumentos, y comenzando a poner en movimiento la gran máquina de

los establecimientos para que progresen sus adelantamientos, han de señalarse comisiones para

cada ramo separados, sin que los establecedores de una clase de ingenios, tengan que

intervenir en otra, sino cada tribunal atender al ramo sobre que le amplíen sus conocimientos, y

de esta suerte detallándose los negocios, y atendiendo igualmente a todos, todos tendrán un

igual movimiento, aunque unos sean más morosos que otros en la conclusión de su

establecimiento, y establecidos ya se disolverán las comisiones particulares, creándose

entonces un tribunal, que bajo de sabias disposiciones y leyes, abarcando todos los ramos,

tenga conocimiento en su fomentación y recursos que deban adoptarse para gobernarlos y

dirigirlos a la consecución de su grandeza y felicidad pública.

Mucho podría haber dicho aquí sobre esta y otras materias; pero como sus ideas están

concebidas y arregladas para la obra que débese presentar al Superior Gobierno y por no

repetir, me es indispensable el suprimirlas en este plan.

Artículo 7°.- En cuanto a las relaciones secretas que nuestros agentes y enviados deben

desempeñar en los países extranjeros, como en Portugal e Inglaterra, son las siguientes:

1ª.- En cuanto a este punto debo de decir que, incluyéndose algunas reflexiones sobre las

comisiones que deben entablar nuestros agentes en los países extranjeros en el artículo 4o, que

trata de la conducta que debemos observar con estas dos naciones, añadiré que tanto el

desempeño de aquéllas como el de las demás sobre este particular deben ser ejercidos por

dirección y conducto de conocidos talentos, no omitiéndoles la contribución, ni dejando de

asistirles con cuantos intereses sean necesarios, para persuadir y apoyar nuestros intentos,

siempre por delante con las consideraciones y propuestas de intereses benéficos que les deben

resultar, para poder merecer la protección que necesitamos, principalmente de la Inglaterra,

mediante a que conocemos en dicha nación, en primer lugar, ser una de las más intrigantes por

los respetos del señorío de los mares, y lo segundo por dirigirse siempre todas sus relaciones

bajo el principio de la extensión de miras mercantiles, cuya ambición no ha podido nunca

disimular su carácter, y bajo estos mismos principios han de ser los que dirijan nuestras

empresas hacia sus consecuciones en aquella corte.

2ª.- En igual manera, como sus casos han de proponerse por principios diplomáticos y muy

circunstanciados, sería echar aquí un borrón con querer expresar en asuntos tan vastos algunas

reflexiones con cortas exposiciones, y, en cuanto a que los medios que nos sean precisos tentar

conocimiento de la misma Inglaterra, mientras dure la alianza con ella, o por mejor decir, la

vergonzosa e ignominiosa esclavitud en que lo tiene; pues en realidad, no pudieron hacerse

mejores comparaciones por ningún político instruido, que aquellas que hizo aquel famoso

francés, en que hablando de la opulencia, riqueza, libertades y dones que por la naturaleza

poseía cada uno de los distintos estados del orbe, llegando a Portugal, dice: Portugal no es

nada, pero ni tampoco es para nada, su riqueza es la causa de su ruina, porque si su política más

instruida invirtiese los tesoros que emplea para esclavizarle, en antemurales más respetuosos a

su dignidad, grandeza y decoro que le es debido, tal vez sería disputado y reñido por las demás

naciones el merecimiento de su alianza; las historias antiguas de la Francia y de otras naciones

demuestran evidentemente que no tantas veces solicitó Portugal la amistad y alianza, como las

diferentes que se las propusieron las distintas naciones, por sus intereses y fines particulares; no

se han soterrado aún en los anales de las historias la memoria del procedimiento y conducta

que la Francia y otras naciones han usado con la dinastía de Portugal, después de auxiliarla,

haciéndola sacrificar y vendiéndola a sus miras particulares de ambición e intrigar por fines

privados.

3ª.- Últimamente, si Portugal entrase a profundizar con más política, cuál es el abatimiento en

que la Inglaterra lo tiene por causa de su alianza, presto hallaría la refinada maldad de sus miras

ambiciosas, pues no debe creer que aquel interés sea por el auxilio de sus tropas, ni de su

marina porque claramente se deja entender que sus fines no son sino chuparle la sangre de su

estado, extenuándolo de tal suerte que tal vez sus colonias americanas se conviertan en

inglesas algún día, porque si después de otros fines particulares, el principal fuese la extracción

que hace de sus frutos coloniales, ¿qué más podría apetecer la Inglaterra? y entonces ¿para qué

necesitaría su amistad y alianza? Bien claramente se deja entender que para nada, quedando

asimismo agradecido, en caso semejante, si pudiese conservarse en Europa por los respetos de

la España, si triunfase de sus enemigos; pero Portugal se desengañará a costa de su sangre y

destruirá su despotismo, regenerando sus corrompidas costumbres, y conocerá los derechos de

la santa libertad de la naturaleza.

4ª.- En esta virtud, cuando las estrechas relaciones de una firme alianza con la Inglaterra nos

proporcionen la satisfacción de nuestros deseos con aquel gabinete, nuestros ministros

diplomáticos deben entablar los principios de enemistades e indisposiciones entre Portugal y la

Inglaterra; y tomando los asuntos aquel aspecto que nos sea satisfactorio, debemos entrar a las

proposiciones de los rompimientos con Portugal, con relación a conquistar la América del

Brasil, o la parte de ella que más nos convenga, luego de combinar nuestros planes, que para el

efecto trabajaremos con antelación, por medio de las guerras civiles; combinando al mismo

tiempo, por medio de los tratados secretos con la Inglaterra, los terrenos o provincias que unos

y otros debemos ocupar, y antes de estas operaciones hemos de emprender la conquista de la

campaña del Río Grande del Sud, por medio de la insurrección, y los intereses que

sacrificaremos bajo el aspecto de proteger la independencia, y los derechos de su libertad; estas

y otras comisiones son las principales que nuestros agentes deben entablar, dándoles para ello

las instrucciones necesarias, midiendo las negociaciones con el tiempo y conforme a sus

acasos, que como la cadena de la fortuna a quien los ha de proporcionar, omito aquí la

explicación de algunos casos, cuando además, en la referida obra Intereses de la Patria, etc.,

manifiesto lo suficiente sobre la materia.

Artículo 8º.- En cuanto a las comisiones y clases de negocios que nuestros agentes y emisarios

deben entablar reservadamente en las provincias del Brasil, para sublevarlas, haciéndoles

gustar de la dulzura de la libertad y derechos de la naturaleza, son las siguientes:

1ª.- Aun cuando esta materia es muy vasta y requiere muchos y muy sólidos principios, y

aunque no me extienda tanto como ella pide, en las instrucciones anunciadas, haré presente

algunas de las que aquí manifiesto para el entable de este grande proyecto.

En esta inteligencia, suponiendo que nuestra libertad e independencia de la España estriba ya

en principios fijos, y que nuestras relaciones con la Gran Bretaña se hayan estrechado a medida

de nuestro deseo, hallándose evacuada la plaza de Montevideo y puesta en orden de defensa,

tranquilizándose su campaña y haciendo volver a sus habitantes, por edictos ejecutivos, a

ocupar los pueblos y atender el curso de su comercio, industria y agricultura, como igualmente

hallándose el erario público con algunos fondos, resultados de las disposiciones dichas, que

con antelación de uno o dos años deben haberse emprendido, entonces arreglando los

batallones de milicias de la campaña y escuadrones de caballería que deben crearse de los

habitantes de la misma, con relación a la fuerza de vecindario que cada pueblo tenga, se debe

guardar y conservar en la plaza de Montevideo y su vasta campaña hasta el número de diez mil

hombres de tropa de línea; de cuyo número, seis mil deben guarnecer las fronteras, ocupando

los puestos del Cerro Largo, Santa Teresa y demás antiguos.

En la misma forma los regimientos de infantería y escuadrones de caballería de las milicias de

la Banda Oriental, hasta las márgenes del Uruguay, deben de componerse hasta el número de

seis mil hombres; en los pueblos de Misiones, provincia de Corrientes y su jurisdicción,

además de dos mil hombres de tropa de línea que deben mantenerse en aquella provincia, el

reglamento de sus milicias debe ascender hasta el número de tres mil hombres; asimismo en la

ciudad de la Asunción del Paraguay, además de mil hombres de tropa de línea, sus milicias

deben contar de cuatro a cinco mil hombres, y en esta forma, guarnecidas nuestras fronteras

con unas fuerzas de respeto, ocupando sus puestos, siempre las tendremos prontas para

nuestros emprendimientos y demás operaciones.

2ª.- Los comandantes de dichas fronteras, además de ser hombres en quienes concurran unos

completos conocimientos militares, deben también tener las circunstancias de talento,

discreción, prudencia y algunos principios de escritores, para los fines que expresaré.

3ª.- Luego, inmediatamente, deben mandarse agentes en clase de comerciantes, o de otras

maneras, a proporción de la magnitud de cada pueblo, a todos los destinos del Río Grande del

Sud, en virtud que entonces deberemos haber estrechado ya nuestra alianza con Portugal, por

medio de tratados los más solemnes de recíproca amistad, unión, protección y franqueza de

comercio, navegación y demás relaciones, para con estas nuevas pruebas poder transitar,

dirigir y verificar, nuestros agentes, sus relaciones con más amplitud y confianza; y estos

convenios por conducto e intervención de la Inglaterra, por cuyo también, y además el de

Portugal, si la España hubiese vencido, y se hallase o no del todo evacuada por los franceses,

hemos de entablar, después de reconocernos aquellos dos estados por nación libre e

independiente, que la España nos declare igualmente en los mismos términos, y desde

entonces podrán nuevamente comerciar, transitar y avecindarse con los españoles en nuestros

dominios, como tal nación extranjera.

4ª.- Los referidos agentes han de ser hombres de talentos los más conocidos y adecuados al

sistema de nuestras relaciones; y éstos, además de desempeñar los proyectos y comisiones que

se les dé instruidas a las circunstancias de cada época, deben con su política atraerse los

primeros magistrados de cada pueblo, estrechando sus relaciones lo más posible,

caracterizándose con franquezas y repetidos regalos, de manera que ganándose las voluntades

de estos principales, puedan ir fraguando sus miras políticas a aquellos designios hacia las

intenciones que se solicitan.

5ª.- Tanto a estos dichos agentes, como a todos los comandantes de las fronteras, deben

mandárseles colecciones de Gacetas de la Capital y Montevideo, lo más a menudo y siempre

que sea posible, debiéndose tratar en sus discursos de los principios del hombre, de sus

derechos, de la racionalidad, de las concesiones que la naturaleza le ha franqueado;

últimamente, haciendo elogios lo más elevados de la felicidad, libertad, igualdad y

benevolencia del nuevo sistema, y de cuanto sea capaz y lisonjero, y de las ventajas que están

disfrutando; vituperando al mismo tiempo a los magistrados antiguos del despotismo, de la

opresión y del envilecimiento en que se hallaban, e igualmente introduciendo al mismo tiempo

algunas reflexiones sobre la ceguecidad de aquellas naciones que, envilecidas por el

despotismo de los reyes, no procuran por su santa libertad; estos y otros discursos políticos

deben ser el sistema y orden del entable de este negocio, figurándolos en las gacetas no como

publicados por las autoridades, sino como dictados por algunos ciudadanos, por dos razones

muy poderosas: la primera, porque conociendo que esta doctrina sea perjudicial, se ponga a

cubierto el Gobierno de estas operaciones, echando afuera su responsabilidad, bajo el pie de

ser la imprenta libre; la segunda, porque debe labrar más cuando se proclamen unos hechos

por personas que suponen los gozan, en quienes no deben suponer engaño alguno, y este

ejemplo excitará más los ánimos y los prevendrá con mayor entusiasmo.

6ª.- Estos discursos y gacetas con cualesquiera otras noticias deben imprimirse y remitirse en

portugués, bajo el antecedente que con tiempo debe adoptarse, de que para la facilitación del

curso del comercio o por otras reflexiones que se hagan, o por una suposición de rango o

grandeza del estado, se establece una casa de imprenta en dicho idioma.

7ª.- Igualmente se debe observar por los comandantes de los pueblos de las fronteras, que para

el efecto darán las órdenes a los oficiales de las partidas que transiten y corran los campos, que

no maltraten a ningunos portugueses, porque los encuentren en algunos menudos robos o

introducciones de caballos o ganados, los cuales, siendo comprados, no se les debe quitar ni

impedir su introducción, para de esta suerte atraerlos y hacerles concebir nuestras ideas;

igualmente no se debe perseguir a ninguno, en nuestros territorios, por juegos,

amancebamientos, quimeras o cualquiera otra clase de absurdos, remediándolos con la mayor

política, con algunas penas suaves, poniéndolos luego en libertad e instruyéndoles que la Patria

es muy benéfica y compasiva; en una palabra, apadrinando, protegiendo a todo facineroso que

se pase a nuestros terrenos, aun cuando algunas requisitorias los soliciten, y si fuesen hombres

que se conozca en ellos algún talento y disposición, además de ocultarlos, proporcionarles

acomodo conducente a sus circunstancias, porque éstos han de servir de mucho a su debido

tiempo.

8ª.- Los referidos agentes que se hallen en todo el Río Grande deben de transitar la jurisdicción,

lugares y pueblos dependientes de aquella capitanía o gobierno donde se hallasen destinados, a

fin de tomar conocimiento de sus campañas, conocer sus habitantes e ir catequizando las

voluntades de aquellos más principales, como alcaldes, justicias o clases que los gobiernan; y

para esto deben de valerse de los diferentes pretextos que su discurso les amplíe, acompañados

por alguno o algunos de aquellos a quienes ya reconozcan adictos a la idea de su doctrina, y así

para estos gastos, como para todos los demás, se les debe franquear cuanto necesiten, siendo el

fin de sus discursos hacerles ver la opresión en que están, los derechos que les competen, la

miseria que padecen, lo mal que paga el Estado sus servicios, el despotismo de sus mandones,

y exhortándolos últimamente a que proclamen su independencia, bajo el pretexto de substituir

los magistrados, comunicándoles también que en todos los pueblos están sumamente

disgustados, para reanimarlos indistintamente con estas y otras reflexiones, cuyas deben ser

por tiempos y con la mayor precaución, a fin de que nunca puedan ser descubiertos los arcanos

de sus proyectos, hasta su debido tiempo, ofreciéndoles asimismo que el Estado Americano

del Sud protegerá todas sus ideas, no solo con los caudales que necesiten, sino también con

quince o veinte mil hombres que haría entrar a todo el Río Grande, por todos los territorios de

sus fronteras.

9ª.- Los comandantes de las fronteras deben franquear algunos granos por cuenta del Estado,

que para el efecto se tomará en aquellos casos las providencias necesarias, a los labradores

fronterizos de Portugal, tanto al pobre como al mediano, en clase de prestado, permitiéndoles

algunas cortas introducciones de caballos, yeguas y ganados comprados con su dinero, y

siempre usando de aquella benevolencia que dejo explicada en los casos referidos, porque son

los primeros resortes que debemos tener de nuestra parte.

10ª.- Tanto los dichos agentes, como los comandantes de las fronteras, deben también atraerse

los ánimos de algunos jefes de las milicias y demás tropas de cada pueblo, particularmente de

los mal pagados, que son infinitos, haciéndoles presente la diferencia de tres y cuatro pesos de

sueldo a la de diez y seis y diez y ocho que gozan nuestras tropas, y a proporción de los

oficiales y jefes; en la misma manera deben atraerse los ánimos de los comerciantes y

hacendados arruinados, haciéndoles ver la fertilidad de nuestros campos; de los eclesiásticos,

sin beneficios, y de todos los mal contentos, aumentando en lo posible el número de éstos, y,

haciendo sacrificios a costa del erario y del Estado, ofrecerles y proponerles todo favor y

protección.

11ª.- Cuando las circunstancias prometan el éxito de un buen resultado, ya deben irlo

anunciando pasquines y otras clases de papeles escritos en idioma portugués, llenos de mil

dicterios contra el gobierno y su despotismo; y en este estado, cuando ya probablemente se

espera el buen éxito de esta empresa, los comandantes de los pueblos fronterizos de nuestra

jurisdicción, deben ir acopiando todas las caballadas posibles, así en la frontera como en los

demás puntos donde se les ordene; igualmente, carros, carretas y demás bagajes, que para el

efecto se darán las disposiciones convenientes; y en la misma forma se harán reuniones de las

milicias, en tres o cuatro puntos de la campaña, mandando algunas tropas más de la Capital

para la Banda Oriental, ordenando que insensiblemente se vayan transportando a las dichas

fronteras, para que luego, inmediatamente de principiarse los anuncios de la revolución en

algunos pueblos del Río Grande, entren nuestras tropas en tres o cuatro trozos, según lo

requieran las circunstancias, debiéndose proveer la plaza de Montevideo con tres o cuatro mil

hombres de las mejores milicias, y hacer caminar de ella otro igual número de las tropas de

línea, para que junto con las demás, por divisiones, se introduzcan en todo el Río Grande y sus

pueblos de diez y ocho a veinte mil hombres, pues, luego, deben de irse armando aquellos

mismos pueblos, poniéndoles los jefes y magistrados que sean de su voluntad y beneplácito,

bajo el sistema de llevar por delante, inclusas a las tropas de nuestras divisiones, una parte de

aquellas que se armen en cada pueblo, y dejar en los principales de más entidad algunastropas

nuestras, que sean siempre capaces de competir con las fuerzas portuguesas que queden en los

dichos pueblos, para el fin de nuestras ideas en lo sucesivo, bajo la declaratoria que nuestras

tropas no tienen otro fin que proteger su independencia hasta que sancionen su verdadera

libertad.

12ª.- Igualmente deben de ponerse en práctica, en aquellos destinos del Río Grande, todos los

mismos medios indicados hasta aquí, que hayamos adoptado para la revolución de nuestro

continente, observándolos en todas sus partes, que sean consiguientes: pero, con la

circunstancia de no tocar todavía, hasta su debido tiempo, la libertad de los esclavos en

aquellos destinos, sino disfrazadamente ir protegiendo a aquellos que sean de sujetos

contrarios a aquella causa.

Para esta empresa no deben cerrarse las arcas, ni escasear sus tesoros, pues con ocho o diez

millones de pesos creo que la empresa no ofrecerá dificultad; en esta virtud, teniendo alianza

con la Inglaterra, no debemos de dudar que, aunque también la tenga con Portugal,

condescendiendo con nuestras intenciones, observará, a lo menos, una conducta neutral,

manifestando que hallándose aliada con ambas naciones y con iguales intereses, sus relaciones

de comercio se perjudicarían, y que a aquel gabinete le sería contrario un sistema de defensa

contra el Estado Americano, y dejándonos en la lucha y dándonos los socorros con sigilo,

emprenderemos el plan de conquista de los pueblos más principales de la América del Brasil,

hasta que los acasos proporcionen ocasiones y motivos para declararse a Inglaterra igualmente

aliada con nosotros y enemiga de las provincias del Brasil, pactándose entonces entre ambos

gabinetes los puertos y puntos que unos y otros debemos ocupar, prestándonos mutuamente

toda clase de socorros.

13ª.- Además de todo lo expuesto, es consiguiente y no debemos dudar que a la corte de

Inglaterra, si la España no sucumbiese, para equilibrar mejor la balanza del poder de la misma

España (sin extendernos ahora al sinnúmero de razones políticas que hay para ello), le interesa

que las Américas o parte de ellas, se desunan o dividan de aquella Metrópoli, y formen por sí

una sociedad separada, donde la Inglaterra, bajo los auspicios que dispense de su protección,

pueda extender más sus miras mercantiles y ser la única por el señorío de los mares; y en esta

virtud, para no dudar también que la Inglaterra debe propender, y aun coadyuvar y consentir en

la desmembración de la América del Brasil, sentaremos ante todo por principio: si le conviene

o no la desunión de las Américas españolas de su Metrópoli. Es consiguiente que no podría

efectuarse la separación total de la América del Sud de su Metrópoli, no desmembrándose la

del Brasil, y la razón de estos principios es la siguiente: que si la España no sucumbiere en la

lucha presente y la América del Sud sancionase su libertad una de dos: luego de organizarse y

recuperar todos sus atrasos, la España, esta como vecina de Portugal y además por los intereses

que tienen mutuamente, o trataría de la conquista de la Europa Portuguesa, porque aun cuando

perjudicase los derechos de la casa de Braganza, no perjudicaría del ningún modo los de la

señora Carlota, ni los de sus augustos sucesores de la casa de Borbón, mediante a que en lugar

de disminuir los derechos de éstos, los aumentaba, acrecentando sus estados, y cuando esto no

se verificase así, la España, como potencia vecina y demás, le obligaría a que reuniendo sus

fuerzas, tanto las de Europa como las de la América del Brasil, contribuyese y coadyuvase de

mancomún a la restauración de la América Española del Sud; y, por lo tanto, no le es tan fácil

el propender, y conseguir lo primero, como le sería verificar lo segundo; y a la Inglaterra,

conviniéndole la separación de la América del Sud de su Metrópoli, para sancionar sus ideas,

lograr el fruto de sus auxilios y restaurar aquellos gastos y socorros que nos hubiese prestado

para asegurar y sostener nuestra independencia, le es indispensable bajo estas ideas políticas,

que consienta y aun coadyuve a la división y desmembración de la América del Brasil, entre su

corona y nuestro estado; asimismo es una de las únicas máximas políticas, después de la del

sostén o equilibrio de la Europa, que le obligan y estimulan a la Inglaterra sobre la alianza de

Portugal, el que su comercio sea único en esta balsa de mares de ambas Américas, tanto para la

introducción como para la extracción de tantos preciosos frutos de tan general consumo en las

más de las naciones. ¿Y qué más podría apetecer la Inglaterra ya, que tener unas colonias

inglesas en el Brasil, abundantes de los primeros renglones de necesidad en la Europa y demás

naciones? Creo, efectivamente, que no podría desear después otra cosa, y que si acaso la

Inglaterra (no porque no lo ha deseado) no ha emprendido el establecer o adquirir algunas

colonias inglesas en el Brasil, me persuado efectivamente que habrá sido, no solamente por el

respeto de la España y la Europa Portuguesa, sino también por los inmediatos auxilios que se

hubieran opuesto de las Américas españolas; pero, no teniendo ya este último estorbo, y por lo

contrario una alianza y protección, deben completarse sus miras; estas razones y cálculos, por

éstos y otros principios que franquean aún más margen para dilatarlos, deben meditarse a

fondo y formarse de ellos el concepto que merece la entidad del caso, y no dudar que la

Inglaterra preste sus auxilios para nuestra libertad, reservadamente, en atención de las

circunstancias actuales, como también para la dicha conquista o desmembración de la

América del Brasil.

14ª.- Últimamente, nos es muy constante por las noticias que nos asisten, que en toda la

América del Brasil no hay casi un solo individuo, a proporción, que esté contento con el

gobierno ni sus gobernantes, tanto por lo mal pagados, como por el despotismo de sus jefes y

mandatarios, por la cortedad de los sueldos, por lo gravoso y penoso de las contribuciones, lo

riguroso e injusto de algunas leyes, en atención a las que las naciones libres y más generosas

observan; nos consta asimismo que los clamores y quejas contra diversos particulares son

infinitos, que no hay quien no murmure de sus ministros y mandones, que llenos de orgullo,

absorben la sangre del Estado, cuando al mismo tiempo gime de la cortedad de su sueldo el

pobre soldado, haciéndole injustamente consentir en la dura ley de esclavizarlo por toda la

vida; últimamente, no hay ninguno que desesperado de la vil sumisión y abatimiento en que la

Inglaterra tiene a Portugal, no produzca sino el lenguaje del descontentamiento y

murmuraciones contra la misma autoridad real, y en esta suposición, aunque esta empresa

requiere seis u ocho años, debe de tomarse con la mayor energía y exactitud, pues, por lo que

corresponde a la campaña del Río Grande, parece que la naturaleza la formó allí como para ser

una misma con la Banda Oriental de Montevideo, pues hallándose su barra fortificada con

alguna marina, y en estado de fortificación e igualmente los únicos pasos que tiene para lo

interior del continente, nos es muy conveniente esta empresa o conquista, ante todo principio,

bajo el aspecto de los fines que llevamos expresados.

No debo extender más el plan de nuestra conquista, por ahora, hasta verificarse nuestras ideas,

que cuando ellas surtan el efecto que nos prometemos, en particular con la alianza de

Inglaterra, la que condescendiendo a nuestros planes, convenga en la conquista de la provincia

del Brasil, entonces nos podremos extender más, mediante a que, operando a un tiempo por

diversos parajes, emprenderemos la de Santa Catalina, Bahía de todos los Santos y demás, y

más principales e interesantes puertos.

Artículo 9º.- En cuanto a los medios que deben adoptarse, estando consolidado y reconocido

por la Inglaterra, Portugal y demás principales naciones de la Europa, el sistema de nuestra

libertad, cuál debe ser el fin de sus negociaciones entonces, en las provincias del Brasil, con

relación a la conquista de todo el Río Grande, y demás provincias de dicho reino.

1ª.- Estando todo el Río Grande en el estado de revolución según y conforme llevo expresado,

e internadas en sus pueblos nuestras tropas, con antelación deben haberse tomado las

providencias para que, al mismo tiempo del principio de estas operaciones, salga de

Montevideo una fuerza naval de diez y seis a veinte buques armados y tripulados, con todos

los competentes utensilios, para que dirigiéndose al Río Grande, ocupando su barra, bloqueen

no solo el puerto impidiendo la salida, sino también para estorbar cualquier socorro que

pudiera entrarle de alguna otra provincia, conduciendo al mismo tiempo del número de tropas

que se destine para la dicha empresa, el número de mil quinientos hombres, poco más a menos,

para desembarcarlos, y operar de concierto, cuando lleguen a aquel destino algunas de nuestras

divisiones.

2ª.- Suponiendo que todos los pueblos se hayan ya declarado por libres e independientes, bajo

la garantía de nuestras tropas bajo las circunstancias expresadas de hallarse guarneciendo una

parte de nuestras tropas los más interesantes destinos, y siendo asimismo consiguiente que han

de haberse ocasionado varios choques contra aquellos que se hubieran opuesto a este sistema,

nuestros comandantes de divisiones instruidos menudamente de todas las órdenes que para el

efecto de dicha revolución se les habrá comunicado de antemano, no deberán olvidar la

máxima de que en los diferentes choques que se hubiesen ofrecido, de unos con otros, estando

con la mayor destreza y disimulo que las circunstancias proporcionen, dejen empeñado

algunas veces en la lid, cuando la acción no fuere peligrosa, al partido realista de los

portugueses con el de los revolucionarios de los mismos, a fin de conseguir por este medio que

el mismo partido revolucionario se aniquile en parte, empeñando nuestras tropas solamente

cuando haya de decidirse una acción interesante y que las circunstancias requieran, para que

asimismo nuestras tropas no tengan mayor menoscabo y su fuerza siempre sea más respetable.

3ª.- Ya cuando en estas circunstancias hayamos llegado a comprometer a todos los pueblos del

Río Grande, haciéndoles tomar las armas contra los derechos de su monarca, en este caso

parece consiguiente que el mismo delito de su rebelión les obligará a aceptar nuestras

disposiciones, sometiéndose en un todo a ellos, protestándoles de lo contrario que si así no lo

hacen, además de abandonarlos en el proyecto de su causa, retirando nuestras tropas a la

frontera, saquearemos al mismo tiempo los pueblos y las haciendas, quedando expuestos

nuevamente al furor y a la venganza del antiguo despotismo; y, en esta virtud, entonces es

cuando, ya tan comprometidos que a nada podrán oponerse, debe proclamarse la libertad de

los esclavos, bajo el disfraz, para no descontentar en parte a sus amos, que serán satisfechos sus

valores, no solo con un tanto mensual de los sueldos que tengan en la milicia, como también

con la garantía de los tesoros nacionales, y bastando armarlos y formar algunos batallones bajo

la dirección de jefes que los instruyan y dirijan con el acierto que sea debido.

4ª.- Igualmente debe procurarse que en los nuevos gobiernos que se establezcan en los

pueblos, villas, y lugares, e igualmente en los ramos particulares, intervengan siempre en sus

disposiciones algunos sujetos que sean americanos y de nuestra parcialidad, que para el efecto

irán con el ejército; consiguientemente, se observará lo mismo en el mando militar y en los

regimientos, poniéndoles uno o dos jefes de los nuestros, que tengan un conocimiento exacto

en lo interior de sus disposiciones.

5ª.- Antes de proceder a la disposición de la libertad de los esclavos, debe haberse dispuesto los

ánimos, haciendo publicar en todas las divisiones y pueblos, donde haya tropas portuguesas

del partido, que desde la fecha de aquella publicación, se les asigna, tanto a las tropas como a

sus correspondientes oficiales, los mismos sueldos que gozan las nuestras, cuyos abonos serán

satisfechos por cuenta de nuestros fondos y sin demora alguna, mensualmente.

6ª.- Cuando las circunstancias aseguren el éxito de la empresa, se debe de ir disponiendo que

algunas divisiones pequeñas, principalmente las de los negros, se vayan haciendo conducir con

diferentes pretextos a cubrir las fronteras, y por consiguiente se ejecutará lo mismo con las

demás tropas portuguesas, dividiéndolas en pequeñas fuerzas, para que en cualquier destino

sean mayores las nuestras, para, cuando fuese tiempo, hacer la declaratoria de conquista.

7ª.- Debemos igualmente, hacer publicar en todos los pueblos que a todas las familias pobres,

que voluntariamente quisiesen trasladarse a la Banda Oriental y a las fronteras a poblar, se les

costeará el viaje, dándoles las carretas y demás bagajes para su transporte y regreso, y

contemplándoles como pobladores, se les darán terrenos a proporción del número de personas,

que comprenda cada familia, capaces y suficientes para formar establecimientos, siembras de

trigo, y demás labores, y esto por el término de diez años, que serán los precisos que deberán

habitarlos, y pasado dicho término, podrán venderlos, o enajenarlos como más bien les

pareciere, sin que el valor de dichas tierras tengan que abonarlo.

Que para el efecto y fomento se les suministrará, en los dos primeros años, con algunas

fanegas de distintos granos, algunas yuntas de bueyes y vacas, para sus establecimientos, y

asimismo algunas yeguas y caballos, supliéndoles para la fábrica de sus moradas doscientos o

trescientos pesos, según lo que dispusiere en esta parte el Superior Gobierno, como igualmente

las herramientas precisas para sus labores, quedando exentos en el dicho término de diez años,

cualquiera de tales familias, de servir en las milicias, ni en ningún otro cargo que pudiera

perjudicarles, y en la misma forma, en dicho término, serán exceptuados de toda contribución

y derecho de cualquier fruto que vendan o introduzcan, en cualquiera pueblos o provincias,

dependientes del Gobierno Americano del Sud.

8ª.- En los mismos términos y en igual forma, bajo las mismas proposiciones, debe de

proponerse este mismo convenio a las familias pobres de la Banda Oriental de Montevideo y

Capital de Buenos Aires, que quieran ir a poblar a los territorios del Río Grande, para de esta

manera introducir en dichos destinos el idioma castellano, usos, costumbres y adhesión al

Gobierno, pues ya en estas circunstancias se deberá haber allanado todas las dificultades, y,

levantando nuestra bandera en aquellos destinos, declararlos como provincias unidas de la

Banda Oriental y Estado Americano del Sud.

9ª.- En los dichos destinos del Río Grande deben abolirse ya, en este caso, las escuelas y otras

clases de estudios, en los niños de cinco años para arriba, en el idioma portugués, remitiéndose

maestros que enseñen en castellano y lo mismo sacerdotes para los mismos fines.

10ª.- En la misma forma, todos los vecinos del Río Grande y su campaña y todos los que

extrajeren de dichos pueblos, o introdujeren por tierra y mar, en su entrada y salida, por el

término de cinco años, cualquiera clase de frutos, no pagarán sino la mitad de los derechos

nacionales que estuvieren estipulados en las demás provincias del Gobierno Americano,

entendiéndose esto también con los que navegaren a dichos destinos, aun cuando no fuesen

vecinos de dichos pueblos.

11ª.- Hasta no radicarse totalmente sobre bases fijas y estables nuestros derechos de conquista

en aquellos destinos, no debe fiarse los primeros cargos en personas que no sean de las

antiguas provincias; y para no descontentar a aquellas personas de talento, mérito y

circunstancias, se debe atraerlas y emplearlas en las provincias antiguas, hasta que el tiempo

nos asegure aquellos nuevos establecimientos.

12ª.- Cuando se hallen las cosas en tales circunstancias, se debe con antelación cerrar los

puertos de Buenos Aires y Montevideo, y como que nos preparamos ciertamente a una guerra

dilatada con las provincias del Brasil y que por aquel gabinete se nos han de hacer todas las

hostilidades posibles, se recaerá en todos nuestros destinos sobre los bienes, caudales y buques

portugueses que se hallasen en aquella actualidad, confiscándolos para los fondos públicos, de

todos los individuos que sean de cualquier destino de las dichas provincias menos del Río

Grande y dependencias, que en tal caso es ya de nuestra pertenencia, no debiéndose entender

esto con los bienes de los portugueses avecindados y afincados, pues para estorbar algunos

daños que en recompensa nos puedan hacer, estorbaremos las salidas anteladamente, con

disimulo, de nuestros puertos, a aquellos destinos, y a los dichos portugueses se considerarán

como prisioneros.

Últimamente, se observará en las demás materias que he expuesto para los americanos, en los

dichos establecimientos nuevos, el mismo sistema, orden, práctica y gobernación política en

todas sus partes, y estando sancionado completamente el sistema de nuestra libertad en toda la

América del Sud y conquista del Río Grande, deben guarnecerse bien las fronteras portuguesas

que miren a las provincias de Minas, picada de San Martín y detrás pasos que estorben la

entrada a dicho Río Grande, como igualmente su dicha barra, repitiendo asimismo que omito

el hacerreflexiones acerca de varios puntos de política y régimen que me ocurren, mediante a

que instruirá completamente de todas mis ideas la obra que tengo ofrecida y mediante a que

me consta también que sobre otros objetos se han tomado a las providencias que serán

suficientes a llenar el hueco del empeño de nuestra grande obra y por mis conocimientos

resuelvo abiertamente que debemos decidirnos por el rigor, intrigas y astucias, que son las que

nos han de poner a cubierto y conducirnos a nuestros fines, dejando para cada tiempo lo que le

pertenece, pues lo que se hace fuera de él nunca sale bien.

En cuya virtud, luego de premeditar V. E. a fondo el concepto de todas las exposiciones y

máximas que contiene este Plan, con la madurez que es propia de un gobierno sabio, me

persuado efectivamente que a lo menos confesará que la realidad de mis intenciones y lo justo

de mis deseos no tiene otro fin que aspirar a sancionar la verdadera libertad de la Patria; y aun

cuando reservo ideas que no es posible encomendarlas al papel, el miembro que ha recibido de

ese Superior Gobierno la honra del encargo para la formación de este dicho Plan se hace

responsable a manifestar por separado los demás recursos que fueren menester y

consiguientemente a superar y facilitar los obstáculos que pudieran oponerse.

Este elogio parecería alimentarse por el amor propio, si el asunto que se trata fuese público y

no hubiese protestado que, siendo superior a mis alcances, solo el deseo y la gratitud me han

estimulado al cumplimiento de mis deberes, en obsequio de la causa, y a lo menos por disfrutar

algunos conocimientos, no semejantes al avaro que amontonando tesoros se jactara de ver

abatidos en la miseria a sus semejantes.

Al mismo tiempo suplico a V. E. no juzgue en un asunto tan vasto y de tanta entidad por

escasas insinuaciones, y que se digne examinar por extenso los pormenores del fondo de sus

conceptos; así, pues, me lo persuado de los grandes y tan conocidos talentos de V. E., pues

efectivamente las almas que aciertan a gobernarse, gobiernan a los demás cuando lo intentan,

vencen las pasiones, rigen los propios ímpetus, producen las circunstancias para utilizarlas y,

encadenando la fortuna, hacen para su rueda movible, forzando al destino, que es lo que

verdaderamente da derecho para mandar y es mandar en realidad.

En cuya virtud y consecuencia, la Providencia nunca ha revelado su existencia ni manifestado

mejor su poderío, que haciendo que de cada una de las acciones que componen la vida de un

hombre resulte un memorable acontecimiento, y que viene a ser su moralidad. Pero, a fin de

que sea útil este acontecimiento y que esta moralidad redunde en beneficio de toda la especie,

ha querido que uno y otro fuesen siempre en sentido encontrado con los deseos corrompidos, y

sirviendo igualmente para cubrir de vergüenza, y a veces de castigo, al vicioso y al criminal, y

de gloria duradera a los adoradores de la virtud.

Es cuanto me ocurre poder manifestar a V. E., inspirado de la fuerte y sólida confianza que me

reanima a concebir que la grandeza, talento, discreción y virtudes de ese Superior Gobierno,

calculando los principios de mis exposiciones políticas, propenderán sin duda, confiados en la

Providencia y de sus santos principios, a realizar y poner en práctica las máximas tan

saludables del presente Plan, que bajo el mérito de V. E. se acoge, para que, con su ilustración

y rectitud, le amplíe aún las ideas que tuviera a bien para completarlo; quedando de mi parte

satisfecho con cuanto me ha sido posible exponer, en cumplimiento de la comisión con que ese

Superior Gobierno me honró, para sancionar y demostrar los principios que han de ponernos a

cubierto en las grandes obras de nuestra libertad.

Buenos Aires, 30 de agosto de 1810.

Doctor Mariano Moreno

El documento que antecede lleva al pie la siguiente nota: "El presente plan es copia de la copia

del mismo original que con dicha fecha fue presentado a la junta, cuya copia del original es de

puño y letra del mismo Moreno, y los demás documentos que lo encabezan son copias de los

mismos originales que están inclusos y se conservan para su debido tiempo en poder de quien

mandó la copia presente de Buenos Aires, que obtuvo de resultas de haber desterrado la junta a

un individuo, sorprendiéndole que era íntimo amigo de Moreno, quien fue depositario de

varios papeles interesantes cuando el citado vocal caminó a Londres, y por consecuencia de la

dicha sorpresa y destierro de este último, fue depositario de varios intereses y papeles el

referido individuo, cuyo nombre en general se reserva por las circunstancias de sus haberes y

persecuciones del día, hasta su debido tiempo". El señor Eduardo Madero preparaba su historia

del puerto de Buenos Aires, encontró el documento anterior en el Archivo General de Indias

de Sevilla, e hizo sacar de él una copia; pero como no le fuera útil para su obra, envió dicha

copia al señor General Bartolomé Mitre. Este, a mediados del corriente año, tuvo la fineza de

ofrecerla al Ateneo, para que el documento se incluyera entre los escritos de Moreno. Sin

embargo, no fue posible aprovechar la copia ofrecida por el señor General Mitre, porque se le

había extraviado, y a pesar de todo su empeño no logró encontrarla. Entonces el señor Ministro

de Relaciones Exteriores, doctor Alcorta, se sirvió pedir aEspaña una nueva copia. Esta es la

que se ha utilizado en la presente publicación.

JORGE ABELARDO RAMOS

REVOLUCION Y CONTRARREVOLUCION

EN LA ARGENTINA

"Artigas y la Nación en armas"

A Alberto Methol Ferré, Carlos Real de Azúa, Vivían Trías, José Claudio Williman y Washington

Reyes Abadie El eclipse de los grandes revolucionarios latinoamericanos del siglo XIX

no pudo ser más patético. Sólo es comparable al silencio posterior que sepultó sus actos.

Bastará indicar que Bolívar, habiendo concebido la idea de crear una gran nación, desde

México al Cabo de Hornos, concluyó dando su nombre a una provincia y, para condensar más

aún el infausto símbolo, murió vencido en su propia aldea.

Abandonado por el gobierno de Rivadavia, San Martín renuncia a completar su campaña

continental y se retira de la vida pública. Olvidado, muere en Francia treinta años más tarde. En

el caso de Artigas, la ironía se vuelve más trágica y refinada aún. Desde hace un siglo, su

estatua evoca a un prócer del Uruguay.

Había luchado por la Nación y la posteridad le rinde tributo por haber transfigurado la Nación

en provincia y la provincia en Nación. Su carrera se despliega en sólo una década, y agoniza en

el desierto paraguayo, en la soledad más total, a lo largo de otras tres. Se trata de la víctima más

ilustre de una impostura porteña a la que es preciso poner término, pues alude a un hombre

clave de nuestra frustración nacional.

El derrumbe del imperio español arrojó a la historia mundial a las semidormidas colonias

americanas. Por todas partes brotaron los doctores de Chuquisaca, los hijos dalgos iluministas,

los tenderos, gauchos, soldados o hacendados que descubrieron una patria inmensa y una

época digna de ella. Bolívar abandonó los salones de la Europa galante para empinarse en el

lanícolo y jurar desde la colina romana la libertad del Nuevo Mundo. El primero de los

unificadores, Miranda, embriagado por el Himno de los Ejércitos del Rhin, desembarcó en las

costas venezolanas para blandir una nueva bandera. San Martín peleó con los franceses en

Bailen, y se lanzó en seguida al Océano para defender la revolución que, vencida en España, se

afirmaba en América.

Moreno leía a Rousseau para concebir luego la estrategia jacobina del «plan de operaciones».

En la Banda Oriental, en fin, aparecía José Gervasio de Artigas, de antigua y linajuda familia,

hacendado y oficial de Blandengues, ese cuerpo armado del paisanaje que la guerra de

fronteras forjó en la lucha contra el indio.

La singularidad de Artigas reside en que fue el único americano que libró en el Río de la Plata

casi simultáneamente una lucha incesante contra el Imperio británico, contra el Imperio

español, contra el Imperio portugués y contra la oligarquía de Buenos Aires!

Esta rara proeza no agota su significado. Obsérvese que es Mariano Moreno el primero que

llama la atención en documentos oficiales sobre la valía militar de Artigas, ya reputado en la

Banda Oriental desde los tiempo de los españoles.

Su base social es la campaña oriental, de donde nace, en la sociedad primitiva de la colonia,

una especie de aristocracia del servicio público, según la calificación del historiador inglés

John Street, formada por las familias de los primeros pobladores, cabildantes, estancieros modestos y

soldados. Los estancieros apoyaron inicialmente a Artigas, dice Real de Azúa, para resistir a los

pesados tributos exigidos por Montevideo para la lucha contra la Junta de Buenos Aires; evadir la

nueva «ordenación de los campos» y la revalidación de los títulos que las autoridades españolas

pretendían imponer(2).

Su más ancha base, que se hundía en las profundidades del pueblo oriental, estaba constituida

por los gauchos, peones, indios mansos y el mundo social agrario que la acción de los

Blandengues de Artigas había defendido de las depredaciones de los bandidos, «vagos,

ladrones, contrabandistas e indios «Charrúas y Minuanes»»que infestaban la campaña oriental,

según diría el Diputado por Montevideo a las Cortes de Cádiz, exaltando la figura de Artigas

en España. Pero su marco histórico es el movimiento de nacionalidades típico del siglo.

Artigas pertenece a la generación revolucionaria de San Martín y Bolívar.

La desarticulación del Imperio español libró a sus solas fuerzas a las provincias ultramarinas.

Sus jefes más lúcidos se propusieron conservar la unidad en la independencia, asumiendo la

idea nacional que los liberales levantaban sin éxito en la España invadida. Los americanos

reaccionarios combatieron junto a los godos contra nosotros, y con nosotros usaron las armas

los españoles revolucionarios que vivían en América. Tal fue el dilema. A diferencia de San

Martín, que se asignó la misión de extender la llama revolucionaria a través de los Andes y

sólo le cupo luchar contra los realistas, lo mismo que Bolívar y Moreno, Artigas se erigió en

caudillo de la defensa nacional en el Plata y al mismo tiempo en arquitecto de la unidad federal

de las provincias del Sur. Defendió la frontera exterior, mientras luchaba para impedir la

creación de fronteras interiores. Fue, en tal carácter, uno de los primeros americanos y, sin

disputa, el más grande caudillo argentino.

En este hecho reside todo el secreto de su grandeza y la explicación de su «entierro histórico»

según las palabras de Mitre. Cuando Buenos Aires sustituye a España en la hegemonía sobre el

resto de las provincias, todas ellas se levantan contra Buenos Aires. Pero de todos los caudillos

es Artigas el que más hondo y lejos ve el conjunto de los problemas históricos en juego.

Escribir su historia sería en cierto modo reescribir la historia argentina y, por ende, reescribir

este libro, pues también nosotros hemos pagado tributo a la falsía de nuestro origen y también

nosotros, víctimas solidarias de la balcanización, hemos «balcanizado» a Artigas,

amputándolo de nuestra existencia histórica para confinarlo a la Banda Oriental.

Entre Mitre y López, las dos figuras mayores de la historia oficial, han hecho del Artigas

histórico lo mismo que la burguesía porteña logró hacer con el Artigas vivo. Escribe Mitre:

El caudillaje de Artigas, o, sea el «artiguismo» localizado en la banda oriental, y dominando por la

violencia o por afinidades los territorios limítrofes, obtuvo por la primera vez carta de ciudadanía, y se

le reconoció el derecho de resistencia. El artiguismo oriental, dueño de Entre Ríos y Corrientes, sintió

dilatarse su esfera de acción disolvente, aspiró por la primera vez a dominar los destinos nacionales,

con sus medios y sus propósitos. Divorciado de la comunidad argentina sin principios vitales que

inocularle, sin más bandera que el personalismo, ni más programa que una confederación de

mandones, en que la fuerza era la base, empezó a chocarse con los régulos argentinos de la orilla

occidental del Uruguay...

Las veloces lecturas romanas de Mitre no le dejaron una idea bien clara de quién era Régulo,

pero la superficial condenación de los caudillos ha hecho escuela. El mismo Mitre no puede

menos que admitir la influencia real de Artigas en las Provincias Unidas:

A Santa Fe siguió Córdoba, que se declaró independiente; arrió la bandera nacional, que quemó en la

plaza pública, enarbolando la de Artigas, se incorporó a la Liga Federal, poniéndose bajo la

protección del caudillo oriental, y se adhirió a la convocatoria del Congreso de Paysandú, promovido,

sin programa político y con objetos puramente bárbaros y personales. De aquí la primera resistencia

de Córdoba a concurrir al Congreso de Tucumán (3).

El programa revolucionario del artiguismo

Como primera aproximación, bastará que en esta edición indiquemos lo esencial del

artiguismo. Los argentinos ignoran que entre 1810 y 1820 el artiguismo era el poder político

dominante en gran parte de nuestro actual territorio. Aclamado por los pueblos reunidos en la

Liga Federal como «Protector de los Pueblos Libres», Artigas ejercía su influencia en las

provincias de la Banda Oriental, Misiones, Corrientes, Entre Ríos, Córdoba y Santa Fe. El

gobierno directorial de Buenos Aires sólo alcanzaba a dominar la Provincia Metrópoli y un

puñado de provincias, donde ya empezaba a fermentar, por lo demás, la idea federal. ¿Qué

significaba esto? Pura y simplemente que el federalismo expresó la reacción general de los

pueblos del interior ante las despóticas tentativas de Buenos Aires por subyugarlos a su política

exclusivista. Pero el magno peligro para los intereses de la burguesía porteña y montevideana

consistía en el artiguismo, que aspiraba a organizar la Nación con la garantía de plenos

derechos para ada una de las provincias que concurrieran a formarla. El riesgo de una poderosa

Confederación sudamericana que sucediese al Virreinato en las fronteras históricas, era

demasiado considerable para la política británica.

He aquí la concepción del «uruguayo» Artigas: Convención de la Provincia Oriental, firmada

por Rondeau y Artigas, 19 de abril de 1813, texto de sus dos primeros artículos.

Art. 1º.- La Provincia Oriental entra en el Rol de las demás Provincias Unidas. Ella es una

parte integrante del Estado denominado Provincias Unidas del Río de la Plata...

Art. 2º.- La Provincia Oriental es compuesta de Pueblos Libres, y quiere se la deje gozar de su

libertad; pero queda desde ahora sujeta a la Constitución que organice la Soberana

Representación General del Estado, y a sus disposiciones consiguientes teniendo por base

inmutable la libertad civil.

Año 1813. Proyecto de Constitución artiguista.

Art. 1º.- El título de esta confederación será: Provincias Unidas de la América del Sud.

2º.- Cada provincia retiene su soberanía, libertad o independencia y todo poder, jurisdicción y

derecho que no es delegado expresamente por esta confederación a las Provincias Unidas

juntas en Congreso5.

Si ése era el programa expreso de Artigas, el de Gran Bretaña consistía justamente en el

esquema inverso6. No podía admitir que un solo Estado controlara la boca del río. Se imponía

separar al puerto y campaña de Montevideo para dejar a las provincias libradas al monopolio

del puerto bonaerense.

Río de Janeiro era entonces el baluarte portugués de la política inglesa; y así se produce la invasión

portuguesa planeada por el general Beresford, el mismo actor de las invasiones inglesas al Río de la

Plata en 1806. Se debía consolidar a Buenos Aires segregando rápidamente al Uruguay. Con esta

separación las Provincias Unidas estaban inexorablemente condenadas al puerto único de Buenos

Aires, escribe Alberto Methol Ferré (7).

Los portugueses invaden la Banda Oriental, ocupan la provincia y derrotan a Artigas por

completo en Tacuarembó el 22 de enero de 1820.

Buenos Aires había firmado en 1818 un convenio con Portugal, cuya cláusula 5a decía:

Libertad recíproca de comercio y navegación entre ambas partes con exclusión de los ríos interiores,

salvo el caso de que los portugueses penetrasen a ellas en persecución de Artigas y sus partidarios.

He aquí la opinión que merecía al Brigadier Pedro Ferré la lucha de Artigas:

Mientras las provincias estuvieron sujetas a Buenos Aires, no había imprenta en ellas. De aquí es que

han quedado sepultado en el olvido el Gral. Artigas y la independencia de la Banda Oriental, sus

quejas por la persecución que sufría por este patriotismo; las intrigas del Gobierno de Buenos Aires

para perderlo, hasta el grado de cooperar para que el portugués se hiciera dueño de aquella provincia

antes que reconocer su independencia; como entonces sólo hablaba Buenos Aires aparece Artigas en

sus impresos como el mayor salteador (Así aparecen todos los que se han opuesto a las miras

ambiciosas del gobierno de Buenos Aires). Si alguna vez se llegan a publicar en la historia los

documentos que aún están ocultos, se verá que el origen de la guerra en la Banda Oriental, la

ocupación de ella por el portugués, de que resultó que la República perdiera esa parte tan preciosa de

su territorio, todo ello tiene su principio en Buenos Aires, y que Artigas no hizo otra cosa que reclamar

primeramente la independencia de su patria y después sostenerla con las armas, instando en

proclamas el sistema de federación y entonces, tal vez resulte Artigas el primer patriota argentino (8).

Tacuarembó asesta un golpe decisivo al potencial bélico de Artigas en la Banda Oriental. Se

tendrá presente que las tropas portuguesas que invaden la Banda, se componían de unos

15.000 veteranos, perfectamente armados y fogueados en la guerra contra Bonaparte.

Artigas, por su parte, sólo contaba con una provincia que en esa época apenas tenía una

población total de unos cuarenta mil habitantes en la campaña y unos veinte mil en la ciudad

de Montevideo, que por supuesto le era hostil. Tan sólo, unos ocho mil hombres componen su

tropa principal, armada de bayoneta y sables de latón e impedida de practicar la guerra de

montonera, a la manera de Güemes en Salta, por las particularidades de la topografía oriental.

Por lo demás, ya en 1820 la clase de estancieros y en general todo el «patriciado» lo había

abandonado, por la proyección revolucionaria de su política agraria (9): si la burguesía

comercial de Montevideo lo rechazó siempre con todas las fuerzas, en virtud de su política

industrial proteccionista (10), los estancieros no tenían más remedio que aborrecer al caudillo

que elevaba su política por encima de la patria chica y que en el caos de la guerra civil y la

invasión extranjera ponía todos los recursos de la provincia en juego (11). Esto se verá muy

claramente cuando, después del desastre militar de Tacuarembó, numerosos estancieros y

comandantes de campaña, hasta entonces partidarios de Artigas, capitulen ante Lecor y

acepten la dominación portuguesa de la Provincia Cisplatina, como lo había hecho ya la

burguesía montevideana, que recibió al jefe portugués bajo palio y lluvia de flores.

En un oficio que jefes y oficiales de Canelones dirigen al General Lecor, poniéndose a sus

órdenes, se lee una alusión al reparto de tierras iniciado por Artigas:

«Bajo el sistema adoptado por Don José Artigas, no se tendía sino a destruirla propiedad de la

provincia...»

Con respecto a la política agraria de Artigas, Methol Ferré dice lo siguiente:

No hay duda que la reforma agraria artiguista tuvo enormes proyecciones y puedo apuntar que aún en

1884 a P. Bustamante le sorprendía la osadía de quienes reclamaban derechos invocando

«donaciones» de Artigas. Y de muestra final baste indicar que todavía hoy el Banco Hipotecario del

Uruguay no considera válidas las salidas fiscales originadas en mercedes de tierras del gobierno de

Artigas, y sí acepta, por ejemplo, las provenientes del ocupante portugués Barón de la Laguna (12).

Sólo en los cronistas, memorialistas y olvidados historiadores de provincias, custodios de la

patria vieja, se encuentran hoy recogidos los testimonios fidedignos del pasado.

Uno de ellos es el salteño Bernardo Frías, historiador del Norte argentino y de Güemes. Su

obra fundamental consta de 8 tomos.

Comenzó a publicarse en 1902. Pero sólo llegaron a editarse en 60 años los cinco primeros

tomos, todos agotados. Los restantes permanecen inéditos.

Escribe el doctor Frías:

Era de este modo Artigas el único gobernante argentino que acudía en defensa de la integridad

nacional, y como este deber obligaba en primer término al gobierno de la Nación antes que a un jefe de

provincia, y el gobierno de la Nación se mantenía como extraño, sin tomar parte en la defensa común,

comenzaron a alarmarse los pueblos, sospechando que el gobierno de Pueyrredón iba de acuerdo con

el Brasil. Con esta sola actitud pasiva que asumía el gobierno, quedaba descubierto el crimen de

marchar de acuerdo y aliado con el extranjero para aniquilar a un gobernador de provincia. Artigas,

que lo comprendió antes que ninguno, se volvió al director para decirle:

Confiese Vuecelencia que sólo por realizar sus intrigas puede representar ante el público el papel

ridículo de un neutral. El Supremo Director de Buenos Aires no puede ¡no debe serlo! Pero sea

Vuecelencia un neutral, un indiferente o un enemigo, tema justamente la indignación ocasionada por

sus desvíos, tema con justicia el desenfreno de unos pueblos que sacrificados por el amor de la libertad,

nada les acobarda tanto como perderla. El doctor Frías, en su notable obra, expone detalladamente la

infamia porteña. En lugar de ayudar a Artigas contra los portugueses, toleraba la codicia de los

comerciantes de Buenos Aires, que aprovisionaban Montevideo contra los intereses de la Nación.

Frías llama a Pueyrredón el «Iscariote argentino 12 bis.

La derrota porteña en Cepeda

La derrota de Tacuarembó asimismo reconoce otra causa capital: la connivencia de los

directoriales de Buenos Aires, con Pueyrredón a la cabeza, con los portugueses, y que

perseguía el objetivo de entregar a Portugal la Banda Oriental para destruir a Artigas y quebrar

en el Litoral la influencia de sus lugartenientes Ramírez y López. Mientras Pueyrredón

practicaba esa política de suicidio nacional, en la que revelaría su profunda perfidia la

burguesía porteña, ordenaba a San Martín y a Belgrano, generales de los Ejércitos de Cuyo y

del Norte, que bajaran a las provincias del Centro a aniquilar la montonera. San Martín, que

mantenía correspondencia con Artigas y los caudillos litorales, rehusó «desenvainar su sable en

la guerra civil» y marchó a la conquista de los Andes; Belgrano obedeció la orden: su ejército se

rebeló en el motín de Arequito. En ese momento, según observa Acevedo13, Artigas ha

perdido la Banda Oriental, pero su influencia en las provincias argentinas es más fuerte que

nunca. Sufre una defección: su lugarteniente Fructuoso Rivera, el que será luego conocido

como Don Frutos, o bautizado por Rosas, el «Pardejón Rivera», se arregla con los portugueses

y abandona al Protector de los Pueblos Libres.

En tiempo de Artigas, los diputados en Salta fueron elegidos al grito de «¡Mueran los

porteños!». Cuando el irlandés Campbell, jefe de la escuadrilla de Artigas, llegó a Santa Fe, fue

recibido por el vecindario a los gritos de «¡Viva la patria Oriental!».

Por su parte dice Herrera:

No saben que el nombre de porteños es odiado en todas las Provincias Unidas o Desunidas del Río de

la Plata?, escribía Fray Cayetano Rodríguez al doctor Molina. Los cordobeses pidieron que se borrase

el nombre de porteños en las calles, plazas, colegios y monasterios (14).

Derrotado por los portugueses en su tierra natal, Artigas pone en ejecución un meditado plan.

Traicionado por los porteños y ya que se revelaba imposible vencer a los portugueses con las

provincias rioplatenses divididas y con la pérfida Buenos Aires en contra, se imponía primero

derrotar a Buenos Aires, organizar la Nación y volver su poderío unificado hacia la reconquista

de la Banda Oriental.

Al dirigirse a las provincias convocándolas a la lucha contra Buenos Aires, Estanislao López

invitaba a los cordobeses a marchar, prometiéndoles

los más felices resultados y la protección invencible del inmortal Artigas, vencedor de riesgos y

minador de bases de toda tiranía y el héroe que cual otro Hércules dividiría con la espada sus siete

cabezas (15).

La batalla entre las fuerzas artiguistas de Santa Fe y Entre Ríos contra el ejército del nuevo

Director Rondeau se libró en la Cañada de Cepeda el Io de febrero de 1820. La montonera

triunfó de manera decisiva. Pero la victoria y la traición marcharon juntas. Con Cepeda caía el

régimen directorial y el Congreso de Tucumán, instrumentos porteños. El nuevo gobernador

de Buenos Aires fue Don Manuel de Sarratea y como habría de ocurrir durante más de medio

siglo, Buenos Aires compensaría sus fracasos militares con los recursos financieros de su

puerto. Este será, en definitiva, todo el drama.

El pánico invadió a la ciudad de Buenos Aires:

Se esperaba por unos momentos un saqueo a manos de cinco mil bárbaros desnudos, hambrientos y

excitados por las pasiones bestiales que en esos casos empujaban los instintos destructores de la fiera

humana que como «multitud inorgánica» es la más insaciable de las fieras conocidas: cosas que debe

tener presente la juventud, expuesta por exceso de liberalismo a creer en las excelencias de las teorías

democráticas que engendran las teorías subversivas del socialismo y del anarquismo contra las

garantías del orden social », así juzga López ese momento (16).

Ramírez acampó con sus hombres en el pueblo de Pilar, a unas quince leguas de la Ciudad.

Desde allí planteó sus exigencias a los mercaderes aterrorizados. En primer lugar, Ramírez

exigía la disolución del Congreso y del Directorio. Todo fue rápidamente aceptado. La

Constitución, lo mismo que el Directorio se desvaneció ante las lanzas federales. La segunda

exigencia consistía en la publicación de los documentos producidos por la diplomacia secreta

del Congreso recién extinguido; este acto demostró que se había llegado a un acuerdo con los

franceses para imponer en el Río de la Plata al príncipe de Luca, miembro de la Casa de

Borbón y cuya corona estaría bajo el protectorado del Gobierno de Francia.

El Tratado del Pilar suscrito el 26 de febrero del año 1820, por los gobernadores de Buenos

Aires, Entre Ríos y Santa Fe, entre una nube de lanzas, establecía, además, la libre navegación

de los ríos Paraná y Uruguay. Esta última era una reivindicación fundamental para los

caudillos litorales, obligados a destruir por la fuerza de las armas el monopolio porteño del

gran río.

Un historiador adversario ha dejado un evocador testimonio de ese instante de la vida

argentina:

Después del tratado, Sarratea se permitió volver a Buenos Aires acompañado de Ramírez, de López y

Carrera y de numerosas escoltas de hombres desaliñados, vestidos de bombachas y ponchos sin que

pudiera distinguirse quiénes eran jefes y quienes soldados. Toda esta chusma ató los redomones en las

verjas de la Pirámide y subió al Cabildo de Mayo donde se les había preparado un refresco de

beberaje en festejo de la paz. Fácil es conjeturar la indignación y la ira del vecindario al verse reducido

a soportar tamañas vergüenzas y humillaciones (17).

Pero el Tratado del Pilar desató las pasiones del localismo porteño.

Sumida en el más espantoso desorden, la ciudad fue teatro de las disputas de todas las

facciones por el poder. En un mismo día se sucedieron tres gobernadores; ganaderos,

comerciantes y militares discutieron ásperamente la situación creada por la montonera.

¿Transigir con ella, cumplir el convenio del Pilar? ¡Qué locura! ¿Abrir el río a esa plebe

andrajosa? ¿Qué político porteño podría ser tan insensato?18.

En los círculos áulicos de la burguesía portuaria, sin embargo, sabíase que las concesiones de

Sarratea, inaceptables para Buenos Aires, no habrían de cumplirse. El Tratado del Pilar, por el

contrario constituía una puñalada en la espalda de Artigas.

Ramírez traiciona al Protector.

Sarratea era uno de los más antiguos e irreconciliables enemigos de Artigas. López atribuye a este

personaje «procedimientos desparpajados y moralidad poco segura» además de «viveza pervertida »,

«principios morales poco delicados», «extraña mezcla de buen carácter y de cinismo, de habilidad y

desvergüenza». Y agrega: «Trapalón y entremedio, como decía T. M. de Anchorena, y movido siempre

por una incorregible afición a las tretas y manejos embrollados, no era tan malo que pudiera ser tenido

por un malvado de talla para despotizar por la fuerza y por la sangre, ni por peligroso siquiera fuera

de los enjuages y escamoteos que lo hacían despreciable más bien que perverso (19).

Con tal gobernador es que los lugartenientes de Artigas celebraron el Tratado del Pilar. Dicho

convenio violaba las órdenes expresas del Protector, pues se limitaba a formular una platónica

expresión de deseos en lo tocante a la ocupación portuguesa del territorio patrio, cuya

reivindicación por las armas quedaba librada a la buena voluntad de Buenos Aires, justamente

la provincia cuyos intereses le habían dictado facilitar dicha ocupación extranjera. No se

trataba de ceguera diplomática de los lugartenientes de Artigas, como podría suponerse, sino la

puesta en práctica de una política que se revelaría fatal durante mucho tiempo.

La traición de Ramírez hacia Artigas, de López hacia Ramírez, de López hacia Quiroga, de

Urquiza al partido federal luego, compendiaban la defección de los intereses litorales a la causa

global del Interior y de la unidad nacional. Esa defección encontraba su más profundo

fundamento en el carácter librecambista de la política económica que dictaban a Entre Ríos y

Santa Fe sus producciones exportables, similar en este aspecto a la provincia de Buenos Aires.

Sus divergencias con la burguesía porteña radicaban en que esta última monopolizaba el

puerto y cerraba los ríos interiores a la navegación comercial extranjera, exigida por dichas

provincias y acaparada por Buenos Aires. Esta última durante todo el período de Rosas

amansó a los caudillos litorales con dádivas, ganado y otras concesiones, para separarlas de las

provincias mediterráneas; si bien es cierto que éstas eran el refugio del espíritu federal

nacionalista, eran fatalmente incapaces de oponer una fuerza económica y militar suficiente

para levantar ejércitos y poner fin al monopolio de Buenos Aires. Ramírez, López y Urquiza

serían los pequeños caudillos del localismo, el «federalismo» aldeano agonizante después de la

ruina del Protector de los Pueblos Libres.

Los documentos son abrumadores a este respecto: Pancho Ramírez pacta con Buenos Aires

después de Cepeda el 23 de febrero de 1820, a espaldas de Artigas, que se retiraba diezmado

de la batalla de Tacuarembó, pero resuelto a reiniciar la lucha. Cuatro días más tarde, desde las

orillas de la ciudad porteña, el fiel lugarteniente Ramírez se dirige afectuosamente al Protector,

adjuntándole el texto del Tratado asegurándole que la alegría de este pueblo y su reconocimiento

hacia el autor de tantos bienes es inexplicable (20).

Pero cuarenta y ocho horas más tarde, el 29 de febrero el mismo Ramírez exponía en un oficio

«reservado» el plan de traición a su amado Jefe.

Dirigiéndose a su medio hermano Ricardo López Jordán y en su ausencia Gobernador interino

de Entre Ríos, le ordenaba confidencialmente que «procure entablar relaciones amistosas con el

general Rivera, con el gobernador de Corrientes, etc.».

En otros términos, los caudillejos menores se disponían a distribuirse las satrapías locales del

poder federal: uno, pactando con los portugueses, el otro, con Buenos Aires. En el mismo

oficio «reservado» Ramírez confiesa el influjo que en Entre Ríos conservaba Artigas y expresa

sus temores:

Usted conoce las aspiraciones del General Artigas y el partido que tiene en nuestra Provincia: su

presencia aún después de los continuos desgraciados sucesos de la Banda Oriental podría influir

contra la tranquilidad... Procure V. por cuantos medios aconseje la prudencia conservar en el ejército

los auxiliares de Corrientes atrayéndolos, pagándolos y haciéndoles ver se les lleva al sacrificio por

una guerra civil, cuando quedando en nuestras banderas todo será paz y trabajar por la verdadera

causa (21).

Después de Cepeda, Ramírez, presa de inquietud por la previsible reacción del Protector de los

Pueblos Libres, maniobra con la burguesía porteña para conseguir armas en pago de su

inminente ruptura con Artigas. En una carta, también «reservada», que dirige al chileno José

Miguel Carrera, expone sin disimulos la situación:

En estos momentos sin tener recursos ningunos, cómo quiere V. que yo me oponga al parecer de

Artigas cuando estoy solo y que él ya debe haber ganado la Provincia de Corrientes Como estoy cierto

que la lleva adonde él quiere. Nada digo de Misiones porque son con él (22).

Aludiendo a la apatía del gauchaje por su política de acuerdo con Buenos Aires y de renuncia a

la guerra con Portugal, Ramírez agrega estas palabras significativas:

¿Cómo podré persuadir a los paisanos ni convencerlos en ninguna manera? Cuando los elementos

precisos para la empresa fuesen en algún tanto proporcionados al número que yo solicité (a Buenos

Aires) podría convencerlos; por lo de lo contrario, seré con el voto general de aquellos que sólo se

conforman con la declaratoria de guerra a los portugueses.

Ramírez concluye su nota «reservada» confesando su capitulación ante la burguesía porteña:

No he anoticiado a la provincia del auxilio que se nos presta, porque me abochorno, y tal vez causaría

una exaltación general en los paisanos (23).

Se comprende el carácter reservado de semejantes testimonios. En estos documentos

fundamentales se encuentran los hechos irrefutables que rodean el hundimiento de la

Federación artiguista. Ramírez se dirigía a Sarratea el 13 de marzo, reclamando humildemente

los «auxilios» que en virtud del acuerdo secreto firmado al mismo tiempo que el Tratado del

Pilar, debía proporcionar la burguesía porteña al incorruptible teniente de Artigas.

Recordaba el carácter secreto de este convenio por el cual se entregarían a las tropas de

mi mando en remuneración de sus servicios e indemnización de gastos en la cooperación que había

prestado para deponer la facción realista que tenía oprimido el país el auxilio de quinientos fusiles,

quinientos sables, veinticinco quintales de pólvora, cincuenta quintales de plomo, que se repetiría según

las necesidades que tuviese el ejército; teniéndose en consideración para este suplemento el interés

propio de esta Ciudad como de todas las demás Provincias de la federación en mantener la libertad del

territorio de Entre Ríos...».

Añadía: «En este concepto me veo precisado a suplicar a V. S. corno lo hago, tenga bien en las

circunstancias dar alguna extensión a aquel tratado y facilitarme un auxilio capaz de subvenir a los

primeros objetos que nos propusimos. Yo quedaría satisfecho con que se doblase el número y

municiones que debieron dárseme la primera vez y que se diese a la tropa un vestuario y una corta

gratificación al arbitrio de V. S. dando para ello las disposiciones más propias que estén a su alcance

pues no espero más para retirarme.. (24).

Quince días más tarde, las gestiones parecen haber tenido éxito y las armas y recursos del

Puerto se ponen al servicio de Ramírez para enfrentar al Protector, y garantizar la «libertad de

Entre Ríos», es decir, su localismo y, en consecuencia, su dependencia de Buenos Aires. El 28

de marzo, desde Pilar, Ramírez, escribe a Carrera:

El estado de cosas en mi provincia no puede ser peor, pues D. José Artigas no pasa por los tratados ni

deja de mirar la opinión de los habitantes de ella para atraerlos a su partido... Por otra parte V. me

dice que el armamento está seguro por la combinación de Monteverde y sabe que con esto ya puedo

hablar a Artigas como debo.

Con la ayuda porteña, Ramírez podría, al fin, hablar con Artigas «como debía». La intriga

estaba a punto de consumarse trágicamente. Pocos días más tarde Artigas escribe a Ramírez, le

recuerda su situación de dependencia hacia él y lo acusa de haberse entregado con el Tratado

del Pilar a la facción porteña.

Califica al Tratado de «inicuo» y la firma de Ramírez al pie del documento prueba su apostasía

y traición. Y agrega:

Recuerde que V. S. mismo reprendió y amenazó a don Estanislao López, gobernador de Santa Fe por

haberse atrevido a tratar con el general Belgrano sin autorización suya y que hizo anular esos

tratados; lo que prueba que tratando ahora V.S. con Buenos Aires sin autorización mía que soy el Jefe

Supremo y Protector de los Pueblos Libres, ha cometido V. S. mismo acto de insubordinación que no le

consintió al gobernador López; y eso que V. S. tenía entonces y tiene ahora menos jerarquía en el

mando y en la confianza de los Pueblos Libres de la que tengo yo.... V. S. ha tenido la insolente

avilantez de detener en la Bajada los fusiles que remití a Corrientes. Este acto injustificable es propio

solamente de aquel que habiéndose entregado en cuerpo y alma a la facción de los pueyrredonistas,

procura ahora privar de sus armas a los pueblos libres para que no puedan defenderse del

portugués...». Artigas concluía su nota definiendo el contenido del Tratado de Pilar: «Y no es menor

crimen haber hecho ese vil tratado sin haber obligado a Buenos Aires a que declarase la guerra a

Portugal y entregando fuerzas suficientes para que el Jefe Supremo y Protector de los Pueblos Libres

pudiese llevar a cabo esa guerra y arrojar del país al enemigo aborrecido que trata de conquistarlo.

Esa es la peor y más horrorosa de las traiciones de V S. (25).

Con las armas porteñas en su poder, Ramírez eleva el tono ante Artigas y desnuda el fondo de

su política:

¿Por qué extraña V S. que no se declarase la guerra al Portugal?...

¿Qué interés hay en hacer esa guerra ahora mismo y en hacerla abiertamente? ¿O cree V. S. que por

restituirle una Provincia que se ha perdido han de exponerse todas las demás con inoportunidad? (26).

En esa mera enunciación, y pese a la retórica «federal» de sus proclamas, Ramírez anticipaba

la traición de Urquiza, que no mezquinó el cintillo rojo después de Caseros, pero que libró al

hierro porteño las provincias federales. Que la política antiartiguista de Ramírez era lisa y

llanamente una traición a la causa de la unidad nacional, termina de probarlo acabadamente

una nota de Fructuoso Rivera, escrita desde Montevideo el 5 de junio de 1820. De traidor a

traidor, el diálogo entre el oriental aportuguesado y el entrerriano aporteñado alcanza una

asombrosa claridad retrospectiva. Le pide a Ramírez la devolución de algunos oficiales

portugueses en su poder y la «reposición del comercio».

Añade Don Frutos que tales actos demostrarían por parte de Ramírez la

extremosa afección a la Provincia a su mando. Cooperarán a esto último con todo su poder las fuerzas

de mar portuguesas cuyo Jefe tiene las competentes órdenes para ponerse a disposición de V. cuando

lo crea necesario. Más para que el restablecimiento del comercio tan deseado, no sea turbado en lo

sucesivo es de necesidad disolver las fuerzas del general Artigas, principio de donde emanarán los

bienes generales, y particulares de todas las provincias, al mismo tiempo que será salvada la

humanidad de su más sanguinario perseguidor (27).

El choque entre las fuerzas de Artigas y Ramírez se produjo el 24 de junio en Las Tunas.

Artigas fue aniquilado: el epílogo es rigurosamente homérico. Poseído de un miedo

sobrecogedor al prestigio de Artigas, el caudillo Ramírez inicia una persecución inexorable del

Protector para impedir que rehaga sus fuerzas en la huida. Rodeado de un puñado de oficiales e

indios, Artigas es obligado a luchar cada día: el 17 en la costa del Gualeguay; el 22 en las

puntas del Yuquery: y así sucesivamente.

¿En qué fundaba Ramírez su temor ante su jefe fugitivo, rodeado tan sólo de una docena de

hombres? En el hecho de que sólo el nombre de Artigas levantaba en masa al paisanaje de las

provincias que atravesaba en su retirada. Ramírez sabía muy bien que si le otorgaba dos

semanas de tiempo, Artigas pondría de pie un nuevo ejército. La persecución tenía el objetivo

preciso de eliminar a Artigas u obligarle a abandonar el territorio de las provincias. Las tropas

improvisadas en esa marcha forzada hacia el interior eran deshechas hora por hora por

Ramírez antes que pudieran armarse y luchar. Desde el Paraná hasta la frontera paraguaya

transcurre esa lucha donde Artigas se desangra y con él la esperanza postrera de la Patria

Grande. En el umbral de la Provincia gobernada por el Doctor Francia, jaqueado, traicionado y

vencido, Artigas mira por última vez la escena y entra a galope a la larga prisión guaraní.

Muchos años mas tarde, cuando la Banda Oriental se transforma por la presión británica en la

República del Uruguay, el viejo Protector de los Pueblos Libres dirá: «Ya no tengo patria».

Ese era todo su secreto. La patria se había perdido en la balcanización y con Artigas

desaparecían simultáneamente los unificadores: Bolívar y San Martín. Francisco Ramírez

había traicionado a su jefe; pero, ¿cómo había podido vencerlo? Mitre y Vicente Fidel López,

feroces antiartiguistas, no lo ocultan en sus obras. Por las estipulaciones secretas anexas al

Tratado del Pilar, sabemos que Buenos Aires había entregado armamento a Ramírez para

resistir a Artigas.

Pero no lo sabemos todo a ese respecto, Ramírez triunfó sobre los gauchos mal armados que

seguían a Artigas

gracias al concurso de un piquete de artillería de seis piezas y un batallón de trescientos veinte cívicos

que estaban a las órdenes del comandante Lucio Mansilla (28)

Agreguemos que Mansilla era porteño y estaba a las órdenes de Ramírez por autorización

expresa del gobernador de Buenos Aires, Manuel de Sarratea; que el tesoro de Buenos Aires,

quedó exhausto; que se le entregaron 250.000 pesos a Ramírez para elevar el espíritu de su

tropa; que los vestuarios de la ciudad porteña fueron vaciados para los soldados de Ramírez,

con lo que éste quedó dueño del Paraná y pudo jaquear a Artigas.

He aquí a Ramírez dueño del Litoral, en apariencia, ebrio de poder. El vástago entrerriano del

Protector, abandona en seguida la concepción confederal y nacional para proclamar la

República de Entre Ríos. Intenta edificar la misma insularidad que Urquiza creará más tarde,

indiferente al destino de las provincias federales.

Pero desaparecido Artigas, Buenos Aires ejecuta la segunda maniobra. Había empleado la

traición de Ramírez para eliminar al Protector; ahora utilizará a Estanislao López para

desembarazarse de Ramírez. En efecto, al negarse a cumplir Buenos Aires las estipulaciones

del Tratado del Pilar que beneficiaban a las provincias litorales, se reinicia una crisis entre

ambos sectores. El poder excesivo que con la derrota de Artigas había alcanzado Ramírez en

Entre Ríos y Corrientes, mueve a la burguesía porteña a pactar nuevamente con Estanislao

López, dejando a un lado las aspiraciones entrerrianas. Esta defección de López del frente

común, lleva a Ramírez a amenazarlo con la invasión de Santa Fe. Se repite en este caso la

intriga porteña contra Artigas.

A espaldas de Ramírez, Estanislao López firma con el nuevo gobernador de Buenos Aires,

Martín Rodríguez, el Tratado de Benegas: en pago de su gesto por levantar el cerco de Buenos

Aires y traicionar a Ramírez, el otro teniente artiguista recibía una compensación de 25.000

cabezas de ganado. Fue el estanciero Juan Manuel de Rosas quien intervino en la negociación

para domesticar al caudillo de Santa Fe, revelando desde sus comienzos singulares

condiciones de político.

Era el Litoral librecambista e impotente quien inclinaba sus armas en el Tratado de Benegas.

López reclama entonces la ayuda ofrecida por Buenos Aires para enfrentar a Ramírez. El

coronel Lamadrid parte de la ciudad porteña con 1.900 soldados para apoyar a López. Las

fuerzas coaligadas de Santa Fe y Buenos Aires deshacen al Supremo Entrerriano que tal era el

nombre orgullosamente asumido por el antiguo oficial de Artigas. Al cabo de una despiadada

persecución, Ramírez cae, al intentar salvar a su compañera Delfina, hermosa porteña que

cabalgaba junto a él en sus campañas; la muerte caballeresca se corona con el degüello. Sus

vencedores cortan la cabeza del caudillo y la envían a Estanislao López. El gobernador de

Santa Fe escribió a su congénere de Buenos Aires: «La heroica Santa Fe, ayudada por el Alto y

aliadas provincias, ha cortado en guerra franca la cabeza del Holofernes americano». López,

envolvió la cabeza en un cuero de carnero y la despachó a Santa Fe, con orden de que se colocara en

la Iglesia Matriz, encerrada en una jaula de hierro29.

La estrategia del Puerto de Buenos Aires se realizaba con el sistema de las complicidades

sucesivas. El más grande caudillo argentino meditaba en la selva la quimera de su Nación

infortunada.

Notas 1 V. EMILIO RAVIGNANi: Historia Constitucional de la República Argentina, Buenos

Aires, 1926.

2 V. El Patriciado Uruguayo, p. 18, por CARLOS REAL DE AZÚA, Montevideo, 1961.

3 V. Historia de Belgrano y de la independencia argentina, p. 383, Ed. Anaconda, Buenos Aires,

1950.

4 El presente capítulo sobre Artigas no estaba incluido en las dos primeras ediciones. (Nota de

la 3a edición.)

5 Cfr. El ciclo artiguista, Tomo I, REYES ABADIE y OTROS, pág. 197.

6 De Artigas a Felipe Gaire: «Mi muy estimado pariente:

Las circunstancias hoy en día no están buenas. Los porteños en todo nos han faltado; no tratan

más que de arruinar nuestro país; de este modo será de Portugal o del inglés; ellos están muy

lejos de la libertad; yo hoy en día me veo en grandes aprietos por que todo el mundo viene

contra mí. Los amigos me han faltado en el mejor tiempo, yo he de sostener la libertad e

independencia de mi persona hasta morir.

Cuartel General, 13 de septiembre de 1814. José Artigas.»

S. PEREDA, Artigas, Montevideo, 1930, Tomo III, págs 245 246.

7 ALBERTO METHOL FERRÉ: Artigas o la esfinge criolla, «Marcha», Montevideo, mayo de

1961.

8 FERRÉ: Memorias, págs. 70 y 71.

9 En el Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de su campaña y

seguridad de sus hacendados, dado a conocer desde el Cuartel General, el 10 de setiembre de

1815, se lee en el artículo: «Por ahora el Sr. Alcalde Provincial y demás subalternos se

dedicarán a fomentar con brazos útiles la población de la campaña. Para ello revisará cada uno,

en sus respectivas jurisdicciones, los terrenos disponibles; y los sujetos dignos de esta gracia,

con prevención, que los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros

libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados

con suerte de estancia, si con sus trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y a la de la

Provincia». En el artículo 12° se estipulaba: «Los terrenos repartibles son todos aquellos de

emigrados, malos europeos y peores americanos que hasta la fecha no se hallan indultados por

el jefe de la Provincia para poseer sus antiguas propiedades».

Y, por fin en el artículo 19° se dice lo siguiente: «Los agraciados, ni podrán enajenar, ni vender

estas suertes de estancia, ni contraer sobre ellos débito alguno, bajo la pena de nulidad hasta el

arreglo formal de la Provincia, en que ella deliberará lo conveniente». Tomo II, p. 446 y ss.

10 Según el Reglamento Provisional de derechos aduaneros para las provincias Confederadas

de la Banda Oriental del Paraná, Cuartel General, 9 de setiembre de 1815, V. El ciclo artiguista,

tomo 11, p 389, los derechos de importación estaban graduados para estimular la industria

nacional, con tasas de un 40% para la introducción de ropas hechas y calzados; caldos y

aceites, un 30% y un aforo de un 25% para todo efecto de ultramar, salvo el azogue, las

máquinas, los instrumentos de ciencia y arte, libros e imprentas, pólvora y azufre y armamento

de guerra, lo mismo que oro en todas sus formas. Todos los frutos procedentes de América

tenían solamente un derecho de un 4% de introducción.

Para la exportación hacia el interior, estaban los productos libres de derechos.

Artigas decía al gobernador de Corrientes a este respecto el 10 de setiembre de 1815: «Con

este motivo mandé a ese gobierno un reglamento provisorio con los derechos correspondientes

a formar el equilibrio comercial con las demás provincias y asegurar un resultado favorable

con las demás», p. 391.

11 Además, en las Instrucciones orientales para los diputados de 1813 se lee:

«17°Que todos los dichos derechos impuestos y sisas que se impongan a las introducciones

extranjeras serán iguales en todas las Provincias unidas, debiendo ser recargadas todas aquellas

que perjudiquen nuestras 12 Art. cit.

12 bis BERNARDO FRÍAS, Historia del general Güemes y de la provincia de Salta o sea de la

independencia argentina, tomo IV, p. 217 y ss., Ed. del Gobierno de Salta, Salta, 1955.

13 ACEVEDO, ob. cit., p. 841 y ss.

14 RODOLFO PUIGRÓS, Historia Económica del Río de la Plata, p. 70.

15 ACEVEDO, ob. cit, p. 880.

16 LÓPEZ, ob. cit, p. 341.

17 López, ob. cit, p. 344.

18 LEONCIO GIANELLO: Compendio de historia de Santa Fe, p. 123. Ed. Castellví, Santa Fe.

1950.

19 ACEVEDO, ob. cit, p. 888.

20 REYES ABADIE, etc. ob. cit, p. 59 1, Tomo I.

21 Ib., p. 592.

22 Ib., p. 593.

23 Ib., p. 594.

24 Ib., p. 598.

25 Ib., p. 613.

26 Ib., p. 619.

27 Ib., p. 622.

28 ACEVEDO, ob. cit, p. 902.

29 ACEVEDO, OB. CIT., 904.

DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO

Facundo o Civilización y Barbarie en las

Pampas Argentinas

Capítulo 1

"Aspecto físico de la República Argentina,

y caracteres, hábitos e ideas que engendra."

L 'étendue des Pampas est si prodigieuse, qu 'au nord elles sont bornees par des bosquetsde palmiers, et

au midi par des neiges éternelles.

Head

El Continente Americano termina al Sud en una punta en cuya extremidad se forma el Estrecho de

Magallanes. Al Oeste, y a corta distancia del Pacífico, se extienden paralelos a la costa los Andes

chilenos. La tierra que queda al Oriente de aquella cadena de montañas y al occidente del Atlántico,

siguiendo el Río de la Plata hacia el interior por el Uruguay arriba, es el territorio que se llamó Provincias

Unidas del Río de la Plata, y en el que aún se derrama sangre por denominarlo República Argentina o

Confederación Argentina. Al Norte están el Paraguay, el Gran Chaco y Bolivia, sus límites presuntos.

La inmensa extensión de país que está en sus extremos, es enteramente despoblada, y ríos navegables

posee que no ha surcado aún el frágil barquichuelo. El mal que aqueja a la República Argentina es la

extensión: el desierto la rodea por todas partes y se le insinúa en las entrañas; la soledad, el despoblado

sin una habitación humana, son, por lo general, los límites incuestionables entre unas y otras provincias.

Allí la inmensidad

por todas partes: inmensa la llanura, inmensos los bosques, inmensos los ríos, el horizonte siempre

incierto, siempre confundiéndose con la tierra, entre celajes y vapores tenues, que no dejan, en la lejana

perspectiva, señalar el punto en que el mundo acaba y principia el cielo. Al sud y al norte acéchanla los

salvajes, que aguardan las noches de luna para caer, cual enjambre de hienas, sobre los ganados que

pacen en los campos y sobre las indefensas poblaciones. En la solitaria caravana de carretas que

atraviesa pesadamente las Pampas, y que se detiene a reposar por momentos, la tripulación reunida en

torno del escaso fuego vuelve maquinalmente la vista hacia el sud al más ligero susurro del viento que

agita las yerbas secas, para hundir sus miradas en las tinieblas profundas de la noche, en busca de los

bultos siniestros de la horda salvaje que puede de un momento a otro sorprenderla desapercibida. Si el

oído no escucha rumor alguno, si la vista no alcanza a calar el velo oscuro que cubre la callada soledad,

vuelve sus miradas, para tranquilizarse del todo, a las orejas de algún caballo que está inmediato al

fogón, para observar si están inmóviles y negligentemente inclinadas hacia atrás. Entonces continúa la

conversación interrumpida, o lleva a la boca el tasajo de carne medio sollamado de que se alimenta. Si

no es la proximidad del salvaje lo que inquieta al hombre del campo, es el temor de un tigre que lo

acecha, de una víbora que no puede pisar.

Esta inseguridad de la vida, que es habitual y permanente en las campañas, imprime, a mi parecer, en el

carácter argentino cierta resignación estoica para la muerte violenta, que hace de ella uno de los

percances inseparables de la vida, una manera de morir como cualquiera otra; y puede quizá explicar en

parte la indiferencia con que dan y reciben la muerte, sin dejar en los que sobreviven impresiones

profundas y duraderas.

La parte habitada de este país privilegiado en dones y que encierra todos los climas, puede dividirse en

tres fisonomías distintas, que imprimen a la población condiciones diversas, según la manera como

tiene que entenderse con la naturaleza que la rodea. Al norte, confundiéndose con el Chaco, un espeso

bosque cubre con su impenetrable ramaje extensiones que llamaríamos inauditas, si en formas colosales

hubiese nada inaudito en toda la extensión de la América. Al centro, y en una zona paralela, se disputan

largo tiempo el terreno la Pampa y la Selva: domina en partes el bosque, se degrada en matorrales

enfermizos y espinosos, preséntase de nuevo la selva a merced de algún río que la favorece, hasta que al

fin al sud triunfa la Pampa, y ostenta su lisa y velluda frente, infinita, sin límite conocido, sin accidente

notable: es la imagen del mar en la tierra; la tierra como en el mapa; la tierra aguardando todavía que se

la mande producir las plantas y toda clase de simiente.

Pudiera señalarse, como un rasgo notable de la fisonomía de este país, la aglomeración de ríos

navegables que al Este se dan cita de todos los rumbos del horizonte, para reunirse en el Plata, y

presentar dignamente su estupendo tributo al Océano, que lo recibe en sus flancos, no sin muestras

visibles de turbación y de respeto.

Pero estos inmensos canales excavados por la solícita mano de la naturaleza no introducen cambio

ninguno en las costumbres nacionales. El hijo de los aventureros españoles que colonizaron el país

detesta la navegación, y se considera como aprisionado en los estrechos límites del bote o de la lancha.

Cuando un gran río le ataja el paso, se desnuda tranquilamente, apresta su caballo y lo endilga nadando a

algún islote que se divisa a lo lejos; arribado a él, descansan caballo y caballero, y de islote en islote se

completa al fin la travesía.

De este modo, el favor más grande que la Providencia depara a un pueblo, el gaucho argentino lo

desdeña, viendo en él más bien un obstáculo opuesto a sus movimientos, que el medio más poderoso de

facilitarlos: de este modo la fuente del engrandecimiento de las naciones, lo que hizo la celebridad

remotísima del Egipto, lo que engrandeció a la Holanda y es la causa del rápido desenvolvimiento de

NorteAmérica, la navegación de los ríos, o la canalización, es un elemento muerto, inexplotado por el

habitante de las márgenes del Bermejo, Pilcomayo, Paraná, Paraguay y Uruguay. Desde el Plata

remontan aguas arriba algunas navecillas tripuladas por italianos y carcamanes; pero el movimiento

sube unas cuantas leguas y cesa casi de todo punto.

No fue dado a los españoles el instinto de la navegación, que poseen en tan alto grado los sajones del

norte. Otro espíritu se necesita que agite esas arterias en que hoy se estagnan los fluidos vivificantes de

una nación. De todos estos ríos que debieran llevar la civilización, el poder y la riqueza hasta las

profundidades más recónditas del continente, y hacer de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Córdoba,

Salta, Tucumán y Jujuy otros tantos pueblos nadando en riquezas y rebosando población y cultura, sólo

uno hay que es fecundo en beneficio para los que moran en sus riberas: el Plata, que los resume a todos

juntos.

En su embocadura están situadas dos ciudades, Montevideo y Buenos Aires, cosechando hoy

alternativamente las ventajas de su envidiable posición. Buenos Aires está llamada a ser un día la ciudad

más gigantesca de ambas Américas. Bajo un clima benigno, señora de la navegación de cien ríos que

fluyen a sus pies, reclinada muellemente sobre un inmenso territorio, y con trece provincias interiores

que no conocen otra salida para sus productos, fuera ya la Babilonia Americana, si el espíritu de la

Pampa no hubiese soplado sobre ella, y si no ahogase en sus fuentes el tributo de riqueza que los ríos y

las provincias tienen que llevarla siempre. Ella sola en la vasta extensión argentina, está en contacto con

las naciones europeas; ella sola explota las ventajas del comercio extranjero; ella sola tiene poder y

rentas. En vano le han pedido las provincias que les deje pasar un poco de civilización, de industria y de

población europea: una política estúpida y colonial se hizo sorda a estos clamores. Pero las provincias se

vengaron, mandándole en Rosas mucho y demasiado de la barbarie que a ellas les sobraba. Harto caro

la han pagado los que decían: "la República Argentina acaba en el Arroyo del Medio." Ahora llega

desde los Andes hasta el mar: la barbarie y la violencia bajaron a Buenos Aires más allá del nivel de las

provincias. No hay que quejarse de Buenos Aires, que es grande y lo será más, porque así le cupo en

suerte. Debiéramos quejarnos antes de la Providencia, y pedirle que rectifique la configuración de la

tierra. No siendo esto posible, demos por bien hecho lo que de mano de Maestro está hecho.

Quejémonos de la ignorancia de este poder brutal que esteriliza para sí y para las provincias los dones

que natura prodigó al pueblo que extravía. Buenos Aires, en lugar de mandar ahora luces, riqueza y

prosperidad al interior, mándale sólo cadenas, hordas exterminadoras y tiranuelos subalternos.

¡También se venga del mal que las provincias le hicieron con prepararle a Rosas!

He señalado esta circunstancia de la posición monopolizadora de Buenos Aires, para mostrar que hay

una organización del suelo, tan central y unitaria en aquel país, que aunque Rosas hubiera gritado de

buena fe: "¡Federación o muerte!" habría concluido por el sistema unitario que hoy ha establecido.

Nosotros, empero, queríamos la unidad en la civilización y en la libertad, y se nos ha dado la unidad en

la barbarie y en la esclavitud. Pero otro tiempo vendrá en que las cosas entren en su cauce ordinario. Lo

que por ahora interesa conocer, es que los progresos de la civilización se acumulan en Buenos Aires

solo: la Pampa es un malísimo conductor para llevarla y distribuirla en las provincias, y ya veremos lo

que de aquí resulta. Pero sobre todos estos accidentes peculiares a ciertas partes de aquel territorio,

predomina una facción general, uniforme y constante; ya sea que la tierra esté cubierta de la lujosa y

colosal vegetación de los trópicos, ya sea que arbustos enfermizos, espinosos y desapacibles revelen la

escasa porción de humedad que les da vida; ya en fin, que la Pampa ostente su despejada y monótona

faz, la superficie de la tierra es generalmente llana y unida, sin que basten a interrumpir esta continuidad

sin límites las Sierras de San Luis y Córdoba en el centro, y algunas ramificaciones avanzadas de los

Andes al Norte.

Nuevo elemento de unidad para la nación que pueble un día aquellas grandes soledades, pues que es

sabido que las montañas que se interponen entre unos y otros países y los demás obstáculos naturales,

mantienen el aislamiento de los pueblos y conservan sus peculiaridades primitivas. Norte América está

llamada a ser una federación, menos por la primitiva independencia de las plantaciones, que por su

ancha exposición al Atlántico y las diversas salidas que al interior dan: el San Lorenzo al norte, el

Mississippi al sud, y las inmensas canalizaciones al centro. La República Argentina es "una e

indivisible".

Muchos filósofos han creído también que las llanuras preparaban las vías al despotismo, del mismo

modo que las montañas prestaban asidero a las resistencias de la libertad. Esta llanura sin límites que,

desde Salta a Buenos Aires y de allí a Mendoza por una distancia de más de setecientas leguas, permite

rodar enormes y pesadas carretas sin encontrar obstáculo alguno, por caminos en que la mano del

hombre apenas ha necesitado cortar algunos árboles y matorrales, esta llanura constituye uno de los

rasgos más notables de la fisonomía interior de la República. Para preparar vías de comunicación, basta

sólo el esfuerzo del individuo y los resultados de la naturaleza bruta; si el arte quisiera prestarle su

auxilio, si las fuerzas de la sociedad intentaran suplir la debilidad

del individuo, las dimensiones colosales de la obra arredrarían a los más emprendedores, y la

incapacidad del esfuerzo lo haría inoportuno. Así, en materia de caminos, la naturaleza salvaje dará la

ley por mucho tiempo, y la acción de la civilización permanecerá débil e ineficaz.

Esta extensión de las llanuras imprime por otra parte a la vida del interior cierta tintura asiática que no

deja de ser bien pronunciada.

Muchas veces al salir la luna tranquila y resplandeciente por entre las yerbas de la tierra, la he saludado

maquinalmente con estas palabras de Volney en su descripción de las Ruinas: "La pleine lune á l'Orient

s'élevait sur un fond bleuátre aux plaines rives de l'Euphrate " . Y en efecto, hay algo en las soledades

argentinas que trae a la memoria las soledades asiáticas; alguna analogía encuentra el espíritu entre la

Pampa y las llanuras que median entre el Tigris y el Eufrates; algún parentesco en la tropa de carretas

solitaria que cruza nuestras soledades para llegar, al fin de una marcha de meses, a Buenos Aires, y la

caravana de camellos que se dirige hacia Bagdad o Esmirna. Nuestras carretas viajeras son una especie

de escuadra de pequeños bajeles, cuya gente tiene costumbres, idiomas y vestidos peculiares que la

distinguen de los otros habitantes, como el marino se distingue de los hombres de tierra.

Es el capataz un caudillo, como en Asia el jefe de la caravana:

necesítase para este destino una voluntad de hierro, un carácter arrojado hasta la temeridad, para

contener la audacia y turbulencia de los filibusteros de tierra que ha de gobernar y dominar él solo en el

desamparo del desierto. A la menor señal de insubordinación, el capataz enarbola su chicote de fierro, y

descarga sobre el insolente golpes que causan contusiones y heridas: si la resistencia se prolonga, antes

de apelar a las pistolas, cuyo auxilio por lo general desdeña, salta del caballo con el formidable cuchillo

en mano, y reivindica bien pronto su autoridad por la superior destreza con que sabe manejarlo. El que

muere en estas ejecuciones del capataz no deja derecho a ningún reclamo, considerándose legítima la

autoridad que lo ha asesinado.

Así es como en la vida argentina empieza a establecerse por estas peculiaridades el predominio de la

fuerza brutal, la preponderancia del más fuerte, la autoridad sin límites y sin responsabilidad de los que

mandan, la justicia administrada sin formas y sin debates. La tropa de carretas lleva además armamento,

un fusil o dos por carreta, y a veces un cañoncito giratorio en la que va a la delantera.

Si los bárbaros la asaltan, forma un círculo atando unas carretas con otras, y casi siempre resisten

victoriosamente a las codicias de los salvajes ávidos de sangre y de pillaje.

La arrea de muías cae con frecuencia indefensa en manos de estos beduinos americanos, y rara vez los

troperos escapan de ser degollados. En estos largos viajes, el proletario argentino adquiere el hábito de

vivir lejos de la sociedad y de luchar individualmente con la naturaleza, endurecido en las privaciones, y

sin contar con otros recursos que su capacidad y maña personal para precaverse de todos los riesgos que

le cercan de continuo.

El pueblo que habita estas extensas comarcas se compone de dos razas diversas, que mezclándose,

forman medios tintes imperceptibles, españoles e indígenas. En las campañas de Córdoba y San Luis

predomina la raza española pura, y es común encontrar en los campos, pastoreando ovejas, muchachas

tan blancas, tan rosadas y hermosas, como querrían serlo las elegantes de una capital. En Santiago del

Estero el grueso de la población campesina habla aún la Quichua , que revela su origen indio. En

Corrientes los campesinos usan un dialecto español muy gracioso.

"Dame, general, un chiripá", decían a Lavalle sus soldados.

En la campaña de Buenos Aires se reconoce todavía el soldado andaluz; y en la ciudad predominan los

apellidos extranjeros. La raza negra, casi extinta ya excepto en Buenos Aires, ha dejado sus zambos y

mulatos, habitantes de las ciudades, eslabón que liga al hombre civilizado con el palurdo, raza inclinada

a la civilización, dotada de talento y de los más bellos instintos del progreso.

Por lo demás, de la fusión de estas tres familias ha resultado un todo homogéneo, que se distingue por su

amor a la ociosidad e incapacidad industrial, cuando la educación y las exigencias de una posición social

no vienen a ponerle espuela y sacarla de su paso habitual. Mucho debe haber contribuido a producir este

resultado desgraciado la incorporación de indígenas que hizo la colonización. Las razas americanas

viven en la ociosidad, y se muestran incapaces, aun por medio de la compulsión, para dedicarse a un

trabajo duro y seguido. Esto sugirió la idea de introducir negros en América, que tan fatales resultados

ha producido. Pero no se ha mostrado mejor dotada de acción la raza española cuando se ha visto en los

desiertos americanos abandonada a sus propios instintos.

Da compasión y vergüenza en la República Argentina comparar la colonia alemana o escocesa del Sud

de Buenos Aires, y la villa que se forma en el interior: en la primera las casitas son pintadas, el frente de

la casa siempre aseado, adornado de flores y arbustillos graciosos; el amueblado sencillo, pero

completo, la vajilla de cobre o estaño reluciente siempre, la cama con cortinillas graciosas; y los

habitantes en un movimiento y acción continuos.

Ordeñando vacas, fabricando mantequilla y quesos, han logrado algunas familias hacer fortunas

colosales y retirarse a la ciudad a gozar de las comodidades.

La villa nacional es el reverso indigno de esta medalla: niños sucios y cubiertos de harapos viven en una

jauría de perros; hombres tendidos por el suelo en la más completa inacción, el desaseo y la pobreza por

todas partes, una mesita y petacas por todo amueblado, ranchos miserables por habitación, y un aspecto

general de barbarie y de incuria los hacen notables.

Esta miseria, que ya va desapareciendo, y que es un accidente de las campañas pastoras, motivó sin

duda las palabras que el despecho y la humillación de las armas inglesas arrancaron a Walter Scott: "Las

vastas llanuras de Buenos Aires, dice, no están pobladas sino por cristianos salvajes, conocidos bajo el

nombre de Guachos (por decir Gauchos), cuyo principal amueblado consiste en cráneos de caballos,

cuyo alimento es carne cruda y agua, y cuyo pasatiempo favorito es reventar caballos en carreras

forzadas.

Desgraciadamente añade el buen gringo prefirieron su independencia nacional, a nuestros algodones y

muselinas". ¡Sería bueno proponerle a la Inglaterra por ver no más, cuántas varas de lienzo y cuántas

piezas de muselina daría por poseer estas llanuras de Buenos Aires!

Por aquella extensión sin límites tal como la hemos descrito, están esparcidas aquí y allá catorce

ciudades capitales de provincia, que si hubiéramos de seguir el orden aparente, clasificáramos por su

colocación geográfica: Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes a las márgenes del Paraná;

Mendoza, San Juan, Rioja, Catamarca, Tucumán, Salta y Jujuy, casi en línea paralela con los Andes

chilenos; Santiago, San Luis y Córdoba al centro. Pero esta manera de enumerar los pueblos argentinos

no conduce a ninguno de los resultados sociales que voy solicitando. La clasificación que hace a mi

objeto, es la que resulta de los medios de vivir del pueblo de las campañas, que es lo que influye en su

carácter y espíritu. Ya he dicho que la vecindad de los ríos no imprime modificación alguna, puesto que

no son navegados sino en una escala insignificante y sin influencia. Ahora, todos los pueblos argentinos,

salvo San Juan y Mendoza, viven de los productos del pastoreo; Tucumán explota además la

agricultura; y Buenos Aires, a más de un pastoreo de millones de cabezas de ganado, se entrega a las

múltiples y variadas ocupaciones de la vida civilizada.

Las ciudades argentinas tienen la fisonomía regular de casi todas las ciudades americanas: sus calles

cortadas en ángulos rectos, su población diseminada en una ancha superficie, si se exceptúa a Córdoba,

que edificada en corto y limitado recinto, tiene todas las apariencias de una ciudad europea, a que dan

mayor realce la multitud de torres y cúpulas de sus numerosos y magníficos templos. La ciudad es el

centro de la civilización argentina, española, europea; allí están los talleres de las artes, las tiendas del

comercio, las escuelas y colegios, los juzgados, todo lo que caracteriza, en fin, a los pueblos cultos.

La elegancia en los modales, las comodidades del lujo, los vestidos europeos, el frac y la levita tienen allí

su teatro y su lugar conveniente. No sin objeto hago esta enumeración trivial. La ciudad capital de las

provincias pastoras existe algunas veces ella sola sin ciudades menores, y no falta alguna en que el

terreno inculto llegue hasta ligarse con las calles. El desierto las circunda a más o menos distancia, las

cerca, las oprime; la naturaleza salvaje las reduce a unos estrechos oasis de civilización enclavados en un

llano inculto de centenares de millas cuadradas, apenas interrumpido por una que otra villa de

consideración. Buenos Aires y Córdoba son las que mayor número de villas han podido echar sobre la

campaña, como otros tantos focos de civilización y de intereses municipales: ya esto es un hecho

notable.

El hombre de la ciudad viste el traje europeo, vive de la vida civilizada tal como la conocemos en todas

partes: allí están las leyes, las ideas de progreso, los medios de instrucción, alguna organización

municipal, el gobierno regular, etc. Saliendo del recinto de la ciudad todo cambia de aspecto: el hombre

de campo lleva otro traje, que llamaré americano por ser común a todos los pueblos; sus hábitos de vida

son diversos, sus necesidades peculiares y limitadas: parecen dos sociedades distintas, dos pueblos

extraños uno de otro. Aún hay más; el hombre de la campaña, lejos de aspirar a semejarse al de la

ciudad, rechaza con desdén su lujo y sus modales corteses; y el vestido del ciudadano, el frac, la silla, la

capa, ningún signo europeo puede presentarse impunemente en la campaña. Todo lo que hay de

civilizado en la ciudad está bloqueado allí, proscrito afuera; y el que osara mostrarse con levita, por

ejemplo, y montado en silla inglesa, atraería sobre sí las burlas y las agresiones brutales de los

campesinos.

Estudiemos ahora la fisonomía exterior de las extensas campañas que rodean las ciudades, y

penetremos en la vida interior de sus habitantes. Ya he dicho que en muchas provincias el límite forzoso

es un desierto intermedio y sin agua. No sucede así por lo general con la campaña de una provincia, en

la que reside la mayor parte de su población. La de Córdoba, por ejemplo, que cuenta ciento sesenta mil

almas, apenas veinte de éstas están dentro del recinto de la aislada ciudad; todo el grueso de la población

está en los campos, que así como por lo común son llanos, casi por todas partes son pastosos, ya estén

cubiertos de bosques, ya desnudos de vegetación mayor, y en algunas con tanta abundancia y de tan

exquisita calidad, que el prado artificial no llegaría a aventajarles.

Mendoza, y San Juan sobre todo, se exceptúan de esta peculiaridad de la superficie inculta, por lo que

sus habitantes viven principalmente de los productos de la agricultura. En todo lo demás, abundando los

pastos, la cría de ganados es, no la ocupación de los habitantes, sino su medio de subsistencia. Ya la vida

pastoril nos vuelve impensadamente a traer a la imaginación el recuerdo del Asia, cuyas llanuras nos

imaginamos siempre cubiertas aquí y allá de las tiendas del Kalmuko, del Cosaco o del Arabe. La vida

primitiva de los pueblos, la vida eminentemente bárbara y estacionaria, la vida de Abraham, que es la

del beduino de hoy, asoma en los campos argentinos, aunque modificada por la civilización de un

modo extraño.

La tribu árabe, que vaga por las soledades asiáticas, vive reunida bajo el mando de un anciano de la tribu

o un jefe guerrero; la sociedad existe, aunque no esté fija en un punto determinado de la tierra; las

creencias religiosas, las tradiciones inmemoriales, la invariabilidad de las costumbres, el respeto a los

ancianos, forman reunidos un código de leyes, de usos y de prácticas de gobierno, que mantiene la

moral tal como la comprenden, el orden y la asociación de la tribu. Pero el progreso está sofocado,

porque no puede haber progreso sin la posesión permanente del suelo, sin la ciudad, que es la que

desenvuelve la capacidad industrial del hombre y le permite extender sus adquisiciones.

En las llanuras argentinas no existe la tribu nómade: el pastor posee el suelo con títulos de propiedad,

está fijo en un punto que le pertenece; pero para ocuparlo, ha sido necesario disolver la asociación y

derramar las familias sobre una inmensa superficie.

Imaginaos una extensión de dos mil leguas cuadradas, cubierta toda de población, pero colocadas las

habitaciones a cuatro leguas de distancia unas de otras, a ocho a veces, a dos las más cercanas.

El desenvolvimiento de la propiedad mobiliaria no es imposible, los goces del lujo no son del todo

incompatibles con este aislamiento: puede levantar la fortuna un soberbio edificio en el desierto; pero el

estímulo falta, el ejemplo desaparece, la necesidad de manifestarse con dignidad, que se siente en las

ciudades, no se hace sentir allí en el aislamiento y la soledad. Las privaciones indispensables justifican la

pereza natural, y la frugalidad en los goces trae en seguida todas las exterioridades de la barbarie. La

sociedad ha desaparecido completamente; queda sólo la familia feudal, aislada, reconcentrada; y no

habiendo sociedad reunida, toda clase de gobierno se hace imposible: la municipalidad no existe, la

policía no puede ejercerse, y la justicia civil no tiene medios de alcanzar a los delincuentes.

Ignoro si el mundo moderno presenta un género de asociación tan monstruoso como éste. Es todo lo

contrario del municipio romano, que reconcentraba en un recinto toda la población, y de allí salía a

labrar los campos circunvecinos. Existía, pues, una organización social fuerte, y sus benéficos resultados

se hacen sentir hasta hoy, y han preparado la civilización moderna. Se asemeja a la antigua Sloboda

Esclavona, con la diferencia que aquélla era agrícola, y por tanto, más susceptible de gobierno: el

desparramo de la población no era tan extenso como éste. Se diferencia de la tribu nómade, en que

aquélla anda en sociedad siquiera ya que no se posesiona del suelo. Es, en fin, algo parecido a la

feudalidad de la Edad Media, en que los barones residían en el campo, y desde allí hostilizaban las

ciudades y asolaban las campañas; pero aquí falta el barón y el castillo feudal. Si el poder se levanta en el

campo, es momentáneamente, es democrático; ni se hereda, ni puede conservarse, por falta de

montañas y posiciones fuertes. De aquí resulta que aun la tribu salvaje de la Pampa está organizada

mejor que nuestras campañas para el desarrollo moral.

Pero lo que presenta de notable esta sociedad en cuanto a su aspecto social, es su afinidad con la vida

antigua, con la vida espartana o romana, si por otra parte no tuviese una desemejanza radical. El

ciudadano libre de Esparta o de Roma echaba sobre sus esclavos el peso de la vida material, el cuidado

de proveer a la subsistencia, mientras que él vivía libre de cuidados en el foro, en la plaza pública,

ocupándose exclusivamente de los intereses del Estado, de la paz, la guerra, las luchas de partido. El

pastoreo proporciona las mismas ventajas, y la función inhumana del Ilota antiguo la desempeña el

ganado. La procreación espontánea forma y acrece indefinidamente la fortuna; la mano del hombre está

por demás; su trabajo, su inteligencia, su tiempo no son necesarios para la conservación y aumento de

los medios de vivir. Pero si nada de esto necesita para lo material de la vida, las fuerzas que economiza

no puede emplearlas como el romano: fáltale la ciudad, el municipio, la asociación íntima, y por tanto,

fáltale la base de todo desarrollo social; no estando reunidos los estancieros, no tienen necesidades

públicas que satisfacer: en una palabra, no hay res publica.

El progreso moral, la cultura de la inteligencia descuidada en la tribu árabe o tártara, es aquí no sólo

descuidada, sino imposible.

¿Dónde colocar la escuela para que asistan a recibir lecciones los niños diseminados a diez leguas de

distancia en todas direcciones?

Así, pues, la civilización es del todo irrealizable, la barbarie es normal, y gracias si las costumbres

domésticas conservan un corto depósito de moral. La religión sufre las consecuencias de la disolución

de la sociedad: el curato es nominal, el pulpito no tiene auditorio, el sacerdote huye de la capilla solitaria

o se desmoraliza en la inacción y en la soledad; los vicios, el simoniaquismo, la barbarie normal

penetran en su celda, y convierten su superioridad moral en elementos de fortuna y de ambición, porque

al fin concluye por hacerse caudillo de partido.

Yo he presenciado una escena campestre, digna de los tiempos primitivos del mundo, anteriores a la

institución del sacerdocio.

Hallábame en 1838 en la Sierra de San Luis, en casa de un estanciero cuyas dos ocupaciones favoritas

eran rezar y jugar.

Había edificado una capilla en la que los domingos por la tarde rezaba él mismo el rosario, para suplir al

sacerdote, y al oficio divino de que por años habían carecido. Era aquél un cuadro homérico: el sol

llegaba al ocaso; las majadas que volvían al redil hendían el aire con sus confusos balidos; el dueño de la

casa, hombre de sesenta años, de una fisonomía noble, en que la raza europea pura se ostentaba por la

blancura del cutis, los ojos azulados, la frente espaciosa y despejada, hacía coro, a que contestaban una

docena de mujeres y algunos mocetones, cuyos caballos, no bien domados aún, estaban amarrados

cerca de la puerta de la capilla. Concluido el rosario, hizo un fervoroso ofrecimiento. Jamás he oído voz

más llena de unción, fervor más puro, fe más firme, ni oración más bella, más adecuada a las

circunstancias, que la que recitó. Pedía en ella a Dios lluvia para los campos, fecundidad para los

ganados, paz para la República, seguridad para los caminantes... Yo soy muy propenso a llorar, y

aquella vez lloré hasta sollozar, porque el sentimiento religioso se había despertado en mi alma con

exaltación y como una sensación desconocida, porque nunca he visto escena más religiosa; creía estar

en los tiempos de Abraham, en su presencia, en la de Dios y de la naturaleza que lo revela. La voz de

aquel hombre candoroso e inocente me hacía vibrar todas las fibras, y me penetraba hasta la médula de

los huesos.

He aquí a lo que está reducida la religión en las campañas pastoras, a la religión natural: el cristianismo

existe, como el idioma español, en clase de tradición que se perpetúa, pero corrompido, encarnado en

supersticiones groseras, sin instrucción, sin culto y sin convicciones. En casi todas las campañas

apartadas de las ciudades ocurre que cuando llegan comerciantes de San Juan o de Mendoza, les

presentan tres o cuatro niños de meses y de un año para que los bauticen, satisfechos de que por su

buena educación podrán hacerlo de un modo válido; y no es raro que a la llegada de un sacerdote se le

presenten mocetones que vienen domando un potro a que les ponga el óleo y administre el bautismo

sub conditione.

A falta de todos los medios de civilización y de progreso, que no pueden desenvolverse sino a condición

de que los hombres estén reunidos en sociedades numerosas, ved la educación del hombre del campo.

Las mujeres guardan la casa, preparan la comida, trasquilan las ovejas, ordeñan las vacas, fabrican los

quesos, y tejen las groseras telas de que se visten: todas las ocupaciones domésticas, todas las industrias

caseras las ejerce la mujer: sobre ella pesa casi todo el trabajo; y gracias si algunos hombres se dedican a

cultivar un poco de maíz para el alimento de la familia, pues el pan es inusitado como mantención

ordinaria. Los niños ejercitan sus fuerzas y se adiestran por placer en el manejo del lazo y de las bolas,

con que molestan y persiguen sin descanso a las terneras y cabras: cuando son jinetes, y esto sucede

luego de aprender a caminar, sirven a caballo en algunos quehaceres: más tarde, y cuando ya son

fuertes, recorren los campos cayendo y levantando, rodando a designio en las vizcacheras, salvando

precipicios, y adiestrándose en el manejo del caballo: cuando la pubertad asoma, se consagran a domar

potros salvajes, y la muerte es el castigo menor que les aguarda, si un momento les faltan las fuerzas o el

coraje. Con la juventud primera viene la completa independencia y la desocupación.

Aquí principia la vida pública, diré, del gaucho, pues que su educación está ya terminada. Es preciso ver

a estos españoles por el idioma únicamente y por las confusas religiosas que conservan, para saber

apreciar los caracteres indómitos y altivos que nacen de esta lucha del hombre aislado con la naturaleza

salvaje, del racional con el bruto; es preciso ver estas caras cerradas de barbas, estos semblantes graves y

serios, como los de los árabes asiáticos, para juzgar del compasivo desdén que les inspira la vista del

hombre sedentario de las ciudades, que puede haber leído muchos libros, pero que no sabe aterrar un

toro bravío y darle muerte, que no sabrá proveerse de caballo a campo abierto, a pie y sin el auxilio de

nadie, que nunca ha parado un tigre, y recibídolo con el puñal en una mano y el poncho envuelto en la

otra para meterle en la boca, mientras le traspasa el corazón y lo deja tendido a sus pies. Este hábito de

triunfar de las resistencias, de mostrarse siempre superior a la naturaleza, desafiarla y vencerla,

desenvuelve prodigiosamente el sentimiento de la importancia individual y de la superioridad. Los

argentinos, de cualquier clase que sean, civilizados o ignorantes, tienen una alta conciencia de su valer

como nación; todos los demás pueblos americanos les echan en cara esta vanidad, y se muestran

ofendidos de su presunción y arrogancia. Creo que el cargo no es del todo infundado, y no me pesa de

ello. ¡Ay del pueblo que no tiene fe en sí mismo! ¡Para ése no se han hecho las grandes cosas! ¿Cuánto

no habrá podido contribuir a la independencia de una parte de la América la arrogancia de estos gauchos

argentinos que nada han visto bajo el sol, mejor que ellos, ni el hombre sabio, ni el poderoso? El

europeo es para ellos el último de todos, porque no resiste a un par de corcovos del caballo. Si el origen

de esta vanidad nacional en las clases inferiores es mezquino, no son por eso menos nobles las

consecuencias; como no es menos pura el agua de un río porque nazca de vertientes cenagosas e

infectas. Es implacable el odio que les inspiran los hombres cultos, e invencible su disgusto por sus

vestidos, usos y maneras. De esta pasta están amasados los soldados argentinos; y es fácil imaginarse lo

que hábitos de este género pueden dar en valor y sufrimiento para la guerra. Añádase que desde la

infancia están habituados a matar las reses, y que este acto de crueldad necesaria los familiariza con el

derramamiento de sangre, y endurece su corazón contra los gemidos de las víctimas.

La vida del campo, pues, ha desenvuelto en el gaucho las facultades físicas, sin ninguna de las de la

inteligencia. Su carácter moral se resiente de su hábito de triunfar de los obstáculos y del poder de la

naturaleza: es fuerte, altivo, enérgico. Sin ninguna instrucción, sin necesitarla tampoco, sin medios de

subsistencia, como sin necesidades, es feliz en medio de la pobreza y de sus privaciones, que no son

tales para el que nunca conoció mayores goces, ni extendió más altos sus deseos. De manera que si esta

disolución de la sociedad radica hondamente la barbarie por la imposibilidad y la inutilidad de la

educación moral e intelectual, no deja, por otra parte, de tener sus atractivos. El gaucho no trabaja; el

alimento y el vestido lo encuentra preparado en su casa; uno y otro se lo proporcionan sus ganados, si es

propietario; la casa del patrón o pariente, si nada posee. Las atenciones que el ganado exige se reducen a

correrías y partidas de placer; la hierra, que es como la vendimia de los agricultores, es una fiesta cuya

llegada se recibe con transportes de júbilo: allí es el punto de reunión de todos los hombres de veinte

leguas a la redonda, allí la ostentación de la increíble destreza en el lazo. El gaucho llega a la hierra al

paso lento y mesurado de su mejor parejero , que detiene a distancia apartada; y para gozar mejor del

espectáculo, cruza la pierna sobre el pescuezo del caballo. Si el entusiasmo lo anima, desciende

lentamente del caballo, desarrolla su lazo y lo arroja sobre un toro que pasa con la velocidad del rayo a

cuarenta pasos de distancia: lo ha cogido de una uña, que era lo que se proponía, y vuelve tranquilo a

enrollar su cuerda.

NORBERTO GALASSO

Felipe Várela y la lucha por la Unión

Latinoamericana

Prólogo

"La deuda histórica con Felipe Várela"

Perseguido y denigrado en vida, silenciado y difamado luego de su muerte.

El I 8 de junio de 1870, en el cementerio de Tierra Amarilla, pequeña aldea cercana a Copiapó,

en el norte chileno, unas pocas personas acompañan los restos mortales de Felipe Várela a su

morada definitiva.

Un día antes, el cónsul argentino en esa ciudad, Belisario López, le comunicaba al embajador

Félix Frías: "Este caudillo de triste memoria para la República Argentina ha muerto en la

última miseria, legando solo sus fatales antecedentes a su desgraciada familia".

Frías le contestará días después: "Comuniqué inmediatamente a nuestro gobierno la noticia del

fallecimiento de Felipe Várela, a quien Dios haya perdonado todo el mal que hizo a sus

paisa..."."Triste memoria "fatales antecedentes . . .", "Todo el mal que hizo ..."

Solo, en la mas absoluta miseria, envejecido prematuramente, Várela se encuentra con la

muerte mientras siguen lloviendo sobre su nombre los dicterios del enemigo.

A partir de aquel día, las fuerzas sociales que lo habían combatido organizaron una minuciosa

campaña de silenciamiento alrededor de su figura.

Várela ya no apareció en los textos escolares, ni en las sesudas sesiones académicas, ni en los

suplementos de los grandes diarios, ni en los gruesos tomos de historia que circulan en las

universidades.

En lugar de promoverlo como "demonio" caso Rosas frente a las estampas santificadas de

Rivadavia o Mitre, la historia oficial prefirió omitirlo lisa y llanamente.

Durante décadas, su nombre resultó ignorado especialmente en aquellos lugares donde la

tradición oral fue interrumpida por el predominio de la inmigración.

Así, fue uno mas que ingresó a la lista de los "malditos" registrados en el índex sancionado por

la oligarquía.

Durante mucho tiempo, solo ese hombre anónimo de La Rioja o Catamarca, a quien la verdad

histórica le llegó de labios de su propio abuelo montonero, resguardó la memoria del caudillo.

Décadas mas tarde, cuando ya fue imposible ignorar al jefe de una vasta insurrección que puso

en pie de guerra a todo el noroeste argentino, la clase dominante recurrió a la descalificación,

apelando al arsenal de invectivas que Mitre y sus adláteres habían dirigido contra los jefes

populares.

De ese modo, Várela salió del silencio para entrar en la historia como un "infame bandolero",

"azote de los pueblos", "Atíla insaciable", "caudillo sanguinario", "gaucho malo y corrompido

hasta la médula de los huesos".

Para consolidar el vituperio se recurrió al folklore oligárquico en el que aparece como culpable

de "una mañana de sangre", como un bandido que "matando viene y se va".

El triste destino de Felipe Várela perseguido y denigrado en vida, silenciado y difamado luego

de su muerte no mejoró después de 1930 con el auge del revisionismo rosista.

Su lucha contra "el Restaurador", su exaltación de la batalla de Caseros y de la Constitución de

1853, su condena a la política porteñista ya fuesen sus ejecutores Rivadavia, Mitre o'Rosas lo

convirtieron en figura poco simpática para los primeros revisionistas.

Solo algunos los menos ligados a la concepción rosista prestaron atención al jefe montonero y

tiempo más tarde, otros se atrevieron a condenar al mitrismo y a la guerra de la Triple Alianza ,

lo que de por sí llevaba a revalorar a Várela.

Pero, en general, el rosismo se atragantó con el caudillo catamarqueño, quien resultó triturado

y deformado, así, por dos corrientes historiográficas que, en última instancia, brotan de la

misma clase dominante.

Los historiadores libérales, después de ignorarlo, lo habían condenado tachándolo de

"facineroso" y "sanguinario".

La variante pseudomarxista de la vieja izquierda lo rotuló, asimismo, como expresión del

feudalismo reaccionario opuesto al progreso civilizador del mitrismo que nos incorporaba a la

economía mundial.

A su vez, los historiadores rosistas lo abordaron desde diversos ángulos, a cual peor. Juan

Pablo Oliver, obligado a optar entre Várela y Mitre con motivo de la guerra de la Triple

Alianza , prefirió a don Bartolo que era, "en definitiva, el Presidente de la República Argentina

" y estigmatizó al caudillo como traidor. Vicente Sierra, por su parte, lo considero

desdeñosamente "como caudillo localista de escasa significación".

Asimismo, hubo quienes le reconocieron méritos pero, enfrentados al antirrosismo del

montonero, optaron por transcribir mutilada y sin puntos suspensivos que indicaran la omisión

su proclama de 1866 para ocultar sus elogios a Urquiza, Caseros y la Constitución del '53.

Finalmente, otros prefirieron transcribir honestamente la documentación íntegra pero,

recurriendo a artilugios hermenéuticos, terminaron argumentando que Várela quería aunque el

no lo supiese cumplir el proyecto de Rosas, que el elogio a la batalla de Caseros era

simplemente táctica o error y que solo la ingenuidad pudo llevarlo a confiar tantos años en

Urquiza, siendo este "un simple servidor de los intereses brasileños".

Felipe Várela ya no era un bandolero, depredador de pueblos, ni tampoco un traidor a la Patria.

Era políticamente algo peor: un zonzo.

Estos distintos enfoques historiográficos se resuelven, en última instancia, en una coincidencia

antivarelista sustentada en la concepción de que las masas no son las protagonistas de la

historia. Para unos, el motor del desarrollo histórico son las élites "refinadas" estilo Rivadavia o

Mitre; para otros, los grandes estancieros patriarcales, estilo Rosas. Del mismo modo, esta

discusión histórica no hace más que reflejar la polémica política.

El nacionalismo reivindica a Rosas como defensor de la soberanía frente a la invasión

extranjera y condena con justicia a "los civilizados" que apoyaron esa invasión pero asume

posiciones reaccionarias por su carácter bonaerense y oligárquico, o burgués, en el mejor de

los casos.

Por eso, a su vez, combate también como el liberalismo oligárquico al nacionalismo popular y

latinoamericano ya sea enjuiciando a sus caudillos o adulterándolos, como en el caso de Felipe

Várela.

Tanto a los historiadores liberales como a los rosistas, les molesta que Várela haya ingresado a

la Argentina con un batallón de chilenos, que haya tenido vinculaciones con el gobierno

boliviano y que no se haya sometido a los dictados de Buenos Aires, ni de Mitre, ni de Rosas.

Y son precisamente estas actitudes las que agrandan la figura del montonero en la línea de

Bolívar y San Martín y la exaltan hoy justamente cuando los pueblos de la Patria Grande

comprenden que su alternativa es unirse en la liberación o permanecer desunidos en el

coloniaje.

Solo a la luz de un enfoque latinoamericano por encima de las historias patrias chicas es

posible captar la verdadera dimensión de la figura de Felipe Várela.

Solo desde una perspectiva nacional, democrática y revolucionaria, es posible rescatar del

silencio a este "maldito" demostrando no solo la justicia de su lucha pasada, sino la

insoslayable vigencia que poseen hoy sus viejas banderas.

FELIPE VARELA

¡Viva la Unión Americana!

Proclama de 1866 contra la Guerra del

Paraguay

¡VIVA LA UNIÓN AMERICANA!

Manifiesto a los pueblos americanos sobre los acontecimientos políticos de la República

Argentina en los años 1866 y 1867

En efecto, la guerra con el Paraguay era un acontecimiento ya calculado, premeditado por el

General Mitre.

Cuando los ejércitos imperiales atraídos por él, sin causa alguna justificable, sin pretexto

alguno razonable, fueron a dominar la débil República del Uruguay, aliándose con el poder

rebelde de Flores en guerra civil abierta con el poder de aquella República, comprendió el

Gobierno del Paraguay que la independencia uruguaya peligraba de un modo serio, que el

derecho del más fuerte era la causa de su muerte, y que por consiguiente las garantías de su

propia libertad quedaban a merced del capricho de una potencia más poderosa.

Pesaron estas razones en la conciencia del General Presidente López de la República

Paraguaya, y buscando una garantía sólida a la conservación de sus propias instituciones,

desenvainó su espada para defender al Uruguay de la dominación brasilera a que Mitre lo

había entregado.

Fue entonces que aquel Gobierno se dirigió al argentino solicitando el paso inocente de sus

ejércitos por Misiones, para llevar la guerra que formalmente había declarado el Brasil.

Este paso del Presidente López, era una gota de rocío derramada sobre el corazón ambicioso

de Mitre, porque le enseñaba en perspectiva el camino más corto para hallar una máscara de

legalidad con qué disfrazarse, y poder llevar pomposamente una guerra Nacional al Paraguay:

Guerra premeditada, guerra estudiada, guerra ambiciosa de dominio, contraria a los santos

principios de la Unión Americana, cuya base fundamental es la conservación incólume de la

soberanía de cada República.

El General Mitre, invocando los principios de la más estricta neutralidad, negaba de todo punto

al Presidente del Paraguay su solicitud, mientras con la otra mano firmaba el permiso para que

el Brasil hiciera su cuartel general en la Provincia Argentina de Corrientes, para llevar el

ataque desde allí a las huestes paraguayas.

Esa política injustificable fue conocida ante el parlamento de Londres, por una

correspondencia leída en él del Ministro inglés en Buenos Aires, a quien Mitre había confiado

los secretos, de sus grandes crímenes políticos.

Textualmente dice el Ministro inglés citado: "Tanto el Presidente Mitre como el Ministro

Elizalde, me han declarado varias veces, que aunque por ahora no pensaban en anexar el

Paraguay a la República Argentina, no querían contraer sobre esto compromiso alguno con el

Brasil, pues cualesquiera que sean al presente sus vistas, las circunstancias podría cambiarlas

en otro sentido".

He aquí cuatro palabra que envuelven en un todo la verdad innegable de que la guerra contra el

Paraguay jamás ha sido guerra nacional, desde que, como se ve, no es una mera reparación lo

que se busca en ella, sino que, lejos de eso, los destinos de esa desgraciada República están

amenazados de ser juguete de las cavilosidades de Mitre.

Esta verdad se confirma con estas otras palabras del mismo Ministro inglés citado: "El

Ministro Elizalde me ha dicho que espera vivir lo bastante para ver a Bolivia, el Paraguay y la

República Argentina, unidos formando una poderosa República en el Continente".(...)

Las provincias argentinas, empero, no han participado jamás de estos sentimientos, por el

contrario, esos pueblos han contemplado gimiendo la deserción de su Presidente, impuesto por

las bayonetas, sobre la sangre argentina, de los grandes principios de la Unión Americana , en

los que han mirado siempre la salvaguardia de sus derechos y de su libertad, arrebatada en

nombre de la justicia y la ley.

En el párrafo sexto (de la proclama) hago presente a los argentinos, el monopolio y la

absorción de las rentas nacionales por Buenos Aires.

En efecto: la Nación Argentina goza de una renta de diez millones de duros, que producen las

provincias con el sudor de su frente. Y sin embargo, desde la época en que el gobierno libre se

organizó en el país, Buenos Aires, a título de Capital es la provincia única que ha gozado del

enorme producto del país entero, mientras en los demás pueblos, pobres y arruinados, se hacía

imposible el buen quicio de las administraciones provinciales, por falta de recursos y por la

pequenez de sus entradas municipales para subvenir los gastos indispensables de su gobierno

local.(...)

De modo que las provincias eran desgraciados países sirvientes, pueblos tributarios de Buenos

Aires, que perdían la nacionalidad de sus derechos, cuando se trataba del tesoro Nacional.

En esta verdad está el origen de la guerra de cincuenta años en que las provincias han estado en

lucha abierta con Buenos Aires, dando por resultado esta contienda, la preponderancia

despótica del porteño sobre el provinciano, hasta el punto de tratarlo como a un ser de escala

inferior y de más limitados derechos.

Buenos Aires es la metrópoli de la República Argentina, como España lo fue de la América.

Ser partidario de Buenos Aires, es ser ciudadano amante a su patria, pero ser amigo de la

libertad, de las provincias y de que entren en el goce de sus derechos ¡oh! ¡eso es ser traidor a la

patria, y es por consiguiente un delito que pone a los ciudadanos fuera de la ley!

He ahí, pues, los tiempos del coloniaje existente en miniatura, en la República, y la guerra de

1810 reproducida en 1866 y 67, entre el pueblo de Buenos Aires (España) y las provincias del

Plata (Colonias Americanas).

Sin embargo, esa guerra eterna dio a fines de 1859 por resultado la victoria de los pueblos

argentinos sobre el poder dominante de la Capital.

Sus diez millones de renta estaban, por consiguiente recobrados, pero como no era posible

despojar a Buenos Aires de un solo golpe de tan ingente cantidad, arreglada a la cual había

creado sus necesidades, pues eso hubiera sido sepultarla en una ruina completa, tuvieron

todavía la generosidad los provincianos, de celebrar un pacto, por el cual concedían a Buenos

Aires el goce por cinco años más de las entradas locales para llenar su pomposo presupuesto.

Fue entonces que los porteños invocaron la hidalguía del que hoy llaman bárbaro, del

presidente actual del Paraguay Mariscal Don Francisco Solano López, para que con su

respetabilidad y talento interviniese en el pacto que celebraban las provincias argentinas con

Buenos Aires vencida.

El Mariscal López accedió generoso, garantiendo el cumplimiento del tratado por ambas

partes con su propio poder.

En noviembre de 1865 debían expirar estos tratados, y entrar las provincias en el goce de lo

que verdaderamente les pertenece, las entradas nacionales de diez millones que ellas producen.

Cuando el sesenta y cuatro aun no llegaba, cuando Mitre aun no asaltaba la presidencia de la

Nación, por un órgano público de Buenos Aires decía el futuro caudillo, sobre el pacto con el

Paraguay: "Esos tratados serán despedazados y sus fragmentos arrojados al viento".

Por fin el General Mitre revolucionó a la Provincia de Buenos Aires contra las demás

provincias argentinas, cuyos dos poderes se batieron en Pavón.

La suerte estuvo del lado de aquel porteño malvado que se sentó Presidente sobre un trono de

sangre, de cadáveres y de lágrimas argentinas.

Entre tanto los tratados garantidos por el Paraguay vivían, y llegado el término podía esta

nación exigir su cumplimiento.

He aquí otra de las causas fundamentales de la guerra llevada por Mitre a la República del

Paraguay, desarmando así a las provincias del poder aliado que garantía su felicidad, contra la

infamia de un usurpador.

Después de este golpe maestro, el general Mitre desfiguró la carta democrática dada por las

provincias vencedoras en Caseros, y la desfiguró a su antojo, después de haber jurado con

lágrimas en los ojos respetarla, explotando así la generosidad de los pueblos, que entonces

pudieron plantar la bandera de la humillación y del dominio en la misma plaza de Buenos

Aires.

Esa reforma dio por fruto el regalo eterno de las rentas nacionales a la ciudad bonaerense, el

despojo para siempre de la propiedad de los pobres provincianos, y aun algo más, el empeño

de las desgraciadas provincias en más de cien millones, para sostener una guerra contra sus

intereses, contra su aliado, contra el poder combatido por tener el crimen de haber garantido la

paz argentina y la felicidad de todos los pueblos, en noviembre de 1859.

Es por estas incontestables razones que los argentinos de corazón, y sobre todo los que no

somos hijos de la Capital, hemos estado siempre del lado del Paraguay en la guerra que, por

debilitarnos, por desarmarnos, por arruinarnos, le ha llevado a Mitre a fuerza de intrigas y de

infamias contra la voluntad de toda la Nación entera, a excepción de la egoísta Buenos Aires.

Es por esto mismo que es uno de nuestros propósitos manifestado en la invitación citada, la paz

y la amistad con el Paraguay.

PROCLAMA

¡ARGENTINOS! El hermoso y brillante pabellón que San Martín, Alvear y Urquiza llevaron

altivamente en cien combates, haciéndolo tremolar con toda gloria en las tres mas grandes

epopeyas que nuestra patria atravesó incólume, ha sido vilmente enlodado por el General

Mitre gobernador de Buenos Aires.

La más bella y perfecta Carta Constitucional democrática republicana federal, que los valientes

entrerrianos dieron a costa de su sangre preciosa, venciendo en Caseros al centralismo odioso

de los espurios hijos de la culta Buenos Aires, ha sido violada y mutilada desde el año sesenta y

uno hasta hoy, por Mitre y su círculo de esbirros.

El Pabellón de Mayo que radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes hasta

Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó fatalmente en las ineptas y febrinas

manos del caudillo Mitre orgullosa autonomía política del partido rebelde ha sido

cobardemente arrastrado por los fangales de Estero Bellaco, Tuyuti, Curuzú y Curupaití.

Nuestra Nación, tan feliz en antecedentes, tan grande en poder, tan rica en porvenir, tan

engalanada en glorias, ha sido humillada como una esclava, quedando empeñada en mas de

cien millones de fuertes, y comprometido su alto nombre a la vez que sus grandes destinos por

el bárbaro capricho de aquel mismo porteño, que después de la derrota de Cepeda, lacrimando

juró respetarla.

COMPATRIOTAS: desde que Aquél, usurpó el gobierno de la Nación, el monopolio de los

tesoros públicos y la absorción de las rentas provinciales vinieron a ser el patrimonio de los

porteños, condenando al provinciano a cederles hasta el pan que reservara para sus hijos. Ser

porteño, es ser ciudadano exclusivista; y ser provinciano, es ser mendigo sin patria, sin libertad,

sin derechos. Esta es la política del Gobierno Mitre.

Tal es el odio que aquellos fratricidas tienen a los provincianos, que muchos de nuestros

pueblos han sido desolados, saqueados y guillotinados por los aleves puñales de los

degolladores de oficio, Sarmiento, Sandez, Paunero, Campos, Irrazábal y otros varios oficiales

dignos de Mitre.

Empero, basta de víctimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón y sin

conciencia. Cincuenta mil víctimas hermanas, sacrificadas sin causa justificable, dan

testimonio flagrante de la triste o insoportable situación que atravezamos, y que es tiempo ya

de contener.

¡VALIENTES ENTRERRIANOS! Vuestro hermanos de causa en las demás provincias, os

saludan en marcha al campo de la gloria, donde os esperan. Vuestro ilustre jefe y compañero

de armas el magnánimo Capitán General Urquiza, os acompañará y bajo sus órdenes

venceremos todos una vez más a los enemigos de la causa nacional.

A EL, y a vosotros obliga concluir la grande obra que principiasteis en Caceras, de cuya

memorable jornada surgió nuestra redención política, consignada en las páginas de nuestra

hermosa Constitución que en aquel campo de honor escribisteis con vuestra sangre.

¡ARGENTINOS TODOS! ¡Llegó el día de mejor porvenir para la Patria! A vosotros cumple

ahora el noble esfuerzo de levantar del suelo ensangrentado el Pabellón de Belgrano, para

enarbolarlo gloriosamente sobre las cabezas de nuestros liberticidas enemigos!

COMPATRIOTAS: ¡A LAS ARMAS!...¡es el grito que se arranca del corazón de todos los

buenos argentinos!

¡ABAJO los infractores de la ley! Abajo los traidores a la Patria! Abajo los mercaderes de

Cruces en la Uruguayana, a precio de oro, de lágrimas y de sangre Argentina y Oriental!

¡ATRAS los usurpadores de las rentas y derechos de las provincias en beneficio de un pueblo

vano, déspota e indolente!

¡SOLDADOS FEDERALES! nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución

jurada, el orden común, la paz y la amistad con el Paraguay, y la unión con las demás

Repúblicas Americanas. ¡¡Ay de aquél que infrinja este programa!!

¡COMPATRIOTAS NACIONALISTAS! el campo de la lid nos mostrará al enemigo; allá os

invita a recoger los laureles del triunfo o la muerte, vuestro jefe y amigo.

FELIPE VARELA

Campamento en marcha, Diciembre 6 de 1866

DISCURSOS C F K

Bicentenario:

Segunda Independencia de América del Sur

PALABRAS DE LA PRESIDENTA DE LA NACIÓN CRISTINA FERNÁNDEZ

ANTE LA SESIÓN SOLEMNE DE LA ASAMBLEA NACIONAL DE LA

REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA, CON MOTIVO DE LOS ACTOS

POR EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE ESA NACIÓN.

Señora Presidenta de la Asamblea Nacional; señores Diputados y Diputadas de la Asamblea

Nacional; señor Presidente de la República Bolivariana de Venezuela; señores Jefes de Estado

presentes; señores primeros ministros; movimientos sociales; comitivas que acompañan de

distintos lugares de Latinoamérica y del mundo: quiero, en primer lugar, agradecer este

increíble e inmerecido honor de hablar ante la Asamblea Nacional de la bolivariana República

de Venezuela, en su Bicentenario.

Faltan pocos días también para el 25 de mayo de 1810: nuestro Bicentenario, que esperamos

Comandante Chávez y a todos los que están aquí nos acompañen, también, en Buenos Aires.

(APLAUSOS).

Escuchaba atentamente a Cilia cuando leía la decisión de esta Asamblea que era conmemorar

el Bicentenario de Venezuela, conmemorar el 19 de abril. ¿Qué significa conmemorar? Viene

de memoria y además de festejos, de festejos de la memoria.

Hugo, cuando estaba por entrar aquí, me sugería no puede con su genio que empezara mi

discurso desde el Descubrimiento de América y yo le dije que eso podía ser para él y sus

interminables discursos, pero que yo iba a empezar desde 1810. (RISAS Y APLAUSOS).

Y escuchaba también atentamente al historiador que me precedió en el uso de la palabra y que

reivindicaba las gestas libertarias de la América del Sur diciendo que no era cierto que

hubieran sido solamente una planificación o una idea del liberalismo imperante en Europa. Yo

me voy a permitir fiel a mi espíritu de legisladora, o ex legisladora, ahora Presidenta y también

un poco polemista, por qué no decir que creo que las acciones de la historia, las acciones de los

hombres son una profunda interacción y una relación también dialéctica de intercambio

permanente entre los unos y los otros. Por supuesto, que las ideas de Belgrano, de Moreno, de

Bernardo de Monteagudo, de Castelli, los ideólogos, los jacobinos de aquel 25 de mayo de

1810, o las de Francisco de Miranda eran ideas que tenían que ver con la libertad de nuestros

pueblos ante el insoportable coloniaje a los que nos sometía España, la explotación que de

estas tierras, de sus gente hacía España y también de la nueva generación de criollos que

habían nacido de españoles, pero que ya sentían estás tierras como propias, junto a los pueblos

originarios, junto a los mestizos.

Pero no podemos tampoco ignorar que el mundo que estaba allí, que las ideas de Voltaire, de

Diderot, de Montesquieu había hecho nido en la cabeza de estos hombres. No para copiarlas,

sino para utilizarlas como un instrumento que sirviera a sus pueblos, que de eso se tratan las

ideas: instrumentos que sirvan para la liberación de los pueblos y para la construcción de

sociedades más justas y más equitativas. Si las ideas no pueden exhibir esos resultados sólo

quedan en ideologías, cuando pueden exhibir esos resultados se transforman en política y

adquieren toda la verdadera dimensión que tienen que tener las grandes batallas culturales, que

son precisamente las de transformar la historia.

Y ese 1810 tenía una América que bullía en todas partes, que había también conocido fuertes

levantamientos de los pueblos originarios; en el Alto Perú la figura de Túpac Amaru

descuartizada; en el Perú es el símbolo de que la idea de libertad e igualdad no tiene

nacionalidad, son valores universales. (APLAUSOS), que han atravesado la historia, no desde

1810, desde mucho antes, porque son valores que hacen a la condición humana, la libertad

para decidir sobre la propia vida. Pero no solamente la libertad para decidir sobre la propia

vida, sino para tener una vida igual o mejor de la que tengo y por lo tanto una libertad para

sostener la igualdad.

Por eso digo que en realidad nada nuevo se ha inventado cuando hablamos de libertad e

igualdad. Esos hombres y esas mujeres, la Juana Azurduy que hace poco entregué al

Presidente Morales su sable de Generala, la hicimos Generala en la República Argentina

(APLAUSOS).

Esos hombres y esas mujeres interpretaron, entonces, valores universales que vienen desde el

fondo de los tiempos y que es la necesidad de la autodeterminación de los pueblos y de que

cada sociedad pueda construir su historia, su presente y su futuro.

¿Y cómo nos fue en ese primer centenario, que culmina en 1910? Y por eso también la

interacción a lo que yo hablo, a lo que había pasado en el mundo, aquí en la América del Sur

los libertadores, los fundadores en su gran mayoría terminaron exiliados, olvidados, aunque

también perseguidos. El primer centenario en 1910, nos encuentra a los argentinosy voy a

hablar de la experiencia nuestra en un centenario muy diferente al que vamos a celebrar ahora.

Era un centenario donde, como en casi toda la región, se habían consolidado repúblicas en un

modelo de división internacional del trabajo, donde nosotros proveíamos materias primas que

eran industrializadas y generaban riqueza y valor muy lejos de estas tierras.

Y los hombres que habían hecho 1810 pensaban exactamente lo contrario. Cuando uno

conoce el pensamiento económico de Manuel Belgrano, de Mariano Moreno hablan de la

necesidad, precisamente, de generar riquezas en nuestros propios países. Podríamos decir que

a lo largo de este primer centenario las ideas de esos fundadores y las ideas de esos libertadores

habían quedado muy alejadas de las prácticas políticas concretas de nuestras sociedades y

fundamentalmente de quienes tenían la responsabilidad institucional de conducir los países.

Este segundo centenario nos encuentra también en un mundo absolutamente diferente. Si el

del siglo pasado lo dividieron la contradicción este-oeste, que impuso en nuestra región la

feroz Doctrina de la Seguridad Nacional, que sufrimos en muchos de nuestros países y que

significó también la desaparición de generaciones enteras y fundamentalmente en retraso

económico más formidable del que se tenga memoria, debemos decir que este Bicentenario

encuentra a los pueblos de la América del Sur en una nueva etapa de transformación y en lo

que yo denomino una segunda independencia. (APLAUSOS).

¿Por qué segunda independencia? Y ahí sí voy a coincidir absolutamente con quien me

precedió en el uso de la palabra, es necesario ante un mundo que se ha vuelto a derrumbar en

valores como los del libre comercio, que en realidad el Estado debía desaparecer, que el

mercado todo lo decidía y todo lo resolvía, valores que se derrumbaron estrepitosamente nos

encuentra a todos nosotros hombres y mujeres de la América del Sur ante no solamente la

responsabilidad histórica de conducir y dirigir por voluntad democrática nuestras sociedades,

los Estados que nos toca gobernar, sino también la de atrevernos como se atrevieron aquellos

hombres a formular categorías de pensamientos que nos sean propias, códigos, ideas que sean

elaboradas por nosotros mismos, en materia económica, en materia política, en materia de

interpretar la historia y fundamentalmente en algo que propiciaron aquellos hombres de 1810,

y que fue lograr la unidad latinoamericana con un objetivo fundante para la liberación de

nuestros pueblos.

(APLAUSOS).

Crear la América del Sur, crear la unidad de nuestra región, Latinoamérica y el Caribe no debe

llevarnos a pensar que todos debemos ser iguales, porque creo que allí está el secreto

precisamente que hemos logrado reconstruir y recrear en estos tiempos de la América del Sur:

aceptar nuestras diversidades, nuestros diferentes procesos históricos, nuestras diferentes

identidades.

Yo pertenezco a un partido político, a un movimiento político que hizo punta en 1945, cuando

el mundo se dividía entre este y oeste, en crear lo que fue la tercera posición, un principio

absolutamente latinoamericano, donde no nos planteábamos como parte ni de un mundo ni del

otro, sino que recreábamos desde nuestra propia historia, nuestra propia identidad, nuestras

propias necesidades una forma de gestión, una forma de ver el mundo, una forma de

conducirnos y una forma también de relacionarnos con el mundo.

El mundo ha cambiado profundamente, en estos últimos 20 ó 30 años, ha cambiado más que

en los últimos 200 años todos juntos. Esto nos obliga a nuevos desafíos y a nuevas

interpretaciones. Yo sé que es difícil en proceso históricos de mucha fuerza poder abstraerse

por un minuto y poder mirar el mundo desde la perspectiva diferente que se está gestando. Se

está gestando un nuevo orden internacional, más allá inclusive de sus propios protagonistas.

Interpretar esto, pivotear sobre esto y usarlo en el buen sentido de la palabra en beneficio de la

construcción de nuestro proceso histórico en la América del Sur, debe estar en la inteligencia

de todos nosotros, como estuvo en la inteligencia de esos hombres y de esas mujeres de 1810,

de codificar aquel mundo, reinterpretarlo y aplicarlo a su propia realidad para, desde allí,

pivotear y efectuar la transformación que aún está pendiente.

Menos pendiente que antes, cierto es, porque, en realidad, ese Consenso de Washington que

dominó toda la América del Sur, fue lo que, precisamente, generó la reacción que vino

después. Y que puso precisamente en marcha numerosos procesos en nuestra América del Sur

donde la noción de libertad se asoció a la de igualdad una vez más como en 1810.

Porque, tal vez, estos dos valores, libertad e igualdad, expresan como pocos lo que sentimos

aquí los hombres y mujeres en la América del Sur.

Una sociedad más equitativa, más igualitaria, donde sabemos que no todos son iguales, pero sí

queremos darles igualdad de oportunidades a todos los que han nacido. (APLAUSOS) No

puede ser que el solo hecho de nacer en un hogar pobre condene a nuestros niños o a nuestras

niñas a cancelar toda posibilidad de futuro.

Por eso hablaba de ese movimiento político que empezó en el '45 y del cual yo he sido una

militante toda mi vida. Yo le digo "peronismo", algunos le dicen "justicialismo". A mí me

gusta decirle "peronismo". (APLAUSOS)

Fue un movimiento político que hizo de la movilidad social ascendente su eje fundamental y

que permitió que los hijos de los obreros pudieran llegar a la universidad y que, aún, el hijo o la

hija de trabajadores pudieran llegar a ser presidentes de la república por el voto popular y

democrático de sus pueblos. (APLAUSOS)

Yo no sé si será esta realidad de hoy exactamente la que soñaron San Martín, Bolívar,

Belgrano, Moreno, Monteagudo, Sucre, Juana Azurduy, pero estoy segura que se le parece

bastante más que la que teníamos hace quince años en nuestra región y en nuestro continente.

De eso estoy absolutamente convencida. (APLAUSOS)

Esto significa, entonces, que hemos dado también un gran paso, un gran avance.

Este siglo XXI debe plantearnos a nosotros, hombres y mujeres de la América del Sur, y lo he

charlado con el presidente Chávez y con otros compañeros presidentes de la región en

muchísimas oportunidades, que el mundo que viene o que ya está, para ser más precisos, va a

ser un mundo ambivalente, un mundo de grandes adelantos científicos y tecnológicos pero, al

mismo tiempo, un mundo cruzado por contradicciones que no van a ser las del siglo XX, del

más puro racionalismo, porque aún cuando el enfrentamiento entre OesteEste era muy

ideológico, era un enfrentamiento del mundo moderno, era un enfrentamiento del mundo

racional.

Hoy estamos ante otros desafíos, ante otros dilemas más insolubles, pero también estamos ante

una oportunidad aquí en nuestra América del Sur, una región libre de conflictos o

enfrentamientos raciales o religiosos, al contrario, una región rica y respetuosa de la diversidad

y de la pluralidad como pocos que, al mismo tiempo, cuenta con riquezas, con recursos

naturales inconmensurables, que deberemos prepararnos también para agregarles valor

también, por qué no, para defenderlos. Porque ahí está, en mi país, una plataforma que vino

navegando 14.000 kilómetros para sacar petróleo de nuestras Islas Malvinas.

Ese espejo, es un espejo en el cual debemos mirarnos todos los hombres y mujeres de los

distintos países y saber que la batalla por los recursos naturales, la batalla por el agua, la batalla

por la defensa de nuestros recursos, tal vez, sea una de las claves que debamos entender en el

siglo XXI. (APLAUSOS)

Por eso también quiero agradecer aquí y ahora la solidaridad de la República Bolivariana de

Venezuela, de todos los países de la región y cuando digo todos, son todos el apoyo

permanente en lo que es, no una causa de la Argentina, ni siquiera una causa regional: desterrar

enclaves coloniales como el que tiene el Reino Unido en el sur del continente que es, por sobre

todas las cosas, una obligación universal. (APLAUSOS PROLONGADOS)

Allí en Malvinas, a la que nosotros denominamos "causa universal". ¿Por qué? Porque una de

las cosas que deberemos discutir y debatir los países de la América del Sur en todos los foros,

los que estamos reunidos aquí, en todos los foros, en Naciones Unidas, en todos los espacios

institucionales y no institucionales, es fundamental que se termine el doble estándar en el

mundo, en donde los poderosos pueden violar las disposiciones de Naciones Unidas o de la

Organización de Estados Americanos y solamente estamos obligados a respetarlas los que

somos más débiles o no tenemos la fuerza necesaria para que se nos respeten nuestros

derechos. (APLAUSOS PROLONGADOS)

Se tiene que terminar el doble estándar internacional en materia de respeto a las normas

vigentes. Si todos somos signatarios de la Carta de San Francisco, si todos somos miembros de

las Naciones Unidas, ¿por qué algunos respetan sus disposiciones y otros las violan una y otra

vez en forma sistemática? (APLAUSOS)

Yo quiero en este nuevo escenario internacional, ejercer el multilateralismo en serio en todos

los ámbitos y en todos los frentes. Es la garantía de volver a ser una sociedad de justicia, una

sociedad de derecho en términos universales.

Tenemos que lograr, finalmente, que los derechos de todos sean respetados. (APLAUSOS) Y,

fundamentalmente, defender aquí en la América del Sur, el concepto de paz y de respeto a la

voluntad democrática de cada pueblo expresada libremente. (APLAUSOS)

El respeto a la soberanía popular es para nosotros una cuestión que está en nuestro ADN.

Fuimos un partido proscrito, perseguido, en donde se prohibió en mi país mencionar el nombre

de sus fundadores o cantar la marcha que nos distingue.

Esto no pasó hace cuatro siglos con los españoles; esto pasó hace mucho menos tiempo, fue

durante el siglo XX.

Por eso digo que una de las claves que debemos entender aquí, la hemos entendido y así lo

hicimos, cuando acudimos a ayudar a la hermana República de Bolivia, su Presidente elegido

democráticamente, Evo Morales (APLAUSOS), cuando presidentes y presidentas de la

UNASUR nos reunimos allí, en La Moneda. Fíjense que curioso: un organismo como la

UNASUR, que no está institucionaliza en términos de acuerdos o tratados como tienen otros

tipos de organizaciones, pudo lograr lo que otros no pudieron en etapas más recientes en

Centroamérica. Y fue, precisamente, impedir la violación de la voluntad popular que quería,

precisamente, destituir al Presidente Evo Morales.

Lo tomo como ejemplo, pero como ejemplo de lo que podemos hacer, fundamentalmente,

cuando unimos nuestros esfuerzos y nuestras inteligencias que, ¡ojo!, no significa quién grita

más fuerte, sino quién puede con mayor inteligencia unir esfuerzos y lograr resultados, que de

eso se trata esencialmente la política. (APLAUSOS)

Por eso, y no quiero extenderme demasiado porque si no voy a batir algunos récords que creo

que le pertenecen y le van a seguir perteneciendo al comandante Chávez o a Fidel también, es

cierto, no sé si han ganado alguno vos, me parece todavía, habría que cronometrar tal vez y ver,

quiero decirles algo.

Hoy cuando asistimos a este maravilloso desfile que tuvo lugar para conmemorar el

Bicentenario de Venezuela, yo sé, Hugo, bueno, que tú eres un militar y como a todos los

militares les encantan los aviones, los tanques y esas cosas, es una cosa que ya viene en el

ADN de cada uno, pero yo quiere decirle algo, presidente Chávez: la parte del desfile que más

me gustó fue la última, la del caballo blanco, con toda la caballería, como debió de haber sido

en 1810, cuando dijeron: "¡A la carga!" y corrieron frente a nosotros. Así deben de haber

hecho en Ayacucho, así debe haber sido Carabobo, así debe haber sido Maipú, así debe de

haber sido la batalla del Norte, así deben haber sido todas las batallas que fueron construyendo

la independencia. (APLAUSOS)

Yo creo que no fue solamente una cuestión militar. Lo militar siempre implica la noción de

fuerza. Yo creo que el gran poder estuvo en las ideas, en esa cultura por la libertad que es capaz

de hacer que un pueblo haga los sacrificios más extremos con tal de obtener su liberación.

Me acuerdo del éxodo jujeño. Cuando Manuel Belgrano mandó quemar todas las casas para

que los realistas cuando pasaran no encontraran nada, ni hacienda, ni casas, ni pasturas y no

fueron sus soldados los que quemaron todos, fue el pueblo jujeño que quemó sus propiedades

y acompañó, junto al ejército de Belgrano, en la tarea liberadora.

Hace poco, el día viernes, estuvo visitándonos en la República Argentina el Primer Ministro de

la República Socialista de Vietnam.

Nosotros cumplimos 200 años y él me decía que Hanoi cumple este año 1.000 años, mil años.

Mil años en los que pasaron las principales potencias del mundo ocupando su territorio. La

última, la más importante de la última centuria.

Y fíjense ustedes, con mucho poderío militar, en Vietnam se tiraron el doble de bombas que

durante toda la Segunda Guerra Mundial y, sin embargo, ese pequeño gran pueblo, pudo

vencer durante siglos a santísimas ocupaciones. (APLAUSOS)

Y conversando con él, porque claro, cuando sucedía Vietnam yo era una estudiante, era muy

joven, pero era un icono, como era también la Revolución Cubana, un icono de nuestras

juventudes. Entonces así charlando con él en un momento hablaba de la ofensiva de allá del

año Tet, del '68, y entonces él me dice: "Mire, esta herida y me muestra una pequeña cicatriz,

porque fue un combatiente de los 12 años me la hicieron durante la ofensiva del año Tet". Y yo

pensaba: pensar que nosotros a nuestros libertadores los miramos desde una estatua o desde un

cuadro; ellos los siguen mirando, los están gobernando y los pueden ver todavía recorriendo

las calles.

Pero lo importante, y me parece que es lo que une toda la historia completa aquí y en el mundo,

es que no hay poderío militar, no hay poderío económico que pueda con la decisión de un

pueblo cuando este decide liberarse. (APLAUSOS)

Y yo creo, para terminar, que este es el mensaje que nos dan esos hombres y esas mujeres que

enfrentaron al ejército más poderos en aquel momento, en 1810, el mensaje es que lo que

define la libertad de los pueblos, la construcción de nuestras sociedades, es el valor y el coraje

que tengan sus ciudadanos para defender los sagrados derechos de la libertad y de la igualdad.

(APLAUSOS)

En nombre de esos valores, vengo hoy aquí a saludar ante esa Asamblea Nacional, legítimo

lugar donde está representada la soberanía popular de Venezuela, al coraje de sus hombres y

mujeres, los del 19 de abril de 1810 y los del 19 de abril de este 2010.

¡Gloria y honor a ambos!

Muchas gracias, ¡viva la patria!, ¡viva Venezuela!, ¡viva Argentina!, ¡viva el Bicentenario!

Gracias. (APLAUSOS)

Vuelta de Obligado

Día de la Soberanía Nacional

PALABRAS DE LA PRESIDENTA DE LA NACIÓN, CRISTINA FERNÁNDEZ,

EN EL ACTO POR EL DÍA DE LA SOBERANÍA NACIONAL, EN EL PARAJE

VUELTA DE OBLIGADO, EN LA LOCALIDAD DE SAN PEDRO, PROVINCIA

DE BUENOS AIRES

Gracias, muchas gracias. Muy buenas tardes a todos y a todas.

Señor Gobernador de la provincia de Buenos Aires; señores gobernadores de las provincias de

Jujuy y del Chaco; señora Vicegobernadora de La Rioja que nos acompaña; señor Intendente

de la localidad de San Pedro; Madres, Abuelas; hermanos; hermanas; compatriotas: hoy

estamos aquí cubriendo una deuda histórica de los argentinos y de su historia cual es recordar

una epopeya como fue la Vuelta de Obligado, oculta, premeditadamente ocultada desde hace

165 años por la historiografía oficial.

En este lugar, donde hemos emplazado este monumento histórico, estas cadenas recuerdan a

las cadenas que, por orden del brigadier general don Juan Manuel de Rosas, el general Lucio

Mansilla y sus tropas cruzaron esas cadenas en el río para que la flota anglofrancesa no pudiera

pasar.

Corrían tiempos en los cuales, como en tantos otros tiempos de nuestra historia de estos 200

años, de este Bicentenario, potencias extranjeras querían dividir nuestro país y apoderarse de

nuestros recursos. Buques de guerra, como cantaba la canción de Teresa, acompañados por

buques mercantes porque en realidad venían en nombre del libre comercio, pretendían

transformar este río, nuestro Río Paraná, en un río internacional y no en lo que es y siempre

será, un río de la Nación argentina.

Pero iban por más, querían también, para poder transformarlo en internacional, separar a las

provincias de Entre Ríos, de Corrientes y de Misiones para conformar la República de la

Mesopotamia y entonces el río iba a ser internacional y nosotros íbamos a ser menos, más

chicos.

Pero en esos buques de guerra y mercantes, no venían solamente ciudadanos ingleses o

franceses, venían también ciudadanos de la Confederación Argentina, identificados como

unitarios, que habían emigrado a Montevideo y venían en las mismas naves que iban a invadir

su tierra, su patria.

El otro día leía unas letras que decían que esos cañonazos de la Vuelta de Obligado se vienen

sucediendo a lo largo de la historia, en esta división de los que amamos y queremos a nuestro

país y de los que muchas veces, sin darse cuenta o dándose cuenta, se convierten en serviles y

funcionales a los intereses foráneos.

La valentía de esos hombres, la decisión de Rosas, la del general Mansilla, soldado con honor

que al frente de sus tropas comandó la batería de la Vuelta de Obligado, tenía la tarea, sabía

que no podía impedirlo por la superioridad numérica, militar y de todo tipo que traía el invasor,

que había que debilitar a los buques mercantes, por eso las cadenas. Y mientras no podían

pasar eran atacados de las costas en una verdadera guerra de guerrillas que se dio aquí, río

arriba y luego cuando volvieron Tuvieron que rendirse, tuvieron que saludar al pabellón

nacional con 21 cañonazos pese a que eran muy superiores en tecnología y en armamento.

Pero se enfrentaron con militares y pueblo unidos en un solo fúsil, en un solo cañón que los

enfrentó.

También quiero hacer mención y homenajear a las mujeres, porque aquí también pelearon

mujeres, mujeres de San Pedro y mujeres de San Nicolás. No quiero olvidarme de María y

Josefa Ruíz Moreno; no quiero olvidarme de Rudecinda Porcel, de Carolina Núñez, de

Francisca Navarro, de Faustina Pereyra, todas comandadas por Petrona Simonino.

Seguramente deben tener algún nombre esas calles, Intendentes, tanto para usted como para el

de San Nicolás y si no los tienen es bueno que vayan pensando en ponerles el nombre de estas

mujeres los intendentes y los concejales, por favor. Tantas calles, tantas plazas, tantas avenidas

con el nombre de tantos argentinos que no supieron servir a su país, bien merecen estas

mujeres el nombre de alguna plaza o de alguna calle.

Yo quiero hoy aquí rendir homenaje y reconocimiento a esos hombres y a esas mujeres.

Siempre me pregunto y siempre me preguntaré: ¿por qué en la escuela siempre nos han

enseñado con muchísimo detalle cada una de las batallas, cada una de las campañas en las que

nos permitieron liberarnos del yugo español y, sin embargo, se ocultó deliberadamente durante

dos siglos todas las luchas que se dieron contra otros colonialismos que aún subsisten como,

por ejemplo, en nuestras Islas Malvinas?

Creo que no es casualidad, creo que es la de convencernos muchas veces que es imposible

luchar o mantener la dignidad nacional.

Por eso yo creo que el mejor homenaje que podemos hacer a estos hombres y mujeres en el

Bicentenario, a los 165 años de aquella gesta maravillosa, es, precisamente, entender la

necesidad de la unidad nacional. No como un objetivo declarativo, sino como un instrumento

para lograr definitivamente la construcción de una gran nación como soñaron Rosas, San

Martín, Belgrano, Moreno, Castelli, Monteagudo, todos los hombres y todas las mujeres que

lucharon por esos ideales.

Él también, sí, él también, él y muchísimos más, más anónimos, menos reconocidos, tal vez, él

representándolos, pero tantos argentinos que han dado sus vidas para vivir en una sociedad

más justa, más libre, más igualitaria, más democrática, más de todos. Este monumento es para

todos los argentinos y es de todos los argentinos.

Yo quiero saludar desde aquí a los más de 40 millones de compatriotas y convocarlos a nuevas

gestas, que no va a ser necesario emplazar cadenas en el río ni cañones; será necesario despojar

nuestras cabezas de las cadenas culturales que durante tanto tiempo nos han metido. Son más

fuertes, más invisibles, más dañinas, más profundas que los cañonazos. Porque muchas veces

nos hacen ver las cosas no con el cristal de la patria, sino con el cristal de los intereses de otros.

Por eso, quiero saludarlos a todos en este 20 de noviembre, que sea símbolo de unidad

nacional, pero también de dignidad y soberanía para defender a la patria.

¡Viva la patria! (APLAUSOS)

Reivindicación de Felipe Várela

PALABRAS DE LA PRESIDENTA DE LA NACIÓN CRISTINA FERNÁNDEZ EN

EL ACTO DE REIVINDICACIÓN DEL CAUDILLO FELIPE VARELA, EN SAN

FERNANDO DEL VALLE DE CATAMARCA

Gracias, muchas gracias.

Hacía un tiempito que no venía a Catamarca. Me acuerdo que la última vez que vine fue para

inaugurar una fábrica recuperada y la verdad que hoy me ha recibido con un clima

maravilloso.

Señora Gobernadora; señor Vicegobernador; señor Intendente; queridos gobernadores de

Salta, de La Rioja y de Santiago del Estero; queridos y queridas catamarqueñas y

catamarqueños: la verdad que cuando recién escuchaba a Lucía enumerar algunas de las obras,

de las tantísimas obras, escuelas, rutas, obras hídricas a lo largo y a lo ancho de Catamarca y a

lo largo y a lo ancho del país o cuando recién escuchaba a Hugo Sigma inaugurar esta fábrica

de productos medicinales monoclonales, la primera en Sudamérica para el tratamiento de

enfermedades oncológicas o cuando recién escuchaba al sacerdote agradecer la reconstrucción

y la restauración del seminario...

Pero yo no vengo hoy a hablar de obras. A mí me encanta hablar de las obras, pero yo hoy

quiero hablar de otras cosas, quiero hablar de la memoria, quiero hablar de la verdad histórica

y quiero hablar de la dignidad de los pueblos. Y porque quiero hablar de esas cosas, es que hoy

vine a entregarles el decreto que ordena general de la Nación al coronel Felipe Várela.

(APLAUSOS)

Ese Felipe Várela que, como tantos otros patriotas, fue desaparecido, escondido y muchas

veces calumniado por la historiografía oficial y hasta por la música también: hay una zamba

por ahí que dice "Felipe viene matando y se va", como si hubiera sido un asesino o un vándalo,

y cuando en realidad, en la historiografía oficial se escondieron los verdaderos crímenes que se

cometieron en el interior del país masacrando a los caudillos federales. (APLAUSOS)

Todavía recuerdo el libro de otro argentino, que no es de nuestro partido y que tampoco es

catamarqueño, es riojano, que me regalara Beder cuando estuve y que se llama "Los coroneles

de Mitre", donde relata cómo pasaron a degüello a cientos y cientos de riojanos de una manera

atroz.

También intentaron sepultar la memoria de los desaparecidos durante la última dictadura

militar como también quisieron la impunidad, pero no pudieron porque mujeres de pañuelos

blancos salvaron la memoria como también lo hizo y quiero recordarla Dolores Díaz, "la

Trigra".

Anotíciense: en 1867, en la batalla de Pozo de Vargas, cuando se cae del caballo muerto, a

Felipe Várela, lo iban a lancear y una mujer, a la que apodaban "la Tigra", lo levantó, lo puso

en las ancas de su caballo y lo salvó. Esto para que sepan el rol que hemos tenido también las

mujeres en la lucha por la independencia y por el federalismo y que nada es casual.

(APLAUSOS)

Una mujer que, junto a otras mujeres, luego fue encarcelada, pero miren lo que son las cosas de

la historia: se la llevaron presa a Santiago del Estero y las tuvieron allí porque peleaban en las

montoneras federales.

Por eso, hoy 4 de junio, que se cumplen 142 años de la muerte de Felipe Várela, es una fecha

que también trae muchos recuerdos, muchas memorias: allá en 1870, murió Felipe Várela,

tísico en Chile; también un 4 de junio de 1940, hoy hace 42 años, moría otro militar, el general

Mosconi, otro patriota también...(APLAUSOS)...; un 4 de junio de 1952, hoy hace 60 años,

asumía el general Perón su segunda presidencia con el voto femenino y con Eva Perón al

lado... (APLAUSOS)...,la gran responsable de haber obtenido el voto para las mujeres, y este 4

de junio, hoy, hace pocas horas se acaba de constituir el Directorio Nacional y Federal de

Yacimientos Petrolíferos Fiscales recuperada para todos los argentinos. ¡Qué 4 de junio, eh!

(APLAUSOS)

La verdad que la designación de esos 17 directores, de los cuales 16 corresponden al Estado

nacional, a los Estados federales y también a los trabajadores, es un símbolo también que se

haya hecho un 4 de junio. La verdad que no fue una cosa diagramada para que fuera un 4 de

junio, sino que fue que los términos que obliga la Ley de Sociedades y los términos que obliga

el propio Estatuto de YPF, dieron que todo el proceso, precisamente, culminara con la elección

de su Directorio, de su órgano societario allá en la ciudad de Buenos Aires este 4 de junio.

Uno piensa en el tiempo perdido, uno piensa en tantos millones de argentinos anónimos,

olvidados y sepultados en la memoria de su pueblo y creo que uno piensa también en esta

reivindicación que hoy estamos haciendo de Felipe Várela, que fue, no solamente un hombre

de compromiso federal, sino que fue, además, un hombre de profundo contenido americanista

que se enfrentó a Mitre por la guerra genocida de la Triple Alianza donde se masacró al pueblo

paraguayo siendo uno de sus opositores más firmes. (APLAUSOS)

La primera historiografía revisionista que habla sobre cómo Felipe Várela había luchado y

había tenido diferencias con Juan Manuel de Rosas, lo ocultó y esas son las cosas que no

tenemos que hacer más. Porque si es imposible encontrar personas perfectas, que hayan

acertado en todas y cada una de las etapas de sus vidas, lo importante es el saldo histórico de

cada uno de nosotros. Y ese hombre americanista, que proclamaba la unidad de los

americanos...

Hoy me emocionó mucho la intendenta de Valle Viejo cuando me recibió con la foto puesta en

un cuadro muy lindo, donde en una punta estaba Felipe Várela, en la otra punta estaba Néstor y

decía: "Uno fue americanista, allá en la época de la guerra de La Triple Alianza y otro fue el

primer secretario general de la UNASUR, también con profundo sentido de la América del

Sur". (APLAUSOS)

También hicimos lo mismo con Juana Azurduy, proclamándola generala del Ejército

Argentino, para llegar a conocer la verdadera historia, para desenterrar literalmente a los que

fueron sepultados para que no se conociera la verdad.

A nosotros nos presentaron la historia fragmentada, como que nada tuviera que ver con nada,

como si cada cosa no tuviera una causalidad. Y la verdad que cuando uno mira a nuestro país,

la República Argentina, con su diversidad geográfica y cultural, sus incontables riquezas, tanto

en minerales como climatológicas, de tierra, de recursos humanos nuestra principal riqueza,

nuestro pueblo, esos universitarios orgullosos de ser egresados de la universidad pública

nacional y gratuita que hoy retornan al país...(APLAUSOS)...a devolverle lo que el país les dio

y que en algún momento les quitó, yo me siento tan orgullosa de cada una de estas cosas que

aparecen todos los días, desde esta fábrica, desde la reparación de un monumento histórico que

además alberga a estudiantes argentinos, de este reconocimiento a un hombre como Felipe

Várela que es, en definitiva, el reconocimiento que nos hacemos a nosotros mismos los

argentinos, como hombres y mujeres capaces de hacer cosas que transformen la realidad y

mejoren la calidad de vida de todos los argentinos, que de eso se debe tratar la política y no de

ninguna otra cosa. (APLAUSOS)

Esto es recordar, rever. Y, en este sentido, les voy a contar algo: el otro día charlábamos con los

historiadores del Instituto Dorrego que me fueron a ver para entregarme unos libros y también

invitarme a algunos eventos y los 3 principales libros, hoy "best sellers", son libros históricos.

Los argentinos tienen ganas de saber, porque sienten que les han cambiado la historia y que les

han mentido mucho; tienen ganas de conocer quiénes fueron los verdaderos patriotas porque

como Felipe Várela, no pudieron dejarse un diario de guardaespaldas histórico como hizo

Bartolomé Mitre, o como el Chacho Peñaloza tampoco lo pudo hacer, como tampoco lo

pudieron hacer tantísimos otros, como Facuando Quiroga, el "Tigre de los Llanos", o Martín

Miguel de Güemes, que está ahí en mi despacho con Macacha, o como los hombres que

lograron cuidando la frontera norte que hoy seamos un país independiente.

El otro día lo recordaba en Bariloche cuando hablaba de "los chisperos" French y Beruti y la

famosa anécdota de las escarapelas que, cuando éramos chiquitos y leíamos Billiken, nos

decían que era porque se trataba del Día de la Patria. Más que el Día de la Patria, era la marca,

porque a ellos había que entregarles los fierros si era necesario si el Virrey no se iba. Que le

cuenten a la gente de una buena vez por todas la verdad para que se sepa. (APLAUSOS)

Porque nos venden la visión edulcorada y la verdad que lo más valioso de esos hombres y

mujeres es que no fueron santos ni ángeles, porque cuando uno es santo o ángel, casi tiene la

obligación de ser bueno, es imposible no ser bueno, por eso sos santo o ángel.

Lo importante es ser hombres y mujeres de carne y hueso y jugarse la vida por la patria, por los

ideales y por las convicciones, con errores y con aciertos, pero jugarse la vida. (APLAUSOS)

Eso es, en definitiva, lo que los han hecho diferentes; no eran perfectos, pero dieron su vida por

un proyecto colectivo de país y de nación. Y en el caso de Felipe Várela, defendiendo a la

patria grande como lo han hecho tantos.

Cuando venimos a recordar estas cosas, cuando venimos a recordar a estos seres olvidados, a

propósito de nuestra historia, no venimos para dividir; al contrario, nosotros sabemos más que

nadie que la división nacional solo ayuda a unos pocos. Venimos simplemente a que todos los

argentinos conozcan la historia completa para no volver a repetir viejos errores que nos

enfrentaron a través de consignas o conceptos culturales que poco tenían que ver con los

intereses concretos, económicos y sociales de cada uno de nosotros.

Queremos una Argentina unida; queremos una sociedad que sepa cuáles son los objetivos;

queremos que en estos nueve años, con nuestros errores y con nuestros aciertos y esto no

significa que tengan que adherir a nosotros a través de una ficha o ideológicamente reconozcan

que hemos recuperado cosas que creíamos perdidas definitivamente para todos los argentinos.

(APLAUSOS)

No nos hace perfectos, no nos hace únicos, pero creo que nos hemos ganado un lugar en la

historia de este pueblo porque hemos dejado todo y hemos recibido muchas veces la calumnia,

la injuria y la difamación, pero no ya desde la política, sino hasta en términos personales. ¡Qué

no le dijeron a él, las cosas que tuvo que sufrir! Él era muy fuerte, pero le llegaban mucho las

cosas, tal vez demasiado, y le llegan más cuando me atacaban a mí; sufrió mucho y tuvo que

hacer un esfuerzo muy grande.

Por eso quiero decirles a todos los argentinos que casi parece un signo histórico que en

aquellos hombres y mujeres, que dieron tanto por la patria, que se nos fueron tan pronto, esté

esta historia que estamos rescatando, esta historia que queremos conocer y que queremos hacer

conocer al resto de los argentinos, no para dividir, sino al contrario, para despertar

definitivamente la conciencia de los 40 millones que necesitamos imperiosamente la unidad

nacional como presupuesto básico del crecimiento y como la segunda independencia de

nuestro país, la de la economía, la del conocimiento, la de la ciencia, la de la tecnología, la de la

educación y la de la salud. Esa es nuestra segunda independencia y por eso la vamos a seguir

peleando todos los días en un mundo cada vez más difícil.

Pero aquí estamos y seguimos creciendo en medio de la tormenta, aunque parece que la

tormenta no acaba porque de Europa vienen rayos, truenos, relámpagos, lluvias y ventarrones.

De todas maneras, quiero decirles que vamos a seguir tomando todas las medidas que

tengamos que tomar para seguir creciendo y sosteniendo el trabajo de todos los argentinos.

(APLAUSOS)

Por eso quiero decirles también, que este laboratorio que estamos inaugurando hoy y que da

trabajo a 60 hombres y mujeres muy calificados, es parte de otro proyecto de otro laboratorio

del mismo grupo que en octubre lo vamos a inaugurar y que lo hacemos también con

financiamiento del Estado a través del Proyecto de Préstamos del Bicentenario.

Estamos decididos a seguir sustituyendo importaciones pese a las críticas interesadas que nos

hacen algunos que solamente vivieron importando cosas; queremos que inviertan para que

esas cosas puedan hacerse en el país y generen trabajo para los argentinos. (APLAUSOS)

Por eso, no les pedimos que dejen de ganar plata, los empresarios tienen que ganar plata;

simplemente les pedimos que inviertan en el país para sustituir importaciones, que es generar

trabajo para los argentinos.

Porque además, estamos haciendo una formidable inversión en educación y capacitación de

nuestros recursos humanos.

Por eso, aunque también lo oculten, somos, según Naciones Unidas, el país que mayores

inversiones de calidad recibe: esto es que los que quieren invertir en ciencia y tecnología, se

deciden mayoritariamente por Argentina por la calidad de los recursos humanos y de nuestra

educación, educación pública y gratuita y no solamente primaria y secundaria, sino también

para la universidad.

¡Dios mío!, tienen que pasar cosas en algún país vecino para que los argentinos nos enteremos

lo que significa tener universidad pública y gratuita y haber hecho este Gobierno la inversión

más importante que se tenga memoria en materia universitaria. Diez universidades hemos

creado.

Este próximo jueves estaremos en la Universidad de Lanús para inaugurar un nuevo

laboratorio y así lo haremos en todos y cada uno de los puntos del país, llevando la ciencia y la

tecnología.

Yo tengo una obsesión. Miren: este siglo XXI vamos a necesitar energía, alimentos y

conocimiento; los que tengan estas tres cosas, van a ser de los grandes protagonistas del siglo

XXI y ahí quiero ver a mi país.

(APLAUSOS)

Para eso necesitamos seguir sosteniendo la inversión, el consumo, la educación, en definitiva,

la convicción y el sentimiento. Porque esto no es solamente una cuestión de razonamiento;

esto también hay que sentirlo.

Para poder hacerlo bien, además de saber, hay que sentirlo. Hay muchos le que saben mucho y

no entienden nada porque no miran con el corazón.

El corazón te ayuda al conocimiento para que realmente puedas ver más allá de lo que tus ojos

miran. (APLAUSOS) Y esto es lo que muchas veces les falta a algunos. Esperemos que cada

vez sean menos; esperemos que cada vez haya más argentinos que puedan ver por ellos

mismos y no por lo que otros les cuentan o les dicen o les escriben.

Si es fácil mirar y escuchar a tu alrededor, acordarte cómo estábamos en el 2001, en el 2002 y

en el 2003 cuando llegó Néstor y cómo estamos hoy. Que estamos en Disneylandia, no. ¿Y

quién quiere estar en Disneylandia? Queremos estar en la Argentina, con nuestros defectos,

con nuestros errores, con lo que hemos hecho y con lo que todavía nos falta. Pero siempre acá,

en la Argentina, nuestra casa y nuestro lugar.

Gracias, Catamarca, muchas gracias, los quiero mucho a todos y mucha fuerza para seguir

adelante. ¡Fuerza! (APLAUSOS)

Citas de patriotas y buitres:

San Martín:

"Seamos libres y lo demás no importa nada. La muerte es mejor que ser esclavo de los maturrangos.

Compañeros, juremos no dejar las armas hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como

hombres de coraje"

Carta de Carlos María de Alvear a Lord Strangford 1815:

"En estas circunstancias sólo la generosa Nación Británica puede poner un remedio eficaz a tantos

males, acogiendo en sus brazos a estas Provincias, que obedecerán su Gobierno, y recibirán sus leyes

con el mayor placer, porque conocen que es el único remedio de evitar la destrucción del país."

Juan Manuel de Rosas sobre el fusilamiento de Dorrego 1937:

"Si quitáis de la historia la muerte de Dorrego, el drama argentino queda incompleto, frío, absurdo"

(...) "En combinación con el Banco Nacional se fraguó el motín del 1 de diciembre, y con el Banco se

contó como lo ha acreditado la experiencia, para pagar el asesinato del Jefe del Estado".

Felipe Várela:

"Ser porteño es ser ciudadano exclusivista y ser provinciano es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin

derechos. Esta es la política del gobierno de Mitre. Soldados Federales, nuestro programa es la

práctica estricta de la Constitución jurada, el orden común, la amistad con el Paraguay y la unión con

las demás repúblicas americanas.

Domingo Faustino Sarmiento:

"Cuando decimos "pueblo" entendemos los notables, activos, inteligentes: clase gobernante. Somos

gentes decentes. Patricios a cuya clase pertenecemos nosotros, pues, no ha de verse en nuestra

Cámara ni gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente, es decir, patriota".

Nicolás Avellaneda:

"Hay dos millones de argentinos que economizarán hasta sobre su hambre y su sed, para responder en

una situación suprema a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros"