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HISTORIA DE LA ACTIVIDAD MISIONERA EN SALTA (ARGENTINA) El presente trabajo de investigación fue realizado por Miguel Angel López Mena (Arquidiócesis de Salta) como monografía final para el Curso de Misionología del Centro de Misionología "Juan Pablo II" de las OMP de Argentina. Introducción El Decreto Ad Gentes menciona en su artículo 26 que, entre los contenidos que debe incluir la formación y preparación del misionero, debe tenerse en cuenta “qué caminos han recorrido los mensajeros del Evangelio en el decurso de los siglos”, esto es la historia de las misiones y los misioneros. En la Arquidiócesis de Salta, existen trabajos de investigación muy completos acerca de la Historia Eclesiástica (si bien estos llegan hasta mediados del siglo XX). Con respecto a la actividad misionera específica, pueden encontrarse trabajos realizados por historiadores franciscanos y jesuitas, respecto a la actividad misionera específica de sus órdenes religiosas. Pero no existe un documento que se aboque específicamente a describir la historia de las misiones en el territorio de la Arquidiócesis. Tampoco existe una relación histórica de la actividad de las Obras Misionales Pontificias en esta Iglesia Particular. Por lo tanto, quien quisiera obtener una visión general de la historia de las misiones en Salta, debía acudir a muchos libros y extractar de ellos lo específicamente relacionado con las misiones, quedando inclusive muchos puntos sin cubrir en ellos. Con este trabajo he querido producir un documento en el cual el lector pueda

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HISTORIA DE LA ACTIVIDAD MISIONERA EN SALTA (ARGENTINA)

El presente trabajo de investigación fue realizado por Miguel Angel López Mena (Arquidiócesis de Salta) como monografía final para el Curso de Misionología del Centro de Misionología  "Juan Pablo II"  de las OMP de Argentina.

IntroducciónEl Decreto Ad Gentes menciona en su artículo

26 que, entre los contenidos que debe incluir la formación y preparación del misionero, debe tenerse en cuenta “qué caminos han recorrido los mensajeros del Evangelio en el decurso de los siglos”, esto es la historia de las misiones y los misioneros.

  En la Arquidiócesis de Salta, existen trabajos

de investigación muy completos acerca de la Historia Eclesiástica (si bien estos llegan hasta mediados del siglo XX). Con respecto a la actividad misionera específica, pueden encontrarse trabajos realizados por historiadores franciscanos y jesuitas, respecto a la actividad misionera específica de sus órdenes religiosas. Pero no existe un documento que se aboque específicamente a describir la historia de las misiones en el territorio de la Arquidiócesis. Tampoco existe una relación histórica de la actividad de las Obras Misionales Pontificias en esta Iglesia Particular. Por lo tanto, quien quisiera obtener una visión general de la historia de las misiones en Salta, debía acudir a muchos libros y extractar de ellos lo específicamente relacionado con las misiones, quedando inclusive muchos puntos sin cubrir en ellos.

  Con este trabajo he querido producir un

documento en el cual el lector pueda obtener una visión completa de la historia de la Actividad Misionera de Salta desde las primeras exploraciones de los españoles, hasta nuestros días. Para la elaboración del mismo he recurrido, además de las bibliografías existentes antes referidas, a documentos archivados en el Archivo Histórico de la Provincia de Salta y en el Archivo Histórico del Arzobispado.

  Espero que el presente trabajo pueda servir a

los que, como yo, están sedientos por conocer la historia misionera de la tierra del Señor y la Virgen del Milagro, justamente referenciada como la “Capital de la Fe”

Primeros misioneros en el territorio ArgentinoA mediados del siglo XVI, y con el objeto de consolidar una ruta de unión entre el Perú y el Río de la Plata, se lanzan los españoles a conquistar la región del

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Tucumán (territorio de las actuales provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, Santiago del Estero, La Rioja y Córdoba, más la actual provincia boliviana de Tarija). Así comienza el recorrido del español por estas tierras argentinas, que va conquistando y dando una nueva faz al territorio comprendido entre la cordillera y el Río de la Plata, y desde el Alto Perú hasta el sur. .Por este camino recorrido por el conquistador, pasó también el misionero, sufriendo y luchando con él y como él. Los misioneros sembraron de obras sus caminos, regados de sangre y de santidad, siempre con el único deseo de responder a la exigencia del Evangelio de predicar el nombre de Jesucristo hasta los confines de la tierra y plantar la Iglesia en el nuevo mundo. Al igual que los conquistadores, los primeros misioneros llegaban de la ya floreciente iglesia peruana. Sólo posteriormente se abrió el camino del Río de la Plata. .

Hacer click en la imagen de la derecha para ver un mapa con las primeras incursiones 

de los españoles en América del Sur

 .Con el paso de Almagro hacia Chile en su expedición de 1536, entran en la región del Tucumán los primeros sacerdotes, que son los Mercedarios fray Antonio de Solís y fray Antonio Almansa y el clérigo Cristóbal Molina1[1]. Si bien no era el propósito de la expedición la predicación a los naturales, es muy probable que durante la permanencia de Almagro en Salta y su Valle, hayan realizado algunas incursiones entre las tribus de Chicoanas, Pulares y Guachipas, y en ellas, los sacerdotes hayan iniciado la predicación cristiana. Es casi seguro que la primera Misa en el territorio salteño se haya celebrado en el territorio del actual pueblo de Chicoana2[2].  Los primeros misioneros en llegar al territorio son los capellanes que acompañaron la expedición de Diego de Rojas a mediados de 1543, y que iniciaron el establecimiento definitivo de los misioneros en territorio argentino. Los Padres Francisco Galán de la Orden de los Comendadores de San Juan y el clérigo Juan Cedrón, permanecieron más de 6 meses en el territorio tucumano atendiendo a los expedicionarios, y prosiguieron luego con la expedición por los territorios al sureste del Tucumán hasta el Río Paraná. Estos dos sacerdotes fueron los primeros en recorrer, junto a los conquistadores, todo el noroeste argentino, predicando también entre los indios.  Le siguieron dos frailes de la Orden de Santo Domingo, el Padre Gaspar de Carabajal y fray Alonso Trueno, junto con Díaz Gomar, que acompañaron la

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expedición de Juan Núñez del Prado, que asistieron a la primera fundación realizada en territorio argentino, la ciudad del Barco, en 1550, y más tarde los clérigos Nuño de Abregó y Luis Bonifacio y el Mercedario fray Antonio Rendón Sarmiento. 

Por 1561 tenemos noticia de los primeros religiosos que se establecen definitivamente en la región: son los Mercedarios fray Luis Valderrama, fray Cristóbal de Albarrán y fray Hernando de Almenares, que fundan su primer convento en Talavera en 1567. En 1566 llegan los primeros Franciscanos a la región, y a partir de entonces, estarán presentes junto a los Mercedarios, en todas las fundaciones posteriores, en cada una de

las cuales se destinará un solar para la erección del convento respectivo. En general, hasta fines el siglo XVI, con la llegada de los Jesuitas, la evangelización del Tucumán recayó casi exclusivamente en los Franciscanos. La organización de los indios en doctrinas daba la posibilidad de un trabajo apostólico de resultados seguros, mientras los españoles constituían normalmente un apoyo para la actividad del misionero.

Creación del Obispado del Tucumán

La realidad política y religiosa de la región del Tucumán (que hasta entonces dependía eclesiásticamente del Obispado de Chile) hizo impacto en el ánimo del rey de España Felipe II, y por pedido de las autoridades del lugar, pidió la erección de la diócesis del Tucumán, que se concretó mediante la bula del Papa Pío V del 14 de Mayo de 1570. La sede de la diócesis fue establecida en la ciudad más antigua y de mayor importancia de la región: Santiago del Estero. Los primeros obispos de esta diócesis fueron el franciscano Francisco de Baumonte y el también franciscano Jerónimo de Albornoz.

  Fray Francisco Victoria, obispo del Tucumán desde 1578, inicia gestiones para que la Compañía de Jesús enviase religiosos para evangelizar en su diócesis, lo cual recién se haría efectivo en 1586, como veremos más adelante.  Por el año 1579, asume la gobernación del Tucumán, el licenciado Hernando de Lerma, cuya postura y carácter fueron muy criticados por sus contemporáneos. Tuvo choques con el virrey Toledo y con el obispo fray Francisco de Victoria, desatendió las cédulas reales y desobedeció a la Audiencia de Charcas. Estos litigios provocaron una crisis en el obispado del Tucumán, puesto que el gobernador desconoció a los emisarios del obispo, hizo encarcelar a los frailes de la orden de la Merced y tuvo abiertos enfrentamientos con el obispo. Todo esto causó desconcierto entre los misioneros, muchos de los cuales huyeron del

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Tucumán. Aparentemente, dentro de todos los desaciertos del gobernador, el único mérito que cabe atribuirle es la fundación de la ciudad de Salta.

Fundación de la Ciudad de SaltaEl lunes de Pascua de Resurrección, 16 de Abril de 1582, el Gobernador Hernando de Lerma fundó en la región del valle de Salta, la Ciudad de Lerma del Valle de Salta, en el territorio de la provincia del Tucumán, situada a las orillas del río de los Sauces (hoy calle San Martín) y del río Siancas (hoy río de Vaqueros). Estuvieron presentes en el momento de la fundación el Obispo del Tucumán Fray Francisco de Victoria, el Deán de la Catedral de Santiago del Estero don Francisco de Salcedo, el Chantre de la misma Catedral don Diego Pedrero de Trejo, el Comendador de la Orden de la Merced Fray Nicolás Gómez y el franciscano Fray Bartolomé de la Cruz. El misterio titular de la Iglesia Mayor que se creaba ese mismo día fue el de la Resurrección del Señor.  El 1° de Mayo siguiente, día de la festividad de los apóstoles San Felipe y Santiago se pasea por las calles de la recién fundada ciudad el Estandarte Real, y el 30 de Setiembre, reunidos las autoridades y vecinos en Cabildo Abierto, echan suertes para la elección del patrono de la ciudad, saliendo elegido San Bernardo (siendo tan diversas las devociones particulares de los pobladores, para que no privara el criterio particular, los patronos de las ciudades se escogían por sorteo). Sin embargo, con motivo de la ceremonia del 1° de Mayo, prevaleció San Felipe como patrono principal de la ciudad, junto a Santiago.  Desde el comienzo mismo de la fundación, Lerma tuvo que hacer frente a los naturales, recurriendo a la fuerza para sostener la ciudad. Los eclesiásticos, por su parte, se dedicaron principalmente a la atención espiritual de los españoles y en menor medida, a desarrollar su apostolado convirtiendo a los aborígenes de la región. La Misa se celebraba en un domicilio particular durante todo el tiempo que la Iglesia Matriz estuvo en construcción. La primera Iglesia Matriz estuvo ubicada en el solar de la esquina de las actuales calles España y Zuviría, es decir a media cuadra de donde se ubica la actual. El primer párroco de Salta fue el licenciado Pedro López de Barraza, quien asumió sus funciones en 1587.   Poco tiempo después que el polémico Hernando de Lerma fuera depuesto como gobernador del Tucumán, debido a sus continuos enfrentamientos con otros gobernantes y con los miembros de la Iglesia, para ser llevado a España donde moriría prisionero años más tarde, los pobladores de la ciudad, que no simpatizaban con el fundador, le cambiaron el nombre por el de Salta. Simultáneamente el nombre del apóstol Felipe se agregó al de Salta. En consecuencia, aproximadamente desde 1586, la ciudad era llamada “San Felipe de Salta”, quedando el nombre de Lerma para el Valle.  Desde los comienzos, hubo en la ciudad sacerdotes Franciscanos, Mercedarios y sacerdotes del clero, quienes se preocupaban por dirigir la vida espiritual de la ciudad. En lo que se refiere a la acción misionera, Fray Honorato Pistoia afirma

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que “las misiones se atendían directamente por los Padres Doctrineros, de este modo, la acción del Vicario quedaba reducida al radio urbano”3[1]. Los doctrineros de la primera hora fueron los frailes franciscanos.

Llegan los primeros misioneros jesuitas

Sin duda, el acontecimiento misionero del siglo XVI fue la llegada de quienes serán los grandes misioneros de la región: los Jesuitas (a quienes las primeras fuentes llaman teatinos), fruto de las gestiones del Obispo Victoria. Serán dos los primeros contingentes de la Compañía que llegarían al Tucumán:

 

Provenientes del Perú, llegan en agosto de 1585 en la “Misión del Tucumán”, los padres Francisco de Angulo y Alonso Barzana y el hermano coadjutor Juan de Villegas. En su camino, se detuvieron por ocho días en Salta, donde ejercieron el sagrado ministerio entre los habitantes de la ciudad, realizando confesiones generales. Luego se detuvieron un mes en la ciudad de Esteco. El método que empleaba el padre Barzana, lo encontramos relatado por el historiador jesuita Nicolás del Techo: “Como ya traía vencidas las dificultades de la lengua tonocoté en el camino del Perú, eligió dos neófitos en cada casa de españoles y los instruyó cuidadosamente para que, a falta de sacerdotes, enseñasen a sus compañeros los preceptos fundamentales del cristianismo y las oraciones. Estos neófitos recorrían las encrucijadas y las casas, cantando alegremente a coro lo que habían aprendido de los misioneros, con aprobación de los españoles, y adquirieron notable reputación” 4[1]. Luego continuaron su camino rumbo a Santiago del Estero.

Provenientes del Brasil, y tras una larga y accidentada travesía, llegan en 1587, 5 jesuitas más, quienes se unieron en Santiago del Estero a los venidos del Perú. Poco tiempo estuvieron estos últimos sacerdotes en la región, puesto que pronto algunos volvieron a Brasil y otros fueron destinados al Paraguay.

 

Desde su primera sede en Santiago del Estero, realizaron algunas incursiones misioneras al Valle de Lerma y la región del río Bermejo, conociéndose con certeza que:

1588 en que el Padre Barzana acompañó al gobernador Ramírez de Velasco en su entrada a los Diaguitas del Valle de Calchaquí,

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en 1590, el padre Juan Font y el hermano Villegas misionaron en la ciudad de Salta.

en 1594, el Padre Juan Romero y el hermano Eugenio Valtodano, misionaron entre los indios de Salta y Jujuy.

 

No fueron muchos en número estos abnegados misioneros, pero desempeñaron una intensa labor. En una carta del Padre Juan Romero al Padre Juan Sebastián fechada en 1596, leemos: “entre pocos hombres quedó repartido el Tucumán, región tan grande como España, la cual recorrían incesantemente, visitando selvas, escondrijos, cavernas y montes retirados” 5[2]. “Para el año 1600 había en la misión del Tucumán y Paraguay, once sacerdotes y dos hermanos” 6[3].

 

De entre los primeros jesuitas que misionaron en esta región, es sin duda el más sobresaliente el Padre Alonso de Barzana, de quien podemos leer en una crónica anónima de 1600: “Sólo el padre Alonso de Barzana bautizó en esta provincia del Tucumán más de veinte mil personas, habiéndolas él catequizado primero por muchos días”7[4]. El mismo, en una de sus cartas, fechada en 1588, relata: “El Tucumán es tierra pobrísima en todo llena de pecados y desamparos. Tres años ha que labramos este campo. Habré bautizado en diversas salidas hasta ahora más de diez mil infieles, y casado muchos millares de amancebados, y confesado una muchedumbre casi innumerable de gente que nunca se había confesado” 8[5]. El Padre Pedro de Añasco, llega a compararlo con San Francisco Javier en una de sus cartas. Evidentemente, la labor del padre Barzana fue muy fructífera y su persona dejó huella en los indígenas entre quienes misionó. Por el año 1603, ya fallecido el padre Barzana, el Padre Juan de Viana relata en una carta: “Dimos con algunos viejos que diecisiete años antes, desde que el santo Padre Alonso de Barzana los bautizó, no se habían confesado, quienes las oraciones del buen padre debían de haber alcanzado de nuestro Señor, que se conservaran en la inocencia bautismal. Hallamos en aquellos pueblos muy buenas muestras y reliquias de la labor que con ellos hizo el padre Barzana. Traían desde el tiempo que el buen padre los bautizó sus rosarios al cuello, tenían guardadas las disciplinas que les dio, hacían penitencia con ellas. Guardaban muchas indias castidad con tanta fortaleza que ni ruegos ni amenazas ni dádivas las podían contrastar” 9[6]. En la misma crónica anónima de 1600 antes mencionada, leemos del padre Barzana “Fue de los primeros que vinieron al Perú de la Compañía, y el primero que comenzó a predicar a los indios en su lengua, para lo cual le dio nuestro Señor mucho caudal, porque en el Perú predicó muchos años en la lengua quichua y aymará, y supo la puquina que es muy dificultosa. En Tucumán

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aprendió la lengua cacana de Santiago y del valle Calchaquí, que hace mucha diferencia, la tonocoté, la lule, la sanavirona y , al cabo de su vejez, aprendió la lengua guaraní.” 10[7]

 

Evidentemente la cuestión idiomática fue un gran escollo para las misiones en nuestra región. Los pueblos indígenas del Tucumán hablaban muchas lenguas diferentes. Testimonio de esto, encontramos en una carta del padre Añasco a su superior, redactada a fines del siglo XVI: “Podemos por la voluntad del Señor, catequizar y confesar en once lenguas, y quedan además otras muchas por aprender, y todas las salidas que hacemos traemos aprendidas una o dos lenguas” 11[8]

  Desde su paso por Salta en 1586 de camino a Santiago del Estero, los salteños solicitaron insistentemente que viniesen a instalarse en esta ciudad. En el año 1588, el gobernador Ramírez de Velasco les donó algunas casas y estancias en Salta para que pudieran establecerse. Tras algunos intentos fallidos, por fin se establecieron definitivamente en el año 1612, frente a la plaza principal, donde edificaron su templo y convento. Los primeros jesuitas que se establecieron en la ciudad fueron el padre Diego Torres, Juan Daría y Francisco de Córdoba.

Francisco Solano

Otro gran misionero del siglo XVI que dejó profundas huellas en nuestra tierra salteña, es el fraile Francisco Solano, de la orden de los franciscanos. Es considerado apóstol de América, tanto por la extensión de su labor misional como por las huellas que dejó a su paso.

 

Ordenado sacerdote a los 20 años, desarrolla sus primeros 20 años de sacerdocio en España. A los 40 años, entusiasmado por las experiencias que escucha de otros hermanos de hábito, solicita pasar a América para desarrollar aquí su actividad apostólica. Anteriormente había solicitado ser enviado a Africa, pero su pedido no había sido aceptado.

  Ya en América, es destinado a la región del Tucumán en el año 1590. Por más de 14 años recorrió el Chaco Paraguayo, por Uruguay, el Río de la Plata, y la región noroeste de nuestro país, siempre a pie, como misionero y doctrinero, convirtiendo

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innumerables indígenas y también muchísimos colonos españoles. Su paso por cada ciudad o campo, era un renacer del fervor religioso.   Su caridad y mansedumbre y la pobreza de su hábito le ganó el corazón de los naturales de la región, a los que catequizaba e impartía los sacramentos. Tan pronto predicaba como hacía de enfermero, ayudaba en el campo o hacía de albañil. En la mayoría de los lugares donde estuvo cuentan de él hechos portentosos, como sacar con su bastón agua de donde no la había, amansar a un toro bravo que terminó por arrodillarse y lamerle las manos, echar de un trigal a una plaga de langostas, cruzar sobre su manto el caudaloso río Hondo, ensanchar una viga que no era lo suficientemente larga, resucitar a un niño indio, tener la ropa seca después de un fuerte aguacero o predicar al mismo tiempo a miembros de distintas tribus usando un lenguaje que todos entendían. Se aplicó al estudio de su lengua y Dios ayudó sus esfuerzos. Aprendió varias de ellas pronto y muy bien, al punto que los indios lo consideraban un hechicero por su perfecto dominio de los distintos dialectos. Se cuenta que aprendió a hablar el tonocoté en 15 días. Tenía también una hermosa voz y sabía tocar muy bien el rabel (un instrumento con dos cuerdas, semejante al violín) y la guitarra. Y en los sitios que visitaba divertía muy alegremente a sus oyentes con sus alegres canciones.   Francisco Solano estuvo en la ciudad de Salta en 1592 donde, al igual que en las restantes poblaciones a las que llegó, dejó fama de santo.  En 1594 es trasladado al Perú para hacerse cargo de la Recolección franciscana (Convento de los Descalzos), que acababa de fundarse a las afueras de la ciudad de Lima, cargo que acepta sólo por obediencia, puesto que “su vida era misión” y el cargo para el que lo solicitaban no le permitiría seguir desarrollando la actividad misionera tal y como lo había hecho los últimos años. Allí moriría en 1610. Dos meses después de su muerte se inició el proceso de beatificación. Los testigos de su labor que fueron llamados a declarar, sostuvieron que fue un ser excepcional por diversos motivos, entre ellos su ascendiente sobre los indios que lo amaron entrañablemente, los numerosos milagros que Dios hizo por su intermedio, la dulzura con que siempre trataba a las personas, los ininterrumpidos sacrificios voluntarios que realizaba, etc. Se dijo que fray Francisco Solano fue para las Indias Occidentales, lo que Francisco Javier para las Orientales. El Papa Clemente X lo beatificó en 1675 y Benedicto XIII lo proclamó santo en 1726.  Francisco Solano es patrono de los terremotos, de la Unión de Misioneros Franciscanos y del folclore argentino. También es patrono de Montilla y de numerosas ciudades americanas como Lima, La Habana, Panamá, Cartagena de Indias, La Plata, Ayacucho y Santiago de Chile, entre otras. El día de su muerte, figura en los almanaques de Argentina como “Día del Misionero”.

El primer mártir de la Iglesia de SaltaEn este primer período misionero, la ciudad tiene su primer mártir, el franciscano fray Ignacio de la Zerda, quien fue muerto por los indios Calchaquíes en 159512[1].

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Salta en este tiempo es una pequeña ciudad, la más pobre en población por las dificultades originadas por los naturales. En estos primeros 18 años de vida, sin embargo, la ciudad comienza a adquirir la verdadera realidad que dio lugar a su fundación. Estos últimos años del siglo XVI representan el principio de una vida que se hará siempre más honda y más pacífica en sus pobladores y los misioneros que siguieron siempre sus pasos hacia una más completa madurez, serán su respaldo.

Metodología misionera en la época de la ColoniaLa formación de Doctrinas, fue el modo ordinario de misión de los primeros evangelizadores que llegaron al continente americano. Las Doctrinas eran pequeños poblados que se formaban en torno a un rancho-capilla levantado por los misioneros, en el cual se agrupaban los naturales que iban aceptando la fe. Las doctrinas estaban a cargo de un doctrinero, que era el encargado de transmitirles los contenidos de la fe a los indígenas. Este fue el método inicial de evangelización utilizado por los misioneros franciscanos, y fueron el origen de numerosas ciudades de hoy en día.

 

Con la intención de ayudar este trabajo de evangelización de las Doctrinas, la corona española introdujo a mediados del siglo XVI, el método de la encomienda, costumbre de origen feudal, mediante la cual los encomenderos, que solo podían serlo los españoles, imponían a los indígenas una serie de obligaciones, con la condición de sostenerlos económicamente y educarlos cristianamente. Los encomenderos eran también los encargados oficiales de recoger las contribuciones de los indígenas para sostenimiento de la misión y mantener con esas contribuciones a los misioneros. Lamentablemente, este método no vino sino a empeorar la situación de los indios que, mientras antes habían servido libremente a los españoles, ahora, obligados por una ley extranjera a una obligación de contrato impersonal, se vieron rebajados al rango de dependientes, de siervos. Peor aún, cuando los encomenderos no cumplían ni siquiera simbólicamente con el deber de la reciprocidad. Los abusos eran grandes porque los encomenderos llegaban a explotar inmisericordemente a los indígenas y de ordinario se adueñaban de los bienes y hasta de la persona misma de los pobres indígenas. En numerosas oportunidades, la Iglesia debió reclamar ante las cortes de España, justicia y castigo para estos excesos. A raíz de estos abusos, el sistema fue contraproducente, puesto que predispuso a los indios en contra de los españoles (incluidos los misioneros) y se convirtió en obstáculo para la evangelización.

 

Alrededor de 1580, los franciscanos comenzaron a experimentar un nuevo sistema de pacificación y de control de los indios: el sistema de las reducciones. Estas, consistían en aldeas en las cuales, de modo más o menos voluntario, los

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indígenas eran agrupados, asentados establemente (reducidos) y administrados por jefes autóctonos, que en realidad dependían de los misioneros.

 

En este contexto, se inserta la labor misionera de los Jesuitas, quienes hicieron propio este sistema de reducciones, que llevaron adelante con gran éxito en el Paraguay, y con frutos mucho menores, en el noroeste argentino. Los jesuitas consideraban preeminente, antes de evangelizar, enseñar a los indios la agricultura y los beneficios de vivir en comunidad y las ventajas de la familia. Se trataba por eso, de sustraerlos de la vida nómada de las selvas para reducirlos a la vida sedentaria. Para ello, lo primero era conquistarse la confianza de los indios: se introducían en la selva desarmados y, salvo casos excepcionales, sin escolta militar, armados sólo de la elocuencia de la palabra y de la imagen de la cruz, para convencer a los indios de reunirse en pequeñas comunidades. Así, en el recinto de estas reducciones, protegidos del resto del mundo, encaminados a los trabajos de la tierra y de la cría de ganado, y también al arte y la música, los indios podían aprender los quehaceres de la edad adulta, de la productividad y de la cultura. Y entonces podían ser evangelizados.13[1]

 

Como se verá más adelante, este fue el ideal metodológico de los jesuitas, que intentaron aplicar, con no tanto éxito como en el Paraguay, en la región del Tucumán.

  Otro dato interesante acerca de la metodología misionera de los jesuitas, es que aprovecharon la natural inclinación de los indígenas por el baile y el canto. Al respecto, existen relaciones del Padre Barzana en las que afirma: “La Compañía, para ganarlos con su modo, a ratos, haciéndoles cantar en sus coros y dándoles nuevos cantares o graciosos tonos y así les sujetaban como corderos, dejando arcos y flechas” 14[2]. En el canto encontraron una manera efectiva de evangelizarlos, dando resultados sorprendentes y alentadores, teniendo en cuenta lo dificultoso de la evangelización con los indígenas de la región del Tucumán. Adaptaban músicas profanas a letras con contenido religioso, y era este un medio seguro para conquistar a los indios. Además, a los indígenas les gustaba mucho el lujo y la gran pompa, razón por la cual los jesuitas organizaban grandes procesiones de las que los indios participaban gustosos, engalanados con grandes plumajes de colores y vistosas cuentas de vidrio, siendo para las familias un honor que sus hijos participaran en ellas como pajes o porta estandartes, pues les fascinaba verlos vestidos con trajes lujosos. Finalizadas las fiestas religiosas, con gran pompa y profusión de cantos durante la ceremonias, se llevaba a cabo la segunda parte de la fiesta, la que tenía un carácter casi profano y que consistía en

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comidas, bailes y cantos que se prolongaban por el resto de la tarde. “Y así, alternando lo sagrado y lo profano, iban logrando los padres ganar poco a poco el objetivo de la evangelización”15[3]

 

Los misioneros hacían las veces de tutores de los indígenas, siendo todo para ellos. Al respecto dice el Padre Francisco Miranda: “Un misionero en el nacimiento e infancia de un pueblo de indios, se transformaba en mil figuras y hacía mil papeles diferentes. Era el arquitecto y albañil que fabricaba la iglesia, la casa propia y las casas de los indios; era el carpintero que labraba las maderas para cuanto ocurría en el pueblo. Era tallista que hacía los retablos, el dorador que los doraba, el pintor que los pintaba, el estatuario que formaba las estatuas de las imágenes sagradas. Era el médico, el cirujano, el boticario que visitaba, recetaba y preparaba las medicinas para los enfermos del pueblo. Era el maestro de leer y escribir y contar, era maestro de música y maestro también de hacer los instrumentos de ella: órganos, clavicordios, arpas, violines.... Era maestro de danza para los hombres, que a las indias no se les enseñaban ni sabían bailar. El misionero les enseñaba a hacer relojes, a tornear, a fundir campanas, a coser, a bordar, a pintar, a dorar, a sembrar, a segar trigo, molerlo y aplastarlo, a sobarlo y cocerlo. Era el árbitro en sus diferencias y pleitezuelos, y el Juez que en sus delitos menores o capitales, los sentenciaba y los hacía castigar. Para abrazarlo todo en dos palabras, él les enseñaba todas las artes y oficios mecánicos necesarios a la vida social y política”.

Mestizaje cultural y religioso

Cuando los españoles entraron en la región del Tucumán, hallaron como númenes preeminentes a Inti y Pachamama. Inti era el numen civilizador solar, importado a la zona por el influjo cultural de los incas. El numen principal, sin embargo, era Pachamama, a la que según parece llamaban en kakán Pascha, numen propiciatorio de “la fertilidad, de la vida y bienestar, muy temida por su ira y cuyo rostro era desconocido; la tierra la representa, por eso Pascha, es la madre de la tierra y a quien se le hacen las mejores ofrendas consistentes en productos alimenticios o de sus cosechas, junto con coca, bebidas, sangre de un animal sacrificado e hilos de colores; todo lo cual se entierra en un lugar sagrado”16[1]. Pachamama era presentada como numen femenino, que cambiaba de nombre y de características en distintas regiones: protegía a los animales por mediación de su emisario el Llastay, protector de llamas, vicuñas y guanacos, de Coquena, protector de las vicuñas; en La Rioja era protectora de los cultivos con el nombre de Zaramama; en algunos lugares del noroeste era la Madre del Agua con el nombre de Yacumama; en Catamarca es la Madre del Viento.

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  Durante el proceso de la primera evangelización del Tucumán, se produjo una aculturación de los elementos cristianos, que se mezclaron con los originarios de los indígenas, dando lugar a la metamorfosis de los antiguos númenes, que se entremezclaron con la Virgen y los santos del catolicismo. Sucede así con Pachamama y la Virgen María, y los emisarios de aquella y los “santitos”. Tanto aquellos como éstos, son de talante propiciador, es decir, velan por nuestra vida y su entorno. Así, el 18 de Octubre, fiesta de San Lucas, es el día de las vacas; el 24 de Junio, San Juan, el de las ovejas; Santiago Apóstol (25 de Julio) patrocina a los caballos, San Antonio (17 de enero) a las llamas, San Ramón (31 de Agosto) a los burros y San Bartolomé (24 de Agosto) a los cabritos17[2]. La simbiosis Pachamama-Virgen María se da en virtud del carácter maternal que a ambas caracteriza: ambas son madres presentes en todos los ámbitos de la vida, generosas y fieles, refugio de quienes a ellas se encomiendan. “De la Pachamama a la Mamá Virgen, a la Virgen María, realizan fácilmente la transferencia: la femineidad, la bondad, el calor, la protección y la cercanía de la Pachamama nos facilita el transferir esos atributos a María. Tal vez sea la explicación de por qué la devoción a María arraigue con tanta facilidad en estos pueblos y forme parte de su identidad.”18[3]  Así, incluso, lugares que antiguamente eran utilizados por los indígenas como lugares de culto a sus númenes, se convirtieron luego en sitios de veneración cristiana.  Lo cierto es que quienes evangelizaron estas tierras, supieron aprovechar el dinamismo religioso en ellas preexistente y orientarlos hacia la fe cristiana.

Las primeras disposiciones misioneras del Tucumán

En 1597 se realiza el Primer Sínodo Diocesano del Obispado de Tucumán, en la ciudad de Santiago del Estero. En él se deja claro que “todos, gobernadores, sacerdotes, misioneros y seglares, tienen un solo propósito de coadyuvar eficazmente a las altas miras de los intereses religiosos que afectan a favor de los naturales” 19[1] 

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El Sínodo estableció como marco de referencia para la acción pastoral, que “se guarde y cumpla en este nuestro obispado entera y cumplidamente el Tercer Concilio Limense” 20[2]  Con respecto a la instrucción religiosa de los naturales, el Sínodo estableció que “el catecismo que se ha de enseñar a los indios” es, a saber “el general que se usa en el Perú en lengua del Cuzco (quechua) porque ya gran parte de los indios lo rezan y casi todos van siendo ladinos en la dicha lengua”. Debía darse la doctrina a los naturales todos los domingos y fiestas (const. 4ª); a los muchachos menores de catorce años, dos horas por día (const 5ª) 21[3]  El sínodo hace referencia al catecismo que había presentado el III Concilio Limense, que se había confeccionado buscando la unidad en el fondo y la practicidad en la forma; y había mandado a todos los curas de indios, “en virtud de santa obediencia y so pena de excomunión”, que se sirviesen de él dejando todos los demás.22[4] El Padre Acosta, basándose en el catecismo elaborado por encargo del Papa Pío V, redactó el texto en castellano, que fue traducido a las lenguas indígenas (quechua y aymará) por Juan de Balboa y Blas Valera. En 1584 y 1585 estaban preparadas las ediciones de los catecismos, que fueron los primeros libros impresos en América del Sur.   Este catecismo comprendía dos niveles: un catecismo breve “para los rudos y ocupados” y otro “catecismo más largo para los que son capaces y para que aprendan los muchachos de escuela” 23[5]. Pronto, este catecismo se tradujo al quechua y al aimará y se recomendaba a todos los obispos que procurasen cada uno en su diócesis, hacerlo traducir a las lenguas locales.  A pesar del esfuerzo realizado, este catecismo se utilizó sólo unas cuantas décadas, puesto que ya en 1616, podemos leer en un memorial que el jesuita Juan de Viana, procurador de la provincia de Paraguay presentaba en Roma al general de la compañía, se atribuía la ignorancia religiosa de españoles e indios, a que “en las escuelas y en nuestras doctrinas, no se enseña otro catecismo más que uno, muy corto, dado por el concilio de Lima en 1583, para los indios viejos y rudos, y en él se preguntan cosas muy impertinentes para los españoles, como si el sol y la luna y las estrellas y las huacas son dioses, que aún los indios ya se corren de que se lo pregunten, y el catecismo grande, que el mismo concilio dio para los demás indios y españoles, no se enseña, ni para los españoles es tan a propósito”. 24[6] Proponían que se lo reemplazase por otro catecismo que había sido confeccionado por el cardenal Belarmino, lo cual fue autorizado por el general de la Compañía.  

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El mismo Concilio Limense había establecido que se debía hacer el esfuerzo por realizar la instrucción religiosa en la lengua de los naturales: “cada uno ha de ser de tal manera instruido, que entienda la doctrina, el español en romance, y el indio también en su lengua, pues de otra suerte, por muy bien que recite las cosas de Dios, con todo eso se quedará sin fruto su entendimiento. Por tanto ningún indio sea de hoy más compelido a aprender en latín las oraciones o cartillas, pues les basta y aún les es muy mejor saberlo y decirlo en su lengua, y si alguno de ellos quisieren, podrán también aprenderlo en romance, pues muchos le entienden entre ellos; fuera de esto, no hay para qué pedir otra lengua ninguna a los indios”.25[7]  En el Obispado de Tucumán, no se hiló tan fino, puesto que por lo que se lee en las Actas del I Sínodo Diocesano, podemos ver que se utilizó el Catecismo del Concilio Limense, directamente en quechua, sin traducirlo a las lenguas de los naturales de la región.  Respecto de los sacramentos, en el I Sínodo Diocesano, se prescriben algunas cuestiones menores respecto a los matrimonios y diversas normas para la confesión, confirmación, viático y extremaunción de los indios. En todo lo demás, se refiere al Concilio Limense.  En este Concilio, se había establecido que había que proveer a los indios, de confesores extraordinarios para ahuyentar los sacrilegios. También con esta finalidad se recordaba a los confesores la obligación grave de entender la lengua del penitente (capítulos 15-17). Acerca del viático, ya venía determinado en el segundo Concilio Limense de 1567 que “se diese a los indios y morenos debidamente preparados”, lo cual no había sido acatado, atribuyéndolo este tercer concilio a “negligencia y descuido de muchos curas y también por un celo demasiado impertinente de algunos”.26[8] Por lo tanto, solo se admitía a los indígenas al bautismo, el matrimonio y la penitencia.   Para la comunión pascual habían reconocido los padres conciliares que los indígenas no eran fácilmente admitidos al sacramento de la Eucaristía, lo cual lo atribuían a la “pequeñez de su fe y corrupción de costumbres, por requerirse para tan alto sacramento una fe firme que sepa discernir aquel celestial manjar de este bajo y humano, y también limpieza de conciencia, a la cual grandemente estorba la torpeza de borracheras y amancebamientos y, muchas más, de supersticiones y ritos de idolatrías, vicios que en estas partes hay en demasía” (cap 20). Sin embargo, se recomendaba a los sacerdotes que no dejasen de darles el sacramento “a lo menos por Pascua de Resurrección”.27[9]  En 1606 y 1607 se reúnen otros dos Sínodos Diocesanos. Este último, es un perfeccionamiento del primero, y su parte más sobresaliente mira el porvenir y

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suerte de los pobres indios, defendidos y amparados por sus ordenanzas. Este tercer sínodo, es eminentemente misionero. De él dirá Julián Toscano: “el aumento de las misiones para acelerar la conversión de los naturales, es una de las primeras medidas que adoptó”

Las Misiones en el siglo XVII

En el año 1614, el Obispo Trejo encargó a los jesuitas las misiones, en calidad de párrocos, el Valle Calchaquí. Puede afirmarse que los jesuitas fueron los evangelizadores por excelencia del valle de Lerma, si bien es cierto que otros sacerdotes también lo hicieron, pero no con la fuerza y la permanencia de los jesuitas. Los jesuitas emplearon básicamente tres métodos misioneros, los cuales por extensión, desarrollaron también en la región del Tucumán:

  Misiones permanentes o Reducciones: instalación definitiva, por lo menos

en intención, de dos jesuitas entre una comunidad de indígenas a los que por todos los medios se intenta reducir (sedentarizar) y paralelamente a este proceso, convertir .

  Misiones Ambulantes, que consistían en salidas regulares desde algún

establecimiento de la orden, ubicado en la ciudad, generalmente de dos sacerdotes que se internaban por un tiempo limitado en territorios indígenas, entre los cuales se realizaban tareas evangelizadoras. Esta técnica no fue la preferida por la Orden que tenía por ideal la instalación definitiva, y a las ambulantes como una forma de exploración del terreo y paso previo a la instalación permanente.

  Misiones Comunes: que no eran otras que las realizadas por los padres que

se mudaban de una ciudad a otra, por mandato de sus superiores. Consistían en realizar tareas espirituales en cada una de las localidades por las que pasaban hasta llegar a su destino. Tal es el caso de la ya mencionada actividad evangelizadora que desarrollaron en nuestra ciudad de Salta en 1585 los padres Angulo y Barzana, en su paso rumbo a Santiago del Estero. Estas misiones, nada tienen que ver con las ambulantes, puesto que bajo ningún punto de vista son improvisadas, es decir saben a donde van, mínimamente el tiempo que duraría la experiencia e incluso los pueblos indígenas que podrían ser visitados. De todos modos, los jesuitas realizan un trabajo intensivo en esos lugares, como una forma de subsanar el escaso tiempo que pueden dedicarle a los pueblos visitados durante las misiones comunes.28[1]

 

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Si bien el ideal de los jesuitas fueron las primeras, en el Tucumán debieron conformarse con las misiones ambulantes por largo tiempo, debido a la dificultad que presentaba el carácter indomable de los indígenas de esta región. Cosa diferente ocurrió en el Paraguay, donde los indios eran de un carácter más dócil, y florecieron allí las reducciones.

 

En 1602, se ve la necesidad de regularizar los esfuerzos evangelizadores realizados hasta el momento, de los cuales podemos leer en un comentario del Padre Estevan Páez: “esas misiones ambulantes que atravesaban el desierto y que llevaban una civilización pasajera a las extremidades del mundo, no debían dejar más que un recuerdo confuso entre los salvajes. No bastaba a su vez derramar la simiente del Evangelio en una tierra, sino que era preciso hacerla germinar y cultivarla hasta que madurase, a fin de que la cosecha fuese más abundante” 29[2]. Por lo tanto, se resolvió organizar los esfuerzos, sacrificando las excursiones evangelizadoras en pos de una labor más vigorosa, concentrada en reducciones más estables. El Padre Páez sería el encargado de esta organización.

  Sin embargo, y dada la dificultad que siempre existió en la región del Tucumán para instalar misiones permanentes debido al carácter salvaje ya antes mencionado de los aborígenes de la zona, las misiones ambulantes o “misiones de partido” como también las llamaron, siguieron siendo el principal medio de evangelización de los jesuitas. En el año 1627, el prepósito general de la Compañía, padre Mucio Vitellesci, dispone en una carta al Padre Nicolás Durán: “Ruego a Vuestra Reverencia que encargue apretadamente de mi parte a todos los inmediatos superiores de los puestos de Tucumán y de los demás de la provincia, que tengan mucho cuidado de que se hagan las más misiones que se pudieren por los pueblos de los indios, y por las estancias de los españoles, adonde, según me informan, hay gente muy necesitada”.30[3] Obedeciendo a esta disposición, los jesuitas del Tucumán, según consta en una carta del padre Francisco Vázquez Trujillo a Felipe IV en 1632, dispusieron “que cada año salgan los padres dos veces por lo menos, aunque se quede el rector solo, a hacer misión, discurriendo por las dichas estancias y pueblos de indios”31[4]. El Obispo Maldonado, intentó organizar misiones semejantes con los sacerdotes del clero, pero ante la falta de éxito del experimento, confió oficialmente en 1637 a la Compañía de Jesús, estas misiones de partido en toda la diócesis. Este tipo de misión, debió ser muy provechosa, puesto que en todas las cartas que se conservan del obispo Maldonado en que hace referencia a la actividad misional de los jesuitas, no tiene para ellos sino palabras de elogio. 

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Noticia de estas misiones nos llegan de una carta que el padre Francisco Vázquez de la Mota enviaba a Roma en 1658, donde se da cuenta que desde el Colegio que los jesuitas tenían en Salta, “se hace cada año misión al valle de Ciancas, a los indios Pulares, Bayogastas, Chicoanas, Abtasis, Luracataos, Escoipes, Cachis, a los Choromoros, a la ciudad de Jujuy y a los de Tilcara, Omaguaca, Cochinoca y Casabindo”.32[5] Las tribus mencionadas, describen a los territorios de las provincias de Jujuy, centro y oeste de Salta, y Tucumán. Las ciudades de Tucumán y Jujuy también tenían religiosos de la Compañía, pero no con tanta actividad misionera. 

Para comprender cómo se desarrolló la evangelización de los naturales durante el siglo XVII, podemos encontrar una idea bastante acabada leyendo las Ordenanzas de don Francisco de Alfaro, quien había sido encargado por el rey de realizar una inspección del obispado. Alfaro, luego de lo observado en la visita, redacta una serie de Ordenanzas que, si bien no tuvieron gran aceptación, por lo menos pueden darnos una idea de algunos criterios que se seguían en la evangelización de los naturales durante esa época.:

  o Instalación de iglesias y capillas en todas las poblaciones estables, para la

doctrinación de sus habitantes: “mando que, en cada pueblo o reducción de indios, por pequeña que sea, haya de haber casa, iglesia o capilla, donde con decencia se celebre y pueda decir misa” (art 20) “Junto a la casa de Dios, debe construirse la parroquia para la cura de almas e instrucción de los naturales [...] para que en ellas se junten indios de diferentes partes a ser doctrinados” (art 21).33[6] Ya existían, pero a grandes distancias unas de otras y era menester multiplicarlas, para facilitar la adoctrinación y cura de almas.

o Catequesis de niños: “Todos los muchachos y muchachas, desde cinco hasta once años, acudan todos los días a la doctrina, media hora después de salido el sol y media hora antes de ponerse, y recen la doctrina, ocupándose en esto media hora o poco más, y lo demás del tiempo los curas los dejen ir a servir a sus padres y madres” (art. 65).34[7]

o Catequesis de adultos: “En cualquier pueblo que haya, antiguo o nuevo, y en cualquier reducción por pequeña que sea, ha de haber particular cuidado de que haya quien enseñe la doctrina, sin que en esto haya falta ninguna, y lo mesmo se ha de guardar con cualquier chacra o estancia” (art 68). “Más aún, los que tienen en casa indios o indias infieles, deben enviarlos por una hora todas las mañanas a la iglesia para la doctrina” (art 71).35[8]

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Durante la segunda mitad del siglo XVII los naturales siguieron defendiendo con tesón su tierra y sus costumbres, mostrándose en su mayoría siempre rebeldes a convertirse al cristianismo. La labor misionera estaba a cargo, principalmente de los jesuitas, que tenían misiones a lo largo de la región del Chaco y en los valles Calchaquíes y, en segundo término de los franciscanos. Los mercedarios se dedicaban a atender a los residentes de la ciudad desde su convento (ubicado en la actual calle 20 de Febrero esquina Caseros, donde hoy se levanta la Escuela Zorrilla), junto al cual tenían una toldería de naturales a quienes catequizaban. La doctrina de la Caldera, que estuvo a cargo de los Jesuitas, era la única en el Valle de Lerma que rendía sus frutos. 

Una relación de la época, del Obispo Manuel Abad Illiana, deja constancia que existían en el Obispado del Tucumán diez reducciones: ocho a cargo de los

jesuitas y dos de los franciscanos.

Nace el Culto a las imágenes del Señor y la Virgen del Milagro

Si bien esta parte de la historia no hace referencia a una actividad misionera explícita, se incluye en el presente trabajo debido a la profunda influencia que tendrán estos acontecimientos en la religiosidad de la Iglesia de Salta.

  El Obispo Victoria, había prometido enviar una imagen de Cristo para la Iglesia Matriz de Salta y otra de la Virgen del Rosario para el Convento de los dominicos de la ciudad de Córdoba. Años más tarde, cumplió su promesa: dos cajones llegaron flotando al Puerto del Callao, no se sabe si porque naufragó el navío o porque las arrojaron como era costumbre en la época, con sendos rótulos indicando su contenido y destino. En 1592 llegaron las dos imágenes a Salta y, después de tributársele los cultos correspondientes, la Imagen de la Virgen siguió camino rumbo a su destino, y la del Santo Cristo debe haber sido colocada en un lugar adecuado, dado que la Iglesia Matriz estaba aún en construcción. 

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Así era el Cristo cuando recién llegó 

a Salta

Así era la Virgen cuando recién llegó 

a Salta

El 13 de Setiembre de 1692, el valle de Lerma fue estremecido por fuertes terremotos, con epicentro en la ciudad de Esteco, la cual quedó destruida, muriendo o abandonándola los pocos pobladores que la habitaban. Se tejió una leyenda alrededor de este hecho, hoy superada, según la cual, la ciudad había sido destruida como consecuencia de la falta de religiosidad de sus pobladores. Los sobrevivientes se dirigieron hacia el sur, a un paraje llamado Metán, donde se radicaron, dando origen a las actuales ciudades de Metán y Rosario de la Frontera.  El terremoto también había sacudido a la ciudad de Salta durante tres días. Los sucesivos temblores pusieron a prueba la fe de los salteños: se abrieron grietas en la tierra y en numerosos edificios, pero sin que se produjeran víctimas. El día 13 todos acudieron a la Iglesia Matriz a pedir misericordia, y a adorar a Jesús Sacramentado. Al entrar a la Iglesia Matriz, vieron que en el altar mayor estaba caída la imagen de la Virgen, que no había sufrido daños a pesar de haber caído desde tres metros. También notaron que el rostro de la imagen tenía un color pálido. Los Padres Jesuitas y Mercedaros organizaron procesiones por las calles de la ciudad, que los fieles siguieron descalzos, con sogas al cuello, las manos atadas y con la cabeza cubierta de cenizas en señal de penitencia. Los temblores continuaron la noche del 13 y al amanecer del 14 de Setiembre los habitantes de la ciudad se confesaron y comulgaron. Ese día comenzó a correr una versión de que el Jesuita José Carrión había recibido una revelación de Dios en la que le había dicho que los temblores cesarían si se sacaba en procesión la imagen del Cristo que estaba en al altar de las Animas de la Iglesia Matriz, que había sido donada por el Obispo

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Victoria. El pueblo decidió que así se haría al finalizar el novenario que se había iniciado el día 14 en honor de la Virgen. Ese 15 de Setiembre cesaron los temblores y el Cristo fue retirado del altar de las Animas y conducido al costado de la Iglesia Matriz, al lado de la Virgen. Los jesuitas predicaron el novenario, durante el cual la imagen de la Virgen mudó continuamente de colores causando confusión entre los fieles. 

Según expresa Monseñor Vergara, "es indudable que el pueblo salteño de 1692 quedó más impresionado de la interpretación milagrosa de la caída de la imagen de la Inmaculada a la cual se bautizó inmediatamente con el nombre de Virgen del Milagro, que de la intervención del Santo Cristo, aunque hubo una revelación maravillosa, al cual no se le aplicó entonces tan honroso título. El Santo Cristo recién aparece con el nombre de Señor del Milagro pasado el año 1760"

La difícil actividad misionera en el Valle Calchaquí en los siglos XVII y XVIII

El Valle Calchaquí comprende el sur de la provincia de Salta, Tucumán y este de Catamarca, debiendo su nombre al que identificaba a las distintas tribus indígenas que habitaban esa región. Este valle se hallaba poblado por tribus con carácter en extremo belicoso y constituida por diferentes naciones entre las que se encontraban los Pulares, Diaguitas, Calchaquíes, Surintos, Yacampis, Pauchipas, Tolombones, Quilmes y Chicoanas, entre otros. Todos utilizaban el quichua como lengua común, conocida también con el nombre de “kaká”, que les servía para comunicarse con todas las tribus del altiplano36[1].

 

La obra de la evangelización en el Valle calchaquí dio sus primeros pasos a fines del siglo XVI, con la entrada del Gobernador Ramírez de Velazco en compañía por el padre Barzana, buscando realizarla de manera pacífica, para lo cual había solicitado la colaboración del ya conocido misionero, por ser reconocida su capacidad como pacificador.

 

Comenzando el siglo XVII, se inició el proceso de pacificación de los indios de este valle, por iniciativa del Gobernador del Tucumán, Francisco de Barrasa, quien logró que algunas tribus voluntariamente se redujesen y levantasen poblaciones en el valle, prometiéndoles “enviar sacerdotes que los doctrinasen e instruyesen en la santa fe y enseñasen la doctrina cristiana y administrasen los santos

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sacramentos”.37[2] La Compañía de Jesús se había introducido repetidamente en el valle realizando misiones ambulantes, hasta que en 1609, el provincial padre Torres consiguió la autorización para enviar a los padres Juan Darío y Horacio Morelli para establecerse en la región, y de esa manera pacificar y reducir a los indios. En 1613, “habían ya como diez iglesias nuevas con sus cruces”. 38[3] Sin embargo, poco después, la misión en el Valle debió ser abandonada “por la extremada pobreza de los padres”.  En 1614, el obispo Trejo, volvía a encomendar a los jesuitas la evangelización del Valle Calchaquí. Esta experiencia parece haber sido el intento más serio de instalación definitiva en ese valle. Por lo menos así se deduce de una carta que el provincial Pedro de Oñate al General de la Compañía escrita en 1618: “Habiendo deseado mucho en esta provincia que tomásemos este asunto más de propósito y con perpetuidad, y habiendo para él alcanzado del Sr. Obispo la colación canónica de dos doctrinas o curatos (...) y estando dichos indios ya más mansos y dispuestos con una misión que envié a ellos hace tres años, de dos padres de la Compañía, al fin ahora me determiné del todo a tomar la conversión de aquellas almas muy a pecho y para siempre, admitiendo los dichos curatos para sustento de los cuales, y de cuatro padres que siempre han de andar en ellos”.39[4]  Lamentablemente, en 1626 los jesuitas abandonaron nuevamente la residencia entre los calchaquíes, debido al poco éxito entre los indios, comparado con las misiones que se desarrollaban en el Paraguay, y a los obstáculos que ponían los españoles. Estas razones las expresa el historiador jesuita Nicolás del Techo, de la siguiente manera: “El P. Nicolás Durán penetró en el valle Calchaquí y en vista del estado del país y de los indios, juzgó prudente abandonar las dos residencias puestas seis años antes, porque embargaban cuatro jesuitas y ninguno de aquellos indios se convertía. Los españoles se quejaban de estar cohibidos por la Compañía para castigar aquella gente indómita y pérfida como merecía. Ordenó que los jesuitas abandonaran el valle, opinando que los moradores de éste podían ser atendidos con frecuentes visitas de los religiosos de la residencia de Salta”.40

[5]  Después de esto, y en vista de la dificultad de pacificar a los Calchaquíes, se desataron sucesivos enfrentamientos entre españoles y los naturales, conocidos como “las guerras Calchaquíes”, que provocarían para el año 1657 el total desbaratamiento de la raza.  En medio de las guerras Calchaquíes, los jesuitas intentaron establecer una misión permanente en estos valles nuevamente a partir de 1640, logrando fundar la reducción de San Carlos en la actual provincia de Salta, en 1642, en el centro mismo del valle. Fue el primer núcleo urbano de indios conversos integrado por

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tribus de las pendientes y quebradas de las montañas del occidente y por los de las tribus del norte, los Angastacos. Al norte del valle establecieron una reducción en Cachi, siendo muy posible que lo mismo ocurriera en Molinos. Su capilla data del siglo XVIII, siendo transformada con posterioridad en la primera parroquia de la región. En el sur se estableció la misión de Santa María de los Angeles de Yocavil en el territorio de la actual provincia de Catamarca, cerca de las tribus de Quilmes y Colalaos. Su fundación databa de 1617, pero fue establecida definitivamente en 1641.   Todas las misiones de los Jesuitas en el Valle Calchaquí, dependían del Colegio Apostólico de Salta  Las guerras calchaquíes produjeron como resultado la deportación de las poblaciones indígenas “saliendo los indios, unos a la Rioja, otros a Londres, otros a Catamarca, otros se situaron en Choromoros, otros en Tucumán, los más en Salta y algunos en Jujuy, y en Esteco todos los Indios Acalianes. A Cordova llevaron muchos encomendados (...). Al puerto de Buenos Aires fueron más de doscientos”41[6].  Los pocos indios que quedaron fueron encomendados al clero secular. Así lo dispuso el Cabildo desde Salta, enviando “orden apremiante con penas y censuras, prisión y otros apremios, para que dos clérigos que había en aquella ciudad hiciesen el oficio de cura, uno de los Pulares y otro de los indios Calchaquíes”, instando a los vicarios responsables a que “compelan y apremien a los clérigos que tuvieren, para que procurando darse a entender y aprendiendo la lengua de dichos indios calchaquíes, les enseñen, prediquen y adoctrinen”42[7]. Luego de esto, se tiene noticia de tres reducciones estables de estos indios Calchaquíes, atendidas por clérigos:

una que contaba con alrededor de cuatrocientos indios, en las proximidades de la ciudad de Salta, que cuentan con un doctrinante permanente.

otra, de 200 indios, en el valle de Choromoros (al norte de la actual Tucumán), también que cuentan con un doctrinante permanente.

En las proximidades de la ciudad de San Miguel (de Tucumán), otros trescientos indios, pero estos sin doctrinante.

  Los jesuitas, sin embargo, acudían a enseñarles algunas veces durante el año, a pedido de los clérigos que las tenían a su cargo.   La raza Calchaquí, arrancada de su tierra natural, fue desapareciendo bastante de prisa. Para el año 1768, el obispo Manuel Abad Illana, expresa en una carta: “He recorrido todos los territorios de Salta, de Pulares, Chicoanas y Calchaquí, y ya casi no hay vestigio de la indiada que había a lo último del siglo décimo sexto”.43[8] Cabe señalar que los calchaquíes erradicados de sus tierras y llevados al Valle de

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Lerma, huían o se suicidaban en elevado número antes que vivir sometidos. La Iglesia expresó continuamente su protesta ante esta situación, sin recibir demasiada atención.

La actividad misionera en el Chaco Salteño en los siglos XVII y XVIII

El Gran Chaco abarca las actuales provincias de Chaco y Formosa, más el este de Salta, el noreste de Santiago del Estero, el norte de Santa Fe y el sudeste de Bolivia. La palabra Chaco parece provenir del término quichua “chacú”, que designaba al método de caza comunitaria desarrollado por las tribus de la región. También es conocida esta región como Chaco Gualamba, palabra que significa “río grande” (en referencia al Bermejo). Los gobernadores del Tucumán del siglo XVII, intentaron conquistar el Gran Chaco mediante expediciones militares, las que fracasaron una tras otra. En 1653, los jesuitas fundaron sobre las riveras del Bermejo la misión de San Francisco de Regis para los indios Mataguayos, a partir de la cual realizaron incursiones siguiendo el curso del Pilcomayo y el Bermejo durante el siglo XVII, sin mucho éxito. En reiteradas oportunidades, durante la segunda mitad del siglo XVII, se realizaron incursiones misioneras desde el Colegio de Salta, sin poder establecer misiones estables, pero dejando huellas del Evangelio a su paso por todas las tribus que visitaban. .

Haz click sobre el gráfico de la izquierda para ver un mapa de las tribus aborígenes que habitaban el Gran  Chaco al momento de llegar los españoles. 

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Cuatro obstáculos entorpecían notablemente la conversión entre los aborígenes del Chaco, según expuso el padre José Cardiel en una relación escrita luego de la expulsión de los Jesuitas:

“Su modo de vivir sin dependencia ni subordinación alguna. Esto obliga al pobre misionero a perder mucho tiempo en conquistar y persuadir a cada uno de por sí.

No tienen ellos en su infidelidad asiento ni morada fija, ni la pueden tener por la necesidad de alimentarse de lo que encuentran sin trabajar

La embriaguez, vicio generalísimo en todos ellos

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La multitud de idiomas, todos bárbaros y en nada parecidos a los nuestros, si que haya alguno general como lo hay en Brasil, en el Perú y en muchos otros reinos”. 44[1]

 Del siglo XVII, cabe destacar la misión que condujo al martirio a los padres Juan Antonio Solinas y Pedro Ortiz de Zárate. Este último, siendo párroco de San Salvador de Jujuy solicitó repetidamente al gobierno del Tucumán, como así también a los Obispos, que pensasen seriamente “en una ocupación espiritual, sin ruido de armas, de los indios mocovíes, tobas y de las otras tribus de aquella región tan turbulenta”.45[2] Su insistente solicitud, logró que en 1681, por Cedula Real, se dispusiese a proceder a la evangelización del Chaco de modo pacífico. El plan misionero del Padre Zárate consistía en asentarse en las proximidades de la ciudad Tarija, cerca de la cual habitaban los indios Chiriguanos, amigos de los españoles. Así, una vez que se constituyese con ellos una reducción por parte de los misioneros, no sería difícil atraer a las otras tribus del Chaco, asegurándoles que no serían arrojados de su tierra ni tendrían, como en el pasado por parte de los conquistadores, vejación alguna. Para esta misión solicitó el Obispo Francisco de Borja, a los padres Jesuitas, con estas palabras: “Para evangelizar a estos chiriguanos y las demás tribus del Chaco, los misioneros más aptos me parecen los padres de la Compañía de Jesús, cuyo celo por la salvación de las almas y en particular de los pobres indios, es bien conocido en toda esta mi Diócesis (...) Los Chiriguanos de Tarija, hablan la lengua guaraní que es común en Paraguay y que se habla en todas las grandes Reducciones tenidas por la Compañía de Jesús”46[3]. Ante este pedido, los jesuitas decidieron retomar la misión en el Gran Chaco, abandonada años antes. Establecidos en el valle de Zenta (alrededores de la actual ciudad de San Ramón de la nueva Orán), iniciaron su prometedora actividad misionera. Las tribus más débiles se acercaban a los padres, buscando el apoyo de los misioneros para que los defendieran de las más belicosas, que raptaban a sus mujeres y niños para hacerlos esclavos, robaban sus pocos bienes, matando a los que se oponían. Al poco tiempo nacía la Reducción de San Rafael, que sería el epicentro de la obra misionera entre los indígenas de esa región. Unas leguas al sur, levantaron pronto la misión de Santa María, que el 27 de Octubre de 1683, fue atacada por indios tobas y mocovíes infieles. Mientras el jesuita Juan Antonio Solinas y el clérigo Don Pedro Ortiz de Zárate predicaban el catecismo de la mañana, “aquellos traidores, viendo indefensos a los dos ministros de Dios, incitados por el demonio y sus sacerdotes, los hechiceros, sordos a los misterios de nuestra santa fe y por odio de la ley de Dios que aquellos sacerdotes del altísimo les predicaban con el más grande amor por sus almas, los agredieron con gran griterío y los mataron con los dardos y otras armas semejantes a clavas

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y los decapitaron. Después mataron también a otras dieciocho personas (dos españoles, un negro, un mulato, dos niñas, una india y once indios) que estaban junto a los dos misioneros en Santa María. Los desnudaron a todos y, después de haberles cortado la cabeza, traspasaron sus cuerpos con un dardo”.47[4] Actualmente se está promoviendo la causa de beatificación de los dos sacerdotes y los dieciocho laicos anónimos, que son conocidos como “los mártires del Zenta”. A comienzos del siglo XVIII, el gobernador del Tucumán don Esteban de Urizar, establece la sede del gobierno en Salta, desde donde emprenderá una campaña militar con la intención de dar una pronta solución a la cuestión del Chaco, cuyos belicosos habitantes atacaban frecuentemente las ciudades de los españoles. En esta empresa, llevó consigo a los Padres Francisco Guevara, Baltazar de Tejada, Joaquín Yegros y Antonio Macheni. Fruto de esta expedición se fundaron las reducciones de Balbuena, San Esteban de Miraflores, Macapillo, San Nicolás de Ortega y otras de menor importancia, dependiendo todas del Colegio de Salta. En 1715, se funda la misión de la Inmaculada Concepción. En el año 1716, Felipe V comunicaba al prepósito general de la Compañía su resolución de confiarle a los jesuitas la evangelización del Chaco Gualamba, según se lee en un memorial del P. Bartolomé Jiménez: “Tiene resuelto y mandado (su Majestad) de que los de la Compañía de dicha provincia, se encarguen de las misiones y reducciones, no sólo de los indios mocobíes, malbalaes, ojotas, chunupíes, vilelas, tobas, isistinés y otras naciones pacificadas en la provincia del Chaco por el gobernador del Tucumán don Esteban de Urízar, sino de las demás parcialidades de innumerables infieles que en aquel intermedio de dicha provincia del Chaco habitan, para formar poblaciones como las del Paraguay”.48[5] 

A lo largo del siglo XVIII, los gobernadores del Tucumán emprendieron una serie de campañas militares que consistían en la instalación de fuertes de avanzadas, poblados por soldados que pudieran perseguir a lo indígenas dentro de sus propias tierras. Así se logró que la mayoría de las tribus acordaran la paz con los españoles. En las proximidades de estos fuertes, se iban fundando reducciones, para cuya adoctrinación se designaba a un sacerdote de la Compañía.

 Algunos datos nos llegan de la labor de los jesuitas en el Chaco Gualamba, en una memoria de la visita d el Padre Juan Patricio Fernández a la reducción de San Esteban de Miraflores en 1724: “En orden a su doctrina y enseñanza se proseguirá en la forma que está entablado, haciéndoles la doctrina por la mañana acabada la misa, y habiendo rezado las oraciones y catecismo, les preguntará el padre en particular así a los grandes como a los niños alguna oración o misterio, y se les explicará por espacio de un cuarto de hora. Pero los domingos, en lugar de

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dicha explicación, se les hará una platiquita tocante ´ad mores´, afeándoles sus vicios y exhortándolos al santo temor de Dios y guarda de sus mandamientos. Los sábados por la mañana se cantará la misa de la virgen (si no ocurriere alguna fiesta solemne, que entonces será de ella), y por la tarde se rezará su rosario y se cantarán sus letanías”.49[6]    Una nota interesante que nos habla de las cualidades que debieron tener aquellos misioneros, la da una carta escrita por el Padre Ruiz al superior de la Compañía en 1683, solicitando el envío de un nuevo sacerdote misionero para que se sume a ellos, en la que expresa: “..debo advertirle de antemano, por la experiencia que tengo, que éste debe tener las siguientes cualidades además de las religiosas: primero, debe ser totalmente desapegado del mundo y bien resuelto en los peligros y dificultades; segundo, su caridad debe ser suma, para nada miedoso, con un rostro alegre, un corazón amplio, sin escrúpulos impertinentes, porque tiene que tratar con gente desnuda, poco desemejante a las fieras. Y quien no tuviese tales cualidades, no debe ser enviado por Vuestra Reverencia, porque sería más de peso que de ayuda”.50[7] 

Durante la segunda mitad del siglo XVIII, la pacificación del Chaco podía ya darse por lograda, lo cual abría un terreno inmensamente rico a la obra misionera. En una carta fechada en 1762 del padre Juan de Escandón al procurador Ignacio José González, se refiere a las prometedoras perspectivas para la misión en el Chaco: “A vuestra Reverencia tengo escrito en asunto de conversión de los infieles, y fundar nuevas reducciones con la confianza que me prometen las primeras tentativas, que se convertirá todo el Chaco; que fuera una conquista espiritual mayor que la del Paraguay como no falten medios para mantenerla”.51[8] En otra carta del Padre Pedro Juan Andréu a Carlos III fechada en 1763, escribía: “La provincia del Tucumán que, acosada por espacio de un siglo y casi arruinada por estos indios, trataba de despoblarse, goza hoy de una paz tan inalterable que ni temor le ha quedado de que podrá turbarla el tiempo, porque todos los indios enemigos están ya en reducción, son vasallos de Vuestra Majestad y, acordonados en ocho reducciones, cubren y defienden toda la frontera que antes hostilizaban. Estas se han fundado desde el año de cincuenta, en que dieron la paz, y tres de ellas se fundaron en el pasado de 1762. No quedan ya indios enemigos a la parte de la provincia del Tucumán, pero quedan innumerables naciones infieles que pueblan el centro del Gran Chaco, cuya vasta región se dilata en quinientas leguas de largo de sur a norte, y de ciento hasta doscientas en parte, de oriente a poniente”.52[9] Precisamente, es en este momento en que se vislumbra un futuro ampliamente prometedor en las misiones de los Jesuitas, en que su labor será truncada al ser expulsados.

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Al momento de la expulsión de la Compañía de Jesús, en 1767, éstos atendían en el Chaco siete misiones de indios53[10]:

La Purísima Concepción de Abipones, de indios Mocobíes, con casi cuatrocientas almas, fundada 1749

San Ignacio de Ledesma, también llamada San Ignacio de Río Negro, de Tobas y Mataguayos, con 600 almas, fundada en 1756

San Esteban o Miraflores, de Lules con 550 almas, fundada en 1752 Nuestra Señora del Buen Consejo, también llamada San Joaquín de

Ortega, de indios Omohampa con 200 indios, fundada en 1763 San Juan Bautista de Balbuena, de indios Isistinés y Toquistinés, con 740

almas, fundada en 1751 Nuestra Señora de la Columna o Nuestra Señora del Pilar de Macapillo, de

indios Pasaynes, con 200 almas, fundada en 1763 Nuestra Señora de la Paz, también conocida como San José de Petacas,

de indios Vilelas, con 656 almas, fundada en 1735  Luego de la expulsión de los Jesuitas, los franciscanos se hicieron cargo de estas siete misiones, las cuales duraron hasta la primera década del siglo XIX 

Sin embargo, la partida de los padres de la Compañía significó el comienzo de la ruina de estas misiones, a pesar de los denodados esfuerzos de los frailes por conservarlas, no por falta de celo evangelizador de los frailes, sino por no poseer la extraordinaria capacidad organizativa de los jesuitas. En un informe de Don Ramón García de León y Pizarro, gobernador intendente de Salta, en base a una visita realizada a estas reducciones en 1791, podemos leer: “las reducciones están desposeídas de los libros de iglesia, de cajas y de otros papeles pertenecientes a sus temporalidades, consumidas éstas; los indios dispersos por diversos lugares y montes, viviendo en su ley, sin obediencia a sus párrocos, obligados de no tener con qué mantenerse la vida temporal, ni con qué vestirse”. En resumen, habían “llegado las más de dichas reducciones a su última ruina”.54

[11] En esta carta hacía referencia a casi la totalidad de las reducciones del Chaco, excepto la de San Joaquín de Ortega, que se mantenía en buen estado.

La Obra Misionera de los Franciscanos en los siglos XVII y  XVIII

Al igual que ocurría con los Jesuitas, la mayor parte de la labor misionera de los franciscanos, la realizaban en el Paraguay. En el Tucumán, su mayor esfuerzo lo dedicaron a la educación, sabiéndose que tuvieron escuelas primarias en todos los conventos de la gobernación, y en algunos de ellos hubo ensayos de

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enseñanza secundaria. Con respecto a la actividad específicamente misionera, se tiene noticia de la existencia de “tres doctrinas en la gobernación del Tucumán (....) las cuales (...) tienen mucha cantidad de gentes, las cuales doctrinas han administrado y servido como curas y actualmente sirven sin estipendio ni salario alguno, sustentando los conventos a los dichos doctrinantes con mucho trabajo”55[1]. De estas tres doctrinas, una se ubica con certeza entre los ocloyas de Jujuy, sin tener referencias precisas respecto a la ubicación de las otras dos, probablemente cerca de Córdoba y San Miguel de Tucumán. En concreto, en la ciudad de Salta, se tiene noticia de que únicamente atendían el Convento pero su actividad parece circunscribirse principalmente a los pobladores y lugares cercanos, con algunas salidas hacia los calchaquíes.

Expulsión de los Jesuitas: la solución franciscana

El acontecimiento más lamentable de la historia misionera de América del siglo XVIII, y que influyó notablemente en la evangelización de todo el continente, fue la expulsión de la Compañía de Jesús. En 1767 la Corona Española expulsó a los Jesuitas de América Hispana, quedándose con todos los bienes que la Orden poseía en esas tierras. La orden de expulsión estaba fechada el 12 de Julio de 1767 y los jesuitas de Salta fueron detenidos el día 3 de Agosto del mismo año. Conducidos fuera de la ciudad, a los pocos días se los trasladó directamente al puerto de Buenos Aires. Poco tiempo después, el obispo Abad Illiana hacía saber a todos los fieles de la diócesis que debían devolver de inmediato cualquier bien que poseyeran de los jesuitas y que tenían que reintegrar también todo lo que hubiesen recibido de ellos con posterioridad al 12 de julio.

 

Los jesuitas tuvieron que salir de los treinta pueblos de misiones gobernados por la Compañía en todo el Tucumán entrando en su lugar los franciscanos y, en algunos casos, los mercedarios. No se puede negar la buena voluntad y la competencia de quienes sustituyeron a los jesuitas en la labor evangelizadora, pero el cambio produjo una notable crisis en la acción misionera en todo el continente, no escapando a esta realidad la región del Tucumán.

 

Luego de la expulsión de los jesuitas, se inicia un período en que el gobierno civil asume con más fuerza que antes los privilegios del patronato, en lo tocante a la fundación de reducciones. En 1778, el virrey del Río de la Plata, don Pedro de Cevallos, crea mediante un decreto una “junta reduccional”, que “debía proceder sin pérdida de tiempo al establecimiento de las reducciones del Gran Chaco”. Había que “restituirles los rehenes y prendas que hubiese retenidas, y pasar luego

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los eclesiásticos que se considerasen más idóneos a introducir en aquellos naturales, sin violencia ni grosería, los rudimentos de nuestra sagrada religión”. Esta junta se compondría “de sujetos expertos en esta clase de expediciones y que con título de reducción o Propaganda Fide la celebrasen en San Miguel de Tucumán”.56[1] Esta Junta se conformaría por un presidente, tres vocales, un eclesiástico interventor y un protector de indios en clase de fiscal. Las reuniones de esta junta las presidiría el gobernador del Tucumán. Fruto del actuar de esta junta se fundaron tres reducciones entre 1778 y 1779 en los territorios de las actuales provincias de Chaco, y norte de Santiago del Estero.

 

A partir de entonces, las reducciones fueron naciendo, ya no por impulso de los misioneros, como en los tiempos de los Jesuitas, sino por obra de los gobernadores, que las iban fundando en sus campañas militares, y luego entregaban para su cuidado pastoral a los frailes franciscanos o a clérigos, y que con el tiempo se irían constituyendo en curatos y parroquias.

Primera mitad del siglo XIX. Creación de la Diócesis de Salta

En 1776 la corona había creado el Virreinato del Río de la Plata, reemplazándose las anteriores Gobernaciones por Intendencias. A consecuencia de esto, en 1783, la Gobernación del Tucumán había sido dividida en las Intendencias de Salta del Tucumán al norte (actuales provincias de Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca y Jujuy) y la de Córdoba del Tucumán al sur (actuales provincias de Córdoba y La Rioja). Finalizando el siglo XVIII, la Iglesia se preocupó por la educación pública de todo el Tucumán. El Obispo Alberto en 1782, dirigió una carta pastoral a los fieles de la diócesis, particularmente a los que estaban en condiciones de enseñar, estimulándolos a que lo hicieran en forma pública. Surgen en esta época en todo el territorio del Tucumán diversas escuelas. Se enseñaba obligadamente a leer, escribir y contar. Y toda esta obra fue casi exclusiva de la Iglesia, sin negar la participación muy limitada del gobierno civil, que ayudaba económicamente a todas las misiones..Otra de las preocupaciones de la Iglesia fue la prestación de un servicio hospitalario. A requerimiento del Cabildo y del gobernador intendente, el Obispo Moscoso solicitó a la Congregación Betlemita de Lima que enviara religiosos para la atención de un hospital en 1805. Los betlemitas residieron en el propio hospital y adquirieron lotes contiguos para ampliarlo, pero como no vinieron más religiosos en 1822 cesó la atención hospitalaria en Salta. 

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.............................................Haz click en el gráfico de la derecha 

para ver un mapa con la división política de América del Sur  a finales del Siglo XVIII 

y comienzos del XIX

Haz click en el gráfico de la izquierda para ver un mapa con la división política detallada de América del Sur a finales del Siglo XVIII y comienzos del XIX

 .En 1785, el gobernador intendente de Córdoba del Tucumán, marqués de Sobremonte propone la división del Obispado del Tucumán en dos, para que la división eclesiástica coincidiera con la civil. Por fin, el 28 de Marzo de 1806, el papa Pío VII divide la Diócesis del Tucumán en dos: 

o Al norte la Diócesis de Salta coincidiendo con el territorio de la Intendencia de Salta del Tucumán, más la provincia de Tarija, perteneciente a la intendencia de Potosí

o Al sur la Diócesis de Córdoba, comprendiendo la intendencia del mismo nombre más los partidos de Mendoza, San Juan y San Luis de la Punta, de la provincia de Cuyo.

.El nuevo obispado de Salta contaba con más de 100.000 personas. En setiembre del mismo año, el rey de España designa titular de la nueva diócesis al entonces obispo del Paraguay, monseñor Nicolás Videla del Pino, que asume formalmente al frente de la diócesis el 23 de Marzo de 1807. El 4 de Junio 1810 se erige en Catedral del Obispado la por entonces Iglesia Matriz, anteriormente iglesia de los Jesuitas (en 1794, se había trasladado la vieja Iglesia Matriz que se encontraba en muy mal estado, a la iglesia de los Jesuitas, expulsados años antes, ubicada en la esquina de las actuales calles Mitre y Caseros). Otra preocupación de Monseñor Videla fue la instalación de un Seminario Diocesano, en una construcción contigua a la Catedral, que había pertenecido también a los Jesuitas. El seminario funcionó bastante irregularmente, hasta que fue clausurado en 1813. .

Al producirse el Movimiento de 1810, el Obispo se había adherido a la Junta de Mayo. Sin embargo, cuando Belgrano se hizo cargo del mando del Ejército del Norte, en Mayo de 1812 dispuso alejar a Monseñor Videla del Pino de su cargo bajo sospecha de que éste respondía a las autoridades españolas, trasladándolo a la ciudad de Buenos Aires donde moriría en 1819. Desde ese momento, la diócesis de Salta padeció de la intromisión del poder civil, siendo gobernada por provisores designados por el Obispo, previa autorización del gobierno civil durante la primera mitad del siglo.

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Ver Mapa de Américaantes de

comenzar el proceso de emancipación

Ver mapa del Vireinato del Rio de la Plata antes de comenzar el proceso de

emancipación

Ver mapa de las Provincias Unidas

del Rio de la Plata en el año 1814

Ver mapa de las Provincias Unidas del Rio de la Plata en el

año 1816

Fuente: Edición Especial de Diario el Clarín - Argentina - Museo Casa de la Independencia Nacional - San Miguel de Tucumán, Junio 1997

.Durante este período, la diócesis de Salta atravesó una crisis, debido a la falta de Obispo, y a que luego de la muerte del General Güemes, la región entró de lleno en la guerra civil. El clero, casi en su totalidad se plegó con extraordinario entusiasmo a la idea de la emancipación americana, y muchos sacerdotes deben ser contados entre los esforzados creadores de la nacionalidad. Pero tan costosa y difícil obra absorbió todas las potencias y actividades de la Iglesia, que se descuidó su misión principal: se cerró el Seminario, se suspendieron las misiones religiosas de los pueblos, se despoblaron los conventos, se perdieron casi todos los bienes eclesiásticos, se debilitó la enseñanza catequística, se abandonaron muchas parroquias, se propagó el indiferentismo religioso aún en la masa popular y todo el orden eclesiástico cayó bajo el control de los gobiernos civiles. Desde el fallecimiento en 1919 de Monseñor Videla del Pino, la diócesis estuvo gobernada por vicarios capitulares por breves lapsos de tiempo y sin autoridad suficiente para iniciar una reacción enérgica de la vida religiosa en las extensas regiones de la diócesis. .También durante este período, la geografía de la región sufre varios cambios: en 1814 se segrega de la Intendencia de Salta del Tucumán la Intendencia de Tucumán, que en 1820 se disuelve dando origen a las actuales provincias de Santiago del Estero, Tucumán y Catamarca. En 1825, nace la República de Bolivia y en 1826, Tarija se segrega de Salta y de la Argentina, incorporándose a Bolivia. De este modo, la Intendencia de Salta del Tucumán quedaba constituida por las actuales provincias de Salta y Jujuy, hasta 1834, en que Jujuy adquiere su autonomía y se segrega de Salta. .Ya en 1836, el gobernador de Tucumán propone la creación de un nuevo Obispado que comprendiese las provincias de Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca, lo cual no pudo concretarse debido a que se temió que esta división pudiera favorecer las intenciones del partido unitario que pretendía separar a Salta y Jujuy de la Argentina para anexarlas a Bolivia, como ya había ocurrido con Tarija. .Las autoridades eclesiásticas con asiento en las provincias de Tucumán, Santiago del Estero, Jujuy y Catamarca rehusaban someterse al Vicario Capitular con sede en Salta, y las del departamento boliviano de Tarija (que seguía formando parte de la diócesis) prácticamente dependían de la arquidiócesis de Charcas. En 1859, el papa decidió escindir de la diócesis de Salta a la provincia de Tarija, incorporándola formalmente a la arquidiócesis de Charcas, lo que motivó una

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fuerte oposición por parte del gobierno argentino, puesto que esto parecía aprobar el desmembramiento político de un territorio argentino sustraído a la soberanía nacional por un acto de sublevación, cuya legitimidad estaba distante de consentir.  .Por 1850 los tucumanos trabajaban para que la sede episcopal fuera trasladada a la ciudad de Tucumán, en mérito al gran templo que allí se estaba levantando con la protección económica que prestaban el pueblo y el gobierno. Esto motivó a los salteños a emprender con decisión la construcción de la futura Catedral, lo que ocurrió en 1855, sobre el terreno en que hoy se levanta, y cuya construcción estuvo concluida en 1878, siendo solemnemente consagrada como tal, el 13 de Octubre de ese año. . Los únicos religiosos presentes en Salta en este período son los franciscanos y los mercedarios. Los primeros serían los reemplazantes de los Padres Jesuitas en la educación y en las misiones. La presencia de los Padres Mercedarios, también tiene importancia fundamental en estos primeros años del siglo XIX. Su Iglesia, su Convento, su Escuela, fueron focos positivos de evangelización . .En 1836, retorna Buenos Aires la Compañía de Jesús, que había sido restituida en 1814 por el papa Pío VII. Desde aquí reiniciaron su labor misionera que había sido truncada durante 70 años. En 1839, el gobernador de Salta, don Manuel Solá, inicia las gestiones solicitando que se envíen misioneros jesuitas a esta diócesis, las cuales proseguirían durante varios años, obteniendo una negativa definitiva en 1845. .En el año 1863, monseñor Buenaventura Rizo Patrón, segundo obispo de Salta, erige el Seminario conciliar de San Buenaventura, si bien debe ser cerrado en 1864 debido a falta de fondos para su gestión, restituyéndose en forma definitiva en 1873, cuando el gobierno nacional envía una ayuda económica, a la que se había comprometido por ley de 1853. .Los pocos datos que nos llegan de la historia de la diócesis de la época son desalentadores. En un informes redactados por el cardenal Antonelli al internuncio Cayetano Bedini en marzo de 1853, leemos: “La diócesis de Salta se halla en un estado bastante deplorable; tiene muy pocos sacerdotes, pero todos ellos ignorantes; muchas parroquias están sin pastor; falta quién instruya a los fieles y administre los sacramentos por lo que mueren muchísimos sin recibirlos y sin ningún consuelo religioso”.57[1] Quedaba así la escuela como el principal centro de la enseñanza de la catequesis a los niños y adolescentes, junto con el catecismo dominical en las parroquias, y la instrucción que los padres dieran a sus hijos en el seno familiar. Con respecto a los adultos, desde hacía mucho tiempo ya no existía ninguna instancia de formación religiosa, más que la homilía dominical. Peor aún después de los acontecimientos de la década de ’80 que desembocaron en la ley de enseñanza laica y la supresión de la enseñanza religiosa en las escuelas, que habían sido el punto fuerte de la enseñanza religiosa del siglo XIX.

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 .La primera mitad del siglo XIX fue muy dura para la Iglesia en toda latinoamérica, debido a la falta de entendimiento con las autoridades nacionales, a causa de una equivocada interpretación del patronato. Pero especialmente para las obras misionales, que se vieron de pronto sin el auxilio de España, y mientras muchas casas religiosas y misiones languidecían, otras cerraban sus puertas dejando el campo de misión. El nuevo enfoque misional, organizado por la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, devolvió la vida a las abandonadas regiones de las indias con sus colegios apostólicos que siguieron aportando hasta las tres primeras décadas del siglo XX.

Los Franciscanos de Propaganda Fide en el Chaco Salteño (1859 – 1913)

Se destaca en el siglo XIX, la acción de familias religiosas en todo el territorio americano, ya sea nacidas en nuestro medio o llegadas de Europa, que emprenden la obra misionera bajo el auspicio de los obispos y conforme al espíritu de la propia institución. En nuestra región, actuaron los Franciscanos de Propaganda Fide (franciscanos dependientes de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide).

 

Para hacer frente a las apremiantes necesidades misioneras de comienzos del siglo XVIII, la Iglesia, a través de la recién fundada Congregación de Propaganda Fide (1622) y de la misma Orden Franciscana, se había visto en la necesidad de formar nuevos cuerpos de misioneros. La Propaganda Fide representa un planteamiento apostólico centralista dentro de la Iglesia y una extensión en la actividad de la orden franciscana hacia una participación más dinámica en el campo misionero. En este sentido, la orden de San Francisco determinó crear centros especiales de formación misionera: los Colegios o Seminarios de Misiones de Propaganda Fide, que debían de ser además "casa de recolección", es decir, de más intensa vida espiritual, sin descuidar de ninguna manera las letras, las ciencias y las artes. Así, su finalidad era triple: asegurar la estabilidad y firmeza de las conversiones entre fieles, formar intelectual y moralmente a nuevos misioneros y renovar espiritualmente a los frailes.

 

Ya en 1779, los padres del Colegio de Tarija, al sur de Bolivia, habían fundado la reducción de Nuestras Señora de las Angustias de Zenta, en el Chaco Salteño.

 

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Los Franciscanos de Propaganda Fide llegan a Salta en 1856, estableciendo el Colegio Apostólico de San Diego, que funcionó provisoriamente en el Convento de la Merced hasta 1867, año en que se trasladan al viejo y casi despoblado Convento de San Francisco de Salta. Su primer superior fue fray Pedro María Pellici, quien tuvo a su cargo a 15 frailes venidos de Italia.

 

La evangelización del Chaco Gualamba, fue confiada a la atención de los padres franciscanos de los Colegios Apostólicos de Salta y Santa Fe

 

La encomiable labor de los frailes, si bien dura y accidentada, dejó su sello en el Chaco Salteño. Tal es así que el Padre Honorato Pistoia, afirma que “en ningún momento de la historia de las misiones en el territorio argentino, se realizó una obra más provechosa por su amplitud y sus alcances, como durante la presencia de los Misioneros de Propaganda Fide. No dejaron rincón sin explorar, se hicieron hermanos de los indios, viviendo su misma vida, en sus mismas chozas y participaron íntegramente del lento andar hacia la civilización”. 58[1]

 

Acerca del campo de acción que se abría a los frailes en el Chaco, informaba el padre Pellicci, al prefecto de Propaganda Fide en 1859: “Es enorme la multitud de indios errantes, pobres y desnudos, de diversas tribus y lenguas, que pueblan de Orán a Corrientes y del Pilcomayo al Salado... Viven todos en la mayor ceguera e ignorancia, en las tinieblas de la superstición y la barbarie”.59[2]

 

El éxito en los comienzos fue prometedor. Al cabo de dos años de obra misionera en ambas márgenes del río Bermejo, ya tenían los padres ganada la voluntad de los indios, que asistían mañana y noche a las instrucciones, al paso que otros pueblos indígenas manifestaban su deseo de catequizarse.

 

Durante el período de permanencia de los frailes en Salta, entre 1856 y 1913, fundaron seis misiones en las márgenes del Río Bermejo. Las cuatro primeras de ellas tuvieron infeliz suerte:

 

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Misión de la Esquina Grande, fundada en 1856, unos 300 km al sud este de Orán. Llegó a tener entre sesenta y setenta familias. Perduró hasta 1860, cuando debido a ataques de los indios, que asesinaron al fraile a cargo de la misión, quedó en ruinas.

Misión de Concepción de Bermejo, fundada en 1859 con ochocientos indios matacos, a tres leguas del Bermejo. La misma perduró hasta 1875 cuando fue arrasada por una crecida del río Bermejo.

Reducción de San Francisco de las Conchas, fundada en 1862, unos setenta km al noroeste de la misión de Esquina Grande, contando con más de seiscientos matacos. Perduró hasta 1864, cuando los hacendados españoles de las cercanías los desalojaron para apoderarse de las tierras. En el Diario La Nación Argentina, de Buenos Aires, en una nota publicada en alusión a este hecho, se incluyó como conclusión de la misma una carta del padre Pellici en la que afirmaba: “Este es el problema y el verdadero origen de tantas contrariedades, en que se han hallado los misioneros, y de la furiosa tormenta que amenaza la total destrucción de las misiones de la provincia de Salta. Por el privado interés y codicia se han destruido la Reducción de Esquina Grande, por la codicia se ha destruido la reducción de las Conchas, y por la misma causa se perderá también la de la Inmaculada Concepción, y aún la esperanza que funden otras en aquella desgraciada provincia, si Dios no pone pronto remedio, y extendiendo su invisible mano poderosa, diga ¡basta!”.60[3]

Misión de San Antonio, fundada en 1868 en las cercanías de la Concepción del Bermejo (sobre la otra margen del río). En 1873 contaba con ochenta familias y un total de cuatrocientas sesenta y ocho personas. La misma inundación que devastó la misión de la Concepción, destruyó también esta misión. Lamentablemente se iban perdiendo así una tras otra, todas las fundaciones de estos frailes.

  Luego de veinte años de incansable labor, los frailes comprobaron con desazón que su esfuerzo no reportaba los frutos deseados, ya fuera por desastres climáticos que devastaban las reducciones, o por las trabas que ponían a los frailes, los españoles que querían apoderarse de las tierras y de los mismos indios para que trabajasen en sus haciendas. Todo esto fue creando una doble sensación de fracaso y desaliento, lo que provocó que los mismos frailes no quisieran ir a estas regiones. Tanto es así que en 1866, el obispo Rizo Patrón escribió a Roma demostrando su insatisfacción por esta obra misionera: “Los más de sus sacerdotes y legos, no sólo durante un tiempo, sino durante todo el año viven en la ciudad, y así lo han hecho por todo un decenio. Mientras algunos de ellos, tan sólo, acuden a los lugares de misión, los demás apenas y ni siquiera apenas lo hacen, y viven como los demás padres de la provincia no destinados a las misiones”.61[4] 

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Luego de la destrucción de la misión de la Purísima Concepción, los frailes trasladaron sus esfuerzos a las inmediaciones de la antigua población jesuítica de Miraflores, junto al río Pasaje (Juramento), a unas cuarenta leguas de Salta, donde fundaron la reducción de San Miguel Arcángel de Miraflores en 1880. También aquí los frailes debieron luchar continuamente por mantener con vida a la misión. Nuevamente, los hacendados de los ingenios, periódicamente se llevaban a los indios que lograban reunir los misioneros, para hacerlos trabajar en sus tierras. También influyó la dureza de los mismos indios, según lo expresa fray Nazareno Morosini en una relación acerca de la misión: “habiéndolos juntado yo después varias veces para hacerles comprender el por qué de estarse allí los misioneros aleccionándolos y catequizándolos, declararon abiertamente la última vez que no querían saber nada de cristianismo, que nunca se entregarían a discreción de los padres, porque hemos nacido indios e indios queremos morir”.62

[5] Durante siete años mantuvieron esta misión, con resultados muy alentadores. Esta vez fue una terrible peste de viruela, la que se encargó de desbaratar la misión, diezmando a la población de los indios que la poblaban.   Luego de que se perdiese esta última, los frailes fundaron ya comenzando el siglo XX, la última misión en el territorio del Chaco Gualamba, la Misión de Nueva Pompeya, fundada en 1900, ubicada a más de 240 kms de Rivadavia, entre indios matacos. Esta fue una de las misiones más florecientes que fundaron los frailes del Colegio Apostólico de Salta, y que perdura hasta nuestros días.  Ya desde comienzos del siglo XX, los franciscanos comienzan a ver la posibilidad de una organización distinta, que comenzara a valerse por sí misma. Incluso la Congregación de la Propagación de la Fe, sugería otro enfoque en el trabajo apostólico. En 1913, los franciscanos de los Colegios Apostólicos del norte de Argentina se organizan de manera autónoma, dejando de depender de Propaganda Fide.

Grupos de Misioneros laicos en las décadas de 1950 y 1960

En las décadas del ‘50 y ‘60 se da un acontecimiento sin precedentes en nuestra Arquidiócesis: la actuación masiva de Grupos de Misioneros laicos, que acompañados de uno o más sacerdotes, realizan una actividad misionera para el triduo pascual en diversas localidades y poblaciones de nuestra Arquidiócesis. 

Parecen haber sido los promotores de esta actividad de misioneros laicos, los miembros de la Acción Católica. En los archivos del Arzobispado de Salta, consta un Plan de Misiones para Semana Santa de la Acción Católica presentado para la aprobación del arzobispo Monseñor Tavella, que se realizarían el Jueves y Viernes Santo de 1953, pudiendo extenderse al sábado y domingo. Se organizaría

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con miembros de los distintos centros y círculos de la Acción Católica y se desarrollarían en diversos pueblos del interior de la provincia. Sin embargo, si bien no consta en archivos o documentación de la época que éstas misiones se hayan llevado a cabo, por lo menos podemos estar seguros de que el proyecto se estaba gestando.63[1]

 

En otro informe presentado por la Acción Católica al Arzobispo, esta vez detallando las actividades realizadas durante el quinquenio 1950-1955, se menciona la participación de laicos en misiones barriales: “En varias oportunidades se realizaron misiones en los barrios alejados del centro, no obstante las dificultades que nos presentaba la persecución religiosa. El resultado fue satisfactorio debido a la prolija campaña de propaganda y a las visitas domiciliarias”. En cuanto a las actividades realizadas se mencionan visitas domiciliarias, enseñanza del catecismo y conferencias en horarios de la noche.64

[2]

 

En 1965 leemos en el Boletín Oficial de la Arquidiócesis la siguiente noticia: “El Equipo Rural de la Acción Católica ha preparado los grupos de personas que irán con un Padre Misionero para atender durante la semana Santa las siguientes poblaciones: La Merced, Calvimonte, Animaná, La Isla, Coronel Moldes, El Naranjo, Cobos, Güemes, La Candelaria, San Lorenzo, La Montaña, Lesser, San Antonio de los Cobres, La Poma, Apolinario Saravia, Alto Molino, Amblayo”.65[3] Dada la dispersión geográfica de las localidades donde se desarrollaría esta actividad misionera, podemos deducir que eran varios los grupos misioneros en cuestión.

 

Para el año siguiente, esta acción misionera se multiplicó, sumando en este esfuerzo a laicos de diversas comunidades y asociaciones católicas de la época. Es así que leemos en el Boletín Oficial un año más tarde: “Durante la Semana Santa han desarrollado su labor apostólica catorce grupos misioneros, formados por miembros de la Acción Católica, por alumnos de los Colegios Santa Rosa de Viterbo, Belgrano, Salesiano, Bachillerato Humanista, las Hermanas Azules, Legión de María y Scouts Católicos, y que se unieron a los sacerdotes que prestaron su colaboración al Movimiento Rural de la Acción Católica”.66[4] A continuación menciona los pueblos misionados (cerca de una veintena) y los sacerdotes que los acompañaron, entre los que se cuentan sacerdotes

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Redentoristas, Salesianos y Jesuitas. A continuación expresa que “Evidentemente que todo lo visto ha servido para estimular a los misioneros y en todos los grupos ha quedado la consigna de organizarse y prepararse mejor, a fin de ser más eficaces en el trabajo. Para este fin ha quedado constituida una comisión que tendrá a su cargo el planeamiento de las próximas misiones”.67[5] Estaría asesorada por Monseñor Carlos Ponce de León y el RP Santiago Salto. Sus miembros pertenecían a la Juventud de Acción Católica, a los Scouts Católicos, Colegio Santa Rosa y una hermana Concepcionista.

  No se sabe exactamente durante cuántos años se produjo este fenómeno del accionar de los Grupos Misioneros para la Pascua, pero se puede asegurar que al menos así ocurrió hasta el año 1967, en que volvemos a tener noticia de las mismas en el Boletín Oficial: “Como todos los años, celosos sacerdotes de ambos cleros y un grupo de apóstoles laicos, ha ido a distintas poblaciones de la Arquidiócesis para celebrar con sus habitantes las funciones de Semana Santa y recordar los grandes misterios del amor de Dios hacia los hombres”.68[6] Se mencionan 28 pueblos y localidades como destinatarios de esta misión, y la participación de sacerdotes del Clero, Salesianos, Lateranenses, Jesuitas, y laicos pertenecientes a los Scouts Católicos, Acción Católica, alumnas del Colegio Santa Rosa de Viterbo y del Colegio de Jesús, Movimiento Familiar Cristiano, Movimiento Rural (ACA), y un Grupo Misionero de Rosario de la Frontera.  Si bien pareciera que esta actuación masiva de grupos de misioneros laicos fue una realidad aislada de la década del ’60, sería el precedente para el surgimiento de este tipo de Grupos con carácter más estable, veinte años después.  Como dato interesante al respecto de la promoción de la actuación de los laicos en la actividad misionera de la Iglesia Argentina, encontramos una comunicación del Secretario General del Episcopado Argentino Pbro. Carlos Galán, dirigida a todos los obispos en diciembre de 1972, y publicada en el Boletín Oficial de la Arquidiócesis de Salta, donde se comunica que la CEA había fijado como prioridad pastoral para el año 1973 la “PRESENCIA MISIONERA DE LA IGLESIA, en todo el ámbito de las parroquias, con especial preferencia y dedicación a sus sectores o zonas más marginadas. Esta presencia de la Iglesia, en lugar de desconocer el valor de las diversas formas existentes de apostolado laico organizado, exigirá su promoción y renovación como condición para hacer más eficaz la acción misionera”.

Las Obras Misionales Pontificias, la Cooperación y la Animación Misioneras  en

Salta entre 1936 y 19906768

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Se tiene noticia de la presencia de las Obras Misionales Pontificias en Salta, por lo menos desde el año 1936, cuando se menciona en un informe general de la Arquidiócesis de Salta, la Obra de la Propagación de la Fe, cuya Junta Arquidiocesana está constituida por el RP Juan Iñurritegui, Pbro. Ángel Blasco y el Sr. Domingo Serrachieri.69[1]

 

En el año 1938, sabemos fehacientemente que se erige la Pía Unión Misional del Clero en Salta, conformándose en esa oportunidad el Consejo Arquidiocesano de Misiones, siendo Don Alfredo Araya su presidente y Director de la Pía Unión Misional del Clero. También se nombra Secretario de dicho Consejo y Director de las 3 Obras Misionales Pontificias (Propagación de la Fe, Santa Infancia y San Pedro Apóstol) al RP José M Parodi sdb.70[2]

 

En 1939 se reorganiza en dos Consejos Arquidiocesanos: Pía Unión Misional del Clero, siendo su director Monseñor Carlos M. Cortés y Secretario el RP Arsenio Seage sdb, y otro de las OMP, siendo su director el RP Arsenio Seage.71[3]

 

Con respecto a la Unión Misional del Clero, se tiene noticia que hasta 1944 su presidente es el mismo RP Arsenio Seage, a quien sucede en 1944 el Pbro. Don Rufino Castañeda.72[4] En 1946, se publica en el Boletín Oficial una carta del Vicario General de la Arquidiócesis, Pbro. Carlos M. Cortés, dirigida a “los sacerdotes del clero secular y a las comunidades del clero regular que pertenecen a la citada asociación”, solicitándoles que remitan sus cuotas anuales.73[5]

 

Por lo menos desde el año 1937, ya se realizan las Colectas promovidas por las Obras Misionales Pontificias en Salta, cuyos montos de recaudación son detallados en los Boletines Oficiales de la Arquidiócesis, del año 1946 en adelante. Encontramos testimonios de la realización de la Colecta “Pro Afris” el primer fin de semana de Enero, y de la Colecta del “Día Misional” el tercer domingo de Octubre. Dato interesante de estas colectas, es que no sólo se realizaban en Parroquias, sino en distintas comunidades y asociaciones, como ser Colegios y Hospitales y también contribuciones de particulares.

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También se mencionan colectas de la “Santa Infancia”, por lo que se puede suponer la presencia de esta OMP en algunos Colegios de nuestra ciudad y en Orán. La actividad principal de la Santa Infancia consistía en aquel tiempo en motivar a los niños a cooperar económicamente en favor de los niños de tierras de misión.

Testimonio de ello nos da una ex alumna del Colegio Santa Rosa de Viterbo: “Durante todo el año, las alumnas de la escuela primaria realizábamos nuestro aporte económico a favor de los ‘niños infieles’, con el incentivo de ‘apadrinar a un negrito’. Supongamos que se fijaba en $ 10 el monto para lograr el bautismo de un niño, durante todo el año íbamos aportando de a poquito, cada una según sus posibilidades. Cuando lográbamos alcanzar ese monto, habíamos colaborado a que un niño infiel se convirtiese, y nos convertíamos en sus madrinas. En un mural, había una serie de ‘termómetros’ en los que se iba coloreando la cantidad de niños infieles bautizados por cada grado, y el grado que más niños convertía al catolicismo, se hacía acreedor de un premio. En el mes de Octubre Misionero, se realizaban las premiaciones, y nos entregaban los ‘certificados de madrina’. Al año siguiente comenzábamos nuevamente esta misión....”.74[6]

 

Aparentemente, la actividad de las OMP durante las décadas del ’40 al ’80, parecen haberse restringido a la promoción de las Colectas a favor de las Misiones. Desde entonces, la Colecta del Domingo Mundial de las Misiones en Octubre, parece haberse realizado ininterrumpidamente hasta nuestros días, mientras que el resto parecen haberse dejado de realizar a comienzos de la década del ’80.

  Inclusive puede deducirse que desde la década de 1930 hasta el presente, siempre hubo una persona designada como director a cargo de las OMP en la Arquidiócesis. En 1950 Renuncia como director de OMP el Padre Seage, y se nombra al Pbro. Alberto Barros como su sucesor, y al RP Luis Kromsch svd y al Pbro. Martín Burgos como miembros del Consejo Arquidiocesano Misionero.75[7]  En informes del año 1966 se menciona como Director de las OMP al Pbro. José María Rivas Conde76[8], lo cual probablemente es un error y se trate más bien de un colaborador en las mismas, puesto que no se encuentra en el Archivo del Arzobispado Decreto alguno de su nombramiento, y en 1971 se menciona

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nuevamente cumpliendo esta función al Pbro. Alberto Barros77[9], año en que se mencionan colectas para el Día Misional, para la Obra de la Propagación de la Fe (seguramemente aluden a la misma colecta), para la Santa Infancia, para la Obra San Pedro Apóstol y Pro Afris. También se menciona en este año 1971 la presencia de la Infancia Misionera en los Colegios de Jesús, Santa Rosa y María Auxiliadora. Para este año, la colecta del Día Misional, se había cambiado al 2 domingo de octubre por Rescripto 474/70 de enero de 1970 de la Dirección Nacional de OMP, por coincidir el tercer domingo con el día de la Madre.78[10]   En Julio 1978, el Secretario Canciller del Arzobispado, Pbro. Oscar Mario Moya, remite una carta dirigida a “los Sres. Curas Párrocos, Vicarios y Responsables de Iglesias y Colegios”, en la cual, entre otros varios puntos tendientes a “que se desarrolle una tarea pastoral unida”, los insta a “nombrar un Delegado Misional que se encargará de promover en su ambiente, el apostolado misional. El nombre de cada Delegado será presentado a esta Secretaría”.79[11] Si bien esta misiva parece no haber encontrado demasiado eco en los párrocos, puesto que no se vuelve a mencionar nada al respecto en el futuro, al menos pone de manifiesto la voluntad del Arzobispado de promover la animación misionera en toda la Arquidiócesis. 

En 1981 consta en una carta a la Dirección Nacional de OMP escrita desde el Arzobispado de Salta, que tras la renuncia del RP Alberto Barros sdb, ya anciano, como Director de las OMP, se nombra como su sucesor al RP Constantino Sanjuan Arranz.80[12] En la Guía Eclesiástica de 1987 se menciona las OMP, siendo su director el RP Juan Núñez ofm.

La Gran Misión Arquidiocesana del año 1992

En el año 1992, en preparación al V centenario de la evangelización de América y al 4º centenario del culto al Señor y la Virgen del Milagro en Salta, el Arzobispo convoca a la realización de una “Gran Misión Arquidiocesana”. Se encargó al RP Juan Oddone la Dirección General de la Misión “teniendo en cuenta su conocimiento de nuestra zona y su probada experiencia en trabajos misionales”. Esta coordinación tendría a su cargo señalar “sólo los grandes pasos o etapas de la gran tarea misional”. Los decanatos gozarían “de la más amplia libertad para organizar su propia labor misionera” Como objetivo se propuso “Renovar la vida de nuestras comunidades mediante una sincera conversión personal y comunitaria, a la luz de la Palabra de Dios conocida y vivida, impulsada por la Gracia, que os acerque al ideal de una comunidad arquidiocesana evangelizada, solidaria y unida por el amor a Dios y a los hermanos”. La intención era “poner en

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marcha un verdadero proceso evangelizador, que abarque no sólo el tiempo de la misión, sino que perdure en la vida de nuestras comunidades luego”. Para esta misión se crearía el clima misional mediante el estudio de documentos misioneros de la Iglesia, se estudiaría la realidad de cada zona o comunidad a evangelizar, se motivaría a las personas, familias instituciones para que sientan la Gran Misión y la vivan como una respuesta de Dios a través de la Iglesia a sus interrogantes y búsquedas, y se prepararían agentes misioneros laicos. Para el desarrollo de la misión, ésta se realizaría en dos niveles: Laical en centros misionales cercanos a los domicilios de las familias, con el método de la catequesis de adultos con profundo sentido kerigmático; y Sacerdotal: que se realizaría en 1992, luego de haber logrado la primera evangelización de los laicos. Como post misión, “para asegurar la continuidad necesaria, se formarían pequeñas comunidades familiares y vecinas, que vivan al estilo de las primeras comunidades cristianas”.81[1] 

Evidentemente esta Gran Misión se prolongó mucho más allá de 1992. En el año 1994, el Pbro. Oscar Daniel Correa, en su carácter de director de la Comisión Central de la Gran Misión, eleva un informe al Arzobispo, que nos da una idea de los logros alcanzados por esta Gran Misión durante los tres años que duró. En el Informe leemos que tras la conformación de una “Comisión Central presidida por el Sr. Arzobispo, por los 4 decanos del presbiterio y por 9 comisiones donde estaban representados los distintos sectores y servicios pastorales del Pueblo de Dios”, “respondieron de inmediato unas 14 parroquias y vicarías de la ciudad y de la campaña, y se formaron unos 1.500 misioneros laicos con el subsidio de 10 temas evangelizadores elaborados por la Comisión Central. Con ellos se realizaron visitas evangelizadoras en toda el área parroquial, que se iniciaron con la entronización de los dípticos del Señor y la Virgen del Milagro en unas 15.000 familias”. También se menciona la elaboración de “material evangelizador: Vía Crucis, Novena de Navidad y guías para las visitas evangelizadoras y la entronización del Corazón de Jesús” y la realización de “un Curso Taller de Biblia por radio” y la conformación de “300 grupos bíblicos, con un total de 2.000 participantes de la ciudad y de parroquias del interior”.

La Actividad Misional en la última década del siglo XX y comienzos del siglo XXI, y la

organización de la Pastoral MisioneraComo ya se mencionó anteriormente, se sabe del accionar de Grupos Misioneros de laicos durante mediados de la década del ’60. Si bien no se tiene noticia cierta de esta actividad durante la década del ’70, puede suponerse que esta actividad siguió aunque tal vez no con la masividad de la década anterior. Lo cierto es que después del intento de coordinar la acción conjunta de estos Grupos realizado en 1966, esto no se llevó a cabo y los Grupos Misioneros de la Arquidiócesis siguieron trabajando por su cuenta. También desde esos tiempos, nuestra provincia comenzó a recibir la visita de Grupos Misioneros de otras provincias

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(especialmente de colegios y parroquias bonaerenses) durante las vacaciones de verano.  Del primer Grupo Misionero del que se tiene noticia cierta durante este período es el Grupo Misionero Emanuel, que desplegó una amplia labor misionera de la mano del padre Ernesto Martearena, y que funcionó hasta su fallecimiento en el año 2002. Varios Grupos Misioneros se formaron en esos años, trabajando cada uno por su cuenta, realizando misiones de verano en zonas rurales de nuestra provincia y las vecinas provincias de Jujuy y Tucumán.  Por esos años se sabe que el Director de Obras Misionales Pontificias era el RP

Juan Núñez ofm82[1], si bien no existía vinculación alguna de estas Obras con los Grupos Misioneros.  Ya a comienzos de la década del ’90, se designa como Delegadas de las OMP a las Hnas de la Inmaculada Providencia, en la persona de la Hna Adriana Riz, a quien más tarde se sumarían las Hnas. Andrea Romero y Ana María Battaglia. El Arzobispo Moisés Julio Blanchoud había pedido al Padre Martearena que apoyase a estas religiosas en dicha labor.  La convocatoria al 1º Encuentro Nacional de Grupos Misioneros que se realizaría en Posadas, Misiones, en el mes de Octubre de 1991,

realizada por el Consejo Nacional de Misiones (Co.Na.Mis), fue el acontecimiento que provocó el encuentro entre los distintos Grupos Misioneros de nuestra Arquidiócesis. Son las Hermanas de la Inmaculada Providencia y el Padre Martearena quienes difunden la realización de este Encuentro y convocan a los Grupos Misioneros que en ese entonces funcionaban en la Arquidiócesis para participar.  Motivados por este Encuentro Nacional, algunos Grupos Misioneros decidieron aunar esfuerzos y conformar un Equipo de Animación Misionera (E.A.M., que con el tiempo se transformaría en la Pastoral Misionera Arquidiocesana) que les permitiera compartir experiencias, intercambiar materiales de formación y de trabajo y crecer espiritualmente.  Por aquel entonces eran 7 Los G.M. que funcionaban en la ciudad de Salta y que se unieron para fundar el E.A.M.: Comunidad Misionera Salesiana (Colegio Salesiano), CM Sin Fronteras (Parroquia Señor y Virgen del Milagro), GM Mandamiento Nuevo (Parroquia San Joaquín y Santa Ana), GM Crecer (Parroquia Santa Rita), GM Emanuel (Vicaría Nuestra Señora del Carmen), GM Nuestra Señora de Luján (Parroquia Luján Norte), Grupo Misionero Sombra Franciscana (Colegio Santa Rosa); los tres últimos ya no existen. Algunos nombres de los primeros integrantes de este Equipo, junto con las Hermanas, son: Germán Benito

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Montiel, Juan Mendieta, Roxana Burgos, Juan Díaz, Roxana Laxi y Miguel Angel López Mena 

Durante sus primeros años de vida, los Grupos Misioneros empiezan a caminar juntos. Cada quince días se reúne el E.A.M., conformado por uno o dos delegados de cada uno de los Grupos que lo integran. Se organizan cada año Encuentros Arquidiocesanos de Grupos Misioneros y una Misa de Envío Misionero Arquidiocesano a fin de año. Durante estos primeros tiempos, como el E.A.M. no cuenta con sede propia, las reuniones se realizan en las distintas parroquias donde funcionan G.M., siempre con la guía y acompañamiento de las Hermanas de la Inmaculada Providencia.

  Por el año 1993 comienzan a formarse en Salta Grupos de Infancia Misionera, con

una organización bastante diferente a la antigua Santa Infancia: ahora conforman grupos de niños que se reúnen periódicamente y procuran descubrir juntos la vocación misionera siguiendo la Escuela con Jesús, mediante la formación, animación y cooperación misioneras y la realización de servicios misioneros. Del primer Grupo de este tipo que se tiene noticia es el que funcionaba en la Vicaría Nuestra Señora del Carmen, animado por la Hna. Gregoria Colil, bajo la supervisión del Padre Martearena. En 1994, la Hna Gregoria Colil es nombrada Delegada Diocesana de la Infancia Misionera.83[2] 

En Agosto 1995 se organiza el 1º Congreso Misionero de Salta (Co.M.Sa.1), que bajo el lema "Anunciemos unidos a Cristo, camino al tercer milenio", convoca alrededor de 100 jóvenes misioneros de nuestra arquidiócesis y de la diócesis de Orán. Aquí se establece contacto con el primer G.M. que se conoce del interior, de la localidad de Rosario de Lerma. Durante este año de preparación para el Congreso, acompaña al EAM el Pbro. Francisco Núñez, en carácter de Asesor.  Este Congreso dio impulso a la vocación misionera en Salta. A partir del mismo, y durante los años 1996 y 1997, nacen varios Grupos Misioneros en distintos puntos de la ciudad capital y del interior. En el año 1996 asumen la animación misionera en la Arquidiócesis las Hermanas de las Clarisas Franciscanas Misioneras del Ssmo. Sacramento, en la persona de la Hna. Celestina Martínez.  En 1997 se organiza en a nivel arquidiocesano la Infancia Misionera, conformando un Centro Arquidiocesano de Infancia Misionera con los grupos que habían nacido desde 1993.  En Octubre de 1999, se organiza el 2º Congreso Misionero de Salta, Co.M.Sa.2, que reunió a los misioneros de la provincia bajo el lema "Seamos uno para que el mundo crea". Participaron del Congreso más de 200 jóvenes y adultos de la

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arquidiócesis y trabajaron acerca del tema "Jesucristo, vida y esperanza para todos los pueblos", en preparación al Congreso Americano Misionero. El congreso contó con disertantes del más alto nivel: el Padre Jairo Calderón (Director Nacional de las OMP), el Padre Daniel Lorente (Misionólogo de Río Negro), la Hermana Ana Falola (misionera africana de la congregación Nuestra Señora de los Apóstoles) y el Padre Oscar Daniel Correa (sacerdote diocesano local, quien tenía a su cargo desde hace algunos años un Equipo Misionero Itinerante de amplia labor misional en la diócesis y otras diócesis vecinas).   Luego del 6º Congreso Misionero Latinoamericano y 1º Congreso Americano Misionero (Co.M.La.6/CAM1), que bajo el lema "América, con Cristo sal de tu tierra" reunió a más de 3.000 misioneros de todo el continente en Paraná, el nuevo Arzobispo de Salta, Monseñor Mario Antonio Cargnello nombra como Director Diocesano de las OMP al Pbro. Martín Paz.84[3]

  En el año 2001, el Equipo de Animación Misionera cambia su nombre por Equipo de Pastoral Misionera Arquidiocesana, nombre más coherente con su misión de brindar los servicios de pastoral misionera en la Iglesia de Salta, y conformado por el Equipo de Pastoral de Grupos Misioneros y el Centro Arquidiocesano de Infancia Misionera.  En el año 2003, preparando el bicentenario de la existencia diocesana de la

Iglesia de Salta (creada en 1806), se elabora un Plan Pastoral Arquidiocesano trienal, que contemplaba el siguiente itinerario pastoral: el año 2002 sería el “Año de la Iglesia Comunidad”, el año 2003 el “Año de la Iglesia Misionera” y el 2004, el “Año de la Inculturación del Evangelio”, plan de cuya redacción definitiva participaron integrantes de la Pastoral Misionera Arquidiocesana.  En este marco, en Octubre de 2003, se organiza el 3º Congreso Misionero de Salta (Co.M.Sa.3), esta vez abierto a toda la Iglesia Arquidiocesana. Bajo el lema "Iglesia de Salta, tu vida es misión", participaron del mismo 798 personas de diversas edades, representantes de 87 comunidades distintas de nuestra Arquidiócesis, contando algunas delegaciones venidas de Orán, Jujuy, Cafayate, Santa Fe, Paraná y la hermana República del Paraguay. Los disertantes fueron el Pbro. Sergio Brunet de L’Argentiere (Delegado Regional de los Equipos Diocesanos de Misiones del NOA) y el RP Enrique Domínguez (sacerdote redentorista). Durante la preparación del Congreso se había nombrado provisoriamente como Director Diocesano de OMP al Pbro. Raúl Javier Mamaní, y como colaboradoras a las Hnas Maria Alejandra González (Hija de María Inmaculada) y Verónica Fanny Santillan (Esclava del Corazón de Jesús).85[4]  Luego del CoMSa 3, el Arzobispo nombra de manera oficial a la que a partir de entonces se llamaría Comisión Arquidiocesana de Pastoral Misionera, integrada por sacerdotes, religiosos y laicos, de la siguiente manera: Director Diocesano de

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OMP el RP Néstor Javier Roldán (sacerdote redentorista), Vice Director de OMP el diácono Cristian Gallardo, Delegada de Infancia y Adolescencia Misionera, la Hna. Alejandra González (Hija de la Inmaculada), Asesora Religiosa: Hna. Sandra Lauriano (Clarisa Franciscana Misionera del Ssmo. Sacramento), Asesor Laico: Miguel Ángel López Mena, y Vocales: Alejandro Rodríguez, Carolina de los Angeles Vera, María de las Mercedes Coria, Zenón Salva, Patricia Ramona Fabián y Blanca Delgado de Dib.

Bibliografía“El primitivo Obispado de Tucumán y la Iglesia de Salta”, Tomo I, Julián Toscano,

1906   “Historia de la Iglesia en Argentina”, Cayetano Bruno sdb, Editorial Don Bosco,

1967. Tomos I a XII   “La Iglesia en Salta en la época hispánica”, Fray Benito Honorato Pistoia, incluído

en en “Estudio socio económico y cultural de Salta” Centro de Investigaciones de la Universidad Nacional de Salta, Tomo III.

  "Síntesis de la Historia Eclesiástica de Salta en la Epoca Colonial", Miguel Angel

Vergara. Artículo publicado en “Investigaciones y Ensayos”, Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires. 1971.

  "La Iglesia de Salta en la época hispánica", fray Benito Honorato Pistoia   “La guerra por las almas. El proyecto de evangelización jesuítica en el Tucmán

temprano. Siglo XVII”, César Daniel Avalos

  “Mártires sin Altar”, Salvatore Bussu, Universidad Católica de Salta, 2003

  “Labor misionera de la Compañía de Jesús en Salta y el Chaco Gualamba” María

Cristina Bianchetti, 1971

  “Los Franciscanos en el Tucumán 1566 - 1810”, Fray Benito Honorato Pistoia,

Cuadernos Franciscanos, Salta

  “Los Franciscanos en el Tucumán y en el Norte Argentino 1566-1973”, Fray

Benito Honorato Pistoia.

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 “Prelatura de Cafayate, 30 años al servicio de la Iglesia. 1969 - 1999”, edición conmemorativa de los 30 años de la Prelatura de Cafayate. Edición privada de la Prelatura de Cafayate, 1999.

  “Revista Eclesiástica Del Arzobispado de Buenos Aires”. Desde 1914, la Diócesis

de Salta publica en esta Revista sus decretos y noticias diocesanas.  

“Revista Diocesana de Salta”. Se publica desde 1934 y en Setiembre cambia su nombre por Revista Arquidiocesana. Se indica su fecha de publicación a continuación.

  “Revista Arquidiocesana de Salta”. Se indica su fecha de publicación a

continuación. Se publica hasta 1936.   “Boletín Oficial de la Arquidiócesis de Salta”. Se publicó desde 1946 a 1948.

Luego se suspedió y se volvió a publicar en setiembre de 1964 hasta el presente.

 “Libros de Decretos del Arzobispado de Salta”, tomos I a VII , Archivo del

Arzobispado de Salta