historia criminal del comunismo fernando diaz villanueva

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La gran utopía del siglo XX fuepródiga en crímenes, la mayor partede los cuales son completamentedesconocidos para el lector del sigloXXI. Sobre la aplicación práctica delcomunismo, el último y máspersistente de los colectivismostotalitarios, se ha corrido un tupidovelo de silencio. Apenas haybibliografía en lengua españolasobre la cara criminal de lasgrandes revoluciones comunistas ysu posterior desarrollo. Este librotrata, a través de treinta y cuatrocapítulos redactados en un estilo

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ameno e instructivo, rescatar delolvido otras tantas historias quemerece la pena conocer, tanto porsu valor histórico como por laslecciones que la humanidad debeextraer de ellas para no volver arepetir la experiencia.

La narración va desde las checasdel Moscú de Lenin a los laogaichinos, pasando por las grandesobras faraónicas de los déspotassoviéticos o las múltiples formas queadquirió la tiranía del Partido enEuropa, América y Asia. Un libro queno dejará indiferente a nadie y queinvita a la reflexión y al recuerdo de

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los más de cien millones de víctimasque los diferentes regímenescomunistas provocaron a lo largo yancho de todo el mundo.

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Fernando Díaz Villanueva

Historia criminaldel comunismo

ePub r1.0Bacha15 07.12.13

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Título original: Historia criminal delcomunismoFernando Díaz Villanueva, 2013

Editor digital: Bacha15ePub base r1.0

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A mi familia materna.Intelligentibus pauca

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H

Prólogo¿Es el comunismo una

«secta» criminal?

ACE unos años, la izquierdalocal de un ayuntamiento de la

Comunidad de Madrid, montó unasonora campaña contra Jesús Gómez, unconcejal del Partido Popular que, unadécada antes, había escrito un artículosobre los límites que el Estado nuncadebe sobrepasar. El concejal, quecuando escribió el citado artículo

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ejercía de periodista, argumentaba quebajo ningún concepto el Estado puedearrogarse la facultad de retirar la patriapotestad a los ciudadanos por motivosideológicos.

La polémica había surgido a raíz deuna secta de cristianos fundamentalistasque, en los años noventa, vio como sushijos les eran arrebatados por losservicios sociales de la Generalidad deCataluña. Los padres recurrieron a lostribunales de Justicia, que terminaronpor darles la razón obligando a laadministración regional a devolver a losmenores de edad a sus padres. Paraapuntalar su argumento Jesús Gómez

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puso como ejemplo el comunismo, que,como ideología, ha sido responsable dela muerte de cien millones de sereshumanos y que, en ciertos momentos ylugares, adquirió la categoría deauténtica secta destructiva. ¿Tienederecho el Estado a retirar la patriapotestad a los padres comunistas?, sepreguntó Gómez para, a continuación,responder que no, que en ese caso regíaidéntico principio que con la sectacristiana.

La izquierda de ese ayuntamiento,formada a la sazón por el PartidoSocialista y la coalición comunistaIzquierda Unida, acusó al concejal

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conservador de defender justo locontrario de lo que decía amputando ydescontextualizando una frase. Laizquierda, una vez más, utilizaba lamentira como arma revolucionaria. Lacuestión en aquel momento no era tantolo que había dicho el concejal comoorganizar un escándalo político, airearloen los medios y luego pedir su dimisión.

El caso de Jesús Gómez llegó a losperiódicos y murió pronto porque lamentira era tan grosera que no se pudosostener durante mucho tiempo más. Acambio se abrió un pequeño debate que,como era de esperar, vino acompañadode una formidable polémica. El debate

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se resumía en una sola pregunta: a la luzde los hechos, de un siglo de barbarie ennombre del ideal, ¿debía o no debía elcomunismo ser considerado una sectacriminal?

Desde el punto de vista teóricoevidentemente no. No delinquen lasideas sino las personas. Decir, porejemplo, que la burguesía debe de serborrada de la faz de la Tierra, guerra declases mediante, no es ni debería serdelictivo bajo ningún orden político quese autodenominase libre. Las palabraspueden herir la sensibilidad pero nuncahan matado a nadie. Desde este punto devista alguien que se defina como

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comunista y haga profesión de fe demarxismo-leninismo no es ni de lejos undelincuente, lo sería si decide aplicarpor su cuenta y riesgo el manualrevolucionario y tomar al asalto la casade un burgués para después «socializar»toda esa riqueza incautada.

Si la ideología comunista en sí no esni puede ser delictiva, ¿de dónde vienela fama criminal que arrastra elcomunismo, especialmente en los paísesque han padecido sus excesosideológicos en carne propia? De laexperiencia, obviamente. Si alliberalismo lo caracteriza el intercambiolibre y voluntario de bienes y servicios

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entre individuos, al comunismo lo hacela revolución, objetivo máximo que sederiva inevitablemente de la teoría. Entodo tiempo y lugar donde se haimpuesto o ha tratado de imponerse unrégimen comunista se han cometidomultitud de crímenes, algunosespecialmente aberrantes como los delas tiranías de Stalin, Mao o Pol Pot.Esto es un hecho histórico, no unaopinión.

Estos crímenes venían dictados porla ideología. El ideal comunista, quesobre el papel es inocuo, se conviertesiempre en la práctica en una pesadillatotalitaria. Ejemplos históricos sobran.

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Desde la primera revolución típicamentesocialista —la bolchevique— hasta suepígono más reciente —la Venezuelabolivariana—, la praxis revolucionariase ha cobrado la vida de unos 100millones de personas en todo el mundo yen menos de un siglo. Eso siendoconservador con los números, porquepuede que sean muchos más. Losresponsables de todas estas muertes sonquienes las infligieron, pero, y aquí estáel quid de la cuestión, con todaseguridad sin el componente ideológicoque motivaba a los verdugos esosasesinatos jamás se hubiesen cometido.

¿Hay, por lo tanto, que proscribir en

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las leyes la ideología comunista? No ymil veces no. El comunismo ruso, porejemplo, fue prácticamente inofensivohasta que llegó al poder en 1917 y seredujo a idéntica condición tras la caídade la URSS en 1991. Lo mismo podríadecirse de los comunistas españoles,muchos de los cuales cometieronverdaderas atrocidades durante laGuerra Civil y luego, cuarenta añosdespués, contribuyeron de mejor o peorgana a la transición democrática.Algunos dicen que esto fue así porqueentonces se sentían débiles. Tal vez seacierto. Es una constante histórica quecuando las organizaciones comunistas se

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ven en mermadas de apoyos piden undiálogo que luego niegan a susadversarios cuando se han reforzado.

Sea como fuere, el hecho es que lasideas de Marx, Engels, Lenin, Mao oEnver Hoxa son intelectualmenteerróneas, pero perfectamente inocuas sino salen del papel. Abimael Guzmánsembró el terror en Perú con una bandade asesinos conocida como SenderoLuminoso. Estos asesinos justificabansus crímenes en la idea, pero, al cabo,eran ellos mismos los culpables no laidea, que por lo demás sigue por ahí,rondando de cabeza en cabeza sin quehayamos tenido que lamentar más

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muertes desde la detención del carniceroGuzmán en 1992 y la desarticulación dela banda.

Si la experiencia, es decir, laHistoria, nos enseña que el comunismosólo tiene un modo, necesariamenteviolento, de alcanzar y conservar elpoder, la teoría nos advierte de losriesgos que se corren al adoptar comopropias ciertas ideas que recategorizan alos seres humanos entre buenos ysalvables, y malos y condenables. Elcomunismo debería ser, porconsiguiente, una ideología pocoatractiva y con un fuerte estigma socialcomo lo son otras de corte parecido

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como el nazismo o el fascismo, ambasnacidas de la matriz socialista en losaños veinte del siglo pasado.

El comunismo, sin embargo,mantiene una suerte de bula justificadaen algo tan simple como las intenciones.La intención del comunista es construiruna sociedad más justa. Punto. Eso lesha salvado de la quema. Bueno, eso y laventaja de disponer de una técnicapropagandística depuradísima y untransformismo político digno deencomio. Ese es el secreto de que lamomia siga vivaqueando.

Esto en lo que toca a la parte«criminal» de la ideología. Para la

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sectaria echemos mano nuevamente de laHistoria. Si algo ha caracterizado a lospartidos comunistas de todo el mundo esque se han comportado como sectas, enel sentido de organizaciones muycerradas en sí mismas, en tensión con elresto de la sociedad y poseedoras deuna verdad revelada y esotérica quesólo los iniciados —la vanguardia—conoce. El escritor Arthur Koestler, quefue un devoto comunista durante unaparte de su vida, definía en estostérminos su afiliación al Partido:

«Decir que uno había visto la luz esuna pobre descripción del éxtasis mentalque sólo el converso conoce. La nueva

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luz parece brotar desde todas lasdirecciones del cráneo; todo el universoencaja con un patrón como piezasaisladas de un rompecabezas unidas degolpe por la magia. Ahora hay unarespuesta para todas las preguntas, lasdudas y los conflictos son cosa delpasado. A partir de este momento nadapuede perturbar la paz interior y laserenidad del converso, excepto eltemor ocasional de volver a perder la fe,perdiendo de este modo lo único por loque vale la pena vivir, y cayendo denuevo en la oscuridad exterior».

Si esto no es lo más parecido a unasecta, que baje Dios y lo vea.

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Los comunistas siempre han sido unaminoría. El propio Lenin, fundador delprimer partido-secta de la historia, elBolchevique, tomó precisamente esenombre para transformar la realidadmediante el uso de las palabras.

Bolshevik en ruso significa«mayoría», aunque el grupo de Lenin noera más que una minúscula escisión delPartido Socialdemócrata ruso. Esaminoría estaba formada por pocosmilitantes, pero, en palabras de Lenin,«obedientes, mentalizados ydisciplinados». Esta vanguardia seencargaría de guiar a las masas para quese materializasen las tesis marxistas.

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Para ello cualquier abuso estabapermitido. Así, mediante la conversióndel partido en secta, una ideología quepropugna la violencia terminócristalizando en crímenes reales conmuertos de verdad.

Partidos como el que fundó Lenin oel del citado Abimael Guzmán sí queeran sectas criminales a fuer decomunistas. Y a los hechos hay queremitirse. Otros, que se autodenominancomunistas, no son ni una cosa ni la otra.El comunismo, pues, sólo es secta y sóloes criminal cuando sigue al pie de laletra los dictados de Marx y Lenin. Y noes una opinión, es un hecho.

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L

La Cheka, el brazoarmado de laRevolución

A madrugada del 11 al 12 de abrilde 1918 fue una noche de

cuchillos largos en Moscú. Mil agentesde una desconocida agencia estatalirrumpieron en los domicilios dequinientos ciudadanos sospechosos demilitar en organizaciones anarquistas. Setrataba de una agencia recién creada a laque llamaban Cheka y que dependía

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directamente del camarada Lenin. Laredada se saldó con la detención detodos los sospechosos y la ejecuciónsumaria de un pequeño grupo en lasdependencias que la organizaciónacababa de estrenar en la plazaLubianka, junto al Kremlin.

La Cheka era el tipo de organismorepresor que Lenin venía buscandodesde su ascenso al poder unos mesesantes. Las soflamas de liberación sehabían apagado tan pronto como losbolcheviques se adueñaron del Kremlin.Lejos de colmar las aspiraciones de lostrabajadores rusos, la revoluciónencarnada en Lenin estaba tornándose

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muy impopular. Los comunistas ya noeran vistos como libertadores, sinocomo bestias vengativas y sedientas desangre que robaban al proletario paradespués entregar el botín al Partido.

La creciente desafección hacia lacamada bolchevique hacía temer lopeor. Pero Lenin no tenía ningunaintención de desalojar el poder que tantotiempo y esfuerzo le había llevadoconquistar. Nada menos que una vidaentera dedicada a la conspiraciónpolítica coronada por un inesperadoéxito en las jornadas de octubre. Trasellas, y con intención de mantener a rayaa los díscolos, encargó a uno de sus

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lugartenientes, el aristócrata polacoFelix Dzerzhinski, que formase unamilicia dedicada a vigilar de cerca yreprimir los conatos de disidencia quefuesen apareciendo mientras el Partidose acomodaba en Moscú.

Dzerzhinski creo una «estructuraligera, flexible, inmediatamentedisponible, sin un juridicismopuntilloso, sin restricción para tratar,para golpear a los enemigos con elbrazo armado de la dictadura delproletariado». La «estructura» seescondió tras un nombre tan de aquelmomento que nadie sospechó nada raro:«Comité Militar Revolucionario de

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Petrogrado», se llamaba.El Comité de Petrogrado era algo

necesariamente temporal. Dos mesesdespués de establecerse se vio superadopor los acontecimientos. Sus setentaintegrantes se quedaban cortos paraatender los frentes de lacontrarrevolución, que cada vez eranmás numerosos e incontrolables. Endiciembre Lenin llamó de nuevo aDzerzhinski para encomendarle lacreación de una «comisión especial»que luchase «con la mayor energíarevolucionaria contra la huelga generalde los funcionarios y determinara losmétodos para suprimir el sabotaje».

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Comisión especial en ruso se dice«Chrezvychaynaya Komissiya», esdecir, Che-Ka.

Lenin andaba obsesionado con laRevolución Francesa, a la queconsideraba precedente y madre nutriciade la rusa. Quería encontrar un«Fouquier-Tinville que nos mantenga enjaque a toda la canallacontrarrevolucionaria», un «sólidojacobino revolucionario» que supieseestar a la altura de una empresa tanambiciosa como la de demoler hasta loscimientos la contrarrevolución. Esejacobino iba a ser, por méritoscontrastados, el propio Dzerzhinski.

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A mediados de diciembre estaba yatodo decidido. La Cheka sería la espadadel Partido, y así se hizo ver en elescudo de la organización, formado poruna espada dorada de la que sobresalía,en relieve, la estrella de cinco puntas yel emblema de la hoz y el martillo.Trotsky anunció a los suyos que «enmenos de un mes el terror va a adquirirformas muy violentas». La apelación alos jacobinos era continua. El comisariodel Pueblo para la guerra, recordó quela pena ya no sería «la prisión, sino laguillotina, ese notable invento de la granRevolución Francesa».

Días después Lenin en persona se

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dirigió a un soviet de obreros fabrilespara advertirles de que la Revolución sedefendería con uñas y dientes. «¡Amenos que apliquemos el terror a losespeculadores —una bala en la cabezaen el momento— no llegaremos anada!», les dijo llevado por elenajenamiento revolucionario que seapoderaba de él durante los mítines.Dzerzhinski, por su parte, iba ultimandolos detalles de la nueva agencia quetendría dos tareas fundamentales. Laprimera «suprimir y liquidar todointento y acto contrarrevolucionario desabotaje». La segunda «llevar a lossaboteadores ante un tribunal

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revolucionario».En marzo la Cheka quedó

formalmente constituida. Estabadividida en tres departamentos:información, organización y operación.Al principio sólo se le adjudicaron 400funcionarios que pronto, en sólo tresmeses, ya serían más de dos mil, a losque había que añadir un contingente detropas especiales, militares debidamenteentrenados en el contraespionaje quedependían directamente de la «GranCasa», apodo que los chequistaspusieron al edificio de la plazaLubianka.

Los efectivos de la Cheka

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aumentaron exponencialmente cuando laguerra civil se recrudeció en enero de1919. Esta organización tenía unaventaja fundamental: operaba total yabsolutamente al margen de cualquierley o convención. Los disidentes y lossoldados blancos la temían mucho másque al Ejército Rojo. Los chequistaspracticaban la tortura sistemáticamente yreservaban muertes atroces para losdetenidos. Aplicaban el manualcompleto de tormentos medievales:desollamiento, crucifixión,empalamiento, lapidación, horca… nohabía especialidad que los agentes deDzerzhinski ignorasen.

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Para atemorizar a la población civilorganizaban espeluznantes ejecucionespúblicas en las que desplegaban grancreatividad homicida. En las provinciasdel norte solían desnudar a los presos yverter sobre ellos agua que, a 30 gradosbajo cero, se congelaba rápidamenteformando estatuas de hielo vivientes. Enocasiones colocaban un tubo en la bocade los reos y deslizaban una rata sobreél para que ésta, azuzada por un tizónque el verdugo ponía en el otro extremodel tubo, desgarrase la garganta de loscondenados hasta provocarles unaespantosa muerte.

El fusilamiento era quizá el más

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benévolo de sus veredictos. Nadieestaba a salvo. Cualquiera mayor deocho años era condenable al paredón.Las ejecuciones tenían que ser masivas ypúblicas para infundir un temor casireligioso entre los aldeanos. En aquellaguerra sin cuartel iba a ser el miedo auna represalia siempre inhumana elmejor aliado de los bolcheviques. Laprensa del régimen se hacía eco de lasproezas que la Cheka iba perpetrandopor Rusia en cuidadas historias deportada que ponían los pelos de punta acualquiera.

A cualquiera menos al camaradaLenin, decidido a hacer de su invento la

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columna vertebral de la nueva Rusiasocialista. En enero de 1920,coincidiendo con algunas de lasmasacres más pavorosas, se reunió conun soviet de líderes sindicales y les dijocon vehemencia: «No debemos dudar sifusilamos a miles de personas, y nodudaremos, y salvaremos el país».

Los excesos de la Cheka cruzaronlas herméticas fronteras de Rusia yllegaron a Occidente. Pero laRevolución bolchevique tenía aúncrédito ilimitado, nadie movió un dedopara denunciar la degollina sin cuentoque estaba teniendo lugar en Rusia traslas bambalinas de la guerra civil.

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Dzerzhinski había cumplido. En 1922 laguerra terminó y, con ella, cualquieratisbo de disconformidad con los nuevoszares del imperio que, desde ese año,pasó a llamarse Unión de RepúblicasSocialistas Soviéticas.

Había llegado la hora de convertir la«comisión especial» en algo másorgánico y propio de la nueva realidadposrevolucionaria. De la Cheka nació laOGPU, siglas en ruso de DirectorioPolítico Unificado del Estado. Lapalabra —Cheka— y la profesión —chequista— se resistieron a morir. Losrusos siguieron conociendo a la temidapolicía política como la Cheka y hasta

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exportaron la idea (y el miedo) alextranjero, incluyendo la Españarepublicana, donde el modelo soviéticode policía política se aplicó con rectitudaterradora durante la guerra civil. Sedesconoce cuántas víctimas ocasionó laCheka original en sus cuatro añosescasos de vida, pero las estimacionesmás moderadas calculan que la cifraasciende a las 200.000 personas.

Dzerzhinski nunca hubiera podidoimaginar que su macabro inventopudiese llegar tan lejos y convertirse enun instrumento tan eficazmentemortífero. Murió pocos años después deun infarto mientras pronunciaba un

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discurso. La URSS le supo agradecerlos servicios prestados erigiendo unamonumental estatua de 15 toneladasesculpida en hierro en la plazaLubianka, delante de su verdaderohogar, la «Gran Casa», la de la Cheka.

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E

El canal del fin delmundo

N 1926 se publicó en Londres unrevelador libro sobre las

condiciones inhumanas de vida queimperaban en los campos soviéticos detrabajo esclavo. Su autor era un antiguooficial del ejército blanco llamadoSoserko Malsagov que había conseguidoescapar del gulag de Solovki. El libro,que llevaba por título An island hell, eraun sobrecogedor relato sobre los

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excesos penitenciarios del bolchevismoque acababa de instalarse en el poder.

El testimonio de Malsagov calóhondo entre buena parte de la opiniónpública. A lo industriales británicos, sinembargo, no les conmovía tanto lainfamia de los campos como el hecho deque Stalin los estuviese utilizando paraganar una ventaja competitiva en elmercado mundial. La URSS, queacababa de salir de dos devastadorasguerras, estaba necesitada de divisassobre las que pudiese asentarse yprosperar su despótico Gobierno. Afalta de mejores productos, vendían loque tenían a mano, básicamente madera,

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muy abundante en Rusia, casi tanto comola mano de obra forzada con la que losplanificadores contaban para talar losinterminables bosques de Siberia.

Se extendió entonces por Europa yEstados Unidos la idea de promover unboicot a los productos rusos por razoneshumanitarias. En América la iniciativapronto se vio bendecida por el éxito. En1930 el Congreso aprobó una ley queimpedía la importación de mercaderíasprovenientes de la Unión Soviética quehubiesen sido producidas por presos atrabajos forzados. Estados Unidos era elprimer importador de madera delmundo, por lo que aquel incordioso

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boicot suponía un importante perjuicioeconómico para las arcas del Kremlin.

Stalin, muy sensible a las campañasde propaganda adversa, ordenó quetodos los presos políticos abandonasende inmediato las explotacionesforestales. Para demostrar al mundo subuena voluntad organizó una expediciónde periodistas occidentales para que locomprobasen in situ. Y era cierto, lospresos —al menos los políticos— ya noestaban allí. Habían desaparecido porcompleto, ¿acaso al ogro georgiano se lehabía reblandecido el corazón y loshabía liberado?

No, nada de eso. Una vez

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recuperado el crédito internacional, elpadrecito de los pueblos concibió unproyecto colosal, digno de un faraónegipcio, que le devolviese la buenaprensa de la que disfrutaba sólo unosaños antes. El pueblo soviético, esdecir, él mismo, iban a hacer realidad unsueño centenario: unir el mar Báltico ala altura de Leningrado con el marBlanco, un apéndice del océano Árticodonde se encontraba el activo puerto deArjangelsk.

Era una obra realmente titánica.Entre los dos mares había más de 200kilómetros de puro granito en variosniveles, lo que obligaría a construir

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multitud de esclusas. A losinconvenientes geológicos se sumabanlos climatológicos, la región dondehabría de excavarse el canal, la Careliarusa, es uno de los lugares más fríos ydesapacibles del globo. Para colmo demales, no había ciudades intermedias.Todo se tendría que llevar desde fuera,empezando por los trabajadores. Hastaallí fueron a parar los esclavos de losbosques y los llamados «desterradosespeciales», una categoría de presospolíticos cuyo inevitable final era morirtrabajando para la revolución.

En total unos 170.000 hombresfueron trasladados hasta la taiga de

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Carelia. Una vez allí tuvieron quelevantar con sus propias manos casas demadera para guarecerse y construir loscaminos por donde transitarían lascarretas con el material de obra. Porqueel canal del Mar Blanco, que pocodespués de ser anunciado ya llenaba laspáginas de los periódicos de todo elmundo, habría de hacerse de un modocasi artesanal, sin recurrir a los avancesde la ingeniería moderna. Esto era asíporque la flamante Rusia soviética,envidia y referente de la izquierdamundial, estaba en bancarrota. A cambiodisponía de una reserva de mano deobra prácticamente inagotable, pero eso

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en Occidente no se sabía… o no sequería saber.

La magnitud de la obra, loinadecuado del lugar y la precariedad demedios indicaban que el canal del marBlanco o Belomorkanal tardaría unadécada en concluirse. No era esa la ideade Stalin, que pretendía dar una lecciónsobre lo que era capaz de conseguir eldenostado bolchevismo. En un discursoanunció al mundo que se concluiría ensólo 21 meses. Menos de dos años enlos que una taiga granítica salteada porlagos y pantanos se convertiría en elcanal más moderno del mundo. Esoimplicaba asumir muertes, muchas más

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de lo que era habitual en los gulagsordinarios.

Al final terminó siendo una auténticamatanza, aproximadamente 100.000obreros, más de la mitad, perecierondurante su construcción. La mayor partede frío y hambre, otros de agotamiento,por accidentes laborales o porenfermedades como el brote deescorbuto que arrasó buena parte de loscampamentos durante el invierno de1932. No importaba demasiado. Loscadáveres se enterraban y pronto habíaun sustituto recién llegado que se hacíacargo de un trabajo que trituraba acualquiera. Debido a la falta de medios,

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la excavación se hacía a pico y pala, losescombros se retiraban en carretillas demadera y los bosques se talaban consimples serruchos de mala calidad.

Los ingenieros no pasaban hambre niprivaciones, pero vivían con el miedometido en el cuerpo. Tenían orden deque el canal estuviese operativo yabierto al tráfico en el verano de 1933.Si no lo terminaban para esa fecha suvida pasaría a no valer nada. Impelidospor la necesidad introdujeron elementosdel odiado capitalismo para aumentar laproductividad. El que más trabajasecomía más y mejor. En los comedores secolocaron carteles encima de las mesas

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de los más productivos que decían:«Para los mejores trabajadores, la mejorcomida». Los que no llegaban a lascuotas marcadas se sentaban en mesassobre las que pendía un amenazadorcartel: «Aquí comen la peor comida: losrefractarios, los haraganes y los vagos».

Muchos, por una simple cuestión deedad, iban de la mesa de los «vagos»directos al hoyo, porque el trabajo eratan exigente que la supervivenciadependía en gran medida de las caloríasque se ingiriesen a diario. Muchosmorían desnutridos en la misma obra osucumbían ante la más leve enfermedadpor tener el sistema inmunológico

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devastado, por la suciedad en losbarracones o por los malos tratos de loscapataces. Pero el individuo no eraimportante, sino la inquebrantablevoluntad del líder.

Conforme avanzaban las obras lacampaña propagandística se intensificó.Una vez terminado, el canal iba a llevarel nombre del mismo Stalin. Losintelectuales del régimen, dirigidostodavía por Maxim Gorki, se volcaroncon el proyecto sin escatimar alabanzasy parabienes poéticos que abundaban enla dicha del socialismo y la redenciónmediante el trabajo. Para que todos losrusos recordasen nítidamente esta obra

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fundacional del espíritu soviético selanzó una marca de cigarrillos llamada«Belomorkanal», que emponzoñó lospulmones de varias generaciones derusos y que aún hoy sigue existiendo.

El canal del mar Blanco fueterminado en el plazo impuesto porStalin, que lo inauguró con gran pompaen agosto de 1933. Se había hechodeprisa y mal, pero eso era lo de menos.El imperio soviético podía sacar pechoante el mundo, mostrar los poderes deuna revolución para la que no habíadesafíos imposibles. Pocos sabían que,debido a la tecnología empleada, elcanal sólo calaba tres metros y medio,

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lo que imposibilitaba que buques degran tonelaje lo transitasen. Por sulatitud extrema, de octubre a mayopermanecería cerrado a causa delcongelamiento de sus aguas. Losacorazados de la flota del Báltico y losgrandes mercantes no podrían internarseen él, por lo que tendrían que seguircircunnavegando Escandinavia para irdesde Leningrado al Ártico.

La propaganda soviética y lossiempre solícitos repetidores deconsignas con los que contaba enOccidente lo vendieron como uno de losgrandes logros de la humanidad, pero locierto es que el canal servía de bien

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poco. Durante mucho tiempo se pensóque sus defectos técnicos se debían aerrores de planificación y a la premuracon la que se construyó, pero no, eldesdichado canal del fin del mundonunca se hizo para ser navegado. Lalógica soviética no era esa, sino la deltrabajo esclavo y la propaganda comogenuinos pilares de la sociedad. Pocasveces se vio tan claro como en esteinmenso cementerio travestido de canaldel que ya nadie se acuerda.

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E

El infierno metálico deMagnitogorsk

N 1928 Stalin dio por terminadoel periodo económico especial

que había seguido a la guerra civil.Anunció entonces con la trompeteríaacostumbrada el primer plan quinquenal.Eso de «plan quinquenal» era algonuevo que los teóricos del Partido sehabían inventado inspirándose en lateoría de las fuerzas productivas deMarx.

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La economía iba a dejar de obedecera las espontáneas e irracionales fuerzasdel mercado, para dependerexclusivamente de la planificación de ungrupo de elegidos, que debían conocerde antemano las necesidades materialesque el país iba tener los siguientes cincoaños. Ahí es nada. Si una persona aduras penas sabe lo que va a consumiren los próximos tres meses, estosingenieros sociales sabían a cienciacierta lo que iban a demandar 150millones de soviéticos durante un lustro.Con razón Hayek bautizó al socialismocomo «la fatal arrogancia».

En la URSS a este consejo de

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ungidos lo llamaron Gosplan, acrónimoen ruso de Comité Estatal dePlanificación. La realidad es que lostécnicos del Gosplan no planificabannada. Su trabajo se limitaba a ponersobre el papel —después de efectuar unsinfín de elaboradísimos cálculos—, losdeseos de Stalin, que sabía más deeconomía y contabilidad que todos ellosjuntos. En 1928 el padre de la patriaestaba especialmente obcecado concolectivizar la agricultura y conindustrializar aceleradamente el país.Las dos cosas a cualquier coste.

Lo primero tenía su lógica. Lacolectivización suponía el fin de último

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resto de propiedad privada que quedabaen la Unión Soviética. Una vezconsumada, todo: hombres, animales yplantas, pertenecerían al Estado. Losegundo, la industrialización, era unempeño personal del titán de larevolución mundial. Estaba convencidode que, más tarde o más temprano, elEjército Blanco se cobraría cumplidavenganza y quería estar preparado paraese momento. Ante una audienciaselecta, los directores de las fábricasestatales, dejó clara su postura:«Llevamos un atraso de cincuenta o cienaños con respecto a las nacionesdesarrolladas. Debemos eliminar esa

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distancia en sólo diez años. Si no lohacemos nos aplastarán».

Colectivizar la agricultura de un paísrural implicaba incontables sacrificioshumanos, pero los rusos ya sabíanmucho de eso. Industrializar era otracosa. A la URSS le faltaba algofundamental: conocimiento y tecnología.Fabricar acero o extraer carbón no sepodía hacer sólo a base de sangre yvoluntad. Stalin estaba al tanto y aflojólas relaciones diplomáticas con EstadosUnidos, donde el déspota,incomprensiblemente, tenía unconsiderable número de fans. El mismoaño en que dio comienzo el plan

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quinquenal una delegación soviética sedesplazó a Cleveland para estudiar insitu el milagro industrial americano.

El Gobierno contrató a un consultorespecializado, el ingeniero Arthur GlennMcKee, para que les guiase en los pasosque tendrían que dar para levantar en laURSS una ciudad inspirada en losgrandes centros siderúrgicos del mediooeste. La ciudad modelo que queríantransplantar a Rusia era Gary (Indiana),a orillas del lago Michigan, una ciudadde nueva creación (fue fundada en 1906)cuya razón de ser eran las acerías de laempresa US Steel Corporation.

Se decidió que Magnitnaya, una

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remota aldea en la provincia deCheliabinsk, iba a ser el Gary soviético.Estaba también junto a un lago depequeñas dimensiones y habría delevantarse desde cero. Hasta ahíllegaban los parecidos. Magnitnaya, unapartado fuerte de tiempos de los zaresbañado por el río Ural, se encontraba enmitad de ningún sitio, en plena estepa, a1700 kilómetros y varios días de viajeen tren desde Moscú. Pero la decisiónde edificar sobre aquel pantanosoherbazal un emporio siderúrgico, no fue,aunque lo parezca, en absolutoarbitraria.

Magnitnaya, que pronto mudó el

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nombre por el de Magnitogorsk, estabasobre una montaña compuestaenteramente de hierro, una singularidadgeológica que Stalin pensaba esquilmara conciencia para dar lustre a su planquinquenal. La ciudad se refundó al añosiguiente y empezó a llenarse de gentetraída de toda Rusia, generalmente a lafuerza. Pero no todos estaban allí contrasu voluntad. El Gosplan tentó aingenieros norteamericanos con jugosaspagas en dólares para que se mudasen ala estepa para diseñar las plantassiderúrgicas.

Todo tenía que ser muy rápidoporque el tiempo apremiaba. El plan

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terminaba en 1933 y para entonces laURSS tenía que producir más de 8millones de toneladas de acero al año,un objetivo francamente ambicioso en unperiodo tan corto y sin personalentrenado. Se trazó una ciudad endamero con anchas avenidasflanqueadas por bloques prefabricados.En el otro extremo se levantaron grandesacerías copiadas tornillo a tornillo delas de US Steel en Indiana.

El proyecto original, que corrió acargo del urbanista alemán Ernst May,preveía un cinturón verde que separasela ciudad propiamente dicha de lospolígonos industriales. Pero el Gosplan

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no estaba para exquisiteces y, apuradopor los jerarcas de Moscú, fue podandoel plan de May hasta dejarlo en nada. Loprioritario no eran las viviendas, sinolas fábricas, de manera que, según ibanllegando los materiales de construcción,se desviaban al área industrial. Elalemán terminó dejándolo por imposibley regresó con su equipo a Fráncfortdespués de discutir con los comisariosresponsables de la obra deMagnitogorsk.

La ciudad quedó oficialmenteterminada en 1931, pero sólo la parteindustrial. A la residencial le faltabaaún mucho, pero no había dinero para

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terminar las casas, así que se hacinó asus 100.000 habitantes en barraconesque, muchas veces, estaban junto a lashumeantes plantas donde se fundía elacero a 1500 grados. Los niñoscorreteaban de aquí para allá en unambiente algo más que tóxico.Correteaban porque, con las prisas y lasrestricciones presupuestarias, no sehabían terminado las escuelas. Suspadres tenían que soportar condicionesaún peores dentro de las fábricas, sinmás derecho que trabajar de sol a sol ysometidos a brutales capataces quealargaban las jornadas para hacerméritos delante de sus jefes.

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El drama de los primeros habitantesde Magnitogorsk, en su mayoríacampesinos analfabetos obligados atrabajar en un alto horno, llegó aOccidente de la mano de John Scott, unidealista norteamericano casado con unarusa que trabajó varios años enMagnitogorsk. Sus vivencias, narradasen Más allá de los Urales, conmovieronel delicado alma de sus compatriotas yel mundo civilizado empezó a hacerincómodas preguntas. El panorama quepintaba Scott era sombrío aunquetambién heroico. Los obreros morían adiario en las fundiciones por la ausenciatotal de seguridad, la mala cuando no

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inexistente formación de los operarios, yla ineficiencia intrínseca de un sistemaen el que todo se hacía sin ganas y porcomplacer a un superior.

Stalin respondió a Occidente a suestilo: cerrando la ciudad a losextranjeros. Magnitogorsk se sumió en lapenumbra durante medio siglo. Nadiesabía lo que pasaba allí a excepción delos burócratas del Gosplan y susmoradores, que vivían encadenados a lafábrica como antiguamente los siervos ala tierra. La ciudad siguió creciendo yllegó a rozar el medio millón dehabitantes en su mejor momento. En losaños 60 se levantaron grandes bloques

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de hormigón de varias plantas como losque tapizaron todas las ciudadessoviéticas. El pueblo motejó a aquellascolmenas humanas como «jrushovkas»porque fue Nikita Jruschov quienimpulsó su construcción.

Las «jruschovkas» de Magnitogorskse tiñeron pronto de negro a causa delhumo, el hollín y las emanacionessulfúricas provenientes de las ubicuaschimeneas que forman el skyline de laciudad. Los vecinos terminaronaprendiendo a convivir con la suciedad,pero no con los continuos cortes deagua. Los residuos industriales severtían sobre el río Ural y los lagos

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circundantes envenenándolos de talmodo que lo normal es que, durantedécadas, los grifos de la ciudadescupiesen un líquido tóxico yamarillento que era mortal de necesidad.

Hoy Magnitogorsk, el infiernometálico de Stalin, sigue existiendo. Losextranjeros pueden visitarla desde laépoca de Gorbachov, aunque son pocoslos que se dejan caer por un lugar tandeprimente en el que, a pesar de todo,viven aún 400.000 almas en pena. Lamontaña de hierro que dio nombre a laciudad se agotó hace tiempo y hoy tieneque importarse el mineral. La ciudadpresenta un aspecto decadente y es fea

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de solemnidad. A su alrededor ya noreina la estepa sino un desierto tóxico.El medio natural ha quedado devastadohasta tal punto que el Gobierno ruso lodeclaró hace unos años como «zona dedesastre ecológico».

Un mal menor al lado del tributohumano que la locura planificadora delos bolcheviques se ha cobrado. Segúnlas autoridades locales sólo el 1% delos niños gozan de buena salud, dehecho, un niño con aspecto saludable esconsiderado una rareza. En 1992, alfinal de la pesadilla soviética, se hizo unestudio entre los recién nacidos y sedescubrió con horror que sólo 3 de cada

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10 nacen en condiciones óptimas, elresto están enfermos desde elalumbramiento. Magnitogorsk es algomás que una ciudad, es un crimen delesa humanidad por el que, naturalmente,nadie ha pagado.

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E

Las tres vidas dePavlik Morozov

L 4 de septiembre de 1932aparecieron los cadáveres de dos

niños en un bosque cercano aGerasimovka, una aldea dejada de lamano de Dios en mitad de los montesUrales. Los niños, Fiodor, de nueveaños, y Pavel, de trece, eran hijos de uncampesino local que, poco antes, habíatenido problemas con la policía porcuestiones ideológicas.

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Pavel, un joven pionero de laJuventud Comunista, había denunciado asu padre, Trofim Morozov, poractividades contrarrevolucionarias. Alparecer el padre se oponía a lacolectivización de tierras que estabanllevando a cabo las autoridadessoviéticas en aquel momento y, nocontento con eso, se había dedicado afalsificar documentación paraentregársela a los enemigos del Estado.Esto le supuso la detención y un juiciosumario que le costó diez años detrabajo forzoso en un gulag.

Algunos familiares de los niños: susabuelos, su tío y su primo, buscaron

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vengar la memoria de Trofim y llevarona los niños al bosque, donde losasesinaron a sangre fría cortándoles elcuello con una sierra. La policía lessiguió la pista, les arrestó y, trasarrancarles la confesión, les condenó amorir en el paredón. Poco despuéscompareció la madre, TatianaMorozova, que aseguró ser una mujertremendamente infeliz a quien el bárbarode su marido golpeaba de continuo.

Las revelaciones de Tatianacerraron el círculo. Trofim era, amén deun espía al servicio de los enemigos dela Unión Soviética que traficaba coninformación privilegiada, una mala

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persona de agrio carácter y habituado amaltratar a los suyos. Esta última pruebaaportada por su esposa transformó labenigna pena de diez años que lasautoridades le habían impuesto por la deejecución inmediata. Se había hechojusticia revolucionaria. El caso quedabacerrado.

Pronto alguien en Moscú advirtió lasinfinitas posibilidades que ofrecía unahistoria como la de Pavel, rebautizado atoda prisa por su diminutivo Pavlik(Pablito), para aleccionar a las masassobre lo perversa que podía llegar a serla reacción antisoviética. Serviríatambién para ilustrar al país entero en

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las bondades y la oportunidad de unadenuncia a tiempo, incluso dentro de lafamilia. La Unión Soviética seríagenerosa con todos los que, sin importarsu edad y condición, descubriesen a loscontrarrevolucionarios que, emboscadosdentro del paraíso socialista, tratasen dederribarlo mediante sucias mañas.

El joven Pavlik se convirtió en unacelebridad nacional. El Gobierno ledeclaró mártir de la Unión Soviética ypromovió su culto civil medianteestampas y carteles que tapizaron lasparedes de todo el país. Se erigieronestatuas del niño héroe y muchoscolegios y centros juveniles adoptaron

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su nombre. Se inauguró museo dedicadoa su persona en Sverdlovsk, la capitalde la región natal de Pavlik, hasta dondeperegrinaban grupos de jóvenes delPartido para comprar souvenirs yretratarse en una réplica del aula dondehabía estudiado Morozov.

Los niños de todas las escuelas leescribían poemas que luego competíanen certámenes celebrados al efecto. Sellegó incluso a componer una óperasobre la trágica epopeya de Pavlik quefue profusamente representada. SergeiEisenstein rodó una película, El Pradode Bezhin, inspirada en la historia.Curiosamente nunca llegó a ser

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estrenada porque a las autoridades lespareció que el director trataba a lospersonajes hostiles al régimen con unaluz demasiado favorable.

El culto al camarada Pavlik fueintenso durante el estalinismo,especialmente entre la infancia. Semantuvo durante los años de Jruschov yBreznev y luego, ya en la década de losochenta, cuando el sueño soviético sehabía evaporado de las mentes de losrusos sin que el Partido pudiese hacernada para remediarlo, fue perdiendofuerza hasta prácticamente desaparecer.

Fue entonces cuando YuriDruznikov, un escritor maldito que más

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tarde se exiliaría en Austria, investigó afondo el asunto para dar con la verdaddel caso Pavlik. Fue un trabajo lento ycostoso cuyos capítulos circulaban porla URSS mediante «samizdat», textosclandestinos que se pasaban de mano enmano para eludir la censura. Esos«samizdat» cruzaron el telón de acero yaterrizaron en el Reino Unido. Allí viola luz, en 1988, la primera edición delInformante 001: el mito PavlikMorozov, que no tardó en ser traducidoa varias lenguas.

La tesis de Druznikov partía de lamisma existencia de un único Pavlik,que bien podrían haber sido ser varios

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ya que en la propaganda soviética losretratos del niño eran muy diferentes.Pese a todo el autor creía que sí, quehubo un Pavel Mozorov, natural deGerasimovka que vivió a principios delos años treinta. Pero no fue asesinadopor su familia, sino por un agente de laCheka con quien el propio Druznikovhabía llegado a trabar contacto. Losabuelos existieron también, pero nofueron los asesinos, sino víctimasinocentes de un burdo montaje de laNKVD encaminado a fabricar un héroecampesino que sirviese de ejemplo a losaldeanos de aquella provincia, la deTobolsk, muy reacia a adoptar la

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colectivización agraria.Según la investigación, el abuelo,

destrozado tras la desaparición dePavlik, llegó a organizar una partidacampesina para dar con el niño en losbosques aledaños. En esta segunda vidade Pavlik Morozov el niño ni siquieramilitaba en la Juventud Comunista niintegraba las brigadas locales depioneros por el socialismo. Druznikov,con una avalancha de datos inéditos,descartaba cualquier denuncia al padrey, por descontado, la subsiguientevenganza. Había sido todo mentira. Unsimple y desgraciado asesinato de lapolicía política en una remota aldea de

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la Rusia profunda que fue sabiamentereconvertido por la propaganda en unabella historia de heroísmorevolucionario, muy acorde, por lodemás, con los valores antifamiliares yantitradicionales que propugnaban losmandamases soviéticos.

Años después, cuando la historia dePavel Morozov estaba prácticamenteolvidada, Catriona Kelly, una profesorade ruso de la Universidad de Oxford larevivió con otro libro: CamaradaPavlik: auge y caída de un niño-héroesoviético. Kelly, basándose en granparte en las investigaciones deDruznikov, alumbró una tercera vida.

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Morozov no fue asesinado por laNKVD, sino que murió accidentalmenteen una pelea callejera por la posesiónde un arma. Kelly obtuvo autorizaciónpara meter las narices en los archivos dela FSB (sucesora de la KGB y de laNKVD) por lo que la polémica con lospartidarios de la segunda vida de PavlikMorozov estaba servida. La FSB no ibaa aceptar un asesinato así como así, demanera que ocultaron la culpa de laagencia dejando el resto intacto.

Kelly tuvo muchos problemas pararevivir al Pavlik histórico ya que,después de medio siglo de cultomartirial, todo a su alrededor estaba

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distorsionado. Encontró una foto, laúnica genuina, del verdadero Pavlik. Noera, tal y como aparecía en los cartelespropagandísticos, un niño de bellas yequilibradas facciones con un pañuelode pionero anudado al cuello, sino unchiquillo malnutrido y de aspectomiserable. Es decir, el mismo semblanteque en los años de la colectivizaciónpresentaban casi todos los niños delagro soviético.

Pavel Morozov, el camarada Pavlik,sigue siendo un enigma histórico.Sabemos a ciencia cierta que existió yque murió en extrañas circunstancias afinales del verano de 1932 en un

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olvidado rincón de Rusia. Sabemostambién que la policía política montó entorno a su muerte una morbosa historiade crimen familiar de la que luego seaprovechó el Partido para apuntalarciertas verdades revolucionarias. PavlikMorozov era el primer hombre nuevo,un individuo puro, sin tacha, sinresabios de la edad burguesa dispuesto ainmolarse por la causa del socialismo.Un producto tan atractivo que, comonunca existió, tuvieron que inventárselo.

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A

El plan de los cincomillones de muertos

su muerte en 1924, Lenin dejó unpaís comunista en ruinas que,

paradójicamente, se había vistoobligado a adoptar ciertas formas decapitalismo para evitar la hecatombe. Aesa excepción se la llamó NEP, siglasen ruso de «Nueva Política Económica»,una ley que obligaba a los granjeros aentregar al Gobierno una cuota deproducción a cambio de que pudiesen

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vender los excedentes en el mercado.La NEP, propuesta en origen por

Trotsky para paliar los estragos de laguerra civil, se había adoptado a pesarde que Lenin no creía demasiado en ella.Al final, hubo de rendirse ante hechostan determinantes como la hambruna de1921 y la rebelión de los marinos en lafortaleza de Kronstadt que casi dan altraste con su experimento bolchevique.Los resultados, como era de esperar aldevolver parte de la economía a lasociedad civil, fueron excelentes. Laagricultura rusa se recuperósoprendentemente rápido y la gentevolvió a comer a diario. Los productos

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agrícolas fluían raudos por todo el paísgracias a que los propietarios podíancomerciar con el fruto de su trabajo, loque les incentivaba a ser más eficientes.

El modelo sobrevivió a Lenin, peropoco después de su muerte entró encrisis. Aunque el campo estabaparcialmente privatizado, la industriaera estatal y estaba malgobernadagestionada por hombres del Partido. Conla renta que les proporcionaba suspequeñas explotaciones los campesinoscompraban bienes manufacturados. Perola industria, poco incentivada enproducir más y mejor, eratremendamente ineficaz. Los bienes

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industriales subieron de precio durantetoda la década al tiempo que bajaban losagrícolas. A aquella coyuntura tanextraña los economistas la conocencomo la «crisis de la tijera», por laforma gráfica de ambos índices deprecios.

El campo se replegó sobre sí mismo.Los agricultores se protegieron de lainflación guardando cereales en los siloscon idea de provocar una escasez quehiciese subir su precio. Entoncesintervino el Gobierno, ya presidido porIósif Stalin, el hombre de acero que sehabía impuesto a todos en la sucesión deLenin. En 1928 tenía ya, junto a su

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camarilla, pergeñado el sustituto delNEP. Éste iba a consistir en unambicioso plan estratégico que, a suculminación, habría de convertir a laatrasada Rusia en una potencia industrialcomparable a las de Europa Occidental.El plan duraría cinco años exactos, ytodas las fuerzas de la Nación iríanencaminadas al objetivo trazado por elGobierno sin ahorrar sacrificios paraalcanzarlo.

Lo primero que hicieron los hombresde Stalin fue acabar con la crisis delgrano requisándoselo por las bravas alos campesinos. Si no lo entregaban porlas buenas, las milicias. Entre 1928 y

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1932 el Gobierno saqueó a conciencialos pueblos de toda la federación. Secalcula que, en ese periodo, serequisaron 35 millones de toneladas degrano, lo que ocasionó, como primerefecto, la paralización de las pequeñas yproductivas granjas cuyo nacimientohabía estimulado la NEP. Como eslógico, nadie en su sano juicio iba aplantar una nueva cosecha sabiendo deantemano que un funcionario iba aarrebatársela de las manos el mismo díade la recogida.

Stalin, naturalmente, contaba conello, contaba hasta con la oposición deBujarin, a quien tuvo que expulsar del

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Politburó y posteriormente ejecutar en laGran purga. Con todo el poder en susmanos acometió la parte principal delplan, que consistía en transformar pordecreto el inmenso sector primario de lano menos inmensa URSS para financiarel raquítico sector secundario heredadode los zares. Transformarse en una granpotencia requería divisas para compraren el extranjero los bienes de capitalimprescibles que necesitaba laindustria… calderas, turbinas,maquinaria pesada, tecnología de todotipo que, tanto ingleses comonorteamericanos, venderían encantadosa la Unión Soviética. Previo pago, claro.

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Pero lo único que podía venderfuera la arrasada república de lossoviets eran materias primas,especialmente cereales de las próvidasllanuras del sur. Como casi todo en laURSS, el primer plan quinquenal estabamuy mal planificado y se fueimprovisando sobre la marcha. Loscampesinos fueron colectivizadosforzosamente en granjas estatales de dostipos: los koljoses y los sovjoses. Stalinprefería los segundos, que eran granjasgestionadas sobre la misma base que lasfábricas estatales; pero, por sentidopráctico, consintió los primeros, granjascooperativas donde, al menos sobre el

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papel, los trabajadores podían aspirar auna parte de los beneficios.

Las regiones más productivas de laURSS eran Ucrania y el sur de Rusia,inagotables graneros que habían dado decomer al imperio de los zares desdetiempos inmemoriales. Y fue allí dondese produjo el repudio a lacolectivización. Existía en Ucrania unapróspera y numerosa comunidad depequeños propietarios que el Politburóse apresuró en rebautizar como«kulaks», que en ruso significa puño.Sobre este chivo expiatorio se cargó laculpa de la penuria económica y suliquidación física, la llamada

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“deskulakización», se convirtió en elsímbolo de la nueva Rusia soviética.

A través de un decreto del Consejode Comisarios del Pueblo, se les dividióen tres categorías en función de supeligrosidad. La primera, la de los másrenuentes a la colectivización fuetrasladada a campos de trabajo forzadodonde la esperanza de vida se medía enmeses. La segunda fue deportada aprovincias distantes. A la tercera, lamenos sospechosa de estorbar losplanes del Gobierno, se la dejó enUcrania a su suerte con diminutasparcelas que apenas daban para comer auna familia.

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La OGPU, la policía secreta delEstado creada por la Cheka en 1922,formó una milicia de 25.000 jóvenes delPartido para imponer la colectivizaciónmediante una violencia desatada queconvenciese a los kulaks de quecualquier oposición era inútil. Cuando«los 25.000» llegaron a Ucraniaemplearon una represión sinmiramientos. En las aldeas seorganizaban fusilamientos diarios yluego se arrojaban los cadáveres a fosascomunes. Los niños desnudos con elvientre hinchado vagaban por loscampos comiendo raíces y cortezas deárbol. A tal extremo llegó la

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degradación genocida de los hombresdel PCUS que, el propio Stalin, en unalarde de cinismo, firmó un artículo enPravda en el que reprendía a losmilicianos por su excesivo celo. Elartículo se titulaba «El vértigo deléxito».

Cuando se acabaron los kulaks deverdad, los pequeños propietarios, elGobierno la emprendió con cualquieraque tuviese una simple parcela de tierra,un par de gallinas o un cerdo. A estosinfelices les llamaron «subkulaks», unacategoría especial creada al efecto queel propio Stalin reconocía que eranpobres, pero hostiles al Gobierno y, por

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lo tanto, perfectamente sacrificables enaras del socialismo.

El coste en vidas humanas delprimer plan quinquenal fue enorme. Ensólo un año, entre 1932 y 1933 murieronejecutados o de inanición unos cincomillones de personas. A estas habría quesumar todos los que murieron a causa delas requisas de trigo por todo el país.Nunca se sabrá la cifra exacta, porquelos criminales se encargaron de ajustarlas cuentas a sus víctimas tras un espesotelón de silencio que, en Occidente, tejíalaboriosamente la intelligentsia delmundo libre.

A diferencia de lo que ocurrió con

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los campos nazis, que fueron un secretohasta para los propios alemanes, lamatanza del plan quinquenal podíavisitarse si se llegaba a Moscú con lascredenciales adecuadas. El Politburóorganizaba por aquellos mismos añospara su clientela occidental viajes dedescubrimiento del paraíso soviéticoque, en algunas ocasiones, cruzaban entren los campos de la muerteucranianios. Ninguno de los pasajeros,todos admirados intelectualesoccidentales, dijo ni mu de lo que estabapasando allí. Era la indeseada —eintrascendente— consecuencia queacarreaba la construcción de la utopía.

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Luego la guerra cubrió de olvido lastumbas y de aquellos kulaks, casi tantoscomo judíos exterminó el Tercer Reich,nunca más se supo.

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E

Fosas sin nombre enMadrid

L 18 de julio de 1936 un grupo demilitares acaudillado por un

veterano general monárquico sepronunció contra el Gobierno de larepública española, que, desde febrerode ese año, se encontraba en manos deuna coalición de partidos izquierdistas.El levantamiento militar fue simultáneoen todo el país pero fracasó en lasprincipales ciudades. Los sublevados no

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consiguieron imponerse en la capital nien las áreas industriales de Cataluña y elPaís Vasco. Tampoco consiguieronhacerse con la mayor parte de Andalucíani con la costa levantina.

A cambio se apoderaron desde elprimer momento de vastas regionesagrícolas como la Castilla septentrionalo Galicia y, lo que resultó decisivo, delprotectorado español en Marruecos. EnÁfrica se encontraban las tropas mejoradiestradas del Ejército y uno de susmejores generales, Francisco Franco,que se había desplazado desde Canariasen secreto para ponerse al mando de lasmismas.

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Los sublevados, que pronto tomaronel sobrenombre de «nacionales»,solicitaron ayuda a Benito Mussolini y aAdolf Hitler. Ambos dictadores seencontraban en el momento álgido de supoderío y se mostraron generosos.Gracias a este apoyo Franco consiguiótrasladar las tropas africanas hasta lapenínsula y enlazar allí con las delgeneral Queipo de Llano, que habíalogrado controlar la ciudad de Sevilla yacantonarse en ella.

En agosto, cuando el Ejército deÁfrica comienza a cruzar el estrecho deGibraltar, España ya se había partido endos mitades irreconciliables cuyas

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diferencias solo podrían redimirse enuna guerra civil a cara de perro. En laparte republicana el Gobierno legítimosalido de las urnas pronto cedió a laspresiones de los más radicales, enespecial de comunistas y anarquistas,que formaron milicias paramilitaresgracias a las armas que les habíaentregado el propio Gobierno.

Pero poco podían hacer esasmilicias capitaneadas por comisariospolíticos o sindicalistas, y formadas porciviles entusiastas mal armados y peorpreparados, contra un ejército colonial.Desde Sevilla las tropas nacionalesascendieron rápidamente adueñándose a

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su paso de Extremadura y de una partede la Castilla meridional. A finales deseptiembre la columna nacional yaestaba en Toledo, a sólo 70 kilómetrosde Madrid. El asalto final sobre lacapital se dejó para el mes denoviembre.

En Madrid el Gobierno dio porperdida la ciudad y decidió trasladarsea Valencia, cosa que hizo el 6 denoviembre. A partir de ese momento lacapital quedó en manos de una Junta deDefensa presidida por el general JoséMiaja, que trataría de impedir que lossublevados tomasen la capital. La Juntade Defensa contaba con ocho

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conserjerías, repartidas entre losdistintos partidos que formaban elGobierno. Las dos consejeríasprincipales, la de Guerra y la de OrdenPúblico, se las reservaron loscomunistas. La primera fue ocupada porel sindicalista Antonio Mije, la segundapor Santiago Carrillo, un joven de 21años de edad sacado de las juventudesdel Partido.

Este Carrillo era una versiónespañola químicamente pura de losrevolucionarios profesionales que tantoabundaban por Europa en aquellos años.Sin más estudios que los primarios, seafilió a las juventudes del Partido

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Socialista a los quince años. En ellasescalaría hasta el puesto de secretario.Desde ahí participó en la llamada«revolución de Asturias», un revueltaque, auspiciada por socialistas,comunistas y anarquistas, tuvo lugar enoctubre de 1934. Tras su bautismorevolucionario viajó a la URSS, dondecontinuó con su formación, esta vez bajola protección directa de la Comintern.La estrategia marcada por Stalin enaquella época para los comunistasoccidentales era la de constituir grandesfrentes de partidos izquierdistas. EnEspaña la iniciativa estalinista sematerializó en un Frente Popular que

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ganó por un apurado margen laselecciones de 1936.

Las credenciales moscovitasvinieron muy bien a Carrillo cuandoestalló la guerra civil. Hasta Españaviajaron infinidad de agentes de laNKVD cuya prioridad era fortalecer alos comunistas locales. El principalinformante de Stalin en Madrid eraMijail Koltsov, un bolcheviqueucraniano que, oficialmente, ejercíacomo corresponsal de Pravda en lacapital de España. Koltsov tenía fijacióncon la denominada «quinta columna», ungrupo, supuestamente muy numeroso, defascistas y otros enemigos de la

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república que vivían camuflados enMadrid esperando el momento idóneopara salir de sus madrigueras y propinarel golpe de gracia al Gobierno.

Madrid era, aparte de la capital, lasegunda ciudad más poblada del país,por lo que en su interior residía unnúmero significativo de personas noafectas a la república y, mucho menos,al régimen revolucionario que se habíaapoderado de ella tras el levantamiento.Eso no significa que fuesen abiertamentehostiles ni, mucho menos, que estuviesendispuestos a jugarse la vida por susideas políticas. Con esta coartada seencarceló a millares de personas. A

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otros se los condujo a centros dedetención informales que pasaron aconocerse como «checas», por analogíacon las que operaban en Rusia. En laschecas se torturaba a los detenidos, aveces utilizando refinados métodosimportados de las URSS, y se procedíaa su juicio sumario, casi siempreculminado con la ejecución.

Los «delitos» de los detenidos erantales como ser de derechas, monárquico,ir a Misa o, simplemente, pertenecer a laburguesía capitalina. Las prisionesmadrileñas se llenaron de presospolíticos, algunos de cierto renombrecomo el escritor Ramiro de Maeztu, el

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dramaturgo Pedro Muñoz Seca o elpolítico Melquíades Álvarez, que habíasido presidente del Congreso de losDiputados durante el reinado de AlfonsoXIII.

La cercanía de las tropas nacionalesaumentó el nerviosismo de loscabecillas de la Junta de Defensa.Asesorados y vigilados de cerca porKoltsov, Carillo y su adjunto, JoséCazorla, empezaron plantearse la ideade evacuar a los presos. Por evacuar enlenguaje soviético había que entenderliquidar. Una evacuación, por ejemplo,fue la que se realizó en la cárcel deVentas el 30 de octubre. Se «evacuó» a

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los presos a las afueras de la ciudad yallí un batallón de milicianos les fusilósin mediar juicio alguno.

La saca del 30 de octubre no fue másque la obertura de la pieza principal,que llegaría una semana más tarde conmotivo del traslado del Gobierno aValencia. Kotsov y sus aliadoscomunistas de la consejería de OrdenPúblico decidieron evacuar a todos lospresos de los presidios madrileños.Éstos se encontraban repartidos por todala ciudad. De la cárcel Modelo, situadaen Moncloa, a corta distancia de dondese fijaría el frente días más tarde, habíaque evacuar a unas 1000 personas. De la

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de San Antón otros 1000. De la dePorlier, un antiguo hospicioreconvertido en prisión, algo más de500. La de Ventas ya había sidoevacuada.

El mismo 6 de noviembre,coincidiendo con la salida de losministros y su cohorte de funcionarios,comenzó la matanza. En la cárcelModelo un grupo de milicianos sepresentó en la puerta con un puñado deautobuses incautados a la empresamunicipal de tranvías. El director de laprisión dejó pasar a los milicianos sólodespués de que estos le mostrasen unaautorización de la dirección general de

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Seguridad. Una vez dentro seleccionarosa los evacuados valiéndose de unaslistas previamente confeccionadas porÁngel Galarza, ministro deGobernación, que esos momentos seencontraba camino de Valencia junto alresto del Gobierno. Las órdenes eransimples y terminantes. Había que sacar alos presos indicados, subirlos en elautobús y conducirlos hasta el paraje deParacuellos del Jarama, a las afueras deMadrid. Una vez allí los milicianosformarían hileras de presos y losfusilarían sin más.

Las sacas continuaron durante losdías siguientes hasta convertirse en una

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rutina. El cuerpo diplomático empezó asospechar que algo turbio estabapasando. Felix Schlayer, un alemán queejercía de cónsul de Noruega en Madrid,se enteró de lo que estaba pasando através de uno de los detenidos que habíasido abogado de la legaciónescandinava antes de la guerra. Schlayerpensó que aquello era un error, tal unexceso por parte de los milicianos delque la Junta de Defensa no teníanoticias. Se dirigió personalmente algeneral Miaja y a Santiago Carrillo paradenunciarlo. Ambos negaron que esoestuviese ocurriendo y le prometieronocuparse del asunto.

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La realidad, sin embargo, era muyotra. Los viajes nocturnos a Paracuellosno cesaban. Era un secreto a voces entoda la ciudad que se estaba realizandouna «limpieza» a fondo en las cárceles.Schlayer no desistió de su empeño.Movilizó a otros diplomáticos para que,juntos, diesen la voz de alarma en elextranjero. Gracias a los buenos oficiosdel propio Schlayer y del embajador deChile, Aurelio Núñez Morgado, quehabía abierto su embajada a todos losperseguidos que quisiesen refugiarse enella, la Cruz Roja se interesó por eltema y envió a Henry Henny, uno de sushombres, a Madrid.

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Henny investigó sobre el terreno ypudo comprobar que lo que contabanSchlayer y Núñez era cierto. Reunió unacopiosa documentación y se dispuso avolver a Ginebra. La embajada deFrancia le proporcionó un avión que, alpoco de despegar del aeropuerto deBarajas, cuando se encontrabasobrevolando Guadalajara, fueametrallado por dos cazas. Hennysobrevivió al ataque, no así ladocumentación. La prensa republicanase hizo eco del ataque, pero culpandodel mismo a la aviación enemiga. Eramentira. Los cazas atacantes eransoviéticos, así lo atestiguó Henny una

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vez se puso a salvo en Suiza.En Madrid, entretanto, la matanza

proseguía y no se detuvo hastaprincipios de diciembre. Para entoncesla ofensiva nacional se había detenidoen los barrios periféricos de la ciudad,que quedó partida en dos durante elresto de la guerra, presagiando lo que lesucedería a Berlín una década después.Y no sería la única analogía con laguerra mundial que estaba a punto deestallar. Paracuellos se había convertidoen un inmenso cementerio sin lápidas.La evacuación había costado la vida amás de 2500 personas que fueronenterradas precipitadamente en fosas

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comunes. Lo mismo que sucedería en elbosque polaco de Katyn en 1940. Esasfosas se convirtieron también en lamorada última de otras 2000 personasque habían sido fusiladas en distintaspartes de Madrid y luego trasladadashasta allí.

Paracuellos se convirtió así en unlugar maldito que supuso un costeinmenso a la causa republicana. Ladesconfianza internacional hacia unarepública secuestrada por comunistas ysólo nominalmente democrática seacrecentó. En 1939 la guerra civilespañola tocó a su fin. Atrás quedaba unpaís devastado por las bombas y,

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especialmente por los odios. Loscomunistas responsables de la matanzade Paracuellos salieron en estampida.Koltsov regresó a la URSS, donde fuepurgado años después por Stalin.Galarza moriría en París veinte añosmás tarde. Carrillo, por su parte, llegó apresidir el Partido Comunista de Españay a ocupar un escaño en el Congreso delos Diputados a la muerte de Franco.Murió en 2012 a los 97 años de edad enel mismo Madrid donde se habíaperpetrado el crimen. Siempre negó suparticipación en el mismo. De uncomunista no se puede esperar menos.

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E

Pasión y muerte delPOUM

L 21 de febrero de 1936 laComintern, organización fundada

por Lenin para coordinar a los partidoscomunistas de todo el mundo, celebróuna reunión ordinaria en Moscú. Deentre los muchos temas que se trataronuno tenía que ver directamente conEspaña, un país lejano y no muyimportante que acababa de estrenar unGobierno de concentración de diferentes

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partidos de izquierda.Los frentes populares eran también

una idea de la propia Comintern que,sabedora de lo impopular delcomunismo soviético en Occidente,ordenó a los suyos que promoviesen y seintegrasen en coaliciones con otrospartidos a los que denominaban«compañeros de viaje». Así, elmaximalismo revolucionario quedaríadiluido en un programa reformistamoderado. Era el perfecto caballo deTroya para tomar la Europa occidentalsin esperar a que estallase unaimprobable revolución proletaria.

La sucursal española de la

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Comintern era el PCE, un partido depequeño tamaño pero muy ruidoso yextremadamente fanático. Loscomunistas españoles, acaudillados porel sevillano José Díaz, recibieron aqueldía de febrero la orden de «lucharenérgicamente contra la sectatrotskista». Aparentemente eso nosignificaba nada. En España apenashabía comunistas (unos 30.000 aprincipios de 1936), y todo lorelacionado con Trotski eraprácticamente desconocido para losmilitantes y, no digamos ya, para lasmasas obreras que los 17 diputados delPCE decían representar.

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Pero en Moscú no daban puntada sinhilo. En España sí que había trotskistas.Un año antes el POUM, una diminutaformación comunista radicada enBarcelona, había solicitado formalmentea las autoridades el traslado de LeonTrotski a España. La historia habíapasado desapercibida para loscomunistas españoles, pero no paraStalin, que, engolfado en la enésimapurga interna, no quitaba ojo a suantagonista favorito, a quien suponía enuna perpetua conspiración paraderrocarle.

Para colmo de males el POUM —acrónimo de Partido Obrero de

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Unificación Marxista—, dirigido porAndreu Nin, había osado poner en dudapúblicamente los métodos de Stalindurante el primer gran proceso que, poraquellas mismas fechas, se estabacelebrando en Moscú. De no haberestallado la guerra civil el 18 de juliotodo esto sería intrascendente. En unpaís más o menos democrático como erala República hasta su secuestro por loscomunistas, las posibilidades deeliminar al POUM y acabar con su lídereran remotas. Pero la guerra estalló ylos acontecimientos se aceleraron.

Conocedor de su debilidad, Díazfijó como prioridad aislar al POUM de

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cualquier órgano de decisión. Sólo teníaun diputado en Cortes, Joaquín Maurín,a quien el alzamiento militar habíasorprendido en Galicia, una regióndonde los nacionales se impusierondesde el primer día. Con Maurín fuerade juego en una prisión franquista, sóloquedaba Nin para soportar la acometidade sus «hermanos de sangre».

La campaña difamatoria fue intensa.Se acusó a los poumistas de trabajarsecretamente para Franco y de calumniara la URSS, que empezaba a ser la fuentede toda la legitimidad en la zonarepublicana. Nin había sido nombradoconsejero de Justicia de la Generalidad

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de Cataluña, cargo que perdió endiciembre a instancias del PCE. ElGobierno tenía que escoger: o Nin, o elsuministro de armas de la UniónSoviética. Lógicamente, Nin fuesacrificado.

A partir de ese momento el cerco fuecerrándose. La emisora de radio delPOUM y su periódico La Batalla fueronhostigados sin pausa y más tardeclausurados a la fuerza. Difundieron laespecie de que sus militantes espiabanpara los nacionales y acusaron a losmilicianos del partido que luchaban enel frente de colaborar con el enemigo.Todo, naturalmente, eran insidias sin

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ningún fundamento. Tanto Nin como sumenguante y asediada tropa erancomunistas ejemplares cuyo únicopecado era no rendirse a los dictados deMoscú. El POUM resistió la primeraembestida, se organizaron grupos deautodefensa y su líder se colocó bajo lasfaldas del Gobierno. Para finales deabril lo más duro de la crisis ya parecíahaber pasado, pero no, lo peor estabapor llegar.

El 3 de mayo de 1937 un batallón deguardias de asalto tomó el edificio de laTelefónica en Barcelona que seencontraba bajo control de milicias dela CNT y la UGT. Era el aperitivo para

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una purga al soviético modo. Tres díasdespués la ofensiva contra los disidentesse recrudeció. Todo aquel que nomostrase su adhesión inquebrantable alPCE era fusilado en el acto o trasladadoa una cheka, infames centros dedetención, tortura y ejecución queproliferaron como hongos en la Españarepublicana.

El POUM estaba en el punto demira, es más, se trataba del platoprincipal de toda la campaña deintimidación orquestada por el PCE ainstancias de Alexander Orlov, enlacede la NKVD en España. Pero anteshabía que deshacerse de un obstáculo:

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Francisco Largo Caballero, socialistaque ostentaba desde septiembre del 36la presidencia del Gobierno. Largo senegaba a ilegalizar POUM y sin esedecreto los comunistas poco más podíanhacer que intensificar la campaña dedesprestigio y organizar antiestéticasalgaradas callejeras.

El 15 de mayo Largo fue obligado adimitir después de que los comunistas leechasen en cara los disturbios deBarcelona que el propio PCE habíainstigado y capitaneado. Pero el partidode José Díaz no tenía suficienteenvergadura para hacerse con el poder,un movimiento, por lo demás, que no

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hubiese sentado demasiado bien en lascancillerías de Europa occidental, asíque buscaron a un hombre de paja en elPSOE, vencedor de las elecciones defebrero. Se trataba de Juan Negrín, unmédico canario del ala prietista, elperfecto tonto útil para vender en elextranjero una república burguesa ymoderada que había dejado de existirmucho tiempo antes.

Negrín actuó como estaba previsto.Semanas después de ser nombradoilegalizó al POUM desatando una cazade brujas que se cobró centenares devíctimas. Al reputado anarquista italianoCamillo Bernieri le enviaron un pelotón

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de doce hombres que lo acribillaron abalazos sin mediar palabra. Lo mismo lesucedió al austriaco Kurt Landau y a losalemanes Hans Freund y Erwin Wolf,este último ex secretario personal deTrotski. Durante el verano del 37 sersimpatizante del POUM era sinónimo dearresto, ser militante, un pasaportedirecto al hoyo. George Orwell, a lasazón voluntario en una columna delPOUM, lo retrató todo y a todos en sulibro Homenaje a Cataluña.

Nin era el premio gordo.Desposeído de la consejería de Justicia,fue apresado y trasladado al interior delpaís, a Alcalá de Henares, donde los

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comisarios soviéticos tenían preparadoun plan idéntico a los que se aplicabanen la URSS a los altos cargos a quienesse pretendía purgar. Para consumar lafarsa y para que los dirigentescomunistas tuviesen una coartada con laque responder las preguntas incómodasque les harían los miembros delGobierno, era necesaria una confesiónautoinculpatoria.

El secretario del POUM, queoficialmente se encontrabadesaparecido, fue sometido a una bateríade espeluznantes torturas para quecantase. El encargado de todo elproceso fue el Orlov en persona que,

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días antes, se había reunido con elcomité central del PCE para informar asus vasallos españoles de lo inevitablede aquella intervención quirúrgica. Esosvasallos eran Dolores Ibárruri, conocidacomo La Pasionaria, y Pedro Checa.

Como buenos comunistas, lo teníantodo planificado menos lainquebrantable voluntad del reo. Fueprimero privado de sueño y obligado aestar de pie durante días. Orlov y sushombres le practicaron interrogatoriosde hasta cuarenta horas ininterrumpidas.Pero Nin seguía sin firmar la confesiónque le habían preparado. Pasaronentonces a la siguiente fase, la tortura

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física en la más dolorosa de susvariedades: el desollamiento. Nin no sedoblegó y a Orlov no le quedó otra queasesinarle a golpes con una llave inglesapara luego enterrar el cadáver en unacuneta de la carretera que va de La Rodaa Albacete.

La República y, especialmente, elPartido Comunista corrieron un tupidovelo sobre el asunto. Dijeron a laopinión pública que Nin se había pasadoal otro bando, versión que apoyaron conuna fantasiosa historia inventada porOrlov según la cual un comando de laGestapo había liberado al traidor paraponerlo a salvo en la zona nacional.

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Mientras, organizaron un procesomoscovita contra los miembros delPOUM del que todos salieroncondenados.

Se cerraba así un círculo que habíaempezado a trazarse un año antes conuna simple nota de la Comintern. Todoslos ingredientes del bolchevismo sedieron cita en esta truculenta historia,una auténtica guerra civil dentro de otraguerra civil, que encierra la esenciamisma del comunismo en su máximapureza.

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E

Katyn

L 17 de septiembre de 1939 elEjército Rojo dio comienzo a su

Danzig particular invadiendo a sangre yfuego el este de Polonia. La parte delpaís que los alemanes habían respetadoy que, por eso mismo, se habíaconvertido durante las tres primerassemanas de la invasión en lugar derefugio para los restos del ejércitopolaco. Pretendían los muy ilusosreorganizarse en los bosques de laPequeña Polonia, en torno a Bialystok y

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Lemberg, para emprender desde allí elcontraataque. No hubo ocasión. Lanación polaca sucumbió miserablementeaplastada entre nazis y soviéticos,representantes preclaros de las dosideologías más perversas que ha paridoel alma humana.

La ofensiva rusa fue acorde altamaño del país. Stalin, que no estabapara sorpresas, envió dos gigantescosejércitos formados por casi un millón dehombres a cobrarse la presa. Laconquista fue coser y cantar.Emparedados entre los cuatro generales;Bock y Rundstedt por parte alemana yKovalev y Timoshenko por parte

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soviética, los polacos se rindieron enlos dos frentes. La derrota, bochornosapor absoluta e inesperada, fue solo elanticipo de la humillación que estabapor llegar.

En el oeste, los alemanes crearon elllamado Gobierno General, a cuyo frentesituaron a Hans Frank, aristócrata nazide la primera hora y abogado personalde Hitler. Bajo su mando las principalesciudades de la ya extinta repúblicapolaca se convirtieron en el escenario,frecuentemente improvisado, de lasmayores atrocidades de la guerra queacababa de empezar. Los alemanes conFrank como director de orquesta

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aspiraban a incorporar Polonia al Reich.Pero antes había que germanizarla. Losjudíos, transformados en pestilentesratas por la propaganda nazi, debíandesaparecer. Los polacos, por su parte,en tanto que raza inferior pero noabominable, habrían de resignarse aservir como esclavos de sus nuevosamos alemanes por toda la eternidad.

Los soviéticos no disfrutaban de unplan tan bien delimitado. De hecho, nodisponían siquiera de un plan digno detal nombre. Se conformaban conanexionarse sin más el trocito dePolonia que Hitler había tenido a biendejarles implantando, de paso, su odioso

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y liberticida régimen en los territoriosconquistados. Éstos consistían en unafranja de varios cientos de kilómetros,desde Lituania hasta Rumania, pobladapor cerca de 13 millones de habitantes.Para Moscú la invasión no había sido talpues consideraba toda la regiónpropiedad suya enajenada tras la Guerradel 14. Por esa razón hasta el nombre dePolonia fue borrado de los mapas y suzona de ocupación se integró a dosrepúblicas soviéticas ya existentes: elnorte a la de Bielorrusia y el sur a la deUcrania.

Reorganizado administrativamente elbotín, Stalin dio órdenes de sovietizarlo

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a marchas forzadas. La propiedadprivada quedó abolida y los pueblos yaldeas se llenaron de comisarios delpueblo, agentes de la Checa y consejosde soviets teledirigidos desde Moscú.El recetario íntegro del comunismocuando se pone a gobernar:confiscaciones, detenciones nocturnas,delaciones anónimas, trenes de ganadopara las deportaciones en masa,ejecuciones sumarias… y silencio,toneladas de ese silencio que nace delmiedo. En los dos años de ocupaciónsoviética se produjeron 100.000arrestos y más de 300.000 personasfueron deportadas, la mitad de ellas

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murieron.Para transformar un país

rápidamente sin necesidad de esperaruna generación, es preciso privarlo desus principales cabezas, de todos losque, en un momento dado, puedenresistirse o rearmar moral eideológicamente a la sociedad. En laPolonia soviética esas cabezas eran losoficiales del ejército apresados durantela rendición y los presuntoscontrarrevolucionarios que habían sidodetenidos en los pueblos por los agentesde la NKDV. Eran más de 20.000, detodas las edades y oficios, el últimoreducto de lo que un día había sido la

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Polonia libre.En un principio las autoridades rusas

no sabían muy bien que hacer con ellos.Si los liberaba, aunque fuese a los demenor graduación, podrían reconstruir yacaudillar células aisladas deresistencia. Si los traspasaba alGobierno General nazi cabía laposibilidad de que, en un futuro, serevolviesen contra sus antiguos captoresanimados por sus aliados de ocasión. Silos liquidaba se enfrentaba al siempreincómodo qué dirán. Stalin y su banda;la de los Beria, los Kaganovich, losMolotov, los Mikoyan y los Voroshilov,optaron, como era previsible en ellos,

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por la peor pero la más revolucionariaopción: ejecutarlos uno a uno al bordede una fosa común.

Después de tenerlos durante mesesen diferentes campos de concentración,a principios de marzo de 1940 LavrentiBeria, un comunista fanático, asesino enserie dedicado a la política y a lasperversiones sexuales más repugnantes,transmitió la orden para que todos los«nacionalistas y contrarrevolucionarios»polacos, enemigos necesarios delproletariado, fuesen ejecutados con lamayor brevedad posible. La máquina dematar soviética, engrasada ya con lasangre de millones de víctimas, se puso

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en marcha.La masacre se llevó a cabo al estilo

ruso que, a diferencia del alemán, eramucho más desarreglado y caótico.Nadie había previsto el modo deasesinar a 20.000 personas de unatacada, así que hicieron lo que otrasveces. Buscaron un bosque apartado ehicieron excavar unas fosas comunescerca de la línea férrea que comunicaMinsk con Moscú, en las inmediacionesde Smolensk. La macabra operación sellevó a cabo discretamente. Los trenesllegaban de noche al bosque de Katyn,se bajaba a los prisioneros, se lesdespojaba en una caseta de sus

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pertenencias de valor y se les conducíaen camionetas hasta el interior delbosque. Allí, junto a la fosa se sacabauno a uno a los presos y, mientras dossoldados soviéticos les sujetaban, otropor detrás les descerrajaba un único ymortal tiro en la nuca. Así 22.000 veces,22.000 balas, 22.000 paseos de lacamioneta a la fosa. Escalofriante.

El crimen permaneció en secretohasta que los alemanes invadieron laURSS. Se cuenta que los jerarcas nazissupieron de las ejecuciones en elmomento de producirse y cuando, tresaños más tarde, necesitaron un buengolpe propagandístico para ganarse la

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simpatía de Occidente, buscaron lasfosas y las desenterraron. Es sólo unahipótesis, el hecho es que, lo conocierano no previamente, en abril de 1943Goebbels anunció al mundo vía RadioBerlín el hallazgo fortuito de laWehrmacht. Acudió la Cruz Roja yfotografió el horror, un cura católicotraído desde Cracovia celebró una misade difuntos y se imprimieron cartelesconmemorativos sobre el que ya seconocía como «bosque de los muertos»que se repartieron por toda la Europaocupada. Polonia se estremeció, sussoldados perdidos, sus padres, hijos yesposos, habían aparecido bajo tierra

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con el cráneo agujereado en undesangelado bosque ruso junto a lacarretera de Moscú.

La conmoción duró poco tiempo. Alo largo de 1944 los soviéticosinvadieron el resto de Polonia —decirque la liberaron es una ironía de malgusto— impusieron primero la versióninversa y a luego el silencio. Katyn eracierto pero habían sido los alemanes losresponsables de la matanza. Punto. Paraapuntalar su versión y hacerla máscreíble buscaron un chivo expiatorio, untal Arno Diere, que fue juzgado enLeningrado después de la guerra ycondenado a trabajos forzados. En

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Polonia investigar sobre Katyn quedóproscrito y los que trataron de averiguarla verdad se las tuvieron que ver con lapolicía política.

Al final, exactamente medio siglodespués de la masacre, en la primaverade 1990 el Gobierno de MijailGorbachov reconoció la culpa,lamentándolo y pidiendo perdón aPolonia. Los documentosdesclasificados de la KGB en 1991 y1992 hicieron el resto. Con muchoretraso e incontables sufrimientos haprevalecido la verdad, requisito siempreineludible para que triunfe la Justicia.

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E

Rebelión en el Gulag

N la larga y criminal historia delGulag sólo se produjo un gran

motín, que además fracasó dejando solo19 supervivientes de los más de 100 quelo protagonizaron. Tuvo lugar en 1942,en Lesoreid, un subcampo del terroríficocomplejo de trabajo esclavo de Vorkutádurante los meses en los que el EjércitoRojo se batía en retirada por el avancealemán. La Wehrmacht nunca llegó hastaallí, pero un grupo de prisioneros,alentados por esa posibilidad, se echó la

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manta a la cabeza y se rebeló contra suscarceleros.

Se la conoce como la rebelión deUst-Usa, por el pequeño pueblosiberiano donde los rebeldes trataron, envano, de refugiarse tras la fuga delcampo de concentración, una prisiónforestal donde los prisioneros sedejaban la vida talando árboles encondiciones brutales a cambio de unplato de gachas. No fue la primera ni laúnica evasión de un Gulag, pero sí laque más aterrorizó a las autoridadessoviéticas. Los prófugos ni sedispersaron ni se escondieron en lataiga, muy al contrario, se armaron y

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plantaron cara a las milicias del NKVD.El cerebro del levantamiento fue un

prisionero común, Mark Retyunin,condenado a trabajo forzado tras haberrobado un banco. Cuando se produjo larebelión llevaba diez años en Siberia ygozaba de una situación relativamenteprivilegiada dentro del campo. Losguardias le apreciaban y le habíanencomendado la labor de dirigir lascuadrillas de trabajadores. Retyunin erade los pocos presos comunes que sedejaban la vida en los bosques, casitodos sus compañeros de presidio eranpresos políticos provenientes de laRusia occidental y condenados a la

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reeducación por la vía del trabajo.Los políticos eran la peor categoría

de presos posible en un Gulag. Loscapitostes del sistema de campos lesasignaban los peores trabajos en loscampos más insufribles, los situados porencima del círculo polar ártico, un lugardonde la esperanza de vida se cifraba enmeses. En invierno la temperaturabajaba hasta los 30°C bajo cero y unaoscuridad penetrante que duraba variosmeses se ceñía sobre la región. Enverano la tundra se convertía en unintransitable cenagal plagado deinsectos. En sitios así las alambradas noeran necesarias porque, simplemente, no

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había posibilidad de escapar con vida.Retyunin, sin embargo, tenía un plan

que, a pesar de su buena disposiciónpara con los amos, había ido madurandocon los años. Primero liquidaría a losguardias rojos apoderándose de susarmas, luego tomaría el cercano pueblode Ust-Usa y allí se atrincheraría con elresto de presos. En aquellas condicionesel ejército no podría intervenir porquese encontraba en plena desbandada,además, su plan era rebelarse en plenoinvierno, cuando las comunicaciones deUst-Usa con el resto de Rusia quedabaninterrumpidas.

La noticia del levantamiento no

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tardaría en ir saltando de campo encampo a través del inmenso archipiélagode Vorkutá. Como había muchos másprisioneros que guardias era unacuestión de tiempo que toda la provinciade Komi se declarase en rebeldía sinque Moscú, sitiada por los alemanes,pudiese hacer nada para impedirlo.

El 24 de enero dio comienzo larebelión. Se eligió ese día porque caíaen sábado y los guardias acostumbrabana bañarse todos juntos en un barracón.Uno de los conjurados, un chino denombre Lu-Fa que trabajaba en losbaños, cerró la puerta y avisó al restopara que se hiciesen con las armas y los

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uniformes, que incluían botas deinvierno sin las cuales era impensableadentrarse en la taiga. Retyunin coordinóla operación. Ya debidamente armadoasaltó el almacén principal y se hizo conprovisiones y munición. Una horadespués el campo de Lesoreid habíacaído. La mitad de los prisioneros, unoscien, se unieron al motín.

El grupo caminó hasta Ust-Usa. Unavez allí tomaron la estafeta de correos—donde se encontraba la estación deradio— y cortaron las comunicaciones.Ese fue el primer error que cometieron.Acto seguido tomaron al asalto la cárceldel pueblo y liberaron a sus prisioneros

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después de matar a los guardias que lacustodiaban. Ese fue el segundo error.Quedaba por apresar el cuartel de lamilicia, bien pertrechada y cuyosmiembros sabían que, de rendirse, loque les esperaba era un tiro en la nuca.Los milicianos resistieron toda la nocheen una batalla que se cobró variasvíctimas mortales entre los amotinados.Los rebeldes carecían de artillería y noeran suficientes para copar el cuartel ytomarlo al asalto.

Los aldeanos, espantados por lafiereza de los rebeldes y temerosos de lareacción de la Cheka, huyeron al bosquey avisaron a las autoridades desde una

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emisora que el ejército tenía escondidaen el bosque. Una vez al corriente de losucedido la NKVD puso toda la carne enel asador y envió un nutrido contingentemilitar para retomar Ust-Usa. Retyuninordenó abandonar el pueblo y buscarrefugio en el bosque. Los rebeldesllegaron a un pequeño asentamientomaderero equipado con radio donde seenteraron de que la milicia les seguíalos pasos. Se internaron de nuevo en lataiga y buscaron refugio en una granja decaribúes.

El NKVD les encontró allí tres díasdespués. Se produjo entonces unsangriento duelo entre los abetos

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nevados. Una treintena de insurrectosconsiguieron salir con vida delenfrentamiento con los milicianos, quellegaban en manadas, bien comidos yprovistos de munición. La única opciónera internarse aún más en los bosquescongelados, donde tendrían algunaoportunidad de sobrevivir, aunque fuesecomiéndose los unos a los otros, comosolía ocurrir en ciertas fugas de loscampos siberianos. La técnica consistíaen formar un grupo de tres paraescaparse. Uno de ellos, sin saberlo,sería la comida de los otros dos. En elargot del Gulag al tercer hombre se lellamaba «suministro andante». Así de

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brutal e inhumano llegó a ser el paraísocomunista soviético.

Los supervivientes de la sublevaciónde Lesoreid consiguieron esquivar a losmilicianos durante meses e inclusoganaron nuevos adeptos huidos de loscampos, pero las fuerzas flaqueaban y elcerco se estrechaba. Con la llegada dela primavera la NKVD redobló susesfuerzos llenando la región de Vorkutáde hombres armados con la orden dedisparar. Durante días fueronabatiéndolos uno a uno como animales.Si los cogían con vida los milicianos seentretenían mutilándolos hasta la muertey luego los ponían en piras de leña y les

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metían fuego.Con la idea de obtener información,

los agentes de la Cheka ordenaroncapturar vivos a algunos. Los detenidosfueron sometidos a meses de torturas yeternos interrogatorios que solíanterminar en el paredón. En agosto larebelión se dio por sofocada. El que laoriginó, Mark Retyunin, se suicidó de untiro en la sien antes de entregarse. Elresto murieron de hambre, frío yprivaciones en la taiga o fueron presa delos milicianos. Sólo sobrevivieron 19,que fueron machacados en las celdas decastigo y luego enviados de vuelta a loscampos, donde morirían poco después.

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Ninguno vivió para contarlo. No sesupo nada de la rebelión de Ust-Usahasta la desclasificación de los archivosde la KGB medio siglo más tarde. Casinadie ha mostrado interés en estaincreíble historia de heroísmo y luchapor la libertad. Los rusos, con todalógica, se avergüenzan de episodioscomo este. Los occidentales miramospara otro lado no vaya a ser que seponga en duda la honorabilidad de lahoz y el martillo, símbolo imperecederodel crimen de Estado, el culto a laideología y el asesinato premeditado ysistemático de gente inocente. Unaamnesia colectiva que hace buena

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aquella respuesta que el infame BertoltBrecht le dio al filósofo Sydney Hook:«cuanto más inocentes son, más merecenmorir».

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L

Las fotos que nuncaexistieron

A primera misión de un tirano esreinventarse la historia y adaptar

el pasado al presente. Durante siglos lareinvención sistemática de los hechospasados funcionó a la perfección. Borrara alguien de la memoria colectiva no erademasiado complicado. Bastaba condestruir sus representaciones artísticas yretirar su nombre de las crónicas. Luegoya el tiempo se encargaría del resto.

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Esto fue así hasta, exactamente,mediado el siglo XIX, cuando unarevolucionaria técnica permitió capturarimágenes, fijarlas de manera fiel eindeleble, copiarlas infinitas veces ydistribuirlas en cantidades nunca antesvistas. Esta técnica es la fotografía. Lastiranías del siglo XX sacaron granprovecho de ella, pero, como todoparaíso tiene su serpiente, las mismasfotos con las que la propaganda oficialhacía de las suyas, se volvían contra elGobierno cuando alguno de losretratados a perpetuidad caía endesgracia.

Caer en desgracia era algo bastante

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común en la Rusia soviética, sobre todoen los aciagos tiempos de Stalin.Aunque caídos y malditos, lasfotografías de los desdichados seguíanahí, generalmente acompañados por susantiguos camaradas devenidossúbitamente en verdugos. Laperdurabilidad de las fotografías seconvirtió en todo un problema de Estadoque, por órdenes directas del Kremlin,hubieron de resolver los mejoresfotógrafos del país. El líder queríaconservar la foto, pero purgada —ynunca mejor traído un participio— delos elementos molestos.

Retocar fotografías en aquellos

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tiempos no era tan sencillo como se nospuede antojar hoy, acostumbrados comoestamos a la inmediatez de la fotografíadigital y la magia de los programasinformáticos de edición de imágenes.Quitar a una persona de un positivollevaba semanas, a veces meses, dearduo trabajo de laboratorio. Requería,asimismo, que a la faena contribuyesendiestros dibujantes que reconstruyeran lazona recortada hasta lograr que nadienotase que ahí faltaba alguien. Losfotógrafos soviéticos, azuzados por lanecesidad, se convirtieron de este modoen auténticos amos del retoque.

La primera víctima fotográfica del

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régimen fue, como no podía ser de otramanera, Leon Trotski. El padre delEjército Rojo había contribuido de talmanera a la revolución que su imagenestaba por todas partes. Los retratosexentos y las fotografías en las que nosalían ni Lenin ni Stalin fueron retiradasde la circulación y su posesión —y nodigamos ya exhibición— significabaarresto y tormento en las dependenciasde la Cheka. Pero ¿qué pasaba con lasotras que, además, eran muy numerosas?

A Stalin no se le ocurrió mejor ideaque modificarlas, y así lo transmitió asus fotógrafos de cámara. Todas lasfotos en las que Trotski aparecía junto a

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Lenin fueron debidamente expurgadasdel inquilino incómodo que nunca debióestar ahí. Muchas de esas fotos habíansalido de Rusia para ser publicadas enperiódicos extranjeros. Tan lejos Stalinno podía llegar, pero eso no leimportaba por la simple razón de quesus súbditos jamás tendrían laoportunidad de leer nada publicadofuera de la Unión Soviética.

Al vozhd sólo le interesaba lo quepodía verse de puertas adentro, demanera que el asesinato fotográfico deTrotski se perpetro muchos años antesque su asesinato físico. En los añostreinta encontrar una foto de Trotski en

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la URSS era más difícil que hallar unaaguja en un pajar. Semejante éxitoinspiró a Stalin su siguiente gesta delaboratorio: sacar del álbum de la granfamilia soviética a todos los afectadosde la Gran Purga.

Uno a uno fueron cayéndose de lasfotos como poco antes lo habían hechode la nomenclatura. Salir retratado juntoa alguno de ellos era motivo desospecha y antesala de la detención, asíque muchos echaban al fuego álbumescompletos de fotografíascomprometedoras. Fue el caso de LevKamenev, ajusticiado en 1936 despuésde un juicio amañado. Kamenev lo había

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sido todo en la revolución. Bolcheviquede la primera hora, era presidente delPolitburó y había ejercido como primerjefe de Estado de la Rusia soviética trasconsumarse el golpe de Octubre.

El fusilamiento de Kamenev desatóel pánico fotográfico. Aunque yaestuviese muerto, nadie quería una fotocon él. Pero, caprichos de la historia, elángel purgado había compartido fotoscon el mismísimo Lenin, elevado a losaltares y que ya poco podía hacer parasalvaguardar su buen nombre. Stalinresolvió que Kamenev desapareciesepor completo de la historia oficial. Sellegó al extremo que fotos ya retocadas

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de Kamenev en las que se había retiradoa Trotski hubieron de pasar nuevamentepor el laboratorio para suprimirquirúrgicamente la efigie del maldito.

La fotográfica era quizá la más durade las condenas porque presagiaba lopeor. Situarse al nivel del Trotski,enemigo público número uno, implicabaque la ira del padrecito se abatiríaimplacable sobre la familia que, por elbien de la revolución, tenía también quedesaparecer de la faz de la tierra. Lamujer de Kamenev fue ejecutada, asícomo sus dos hijos mayores. El menor,que aun era un niño, fue deportado ycondenado de por vida en un campo de

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trabajos forzados. Kamenev, su imagen ytoda su estirpe se desvanecieron en labruma de la historia. No es que hubiesensido unos traidores es que, simplemente,nunca habían existido.

El destino de Kamenev pronto locompartieron muchos de los camaradasque le buscaron la ruina medianteintrigas y acusaciones falsas. El casomás famoso fue el de Nikolai Yezhov,comisario del Interior, director delNKVD y miembro del Presidiumsupremo. A Yezhov le dieron el tiro degracia en 1940 después de que éstehubiese participado activamente en lapurga de todos los altos cargos durante

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los años anteriores. El muerto al hoyo ylos fotógrafos al laboratorio.

Las primeras en ser tratadas eransiempre las que tenían a Stalin comoprotagonista. Había una foto muycélebre en la que aparecía el amoacompañado de Yezhov paseando juntoa las obras del canal Moscú-Volga.Yezhov, de baja estatura, caminasatisfecho y sonriente con las manos a laespalda. A su derecha el líder y más alláVoroshilov y Molotov vestido de civil.Esta fotografía, que se había utilizadoprofusamente con finespropagandísticos, fue declarada no aptapara el pueblo y luego debidamente

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manipulada. Yezhov, entoncesresponsable de la construcción del canalcomo comisario de aguas, se evaporó dela escena. Los fotógrafos reconstruyeronla parte del murete y la porción delcanal que tapaba Yezhov con su cuerpo.Conclusión: el comisario de aguas,cuyas cenizas reposaban para siempreen el fondo de una fosa común delcementerio moscovita de Donskoi, nuncaestuvo allí.

La costumbre de retocar fotos echófuertes raíces en la prensa soviética,cuyos directores se valían de estasofisticada técnica de un modosistemático. Si se podía reinventar el

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pasado, ¿por qué no hacerlo con elpresente? Hasta la caída del imperiorojo las fotos oficiales tenían más decuadro que de fotografía. Se podía,además, conseguir que un hecho trágicoo luctuoso nunca hubiese ocurrido. En1961 murió en un accidente mientrasentrenaba uno de los primerosastronautas del programa espacialsoviético. Se llamaba ValentinBodarenko y, lejos de comunicárselo alpaís y rendirle los honores pertinentes,las autoridades ocultaron el suceso y loborraron de todas las fotografías en lasque aparecía con el resto de astronautas,entre los que se encontraba Yuri

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Gagarin.Las fotos perdidas fueron saliendo a

la luz tras el colapso del experimentosoviético. Los rusos, víctimasinvoluntarias de todo aquel disparate,asistieron impávidos a como una partede su historia iba tomando forma sobreel papel fotográfico. La verdad, por unavez, se impuso sobre la barbarie de unsistema cuyo pilar más principal era elimperio absoluto de la mentira.

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T

El ferrocarril aninguna parte

RAS la inesperada y aplastantevictoria soviética en la guerra

mundial, Stalin salió refortalecido y conun extra de crédito internacional en lacartera. El mundo entero le aclamaba ydentro del campo socialista suadoración adquirió tintes casi místicos.Incluso los capitalistas caían rendidosante su genio y valentía que, combinadoscon el heroísmo del pueblo soviético,

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habían obrado el milagro de parar lospies a Hitler.

Las imágenes de los soldados delEjército Rojo izando la bandera rojasobre las humeantes ruinas del Reichstageran todo un símbolo. Con gestas de esecalibre el comunismo se terminaríaimponiendo en todo el planeta. Era algoinevitable. Más tarde o más temprano elejemplo ruso alumbraría a todas lasnaciones del orbe. Stalin, conocidocomo el «padrecito» por los socialistasdel mundo, marcaba la senda a seguir.Los partidos comunistas, más crecidosque nunca antes, harían el resto.

Poco importaba que la victoria

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sobre la Alemania nazi hubiese costado20 millones de vidas, muchas entregadasinútilmente, que la guerra la hubieraganado realmente el capitalismoamericano, o que la URSS fuese el paísmás tiránico de la Tierra. Lainquebrantable voluntad del líder habíatriunfado y eso dio al inquilino delKremlin renovados bríos para apretardos agujeritos más en el cinturón de sussúbditos. El país estaba devastado peronadie osaba ni de lejos a oponerse alcaudillaje mesiánico del georgiano,libre ahora de todas las cuitas de imagenexterior que le habían atormentadodurante sus tres primeros lustros al

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frente del Gobierno soviético.Los rusos no tenían pan pero sí una

cantidad considerable de presos deguerra —muchos de ellos alemanes— alos que urgía reubicar en tareasaproximadamente productivas. En lamentalidad de Stalin eso significabacampo de concentración y obrasfaraónicas. Tras la epopeya proletariadel canal del mar Blanco que tan buenaprensa le había proporcionado, ordenó ala oficina del Gulag en Moscú quetrazase un plan de grandes proyectossólo realizables con cantidades ingentesde mano de obra esclava.

Los funcionarios concibieron un plan

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ambiciosísimo que incluía varioscanales, —algunos muy esperados comoel que uniría los ríos Don y Volga—,megacentrales eléctricas, grandescarreteras y algunas líneas deferrocarril. Entre estas últimas existíauna que le tenía especialmenteobsesionado: la del norte de Siberia.Una especie de transiberianoseptentrional que correría paralelo a lassiempre congeladas costas del océanoÁrtico. Cualquier ingeniero en suscabales hubiese desaconsejado construirallí, tan al norte, otra estructura que nofuese una cabaña de madera, pero Stalinera testarudo, quería su ferrocarril

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polar, y lo quería antes de morirse.La cuestión era complicada porque

el «padrecito» tenía ya casi setenta añosy una salud muy machacada por la malavida, las preocupaciones, las noches sindormir, el tabaco y el trasiego debotellas de vodka en su dormitorio.Probablemente sospechaba que, tirandolargo, no le quedaban más de veinteaños de vida, así que aceleró lostrámites para el ferrocarril del norteque, en una primera fase iba a ir deSalejard, en la desembocadura del ríoObi, a Igarka, en el curso del ríoYenisei. En total 1300 kilómetros através de la tundra más inhóspita que se

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pueda imaginar.Aparte de las dificultades técnicas,

la línea no tenía justificación económicamás allá de la que los burócratas prontole buscaron para alimentar lapropaganda. Decían que iba a llevar eldesarrollo industrial hasta los confinesdel país que, en el caso de Rusia, sonlos del globo. El camino de hierropermitiría la creación de nuevos polosindustriales y abriría el Ártico central alos convoyes venidos desde el oeste.Nada de eso era necesario. En aquellaslatitudes no había más pobladores quelos condenados al gulag, y nadie queríamudarse allí, al menos por voluntad

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propia. El clima de esa zona de Siberiaes tan extremado que no crecen ni lasconíferas. Los inviernos son largos, losveranos insignificantes y la tierra no sepuede cultivar porque permanece heladaen forma de permafrost todo el año.

Pero a los designios de Stalin nadani nadie se oponía. En el verano de 1949dieron comienzo las obras atacandodesde los dos extremos de la línea.Desde Salejard partió el llamado«Ferrocarril 501», desde Igarka el«Ferrocarril 503». La idea era que seencontrasen en la mitad del camino. Acada uno de los ferrocarriles se leasignaron 50.000 trabajadores traídos al

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efecto desde los campos cercanos.Nada más empezar se toparon con el

primer imprevisto. Por falta demateriales y de tecnología adecuada eraimposible cruzar los ríos Obi y Yenisei.Para ambos hacía falta tender puentes demás de dos kilómetros de largo conpilares cimentados sobre el profundolecho fluvial. En espera de encontrar unamejor solución los sustituyeron contransbordadores y continuaron por latundra. Las condiciones de vida de lostrabajadores eran infrahumanas. Lospresos caían como chinches víctimas delhambre, las enfermedades y el esfuerzo.Pero ese no era el factor que más

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preocupaba a los burócratas de Moscú,sino el tiempo. Stalin quería resultadosrápidos para inaugurar cuanto antes lalínea a bordo de un lujoso tren y venderluego la proeza al mundo en losnoticieros de los cines.

Los ingenieros se las veían y se lasdeseaban. La tundra es una de lassuperficies más inestables que existen.La capa superior se funde en los mesesestivales formando pantanos quedeshacían el tendido, lo que obligaba areconstruirlo constantemente. Losmateriales de obra escaseaban. Lasacerías del plan quinquenal noproducían suficientes vías pero, como el

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ferrocarril de Igarka era una obraprioritaria, se arrancaron raíles en malestado de otras partes de la URSS yfueron enviadas hasta Siberia, dondeeran soldadas de nuevo las unas a lasotras sobre el permafrost.

Tramos enteros quedabanparalizados durante meses porproblemas logísticos, falta demaquinaria, o porque las epidemiaspropias de las zonas pantanosasinfestadas de mosquitos acababan conpartidas enteras de trabajadores. Luego,cuando la noche perpetua del largoinvierno ártico se echaba encima lasobras tenían que parar de golpe. Todos,

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empezando por los jerarcas del Gulag yterminando por el último preso deguerra alemán aquejado de difteria,sabían que aquello era absurdo, quelevantaban una vía férrea que conducía aninguna parte. Jamás se terminaría, y silo hacía difícilmente tren alguno podríacircular por ella.

En el invierno de 1953 las obrasafrontaban su cuarto año y sólo se habíaconstruido la mitad del trayecto, unos650 kilómetros de vía única en un rincónolvidado del polo norte. Entonces, el 5de marzo de aquel año, sucedió unmilagro. El padre Stalin, Koba eltemible, murió en su dacha de Kuntsevo.

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Mientras sus deudos del Partido seapresuraban a beatificarle pública yruidosamente, en algún despacho de ladirección general de campos sesuspendió la construcción del ferrocarrilde Igarka. Nadie, ni los más fielescortesanos del zar rojo, se quejó.

Los supervivientes fueron devueltosa los gulags de los que habían salidoaños antes. De las víctimas nadie seacordó. No se tomaron ni el trabajo decontarlas. Habían sido miles, muchosmiles, un insignificante cero más asumar a la inmensa carnicería que,durante los últimos años de Stalin, seperpetró en los campos soviéticos a

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mayor gloria del comunismo.La infraestructura: sus vías,

estaciones, locomotoras y puestos deabastecimiento quedaron allí,silenciosos, como testigos mudos de laestupidez congénita del homo sovieticus.La obra había costado cerca de 10.000millones de dólares en un país quepasaba hambre y cuyos habitantes sehacinaban en cabañas y edificiossemiderruidos que aún se lamían lasheridas de la guerra. Nunca circuló unsolo tren por el ferrocarril 501, elúltimo capricho criminal de Stalin.

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E

Lysenko y la biologíaproletaria

N 1928 Stalin, que ya se habíahecho con el control absoluto de

la recién nacida URSS, dio un discursoen el que advirtió a sus conmilitones delPartido que la Unión Soviéticaarrastraba un retraso de entre 50 y 100años con respecto a las potenciasoccidentales.

Si Rusia no avanzaba deprisa muypronto sería invadida y el Gobierno

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bolchevique derrocado, a lo que lesucedería la más que probablerestauración de la odiada monarquía. Laconfederación necesitaba abandonarcuanto antes su condición de país ruralproductor de materias primas baratas ysin elaborar. Tenía también, tal y comohabía prometido Lenin, queelectrificarse y aumentar la producciónagrícola hasta convertir la república delos soviets en un país autosuficiente queno necesitase para nada el mercado, nisiquiera el externo.

La primera víctima de aqueldiscurso fue la Nueva PolíticaEconómica de Lenin, que permitía, con

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grandes restricciones, la pervivencia depequeñas explotaciones y una pizca delibertad de comercio. La segunda fue elcampesinado soviético, obligado desdeaquel momento a colectivizarse a lafuerza en granjas estatales sometidas alas cuotas del plan quinquenal.

Lo cierto es que nadie quería sercolectivizado. Los pequeños campesinosporque ya tenían su parcela con la que,mejor o peor, sobrevivían. Losjornaleros porque aspiraban a tenerla.Sabían que, cuanto más trabajasen, másprobabilidades tendrían de mejorar suscondiciones de vida. A esos, por lodemás, siempre les había quedado la

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válvula de escape de las ciudades,donde poder empezar desde cero unanueva vida a la sombra de la industria olos servicios.

Existía, además, la sospechageneralizada de que esas explotacionesestatales iban a ser muy ineficientesdado el bajo nivel de capitalización dela economía soviética y las condicionesde semiesclavitud en las que habría quetrabajar en ellas. Entonces, como caídodel cielo, apareció un joven jardineroucraniano destinado en una estaciónagrícola de Azerbaiyán. Se llamabaTrofim Lysenko y decía haberencontrado el modo de obtener

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milagrosas cosechas en invierno. Larealidad es que Lysenko no habíadescubierto nada. Se había limitado aconstatar que si se enfrían y humedecensemillas de trigo pueden germinarrápidamente a finales del invierno yobtener así una cosecha extra.

La «vernalización», que es como sellamaba aquello, ya la conocían losagricultores rusos y, en los veranosmalos, la ponían en práctica para nomorirse de hambre durante el duroinvierno. Pero Lysenko, aparte dejardinero, era un bolcheviqueconvencido y, como tal, un mentiroso sinremedio. Justo un año antes de que se

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anunciase la colectivización del campo,escribió un artículo en Pravda,anunciando que conocía la manera decosechar guisantes en pleno invierno y,mejor aún, que había descubierto unsistema para abonar la tierra de cultivosin emplear fertilizantes. Si eso eracierto los planes agrícolas del Politburóiban a salir bien aunque losplanificadores lo hicieran muy mal.

Stalin, muy dado a creer en lamilagrería revolucionaria, apadrinó alucraniano, se lo llevó a Moscú y leconvirtió en presidente de la Academiade Ciencias Agrícolas de la URSS. Allí,sobrado de medios y de personal, con

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fastuosos invernaderos a su disposición,comenzó a elaborar una teoría tras otra,a cada cual más delirante. Lo primeroque hizo fue romper con la genéticamendeliana, que pasó a considerarsecomo una «teoría reaccionaria».Lysenko elaboró su propia teoríagenética basándose en los estudios deLamarck, un naturalista del siglo XVIIIpionero en enunciar la evolución de lasespecies. Lamarck creía que lanecesidad creaba el órgano y lainactividad de éste originaba su atrofia ydesaparición. Así podía explicar, porejemplo, la extraordinaria longitud delcuello de las jirafas, imprescindible

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para alcanzar las hojas de los árboles dela sabana.

A Lysenko, un simple jardinero sinestudios universitarios, le sedujo unaelaboración teórica tan limpia. Si todoslos organismos se adaptan al ambiente yluego transmiten estas peculiaridades asu descendencia, no había más quesometer a la biología a los dictados delmarxismo para que ésta respondieseadaptándose a las necesidades del planquinquenal. La ciencia y la política porfin unidas gracias al socialismo. Una veztuvo listas las líneas generales de lanueva biología revolucionaria se lasllevó a Stalin, que alabó los postulados

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lysenkianos y los convirtió en dogmasante los que no cabía apelación posiblepor muy errados que estuviesen.

Las teorías de Lysenko eran, enrealidad, un engrudo lleno de disparatesen el que agronomía, genética, citología,y teoría de la evolución quedabanoficialmente fusionadas. El régimen seencargó de bautizar el invento como«agrobiología», una cienciaexclusivamente soviética y de cursoobligatorio para todos los agrónomos,genetistas y citólogos de la URSS. AStalin le gustaba hasta el estilo que supupilo científico tenía de moverse por elmundo. A diferencia de otros científicos,

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Lysenko era, como él, un comunistafanático, un anti intelectual que abogabapor la práctica, por salir al campo a«hacer cosas» en nombre de larevolución.

El Kremlin dio a Lysenko unlaboratorio en el centro de Moscú einfinidad de ocupaciones. La principalera visitar granjas estatales para hacerexperimentos in situ de unasdescabelladas teorías que nuncafuncionaban. De los guisantes deinvierno nunca más se supo y todos susintentos por «vernalizar» otras semillasdiferentes al trigo fueron en vano.Conociendo la importancia del

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personaje nadie en su sano juicio seatrevía a denunciar el timo. Lysenko nosólo era un protegido de Stalin, sino quellevaba muy mal que se le criticase.

Desde la academia que presidíallevó a cabo una auténtica caza de brujasdentro de la biología. El que osaba,aunque fuese tímidamente, poner en dudala obra y las teorías de Lysenko teníaque vérselas con la NKVD. El biólogomás importante la URSS, el genetistaNikolai Vavilov, fue detenido ycondenado a muerte por «derechista»,«enemigo del pueblo», «saboteador» y«espía británico». Nada de eso eracierto, Vavilov militaba en el Partido y

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su compromiso político estaba fuera detoda duda. La condena se debióúnicamente a sus críticas públicas de lasteorías de Lysenko. Vavilov, que habíadedicado su vida a investigar la genéticade la semillas para mejorarla y aumentarla producción de alimentos, murió dehambre en un gulag mientras su enemigorecibía el Premio Stalin de manos delgran líder.

Conforme avanzaban los años lasespeculaciones teóricas de Lysenko seiban extraviando cada vez más. Metidode hoz y coz en su «biología proletaria»negó taxativamente la existencia de losgenes y los puso fuera de la ley. A la

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genética la bautizó como «pseudocienciaburguesa» y «criada del ministerio deGoebbels». Al no existir diferenciasentre el fenotipo y el genotipo unasemilla de trigo podía convertirse en unade cebada, de maíz o de lo que Lysenkoquisiese creando artificialmente lascondiciones adecuadas para que obrasela magia. La propaganda se encargabadel resto anunciando súper cosechas ytodo tipo de maravillas agrícolas, soloposibles gracias al talento del camaradapresidente de la Academia de CienciasAgrícolas.

Lo que este «genio de la UniónSoviética» perpetraba en la biología era

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algo parecido a lo que Stalin estabahaciendo con el propio ser humano.Cambiando el entorno podía alumbrarseuna nueva generación de hombresnuevos, forjados en el socialismo real,dejados del interés propio yconcentrados solo en el colectivo, unejército de trabajadores perfectoslabrados a imagen y semejanza delobrero modelo Stajonov. A partir de1948 el «lysenkoismo» pasó a ser ladoctrina oficial soviética en todo lorelativo a la biología. Desde las alturassu padre y fundador vigilaba para quenadie se saliese ni un milímetro delestrecho carril por donde discurrían sus

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absurdas supercherías pseudocientíficas.El coste para la Unión Soviética fue

altísimo. Los experimentos costaron unsinnúmero de cosechas perdidas y, conellas, la muerte de cientos de miles depersonas. El país se quedó, además, sinbiólogos dignos de tal nombre. Nadie seatrevía a entrar en un terreno minadodonde la disidencia se castigabaduramente. Tras la muerte de Stalin,Lysenko y sus falacias pervivierondurante más de una década prolongandola agonía de la ciencia soviética. Luegocayó en desgracia y murió solo,abandonado por todos, pero sin tenerque responder de ninguno de sus muchos

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crímenes.

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E

La salvación que vinodel aire

N febrero de 1948 lo que quedabade Alemania sobrevivía a duras

penas en un régimen de merasubsistencia. Los que, hasta pocos añosantes, eran amos de toda Europa vivíande la mendicidad. El país estabaocupado militarmente por las cuatropotencias vencedoras de la guerra ysufría una auténtica parálisis económica.Los niños morían de desnutrición y las

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mujeres vendían su cuerpo a losocupantes por un cartón de leche o unpedazo de pan. Nada funcionaba enaquel desdichado país que pagaba ahoracon recargo las deudas que el nazismohabía contraído en su nombre.

Uno de los principales problemas dela Alemania de la inmediata posguerraera la moneda, el Reichsmark, que sehabía seguido utilizando tras el fin de lacontienda. Los que la acuñaban eran lossoviéticos, dueños de la capital, Berlín,y de los restos del banco central. Losmilitares soviéticos se pusieron aimprimir marcos como locos hasta quela moneda se devaluó tanto que fue

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repudiada por la población. En el oestedel país los alemanes de a pieempezaron a usar dólares y librasesterlinas. Pero en el este y, enparticular, en el gran Berlín, sólo existíala posibilidad de sustituir el devaluadomarco por el no menos fiable rublo, demodo que los cigarrillos pasaron aconvertirse en dinero.

Un país que comercia y libra susdeudas con cigarrillos no va a ningunaparte, y eso lo sabían los aliadosoccidentales, empeñados en devolver aAlemania su antiguo esplendor industrialpara que no cayese en las manos delbolchevismo. Los planes de Stalin iban

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por ahí. Enfrentados a tanta necesidad ymiseria, alemanes del este y del oeste notardarían en caer en sus manos. Eso leentregaría toda Alemania en bandeja deplata y pondría las fronteras exterioresde la URSS a unos cientos de kilómetrosde París.

Los británicos se percataron de lajugada y convencieron a sus socios paracrear una nueva moneda respaldada porel plan Marshall que Washingtonacababa de anunciar. Un nuevo marco,el Deutsche Mark, que generaríaconfianza y sería la base de unaeconomía estable y próspera. La nuevamoneda fue creada y se acordó

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introducirla el 21 de mayo de 1948 enlas zonas controladas por EstadosUnidos, Inglaterra y Francia. La UniónSoviética, visiblemente enojada, habíarechazado el ofrecimiento de incorporara su zona temiendo que, con el DeutscheMark y el desarrollo económico quetraería aparejado, sus esfuerzosmilitares se quedasen en agua deborrajas.

Todo parecía ir bien cuando el día18 de aquel mes un tren americano quese dirigía a Berlín con cargamento, fuedetenido y obligado a retroceder por uncontrol militar al entrar en la zonasoviética… A lo largo del día se fueron

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cerrando todas las carreteras y las víasférreas y fluviales de acceso a lacapital. Los sectores occidentales deBerlín quedaban de este modobloqueados. A sus habitantes lesquedaba la posibilidad de comerciarcon sus vecinos del sector soviético,pero eso fue prohibido taxativamente yse interrumpió el suministro de comidade un lado a otro de la ciudad.

Stalin pretendía matar literalmentede hambre a los berlineses del oestepara que se apuntasen voluntariamente alprograma soviético de racionamiento.Así toda la población civil dependeríade él y las fuerzas occidentales tendrían

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que abandonar la ciudad. El generalLucius D. Clay, gobernador de la zonaamericana, envió un memorándumurgente a Washington explicando lanueva e inquietante situación. Rogaba alpresidente Truman sostener el pulsoorganizando un puente aéreo masivo quegarantizase los suministros de la ciudad.Aquella era, por muy descabellada quepareciese, la única posibilidad legal quetenían para mantener su presencia enBerlín. Stalin había cortado lascarreteras y los ferrocarriles porquepodía hacerlo ya que, hasta el momento,no se había firmado acuerdo algunosobre el tránsito a través de la zona

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soviética. Los convoyes aliados pasabande su zona en Alemania occidental a susector en Berlín por un acto de buenavoluntad soviética no porque lesobligase tratado alguno.

Lo que no podían evitar eran losvuelos, para los que sí había un acuerdofirmado en noviembre de 1945 entre lascuatro potencias. Stalin accedió a élporque no consideraba que supusiesenun problema. Por aire se podíatransportar muy poca carga y eramaterialmente imposible alimentar ycalentar a una ciudad de dos millones dehabitantes mediante aviones. Clay sepuso a hacer cálculos y los números que

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le salieron eran para asustar al másoptimista. La ciudad necesitabadiariamente un mínimo de 5000toneladas de suministros, 1500 de lascuales alimentos tales como cereales,tocino, patatas o leche, y el restocombustible, básicamente carbón.

Los aviones de los que disponían enaquel momento, los C-47 Skytrain(versión militar del DC-3) acarreabanalgo más de tres toneladas por viaje, porlo que harían falta miles de vuelosdiarios. Aunque pronto se incorporasenotras aeronaves más capaces, el tamañode la operación estaba muy por encimade todo lo que se había hecho antes en

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materia de transporte aéreo. Pero noquedaba otra opción, o eso o perderBerlín y todo su componente simbólico.La decisión había que tomarla, además,con rapidez porque a la ciudad lequedaban provisiones para unoscuarenta días.

El 24 de junio comenzó el puenteaéreo desde las bases americanas ybritánicas de la Alemania occidental. Laprimera semana fue un fracaso, sóloconsiguieron transportar noventatoneladas, insuficiente para mantener laciudad funcionando y a los berlinesescon vida. Durante las siguientes semanasel tonelaje fue creciendo aunque no

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alcanzaba ni de lejos la cifra de las5000 toneladas al día. En el este loscomunistas hacían chistes y animaban alos berlineses occidentales a pasarse asu lado pidiendo las cartillas soviéticasque, al menos, les garantizaban lobásico. Para colmo de males el 13 deagosto se produjo un aparatosoaccidente en la pista de Tempelhof queobligó a cerrar el aeropuerto.

Parecía todo perdido pero entoncesapareció como caído del cielo unexperto en carga aérea, el generalWilliam Tunner. Reorganizó de arribaabajo todo el puente implantando unsistema integral de carga, despegue,

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aterrizaje y descarga que hizo caerdramáticamente los accidentes ymultiplicó la carga transportada en sólounos días. Se inventó también unefectivo truco propagandísticoordenando que todos los días uno de losaviones se cargase sólo conchocolatinas y caramelos, que dejaríacaer sobre los grupos de niños que searremolinaban junto a la cabecera de lapista de Tempelhof para ver aterrizar alos aviones. Los pequeños terminaronmotejando a ese avión como «el tío delchocolate» y «la chocolatina volante».Este avión repleto de dulces hizo que lasberlinesas, que no sabían como dar de

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comer a sus hijos, mirasen al cielo conuna sonrisa. En una ciudad abarrotadade madres jóvenes aquello fue mano desanto.

Tunner se las ingenió para que uncargamento de diez toneladas de carbónse descargase en sólo diez minutos conun equipo de doce personas, todosalemanes que, motivados por el afán delos aliados, acudían en manada hasta elaeropuerto para colaborar gratuitamenteen las labores de descarga. A finales deagosto se alcanzaron las 5000 toneladasdiarias y Berlín consiguió laautosuficiencia. Los soviéticos,entretanto, redoblaron sus esfuerzos para

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quitarle importancia a un puente aéreoque, según ellos, duraría lo que elverano. Luego, cuando el intratableinvierno berlinés impidiese volar, sushabitantes se las tendrían que ver a solascon el frío y el hambre.

Tunner no se amilanó. Subió laapuesta hasta las 6000 toneladas diariasy buscó por la ciudad prados aptos paraconstruir nuevas pistas. Así nació elaeropuerto de Tegel, hasta hace nomucho el principal de la ciudad,levantado en sólo noventa días porberlinesas que se presentaronvoluntarias. La maquinaria pesadanecesaria para allanar el terreno fue

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desmontada y trasladada por piezas. Elinvierno llegó y aquel año fueespecialmente duro. En noviembre ydiciembre los envíos empezaron a sersemanales. La suerte de Berlín dependíade los frentes fríos que,caprichosamente, provienen siempre delas llanuras rusas.

Enero, sin embargo, fue soleado. Esemes se casi se llega a las 6000 toneladasdiarias, en marzo ya se habían superado.Tan sólo faltaba la traca de fin de fiesta.El 15 de abril, para celebrar el domingode Resurrección, Tunner se propusobatir todos los récords regalando a laciudad 13.000 toneladas de carbón en

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24 horas. En abril se entregaron depromedio unas 7500 toneladas diarias,lo que significaba que ya se transportabapor aire más que por ferrocarril antesdel bloqueo. Stalin, una vez más, habíaperdido.

Las autoridades soviéticas pidieronsentarse a negociar. No podían aguantartanto descrédito. El sector occidentalcomía y se calentaba mejor que eloriental a pesar de llevar un añobloqueado. Sus súbditos hablaban de laproeza americana y comerciaban conchocolatinas y cigarrillos Made in USAque habían llegado por vía aérea hastasus manos. Había que poner fin a la

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sangría. Tras unos acuerdospreliminares la vía férrea fue reabiertael 12 de mayo. Como los aliados no seterminaban de fiar mantuvieron el puenteaéreo hasta el 30 septiembre.

700 aviones de 18 modelosdiferentes habían transportado dosmillones y medio de toneladas dealimentos y combustibles durante 15meses en casi 300.000 vuelos. 25aparatos se estrellaron matando a 71aviadores americanos y británicos. Elcoste total de la operación ascendió alos 224 millones de dólares (unos dosmil millones actuales). A cambio, Berlínsobrevivió a la codicia soviética y sus

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dos millones de habitantes se salvaronde una esclavitud segura.

Pero el fruto más duradero que dejóel bloqueo de Berlín fue el nacimientode la República Federal de Alemania,fundada dos semanas después de queéste tocase a su fin. La nueva Alemaniaadoptó el nuevo marco y se convirtió enun poco más de una década en el paísmás rico y poderoso de Europa. Elbloqueo de su ciudad más emblemáticales enseñó que por la libertad siemprehay que pagar un alto precio, y que antela servidumbre que representa elcomunismo no se debe ceder nunca unpalmo.

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A

El complot de losmédicos

finales de enero de 1952 murió,por causas enteramente naturales,

Khorlogin Choibalsan, un oscuro yfanático comunista mongol que, tras unasucesión de purgas internas, Stalin habíacolocado al frente de la RepúblicaPopular instaurada a sangre fuego en supaís. Cuando la noticia de la muerte deChoilbasan llegó al Kremlin nadie le diomayor importancia. La mala vida y los

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excesos de toda índole provocaban quela esperanza de vida entre los jerarcassoviéticos no fuese demasiado alta.

Iósif Stalin era la excepción a laregla. Pasaba ya cómodamente de lossetenta años, veinticinco de los cualeslos había pasado al frente de la UniónSoviética en una suerte de magistraturavitalicia no muy diferente a la de losantiguos zares. El vozhd estabaachacoso pero mantenía el nervio de losmejores tiempos. De hecho, era enaquellos momentos crepusculares de sureinado cuando estaba matando más ymejor.

Frío como un témpano, insensible

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como un leño, la muerte de sus másallegados no hacía mella alguna en suánimo. Con la de Choibasan se limitó ahacer un inocente comentario ante sucorte de aduladores: «Van muriendo unodetrás de otro… Scherbakov, Zdanov,Dimitrov, Choibalsan… ¡mueren tanrápidamente! Deberíamos cambiar losviejos médicos por otros nuevos».

El silencio se hizo en la sala. Pocoimportaba que muchos de los nombresque había citado de memoria hubiesenmuerto hacía años. Scherbakov, porejemplo, había muerto en el 45 y Zdanoven el 48. Nada vinculaba una muerte conla otra salvo el hecho de la muerte

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misma. Pero no, el miedo que inspirabaKoba era tal que una palabra suya porinocente que fuese constituía la antesaladel terremoto más devastador. Habíanombrado a los médicos y, aunque de unmodo un tanto satírico, había sugerido laposibilidad de cambiarlos. Todostomaron buena nota de lo ocurrido.

Aquel verano del 52 el amo y señorde un tercio del mundo pasó lasvacaciones en su dacha de la soleadaSochi, una localidad balneario a orillasdel mar Negro, no muy lejos de suGeorgia natal. Su aspecto eralamentable. La hipertensión no le dejabavivir, agotaba las veladas fumando y

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bebiendo hasta que, rendido por elsueño y la borrachera, se recogía en suhabitación de donde salía horas mástarde resacoso, blanco como una tiza ycon un humor de perros. Padecíaarterioesclerosis, tenía mareos y apenaspodía concentrarse. Pero no se queríadar por enterado. Él, que había vencidoa todos sus enemigos, se considerabainmortal y eterno, como los emperadoreslocos de la antigua Roma.

A su vuelta a Moscú uno de susmédicos privados, VladimirVinogradov, le sometió a unreconocimiento y le pidióencarecidamente reposo absoluto.

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Debía, durante un tiempo prudencial,abandonar el trabajo diario y retirarse asu dacha de Kuntsevo, en las afueras dela capital, para descansar. Stalin tomó larecomendación del galeno como unaofensa y le destituyó fulminantemente.La caída en desgracia de Vinogradovsorprendió a todos. Era un médico muycompetente por cuyos servicios losdirigentes del Partido se peleaban.

Lo que no sabían los sorprendidoses que una nueva purga acababa de darcomienzo. Ese otoño Mijail Ryumin,secretario del ministro para laSeguridad del Estado, ViktorAbakumov, había hecho llegar un

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informe a Stalin en el que se acusaba degraves negligencias al cardiólogo deChoibalsan, Yakov Etinger, que,casualmente, era el mismo que habíaatendido a Zdanov hasta su muerte. Y nosólo eso, al parecer Ettinger era lacabeza visible de una gran conspiraciónde médicos, todos judíos, que se habríanconjurado para ir eliminando uno a unoa todos los líderes soviéticos con laidea de adueñarse del poder.

Ryumin pretendía con esto hacerméritos y ocupar el puesto de su jefeapelando a lo que más adoraba Stalin:una buena conspiración. El viejo, por suparte tenía otros informes —como el que

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le había hecho llegar la doctora LydiaTimashuk— y otros planes. Quería,aprovechando esa vulgar coartada, haceruna nueva limpia entre los altos cargos.El camino podía aprovecharlo paraenviar algunos mensajes dentro y fuerade casa, especialmente hacia el reciénnacido Estado de Israel, que se habíadesvinculado de la URSS y anudabafirmes alianzas con las potencias deloeste.

Cargar contra los judíos era,además, algo popular en Rusia desdetiempo inmemorial. El 1 de diciembretodo estaba listo para que diesecomienzo el espectáculo. En una reunión

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del Politburó Stalin se dirigió a loscongregados con unas aparentementeincomprensibles palabras: «Todosionista es agente del espionajeamericano. Los nacionalistas judíospiensan que su nación fue salvada porlos Estados Unidos. Los judíos creenque tienen una deuda con ellos. Entre losmédicos hay numerosos sionistas».

Tres días después, ante el Presidiumdel PCUS, insistió en el asunto haciendohincapié en su clarividencia: «Sin mi elpaís estaría ya destruido porque soisincapaces de reconocer a nuestrosenemigos».

Quien quisiera entender, que

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entendiese. La cacería había empezado.El Pravda publicó con gran alarde

tipográfico la noticia de lamegaconspiración que amenazaba a lacúpula soviética. La agencia TASSrecibió órdenes de informar en elextranjero dando los nombres de loscabecillas de la conjura. Entre ellos seencontraba lo más granado de laintelligentsia judía, incluyendo,naturalmente, a los médicos hebreos másfamosos de la capital. Los arrestoscomenzaron de inmediato. Al principiofueron unas pocas decenas que pronto seconvirtieron en centenares.

Los GAZ Pobeda negros de la

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policía secreta iban y venían a todavelocidad por las avenidas moscovitasen un frenético trajín de detenciones. Enenero de 1953 ser judío y médico enMoscú era sinónimo de estar detenido ya expensas de algún comisario sinescrúpulos del NKVD, la temida Cheka,de donde se sólo se salía de dos modos:a hombros en un ataúd o hacinado en untren camino del gulag siberiano.

Se les acusaba de complot paraderrocar al legítimo Gobierno de laURSS. La lista de presuntas víctimashabía crecido desde aquel primeresbozo que Stalin daba un año antes conmotivo de la muerte de Choibalsan.

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Muchos eran militares de alto rango que,aunque vivos y coleando, habíanpadecido las malas prácticas de losdoctores judíos. La prensa bombardeabaa diario con nuevas revelacionescreando un ambiente de antisemitismodigno del más cruel de los pogromoszaristas. La habitualmente comedidaprensa del régimen no escatimabaadjetivos para referirse a losconjurados, a quienes llamaba «bestiasinhumanas», «grupo terrorista»,«saboteadores», «criminales en batablanca» o «banda de médicosenvenenadores».

En un ambiente extremadamente

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caldeado un pequeño artefacto explotóen la embajada de la URSS en Israel.Sin siquiera investigarlo, Stalin ordenóque se cortasen las relacionesdiplomáticas y que Maria Weizmann,hermana del expresidente de Israel yresidente en Moscú, fuese arrestada. Enlos países del bloque del este la cruzadaantijudía se intensificó desatándose unapersecución en toda regla entrecomunidades ya diezmadas por los nazisy de probadísima lealtad al comunismo.

Una vez en el calabozo lo que loscomisarios de la NKVD querían eranconfesiones autoinculpatorias. Pero lasacusaciones eran tan delirantes que los

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detenidos no sabían ni de lo que teníanque inculparse. Para abreviar lostrámites Stalin trasmitió al ministerioque la tortura no sólo era válida, sinoque constituía el mejor de los métodos:«golpeadles hasta la muerte», dijo aRyumin, que se tomó al pie de la letra larecomendación y mató con sus propiasmanos a Yakov Ettinger, autoridadmundial en el campo de la cardiología.

En plena vorágine antisemita Stalindio paso a la siguiente fase de su plan:limpiar por dentro el ministerio para laSeguridad de Estado. Abakumov, jefe deRyumin, fue detenido acusado detraición por no haber visto venir la

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conspiración judía. Después de él habríade venir el todopoderoso Beria,superior inmediato de Abakumov y dequien Stalin sospechaba desde hacíaaños. Mientras el exministro seencontraba sometido a las infamestorturas de la Cheka, el causante de sudesgracia se retiraba a dormir tras unanoche de vodka, tabaco y cine en sudacha. No volvería a despertar. Era 5 demarzo de 1953. La Rusia oficial sesumió en el llanto. La jerarquía,entretanto, paraba en seco el pogromo ycorría un tupido velo sobre el asunto. Elcomplot de los médicos habíaterminado. Nadie, ni en oriente ni en

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occidente (con la honrosa excepción deWinston Churchill), dijo ni pío. Elcomunismo tenía bula para eso y paramucho más.

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L

El jardinero de lafelicidad humana

OS tiranos han sido siempre muydados a mirarse el ombligo y a

forzar a todo el mundo a admirarlos. Poreso lo que hoy llamamos culto a lapersonalidad —expresión extraídadirectamente del marxismo— se ha dadoen todas las civilizaciones, conindependencia de la época y el lugar.

Los antiguos egipcios divinizaron alos faraones, que, más que reyes, eran

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dioses en carne mortal que estaban depaso en la Tierra. En Roma losgobernantes empezaron a investirse dedivinidad tan pronto la antigua repúblicadio paso al Imperio. Incas, aztecas,tibetanos y chinos convirtieron a susgobernantes en algo muy parecido adioses, cuando no directamente endioses. En China la filosofía políticaque prevalecía era la del mandato delCielo, que era muy similar a la que, enEuropa, legitimaba a la monarquía desdeArriba.

Pero, aunque parezca mentira, fuedurante el siglo XX cuando el culto a lapersonalidad alcanzó su máximo

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esplendor, en buena medida gracias a laaparición de nuevas tecnologías ymedios de expresión como la fotografíay el cine y, sobre todo, a la irrupción delos totalitarismos tras la Primera GuerraMundial. Los fascistas, los nazis y losbolcheviques perdieron la cabeza con elculto al líder y a los poderosos. Susaveriadas ideologías llevaban talveneración en el código genético, y losavances técnicos de la época hicieronrealidad sus idólatras ensoñaciones.

El fascismo italiano, como enmuchas de las formas externas delsocialismo, fue el pionero. Mussolini serevistió de una autoridad inspirada en el

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culto de los antiguos césares. Losuniformes, los desfiles, el paso de laoca, los saludos romanos, todo ellomarcó un estilo que los nazis no tardaronen adoptar. Los bolcheviques sedistanciaron ligeramente de la estéticafascista, aunque reforzaron laveneración al mandamás. Lo hicieron yaen tiempos de Lenin, pero como no viviólo suficiente para culminar su obra, fueen la era de Stalin cuando el culto a lapersonalidad llegó a su máximaexpresión.

La locura comenzó con los nombresdel innombrable. Nadie en su sanojuicio se refería a él como Iósif, su

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nombre de pila, sino como Stalin, suapodo revolucionario, que en rusosignifica algo así como «hecho deacero». Los aduladores prontoempezaron a buscarle sobrenombresgrandilocuentes, como Padre de losPueblos, Líder y Maestro de losTrabajadores del Mundo, Titán de laRevolución Mundial, Corifeo de laCiencia, Jardinero de la FelicidadHumana, Brillante Genio de laHumanidad, Gran Arquitecto delComunismo o Sabio Timonel. Seutilizaban unos u otros epítetosgrandiosos dependiendo de la época y laocasión.

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Al principio, el que más le gustabautilizar para ganar legitimidad era el deDiscípulo Predilecto del CamaradaLenin; luego, cuando su poderío se hizoincontestable, prefirió el de Padre de losPueblos, que fue muy utilizado fuera dela URSS después de la Guerra Mundial,o el especialmente cómico AmigoBenevolente de Todos los Niños.

No paró ahí la cosa megalómana.Hasta dieciséis ciudades de variospaíses cambiaron de nombre enhomenaje al líder de acero. La mayor ymás famosa fue Stalingrado, a la que laHistoria luego reservó un papelespecialmente heroico. En Rusia, otras

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tres ciudades fueron estalinizadas:Staliniri, en Osetia del Sur;Stalinogorsk, a orillas del Don, yStalinsk, en la Siberia meridional.Muchas repúblicas soviéticas seapresuraron a honrar al gran hombreregalándole una ciudad: así, Armenia leofrendó Imeni Stalina; Tayikistán,Stalinabad; Ucrania, Stalino, y su paísnatal, Georgia, Stalinisi. Europa delEste no fue ajena a la moda. En 1950 larumana Brasov fue rebautizada OrasulStalin, y la albanesa Kusove comoQyteti Stalin. Al año siguiente elGobierno húngaro emuló a sus vecinosfundando Sztalinvaros. En 1953, cuando

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el Padrecito ya había pasado a mejorvida, los alemanes del Este y lospolacos impusieron su nombre a sendasciudades: en Polonia, Katowice, unavieja ciudad prusiana, pasó a llamarseStalinogrod; en la RDA, el Gobierno deUlbricht le entregó una localidad demenos fuste, fundada de hecho para laocasión, Stalinstadt. Años después, atodas hubo que buscarles nombresmenos comprometidos.

Las cordilleras, en especial lassoviéticas, se llenaron de picos Stalin,algunos en lugares tan distantes delTelón de Acero como la ColumbiaBritánica canadiense, que homenajeó a

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Koba en plena guerra mundial. Todaciudad consagrada al georgiano tenía suparque Stalin y su buena colección deestatuas de los revolucionarios deOctubre. Los fotógrafos inmortalizabanlas inauguraciones en vistosas postalesque luego circulaban de mano en manopor toda la URSS.

Por su parte, los pintores delrealismo socialista retrataron mil vecesla bigotuda y circunspecta estampa deStalin. Los artistas del pincel tuvieronque reescribir a toda prisa la revoluciónpara dar más lustre al papel que habíadesempaño en ella el CamaradaSecretario General. Los murales

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hicieron las veces del casi inexistenteálbum de fotos que compartían Lenin yStalin.

La fotografía era traicionera y pocorecomendable. Por un lado daba unaimagen fidedigna del generalmentelamentable aspecto del líder, y por otroponía en evidencia los inexplicablescambios en el puente de mando. Losfotógrafos del Régimen hacían auténticasvirguerías para quitar de las instantáneasantiguas a los caídos en desgracia.

Pero el padrecito no gustaba de saliracompañado. Le complacía verseretratado como el zar Alejandro III, queera un bigardo ancho y robusto de 1,90

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de estatura. Él, sin embargo, tenía unaspecto macilento y no pasaba de los1,68 metros… con alzas incorporadas enel talón de la bota. El milagro loobraban los pintores y los fotógrafos,que sometían los positivos a elaboradosretoques.

Durante la posguerra, la obsesión dela propaganda por Stalin llegó alparoxismo. Los escritores decían sinrubor que él sólo había ganado a losnazis, y que tenía dotes propias de undios, como la capacidad de ver el futuroy anticiparse a él. El nuevo himnonacional, estrenado en 1944 ensustitución de La Internacional, lo citaba

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en este pasaje: «Stalin nos ha enseñadola lealtad del Pueblo al trabajo. Y nosha inspirado a realizar grandeshazañas».

Después de tanta borracherapersonalista, la verdadera hazaña de losciudadanos soviéticos fue sobrevivirle.El modelo creó escuela, sobre todo enExtremo Oriente, donde lo del mandatodel Cielo no se había terminado desuperar. Mao Zedong y los sucesivostiranos de Corea del Norte copiaronpunto por punto el manual del culto aStalin, desvarío con el que ni el másextraviado de los césares lunáticoshubiese soñado.

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D

El experimento Pitești

E los incontables crímenes que,en nombre del comunismo, se

cometieron en Europa del este, el másdesconcertante de todos fue elperpetrado por la Securitate, la policíapolítica rumana, en la prisión de Piteștientre 1949 y 1952. Fue un experimentomacabro concebido para reeducarmediante la tortura. Y no cualquiertortura, sino un auténtico lavado decerebro que arrebataba a los presos supersonalidad, para introducirlos en un

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delirante inframundo de sufrimientosfísicos y psicológicos hecho a la medidade cualquiera de esos sádicosfanatizados por la ideología que tantohan menudeado siempre por losregímenes totalitarios.

La Rumanía de 1949 tenía todos losingredientes para que una historia deterror como la de Pitești se hicieserealidad. Los comunistas acababan dehacerse con el poder tras expulsar el reyMiguel y proclamar una repúblicapopular que fue extraordinariamenterápida aplicando el manual comunista.En sólo unos meses, los primeros de1948, se colectivizó el campo, se

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nacionalizó la economía y se prohibió eldisenso. Todo un récord, incluso para unpaís tan amigo de los extremos como esy siempre ha sido Rumanía.

La versión local de la NKVD, laSecuritate, nació en agosto. El inventose lo entregaron a Alexandru Nicolschi,un judío de Tiraspol que había ejercidode espía soviético durante la guerra.Nicolschi conocía bien la URSS y losmétodos de la Cheka —en la que habíaalcanzado el rango de coronel—, perono le terminaban de convencer susresultados. La Cheka castigaba condureza ejemplarizante, aún así eraincapaz de reeducar a los disidentes, de

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reconvertirlos en hombres nuevos queperpetuasen el socialismo. La nuevaRumanía habría de levantarse sobre unpaís tradicional, muy religioso y degentes desconfiadas, es decir, sobreunos cimientos demasiado endebles paraun edificio de tan grandes ambiciones.

Como sucedería más tarde con laStasi, los primeros operativos de laSecuritate se nutrieron de antiguosfascistas reconvertidos a toda prisa. Unode los que cambió de camisa en aquellosdías fue Eugen Turcanu, que se despojóde los correajes de la Guardia de Hierrode Corneliu Codreanu y Horia Simapara abrazar con entusiasmo el

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marxismo-leninismo en su varianteestalinista. Turcanu era, además, unsádico de crueldad inaudita dispuesto acualquier cosa para hacer méritos ylabrarse un futuro dentro de larevolución. El hombre ideal en elmomento adecuado.

Nicolschi quería emprender unexperimento muy personal dereeducación de presos que le granjeasebuena prensa interna y le hiciese escalarpuestos en el politburó. Tras obtener lospermisos necesarios trasladó a Turcanua Pitești, un penal a 100 kilómetros deBucarest. Allí el antiguo guardia dehierro se inventó una organización

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fantasma, la ODCC (Organización dePrisioneros con ConviccionesComunistas), compuesta por antiguosmilitantes fascistas que mostrabanpropensión a convertirse en buenoscamaradas del Partido.

La única misión de los presos de laODCC era torturar a sus compañeros depresidio hasta que, machacados física ymoralmente, se uniesen a ellos. Así elgrupo iría creciendo sostenidamente.Cualquier condenado, por muyreincidente que hubiese sido, terminaríapor ablandarse y, lo más importante, sepasaría al otro bando por voluntadpropia. Ese era, en resumidas cuentas, el

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experimento de Nicolschi que llenaríalos pueblos y ciudades rumanas decomunistas puros despojados de todoresabio del orden anterior.

Conseguir que un jovenzuelofascistón proclive a la violencia setransformase en un perfecto comunistaera relativamente sencillo. Es más, paraconseguirlo no hacía falta intimidarledemasiado. En lo teórico comunismo yfascismo son doctrinas hermanas, no escasualidad que el fascismo lo creaseBenito Mussolini un ex militantesocialista. En la práctica se parecencomo dos gotas de agua, por eso lopuentes entre ambos han estado siempre

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tan transitados.El problema aparecía cuando el

preso no era un legionario de Codreanu,sino una persona normal. Turcanu, queno era un bárbaro iletrado como luegose quiso hacer ver, condensó el caminoa seguir en un sucinto manual que teníaque aplicarse coma por coma dentro dePitești. El proceso constaba de cuatrofases, y en ninguna intervenían loscarceleros. La primera se llamaba«desenmascaramiento externo» yconsistía en un larguísimo interrogatoriotrufado de torturas durante el cual el reotenía que contar hasta el detalle másínfimo de su vida privada fuera de la

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prisión.Desnudo por fuera y por dentro, el

preso pasaba a la segunda fase delprograma: el «desenmascaramientointerno». Utilizando el mismo sistemaconvencional de preguntas y torturas, sepedía al prisionero que delatase a todoslos que, dentro de Pitești, le habíantratado bien o habían buscado sucomplicidad. Esto daba lugar a unaretroalimentación continua de lasdepuraciones internas. Si cantaba deplano y satisfactoriamente le pasaban alsiguiente escalón denominado«desenmascaramiento moral público».En este punto del recorrido debía

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renegar mediante insultos contra todoaquello que tuviese por sagrado: sumujer, sus hijos, sus amigos o,directamente, de Dios. En este últimocaso se le obligaba a blasfemarrepetidamente.

A estas alturas del itinerario, elpreso era un guiñapo humano, lleno deheridas, con algún hueso roto,desnutrido y vencido mentalmente porsemanas o meses de tormento. Cuandoya se había convertido en un robotideológicamente intachable tenía queafrontar la prueba más dura, la queseñalaría si su conversión era sincera.La cuarta fase, tras la cual se pasaba a

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militar en la ODCC, se cifraba enconvertir al torturado en torturador. Seordenaba al preso que tomase a uncompañero de celda y le torturase consus propias manos hasta obtener unaconfesión. Si lo conseguía pasaba a serconsiderado uno de los elegidos. Peropara entonces, con toda seguridad, yaera irrecuperable para sociedad, eincluso hasta para sí mismo.

La mayor parte de los quesobrevivían a tan peculiar programa dereeducación por la tortura enloquecían ose suicidaban. Una minoría se convertíaen asesinos natos al servicio de lacausa. El resto perecían víctima de los

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abusos y la violencia desatada de losverdugos que, a un tiempo, eran suspropios compañeros de presidio.

Porque si Pitești desde fueraaparentaba ser una cárcel comocualquier otra, las torturas que sepracticaban en su interior estaban lejosde ser convencionales. Los hombres deTurcanu ensayaron los suplicios másinimaginables. La saña con la que seempleaban en las palizas no se habíavisto nunca. El escritor y supervivienteEugen Magirescu, fue de los que pudocontarlo, y lo hizo en estossobrecogedores términos en susMemorias de Pitești: «Me desnudaron,

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me metieron unos calcetines en la bocacon el mango de una cuchara hasta queempecé a sangrar, me ataron las manospor detrás con una cuerda y los pies conotra cuerda. Lo que siguió no se puededescribir… golpes en la cabeza paraembrutecerme, golpes en la cara paradesfigurarme, miles de golpes en laespalda, debajo de las costillas, en elplexo, en las plantas de los pies.Docenas de desmayos, y así una y otravez durante horas mientras el guardiavigilaba. Me rompieron los huesos, lospulmones y el hígado, todos bailabancalzados sobre mis huesos, sobre mispulmones».

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El tipo de prisioneros que másdespertaban en Turcanu su espírituhomicida eran los cristianos y, enespecial, los seminaristas. Con ellos seempleaba a fondo. Virgil Ierunca,reputado comentarista literario deposguerra y uno de los mayores críticosdel régimen comunista rumano, loconsigna así en El fenómeno de Pitești,la obra capital sobre este genocidiosilencioso: «La imaginación de Turcanuse desataba contra los creyentes que noquerían renegar de Dios. Algunos eran“bautizados” todas las mañanas delsiguiente modo: se les sumergía lacabeza en cubos llenos de orines y

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restos fecales. Para continuarindefinidamente con el suplicio lessacaban la cabeza para que pudiesenrespirar y volvían a hundírsela en aquelmagma. Uno de los “bautizados”, quehabía sido sometido sistemáticamente aesta tortura, adquirió un tic que le duróunos dos meses para gran regocijo delos reeducadores: todas las mañanas ibaél mismo a meter la cabeza en elorinal».

El sistema de Nicolschi erainhumano, precisamente por eso fueacogido con agrado por los jerarcas delPartido, hasta el punto de que elGobierno de Gheorghiu-Dej pensó en

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extenderlo a las obras del canalDanubio-Mar Negro, donde algunos delos fanáticos egresados de Piteștiprestaban servicio como guardianes.Pero entonces sucedió lo impredecible.La prensa occidental, en especialalgunas cadenas de radio como RadioEuropa Libre —donde, por cierto, habíacomenzado a trabajar Virgil Ierunca—,empezaron a hacerse eco de lasatrocidades que se estaban cometiendoen Pitești.

Gheorghiu-Dej, uno de los lacayosmás perfectos que jamás tuvo Stalin,quiso evitarse líos y ordenó en agosto de1952 que se interrumpiese el

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experimento. Se detuvo a Turcanu juntoa veinte de los suyos y se les condenó amuerte en un proceso relámpago. Lajustificación oficial fue la típica de losregímenes comunistas de todos lostiempos: todo se había debido a unainfiltración en la Securitate de agentesimperialistas y elementos fascistasprovenientes de la Guardia de Hierro.

Nicolschi se fue de rositas y fuepremiado con la secretaría general delministerio del Interior. Moriría cuarentaaños más tarde, en 1992, ya en laRumanía post Ceaucescu, justo un díaantes de que tuviese que prestardeclaración ante el fiscal general por

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una denuncia que los familiares de lasvíctimas le habían puesto a cuento de lainfamia de Pitești. Al final tanto él comosus crímenes quedaron impunes. Todauna metáfora del comunismo.

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E

Las tierras vírgenes

L verano de 1953 era el primeroen más de un cuarto de siglo que

los rusos pasaban sin la omnipresentemirada del camarada Stalin. El país,baldado por la guerra y la tiranía delpeor de los dictadores posibles, sufríamúltiples padecimientos. Los cadáveresde las sucesivas purgas, de lasdeportaciones y de los proyectosfaraónicos aún estaban calientes. Nadafuncionaba en la URSS, la segundanación más poderosa del mundo y la más

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extensa del globo, en la que, sinembargo, la gente pasaba hambre y vivíahacinada en edificios antiguos y malmantenidos.

Ese mismo verano Moscú fue un ir yvenir de intrigas. Los pocos deudos quehabía dejado sin purgar el Vozdh seacuchillaron por su túnica. De larefriega salió victorioso NikitaJrushchov, arquetipo de self-made mana la soviética a quien Stalin habíamimado haciendo de él su virreypersonal en Ucrania. Jrushchov, unhombre menudo, simpático y enredador,apenas había asistido cuatro años a unaescuela rural en su primera infancia.

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Pero tenía algo que a otros les faltaba:cierto encanto personal y una granhabilidad para no significarsedemasiado.

Esas cualidades le habían permitidosobrevivir una purga tras otra hastapostularse como el mejor —y acaso elúnico— recambio posible y deseablepara superar la larga noche en la que elnefasto Koba había sumido al imperiobolchevique, antaño dichosa patria delos trabajadores en la que se mirabanlos menesterosos del mundo.

Jrushchov era un comunista de lavieja escuela, pero no estaba loco ni eraespecialmente malvado. Creía en el

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proyecto soviético y en que la genuinasociedad socialista podría algún díaalcanzarse. Pero en aquel año demudanzas el socialismo real no podíapresumir de mucho. Los obrerosberlineses que levantaban la Stalinalleese habían rebelado contra los amossoviéticos y el descontento cundía portoda la Europa del este. Era un aullidosordo cuyos ecos llegaban hasta Moscú,una ciudad inmensa, ajada ydesabastecida, metáfora misma de unpaís exhausto al que le empezaban afaltar las energías revolucionarias.

Lo primero que quiso solucionar elpremier recién ascendido fue la cuestión

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alimenticia. Era intolerable que laURSS, cabeza de medio mundo, pasasehambre. La colectivización de los años30 había conseguido justo lo contrariode lo que perseguían sus promotores. Elgrano cosechado en casa no daba paraalimentar a todos, de modo que,apretando los dientes y comiéndose elorgullo, las autoridades tenían queimportar grano todos los años al ogrocapitalista.

La Unión Soviética era muy grande yen su mayor parte estaba despoblada, asíque, como nadie se planteaba devolverla tierra a los campesinos, la soluciónpasaba necesariamente por roturar

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parcelas en las vacías estepas de Asiacentral para cultivar cereales. Esoliberaría miles de hectáreas de la fértilUcrania, que se dedicarían a laganadería. El plan contemplaba queKazajistán se dedicase al trigo y al arrozy Uzbekistán, una república de climamás cálido, al cultivo de algodón.

Todo iba a ser muy romántico. Nadade deportaciones forzosas como las deBeria que, aparte de ineficaces, habíanproporcionado muy mala prensainternacional a los soviets. Los colonosdel Asia central serían jóvenes rusos yucranianos del oeste, todos militantesdel Komsomol, que acudirían solícitos

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al llamado de la revolución para hacerde la estepa un vergel. Se lanzó unagrandiosa campaña de propaganda,como en los viejos tiempos, adornada defrases grandilocuentes y murales en losque jóvenes fornidos se adueñaban delfuturo a lomos de un moderno tractor.

En 1954 partió la primeraexpedición, 300.000 ilusionadosmilitantes del Komsomol emigraronhacia el este con el cerebro lavado porla propaganda y la idea fija de edificarla sociedad socialista perfecta sobre elabrasador sol de la estepa. En elproyecto, que se dio en llamar«campaña de las tierras vírgenes», se

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invirtieron millones de rublos enmaquinaria y materiales de construcciónpara levantar las aldeas agrícolas dondese alojarían los colonos, el germen devibrantes ciudades como las de la granllanura de Norteamérica.

Junto al ambicioso plan deurbanización, el Gosplan previó laconstrucción de canales y presas quedesviasen agua de los ríos cercanos. Eltrigo no iba a necesitar ese agua, pero síotros cultivos como el algodón o elarroz. Poco importaba que la regiónfuese extremadamente seca y tuviese unecosistema muy delicado, la naturaleza,ese obstáculo absurdo puesto ahí por

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algún dios desalmado, estaba al serviciodel socialismo y tendría que doblegarseante la inquebrantable voluntadbolchevique. De esta manera, la primeravíctima de esta delirante campañafueron los ríos del centro de Asia, quedesaparecieron engullidos en un mar detierras de labor, y el mar de Aral, enaquel entonces el cuarto lago más grandedel mundo. De los ríos se extrajo hastala última gota de agua y el pequeño marinterior fue condenado a desecarselentamente ocasionando la ruina de lapoblación ribereña.

Tanto los ríos como el mar eran«errores de la naturaleza» que se

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interponían entre el socialismo y suprograma, por lo que habrían de sersubsanados. Y lo fueron. El primer planpreveía la roturación de 13 millones dehectáreas, el equivalente a la extensiónde toda Grecia, islas incluidas.Jrushchov, que quería distanciarse delsangriento legado de Stalin en lo tocantea deportaciones y asesinatos en masa, nocambio una sola coma en el espíritusoviético de resultados rápidos queluego pudiesen ser debidamenteamplificados por la propaganda.

Los ingenieros agrícolas enviadospor el Kremlin perpetraron auténticasbarbaridades en el medio natural de la

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región, a la que se consideró unaespecie de salvaje oeste listo para sercolonizado. Pero las estepas kazajas noeran las fértiles llanuras de Kansas. Laprimera cosecha, correspondiente a1954, fue grandiosa, muy por encima delas expectativas. Al año siguiente,alentados por el éxito, los dirigentesampliaron el alcance de las tierrasvírgenes hasta las 30 millones dehectáreas, o, lo que es lo mismo, lasuperficie de Italia.

A más tierra, más producción,pensaron en Moscú con la libretilla decontable en la mano. En 1956 se obtuvouna cosecha record de 62 millones de

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toneladas de grano. El futuro pintabaprometedor para la URSS. Antes de1960 adelantarían a Estados Unidos yluego podrían dar de comer al mundoentero. Entonces, en ese preciso instante,empezó a actuar de un modo implacablela ley de los rendimientos decrecientes.Las cosechas disminuían año tras año.En 1957 cayó un 40% sobre el añoanterior. Pero Jrushchov, convencido deque el pulso con la estepa lo iba a ganar,dobló la apuesta.

Se enviaron nuevos colonos a lasgranjas colectivas y más materialfabricado a toda prisa en las factoríasdel plan quinquenal. Se ordenó la

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roturación de nuevas tierras y seredoblaron los esfuerzos agrariossobrecultivando las parcelas hastaextremos que cualquier agrónomohubiese considerado suicida. En esazona de Kazajistán llueve muy poco, y lohace solo en verano coincidiendo con lacosecha, que se perdía a menudo enplena temporada de lluvias. La tierra,aquella tierra, era para colmo,extremadamente avara. Cada temporadase agotaban tierras que quedabaninservibles. Los secarrales tóxicos,machacados a pesticidas y fertilizantes,originaban frecuentes tormentas de arenaque impedían ver el sol a medio día y

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hacían el aire irrespirable.Los colonos empezaron a frustrarse.

Su nivel de vida era bajísimo, vivían enbarracones, trabajaban de sol a sol unatierra que cada vez daba menos fruto,ayudados por maquinaria escasa quefallaba constantemente y para la que nollegaban repuestos de las fábricasestatales. Por si todo lo anterior nobastaba, el extraordinario esfuerzo querealizaban no revertía en ellos mismos,sino en un ministerio gobernado porburócratas que sólo conocían las tierrasvírgenes por el nombre. El desánimocundió y los rubicundos jóvenes de losmurales propagandísticos, que en

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realidad eran famélicos aldeanos rusostraídos de las provincias más pobres,tiraron la toalla. A partir de 1960 lasautoridades no encontraron la manera dereponer una población que, como lascosechas, decrecía a toda velocidad.

Para atraer colonos, Jrushchovordenó que Akomolinsk, un pequeñoasentamiento kazajo de la llanura, seconvirtiese en capital y centro urbanoprincipal de la región. Se le rebautizócomo Tselinograd (ciudad de las tierrasvírgenes) y se emprendió un planurbanístico de estilo soviético del queaún perduran sus colmenas alineadas enavenidas sin alma. Tselinograd con el

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correr del tiempo terminaría siendo lacapital del Kazajistán independiente conel nombre de Astana, hoy una próspera ypujante ciudad que rivaliza con LasVegas en extravagancia arquitectónica.

Mediada la década de los sesenta lacampaña de las tierras vírgenes se diopor finiquitada. Había sido un fracasocompleto. Millones de hectáreasquedaron arrasadas por la locurasoviética. Jrushchov había perdido elpulso con la estepa y poco despuésperdió también el poder. Todo habíasido un despropósito. La URSS siguióimportando grano de Estados Unidosque, sin necesidad de planes, producía

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cada vez más. Sus granjeros, todospropietarios de la tierra que cultivaban yque, por eso mismo, trataban con mimo,no sabían ni querían saber nada de larevolución. En las tierras vírgenes elsinsentido comunista hincó, una vez más,la rodilla ante el capitalismo, pero en ladesdichada república de los sovietstardarían aún más de tres décadas enreconocer su derrota.

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A

La rebelión de losalbañiles

principios del mes de junio de1953 las fábricas de la

Checoslovaquia comunista se pusieronen huelga. Pero en el paraíso de lostrabajadores estaba prohibido dejar detrabajar, de modo que las huelgasterminaron en agrios enfrentamientosentre la policía y los manifestantes. Enel punto álgido de la revuelta, horasantes de que el Ejército Rojo reprimiese

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con inusitada dureza la asonada, loshuelguistas de la fábrica de Skoda enPilsen forzaron las puertas delayuntamiento y colgaron en el balcón delalcalde la bandera de Estados Unidos.No contentos con eso, la emprendieroncon la numerosa simbología comunistaque inundaba la ciudad.

Hasta ahí podían llegar losmagnánimos ocupantes rusos. Tras elnumerito del ayuntamiento se declaró laley marcial y los tanques soviéticoshicieron acto de presencia ahogando ensangre los anhelos de libertad de loschecoslovacos. Stalin ordenó una purgaintegral en los cuadros del partido

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comunista checo, que tan pronto como eldía siguiente ya tenían explicaciónoficial para lo ocurrido. Los sucesos dePilsen no se debían a la insatisfacciónde los trabajadores, sino a unaprovocación por parte de agentes delimperialismo infiltrados entre la masaobrera, que, por lo que parece, era tontadel bote y reaccionaba como un perritode Pavlov ante cualquier estímulo.

Lo de Pilsen no debería haberpasado de ahí, pero las noticias —especialmente las buenas— viajan agran velocidad. Dos semanas después, a400 kilómetros de Pilsen, los albañilesgermanorientales que levantaban a toda

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prisa los edificios monumentales de laStalinallee (avenida de Stalin) berlinesase bajaron del andamio. Las razoneseran similares a las que, días antes,habían esgrimido sus vecinos checos.Estaban hartos de trabajar cada vez máspor el mismo dinero que, para colmo,perdía valor de un día para otro. Si estoera el socialismo, mejor se quedabancon lo que tenían sus paisanos del sectoroccidental, víctimas de la ley de broncede los salarios que, inexplicablemente,les llenaba el plato de comida, elarmario de ropa y la cuenta corriente demarcos del oeste que todos querían ypara todo valían. El drama de los

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berlineses orientales es que tenían unespejo cercano y muy familiar en el quemirarse.

Nadie, ni el SED (Partido SocialistaUnificado de Alemania), ni lasautoridades de ocupación soviéticas, seesperaba que pasase algo así en elmismo Berlín Este, estandarte de laEuropa comunista. Y mucho menos entrelos obreros de la construcción, flor ynata del orgulloso trabajador socialistaque había tomado, tras siglos deesclavitud, las riendas de su propiodestino. Los albañiles de la Stalinallee,efectivamente, eran socialistas de puraraza, extraídos de los barrios obreros de

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la capital y votantes habituales de lospartidos de izquierda desde los tiemposdel káiser. Nada que ver con loscomerciantes o los granjeros, miserablespequeñoburgueses atados a la propiedady a ideas trasnochadas y ferozmentecontrarrevolucionarias, como el ánimode lucro o la libertad para moverse sinnecesidad de informar previamente alGobierno.

Entonces, ¿por qué los albañiles serebelaban contra el tipo de repúblicaque, al menos sobre el papel, mejordefendía sus ideas? Por algo tan simplecomo las condiciones de trabajo. WalterUlbricht, el caudillo de la Alemania

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Oriental, quería terminar a toda prisa lasobras de la Stalinallee —levantadasobre las ruinas de la decimonónicaFrankfurter Allee— para ofrendársela asus amos soviéticos como gesto desumisión. Para ello decretó cuotaslaborales extraordinarias que, en el casode los albañiles, suponían un 10% decarga de trabajo extra por el mismosalario librado en devaluados marcosorientales. Había que construir elsocialismo y todos debían esforzarse,empezando por los albañiles de unaavenida tan emblemática como aquella.

La revuelta duró dos días, el 16 y el17 de junio. Durante el primero los

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albañiles, unos 10.000, se dirigieron enmanifestación hasta la sede del SED, ungran complejo gubernamental en laLeipziger Strasse que, hasta 1945, habíasido el cuartel general de HermannGöring y su Luftwaffe. Montaron allí unpiquete exigiendo a gritos que saliesenlos jerarcas del régimen, WalterUlbricht, Wilhelm Pieck y OttoGrotewohl, a darles una explicación. Nosalió ninguno de los tres, pero, presosde la estupefacción por lo que estabaocurriendo en la calle, enviaron a unjoven ministro, Fritz Selbmann, para quesoltase un mitin a los enfurecidosalbañiles.

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Selbmann apeló, como buencomunista, a la solidaridad política y lesprometió que revisarían las cuotaslaborales convirtiéndolas en voluntarias.En el socialismo real la palabravoluntario significa que, si no lo haces,el aparato del Estado caerá sobre ti ysobre tu familia. Los albañiles ya habíanaprendido una lección tan básica yabuchearon a Selbmann, que tuvo queregresar atemorizado al interior deledificio. La manifestación se dirigióentonces a la Alexanderplatz, donde loscabecillas convocaron una huelgageneral para toda Alemania Oriental aldía siguiente. Para informar a toda la

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ciudad, se dividieron en dos grupos, unose dirigió a los barrios obreros deLichtenberg y Hellersdorf mientras otroenfiló la inacabada Stalinallee hacia eldistrito de Friedrichshain. Confiados,tomaron una furgoneta con megáfonoscon la que el Gobierno solía hacerpropaganda por las calles y recorrieroncon ella parte de la ciudad. Alanochecer la dejaron aparcada en unlugar visible para que las autoridades larecuperasen intacta. Sí, intacta, en fin,eran alemanes.

Todas las alarmas sonaron enMoscú. Si no acababan con la rebeliónde los plebeyos, Estados Unidos podría

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interceder a su favor y tratar deconvertir Berlín en algo parecido a unaciudad libre administrada por el mandoaliado. Y por libre había que entenderlibre, es decir, capitalista. Desde elKremlin se transmitió la orden de quehabía que acabar con aquello de unmodo tajante. Dicho y hecho. Al díasiguiente todo estaba preparado. De unlado los soviéticos con sus tanquesdebidamente artillados, del otro losobreros con sus pancartas. A primerahora de la mañana la multitud tomóUnter den Linden en una granmanifestación cuyo punto final era laPuerta de Brandenburgo. Otro grupo se

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dirigió a la Potsdamer Platz, dondeasaltó una comisaría de la Volkspolizei(policía del pueblo o vopo) arrojandopor la ventana los expedientes de laStasi. A media mañana la situación sesalió de madre. Los manifestantesempezaron a entonar la tercera estrofad e l Deutschland über alles, elegidarecientemente como himno de laAlemania Occidental. Unos jóvenes seencaramaron a la Puerta deBrandenburgo y arrancaron la banderaroja de la Unión Soviética que allíondeaba desde la conquista de Berlín.Hecho esto se pusieron a gritar comolocos «¡queremos pan, queremos

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libertad!», justo lo que los comunistasles habían hurtado. Aquello erademasiado y más cuando todo elespectáculo se estaba ofreciendo enprimera línea para regocijo de susenemigos. Los soldados fronterizosamericanos asistían boquiabiertos a lafunción. En previsión de lo peor elmando occidental ordenó apoyar a losrebeldes prestándoles protección segúncruzasen la línea. Los berlineses deloeste, por su parte, animaban a susvecinos o se sumaban alegremente a laalgarada.

El sanguinario Lavrenti Beria, quese había desplazado ex profeso desde

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Moscú, declaró el estado de excepción ydio órdenes de abrir fuego a discreción.Nadie se iba a salvar. Tras caer losprimeros, la masa huyó despavorida porlas calles. Lejos de dejarlos marchar,los soldados rusos y los agentes de lapolicía del pueblo tenían órdenes dedisparar a matar y por la espalda. Asímurió el niño Rudi Schwander, de untiro en la nuca cuando corría hacía elsector occidental huyendo de los vopos.La matanza fue espantosa. Al caer latarde cerca de 500 cadáveres tapizabanlas calles del Berlín comunista. Otros100 morirían fusilados en las semanassiguientes acusados de sedición. Hubo

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casi 2000 heridos y más de 5000detenidos, 1200 de los cuales fueroncondenados a trabajos forzados en ungulag. 18 soldados soviéticos fueronjuzgados y ejecutados por negarse adisparar a civiles indefensos. Lasrevuelta de Berlín se contagió por todoel país ocasionando una auténticarevolución obrera en la que participaronmedio millón de personas y que se saldócon más de 2000 muertos.

Mientras todo esto ocurría, eldramaturgo Bertolt Brecht, niño mimadode la izquierda occidental, apoyabadesde su lujoso apartamento berlinés larepresión a los albañiles. El paraíso

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socialista tenía un coste perfectamenteamortizable en aras de un futuro dichosoe igualitario. El 21 de junio, cuatro díasdespués de la masacre, se reunió elpolitburó del SED para analizar loocurrido. Veredicto: todo había sidoobra de «agentes imperialistas ybandidos fascistas» que actuabaninstigados por Eisenhower y por la«marioneta de Bonn», apelativo quereservaban para Konrad Adenauer,canciller de la RFA.

El renano denunció en todos losforos internacionales la salvajerepresión soviética y declaró el 17 dejunio fiesta nacional de la Alemania

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libre. Para que no se olvidase nuncaaquella jornada heroica, el ayuntamientode Berlín occidental cambió el nombre auna de las principales avenidas de laciudad, la Charlottenburger Chaussee,por el de Strasse des 17 Juni, que escomo se sigue llamado hoy. Mide cuatrokilómetros, atraviesa el centro deBerlín, la columna de la Victoria, elTiergarten y va a morir a los pies de laPuerta del Brandenburgo, el mismo lugardonde, hace sesenta años, la «repúblicade los trabajadores» asesinó por laespalda a sus propios obreros.

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A

El sueño húngaro

finales de 1945 Hungría celebróelecciones generales. El país

acababa de salir de una breve perointensa ocupación nazi y se encontrabaen esos momentos ocupado por tropassoviéticas. El recuerdo de la guerraestaba aún caliente y las labores dereconstrucción no habían hecho sinoempezar. Stalin, que gozaba de máspoder del que nunca hubiera soñado,quería imponer Gobiernos títeres en lospaíses ocupados, pero no podía hacerlo

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por las bravas. Tampoco podía esperara que se diesen las «condicionesobjetivas para la revolución». Esohubiera sido un suicidio. En la Europadel este había países comoChecoslovaquia, Hungría e inclusoPolonia que, en lo referente a desarrolloindustrial, no tenían nada que envidiar alas potencias occidentales.

En estos países más allá del telón deacero había que hilar fino permitiendoelecciones al estilo de las democraciasburguesas. Los comunistas locales,debidamente dirigidos desde el Kremlin,se encargarían de tejer alianzas deconcentración nacional para valerse de

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sus votos y así entrar en el Gobierno.Luego, una vez dentro, darían el golpede gracia a los sistemas parlamentarios.

Este esquema de actuación sereprodujo en Hungría con precisión derelojero. En las elecciones denoviembre de 1945 los comunistas delPCH quedaron como tercera fuerza másvotada. Obtuvieron 70 escaños frente alos 245 del Partido de los PequeñosPropietarios. La mayoría era tanabrumadora que hacía innecesariopactar con los comunistas, pero éstos nose dieron por vencidos. Su líder, MatyasRakosi ideó la llamada «táctica delsalami», consistente en ir apoderándose

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del resto de partidos al modo de lasrodajas de salami. Contaban, además,con el apoyo del alto mando soviético,que disponía de un ejército enteroacantonado en el país. Algo muy útilpara desgastar a conciencia al partido enel poder.

Dos años más tarde volvieron aconvocarse elecciones. Los comunistasvencieron, pero sólo con 100 escaños yel 22% de los votos. Esto forzó unGobierno de coalición en el que LaszloRajk, un curtido dirigente comunistahúngaro que había sido primerobrigadista en España y luego partisanoantinazi durante la guerra, se hizo con el

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ministerio de Interior. Con la policía ensus manos, Hungría se precipitó sobre ladictadura en cuestión de meses. ElPartido de los Pequeños propietarios fuediezmado y el resto del partidos, tácticadel salami mediante, borrados del mapa.

En 1948 la principal y única fuerzade oposición al protorégimen comunistaera la Iglesia Católica. A Rajk no letembló el pulso. Arrestó al cardenalJózsef Mindszenty y lo procesóacusándole de traición, conspiración yofensas al Gobierno. Fue condenado acadena perpetua en un juicio farsa en elque le obligaron a confesar disparatessin sentido, como que planeaba

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reinstaurar la monarquía austrohúngaraen la persona de Otto de Habsburgo paraluego hacerse con el poder tras provocarla tercera guerra mundial.

El proceso a Mindszenty fue solo uninocente preludio de lo que aguardaba alos húngaros bajo la égida comunista.Entre 1948 y 1953 se desató una ferozpersecución sin tregua hacia todo lo querepresentase una amenaza para elrégimen. Más de 800.000 personasfueron detenidas y condenadas, una cifrasignificativa en un país de sólo nuevemillones de habitantes. La sañapurificadora de los comunistas húngarosno conocía límites. A finales de 1949

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una gran purga se abatió sobre la cúpuladel Partido. Rajk fue acusado de espiarpara el Gobierno yugoslavo ycondenado a muerte. Igual suertecorrieron los históricos Tibor Szönyi,Andras Szalai y un grupo de oficialesdel Ejército.

La máquina de triturar carne eraincansable. Para mantenerla enfuncionamiento Matyas Rakosi,secretario general del Partido y, defacto, presidente de Hungría, contabacon un arma persuasiva y poderosa: elÁVH, acrónimo de ÁllamvédelmiHatóság (Autoridad de Protección delEstado). El ÁVH había sido creado a

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imagen y semejanza de la Chekasoviética y se valía de los mismosmétodos. Requería, asimismo, unaingente dotación de recursos, tantoeconómicos como humanos. En el puntoálgido de las purgas la ÁVH llegó acontar con cerca de un millón depersonas a su servicio entre agentes,colaboradores directos e informadores.

El húngaro de a pie, sin embargo, nosufría tanto los desmanes de la policíapolítica como los de la colectivizaciónforzosa y la planificación enquinquenios que imitaba el modelosoviético. El nivel de vida cayódramáticamente y aparecieron cartillas

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de racionamiento de productos básicos.Los campesinos, en su mayor partepequeños propietarios como los kulaksucranianos que Stalin había exterminadoen los años treinta, protestaban airados.Los rebeldes eran castigados sinmiramientos. La ÁVH se enteraba detodo y sabía de antemano contra quiendirigir su ira.

El Partido tenía, por añadidura,necesidad de espacio físico pararecolocar a sus mandos en las ciudades.Decenas de miles de húngaros fueronsacados a la fuerza de sus casas paraentregárselas luego a gente del Partido.Los infelices eran deportados a granjas

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colectivas o, en el peor de los casos, acampos de concentración en la URSS.En Budapest en solo un año fuerondesalojadas 26.000 personas.

Rakosi, el amo indiscutible del país,gozaba de la amistad de Stalin gracias alos años que había pasado en Moscúdurante la guerra, años que invirtió,entre otras cosas, en presidir laComintern. Esa protección le hacíainvulnerable. Pero Stalin murió en 1953.La guarida del ogro tembló, sussucesores, con Nikita Jruschov a lacabeza, le culparon de todos los males yemprendieron el largo y embarazosoproceso de desestalinización, que

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llegaría a Hungría en el verano del 56.A los comunistas húngaros, deseosos

siempre de estar a buenas con suspatronos, no les hizo falta mucho más.Sacaron a Rakosi de la secretaríageneral y lo enviaron a la UniónSoviética. La revolución siempre y entodo lugar y circunstancia devora a suspropios hijos, con especial predilecciónpor los más obedientes y entregados a lacausa.

El fin del opresivo Gobierno deRakosi dejó al descubierto undescontento social creciente. Nadie enHungría, a excepción de los propioscomunistas, quería seguir el camino

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marcado por el Partido. Tenían dondemirarse. La vecina Austria habíaconseguido esquivar el yugo soviéticoapelando a la neutralidad. Hungría nomerecía menos. Los estudiantes sereunían en los llamados Círculos Petöfi,grupos clandestinos de discusiónpolítica que cobraron gran actividaddurante el otoño. Al Partido, lideradoahora por Ernö Gerö, antiguo agente dela NKVD y veterano de la guerra deEspaña, los acontecimientos se le ibande las manos.

En octubre los estudiantes de laUniversidad Técnica de Budapestelaboraron un programa de reformas y lo

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hicieron público. Constaba de dieciséispuntos entre los que se incluían la salidade las tropas soviéticas, la celebraciónde elecciones libres, la recuperación delderecho a huelga y la constitución de unnuevo Gobierno presidido por ImreNagy, un comunista moderado caído endesgracia durante el mandato de Rakosi.Esto ocurría el 22 de octubre. La olla apresión estaba a punto de estallar. Lohizo al día siguiente, tras un discurso deGerö que condenaba enérgicamente elprograma de los dieciséis puntos.

Ese día unas 20.000 personas seecharon a la calle para protestar contrael Gobierno. La rebelión ya tenía caras,

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que se mostraban abiertamente enpúblico leyendo el manifiesto estudiantily portando banderas húngaras a las queles habían recortado el escudocomunista, impuesto años antes porórdenes de Rakosi. Los manifestantescantaban el Nemzeti dal (canciónnacional), un poema romántico quehabía compuesto el poeta Sándor Petöfidurante la revolución de 1848. Suestribillo («Juramos que nunca másvolveremos a ser esclavos») se empezóa oír por toda la ciudad para sorpresa delos transeúntes y pavor de los policías.

La manifestación cogió mucha másfuerza de la esperada y empezó a

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moverse por el centro de Budapest. Sudestino era la estatua de Stalin queRakosi había levantado en una céntricaplaza. Para hacer espacio a la estatua,de más de nueve metros de alto, elGobierno había demolido una viejaiglesia. Los revoltosos echaron unacuerda al cuello de la estatua y la tiraronabajo, luego se dirigieron hacia RadioBudapest para leer desde allí susreclamaciones.

En la radio se produjeron losprimeros enfrentamientos armados.Agentes de la ÁVH se dispusieron a laentrada del edificio y dispararon contralos manifestantes ocasionando la muerte

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de varias decenas. La estampida, enlugar de servir de revulsivo y pacificarla ciudad, actuó como la espoleta de unabomba. Los manifestantes metieronfuego a los coches de policía, asaltaroncuarteles y se hicieron con armas, quedistribuyeron luego entre los suyos.

De madrugada el Gobierno estaba enjaque. Esa noche un alarmado Gerösolicitó al mando soviético queinterviniese militarmente para restaurarel orden. La intervención, aprobadapersonalmente por el ministro deDefensa soviético, comenzó a las dos dela mañana. El 24 de octubre Budapestera una ciudad tomada. Frente al

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Parlamento, en los puentes sobre elDanubio y en las carreteras de acceso ala capital se situaron unidades militaressoviéticas armadas hasta los dientes. Elplan de los rusos era evitar que losdisidentes se hiciesen con los edificiosclave y que la sublevación se extendiesea otras partes del país, dejando larepresión propiamente dicha a lasautoridades húngaras.

El movimiento, sin embargo, era yaincontenible. El día 25 francotiradoresde la ÁVH se colocaron en las azoteas,desde donde abatían a todo el que veíancon una pancarta o una bandera con elescudo recortado. Pero los rebeldes

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estaban armados desde la noche anteriory respondían a los disparos cuando nohostigaban a las partidas de agentes dela ÁVH. Los manifestantes del díaanterior ya se habían transformado enpartisanos. Los efectivos del Ejércitohúngaro, además, eran reacios aintervenir. Eran simples soldados sinideologizar que, en el fondo,simpatizaban cuando no compartían losmotivos de la protesta.

La ÁVH por si sola no podíacontener aquel fervor popular que seextendía como una mancha de aceite noya por Budapest, sino por todas lasciudades de Hungría. El Gobierno entró

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en pánico. Gerö huyó precipitadamente ala Unión Soviética y el Partido nombró aImre Nagy como secretario general en unpostrer esfuerzo por aplacar a losinsurrectos. Pero ya era tarde. Larevuelta había adquirido velocidad decrucero y voluntad propia. Para más inriNagy les había salido respondón a lossoviéticos. Anunció su intención deabandonar el Pacto de Varsovia paraadquirir un estatus internacionalparecido al de Austria, al tiempo queclausuraba la ÁVH y solicitaba a lossoviéticos que sacasen sus tropas deBudapest. Nagy, a quien Jruschov habíacreído un reformador sin demasiado

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recorrido práctico, se revelaba de estemodo como un auténticocontrarrevolucionario.

Los rebeldes entendieron el mensajede Nagy y se lanzaron a por todas. Losagentes de la ÁVH pasaron deperseguidores a perseguidos. En elcampo milicias reclutadas a toda prisaentre los pueblerinos asediaban sussedes y fusilaban a los odiadosmiembros de la policía política. Lossímbolos de la dictadura comunistafueron destruidos y los librosideológicos que el régimen obligaba aleer en las escuelas quemados en piraspúblicas.

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El primero de noviembre el cambiose materializaba en la liberación delcardenal Mindszenty, condenado aprisión de por vida siete años antes. Lalibertad era real, y así lo veía la prensa,que no tardó en especular a placer conel futuro político del país. Se veían yacomo Austria, una pequeña república enel corazón de Europa que prosperaba aojos vista gracias a su economía abiertay su democracia de corte liberal. Otrotanto sucedía con los alemanes deloeste, herederos de un país devastadopor la guerra y el nazismo que, sinembargo y contra todo pronóstico,producía más que nunca y empezaba a

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atraer emigrantes de otras partes deEuropa.

Pero el sueño húngaro de libertad notardaría en convertirse en pesadilla.Occidente estaba a otras cosas, a lacrisis de Suez, por ejemplo, y la guerrafría había entrado en una nueva fase araíz de la muerte de Stalin. La línea dedemarcación entre el mundo libre y elcomunista estaba fijada ya y no tenía porqué moverse. Para desgracia de loshúngaros su país caía del ladocomunista. Nadie movería un dedodesde fuera para evitar que el EjércitoRojo recondujese la situación del únicomodo que sabía hacerlo: matando.

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El mismo día que Nagy anunciabalas reformas, Jruschov, visiblementepreocupado, iniciaba una gira por lospaíses del este. Se reunió primero con elpolaco Gomulka y luego con los líderesde Rumanía, Checoslovaquia y Bulgariaen un encuentro en Bucarest. Para cerrarla ronda viajó hasta Yugoslavia, dondefue recibido por Tito en su isla privadadel Adriático. La suerte de lacontrarrevolución húngara estabaechada.

El 3 de noviembre Nagy envió a suministro Pál Maléter al cuartel generaldel Ejército Rojo en Hungría paranegociar las condiciones de la retirada.

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Los rusos disimularon recibiendocortésmente al emisario. Los órdenes deMoscú eran atacar de madrugada paracoger desprevenidos a los rebeldes. Amedianoche Maléter fue detenido juntocon toda su comitiva por indicación deIvan Serov, jefe de la KGB. Dos horasdespués comenzó la denominada«Operación Torbellino», al mando delmariscal Ivan Konev.

Un total de diecisiete divisiones delEjército soviético se desparramaron portodo el país. Era la mayor operaciónmilitar desde la guerra mundial.Jruschov quiso que el despliegue fuesede tal magnitud que a los húngaros no

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les quedase otra opción que deponer lasarmas de inmediato. Las tropassoviéticas penetraron en Budapest yocuparon todos los centros de poder. Laradio dejó de emitir a las ocho de lamañana, el Parlamento fue tomado pocodespués. Nagy tuvo que abandonarcualquier esperanza de resistir. Envió unmensaje a la nación y buscó refugio enla embajada de Yugoslavia. No estabaal tanto, evidentemente, de que Titoconocía y apoyaba aquella intervenciónarmada. El cardenal Mindszenty fue máslisto. Desconfiando de los paísesvecinos pidió asilo en la legacióndiplomática de Estados Unidos, que le

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abrió sus puertas y le acogió comorefugiado. Pasaría allí los siguientesquince años de su vida, hasta 1971,cuando, tras una negociación con elVaticano, el anciano cardenal fueautorizado a trasladarse a Viena, dondemoriría en 1975.

Los que no pudieron refugiarse enningún sitio fueron los húngaros, cuyarevuelta democrática fue aplastada sinpiedad por los tanques soviéticos.Durante los combates callejerosmurieron alrededor de 3000 personas yotras 20.000 fueron heridas. Luegosobrevino la peor parte, la represiónpolítica, que se cebó a modo entre los

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que se habían atrevido a plantar cara almonstruo. Unos 100.000 húngaros fuerondetenidos. Otros 200.000, sabiendo loque les esperaba, huyeron del país através de los bosques fronterizos conAustria.

A las detenciones le sucedieron losinterrogatorios, las torturas, los juicios ylas condenas. Las cárceles, vaciadasdías antes, se llenaron de presospolíticos. Eso los que tuvieron suerte. Alos cabecillas de la revuelta lesesperaba la muerte o la deportación algulag siberiano. Imre Nagy, entregadopor las autoridades yugoslavas, fuejuzgado y condenado a morir en la

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horca. Jruschov quería dar un castigoejemplar para que la aventura no sereprodujese en otros países del bloquesocialista, se trataba, por utilizar suspropias palabras, de «dar una lección alresto de líderes socialistas».

El juicio y la ejecución de Nagy sellevaron con el mayor de los secretos.Los soviéticos no querían que sereavivasen las ascuas casi apagadas dellevantamiento. El ahorcamiento tuvolugar en la cárcel pero el nuevoGobierno, presidido por János Kádár,tenía miedo de sacar el cadáver de allí yentregárselo a sus familiares para que loenterrasen. Temía que su tumba se

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convirtiese en un centro deperegrinación, así que ordenó que elcuerpo sin vida del ex presidente fueseemparedado en el interior de un muro dela prisión. Todo era secreto, pero lospresos lo sabían y se encargaron depropagar la historia, transmutada prontoen una leyenda que hizo de aquellacárcel un lugar maldito.

Años más tarde el Gobierno decidiósacar los restos de Nagy de suconfinamiento vertical y mandó que lediesen sepultura en el cementeriopúblico de Budapest, pero bajo unnombre falso. El entierro de Nagy fuetan disparatado como todo en la Hungría

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comunista. Temerosos de sacar el ataúda la calle y que fuese reconocido por lagente, le enterraron de noche evitandopasar el féretro por la puerta principal.Los policías auparon el ataúd porencima de la tapia y se encargaron deenterrarlo personalmente para que losempleados del cementerio nuncasupiesen donde estaba enterrado.

Mientras los restos de Nagypermanecían en el más absoluto secretoyendo de aquí para allá, Hungría sesumía de nuevo en la noche delcomunismo. Occidente, para variar, nohizo nada, al menos sus Gobiernos. Larevista Time homenajeó aquel año a los

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insurrectos húngaros nombrándoles«hombre del año» bajo el epígrafe «losluchadores húngaros por la libertad».Una libertad que no pudo ser.

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A

Sin Dios pero con amo

L comenzar la segunda guerramundial, Albania era el mayor

crisol religioso de toda Europa. En unespacio muy reducido (Albania esincluso más pequeña que Galicia)coexistían tres religiones distintas: elIslam, el cristianismo ortodoxo y elcatolicismo. Era un país rural, religiosoy de tradiciones centenarias. De todoslos Balcanes aquel era el lugar donderaíces más profundas había echado elImperio Otomano y, especialmente, la fe

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del sultán. El 70% de la población eramusulmana, el 20% ortodoxa y el 10%católica.

Pero todo iba a cambiarradicalmente en el curso de unos pocosaños. El Partido Comunista de Albania,liderado por el joven partisano EnverHoxha, se hizo con el poder ennoviembre de 1944. Hoxha, a diferenciade otros próceres comunistas del este,no era un triste burócrata que habíaesperado su oportunidad en algunacovachuela perdida de Moscú. Era unhombre de acción que se había echadoal monte fusil al hombro acaudillandopartidas de guerrilleros durante las

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ocupaciones consecutivas de losfascistas italianos primero y los nazisdespués. Eso le había convertido en unpersonaje muy popular entre losalbaneses de toda condición. Alterminar la guerra era quizá el mejorsituado de entre todos sus compatriotaspara reconstruir Albania.

Hoxha, sin embargo, era algo másque un simple guerrillero. Durante laguerra, aparte de fotografiarse vestidode partisano en medio del campo, habíafundado el Partido Comunista y se habíarevelado como un consumadoorganizador interno. Tras la liberaciónconvocó unas elecciones a las que sólo

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concurrió un partido, el suyo, queobtuvo, como era de esperar, unamayoría aplastante. A partir de ahí seconvirtió, no ya en el hombre fuerte,sino en el único hombre de Albania.Hasta su muerte en 1985 todo pasaríapor sus manos.

Albania tenía la peculiaridad de serextremadamente pequeña y de estarescondida en uno de esos ángulos ciegosque tiene el continente europeo. Era elpaís idóneo para hacer experimentos.Hoxha, que años antes había declaradosu fe inquebrantable en el marxismo-leninismo y en la figura providencial deStalin, sería el encargado de realizarlos.

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Lo primero que hizo nada más llegar fueproclamar una reforma agraria radicalque se cifraba en la expropiaciónforzosa y sin compensación de todas laspropiedades del país. Aquello, por muyradical que les pareciese a losextranjeros, era sólo la antesala de loque habría de venir.

Hoxha, musulmán de nacimiento,había apostatado y consideraba elateísmo como una religión en sí mismaque tenía la obligación moral deimponer a todos los demás. Así, supropia experiencia personal, quisoaplicarla a Albania entera, que pasaría aser el primer Estado oficialmente ateo

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del mundo. El problema es que su paísera muy variado desde el punto de vistareligioso. No bastaba, como habíasucedido en las repúblicas vecinas, consometer a la religión local, elcomunismo albanés tenía que eliminartres confesiones y, lo que era aún másambicioso, conseguir que suscompatriotas se olvidasen para siemprede ellas.

La primera víctima del hoxhaísmofue la Iglesia Católica, a la queconsideraba un elemento extranjeroincrustado dentro de Albania. En 1946los católicos no albaneses —casi todositalianos— fueron expulsados del país.

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Las iglesias y los monasterios fueronclausuradas por decreto y su obra social(escuelas, comedores, casas deacogida…) nacionalizadas. En el lapsode unos meses el catolicismodesapareció de Albania tras dosmilenios de presencia interrumpida enaquellas tierras. Celebrar cultos erailegal y quienes se atreviesen a hacerloenfrentaban penas de cárcel. Lapersecución de los católicos fueimplacable. Los fieles se ocultaban oapostataban en público, pero lajerarquía y los religiosos no lo teníantan fácil y hubieron de enfrentar lasconsecuencias de su condición.

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El arzobispo de Durazzo, VincentPrendushi, fue detenido y condenado atrabajos forzados. Moriría pocodespués, probablemente a causa de lastorturas a las que le sometían en elcampo. El de Scutari, Gaspar Thaci,murió a manos de la policía política.Otros dos obispos fueron fusilados juntocientos de religiosos exclaustrados a lafuerza. A mediados de 1948 la campañaanticatólica de Hoxha había alcanzadotales extremos que un respetado juristamusulmán, Mustafá Pipa, salió endefensa de los monjes franciscanos queestaban siendo masacrados. Al régimenno le tembló la mano, terminó con lo que

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quedaba de la orden de San Franciscode Asís y luego ordenó la ejecución dePipa.

Mientras los católicos caían,musulmanes y ortodoxos pensaron que,al ser el catolicismo una iglesia queobedecía a poderes extranjeros, ellos,como religiones nacionales, estaríanmás o menos a salvo si conseguíanllegar a algún tipo de acuerdo mínimocon el Gobierno comunista que lesgarantizase la existencia. Seequivocaban. Las órdenes de Hoxhaeran terminantes. Había que «fortalecerentre los trabajadores la perspectivamaterialista y científica del mundo y

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extender la cultura socialista entre lasmasas». Eso significaba que la religión,ninguna religión, tenía cabida en lanueva Albania.

En 1949 el Gobierno emitió undecreto por el cual tanto los musulmanescomo los cristianos ortodoxos debíanjurar lealtad al Partido Comunista. Alaño siguiente se aprobaron estatutospara ambas confesiones que rebajan elpapel de popes e imanes al de simplesadministradores de la extrema unciónentre los ancianos moribundos de lasaldeas. Todas las escuelas fueronestatalizadas y se empezó a mirar mal aquien acudía a Misa los domingos o a la

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mezquita los viernes. En el Partido sólopodía entrar quien demostrase ateísmomilitante, una causa que se convirtió eningrediente imprescindible paraprosperar en la republica popular deAlbania, uno de los regímenescomunistas más cerrados del mundo.

La primera consecuencia fue que, enlas ciudades, las manifestacionesreligiosas desaparecieron de la vidacotidiana. Los comunistas se las veíanmuy felices. En 1955, una décadadespués del asalto al poder, mostrabansu convicción de que el sentimientoreligioso iría sucumbiendo por purainercia. Pero no, la religión se resistía a

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morir. Se había esfumado de lasuperficie pero permanecía en lascatacumbas, en las casas particularesdonde se celebraban misas clandestinasy, sobre todo, en el medio rural. LaAlbania socialista no era la Arcadiaprometida por los comunistas. Lapoblación pasaba hambre y privacioneslo que, unido al angustioso control queel Partido ejercía sobre la sociedadcivil, transformó las capillas ymezquitas en auténticos remansos de pazy libertad. Tal vez la religión era, comohabía dicho Marx, el opio del pueblo,pero en el caso albanés era un opio muyliberador para sus esclavizados

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habitantes.En los años 60 Hoxha rompió con la

Unión Soviética, a la que acusaba derevisionista y de traicionar la esencia dela revolución bolchevique. El líder uniólos destinos del país a la China de MaoZedong, que acababa de anunciar elcomienzo de la llamada RevoluciónCultural, un giro de tuerca auspiciadopor el gran timonel que buscabaprofundizar en el comunismo arrancandodel cuerpo social todo elemento de lacultura tradicional. La versión albanesade la revolución cultural se tradujo en laprohibición expresa de todo cultoreligioso.

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Hoxha bautizó la iniciativa como«ateísmo de Estado». En noviembre de1967 se prohibieron la literatura y losobjetos religiosos. Tener una Biblia, unCorán, un crucifijo o un rosario eramotivo de detención, proceso y,posiblemente, deportación inmediata aalguno de los muchos campos de trabajoesclavo con los que Hoxha tapizóAlbania a mayor gloria del socialismo.Las iglesias y mezquitas, unas 2000 enaquella época, fueron cerradas. Unaparte fue demolida con buldózeres, otrareconvertida en museos, talleres yteatros. La catedral católica de Scutari,por ejemplo, un edificio neobizantino

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del siglo XIX, fue reconvertida en unpabellón deportivo. Hoxha y los líderesdel partido, entretanto, presumían enpúblico de haber fundado el primerEstado ateo de la historia, lo que lesparecía todo un logro.

El culto, que ya era algo apenasapreciable, se sumergió aún más. Laoración, cualquier tipo de oración, fuepuesta al margen de la ley. Losalbaneses tenían la obligación dedenunciar a todo al que vieran rezando,aunque fuese en privado. Lo mismosucedía con los bautismos o las bodas.La policía era implacable y los juecesrevolucionarios no dudaban en enviar a

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prisión a los padres de un niño reciénbautizado o a alguien que se negase acomer durante el Ramadán. Losalbaneses ya no tenían Dios, pero siamos, y muy temibles. El terror llevó alos padres a no transmitir sus creenciasa sus hijos hasta que tuviesen ciertaedad, ya que en los colegios losmaestros utilizaban trampas paradetectar qué niños habían recibidoformación religiosa en casa.

La pesadilla terminó abruptamenteen 1985 cuando Enver Hoxha murió enTirana víctima de una isquemiacerebral. El Partido, a modo deagradecimiento, levantó una pirámide de

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mármol en el centro de la ciudad paraacoger sus restos. Su sucesor, RamizAlia, abrió la mano permitiendocelebraciones religiosas en la intimidad.En 1989 la madre Teresa de Calcuta,albanesa de nacimiento, visitó el país yfue recibida por el presidente. Habíamucho que perdonar y la madre Teresafue extraordinariamente generosa. Mesesdespués se levantaron todas lasprohibiciones y pudieron abrir lasiglesias y las mezquitas.

La Navidad de 1990 fue la primeraque los albaneses celebraron encompleta libertad en casi medio siglo.Los fieles se arremolinaban en la puerta

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de las pocas iglesias que habíanquedado en pie o en simples explanadaspresididas por una cruz. La televisiónoccidental mostraba a un mundoincrédulo las imágenes de un paísdevastado económica y moralmente. Loprimero tenía rápida solución en cuantoel capital extranjero empezase a afluir ala nueva república. Lo segundo no tanto.El nuevo Gobierno, ya libre de loselementos comunistas, afirmaría un añodespués: «Hoxha destruyó el almahumana, va a costar generacionesrestaurarla».

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A

El olimpo de los diosesobreros

UNQUE en Occidente no sequisieron dar por enterados, la

revolución húngara de 1956 hizotemblar a toda Europa del este. Ellevantamiento en masa de Budapestdemostraba que era posible convertir,desde dentro, las democracias popularesen democracias a secas. De la gestahúngara no supieron sus vecinos checos,polacos o alemanes orientales, porque

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prensa libre y comunismo sonantónimos, pero sí sus dirigentes.

Tras conocer la noticia y ver lasfotos llegadas por valija diplomáticavino el miedo. Todos los comitéscentrales de los partidos comunistas,que hasta ese momento confiaban en elpoder disuasorio del Ejército Rojo y enla contundencia de la policía política,empezaron a preocuparse por suseguridad. ¿Y si ocurría lo de Hungríaen Varsovia, en Praga, en Bucarest y enBerlín a un tiempo? ¿El amigo soviéticopodría socorrer a todos a la vez? Y si loconseguía, ¿cuándo llegasen los tanquesrusos los miembros del politburó, guías

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de la clase trabajadora, seguirían convida o sus cadáveres penderían de lasfarolas?

Los más preocupados eran losalemanes. Tenían un antecedente: larebelión de los albañiles de 1953, quehabía puesto en un aprieto muy serio alGobierno títere formado por Ulbricht,Pieck y Grotewohl, el miserable tridentede mediocridades que colocó Stalinpara regentar la Alemania ocupada.Hasta ese momento los líderes de laautodenominada «república de lostrabajadores» vivían en lujosasmansiones neoclásicas deMajakowskiring, un selecto barrio del

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distrito de Pankow en el que, antes de laguerra residía la alta burguesía.

La localización era ideal. En elmismo centro de Berlín, a tiro de piedrade los ministerios, aunque con grandeszonas boscosas en los alrededores queeran perfectas para ir de caza con losgenerales soviéticos. Estar tan cerca dela Alexanderplatz tenía sus riesgos. Siestallaba algo parecido a lo de Budapestla turba obrera no tardaría en llegar a lazona en la que vivían los miembros delcomité central del SED. El área estabaacotada por vallas y garitas deseguridad lo que motivó que, entre losberlineses, se la conociese como

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städtchen (pequeña ciudad). Allí elminúsculo grupo de privilegiados quegobernaba el país vivía con desahogorodeado de sirvientes y lujosimpensables para el resto de losalemanes.

Pero la protección era poca. Lastädtchen, coqueta y céntrica, eraindefendible en caso de crisis. WalterUlbricht, cuya cobardía era sólosuperada por su intransigenciaideológica, encargó a su delfín, ErichHonecker, que buscase un lugar cercanoa la capital donde los capitostes delrégimen pudiesen blindarse. Honeckerlo encontró rápido. El nuevo olimpo de

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los dioses obreros se levantaría en unbosque a unos 30 kilómetros al norte deBerlín, junto al pueblecito de Wandlitz.

Los jerarcas perdían en situaciónpero a esas alturas poco importaba.Hacía años que a los amos de la RDAnadie los veía en persona. Viajaban atoda prisa por las desiertas avenidasberlinesas en sofisticadas chaikas negrasde fabricación soviética. Aunque suscaras eran omnipresentes gracias a laprensa oficial y a la propaganda delGobierno, el alemán medio sabía que lacúpula del SED era una casta deintocables inaccesible para el pueblollano.

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Moverse a las afueras tenía, además,un incentivo especial para Honecker, unanodino funcionario del Partidoextremadamente metódico. Tenía laoportunidad de diseñar un complejoúnico en su especie: una urbanizaciónamurallada en la que todos y cada unode los miembros del Comité Centraltuviesen que pasar por delante de sucasa para hacer cualquier cosa: entrar,salir, ir a cazar, al club social, aleconomato o a pescar al lago vecino. Elsueño de un comunista de manual —mitad burócrata, mitad policía—obsesionado con controlar a los demás.

Las obras de lo que se bautizó como

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Waldsiedlung (colonia del bosque)arrancaron en 1958, dos años despuésya estaba terminada. Era un lugar de doskilómetros cuadrados camuflado por elbosque para evitar la inquisitiva miradade los aldeanos. Honecker encargó quese levantase un muro (muy parecido alque, un año después partiría Berlín endos) de cinco kilómetros de diámetro ydos metros de alto, debidamentepespunteado por torres de vigilanciaatendidas las 24 horas del día. Tododebía pasar desapercibido. Se plantaronabetos y otras especies de crecimientorápido junto a la tapia y las torres paraque, en poco tiempo, éstas quedasen

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totalmente cubiertas por la vegetación.El interior del complejo estaba

formado por 23 casas unifamiliaresidénticas que disponían de una parcelade 180 metros cuadrados. Nada del otromundo, bastante peores que lospalacetes de la Majakowskiring, peromucho más amplias y lujosas que lajruschovka prefabricada de 20 plantas y50 metros cuadrados en la que vivíaapiñado el berlinés medio. Lasviviendas estaban situadas en callesparalelas en cuyo centro se encontraba,no tan casualmente, la de Honecker. Él ysu esposa eran los dueños de laWaldsiedlung y los inmarcesibles

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señores feudales de sus siempretemporales inquilinos.

La zona residencial era sólo unaparte del complejo. Para que sushabitantes hiciesen vida en él Honeckerordenó que se construyese un club socialcon restaurante, un economato, unpequeño hospital, una piscina, unacancha de tenis y un campo de tiro. Todoera extremadamente selecto. En elrestaurante se podía comer cualquiercosa: asados de ciervo, foie, guisotesprusianos, salchichas frescas deNuremberg y una amplia selección devinos de importación traídos desdeFrancia, Italia y España por canales

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diplomáticos.Esos mismos conductos alimentaban

los estantes del economato. Allí seabastecía Margot Honecker deBeaujolais, un afamado y caro vinojoven francés que enviaba la oficina dela Stasi en París. Los miembros delpolitburó y sus familias fumaban puroshabanos, bebían whisky escocés yhacían acopio de chocolate suizo,bombones belgas, jamón de Parma yenormes naranjas llegadas desde lalejana costa mediterránea. No lopagaban con marcos del este, sino conuna moneda específica que sólocirculaba dentro de los muros de la

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colonia y a la que sólo ellos teníanacceso. Era una vida regalada, muydiferente a la que llevaban suscompatriotas, sobre los que esa élite desumos sacerdotes de la ortodoxiamarxista estaba haciendo un infameexperimento social.

Los días laborables los habitantes dela Waldsiedlung iban y venían de susrespectivos despachos en Berlín a bordoprimero de las chaikas soviéticas yluego de unos Volvo oscuros queHonecker importó de Suecia. Los finesde semana se quedaban en el refugio, yay de aquel que no lo hiciese. Elcamarada secretario general lo veía

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todo. Sabía quién estaba en el lagopescando, y con quién lo hacía, quiénjugaba al tenis, quién había ido a comercon la familia al restaurante del clubsocial y qué había comido, quién estabade montería en el bosque con elembajador soviético y por qué razón. Lacolonia forestal era, en realidad, uncampo de concentración de lujo. Todoslos que allí vivían lo hacían a la fuerza,y salir sin una buena excusa eraextremadamente arriesgado.

Si vivir en la Waldsiedlung era unprivilegio de 23 familias, trabajar enella no era menos complicado. Todoslos empleados, desde los jardineros a

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los camareros pasando por los médicosy los profesores de tenis, eran agentesde la Stasi; y no unos agentescualesquiera, tenían que disponer, comomínimo, del rango de teniente y pasarseveras pruebas de acceso. A cambioganaban un poco más y accedían, aunquefuese de matute, a ciertas golleríasimpensables para sus paisanos como uncartón de cigarrillos Camel o unabotella de Beefeater distraídos delalmacén del economato.

Ese tipo de productos «de lujo»alcanzaban precios estratosféricos en elmercado negro, lo que suponía uninteresante sobresueldo en moneda

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fuerte para los que conseguían entrar alservicio de la aristocracia comunista.Los amos lo sabían y toleraban estaspequeñas debilidades entre sus lacayosmás cercanos. Ellos, a fin de cuentas,eran los custodios del secreto mejorguardado de esa odiosa repúblicasocialista que marcó a fuego el sino detres generaciones de alemanes.

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H

Terror en La Cabaña

ASTA el siglo XVIII dosbastiones custodiaban la entrada

al puerto de La Habana: el de El Morroy el de San Salvador. Los españolestenían por Cuba una estima mayor quepor cualquier otra colonia. Sentían quela isla era parte de su propia patria,tanto que, cuando la nombraban, sereferían a ella como la «perla delCaribe». Sabían también del valorestratégico que tenía aquel puerto, por loque lo protegieron con celo. La Habana

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era un caramelo demasiado dulce. En1762 una potente armada británicaconsiguió penetrar en la bahía ydesembarcar un contingente de casacasrojas junto la loma de La Cabaña, desdela que bombardearon a placer los reciosmuros de El Morro.

El gran fortín habanero terminócediendo y, con él, la ciudad. Al añosiguiente, de pura carambola, Inglaterray España llegaron a un acuerdo en virtuddel cual la primera devolvía La Habanaa la segunda a cambio de una parte deLa Florida. La siempre fiel isla de Cubavalía eso y mucho más. El gobernadorespañol aprendió la lección y ordenó

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que, sobre aquella loma, se levantase unnuevo baluarte al que llamó San Carlosde La Cabaña en honor al entoncesreinante Carlos III.

Era una fortaleza portentosa, la másgrande que España había levantado enlas Antillas. Era impenetrable. Ocupabadiez hectáreas. Sus muros medían 700metros de largo por 250 de ancho yestaban diseñados para soportar grandescargas artilleras desde el mar y desdetierra. Su potencia de fuego eraterrorífica. Equipada al máximo podíaalbergar hasta 120 cañones y otras 120piezas menores de artillería. Pero nuncafue necesario utilizarlas. La Habana no

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volvió a ser importunada y La Cabañase quedó como cuartel general de lastropas mejor adiestradas de la Corona.

Dos siglos de plácida vida castrensese vieron interrumpidos la madrugadadel 3 de enero de 1959, cuando uno delos barbudos de Sierra Maestra, elargentino Ernesto Guevara de la Serna,conocido por los rebeldes como el Che,franqueó su puerta principal a bordo deun Chevrolet de color verde. A pesar desu juventud, Guevara era ya una leyendaviva entre los cubanos. Días antes de sullegada a La Habana había conseguidoderrotar al ejército regular en SantaClara, una ciudad del centro de la isla.

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La victoria rebelde, que gozó de un granaparato propagandístico, dio la vuelta almundo. Era el hombre del momento, laimagen juvenil y provocadora de lavibrante revolución cubana.

A él le tocaba entrar victorioso enLa Habana, pero no era cubano, así queFidel Castro, líder máximo de laguerrilla que daba órdenes desdeSantiago por si las cosas se ponían mal,decidió que fuese Camilo Cienfuegosquien hiciese los honores mientrasGuevara se hacía cargo de otronegociado mucho menos apetecible. Estenegociado era el de la represión de losmandos del Ejército. El castigo iba a ser

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ejemplar y tendría lugar dentro losmuros de San Carlos de La Cabaña.

El viejo bastión español era elemplazamiento idóneo para ajustarcuentas. Estaba en la capital, pero a unadistancia prudencial del centro.Disponía, además, de dependenciasadecuadas para servir, a un tiempo, decárcel, de tribunal y de cadalso. Y,sobre todo, no dejaba de ser un cuartel,por lo que nadie se quejaría si, en suinterior, los militares despachaban susasuntos en privado.

Guevara, que no era militar sinoestudiante de medicina metido aguerrillero, traía de la sierra una

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merecida fama de ser riguroso eintransigente con los «malos», es decir,con los que oponían a la revolución.Para empaparse de lleno en la tarea elChe se quedó a vivir en la Cabaña.Pidió que le acondicionasen undespacho en el edificio principal yllamó a los periodistas para que lehiciesen una entrevista. Él estaba allípara impartir justicia y depurar lasfuerzas armadas cubanas de loselementos batistianos que tuviesen lasmanos manchadas de sangre. Él, que eraun lego absoluto en cuestiones jurídicasy cuyo rango militar —el de comandante— era pura ficción revolucionaria. Tras

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haber cosechado su portada, el argentinose dispuso a juzgar a la cúpula militarde la dictadura.

Los juicios, todos sumarios,comenzaron poco después. No eranjuicios propiamente dichos, sino farsasprocesales extremadamente rápidas queterminaban siempre con la condena amuerte del reo. Las penas se aplicabanen la misma fortaleza, en uno de susfosos, contra los centenarios muros deLa Cabaña que todavía hoy guardan, enforma de agujero, el recuerdo de lasbalas que erraron su destino. Seríanestos los primeros disparos querecibieron estos muros desde la

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construcción de una fortaleza que sedecía inexpugnable. Y lo era, pero losingenieros del rey supusieron que elfuego vendría de fuera, no de dentro, yque sería de cañón, no de simplesfusiles.

Guevara carecía de conocimientos,siquiera básicos, de derecho, así que leenviaron un equipo de asesores legalespara que el tribunal mantuviese, aunquefuese levemente, las formas jurídicas.Los asesores pusieron algunas pegas alexpeditivo proceder del revolucionario.Pero el Che no estaba para formalismosburgueses. A uno de ellos, el abogadoMiguel Ángel Duque Estrada le dejó

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dicho: «no hace falta hacer muchasaveriguaciones para fusilar a uno. Loque hay que saber es si es necesariofusilarlo. Nada más».

Sin saberlo, el Che entroncaba conla tradición jurídica bolchevique, unatradición perversa que consiste endinamitar desde los cimientos lasgarantías procesales que asisten a losacusados. «No hay que equivocarse enesto. Nuestra misión es hacer larevolución, y debemos empezar por lasgarantías procesales mismas», dijo aDuque Estrada en cierta ocasión. JoséVilasuso, otro de los letrados quepresenció aquella matanza por entregas,

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recordaba las palabras que elcomandante les dirigía: «no demoren lascausas, esto es una revolución, no usenmétodos legales burgueses, las pruebasson secundarias. Hay que proceder porconvicción. Son una pandilla decriminales fanáticos».

El planteamiento del responsable dela Cabaña era cristalino, pero Cubatodavía no se había transformado en unarepública popular de la órbita soviéticay había que guardar las formas. Losaliados norteamericanos y la prensainternacional, con quien los barbudosvivían un idilio, no estaban dispuestos atolerar ciertos excesos. Guevara, como

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Stalin en la Gran Purga, necesitabaautoinculpaciones que justificasen lasejecuciones de puertas afuera.

Acuciado por esta necesidad se lefueron ocurriendo trucos para ablandar alos imputados. El primero fue realizarlos juicios de madrugada. Tirando desus conocimientos de medicina ordenó alos abogados que fijasen losinterrogatorios por la noche, momentoen el que, según Guevara, «el hombreofrece menos resistencia. En la calmanocturna la resistencia moral sedebilita». Si la moral del acusado no sehabía debilitado lo suficiente el Chetenía métodos más persuasivos, como el

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del falso fusilamiento. Se sacaba a unpreso al foso y allí, entre risas, elpelotón disparaba sin munición. Tras lainfame ceremonia el «fusilado», presode un ataque de ansiedad, se inculpabade lo que fuera menester.

A pesar de las precauciones, lasejecuciones de la Cabaña terminaronpor saltar a los periódicos. Tras susmuros no sólo estaban ajusticiando aoficiales con delitos de sangreprobados, sino a cualquiera; de hecho,lo normal es que los condenados fuesensimples infelices, ya que los altosmandos del ejército batistiano hacíatiempo que habían abandonado la isla.

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Castro tomó cartas en el asunto, pero nopara frenar la matanza, sino paraazuzarla. En un mitin multitudinariofrente al palacio presidencial pidió a loscongregados que votasen a mano alzadasi querían que se continuase con los«juicios populares», eufemismo con elque habían bautizado aquellas ridículasfarsas presididas por Ernesto Guevaraen la Cabaña. La muchedumbre levantóel brazó al unísono.

El Che, complacido por elespontáneo refrendo de la masarevolucionaria, continuó con suslabores. El derecho romano desapareciópor completo en las diez hectáreas del

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fuerte. Suprimieron el habeas corpus ypasó a aplicarse la llamada «ley de lasierra», según la cual había que juzgarsin consideración de principiosjurídicos generales. La declaración delfiscal, «oficial investigador» en laterminología revolucionaria, constituíaprueba irrefutable y era el paso previo ala condena definitiva sobre la que nocabía apelación. Acto seguido elexpediente pasaba al despacho delcomandante, que lo firmaba sinpestañear, básicamente porque nisiquiera los miraba.

Entre los meses de enero y marzo de1959 Ernesto Guevara de la Serna no

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hizo otra cosa más que firmar sentenciasde muerte, unas veinte diarias, 1892 entotal. La gran mayoría de loscondenados eran inocentes, y de entrelos culpables ninguno cometió un delitotan grave que justificase una muertesemejante. Concluido su trabajo en LaCabaña la revolución premió a Guevaracon la presidencia del Banco Nacionalde Cuba. Allí perpetró otra matanza,aunque esta vez de índole económica.Hoy Cuba sigue siendo un paíscomunista y por esa razón el escenariodel crimen, el fuerte de San Carlos deLa Cabaña, es un museo dedicado alChe.

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E

La Siberia búlgara

L 5 de septiembre de 1944 Stalindio órdenes de declarar la guerra

al Reino de Bulgaria y proceder a suinvasión inmediata. En sólo tres días elEjército Rojo cruzó el delta del Danubioy tomó al asalto la franja costera del marNegro y las ciudades portuarias deVarna y Burgas.

La invasión soviética era la señalque los comunistas locales esperabanpara dar un golpe de Estado, que seterminó produciendo el día 9. Pero

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comunistas, lo que se dice comunistas,había muy pocos en Bulgaria, de modoque sus representantes, debidamenteaconsejados por la vanguardia exiliadaen Moscú, se unieron en un frentepatriótico a otras fuerzas políticas mejorestablecidas, con las que derrocaron alGobierno.

Desde fuera nada había cambiado.Bulgaria seguía siendo una monarquíaque, oficialmente, se cambiaba de bandodeclarándose hostil a la Alemania nazi,exactamente lo mismo que acababa deocurrir en la vecina Rumanía. Pero losplanes de Stalin estaban trazados deantemano. Los comunistas se hicieron

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rápidamente con todos los resortes delpoder y dos años después colocaron a suhombre, Georgi Dimitrov, unbolchevique búlgaro que llevaba más deveinte años desterrado, como primerministro.

Lo primero que hizo Dimitrov fueacabar con la monarquía mediante unreferéndum amañado en el que el 97%de los búlgaros votaron en contra del zarSimeón II, un niño de nueve años que,desde la invasión soviética, seencontraba recluido junto a su madre enel palacio de Vrana. La mayoría fue tanaplastante, tan búlgara por decirlo de unmodo más propio, que el Gobierno

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expulsó del país a la familia real solounas horas después de terminado elrecuento.

La deposición del monarca fue elpreludio para que el plan maestro deStalin se llevase a término. Éste incluíala instauración de una república popularde estricta observancia soviética y ladepuración de todo elementosospechoso de apoyar a la monarquía,institución que se asimiló al capitalismoy al parlamentarismo liberal depreguerra. En la peculiar lógicacomunista, si el 97% de la poblaciónquería la abolición de la monarquía esosignificaba que todos deseaban un

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régimen como el que imperaba en Rusia,una nación hermana que los búlgarossentían muy cercana desde tiempos de laindependencia del Imperio Otomano enel siglo XIX.

Se purgó a fondo el Ejército y losdiputados y políticos que habían servidoen tiempos del zar fueron ejecutados trasridículos juicios sumarios querecordaban a los procesos de Moscú.Luego le tocó el turno a la sociedadcivil, contaminada por siglos de valorespericlitados que el marxismo-leninismovenía a sustituir. Dimitrov, que conocíael sistema de deportaciones y gulags quecon tanto éxito habían aplicado en la

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Unión Soviética, lo trasladó íntegro a supatria.

Entre 1946 y 1949 se abrierondecenas de campos de trabajo esclavopor todo el país que suministraron manode obra a las obras de reconstrucción.Ese año murió, en extrañascircunstancias —dicen que envenenadopor orden del propio Stalin— GeorgiDimitrov. Le sucedió su cuñado, ValkoChervenkov, antiguo director de laEscuela Marx-Lenin de Moscú, unfanático desorejado, un productoquímicamente puro del estalinismo másrecalcitrante. Su obsesión con el culto asu propia persona y sus excesos

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ideológicos que siempre se traducían enexcesos de otro tipo, pronto legranjearon el sobrenombre de «pequeñoStalin». Abolió la propiedad privadaacabando de un plumazo con laspequeñas explotaciones rurales quemantenían y daban de comer a loscampesinos, en aquel entonces un 80%de la población. Pero a este Stalin enminiatura que pueblerinos beatos yatados a las tradiciones se muriesen dehambre no le importaba demasiado.Decidió que Bulgaria tenía queconvertirse en una potencia industrial derenombre, a la altura de la AlemaniaOriental, para así ganarse el respeto y la

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atención de los amos soviéticos.Pero lo que más motivaba al líder

supremo no era reinventarse Bulgaria,sino a los búlgaros. Para eso hacía faltapurificar el cuerpo social separando elnutritivo grano revolucionario de lainútil paja burguesa. Emulando a sumentor, Chervenkov reorganizó elsistema de campos dando primacía a unode grandes dimensiones emplazado enBelene, una isla deshabitada delDanubio salpicada de bosques ypantanos, convenientemente apartada delos principales núcleos de poblaciónpara que el crimen pasasedesapercibido. Belene sería, durante una

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década, la encarnación más genuina dela Siberia búlgara.

Como complemento a Belene seinauguró un ambicioso programa dedeportaciones. Los reasentamientosforzosos se empleaban, como en Rusia,para escarmentar comunidades que semostraban reacias a aceptar el podercomunista. Entre 1948 y 1953 unas25.000 personas fueron arrancadas desus pueblos y aldeas y reubicadas en elotro extremo del país. Los camposbuscaban castigo sin más, aunque, alprincipio, el régimen lo vestía dereeducación a través del trabajo. Tras elreagrupamiento de Belene, algunos

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fueron abandonados mientras que otrosse especializaron en la producción dematerias primas para alimentar lassedientas industrias estatales.

La muerte de Stalin puso punto yfinal al reinado de Chervenkov, pero noal gulag búlgaro. Su sucesor, TodorZhivkov, ex comisario jefe de la policíapopular de Sofía, demostró ser aún másduro e intransigente. A su llegada alpoder en 1954 el régimen comunista yaestaba bien arraigado. Sus enemigoseran cada vez menos pero másdeclarados. Hacía falta mano dura.

El campo de Belene, secreto deEstado y emblema de la política

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penitenciaria del Gobierno, era, apartede completamente improductivo, unafuente de molestias. Los prisionerosvivían hacinados en condicionesinfrahumanas y el terror era algocotidiano. En Belene las autoridadesdecidieron que no hacía falta cementerioporque allí, aparentemente, no iba amorir nadie. Pero morían, en ocasionescomo chinches a causa de la humedaddel río que, en invierno, congelaba todoa su paso y en verano atraía a cantidadesingentes de mosquitos. De manera que,cuando un preso moría, sus compañerostenían que trocear el cadáver yechárselo a los cerdos.

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Hacían esto porque, a diferencia dela URSS, en Bulgaria no existíaoficialmente nada parecido a la oficinadel Gulag. Si no había campos tampocohabía presos, y algo inexistente no sepuede morir. El asunto de los cerdos yotros abusos fueron la espita desucesivas huelgas y motines que, aunquesofocados con severidad por losguardianes, generaban granpreocupación en el ministerio deInterior, de quien dependía la temidaCheka, llamada en Bulgaria Komitet zadarzhavna sigurnost (Comité para laSeguridad del Estado) o, simplemente,DS, cuyo mero deletreo producía

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escalofríos entre los búlgaros de laépoca.

Los gerifaltes de la DS llegaron a laconclusión de que los problemas deBelene provenían siempre de disidentesconcretos que inflamaban los ánimos detodo el campo. Esos elementosrequerían un penal específico inspiradoen los que se estilaban en la China deMao. Así nació Lovech, un auténticoinfierno para todo el que fuesecondenado allí. A Lovech no se iba tantoa trabajar como a morir, siempre de unmodo espantoso. En Lovech, como antesen Belene, se terminaba por cualquieracusación ridícula como ir vestido a la

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moda occidental, escuchar músicaamericana o hablar idiomas malditoscomo el inglés, símbolo delimperialismo yanqui, lo que indicabaque el acusado tenía o podía tenercontacto no autorizado con extranjeros.

El motivo de ser del campo era unacantera de piedra que se explotaba, aligual que Mauthausen veinte años antes,a pico, pala y carretilla. El clima deLovech, situado en las estribaciones delos Balcanes, era más benigno ysaludable que el de Belene, por lo quelas enfermedades propias de la ribera noaparecían con tanta frecuencia. Tampocohabía muchas ocasiones de morir de una

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mala fiebre. Allí los presos entregabanel alma de dos maneras: de puroagotamiento por culpa de jornadas detrabajo extenuante acarreando piedras, oa palos propinados por los guardias.

La especialidad de Lovech era esamisma, matar a palos. No había niparedón ni horca. Las sentencias,dictadas arbitrariamente por elcomandante del campo, se ejecutaban enla cantera. La muerte en Lovech era untrabajo más que se cumplimentaba conuna curiosa ceremonia. Por la noche elcomandante reunía a los presos en laexplanada principal. Tomaba su bastónde mando y, sobre la tierra pisada,

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dibujaba un círculo. Todo aquel quefuese invitado a entrar dentro del círculomoriría al día siguiente.

A primera hora de la mañana sedaba al condenado un pequeño espejopara que se mirase a la cara por últimavez. Hecho esto se le entregaba un sacoen el que sus compañeros traerían devuelta su cadáver. Con el saco alhombro el reo caminaba hasta la cantera,trabajaba todo el día y, al caer la tarde,una brigada de guardianes le arriconabay le mataba a golpes con palos demadera. Una vez muerto los presosdesignados por el jefe de la brigadarecogían los restos sanguinolentos y

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descoyuntados de su compañero, lointroducían en un saco que ataban conunos alambres y lo depositaban en unacarreta. Al llegar al campamento loscadáveres se amontonaban detrás de lasletrinas, donde permanecían durante díashasta que la DS enviaba un camióndesde el pueblo. El hedor quedesprendían las letrinas de Lovech enverano era tan penetrante y desagradableque los presos las evitaban.

El campo de Lovech operó a plenorendimiento hasta 1962, año en que, trasuna inspección, fue clausurado. Pero nooficialmente, porque Lovech nuncaexistió, al menos sobre el papel. Sólo lo

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conocían los altos cargos del Politburó,el personal de la DS y los pocossupervivientes que, treinta años después,cuando la democracia volvió a Bulgaria,seguían nombrándolo con auténticopavor. El resto de los ciudadanos tuvoque esperar a que se desclasificasen losdocumentos de la dictadura paraenterarse de los crímenes que, ennombre del Pueblo y el Partido, elEstado había perpetrado durante losaños del comunismo. Pero su brumosahistoria era ya un lejano recuerdorevivido sólo por un contadísimonúmero de víctimas.

Zhivkov, responsable último de

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aquella barbarie, vivió para contarlo. Lajusticia burguesa fue, sin embargo,extremadamente generosa con él. Fuecondenado a siete años de prisión pornepotismo y malversación, que terminócumpliendo en la modalidad de arrestodomiciliario debido a su avanzada edad.Nunca tuvo que responder de Belene, nide Lovech, ni de Bogdanov, ni deChernevo, ni de Skravena… ni deninguna de las incontables islas queformaron el archipiélago de la Siberiabúlgara.

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«N

La fortalezainexpugnable

ADIE tiene la intención delevantar un muro!» protestaba

airado Walter Ulbricht durante unarueda de prensa el 15 de junio de 1961.Ninguno de los presentes se lo habíapreguntado porque ninguno suponía queeso fuese siquiera posible. El lapsuslínguae del primer secretario del SEDno fue tomado en serio porque, ¿quién ensu sano juicio podía siquiera concebir la

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idea de tapiar una ciudad entera con dosmillones de personas en su interior?

Ulbricht, sin embargo, sabía muybien lo que decía. Dos meses más tarde,en la madrugada del 13 de agosto, lospasos fronterizos entre los dos Berlinesse cerraron. Poco después aparecieronpartidas de albañiles y comenzaron alevantar, bloque a bloque, un muro decemento coronado por alambre deespino muy semejante al de lasprisiones.

El mundo entero quedó en estado deshock. Una cosa era tender unaalambrada en medio del campo y otrabien distinta levantar un muro carcelario

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en el centro de una ciudad. La fronteraen Berlín atravesaba el mismo corazónde la ciudad. Había calles en las que unaacera pertenecía al este y la opuesta aloeste. Edificios cuyas paredes setocaban en el punto exacto donde ambasciudades se encontraban, avenidasdivididas por una garita de control,líneas de metro y de tranvíacompartidas. Berlín era una extrañolugar con dos Gobiernos y cuatrosectores de ocupación, pero seguíasiendo una única ciudad.

Los líderes germanorientales nopodían tolerar la existencia de esaanomalía llamada Berlín Oeste

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incrustada en la misma entraña de su«república de los trabajadores». Por suculpa sus súbditos, especialmente losberlineses, eran los únicos europeos deleste que conocían de cerca el odiosocapitalismo. Y, claro, podían comparary, si no era mucho lo que dejaban atrás,marcharse con viento fresco al otrolado.

A través de ese agujero en laalambrada se escapaban todos los díasmiles de jóvenes que aspiraban a unavida mejor. En el otro lado se lo poníanfácil. En la RFA cualquier alemán deleste era recibido en el acto, se leentregaba un pasaporte y el Gobierno le

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ayudaba a instalarse. La RFA era, adiferencia de la RDA, su contrapartecomunista, un país muy rico cuyaeconomía florecía al calor de la libertadindividual, el pluralismo político, losmercados abiertos y el imperio de laLey. Los alemanes del este no eranajenos a su mala suerte y queríancambiarla. Berlín estaba ahí parapermitírselo.

Esa y no otra fue la verdadera causadel Muro de Berlín, una de las obrasmás monstruosas del comunismoeuropeo. Su estampa era desconcertantee inédita. No era la primera vez en lahistoria que una ciudad se amurallaba,

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pero sí la primera vez que esas murallasservían para que los de dentro nopudiesen salir.

Hasta que Walter Ulbricht, copiandoal dictado de Moscú, ordenó suconstrucción, las ciudades amuralladaslo estaban para prevenir invasiones ymejor defenderse. Así nacieron lasmurallas de Ávila, que siguen en pie,desafiando los siglos, o la Gran Murallachina, una formidable fortificación decasi 9000 kilómetros construida parafrenar las incursiones de los nómadasdel norte.

El Muro de Berlín no fue eso. Suspadres no lo concibieron como un

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valladar contra una hipotética invasióndel Oeste —aunque luego lo vendieronasí a sus siervos—, sino como la tapiade un penal, y no de uno cualquiera, sinode uno de altísima seguridad.

Los números de Muro quitaban elhipo. Tenía una longitud de 150kilómetros, es decir, dos veces ladistancia que separa Madrid de Toledo.En principio, el Muro fue único, unasimple tapia de bloques de cementorematada por alambre de espino, pero lagente se las arreglaba para seguirfugándose. En 1962 el Gobierno de laRDA creó el llamado muro trasero,separado unos cien metros del delantero

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o principal, el que se veía desde elBerlín libre.

Esta franja, una tierra de nadieatravesada por una carretera para laspatrullas fronterizas, pronto se convirtióen la «Franja de la Muerte». Estabajalonada de torres de vigilancia,primero portátiles, luego de madera y, alfinal, de hormigón, con un puesto devigía circular muy parecido a las torresde control de los aeropuertos. Paraevitar que algún descontrolado con uncamión u otro vehículo pesado cruzasela línea a toda velocidad, se cavó unafosa metros antes del muro delantero.

Todas las precauciones eran pocas.

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En los años 60 se instalaron vallasanticarro como las que los nazispusieron en las playas de Normandía,innecesarias del todo pero muy útilespara la propaganda comunista. Losatribulados berlineses orientales podíanasí concebir una inminente invasiónaliada. Lo cierto es que al otro lado nohabía tanques, ni siquiera soldadoscustodiando el muro delantero, tan sólografitis, turistas y algunas plataformas deobservación desde las que se veía alcompleto el complejo carcelario que loscomunistas habían montado.

Cruzar la línea era prácticamenteimposible. Estaba patrullada por

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soldados armados durante 24 horas los365 días del año. Llegó a haber 302torres en torno al Berlín occidental, queen los años 70 fueron renovadas por unmodelo nuevo, de planta cuadrada, queresistía mejor las inclemencias deltiempo. Junto con ellas, entre 1975 y losprimeros 80 se cambió el murodelantero por lo que las autoridadesgermanorientales denominaron«Grenzmauer 75», o muro de cuartageneración, mucho más sofisticado:estaba compuesto por lienzos dehormigón armado de tres metros y mediode alto, rematados por un canuto quedificultaba la escalada.

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Nada se dejó a la casualidad. ElMuro partía una ciudad que, a su vez,está partida por el río Spree, cuya riveraoriental quedó tapizada de alambre deespino. Lanchas del Ejército vigilabandía y noche la vía fluvial. Pese a todo, elSpree se convirtió en uno de los puntosde fuga más habituales. Los guardiastenían órdenes de disparar sin siquieradar el alto. Siempre por la espalda y amatar. Un herido era un testigoincómodo de la brutalidad de los amosde la Alemania Oriental.

Entre una ciudad y otra los pasoseran pocos y estaban muy vigilados.Durante los dos primeros años, la RDA

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cerró a cal y canto la frontera,separando familias y amigos. Luego seabrió, pero sólo se podía cruzar delOeste al Este. El viaje a la inversa, paraun súbdito de la RDA, era pocofrecuente: los permisos de viaje sedaban con cuentagotas y estabanreservados a individuos de probadalealtad al régimen, como los miembrosdel Partido o los oficiales del Ejército.El berlinés oriental estaba atado a suciudad como los siervos en los señoríosfeudales lo estaban al latifundio de unmarqués.

Muchos lograron escapar de laRDA, esa prisión terrorífica, porque la

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maldad de los verdugos sólo erasuperada por su incompetencia. Salíande todas las maneras imaginables: en losmaleteros de los coches, por túnelessecretos, cruzando a nado el río… hasta,en una ocasión, a bordo de un aviónultraligero. Lo consiguieron unos 5000.Otros murieron en el intento: aunque sedesconoce el número exacto, se estimaque unos 200. Las cruces junto al murodelantero conmemoran el crimen ysirven de recordatorio a los berlineses:la herida, aunque ya cicatrizada, nodebería olvidarse jamás.

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E

Reeducación medianteel crimen

L más extenso y poblado de lossistemas penitenciarios de la

historia no fue el Gulag, aquel inmensoarchipiélago de campos deconcentración creado por la policíapolítica soviética bajo el patrocinio deStalin, sino el Laogai chino. Por loscampos del Gulag pasaron unos 14millones de personas en toda su historia,la mayor parte durante la última década

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del estalinismo, de las cuales un millóny medio murieron en cautiverio o acausa de él.

Para cuando el Gulag entró en crisisterminal a principios de los años sesentael suyo se antojaba un récord difícil desuperar. Pero no, justo en ese momento,la China de Mao, que estaba estrenandorevolución, tomó el relevó y fulminótodos los registros criminales de loscamaradas soviéticos. En los campos dela China Popular, bautizados por elrégimen como Laogai —que en chinosignifica «reeducación mediante eltrabajo»—, el número de reclusos semultiplicó por cuatro hasta superar con

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creces los 50 millones. Casi la mitad,unos 25 millones, perecieron en ellosvíctima del hambre, las enfermedades,el trabajo agotador, las condicionesinfrahumanas de vida y las ejecuciones.

A lo largo de la historia del Laogaique, al menos oficialmente, terminó en1997, hubo más de mil campos. Estabanrepartidos por todo el país aunque elPolitburó siempre tuvo predilección porlas regiones remotas y desérticas comoel Tibet, Manchuria o Qinghai, unainmensa y deshabitada regiónequivalente en superficie a dos vecesItalia, que terminó conociéndose comola «provincia penitenciaria».

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A diferencia de los campossoviéticos, los Laogai no se concibieroncomo centros de mero castigo, quetambién, sino como lugares deinternamiento para la reeducación através del trabajo. Mao sabía que, trasla experiencia nazi y soviética, lapalabra «campo» tenía muy mala prensaen el resto del mundo por mucho que seadornase con palabras altisonantes. Eso,y las peculiaridades de la cultura local,le llevó a crear un sofisticado sistemapenitenciario en el que no habíacondenados, ni siquiera detenidos, sinociudadanos cuyas conviccionesrevolucionarias flojeaban y que había

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que reformar y reeducar para beneficiode toda la sociedad.

Al campo se iba por cualquiernimiedad: denuncias anónimas, purgasdentro del Partido, pequeños robos…, lacuestión no era ser o no culpable, sinotener la mala suerte de caer arrestado.La lógica del maoísmo era implacable.En el momento en que alguien eradetenido pasaba automáticamente a serculpable y no al revés. No había ningunaposibilidad de demostrar la inocencia.La maquinaria del Estado, que en elcaso chino superaba con creces lainmarcesible frialdad de la apisonadorasoviética, aplastaba cualquier atisbo de

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garantía jurídica.Los detenidos estaban obligados a

autoinculparse y a redactar su propiaacta de acusación. Todos lo hacían. Lapolicía disponía de todo el tiempo delmundo y de variados instrumentosdisuasorios como la privación delsueño, inacabables interrogatorios o elencierro en tenebrosas celdas de castigodonde se ablandaba al reo mediantehambre y sed. Tras la autoinculpaciónllegaba el traslado al campo, donde el«culpable» habría de permanecer por untiempo indefinido hasta que fuesetotalmente reeducado y se le pudiesereintroducir en la feliz China socialista.

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Existían campos de tres tipos. LosJiuye eran campos especiales detrabajadores semiesclavos,generalmente víctimas de deportaciones,que cobraban un pequeño sueldo con elque pagaban luego su comida yalojamiento. Por encima de ellosestaban los laojiao, campos dereeducación temporales a los que iban aparar los infractores de normasadministrativas. El último y másnumeroso escalón penitenciario eran loslaogai, campos de trabajo en toda reglainspirados en los gulags soviéticos. Conalgunas excepciones ninguno de loscampos era oficialmente un campo. El

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régimen se encargaba de ocultar elcrimen tras denominacionescomerciales. Así, era muy usual que loscampos fuesen fábricas o granjasestatales que, desde fuera, parecían esomismo. De este modo Mao presumía enel extranjero de no tener apenas presospolíticos, sino «estudiantes» y«trabajadores» que profundizaban en elconocimiento práctico del socialismo.

La columna vertebral del sistemaeran los laogai, en los que loscarceleros de Mao pusieron todo suesmero. Aspiraban a construir unmodelo perfecto de reeducaciónmediante la anulación del individuo. El

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preso estaba allí para trabajar todas lashoras que fuesen posibles al tiempo querecibía un intenso lavado de cerebro porparte de una categoría especial deguardianes que cuidaba de la ortodoxiaideológica dentro del campo. Losreclusos estudiaban hasta memorizar lasobras del Gran Timonel y tenían queescuchar diariamente el comentario delas noticias que salían en el Diario delPueblo, órgano oficial del Partido.

Mao fijó «cuatro principios debase» que debían ser de cursoobligatorio en todos los centros: elmarxismo-leninismo, la fe en elmaoísmo, la fe en el Partido y la

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dictadura democrática del Pueblo. Estosprincipios constituían las «ideas justas»que llevarían al «criminal por la buenadirección». No se podía hablar de otracosa. Temas de conversación banalescomo la familia, la comida, el deporte oel sexo estaban terminantementeprohibidos. Si alguien era sorprendidohablando de algo que no fuese políticarevolucionaria era castigadoseveramente. Y lo más curioso de todo,sólo en esas circunstancias estabapermitido el castigo. En los laogai losguardias no podían torturar, ni agredir,ni insultar a los presos.

Para llegar a recrear un mundo tan

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orwelliano, los directores de loscampos utilizaban todo tipo de técnicasaparentemente no violentas. Lo primeroera obligar a caminar a todo el mundocon la cabeza gacha, mirándose los pies,a todas horas del día, hiciesen lo quehiciesen. Luego venía la anulaciónpropiamente dicha. Los barraconesestaban atestados y los reclusos nodormían sobre camas individuales, sinosobre tablones en el suelo, uno junto alotro, sin espacio propio ni efectospersonales. Las letrinas se situaban lejosde los barracones, que mantenían la luzencendida durante toda la nochemientras un capo vigilaba para que

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nadie cuchichease a escondidas.Con todo, el mejor modo de lograr

la completa sumisión era laalimentación. En los laogai el hambre ylas enfermedades que de él se derivaneran la primera causa de muerte. Sólohabía dos comidas diariasextremadamente escasas. No sedistribuía arroz ni carne, los presostenían que conformarse con ínfimasraciones de caldo de maíz y verdurahervida. El centro de la vida del presoera ese caldo que recibía sólo si lasumisión era absoluta. Un conjunto deincentivos y desincentivos muypoderoso hacía el resto.

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Los presos desconfiaban los unos delos otros. Si uno denunciaba a uncompañero de barracón por falta deentusiasmo durante las sesiones teóricas,tenía muchas probabilidades de obteneruna ración extra de caldo o,directamente, el caldo del denunciado,que habría de purgar su pena en celdasespantosas. Los calabozos eran unpasaporte directo al otro barrio. Setrataba de cubículos mínimos, auténticosnichos verticales donde el condenadoapenas podía tumbarse y permanecíaesposado con las manos a la espaldahaciéndose sus necesidades encima ycomiendo como un animal agachado en

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el suelo. Una condena en el calabozoque superase los seis o siete díassignificaba la muerte, una muerte acámara lenta en un campo en el queestaba prohibida la tortura y que, depuertas afuera, no existía más que comouna granja especial. El recolmo delsinsentido.

La alienación alcanzaba niveles tanangustiosos que los laogai seconvirtieron en auténticas ciudadeszombi en las que sus habitantes, vestidoscon andrajos ya que no se les entregabaropa ni calzado, trabajaban hastadieciocho horas seguidas en campañasde autosuperación que los oficiales

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denominaban «lanzamiento del Sputnik».No había días de descanso más allá delas jornadas festivas designadas por elPartido y que se dedicaban íntegramenteal lavado de cerebro medianteinterminables peroratas teóricas sobrelos logros del socialismo.

En 1990, tras la caída del Muro deBerlín y el ocaso del socialismo real enEuropa del este, las autoridades chinasdecidieron suprimir el desgastadotérmino «laogai» para sustituirlo por elde «prisión». Sólo cambió el nombre, elmodelo se mantuvo hasta 1997 cuandose anunció que estás cárceles para loscuerpos y las mentes iban a ser

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clausuradas. Pero los laogai se resistena morir, se calcula que entre seis y sietemillones de personas siguen confinadasen campos de trabajo forzado, todos enla región del Tíbet. En Occidente, hoycomo ayer, nadie dice nada.

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A

El desierto soviéticodel mar de Aral

mediados del siglo XIX lossoldados rusos llegaron a las

costas del mar de Aral, en las resecasestepas del corazón de Eurasia. Era unatierra salvaje, casi virgen, patria de losjinetes nómadas que un día habíandominado el mundo. Los zaresincorporaron a su imperio este área tanextensa y prácticamente ingobernableporque se encontraban en plena carrera

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contra los británicos por el dominio delAsia central.

Aquella frenética competición duróun siglo y se la recuerda como «el granjuego». Rusos y británicos fuerontomando posiciones. Los unos desde lagélida Siberia; los otros desde suimperio indio por controlar todas lasvías de comercio entre el este y el oeste.Los rusos se hicieron fuertes en lasestepas, los ingleses en la costa. Alfinal, después de un siglo de rivalidad,llegaron a un acuerdo poco antes de laprimera guerra mundial, en 1907,porque, ya para entonces, los doscorredores se necesitaban mutuamente

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para frenar el poderío de la Alemaniaimperial.

El hecho es que, todavía en 1847,faltaba mucho para ese acuerdoamistoso. Los militares rusos destacadosen la región de Uzbekistán, temerosos deque los ingleses apareciesen deimproviso por el horizonte, ordenaronarmar una pequeña flota en el inmensolago salado que acababan de añadir alinventario de posesiones del zar.Fundaron una ciudad, Aralsk, que seríapuerto principal y centro de operacionesde la flotilla rusa del mar de Aral, laflota de guerra más alejada del mar entodo el mundo. La pesca, que había sido

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siempre la principal actividadeconómica en las costas del mar deAral, se sofisticó con la llegada de losrusos. Los pueblos ribereños crecieron yse armaron flotas pesqueras que, en susmejores tiempos, llegaron a capturar unsexto de toda la pesca rusa.

Los dos primeros barcos quenavegaron por el Aral eran dos goletasl l amadas Nikolai y Mijail, luegollegaría el Constantino, que realizó elprimer mapa detallado de las costas deeste mar interior, de cuya existencia sesabía pero que era una incógnita en todolo demás. En 1851 llegaron los vaporescuyas calderas se alimentaban con el

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carbón traído desde la cuenca del Don,en la lejana Ucrania. El ejército pagabael transporte por las estepas porque, afin de cuentas, aquello de la flota delAral no era más que una cuestión dehegemonía.

Aparte de la testimonial presenciamilitar, los zares no se metieron con elmar de Aral, ni con su avifauna, ni consus ríos, ni siquiera con la gente quepoblaba sus riberas. El poder de losRomanov era absoluto, pero nouniformador. Las cosas cambiarían conla revolución. Los bolcheviques, quedestronaron y heredaron a los zareshaciéndolos incluso buenos, anexionaron

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—generalmente por la fuerza— a suunión de repúblicas soviéticas a losantiguos súbditos del imperio. Losuzbecos también fueron sometidoscontra su voluntad a la disciplinasocialista y, con ellos, su mar de Aral.

Una vez amarrados al poder, loshombres del Politburó consideraron queese mar, allí, en mitad de la nada,consumiendo el agua preciosa de losríos Sir Daria y Amu Daria, era un errorde la naturaleza, un recurso ocioso quela revolución podría poner en valor. En1918 el primer Gobierno comunistadedicó 30 millones de rublos paracanalizar los ríos e irrigar una vasta

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zona de estepa que habría de convertirseen la mayor plantación de algodón delmundo. El propio Lenin escribió que «lairrigación hará más que cualquier otracosa para revitalizar y regenerar laregión, enterrando el pasado y haciendola transición al socialismo más segura».

Las aguas de los dos únicostributarios del mar fueron desviadas desus cauces para regar miles de hectáreasde terreno. En sólo una década, larepública soviética de Uzbekistán vivíaya en exclusiva del monocultivo dealgodón. La idea era competir con losEstados Unidos y, gracias a laabundancia de agua y la extensión

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cultivada, copar el mercado mundial dealgodón que, de este modo, setransformaría en una suerte de oroblanco para las arcas soviéticas. Losplanificadores no contaban, obviamente,con la supina ineficiencia del sistema yla baja productividad de la agriculturacolectivizada.

Se construyeron más de 30.000kilómetros de acequias y canales, 45presas y 80 embalses. Pero lainfraestructura estaba tan mal hecha que,en algunos casos, dejaba escapar hastatres cuartas partes del agua quetransportaba. El canal Karakum, cavadoen el desierto de Turkmenistán, tardó

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más de 30 años en construirse y teníauna longitud de casi 1500 kilómetros,pero estaba lleno de filtraciones, lo queredundó en la productividad de loscultivos.

Las obras de irrigación continuarondurante las décadas siguientes hastaconsumir todo el caudal del Sir y elAmu Daria. Hacia 1960 el mar ya norecibía apenas aporte hídrico yentonces, tal y como esperaban lospadres de la URSS, empezó a encoger.Al principio lentamente, unos 20centímetros al año, luego, a partir de1975, a toda velocidad. En los añosochenta el nivel de las aguas bajaba un

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metro al año alejando la línea de costamás y más hacia el interior. Lasautoridades ni se inmutaron. Ya teníanprevisto que eso sucediese, formabaparte del plan.

Un plan que había condenado a todaslas localidades costeras a la ruina. Unplan que había condenado a los uzbecosy los kazacos a vivir eternamente atadosa una plantación de algodón. Un plan, endefinitiva, que ocasionó el mayordesastre ecológico de la Historia, y estesí que fue antropogénico y deliberado.Vistos los indeseables efectos de ladesecación del mar sobre la población—enfermedades respiratorias y

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digestivas, tuberculosis y un largoetcétera—, los ingenieros soviéticospensaron en traer agua desde la cuencadel río Obi, en Siberia, para rellenar elAral, como si éste fuese una bañera queotros ingenieros, los sociales, vaciabany llenaban a placer.

El rellenado no fue posible, en 1986,cuando fue descartada la idea, noquedaba ya ni dinero ni ganas de seguirtransformando el Asia Central a golpede piqueta. La Unión Soviética colapsópoco después, dejando moribundo el quefuera el cuarto mayor lago del mundo.Nadie, por descontando, se hizoresponsable de la salvajada, y las

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organizaciones ecologistas occidentales,obsesionadas entonces con el agujero dela capa de ozono y el CFC de losdesodorantes, no dijeron ni mu. Comocon Chernobil, la URSS tenía patente decorso medioambiental.

Pero el mal estaba ya hecho. Lasjóvenes repúblicas desgajadas de laURSS no tenían otra cosa de la que viviry el mar fue a menos hasta quedarpartido primero en dos y luego en cuatrocharcas diminutas con una altísimasalinidad que mataba a todo bichoviviente. En 2004 era ya sólo una cuartaparte de lo que había sido 30 años antes,en 2007 era ya sólo el 10%. Hoy, el mar

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de Aral está virtualmente muerto. Alnorte, gracias a una presa terminada en2005 se ha logrado salvar un pedacitoque está recuperándose lentamente.

El resto, cerca del 80% de lo quefue el inmenso lago de las estepas, es undesierto salino Su lugar lo ocupa unnuevo desierto, el de Aralkum, quetodavía no aparece en los mapas peroque ahí está como monumento perpetuo ala arrogancia y estupidez del homosovieticus.

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A

Nuestro querido gulagcriollo

finales de 1965 la Cubarevolucionaria se encontraba en

serios aprietos. La revolución no habíatraído democracia, sino un régimen departido único ante el que no cabíaoposición posible. Los disidentespagaban su atrevimiento con la vida ocon duras penas de cárcel precedidaspor un severo escarnio público y unadolorosa tanda de palos en la comisaría.

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La economía tampoco marchaba bien.Cuba, el país donde hasta 1959 habíacasi tanto ganado vacuno comohabitantes, pasaba hambre. Las cartillasde racionamiento fueron instauradas enmarzo del 62, meses antes de la crisis delos misiles. Puestos a elegir, elGobierno de Castro prefirió los cañonesa la mantequilla. «Cuba dispone dearmas, pero el puchero está vacío»decía el corresponsal del diario españolABC en una de las crónicas que,regularmente, remitía a Madrid por víatelefónica.

Las tiendas desabastecidas y unsistema político opresivo provocaron

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una ola migratoria sin precedentes en lahistoria de la isla. En 1965 unos250.000 cubanos se había marchado ya.Uno de cada quince cubanos escogió elexilio al comunismo, aun a costa dedejar atrás todos sus bienes. La mayoríaemigró a la cercana ciudad de Miami,otros rebuscaron en su árbolgenealógico viejos vínculos con laantigua metrópoli y retornaron a España,el mismo país del que habían salido suspadres o abuelos sólo unas décadasantes. En España había una dictadura, ladel general Franco, de signo opuesto ala de Castro, pero al menos se comía…y se podía salir del país a voluntad,

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extremo este impensable en la Cuba dela revolución.

Los emigrantes de la primerahornada vinieron muy bien al régimen.Se trataba de empresarios yprofesionales cualificados, casi todosblancos y refractarios a los nuevostiempos revolucionarios. Pero elcastrismo, sus estrecheces económicas ysu militarización de la vida pública erauna fábrica de disconformes. La falta decomida en un país bendecido por lanaturaleza que siempre había nadado enella, avivó el descontento popular. AlGobierno le quedaban dos opciones. Laprimera abrir de nuevo las compuertas

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de la emigración para que losinsatisfechos se largasen con vientofresco. Eso entrañaba, aparte deldescrédito internacional, el riesgo deque la estampida fuese de tal calibre quese escapase al control del Gobierno. Lasegunda era simple y expeditiva:encerrar a los que se habían significadopúblicamente contra el régimen.

Había, además, un problemaañadido. Castro, empeñado en convertira los cubanos en soldadosrevolucionarios, quería imponer elservicio militar obligatorio a todos loshombres comprendidos en la franja deedad de los 18 a los 27 años. Eso

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implicaba entregar armas y darentrenamiento militar a posiblesdisidentes que, llegado el momento ycon la organización adecuada, podríanpropinar un contragolpe guerrillero enlas mismas sierras desde las que Castroy sus barbudos habían tumbado a ladictadura de Fulgencio Batista.

Existía, por último, un factor externoque a Castro no le dejaba dormir. En1965 Estados Unidos había comenzadouna imparable escalada bélica enVietnam. El despertar del gigante no selimitaba a Indochina. En abril de eseaño Lyndon B. Johnson ordenó laocupación de la República Dominicana

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por miedo a que los partidarios del expresidente Juan Bosch creasen «unasegunda Cuba». La Casa Blanca empleóen Santo Domingo toda la decisión yreciedumbre que le habían faltado enCuba en 1961 con motivo de la invasiónde Bahía Cochinos. Despachó unejército de 42.000 marines yparacaidistas a la isla de La Española.Una fuerza tan incontenible que los 7000efectivos con los que contaba el generaldominicano Francisco Caamaño apenaspudieron resistir unas horas. Derepetirse una operación semejante enCuba el fin de la revolución hubierasido cosa de días.

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La cuestión estaba clara. Durante elverano de 1965 Castro concluyó que laúnica solución posible era crear un tipode campos de concentración al estilo delos laogai chinos. Pero no podíanllamarse así por las connotaciones queel término «campo de concentración»poseía. Castro en persona los bautizócomo «Unidades Militares de Ayuda ala Producción» (UMAP). Quedaba así elcrimen debidamente cubierto por elaséptico lenguaje económico del planquinquenal.

El 19 de noviembre de aquel año seabrió el primer campo de la UMAP enuna zona pantanosa e insalubre de la

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provincia de Camagüey. «UMAP: forjade ciudadanos útiles. Brillante iniciativade cuadros militares», titulaba a todapágina meses después el diario habaneroEl Mundo. Los campos iban a estarrepartidos por toda la geografía isleña ytenían dos razones de ser fundamentales.La primera «aumentar la producción,particularmente la agraria mediantetrabajo creador y productivo». Lasegunda «ser útiles a la sociedad,desarrollarse, formarse y humanizarse».Ni Stalin ni Mao había alcanzado talnivel de cinismo en la descripción desus respectivos programas de reclusiónforzosa y reeducación a través del

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trabajo.A diferencia de lo que pasaba en la

URSS o en la China popular, el régimenno pretendía ocultar su existencia, sinodeformar su verdadera naturaleza paraque luego la propaganda del régimen losutilizase intensamente como recurso. Elpropio Fidel Castro hacía referencia aellos en los kilométricos discursos conlos que machacaba a su audienciacautiva. En uno pronunciado en laprimavera de 1966 se refería a losnuevos campos por su nombre oficial altiempo que justificaba que se estuvieseenviando «falsos revolucionarios» atrabajar en ellos.

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«Lo que hay que liquidar no es elpecador sino el pecado. Y sencillamentea ese elemento parásito de laRevolución, ¡con ese elemento vamos aajustar cuentas, y estamos ajustandocuentas!», bramaba el líder máximo enla escalinata de la universidad de LaHabana ante un nutrido y entregadopúblico.

Pero ¿quiénes eran esos«pecadores» de los que hablaba Fidel?Para el régimen se trataba de «elementosdel amiguismo, de la piña, de las fiestas,de las juergas, del vicio, delparasitismo». La realidad era muy otra.A los campos de la UMAP se iba por

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cualquier insignificancia. Bastaba uninforme en contra de algún miembrolocal del Partido o las sospechas de queel acusado criticaba a la revolución paraser arrestado y trasladado al campo.

Los campos se fueron llenando deestudiantes incómodos que no sedoblegaban al dogma marxista y que,por eso mismo, habían sido expulsadosde la universidad. Este grupo era muyinteresante porque se trataba de jóvenesidealistas a los que se podía matar atrabajar. A la UMAP fueron también aparar sacerdotes católicos y miembrosde minorías como los testigos deJehová. Con los religiosos se hacía

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doble justicia: la propiamenterevolucionaria y la religiosa. El régimense consideraba ateo y quería eliminarcualquier vestigio de religiosidad entrelos cubanos. La lista de acusados no seterminaba ahí. Un caladero donde loscomisarios del régimen fueron acapturar nuevas remesas de presos fue elde los que había solicitado formalmentela salida de la isla, un procedimientolargo y farragoso que solía saldarse conuna negativa por parte de lasautoridades.

Por último, unos de los grupos másnumerosos y vilipendiados que pasaronpor los campos fue el de los

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homosexuales. El castrismo no podíacon ellos. «Tenemos a unos cuantosseñores arrestados. No les va a pasarnada, nadie se asuste; simplementeestamos investigando algunasirregularidades, algunas inmoralidades,algunas faltas que están sancionadas porel Código Penal. ¿Viciosos en el seno dela Revolución? ¡No!», decía el propioFidel Castro por aquella época.

El odio a los homosexuales bebía dedos tradiciones. La primera el machismoimperante en la época, un mal queafectaba a todo Occidente pero que, almenos en Cuba, nunca había llevadoaparejado la detención de homosexuales

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y su posterior reclusión en campos deconcentración por el mero hecho deserlo. La segunda era más ideológica.En la Unión Soviética se tenía a lahomosexualidad por una demostraciónde la decadencia y la inmoralidadinherentes al capitalismo y la sociedadburguesa. La Gran EnciclopediaSoviética describía la homosexualidadcomo «una perversión sexual queconsiste en una atracción antinaturalentre personas del mismo sexo. Ocurreen los dos sexos. Los estatutos penalesde la URSS, los países socialistas yhasta algunos estados burgueses, lapenalizan».

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Fidel Castro era meridiano respectoal tema de los homosexuales. En unalarga entrevista que concedió alperiodista norteamericano LeeLockwood confesó que «nunca hemoscreído que un homosexual puedapersonificar las condiciones y requisitosde conducta que nos permitaconsiderarlo un verdaderorevolucionario, un verdaderocomunista». Y el destino de los que noeran verdaderos revolucionarios ycomunistas era indefectiblemente elcampo de la UMAP.

Esos arrestados de los que hablabaCastro y a los que, según sus palabras,

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no les iba a pasar nada, fueroninternados en infernales campos detrabajo donde el escarnio, la tortura ylas vejaciones de toda índole eranmoneda de cambio habitual. El ambientede impunidad del que gozaban loscarceleros era idéntico al de sushomólogos chinos o soviéticos. Lospresos, desposeídos de cualquier tipo dederecho, fueron sometidos a un tratoinhumano que se cifraba en agotadorasjornadas laborales al inclemente sol delCaribe, escasa alimentación y malostratos continuos.

Norberto Fuentes, uno de loscronistas de la revolución que cayó en

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desgracia décadas después, se refirió aellos como «nuestro querido gulagcriollo». Fuentes sabía de lo quehablaba pues los vio con sus propiosojos, aunque desde el lado de losguardianes. «Los campos deconcentración no son aquí una figurametafórica para denostar al castrismo»,escribiría años más tarde, «campo deconcentración es un terreno cercado conalambradas electrificadas y con torretasde vigilancia y reflectores y perros y enel que se hacinan en sus barracascentenares de famélicos esclavos». Lailusión propagandística que distribuíanlos periódicos con imágenes de

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internados felices jugando al béisbol oposando con los guardias en plena faenaen el cañaveral, eran eso mismo,ilusiones destinadas a complacer alrégimen y tranquilizar a la amaestradaopinión pública.

Gracias al privilegiado climatropical de la isla, en los campos de laUMAP no hacían falta barracones. Lospresos dormían en hamacas, y, si noquedaba ninguna libre, al raso entre laspalmeras. Los guardias tenían lacostumbre de despertar a los cautivos afustazos o con golpes de sable sobre elcuerpo desnudo para prepararlespsicológicamente para un día de trabajo

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devastador. La desnutrición y lasenfermedades se encargaban del resto.

El campo estaba convenientementeseparado de la civilización por muchashectáreas de campos de labor. Nadiesabía nada y nadie tenía por qué saber loque sucedía más allá de las alambradas.Ese silencio espeso, la complicidad delos guardias y la decisión de Castro decerrar los campos sólo tres añosdespués de su apertura obró el milagrodel olvido. En muy poco tiempo loscampos de la UMAP se perdieron entrelas brumas de la historia de larevolución cubana. En el mejor de loscasos se trató de un traspiés reconocido

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entre dientes por algunos capitostes delrégimen, en el peor no existieron jamás.

Nunca se ha sabido a ciencia ciertacuántos cubanos fueron enviados alinfame archipiélago de la UMAP. Seestima que la cifra ronda entre los25.000 y las 40.000 personas. Algoparecido sucede con las víctimas. Sesabe que hubo infinidad de suicidios yejecuciones, pero no se conoce elnúmero exacto y probablemente no seconozca nunca. Antiguos presos de laUMAP como el cantante Pablo Milanéso el sacerdote Jaime Ortega, que llegó aser arzobispo de La Habana, hanguardado un inexplicable silencio,

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similar, por lo demás, al de muchasvíctimas de las penitenciarias políticassoviéticas.

Tampoco se sabe por qué Castro losclausuró o, mejor dicho, cambió elmodo de castigar al disidente, porquepresos políticos ha seguido habiendo enCuba hasta el día presente. Losdefensores de la revolución lo explicanatribuyendo el mérito a las protestas dela Unión de Escritores y Artistas deCuba, una organización de estrictaobediencia castrista cuya oposición alos campos, si es que es existió, fue tansuave que puede considerarseinsignificante. Algunos intelectuales en

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el extranjero si hicieron preguntasincómodas a Castro sobre el particular.Pero el régimen siempre ha despachadoeste tipo de requerimientos con desdén yla consabida reacción airada que incluyeculpar a los «gusanos» del exilio depracticar actividades anticubanas.

Tal vez el fin de la UMAP se debióa su ineficiencia intrínseca. A pesar desu nombre, ni eran militares ni apoyabana la producción. No eran más quedesalmadas cárceles en mitad del campoque costaban mucho más de lo quepodían aportar. Tenían, para colmo, uncoste al que el castrismo siempre fuemuy sensible: el mediático. Para 1968

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los gulag eran ya en la Unión Soviéticaun recuerdo de otra época. Su existencialo único que podía ocasionar eracríticas en el extranjero y un innecesariodesgaste en términos de imagen.

Hay, por último, un acontecimientoque quizá ayuda a explicar el cierredefinitivo de los campos de la UMAP.En 1968 el Gobierno cubano decretó lallamada «ofensiva revolucionaria», queconsistió en expropiar los pequeñosnegocios privados que aún quedaban enla isla. La ofensiva vino acompañada deuna tímida apertura de la frontera. Aligual que había hecho años antes, Castrorelajó los permisos de emigración y una

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nueva legión de descontentosabandonaron la isla. Se volvía de estemodo al punto de partida. Ya no erannecesarios los campos de la UMAP.Bastaría con la justicia ordinaria paralos casos de insumisión más flagrantes.

De ahí en adelante nunca más supode la frustrada y un tanto improvisadasolución a la soviética que Castro quisodar al reincidente problema de ladisidencia generalizada. A fin decuentas, Cuba es una isla. ¿A alguien sele ocurre una cárcel dotada de un fosomejor?

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«L

El gran salto a latumba

A liberación real no es posible sino es en el mundo real y con

medios reales, no se puede abolir laesclavitud sin la máquina de vapor y lamula jenny, no se puede abolir elrégimen de la servidumbre sin unaagricultura mejorada».

En este párrafo, escrito a dúo entreKarl Marx y Friedrich Engels para elprimer capítulo de La ideología

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alemana, se puede resumir lo que luegose denominaría «Teoría de las fuerzasproductivas», en virtud de la cual elverdadero socialismo nunca podría seralcanzado si no se desarrollaban anteslas condiciones materiales adecuadas.

Era un dilema de primera magnitud.Una vez conquistado el poder lavanguardia tenía que elegir entre dejarque los réditos de la agricultura enmanos de pequeños propietariosalfombrasen la llegada de la granindustria estatal, o acelerar la operacióncolectivizando las granjas para utilizaresos beneficios en la forja de laindustria. Los ideólogos del bloque del

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este se devanaban los sesos con esteasunto, que se convirtió en un recurrentetema de debate en las altas esferas.

China, que se incorporó al camposocialista en 1949 tras una cruentaguerra civil, no era ajena a estascontroversias teóricas. Pero en lospaíses comunistas los debates noduraban mucho. Entregados a líderesprovidenciales, siempre se terminabahaciendo la voluntad de estos líderes.En el caso de la China Popular esehombre era Mao Zedong.

Mao no tenía muy claro que caminoseguir, por lo que, al principio, dejó quelos campesinos cultivasen pequeñas

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parcelas con las que las familias seautoabastecían. La colectivizaciónagraria no comenzó hasta 1955, cuandose constituyeron grandes granjascooperativas estatales de adscripciónvoluntaria. El sistema funcionó bien, y lamejor muestra fue la excepcionalcosecha de 1957. Mao estaba exultantecon la buena marcha de su revolución.Henchido de orgullo viajó en noviembrede ese a año a Moscú, donde se iba acelebrar por todo lo alto el cuarentaaniversario de la revolución de octubre.

Hacía ya muchos años que la guerrahabía concluido, tocaba ahora un desafíoaún mayor: demostrar al mundo que el

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socialismo no sólo era más justo eigualitario, sino que era capaz deproporcionar abundancia a los queviviesen bajo su manto protector. Laabundancia es la otra cara de laproducción. Un país dispone de muchocuando produce mucho. Para 1957 lacruda realidad era que los capitalistasproducían bastante más que loscomunistas, y, como consecuencia,tenían más de todo. Y no sólo EstadosUnidos, que había salido bien librado dela guerra mundial, sino naciones comoItalia o Alemania que, sólo unos añosantes, estaban arrasadas y se morían dehambre.

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Jruschov lanzó un reto a unaaudiencia compuesta por presidentes derepúblicas populares. El bloquesocialista no debía conformarse conalcanzar a Occidente, sino que debíasuperarle, y debía hacerlo en el plazo deunos pocos años. A Mao la propuesta leembriagó. Cuando le llegó su turno depalabra se dirigió al auditorio con estaspalabras: «El camarada Jruschov nos hadicho que la Unión Soviética superaráen 15 años a los Estados Unidos deAmérica. Yo puedo asegurar que, dentrode 15 años, habremos alcanzado osuperaremos al Reino Unido».

Al su regreso a Pekín el timonel

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traía consigo una idea que pensabaponer en práctica de un modo inmediato.Se trataba de un novedoso plan paraconvertir China en una potenciaindustrial de primera categoría en pocosaños. El plan se llamaría «Gran saltoadelante». No era un plan quinquenal aluso, sino algo mucho más ambicioso,algo de factura completamente china,una campaña realmente revolucionariaque nunca antes se había intentado. Elpropio Mao lo resumiría como «tresaños de esfuerzos y privaciones y milaños de felicidad».

El corazón del Gran salto adelanteera la eliminación de las diferencias

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entre trabajo agrícola y trabajoindustrial. ¿Por qué hacer una cosa uotra cuando se podían hacer ambas? Entodas las granjas estatales y en losbarrios de las ciudades se instalaríanpequeños hornos siderúrgicos que,gracias a una sabia planificacióncentralizada, fundirían acero en grandescantidades. Al fin y al cabo larevolución industrial en Inglaterra habíacomenzado de ese modo mediante elsistema Putting-out. Los campesinosbritánicos del siglo XVIII trabajaban eltextil dentro de sus casas al tiempo queatendían sus labores agrícolascotidianas. Eso posibilitó que la

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producción aumentase y naciesen lasprimeras fábricas.

China iba a hacer algo parecido conel acero. El Estado suministraría lamateria prima y el combustible, loscampesinos-obreros pondrían el trabajo.El éxito estaba garantizado y, comohabía tantos chinos, la producción sedispararía rápidamente y se podríasuperar al Reino Unido tal y como habíaprometido Mao en Moscú ante loscapitostes de las naciones socialistas.

Eso era el plan, claro. La realidaddemostró ser muy distinta. La primeraparte de la campaña se centró eneliminar las pequeñas parcelas de

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autocultivo que abundaban por lospueblos. El motivo de liquidar el últimoresto de propiedad más o menos privadaque quedaba en China con tanta prisa noera tanto la propiedad en sí, como elhecho de poder disponer a tiempocompleto de todos los vasallos. Lacolectivización se convirtió de estemodo en forzosa. Las cooperativas delprimer plan quinquenal se transformaronen comunas populares que lo compartíantodo, incluida la cocina y el comedor,ancestrales refugios de la culturafamiliar china.

Aquel modelo encandiló a Mao.Meses después de lanzar la campaña el

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presidente anunció que esas comunas,unas 25.000, serían el nuevo marco deorganización para la China rural. Lascomunas serían unidades de produccióntotales. Durante el día trabajarían elcampo y por la noche los hornos. Sushabitantes quedarían, además, fijados depor vida a la comuna en cuestión ya quese prohibió terminantemente que nadiela abandonase sin permiso de lasautoridades del Partido. Los «esfuerzosy las privaciones» iban a ser muchomayores de lo que se pensaban inclusolos de la línea más dura de Politburó.

No todo el país iba a recluirse encomunas. El Estado encargó la

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construcción de grandes acerías junto alas ciudades que se llenarían demillones obreros, no necesariamentecualificados para esa tarea. Entre 1958 y1960 cincuenta millones de personas seincorporaron a la nómina estatal.Cincuenta millones de bocas que lascomunas medio agrícolas mediosiderúrgicas tendrían que alimentar. Laconfianza que los comunistas chinostenían en el poder de la voluntad erarealmente suicida. En la China deaquella época estaban en boga lasteorías agronómicas de Trofim Lysenko,aquel charlatán soviético que dijo haberinventado la biología proletaria. Mao

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creía ciegamente en ellas y aportabadescubrimientos de su propia cosecha.«Con la compañía las semillas crecenfácilmente, cuando crecen juntas sesienten a gusto», llegó a decir en ciertaocasión durante un discurso. Nadie,obviamente, osaba llevar la contraria alautoproclamado «salvador del Pueblo».

El voluntarismo que, según lapropaganda oficial, desplazabamontañas se tradujo en el campoagronómico en un empeoramientoautomático de las cosechas. En el frío yapartado Tíbet, por ejemplo, se dejó deplantar cebada para sustituirla por eltrigo. El resultado fue que no se

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recogieron ninguno de los dos cultivos.Otra idea de los agrónomos del régimenfue exterminar a los gorriones porquecomían grano. La cosecha lo pagó enforma de plagas ya que los gorriones,aparte de grano, también comíanmultitud de insectos y parásitos.

La biología revolucionaria iba a sersólo uno de los pilares de unaagricultura superproductiva contra laque Occidente nada podría hacer. Elotro sería las grandes obras deirrigación. Con apresuramiento, sinhacer estudios técnicos preliminares ysin fiarse demasiado de los ingenieros,el Estado acometió un ambicioso

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programa de presas y canales. Muchasno sirvieron de nada porque, por culpadel atolondramiento inicial, seemprendieron obras hidráulicas dondeno hacían falta. Muchas anegaron fértilespastos donde pacía el ganado. Otras sederrumbaron al poco de concluirse conla primera crecida. Todas fueronextraordinariamente costosas en vidas.

A comienzos de 1959 la catástrofeinminente tenía ya todos sus ingredientesa punto de ebullición. Entre lasmillonarias partidas de trabajadoresdedicadas a la gran industria, las queestaban por todo el país levantadopresas y los propios campesinos

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fundiendo metal en sus microaceríasrurales, el país no producía toda lacomida que necesitaba. La producciónde grano se desplomó a niveles de 1950pero con cien millones de chinos más.Los trabajadores de las granjas estatalesno daban más de sí. Subalimentados ycondenados a interminables horas detrabajo empezaron a morir de inanición,primero miles en algunas zonaspuntuales, más tarde millones por todoel país.

En Pekín los altos funcionarios delpartido comenzaron a darse cuenta deque la situación estaba fuera de controlmás allá de los muros de la Ciudad

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Prohibida. El líder, sin embargo, era dela opinión contraria. En agosto de 1959se decidió relanzar y profundizar en elGran salto adelante. No importaba simorían unos cuantos, lo importante eratener fe y mantener la vista en elhorizonte. La propaganda acuñó unchocante lema para el invierno del 59:«vivir de un modo frugal en un año deabundancia». El Partido se encargótambién de que los médicos recordasenque los chinos eran una razaprivilegiada que no necesitaba un granaporte de grasas ni de proteínas.

Mientras los terminalespropagandísticos del régimen repetían

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una y otra vez que estar delgado erasaludable y que el sacrificio merecía lapena, el país entró en una demoníacaespiral de hambre. Las granjas cada vezproducían menos porque sustrabajadores morían o porque estabanmuy débiles para sembrar y recoger lascosechas. Lo poco que salía de los silosiba destinado a alimentar a la otra«pierna de la revolución», la industrialy, especialmente, la política. A losmiembros del Partido no les faltabacomida, ni en Pekín ni en ninguna otraciudad.

La escasez de alimento repercutiódirectamente en la producción de acero.

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Las acerías de las ciudades fuerondespoblándose; ya porque sus operariosmorían, ya porque desaparecían parabuscar comida por las alcantarillas o enlas ilegales huertas que muchas familiasplantaban en los patios. Las fundicionesrurales sufrieron igual destino. El plandecía que el Estado se encargaría desuministrar la materia prima y el carbón,pero ninguno de los dos insumosllegaban en el tiempo y la formaadecuada. Para colmo, el acero de lasexplotaciones rurales era de tan malacalidad y estaba tan lleno de impurezasque no servía para nada.

En las minas de carbón los mineros

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morían de hambre, enfermaban o seesfumaban para cultivar sus propioshuertos. Pero la revolución lo podíatodo, a falta de carbón los campesinostenían que salir en busca de madera alos bosques cercanos que, en muchasprovincias, quedaron totalmenteesquilmados. Respecto al hierro, loscabecillas locales, deseosos depresumir ante sus superiores decrecientes cuotas de producción,ordenaron que se echase a los hornoscualquier tipo de metal: cacerolas,cucharas, cuchillos… Si los campesinosno colaboraban las milicias del Partidose encargarían de requisarlo por la

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fuerza con una buena ración de palos.No sólo no había que comer, sino

que tampoco tenían donde hacerlo. Elmercado negro irrumpió con fuerzainaudita a partir de 1960. Quien podíapermitirse un discreto huertecillo oquien se las arreglaba para robar algode grano en un silo, lo poníarápidamente en el mercado a preciosastronómicos. El arroz de contrabando,por ejemplo, llegó a multiplicar portreinta su precio. Las escasez y losriesgos que entrañaba el contrabandoexplicaban esos precios tan elevados.Como era de suponer el régimen hizoresponsable del fracaso de los planes y

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del hambre generalizada al mercadonegro, al que oficialmente denominó«acaparación».

La prefectura de Xinyang informabaa los mandos del Partido en Pekín que«no es que el alimento falte. Hay granoen cantidad, pero el 90% de loshabitantes tienen problemasideológicos». Pekín no tardó en tomarcartas en el asunto. Durante el inviernode 1960 se desplegaron por el paísmilicias armadas cuyo único mandatoera reprimir con dureza a loscampesinos. De este modo, al hambre yla enfermedad se unió un nuevo jinete: elde la guerra. La represión fue tan brutal

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como era previsible en un país sometidoa una tiranía semejante. El comercio sepagaba con la vida lo que hizodesaparecer por completo elcontrabando que, de un modo bastanteprecario, mantenía con vida a buenaparte de la población.

Millones de campesinos fuerondetenidos y trasladados a campos dondese les torturó hasta la muerte. Unos porhaber sido sorprendidos intercambiandoun puñado de arroz, otros por delitosideológicos y, los más, por«remolonear» en el trabajo y no alcanzarlas cuotas marcadas por el comité. Lasejecuciones ejemplarizantes se pusieron

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a la orden del día. Por ejemplarizantehay que entender, en el contexto de laChina de Mao, a reos enterrados vivos ograndes pucheros con gente dentro aquienes hervían delante de sus vecinos.

Para 1961 moría ya tanta gente queel Partido prohibió la celebración defunerales. Los muertos se echaban afosas comunes o eran utilizados comoabono. El hambre no cesaba. Sin nadaque echarse a la boca muchas familiasempezaron a intercambiarse a sus hijospara comérselos. Los intercambiabanpara evitar comerse a sus propios hijos.Otros se hacían sopas con cortezas deárbol hervidas o rebuscaban gusanos

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entre los excrementos de los caballosque montaban los guardias rojos.

Durante ese año la situación se habíatornado tan insostenible que las noticiasde la gran hambruna cruzaron la fronteray llegaron a Occidente. El Gobiernochino no reconoció nada, a lo más quehabían padecido una severa sequía. Noera cierto, los años 1959, 1960 y 1961fueron normales en lo que a lluvias serefiere. Estados Unidos se ofreció aenviar grano en concepto de ayudahumanitaria, pero Mao la rechazó. Loque no podía rechazar eran las comprasde grano en el extranjero, aunque sólofuese para alimentar al ejército y a la

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casta del Partido. China había pasado deexportar a la URSS 2,8 millones detoneladas de grano en 1958 a importar5,8 millones en 1961.

El Politburó presionó para que sepusiese fin al experimento. A mediadosde 1961 la campaña quedó aparcadapara siempre. Los campesinos fueronliberados de las comunas, se volvió apermitir que se cultivasen pequeñasparcelas familiares y que losagricultores intercambiasen susproductos en mercadillos informales. Enun solo año el hambre había remitidomilagrosamente. El artífice de la vueltaa la normalidad fue Liu Shaoqi, veterano

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de la Larga Marcha y número dos delPartido. Mao no se lo perdonó, añosmás tarde, con motivo de la RevoluciónCultural le quitaría de en medio.

El Gran salto adelante había sido unfracaso se mirase desde donde semirase. China había consumido recursospreciosos y, lo que es peor, habíasacrificado a cerca de cuarenta millonesde personas. Nunca antes en toda lahistoria de la humanidad se habíaproducido una hambruna de talesdimensiones. La mortalidad se habíamultiplicado por tres y la natalidad erala mitad que cuatro años antes. Lasconsecuencias económicas se dejaron

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sentir hasta finales de la década de lossetenta. El campo chino no volvería aproducir lo mismo hasta el año 1983.Las humanas no tuvieron reparaciónposible. El Gobierno, entretanto, corrióun tupido velo sobre el Gran saltoadelante, que aún perdura.

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A

El archivillano deMoscú

mediados de 1943 Stalinsuprimió la Comintern. Era lo

mínimo que podía hacer vistos losderroteros que había tomado la guerra.La Comintern, una herramienta políticaque buscaba derribar el capitalismofomentando la discordia civil en lospaíses occidentales, había perdido todosu sentido cuando esos mismos paíseseran los principales aliados —y hasta

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salvadores— de la Unión Soviéticafrente a la apisonadora nazi.

Terminada la guerra no se volvió arefundar. La «tienducha», tal y como lallamaba Stalin, había cumplido sucometido tanto en el campo de lapropaganda como en los campos debatalla en la guerra de España. Habíasido una buena agencia de comunicacióne intrigas para la aislada URSS deentreguerras, pero no tenía razón de seren un momento en el que media Europaera un predio moscovita y la otra mediasubsistía entre cascotes y complejos deculpa. Más tarde o más temprano malosy buenos, franceses e ingleses, italianos

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y alemanes terminarían por asumir lainevitabilidad del socialismo comohabían hecho las naciones del este.

Pero no fue así. En 1947 elpresidente Truman anunció el PlanMarshall, un programa de ayudaeconómica generosamente financiadopara que el hambre y la conflictividadsocial de posguerra no convirtiese enenemigos a los que, hasta entonces,habían sido fieles aliados deWashington. El otro plan, el de Stalin, sevino abajo. Resucitó entonces de entrelos muertos la Comintern. Pasó allamarse Cominform, acrónimo deOficina de Información de los Partidos

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Comunistas. Su misión sería organizar elbloque socialista y garantizar que nadieescapase de la ortodoxia ideológicamarcada desde el Kremlin.

Todos los partidos comunistasfueron desfilando delante del zar rojopara rendirle pleitesía menos uno, elyugoslavo, dirigido por Josip Broz, unpartisano rechoncho y rubicundo que sehabía autoascendido a mariscal trasderrotar a los nazis y masacrar sinpiedad a las milicias ustachas que losapoyaban en Croacia. Broz, conocidocomo Tito dentro y fuera de su país, sehizo el remolón. Aceptó de mala ganaque el primer congreso de la Cominform

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se celebrase en Belgrado y que la sedetemporal de la organización se fijaseallí, pero no tenía intención de llevarsea engaño. El plan oculto de Stalin erasustituir a todos los líderes locales quegozasen de popularidad entre la gentepara que sólo se le rindiese culto a él,padre de los pueblos oprimidos delmundo.

Tito lo intuía porque conocíademasiado bien al zorro. Sus peoressospechas se tornaron reales cuandotuvo noticia de una reunión en Moscú ala que habían asistido dos de sushombres más cercanos, Edvard Kardeljy Milovan Dilas. La conclusión era más

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que obvia: uno de los dos habría desustituirle. Aquella era una inmejorablecoartada. Al año siguiente sacó alPartido Comunista de Yugoslavia de laCominform. De nada había valido quelos soviéticos le prometiesen a cambiode su permanencia el apetitoso bocadode Albania, e incluso la anexión deBulgaria para construir una genuinapatria de los eslavos meridionales(Yugoslavia significa eso mismo: tierrade los eslavos del sur). Regalosenvenenados cuyo precio era su propiacabeza.

Stalin se encolerizó. Cursó órdenesde aislar por completo al mariscal y

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dictó fatwa de busca y captura en laforma habitual entre comunistas, esdecir, tachando al disidente de agentedel imperialismo, de burgués encubierto,de bujarinista y de menchevique.«Creemos que la carrera de Trotsky esmuy instructiva» advirtió el georgianorefiriéndose a Tito en el punto álgido dela crisis.

El «titoísmo», palabra inventada atoda prisa en la Lubianka, se convirtióen pecado de lesa majestad en la URSSy en todos sus satélites europeos. Todoaquel tachado de titoista era carne deproceso sumario y presidio siberiano.En Yugoslavia sucedía lo contrario. A

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los miembros del Partido que mostrabansimpatías prosoviéticas se les colgó elsambenito de «cominformistas», delitolo suficientemente grave como para serenviado sin juicio al gulag de Goli Otok,un penal secreto situado en una remotaisla del Adriático frente a las costascroatas. Eso el que tenía suerte. Otrospagaron la fidelidad al padrecito con lapropia vida.

Se había desatado una guerra civildentro del bloque del este sin que losaliados occidentales se lo llegaran aexplicar muy bien, probablementeporque desconocían la naturaleza íntimadel socialismo. El desencuentro entre

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Tito y Stalin duró hasta la muerte de esteúltimo en 1953. Para entoncesYugoslavia se había posicionado ante elmundo libre como un régimen distinto,más amigable, el «socialismo de rostrohumano» lo llamaban losbienintencionados cancilleres del oeste.

De humano tenía poco. Tito seatornilló al poder sabiendo que, juntocon la servil Bulgaria, Yugoslavia era elúnico país del bloque que no hacíafrontera con la URSS. Eso la libró deuna invasión como la que padeceríanHungría y Checoslovaquia. Jruschovtrató, con éxito, de reconducir lasituación retomando las relaciones y

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asumiendo la excepción yugoslava.Entendió que mientras Tito, un autócratasanguinario e implacable, siguiese almando no habría nada que temer.

No iba desencaminado. Tito sirvióde eslabón entre el este y el oestecuidando de puertas afuera una imagende refinada moderación que contrastabacon el culto a la personalidad y lasformas de tirano oriental que practicabaen el interior de Yugoslavia. Su retrato ysu nombre eran omnipresentes por todoel país. Se atrevió a algo que sólo Stalinhabía hecho antes, a rebautizar unaciudad con su propio nombre:Podgorica, capital de Montenegro, que

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pasó a llamarse Titogrado tras la guerramundial.

Obsesionado con vistosos uniformesllenos de medallas, vivía rodeado delujos, algunos realmente exclusivoscomo el yate Galeb, mayor que el de lareina de Inglaterra, donde pasaba largastemporadas y agasajaba a líderesextranjeros y artistas de cine comoElisabeth Taylor o Sofia Loren. Muchosle correspondían con reconocimientos yhonores. Tito coleccionó órdenesmilitares, desde la orden de Lenin hastala Legión de honor francesa, pasandopor la orden de Bath británica o la delrey Leopoldo de los belgas.

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El pulso que le había ganado a Stalinen un acto valiente pero perfectamentecalculado le proporcionó fama y ciertaaura de intocabilidad. Fue elarchivillano del monstruo, el único quese enfrentó a él y pudo contarlo. Su país,en cambio, se desintegró poco despuésde su muerte en 1980. Deshecho elhechizo que embrujó a medio mundo,Yugoslavia se desangró en una miriadade guerras intestinas que, al principio,nadie acertaba a comprender. Tito, elguerrillero que se creía mariscal, loshabía engañado a todos, empezando porStalin. Nunca un tirano tuvo tan buenaprensa y dejó tan mala herencia a sus

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sucesores. Hace sólo poco más detreinta años que murió, y lo peor es queya nadie se acuerda de él.

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E

El Partido es nuestramadre y nuestro padre

L fracaso estrepitoso del Gransalto adelante había sido un

torpedo en la línea de flotación delliderazgo de Mao Zedong. El triunfadorde aquella estúpida y homicida campañade industrialización acelerada fue LiuShaoqi, comunista de la primera hora yvicepresidente del Partido. O el grantimonel retomaba el mando o larevolución se le podía terminar yendo

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de las manos con funestas consecuenciaspara sus leales y para él mismo.

Pero Shaoqi estaba bien situado,tanto en el Partido como en el Gobierno,a quien le ponía cara en calidad depresidente de la China Popular. Maoejercía otro tipo de poder menos visible.Era el líder sin más. Contaba con laauctoritas emanada de la ubicuapresencia de sus retratos por todo elpaís, y la potestas que le daba el controldirecto de todos los comités.

En las democracias liberales, conlos tres poderes bien definidos ydelimitados, una estructura de mandocomo la de la China de Mao se hacía

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complicado de entender. Aunque elPartido era el depositario del poder,quien de verdad mandaba eran loscomités. Mao presidía el ComitéCentral, el Politburó, la ComisiónMilitar Central y el Comité que regía elCongreso Nacional, llamadooficialmente Conferencia ConsultivaPolítica del Pueblo Chino (CCPPC). Noquedaba resquicio donde Mao notuviese una influencia decisiva. Tenía asu favor, además, la lealtadinquebrantable de Lin Biao, jefe máximodel Ejército.

La profusión de imágenes de Maoera obra directa de Lin Biao, que sentía

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auténtica adoración por el líder. El cultoa la personalidad propia agradaba allíder casi tanto como la difusión delPequeño Libro Rojo, otra adulación deBiao, que se había encargado decompilar citas y textos del jefe paraluego entregárselas a los soldados comolectura obligatoria. Las aprendían dememoria a modo de mantrasrecitándolas en voz alta mientras dabancabezazos como los monjes budistas.

Shaoqi pertenecía al pasado, Biao alpresente. En 1964, dos años después delabrupto final del Gran salto adelante,Biao ordenó que todo el país semilitarizase. La excusa esta vez era la

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defensa de una hipotética agresiónexterna. A partir de ese año todos losestudiantes de China empezaron arecibir instrucción militar en lasescuelas. El Ejército, coordinador deesta inexplicable movilización entiempos de paz, organizó miliciasjuveniles en colegios, universidades,factorías y barrios urbanos. A los niñosse les sacaba de las aulas para desfilaral ritmo de marchas militares y serealizaban ejercicios militares con ellos.

Todo en el alucinado universo deLin Biao era enfermizo, empezando porsu propia persona. Era neurasténico ehipocondríaco. Padecía una amplia

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gama de fobias que condicionaban suvida. Aborrecía el viento, el agua, elruido y la luz. Esas aversiones lellevaron a retirar cualquier tipo decuadro en el que se viese un río, un lagoo el mar. Evitaba viajar y nunca seacercaba a cursos de agua, ni siquiera alde la ducha. Trabajaba a oscuras en sudespacho pekinés donde apenas recibíaa gente. Allí, según cuentan, tomabapastillas a todas horas y se evadía deese mundo que tanto odiaba con dosis demorfina. Su figura, flaca y demacrada,producía una mezcla de temor yrepulsión entre los cargos del ministeriode Defensa.

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Solo de un enfermo como Lin Biaopodía salir algo tan desmadrado yabsurdo como la campaña que iba aazotar China de 1966 a 1968. La materiaprima del nuevo designio maoísta eranlos estudiantes de las ciudades. LaRevolución había cumplido ya su quinceaniversario. En las escuelas yuniversidades chinas se estaba formandouna generación que no había conocidootra cosa más que el comunismo. Eran la«cuartilla en blanco carente de cualquiermarca» que anhelaba Mao, sin resabioalguno del pasado, sobre la que escribir«los caracteres más puros y hermosos».

La militarización de las escuelas,

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que vino acompañada de una campañade intensa ideologización, sirvió debanco de pruebas. Los jóvenes seentusiasmaron con el papel que el líderles adjudicaba. «El porvenir de Chinaos pertenece», clamaba Mao en losdiscursos. La plástica revolucionaria secompletaba con uniformes, brazaletes decolor rojo, simbología y desfiles por lasavenidas de las principales ciudades.Aquella masa informe de estudiantessacados de las aulas se habíatransformado ya en escuadras deguardias rojos, una fuerza de choqueimparable y muy numerosa dispuesta amorir por el líder.

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En un ambiente tan surrealista algo,necesariamente malo, tenía que ocurrir.El primero de julio de 1966 estalló larevolución. Un dazibao de la facultad deFilosofía de la Universidad de Pekín,llamaba a la lucha: «¡Rompamos todoslos controles y las maléficas conjuras delos revisionistas! ¡Destruyamos todoslos monstruos, a todos los revisionistascomo Jruschov!». En cualquier otracircunstancia una proclama semejantehubiese terminado con una brutal purgaen la universidad y sus responsablesdetenidos y trasladados a un laogai, perono en aquella ocasión. Mao estabadetrás de todo.

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Meses antes, en mayo, el Politburóhabía acusado a varios dirigentes, entrelos que se encontraban Peng Zhen, jefedel Partido en Pekín, y el general LuoRuiqing, de acaudillar una conspiraciónburguesa que se había infiltrado en lasaltas esferas del país. Para combatirlallamaba a una «Gran RevoluciónCultural» que, alimentándose delpensamiento de Mao, arrasase hasta loscimientos esta «contrarrevoluciónrevisionista de enemigos de clase».

Shaoqi poco podía hacer frente a unenemigo semejante. Los ministeriosclave estaban en manos de los adictos aMao. El Ejército los protegía e incluso

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invitaba a que las hordas juvenileshiciesen justicia pública con losrevisionistas que, oportunamente, fueronmotejados como «negros». El ministeriode Transportes les franqueaba el pasode los ferrocarriles para que extendiesensu peculiar revolución adolescente portodas las ciudades.

En China lo que sobraban eranjóvenes motivados, y más en lasciudades, donde el Gran salto adelanteno había provocado el desastredemográfico que causó en el campo.Cincuenta millones de alumnos seecharon a la calle durante el verano del66. El Gobierno dio órdenes de

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suspender las clases mientras el Ejércitoles proveía de material, armas, vituallasy libros rojos de Mao. La consigna eraterroríficamente simple: «Losantimaoístas son ratas que corren por lascalles, matadlas, matadlas».

Las levas de guardias rojos,debidamente teledirigidas desde elPartido y el ministerio de Defensa, seextendieron por las principales urbes avelocidad de vértigo. En septiembrePekín y Shangai ya eran dos ciudadestomadas y al albur del fanatismo juvenilde los jóvenes guardias. Todo eraprescindible, empezando por la familia.El régimen inoculaba por vía

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intravenosa en los jóvenes el odio a susprogenitores e insistía que había quedenunciarles a la policía si albergabansospechas políticas de ellos. «El Partidoes nuestra madre y nuestro padre» decíael estribillo de una canción de campañaque los guardias cantaban a todas horas.Si no tenían piedad con sus propiospadres, qué suerte esperaría a los que yahabían sido señalados por Mao desde suciudadela amurallada de la CiudadProhibida.

Las primeras víctimas en sucumbir ala Revolución Cultural fueron losprofesores. El régimen tachó a los«intelectuales» de enemigos de la

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revolución. Por «intelectual» podíaentenderse casi cualquier cosa. Unsimple maestro de barrio que no contasecon la protección adecuada tenía todaslas cartas de ser un «mal nacido», porutilizar la terminología oficial, ypadecer las consecuencias. Los«intelectuales» eran sacados a la callepor la turba adolescente, apaleados enpúblico y sometidos a todo tipo devejaciones.

Los guardias solían pintar de negrola cara del desventurado «intelectual»que, si tenía suerte, podía salir del bretecon una simple paliza y el saqueo de sudomicilio. Si no la tenía moría allí

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mismo ante la mirada cómplice depolicías y militares. Toda violenciacontra los «intelectuales» estabajustificada. «La clase capitalista es lapiel, los intelectuales son los pelos quecrecen sobre la piel. Cuando la pielmuere, no hay pelos», decían lospanfletos propagandísticos que losguardias leían con reverencia.

Después de las purgas de los años50 a China no le quedaban demasiadosintelectuales propiamente dichos, perolos que aún vivían, en su mayoríaescritores, perecieron a la RevoluciónCultural; ya ejecutados por las turbas, yaen cárcel, ya por suicidio. Suerte

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parecida corrieron los profesoresuniversitarios, los compositoresmusicales, los actores, los escultores…Realmente nadie estaba a salvo de lafuria roja.

A finales de agosto Mao lanzó unade sus célebres campañas que fuerecibida con alborozo por los guardias.Se trataba de acabar con las «CuatroAntiguallas» (antiguas costumbres,antiguas ideas, antigua cultura y antiguoshábitos). Los primeros en sentirlo fueronlos de la Ópera de Pekín, una institucióncentenaria que tuvo que eliminar todaslas representaciones que no versasensobre la revolución.

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En esto jugó un papel fundamentalJiang Qing, la cuarta esposa de Mao.Qing era una antigua actriz de teatroideologizada hasta la médula que habíaejercido de ministra de Cultura delprimer Gobierno comunista. Porpetición expresa se convirtió endirectora de la «Gran RevoluciónCultural». Su obsesión era el arte o,mejor dicho, reformar las expresionesartísticas chinas hasta hacerlas confluircon los dogmas revolucionarios. Sufanatismo era tal que prohibió todo tipode obras, ya fuesen óperas, ballets osimples dramas teatrales, que notuviesen contenido revolucionario

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expreso.Para evitar que, tras una apariencia

revolucionaria, se colasen mensajessospechosos, creó la llamada «óperarevolucionaria», lo que redujo elinventario a sólo ocho piezasrepresentables (seis óperas y dosballets) denominadas «óperas modelo»,supervisadas personalmente por ella. Laestructura era siempre la misma, binariahasta la náusea. Los buenos eran obrerosfabriles o agricultores, los malosterratenientes o burgueses urbanos. Losprimeros eran guapos y jóvenes, lossegundos feos, viejos y decadentes. Enel curso de la obra estallaba la lucha de

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clases que siempre ganaban losproletarios.

Mientras Jiang Qing se entreteníarehaciendo desde cero las artesescénicas, los guardias rojos tomabanviolentamente la calle. Nada tenían quetemer. Mao se ocupó personalmente deque la policía no interfiriese en lasactividades de los jóvenes. «¿Deben sercastigados los guardias rojos quematan?», preguntaba el ministro deSeguridad ante un nutrido grupo deoficiales de policía, «mi opinión es quesi se mata pues bien, se ha matado. Noes nuestro problema».

La llama que había prendido el

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Politburó la mantenía encendida la totalimpunidad en la que las partidas deguardias se desenvolvían. Las ciudadesesperaban aterradas la llegada de losnumerosos contingentes de guardiasrojos. En Shangai, ciudad cosmopolitade tradición liberal, puerta de China almundo que tenían aún un gran posooccidental, la represión fue salvaje. Laturba comenzó con el alcalde de laciudad, que, acusado de revisionista, fueenganchado a un tranvía y apaleadohasta la muerte.

Otros no lo pasaron mucho mejor.Los guardias practicaban continuaspesquisas en las casas particulares de

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los que previamente se había designadocomo «negros». Se llevaban todo lo queencontraban de valor dentro de lascasas, con especial predilección por losobjetos de oro y plata. Sólo en Shangaise llegaron a incautar 72 millones detoneladas de oro, que pasóautomáticamente a disposición delPartido, es decir, de la madre y el padrede los guardias. Si la víctima se negabao hacía algún reproche era ejecutada enel acto.

Significarse era malo, un pasaporteseguro al otro barrio, pero nosignificarse tampoco garantizaba laseguridad. Mao había dicho que el

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revisionismo era una «serpientevenenosa que está inerte, pero aún no hamuerto». Pararse en la calle y mirar alos guardias podía ser motivo sobradopara una soberana paliza a correazos enplena calle. Las correas eran el armafavorita de los guardias. Lin Biao leshabía suministrado unos gruesoscinturones militares que utilizaban paraflagelar a los sospechosos.

En ciudades como Shangai o Pekínmucha gente prefirió quedarse en casatodo el día y, si tenían que salir,caminaban rápido tratando de esquivar alas escuadrillas rojas. En el caso detoparse con una de ellas el encontronazo

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podía terminar con un cadáver en mitadde la calzada, y no precisamente el deninguno de los guardias. En los díasseñalados los guardias estabanespecialmente activos. Detenían a lostranseúntes y les obligaban a recitarcitas de Mao en voz alta. Negarse a ellono era una opción.

Los niños mimados de la revoluciónse habían apoderado del país con laaprobación del líder, que, entretanto yvaliéndose del desconcierto general, seaplicó en realizar una gran purga interna.Su gran rival, Liu Shaoqi, el hombre quese había atrevido a denunciar delante detodos la carnicería del Gran salto

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adelante, fue arrestado en 1967. Fueacusado de ser un «agente delimperialismo» y, al mismo tiempo, deser «revisionista moderno», es decir,afín a los soviéticos. Pero la acusaciónera lo de menos. Shaoqi fue torturadocon saña. Le retiraron su medicaciónpara la diabetes y enfermó de neumonía,lo que le terminaría matando en prisión.

Mao no se conformaba con castigaral pecador. Entendía que el pecado seextendía a toda la familia. La mujer deShaoqi, Wang Guangmei, fueencarcelada y sometida a un régimen detorturas y privaciones similar al de sumarido. Le arrebataron a sus tres hijos,

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que fueron encarcelados en una prisiónrural. Pero antes de que el peso de la leyroja cayese sobre Guangmei, losguardias rojos se dieron un festínridiculizándola públicamente, a ella, quehabía sido la primera dama de larepública hasta poco tiempo antes.Durante una visita oficial a Indonesiahabía regalado a Sukarno un elegantevestido tradicional chino finamentebordado. Los guardias obligaron aGuangmei a ponerse un vestido similar,a calzarse unos zapatos de tacón alto y acolgarse del cuello un collar hecho conpelotas de ping-pong. Luego la hicierondesfilar por la calle a la vista de todos.

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Tras el escarmiento ejemplar aGuangmei se encontraba la esposa deMao, Jiang Qing, que dejamos másarriba reinventándose el teatro chino.Qing odiaba a la esposa de Shaoqi, unamujer más joven que ella y provenientede una distinguida familia dediplomáticos. Hablaba con fluidezfrancés, inglés y ruso y era licenciada enFísica por una selecta universidadcatólica de Pekín fundada por losbenedictinos. De todas esas buenascualidades se había quedado prendadoLiu Shaoqi, que la doblaba en edadcuando contrajeron matrimonio.

Guangmei consiguió sobrevivir a su

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cautiverio, que duró más de diez años, yaún tuvo tiempo de vivir latransformación de China en una potenciaeconómica capitalista. Murió en 2006después de haber sido rehabilitada porel Gobierno. También sobrevivió aJiang Qing, procesada en los añosochenta por los crímenes cometidosdurante la Revolución Cultural. Fuecondenada a cadena perpetua y sesuicidó años después colgándose en elbaño de la celda. Antes de hacerlo dejóuna nota que decía «Presidente Mao, tequiero».

Los China europea y refinada quehabía mamado Guangmei en su infancia

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era la China que Mao quería hacerdesaparecer del mapa. Habíacomenzado su demolición en los añoscincuenta, pero aún quedaba muchooccidentalismo, especialmente en Pekíny en las ciudades costeras. Los guardiasrojos, excitados por la adecuadaconsigna, la tomaron contra todo lo queera extranjero. En Shangai amartillabantoda inscripción que se encontrabanescrita en caracteres latinos. Elcristianismo fue proscrito y con lasBiblias sacadas de las iglesias se hacíanpiras callejeras. Los monjes budistasfueron perseguidos y forzados asecularizarse so pena de morir a palos.

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El budismo, a fin de cuentas, aunquemilenario en China, también eraimportado del extranjero.

Shangai padeció lo indecible. Losguardias anunciaban por las calles conmegáfonos las nuevas prohibiciones.Una era llevar el pelo largo o peinadocon gomina, otra llevar zapatos de tacón,otra más vestir al modo occidental y, nodigamos ya, hablar lenguas occidentales.Así, mientras los chinos de Taiwán,Hong Kong o Macao prosperaban yentraban en el mercado mundial, los dela China Popular regresaban a una suertede Edad Media comunistizada en la queestaba mal visto hasta beber café porque

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era una bebida extranjera. En elparoxismo de la sinrazón prohibieronplantar flores en los jardines y tenerpájaros en casa porque eran«desviaciones de la energíarevolucionaria».

A principios de 1968 China se habíaconvertido en un frenopático dondeaparentemente mandaban los anárquicosguardias rojos. Pero sólo aparentemente.Mao no había perdido en ningúnmomento el control de la situación. Sufigura, idolatrada por los jóvenes, habíaadquirido una condición casi divina. Elpropósito de aquella comedia ya habíasido cumplimentado. El Partido y el

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Ejército estaban limpios de cualquierelemento no afecto al líder. En esemomento, y antes de que la situaciónterminase derivando en uncuestionamiento del propio Mao, elGobierno dio órdenes estrictas dedesarmar y desmovilizar a los guardiasrojos.

Las víctimas de la barbarie culturaleran muy numerosas. Varias decenas demiles murieron a causa de las palizas oen las ejecuciones de los guardias.Centenares de miles fueron expulsadosde sus casas o «ruralizados». Sólo enPekín 84.000 «negros» tuvieron queabandonar la ciudad. La purga entre los

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mandos del Ejército y el Partido, razónúltima de la campaña, fue mucho mayor.Unos cuatro millones de oficiales ycargos políticos fueron detenidos yencarcelados. Cuando en abril de 1969se celebró el Noveno Congreso delPartido China pertenecía de nuevo aMao que, para mantener ciertamovilización entre sus súbditos, anuncióuna nueva campaña revolucionaria, estavez encaminada a deportar al campo a«intelectuales» sospechosos.

Lin Biao fue nombradovicepresidente, «camarada de armas» y«sucesor del líder». Un líder queacababa de cumplir 75 años, un tanto

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ajado, con los pulmones devastados porel tabaco y un parkinson incipiente quele acompañaría hasta su muerte sieteaños después. Dos años más tarde lesucedería al frente del timón de lanación más poblada de la Tierra una delas víctimas de la Revolución Cultural:Deng Xiaoping, con quien los guardiasrojos se habían empleado a fondo. Nadavolvería a ser lo mismo.Afortunadamente.

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L

Tanques sobre Praga

A Checoslovaquia popular era laperla del zar rojo. A diferencia de

otros países del este de Europa, ruralesy atrasados, los checoslovacos podíanpresumir de ser una potencia industrial.En 1938 disfrutaban de una renta percápita similar a la de Austria y muysuperior a la de Italia. La pequeña yalargada república, clavada como unasaeta en el corazón del continente,contaba con una ventaja añadida: estabaen el extremo occidental del imperio.

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Praga, de hecho, está más al oeste queViena. La región de Bohemia disponíaincluso de una larguísima fachadafronteriza con la Alemania libre, unprivilegio que, a excepción de Hungría,no tenía ningún otro país del bloquesocialista.

Checoslovaquia, emparedadageográficamente entre Sajonia, Bavieray Austria era, por historia, tradición yhasta conformación social, unaAlemania en miniatura. Su buendesempeño económico y su portentosaindustria así lo atestiguaban. Stalin suposacar partido de este regalo que laguerra le había hecho desde el primer

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momento. Nada más ocupar el paísordenó el traslado de personalcualificado e industrias completas a laUnión Soviética, donde al concluir laguerra hacían más falta que nunca.

Tras el saqueo del primer año deocupación sobrevino la toma del poderpor los comunistas locales y lainstitucionalización del régimen, unarepública popular calcada en forma yespíritu a la URSS. Se implantó unrégimen policial de Partido único y laeconomía fue planificada conforme a lasdirectrices marcadas por un organismocentral. A Checoslovaquia le iba a tocarser la gran factoría del campo socialista.

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Las fábricas fueron confiscadas a susdueños y a su frente se colocó aburócratas del Partido, por lo generalrematados inútiles, pero políticamenteconfiables. Acorde a las órdenes deMoscú, los planes quinquenales enChecoslovaquia persiguieron desde elinicio incrementar la planta industrial debienes de capital que, a su vez, sirviesena las industrias de otros países delbloque. La economía checoslovaca,antaño abierta y diversificada, seespecializó en un monoproducto con elque comerciar en exclusiva con la URSSy sus satélites.

El planteamiento, delirante y alejado

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de la sensatez económica más elemental,provocó un crecimiento salvaje en losaños cincuenta seguido de unapronunciada crisis en los sesenta. En1966 el Partido anunció un paquete dereformas económicas que se dieron enllamar «Nuevo Modelo Económico» oNME. El NME buscaba restringir elpapel de la planificación central,mejorar la eficiencia de las empresas yacabar con el igualitarismo salarialrestaurando el principio de méritos yproductividad. Aunque el programanunca llegó a aplicarse en su totalidad sitrajo vivificantes aires a la sovietizanteatmósfera que respiraban los

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checoslovacos desde el final de laguerra.

Si la economía se podía reformar,¿por qué no introducir reformas en elopresivo y excluyente sistema político?,pensaron muchos checos. El descontentose palpaba en la calle y no tardó enascender hasta la cúpula de poder,representada por el Partido Comunistaen régimen de monopolio. En enero de1968 el Comité Central obligó alpresidente Antonín Novotny a abandonarel cargo y a retirarse también de lasecretaría del Partido. En su lugar latroika dirigente colocó a AlexanderDubcek, un eslovaco veinte años más

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joven que su predecesor y famoso en suregión natal por ser amigo de reformas ymodernizaciones.

Dubcek quería dirigir el Partido, noasí el Gobierno, lo que suponía rompercon la tradición comunista que fusionabapor la cumbre ambas instituciones. Parala presidencia de la república se trajo aLudvík Svoboda, un viejo militantecomunista que primero había combatidoen la guerra con honores y luego fuepurgado por Stalin. El tándem Dubcek-Svoboda se fijó como objetivo trasladarel NME al terreno de la política.Aspiraban a «crear un nuevo modelo desociedad socialista profundamente

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democrática y adaptada a lascircunstancias checoslovacas». Y eneste punto llegó la sorpresa. Lapalabrería comunista tuvo por primera yúltima vez en la historia una aplicaciónpráctica.

El 5 de abril se publicó el«Programa de Acción», un ambiciosoplan de liberalización que incluíalibertad de prensa, de expresión, deasociación y de movimientos. Loschecoslovacos iban a poder, por vezprimera en veinte años, decir en públicolo que les viniese en gana y, si no lesgustaba el país, siempre les quedaba laopción de hacer la maleta e irse a

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Alemania, a Gran Bretaña… o a losmismísimos Estados Unidos.

El Programa de Acción de Dubceksentó como un jarro de agua fría enMoscú. Leonidas Breznev se removió enel asiento y le hizo llegar un mensaje através de János Kádár. «¿De verdad nosabes la clase de gente con la que estástratando?», le pregunto el húngaro aDubcek en una reunión que mantuvieronpoco después de anunciar el paquete dereformas. Habían pasado sólo doce añosde la rebelión en Hungría y su amargorecuerdo estaba aún en la mente detodos los mandamases comunistas deEuropa.

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Los acontecimientos se precipitaronuno sobre el otro a una velocidadvertiginosa. Checoslovaquia era comouna botella de cava agitada a la queacababan de quitar el tapón. Elasociacionismo se extendió rápidamentepor todo el país. El PartidoSocialdemócrata, abolido en 1948,empezó a reorganizarse. Se hablabaincluso de introducir elementos demercado en la economía y volver losojos a la iniciativa privada. En eseambiente burbujeante de libertadreconquistada el periodista LudvíkVaculík publicó un manifiesto que sólounos meses antes le hubiese costado la

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cárcel. El llamamiento de Vaculík,bautizado como «Manifiesto de las dosmil palabras» abogaba por la vuelta auna democracia liberal: «La mayoría haperdido el interés en los asuntospúblicos; sólo se preocupan de ellosmismos y de su dinero. Es más, a causade las malas condiciones en las quevivimos ya no se puede ni confiar en eldinero. Las relaciones entre las personasse han deteriorado y nadie disfrutatrabajando. Resumiendo, el país haalcanzado un punto en el que tanto susalud espiritual como su carácter hansido arruinados».

Dubcek condenó el manifiesto, pero

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no hizo nada por detener a su autor nifrenó su difusión. El suyo era, comohabía confesado ante el presidium delPartido, un «socialismo de rostrohumano», muy distinto del que se habíavenido practicando desde la fundaciónde la república popular.

En el Kremlin, lógicamente, no loveían así. Breznev estaba francamentepreocupado. Otro tanto podía decirsedel polaco Wladyslaw Gomulka o delalemán Walter Ulbricht, ambos de lalínea dura, dos restos del peorestalinismo que gobernaban en paísesfronterizos con Checoslovaquia. Lasllamadas a Praga se sucedían sin pausa.

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Pero Dubcek, un completo ingenuo comoluego se demostraría, hizo oídos sordos.A finales de junio, sólo dos díasdespués de la publicación del manifiestode las dos mil palabras, Breznev y ellíder comunista checo se reunieron enCierna nad Tisou, una pequeñalocalidad eslovaca fronteriza con laURSS. El premier soviético salió conlos pies fríos y la cabeza caliente.Dubcek no se apeaba del burro. Un mesmás tarde el Kremlin trató de nuevo deconducir al redil a los mandatarioschecos, una recua de irresponsables que,a diferencia de los húngaros una décadaantes, se estaban saliendo con la suya

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sin necesidad de disparar un solo tiro.La cuestión era peliaguda. Si se

dejaba en paz a Checoslovaquia el paísno tardaría en desvincularse del bloquesocialista y en unirse al capitalista. Esopor no hablar de las implicacioneseconómicas, morales y humanas. Desdela revolución rusa el comunismo nohabía retrocedido jamás. Sólo se habíaconseguido impedir su implantación enEspaña y Grecia, pero tras cruentasguerras civiles. Checoslovaquia,además, era especialmente estratégicapor su ubicación geográfica. Deperderse, el bloque soviético quedaríapartido en dos y los capitalistas pasarían

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a tener unos cuantos kilómetros defrontera con la URSS.

No quedaba otra opción queintervenir. El 3 de agosto los líderes delPacto de Varsovia se reunieron enBratislava, capital de Eslovaquia. A lareunión Breznev llevaba una declaraciónsobre la que todos tendrían que prestarjuramento: la fidelidad al marxismo-leninismo y la voluntad de lucha contrala burguesía y sus agentes. Era la clásicay ya oxidada charlatanería soviética,pero esta vez tenía la intención expresade servir de amenaza nada velada aquienes tratasen de desafiar ese ordennatural de las cosas sobre el que

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Breznev reinaba.Entre bastidores lo que el ruso

planeaba era una intervención como lade Hungría. Masiva y ejemplarizante,aunque esta vez quería que los aliadosdel Pacto de Varsovia se sumasen a lainiciativa. A excepción de Albania yRumanía todos los Gobiernos del estede Europa acordaron con Breznevparticipar en la campaña, que arrancaríaen la noche del 20 de agosto.

La invasión se planificó con sumocuidado tratando de cubrir todos losfrentes posibles. Hasta ese momento loschecos habían sido pacíficos, pero sureacción al ver los tanques soviéticos

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era imprevisible, así que se tomaronprecauciones extraordinarias. Una deellas fue trasladar a un batallón vestidode paisano por avión hasta Praga. Alaterrizar se apoderarían por las buenasdel aeropuerto de Ruzyne y loprepararían para el aterrizaje de variosAntonov cargados con artillería y tropasde élite.

Tan pronto estuviese controlado elaeródromo el 2.° Ejército polacocruzaría la frontera desde Silesia, al queseguirían unidades húngaras desde el sury germanorientales desde los antiguosSudetes. El plato fuerte llegaría desde eleste, donde Breznev había concentrado

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un gran número de tropas. Laenvergadura de la operación era dignade una confrontación bélica de altonivel. El Pacto de Varsovia derramósobre Checoslovaquia el mayor númerode carros de combate que jamás sehabían visto en un teatro de operaciones.

En la primera oleada entraron 4600tanques acompañados de 185.000soldados. En la segunda se sumaron alos anteriores otros 6300 tanques y400.000 soldados. Para poner estascifras en perspectiva valga recordar queHitler empleó 2500 panzer en lainvasión de Francia y, un año después,movilizó otros 3500 en la Operación

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Barbarroja. En 1940 Francia tenía 40millones de habitantes, en 1941 la URSScontaba con unos 200 millones, en laChecoslovaquia de 1968 sólo vivían 14millones de personas.

Una demostración de fuerza tanapabullante persuadió a los checos deque toda resistencia era inútil. 72checoslovacos murieron durante lainvasión. Los que pudieron, unos300.000, pusieron tierra de por mediohuyendo al extranjero. Dubcek fuedetenido y enviado a Rusia en avión,donde un enojado Breznev le amenazócon la muerte si no apoyaba laintervención. Tras varios días de

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extenuante interrogatorio Dubcek serindió y puso su firma sobre el llamado«Protocolo de Moscú».

El protocolo constaba de quincepuntos que resumían el regreso deChecoslovaquia a la situación anterior.El programa de acción quedaba de estemodo abolido y, con él, la prensa libre yel pluralismo político. Para no empeorarlas cosas y dar una apariencia denormalidad, Dubcek fue devuelto a supaís y unos meses después, cuando lopeor ya había pasado, fue obligado apresentar la renuncia y enviado comoembajador a Turquía con la esperanzade que aprovechase para pasarse al

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oeste. Eso hubiera sido motivosuficiente para orquestar una formidablecampaña propagandística contra él. Perono lo hizo.

En 1970 fue expulsado del Partido ydesposeído de su escaño en la AsambleaFederal. El régimen le despachó a suEslovaquia natal, donde le procuraronun trabajo de guardabosques. Loschecoslovacos, entretanto, prosiguieroncon su larga marcha en la noche delcomunismo hasta que, en 1989, lalibertad volvió a llamar a la puerta. Lasegunda primavera de Praga se llamó«Revolución de terciopelo». Fuepacífica y vino cargada de optimismo,

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como la primera, pero esta vez ya nohubo tanques rusos recorriendo lascalles. La libertad llegó tarde, perollegó.

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E

Ceaucescu y suHiroshima urbano

N junio de 1971 NicolaeCeaucescu visitó China y Corea

del Norte. El conducator regresó aRumanía muy impresionado por lamajestad que desplegaban Mao Zedongy Kim Il Sung. Mientras el burocratizadocomunismo europeo mostraba signos defatiga y estancamiento, el extremooriente y sus excesos formalesrenovaban la confianza en el socialismo

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de los viejos revolucionarios.De todas la maravillas que el

dictador contempló en su gira, la quemás hondo le llegó fue el Juche,ideología oficial del régimennorcoreano que consistía (y sigueconsistiendo) en una adaptación delmarxismo más ortodoxo a la culturalocal. Ceaucescu, gran propagandista,era muy dado a tragarse la propagandade los demás, especialmente si veníabien envuelta en los celofanes quegustan a los tiranos. Se creyó al pie dela letra lo que le había dicho Kim IlSung sobre el «Estado de las masas»,artífice del renacimiento norcoreano y,

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tras reflexionar sobre ello en el viaje devuelta, alumbró un ambicioso plan pararegenerar Rumanía de un modo integral.

El plan se bautizó comoSistematizarea (sistematización) y fueanunciado tan pronto como la oficinacorrespondiente tuvo listos los detalles.No pretendía, como el Juche, adaptar elculto marxista a la realidad rumana, sinorediseñar el país conforme a unasnormas racionales y científicas paraalcanzar el soñado desarrolloeconómico que, llegado el momento,permitiría dar el salto de la dictaduradel proletariado a la fase final de laHistoria: el socialismo puro.

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La sistematización perseguía dosobjetivos fundamentales. El primeroacabar con los pueblos pequeños cuyaexistencia era, en palabras del líder,algo «irracional». El segundo reordenarurbanísticamente las grandes ciudadesborrando, siempre que fuera posible,todo resto del pasado. Ambos exigíansacrificios y un gasto considerable derecursos. Pero nadie osaba oponerse aCeaucescu, así que el programa arrancóinmediatamente con una hoja de rutacuidadosamente trazada. La orden a losplanificadores fue terminante, para 1990el número de ciudades debía doblarse.

El experimento comenzó en la región

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de Moldavia. Los pueblos por debajo de1000 habitantes fueron borrados delmapa y sus pobladores trasladados a lafuerza a pueblos mayores. Paraacogerlos se levantaban a toda prisabloques de viviendas que nunca podíanser de menos de dos plantas. Laspequeñas parcelas para uso privado —muy habituales hasta entonces en elmedio rural— fueron prohibidas, lo queocasionó escasez. El campo rumanovivía en gran parte de esos huertos enlos que los rústicos cultivaban hortalizasy legumbres para autoconsumo. ParaCeaucescu, sin embargo, estasmicroexplotaciones agrarias eran un

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resabio del pasado que no tenía lugar enla nueva Rumanía.

Los primeros desplazamientosforzosos crearon gran malestar enMoldavia, cuyos habitantes, con razón,se sentían como conejillos de indias delúltimo programa estatal. Para que nadiepensase que había animosidad algunacontra esa región Ceaucescu dio órdenespara que su pueblo natal, Scornicesti,fuese arrasado, nivelado y reconstruidodesde cero con bloques de viviendasestándar. Sólo se salvó, por una cuestiónsentimental, la casa que le había vistonacer sesenta años antes, un caserón demadera con tejado a dos aguas que era

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venerado por todos los vecinos de lacomarca y que la propaganda delrégimen utilizaba a menudo pararemarcar el origen humilde y campesinodel máximo dirigente.

La realidad es que, con la ley en lamano, Scornicesti era una de las milesde aldeas destinadas a desaparecer bajoel buldózer, pero eso no pasaba por lamente de Ceaucescu. Se saltó suspropias normas y la convirtió en ciudadmodelo de la sistematización. Primero ladeclaró ciudad y luego hizo que variasfábricas estatales se mudasen hasta allí.A modo de remate mandó construir uninmenso estadio de fútbol con capacidad

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para 30.000 espectadores en el quejugaría el recién fundado equipo defútbol la localidad.

La primera parte del plan avanzaba abuen ritmo cuando sucedió algoinesperado. El 4 de marzo de 1977 unviolento terremoto sacudió Bucarest.Fue una tragedia en la que murieron másde 1500 personas y se derrumbarondecenas de edificios. A Ceaucescu lacatástrofe le inspiró una perversa ideaque tenía que ver, y mucho, con su plande sistematización. Ya que buena partedel casco histórico de la capital estabaafectado por el seísmo, lo mejor seríaterminar el trabajo que la naturaleza

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había dejado a medias y reconstruirencima de las ruinas la nueva Bucarest.

El plan era grandioso, mucho másque cualquiera de los muchos que habíatrazado en sus años de Gobierno.Ceaucescu, además, y como buenpueblerino, odiaba Bucarest. La un díarefinada y cosmopolita corte de losHohenzollern-Sigmaringen representabatodo lo que él aborrecía. La propagandaoficial lo remachaba con frasesgrandilocuentes. En la Rumaníasocialista, decía, «las fuerzasproletarias aliadas con los campesinos ylos intelectuales» habían alcanzado«sorprendentes logros frente a los

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palacios construidos por la burguesía ylos latifundistas a costa de laexplotación de las masas».

Bucarest estaba lleno de palacios,tantos y de tal calidad arquitectónica quese la conocía con el sobrenombre de«París del Danubio». Ceaucescu actuórápido. Suprimió la oficina estatal depatrimonio y reunió un comité de 400urbanistas para rehacer el centro de laciudad al antojo del sabio conductor dela nación. Ellos estaban ahí paradibujar, él para pensar.

Lo primero que pensó fue levantarun gigantesco palacio que ocuparía loque había sido durante siglos el corazón

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de Bucarest. De este palacio saldría unaavenida monumental al estilo de losCampos Elíseos parisinos flanqueadapor modernos edificios de estilosoviético que servirían de residencia ala aristocracia comunista. A amboslados de la gran avenida se trazaría unanueva trama urbana de calles ampliasque no dejasen ni rastro del Bucarestmedieval.

El plan era tan delirante que no tardóen encontrar oposición. No tanto dentrode Rumanía porque eso era imposiblecomo fuera. El Gobierno húngaro y el deAlemania Oriental protestaronpersonalmente ante Ceaucescu por la

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salvajada que se disponía a cometer.Pero la sistematización era algo muyserio que no podía detenerse. En 1984comenzaron las obras para la mayordemolición de la historia de Rumanía.Había que liberar ocho kilómetroscuadrados (cuatro veces el Principadode Mónaco) para hacer sitio al palacio ya la avenida. El primero se llamaríaPalacio del Pueblo, la segunda Avenidade la victoria del socialismo.

Veinte iglesias, tres monasterios,tres sinagogas, tres hospitales, dosteatros y un estadio pasaron a mejorvida. Junto a ellas infinidad de edificiosen los que vivían 30.000 personas, que

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fueron trasladadas a bloquessistematizados del extrarradio. Paracubrir el expediente con los que, en elextranjero, se quejaban el Gobierno dioorden de salvar ocho iglesias de estilobizantino que fueron colocadas sobreraíles y sacadas de allí. La propagandaaprovechó los traslados para presumirde la alta capacitación técnica de losingenieros revolucionarios, inspiradospor la visión del líder, que sereinventaba Bucarest salvaguardando lomejor de su patrimonio histórico. Dentronadie se lo creía, conocían bien de cercaal monstruo. Los rumanos prontoacuñaron un término para referirse al

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gran proyecto del nuevo Bucarest.Ceaushima lo llamaron, en unaafortunada contracción de Ceacucescu eHiroshima.

Cinco años después de la grandemolición Ceaucescu y su infamerégimen cayeron tras un levantamientopopular. Para entonces lasistematización había alcanzado ya susúltimos objetivos. El Palacio delPueblo, enmarcado dentro de un grancomplejo al que se denominó CentroCívico, era ya el mayor edificio del paísy uno de los más grandes del mundo. Enmuchos lugares de Rumanía aldeascentenarias habían desaparecido

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dejando su lugar a campos de labor ydesvencijadas industrias que dabanempleo a ciudades sin alma de bloquesprefabricados. La idea, una vez más, lohabía devastado todo.

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E

Los campos de lamuerte

L día de año nuevo de 1975 losguerrilleros del Partido Comunista

de Kampuchea lanzaron el último ydefinitivo ataque contra las fuerzas delGobierno de la República Jemer. Setrataba de un Gobierno acorralado queapenas controlaba ya la capital,pequeños enclaves armados y algunasrutas de comunicación. La guerra civilhabía comenzado cinco años antes con

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motivo del golpe de Estado que elgeneral Lol Non había dado al príncipeSihanouk mientras éste se encontraba deviaje oficial en China.

La guerra había convulsionado unpaís rural, de tradiciones ancestrales ybastante pacífico, al menos desde quelos navegantes portugueses descubriesensu existencia a principios del siglo XVI.Camboya, provincia de segundo ordende la Indochina francesa, era uno deesos afortunados lugares de la Tierradonde nunca pasaba nada. La guerra enel vecino Vietnam interrumpió esa calmacentenaria. Por simpatía hacia su causay, sobre todo, por evitarse problemas, el

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príncipe había permitido que las fuerzasdel Vietcong se asentasen en suelocamboyano, desde donde hostigaban alEjército americano. Esto no sentódemasiado bien en Washington, demanera que, a modo de castigo, RichardNixon ordenó una serie de bombardeossobre los santuarios de la guerrillavietnamita situados en Camboya.

A partir de este momento se abrió lacaja de los truenos. Una vez depuesto elpríncipe, el nuevo Gobierno militar deLol Non rompió sus compromisos con elVietcong y cerró la frontera. Habíallegado el momento del diminuto partidocomunista local, dirigido con mano de

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hierro por un fanático llamado SalothSar. Ni la CIA ni nadie se habíapreocupado jamás por el grupúsculo deSar que, según informes delDepartamento de Estadonorteamericano, contaba con unos cienmiembros a mediados de los añossesenta.

La tormenta desatada por losbombardeos y el golpe militar propicióque el anónimo partido de Sar diese ungolpe de efecto que cambiaríadramáticamente el curso de losacontecimientos. De pronto losguerrilleros, que hasta ese momentohabían vivido emboscados en la jungla,

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empezaron a ganar adeptos entre lapoblación rural de la región fronterizacon Vietnam. Saloth Sar, que conocíabien a los vietnamitas porque habíaconvivido con ellos años antes en París,solicitó formalmente su ayuda. Paracolmo de males, Sihanouk, el príncipedestronado, se puso del lado de losrebeldes con la idea de vengarse por elgolpe de Estado que le había costado eltrono.

El sentimiento antivietnamita eramuy poderoso entre los camboyanos.Eso Saloth Sar lo sabía bien. Paracompensarlo rebautizó a sus guerrilleroscomo jemeres rojos y les pidió que

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combatiesen en nombre del ultrajadopríncipe de Camboya, heredero, almenos nominalmente, de los antiguosemperadores jemeres de la Edad Media.Recurrir a la identidad jemer (grupoétnico mayoritario en Camboya) comoaglutinador nacional fue uno de losgrandes aciertos de Saloth Sar, tanto quesus enemigos para contrarrestar la tretapropagandística cambiaron de nombre alpaís y lo rebautizaron como RepúblicaJemer. Las tropas comunistas, sinembargo, fueron aumentando en númeroal mismo tiempo que menguaban las deldirectorio militar que gobernaba desdela capital Nom Pen apoyado por

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Vietnam del sur y Estados Unidos.En 1973 los americanos se retiraron

de Vietnam. Sin la ayuda de americanosy vietnamitas el Gobierno de la reciénnacida República Jemer tenía los díascontados. Y así fue, en sólo unos meseslos jemeres ocuparon rápidamente casitodo el país y sitiaron la capital. En estepunto volvemos donde nos habíamosquedado al inicio, en el momento en elque los rebeldes se disponían a dar lapuntilla al Gobierno para apoderarse delo poco que quedaba de Camboya. El 17de abril Nom Pen cayó. Los jemeresrojos habían advertido que pasarían acuchillo a todo el Gobierno anterior y a

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sus principales funcionarios. Eso fuesuficiente para que todos pusiesen piesen polvorosa con suficiente antelación,empezando por el presidente Lol Non,que huyó a Estados Unidos, dondemoriría diez años más tarde.

Los expertos suponían que el nuevoGobierno sería un calco del de Vietnamdel norte, un régimen de inspiraciónmaoísta poco amigo de la propiedadprivada y, mucho menos, de laslibertades burguesas, una repúblicapopular más que habría de sumarse atodas las de la desdichada Indochina.Pero no, llegaba algo mucho peor queeso, un auténtico experimento ideológico

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sobre el que se levantaría el mayorgenocidio de la Historia.

De entrada, y para abrir boca, elnuevo Gobierno cambió el nombre delpaís por el de Kampuchea Democrática,borrando de un plumazo denominacionescomo la francesa Cambodge o la inglesaCambodia. Lo de «democrático» era lahabitual alteración de la lengua quecomunistas de otras latitudes ya habíanaplicado, y que significaba exactamentelo contrario de lo que palabra encuestión indica. La Kampucheademocrática iba a ser un país socialistapuro, limpio de polvo y paja, sindesviacionismos, hecho a la medida de

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su creador desde el mismo momento desu fundación.

El país no fue el único en cambiarseel nombre. Su artífice, el victoriosoSaloth Sar, enterró su filiación familiarpara tomar un nombre de guerra por elque los camboyanos tendrían queconocerle y que sería con el que pasasea la historia: Pol Pot. A pesar de lo quese creía en Occidente, el nuevo nombredel líder no significaba nada en lenguajemer, era una simple contracción de«Politique Potentielle» (políticopotencial) que, según él, es como lehabía definido Mao Zedong durante unavisita a China. Una extravagancia

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incomprensible en un hombre que, por lodemás, no tenía nada de excepcional.

Pol Pot había nacido durante ladominación francesa en un pueblo depescadores de la provincia de KampongThom, en el interior del país. Pertenecía,como muchos otros revolucionarios, a laburguesía local. Su padre era unpequeño propietario rural, lo que lepermitió estudiar en el colegio francés yposteriormente mudarse a Nom Pen paraformarse en una escuela técnica de lacapital. No era un estudianteespecialmente brillante, pero losfranceses tenían un programa de estudiosen Francia para jóvenes de las colonias.

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Consiguió que lo admitiesen y setrasladó a París en 1949. Una vez allíingresó como becado en la ÉcoleFrançaise de Radioélectricité.

Los intereses del joven camboyanono iban tanto por la electricidad comopor la política. En París entró pronto encontacto con el Partido ComunistaFrancés, a quien Moscú había cursadoórdenes para que se opusiese alcolonialismo. Los militantes buscabanen escuelas y facultades a estudiantesllegados de ultramar para unirlos a lacausa anti imperialista. Saloth Saringresó en una célula de los llamadosCírculos Marxistas. El tiempo dedicado

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a la política se lo quitó al estudio y en1953 se quedó sin beca después desuspender todos los exámenes.

El fracaso escolar del máximo líderayudaría a explicar posteriormente elodio africano que tenía hacia losintelectuales y la gente instruida. PolPot, que había completado su formación(la política, la otra no la completaríanunca) durante una visita a Vietnam delnorte, quería construir el socialismo deuna tacada eliminando las farragosasestaciones intermedias en las que sehabía atascado la URSS y toda Europadel este. Su modelo era la China delGran salto adelante, aquel delirante

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programa que puso en marcha Mao en1958 y que costó cuarenta millones devidas.

Kampuchea tenía mucho trabajo pordelante ya que iba obrar el milagro deque, por primera vez en la Historia, lasteorías de Marx y Lenin se hiciesenrealidad en un plazo récord. Había queeliminar la moneda porque en elsocialismo auténtico no existe el dinero.La colectivización no iba a ser unproblema de varias generaciones, sinode, a lo sumo, varios meses. Lapropiedad privada, toda la propiedadprivada sin excepción alguna, quedaríaabolida en el acto. Los resabios de la

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sociedad anterior marcada por elcapitalismo, la desigualdad y lainjusticia serían liquidadosresueltamente aniquilando físicamente alos propietarios y a todo aquel que seopusiese activa o pasivamente a lallegada del nuevo mundo. Un programasimple, vigoroso y claro que, sinembargo, llevaba inserto la semilla de lapeor de las barbaries.

La primera decisión de Pol Pot fue,no obstante, sospechosamente moderada.Colocó a Sihanouk como presidentetítere de la Kampuchea Democrática. Lohizo probablemente para tranquilizar asus aliados vietnamitas y ganar un

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tiempo precioso que emplearía en poneren marcha su plan de transformación. Unplan que empezó poco después de lavictoria ordenando que Nom Pen sevaciase inmediatamente. Todos sushabitantes, unos tres millones, fueronobligados a abandonar la ciudad encolumnas que se dirigían al campo. LaKampuchea de la revolución no tendríaciudades, ese templo del mal dondehabía prosperado la burguesía. Idénticasuerte corrieron todas las ciudades delpaís, algunas centenarios centrosurbanos como Siem Reap o Battambang.

Los altos funcionarios, los oficialesdel ejército, los maestros, los monjes

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budistas y los llamados «intelectuales»no se incorporaban a las marchas. Eranconducidos a campos de reeducaciónque en realidad eran centros deexterminio acelerado. Allí, en mitad dela jungla, los guardianes los fusilaban olos dejaban morir de hambre. Serprofesor, periodista, juez, llevar gafas osaber leer era pasaporte seguro para elotro barrio. Siguiendo las lecciones dePol Pot no había lugar para ellos en el«porvenir radiante» que le aguardaba ala Kampuchea socialista.

Pero Camboya no tenía demasiados«intelectuales». El camboyano medioera agricultor, comerciante o artesano,

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generalmente analfabeto o con muypocas letras, que se ganaba la vida delmejor modo posible y que, eso sí, eramuy cumplidor con las tradiciones. Aestos les esperaban largas jornadas demarcha por los caminos hasta el destinofinal, que solía ser una aldea remotadonde habrían de instalarse a la fuerza.

Se trataba de un sacrificio necesarioen aras de un mañana mejor. El mal sehabía apoderado de toda sociedad, peroespecialmente de la sociedad urbana,donde se practicaban pecadosinaceptables como el individualismo, elcomercio o el pensamiento libre. Nobastaba con convertir Nom Pen en una

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ciudad fantasma y enviar a sushabitantes a purificarse en el campomediante maratonianas jornadas detrabajo. Había que separar el grano dela paja, los camboyanos que podían sersalvados y los que no. Los primerosserían los campesinos de las aldeas,que, además de dedicarse a la únicaactividad económica digna del talnombre, eran los que habían apoyado ala guerrilla jemer durante la guerra civil.

Se dividió así a los camboyanos endos categorías. El «pueblo viejo»,formado por los aldeanos que llevabanya varios años en las zonas liberadaspor los jemeres rojos, y el «pueblo

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nuevo», traído a golpes desde lasciudades. Pero se daba la circunstanciaque la guerra civil había ocasionado queuna parte importante de la poblaciónrural se desplazase hasta la ciudad máscercana, para ponerse a salvo de loscombates entre la guerrilla y el ejércitoregular. Estos refugiados fueronincluidos dentro del «pueblo nuevo»,conocido popularmente como 75, por elaño en el que los de Pol Pot habíanganado la guerra. A los campesinos del«pueblo viejo» se les llamaba 70, enconmemoración del año que estalló laguerra.

Aunque Camboya era un país

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eminentemente rural, contaba con unagran población urbana, concentradasobre todo en la capital. En la primaveradel 75, cuando se ordenaron las grandesmarchas de deportación,aproximadamente el 50% de loshabitantes del país vivían en lasciudades. El destino de estos tresmillones y medio de personas eratrabajar hasta morir o morir sin más, notenían otra elección. Las aldeas sellenaron de gente llegada de lasciudades a quienes se pusoinmediatamente a trabajar en las tierrascircundantes, todas colectivizadas.

Gracias a la colectivización de los

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medios de producción Kampuchea seiba a convertir en un referente mundial.Bajo la sabia batuta de la vanguardiaCamboya triplicaría su producción dearroz. Y eso sería solo el principio.Luego vendría la industria ligera y mástarde la pesada. Los logros delsocialismo se conseguirían medianteambiciosos planes cuatrienales. Elprimer plan, aprobado en 1977, preveíala construcción de grandesinfraestructuras hidráulicas y elmonocultivo de arroz. El resto vendríadespués. La realidad fue muy distinta. Laproducción de arroz se desplomó. Laorganización era tan desastrosa que

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muchas cosechas no se recogían porfalta de mano de obra o porque ésta erainexperta y poco productiva.

Mientras tanto, el misterioso PolPot, un auténtico fantasma a quien losfamélicos camboyanos recluidos en losarrozales apenas conocían por elnombre, iba pariendo nuevas ideas.Kampuchea estaba en el llamado «AñoCero», todo el mundo tendría quevestirse del mismo modo: una blusanegra de manga larga abrochada hasta elcuello. Cualquier otra prenda quedabafuera de la ley. Quedaba tambiénproscrita la familia, la religión, eldeporte, la lectura, la escritura, el

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comercio, las libertades formales queMarx tanto había despreciado un sigloantes y toda enseñanza que no fuese eladoctrinamiento ideológico.

Los 75 murieron aceleradamentedurante los primeros meses. En lospueblos de acogida, donde, debido a laineficiencia del sistema, la comidaescaseaba fueron recibidos conhostilidad. Los «intelectuales» deciudad no estaban hechos para el trabajomanual, especialmente cuando éste erade sol a sol y las raciones alimenticiasrara vez superaban los cien gramos dearroz al día. El hambre hizo estragosdurante toda la revolución camboyana,

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pero durante su primer año se cebó conlos urbanitas recién llegados.

La hambruna siempre ha sidoantesala de enfermedades contagiosas.Ese axioma se cumplió con puntualidadimplacable en los campos de laCamboya roja. La desnutrición y losexcesos laborales provocaban brotescontinuos de disentería y paludismo. Lasanidad simplemente no existía. En lospueblos se habilitaron chozas que,aunque se les denominaba hospitales,eran en realidad mortuorios dondedejaban que los enfermos seconsumiesen en su agonía. Luego suscuerpos eran utilizados como abono en

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los arrozales. Muchos de los que moríansanos, ya fuese por agotamiento o porlas palizas de los guardias, terminabandevorados por sus propios paisanos,hambrientos hasta un extremo tal que noles importaba entregarse a la necrofagia.

Enfermar era una traición al Angkar,nombre que Pol Pot había dado alPartido. Angkar en jemer significaorganización y cuenta con la misma raízque Angkor, que significa ciudad, esdecir, civilización. El líder se parapetósabiamente tras esta palabra de tanbuenas connotaciones semánticas. Loscamboyanos vivían y trabajaban para elAngkar, autoridad suprema que estaba al

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cargos de todos y que tenía ojos en todaspartes.

Morir de una enfermedad llegó aconvertirse en una bendición paramuchos. De ahí que la tasa de suicidiosse disparase en Camboya duranteaquellos años. Para los vivos elsufrimiento cotidiano era difícilmentetolerable. Lo peor, con todo, no eran lasprivaciones y el trabajo excesivo, sinoel miedo. El miedo a la delación, a sertorturado, a morir de un modo atroz o,simplemente, a que se acabase la magraración de comida que las más de lasveces se reducía a una insípida sopa dearroz. Hasta la llegada de Pol Pot el

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hambre era desconocido en la fértilCamboya, un país privilegiado, de climacálido, caudalosos ríos y lluviaabundante. El arroz era, de hecho, elprincipal género de exportacióncamboyano desde principios de siglo. Elcomunismo logró que esas exportacionesse detuviesen primero para luego hacerque este cereal escasease hasta elextremo que el país entero a puntoestuvo de perecer de inanición.

El régimen supo manejar estahambruna crónica con habilidad paradomesticar mejor a sus esclavos. En unpaís de esqueletos ambulantes no sepensaba más que en comer. Eso rompió

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de cuajo las redes de solidaridad entrelos individuos y fomentó la desconfianzay las denuncias anónimas.

Las familias ya estaban rotas desdeel inicio de la revolución. Los jemeresse encargaban de separarconcienzudamente a padres, hijos,hermanos y primos. «Tienesinclinaciones individualistas, debesliberarte de tus sentimientos», le dijo unsoldado al escritor Pin Yathay cuandoéste quiso quedarse junto a su hijomoribundo. Una vez muerto el niño elescritor solicitó velar su cadáver. Elguardia se lo impidió arguyendo queaquello le llevaría a «derrochar sus

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fuerzas en detrimento del Angkar».La vida humana había perdido todo

su valor. El lema de los jemeres rojos,repetido una y otra vez a lostrabajadores esclavos en las jornadas dedescanso que consistían eninterminables arengas políticas, nodejaba lugar a muchas interpretaciones:«Perderte no es una pérdida, conservarteno es de ninguna utilidad». Eliminada lamalvada escritura y su prima hermana laperniciosa lectura los jemeres tenían querecurrir a parábolas para transmitir lasórdenes llegadas de arriba. Una de ellas,utilizada profusamente por loscomisarios políticos, decía: «Mirad ese

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buey que tira del arado. Come cuando sele ordena comer. No puede desplazarse.Está vigilado. Cuando le dicen que tiredel arado, tira. Nunca piensa en su mujerni en sus hijos».

La deshumanización llegó aextremos absolutos. A ello contribuyódecididamente la brutalidad empleadapor los guardias rojos. La violencia quepadeció Camboya durante los años dePol Pot hubiera hecho palidecer al másbragado carcelero soviético de lostiempos de Beria. En Kampuchea nohubo campos de concentración, nofueron necesarios, todo el país seconvirtió en un inmenso campo de

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concentración.Tampoco hizo falta castigar la

disidencia política. Los jemeres rojoscastigaban todo. Cualquier error pornimio que fuese se pagaba con unapaliza o, directamente, con la vida. Losjemeres llevaban hasta sus últimasconsecuencias la máxima del Angkarescrita a fuego en las mentes de losjóvenes y analfabetos guardias quevigilaban los arrozales: «Basta unmillón de buenos revolucionarios parael país que nosotros construimos. Nonecesitamos a los demás». Los demás,sin embargo, todavía estaban allí,muriendo a tanta velocidad y en tal

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número que el país se llenó de camposyermos donde lo único que había eracadáveres. Los supervivientes losconocían como los campos de la muerte.

Al haber desaparecido los tribunalesy cualquier sistema de justiciamerecedor de tal nombre, lasejecuciones eran siempre sumarias y sellevaban a cabo en el acto de lacondena. En Kampuchea se fusiló poco,básicamente porque las balas eranescasas y los condenados a muertemuchos. Más de la mitad de lasejecuciones se realizaron mediantegolpes en la cabeza con azadones, hoceso barras de hierro. Otras veces se

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ahorcaba y en ocasiones los verdugosdegollaban a sus víctimas con unmachete. Las ejecuciones públicastampoco eran muy comunes. Selimitaban a las purgas dentro del partidoy tenían una voluntad ejemplarizante. Enesto los jemeres rojos demostraron unacreatividad extraordinariamentemacabra. Uno de los métodos preferidosfue enterrar a los reos hasta el pecho enuna fosa rebosante de brasas para que seasasen vivos. Otra verter petróleo sobrela cabeza del condenado y meterlefuego.

Nadie se libró de la furia homicidadel Angkar. Hombres, mujeres, niños,

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ancianos, todos eran culpables y todosmurieron en cantidades industrialesnunca vistas hasta entonces en ningúnotro país del mundo. Las minoríasétnicas fueron diezmadas hasta supráctica extinción. Algo similar sucediócon los disminuidos físicos y psíquicosy con los sacerdotes cristianos y losmonjes budistas. La comunidad católicaquedó reducida a la mitad y losmusulmanes cham, una minoríaautóctona dedicada a la pesca, fueronmasacrados sin contemplaciones.

Los católicos eran la víctimaperfecta, residían mayoritariamente enlas ciudades, estaban por lo general

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instruidos y, en gran parte, eran deascendencia vietnamita. Nom Pen, quefue despoblado pero no arrasadofísicamente, vio como el único edificiode la ciudad que los jemeres demolíanera, precisamente, la catedral católicaque habían levantado los colonosfranceses en estilo neogótico.Posteriormente el cementerio católicode la capital fue desposeído de suscruces y lápidas y, en su lugar, seemplazó una plantación de bananas.

En 1978, tres años después de laentrada triunfal de Pol Pot en Nom Pen,la Kampuchea Democrática era unanecrópolis de dimensiones gigantescas.

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En torno al 25% de la población habíaperecido víctima del hambre, lasenfermedades y la violencia sistemáticaempleada por los jemeres rojos. Dosmillones de víctimas mortales sobre unapoblación total de ocho millones. Y todoen un periodo de tiempo muy corto.Tantos eran los muertos que el régimeneliminó la palabra muerte por decreto.En la Camboya roja no se moría, se«desaparecía». Los muertos no erantales sino «cuerpos desaparecidos» queno merecían ninguna atención porque elindividuo en sí no valía nada, era unadiminuta y prescindible pieza de unamaquinaria mucho más grande que,

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mediante trabajo y obediencia ciega alas órdenes emanadas del Angkar, haríadescender el reino de los cielos sobre laTierra.

Mientras todo esto sucedía, mientraslos camboyanos morían y eranasesinados en masa, el mundo miróhacia otro lado. Pol Pot y sus jemeresperpetraron su crimen en la más discretaintimidad sin que nada ni nadie lesimportunase. Las naciones socialistasdejaron hacer, a fin de cuentas elanimoso Pol Pot, el únicorevolucionario puro sobre la faz de latierra, era uno de los suyos. Occidenteno se quiso enterar de lo que allí

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pasaba. Las heridas de la derrota enVietnam todavía supuraban y lapenínsula de Indochina era un territoriomaldito donde más valía no fisgonear.

Entonces, cuando la inicua tiraníadel Angkar se disponía a celebrar sucuarto aniversario en el poder, lasalvación llegó de donde menos seesperaba: del vecino Vietnam. Losvietnamitas habían sido los primerosaliados de Pol Pot, pero la relación sefue enfriando con los años a causa de lapersecución de la colonia vietnamita enla Kampuchea Democrática. Llegado elmomento, Pol Pot fomentó el odio contraVietnam, a quien el nacionalismo

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tradicional camboyano culpaba dehaberles arrebatado el delta del Mekonge incluso la ciudad de Saigón, que habíasido fundada por jemeres allá por elsiglo XVII.

Las arengas antivietnamitas seconvirtieron en algo habitual. «Si cadajemer matase treinta vietnamitas, sólonos harían falta dos millones desoldados para aniquilar a los 50millones de habitantes de Vietnam»,clamaba la propaganda polpotiana. ElGobierno de Hanoi, conocedor de losexcesos revolucionarios que se estabancometiendo al otro lado de la frontera ytemeroso de que semejante descontrol

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terminase afectándole, envió un ejércitopara invadir Camboya y poner fin a latiranía del Angkar. La operación fue muyrápida. Los camboyanos, que apenaspodían mantenerse en pie, no hicieronnada por defender a sus verdugos yabrazaron la invasión vietnamita comouna liberación.

Pol Pot, no obstante, seguía teniendoaliados. El primero y más decidido erala China popular, que defendió a losjemeres rojos hasta el último momento.Gracias a los oficios de Pekín y a lamiopía de muchos líderes occidentaleslos jemeres mantuvieron el puesto derepresentación de Camboya en la ONU

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durante quince años. Todo a pesar deque los innumerables crímenes de lacamada roja de Kampuchea eranconocidos en todo el mundo. El líderconsiguió salvar el pellejo instalándoseen Tailandia, donde moriría veinte añosmás tarde, en 1998, un día después deque sus compañeros, un puñado deguerrilleros jemer que aún combatíandesde la jungla al Gobiernoprovietnamita de Nom Pen, decidieseentregarle a un tribunal internacionalpara que rindiese cuenta del crimen sinnombre del que era principalresponsable.

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A

Hambre y muerte enEtiopía

principios del mes de septiembrede 1974 una larga etapa de la

historia de Etiopía se cerraba. El Negus,rey de reyes, el mismo que habíaclamado en la Sociedad de Nacionescuatro décadas antes contra la invasiónitaliana, era depuesto en Addis Abeba.La institución, que había construido lamoderna nación etíope y batalladocontra el imperialismo fascista en 1935,

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que había humillado a Occidente en elcampo de batalla y que se vanagloriabade haber dejado Etiopía fuera de lagarra colonialista europea, estaba yadesgastada en los años setenta. Pordentro y por fuera.

En el interior los azotes periódicosde hambre y una modernizaciónfrustrada habían puesto al monarca en lacuerda floja en más de una ocasión.Además, y como remate a una situaciónya de por si comprometida, elindependentismo eritreo reverdecía conla guerrilla del revolucionario Frente deLiberación de Eritrea. En el exterior lasambiciones somalíes, convenientemente

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atizadas por Moscú, sobre el desiertodel Ogadén pintaban un panoramadesolador que dejaba la idea imperialabandonada en la cuneta de la historia.

Al frente de la nueva Etiopíaalumbrada a fines de 1974 quedaba unacomisión interina, el Derg, formada pormilitares. La labor primordial del Dergera dirimir la senda política por la queEtiopía habría de transitar en el futuroinmediato. La levantisca Eritrea, elhambre —que llevaba ya miles devíctimas a sus espaldas—, y el conflictodel Ogadén constituían la agenda casiúnica de este Gobierno provisionalatípico, compuesto por más de 100

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miembros y presidido por el generalAman Andom. Junto a él se encontrabandos jóvenes capitanes del ejército:Atnafu Abate y Hailé Mengistu.

El Derg estaba dividido entre losque abogaban por un gobierno fuerte queplantase cara tanto a la secesión eritreacomo a la infiltración somalí en elOgadén, y los que optaban por volver ala vía del consenso con Eritrea paracentrarse en los problemas reales delpaís. Andom, de ascendencia eritrea ytalante negociador, se inclinabaabiertamente por esta segunda opción afin de ganar recursos y cortar la sangríade dinero y hombres que la guerrilla del

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norte estaba provocando.La economía etíope estaba

paralizada por la guerra, el hambre y unatraso secular. La agricultura, sustentobásico de la nación, era muy ineficiente.Estaba en manos de la nobleza allegadaal régimen imperial cuyos métodos deproducción, reparto de la propiedad yresultados finales eran más propios delfeudalismo que de una economíacapitalista agraria moderna. Losproblemas que afligían a la Etiopía deentonces estaban perfectamentedefinidos. Tan sólo quedaba por ver, enaquel otoño de 1974, quien era elheredero de la monarquía recién

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descompuesta.En noviembre, apenas dos meses

después de la renuncia del Negus, elgeneral Andom fue asesinado en sudomicilio de Addis Abeba. Fue elprimero en desaparecer de escena. AAndom le sucederían las caídas endesgracia —y en la fosa—, de otrosmilitares de talla y carrera reconocida, ytodos pertenecientes al Derg. El nuevodirector de operaciones, el timonel quetrazaría la derrota de la inmensa naveetíope, era Mengistu, un hombremenudo, tanto que necesitaba ponersealzas en los zapatos, de piel oscura,rasgos marcados y una ambición de

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poder desmedida.Etiopía poseía, como casi cualquier

país africano de la época, una escasapero muy politizada minoría intelectual.Antiguos estudiantes de lasuniversidades europeas que habíanpresenciado en primera persona el mayoparisino retornaban a su patria con laidea fija de convertir las reciénindependizadas naciones africanas enmodelos a imitar, en probetas del nuevosocialismo tercermundista que hacía lasdelicias de los dirigentes del Kremlin.

África, y, en particular, el cuerno delcontinente, no fue una excepción. Ya entiempos del Negus esa mermada

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intelectualidad constituía a su antojoformaciones revolucionarias. Antes dela ascensión al poder del Derg ya sehabían fundado dos partidos de cortemarxista: el Partido Revolucionario delPueblo Etíope (PRPE) y el MovimientoSocialista Panetíope (MEISON). Amboseran comunistas, pero les separaba suvisión de lo que habría de ser Etiopíauna vez liberada del yugo capitalista.

El PRPE se inclinaba por lafederación con Eritrea donde luchabanpor la independencia sus hermanos delFrente de Liberación, cuyos gastos lossufragaba la URSS y la China popular.El MEISON se caracterizaba por un

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talante más centralizador. Etiopía erauna y debía seguir siéndolo. Mengistu, elnuevo hombre fuerte de la comisióngubernamental no podía consentir queunos advenedizos que además estabanreñidos le hiciesen sombra, de modoque sin despeinarse liquidó a ambospartidos por la vía más directa yexpeditiva: asesinando a sus afiliados ysimpatizantes.

Primero le tocó el turno al PRPE.Mengistu clamó públicamente contra losenemigos de la revolución y dio paso auna purga salvaje. Con la colaboracióndel MEISON, que organizó miliciasarmadas por el Derg. Se clausuraron las

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universidades y se dio caza, captura,tortura y muerte a todo disidentecatalogado como tal por el Gobierno opor el Movimiento Panetíope.

El MEISON fue el siguiente objetivode la ira de Mengistu. Comenzóajusticiando a Atnafu Abate, antiguocorreligionario suyo y participanteentusiasta en la limpieza del PRPE, paracontinuar con la persecución sistemáticay asesinato de los partidarios y adictosal MEISON. Esta vez, y a falta de lasvoluntariosas milicias panetíopes,Mengistu se valió de unos escuadronesde la muerte formados por agentes de laSeguridad del Estado.

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La arbitrariedad con la que el poderlevantaba el dedo acusador se extendía atodas las capas sociales y sensibilidadespolíticas. Bastaba el simple calificativode reaccionario, contrarrevolucionarioo, simplemente, enemigo del Pueblopara ser ejecutado. La situación llegó, amediados de 1977, a tal locura homicidaque en Occidente algunas asociacioneshumanitarias denunciaron los hechos. Elsecretario mundial de Save the Childrenclamaba desde Addis Abeba que habían«sido asesinados un millar de niños»mientras «sus cuerpos yacían en lascalles presa de las hienas errantes».

Junto al terror generalizado en la

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calle, Mengistu llevó a cabo unaconcienzuda limpieza dentro del Derg.Al Negus, Hailé Selassie, ya le habíaestrangulado con sus propias manos dosaños antes valiéndose con de un cordónde nylon. A esa forma de matar leterminaría cogiendo tanto gusto que pasóa conocerse como la «pajarita deMengistu». Liberales, tradicionalistasmonárquicos, sacerdotes coptos o excamaradas revolucionarios fueronbrutalmente torturados hasta la muerte ytras ello expuestos como guiñaposhumanos en las calles de Addis Abebapara edificación y aleccionamiento delpaseante. Los servicios secretos del

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bloque socialista contribuyeron demanera decisiva a las purgas. Si algúndestacado disidente era localizado enMoscú, en Berlín o en Varsovia, la KGBo la Stasi se encargaban de relajarlo a lajusticia etíope.

El general Teferi Bante era, aprincipios de 1977, el único valladarque separa a Mengistu del poderabsoluto. Cayó fruto de una conspiraciónjunto al resto de sus fieles, que fueronametrallados a la entrada del PalacioReal. El asesinato del general Bantesupuso el punto de inflexión a partir delcual el régimen personal de Mengistu sehizo incontestable. Fue también el

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momento en el que el joven capitándecidió que, para perpetuarse en elpoder, tenía que buscar la protección dela URSS.

Por su situación geográfica, Etiopíasiempre ha sido un lugar estratégico. Laobsesión soviética por contrarrestar lainfluencia americana en el Índico llevó aBreznev a trazar un meticuloso plan parahacerse con el cuerno de África. Se hizoprimero con Somalia donde, gracias a ungolpe de Estado, gobernaba Siad Barre,militar de ideas socialistas formado entiempos de la colonia italiana.

Las ambiciones de Barre pasabanpor recuperar la comarca del Ogadén

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que, a pesar de estar pobladamayormente por somalíes, pertenecía alreino etíope. Moscú encontró en Barreel perfecto cliente para su política deintervención en esa zona. Los soviéticosllenaron la costa de Somalia deinstalaciones militares. En los mejoresmomentos la URSS llegó a disponer deuna base naval y otra de submarinos enel puerto de Berbera, varias plataformaspara el lanzamiento de mísiles y unabase aérea dotada de una pista paragrandes aeronaves. A cambio de estosprivilegios el gobierno somalí recibióarmas, apoyo logístico y entrenamientode tropas que luego Barre destinaba a la

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guerra del Ogadén contra el Negus.La llegada de Mengistu a la escena

política en 1974 y su posteriorafianzamiento en el poder a inicios de1977 cambió la estrategia del Kremlinen la zona. Somalia era importante, peroEtiopía lo era más. Puestos a construirun bloque de influencia soviética en laentrada del mar Rojo, mejor eracentrarlo en torno al paístradicionalmente hegemónico, al corazónpolítico y económico de la región.

Y en ese punto se cruzaron losintereses de Mengistu y Breznev. Trasvarios contactos con Moscú, viaje decortesía al Kremlin incluido, y con Fidel

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Castro, a quien recibió en Addis Abebacomo a un faraón del antiguo Egipto,soviéticos y cubanos tomaron sudecisión irrevocable. En Marzo de 1977Mengistu recibió el primer envío decarros soviéticos. Acto seguido el lídercubano realizó una tournée diplomáticapor los países africanos de la órbitamoscovita. Se detuvo primero enArgelia, de ahí saltó a Trípoli donde sereunió con Gadafi. Días después, y trascancelar la visita prevista a Bagdad,Castro se entrevistó con Fattah Ismail,presidente de Yemen y hombre deMoscú al sur de la península arábiga.Dejó Aden, capital de Yemen, apenas

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una semana más tarde para verse enpersona con Mengistu en Addis Abeba.

¿Para qué tanto ajetreo? La maniobraque llevó a cabo en persona el cubanodurante aquella primavera, tenía comoúnico fin preparar el terreno para la yainevitable traición a Siad Barre. PeroBarre aun concebía una vaga ilusión decontar con su aliado habanero. Castro seencargó, una vez más en persona, dedefraudar las esperanzas del lídersomalí. Se desplazó desde Etiopía hastaMogadiscio para dar el aviso a suantiguo patrocinado. «No hay nada quediscutir, todo ha sido decidido enMoscú y lo que Moscú decide debe

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hacerse», le dijo Castro a Barre.Mengistu tomó la iniciativa en el

Ogadén. Junto al ejército regular etíopecombatía un contingente compuesto por30.000 cubanos enviados desde Angolao recién reclutados en la isla, 4000soviéticos y 2000 búlgaros, húngaros yalemanes del este. Para asegurar lavictoria los soviéticos desplazaron hastael frente carros blindados, cazas Mig-21y artillería de largo alcance. Comocuriosidad morbosa, el militar al mandodel numeroso contingenteexpedicionario cubano fue el generalArnaldo Ochoa, un hijo más del Saturnorevolucionario que terminaría con el

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tiempo siendo devorado por su padre.La guerra del Ogadén fue muy

sangrienta. Los bombardeos cubano-soviéticos sobre las ciudades del nortede Somalia provocaron el exilio masivode, aproximadamente, un millón depersonas. A pesar de todo Barre seamarró al cargo atrincherándose tras lasfronteras de Somalia. El único vencedorde la contienda fue Mengistu y sudelirio. Ocupó el Ogadén, terminó deconsolidarse en el poder y obtuvo unaventaja comparativa sobre otraspotencias de la zona que bien explicanlo que vendría después.

Aunque la ONU las unió en 1950,

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Etiopía y Eritrea siempre fueron dospaíses distintos. La primera es cristiana,mientras que la segunda es musulmana.Etiopía fue siempre independiente,Eritrea, por el contrario, albergó unacolonia italiana durante medio siglo. Losetíopes de las tierras altas hablanamhárico mientras que los eritreos seentienden en árabe. Un matrimonio a lafuerza en un lugar tan pobre no podíadurar demasiado. Los eritreos luchabanpor su independencia y los etíopestrataban de impedirla en una guerralarga y tediosa a la que Mengistu queríaponer final cuanto antes.

Contaba, además, con ayuda

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financiera y material militar de primeraproporcionado por sus socios. Desoyólas demandas de autonomía de loseritreos, arguyendo que la rebelión deEritrea era un caso de secesionismopequeño burgués sin posible cabida enla nueva Etiopía socialista.

La ofensiva, que dio comienzo en1977, dejó la región convertida en unerial plagado de fosas comunes. Paraello contó, una vez más, con lainestimable colaboración de sus nuevosamigos de La Habana y Moscú. FidelCastro, que no mucho tiempo antes habíamostrado abiertamente su simpatía porel Frente de Liberación de Eritrea,

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cambió de bando y se hizo portavoz dela sagrada unidad de Etiopía.

El apoyo cubano se cifró en más de6000 soldados bien entrenados, tanquesy cazas. Ni Castro ni la prensa cubana seesforzaron en ocultar la intervención. Eldiario Granma transcribía, en abril de1978, un discurso de líder máximo: «Elpersonal militar cubano estará enEtiopía el tiempo que acuerden losgobiernos de Etiopía y Cuba paraapoyar al pueblo etíope contra cualquieragresión». Poco importaba que fuesenlos propios etíopes los que estabanagrediendo a sus vecinos.

Breznev ordenó que se instalase una

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base naval de apoyo en la costa eritrea yque acudiese un pequeño contingente deapoyo. La suerte de Eritrea estabaechada pero a diferencia de la campañadel Ogadén el combinado etiope-cubano-soviético hubo de hacer frente aguerrillas de organización caóticadispuestas en pequeños y ágiles cuerposde combate que conocían a la perfeccióncada palmo de tierra, cada risco y cadacueva.

Soviéticos y cubanos no escatimaronfuerzas para rendir a los indómitosguerrilleros eritreos. Hicieron usosistemático del arsenal químico mássofisticado de la época. Bombardeos

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con napalm, gaseado de la poblacióncivil con agente nervioso y empleo dedefoliantes. El ejército de Mengistu, mástosco en sus métodos pero no menosletal, sembró de minas gran parte delpaís y arrasó sin contemplacionespueblos y aldeas. Con objeto dedebilitar a las guerrillas movilizó a lafuerza grandes contingentes depoblación rural que, abandonados enmitad del desierto, perecían deinanición. La tropa enviada desde AddisAbeba llegó a contar con 120.000efectivos. Se especializó en el pillaje,saqueo y desmoralización de lapoblación civil. Desde los aviones de

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combate los pilotos cubanos disparabana los camellos, base de la economía degran parte de Eritrea, mientras lossoldados del Gobierno entraban a sacoen las aldeas fusilando a los hombres yviolando a las mujeres.

A pesar de la potencia de fuegodesplegada por el eje URSS-Cuba y delcompromiso asesino de Mengistu no seconsiguió ni conquistar ni pacificarEritrea. Las guerrillas consiguieronsobrevivir. La URSS, sin embargo, noentendió el mensaje y poco después seenfangó en una campaña parecida enAfganistán.

Mientras los soldados etíopes

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arrasaban Eritrea con absolutaimpunidad, Mengistu se concentró enconvertir Etiopía en un país socialistapleno. Apenas cuatro meses después deldestronamiento del Negus nacionalizó labanca y los seguros. Poco despuésarremetió contra la propiedad. Prohibiópor ley la posesión de tierras y limitó lapropiedad inmobiliaria a una casa porfamilia. Cualquiera que poseía, ya fuesepor herencia, ya por adquisición, más deun inmueble fue automáticamenteexpropiado por el Estado.

Todo esto se decretó en 1975, justoantes de la feroz campaña de represiónpolítica y de las guerras del Ogadén y

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Eritrea. Conflictos armados aparte, ladescomposición de la sociedad ruraletíope, sostén de la economía nacional,tiene su origen aquí, en los decretos del75. El tradicional reparto de la tierra enEtiopía se organizaba alrededor de dosregímenes de tenencia: el Rist centradoen torno a los clanes familiares y elGult, tierras de concesión estatal, esdecir, imperial. El Rist formaba lacolumna vertebral del campo etíope. Laproscripción de la propiedad rústicadejó a esta masa inmensa de campesinosal albur de las decisionesgubernamentales. Peor aun fue laexpropiación de las tierras regidas por

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el Gult. Millones de campesinos y susnumerosas familias pasaron a dependerdel Estado que, al menos sobre el papel,se hacía cargo de los latifundiosexpropiados a los terratenientes. Lanacionalización del Gult provocó uncolosal éxodo de hambrientosdesposeídos de lo único que tenían: sufuerza de trabajo.

El compromiso de Mengistu eraconvertir Etiopía en una repúblicapopular. Pero no hay república popularque se precie sin Partido único. Creóentonces el Partido de los Trabajadoresde Etiopía (PTE) a imagen y semejanzadel PCUS. La nueva Etiopía exigía una

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población ciegamente fiel a los dictadosdel Partido, que reorganizaría el país aplacer partiendo de cero. Se adoptó unainsólita política de traslado masivo yforzoso de población. La idea era llevarcampesinos de unas regiones a otras, delugares donde el brazo armado delPartido no llegaba a otras másfácilmente controlables. Básicamentedel norte al sur. De las resecas tierrasbajas colindantes con el Sahara sudanésal vergel de la Etiopía central ymeridional.

La campaña de reasentamientoforzoso se bautizó con el nombre de«Bego Teseno» (Coerción por el bien

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del prójimo). El traslado masivo decientos de miles de personas coincidiócon el agravamiento de una sequía quehabía comenzado en 1982. Las sequíasen Etiopía son cíclicas. De un modo uotro la población, especialmente la delnorte del país, ha aprendido a vivir conellas y organizarse para pasar lacalamidad lo mejor posible. La de 1982sorprendió a Etiopía en plena labor deingeniería social cuyos efectos, los de lasequía y los de la ingeniería, fuerondevastadores.

La población campesina estabafuertemente depauperada por lasnacionalizaciones del año 75. Muchos

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habían dejado sus aldeas en busca detrabajo. Otros, los más afortunados,explotaban pequeñas parcelas deautosubsistencia pero se veían en laobligación de pagar impuestos alGobierno. Para colmo de males laeconomía estaba ya en 1980completamente colectivizada, por lo queel Estado se transformó en el únicodemandante de los excedentes agrícolas.Los precios eran fijados desde ungabinete ministerial y, por descontado,no se correspondían con los delmercado. El campesino pagaba más porla semillas en el mercado negro de loque recibía del Estado por el producto

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final. Muchas familias campesinashubieron de vender su magropatrimonio, que las más de la veces selimitaba a una choza, dos corderos y unavaca esquelética para hacer frente alávido afán recaudador del Gobierno.Las granjas estatales que sustituyeron alos latifundios fracasaron casi desde elprimer día. A su mala gestión interna sesumó el hecho de que muchos etíopes, enespecial de etnias conflictivas como losoromo, fueron forzados a trabajar enellas en condiciones de esclavitud.

El panorama era tan desolador quesólo cabía la vuelta atrás. Pero no,Mengistu concibió un plan alternativo.

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¿Para que avergonzarse y ocultar latragedia que padecía su pueblo cuandopodía aprovecharla en beneficio propio?A fin de cuentas, en el pasado tantoLenin como Stalin habían puesto lashambrunas a su servicio. En el otoño de1984 cuando los efectos de la sequíacombinados con los traslados depoblación alcanzaban su punto álgido dedesesperación y muerte la noticia saltó alos medios occidentales.

El mensaje que el Gobierno etíopetrasladó al mundo era que la sequía deaquel año era especialmente severa y sehabía juntado con una pronunciada caídadel precio del café en el mercado

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internacional. Ni palabra de lascolectivizaciones ni de lasdeportaciones masivas. Durante días losinformativos bombardearon a la opiniónpública occidental con imágenes queescandalizaban por su crudeza. Niñosliteralmente muertos de hambredevorados por los mosquitos, mujerescon los pechos secos intentando en vanoalimentar a su bebé muerto, pilas decadáveres hacinadas en medio de ningúnsitio…

La reacción occidental fue inmediatay generosa. ONG’s, gobiernos,parroquias de barrio y asociaciones devecinos se volcaron con el drama

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etíope. Hasta las estrellas de la canciónentonaron para el mundo entero suconocido y architarareado We are theworld, we are the children . Losciudadanos de Europa y Norteaméricase volcaron y toneladas de ayudahumanitaria comenzaron a afluir parapaliar la gran hambruna de los ochenta.

Es curioso. Cuando Mengistuaniquiló a la oposición en una purgadigna de los mejores tiempos delestalinismo nadie hizo nada. Cuando lossomalíes de Ogadén capitularon ante lamaquinaria bélica cubano-soviéticanadie hizo nada. Cuando Eritrea fuemasacrada de modo inmisericorde por

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tropas del Gobierno apoyadas por LaHabana y Moscú nadie hizo nada.Cuando se comenzó a movilizarforzosamente a la población con objetode controlarla mejor nadie hizo nada.Cuando se colectivizó la producciónagrícola en granjas estatales que sevalían de mano de obra esclava nadiehizo nada. En 1984 cuando se recogió lacosecha de diez largos años dedespropósito, guerra y experimentosocialista, Occidente al fin hizo algo:regaló dinero, alimentos y medicinas alcausante de todos los males.

Esos millones de dólares en ayudahumanitaria volaron de las bondadosas

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manos de otros tantos millones deoccidentales a las de Mengistu que lorecibió como un agasajo, una donacióndesinteresada a la que no tardó en dar unnefasto uso. Organizacionesinternacionales como Médicos sinFronteras, que no se tragaron el bulo ydecidieron no ir a Etiopía, fuerondeclaradas non gratas por el Gobiernode Mengistu. La administración Reagan,que clamó en el desierto al considerar lapetición de ayuda cursada por elrégimen etíope como un ardid paracaptar fondos, fue tachada de capitalistainfame, de reaccionaria y de enemiga dela humanidad.

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Dos años después de la hambrunaque costó la vida a más de medio millónde personas Mengistu se atrevía aún adirigirse al mundo en estos términos alhablar de sus traslados de población:«El campesino ha de cambiar su vida ysu pensamiento y abrir un nuevo capítuloen el establecimiento de una sociedadmoderna en las zonas rurales y ayudar ala edificación del socialismo».

La socialización continuó durantetoda aquella década hasta el prácticocolapso de la economía etíope. En 1987se desencadenó una nueva hambrunaque, conforme a los pasos del consabidovals macabro, fue primero ocultada y

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después aprovechada por el Gobierno.De nuevo la ayuda internacional fuedesviada hacia el Ejército y lanomenclatura del Partido. La trampahumanitaria volvía de nuevo a ponerseen marcha… y a funcionar. Comogalardón y justa recompensa laFederación Sindical Mundial,compuesta por sindicatos de todaEuropa, otorgó a Mengistu en 1988 lamedalla de oro de la Federación por «sucontribución a la lucha por la paz y laseguridad de los pueblos».

El ocaso de su régimen, quelanguideció hasta 1991, fue de la manocon la desintegración de la Unión

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Soviética. La llegada de Gorbachov y elrearme moral de Occidente patrocinadodesde la Casa Blanca hicieron que laURSS alejase sus miras del continenteafricano. Sin el apoyo gratuito decubanos y soviéticos la guerra en Eritrease reactivó. Todo el espacio ganado enla campaña genocida del 77 fue poco apoco perdiéndose entre la ineptitud delos mandos etíopes y el empuje de laguerrilla. En 1988 el renovado FrentePopular de Liberación de Eritrea seapoderó de la ciudad de Afabet ydestruyó tres divisiones enteras delejército de Mengistu. En 1990, lidiandoya con la subversión interna, los

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rebeldes conquistaron el estratégicopuerto de Masava.

Al año siguiente la movilización fuecompleta, se cerraron los colegios einstitutos para que hasta los niñosacudiesen al frente a defender elrégimen de Mengistu. No funcionó. Elpaís, tras 17 años de locura colectivista,estaba exhausto, famélico y arruinado.En febrero cayeron Gondar y Gojam lasúltimas ciudades eritreas en poder delGobierno y el 28 de mayo Mengistu,asediado dentro y fuera de la capital,puso tierra de por medio. Solicitó a suamigo Robert Mugabe asilo político y seexilió en Zimbabwe. Días después

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comenzó la ingente tarea dereconstrucción de Etiopía. Su fugazpasada por el comunismo había salidomuy cara al país: millón y medio demuertos, varios millones dedesplazados, dos devastadoras guerras yla ruina más absoluta ruina que un paíspueda imaginar. Tras la pesadilla, todoslos grupos étnicos y políticos sereunieron en Addis Abeba paraconstituir un primer Gobiernoprovisional hasta la convocatoria deelecciones libres. El 28 de mayo, día dela huída de Mengistu, pasó a ser y siguesiendo la fiesta nacional de Etiopía.

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E

EpílogoLenin o Stalin, ¿quién fue

peor de los dos?

N cierta ocasión, durante unaentrevista, me preguntaron quién,

en mi opinión, era el peor de los tiranosdel siglo XX. Contesté Lenin sin dudarloni un segundo. Al cabo de unos díascomenzaron a llegarme correoselectrónicos de lectores, en los que merecriminaban haber escogido al ruso yno a otro. Argumentaban, no sin parte de

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razón, que Stalin, Hitler o Pol Potmataron a más gente. Uno incluso meacusaba de no haber incluido a Francoen la tripleta porque, según el individuoen cuestión, era el tirano que nos tocamás de cerca y el «peor de la Historiade España». En fin, hay gente para todo.

La razón por la que elegí a Lenin nose debió tanto al número de víctimas quesu Gobierno se cobró —que fueron unascuantas— como al régimen infame ycriminal que diseñó e implantó por lafuerza sin escatimar crueldad. Unsistema que pervivió setenta años ycondenó a la esclavitud a variasgeneraciones de seres humanos; primero

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rusos, luego de todas partes del mundo.Me refiero, naturalmente, al comunismosoviético, la mayor máquina de picarcarne que ha conocido la especiehumana en su toda la Historia.

Los izquierdistas, sabedores de quedemasiadas cosas fallaron en aquelexperimento sangriento, reducen el erroral cuarto de siglo que gobernó IósifStalin, de ahí que se refieran con tantapasión condenatoria al estalinismo,dejando el término «leninismo» —nodigamos ya «comunismo»— paradenominar a una noble ideología queaspiraba a emancipar a la clasetrabajadora y a hacer del mundo un lugar

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mejor. El comunismo llegó,efectivamente, a su máxima expresiónpráctica durante los años de Stalin. Fueentonces cuando todo el marxismoteórico se pudo aplicar sin cortapisas enel mayor país de la Tierra tomando a sushabitantes como rehenes dentro de untubo de ensayo. Pero Stalin, la gallina,no hubiese podido reinar sin Lenin, elhuevo.

Aquí es donde empieza un fértildebate historiográfico que vienearrastrándose desde hace más de mediosiglo. ¿Fue Stalin la evolución lógicadel régimen instituido por Lenin o unimprevisto accidente que arruinó la

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Revolución de Octubre? Aunque lavisión que predomina es esta última,creo que es al contrario. Me explico.

Empecemos por el encumbramientodel ogro. Aunque Lenin se sabíamortalmente enfermo dispuso de tiemposuficiente para nombrar sucesor. Pudohaber elegido a cualquiera, y candidatosno le faltaban. Al terminar la GuerraCivil, León Trotski o Nikolai Bujarinestaban mejor situados para ser loscontinuadores de la obra del padrefundador. Trotski tenía a su favor laforja del Ejército Rojo y una impecableformación revolucionaria. A pesar delas diferencias teóricas con el líder, era

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hombre de su absoluta confianza y sólolas intrigas de la camarilla de Stalinconsiguieron alejarle de Moscú.

Bujarin, por su parte, era un teóricode primera fila muy popular dentro delPartido, hasta el extremo de que su laborhabía sido reconocida por Lenin envarias ocasiones. «No es sólo el teóricomás valioso y destacado del Partido,sino que además es considerado,merecidamente, el preferido de todo elPartido» llegó a decir de él en sutestamento.

Pero Lenin escogió a Stalin. Lo hizolibremente y sin presiones. No medió niun golpe de Estado ni excesivas intrigas

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palaciegas que, por lo demás, pocamella hacían en la inquebrantablevoluntad de Lenin. De hecho, tantoTrotski como Bujarin mantuvieron más omenos intactas sus esferas de poder almorir Lenin. Pronto caerían endesgracia. Años después ambos fueronliquidados por órdenes directas delgeorgiano. Trotski en el exilio mexicanoa manos de un comunista español que leabrió la cabeza con una piqueta dealpinismo. Bujarin durante la GranPurga después de enviar una notamanuscrita a Stalin en la que,desconcertado, le preguntaba: «Koba,¿por qué necesitas que yo muera».

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Que Lenin eligiese a Stalin y no aotros no significa nada en principio.Pudo haberse equivocado o haber creídover en su pupilo cualidades que luegoresultó no tener. Hay incluso quienasegura que Lenin, moribundo, pidió quese apartase a Stalin del poder porqueera muy brusco. Posible peroimprobable. Esa brusquedad es la que lehabía hecho ascender hasta la cúpula delpoder soviético, controlada férreamentepor Lenin. En definitiva, el líderapreciaba a Trotski, a Bujarin y a otrosmiembros del Comité Central, pero sufavorito para regir los destinos de laRevolución era Stalin porque de otro

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modo le hubiese sacado de la carrerasucesoria mucho antes.

Pero, poniéndonos en la tesis oficial,aún en el caso de que Lenin se hubieseequivocado o hubiera prevenido alPartido de la zafia ambición de Stalin, laherencia que dejó ya venía envenenada.No había otra opción que perpetuar latiranía bolchevique. Al morir Lenin laURSS ya era una autocracia mucho peorque la de los zares. Los poderes queasumió Stalin eran propios de undéspota oriental. Disponía a placer de lavida de todos y cada uno de loshabitantes de la Unión Soviética. Y esose lo debía exclusivamente a su padre

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político.El terror, por ejemplo, que fue el

santo y seña del estalinismo, fue cosa deLenin, que lo aplicó sin remilgos envida. Las frases «Debemos derribarcualquier resistencia con tal brutalidadque no se olvide durante décadas», o«cuantos más representantes del clero yla burguesía reaccionaria ejecutemosmejor» no fueron pronunciadas porStalin, sino por Lenin, cuyo Gobierno desólo siete años sumó tantos muertoscomo pudo de la manera másdespiadada posible.

Los campos de concentración,expresión más refinada del espíritu

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liberticida soviético, fueron creación deLenin. Su sucesor no hizo más queperfeccionarlos y expandirlos a todoslos confines de la URSS mediante unaextensa red de campos de trabajoesclavo perfectamente coordinada a laque se dotó de una función económica.

Dentro del Partido, esquilmado porStalin durante las purgas de los añostreinta, los poderes omnímodosotorgados al líder venían de tiempos deLenin, que evitó en todo momentoostentar más cargos que el de presidentedel Consejo de los Comisarios delPueblo. Así, la posibilidad de ilegalizarfacciones dentro del Partido fue

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aprobada a instancias de Lenin, unadecisión que permitió a Stalin moldearel PCUS a su antojo eliminando a todoslos que podían hacerle sombra. No escasual que la primera purga del Partidofuese llevada a cabo por Lenin tanpronto como en 1921. Stalin patentó eltérmino: «gulag», Lenin la idea.

Lenin, en definitiva, instauró unadictadura personal sin la cual elestalinismo nunca hubiese sido posible.De lo que careció es de tiempo paraejercerla porque murió prematuramentecon sólo 53 años. Cuenta Richard Pipesque, siendo Molotov ya muy mayor, lepreguntaron quién de los dos —Lenin o

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Stalin— había sido más duro. El viejopolítico, que había servido a ambos,contestó sin dudarlo «Lenin, porsupuesto; recuerdo como reprendía aStalin por ser demasiado blando yliberal». No seré yo quien le lleve lacontraria.

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FERNANDO DÍAZ VILLANUEVA. Esperiodista e historiador. Ha trabajadocomo redactor en AtlasTelecinco, comojefe de opinión en Libertad Digital ysubdirector de Contenidos en LDTV.Actualmente es director deNegocios.com. Es socio fundador delInstituto Juan de Mariana y miembro del

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Consejo de Redacción de La IlustraciónLiberal.

Es colaborador regular del diario LaGaceta, del semanario Alba, de larevista Xtra, del suplemento culturalDOCS, de la revista de Historia de LD,de los programas ‘Dando Caña’ deIntereconomía TV y ‘BusinessConnection’ de Business TV, así comode los programas radiofónicos ‘Es lanoche de César’ y ‘Sin Complejos’ deesRadio, ‘Los últimos de Filipinas’ deRadio Intereconomía y ‘A fondo’ deRadio Inter.

Es autor de dos biografías sobre losReyes Católicos, de una biografía sobre

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el Che Guevara y de los libros deHi s tor i a : Nosotros los españoles,Historias con vida propia, Treintasiglos no es nada y Para habernosmatado. Grandes batallas de laHistoria de España.