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L. BALAGUERO LLADÓ

IGNAZ PHILIPP SEMMELWEIS

TRES ASPECTOS DE SU VIDA

PUBLICACIÓN MEDICA BIOHORM - J. UR1ACH y CÍA., S. A. - BRUCH, 49. BARCELONA-9. - EDITORIAL ROCAS. - DIRECTOR: DR. MANUEL CARRERAS ROCA.COLABORAN: DR. AGUSTÍN ALBARRACIN - DR. DELFÍN ABELLA .- PROF. P. LAIN ENTRALGO - PROF. J. LÓPEZ IBOR - DR. A. MARTIN DE PRADOS - DR. CHRIS-TIAN DE NOGALES - DR. ESTEBAN PADROS - DR. SILVERIO PALAFOX - PROF. J. ROF CARBALLO - PROF. RAMÓN SARRO - PROF. MANUEL USANDIZAGA - PROF.LUIS S. GRANJEL - PROF. JOSÉ M.» LÓPEZ PINERO - DR. JUAN RIERA - PROF. DIEGO FERRER - DR. FELIPE CID - DIRECCIÓN GRÁFICA: PLA-NARBONA

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De esta edición se han separado cien ejemplaresnumerados y firmados por el autor.

Ejemplar n.° á^k f_

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h. BALAGUERO LLADÓ

IGNAZ PHILIPP SEMMELWEIS

TRES ASPECTOS DE SU VIDAS U M A R I O

I. EL FANTASMA DE LA FIEBRE PUERPERALII. LOS PRECURSORES

III. EL DESCUBRIMIENTO DE LA VERDADIV. SEMMELWEIS Y LA «NEUE WIENER SCHULE»V. ENFERMEDAD Y MUERTE

VI. EPILOGO

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h EL FANTASMA DE LA FIEBRE PUERPERAL

La infección séptica de las puérperas, conocida desde antiguo como una complicación esporádica y ocasional delpostparto, cobró caracteres de extrema gravedad en los grandes centros hospitalarios a partir de la segundamitad del siglo xvn.Las Maternidades de París, Estrasburgo, Berlín, Londres, Turín, Edimburgo o Viena, se veían constantemen-te azotadas por esa plaga. Los fallecimientos se sucedían año tras año, implacablemente y de la forma más sim-ple, al punto de que en muchas poblaciones se llegó incluso a exigir el cierre de los asilos y hospitales, conver-tidos, a causa de la tan temida fiebre puerperal, en auténticas «fosas mortuorias».Ello inspiró toda una serie de decires y coplas populares como la que, bien entrado ya el siglo veinte, podíaaún oírse por las calles de Munich : In der Sonnenstrasse, steht ein rotes Haus, viele gehen herein, sehr wenigeheraus (En la calle del Sol existe una casa roja, muchos son los que allí entran, pero pocos los que salen).En el Hotel Dieu de París, por ejemplo, la enfermedad solía irrumpir periódicamente en forma de grandes epi-demias mortíferas (1662, 1663, 1664, 1668, 1746, 1782, 1830 y 1841), algunas de las cuales fueron descritas contoda riqueza de detalles por Fodéré, Peu, Malouin, Cruveilhier y Lasserre.Eran particularmente temidos los fríos meses de invierno por el extraordinario número de mujeres asiladas yla imposibilidad de mantener una aireación correcta de los locales. Así describe Cruveilhier una de estas fatídi-cas situaciones : «Corría el frío invierno de 1830 a 31 y debido a la crudeza de las heladas que azotaban los alre-dedores de París, se había triplicado el ingreso de mujeres en la Maternidad. Cuando mayor era la afluencia,estalló una terrible epidemia de fiebre puerperal : de 15 mujeres que dieron a luz en el espacio de 24 horas,10 habían muerto antes de levantarse el alba del quinto día».Con solo entrar en la sala de puérperas, decía el cirujano Tenon a propósito de una visita realizada al famosonosocomio en 1780, «sentía uno venírsele encima como una nube de vapores húmedos, un aire tan apestado y den-so, que daba la impresión de estar respirando una cosa corpórea». Ocho años más tarde, en su informe sobreaquella institución, hecho a requerimientos de las autoridades francesas, manifestaba : On est justement alarmé devoir qu'en aucun endroit de VEurope, en aucune ville, en aucun village, en aucun hópital, rien n'est compara-ble a la perte qu'on fait des accouchées a, VHótel Dieu de Paris.De entre las grandes epidemias que registra la historia, tuvieron especial resonancia, aparte de las de París ya men-cionadas, las de Dublín (1767), Londres (1769-70), Viena (1769-70), Berlín (1778), Grenoble (1800), Heidelberg(1811), Lyon (1750), Copenhage (1765) y Edimburgo (1778). En Prusia, desde 1816 a 1875, esto es, en el cortoespacio de 60 años, fallecieron 165.000 mujeres de viruela, 170.000 de cólera y 363.000 de fiebre puerperal. Dichoen otras palabras : en sólo dos generaciones murieron, dentro de la etapa procreativa, más mujeres de sepsis, quede cólera y viruela juntas en todas las edades. Lasserre nos ha referido con agudas palabras la cadena de epi-demias que sufrió París durante el cuarto decenio del siglo pasado: de 1830 a 1841 se observaron nada menosque 14 brotes epidémicos, a cuál más grave.

La fiebre de postparto era ya conocida por Hipócrates, quien, en varias sentencias del célebre Tratado de lasTeñ-fermedades de las mujeres, describe perfectamente su clínica, señalando como hechos característicos de la mismala postración, los escalofríos y el abultamiento del abdomen.«48. Cuando, después del parto, los loquios fluyen en pequeña cantidad, aparecen fuertes dolores lumbares, con

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1. Ignaz Phillpp Semmelwels, según un óleo sin firma. Archivo IIconográfico del Instituto de Historia de la Medicina de la Uni-versidad de Viena.

2. Reproducción de la portada de la obra de Semmeiweis, edi-tada en 1861.

3. Fragmento de la memoria presentada por Semmeiweis solici-tando la docencia (9.5.1580). Archivo Nacional Austríaco.

... tionen am Phantom su beschránken, bis die Cadaverfragevon Seite eines hohen Ministeriums ihre definitive Er-ledigung erhalter haben wird, und erlaubt sich daher, sei-re ergebenste Bitte um Verleihung einer Docentur aus dertheoretischen Geburtshilfe zu wiederholen. : w : S £ ^ . ' ' ..\-::;S>

Ig. Ph. Semmeiweis &R^ . ''''•••M

4. La «Prosektur» de Rokitansky en el Hospital General, cono- ^^^^^ii ! ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^

de Historia de la Medicina de la Universidad de Viena. E H S S Í Í Í Í ^ - S ^

hinchazón, gran abundancia de pituita acuosa mana por la nariz y por la boca. Existen dolores de cabeza y fie-bre, escalofríos y rechinar de dientes. La vejiga y el vientre se obstruyen, experimentando ambos una gran hin-chazón. Los ojos saltan y se nubla la vista.»5O. Cuando después del parto no hay purgación, el vientre y el bazo se hinchan, así como los genitales y laspiernas. Aparece fiebre con escalofríos y dolores lumbares. La enferma siente frío y calor. Los latidos de lasarterias tan pronto se ofrecen débiles como fuertes y a veces intermitentes.y>S7- Cuando los loquios se dirigen a la cabeza, al tórax y a los pulmones, como ocurre algunas veces, y per-manecen estancados en tales partes, la mujer muere.»El primum movens de la enfermedad lo refería el clásico griego a la retención de los loquios, que al no poderser expulsados libremente por las vías naturales, determinaban un encharcamiento y ulterior supuración delcuerpo. Todos los autores clásicos, incluidos Galeno, Avicena, Pablo de Egina y Paré, se hicieron partícipes deesta opinión que, salvo excepciones, siguió monopolizando el pensamiento médico hasta finales del siglo XVIII.

Paracelso, en el xvi, también se ocupa en sus escritos de esos problemas, haciendo responsable a la luna, a losastros, a los venenos... y hasta a la voluntad de Dios, de las enfermedades febriles de las puérperas.A finales del siglo xvn, Mercurialis (1662) y Puzos (1686), basándose en el aspecto lechoso que ofrecían a veceslas colecciones purulentas del peritoneo, pleura y cavidades articulares, creyeron ver en la retención de la lecheelaborada por la madre, la causa más importante •.—sino única— de fiebre puerperal. Levret describía de estaforma el cuadro clínico que deparaba la retención láctea : «Entre las mujeres que han sufrido la apoplejía le-chosa, vemos sólo algunas que se vuelven paralíticas, las más presentan accesos de fiebre maligna, otras enfer-man de fiebre pútrida y algunas aquejan inflamaciones en el bajo vientre : en fin, casi todas muestran depósitosde leche en determinada parte de la economía». También Bordeu, en el siguiente texto, hace referencia a losfamosos reflujos y fijaciones lácteas que tanto dieron que hablar a los clínicos de la época : «Yo he tenido ocasiónde observar con frecuencia masas de verdadera manteca y leche acida ocupando parte o la totalidad del abdo-men y en tal abundancia que una vez, el cirujano que abrió el vientre tuvo que extraer a manos llenas esta especiede leche coagulada. Es más, yo he visto semejante fluido lechoso depositarse bajo la duramadre».De acuerdo siempre con esta teoría, Levret y Puzos dieron el nombre de engorgement laiteux des membres alproceso flogístico que White localizó más tarde en los vasos, denominándolo phlegmasia alba dolens (1784).En España tuvieron asimismo franca aceptación las ideas de Levret y Puzos acerca de los depósitos lechosos.Pedro Brunel publicó en 1791 una Memoria de las enfermedades que se deben tener por lácteas durante el cursodel preñado y después del parto y Ventura Pastor expresó su tesis, favorable en todo a la francesa, en un dis-curso pronunciado en 1793 (Discurso médico-chirúrgico sobre depósitos lácteos o leche extraviada).La teoría de Puzos tuvo no obstante muchos detractores. Francesco Marabelli, de Pavía, no sólo se opusocon palabras, sino que demostró mediante análisis que «no era verdaderamente leche el humor latiginoso que seencontraba en las entrañas de las mujeres muertas de fiebre puerperal, sino materia purulenta, ya que el pus enalgunas circunstancias era capaz de simular en todo el fluido lácteo». También Bichat señaló certeramente que aque-llo que se retenía en el abdomen, semejando leche, no era más que el producto de las secreciones de la membranaperitoneal.

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5. Karl Frh. von Rokitansky, Profesor de ^ j j ^ ^ W y B ^ W ^ ^ f i a j v ^Anatomía Patológica. Medalla en Plata, sin .•ss3£$K3fcSÍi§tÉÉáfiSP?fessxfecha. 0 70 mm. Autor: H. Jauner. Colee- . *ifTf sfT^^r^í^^Tii,ción particular de «Medicina ¡n Nummls». •""* 4 * • 1 » ***"-*

II. LOS PRECURSORES

Otra de las causas invocadas por los autores de la época, con tanto o más énfasis que las precedentes, fue elenviciamiento del aire por miasmas, impurezas y «exhalaciones mefíticas» de la más variada índole. Ya Peu hacereferencia a este extremo, al comentar una de tantas epidemias que habían diezmado el Hotel Dieu de París(1664) : «Resultó que la sala de las puérperas estaba situada justo debajo de los heridos, de suerte que los va-pores densos e infectos de las llagas de aquéllos, formaban como una masa de aire impuro y extremadamentemaligno que, penetrando en la sala subyacente, contaminaba a las mujeres».Las alteraciones del aire —el genius epidémicas de los autores del ochocientos— fue aceptado como causa defiebre puerperal por Willis, Johnson, Cooper, Doublet, Tenon, White y muchos otros.Con White (1773) comienza la larga lista de auténticos precursores : Kirkland (1774), Gordon (1795), Denman(1801), Churchill (1823), Cedersghjold (1826), Gooch (1829), Campbell (1832), Watson (1842), W. O. Holmes(1843), Grisar (1843), Blackman (1845) y Kneeland (1846).Durante la epidemia que azotó la ciudad escocesa de Aberdeen, de diciembre de 1789 a marzo de 1792, el Dr. Ale-xander Gordon (1752-1799) decidió seguir las huellas de tocólogos y comadronas, observando que un mismomédico tuvo 10 casos consecutivos de fiebre y una comadrona, 20. Gordon enumeró los casos, clasificándolos acteseguido de acuerdo con la intervención de médicos y comadronas. Sentó de este modo los siguientes principios :«La comadrona que ha asistido al n.° 1 transporta la infección al n.° 2. El médico que ha reconocido los casos Iy 2 lleva la infección a los casos 5, 6 y muchos otros. La auxiliar que trató el caso n.° 3 extendió el contagio alos n.os 24, 25 y 26 y así sucesivamente». Estas observaciones le mueven a escribir en su tratado (A treatise ofpuerperal fever in Aberdeen. J^ondon, 1795) : «No se infectan más que las mujeres que estuvieron previamenteen contacto con otras parturientas enfermas. Esto prueba que la fiebre puerperal es una contaminación especí-fica, una infección que nada tiene que ver con la atmósfera... Yo llegué a poder decir qué mujer sería infectadasegún la enfermera o comadrona que la había asistido y en casi cada caso mi predicción se cumplía».Las hipótesis de Oliver Wendell Holmes (1809-1894), de Boston, expresadas en el libro The contagiousness ofpuerperal fever y en la memoria que redactó tiempo después, al verse ridiculizado por los pontífices de la cienciaamericana, Puerperal fever as a prívate pestilence, son también harto interesantes. Dice Holmes en las conclu-siones de la citada publicación :«1. Un médico dedicado a atender casos obstétricos no debe tomar nunca parte activa en el examen postmortemde casos de fiebre puerperal.»2. Si está presente en las autopsias, aunque se trate de una simple peritonitis, vendrá obligado a lavarse com-pletamente, mudarse de ropa y dejar que transcurran como mínimo 24 horas antes de prestar asistencia a unparto.»3- Tomará idénticas precauciones cuando haya entrado en contacto con un caso de erisipela. Está, por otraparte, contraindicado ejercer simultáneamente ambos tipos de actividad profesional.»4. Si se le presenta un solo caso de fiebre puerperal, el médico debe pensar que, mientras no hayan transcurridoal menos varias semanas, la siguiente mujer a cuyo parto asista corre el peligro de ser infectada por él y es de-ber suyo tomar todas las precauciones útiles para evitar el contagio de su nueva paciente.»5. Si en un corto espacio de tiempo se presentan dos casos consecutivos de fiebre puerperal entre la clientelade un mismo médico, será prudente abandonar su actividad obstétrica al menos durante un mes.

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6. Josef Skoda, Profesor de Medicina In-terna. Litografía de August Prinzhofer. Vie-na, 1847.

7. Ferdinand von Hebra, Profesor de Derma- ¿ H * , ^tología. Litografía de Adolf Dauthage. Vie- -'jÉÉJÍÉÉl§fcJ'

»6. Si surgen tres o más casos en la actuación de un mismo profesional, sin causa aparente conocida, es primafacie una prueba de que en él estriba precisamente el agente de contagio.»7. El médico debe realizar también esmeradas pesquisas entre las enfermeras y otros ayudantes, a fin de queno introduzcan nuevas fuentes de contagio.»8. Dejando aparte la indulgencia que merecen los ignorantes responsables de semejantes contagios, ha lle-gado la hora de que la aparición de una prívate pestilence en la clientela de un solo médico sea considerada, nocomo un accidente fortuito, sino como un crimen y en tal caso los deberes (y los intereses) del práctico debensupeditarse a las obligaciones vis-á-vis de la sociedad.»A esta serie de ocho sentencias, intuidas más que razonadas, añadió luego Holmes —médico, poeta y publicis-ta—- un digno colofón : «Tratando de evitar que en nuestro quehacer profesional la muerte se transmita de unamadre a otra, hacemos una obra por la que bien vale la pena vivir... El que introduce la pestilencia en una sala departos debe invocar perdón a Dios, pues los hombres a buen seguro no se lo van a conceder nunca»Holmes leyó las 27 páginas de su artículo concerniente a la fiebre puerperal ante un auditorio de Boston en 1843,por los mismos días en que Wells, no lejos de allí, realizaba sus experimentos anestésicos.Holmes, que carecía de la sólida formación clínico-patológica de Semmelweis, llegó hasta los últimos aledaños,rozó el secreto, pero no pudo posesionarse de la verdad. El mismo confesó que no estaba seguro de cómo se pro-ducía el contagio, «si por la atmósfera que el médico lleva consigo a la sala del enfermo, o por directa aplicaciónde la materia pútrida a superficies heridas con las que sus manos entran en contacto» y admitió taxativamenteque podían existir otras muchas fuentes de contagio, ya que —como ocurría también en el caso de la viruela—decrecía a veces de modo inexplicable.Vemos, pues, que las hipótesis de Gordon y Holmes y tantas otras, constituyen aportaciones notables, algunas deellas llenas incluso de originalísimos atisbos, muy acordes con la realidad, pero no tuvieron la base científica,lógica y largamente razonada, que encontramos en los estudios de Semmelweis. De ahí que los argumentos adu-cidos por quienes en un tiempo trataron de impugnar la prioridad de los trabajos de Semmelweis en favor de al-guno de sus numerosos precursores, en esa prodigiosa marcha bajo la estrella de que hablaba Varnier, carecen enabsoluto de fundamento. Culling Worth, en 1906, en un comentario a las publicaciones del profesor húngaro Ti-berius von Gyory, se refería a dichos problemas de prioridad, considerándolos como la cosa más inútil del mundo(of all unprofitable things the most unprofitable). En efecto, «aunque el mañana demostrase el mérito de Sem-melweis, de Holmes o de Kneeland —dice Zweifel en un clásico trabajo sobre la materia— de tal hecho no sederivaría beneficio o perjuicio para nadie. Pero no se trata aquí de justipreciar el mérito de uno u otro autor, sinode valorar el contenido real de la doctrina y en este orden de cosas las dos opiniones son tan radicalmente dis-tintas que, a decir verdad, pertenecen a dos diferentes épocas de la Medicina». El grupo de los contagionistas for-mulaba sus conclusiones con arreglo a la entonces imperante doctrina miasmática, que como se sabe hacía res-ponsable del contagio a las emanaciones de los enfermos y al aire viciado de los hospitales, mientras que Sem-melweis se apoyaba en el terreno más firme de la transmisión directa, por contacto, a través de manos y objetoscontaminados de substancias orgánicas en descomposición o secreciones pútridopurulentas procedentes de orga-nismos vivos.

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1. Semmelweis, recién obtenido el título de Doctor en Obstetricia (10-1-1846) entró a trabajar con carácter interino en laClínica de Klein el 27-2-1846. Poco después, el 1-7-1846, por cese en el cargo de Breit, recibió el nombramiento de asistenteordinario, incorporándose así, a la edad de 28 años, al cuadro médico del famoso Hospital General.2. En 1798 Johan Peter Frank impuso la obligatoriedad de que la enseñanza de la Obstetricia para los estudiantes de Me-dicina y futuras matronas se impartiera en pabellones distintos. Tal separación se produjo de fado en 1839. La primera Clí-nica Obstétrica, inaugurada en 1789, estuvo bajo la dirección de Klein desde 1822 a 1856. La segunda Clínica Obstétrica(desde 1839 Clínica para comadronas, desde 1873 tercera Clínica Obstétrica) fue regida por Fr. Bartsch, desde 1833 a 1861. Di-chas instituciones fueron, pues, escenario de la gran aventura y no menos portentoso descubrimiento de Semmelweis.3. La primera referencia al caso Kolletschka figura en su obra fundamental «Die Aetiologie, Begriff und Prophylaxis desKindbettfiebers», publicada muchos años más tarde, siendo curioso que en ninguno de sus anteriores trabajos, así como enlos de Hebra y Skoda de 1847, 48 y 49, se haga alusión a la gran importancia heurística de aquel accidente.4. Varnier se inspiró sin duda en la siguiente frase de Lister, pronunciada en Edimburgo con ocasión de su DiscursoInaugural, el i.° de noviembre de 1869 : «La teoría de los gérmenes es la estrella polar que debe guiar nuestro camino enuna navegación que sin ella resultaría desesperadamente difícil».

III. EL DESCUBRIMIENTO DE LA VERDAD

Hay hombres que ante una situación embarazosa optan por seguir el camino más fácil. Prefieren el confor-mismo a la rebelión, la hipócrita indolencia a la lucha por la verdad. Klein era uno de ellos. Riguroso ordenan-cista, partidario en todo momento del orden establecido, el a la sazón director de la I Clínica de Obstetricia deViena, nunca vio con buenos ojos las investigaciones que su joven asistente Semmelweis (1) venía realizando,desde hacía meses, sobre la etiología y mecanismo de contagio de la fiebre puerperal.Los conocimientos que entonces se tenían sobre esta enfermedad ••—que paradójicamente se ensañaba más quenunca— eran harto rudimentarios, tan vagos e imprecisos como las lucubraciones teóricas y oscuros empirismosde que estaban impregnadas las obras de los clásicos. Ora se trataba de un misterioso genius epidemicus de ori-gen cósmico o telúrico, ora de un miasma que contaminaba el aire de los hospitales. Se habló incluso del miedo,de la mala disposición de ánimo e incluso del pudor de las mujeres, puesto a prueba por los estudiantes en susexploraciones. Era la época en que, como un juego de palabras hueras, solían barajarse los términos de «pusmuy trabado», «pus de buena especie» y «pus laudable». En el fondo, diría más tarde Celine, fatalismo con gran-des frases, resonancias de la impotencia.Tampoco la monografía de Theodor Helm (Monographie über Puerperalkrankenheiten), publicada en 1839, con-tenía nada nuevo en este sentido. Las atinadas descripciones patológicas del autor —metroflebitis, ooforitis, col-pitis, peritonitis y pleuritis puerperales— contrastaban con la pobreza conceptual del capítulo concerniente a laetiología, con sus sutiles distinciones entre fiebres de naturaleza epidémica, endémica y esporádica.Para Klein la causa de la elevada mortalidad que arrojaba su Clínica de Viena, en contraste con la relativa-mente baja que presentaba el contiguo pabellón de Bartsch (2), estaba clara : influencias atmosféricas imposiblesde controlar por la mano del hombre. Todo lo que se hiciera para demostrar lo contrario suponía un descréditoy —de ahí el empeño de Klein en interferir los estudios de Semmelweis, de marginarlo, en una palabra—, unacensura abierta a su propio trabajo.A pesar del poco acogedor ambiente y de las críticas adversas que surgían constantemente a su alrededor, Sem-melweis, no satisfecho con la «verdad oficial», sigue adelante con sus proyectos. Anotando con paciencia dato trasdato, confeccionó unas estadísticas que, sin ser completas, permitían ya sugerir respuestas mucho más lógicas asus interrogantes. Hizo, ante todo, el descubrimiento de un hecho sensacional que, no por obvio, había sido adver-tido por sus predecesores : morían más pacientes en la Clínica de Klein que en la de Bartsch (11,4 % frente a2,7 % en 1846).La I Clínica Obstétrica poseía registros exactos de mortalidad, que remontaban al año de su fundación, esto es,a 1781. Durante los cuatro decenios que estuvo a cargo de sus dos primeros directores (Zeller y Boér), el nú-mero de muertes fue inferior al 1,5 %. A partir de la entrada en funciones de Klein (1822) la media se elevó a5,03 %. Cuando se procedió al desdoblamiento de la Clínica en pabellones independientes, la tasa de mortalidadfue ascendiendo de modo progresivo, hasta alcanzar, en el período de 1841 a 1846, el 9,5 %. En algunos mesesse elevó todavía más, a 16,1 %, y esporádicamente llegó a bordear la escalofriante cifra de 31,3 %. Mientrastanto, en la Clínica de Bartsch los índices se habían estabilizado, no rebasando en ningún momento el 3,5 %.Después de cotejar minuciosamente, con espíritu crítico, las técnicas y condiciones de trabajo de los dos depar-tamentos, llegóse a la conclusión de que la única diferencia notable era que la primera Clínica, dirigida por Klein,estaba atendida por médicos y estudiantes, en tanto que en la segunda, bajo el gobierno de Bartsch, eran las pro-pias comadronas quienes se encargaban de la asistencia. Fue ésta una extraordinaria revelación. A partir de las

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sagaces observaciones de Semmelweis, ya no cabía ninguna duda de que los estudiantes jugaban un papel defundamental importancia en el patético drama que, desde hacía tiempo, venía representándose en torno a la fie-bre puerperal. La autoridad académica de Klein se tambalea : «Las influencias cósmicas, telúricas, carecen enabsoluto de valor, toda vez que mueren más mujeres en el pabellón de Klein que en el de Bartsch, más en elhospital que en la ciudad, cuando sin embargo las condiciones atmosféricas, ambientales y cuantas causas se quie-ran invocar, son idénticas en cualquier parte».Semmelweis leyó en poco tiempo toda la bibliografía existente sobre el tema y, obrando con arreglo al rigurosométodo per exclusionem aprendido de Skoda, fue descartando una a una las treinta y tantas etiologías de la fiebrepuerperal que se aceptaban por entonces.Simultáneamente frecuenta las salas de autopsia y realiza por sí mismo, siempre bajo la tutela de Rokitansky,complejas investigaciones anatómicas en los cuerpos de mujeres muertas a causa de accidentes sépticos del puer-perio. Los hallazgos se repetían con insistente monotonía, en uno y otro caso. Estaba a punto de descubrir laverdad. El protocolo verbal de la necropsia del profesor Kolletschka (1803-1847), su entrañable amigo, víctima deuna septicemia que adquirió al ser herido accidentalmente por un estudiante en el anfiteatro anatómico, acabó pordesvelarle el misterio. La razón de que la mortalidad fuese tan alta en la Clínica de Klein no debía buscarse enuna posible incompetencia de los estudiantes, sino en el hecho de que éstos realizaban autopsias, mientras que lascomadronas no lo hacían. «Cuando conocí todos los detalles de la dolencia que le había llevado a la muerte —diceel propio Semmelweis, refiriéndose al colega Kolletschka— la noción de su identidad con la fiebre puerperal, seimpuso tan bruscamente en mi espíritu, con una claridad tan meridiana, que desde entonces dejé de investigarpor otros caminos. Flebitis, linfangitis, peritonitis, meningitis... todo estaba allí. Me encontraba justamente antelo que, durante años, venía buscando en la sombra» (3). La marcha bajo la estrella, como denominó más tardeVarnier (4) a ese largo peregrinar de la ciencia en pos de la verdad salvadora, estaba tocando a su fin.El caso del desdichado Kolletschka presentaba en efecto las mismas modificaciones cadavéricas que tan familia-res resultaban a Semmelweis, por haberlas observado cientos de veces en el curso de sus disecciones. «La varia-ción de la mortalidad en los distintos departamentos debe atribuirse a las ocupaciones especiales de los diversosmiembros del Hospital. Como ayudante, yo estaba particularmente interesado por la anatomía patológica. Ha-cía gran número de necropsias, tratando de inquerir por qué morían las mujeres. Consecuentemente, debo con-fesar aquí que sólo Dios sabe las muchas madres que yo habré llevado prematuramente a la tumba. Trabajabacon cadáveres en una medida poco habitual en los obstetras. Por penoso y deprimente que pueda ser el reconoci-miento del hecho, el ocultarlo no beneficia a nadie ; para que la desgracia no se haga permanente, toda la verdadha de ser revelada...»El cúmulo de sugerencias que para Semmelweis supuso el caso Kolletschka, lejos de obedecer a las leyes delazar, fue el resultado de un largo proceso deductivo, fruto asimismo de la sólida formación en anatomía patoló-gica que el joven húngaro había adquirido junto a Rokitansky. El método experimental, la observación objetivade los hechos, según normas imperantes en la escuela de Viena, vino a ser de este modo el hilo conductor que lellevó al punto de su trascendental descubrimiento. Las materias pútridas provenientes de cuerpos orgánicos endescomposición (ein zersetzter tierisch organischer Stoff), así como los exudados purulentos de los organismosvivos (jauchige Exsudate aus lebenden Organismen), eran los únicos responsables del fenómeno de contagio.«Las manos — escribe Semmelweis -.—? por su simple contacto pueden ser infectantes.» Con ello quedaba desve-lado el misterio de por qué en la primera Clínica, frecuentada por estudiantes, morían muchas, muchísimas másmujeres que en la segunda, accesible sólo a comadronas. Aquéllos transportaban en sus dedos las fatales partícu-las cadavéricas adquiridas en las salas de disección, mientras que éstas realizaban los tactos y asistían los par-tos con las manos no contaminadas (die Infektion der Geburtsteile durch die mit Leichengift verunreinigten Fin-ger der Árzte und Stundenten).La consecuencia lógica de dicha conclusión fue el obligado aseo y desinfección de las manos con soluciones decloro que se impuso en adelante a todos los estudiantes, hubieran efectuado o no disecciones recientes. Ordenótambién que, a título complementario, se lavara y desinfectara de igual modo todo lo que hubiese estado en con-tacto con las puérperas : instrumentos, catéteres, ropa. El resultado de tales medidas fue ciertamente magní-fico : a los pocos días el índice de mortalidad por fiebre puerperal había descendido verticalmente a cifras bají-simas, desconocidas hasta entonces. Por primera vez, en la ya larga historia del Hospital General, casi no seregistraron muertes en la Clínica de Klein durante más de un año.En una comunicación de Skoda, presentada en la Sociedad Médica de Viena, el 16 de enero de 1849, bajo la pre-sidencia de su vicerector von Rosas, se resume del siguiente modo la incidencia de bajas habidas en aquelcentro antes de la puesta en marcha de las medidas profilácticas de Semmelweis :

1840 : 2.810 partos 267 muertes1841 : 2.845 » 238 »1842 : 3.067 » 521 »1843 : 2.871 » 279 »1844: 2.918 » 260 »

1845 : 3-255 » 241 »1846: 3.354 » 459 »

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A partir del mes de junio de 1847 bajó sensiblemente la tasa de fallecimientos. En efecto, durante los cinco pri-meros meses del año se registraron 120 casos de muerte entre 1.534 pacientes asistidas, mientras que desde elprimero de junio hasta finales de diciembre los exitus letalis se redujeron a 45 sobre un total de 1.841 nacimien-tos. Durante el año 1848, en pleno apogeo las campañas profilácticas de Semmelweis, los resultados fuerontodavía mejores : de 3.556 mujeres ingresadas en el citado establecimiento, se perdieron tan sólo 45.Semmelweis, poco diestro en el arte de escribir, no comunicó de inmediato la síntesis de sus trabajos sobre lainfección puerperal. Fueron sus maestros von Hebra y Skoda los encargados de propagar la doctrina (Lehre) me-diante artículos y disertaciones en asambleas médicas (5). Otro entusiasta prosélito y defensor de Semmelweis fueel primarias Cari Haller, director adjunto del Hospital General, quien siguiendo los consejos de su amigo propusola implantación del lavado profiláctico en los quirófanos, idea que fue acogida con escepticismo, cuando no conmal disimulado desdén. En su comunicación de febrero de 1849, leída ante la Gesellschaft der Ártze, expuso Ha-ller las incidencias estadísticas de la mortalidad en la primera y segunda Clínicas de Obstetricia, desde 1839 a1848, señalando el brusco descenso que se observó en la primera institución a partir de junio de 1847, análoga-mente a como había hecho un mes antes Skoda.La noticia acerca de las investigaciones de Semmelweis no tardó en extenderse por los diferentes rincones delpaís e incluso más allá de las fronteras patrias. Todos los «grandes» del momento se hicieron eco de sus traba-jos, adoptando actitudes que iban desde la pura indiferencia hasta la más acervada crítica. Sólo en casos excepcio-nales recibió Semmelweis la satisfacción de saber que alguien, que no fueran los propios amigos vieneses, reco-nocía tácitamente la bondad de sus teorías.Scanzoni, de Praga, Simpson, el viejo maestro de Edimburgo, e incluso Siebold, se dejan llevar por la inercia.Tras algunos titubeos acaban por negar en redondo lo que tantas luchas, sinsabores y esfuerzos había costadoa Semmelweis. Haller se lleva el gran desengaño de su vida al recibir las poco favorables respuestas de los pro-fesores extranjeros a los que, por consejo de von Hebra y Skoda, se había decidido informar individualmente.«No cabe duda :—escribía Haller a este propósito— de que hallaremos, lejos de las envidias e intrigas locales, unaaprobación plena por parte de los que han de encontrar concluyen tes las experiencias de Semmelweis.» Euro-pa entera cayó en un gravísimo pecado de orgullo y vanidad. Las más destacadas figuras de la Medicina de laépoca se mostraron ciegas, sordas y, en su egolatría, no supieron aprovechar la excelsa lección que se les brindaba.Herido en lo más íntimo por la actitud negativista de sus adversarios de Praga y Würzburg, Scanzoni, Seyfert,Hamernik, Kiwisch y Bamberger, Semmelweis decidió informar personalmente a la opinión pública a través de sen-das comunicaciones leídas en la Sociedad Médica de Viena, en 1850.En el curso de aquel mismo año Brücke se entrevistó con el tocólogo berlinés Josef Hermann Schmidt a quienexpuso la feliz iniciativa de Semmelweis y los magníficos resultados que siguieron a la implantación de los la-vados profilácticos con soluciones de cloro. Casi al mismo tiempo Franz Hektor von Arneth, un joven asistentede la Clínica de Bartsch, al percatarse de la mala acogida que tienen en Viena las ideas de Semmelweis, resuelvehacerlas triunfar fuera del imperio. Elige París. Allí, núcleo aglutinante de la vida cientílca y templo universaldel saber, cree encontrará, en medio de un clima de académica comprensión, quien dé un espaldarazo definitivoa la nueva doctrina. El 7 de enero de 1851, lee ante el docto auditorio de la Academia de Medicina de París unabreve comunicación titulada Note sur le moyen proposé et employé par M. Semmelweis pour empécher la de-veloppe des épidémies de fievre puerperal dans Vhospice de la Maternité de Vienne. Las palabras de Arnethno tuvieron en aquella ocasión el eco que era de esperar —París se cerraba también a la evidencia—, pero sí fue-ron al menos discutidas más tarde por James Young Simpson, de Edimburgo, que por cierto no asistió a lareunión.En una memoria presentada en la Sociedad Médico-Quirúrgica de Edimburgo, el 16 de abril de 1851, Simpsonexpuso sus opiniones al respecto, diciendo : «La nota del Dr. Arneth (sobre las conclusiones de Semmelweis)parece establecer la prueba incontestable de que la fiebre puerperal se propaga por la vía que indica, es decir,a expensas del médico que transporta en sus dedos los productos susceptibles de producir la enfermedad, produc-tos adquiridos las más de las veces durante las prácticas de disección y depositados después por inadvertenciadel médico en la vagina de las parturientes cuya mucosa, erosionada o rota, ofrece una superficie fácilmenteinoculable. En tales casos, los dedos pueden retener la materia cadavérica durante mucho tiempo para, finalmente,transmitirla por contacto a otros sujetos sanos». En el curso de la discusión, Simpson recordó que él mismo, des-pués de realizar una autopsia en 1837, había infectado a cuatro gestantes, señalando ya en aquella ocasión la granpeligrosidad de los venenos cadavéricos, con lo que pretendía reclamar para sí —siquiera fuera indirectamente—la prioridad del descubrimiento. Un estudio profundo de la obra de Simpson permite colegir no obstante que, aúnconteniendo indudables aciertos, sus teorías conservaron siempre el concepto erróneo del contagio por el aire.Entre tanto Viena era escenario de sordas discusiones e interminables debates. Las ideas de Semmelweis, cierta-mente con más detractores que partidarios (6), habían convertido los círculos médicos de la capital en un hervi-dero de pasiones, de sectarismos y de violentas intemperancias. A nivel universitario se había entablado una lu-cha feroz e implacable entre los elementos progresistas y los conservadores ortodoxos, precisamente en un mo-mento de crisis y profunda renovación de la escuela de Viena. De una parte von Rosas, Klein, Endlicher, Schorff ;de otra Skoda, Rokitansky, Dumreicher, Raiman. Esta especie de «guerra fría», a la que no era ajena la per-sona de Semmelweis, condujo a uno de los episodios más discutidos de su carrera académica. En efecto, el 10 deoctubre de 1850, Semmelweis recibió del Ministerio de Educación el nombramiento de Privatdozent en Obstetricia

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5- F. von Hebra recogió las notas y estadísticas de Semmelweis, dándolas a conocer en sendos artículos publicados en 1847y 1848 (Zeitschrift der k. k. Gesellschaft der Artze in Wien). Por otra parte, Skoda presentó, el 8 de octubre de 1849, Ia

tesis de su discípulo ante la Sociedad Científica más importante del país, la Academia de Ciencias (Z. G. A., 6/1, 107,1850). En los protocolos de la referida institución (Gesellschaft der Artze), correspondientes a las sesiones del 15 de mayo,18 de junio y 15 de julio de 1850, figuran las primeras comunicaciones personales de Semmelweis.6. Entre los defensores de la teoría de Semmelweis se contaban, a parte de von Hebra, Skoda y Rokitansky, sus amigosy discípulos Haller, Dumreicher, Sigmund, Dlauhy, Bednar, Chiari, Helm, Brücke y Arneth, este último llamado a difun-dir los pormenores del descubrimiento más allá de las fronteras patrias.7. E. C. I. Siebold : «Geburtshilfliche Briefe». Braunschweig, 1862.8. E. Renaux, A. Dalcq et J. Govaerts : «Apercu de l'histoire de la médecine belge contemporaine». Off. de Publicité. Bru-xelles, 1947.

pero, según consenso general, con la prohibición expresa de utilizar cadáveres en el curso de sus enseñanzas,que debería basar en todo caso en ejercicios sobre maniquí. Todos los historiadores atribuyen la ruptura de Sem-melweis con la docencia y su rápida partida de Viena, a esta insólita disposición. Estudios posteriores revelaronque el texto del nombramiento había sido intencionadamente rectificado. Parece ser que en la resolución origi-nal, expedida por el Ministerio, no constaba aquella condición.Con la súbita —y para algunos no del todo justificada—• huida hacia Budapest, en otoño de 1850, renace lacalma y poco a poco, como siempre ocurre al faltar el aguijón que mantiene viva la dinámica de todas las huma-nas empresas, van abandonándose las sabias medidas preconizadas por Semmelweis, y sus programas de prevencióny profilaxis no tardan en quedar completamente relegados al olvido. Los índices de mortalidad vuelven a as-cender, alcanzando en poco tiempo cifras más elevadas que nunca.Paradójicamente y para mayor escarnio, los autores que trataban del tema no hacían referencia alguna a sus tra-bajos o, lo que es todavía peor, advertían cínicamente que su inutilidad había quedado demostrada...Holmes dijo en cierta ocasión que aunque existiera una mortal incompatibilidad y una guerra exterminadora en-tre doctrinas, no debiera haber nunca disputa entre personas. Semmelweis, en cambio, dejándose arrastrar porla pasión, arremetió furiosamente contra todos (Briefe an der gesamten Professoren der Geburtshilfe, 1961).A Scanzoni llegó a escribirle en una carta llena de exabruptos, pero impregnada asimismo de una bondad infini-ta, las siguientes desgarradoras palabras : «Si antes de probar que mi teoría es falsa, insiste en inculcar a susdiscípulos el erróneo concepto de la naturaleza epidémica de la fiebre puerperal, tacharé a usted de asesino anteDios y ante el mundo, y las historia de dicha enfermedad será incompleta, a menos que inmortalice a usted como elNerón de la Medicina, por haber iniciado la oposición a mis enseñanzas salvadoras». Y más adelante, con lamisma atormentada y cáustica prosa, insiste en los anatemas : «La hecatombe debe cesar. Habéis tenido razóntrece años, porque yo he silenciado los hechos otros tantos, pero a partir de ahora montaré guardia, lucharé yharé lo imposible para que esta triste situación concluya, y quienquiera que se obstine en perpetuarla, sem-brando ideas equivocadas y peligrosas sobre la enfermedad, encontrará en mí el más encarnizado de los enemi-gos». Ni Siebold, dilecto compañero en otro tiempo, pudo escapar a la quema : «Si a mí me fuera dado elegirentre abandonar a su fatídica suerte las muchas madres enfermas de fiebre puerperal que podrían ser salvadas ysalvarlas, licenciando a todos los obstetras que no quieren o no pueden aprender mi teoría, licenciaría en seguidaea los obstetras. No coincidir conmigo en este punto es ser un asesino». A raíz de esto, el célebre maestro deWürzburg se lamentaba de que Semmelweis quisiera fulgurarle, como a tantos otros, con los rayos del sol puerpe-ral y ello por no haber aceptado su opinión sobre la dolencia y el modo de prevenirla (7).En 1857, ya divulgada la doctrina de Semmelweis y plenamente establecidas las normas profilácticas que debíanevitar la infección, tuvo lugar en la Academia de Medicina de París -.—que tan mal recibiera en otro tiempo lasenseñanzas de Arneth— una violenta polémica entre los llamados «localistas» y «esencialistas». Los primeros,capitaneados por Bouillard, Cazeaux y Jacquemier, sostenían que las lesiones primarias radicaban en el útero,desde donde la infección purulenta podía extenderse al resto del organismo. Los segundos, entre los que se conta-ban Dubois y Depaul, admitían por el contrarío la naturaleza esencial de la dolencia, que ellos mismos compa-raban al cólera, tifus, etc. Un año más tarde, en 1858, se reanudó el debate, que precisó nada menos que 18 se-siones para quedar definitivamente zanjado, con la participación activa de cuatro obstetras (Depaul, Dubois, Dan-yau y Cazeaux), un cirujano (Velpeau) y seis médicos (Beau, Piorry, Hervez de Chégoin, Cruveilhier, Bouillardy Trousseau).En 1864, un médico belga, Bartholomé Grisar, remitió una breve nota a la Academia de Medicina relatando ladesgraciada experiencia que él mismo había adquirido acerca de la fiebre puerperal. Según los ritos académicos,se solicitó una contestación comentada del profesor .Hubert, de Lovaina, quien a lo largo de 25 páginas reivin-dicó el quid divinum, los miasmas y otras influencias atmosféricas, para acabar aludiendo a las interminables dis-cusiones de la Academia de París y a las poco verosímiles teorías de Semmelweis. Hubert se preguntó tambiénsi los «gérmenes» descritos por Pasteur podían fijarse tan fácilmente en los vestidos, la piel, los dedos y lasuñas... pero la cuestión quedó sin respuesta (8). Esto sucedía justo un año antes de la muerte de Semmelweis y

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es buen ejemplo de la ceguera profesional que dominaba los círculos médicos de la época, que se obstinaban ennegar la verdad a pesar de las muchas pruebas aducidas por aquél para implantarla.En medio de este climax adverso, Semmelweis concibió la idea de plasmar sobre el papel toda la realidad de sugran obra. Noche tras noche, robando preciosas horas al sueño, escribió las 589 páginas de Die Aetiologie, Begriffund Prophylaxis des Kindbettfiebers, cuyo último capítulo rubricó el 30 de agosto de 1860. En uno de sus másconmovedores pasajes expresa Semmelweis la congoja y el dolor que le produjo tantas veces el verse incompren-dido : «Cuando con mis actuales convicciones rememoro el pasado, sólo puedo disipar la tristeza que me abrumaclavando la mirada en ese dichoso porvenir que se adivina, cuando dentro de las Maternidades y fuera de ellas,a todo lo largo y ancho del mundo, dejará de ser una pesadilla la fiebre puerperal... Pero si no me es dado con-templar esa época feliz con mis propios ojos, la convicción de que tarde o temprano habrá de llegar inevitable-mente, alegrará la hora de mi muerte». Al escribir estas palabras, cuan ajeno estaba Semmelweis a la suerteque le aguardaba, qué poco podía imaginar el trágico destino que debía marcar el fin de su vida alucinante.Durante casi veinte años Semmelweis desplegó, aquí y allá, incansablemente, una lucha sin cuartel. Tuvo queenfrentarse no sólo con la intolerancia e incomprensión de Klein, sino con la actitud hostil de la inmensa ma-yoría de médicos, con la arcaica manera de pensar de las gentes y, cuando al fin parecía que se habían impuestosus ideas, con la farragosa máquina de la burocracia, cuyos engranajes fueron poco a poco triturando, hasta re-ducirlos a simples informes, toda la gama de lógicas y prometedoras iniciativas del genial investigador vienes.

IV. SEMMELWEIS Y LA «NEUE WIENER SCHULE»

Decimos investigador y vienes —y con ello entramos ya en la parte crítica del trabajo— porque Semmelweisfue, por encima de todo, un científico y no obstante haber nacido en Hungría, circunstancia ésta que no escapanaturalmente a nadie, fue en Viena donde recibió las enseñanzas que, más tarde, hicieron posible su descubri-miento.En la Presse Medícale del 10 de noviembre de 1924, Tiberius von Gyóry, profesor de la Universidad de Budapest,afamado biógrafo y editor él mismo de las obras de Semmelweis, hacía referencia a un trabajo de Pinard, apare-cido en el núm. 92 del mismo periódico, en el que se dice : Semmelweis n'était ni autrichien, ni allemand, ilétait hongrois, car, d'apres des preuves authentiques, ses ancétres étaient deja citoyens hongrois au XVII sie-cle. Son séjour a Vienne était d'une durée relativement briéve. Este texto es bien demostrativo de los perjuiciosnacionalistas que animaban a los historiadores de la época y creemos no hace falta aducir demasiados argumen-tos para demostrar que si Semmelweis se educó científicamente en Viena, debe ser considerado vienes, por cuan-to, pese a su origen, formó parte circunstancial de aquella prestigiosa escuela médica, siendo allí precisamentedonde, junto a Rokitansky y Skoda, germinaron las bases de su gran descubrimiento. «El ambiente —escribíaS. Gil Vernet a propósito de la obra de otro insigne «fugado», esta vez a París, J. Albarrán— tiene una influen-cia decisiva en la producción científica. Si el medio es refractario, aquélla resultará mediocre, pero cuando es fa-vorable, se desenvuelve dando frutos espléndidos».Dejando de lado las polémicas, afortunadamente ya del todo superadas, sobre su verdadera nacionalidad, nos in-teresa considerar aquí muy particularmente la personalidad científica de Semmelweis. No fue éste, como pretendeafirmarse en algunas obras, un genio ocasional, un fenómeno aislado, al margen del contexto médico-universita-

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g. El calificativo procede de Karl August Wunderlich, docente de Tübingen, quien en 1840 se desplazó a Viena con el deli-berado propósito de conocer personalmente las primicias de su famosa escuela médica. Las impresiones de dicho viaje fue-ron recogidas en un opúsculo, publicado un año más tarde, que lleva por título «Wien und Paris».10. Reconociendo su ingente labor, Rudolf Wirchow, otro gigante de la ciencia, debería llamarle más tarde el «Linneo dela Anatomía Patológica». Su célebre tratado «Handbucli der patologische Anatomie», que resume la experiencia adquiridapor el autor ante el cadáver, fue publicado entre 1842 y 1846. Se dice que al término de su vida académica había practicadoRokitansky más de cien mil autopsias.11. Los principios que informan la doctrina patológica de Rokitansky fueron formulados por el mismo en su discurso deinauguración. «Selbsbiographie und Antrittsrede». Osterreichische Akademie der Wissenchaften. Sitzber. phil. hist. kl.,234/3, 77, 1960.12. Rokitansky en su parlamento de 15 de julio de 1850 apoj^ó por primera vez personalmente la tesis de Semmelweis.13. K. A. Wunderlich, en la obra ya mencionada, hace una descripción bastante detallada del método que reputa especí-fico de la nueva escuela de Viena : «Los fenómenos no esenciales, dependientes de condiciones secundarias, que antaño eranfrecuente y justamente considerados patognomónicos, se separaban (en este método) por sí mismos y cada signo carecía devalor en tanto no estuviera en relación inmediata, de manera comprensible, verificable, física o fisiológica, con la modifica-ción material del proceso en estudio». Tras señalar la posibilidad teórica de que existan varias causas para un mismo fenó-meno biológico, el Docente de Tübingen concluye : «es así como se esfuerzan, ante un problema diagnóstico dado, en tomaren consideración toda la gama de posibilidades, para luego irlas eliminando paulatina y progresivamente».14. Aunque nunca se sintió atraído por la medicina interna, lo cierto es que Semmelweis seguía con asiduidad los cursosde Skoda (F. Schtirer von Waldheim : «Ig. Ph. Semmelweis. Sein Leben und Wircken». Wien und Leipzig, 1905).

rio de la época. Procede, pues, situar a Semmelweis en el marco de la escuela de Medicina de Viena, tal y comohace Podach en sus interesantes trabajos sobre el tema, para luego tratar de definir qué es lo que aquélla aportóde positivo a la evolución intelectual del joven investigador.Cuando el estudiante Ignaz Philipp Semmelweis cruzó por primera vez los portalones del viejo Hospital General,allá por el año 1840, la escuela médica de Viena se encontraba en la plenitud de su gloria. Dio fundamento cien-tífico a esa nueva y fecunda etapa de la Medicina —-conocida con el nombre de Nene Wiener Schule (9)-— laextraordinaria labor de dos hombres cuya influencia, decisiva en tantos aspectos, habría de dejarse sentir tambiénsobre Semmelweis, ya desde sus prmeros tiempos de estudiante : Cari von Rokitansky y Josef Skoda. Ambos—y más tarde von Hebra— reconocieron en el joven húngaro un espíritu abierto, sensible y a la vez vigoroso,afín a muchas de sus propias inquietudes. Ello dio pie a que, con el correr de los años, se estableciera entre loscomponentes de ese reducido grupo, lazos de inquebrantable amistad.Cari van Rokitansky (1804-1878), sin lugar a dudas el mayor genio anatomopatológico de todos los tiempos (10),tenía la especial virtud de no creer más que en la evidencia de los hechos, de no aceptar sino aquello que podíaverse o palparse en la mesa de autopsias. Trató por todos los medios de hacer de la anatomía patológica unaciencia autónoma, objetiva, fiel siempre a sus propias realidades. Una norma fundamental, que se adivina en mu-chos pasajes de la obra de Rokitansky, fue la de «describir minuciosamente el objeto de estudio, distinguiendolos puntos esenciales de los elementos fortuitos» (11).En el Patologisches Instituí, haciendo trabajos de prosectura bajo la orientación y guía de su maestro Rokitansky,adquirió Semmelweis los conocimientos necesarios para poder sentar en su día, con toda propiedad y a modo de con-clusión irrefutable, las bases morfológicas de su genial descubrimiento. Movido por un lógico afán de superación,deseoso de alcanzar la verdad a toda costa, Semmelweis estudia, manipula, controla cientos de cortes de tejidoscadavéricos procedentes de mujeres muertas de sepsis puerperal. Los resultados de sus investigaciones llegan a sertan convincentes que el mismo Rokitansky se ve forzado a reconsiderar el problema. Todavía en 1846, en eltercer volumen del célebre Handbuch der p atólo gis chen Anatomie, conceptualizaba la fiebre puerperal como unainfección específica de la gravidez ocasionada por ciertas alteraciones sanguíneas (Hyperinose). Años más tarde,concretamente en 1855, al publicarse la nueva edición revisada de su obra, Rokitansky, dando prueba de unahonradez intelectual poco común, abandona esta teoría. Las ideas de Semmelweis habían triunfado. El eminentepatólogo tuvo la valentía no sólo de aceptarlas, sino además de sostenerlas una y otra vez en asambleas médicascon todo el peso de su autoridad (12).Josef Skoda (1805-1881) fue el segundo gran maestro de Semmelweis. Clínico brillantísimo, semiólogo de unaagudeza extraordinaria, poseía el extraño don de «hacerse» con la enfermedad en pocos segundos y, lo que esmás sorprendente aún, con ayuda de muy modesto instrumental. A él precisamente se le atribuyen aquellos Blitz-diagnosen, llenos de efecto, que causaron asombro y admiración en toda Europa. Otro de los métodos desarrolladospor Skoda con singular maestría fue el del razonamiento lógico y riguroso de los distintos síntomas que sugeríael proceso morboso y su inmediata consecuencia, el diagnóstico per exclusionem en forma de eliminación progre-siva de todas y cada una de las explicaciones poco verosímiles (13).Semmelweis, que no en vano estuvo frecuentando la Clínica de Skoda durante cinco años (14), se sirvió de la

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15- Erna Lesky : «Die Wiener Medizinische Schule im 19. Jahrhundert». Verlag Bohlau. Graz - Koln, 1965,16. El i.° de junio de 1857 Semmelweis contrajo matrimonio con Maria Wiedenhofer, de 18 aSos. Los dos primeros hijos,el primogénito y luego la niña que le siguió, murieron al poco de nacer.

referida fórmula (Verfahren der Ausschliessung) a la hora de sentar las bases de sus deducciones patológicas.Skoda, plenamente identificado con la tesis de su alumno y protegido, leyó una memoria en la Academia deCiencias, el 18 de octubre de 1849, exponiendo los pormenores del histórico descubrimiento. Como dice ErnaLesky a este propósito, el acto de dar lectura a semejante documento simboliza la fusión entre el espíritu delmaestro y el del antiguo discípulo : recorriendo paso a paso ante el auditorio de la Academia el camino que con-dujo a Semmelweis a la confirmación de su hipótesis, demostró indirectamente, por medio de un ejemplo clásico,la positiva eficacia de su propio método, el método per exclusionem (15).

V. ENFERMEDAD Y MUERTE

Desde el punto de vista de la psicología dinámica, Semmelweis encarnó el prototipo de hombre retraído y pasio-nal, en el que se conjugan —a modo de extraño maridaje— timidez y soberbia. A causa de ello toda su vida fueuna lucha inacabable : lucha contra las enfermedads, que trató de dominar ; lucha para imponer sus enseñanzas decuya veracidad estaba plenamente convencido ; lucha contra el sinnúmero de obstáculos y contrariedades que ledeparó el destino (Siegerist).Los últimos años de su existencia transcurrieron en medio de la más espantosa soledad. El retorno a los larespatrios, lejos de proporcionarle la tan necesaria tranquilidad de espíritu, no hizo más que agudizar los problemas.Primero asiste impotente al desmoronamiento de su familia (16), más tarde contempla transido de dolor cómole abandonan los amigos. Se vuelve huraño, irascible. Sus allegados no tardan en advertir en él signos claros dedesequilibrio mental. Las crisis compulsivas se suceden una tras otra, los accesos se hacen cada vez más frecuen-tes hasta que, socavadas ya las raíces de su entendimiento, acaba siendo indefectiblemente arrastrado por el tor-bellino abismal de la locura. En este estado de miseria física y moral, temiendo seriamente por su salud, Sem-melweis es trasladado a Viena, el 31 de julio de 1865, donde su familia, aconsejada por Balasca y otros amigos,piensa ponerlo al cuidado de J. G. von Riedel, el famoso alienista.Trece días más tarde, nuestro héroe moría víctima de una septicemia. Dos versiones distintas han circulado res-pecto a cómo Semmelweis contrajo la enfermedad. La más extendida sitúa el episodio en Budapest, poco antes desu partida. Parece ser que Semmelweis, deseoso de reanudar los estudios anatómicos, irrumpió furtivamenteen la sala de autopsias de aquella Facultad en busca de un cadáver. El bisturí que empuñaba alcanzó herirle enla mano e inexorablemente, igual como había ocurrido con su amigo Kolletschka, se produjo el contagio. Otrossuponen, quizá más verosímilmente, que Semmelweis se contaminó en el curso de una operación ginecológica.Sea como fuere, su muerte encierra todo el simbolismo de un holocausto. En efecto, quiso el destino que el sal-vador de las madres sucumbiera a causa de una piohemia, el mismo proceso mórbido que él tan decisivamentehabía ayudado a combatir.Dejó de existir a las siete de la tarde del día 13 de agosto de 1865. Horas después, el cuerpo inerte de Sem-melweis yacía sobre la blanca mesa de mármol de la Prosektur de Rokitansky en espera del escalpelo que habríade ir desvelando el secreto de sus carnes. El círculo de su vida, trágico periplo de vejaciones, sufrimientos yluchas, acababa de cerrarse.En los archivos del famoso Pathologisches Instituí quedó anotado el siguiente protocolo de autopsia :Prot. Núm. 49514'/1404, 14 de agosto de 1865.

Departamento psiquiátricoProf. Mildner

Diagnóstico clínico : parálisis cerebral.Nombre : Prof. Semmelweis Ignaz.Edad: ?

DIAGNOSTICO ANATOMO-PATOLOGICO:Hyperaemia meningum et cerebri. Degeneratio grísea medullae spinalis. Gangraena digit medii manus dextrae.Metastatici abszessus ad metacarpum indicis sinistri et in extremitate inferiore dextra, nec non in thoracis lateresinistro quorum ultimus musculum intercostalem III ium et pleuram costalem perforat.

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VI. EPILOGO

La ingente obra de Semmelweis, a pesar de los muchos años transcurridos y de los enormes progresos realizadosen el campo de la bacteriología, conserva actualmente todo su valor. Sustituyase —como decía Zweifel-— el tér-mino «substancias orgánicas en descomposición», utilizado por Semmelweis en sus escritos, por el de «gérmenespatógenos» y el un tanto empírico lavado de manos con soluciones cloradas por la moderna antisepsia, y la ley fun-damental continúa siendo válida y absolutamente correcta. En efecto, conviene recordar a este respecto que losmedios profilácticos impuestos por Semmelweis lograron eliminar las bacterias —y ello sin tener la menor ideade su existencia— treinta y dos años antes de que Pasteur las observase microscópicamente y veinte antes deque Lister introdujera los sprays de ácido fénico en cirugía, ideara la palabra antisepsia y elaborara sus con-clusiones sobre la germ theory.Semmelweis es uno de los grandes mártires de la Medicina —dice F. H. Garrison en su conocida obra— y enel futuro constituirá uno de sus nombres más rutilantes, porque toda mujer, al traer un hijo al mundo, le debealgo.

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