hauser - cesaropapismo

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EL ESTILO ARTISTICO DEL CESAROPAPISMO BIZANTINO El Oriente griego no sufrió durante la invasión de loa bárbaros la ruina de su cultura, como le ocurrió al Occi dente. La economía urbana y monetaria, que en el Im perio de Occidente había desaparecido casi por completo, siguió floreciendo en el Oriente con mayor vitalidad que nunca. La población de Constantinopla sobrepasó ya en el siglo V el millón de habitantes, y lo que cuentan loa con temporáneos de su riqueza y esplendor parece un cuento de hadas. Para toda la Edad Media, Bizancio fue el país de las maravillas, en el que existían tesoros ilimitados, palacios centelleantes de oro y fiestas inacabables. Bizan cio sirvió a todo el mundo de modelo de elegancia y de esplendor. Los medios para sostener tal magnificencia pro venían del comercio y del tráfico. Constantinopla era una metrópoli en el sentido moderno en mucha mayor medida que lo había sido la antigua Roma; era una ciudad cuya población constituía una mezcla de las más diversas nacio nalidades y de opiniones cosmopolitas, un centro de in dustria y de exportación, un nudo de comercio con el ex tranjero y del tránsito internacional *; era, a la vez, una ciudad genuinamente oriental, a la que le hubiera parecido incomprensible la ¡dea occidental de que el comercio ea una actividad deshonrosa. La corte misma, con sus mono polios, constituía una gran empresa industrial y comercial. Precisamente la imitación de la libertad económica im puesta por estos monopolios hacía que, a pesar de la es tructura capitalista de la economía bizantina, la fuente * HENBi piRENNE: Le mouvement écon. et social, en Hist. du Moyen Age, editada por c. clotz, VIII, 1933, p, 20.

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E L E S T I L O A R T I S T I C O D E L

C E S A R O P A P I S M O B I Z A N T I N O

El Oriente griego no sufrió durante la invasión de loa

bárbaros la ruina de su cultura, como le ocurrió al Occi­dente. La economía urbana y monetaria, que en el Im ­perio de Occidente había desaparecido casi por completo, siguió floreciendo en el Oriente con mayor vitalidad que nunca. La población de Constantinopla sobrepasó ya en el siglo V el millón de habitantes, y lo que cuentan loa con­temporáneos de su riqueza y esplendor parece un cuento de hadas. Para toda la Edad Media, Bizancio fue el país de las maravillas, en el que existían tesoros ilimitados, palacios centelleantes de oro y fiestas inacabables. Bizan­

cio sirvió a todo el mundo de modelo de elegancia y de esplendor. Los medios para sostener tal magnificencia pro­venían del comercio y del tráfico. Constantinopla era una metrópoli en el sentido moderno en mucha mayor medida que lo había sido la antigua Rom a; era una ciudad cuya población constituía una mezcla de las más diversas nacio­nalidades y de opiniones cosmopolitas, un centro de in ­dustria y de exportación, un nudo de comercio con el ex­tranjero y del tránsito internacional *; era, a la vez, una ciudad genuinamente oriental, a la que le hubiera parecido incomprensible la ¡dea occidental de que el comercio ea una actividad deshonrosa. La corte misma, con sus mono­polios, constituía una gran empresa industrial y comercial.

Precisamente la imitación de la libertad económica im ­puesta por estos monopolios hacía que, a pesar de la es­tructura capitalista de la economía bizantina, la fuente

* HENBi piRENNE: L e m o u vem en t éc o n . e t so c i a l , en H i s t . du

M o y e n A g e , editada por c. c lo tz, V III, 1933, p, 20.

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principal de la riqueza privada no fuese el comercio, sino la propiedad territoria l*. Los grandes beneficios comer­

ciales favorecían no a los particulares, sino al Estado y a

la casa imperial. Las limitaciones impuestas a la economia

privada consistían no sólo en que, desde Justiniano, el

Estado se reservaba la fabricación de ciertas sedas y el

comercio de los más importantes alimentos, sino también en la regulación de la industria, que entregaba la produc­

ción y el comercio en manos de la administración muni­cipal y de los gremios Pero las exigencias del fisco no

quedaban ni con mucho satisfechas con el monopolio del Estado sobre las más provechosas industrias y ramos del

comercio. La administración de la hacienda privaba a las empresas particulareis de la mayor parte de sus ganancias,

imponiéndoles tributos, tasas, aduanas, pago de patentes, etcétera. El capital privado mueble nunca pudo actuar en

tales condiciones. A lo sumo la política económica auto- crática de la corona permitía a los propietarios territo­

riales actuar libremente en sus posesiones de provincias,

pero en la ciudad lodo era vigilado y regulado de la ma ­

nera más estricta por el poder central Gracias al cobro regular de los impuestos y a las empresas estatales llevadas

racionalmente, B izancio poseía siempre un presupuesto equilibrado y disponía de un fondo monetario que, a di­ferencia de lo que ocurría en los Estados Occidentales

de la Alta y de la Plena Edad Media, le permitía sofocar todas las aspiraciones particularistas y liberales. El poder del cmpeiadoi se cimentaba en un fuerte ejército merce­

nario y en un cuerpo de funcionarios que actuaba eficaz­mente, Ambas cosas, empero, no hubieran podido man­

tenerse sin unos ingresos regulares del Estado. A ellos

debió Bizancio su estabilidad, y el emperador tanto su li-

9 STEVEN runciman: Byz a n t i n é C i v i l i z a t i o n , 1933, p. 204.LUJO BRENTANo: D i e byza n t i n i sc h e V o U t sw i r l sc h a jt , en

“SclímoIIer3 Jahrbuch” , 1917, año 41, 2.° cuaderno, p, 29.CEORC OSTROCORSKY: D i e w i r t sc h , u n d so z . E n t w i c k l u n g s -

g r u n d l a g en d es byza n t i n i sc h en R e i c k e s , en “Vierteljahrsschr. f. Sózial- uncí W irtschaftsgesch.” , 1929, XX II, p. 134.

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bertad de movimientos en la economía como su indepen> dencia frente a los grándés terratenientes

Esta situación explica que las téhdéncias dinámicas, progresivas, antitradicionalistas, que suelen estar ligadas

al comercio y al tráfico, a la economía urbana y mone­taria, no pudieran triunfar en Bizancio. La vida urbana, que en otros casos ejerce una influencia niveladora y emancipadora, se había convertido aquí en la fuente de una cultura estrictamente disciplinada y conservadora. Gracias a la política de Constantino, que favoreció a las ciudades, Bizancio adquirió por anticipado una estructura social distinta de la de las ciudades de la Antigüedad o de la Plena y Baja Edad Media. Sobre todo la ley qué prescribía que la propiedad territorial en ciertas partes del Imperio tenía que estar unida a la posesión de una casa en Constantinopla tuvo por consecuencia el traslado de los terratenientes a la ciudad. Esto hizo que se des­arrollase una verdadera aristocracia ciudadana, que se portó, respecto del emperador, con mayor lealtad que la nobleza en el Occidente Esta clase social, materialmente satisfecha y conservadora, debilitó también la movilidad

del resto de la población y contribuyó de modo esencial a que en una ciudad comercial característicamente in ­quieta como Constantinopla se pudiera establecer y man­tener la cultura típica de una monarquía absoluta, con su tendencia uniformadora, convencional y estática.

» La forma de gobierno del Imperio bizantino fue el ce­saropapismo, es decir, la concentración del poder temporal

y espiritual en las manos de un autócrata. La supremacía del emperador sobre la Iglesia se fundaba en la doctrina desarrollada por los Padres de la Iglesia y proclamada como ley por Justiniano de que los emperadores lo eran por la gracia de D ios. Esta doctrina debía sustituir el viejo mito del origen divino del rey, que ya no era conci­liable con la fe cristiana. Pues si el emperador ya no

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1* RICHARD laqu eu r: D a s K a i se r t u m u n d d i e Gese l l sc h a f t d es

R e i c h e s , en P r o b l e m e d e r S p a t a n t i k e . 17 . D eu t sc h e r H i s t o r i k e r t a g ,

1930, p. 10.

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podía ser “divino”, podía ser, sin embargo, el represen­tante de D ios en la tierra, o, como el propio Justiniano gustaba de llamarse, su “archisacerdote” . En ninguna parte de Occidente fue el Estado en tanta medida una teocracia, ni nunca en la historia moderna el servicio a un señor fue una parte tan esencial del servicio divino. En Occidente los emperadores fueron siempre soberanos tem­porales para los que la Iglesia era continuamente un rival, cuando no un franco adversario. En Oriente, por el contrario, los emperadores estaban en la cúspide de las tres jerarqu ías: la Iglesia, el E jército y la Administración y consideraban a la Iglesia meramente como un “depar­tamento del Estado” .

La autocracia temporal-espiritual del emperador de Oriente, que muchas veces se atrevía a hacer las más irra ­zonables exigencias a la lealtad de sus súbditos, debía mostrarse en forma tal que excitara la fantasía de las gentes, debía revestirse de formas imponentes y protegerse tras un ceremonial místico. La corte belenístico-oriental era, con su inaccesible solemnidad y su rígida etiqueta, que prohibía toda improvisación, el marco adecuado para lograr tales efectos. En Bizancio, además, la corte era, más exclusivamente aún que en la época helenística, el centro de toda la vida intelectual y social. Era, ante todo, no sólo el mayor, sino puede decirse el único cliente de los trabajos artísticos de más pretensiones, pues también los encargos más importantes para la Iglesia procedían de ella. Sólo en VersaUes volvió a ser el arte otra vez tan absolutamente áulico como aquí. Pero en ninguna parte fue tan exclusivainente arte para el rey y tan poco arte de la aristocracia como entonces; en ninguna parte se convirtió tan resueltamente en forma rígida e inflexib le de la devoción eclesiástica y política. Pero tampoco en ninguna parte dependió la aristocracia tanto del monarca como aqu í; en ninguna parte hubo una aristocracia com­puesta tan puramente de funcionarios, una clase de buró*

j. B. b u ry; H i s t o r y o f t h e L a t e r R o m á n E i n p i r e , 1889, I, pá­ginas T86-87.

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cratas y funcionarios creada por el emperador y sólo ac­cesible a sus favoritos. Esta clase no era exclusiva ni estaba cerrada en modo alguno al exterior; no era una nobleza de nacimiento, y propiamente no era una nobleza en el estricto sentido de la palabra. La autocracia del em­perador no permitió que apareciesen privilegios heredi­tarios.

La clase de la gente noble e influyente coincidía siempre con la burocracia del momento; se tenían privilegios sólo mientras se permanecía en el cargo. También al tratar de

Bizancio se debería, por consiguiente, hablar sólo de los grandes del Imperio, pero no de nobleza. El Senado, re­presentación política de la clase elevada, se reclutaba al principio únicamente entre los funcionarios, y sólo más tarde, cuando la propiedad territorial hubo alcanzado una posición privilegiada, entraron en él los terratenien­tes Mas a pesar del favor de que disfrutaron los terra ­tenientes en comparación con los industriales y comer­ciantes, no se puede hablar de una nobleza territorial, como no se puede hablar de una nobleza hereditaria de ninguna clase E l lazo imprescindible entre la riqueza y la influencia social era un cargo oficial. Los terratenientes ricos — y sólo los terratenientes eran ricos de veras— debían procurarse un título de funcionario por compra, si no de otra manera, para poder figurar entre las personas influyentes. Por otro lado, los funcionarios debían prepa­rarse la retirada a una finca, para tener así una .seguridad económica. De este modo se realizó una fusión tan com­pleta de las dos clases dirigentes, que, por fin, todos los grandes terratenientes se volvieron funcionarios y todos los funcionarios, grandes terratenientes

^ Pero el arte áulico bizantino nunca se habría convertido en el arte cristiano por excelencia si la Iglesia misma no se hubiera convertido en autoridad absoluta y no se hu-

CEORC cru pp: K u h u r g esc h . des M i t l e l a l t e r s , III, 1924, p. 185.is Sólo a partir del siglo vi se puedo observar una “debilita ­

ción del poder del Estado motivada por la » familias nobles” . H. stEVEKiNC: M i t t l e r e W i r t sc h a f t sg ea c h . , 1921, p. 19.

C, OSTROCORSKV: op . c i t . , p. 136.

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b ^ ra sentido a sí misma como soberana del mundo. Con otras palabras: el estilo bizantino pudo arraigar en todos

los sitios donde existía un arte cristiano, únicamente por­

que la Iglesia Católica de Occidente aspiraba a convertirse en el poder que era ya en Bizancio el emperador. É l

ob jetivo artístico dé ambos era el mismo: la expresión de la autoridad absoluta, de la grandeza sobrehumana, de la mística inaccesibilidad. La tendencia a representar de

manera impresionante a las personas dignas de respeto y reverencia, tendencia que se hace cada vez más fuerte a partir de los últimos tiempos de la época imperial, alcanza su punto culminante en el arte bizantino. «

También ahora, como lo fue antaño en el arte del An ­tiguo Oriente, el medio artístico con que se busca alcan­zar ese fin es, ante todo, la frontalidad. El mecanismo psicológico que con él se pone en marcha es dob le: por una parte, la actitud rígida de la figura representada fron ­talmente ob liga al espectador a adoptar una actitud espi­ritual correspondiente a aquélla; por otra, el artista pre­gona, mediante tal actitud de la figura, su propio res­peto al espectador, al cual se imagina siempre en la per­sona del emperador, su cliente y favorecedor. Este respeto

es el sentido íntimo de la frontalidad también — y como consecuencia del funcionamiento simultáneo de ambos mecanismos— cuando la persona representada es el pro­pio déspota, o sea, cuando, de modo paradójico, la acti­tud respetuosa es tomada por aquella persona a la que tal respeto iba dedicado. La psicología de esta auto-obje­tivación es la misma que se da cuando el rey observa

de la manera más estricta la etiqueta que gira alrededoi de su persona. Mediante la frontalidad, toda representa­ción de una figura adquiere en cierta medida el carácter de una imagen ceremonial.

' E l formalismo del ritual eclesiástico y cortesano, la so­lemne gravedad de una vida ordenada por reglas ascéti­cas y despóticas, el afán protocolario de la jerarqu ía espiritual y temporal coinciden por completo en sus exi­

gencias frente al arte y hallan su expresión en las mis ­

mas formas estilísticas. En el arte bizantino Cristo es re­

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presentado como un rey; la V irgen María, como una

reina; ambos van revestidos de preciosos hábitos reales y están sentados, sobre sus tronos, llenos de reserva, inexpresivos, distantes. La larga comitiva de los Apósto­

les y de los Santos se aproxima a ellos con ritmos lentos y solemnes, como lo hacía la comitiva del emperador y de la emperatriz en las ceremonias áulicas. Los ángeles asisten y, forman procesiones estrictamente ordenadas, lo mismo que hacían los dignatarios eclesiásticos en las so­

lemnidades de la Iglesia. Todo es grande y poderoso; todo lo humano, subjetivo y caprichoso está suprimido. U n ritual intangible prohíbe a estas figuras moverse li­bremente, salirse de las filas uniformes e incluso mirar a un lado. *

Esta ritualidad de la vida ha encontrado una expresión paradigmática, nunca vuelta a igualar en el arte, en los mosaicos de dedicación de San Vital de Rávena. Ningún movimiento clásico o clasicista, ningún arte idealista ni

abstracto ha conseguido desde entonces expresar de modo tan directo y puro la forma y el ritmo. Toda complica ­ción, toda disolución en medios tonos o en la penumbra ha quedado eliminada; todo es simple, claro y distinto; todo está contenido dentro de perfiles marcados e inin ­terrumpidos, en colores sin matices ni gradaciones. La

situación épica y anecdótica se ha convertido por com­pleto en una escena de ceremonia. Justiniano y Teodora, con su séquito, presentan ofrendas votivas, tema extraño para ser motivo principal de la representación en el pres­b iterio dé una iglesia. Pero así como en este arte cesa- ropapista las escenas sacras toman el carácter de cere­

monias áulicas, así también las solemnidades de la corte, se adaptan por su parte pura y simplemente al marco del ritual eclesiástico.

mismo espíritu mayestático, autoritario y solemne que predomina en los mosaicos de los muros se expresa también en la arquitectura, especialmente en la disposi­

ción interior de las iglesias. La iglesia cristiana se dife­

renció desde el principio del templo pagano por ser ante

todo casa de la comunidad, no casa de divinidad. Con

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elloj el centro de gravedad de la disposición arquitectó> nica se desplazó desde el exterior al interior del edificio. Pero sería infundado ver ya en ello la expresión de un principio democrático y decir ya de antemano que la iglesia era un tipo de arquitectura más popular que el templo pagano. El desplazamiento de la atención del ex­terior al interior se realiza ya en la arquitectura romana y de por sí nada dice acerca de la función social de la obra. La planta basilical que la iglesia cristiana primitiva toma de la arquitectura oficial romana, en la que el inte­rior está dividido en secciones de distinta importancia y

valor, y el coro, reservado al clero, está separado del restante espacio comunal, corresponde a una concepción más bien aristocrática que democrática. Pero la arquitec­tura bizantina, que completa el sistema formal de la an­tigua basílica cristiana con la cúpula, intensifica más aún el concepto “antidemocrático” del espacio, al separar las distintas partes más marcadamente. La cúpula, como co­rona de todo el espacio, realza, distingue y acentúa la separación entre las diversas partes del interior.» La miniatura muestra en conjunto las mismas caracte­rísticas del estilo solemne, pomposo y abstracto que los mosaicos, pero es más vivaz y espontánea en la expresión y más libre y variada en los motivos que la decoración monumental de los muros. Por lo demás, pueden distin ­guirse en ella dos orientaciones distintas; la de las minia ­turas grandes y lujosas, de página entera, que continúan el estilo de los elegantes manuscritos helenísticos, y la de los libros de menos pretensiones, destinados al uso de los monasterios, cuyas ilustraciones se limitan muchas veces a puros dibujos marginales, y corresponden, con su naturalismo oriental, al gusto más sencillo de los mon­jes Los medios relativamente modestos que exige la ilustración de libros hace posible que se produzca tam­bién para círculos situados en alturas más modestas y más liberales desde el punto de vista artístico que los

CHARLES d i c h l : L a P e i n t u r e byz a n t i n e, 1933, p. 41. Cf. tam­bién M A L E : A r t e t a r t i st es d a m o yen a g e, 1927, p . 9,

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clientes que encargaban los costosos mosaicos. La técnica, más flexible y más sencilla, permite desde luego un pro­cedimiento más lib re y más accesible a los experimentos individuales que el complicado y pesado procedimiento del mosaico. Por ello, él estilo entero de la miniatura puede ser más natural y espontáneo que el de las solem­nes decoraciones de iglesias Esto explica también por qué durante el período iconoclasta los sc r í p t o r i a se con­virtieron en el refugio del arte ortodoxo y popular •

Se simplificaría, sin embargo, peligrosamente la reali­dad verdadera ai se pretendiese negar todo rasgo de natu­ralismo al arte bizantino, y ello aun limitándonos a los mosaicos. A l menos los retratos que forman parte de sus rígidas composiciones son muchas veces de impresio­nante fidelidad; y quizá lo más admirable en este arte sea la manera como reúne armónicamente estas contra ­posiciones. Los retratos de la pareja imperial y del obispo Maximiano, en los mosaicos de San Vital, producen un efecto tan convincente y son tan vivaces y expresivos como los mejores retratos de emperadores de los finales de la época romana. A pesar de todas las limitaciones estilísticas, en Bizancio no se podía evidentemente renun­ciar a la caracterización fisonómica, como tampoco se pudo en Roma. Se podían colocar las figuras frontalmente, ordenarlas una tras otra conforme a principios abstrac­tos, disponerlas rígidamente con una ceremoniosa solem­nidad; pero cuando se trataba del retrato de una perso­nalidad bien conocida, no se podían ignorar loa rasgos característicos. Encontramos, pues, ya aquí una “fase tardía” del arte cristiano primitivo ” , que se orienta hacia una nueva diferenciación y la encuentra en la línea de la menor resistencia, es decir, en el retrato fiel al modelo vivo.

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CH. d ieh l: M a n u e l d ’a r t byza n t i n , 1925, I, p. 231.1** N. konda icoff: H i s t . d e l 'a r t byz a n t i n c o n s i d e r é p r in c i p cde~

m en t da n s l e s m i n i a t u r es, 1886, I. p. 34.30 I?, koe-mstept: op . c i t . , p. 28.