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la jornada aguascalientes / suplemento fashionista / octubre 2010 hp://lajornadaaguascalientes.com.mx/guardagujas foto: minverva delgadillo

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la jornada aguascalientes / suplemento fashionista / octubre 2010http://lajornadaaguascalientes.com.mx/guardagujas

foto: minverva delgadillo

para qué leer en medio de la guerrasabina berman

1. ¿Para qué leer en medio de la guerra?¿Para qué leer a Aristóteles, a Miguel Cervantes de Saavedra,

a Tolstoi, a José Vasconcelos, a Jaime Sabines, a Milan Kunde-ra? ¿En medio de la guerra, para qué?

Que es lo mismo que preguntar: ¿para qué diablos hacer una feria del libro en medio de la guerra?

¿O para qué atender esta charla que inaugura esta feria de li-bros? ¿Para qué diablos escuchar las palabras de esta mamífera bípeda hablante que esto habla?

¿Qué autoridad puede tener ella, es decir la de la voz, si no tiene un mísero cuerno de chivo en ristre, ni 16 guaruras, o 16 sicarios –que hoy día es equivalente--?

¿Y para qué diablos me reúno yo con un ciento de otros ma-míferos bípedos escuchantes en un salón? Un ciento de mamí-feros bípedos sin armas –o eso espero--. Pobres almas desar-madas. Pobres ciudadanos sin otras armas que sus orejas y sus corazones y sus cerebros.

Sincerémonos: ¿para qué escuchar a una escritora desarma-da preguntar ante esta congregación de inocentes la pregunta inevitable en esta cultura nuestra, la mexicana, asediada hoy, desde adentro, por las armas mortíferas?:

¿Para qué las palabras entre las balas?(O la música o la escultura o la pintura o el cine: es decir,

¿para qué la cultura, es decir el cultivo de la inteligencia y la belleza, es decir para qué esta amistad civil que acá nos reúne, es decir esta curiosidad por el prójimo y por las palabras del prójimo que acá nos reúne?)

¿Para qué ahora, ahora mismo que el ejército acecha a un capo del narco resguardado en su casa de lujo en Morelos y otro capo da por celular la orden a un escuadrón de sicarios de atajar el paso de la caravana de sicarios de otro capo en una carretera de Sinaloa y acá en Aguascalientes una familia llora porque ayer en el centro a plena luz secuestraron a su padre y un auto ahora mismo en las afueras de esta ciudad se aproxima a un retén de soldados temiendo que no sean soldados, sino secuestradores disfrazados de soldados, o que sean soldados enervados que luego de catear su vehículo y dejarlo pasar le disparen desde atrás y el presidente esta noche, o mañana, nos anunciará otra vez por los televisores que estamos triunfando, que no seamos cobardes, que por qué, él no logra entenderlo,

tenemos miedo? Es decir, ¿qué pueden palabras en medio del sinsentido rui-

doso de la barbarie?¿Qué puede el ABCDario contra las balas hoy en México

donde ahora mismo las pistolas apuntan a cualquier rumbo y disparan a cualquier rumbo y matan a cualquiera sin un plan y sin un sueño de futuro?

Q nadie se equivoque. En esta guerra nadie tiene una estra-tegia, nunca nadie la tuvo, ninguno de los 4 ejércitos en con-tienda iniciales, que ahora son 7, que serán 9, la tienen. Y esta guerra parará algún día porque sí, sin héroes ni villanos ni ga-nancia, sólo destrozos, palacios municipales negros de hollín de algún incendio, familias con el hueco de un asesinado, más hoyos en las calles y más hoyos en las suelas.

2.Para esto, en primera instancia, las palabras: para apalabrar

lo que sucede sin ilusiones. Para saber que esto que vivimos se llama Anarquía. Anarquía, que deriva del griego: a, sin; arjée, gobierno: sin gobierno. Y en su segunda acepción significa: desorden, confusión o caos por ausencia o flaqueza o inefica-cia de la autoridad.

Para eso sirven en primera instancia las palabras. Para atrapar lo grande en unas cuantas sílabas. Por ejemplo, para tener la palabra Anarquía en la mano como una brújula en medio del turbulento caos.

3.Y en segunda instancia, para enlazar ese sentido a la sabidu-

ría acumulada durante siglos por la especie humana en el len-guaje.

Quién sabe más palabras atrapa más mundo y tiene a su dis-posición más inteligencia acumulada por la especie en las pa-labras.

Parafraseando a Aristóteles sobre la Anarquía. (Parafraseán-dolo 23 siglos después de que él lo apalabró y asintiendo a cada frase.) La Democracia se desorganiza en la Anarquía cuando los varios que mandan en nombre de los muchos no encuen-tran como unir sus diversos poderes, puesto que no reconocen la Ley. La Ley, que es lo único que pudiera unirlos.

O como parafraseó hace escasos 100 años a Aristóteles un hombre bajito, bajito únicamente de estatura física, Francisco I. Madero: “Lo único que puede suplir al Dictador es la dicta-dura de la Ley.”

Para eso también sirven las palabras, como dije antes. Para atarnos en un parpadeo a la sabiduría acumulada de la espe-cie.

4.Otra vez parafraseando a Aristóteles: “Cuando en un Estado cada uno de los partidos quiere el

poder para sí solo, reina la Discordia”, que conduce a la Anar-quía.

“Cuando en un Estado cada facción quiere las ventajas sólo para sí, y espía y pone trabas a su vecino, reina la Discordia”, que conduce a la Anarquía.

“Cuando cada sector se esfuerza en hacer que los otros ob-serven la Ley, pero nadie quiere practicarla, la Ley pierde su imperio” y reina la Anarquía.

5.Para eso pues sirven también las palabras, en tercera instan-

cia. Para describir las causas y los efectos del presente con las palabras de la sabiduría acumulada del pasado. Y para, en cuar-

Texto leído por Sabina Berman en la inauguración de la Feria del Libro de Aguascalientes en septiembre del año 2010.

foto: minverva delgadillo

ta instancia, imaginar como modificar las causas y los efectos que sostienen un estado de cosas y convertirlo en otro estado de cosas en el futuro.

Para hacer una maqueta simbólica del presente y reacomodar sus piezas en la imaginación de un futuro, sirven las palabras.

Por ejemplo, leamos a Aristóteles ahora hacia atrás. Reacomodemos y corrijamos sus palabras para que ahora conduzcan de la Anarquía a una Democracia ordenada por la Ley. Pongamos a prueba el lenguaje y veamos si algo escrito en la Grecia del siglo 3 antes de Cristo nos habla así de fácil.

“Cuando en un Estado cada una de las faccio-nes NO quiere el poder para sí sola, sino reco-noce a las otras la legitimidad de su poder, reina la Concordia, que conduce a la vida civil orde-nada y armoniosa”.

Qué maravilla las palabras. Ya está solucio-nada esta Guerra. Por lo menos en nuestras palabras.

“Cuando en un Estado ninguna facción quie-re las ventajas sólo para sí, y facilita a su vecino su prosperidad, reina la Concordia, que con-duce a una Democracia plena”.

Qué alegría. Ya sacamos al buey de la Patria de la barranca del caos. Por lo menos en nuestras palabras.

“Cuando cada sector se esfuerza en observar la Ley, puesto que todos ob-servan la Ley, la Ley gana su imperio y los ciudadanos se sienten complacidos porque sus intereses se cumplen sin mermar los intereses ajenos, y reina la con-cordia”.

Qué felicidad. Exactamente lo que recetaba don Francisco I. Madero a Méxi-co hace 100 años: “Lo único que puede suplir al Dictador (o a la Anarquía, añado yo) es la dictadura de la Ley.”

Lo escribió don Francisco en un librito de 100 hojas que movilizó al país en-tero para derrocar a un dictador e instalar la Democracia. Y si don Francisco al cabo de 1 año de gobernar fue sacado de su automóvil por un generalote que le llamó “joto” y de inmediato contra un muro fue fusilado, no fue que se equivo-có don Francisco. Se equivocó el generalote. Y el país entero.

6.Más Aristóteles sobre la Concordia:“Así la Concordia es una suerte de amistad civil”. Es decir, una actitud en cada

ciudadano, benévola hacia el otro. Y una disposición amable en cada ciudada-no y cada facción para proteger y aumentar el bien común.

No es casual que la palabra Concordia provenga de la palabra corazón. La Concordia es un estado del corazón. Un estado en que el corazón late tranquilo y se encuentra disponible a escuchar las razones y las necesidades ajenas. Un estado de convencimiento del corazón de que escuchar a los otros llevara a so-luciones más amplias que las individuales, soluciones generosas donde todos quepamos.

La Concordia, otra vez ésta es la voz de Aristóteles, “supone siempre corazo-nes sanos. Corazones que están por lo pronto de acuerdo consigo mismos, y lo están recíprocamente entre sí, porque se ocupan de las misma cosa: el bien común.”

7.(Y acá es donde yo les debo proponer armar un partido político para llevar

al poder el ideal de la Concordia. Cosa que no haré, porque aunque hoy en el México de la Anarquía lo duden casi todos, no todo es dirimir quién manda y quién obedece, no todo es política, y algunos estamos más pendientes de la salud de las palabras.)

8.Qué semejante la postura del ciudadano en la vida civil regida por la Concor-

dia, según lo narra Aristóteles, a la postura del individuo ante el arte.Verídicamente un auditorio escuchando un concierto, está en Concordia,

con el corazón pleno y atento hacia el origen de la música, donde todos los corazones coinciden. O un público ante una pantalla o un escenario: está en Concordia, se ríe de lo mismo, suspira al unísono, es un solo cuerpo y no podría existir en mayor concordia.

Y un solo individuo leyendo un libro nunca está solo. Está con tres. Consigo mismo, con el autor del libro y con el lenguaje, esa creación de mu-

chos, de generaciones y generaciones. Qué digo: un individuo solo, leyendo un libro, está en íntimo contacto con

tres y con la decena de personajes del libro y con las generaciones que han acu-ñado una por una las palabras que lee.

En íntimo contacto: más íntimo que hacer el amor es leer. Donde los besos no alcanzan a tocar, tocan las palabras de un libro al lector.

Por lo tanto: cuando uno ve de lejos a una señorita leyendo un libro,no se acerque: la señorita está con una orgía entre las sienes. Y cuando un

nonagenario lee en su silla de ruedas bajo el sol, está segregando los elixires amorosos de multitudes.

9.Por fin, para algo más sirve leer en medio de la Discordia. Y ésta última razón

abarca a las antes dichas. Jorge Luis Borges, siendo director de una biblioteca de miles de tomos, aisla-

do en esa torre de marfil forrada de libros, despreciado por el gobierno peronis-ta, empezándose ya a quedar ciego, lo apalabró así:

“¿Por qué tendría yo que estar al nivel de mi circunstancia, (ésta Buenos Aires fascista, acoto yo, ésta ciudad de monigotes ridículos, ladrones y asesinos) si puedo abrir un libro y leer a Shakespeare?”

Los jóvenes organizadores de ésta feria de libros me invitaron acá a Aguasca-lientes para decirles a ustedes para qué leer hoy en México.

En resumen se los digo así: para estar por encima de la guerra sirve leer en medio de la guerra.

Cuando abrimos un libro, una bondad silenciosa e invisible, una luz honrada, se posa a nuestro lado y nos protege. Un ángel desciende para estar a nuestro lado, cuando abrimos un libro, en medio de la guerra.

Elaborado por Servicios Editoriales de Aguascalientes S. de R.L. de C.V. para La Jornada Aguascalientes.

editores edilberto aldán / joel grijalvaconsejo adán brand /beto buzali / alberto chimal / luis cortés

juan carlos gonzález / rodolfo jm / josé ricardo pérez ávila / norma pezadilla /jorge terrones

foto: minverva delgadillo

La moda es una chicuela con estilo que crece y evoluciona de la mano de una sociedad y, durante este crecimiento, se empeña y esmera en reflejar los cambios que en ella se ge-

neran: cambios económicos, políticos y sociales. En cuestiones de cultura, la moda es una de las manifestaciones más signifi-cativas que, de igual manera, mide las convicciones personales que se presentan dentro de una sociedad: gustos, tendencias y estilos.

Doscientos años de historia en México no sólo se han visto reflejados en los cambios sociales, económicos y políticos del país sino, también, esos cambios sociales han mutado su gusto y estilo al vestir, estilos que de manera incesante lanzan pro-puestas y diseños que habrán de guardar, de igual manera, un registro fiel del acontecer histórico, y dentro de este registro no puede escapar a los ojos de cualquiera que la moda también ha servido para hacer más clara y patente la distinción entre las cla-ses sociales.

Como antecedente inmediato podemos comentar que fue-ron los inmigrantes, que llegaron de Europa a México, quienes impusieron la moda en el México de la Colonia. Los diseños sofisticados y el lujo en los ropajes de las familias ricas de la Nueva España se importaban, por lo general, desde Francia, desde donde se traían principalmente vestidos y trajes. Duran-te la época de la Colonia, fueron los criollos que pertenecían a los estratos sociales altos quienes dictaban el último grito de la moda, mientras que las clases bajas imitaban esos diseños con sus propios medios –algo así como la ropa de marca hoy que se imita a caudales en Canal del Norte o en Tepito, acá en el Distrito Federal-. Fue durante la segunda mitad del siglo XIX que la figura de la mujer toma especial relevancia y es cuando se vigila cuidadosamente ya que predominaba la idea de que la mujer, por medio de su prestancia, de sus adornos y de su indu-mentaria, otorgaba prestigio al hombre y era el vivo ejemplo de su éxito económico.

La ropa adquirió entonces una gran importancia en el modo de mostrar el status social al que la persona pertenecía y fue en-tonces cuando las mujeres comenzaron a recoger sus cabellos adornándolos con joyas, cintas o con peinetas de carey o metal para sostener los rulos o bucles. Estas peinetas fueron hacién-dose más grandes hasta configurarse el peinetón y sobre los elevados peinados se colocaban cofias o mantillas. En cuanto a la ropa, los nobles y burgueses usaban frac para las reuniones sociales y, para las actividades cotidianas, la levita que consistía en una chaqueta larga, ajustada al talle pegada al cuerpo; usaban camisas de lienzo, más gruesas para utilizar diariamente y más finas para vestir en ocasiones importantes. Sedas, encajes, algo-dones y bordados. El Puerto de Veracruz recibía desde Europa cargamentos que venían destinados a españoles peninsulares y criollos que pertenecían a los estratos sociales altos quienes re-cibían sedas, encajes, algodones y bordados que, de inmediato eran enviados a la Ciudad de México.

Sin duda alguna fue la época del México independiente, en-tre 1864 y 1868 y en especial durante los años del Imperio de Maximiliano, en la que los metros y metros de tela tuvieron a la moda a las mujeres. Blusas, corpiños, camisas, corsés, canesús de encaje, enaguas múltiples, miriñaques, crinolinas, camisolas, camisolines, frú, frú de seda, puf y polisón, un sin fin de pren-sas en ropa blanca, de algodón o lino, por medio de las cuales se pretendía que las damas de sociedad realzaran su belleza. La imagen de la mujer es, por lo tanto, la de un ídolo inaccesible que mantiene a distancia su entorno. Inalcanzable como figu-ra romántica. Durante el día, especialmente para asistir a misa, las damas simplificaban su vestimenta y portaban mantillas a la usanza española y velos de seda, las más jóvenes, o cubiertas con un pañolón de seda. Como complementos de moda, figuraron

doscientos años de evolución de la moda en méxicosonia silva-rosas

las sombrillas, sombreros, pañuelos, cuellos de encaje, guantes, bolsas, zapatillas y botines. Pero ¿qué es el miriñaque? Se pre-guntará usted, bien, pues el miriñaque es como una armadura rígida hecha con lienzo almidonado o encolado y la crinolina era el ahuecador formado de cuatro o cinco aros de mimbre o de láminas delgadas de acero, de menor a mayor diámetro y li-gados por cintas de lienzo. Asimismo, la mujer utilizaba corsé ya que estaba de moda disputarse la cintura más estrecha que sólo era conseguida con corsés apretadísimos. También rivalizaban en profusión de encajes, aplicaciones, pliegues y bordados.

Pero recordemos que no todo era glamuour en ese México en el que la Independencia se gestaba, no, los campesinos y pas-tores indígenas, requemados por el sol, vestían la inconfundible camisa y calzón blanco de manta y las mujeres del pueblo, dedi-cadas al trabajo –vendedoras de hortalizas, flores, frutas, aguas, tortillas, comida, y en sus labores, la molendera, la planchadora, la lavandera, la tamalera, la buñolera y muchas más con vestían huipiles y enaguas de telas de lana o de algodón de colores. Sus adornos estaban formados por “gargantillas y relicarios, anillos de plata en las manos y aretes de calabacillas de corales” y sus arracadas de oro, que lo mismo ostentaban la mujer que elabo-raba las enchiladas, como la vendedora de aguas frescas. Desde luego, como prenda indispensable estaba el rebozo, hecho de seda o de algodón, cuyo valor dependía de su largo, de la forma de las puntas y tras del cual las mujeres se ocultaban. Destaca la presencia de la tradicional China vestida con “una enagua in-terior con encajes bordados de lana en las orillas, que llaman puntas enchiladas; sobre esa enagua va otra de castor o seda re-camada de listones de colores encendidos o de lentejuelas; la camisa fina, bordada de seda o chaquira con el rebozo de seda que se echa al hombro y su breve pie en un zapato de raso.

Fue durante el Porfiriato que los poderosos y la clase media vestían la levita, un saco negro que les llegaba casi siempre hasta las rodillas realizado en paño y con solapas de seda y, fue hasta 1887 que iniciaron las preocupaciones por “civilizar” a los in-dios en lo referente a su vestimenta y las autoridades decidieron “pantalonizar” a los indios y mestizos que hasta ese momento se habían ataviado con un simple calzón de manta y, ¡ay de aquel indio o mestizo que no utilizara el pantalón porque se imponía una pena y se cobraba una multa! Y pues en realidad quienes se beneficiaron de las leyes que imponían pantalón en la nueva forma de vestir, fueron “La Hormiga” y “Río Blanco”, fábricas textiles que vieron un acelerado incremento en la demanda de las telas que producían.

foto: pilar ramos

Durante los años de la Revolución Mexicana la mujer mexica-na –aclaro, la mujer mexicana que pertenecía a la clase acomo-dada- cambia su aspecto y es cuando desaparecen los grandes volúmenes de tela. Hacia 1906 se termina el uso del corsé que había imperado en la moda femenina desde mediados del siglo XIX y se comenzó a vestir con moaré y shantung de seda en co-lores pastel o tonalidades que iban del beige al marfil. Los dra-peados y encajes de alençón y chantilly servían para el ornato, al tiempo en que las estolas de tul y las capas o abrigos, con telas pesadas adornadas con pieles y plumas, eran el obligado com-plemento. Para 1909 se puso de moda la indumentaria con in-fluencia oriental, copiada de coreografías montadas por Serguei Diaghilev y, de esta manera, surgieron los vestidos que imitaban los pantalones de harén y tenían forma de “tubo”, obligando a la mujer a caminar con pequeños pasos y a mantener el equilibrio cuando los acompañaban con amplios sombreros. Para lucir en la mañana, en el hogar, en el garden party, hipódromo o durante los días de campo, las mujeres lucían vestidos de lino combi-nados con encajes y bordados. El traje sastre en azul marino, gris acero, marrón o verde era ideal para ir de compras o para los eventos sociales matutinos o vespertinos, como inaugura-ciones, visitas campestres, compras y paseos al atardecer. Ya en las noches, durante las visitas al teatro o la ópera, recepciones o saraos, las mujeres hacían brillar el chiffon, el shantung, las gasas, rasos y tafetas de seda, bordados con hilos de oro y pla-ta e incluso con aplicaciones de cristal y perlas. El Trousseau para las grandes ocasiones podía ser también de tul, bordado con diseños arabescos finamente realizados, y acompañado con tiaras y diademas que sostenían el peinado. La cola del vestido era reducida, a diferencia de lo acostumbrado en los vestidos de las postrimerías del siglo XIX. Los trajes de baile podían ir acompañados con velos de tul en colores claros, adornados con perlas, mientras que los corpiños contaban con un corselete alto y las mangas se llevaban a la mitad del brazo. Para dar realce a los peinados, era común el uso de extensiones, trenzas y posti-zos. Sobre ellos se colocaban inmensos sombreros que incluían como ornamento los manojos de rosas, los aigrettes de plumas blancas y los galones de seda rodeando la copa. Los materiales con que se fabricaban eran el fieltro, la paja e incluso algunas pieles que hacían juego con el par de guantes manufacturados con el mismo material. Dicha prenda era tenida por muy útil y práctica en todos los actos de la vida; los guantes de soirée debían ser blancos, grises o negros si se iba a la ópera, era con-veniente usarlos de seda, que cubrieran media mano, subieran más arriba del codo y combinaran con un elegante abanico.

Influencia de París en la moda del Porfiriato

Estados Unidos de América y Europa, particularmente Fran-cia, fueron los países que tuvieron más influencia sobre la

sociedad mexicana. Desde el siglo XVIII y a través de España, llegaron al virreinato las ideas de la ilustración que no sólo tu-vieron una repercusión en las reformas llevadas a cabo por el Monarca, sino también en las ideas libertarias de los primeros independentistas. A principios del siglo XIX la moda vivió un cambio influido con la llegada de Napoleón a la corona de Fran-cia y éste fue, sin duda, el momento idóneo para las propuestas neoclásicas. Los vestidos de telas ligeras eran casi rectos, de talle alto, con magas tipo globo; eran más estéticos porque su corte era lineal, figura que se rompía con el polisón, una especie de aglobado cuyo fin era enmarcar las caderas. El cuello era alto y las mangas largas con botones en los puños, también el atuendo incluía guantes y sombreros muy amplios. Fue una moda que no mostraba el cuerpo de la mujer y los expertos en moda afirman que en México existían confeccionistas, pero no diseñadores. El atuendo incluía un peinado que exigía llevar todo el cabello recogido y unos rizos sueltos para enmarcar el rostro.

De igual manera, para los investigadores de la moda, Beau Brummel (Bello Brummell) fue el inventor del dandismo, pro-puesta en la moda en los hombres que recorrió toda Europa y llegó a México. El traje incluía la faja vasca que se enrolla varias veces al cuerpo con la finalidad de acentuar la cintura, el panta-lón corte zanahoria que redondeaba las caderas y caía en línea recta hacia los pies, calcetines, ligas o ligueros y botinas con po-

lainas –una especie de cubre zapatos de lona que se abotonaban a los costados-. La camisa era blanca de algodón, de lino o seda, con cuello alto que podía pasar la barbilla (se le conocía como encañonado) y en el cual se colocaba una corbata y luego el saco tipo frac. Este traje no ha sufrido grandes cambios desde la época Barroca, ya que las prendas que lo integran se conservan: pantalón, chaleco y saco.

La moda en la celebración del primer centenario de la Independencia

Al iniciarse las celebraciones del primer centenario de la In-dependencia, se impedía el ingreso a la Ciudad de México

a quienes no vistieran pantalón y, pues ya emocionados para la celebración se dijo que también podían llevar sombrero de ala ancha, paliacate y sarape de colores, así como chaquetín o cha-parreras de gamuza o carnaza, pero jamás calzones. Las mujeres portaban faldas largas blancas o de colores, blusas recatadas y rebozos en tonalidades sobrias.

En cuanto al glamour en la celebración del primer centenario de la Independencia se puede decir que el empeño por repro-ducir en México a la sociedad europea permitió que en poco tiempo las fiestas y recepciones de los poderosos compitieran en belleza y opulencia con los salones europeos. Las fiestas de la celebración del primer centenario de la Independencia se de-sarrollaron entre el 1º de septiembre y el 4 de octubre de 1910. Los uniformes militares dominaron la escena con sus condeco-raciones y entorchados, seguidos en elegancia por los fracs y los jackets.

Las damas destacaron los cortes y por la riqueza de sus borda-dos, al tiempo que las joyas denotaban la opulencia de quienes las portaban. Según la crónica oficial, durante el gran baile en el Palacio Nacional, celebrado el 23 de septiembre, “la enumera-ción de las muy honorables señoras y señoritas que asistieron, así como la de sus elegantísimos toilettes, ocuparon grandes columnas de la prensa diaria. Trajes debidos, muchos de ellos, a los más afamados modistos de París, joyas de gran valor, to-cados artísticos, seductoras bellezas y suprema distinción se conjugaron para dar brillo a esta fiesta excepcional”. Uno de los asistentes a dicha recepción fue Nemesio García Naranjo quien, atento a vestidos, trajes y elegancia, dejó su registro fiel en esta descripción: La procesión era majestuosa por el lujo y la mag-nificencia de los trajes femeninos, por los uniformes vistosos de los militares y por las casacas elegantes de los diplomáticos. Recuerdo que doña Carmen Romero Rubio de Díaz lucía un traje de seda recamado de oro y llevaba en el centro del corpi-ño un gran broche de riquísimos brillantes; más brillantes aún fulguraban en su diadema, mientras en el cuello cintilaban va-rios hilos de gruesas perlas. Lady Cowdray se distinguía por sus valiosísimas alhajas, pero la que más deslumbraba por sus joyas era doña Amada Díaz de la Torre: diadema, broches, collares, brazaletes, pulseras, todo tan adecuado a su hermosura y a su distinción que se pensaba en una princesa de Orien-te”.

La Revolución, variedad de trajes

Durante el movimiento de 1910, el traje del hom-bre incluía un saco largo tipo abrigo y sombrero

de copa. El militar era el mejor ejemplo del buen ves-tir, en tanto que los revolucionarios marcaron otro estilo al vestir un pantalón tipo migueleño, camisa de manta, un pañuelo, sombrero y guaraches, atuen-do que no era práctico para la guerra. De esta forma surgió el traje tipo charro, muy usado por Emiliano Zapato y que se caracterizó por un pantalón pegado con botones a los costados, acampanado para montar a caballo; saco corto llamado bolero o torera y som-brero.

Asimismo, una de las características de las Adelitas fue su falda grande que, incluso, en ocasiones fue co-mún que llegaran a usar dos (una entallada y la otra encima), la blusa en cuello tipo barco y las trenzas con listones. El accesorio básico era rebozo, que fun-cionaba como abrigo o cuna, incluso podía ser una venda.

foto: pilar ramos

Gabrielle despierta en su pequeño cuarto calentado a penas por la plancha de car-bón que usó hasta las cinco de la maña-

na. Lo primero que hace es mirarse el rostro en el espejo mientras hace una caricatura de sí misma con el sonsonete de esa canción tan pedida en el burdel.

No le preocupa dormir tan solo tres horas, to-mar un café viejo mientras se pone el traje gris y al-midonado de costurera. Cambia el modo de andar y el rostro que anoche se anunciaba con una roja sonrisa, ahora se muestra pálido y duro. Es el rostro de una huérfana, de una mujer que ha tenido que olvidar la moral aprendida en el convento para po-der comer al menos una vez al día. Su talle, piernas y brazos le quedan grandes a su cabeza llena de ideas.

Pasa el día entero cosiendo botones de oro y encajes finos para los vestidos de horrendas mujeres de la alta sociedad francesa. Esos botones, esas muje-res, y el burdel serán las marcas del destino, los faros que décadas más tarde iluminarán su vida y la de otras mujeres.

Su mejor empleo en esos años fue como amante del general aristócrata que la acercó al mundo de vedettes y jóvenes bohemias de París. El lujo de las

une femme dans ses pantalonspaloma mora

fiestas exigía la sencillez, mover el cuerpo con el aire, las telas más simples son las más sensuales, dejan ver el tono de la piel. Las joyas deben ser engarzadas sólo para asirse al cuerpo, nun-ca deben opacar la mirada enamorada de una mujer. Las mon-jas de su niñez son el modelo de elegancia, y no los cerdos que derriten su maquillaje sobre las telas recargadas de hilos, flores y plumas.

Entonces comenzó a ser la señorita Bonheur, la reina de los sombreros y de los suéteres a rayas de pescador; su ban-dera en blanco y negro anuncia la libertad de una mujer que debe anticiparse a los tiempos de guerra. En esos años por ve-nir no habrá recamos ni telas en hilos de oro, habrá que correr con zapatos bajos y vivir con el único principio de adaptarse al presente cada día.

Al dormir un sueño recurrente la persigue: primero una carroza que se aleja y que se convierte en un auto destroza-do. Siente que los dedos de arden de tanto zurcir, coser fue su esclavitud en la pobreza cuando quería ser una vedette famosa para los soldados. Coser fue su salvación en el desamor. Luego la imagen de una mujer nueva surge de una concha y recoge di-minutas perlas negras de sus ojos, lleva unos pantalones holga-dos y una camisola blanca que se mueve y se pega a su cuerpo con el viento. Desde su boca roja se oye una tonada ligera y los ojos miran hacia del otro lado del espejo donde todas nos re-flejamos diariamente para hacer preguntas vanidosas o profun-das. De su lado, Gabrielle ha conseguido todas las respuestas.

Modas van y vienen, eso no es nada nuevo, hacer un corte estrafalario al cabello o teñirlo de rosa es drás-

tico, pero reversible. Los maquillajes son fantásticos, disimulan o resaltan cualquier rasgo facial, y nos deshacemos de ellos en minutos. Lucir diferente no solamente es un recurso para sentirse mejor, a todos nos gusta arreglarnos para destacar, encubrir lo que percibimos como defecto y ser social-mente aceptados. Pero el mundo de la ima-gen ya no se reduce a lo accesorio, un cuerpo natural, por joven que sea, es “perfectible”.

Hace algunos años había una especie de epidemia de rinoplastias, en ese en-tonces cuando se preguntaba cuál era la razón de la intervención; la respuesta era siempre la misma “tengo el tabique desviado, no puedo respirar bien, sobre todo en las noches, y dice el doctor que…” y entonces venía la rotunda justifica-ción médica porque, por alguna razón, era incómodo y vergonzoso admitir que en realidad el único motivo para someterse a un bisturí era reducir y respingar la nariz.

Resulta lógico que en el transcurso de algunos años la necesidad de respal-dar un cambio en el cuerpo con una explicación médica haya desaparecido, ¿qué beneficio para la salud podría adquirirse colocando implantes en los pó-mulos, en los bíceps o en las pantorrillas? Lo que resulta chocante es que ese sentimiento de que no era del todo aceptable ingresar a un quirófano para una cirugía plástica haya desaparecido por completo. Alterar el cuerpo ahora pare-ce ser motivo de orgullo y casi una imposición social, tal y como sucede en las tribus “primitivas” que alargan los cuellos, transforman las orejas y los labios o reducen el rostro.

En Estados Unidos los orientales que se operan los ojos para obtener el plie-gue que los separa de la fisonomía su raza y los acerca al look occidental son legión. Si una veinteañera, en México o cualquier otro país de Latinoamérica, decide reemplazar sus mamas naturales por unas sintéticas y celebrarlo con una fiesta o modificar su apariencia para participar en un concurso de belleza está bien, es símbolo de estatus, no cualquiera puede pagar grandes sumas de dinero por algo falso. Además dar detalles de los preparativos, el tiempo de recupera-ción y el enorme dolor y sacrificio que implica el procedimiento es una prueba indiscutible de arrojo y fortaleza física.

La oferta de implantes y procedimientos para transformar el cuerpo es inter-minable y absurda. ¿Le molesta tener el segundo dedo del pie más largo que los demás y siente que no se ve bien con unas lindas sandalias o con esos zapatos que tienen una abertura justo en la punta? No hay nada de qué preocuparse; un cirujano puede cortar esos milímetros que sobran para que ese dedo no sea el foco de atención de cada una de las personas con las que usted se cruza.

¿Esa blusa de tirantes no luce bien?, ¡qué importa!, aunque es poco probable que la grasa se acumule en los hombros, existe una operación para moldearlos y lograr que esas tiritas de tela queden perfectas. Usted puede pagar para que un experto irrumpa en su cuerpo y lo esculpa, él puede lograr que su ombligo luzca perfecto con ese bikini, poner implantes para ajustar su figura a un estereotipo o puede, en menos de un día, llevarle a una talla que no es la suya pero que, finalmente, es la que anhela.

Un cuerpo ideal no es cuestión de salud sino de “estética” (cualquier cosa que eso signifique) y requiere una inversión económica. A estas alturas no importa que la mayoría no desee o no pueda cambiar su aspecto y acepte cada uno de los rasgos particulares que ve ante el espejo. Es indiscutible que la apariencia, aunque sea artificial, atente contra la salud y se oponga a las leyes del tiempo y la gravedad, es de lo más fashion.

cuerpo a la modapatricia guajardo

Mientras veía ¡No te lo pongas!, el programa sobre el buen vestir que transmite Disco-very Home and Health, pregunté a mi her-

mana que se encontraba al lado: -¿En dónde diablos acaba toda esa mala ropa

que la gente tira a fin de comprarse una nueva?-En tu guardarropa- respondió vengativa.

Algo me hizo pensar que no estaba del todo equivocada. Una rápida comparación entre el espejo y el televisor me hizo observar lo

fácil que resulta vestirse bien cuando se dispone de 5 mil dólares y uno puede

viajar a Nueva York de shopping (tal y como ocurre en el programa). Lo au-

ténticamente hazañoso sería en todo caso lograr el estilo con el salario mí-nimo y dentro del contexto mexica-no. Por desgracia, concluí, no existe un serial enfocado a las vicisitudes de comprar ropa en las ciudades de provincia; una emisión que quizás debiera llamarse ¡No te lo pongas! (aunque sea lo único para lo que te alcance).

En estos tiempos, el éxito parece haberse circunscrito a la posibilidad de combinar el cinturón y los zapa-tos, porque la imagen ha potenciado la importancia de la “primera impre-

sión” por sobre cualquier otra. Ese otro discurso que supone ser un producto (para el elector, para el responsable de Recursos Humanos, para la chica más atractiva de la oficina) ha adquirido en el nuevo siglo dimensiones de onceavo mandamiento. ¿Qué determinan esos calcetines fuera de contexto?, ¿qué aquel suéter de Chiconcuac? Todo habla por tu silen-cio. Todo lo que vistas puede ser usado en tu contra.

“Percepción” es una palabra clave para darle la razón a los escépticos: nunca sabremos nada de la realidad. Eres lo que los demás perciben de ti: ese débil apretón de manos en la primera entrevista, ese tartamudeo, esa camisa de otra temporada. Los consultores de imagen venden trucos para engañar al cliente -no cruces las piernas, no te apoyes demasiado en los antebrazos del sillón-, mientras los expertos de la buena ropa retornan a Delfos y a Freud: Conócete a ti mismo, Estilo es destino. ¿Qué hacer ante la tiranía de las apariencias?, ¿acaso rebelarse con los atuendos diseñados para el caso, llámese punk, dark, under-ground o kitsch?

Ahora sabemos que es más sencillo cambiar el guardarropa que los malos há-bitos, y por eso la superación personal ha llegado a nuestras vidas en forma de marca registrada. Las tiendas justifican con cada nuevo precio lo alto que sale hacerse de una personalidad. No hay currículo que compita con la estupenda sucesión de renombrados logotipos, y por otro lado incluso la extravagancia

cuesta (únicamente Björk puede pagarla), lo que nos lleva a pensar que en este triste mundo sólo el mal gusto es democrático.

Vuelvo a la pantalla de TV. En ella, Stacy London enuncia una línea más en las tablas de Moisés: “Invertirás en tu imagen”. Apostada en su sillón como si se tratara del monte Sinaí, la conductora de ¡No te lo pongas! fulmina a las muje-res acostumbradas a saquear liquidaciones. Su compañero Clinton Kelly apoya el mandato mientras lo acota: “Y nunca compres un modelo que ya tienes”.

Sus argumentos son definitivos y me hacen pensar que mis cajones huelen a fracaso y no a aromatizante, como siempre pensé. Mis playeras hablan des-de viejas campañas políticas, desde el desperfecto que justificó su rebaja en la tienda departamental, lo cual me causa una profunda consternación. ¿Seré la imagen de otro tiempo en un mundo habituado a segregar atuendos a través de las ofertas? “No lo sé”, me respondo, “y mientras no tome por asalto una tienda de altos precios, seguiré sin comprobarlo”.

Salgo a toda prisa, tomo el microbús y pienso un poco en Neruda: “se habla favorablemente de la ropa”, dice el chileno, “de pantalones es posible hablar, de trajes, (…) / como si por las calles fueran las prendas y los trajes vacíos por completo / y un obscuro y obsceno guardarropa ocupara el mundo”.

Llego a la plaza para refutar al poeta y lo que observo es un irregular escapa-rate en movimiento: hombres y mujeres promoviendo marcas de ropa como si el mensaje fuera que el bienestar depende de las etiquetas. Entro a la tienda de carteles más sugestivos (me convence uno donde dos chicas están a punto de besarse) y me abruma que tanta vestimenta no me diga nada. ¿Qué proyecta mejor mi personalidad: el verde militar o el verde cáñamo, la ropa deportiva o la formal? El mensaje es agobiante y empiezo a entender un poco las cosas: no es que carezca de gusto al vestirme, sucede que en realidad padezco daltonismo de estilo: no sé distinguir un buen diseño de uno malo.

Decido, en un arranque emocional, darle otra oportunidad a mi incipiente olfato para lo cool. Tomo del exhibidor el primer par de prendas que no me parece deprimente y lo llevo a los vestidores. El probador me revela que las matemáticas en manos de la moda tienden a ser una ciencia inexacta: ¿por qué el 32 de mis pantalones Cimarrón nunca coincide con los de las otras marcas?, ¿con base en qué esta camisa donde sólo entraría Karen Carpenter se cataloga de “Mediana”? Pienso en la lejana época en que la ropa se moldeaba al cuerpo y en lo significativo que resulta que ahora sean los cuerpos los elaborados a la medida de la ropa.

Salgo de los probadores con la misma desesperanza con la que se abandonan las terapias demasiado caras. Antes de marcharme de la plaza comercial, reco-rro con la mirada el guardarropa de la realidad, acaso para descubrir la manera en que se ha complicado el mundo desde la hoja de parra. Sólo es cuestión de ver los aparadores para constatar que la propia conciencia de la desnudez ha sido tan problemática como la quijada de burro en las manos de Caín. ¿Es la necesidad de vestirnos la verdadera expulsión del Paraíso, donde no había que preocuparse por lograr el estilo, calzar nuestro cuerpo, quedarnos sin dinero por una estúpida camisa con un estúpido cocodrilo bordado sobre el corazón?

En el mundo globalizado, hacer patente la individualidad ha desatado incluso el temor de ir vestidos como alguien más en una fiesta. Pareciera que con la ropa, las personas hablasen de sí mismas, trazaran la línea autobiográfica que equivaliera a decir “hey, aquí estoy” en un mundo donde todos somos partícipes de una masa cada vez más homogénea. Antes, la ropa era un código cifrado de expresiones que sólo los expertos (y las mujeres que nos rechazaban) entendían. Ahora -en la era de las declaraciones abiertas- lo que no está a la vista, no existe.

aunque no esté de modaeduardo huchín sosa

pin up: chicas con tendenciadayanara galván gonzález

“Lo retro está de moda”, dicen muchas revistas, mu-chos conocedores; tal vez siempre lo está, considero que nunca se ha ido, sólo es una tonta justificación

para no declarar que está faltando originalidad en nuestro siglo XXI. Un siglo en el que se visualizaban carros por los aires, ropas de acero, y lo único que se ve es un constante ir y venir y regresar hacia las tendencias del pasado. Ese es su llamado “retro”, copiar algunos detalles de décadas anterio-res, como vestimenta, colección de objetos antiguos, hasta la formación de ciertos grupos sociales, históricos y/o artísticos,

todo copiado con una supuesta mejora. Un buen ejemplo de esto son las nuevas chicas pin up, celebridades como Katy Perry y Dita Von Teese son las que han logrado que se magnifique otra vez la creencia de que caminar como los cangrejos deja beneficios.

De aquellas criaturas terrenales que se dicen pin up, encontraremos a quien sepa perfecta-mente a lo que se refiere, a algunas que no saben ni lo que significa; a algunas que parecen; otras que piensan que parecen sólo porque usan una flor atrás de la oreja y otras que ni les va ni les viene, pero que igual no les molesta leer sobre esto.

El término pin up se utilizaba para referirse a colgar algo en la pared, cualquier cosa que fue-se; sin embargo, con la entrada del siglo XX, en la que los calendarios eran la forma más común para anunciar algo, el término sufre cierto cambio de sentido. Las imágenes que contenían eran de mujeres bonitas que expedían sensualidad de manera muy discreta; por lo tanto, se convierten en las chicas pin up, las chicas que aparecían en calendarios. Desde ese momento, el primer elemento y característica de estas chicas es la belleza física, una mujer que se consi-derara bella en medida de parámetros generales. En los años veintes, el término se adhiere a la expresión artística en el que se dibujaban de manera detallada las expresiones del rostro y el cuidado de las formas del contorno de un cuerpo femenino de notable hermosura; Charles Dana Gibson (1867–1944), dibujante español, fue un buen exponente del arte en cuestión.

En los años cuarentas, estos dibujos seguían al pie y más popularizados que nunca, sólo que

foto: pilar ramos

tripulación sabina berman. dramaturga, narradora, crítica y guionista, directora de teatro y cine, crítica / sonia silva-rosas. poeta, narradora, periodista y promotora cultural, sus blogs: Tanta memoria (www.soniasilva-rosas.blogspot.com) y La otra memoria (laotramemoria.

blogspot.com)// paloma mora. licenciada en Letras Hispánicas, poeta y maquillista, ha publicado en antologías y en la revista Parteaguas / patricia guajardo. licenciada en Comunicación y maestra en Estudios Humanísticos, se especializa en producción televisiva y editorial / eduardo huchín sosa. (Campeche, 1979) ha compilado sus ensayos en ¿Escribes o trabajas? (Tierra Adentro, 2004), su blog personal: tediosfera.wordpress.com, su blog sobre porno: atranquearelzorro.blogspot.com / dayanara galván gonzález. licenciada en Letras Hispáincas, profesora en preparatoria y universidad, ocupa sus ratos libres en el diseño de prendas de vestir/ carmen boullosa. novelista, poeta, dramaturga y, ocasionalmente, ensayista// portada y fotografías: minverva delgadillo. / fotografías: pilar ramos.

ahora mostraban a las damas con un aspecto de inocencia pretensioso en su rostro; despistadas hasta el punto por el cual su sensualidad era descubierta al azar, como si se les hubiese encontrado en el momento preciso en que la manga deslumbraba un hombro radiante, o una falda levantada por el aire que dejaba visibles sus torneadas piernas. Las chicas de los dibujos se habían vuelto más coquetas, más sugerentes, pero de ningún modo grotescas. Algunos íconos de este tipo de dibujo, que siguieron colaborando con este arte en las décadas posteriores, fueron: John Willie, Guillermo Divito, Joyce Ballantyne, Earle K. Bergey, Gil Elvgren, Art Frahm, George Petty, Alberto Vargas.

Las chicas pin up pronto empezaron a adquirir presencia en el mundo social y artístico, primero inventadas y luego de carne y hueso, ya que muchas posaban para ser dibujadas; es hasta los últimos años de la década de los cincuenta, cuando la fotografía llega y empie-za a dirigir su mirada hacia estas mujeres.

Como ejemplos de fotógrafos, tenemos a Earl Moran, quien fotografiaba a una Marilyn Monroe aún desconocida, una chi-ca que después se convertiría en el modelo pop del mercado, una pin up o cheesecake por excelencia. Detenerme en hablar de ella, sería igual que contar lo más obvio de la historia, por lo que la dejaré de lado.

Entre otras de las chicas más representativas aparecen Betty Page y Tempest Storm, que ya aparecen más desinhibidas, de hechos muchos se escandalizaron porque sus fotos excluían el parecer fotografiadas por sorpresa, sus fotos demostraban que les gustaba sa-lir sin algunas partes de ropa, sin el sostén por ejemplo. La actitud de las chicas pronto cambió la visualización de las imágenes que antes fingían ingenuidad, ahora eran una muestra de seguridad femenina, de gustar de su cuerpo, de decirle adiós a la represión. “Su popularidad fue tal que hasta el gobierno ame-ricano llegó a regalar pin-ups a los soldados para que las colgaran en sus taqui-llas y les subieran la moral durante la 2ª Guerra Mundial” [http://historico.portalmix.com/pinups/historia/]

Ser chica pin up pronto se volvió en una forma de ser. No sólo era la belleza estética, sino también la marcada forma de ser dueña de sí mismas, de no ser restringidas, eso sí, nunca perdiendo las posturas más delicadas.

Aparte, estas chicas se oponían directamente a las fotos que representaban a la dama como una mujer de casa, que a pesar de sus múltiples tareas en el ho-gar, tenía tiempo para ponerse guapa para su marido; es notable como se con-trapone el arte pin up en este punto, ya que aunque muchas imágenes son de mujeres bien arregladas y haciendo el quehacer, es más exaltable en ellas esa parte de sus cuerpos que se descubren por su manifestada despreocupación al realizar sus actividades, paralelamente también cumplían con actos que sólo el hombre realizaba en esos tiempos, como el reparar sus autos o levantar cosas pesadas. Es cierto que, si bien, eso sólo existía en las chicas pegadas al papel; sin embargo hay que resaltar la osadía de los creadores de las imágenes para

promover a una mujer más sustentable, independiente y activa. Resulta obvia la marca de liberación femenina que se da en cada creación “pin-upera”.

Todo el contexto del que se ha hablado se convirtió en una tendencia de moda a la que muchas de las mujeres vamos continuamente. Las característi-cas que se deben tener en cuenta para seguirla son las que se originaron en los años cuarentas y cincuentas, ya que al ser el tiempo de auge, ponen en mani-fiesto las bases para representar a las chicas pin up.

El primer aspecto que reluce es el cabello ondulado o con caireles, jamás la-cio; también se hacen victory rolls, inspirados en la moda victoriana, que son enrollados de mechones de cabello sobre su propio eje, era muy común el uso

de las bandanas amarradas con un nudo agradable en la parte de la coronilla, las flores atrás de la oreja y redes que cubrían una parte del rostro. El maquillaje era muy sobrio de los ojos, sólo delineador líquido que forme una jalón en la orilla y una buena carga de rimel en las pestañas; la boca se enfatizaba de color rojo. La vestimenta consistía en vestidos ceñidos en la cintura con vuelo en la falda, vestidos de tubo bien pegaditos al cuerpo y hasta la media pierna,

trajes de baño con fajilla hasta la cintura.

El aspecto físico no era exclusivo de las chicas pin up, sino que era el usaban todas las mujeres de ese tiempo; sin embargo, para estandarizar la tendencia se tiene que especificar un estilo de ropa.

Muchas de las chicas que les gusta la onda pin up cumplen con los requisitos del arreglo físico; sin embargo, no hacen correspondencia con su actitud; ésta debe ser de seguridad, confianza y gusto por sí mismas. La elegancia es uno de los aspectos más importantes, como ejemplo Betty Page, quien era también una actriz “eróticas y no por eso caía en los desdenes de la vulgaridad, siempre conservaba un aire de glamour que le deba un estatus de respeto; era desenfre-nada, pero mantenía actitudes cautas de acuerdo en el lugar que estuviese.

La importancia de ser sensual y sexi no radicaba en sus cuerpos espectacula-res, ni en sus labios carmesí ni en la bienhechura de sus ropas, todo era, más que nada, cuestión de explotar su femineidad de manera adecuada, de sonreír y decir lo que se pretendía con esa mirada “sugerente”; no rogaban porque sabían sus dimensiones y alteraciones que causaban en los entes del sexo mas-culino.

Cerramos este pequeño encuentro de lo que es una chica pin up, podría pa-recer un objeto encerrado en una postal, en un calendario o en una fotogra-fía, sin embargo, es importante que se vea el alcance que tuvo ese modelo de mujer para marcar una tendencia “retro” en nuestros días. La elegancia de su vestuario, la manera en la que atendía sus ocupaciones de hogar, la forma de seducir, las vertientes represoras por las que salta, ser un ícono pop. Al final, todas podríamos tener esos elementos de carácter, sólo nos faltaría tener esa cara y ese cuerpo magníficos, ¡ah! y también esa manera de vestir…

Hace décadas tuve un sueño que todavía hoy recuerdo con vivos y precisos dolor y colores. En el sueño, estaba yo en el baño. Levantaba yo la tapa de la caja de agua del inodoro (como le llamaba al excusado mi abuela), y encontraba ahí las cabezas de mis hermanos, niños aún.

No había sangre. No había agua. Las cabezas eran mi líqui-do vital, convertido no ya en fluido para deshacerme de mis desechos, de la mierda y los orines, sino en una horripilante verdad.

El agua, elemento que limpia y restaura, había sido suplida por el sacrificio bestial de mis seres más queridos.

La verdad era eso dinamitado, descabezado, inarticulado, muerto.

¿Quién había perpetrado un crimen así, y por qué perversa voluntad me había obligado a ser testigo? ¿Por qué exceso de perversión había decidido que yo lo descubriera ahí, pre-cisamente ahí, en la intimidad, en la indefensión total?

Morfeo, una vez más, fue en esa ocasión mi más empeci-nado enemigo, mordaz, implacable, cruel. Y era yo, yo y mis seres más amados, quien le servíamos de materia prima para ejecutar sobre mí su venganza.

Hace un par de días, tuve otro sueño equivalente en el dolor, la impotencia, la crudeza de sus imágenes, la precisa conformación de la escena. Pero aún no puedo verbalizarlo. Tal vez pueda en dos, en tres décadas.

un sueño carmen boullosa