gisbert joan manuel - el ultimo enigma

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  • 7/31/2019 Gisbert Joan Manuel - El Ultimo Enigma

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    EL LTIMO ENIGMAJOAN MANUEL GISBERT

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    A todos los Maestros de Esgrima que en el mundo han sido.

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    PETICIN DE AUXILIO EN PLENA NOCHE

    Al filo de la medianoche del 5 de abril de 1564, la gran aldaba de la casa del doctor JacobPalmaert, en Brujas, Flandes, reson con alarmante insistencia.Poco despus de haber odo la llamada, dos miembros de la servidumbre acudieron al

    vestbulo de la mansin.Al observar por la disimulada mirilla de la puerta principal, distinguieron en la penumbraun rostro contrado por la ansiedad. El hombre que aguardaba al otro lado de la puertapercibi los resplandores de las lmparas que portaban los domsticos y dijo en voz alta,como si le hablase a alguien que se negara a or:- Por favor, necesito hablar ahora mismo con el doctor Palmaert! Se trata de un caso de

    extrema gravedad. La consulta no puede esperar a maana; es muy urgente. De otromodo, nunca me habra permitido molestar a hora tan intempestiva. Dganle a doctorque estoy aqu!

    El silencio de los criados le hizo comprender al visitante que, a causa de la escasa luz, no lohaban reconocido.- Soy el abogado Bartolom Loos -dijo, seguro de que les sonara el apellido-. Repito mi

    peticin: den inmediato aviso al doctor. Lo que me ha trado aqu no tiene espera.La identificacin obr el efecto deseado: la gran puerta se abri al fin y el letrado Loos fueconducido a una pequea sala contigua al vestbulo, donde los criados encendieron a todaprisa las velas de unos candelabros.Despus, sin comprometerse a nada, le pidieron que esperara mientras ellos iban acomprobar si, pese a lo avanzado de la hora, su seor estaba en disposicin de recibir alrecin llegado. El doctor Palmaert, hombre hurao y sombro, era una reconocida

    eminencia en las enfermedades y desrdenes de la mente. Su prestigio haba atravesadolas fronteras. Consultado a menudo por prncipes, nobles y obispos, pasaba por ser elmejor conocedor de las oscuridades y extravos del pensamiento.La espera fue breve. Absorto en sus reflexiones, Loos no oy el leve quejido que la puertaprodujo al abrirse ni los amortiguados pasos del doctor sobre el alfombrado.- Buenas noches -le dijo Palmaert, casi sobresaltndolo, para aadir enseguida con su voz

    gutural-. Aunque todo parece indicar lo contrario, me gustara creer que su presenciaaqu no obedece a nada grave.

    - Mucho me temo, doctor, que voy a enfrentarlo al caso ms extrao de cuantos usted haya

    conocido.Las pobladas cejas del mdico se curvaron como signos de interrogacin.- A poca distancia de aqu, en mi casa -prosigui Loos lgubremente-, varias personas

    estn siendo consumidas por el ms extrao mal del pensamiento que nunca hayapadecido un ser humano.

    Palmaert hizo una mueca escptica y dijo:- A todos los enfermos les parece que su caso es nico. Por fortuna, casi nunca es as.- S esta vez, se lo aseguro. No tardar usted en comprobarlo si accede a mi splica. Tengo

    un carruaje esperando. Me veo en la necesidad de rogarle que venga conmigo enseguida.

    Durante el recorrido le pondr al corriente de los detalles.Palmaert se mostraba vacilante y contrariado. Se le notaba con ganas de desentenderse delcompromiso, si no para siempre, hasta el da siguiente por lo menos.

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    - De verdad considera usted imprescindible que le acompae a estas horas? -pregunt elmdico, como protestando ante un atropello-. Creo que maana temprano estar enmejores condiciones para cumplir con mi deber. Adems, con las enfermedades delespritu las prisas casi nunca son necesarias: o no hay nada que hacer, como ocurre en lamayor parte de los casos, o el tratamiento del mal puede aguardar.

    Loso haba escuchado aquellas palabras como si del anuncio de una catstrofe se tratara.Enseguida hizo or su voz apremiante.- Se lo ruego encarecidamente, doctor. Es preciso que usted intervenga de inmediato. Algo

    irremediable puede ocurrir si no lo hace.Fro y escptico, Palmaert dijo:- Si sobrevalora usted mis posibilidades, lo inevitable va a ser su decepcin cuando

    descubra lo poco que se puede hacer cuando el pensamiento se ha extraviado. Enrealidad, yo debera estar ya acostado. Me he entretenido despus de cenar revisandounos documentos y el tiempo se me ha ido sin advertirlo.

    Pero ninguna objecin iba a lograr que el letrado Loos desistiera de su propsito. Volvi denuevo a la carga:- Estoy seguro, doctor, de que nunca habr tenido usted una razn tan poderosa para

    acudir en plena noche a una llamada de auxilio. Puede que en su mano est, si vieneahora, conseguir que regresen al mundo unas personas que lo han abandonado.

    El mdico replic severamente.- Est usted pidindome que vaya a examinar a unas personas que han muerto?

    Explquese con mayor claridad.- Cuando el pensamiento se hunde en la oscuridad, de poco sirve que el cuerpo siga vivo -

    dijo el abogado, para aadir a continuacin-. Tome su decisin cuando antes, doctor. Le

    espero fuera.Y, sin aadir nada ms, el abogado Loos, con el rostro crispado por la preocupacin,abandon la estancia.La sutil maquinaria de un misterioso desafo acababa de ponerse en marcha.

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    EL HOMBRE QUE MIRABA DESDE LA OSCURIDAD

    En aquellos momentos, a mucha distancia de all, un hombre entraba en una posada de lasafueras de la ciudad de Amberes. El nombre del establecimiento, La Encrucijada, figurabaen un carteln metlico que el vendaval nocturno bamboleaba.

    El hombre entr en el albergue acompaado de una fuerte rfaga de viento. Como pjarosmuertos que lo acompaaran, con l entraron volando hojas recin arrancadas de losrboles.Permaneci de pie, entre el sembrado de hojarasca, y recorri todo el saln con la mirada.Solo cuatro personas se encontraban all: do viajeros que haban llegado un poco antes, elposadero y un muchacho, que serva en el lugar desde haca semanas, cuyo nombre eraIsmael.El desconocido escogi el rincn que estaba ms en penumbra. Ismael pens enseguidaque la eleccin no era casual: aquel hombre buscaba la proteccin de la oscuridad.

    Los das se le haban hecho muy largos al muchacho. Pero, al fin, el momento parecahaber llegado. Ismael, por una especial intuicin, empezaba a pensar que el desconocidoque haba aparecido con el vendaval era uno de ellos, uno de los Maestros secretos: elhombre que estaba esperando.El posadero se acerc a la mesa que ocupaba el nuevo cliente e hizo ademn de encenderel cabo de vela encajado en un oquedad del tablero. El recin llegado, sin embargo, lodetuvo con un gesto y dijo:- Estoy bien as. Mis ojos agradecen la penumbra.- Como quiera -dijo, algo sorprendido, el posadero.- He dejado mi caballo fuera -continu el desconocido-. Es el pardo con una mancha negra

    alrededor del ojo izquierdo. Est muy cansado. Que se le d acomodo en los establos.- Cuente con ello. Y para usted, qu desea?- Algo que comer. Y un cuarto silencioso con un camastro limpio. Lo tiene?- Desde luego.Cuando volvi a quedar a solas, el recin llegado observ con mucha atencin a los otrosdos viajeros que estaban en la sala. Los miraba desde la oscuridad, casi invisible, paracorrer el menor riesgo de ser visto o reconocido.Ismael se dio cuenta y pens: No es extrao. A los Maestros de Enigmas debe de gustarlesviajar como sombras, sin que se sepa lo que son, conocedores de los secretos vnculos que

    unen las cosas.A cada momento estaba el chico ms seguro de que el desconocido perteneca a la ocultaHermandad. La ocasin tan deseada se encontraba por fin al alcance de su mano.Le correspondi a l, como deseaba, servir al forastero. Lo hizo de manera silenciosa, enconsonancia con el mutismo del otro. As tuvo ocasin, a pesar de la poca luz, deestudiarlo de cerca, de examinar sus facciones, de empezar a conocerlo.Era un hombre de edad mediana. Estaba tenso y alerta. Sus ojos miraba con intensidad,distantes, escrutadores. No pareca falto de energa ni de capacidad de reaccin. Suaspecto, por lo dems, era misterioso y reflexivo.

    Antes de lo que Ismael haba previsto, el desconocido se levant y fue a preguntarledirectamente al posadero cul era la habitacin a la que poda retirarse a descansar.

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    El chico lament aquel movimiento anticipado. Haba planeado ser l quien acompaaraal caballero a su cuarto. Esperaba tener entonces la ocasin de hacer un primer tanteo.Pero ya el posadero, con un veln en la mano, abra el camino hacia los dormitorios. A dospasos, como una segunda sombra, el desconocido le segua. Pronto desaparecieron los dosen la negrura de la escalera que llevaba a la planta de arriba.

    Fuera, el viento segua zarandeando las ramas de los rboles. Aullaba como un gran loboque estuviera en todas partes.

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    EL ENIGMA DE SALOMN

    La espera del abogado Loos no fue muy larga. Pasado un rato, se abri la puerta principalde la casa y la estirada figura del doctor Palmaert avanz hacia el carruaje.Una de las portezuelas del vehculo se abri desde dentro, dejando or la voz del abogado.

    - Muchas gracias, doctor. Saba que no dejara usted desatendida mi splica.- Espero que me aclare en qu consiste esa gran emergencia -dijo el mdico, spero,introducindose en el carruaje-. Si no me convence lo bastante, en cualquier momentopuedo exigirle que este coche me devuelva a mi casa.

    - Desde luego, doctor -replic el abogado, mientras el vehculo, gobernado por un cocherosilencioso y casi invisible, se pona en movimiento-. Ha odo usted hablar alguna vez dela Hermandad del Enigma de Salomn?

    Palmaert dej pasar unos instantes. Cuando habl, su voz se haba endurecido an ms:- Algo he odo, s. Vaguedades. Y tengo que advertirle que mi modo de ser no es

    compatible con supersticiones de ninguna clase. Es usted miembro de esa extravaganteHermandad?Loos pas por alto el tono de desprecio con que el mdico haba hecho la pregunta ycontest:- Permtame explicarle la situacin en su conjunto. Y no dudo que usted comprender que

    algunas de las cosas que voy a revelarle son de carcter secreto.Palmaert salt enseguida:- No tengo ningn inters en conocer secretos que no me incumben. Por lo que a m

    respecta, puede guardrselos.- Las circunstancias exigen que ponga en su conocimiento ciertas cuestiones de orden

    reservado -dijo Loos, modificando sus palabras, atento solo a conseguir a cualquierprecio la ayuda del eminente mdico-. La Hermandad existe desde hace siglos. Estformada por muy pocas personas, entre las que, modestamente, me honro en contarme.Tras muchos aos de estudio y dedicacin, cada uno de nosotros puede aspirar al gradode maestro en el arte y la ciencia de los enigmas. Es entonces cuando la pertenencia a laHermandad queda definitivamente sellada.

    Palmaert hizo chasquear la lengua para demostrar su fastidio y dijo:- No niego que la resolucin de enigmas pueda tener algn valor como ejercicio mental,

    como perfeccin del pensamiento, pero tengo entendido que ustedes persiguen objetivos

    mucho ms ambiciosos, no es as?- Hasta ahora, as ha sido. Pero las trgicas circunstancias en que estamos envueltos van a

    cambiarlo todo.Como si no le diera mucha importancia a las circunstancias aludidas por el letrado,Palmaert pregunt, con un leve acento irnico que Loos ni siquiera not:- En qu consiste el Enigma de Salomn? Es una acertijo esotrico?- Muchsimo ms que eso -opuso Loos, con dolida indulgencia-. Segn la secreta Tradicin

    de la que somos mantenedores, a Salomn le fue revelado en un sueo el secreto delmundo, pero no directamente, sino encerrado en un enigma.

    El traqueteo del carruaje se acentu a causa de las mayores desigualdades en elempedrado de las oscuras callejas por las que ahora transitaban. Pero aquella

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    incomodidad no interrumpi la conversacin entre los hombres que estaban en el interiordel vehculo.- El secreto del mundo? -dijo Palmaert, exagerando su tono de extraeza-. Qu se

    supone que debe de ser eso? De qu clase de secreto se trata?- Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero nosotros estamos convencidos de que en l est la

    clave para comprender que es, de verdad, el Universo. Ese conocimiento aclararamuchos misterios, incluidos los de la vida y la muerte.- Usted cree? -dej caer el mdico, como si todo aquello solo fuera una elucubracin sin

    fundamento-. Y, dgame, el rey Salomn logr descifrar ese enigma que le fue reveladoen sueos?

    - No. l supo al despertar que el Enigma no sera resuelto hasta muchos siglos ms tarde.Era muy pronto an, demasiado. Su misin al respecto consisti en legar el texto a lasfuturas generaciones, de modo que lo ocult en algn lugar para que fuese encontrado,analizado y resuelto en algn momento del tiempo por venir.

    - Como fbula, no est mal -sentenci Palmaert, complacindose en manifestar sudespectiva incredulidad-. Pero no espere que me crea a pies juntillas semejante historia.Mis creencias son otras, y mi mentalidad educada en la ciencia no se aviene adivagaciones supersticiosas.

    El carruaje tom una curva pronunciada y sus ejes chirriaron. Se oy al cocheromascullando alguna orden a los caballos.- No he venido a perturbar su descanso con la intencin de hacerle creer nada -puntualiz

    Loos-, sino a requerir su ayuda como mdico.- Todava no alcanzo a comprender por qu le resultaba necesaria -dijo Palmaert,

    removindose en el almohadillado asiento del vehculo-. Espero que me lo aclare cuanto

    antes.- A eso iba, doctor -contest el letrado, esforzndose por no acusar las frases impertinentes

    que su acompaante utilizaba a cada momento-. Siempre se ha dicho que el Enigma deSalomn poda resultar muy peligroso para aquellas personas que lo encontraran.

    - Ah, s? -dijo el mdico, como si aquel nuevo aspecto animara el asunto-. Por qu?- Porque si bien poda dar el Conocimiento a aquel o aquellos que lograran descifrarlo,

    tambin poda llevarlos a graves estados de inquietud y angustia si no conseguandescubrir su verdadera solucin.

    - Y, aun as, ustedes estn empeados en hacerse con el texto de ese antiguo enigma,

    verdad? No me parece una conducta muy sana porque, vamos a ver, qu ocurrir si unda ustedes tienen la mala suerte de encontrar ese texto, suponiendo que exista, claro, locual ya es mucho suponer?

    - Existe -dijo Loos lgubremente.- Cmo puede asegurarlo con tanta certeza? -pregunt el mdico, como si hubiese odo

    otra afirmacin sin fundamento.- Porque lo hemos encontrado -explic el abogado, con el tono obstinado de quien sabe

    que es cierto lo que dice, tanto si es credo como si no.- Dnde estaba, en qu libro sagrado, en qu documento, dentro de qu receptculo? -

    inquiri Palmaert.- Eso no lo s.- Entonces? -objet el mdico, volviendo a su escepticismo.

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    - Uno de nosotros lo encontr -precis Loos, como si se estuviese refiriendo a unadesgracia.

    - Quin?- An no me ha sido posible averiguarlo.- Cmo sabe entonces qu...?

    - Solo s que fue uno de nosotros -ataj Loos-. Sin revelar quin era, copi el texto y loenvi a todos los dems. Era lo convenido para cuando llegara el Gran Da -el abogadopronunci aquellas dos palabras como si hubiesen adquirido un significado fatdico-. Astodos bamos a tener la misma oportunidad de resolver el Enigma de Salomn, o deintentarlo por separado antes de abordarlo juntos.

    - Usted tambin recibi una copia? -quiso saber Palmaert, con voz neutra.- Por lo que s, fui el ltimo, con bastante retraso con respecto a los dems. El mensajero

    que me trajo el pliego lacrado sufri un percance por el camino y lleg mucho ms tardede lo debido. Gracias a eso, creo que as puedo decirlo, me he salvado,

    - De qu? -pregunt enseguida el mdico.- De la locura -repuso Loos en un susurro.

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    LAS DUDAS DEL CANNIGO LEIDEN

    Ismael caminaba deprisa por Amberes, pasando por los callejones ms estrechos, sombraentre sombras, para mejor guarecerse del fuerte viento.Llegado ante uno de los sombros edificios que se alzaban junto a la catedral, llam a la

    puerta. All tena su morada el cannigo Sebastin Leiden, to remoto de Ismael y tutorsuyo a falta de otros parientes ms cercanos.El clrigo mayordomo mir cautelosamente por el ventanillo de observacin. La cerradaoscuridad le impeda ver quin llamaba a aquella hora tan desacostumbrada, peroreconoci la voz del muchacho cuando este dijo:- Abridme, por favor. Tengo que hablar enseguida con mi seor to, el cannigo Leiden.- Poca gracia le va a hacer saberte aqu cuando deberas estar durmiendo a pierna suelta en

    tu cama. Y l ya hace mucho tiempo que se retir a su cuarto. No sabes que es ms demedianoche?

    - Qu ms da. Tengo que decirle algo.- No te valdra ms volver maana?- Tiene que ser ahora -insisti Ismael, obstinado.- Entra, pues, si tanto te quema lo que traes -consinti el clrigo entreabriendo el portn lojusto para que el muchacho pasara -, pero deja el viento fuera, aqu no lo necesitamos.

    Provisto de una tea para alumbrarse y procurando no hacer ruido para no molestar a losotros dignatarios religiosos que vivan en el edificio, Ismael se dirigi raudo al piso dondeestaba la celda de su tutor.Una vez ante la puerta del cannigo Leiden, el muchacho la golpe suavemente y dijo envoz no muy alta:

    - Seor to, soy yo. Tengo que hablaros. Ha llegado ya el hombre que esperbamos.Algo repuso desde dentro el eclesistico, pero con voz ahogada.El viento silbaba. Ismael no oy bien aquellas palabras. Aguard. Hubo una espera larga.Cuando al fin la puerta se abri, dej ver al cannigo Leiden con la cara un tantomacilenta.- No me encuentro muy bien, pero pasa. Otra vez me han dado esos achaques.Aunque la indisposicin de su tutor poda ser perjudicial para sus planes, Ismael le dio aconocer la presencia en La Encrucijada del caballero que buscaba el amparo de laoscuridad.

    El primer comentario de Leiden no tard en producirse:- Cmo puedes estar tan seguro de que es uno de los Maestros de Enigmas?- En todos los das que llevo en la posada no he visto a ninguno que me lo pareciera tanto.El cannigo se acerc al ventanal de la estancia. Caminaba con dificultad y todos losmovimientos parecan costarle un gran esfuerzo. Apoyado en el alfizar, hizo como sireflexionara en voz alta:- Hay embaucadores y asesinos que adoptan la apariencia de solitarios caballeros o

    mercaderes que viajan de incgnito para as favorecer sus turbios propsitos. Nunca hayque olvidar el necesario recelo; jams es prudente descuidarse. Los tiempos no son nada

    fciles, como ya irs descubriendo a medida que crezcas. No obstante, tampoco podemosdescartar sin comprobarlo que ese hombre sea quien t supones.

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    - Si vos le hablis, seor to, podris daros cuenta de si es o no uno de los Maestros -manifest Ismael, con plena confianza en la capacidad del cannigo para decidir acercade una cuestin como aquella.

    Leiden, sin embargo, se mostr ms cauto.- Mi opinin no es infalible. Si l se propone ocultar a toda costa que pertenece a la

    Hermandad, de nada servir que yo le hable.- Por algo que se le escape lo descubriris. Yo confo en vuestro olfato.- La verdad, Ismael, preferira que no me metieses en nada de esto. Ya casi me arrepiento

    de haberte hablado de la existencia de esa sociedad secreta. Eso y tu desmesurada aficinpor los enigmas han calentado tu imaginacin en exceso. Y eres demasiado joven anpara tomar decisiones de las que luego, muy probablemente, tendras que arrepentirte.

    El muchacho protest apasionadamente:- Ms vale ahora que ms tarde! Su hay que tomar un camino, lo mejor es tomarlo cuanto

    antes. Son palabra vuestras!

    - S, pero cuando las pronunci no me refera a eso sino a otros aspectos de la vida, como elde la vocacin religiosa. Hablar con ese hombre, pero no te hagas ninguna ilusin alrespecto. Estoy casi seguro de que mi decisin ser prohibirte toda relacin con l. Si bienlo piensas, comprenders que tener tratos con individuos que andan escondindose ydesarrollar actividades ocultas puede traer consecuencias muy desagradables.

    - Os lo ruego, seor to, una oportunidad como esta no volver a presentrseme!Hacedme por lo menos el favor de intentarlo. Si despus de hablar con ese hombre noveis posibilidad para m, aceptar vuestra decisin sin rechistar.

    El cannigo mostraba una cara cenicienta, como si las dudas aumentaran su malestarfsico. Sin comprometerse a nada, pregunt:

    - Hasta cuando permanecer ese caballero misterioso en la posada?- No lo s, pero es de suponer que solo hasta maana. Si va a una reunin de Maestros de

    Enigmas en Brujas, como vos me dijisteis, querr continuar su viaje cuanto antes.- Si verdaderamente es uno de ellos, eso es lo ms probable. Por tanto, para hablar con l

    antes de que se marche, ser menester que yo est en la posada al romper el alba.- Os lo agradecer tanto! -exclam Ismael besando la mano del eclesistico.- Recuerda -matiz Leiden para moderar el entusiasmo del muchacho-: solo me

    comprometo a sondear a ese hombre, nada ms. Y, de lo que pueda resultar, no te hagasilusiones. Ya te lo he dicho: lo ms seguro es que todo quede en nada.

    - Pero lo habremos intentado.- Eso s. Y ahora vete. Es muy tarde para que andemos los dos levantados, y me va a hacer

    falta cada minuto de descanso.Ismael, lleno de esperanza a pesar de las prevenciones y advertencias del cannigo, seinclin respetuosamente y sali del cuarto.Sebastin Leiden permaneci atento al sonido de las pisadas del muchacho hasta que,como latidos de un corazn cada vez ms debilitado, acabaron apagndose.El cannigo volva a estar solo. Ya nada lo obligaba a disimular la profunda angustia quesenta.

    Sin que se diera cuenta, el miedo estaba transformando la expresin de su cara.

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    PERDIDOS EN UN LABERINTO

    El carruaje en el que iban el doctor Palmaert y Bartolom Loos se detuvo ante una mansingrande y acomodada de un barrio algo apartado. Era la casa del abogado.Antes de que descendieran del vehculo, Loos, ms afectado que en los momentos

    anteriores, le dijo al mdico:- Ahora podr usted ver los estragos que el Enigma est causando. Confo en que suexperiencia y sus conocimientos le permitan ayudar a mis desdichados amigos.

    Palmaert guard silencio. Estaba tenso y pareca haber decidido no preguntar ni decirnada ms acerca del aquel extrao asunto hasta tener una opinin basada en hechos.Un viejo criado que sostena un farol encendido se acerc solcito al carruaje. Loos lepregunt enseguida:- Algn cambio en el estado de los enfermos?- Nada que yo haya podido notar, seor.

    Entraron en un gran vestbulo tenuemente iluminado. Loos le confi con gravedad almdico:- En seis habitaciones distintas de esta casa estn alojados desde hace algunos das seis de

    los Maestros de nuestra Hermandad. Todos ellos recibieron el texto del Enigma. Era unsupremo desafo, una prueba largo tiempo esperada, una tentacin irresistible. Y algoms -aadi sombramente el abogado-: un pozo negro, un perverso laberinto, unatrampa. El enigma de Salomn ha resultado ser mucho ms peligroso de lo que creamos.Sus mentes han ido quedando invadidas, extraviadas, como si el Enigma fuese unlaberinto donde el pensamiento se pierde sin remedio.

    - Djeme examinar a esos hombres -pidi Palmaert, con impaciencia.

    - Hay una mujer entre ellos -aclar Loos.- Una mujer? -dijo el doctor, extraado, y aadi enseguida-: La ver primero a ella.

    Vamos.Avanzaron por un largo y amplio corredor hasta llegar a una de las diversas puertascerradas que haba a ambos lados. Antes de entrar, Palmaert pregunt:- Hay alguien dentro con la enferm?- No, la servidumbre de que dispongo es escasa -dijo Loos, excusndose, a la vez que

    iniciaba la entrada en la habitacin.- Espere -aadi Palmaert-. El primer examen quisiera hacerlo a solas. Este es siempre mi

    modo de actuar.- Tambin en una situacin como esta? -opuso Loos, sorprendido.- Con ms razn. Adems, es mi costumbre. No la cambio nunca, por nada.- Como quiera -accedi Loos, aunque con cierta extraeza-. Pero sepa que algunas de esas

    personas estn sumidas en estados de temor y desamparo. No s cmo reaccionarncuando le vean entrar, si es que estn conscientes.

    - No se preocupe -dijo Palmaert, expeditivo-. S lo que tengo que hacer. No est hablandousted con un principiante.

    - Perdone -murmur el abogado, mientras Palmaert entraba en el dormitorio y cerraba la

    puerta tras de s.

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    El doctor permaneci un largo rato en la habitacin. En algunos momentos se oa su voz,como si le estuviera preguntando algo a la mujer. Las respuestas de ella, si las haba, nollegaban a ser audibles desde fuera.El mdico sali del cuarto sin hacer comentario alguno y bajo la ansiosa mirada de Loos ydos criados entr en otra de las habitaciones ocupadas por los afectados.

    La operacin se repiti cuatro veces ms. Cuando hubo concluido aquellos primerosreconocimientos, Palmaert quiso hablar a solas con el abogado, cosa que hicieron en unpequeo saln que estaba al final del corredor.- No le faltaba a usted razn cuando dijo que esas personas se haban extraviado en un

    laberinto mental. Su situacin es mucho ms difcil y angustiosa que si se encontraran enuno fsico, aunque fuese el peor que nunca haya existido.

    - Cree que podrn salir de ah o acabarn en una oscuridad mayor an? -pregunt Loos,plido y demudado.

    - Es pronto para saberlo. No he hecho ms que encarar el problema. Y el mal ha avanzado

    mucho terreno. Por qu no me llam usted antes? -pregunt Palmaert con severidad.- No pens que su estado se agravara tanto. Me aferraba a la esperanza de que lograransalir de la trampa por s mismos. Pero hoy al anochecer he empezado a darme cuenta deque se estaban hundiendo cada vez ms en el abismo.

    - No hay modo de saber quin de ustedes envi el texto del Enigma a los otros miembrosde la Hermandad?

    - Por eliminacin, tiene que haber sido uno de los que no estn aqu.- Cuntos faltan? -pregunt Palmaert, cada vez ms interesado.- Actualmente la sociedad se compone de doce miembros.- Contndole a usted -calcul rpidamente el mdico-, en esta casa hay siete. Dnde se

    encuentran los restantes?- Si no han cado vctimas del mismo mal, supongo que de camino hacia aqu. Les envi

    mensajes. Ante la enorme gravedad de la situacin, quise prevenirles antes de que fuesedemasiado tarde y convoqu una reunin extraordinaria aqu en Brujas, en mi casa.

    El doctor Palmaert estuvo unos momentos absorto, perdido en desconocidas reflexiones,hasta que pregunt:- Por qu da por supuesto que quien envi las copias del texto del Enigma era uno de los

    Maestros de la Hermandad?Loos respondi sin vacilar:

    - Porque solo uno de nosotros sabe quines son los dems.- Se me ocurre otra pregunta, an ms decisiva -dijo Palmaert, caminando por la

    habitacin como si tambin l se encontrara en un laberinto-: Por qu quien envi lascopias del fatdico enigma ocult su nombre? Saba de antemano que iba a provocar tangraves consecuencias?

    - Yo mismo me lo he preguntado muchas veces en estos ltimos das -asegur el letrado,dejndose caer en una gran butaca.

    - Y a qu conclusin ha llegado?- Casi me da miedo expresarla en voz alta -suspir Loos.

    - Hgalo -exigi Palmaert-. Esta no es hora de temores, sino de enfrentar la verdad, seacual fuere.Como si el aire le causara dolor al pasar por su garganta, Bartolom Loos dijo:

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    - Alguien quiere destruir la Hermandad. Y ese alguien, por incomprensible y espantosoque parezca, es uno de nosotros.

    - No debera decir, ms propiamente, que es el Enigma de Salomn quien parece quererdestruir la Hermandad que lleva su nombre? -sugiri el mdico, mirando fijamente aLoos.

    El abogado se levant de pronto como si quisiera ahuyentar un funesto presagio y dijo:- Quin nos asegura que el texto que todos recibimos es el verdadero Enigma de Salomny no una trampa perversamente ideada para sembrar en nosotros la semilla de la locura?

    Palmaert seal otra de las grandes dificultades del caso:- Segn parece, ninguno de ellos es capaz de recordar cul era el planteamiento enigmtico

    que acab llevando su pensamiento al extravo. Tampoco conservaron el documento.Siguiendo las instrucciones que lo acompaaban, memorizaron el texto y luego lodestruyeron.

    - Yo guardo el pliego tal como lo recib -dijo Loos.

    - Sin abrir? -pregunt enseguida el mdico.- Intacto. Cuando me lleg el texto yo ya tena algunas noticias de lo que les estabaocurriendo a los dems. Por eso decid no leerlo, ni una sola vez siquiera. No quera quemi pensamiento quedara atrapado en las arenas movedizas del Enigma.

    - Hizo bien -aprob el mdico-. Dmelo. Yo lo estudiar. Es una pieza esencial de este caso.- No puede ser peligroso incluso para usted? -objet Loos.- Difcilmente. Mi mente no est vida de enigmas ni me he pasado los ltimos treinta

    aos preparndome fervorosamente para abrirle todas las ventanas de mi pensamiento altexto de Salomn. Ustedes, los llamados Maestros de Enigmas, son enormementevulnerables a los peligros de ese texto porque deseaban por encima de todo entrar en l,

    resolverlo, poseer su secreto, obtener un insospechado Conocimiento. Yo no meencuentro, ni de lejos, en esa situacin. El Enigma no se podr aduear de mientendimiento ms de lo que yo quiera. De todos modos, lo manejar con tiento: nadieest totalmente a salvo de hundirse en la demencia. Entrguemelo. Tal vez conocindolodescubra la manera de salvar a sus amigos del estado en que se encuentran. De otromodo, no s.

    Loos sali del saln y reapareci a los pocos momentos con un pliego envuelto, atado concordel y lacrado.- Est tal como lo dej un desconocido mensajero en la cancillera de la ciudad, consignado

    a mi nombre. No pude saber quin era ni de dnde vena.Palmaert tom el pliego entre sus manos y lo sopes instintivamente, como si pudierahacerse una primera idea de su peligrosidad. Luego manifest:- Deseo leer esto a solas y con tiempo. Nada puedo hacer ahora por los enfermos. Necesito

    pensar, mucho. Entretanto, para mitigar un poco el desasosiego que los est perturbandodles de beber seis veces al da infusiones de preparado de hierbas y races que leentregar a su cochero.

    Advirtiendo que Palmaert ya se dispona a retirarse, el letrado Loos le pregunt:- Qu otra cosa puedo hacer para aliviar a esos infortunados?

    - Nada -replic, tajante, el mdico-. No trate de preguntarles nada. Solo conseguiraconfundirlos ms an. Yo les hablar de nuevo, en su momento. Sabr cmo hacerlo.Usted djelos en paz. Limtese a hacerles tomar alimento de vez en cuando.

  • 7/31/2019 Gisbert Joan Manuel - El Ultimo Enigma

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    Loos observ la partida del carruaje con ojos vacos y cansados. En el porche de su casatena todo el aspecto de un hombre acabado.

  • 7/31/2019 Gisbert Joan Manuel - El Ultimo Enigma

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    MISTERIOSA CONVERSACIN DE MADRUGADA

    Cuando regresaba a la posada, Ismael tuvo una sensacin de lo ms extraa.La ciudad dormida y tenebrosa le pareci de pronto un gran cementerio con tumbas ysepulcros gigantescos. Cada uno de los edificios era un panten siniestro.

    La oscura catedral, como si fuese la gran capilla de aquel cementerio imaginario, alzabasus ventanales a la noche como ojos ya sin lgrimas.El muchacho apresur sus pasos para sacudirse aquellas oscuras impresiones. No queraideas de muerte, sino de vida. Lo nico que le importaba era el viajero llegado aquellanoche a La Encrucijada.Cuando ya alcanzaba a ver la posada, observ un movimiento sospechoso entre losarbustos del bosque cercano, como si alguien estuviese all acechando.Para evitar un posible mal encuentro, apret el paso. Le faltaba muy poco para llegar a LaEncrucijada.

    Vio una luz movindose tras los cristales de la planta baja. Eso lo alivi. Significaba queuno de los mozos andaba an por all. Podra franquearle la puerta enseguida. No tendraque esperar un largo rato fuera con la espalda desguarnecida.Golpe varias veces en las ventanas. El mozo acudi a abrirle.- De dnde vienes tan tardsimo? -pregunt asombrado el hombre.- Mi to el cannigo me mand llamar. Quera hablar conmigo -minti Ismael, empleando

    a Leiden como escudo.- Pues vaya, a qu horas tan raras -dijo el mozo sin crerselo del todo.- Gracias por abrirme. Buenas noches -cort el muchacho para evitar nuevos comentarios.

    Mientras, la persona agazapada entre los arbustos, que casi haba sido descubierta porIsmael, continu su acercamiento a la posada.Pero no se dirigi a la puerta de entrada, sino que dio un rodeo y fue hacia la fachadatrasera. Una vez all, esper junto a un cobertizo que estaba adosado al cuerpo principaldel edificio.Al poco rato, alguien hizo seales con una vela desde una de las ventanas de la primeraplanta. Enseguida, la figura furtiva trep al techo del cobertizo, se encaram a una cornisa,anduvo unos pasos por ella con cuidado, lleg a la ventana de donde haban partido lasseales, que se abri, y se introdujo con sigilo. Momentos despus, la ventana se cerr.

    Algo ms tarde, Ismael subi a investigar cerca de la habitacin que le haba sido asignadaal misterioso viajero. Saba muy bien cul era porque lo haba averiguado antes de ir ahablar con el cannigo.Daba a una de las galeras. Ismael se aproxim cautelosamente. Por debajo de la puerta nose vena ningn resplandor. Todo apareca en calma, pero, remoto, apagado, el rumor deuna voz se propagaba por el aire. Y sala precisamente de aquella estancia.Se aproxim an ms procurando no hacer crujir el suelo de madera. La voz seguaoyndose. Por lo dems, el silencio era absoluto en toda la posada.

    El muchacho, con el odo pegado a la puerta, reconoci a quien hablaba. Era el recinllegado, el viajero que tanto le interesaba. El timbre de su voz, aunque a bajo volumen,resultaba inconfundible. Estar hablando solo, para s? En sueos o despierto? O

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    alguien ms est con l?, se preguntaba Ismael, temiendo que la puerta se abriese depronto dejndolo al descubierto, escuchando como un espa.Pero quera capturar aquellas palabras, enterarse de lo que decan, sorprender algnsecreto que le confirmara que aquel hombre extrao era uno de los Maestros.En el campanario lejano sonaron fnebremente dos campanadas.

    Entonces, como avivada por aquella seal, la voz del desconocido son ms alta. Elmuchacho pudo entender algunas frases entrecortadas:- ...s, conviene llegar a Brujas cuanto antes, pero sin precipitarse ni correr riesgos

    innecesarios... Me ir de esta posada antes del alba... Creo que la Hermandad necesita denosotros y cada uno de nosotros necesita... S, al final cada hora ganada puede tener unvalor inestimable.

    Las manos de Ismael se cerraron con fuerza, hasta casi clavarse las uas en las palmas.Pero no not ningn dolor. Al contrario: estaba loco de contento. Aquellas palabras lehaban confirmado que el hombre que estaba hablando al otro lado de la puerta era uno de

    los componentes de la Hermandad del Enigma de Salomn.Se oy entonces el ruido de un mueble al ser arrastrado. Despus otras palabras, pero msahogadas; ya no le llegaban tan claras. Las pronunciaba la misma voz de antes, la delviajero? Pareca que s, pero nada poda asegurarse.Un crujido caracterstico indic que el caballero estaba abriendo la ventana.Ismael intuy lo que ocurra. Alguien se dispona a salir furtivamente del cuarto.Tan deprisa como pudo, pero sin olvidar que no le convena delatarse, el muchachoretrocedi por la galera y entr en un cuartucho de enseres. Una vez all, con menosprecauciones, fue hacia un ventanuco que daba a la fachada trasera. Sin embargo, no pudover a un muchacho casi ta joven como l que sala de la habitacin del caballero. Solo oy

    el ruido sordo que hizo al saltar a tierra desde la techumbre del cobertizo.Pero a Ismael lo nico que le interesaba era asegurarse de que no era el Maestro quienhaba abandonado la posada.Se dirigi de nuevo hacia su puerta y, sin disimulo, golpe con los nudillos y dijo:- Algn problema, seor? Nos ha parecido or ruidos.El caballero tard en contestar pero al fin dijo:- Yo no he odo nada.Era la voz que Ismael esperaba. Comprobado aquello, ya saba cul iba a ser su siguientepaso.

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    UN MUERTO MONTADO A CABALLO

    Ismael no dispona de cuarto propio en La Encrucijada. Sus catorce noches en elestablecimiento las haba pasado en un camastro metido en un estrecho desvn que estabaentre la sala de los toneles y la despensa principal. La mezcla de aromas de vinos y

    comestibles flotaba siempre sobre su almohada como una nube sofocante.El posadero le haba dicho que, si continuaba como mozo en la posada, acabara por contarcon una cama en el dormitorio de los criados. Pero el muchacho no tena intencin dequedarse para merecer tan raqutica ventaja.Aquella iba a ser su ltima noche en la casa; una noche en guardia.Hizo primero algo que consideraba indispensable: dejarle un mensaje a su tutor, elcannigo Sebastin Leiden. Toda inquietud intil deba serle evitada.A la luz de un cabo de vela, en un reseco pergamino, escribi su comunicado:

    Las cosas, seor to, van ms deprisa de lo que esperbamos. Por una palabras que he cogido al vuelos ahora ya sin duda que el hombre del que os habl es uno de ellos.Se propone llegar a Brujas cuanto antes. Para ganar tiempo, partir de la posada antes delamanecer, y tambin, segn yo creo, porque quiere guardar su anonimato y dejar la menor huella

    posible de su paso.Pues bien, sin que l lo sepa, no se ir solo de La Encrucijada. Lo seguir a cierta distancia. Y, si lasuerte me acompaa, encontrar un momento propicio para hablarle. Si me escucha, comprenderque mi inters es verdadero. Ojal decida aceptarme!No podr contar con vuestra ayuda, y bien que lo siento. Vos mejor que nadie habrais podidoconvencerlo. Pero las cosas suceden de otro modo y ya no tiene arreglo. Espero ser capaz de

    conseguir por m mismo lo que tanto deseo, o de intentarlo por lo menos.No os inquietis por m: sabr guardarme.Tan pronto como pueda os enviar un mensaje.Ismael.

    Dej el escrito sobre su jergn, en lugar muy visible. Por la maana, cuando el cannigollegase, lo encontraran enseguida.Despus, con mucho sigilo, se fue a las cuadras. All arda una tea solitaria. Busc elcaballo del Maestro (ya lo llamaba definitivamente as en su fuero interno). Recordaba la

    descripcin del animal que haba hecho a su llegada: pardo, con una mancha negra,alrededor del ojo izquierdo.No le cost nada hallarlo. Tena buena estampa. Pens que el Maestro preferira continuarcon aquel animal antes que cambiarlo. Era difcil decirlo, pero no pareca muy cansado.Deba elegir uno para s mismo y ensillarlo. Se decidi por uno de los que pertenecan a laposada, siempre listos para ventas y cambios. Era negro de arriba a abajo. Ismael noentenda gran cosa de caballos, pero aquel corcel le pareci fuerte y adecuado.Lo prepar para el viaje y luego lo llev al extremo ms escondido del establo. No queraque el Maestro se diera cuenta de que haba all un caballo listo para emprender la marcha

    en cualquier momento.

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    Mucho antes del amanecer, el desconocido viajero abandon la posada. Ismael lo hizo algodespus, de manera igualmente silenciosa, y fue tras l.El muchacho tuvo al principio la suerte de cara. El otro jinete, evitando el camino real,tom un sendero secundario paralelamente al cual, a un nivel ms elevado, discurra otroa no mucha distancia. Ismael lo saba por haberlos recorrido ambos en carreta. Iba a poder

    seguir al enigmtico jinete, avanzando casi a su misma altura, sin que el otro lo notara. Laescasa fuerza de la claridad lunar iba a facilitarlo.Casi sin verle, poda adivinar los lugares por los que pasaba a cada rato: junto al sauceabatido por el rayo, por el calvero del diablo, a travs de la zona de mayor espesor de lashayas...De vez en cuando distingua su figura encapotada por entre los rboles. La oscuridad eraan considerable, de modo que iba despacio. Entre los dos haba una especie de sincronaacompasada. Ismael pens que aquello equivala a un buen presagio.Tras un buen trecho, los dos caminos se juntaron. Ismael tuvo que dejarle al otro cierta

    delantera y luego ir tras l, oculto por la ltima negrura de la noche y los ramajes bajos.Oy despus cantar a un ave, varias veces, pero no pudo identificarla. Ya empezaba aclarear. La noche mandaba an, pero se iba retirando.Fue entonces cuando Ismael, de repente, tuvo la percepcin de que algo amenazadorrondaba cerca. Al salir de una revuelta del camino vio ante s, a menos distancia de la queesperaba, al hombre que estaba siguiendo. Iba muy erguido sobre el caballo, demasiado.Presentaba una rigidez extraa, antinatural, sin alma, como si hubiese muerto mientrascabalgaba y su montura lo siguiese llevando sin haber advertido el macabro cambio.El muchacho estuvo a punto de tirar de la brida y detener a su caballo para dejar mayordistancia entre l y el viajero enigmtico. Pero no lo hizo. Permiti que su animal

    continuara el cansino paso impuesto por el otro caballo. Ya empezaba a preguntarse si suaventura iba a terminar de manera aciaga.Lo que vio despus acab de sobresaltarlo. El envarado jinete al que l considerabaMaestro de la Hermandad del Enigma de Salomn se golpe con una rama baja y caysobre el suelo musgoso. No se levant ni hizo el menor movimiento: qued cado en tierra.El caballo, libre de carga, continu avanzando lentamente sin inmutarse.Ese hombre iba muerto sobre la silla! -se dijo Ismael, impresionado-. Por eso una simplerama lo ha hecho caer como un guiapo.En un primer impulso, quiso acercarse a examinar el cadver, pero la aprensin y el temor

    se lo impidieron.Tena miedo de verle el rostro al muerto. Haba visto difuntos varias veces, pero no deaquella manera, en la soledad del bosque, casi a oscuras, bajo circunstancias tan extraas.Inmediatamente, otros temores lo asaltaron. Cmo haba muerto aquel hombre tan derepente? Qu haba ocasionado la sbita desgracia? Se deba todo a causas naturales...ohaba un asesino en aquellos parajes?Aquella ltima posibilidad le puso los pelos de punta. Si un homicida acababa de matarpoda volver a hachero en cualquier momento, y l iba a ser su nueva vctima.El miedo estuvo a punto de hacerle caer del caballo. Se aferr al cuello del animal como si

    de aquel modo pudiera salvarse de la cada y de algo muchsimo ms grave.Lo peor an no haba llegado, pero no se hizo esperar: ocurri un momento ms tarde.

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    No todos los cuerpos erguidos del bosque eran troncos de rbol: uno de ellos, aunqueestaba tambin inmvil, era un hombre. Se ocultaba a un lado del camino aguardando aIsmael.Cuando el muchacho descubri su inquietante presencia, not un escalofro tan grandecomo el que habra sentido si una mano le hubiese desgarrado la espalda para cogerle el

    corazn.Quiso escapar, pero las fuerzas le fallaron. Era ya demasiado tarde para volverse atrs.

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    LA HORA DE LA DESGRACIA

    En aquellos mismos momentos, ya casi al alba, el cannigo Leiden, caminando condificultad, llegaba a La Encrucijada.Por lo temprano que era, la ausencia de Ismael y del annimo viajero an no haba sido

    descubierta, as como tampoco la falta de los dos caballos en las cuadras.Leiden se dirigi enseguida al posadero:- S que anoche lleg cierto caballero de aire un tanto misterioso. Qu podis decirme de

    l?- Poca cosa, la verdad. Nunca lo haba visto por aqu. Apenas dijo nada.- Supongo que tom una de las habitaciones de arriba.- As fue -replic el posadero, sin poder adivinar por qu el eclesistico se interesaba por

    aquel husped.- Confo en que ese hombre est an en su cuarto -dijo el cannigo.

    - No ha bajado an, es muy pronto.- Y mi sobrino?- Seguro que duerme como un tronco. No es muy madrugador que digamos.Leiden se acerc ms al posadero y adopt un tono confidencial:- Me trae aqu una cuestin muy delicada. Os tengo que pedir un favor. No por gusto,

    desde luego, sino por necesidad.- Lo que sea -dijo el dueo de La Encrucijada sin entusiasmo, pero sabiendo que no poda

    negarse a la peticin de un personaje influyente como el cannigo.- Quisiera hablar a solas con ese viajero sin que mi sobrino se d cuenta.- Nada ms fcil. Si Ismael se levanta, le dar trabajo en la despensa para que no tenga

    respiro ni posibilidad de subir.Leiden no qued enteramente complacido. Precis mejor sus intenciones.- Me gustara algo ms seguro. Ismael es astuto, puede recelar. Y no quiero que sepa ni

    siquiera que estoy aqu.- Entonces no lo dejaremos salir del cuarto donde duerme. Un trozo de cuerda bastar

    para inmovilizar la puerta. Y no hay otra salida. Por mucho que forcejee no podr abrir.Ahora bien, no s cmo se lo tomar. Qu le diremos luego?

    - No se preocupe. Yo respondo de todo. Adems, si actuamos con rapidez, puede quecuando despierte yo ya no est aqu, ni la cuerda en su puerta, ni quede ninguna otra

    seal de lo ocurrido.Al posadero le extraaron mucho aquellos deseos, pero no quiso hacer preguntas para noimplicarse ms. Sospechaba algo turbio en todo aquel asunto, pero mientras Leiden no locomprometiera directamente no tena intencin de oponerse.Una vez que la puerta del desvn donde Ismael tena su jergn qued trabada desde fuera,el cannigo le pidi al posadero:- Llveme enseguida a la habitacin que ocupa ese caballero.Subieron por la escalera como dos sombras gemelas. Una vez arriba, Leiden indic:- Anncieme dicindole que el visitante que espera acaba de llegar.

    El posadero, impaciente por terminar con aquello, se dispona a cumplir el encargo, peroLeiden lo detuvo cogindolo de un brazo.- No, espere; lo he pensado mejor. Dgale tan solo que alguien quiere hablarle.

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    El dueo de La Encrucijada dio unos golpes en la puerta y dijo:- El caballero tiene visita.Tras llamar insistentemente, cada vez con ms energa, los dos se dieron cuenta de que enla habitacin no haba nadie.Con extraeza y alarma, Leiden dijo:

    - Abra y veamos.El primer vistazo que dieron al entrar les convencin de que el desconocido viajero ya nose encontraba en la posada. Sobre la pequea mesa del cuarto haba dejado unas monedascomo pago de su estancia. Eso tranquiliz al posadero.Leiden, por el contrario, estaba muy inquieto y preocupado. Sus ojos vagabandesconcertados por el aposento. Ese mirar errtico le permiti advertir que la luz de lavela que sostena el posadero arrancaba destellos de algo que haba en el suelo. Enseguidase agach a recogerlo. Era un pequeo medalln que tena grabado un interroganteornamentado.

    Al advertir que el posadero lo estaba mirando con atencin, Leiden dijo:- Me quedar con esto por el momento. No por su valor, que creo que es muy escaso, sinopor su significado.

    - Y qu hago yo si ese hombre viene a reclamrmelo?- No se preocupe -replic inmediatamente el cannigo, que quera aparentar firmeza y

    seguridad aunque se le vea an desconcertado-. Dgale que lo tengo yo y que venga apedrmelo.

    En cuanto salieron de la habitacin, Leiden dijo:- Quiero hablar con Ismael. Despirtelo ahora mismo. Pero que no sepa que he subido aqu

    ni lo que hemos descubierto. Conviene que piense que yo acabo de llegar. Deprisa, por

    favor. Esperar en la sala principal.Momentos ms tarde, el eclesistico tena en las manos el mensaje que el muchacho habadejado sobre su camastro.Al terminar de leerlo, Sebastin Leiden, con cara de desenterrado, murmur para s:- Dios Santo! El muy insensato va a caer en manos de ese hijo del diablo! En mala hora

    decid ponerlo aqu para servirme de sus ojos sin que l se diera cuenta. Esa hora va atraerme la desgracia!

    En aquellos momentos, en las afueras de Brujas, cerca de la casa del letrado Bartolom

    Loos, cuatro brazos temblorosos levantaban del fondo de un barranco el cuerpo inerte deuno de los Maestros de la Hermandad del Enigma de Salomn.Palmaert y el abogado contemplaban la triste escena desde lo alto.- Cuando de madrugada vimos que Nicols no estaba en su habitacin ni en ningn otro

    lugar de la casa -explicaba Loos completamente abatido y con una voz que casi no se oa-,pens que algo grave iba a ocurrir, pero no llegu a imaginar que sera tan espantoso. Y lopeor es que nunca sabremos si se arroj al abismo porque quiso poner fin a su vida o si laoscuridad le hizo pisar en falso y caer por el precipicio.

    - Ambas cosas son posibles -dijo el mdico, que acababa de llegar tras recibir el aviso de

    Loos-. No me atrevo a pronunciarme. Pero, en cualquier caso, ha sido vctima de laenorme confusin que dominaba su pensamiento. De ahora en adelante ser preciso que

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    puertas y ventanas estn cerradas cuando no se pueda ejercer la debida vigilancia. Hayque evitar que ocurra otra vez un hecho tan irreparable.

    - Alguien se ha propuesto destruir la Hermandad -dijo el abogado con rabia y amargura-,y a fe que lo est logrando, y del modo ms terrible!

    - Recuerdo que cuando habl con ese hombre a medianoche me dijo que estaba a punto de

    resolver despus de tantos siglos, el Enigma de Salomn -dijo Palmaert.- Eso le dijo? -inquiri Loos, con dolor y preocupacin.- S, lo recuerdo muy bien. Fue el ltimo de los hombres que visit, verdad?- S, l fue.- Reconozco que no le di mucha importancia a esas palabras. Las tom como un desvaro

    ms. Pero l insisti una y otra vez, y me asegur que aquella misma noche conocera elsecreto del mundo, la oculta razn de ser del Universo y todas las cosas. Hablaba contanta conviccin, con tanta ansia, como un iluminado, que me conmovi.

    La ascensin del cuerpo desde el fondo del barranco ofreca muchas dificultades. Los dos

    criados enviados por Loos se las vean y se las deseaban para mantener el equilibrio con sulgubre carga a cuestas. A cada momento deban depositarla sobre rellanos o salientes dela roca para subir despus ellos hasta all, cosa imposible sin tener las manos libres.- Se da cuenta, doctor, de la deduccin a que podra llevarnos lo que usted acaba de

    decir? -pregunt Loos sombramente, con la vista clavada en el cuerpo que los criadosrescataban.

    - No s a qu se refiere usted, pero nunca me apoyo en conclusiones apresuradas.- Si Nicols resolvi el Enigma de Salomn -continu el abogado, sin prestar atencin a las

    ltimas palabras de Palmaert -y enloqueci hasta el punto de salir como un errante enplena noche hasta acabar cayendo o arrojndose- matiz de modo ttrico-, al abismo, eso

    significara que la revelacin que el Enigma encierra es espantosa.- Usted me dijo anoche que sospechaba que lo que recibieron ustedes no era el verdadero

    Enigma de Salomn, sino un texto creado por una mano enemiga.- En estos momentos ya no s qu pensar. Pero no descarto que la trgica muerte de

    Nicols pueda tener la explicacin que he mencionado.- Qu clase de revelacin espantosa podra ser esa?- No lo s, y gracias doy al cielo por no saberlo. Siempre hubo miembros de la Hermandad

    que sospecharon que el secreto del mundo, lo que el Enigma esconde, no es algoextraordinario y maravilloso, como pensamos la mayora, sino espeluznante, aterrador. Si

    Nicols lo descubri, su enloquecida reaccin sera comprensible.El da se levantaba gris, triste, como si todo se hubiera contagiado de la desolacin delmomento y de las tenebrosas reflexiones de Bartolom Loos.Los dos criados encargados de recuperar el cuerpo de Nicols ascendan muy lentamente.An les iba a llevar algn tiempo llegar a alcanzar el borde superior del precipicio.- Ese desdichado no necesita ya de mis cuidados -dijo Palmaert-. Mejor dedicar este rato a

    los dems, a los que an viven. Volvamos.Mientras los criados proseguan con su fnebre cometido, Palmaert y el abogadoemprendieron el regreso caminando.

    - Enviar hoy mismo un mensajero a Gante -dijo Loos-. All viva Nicols y all est sumujer, esperndole. A ella le corresponder decidir los detalles del entierro, cuando hayarecibido la infausta noticia.

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    - No dar usted parte de la muerte? -pregunt Palmaert, sorprendido.- Mejor hacerlo en Gante, para evitar demoras en el traslado de los restos embalsamados.- Como quiera.- Ha estudiado usted el pliego que anoche le entregu? -pregunt de pronto el abogado,

    con la mirada perdida en el brumoso perfil de Brujas.

    Pareci que la pregunta coga a Palmaert por sorpresa pero, tras un instante de vacilacin,el mdico asegur:- S, y a conciencia.- Contiene el texto de un enigma?- S.- Cmo est planteado, con qu palabras, de qu elementos consta?- No voy a decrselo. Lo mejor para usted ser no conocerlo en absoluto. Tiene un atractivo

    morboso al que es difcil sustraerse. Reconozco que estuvo a punto de cautivarme inclusoa m, a pesar de que no tengo ninguna aficin especial por la resolucin de enigmas ni me

    he pasado media vida esperando medir mis fuerzas con el que se atribuye a Salomn.- Cmo podr usted ayudar a los miembros de la Hermandad que sufren por esta causa?- Tena usted razn cuando anoche me dijo que este iba a ser el caso ms extrao de

    cuantos he afrontado en mi vida. Mi larga experiencia apenas me sirve. Es un desafoindito, nuevo en casi todos sus aspectos. Necesitar tiempo para sacarlos de esepeligroso lugar en que se encuentran, si es que consigo hacerlo.

    - A qu lugar se refiere?Palmaert medit su respuesta.- Al que figura en el planteamiento del enigma, a ese lugar en apariencia inofensivo donde

    las mentes, a juzgar por lo que sabemos, quedan extraviadas.

    Cuando estaban por llegar a la residencia de Bartolom Loos, este le pidi al mdico:- Por lo que ms quiera, doctor. No les hable a los dems del desgraciado fin que ha tenido

    Nicols.- Desde luego que no -replic Palmaert-. No voy a aadir esa afliccin a sus terrores. Si

    preguntan por l o se dan cuenta de que no est, les diremos que ha vuelto a Gante.- Lo cual ser verdad -coment Loos gravemente-. Pero muerto.- Esperemos que sea la primera y ltima vctima de ese enigma endemoniado -dijo

    Palmaert apresurando el paso.

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    LA INSEGURIDAD DE LOS CAMINOS

    Ismael vivi su momento de mayor miedo cuando la embozada y amenazadora figura quese ocultaba junto al camino le sali al encuentro. Durante unos momentos tuvo la certezade que se trataba de un asesino despiadado. El muchacho se aferr con ms fuerza al

    cuello de su caballo y trat en vano de espolearlo hacerle dar media vuelta.Con rpidas zancadas, el embozado se acerc como un rayo y se apoder de las riendasque Ismael, movido por el pnico, haba abandonado.La primera claridad del alba ya se propagaba por el aire. No obstante, bajo el capote delatacante no se vea un rostro, pareca que un espectro lo ocupara.Pero la voz no era de ultratumba, sino sonora y llena de autoridad:- Por qu me sigues, quin te ha mandado tras de m! Si no quieres pagarlo muy caro,

    habla! Y baja del caballo!Ismael obedeci y entonces le vio la cara. Su sorpresa fue descomunal. La voz le sali

    medio ahogada de la garganta:- Estis muerto o vivo? Hace un instante os vi caer de vuestro caballo sin levantaros denuevo.

    - No era yo.El chico no sala de su asombro. Perdido en parte el miedo, insisti:- Quin fue entonces el que cay, quin iba muerto sobre el caballo del ojo manchado?- Pronto lo sabrs, si te da tiempo -dijo el otro, con tono de no estar anunciando nadabueno-. Te he preguntado. Responde! No te gustar cmo lo har si tengo que exigrtelode nuevo.

    Ismael ech un vistazo al cuerpo cado, que estaba a poca distancia. An tema acabar de

    igual manera, pero se resista a creer que un Maestro de Enigmas pudiese ser un asesino.- Yo solo quera... -empez a decir el muchacho hasta que se qued cortado.No saba cmo expresar aquello que haba pensado tantas veces.Entonces, el hombre, de un modo menos amenazador, dijo:- Pero, no eres t el joven mozo que me sirvi en la ltima posada?- Yo soy -respondi Ismael con alivio, pues crey que en aquella circunstancias era mejor

    que lo hubiese reconocido.- Me has seguido por tu propia voluntad, o alguien te lo ha ordenado?- Por deseo mo, nada ms.

    - Motivo?El nudo que Ismael tena en la garganta acab de deshacerse y las palabras le salieronvolando.- S quin sois y os he seguido para pediros que me aceptis como criado y alumno porque

    es lo que ms deseo en este mundo.El otro puso cara de perplejidad. Haba ya depuesto su actitud hostil y ahora pareca entredesconcertado y divertido, sin perder por ello su aire enigmtico. Dijo cautelosamente:- Ya que tan seguro ests de saberlo, dime de una vez quin soy yo.El muchacho contest raudo:

    - Uno de los Maestros de Enigmas de la secreta Hermandad de Salomn. A m tambin meapasionan los enigmas. Conozco bastantes. Y quiero aprender ms, hasta ser un da unMaestro de la Hermandad, como vos.

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    - Me tomas por quien no soy -desminti enseguida el hombre, otra vez spero y sombro.- No puedo creeros -insisti Ismael-. Mi to lejano y protector, Sebastin Leiden, cannigo

    de la catedral de Amberes, me coloc por unos das en la posada hasta que llegarais vos.Conmigo no tenis necesidad de disimular, os lo aseguro. S guardar secretos. Podisconfiar en m.

    - Fue ese cannigo Leiden quien te orden que me siguieras? -pregunt el caballero conun destello muy poco amistoso en los ojos.- No, seor, de ninguna manera. l iba a venir a hablaros, para interceder por m ante vos,

    para pediros que me dierais la oportunidad de iniciarme en el arte y la tcnica de losenigmas. Y no me qued ms opcin que la de seguiros si no quera perder esta granoportunidad. Tem no volver a encontraros nunca ms.

    El desconocido ech a andar hacia el cuerpo, cosa que atemoriz un poco a Ismael, pero nolo bastante lo bastante como para echarse atrs en lo que estaba intentando. As pues, losigui.

    - Si es verdad lo que has explicado -dijo el hombre como si lo considerase poco probable-,te vas a llevar una completa decepcin. Yo nada tengo que ver con enigmas, maestros nisalomones. Vuelve a la posada y busca mejor entre los huspedes.

    Al llegar al guiapo cado en tierra, el hombre se agach y se puso a hurgar en l con lasmanos. Ismael, a un paso de distancia, temi que se produjese una escena macabra. Peroalgo lo oblig a quedarse all.- El truco te ha impresionado, verdad? -dijo el otro dndole la vuelta al fardo y mostrando

    que no era ms que un capote de viaje que abultaba gracias a un entramado de ramas -.Cuando alguien me sigue en la soledad de un bosque me gusta averiguar quin es desdeuna situacin de ventaja. Voy armado, pero me gusta tomar precauciones

    suplementarias: la inseguridad de los caminos es muy grande.Una vez recogido el capote, el hombre silb varias veces. A los pocos momentos, el caballodel ojo manchado acudi trotando y el caballero mont en l. Y antes de salir al galope ledijo al muchacho:- Cuando lo veas, saluda al cannigo Leiden, no es as como has dicho que se llama tu to

    y protector?- S, seor. De parte de quin le digo?- Si te pregunta mi nombre, dile que me llamo Juan de Utrecht. Adis, muchacho, vulvete

    por donde has venido y djate de enigmas y adivinanzas.

    Momentos despus, el desconcertante caballero haba desaparecido camino adelante.Ismael mont en su caballo, dio media vuelta y emprendi el regreso a Amberes.No dur mucho el simulacro. Lo haba hecho por si el otro espiaba. Cuando ya fuesuficiente la distancia, se detuvo.Juan de Utrecht -se dijo-, no has conseguido engaarme. Ahora estoy ms seguro an queantes de que t eres uno de los Maestros. No me extraa que no hayas queridodescubrirte. Por algo formas parte de una Hermandad secreta. Pero mi mejor cualidad esla insistencia. Volvers a verme, no te librars de m tan fcilmente.

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    EL AGENTE DE LA INQUISICIN

    El cannigo Leiden haba quedado muy trastornado a causa de los inesperadosdescubrimientos hechos en La Encrucijada.Ya de vuelta en los edificios catedralicios, se senta como quien ve de pronto que el camino

    por el que avanza ha sido invadido por la niebla y ya no puede saber por dnde anda niqu dificultades se ciernen sobre l a cada paso.Pero no poda quedarse quieto. Se haba producido una grave de emergencia por doscausas distintas, pero relacionadas, y ambas graves.Hizo lo que era inaplazable: curs el aviso convenido a su temible y poderoso aliado, elsiniestro Lucas Lauchen, colaborador de la Inquisicin en Flandes.Cuando, unas horas ms tarde, un lego le anunci que el visitante haba llegado, Leiden sesinti casi sin nimo y comprendi lo mal que iba a pasarlo.El gigantesco Lauchen aguardaba en el locutorio principal. Ninguna de las lujosas butacas

    de la sala lo haba tentado. Caminaba de un lado a otro con la obsesiva regularidad de unanimal enjaulado.- Y bien -le espet el cannigo en cuanto lo vio aparecer por la puerta-, ha hablado usted

    ya con Juan de Utrecht?- Me ha sido imposible. Fue a La Encrucijada como estaba acordado, pero por causas que

    desconozco no cumpli con lo restante.- Cundo lleg? -pregunt Lauchen lanzando las palabras como una red de caza.- Anoche, pero se fue de madrugada.- Sin mandarle a usted ningn recado?- Nada.

    - Explquemelo todo de principio a fin -orden Lauchen, como si su lengua fuese elextremo de un ltigo.

    El cannigo refiri todo lo que saba de la rara conducta del hombre que haba tenido tanbreve estancia en La Encrucijada. Luego, sin ocultar su desazn, dijo:- Con todo, lo que ms me angustia ahora es lo que le pueda ocurrir a mi imprudente

    sobrino.- De quin me habla? -inquiri Lauchen, acogiendo con agresivo desagrado la mencin

    de aquel nuevo elemento con el que no contaba.- Se trata de Ismael, un pariente mo, lejansimo. No tiene a nadie ms en este mundo. Yo

    he movido algunas influencias para darle cierta educacin.El otro bulla de impaciencia. Pregunt desabridamente:- Y qu tiene que ver ese chico con lo que estamos hablando?- Ahora mucho, por desgracia. Estaba en la posada. Se fue tras Juan de Utrecht.- Por qu? Se los mand a usted?- No, de ninguna manera -neg Leiden como si la mera suposicin lo abrumara-. El

    desdichado lo hizo por su propia iniciativa.Lauchen pregunt entre dientes:- Qu estaba haciendo ese muchacho en la posada?

    - Yo lo haba recomendado para que lo tuvieran all como ayudante de mozo por unosdas.- Con qu propsito?

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    - Para servirme de sus ojos. En cuanto llegara Juan de Utrecht yo quera tenerconocimiento inmediato del hecho. Ismael estaba all para avisarme.

    - Estaba el chico enterado de lo que estamos llevando a cabo? -pregunt el agente de laInquisicin.

    - No, por descontado. Tranquilcese, l no sabe nada: de ah la insensatez que ha cometido.

    - Cmo, pues, iba a avisarle a usted de la llegada del hombre que esperbamos? -insistiLauchen, que pareca tener ganas de abofetear al cannigo.- l tena gran ilusin por conocer a uno de los Maestros de Enigmas. Para l son algo as

    como hroes del pensamiento, mentes admirables y superdotadas. El pobre soabaincluso con que uno de ellos lo tomara como discpulo. Yo le insinu que algo de esopoda llegar a cumplirse para hacerle desempear la funcin de viga en la posada. Ledije que me haba enterado de que, a no tardar, uno de los Maestros parara en LaEncrucijada. Era conveniente actuar con mucha discrecin. Un chico como l no iba allamar la atencin ni resultara sospechoso para nadie. Sin que l se diera cuenta quise

    convertirlo en el ms inocente de los espas, pero lo que he hecho ha sido empujarlo aldesastre. En mala hora decid mezclarlo en esto! Ahora estar a merced de un hombreque no dudar en asesinarlo si lo considera necesario para sus planes.

    El aspecto de Lucas Lauchen indicaba gran furia y contrariedad. Cuando aquel hombre semova por el locutorio, el cannigo crea or un rumor de aguas cenagosas agitndose. Laspupilas del agente de la Inquisicin parecan flotar en un fluido viscoso y turbio.- Lo de inmiscuir al muchacho ha sido una torpeza estpida e innecesaria -sentenci,

    implacable.- Temo por l y por su vida. Cree haber ido tras los pasos de un Maestro, pero lo que en

    realidad ha hecho es seguir la peligrosa estela de un hombre an peor que un asesino.

    - Lo que le ocurra a ese chico no es asunto que me importe, siempre y cuando nointroduzca nuevas complicaciones en nuestros planes.

    - A m si me importa. Me siento responsable. Si le ocurre algo, me ser muy difcilperdonrmelo.

    - Haberlo pensado antes -cort Lauchen tajante-. Lo grave y lo extrao es que Juan deUtrecht se haya marchado sin respetar la cita convenida. Por cierto -dijo, reparando en unaspecto an no aclarado-, cmo podemos estar seguros de que ese hombre era quienpensamos? Si no he entendido mal, usted no lleg a verlo.

    Leiden extrajo de un bolsillo de su hbito el medalln en el que haba un gran interrogante

    y se lo mostr.- Lo he encontrado esta maana en el cuarto que l ocup. Es el emblema secreto de los

    miembros de la Hermandad. Vea al dorso las iniciales J y U claramente grabadas. Conesto, las ltimas dudas quedan disipadas: evidentemente se trata de Juan de Utrecht.

    Lauchen tom una decisin irrevocable. Se la comunic al cannigo como si se tratara deuna sentencia.- Vistas las complicaciones y los errores cometidos, voy a tomar las riendas de este caso

    hasta el final. Lamento tener que decirle, cannigo Leiden, que me ha decepcionado porcompleto. No creo que su torpe intervencin le allane el camino hacia ese obispado por el

    que suspira tanto. Ms bien creo que el resultado va a ser el contrario.Leiden se trag las invectivas sin argir anda en su favor. Solo quiso pedirle una cosa alhombre que acababa de humillarlo.

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    - Por lo que ms quiera, Lauchen, haga cuanto est en su mano para salvar a Ismael deltrance en que se encuentra.

    - Ya se lo he dicho antes -escupi el servidor de la Inquisicin-: la suerte que pueda correrese muchacho me tiene sin cuidado. No arriesgar ni un pice del xito de la conjura paraliberarlo. All se las componga si es tan entrometido y audaz como ha demostrado. Lo

    que de verdad importa es la definitiva destruccin de la Hermandad del Enigma deSalomn, esa aberracin hertica que busca revelaciones al margen de la fe. Juan deUtrecht es nuestro principal aliado. La salvacin de ese Ismael no ha de ser obstculo.Quiero exponer los pormenores del caso ante el Tribunal del Santo Oficio en el ms breveplazo posible.

    Lauchen mir al cannigo como si este hubiese dejado de existir y sali del locutorio,llevndose el medalln de Juan de Utrecht, sin ni siquiera despedirse.A solas, angustiado, Leiden murmur:- Maldito sea el da en que acced a secundar los manejos de ese monstruo de Lauchen

    creyendo que ello iba a beneficiarme. Si Dios ilumina a los jueces, el Tribunal nuncaacoger bajo su amparo la atrocidad que va a presentarles.

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    ANTE EL FUEGO

    Ismael no haba tardado mucho en dar media vuelta y cabalgar de nuevo en direccin aBrujas. Cuidando mucho de no quedar expuesto a una nueva artimaa del hombre enquien tena depositadas sus esperanzas, lo segua a distancia.

    Se haba convencido de que no necesitaba tenerlo al alcance de la vista. Poda dejarle unahora de ventaja. O dos. O pasearse sin verlo casi toda la jornada y no perderle por ello lapista. Poda incluso permitirse el lujo de tomar el camino real, mucho ms seguro, yadelantarlo.El muchacho saba que si haba un lugar en la ruta de Brujas donde el Maestro de Enigmaspudiera quedarse a descansar unas horas, y darle reposo tambin a su bien adiestradocaballo, ese sitio era el Albergue de Flandes. Las dems posada eran demasiadonauseabundas y cochambrosas.Si llegaba al albergue antes del anochecer, Ismael saba que contara con muchas

    posibilidades de coincidir all con el enigmtico personaje.

    Los clculos del muchacho resultaron acertados. El caballo pardo del ojo izquierdoaureolado y el hombre que lo montaba aparecieron ya entrada la noche en lasproximidades del establecimiento.Ismael, apostado en un lugar estratgico, los vio sin llegar a ser descubierto.Antes de entrar en el edificio, el Maestro de Utrecht tom ciertas precauciones. Estuvo unrato, en actitud furtiva, mirando al interior por las ventanas. Luego confi el caballo almozo de las cuadras y, cargando un fardo medianamente abultado, entr con rapidez en laposada.

    No se detuvo ms que un momento en la taberna y subi enseguida a la planta dehospedaje. Ahora era Ismael quien observaba a travs de una ventana.Decidi esperar un poco, no demasiado. Estaba impaciente, ansioso y tambin un tantodesanimado. Si fracasaba una segunda vez en su tentativa, quiz ya sera cuestin de irpensando en dejarlo. Tal vez estaba persiguiendo alzo inalcanzable.Ms tarde, sacudindose de encima aquellas ideas pesimistas, entr en el Albergue deFlandes.La taberna estaba poco concurrida. Un hombre viejo trasteaba detrs de un mostradoratestado de cacharros. A l se dirigi:

    - Buenas noches nos de Dios. En qu habitacin se aloja mi seor, el caballero que lleghace un rato, cuyo honorable nombre es Juan de Utrecht?

    - No me ha dicho que lo acompaara nadie -replic el hombre, molesto por el olvido delhusped.

    - No importa -improvis Ismael en el acto-. Estoy acostumbrado a dormir en cualquierparte. Pero antes tengo que hablarle.

    - Ha pedido comida ms que suficiente para dos. Supongo que te dar algo. Si no, vuelvepor aqu. Si el caballero se hace cargo del gasto, en la cocina encontraremos algn bocadopara ti y tendrs un jergn donde dormir.

    - Gracias seor. Cul es la habitacin?- En el piso de arriba. La puerta que est en el centro de la galera.- Con permiso, all voy.

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    Ismael subi la escalera negndose a admitir que lo que iba a hacer era descabellado. Yahabra tiempo luego para lamentar el fracaso.Encontr enseguida la puerta indicada, se arm de valor y llam. A continuacin oyaquella voz que conoca bien:- Quien llama que diga quin es y qu desea -exigi con autoridad el caballero.

    - Vengo a pediros un favor, Maestro Juan de Utrecht.La puerta se abri y el hombre apareci esgrimiendo un sable. Cuando vio a Ismaeldepuso un tanto su actitud preventiva, pero escrut los distintos ngulos de la galera paraasegurarse de que el muchacho estaba solo. Luego, speramente, le dijo:- Qu quieres ahora? A qu has venido? No te quit ya aquella esperanza infundada?El Maestro lo miraba de tal modo que Ismael pens que jams lo aceptara ni como criadoni como discpulo, aunque lo fuera siguiendo por todas partes y estuviera un ao enterosuplicndoselo.En aquel momento se oy un rumor de pasos. Alguien suba por las escaleras.

    - Entra, deprisa -dijo el hombre, tirando de Ismael para introducirlo en la habitacin ycerrando inmediatamente con sigilo.Mientras el caballero escuchaba tras la puerta, Ismael vio sobre una mesa una fuente convarias piezas de asado y una jarra de estao con un lquido que pareca cerveza. Todas laspunzadas del hambre acumulada se desataron.- Acrcate a la lumbre -le orden de pronto el caballero.El muchacho se sorprendi. Haba dado por supuesto que las siguientes palabras que elotro pronunciara seran las de su expulsin del cuarto. No obstante, obedeci.En la habitacin haba un pequeo hogar. Varios leos ardan silenciosamente y esparcanresplandores. Ismael se situ junto al fuego.

    El otro se le qued mirando con mucha atencin, sin decir nada.Daba la sensacin de que buscaba algo en l, algo que no era fcil de ver o descubrir.A pesar de ello, Ismael estaba convencido de que en cualquier momento, y de un modoque no admitira rplica, iba a ordenarle que se marchara y que nunca volviera a tomarsela libertad de importunarlo.Sin embargo, y extraamente, no fue eso lo que ocurri, sino algo bien distinto.El caballero se acerc al fuego y traz con un tizn un signo entre las ascuas. Sin apensmover la cabeza, de reojo, Ismael vio que era un interrogante.- Insistes en tu idea? -pregunt sbitamente el de Utrecht, como si hubiese ledo una

    advertencia en las llamas.El muchacho, sin pensar, ni un segundo, se trag el estupor y proclam:- Ms que nunca, seor.- Qu sabes t de enigmas y laberintos mentales?- Algo s, seor, aunque no mucho.- Veamos -dijo el caballero-. Un hombre que est solo mira a un ahogado que se encuentrabajo la aguas de un lago. El ahogado tiene los ojos abiertos. El hombre que mira, como eslgico, tambin. Cuando los ojos se le cierran al ahogado, nadie ve.

    - Creo que ya lo s -replic Ismael-. Puedo dar la respuesta?

    - Para resolver enigmas no suele ser bueno apresurarse. Pero aventrate si quieres hacerloen este caso.- El ahogado es la imagen del hombre que mira, reflejada por el lago.

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    - Bien -aprob el Maestro, de manera parca-. Era un enigma muy fcil, pero no te hasdejado engaar por la pequea trampa del enunciado. Probemos con otro. Atiende. Unhombre camina por un valle entre montaas. Va solo. No hay nadie ms en el valle, y llo sabe. Sin embargo, va hablando, en voz muy alta, a veces gritando. No est loco. Buscaalgo, pero no lo ve. Grita a cada paso.

    - Busca...el eco? -se arriesg a decir Ismael, seguro de acertar.- Tienes destreza con los enigmas elementales -coment el caballero, sin demostrar especialsatisfaccin-. Veamos ahora. Un hombre y una mujer caminan. Se van buscando, en lnearecta, sin desviarse ni un palmo. Y, sin embargo, a cada paso que dan, mayor es ladistancia que los separa. Aprtate del fuego, vas a acabar abrasndote -aadi elMaestro, sentndose en la enorme butaca de la habitacin.

    Ismael se alej un poco del hogar. Estaba ya totalmente concentrado en el nuevo enigma.Se haba dado cuenta enseguida de que ofreca mayor dificultad. Pero no poda permitirseni un fallo. Senta como si el otro lo estuviese poniendo a prueba o examinando. Ese solo

    hecho ya le pareca un motivo de esperanza.- Puedo preguntar? -quiso saber el muchacho.- Puedes -murmur el otro, medio ausente, con los ojos entrecerrados.- Van el uno hacia el otro en lnea recta por la superficie de la Tierra?- Exactamente.- Y cada nuevo paso en lugar de acercarlos los separa?- Eso es lo que he dicho.- Son verdaderos, de carne y hueso?- Como t y como yo.- Se trata de una escena que puede ocurrir en la realidad?

    - Como cualquier otra de la vida.Ismael se esforzaba en pensar deprisa, pero se haba atascado. El temor a decepcionar alMaestro y perder as su ansiada oportunidad lo tena medio agarrotado.De pronto, una intuicin le dej el camino abierto. Tante:- El hombre y la mujer caminan de frente o dndose la espalda?- Lo segundo.- O sea: van el uno hacia el otro en lnea recta, pero de las dos posibles recorren la ms

    larga, que es curva en realidad, como la otra, aunque mucho ms.- Expresa la solucin con mayor claridad -exigi el Maestro desde la butaca.

    - Tardarn mucho en encontrarse porque van el uno hacia el otro por el camino opuesto,rodeando la Tierra.

    - Bien -dijo el caballero ponindose en pie-. Cierta predisposicin no te falta. Pero eso nogarantiza la aptitud. Los autnticos enigmas encierran una dificultad incomparablementesuperior. Quieres comprobarlo?

    Ms que un ofrecimiento, aquello pareca una amenaza. Resuelto aunque preocupado,Ismael contest:- S.- Acrcate a la ventana.

    El muchacho lo hizo.- Mira la luna. La ves bien? -pregunt el otro, mientras avivaba el fuego del hogar.- S.

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    - Acrcate al cristal tanto como puedas.- Mi aliento lo empaa.- Separa un palmo la cara. As.- Cul es el enigma, seor? -inquiri Ismael, desconcertado.- Escucha: un muchacho mira la luna a travs de una ventana, como ahora ests haciendo

    t. Dime: cul es el futuro que le aguarda?Ismael qued abrumado. Comprenda que ahora la dificultad era muchsimo ms grande.Despus de haber jugado un poco con l, le pona un obstculo insalvable para decirle alfin que no tena condiciones para aspirar a ser Maestro de Enigmas?- Te dejo un rato solo para que lo pienses. Sigue donde ests: si te apartas de la ventana no

    lo resolvers nunca.El extrao caballero sali de la habitacin y cerr la puerta desde fuera. Ismael oy elruido de la llave girando en el cerrojo y aquello no le hizo ni pizca de gracia. No obstante,prefiri no protestar ni decir nada.

    Continu ante la ventana. La luna, menguante, pareca muy lejana. En el exterior todo eraoscuridad. Ismael vea en el cristal su rostro iluminado por el resplandor de la lumbre.Estaba tan plido y demacrado que se dio miedo a s mismo.

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    LA NEGRA FLOR DE LA LOCURA

    En aquellos momentos en que Ismael, igual que un embalsamado en una vitrinamortuoria, permaneca ante una ventana del Albergue de Flandes como personaje de unenigma ms real de lo que l crea, el doctor Jacob Palmaert llegaba a la residencia del

    letrado Loos, en Brujas, en una de sus cada vez ms frecuentes visitas a los devastadosMaestros de la Hermandad.- Alguna novedad? -le pregunt al abogado mientras un criado le quitaba

    respetuosamente su capa forrada.- S, y demoledora -respondi Loos con voz envejecida-. Theo y Lucas han llegado a media

    tarde. Como temamos, en muy penoso estado. Sus mentes estn casi tan extraviadascomo las de los dems. Venan juntos, desde Aachen, en el mismo carruaje. Por fortuna,el cochero no era un desalmado. Pudo haberles dejado en manos de ladrones o robado lmismo, con impunidad casi asegurada. Dentro de mis posibilidades, le he gratificado por

    su honradez.- Dnde estn esos dos hombres? -pregunt Palmaert.- Descansan en una sala que hemos acondicionado arriba. Ya no quedan alcobas libres.- Ahora mismo ir a verlos. Se sabe algo de los restantes?- Nuestro decano Julin, en su casa de Ostende, va a emprender muy pronto el viaje que

    todo lo concluye. Su alma ya est presta para la prueba de la muerte.El rostro de Palmaert se contrajo como si alguien tirara de sus rasgos con hilos invisibles ypregunt:- Va a morir a consecuencia de los estragos del texto enigmtico?- No. Julin apenas tuvo ocasin de enfrentarse al Enigma. Ni siquiera sabemos si lleg a

    leerlo con plena conciencia. Estaba enfermo desde haca tiempo, sin esperanza.El pensamiento del doctor Palmaert se entreg al clculo:- Si la cuentas no me engaan, quedan an dos miembros de la Hermandad de cuyo

    paradero actual nada sabemos, estoy en lo cierto, abogado Loos?- As es. Dos son los hombres que nos faltan para completar el censo de doce Maestros.

    Temo que a uno de ellos le haya ocurrido algn percance grave en el camino. Las rutasson peligrosas, los actos de bandidaje han aumentado en estos ltimos tiempos. Tengonoticia cierta de que hace ya ms de tres semanas que sali de Breda y no sabemos nadade l. Tanto tiempo sin novedades alimenta los peores presagios.

    - Quin es el otro, el duodcimo? -inquiri Palmaert con la mirada fija en la oscuridad delos corredores.

    -Juan de Utrecht. Y tambin me inquietan su silencio y su ausencia...- No hay noticias de ese hombre?- Su casa de Utrecht est cerrada. Envi a un mensajero, pero no le respondi nadie. Ya

    solo queda refugiarse en una ltima esperanza.- Cul? -inquiri Palmaert.- Que su desaparicin no signifique que fue l quien nos envenen con un Enigma de

    Salomn falsificado.

    - Por lo que veo, sigue usted pensando en una traicin de uno de los Maestros.- Cada vez ms -asegur Loos tristemente.

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    - Sea como fuere -dijo el mdico, deseoso de poner fin al breve dilogo-, el mal ya esthecho. Veamos qu se puede hacer por atajar sus consecuencias. Se les ha seguidoadministrando a los enfermos el preparado que le entregu?

    - Sin falta, con la regularidad indicada. Pero no he visto en ellos ninguna reaccinfavorable. Ms bien creo que han empeorado.

    La respuesta del mdico restall en el silencio de la casa:- Le dije bien claramente que no poda garantizar ningn resultado! Nadie puede negarque le estoy dedicando mucho tiempo a este caso, desatendiendo otros que tambinrequieren mi atencin. No puedo hacer ms de lo que hago! Se trata de una patologa sinprecedentes en los anales de la ciencia mdica.

    - Disculpe -murmur Loos-. No he querido ofenderle ni poner en duda su dedicacin. Tansolo expresaba mis temores.

    - Est disculpado. Acompeme a la estancia donde se encuentran los dos hombres quehan llegado esta tarde.

    - Estn adormecidos por un tranquilo sopor. Le ruego que antes vea usted a Sofa.- Por qu?- Hay algo en ella que me espanta, una especie de lucidez escalofriante, una serenidad

    anormal, como de otro mundo. Creo que su mente est perdida si usted no logra hacerun milagro.

    - Entrar a verla -dijo Palmaert yendo hacia la habitacin que ocupaba la nica mujer de laHermandad.

    Con su actitud el mdico dej bien claro que iba a visitarla a solas, como casi siempre lohaca. Loos se qued fuera, esperando.Al dbil resplandor de un candil, nico punto de luz que brillaba en la alcoba, Palmaert

    vio que la cama estaba desocupada. Busc con la mirada por la estancia hasta quedescubri a la mujer. A pesar de sus muchos aos de actividad profesional, no pudo evitarun escalofro.Ella estaba de pie, dormida, rgidamente apoyada en un ngulo de la habitacin, comouna desenterrada que no hubiese advertido que ya no la cubra la tierra ni la encerraba elatad.El mdico hizo algunos ruidos, a distancia, para despertarla. La mujer no abri los ojo nipareci or nada. La incomodidad de Palmaert creca. Gir para solicitar la presencia deunos criados que lo ayudasen a llevar a la mujer a la cama. Pero no lleg ni a la puerta

    porque, de repente, Sofa le habl:- Estoy viva an pero ya me encuentro en ese lugar del que nadie vuelve.Palmaert conoca todas las modulaciones de la demencia y, no obstante, la de aquella vozle impresion.- Dgame cul es el lugar del que habla y qu hay en l -exigi el mdico tras unos

    instantes de indecisin.Sofa dio un paso, se tambale y luego, ms afianzada, en un tono de obcecacindemencial que estremeca, dijo:- Tenan razn los que teman que el Enigma de Salomn encerrase una verdad pavorosa:

    la autntica razn de ser del mundo. Yo la conozco ya.- Cul es? -pregunt Palmaert, que intentaba mantener un relativo control de la situacin.La mujer lanz una carcajada enloquecida y despus, sbitamente, pregunt:

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    - Cuntos aos espera vivir an, doctor?El mdico not una repentina sequedad en la garganta cuando dijo:- No lo s. Diez, quince, veinte a lo sumo. Ser lo que Dios quiera.Sofa lo mir con una mueca desfigurada, extraa, como si supiera que la muerte dePalmaert estaba mucho ms cercana, y luego dijo, con una expresin misteriosa en la

    mirada:- Viva esos aos en paz, si puede. No vuelva a preguntarme. Ya sabr la pavorosa verdaddentro de diez, quince o veinte aos. O antes. Nadie puede librarse -sentenci la mujer,descompuesta y plida, tendindose muy lentamente en la cama, para aadir despus-:Yo no estoy aqu sino en el lugar donde refulge la verdad ms cruel e insoportable.

    - Solo est usted all con la mente -dijo Palmaert casi sin fuerza en la voz.- Pero ms atrapada an que si estuviera con el cuerpo -replic Sofa-. De ser as, an

    podra encontrar una salida. Y ya s que no la hay. El Enigma de Salomn te lleva a algoque es mucho peor que un laberinto fsico: te invade ests donde ests, vayas adonde

    vayas, hagas lo que hagas, porque est en todas partes.- Usted est en la residencia del abogado Bartolom Loos, en la ciudad de Brujas! Esa es lanica verdad.

    Con la mueca ms amarga del mundo, de un modo que conmova por la serenidadinhumana con que pronunciaba las palabras, Sofa dijo:- Una persona est donde su pensamiento. Lo dems importa poco.La mujer volvi a quedarse dormida. Palmaert esper un rato, sin acercarse a la cama.Ms tarde, abandon la habitacin. Su rostro estaba serio y cansado, y sus hombrosparecan abrumados por una pesada carga. Cuando Loos acudi junto a l dijo:- La simiente de la locura est en todos y cada uno de nosotros. Si se dan las condiciones

    necesarias para que germine, acaba formndose la negra flor. A Sofa se le ha abiertodentro. Ese maldito texto la ha llevado a concebir algo con lo que no puede luchar suentendimiento.

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    DECISIONES INESPERADAS Y VIAJEROS OCULTOS POR CORTINAJES

    Ismael se cans de permanecer ante la ventana tratando de resolver un enigma que lepareca cada vez ms impenetrable. Dndose por vencido, se sent en un tabureteesperando a que el caballero regresara al cuarto. Entretanto, pensaba: De los cuatro

    enigmas que me ha puesto, he resuelto tres. Solo he fallado en el cuarto. Tres de cuatro noes un mal resultado pero: estar dispuesto a seguir ponindome a prueba? Lo que hehecho hasta ahora no basta para decidir nada.La bandeja contena an la mayor parte del asado. Su aroma impregnaba el aposento.Ismael lo ola con la delectacin de un muerto de hambre.Cuando ya no pudo aguantar ms, cogi un pedazo, confiado en que el caballero no lonotara. La carne estaba casi fra, pero la encontr sabrosa. Con el estmago vaco, le supoa gloria.Ya haba masticado con fruicin el ltimo bocado y estaba pensando en coger otro trozo

    ms grande, cuando una llave gir desde fuera en el cerrojo. Ismael se apresur arecuperar su posicin en la ventana.El hombre llamado Juan de Utrecht reapareci en la estancia. Su respiracin estaba anfatigada cuando dijo:- He hablado con el posadero. Te asignar un camastro abajo. Y podrs comer algo. As lo

    he ordenado. Yo cubrir tus gastos.Lejos de alegrarse, Ismael entendi que de aquel modo el caballero se lo estaba quitandode encima para siempre. Todo haba terminado. Y an gracias que le pagaba una cena yuna noche de hospedaje.La decepcin, sin embargo, no le dur a Ismael ms que un instante. El hombre dijo a

    continuacin algo que lo dej desconcertado:- Voy a consentir que me acompaes en lo que me queda de viaje. He tenido un

    presentimiento quiero saber si posee algo de cierto. Ms adelante, ya veremos. Aunquelo ms seguro es que acabe despidindote, te lo advierto. Nunca me ha gustadorodearme de discpulos y estoy lejos an de la edad en que es necesario tomar uno paraque la Hermandad se perpete.

    Emocionado y sorprendido, Ismael solo pudo decir, inclinndose ligeramente:- Gracias, seor.- No se hable ms de ello -zanj el otro, imperativo-. Ve enseguida abajo. Maana

    partiremos poco despus del alba.El muchacho no se atrevi a decir nada ms. Hizo una discreta reverencia y se retir ensilencio.Al descender a la planta baja, Ismael repar en algo. Ni siquiera me ha preguntado si heresuelto el enigma de la luna y la ventana, como si supiera que no he sido capaz y eso nole importara...No saba cmo interpretarlo. Adems, pese a haber conseguido una parte de aquello por loque tanto suspiraba, la sbita decisin del caballero le pareca extraa.Cuando lleg a la cocina del albergue, la mujer del posadero le sirvi un guiso, muchas

    veces recalentado, aunque abundante, sin preguntarle si la carne de buey era de su agrado.

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    Despus le fue mostrado el camastro. Estaba en un cuarto bastante grande dividido en dospartes por una gruesa cortina que colgaba de una barra paralela al techo. Del otro lado dela spera tela llegaba el sonido de la respiracin de alguien que dorma.- No hagas ruido -le dijo a Ismael el mozo que lo acompaaba-. Ese otro viajero pag por

    todo el cuarto. Lleg muy cansado. Dijo que no quera ser molestado por nadie. Pero t

    podrs dormir aqu gracias a la intervencin del caballero que se aloja arriba. Aunque,eso s, en silencio, sin que l note nada -puntualiz el mozo sealando la cortina parareferirse al que estaba al otro lado-. Si no, la que se arma.

    Antes de que el nuevo da clareara, Ismael not que unas manos fuertes lo zarandeaban.- Es la hora -le dijo el de Utrecht en cuanto el muchacho abri los ojos-. Escucha con

    atencin; viajaremos hasta Brujas por separado.