giacomo leopardi

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29/12/13 00:48 Giacomo Leopardi Page 1 of 39 http://amediavoz.com/leopardi.htm Reseña biográfica Poeta italiano nacido en Recanati, Las Marcas, en 1798. Primogénito del conde Monaldo y de la marquesa Adelaida Antici, recibió una educación rígida y conservadora a pesar de su enorme fragilidad física. Desde muy pequeño aprovechó la extensa biblioteca de su padre para adquirir una vasta cultura que lo convirtió en un gran poeta y ensayista. Su primera publicación, "Al pie del monumento de Dante" en 1819, fue seguida por obras de carácter romántico y melancólico entre las que se destacan "Cantos" en 1824 a 1835, "Misceláneas" en 1832, "Opúsculos morales" en 1827, y "Zibaldone" en 1832. Su inestabilidad emocional y los repetidos fracasos sentimentales, lo llevaron a viajar por diferentes ciudades italianas hasta radicarse en Nápoles, donde falleció en 1837. © Poemas de Giacomo Leopardi: Canto I A Italia Canto IX Último canto de Safo

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29/12/13 00:48Giacomo Leopardi

Page 1 of 39http://amediavoz.com/leopardi.htm

Reseña biográfica

Poeta italiano nacido en Recanati, Las Marcas, en 1798.Primogénito del conde Monaldo y de la marquesa AdelaidaAntici, recibió una educación rígida y conservadora a pesar desu enorme fragilidad física. Desde muy pequeño aprovechó laextensa biblioteca de su padre para adquirir una vasta culturaque lo convirtió en un gran poeta y ensayista.Su primera publicación, "Al pie del monumento de Dante" en1819, fue seguida por obras de carácter romántico ymelancólico entre las que se destacan "Cantos" en 1824 a1835, "Misceláneas" en 1832, "Opúsculos morales" en 1827, y"Zibaldone" en 1832.Su inestabilidad emocional y los repetidos fracasossentimentales, lo llevaron a viajar por diferentes ciudadesitalianas hasta radicarse en Nápoles, donde falleció en 1837. ©

Poemas de Giacomo Leopardi:

Canto I A Italia

Canto IX Último canto de Safo

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Canto X El primer amor

Canto XII El infinito

Canto XII El infinito (otra versión)

Canto XIV A la luna

Canto XV El sueño

Canto XVI La vida solitaria

Canto XVIII A su dama

Canto XX La resurrección

Canto XXI A Silvia

Canto XXII Los recuerdos

Canto XXIV La calma después de la tormenta

Canto XXV El sábado de la aldea

Canto XXVI El pensamiento dominante

Canto XXVII Amor y muerte

Canto XXVIII A sí mismo

Canto XXX Sobre un antiguo bajorrelieve sepulcral, donde una jovenmuerta está representada en el momento de partir, despidiéndose delos suyos

Canto XXXI El retrato de una bella mujer esculpido en el monumento sepulcral de la misma

Canto XXXIII El ocaso de la luna

Canto XXXVI Pasatiempo

Canto XXXVII Fragmento

Canto XXXVIII Fragmento

Canto XLI Del griego de Simonedes

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A Italia Canto I

¡Italia mía! Miro muros, arcos,columnas, simulacros, las caídastorres de nuestros padres;mas no encuentro la gloria, ni el hierro y los laureles que abrumaban a nuestros ascendientes. Hoy, inerme el seno muestras y la sien desnuda; ¡cielos! ¡Cuántas heridas!¡Qué mortal lividez! oh, cuál te veo, ¡bellísima mujer! Al cielo digoy al mundo: ¿quién la puso en tal miseria? Y por mayor afrenta duras cadenas cíñenle los brazos. Así, suelto el cabello, el velo rotoyace en tierra doliente y olvidada, y la faz escondida en el regazo, llora. ¡Llora, Italia infeliz! justo es que llores, tú, que a todos venciste en las dichas al par que en los dolores.

Si dos fuentes vertieran tus pupilas, nunca pudiera el llanto igualarse a tu mal y a tu vergüenza: que de señora descendiste a esclava. ¿Quién recuerda tu historia que, contemplando tu esplendor pasado,no diga: su grandeza ya no existe? ¿Por qué ? ¿por qué ? ¿ Dó está la antigua fuerza, las armas, el valor y la constancia? ¿Quién te robó tu acero ?¿Quién te entregó? ¿qué dolo, qué artificio,o qué poder tan grande te arrancaron el manto y la diadema?¿Cómo caíste, y cuándo de tanta altura a tan profundo abismo? ¿Nadie lidia por ti? ¿No te defiende

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hijo ninguno? ¡Al arma! ¡al arma! solo entraré en lucha, rendiré la viday que mi sangre seafuego a nuestra nación adormecida.

¿Dó tus hijos están? Oigo son de armas, y de carros, y voces, y timbales; en extrañas regionesluchan tus descendientes.Escucha, Italia, escucha. ¿No divisasun fluctuar de infantes y caballos, y polvo, y humo, y fulgurar de aceros,cual rayo entre las sombras? ¿No te animas? ¿las trémulas miradas porqué no fijas en la incierta lucha? ¿Por quién, allá, combatela ítala juventud? ¡Númenes sacros!¡Sirven a otra nación nuestros aceros!¡Mísero el hombre que rindió la vida no por el patrio nido y por la amada esposa e hijos caros, mas por extraña gente,y que morir no puede, balbuciendo:¡alma tierra natía!¡Tú me diste el vivir: yo te lo ofrendo!

Venturosa la edad en que corríana morir por la patrialos animosos pueblos en legiones!¡Y tu siempre glorioso y venerando,oh tesálico estrecho,do la Persia y el Hado menos fuertesfueron que pocas almas generosas!

Fínjome que los troncos y las piedrasy el mar y la montaña, al pasajerocon indistintas vocesaún narran cómo la legión invictacubrió el lugar sangrientode cuerpos a la Grecia consagrados,feroz y vil entoncesJerjes cruzaba el Helesponto en fuga,ludibrio a nuestros nietos más lejanos,en la cima de Antela, do muriendoburló a la muerte la legión divina,Simónides se alzabamirando el cielo, el campo y la marina.

Y bañado de lágrimas el rostro,ansioso el pecho, el paso vacilante,empuñaba la lira:«¡Oh felices vosotrosque el pecho disteis a enemiga lanza,en homenaje a la que os dio la vida!Os honra Grecia y os admira el mundo. En medio de los azares, ¿qué amor movió las juveniles mentes y a temprano morir llevaros pudo?¿Cómo tan dulce, oh hijos,os fue la hora final, que sonriendofuisteis al trance lamentable y duro?

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¡Dijérase que al baile y no a la muerte ibais vosotros, o a festín glorioso, y en cambio, os esperaban el orco y la onda muerta! Ni visteis a la esposa y al querido hijo, cuando en la playa sin un beso moristeis, ni un gemido.

«Mas no del Persa sin horrendo duelo, e inacabable angustia: como león en medio de un rebaño, la res asalta y le desgarra el lomocon la potente zarpa, y a otras los flancos y los muslos muerde,tal, en medio de los persas, se encendía la rabia en los helenos corazones. Mira en tierra caballo y caballero;obstáculo a la fugalos carros son y derribadas tiendas;de los suyos al frentehuye el tirano, desgreñado y mustio,y bañados y tintosen la sangre del bárbaro los griegos,motivo al persa de infinito llanto,vencidos por sus llagas, desfalleceny uno sobre otro mueren. ¡Viva! ¡Viva!¡Oh felices vosotrosmientras la humanidad hable o escriba!

«Primero, de los cielos desprendidos,cayendo al mar, estallarán los astros que el amor y la gloria que conquistasteis, mengüen.Vuestra tumba es un ara. Aquí la madrevendrá a mostrar al párvulo la hermosahuella de vuestra sangre. ¡Yo, postrado¡héroes! sobre este suelo,el césped beso y las desnudas rocas,que alabadas serán eternamentedel uno al otro polo.¡Ah! ¡Si yo aquí yaciera y si regadohubiera con mi sangre esta alma tierra!Mas si mi suerte es otra y no permiteque por la Grecia los murientes ojos, cierre en la lid cruenta, que a lo menos la intactafama del vate que os cantó, perdurey el numen le concedatanto durar cuanto la vuestra dure».

Versión de Antonio Gómez Restrepo

Último canto de Safo Canto IX

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Plácida noche y pudoroso rayode la luna que muere; y tú que nacessobre la roca, entre la muda selva,nuncio del día; ¡oh caras, deleitosasapariencias, mientras desconocíael hado y la pasión! ; ya no sonríedulce visión al desolado afecto.Sólo se aviva nuestro gozo insólitocuando en el éter líquido girandova, y por los campos trepidantes, la olapolvorienta del noto, y cuando el carro,grave carro de Júpiter, divide,sobre nuestra cabeza, el aire oscuro.Nos place, por barrancos y hondos valles,nadar entre el turbión, y ver la fugade espantados rebaños, y del ríoen la insegura orillala vencedora ira de la onda.

Bello tu manto es, divino cielo;bella tú, húmeda tierra. ¡Ay! , de esta inmensabeldad parte ninguna concedieronlos dioses y la suerte despiadadaa la mísera Safo. En tus soberbiosreinos, Natura, esclavo y grave huéspedy amante despreciada soy, y en vanoen tus graciosas formas, suplicantefijo los ojos. Para mí no ríenla abierta playa ni de etérea puertael matutino albor; no me saludanel canto de pintados pajarillosni el murmullo del haya; ya la sombradel inclinado sauce, donde corredel candoroso arroyo el puro seno,a mi lúbrico pie la ondeante linfaesquiva desdeñosay huye de las riberas perfumadas-

¿Qué pecado, qué exceso tan nefandomanchó mi nacimiento, que tan torvosse me mostraron cielos y fortuna?¿En qué pequé de niña, cuando ignarade maldad es la vida, que privadade juventud, y desflorado, el husode la inflexible Parca retorcíami oscuro hilo vital? Incautas vocestu labio esparce; el destinado eventorige arcano poder. Arcano es todomenos nuestro dolor. Prole olvidada,para el llanto nacemos, y el motivosólo los dioses saben. ¡Oh esperanzasde la más verde edad! A la aparienciael Padre dió en el mundo eterno reino;y por grandes que sean las empresas,docto el canto o la lira,no luce la virtud en feo manto.

Moriremos. Caído el velo indigno,desnuda el alma bajará al Averno,y el crudo fallo enmendará del ciegodispensador de eventos. Tú, que hondo

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amor y fe me inspiras, por quien vanofuror me oprime de áspero deseo,vive feliz, si puede en este mundofeliz alguien vivir. por mí no vierteel suave licor del vaso avaroJove, después que el sueño y los engañosde mi niñez murieron. Los alegresdías de juventud rápidos pasan.Quedan los males, la vejez, la sombrade la gélida muerte. Así, de tantosgratos errores y esperadas palmas,resta el Tártaro; y va el osado ingenioa la tenaria diosa,la oscura noche y la silente orilla.

Versión de Diego Navarro

El primer amor Canto X

Vuelve a mi mente el día en que el combatesentí de amor por vez primera, y dije: .«¡Ay de mí, si es amor, cómo acongoja! »

Con los ojos clavados en la tierra,yo contemplaba a aquella que, inocente,mi corazón hizo vibrar primero.

¡Ay, amor, y cuán mal me gobernaste!¿Por qué tan dulce amor debió consigollevar tanto dolor, tanto deseo,

y ni sereno, ni íntegro y sencillo,mas lleno de lamentos y de afanes,bajó a mi corazón tanto deleite?

Y dime, tierno corazón, ¿qué espanto,qué angustia era la tuya al pensamiento junto al cual era hastío todo goce? ;

el pensamiento aquel, que, lisonjero,se te ofreció en la noche, cuando todoquieto en el hemisferio aparecía.

Tú, infeliz venturoso e intranquilo,me fatigabas el costado sobreel lecho, fuertemente palpitando.

Y cuando triste, exhausto y afanoso,yo los ojos cerraba, delirantecomo por fiebre, el sueño no acudía.

¡Oh, qué viva surgía en las tinieblasla imagen dulce, y los cerrados ojosla contemplaban bajo de los párpados!

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¡Qué latidos suavísimos sentíarecorrerme los huesos, qué confusos,mudables pensamientos en el alma

alzábanse, lo mismo que en las copasde antigua selva el céfiro soplandoarranca un largo y trémulo murmullo!

Mientras callaba, sin luchar, ¿ qué hiciste,¡oh corazón! , cuando partía aquellapor quien pensando y palpitando vivo?

Me sentía quemado lentamentepor la llama de amor, cuando la brisaque la avivaba se extinguió de pronto.

El nuevo día me encontró sin sueño,y al corcel que debía dejarme solopiafar oía ante el paterno albergue.

Y yo, tímido, quieto e inexperto,en el balcón oscuro, inútilmenteaguzaba la vista y el oído

esperando escuchar la voz que de unoslabios debía salir por vez postrera;aquella voz que el cielo, ¡ay! , me vedaba.

¡Cuántas veces el vacilante oídoplebeya voz hirió, y heló mis venase hizo latir el corazón con fuerza!

Y cuando al corazón bajó el acentode aquella voz amada, y se escucharonde carros y caballos los rumores,

me quedé ciego, me encogí en el lechopalpitando, y, cerrados ya los ojos,oprimí el corazón entre mi mano.

Luego, arrastrando las rodillas trémulaspor la callada estancia, tontamente,decía: «¿Qué dolor puede ya herirme ?»

Amarguísimo entonces, el recuerdose me emplazó en el pecho, y se oprimíaa toda voz, ante cualquier semblante.

Largo dolor mi mente iba minando,cual lluvia que al caer del vasto Olimpomelancólicamente, el campo baña.

No sabía de ti, garzón de nuevey nueve soles, a llorar nacido,cuando en mí hiciste la primera prueba.

Y el placer desdeñando, no me eragrato el reír de un astro, ni el silenciode la aurora, ni el verdecer del prado.

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También faltaba el ansia de la gloriadel pecho, al que inflamar tanto solía,pues la borró el amor por la belleza.

Desatendí el estudio acostumbradoy lo creía vano, porque vanocualquier otro deseo imaginaba.

¿Cómo pude cambiar de tal maneray que un amor borrara otros amores?En verdad, ¡ay de mí! , cuán vanos somos.

Mi corazón tan sólo me placía,y de un perenne razonar esclavoespiaba el dolor que lo embargaba.

La vista fija en tierra o abstraída,insoportable me era ver un rostrofugitivo, ya fuese hermoso o feo,

pues temía turbar la inmaculada,cándida imagen en mi mente fija,cual la onda del lago turba el aire.

Y aquel no haber gozado plenamente-que de arrepentimiento llena mi almay el placer que pasó cambia en veneno-

en los huídos días, a mi menteestimula; que de verguenza el durofreno mi corazón ya no sujeta.

Juro a los cielos ya las nobles almasque nunca un bajo anhelo entró en mi pecho,que ardí en un fuego inmaculado y puro.

Vive aquel fuego aún, vive el afecto,alienta en mi pensar la bella imagende quien, si no celestes, otros goces

jamás tuve, y sólo ella satisface.

Versión de Diego Navarro

El infinito Canto XII

Amé siempre esta colina, y el cerco que me impide ver más allá del horizonte. Mirando a lo lejos los espacios ilimitados, los sobrehumanos silencios y su profunda quietud, me encuentro con mis pensamientos, y mi corazón no se asusta.

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Escucho los silbidos del viento sobre los campos, y en medio del infinito silencio tanteo mi voz: me subyuga lo eterno, las estaciones muertas, la realidad presente y todos sus sonidos. Así, a través de esta inmensidad se ahoga mi pensamiento: y naufrago dulcemente en este mar.

Versión de Carlos López S.

* * * * *

El infinito Canto XII (otra versión)

Siempre querido me fue este yermo cerro y este cerco que tanta partea la mirada excluye del último horizonte. Mas, sentado y mirando interminablesespacios de allá lejos, sobrehumanos silencios y su hondísima quietud, me quedo ensimismado hasta que casi el corazón no teme. Y como el viento cuyo tráfago escucho entre las hojas, a estesilencio sin fin esta vozvoy comparando, y pienso en lo eternoy en las muertas estaciones y en la viva presente,y sus sonidos. Así a través de estainmensidad se anega el pensamiento mío;y naufragar en este mar me es dulce.

Versión de L.S.

A la luna Canto XIV

Oh tú, graciosa luna, bien recuerdoque sobre esta colina, ahora hace un año,angustiado venía a contemplarte:y tú te alzabas sobre aquel boscajecomo ahora, que todo lo iluminas.Mas trémulo y nublado por el llantoque asomaba a mis párpados, tu rostrose ofrecía a mis ojos, pues dolienteera mi vida: y aún lo es, no cambia,oh mi luna querida. Y aún me alegrael recordar y el renovar el tiempode mi dolor. ¡Oh, qué dichoso esen la edad juvenil, cuando aún tan largaes la esperanza y breve la memoria,el recordar las cosas ya pasadas,aun tristes, y aunque duren las fatigas!

Versión de Luis Martínez de Merlo

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El sueño Canto XV

Era el alba, y detrás de los postigos por el balcón el sol insinuabala luz primera en mi cerrada alcoba;cuando en el tiempo que es más leve el sueño y más suave cubre las pupilas,junto a mí vino, y me miró ala carael simulacro de la que primeroel amor me enseñó, y me dejó el llanto.No parecía muerta, sino triste,con semblante infeliz. Con la derecha cogiendo mi cabeza y suspirando"¿Vives –me dijo– y guardas de nosotros algún recuerdo?" Respondí: "¿De dóndey cómo vienes, oh belleza? ¡Ah cuánto, cuánto pené por ti: yo no pensabaque pudieras saberlo, y esto hacíaaún más desconsolado mi dolor.¿Pero vas a dejarme una vez más?Lo temo mucho. Di, ¿qué te ha ocurrido? ¿eres tú la de ayer? ¿y qué te aflige eternamente?" "Ofusca la olvidanzatu pensamiento, y lo confunde el sueño -dijo-. Estoy muerta, y hace muchas lunasme viste por postrera vez". Inmenso dolor el pecho me oprimió al oírlo.y prosiguió: "Morí en la flor del tiempo, cuando la vida es más hermosa, y antes que el corazón comprenda que son vanas las esperanzas. El mortal enfermo desea fácilmente a quien le librade afanes; mas la muerte sin consuelo llega a la juventud, y es duro el hadode la esperanza extinta bajo tierra.

Vano es saber lo que a los inexpertosde la vida natura les esconde,y al saber inmaduro en mucho ganael dolor ciego." "Oh cara, oh sin ventura, calla, calla -le dije- pues el pechotu voz me rompe. ¿Así pues, estás muerta, oh mi dilecta; y yo estoy vivo? ¿el cielo ordenó pues que aquel sudor extremo este cuerpo tan tierno y tan querido probar debiera, y para mí quedaran enteros mis despojos? ¡Cuántas veces,al pensar que no vives y que nuncate volveré a encontrar en este mundo, no lo puedo creer! Ay, ay ¿qué es esto llamado muerte? ¡Si hoy por experiencia lo supiese, e inerme la cabezasustrajera a los odios del destino!Soy joven, mas se pierde y se consume

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mi juventud igual que la vejezque aún está lejos, pero que me espanta.Pero de la vejez poco difierede mis años la flor." "Los dos nacimos -dijo- para llorar; a nuestra vidala dicha no rió; y se gozó el cielocon nuestras penas." "Si de llanto el párpado -añadí- y mi semblante emblanquecido por tu partida ahora, y si de angustia llevo el pecho cargado, di, ¿de amor ascua alguna, o piedad alguna vez hacia el mísero amante ardió en tu pecho cuando vivías? Yo desesperandoy esperando pasaba día y noche entonces; y hoy se cansa en vanas dudas mi mente. Que si al menos una vez dolor sentiste de mi negra vidadímelo, te lo pido, y me socorrael recordar, pues de futuro privana nuestros días”, y ella: "Oh desdichado, consuélate. Yo de piedad avaraen vida no te fui, ni ahora lo soy,mísera yo también. No tengas queja de esta desgraciadísima muchacha.""Por nuestra desventura, y el amorque me oprime –exclamé– por el querido nombre de juventud, y la perdida esperanza, permíteme, oh amada,que tu derecha toque." y con un gesto triste y suave me la dio, y al tiempo que de besos la cubro, y de afanosa dulzura palpitando a mi anhelanteseno la aprieto, de sudor hervían pecho y rostro, la voz se me cortaba,y vacilaba el día ante mis ojos.Cuando ella tiernamente su mirada fijó en la mía, " ¿Olvidas, oh querido, -dijo- que estoy desnuda de belleza? y tú de amor en vano, oh desdichado, tiemblas y ardes, y ahora, al fin, adiós. Nuestros cuerpos y mentes se separan eternamente. Para mí no vivesy nunca vivirás. Ya rompió el hadotu fe jurada." Entonces con angustia yendo a llorar, y delirando, henchidas las pupilas de llanto sin consuelo, dejé el sueño. Mas ella sin embargo quedó en mis ojos. Y en el rayo incierto del sol me pareció seguirla viendo.

Versión de Luis Martínez de Merlo

La vida solitaria Canto XVI

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La lluvia matinal, cuando las alasbatiendo, salta alegre la gallina en la cerrada estancia, y el labriegosale al balcón, y la naciente auroravibra su rayo trémulo, esmaltandolas transparentes gotas, en mi alberguedulcemente llamando, me despierta.Salgo, y la leve nubecilla, el cantoprimero de las aves, la aura gratay de las playas la quietud bendigo.Harto os he conocido, infaustos murosde la ciudad, en donde el odio siguey acompaña al dolor: ¡que en la desgraciavivo y he de morir, quizás en breve!Un resto de piedad tienes, Natura,para mí en estos sitios ¡ay! un tiempomás compasivos a mi mal. Tú apartasdel triste la mirada, y desdeñandolos dolores y afanes, a la reinaFelicidad te humillas. El que sufreno halla en cielo ni tierra amiga mano,ni otro refugio encontrará que el hierro.

Tal vez me asiento en solitaria parte,sobre una altura que domina un lagocoronado de plantas taciturnas;allí, cuando al cenit radiante asciendeel sol, refleja su tranquila imagen,y ni hoja o yerba se conmueve al viento; no se ve ni se siente a la redondaencresparse las olas; ni su canto entonar la cigarra; ni las plumasel pájaro agitar entre las hojas, o retozar la mariposa leve.Calma profunda envuelve aquella orilla, donde yo, inmóvil, reposando, casi del mundo odioso y de mi ser me olvido; y pienso que mis miembros se desatan,que se extingue el sentir y que mi antigua calma con la del sitio se confunde.

¡Amor, amor! ha tiempo abandonaste este mi corazón, que antes ardía hasta abrasar. Con su aterida mano oprimióle el pesar, y en duro hielo en la flor de mis años, convirtióse.Acuérdome del tiempo en que viniste a habitar en mi pecho. Era aquel dulce e irrevocable tiempo, cuando se abreal ojo juvenil la triste escenadel mundo, cual soñado paraíso.El tierno corazón ledo palpitade virgen esperanza y de deseos,y se lanza a la acción, como pudieraal juego y a la danza. Mas tan prontocomo pude entreverte, la Fortuna mi existencia rompió, y a mis pupilastocó por suerte sempiterno lloro.Si alguna vez por los abiertos camposen la callada aurora, o cuando brillan,al sol techos, collados y llanuras

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miro de hermosa jovenzuela el rostro;si alguna vez, en la serena calmade estiva noche, el paso vagabundo,de la ciudad en derredor guiando,la hosca tierra contemplo, y de afanosaniña, que activa nocturnal faena,oigo sonar en la apartada estanciael canto melodioso, se conmuevemi corazón de piedra; pero tornapronto el férreo sopor, que es ¡ay! extrañatoda suave emoción al pecho mío.

Oh cara luna a cuya luz tranquiladanzan las liebres en el bosque, dandoenojo al cazador, que a la mañanahalla intrincadas las falaces huellasque del cubil lo alejan: ¡salve, oh reinabenigna de las noches! Importunoentra tu rayo por selvosos riscoso en ruinoso edificio, iluminandoel puñal del ladrón, que escucha atentofragor de ruedas y de cascos durosy rumor de pisadas en la vía,y saliendo de pronto, con estruendode armas y roncas voces, y el ceñudoaspecto, hiela al tímido viandantea quien desnudo y semivivo, dejaentre las piedras. Importuno bajatambién tu blanco rayo a las ciudadessobre el vil corruptor que se deslizade los muros al pie, y en las espesassombras se oculta, y párase y se asustade la luz que difunden los abiertosbalcones. Importuno a los malvados,a mí siempre benigno, tu semblanteaquí será, do sólo me descubres risueñas cuestas y espaciosos campos. En otro tiempo, lleno de inocencia, tus bellos rayos acusar solía, cuando me denunciaban de los hombresa la mirada, en la ciudad, o cuando ver me dejaban el humano aspecto.Ora celebrarélos, ya te mire envolverte entre nubes, ya serena dominadora del etéreo campo,esta morada mísera contemples. A menudo verásme, solo y mudo, errar por bosques y por verdes ribas, o yacer en la yerba, satisfecho,si aún el poder de suspirar me queda.

Versión de Antonio Gómez Restrepo

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A su dama Canto XVIII

Cara beldad que, ausente,amor me inspiras, o escondiendo el rostrosalvo que el alma ardienteen el sueño tu sombra no sorprenda,o en el campo en que esplendamas claro el día y la creación más pura,¿acaso el inocente Siglo de Orocolmaste ventura,y eres en esta vida alado espíritu,u ocultándote ahora suerte avarapara futuras horas te prepara?

Poder mirarte vivami corazón no espera,sino en el día en que desnuda y solapor nueva ruta a peregrina esfera bmarche mi alma. En el albor primerode mi jornada incierta y tenebrosa,te imaginé viajera,por el árido mundo. Mas no hay cosaque aquí se te asemeje, y aunque algunarecordase tu rostro, nunca fuera en actos y en palabras tan hermosa.

Entre tantos dolorescomo a la vida humana ofrece el hado,si verdadera y cual te pinta el almate amase algún mortal, para él seríael vivir más preciado.Bien claro veo que tu amor me haría,cual en los verdes años, todavíaansiar gloria y virtud. En vano el cieloesquivo se mostrara a mis afanes;que al lado tuyo este mortal caminofuera un sueño divino.

Por los valles, que escuchandel laborioso agricultor el canto,y donde me lamento mientras huye,el ilusorio y juvenil encanto,y por las cumbres, en que evoco y llorolos deseos sin fruto y de mi vidala perdida esperanza, en ti pensandocomienzo a palpitar. ¡Ah si pudiera,en el ambiente tétrico y nefandodel siglo, conservar tu imagen pura!¡Ella sola endulzara mi amargura!

Si tú de las ideas eternales,eres una, de aquellas que de formassensibles no vistió la eterna cienciani entre caducos restossoportan el dolor, de la existencia,o si acaso en el cielo donde girasotra tierra te acoge entre sus mundos,y más bella que el sol próxima estrellate alumbra, y más benigno éter aspiras,desde aquí, donde llora aquel que vive,

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de ignoto amante la canción recibe.

Versión de Fernando Maristany

Canto XX La resurrección

Yo imaginé que, íntegro,en mis años floridosel dulce afán faltabade la primera edad ;el afán, el ternísimolatir del hondo pecho,todo lo que en el mundohace grato el vivir.

¡Cuántas quejas y lágrimasvertí en el nuevo estado,cuando en mi pecho fríohasta el dolor faltó! Faltó el latido sólito,faltó el amor incluso,y endurecido el pechocesó de suspirar.

Y lamenté lo exánime,desnudo de mi vida,la tierra desoladaque el hielo recubrió ; yermo el día; la tácitanoche oscura más sola ;la luna y las estrellasse ocultan para mí.

Causa de aquellas lágrimasera el afecto antiguo:aun en lo hondo del pechovivía el corazón. Pedía sus imágenesla fantasía exhausta,y la tristeza míaera dolor aún.

A poco hasta aquel últimodolor también moría,y ya de lamentarmefuí del todo incapaz. Postrado, loco, atónito,no demandé consuelo;el corazón, perdido, muerto, se abandonó.

¡Qué fuí! ¡Qué cambiadísimoestá aquél que de ardores,de errores tan dichosos

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su alma alimentó! La golondrina rápidade mi ventana en tornocantando al nuevo día,no me causó placer,

ni en el otoño pálido en solitaria aldeala vespertina esquila,el fugitivo sol. Brillar en vano el vésperovi por mudos caminos;en vano el triste cantodel ruiseñor oí.

Esos ojos dulcísimos,furtivos y errabundos,de amadores gentilesdulce amor inmortal, y esa mano que, cándida,se abandona en mi mano,disipar no pudieronmi penoso sopor.

De todo goce huérfano,triste, mas no aturdido,y plácido mi estado,serena era mi faz. Hubiera ansiado el términode la existencia mía,mas muerto era el deseodel laso corazón.

Como en la edad decrépitaque avanza vil, desnuda,el abril conducíade mis años así ; pasaron ya los plácidosdías, corazón mío,que, breves y fugaces,el cielo me otorgó.

¿Quién de la grave, incólumepaz me despierta ahora?¿ Qué virtud nueva es ésta,ésta que siento en mí? Movimientos, imágenes,latidos, dulces yerros,¿para ellos cerradomi corazón está?

¿Sois acaso la únicaluz de la vida mía,los afectos perdidosen la edad juvenil? Si el cielo, o verdes márgenes,dondequiera que mire,todo, dolor me inspira,todo, placer me da.

Bosques, playas, montículos

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conmigo a vivir tornan;con el mar y la fuentehabla mi corazón. ¿Qué me torna las lágrimasdespués de tanto olvido?¿Cómo el mundo aparececambiado a mi mirar?

¿Es la esperanza, oh míserocorazón, que sonríe?¡Ay, de esperanza el rostronunca volveré a ver! Los engaños dulcísimosme dió naturaleza.Adormeció mis ansiasla ingénita virtud.

No pudieron vencérmelani el hado ni las cuitas,ni con su vista impurala infausta realidad. Con sus dulces imágenesella no está de acuerdo;que la natura es sorda,no tiene compasión.

Que no es del bien solícita,mas sólo de la vida;sólo el dolor le importae ignora lo demás. Sé que no encuentra el míseropiedad entre los hombres,y que, huyendo, se burlatodo mortal de él.

Ignora la vil épocala virtud y el ingenio;que falta al digno estudiola inútil gloria aún. Vosotros, ojos trémulos,tú, rayo sobrehumano,lucís inútilmente,no brilláis con amor.

Ningún ignoto e íntimoamor brilla en vosotros;no guarda una centellael blanco pecho en sí. De otros los ternísimoscuidados pone en juego,y de un fuego celestedesprecio es la merced.

En mí ya siento vívidoel conocido engaño;de sus propios latidosse asombra el corazón. De ti sólo esta últimaenergía procede;viene cualquier consuelosolamente de ti.

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Siento que falta al ánimaalta, gentil y pura,la natura, la suerte,el mundo y la beldad. Mas si tú vives, mísero,si no cedes al hado,no llames inclementea aquel que te creó.

Versión de Diego Navarro

A Silvia Canto XXI

¿Todavía recuerdasde tu vida mortal, Silvia, aquel tiempo, en el que la beldad resplandecíaen tus ojos huidizos y rientes,y alegre y pensativa, los umbrales juveniles cruzabas?

Resonaban las calmas estancias, y las callesvecinas con tu canto inagotable, mientras a las labores femeniles te sentabas, dichosade aquel vago futuro de tus sueños. Era el mayo oloroso: y tú solías pasar el día así.

Yo los gratos estudiostal vez dejando y los sudados pliegos, que mi temprana edadgastaban y de mí la mejor parte,en los balcones del hogar paterno escuchaba el sonido de tu vozy tu mano ligerarecorriendo la tela fatigosa.Miraba el cielo calmo,los dorados caminos y los huertos,y allá el lejano mar, y allá los montes. Lengua mortal no dice lo que mi alma sentía.

¡Qué dulces pensamientosque esperanzas, qué pálpitos, oh Silvia! ¡Cómo la vida humanay el hado contemplábamos!Cuando recuerdo tantas ilusiones, me abruma un sentimiento acerbo y sin consuelo,y me vuelve a doler mi desventura.Oh tú, naturaleza,¿por qué no das después

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lo que un día prometes? ¿por qué tanto engañas a tus hijos?Antes que el frío arideciera el prado, de extraña enfermedad presa y vencida, moriste, oh mi ternura, sin que vieras las flores de tu edad;no alegraba tu almael dulce elogio o de las negras trenzas o de tu vista esquiva y amorosa;ni contigo en las fiestas las amigasde amoríos hablaban.

También murieron prontomis dulces esperanzas: a mis años también les negó el hadola juventud. ¡Ah, cómo,cómo pasaste, cara compañerade mi primera edad,mi llorada ilusión!

¿Es este el mundo aquel? ¿Éstas las obras, el amor, los sucesos, los placeresde los que tanto entre los dos hablábamos? ¿esta es la suerte de la raza humana? Al llegar la verdadtú, mísera, caíste: y con la manola fría muerte y la desnuda tumbade lejos señalabas.

Versión de Luis Martínez de Merlo

Los recuerdos Canto XXII

No pensé, bellas luces de la Osa, aún volver, cual solía, a contemplaros sobre el jardín paterno titilantes,y a hablaros acodado en la ventanade esta morada en que habité de niño, y donde vi el final de mi alegría. ¡Cuántas quimeras, cuántas fantasías creó antaño en mi mente vuestra vista y los astros vecinos! Por entonces, taciturno, sentado sobre el césped, me pasaba gran parte de la noche mirando el cielo, y escuchando el canto de la rana remota en la campiña.Y erraba la luciérnaga en los setosy en el parterre, al viento susurrando las sendas perfumadas, los cipreses, en el bosque; y oía alternas voces bajo el techo paterno, y el tranquilo quehacer de los criados, ¡y qué sueños, qué pensamientos me inspiró la vista de aquel lejano mar, de los azules

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montes que veo, y que cruzar un día pensaba, arcanos mundos, dicha arcanafingiendo a mi vivir! De mi destino ignorante, y de todas cuantas veces esta vida desnuda y dolorosa trocado a gusto hubiera con la muerte.

No supo el corazón que condenado sería a consumir el verde tiempoen mi pueblo salvaje, entre una gente zafia y vil, a la cual extraños nombres,si no causa de risas y de mofa,son doctrina y saber; que me odia y huye, no por envidia, pues que no me tiene por superior a ella, pero piensaque así me considero, aunque por fuera no doy a nadie nunca muestras de ello. Aquí paso los años, solo, oculto,sin vida y sin amor; y entre malévolos, en huraño a la fuerza me convierto,de piedad y virtudes me despojo,y con desprecio a los humanos miro, por la grey que me cerca; y mientras, vuela el tiempo juvenil, aún más querido que el laurel y la fama, que la puraluz matinal, y el respirar: te pierdo sin una dicha, inútilmente, en este inhumano lugar, entre las cuitas,¡oh, única flor en esta vida yerma!

Viene el viento trayendo el son de la hora de la torre del pueblo. Sosegabaeste son, lo recuerdo, siendo niño, mis noches, cuando en vela me tenían mis asiduos terrores en lo oscuro,y deseaba el alba. Aquí no hay nada que vea o sienta, donde alguna imagen no vuelva, o brote algún recuerdo dulce. Dulce por sí; mas con dolor se infiltra la idea del presente, un vano anhelo del pasado, aunque triste, y el decirme: "yo fui". La galería vuelta al último rayo del día; los pintados muros,los fingidos rebaños, y el nacientesol sobre el campo a solas, en mis ojos mil deleites pusieron, cuando al lado mi error me hablaba poderoso, siempre, doquier me hallase. En estas viejas salas, al claror de la nieve, en torno a estas amplias ventanas al silbar del viento, resonaron los gozos, y mis voces joviales, cuando el agrio y el indigno misterio de las cosas de dulzura lleno se muestra; entera, sin mancillael mozo, cual amante aún inexperto,va a su engañosa vida cortejando, y celeste beldad fingiendo admira.

¡Oh esperanzas aquellas; tierno engañode mi primera edad! Siempre, al hablar, vuelvo a vosotras; que, aunque pase el tiempo,

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y aunque cambie de afectos y de ideas,no sé olvidaros. Sé que son fantasmasla gloria y el honor; placer y bienes mero deseo; estéril es la vida,miseria inútil. Y si bien vacíosestán mis años, si desierto, oscuroes mi estado mortal, poco me quita, bien veo, la fortuna. Mas, a veces,os recuerdo, mis viejas esperanzas,y aquel querido imaginar primero;luego contemplo mi vivir tan mísero y tan doliente, y que la muerte es eso que con tanta esperanza hoy se me acerca; siento el pecho oprimido, que no séde mi destino en nada consolarme,y cuando al fin esta invocada muerte esté a mi lado, y ya se acerque el finde mi desdicha; cuando en valle extraño se convierta la tierra, y de mis ojosel futuro se escape, estad segurasde que os recordaré: y que suspirarme hará esta imagen, y el haber vividoen vano será amargo, y la dulzuradel fatal día aliviará mis cuitas.

Ya en el primer tumulto juvenilde contentos, de angustias y deseos, llamé a la muerte en muchas ocasiones, y largo rato me senté en la fuente pensando en acabar dentro de su agua mi esperanza y dolor. Luego, por ciegaenfermedad mi vida peligrando, lloré mi juventud, y de mis pobres días la flor caída antes de tiempo, y sentado a altas horas en mi lecho consciente, muchas veces, dolorido, bajo la débil lámpara rimando, lamenté, con la noche y el silencio, mi alma fugitiva, y a mí mismo exhausto me canté fúnebres cantos.

¿Quién puede recordaros sin suspiros, juventud que llegabas nueva, días hermosos, inefables, cuando al hombre extasiado sonríen las doncellaspor vez primera; toda cosa en torno pugna por sonreír; calla la envidia,aún dormida o tal vez benigna; y casi (inusitada maravilla) el mundosu diestra mano tiende generosa, excusa sus errores, y festejasu entrar nuevo en la vida, y se le inclina mostrando que por amo lo recibe?¡Días fugaces que como el relámpagose desvanecen! ¿y un mortal ajeno habrá de desventura, si pasadaesta hermosa estación, si el tiempo bueno, su mocedad, ay mocedad, se extingue?

¡Oh Nerina! ¿y de ti no escucho acaso hablar a estos lugares? ¿De mi mente

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acaso te caíste? ¿Dónde has ido,que aquí de ti tan sólo la memoria, dulzura mía, encuentro? No te veesta tierra natal: esta ventanaen que hablarme solías, y que ahora triste luce a la luz de las estrellas,está desierta. ¿Dónde estás? ¿No escucho sonar tu voz, igual que en aquel día cuando me hacía algún lejano acentode tu labio, al llegarme, emblanquecerel rostro? En otros tiempos. Ya se fueron tus días, dulce amor. Pasaste. A otros hoy les toca pasar por esta tierray habitar estas lomas perfumadas.Mas rápida pasaste; y como un sueño fue tu vida. Danzabas; en la frentete lucía la dicha, y en los ojosel confiado imaginar, el brillode juventud, cuando sopló el destino,y yaciste. ¡Ay, Nerina! El viejo amor reina en mi pecho. Si es que a una tertulia o a alguna fiesta voy, para mí mismo digo: ¡oh Nerina!, ya no te aderezas,ya no acudes a fiestas ni a tertulias.Si vuelve mayo, y ramos y cantareslos novios les van dando a las muchachas, digo: Nerina, para ti no vuelvenunca la primavera, amor no vuelve.Cada día sereno o florecidoprado que miro, o gozo que yo sientodigo: Nerina ya no goza; el airey los campos no ve. ¡Pasaste, eterno mi suspirar! ¡Pasaste! Y compañera será ya de mis sueños, de mi tierno sentir, de las queridas y las tristes emociones, la amarga remembranza.

Versión de Luis Martínez de Merlo

Canto XXIV La calma después de la tormenta

Pasó ya la tormenta;los pájaros gorjean; la gallinaha tornado al caminoy vuelve a cacarear. Sereno el cielosurge a Poniente, sobre la montaña;despéjanse los camposy aparece en el valle el claro río.Todo pecho se alegra; en todas partesrenacen los rumores;el trabajo prosigue.A contemplar el cielo, el artesano,obra en mano, cantando,asómase a la puerta;

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sale la joven a coger el aguade la reciente lluvia;repite el verdulerode camino en caminoel cotidiano grito.He ahí el sol que retorna y que sonríepor pueblos y colinas. Los balconesy las terrazas abre la familia ;en el sendero escúchase a lo lejostintinear de esquilas; cruje el carrodel viajero que sigue su camino.

Todo pecho se alegra.¿Cuándo tan dulce y grataes como ahora la vida?Con tanto amor, el hombre,¿cuándo se da a su estudio,torna al trabajo, o nueva cosa emprende?¿Cuándo se acuerda menos de sus males?Placer, de afanes hijo;vano goce, que es frutodel pasado temor, donde temblabade espanto ante la muerteel que odiaba la vida;donde, en largo tormento,fría, callada y pálida,palpitaba la gente, contemplandodesplomarse sobre ellaviento, rayos y nubes.

Naturaleza afable,las dádivas son éstas,son éstos los deleitesque ofreces al mortal. Salir de penasgoce es para nosotros.Penas derramas largamente; el dueloespontáneo surge, y los placeresque por milagro algunas veces nacende los afanes, son gran suerte. ¡Humanaprole cara a los dioses! Feliz casisi descansar te dejande algún dolor; dichosasi la muerte te cura de ellos todos.

Versión de Diego Navarro

El sábado en la aldea Canto XXV

A la puesta del sol, la alegre niñatorna de la campiñacon su haz de yerba y el florido ramoen que lucen al par violeta y rosa,y que, inocente, aprestapara adornar gozosa

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pecho y cabellos al llegar la fiesta.A par con la vecinasiéntase a hilar en el umbral la ancianavolviendo el rostro al astro que declina,y se transporta a la estación lejanacuando, aún fresca doncella,danzaba al terminarse la semana,con sus amigas de la edad más bella.El aire se obscurece,se matizan de azul los horizontes,y descienden las sombras de los montescuando la luna cándida aparece.La torre de la villala fiesta anuncia, y sus alegres sonesbajan a confortar los corazones.Sobre la plaza la vivaz cuadrillade rapaces gritandoy aquí y allí saltando, alza rumor que anima y alboroza;mientras silbando el labrador regresay sentado a su mesacon el descanso que prevé, se goza.

Cuando el silencio con la sombra crece y toda luz fenece, oigo el martillo que tenaz golpea en el taller, do el oficial se afana por dejar terminada la tarea antes de que despunte la mañana.

Este es de la semana el más hermoso y el postrero día. Mañana tornarán fastidio y pena, y a la habitual faena cada cual volverá como solía.

¡Jovencillo gracioso! Tu dulce edad floridaes como un día de alborozo lleno,día claro y sereno,que precede a la fiesta de tu vida.¡Goza, gózalo pues! Edad de flores, suave estación es esta: nada más te diré; pero no llores si se retarda tu anhelada fiesta.

Versión de Antonio Gómez Restrepo

Canto XXVI El pensamiento dominante

Poderoso, dulcísimodominador de mi profunda mente;terrible, mas queridodon del cielo; consorte

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de mis lúgubres días,pensamiento que siempre ante mí tornas.

De tu natura arcana,¿quién no habla? Su influjo entre nosotros,¿quién no siente? Mas siempreque al decir sus efectosla humana lengua el sentir propio excita,nuevo parece por lo que razona.

¡Cuán desierta mi mentequedó desde el instanteen que tú la escogiste por morada!Raudos como el relámpago, de en tornotodos mis pensamientosse alejaron. Lo mismo que una torreen solitario campo,estás solo, gigante, en medio de ella.

¡En qué, fuera de ti, se han convertidolas obras terrenales,toda la vida entera ante mis ojos!¡Qué intolerable hastíoel ocio acostumbrado,la del vano placer vana esperanza,al lado de ese gozo,gozo celeste que de ti procede!

Como desde las rocasdel Apenino abruptoa un campo verde que lejano ríelos ojos vuelve ansioso el peregrino,tal yo del rudo y secomundano conversar, ávidamenteregreso a ti como a un jardín amenoy restauro a tu lado mis sentidos.

Me parece increíbleque la vida infeliz y el necio mundodurante tanto tiemposin ti haya soportado;entender no consigoque por otros deseosde ti distintos, haya quien suspire.

Jamás desde el momentoen que entender la vida lograr pudeturbó mi pecho el miedo de la muerte.Hoy me parece un juegola que el inepto mundo,loando a veces, aborrece y teme,necesidad extrema;y si acaso el peligro se presenta,arrostro sonriendo su amenaza.

Siempre al cobarde, al almamiserable y abyectadesprecié. Y hoy cualquier acción indigname hiere los sentidos;desdén siente mi almapor todo ejemplo de vileza humana.

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A esta edad orgullosaque se nutre de huecas esperanzasy ama lo vano y la virtud combate,que clama por lo útily no ve que la vidapor eso en más inútil se convierte,superior yo me creo.Me burlo del humano juicio; al vulgoque el bello pensamientodesdeña, pisoteo con desprecio.

Ante aquello que inspiras,¿qué otro afecto no cede?Más aún, ¿qué otro afectoasiento tiene aquí entre los mortales?Avaricia, desdén, odio, soberbia,ansias de honor, de mando,¿qué son sino caprichoscomparados con él? Sólo un afectovive en nosotros; uno,poderoso, que dieroneternas leyes al humano pecho.

Valor no tiene, ni razón la vida,sino por él, que para el hombre es todo;sola disculpa al hadoque al mortal en la tierrapuso para sufrir sin otro fruto;sólo por quien a veces,no la estúpida gente, al alma dignala vida es más hermosa que la muerte.

Por alcanzar tu gozo, pensamiento,probar humanas ansiasy sufrir muchos añosesta vida mortal, no ha sido indigno;volvería de nuevo,experto como soy de nuestros males,hacia tu meta a recorrer la senda;que tras la arena y tras la viperinapicada, tan cansadopor el mortal desiertonunca llegué hasta ti que nuestras penasvencer no lo creyera un bien muy alto.

¡Oh qué mundo, qué nuevainmensidad, que edén aquel a dondefrecuentemente tu sublime hechizome elevó, donde errandobajo otras luces que las habituales,mi terrenal estadoy toda realidad echo en olvido!Tales son, imagino,los sueños de los dioses. ¡Ay! Un sueñoque en parte la verdad realza, erestú, dulce pensamiento;sueño y error. Mas tu naturaleza,entre gratos errores,divina es; tan viva y poderosaque junto a la verdad, tenaz, perduray a menudo se iguala,

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disipándose sólo con la muerte.

Tú, pensamiento mío, tú tan sólo,vital para mis días,causa dilecta de infinitas ansias,conmigo morirás cuando me muera;dentro del alma las señales sientode que tú por señor me fuiste dado.Otros dulces engañosla realidad solíadesvanecer. Cuando de nuevo vuelvoa contemplar a aquellade quien contigo vivo razonando,crece aquel gran deleite,crece el delirio por el que respiro.

¡Angélica hermosura!Cualquier hermoso rostro me parececasi fingida imagenque a tu rostro imitó. Tú, sola fuentede toda donosura;tú, la sola belleza verdadera.

Desde que pude verte,¿ de mi solicitud último objetono fuiste tú? ¿Cuánto pasó del díasin que pensara en ti? En los sueños míos,tu soberana imagen¿cuántas veces faltó? Bella cual sueño,aparición angélica,en la terrena estancia,en la altura de todo el universo, ¿qué espero yo, qué pido,que sea más bello que los ojos tuyos,que sea más dulce que tu pensamiento?

Versión de Diego Navarro

Amor y muerte Canto XXVII

El amado del cielo muere joven Menandro

Hermanos a la vez creó la suerteal amor y a la muerte.Otras cosas tan bellasen el mundo no habrá ni en las estrellas.Nacen de aquél los bienes,los placeres mayoresque en el mar de la vida el hombre halla;y todos los colores,todo mal borra ella.Bellísima doncella,de dulce ver, no como

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se la imagina la cobarde gente,al tierno Amor le hacecompañía frecuente,y el camino mortal juntos recorreny a todo corazón más sabioque el herido de amor, ni que la vidainfausta más desprecie,ni que por otro dueñocomo por éste los peligros busque;donde tu llama prende,amor, nace el alientoo se despierta; y su saber en obras,no, como suele, en pensamiento vano,muestra el linaje humano.

Cuando encendidamentenace dentro del almaun afecto amoroso,juntamente con él un misteriosolánguido anhelo de morir se siente;cómo, no sé; mas ésta es la primeraseñal del verdadero amor potente.Quizás a la vista entoncesespanta este desierto; acaso esperael mortal que ha de hallar inhabitablela tierra sin aquellanueva, sola, infinitafelicidad que su pensar figura;mas presintiendo el corazón por ellaterrible tempestad, quietud ansíay refugio apetece,ante el fiero deseoque en torno ruge y todo lo oscurece.

Cuando lo envuelve todola formidable fuerzay fulmina en el alma afán constante,¡cuántas veces te imploracon intenso deseo,oh dulce muerte, el dolorido amante!¡Cuántas veces, oh, cuántas a la nocheo al alba abandonándose rendidojuzgó gran dicha que jamás pudieradespertar de su sueñoni ver la luz amarga nuevamente!Y al son a veces de la triste esquila,del canto que conducea los que mueren al eterno olvido,con suspiros ardientesde lo íntimo del pecho envidia tuvode aquel que bajo tierra a habitar iba.Hasta la tosca plebe,el labriego, que ignoratoda virtud que del saber deriva,hasta la joven tímida y esquiva,que de la muerte al nombresentía sus cabellos erizarse, contemplan ya la tumba y el sudariocon un mirar de fortaleza lleno,y en hierro y en venenomeditan largamente,

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y aun en su indocta mentela gentileza del morir comprenden.Tanto a la muerte inclinade amor la disciplina. Y es frecuenteque la interna pasión llegue a tal puntoque la fuerza vital no se sostenga,y ceda el cuerpo frágila la terrible lucha, y de esta suertepor fraterno poder triunfe la muerte,o tanto instigue amor en lo profundodel corazón que el tosco campesinoy la tierna doncellacon mano violentasu carne juvenil den a la tierra.Ríe entonces el mundo,al que el cielo vejez y paz consienta.

Al ferviente, al dichoso,al animoso ingenioconceda el hado alguno de vosotros,dulces dueños, amigosdel humano linaje,cuyo poder no hay quien aventajeen el mundo, pues sólo la potenciadel hado es superior a vuestra esencia.y tú, a quien ya desde mis verdes añoshonrando siempre invoco,bella muerte, piadosatan sólo tú de la aflicción terrena,si celebrada fuistealguna vez por mí, si del mezquinovulgo la ofensa a tu esplendor divinoenmendar un día quise,no tardes más, mis ruegosvehementes escucha,¡cierra mis ojos tristespara siempre a la luz, reina del tiempo!Me hallarás ciertamente, a cualquier horaen que tus alas hacia mí despliegues,levantada la frente, apercibido,resistiendo al destino;la mano que al herirme se coloracon mi sangre inocenteno he de colmar de elogiosni bendecir, cual hacepor antigua ruindad la humana gente;toda vana esperanza en que se engañancomo niños los hombres,todo necio consuelodesecharé, y a nadie en tiempo alguno,¡oh muerte!, he de aguardar sino a ti sola;tan sólo el día esperaré serenoen que decline adormecido el rostroen tu virgíneo seno.

Versión de Fernando Maristany

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A sí mismo Canto XXVIII

Reposarás por siempre,cansado corazón! Murió el engaño que eterno imaginé. Murió. Y adviertoque en mí, de lisonjeras ilusionescon la esperanza, aun el anhelo ha muerto.Para siempre reposa;basta de palpitar. No existe cosa digna de tus latidos; ni la tierraun suspiro merece: afán y tedioes la vida, no más, y fango el mundo. Cálmate, y desespera la última vez: a nuestra raza el Hado sólo otorgó el morir. Por tanto, altivo, desdeña tu existencia y la Natura y la potencia dura que con oculto modosobre la ruina universal impera, y la infinita vanidad del todo.

Versión de Antonio Gómez Restrepo

Canto XXX Sobre un antiguo bajorrelieve sepulcral, donde una joven muerta está representadaen el momento de partir, despidiéndose de los suyos

Dónde vas? ¿Quién te llamalejos de los que quieres,bellísima doncella?¿Sola, peregrinando, el patrio techoabandonas tan pronto? ¿A estos umbralesregresarás? ¿Alegrarás un díaa estos que hoy te están llorando en torno?

Secos los ojos, de animoso porte,afligida te encuentras, sin embargo.Si grato o no el camino, si el retiroadonde vas es tristeo alegre, por tu aspectograve, mal se adivina. ¡Ay! No podríaasegurar, ni acaso lo comprendeel mundo aún, si en disfavor del cieloestás, o ser llamadaafortunada o mísera tú debes.

Muerte te llama, al comenzar del díasu último instante. Al nido que abandonasno volverás. La vistade tu familia dejaspor siempre. Está ése sitio

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al que vas, bajo tierra;allí residirás eternamente.Feliz eres tal vez; mas quien contemplatu destino, pensando en sí, suspira.

Mejor era, imagino,no ver la luz. Pero nacida cuandoregiamente se extiende la bellezapor los miembros y el rostro,y empieza todo el mundoa inclinarse ante ella desde lejos;al abrirse la flor de la esperanza,y mucho antes que en la alegre frentela lúgubre verdad relampaguee,como el vapor que se condensa en nubebajo formas fugaces a lo lejosdisipándose apenas ha nacido,y cambiar el futuropor el silencio oscuro de la tumba,esto, si al intelectofeliz parece, invadede compasión el pecho al más constante.

Madre dura y lloradadesde el nacer de la familia humana,natura, pavorosa maravilla,que por matar engendras y amamantas,si es un daño la muerteprematura, di, ¿ cómo la permitesen estos inocentes?Si es un bien, ¿por qué aciagasobre todos los malesal que parte y al que con vida quedahaces inconsolable la partida?

Mísera dondequieraque mire, que se vuelva o que se acojaesta sensible prole!Quisiste que engañosafuese aún de la vidala joven esperanza; de ansias llenala onda del tiempo; al mal único amparola muerte, y este signo ineludible,esta ley inmutablePusiste al curso humano. ¡Ay! ¿Por qué al menos.tras los arduos caminos, no nos disteuna meta gozosa? Pero ellaque por suerte futurasiempre al vivir llevamos ante el alma;ella, a quien nuestros dañostan sólo la consuelan,vela con paños negros,ciñe de triste sombra,y, espantoso a la vista,más temible que el mar parece el puerto.

Si desventura es estemorir que tú destinasa aquellos que, inocentes y sin culpa,sin quererlo, abandonas a la vida,la suerte del que muere es preferible

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a la de aquel que sientemorir a los que ama. Que si es cierto,como creo seguro,que desdicha es la viday una gracia el morir, ¿quién, pues, podríadesear que a los suyosel instante postrero les llegara,y quedar al fin soloy fuera de sí mismo,y ver desde el umbral cómo se alejala persona queridajunto a quien ha pasado tantos años,y decirle el adiós sin esperanzade encontrarla de nuevopor la senda del mundo,y luego, solitario, abandonado,mirando en torno los usuales sitios,recordar la perdida compañía?¿Cómo, ¡ay! , cómo, natura, no te importaarrancar de los brazosdel amigo al amigo,del hermano al hermano,de los hijos al padre,de la amante a la amada, y, muerto uno,al otro conservar? ¿Cómo pudistehacernos necesarioel dolor de que, amando, sobrevivaal mortal el mortal? Pero naturaJamás en sus accionesde nuestro mal o nuestro bien se cuida.

Versión de Diego Navarro

Canto XXXI El retrato de una bella mujer esculpidoen el monumento sepulcral de la misma

Tal fuiste: hoy bajo tierrapolvo, esqueleto eres. Sobre el fango,inmóvilmente colocado en vano,mudo, mirando de la edad el vuelo,está, de la memoriay del dolor custodio, el simulacrode la muerta hermosura. La miradadulce, que hacía temblar si, como ahora,se fijaban en otro; el labio, dondeel placer derramábasecual de urna llena; el cuello, circuídoya de deseo; la amorosa mano,que a menudo, al posarse,sintió helada la mano que oprimía,y el seno, ante el que todosse tornaban visiblemente pálidos,fueron un tiempo; huesosy fango eres ahora;

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visión tan triste oculta hoy una piedra.

A eso reduce el hadoa aquello que creímos la más vivaimagen celestial. Misterio eternode nuestra vida. Inenarrable fuentede excelsos pensamientos y sentires,hoy triunfa la belleza,y parece, cual llamade natura inmortal en este yermo,de altísimos destinos,de afortunados reinos y áureos mundosesperanza seguradar al mortal estado;mañana leve fuerzaen abyecto, soez y abominabletrocará a lo que tuvocasi angélico aspecto,y también de las mentesdesaparece aquelloque admirable concepto suscitaba.

Deseos infinitosy soberbias visionescrea en el pensamientopor natural virtud, docta armonía,y por un deleitoso mar, arcanoyerra el humano espíritucomo por divertirseosado nadador por el océano;mas si un discorde acentohiere el oído, en nadase torna aquel edén en un instante.

Natura humana, ¿cómo,si polvo y sombra eres,si eres frágil y vil, sientes tan alto?Si gentil todavía,¿por qué el más digno de tu pensamiento55 es así de livianoy origen de razones despreciables?

Versión de Diego Navarro

Canto XXXIII El ocaso de la luna

Como en noche callada,sobre el campo argentado y la laguna,donde aletea el céfiroy mil aspectos vagosy objetos engañososfingen lejanas sombrasen las ondas tranquilas,en setos, lomas, villas y ramajes,

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junto al confín del cielo,tras de los Alpes o del Apeninoo del Tirreno en lo hondo,cae la luna, y el mundo palidece;las sombras huyen, y unaoscuridad envuelve monte y valle;ciega la noche queda,y, cantando con triste melodía,la última luz del fugitivo astroque fué su guía hasta ahorasaluda el carretero en su camino,

así también se alejay la vida abandonala juventud. En fugavan sombras y ficcionesde agradables engaños; se disipala lejana esperanzaen que mortal Natura se sustenta.Abandonada, oscuraqueda la vida. En ella la miradapone en vano el confuso caminante,en busca de un sendero que le llevea una meta; y comprendeque en la mansión humanaen un extraño ya se ha convertido.

Harto alegre y dichosanuestra mísera suertepareciera, si el juvenil estado,en donde un goce es fruto de mil penas.durase todo el curso de la vida.Dulcísimo decretoel que a todo animal condena a muerte,si en medio del caminono surgiesen doloresaun más terribles que la muerte misma.De mentes inmortaleshallazgo digno, extremode todo mal, fué para los eternosla vejez, donde se hallaintacta el ansia, la esperanza extinta,secas las fuentes del placer, las penasSo mayores siempre, sin hallar ventura.

Llanuras y colinas,caído el esplendor que al occidenteel velo de la noche plateaba,huérfanas largo tiempono quedaréis, que por el otro ladopronto veréis el cielode nuevo clarear, surgir la aurora,y el sol apareciendo detrás de ellay fulgurando en tornocon poderosos rayos,de lúcidos torrentesos bañará, ya los etéreos campos.Mas la vida mortal, cuando se extinguela hermosa juventud, no se iluminajamás con otras luces ni otra aurora.Viuda será hasta el fin; oscura noche

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que a las otras edadesmarcan los dioses como sepulturas.

Versión de Diego Navarro

Canto XXXV Imitación

Lejos del propio ramo,pobre boja delicada,¿adónde vas? Del hayaallá donde nací, me arrancó el viento.Él, retornando, al vuelodel bosque a la campiña,del valle a la montaña me conduce.Con él, perpetuamente,voy peregrina, y lo demás ignoro.Voy donde todo va,donde naturalmenteva la hoja de rosay la hoja del laurel.

Versión de Diego Navarro

Canto XXXVI Pasatiempo

Cuando muchacho vinea entrar en disciplina con las Musas.Una de ellas cogióme de la manoy durante aquel díaen torno me condujopara ver su oficina.Me mostró uno por unolos útiles del arte,y el distinto servicioa que cada uno de ellosse emplea en el trabajode la prosa y el verso.Yo lo miraba, y dije:«Musa, ¿y la lima?» Y contestó la diosa:«La lima se gastó; ya no la usamos».Y yo: «Mas rehacerlaes preciso, ya que es tan necesaria » .Y contestó: «Así es, mas falta tiempo».

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Canto XXXVII Fragmento

ALCETA

Oye, Meliso: he de contarte un sueñode esta noche, que vuelve a mi memoriaal contemplar la luna. Yo me hallabaen la ventana que da al prado, a lo altomirando, y he aquí que de improvisola luna se desprende, y me pareceque cuanto en su caer va aproximándosetanto crece a la vista; en fin, que vinoa dar de golpe en medio el prado; y eratan grande como un cántaro, y de chispasvomitaba una niebla, que chirriabacual carbón encendido que en el aguase sumerge y se extingue. De este modo,la luna, como he dicho, sobre el campose apagó poco a poco, ennegreciéndose,y alrededor las yerbas humeaban.Vi entonces que en el cielo había quedadoun vislumbre, una huella o bien un nichodonde ella fué arrancada, de maneraque me helé de terror, y aun me estremezco.

MELISO

Y bien has de temer, que fácil cosafuera caer la luna entre tu campo.

ALCETA

¿Quién lo sabe? ¿No vemos en veranolas estrellas caer?

MELISO

Tantas estrellashay, que no importa que una u otra caiga,si mil han de quedar. Pero la lunaestá sola en el cielo, y de ningunonunca caer fué vista sino en sueños.

Versión de Diego Navarro

Canto XXXVIII Fragmento

Aquí, vagando del umbral en torno,la lluvia y la tormenta invoco en vano,para que la retenga en mi morada.

Bramaba el huracán en la floresta

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y el trueno retumbaba entre las nubes,antes que el alba iluminase el cielo.

¡Oh amadas nubes, cielo, tierra, plantas!,parte mi amor: piedad, si en este mundopiedad existe para un triste amante.

¡Despierta, torbellino, y trata ahorade envolverme, oh turbión, hasta el momentoque en otra tierra el sol renueve el día!

Se aclara el cielo, cesa el viento, duermenlas hojas y la yerba, y, deslumbrado,de llanto el crudo sol llena mis ojos.

Versión de Diego Navarro

Canto XLI Del griego de Simonedes

Que humana cosa dura poco tiempoes máxima muy cierta,dice el viejo de Quíos,que la misma naturatiene el hombre y las hojas.Mas esta voz muy pocosoyen. A la esperanza inquieta, hijade juveniles pechos,todos le dan asilo.Mientras rojas las floresde nuestra edad acerbason, el alma orgullosacien dulces pensamientos nutre en vano,ni muerte espera, ni vejez; ningunadolencia al hombre sano preocupa.Mas tonto es quien no miracuán presto juventud emprende el vuelo.Y cómo de la cunacercano está el sepulcro. Tú, que el pie pondrás prontoen el fatal caminode la sede plutónica,a los goces presentestu breve edad confía.

Versión de Diego Navarro

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