galvan 3 articulos controversia historica

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    Textos reunidos 3Artculos y Controversia histrica

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    Esta publicacin ha sido posible gracias al apoyode la Direccin General de Aduanas

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    5Artculos y Controversia histrica

    Archivo General de la NacinVolumen LVIII

    Manuel de J. Galvn

    Textos reunidos 3Artculos y Controversia histrica

    Andrs Blanco DazEditor

    Santo Domingo2008

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    Archivo General de la Nacin, volumen LVIIITtulo: Textos reunidos 3. Artculos y Controversia histricaAutor: Manuel de J. Galvn

    Departamento de Investigacin y DivulgacinEdicin y cuidado: Andrs Blanco DazDiseo: Puro FajardoDiseo de cubierta: Rubn Daz CarreroDiagramacin: Modesto E. CuestaDigitacin: Juan Francisco Novas

    Cubierta: Fotografa de Manuel de J. Galvn tomada por Julio Pou.

    Ediciones del Archivo General de la Nacin, 2008

    ISBN 978-9945-020-42-7

    Archivo General de la NacinCalle Modesto Daz N 2,Zona Universitaria,Santo Domingo, Distrito NacionalTel. (809)362-1111, Fax. (809) 362-1110www.agn.gov.do

    Impresin: Editora Bho, C. por A.

    Impreso en Repblica DominicanaPrinted in Dominican Republic

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    Contenido

    Artculos

    Ulises F. Espaillat / 11Editorial de La Actualidad / 15Pablo Pumarol / 21Conversacin en la muerte del padre Billini / 23Cosas aejas / 27Notas relativas a las ruinas de la ciudad de Concepcin

    de La Vega en Santo Domingo / 33Discurso en el Colegio El Dominicano / 37Impotencia / 43

    La novela de Billini / 47Coln. Verdad, arte y crtica / 53El divorcio / 59La Restauracin dominicana / 61Cuatro palabras sobre este opsculo / 63Podr ser? / 67Duarte en La Trinitaria / 69

    Amrica en fin de siglo / 75Flix M. Del Monte / 83Bibliografa. Obras de don Nicols Heredia / 87

    I / 87II / 90

    Amelia Francasci / 95Nicols Mara Heredia / 99Prlogo / 101En la muerte de Virginia E. Ortea / 105La cuestin palpitante / 107

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    Controversia histrica

    Dos palabras / 11119 de marzo / 115Refectificacin / 117Ratificacin / 123Los prceres / 131Ratificacin tambin / 135Rplica / 139Ratificamos tambin / 147Por la verdad / 153

    Contrarrplica / 157ltima rplica / 167Contrarrplica final / 177Otra rplica / 189

    I / 189II / 198

    Publicamos / 209Otra contrarrplica / 211

    I / 211II / 219

    Apndice / 221En nuestros propsitos / 231Ms rplicas / 235Rectificaciones necesarias / 241Ms contrarrplicas / 253Qu cosas! / 257

    A un tal X de El Telfono / 261Sin comentarios / 263Sin comentarios / 267

    ndice onomstico / 271

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    Artculos

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    11Artculos y Controversia histrica

    Ulises F. Espaillat

    Hay hechos que hablan al corazn y al entendimiento msalto y con ms elocuencia que todos los discursos. Nada puededecirse sobre ellos que no est en el nimo y en el convenci-miento de la generalidad. Entonces es fuerza que el orador oel escritor, si hay algo que le imponga de un modo ineludibleel deber de formular un racionio sobre asuntos de esa catego-ra privilegiada, se resigne a hacerse el eco fiel de la concienciapblica, a repetir lo que todos saben.

    En este caso nos hallamos al ejercitar hoy nuestra pluma so-bre el triste argumento de la muerte del ilustre repblico, delintegrrimo ciudadano Ulises Francisco Espaillat, acaecida enSantiago, el da 25 de abril prximo pasado. Tan infausta nue-

    va, no bien fue conocida en esta capital, conmovi profunda-mente todos los nimos: un sentimiento espontneo de vene-racin a las virtudes de aquel insigne patricio dict a nuestroshombres pblicos y a nuestras dignas autoridades lo que de-ban hacer en demostracin de duelo por la dolorosa prdidaque la Nacin experimentaba en la extincin de una tan ejem-plar existencia, y todas las clases de la poblacin han dado testi-monio, con frases sinceramente pesarosas y con el reconoci-miento de su actitud, de la profunda simpata y el alto respetoque tributaban a las virtudes pblicas y privadas del ex-presi-

    dente Espaillat.Para el cumplido elogio de este distinguido dominicanobastara narrar sencillamente su vida entera. No poseemos enla actualidad los datos necesarios para hacerlo acertadamente,

    y slo a grandes rasgos nos es dado delinear ese gran carcter

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    13Artculos y Controversia histrica

    Nacin. Vino al fin, rindindose a tan premiosas instancias; vino,porque crey que en su sacrificio sera prenda de paz para susconciudadanos; y no bien comenzaba a lucir para este pueblola aurora de la justicia y el progreso

    Corramos un velo sobre hechos que a nadie favorecen, yque haran juzgar erradamente de la ndole y de los noblessentimientos del pueblo dominicano. Los acontecimientos ul-teriores, si por un lado estn denotando la intervencin de una

    justicia providencial en la vida de los pueblos, por otra partedemuestran que el nuestro jams consinti ni sancion la estu-penda inconsecuencia de que fue principal vctima el ilustre

    Espaillat, para quien la silla presidencial se convirti en Calva-rio, y el poder, en esponja saturada con la hiel de increblesingratitudes.

    No; el pueblo dominicano supo comprender y apreciar entodo su valor la administracin inteligente y honrada de Es-paillat, y ha sealado con el estigma de su reprobacin a losque hicieron imposible su gobierno, y esterilizaron sus lauda-bles propsitos.

    De este modo, el sacrificio de Espaillat y aun la injusta hosti-lidad de que fue blanco su liberal gobierno, sirvieron para de-mostrar que los principios no perecen, y que as como en laeconoma del universo material jams se pierde ni una gota de

    agua ni un grano de arena, tampoco en el mundo moral, en elmundo del espritu, deja nunca de germinar y dar sus frutos,como fecunda semilla, una idea buena, aun pisoteada y ahoga-da por la planta brutal de la ignorancia; un ejemplo generoso,aun hecho blanco miserable de la befa, el odio y el escarnio delos malos.

    Y as la libertad, el derecho, la legalidad y la justicia, holla-dos y vilipendiados el 5 de octubre, tuvieron sus vengadores yrestauradores, oh Providencia sabia!, el 9 de diciembre delmismo ao de 1876; Ulises Espaillat, refugiado hasta la vsperabajo un pabelln extranjero, pudo desde esa ltima fecha res-tituirse a la libertad, glorificado y honrado por los que, hastaentonces, haban significado las doctrinas de fuerza opuesta ala suya; y nadie, despus de Espaillat, podr ya gobernar estatierra sino con libertad y con justicia, principios sacrosantos quese ostentaron triunfantes a pesar de aquella cada, y que hoy, a

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    despecho de todas las vicisitudes polticas, viven y florecen mslozanos que nunca en nuestra patria.

    Admirable leccin de moral que ojal llegue a grabarseprofundamente en la memoria y la reflexin de nuestros hom-bres pblicos!

    Grandes honores fnebres han sido decretados y han co-menzado a tener ejecucin para honrar la memoria del probo

    y benemrito patriota; el decreto de la Cmara Legislativa diri-gido a ese fin, se public el da 2 de los corrientes con la mayorsolemnidad, adornada con fnebre crespn la bandera de laescolta; la misma Cmara levant la sesin del da tan pronto

    como hubo formulado dicho decreto; el Poder Ejecutivo cir-cul inmediatamente las rdenes necesarias para su cumpli-miento; el can de la fuerza reson ese da y al siguiente, demedia en media hora, con lgubre estampido; las oficinas p-blicas suspendieron sus trabajos ordinarios por tres das; el pa-belln nacional estar a media asta durante los nueve que hade durar el luto de la Repblica, y el 13 repercutirn las bve-das de nuestros templos los cnticos que la iglesia tiene consa-grados para solemnizar las exequias de los que duermen en elSeor. Adems de esto, y como rasgo concluyente, una suscrip-cin popular destinada a otros funerales por el descanso eter-no del eminente ciudadano, se cubri rpidamente de firmas

    y ofrendas.Pero el monumento ms digno de los buenos dominicanos

    y el ms grato sin duda a los manes del ilustre Espaillat, ser elrecuerdo de sus altas virtudes cvicas, para imitarlas en bien denuestra patria desdichada a la que l sirvi con rara modestia yprobada abnegacin.

    Paz a sus restos.

    El Pueblo, No. 1, 10 de mayo de 1878.

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    Editorial de La Actualidad

    Es para nosotros muy penoso haber de dar cabida en LaActualidad, por un deber de justicia, a la refutacin que haceel seor Angulo Guridi de los ataques contra l dirigidos por elseor M. A. Cestero. Aunque es evidente que la defensa, com-parada con la agresin, se ha ceido relativamente a trminosmoderados, sin embargo, la materia es de suyo tan espinosa,tan candente, que no podemos menos de sentir, y mucho, queen nuestras columnas haya de exhibirse parte del poco edifi-cante espectculo.

    Tal vez se ocurra a alguien decir: pero la cuestin tuvo ori-gen en los artculos titulados Libre cambio*que vieron la luz enLa Actualidad. Muy de acuerdo; pero qu tiene que ver unacosa con otra? Ni quin puede suponer que de una cuestinde tan elevado inters pblico se viniera a pasar a un pugilatode improperios?

    Nos conviene por la misma causa fijar con criterio de razn,de justicia y de fra imparcialidad los puntos salientes de la,

    * La segunda entrega de este texto la recogimos en:Alejandro Angulo Guridi,Obras escogidas 1. Artculos, Publicaciones del Archivo General de la Nacin,Vol. XXII, Santo Domingo, Editora Bho, 2006, pp. 213-223. Tambin in-cluimos en dicho volumen el artculo de Angulo Guridi Al pblico (pp.225-234), en el cual este pensador dominicano responde a las imputacio-

    nes de Mariano Antonio Cestero, aparecidas enEl Eco de la Opininel 19 dejulio de 1879, bajo el ttulo de A un desvergonzado. Para una mejorilustracin de la polmica entre Angulo Guridi, Cestero y el autor queocult su nombre bajo el seudnimo de Rgulo, pueden consultarse losnmeros de los peridicos La Actualidadde mayo-julio yEl Eco de la Opininde junio-julio del referido ao. (Nota del editor).

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    para todo amante de la paz y la civilizacin, triste y desagrada-ble polmica. No nos gua otro deseo que el de dar a cada cuallo suyo, y que en La Actualidadno se imputen responsabilida-des inmerecidas.

    Rechaz el Congreso el proyecto de tratado de libre cambiocon emprstito, que con honradas intenciones y procediendorectamente le someti el Poder Ejecutivo. La Cmara estuvoen su derecho, y si err, no nos ha ocurrido duda de su lealtad

    y buena fe. Nuestro ilustrado amigo el seor Angulo cree, comonosotros, que ha sido grave error la oposicin que se le ha he-cho a un proyecto, al que la misma Cmara no ha podido me-

    nos de calificar como de inmensa trascendencia para el porve-nir mercantil y agrcola de la Repblica. Escribe el seor Angulodesenvolviendo ese tema sobre los fundamentos de la ms ade-lantada doctrina econmica; y no puede negarse sin pasin quesu primer artculo es notabilsimo, tanto por la gracia y solturade las formas, que ese es don comn a todos los escritos forma-les de la pluma del seor Angulo, cuanto por la solidez y elfundamenteo de su argumentacin.

    Us el experto escritor en ese primer artculo una metforade carcter equvoco. Hay que advertir que el seor AnguloGuridi, siguiendo el precepto de Horacio, procura siempre quesus escritos sean, al mismo tiempo que tiles, ad rem, amenos y

    agradables, condicin efectivamente necesaria para todo el queescribe teniendo en mira ensear, y sobre todo, hacerse leerpor el vulgo de los lectores. De aqu aquella metfora de ccolpesmiopes, que en buena ley debi hacer sonrer a los mismos aquienes se contraa; porque qu insulto encerraba, ni en qupoda afectarse la honra, o la susceptibilidad ms vidriosa, de-cir el un contrincante al otro, en una polmica literaria y cien-tfica: usted no ve claro; usted es muy corto de vista; est usted ciego?Pues eso ni ms ni menos deca en sustancia la comparacin delos cclopes, por ms que estuviera exhornada con intencin deprovocar hilaridad; y eso y no otra cosa significaba la calificacinde now-nothing, que el autor explic despus espontneamente.

    Pues bien, ese artculo, de todo punto inofensivo, fue con-testado con alusiones injuriosas al hombre(no con argumentode opinin), dicindosele crudamente que era unpadre de fa-miliadefraudado en sus esperanzas de lucro; que si defenda

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    el libre cambio era, no por convicciones sino porfaltriquerismo,y otras cosas de igual jaez. Haba en esto justicia, ni lgica, nisana razn?

    De ah hubo de agriarse y desnaturalizarse la polmica. Unacuestin econmica del ms alto inters pblico, vino a pararen ocasin de vejmenes y desahogos que sobre no ofrecer in-ters ni utilidad para nadie, solo podan depravar la idea comolos fines de la prensa peridica, dando al pueblo, en vez deilustracin y enseanzas, ejemplos lastimosos de las miseriashumanas.

    Incurri nuestro amigo el seor Angulo en un error al juz-

    gar quin fuera el autor de los artculos suscritos bajo el seud-nimo de Rgulo; pero, sobre no haberse mencionado el nom-bre, ni las iniciales siquiera del seor Cestero en esa equivocadainduccin, tampoco la rplica del seor Angulo contena con-ceptos infamantes para nadie. Lo del bibernfue un tiro al aire.Para ser justos diremos que si los concepsos chispeantes y lazumba humorstica de aquel artculo podan mortificar el amorpropio de nadie, como hombre de honor y de principios. Senecesita tener muy mal corazn para atentar a estos objetos, yel seor Angulo no tiene mal corazn. Regstrense sus escristos,sus numerosas controversias, pblicas; si bien custico y batalla-dor, su causticidad, que suele escaldar la epidermis, jams ha

    llegado a los lmites de la cruel y rencorosa malignidad.No mereca por lo tanto el cmulo de improperios que, ol-

    vidando toda mesura y miramiento, le ha dirigido el seor Ces-tero. Ms dao se ha hecho este caballero a s mismo que elque ha podido inferir a la buena fama del seor Angulo; por-que lo desmedido y exhobitante de la diatriba le quita todaaquella autoridad de que se hubiera revestido el seor Ceste-ro, a haberse limitado a rectificar solamente el injusto error enque haba cado su contrincante.

    Adems, perdidos los estribos de la razn, y bajo las inspira-ciones de una ciega y desenfrenada ira, el seor Cestero haerrado el blanco, ha dirigido al seor Angulo cargos evidente-mente injustos, y de los que, de notoriedad pblica, est justifi-cado. La paliza de Letn, el desdichado tropiezo de un hom-bre delicado y culto con un jayn que lo maltrata por sorpresa

    y abusando de la buerza bruta puede merecer el aplauso de

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    ningn hombre civilizado, ni servir de fundamento para afren-tar a la vctima? De ningn modo; el seor Cestero, que perte-nece a la clase ilustrada de esta sociedad, jams hubiera, contrasu propia causa, hecho esa glorificacin de tan inicuo atenta-do, si la clera no lo ofuscara cuando escriba su malhadadodesahogo.

    De igual manera no hubiera escrito el seor Angulo solicitao ambiciona la comisin a Washington, porque esto no es cier-to, y todos los individuos del Gobierno pueden dar fe de que sialguna intencin se manifest en ese sentido, fue muy rebati-da e impugnada por el mismo seor Angulo, que jams lleg a

    asentir definitivamente a la idea de encargarse de la comisin.Menos posible an es probar las siniestras e indecorosas in-tenciones que se atribuyen en dicho escrito al mismo caballe-ro, al imputarle que aspira a un Magisterio; ni que su plumasea venal; a quin le ha vendido? Ms bien hay que notar,equitativamente hablando, el fondo de magnanimidad querevela de parte del licenciado Angulo Guridi la buena amistadcon que ha continuado tratando a los miembros del Gabineteque sucedi al que lo contaba a l como Ministro, y el apoyofranco y leal que ha prestado a los principales proyectos delactual Ministerio. Por qu mirar las cosas por el lado desfavo-rable, y no por el que hace honor a la humanidad? Los malos

    motivos jams deben presumirse.El licenciado Angulo Guridi, si no es un ser perfecto, por-

    que nadie lo es; si como hombre padece arrebatos de genio, ycomo escritor es, segn antes hemos dicho, custico y batalla-dor, tiene en cambio cualidades sobresalientes y apreciabilsimas.Sin hablar de su claro talento y su vasta instruccin, de su fa-cundia oratoria y su gusto refinado por las letras, que estimul

    y aviv entre nosotros la aficin al estudio desde 1854, cuandol vino por primera vez a la tierra de sus padres, el seor Angu-lo es respetable por su caballerosidad en el trato privado; con-secuente y buen amigo; carece de dobleces y desconoce la per-fidia aun para con sus enemigos; liberal y expansivo, es inclinado(tal vez demasiado inclinado) a ensear al que no sabe; y deesto ha dado aqu buenas pruebas regentando ctedras cient-ficas y literarias de las que buen provecho sacaron algunos denuestros hombres pblicos. Ha prestado en distintas pocas

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    importantes servicios al Estado. Que todo esto no se olvide. Pornuestra parte tomamos nota de la peticin de indulgenia queel seor Cestero dirige a sus lectores por haberse olvidado de smismo; y quisiramos que en su rplica tampoco se olvidara elseor Angulo. Si lo hubiere, de antemano lo condenaremos,poniendo en guardia al lector contra cualquiera exageracindictada por el resentimiento y la ira en desconcepto del seorCestero.

    Nuestro lenguaje es la voz de la imparcialidad. Ojal contri-buya en algo a que tan deplorables ejemplos no tenganimitadores en nuestro pas!

    La Actualidad, No. 11, 16 de julio de 1879.

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    Pablo Pumarol

    El da 25 de los corrientes (abril de 1889) * ces de existirnuestro querido amigo Pablo Pumarol, apenas salido de la pri-mera juventud, y cuando haba obtenido ya brillantes triunfos

    y distinguida estimacin social por las relevantes dotes de inte-ligencia y de carcter demostradas en su carrera profesional, yen sus relaciones privadas.

    Desde muy joven cultiv el malogrado Pumarol las letras congracia y talentos no comunes; y muy luego, asumiendo las gra-

    ves responsabilidades de esposo y padre de familia, abandonel fcil comercio de las musas, que siempre le fueron propi-cias, para consagrarse a las ridas tareas de la abogaca, ejercidapor l con tanta probidad y conciencia como buen xito.

    Su espritu activo, su rara aptitud para las artes, lo impulsa-ban a emplear las escasas horas que pudiera haber dedicado alreposo, a otras tareas ms gratas que el estudio de procesos yde leyes; pero tareas al fin, que deban contribuir a gastar tem-prano las fuerzas de su delicado organismo fsico. En este con-cepto, cultivaba con refinado gusto la msica, y quedan de ldiversas muestras de trabajos curiosos cuanto bien ejecutados,de ebanistera, pintura y carpintera.

    * Haba nacido en Santo Domingo el 6 de noviembre de 1857. Se distinguicomo poeta satrico, fundador y director de peridicos de combate tales

    comoEl Gladiador,El MosquitoyAuras del Ozama. Sus posiciones en defensade la causa cubana en el primero de dichos peridicos lo llevaron a prisinen 1879, debido a presiones del cnsul de Espaa en Santo Domingo,Francisco de Serra. Tambin fue, en la prensa, un crtico acerbo de losgobiernos de Fernando Arturo de Merio y de Ulises Heureaux. (Nota deleditor).

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    Incapaz de mentira ni doblez, se apart muy pronto del es-cabroso terreno de la poltica militante con la cual eran incom-patibles su lealtad y nobleza de sentimientos.

    Buen hijo, buen esposo, buen hermano, buen amigo, buencaballero en una palabra, Pablo Pumarol se ha consumido pre-maturamente, en el ejercicio prctico de todas las virtudes so-ciales. Se puede ofrecer como dechado digno de imitacin alos jvenes de talento, que aspiran legtimamente a figurar conhonor en el escenario de la vida. Era una naturaleza superior, ypor lo mismo era un creyenteen toda la extensin de este con-cepto. Mientras que su cuerpo se extenuaba en el trabajo y en

    el cumplimiento del deber, su espritu se fortaleca en la fe, yfijaba la vista con vigor en la esperanza, en las vislumbres deuna vida mejor. As le sorprendi la muerte, haciendo piado-sos votos a la Virgen pura y confiando en Dios, sereno y hastacontento con la ilusin de que no morira Y realmente no hamuerto: vive en el Seor su alma hermosa y justa; vive su me-moria querida en los seres a quienes ya falta su tutelar abrigo, ypara los cuales su espritu inmortal obtendr sin duda la pro-teccin divina.

    El Eco de la Opinin, No. 493, 27 de abril de 1889.

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    Conversacin en la muertedel Padre Billini*

    El duelo general, que reviste en esta hora de justa pena to-das las formas concebibles en sus espontneas manifestaciones,exige de mi olvidada pluma algunas frases que resuenen con-fundidas en el coro funeral de las letras patrias.

    Nunca he podido elevar el estilo hasta el tono de la lamen-tacin y la elega. Cuando una gran pesadumbre embarga elnimo, cuando un ser querido nos abandona para siempre, al-gunas lgrimas silenciosas, brotando desde el corazn hasta losojos, e inundando desde los ojos el semblante, me parece queson ms elocuentes, dicen mil veces ms que todos los concep-tos atildados por la oratoria o la potica.

    El arte es impotente en tales casos: no hay oda tan expresi-va, discurso tan conmovedor, como el espectculo de aquellapobra loca que con su pequeo lo de harapos al hombro, se-gua a lo lejos, mezclada con los numerosos asistentes al cortejofnebre, la humilde caja de pino del muerto bienhechor.

    Ella crea irse con l, cuando caminaba en pos de sus restos:no comprenda que l se hubiera ido, dejndola ac abajo

    l era artista y poeta, sobre todo; sin saberlo; sin darse cuen-ta de ello. Se hubiera redo con su blanda y dulce risa, si se lohubiesen dicho. Haba l acaso pintado algn cuadro, cince-lado alguna estatua, rimado un solo verso, compuesto un solomotete musical?

    * El sacerdote y filntropo Francisco Xavier Billini naci en Santo Domingoel 1 de diciembre de 1837 y falleci en la misma ciudad el 10 de marzo de1890. (Nota del editor).

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    No, sin duda; y sin duda era artista, era poeta; como lo sontodas las naturalezas finas, exquisitamente delicadas y sensibles;como lo era el Ser sublime, a quien l hubiera querido imitaren todo; aquel divino aldeano de Galilea, que al travs de lossiglos, con su bellsima e inimitable comparacin de los liriosdel campo, nos ense a confiar y esperar en la prvida bon-dad de Dios.

    Obra de poeta, y de poeta soador fue la suya; pero tuvo ladicha de realizar gran parte de sus sueos luminosos ac en latierra. Los dems los hallar sin duda realizados en la vida delalma, la que no tiene fin

    Tuvo en eso el privilegio de los grandes poetas que nuncahicieron versos, pero que como l, soaron de gloria y de bien:todo hombre de fe es poeta, aunque todo poeta no sea hom-bre de fe. En nuestro Padre Billini la fe iba hasta el iluminismo;era creyente, y crea en su propia vocacin, como creyeron enla suya unos pocos mortales histricos, que al principio de sucarrera parecieron visionarios, y acabaron por conquistar me-recida celebridad.

    Parecan delirios de una mente enferma los proyectos queforjaba, las empresas que acometa, sin ms fuerzas ni ms re-cursos que los de sus buenos deseos, inspirados en ese calor delalma que se llama la caridad; y contra todas las objeciones, y

    todas las incredulidades, y todos los obstculos que hallaba ensu camino, haca lo que se propona hacer; hoy una casa debeneficencia, maana otra; ora fundaba un colegio y lo soste-na por ms de veinte aos, manteniendo a su costa muchosnios desvalidos; y transformaba templos, y reedificaba ruinas,

    y creaba una biblioteca pblica, y a tanto y tanto atenda sumaravillosa actividad para el bien, que apenas se concibe cmorindi el espritu mucho antes de ahora, bajo el peso de lasgraves cargas que iba echando sobre sus hombros, a despechode su valetudinaria complexin.

    Y as se labr una situacin nica, excepcional, en la estima-cin y el cario de todos los dominicanos y de los extranjerosque aqu vivan y conocieron sus buenas obras, y admiraron elinfatigable anhelo de mejoras materiales y morales, que eracomo una fiebre que lo devoraba. Merecen mencionarse los nom-bres de dos de esos extranjeros distinguidos, que respondieron

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    siempre a sus llamamientos caritativos: los seores don Juan B.Vicini y don Samuel Curiel. Sentimos que la premura del tiem-po no nos permita obtener datos sobre otros que son tambinacreedores a esa mencin honorfica. Doa Mercedes de laRocha hered de su venerable padre, don Domingo, el entu-siasmo generoso por las obras pas del Padre Billini, y no estfuera de lugar que se les tribute justicia, pues ellos, con su po-sitiva ayuda, alentaron al filntropo en su difcil camino.

    Su mdico y buen amigo, el Dr. don Pedro A. Delgado,mereca captulo aparte.

    Pero esos nombres no significan excepcin: otros muchos

    se complaca el Padre Billini en citar a menudo, tributndolesbendiciones por su filantrpica asistencia. En general, todos loamaban como l mereca; unos cerca de l, otros a distancia;todos saban distinguir en l el diamante de puras aguas, lu-ciendo sus facetas al sol radioso de la cristiana caridad, entre lamucha y falsa pedrera que por un momento deslumbra conlos metidos reflejos de efmera prosperidad, para apagar suaparente brillo al primer roce de la adversa fortuna.

    Todos lo amaban, sin excepcin: unos amaban al hombrede fe, otros al filntropo; otros, y estos eran los ms, al artista, alpoeta que arrastraba a s los tmidos, que crea en el bien ydifunda en torno suyo un ambiente evanglico, algo que le

    era caracterstico, y que determinaba una manera propia de susentido esttico: el gusto por las pompas ornamentales del cul-to. De nio revel su aficin al altar, jugando a los santosdetoda preferencia: siempre qued en l esa especie de aficininfantil, que, elevndose a veces hasta el misticismo, seduca,por el candor y la sencillez, a las almas buenas de la multitud.

    Pero aquel hombre-nio era gigante cuando se trataba decurar con el blsamo de la caridad las miserias humanas. Yo le

    vi un da, poco tiempo despus de instalado el manicomio quel fund, hacerse abrir la verja de una celda donde se hallabauna anciana loca frentica. El terror se trasluca en los sem-blantes de todos los concurrentes, porque el furor de la infeliziba hasta arrojar a las buenas mujeres que la asistan, los ali-mentos y cuanto hallaba a mano. Ruga como una fiera, y susojos extraviados y todo su aspecto descompuesto, hacan de suaproximacin un peligro evidente. Quise disuadir al filntropo

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    de su temeraria empresa; pero no me escuch; y con la fazserena y sisuea, entr en la terrfica celda, cerr la verja enpos de s, y se qued frente a frente con la furiosa todos loscircunstantes palidecimos; mientras que el Padre, con su vozdulce e infantil, diriga la palabra a aquel ser casi irracional; yella, al or su acento, cambiaba el rugido en gemido, y su mira-da dejaba de ser feroz, y su actitud se haca humilde, hasta elextremo de acurrucarse toda convulsa en el suelo, a los piesdel sacerdote, que con la orla de su viejo manteo le cubracariosamente la cabeza

    Yo vi esto; y en vano me acord del magnetismo, y en vano

    me hubiera acordado del hipnotismo, si entonces se hubieraconocido este fenmeno cientfico. Lo que reconoc claramentees que el espritu de Dios estaba por all, en alas de la santacaridad.

    No ech de menos entonces del anlisis cientfico. Era uncuadro de grandiosa poesa, y siempre me han disgustado losanalizadores que rebuscan faltas de gramtica en las obras delos grandes poetas.

    Era sobre todo un artista, un poeta mstico el Padre Billini.Que se respete la memoria de ese hombre insigne. Que

    nadie sea osado a tomar su nombre como emblema de pasio-nes miserables, para mortificar a persona alguna. l no se llev

    a la otra vida queja de nadie: sus luchas en esta slo a Dios esdado juzgarlas, como slo l puede darles el adecuado galar-dn. Nosotros debemos limitarnos a verter sobre su gloriosatumba una flor, una lgrima de puro sentimiento, y, ya que nopodemos imitarle, a bendecir su querida memoria.

    El Telfono,No. 363,14 de marzo de 1890.

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    Cosas aejas*

    Conozco del libro narraciones ntegras, lo que acaso sea pocopara formar sobre el mrito intrnseco de la obra. Y se me hacomprometido a escribir sobre ella nada menos que un prlo-go, que es, como si dijramos, a predisponer el nimo del lec-tor con un juicio sinttico de lo que son, o deben ser, las Tradi-ciones y episodios de Santo Domingo, narrados por el estudioso yentusiasta dominicano don Csar Nicols Penson, que, aunquemuy joven todava, hace aos que cultiva con cario las letras, yha sabido conquistarse merecidos aplausos por sus esfuerzosgenerosos y honrados, all donde todo concurre a enervar elnimo, a amortizar bajo las nieblas de la indiferencia los msbenficos y puros destellos de la vida inteltectual.

    Y la verdad es que se escribe tanto, y tan a roso y velloso, ennuestros das, es tan cerrado el aluvin de impresos y libros detodo gnero que vomitan las prensas de todos los pases civiliza-dos, en la exigente necesidad de dar empleo incesante a laactividad de sus perfeccionamientos mecnicos, que no debe-mos extraar el desvo y el hasto, producto del cansancio o dela desconfianza, con que los lectores de experiencia miran co-mnmente la aparicin de un nuevo libro. Ya apenas se oyehablar de biblifilos, y los biblmanos han desaparecido del todo,transformados en nihilistas del pensamiento escrito, si no en

    huspedes de los manicomios.

    1 Este es el prlogo escrito por Galvn y que aparece en la primera edicinde las Cosas aejasde Csar Nicols Penson (Imprenta Quisqueya, SantoDomingo, 1891). (Nota del editor).

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    Este cambio se explica: la intemperancia en la lectura estsujeta a las mismas leyes que la intemperancia en el comer; haygastralgia intelectual como hay gastralgia fsica: con frecuencialas dos estn conjuntamente en un mismo sujeto. De aqu laperversin del apetito, y la preferencia de alimentos raros, aun-que nocivos, as para la inteligencia como para el estmago.

    Nuestro siglo se caracteriza por una gran intemperancia entodo: en el inventar, en el innovar, en el resolver; y no digo enel comer, porque estas lneas tratan de ser un prlogo, literarioen la intencin, y los que viven de las letras en todas partes, conraras excepciones, daran testimonio de su forzosa parsimonia;

    lo que no obsta para que en nuestro siglo se coma excesiva-mente. Pero los que viven de las letras en su inmensa mayorahan sido intemperantes en el afn de crear, y de decir cosasnuevas y originales, o que lo parecen; y ayudados por los pro-gresos de la imprenta, han abrumado literalmente a la huma-nidad, con innmeras obras trascendentales, reformistas y trans-formistas, cuya trascendencia ha durado lo que dura unasensacin, o un capricho; un da, un mes, un ao a lo sumo.

    Cierto que el gusto inspirador de esas obras efmeras ha tras-cendido a las costumbres y a las artes. Hasta el santuario de lasciencias ha penetrado con planta invasora el prurito de trillarsendas desconocidas, especie de intemperancia del espritu de

    induccin. A todos nos agrada ser descubridores de mundos,como Coln, y doblar cabos tempestorios, como Vasco de Gama,sin salir del gabinete de estudio, o de la ctedra docente, y sinarrastrar otros peligros que los de ver caer en el desdn o en elridculo nuestras estrafalarias invenciones. Felizmente, a nadiepersigue la polica por creer en s mismo y forjar disparates.Pero hay un grndsimo escollo para estos apstolesintemperantes del espritu del siglo, y es la facilidad con que elmismo espritu del siglo distingue el oropel, del oro fino: su

    vivacidad y su instinto investigador lo obligan a mirar con inte-rs todo lo que sale a luz como producto del genio o de lainteligencia del hombre; se lograr deslubrarlo a veces y aunhacerlo extraviar por momentos, dando algunos pasos precipi-tados en pos de un farol de forma rara, que se ofrezca al mun-do como insigne maniestacin de progreso; pero pronto se dacuenta de la verdad; que para eso no es examinador, y analizador

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    y razonador por excelencia: los noveleros siguen el farol depapel o al fuego fatuo hasta que se extingue; pero al espritudel siglo le basta un somero examen para sacrificar en aras deninguna falsa teora la ms insignificante verdad de las queiluminan con luz increada e inmanente la conciencia de lahumanidad.

    Y la esttica es una de estas verdades eternas, inmortales. Envano sobrevendr el bizantinismo, la noche de los siglos mediospara el sentimiento en todas sus manifestaciones, mortales, cien-tficas, artsticas. De la oscuridad y de las ruinas surgir un da,ms o menos pronto, el renacimiento de todo lo que en s tie-

    ne el germen y las condiciones vitales de bondad, verdad y be-lleza, trinidad que ha recibido el culto de los hombres superio-res, dondequiera que ha existido una civilizacin consciente.

    Me va llevando demasiado lejos el asunto de este prlogo, alcual quiero aplicar las precedentes reflexiones. Es porquePenson, buen hijo de este siglo, se muestra apasionado de laoriginalidad, tras de la cual corren, como en pos de nueva

    Atalanta de pies ligeros, muchos literatos americanos y euro-peos en nuestros das; pero tiene Penson a la vez el buen gustode buscar la originalidad para sus obras en donde con seguri-dad puede hallarla, que es vivificando la inexhausta fuente delas tradiciones, episodios, cuentos y consejas de esta bendita

    tierra que Dios nos dio por cuna y que, rica en peripecias ydesdichas, ofrece, como pocos paisajes, abundante caudal desucesos verdaderos, que han exaltado la fantasa popular, siem-pre inclinada a ornamentar con pintorescas exageraciones ymentiras de grueso calibre, los hechos histricos de suyo inte-resantes y en ms de un punto sorprendentes.

    Debo aclarar francamente que cuando se trata de ensear,prefiero la verdad por dura y mortificante que sea, a la ficcinengalanada y lisonjera. Si escribimos historia, debemos ser ve-races y no vestir los hechos al antojo de nuestra propia fantasa,o guindonos por narraciones imborrables e inversmiles. Si enPalo Hincado, verbigracia, vencieron nuestros abuelos, ayuda-dos por dos regimientos de Puerto Rico, y a los seiscientos sol-dados franceses de Ferrand, no se extrave el patriotismo hastapregonar que aquellos mal armados campesinos, bajo el man-do de nuestro don Juan Snchez Ramrez, vencieron a campo

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    raso y por s solos a cinco mil veteranos de Napolen.1 Esto essimplemente falso, y el patriotismo, virtud santa y excelsa, ja-ms debe nutrirse de cosa tan baja y fea como es la mentira.

    Pero don Csar escribe tradiciones y epidosios nacionales; yhabr que estudiar su valor literario en las galas de su estilo, enlas descripciones, en lo castizo del lenguaje. Por lo dems, hayque prepararse a leer cosas estupendas; no s si hablar delmilagro de los cangrejitos, que, con el escarceo de sus patas en lahojarasca de Najayo, al decir de la venerable tradicin, pusie-ron en fuga el ejrcito ingls de Venables; cuando lo cierto esque Venables se estrell en la bravura de los capitanes Torra y

    Castillo, con las milicias dominicanas; y, si tuvo que ver con loscangrejos de Najayo, sera para comrselos como buen inglscada vez que su cocinero se los guisara. Pero la tradicin no sedetiene ante el absurdo, y cmplice muchas veces de la envi-dia, por negar las causas reales de las cosas, magnifica peque-eces, a la manera que Don Quijote vea convertirse en cabe-zas de gigantes los pellejos de vino; todo lo arregla del modoque ms satisface a la imaginacin ingenua del vulgo, y al findel cuento, siempre se casa el prncipe con la princesa.

    Pero eso mismo la tradicin, que es la ms descosida, la mssuperficial, la ms extravagante de las formas literarias creadaso aceptadas en cada pueblo, sobrevive y reaparece, siempre

    renovada y siempre fresca, en todas partes, como porcin inte-grante de la naturaleza de cada pas, que en su edad adulta laguarda con inters y cario, porque es grata reminiscencia desu infancia, y busca en ella asunto que, como los romances delCid, o las leyendas del Rhin, o las sagas escandinavas, dan mate-ria a los grandes inspirados para cautivar la admiracin de loshombres con el encanto de sus creaciones inmortales.

    De todos los libros que han salido a luz en este siglo conpretensiones de originalidad revolucionaria, ninguno tan nue-

    vo, tan original y revolucionario como el que Goethe escribitomando por asunto la vieja leyenda deFausto.

    Toda resurrecin consuela y agrada al espritu del pobremortal. Despus de haberse proscrito en nuestro siglo los asuntos

    1 Hasta que don Jos Gabriel Garca public su veraz Compendio histrico,corra valida tamaa exageracin. (Nota del autor).

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    sagrados que divinizaron el pincel de Rafael y el de Murillo;despus de proclamado el imperio del materialismo en el arte,crendose la escuela naturalista, que ha repleto los museos decarnazas y de orgas, quin hubiera pensado que Munkacziconquistara el primer puesto de gran pintor en nuestros das,pintanto al Cristo, ni que el mayor precio que ha alcanzadouna obra de arte, en estos tiempos de prosaico descreimiento,lo obtuviera un cuadro de asunto religioso, el ngelus deMillet?

    La civilizacin moderna tiene veleidades, y hace su bagajede todo lo bueno, como de todo lo malo; pero aunque tantas

    veces ha renegado del cristianismo, como cosa vieja, se la ve decontinuo volver al Cristo, de donde procede, y sin el cual expe-rimenta la vertiginosa sensacin del vaco.

    Tal vez esa sea la verdadera causa del misterioso placer conque omos hablar de las preocupaciones y de las supersticionesde nuestros abuelos. La falta de creencias propias nos hace es-timar las creencias, y aun la ciega credulidad de las generacio-nes pasadas, como signo de una fe cuya ausencia sentimos, porcuya posesin acaso suspiramos secretamente. De aqu que latradicin encante, y traiga el inters de toda persona que notenga el corazn empedernido.

    Esta es la clase de esttica que debe buscar el lector en el

    libro de don Csar Nicols Penson: su mrito literario, segndejamos dicho, lo hallar el crtico en el esmerado pulimentodel lenguaje, que denota desde luego un amigo de las musas,enamorado de los primores del materno idioma. Penson sue-a con una literatura nacionaldominicana, pero procura con-tribuir a su creacin por buenos medios; esto es, no sacrifican-do a formas novsimas y extravagantes las nicas formas posiblesdel habla castellana, con la absurda pretensin de crear unaliteratura original; hipo de que ya, gracias al cielo, se han cura-do todos los buenos escritores y poetas de la Amrica Latinaindependiente, desde que pas la moda de buscar los xitosliterarios tomando por tema el odio a Espaa. La creacin, quese acenta en contrario sentido, no puede menos de favorecerel feliz desenvolvimiento de la literatura hispanoamericana.

    Que as inspirado, lleve don Csar a buen trmino su simp-tica labor; y de las caseras, supersticiosas y triviales tradiciones

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    de nuestras abuelas, logre hacer un libro interesante, en cuyocriterio se refleje el criterio de los buenos pensadores de nues-tros das, exento de exageraciones sectarias, como de los parti-darismos e ideas sistemticas que suelen afear la moderna crti-ca; y de este modo, ganando con justicia el puesto honroso quele deseo en la repblica de las letras, habr merecido bien decuantos saben apreciar las saludables manifestaciones del inge-nio humano.

    Santo Domingo, noviembre de 1890.

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    Notas relativas a las ruinas de laciudad de Concepcin de La Vegaen Santo Domingo

    El da 20 de abril de 1564 un violento terremoto arruin laciudad de La Vega, fundada por el Almirante don CristbalColn al pie del Santo Cerro, en el sitio donde obtuvo su msimportante victoria contra los indios, atribuida a milagro, porla numerosa multitud de salvajes contra quien en tal ocasinhubo de combatir la reducida hueste castellana.

    Vestigios visibles de aquella ciudad quedaron solamente, enla superficie de aquel terreno: las ruinas de un convento defrailes mercedarios, que fue la primera fundacin piadosa enmemoria del milagroso triunfo de los buenos cristianos en aquelsuelo; una fortaleza que probablemente ocupa el emplazamien-to del histrico fuerte de la Concepcin, que tantas veces semenciona en la vida del Almirante y de su hermano el Adelan-tado don Bartolom y la cspide del campanario de la IglesiaMayor, primera sede episcopal de la Isla Espaola y del NuevoMundo.

    Fuera de esas construcciones, la ciudad de La Vega, con susnumerosos edificios privados y pblicos (entre estos las minasdel Cibao), todo se hundi completamente por la trepidacindel espantoso terremoto, pereciendo muchos habitantes, delos cuales los supervivientes fundaron la actual ciudad que lle-

    va el mismo nombre de Concepcin de La Vega, a unas dosleguas de distancia de la antigua.Las ideas supersticiosas de la poca hicieron atributo a casti-

    go, o sea a la cleradivina, la total desaparicin de aquella ciu-dad, que despus de la capital de la isla, Santo Domingo, era la

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    ms rica y popular de la Colonia. Notorias son la alta distinciny preferencia con que la designa el segundo almirante DonDiego Coln en su testamento otorgado en Santo Domingo, el8 de septiembre de 1523, en el cual se hace relacin a unaclusula testamentaria de don Cristbal Coln, referente a la

    voluntad que este grande hombre tuvo de que pudindosehacer, se hiciera una capilla y enterramiento perpetuo en laIsla Espaola, y si fuere posible en la ciudad de la Concepcinde dicha Isla.

    En esa misma ciudad fue ordenado sacerdote y cant suprimera misa el apstol de las indias fray Bartolom de las Ca-

    sas, sirvindole de padrino el Almirante don Diego Colon, ycon asistencia de doa Mara de Toledo, mujer del mismo Al-mirante, y de los primeros personajes de la Colonia. Bastan es-tos datos para encarecer la grande importancia que tuvo aque-lla poblacin, destinada a vivir tan corta vida (apenas setentaaos) y a perecer trgicamente, sorbida por la tierra que lesirva de asiento.

    En donde ella ostentaba sus templos, sus calles y sus plazos,hoy solo se ve una cinaga recubierta de arbustos y de plantasacuticas, lugar siniestro conocido con el nombre de la Tem-bladera, a causa de que todo aquel circuito empantanado seestremece al menor sacudimiento que le imprima la planta

    del transente, posndose en cualquiera raz de los rboles cir-cunstantes.

    Uno de estos denominado hijo silvestre, arrancando de laextremidad visible del campanario antes mencionado, presen-taba en una de sus ramas una campana de bien templado bron-ce, de ms de un pie de altura y otros tantos de dimetro, en elbocel. Tena esculpida la cifra F. I, con las armas de los ReyesCatlicos, de un lado. Esa campana fue regalada a don GregorioRivas, por un propietario de las inmediaciones, y el seor Rivasme la regal a m. Yo a mi ves, hice de ella presente a mi buenamigo el filntropo sacerdote don Francisco X. Billini, quiencontra mi intencin, public, y despus me he alegrado deello, la carta que le dirig con tal motivo, y su contestacin, enel peridico La Crnica, del 15 de octubre de 1886.

    El padre Billini entretena a su costa con no poco brillo, el cultocatlico en la Iglesia de Regina Angelorum; fue el depositario

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    primero de los restos de Coln, hallados en la Catedral domini-cana por l mismo, al hacerse las reparaciones que l inici ydirigi, en aquel augusto templo, y todos esos antecedentes obra-ron en mi nimo al dedicarle el valioso presente mencionado.

    Muri el padre Billini en marzo de 1890: la referida campa-na est hoy, en calidad devolutiva, en manos del seor Curtis,delegado del Gobierno de los Estados Unidos para la Exposi-cin de Chicago, habindola solicitado y obtenido, para la oca-sin del proyectado centenario, de los herederos del padreBillini.

    Pero otros muchos tesoros de no menor valor histrico ya-

    cen sepultados en las lacustres ruinas de Concepcin de LaVega, si se toma en cuenta la poca de su prspera y breveexistencia como factora colonial en el primer siglo del Descu-brimiento. Despus, la rpida decadencia de Santo Domingopor el mayor aliciente que a la colonizacin americana ofre-can las riquezas de Mxico y de Per, la supina ignorancia y laindolencia climatolgica, puede decirse, de los pocos poblado-res de aquella Antilla durante los siglos XVII yXVIII, las terriblesrevoluciones de que la isla fue teatro en el primer cuarto delpresente siglo, y las continuas luchas de los dominicanos, ascontra el vecino Estado haitiano como en sus guerras civiles, labrevedad de la anexin y ocupacin espaolas; todo ese pero-

    do de incesantes agitaciones sociales no ha permitido convertirla atencin de la actual generacin hacia la importancia quetiene la exhumacin de aquellas histricas ruinas, y de los ricosobjetos que ellas guardan en sus cavidades ocultas.

    Ms de una vez he pensado en la conveniencia de organizaruna Sociedad annima para la empresa de remover aquel sue-lo, desecarlo, y practicar excavaciones formales, que no pue-den ser muy costosas atendida la poca profundidad del hundi-miento, a juzgar por la parte de campanario que asoma a lasuperficie. De este proyecto habl una vez al actual presidentede la Repblica, general Ulises Heureaux, que se mostr muypropicio al intento. Nunca mejor ocasin para realizarlo que lapresente, en vsperas de la celebracin del gran Centenario.

    Considerara yo como un afortuna que fuera el gobiernoespaol, hoy bajo la presidencia del ilustrado seor Cnovas, ypor la eficaz iniciativa del patriota seor Navarro Reverter,

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    delegado general de dicho Centenario, el poderoso agente quetomara bajo sus auspicios el pensamiento de desenterrar lasruinas de Concepcin de La Vega, y de dotar a la Exposicinhistrica del Centenario de la multitud de objetos contempo-rneos del descubrimiento y de la poca de los conquistadoresde Amrica que all yacen ignorados.

    Una comisin espaola en Santo Domingo, presidida por elCnsul, previo acuerdo con el Gobierno Dominicano (para elcual ofrezco toda mi cooperacin), llevara a feliz trmino y apoca costa, relativamente, la exhumacin de las interesantesruinas.

    No tengo otra aspiracin ni otro inters en ello que ver pues-to de relieve el nombre de mi querido pas natal, en relacincon los ms gloriosos recuerdos de la historia de Espaa en

    Amrica.

    Madrid, 12 de octubre de 1891.

    El Eco del Pueblo, No. 309, 6 de febrero de 1892.

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    Discurso en el Colegio El Dominicano*

    Seoras y seoritas:Seores:

    Ha querido la dignsima Directora de este Instituto, honrar-me con su designacin para que pronunciara en el presenteacto el discurso de orden, con que es prctica sintetizar las ele-

    vadas impresiones que en el nimo de una distribucin de pre-mios, a todo esfuerzo sobresaliente de la voluntad humana bienencaminada.

    No he podido ni querido oponer [] alguna a ese favore-cedor encargo, en ocasin que, recin llegado al suelo nataldespus de larga ausencia, entre las fruiciones del regreso nin-guna ms pura ni ms grata para m que ese espectculo, reali-zado felizmente en el desenvolvimiento intelectual de intere-santes nias, a las cuales me ocurre aplicar este bello conceptodel poeta Grillo:

    Qu horizontes, hija ma,sueas ver desde la cuna?

    * Pronunciado en el acto de lectura de calificaciones del Colegio El Domi-nicano, celebrado el primero de julio de 1892. Sobre este discurso escri-bi el redactor del peridico El Eco de la Opinin: La frase correcta e

    inspirada del Sr. Galvn, las ideas nobilsimas y de riguroso sentido prcti-co que externa, son motivos para que, despus de hacer constar aqu elentusiasmo y los calurosos aplausos con que fue correspondido en aquelmomento, unamos la nuestra, humilde y todo, a la sincera felicitacingeneral a que una vez ms se ha hecho merecedor. La directora de ElDominicano era Mara Nicolasa Billini. (Nota del editor).

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    T no sabes la fortunade ser nia todava!Tu afn inexperto ansaavanzar, seguir, crecer;no ser nia; qu placer!Y a m me aflige el pensarlo mucho que has de llorarcuando lo dejes de ser.

    Cindome, pues, al encargo, entro en materia, ms deseo-so de armonizar mis sentimientos con los de tan distinguido

    auditorio, que ganoso de alcanzar la satisfaccin imposible dedecir algo nuevo, de emitir opiniones que reflejen algn rayode luz sobre materia tan ardua como es el problema de la ins-truccin de la mujer.

    La enseanza en general, seoras y seores. Los mtodos deeducacin, que han sido y estn siendo objeto de las disquisi-ciones filosficas y cientficas de clebres pensadores, descue-llan en primer trmino en la serie de cuestiones que preocu-pan a la sociedad moderna, cuya transformacin completaentraan, a menos que los ensayos frustrados no provoquenuna reaccin vigorosa.

    Del oleaje agitado que en la vieja Europa ha producido el

    choque de las teoras y las aspiraciones modernas con las creen-cias, las leyes y las preocupaciones antiguas, ha venido a la jo-

    ven Amrica el espritu de controversia sobre el importantsimoasunto de la educacin, nico que poda interesar al progreso

    y bienestar de los pueblos americanos, entre las graves cuestio-nes sociolgicas que se imponen al modo de ser de las nacioneseuropeas. En efecto, ningn pas de Amrica est afligido porese terrible desequilibrio social que se denomina el proletaria-do; antes bien, podemos lisonjearnos con la esperanza de queen la vasta extensin y en la feracidad de las tierras americanas,est al cabo la solucin de un estado de cosas que contrista a lahumanidad; y que los desheredados del otro lado del Atlnti-co, los que contemplando los esplendores del lujo y de las artesms refinadas carecen de pan, y de albergue, y de abrigo, pose-

    yendo todas las aptitudes para ganrselos, vendrn, por un con-cierto prvido de los gobiernos, a estas regiones privilegiadas

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    de la Naturaleza, siguiendo las corrientes ya establecidas en losEstados Unidos, a obtener el bienestar y la riqueza en retribu-cin de leves o moderados afanes.

    Pero es lo cierto que as no hay en Amrica, por fortuna, prole-tariados que redimir de los horrores de la miseria, ni obreros queclamen por trabajo y por aumento de jornal sin conseguir uno niotro, hay en cambio la aspiracin eterna, ingnita en el captulohumano, hacia fines realmente superiores al bien que se posee;anhelo que es el ms infalible indicio de que la criatura humanano es toda materia, pues que jams se ha dado el caso de quenadie se libre del hasto en el seno de cuantos goces materiales

    puedan imaginarse. Y aspirando a perfeccionar su estado social,emancipados polticamente, emancipados del hambre, emanci-pados de las desigualdades personales y del yugo de los patrona-tos, los pueblos americanos claman ahora por una reforma socialque lleva este nombre simptico: la emancipacin de la mujer.

    Emanciparla! De qu?Es en los Estados Unidos donde primero ha resonado el gri-

    to, y donde la misma mujer se esfuerza por alcanzar eso queconsidera como su emancipacin de la tirana de los hombres.

    Y precisamente, es all donde la mujer es ms libre, msprotegidas por las leyes, donde ms emancipada est, no sola-mente del hombre, sino de toda violencia a su libre voluntad, y

    hasta de la suave sujecin del hogar.Se han dicho dos cosas gravsimas respecto de la mujer nor-

    teamericana: que su instruccin es superior a la del hombre, yque aborrece la vida del hogar. De lo primero suministra prue-bas positivas la estadstica oficial; lo segundo no es una verdadabsoluta, pero la afirmacin se apoya en la tendencia crecientede la mujer de los Estados Unidos, a ocupar el escenario pbli-co, y a disputar al hombre el ejercicio de los derechos polticos,que es lo que en aquel pas se entiende por emancipacin dela mujer; aunque este hecho no excluye numerosas excepcio-nes en todos los casos, pues hay all muchas mujeres instruidas,distinguidsimas, que aman a sus maridos y a sus hijos y hacendel hogar domstico un santuario. Estas no aspiran a serconcejalas, ni diputadas, ni a tener voto para elegir los manda-tarios pblicos, y no sintindose siervas, no echan de menos,por consiguiente, la emancipacin de su sexo.

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    Creo que uno y otro resultado se deben no tanto a los variosmtodos de educacin vigentes en aquel pas, cuanto a la distin-ta direccin que los educadores, dada la libertad de esos mto-dos, imprimen a la enseanza en cada caso, deduciendo dife-rentes conclusiones de una misma demostracin objetiva, segnlas cualidades subjetivas de carcter. O la tendencia moral decada uno de ellos. As como hay personas a quienes la naturalezaha dotado de mayor aptitud que a otras para transmitir los cono-cimientos didcticos, de igual modo hay educadores que, muyinteligentes, muy instruidos, no pueden prescindir, sin embar-go, en sus faenas docentes, de una predisposicin subjetiva, na-

    tural o adquirida, a reflejarlo todo modificando como por unalente especial, en el foco de sus propias obras preconcebidas.Son, aun combatiendo esa tendencia en los dems adoradoresde los indios de la cueva; como califica Bacon a los errores queproceden del concepto ntimo particular de cada nombre; y deaqu proviene que en los Estados Unidos, como en otras partes,haya una generacin de educadas con ideas enfermas, y otrageneracin de educadas con ideas sanas; dualismo difcil de su-primir donde, por la libertad de los mtodos, cada cual da de slo que tiene, y cada rbol produce su fruto.

    Hebert Spencer, autoridad de gran peso en esta materia, alobservar que ella se halla en el perodo de la experimentacin

    y de la duda, dice que por efecto de la labor de las opinionesopuestas, acabarn por ser de echados los errores en que cadacual haya incurrido, y por la agregacin de verdades y la elimi-nacin de errores se formar ms pronto o ms tarde un cuer-po de doctrina verdadera. Y aade: cualquiera que sea laimpaciencia con que podamos ver el conflicto actual de los sis-temas de educacin, por pena que nos inspiren los inconve-nientes que le acompaan, estamos obligados a reconocer quees una fase de transicin por la que es necesario pasar, y de laque el bien tiene que salir (Educ., p. III).

    S; es preciso reconocer que en materia educacional esta-mos en un perodo de transicin, en el cual es temprano toda-

    va para entonar el hosannadel triunfo. Sin entrar a discurrirahora sobre las cuestiones trascendentalsimas de aptitud org-nica, que tanto interesan desde los puntos de vista de la filoso-fa y de la higiene, en el estudio de las ciencias superiores, y

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    mucho ms para el bello sexo, la educacin carece hoy todava,de ese cuerpo de doctrinaque es el desidertumde Spencer, deside-rtumque slo se podr obtener definitivamente, por el proce-dimiento eclctico, combinando reglas y principios de escue-las que aun aparecen contrapuestos en el campo de lacontroversia, y tomando por base este aforismo de Huxley, cita-do con encomio por el mismo Herbert Spencer:

    La verdadera ciencia y la verdadera religin SON DOSHERMANAS GEMELAS a quienes no se puede separarsin producir su muerte: La ciencia se eleva a medida que

    es religiosa; la religin florece a medida que extiende susraces en las profundidades de la ciencia. Las grandesobras cumplidas por los filsofos, menos han sido fruto desu inteligencia que resultado de la direccin impuesta a lamisma por un espritu eminentemente religioso. La verdadse ha dado, ms bien que a su gente, a su paciencia, a suamor, a su sencillez, a su abnegacin (Educ., p. 96).

    Y cuando yo he visto, seoras y seores, los exmenes deeste plantel de seoritas; cuando he presenciado los admira-bles efectos aqu obtenidos por la paciencia, el amor, la senci-llez y la abnegacin, unidos a la distinguida ilustracin de la

    Directora y de los profesores a quienes tengo la honra de diri-gir mi fervorosa felicitacin en este momento; cuando he vistosus esfuerzos educadores coronados brillantemente por el xi-to, en las muestras de aprovechamiento de todas sus alumnas;cuando he visto a estas ante el pizarrn o manejando los instru-mentos del laboratorio, trazar y explicar los principales fen-menos de la vida y del universo visible, y en toda la dilatadaserie de sus explicaciones, no asomar la horrenda cabeza niuna sola vez el monstruo del materialismo, parecindome tras-lucir la claridad de una grande y risuea aurora para la educa-cin de la mujer en Santo Domingo, he concluido como mianterior cita de Spencer, diciendo: el bien tiene que salir deaqu.

    Y agrego esta suprema optacin del alma: que la educacin,en todos los mbitos de la sociedad dominicana, llegue a ser,como es aqu, sana y fecunda; que vista el ropaje de la modestia

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    atributo de la verdadera sabidura, y sobre todo en la mujer, alformarla para el buen gobierno del hogar y de la familia, pri-mer fundamento de la prosperidad social, la devuelva, si esposible, ms virtuosa y benigna, ms elevada y creyente quepositivista y utilitaria.

    El Eco de la Opinin, No 688, julio de 1892.

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    Impotencia

    La humanidad entera alza hoy a los cielos un himno de gra-titud en honor de Cristbal Coln, el varn insigne elegido porla Providencia Divina para realizar la ms grande y ms felizempresa que vieron y han de ver las edades. El librepensadorcomo el devoto, el positivista como el poeta, el mstico y el es-cptico, todos coinciden por primera y nica vez acaso, en lle-

    var el concurso de sus ms generosos y puros sentimientos alconcierto armoniossimo que llena los espacios, tributando aldescubridor de Amrica el homenaje de un entusiasmo y unaadmiracin sin lmites. No es posible concebir una forma deglorificacin que el lenguaje humano no haya empleado antesde ahora, en prosa y verso, para elogiar y enaltecer el Descubri-miento y sus asombrosas consecuencias. Desde las alabanzasproferidas por labios sencillos y exentos de artificio literario,como las formularon los contemporneos de Coln, hasta losmagnficos elogios lricos de los ms clebres poetas de todaslas naciones; desde Las Casas, Oviedo y los dems historiadoresprimitivos de Indias, hasta el ingenioso poeta-filsofo Cam-poamor, y el ilustre historiador francs Roselly de Lorgues, los

    vocabularios ms ricos y los conceptos ms elocuentes se hanagotado en loor de Coln y de su obra portentosa. MonseorRoque Cocchia, Arzobispo actual de Chietti y Vasto en Italia,

    defensor esforzado y victorioso de la autenticidad de los restosdel nauta inmortal, hallados en la Catedral dominicana, haenriquecido su valiossima obra Cristoforo Colombo e le sue ceneri,que acaba de publicarse recientemente, con oportunas y ml-tiples citas de esos homenajes tributados al genio de Coln,

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    por los ingenios superiores que han brillado en la tierra encuatro siglos transcurridos hasta nuestros das; y el mismo Mon-seor Cocchia, en el proemio de su citado libro, da comple-mento a las magnficas estrofas de Torcuato Tasso en honor deColn, denominndolo el ms grande entre los hombres, que consu-m el mayor de los acontecimientos. Y ms adelante: Singular laobra de Coln por el esfuerzo, superior al que la fbula atribu-

    ye a Hrcules y Baco, fue tambin nica en resultados para elmundo.

    Ese libro, pues, que no vacilamos en considerar como la mspreciada ofrenda que las letras contemporneas traen al 4

    Centenario del Descubrimiento, adems de su especial objeto,plenamente alcanzado, de reducir a msero polvo las arguciasinventadas por la pasin para negar el hallazgo de 1877, y enpro del error comn sobre los restos trasladados a La Habanaen 1796, tiene el imponderable mrito de demostrar la impo-sibilidad de enaltecer por medio de palabras, ms de lo que seha hecho hasta el da, la gloria inmensa y los merecimientosextraordinarios del gran Descubridor. Y slo as puede expli-carse el recurso de efectointentado por algunos escritores en estamisma ocasin del Centenario, para variar el tema de la epope-

    ya colombina, y no caer en tristes repeticiones de cosas ya di-chas por otros autores; recurso que consiste en presentar como

    reverso de la gran figura histrica, un Coln lleno de defectospersonales, codicioso, tirnico, intrigante, colrico y cruel; y en

    justificar por ende las agresiones e injusticias de que fue vcti-ma por parte de sus envidiosos y ruines adversarios. Pero estedesgraciado empeo de trastornar todos los elementos del cri-terio histrico, no ha servido sino para empequeecer a losescritores que en tal flaqueza han cado, poniendo al descu-bierto su impotente presuncin; y a tan triste consecuencia noha escapado ni aun el renombrado orador don Emilio Castelar,que, eximio en todo, llev la hiprbole hasta darnos un Colnmonstruo, en cuya alma caban la pasin de crear ideandocomo un Dios, y la pasin de redondearse vendiendo como unSylock.1

    1 Emilio Castelar. Artculo suyo en el peridicoEl Liberalde Madrid, 3 deagosto ltimo. (Nota del autor).

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    Y todo para qu? Para, queriendo decir algo distinto de loque todos los grandes pensadores han dicho en prosa o verso,respecto de Coln, venir a parar, en singular contraste, a unelogio hiperblico, magnfico, pero no nuevo en la sustancia ninuevo en la forma, a saber: que rejuvenece con su Descubri-miento de Amrica el cielo y la tierra,2 con lo que, sin querercopiar a nadie, casi ha copiado un concepto del mismo Coln,en una de sus cartas recopiladas por el meritsimo Navarrete:Comet viaje nuevo al nuevo cielo e mundo.

    Y si el insigne orador espaol no ha podido librarse de la leyfatal de repetir lo dicho por otros, cuando se trata de tributar

    elogios a quien permanece siempre superior a todo elogio,cmo hemos de intentarlo nosotros, los que desconocemosabsolutamente el xtasis de las grandes inspiraciones, y faltosde esa luz creadora que exalta la imaginacin y el alma de losingenios privilegiados, solamente sabemos sentir y admirar?

    Tratndose de la gloria de Coln, y de las maravillosas conse-cuencias del Descubrimiento de Amrica, es impotente la len-gua y deficiente la pluma, para enunciar la admiracin de to-das las naciones y la gratitud de los americanos.

    El Telfono, No. 491, 12 de octubre de 1892.

    2 Id. Id. (Nota del autor).

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    La novela de Billini

    Mi cordialsimo afecto al autor no estorba para juzgar conjusticia la obra. Antes bien, es necesaria condicin para el me-jor acierto en este caso conocer a fondo el carcter personaldel novelista, a fin de estimar en todo su valor esttico la her-mosa produccin en que l ha sabido exhalar el amor intenso,apasionado, que su corazn atesora para el pueblo de su naci-miento, el potico Ban, cuya admirable belleza fsica describemagistralmente, as como ha logrado estereotipar la bellezamoral de las agraciadas banilejas.

    No hace falta el incmodo Pegaso moderno, en que suelencabalgar donosamente algunos apreciables crticos y escritoresde nuestros das, remontndose hasta alturas donde no alcan-za el sentido de la vista, ni ningn sentido, para leer, compren-der y aplaudir esa novela sencilla, tierna e interesantsima, quebajo el ttulo tambin tierno y sencillo de Ban, o Engracia yAntoitaacaba de publicar mi querido amigo Francisco GregorioBillini. Lo que esa grata lectura exige es sensibilidad y amor a la

    verdad y al bien: reclama as mismo en el lector algn conoci-miento local del escenario donde se desarrolla la accin, y al-gunas nociones de nuestra historia poltica de ayer, que aun-que muy parecida por cierto a la de todos los das y a la de otras

    repblicas hispanoamericanas, en razn de las personas queintervienen en los diversos episodios de la narracin, esas no-ciones especiales son en cierto modo indispensables para per-cibir toda la verdad y la riqueza de colorido con que el autor haretratado sus personajes.

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    Y qu retratos aquellos! No, no son, ni ha querido el autorque sean tipos imaginarios los que esmaltan su novela, as de-nominada por la forma o por una especie de disfraz literario,bajo el cual se adivina la realidad de sucesos y de personas afondo estudiados con idealidad y perspicacia de verdadero ar-tista. As aquella Engracia, inocente y tmida, en la cual estnencarnados el pudor y las virtudes que son caractersticas de la

    virgen banileja, tiene adems en las crticas pruebas a que prc-ticamente la somete la fatalidad, una delicadeza de instintoque prevalece victoriosa an contra los peligros que apareja la

    vulgar honradez de su madre, anciana positivista, como casi todas

    las ancianas, para las cuales el mrito de las buenas acciones nopadece menoscabo porque se gratifique con algunas monedas.As Antoita, naturaleza ardiente e impetuosa, que ama como

    se ama en la edad de las pasiones y de los ensueos, pero que adespecho de sus peligrosos delirios, se vence a s misma, y aho-ga en su pecho virginal con valerosa abnegacin, el amor queofende a la lealtad. Situacin eminentemente dramtica la deesta pobre nia, enamorada del amante de su amiga y confi-dente, que no puede confiar sus cuitas sino a las estrellas, en lasoledad de la noche, entre sollozos de desesperacin, ella, quecon solo articular un stena rendido a sus pies al hombreadorado!

    Y este, el vulgar y cualquiera Enrique Gmez, especie deabeja sin aguijn, don Juan inofensivo, que por fortuna slo tie-ne del famoso burlador de Sevilla el no se qufascinador de tan-tos otros galanes, cuyas buenas fortunas nos hacen exclamar sor-prendidos: pero qu diablos vio esa mujer en semejantehombre! Por l suspira Engracia, pena Antoita, se muere laromntica Eugenia Mara, mientras que l se casa tranquila-mente con otra seorita de la Capital, sin pasarle por las mientesque es tan ladrn y asesino el que roba el sosiego y mata ladicha de pobres doncellas con frvolas y mentidas protestas deamor, como el salteador de caminos que con buido pual odetonador trabuco arrebata bolsa y vida al incauto caminante.

    Este fenmeno, de nia o mujeres enamoradas de quien nolo merece, es tan antiguo, y tan generalmente observado, queno sabemos cmo ha conseguido Billini dar novedad a ese tipode Enrique Gmez. Cierto que nos lo describe apuesto joven,

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    pero sus artes de seductor son escasas, consistiendo en eldandysmo, o elegancia en el vestir, en versos aprendidos dememoria, canciones punteadas en la guitarra, y otras graciasms o menos vulgares. Carcter indeciso y caprichoso, adjetivosque usa el autor, sus amores son el antojo de un da, merosactos de vanidad pueril que apenas imprimen huella en aquelcorazn frvolo y aquella voluntad aptica. Es uno de tantospisaverdes inconstantes, que a manera de pintadas mariposasdetienen un instante su vagaroso vuelo para rozar levemente lalozana flor que se ofrece a su paso. Pero lo comn es que tam-bin sean vulgares y frvolas las mujeres que hacen caso de tales

    entes. El secreto y la novedad de la situacin en Engracia yAntoita es que ni sus sentimientos delicados, ni su buen jui-cio, basten para defenderlas de un Enrique Gmez, galn dezarzuela: y en esto precisamente est manifiesto el talento sa-gaz del autor, su conocimiento profundo del corazn humanoen general, y del corazn femenino en particular.

    S; hay profunda verdad en el episodio de Antoita, enamo-rada sin esperanzas de Gmez, y aceptando como novio, porpura resignacin ypara acallar hablillas, a Eduardo Gonzlez,

    joven bueno, honrado, laborioso, de sentimientos delicadsi-mos y un carcter excelente, modesto y discreto, que con todasestas perfecciones nos lo describe el autor. Y hay profunda ver-

    dad y hermosura de alma en la honesta doncella que no puedeacallar el grito de su conciencia, y rompe el compromiso matri-monial, porque, aunque reconociendo las bellas cualidades delnovio, y esforzndose por amarlo, su corazn se niega a ello, y la

    voz ntima de la moral le advierte que una mujer que se dicebuena no debe casarse con un hombre a quien no ama.

    De este modo, con encantadora sencillez, va sembrandoBillini en toda su obra la doctrina ms pura y ms moralizadora,

    y enalteciendo en la estimacin y el cario del lector el carc-ter y las virtudes de las protagonistas de su libro. En su pluma,como en los pinceles de Rafael y de Murillo, hay aureolas res-plandecientes y relieves de belleza inefable para las vrgenes.Pintor convencido y bien inspirado de todo lo bueno, de todolo que en s tiene la imperecedera hermosura de la virtud,sabe encantarnos no solamente cuando bosqueja en rasgos felicesla fisonoma moral de las simpticas banilejas, sino tambin

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    cuando pone en escena al probo ciudadano y sectario espiritis-ta don Postumio; y no tan solo nos deleita cuando refiere lascostumbres sanas e inocentes de su pueblo, sino hasta cuandodescribe objetos inanimados, como la limpia y risuea casita deEngracia, con su techumbre pajiza y sus setos de tejamanil,imitando paredes, todo blanco, como es blanca la inocencia desus moradores.

    Hay bandidos en la novela, como los hubo en un perodo deominoso recuerdo de nuestra poltica contempornea: tiposrepugnantes que pronto desaparecieron en pos de sus crme-nes, dejando saludable leccin prctica, que el autor aprove-

    cha para disertar patritica y discretamente contra la odiosidadde las guerras civiles. Hay una mujer perverssima, como llegana serlo casi todas las que se olvidan del hogar y del pudor feme-nil, para pedir puesto en el campo de las intrigas y de las am-biciones polticas; seres hbridos a quienes el crimen slo dejala figura de mujer; hay al lado de esos malvados de cuerpoentero, un medio malvado, de nombre Felipe Ozn, que tie-ne la fortuna de arrepentirse a tiempo y de parar en hombrede bien. Todos ellos son retratos, positivamente retratos degente que ha existido y se ha movido en el funesto medioambiente creado por nuestras pasadas revueltas polticas ynuestros an ms funestos bandos personalistas. Desde el solo

    punto de vista de la provechosa enseanza que esa materia hasugerido al honrado poltico y escritor moral, es inapreciableel mrito de la obra de Francisco Gregorio Billini, y yo la creosinceramente digna del aplauso de las mujeres buenas y delos hombres de bien.

    Siento no tener mayor espacio para extenderme copiandoalgunos pasajes de ese recomendable libro, nico modo dehacer gustar y de encarecer su sobresaliente mrito literario ymoral. No carece de defectos de forma y de incorrecciones delenguaje; pero aun estos lunares contribuyen a la naturalidadencantadora de la obra, y estn denotando que el autor dejcorrer la pluma bajo las inspiraciones de su alma benvola yafectuosa, como el manantial deja correr sus lmpidas aguaspor la pradera, sin cuidado artificio. De aqu el principal en-canto deEngracia y Antoita. Otra razn abona adems el usode algunos vocablos incorrectos o anticuados, cual es la de ser

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    los usuales y apropiados en Ban, donde no obstante la despe-jada inteligencia natural de sus moradores, y su creciente ilus-tracin, se conservan religiosamente las dicciones y giros delenguaje, como se guardan las costumbres tradicionales de pa-dres y abuelos. Ejemplo de ellos son las frases sabichosa, encajea-do, bien trajeado, y algunas otras, ya en desuso, y que se hallan,aunque en corto nmero, en la obra de Billini. Pero el perfec-to dominio y la correccin del idioma campean gallardsima-mente en toda la obra, a pesar de esos ligeros deslices que sonpuro efecto de la naturalidad y verdad a que se cie fielmentela narracin en todas sus partes. Hay captulos enteros que por

    las bellezas de las decepciones, la sencillez y elevacin aunadasy combinadas en puro y armonioso estilo, recuerdan las mspreciadas filigranas de Los prometidos, la hermosa novela deManzoni. El captulo primero, He huelto a l, es una efusindel alma amante del suelo natal, un desahogo de ternura deli-cada que se lee con encanto y hace surgir de los ojos, sin adver-tirlo el lector, lgrimas de dulce emocin. Desde este punto elescritor es dueo y rbitro de nuestros afectos, y los lleva a suguisa en pos de su animada y sentida narracin. Quien conozcael pueblo de Ban y sus pintorescos alrededores, sus poticasperspectivas, sus maanas luminosas, su ro murmurador, susmontaas de esmeralda y sus crepsculos vespertinos, ese po-

    dr darse cuenta aproximada del conmovido cario que respi-ra en aquellas bellsimas pginas del libro. El captulo IV, DonPostumio en su elemento, y el V, donde se acaba de caracteri-zar aquel buen ciudadano, hombre honrado, y vctima mise-randa de la sucia poltica de aquellos das, son situaciones ma-gistralmente desenvueltas, y que sin lisonja ni pasin de amistad,

    justifican la reminiscencia que he hecho arriba, del inmortalautor italiano. Y me consta que la analoga es del todo casual,efecto de una identidad de sentido esttico cuyo rasgo salientees la benevolencia de carcter y la honradez ingnita. Me cons-ta que Billini no ha ledo la novela de Manzoni. Este es sencillo

    y conmovedor porque es bueno, y hay algo de su propio cora-zn en los tipos, ya clebres, que su mgica pluma ha delinea-do. Billini es conmovedor y sencillo como l, y, como l, emitepor boca de los simpticos personajes de su novela la expresinde los nobles sentimientos que anidan en su pecho.

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    No quiero llevar ms lejos el elogio sincero al amigo y a suobra. El que la leyere despus de leer este desaliado juiciocrtico, hallar sin duda que nada exagero, y me agradecer laparsimonia en gracia del placer de formar la propia opinin,recorriendo las pginas del libro. Y de seguro habr de recono-cer que este es un nuevo ttulo a la altsima estimacin en quetienen al autor sus conciudadanos, y cuantos lo conocen comohombre pblico y en el trato privado.

    El Telfono, No. 498, 4 de diciembre de 1892.

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    ESCRITOS SELECTOS

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    Coln. Verdad, arte y crtica

    Con el habitual desenfado que caracteriza los escritos del yaclebreFray Candil, azote de los vanidosos y malos escritoresque infectan las letras espaolas en nuestros das, dice aquelliterato en un artculo recientemente publicado en El NuevoHeraldode Madrid, aludiendo a la crtica contempornea:

    Ya que nunca me propuse ser rico, me he propuesto serfranco y veraz. Expongo con llaneza los estados intelectua-les que me sugiere lo que leo, sin que se me d un ardite delrutinario sentir del vulgo. No halago la vanidad de na-die. No abrigo la pretensin absurda de que mis juiciossean artculos de fe, ni de que prevalezcan entre los ajenos.

    La crtica ha perdido su dogmatismo, diga lo que digaMr. Caro que, desde laRevista de Ambos Mundos, selamentaba de ello no hace mucho. Hoy la crtica no puedeser ms que impresin personal. As lo entienden Lemaitre,France y otros escritos franceses no menos ilustres.

    El mundo que nos rodea vara; nuestro pueblo interior,que dijo Taine, cambia, y hasta la temperatura de nues-tro cuerpo no es la misma por la tarde que por la maana.Cmo he de forjarme la ilusin de que mis humildes jui-cios sean slidos y definitivos? El crtico, ha dicho Lemaitre,

    si no me equivoco, tiene que ser contradictorio, si ha de sersincero.

    Es hermosa esa independencia de criterio que campea en elestilo y en los conceptos, como en los hechos y gestosdel simptico

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    don Emilio Bobadilla. Los semidioses de un da, que improvisay destruye rpidamente el entusiasmo novelero de la prensamadrilea, saben bien que su oropel se deslustra cuando se lesencara el temible Fray Candil; y los que como ltimo argumentohan apelado a las armas cuando se han visto arrollados en el te-rreno de la polmica literaria, llevan en el pellejo pruebas inde-lebles de que en todas partes, Bobadilla es un carctercompleto.

    Nos place dar a conocer en este pas un rasgo reciente deljoven escritor, que jams transige con la farsa y la mentira. DonLuis Vidart, apreciable comandante de artillera, pero escritorde escaso mrito, pretendiendo nutrir el orgullo patrio a ex-

    pensas de la verdad histrica, en sus discursos y escritos duran-te el Centenario colombino, flagel la memoria de Coln, ytrat de redimir la del pesquisidor Bobadilla de los justos ana-temas con que la posteridad ha castigado su estupenda mal-dad. Emilio Bobadilla, indignado ante semejante inversin dela moral y del buen sentido, no solamente se burl de la here-

    ja de Vidart, diciendo de l donosamente que como buenartillero, escribe la historia a caonazos, sino que desde en-tonces le profesa una ojeriza que no pierde ocasin de mani-festarle abiertamente.

    Hace cuatro meses que Bobadilla hizo rer a todo Madrid,con una resea burlesca de la tertulia literaria que suele re-

    unir en su casa el Sr. Vidart. Este se amostaz, hallando la bro-ma demasiado pesada, y envi a pedir explicaciones a Bobadilla,Constituidos los respectivos representantes, he aqu lo sustan-cial del acta que se redact como resultado de la conferencia:

    Los seores G. y L. expusieron en nombre del Sr. Vidart,que ste, por algn detalle del artculo aludido, y por ru-mores que a l haban llegado, crea que este escrito podareferirse a su propia casa y a personas que a ella concu-rran, por cuyo concepto, en defensa de la inviolabilidad ydel honor domstico, y slo por cuanto se refera a hechosque se suponan realizados dentro de aquellas se crea enel deber de pedir al Sr. Bobadilla explicaciones y satisfac-cin por aquellos conceptos.

    Los Sres I. y P. contestaron que segn instrucciones termi-nantes recibidas del Sr. Bobadilla, este no daba explicaciones

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    de ningn gnero, por no creerse obligado a ello; pero quesi el Sr. Vidart le retaba, como este reto injustificado consti-tuira una ofensa, estaban dispuestos a discutir las condi-ciones del lance.

    En vista de esta contestacin, los seores G. y L., ne-gando lo supuesto de que el seor Vidart apareciese en estacuestin como ofensor, y considerando que su comisin (lade los Sres. G. y L.) era para tratar de explicaciones ysatisfacciones pedidas al Sr. Bobadilla y resolver por suconsecuencia lo procedente en este negocio, lo dieron porterminado, por su parte, para volver al Sr. Vidart los po-

    deres que haban recibido del mismo.Y termin la sesin.Por duplicado se extiende esta acta en Madrid a 4 de

    marzo de 1893.

    Y no se volvi a hablar del asunto; pero el da 6 de mayoltimo, la Academia Espaola de la Historia, viendo reflejadosu propio criterio respecto de Coln y Bobadilla (el Comenda-dor, no don Emilio), en los escritos y discursos del seor Vidart,eligi para cubrir una vacante de acadmico que acababa deocurrir en la docta Corporacin.

    Es como un desagravio de los disgustos que ese extraviado

    criterio ha proporcionado al seor Vidart, con cuyo voto se re-fuerzan, a juicio de la Academia, las opiniones contrarias alcomn sentir de todas las naciones respecto del descubridorde Amrica, y del descubrimiento de sus restos mortales enSanto Domingo.

    Porque lo que distingue a las Academias es el pensar lo con-trario de lo que piensa todo el mundo; aunque en el caso, eneste todo el mundoestn comprendidos muchos y muy distingui-dos espaoles, que honradamente convienen en que los restosde Coln no fueron llevados a La Habana, y s yacen en estaciudad de Santo Domingo.

    De ese nmero es el sincero y leal Emilio Bobadilla, cuyavalenta e independencia de carcter aplaudimos desde ac,as como la noble reserva que sobre el mismo asunto guard elnotable escultor espaol don Arturo Mlida, en la Memoriacon que acompa su famoso proyecto de un monumento

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    sepulcral para Coln en La Habana, proyecto premiado por laAcademia de Bellas Artes de San Fernando:

    No es esta la ocasin de discutir dijo en ese importan-te documento el discreto artista la autenticidad de lascenizas que, como restos del descubridor de Amrica, se con-servan en la Catedral de La Habana; si no fuesen suyas,si del ilustre genovs solo quedara el recuerdo, siempre eraun deber de nuestra patria erigir, en el ltimo resto quean nos pertenece del Continente que nos dio, algo quesirva de altar en que se rinda culto a su memoria.

    He aqu feliz y lealmente hermanados, por la sinceridad deun ilustrado artista, elpatriotismocon el respeto a la verdad, queen vano se esfuerzan en separar los falsos sabios de nuestrosdas. Mlida habla y obra como hombre de bien y como buenpatriota, cuando plantea la hiptesis de que el lugar a que sedestina el monumento que aspira a construir no sea el del ver-dadero sepulcro del Descubridor, y cuando ante tal hiptesisafirma la necesidad imperiosa de construir ese monumento,que aunque erigido a la memoria de Coln, ha de atestiguar lagloria y la gratitud de Espaa

    Sobre el plinto contina Mlida describiendo su pro-yect