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Fragmento de “Al amor de la lumbre” Francisco Valencia, 2007

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Fragmento de “Al amor de la lumbre” Francisco Valencia, 2007

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HISTORIAS AL CALOR DE LA LUMBRE Todos los que hemos estado alguna vez al calor de una lumbre de un hogar sabemos lo que esta amplia expresión recoge. Todos los que hemos conocido en casa de nuestros antepasados la lumbre encendida y toda la vida hogareña girando entorno a ella tenemos imágenes grabadas y recuerdos imborrables. Recuerdos de familias sentadas alrededor de la lumbre intentando pasar la tarde-noche de los inviernos lo más calentito posible, para contarse las mismas historias mil veces y algunas noticias que habían oído en el parte de la radio. Recuerdos de una infancia andando siempre por casa de los abuelos, en las que no había televisión, pero había una forma entrañable, bonita, rica, humana, educativa...de pasar las tardes y las noches al amor de la lumbre.

Esta es una muestra de las Historias al calor de la lumbre que habéis querido compartir con todas nosotras.

El calor del hogar: guarida de frioleros

cubil desde donde mirar

el trasiego del invierno. Largos días a tu lado

conversando al agrado de cualquier historia genial,

con la mirada incierta

de si marchas o te quedas

a tomar un tazón de chocolate

calentito a media tarde

con fritos trozos de pan.

Mª Pilar Martín Faure y Teresa Soriano Rello, Enredaderas

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ÍNDICE

TÍTULO PÁG.

Días de Escuela (Ana Isabel Giménez Betrán)……….............................. 1 - 2

Travesuras de mi madre (Esperanza Arellano Aragón)....................... 3 - 4

Historias de mi niñez (Esperanza Arellano Aragón)……....................... 5 - 6

Crónicas de mi pueblo (Ana Plaza Arnalda)............................................ 7 -9

Mi Yayo Juané (Isabel Pérez Ferra)…..................................................... 10 - 12

Historia de un comediante (Mª Paz Monaj)……...................................... 13

Relatos antiguos populares transmitidos de boca a boca (Mª José Laliena).............................................................................................................

14 - 15

Anécdotas del bar de mi pueblo (Mª José Laliena).............................. 16

Primer viaje a Barcelona (Mª Carmen Molano)...................................... 17

Romance de una pareja (Mª Teresa Usón Cereza).............................. 18

La llegada de la primera televisión a mi pueblo (Mª del Carmen Miranda Escar)...............................................................................................

19 - 20

Chascarrillos (Clara Mª Escabosa Pisa)……………………............................ 21

Vamos a contar un cuento, tralará (Miriam Sancho Pérez)………........ 22

Tardes de alforja (Mª Carmen Quílez Used)………………………………….... 23 – 25

Historias de la religiosidad en casa Franco de Fornillos (Mª José Ferra)................................................................................................................

26 – 27

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ANA ISABEL GIMÉNEZ BETRÁN CUARTE

DÍAS DE ESCUELA

¿Quién no guarda recuerdos de sus días de escuela?. Todos hemos echado la vista atrás alguna vez y hemos sonreído o suspirado con melancolía recordando esos días, lejanos o no tanto, en los que abríamos los ojos al mundo de la mano de aquellos maestros rurales que lidiaban con la chiquillería del lugar. De esos días trata esta historia. A mí me la contó su protagonista, que todavía vive y es un hombre de bien muy apreciado en el pueblo. Yo no pude evitar una sonrisa al escucharla y espero que vosotras la juzguéis del mismo modo. Imaginad: escuela rural en un lugar próximo a Huesca. Recoge una veintena de niños y niñas. La diferencia de edades es evidente: unos sentados en sus pupitres; otros, los mayores, apurando quizá un pitillo en corro; los más pequeños llorando y agarrándose con fuerza a las faldas de la maestra. La maestra siempre tiene paciencia y siempre logra hacerse con la atención de todo el alumnado. Son las diez de la mañana, una mañana soleada de marzo en la que el ya malherido invierno da los últimos coletazos. Toca repaso del Catecismo, repaso concienzudo, pues algunos de los chiquillos comulgarán en mayo. - A ver, Jesús – le dice a uno de los medianos. Ponte de pie y dime

cuáles son los tres enemigos del alma. Jesús vacila un momento, duda, suspira mormostiando. No sabe si hacerle caso a Antonio en lo que le está diciendo por lo bajini. Al fin se decide y contesta muy resuelto: - Señora maestra, los enemigos del alma son tres, Vera, Pepico y Ciprés. La maestra no da crédito. ¿Pero qué se ha creído este crío?. Le está tomando el pelo descaradamente. Aunque en su cara no se puede rastrear ningún indicio de que el niño haya dicho eso porque sí, por hacer rabiar a la maestra. Enseguida se percata de que Jesús sólo ha sido el mensajero porque la risa de su hermano Antonio no deja lugar a dudas. Ella no puede tolerar esta falta de respeto de la que han sido testigos todos, se va hacia el pupitre de Jesús y con la regla le da un reglazo en la mano abierta que le escocerá toda la mañana.

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Jesús no puede evitar que alguna glarimeta moje sus carrillos y Antonio, envalentonado, le dice a la maestra que no vuelva a pegar a su hermano. La maestra lo mira de hito en hito y no le responde, no merece la pena. Antonio asiste poco a la escuela, su padre lo necesita en casa y está ya hecho un hombre que puede desempeñar buen papel en la escasa hacienda de que disponen. Pero mira que tiene gracia el chaval. Vera, Pepico y Ciprés, ¿será posible? Vaya trío, los más fiesteros del lugar, buena gente que trabajo cuando es menester y va de fiesta cuando se puede. Jesús deberá copiar cincuenta veces esa pregunta del Catecismo que no ha sabido responder. Antonio cogerá las reglas y varas del aula en venganza y las aventará por el campo con el fin de evitar que vuelvan a ser usadas en la escuela. La maestra olvidará pronto el suceso y en la intimidad de su casa reirá con ganas la vivacidad de aquel chaval que tan inocentemente contestó a la pregunta.

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ESPERANZA ARELLANO ARAGÓN FORNILLOS

TRAVESURAS DE MI MADRE

Cuando doña Asunción vio la cara desencajada de Pepe, sentado en su pupitre, comprendió que algo estaba pasando. - ¿Qué ocurre Pepe? ¿por qué lloras? Pepe cabizbajo, no se atrevía a contestar. Por más que la maestra insistió, Pepe no habría la boca. Pero sus mofletes cada vez más colorados y el sudor que empapaba su frente, apuntaban a que algo estaba pasando... Doña Asunción, sin entender nada, cogió a Pepe de la mano y lo sacó al pasillo. - A ver Pepe, no tengo toda la mañana, ¿se puede saber qué es lo que te pasa? Pepe estalló en lágrimas y mirando a su bragueta espetó: - En el recreo... ¡me han atado con una liza! - ¿Quééééé...?, gritó la maestra desencajada, sin saber a ciencia cierta

lo que en realidad pasaba. El niño no se atrevía a ir más allá, pero doña Asunción, desabrochó con decisión los calzones de Pepe y ... ahí estaba el arma homicida... El pene de Pepe, tal que una morcilla de Burgos, rojo, tirante, brillante y a punto de estallar. Pepe, al volver a verlo, sintió desvanecer... Pero doña Asunción, armada de valor, entró en clase, abrió el cajón de su mesa, cogió su larga y puntiaguda tijera... Se hizo un silencio sepulcral... – Con vosotros ya hablaré después... Y salió tijera en mano cuan experta cirujana, a liberar a Pepe de esa horrible atadura que estaba a punto de amputarle tan preciado órgano. La intervención no fue fácil, la isquemia era evidente, el campo de acción limitado, pero doña Asunción, más que nunca de Aragón, agarró la liza con coraje y afinando al máximo, cortó la maldita cinta que había estado a punto de acabar con el miembro viril del mohíno niño. - Bueno, y ahora me vas a decir quién te ha hecho esto ¿no? Pepe parecía resistirse, pero... a poco que insistió la profesora, lo soltó.

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- Han sido Sacramento y Araceli. - ¡Cómo no! La maestra no se sorprendió ni un ápice. Aunque ellas

alegaron que el doncel había ido a molestarlas cuando estaban orinando en la era.

Al parecer, Pepito era bastante dado a interferir en los juegos de niñas y a molestarlas, y al fin, ese día se encontró con lo que no esperaba. Así me lo contaba mi madre, y se lo contaba a mis nietas... Historias de otros tiempos, de otros juegos y de maestras en tiempos difíciles.

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ESPERANZA ARELLANO ARAGÓN FORNILLOS

HISTORIAS DE MI NIÑEZ

Aún no acaban de comer estos zagales, ya marchan al club a mirar el facebook, como llaman ahora a relacionarse. Ese club cargado de historia: antiguo horno de pan, dónde cada familia del pueblo amasaba un día por semana, y en el piso de arriba ESCUELA NACIONAL MIXTA. Esa memoria de mi infancia y juventud, que por otro lado no me permite recordar lo inmediato, me trae el recuerdo de esos años dónde la calle era lugar de encuentro de niños, ancianos, mujeres... Vamos, mientras dónde unos cortaban trajes, otros hablaban de rojos o nacionales, de los malos tiempos que corrían, historias de chinches y liendres, historias de brujerías... y los críos aprovechaban para hacer de las suyas por el pueblo: ir a coger nidos, pequeños hurtos en los huertos, incordiar a la maestra... Y... ¡cómo me gustaba ir a la escuela! Pero, el caso es que iba muy poco, porque desde pequeña, a parte de tener que asumir gran parte de tareas domésticas y agrícolas, también tenía que ir a cuidar los corderos al monte. Por lo que sólo iba a la escuela en lo fuerte del invierno. Pensando un poco en lo antes y lo de ahora, me doy cuenta que siempre ha habido niños de todas las cualidades: niños hiperactivos, niños con déficit de atención, niños listos, que eran esos que la maestra decía a la madre: “a este chic@ tendrían que mirar de mandarlo a estudiar a Huesca, que vale para los estudios”, así como también enseguida madre y maestra se ponían de acuerdo a la hora de aplicar los correctivos: “Vd., déle buena bofetada cuando haga falta que yo ya le daré en casa”. Y es que, el tema de la educación en aquella época era tarea de las madres fundamentalmente. Aún recuerdo aquel día en que doña Basi, la maestra se marchó al retrete y... lo que no esperaba es que fuese tan moderno... Se trataba de una tabla que tenía un agujero en el centro para sentarse, y los excrementos caían o bien al corral, o bien a algún lugar abierto. Un día tuvimos la genial idea de salir corriendo y ponemos debajo del punto de mira; en cuanto la maestra puso el huevo, le limpiamos el culo con una

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escoba, y cuando fue a mirar para ver que pasaba, le limpiamos la cara con la misma escoba y echamos a correr. Ya podéis imaginar la que se organizó. Otro día tiramos al pozo el gato de la maestra. La pobre mujer nos preguntaba si lo habíamos visto, pero claro nosotras no sabíamos nada; y todos los críos de la escuela buscando el gato por el pueblo en completa complicidad, sin contar nadie dónde estaba. También recuerdo cuando Paquita y Gloria pelaron una gallina viva y la soltaron por la plaza. La pobre corría despavorida cuando se vio libre, dándose golpes por todas partes sin saber lo que hacía. Así que, los niños siempre hemos sido niños, y las travesuras en todas las épocas han tenido su dimensión.

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ANA PLAZA ARNALDA BUÑALES

CRÓNICAS DE MI PUEBLO

Enero... Mes gélido... Nuestro pueblo, prácticamente desierto, cubierto por las mañanas de esa fina capa de hielo que nos deja una postal casi siberiana... Pero Enero también es un mes de reencuentro, de amistad, de tertulias, de vida que de pronto invade nuestro pueblo. Llega San Fabián, la fiesta pequeña pero no menos importarte (matacía, solidaridad, comidas, cenas y hasta baile). Mayores, jóvenes, niños y forasteros se reúnen para disfrutar y poner esa nota de color a ese blanco y oscuro invierno. En la noche del 19 de enero, los hombres ya han recogido toda esa leña dispersa en la riera y la han subido al pueblo, al lado de la piscina, para quemar una hoguera y asar los productos de la matacía. Se preparan mesas, bancos, parrillas y empiezan las charlas conducidas por nuestros mayores que recuerdan hechos de antaño, como si de pronto alrededor de esa lumbre sus memorias recobrasen vida. Repasaré estas historias tan celosamente custodiadas con el fin de que algún día queden para mí, joven de este pueblo, latentes en mi memoria, y que de una cierta manera las pueda transmitir a la juventud venidera. Pilar y Asunción contaron que, cuando eran pequeñas, para evitar que fueran debajo de las leñeras de los corrales les decían que venían los caquis y se comían las mantecas de los niños. Gregoria y Concha explican que se les murió su vecina y que en aquel entonces se velaban los muertos en casa. Las mujeres los amortajaban, y a ellas, que estaban por ahí, las mandaron a llevar un plato de lejía para ponerlo debajo de la cama. Para ellas ese contacto directo con la muerte era una cosa normal, puesto que el fallecimiento de una persona mayor formaba parte de la vida cotidiana. Fueron pues con el plato de lejía y de repente el cuerpo se sentó encima de la cama... Recordaron que empezaron a correr hasta que llegaron a la calle sin soplo ni color.

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Crujió el fuego y vi a Ana pegar un pequeño brinco en el banco, sonreí... De pronto noté algo pesado en mi hombro, y con el corazón en un puño, giré la cabeza... Era Bernardo, nuestro alcalde, que venía a ver si nos faltaba algo y si alguien quería un poco más de “chuleta”. Se me quedó mirando un poco insistentemente, yo creo que por el reflejo desencajado de mi cara. Me costó un rato centrarme y seguir escuchando la conversación. Teresa y Luisa nombraron que para Sta. Águeda las mujeres tomaban el mando del pueblo, sólo ese día, y se dedicaban a mojar a los hombres persiguiéndolos por todo el pueblo. Llegó la Guardia Civil, que iban por los pueblos de vez en cuando, y saliendo de casa Silvestre se les ocurrió mojarles, pero como no querían decidieron cortarle el bigote. El hombre de buena manera no se enfadó, pero añadió que no volvería nunca a nuestro pueblo por Sta. Águeda. Araceli y Elena se reían recordando lo del albañil. La historia fue que un albañil venía a trabajar al pueblo con moto y un día se trajo a su hijo para que lo ayudara. A la hora de marchar se montó en la moto y el niño iba sentado detrás. Saliendo del pueblo veía que todos braceaban y pensaba que le decían adiós, saludándole incluso de formas más apasionada de lo normal, y al darse la vuelta para despedirse se dio cuenta de que el niño no iba en la moto y entendió toda esa efusividad por parte de nuestra gente. Simplemente lo estaban llamando para decirle que había perdido a su hijo por el camino. Nieves se acordó de un chiste, o más bien un caso real supongo, de una persona del pueblo. Se trataba de una pareja que, ya mayores, decidieron casarse después de años de noviazgo. Antes de la boda por supuesto no había “pasado nada”, así que cuando se casaron se fueron a vivir a la casa que habían preparado durante todos esos años. Se metieron en la cama y ella le decía que tenía frío, a lo que él le respondió que se pusiera la sabana por encima. Volvió a decirle que tenía frío, así que él le respondió esta vez la colcha también por encima. Al final, cansada ya, le comentó que todavía tenía frío y que además tenía un agujero, y él con inocencia le contestó: “Mira por donde ya sabemos por donde te entra el frío”. A carcajadas y algunas caras sonrojadas decidimos levantarnos y marchar al salón social para tomar café. Estos hombres seguro que aprovechan para echar unas partidas al guiñote.

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Reflexionando por el camino seguía pensando cuantas cosas me quedaría por recopilar de estas señoras, también alguna vez “picarotas”, ¡Quien lo hubiera dicho!.

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ISABEL PÉREZ FERRA FORNILLOS

MI YAYO JUANÉ Esta anécdota la recordábamos todos los veranos en la época de la siega, riéndonos de un pobre gallo que eligió mal el momento del ataque, porque no conocía a mi yayo “de malas”. Mi abuelo, mi yayo, era de Fornillos, de casa Franco; era un hombre pequeño, tan pequeño que se libró de hacer la mili por no llegar a la talla, pero de constitución fuerte. De piel clara, sólo tenía curtida la cara, las manos y los pies (sólo en verano porque los llevaba descubiertos). En la cara quemada por el sol resaltaban sus vivos ojos verdosos; llevaba camisa de manga larga en invierno y en verano, boina para cubrirse la blanca calva (menos en la siega que llevaba sombrero de paja); calzaba albarcas que se fabricaba con trozos de neumáticos y tiras de cuero; fumaba unos puros pequeños y retorcidos que se llamaban “caliqueños”, que partía en varios trozos y que apuraba hasta casi quemarse los labios. Tenía buen carácter, era bastante “tentado a la risa”; siempre le recuerdo riéndose a carcajadas con un programa de radio que hacía Pedro la Fuente los domingos, pero también tenía su mal genio, que se reconocía por los juramentos que echaba. No era muy dado a mimos ni carantoñas, pero yo sabía que a pesar de no ser muy cariñoso, le gustaban los críos, y sobre todo yo, su primera nieta. Durante la guerra civil, la casa de Fornillos quedó medio derruida y se tuvieron que ir a vivir y trabajar la tierra de una torre cerca de Huesca. Yo pasaba todos los veranos en la torre con mis yayos y mi tío; esperaba con ansiedad el final del curso para estar con ellos y tener la libertad de moverme por donde quisiera; era una niña inquieta, bastante revoltosa, que tenía que estar en todo, como decía mi yaya una “pontenmedio”. Pasaba mucho tiempo en el gallinero jugando con las gallinas, algunas hasta sabían “acocharse” cuando ibas con la mano a tocarles el lomo diciéndoles “cocha”, “cocha”; atenta siempre al gallo que se ponía en guardia por tocar a sus gallinas (alguna vez tuve que correr porque me quería atacar); por el conejar cogiendo los conejetes pequeños (a pesar de que mi abuela me decía que la madre los aborrecía), por las cuadras, por los graneros, por las cocheras llenas de aperos, todo sólo para mí, todo para jugar. Pero cuando estaba mi abuelo era diferente, lo dejaba todo para estar con él, hacer lo que él hacía. Iba con él al huerto, yo tenía un “jadico” pequeño sólo para mí, me dejaba ayudarle a regar, yo estaba encargada de avisarle para “para el agua” y

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echar por otro vallo, a coger verdura, aunque a veces me llevaba alguna regañina por coger la que no debía; a dar de comer a los animales y a echarles paja, él con un roscadero grande y yo, a su lado, con un roscadero pequeño; en fin me daba todos los caprichotes que quería. A mi yayo le gustaba, aunque él no lo decía, tenerme a su lado como una sombra, ahora pienso que a veces estorbaba más que ayudaba. Eran los años 60, no recuerdo cuantos años tendría yo, pero no más de 7. Era un día caluroso, se había terminado de segar y estaban guardando la cosecha en el granero. El grano se guardaba en el granero que estaban en la primera planta; los hombres sudorosos subían por la larga escalera de piedra, cargando en sus espaldas sacos de arpillera, llenos de trigo y de cegada. No sé cuantos hombres estaban trabajando subiendo los sacos, apilándolos uno al lado del otro, para después pesarlos y vaciarlos en un montón. Yo estaba corriendo de un lado a otro por encima de la hilera de los sacos que habían apilado pegados uno al lado del otro, esperando que hubiera un buen montón de trigo para meterme en él, me gustaba sentir el calorcillo que desprendía el trigo en mis piernas que se hundían hasta más arriba de las rodillas. Me metía en el trigo, porque la cebada picaba, y solo cuando no me veían, porque si me veían me llevaba un grito por esparcir el grano. Supongo que todos me habrían dicho unas cuantas veces que no corriera por encima de los sacos, que me iba a caer, mi abuelo que estaba haciendo las cuentas estaba perdiendo la paciencia, pero yo ni caso. Bueno, no sé cuanto tardé en caer, pero caí de bruces al suelo, un suelo de cemento que me dejó las rodillas en carne viva, todos pararon, me miraron sin decir nada y siguieron con el trabajo; y empecé a llorar a moco tendido. Fue la gota que colmó el vaso, mi abuelo dejó las cuentas que estaba llevando, jurando me cogió de la muñeca, tiró de mí sin contemplaciones para llevarme a la cocina a curarme y de paso a dejarles tranquilos. Jurando y cagándose (con perdón) en una “retahíla” de santos me iba bajando por aquella escalera de piedra, iba en cada escalón acordándose de un santo, se acordó de bastantes porque había unos cuantos escalones; cuando llegamos al final de la escalera, y por si acaso se había olvidado de alguno, terminó con un “mecagüen en la Virgen del Pilar y todos los Santos del Cielo” tan suyo. Ya habíamos llegado al corral, yo sorbiendo los mocos miré de reojo al grupo de gallinas y al gallo que las acompañaba, un gallo grande, bonito, que me la tenía jurada por tocar a sus gallinas. Vi como se preparaba para el ataque, como abría las alas pegándolas a la tierra, y pensando que había llegado la

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hora de la venganza, venía todo hinchado y con muy malas intenciones hacia nosotros. Intenté zafarme de la mano de mi abuelo para echar a correr, a pesar de mis sangrantes rodillas, pero no me soltó pensando que quería volver a subir al granero, entonces con voz asustada y llorosa, le dije: ¡¡yayo, yayo, el gallo!! Ya casi había llegado hasta nosotros, preparado par abalanzarse, mi abuelo lo vio de reojo, me retiró un poco hacia su espalda sin soltarme, y le soltó una patada con tal fuerza por la mala leche llevaba, que hizo volar al pobre gallo por encima de la tapia, tapia que estaba por lo menos a diez metros de nosotros y que debía medir tres metros, y que a mi me parecía que medía seis. No recuerdo que le pasó al pobre gallo, ni si salió con vida de ese patadón y de ese “supervuelo”. Se me pasó el susto, cerré la boca que había abierto al ver semejante cosa, las lágrimas se secaron, las rodillas ya ni me dolían, lo mire con admiración, con devoción, y desde aquel día además de ser mi querido yayo, fue mi HEROE.

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Mª PAZ MONAJ APIES

HISTORIA DE UN COMEDIANTE Con motivo de las fiestas patronales de Apiés y para visitar a sus familiares, allá por el año 1922, se acercó por aquí un hombre muy chistoso y bromista que le apodaban (Puchaman de Loarre). Este tal hombre, después de pasar dos días de fiesta, y buenas juergas, se le ocurrió salir por las calles echando un pregón que decía así; “Esta tarde a las cuatro y media, vienen unos comediantes, todos los que deseen ver las comedias estarán en el corral de casa Valentiné (que era un corral muy grande) y sin animales”. Entonces en Apiés había 800 habitantes y pronto se llenó el corral. Cuando él creyó oportuno cerró la puerta con llave y se fue hacia Huesca andando, ya cerca de Huesca se encontró con un vecino de Apiés que venía en sentido contrario y le dijo: “Toma esta llave y abre la puerta del corral de Valentiné que he dejado encerrado una cuadrilla de borregos y querrán salir”, y cual no fue la sorpresa del vecino al ver que los borregos eran las personas que fueron a ver las comedias.

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Mª JOSÉ LALIENA APIES

RELATOS ANTIGUOS POPULARES TRANSMITIDOS DE

BOCA A BOCA Esta es la historia (oración) que me contaba mi madre de pequeña: La Virgen y San José iban en su romería, la Virgen iba de parto y a sus pasos no podía y San José le decía alarga el paso María, llegaremos a Belén entre la noche y el día. San José marchó por luz que habrá tenido María, un niño como las flores, lo que San José decía, no tengo para envolverte ni un pañal ni una mantilla, ya baja el ángel del cielo con contento y alegría, cada palabra que dice rico pañal se volvía. Ya vuelve el ángel al cielo con contento y alegría y Dios del cielo le pregunta: ¿Qué tal ha quedado María?. María ha quedado bien, en su tajo recogida, vestida de oro y plata, calzada de plata fina, todo eso no es nada para lo que ella merecía. Hay que castillos tan altos, pintados de pinturía, no los han pintado pintores, ni hijos de carpintería, los ha pintado Dios del cielo para la Virgen María. En medio de ese castillo dos ángeles había y en medio estaba la Virgen con su hijo en la rodilla que callar no le quería, ¿qué lloras hijo del alma? ¿qué lloras bien de mi vida?. Lloras por el hambre que tienes o la sed que te fatiga. No lloro por el hambre que tengo, ni la sed que me fatiga, lloro por los pecadores que por el mundo se iban. Hijo mío de mi alma, hijo mío de mi vida, nos iremos por el mundo tu dirás el Padre Nuestro yo diré el Ave María. Jueves Santo, Viernes Santo, Jueves Santo era aquel día, la Virgen preguntó: ¿oiga usted buena señora ha visto a mi hijo amado?. Si por cierto que lo he visto, si por cierto que le he hallado, con una cruz en los hombros y una cadena arrastrando y si no lo quiere creer desenvuelva usted ese paño, la Virgen los desenvolvió y cayó en un desmayo, oiga usted buena señora vamos al Monte Calvario, que por mucho que corramos ya lo habrán crucificado; ya le habían clavado los pies, ya le habían clavado las manos, ya

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le habían hecho una brecha en su divino costado, la sangre que derramaba caía en un cáliz sagrado y el hombre que lo bebía era un bienaventurado. El que diga esta oración todos los viernes del año sacara un alma de penas y la suya de pecados. Quien la sepa y no la diga, quien la oiga y no la aprenda el día de su juicio final tendrá lo que le convenga.

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Mª JOSÉ LALIENA APIES

ANECDOTAS DEL BAR DE MI PUEBLO Un día como tantos otros conforme iba avanzando la tarde, el bar se iba llenado de hombres, puesto estos una vez terminadas las tareas del campo, se reunían en él, para echar la partida. El bar era un negocio familiar, atendido por sus dueños Andrés y Felisa. Felisa iba haciendo las tareas domésticas entre cerveza y cafés que iba poniendo. Un día estaba haciendo la cena (albóndigas), y llegó el secretario, se asomó a la cocina para saludarla y Felisa muy atenta le invitó a probar una, este dijo “no, gracias, ya he cenado”, pero Felisa insistió y él accedió a tomar una y dijo: - ¡Pues bien buenas están!, ¿puedo coger otra? - Faltaría más, contesto Felisa, vaya, vaya comiendo. La sorpresa fue que cuando terminó Felisa de freír las albóndigas casi no quedaban, según ella se comió 36. Y esto todavía lo recuerda la gente que estaba en el bar ese día. Menos mal que había cenado, sino no sé cuantas se come.

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Mª CARMEN MOLANO APIES

PRIMER VIAJE A BARCELONA Esto le ocurrió a un Señor que vivía en el pueblo, unas sobrinas de Barcelona le llevaron a pasar unos días con ellas y así veía el mar, pues no lo había visto nunca. Ya en Barcelona estas tenían un piso antiguo y al rato de estar en casa al tío le vino ganas de orinar, le pidió a una sobrina donde podía hacerlo. La sobrina le acompañó al cuarto de baño y le dijo: - Aquí para orinar (le enseñó un W.C. de hombres) y aquí para lo demás

(le mostró la taza). El tío se quedó allí y al cabo de un rato que no salía le llamó la sobrina: - Tío, tío, ¿estás bien? - Sí, sí. Pero el tío no salía y la sobrina insistió: - Pero tío, ¿estás bien? - Pasa, pasa hija mía. Me has dicho que aquí para pichar y aquí para

cagar, pero si me pongo a pichar me cago y si me pongo en la taza me meo.

Entonces la sobrina lo sentó en la taza y le dijo: - Mire tío, aquí mee, cague y haga lo que tenga que hacer. Cuando el tío salió le dijo a la sobrina: - Hay niñas que Dios me deje los campos de mi pueblo.

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Mª TERESA USÓN CEREZA APIES

ROMANCE DE UNA PAREJA

Desde os altos Pirineos me embaje to tierra plana a ver un amor que tengo que se llama Marijuana. Ella es alta que horroriza tiene patas como un güey tetazas como una vaca por esas mangas en to bajo se le caían as manzanas. Tilín-tilín llaman a misa y o padre cura me ice que si quiero a Marijuana y yo le digo que sí y do gusto que le daba se le caeba la baba. Llaman a dormir ella me quitaba os calzones yo le quitaba as calzas y quitándole as calzas se me echo una bufata jibo Marijuana, eso pa os burros que tienen as narices panchas.

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Mª DEL CARMEN MIRANDA ESCAR BELLESTAR

LA LLEGADA DE LA PRIMERA TELEVISIÓN A MI

PUEBLO La historia la conté cuando eran las fiestas de mi pueblo, que son en invierno; con el hogar encendido y en la sobremesa del primer día de las mismas. Aproveché que estaban todos mis sobrinos pequeños y algunos amiguitos de ellos. Pienso que les interesó la historia porque escuchaban atentos y el ambiente era propicio con el hogar encendido, su calor, la tarde anochecida (26 de diciembre) y todos estábamos muy relajados al celebrar las fiestas del pueblo (mi pueblo es muy pequeñito, sólo con 15 vecinos), pero al ser así nos sentimos como una familia todos juntos. En el año 1960, llegó la primera televisión en blanco y negro, naturalmente, a mi pueblo, y era pública, o sea de todos (pagada con ingresos que recaudaba el Ayuntamiento del mismo). No se instaló en el Local Social, porque era invierno y hacía frío y se colocó en la casa del Alcalde, en su comedor que era bastante grande. Pienso que es esto lo llamativo de esta historia, puesto que no recuerdo ningún otro caso en todo el contorno. Cuando el Alcalde el pueblo, Sr. Román se llamaba, falleció, comunicó a todos los vecinos que estas gestionando la compra de un televisor para todos los vecinos del pueblo y que iba a colocarlo en su casa “temporalmente”, hasta que llegase la primavera, todos nos pusimos muy contentos, especialmente los niños que era mi caso, pues yo tenía 12 años. Los días que nos dejaban ir a ver la televisión a los niños eran: los sábados, domingos, otros días de fiesta y algún acontecimiento extraordinario durante la semana. El horario infantil se acababa a las nueve de la noche y era entonces cuando había que levantarse de la silla muy a pesar nuestro. También recuerdo como catalogaba las películas para los niños y adultos; cuando sólo llevaban un rombo eran para mayores de 14 años y se llevaban dos, para mayores de 18 años. En el invierno de ese año, no se me puede olvidar que vimos todos los del pueblo el acontecimiento social televisado más importante: la boda de

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Fabiola y el Rey de Bélgica, Balduino, que a mí me gusto mucho, espero que sería porque sólo tenía 12 años y era niña. Al contar esta historia a mis sobrinos y amiguitos, noté que les extrañara que se pudiera colocar la televisión de todos en una casa particular, por esto les expliqué que el Sr. Román, o sea el Alcalde del pueblo, era una persona muy abierta y generosa. Personalmente en mi caso, lo recuero muy gratamente y que gracias a él mi infancia fue mucho más feliz.

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CLARA Mª ESCABOSA PISA TABERNAS DE ISUELA

CHASCARRILLOS

LA SEMANA DEL LABRADOR Lunes garbana martes malagana miércoles tormenta jueves no trae cuenta viernes a cazar sábado a pescar y el domingo que quiero no me dejan trabajar. LA ORACIÓN DEL LABRADOR Por la mañana garbana a mediodía calor y por la tarde mosquitos Dios mío que me quito de labrador. A SAN ANTÓN San Antón mató un marrano y no me dio una morcilla por eso a San Antón le voy a dar tres palo en las costillas.

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MIRIAM SANCHO PÉREZ BANARIES

VAMOS A CONTAR UN CUENTO, TRALARÁ

¿Quieres que te cuente un cuento? Pensando en el pasado dime que sí siempre llego a mis abuelos, y te lo contaré, y de cada uno, dime que no con algo me quedo. y no te lo diré. Erase que se era una chica Perdí una amiga en la vida que del mar venía, y con ello estoy viviendo, y encontrando a un buen zagal pero como decía la abuela María al pueblo fue a parar. los buenos no se queman. Los almendros al entrar Cada uno recoge lo que siembre, sus recuerdos tendrán, yo, aún estoy sembrando, escondites en sus tiempos espero que llueva para muchos fueron. para recoger algo. Sus casas y apodos Y el cuento se acabó, poco a poco fui aprendiendo, cuando lo vuelva a encontrar a la gente conociendo se lo volverá a contar. y a la familia queriendo. De mi infancia yo recuerdo largos veranos en el pueblo, con abuelos y sin padres, con primos y amigos.

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Mª CARMEN QUILEZ USED HUERRIOS

TARDES DE ALFORJA

Son de aquellas largas y frías tardes de invierno, allí en la cocina; mi Madre escuchando en la radio aquellas interminables novelas mientras cosía y yo junto al fuego de la chimenea y frente a una pizarra, de los más entrañables recuerdos que guardo en mi memoria. Era aquella una cocina grande a la que se accedía directamente desde el exterior y a la que a modo de distribuidor daban el resto de las estancias de la casa. En el centro, se situaba una mesa cuadrada cubierta con uno de aquellos “ules” de alegres colores, y sobre éste un jarrón con flores de temporada. En un lateral se situaba la bancada, propiamente dicha, con su fregadera, su escurreplatos, su hornillo de butano y la nevera. En el otro lado, la chimenea, en la que siempre había un caldero o puchero junto a la lumbre. Pegada a la chimenea, en un costado, se encontraba la pizarra; la cual Papá me la había pintado con “pez”, a modo de pintura negra para que estuviese entretenida. ¡Cuántos dibujos, letras y números no haría yo en ella, mientras transcurrían lentamente las horas, y sólo se escuchaba el tic tac del despertador y el ruido de las purnas saltando en el fuego! De vez en cuando y de repente le decía a Mamá: - ¡Cuéntame algo! - Que quieres que te cuente, hija mía, que no te haya contado. - Pues algo, replicaba yo. No era mi Madre muy de contar cuentos ni historias. A mi Padre le gustaba mucho más. De todas formas, casi siempre acababa contándome vivencias de su juventud en aquel nuestro pueblo, que siendo yo muy pequeña habíamos abandonado en busca de un futuro mejor. Me contaba el frío que pasaba cuando salía al campo muy temprano a coger azafrán, del cansancio de la viña, tanto si iba a vendimiar como si iba a recoger sarmientos, del polvo que tragaba en la fábrica o molino de hacer

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yeso del abuelo. En fin, de estas y algunas otras cosas hablábamos mientras esperábamos impacientes la vuelta de Papá del campo. De repente me decía Mamá: - Anda hija mía, asómate a la fuente a ver si ves venir a tu padre. Bajaba yo a la plaza donde estaba la fuente refunfuñando, porque sabía que Papá todavía tardaría un buen rato en venir. Y efectivamente aún se veían a lo lejos el ir y venir lentamente las luces del tractor. Subía a casa y se lo contaba, y siempre la misma respuesta: - ¡Madre mía, con la hora que es y de noche! ¿qué hará este hombre aún

en el campo? ¡Siempre el último en venir a casa! En éstas estábamos, cuando al cabo de un rato; ahora sí, se oía el ruido del tractor aproximándose a casa. Era entonces cuando se apoderaba de mí un nerviosismo ya que llegaba mi gran momento. Bajaba corriendo las escaleras a abrir las puertas del corral para que mi padre entrara a la cochera sin bajarse del tractor. Una vez allí, y casi al mismo tiempo que bajaba del tractor, se limpiaba el polvo y me daba un beso, me alcanzaba las alforjas y me decía: - Mira a ver... Yo, impaciente y nerviosa rebuscaba y allí estaba siempre el “currusco” de pan seco y la fiambrera, en cuyo interior guardaba... un trozo de chorizo, una costilla en adobo, un trozo de tortilla, etc. Ese era para mí el gran momento. Papá lo sabía. Subíamos los dos a casa. La mesa estaba puesta y la cena en el plato. Así y mientras unas lágrimas quieren asomar por mis ojos, pongo punto y final a este relato. Me acuerdo de Papá.

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Mª JOSÉ PÉREZ FERRA FORNILLOS

HISTORIAS DE LA RELIGIOSIDAD EN CASA FRANCO

DE FORNILLOS En las frías tardes de invierno, sentados en las cadieras al amor de la lumbre, siempre se contaban historias de lo sucedido antaño. Mi familia vivió en Fornillos hasta después de la guerra civil, en casa Franco. Era una casa grande de tres pisos, con un bonito mirando muy soleado donde las mujeres del pueblo acudían a coser porque había muy buena luz. Desde la calle se entraba al patio, en el que había un banco corrido de piedra en caso todo el perímetro. La escalera se abría en un rincón del patio en forma de L, con una barandilla de madera con el balaustre principal tallado con una inscripción que rezaba: “AVE MARÍA PURÍSIMA, SIN PECADO CONCEBIDA”. En la primera planta se encontraba la sala del reloj, el cuarto del fraile, las alcobas y el “estudié”, una habitación donde en una hornacina en la pared había una talla de madera policromada del Santo Cristo, junto con dos pequeñas campanillas. Mi bisabuelo era muy religioso; todavía hoy mi madre y su prima Carmen (que venía a veranear desde Zaragoza), recuerdan como retumbaba su voz cuando rezaba el rosario todos los días al acostarse. En las tardes de verano, cuando de pronto el cielo se cubría de nubes y amenazaba tormenta (de las que suelen acabar en “pedregada”), mi bisabuelo junto con la familia y algún vecino más, sacaban al Santo Cristo y las campanillas de la hornacina y poniéndolo frente a la tormenta desde el mirado, rezaban: - Santo, santo, santo es el señor, Dios del universo..., tocando las campanillas. Cuentan que el cielo “se abría” y que la tormenta se alejaba del pueblo, aclarándose poco a poco.

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Durante la guerra civil, Fornillos quedó en el frente republicano y la vida del pueblo, como en tantos otros sitios, se transformó. La bodega se convirtió en la despensa, la abuela era la cocinera de los oficiales, etc. Ante la llegada del ejército republicano, mi bisabuelo tuvo miedo por la presencia en la casa de muchas imágenes religiosas. Decidieron esconder todo lo que pudieran, cuentan que llegaron a quemar varios cuadros, en cuanto a la figura del Santo Cristo, la escondieron en el hueco de la “chaminera”. Un buen día cayó un obús, lanzado desde Huesca que destruyó parte del tejado y de esa chimenea, excepto el hueco donde estaba la imagen, que quedó intacto, no dañándola, pero dejándola al descubierto, lo que obligó a buscar apresuradamente otro escondite. Como anécdota curiosa contaban que también escondieron la talla policromada y a tamaño natural de un Niño Jesús en el pozo de un huerto cercano; pasó el tiempo y cayó en el olvido. Años más tarde, en época de sequía, las fuentes cercanas se secaron y sólo había agua en ese pozo, cual fue su sorpresa que al sacar agua apareció el Niño, y menudo susto se llevaron.

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“Historias al calor de la lumbre” ha sido posible gracias a la colaboración de la

Comisión Rural del Foro Municipal de Mujeres, formada por

representantes de Apiés, Banariés, Bellestar del Flumen, Buñales,

Cuarte, Fornillos, Huerrios y Tabernas de Isuela; al entusiasmo de las mujeres

de nuestros pueblos y al Jurado que falló el Concurso “Mujeres en Perspectiva:

Historias al calor de la lumbre”.

“Historias al calor de la lumbre”, para todas y todos ustedes, que hacen posible

ESPACIOS SIN SEXISMO

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COMISIÓN RURAL FORO MUNICIPAL DE MUJERES