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Formación Fraternidades Escuelas Pías Número 1. Curso 2014-15

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FormaciónFraternidadesEscuelas Pías

Número 1. Curso 2014-15

Revitalizar la pequeña comunidad

Tema uno

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Papel de la Fraternidad en la presencia escolapia

Tema dos

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Impulsar la cultura vocacional

Tema tres

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En el ámbito de la Fraternidad en que nos encontramos nos referimos con la formación al creci-miento en conocimientos y también a la vivencia religiosa que nos acerca a Jesús, al compromiso por el Reino, a la adopción de un estilo de vida orientado por las propuestas del Evangelio, al com-partir con los hermanos y hermanas de la Fraternidad,… Quizá por eso es muy importante, además de los contenidos y experiencias que suponen el proceso formativo, el grupo de personas con las que nos formamos. Podría ser cada persona, o cada pequeña comunidad, o incluso la Fraternidad local o provincial, o otras instancias eclesiales.

Desde el curso 2008-2009 compartimos en las Fraternidades de la península algunos aspectos de la formación permanente. Con ello significamos que queremos caminar juntos, ganar en forma esco-lapia y cristiana juntos. El encuentro anual de estas Fraternidades de España ratifica cada año esta decisión y nos ayuda a crecer en cercanía. Para este curso 2014-2015 nos planteamos tres temas en común: revitalizar la pequeña comunidad, el papel de la Fraternidad en la presencia escolapia y el impulso de la cultura vocacional. Son tres importantes propuestas para crecer personalmente, en cada comunidad y en Escuelas Pías. El encuentro en Alcalá de Henares nos ayudará a compartir lo reflexionado y a seguir creciendo en relación mutua.

Nos encontramos además en un año repleto de acontecimientos escolapios: el todavía reciente Congreso de espiritualidad calasancia de Bogotá con tantas aportaciones, la Primera asamblea de la Fraternidad general celebrada en Peralta que nos invita a responder a diez desafíos, los encuen-tros escolapios europeos celebrados (organización escolar y pastoral) y el que queda para este curso (laicado), los Capítulos que se irán celebrando a lo largo de todo el curso… y tanta vida escolapia de cada día y cada curso. Son oportunidades también para la formación compartida.

Que el Señor Jesús nos ayude a ser cada día más fieles al gran amor con que nos bendice y a la misión a la que nos envía.

Fieles al amor del Señor

Presentación

La formación se suele entender como una acción fundamentalmente intelectual. Pero ciertamente formarse (tomar forma e identidad) es mucho más puesto que implica todas las dimensiones de la persona.

Javier Aguirregabiria@JavierAguirrega

Delegado para Integración Carismática y Misión Compartida.

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Revitalizar la pequeña comunidad

Tema Uno

No resulta sencillo tratar en un espacio limitado un tema tan lleno de matices como el que se nos propone: revitalizar la comunidad pequeña, y más aún deteniéndonos en un aspecto tan relevante como la corrección fraterna. Empezaré hincándole el diente al primero y, si los vientos son propicios, puede que acabemos en el segundo.

Felipe Vidal

@felvidgar

Comunidad Belén.Fraternidad Betania

Corrección

Fraterna

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Me vienen a la mente un par de preguntas fundamentales: ¿qué es lo que nos quita la vida a las comunidades?, ¿por qué sen-timos la necesidad de revitalizarnos o, cuando menos, se nos percibe así? No voy a tratar de responder ni dar recetas mági-cas, entre otras cosas porque no las tengo y dudo de que existan. Lo que sí intentaré es plantear una reflexión medianamen-te ordenada que nos ayude a seguir en-contrando caminos de crecimiento, que serán comunes en algunos casos y muy particulares en otros, para no perder vida. Preparémonos para un viaje lleno de pre-guntas que espero nos movilicen, nos in-cordien, nos desborden, nos reafirmen,…

Comienzo por describir una serie de “pa-tologías” comunitarias frecuentes que nos puedan servir de punto de partida para la reflexión. No se trata de casos concretos reales sino de una síntesis es-tereotipada de diferentes realidades que me permito clasificar para su mejor com-prensión. Seguramente veremos algo de nuestra propia realidad en varias de ellas y no nos sentiremos totalmente identifi-cados con ninguna.

Comunidades que se gastan en la prepa-ración del rito. La principal y casi única tarea es la preparación y animación de celebraciones sacramentales (normal-mente la eucaristía dominical). Suelen tener una composición muy variable en cuanto a miembros porque el sentido de pertenencia no está arraigado. Dependen de manera muy notable del sacerdote en-cargado y se establecen jerarquías marca-das en función de la proximidad a él.

Comunidades que se gastan en su propio ritual de oración. Suelen empezar con una fuerza y vitalidad espléndidas por la fuerza de la oración compartida. Pero, al

seguir siempre de la misma forma y no adaptarse a los momentos vitales de sus miembros, la oración se vuelve previsible y repetitiva. Todos saben de qué pie cojea el vecino y la llama se va apagando poco a poco al sentir que nada cambia.

Comunidades que se gastan en la vida de sus miembros. Suelen ser grupos peque-ños, que llevan tiempo juntos y que cen-tran sus reuniones en la vida íntima y en los sentimientos de cada uno. Se acaban blindando al exterior por la “profundi-dad” de los temas tratados. Fuerte senti-miento de pertenencia al grupo pequeño con pérdida de sentido de Iglesia, que se concreta sólo en la participación indivi-dual en otros ámbitos de cada uno de sus miembros.

Comunidades que se gastan en la misión. Las reuniones comunitarias terminan siendo una continuación de las reuniones de profesores, monitores, catequistas, voluntarios,… Siempre se gira alrededor de estos quehaceres y, poco a poco, los menos implicados en la misión “hacia fuera” se van sintiendo excluidos. Los desencuentros prácticos en la tarea ter-minan por minar la vivencia de la frater-nidad.

Comunidades que se gastan en la for-mación. La reunión comunitaria se basa principalmente en un material de forma-ción que se trata cada vez. Sus miembros

son en muchas ocasiones verdaderos ex-traños los unos para los otros. Reafirma la necesidad de pertenencia institucional pero la asistencia se debilita con facilidad por la sensación de ser perfectamente prescindible para la continuidad del gru-po. Esto suele conllevar fuertes tensiones entre los “fieles” y los “díscolos”.

Es probable que ninguna de las carac-terísticas mencionadas hasta ahora sea realmente un problema en sí mismo. Quizá, al igual que en nuestros propios cuerpos biológicos, la principal patolo-gía comunitaria sea el descentramiento que lleva al desequilibrio. ¿Serías capaz de reconocer que puntos de desequilibrio (de los expuestos u otros) detectas en tu comunidad? Puede que sea este un buen punto de partida. Si hemos puesto ya en marcha el modo introspectivo y hemos dedicado algo de tiempo a tratar de responder a las pre-guntas ya planteadas, quizá podamos es-tar de acuerdo en que una forma bastante completa de afrontar la revitalización de nuestras comunidades pasa por parar-nos expresamente en la celebración de la eucaristía, la oración comunitaria, el compartir vida, la misión y la formación. No es la única forma de hacerlo ni la más original (os dejo en la bibliografía algu-na alternativa interesante de proyecto comunitario) pero encadenando una en otra espero que lleguemos a buen puerto.

“Una forma bastante completa de afrontar la revitalización de nuestras comunidades pasa por pararnos expresamente en la celebración de la eucaristía, la oración comunitaria, el compartir vida, la misión y la formación”

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La eucaristía nos va a ir dado sentido a lo demás así que será la primera, pero creo conveniente que hagamos aquí un pe-queño inciso para aclarar un concepto que nos evitará malos entendidos en ade-lante.

La concepción de Dios para un oriental, como Jesús de Nazaret, y un occiden-tal puede ser muy distinta en función de los conceptos lógicos predominantes en cada cultura. Erich Fromm los explica muy claramente en “El arte de amar”: desde Aristóteles, el mundo occidental ha seguido los principios lógicos de la filosofía aristotélica. Esa lógica se basa en el prin-cipio de identidad que afirma que A es A, el principio de contradicción (A no es no-A) y el principio del tercero excluido (A no puede ser A y no-A, tampoco ni A ni no-A). Aris-tóteles explica claramente su posición en el siguiente pasaje: «Es imposible que una misma cosa simultáneamente pertenezca y no pertenezca a la misma cosa y en el mismo sentido, sin perjuicio de otras determinacio-nes que podrían agregarse para enfrentar las objeciones lógicas. Este es, entonces, el más cierto de todos los principios...». Este axioma de la lógica aristotélica está tan hondamente arraigado en nuestros hábitos de pensamiento que se siente como «natu-ral» y autoevidente, mientras que, por otra parte, la confirmación de que X es A y no es A parece insensata. En oposición a la lógica aristotélica, existe la que podríamos llamar lógica paradójica, que supone que A y no-A no se excluyen mutuamente como predicados de X. La lógica paradójica predominó en el pensamiento chino e indio, en la filosofía de Heráclito, y posteriormente, con el nombre de dialéctica, se convirtió en la filosofía de Hegel y de Marx. Lao-tsé formuló claramente el principio general de la lógica paradójica: «Las palabras que son estrictamente ver-daderas parecen ser paradójicas». Pero es

más, en 1924, un joven físico francés lla-mado Luis-Victor de Broglie, ahondando en el trabajo sobre el efecto fotoeléctrico por el que un tal Albert Einstein acababa de recibir el premio Nobel de física (en 1921), postuló y demostró la naturaleza paradójica de la materia: “Toda la materia presenta características tanto ondulatorias como corpusculares comportándose de uno u otro modo dependiendo del experimento es-pecífico”, acabando definitivamente con la concepción de la física clásica en las que las ondas, por definición, carecen de masa mientras que los cuerpos, también por definición, tienen masa y ocupan un lugar en el espacio. ¡La creación también se nos demuestra paradójica! Lao-Tsé lo sabía, Jesús de Nazaret y los evangelistas también. No es posible entender el sacra-mento de la vida en común, la eucaristía, en toda su extensión sin conciliar aspec-tos aparentemente excluyentes.

No tengo espacio aquí para profundizar en el concepto de sacramento, pero como presencia actual y vivificante de Jesús en medio de la comunidad de creyentes se puede afirmar que la eucaristía es el sa-cramento de la vida compartida, el sím-bolo sacramental que expresa y produce la solidaridad con la vida que llevó Jesús; y la solidaridad también entre los creyentes que participan en el mismo sacramento. De todos los textos eucarísticos del Nuevo Testamento podemos sacar como deno-minador común dos aspectos: el prime-ro, que se trata de un hecho comunitario y el segundo, que se trata de una comi-da compartida, por lo que no se trata de una “cosa” sagrada y santa sino de una “acción” que comporta un determinado simbolismo. Además, y fundamentado en las propias palabras de Jesús, se trata de un memorial. Para un judío, un me-morial no es un mero recuerdo subjetivo

sino la celebración de un hecho salvífico del pasado que se hace presente en la co-munidad celebrante. Como cristianos, no celebramos la eucaristía en recuerdo de la Última Cena de Jesús, sino como me-morial de todo lo que Dios hizo por Jesu-cristo: cómo habló a los hombres a través de él, cómo curó enfermos, consoló a los abatidos, cómo llamó a la conversión a los pecadores y a todos anunció la Buena Nueva. Pero conmemoramos ante todo la muerte y resurrección de Jesús, que con-centra, en cierto modo, toda su actividad y pensamiento.

En los textos de Lucas, la cena eucarística es una prolongación de las comidas que tuvo Jesús a lo largo de su vida con jus-tos e injustos. Jesús permite que la gente experimente los bienes de Dios y su amor por los hombres. Los obsequia con dones divinos como el amor y la comprensión, con la acogida incondicional, con el per-dón de los pecados y la curación de sus enfermedades. Los convites de Jesús es-tán marcados por la alegría y la acción de gracias, por la proximidad liberadora y sanadora de Dios. La comunión es la ex-periencia material del amor de Dios. En cada eucaristía tomamos conciencia de ese amor de Dios que ha resplandecido en Cristo, para vivir en él y sumergirnos en él, convirtiéndonos, así, en fuente de amor de Dios para los demás.

Los textos joánicos introducen una varia-ble nueva intentando acercar la eucaristía a sus contemporáneos seducidos por la gnosis, que buscaba la iluminación acerca de la auténtica vida. Para Juan, Jesús mis-mo es el pan del cielo que Dios les ofrecía y en Jesús, en sus palabras y sus obras, se hace visible la vida verdadera y eterna que Dios regala a los hombres. “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no ten-

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drá hambre, el que cree en mí no tendrá jamás sed” (Jn 6, 35). La segunda imagen con la que Juan traduce el misterio de la eucaristía está en la escena del lavatorio de los pies (Jn 13, 1ss). Donde los sinóp-ticos sitúan el memorial, Juan nos sor-prende con la escenificación del amor de Jesús hasta el extremo, haciendo el ser-vicio de un esclavo como antesala de su muerte inminente. Nos acoge en su amor de manera incondicional precisamente en aquello en que nosotros nos sentimos más despreciables, más sucios e impuros. Pero la eucaristía no consiste simplemen-te en recordar, es también actuar: nos lavamos los pies unos a otros cuando nos dejamos contagiar por el amor de Jesús y no ponemos en primer plano las culpas de los demás, sino que nos aceptamos los unos a los otros sin reservas.

Pablo trata el tema en la primera carta a los corintios. Afirma lisa y llanamente que el “pan que compartimos” es par-ticipar y estar en el “cuerpo de Cristo”. Ahora bien, no se refiere a la relación individual ni a la piedad personal con Cristo, sino a la relación entre todos los miembros de la comunidad. La idea de Pablo es que los creyentes en el seno de la comunidad deben comportase cada uno desde su función y características propias, pero todos al servicio de todos. Y cuando no es así, porque unos bebían hasta emborracharse mientras que los pobres morían de hambre, la eucaristía se hace imposible (1Cor 11, 21).

Por último, está el hecho importantísimo de la presencia de Cristo en la eucaristía. Las palabras de Jesús son absolutamente inequívocas: “este es mi cuerpo” y “esta es mi sangre”. Por lo tanto es un regalo de Dios a la asamblea eucarística por el cual nos podemos alimentar del Señor. ¿Cuál

es el sentido entonces de todo lo descri-to anteriormente si Dios decide hacerse alimento y transformarnos con su gracia? ¿No bastaría sólo con esto? Usemos aquí la lógica paradójica para afirmar que sí, completamente, que la “comunidad que se gasta en la preparación del rito” tenía razón y que con la gracia de Dios todo lo tenemos. Y afirmemos también con toda la rotundidad que la comunidad que nace de la eucaristía está llamada a vivir plena y actualmente la realidad de la que guarda-mos memoria, en solidaridad con Cristo y con todos los creyentes, en la mesa de los pecadores y del perdón, en el banquete de los pobres y en la limpieza de nuestras vergüenzas. Si no podemos conjugar es-tas dos realidades nuestras comunidades difícilmente estarán vivas.

Con todo lo dicho hasta ahora, os dejo una batería de preguntas: ¿qué aspectos de la vivencia del memorial de la eucaris-tía se hacen presentes en mi comunidad?, ¿cuáles no?, ¿en qué se parece nuestra vivencia comunitaria a las comidas com-partidas de Jesús?, ¿de qué forma nos la-vamos los pies unos a otros?, ¿qué pasos factibles con nuestra realidad podemos dar para conseguir acercarnos al ideal de comunidad que nace de la eucaristía? Nuestra realidad actual ha dado la vuelta a la manera de hacer de las primeras co-munidades descritas en el segundo ca-pítulo de los Hechos de los Apóstoles: se partía el pan en las casas y se iba al Templo a orar… ¿Cómo conjugamos el hecho de reunirnos como comunidad eucarística sin celebrar el rito en la mayoría de nues-tras reuniones?, ¿qué alternativas nos podemos plantear cuando no es posible compartir la misa dominical?

Afrontemos el tema de la oración comu-nitaria con gran parte de los deberes he-

chos, ya que todo lo expuesto acerca de la eucaristía, que es la cumbre de la oración cristiana, y todo el trabajo de reflexión que espero haya motivado son más que aplicables a este tema. Sin embargo, sí considero interesante ahondar en un concepto que tiene una gran relevancia a la hora de revitalizar y a la hora de la co-rrección fraterna: la escucha. Esta vez voy a comenzar pidiendo un pequeño esfuer-zo de introspección: ¿qué calificación me daría a mí mismo como “escuchante”?, ¿cuáles son mis cualidades adecuadas para escuchar?, ¿cuáles son mis dificul-tades? Identifica algún miembro de tu comunidad por el que te sientas normal-mente escuchado, ¿qué cualidades desta-carías de él?

A lo largo de la vida de las personas y las comunidades surge la necesidad de ir variando los modos y los métodos de oración para acompasarlos a los ritmos vitales de cada etapa. La oración en sí, en la definición más amplia posible, se trata-ría de la acción de comunicarse con Dios. Los interlocutores son invariables pero el código y el mensaje pueden ser muy di-ferentes. En la religión cristiana, al igual que la judía de la que surge, Dios habla a su pueblo a través de la palabra revelada a personas concretas para ser trasmitida al resto. Dios habla y el pueblo escucha, y el pueblo también habla a Dios con la esperanza de que su mensaje sea escu-chado. La escucha es el arte principal a cultivar en la oración, más que el habla ya que Dios sabe cuáles son nuestras ne-cesidades antes de que salgan de nues-tros labios… Me sigue pareciendo genial una frase muy sencilla que me dijeron de niño: “Dios nos hizo con dos oídos y una boca; así que escucha el doble de lo que hables”. Si ya nos hemos situado con las preguntas anteriores, nos habremos

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dado cuenta de que hay personas espe-cialmente dotadas para la escucha pero, como en cualquier arte, las técnicas y los métodos se cultivan y se entrenan y, si no todos estamos llamados a ser artistas de la escucha, todos estamos capacitados para ser unos buenos artesanos. Y nos jugamos mucho en ello.

No hace falta más que repasar las esce-nas evangélicas en las que se describen los encuentros de Jesús con diferentes personas para tener en la mano un tra-tado espléndido sobre este arte. Para mí, hay relatos del evangelio de Juan que son fuente inagotable de inspiración pero, para concretar, os propongo la lectura en esta clave del encuentro de Jesús con la Samaritana (Jn 4). ¿Qué claves destaca-rías de la escucha de Jesús en el proceso de transformación de la mujer?

De todas las corrientes psicológicas naci-das en el último siglo, es con diferencia el enfoque centrado en la persona, creado por Carl R. Rogers y sus colaboradores, el que más se asemeja al modo de escucha intensa y transformante de Jesús de Na-zaret. La premisa previa es la aceptación positiva incondicional del otro, un valor profundamente evangélico (recorde-mos la enseñanza del lavatorio). Si esta se da, podemos empezar a utilizar la he-rramienta principal de esta relación de ayuda: la empatía, a la que precisamente se llega por medio de la escucha activa. Ésta podría resumirse muy brevemente en: disposición a acoger al otro desde el respeto, centrarse en el otro y tener el de-seo profundo de comprenderlo, prestar atención y escuchar lo que no se dice. Te-nemos demasiado asociada la escucha al sentido del oído; la verdadera escucha se hace con todo el cuerpo, al igual que ora-mos con, por y a través de él. Bien llevada,

es un movimiento unilateral hacia el otro que resulta ser un esfuerzo agotador, pero con frutos inmediatos de fraternidad.

Concretando en nuestras oraciones co-munitarias, la escucha se hace presente en dos dimensiones: la escucha de la Pa-labra de Dios en la Sagrada Escritura y la escucha del hermano que ora conmigo, que también es susceptible de convertir-se en Palabra para mí. Un buen escucha-dor entrena sus habilidades y conoce a su interlocutor, en las dos dimensiones. Una comunidad que escucha es la mejor garantía de vitalidad y transformación de sus miembros; y deja allanado el terreno para la corrección fraterna. Vuelvo a apre-tar el gatillo de la metralleta preguntado-ra: ¿me siento escuchado en comunidad?, ¿es mi comunidad una buena “escucha-dora”?, ¿qué elementos nos dificultan la escucha? ¿Qué pasos concretos podemos dar para mejorar nuestras habilidades de escucha? ¿y para conocer más y mejor al Dios de la Escritura en sus muy diversas manifestaciones? ¿y para conocernos más y mejor entre los hermanos?

Si estuviésemos en el soneto que Violante encargó a Lope de Vega, ya estaríamos en los tercetos. Ánimo pues con el siguiente tramo de trabajo: compartir vida. Estoy convencido de que no hace falta funda-mentar la necesidad de compartir vida en una comunidad que se sabe nacida de la eucaristía y que ora en común desde una escucha intensa y un parlamento come-dido. Los modos concretos de hacerlo más allá de la reunión comunitaria son más una tarea de reflexión concreta de cada realidad y, si entramos en el terreno de lo ideal, deberían surgir de forma na-tural al igual que crece el sano interés de los unos por los otros. Que en la reunión propiamente dicha se comparta la vida de

cada uno va a ir íntimamente ligado a la calidad de la escucha experimentada. Se puede imponer, pero es un absurdo; no recuerdo ningún pasaje del evangelio en el que Jesús hostigue a nadie para que le revele su intimidad. Sin embargo, cuando uno se siente escuchado y comprendido, cuando reunidos en nombre de Jesús se reviven en nosotros las comidas llenas de alegría y gratitud, de sanación y perdón que Lucas nos narra, se hace casi imposi-ble no compartir la vida.

En este momento podemos afrontar el segundo meollo de este asunto: la correc-ción fraterna. Tradicionalmente hacemos eco del texto de Mateo en el que Jesús ex-presa con mucha claridad lo que se debe hacer: “En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Si tu hermano ha pecado con-tra ti, ve y repréndelo a solas; si te escu-cha, habrás ganado a tu hermano; pero si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que toda causa sea deci-dida por la palabra de dos o tres testigos. Si no quiere escucharles, dilo a la comu-nidad; y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano y publicano.” (Mt 18, 15-17). No hay mucho que comentar, parece todo de sentido común. Cuando no se escucha se termina fuera de la comunidad. Sin embargo, hay interrogantes que quedan muy en el aire y que hay que actualizar a nuestra vivencia de hoy: ¿qué entendemos por reprender?, ¿hay que esperar a que el hermano peque para poder iniciar un diálogo que busca un cambio en algún aspecto de su vida?

Si respondemos que no a la segunda pre-gunta, como parece razonable, podemos intentar plantear una forma adecuada de revisión de vida que se adelante en lo po-sible a la situación de alejamiento de Dios que supone el pecado, y en la que todos

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los miembros de la comunidad tengamos la oportunidad de ser confrontados. Mi propuesta parte de una premisa admitida en general por toda la psicología moder-na: cuando un adulto recibe un consejo por parte de otro sin haberlo pedido, éste se percibe como un ataque. Dependerá del individuo la respuesta que elabore y que esta sea más o menos explícita (habrá quien se enfade, quien disimule, quien contraataque con una sonrisa,…). En una revisión acordada, consensuada, perió-dica y que atañe a todos los miembros desmontamos el problema, ya que esta-mos pidiendo de antemano los consejos, aunque prefiero el término aportaciones, del resto de hermanos. No obstante, sigue siendo muy recomendable que cuando el conflicto sea entre dos, primero se in-tente la conciliación en petit comité antes de una reunión grupal. Ahora queda res-ponder al cómo y aquí vuelvo a retomar el enfoque centrado en la persona.

En una comunidad que practica la escu-cha activa, en los momentos de revisión o cuando algún hermano lo pida se puede dar su consecuencia más sanadora: la res-puesta empática. Podemos definir la em-patía como percibir correctamente lo que la otra persona siente y comunica, con un len-guaje acomodado a los sentimientos y definir los rasgos más importantes de la respues-ta empática como que no juzga al otro, no generaliza su singularidad, no desdramatiza ni quita importancia y evita las compara-ciones. Respondiendo empáticamente es muy probable que la persona encuentre ella misma caminos de sanación y busque soluciones a sus propios problemas. El simple pero complicadísimo hecho (pa-radójico) de verbalizar el conflicto y reci-bir una respuesta de comprensión precisa por un grupo de personas significativas es un bálsamo para el alma. Ahora bien,

como tenemos dos orejas, con una se es-cucha siempre con atención al hermano pero, al mismo tiempo, debemos tener la otra oreja atenta a nuestras propias tripas, a las emociones y sentimientos que, sin remedio, me provocan las palabras del otro. No sea que, aparentemente centra-do en mi hermano, esté respondiendo a mi propia problemática.

Por si acaso, todavía nos queda un últi-mo as en la manga. En la etapa final de su carrera, Rogers y sus colaboradores habían comprobado sobradamente las bondades de su enfoque usando la pura empatía, pero con algunas personas no era suficiente y unos cuantos, entre ellos el propio Rogers que en aquel momento estaba muy influenciado por el existen-cialismo y su diálogo personal con Martin Buber, empezaron a utilizar otro tipo de respuestas nacidas desde la autenticidad (traducida a veces también como con-gruencia). Podemos definir esta autenti-cidad como que, a pesar de tratar de estar centrados en el otro, no estamos repre-sentando ningún papel y la relación que se establece es de persona a persona, con todo el mundo interior de ambas (recor-demos lo de la oreja en las propias tripas). En un entorno comunitario, las respues-tas desde la autenticidad se dan cuando el que escucha es capaz de transmitir libre-mente al otro sus propios sentimientos a través de una vía directa. Esto enriquece y clarifica muchas veces el diálogo porque

el lenguaje no verbal no se controla y, en muchas ocasiones, estamos respondien-do en silencio desde nosotros mismos y sembrando desconfianza. Este modo de responder requiere de una relación su-ficientemente establecida y un grado de auto-conocimiento suficiente para saber distinguir lo propio de lo ajeno en lo que al mundo interior se refiere. En este punto, el grupo es fundamental para ayudarnos a crecer los unos a los otros. A quien esta parte le parezca demasiado psicológica, le propongo un juego muy entretenido: analiza diferentes encuentros de Jesús en los evangelios e identifica elementos del uso de la empatía y la autenticidad… Permitidme aquí ilustrar con un ejem-plo. Dos personas bien intencionadas entienden que un hermano de comuni-dad está siempre dando vueltas al mis-mo problema personal sin salir de ahí y buscar soluciones. El primero, harto de la misma historia revisión tras revisión, interrumpe a su hermano nada más em-pezar a oír el mismo tema y espeta: “Mira Luis, ya vale. Te estás engañando a ti mismo una vez tras otra y no sales de ahí. Coge el toro por los cuernos de una vez y haz algún cambio en tu manera de vivir, como cambiar ese trabajo tuyo o ir al psicólogo para que te ayude. Y que conste que te digo esto por lo mucho que me importas”. El segundo, ante la misma situación, escucha atentamente a Luis, y se lo hace saber mediante algún gesto de afirmación e incluso pidiéndole

“En una comunidad que practica la escucha activa, en los momentos de revisión o cuando algún hermano lo pida se puede dar su consecuencia más sanadora: la respuesta empática”

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que le aclare alguna parte de su discur-so que no acaba de seguir del todo bien. Durante el proceso, la oreja de sus tripas escucha su propia impaciencia pero aún así le deja seguir. Cuando Luis acaba, él se siente profundamente conmovido por su hermano y le dice: “La verdad es que al oír-te se me encoge el alma. Son ya varios meses que te encuentro en esta situación, buscando una salida sin conseguir encontrarla y su-friendo mucho. Si te soy sincero, a veces me desespera. Me encantaría tener una varita mágica que cambiara tu situación, pero lo único que puedo ofrecerte es mi presencia y mi disponibilidad para ayudarte en lo que me pidas o acompañarte a donde necesites. ¿Qué dices, damos algún paso?”. Quizá el segun-do tuviese una sensibilidad y unos dones especiales para la escucha y el primero no, o quizá ha pasado muchas horas de su vida entrenando sus habilidades para ser capaz de amar cada vez más y mejor, o ambas cosas a un tiempo.

Para el trabajo: ¿crees que el uso de la em-patía y la autenticidad tienen cabida en tus reuniones comunitarias?, ¿son real-mente necesarias? ¿Qué líneas de acción nos podemos plantear de cara al futuro para mejorar la calidad de nuestras re-laciones interpersonales? En el terreno más práctico conviene añadir, de cara a posibles sesiones de revisión de vida, que es muy positivo no abrir el tema a “la vida entera” sino ceñirse a lo compartido en oración, ya que lo que hemos puesto delante del Señor debería ser lo más sig-nificativo de mi vida en cada momento. Si las revisiones no son muy frecuentes, el recuerdo puede desdibujar peligrosa-mente el contenido y generar discusiones no deseadas. ¿Crees que son necesarias en tu comunidad algún tipo de revisiones de vida?, ¿existe un registro, o algo similar, del contenido de nuestras reuniones al

que podamos acudir? ¿Cómo entroncar la corrección fraterna en comunidad con el sacramento de la reconciliación?

La misión, en una Fraternidad como la nuestra nacida de un carisma específico, está perfectamente definida y no es ne-cesario aquí aportar nada en este sentido. Sí resulta interesante plantear, en este marco de la revitalización de la comu-nidad pequeña, cómo equilibramos los tiempos y los esfuerzos de la misión ha-cia dentro y hacia fuera de la comunidad. Es muy curioso cómo en la descripción de las primeras comunidades del ya ci-tado segundo capítulo de los Hechos, no aparece ninguna misión hacia fuera. Los elementos fundamentales: acudían jun-tos a Templo, partían el pan en las casas y comían juntos alabando a Dios, vivían todos unidos y tenían todo en común. Casi nada, pero la misión de la comuni-dad era precisamente serlo, formando el cuerpo de Cristo que describía Pablo. Luego la principal misión de la comuni-dad es precisamente esa y, sólo con eso, tiene un sentido pleno. Sin embargo, y sin entrar en los acontecimientos históri-cos que han ido modelando la Iglesia ac-tual, la cantidad de carismas específicos y de misiones concretas que hemos ido asumiendo son muchísimas. Tendremos que acudir de nuevo a la lógica paradó-jica para afirmar que, como comunidad, nuestra única misión es precisamente serlo pero, además, tenemos un encargo específico al que atender desde el carisma calasancio. Lo bueno de esta situación es que una de las mayores fuentes de unión y afecto recíprocos que tenemos los seres humanos es el trabajo compartido. Luego es trabajo de cada comunidad equilibrar esfuerzos para no acabar “gastándonos en la misión” ni “gastándonos en nuestra vida interna”. ¿Hay tensiones en mi co-

munidad a este respecto?, ¿hay personas excluidas?, ¿cómo se conjugan las misio-nes individuales (hacia fuera, se entien-de) de cada uno de los miembros con la misión grupal de la comunidad, si es que la tiene?

Llegados a este punto, está ya claramente fundamentada la necesidad de formación para ser una comunidad llena de vida. Son muchos los frentes abiertos suscep-tibles de ser afrontados desde una forma-ción consistente, como parte de la misión de ser comunidad eucarística y también como parte de la misión calasancia que nos atañe. Incidir de nuevo en la idea de que la formación no puede ser todo el contenido de nuestra vivencia comunita-ria, ni puede ser la misma para todos los miembros de la comunidad aunque haya partes comunes. No seamos ingenuos, es un sobreesfuerzo costoso pero lleno de sentido; de esos esfuerzos que rinden el ciento por uno…

Casi treinta preguntas y casi ninguna res-puesta. Tanto trabajo por delante para ser comunidad viva cuando tenemos ya concedida la promesa de Jesús: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Paradójico, ¿no?

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Bibliografía

Os dejo una breve bibliografía caomentada. No he querido meter excesivas referencias en el texto para dar fluidez a su lectura.

Para el tema de la eucaristía he utilizado y citado literalmente en algunos casos estas dos fuentes:La celebración de la eucaristía. Anselm Grün, ed. San Pablo, 2002.Teología para comunidades. José María Castillo, ed. Paulinas, 1990.

Para seguir profundizando:La ética de Cristo. José Mª Castillo, ed. Desclée de Brouwer, 2005.Los sacramentos de la vida. Leonardo Boff, ed. Sal Terrae, 2008.

Para temas de oración, espiritualidad,… cualquier libro de Carlos G. Vallés. Os dejo dos referencias:Cuéntame cómo rezas. Carlos G. Vallés, ed. Sal Terrae, 1997.Viviendo juntos. Carlos G. Vallés, ed. Sal Terrae, 1995.

Para formación específica en psicología humanística-existencial:Apuntes de relación de ayuda. José Carlos Bermejo, ed. Sal Terrae, 1998.Sanación y encuentro. Martin Buber, ed. Fundación Emmanuel Mounier, 2005.La relación de ayuda en el ámbito educativo. José Carlos Bermejo, ed. Sal Terrae, 2007.El proceso de convertirse en persona. Carl R. Rogers, ed. Paidós, 1972.Maestros eficaz y técnicamente preparados. Thomas Gordon, ed. Diana, 1979.El arte de amar. Erich Fromm, ed. Paidós, 1959.Grupos de encuentro. Carl R. Rogers, ed. Amorrortu, 2004.

Alternativa interesante para el proyecto comunitario:El proyecto comunitario. Juan Mari Ilarduia, ed. Frontera Hegian, 1997.

Para el crecimiento personal (con material de trabajo):Asertividad: expresión de una sana autoestima. Olga Castanyer, ed. Desclée de Brouwer, 1996.Emociones: una guía interna. Leslie Greenberg, ed. Desclée de Brouwer, 2002.

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Papel de la Fraternidad en la presencia escolapia

Tema Dos

Alberto Cantero @acantero25

Comunidad Mikel Deuna Fraternidad Itaka.Emaús

Como se ve en las definiciones aportadas, la Fraternidad es parte esencial de la presencia escolapia. Forma parte del sujeto que impulsa la misión escolapia, ya que junto con las comunidades religiosas, conforma el núcleo la comunidad cristiana escolapia que es responsable de garantizar la identidad escolapia de la presencia y signo imprescindible de Unidad.

Glosario.

Para una mejor y rápida clarificación de los conceptos referidos en esta aportación, se ofrece un pequeño glosario, sin perjuicio de posteriores aclaraciones. » Comunidad Cristiana Escolapia: Es la comunidad cristiana que acoge a todas las personas

que quieren vivir su fe en torno a una presencia escolapia. En el centro de la misma, ofre-ciendo un precioso signo de Unidad, están las comunidades escolapias religiosas y de la Fraternidad y tiene su expresión visible más significativa en la celebración de la Eucaristía.

» Presencia escolapia: El conjunto de realidades escolapias de un lugar. Por un lado, las reali-dades comunitarias que conforman el sujeto que impulsa la misión, la comunidad cristiana escolapia, y por otro, las plataformas escolapias de misión que existen en cada lugar.

» Coordinador/a de presencia: Persona nombrada por la Congregación Provincial y el Con-sejo de la Fraternidad para coordinar los diversos ámbitos de la presencia e impulsar el pro-yecto de presencia escolapia.

» Equipo de Presencia: Equipo designado de igual manera, formado por personas de cada ámbito de la presencia que impulsan los proyectos de presencia escolapia.

» Proyecto de Presencia Escolapia: Proyecto elaborado en cada presencia por las comunida-des religiosas y de la fraternidad a partir del Proyecto Provincial de Presencia, que marca los grandes objetivos para toda la presencia y que después se concretarán en cada ámbito.

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La Fraternidad, parte esencial del sujeto escolapio.El hecho de conformar un sujeto escola-pio único pero plural, requiere, en pri-mer término, un mutuo reconocimiento. Por un lado las comunidades religiosas de una presencia, en el caso que no per-tenezcan a la Fraternidad y por otro, la propia Fraternidad, deben reconocerse mutuamente como entidades escolapias que asumen encarnar en ese lugar el ca-risma escolapio. Las lógicas, implícitas o explícitas, de oposición, competencia, desplazamiento o sustitución, entre los religiosos y la Fraternidad, simplemente destruyen el signo de Unidad que pre-tende dar la Comunidad Cristiana Esco-lapia y hace muy difícil la convocatoria y, en la práctica, la propia acción evange-lizadora. Por el contrario, es preciso que las Fraternidades se esfuercen por ofrecer a todos los religiosos que lo deseen una forma de participar en ella, acorde con sus posibilidades. En cualquier caso, es deseable que en todas las presencias es-colapias existan momentos donde poder compartir, religiosos y laicos, la celebra-ción, la formación, la misma vida, para que sea posible, además de un acerca-miento institucional, una cercanía afec-tiva y personal que permita un conoci-miento mutuo suficiente.

Formar parte esencial del sujeto escola-pio supone también ser corresponsable de su sostenibilidad. Para ello es funda-mental que la Fraternidad y cada uno de sus miembros, se sientan corresponsa-bles de las mediaciones que en cada pre-sencia se articulen para la convocatoria de niños, jóvenes y adultos para crecer en la fe, discernir su vocación e inser-tarse en la Iglesia. La Fraternidad debe asumir el compromiso de acompañar el Movimiento Calasanz, sobre todo en las

etapas del catecumenado juvenil, porque de ese modo impulsa la misión escolapia evangelizadora, garantizando la sosteni-bilidad del sujeto escolapio y de la propia misión.

Del mismo modo, y por la misma razón, es imprescindible que la Fraternidad se pueda implicar activamente en la pro-moción de nuevas vocaciones escola-pias religiosas. Las vocaciones religiosas son imprescindibles para la Fraternidad. Ella misma es fruto del testimonio y de la labor evangelizadora de muchos reli-giosos escolapios, y no podría sobrevi-vir tal como es hoy sin su participación. Para que la Fraternidad se implique tam-bién en la tarea fundamental de animar y acompañar las vocaciones religiosas, es necesario que existan equipos y pro-yectos provinciales y locales de pastoral vocacional específica que permitan esta implicación con claridad. Asimismo, la pastoral académica y el Movimiento Ca-lasanz, en los que participan miembros de la Fraternidad, deben asumir en todas sus etapas y propuestas, una profun-da cultura vocacional, que suponga una creciente sensibilidad de todas y todos nosotros, así como un papel fundamental también de los acompañantes naturales de los procesos educativos y pastorales.

El signo eficiente de Unidad al que está llamada a ser la Comunidad Cristiana Escolapia, es sin duda, signo que atrae y convoca a otros a compartir espirituali-dad y misión escolapia. Es responsabili-dad de la Fraternidad Escolapia y de los religiosos, convocar, organizar, atender y acompañar a aquellas personas que deseen compartir su fe y/o su tarea pro-fesional en referencia a la comunidad cristiana escolapia. La llamada a partici-par en la Eucaristía es, en primer lugar,

la propuesta dirigida a quien desee una participación en lo fundamental y más importante de la comunidad. A los co-laboradores y colaboradoras que quieren profundizar en su tarea profesional desde las claves del Evangelio al estilo de Cala-sanz y, en algunos lugares, también a las familias de nuestros colegios, con quie-nes, sin duda, compartimos la misión de educar a sus hijos, se les proponen Itinerarios hacia la Misión Compartida y posteriormente Equipos donde com-partir las claves que nos identifican con esa misión. Tanto en estos procesos e iti-nerarios, como en los equipos de misión compartida el papel de la Fraternidad es esencial y necesario. Los miembros de la Fraternidad y los religiosos escolapios somos los que, en primer término, es-tamos llamados a participar en estos es-pacios de convocatoria de la Comunidad Cristiana Escolapia.

La Fraternidad, impulsora de la misión escolapia. No podemos olvidar que la comunidad cristiana existe para la misión de anun-ciar la Buena Noticia. La Comunidad Cris-tiana Escolapia, existe, por tanto, para impulsar la misión escolapia de evan-gelizar educando allá donde el Espíritu nos envía. En este sentido, la Fraternidad Escolapia existe para el acompañamiento y crecimiento de la fe de sus miembros, pero siempre para la mejor realización de la misión evangelizadora. La Fraternidad debe velar por que sus miembros vivan desde una clave de exigencia y fidelidad a la vocación común, pero no por un de-seo de perfección individual, ni siquiera colectiva, sino porque ello es signo visi-ble y efectivo de la Buena Noticia que se anuncia y condición de posibilidad para el envío de sus miembros a la misión que transforma la realidad. Es cierto que esta

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vocación misionera y transformadora, es, a su vez, la clave de realización per-sonal, desarrollo vocacional y plenitud vital de sus miembros, pero este no es el objetivo primario de la Fraternidad, sino el fruto de la Gracia que recibe quien se entrega a la misión.

La Fraternidad, desde su identidad caris-mática escolapia, asume toda la misión escolapia como propia. Esta asunción se hace efectiva en cada presencia escolapia de varias formas. Por un lado, la mayoría de los miembros de la Fraternidad parti-cipan como voluntarios en el Movimien-to Calasanz, y allí donde está presente, en otros proyectos de Itaka-Escolapios. Además, algunos de nuestras hermanas y hermanos trabajan como profesionales en las plataformas de misión escolapia, los colegios e Itaka-Escolapios, funda-mentalmente. En ambos casos la impli-cación de las personas en la misión, in-cluso asumiendo responsabilidades muy importantes, es fruto de una implicación personal en el marco de la opción de la Fraternidad y la Provincia. Esta impli-cación personal de los miembros de la Fraternidad es muy importante y sin ella sería imposible visualizar la implicación concreta de la misma, pero no es la única forma en la que la Fraternidad asume la misión escolapia.

Itaka-Escolapios es la forma en la que la Fraternidad Escolapia asume de for-ma institucional la misión escolapia. De este modo, la Fraternidad es no sólo de hecho, sino también de derecho corres-ponsable y cotitular de los proyectos que la Fraternidad y la Orden comparten en Itaka-Escolapios. Esta corresponsabili-dad, también jurídica, de la Fraternidad, se hace efectiva globalmente en el Patro-nato y el Consejo Asesor, y localmente en

los equipos de sede y de proyectos. Asi-mismo, cada miembro de la Fraternidad colabora con la misión escolapia a través de la aportación del diezmo a Itaka-Es-colapios, siendo esta aportación, junto con la de las Provincias, una gran forta-leza de la misma, así como un signo de madurez y una gran responsabilidad.

Los Equipos y Proyectos de Presencia Escolapia.Una de las formas con la que toda esta diversidad en el sujeto y la misión de las Escuelas Pías gana en coherencia, direc-ción y posibilidad de evaluación y pro-yección es la conformación de Equipos y Proyectos de Presencia Escolapia. La idea de Presencia Escolapia permite pen-sar todas las realidades escolapias de un lugar como algo que puede proyectarse y evaluarse en conjunto. La imagen de unidad que transmite un único proyecto de presencia, que marca los grandes ob-jetivos comunes a todos los ámbitos de la presencia, es esencial para la imprescin-dible tarea de convocar a más personas y anunciar el deseo de Dios de que todos seamos uno.

La Fraternidad, junto a las comunidades religiosas de un lugar, participa en la ela-boración del proyecto local de presencia escolapia, a partir del proyecto provin-cial de presencia. En este proyecto se apuntan las líneas generales que después se concretarán en cada ámbito de la pre-sencia en sus planificaciones y planes.

El equipo de presencia escolapia, diri-gido por el coordinador de presencia, nombrados ambos por la Congregación Provincial y el Consejo de la Fraternidad, impulsa la elaboración y el seguimiento del proyecto de presencia. Este equi-po garantiza la coherencia de todos los

ámbitos de la presencia y lidera aquellos aspectos de la vida comunitaria o de la misión que superan a cada uno de ellos. Es una experiencia probada, que cuando se ponen en conexión y en sintonía con un solo proyecto los diversos ámbitos de la presencia escolapia, la sinergia genera espacios, ideas y proyectos nuevos que no corresponden en concreto a ninguno de los ámbitos de la presencia, sino a va-rios de ellos a la vez o a la presencia en su totalidad. Algunos de estos espacios, que son liderados directamente por el equipo de presencia son: » La Eucaristía y la animación de la Co-

munidad Cristiana Escolapia. » La pastoral vocacional a la vida religio-

sa escolapia. » La convocatoria a las demás vocacio-

nes escolapias: escolapio laico, frater-nidad, misión compartida, colabora-ción.

» Los ministerios escolapios de pastoral, educación cristiana y transformación social.

» Los equipos de misión compartida. » El proyecto con familias (cuando supe-

ra el marco escolar).

La Fraternidad, comunidades de testigos.Una forma de resumir el papel de la Fra-ternidad en la presencia escolapia, es destacar su rasgo fundamental de lu-gar de profundización y desarrollo de la identidad escolapia. Asumimos el con-cepto de identidad narrativa de P. Ri-coeur, y entendemos, por tanto, la iden-tidad como la narración que hacemos de nuestros propios procesos vitales y vocacionales, contrastada, retroalimen-tada y entrelazada con las narraciones de quienes consideramos significativos. En este marco, la Fraternidad es quien posibilita la dimensión comunitaria de

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esta identidad, al escuchar el relato de nuestro proceso vocacional y ser testigo de nuestras “profecías”, concretadas en compromisos, promesas y opciones, que son válidas, que nos dotan de identidad, justamente porque son escuchadas y tes-tificadas por una comunidad.

La Fraternidad Escolapia, si quiere ser garante de la identidad escolapia, debe asumir, por tanto, la responsabilidad de reconstruir permanentemente los en-tramados narrativos de cada presencia, de sus miembros y de sus instituciones, haciendo memoria del pasado y cons-truyendo una narración compartida del mismo, escuchando los relatos vocacio-nales de los hermanos y proyectándose al futuro común, a través de las opciones de sus miembros y a través sus proyectos de presencia, que no son otra cosa que la na-rración de los deseos de una comunidad que comparte un sueño.

Nuestro tesoro es nuestra tradición, li-teralmente, aquello que “nos ha sido entregado”. En nuestro caso, es una co-lección de versiones del Relato de Jesús, los Evangelios, y de una forma de vivir-los, la historia de Calasanz y de las Es-cuelas Pías. Nuestra identidad cristiana y escolapia crece en la medida que en-trelazamos más estrechamente nuestros relatos vocacionales con el Relato de Je-sús, de los Evangelios, de Calasanz, de la Escuela Pía, de la Fraternidad y de la Iglesia, así como con los relatos de nues-tras hermanas y hermanos. Construimos comunidad identificada cuando nuestros entramados narrativos son fuertes y no se deshacen a pesar de las contrariedades.

La Fraternidad Escolapia tiene el derecho y el deber de contar estos relatos a otras generaciones, para que también ellas ha-

gan y transmitan a otros su propia narra-ción, sus propias versiones, sus propios entramados identitarios. Asumir esta ta-rea de “entregar” a otros nuestra versión de lo que hemos recibido es reconocerse responsable de dar testimonio de lo que hemos vivido y nos ha cambiado la vida.

“Nuestra identidad cristiana y escolapia crece en la medida que entrelazamos más estrechamente nuestros relatos vocacionales con el Relato de Jesús, los Evangelios, Calasanz, la Escuela Pía, la Fraternidad y la Iglesia, así como con los relatos de nuestras hermanas y hermanos”

Guión para la reflexión

» ¿Existe claridad en la terminología que aparece en este tema? » ¿Conocemos si esta propuesta es realidad en nuestra presencia? » Si no existe todavía, ¿nos parece que puede ayudar o complica más las co-sas?

» ¿qué pasos habría que dar previamente para poner en marcha los equipos de presencia?

» Si ya existen equipos y proyectos de presencia, ¿Qué ha aportado esta rea-lidad a la vida y misión escolapia?

» ¿La Fraternidad es consciente de su participación en el equipo de presen-cia?

» ¿En qué ámbito de los que se citan cuesta más esta participación? » ¿Cómo participa la Fraternidad en los procesos de regeneración de la iden-tidad escolapia?

» ¿Somos buenos testigos de los relatos de vida y de las profecías de nuestras hermanas y hermanos?

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Impulsar la cultura vocacional

Tema Tres

La vocación es la inclinación a cualquier estado, carrera o profesión. El término proviene del latín “vocatio” y, para los religiosos, es la inspiración con que Dios llama a algún estado. Por eso el concepto también se utiliza como sinónimo de llamamiento o convocación. A nivel general, la vocación aparece relacionada con los anhelos y con aquello que resulta inspirador para cada sujeto. Se supone que la vocación concuerda con los gustos, los intereses y las aptitudes de la persona.

Eva GloriaFraternidad AlbisaraEmaús

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1. Impulsar la cultura vocacional y la propia vocación. “El hombre viene a la vida porque es amado, pensado y querido” por Dios. Porque ama, Dios Padre llama a la vida. Al llamar, saca a cada uno de la no-exis-tencia. A cada uno conoce desde antes de nacer (Cf. Jer 1, 5). Porque es llama-do, la vida es vocación. Es vocación a ser imagen del Hijo. Es, además, llamado a la santidad, porque Dios es Santo. Para que cada uno sea feliz, el Espíritu ama y enseña a amar. La vocación- misión es a construir el Reino. Asimismo, la llamada es única, singular, irrepetible y personal; es a cada uno. Estamos ante la dimensión humana o antropológica de la Vocación. Es en la propia historia personal donde está la vocación a descubrir. El llamado al cual tengo que responder. Si no es Dios el que llama, entonces la vida se transforma en enigma: el hombre sin vocación no sabe quién es.

2. Comunidades vivas. Por ello, el despertar y el discernir de cada vocación sólo puede darse en co-munidades vivas, dinámicas, articuladas y comprometidas con la salvación. En comunidades adormecidas, estáticas y envejecidas espiritualmente, difícilmen-te surjan vocaciones de especial consa-gración y de laicos comprometidos.

Cada ser humano en la vida proviene de una llamada amorosa de Dios. Hay una realidad que no hemos elegido nosotros pero también son parte de nuestra voca-ción: los padres que no hemos elegido, el cuerpo que tenemos, la tipificación sexual, la inteligencia, el temperamen-to, las capacidades, etc. También hemos tenido diferentes personas que se han relacionado con nosotros en diferentes momentos de la vida y hemos recibido

afecto. Al mismo tiempo, hemos cono-cido dificultades y problemas propios del límite humano. Pero todo esto, forma parte de nuestra vida, de nuestra histo-ria, de nuestro misterio escondido con Cristo en Dios. Es en esta única, singular e irrepetible vida personal que está la vo-cación recibida, que viene dada por Dios como propuesta de amor.

En la Vocación y por medio de la voca-ción acontece un contacto entre Dios y el hombre. Desde la creación de cada ser humano, Dios elige dialogar con cada uno. Aún en el caso de que uno eligiese no acoger la invitación, Dios sigue llamando hasta incluso en el momento final de la muerte (eterno llamante) En la llamada hay un encuentro entre dos libertades: la libertad perfecta de Dios y la libertad im-perfecta del hombre, que respondiendo a la llamada de Dios está invitado a crecer y ser más libre cada día con Él. En esta llamada, el hombre descubre que Dios se preocupa de él, que es amado personal-mente, de algún modo somos importan-tes para Dios y con Él, uno se conoce y se descubre a sí mismo, con sus propias po-sibilidades y recursos, pero también con sus miedos y resistencias, lo que a veces nos pone en fuga, en lucha contra Dios. Tropezar con acontecimientos negativos (una enfermedad, un accidente, una in-justicia) es captar más allá de todo la voz de Quien en todo y por medio de cada circunstancia me quiere hablar.

Esto ocurre, no solamente cuando a uno le parece oír la propuesta, sino que pue-de ocurrir en cada instante de la vida. Por tanto rezar, es sentirse llamado a estar ante Dios, para dejarse mirar por una mi-rada penetrante y amante.

3. Fomentar las diferentes vocaciones y ministerios.Si Dios llama porque ama, el hombre vie-ne a la vida porque es amado, pensado y querido por una voluntad buena que lo ha preferido a la no existencia, que lo ha amado incluso antes de que fuese, que lo ha conocido antes de formarlo en el seno materno, consagrado antes de que saliese a luz (cfr. Jer 1,5; Is 49,1.5; Gál 1,15).

La llamada que viene de Dios, al mismo tiempo, es llamada única, intransferible, singular, irrepetible, porque alcanza al individuo, hecha a propósito para él y adaptada a su medida como Dios la ve, es el sueño del Padre sobre aquel amado hijo suyo.

Aquí se proponen diez claves para fo-mentar las distintas vocaciones:

1. Tomar conciencia de dónde estamos.Vivimos en medio de un erial vocacional, donde ya no se puede pescar con red y, a veces, ni siquiera con caña. ¿Tenemos los instrumentos adecuados? Aspiramos a una “cultura vocacional”, pero lo que reina en verdad es la “incultura” voca-

“Es en esta única, singular e irrepetible vida personal que está la vocación recibida, que viene dada por Dios como propuesta de amor”

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cional. Hay que vaciarse de antiguos es-quemas y llenarse de iniciativas nuevas.

2. Son un regalo de Dios, pero hay que fo-mentarlas y recibirlas.“Las vocaciones, don de la Caridad de Dios” hay que acogerlas en comunidades concretas: pequeñas o grandes, de viejos o jóvenes, con virtudes y defectos.

3. No solo el lenguaje de los jóvenes, sino la vida de los jóvenes. Se habla mucho en pastoral juvenil del lenguaje juvenil. Pero, ¿basta solo con hablar su lenguaje? ¿No habrá que poner-se en su lugar, entenderles y, en defini-tiva, vivir con ellos? Con los que ya están “dentro”, pero sobre todo con la mayoría que están “fuera”: qué piensan, qué ha-cen, qué música escuchan, por qué redes navegan, cuáles son sus puntos débiles y sus talentos.

4.La radicalidad de una vida evangélica : el ejemplo:Es el “venid y veréis”. Los carismas, de los que tanto hablamos, no son “en-tes virtuales” que están en la “nube” de nuestras congregaciones. Tienen que traducirse en testimonio de vida, en ejemplo para que otros lo sigan.

5. Son las comunidades las que fomentan las vocaciones. No las estructuras.Podemos crear secretariados, coordina-dores, agentes y sofisticados planes de pastoral vocacional, pero una incipiente vocación a la Vida Religiosa, como la vida cristiana en general, tiene que vivirse en el seno de una comunidad. Hay que ha-cer comunidad.

6. El acompañamiento.El verdadero arte del acompañamiento de la persona es: el de ir nosotros en su

busca y acompañar su camino vital, sin forzar libertades ni violentar procesos. Comprender, animar y facilitar decisio-nes… porque, no lo olvidemos, “aquel día se quedaron con él”. No nos eligen a nosotros. Con quien se quedan es con el Señor.

7. El discernimiento.Una de las causas por las que la Iglesia concede la dispensa a los que abandonan la vida religiosa o sacerdotal es la “fal-ta de discernimiento” en el origen de la vocación o formación. Falta de discerni-miento del candidato, pero también del formador. O nos tomamos en serio esta cuestión o plantaremos vocaciones como el que siembra al borde del camino.

8. Las vocaciones misioneras no pueden suplir las nativas.Si durante décadas hemos defendido las vocaciones nativas cuando nuestros misioneros cruzaban los mares, no po-demos ahora resignarnos a contar solo con refuerzos de vocaciones de otros continentes. La primera obligación de los religiosos que vienen de fuera sigue sien-do fomentar las vocaciones locales. Solo así el Evangelio volverá a echar raíces en nuestra vieja Europa.

9. Lo que realmente cuenta es la calidad.El número nos preocupa, pero lo impor-tante es la gracia de Dios y la respuesta humana. Dicen que cambia la tendencia y aumenta tímidamente el número de vocaciones. Si solo nos interesa el nú-mero, volveremos a las tentaciones del pasado. Los esquemas de cristiandad desaparecieron para siempre. El número ya no cuenta. Lo fundamental es la cali-dad humana y cristiana. Podemos llenar aeródromos, pero la llamada se escucha individualmente, uno por uno, lejos del

ruido y los focos.

10. La oración:“Rogad pues”. La oración tiene valor y confiamos en ella, tal como nos invita el Señor. Oración, sí, pero también de ca-lidad. Como decía santa Teresa de Jesús: “No está en pensar mucho, sino en amar mucho”.

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Guión para la reflexión

1. ¿Por qué es necesario promover una cultura vocacional en la vida de la Iglesia?

2. ¿Quién es el punto de encuentro entre las diversas vocaciones específicas?

3.¿Sentimos que nuestras comunidades están vivas?

4. ¿Cómo vivimos realmente nuestra vocación?

5. ¿Cuidamos las distintas vocaciones y ministerios?

Bibliografía

Cf. CENCINI Amedeo, “No cuentan los números”, Madrid 2012, p 39- 43 Documento Conclusivo del II Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones,

Cartago-Costa Rica 2011, p.26-29. Ratzinger, J. y Messori, V., Informe sobre la fe, BAC, Madrid 1985. Material de la Comisión de Pastoral Vocacional de la Arquidiócesis de Montevideo, ela-

borado en ocasión del Año Sacerdotal 2009.Cuando es joven la Fé, Anuario de la Orden de las Escuelas Pías 1998La vida por Él, Anuario de la Orden de las Escuelas Pías 1999

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