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Félix Ángel Moreno Ruiz Pañuelos bajo la lluvia Accésit del VIII Premio El Espectáculo Teatral Colección de Teatro Ediciones Irreverentes

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Félix Ángel Moreno Ruiz

Pañuelos bajo la lluvia

Accésit del VIII Premio El Espectáculo Teatral

Colección de TeatroEdiciones Irreverentes

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Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento y el almacenamiento o transmisión de la totalidad o parte de su contenido por cualquier método, salvo permiso expreso del editor.De la obra© Félix Ángel Moreno RuizDe la imagen de portada © Prochkailo - FotoliaDe la edición © Ediciones Irreverentes S.L.Octubre de 2013www.edicionesirreverentes.comISBN: 978-84-15353-96-6Depósito legal: M-28378-2013Diseño de la colección: Rojo PistachoMaquetación: Rojo PistachoImprime: Safekat.Impreso en España.

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Para Rosa

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DRAMATIS PERSONAE

CARLOSJUAN

POLICÍA 1º POLICÍA 2º

LUCÍAINÉS

FUNCIONARIOMECANÓGRAFO

CARMINAISABELJULIA

ERNESTOLOURDES

FIDEL

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ACTO I

El escenario aparece dividido en dos partes con una separación física entre ambas: un telón de color negro por los dos lados. Si no es posible, por las condiciones del escenario, simplemente se iluminará con una luz que se proyectará sobre una de las partes, dejando la otra a oscuras. Estamos en los años setenta del siglo XX. Derecha e izquierda, la del espectador.

CUADRO I

Cuando se abre el telón, el escenario está a oscuras. Suavemente, comienza a iluminarse la parte izquierda. Tanto el foro como los laterales deben ser negros, desnudos de decoración. Suena el ruido de la calle: los motores de los vehículos, un claxon, el murmullo de la gente y el sonido persistente de la lluvia. Por el foro aparece CARLOS, que se dirige caminando hacia el espectador. Es un hombre de unos treinta y cinco años, alto y bien parecido. Viste una chaqueta y un pantalón de pana marrón, y un jersey con cuello de cisne. En la mano derecha lleva un paraguas abierto y en la izquierda, una cartera de cuero bastante desgastada por el uso y repleta de papeles. A mitad de camino, mira hacia la izquierda, se gira y, finalmente, se detiene a contemplar algo que ve en el imaginario escaparate de una tienda.

CARLOS.— ¡Vaya traje más bonito! Seguro que a Lucía le encanta. ¡Lástima que esté cerrada la tienda! Bueno, cuando nazca el bebé, me paso y se lo compro. Así podrá salir con él de la clínica.

Un hombre, que lleva también un paraguas abierto y una cartera, aparece por el primer término a la izquierda y se dirige hacia

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CARLOS con el brazo extendido, a modo de saludo. Este, después de reconocerlo, lo mira con afecto y le sonríe.

JUAN.— Hola, Carlos. ¡Qué día de perros!CARLOS.— ¡Y que lo digas!JUAN.— ¿Ya te vas a casa?CARLOS.— Sí, Juan. He acabado las clases y me marcho. Lucía ha salido de cuentas.JUAN.— No lo sabía. Dale un fuerte abrazo.CARLOS.— Se lo daré de tu parte.JUAN.— No me paro, que llego tarde a la facultad. Buena suerte. Ya verás cómo todo sale bien.CARLOS.— Gracias.

JUAN deja a CARLOS, que aún permanece delante del escaparate contemplando la ropa de bebé, y se dirige caminando hacia el foro. Al llegar allí, aparecen dos hombres que han surgido de entre las sombras. Visten abrigos de cuero y sombreros negros, llevan las manos metidas en los bolsillos pues no se protegen con paraguas. Conversan brevemente con JUAN y este hace un gesto afirmativo con la cabeza; luego señala con su mano derecha a CARLOS. Inmediatamente, uno de los hombres le indica con la cabeza que se marche. JUAN obedece al instante y desaparece por donde habían surgido ellos. Entonces, los dos hombres se acercan a CARLOS y se colocan muy cerca, impidiéndole el paso. Ambos sacan las manos de los bolsillos al mismo tiempo.

POLICÍA 1º.— ¿Es usted Carlos Ramírez Santacruz?CARLOS.— (Sorprendiéndose con su presencia y procurando mostrar naturalidad.) Sí, soy yo. ¿Qué desean?POLICÍA 2º.— ¿Es usted Carlos Ramírez Santacruz, profesor de la facultad de Filosofía y Letras?

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CARLOS.— (Una sombra de inquietud nubla su rostro y su voz se quiebra.) Sí. ¿Es que le pasa algo a Lucía?POLICÍA 1º.— Tiene que acompañarnos.CARLOS.— (Su semblante se vuelve serio y su cuerpo se pone tenso, preparado para huir.) ¿Puede saberse por qué?POLICÍA 2º.— No le incumbe. Simplemente, debe obedecer las órdenes.

Al oír las últimas palabras, CARLOS intenta escapar, pero los dos hombres están prevenidos y se echan sobre él. Luchan. Durante la pelea, caen al suelo la cartera y el paraguas abierto de CARLOS. La iluminación es ahora blanca, hiriente y se proyecta sobre los cuerpos abrazados.

CARLOS.— (Luchando denodada e inútilmente contra los dos hombres y dando gritos.) ¡Socorro! ¡Por favor, ayúdenme!POLICÍA 1º.— (Dándole un puñetazo en el estómago a CARLOS, se dirige al POLICÍA 2º.) ¡Tápale la boca para que no grite!POLICÍA 2º.— (Obedeciendo a su compañero, saca del bolsillo de su gabardina una caperuza y se la coloca a CARLOS en la cabeza.) Ya está. Llámalos. A pesar de sus esfuerzos, CARLOS es finalmente reducido. El POLICÍA 1º saca un silbato negro del bolsillo izquierdo de su gabardina, y da un único pitido largo y poderoso. Al instante, suena el ruido de un coche que se acerca de prisa, frena súbitamente y luego se oye el ruido de la puerta al abrirse. Los dos hombres sacan a CARLOS del escenario por la izquierda. Le van dando sin interrupción golpes y empujones. Se oye el ruido de la puerta al cerrarse.

POLICÍA 1º.— (Se oye su voz.) Venga, tío. Arranca ya de una vez.

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Se oye la violencia del coche que acelera en el asfalto mojado y se aleja a toda velocidad. Luego vuelve el murmullo de la gente y el sonido de la lluvia al caer. Sobre el escenario permanecen olvidados la cartera y el paraguas, que, aún abierto, se mueve de vez en cuando agitado por el viento. Lentamente, la luz va muriendo hasta el apagón.

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CUADRO II

Se ilumina la parte derecha con una luz cálida y acogedora. Aparece ante el espectador el salón de un apartamento, muy sobrio y sencillo. En el primer término a la derecha está la puerta que da a la calle y, junto a ella, un perchero de pared y un paragüero. En el centro, un sofá y dos sillones, una mesa baja, un revistero, una lámpara de pie y una mesita auxiliar sobre la que hay un teléfono. A la izquierda, pegados al telón que separa el escenario en dos partes, una estantería con libros y un mueble sobre el que hay colocados un teléfono y una televisión; encima de esta, un reloj. En el foro hay una puerta que da acceso al interior de la vivienda. Nada más iluminarse la escena, aparece LUCÍA, una mujer de unos treinta años que viste ropa premamá, en avanzado estado de gestación. Camina alrededor de los sillones y de la mesa con cierta dificultad, con el rostro serio y dominado por la preocupación. Se retuerce las manos, en un gesto que denota angustia y desesperación, aunque, de vez en cuando, coloca la mano en el costado derecho, como dando a entender que le duele. Cada vez que pasa por el reloj, lo mira con preocupación. De pronto, se detiene ante la estantería y, después de leer un instante los títulos de los libros, elige uno y se sienta en un sillón. Durante unos segundos, hojea el libro, pero se nota que no lo está leyendo. Sus pensamientos están en otro lado, fuera de esa habitación, por lo que termina cerrándolo y colocándolo encima de la mesa auxiliar, cerca del vaso de agua que coge para beber un sorbo. Luego vuelve a levantarse, se dirige a la televisión, la enciende y se sienta de nuevo en el mismo sillón. Hace como que ve el programa que están echando en ese momento, un informativo; sin embargo, antes de que transcurra un minuto, vuelve a levantarse para apagarla y reanudar a continuación el paseo alrededor de los muebles. En ese momento, suena el timbre y se le ilumina el rostro. A pesar del embarazo, se dirige con agilidad y nerviosismo a la puerta de la calle, descorre el cerrojo y la abre.

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LUCÍA.— (En su voz y en su rostro aparecen la sorpresa y la decepción.) Ah, eres tú.INÉS.— (Entra en el salón. Es una mujer más joven que LUCÍA, de unos veinticinco años, que viste una gabardina, un pañuelo en la cabeza, y lleva un bolso en la mano izquierda y un paraguas cerrado en la derecha. Tanto la gabardina como el paraguas están mojados y este último gotea agua.) ¡Vaya! ¿Así recibes a tu hermana después de lo que he tenido que pasar para atravesar la ciudad en un día de perros como este? ¡Qué desastre! Ni un miserable taxi. Y los autobuses, atestados de gente y pasando cada hora. (Deja el paraguas dentro del paragüero y, a continuación, se quita el pañuelo y la gabardina, que cuelga en el perchero. Luego se dirige a la mesa y deja encima el bolso.) Ahora bien, si no quieres que esté aquí, me marcho ahora mismo. LUCÍA.— (Se le ilumina el rostro, besa a INÉS en la mejilla y luego la abraza.) ¡Anda, tonta, cómo no voy a querer que estés aquí! Veo que estás mojada. Lo que pasa es que esperaba a Calos y, al ver que no era… (Pausa.)INÉS.— ¿Aún no ha llegado?LUCÍA.— No. Y debía haberlo hecho hace ya más de una hora. (Con angustia.) Inés, estoy preocupada.INÉS.— (Acariciándole el cabello.) No te preocupes. Se le habrá hecho tarde corrigiendo exámenes o hablando con sus alumnos después de clase. Ya sabes que es muy despistado.LUCÍA.— Sí, es cierto, pero él sabe que he salido de cuentas y que puedo romper aguas de un momento a otro.INÉS.— (Con gesto de preocupación.) ¿Tienes contracciones? LUCÍA.— No. Aún no, pero temo que aparezcan en cualquier momento. Además, hace una media hora llamé a su departamento de la facultad y el secretario me dijo que lo había visto marcharse nada más terminar las clases porque le había comentado, precisamente, que tenía la corazonada de que esta noche iba a ser padre antes de las

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doce. Inés, temo que le haya pasado algo malo. Y, como el día está tan mal, he llegado a pensar que, tal vez, haya tenido un accidente. Qué se yo, un coche lo ha atropellado o… (Pausa.)INÉS.— (Le coge las manos, la besa en la mejilla y se la lleva al sofá.) O se le ha caído un ladrillo desde un edificio en ruinas. ¡Anda ya! No seas pájaro de mal agüero. Para todo hay una explicación racional. Verás como, al final, no le ha pasado nada a Carlos. Se habrá encontrado con algún antiguo amigo y se habrá parado en un bar a festejarlo. Ya sabes cómo son los hombres. Quizás, en este momento, esté borracho y sin acordarse de que va a ser padre. Venga, vamos a sentarnos, que estarás cansada de tanto dar vueltas alrededor de la mesa. ¡Como si no te conociera! (Se sienta.)LUCÍA.— (Sentándose también.) Sí, he dado unas cuantas. Ya sabes que soy muy nerviosa. Al que no conoces es a Carlos. No es de esos. Él nunca se pararía a beber sin habérmelo comentado y, menos, en estas circunstancias. De todas formas, te agradezco que intentes evitarme preocupaciones y, sobre todo, que hayas venido. La verdad es que no sé cómo iba a pasar este mal trago si no estuvieras a mi lado. Además, parece mentira, pero basta que las cosas comiencen a torcerse para que terminen por empeorarse. En una noche como esta, lluviosa y desapacible, Carlos no aparece y yo me pongo de parto.INÉS.— No adelantes acontecimientos. Carlos se presentará de un momento a otro y tú no te vas a poner de parto todavía. Venga, repite: no estoy de parto.LUCÍA.— (Obedeciendo como si se tratase de una alumna aplicada.) No estoy de parto.INÉS.— Muy bien. Es fundamental que te sosiegues porque los nervios podrían provocar las contracciones. Cierra los ojos y respira profundamente como te ha enseñado en las clases preparatorias ese médico que tienes que está cañón. Venga, vamos, respira.

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LUCÍA.— (Sonriendo.) ¡Inés, tienes cada cosa! No sé si lo sabes, pero estás salida. Siempre pensando en lo mismo.INÉS.— ¿Yo, salida? Pues tú, hija mía, eres una mojigata. Pero dejémonos de cháchara y vamos a respirar. Venga, respira.

Las dos hermanas cierran los ojos y comienzan a realizar ejercicios de respiración diafragmática durante varios segundos. En el escenario, solo se oye la respiración profunda y sosegada de ambas mujeres.

INÉS.— (Dejando de hacer lo ejercicios y abriendo los ojos.) ¿Te encuentras mejor?LUCÍA.— (Abriendo también los ojos.) Sí, muchas gracias. Has conseguido que el corazón vuelva a latir tranquilo, que no me duela la espalda y que, incluso, no me moleste la barriga. Sin embargo, hace un momento, cuando tenía cerrados los ojos, no podía dejar de pensar en Carlos y en lo que puede haberle ocurrido. INÉS.— Mira, vamos a hacer una cosa. Yo voy a quedarme contigo toda la noche. Por eso no tienes que preocuparte. Ya sabes que soy tu hermanita pequeña, aquella a la que has cuidado siempre y ahora me toca a mí corresponderte. LUCÍA.— Gracias.INÉS.— (Procura dar al tono de su voz una tranquilidad que, en realidad, no tiene.) En cuanto a lo de Carlos, lo más conveniente y sensato es que dejemos pasar dos horas y, si para las diez no está aquí, llamamos por teléfono a la Policía. Seguro que un agente sabrá aconsejarnos entonces qué debemos hacer. Pero ya verás que esto no va a ocurrir, que Carlos llegará antes de que te marches a la clínica y que estará allí contigo para apoyarte en todo y para coger al bebé en brazos cuando nazca.LUCÍA.— ¡Dios te oiga!

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INÉS.— (Intentando arrancar una sonrisa del rostro de LUCÍA.) ¡Vaya! Mi hermana invocando a Dios. Si ahora va a resultar que se nos ha vuelto religiosa y todo.LUCÍA.— (Siguiéndole el juego.) Mujer, es solo una expresión. De todas formas, no te creas que no vendría mal una pequeña ayuda divina para una situación así.INÉS.— Pues, si sale bien, cuando pase todo, yo seré la primera que vaya a la iglesia a ponerle una vela a la Virgen.LUCÍA.— ¿Tú, en la iglesia? Eso sí que sería un milagro.INÉS.— Bueno, ¿qué te parece si continuamos respirando?LUCÍA.— Estoy de acuerdo contigo.

LUCÍA e INÉS inician de nuevo los ejercicios de respiración. Reina el silencio. Lenta, muy lentamente, se apaga la luz.

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CUADRO III

Comienza a iluminarse progresivamente la parte izquierda con una luz blanca. Aparece CARLOS sentado en una silla tosca de madera sin barnizar, de cara al espectador. Lleva las manos esposadas a la espalda y va vestido como cuando paseaba por la calle, aunque ahora la ropa está sucia y medio rota, mojada, la camisa asoma fuera del pantalón y se aprecian algunas manchas rojizas de sangre. Tiene el rostro perlado de sudor y los cabellos alborotados. Frente a él, un FUNCIONARIO, vestido de negro, está sentado delante de una sencilla mesa de escritorio. Encima de la mesa hay un flexo encendido y un portafolios abierto. A la derecha, sentado cerca del FUNCIONARIO, de perfil, en una mesa más pequeña, mirando a la izquierda, un MECANÓGRAFO, vestido como un chupatintas, pulsa con los dos dedos índice las teclas de una vieja y monstruosa máquina de escribir. El ruido de la máquina inunda la escena, en una especie de acompañamiento musical monocorde del diálogo de los personajes. La luz blanca se proyecta solo sobre los tres cuerpos, cubriéndolos de sombras y convirtiéndolos en seres irreales y fantasmagóricos.

FUNCIONARIO.— (Realizando las preguntas de forma pausada y objetiva, en un tono neutro.) ¿Nombre y apellidos?CARLOS.— (A pesar del manifiesto cansancio, intenta mostrar naturalidad en las respuestas y ser cortés.) Carlos Ramírez Santacruz.FUNCIONARIO.— ¿Domicilio?CARLOS.— Calle Los almendros, numero ocho, primer piso, izquierda.FUNCIONARIO.— ¿Profesión?CARLOS.— Profesor de Literatura en la facultad de Filosofía y Letras.

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FUNCIONARIO.— ¿Estado civil?CARLOS.— Casado.FUNCIONARIO.— ¿Nombre de la cónyuge?CARLOS.— Lucía Sánchez Teruel.FUNCIONARIO.— ¿Profesión?CARLOS.— Bibliotecaria.FUNCIONARIO.— ¿Hijos?CARLOS.— (Al oír la palabra, su rostro se ilumina e, inmediatamente, se ensombrece por el recuerdo.) No. Estamos esperando uno o, tal vez, ya haya venido al mundo.FUNCIONARIO.— ¿Conoce a Salvador López Delgado?CARLOS.— Sí.FUNCIONARIO.— ¿De qué lo conoce?CARLOS.— Es uno de mis compañeros de departamento en la facultad.FUNCIONARIO.— ¿Desde cuándo hace que lo conoce?CARLOS.— Desde que estudiamos juntos el bachillerato. Hace ya de eso más de veinte años.FUNCIONARIO.— ¿Es cierto que el pasado jueves por la noche, día veinte de noviembre, usted y el mencionado Salvador se citaron en la cafetería El cisne?CARLOS.— No nos citamos. Simplemente, acabamos las clases a la misma hora y me invitó a tomarnos una cerveza. Luego yo le correspondí con una ronda para festejar mi futura paternidad.FUNCIONARIO.— ¿No es verdad que aquella noche, dentro del bar, Salvador le entregó un sobre de color blanco que usted guardó en el bolsillo derecho de la misma americana que lleva ahora?CARLOS.— (Con un gesto de manifiesta sorpresa ante la pregunta que acaba de oír.) Sí, es cierto. Me entregó un sobre.FUNCIONARIO.— ¿Qué contenía dicho sobre?CARLOS.— (Comenzando a mostrar cansancio y hastío ante las preguntas.) Nada. Bueno, nada importante: una pequeña suma de

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dinero que mis compañeros de la facultad me habían dado como regalo por el nacimiento del bebé. Como aún no sabemos si será niño o niña, no se atrevieron a comprarme nada por temor a equivocarse. Por eso prefirieron regalarme el dinero. Salvador había sido el encargado de recogerlo y aprovechó aquel momento para entregármelo.FUNCIONARIO.— ¿Es cierto que usted lo acompañó a la salida del bar hasta un piso de la calle Mediodía, concretamente el número cinco?CARLOS.— Sí. Como me pillaba de camino a casa, lo acompañé a ese lugar, pero lo dejé en la puerta pues ya se me había hecho muy tarde y no quería dejar sola a Lucía.FUNCIONARIO.— ¿Sabe por qué fue Salvador a esa dirección?CARLOS.— No, lo ignoro.FUNCIONARIO.— ¿Sabe con quién se vio aquella noche?CARLOS.— Tampoco lo sé. Ya le he dicho que yo me marché inmediatamente y que, cuando lo dejé, aún no había entrado en el portal.FUNCIONARIO.— ¿Sabe quién es el Profesor?CARLOS.— (Dando a entender que no comprende la pregunta.) ¿El Profesor? No, no lo sé.FUNCIONARIO.— ¿Va a decirme que ignora que a su compañero Salvador López Delgado lo llaman el Profesor?CARLOS.— No lo sabía. Por cierto, ¿quién lo llama?FUNCIONARIO.— (Abandonando por primera vez el tono neutro y adquiriendo ahora un tono seco y grave, desagradable.) Las preguntas las hago yo. Limítese a contestar. ¿Conoce a Pedro Fuentes Garrido, apodado el Loco?CARLOS.— No, no lo conozco.FUNCIONARIO.— ¿Conoce a Segundo Sánchez Santofimia, alias el Marqués?